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PEQUEÑOS SABIOS,

GRANDES MAESTROS

GINA ARIZA

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Autora: Gina Ariza Diseño de cubierta: Ruvel copistería, Marbella Corrección del texto: Juan Carlos García Fotografías de cubierta: Carlos Ariza (www.pbase.com/carlosariza) © 2010 Bubok Publishing S. L.

1ª edición

Impreso en España / Printed in Spain

Impreso por Bubok

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Dedicado a todos los niños del mundo que nacen con la misión de despertar las conciencias y que en ocasiones entregan su alma por conseguirlo.

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AGRADECIMIENTO

Mi agradecimiento más profundo a todos aquellos que me han apoyado en este proyecto, y en particular, a cada pequeño sabio con el que me he encontrado y que ha dejado una huella de su sabiduría en mí.

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PRÓLOGO

A través de este libro quiero transmitir un mensaje universal: el mensaje de amor de nuestros hijos y lo que estos pequeños sabios representan para la humanidad.

Me gustaría compartir lo que hay más allá de la

parte meramente física a la hora de interactuar con bebés y niños pequeños y lo que existe a través de su visión y percepción, mas no a través de los ojos de la mayoría de los adultos.

En muchas ocasiones tratamos a los bebés y

niños que aún no pueden hablar bajo nuestras directrices adultas; sin percatarnos de sus deseos instintivos y naturales, por los cuales debemos guiarnos a la hora de interconectar con ellos. En el momento en que los niños empiezan a hablar, los manipulamos sin darnos cuenta de las consecuencias de tal comportamiento.

Quizás los adultos sepamos cómo sobrevivir a la

vida desde nuestra naturaleza física y racional, pero son los niños los que llegan a este mundo con el conocimiento implícito de la esencia de la vida.

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ÍNDICE

AMOR DE MADRE ................................................... ........... 15

AMOR DE PADRE ................................................... ............ 17

ACUERDO DE AMOR ................................................... ...... 19

CONCIENCIA DESPIERTA ................................................. 21

VIVIR EL PRESENTE ................................................... ....... 23

SENTIMIENTOS VERDADEROS ....................................... 24

NUESTRO NIÑO INTERIOR ............................................... 27

LA INOCENCIA ................................................... ................ 27

SUS GUÍAS EN EL EJEMPLO ............................................. 29

CONVERSAR CON LOS BEBÉS ........................................ 32

ESOS PEQUEÑOS SABIOS ................................................. 35

MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS ....................................... 40

MANIPULACIÓN ................................................... .............. 44

EL CONOCIMIENTO DE LA VIDENCIA .......................... 51

PRESERVAR SU INOCENCIA ............................................ 53

MENSAJE DE AMOR ................................................... ....... 57

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Cada vez que vemos a nuestros pequeños niños y

sentimos que ser padres es una de las mejores cosas que nos ha podido ocurrir, lo hacemos desde un amor profundo y verdadero; con un sentimiento tan grande que las palabras nos parecen insuficientes para expresar lo que en ese momento sentimos.

Es nuestro Ser el que se manifiesta en ese

momento y, cuando se hace desde ahí, nos damos cuenta cuán limitado es el idioma cuando lo que se quiere expresar es tan inmenso que no puede atraparse en unas simples letras. Por eso, se deben expresar desde el verdadero amor y desde el verdadero sentimiento.

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AMOR DE MADRE Una flor hermosa encandila y enaltece su

alrededor llenándolo de belleza y armonía.

Su aroma nos permite apreciar todo lo que oculta en su interior.

El tocarla nos enseña la suavidad de su textura y la delicadeza de su existencia.

Así, como una flor con toda su belleza y esplendor, así es una madre.

La que nos muestra todo lo que es con solo mirarla, con solo tocarla.

Es el Ser más hermoso, porque es la flor de nuestras vidas.

La que cuida cada día de nuestro andar, la que nos cobija en nuestras tempestades y de la que siempre recordaremos su esencia y aroma en la distancia y en la ausencia.

Una madre es aquella que da la vida aun sin engendrarla.

Porque tiene la capacidad de engendrar el amor verdadero.

Desde el verdadero deseo de ser madre.

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AMOR DE PADRE

Padre no es simplemente aquel que nos da la

vida.

Padre es el que nos brinda el amor sin condición, por siempre y para siempre.

Aquel que nos guía con paciencia y devoción en nuestro aprendizaje de la vida.

Aquel que nos defiende ante todo aunque luego nos aclare que las cosas tienen sus límites.

El que nos mira cada día como si fuera la primera vez que nos contempla.

El que esboza una sonrisa orgullosa con nuestros logros y nos abraza y brinda su apoyo en nuestros desatinos.

Aquel que cuando nos acompaña, nos transmite la fortaleza donde refugiarnos de las tempestades de la vida; y que cuando no se encuentra junto a nosotros, nos brinda el refugio de su recuerdo evocando su sabiduría y su amor.

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ACUERDO DE AMOR

Por ese hermoso acuerdo de amor entre almas,

empezaste a amar a tu hijo mucho antes de verlo. Un amor que va creciendo con el tiempo.

En ese momento de conexión invisible, pero a la

vez tangible, fue cuando recordaste ese acuerdo. Fue cuando ese bebé se alegró de que le dieras la vida y cuando él se conecto contigo desde lo más profundo de su Ser.

Le has dado la vida pero aún así no te pertenece.

Y solo el amor verdadero puede comprender algo tan hermoso y que en ocasiones duele.

Llegado el momento has de darle su libertad y,

de esa manera, siempre estará a tu lado. Todo ello forma parte de vuestro acuerdo.

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CONCIENCIA DESPIERTA Cuando emprendemos el camino de la vida y

venimos al mundo, solo podemos apreciarlo desde la conciencia despierta, pues la razón aún no se ha desarrollado. Durante esos primeros años de vida todo lo que admiramos es la verdadera realidad.

Por eso los niños ven el mundo de manera fantástica. Para ellos no hay trabas ni obstáculos y la solución de las cosas es simple y sencilla como la vida que ven.

Los que ya vivimos aquí y hemos desarrollado la razón somos los que la complicamos destruyendo su belleza al contemplarla.

Entre el niño y la solución de las cosas no existe más que el espacio de recorrerlo. Mientras que para los adultos, ese espacio y recorrido hasta encontrar la solución está inmerso en un entramado racional.

Cuántas veces hemos estado preocupados con algo a lo que no encontramos solución y nuestro hijo pequeño que nos ha estado observando con ese entramado racional no solo durante horas, sino días, semanas y en ocasiones meses, se cansa de vernos, y se acerca (dándonos unos golpecitos con el dedito para llamar nuestra atención) para darnos un

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mensaje que usualmente no comprendemos y, sin embargo, es la solución de nuestras cavilaciones. Mensaje que en ocasiones tardamos años en comprender su significado o, lo que es peor, pasamos a infravalorar a nuestro hijo: a nuestros ojos son muy pequeños ¿verdad? Pequeños sabios, grandes maestros.

¿Qué pasa? ¿Por qué los adultos perdemos esa capacidad?

Los seres humanos tenemos la facultad de liar la madeja cada vez más en lugar de zafarla. A veces tenemos la soga al cuello y aún así pensamos que podemos dar una vuelta más.

Nuestros hijos simplemente cogen el extremo de esa madeja y tiran de ella.

Sí, es cierto, a nuestros ojos adultos no nos parece tan sencillo. Porque como adultos hemos olvidado cómo hacerlo.

Esa base de percepción natal nunca se pierde, simplemente se encuentra confundida dentro del caos de la irrealidad vital. Porque cuando venimos al mundo nos enfrentamos a la realidad que viven los adultos, y para poder acoplarnos al resto la dejamos en un letargo en el que, en ocasiones, permanece el resto de nuestra vida.

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VIVIR EL PRESENTE Si nos dejáramos guiar por nuestros pequeños

niños, apreciaríamos cómo disfrutan del ahora sin preocuparse de qué pasará mañana, ya que para ellos ese mañana no existe. Por lo tanto, cada segundo y cada instante de su existencia serán nuevos y deseados, vividos y disfrutados. Así comprenderíamos cuánto nos pueden enseñar de esa sabiduría que nosotros, como adultos, tanto les deseamos arrebatar nada más nacer.

Cuando se dice que no debemos perder el niño que llevamos dentro, no solo se refiere a la ilusión, sino a la capacidad del niño de vivir el momento en el que está y disfrutar de él sin razonar más allá de lo que vive. Vivir desde su inocencia.

Ellos no ven, ni escuchan, ni sienten como los adultos; sencillamente porque como adultos hemos dejado de ser niños.

Si por un instante pudiéramos volver a esa infancia y redescubrir el mundo desde nuestro lugar presente, comprenderíamos a gran escala, in situ y con fascinación, lo que dejamos olvidado.

Y si ahora como adultos procuramos medianamente entender esa experiencia vivida,

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veríamos con claridad que ellos, al igual que nosotros, deben ser respetados desde su percepción.

Muchas veces no nos damos cuenta del tesoro que tenemos en nuestros hijos. No somos nosotros quienes los buscamos, sino ellos quienes nos encuentran.

SENTIMIENTOS VERDADEROS Algo que personalmente me ha costado

comprender durante mi vida es la capacidad que tenemos los seres humanos para expresar aquello que no sentimos.

Sin embargo, nos damos cuenta de que cuando expresamos un sentimiento verdadero, el valor que adquiere está por encima de cualquier omisión. Y lo que deja en el otro no tiene valor, es incalculable.

¿Cuántas veces hemos sido abrazados, y en cuántas otras hemos preferido que no hubiera sucedido? Y, sin embargo, ¿en cuántas nos hemos sentido como si un gran oso de peluche nos acogiera en su regazo?

Esa es la diferencia. Igualmente sucede con las palabras, con las miradas, con los gestos y con la compañía.

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Un simple roce, una simple caricia, esa mirada que no necesita palabras, siempre que sean sinceras, emanarán un enorme sentimiento de amor verdadero.

Y esos son los sentimientos que vienen a recordarnos y a rescatar de nosotros nuestros hijos. Ellos vienen con el paquete legítimo de la esencia del verdadero amor.

Desafortunadamente, aún hay padres que piensan que respecto a eso tienen mucho que enseñarles. Cuando en realidad es todo lo contrario.

Nosotros como padres estamos para orientarlos a cómo moverse en la jungla de la vida y poder preservar lo que traen consigo, y que es el mayor tesoro que podemos poseer.

Esos pequeños sabios son como una luz brillante y resplandeciente, que se expande desde su Ser más profundo para proyectarse más allá de lo infinito; Inundando con su hermosa luz de amor todo su alrededor.

Ellos no se ven pequeños ni diminutos, todo lo contrario; son conscientes de su grandeza. Por eso, ellos no tienen límites a la hora de hacer algo, ya que aún son conscientes de su infinitud, su atemporalidad e inmortalidad.

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En ocasiones, cuando contemplamos a un bebé es como si algo hermoso nos inundara: el amor que sentimos es inmenso y nos da la sensación de no haber experimentado eso antes. No somos nosotros los que generamos ese sentimiento sino el bebé. Él puede transformar todo su alrededor con solo mirarnos, tan solo con su presencia; porque se despliega desde su Ser y no necesita tocarte para abrazarte.

Cuando nos desplegamos desde nuestro Ser, se experimenta la sensación de estar y pertenecer al todo y de expandirnos.

Por esa razón los niños piensan que pueden volar y trasladarse de un lugar a otro atravesando paredes. Es el recuerdo de su esencia no física, pues las sensaciones de desplazamiento atemporal en el recuerdo son reales.

Debemos escuchar a nuestros hijos y ser conscientes de que lo que sienten y experimentan, aunque no nos encaje, no es del todo una fantasía. Muchas de esas experiencias son recuerdos aún no integrados u ocultos por la razón.

La razón se implanta con fuerza de los seis a los siete años aproximadamente. Por eso antes de esa edad, los niños son mucho más fantásticos vistos desde la razón de sus padres y de los adultos.

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NUESTRO NIÑO INTERIOR Nuestro niño interior, ese que vino al mundo con

nosotros y que lo dejamos por alguna parte, es aquel que te estremece con su mirada, con su sonrisa y con sus palabras.

Ese niño que tanto ocultamos y oprimimos es aquel que nos permite ver la vida con sus colores, entregarnos desde nuestros sentimientos verdaderos en el amor y desplegarnos sin miedo en las adversidades.

A veces creemos que es nuestra parte más vulnerable, cuando en realidad es la que sabe lo que quiere, ve la vida tal cual es y la disfruta cada segundo sin importar qué piensen los demás. Ya que es aquel que tiene la capacidad de mirarte y transmitirte amor e inocencia pura con solo su presencia.

LA INOCENCIA Es la esencia pura del Ser: sin temores, sin

miedos, sin odios, sin complejos, sin juicios ni prejuicios. Es el Ser en todo su Ser.

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Y eso es lo que son nuestros niños: la esencia pura de la inocencia y la sabiduría.

Por eso, cuando un niño te abraza, te mira y te sonríe, lo hace con toda su alma, desde lo más profundo de su Ser; haciendo emerger en él y, a su vez, en el prójimo, un sentimiento tan verdadero, que provoca la conexión con nuestra alma y con todo lo que ella posee.

Y lo hace con algo tan simple como es la entrega incondicional desde el amor legítimo.

El amor incondicional es la entrega al desplegarse el Ser que llevamos dentro.

Los adultos no hacemos más que marcar los límites y no nos entregamos. Tenemos temores infundados de perder algo si lo hacemos, cuando realmente lo que se está perdiendo es la oportunidad de vivir un sentimiento profundo y total. Tan solo por desconocer que cuando me despliego, me entrego a ti y no pierdo nada de mí. Te doy lo que soy y no lo que me sobra.

Por eso, cuando un adulto se despliega en el amor y mira a su ser amado en la distancia, ese ser amado se girará para mirarle; ya que lo ha acariciado aun sin tocarlo.

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Podemos desplegarnos y hacer sentir sin apenas movernos, siempre desde el sentimiento puro y verdadero.

No nos damos cuenta que cuando nos entregamos incondicionalmente desde nuestra esencia, nada se pierde. Porque el Ser permite al individuo vivir las sensaciones en plenitud, desplegándose.

Eso es conservar nuestro niño interior.

SUS GUÍAS EN EL EJEMPLO Aquellos padres que son conscientes de todo

esto, experimentarán una paternidad diferente a aquellos que no lo son. Descubrirán algo fantástico y a la vez de respeto, porque tomarán consciencia de que han de estar preparados para educar a sus hijos.

En ocasiones acusamos a nuestros hijos de sus comportamientos o conflictos y siempre les señalamos buscando las respuestas en ellos, en vez de buscarlas en nosotros. Ya que esos comportamientos son la consecuencia de lo que ellos perciben de nuestras emociones y temores.

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Ellos no saben controlar lo que perciben o sienten y tienen que exteriorizarlo de alguna manera.

A veces cuando no pueden expresar sus sentimientos y estos a su vez no son acordes con el entorno global, suelen manifestarlo con enfermedades; sin comprender con exactitud lo que sucede en su interior y por qué se sienten así.

No podemos pedir a nuestros hijos lo que no ven en nosotros. Somos sus guías en el ejemplo, y si lo que decimos no es acorde con nuestros actos, tanto en su presencia como en su ausencia, perderemos credibilidad ante ellos.

No somos los dueños de sus destinos, mas sí, los guardianes custodios de su sabiduría y de lo que ellos han de mostrar al mundo. Por eso nos han elegido.

Seamos conscientes del verdadero valor de ser padres y de que ellos han puesto su fe y confianza plena en nosotros para cumplir su misión en la vida.

Hemos de verlos como esos Seres de luz que traen la llama para encender aquellas que nosotros tanto nos empeñamos en apagar.

En los niños, su visión y comprensión de la vida

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se expande inversamente proporcional a su razón. Mientras que en los adultos sucede lo contrario, su razón adquiere un poder superior a la compresión real de la vida.

Estos niños darán y brindarán a sus padres y a la humanidad:

Una maestría de equidad, sentido verdadero del amor y la unidad con el universo, respeto hacia los demás y hacia sí mismos.

Haciendo valer sus principios más profundos de convivencia.

Estos niños compartirán su sabiduría en la medida en que sean escuchados. Pues para que sus valores no sean vulnerados, callarán ante aquellos que no sepan escuchar.

En una ocasión, estaba en un vestuario y una madre entró con su hijo de 4 años. Este venía hablando sobre la vida y la muerte: le explicaba a su madre que cuando él muriera se iría a otro mundo y hablaba sobre ese mundo y los que vivían allí. La madre lo sentó en el váter y acto seguido le dijo: «¡cállate y termina pronto!»

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Cuando un niño de esa edad (que se está adaptando a este mundo y tomando contacto con la comunicación) expresa algo y le damos la orden de que se calle, en realidad le estamos diciendo que calle para siempre. Y lo mejor de todo es que cuando crecen sus padres se quejan de que el niño no habla ni cuenta nada. Cuando esto ocurra, echemos la memoria atrás y repasemos qué órdenes dimos a nuestros hijos en las diferentes etapas de su desarrollo cuando estaban reconociendo el mundo que les rodeaba.

Las palabras son mucho más poderosas de lo que podemos imaginar. No siempre quien escucha recibe el mismo mensaje que quien habla desea transmitir.

CONVERSAR CON LOS BEBÉS Normalmente, hablamos de comunicación no

verbal cuando nos referimos a bebés pero, ¿sabemos exactamente de qué hablamos o a qué nos referimos?

Cuando hablamos de bebés, los esquemas establecidos se rompen, todo cambia; ya que ellos por sí mismos los desestabilizan.

Cuando establecemos contacto con un bebé o

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con niños menores de 6 años, donde todavía la capacidad de razonamiento no está desarrollada y su sistema aún está formándose, debemos tener en cuenta por qué medios el niño hace la toma de contacto con todo lo que hay a su alrededor, y más aún con el resto de seres vivos.

A diferencia del adulto, cuya capacidad de razonamiento lo lleva a hacer conclusiones y definiciones de las actitudes de los demás, el niño tan solo percibe de una manera total e inequívoca la real actitud de quienes le rodean y de su entorno.

El aura que nos rodea delata lo que realmente sentimos y pensamos, y ellos nos ven desde ahí. Por esa razón, no debemos obligarlos si sienten rechazo hacia un lugar o una persona.

Los bebés llegan a este mundo con toda la sabiduría de la vida y con la verdadera visión de lo que les rodea.

Ellos son como una especie de radar por el cual debemos guiarnos. Sobre todo cuando no vemos más allá de lo físico y no tenemos claro qué es lo que está sucediendo.

Los bebés son verdaderas esponjas y, a la vez, potentes proyectores de lo que a simple vista no es evidente para los adultos; lo que, en algunos casos,

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los padres asimilan dentro de su comprensión y amor hacia sus hijos, que todo lo aceptan.

Ante nuestros hijos, debemos tener presente algo: no expresemos jamás lo que no sentimos. Antes es mejor omitir cualquier comentario y ser sincero con nosotros mismos, con lo que sentimos y con lo que deseamos expresar desde el fondo de nuestro corazón.

Las palabras no siempre son el medio para expresar nuestros sentimientos. Podemos expresarlos con solo tocar a alguien, sonreírle o mirarle, e incluso con nuestra mera presencia. Un sentimiento verdadero es muy poderoso.

Y de esa misma manera es como perciben los niños de hoy en día.

Podrías recordar si ese pequeño sabio en alguna ocasión:

¿Te ha puesto algún día su mano en tu corazón mirándote a los ojos?; ¿te ha intentado cerrar los ojos con sus dedos?; ¿ha apoyado su mentón sobre sus manos y se ha quedado mirándote sin decir nada y sonriendo?

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si está de espaldas a ti y le estás mirando con amor, ¿se vuelve para corresponderte?; ¿juega con tus cabellos de la coronilla?; ¿te apunta con su deditos entre tus ojos?; ¿te ha preguntado alguna vez si le has llamado, en el momento justo en que pensabas en él/ella?

En esos momentos te veía y percibía desde tu Ser.

ESOS PEQUEÑOS SABIOS

He tenido la fortuna de poder tratar a muchos bebés a lo largo de mi carrera como fisioterapeuta, experiencia de la cual he aprendido mucho y que me ha demostrado que queda mucho por aprender.

Al principio de ejercer mi profesión, cuando empecé a tratar a los primeros bebés, me afectaba el hecho de que lloraran durante el tratamiento y se les hiciera sentir mal. Teniendo en cuenta que a menudo debían venir cada día, y durante semanas y, en ocasiones, meses; esto ocasionaba que nada más llegar el bebé a la sala de fisioterapia me identificara con algo no grato y me rechazara nada más verme.

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Hace unos veinticinco años, estuve durante unos diez o doce años tratando alrededor de cinco a ocho niños al día en edades comprendidas entre los doce días de vida y los dieciocho meses.

Anterior a esta experiencia con los bebés (y de la cual aprendí mucho acerca de estos pequeños sabios), me sucedió algo que con el tiempo me di cuenta de que fue un aprendizaje para reconocer cómo debía tratar a los bebés desde su percepción.

Este aprendizaje previo al que hago referencia sucedió con un gato siamés que me habían regalado por aquel entonces. Hemos de saber que los gatos son grandes maestros y, como tales, persisten sobre aquello que los humanos no deseamos reconocer de nosotros mismos. Es la razón por la cual no son fácilmente queridos o aceptados por algunas personas. No siempre nos gusta nuestro propio reflejo.

Los gatos siameses en particular son sociables. Se les considera uno de los gatos más inteligentes, muy vocalizadores y con gran capacidad de aprendizaje; en ocasiones tienen carácter fuerte y suelen tener actitudes de perro.

Por aquella época, cuando me lo regalaron, solía trabajar unas doce horas al día, salía a las 7:30 y regresaba cerca de las 11:00 de la noche cada día.

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Así que el gato estaba a sus anchas en la casa, era dueño y señor de ella; y cuando yo llegaba no me reconocía como dueña, sino todo lo contrario. Lo cual hacía una relación difícil y en más de una ocasión terminé en urgencias por sus ataques. Pedí sugerencias entre mis amigos que tenían gatos para intentar ponerlo en riendas y domarlo, pero nada de lo que me decían servía.

Lógicamente, todo lo que había intentado hasta ese momento se basaba en el poder y la imposición, haciéndole entender las cosas con un tacto fuerte. Llegó un momento en que me planteé cambiar de táctica y me di cuenta de que lo único que no había intentado era tratarle por la vía del amor.

Así que empecé a hablarle con cariño y con suavidad cada vez que quería acercarme a él o que hiciera algo que debía corregirle. Sin embargo, él seguía sin confiar. Por supuesto, una cosa eran las palabras que decía de cariño y otra mis verdaderas intenciones.

Un día el gato estaba subido en el sofá y mi intención era que bajase de allí. Me fui acercando a él hablándole con cariño, y aun así el gato empezó a adoptar una actitud ofensiva. Pude apreciar cómo el gato no me miraba exactamente a mí, sino a mi alrededor; en realidad no me escuchaba, sino que

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me podía verme y conocer mis verdaderas intenciones.

En ese momento, comprendí que estaba al descubierto ante él, y que la única forma de comunicarme era siendo sincera, verdadera y honesta en lo que decía, sentía y manifestaba. Cuando logré ser una sola comunicación, en ese momento, hice lo que quise con el gato. No necesitaba palabras para que hiciera lo que quería. No hacía falta.

Cuando empecé a tratar a los bebés después de este aprendizaje de mí misma, observé que ellos también se guiaban por lo que podían ver y percibir de nosotros, mas no solo de lo que escuchaban.

Cuando trataba a un bebé podía observar cómo miraba a mi alrededor, lo que a su vez me obligaba a ser sincera hacia ellos en mis intenciones, a pedirles permiso para invadir su espacio y a respetar sus momentos; ya que ellos saben cuándo desean algo o no y cómo lo desean.

En la profesión te enseñan muchas cosas establecidas y muchas técnicas que a la hora de la práctica te sirven de poco cuando se trata de niños. ¿Quiénes han elaborado esas técnicas?... los adultos, por supuesto.

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Comprendí que ellos exigían un permiso en vez de ser invadidos porque sí. Y que debían aceptarme en su entorno y reconocerme. No era yo la que imponía lo que iba a hacer, sino ellos los que me decían cuándo y cómo debía hacerlo.

Generalmente cuando trato niños, procuro estar sola con ellos para evitar la manipulación mutua padres-hijo aunque nunca sé lo que me voy a encontrar, no por el niño en sí, sino por el entorno en que se esté criando.

Utilizo el primer día de tratamiento para hacer la toma de contacto, que me reconozca y me permita entrar en su espacio. Es importante en todos los entornos que los bebés y los niños nos reconozcan primero, y respetar su deseo de aceptarnos o no. Eso no depende de que seamos “buenos o malos”, sino más bien de las energías que en ese momento nos rodeen por las diferentes situaciones que vivimos a diario.

Cuando nos comuniquemos con los bebés y los niños, hemos de hacerlo desde su percepción y no desde nuestros análisis.

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MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS Permite que tu pequeño hijo te toque y despierte

tus sensaciones olvidadas.

Conecta tu alma con la suya. Eso es lo que sucede cada vez que te mira, como si algo te absorbiera, te llevara al infinito y, a la vez te inundase de un sentimiento hermoso nunca antes experimentado.

Ese es el amor verdadero, el que emerge desde el fondo de tu alma.

Cada vez que te mira y se sonríe, haciéndote sentir único y especial, es porque realmente es eso lo que quiere que sientas, que te reconozcas como lo que eres.

Ellos nos ven tal cual somos y nos aman sobre todas las cosas. Dejándote guiar por tus hijos, sacarás lo mejor de ti.

Tienen mucha sabiduría y no necesitan hablarte, con solo mirarte te dicen muchas cosas. Y lo que es más impresionante, pueden llegar a estremecerte con un simple gesto.

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Cuando lo coges de la manita, tú solo lo estás sujetando y el sentirlo te reconforta. Sé consciente, en realidad, de quien lleva a quien en ese momento.

Ellos fueron los que nos escogieron a nosotros y nosotros aceptamos darle la vida en este mundo para formar parte importante de su camino en la experiencia de la vida.

Los niños perciben su alrededor a través de los colores que emanan las personas y los ambientes, así es como se orientan. Por esa razón, veremos que en ocasiones rechazan a alguien o se niegan a entrar en un lugar. Ellos son como radares que debemos tener en cuenta.

Cuando lo lleves sujeto de tu mano, aprende a percibir sus cambios de percepción por medio de su relajación o no. Con el tiempo, sin mirarlos reconocerás sus emociones.

Ten en cuenta que ahora eres su fortaleza, por lo que se sentirá seguro y relajado junto a ti; y se aferrará a ti cuando no lo esté. Cuando eso suceda y no haya nada evidente que te justifique su comportamiento, pregúntale u observa lo que no es evidente para ti.

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Nuestros hijos tienen mucho amor y luz. No dejemos que pierdan eso. Ámalos incondicionalmente ante cualquier cosa.

Nada ha de anteponerse a vuestro amor, lo que no significa sacrificio ni mucho menos dejar de vivir nuestra vida, sino cuidar nuestras posibles actitudes egoístas ante la entrega.

Cuando uno desarrolla la capacidad de entregarse verdaderamente, se da cuenta de que ese amor no se agota, pues se trata de algo verdadero e incondicional.

Hemos de convertirnos en mejores personas ante ellos; porque así nos respetarán por lo que somos y nos seguirán en nuestros principios, pero hemos de poseer esos principios para exigirlos.

Si alguna vez hacemos algo y luego le exigimos lo contrario, seguramente en algún momento nos lo recordarán. Y ante eso tendremos muy pocas excusas.

Hemos de ser ante ellos honestos y sinceros pero sobre todo con nosotros mismos. Desde donde ellos perciben la vida, los sentimientos incompatibles con el amor deterioran la imagen que puedan tener de nosotros. Y esto es algo que nos están

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inculcando desde el mismo momento en que los engendramos, exigiéndonos únicamente amor.

A veces en nuestra vida cotidiana, desarrollamos sentimientos que lo único que hacen es destruirnos por dentro. No podemos desear a otros lo que no deseamos para nosotros. Y partiendo de ahí, esa actitud nos impedirá dañar a los demás.

En más de una ocasión, los celos, la envidia, la ambición, los prejuicios… Nos llevan a tener comportamientos absurdos hacia otros con el único fin de herir. Todo ello deja en nosotros una huella que nuestros hijos pequeños reconocen.

Razón por la cual, si en algún momento intentamos inculcarle principios que ellos reconocen como no compatibles con nuestro comportamiento, es muy probable que nos digan: «¿Por qué entonces tú sí lo haces?».

Y si algún día te dicen algo semejante y tú eres consciente de su acierto, reconócelo; ya que es la mejor manera de recuperar la credibilidad.

Hoy por hoy, nuestra vida tal y como la desarrollamos no es independiente de sus vidas, o sea, que hemos de ser lo que queremos que ellos sean.

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Es precisamente eso lo que buscan: cambiarnos, para que a su vez cambie el mundo. Los adultos lo estropeamos todo, y así nos va.

Nuestros hijos harán del mundo algo mejor, en la medida que nosotros también trabajemos en ello.

MANIPULACIÓN A veces, cuando hablamos con nuestros hijos, y

en alguna de las conversaciones utilizamos la manipulación o el engaño, el que ese pequeño sabio nos mire fijamente en un profundo silencio por milésimas de segundo que nos pueden hacer sentir vulnerables y, posteriormente, omita un comentario, se gire y siga con sus juegos, no es porque al callar acepte nuestra sinrazón; sino que dentro de la sabiduría de su inocencia nos está brindando una segunda oportunidad para no volver a hacerlo, en vez de desenmascararnos en ese momento.

Cuando tu hijo te mira de esa manera, retráctate o arréglalo en cuanto puedas.

Desafortunadamente, los padres no suelen aprender esta lección y, subestimando a sus hijos, los siguen manipulando a través de los años hasta que el niño, al ver tal actitud y cuando empieza a

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desarrollar la razón, define que ese debe ser el comportamiento adecuado, porque así le han criado. Y así, generación tras generación. El inconveniente es que nuestros hijos desarrollarán cualquier cosa que aprendan a una potencia mucho mayor.

Todo lo que ellos aprenden de nosotros lo elevan a la enésima potencia. Por eso no reconocemos nuestros actos reflejados en nuestros hijos, y solemos preguntarnos: «Pero, ¿dónde han aprendido eso?».

Los niños no delatan a sus padres cuando los descubren en esta manipulación, porque dentro de esa sabia inocencia, sienten un profundo respeto por el aprendizaje de otros en la vida a medida que crecen.

Algunos niños conservan esa visión, siempre que los padres se lo hayan permitido. Es entonces cuando, a través de su niñez, pubertad y adolescencia, siguen enseñando a los adultos el sentido:

de las relaciones humanas, de la cordialidad, de la compasión, de la equidad, de el respeto y

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de la comprensión.

Ellos tienen las respuestas de nuestras cavilaciones y dudas. Si los escucháramos detenidamente, nos daríamos cuenta de que así es. Sin embargo, en más de una ocasión infravaloramos sus opiniones.

Os comparto algunas experiencias reales que muestran esa sabiduría:

*Despertar de la conciencia. Una niña de 4 años, hija de una amiga, le dice un día a su madre: «Mamá cuando las cabezas de las personas se abran y salgan las arañas que llevan dentro, el mundo será diferente y las personas podrán ser felices».

La madre se queda sin comprender lo que su hija decía. Sencillamente, la niña expresaba a través de su visión la liberación del hombre de ese entramado que nos atrapa a través de la razón y que no nos deja despertar, para poder ver la vida y la existencia tal como son. Algo que nos hará comprender nuestro sentido en la vida y comprender aún más lo que significa ser feliz.

*La verdadera comprensión: Una niña de 4 años va y le dice a su madre: «¡Mamá¡, Dios no

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existe». La madre se queda espantada y no dice nada.

Lo que la niña quería decir es que Dios no existe tal y como lo concebimos. Ellos saben todo sobre la creación y no necesitan que les expliquen cómo son esas cosas. Pero al no ver que los demás no lo definen como ellos lo ven, sencillamente zanjan la cuestión.

*En otra ocasión: «¡Mamá¡, el hermano de Dios que está sentado a su derecha no está muy contento».

La madre, que jamás ha escuchado tal cosa antes, le pregunta: «¿Y cómo se llama?»

A lo que la niña le contesta un nombre en lengua antigua y que la madre no pudo repetir.

Ante eso la madre le pregunta— ¿y tú, dónde has escuchado eso?

—En ninguna parte —le responde.

—Entonces, ¿cómo lo sabes? —pregunta la madre.

—Lo sé desde que soy bebé—responde la niña.

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*La flor de los deseos. En otra ocasión, una madre con su hijo de 4 años:

Al niño siempre le encantaba cortar las flores para dárselas a su madre, decía que eran un regalo. La madre le insistía en que no cortara más las flores, y las apreciara sin cortarlas, para que comprendiera que no debía quitarlas de su hábitat. Los padres del niño tienen un amigo que es tetrapléjico, y desde que el niño puede hablar, siempre que lo ve, le pregunta a su madre. «¿Mamá, porque no puede caminar?».

Un día, quedan para cenar con este amigo y el niño se va corriendo hacia unas flores. La madre observa desde lejos que las está cortando, y va a toda prisa hacia él a regañarle. En ese momento, el niño al verla, se gira, levanta su mano para detener su avance, y le dice: «Mamá, ya sé que no debo cortar las flores, pero tú me dijiste que estas flores eran las flores de los deseos, y las estoy cortando para soltarlas al viento y pedir un deseo, quiero que mi amigo vuelva a caminar». En ese momento, la madre se quedó desarmada y sin saber qué decir.

Recordó que meses atrás, estando en el campo, ella le había enseñado a su hijo unas flores que al soplarle se hinchaban a la vez que se pedía un deseo, y luego se dejaban libres al viento. Le dijo que esas eran las flores de los deseos.

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*Ángeles: Una madre con su niña de tres años, una mañana juntas en la cama:

¡Mira! ¡Mira! —dijo la niña señalando con su dedo a la pared.

¿Qué? —pregunta la madre, que ella no veía nada.

Los ángeles están poniendo todo blanquito— responde la niña, dejando desconcertada a su madre y, antes de que dijera nada, la hija le aclara —Es que los ángeles no se ven….

— ¿Pero tú si los ves? —pregunta la madre.

—Sí —responde la niña.

— ¿Cómo son? —pregunta la madre.

La niña apunta a un rayo de luz que entraba en ese momento por un agujero de la persiana.

— ¿Y dónde están? —pregunta ella. —En mi habitación. Siempre duermen conmigo.

Son seis —responde la niña.

Después de un rato, la madre le pregunta —¿A qué huelen los ángeles?

La niña la mira, y haciendo una expresión como queriendo decirle “a qué van a oler si no”, dando a entender que era obvia la respuesta, le contesta:

— ¡Mamá!, ¡Huelen a flores!

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*En una ocasión, un niño ve discutir a sus padres y les dice: «¿para que discutís si os queréis tanto?»

En ese momento, al escuchar sus palabras, los padres comprendieron el mensaje.

*El amor o la esperanza. Un día, un niño de 5 años se acerca a su madre y le pregunta:«¡Mamá¡, ¿tú que escogerías, la esperanza o el amor?»

La madre, que lo conoce, prefiere no precipitarse en la respuesta y le dice: «déjame que me lo piense y luego te contesto». Seguidamente, el niño le dice: «¿Sabes qué escogería yo?... El amor… porque lo contiene todo».

La madre ante esto, se dio cuenta que estaba todo dicho.

Cuando estamos educando a un niño pequeño y nos da esos ejemplos, es como si con su dedito tocara las partes más profundas de nuestro interior, para reactivarlas.

Si como padres aprendemos de esas enseñanzas,

el mundo cambiaría; de hecho está cambiando, porque si no, no estaríamos hoy hablando de esto.

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Para un niño o adolescente actual, todo esto es natural, somos nosotros los adultos los que no abordamos estos temas con normalidad ante ellos.

Ellos no tienen nada que demostrarnos, mas sí que mostrarnos. Ellos seguirán con lo que creen y en lo que creen. Cuando nos dicen algo desde su sabiduría no necesitan nuestra aprobación, ya que cuando nos preguntan a nivel existencial no es porque no sepan la respuesta, sino porque quieren saber qué podemos recordar nosotros.

Nuestros hijos no pueden vivir en un entorno hostil, necesitan permanecer donde hay amor verdadero. No podrán aceptar, y mucho menos comprender otra forma de relacionarse, otra manera de comunicarse de dar y de recibir que no sea a través de la energía del amor.

EL CONOCIMIENTO DE LA VIDENCIA

Los niños de hoy en día son muy videntes, y

algunos más que otros, y si no se les explican las cosas pueden ocasionarles miedos; ya que dependiendo de lo que vean pueden comprenderlo o no.

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Cuando son niños que ven (videncia), hay que escucharlos y nunca decirles que es su imaginación; dejar que se manifiesten y se sientan escuchados, procurar estar ante ellos como algo natural aunque no entendamos nada. A través de lo que ven, obtienen respuestas increíbles.

Todo lo que nuestros pequeños niños nos digan desde esa videncia es verdad, tan solo tienes que saber interpretarlo.

Ellos no están viendo el mundo desde la razón ni desde lo concebido y, por lo tanto, tienen que expresarse en un lenguaje (el nuestro) muy lento y limitado para darse a entender. Lo triste es que los adultos solo escuchan las palabras que dicen, mas no lo que quieren decir, que es muy amplio y veraz.

El que un niño pequeño no te manifieste que sabe perfectamente cómo te encuentras, no quiere decir que no lo sepa. Si en algún momento, se acerca a abrazarte sin venir a cuento cuando lo necesitas y sin pedirlo, no es una casualidad. Cuando divagues sobre algo trascendental, seguramente te dirá una frase concisa y sabia; aprovéchala, te está dando la respuesta. Los niños son atemporales, así que la respuesta no siempre te la dará en el momento de tus dudas, posiblemente antes o después de suceder.

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Están constantemente comunicando lo que pasará en el futuro, aunque los padres piensen que es su imaginación. Y algo muy importante, rara vez hablan solos.

Le has preguntado alguna vez a tu hijo/a… ¿Qué le gusta o no de la vida, cómo la ve y lo

que siente?, ¿Qué cambiaría del mundo y cómo piensa que debe ser? ¿Cómo se ve a sí mismo/a? ¿Si sueña, y qué sueña?

PRESERVAR SU INOCENCIA

Cuando a los niños se les permite desplegar su inocencia, a su vez despliegan esa sabiduría y visión real de la existencia.

La inocencia no es más que la sabiduría de ver la vida tal como es, desde la equidad y la cordialidad en que deben vivir los seres humanos para desarrollar una vida en convivencia, desde el respeto profundo por los demás.

La inocencia que debemos conservar es la que nos permite, desde el respeto que genera, que no

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seamos capaces de utilizar nada contra los demás aun pudiendo hacerlo. Por el contrario, nos guía para aprender desde ese respeto profundo por la humanidad a reconocer que todos somos iguales y en cualquier momento podemos ocupar el lugar del otro.

Lamentablemente, cuando algunos padres empiezan a quejarse de los comportamientos de los hijos, estos ya han cogido como suyas las enseñanzas de esos padres, que sin darse cuenta, les han ido inculcando; para que la inocencia se vaya perdiendo y la razón vaya ocupando un lugar prioritario en sus vidas. Los niños aprenden desde que nacen… e incluso desde antes de nacer.

Cada vez que nace un bebé, viene a transmitirnos el amor incondicional que hemos dejado olvidado en el camino hacia la edad adulta. Ese amor que nos brindará la sensación de estar renaciendo y expandiéndonos más allá de nosotros mismos cada vez que lo experimentamos.

No debemos olvidar, y hemos de tener presente, que los niños nos trasmiten constantemente la verdad de la existencia y nos desmenuzan día a día el entramado en el que habitamos (en nuestro mundo adulto), intentando rescatarnos de esa jungla que nos empeñamos en habitar.

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Nos piden que recordemos nuestra inocencia, para que así ellos puedan crecer en un mundo mejor, donde los “niños grandes” les guíen en la constante experiencia de la vida, manteniendo su visión real de la existencia.

Ante la visión del bebé y de los niños pequeños, somos tal cual. Ellos nos ven como lo que somos y representamos en esencia.

En una de las conferencias, había una niña de cinco años que al principio estuvo sentada escuchándome, y posteriormente se puso de espaldas a mí, dibujando sobre una silla. Casi al final, cuando empecé a hablar acerca de los niños y pronuncié la frase “Pequeños sabios, grandes maestros”, se giró y se quedó mirándome fijamente. Llevaba dos coletas que se balanceaban cada vez que giraba la cabeza.

Cuando vi su expresión sabía que se iba a enfilar hacia mí y así lo hizo. Se vino corriendo y cuando llegó a mi altura empezó a dar vueltas a mi alrededor.

La madre la llamó y le preguntó qué hacía y ella le contesto: «tengo que dar cuatro más tres vueltas para cambiar el destino (siete)». El siete es un número mágico, compuesto por el número sagrado tres y el terrenal cuatro, representando la evolución

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espiritual del hombre sobre su base terrenal. El despertar de la conciencia.

Posteriormente, cuando se fueron a casa, la niña le contó a su madre cómo había visto a las personas que estaban ahí, y describiéndolas con su representación energética.

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MENSAJE DE AMOR Hemos de escuchar a esos pequeños sabios y

grandes maestros, porque ellos son la llave que abrirá el despertar de nuestras conciencias.

Ellos nos hablan sin hablarnos y se comunican

más allá de los sentidos. Lo hacen con su Ser más profundo, aquel que puede tocarnos con la mínima expresión y con el más grande amor.

Por eso, nuestros hijos nos traspasan: Cada vez que nos miran en silencio. Cada vez que nos abrazan inesperadamente. Cada vez que tocan nuestro corazón casi sin

avisar. En cada gesto de sabiduría, están tocando nuestra

alma. En cada sonrisa, iluminan esa luz que nos

empeñamos en ocultar. En cada gesto de amor, nos están dando las

gracias por brindarles la vida.

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NOTAS

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