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  • Ao IV - Nmero 27 - Abril de 2006

    Yo teavis

    El AromoMensuario cultural piquetero

    2006r rEdicionesla cajita infeliz Eduardo Sartelli

    Un apasionante viaje por los laberintos de la sociedad capitalista. Escrito con la pluma incisiva y pedaggica del historiador y profesor Eduardo Sartelli. Un material pensado para que todo el mundo comprenda por qu estamos como estamos.

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    1976Adis a la Argentina

    Por Eduardo Sartelli

    El PRT debate conla izquierda

    Por Daniel De Santis

    Vicente Zito Lemarompe el silencio

    Los desaparecidos de Isabel PernPor Hctor Lbbe

    Haroldo Conti y Mascar

    Por Nilda Redondo

    Tupamaros ImperialistasPor Stella Grenat

    La traicin de HebePor Sebastin Cominiello

    Fragmentos de Cuervos y Vaca y Elecciones,leos de la artista plstica Nancy Sartelli, 2005

  • El aniversario del golpe de 1976 siempre fue asumido por las masas como una fecha de alto contenido poltico. Por eso mismo, el sentido que el golpe ha ido tomando en estos treinta aos permite observar el estado de concien-cia de las diferentes clases y fracciones socia-les acerca de su propia realidad. Durante los primeros diez aos todava se poda percibir una difundida ambigedad al respecto. Qui-zs el mejor smbolo de estas contradicciones lo represent un recital acaudillado por Silvio Rodrguez y Pablo Milans en el Estadio de Obras, en 1984. Dos programas convivan en la propuesta de los msicos y la recepcin del pblico: la democracia burguesa y la revo-lucin. Pablo Milans propona vengar a los compaeros cados en las calles de Chile en el 73 cuando su programa revolucionario vol-viera a triunfar. De esa manera volveran tam-bin los libros, las canciones, se recuperara el pueblo de sus ruinas y pagaran sus deu-das los traidores. Slo la revolucin triunfante pondra en su justo lugar a los protagonistas de la revolucin derrotada. En el mismo sentido, Silvio cantaba aconsejando al revolucionario, como amante y soldado, que no detuviera su lucha ante ninguna de las sillas que los enemigos le pusieran delante.Sin embargo, ambos intrpretes ofrecan al mismo tiempo, un programa diferente. Mi-lans entenda como revolucin al triunfo democrtico en las urnas y, como mucho, slo peda ver a la patria liberada. Rodr-guez identifi caba el camino con la revolucin democrtico burguesa, llegando a igualar el proceso cubano con la epopeya de Bolvar en el siglo XIX y la revolucin nicaragense: San-dino, Bolvar y el Che, tres caminantes que ya eran gigantes. De esta manera, accediendo a las sillas ms perfectas que la burguesa puede

    ofrecer en pases semi-coloniales como los lati-noamericanos -la democracia, el nacionalismo y el reformismo-, es que se pretendan saldar las deudas que la derrota de los 70 haba de-jado sin cobrar.Muchos compaeros levantaron este segundo programa en sus luchas posteriores. La lucha por los derechos humanos y la reforma de las instituciones republicanas -desde la justicia hasta el aparato militar del Estado burgus-, fueron objeto de sus preocupaciones en los aos venideros. El fracaso -harto evidente- de esas ilusiones con el alfonsinismo y el mene-mismo hicieron que en 1996, a 20 aos del golpe, una joven generacin de militantes de la pequeo-burguesa comenzara a aceptar la realidad y cuestionar ese programa democrti-co-burgus. Los coletazos de la crisis econmi-ca mundial y regional y las primeras reaccio-nes importantes del proletariado desocupado contra el ataque a sus condiciones materiales de existencia (los saqueos, el santiagueazo y el cutralcazo) operaban en las conciencias de los que comenzaban a reivindicar -en forma romntica y utpica- la lucha de los desapa-recidos. Las masas identifi caban alguna rela-cin entre el proceso social que haba abierto el golpe del 76 con la situacin general de mi-seria y desproteccin del menemato. Se cons-truy as el mito del neoliberalismo irracional -demonaco- de Videla y Menem. El ascenso de la Alianza al poder mostr, otra vez, el l-mite de un programa que luchaba, de nuevo, por una reparacin democrtica de los males argentinos y mundiales. Un buen smbolo de esos aos fueron libros como La voluntad, que reivindicaban la lucha general contra el mal y no aportaban ninguna claridad cientfi ca a la comprensin de la realidad.Hoy, la situacin ha avanzado notablemen-te. El Argentinazo oblig a una revisin de la memoria del golpe, con efectos contradicto-rios: por un lado, llev al poder a quienes se dicen los continuadores de aquella generacin

    rebelde de los 70; por otro, coloc en su lugar, como verdadero continuador de aque-lla lucha, al movimiento piquetero. De modo que los que se enfrentan hoy son los traidores de aquellos compaeros y sus reales repre-sentantes actuales. Mientras los primeros, las

    Hebe y las Carlotto, los Kirchner y los Bonas-so, ocupan el palacio y se divierten en la fi es-ta del triunfo burgus, los otros hacen honor a la lucha de ayer y de hoy. Como nuestros compaeros que cayeron antes, ocupamos con orgullo nuestras calles. Nuevamente.

    2 El Aromo Abril de 2006

    Editorial

    El AromoMensuario Cultural Piquetero

    Editor responsable: Leonardo Grande

    Diseo: Ianina Harari

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    Imagen: Mercedes Manrique

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    Leonardo GrandeEditor Responsable

    Las calles,nuevamente

    (C) El Aromo, Mercedes Manrique, 2005.

  • 3El AromoAbril de 2006

    La destitucin de Ibarra fue, sin lugar a du-das, un triunfo de la movilizacin de familia-res, vctimas y las organizaciones piqueteras. Cuatro aos despus, el responsable principal de una ciudad en descomposicin, que crea haber sobrevivido al Argentinazo, las Asam-bleas Populares, etc., comprob que la lucha piquetera modific radicalmente el margen de accin de la poltica burguesa. Ni con el respaldo masivo del progresismo porteo, ni con el apoyo material del kirchnerismo, logr sostenerse en el poder. El peso de su cul-pa inocultable y el temor de los legisladores a la represalia popular, firmaron su partida de defuncin. No hay que perder de vista, sin embargo, que con Ibarra no alcanza. Es ape-nas un firme primer paso. l es expresin de un sistema y de una clase social que perma-nentemente reproducen crmenes como el de Croman. Ibarra, al igual que Chabn, es la expresin del funcionamiento normal del ca-pitalismo y del comportamiento lgico de su clase dominante, la burguesa.Lo importante de la destitucin de Ibarra es que pone sobre el tapete la crisis general de la poltica burguesa. En primer lugar, porque la burguesa no pudo sostener al responsable de construir durante 10 aos en el poder una estructura con los rejuntes del PJ y del Frente Grande que sobrevivi incluso a la crisis de 2001. La llave de la poltica portea estaba en manos de Ibarra. Y la burguesa tuvo que sa-crificarlo sin querer hacerlo. En la legislatura portea nadie quera destituirlo. El kirchne-rismo se mostr dividido y sin capacidad para imponer un slo programa. Al macrismo cada debate pblico lo desmembra un poco ms, mientras que el ARI necesitaba despegarse de las acusaciones de golpismo desperdiga-das por la prensa ibarrista, que tanto impacto hicieron sobre su base electoral. Todos juntos, y no olvidemos a los socialistas y los aliados del Encuentro Amplio, queran evitar el efec-to Argentinazo, es decir, sentar un nuevo pre-cedente a la voluntad de poder de las masas. Sin embargo, debieron optar por el menor de los males. Para proteger todo el sistema prefi-rieron deshacerse de un fusible, importante, pero reemplazable. Ibarra y Strassera vivieron en carne propia la medicina que aplicaron en su momento a Videla: cuando la burguesa no necesita ms de sus funcionarios, sean del r-gimen que sean, los expulsa sin ms.

    Un nuevo Borocot

    El movimiento de Croman supo quebrar una a una las maniobras, denuncindolas y penetrando la prensa burguesa reacia a mos-trar las acusaciones contra Ibarra. El temor a la condena pblica, a los escraches y a las marchas fue quebrando uno a uno cada voto en la legislatura. La movilizacin heredera del Argentinazo logr imponerse y avanzar en medio de la crisis interburguesa. El voto de Helio Rebot termin de enterrar a Ibarra, desnudando la crisis interna del bonapartismo kirchnerista y la pelea por ver quin se queda con Capital, De Vido o Anbal Fernndez. Es tambin la crisis del progresismo porteo, que sali en masa, con Estela Carlotto a la cabeza de un frente de intelectuales y representantes de todo orden, a respaldarlo y perdi frente a las brasas calientes del Argentinazo.Como en su momento sucedi con Borocot, las maniobras, las amenazas y las denuncias de compra de votos estuvieron nuevamente a la orden del da. El caso ms resonante quiz sea el del legislador zamorista Gerardo Romagno-li, cuya renuncia a la Sala Juzgadora en el mis-mo movimiento dejaba sin un voto seguro a la condena de Ibarra y haca posible la anulacin de todo el juicio. Cuando los legisladores se la

    rechazaron, su partido, Autodeterminacin y Libertad (AyL), decidi que deba abstenerse de votar1. A ltimo momento, temiendo una reaccin popular y cercado por las denuncias de corrupcin, termin votando la destitu-cin. El autonomismo zamorista mostr en esta canallada, una vez ms, de qu lado est.

    Quinta columna

    Autodeterminacin y Libertad nace durante los meses previos al Argentinazo, plantendo-se como una alternativa poltica a la crisis ca-pitalista, pero tambin a lo que ellos llaman la izquierda tradicional, partidaria. Criticaba por izquierda a militantes que traan una larga historia de lucha, con un discurso ultraizquier-dista que mamaba de la peor tradicin del anarquismo, el autonomismo y el anarquismo antiorganizador2. Con su inflamada fraseolo-ga hueca lograron agrupar a buena parte de la pequea burguesa ms confundida de la ca-pital del pas, alcanzando casi 100.000 votos en las elecciones de octubre de 2001 en este distrito3. De la misma manera, AyL se convir-ti en una fuerza poltica de importancia en plena crisis hegemnica de la burguesa, lle-gando a ser referente de gran parte de los que defendieron el que se vayan todos. Cuando en aquellos meses de la primavera zamorista intentbamos, recuperando la historia, de-mostrar que quienes nos invitan a una batalla

    contra la burguesa organizada en el Estado, desprovistos de armas y de organizacin, fue-ron siempre y seguirn siendo funcionales al enemigo de clase, terminbamos siempre co-rridos por izquierda por los apstoles de AyL. Cuando sealbamos que las nuevas modas posmodernas de las que el autonomismo se nutre -la negacin de la existencia de la rea-lidad, la afirmacin de la imposibilidad del cambio, la crtica al marxismo y a la tradicin de la izquierda partidaria-, eran producto de la contrarrevolucin ideolgica encabezada por la burguesa tras la derrota del proceso revolu-cionario a escala mundial en los aos 70, nos miraban con desconfianza. Ni siquiera valan las pruebas contundentes del servicio burgus de este programa, como la agenda del Mesas del anarquismo antiorganizador, Toni Negri, en su visita a Buenos Aires de noviembre de 2003, cuando se reuni con Anbal Ibarra y celebr como un triunfo propio el ascenso de Kirchner al gobierno4. Ni frente a demostra-ciones tan evidentes terminaban de creernos que el autonomismo era expresin de la derro-ta y su potenciador. Pero ahora, a poco ms de cuatro aos del Argentinazo podemos hacer un balance de sus hechos. Ha llegado la hora de saldar cuentas. Recordemos qu programa nos propona Zamora. El primer punto de los planteos polticos de los que nace AyL es el horizon-talismo. Como ellos mismos lo sealan, el horizontalismo se contrapone con la confor-macin de aparatos partidarios, estructuras jerrquicas o verticales, bsquedas de lderes o jefes, o dirigentes inamovibles5. El horizon-talismo es la negacin del mejor instrumento que la clase obrera ha creado para enfrentarse a su antagonista: el partido. Peor an, es la negacin de la necesidad de cualquier tipo de

    organizacin. De sta forma desarma a la clase a la hora del choque con un enemigo que, le-jos de hacer caso a los disparates que Zamora y los suyos repiten, se encuentra fuertemente organizado. Porque el partido de la burguesa no es otro que el Estado burgus. De que ma-nera nos preparaba Zamora para enfrentarnos al Estado burgus? Pensamos en una red [] que vincule a quienes adhieran a estas ideas y traten de llevarlas creativamente a la prctica [] mediante las acciones que decidan aque-llos a los que les parecen tiles []6. Que cada uno haga lo que le parezca: individualis-mo extremo que reproduce todas las ilusiones liberales en el mercado capitalista, en el que cada uno, como buen zamorista, hace lo que le parece. La imagen atomstica de la socie-dad, donde cada individuo se autodetermi-na, propia de la fantasa burguesa est detrs del horizontalismo. Zamora y sus seguidores parecen no darse cuenta de que la clase obrera ya es horizontal: cada obrero aislado de sus compaeros, indefenso en el mercado ante los patrones coaligados. Precisamente, el proble-ma de la clase obrera es como verticalizarse. Como la realidad no es estpida, no se com-porta como el zamorismo quiere, incluyendo al propio Zamora. En efecto, cmo funciona este horizontalismo en la prctica? Pregunt-mosle a Hctor Bidonde, quien se fue de AyL porque: Zamora acude a mtodos que no us conmigo ni siquiera la dictadura genocida7.

    Qu ms propona Zamora? No tenemos certezas sobre lo que queremos, no tenemos dogmas, ni libros sagrados, iremos probando y casi seguro vamos a equivocarnos mucho8. Y vaya que lo hicieron! Pero el que avisa, no trai-ciona. En esta frase, el autonomismo reivindi-ca como virtud su peor miseria: la ausencia de programa. No sabemos qu vamos a hacer. O lo que es lo mismo, vtenos para hacer lo que se nos d la ganaSin embargo, en su propio balance a cuatro aos de dar el batacazo en las urnas, Zamora mostraba el profundo carcter oportunista de su programa: nos presentamos muy rpido en las elecciones de 2003. Tenamos muchos votos y poco cuerpo. Lo que permiti que in-gresaran arribistas, carreristas polticos, gente que vino, obtuvo una banca y se mand a mu-dar. No hubo discusiones polticas. Hoy estn con el Partido Comunista, otro con Kirchner, otro haciendo acuerdos con Macri. Era gente que no tena ideales, vino a buscar la banca9. El bloque de diputados y legisladores zamo-ristas, que lleg a ser de 18 personas, se des-membr por izquierda y por derecha. Pero no se ve por qu enojarse con los arribistas, que no hicieron ms que autodeterminarse Si fuera honesto en este balance, Zamora debe-ra o reconocer que su programa es el mejor canal a la miseria poltica o que la nica forma de evitar estas consecuencias es tener un pro-grama claro y una organizacin compacta.El autonomismo zamorista slo puede ocupar en la lucha de clases, igual que el anarquis-mo, el lugar de quintacolumna burguesa en el movimiento de masas. Tarea que Romagnoli ha desempeado cabalmente. El autonomis-mo nace siendo un obstculo en el camino de la clase obrera al poder y vive parasitando el movimiento, hasta que, sin dejar de ser conse-

    cuente con s mismo, lo entrega al enemigo.

    Los zamoristas en accin

    Los planteos autonomistas preanuncian la traicin del zamorismo desde su propios li-neamientos fundacionales. De entrada, AyL le permiti a Ibarra evitar una destitucin de hecho a pocos das de consumado el crimen de Croman, cuando el poder burgus en la Ciudad de Buenos Aires penda de un hilo. El crimen dio paso a una movilizacin popular en ascenso que peda la cabeza del entonces Jefe de Gobierno. Cacerolazos y marchas impro-visadas el viernes 31 de diciembre. Ms mar-chas el sbado 1 y el domingo 2, que no slo fueron creciendo en convocatoria, sino que ya dirigan sus reclamos a la Plaza de Mayo, frente a las sedes del poder ejecutivo nacional y municipal. La consigna que se impuso fue Ibarra, Chabn, la tienen que pagar. Las marchas se repitieron el martes 4 y el jueves 6, llegando a juntar 15.000 personas. El Esta-do slo pudo acudir a la represin para poner freno a una crisis poltica que iba en aumento. En este contexto, el viernes 7, se reuni en se-sin extraordinaria la Legislatura portea. All se trat el pedido de interpelacin al Jefe de Gobierno. Llamar a Ibarra a dar explicacio-nes pblicas cuando su continuidad al frente del ejecutivo municipal estaba seriamente en duda, podra haber sido el golpe de gracia. Pero en la Legislatura se decidi no interpelar a Ibarra, en una votacin que se perdi por un slo voto. Ese voto podra haber sido el de Noem Olivetto o el de Daniel Vega, los dos legisladores zamoristas que eligieron no asistir a la sesin10. Finalizada la votacin, Susana Et-chegoyen, ex aliada de Zamora, puso en pala-bras la canallada: en nombre de aquellos que hoy sentimos la vergenza de haber caminado con el zamorismo, queremos dejar constancia de la ausencia de la diputada Olivetto y del diputado Vega en sta sesin, en la calle y con la gente. Estamos hartos de que con ese dis-curso que se pretende a la izquierda de todo, abandonen, saquen el cuerpo y lucren siempre al servicio de lo peor del Estado.11

    No estuvieron tampoco acompaando las mar-chas. Segn la propia Olivetto, para que no se leyera en sta presencia un oportunismo po-ltico12. Tambin dejaron su marca en la sala juzgadora, donde denunciaron a los legislado-res macristas por sus vnculos con Massera y la dictadura del 76; los mismos argumentos de los abogados defensores de Ibarra: el golpe de derecha. La renuncia de Romagnoli es apenas la ltima de una serie de acciones en las que los representantes de la no poltica se juga-ron a fondo por la defensa y salvacin del res-ponsable principal de Croman y, detrs de l, del orden establecido. Se revelan as como lo que son: la ms prfida reaccin conserva-dora, la ms insidiosa poltica burguesa.

    Notas1 Pgina/12, 8/3/06.2 Recomendamos ver, sobre este punto, Sarte-lli, E.: El virus idiota, en El Aromo, N 20, junio de 2005; y Sartelli, E.: La Cajita Infeliz, Ediciones RyR, Bs. As., 2005.3 Clarn, 22/10/02.4 Pgina/12, 19/10/03.5 Zamora, L. y Olivetto, N.: Bases fundaciona-les de AyL, marzo de 2001.6 dem.7 Clarn, 18/10/05.8 Zamora y Olivetto, op. cit.9 Pgina/12, 17/9/05.10 Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, sesin extraordinaria, 7/1/05, versin taqui-grfica.11 dem, p. 40.12 -Carta de Noem Olivetto a los padres, fami-liares y amigos de los chicos muertos en Croma-n, 10/12/05, www.ayl.org.ar.

    Gonzalo Sanz CerbinoGrupo de investigacin de Crmenes Sociales - CEICS

    Los zamoristas en accin

  • 4 El Aromo Abril de 2006

    La recuperacin econmica de los ltimos aos coloca a la izquierda en una encrucijada. Aunque con salarios estancados, las espaldas del gobierno K se ensancharon de la mano del crecimiento econmico que, segn el ltimo informe del INDEC, fue del 9,2% durante 2005. Frente a este panorama, surgen apolo-gistas del gobierno ilusionados con un des-pegue econmico que nos llevara hacia la ansiada reconstruccin de un capitalismo na-cional1. Consecuentemente, a todo aquel que se oponga, lo acusan de derechista y le envan a la gendarmera.No basta con repudiar estas posiciones por su contenido poltico cercano al kirchnersimo. Entender las caractersticas de este crecimien-to que da sustento a estas ilusiones es crucial. Es posible una era reformista de largo plazo? El crecimiento actual es parte de una fase expansiva del capital o estamos en un curso que lleva a nuevas y mayores crisis? De las diferentes respuestas surgen, por supuesto, es-trategias polticas diferentes, no slo con las bandas oficialistas, sino tambin entre quienes declaramos tener objetivos socialistas. El cur-so de la acumulacin determina los tiempos polticos a los que se enfrenta la clase obrera y, por lo tanto, las urgencias. Para qu debemos prepararnos?Porque el sentido de la ciencia es poder anti-cipar el curso de los hechos y planificar mejor la accin revolucionaria, convocamos a deba-tir estos problemas en el marco de nuestras V Jornadas de Investigacin Histrico Social realizadas en diciembre de 2005, a algunos de los principales economistas de izquierda. Se dieron cita Rolando Astarita, Juan Iigo Ca-rrera, Marcelo Ramal, Alberto Bonnet y Mar-tn Schorr y a lo largo de casi 4 horas llevaron adelante un debate crucial que se contina en las pginas del nuevo nmero de la revis-ta Razn y Revolucin2 y que reseamos a continuacin.

    Sobre el crecimiento

    A la hora de analizar la evolucin de la eco-noma los primeros datos que saltan a la luz

    son el PBI y el crecimiento industrial. De he-cho estas son las cifras que maneja el gobierno para indicar en los medios de comunicacin su buen desempeo. Con estos nmeros en la mano, Rolando Astarita se coloc en el centro del debate al plantear que la economa mun-dial no est en crisis sino que crece en forma sostenida. Segn su anlisis, una expansin de al menos un 3 por ciento anual destierra la idea de que la crisis de los 70 no fue supera-da. Por el contrario, sostiene, el capitalismo gozara de plena salud. En base a esta carac-terizacin, escribi una polmica respuesta a Eduardo Sartelli y Juan Iigo Carrera, quienes se opusieron a esta mirada durante el transcur-so del debate. All los cataloga como catastro-fistas por haber planteado que el curso de la acumulacin mundial iba hacia a una crisis. En su escrito concluye que el catastrofismo se adopta a partir de una decisin poltica. Esto es a la inversa de lo que indicara un lgica materialista el programa poltico se decide a partir de un anlisis de las relaciones de fuerza entre las clases y de la situacin objetiva que atraviesa el capitalismo- se adopta una lgica voluntarista (idealista), en que la tctica est decidida a priori y el anlisis de la situacin econmica y poltica, se deduce en consecuen-cia. De esta manera, la tesis catastrofista, en lugar de un anlisis, pasa a convertirse en con-signa, en acto de fe.3 La lgica de Astarita indica que todo aquel que plantee que hay crisis es un idealista y para de-mostrarlo basta con ver el crecimiento fsico de la produccin, que es lo que indica el PBI y el crecimiento industrial. Con esto y una serie de citas a Marx pretende dar por cerrado el debate. Se trata de un planteo, por lo menos, maniqueo. Todos los que participan del de-bate conocen las cifras, pero lo que Astarita no se preocupa por demostrar es su utilidad para comprender el curso de la acumulacin mundial. Como muestra Sartelli en base a las mediciones realizadas por Angus Maddison, el PBI durante los 8 aos previos a la crisis de 1930 crece en promedio al 4%. Sin embargo en 1929 estall una de las mayores crisis de la historia. Pero incluso despus de 1930, el PBI sigue creciendo por arriba del 5%. Desde la perspectiva de Astarita, el mundo no estuvo en crisis entre 1933 y 1934, porque la tasa

    de crecimiento de esos aos, salvo 1933, 1938, 1940 y 1944, estuvo muy por encima del 5% (...). En los aos en los que el mundo avan-zado observ la mayor destruccin de capital de su historia junto con las tasas de explotacin ms salvajes jams ima-ginadas (como las que regan en los campos de concentracin), no haba crisis. Pero qu son esos fenmenos sino las formas de apa-ricin y procesamiento de la crisis? (...) Astarita confunde el momen-to del estallido con el proceso real de la cri-sis, responde Sartelli.4 Tambin sobre la utili-dad del PBI y el creci-miento fsico de la pro-duccin responde Iigo Carrera: Por cierto, el PBI y el PBN a precios constantes reflejan la evolucin del volumen fsico de la produccin, pero no de la forma es-pecfica que presenta la

    riqueza social en el modo de produccin ca-pitalista, la de su forma de valor. No reflejan, pues la evolucin del valor producido, ni, por lo tanto la determinacin mas simple de la acumulacin de capital.5 Lo que vemos, entonces, es que no basta mirar el PBI para indicar que la economa est sana. De hecho, el PBI aparece como un indicador que esconde el proceso real. En ese sentido, Astarita compra una medida de propaganda oficial para hacer sus anlisis. Y pretende que es suficiente para desacreditar a sus contrin-cantes.

    Las finanzas en cuestin

    Hasta aqu se observa que el planteo de Ro-lando Astarita es, al menos, apresurado. Sus argumentos, centrados en el PBI, no son sufi-cientes para probar que hubo un crecimiento sostenido. Sin embargo no nos hemos referido a la causa de su irritacin. Es decir, los argu-mentos de quienes plantean que s hay crisis. Durante la mesa debate en las Jornadas de RyR, Marcelo Ramal del Partido Obrero, Juan Iigo Carrera y Sartelli ste ltimo desde el pblico- sealaron con distintos argumentos que la perspectiva de la acumulacin de ca-pital era hacia la crisis. Entre ellos, el nico que revindic el catastrofismo fue Ramal. Sin embargo Astarita cuando escribe su artculo obvia el debate con Ramal y se concentra en los supuestos planteos de Sartelli e Iigo. Uno de los principales elementos que mues-tran que la economa mundial no se encuentra sana y va rumbo al estallido de una crisis es el creciente aumento del crdito o capital finan-ciero. Este fenmeno es tomado en cuenta no slo por economistas marxistas, sino por los economistas en general. Es cierto que surgen muchas interpretaciones en torno a su signifi-cado. Simplificando podemos encontrar dos. Por un lado estn quienes ven en esta expan-sin una nueva dinmica capitalista, en la cual la produccin material ha dejado de jugar un rol fundamental y las finanzas cobran vida propia. Esta posicin es defendida por quie-nes consideran que en el capitalismo existen dos tipos de burguesa, una rentstica que vive de la valorizacin financiera y otra industrial. Para ellos, la pugna pasa entre capital finan-ciero que genera desocupacin y un capital industrial que genera desarrollo y desigualdad social. A este planteo lo podemos llamar feti-chismo financiero.Por el otro lado encontramos la posicin, que defenderemos aqu, de quienes observan el crecimiento de las finanzas y no lo disocian de la acumulacin material, pero ven en su crecimiento un sntoma de la crisis. El capi-tal financiero permite expandir la produccin sobre la base de ganancia futura. Sin embargo, lejos de tomar vida propia, esta expansin en algn momento deber adecuarse a la realidad. El hecho de que el capital financiero se expan-da por sobre la produccin material muestra que las bases del crecimiento del PBI y de la produccin industrial estn supeditadas a esta expansin que no tiene bases reales. Por lo tanto se puede concluir que la expansin defendida por Astarita como la prueba de que no hay crisis, est sostenida sobre la base de una creciente burbuja que a corto o mediano plazo va a explotar. Frente a estas dos posiciones, Astarita se co-loca en una tercera, ms que sorprendente: niega la expansin de las finanzas por sobre la produccin material. Astarita no deja de reco-nocer que el crdito pueda actuar como una estimulante de la produccin ante una crisis, pero plantea que no es posible que esto se sos-tenga en el tiempo. Esta afirmacin no la hace a partir de mediciones o de enfrentarse a la situacin objetiva que atraviesa el capitalismo, su sustento proviene en que supuestamente

    Marx en El Capital no plantea que el overtra-ding (como llama a esta capacidad del capital financiero de expandir la produccin en crisis) pueda ser utilizado en el largo plazo. Y como Marx no lo previ, es imposible que ocurra. Pese a su declamacin, Astarita vuelve a abs-traerse de la economa real.

    Para profundizar el debate

    En los artculos publicados en Razn y Revo-lucin 15 se puede leer la posicin desarro-llada de Astarita, Sartelli y de Iigo Carrera. Los ltimos observan, aunque con diferentes herramientas, el curso de la crisis actual y buscan rastrear sus causas en una perspectiva que toma en cuenta la evolucin histrica del problema y tambin observan el creciente au-mento del capital financiero, junto con otros autores6, como muestra de una latente crisis. No tenemos espacio aqu para resear el de-bate sobre cmo caracterizan las causas de esa crisis, y sobre todo queda pendiente el anlisis de las diferencias polticas de caracterizar que estamos frente a una crisis. Est claro que ese es el debate de fondo. Sin embargo, el planteo de Astarita no poda ser dejado de lado. Des-de su lugar de profesor de Ctedra, Astarita lleva al extremo su planteo de que todo aquel que ve una crisis en ciernes es un voluntaris-ta e idealista. Desde all dirige su argumento contra los partidos de izquierda. Pero, como vimos, el planteo de Astarita termina por omisin repitiendo los partes de propaganda oficialista: como crece el PBI, la economa se expande y no hay crisis. Aunque su postura no busca una apologa del gobierno, sino su-puestamente ayudar a los revolucionarios, se convierte por izquierda en un arma de confu-sin. Como mostramos, no por las conclusio-nes que saca, sino por cmo llega a ellas. Con el aura que le da ser un reconocido terico marxista, Astarita se ha convertido en el re-ferente de muchos activistas y simpatizantes de izquierda que encuentran en sus palabras herramientas para reforzar sus prejuicios a los partidos de izquierda y justificar, ante la hipottica falta de urgencias, la necesidad de militar. Esa gua se muestra como fruto de la gris teora (mal comprendida) y no del verde rbol de la vida. Como la vida no puede desa-rrollarse sin la contradiccin, desde RyR po-nemos a disposicin las pginas de El Aromo y de Razn y Revolucin para dar curso a la continuidad de este debate.

    Notas1 Podemos encontrar en este grupo a los fun-cionarios piqueteros como Ceballos de Ba-rrios de Pie y Luis DElia de la FTV.2 La desgrabacin completa de la mesa debate puede conseguirse en www.razonyrevolucion.org.ar. 3 Astarita, R.: Crisis crnica del capitalismo y capital dinerario, en Razn y Revolucin n 15, 1er semestre de 2006, p. 192. Subraya-do en el original.4 Sartelli, E.: Un mal comienzo. A propsito de la critica de Rolando Astarita en Razn y Revolucin 15, 1er semestre de 2006, p. 210.5Iigo Carrera, J.:La superproduccin ge-neral en la acumulacin actual y la cuestin de la accin de la clase obrera como sujeto revolucionarioen Razn y Revolucin 15, 1er semestre de 2006, p. 1946 Para conocer las posiciones de Moseley y Shaikh recomendamos la lectura de Moseley, Fred: Teora marxista de la crisis y la econo-ma de posguerra de los EEUU en Razn y Revolucin 14, invierno de 2005 y Shaikh, Anwar: Valor, acumulacin y crisis, ediciones ryr, en prensa.

    Crisis o no crisis?Debate sobre el curso de la acumulacin mundial

    Juan KornblihttGrupo de investigacin en Historia Econmica Argentina - CEICS

  • El Aromo 5

    Argumentos patronalesCrticas izquierdistas a la lucha por la jornada de seis horas.

    Abril de 2006

    Cuando el malestar frente al deterioro de las condiciones de vida crece, la burguesa recurre a uno de sus ltimos argumentos: no se debe luchar, no importa cun crtica sea la situacin en que nos encontremos. No debemos recurrir a la huelga o al piquete pues no lograremos nada o, peor an, nos perjudicaramos. Esto es precisamente lo que el gobierno responde a las demandas de recomposicin salarial: no pidan aumentos salariales porque slo obtendrn ms infl acin. Estos son argumentos histricos de la burguesa. Lo que resulta preocupante es que intelectuales de izquierda se hagan eco de ellos. Cuando se iniciaba un movimiento por la jornada de 6 horas, despus de que los traba-jadores de subterrneos consiguieran imple-mentarla, Rolando Astarita sali a poner pa-os fros, a decir que la experiencia del subte no era generalizable y que no debamos pelear por extender esta medida.1 Si lo hiciramos, cientos de males se abatiran sobre nosotros: trabajo precario, infl acin, mayor nmero de horas extras. Por ello deca que la jornada de 6 horas poda ser contraproducente para la clase obrera en su conjunto.Con astucia sufi ciente como para no decir que la lucha del subte estuvo mal, Astarita trata de neutralizar su efecto multiplicador al apuntar que se trata de una excepcin dada por el ca-rcter insalubre del trabajo. Pero, qu trabajo capitalista no lo es? De hecho, los reclamos que ya se levantaron se fundamentan sobre esta base, tal como sucede con los empleados del Garraham o los telefnicos que apelaron con xito a la fi gura del trabajo agotador.2 Si el caso del subte estaba justifi cado, todos los dems lo estn.Rolando Astarita, desmereca a los partidos que impulsaban estas luchas. Los acusaba de actuar como socialistas utpicos por defender consignas que, segn l, no podan obtenerse, y por lanzarse a la accin sin un estudio cient-fi co de la realidad. Como veremos, llega a estas conclusiones a partir de un anlisis plagado de errores y de una superfi cial lectura del caso francs. Estos yerros estn inducidos por un fuerte prejuicio pesimista. Astarita, que parece tener siempre una buena razn para oponerse a la huelga,3 termina repitiendo con un len-guaje marxistoide los mensajes difundidos por el gobierno.

    Cmo se establece cuntas horas debemos de trabajar?

    Rolando Astarita seala que la jornada labo-ral es un acuerdo mercantil entre los obreros y los empresarios. Mediante esta estipulacin, el empresario adquiere derecho a usar la fuerza de trabajo por un determinado tiempo. Una vez establecido ese tiempo tratar que esas ho-ras le rindan lo ms posible. En la lgica de este intercambio aparece inscripto el derecho por parte del patrn a aumentar la productivi-dad del trabajo. Lo que Astarita parece olvidar es que este ma-yor rendimiento del trabajo, este aumento de la productividad logrado principalmente mediante la incorporacin de tecnologa, se constituye a su vez en un elemento determi-nante de la jornada de trabajo. El aumento de la productividad del trabajo es la base objeti-va que brinda las condiciones de factibilidad a la reduccin de la jornada. Si hoy podemos discutir la reduccin de la jornada es por que el aumento de la productividad permite fabri-car los mismos bienes en muchsimo menos tiempo. Esta es tambin la base para plantear al socialismo como una sociedad del tiempo

    libre.4 En la actualidad la jornada de seis horas (y de mucho menos tambin) es posible mer-ced al aumento de la productividad del trabajo de los ltimos cincuenta aos. Este incremen-to la vuelve necesaria dado que la mayor pro-ductividad acelera el desgaste de la fuerza de trabajo. Al igual que el aumento de salarios, tal como lo demuestra Marx al discutir con Proudhon5, la reduccin de la jornada no tiene por qu repercutir en una suba de precios. El valor de un producto, refl ejado en el precio, no se conforma slo por el valor fuerza de trabajo ms el de las materias primas y las condiciones de produccin, sino que incluye la ganancia capitalista. Por lo tanto, un aumento del sa-lario puede repercutir en una disminucin de la ganancia y no en un aumento de precios. Astarita reconoce esta posibilidad, pero consi-dera que esto implica una modifi cacin radical del valor de la fuerza de trabajo que la clase obrera argentina hoy no podra conseguir. Pa-rece olvidar cmo la ganancia empresaria se ha triplicado desde la devaluacin y que una lucha de este tipo no implicara situar el va-lor de la fuerza de trabajo en un nuevo nivel histrico, sino simplemente recuperar lo que tenamos hace unos pocos aos. Hay margen entonces para aumentar salarios y reducir la jornada sin generar infl acin. Pero las tribula-ciones pesimistas no tienen fi n: Astarita seala que si reduce la ganancia, bajar la inversin y habr ms desempleo. Ya queda claro, que no habra motivos reales para que se redujeran las inversiones o aumentaran los precios. Pero Astarita temeroso nos llama a no despertar la ira vengativa de su divinidad, la omnipotente burguesa.

    El desempleo

    Astarita plantea que la reduccin de la jorna-da no disminuir el desempleo porque ste depende del desarrollo tecnolgico. Astarita parece incapaz de reconocer junto a esta de-terminacin principal, otras secundarias, de comprender que el nmero de desempleados tiene a la tecnologa como determinante prin-cipal, pero no exclusivo. El nmero de la po-blacin y la duracin de la jornada laboral van a incidir tambin en el resultado. Esto lo sabe bien la burguesa, que cuando necesit en los sesenta aumentar el desempleo para bajar los salarios, descart las explicaciones monocau-sales y decidi enfrentar el problema por to-dos los fl ancos. En primer lugar, por supuesto, increment la mecanizacin. Pero no descart otras estrategias como estimular el crecimiento poblacional impulsando un alza de los naci-mientos conocida luego como baby boom y, ms prctico a corto plazo, abri el mercado de trabajo a las mujeres y las fronteras a los inmigrantes.No slo Astarita brinda explicaciones equivo-cadas por su estrechez monocausal, sino que no observa la realidad que podra ayudarlo a salir de su error. El caso de Metrovas podra haberlo ayudado a comprender que la burgue-sa no es invencible. Ya antes de la reduccin de la jornada y frente a la combatividad que mostraban los trabajadores, la empresa busc reducir los costos laborales prescindiendo de personal mediante la incorporacin de mqui-nas expendedoras. Los trabajadores frenaron esta tentativa. Lo que dice Rolando Astarita tiene una parte de verdad, si aumentan sala-rios la burguesa procurar subir los precios; si aumentasen salarios o se redujera la jornada, probar emplear menos obreros mecanizando la produccin o terciarizndola. Astarita desde su derrotismo -y contra toda evidencia- supo-ne que los empresarios siempre van a ganar. En virtud de ello nos recomienda no luchar por ninguna mejora porque slo lograremos

    enfurecerla. Sin embargo, es mentira que la burguesa obtenga siempre todo lo que se pro-pone. Metrovas intent todas las estrategias recin mencionadas sin lograr imponer nin-guna. Es desde ese mismo derrotismo que Rolando Astarita se detiene abatido frente a cada obst-culo que la realidad plantea. As seala que si queremos reducir la jornada habra que opo-nerse a que los obreros hagan horas extras. L-gico. Otra difi cultad que seala es la necesidad de aumentar los salarios para que las personas puedan vivir de un slo trabajo sin hacer ho-ras extras. Por supuesto, o acaso l mismo no se dio cuenta que los gremios que encabezan el reclamo de las 6 horas dirigen tambin la lucha por la recomposicin salarial? No not tampoco que esos mismos sindicatos son los que combaten la terciarizacin? Ignora acaso que estas polticas son impulsadas por los mis-mos partidos que el acusa de utpicos por no considerar ninguno de estos problemas? Suce-de que los partidos de izquierda han decidido encararlos no en la forma abstracta en que lo hace Astarita, que busca soluciones en su cabe-za, sino solucionndolos en la realidad.

    El caso francs

    Astarita considera que el caso francs es una prueba de que la reduccin de la jornada re-sulta contraproducente. Seala que esta medi-da se transform en un caballo de Troya, que permiti el avance de la fl exibilidad. Subraya, adems, que esto ocurri en Francia, donde la tradicin de izquierda sera ms fuerte, dejan-do entender que si a ellos les fue as en Argen-tina podra ser peor. Cuando alude a una ma-yor tradicin de izquierda se refi ere al peso de distintas corrientes socialdemcratas. Es decir, se trata de partidos que no buscan destruir el capitalismo, sino reformarlo. Al aceptar el ca-pitalismo y proteger su buen funcionamiento terminan por defender al capital y plantear la necesidad de un nivel razonable de ganan-cias, de evitar un alza excesiva de los salarios. Claramente defi enden los intereses de la bur-guesa como se ve en la oleada de gobiernos socialdemcratas que aplicaron el ajuste en sus respectivos pases.6 Fue una coalicin de estos partidos, bajo el gobierno de Jospin, la que impuls la ley de 35 horas que gener ms fl exibilidad. Pero lo hizo no por un efecto no buscado, por una consecuencia no medida de los obreros que inconscientemente se lanzaron a la lucha. Todo lo contrario, trajo ms fl exibi-lidad porque se era el verdadero objetivo que se haba propuesto el gobierno de socialismo amplio.De este modo, el panorama es justamente el opuesto del que nos plantea Astarita. No hay en Francia una izquierda fuerte que impulse realmente la reduccin de la jornada y que a despecho de sus propias expectativas se encuen-tre luego con un resultado que no esperaba, con un caballo de Troya. En Francia hay una fuerte corriente socialdemcrata que, precisa-mente, por su carcter reformista defi ende los intereses del capital y promueve activamente, mediante la ley de 35 horas, la fl exibilizacin laboral. Que la fl exibilizacin es uno de los ob-jetivos de la reforma queda demostrado en el modo en que se computa la jornada, en forma anualizada y no por su duracin efectiva en el da a da. El empresario no necesitaba respetar el lmite de las 35 horas en cada jornada, slo deba hacerlo en el promedio anual. Esto per-mite, por supuesto fl exibilizar horarios, exten-der el trabajo cuando lo necesitara. Al mismo tiempo la nueva ley permita 130 horas extras anuales cuyo costo reduca. A partir de la re-forma el plus por horas extras baja de un 25% a tan slo un 10%. Es decir, abarata el costo de las horas extras y promueve as su empleo.

    Las grandes empresas logran compensar fcil-mente la reduccin horaria adems de por los subsidios que recibieron del Estado- por un aumento de la productividad. Las ms chi-cas, las que empleaban a menos de 20 obreros tuvieron un plazo de dos aos a partir de la sancin de la ley en el 2000 para adecuarse a ella. No es extrao que, sobre el fi nal de este plazo, las presiones para modifi carla aumenta-sen. Efectivamente, en el 2002, y a pesar de gi-gantescas manifestaciones en contra, la fuerte presin patronal hace votar una reforma. sta mantiene nominalmente la jornada de 35 ho-ras, pero aumenta las horas extras permitidas sin franco compensatorio de 180 a 220, reesta-bleciendo de hecho las 39 horas semanales.La fuerte oposicin patronal refl eja, no lo avanzado del proyecto, sino el estancamiento del capitalismo galo que no logra aumentar la productividad y benefi ciarse de una ley que estaba hecha a su medida. Esto es particular-mente cierto en el caso de las pymes. El caso francs tambin muestra que los trabajadores estn dispuestos a luchar por reducir la jorna-da, en vez de aceptar la alternativa individua-lista de trabajar ms y resolver as sus proble-mas salariales. Quienes queran reformar la ley hicieron campaa con la consigna dejar que el que quiera pueda trabajar ms para ganar ms a lo que 500.000 obreros que salieron a la calle respondieron aumentar los salarios, no los horarios. Esto debera hacer tambalear el pesimismo de Astarita que parece detenerse apesadumbrado ante el hecho de que muchos trabajadores realicen horas suplementarias. La solidaridad obrera y la conciencia de clase y la propia experiencia de los das perdidos en el trabajo, restados al ocio, la familia, la cultura vuelcan la simpata de la clase obrera a favor de reduccin de la jornada. El problema es quin orienta esa simpata y hacia dnde. Hay una escena del fi lm Recursos Humanos donde el ge-rente participa del diseo de una encuesta que piensa realizar a sus obreros. Sugiere la pre-gunta 35 horas para qu? Y como primera opcin coloca para combatir el desempleo, tras lo cual comenta satisfecho: eso les va a gustar. En el fi lm resulta claro cmo es la em-presa quien intenta dirigir esa simpata hacia sus propios fi nes. La socialdemocracia francesa hizo lo mismo: intent ganar apoyo con una medida que en realidad terminara benefi cian-do a las grandes empresas. La leccin que el caso francs deja es la importancia de dirigir la campaa por la reduccin de la jornada por los intereses independientes de la clase obrera y por organizaciones consecuentes a ellos.

    Notas1 Ver el documento de trabajo de Rolando Astarita: La consigna de las seis horas y la desocupacin en http://ar.geocities.com/ro-landoastarita/pagina_nueva_8.htm2 Se ha pactado la reduccin a 7 horas de la jornada de operadores telefnicos. La misma tiene lugar en forma escalonada media hora menos este ao, para pasar a una hora menos desde el 2007. Antes de fi rmarse este acuerdo haba trascendido la preocupacin del gobier-no que no deseaba sentar antecedentes sobre reduccin de la jornada con aumento salarial. 3 Por ejemplo, se opuso en varias ocasiones a la huelga de docentes universitarios4 Recomendamos al lector dos libros sobre este tema, La cajita infeliz y Contra la cultura del trabajo, ambos de Eduardo Sartelli. 5 Karl Marx: Miseria de la fi losofa, ediciones varias.6 A nuestro juicio la socialdemocracia no pue-de, seriamente, considerarse una corriente de izquierda revolucionaria. Ver Qu es la iz-quierda, en Razn y Revolucin n 5, que puede leerse en www.razonyrevolucion.org.ar.

    Marina KabatGrupo de investigacin de los Procesos de Trabajo - CEICS

  • 6 El Aromo Abril de 2006

    La generacin espontnea no es la forma natu-ral en que surgen los fenmenos polticos. En estos, como en todos los aspectos de la vida social, siempre es posible rastrear y explicar los procesos que originan e impulsan tanto el modo en el que se desarrollan los aconteci-mientos, como la forma en la que intervienen los individuos que actan en determinadas coyunturas. La multiplicidad de sucesos des-atados a partir del inicio de la construccin de dos papeleras a orillas del ro Uruguay -Botnia de Finlandia y ENCE de Espaa-, no esca-pan a sta ley. De entre estos, la participacin de funcionarios de extraccin tupamara, nos permitir reflexionar, una vez ms, sobre los programas polticos que se disputaron la di-reccin del movimiento revolucionario de los aos 70.

    La nueva izquierda nacional y popular

    Recordemos que la coalicin que llev a Ta-bar Vzquez a la presidencia en el 2004, el Encuentro Progresista-Frente Amplio (FA), estaba conformada, entre otros, por militantes de la que fue una de las organizaciones arma-das ms destacas en la dcada del 60, el Mo-vimiento de Liberacin Nacional Tupamaros (MLN-T). Organizacin que, en 1989 con-form, junto a otros sectores, el Movimiento de Participacin Popular (MPP)1, que no slo aport casi el 30% de los votos para la elec-cin sino tambin una serie de cuadros que se ubicaron en los niveles ms elevados del Go-bierno: Jos Mujica en el Ministerio de Gana-dera, Agricultura y Pesca, Eduardo Bonomi en el de Trabajo y Seguridad Social y Eleuterio Fernndez Huidobro, en la presidencia de la Comisin de Defensa del Senado2. En la p-gina de Internet oficial del MLN, Huidobro se encarga de ilustrarnos acerca del programa que levanta la actual Izquierda Nacional: mi organizacin matriz (el Movimiento de Liberacin Nacional - MLN), elabor y pu-blic en 1998, para un Congreso del MPP, su concepcin de Liberacin Nacional y por ende de poltica de alianzas [...] De modo que nadie puede llamarse a sorpresa ni a engao [...] En nuestra teora de Liberacin Nacional, su fuerza motriz, social y poltica es el Pue-blo [...] Para nosotros Pueblo es el conjunto social de todos aquellos individuos y sectores de un pas [...] cuyos intereses o concepciones se oponen al imperialismo o, mirado desde la positiva, son partidarios de la nacin [...] Esto funda una poltica de alianzas porque es una estrategia [...] el concepto Pueblo surge meri-dianamente claro: los obreros, los trabajadores en general, los intelectuales y estudiantes, los pequeos burgueses y hasta los burgueses que tengan intereses a favor de la patria y por ende contra todo imperialismo. A pesar de la claridad de estas expresiones, a muchos llama la atencin la transformacin de los tupamaros, de revolucionarios socialistas en funcionarios de un gobierno servil al impe-rialismo, incluso a las fracciones lmpenes del capital imperialista, como es la espaola. As como no hubo pruritos en pronunciarse a fa-vor de numerosas medidas pro imperialistas3, la custodia, a capa y espada, de los intereses de las plantas de celulosa que amenazan con des-truir la vida en el ro Uruguay, no parece ser la

    gota capaz de rebasar el vaso tupamaro. Por el contrario, compro-metidos a fondo con el respeto a las in-versiones de capital, Mujica, jura y per-jura, a pesar de casos

    concretos que prueban lo contrario4, que las empresas no contaminan. Es ms, afirma que es capaz de entrar en relaciones con cualquie-ra, declarndose dispuesto a negociar con Estados Unidos y con Irn y con Libia, y con el que se ponga y con el que se cuadre y con el que se descuide.5. El ministro tupamaro, elogiado por sus posiciones por la Sociedad Rural Argentina y por el mismsimo Maria-no Grondona, es hoy el principal vocero de la izquierda progresista uruguaya que se pro-pone construir, mediante una amplia alianza con fracciones empresariales, un capitalismo en serio. La vieja y conocida defensa de un capitalismo nacional y popular que rena y armonice intereses que, por definicin, se en-frentan antagnicamente en todo pas capita-lista: los de la burguesa y los del proletariado. Para llevarlo adelante, no trepidan en entregar lo que tengan que entregar, aunque en la en-trega se encuentren el proletariado y la nacin misma que dicen defender de los que, en el discurso, son sus enemigos, pero a quienes se asocian alegremente en la realidad.El uso y abuso de una historia de lucha pasa-da, adornada con actos de herosmo y recuer-dos de crceles y torturas, no slo potencia la capacidad de maniobra de los tupamaros. Tambin levanta polvaredas de crticas. Una de las ms contundentes proviene de otro diri-gente histrico tupamaro, Jorge Zabalza, que ha salido al ruedo con una carta pblica de-nunciando la traicin de Huidobro y com-paa: Cmo quebraste la vieja fraternidad, ato [...] Hay que ser muy caradura [...] y tener el corazn ganado por la impunidad [...] Te acords cuando hiciste el Plan Cacao? Y el Satn? Cuntos estbamos dispuestos a dar la vida para preservar la tuya! [...] Ustedes creen que se jugaron para que el pueblo uruguayo recibiera los mendrugos que quedan despus de pagar los servicios de la Deuda Externa?6. Palabras que trasuntan dolor, como las que se reproducen tambin de este lado del Ro de la Plata, ya sea sobre la lucha de los setenta o ahora, con motivo del fin de las marchas de la resistencia decretado por Hebe de Bonafini en enero. Sin embargo, y sin dejar de destacar el abismo de dignidad poltica que separa a un Huidobro de un Zabalza (en beneficio de ste ltimo) cabe preguntarse si el programa tupamaro no contena en s grmenes de estas posiciones actuales.

    No se pueden pedir peras al olmo

    La derrota material que en los aos 70 -en toda Latinoamrica y con diferentes grados de intensidad- sufrieron las fuerzas que pusieron en jaque el poder de la burguesa, fue seguida por un largo proceso en el cual esa clase vic-toriosa se concentr en destruir moralmente a sus enemigos. Es el momento del enfrenta-miento feroz en el plano de la ideologa. El objetivo desmoralizador se alcanza cuando se logra inculcar en los derrotados la conviccin de que la lucha por la transformacin social es intil. En el camino, se borran de la historia de la clase obrera los hitos de su tradicin de organizacin y de lucha. En este sentido, poco se dice acerca del hecho de que en aquellos aos la clase obrera discuti la dominacin he-gemnica de la burguesa. Este proceso supuso necesariamente la discusin entre programas polticos, debates que alcanzaron un carcter internacional. Hacia 1972 tom cuerpo la

    Junta de Coordinacin Revolucionaria (JCR) que reuna al PRT-ERP argentino, el Movi-miento de Izquierda Revolucionario (MIR) chileno, el Ejrcito de Liberacin Nacional (ELN) boliviano y el MLN (T) uruguayo. El objetivo era coordinar la accin revolucionaria frente a un enemigo brbaro, el imperialismo yanqui, y ante la actividad divisionista el po-pulismo y del reformismo7. Sus integrantes eran conscientes que junto a sus coincidencias existan, entre ellos, importantes diferencias. Mientras estaba claro que el ELN y el MLN (T) eran movimientos y no partidos, Santucho insista en profundizar la discusin ideolgica sobre la necesidad de construir partidos revo-lucionarios y no movimientos. Al parecer, las opiniones de Santucho cayeron como mazazos en el seno del Bur Poltico y no abandon el tema hasta que la discusin estuvo agotada [...] Afirm categricamente con esa seguri-dad que lo caracterizaba que la mayor afinidad ideolgica y poltica del PRT era con el MIR, ya que se trataba de partidos marxistas leni-nistas, en franco proceso de proletarizacin y no de Movimientos de Liberacin de corte na-cionalista progresista8 que, si bien contenan elementos revolucionarios, todava les restaba recorrer un largo camino.El PRT-ERP atraves contradicciones, for-mul una estrategia equivocada, tuvo lmites y cometi errores, pero indudablemente fue una de las organizaciones que desarroll y mantuvo firme, hasta el final, la clara convic-cin de la lucha por la independencia poltica de la clase obrera. Y la mantuvo frente a una de las experiencias reformistas ms exitosas y con ms arraigo entre las masas como fue el peronismo. Sobre esta base estimul una de las tareas fundamentales para alcanzarla: la discusin y delimitacin poltica hacia dentro y hacia fuera de la organizacin. Lejos de ser un xito, la no superacin del movimientismo resulta un freno a la lucha por el socialismo. Tupamaros ya tena esa debilidad en su consti-tucin misma, debilidad que Santucho llama-ba a superar. Result ser, precisamente, el ac-tual senador Eleuterio Fernndez Huidobro, en un libro lleno de chicanas y falsedades9, el encargado de defender el democratismo bur-gus de tupamaros como forma de justificar su pro-imperialismo actual. Su balance no poda ser ms claro: en los 70 fracasamos porque no hicimos lo mismo que hacemos hoy. La culpa, por supuesto, fue de SantuchoEfectivamente, es notable como, revisando la historia del MLN (T) y tergiversando los hechos, Huidobro llega a la tendenciosa con-clusin de que la derrota sufrida en los 70 tuvo origen en la colonizacin ideolgica, acaecida en el marco de la JCR y promovi-da por el PRT-ERP, que impuls al MLN a transformarse en un Partido. Se rasga las ves-tiduras frente a la constitucin de escuelas de formacin marxista cuyo objetivo era alcanzar la homogeneidad ideolgica y poltica de los militantes y sus organizaciones.10 Estos per-sonajes siguieron adelante defendiendo una poltica que ms tarde o ms temprano los condujo a un mismo lugar: la claudicacin frente a la burguesa. La larga historia de los Tupamaros est siendo sepultada por sus pro-pios constructores. El MPP, en sus VI y VII Congresos, de 2004 y 2005 respectivamente11, oficializ su nueva estrategia, que no es otra cosa que la renuncia a luchar por un verda-dero cambio real. Ahora hablan de cambio posible, dentro de un mundo global y ca-pitalista. Son pragmticos y bregan por la refundacin nacional y por reconstruir el aparato productivo. El capitalismo siempre es capitalismo

    Tabar Vzquez, como Kichner, alcanz el

    poder montado en un discurso que afirma que el suyo es un gobierno progresista, de iz-quierda, que, a su modo, retoma las banderas de los aos 70. Asimismo, ambos difunden constantemente otro discurso segn el cual existe un capitalismo, el nacional y popular, que nos puede ayudar a vivir mejor. Si bien es cada vez ms difcil ocultar lo evidente -la subordinacin de estos gobiernos a los dict-menes del imperialismo-, sus discursos crean desconcierto y confusin en las filas de los que intentan reconstruir una alternativa revolucio-naria. La patria, la nacin, el pueblo, son va-lores arraigados. En este punto, encontramos el hilo que nos lleva a los aos 70. Los lmites del movimientismo que no lograron superarse en aquellos aos hoy rinden nuevos (y podri-dos) frutos. La respuesta correcta no consiste en reproches indignados a las canalladas de las que son capaces todos los traidores, sino en sacar un balance correcto de las races progra-mticas de aquellas derrotas y estas entregas. Santucho, hace ms de treinta aos, lo haba anticipado, aunque su propia poltica espera todava un balance adecuado.

    Notas1 El MPP estaba conformado por militantes del MLN, independientes, el Partido Por la Victoria del Pueblo (PVP), el Partido Socialis-ta de los Trabajadores (PST) y el Movimiento Revolucionario Oriental (MRO).2 La esposa de Mujica, Topolansky, tambin ex militante del MLN (T), es senadora des-de julio 2005; Ricardo Ehrlich es el alcalde Montevideo. En el terreno municipal, el MPP tiene 52 ediles (concejales) en todo el pas. A nivel nacional, el MPP tiene 6 senadores y 18 diputados. 3 Por ejemplo: el apoyo a la coparticipacin con las tropas de EE.UU. en la Operacin Unitas, al envo de tropas intervencionistas en Hait, al Tratado de Proteccin de Inversio-nes con EE.UU. o la necesidad de un Tratado de Libre Comercio con EE.UU. 4 Uno de los argumentos ms slidos de los ambientalistas, es la experiencia de la ciudad gallega de Pontevedra, donde funciona una fbrica de ENCE. Miguel ngel Fernndez, alcalde de Pontevedra, enumera: contami-nacin del agua, lluvia cida, enfermedades, prdida de puestos de trabajo y olor a huevo podrido que envuelve permanentemente la zona. Pontevedra consigui la aprobacin de una ley por la que esa empresa deber irse de la ciudad en 2018, despus de comprobar los perjuicios ambientales y sociales. Pero el alcal-de reconoce que esos estudios han sido casi menos importantes que la presin poltica: Una vez que se instala algo as es muy difcil de quitar. No los echas ni en 30, 40 o 50 aos, porque es una inversin impresionante, sos-tiene.. En La Nacin, 3/03/06.5 La Nacin, op. cit.6 Paqu sobrevivimos?, Carta de Jorge Zabalza a Eleuterio Fernndez Huidobro, 8/10/05, extrado de Brecha.com.uy.7 Che Guevara, Revista de la Junta de Co-ordinacin Revolucionaria, n 2, febrero de 1975. 8 Mattini, Luis: Hombres y mujeres del PRT-ERP, De La Campana, La Plata, 2003, pp.377.9 Fernndez Huidobro, Eleuterio: En la nuca, Historia de los Tupamaros, Ediciones La Banda Oriental, 2004.10 Para clarificar este punto ver, De Santis, Daniel: Entre Tupas y Perros, Ediciones RyR-Nuestra Amrica, Bs. As., 2005 y Grenat, Ste-lla: De revolucionarios y (peligrosos) conver-sos, en Razn y Revolucin n 15, Bs. As., primer semestre de 2006, pp. 225-227.11 Informacin extrada de www.elmundoal-reves.com.org.

    Santucho tena raznEl debate por las papeleras de Fray Bentos y la traicin de Tupamaros.

    Stella GrenatGrupo de investigacin de la Izquierda Argentina - CEICS

  • El Aromo 7Abril de 2006

    El jueves 26 de enero, la Asociacin de Ma-dres de Plaza de Mayo llev a cabo la ltima marcha anual de la resistencia, tras 25 aos ininterrumpidos de lucha. La frase fue: ya no hay un enemigo en la Casa de Gobierno1. Muchos se sorprendieron. Nosotros no. Vea-mos por qu.

    De los comienzos al alfonsinismo

    La lucha comienza a principios de la Dicta-dura Militar, en 1976. Las madres que seran luego las Madres, se conocieron en diferen-tes lugares: en el Ministerio del Interior, en Departamento Central de Polica o en Stella Maris, la iglesia de la Marina. De Azucena Villafl or fue la idea de ir a Plaza de Mayo. Una de sus primeras acciones fue entregar una carta de denuncia al presidente Videla. Otras consistieron en atraer la atencin de la prensa internacional. En agosto de 1979 se fund, ante notario pblico, la Asociacin Madres de Plaza de Mayo. En 1980, las madres re-tornaron a la Plaza, aunque constantemente sufran agresiones del ejrcito. Recibieron di-nero del exterior -de mujeres de Holanda por ejemplo- con el que montaron su primera ofi -cina y publicaron un boletn de distribucin clandestina. Tambin hicieron su primera Marcha de la Resistencia. En 1982 se opusie-ron a la guerra de las Malvinas y se unieron con las madres de los soldados, con carteles que decan: Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos tambin. Con la llegada de Al-fonsn, en 1983, las Madres hicieron siluetas con las fi guras de los desaparecidos, sacaron fotografas de sus hijos y las exhibieron en la calle, reivindicando su lucha. De inmediato comenz la batalla contra la solucin radical al problema de los desaparecidos y del juicio a las Juntas, rechazando la CONADEP, a la que juzgaron hecha a medida para garantizar la impunidad. Muy recordada fue la toma de la Casa de Gobierno por 20 horas, en reclamo de que las atendiera el presidente. Alfonsn ofreci exhumaciones, reparaciones econ-micas y homenajes pstumos, que generaron el distanciamiento y la divisin entre los or-ganismos de DD.HH., siguiendo Madres la lnea de rechazo ms frontal, a diferencia de la actitud conciliadora de Abuelas y Madres Lnea Fundadora.

    Hacia el Argentinazo

    La llegada Carlos Menem hara que la mayo-ra de los organismos de DD.HH. suavizaran parcialmente sus disputas, coincidentes todos en la oposicin a la intencin del gobierno de sumergir el problema en la reconciliacin nacional, profundizando la claudicacin al-fonsinista de las leyes de Punto Final y Obe-diencia Debida. Se trataba ahora, lisa y llana-mente, de la amnista, es decir, de la libertad de los asesinos. Es a fi nes del menemismo que la Asociacin Madres de Plaza de Mayo crece fuertemente gracias a ingentes aportes internacionales, lo que les permite contar hoy con una enorme base material: el local de la calle Hiplito Yri-goyen al 1500, la Universidad Popular (con alrededor de 20 carreras y el reconocimiento legal del Ministerio de Educacin), una radio AM, el hotel para turismo internacional, etc. Es tambin el momento en que Madres se in-serta en la poltica internacional y se transfor-ma en un referente poltico para fracciones en-teras de nuevos luchadores que surgen con el movimiento piquetero, en particular en rela-cin a los MTDs. En su camino de reivindica-cin de la lucha de los 70, Madres contribuy a relanzar el programa de liberacin nacional y social de la izquierda peronista setentista. Su

    universidad funcion como escuela de cua-dros de muchas organizaciones, entre ellas, los movimientos de trabajadores desocupados que adoptaron posiciones autonomistas en la Zona Sur del gran Buenos Aires. Con ellos ve-na a coincidir en el rechazo a las organizacio-nes polticas que defi enden la independencia de la clase obrera frente al programa nacional y popular, es decir, democrtico burgus. Fue-ron apoyadas y se apoyaron en el movimiento anti-globalizacin y en sus tericos (Holloway, Toni Negri, Naomi Klein), llamando a seguir la lucha por el poder sin tomarlo, delirio ensa-yado con el Club del Trueque, en el 2002, que pretendi reemplazar la descomposicin de la economa burguesa con el recurso al anti-d-lar, un papelito que llevaba el aval de un du-doso Ministro de Economa revolucionario, Sergio Schoklender.La apoteosis del protagonismo poltico de Madres llegara la madrugada del jueves 20 de diciembre de 2001, cuya titularidad asumi-ran casi inmediatamente, ayudadas por todo el arco izquierdista anti-partido, buena parte del cual terminara, igual que Hebe, bajo el ala del kirchnerismo. No es ninguna casuali-dad que intelectuales como Miguel Bonasso conjuguen el impacto del 20 de diciembre a la tarde con la llegada de las Madres a la Plaza, borrando el protagonismo de los partidos de izquierda y los gremios combativos. Si el 19 fue una salida espontnea de la clase me-dia, el 20 de diciembre, el fi n del gobierno de De la Rua, fue generado nicamente por las Madres.2 Por esos das, Madres publicaba las declaraciones de James Petras que, desde los EE.UU. y a resguardo de las balas, impug-naba a la izquierda tradicional y la acusaba virtualmente de cobarda.

    El fi n de la rebelda

    Finalmente, el mismo Estado burgus que fun-d la oposicin de las Madres, el mismo que las dividi entre s, es el que vuelve a juntar-las en la misma posicin poltica. El gobierno de Nstor Kirchner ha logrado lo que ningn otro poltico en los ltimos 30 aos: que las Madres, por decisin unnime de la organiza-cin, consideren amigo al defensor general de los intereses burgueses. Pero, por qu?, cu-les son las razones para estar del lado del pre-sidente? Segn declaraciones de Hebe: Ahora hay un cambio en Latinoamrica y aqu, y de-cidimos que era la ltima Marcha de Resisten-cia. El enemigo ya no est ah adentro () Si nosotros no sabemos ver este nuevo momento poltico, si no apostamos a que es un proyecto que tenemos que tomar en nuestras manos, ... vamos a perder el tren otra vez. No podemos volver a perder, dejar que la derecha avance, y nosotros en lo mismo. A Hebe, no slo la conmovi la unidad latinoamericana. Todo lo contrario, las acciones del presidente en el mbito de los DD.HH. ya son razn sufi cien-te para apoyarlo y defenderlo: poner a esta ministra de Defensa (Nilda Garr) a cambiar los planes de estudio de los escuelas militares, me parece un paso fundamental que siempre las Madres exigimos () Me parece que lo que hace este Presidente no tiene que ver con reformismo sino como una transformacin. No es socialista, claro. Pero est transforman-do las cosas para el socialismo. Para las Madres de hoy, la lucha de sus hijos en los 70 se limitaba a este socialismo posi-ble: la promesa de que la ESMA asegure el fl ujo del turismo progre internacional (con el modelo de los museos del holocausto) que se hospedar en su hostel de la calle Defensa y Belgrano; un fallo que invalida las leyes de Obediencia Debida y Punto fi nal que, como dijimos hace dos aos, todava no castig a ningn responsable directo ni intelectual ni mucho menos avanz sobre los capitalistas argentinos que fraguaron el golpe y la repre-sin de sus hijos; el pago de la deuda tal como

    lo peda el FMI, contraparte del subsidio que represent a esos mismos capitalistas la deva-luacin, etc. Ahora, como broche de un chiste macabro, los amigos de la Rosada constru-yen el socialismo cambiando los planes de es-tudio del Colegio MilitarEste curso kirchnerista fue precedido, tam-bin, por una extrema atencin al crecimiento econmico de la organizacin, crecimiento que se evidenci en la transformacin de la Universidad, de escuela de cuadros en simple universidad privada y en el vuelo que cobra-ron nuevos y abiertos negocios. Si las decla-raciones en torno a los atentados de ETA en Espaa y en relacin al 11 de Setiembre en EE.UU., tuvieron un efecto negativo en la in-telectualidad progre, esas heridas se han res-taado ya. Ahora Hebe puede concurrir como una buena abuelita al canal estatal a demostrar que, como toda abuela, cocina muy bien. La nica disputa que queda con las fracciones reformistas de los organismos de DD.HH., pasa por quin ser escolta del presidente en el acto del prximo viernes 24 de marzo.

    Los lmites de una poltica

    El resultado actual de la poltica de Madres no poda ser otro que el que estamos viendo, la claudicacin ante el Estado burgus. El poten-cial poltico y moral de su lucha democrtica en tiempos del rgimen dictatorial fue dilapi-dado en la adopcin, sostenida durante tres dcadas, de diferentes variantes del programa democrtico burgus. Mientras la Lnea Fun-dadora y las Abuelas de Carlotto prefi rieron una estrecha y decidida colaboracin con el Estado desde el comienzo, Hebe se mantuvo en la prescindencia hasta que lleg su Mesas. Sin embargo, este giro derechista no slo vena incubndose desde mucho tiempo antes, en el macartismo anti-organizador del que siempre hizo gala la Asociacin, sino que est inscripto en el mismo objetivo de su lucha. En efecto, es la lucha por los derechos humanos misma, separada de la lucha poltica ms general, es decir, de la lucha socialista, la que fatalmente desemboca en esta claudicacin. Los dere-chos humanos no son ms que una mistifi -cacin burguesa, que pretende consagrar en la ley una universalidad e igualdad que desmien-te la estructura de clases sobre la que se asienta la sociedad capitalista. No pueden servir, por s mismos, como base de una lucha anti-capi-talista. Es la misma creencia que sostiene que la lucha sindical, despojada de lucha poltica, es inmediatamente revolucionaria.Efectivamente, lo que se llam lucha por los derechos humanos fue la forma en que apare-ci la lucha de los restos de la fuerza social de-rrotada que desafi al capitalismo en los aos 70. Esta fuerza, que se form hacia 1969 y fue destruida por completo entre 1975 y 1978, dej unos pocos cuadros sueltos sobrevivientes y, sobre todo, comenz a expresarse a travs de elementos nuevos atrados con posteriori-

    dad a su derrota: las madres, padres, abuelas y abuelos y, por ltimo, los hijos de los cuadros muertos. En un contexto nacional e interna-cional de derrota profunda, la nica reaccin posible consisti en apelar a la propia legali-dad burguesa a la que ya no se poda combatir frontalmente, para intentar el rescate de los que an estuvieran con vida y la restitucin de los rehenes (los hijos/nietos apropiados). Los restos de la fuerza derrotada intentaban, entonces, poner un lmite a la derrota ape-lando a las contradicciones del vencedor. La lucha socialista se transformaba as en lucha democrtica. Indudablemente, esta limitacin del contenido de la lucha tena su virtud, en tanto lograba la alianza con vastas fracciones burguesas nacionales e internacionales, pero perda el contenido poltico original de la fuerza derrotada. Ya aqu, entonces, est pre-sente el nudo que vino a terminar de desatarse por estos das. Porque a partir de aqu, todo se libraba en el terreno de la burguesa. Una vez que el personal poltico que lider a la fuerza triunfante y la llev a la victoria se hubo des-gastado como consecuencia de las condicio-nes en que tuvo que llevar adelante su lucha, la burguesa democrtica, es decir, aquella que ve en los mecanismos parlamentarios la mejor forma de dominacin, pudo cumplir su promesa de juicio y castigo, aunque ms no sea simblicamente. Logrado este objeti-vo, la funcin de los organismos de DD.HH. cesa, porque sus tareas han sido tomadas por el Estado, que procede a sanearse a s mismo expulsando aquel personal poltico que ahora resulta impresentable. Detrs, absolutamente indemne, la clase social que se benefi ci con los servicios de los militares, hace gala hoy de su compromiso eterno con la vida civilizada. As, paradjicamente, mientras la fuerza de-rrotada logr limitar en algn grado la deba-cle, en tanto alcanza a destruir parcialmente al personal poltico que la masacr, adviene al mismo tiempo a su derrota ms completa, en la medida en que ha sido despojada de su propio programa. Los revolucionarios trans-formados en vctimas a quienes, fi nalmente, se les hizo justicia (burguesa).Si bien es cierto que Madres vivi esta con-tradiccin con ms fuerza que el resto de los organismos de derechos humanos, tambin es cierto que nunca la super. Todas sus con-tradicciones posteriores no son resultado del carcter de Hebe, ni de la incomprensin de una izquierda tradicional que no comprende a las Madres ni a las nuevas formas de lucha. No. Son la simple expresin de esa contradic-cin primera: pretender fundar una poltica revolucionaria en los reducidos marcos de la poltica burguesa. Queda para los compaeros que se sienten traicionados, revisar y hacerse cargo de los lmites de sus propias ilusiones.

    Notas1 La Nacin, 25/03/06.2 Vase El Palacio y la calle, de Bonasso.

    Sebastin CominielloGrupo de investigacin de la Pequea Burguesa - CEICS

    El balance necesario de una victoria a lo Pirro.

    horror

    De la esperanza

    al

  • 8 El Aromo Abril de 2006

    Vicente Zito Lema quizs sea el poeta vivo ms importante de la generacin del 60. Au-tor de innumerables libros de poesa, aboga-do, filsofo, discpulo del creador de la escuela de psicologa social, Enrique Pichn Rivire, docente, fundador y primer rector de la Uni-versidad Popular de Madres de Plaza de Mayo, fue siempre un intelectual al servicio de un programa poltico. Ese lugar lo ha ido constru-yendo en la organizacin de empresas cultura-les desde los aos 60, cuando complementaba su trabajo de periodista en la prensa burguesa (Clarn, El Cronista Comercial, La Opinin) con la direccin de revistas literarias indepen-dientes. Comenz fundando dos revistas de poesa, Cero, entre 1964 y 1967, y Talismn en 1969. La primera contaba, entre otros, con la colaboracin de los poetas del grupo Barri-lete, entre ellos los compaeros desaparecidos Miguel ngel Bustos y el mismo Roberto Santoro. Lema rescata de ella dos hechos: la publicacin por primera vez en castellano de los poemas de Ho Chi Min traducidos por otro de los referentes ms importantes de la poesa argentina de esos aos, el entrerriano Juan L. Ortiz, militante comunista desde los aos 30; y la publicacin de escritos literarios del Che Guevara. La segunda revista estuvo ms ligada al surrealismo de Bretn y su ma-nifiesto firmado junto a Len Trotsky. Segn Lema, los editores de Talismn eran bastante anarquistas-trotskistas. All reivindic la fi-gura intelectual de Jacobo Fijman y se gan la censura por un dossier dedicado a la familia, cuya portada presentaba la fotografa -ganado-ra de un certamen nacional- de Zito Lema, su compaera y sus dos hijas, desnudas.A partir de los 70 se vincul a revistas donde el peso de las estrategias polticas revoluciona-rias determinaba su lnea editorial, desde Libe-racin (junto a Cortzar y Walsh) hasta la fa-mosa Crisis (con Vogelius, Galeano y Conti), pasando por Nuevo Hombre, que haba reuni-do un frente de las diversas posiciones revolu-cionarias de los aos 70: gente que vena de distintos campos: del peronismo revoluciona-rio, de las FAR, de los Montoneros, del ERP, de grupos anarquistas, de grupos trotskistas. Era un abanico muy amplio, como nunca se dio: algunos estaban por la insurreccin, otros por la lucha armada, otros por la huelga sin

    fin revolucionaria. Buena parte de sus re-dactores fueron posteriormente asesinados, ya sea bajo el gobierno de Isabel Pern o bajo la dictadura de Videla: Silvio Frondizi, Walker, Rodolfo Ortega Pea, Dardo Cabo y Alicia Eguren. Zito Lema comprende que para que una revista con una tirada de 20 mil ejempla-res ya no sea recordada en el panorama de la cultura argentina, algo debe haber pasado: El miedo subsiste en la sociedad, es innegable. Y segundo, porque es un espejo demasiado duro para mucha gente para mirarse ah. Mu-chos porque de alguna forma participaron y no quieren reivindicarse en lo que fueron en aquella poca.Luego del xito de la primera etapa de Crisis, el fracaso del proceso abierto con el Cordo-bazo, la desaparicin de Haroldo Conti y el avance de la represin, obligan a sus redacto-res, la mayora de ellos militantes de diversas organizaciones, a exiliarse en diferentes desti-nos. Zito Lema fue asilado polticamente en Holanda donde conoci a su segunda mujer, con la que convive hasta hoy. Con el triunfo de Alfonsn vuelve al pas en un contexto de hostilidad hacia los militantes de los 70, agra-vado en su caso, ya que desde los suplementos culturales de Caras y Caretas o del diario Sur, en la refundada Crisis de la segunda poca y en su propia Fin de siglo, Zito Lema haca cam-paa por la reivindicacin de sus compaeros asesinados por la dictadura:

    Por primera vez publiqu textos de Rodol-fo Walsh, de Paco Urondo, de Miguel ngel Bustos, que estaban como callados: de ellos no se hablaba, y yo desde ese espacio empec duramente a pelearme y a remover las aguas reivindicando a los compaeros desapareci-dos. Porque pareca que adems de desapare-cidos deban ser castigados con el olvido. Des-pus dirig el suplemento de cultura del diario Sur, tambin reivindicando lo que podramos llamar la cultura de los desaparecidos. Y la cultura del exilio, porque haba un silencio atroz, como si los exiliados y los desaparecidos tuviramos que callarnos la boca por haber lu-chado en nuestra poca.

    Consultada su opinin sobre el debate entre los exiliados y los que se quedaron, que fuera tan importante en esos aos del alfonsinismo, en el contexto del Nunca Ms y la Obediencia Debida:

    Mucha gente sinti culpa por haberse que-dado en el pas y por haber, de alguna forma, sobrevivido. Algunos con una gran dignidad pero otros inclinando la cabeza ante el poder. Es duro decirlo as, pero fue la pura verdad. No quiere decir esto que todo el mundo en el exilio tuvo una conducta perfecta, pero tam-bin es cierto que mucha gente, sin mayor cui-dado, trat de ocupar espacios incluso cuando la silla de los desterrados o asesinados todava estaban calientes, y se sentaron rpidamente. Entonces haba como un miedo o recelo de los que estbamos vivos de aquella generacin y volvamos del exilio les demandramos que nos devolvieran nuestros espacios. Yo creo que fue ms duro el trato que nos dieron a los exiliados que la respuesta que dimos noso-tros, los exiliados. Nos trataron con una du-reza, por momentos, aterradora. Yo no poda entender qu delito se me imputaba, como si los que volvamos del exilio furamos todos asesinos.

    En Fin de Siglo particip de la campaa promo-viendo la conformacin de un frente electoral de izquierda ante las elecciones del 89, aun-que Lema no deja de aclararnos que a m me cuestan mucho las lecturas democrticas para transformar el mundo. Tal como se entiende la democracia, yo tengo cuestionamientos muy fuertes. Todava no tengo del todo claro si el mundo se puede transformar con votos. Despus de Allende a m me qued siempre la sospecha de que ese camino choca con la pared.. Las dudas polticas de Zito Lema, cuando se trata de definir su opinin sobre las posibilidades de una estrategia revolucio-naria hoy pareceran vincularse siempre a su responsabilidad y su propia lectura de los aos 70. As lo dijo en la entrevista: Como tengo sobre mi espalda muchos compaeros cados, mucha gente que fueron alumnos mos, que estn desaparecidos, muertos, muchos lecto-res, que por haber ledo la revista Crisis o al-guna de las cosas que yo escrib, han pagado con la muerte, me cuesta a veces, por eso en general no toco estos temas en pblico.. Por ese motivo no dejamos de preguntarle

    -Te sents culpable?-No me siento culpable, pero me siento s responsable, desde mi conciencia, de muchas cosas. No niego que si en el Museo de la Sub-versin de Tucumn me ponen como uno de los mayores idelogos de la poca, algo de eso habr. Siento que fui uno de los intelectuales subversivos de la Argentina en todo el sentido de la palabra, me sigo reivindicando subversi-vo. Pero tambin entiendo que hay una tica en la subversin, como hay una tica en todo. No se puede transformar el mundo sin hacer-se cargo de las derrotas que uno sufre, de la gente que muere, de los compaeros tortura-dos, lastimados, que han estado con nosotros. Creo que corresponde a una tica de la revolu-cin, o de la liberacin, como se quiera decir, tener conciencia de lo importante que puede ser el pensamiento, el arte, como motivacin de las conductas. No es que yo diga me arre-piento. Yo no me arrepiento de nada de lo que he dicho, de nada de lo que he escrito, de nada de lo que he enseado como profesor en la Universidad durante tantos aos. Creo que me movi el mismo impulso que mueve mi vida ahora. Yo creo en el socialismo, creo que el capitalismo es aterradoramente canallesco para la vida, que hay que destruirlo. En eso no he cambiado. Pero tambin tengo claro que la gente habla del golpe y de 30 mil desapare-cidos, pero yo puedo hablar de muchsimos

    rostros que conoc, de personas que am. En-tonces ya no es tan abstracto. Por supuesto, tengo claro que Paco Urondo decidi su vida, o que Miguel ngel Bustos decidi su vida, que Rodolfo Walsh decidi su vida, pero no puedo negar que son mis compaeros, que fueron mis amigos, y que su muerte te pesa y que viene lo que mi maestro, Enrique Pi-chn Rivire, nos enseaba cuando me deca Vos tens, Vicente, la culpa del sobrevivien-te. Que es como el trauma que alguien en un grave accidente, en un choque, de golpe uno sobrevive y cuatro mueren. Eso es un trauma que te acompaa para siempre. Y como deca Enrique -y yo tambin lo creo- eso se convier-te en una especie de carga moral, un deber ser kantiano. Es decir, uno puede hacer varias cosas a partir de ah: o tratar de olvidarse de sus actos en esa poca, pasar a ser una espe-cie de converso y tratar de considerar que esa poca fue demonaca, y tiene que apartarse, y pedir perdn, y tener una conducta lo ms contraria a esa poca; o, como he intentado yo, hacerme digno de esa poca, en el sentido de mantener una conducta, de mantener una tica y de no refugiarme en la melancola o en la prdida sino tratar de seguir haciendo cosas para que eso que hice no sea un aspecto borrado de mi vida, ni melanclico ni depre-sivo, sino que siga vivo en el hoy a partir de incluirme en las luchas del hoy.

    No muy lejos de su programa poltico de los 70, que relacionaba el triunfo del socialismo en latinoamrica con el xito de los procesos de liberacin nacional, Zito Lema milita hoy junto al MTD Anbal Vern y el Frente Daro Santilln en la campaa por el juicio y castigo a los responsables del asesinato de los compaeros cados en el enfrentamiento de Puente Pueyrredn, en junio del 2002. Como l mismo seala, su relacin con este sector del movimiento piquetero viene de las pocas en que muchos de sus dirigentes eran forma-dos en sus propias clases en la Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo. Como producto de esa militancia, Zito Lema recit en nuestras jornadas de diciembre el poema Pasin por la Justicia1 que es parte de un trabajo mayor, que incluye ensayos filosficos y polticos y la obra teatral La pasin del pi-quetero, que publicar en breve. No podamos terminar la entrevista sin consultar a Vicente sobre algunos problemas planteados a 30 aos del golpe militar de 1976, y que surgen de la misma historia de la lucha de los organismos de derechos humanos de los qu l mismo fue-ra protagonista destacado. -Que opins de los cambios en el sentido de la figura del desaparecido?-Creo que hay una confusin -y es muy duro lo que voy a decir- porque tambin me afecta a m. De alguna forma, la figura del desapare-cido fue como un alivio, en el sentido de que nosotros, realmente, no dbamos por muertos a los compaeros. No te estoy llevando ahora a la metafsica que puede haber sido despus, desde el lugar de Madres, el sentido de estn vivos los desparecidos, etc. No, te estoy ha-blando desde un lugar ms cercano a la rea-lidad cotidiana, inmediata. Nosotros -hablo como militante de la poca- no sentamos que el desaparecido mora. Lo cierto es que para nosotros, en aquellos primeros tiempos, el desaparecido no era un muerto. Nosotros in-vestigbamos, buscbamos, muchas veces in-cluso tenamos pistas, informaciones, porque no ramos nios cados del catre, como nos quieren pintar. Tenamos informaciones sobre

    Entrevistado por El Aromo, Vicente Zito Lema, repasa su trayectoria poltico intelectual y opina sobre los principales problemas que dejaron 30 aos de lucha por los derechos humanos.

    El pensamiento de la canalla

    TEATRO-ACTUACINCursos y Talleres ao 2006Arancelados y Gratuitos

    Teatro 3. Taller de obra de creacin colectiva para alumnos avanzados Lunes 14.30 a 16.30 /Inicio: Marzo / Arancelado / Casa Morena Iniciacin Actoral Martes 14.30 a 17.00 / Inicio: Abril / Arancelado / Casa Morena Iniciacin y Entrenamiento. Adolescentes- Jvenes- Adultos Martes de 19.00 a 21.00/ Inicio: Abril / Gratuito / Centro Cultural 20 de diciembre Iniciacin Teatral Mircoles de 18.00 a 20.00/ Inicio: Marzo / Gratuito / La CasonaClown, Iniciacin Jueves de 20.00 a 22.00/ Inicio: Abril / Arancelado /Casa Morena

    Profesor: Ivn Moschner, egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramtico, integrante del grupo Morena Cantero Jrs. y actor en teatros de Buenos Aires.

    Inscripcin y entrevistas: En las salas donde se realizan los cursos y talleres.Casa Morena: Ferrari 335. Parque CentenarioCentro Cultural 20 de diciembre: Ituzaing 747. Barracas-ConstitucinLa Casona: Directorio y Lacarra. Parque Avellaneda

    [email protected]

    Leonardo GrandeGrupo de investigacin de la Izquierda en Argentina - CEICS

  • El Aromo 9Abril de 2006

    la real existencia de esos compaeros. Que des-pus eso sea usado por el poder para negar las desapariciones, eso es un uso perverso y previ-sible desde las lecturas del poder, pero nosotros en ese momento no dbamos inmediatamente por muertos a los compaeros. Por ejemplo, desde la revista Crisis, como Haroldo Conti era parte de la revista, se forma un comit para investigar y dirigir el tema de Haroldo, y me hago cargo yo, como soy abogado, me ocu-p ms especficamente del tema de Haroldo. Por razones tambin de amistad. Yo era muy amigo con Haroldo, compartamos cuestiones ideolgicas, polticas, literarias, gustos por el ro, por el mar, ms del tipo personal. Yo s bien cmo fue toda esa investigacin y hubo un buen tiempo en que Haroldo sigui vivo, que ms o menos lo tenamos ubicado, al pun-to que fuimos con Eduardo Galeano a Casa de Gobierno a pedir por l, que por poco nos cuesta la vida a Eduardo y a m. Y lo mismo con Alicia Eguren y con otros compaeros: no es que los secuestraban y automticamente los mataban, quedaban vivos. Quiero decir que si estaba desparecido haba alguna chance con-creta de evitar que lo matasen. Despus s em-pieza a convertirse en figura del horror, porque el hecho de que la desaparicin se prolongue en el tiempo va generando un horror. Pero si vos me decas en esa poca qu poda preferir uno, que te desaparecieran o que te mataran en la calle, por supuesto que uno prefiere que

    te desaparezcan, en ese aspecto, porque tens la hipottica posibilidad de escaparte, de ma-tar al que te secuestr, qu se yo.

    -Cundo se transform desparecidos en la forma de encubrir la militancia de los compaeros?-Eso fue una lucha muy dura. Yo recuerdo por ejemplo -y con todo respeto por los compae-ros docentes-, que cuando se hizo la Carpa Blanca me invitaron a una conferencia sobre los intelectuales y el horror de la dictadura, y yo reivindiqu la procedencia y la actitud poltica, militante, revolucionaria de Harol-do Conti, de Rodolfo Walsh. Y recuerdo que se arm un escndalo. Porque era como que tenamos que mostrarlos nada ms desde un lugar de vctimas, de intelectuales y no de per-sonas que haban luchado por un ideal muy concreto y que haban pagado duramente por su lucha. Entonces se me impugna por parte de una de las personas que organiza el acto, si yo haba ido ah a hacer ah propaganda por la subversin. O sea que, an en espacios de gen-te como la de la Carpa Blanca, aparentemente todos muy progresistas, sin embargo, hubo problemas. Yo recuerdo mi primer escrito so-bre Haroldo Conti, cuando yo cuento en el diario Sur cmo haba sido todo, el secuestro, la complicidad de muchos intelectuales en la no aparicin de la desaparicin, tambin las crticas profundas que recib. Y siempre te acu-

    saban de ser un exaltado defensor de la subver-sin que no aceptabas la realidad. O sea que eso se fue instalando no slo desde el poder, a quien esto le favoreca, sino tambin desde ciertos sectores sociales, polticos y culturales, que queran negar que podan quedar ecos de la revolucin, como que esa revolucin, que fue derrotada pero que existi, no hubiera pa-sado. Ah hubo un deseo de negar la realidad, y empieza entonces a querer mostrarse, como se muestra, a Rodolfo Walsh como un escritor, pero se quiere negar que fue un intelectual re-volucionario. Y as con casi todos ellos. Porque ninguno de los escritores desaparecidos tuvie-ron su desaparicin ligada estrictamente a sus poemas. Era contra lo que hacan, ya que sus poemas eran parte de su vida: Roberto San-toro era un militante revolucionario, Miguel ngel Bustos lo era, Rodolfo Walsh, Paco Urondo... Es decir, no era que los fueron a buscar porque no les gustaba algn poema. Se quiere empezar a negar desde los nombres ms notorios, a partir de ah se quiere negar todo. Y se quiere negar empezando por quienes, por su trayectoria, podan servir de escudo a otros compaeros no tan notoriamente pblicos pero de gran valor, a quienes tambin se quie-re mostrar como chicos buenos o, en la jerga de la poca, perejiles, que los desaparecieron sin saber por qu. Y eso es una segunda forma de matarte. Porque te matan cuando te matan pero tambin te matan cuando te niegan tu identidad.

    Finalmente, Zito Lema mantuvo inclume su promesa de no hacer pblicas sus diferencias con la direccin de Madres de Plaza de Mayo, aunque es notorio su distanciamiento de la Universidad que l mismo fundara en los 90 e, incluso, de las organizaciones de desocupa-dos antikirchneristas que se formaron en su seno. No obstante, emiti s, juicio sobre las ltimas declaraciones de Hebe de Bonafini.

    -Qu balance hacs cuando, a 30 aos de la derrota del ltimo proceso revoluciona-rio en Argentina, escuchs la frase de Hebe justificando el final de las Marchas de la Resistencia, porque, segn ella en la Casa Rosada ya no hay ms enemigos?-Lo que yo digo, lo hago