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Paz y guerra entre las naciones Raymond Aron Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo 1 Raymond Aron. Paz y guerra entre las naciones. 1  Prólogo a la edición española *  El libro que la Revista de Occidente me hace el honor de presentar al público español, trata ampliamente de problemas actuales pero no es, o al menos no quiere ser, un libro de actualidad. La intención original ha permanecido, en el curso de esta larga investigación, esencialmente teórica en el sentido que dan a este concepto tanto la filosofía como las ciencias sociales. Me he preguntado sí y cómo era posible pensar como un dominio específico de acción humana las relaciones entre las unidades políticas, celosa cada una de su soberanía, es decir, de su capacidad y de su derecho de elección entre la paz y la guerra.  Aunque cada una de las cuatro partes de este libro lleva un título diferente -teoría, sociología, historia, praxeología- todas ellas se integran en una encuesta de significación y alcance teórico. La primera parte, teórica en el sentido estrecho de este término, establece a la vez la posibilidad de un sistema conceptual, propio de la conducta estratégico-diplomática, y la imposibilidad de una construcción sistemática y abstracta del conjunto diplomático, comparable a la reconstrucción del conjunto económico por Walras o Keynes. El doble resultado, positivo y negativo, nos lleva a una segunda interrogación: el medio en el cual se desarrollan las conductas diplomático-estratégicas, la potencia del número y la fuerza de los intereses, los caracteres de los regímenes, de las civilizaciones o de la psicología humana ¿permiten una explicación global de las alternancias entre paz y guerra? ¿Si no hay teoría de la diplomacia al estilo de Walras, no hay una teoría al estilo de Maquiavelo o de Marx? A esta interrogación aporta la segunda parte del libro una respuesta negativa que implica por añadidura enseñanzas posi tivas. Porque los seis capítulos de la segunda parte consideran las seis causas que se han tenido aquí y allá como determinantes y, dejando a un lado las teorías, unilaterales y dogmáticas, retienen los elementos materiales y morales, geográficos, demográficos, económicos, políticos y  psicológicos, necesarios a la comprehensión de las coyunturas históricas. Además, ilustran la transformación, en el curso de los siglos, del valor de las posiciones: la misma  postura toma o pierde su significación estratégica. El espacio es necesario o, dentro de ciertos límites indiferente a la prosperidad de las naciones. La variabilidad de las  posiciones funda la necesidad de los estudios históricos que apunten hacia la deducción de los trazos propios a cada época al mismo tiempo que recuerdan la constancia del hecho mayor, constitutivo del orden (o del desorden) internacional, la existencia de centros múltiples de decisiones, la negativa de los Estados a someterse a las decisiones de un tribunal, la ausencia de una fuerza armada supranacional capaz de contener a las fuerzas armadas nacionales. El análisis del sistema planetario en la edad termonuclear se esfuerza en resolver dos problemas teóricos: integrar la estrategia moderna de disuasión en la concepción clásica de la estrategia cuyo representante por excelencia sigue siendo Clausewitz, aplicar las enseñanzas adquiridas en las dos primeras partes a un caso singular y favorable, el de un sistema extendido por vez primera a los límites del planeta, en una época en la que dos Estados, y dos solamente, poseen los medios de exterminar en algunos instantes a decenas de millones de hombres. Como la historia llega a crear ese riesgo desmesurado, la investigación se  prolonga recogiendo tanto los análisis e inquietudes tradicionales como los análisis e 1  Texto tomado de: Raymond Aron. Paz y guerra entre las naciones. Traduc. Luis Cuervo. Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1963, pp. 9-39

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Antología Teoría de Relaciones Internacionales I

Dra. Ileana Cid Capetillo

1

Raymond Aron.

Paz y guerra entre las naciones.1 

Prólogo a la edición española* 

El libro que la Revista de Occidente me hace el honor de presentar al público español,trata ampliamente de problemas actuales pero no es, o al menos no quiere ser, un libro

de actualidad. La intención original ha permanecido, en el curso de esta largainvestigación, esencialmente teórica en el sentido que dan a este concepto tanto lafilosofía como las ciencias sociales. Me he preguntado sí y cómo era posible pensar comoun dominio específico de acción humana las relaciones entre las unidades políticas,celosa cada una de su soberanía, es decir, de su capacidad y de su derecho de elecciónentre la paz y la guerra.

 Aunque cada una de las cuatro partes de este libro lleva un título diferente -teoría,sociología, historia, praxeología- todas ellas se integran en una encuesta de significacióny alcance teórico. La primera parte, teórica en el sentido estrecho de este término,establece a la vez la posibilidad de un sistema conceptual, propio de la conductaestratégico-diplomática, y la imposibilidad de una construcción sistemática y abstracta delconjunto diplomático, comparable a la reconstrucción del conjunto económico por Walras

o Keynes. El doble resultado, positivo y negativo, nos lleva a una segunda interrogación:el medio en el cual se desarrollan las conductas diplomático-estratégicas, la potencia delnúmero y la fuerza de los intereses, los caracteres de los regímenes, de las civilizacioneso de la psicología humana ¿permiten una explicación global de las alternancias entre pazy guerra? ¿Si no hay teoría de la diplomacia al estilo de Walras, no hay una teoría alestilo de Maquiavelo o de Marx? A esta interrogación aporta la segunda parte del librouna respuesta negativa que implica por añadidura enseñanzas positivas. Porque los seiscapítulos de la segunda parte consideran las seis causas que se han tenido aquí y allácomo determinantes y, dejando a un lado las teorías, unilaterales y dogmáticas, retienenlos elementos materiales y morales, geográficos, demográficos, económicos, políticos y

 psicológicos, necesarios a la comprehensión de las coyunturas históricas. Además,ilustran la transformación, en el curso de los siglos, del valor de las posiciones: la misma

 postura toma o pierde su significación estratégica. El espacio es necesario o, dentro deciertos límites indiferente a la prosperidad de las naciones. La variabilidad de las

 posiciones funda la necesidad de los estudios históricos que apunten hacia la deducciónde los trazos propios a cada época al mismo tiempo que recuerdan la constancia delhecho mayor, constitutivo del orden (o del desorden) internacional, la existencia decentros múltiples de decisiones, la negativa de los Estados a someterse a las decisionesde un tribunal, la ausencia de una fuerza armada supranacional capaz de contener a lasfuerzas armadas nacionales.

El análisis del sistema planetario en la edad termonuclear se esfuerza en resolverdos problemas teóricos: integrar la estrategia moderna de disuasión en la concepciónclásica de la estrategia cuyo representante por excelencia sigue siendo Clausewitz,aplicar las enseñanzas adquiridas en las dos primeras partes a un caso singular y

favorable, el de un sistema extendido por vez primera a los límites del planeta, en unaépoca en la que dos Estados, y dos solamente, poseen los medios de exterminar enalgunos instantes a decenas de millones de hombres.

Como la historia llega a crear ese riesgo desmesurado, la investigación se prolonga recogiendo tanto los análisis e inquietudes tradicionales como los análisis e

1 Texto tomado de: Raymond Aron. Paz y guerra entre las naciones. Traduc. Luis Cuervo. Ed. Revista de

Occidente, Madrid, 1963, pp. 9-39

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inquietudes actuales: ¿Cuál es la conducta moral en diplomacia-estrategia? ¿Cuál es laconducta eficaz, en el universo de hoy, es decir, la mejor hecha para salvar a la vez la

 paz y la libertad? ¿Cuáles son las perspectivas de sobrepasar el estado inmemorial de lasrelaciones entre unidades soberanas, que se bautizan como estado de naturaleza? En el

 punto de llegada  – puesta en causa de la interrogación inicial- aparece no siendo lainvestigación sólo teórica, en el sentido que la economía, la sociología o la historia dan aesta palabra, sino también en el sentido filosófico. ¿Cómo elaborar una ciencia de las

relaciones internacionales sin interrogarse por la significación, histórica y existencial, delhecho de que las colectividades, políticamente organizadas, al través de los seis mil añosde civilización, no han conocido ninguna paz que no sea el intervalo entre dos guerras, ola guerra por otros medios que los militares?

Si ésta es la ambición del libro –y el lector juzgará en qué medida se realiza- noimporta que en tal o cual punto la situación no sea ya exactamente la que yo describo. La

 primera parte del libro ha sido escrita en julio-agosto de 1959, la segunda en julio-agostode 1960, las dos últimas en 1961. La revisión del conjunto, aparte algunas correccionesde 1962, se acabó en octubre de 1961. Desde entonces, cuatro acontecimientos se han

 producido que merecen ser anotados: el fin de la guerra de Argelia, la crisis soviético-americana a propósito de Cuba, las operaciones militares en la frontera Chino-India, laconfesión pública de las diferencias, ideológicas y políticas, entre los dos Grandes del

comunismo.La accesión de Argelia a la independencia marca el fin del proceso dedescolonización, al menos en lo que respecta a Francia. Es conforme a las previsionesque formulaban desde hace años los observadores clarividentes y conforme también a laracionalidad. Habiendo accedido o estando a punto de acceder a la independencia, Áfricanegra del sur del Sahara, Túnez y Marruecos, la soberanía de Francia en Argelia, a pesarde la presencia de un millón de ciudadanos franceses, a pesar de las ventajaseconómicas que la población musulmana hubiera podido obtener con una solución decompromiso como la autonomía o la confederación, resultaba un anacronismo cada vezmás difícil de mantener.

La crisis cubana de noviembre de l962 es el primer ejemplo de un choque directoentre los dos Grandes, primera aplicación de las doctrinas de disuasión, elaboradas por

universitarios y analistas profesionales muchos de los cuales figuran entre los consejerosíntimos del Presidente Kennedy. La maniobra, conforme a las lecciones de la escuela deguerra atómica, consistía en utilizar la superioridad aplastante de las fuerzas clásicas que

 poseen los Estados Unidos en el mar Caribe para colocar a los dirigentes soviéticos en laalternativa de una derrota humillante (acompañada eventualmente de una requisa por losamericanos de los proyectiles balísticos y de las ojivas nucleares) o de una retirada que la

 promesa hecha por Kennedy de no invadir Cuba permitía camuflar. En teoría, Kruscheftenía aún otra salida: replicar inmediatamente con la amenaza de utilizar en otro punto su

 propia superioridad local de fuerzas clásicas. Prefirió una retirada inmediata bien porqueno tuviera totalmente preparado el plan de represalia en otro punto de fricción, bien

 porque juzgara demasiado peligroso el juego, bien, en fin, porque estimara la relaciónglobal de las fuerzas nucleares demasiado favorable a su enemigo.

El acontecimiento se presta, pues, a dos interpretaciones que no sonincompatibles, pero que no sugieren las mismas conclusiones. La primera pone el acentoen el hecho de que, en la crisis de Cuba, todas las circunstancias eran contrarias a laempresa soviética: los pueblos de la Unión tenían que ser hostiles a un conflicto cuyoobjetivo era mediocre, lejano, mal conocido mientras que el pueblo americano temía, conrazón o sin ella, una agresión inmediata, concreta, intolerable. Gracias a una superioridadlocal, los Estados Unidos tenían la elección de los medios, la libertad de dosificarexactamente el peso de las armas a emplear y de las amenazas a blandir. Debería haber

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sido Kruschef quien tomara, salvo retirada, la iniciativa de recurrir a las armas atómicas.En otro lado, es Kennedy quien podría estar abocado al mismo dilema.

La segunda interpretación, en revancha, pone el acento sobre la superioridad delaparato termonuclear de los Estados Unidos. Estos poseerían, según ciertos expertos, lacapacidad de destruir completamente la estructura misma de la sociedad soviéticamientras que las pocas decenas de proyectiles intercontinentales soviéticos, mal

 protegidos, habrían sido en parte destruidos si el aparato americano se hubiera puesto en

acción el primero y no habrían amortiguado sensiblemente la violencia de los golpesamericanos si se hubieran puesto ellos antes en acción. En esta última hipótesis, losEstados Unidos habrían sido heridos, pero no mortalmente, mientras que la UniónSoviética habría sido herida de muerte. Si se adopta esta segunda interpretación, ladesigualdad de las fuerzas termonucleares, de las capacidades respectivas de estrategiaanti-aparato y anti-ciudades, habría sido uno de los determinantes, si no el principal, de lavictoria americana.

Tanto con la interpretación de las circunstancias como con la interpretación de larelación de fuerzas nucleares, ha aparecido otro hecho con plena claridad: el temorcomún a esa guerra monstruosa, el acuerdo implícito de los Hermanos enemigos contrauna eventualidad de la que no pueden no amenazarse recíprocamente, pero que deseanapasionadamente que no se produzca jamás. La línea directa de teléfono entre el Kremlin

y la Casa Blanca sería el símbolo de esta alianza entre enemigos, limitada a preservar la paz (definida simplemente como no-guerra atómica).Las operaciones militares en la frontera chino-india sólo constituyen un episodio de

una rivalidad, inevitablemente duradera. No pueden establecerse con certidumbre lasrazones de la súbita ofensiva en la frontera del Nordeste ni del parón tras la victoria.Nadie puede medir exactamente la parte que conviene dar a los diversos móviles que seestá en derecho de suponer: demostrar ante el mundo la superioridad militar de la Chinacomunista frente a la India democrática, sacudir la confianza de los indios en Nehru y sugobierno, frenar el desarrollo económico de la India obligando a ésta a un incrementomasivo de su presupuesto de defensa, asegurarse en la frontera del Himalaya a unas

 posiciones a partir de las cuales la infiltración en los principados himalayos semi-independientes resultaría más fácil, embarazar a Kruschef que se obstina en declararse

amigo de los países no alineados incluso cuando éstos no se orientan hacia unarevolución socialista, proclamar en fin, con actos, el estatuto de gran potencia de unaChina que ha recuperado la conciencia de su vocación en y por el marxismo-leninismo, yreencontrado quizá también el orgullo del Imperio que se llamaba “Imperio del Medio”. 

Cualesquiera que sean los motivos, una guerra, aunque se limitara a algunos días,entre el más importante de los Estados no comprometidos y el segundo Grande delcomunismo, ilustra la complejidad creciente del sistema planetario. El sistema permanecebipolar en lo esencial, es decir, para la relación de las fuerzas nucleares. Pero a lasombra del equilibrio del terror, se dibujan múltiples sub-sistemas y Kruschef no puede yaordenar soberanamente la diplomacia-estrategia de China ni Kennedy la de Francia.

Las polémicas entre las potencias occidentales, cuyo objetivo es, a fines de l962,la organización militar, forman parte del trato corriente de la diplomacia entre países

democráticos. No alcanzan la misma virulencia que las polémicas de l953-54 sobre lacomunidad europea de defensa. Las polémicas, ya públicas, entre los dirigentes rusos ylos dirigentes chinos (bautizados éstos a veces de albaneses) sorprenden la opiniónmundial que no ha olvidado el monolitismo estaliniano. Según la doctrina marxista-leninista, sólo los Estados capitalistas son sospechosos de imperialismo. Los Estadossocialistas son, por definición, fraternos (y es curioso que los marxistas-leninistas parecenolvidar la frecuencia en la historia de enemistad entre hermanos). Ni Kruschef ni Mao Tse-tung presentan su conflicto en términos simples de opiniones divergentes o de interesesnacionales opuestos. Uno y otro hablan el lenguaje ideológico-teológico del marxismo-

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leninismo. El primero, a los ojos del segundo, es culpable de “revisionismo”, y el segundo,a los ojos del primero, de sectarismo. Cuando el hombre del Kremlin felicitó irónicamenteal hombre de la Ciudad Prohibida por tolerar la ocupación por las fuerzas imperialistas deuna fracción del territorio nacional chino, este último replicó que el error de aventurismohabía sido cometido por aquél que había instalado proyectiles balísticos en Cuba, errorseguido inmediatamente del error, de sentido opuesto, de “capitulacionismo”. 

Más allá o al través de este lenguaje, se discierne una rivalidad de estilo

tradicional entre dos grandes potencias, una de las cuales ha sido la primera en abrir lavía nueva y la otra permanece aún muy próxima de sus orígenes revolucionarios.Diferencias de fases del desarrollo económico, diferencia de ancianidad en la carrerarevolucionaria, constituyen con toda seguridad elementos de la coyuntura. Las rivalidadesde potencias, cada una queriendo imponer su propia concepción estratégica al bloque, olas rivalidades ideológicas, cada una queriendo permanecer o llegar a ser la Meca de laFe nueva ¿son decisivas? ¿La alternativa misma tiene un sentido en un universo dondelos dirigentes piensan el mundo en un cierto sistema conceptual y traducen su voluntadde potencia en los términos consagrados por el sistema? Limitémonos a resaltar queChina parece más preocupada en sostener en el resto del mundo, a los partidos o a los

 países metidos en el socialismo mientras la Unión Soviética, en función de su diplomaciaanti-occidental, se acomoda sin gran dificultad a los regímenes que se declaran no

comprometidos. ¿Teme China menos que la Unión Soviética una guerra termonuclear?Es posible puesto que la primera no posee las armas que serían los primeros blancos encada de guerra. Pero si la propaganda de Pekín es más belicosa que la de Moscú, nadahay que autorice a creer que Pekín ignora los dientes atómicos del tigre de cartón o queMoscú no quiera ya la muerte del capitalismo, es decir, de Occidente.

Puede ocurrir que aparezcan un día, retrospectivamente, las querellas chino-rusas como el comienzo de una transformación radical del sistema diplomático. Sería

 prematuro afirmar ya desde hoy. La diplomacia-estrategia de Kruschef está regida por lasexigencias de la competición ideológica en el interior del bloque comunista, lo estátambién por la voluntad de evitar la guerra termonuclear, y lo está, en fin, por la fidelidadresidual al evangelio marxista-leninista. La parte respectiva de cada uno de estos tresmóviles no es rigurosamente mensurable.

El cuadro del sistema planetario dibujado en l961 permanece verdadero, me parece, en sus grandes líneas, en 1963.

RAYMOND ARONParís, enero de 1963

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En 1954, en una nota a un artículo titulado “Acerca del análisis de lasconstelaciones diplomáticas”, publicado en la “Revista francesa de Ciencias

 políticas”, anunciaba yo una “Sociología de las Relaciones Internacionales”.Desde hacía ya varios años, pensaba en el libro que, siete años más tarde, seha convertido en el que hoy presento. Entretanto, el tema se ha ampliado y ladistinción entre teoría, sociología y praxeología me ha parecido fundamental

 para poder captar, a los diferentes niveles de conceptuación, la texturainteligible de un universo social. En efecto, aunque este libro trata sobre tododel mundo actual, su intención profunda no está ligada a los problemas deactualidad. Mi propósito es el de comprender la lógica implícita de lasrelaciones entre colectividades políticamente organizadas. Este esfuerzo decomprensión lleva a la interrogación que suscita el porvenir de la especiehumana.

Los pueblos capaces ya de exterminarse unos a otros sin siquierallegar a desarmarse, ¿descubrirán el sentido de la convivencia auténticamente

 pacífica? No intento dar una respuesta que sólo la Historia ha de darnos;confío en que quizá este libro ayude a los lectores a considerar este problemaen toda su complejidad 1 

Venanson, julio de 1959.París, octubre de 1961.

1 Séame permitido dar aquí las gracias a aquellos que me han hecho posible terminar esta obra. La

Universidad de Harvard, al designarme como  Profesor de Teoría del Gobierno de la Ford Research, para un

semestre de l960-l961, me ha facilitado durante varios meses los ocios estudiosos del alumno. La señorita

Suzanne Moussouris ha transcrito y vuelto a transcribir infatigablemente manuscritos casi ilegibles para quien

no fuera ella. La señorita Isabelle Nicol ha puesto a punto el texto; los señores Pierre Hassner (que ha

traducido las citas inglesas), Stanley Hoffman y Pierre Bourdieu me han sugerido correcciones de

importancia.

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Introducción

LOS NIVELES CONCEPTUALES DE LA COMPRENSIÓN

Los tiempos de disturbios incitan a la meditación. La crisis de la ciudad griega nos halegado la República  de Platón y la Política de Aristóteles. Los conflictos religiosos que

destrozaban a la Europa del siglo XVII hicieron surgir con el Leviathan y el TratadoPolítico, la teoría del Estado neutral, necesariamente absoluto, según Hobbes, y liberal,por lo menos a los ojos de los filósofos, según Spinoza. En el siglo de la Revolucióninglesa, Locke defendió y aclaró las libertades civiles. En el tiempo en que los francesespreparaban, sin saberlo, la Revolución, Montesquieu y Rousseau definieron la esencia delos dos regímenes que deberían surgir de la descomposición, súbita o progresiva, de lasmonarquías tradicionales: gobiernos representativos y moderados, gracias al equilibrio depoderes, y gobiernos supuestamente democráticos, que invocan la voluntad del pueblo,pero que rechazan todo límite a su autoridad.

 Al terminar la segunda guerra del siglo, los Estados Unidos, cuyo sueño históricohabía sido el de mantenerse al margen de los asuntos del Viejo Continente, seencontraron responsables de la paz, de la prosperidad y de la misma existencia de la

mitad del planeta. Había guarniciones americanas en Tokio y en Seúl, al oeste, y enBerlín, al este. Occidente no había conocido nada semejante desde los tiempos delImperio romano. Los Estados Unidos eran la primera potencia auténticamente mundial, yaque la unificación planetaria del escenario diplomático no tenía precedentes. El continenteamericano ocupaba con relación a la masa euro-asiática una posición comparable a la delas Islas Británicas en relación con Europa: los Estados Unidos recogían la tradición delEstado insular, esforzándose por levantar una barrera en el centro de Alemania y enmedio de Corea ante la expansión del estado terrestre dominante.

De esta coyuntura no ha surgido ninguna obra comparable a las que hemoscitado, que estuviera originada en la victoria conjunta de los Estados Unidos y de la UniónSoviética. Las relaciones internacionales se han convertido en objeto de una disciplinauniversitaria. Las cátedras, cuyos titulares se consagran a la nueva disciplina, se han

multiplicado. El número de libros y manuales se ha visto incrementado en proporción.¿Han conseguido su objetivo estos esfuerzos? Antes de responder a esta pregunta,habría falta precisar lo que los profesores americanos, a imitación de los hombres deEstado y de la misma opinión pública, se proponían descubrir o elaborar.

Los historiadores no han esperado la accesión de los Estados Unidos al primerplano para ponerse a estudiar las “relaciones internacionales”. Pero las han descrito ocontado, más que analizado o explicado. Ahora bien, ninguna ciencia se limita a describiro contar. Es más, ¿qué beneficio podrían obtener los hombres de Estado o losdiplomáticos del conocimiento histórico de los siglos pasados? Las armas de destrucciónmasiva, las técnicas de subversión, la ubicuidad de las fuerzas militares, gracias a laaviación y a la electrónica, introducen novedades, materiales y humanas, que hacen almenos equívocas las lecciones de los siglos pasados. O, si no, ocurre que estas

lecciones no pueden ser retenidas si no son insertadas en una teoría que incluya una yotra, que deduzca una serie de constantes para poder elaborar, y no para eliminar, elpapel de lo inédito.

 Ahí reside la cuestión decisiva. Los especialistas de las relaciones internacionalesno querían simplemente seguir el camino de los historiadores: querían, como todos lossabios, alcanzar una serie de proposiciones generales, crear un cuerpo de doctrina.Únicamente la geopolítica se había interesado en las relaciones internacionales, con esapreocupación de abstracción y de explicación. Sin embargo, la geopolítica alemana habíadejado una serie de malos recuerdos y, de todas formas, la referencia a un marco

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especial no podía constituir la finalidad de una teoría, cuya función es precisamente la decaptar la multiplicidad de causas que actúan sobre el desarrollo de las relaciones entrelos Estados.

Era fácil caracterizar de una manera burda la teoría de las relacionesinternacionales. “En primer lugar, ésta hace posible la ordenación de los datos. Es, pues,un instrumento útil para la comprensión”

1. Además, “la teoría implica que los criterios de

selección de los problemas, con vistas a un análisis detenido, estén explícitamente

determinados. No siempre se reconoce que cada vez que un problema particular esescogido para el estudio y el análisis, en un contexto o en otro, haya en la práctica unateoría subyacente que poder escoger.” Por último, “la teoría puede ser un instrumentopara la comprensión, no sólo de las uniformidades y de las regularidades, sino también delos hechos contingentes o irracionales”. ¿Quién presentaría objeciones a tales fórmulas?Ordenación de los datos, selección de los problemas, determinación de las regularidadesy de los accidentes. He aquí las tres funciones que cualquier teoría, dentro de las cienciassociales, debe cumplir en todo caso. Los problemas se presentan más allá de estasproposiciones indiscutibles.

El teórico tiene a menudo una tendencia a simplificar la realidad, a interpretar lasconductas a través de la determinación de la lógica implícita de sus actores. El señorHans J. Morgenthau, escribe: “Una teoría de las relaciones internacionales es un resumen

racionalmente ordenado de todos los elementos racionales que el observador encuentraen su objeto (subject matter). Una teoría de este cariz viene a ser una especie de bocetoracional de las relaciones internacionales, un mapa del escenario internacional”

2. Ladiferencia entre una interpretación empírica y una interpretación teórica de las relacionesinternacionales es comparable a la que puede establecerse entre una fotografía y unretrato pintado. “La fotografía muestra todo lo que puede ser visto por el ojo humano. Elretrato no muestra todo lo que puede ver el ojo humano, pero muestra algo que éste nopuede ver: la esencia humana de la persona que sirve de modelo.”

 A esto responde otro especialista con una serie de interrogantes: ¿Cuáles son los“elementos racionales” de la política internacional? ¿Es suficiente con considerarexclusivamente los elementos racionales para poder dibujar un boceto o pintar un retrato,de acuerdo con las características esenciales del modelo? Si el teórico responde

negativamente a estas dos interrogantes, tendrá que tomar otro camino, que será el de lasociología. Admitiendo la finalidad  –esbozar un mapa del escenario internacional- elteórico tendría que esforzarse en retener todos los elementos, en lugar de fijar suatención exclusivamente sobre los elementos racionales.

 A este diálogo entre el defensor de una “esquematización racional” y el de un“análisis sociológico” –diálogo en el que los interlocutores no siempre son conscientes desu naturaleza y de sus implicaciones- ha venido a añadirse, a menudo, una controversiade tradición característicamente americana: la del idealismo enfrentado al realismo. Elrealismo, bautizado hoy en día de maquiavelismo, de los diplomáticos europeos pasabapor ser, al otro lado del Atlántico, como típico del Viejo Mundo, y marca de una corrupciónde la que había querido huirse al emigrar al Nuevo Mundo, al país de las posibilidadesindefinidas. Ahora bien, convertidos, por obra y gracia de la desaparición del orden

europeo y de la victoria de sus armas, en potencia dominante, los Estados Unidosdescubrían poco a poco, y no sin problemas de conciencia, que su diplomacia se parecíacada vez menos a su antiguo ideal y cada vez más a las prácticas, antaño severamente

 juzgadas, de sus enemigos y de sus aliados. ¿Era moral comprar la intervención soviética

1 Kenneth W: THOMPSON. Toward a theory of international politics. American political science review.

Vol. XLIX, núm. 3, septiembre, l955.2 Estas líneas las he tomado de un informe del señor H. J. Morgenthau, titulado: “La im portancia teórica y

 práctica de una teoría de las relaciones internacionales” (p. 5).

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en al guerra contra el Japón al precio de una serie de concesiones a expensas de China?.Con el tiempo, se descubrió que no había sido un negocio rentable, y que Roosevelthabría debido, razonablemente, haber comprado en su lugar la no-intervención de laUnión Soviética. Pero, ¿hubiera sido el cálculo más moral por ser racional? Roosevelt,¿había estado acertado o equivocado en abandonar la Europa del este a la dominaciónsoviética?. Poner por excusa a la fuerza de los hechos, era escoger el argumento quehabía sido el de los europeos y que, seguros de su virtud y de su situación geográfica, los

americanos habían descartado durante tanto tiempo, con desprecio o con indignación. El jefe en la guerra tiene que rendir cuentas, ante su pueblo, de sus actos, de sus éxitos ode sus derrotas. Nada importan las buenas intenciones y el respeto de las virtudesindividuales, ya que es muy otra la ley de la diplomacia o de la estrategia. Pero, ¿quéocurre, en esas condiciones, con esa oposición entre el realismo y el idealismo, entre elmaquiavelismo y el kantismo, entre la Europa corrompida y la virtuosa América?

Este libro tiende a poner en claro, en primer lugar, y a dejar atrás, después, estasdiscusiones. Los dos conceptos de la teoría no son contradictorios, sino complementarios:la esquemática racional y las proposiciones sociológicas constituyen momentos sucesivosen la elaboración conceptual de un universo social.

La comprensión de un sector de acción no permite poner fin a las antinomias deesa acción. Únicamente la historia podrá quizá reducir, algún día, la eterna discusión

entre el maquiavelismo y el moralismo. Sin embargo, pasando de la teoría formal a ladeterminación de las causas, y luego al análisis de una coyuntura singular, espero ilustrarun método, aplicable a otros temas, y mostrar a un mismo tiempo los límites de nuestrosaber y las condiciones de las elecciones históricas.

Para delimitar, en esta introducción, la estructura del libro, me hace falta definir, enprimer lugar, las relaciones internacionales y luego precisar las características de loscuatro niveles de conceptuación, que llamamos teoría, sociología, historia y praxeología.

1

Recientemente, un historiador holandés1, designado para la primera cátedra derelaciones internacionales creada en su país, en Leyde, intentaba, en su lección

inaugural, definir la disciplina que tenía por misión enseñar. Concluía con elreconocimiento de su fracaso: había buscado, pero no había encontrado los límites delcampo que quería explorar.

El fracaso es instructivo ya que es definitivo y, por así decirlo, evidente. Las“relaciones internacionales” no tienen fronteras trazadas todas e llas en lo real y nopueden ser, ni en realidad lo son, separables de otros fenómenos sociales. Pero la mismaproposición sería utilizable a propósito de la economía, o de la política. Si es cierto que “lapropuesta de desarrollar el estudio de las relaciones internacionales como un sistemaautomático ha fracasado”, la verdadera cuestión que se nos presenta está más allá deeste fracaso y concierne al sentido del mismo. Después de todo, la tentativa de hacer delestudio de la economía un sistema cerrado sobre sí mismo ha fracasado igualmente, perono por ello deja de existir a justo título, una ciencia económica, cuya realidad propia y

posible delimitación no son puestos en duda por nadie. ¿Ocurre que el estudio de lasrelaciones internacionales lleva consigo su propio centro de interés? ¿Se preocupa defenómenos colectivos, de conductas humanas, cuya característica específica esreconocible? Este sentido específico de las relaciones internacionales, ¿se presta a unaelaboración teórica?.

1 B. H. M. VLEKKE. On the study of international political science. The David Davies Memorial Institute of

International Studies. Londres (sin fecha).

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Las relaciones internacionales son, por definición, según parece, relaciones entrenaciones. Pero, en este caso, el término  nación  no está tomado en el sentido históricoque ha adquirido desde la Revolución Francesa y no designa una especie particular decomunidad política, en la que los individuos tengan, en gran número, una conciencia deciudadanía y en la que el Estado parezca la expresión de una nacionalidad preexistente.En la fórmula “relaciones internacionales”, la nación equivale a un tipo cualquiera decolectividad política, territorialmente organizada. Digamos, provisionalmente, que las

relaciones internacionales son relaciones entre unidades políticas,  concepto este últimoque designa a las ciudades griegas, al imperio romano o al egipcio, al igual que a lasmonarquías europeas, a las repúblicas burguesas o a las democracias populares. Estadefinición lleva consigo una doble dificultad. ¿Habrá que incluir en las relaciones entreunidades políticas las relaciones entre individuos pertenecientes a cada una de estasunidades? ¿Dónde comienzan y dónde terminan las unidades políticas, es decir, lascolectividades territorialmente organizadas?.

Cuando los jóvenes europeos van a pasar sus vacaciones más allá de lasfronteras de sus patrias respectivas, ¿se trata de un fenómeno que interesa alespecialista de las relaciones internacionales? Cuando yo compro en una tienda francesauna mercancía alemana o cuando un importador francés trata con un fabricante del otrolado del Rhin, ¿estos intercambios económicos pertenecen o no, a las “relaciones

internacionales”?  Parece igualmente difícil responder afirmativa como negativamente. Lasrelaciones entre los Estados, es decir, las relaciones verdaderamente interestatales,constituyen el tipo de relaciones internacionales por excelencia: así, los tratadosrepresentan un ejemplo indiscutible de relaciones interestatales. Supongamos que losintercambios económicos de país a país vengan regulados integralmente por un acuerdoentre Estados; en esta hipótesis, pertenecerán sin duda al campo de estudio de lasrelaciones internacionales. Supongamos, por el contrario, que los intercambioseconómicos a uno y otro lado de las fronteras se vean sustraídos a una reglamentaciónestricta y supongamos también que el libre-cambio reine; desde ese momento, lascompras en Francia de mercancías alemanas y las ventas en Alemania de mercancíasfrancesas serán actos individuales que no prestarán las características propias de las

relaciones interestatales.Esta dificultad es real, pero cometeríamos un error, al parecer, si exagerásemossu importancia. Ninguna disciplina científica lleva consigo un trazado neto de fronteras.En primer lugar, no tiene casi importancia el saber dónde terminan las relacionesinternacionales, y tampoco en precisar a partir de qué momento las relacionesinterindividuales cesan de ser relaciones internacionales. Tenemos que determinar elcentro de interés, el significado propio del fenómeno o de las conductas que constituyenel eje de este campo específico. Ahora bien, el centro de las relaciones internacionalesviene constituido por las relaciones que hemos llamado interestatales, aquellas queponen en relación las unidades como tales.

Las relaciones interestatales se expresan en y por medio de conductasespecíficas, las de aquellos personajes que yo llamaría simbólicos: el diplomático  y el

soldado.  Dos hombres, y tan sólo dos, actúan plenamente no ya como miembroscualesquiera, sino en el papel de representantes de las colectividades a que pertenecen.El embajador  en el ejercicio de sus funciones es la unidad política en nombre de la cualhabla; el soldado en el campo de batalla es la unidad política, en nombre de la cual damuerte a su prójimo. Fue precisamente porque alcanzó a un embajador por lo que elgolpe de abanico del bey de Argel ha adquirido un valor de suceso histórico. Y porquelleva un uniforme y porque actúa en cumplimiento de su deber, por lo que el ciudadano delos estados civilizados mata sin problemas de conciencia.

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El embajador 1 y el soldado viven y simbolizan las relaciones internacionales que,en tanto que interestatales, nos llevan a la diplomacia y a la guerra. Las relacionesinterestatales presentan una característica original que las distingue de cualesquiera otrasrelaciones sociales: se desarrollan a la sombra de la guerra o, para emplear unaexpresión más rigurosa, las relaciones entre Estados llevan consigo, por esencia, laalternativa de la guerra o de la paz. Así como cada Estado tiende a reservarse para símismo el monopolio de la violencia, los Estados, a lo largo de la historia, al reconocerse

recíprocamente, han reconocido al mismo tiempo la legitimidad de las guerras que sehacían. En determinadas circunstancias, el reconocimiento recíproco de Estadosenemigos fue llevado hasta su fin lógico: cada Estado utilizaba únicamente su ejércitoregular y rechazaba la provocación de la rebelión en el interior del Estado al quecombatía, rebelión que habría debilitado al Estado enemigo, pero que también habríadestruido el monopolio de la violencia legítima que intentaba salvaguardar.

Ciencia de la paz y ciencia de la guerra, la ciencia de las relacionesinternacionales puede servir de fundamento a las artes de la diplomacia y de la estrategia,métodos estos dos, complementarios y opuestos, a través de los cuales se lleva a cabo elcomercio entre los Estados. “La guerra no pertenece al domino de las artes ni de lasciencias, pero sí al de la existencia social. Es un conflicto de grandes interesessolucionados con la sangre, hecho éste por el que se distingue de los demás conflictos.

Convendría compararlo mejor que a un arte cualquiera, al comercio, que es también unconflicto de intereses y de actividades humanas; todavía se asemeja más a la política,que podría ser comparada a su vez, al menos en parte, a una especie de comercio engran escala. Además, la política es el medio material en el que la guerra se desarrolla, enel que sus caracteres generales, formados ya rudimentariamente, se esconden como laspropiedades de las criaturas vivientes lo hacen en sus embriones”

1.Por lo tanto, nosotros comprendemos a la vez por qué las relaciones

internacionales ofrecen un centro de interés para ser una disciplina particular y por quéescapan a toda delimitación precisa. Los historiadores no han aislado nunca lasdescripciones de los sucesos que se refieren a las relaciones entre los Estados,aislamiento que hubiera sido efectivamente imposible, ya que las peripecias de lascampañas militares y de las combinaciones diplomáticas están ligadas de múltiples

maneras, a las vicisitudes de los destinos nacionales, o a las rivalidades de las familiasreales o de las clases sociales. La ciencia de las relaciones internacionales no puede, aligual que la historia diplomática, desconocer los lazos múltiples que existen entre lo quetiene lugar en la escena diplomática y lo que pasa en los escenarios nacionales. Nopuede tampoco separar rigurosamente las relaciones interestatales de las relacionesinterindividuales que afectan a diversas unidades políticas. Pero, en tanto que lahumanidad no haya llevado a cabo su unificación en un Estado universal, subsistirá unadiferencia esencial   entre la política interior y la política extranjera. Aquélla tiende areservar el monopolio de la violencia a los detentadores de la autoridad legítima, mientrasque ésta acepta la pluralidad de centros de las fuerzas armadas. La política, en cuantoconcierne a la organización interior de las colectividades, tiene por finalidad inmanente lasumisión de los hombres al imperio de la ley. La política, en la medida en que afecta a las

relaciones entre los Estados, parece tener como significado  –ideal y objetivo a la vez- lasimple supervivencia de los Estados frente a la amenaza virtual que trae consigo laexistencia de los demás Estados. De aquí la oposición frecuente en la filosofía clásica: el

1  No hay ni que decir que, en este significado abstracto, el hombre de Estado, el ministro de Asuntos

Exteriores, el Primer Ministro, el Jefe del Estado son también en algunas de sus aptitudes, embajadores.

Representan la unidad política en cuanto tal.1 Karl von CLAUSEWITZ.  De la Guerre, libro II, capítulo IV, página 45. Las referencias son a la edición

 publicada por las Editions de Minuit, París, l950.

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arte político enseña a los hombres a vivir en paz en el interior de las colectividades, yenseña a las colectividades a vivir tanto en paz como en guerra. Los Estados no hansalido aún, en sus relaciones mutuas, del estado de naturaleza. Si lo hubieranconseguido, no habría ya teoría de las relaciones internacionales.

Se nos objetará que esta posición, clara al nivel de las ideas, no lo es tanto al nivelde los hechos. Ello supone, en efecto, que las unidades políticas estén representadas pordiplomáticos y por soldados uniformados, o de otro modo, cuando ellas ejercen

efectivamente el monopolio de la violencia legítima, reconociéndose recíprocamente. Enausencia de naciones, conscientes de ellas mismas y de Estados jurídicamenteorganizados, la política interior y la política exterior tienden a confundirse, ya que aquéllano es esencialmente pacífica y esta última tampoco es radicalmente belicosa.

¿Bajo qué rúbrica conviene encasillar a las relaciones entre soberano y vasallos,en la Edad Media, cuando el rey o el emperador no poseían casi fuerzas armadas que lesobedecieran incondicionalmente, y cuando los barones les prestaban juramento defidelidad, pero no de disciplina? Por definición, las fases de soberanía difusa yarmamentos dispersos parecen rebeldes a su caracterización conceptual, mientras queesta última conviene a las unidades políticas, delimitadas en el espacio y separadas unasde otras por la conciencia de los hombres y el rigor de las ideas.

La incertidumbre de la distinción entre conflictos que opongan a diferentes

unidades políticas y conflictos que tengan lugar en el interior de una misma unidadpolítica, hace a veces su aparición, aún en períodos de soberanía concentrada ylegalmente reconocida. Es suficiente con que, en una provincia, parte integrante delterritorio de un Estado, una fracción de la población se niegue a someterse al podercentral e inicie una lucha armada, para que el combate, guerra civil bajo la leyinternacional, sea considerado como una guerra extranjera por aquellos que juzgan a losrebeldes como intérpretes de una nación existente o a punto de nacer. Si laConfederación hubiese triunfado, los Estados Unidos se hubieran dividido en dos Estadosy la guerra de Secesión, que había comenzado como una guerra civil, hubiera terminadocomo una guerra extranjera.

Imaginemos, en el futuro, un Estado universal que englobe a la humanidad entera.En teoría, no habría ya ejército (el soldado no es ni un policía ni un verdugo, y pone en

riesgo su vida frente a otro soldado), sino solamente una policía. Si una provincia o unpartido se alzaran en armas, el Estado único y planetario los declararía rebeldes y lostrataría como tales. Sin embargo, esta guerra civil, episodio de política interior, pareceríaretrospectivamente una vuelta a la política extranjera, en el caso de que la victoria de losrebeldes trajera consigo la desintegración del Estado universal.

Este equívoco, que viene implicado en el objeto de las “relacionesinternacionales”, no es imputable a la insuficiencia de nuestros conceptos: está inscrito enla misma realidad de las cosas. Nos recuerda una vez más, por si hiciera falta, que elcurso de las relaciones entre unidades políticas se ve influido, de múltiples maneras, porlos sucesos que tienen lugar en el interior de esas mismas unidades. Nos recuerdatambién que lo que las guerras ponen en juego es la existencia, la creación o laeliminación de los Estados. A fuerza de estudiar el comercio entre Estados organizados,

los especialistas terminan por olvidar a menudo que el exceso de debilidad no es menostemible para la paz que el exceso de fuerza. Las zonas, con motivos de las cualesestallan los conflictos armados, son a menudo aquéllas donde las unidades políticascomienzan a descomponerse. Los Estados que se saben, o se creen, condenadosdespiertan los apetitos rivales o, en una tentativa desesperada de salvación, provocan laexplosión que los consumirá.

¿Pierde toda originalidad, todo límite neto, el estudio de las relacionesinternacionales por extenderse al nacimiento y a la muerte de los Estados? Aquellos queimaginaban, por adelantado, que las relaciones internacionales son diferenciables

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concretamente, se verán decepcionados por este análisis, pero esta decepción no está justificada. Teniendo como tema central las relaciones interestatales en su significadoespecífico, es decir, en su característica de alternativa y de alternancia de la paz y de laguerra, la disciplina destinada al estudio de las relaciones internacionales no puede hacerabstracción, ni de las diversas modalidades de comercio entre las naciones e imperios, nide los determinantes múltiples que actúan en la diplomacia mundial, ni de lascircunstancias en las cuales los Estados aparecen y desaparecen. Una ciencia o filosofía

total de la política englobaría a las relaciones internacionales como uno de sus capítulos,pero este capítulo guardaría su originalidad, ya que trataría de las relaciones entreunidades políticas, cada una de las cuales reivindica el derecho de hacerse justicia a símisma y de ser la única dueña de la decisión de combatir o de no hacerlo .

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Intentaremos captar las relaciones internacionales en tres niveles distintos deconceptuación, examinando a continuación, los problemas, éticos y pragmáticos, que seplantean ante el hombre de acción. Sin embargo, antes de caracterizar estos tres niveles,querríamos mostrar que existen otros dos sectores de actividad humana –un deporte y laeconomía- que se prestan a una distinción semejante de modos de conceptuación.

Consideremos el deporte que en Francia es llamado foot-ball association. Lateoría, aquélla que se dirige a los profanos, consiste en precisar la naturaleza del juego ylas reglas a las que está sometido. ¿Qué número de jugadores se enfrentan a uno y otrolado de la línea divisoria? ¿Cuáles son los medios que los jugadores tienen, o no, elderecho de emplear (delanteros, medios y defensa)? ¿De qué manera combinan susesfuerzos e impiden los de sus adversarios? Esta teoría abstracta es conocida por lospracticantes y por los aficionados. El entrenador no tiene ninguna necesidad derecordársela a loa jugadores. Por el contrario, dentro del marco trazado por las reglas,pueden surgir situaciones múltiples, bien sea sin intención deliberada por parte de nadie,bien por la intención, concebida por adelantado, de los actores. En cada partido, elentrenador traza por adelantado un plan, precisa la misión de cada uno (un mediodeterminado se acomodará a los movimientos de un delantero adverso), fija las

obligaciones y las responsabilidades de unos y otros en determinadas coyunturas típicaso previsibles. En esta segunda etapa de la teoría, ésta se descompone en discursosmúltiples, dirigidos a los diferentes actores: hay una teoría sobre la conducta eficaz delextremo, del delantero centro o del defensa, al mismo tiempo que de la conducta eficazde la totalidad o de parte del equipo en circunstancias definidas.

En la etapa siguiente, el teórico ya no es ni instructor ni entrenador, sino sociólogo.¿Cómo se desarrollan los partidos, no en la pizarra, sino en el terreno de juego? ¿Cuálesson las características de los métodos adoptados por los jugadores de éste o aquel país?¿Existe un football latino, inglés o americano? ¿Cuál es el papel del virtuosismo técnico yde la cualidad moral en el éxito de los equipos? Es imposible dar una respuesta a estascuestiones, sin hacer un estudio histórico. Hace falta observar el desarrollo de lospartidos, la evolución de los métodos, la diversidad de las técnicas y de los

temperamentos. El sociólogo del deporte podría buscar las causas que determinan, enuna cierta época o constantemente, las victorias de una nación (condicionesexcepcionales, número de los participantes, apoyo del Estado, etcétera)

El sociólogo es tributario a la vez del teórico y del historiador. Si no comprende lalógica del juego, seguirá en vano las evoluciones de los jugadores. No llegará a descubrirel sentido de las diversas tácticas adoptadas, del marcaje individual o del marcaje porzonas. Sin embargo, las proposiciones generales relativas a los factores de la potencia oa las causas de la victoria, no son suficientes para explicar la derrota del equipo húngaroen una final de la Copa de Mundo, ni para satisfacer plenamente nuestra curiosidad. El

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desarrollo de un partido individualizado no está nunca determinado, ni por la lógica del juego, ni por las causas generales del éxito, y determinados partidos, al igual que ciertasguerras ejemplares, son dignos de la descripción que los historiadores consagran. Lasconsecuciones de los héroes.

Después del sociólogo y del historiador, hace su intervención un cuarto personajeinseparable de los actores: el árbitro. Las reglas vienen consignadas en los textos, pero¿cómo hay que interpretarlas? El hecho, condición de las sanciones (la falta con la

mano), ¿ha sido efectivamente realizado en tales o cuales circunstancias? La decisión delárbitro es inapelable; pero, inevitablemente, los jugadores y los espectadores juzgansilenciosa o ruidosamente al propio juez. El deporte colectivo, confrontación de equipos,suscita una serie de juicios, laudatorios o críticos, hechos por los jugadores, unos conrespecto a los otros, por los partidarios entre sí, por un equipo con respecto al equipoopuesto, por los jugadores acerca del árbitro y por los espectadores con respecto a los

 jugadores y al árbitro. Todos estos juicios oscilan entre la apreciación de la eficacia (ha jugado bien), la apreciación de la corrección (ha respetado las reglas) y la apreciación dela modalidad deportiva (un equipo determinado ha actuado de acuerdo con el espíritu del

 juego). Aún en el deporte, no todo lo que no es estrictamente prohibido está por ellomoralmente permitido. Por último, la teoría del football podría considerar al deporte en símismo, en relación con los hombres que lo practican o con la sociedad entera. ¿Es un

deporte favorable a la salud física y moral de los jugadores? ¿Debe el Gobierno, pues,favorecerlo?Volvemos a encontrar así los cuatro niveles de conceptuación que hemos

distinguido, la esquematización de los conceptos y de los sistemas, las causas generalesde los acontecimientos, la evolución del deporte o el desarrollo de un partidodeterminado, los juicios, pragmáticos o éticos, que se refieren tanto a las conductas en elinterior de la esfera considerada, como al sector considerado en sí mismo como un todo.

La conducta diplomática o estratégica presenta cierta analogía con la conductadeportiva. Trae también consigo cooperación y competición a un mismo tiempo. Todacolectividad se encuentra rodeada de enemigos, de amigos, de neutrales o deindiferentes. No hay terreno diplomático que pueda delimitarse con cal, pero sí existe unaesfera diplomática en la cual figuran todos los actores susceptibles de intervenir en caso

de un conflicto generalizado. La disposición de los jugadores no está fijada, de una vezpara siempre, por las reglas o por las tácticas impuestas por la costumbre, peroencontramos ciertas agrupaciones características de los actores que constituyen otrastantas situaciones esquemáticamente dibujadas.

Cooperativa y competitiva, la conducción de la política extranjera es además, pornaturaleza, de carácter aventurado. El diplomático y el estratega actúan, es decir, sedeciden, en un determinado sentido, antes de haber reunido todos los conocimientosdeseables y antes de haber adquirido una certidumbre. Su acción se basa enprobabilidades. No sería razonable si rechazase el riesgo, mientras que sí lo es en lamedida en que lo calcula. Pero nunca se eliminará la incertidumbre que surge de laimprevisibilidad de las reacciones humanas (¿qué hará el otro, general u hombre deEstado, Hitler o Stalin?), del secreto del que se rodean los Estados y de la imposibilidad

de saberlo todo antes de comprometerse en la acción. La “gloriosa incertidumbre deldeporte” tiene su equivalente en la acción política, violenta o no. No imitemos a loshistoriadores que creen que el pasado ha sido siempre fatal y que suprimen al dimensiónhumana del suceso.

Las expresiones que hemos empleado para caracterizar la sociología (causa deléxito, caracteres nacionales de su práctica en diversas partes) y la historia del deporte (ode una parte de él) se aplican igualmente a la sociología que a la historia de lasrelaciones internacionales. Son la teoría nacional y la praxeología las que difierenesencialmente de una esfera a otra. Comparada con el fútbol, la política extranjera se nos

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presenta singularmente indeterminada. La finalidad de sus actores no es tan simplecomo la de hacer penetrar un balón más allá de una línea blanca. Las reglas del juegodiplomático están imperfectamente codificadas y cualquier jugador las puede violarcuando en ello encuentre ventaja. No hay árbitro y aún cuando el conjunto de los actoresintenta dar su juicio (Naciones Unidas), los actores nacionales se someten a lasdecisiones de este árbitro colectivo, cuya imparcialidad se presta a discusión. Si larivalidad de las naciones evoca a un deporte, es con demasiada frecuencia a la lucha

libre, un catch que sería auténticamente aquello de lo cual es ahora simulacro.De una manera más general, la conducta deportiva presenta tres rasgos,singulares: el objetivo y las reglas del juego están claramente precisados: el partido se

 juega en el interior de un espacio cerrado, el número de participantes es fijo y el sistemadelimitado hacia el exterior, está estructurado sí mismo. Las conductas se ven sometidasa reglas de eficacia y a las visiones del árbitro, de tal forma que los juicios morales osemi-morales se ven al espíritu con el que los jugadores practican el juego en sí. Apropósito de cada una de las ciencias sociales, se puede uno preguntar si, y en quémedida, el objetivo y las reglas están definidos, y si, y también en qué medida, los actoresestán organizados en un sistema y las conductas individuales sometidas a obligacionesde eficacia y de moralidad.

Pasemos del deporte a la economía. Toda sociedad tiene un problema económico,

bien tenga o no conciencia de él, y lo resuelve de una determinada manera. Todasociedad debe satisfacer las necesidades recursos limitados. La desproporción entre losdeseos y los bienes no siempre comprendida como tal. Aceptando como normal, comotradición determinado modo de vida, puede ocurrir que una colectividad no da nada másallá de lo que ya posee. Una colectividad como esta será en si, pero no para si.

 Añadiríamos -lo que no constituye una para más que en apariencia- que las sociedadesno han estado nunca tan presentes de su pobreza como en nuestra época a pesar delcrecimiento prodigioso de sus riquezas. Los deseos han crecido aún más deprisa que losrecursos. La limitación de estos recursos parece escandalosa a partir del momento enque la capacidad de producir se considera, equivocadamente, como ilimitada.

Lo económico es una categoría fundamental del pensamiento, una dimensión dela existencia individual o colectiva. Esta categoría no puede confundirse con la de rareza

o la de pobreza (desproporción entre deseos y recursos). La economía como problemasupone solamente rareza o pobreza; la economía como solución supone que los hombressean capaces de vencer su pobreza de diferentes maneras y que tengan la posibilidad deescoger entre las distintas maneras de utilización de sus recursos; es decir, y en otrostérminos, supone el problema de elección que el mismo Robinson, en su isla, noignoraba: Robinsón posee su tiempo de trabajo y por lo mismo puede escoger una ciertadistribución de las horas del día entre el trabajo y el ocio, una cierta distribución de sutrabajo entre los bienes de consumo (alimentos) y las inversiones (habitación). Lo que escierto del individuo lo es mucho más aún de la colectividad. Como quiera que la fuerza detrabajo es el recurso primario de las sociedades humanas, la multiplicidad de lasutilizaciones posibles de los recursos viene dada desde un principio. A medida que laeconomía se complica, las posibilidades de elección se multiplican y los bienes se hacen

cada vez más fácilmente sustituibles. El mismo objeto puede servir en diversos fines, ydiversos objetos pueden ser utilizados para un mismo fin.Pobreza y elección –considerando a la pobreza como el problema planteado a las

colectividades y a una cierta elección como una solución efectivamente adoptada- definenla dimensión económica de la existencia humana. Los hombres que ignoran la pobrezaporque ignoran el deseo, no tienen conciencia de esta dimensión económica. Viven de lamisma manera que vivieron sus antepasados y de la misma forma en que siempre hanvivido ellos mismos. La costumbre es tan fuerte que llega a excluir el sueño, lainsatisfacción, la voluntad de progreso. Existiría una fase post-económica si, junto con la

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rareza, la obligación de elección, el trabajo penoso, desapareciera. Trotsky ha escrito enalgún sitio que la abundancia era desde hoy visible en el horizonte de la historia, y quesolo los pequeños burgueses se niegan a creer que este futuro radiante, considerandoeterna la maldición del Evangelio. Es concebible un periodo post-económico en que lacapacidad de producción será tal que cada uno podrá consumir según su fantasía y, porrespeto a los demás, no tomará del total más que su parte en justicia.

Los jugadores de fútbol quieren hacer entrar el balón dentro de un espacio

delimitado por dos postres verticales unidos, a dos metros del suelo, por un maderohorizontal. En tanto que son sujetos económicos, los hombres quieren hacer el mejor usode recursos insuficientes y utilizar estos últimos de tal manera que les permitan el máximode satisfacción. Los economistas han reconstruido y elaborado de diversas maneras lalógica de estas elecciones individuales, siendo todavía hoy en día la teoría marginalista laversión más corriente de está ordenación racional de las conductas económicas,interpretadas a partir de los individuos y de sus escalas de preferencias.

 Aunque la teoría recorra el itinerario que va de la elección individual al equilibrioglobal, me parece a mí, tanto desde un punto de vista lógico como filosófico, que espreferible partir de la colectividad. Los caracteres específicos de la realidad económica nose descubren, en efecto, sino al nivel del conjunto. Las escalas individuales depreferencias no difieren quizá fundamentalmente en el interior de una sociedad

determinada, ya que todos los individuos se adhieren, en mayor o menor grado, a unsistema común de valores. Sin embargo, las actividades que tienden a la potenciación almáximo de las satisfacciones individuales estarían mal definidas si la moneda nointrodujera la posibilidad de una medida más segura y universalmente cognoscible. Losnegros preferían, lógicamente las baratijas al marfil, en tanto en cuanto los objetosintercambiados no pertenecían al mismo mercado no tenían, cada uno de ellos, su propioprecio en plata.

La cuantificación monetaria permite reconocer las igualdades contables dentro dela economía total. Estas igualdades contables, desde los cuadros fisiocráticos hasta losestudios modernos de contabilidad nacional, no nos facilitan la explicación de losintercambios, pero constituyen las evidencias, a partir de las cuales la economía puedeesforzarse en captar variables primarias o secundarias, o determinantes y determinados.

De la misma forma, la solidaridad recíproca de las variables, como la interdependenciaentre los momentos de la economía se imponen a la observación. Modificar un precio es,indirectamente modificar todos. Reducir o aumentar las inversiones o elevar los tipos deinterés, es, cada vez más, actuar sobre el producto nacional, al igual que sobre ladistribución de este producto entre las distintas categorías.

Todas las teorías económicas, sean microscópicas o macroscópicas, o deinspiración liberal o socialista, ponen su énfasis en la interdependencia de las variableseconómicas. La teoría del equilibrio, al estilo de un Walras o de Pareto, reconstruye elconjunto a partir de las elecciones individuales poniendo al mismo tiempo un punto deequilibrio, que seria también el punto de máxima de la producción y de las satisfacciones(considerando determinada distribución de las rentas, como punto de partida). La teoríaKeynesiana o las teorías macroscópicas captan directamente la unidad del sistema y se

esfuerzan en deducir las variables determinantes, sobre que hay que actuar para evitar elsub-empleo y para llevar el producto a su máximo posible.El fin de la actividad económica, en un principio, nos aparece, por lo definido: "la

maximización” de las satisfacciones para el individuo que racionalmente: maximización delos recursos monetarios, en la fase valor, considerando a la moneda como elintermediario universal entre los bienes. Ahora bien, esta definición deja lugar a una seriede incertidumbres: por ejemplo, ¿a partir de qué momento prefiere el individuo el ocio alaumento en sus ingresos? Es más, la incertidumbre o, si se quiere, la indeterminación, seconvierte en esencial si consideramos a la colectividad.

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El "problema económico" se plantea a una colectividad: es ella la que, a través deuna cierta organización de la producción, de los intercambios y de la distribución, escogeuna solución. Esta solución lleva consigo una parte de cooperación entre los individuos yuna parte de competencia. Ni la colectividad considerada globalmente, ni los sujetoseconómicos se encuentran en situaciones que impongan como razonable unadeterminada decisión, y sólo una.

Maximación del producto nacional o reducción de las desigualdades, maximación

del crecimiento o mantenimiento de un nivel elevado de consumo: maximación de lacooperación impuesta autoritariamente por los poderes públicos o el libre curso concedidoa los mecanismos de la competencia, estas son las tres alternativas que las sociedadestodas dilucidan de hecho, aunque la elección no sea una consecuencia lógicamentededucible partiendo de la finalidad inmanente de la actividad económica. Dada lapluralidad de objetivos a que tienden las sociedades, toda solución económica, hasta elpresente, implica un pasivo al mismo tiempo que un activo. Es suficiente con que se hagaintervenir al transcurso del tiempo (¿qué sacrificios deben consentir los vivientes enbeneficio de aquellos que vendrán tras ellos?) y a la diversidad de los grupos sociales(¿qué distribución se impone a partir de una cierta organización de la producción?), paraque ninguna solución del problema económico pueda ser considerada comorazonablemente obligatoria en unas determinadas circunstancias. La finalidad inmanente

de la actividad económica no determina, de una manera unívoca, ni la elección de losindividuos, considerados independientemente, ni la elección de las colectividades,consideradas globalmente.

En función de este análisis, ¿cuáles son las modalidades de la teoría económicade tipo racional? Como quiera que el problema económico es fundamental entre la fasede la inconsciencia y la posible fase de la abundancia, el teórico se esfuerza por elaborar,en primer lugar, los conceptos esenciales del orden económico, en cuanto tal (producción,intercambios, repartición, consumo, moneda).

El segundo capitulo, el más importante, es el del análisis, elaboración oreconstrucción de los sistemas económicos. Marginalistas, Keynesianos, especialistas dela contabilidad, partidarios de la teoría de los juegos, cualesquiera que sean susdiferencias. Todos tienden igualmente a delimitar la textura inteligible del conjunto

económico y las relaciones reciprocas entre las variables. Las controversias no serefieren a esta textura en sí misma, cuya expresión nos viene dada en las igualdadescontables. Nadie pone en duda la igualdad contable entre el ahorro y la inversión, peroesta igualdad es un resultado estadístico ex post facto y los mecanismos a través de loscuales es obtenible son complejos y a menudo oscuros. La discusión se refiere alproblema de saber si, y también en qué circunstancias, el exceso de ahorro puede sermotivo de la aparición del sub-empleo y si, y también en que circunstancias, el ahorroprovoca reacciones de carácter tal como para poner fin al sub-empleo, además de sabersi es posible un equilibrio sin pleno empleo y en que condiciones.

En otras palabras, ni el esquema walrasiano del equilibrio ni los esquemasmodernos de la contabilidad nacional se prestan a refutación, en tanto que esquemas.Por el contrario, los modelos de sub-empleo o de crisis, que pueden ser extraídos de las

teorías, son discutibles en la medida en que sugieren una explicación o previsión de loshechos. Los "modelos de crisis” -relaciones determinadas entre las diversas variables delsistema- son comparables con los "esquemas de situación" en un juego, con la diferenciade que los sujetos económicos corren el riesgo de no conocer la situación exacta creadapor las relaciones entre las variables, mientras que los jugadores de fútbol pueden ver laposición exacta de sus rivales y de sus compañeros.

La teoría económica, tal y como venimos de esbozarla, se esfuerza en aislar elconjunto económico –el conjunto de conductas que resuelven de hecho, bien que mal elproblema de la pobreza- y en poner el énfasis sobre el carácter racional de estas

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conductas, es decir, sobre las elecciones para el empleo de recursos limitados, cada unode los cuales implica una multiplicidad de utilizaciones. Toda teoría cualquiera que sea suinspiración, sustituye a los hombres concretos por sujetos económicos, cuya conductaestá simplificada y como racionalizada. Reduce a un pequeño número de determinanteslas circunstancias múltiples que influyen sobre la actividad económica. Considera comoexógenas a ciertas causas, sin que la distinción entre los factores exógenos y los actoresendógenos sea constante, de una época a otra, o de un autor a otro. La sociología es un

intermediario indispensable entre la teoría y acontecimiento, pero la superación de lateoría hacia la sociología puede realizarse de distintas maneras.La conducta de los sujetos económicos, empresarios, obreros o consumidores, no

está nunca determinada unívocamente por la noción de un máximo: la elección a favor deun incremento de los ingresos, o de una disminución del esfuerzo, depende de los datospsicológicos, irreductibles a una formulación general. De una manera más amplia, laconducta efectiva de los empresarios o de los consumidores viene influida por los modosde vida, las concepciones morales o metafísicas, la ideología o los valores de unadeterminada colectividad. Existe por lo tanto una sociología, o una psicología económica,cuya finalidad es la de comprender la conducta de los sujetos económicos a través de sucomparación con los esquemas de la teoría, o por medio de la determinación de laselecciones efectivamente realizadas entre las diferentes clases de maximación

elaboradas por la teoría.La sociología puede darse también como objetivo la reintroducción de un sistemaeconómico en el conjunto social, o la continuación de la acción recíproca que las distintasesferas de actividad ejercen unas sobre otras.

Por último, la sociología puede tener como objeto una tipología histórica de laseconomías. La teoría determina las funciones que deben cumplirse en cualquiereconomía. Medida de valores, conservación de estos últimos, distribución de los recursoscolectivos entre los distintos e empleos adecuación de los productos a los deseos de losconsumidores, todas estas funciones son siempre realizadas de hecho, mejor o peor.Cada régimen está caracterizado por la modalidad en que se cumplen las funcionesindispensables. En particular, para referirnos a nuestra época, cada régimen concede unaparte, de mayor o menor amplitud, a la planificación central o a los mecanismos de

mercado: aquélla representa la acción cooperativa sometida a una autoridad superior,éstos son una forma de acción competitiva (la competencia, en conformidad a unasreglas, asegura la función de repartir los ingresos entre los individuos y da unosresultados que no han sido ni concebidos ni decididos o queridos por nadie).

El historiador de la economía es deudor del teórico, que le facilita los instrumentosde comprensión (conceptos, funciones y modelos), como lo es del sociólogo, que le indicael marco en que se desenvuelven los sucesos y que ayuda a captar la diferencia entre losdistintos tipos sociales. En cuanto al experto, al ministro o al filosófico, es decir, aaquellos que aconsejan, deciden o actúan, hay que tener en cuenta que todos ellostienen necesidad de conocer los esquemas racionales, las determinantes del sistema ylas regularidades de la coyuntura. Es más, para tomar partido a favor o en contra de unrégimen, y no de una medida tomada en el interior de ese mismo régimen, hace falta

conocer, en primer lugar, los méritos y deméritos probables de cada régimen y luegoaquello que se exige de la economía: ¿cuál es la sociedad perfecta y que acción ejercendeterminadas instituciones de orden económico sobre la existencia? La praxeología, quesucede necesariamente a la teoría, a la sociología y a la historia, vuelve a poner en dudalas premisas de esta comprensión progresiva: ¿cuál es el sentido humano de ladimensión económica?.

El objetivo de la acción económica no es tan simple como el de la accióndeportiva, pero, aunque haya numerosas nociones de máximo, las teorías puedenreconstruir las conductas de los sujetos económicos al definir de una cierta manera el

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máximo buscado y, acto seguido, las implicaciones de lo racional. El sistema económicoestá menos rigurosamente estructurado que el sistema constituido por un partido defútbol: ni los limites físicos, ni los jugadores de un sistema económico están tanprecisamente determinados, pero de todas formas la solidaridad reciproca entre lasvariables del sistema económico y las igualdades contables permiten, una vez admitida lahipótesis de racionalidad, captar la textura del conjunto a través de sus elementos.

En cuanto a las directrices de la acción, que quieren ser racionales al nivel de la

teoría y razonables al nivel de lo concreto, consagran la eficacia, cuando se ha propuestoun objetivo unívoco; la moralidad, cuando se trata de respetar las reglas de lacompetencia, y los valores últimos cuando nos preguntamos acerca de la dimensión de lavida, acerca del trabajo y del ocio, o de la abundancia y el poder.

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Volvamos a la política extranjera y preguntémonos cómo vienen caracterizados, enesta esfera, los diversos niveles de conceptuación.

Toda conducta humana, en la medida en que ella no es un simple reflejo o el actode un enajenado, es comprensible. Pero existen múltiples modos de inteligibilidad. Laconducta del estudiante que viene a escuchar una determinada clase, porque hace frío

afuera o porque no tiene nada que hacer entre dos clases, es comprensible, hastapodríamos decir que es "lógica" (según la expresión de Pareto) o "racional" (de acuerdo ala terminología de Marx Weber), si ella es el medio de evitar el frío o de llenaragradablemente una hora vacía. Sin embargo, no presenta las mismas característicasque la conducta del estudiante que sigue una clase porque estima que hay unaposibilidad de que sea interrogado en el examen sobre el tema tratado por el profesor, ola conducta del empresario, que adopta cada una de sus decisiones haciendo referenciael balance de fin de año, o la conducta del delantero centro que se mantiene retrasadopara desconcertar al defensa central del equipo adversario, que le sigue los pasos.

¿Cuáles son los rasgos comunes en las conductas de estos tres actores -estudiante, empresario, jugador-? No es, desde luego, el modo de determinaciónpsicológica. El empresario puede ser personalmente un ser ávido de dinero o, por el

contrario, indiferente a las ganancias. El estudiante, que establece la lista de las clasesque ha seguir en función del tiempo de que dispone o de la probabilidad de las preguntasque han de hacerse en el examen, puede muy bien apreciar o detestar los temas queestudia, o puede querer su diploma por amor propio o por necesidad de ganarse la vida.Igualmente, el jugador de fútbol puede ser aficionado o profesional, puede soñar con lagloria o con la riqueza, pero se verá determinado por las exigencias de eficacia quesurgen del juego en sí. En otros términos, esas conductas llevan consigo, de una maneramás o menos consciente, un cálculo, una combinación de medios con vista de unosdeterminados fines, o la aceptación de un riesgo en función de unas determinadasprobabilidades. Este mismo cálculo viene dictado, ora por una jerarquía de preferencias,ora por la coyuntura que implica, en el juego y en la economía, una textura inteligible.

La conducta del diplomático, o la del estratega, presenta algunas de estas

características, aunque, de acuerdo con la definición que de ellas hemos dadoanteriormente, no tengan ni un objetivo tan determinado como el de los jugadores defútbol, ni siquiera una finalidad, dentro de ciertas condiciones relacionadas definibles porun máximo, semejante a la de los sujetos económicos. La conducta del diplomático-estratega tiene, en efecto, por carácter específico el estar dominada por el riesgo de laguerra y el de afrontar a los adversarios en una rivalidad incesante, en la cual cada unose reserva el derecho de recurrir a la razón última, es decir, a la violencia. La teoría deldeporte se desenvuelve a partir del fin (hacer entrar el balón en la red). La teoría de laeconomía se refiere, también a ella, a un fin a través del concepto de maximación

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(aunque se puedan concebir diversas modalidades de este máximo). La teoría de lasrelaciones internacionales parte de la pluralidad de centros autónomos de decisión y, porlo tanto, del riesgo de guerra, deduciendo de este riesgo la necesidad del calculo de losmedios.

Ciertos teóricos han querido encontrar, para las relaciones internacionales, elequivalente del objetivo racional del deporte o de la economía. Un solo fin, la victoria, gritael general ingenuo olvidando que la victoria militar da siempre satisfacciones de amor

propio, pero no siempre beneficios políticos. Un solo imperativo, el interés nacional,proclama solemnemente el teórico, escasamente menos simple que el general, como sifuese suficiente con colocarle el adjetivo nacional al concepto de interés para hacerleunívoco. La política entre los Estados es una lucha por el poder y la seguridad, afirma otroteórico, como si no hubiera nunca contradicción entre aquél y ésta, como si las personascolectivas, a diferencia de las personas individuales, se vieran caracterizadas por preferirla vida a las razones de vivir.

Tendremos ocasión de discutir estas tentativas teóricas a lo largo de este libro. Alprincipio, limitémonos a establecer que la conducta diplomático-estratégica no tiene unafinalidad evidente, pero que el riesgo de guerra la obliga a calcular las fuerzas o losmedios. Como intentaremos demostrar en la primera parte de este libro, la alternativa dela paz y de la guerra permite elaborar los conceptos fundamentales de las relaciones

internacionales.La misma alternativa nos permite también plantear "el problema de la políticaextranjera", de la misma forma que hemos planteado el problema de la economía.Durante milenios, los hombres han vivido en sociedades cerradas, que nunca se hansometido de una manera plena a una autoridad superior. Cada colectividad tenía quecontar, por encima de todo, con ella misma para sobrevivir, pero debía o habría debidoaportar también una contribución a la labor común de las ciudades enemigas,amenazadas de perecer juntas a fuerza de combatirse.

El doble problema, de la supervivencia individual y de la supervivencia colectiva,no ha sido nunca solucionado duraderamente por ninguna civilización. No podrá serlodefinitivamente sino a través del Estado universal o del reino de la ley. Podríamos calificarde prediplomática la edad en que las colectividades no mantenían relaciones regulares,

unas con otras, y de post-diplomáticas, a aquélla que un Estado universal que no dejaríalugar a luchas intensivas. En tanto que cada colectividad deba preocuparse de su propiasalvación, al mismo tiempo que la del sistema diplomático o de la especie humana, laconducta diplomático-estratégica no estará nunca determinada racionalmente, ni siquieraen teoría.

Esta relativa indeterminación no nos impide elaborar, en la primera parte de estelibro, una teoría de tipo racional, yendo de los conceptos fundamentales (estrategia ydiplomacia, medios y fines, poder y fuerza, fuerza, gloria e idea) a los sistemas y a lostipos de sistemas. Los sistemas diplomáticos no están delimitados en el mapa como unterreno de juego, ni están unificados por las igualdades contables o por lainterdependencia de las variables, como en los sistemas económicos, sino que cada actorsabe, muy por encima, en relación a qué adversarios y a qué aliados debe situarse,

La teoría, al determinar los modelos de los sistemas diplomáticos y al distinguir lassituaciones típicas, trazadas a grandes rasgos, imita a la teoría económica, que elaboramodelos de crisis o de sub-empleo. Empero, a falta de un objetivo unívoco para laconducta diplomática, el análisis racional de las relaciones internacionales no está enposición de poder desenvolverse en una teoría global.

El capítulo VI, consagrado a una tipología de las paces y de las guerras, sirve detransición entre la primera y segunda parte, entre la interpretación inmanente de lasconductas en política extranjera y en la explicación sociológica, por causas materiales osociales, del curso de los acontecimientos.

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La sociología busca las circunstancias que influyen sobre las consecuencias de losconflictos entre los Estados, sobre los objetivos que se asignan sus actores y sobre lafortuna de las naciones y de los imperios. La teoría saca a la luz la textura inteligible deun conjunto social. La sociología muestra cómo varían las determinantes (espacio,número, recursos) y los sujetos (naciones, regímenes, civilizaciones) de las relacionesinternacionales.

La tercera parte de este libro, consagrada a la coyuntura actual, intenta poner a

prueba, en primer lugar, el tipo de análisis que se deduce de las dos primeras partes.Pero, en ciertos aspectos, y debido a la extensión planetaria de la esfera diplomática y ala puesta a punto de armas termonucleares, la coyuntura presente es única, sinprecedentes. Lleva consigo una serie de situaciones que se prestan al análisis con"modelo". En este sentido, la tercera parte, a un nivel menos elevado de abstracción,contiene a la vez una teoría racionalizadora y otra sociológica de la diplomacia en la edadplanetaria y termonuclear.

 Al mismo tiempo, constituye una introducción necesaria para la última parte,normativa y filosófica, y en la que se ponen en duda de nuevo las hipótesis iniciales.

La economía desaparece con la rareza. La abundancia dejaría subsistir problemasde organización, pero no cálculos económicos. Igualmente, la guerra dejaría de ser uninstrumento de la política el día en que supusiera el suicidio común de los beligerantes.

La capacidad de producción industrial da una cierta actualidad a la utopía de laabundancia y la capacidad destructora de las armas vuelve a suscitar los sueños de pazeterna.

Todas las sociedades han vivido el "problema de las relaciones internacionales",muchas culturas han caído en ruinas porque no han sabido limitar sus guerras. Ennuestra época, no es ya sólo una cultura, sino la Humanidad entera la que se veríaamenazada por una guerra hiperbólica. La prevención de una guerra de este carácter seconvierte para todos los actores de un juego diplomático en un objetivo tan evidente comola defensa de los intereses exclusivamente nacionales.

De acuerdo son la visión, profunda y quizá profética, de Kant, la Humanidad deberecorrer el camino sangriento de las guerras para llegar a alcanzar, un día, la paz. Es através de la historia como se lleva a cabo la represión de la violencia natural y la

educación del hombre para el uso de la razón.