ARIANA ROCKEFELLER - Rodolfo Vera Calderón «art déco», donde se combi-naban ocinas con centros...

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ARIANA ROCKEFELLER QUINTA GENERACIÓN DE UNA DE LAS DINASTÍAS MÁS RICAS Y PODEROSAS DE LA HISTORIA, NOS RECIBE EN SU PARAÍSO ECUESTRE DE PALM BEACH Campeona de equitación y diseñadora, habla de su vida y de lo que significa ser una Rockefeller en el siglo XXI: «Todavía hay quien se sorprende al escuchar mi apellido» Al lado, Ariana junto a su abuelo David Rockefeller, el único de los nietos de John D. Rockefeller que llegó a figurar en la lista de los estadounidenses más ricos del mundo, según «Forbes». Fue el primer banquero de la familia y desarrolló su carrera profesional en el Chase Manhattan Bank, el poderoso banco que compraron los Rockefeller, en 1930. Desde 1979 hasta su muerte, el 20 de marzo pasado, ejerció de cabeza de familia del clan. Sobre estas líneas, el emblemático Rockefeller Center, de Nueva York (izquierda), que construyó el bisabuelo de Ariana. En la otra imagen, la exclusiva localidad de Wellington, en Florida, destino de las grandes fortunas nor- teamericanas y donde Ariane tiene su casa S IN duda, no ha habido una familia tan rica en los últimos siglos como los Rockefeller. Gracias a su inmensa fortuna, han estado siempre a la van- guardia de la industria, las nanzas, la política y la lantropía. Su riqueza comenzó a forjarse gra- cias a John Davison Rockefeller (1839-1937), fundador de la todopoderosa petrolera Standard Oil Corporation. Descendiente de inmigrantes alemanes, llegados a Estados Unidos en 1733, desde muy joven se destacó como un hábil co- merciante y, en 1858, con solo dieciocho años, creó su propio negocio de venta de carne y cerea- les, en Cleveland (Ohio). El dinero no tardó en llegar y decidió ampliar sus negocios invirtiendo en un sector poco conocido en aquel entonces y que, nalmente, lo convertiría en una de las ma- yores fortunas de la historia: el petróleo. En 1859, mucho antes de que apareciera el auto- móvil Ford T y de que llegase la bombilla eléctrica de Edison, Rockefeller perforó el primer pozo pe- trolífero de la Unión Americana. Una jugada que cambió el rumbo de la historia y el poder de los Estados Unidos en el mundo. Cuatro años más tar- de, en 1863, construyó una renería que, en poco tiempo, logró producir 500 barriles por día y ga- nancias de un millón de dólares al año. Y así fue cómo el imperio de las renerías Rockefeller, que en 1870 adoptó el nombre de Standard Oil, se extendió a pasos agigantados, llegando a controlar, en doce años, el noventa por ciento de las rene- rías del país. Había nacido el primer «trust» del mundo: un sistema de grandes concentraciones empresariales. UN ÚNICO DESCENDIENTE VARÓN En 1884, Rockefeller trasladó la sede de su impe- rio a Nueva York y se instaló con su mujer, Laura Celestia «Cettie» Spelman y su familia en una man- sión, ubicada en la calle 54, que costó 600 mil dóla- (SIGUE)

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ARIANA ROCKEFELLERQUINTA GENERACIÓN DE UNA DE LAS DINASTÍAS MÁS RICAS Y PODEROSAS DE LA HISTORIA, NOS

RECIBE EN SU PARAÍSO ECUESTRE DE PALM BEACHCampeona de equitación y diseñadora, habla de su vida y de lo que significa ser una Rockefeller en el siglo XXI: «Todavía hay quien se sorprende al escuchar mi apellido»

Al lado, Ariana junto a su abuelo David Rockefeller, el único de los nietos de John D. Rockefeller que llegó a figurar en la lista de los estadounidenses más ricos del mundo, según «Forbes». Fue el primer banquero de la familia y desarrolló su carrera profesional en el Chase Manhattan Bank, el poderoso banco que compraron los Rockefeller, en 1930. Desde 1979 hasta su muerte, el 20 de marzo pasado, ejerció de cabeza de familia del clan. Sobre estas líneas, el emblemático Rockefeller Center, de Nueva York (izquierda), que construyó el bisabuelo de Ariana. En la otra imagen, la exclusiva localidad de Wellington, en Florida, destino de las grandes fortunas nor-

teamericanas y donde Ariane tiene su casa

S IN duda, no ha habido una familia tan rica en los últimos siglos como los Rockefeller. Gracias

a su inmensa fortuna, han estado siempre a la van-guardia de la industria, las �nanzas, la política y la �lantropía. Su riqueza comenzó a forjarse gra-cias a John Davison Rockefeller (1839-1937), fundador de la todopoderosa petrolera Standard Oil Corporation. Descendiente de inmigrantes alemanes, llegados a Estados Unidos en 1733, desde muy joven se destacó como un hábil co-merciante y, en 1858, con solo dieciocho años, creó su propio negocio de venta de carne y cerea-les, en Cleveland (Ohio). El dinero no tardó en llegar y decidió ampliar sus negocios invirtiendo en un sector poco conocido en aquel entonces y que, �nalmente, lo convertiría en una de las ma-yores fortunas de la historia: el petróleo.

En 1859, mucho antes de que apareciera el auto-móvil Ford T y de que llegase la bombilla eléctrica de Edison, Rockefeller perforó el primer pozo pe-trolífero de la Unión Americana. Una jugada que cambió el rumbo de la historia y el poder de los Estados Unidos en el mundo. Cuatro años más tar-de, en 1863, construyó una re�nería que, en poco tiempo, logró producir 500 barriles por día y ga-nancias de un millón de dólares al año. Y así fue cómo el imperio de las re�nerías Rockefeller, que en 1870 adoptó el nombre de Standard Oil, se exten dió a pasos agigantados, llegando a controlar, en doce años, el noventa por ciento de las re�ne-rías del país. Había nacido el primer «trust» del mundo: un sistema de grandes concentraciones empresariales.

UN ÚNICO DESCENDIENTE VARÓN

En 1884, Rockefeller trasladó la sede de su impe-rio a Nueva York y se instaló con su mujer, Laura Celestia «Cettie» Spelman y su familia en una man-sión, ubicada en la calle 54, que costó 600 mil dóla-

(SIGUE)

• Su tatarabuelo fundó la Standard Oil, una de las petroleras más gigantescas

que existen

• Su bisabuelo construyó el Rockefeller Center, de Manhattan, que costó 250 mi-llones de dólares de los años treinta

• Su abuelo, que murió, a los ciento un años, en marzo pasado, levantó las

Torres Gemelas de Nueva York

Arriba, Ariana, distinguida y sofisticada, recorre con «Smurf» sus establos, vestida con una creación de dos piezas, diseñada por ella para una de sus primeras colecciones. El collar de perlas de tres hilos que lleva lo heredó de su madre y el reloj es Longines. La familia de Ariana también donó el te-rreno para construir la sede de la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York. «Debo con-fesar que nunca he estudiado español —confiesa Ariana entre risas—, pero, como hay tantos hispa-noparlantes en Estados Unidos y en el mundo ecuestre, lo he ido aprendiendo de solo escucharlo»

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res de la época (un poco más de 14 millones de dólares a día de hoy). Y no podía ser de otra forma: la Standard Oil había crecido tanto que ya era la mayor compañía del mundo y la que más bene�-cios reportaba. Los Rockefeller iban a convertirse en la familia más rica del planeta. Sin embargo, los esfuerzos por dirigir su petrolera comenzaron a pasarle factura. Su salud se debilitó debido a varias úlceras y a una enfermedad de las glándulas capila-res que le dejó completamente calvo. Con poco más de cincuenta años, y la apariencia de un ancia-no, se retiró de la vida pública y dejó todo en ma-nos de su hijo, John D. Rockefeller, Junior, su úni-co descendiente varón. Una decisión que le permi-tió dedicarse a la filantropía y a promover la igualdad racial: fue pionero en fundar la Liga Ur-bana y la Fundación Nacional Universitaria para Negros. También apoyó a organizaciones que vela-ban por la paz del mundo, como la Sociedad de Naciones.

SEIS ARQUITECTOS PARA CATORCE EDIFICIOS «ART DÉCO»

Junior se convirtió en director de la compañía en 1901, el mismo año en el que se casó con Abby Aldrich y cuya boda fue el evento social más im-portante del momento, con más de mil invitados. La joven pareja se instaló en Manhattan y tuvieron seis hijos: Abby (la única mujer), John Davison III, Nelson Aldrich, Laurence, Withrop y David, cono-cidos como los famosos «Rockefeller Brothers» y que, con el paso de los años, llegaron a dirigir los más importantes negocios de su tiempo, desde grandes bancos hasta poderosas inmobiliarias. Una tarde de la primavera de 1928, John Rockefe-ller, Junior, contemplaba la vista desde su mansión de nueve pisos, situada en el número 10 al oeste de la calle 54, en ese entonces considerada la resi-dencia particular más grande de Nueva York. Se dio cuenta de que los alrededores de su barrio es-

El salón. El cuadro es un retrato de «Stuart», uno de los caballos fa-voritos de Ariana, realizado por la reconocida artista ecuestre Shelli Breidenbach. «Me gustan las cosas frescas, limpias y funcionales. Una gran amiga interiorista, India Foster, me ayudó con los tapizados y a diseñar algunas de las cortinas», explica Ariana, a la que vemos, a la derecha, con su marido, Matthew Bucklin. Izquierda abajo, rin-cón donde Ariana deja sus cosas cuando llega de entrenar. La escul-tura y la imagen son del fotógrafo finlandés Arno Rafael Minkkinen

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taban perdiendo el lustre y que ya nada era como en 1884, cuando su familia se había insta-lado en Manha ttan y la Quinta Avenida era la calle más elegante de la ciudad. Muchas familias se habían mudado y la Ley Seca había converti-do la zona en un lugar donde proliferaban los bares clandestinos. Muchos de los terrenos en los que funcionaban esos negocios pertenecían a la Universidad de Columbia, por lo que Junior vio la posibilidad de impulsar un proyecto para revalorizar la zona: el Rockefeller Center. Eligió un terreno de seis hectáreas y media y se lo al-quiló a la Universidad por cerca de cinco millo-nes de dólares al año. Era tal su determinación de concretar su proyecto que ni siquiera el des-plome de la Bolsa de valores de Nueva York, en 1929, lo frenó. Para 1931 ya estaban terminados los primeros planos del Rockefeller Center. Seis arquitectos trabajaron para diseñar los 14 edi�-

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Casada, desde hace ocho años, con el empresario Matthew Bucklin, para su primera colección de moda se inspiró en un Picasso que había en su casa: «Al cre-cer como una Rockefeller, tuve el privilegio de vivir ro-

deada de verdaderas obras de arte»

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cios «art déco», donde se combi-naban o�cinas con centros comer-ciales y de ocio, que, desde enton-ces, ocupan varias manzanas en el corazón de la Gran Manzana y se erigen en torno a un rascacielos de setenta plantas, cuya decora-ción estuvo a cargo del muralista mexicano Diego Rivera.

REPARTIÓ SU PATRIMONIO ENTRE SUS HIJOS

Después se agregaron otros cua-tro edi�cios, de estilo internacio-nal, lo que representó más de me-dio millón de metros cuadrados de espacio para comercios y o�ci-nas, que convirtieron el complejo en el segundo mayor centro eco-nómico de Manhattan, después de Wall Street. Pero la mayor satisfac-ción de Junior fue que su padre vivió lo suficiente —murió, en 1937, a los noventa y siete años— para ver alzarse, por encima del Midtown de Manhattan, la gran obra de su hijo. En 1929, su mujer, Abby, en sintonía con el espíritu de su marido, tuvo la brillante idea de crear el Museo de Arte Moder-no (MoMA), hoy considerado uno

«Mis padres nos enseñaron siempre, a mi hermana, Camilla, y a mí, que éramos dos chicas más y se aseguraron, de la me-jor manera que pudieron, de que

tuviéramos una vida normal»

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En la otra página, el come-dor. La vajilla (al lado) es de Pickard, una de las prime-ras fábricas de porcelana que se abrieron en los Es-tados Unidos y que, hasta el día de hoy, fabrica todas las que se usan en la Casa Blanca y el Departamento de Estado. En la otra ima-gen, algunos de los pre-mios conseguidos como amazona por Ariana, a la que vemos, arriba, con su

marido, en la cocina

«Mi abuela Peggy y mi bisa buela Abby, que fundó el MoMA, de Nueva York, supieron representar a las mujeres Rockefeller con fortaleza e inteligencia»

de los más importantes del plane-ta. Pero lo que realmente convir-tió a los Rockefeller en una familia pionera dentro de las dinastías de los Estados Unidos fue la determi-nación que tomó Junior, en 1934, cuando decidió repartir su patri-monio en partes iguales entre to-dos sus hijos. En plena Gran De-presión, dio a cada hijo acciones por millones de dólares, que de inmediato se transformaron en jó-venes millonarios. David, su here-dero más joven, nacido en 1915, fue el que siguió los pasos de su padre. Así, en 1962, después de varios años de intensas negociacio-nes, puso en marcha un inmenso proyecto urbanístico en el Sur de Manhattan: el World Trade Cen-ter. Con el diseño del arquitecto japonés Minoru Yamasaki, en 1966, comenzó la construcción de las Torres Gemelas, que la prensa bautizaron como «David» y «Nel-son». Una obra maestra que se convirtió en un símbolo de Nueva York y que, en septiembre de 2001, tuvo un dramático e inesperado �nal.

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EL PRIMER BANQUERO DE LA FAMILIA

Pero, en su libro de Memorias (2002), sin em-bargo, David deja claro que lo más valioso que logró formar en la vida fue su familia. En 1960 se casó con Margaret «Peggy» McGrath, con quien tuvo seis hijos: David II, Abby, Neva, Peggy, Ri-chard y Eileen. A todos los educó con el mismo espíritu con el que su abuelo había creado su imperio. David fue el único de los nietos de John D. Rockefeller que llegó a aparecer en la lista de los estadounidenses más ricos del mundo, según la revista «Forbes». Fue el primer banquero de la familia —desarrolló su carrera profesional en el Chase Manhattan Bank, el poderoso banco que compraron los Rockefeller, en 1930— y, des-de 1979 hasta su muerte, el 20 de marzo pasado, ejerció de cabeza de familia del clan Rockefeller.

Así es que la persona que, hoy, es el único propietario de la «suite» 5600, en los pisos 54 y 56 del rascacielos del Rockefeller Center, es Da-vid. Jr., padre de la protagonista de nuestra histo-ria y bisnieto de John D. Rockefeller. Ariana, na-cida del primer matrimonio de David. Jr., con Diana Newell-Rowan, es una �el representante de lo que signi�ca ser una Rockefeller hoy en día. Campeona de equitación y diseñadora, en-carna lo que es una heredera moderna y com-prometida con las causas conservacionistas y del medioambiente. Graduada en Ciencias Políticas por la elitista Universidad de Columbia, Ariana dedica hoy su vida a la equitación, pasión que

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«Mi tatarabuelo era una per-sona sumamente trabajado-ra que siempre tuvo claro su compromiso de ayudar a los demás y siempre luchó por ser responsable y agra-

decido con la vida»

heredó de su madre. Junto a su marido, el empresario Matthew Bucklin, con quien se casó en 2010, recibe a ¡HOLA! en su refu-gio de Wellington (Florida), el lugar en el que pasa gran parte del año, entrenando para los grandes campeonatos a los que asiste alrededor del mundo. Dis-creta y so�sticada, nos habla so-bre su vida, la dolorosa pérdida de su abuelo y de lo que signi�ca llevar un apellido tan emblemáti-co dentro de la historia reciente.

«RESPONSABILIDAD Y GENEROSIDAD»

—¿Cómo fue crecer siendo una Rockefeller?

—Todavía hoy hay mucha gente que se sorprende al escu-char mi apellido, pero mis pa-dres nos enseñaron siempre, a mi hermana, Camilla, y a mí, que éramos dos chicas más y se ase-guraron de la mejor manera que pudieron de que tuviéramos una vida normal. Crecimos y estudia-mos en Cambridge (Massachu-setts), por lo que puedo decir que mi niñez fue muy tranquila y

algo rústica. Eso nos mantuvo siempre con los pies en la tierra y, por supuesto, nos dio la opor-tunidad de criarnos rodeadas de animales y espacios verdes. Re-cuerdo con nostalgia cómo ayu-daba a limpiar los graneros y a cuidar a los animales, lo que me hizo tener un gran respeto por la Naturaleza. Cuando asistíamos a eventos públicos, tenía muy cla-ro que siempre debía ser amable y estar agradecida por ser parte de una familia como la mía. Creo que gracias a esa educación he podido mantener mi propia personalidad, pero, al mismo tiempo, apreciar la historia de mis antepasados.

—¿Qué valores siguen estan-do presentes en la familia Rocke feller, después de seis ge-neraciones?

—Ante todo, el sentido de la responsabilidad y la virtud de la generosidad. Mi tatarabuelo, bap-tista devoto y fundador de la pe-trolera Standard Oil, era una per-sona muy trabajadora que siem-pre tuvo claro su compromiso de

Al lado, Ariana, con un vestido de noche diseña-do por ella y que estrenó para la última gala del Met, la cita anual del Instituto del Vestido del Mu-seo Metropolita-no de Arte de

Nueva York(SIGUE)

Junto a estas líneas, el dormito-rio principal, decorado con los colores típicos del mundo de la equitación: beis, gris, blanco y naranja. A cada lado de la venta-na, dos fotos de su abuelo David Rockefeller. «Recuerdo que mis abuelos me contaban que, cuan-do decoraban sus casas, lo ha-cían con todos aquellos objetos que amaban y que les hacían sentir bien». Abajo, dormitorio

de invitados

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ayudar a los demás. Fue un verdadero hombre de familia, que siempre luchó por ser respon-sable y agradecido con la vida. Esos valores creo que son los que, hoy, siguen presentes en la familia.

—¿Cuáles fueron las mejores lecciones que te enseñó tu abuelo?

—Tuve mucha suerte de haber tenido una relación tan cercana con él. Realmente, era el epicentro de la familia. Viajábamos mucho jun-tos y siempre intentaba pasar todo el tiempo posible a su lado. Un abuelo maravilloso, siem-pre amable y cariñoso. Le extraño mucho. Revo-lucionó el mundo de la banca e hizo mucho por las relaciones y las �nanzas internacionales. Me siento muy orgullosa de haber aprendido de él cosas tan importantes como «siempre hacer lo correcto» e intentar ser la mejor persona que uno pueda. Era sorprendente lo bien que se lle-vaba con todo el mundo y la humildad con la que vivía. Uno de sus mejores consejos fue que, aun estando en el peor de los momentos, nunca tienes que perder los buenos modales.

—¿Cuándo decidiste dedicarte a la equita-ción?

—Mi madre siempre fue amante de los ani-males. Cuando era niña, recuerdo que ella te-nía varios caballos, entre los que se encontraba «Huey», un macho ya mayor, que era muy tran-quilo y con el que mi hermana y yo aprendimos a montar. Desde entonces, mi amor por los ca-ballos es cada vez más grande. Me siento muy afortunada de haber nacido en una familia como la de mi madre, que siempre estuvo vin-culada con el mundo ecuestre y en la que a mis abuelos les encantaba conducir carruajes. Deci-dí matricularme en Ethel Walker, un internado especializado en equitación, donde obtuve mis primeras lecciones de salto y donde pude tener mi primer caballo, un precioso ejemplar árabe al que bauticé como «Fox». Después, cuando ingresé en Columbia, me tomé un descanso de cuatro años y aproveché para conocer el mun-do. Pero, desde hace varios años, volví a la equi-tación y tengo la fortuna de poder entrenar casi todo el año.

«NO DUDÉ EN INSPIRARME EN MI ABUELA Y EN MI BISABUELA»

—En dos mil once lanzaste tu marca de ropa, AR. ¿Cómo surgió esta idea y cuál fue tu mayor inspiración?

—Después de mi boda con Matt, tuve algunas propuestas en Nueva York para reunirme con varios diseñadores que podrían ayudarme a ma-terializar mi idea de crear una marca, algo que siempre quise hacer. Siempre me ha gustado la moda y creo que, con el tiempo, he ido desarro-llando un estilo propio. Así que vi la oportuni-dad de comenzar algo con mi sello. Pienso que mis mayores inspiraciones fueron mi abuela Pe-ggy McGrath y mi bisabuela Abby Aldrich, fun-dadora del MoMA de Nueva York. Las dos supie-ron representar a las mujeres Rockefeller con fortaleza e inteligencia. Mi bisabuela, como amante e impulsora del arte moderno, y mi abuela, con su amor por los caballos. Ambas han sido muy importantes en mi vida, por lo que no dudé en inspirarme en ellas.

—Para tu primera colección te inspiraste en un cuadro de Picasso que colgaba de una de las paredes de la casa en la que creciste.

—Cuando comencé a pensar mi primera co-lección, me enfoqué en la visión que quería compartir con el mundo y, obviamente, al crecer siendo una Rockefeller, tuve el privilegio de vivir rodeada de verdaderas obras de arte. Mi familia es una gran coleccionista, por lo que tomar como referencia una pintura de Picasso que veía todos los días, en nuestro salón, mientras crecía, no debería sorprender a nadie. El cuadro en cuestión es «Mujer con perro bajo un árbol» y se pintó en 1961. Pero, al morir mi abuelo, fue do-nado al MoMA para que todo el mundo pudiera verlo. En la actualidad, me inspiro en lo que me gustaría tener en mi armario, sobre todo, como los bolsos o las piezas que considero que son esenciales para la vida diaria. Por ejemplo, los bolsos ecuestres los diseñé desde mi experiencia de amazona. Todo lo que hago es muy auténtico y re�eja totalmente lo que soy.

Realización y texto: RODOLFO VERA CALDERÓNFotos: ANDREA SAVINI

Ariana tiene como vecinas a otras famosas herederas, como Georgina Bloomberg y Jessica Springsteen, hija de «El Boss», que también entrenan con sus caballos

Arriba, Ariana, en las caballerizas, junto a «XM», uno de sus magníficos ejemplares. En 1937, la fortuna personal de John D. Rockefeller, bisabuelo de Ariana, sobrepasaba los veintiséis mil millones de dólares, pero, si esa fortuna se ajustase a la inflación de hoy, estaríamos hablando del hombre más rico que haya existido jamás, pues su patrimonio alcanzaría cerca de seiscien-tos sesenta y cuatro mil millones de dólares, casi nueve veces de lo que se calcula que Bill

Gates tiene en la actualidad

« V i a j o d u r a n t e

siete meses al año con

mis caballos, compit iendo por Europa, y vivo la mayor parte del tiempo en hoteles. Mi mayor sueño es poder disputar el Grand Prix y re-presentar a mi país en las com-peticiones de más alto nivel»

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