Arguedas, el Cusco y los cusqueños

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texto de difusión y discusión “José María Arguedas, el Cusco y los cusqueños” Hugo Chacón Málaga 1

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texto de difusión y discusión

“José María Arguedas,

el Cusco y los cusqueños”

Hugo Chacón Málaga

Lima, octubre de 2011

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INDICE

Su padre y los profundos ríos cusqueños pág. 3

Arguedas en Sicuani pág. 27

Sus lazos con el Cusco pág. 38

Su amistad con Gabriel Escobar pág. 44

Su amistad con L.E. Valcárcel pág. 47

Su amistad con Francisco de Ávila pág. 50

Su amistad con Hugo Blanco pág. 51

Algunas conclusiones pág. 55

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José María Arguedas el Cusco y los cusqueños.

Su padre y los profundos ríos cusqueños.

El legado de José María Arguedas resulta imprescindible para entender el pasado y diseñar el futuro del país. Pocos peruanos alcanzan esta magnitud. La influencia de su obra y pensamiento se amplía con el tiempo y se hace, cada vez más, parte de la vida y el sentido común de los peruanos. En su extensa obra literaria; como en la antropológica, periodística, y en sus labores de traductor, se encuentra un mundo de hombres, dioses, animales, abismos, caminos y acontecimientos como únicamente lo sentimos en los cuentos quechuas oídos en nuestra infancia a los famosos narradores indígenas. En este infinito espacio creativo las ciudades conservan un lugar de importancia. Citadino gran parte de su vida y viajero permanente, supo apreciar los valores culturales que conservaba cada ciudad. El Cusco no está fuera de este contexto. Tuvo con ella una relación sustantiva, estrecha, permanente; desde su nacimiento y niñez. Su linaje paterno tuvo hogar y ascendencia en ésta ciudad y hacia la mitad de su vida tuvo una estadía prolongada en Sicuani donde trabajó como docente; y desde donde supo crear una red de colegas y amistades que conservó en los años siguientes. Hay una realidad adicional que estrecha este nexo: su hermano menor, Pedro Guillén Arguedas, residió en el Cusco hasta su muerte en 1987. Grandes pasajes de su obra, su personalidad misma, fue afectada por una temprana influencia de la ciudad que cobijó a sus ancestros y contribuyó a moldear su vocación temprana y su fértil imaginación. El río profundo que es José María Arguedas ahora, fue manantial, ojo de agua, en el Cusco.

Para fundamentar e interpretar esta realidad poseemos testimonios personales, familiares y también material antropológico. Acudiremos también a su novela Los ríos profundos que desarrolla sus primeros capítulos en el Cusco con un elevado contenido autobiográfico. Para sustentar esta afirmación es útil apelar a distintas aserciones; tanto familiares como eruditas. Su hermano Arístides, señala que en la novela José María relata las experiencias de la edad juvenil, entre los quince y los dieciocho años. Cornejo Polar recoge y comenta una afirmación del

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escritor: “yo lo tengo que escribir tal cual es, porque yo lo he gozado, yo lo he sufrido”. Esta concepción de la escritura literaria, que sería artificial no llamarla realista, rige absolutamente toda la obra de José María Arguedas. En la recordada mesa redonda sobre Todas las sangres, 1965, Arguedas respondiendo la opinión de Salazar Bondy que indicaba que su obra no es testimonio, exclama: ¡Que no es un testimonio! Bueno, ¡diablos!, si no es un testimonio entonces yo he vivido por gusto… ¡No! Yo he mostrado lo que he vivido. Alberto Flores Galindo, anota que: Arguedas fue un hombre proclive a la autobiografía y a la confidencia. Buena parte de su obra, como antropólogo y como novelista, se alimentó de sus vivencias personales, de las cosas que él había visto o había experimentado. Compañeros de colegio reconocen en personajes de la novela a condiscípulos a quienes identifica con nombre y apellidos. José Romero; que inspira el personaje Romerito, menciona que la novela refleja nuestra vida el colegio, aunque…adornado con sus propias vivencias…Había un padre Bonifaz…que creo reconocer allí. El Añuco también es real, era un chico Rueda, añade. Como se lee, estudiosos, amigos, familiares, coinciden en este punto y otorgan licencia suficiente para analizar su novela bajo esta perspectiva. De la conjunción de estas fuentes e interpretaciones emerge nítida la vital relación de Arguedas con su padre, el Cusco y los cusqueños.

Chanca Arguedas, quechua el padre, constituyen simiente y extensión firme para hospedar con naturalidad y nitidez los principios de la cultura andina. Víctor Manuel Arguedas Arellano, a la muerte de la madre de José María, trató de suplir el cariño maternal que siempre echó de menos. Fue hasta su desaparición hilo conductor, eje de la familia y referente a imitar. Sus perfiles pueden ser discutidos; pero, brindó a sus hijos amor, ternura, en medio de las distancias, vida errante y dificultades que afrontó la familia. Su carácter retraído e inseguro le fue heredado a su hijo en dosis magnificadas; de igual manera su disposición para privilegiar el trato con los humildes, los indios marginados. Por las evocaciones que el padre hace del Cusco, lo siente como la extensión ampliada de su ser chanca. Soy chanca, se define con frecuencia y en su personalidad se asoma siempre ésta entidad cultural, parte medular del horizonte andino que le confiere originalidad y consistencia a nuestra identidad. Con su hermano Pedro,

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distante por su adopción temprana, comparte la ciudad que habita y los lazos privilegiados de la sangre que Arguedas afirmó con ahínco y persistencia.

A pesar de sus frecuentes ausencias, la influencia que tuvo el padre en su formación fue la de mayor incidencia en su personalidad. Por encima de la ejercida por la madre fallecida prematuramente o de su nodriza quechua Luisa Sedano Montoya. Supera a la desempeñada por su hermano Arístides y sus protectores indios de la hacienda Viseca. En carta a su hermana Nelly en 1965, se observa el grado de influencia que ejerció el padre en la formación de la familia y sus caracteres: Eres más buena que yo; eres buena como era nuestro padre. Todos los hijos de Víctor Arguedas Arellano, el abogado de ojos azules y como de niño, somos buenos…Yo soy bueno. Continúa, haciendo un recuento de los valores esenciales que forman su personalidad y que proviene de la mentalidad paterna: he sufrido toda la vida el dolor de los que padecen, mi corazón ha sangrado por los huérfanos, he luchado por ellos, he estado preso, mal pagado…Se percibe la impronta de Víctor Manuel en la adopción de modelos de conducta que provienen del padre, expresados más como actitudes a imitar que con verbalizados patrones éticos y morales.

Ernesto, álter ego de José María en la novela citada, menciona: cuando andábamos juntos el mundo era de nuestro dominio, su alegría y sus sombras iban de él hacia mí. En Abancay; donde se instalan luego de pasar por el Cusco, un cliente del padre le dice: Usted es el contento del señor doctor, usted es su corazón. Víctor Manuel fue el único y débil enlace con un ideal de familia tradicional que Arguedas sólo pudo observar desde una solitaria distancia.

Su padre, que nació y vivió en el Cusco hasta superar los treinta años, fue su articulación con la faz cierta y buena de la vida; aquella que Arguedas conoció retaceada y nunca a plenitud. El padre para él representó incertidumbres y ausencias; pero, también momentos únicos de empatía y callada compañía. Arístides narra una escena vivida entre el adolescente José María y su padre mientras cursa el primer año de secundaria en Ica y enfrenta una decepción amorosa. Acudió en su ayuda y José María cayó desmayado en sus brazos: No quería seguir rodeado de arenales

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candentes y gente extraña. Víctor Manuel, con la ternura de su delicado espíritu lo consoló. Hijo, le dijo,…no volverás a Ica, te llevaré al Cuzco, Arequipa o Huancayo, te lo prometo. De esta experiencia Arguedas resulta estudiando su segundo y tercer año de secundaria en Huancayo. José María toma del padre opiniones y patrones de conducta que orientan sus decisiones. Le dice a Arístides en 1937: Yo quiero que te estabilices porque tú has de ser mi puerto; yo me largaré a vivir por todas partes como corresponde a mi responsabilidad; y después vendré a escribir a mi puerto, es decir a tu casa…ahí me esperarás, que yo vuelva de vagabundear. Este propósito podría ser de autoría paterna; parece Víctor Manuel planeando sus próximos viajes. Las inacabables ausencias del padre marcaron su temprana existencia y se sumaron a otras angustias y aprensiones que no pudo superar. Algunos años después, le reitera el tema a Arístides; esta vez, marcando un distingo en su personalidad: …soy la herencia viva de nuestro padre, pero sus defectos espirituales los tengo yo en mayor grado, con la inmensa ventaja de que de esos defectos he hecho lo poco que he creado. Un año más tarde, 1945, con Arguedas de 36 años, le reitera: Heredé mucho de la inestabilidad de carácter de nuestro padre, de su debilidad nerviosa; pero en mí estas condiciones son más agudas, porque tengo una mentalidad más inquieta y sutil…El padre ausente, a la vez que debilita sus naturales fortalezas anímicas, fertiliza y orienta su sensibilidad y simiente creadora hacia hondas preocupaciones intelectuales relacionadas con el Perú y su destino. Víctor Manuel le aportó también pasión dosificada y, a contracorriente de su propia biografía, mesura en la conducta; desapego a los bienes materiales, defensa de causas justas y honorables. De él proviene mucho de su bonhomía y esa cierta tesitura castellana que bien combinada con el hieratismo chanca y quechua, le permitió transitar con soltura entre vínculos extremos de amistad y que en el Cusco cultivó con profusión. Décadas después de haber muerto, el padre posee aún espacio vivo y permanente que influye en sus actos de hombre maduro y consolidado. Es muy difícil precisar y mensurar cuánto de José María proviene del padre y en qué medida ésta influencia le corresponde a los orígenes cusqueños de su progenitor. Sin embargo; los elementos de juicio ahora a nuestro alcance, permiten pensar que fue muy importante, como trataremos de demostrar.

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Su padre se aleja del Cusco luego de haber obtenido su bachillerato en abogacía por la Universidad San Antonio Abad, en 1903. Tres años más tarde obtiene una plaza como notario en Andahuaylas donde se asienta junto a su madre y medio hermano José Manuel Perea Arellano. En 1907 rinde exámenes ante la Corte Superior de Ayacucho para recibirse de abogado y, al año siguiente, se casa con Victoria Altamirano Navarro, acomodada vecina de Andahuaylas. Él tiene treintaicinco años, ella veintitrés. El matrimonio parece cerrar el inicial ciclo migratorio empezado dos años antes; delimita y profundiza el espacio regional que sería su centro de vida hasta morir en Puquio, en 1932. La unión con Victoria, le proporciona tres hijos: Arístides, 1909; José María, 1911 y Pedro, 1913. La madre fallece en 1914 y deja a José María de dos años y medio y a Pedro con seis meses de nacido. Víctor Manuel, no retorna al Cusco; consolida su territorio vital, organiza el entorno familiar y realiza labores de juez de primera instancia. Se afianza en la sierra y sólo se aleja de ella para visitar Lima por cortas temporadas. Su vida trashumante se desarrolla entre las zonas frías y templadas de Abancay; Huamanga y Puquio en Ayacucho; Huaytará y Pampas en Huancavelica y se extiende hasta Yauyos, en las serranías de Lima. En Abancay; Ernesto, donde ha quedado interno en el colegio, observa la inminente partida de su padre, piensa: se iría por el otro lado de la quebrada, atravesando el Pachachaca, buscando los pueblos de altura. Su área de vida es chanca, quechua, huanca; no incluye la costa. Son también los territorios que mejor conoce José María, espacios de su niñez y juventud.

La elección de la región abanquina no fue un hecho aleatorio, no luce como un acontecimiento fortuito. El Cusco era un destino más atractivo para el ejercicio de la abogacía; allí residían las redes familiares y amicales construidas en años. Inclusive Arequipa ofrecía mayores ventajas para su profesión; se hallaba más y mejor insertada con la dinámica económica y social cusqueña que la región apurimeña. ¿Qué circunstancias y aspectos de la personalidad del padre influyen en la decisión de establecerse en una zona con menores ventajas que las cusqueñas?, ¿qué lo hace poner distancia de su ciudad natal, alejarse de antiguos lazos y tradiciones familiares? ¿Pensó en su región adoptiva como el espacio promisorio que haría realidad sus proyectos? Ernesto habla de: los planes deslumbrantes

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de siempre, en la víspera de los viajes. ¿Estuvo rodeado de estas expectativas los preparativos de su partida hacia Abancay, a donde se marcha con su madre y medio hermano? Esta definitiva migración más se asemeja a deliberado destierro, como señala el final de la oración redactada por él mismo en 1925:…ampáranos en este valle de lágrimas durante el curso de nuestra peregrinación…Salve ¡oh! Madre adorada, madre de nosotros los desterrados. Sus viajes no parecen estar revestidos de optimismo; se ven como resultado de sesgos fatales que lo impulsan a partir, siempre. Ernesto menciona: Cruzábamos el Apurímac, y en los ojos azules e inocentes de mi padre vi la expresión característica que tenían cuando el desaliento le hacía concebir la decisión de nuevos viajes. José María, en 1938, en un cuadernillo escrito probablemente en El Sexto, lo describe como…espíritu de vagabundo; no podía estar en un pueblo más de uno o dos años. Llegábamos a una capital de provincia, y mi padre ponderaba sin ningún fundamento las bondades del pueblo que conocíamos recién…al poco tiempo su aburrimiento se manifestaba con una dura crítica que hacía de la gente noble del pueblo, con quienes en verdad trataba muy poco...Y precisa características paterna que nos dan una imagen cercana de su personalidad: Nunca pudo mi padre intimar con las gentes notables de los pueblos donde residíamos, huía de ellos muy extrañamente…nunca reía mejor mi padre como cuando se chanceaba con los cholos; nunca su rostro demostraba más alegría como cuando mandaba traer un arpa india a la casa y se jaraneaba con cholas y cholos…se alejaba definitivamente de la gente notable y no hablaba más que con indios. Ernesto amplía estos criterios: Mi padre no pudo encontrar nunca dónde fijar su residencia; fue un abogado de provincias, inestable y errante. Con él conocí más de doscientos pueblos… decidía irse de un pueblo a otro, cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duerme los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria. La expresión de Ernesto, referida al padre, cuando salen del Cusco hacia Abancay, resume bien la distancia que puso con la ciudad: Pasó por el Cuzco, donde nació, estudio e hizo su carrera; pero, no se detuvo; al contrario, pasó por allí como sobre fuego.

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¿Caminó en verdad sobre fuego el estudiante universitario Víctor Manuel en las calles cusqueñas? Las motivaciones de su alejamiento del Cusco, no fueron; como se colige del itinerario de su biografía, pretensiones económicas ni materiales, tampoco estéticas. Ernesto, instalado ya en su colegio abanquino, narra que su padre: Durante diez días estuvo lamentando las fealdades del pueblo, su silencio, su pobreza, su clima ardiente, la falta de movimiento judicial. No; no podía quedarse…Ni ciudad ni aldea, Abancay desesperaba a mi padre. Sin embargo; era en pueblos de esas características o más pequeños donde Víctor Manuel se sentía cómodo. A diferencia de lo que pudieron haber sido sus rutinas cusqueñas, Ernesto precisa que su padre: …estaba acostumbrado a vivir en casas con grandes patios, a conversar en quechua con decenas de clientes indios y mestizos; a dictar sus recursos mientras el sol alumbraba la tierra del patio y se extendía alegremente en el entablado del “estudio”. El aspecto de mi padre, añade el siempre observador Ernesto, era complejo. Parecía vecino de una aldea; sin embargo, sus ojos azules, su barba rubia, su castellano gentil y sus modales, desorientaban. Su vinculación con los indios era manifiesta; aún cuando lo más acertado es mencionar: con aspectos de la cosmovisión andina. Arguedas en la mesa redonda sobre Todas las sangres en 1965, indica: Mi padre era abogado, pero no iba donde los médicos; se hacía curar con brujo, y creía en por lo menos en el ochenta por ciento de las supersticiones típicamente indígenas. En la novela detalla que le gustaba oír huaynos; no sabía cantar, bailaba mal, pero recordaba a qué pueblo, a qué comunidad, a que valle pertenecía tal o cual canto.

Vemos que los perfiles de vida del padre no eran precisamente credenciales requeridas para ser fácilmente considerado parte de una visible y elitista asociación de exitosos colegas y amigos cusqueños. Parece mejor equipado para desarrollar una vida con mayor acento rural. Se observa también una especie de distancia psicológica con el Cusco. En diálogo con Ernesto,el padre le dice que todos los señores del Cuzco son avaros. Aunque no como el Viejo. Y subraya: ¡Como el Viejo no!¿Cómo se relaciona un abogado con clientes calificados de esa manera? Su deseo de no ser reconocido cuando retorna con sus hijos y camina las calles de su ciudad, ¿obedece a este afán de no traicionar su decisión temprana de

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distanciarse de sus amigos y conocidos, por considerarlos parte de un entramado de intereses y actitudes que giran alrededor de estos avaros y abusivos nobles señores? Hay otra escena que evidencia su actitud crítica. Se da cuando Ernesto está observando y tocando los muros del palacio de Inca Roca; el padre se le acerca, y mostrando fastidio por la presencia de un borrachín que orina en la calle de las majestuosas piedras incas, le dice: El Cuzco esta igual. Siguen orinando aquí los borrachos. Más tarde habrá aquí otras fetideces… Mejor es el recuerdo. Vamos. Resulta evidente que es práctica indeseable que censura y conoce lo suficiente. En otro pasaje, se puede observar el sentimiento de culpa que el padre tiene por su alejamiento de la ciudad. Ocurre cuando Ernesto; sintiendo el aroma del cedrón y observando el desvalimiento del pongo, rompe en llanto abrazado de su padre. Este lo consuela diciendo: ¡Es el Cuzco! Así agarra a los hijos de los cuzqueños ausentes…

En su decisión de emigrar; es probable que influyera en Víctor Manuel su afán de hallar un espacio más informal, menos acartonado y exigente de normas sociales que no se acomodaban a su sencillo vestir y temperamento, discrepante del protocolo. Quiso tomar distancia de una ciudad aislada; postrada en el estancamiento, señorial, de estamentos, castas, de poca movilidad social y que privilegiaba el uso de formas aristocratizantes y feudales en el trato cotidiano. En el plano familiar; debió haber ejercido influencia la opinión de José Manuel Perea de la Romaña, segundo esposo de la madre de Víctor Manuel. Fue prefecto de Abancay entre 1904 y 1906 – el año de la migración - y también ejerció como Fiscal de la Corte Superior del Cusco. Este personaje; con intereses y conocimientos de ambos territorios, le debe haber facilitado información y apoyo suficiente para establecerse en la región abanquina. Existe otro acontecimiento que también podría haber influido en su partida. En 1903 arriba al Cusco en afanes proselitistas el político limeño Juan Pardo y Barreda, hermano de quien al año siguiente sería Presidente de la República. Dos años después y a pocos meses de su elección el mismo Presidente Pardo visita la ciudad; siendo, como señala Luis E. Valcárcel, espléndidamente recibido. ¿Hizo aquí, Víctor Manuel, contacto con el civilismo?, ¿Su partida a Andahuaylas fue una decisión promovida por directivas partidarias? Los elementos de juicio que se tienen ahora no

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permiten dar respuesta a esta pregunta; pero, se sabe de su vena política y del vínculo qué lo unió a la prédica civilista, que lo llevó a organizar el partido en Andahuaylas. Esta filiación; más tarde, con Leguía en el poder, le significaría la pérdida de su trabajo como juez, y como señala Arístides: sufrir persecución. Basadre reconoce en Pardo: cualidades de caballerosa, ascendrada honestidad y dinamismo…valores que Víctor Manuel seguramente apreciaba y prefería en lugar de la nerviosa y tumultuosa personalidad de Piérola. A este aprecio es probable se sumara la preocupación de Pardo por la educación y el desarrollo de obras públicas. Cualquiera hayan sido las razones de la migración, eligió una región cercana al Cusco; menos urbanizada, de similares características culturales y sin sus rigideces sociales. Espíritu errabundo, apegado a la introspección, la individualidad, al trato sencillo con los indígenas y los humildes; prefirió excluirse de un medio poco fértil para un temperamento alejado de formalismos, solitario y poco competitivo. Su traslado; sin embargo no significó quietud y enraizamiento, sino, por el contrario, el inicio de una acentuada trashumancia.

En otro aspecto colindante, ¿qué “aprendió”, interiorizó Víctor Manuel en el Cusco?, ¿qué recibió José María de éste proceso?, ¿cuál fue la influencia ideológica del padre en la formación de José María? Sabemos que no basta, y los ejemplos existen, tener orígenes y niñez como la suya para luego tomar posiciones como las mostradas por Arguedas a lo largo de su vida. Los tres hijos Arguedas-Arellano; en menor medida Pedro y en mayor Arístides, fueron doctrinariamente de “izquierda” con el fuerte acento que revestía a esa posición la “causa indígena”. ¿Qué papel tuvo el padre en todo esto? José María Arguedas asume desde muy temprano posiciones de defensa de los derechos del indio. Roland Forgues ha publicado dos escritos de Arguedas escritos en sus dieciocho años, que ya muestran un claro y articulado punto de vista pro-indio. En el ensayo se lee: No es cierto señores que la condición del indio haya mejorado mucho en los 109 años en que vemos que la democracia gobierna el país. Estas ideas parecen tener una fuerte dosis de influencia paterna; aún cuando en ese año Arguedas estudiaba en Lima el cuarto de secundaria y el año anterior en Huancayo. Aquí conoció la revista Amauta y leyó también a Haya de la

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Torre, cuya influencia es visible en el ensayo. En el Primer encuentro de narradores peruanos en Arequipa, 1965, menciona: Sin Amauta, la revista dirigida por Mariategui, no sería nada…Cuando yo tenía 20 años encontraba Amauta en todas partes, la encontré en Pampas, en Huaytará, en Yauyos, en Huancayo, en Coracora, en Puquio nunca una revista se distribuyó tan profusamente, tan hondamente como Amauta.

Hay que señalar que entre los jóvenes; el desarrollo de ideas que cuestionan las bases de un sistema social y económico requieren con frecuencia del asenso del entorno familiar o al menos, de la indiferencia; cuando no de su aliento cómplice. Hay algunos detalles que muestran la simpatía de Víctor Manuel respecto a ideas renovadoras. Cuando José María, de ocho años y su hermano Arístides huyen de San Juan de Lucanas, poniendo distancia de los abusos del hermanastro; la hacienda Viseca a la que llegan es propiedad de los hermanos Peñafiel, se encuentran en un litigio que los enfrenta. Zoila Peñafiel, su esposo Juan Manuel Perea Arellano y el padre de José María tiene serios desencuentros con Carlos Peñafiel. Una de las discrepancias proviene del trato a la servidumbre, que en el primer grupo se manifestaba con mucho cariño, según le refiere la hija de Juan Manuel Perea a Roland Forgues. No es desorientada la disposición del padre de Arguedas de sumarse al grupo que trataba a los indios con humanismo. En la novela, el padre de Ernesto tiene frases de recusación del Viejo que van más allá de una simple disputa familiar. Le dice a su hijo: Nos iremos mañana mismo, hacia Abancay. No vayas a llorar. ¡Yo no he de condenarme por exprimir a un maldito! Luego, cruzando el Apurímac, el padre que caminaba silencioso y abstraído, de pronto exclama: Es siempre el mismo hombre maldito. Se observan que estas posturas van más allá de una recusación familiar y abarcan posiciones “antigamonales”; compartidas por padre e hijo y muestra la unidad de criterios que ambos desarrollan.

Educado universitario; Víctor Manuel Arguedas, debió haber asimilado y transmitido a José María, la tradición secularmente indianista del Cusco que en esos años era una ciudad de, aproximadamente, veinte mil habitantes. En la universidad se vivía la etapa previa, de incubación, de lo

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que después sería el desarrollo pleno del indigenismo. En sus aulas se leía la prédica de González Prada, también El padre Horán de Narciso Aréstegui y Clorinda Matto tenía publicada Aves sin nido. Dictaba cursos Pio Benigno Mesa con un fuerte acento incaista e indigenista; Luis Felipe Aguilar y Ángel Vega Enríquez, compañero de aula, hacían sus aprestos en el periodismo defendiendo las primeras causas indígenas. Del mismo modo Fortunato L. Herrera, José Ángel Escalante, y otros. Es también una época de acentuada agitación política por el encono de caceristas y pierolistas y de agudización de la expropiación de tierras comunales a favor de los hacendados. Víctor Manuel debió, como es habitual en todo estudiante, haber absorbido ideas de esta atmosfera intelectual. En los trazos que elabora José María, destaca en él su naturaleza retraída y tímida; pero, también revela su inconformidad con los abusos de la sociedad misti contra los indios. ¿Fueron estas aprensiones que le impidieron hacerse cargo de alguna hacienda que le correspondía por matrimonio?

Lo cierto es que la personalidad y opiniones del padre; las imágenes, rasgos y perfiles del Cusco que acompañan la edad temprana de Arguedas constituyen referente en su formación básica. Usaba los viajes con su hijo para hablarle sobre la ciudad, relatarle de los templos, de su historia y, sobre todo, del espíritu matriz que influyó en su aprendizaje. Mi padre me había hablado de su ciudad nativa, de los palacios y templos, y de las plazas, durante los viajes que hicimos, cruzando el Perú de los Andes, dice Ernesto. En el prologo de una obra muy temprana: Canto Kechwa, 1937, Arguedas deja entrever la forma en que éstos viajes moldearon su carácter: A los doce años me sacaron de la quebrada. Mi padre me llevó a recorrer pueblos. Un año en Abancay, otro en Pampas, otro en Chalhuanca, en Cangallo, en Ayacucho, en Huaytará, en Yauyos, en Andahuaylas...En todos esos pueblos había varias callecitas, bien empedradas, bien limpias, con casas de dos pisos, con tiendas de comercio, cantinas, billares...; esas calles olían a género nuevo, a vino. Vemos poca diferencia entre estos pasajes biográficos y los creados en Los ríos profundos, historia que termina de escribir treintaicuatro años después de su época adolescente. A pesar de los años de distancia, los

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párrafos dedicados al Cusco guardan la frescura de una historia recién experimentada. Las narraciones oídas del padre impregnaron en su sensible y observadora mente imágenes arquetípicas de una ciudad que promueve ensoñaciones cuando se habla de ella y exalta, subyuga y cultiva fidelidad, cuando se la habita. El Cusco cautiva por su historia, el paisaje que le otorga contexto excepcional y por su estructura y trama urbana que le proporciona un significado singular y universal.

Las historias que le expresara su padre sobre el Cusco anidaron en el ánimo sensible del pequeño José María; la atmósfera de la ciudad, su ethos, alimentaron su genio creativo. Señala en la novela: Cuando mi padre hacía frente a sus enemigos, y más, cuando contemplaba de pie las montañas, desde la plaza de los pueblos, y parecía que de sus ojos azules iban a brotar ríos de lágrimas que el contenía siempre, como con una máscara, yo meditaba en el Cusco. Sabía que al fin llegaríamos a la gran ciudad…En otro momento, mientras están en Pampas, cercados por el odio, esperando llegar pronto al Cusco, el padre exclama: ¡Será para un bien eterno!

Este deseo de conocer la gran ciudad se hace realidad a la edad de trece años, junto a su padre y hermano Arístides. La ruta la inician a caballo en agosto de 1923 y arriban al Cusco alrededor de abril y mayo de 1924. Parten de Puquio, luego recorren Nazca, Ica, Arequipa y Juliaca. En 1965, durante el encuentro de narradores citado, Arguedas recuerda esta experiencia: …empecé a recorrer el Perú por todas partes, llegué a Arequipa en 1924 y…de aquí fui al Cuzco. Del Cuzco a Abancay, de Abancay a Chalhuanca luego Puquio, a Coracora, a Yauyos, a Pampas, a Huancayo, a una cantidad de pueblos, y tuve la fortuna de hacer un viaje a caballo del Cuzco hasta Ica: catorce días de jornada. Fue un periplo accidentado el que los condujo a la ciudad del padre. Durante el viaje les robaron el dinero destinado para la travesía y afrontaron una serie de carencias que superaron con sacrificio e imaginación, entre ellos vender el burro que montaba José María. Envían telegramas al Cuzco pidiendo ayuda económica a su cuñado, el Viejo de la novela, Manuel María Guillén, y a su primo hermano, el médico Alcides Arguedas, ex senador. No

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obtuvieron respuesta. Nadie les mandó dinero, anota Arístides en su diario.

Arriban a la estación del ferrocarril; precedidos por cargadores indios, camina con el padre y Arístides por la avenida El Sol. Las primeras impresiones que le proporciona la gran ciudad no concilian con las imágenes paradigmáticas recogidas en su memoria. El padre se mueve sigiloso por las sombras, evitando ser reconocido. Su hermano lo recuerda exclamando: ¡este es el Cuzco de mi padre!, sorprendido de la tenue luminosidad del alumbrado. Corrige el impacto inicial cuando excursiona por Sacsayhuaman; recorre sus barrios, calles y parques. Con los días, la imagen forjada por su padre armoniza mejor con sus sensibles observaciones. Se alojan en casa del cuñado de Víctor Manuel y padre adoptivo de Pedro: Manuel María Guillén de los Ríos, casado con Amalia Arguedas Arellano. Eran pudientes propietarios de cuatro haciendas en la zona cálida de Abancay: Karkequi, Huanchulla, Huaychuyoy y Tacmara. La pareja residía habitualmente en la primera de ellas. Esta relación parecía contener viejas rencillas como señala Rodrigo Montoya quien menciona que aquel viejo terrateniente trató muy mal al padre de Arguedas por un probable problema de bienes y herencias. La familia Guillen-Arguedas mantenía casa en Cusco donde Pedro estudiaba la educación primaria. Es probable que el viaje tuviera también como finalidad que los hermanos se conozcan dada la ausencia temprana del menor. El emotivo y furtivo encuentro es narrado por Arístides en sus memorias. Pedro, interno en el colegio, no se acostumbraba a la exigente disciplina y religiosidad de su padre adoptivo y solicitó a los visitantes llevarlo con ellos. ¿De qué manera afectó a José María esta experiencia cusqueña?, ¿cuánto influyó en su espíritu la imagen del hermano inconforme con un hogar impuesto y con un padre tiránico e intolerante? Papá, le reclama Ernesto, ¿no me decías que llegaríamos al Cuzco para ser eternamente felices? ¿Es una pregunta alusiva a los momentos en que visitan secretamente a Pedro en el internado? La respuesta del padre es significativa, nos remite a las razones de la infelicidad: ¡El viejo está aquí! ¡El Anticristo!

En el prologo de Canto Kechwa, José María, nos otorga una semblanza de este gamonal: …un año llegué a los valles del Apurímac. Allí tenía

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haciendas un pariente lejano de mi padre. Eran cuatro haciendas grandes, de cañaverales. El dueño me mandó a una de ellas, para no verme a su lado. El vivía en la hacienda Karkeki. Este viejo “tenía 400 indios” en sus tierras. La indiada vivía en las alturas de los cañaverales; bajaban por turnos a trabajar en las haciendas, de 40 en 40. Los indios eran del viejo, como las mulas de carga, como los árboles frutales. Más tarde, el viejo de sus recuerdos se transforma en el Viejo de la novela. Tamayo Herrera, apunta que Arguedas mantenía una relación de amor-odio con el Cusco. Amaba la fecundidad de la tierra y la belleza excepcional del paisaje, menciona; pero, se distanciaba del sórdido e implacable feudalismo. Considera que el Viejo posee un maniqueísmo excesivo y que en su creación hay un poco del odio a su padre…Tesis discutible y respetable, sin duda; pero, que carece de correlatos contrastantes con la realidad. Sin embargo; tiene sustento pensar que es un personaje creado también con la finalidad de exponer las contradicciones que el padre y José María tenían desde el pasado con el Viejo. Entendemos mejor los dos capítulos iniciales si ponemos en contexto las diferencias del padre con el Cusco; las antiguas desavenencias familiares junto a la profunda impresión que debió causarle el Viejo y la ciudad al apenas adolescente José María. Si a esto se añade ver de cerca la fragilidad y soledad de su hermano Pedro; interno y sujeto a una autoridad indeseada y de personalidad y valores distintos a los del padre biológico. Abona a favor de esta idea el hecho que en las páginas siguientes el Viejo pierde protagonismo para quedar como una sombra omnipresente que reaparece al final de la novela. Castro Klaren, menciona: el comienzo de la historia parece indicar que el tema versará sobre “El Viejo”. Sin embargo,… es evidente que el narrador está mucho más preocupado por sus reacciones ante la idea de conocer al “Viejo”…En entrevista con la misma estudiosa, 1967, Arguedas menciona que Los ríos profundos fue saliendo casi por sí mismo. Llegó, al capítulo que debía escribir sobre la permanencia del niño en Abancay y todas las experiencias del internado empezaron a salir y el resto se hizo sin plan. Esta afirmación debe ser discutida. En sucesivas cartas remitidas a E. A. Westphalen, abril de 1956, le menciona detalles de la redacción de la novela que muestran que los capítulos iniciales los está redactando guiado por un plan y propósito bien definidos:…hace dos meses recomencé en

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Supe con inesperada seguridad los capítulos de Los ríos profundos. Escribí un capítulo y medio. Me falta sólo terminar el noveno y escribir el décimo. Aunque debo hacer de nuevo el primero. Tres meses después le reitera sus aprensiones: El temor que tengo es que no veo la forma como he de recuperar mi salud para escribir esas veinte páginas, escribir de nuevo el primer capítulo…En noviembre del mismo año le menciona que continúa la contienda con los capítulos iniciales: No he podido concluir mi novela. La terminé, pero luego los primeros capítulos, especialmente el primero y tercero los destruí y debo escribirlos de nuevo. En marzo del año siguiente, continúa corrigiendo la novela porque considera que está plagada de ingenuidades, de trozos débiles, hasta malos. Insiste en su desconfianza respecto al capítulo uno: He escrito de nuevo, por tercera vez el primer capítulo, aquél al que tantas correcciones le hicimos juntos, al extremo de que me convencí que había que rehacerlo. De 9 páginas ha aumentado a 28. He vuelto a escribir, también por tercera vez e íntegramente, el tercer capítulo y la mitad del IV…En un pasaje de esta misma carta reconoce, que la novela tiene cierta descoyuntura…asegura tener la evidencia a este respecto,…que puede ser o mucho más grave de lo que presumo, o bien el lector no ha de percibirlo tanto como yo. Vemos que ésta realidad no corresponde a sus comentarios a Castro Klaren y que, al contrario, bregó tenazmente para construir la novela de acuerdo a un plan o visión ideal de la que no quería apartarse.

¿A qué capítulos o pasajes se refería para mencionar esa cierta descoyuntura? Es probable que a los primeros capítulos, y por eso su preocupación por rehacerlos continuamente. ¿Fue su deseo dejar intocada en sus recuerdos y en la novela las imágenes que le suscitó conocer el Cusco? ¿Mantuvo la estructura básica de los capítulos iniciales como una manera de perennizar el retrato de un gamonal; que al mismo tiempo, afectaba negativamente la vida de la familia Arguedas y no atendía las necesidades afectivas del hermano recluido en un internado? Lo cierto es que Arguedas manifiesta una gran preocupación para ensamblar la ficción con sus recuerdos; que, sabemos, es más difícil en cuanto esas remembranzas afloran del subconsciente de modo intenso.

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Los ríos profundos fue concebida y empezado a escribir dos a tres años después de su paso por el Sicuani. A Westphalen le dice: Debido a mi mala salud, a mis continuas depresiones, una novela de 350 páginas ha sido escrita en algo así como trece años. Su inicial desconfianza acerca del éxito de su publicación seguro se fue disipando con el tiempo cuando los críticos y lectores la consideran su obra más lograda. La novela aparece más de tres décadas después que el adolescente José María quedará impresionado por los muros incas del Cusco. De su trama no participa Arístides y en sus páginas iníciales los protagonistas son Ernesto, el padre y la ciudad. Estos parágrafos constituyen la descripción más notable que literato alguno haya escrito sobre el Cusco. Arguedas; a través de los ojos e hiperestesia de Ernesto, aprehende el sustrato medular de la ciudad observando el majestuoso hilván de dos culturas superpuestas habitando en cada puerta, balcón tallado, jamba, y vano adintelado. Síntesis de barro castellano sobre piedra quechua en una continuidad de textura andina mestiza que resuelve, en la edificación, la contradicción inca-española. Con trazos magistrales se acerca y se sumerge en el significado del Cusco y en la esencia de su ser íntimo.

“Entramos al Cuzco de noche. La estación del ferrocarril y la ancha avenida por la que avanzábamos lentamente, a pie, me sorprendieron. El alumbrado eléctrico era más débil que el de algunos pueblos pequeños que conocía. Verjas de madera defendían jardines y casas modernas. El Cuzco de mi padre, el que me había descrito quizá mil veces, no podía ser ese.

Mi padre iba escondiéndose junto a las paredes, en la sombra. El Cuzco era su ciudad nativa y no quería que lo reconocieran. Debíamos de tener apariencia de fugitivos, pero no veníamos derrotados, sino a realizar un gran proyecto.

Llegan a la casa del Viejo, situada muy cerca del palacio de Inca Roca. Mientras caminan por patios sucesivos de la obscura casona, perturba a Ernesto observar un martirizado y perfumado cedrón…de ramas escuálidas. El Viejo dispone los alojen en la cocina de los arrieros situado en el tercer patio. Juzgan las precarias condiciones de la sombría habitación ofrecida a los viajeros. Luego de unos instantes de malestar; a

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instancias de su padre, Ernesto se escabulle de la habitación para observar y tocar los cercanos muros incas. Un borracho que orina en el medio de la calle no interrumpe el examen que hace del muro.

Toqué la piedra con mis manos; seguí la línea ondulante, imprevisible, como la de los ríos, en que se juntan los bloques de roca. En la oscura calle, en el silencio, el muro parecía vivo, sobre la palma de mis manos llameaba la junturas de las piedras que había tocado…

-Puk´tik´yawar runi – exclamé frente al muro, en voz altaY como la calle seguía en silencio, repetí la frase varías veces.Mi padre llegó en ese instante a la esquina. Oyó mi voz y avanzó por la calle angosta…

- Dejemos que el Viejo se condene –le dije-. ¿Alguien vive en este palacio de Inca Roca?

- Desde la Conquista- ¿Viven?- ¿No has visto los balcones?

La construcción colonial suspendida sobre la muralla, tenía la apariencia de un segundo piso. Me había olvidado de ella. En la calle angosta, la pared española blanqueada, no parecía servir sino para dar luz al muro.-Papa le dije-. Cada piedra habla. Esperemos un instante.-No oiremos nada. No es que hablan. Estas confundido. Se trasladan a tu mente y desde allí te inquietan.-Cada piedra es diferente. No están cortadas. Se están moviendo.

Aquí, el animismo - tan ininteligible para algunos en su sentido esencial - que le confiere el don de lenguas a la piedra no es atavismo extraviado de un joven primitivo y “arcaico”; sino es la expresión de un chanca moderno que observa con ojos y alma antiguas, la imponente edificación que reúne a la cultura nativa y extranjera. Su remoto y vital animismo no lo desvaría al punto de hacerle alucinar que las piedras hablan. Sabe que es el único modo posible para relacionarse con la simiente de una cultura que en su constitución celular considera a la naturaleza subjetivamente suya; no externa a nosotros ni objetiva a nuestro ser íntimo. Por eso vive y siente a

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través de la piedra; con ella y en ella; en armonía y complementariedad, forma incomprensible para otra cultura, la occidental en particular. Es el modo de comunicarse, de interpretar sus orígenes; la manera de comprender cómo cada piedra ha acomodado sus fronteras frente a otra. En apenas un instante de tiempo, Ernesto atrapa el sentimiento esencial de las voces que provienen de la cultura madre; ella es quien otorga identidad a la unión indio-castellana. Las rocas talladas con manos indias afilian el hecho hispano a su personalidad; son portadoras de nueva tesitura, nuevo lenguaje, que Ernesto comprende e interpreta porque conserva la oralidad quechua, código de comunicación de sus ancestros. El padre, de consistencia occidental, no lo comprende. Le atribuye a pensamientos propios de su edad: Tú ves como niño algunas cosas que los mayores no vemos. Subraya su niñez, esta etapa donde el individuo busca su propia identidad siguiendo con frecuencia caminos de ensoñación insustancial y con repentinos cambios en la forma de pensar y de actuar. El padre con este razonamiento simboliza a quienes objetan esta relación con la naturaleza, base de la cosmogonía andina, tildándola de esencialmente absurdo; como señala Vargas Llosa, quien tiene frases muy semejantes para describir la actitud de Ernesto. En la Utopía Arcaica menciona: muchas de las supersticiones de Ernesto proceden de su infancia, son como un legado de su mitad espiritual india, y el niño se aferra a ellas en subconsciente manifestación de solidaridad con esa cultura…para el niño paria, sin arraigo entre los hombres, exiliado para siempre, el mundo no es racional sino esencialmente absurdo. De ahí su irracionalismo fatalista, su animismo y ese solapado fetichismo que lo lleva a venerar con unción religiosa los objetos más diversos.

Observa Ernesto que la piedra hierve y se diluye en sangre; le adjudica también distinta humanización al balcón y a la jamba españolas. El muro pétreo silencia lo castellano y es voz de la síntesis; lo ibérico vive, pero, solo a instancias de la anterior existencia de la piedra. Lo hispano no es la base, tampoco su raíz; es la variedad, no el patrón, tampoco el pie. Lo quechua le confiere humanidad y lengua a la unidad de ambas formaciones. La síntesis quechua – castellana entonces se hace andina.

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Su padre, acercándose un tanto desorientado, lo convoca a la racionalidad occidental.

- No oiremos nada. No es que hablan. Estas confundido. Se trasladan a tu mente y desde allí te inquietan.

Ernesto insiste.

- Cada piedra es diferente. No están cortadas. Se están moviendo.

Las piedras utilizan el quechua para expresarse; el hablar diferente proviene de esta lengua. Se expresan en las distintas formas dispersas en el territorio nacional. Es la variedad de lenguas escuchadas en los doscientos pueblos que visitó Ernesto en sus viajes con el padre. La variedad de sonidos es la misma que proviene de los vestidos, bailes y canciones que su padre, y él mismo, recordaba pueblo por pueblo, comunidad por comunidad; distinto al único castellano que conoce Ernesto. Son todas las sangres que constituye nuestra patria; es la diversidad que nos funda desde siempre bajo la aparente uniformidad occidental. La preocupación de Arguedas por reescribir repetidas veces los capítulos iniciales tiene seguramente que ver también con su profunda preocupación por el lenguaje como centro de la cultura.

Al final de este momento singular, Ernesto pregunta por el Inca, convencido de su existencia. El padre le responde que los incas están muertos. Ernesto replica:

- Pero no este muro. ¿Por qué no lo devora, si el dueño es avaro? Este muro puede caminar; podría elevarse a los cielos o avanzar hacia el fin del mundo y volver.

Para Ernesto; hay un pasado que habla, se comunica con el presente, que vive hoy; dispuesta a devorar a la avaricia del Viejo y a la de un mundo hostil a sus valores, distintos y distantes de la reciprocidad y complementariedad andinas. Ese mundo podría elevarse a los cielos o

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avanzar hacia el fin del mundo y volver. Retornar en cualquier momento que se lo proponga; porque respira, existe, es actual.

Luego, el padre, impotente ya para entender los pensamientos de Ernesto, quiebra el instante mágico y le dice: Hijo, la catedral está cerca. El Viejo nos ha trastornado. Vamos a rezar. Se alejan del espacio dominado por el Viejo, expresión indigna de la fusión de las dos culturas e incompatible con la belleza de la unión andina que Ernesto acaba de narrar. En la caminata hacia la Catedral se restablece el espíritu del diálogo inicial; siempre por iniciativa del niño y de nuevo revestido de una aureola de penetrante auscultación del Cusco y de una cultura. Es cuando oyen el tañido de la mestiza María Angola; símbolo contrapuesto a los muros incas.

Estábamos juntos; recordando yo las descripciones que en los viajes hizo mi padre, del Cuzco. Oí entonces un canto.

- -¡La María Angola! –le dije.- -Sí. Quédate quieto. Son las nueve. En la pampa de Anta, a cinco

leguas, se le oye. Los viajeros se detienen y se persignan.La tierra debía convertirse en oro en ese instante; yo también, no sólo los muros y la ciudad, las torres, el atrio y las fachadas que había visto.La voz de la campana resurgía. Y me pareció ver, frente a mí, la imagen de mis protectores, los alcaldes indios: don Maywa y don Víctor Pusa, rezando, arrodillados delante de la fachada de la iglesia de adobes, blanqueada, de mi aldea, mientras la luz del crepúsculo no resplandecía, sino cantaba. En los molles, las águilas, los wamanchas tan temidos por carnívoros, elevaban la cabeza, bebían la luz, ahogándose…

Ya no es el muro inca; son las pulsaciones de la campana que lo asocia de nuevo a sus principios. La voz de la campana, a pesar de su extraordinaria fuerza mestiza, no desvirtúa sus raíces, no lo hace un “aculturado, ratifican su identidad. Su tañido convierte en oro su propio ser, a la tierra, a los muros y la ciudad, las torres y las fachadas que había visto. El bronce español no los petrifica, los convierte en aurífero y andino elemento; lo lleva de vuelta a sus raíces. Ernesto al oír la voz de la campana, que no habla como las piedras, acude a la imagen de sus protectores, los alcaldes

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indios: don Maywa y don Víctor Pusa, que rezan, arrodillados delante de la fachada de la iglesia de adobes, blanqueada, de su aldea. Las autoridades indias trascienden el territorio aldeano e impregnan de su presencia al Perú integral que escucha las vibraciones más allá de Anta y reza con ellos. El canto de la campana se acrecienta, atravesaba los elementos; y todo se convertía en esa música cusqueña, que abría las puertas de la memoria. Después de recorrer los palacios incas, Ernesto, en medio de las reverberaciones del sonido, amplía el ámbito de la María Angola más allá de Anta y rememora sonidos de pequeñas campanas de los pueblos, que sí aculturan, transformando las serpientes incas en toros hispanos: en los grandes lagos, hay campanas que tocan a medianoche…esas campanas debían ser illas, reflejos de la María Angola, que convertiría a los amarus en toros. Desde el centro del mundo, la voz de la campana, hundiéndose en los lagos, habría transformado a las antiguas criaturas. El sonido lo remite al sufrimiento del pongo, acentuando la relación íntima entre las cosas y los humanos y piensa en la correspondencia entre la voz y la opresión de los seres: Al canto grave de la campana se animaba en mí la imagen humillada del pongo. Más adelante, asocia la voz de la campana al sufrimiento de un entorno más amplio, su pueblo indio. Recuerda Ernesto la vez que su padre lo rescató de casas ajenas y vagué con él por los pueblos, encontré que en todas partes la gente sufría. La María Angola lloraba, quizás, por todos ellos desde el Cuzco. Estas reflexiones no están aisladas de otras escenas en las que Ernesto no deja de ratificar su relación con el pasado, acompañado de imágenes, dioses, sonidos ancestrales.

Un día, es el tiempo que Ernesto y su padre visitan el Cusco. Sus actividades las desarrollan en un escenario elegido por Arguedas, el antropólogo. El contexto urbano que diseña fue centro medular del poder político y eje de la sacralidad religiosa inca. La plaza principal, pretérito Wacaypata, se sitúa en el corazón del puma de Pachacutec, asiento de palacios y adoratorios incas. Desde aquí el espacio se amplía a través de dos vías: en orientación noreste, de manera lineal y directa hacia una calle política, el palacio de Inca Roca, con su conocida piedra de los doce ángulos. En orientación este los protagonistas caminan por una especie de vía sacra, eje religioso: Loreto Kijllu; que conduce al cercano Coricancha, Templo del Sol. A la vera de esta calle observan el Amaru Cancha, antiguo

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palacio de Huayna Capac y el Acllahuasi, templo de las escogidas. Ninguna estructura urbana podría sustituir con similar equivalencia a esta geometría del poder imperial. No se distingue la tesitura inca; tampoco castellana, sino, la identidad andina, resumen del mestizaje. En lo alto, vigilante y tutelar se nombra a Sacsayhuaman, cabeza del puma. Aquí, en esta configuración urbana, de antiguo sagrada, Arguedas le transmite a su creación el soplo de vida para reflexionar con Ernesto acerca de sí mismo, de la ciudad y su cultura.

Otros actores se muestran en este gran fresco cusqueño, ilustrativo del universo arguediano. El Viejo es la imagen central, antagónica a la del pongo. Cuando lo conoce, el niño está ya inmerso, acompañado de sus impresiones citadinas, imbuido de la atmósfera de la ciudad. En medio de un lujoso salón que impresiona a Ernesto, el Viejo le pregunta:

- ¿Cómo te llamas?

Yo estaba prevenido. Había visto el Cuzco. Sabía que tras los muros de los palacios de los incas vivían avaros. “Tú”, pensé, mirándolo también detenidamente. La voz extensa de la gran campana, los amarus del palacio de Huayna Capac, me acompañaban aún. Estábamos en el centro del mundo.

- Me llamo como mi abuelo señor - le dije.

En su respuesta Ernesto-José María redime el nombre de su abuelo: José María Arguedas Soto; reivindica su estirpe cusqueña, rescata para él a la ciudad abierta, de todas las sangres, centro del mundo.

El cedrón, despierta en Ernesto el vigor de su ternura hacia la naturaleza, mostrada en numerosas creaciones. Es bajo y de ramas escuálidas, martirizado, perfumaba el patio; aprisionado en medio de la avaricia y del egoísmo. Es su relación más diáfana y transparente con la ciudad. La amistad y solidaridad que prodiga al cedrón, le hace, al mismo tiempo, temer al Cusco; expresión que resume las sensaciones contradictorias que le ocasiona la ciudad. La angustia que le suscita es similar a la generada por los pequeños arboles que alberga la plaza principal; impedidos de crecer por las vibraciones mestizas de la Catedral. El dolor íntimo que le

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motiva el cedrón le hace a Ernesto derramar lágrimas que su padre mitiga diciéndole: ¡Es el Cuzco! Así agarra a los hijos de los cuzqueños ausentes. El árbol contrasta en vigor con los eucaliptos que crecen libres en las faldas de los cerros que llevan a la fortaleza. El pongo, es el otro personaje que establece relación fraternal con Ernesto. Es examinado atentamente por él, descrito con detalle, con piadoso detalle. Le habla; se conduele, le extiende su amistad; lo mira con la solidaridad del marginado, del solitario. Le dice ser de la hacienda, ni cusqueño ni peruano, de la hacienda; posee la imagen humillada… su cabeza descubierta (con) los pelos…premeditadamente revueltos, cubiertos de inmundicia. “No tiene padre ni madre, solo su sombra”. El conocimiento del pongo es una experiencia inédita para él: En ninguno de los centenares pueblos donde había vivido con mi padre, hay pongos, dice. Es la figura de la postración y marginación, como la propia cultura de la que proviene Ernesto. Sin embargo; a pesar de la suciedad que luce es un personaje limpio; en la perspectiva que le otorga al término Gustavo Gutiérrez: En Arguedas la limpidez es tener identidad, y él la reclama para cada miembro de su pueblo. El Viejo gamonal, en cambio, es descrito como sucio, tiene un lustre sucio…(que) le hace sentir tranquilidad. Su figura omnipresente, se humaniza ante los ojos del joven y asume su talla histórica fuera de los marcos de oro de su salón; al punto que Ernesto reconoce que era muy bajo, casi un enano. En la casona observa al mestizo, ser aculturado que los recibe y los guía. Viste de montar y tiene una actitud casi insolente; es apenas una extensión difusa del amo; existe porque el gamonal respira. Con él no hay comunicación, sino frialdad y distancia que se extiende al trato con el Viejo. El microcosmos de estos dos capítulos iniciales también contiene a los frailes que preparan veladas para recibir al Viejo; trazo escueto, suficiente para hacernos ver la comunidad de intereses que los une. El pueblo llano no se asoma; escasas líneas configuran una imagen de ausencia y de silencio. Aparecen como inquilinos de la casona que maltrata al cedrón y se asoman como sombras difusas al paso de los visitantes. Son la plebe impersonal, sin voz ni opinión, sometida a los poderes facticos que gobiernan la ciudad: frailes y terratenientes. De esta clase social proviene el borrachín que orina sobre los muros incas;

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instalado para mostrar la indiferencia de la población ignara de su pasado y su cultura.

A pesar de las distantes apreciaciones que tienen el padre y el hijo acerca del Cusco, se juntan en un momento de conjunción de intereses y sentimientos. Se arrodillan ante la figura del Señor de los Temblores en la catedral. Allí, ambos, alcanzan un momento de unidad ideológica frente al cobrizo Señor de Los temblores. Ante su imagen se establece elementos de unidad con los indios del Cuzco que lanzaban alaridos de angustia que hacia estremecer la ciudad cuando la imagen se internaba hacia su santuario. Aquí seguramente el temblor en las manos de su padre por estar en el Cusco, se disipa, lo mismo que su apuro tenso por partir de inmediato. El padre, religioso, cree que la armonía de Dios existe en la tierra y pide perdonar al viejo: por él conociste el Cuzco, le dice a su hijo, poco antes de partir.

Este espacio religioso se amplía cuando conversan sobre el temor y la distensión que le producen a Ernesto la Catedral y la iglesia jesuita. Intercambian ambos instantes de cercanía y distancia. Discuten el significado de las iglesias que comparten la plaza, dos formas de entender la religión. La Catedral, cuyas piedras no cantan, tiene extraviada la voz y el encanto por el cincel de hierro y la cal españolas. En la plaza sagrada, asegura el padre, Dios vive mejor, porque es el centro del mundo, elegida por el Inca. La catedral me hace sufrir, le replica Ernesto. Por eso los jesuitas hicieron la Compañía, le contesta el padre. Representa el mundo y la salvación, añade.

Ernesto no hace turismo en Cusco, hace su propio e íntimo itinerario. Halla en la ciudad sus propios elementos de reflexión, no escuchados a su padre cuando le hablaba de la ciudad. Actúa al margen de sus criterios; el padre conoce de las calles y plazas de la ciudad, pero no de su espíritu. Es sólo guía y nexo con las edificaciones. Las ideas del hijo son incomprensibles para el padre; sus matices andinos no son suficientes para anular su percepción occidental y cristiana. Es posible hallar rastros de estas ideas del padre en el cuaderno escrito en la cárcel por Arguedas; donde lo describe: de ojos azules,...blanco, de cabellos muy castaños; su nariz aguileña y su gran barba eran las de un español legítimo. Allí mismo

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recuerda una expresión del padre repetida varias veces al día; muy Indicativa de sus contradicciones con el mundo indio: ¡Indio! Contigo ni bien ni mal, porque el mal lo castiga Dios y el bien los castigáis vos…Para el padre, dice Arguedas, el indio es siempre el enemigo verbal de su vida, a pesar de estar siempre con él, mezclado con él, encariñado con todos ellos. El padre es la mitad de su vida, su parte castellana. Así lo deja ver en el Epilogo de su novela póstuma: su padre y los libros, lograron el mejor entendimiento del castellano, la mitad del mundo. Es la reconocible contradicción que albergamos muchos en la mitad de nuestras vidas con la cultura andina. No es asumida en su integridad por el poder que ejerce la cultura occidental. El padre lo cree confundido al punto que no le permite hacer un juramento ante los muros incas. ¿Cuál hubiera sido el contenido del juramento?, ¿Ernesto dialogando con el muro que lo acompañará dondequiera que vaya? ¿Qué impidió a Arguedas redactar el juramento?, ¿dejó que lo hagan generaciones futuras?; lamentable omisión. A pesar de sus desacuerdos, Ernesto, no le reprocha al padre, no lo confronta; le tiene paciencia, porque entiende que sus propios pensamientos provienen de su infancia con milenios de historia encima; mientras, el padre es un “criollo“ antiguo impedido de entender la distinta lectura de la ciudad que hace su hijo Ernesto. Es el divorcio, la distancia, incomunicación que aún persiste.

Los dos personajes se hallan atrapados en oposiciones que se alternan: piedra-balcones; cedrón-miedo; cedrón-piedad, cedrón-eucaliptos; pongo-mestizo; pongo-viejo; Catedral-Compañia; padre-hijo; mestizo-inquilinos. Dualidades que son mostradas en pocas horas de estadía; sin embargo, suficiente para ver todo lo que Ernesto ve y mira, para interiorizar la realidad cusqueña, acercarse a sus componentes más íntimos y mostrar la magia de su visión. Esas horas cortas pone a nuestro alcance toda la sutileza de su propuesta cultural, social; la continuidad y vigencia de un mundo que se mantiene vivo, aguardando el tiempo de su redención.

Acabada la visita, Víctor Manuel, Arístides y José María, dejan el Cusco sin el hermano Pedro. Se dirigen a Abancay, donde José María quedará internado en el colegio Miguel Grau de los Mercedarios para culminar sus estudios primarios. Uno de los últimos pensamientos de Ernesto, antes de

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partir es recordar la imagen del pequeño cedrón de la casa del Viejo; quizá como extensión de sus sentimientos por el hermano ausente. Alejándose del Cusco Ernesto observa Sacsayhuaman.

Hacia el final de la novela, Arguedas “hace retornar al Cusco” a Ernesto de una manera subliminal. Culminando el año escolar, Ernesto es enviado por su padre a una de las haciendas del Viejo, que aparece con su identidad de novela: Manuel Jesús. Ernesto obedece, y se va caminando hacia el encuentro con el Viejo. La ruta hacia la hacienda lejana, es un retorno al Cusco, ficticio, deformado. Le permite a Ernesto- Arguedas cerrar el círculo de retorno al centro del mundo andino.

Arguedas en Sicuani.

Su permanencia en Sicuani ocurre quince años después de su primera visita al Cusco. Era para entonces un maduro escritor de treintiocho años que empezaba a ser conocido y considerado por lectores y la crítica. Ha vivido la experiencia de la cárcel por sus ideas y su padre ha fallecido en Puquio en 1932. Publica sus primeros cuentos desde 1933: Warma kuyay, Los comuneros de Ak’ola; Los comuneros de Utej pampa. En 1935 publica su primer libro: Agua y empieza a frecuentar la peña Pancho Fierro, que dirigen las hermanas Celia y Alicia Bustamante. Es despedido de la oficina de Correos e interrumpido el cuarto año de Letras en San Marcos por su reclusión en El Sexto, que estuvo relacionada con los desórdenes generados por la visita del general italiano Camarotta a San Marcos. Desde la prisión recopila canciones quechuas y las publica con el nombre de Canto Kechwa; también un ensayo sobre arte indio y mestizo. La asistencia que le prodiga Celia Bustamante en la cárcel afirma el romance y los une en noviazgo. Sus apuros económicos son acuciantes. Por esos días consigue trabajar apenas veinte días con Julio C. Tello, con una paga muy exigua mientras la Comisión Central del Censo le encarga escribir un cuento para difundir la importancia del registro censal entre la población; crea Runa yupay. A Arístides, que reside en Caraz, le escribe expresando: Ya hoy me pagaron 190 soles en el M. (Ministerio)…he pagado mi cuarto y comida; hacia dos días que no me presentaba a almorzar de pura vergüenza. Todavía debo. En el Censo han ofrecido pagarme el sábado 50 soles. Su vida social e intelectual se desarrolla en torno a Celia y Alicia

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Bustamante que le abren las puertas de Lima, de acuerdo a sus propias expresiones. En la universidad ha hecho amistades que también frecuentan la peña Pancho Fierro, como Emilio Adolfo Westphalen, José Ortiz, Manuel Moreno Jimeno, Cesar Moro, Cueto Fernandini, Sabogal, entre otros. Su hermano Pedro trabaja en Huánuco y Nelly, a quien aún no conoce, radica en Puquio.

En ese difícil contexto se le presenta la oportunidad de postular a una plaza docente en el recién inaugurado colegio Mateo Pumacahua de Sicuani. El padre de su amigo y compañero, Héctor Araujo Álvarez, a la sazón fiscal más antiguo de la Corte Suprema, le recomienda apartarse del barullo político por un tiempo. También recibe el consejo de su médico que le sugiere reencontrarse con los andes y recuperar la salud afectada por el encarcelamiento y una operación de apendicitis que le dejó un malestar prolongado. El trabajo lo gestiona el propio Arguedas con la ayuda de amigos y del capitán Isaías Méndez Muñoz, cercano a Arístides. En 1939, le dice a su hermano: El capitán es una gran persona, verdaderamente excepcional. Me ha ayudado mucho en hacer las gestiones para un profesorado que estoy persiguiendo en el Colegio Pumaccahua de Sicuani.

Consigue la plaza y preparando su viaje en marzo de 1939, le expresa a José Ortiz, ex compañero de reclusión: Me voy contento, hermano. Este viaje es la realización del más viejo y querido de mis sueños…Celia Bustamante le comenta, al mismo Ortiz, la partida de Arguedas: El viernes se fue José María en el “Urubamba”, estamos muy contentos con su nombramiento, una cosa así deseada tanto tiempo por nosotros ha sido una verdadera suerte, yo no lo esperaba…le regalé un perrito lobo chiquito bien lindo, con quien está feliz, ya tú te imaginarás las peripecias que tuvimos para embarcarlo en una canasta. Arguedas se embarca lleno de ilusiones; enseñará castellano y geografía. La ruta implicaba desembarcar en Mollendo para luego internarse hacia los andes, vía Arequipa. Aborda, con su mascota, el mismo vapor que lo llevó a Lima a él y a su padre en 1919. Es un trabajo que Arguedas augura venturoso y lleno de promesas; tanto por su ilusión de fundar hogar con Celia como por su interés en la enseñanza en medio de privilegiado escenario andino. La quietud rural y

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tranquilidad económica le otorgará también condiciones para retomar la escritura.

Su contacto inicial con Sicuani lo vitaliza, le sitúa en el umbral de una experiencia que será de gran importancia. En las palabras que le dirige a su cuñada Alicia se percibe ese equilibrio del espíritu que ansiaba vivir siempre y que proviene del contacto con la naturaleza y de un proyecto de vida que lo satisface: Anoche dormí por primera vez en nuestra casa…llegué… completamente dominado por el paisaje. Subí a mi dormitorio. Tiene una ventana libre casi de árboles; y como es la última casa de la ventana se ve hasta la cordillera; primero una pampa de trigo con casitas, rodeada de algunos eucaliptos. Con esa luna se veía todo. Me quedé una hora en la ventana…No estará solo por mucho tiempo, luego de unos cortos meses se le une Celia. Se casan en el registro civil sicuaneño en Junio de 1939; con su amigo el poeta cusqueño Andrés Alencastre, Kilko Waraka, como testigo de la boda.

Sus casi tres años en Sicuani le sirve para hacer un extraordinario trabajo docente y de investigación antropológica, además de continuar con su vital labor literaria. Intensifica su contacto con el diario La Prensa de Buenos Aires y escribe para el bisemanario local La Verdad. Publica además la revista Pumacahua, órgano que le sirve para mostrar investigaciones y logros de sus alumnos. Sostiene su presencia en el debate nacional y en la política por sus actividades en el comité de apoyo a la causa republicana española y con el Partido Comunista. Por otro lado, inicia una prolongada relación con intelectuales cusqueños con quienes, más tarde, mantendría cercanía amical y profesional, que se prolongará hasta su muerte.

Los primeros meses de su estadía le sirven para ratificar su ánimo optimista y reconocer la prometedora labor que tiene por delante. Así lo comenta con José Ortiz: Este lado del Perú es para alentar al más dormido y pesimista. Esto es un hervidero de posibilidades, aquí sí, tú ves como se va amasando nuestra nacionalidad, y nuestro inmenso porvenir. Tengo una fe infinita, hermano.

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En Sicuani consolida sus raigales preocupaciones antropológicas. Recorre el valle de Canchis, recopilando información etnográfica de las diversas manifestaciones de la vida y el arte indio. Estas observaciones las comparte con sus alumnos. El material es enviado a La Prensa desde el correo de Sicuani. Es la época de mayor nivel de colaboración con éste diario. Se ocupa de variados aspectos: En su artículo Entre el kechwa y el castellano, la angustia del mestizo, aborda el conflicto que el mismo experimenta y que Arguedas señala lo ha vivido también, aunque en forma más ruda, Guaman Poma de Ayala. Se sabe de su lucha por el dominio del castellano, dada su vinculación con el quechua como su primera lengua. Señala: cuando empecé a escribir, relatando la vida de mi pueblo, sentí en forma angustiante que el castellano no me servía bien. No me servía ni para hablar del cielo y de la lluvia de mi tierra, ni mucho menos para hablar de la ternura que sentíamos por el agua de nuestras acequias, por los arboles de nuestra quebradas ni menos aún para decir con toda la exigencia del alma de nuestros odios y nuestros amores de hombre. Considera que, con el estilo inaugurado en Agua…del que cierto cronista decía en voz baja y con cierto menosprecio, que no era ni kechwa ni castellano, sino una mistura…con ese idioma, he hecho saber bien a otros pueblos, del alma de mi pueblo y de mi tierra. Precisa que mucho más mistura es el estilo de Guaman Poma de Ayala; pero si alguien que quiere conocer el genio y la vida del pueblo indio en la colonia, tiene que recurrir a él. Arguedas ha sostenido que su tenaz lucha con el estilo y el idioma castellano terminan con Los ríos profundos. Es Sicuani el espacio en que estas reflexiones se ordenan y se desarrollan. El contacto con sus alumnos bilingües le hace ratificar sus impresiones respecto a la supremacía del castellano sobre el quechua. Poco después de la redacción del artículo, le escribe a E.A. Westphalen, mencionándole: En ese artículo de La Prensa he dicho casi todo lo que creo sobre esta cuestión del idioma. Yo no creo, ni mucho menos, en el kechwa como una solución. Al contrario, estoy absolutamente seguro que el kechwa desaparecerá, y que debe desaparecer. La castellanización es una necesidad urgente en el Perú. Y ahora más que nunca observo el profundo deseo que tiene el mestizo y aún el indio, de aprender el castellano…El castellano ha de ser el idioma propio y genuino del hombre de estas tierras; pero, eso sí, en ese castellano

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definitivo que hable el mestizo quedara mucho del genio del kechwa. Y quizá ese castellano sea mucho más propio para la expresión o versión de este paisaje y del alma del mestizo que el kechwa y el castellano de ahora.

Estas afirmaciones rotundas serán matizadas años más tarde, cuando observa la vitalidad que sigue manteniendo el quechua. Además de este artículo publica otros como: Los doce meses del año, un capitulo de Guaman Poma de Ayala; Anotaciones sobre el charango; Festividad en Tinta. También analiza el Wayno y la canción popular mestiza.

En el bisemanario La Verdad difunde logros de sus alumnos, también le sirve para publicar apreciaciones sobre el quechua, expresar sus puntos de vista sobre la Primera Guerra Mundial o sobre los exiliados españoles. A sus discípulos los presenta con orgullo como manifestaciones de un pueblo que expresa con soltura su disposición para el arte cuando hay canales de expresión que lo permitan.

En las horas libres que le permite la docencia escribe Yawar Fiesta. En su correspondencia con Manuel Moreno Jimeno se encuentra información sobre el desarrollo de la novela. La idea rondaba a Arguedas desde 1935, cuando en una corrida de toros en Puquio, observó que el aficionado torero indio, es corneado por el toro. En 1937 publica El despojo, que sería después el segundo capítulo de la novela; y también el cuento Yawar, que contiene una versión básica de la futura novela. En agosto de 1940 le comenta a Moreno Jimeno: Casi desde que llegué he empezado a trabajar “Yawar Fiesta”, lo estoy haciendo con más voluntad y soltura que nunca. Y ahora comprendiendo que no fue mal el haberlo retardado tanto; tengo ya un poco de solidez, mal o bien, será este libro todo lo que yo puedo producir. Pretendo que sea la descripción más fiel, y la más completa, de todo el mundo del Perú serrano, indio, mestizo y de la gente desarraigada; la del otro lado. Me siento realmente dispuesto, cuando escribo, tengo la conciencia y la convicción de que vive en mi, con la suficiente pasión y verdad, este mundo del Perú, tan hermoso, tan pleno de dolor y de lucha, tan grande y noble para ser descrito en una novela. Ojala pueda hacerlo.

En Yawar Fiesta, su primera novela, continúa la renovación del castellano de forma que le permite consolidar su estilo y voz literaria. Avanza y

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perfecciona la asociación del castellano a la sintaxis quechua, técnica que afina en sus clases sicuaneñas. Antonio Mellis, menciona que el quechua aprendido por Arguedas en su infancia, se amplía con el quechua literario cusqueño; y sobre esta realidad, incorpora aportes provenientes de otras zonas. Precisa que el quechua arguediano se define alejado del purismo, representado por Andrés Alencastre.

Su labor docente es renovadora y plena de motivaciones para sus discípulos quechua hablantes. Inaugura para ellos métodos para el aprendizaje del castellano. Sistematiza sus logros en la docencia, como le comenta a Moreno Jimeno: ahora estoy resuelto a editar un folleto con todo el material que tengo. Estoy seguro que será algo nuevo en el Perú, y que dará una pauta de trabajo a los colegios de la sierra en todo el país. Satisfecho, le cuenta a Ortiz: Los alumnos han recogido, con un acierto maravilloso todas las manifestaciones del folklore. Me he encontrado entre ellos a un poeta de 15 años de edad, de un porvenir que puede ser extraordinario…A Moreno Jimeno, lo insta a unirse a él en la labor educativa: trabajaremos juntos en el trabajo más urgente…la educación de la juventud… ¿Qué mejor tarea hay para nosotros? En sus clases se lee con gran acogida y comprensión a Eguren, García Lorca, Westphalen, Jimenez Borja, Fernando Romero, Valle Goycochea. Fue intensa su preocupación por sus alumnos. A Westphalen, julio de 1939, le menciona: …yo aquí leo a Eguren leo Abolición, (Abolición de la muerte), leo García Lorca con mis alumnos. Y ellos entienden y repiten los poemas cuatro y cinco veces. Si vieras cuantos ratos de hermosura he pasado con ellos leyendo tus versos y los de Eguren. Y no solo en clase; hay como siete u ocho que viene a mi casa, y se van a la chacra con tus libros, con el de Moreno Jimeno o Eguren. Después regresan…y conversamos en mi cuarto hasta bien entrada la noche.

Desde Sicuani se desplaza por Puno, Andahuaylas, recorre el Cusco y el Valle de Urubamba. A Westphalen le dice: Muy alegres viajamos a Puno para darles alcance. En la misma carta le comenta: El lunes o miércoles iremos al Cuzco. Inmediatamente comenzará la edición de mi folleto, con los trabajos de mis alumnos. A pocos meses de la carta anterior le hace saber entusiasmado: Acabo de regresar del Cuzco. Di una charla en la

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universidad sobre la poesía en el Perú. Salí un poco caliente porque me puse nervioso. Ahora te mando la crónica que salió en El Sol…Hemos pasado seis días formidables…Cuando Uriel (García) nos llevó a Sacsayhuaman, la Ratona (Celia) siempre decía: ¿Qué diría Emilio viendo esto? El Cuzco es mejor de cuanto me decían. En cada calle hay para quedarse un día… El folleto al que hace mención es la revista Pumaccahua que logra editar luego de superar la estrechez de miras de sus colegas. Le confía a Ortiz en 1939: Al principio, fue mi propósito editar una revista oficial, conseguí la licencia; pero el Director de este Colegio que es un alemán inmundo, un imbécil; y todos los profesores, que son obra de nuestra administración educacional, máquina que fabrica esclavos; hicieron malograr este hermoso proyecto. Apenas con licencia la revista, cada quien creyó que podía servir para adular a todos los que mandan en Educación. El servilismo forma parte de la sangre de toda esta gente. Querían publicar fotografías de Ministros y de militares. Me opuse terminantemente y abandoné la revista…A Westphalen le comunica el nombre de este personaje: John Hartha de Fell. La publicación, finalmente editada, se distribuye con la red de amigos en Lima y el extranjero.

En Octubre de 1941, en vísperas de su retorno a Lima, en el bisemanario sicuaneño, Arguedas escribe: La Verdad une su voz a la de los grandes escritores americanos que hoy encabezan la labor de arrancar a los refugiados españoles de las garras de Petain y Franco. Son los momentos finales del acercamiento ideológico de Arguedas al PC. Es temprana su adhesión a las ideas socialistas. En 1937, le explica a Arístides que se separará de una relación sentimental por no convenir a sus intereses políticos: Adela sufrirá horriblemente, pero es mejor para ella y para mí, porque el provenir de ambos es la revolución. El mismo Arístides, en 1977, menciona: … cuando estaba en El Sexto tenía reuniones en un Comité de ayuda a la República Española, también pagaba sus cotizaciones en el Partido Comunista. Las evidencias indican, sin embargo, que esta cercanía al PC no se tradujo en militancia partidaria y se fue haciendo más distante a medida que la organización perdía identidad por su apoyo al Pradismo. Sus contactos con las células canchinas y del Cusco resultan evidentes a juzgar por la carta que le escribe a Moreno Jimeno en agosto de 1940, con Prado ya en la presidencia: Hace muchos días estoy planeando una

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colaboración para “D y T”, (Democracia y Trabajo, órgano del PC), te lo enviaré, será un artículo importante, con bastante documentación fotográfica. Pienso enviarte una información de la llegada de Prado. El P.(Partido), estamos trabajando muy bien; hemos tenido tres reuniones importantes, se va a hacer una monstruosa concentración indígena en Sicuani, se cree que 15,000 indios, hemos conseguido que el orador que hablará a Prado en kechwa será un militante indio de Combapata, nosotros, lo vamos a preparar; si se hace como tenemos planeado será algo formidable. Estoy trabajando con ahínco en esa gestión. Ya les enviaré una buena información sobre la concentración y una versión del discurso para el periódico, eso lo haré de todos modos. El periódico me parece inmensamente mejorado. Esa página literaria está muy bien presentada. Sigue metiendo hombro. Espero ansioso tu carta.

Se da tiempo para polemizar con César Falcón respecto a los propósitos del narrador y el modo de evaluar los valores literarios de una novela. Estas apreciaciones las publica en diarios del Cusco y Lima. Recibe en su casa a personalidades como Sabogal, el mejicano Alonso Caso, el embajador de México en el Perú Moisés Sáenz. No es difícil encontrar similitudes en esta efervescente e intensa labor cultural con la desarrollada pocos años antes por Gamaniel Churata desde Puno. Ambos, con la misma intención y propósito: servir de puente entre la cultura andina y occidental, guiando a ambas a una nueva síntesis, más elevada, por eso más humana.

En 1941, en medio de sus tareas educativas es invitado al Congreso Indigenista de Pátzcuaro en México. A Arístides, le dice: El lunes salgo en avión directamente hasta México; voy al congreso…me paga los pasajes el Instituto de Antropología e Historia de México. Llevo un trabajo sobre la canción popular mestiza, que estoy seguro ha de interesar mucho. Al evento también concurren Luis E. Valcárcel y Uriel García, a la sazón Senador por el Cusco con el apoyo del PC. La influencia de este Congreso y de su visita a México sería perdurable en Arguedas; le otorgó una visión del proceso del mestizaje en el Perú, como reflejo de la misma experiencia en la sociedad mexicana. En este congreso se creó el Instituto Indigenista Americano del que Arguedas sería más tarde Secretario de la filial peruana

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que presidió Luis E. Valcárcel. En 1941, después del congreso de Pátzcuaro, y seguramente también influido por este acontecimiento, se crea en el Cusco el primer departamento académico de Antropología en el Perú. Se adelanta en cinco años al Instituto de Etnología y Arqueología de San Marcos, donde estudiaría Arguedas más adelante. Hay una pregunta pertinente, ¿tuvo alguna influencia Arguedas en la creación del pionero departamento académico?

Finalizando 1941, el Ministerio de Educación solicita que los profesores del país sistematicen sus propuestas de enseñanza, tarea que Arguedas hace con premura. Menciona a Alicia Bustamante: Felizmente he acabado de redactar lo más importante de mis programas, su parte sustentatoria, con un relato breve pero bien expresivo de mi experiencia y con un estudio detenido de la cuestión de la enseñanza del castellano en la sierra. He aprovechado toda mi experiencia, y creo haber hecho un trabajo nuevo y útil… El Ministerio reconoce los conocimientos y la solidez de su propuesta y es llamado a Lima a unirse a la Comisión de Reforma de los Planes de Educación Secundaria.

Culmina así una estadía que se inicia en Marzo de 1939 y se prolonga hasta finalizar 1941. Importante período de estabilidad emocional, fecundo en su relación con discípulos, la literatura, antropología y en el cultivo de amistades que perdurarán en el tiempo. Fue un periodo de reencuentro con el Cusco de su padre y los andes; de redacción de ensayos y de su primera novela; de reflexión sobre la cultura y el lenguaje, de procesamiento de métodos académicos, pioneras en la enseñanza bilingüe. Y es también la oportunidad de enlazar vínculos amicales y profesionales con cusqueños que compartían con él esta entrañable preocupación por el Perú y su destino.

Sus años sicuaneños fueron la etapa más feliz de su vida. Así lo manifiesta a Moreno Jimeno y lo reitera a José Ortiz: …todos mis sueños se han cumplido: me he casado con la mujer que amo; soy profesor de un Colegio de mestizos, tengo una casita chica y bonita, trabajo en el trabajo para el que nací. Luego de esta feliz y fructífera etapa, Arguedas vive la agudización de sus afecciones nerviosas e inicia un largo período de doce

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años sin publicar ninguna obra literaria, sólo superada en 1954, cuando edita su novela corta Diamantes y pedernales.

Desde Lima, en mayo de 1942, y comprobando que no retornaría a sus labores docentes les escribe una carta de despedida a sus alumnos que publica La Verdad: Y quisiera decirle en estas líneas que no importa lo que se hayan instruido o no, lo que hayan aprendido en mis clases; lo que importa, lo que ha de durar, es el espíritu que formamos, el fervor que alimentamos por mejorar a nuestro país y por mejorar cada quien, cada alumno, su propio espíritu.

Quisiera que mis alumnos no olvidaran esas nuestras charlas en las que hablamos del Perú, quisiera que no se olvidaran de cuanto hablamos sobre lo que hay que hacer para ser gente digna y honesta, que sabe honrar a su familia, a su pueblo y a sí mismos, sin pensar en la recompensa o en el negocio.

No importa que se olviden de la conjugación de los verbos y la clasificación de las oraciones, pero que jamás se olviden de aquello que les recomendé como verdaderamente necesario para saber vivir con dignidad, para llegar hasta el fin con el espíritu puro y orgulloso de sí mismo.

Sus lazos con el Cusco.

Después de su partida de Sicuani, su relación con el Cusco es revestida con el curso que le corresponde a la distancia; sin embargo, desde esa ubicación se mantiene constante hasta sus últimos años. En medio de sus tareas docentes y dificultades anímicas, mantiene estrecho contacto epistolar con sus colegas y amigos cusqueños y realiza cortas visitas profesionales. En el Ministerio trabaja bajo las órdenes de Emilio Barrantes, director de la reforma de Planes de Educación Secundaria; pero, en noviembre de 1942 deja esta labor decepcionado por el trabajo burocrático, la limitada trascendencia de los planes allí ejecutados, antagonismos gratuitos, celos y rivalidades. En general, sus ideas no tienen la acogida que él esperaba y merecían. Continúa su labor docente iniciada en Sicuani enseñando en el Colegio Nacional Alfonso Ugarte. Es bajo estas circunstancias que enfrenta su primera crisis depresiva; originada por el trabajo intenso, intrigas de los colegas, sus bajos ingresos,

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las dificultades que encuentra en las aulas excesivamente politizadas, para su gusto. Todo este conjunto de circunstancias actúan sobre un ánimo que contiene dolencias síquicas de la infancia. Consulta, por primera vez, a un especialista: el psiquiatra Enrique Encinas. Intenta retornar a las aulas sanmarquinas para seguir cursos de pedagogía, propósito que abandona por falta de tiempo. Todo este conjunto de contrariedades le hacen abandonar sus tareas literarias y se enfrasca en construir una economía familiar suficiente y reencontrar la paz y la tranquilidad que le permita escribir. Su ánimo depresivo y agotado se percibe en carta inédita, 1944, que le escribe a Humberto Vidal: Le agradezco mucho por el envío de la revista Pedagogía…Empecé por leer su artículo…Quisiera hablarle largamente este asunto, pero sigo un poco fatigado…

El 1945 se inscribe en el recientemente fundado Instituto de Etnología de San Marcos, creado durante la gestión de Luis E. Valcárcel como Ministro de Educación. En marzo de 1947 es nombrado Conservador General del Folklore en el Ministerio de Educación, e ingresa a trabajar en la Dirección de Educación Artística y Extensión Cultural; allí Francisco Izquierdo Ríos era jefe de la Sección de Folklore y Artes Populares. Con él colabora en la primera encuesta magisterial de folklore y ambos publican <i>Mitos, leyendas y cuentos peruanos.

Miembro y secretario del Comité Interamericano de Folklore, con sede en Perú, que preside el Dr. Luis E. Valcárcel desde 1948 a 1964. En marzo de 1949 el gobierno, influenciado por el Partido Aprista, le atribuye militancia comunista y es declarado excedente en el magisterio.

Del Cusco ha conservado investigaciones etnológicas, recopilaciones del folklore que irá publicando de manera sostenida en los años siguientes Prosigue la relación con los artesanos cusqueños que proveían de obras a su cuñada Alicia. Ella mostraba su colección de arte popular en la peña Pancho Fierro. Es a través de estos contactos que los imagineros Georgina e Hilario Mendívil exhiben sus obras en este local.

La productividad y estado emocional conseguido en Sicuani, no volverá a repetirse. En 1944, se toma en Churín unos días descanso que alivie sus tensiones; desde allí le dice a Celia: Mucho te extraño y te quiero, pero

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sufro mucho cuando pienso que no te cuidas bien, para sanar y poder vivir tranquilos como en Sicuani…

En octubre de 1941 escribe El nuevo sentido histórico del Cusco. Aquí señala: En esa luz, las calles incas, estrechas, duras y clavadas en la tierra como las rocas perpendiculares de granito, y su remate de balcones gráciles y castizos, se funden con humana armonía; lo inca y lo castellano con profunda sed, en indisoluble y apasionada unidad estética; las cúpulas y las torres con los muros indios, los escudos blasonados con la piedra imperial donde fueron esculpidos…Los peruanos de hoy pueden encontrar en el Cusco que también lo indio es su estirpe. Luz, calles incas, estrechas, duras y clavadas en la tierra que seguramente recorrió con Celia; conociendo la ciudad, buscando las huellas de su padre y tocando las puertas de artesanos en San Blas, visitando a algún amigo académico o militante, o simplemente recorriendo emocionado sus espacios públicos como lo haría más adelante en otras capitales del mundo.

En 1946 le encargan la elaboración de un libro sobre la ciudad. Le comenta a su hermano Arístides: Acabo de entregar un pequeño libro sobre el Cuzco, para la Corporación de Turismo; he trabajado intensamente en este ensayo; lo he escrito con el más grande entusiasmo: es una historia de la cultura del Perú a través de la historia del Cuzco. Se trataba del folleto Cuzco. Para esa época el movimiento cultural que desarrollaron sus amigos cusqueños, había generado una influencia intelectual de importancia nacional. Hallamos en el grupo al poeta Kilko Waraka, los antropólogos Oscar Núñez del Prado, Víctor Navarro del Águila. También Gabriel Escobar, Manuel Chávez Ballón, Efraín Morote Best, Mario Gilt, Josafat Roel Pineda junto a Humberto Vidal Unda, Rafael Aguilar, Oswaldo Baca Mendoza, el sacerdote Jorge A. Lira. Precisamente junto a Roel, y Vidal, participa en el diseño del primer guión de la fiesta del Inti Raymi, festividad creada por Humberto Vidal Unda. Para esta labor se forma una comisión formada por Manuel Chávez Ballón, Oscar Núñez del Prado, Josafat Roel Pineda, Andrés Alencastre y Juan Bravo. Consultan obras de los cronistas que tratan el tema que les permite diseñar el itinerario de la ceremonia, e inclusive el vestuario y el fondo musical. Es la época que Tamayo Herrera llama de los epígonos del indigenismo; continuadores de

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las huellas dejadas por la célebre Escuela Cusqueña y por la Generación de 1927. Por esos años, tuvieron que enfrentar la acción de nuevos partidos políticos como el APRA y el PC que transforman el contenido y la orientación de la lucha política.

En 1947, de acuerdo a Matos Mar, Arguedas pudo dedicarse con gran apoyo y libertad a la investigación folklórica por el entusiasmo y estimulo que le otorga el entonces ministro de Educación, Luis E. Valcárcel, quien lo nombró Conservador General de Folklore, dependencia de la Dirección de Educación Artística y Extensión Cultural,

En 1948 publica: La literatura quechua en el Perú, en la que da cuenta de la traducción de algunos himnos de la colección cuzqueña del padre Jorge A. Lira. Accedió al material durante su estadía en Sicuani. Señala que el conjunto de himnos, oraciones y parábolas quechuas católicos pertenecen a la literatura quechua con tanta propiedad como los cantos y mitos folklóricos. Un año después publica Canciones y cuentos del pueblo quechua, con melodías recopiladas por el mismo padre Lira y que pertenecen al folklore de los departamentos de Cusco, Apurímac y Ayacucho. Señala Arguedas en la presentación: Por circunstancias particularísimas y felices; pudo él, como párroco de Marangani, hacer, durante varios años una recopilación folklórica de carácter monográfico profundo de la región del alto Vilcanota. Estos departamentos constituyeron en la antigüedad el centro de difusión de la cultura quechua;… en ninguna otra región es más densa y profunda la supervivencia de la antigua cultura peruana. Sobre los cuentos señala que fueron también recogidos por el mismo padre Lira…de boca de los indios del Distrito de Maranganí, palabra a palabra, con rigurosa fidelidad. La traducción posterior de los 17 cuentos de la colección la ejecutó Arguedas en compañía del propio padre Lira,...Seguimos lo que podríamos llamar el método oral. El padre Lira leía en voz alta, como quien relata el cuento, y yo traducía, con la mayor exactitud posible. Este interés por la recuperación de la literatura oral se convirtió en la principal preocupación de sus últimos años y motivo de muchos desencuentros y sinsabores. Esta cercana relación con Lira se resquebraja cuando el padre en su publicación Canto de amor omite los términos en español por su purista afán de

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conservar inamovible la cultura y el habla quechua. Arguedas escribe un artículo para el El Comercio en 1956, que el padre Lira responde en réplica que titula “Fanatismo indigenista o fanatismo folklorista”

Retornó al Cusco en 1951, poco después del terremoto que afectó fuertemente a la ciudad. Su hermano Pedro se ha mudado al Cusco y Arguedas, como jefe de la sección Folclore, Bellas Artes y Despacho de la Dirección de Educación Artística, le encargan la reorganización de la Escuela Regional de Bellas Artes y de la instalación de la Escuela de Música. Labores que seguramente comparte con el pintor cusqueño, Mariano Fuentes Lira, que por entonces retorna de su exilio boliviano. Le dice a su hermano Arístides: Me dieron el plazo de cinco días para cumplir la tarea; pero felizmente, está resultó mucho más complicada de lo que parecía y me quedé dieciocho días... Se congratula de la extensión de su estadía, signo del bienestar que sentía en la ciudad. No sabes con cuánto entusiasmo y afecto me recibieron los intelectuales cuzqueños. Di una charla en la universidad y cumplí mi tarea con buen éxito. Ahora las dos escuelas trabajan activamente y cumplen un papel muy útil para el Cuzco. En esos días pensé mucho en nuestro sacrificado viejo. Todavía quedan gentes que lo conocieron y lo recuerdan. Fue para mí esa estadía como una especie de reivindicación de nuestro querido y tan constantemente desventurado padre. Le hice quedar bien. Le comenta el encuentro con su hermano: Pedrito está muy bien, trabajando, como ya sabes, en la Caja de Depósitos. Sus jefes lo estiman y es lo más probable que siga ascendiendo. Se siente mucho mejor de salud, pues tenía y tiene aún, tantos achaques como yo, pero le han dejado muchos otros males, creo que un tanto imaginarios y producto de excesiva aprensión, lo cual es, igualmente, algo mayor que la mía. ¿Hemos heredado del viejo ese lado flaco? Como se observa, diecinueve años después de muerto, la imagen de su padre continúa lozana en sus recuerdos. Es probable que recorriera con amigos y colegas la ciudad que él conocía vasta y profundamente y que se hallaba afectada por el terremoto. Señala: No está la ciudad tan totalmente destruida como me dijeron los amigos que estuvieron en el Cuzco a poco del terremoto…El comercio se ha hecho mucho más activo y parece que todo el movimiento de la ciudad seguirá aumentando…En los años

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posteriores, como veremos, mantendría con ellos nutrida correspondencia.

En carta posterior, de 1953, notifica a Arístides con brevedad que su hermano Pedro: …se casa en el Cuzco. Escríbele a la Caja de Depósitos. Anotaciones y gestos que nos hacen entender su papel como una especie de argamasa espiritual que construye y sostiene el tejido familiar.

José María ve a sus hermanos como expresiones representativas de su padre, como si en ellos quisiera corporizar al padre que nunca pudo tener a plenitud. Le dice a Nelly, 1965: Por eso Pedro es como el pan, tiene la expresión casi infantil de nuestro padre. Frecuentó a Pedro en sus visitas al Cusco; se hospedó en la casa familiar en el barrio de Santiago y estuvo cerca de sus dos sobrinos, hijos de Pedro. Porque Arguedas, a la muerte del padre, se irguió como Padre, eje vertebrador de la familia. A pocas semanas de la muerte de José María, Pedro le escribe a su hermana Nelly desde el Cusco: Como tú comprenderás no todo es ventura en esta vida y es el caso que no dejamos de lamentar siempre y estar con la pena de la desaparición de nuestro querido hermano José María. Observamos la profunda articulación familiar que logró imbricar José María y mucho más notorio si lo observamos a través de los sentimientos que le prodiga a un hermano separado muy temprano del núcleo familiar y residente lejano. La misma Nelly en 1994, expresa, reconociendo estos valores: Soy una privilegiada, pues a pesar de que hemos sido varios hermanos, no sé porque motivo parece que en mi corazón fuera el único. El testimonio de su sobrino Juan Ochoa, 1994, que recuerda: …cuánto nos ha apoyado para que nos unamos en nuestra casa, en nuestra familia, siendo él una persona ausente…, debe ser extendido al Perú. ¡Cuánto nos ayuda Arguedas a pensar el Perú!

Por esta época y junto a Morote, Baca y Núñez del Prado presenta al III Congreso Indigenista Americano en la Paz, 1954, el trabajo La escritura de las lenguas aborígenes. Prosigue en el Cusco una gran actividad intelectual. El grupo Tradición liderado por Efraín Morote, juega un papel principal. Gran investigador, actúa como catalizador de inquietudes de los estudiosos de la realidad andina premunidos de un neoindigenismo orientado hacia el folklore. Matos Mar señala la vinculación con Morote

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Best: Largo seria describir el derrotero y significado de este inicial y vasto empeño que lo llevó a vincularse con el grupo Tradición del Cusco, que en ese entonces constituía la gran avanzada de estos estudios.

Cuando su vida es afectada por sucesos sentimentales y arrecian sus malestares síquicos, formula planes para vivir en la ciudad. En carta al crítico puertorriqueño Ángel Flores, 1955, le dice: He decidido irme a un pueblo lejano del Cusco donde me han ofrecido un puesto de maestro, con un sueldo mejor que el que tengo como jefe de un Instituto de Investigación. Este proyecto se instala en medio de las vicisitudes que vive por su romance con Vilma Ponce Martínez, profesora huancaína. Esta relación pone en riesgo su matrimonio y tiene como fruto una hija. Le escribe a Vilma Ponce: Yo estoy resuelto a conseguir un Profesorado en la Universidad del Cusco o en último caso hacerme nombrar Prof. En algún Colegio Nacional para que nos vayamos a vivir definitivamente. Finalizando el año, su nombramiento como Director de Cultura Arqueología e Historia le hace cambiar sus planes de instalarse en el Cusco. Le dice a Vilma: No sé cómo explicar todo lo preocupado que estoy. Yo había ya casi arreglado para irme al Cusco como Prof. De la Esc. Normal Rural…

En medio de ésta difícil etapa, cuando ve su matrimonio peligrar e incuba el propósito de refundar sus proyectos, piensa en el Cusco y no en Huancayo, lugar de origen de Vilma. A Westphalen, 1955, le menciona: Me iba a ir a la Escuela Normal de Urubamba…Ya hasta había hecho mis planes; hasta había hablado con un propietario de Urubamba quien me iba a arrendar una casa quinta, con una gran huerta de árboles frutales…La casa me iba a permitir alojar hasta cuatro huéspedes, y tener un burro, un caballo, un perro y un gato. Desde niño he soñado con tener un burro, porque quizá nada me ha hecho tan absolutamente feliz como recostarme en el cuello de un burro sano y bien tenido.

Arguedas por estos años vuelca su interés en la investigación antropológica; siempre con el Perú como su principal preocupación. Su hermana grafica bien esta realidad cuando recuerda el momento en que José María es dado de alta del hospital, luego de su primer intento de suicidio, 1966, y es interrogado por ella acerca de su decisión: … le

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pregunté: qué es lo que ha pasado, entonces ¿nosotros no significamos nada para ti? No es eso, yo no vivo para ti y tus hijos. Yo vivo para el Perú.

Su amistad con Gabriel Escobar

Su relación es particularmente cercana con este antropólogo, alumno de la primera promoción de la universidad cusqueña. Es autor de Huaynos del Cusco y en su madurez es profesor en universidades de Norteamérica. A su paso por Lima, frecuentan juntos la mítica peña Pancho Fierro. Escobar, 1955, le manifiesta: Aunque sé que haces falta en Lima y que la antropología pierde algo, me alegra un poco saber que tal vez puedas ir al Cusco. Sobre todo estoy pensando en tu tranquilidad y tu salud, pues veo que en Lima te agitas demasiado… Digo mal, corrige después, no creo que la antropología pierda cuando salgas de Lima, pues en el Cusco podrías hacer algo de tu agrado y sin premura, ayudado tal vez por tus estudiantes y tomándote todo el tiempo que quieras. Y, por supuesto tendrías algunos colaboradores de la clase que te gusta a ti, Oscar (Nuñez del Prado), Mario (Gilt Contreras), yo…Pero no nos adelantemos a los acontecimientos y esperemos a ver lo que venga…

En mayo de 1960, le menciona a John Murra: Resulta verdaderamente desgraciado, precisamente ahora, que no se haya tomado a Gabriel para el Instituto (Etnológico); porque yo tengo una información teórica muy débil y he leído poco y ahora por mi mal estado de salud no leo nada. Gabriel, con su admirable entereza y suavidad, su excelente formación académica, su sabiduría general, habría sido un contrapeso suficiente para este equipo de sociólogos empingorotados; mientras que yo me siento inseguro e incomodo aquí y un poco como aplastado por la depresión de que padezco…

En febrero de 1961, le comenta a Murra de una discusión bastante dura que ha tenido con Emilio Choy por unos comentarios que escribió Escobar en un estudio sobre Sicaya sobre una peste que en el pueblo se consideró castigo del cielo. Choy se refirió a Escobar como una especie de agente de los Estados Unidos. La indignación de Arguedas no pudo ser contenida. Cuando le dije que el trabajo de Gabriel había sido hecho unos años antes de que viajara a los Estados Unidos no se desdijo ni se preocupo en lo más

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mínimo….¿Qué se puede hacer frente a un energúmeno de esta clase? Ahora debe estar pensando que también yo me he vendido a los Estados Unidos porque he sido becado por la OEA. …lo que me estremece es la inmensa vanidad de esta gente que proclama estar al servicio de los obreros y campesinos.

Matos Mar, recuerda cuan interesantes e importantes eran también las largas conversaciones y discusiones que sostenían frecuentemente con Valcárcel, Muelle, Gabriel Escobar y otros antropólogos; tanto en el Gabinete de San Marcos como en la dirección del Museo de la Cultura Peruana. Hablaban sobre el Perú, el mundo y la cultura indígena...

Humano, al fin, Arguedas no muestra la misma disposición con otros cusqueños. En carta a Murra de febrero de 1967, dilucidando los invitados para un evento antropológico en el extranjero le recomienda: Pero hay que llevar a Matos por su actividad tan grande… afuera y en el Perú; no se le puede dejar de lado. El caso de Nuñez del Prado es, creo más claro. Nuñez ya no enseña. Se ha retirado de la Universidad; está dedicado a la antropología social aplicada con una especie de misionerismo entre sentimental, ingenuo y acaso algo egoísta, en tanto que parece que constituye un refuerzo a su fatiga. Puedo estar equivocado, John; yo quiero mucho a Oscar, pero me parece que esta es la verdad. El Cuzco por ahora parece que está casi muerto. Creo que podrías hacer que inviten a Lumbreras, Matos y Mendizábal…

Con Chávez Ballón es probable que se conocieran en el colegio Pumaccahua donde fue profesor poco después de Arguedas. Le escribe, 1957, a propósito de una nueva visita hecha por Arguedas al Cusco: Aquí en los pocos días en los que estuviste, has dejado tus recuerdos, todos tus amigos quisieran verte en el Cusco todo tiempo. Tú no debías vivir en Lima, tu sitio está aquí, en donde te queremos y admiramos. Sería muy bueno que siempre te ocuparas en artículos periodísticos del Cusco, pues podría enviarte algunas fotografías y también datos sobre puntos que podrías tratarlos con esa capacidad y cariño que tienes para tratar cosas del Cusco. Se está refiriendo a los artículos que ese año publica en el Dominical de El Comercio: Celebraciones del Inti-Raymi y Películas de Gesta En este último se ocupa de las cintas que produjo la Escuela del

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Cusco denominada así por el crítico de cine francés Georges Sadoul. Ese mismo año invita a Nishiama, Luis Figueroa y Victor Manuel Chambi, fundadores del Cine Club Cusco, a presentar en el local del IAC en Lima las películas Carnaval de Canas de Manuel Chambi y Lucero de nieve de Manuel Chambi, su hermano Víctor y Eulogio Nishiama. Su vinculación con el cine producido en el Cusco no decae, precisamente en 1964 firma con César Villanueva y Eulogio Nishiama, un contrato para llevar al cine Diamantes y pedernales. La cinta se produjo con el nombre de Jarahui y contribuyó a hacer más conocido el nombre y la obra de esta escuela.

A Efraín Morote Best lo une la etnohistoria y el estudio de las manifestaciones culturales quechuas; por eso disienten, discuten. En carta de 1954, Arguedas, mostrando una faceta de su personalidad generosa, le reprende fraternalmente: Tú tratas a Valcárcel como a un enemigo vulgar, el “viejecito” reblandecido. Reconozco que Valcárcel tiene defectos; yo mismo he sufrido esos defectos; pero no se puede olvidar cuánto ha hecho por la antropología en el Perú…Me impresiona a veces abrumadoramente esta actitud de batalla, de agresividad cruda que últimamente han adoptado los intelectuales, unos contra otros. Por eso los rehúyo ahora. No me refiero ya a ti; pero aquí, en estos años, el sentimiento que mueve a la mayoría, que impulsa sus vidas, es la vanidad. ¿No es mucho más bello ser humilde?... José María toma nuevo contacto con Valcárcel cuando vuelve a San Marcos a estudiar Antropología. Nos hicimos amigos desde el primer momento que lo conocí en las aulas como alumno, dice Valcárcel en sus Memorias. Luego, como su mentor y amigo estrecharon relaciones profesionales muy cercanas.

Por esos años, 1957, colabora en los trámites que hacen posible el traslado a Lima de Josafat Roel Pineda. Le dice a Westphalen: Conseguí con Miró que a JRP se le trajera del Cuzco al conservatorio de Lima para dictar un curso de musicología…Roel es un joven musicólogo de gran talento y de una formación científica increíblemente solida…Estos contactos epistolares también se extienden a gente desvinculada de todo quehacer académico, como es el caso del músico Gabriel Aragón, quien en carta de 1957 le dice: Señor doctor, el tenor de su cariñosa carta, el interés con que indaga por mi vida, por mi arte y por mi conjunto me hace

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renacer nuevamente llenándome el corazón de grandes esperanzas para poder seguir cultivando con ese afán y agrado deber de un cusqueño, vale decir, de un peruano que sabe defender los derechos y tesoros artísticos de su patria…Sencillez en el trato, profundidad en la relación, como era habitual en Arguedas cuando se trataba de la amistad. Siempre estimulando vocaciones, impulsando destinos, educador y maestro siempre.

Su amistad con Luis E. Valcárcel.

Valcárcel tuvo gran importancia en la vida de Arguedas. Fue el cusqueño -¿alguien se ha ganado con mayor derecho de ser así considerado? - con quien mantuvo un prolongado y más estrecho contacto. En sus Memorias, menciona Valcárcel, haberlo conocido en 1931 cuando la Universidad reabrió sus puertas luego de la huelga de 1930. Ese año fui nombrado catedrático de Historia del Perú y Arguedas fue uno de mis alumnos. Concurría a clases puntualmente y ya desde entonces entablamos buena amistad…Recuerdo que fui uno de los primeros en comentarlo en la revista Excelsior, (se refiere a la novela Agua) de poca circulación en Lima. Al mismo tiempo se dedicó a realizar actividades políticas, vinculándose al Partido Comunista. Luego formó parte del Comité de Defensa de la República Española. Lo recuerda también animando, cantando, en la peña Pancho Fierro.

Valcárcel no señala la presencia de Arguedas en el Congreso indigenista de Paztcuaro a la que asiste también Uriel García. Tenían diferencias sobre el proceso del mestizaje nacional. Valcárcel, habla de los campesinos eternos y ahistoricos y subraya la importancia de la raza en la construcción de lo que denomina el andinismo: La doctrina andinista pretende ser un ensayo de ideología aborigen. Se forma lentamente y a la larga indios e indiófilos nos entenderemos. Era distinta la posición de Uriel Garcia. Para él la indianidad comprende a todos los hombres ligados a la tierra por vínculos afectivos sin que sea preciso tener el pigmento broncíneo ni el cabello grueso o lacio. Además expresaba que el incario era un tiempo acabado, pero no su impulso indianista.

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La vinculación se acrecienta cuando Arguedas ingresa al Instituto de Etnología, donde Arguedas se desarrolla como docente y colega de Valcárcel; y luego cuando Valcárcel es Ministro de Educación en el gobierno de Bustamante. Mientras investiga a las comunidades campesinas en España, le escribe, abril de 1958, dándole cuenta de sus actividades e impresiones. Encabeza la carta un Muy estimado doctor Valcárcel: Ayer fui al campo del común con dos vecinos y vi y participe del trabajo de rosa del bosque... Es una labor comunal…Y a juzgar por mis informaciones bibliográficas, la organización comunal es idéntica a los de Lucanas, idéntica, pero mucho más exacta en sus propiedades de tierras. En un mes o 45 días creo que habré tomado una información suficiente que me permita enjuiciar las cosas. Por el momento me alienta la convicción de que haré un trabajo sin duda útil para el mejor conocimiento y estudio de nuestras comunidades.

Estoy casi seguro que muchísimo de nuestra organización comunal viene de aquí, de Sayago y de otras comunidades de León.

Más tarde al recapitular y matizar sus posiciones juveniles, Valcárcel y Arguedas acercan posiciones sobre el mestizaje. Valcarcel morigera sus criterios y lo lleva a afirmar: Los indios eran el tema predilecto de Arguedas, sobre el que tuvimos muchísimas conversaciones. Recuerdo que en nuestras primeros encuentros, José María criticó mucho algunas afirmaciones contra los mestizos que hice en Tempestad en los Andes como en la Historia de la cultura antigua del Perú, posteriormente. Pero con los años terminamos coincidiendo plenamente.

En octubre de 1964, estando ya Valcárcel en plena transición hacia el retiro, lo visita convaleciente y la experiencia se la comunica a Murra: La otra noticia es que ayer visite al Dr. Valcárcel por pedido de él mismo. Ya está levantado; creo que se siente mejor de lo que realmente está. Lo encontré fatigado. Pero este “wiraqocha” a quien le debemos mucho, no deja de ser un señor muy cusqueño antiguo; egoísta, avaro e imperial: me dijo que no era “necesario que se nombrara a nadie para Director del Museo de la Cultura”, que él se encargaría my pronto del cargo…Vemos aquí que sus prejuicios juveniles, trasmitidos por el padre, acerca de la avaricia de los señores cusqueños, no se ha extinguido. A Valcárcel le

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denominan “La Sombra” por su presencia persistente y extendida; mucho de la estabilidad que alcanzó Arguedas en sus trabajos antropológicos se debió a las condiciones que el propio Valcárcel creo. Por eso, en carta anterior, de 1960, le dice a Murra: Pero el porvenir del Instituto no es bueno. Sabemos que los sociólogos han dicho que solo esperan que desaparezca “La Sombra”, para lanzarse al ataque. Y esa buena sombra desparecerá el año entrante. Todas las luchas por intereses me hacen sufrir, pero está entre profesores, entre hombres de ciencia me parece pavorosa y las más antihumana y absurda.

En la recordada mesa redonda en el Instituto de Estudios Peruanos, de 1965; donde Todas las sangres es cuestionado por un grupo de doctores y estudiosos, la reunión es presidida por Valcárcel de manera silenciosa. No expresa ninguna idea a favor, ni en contra de Arguedas. Su presencia, por eso, pasa desapercibida por quienes ahora estudian o recuerdan ese hecho.

En 1965, con el matrimonio con Celia Bustamante ya finalizando, habla de nuevo de vivir en el Cusco. Esta vez la decisión carece de la determinación de otros momentos anteriores y más parece una manera de explicarle a Celia la naturaleza permanente de sus lazos. Quisiera irme a vivir a Yucay contigo como una hermana de quien separarse significa perder la vida. Quizá último e inútil esfuerzo para continuar un matrimonio que estaba destinado a fenecer.

Ese mismo año publica en quechua el Sueño del pongo, basado en un relato recogido en Lima de Don Santos Ccoyoccosi Ccataccamara, de la comunidad de Umutu, Quispicanchis. En la primera edición del cuento, Arguedas, explica que Oscar Núñez del Prado ha difundido una versión muy diferente del mismo tema. Arguedas en esos años era ya un personaje de dimensión internacional. Pero, el Cusco, se le acerca, le rodea mientras él custodia su relación antigua y las sensaciones que le produjo conocerlo por primera vez. Mantiene el espíritu que lo une a la ciudad, la coincidencia de sus destinos.

Su amistad con Francisco de Ávila.

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A fines de 1965, se encuentra con un antiguo y particular cusqueño: Francisco de Ávila, extirpador de idolatrías. Nacidos en siglos de singular importancia para el Perú, el XVI y XX, por sus efectos en el tiempo largo de nuestros procesos sociales y económicos. Ávila nació en el Cusco en 1573. Fue hijo expuesto y recibió el nombre de Francisco de Ávila Cabrera. Luego de estudiar en San Marcos se ordena de presbítero y gana luego el curato de San Damián, en la provincia de Huarochirí, donde se entrega a la lucha contra las idolatrías. Hace transcribir en quechua los mitos y leyendas de la región. El texto original manuscrito y única copia fue hallado a fines del siglo XIX por Jiménez de la Espada en la Biblioteca Nacional de Madrid. Arguedas es requerido como traductor de este documento, labor que realiza con el lingüista Alfredo Torero. Califica el texto como la obra quechua más importante de cuantas existen, un documento excepcional y sin equivalencia tanto por su contenido como por la forma...el único que ofrece un cuadro completo, coherente de la mitología, de los ritos y de la sociedad de una provincia del Perú antiguo. Llama a este documento la voz de la antigüedad transmitida a las generaciones por boca de hombres comunes que nos hablan de su vida y de su tiempo. Su traducción se vincula al momento de su primer intento de suicidio, abril de 1966, época en la que está finalizando la traducción. Fue John Murra quien le sugiere a Arguedas la traducción del texto, que demora cinco años en realizarlo. Los comentarios acerca de la importancia y trascendencia del documento traducido merecerían un artículo especial. Es posible afirmar que sin el conocimiento y traducción de esta recopilación hecha por Ávila; que Arguedas titula Dioses y hombres de Huarochirí, la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo no existiría o tendría forma distinta. Arguedas incorpora en su novela a los zorros de Huarochirí, les da contextura contemporánea y los hace actuar en la novela, modelando sustancialmente su contenido, dándole continuidad contemporánea a una tradición milenaria.

Su amistad con Hugo Blanco

Se conocieron en las postrimerías de la vida de Arguedas y cuando el país cerraba un ciclo de violencia y confrontación que se inició en los primeros años de la década del sesenta. José María había publicado El sexto y sus

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dos últimas novelas: Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo. Precisamente el envío a Blanco de un ejemplar de Todas las sangres a su celda en El Frontón, propicio el inicio de la corta amistad y el envío de mutuas cartas. Hugo Blanco estaba preso desde el año 1963 por dirigir el levantamiento campesino del valle de La Convención. Luego, tres años después fue condenado a 25 de prisión. Fue Sybila, esposa de José María, quien los vinculo. Ella visitaba, señala Blanco, a Antonio Meza, un campesino, del centro del país, combatiente del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Cuando le trasladaron a la isla prisión El Frontón, donde yo me encontraba, continuó visitándole;… así nos conocimos con Sibila. José María le envió su novela con una dedicatoria en castellano; Arguedas pensó en algún momento hacerla en quechua. Blanco, enterado de esta anécdota, le escribió una carta en este idioma. Es el inicio de dos cartas cursadas por Blanco y una por José María. La última de Blanco quedó sin respuesta.

Las comunicaciones nos acercan al mundo andino, a sus profundas dolencias y sueños reivindicatorios. En el primer envío del 14 de noviembre de 1969 le reclama no haber recibido la dedicatoria de su libro en quechua. Padre, Taytay, le dice Blanco, usando las formas quechuas en el trato entre iguales. ¿Cómo es posible, taytáy, que entre nosotros podamos avergonzarnos de cuanto nos podemos decir en nuestra lengua tan dulce? Cuando nos pedimos ayuda, nunca lo hacemos con palabras escuetas en nuestra lengua. ¿Acaso alguna vez escuchamos decir: “mañana has de ayudarme a sembrar, porque yo te ayudé ayer”? ¡Ahj! ¡Qué asco! ¡Qué podría ser eso! Únicamente los gamonales suelen hablarnos de esa forma ¿Acaso entre nosotros, entre nuestra gente, nos hablamos de ese modo? Muy tiernamente nos decimos: “Señor mío, vengo a pedirte que me valgas; no seas de otro modo; mañana hemos de sembrar en la quebrada de abajo; ayúdame pues caballerito, paloma mía, corazón”. Con estas palabras solemos empezar a pedir que nos ayuden. Y también cuando nos encontramos en los caminos de las punas, aún sin conocernos, nos saludamos el uno al otro; nos invitamos un trago, nos alcanzamos algún poco de coca; nos preguntamos hacia dónde vamos; y solemos charlar un rato.

Le refiere ser su devoto, emocionado lector: Yo no puedo decir qué es lo que penetra en mí cuando te leo, por eso, lo que tú escribes no lo leo como

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las cosas comunes, ni tampoco tan constantemente, mi corazón podría romperse.

Le relata su entrada al Cusco con cientos de campesinos tomando la Plaza de Armas y de la aleg´ria que le hubiera causado ver a los maqt`as gritar calle por calle: “¡Que mueran todos los gamonales! ¡Que vivan los hombres que trabajan!”. Al oír nuestro grito los “blanquitos” como si hubieran visto fantasmas, se metían en sus huecos, igual que pericotes. Le hace un vaticinio: ha de volver el día, taytáy, y no solamente como aquél de que te cuento, sino más grande. Días más grandes llegarán; tú has verlos. Muy claramente están anunciados. Aquí nomás concluyo, taytáy, porque si no, no he de terminar de escribir nunca. He de resentirme si no envías eso que escribiste para mí. Hasta que nos encontremos, tayta. No te olvides, pues, de mí.

Hugo Blanco.

José María alcanzó a responderle esta primera carta. En ella lo trata como Hermano Hugo, querido, corazón de piedra y de paloma. Le habla de su novela Los ríos profundos y de cómo en sus páginas los pongos, …los colonos de hacienda…esos piojosos, diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas, hombres despreciados por las mismas comunidades,… invaden la ciudad de Abancay sin temer a la metralla y a las balas, venciéndolas. Se pregunta ¡Cómo, con cuánto más hirviente sangre se alzarían estos hombres si no persiguieran únicamente la muerte de la madre de la peste, del tifus, sino la de los gamonales, el día que alcancen a vencer el miedo, el horror que les tienen! “¿Quién ha de conseguir que venzan este terror en siglos formando y alimentado, quién? ¿En algún lugar del mundo está ese hombre que los ilumine y los salve? ¿Existe o no existe? ¡Carajo, mierda!”, diciendo, como tú lloraba fuego, esperando, a solas. Los críticos de literatura, los muy ilustrados, no pudieron descubrir al principio la atención final de la novela, la que puse en su meollo, en el medio mismo de su corriente. Felizmente uno, uno solo, lo descubrió y lo proclamó, muy claramente.

Haciendo un paralelo entre la trama de su novela y el alzamiento de Blanco le dice:¿no tomaste el Cusco como me dices en tu carta, y desde la misma puerta de la catedral, clamando y apostrofando en quechua, no espantaste a los gamonales, no hiciste que se escondieran en sus huecos como si fueran pericotes muy enfermos de las tripas? Hiciste correr a esos

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hijos y protegidos del antiguo Cristo, del Cristo de plomo. Hermano, querido hermano, como yo, de rostro algo blanco, del más intenso corazón indio, lágrima, canto, baile, odio.

Le menciona su labor de difusión de los valores de la cultura andina : he purificado algo la cabeza y el corazón de Lima, la gran ciudad que negaba, que no conocía bien a su padre y a su madre; le abrí un poco los ojos, los propios ojos de los hombres de nuestro pueblo, les limpié un poco para que nos vean mejor. Y en los pueblos que llaman extranjeros creo que levanté nuestra imagen verdadera, su valer, su valer verdadero, creo que lo levanté en alto y con luz suficiente para que nos estimen, para que sepan y puedan esperar nuestra compañía y fuerza; para que no se apiaden de nosotros como del más huérfano de los huérfanos; para que no sientan vergüenza de nosotros, nadie.

Sabedor de su pronta ausencia le dice: Yo no estoy bien, no estoy bien; mis fuerzas anochecen. Pero si ahora muero, moriré más tranquilo. Ese hermoso día que vendrá y del que hablas, aquél en que nuestros pueblos volverán a nacer, viene, lo siento, siento en la niña de mis ojos su aurora, en esa luz está cayendo gota por gota tu dolor ardiente, gota por gota sin acabarse jamás. Temo que ese amanecer cueste sangre, tanta sangre. Tú sabes y por eso apostrofas, clamas desde la cárcel, aconsejas, creces.

Como siempre que hace un balance de su vida recuerda a sus protectores indios: Como en el corazón de los runas que me cuidaron cuando era niño, que me criaron, hay odio y fuego en ti contra los gamonales de toda laya; y para los que sufren, para los que no tienen casa ni tierra, los wakchas, tienes pecho de calandria; y como el agua de algunos manantiales muy puros, amor que fortalece hasta regocijar los cielos. Y toda tu sangre había sabido llorar, hermano. Quien no sabe llorar, y más en nuestros tiempos, no sabe del amor, no lo conoce. Tu sangre ya está en la mía, como la sangre de don Victo Pusa, de don Felipe Maywa, Don Victo y Don Felipe me hablan día y noche, sin cesar lloran dentro de mi alma, me reconvienen en su lengua, con su sabiduría grande, con su llanto que alcanza distancias que no podemos calcular, que llega más lejos que la luz del sol. Ellos, oye Hugo, me criaron, amándome mucho, porque viéndome que era hijo de misti, veían que me trataban con menosprecio, como a indio. En nombre de ellos, recordándolos en mi propia carne, escribí lo que he escrito,

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aprendí todo lo que he aprendido y hecho, venciendo barreras que a veces parecían increíbles.

He aquí que te he escrito, feliz, en medio de la gran sombra de mis mortales dolencias. A nosotros no nos alcanza la tristeza de los mistis, de los egoístas; nos llega la tristeza fuerte del pueblo, del mundo, de quienes conocen y sienten el amanecer. Así la muerte y la tristeza no son ni morir ni sufrir. ¿No es verdad hermano?

Recibe mi corazón

José María

La carta de respuesta de Hugo Blanco fue hecha el 25 de noviembre de 1969. No alcanzó a leerla; su camino a la muerte empezó el 29 de ese mismo mes. Esta vez Blanco elige un encabezamiento más íntimo: ¡Padre mío! Padre mío José María y le otorga un trato solo posible entre runas: sabía que éramos un solo corazón, …Y contigo, padre mío, no podríamos hablar sólo diez minutos. Nuestro corazón reventaría ¡Habiendo tanto que relatarnos, habiendo tanto que conversar! Contigo tenemos que hablar calmadamente, como hombres serios; sentándonos tranquilos, el corazón plácido, hallpando nuestra coquita, fumando de un solo cigarrillo, perdiendo la vista en los cerros lejanos.

Conozco bien tu corazón, padre, aún antes de que me escribieras. Como te digo, al igual que en agua cristalina se ve tu corazón a través de tus escritos. No sé qué verán los mistis en ellos; y para que les digan “Ese es buen crítico” hablan una u otra cosas. Es imposible que ellos vean tu corazón aunque se los estés mostrando. El misti es misti, padre. En cuanto a ser buenas personas, algunas son realmente buenas personas, no les estoy insultando. Pero tu corazón, sólo tus congéneres indios lo vemos bien. Los mistis, aún siendo buenas personas, para eso, son ciegos que miran. Ellos no sollozan temblorosos con nosotros al leer tus escritos. Imposible, padre, el misti es misti.

Por esa experiencia mía, te digo padre: Lo que escribes no es sólo para mostrar a los no-indios de todas las naciones, que nosotros somos gentes; no es sólo eso, padre. Ablanda el corazón de nuestro propio pueblo, lo despierta. Claro que tú todavía no ves a dónde llega la semilla que

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derramas. Quién sabe en qué jóvenes corazones se está regando hermosamente esta semilla.

Se despide con el cariño que se tiene por lo que es elevado, eterno: Hasta otro día padre, sangre de mi sangre, pena de mi pena, alegría de mi alegría. Si sólo fuese por mí, jamás acabaría esta carta, cuando tantas cosas tengo que decirte.

Hasta otro día padre:

Hugo Blanco

Pocos días del intercambio de estas cartas, el 29 de noviembre de 1969, José María disparaba a su cuerpo en la Universidad Agraria.

Algunas conclusiones

¿Es posible opinar con un alto grado de certeza acerca de los sentimientos de Arguedas con el Cusco? ¿Fue una relación de amor-odio, como ha mencionado Tamayo?:…en ese odio al “viejo” hay un poco del odio a su padre,…sobre el cual algunos analistas de la vida de Arguedas han hablado con tanta luminosidad. No es esta una opinión aislada. Rodrigo Montoya, 1995; en una mesa redonda en la Universidad Agraria, menciona: Desde esa visión de intereses afectados hubieron personas que han odiado a José María. Los cusqueños etnocéntricos, amorosos del Cusco, centro y ombligo del mundo, no le perdonan a José María el haber presentado en el capitulo uno de la novela Los ríos profundos a un hacendado de horca y cuchillo, a un señor duro y fuerte…

Hay errores de apreciación, considero, en ambas opiniones; no tenemos los cusqueños nada que perdonar a Arguedas. Por los hechos de su vida, su obra, legado, la relación de Arguedas con el Cusco no alberga ninguna forma de odio; tampoco cumplida cortesía y menos interés parcial y excluyente. Alguien que describe a la ciudad con estas palabras: ya sea nublada y lóbrega la noche o clara y resplandeciente de estrellas, el sonido de la María Angola inspira al visitante, le comunica todo el poder evocador de la gran ciudad, su mágica e limitada profundidad estética… no puede albergar ningún sentimiento distante y menos de aversión o

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inquina sobre el Cusco. Arguedas recibió el Cusco de su padre como parte de su herencia familiar, que luego transformó en íntimo referente cultural; extensión de su ser chanca. Heredó una idea de ciudad, una emoción; y transformó ese sentimiento en una relación tangible que trocó sustantivamente su existencia de un modo que probablemente él mismo no supo percibir en su dimensión exacta. En el Cusco y en su área de influencia escribió una novela que ha tenido una profunda repercusión en la configuración de un lenguaje nuevo para los peruanos, el castellano peruano; que nos sirve a indios y mestizos para expresarnos sin las limitaciones que el medio social y las lenguas ancestrales imponían. Ni el castellano andino ni el quechua son lo mismo después de Arguedas. Mientras reflexionaba y escribía es probable que no intuyera que no sólo superaba un problema técnico-literario, sino que instalaba las bases de un idioma que es cada vez más vehículo de comunicación cotidiano en nuestro pueblo; y que aún no despliega toda su realidad y capacidad.

Es probable que durante su estadía en Sicuani madurara su distanciamiento del Partido Comunista, tanto por sus postulados y prácticas dogmáticas como por su oportunismo político y su visible incomprensión del componente cultural de nuestro pueblo. Aquí también se acerca sistemáticamente a la antropología. Desarrolla estudios etnográficos que seguramente definen su vocación y su posterior especialización en esta materia.

Sus amigos cusqueños fueron parte de un círculo de amistades que abonó la vida personal y profesional de Arguedas. Con algunos; como Luis E. Valcárcel, Gabriel Escobar, Jorge A. Lira o Andrés Alencastre, estrechó lazos amicales y profesionales; mientras, con otros cultivó relaciones profesionales: Morote Best, Chávez Ballón, Humberto Vidal. Sin embargo; de todos absorbió conocimientos que le ayudaron a decidir su futuro. Arguedas cultivaba un concepto utilitario de la amistad; en su acepción más conveniente para ella. Ninguno de sus amigos estuvo distante de sus preocupaciones por el país. Los elegía por su relación con el Perú. Debían, como él mismo, estar entropados con su pueblo. De modo similar elegía las ciudades que llevaba en sus recuerdos; las observaba como parte inseparable de sus sociedades. Siempre estuvo cerca de las mejores

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expresiones del espíritu que se plasman en personalidades y ciudades universales que lo son por su profundo provincialismo. Aquí se regocijó con sus fiestas y sus costumbres; con sus colegas hizo de compañero de elaboraciones intelectuales de singular vigencia y también supo ser amigo de tertulias que mostraban su faceta de músico, recitador, contador de chistes y dueño de una estentórea carcajada que oscurecía toda su dolida humanidad.

Conocedor de las intimidades de las grandes urbes, consideró al Cusco parte del universo de ciudades que irradian simiente, que son piedra angular de nacionalidades y, por ello, patrimonio de la humanidad. En numerosas ocasiones rememoró su vinculación al espíritu y su atmosfera para efectuar paralelos y reconocimientos del Cusco como ciudad universal, centro de nuestra identidad. En todas las ciudades que visita, recrea sus experiencias, revaloriza sus orígenes y, en muchas, recuerda al Cusco. Mientras recorre París, en diciembre de 1958, envía un artículo a El Comercio, para decir: ¿Qué hay de común entre el Sena tranquilo, tan vital e iluminado siempre, por la bruma o la luz del día; entre estas avenidas donde como en el Cuzco inca, el trazado, la dirección y los espacios cautivos han sido concebidos y hechos teniendo en cuenta el mundo celeste. Caminando sus calles y avenidas reflexiona sobre el país y dice que la importancia de París se proyectara sobre estas zonas marginales de Occidente. Hasta que venga el abrazo final de la humanidad de todas las lenguas, continentes y partidos, y la aventura del rey de la tierra busque patrias más allá de su antigua morada.

Otra reflexión de raigambre arguediana la realiza navegando en Alemania, por el Rhin, en 1965. Comparte sus impresiones con su siquiatra Lola Hoffmann: Ayer navegué por el Rhin. Hubiera deseado hacerlo de rodillas. Era un Dios, un dios grande. Todo lo que la civilización ha hecho por encubrir su divinidad no ha logrado sino exaltar su aire, profundidad mítica. Es tan dios como el Apurímac o el Wilcamayo…

Más tarde, a la misma Lola Hoffmann, le dice desde Nueva York: ¡Qué inconmensurable es el ser humano! Me siento en Nueva York tan feliz como en día de Navidad en una aldea andina. Tengo la impresión de estar en un universo que no parece hecho por el hombre. Es tan poderoso como

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el Amazonas. En los meses finales de su existencia, exento de sus compañías prescindibles, acude a las amistades cultivadas en el Cusco. Josafat Roel Pineda lo acoge unos días en el Museo de Sitio de Puruchuco donde es director. Está en busca de tranquilidad y ambiente para escribir.

Arguedas apreció el significado del Cusco como vínculo vivo con el futuro del país. Eligió su suelo como probable destino en horas complicadas, soslayando ciudades extranjeras que lo hubieran acogido con ventajas. Viajero perpetuo, apreció los valores que albergaban las ciudades de occidente y aquilató sus adelantos en desarrollo social, tecnológicos, y valores elevados. Se enorgullecía del modo cómo, andino él, había podido penetrar en el conocimiento de la cultura occidental. Sin embargo, ninguna de éstas superiores manifestaciones del arte y la cultura universal le hicieron soslayar o subordinar su cultura originaria. No soy un aculturado, expresa en 1968.

Hay un vasto campo de temas por investigar de su paso por el Cusco. Precisar aspectos de la biografía de su padre y antepasados; su relación con los artesanos y el arte popular; su vinculación con la política; sus huellas en Sicuani. Mientras, aquí tenemos con nosotros como estelas de su paso: Los ríos profundos, El zorro de arriba y el zorro de abajo; la escuela de música que él ayudó a forjar y donde estudian aún jóvenes con talento; el guión primigenio del Inti Raymi, fiesta transida de peruanidad. Y, claro, que aún ronda por las calles sicuaneñas el espíritu del Misitu, criado y creado a orillas del Vilcanota y bajo el estrellado cielo canchino. Perviven sus pisadas en nuestras calles andinas, plenas de su espíritu universal, su generosidad e integridad. Un ser humano de ésta magnitud no podía estar distante del Cusco ni el Cusco ser extraño a él.

Un aspecto aún no estudiado es la relación del Cusco con su novela póstuma: El zorro de arriba y el zorro de abajo. Es posible afirmar que sin la traducción de los informes del cusqueño Francisco de Avila y sin su estadía en el Cusco la novela sería otra. Quizá Harina mundo o Pez grande. En su Primer Diario, escrito en Santiago en mayo de 1968, menciona a Carmen Taripha, empleada del sacerdote Jorge A. Lira en su curato de Maranganí: Carmen le contaba al cura de quien era criada, cuentos sin fin de zorros, condenados, osos, culebras, lagartos; imitaba a

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esos animales con la voz y el cuerpo. Los imitaba tanto que el salón del curato se convertía en cuevas, en montes, en punas y quebradas…así el salón cural era algo semejante a las páginas de los Cien años…Continua mencionando que en sus historias los <i>animales trasmitían también la naturaleza de los hombres en su principio y en su fin. Estas escenas gatillaron el destello inicial de su novela póstuma; como le comenta a Murra desde Santiago, en marzo de 1969: El zorro es un zorro pero el señor Rincón habla con él como con un caballero joven. El zorro esta vestido de saco muy moderno, aleviatado; es pernicorto, de cara alargada…Lo he presentado creo tan viva y constreñidamente como solía hacerlo Carmen Taripha, la gran informante narradora que tuvo Lira. Pero me siento deprimido y te escribo. Quizá mi melancolía venga de no poder casi vivir en el Perú. Esa fragua me quema ya demasiado; hay que tener una energía descomunal para alimentarse de ella. Son las trágicas semanas previas al suicidio.

La presencia del Cusco es visible aún después de muerto. En el segundo aniversario de su fallecimiento; la misa en la Iglesia San Francisco de Lima es oficiada por el padre José María Garmendia, cusqueño. El padre…tenía gran aprecio y admiración por mi hermano, además había conocido a nuestro padre en el Cuzco, ciudad natal de ambos… menciona Nelly. Más tarde, luego de sucesivas gestiones para el traslado de su cuerpo a un nicho en tierra, en 1975, el cusqueño general Enrique Gallegos Venero, Ministro del gobierno de Velasco Alvarado, viabiliza el traslado. Desde ese lugar fue llevado a Andahuaylas, decisión que generó controversias.

De ésta magnitud fue su relación con el Cusco, vértice sustantivo de nuestra cultural; genuina expresión urbana de una sociedad que está aún procesando una identidad que sea síntesis real de dos culturas que aún no se agotan en el alumbramiento de una nación. Y José María Arguedas tiene en este escenario mucho que enseñarnos.

Su obra; nutrida de su propia biografía, de la ficción y de su saber antropológico, estuvo imbricada con las preguntas que desde hace mucho tiempo nos hacemos: ¿cómo elaboramos nuestra articulación como sociedad viable?, ¿cómo nos organizamos como nación?, ¿mestizaje; convivencia de culturas independientes y articuladas por un enlace andino

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pan cultural? Muchas de las preguntas que se hizo Arguedas permanecen aún sin respuestas, muchas de sus preocupaciones están muy lejos de estar solucionadas. Por eso su vigencia.

Exclusiva triada la de Garcilaso, Huamán Poma y Arguedas. Los tres del sur andino; quechua, el primer peruano; lucaneño, Huamán Poma; Arguedas, chanca. Semejanzas, coincidencias de rutas de vida, orígenes, desesperanzas. Los une la soledad y la marginación en suelo propio; una cierta visión del país; el idioma; la búsqueda persistente del sentido de sus existencias aparejadas con las de su propia patria. Y, todos ellos coincidieron en el Cusco, aprendieron del espíritu integrador, de su significado cuando se piensa en el destino de todos los peruanos. No podemos dejar de apreciar la manera cómo las rutas múltiples de nuestra patria hicieron que las huellas de Garcilaso acomodaran más tarde los pasos de Huamán Poma y, después, el ser integral de Arguedas. Es seguro que los tres coincidieron en observar emocionados las piedras del palacio de Inca Roca. Todos ellos subieron a Sacsayhuman y meditaron sobre el ojo del puma. Los tres se relacionaron con el Perú con la pasión que otorga una causa noble y posible: hacer de estos territorios un lugar donde se pueda vivir todas las patrias y todas las sangres en una sola nación.

Nota: Las referencias epistolares de este artículo; en su parte sustantiva, han sido extraídas de los libros que contienen la correspondencia de Arguedas, editados con acierto por Carmen María Pinilla. Se han consultado también la correspondencia de E.A. Westphalen y Arguedas, textos de Vargas Llosa, Rodrigo Montoya, José Tamayo Herrera, Luis E. Valcárcel, Gustavo Gutiérrez, Antonio Cornejo Polar, Roland Forgues.

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