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¿Argentina tiene una identidad nacional? marzo 13, 2014 By Mario Cadenas Madariaga El problema de la identidad nacional. En el programa Hora Clave del 9.3.2014 su conductor el profesor Mariano Grondona, sostuvo que la Argentina tenía una identidad nacional, a diferencia de otros países como Ucrania por ejemplo. El tema tiene una evidente relevancia y la evaluación de un analista que ha dedicado su vida al estudio de la política argentina, es una oportunidad para replantear el tema. Contra la opinión citada yo pienso que la Argentina no ha terminado de de definir su identidad y que de esta situación se derivan muchos de sus principales problemas. La identidad nacional es un tema esencialmente cultural y político, que consiste en la existencia de una personalidad compartida por toda una colectividad -de idioma, sentimientos, objetivos, intereses, tradiciones y un territorio comunes-, de los cuales el último de los elementos puede excepcionalmente faltar, como sucedió con el pueblo judío durante dos mil años. Vulgarmente se confunde la identidad nacional como una caracterización que hacen más al paisaje o al pintoresquismo, y se conoce a la Argentina como el país de las pampas, de la carne y el trigo, o del tango, o se lo identifica por el acento o usos idiomáticos, lo cual sirve a los fines turísticos, pero no para su conocimiento político o cultural. La formación de las identidades nacionales .

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¿Argentina tiene una identidad nacional?marzo 13, 2014

By Mario Cadenas Madariaga

El problema de la identidad nacional.

En el programa Hora Clave del 9.3.2014 su conductor el profesor Mariano Grondona, sostuvo que la Argentina tenía una identidad nacional, a diferencia de otros países como Ucrania por ejemplo. El tema tiene una evidente relevancia y la evaluación de un analista que ha dedicado su vida al estudio de la política argentina, es una oportunidad para replantear el tema.

Contra la opinión citada yo pienso que la Argentina no ha terminado de de definir su identidad y que de esta situación se derivan muchos de sus principales problemas.

La identidad nacional es un tema esencialmente cultural y político, que consiste en la existencia de una personalidad compartida por toda una colectividad -de idioma, sentimientos, objetivos, intereses, tradiciones y un territorio comunes-, de los cuales el último de los elementos puede excepcionalmente faltar, como sucedió con el pueblo judío durante dos mil años.

Vulgarmente se confunde la identidad nacional como una caracterización que hacen más al paisaje o al pintoresquismo, y se conoce a la Argentina como el país de las pampas, de la carne y el trigo, o del tango, o se lo identifica por el acento o usos idiomáticos, lo cual sirve a los fines turísticos, pero no para su conocimiento político o cultural.

La formación de las identidades nacionales.

Las identidades nacionales se forman luego de largos procesos, como es el caso de las nacionalidades europeas, que partieron de las comunidades del imperio romano de Occidente – en disolución -, a las que se agregaron los pueblos germánicos y eslavos invasores, desde el siglo IV y siguientes. De esa amalgama luego de casi mil años nacieron las nuevas nacionalidades a partir del siglo XV y hasta el siglo XIX.

Otro caso diferente es el de los países de inmigración de América y Oceanía, en los cuales la formación de las nuevas nacionalidades demandó dos o tres siglos, porque partieron de nacionalidades dominantes que formaron las nuevas comunidades.

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Sin embargo el grado de identidad en estas naciones es muy diferente, y es mucho más fuerte en las de origen anglo sajón, porque se formaron con los descendientes y la cultura de los invasores, sin mezcla, con la de los pueblos originarios.

Algo muy diferente sucedió con las naciones ibero americanas, que se formaron en base al mestizaje de los invasores y los pueblos originarios, conjunción que para que llegue a plasmar una nueva nacionalidad requiere mucho más tiempo.

Se puede creer que las luchas por la independencia señalan el momento de la formación de las nuevas nacionalidades ibero americanas, pero esas luchas señalan más bien la preferencia por el autogobierno respecto de las metrópolis hispánica o lusitana, pero no alcanza para definir verdaderas naciones integradas por una cultura común, porque sus sectores internos en algunos casos hablan distintos idiomas, o tienen costumbres o hábitos de organización o de vida muy diferentes.

Iberoamérica es por eso la región de las más grandes desigualdades, porque no ha terminado de alcanzar a unificar sus diferentes sectores sociales. Y esta falta de una realidad nacional, unificada, en un alto nivel, es la causa de su atraso.

Argentina es posiblemente la nación con una mayor identidad nacional, entre los grandes países de la región, pero aun así se percibe en su sociedad una gran fragmentación. Hay otras naciones como el Uruguay y Costa Rica, que pueden presentar un cuadro de mayor identidad pero se trata de comunidades muy pequeñas y por eso son poco representativas en el conjunto de la región.

El objetivo de la unificación de la cultura se puede falsamente enfrentar con el concepto alternativo de un mosaico cultural, que se defiende teniendo como base a la realidad actual que parece para este punto de vista como ideal.

Los que sostienen este criterio tienen el temor de que se repita el ejemplo de España. En efecto los Reyes Católicos, cuando emprendieron la gran tarea de la unificación de España, consideraron que uno de sus requisitos era la unificación cultural, lo que en aquella época debía ser la unificación religiosa, de donde resultó la expulsión de los judíos y de los mahometanos, con excepción de los conversos.

Este antecedente no puede sin embargo tener aplicación en la Argentina, porque partimos de la organización republicana como una de nuestras tradiciones fundamentales, y dentro de ellas la libertad religiosa o de cultos.

Es decir, la unificación cultural que defendemos es la existencia de un nivel de capacitación generalizado mínimo, sin perjuicio de las particularidades religiosas o culturales que deseen mantener sus ciudadanos, como por ejemplo sucede en Suiza.

La importancia de una falta de identidad nacional extendida a toda la población.

Aunque la cuestión de la identidad nacional es de naturaleza cultural y no racial, hay un estudio genético muy revelador realizado en la Argentina en el año 2005, por la Facultad de Ciencias Biológicas y Farmacia de la UBA, en el que se ha constatado que el 56% de la población tiene una ascendencia con predominio de la ascendencia indígena y el 44% de origen europeo.

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De esta realidad genética se derivan dos consecuencias muy importantes:

1)     el 60% de la población tiene un nivel cultural muy inferior al 40% de la población restante.

2)     el 60% de la población percibe el 32% del ingreso y el 40% recibe el 68% restante.

Es decir la falta de homogeneidad cultural en la Argentina genera grandes diferencias económicas y esto afecta la unidad nacional, su desarrollo y la igualdad social. Siempre habrá un grado desigualdad porque ello esta en la naturaleza humana pero no en el grado actual.

Pero el problema es mas complejo que lo que revela el estudio genético de referencia, porque la Argentina se debe dividir en tres comunidades muy diferentes: una que responde a la herencia cultural de la Colonia, otra a la ascendencia de los pueblos originarios, y una tercera a la de la inmigración europea, siempre como culturas predominantes porque se trata de una sociedad con un alto grado de mestizaje.

La primera se encuentra en las clases tradicionales de las provincias originarias, la segunda en clases populares de todo el país, y la tercera en los descendientes de la inmigración europea. La tercera es la que tiene las mayores ventajas culturales para la competencia en la sociedad que vivimos.

Esto hace hoy que a más de cien años de las fuertes corrientes inmigratorias, hayan prevalecido los descendientes de las colectividades más capacitadas, porque la educación no ha sabido superar las diferencias, en particular por sus deficiencias en los últimos sesenta años.

Si se logra en poco tiempo un desarrollo del nivel cultural de los sectores culturalmente más rezagados tendremos una sociedad más justa y mucho más rica, porque la capacidad general se multiplicará. La justicia social no será el fruto de la redistribución sino de la mayor igualdad en el nivel de capacitación

La importancia de una identificación nacional extendida a toda la población, se percibe en las sociedades nacionales europeas, más desarrolladas – en particular Suecia, Noruega, Dinamarca, Alemania, Austria, Suiza, Holanda, Bélgica, Francia y Reino Unido. Esta realidad se altera cuando ingresan las colectividades del mundo islámico

Las concepciones de Alberdi y Sarmiento.

Estos dos estadistas son los que mejor comprendieron el problema y trataron de resolverlo por vías diferentes. Obsérvese que ellos como nosotros debemos abordar la cuestión como una realidad actual, que nos concierne, nos compromete y nos obliga, pero si no somos objetivos y justos, haremos pagar un precio en tiempo y otros costos superior al necesario de toda asimilación.

La solución de Alberdi fue la de la inmigración y la competencia sobre la base de la igualdad ante la ley. Él era conciente de la desigualdad cultural entre los inmigrantes europeos y la población originaria, pero consideraba que la movilización hacia el progreso requería la introducción de corrientes más capacitadas, para acelerar el proceso, y que el aprendizaje de la población local se derivaría de la observación de prácticas de producción superiores y la conveniencia de incorporarlas como propias.

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Esta concepción partía además del conocimiento de la realidad de que la incorporación de la inmigración se realizaría a un país donde cuya población era la titular de todos los bienes, – aunque en una proporción muy desigual porque se había originado a su vez, por el cruzamiento de dos civilizaciones de muy diferente rango de evolución, hacia cuatro siglos.

Las corrientes inmigratorias ingresaron por su parte en muy diferentes condiciones, culturales y económicas, es decir en condiciones muy desiguales, pero muy superiores a la media de la población autóctona.

Sarmiento a su vez consideró junto a otros educadores, que la construcción de la Argentina se haría a través de la educación. Y la obra cumplida entre 1853/60 y 1914, se revela en la reducción del analfabetismo del 80% al 40% de la población. Sin embargo las diferencias culturales son más profundas que las que marcan el alfabetismo, pues se extiende a una capacitación general para desenvolverse en una sociedad capitalista, que unos lo traen de la vivencia en países donde regía el sistema, y casi no existía sino embrionariamente en la sociedad argentina. Fue evidente el conocimiento de las prácticas agrícolas por parte de los inmigrantes, así como las técnicas de la construcción, del comercio, el transporte o la industria moderna que los favorecía.

Las consecuencias políticas derivadas de la falta de una identidad nacional extendida a toda la población.

Al transformase la democracia republicana de la Constitución de 1853/60, con una participación política limitada a un 20% o 30% de la sociedad -estimativo- a un 100% de la población con la ley Sáenz Peña, se produjo una verdadera revolución populista, cuyos efectos se percibirían lentamente, mucho después.

Súbitamente el poder político se transfirió de una minoría de ascendencia cultural europea, a una mayoría de ascendencia predominantemente indígena, cuando aún no había sido incorporada a la cultura necesaria para el correcto funcionamiento de la democracia republicana, y de la economía capitalista.

El triunfo del populismo en la Argentina, en los últimos sesenta años, tiene este origen y su costo general para toda la población se aprecia entre la sociedad desarrollada que deberíamos ser a la fecha con 40.000 dólares de ingreso per cápita y la sociedad subdesarrollada con alrededor de 10.000 dólares por habitante que somos en la actualidad. Tuvimos una participación en el comercio mundial del orden del 2,8% y en la actualidad hemos descendido al 0,4%.

Con la informatización de la educación se pueden obtener resultados muy rápidos y efectivos.

En la actualidad la enseñanza preescolar, primaria y secundaria alcanza a 12 millones de alumnos y se imparten por algo más de 800.000 docentes.

Para alcanzar niveles de capacitación mucho más altos que los actuales, en este inmenso escenario -en el orden ético, político, técnico, comercial y cultural- con los métodos clásicos deberíamos educar a los 800.000 docentes y recién después estaríamos en condiciones de emprender la tarea sobre la población escolar y la población en general.

Por el contrario si se informatiza la educación, con la elaboración de de los softwares necesarios, redactados por los mejores profesores del país, por cada una de las materias que se imparten, difundidos

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a través de las computadoras, tendremos una enseñanza de alto e igual nivel en todo el ámbito de la republica. Los contenidos y la pedagogía de la enseñanza resultarán de esos programas, y se trasmitirá a los alumnos, directamente por las computadoras, que deberían además examinar periódicamente a los educandos, calificándolos individualmente, sin intervención del docente.

Los docentes se prepararían simultáneamente y no perderían sus ocupaciones, que consistirían en controlar el correcto funcionamiento del sistema, pudiendo justificadamente ganar salarios muchos mas altos, por la alta productividad del nuevo régimen educacional.

Se eliminarían las diferencias en la calidad de la enseñanza que hoy existe entre los establecimientos privilegiados del centro de las grandes ciudades, que cuentan con los mejores profesores y las escuelas de los suburbios o de las pequeñas ciudades del interior o del ámbito rural que cuentan con docentes menos calificados.

El paso inicial ya se ha dado con la distribución de computadoras entre los alumnos, pero falta la segunda etapa que es la revolución de los contenidos de la educación. Lo que debe hacerse respetando las tradiciones nacionales, las libertades, la formación de verdaderos ciudadanos y una capacitación de primer nivel.

La modernización cultural debería extenderse a toda la población también mediante el uso de los sistemas de enseñanza a distancia, para que se puedan expandir a todo el país desde los grandes centros

La informatización nació en los EEUU y también su aplicación a la educación.

Por ese motivo y porque es una materia que se presta a la invasión de la vida privada de los ciudadanos por los estados, es fundamental seguir las enseñanzas de los países que respetan estos valores, y no de los países marxistas que se fundan en la subordinación del individuo al Estado como Cuba por ejemplo.

En el año 2001 después de consultar la bibliografía disponible de los EEUU publique un opúsculo con el titulo de La Revolución Cultural que era precisamente la gran transformación que nos esperaba en materia cultural si nos sirviéramos de los instrumentos de la informatización como ya se podía constatar en países como los EEUU y Australia. Esta trabajo se puede consultar gratuitamente en mi pagina www.revolucioncultural.com.ar Defendí este punto de vista ante autoridades educacionales de la provincia de Buenos Aires y de la Nación, sin ningún resultado. Pero en cambio recientemente ha sido traducido al chino por el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Nankai, a iniciativa del profesor Hang Qi, siendo la traductora la profesora Su Jing El trabajo traducido es La Revolución Cultural en Latinoamérica, que puede leerse también en la pagina de Internet citada.

Los intereses que principalmente se afectarían son las de las editoriales e imprenta de libros escolares, y el papel protagónico que pretender retener los docentes, contra las grandes ventajas de los cambios que se explican.

Las propuestas que hicieron algunas empresas de los EEUU a los gobiernos latinoamericanos hicieron que prendiera la idea de distribuir computadoras en las escuelas primarias y secundarias, como por ejemplo el Uruguay, bajo la gestión del Presidente Vázquez, detrás de lo cual se lanzó el gobierno nacional argentino y el de la ciudad de Buenos Aires.

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Sin embargo la incorporación de computadoras, sin saber CON QUE OBJETO SE DEBÍAN USAR, PORQUE NO ESTAN ESCLARECIDOs LOS DEFICIT CULTURALES QUE SE DEBEN CORREGIR. Tampoco se comprende la importancia de disponer de los softwares adecuados. Por eso es comprensible que CONTINÚE el bajísimo nivel de nuestra educación escolar.

Esta revolución cultural afirmará nuestra tradición republicana, y permitirá vencer los odios y resentimientos que genera la desigualdad, INTRODUCIENDO LOS BENEFICIOS de la alta productividad de una economía privatista fundada en la libre competencia.

     

La identidad nacional argentina construida desde el proyecto liberal de Sarmiento.

Categoría de nivel principal o raíz:

Dario Barboza Martínez

La identidad de las naciones son construidas normalmente desde la elite. Son varios los letrados que en la Argentina del XIX vieron su tarea en la elaboración de una identidad nacional. La literatura les permite imaginar con libertad la Nación, revisar agravios y éxitos, dibujar una fisonomía a sus habitantes y relacionarlo con el territorio, así como marcar un destino. Tanto la realidad que nos narran como el destino deseable que enuncian son partes del programa político que construyen. La identidad nacional es construida de forma diferente según el autor y la posición ideológica desde la que la construye. Lo podemos ver en las diferentes visiones de la identidad de Faustino Sarmiento y de José Hernández, uno desde la ideología liberal y otro desde la conservadora.

La identidad nacional argentina construida desde el proyecto liberal de Sarmiento: El Facundo, el Martín Fierro como respuesta y la posibilidad de continuar con el proyecto liberal.David Viñas, uno de los más importantes teóricos actuales sobre la literatura argentina ha tratado en muchos de sus trabajos las construcciones de la identidad nacional desde la elite argentina. En sus estudios analiza la relación del escritor con la política, resaltando la

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importancia que tiene en la literatura argentina la temática política. En la propia novelística de Viñas  se hace hincapié en este aspecto político de la literatura. La novela de David Viñas Los dueños de la tierra (Viñas 1984) se revela como antítesis o denuncia de la literatura oligárquica y nacionalista argentina. En este libro Viñas narra la historia de la represión de las huelgas obreras en la Patagonia por el ejército.  El primer capítulo de la novela se titula “1892” y en él Viñas narra una cacería en donde las presas son hombres, indios. Un personaje, un oligarca, el dueño de la tierra, que acompaña la expedición, reclama otros métodos más ordenados. Pero deja hacer a aquellos políticos, militares o intelectuales a los que la elite encarga la defensa de sus intereses. En el libro de Viñas la cacería de indios es comparada a la de los lobos marinos o guanacos.  En el último capítulo, de la fila de obreros que van siendo fusilados, escapa uno: “¡Se escapó el indio!” (Viñas: Los dueños de la tierra, pág. 257). El indio corre intentando escapar. Le persiguen. Se repite la caza del indio. Esta vez se compara con la caza de la  liebre. Dos cacerías – la de hombres y animales– son comparadas continuamente a lo largo del relato. Dos momentos históricos (1892, fecha en el que el problema indio es ya sólo un recuerdo y van siendo recluidos en las reservas o asignados como empleados de las familias blancas de las ciudades, y 1921, año de la represión de la Patagonia trágica) a los que Viñas enlaza con un hilo. El indio o el anarquista son el otro a eliminar. Atrás se queda el oligarca, que puede estar disconforme con los métodos empleados por “sus muchachos” aunque el objetivo es el que él mismo pretende. El hilo argumentativo de la obra de Viñas es la presencia del oligárquica detrás de la escena y el uso que éste hace de intermediarios para hacer valer sus intereses. Los intereses de la oligarquía se confunden con los de la nación

o del progreso. Ante esto todo lo demás es accesorio, se adapta o se doblega.

En el presente trabajo voy a analizar la concepción de la nacionalidad argentina en el siglo XIX relizada por Faustino Sarmiento en su libro La vida de Facundo Quiroga. Sarmiento presenta en esta obra, considerada ensayo y novela al mismo tiempo, una imagen de una argentina liberal, en donde unas figuras han de ser los cazadores y otras la cacería a ser doblegada. Después de un análisis de la obra de Sarmiento y de la presentación de su sociedad imaginada voy a dedicarme a la obra  de José Hernández El gaucho Martín Fierro. Este libro a de ser considerado como una critica a la imagen de Argentina de Sarmiento. Hernández presenta otra

argentina con otros cazadores y otra cacería. En el ultimo capitulo voy a comparar las posturas de estos dos escritores y de sus principales obras, que han de ser consideradas como dos obras iniciales de la literatura argentina, que como tales forjan la identidad nacional.  Me centraré en el tratamiento que hacen los autores, incluyendo o excluyendo, valorizando o denigrando a los posibles protagonistas de la nacionalidad argentina, entre ellos: gauchos, inmigrantes e indios.

I. El Facundo: El proyecto liberal de Sarmiento

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1. Una formula para persuadir al lector en el Facundo: entre el

ensayo y la novelaYa desde un principio en la “Advertencia del autor” Sarmiento recurre a una puntualización que crea realismo y predispone al lector a creer en los datos y argumentos a los que va  a recurrir a lo largo de su obra. En esta introducción Sarmiento da la razón a aquellos lectores que le han ofrecido correcciones por inexactitudes en su obra, pero después de hacernos presente su modestia, nos señala, que en lo esencial hay una exactitud intachable en todas sus informaciones. Muy al contrario, los datos que Sarmiento ofrece no son tan intachables como el autor hace creer, pues continuamente vemos que para justificar sus opiniones y darle peso a las informaciones que utiliza recurre a anécdotas y retóricas propias del relato ficticio.

Para reforzar su estrategia Sarmiento invita al lector a cotejar lo que dice con los documentos públicos en los que dice basarse. Pero es dudoso que unos documentos públicos puedan ofrecernos caracterizaciones personales que describan en profundidad la sicología de sus protagonistas. Estas caracterizaciones van más allá del genero de los documentos informativos. Notamos claramente que estos complementos provienen del autor mismo. Sería en verdad un buen tema de investigación, para alguien que pueda tener acceso a dichos documentos y pueda analizar de que manera y hasta que punto Sarmiento complementa los documentos en los que él dice basarse. A la espera de esta investigación podemos afirmar que el recurso de fundamentar sus argumentos en fuentes documentales aportan a este escrito un alto grado de verosimilitud, aunque en ninguna parte nos señale donde se encuentran, ni en notas al pie de página ni en una bibliografía.

 

No, no se trata de una investigación en toda regla, ni es esta su intención, si bien el autor hubiese sido muy capaz de desarrollarla. Se trata de una novela que para eludir su ficción se confunde, a traves de la forma del ensayo, con la crónica histórica. De esta forma Sarmiento encubre su intencionalidad política explícita y  la intención de fundar una identidad nacional. Esta identidad deseada por Sarmiento se formula recurriendo a la herencia que ha dejado la historia en el país. El resultado de ésta es un amalgama de indio, español, criollo, negro y mestizo. Sarmiento introduce al inmigrante como una figura que trae la esperanza a la Argentina. Los inmigrantes europeos son los destinados a llenar ese vacío, más que demográfico, de civilización del que adolece la Argentina. 

2. Objetivo político del FacundoEl Facundo de Sarmiento se trata de un escrito político con un objeto explícito, el de denunciar la dictadura personal de Rosas, y con un motivo implícito, no enunciado: la formulación de la identidad argentina y las bases teóricas para una literatura argentina.

Para dar forma a la identidad argentina deseada Sarmiento trabaja con dualidades.  Primero trabaja con la separación entre ciudad y campaña, luego le añade a esta dualidad el par civilización y barbarie, gente educada y chusma. Esta dualidad llega incluso a la polarización  entre blancos y no blancos. Estas juegos  de parejas contrarias son núcleo sobre el que gira toda su argumentación.

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 Como ya indicamos el objetivo político de la obra es descalificar el despotismo de Don Manuel de Rosas, restarle apoyos, negarle aquellos que recibe por haberse declarado “federal”. Sarmiento  niega a Rosas la posesión una ideología y señala el carácter personal de su poder. Carácter personal que es el carácter de un pueblo ejemplificado en la figura de Facundo Quiroga. Esta figura es incapaz de someter sus actos como persona y como gobernante a una regla. Facundo superpone a estos dos personajes, Rosas y Facundo. La arbitrariedad de Facundo es para Sarmiento, en esencia, la misma arbitrariedad que ejerce Rosas en el gobierno de Buenos Aires. Quiroga es el hombre del campo –un gaucho–, que con sus hombres de a caballo, la montonera, amenaza la ciudad, símbolo de civilización.

3. Momento histórico: Del conflicto político al conflicto socialSarmiento escribe después de la Independencia haciendo ver que la revolución que debía traer los aires de libertad fruto de las ideas de la Revolución Francesa fue postergada. Pues la Revolución se veía reconducida a una larga guerra civil, que si en un principio estaba ocasionada por divergencias en cómo se debía organizar la estructura del Estado y cómo  definir la Constitución, la contienda entre federales y unitarios fue aprovechada, según Sarmiento, para traer a la palestra otra contienda mucho más fundamental: la que se establece entre civilización y barbarie. Después de un primer momento de unidad frente al enemigo común (la monarquía española), surgen los dos partidos opuestos, pero un tercer grupo entra en escena.  Este tercer grupo, que en la anterior lucha no se manifestaba, es el partido que lucha contra la autoridad misma. Frente a este tercer grupo, Sarmiento exige la unidad de los otros dos partidos. Esta nueva lucha se entabla entre el partido europeo (que ha de formarse de los restos de los otros dos partidos, dejando atrás las contiendas por el tipo de configuración del Estado) y el partido americano. Como Sarmiento dice: “No se querellaban por formas de gobierno, sino entre la parte civilizada de las ciudades y la parte bárbara de las campañas. La lucha parecía política y era social”.[1]

Para Sarmiento la identidad argentina, por americana y salvaje, es una forma de ser que necesita ser pulida. De la misma forma que los campos dan frutos cuando se trabajan, la población argentina debe ser cultivada. El desarrollo económico y la difusión del progreso (trabajar las tierras, relegando el pastoreo –ganadería extensiva–, cercando los campos con vallas de espino, aprovechando sus ríos) han de venir según Sarmiento de la mano de la transformación del carácter salvaje del argentino, poniéndole a trabajar, haciéndolo vivir en ciudades o municipios, conectándole con la prensa, haciéndolo pasar por las escuelas y sobre todo haciendo qué aprenda en que consiste la cosa pública. Sarmiento no aprecia el mundo del gaucho, que vive en casas dispersas, sin formar municipios, que no desarrolla una agricultura para la comercialización y que como labor ejerce una ganadería de arreo y rodeo.

4. Sarmiento escribe desde fuera del país, desde Chile.Sarmiento se hace partícipe en los acontecimientos políticos de su país, primero en la "Advertencia", luego en la "Introducción" y más adelante en varios pasajes de la novela. En la primera participación se dirige a los lectores para hacerse perdonar por las inexactitudes, pero reafirmando lo esencial de la argumentación. En la introducción, más detalladamente, puntualiza que se encuentra exiliado, como se encuentra “exiliada la cultura y la prensa libre de la Argentina” (Facundo: Introducción) por el bárbaro despotismo de Rosas. Nos recordará a lo largo de toda la obra que se encuentra fuera de su Patria, de la Argentina, en un país extranjero, Chile, donde sí se puede hablar y decir con libertad lo que uno piensa. 

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Es en Chile[2] donde Sarmiento se dedica a recopilar la información, donde se entrevista con los otros exiliados que van llegando para que le cuenten que es lo que está ocurriendo dentro del país.

5. Portavoz del partido de la CivilizaciónSarmiento se erige como el portavoz del partido de la Civilización, de la que él y su pluma son todo. Con su pluma recurre, cuando le interesa, a determinados próceres (Rivadavia, San Martín) y convierte a otros en sus enemigos. No necesita de nadie más. Cuando intenta tomar partido en los hechos, como su participación en la campaña de el Ejército Grande, se arrepiente rápidamente de verse inserto en esa guerra civil  a su gusto interminable y que considera por si misma bárbara. En vez de participar en la lucha prefiere escabullirse y se aleja. Parece encontrarse a sus anchas lejos de los acontecimientos.

En esa labor que emprende por la civilización utiliza como única arma la pluma, pero más importante que ésta le resulta la imprenta, pues ésta fija  sus pensamientos y facilita su distribución. Sarmiento trata de formar a la opinión pública, que no son todos, ni siquiera la mayoría. Son sólo unos pocos. Aquellos que tienen acceso a la prensa extranjera y son letrados, pero también aquellos extranjeros a los que quiere hacer que comprendan la situación dramática de Argentina, para que influyan en sus gobiernos en contra de la tiranía.

 6. La sociedad imaginada de SarmientoMediante el periódico va creando una comunidad imaginada al llegar a algunos letrados  y hablar de los argentinos como si fuesen una realidad en sí. No se puede recurrir a la proximidad del trato, se ha de crear esta ficción, olvidando que uno no llega a la mayoría analfabeta. Por ahora el pueblo puede que permanezca ajeno a la idea de nación, quizás sus identificaciones coincidan más con lo local o provincial. Más difícil es considerar que los miembros de las tribus indias se consideren a si mismos como argentinos. Puede Sarmiento quererlos asimilar ya que los considera como un ingrediente más que se suma al ser argentino.

Sarmiento acepta esas aportaciones, aunque de los indios prácticamente no quiere nada y de los negros sólo agradece el que vayan perdiendo su oscuridad al mezclarse. Sarmiento reconoce a los negros por haber participado en la guerra de la independencia; por ejemplo, nos nombra al coronel Barcala como un negro ilustre que tomó parte en la guerra de la independencia.

Sarmiento concibe que los distintos componentes raciales (españoles, indígenas, negros, europeos y sus mezclas) han ido aportando las características que les son propias al argentino dando como resultado un todo homogéneo en el que prevalece la ociosidad y la incapacidad para ejercer toda industria. Él mantiene una imagen pesimista del gaucho, fruto de todos esos cruces y del ambiente. De tal estado el argentino sólo puede salir mediante la educación o por la exigencia, fruto de una mayor posición social.  Sarmiento insiste en que por medio de la educación se puede llegar a modificar las características de un pueblo. Su nacionalismo no es del que recurre al pasado para legitimar el presente, su actitud es la de un forjador de una identidad nacional, que analiza los ingredientes con los que cuenta y las aportaciones de cada uno de ellos, observa sus pros y sus contras, busca del exterior ingredientes que aporten beneficios (inmigración) y busca métodos (educación, trabajo) para modificar lo que resulta contraproducente. No ve ningún peligro en recibir inmigrantes,

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sino que al contrario ve que el gobierno debe favorecerlo. Tampoco ve peligro en que estos posean una lengua diferente al castellano o profesen otra religión. Postula una nación abierta y tolerante con las otras religiones, adoptando las legislaciones al respecto de las naciones civilizadas que abogan por la “libertad de culto”. La migración le parece beneficiosa dado que incrementaría la población y favorecería el progreso de la agricultura y la industria.

Sarmiento tiene la intención de fundar una literatura nacional y en el Facundo introduce el programa al que se podría adscribir ésta. Quiere emular la literatura norteamericana del tipo de El último de los Mohicanos de Fenimore Cooper que narra la guerra entre los indígenas y la raza sajona. Aduce que los elementos con los que cuenta Argentina son los mismos. La misma lucha, el mismo paisaje y semejantes personajes. Los indios serían los otros, los enemigos de esas historias, el obstáculo a sortear o el salvaje a domar.

Sarmiento nos enumera los personajes que podrían entrar a formar parte de esa literatura nacional:  el rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor (Facundo: cap.2 "Originalidad y caracteres argentinos"). Son personajes desempeñados por blancos, criollos y específicamente gauchos. También los desea ver desaparecer, convertirlos en personajes de novela, en épica. Sin embargo sus papeles serán de protagonistas dentro de un escenario constituido por amplios espacios abiertos (cuando Sarmiento pretende verlos delimitados ya sea por zanjas o alambrado) y ganados e indios en estado salvaje. Un espacio temible en el que el hombre sólo, sin la protección que ofrece la civilización, se llega a parecer a él al intentar adaptarse al medio. Lugar de aventuras y peligros que quiere alejar de la realidad.

Sarmiento en la construcción de su sociedad ideal argentina no se preocupa por dar preeminencia del castellano y de la religión católica, elementos que identifican al criollo y forman parte de la identidad del gaucho. Sarmiento considera la lengua y la religión como fundamento de la identidad, pero se niega a establecer una Inquisición para defenderla. Argumenta que los conservadores, los que claman por la defensa de estos valores esenciales de la argentinidad, lo único que buscan es poner obstáculos al progreso.

Sarmiento no cree que su Nación y la raza que lo integra sea la mejor, pero sí cree que estas están destinadas a desempeñar un gran papel, un “destino manifiesto” entre las naciones civilizadas del mundo, para cumplir ese papel es muy importante moldear la raza.

Sarmiento culpa de la decadencia racial a la incorporación de los indígenas. Pues para Sarmiento estos viven en la ociosidad, siendo incapaces de dedicarse al trabajo duro sino es por medio de la compulsión. Habla de la “mala sangre” de a la aportación india, contraponiéndola a la “buena sangre” blanca. Sarmiento construye así su autobiografía, preocupándose por no ser tomado por descendiente de indios o por mulato. Es la misma preocupación de la Argentina en crearse una imagen blanca y europea, y que la metrópolis la considere como tal, como un país respetable, despegado de la América.

Es importante ver que Sarmiento nunca se define como particularidad, sin embargo a los indios grupalmente los considera una particularidad sociológica que en ningún caso porta la totalidad humana. Sarmiento se incluye en el bando del progreso, de la civilización, en la raza blanca, que porta el estandarte del desarrollo de la Humanidad. Por el contrario, para Sarmiento, los indios en todo lo que hacen no muestran nada que se asemeje a la civilización: Si portan banderas las considera harapos, si tienen estrategias de ataque las llama malones, sus lenguas son dialectos y sus jefes son caciquejos. Se trata de

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denigrarlos antes de hacerlos desaparecer. Hacer  visible que no se pierde nada y que su destino se lo merecen. Incluso en el tratamiento de sus cuerpos es necesario su denigración, son torturados, cazados, muertos.

Sarmiento da mucha importancia a los símbolos, a la bandera, de la que resalta que “los colores argentinos son el celeste y blanco” que simbolizan  “la paz y la justicia para todos”;  el escudo, del que se eliminan los trofeos guerreros, “dos manos en señal de unión sostienen el gorro frigio del liberto”, son las ciudades las que sostienen la unión (baluartes de la civilización frente a la campaña bárbara). Al color le concede un valor simbólico, los soldados del ejército, visten azul oscuro, a la europea. Al contrario los ejércitos de Rosas y sus montoneras visten el color "colorado", enarbolan una bandera negra, son colores de naciones bárbaras, de piratas. Son símbolo de la violencia, de la sangre y de la barbarie nacionales (Facundo: cap. 8 "Ensayos").

Sarmiento resalta en su libro (Facundo: cap.8 "Ensayos") el carácter simbólico que posee el traje en una civilización: El "frac" es el traje de la civilización europea. Para conocer al grado de barbarie a que se ha llegado en una determinada provincia preguntará al recién llegado al exilio que cuantos hombres visten frac, cuantos a la manera civilizada y con sombrero de copa. Mientras Sarmiento apoya el traje de la ciudad y de la civilización, los rosistas tratan de establecer un vestuario que va en contra al gusto de la gente de la ciudad.  Los rosistas imponen su símbolo entre la gente de la ciudad, humillándola. El símbolo obligatorio de vestimenta es  la cinta colorada que viene a expresar la uniformidad de opinión. El símbolo utilizado como método de uniformización y acatamiento al tirano. A este símbolo se le suman «el retrato del Restaurador sobre el corazón en señal de amor intenso y los letreros “mueran los salvajes inmundos unitarios”» (Facundo: cap.8 "Ensayos").Los rosistas son el partido americano que usa «pantalón ancho y suelto, el chaleco colorado, la chaqueta corta, el poncho, como trajes nacionales, eminentemente americanos» y que combaten todo lo llegado de Europa (Facundo: cap.8 "Ensayos").

7. El mapa nacionalEn el primer capítulo nos señala una idea que va a estar presente en toda la obra: La tesis de que el aspecto físico de la República Argentina engendra unos determinados caracteres, hábitos e ideas.

En primer lugar Sarmiento nos dibuja el mapa de Argentina (Facundo: cap.1 "Aspecto físico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas que engendra"), nos señala los límites: Al sur, termina el continente en el Estrecho de Magallanes; al oeste, paralelos a la costa del Pacífico, los Andes chilenos; al este se extiende las Provincias Unidas del Río de la Plata, encontrando su límite en el Atlántico y el río Uruguay; y al norte delimita con el Paraguay, el Gran Chaco y Bolivia. Su extensión es enorme y sus paisajes son inmensos. El desierto aparece aquí y allá, en su mismo interior. Una Argentina que contiene todos los climas, desde el tropical de las zonas boscosas del norte al interludio de zonas de selva y pampa en el centro, y al sur triunfa la pampa. Una inmensa llanura y un amplio horizonte. Este paisaje configura el tipo de poblamiento, disperso, las ciudades escasean y la población, además, es escasa. Se agrega  que no todo el territorio se encuentra controlado, al norte y al sur “asechan los salvajes”, tribus indias campan a sus anchas en tierras que consideran suyas.

Descripción que interrumpe para señalarnos la necesidad de poner a producir todas esas tierras asignando a cada una de ellas la producción agrícola para las que sean más

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propicias y según sea la demanda en el mercado internacional. La necesidad de introducir una economía de exportación, que busque crear la base para la industrialización y la creación de un mercado interno (Facundo: cap.1 "Aspecto físico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas que engendra").

La configuración geográfica impone una configuración política, a una extensión tan enorme, pero a su vez tan carente de límites, de montañas que la crucen; a una configuración hidrográfica que se vuelca en el Atlántico, concentrando los cauces de los ríos en el de la Plata, de una configuración unitaria. Y el centro debe estar en Buenos Aires, monopolio que le corresponde por su localización en la desembocadura del Plata. Para Sarmiento la función de Buenos Aires sería difundir desde su posición privilegiada la civilización, llevando el progreso hacia el interior por el curso de los ríos que habían de hacerse navegables.

La geografía argentina, como hemos venido viendo en el Facundo, modela el carácter[3] del argentino Sarmiento se lo imagina solitario, con miedo por los peligros que le acechan. Compara al gaucho con la gente de las estepas asiáticas, en sus hábitat dispersos, con su nomadismo, caravanas  y sus especificidades culturales y de vestido. Al igual que estos en el gaucho no se ha desarrollado una autoridad civil que trate de lo público, sino que la autoridad la asume el más fuerte, el que logre mayores proezas al caballo, una autoridad personal basada en el carisma. Ésta misma autoridad legitima sus decisiones ante los demás, no necesitan basarse en reglas generales y en un sentido de justicia, ni siquiera en la tradición, como hacen las tribus asiáticas, sino en la mera voluntad personal. Es la autoridad que posee el capataz que le permite castigar sin que se le contradiga, basándose en la fuerza, ejerciendo una autoridad sin límites ni responsabilidad, sin necesidad de formas ni deliberación.

Sarmiento nos enuncia su programa desarrollista resaltando las posibilidades del país dada la abundancia de recursos, demandando que el gobierno asuma éste proyecto, que realice las labores de infraestructuras necesarias para dar salida da a los productos del interior, facilitando la navegación de los ríos argentinos, resolviendo los desniveles que encuentran en su curso y creando una flota. Los ríos que darán salida a la producción (se centra en la producción agrícola como fundamento para el desarrollo, cubriendo la demanda de las metrópolis europeas) por medio del puerto de Buenos Aires, que él desea federalizar, lo que significa desgajar a la ciudad de su provincia y transformarla en la capital de la República, separándola de las envidias entre provincias.  

II. Una respuesta al proyecto liberal de Sarmiento: El martín Fierro de Hernández1. La sociedad imaginada de Hernández: el gauchoEn su obra Hernández contesta al proyecto de Sarmiento haciendo ver que no se puede dejar de lado al gaucho, pues este es la figura principal del pueblo argentino. Hernández expone la tragedia del gaucho: El gaucho que ha participado en la Independencia y es ahora denigrado por la Elite y convertido en un delincuente.  Hernández quiere con su obre rehabilitar al gaucho en la sociedad argentina. ¿Pero qué posición tienen los otros

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pobladores del mapa argentino), ¿Que es del indio, también denigrado por Sarmiento?. Aquí vemos en Hernández como éste también rechaza al indio, incluso más de lo que hace Sarmiento.

Mientras Sarmiento en su proyecto de educación acepta a todos los ingredientes del pasado constituyentes de la nación Argentina (el indio, el gaucho), para Hernández en el Martín Fierro no es así, pues los indios son completamente ajenos a su Argentina. Solamente el gaucho es como blanco y cristiano fundamento de la nacionalidad argentina.

Pero noo solo el indio sino también los extranjeros (vascos, gringos, inglés,...) no pertenecen para Hernández a la realidad argentina. No vemos en el Martín Fierro ningún alegato dirigido a atraer la inmigración europea. Hernández exige que desde el Gobierno se promueva, o por lo menos no se pongan trabas (eg. : la obligación de la leva que obliga al gaucho a dejar el cultivo de sus tierras y el cuidado de su familia) a que el gaucho, que fue el pionero en la colonización, ponga a producir las tierras.

De la obra de Hernández se trasluce un nacionalismo tradicional y conservador en comparación con el nacionalismo liberal de  Sarmiento. Hernández no recurre al argentino del futuro, sino al argentino del pasado, a la historia y a la raza, a la comunidad de origen, a la herencia de los colonizadores hispanos. Los criollos son los que aportan la identidad a la Nación con su lengua y religión. Hablar “castellano” o hablar  “cristiano” viene a ser para Hernández lo mismo. Tanto la lengua como la religión les hace diferentes de los recién llegados, los inmigrantes. Martín Fierro sabe que estos recién llegados, aunque blancos, no son de los suyos. Es por eso que no se preocupa por sus destinos: “Era un gringo tan

bozal,/que nada se le entendía-/¡Quién sabe de ande sería /Tal vez no juera cristiano;/pues lo único que decía /es que era pa-po-litano. (El gaucho Martín Fierro: Hernández  850)”.

Hernández también hace referencias a la influencia de la geografía, del medio, en el carácter nacional. También se queja como Sarmiento de que la mayor parte del territorio argentino no fuese más que un enorme terreno baldío, con sus recursos desaprovechados y donde el hombre no siente más que inseguridad de su propia vida, de su propiedad y de su sustento. Vemos la resignación ante la muerte violenta o ante las pérdidas con que dan o reciben

muerte: Martín Fierro, en una pelea, dará muerte a otro gaucho, cometerá una "desgracia" y marchará a esconderse de la justicia, pero sin rastro de arrepentimiento. Será arrastrado de su casa y perderá mujer e hijos, con sólo una queja por su infortunio y por la arbitrariedad de la autoridad. Nos retrata a un hombre que carece de lazos sociales más allá de la familia, que no participa en la sociedad política, que vive en soledad, en el miedo, en la “guerra de todos contra todos” que nos dice Hobbes, ante la ausencia de un poder civil que regule su conducta. Pero ésta es para Hernández la situación, el drama, a la que ha llevado el mundo liberal de Sarmiento al personaje originario de Argentina, al gaucho. Su épica al gaucho Martín Fierro es para él un paso para reivindicar a esta figura propia del mundo argentino.

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III. Sarmiento y Hernández: dos conceptos de nacionalidad1. La Nación unidad simbólica.Ahora podemos concluir con la comparación de las distintas maneras de entender la identidad argentina que mantienen los autores analizados. Podemos ver, que mientras que el principio de identidad nacional en Hernández es la raza y la lengua, en Sarmiento es la ciudadanía. Sarmiento no recurre a fundamentos esencialistas. Su nacionalidad es una nacionalidad “cívica”, siendo el Estado quien la otorga. Como dice Althuser se ha pasado del tándem  familia - Iglesia al tándem familia - escuela[4]. No obstante Sarmiento pretende un futuro común para los argentinos, ya los concibe como una unidad de destino. No es un mero nacionalista, el se ocupa de crear la identidad nacional, es su mentor, como si poseyera la sabiduría necesaria para entender, como indica Weber, que “la nación no es una realidad dada sino en desarrollo, un modelo de algo que debe construirse y que, al propio tiempo se considera una realidad por razones políticas”[5].  Como intelectual se anticipa a la conciencia nacional. Por el contrario Hernández se refugia en el pasado. Sarmiento busca sustentar su nacionalidad en el futuro ciudadano, Hernández en el gaucho, en el pionero. Los dos coinciden en desechar al indio como base para la nacionalidad: Sarmiento mediante la educación , Hernández ignorándolo.

Todo esto nos remite a una lectura del nacimiento de la identidad nacional argentina, que desechando esencialismos, nos muestre un continum en el que estas dos obras literarias formen parte como hitos fundacionales. Me refiero a que como formula Connor[6] debemos datar el proceso de construcción de la nación en tiempos muy posteriores a lo que se viene entendiendo. Esto se debe a que la mayor parte de la población tardó mucho en asimilar la ideología nacionalista. Puede que ciertas vanguardias poseyeran esa conciencia nacional desde mucho antes pero no la masa analfabeta, cuya identificación estaba relacionada con entidades mucho menores. Es el establecimiento de instituciones educativas y la alfabetización lo que hace posible la extensión de la conciencia nacional a las clases populares. Esto nos indica, por una lado, su construcción por parte de la elite y, por otro, que sólo es posible referirnos a la existencia de una conciencia nacional cuando dichas instituciones se generalicen a partir del siglo XIX.

2. El indio: el enemigo común de la élite argentinaComo indica David Viñas en Indios, ejercito y frontera, tanto por medios militares, legales o simbólicos (por medio de la literatura, pero también en la legislación o en las modas), se trató de negar al indio su existencia. No era sólo que se le descalificara sino que se omitió en la historia oficial su participación. No se trata de rehacer la historia para fabricar una mistificación del indio, sino de acercarnos a su realidad o por lo menos quitar velos. Nos encontraremos con una imagen ambivalente, de oposición y de colaboración con el Gobierno: Por un lado los indios roban y son robados (a los malones  indios se contraponen los malones blancos, sin desconocer el malón entre indios o el malón entre cristianos); luchan por sus tierras y también se las cambian a los blancos  por alhajas;  hacen cautivas a las cristianas y también las indias terminan como cautivas de los cristianos;  son perseguidos pero a su vez los vemos actuar  en calidad de “indios amigos” como vigilantes de los condenados a trabajos forzados en la frontera, como empleados, o incluso formar parte del ejercito como primera línea en las guerras entre blancos, o en la represión de las

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huelgas (los cosacos en la policía). El vencido pasa muchas veces a desempeñar papeles de guardián para el vencedor.  La victoria no es sólo militar (propiciada por los rifles remington y la emulación de las tácticas indias de ataques por sorpresa) sino simbólica, se trata de lograr que se sienta vencido, que asuma que lo propio es salvaje (sus dioses, tradiciones, atuendos  y lenguas) y lo del otro civilizado.

Todo esto dio como resultado el silenciamiento del indio, a que fuese admisible que se diga que en la Argentina no hay indios, o que los que habían se sumaron espontáneamente a la civilización. Nadie se sentía descendiente de indios salvo que se pretendiese recuperar en la genealogía de algún inca.

IV. Conclusiones y reflexiones sobre la posibilidad de ampliar el proyecto de la modernidadEn este ultimo capitulo quiero ir mas allá de la reflexión sobre la identidad argentina de Sarmiento para ver en que sentido el proyecto liberal, el proyecto de la modernidad, que instaura Sarmiento puede ser recuperado, pero de una forma revisada: es decir, sin caer en las falacias de la modernidad. En el caso de Sarmiento se ve claramente que la falacia del pensamiento liberal era creer en una sociedad moderna donde la tradición y los personajes del pasado podrían ser dejados de lado, o mejor dicho, aniquilados. El proyecto de Sarmiento no se proyecta hacia pasado, sino mirando al futuro. Y este futuro ha de hacerse para Sarmiento con el emigrante.

La critica de Hernández a la imagen de Argentina de Sarmiento hace ver que la Argentina no puede hacerse una sociedad moderna estableciendo una tabla rasa con el pasado. Si esto hace Argentina perderá su personalidad, su originalidad. La propuesta de Hernández es construir una Argentina desde los pioneros, los gauchos.

Por su parte el Martín Fierro se ha convertido en el “poema nacional argentino” que se recita en las escuelas impregnado de su racismo frente al indio y salvando al gaucho con su actitud paternalista. Reivindica al gaucho, tan maltratado según él, por los liberales. El gaucho que colonizó esas tierras y que lucho por la Independencia ha sido, para Hernández, denigrado. Hernández hace una loa al gaucho para hacer ver que el liberal se ha olvidado de la tradición y del pasado propio del argentino, ¿Pero y el indio? También en Hernández el indio es rechazado y no es considerado como parte de la nacionalidad argentina. En El gaucho Martín Fierro Hernández ve en el indio una rebeldía que valora y hace compatible con el gaucho. En la Vuelta el mundo indio es totalmente incompatible con el gaucho que debe volver al mundo blanco. Hernández pasa de una visión romántica del indio a sentenciar el fin de su mundo. Sarmiento considera la posibilidad de un indio educado, pero no de su mundo, es un indio asimilado.

Un liberalismo que reflexione sobre sus falacias deberá dar cuenta de las criticas realizadas. Así pues, de la critica realizada por Hernández:Un nuevo liberalismo habrá de integrar al gaucho. Pero no solo la critica de Hernández, sino también otras criticas desde otras perspectivas han de ser consideradas. Y aquí tenemos la figura del indio que ha sido escasamente recuperada por la elite argentina. Tal vez en Viñas encontramos un escritor

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argentino que ha sabido, sin apostar por un nuevo mito, delatar la matanza del indio, haciéndolo visible.

Me gustaría terminar reflexionando sobre el futuro del pensamiento liberal siguiendo a los teóricos que proclaman la posibilidad de un liberalismo y una modernidad autocrítica: Guidden habla de la modernidad segunda, Beck de una modernidad reflexiva. Sarmiento sería portavoz de esa modernidad primera, que desde esta perspectiva teórica, cometió muchos errores, pero que en lo fundamental de su proyecto existe un acierto, que consideran necesario apuntalar. Basándonos en este análisis vemos que la única posibilidad de apoyar el proyecto de la modernidad, del proyecto liberal del que es vocero Sarmiento, sería la de hacer una revisión de las construcciones nacionales que se han hecho, percatándonos sobre todo en las figuras que se han querido aniquilar: así el gaucho, así el indio. Sin embargo, la posibilidad de continuar con el proyecto liberal, aceptando las críticas, haciendo partícipes a los excluidos, como pretende Beck, se encuentra con la dificultad de que ante esta postura se recae de nuevo en una suerte de paternalismo, autorreflexivo (que da cuenta de sus errores), pero que en esencia no deja ser al otro y se mantiene como dueño del discurso.

 

Notas.[1] De “Conflicto y armonías de las razas en América”, D. F. Sarmiento(1883). En “Indios, ejército y frontera”. Anexo: Sarmiento y sus obsesiones sistematizadas. David Viñas (1982).[2] Volverá al exilio, como nos narra en Campaña en el Ejército Grande, tras darse cuenta que caído Rosas, al ser vencido por Urquiza en la batalla de Caseros, no se ha conseguido más que la sustitución de un tirano por otro. En este otro libro se justifica tanto de su participación en la campaña contra Rosas (forma parte del ejército como boletinero) como de su nuevo exilio tras la derrota del tirano.[3] Como comenta Benedict Anderson en “Las comunidades imaginadas”, pag 95, en el siglo XIX «...ejercían gran influencia las obras de Rousseau y de Herder, quienes afirmaban que el clima y la ecología tenían un efecto elemental sobre la cultura y el carácter.»[4] Comentado en “Raza, nación y clase” por E. Balibar e I. Wallerstein, pag 159.[5] Weber: Peasants into Frenchmen, p. 493. Comentado en “Etnonacionalismo” por W. Connor, pag. 211.[6] “Etnonacionalismo”. W. Connor

 

Bibliografía:

E. BALIBAR E I. WALLERSTEIN. E. Balibar, "La forma nación: historia e ideología"Raza, nación y clase. Madrid. IEPALA, 1991 HERNÁNDEZ, José. El gaucho Martín Fierro. Biblioteca Virtual Cervantes. www.cervantesvirtual.com

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HERNÁNDEZ, José. La vuelta de Martín Fierro. Biblioteca Virtual Cervantes. www.cervantesvirtual.com PIGLIA, Ricardo. La Argentina en pedazos. Colección Fierro. Ediciones la Urraca. Montevideo 1993 SARMIENTO, Domingo Faustino. Vida de Juan Facundo Quiroga. Edición de Benito Varela  Jácome. Biblioteca Virtual Cervantes. www.cervantesvirtual.com SARMIENTO, Domingo Faustino. Campaña en el Ejército Grande. Ed. Universitaria de Buenos Aires, 1962. VIÑAS, David. Los dueños de la tierra. Biblioteca Letras del Exilio. Plaza&Janes Editores, Barcelona 1985. VIÑAS, David. Indios, ejército y frontera. Siglo XXI Editores, México 1982.

MARTIN KOHAN, ESCRITOR Y PROFESOR DE TEORIA LITERARIA

"Contar la historia es operar sobre la identidad nacional"

Crear un panteón de héroes y narrar sus vidas es una tarea tan esencial para un país como consolidar su economía y su política. Se despliega así una reconstrucción en la que la ideología es pieza clave.

Claudio Martyniuk. [email protected]

Estamos cerca del segundo centenario de la Revolución de Mayo. ¿Cómo se contaron los años que constituyeron el primero?

—Contar la historia es una forma de operar sobre la identidad na cional. El Centenario fue un momento de rediseño de nuestra identidad. En realidad, hubo un primer momento fuerte en torno a la Generación del 37, que es la primera que se plantea hacer en la cultura el tipo de ruptura que en lo económico y político había concretado la Revolución de Mayo. Como dije, el otro gran momento de redefinición de la identidad nacional parte de fines del siglo XIX y tiene su momento culminante en el Centenario. Está muy ligado al caudal inmigratorio impactante que produjo, en un país con baja población, un cambio incluso en la percepción de las caras, de los idiomas y de los acentos. Hubo que instrumentar ahí un dispositivo estatal y por una vez en la vida argentina el Estado funcionó creando un dispositivo de incorporación cultural. Eso supuso algunos movimientos, como la recuperación de lo español. Entonces, cuando se trata de reinventar un pasado y de marcar la diferencia entre los argentinos con

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tradición frente a los recién llegados —a los que se quería volver argentinos—, esa recuperación del pasado criollo incluyó una revaloración del pasado hispánico.

¿Ahí se construye nuestro panteón de héroes?

—Se consolida. Nuestro panteón oficial corresponde a la tradición liberal, ya fuera de Echeverría, de Sarmiento o de Mitre. Los dos grandes biografiados de Mitre, que son Belgrano y San Martín, llegan al Centenario ya consagrados como próceres. El Centenario implica su confirmación. Y lo que comienza es la incorporación de Sarmiento. Así se forma la trilogía San Martín, Belgrano, Sarmiento, cuyas fechas de muerte son nuestros feriados.

¿No es significativo que se haya instalado en nuestro panteón a dos personas con una relación problemática con el poder, como lo fueron San Martín y Belgrano?

—Hay un movimiento muy particular, que yo pude rastrear en Mitre y en Sarmiento, porque Sarmiento participa también de la consagración de San Martín. ¿Cómo hacer de la prescindencia política —que es la clave en la que narran a San Martín— una virtud, cuando ellos están haciendo exactamente lo contrario? Más allá de si esa prescindencia política en San Martín es históricamente verdadera o se trata de una construcción narrativa, lo cierto es que San Martín se consagra como el héroe que no se rebaja a la guerra civil. En realidad, lo que hacen tanto Sarmiento como Mitre es señalar períodos: hay uno de consolidación de la independencia, que es el ciclo que abarca San Martín, y en él todo tipo de diferencia interna atenta contra la consolidación de la independencia de España. En ese marco, la prescindencia sanmartiniana es virtuosa. Cuando esa independencia está ya asegurada, se abre un nuevo ciclo, que es el de la consolidación política interna del país. Con lo cual, ellos no solamente no estarían entrando en contradicción con el virtuosismo de San Martín sino que se convierten en sus herederos. 

¿Por qué San Martín aparece, en nuestro panteón, en un escalón superior a Belgrano?

—En Mitre se puede rastrear algo sobre esta cuestión. Mitre titula "Historia de Belgrano y de la independencia argentina", y luego "Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana". Hay un salto, como si Belgrano fuera el héroe nacional de cabotaje, y San Martín tiene una dimensión de exportación, de despliegue más allá de las fronteras.

¿La proyección latinoamericana de San Martín nace en la forma en que se narra la historia argentina?

—Sin duda. La idea de que Bolívar y San Martín están a la par, la idea de que —cuando se habla de la Copa Libertadores de América— los libertadores son San Martín y Bolívar, es una perspectiva netamente argentina. 

Un tema literariamente apreciado parece ser la reconstrucción de la entrevista de Guayaquil.

—Es un momento donde la historia funciona como si fuese literatura, pero ya no porque uno la ficcionaliza sino porque los hechos ocurrieron con una combinación de enigma y de intriga muy literaria. La resolución argentina en la narración es la superioridad moral de San Martín, que es el modo de equilibrar la evidencia de la

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superioridad militar, política, histórica, simbólica de Bolívar. La única manera es inventar una ficción de paridad de simetría.

¿Cómo, exactamente?

—Bolívar hace en el norte lo que San Martín hace en el sur, dos flechas simétricas y proporcionales que se tocan en Guayaquil. Y la entrevista, que se resuelve claramente en favor de Bolívar, se compensa con la versión de la superioridad moral: Bolívar, ambicioso, quería la gloria; San Martín, desprendido, le dejó la consagración porque no tenía ambiciones. Esto es una construcción narrativa. San Martín, como corresponde a un héroe, fija y delimita la identidad nacional, pero después va más allá de las fronteras que él mismo marcó. Porque va a Chile, va a Perú y se exilia, y muere en el exilio. Entonces, San Martín tiene la posibilidad de la definición del nosotros, de la identidad nacional, pero también resuelve el tipo de relación con esos otros que están fuera de las fronteras y que no necesariamente son contrarios —pueden ser los hermanos latinoamericanos. Pero hay que resolver esa fraternidad y la relación con lo español, que es, al mismo tiempo, de hostilidad y de pertenencia. Si se quiere rastrear, en las que serían las narraciones de fundación de nuestra identidad nacional, de dónde viene nuestro mito de superioridad, esta figura de San Martín que lleva la libertad, esta generosidad sanmartiniana de legarles la libertad a los hermanos latinoamericanos tiene algo de una fraternidad que presupone que hay un hermano mayor y un hermano menor. San Martín resuelve así la figura paternal del padre de la patria, la relación con la complicada maternidad de la madre patria España, y también el sistema de fraternidad con un toquecito de aire de superioridad de los argentinos, que todavía suponemos estar un cachitín por encima del resto de los países latinoamericanos. 

Esta visión de San Martín es la que domina. Se hizo natural.

—En realidad, se trata de operaciones culturales de los intelectuales que apuntaron a definir un tipo de identidad nacional, un tipo de pasado nacional, un tipo de tradición nacional. Parte de su eficacia consiste en que consiguen naturalizarse. O sea, uno asume esa identidad y ese pasado en la medida en que no lo ve como construido, sino como dado, como "natural". Pero lo cierto es que es evidente que hay una intervención y que el lugar de lo hispánico se redefine, como el lugar donde se pone a Rosas, y que los movimientos entre Belgrano y San Martín narrativamente se ajustan. En realidad, se ven todo el tiempo operaciones, ajustes, construcciones.

Pero todos coinciden en reivindicar a San Martín.

—San Martín es un punto intocable. Se puede ir, incluso, a versiones más radicalizadas, a las perspectivas de izquierda, que trazan genealogías diferentes: donde una arma San Martín-Belgrano-Sarmiento, la otra dice San Martín-Rosas, y la tercera liga a San Martín y al Che Guevara. San Martín es una especie de foco de irradiación que prácticamente nadie toca. Sólo una puesta en cuestión del paradigma de argentinidad ya establecido puede llevar a cuestionar a San Martín. San Martín y la argentinidad se han hecho el uno al otro, en gran medida. Por lo tanto, es muy difícil ratificar un paradigma de argentinidad y desalojar a San Martín. Sólo si se revisa qué idea tenemos de lo que es ser argentino, y cómo se hizo, y se somete a discusión, se puede realmente revisar a San Martín.

¿Por qué prevalece la línea San Martín-Belgrano-Sarmiento y no la que lleva a Rosas, o al Che Guevara?

—¿Por qué la tradición liberal es la hegemónica en la Argentina, dice usted? Es la eficacia de una operación cultural: funcionaron esas narraciones en su capacidad de

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fundar creencias y adhesiones. Pero luego también hay una instrumentación política, que es que esas narraciones funcionan también porque hay una política estatal, donde esta versión se instrumenta, se enseña, se convierte en manual escolar, y se traduce a prácticas, ritos, efemérides. Y eso ya es una política de Estado.

Copyright Clarín, 2005.

LA IDENTIDAD NACIONAL EN LA LITERATURA ARGENTINA Por Graciela MaturoNoviembre de 1999 Plantear el tema de la identidad nacional en tiempos de la globalización tecno-económica del mundo puede parecer un tema inconducente, impertinente o cuando menos anacrónico.  Sin embargo, me atrevería a decir que es el tema por excelencia que se insinúa como debate impostergable para la nueva etapa iniciada, desde los últimos años, y acentuadamente a partir del año 2001.  Se hace evidente a todo pensador o simple observador de la realidad que vivimos, que la mundialización de la economía puesta en marcha gracias al triunfo de la revolución tecnológica se halla lejos de resolver los problemas de toda la humanidad, y aún más de satisfacer necesidades inherentes al auténtico destino humano que han venido perfilando las culturas en un largo devenir.  El tiempo del auge comunicacional es también el tiempo en que distintos pueblos de la tierra, naciones relegadas en el desarrollo material, o pequeñas comunidades sumidas en los estados nacionales reclaman su legítima idiosincrasia y su real aporte a un universalismo auténtico y deseable. Cuando hablamos de identidad no hablamos por cierto de un patrón cerrado e inflexible, sino de un ethos que se va construyendo y afianzando por gestos y definiciones de la propia comunidad, Ella se auto reconoce en un proceso de maduración en el cual le es dado identificarse con modelos culturales de su propia historia, conductas emergentes de sus movimientos políticos, definiciones éticas y estéticas que se expresan en el arte, la creación literaria, la filosofía.  Todo ello sin privilegiar lo intelectual ilustrado sobre lo popular de lo cual se nutre, como ocurre en las nacioneslatinoamericanas por herencia de los pueblos que la han conformado. La Argentina es en apariencia el país más occidentalizado de la

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América Latina.  Aquel que cuenta con un mayor porcentaje de raza blanca y con mayor cuota de inmigración proporcional a su población.  Ello puede conducir erróneamente a pensar que carecemos de un perfil propio, y somos meramente un conglomerado de individuos que buscan una convivencia armónica dentro de las leyes de un estado pluralista. Sin embargo el examen de las manifestaciones concretas de la historia y la cultura muestra la persistencia de un ethos nacional que no puede ser separado del ethos latinoamericano, o con más precisión hispanoamericano, que vertebra a un grupo de naciones en la Patria Grande: América Latina. En el proceso del dramático encuentro de pueblos y visiones del mundo que sella el ingreso de América en la historia universal, se viene moldeando una modalidad cultural nueva, que remite a una doble fuente autóctona e hispánica, oriental y occidental.  Ello justifica las distintas teorizaciones sobre América como lugar de confluencia cultural de la humanidad.  No se trata de una suma de rasgos heterogéneos, sino de la fusión particular, dada en un tiempo espacio propio, de viejos legados que se reformulan en una modalidad que emerge en la expresión literaria y puede ser abarcada por las denominaciones de humanismo, barroco, criollismo, americanismo. Aún en los momentos de más fuerte antihispanismo ha sido imposible omitir en nuestros pueblos la impronta hispánica, de plural raíz greco-judeo-latina, árabe y celta; tampoco es fácil negar, aún desde los asentamientos inmigratorios modernos, la pervivencia de la raíz autóctona, religiosa y virginal, que se presentó como modelo de vida para muchos de los conquistadores. De la cultura indígena ha prevalecido la religiosidad y el amor a la naturaleza, que emergen en la expresión latinoamericana como su rasgo más constante. De la España dominadora nos ha  quedado el personalismo, y la herencia humanista que representó en Europa lo marginal y heterodoxo. Tal humanismo, perseguido por la Inquisición, es causa de la temprana valorización del indígena que se opera desde Montesinos hasta el Inca, con consecuencias crecientes sobre la Europa expansiva de la modernidad. El sustrato mestizo no sólo fue la base de la población del continente sino que sigue siendo, aún en las naciones de predominio blanco como la nuestra, o en las de predominio indígena, como Nicaragua, México y el Ecuador, el eje sobre el cual se va definiendo la cultura en sucesivos reconocimientos y manifestaciones.  Tal el proceso de una identidad móvil y en crecimiento sobre sus constantes profundas.  Se ha

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conformado un ethos criollo, distinto del ethos indígena por su capacidad de admitir sucesivas alterizaciones, y distinto también del ethos español por su peculiar mestización eco cultural.  Pero, cabe admitirlo, esta nueva instancia de la cultura universal se hizo posible por la presencia de un humanismo activo que llevaba en sí el germen de la conjugación de los opuestos. Surgía una nueva identidad histórica y cultural; se constituía un sujeto nuevo que en sucesivas y dramáticas instancias habría de desarrollar una cultura de matices originales y creciente autoconciencia. Para ceñirnos a nuestro tema, es importante recordar que la literatura misma, además de perfilarse como un emergente histórico, practica a su turno una historificación, especialmente cuando surge como lectura y recreación de obras anteriores, como es típico de la literatura moderna.  Ha sido el escritor quien ha encabezado ese movimiento de re-historificación y apreciación global de nuestras letras.  Es el reconocimiento del pasado, reconocimiento siempre activo y reinterpretativo, el que permite desplegar una memoria histórica y afirmar una cierta identidad , que desde luego no es estática sino expansiva y proyectiva, como trataremos de fundamentarlo a continuación.  Y es especialmente nuestro siglo, a partir de ese movimiento literario ambiguamente llamado modernismo, el que despliega una conciencia historificante que viene mostrando instancias de simbolización, teorización filosófica e implementación crítica asentadas en el reconocimiento de la identidad cultural latinoamericana. Este proceso ha determinado la reconsideración de momentos anteriores que ostentan asimismo la marca de esa preocupación histórica y reinterpretativa, integrando una historia de la teoría americanista. Las obras de Darío, Lugones, Larreta, Rivera, Gallegos, Güiraldes, Uslar Pietri, Asturias, Carpentier, por agrupar algunos nombres que abarcan las primeras décadas de este siglo o despuntan en ellas, adquieren fuerza historificante y valor de afirmación cultural que induce a nuestro siglo a una progresiva y cada vez más amplia reconsideración del corpus total de la expresión americana, cuyo examen confluye en una reflexión filosófica sobre los aspectos originales de nuestra vida, modo de ser en el mundo y particularismo ético. En los ensayos de Mariátegui, Henríquez, Ureña, Picón Salas, Arciniegas, Vasconcelos, Ricardo Rojas, Pablo Rojas Paz, Mallea, Borges, Marechal, Arturo Jauretche, Scalabrini Ortíz,  Martínez Estrada, Sábato, Murena, Canal Feijoo, se hallan los gérmenes de una filosofía

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latinoamericana que sería desplegada en forma más sistemática por Taborda, Astrada, Rodolfo Kusch, Manuel Gonzalo Casas, Ernesto Mayz Vallenilla, Leopoldo Zea, Mario Casalla, Danilo Cruz Vélez, por dar algunos nombres dentro de un campo singularmente activo que permanentemente se enriquece con nuevos aportes. La búsqueda de una identidad se convierte pues en afirmación consciente de una cultura que se auto reconoce y despliega sus propias categorías epistemológicas, hermenéuticas, históricas, críticas. Tres grandes campos se ofrecen como reserva a la reflexión del intérprete: la historia, la cultura en la pluralidad de sus manifestaciones vivientes, las artes. Desde luego que éstas pertenecen a lo histórico y a lo cultural, pero accedemos a darles un estatuto independiente por los factores específicos que operan en su constitución.  Estos campos se revelan totalmente interconectados, si se tiene en cuenta que accedemos a una visión histórica del pasado a través -en gran medida- de textos que a su vez se revelan como textos literarios, y se restituye, como lo creemos legítimo, la continuidad de lo literario con las expresiones gestuales, rituales y orales de la cultura.  Ello hace que sea indispensable la implantación de enfoques interdisciplinarios que son englobados bajo una perspectiva filosófica, y no ya científica.  La sincronía queda hermenéuticamente subordinada a la diacronía, dimensión que revela los ejes de sentido, las categorías culturales que refuerzan un perfil reconocible. Es dentro de esta perspectiva que hemos querido plantear, así sea brevemente, el tema de la identidad nacional y americana, del ethos propio, y la legitimidad de su localización y reconocimiento de una tradición literaria. Identidad o ipseidad en la tradición nacional El concepto de identidad merece ser adecuadamente profundizado, a fin de rescatarlo de estereotipos o concepciones reductivas.  Toda identidad es identidad de un sujeto, sea éste personal o comunitario.  El tema del sujeto, tan debatido hoy, es el que permite la vertebración unificante de la persona humana; se reconoce o se niega la existencia de esta dimensión a partir de diversas posiciones filosóficas. Tal discusión se traslada a la existencia de los pueblos como entidades o sujetos de culturasdiversas, que asimismo muestran poseer ciertos niveles comunes entre sí.  Reconociendo la problematicidad de esta temática, hoy nuevamente planteada ante la formulación de una pretendidauniversalidad planetaria, nos inclinamos a compartir lo expresado por Paul Ricoeur cuando afirmaba: "He aquí lo asombroso: la humanidad no se ha constituido en único

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estilo cultural, sino que ha hechado raíces en figuras históricas coherentes, cerradas: las culturas" .  Y son los valores, las imágenes básicas, los símbolos en fin, los núcleos ético-míticos, los que hacen reconocible a unacultura en relación con las demás. Es decir que si bien aceptamos como horizonte humano la construcción de una historia universal, tal como la plantearon los filósofos románticos, alentamos la realización de esa etapa sobre la defensa de los particularismos culturales de todos los pueblos.  Esto nos lleva reflexionar sobre el ser comunitario, sujeto de la cultura.  Así en lo personal como en lo colectivo, se está ante la doble posibilidad de plantear, en un extremo el sujeto como idéntico a sí mismo en un sentido formal; sería lo siempre repetido e inamovible. En el otro extremo, encontramos la tensión hacia una alteridad que llega a producir aniquilación del sujeto como "ilusión sustancialista”.  Frente a tales extremos, Ricoeur recurre a un concepto elaborado por Jean Nabert, que es la ipseidad. Reemplazando la identidad de lo mismo por la ipseidad del Sí mismo, se admite la noción del sujeto en crecimiento, que admite sucesivas alterizaciones parciales en el desenvolvimiento de su reconocible personalidad.  Ese concepto de ipseidad es aplicable al sujeto comunitario. La "ipseidad comunitaria es el concepto del Sí-mismo instruido por la cultura”. La comunidad construye su carácter en torno a ciertas pautas que emanan de sus núcleos míticos.  Hay aceptación de lo fundante y a la vez desarrollo en libertad en un proceso que admite las negaciones, las confrontaciones. Sin embargo, la vitalidad de la cultura en torno a sus lineamientos éticos queda asegurada por una continua recreación de los principios. Ello es propio del ethos americano. Es innegable el papel de la tradición verbal y escritural en la conformación de una identidad comunitaria.  Cuando el pueblo se reconoce en relatos, en historias que dan cuenta de su propio acontecer, en fábulas que expresan sus modos reales o posibles de conducta, se halla en condiciones de construir un carácter, de reconocer un destino común o la fragmentación de un proceso de autorreconocimiento. Alejo Carpentier ha afirmado lúcidamente la riqueza original de la literatura latinoamericana, señalando que no se trata en absoluto de una literatura reflejo; por el contrario, en sus momentos de mayor fuerza expresiva y más plena conciencia de su historia y su cultura, se pone a la vanguardia del pensamiento universal, ofreciendo al mundo el perfil de una axiología que pone el acento en una preeminencia de lo ético religioso y su

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consecuencia en la esfera de la acción. La literatura latinoamericana es histórica en un doble sentido. Como emergente de la conciencia evolutiva de nuestros pueblos, y como registro invalorable del acontecer mismo.  La novela hispanoamericana y su antecedente innegable, las crónicas -nombre que suelen unificar a un variado material documental, testimonial e historiográfico cuyo carácter literario aparece hoy como indiscutible- otorgan legibilidad simbólica al acontecer americano convirtiéndolo en textualidad diegética, poética, crítica y filosófica. Estamos pues abocados a la recreación y reconocimiento de una tradición de sentido, de una memoria histórica que ha sido codificada y revitalizada permanentemente en textos literarios a partir del impulso historificante de España, que introduce la escritura.  Pero la pluralidad de nuestra tradición -o los anacronismos de nuestro espacio cultural propio- hacen que ésta discurra por carriles disímiles y entrecruzados: una cultura eminentemente oral, viva en las clases populares, y una cultura ilustrada, que se dinamiza en la relectura de lo escrito pero que apela continuamente al estrato viviente en busca de confrontaciones y redefiniciones que le otorgan legitimidad.  Con ritmos disímiles, ambas corrientes de nuestra tradición, la popular y la ilustrada, desenvuelven un aspecto de un ethos cultural que en términos amplios identifica a la comunidad de los pueblos hispanoamericanos, y en términos más estrictos permite el reconocimiento de las identidades nacionales.  Pero tampoco ignoramos la problemática inherente a esta definición, dada la presencia de regiones culturales bien reconocibles que abarcan a dos o más naciones, o que incluyen parcialidades nacionales como el Noroeste argentino, por ejemplo, el Litoral, o Cuyo, más ligados en algunos aspectos a las naciones limítrofes que a otras parcialidades de su propio ámbito nacional.  Por ello es necesario y legítimo ampliar el concepto de identidad nacional al más abarcador de identidad latinoamericana, reconociendo que estamos frente a una familia de pueblos con una historia y un acervo cultural comunes, y diferencias regionales o nacionales que no fragmentan totalmente aquella unidad, hoy planteada como el horizonte ineludible de una reintegración política. Como principio hermenéutico recordamos que es en el seno de una tradición, de un corpus de sentido, donde los símbolos, textuales o no, son capaces de entregar plenamente su significación. Mientras el crítico ideólogo, prejuiciado, lee los textos desde una hermenéutica de la sospecha, buscando hallar las marcas del pattern

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previamente trazado, el lector estético será capaz de captar, fenomenológicamente, todos los aspectos de la expresión, en una recepción amplia y enriquecedora, que podrá ser completada a su turno por una hermenéutica textual, relacionante de distintos momentos de una tradición, y contextual, abierta a los datos de la historia misma.  Ello deviene en la apreciación de un ethos individual y social en expansión y de un trabajo introspectivo y crítico característico de nuestra literatura. Muchas de las obras literarias hispanoamericanas, escritas en forma de diario o de memoria, han acompañado una acción militante, prolongando así el carácter de las crónicas iniciales.  Se escribe para registrar lo valioso de la experiencia; se escribe también para analizarla, para interpretar la propia vida. Muchos episodios históricos o biográficos se prestan a su amplificación o diversificación simbólica, cumpliéndose así un proceso básico de la literatura. Tempranamente asoma, como signo del personalismo hispánico, la conciencia introspectiva, que ha sido el signo de la cultura occidental.  Según Jauss, los géneros autobiográficos se revelan como la forma literaria genuina que acompaña el crecimiento de la individualidad, y que insume el paso de la cultura teocéntrica a la cultura antropocéntrica moderna, pasos verificables desde las Confesiones de San Agustín, como momento ligado aún a la teología, hasta las de Rousseau, que abren una fase nueva.  Nos atreveríamos a sugerir que esta fase individualista extrema no tiene gran desarrollo en América Latina; por el contrario rige en ésta una tensión que podríamos denominar teándrica.  Ella hace posible la mutua integración del español con la cultura indígena, la vivencia mítica que se pone de manifiesto en los distintos pasos de la especial modernidad americana.  Una modernidad que es siempre pre o post-moderna. Así lo muestra ante nuestros ojos la extraordinaria literatura de este subcontinente. Integrar el corpus total de las letras nacionales. La crítica actual ha incorporado definitivamente a los textos liminares muchos de ellos considerados, antes, de carácter documental o histórico. El humanista Pedro de Angelis inició entre nosotros una tarea filológica al recopilar y ordenar los textos del pasado colonial. Este discípulo de Vico reunió, en los seis tomos de la Colección de obras y documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, los textos de Ruy Díaz de Guzmán, de Ulrico Schmidl y la Relación histórica de la rebelión de Gabriel Tupac Amaru en las provincias del Perú en

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1780.  Un válido principio ordenador reunía textos del tronco común americano con otros circulantes en nuestra tierra y los provenientes de viajeros que escribieron sobre nuestras realidades. La historiografía liberal tendió luego a separar el pasado hispánico, afirmando una autogeneración cultural por obra de la voluntad emancipatoria.  Ello impidió -salvo etapas de restitución de aquellos nexos- que los argentinos tuvieran un fuerte sentido de su tradición cultural e histórica, como lo tienen otras naciones americanas.  Las obras testimoniales e históricas se han manifestado con visibles matices literarios, incluyendo procesos de simbolización ficcional que son típicos de la literatura; por su parte las obras literarias adquieren carácter histórico y constituyen invalorables documentos del pasado. En esas obras se va revelando y configurando el ethos nacional, como afloramiento de una conciencia colectiva.  Asoma allí la flexibilización del rigor hispánico, la marca del humanismo que equilibra la lealtad y libertad, la incorporación del apego indígena a la tierra, la adaptación a un nuevo medio, la progresiva aceptación del mestizaje, la incorporación delmito autóctono. Se hace notable, como herencia del personalismo cristiano, la emergencia de un rumbo introspectivo y crítico fundado en los valores ético-religiosos. Una hermenéutica fenomenológica, aplicada con desprejuicio a la totalidad de los textos que conforman nuestra tradición, permite afirmar la existencia de constantes que perfilan a nuestros pueblo, dentro del común denominador ético-religioso de los pueblos latinoamericanos, como un pueblo menos dado a lo ingenuamente mágico o maravilloso, y más tendiente a elaborar los temas de la culpa y la conversión. San Martín es un héroe de la renuncia y es asimismo una figura que encarna arquetípicamente a nuestro pueblo. Leopoldo Marechal elabora literariamente esa figura en la Cantata que con música de Julio Perceval, fue estrenada en Mendoza en 1950. Pero más allá de la elaboración manifiesta, los héroes históricos y literarios ostentan una continuidad ética que permite hablar de identidad a pesar del cambio. Las figuras que pueblan nuestro imaginario simbólico surgen de la historia y de la leyenda: son Belgrano y Juana Azurduy, Siripo y Lucía Miranda, Facundo y Martín Fierro. También Erdosain, Adán Buenosayres, Oliveira, aunque menos difundidos a nivel popular: o los héroes dramáticos, los héroes de la canción.  Reconstruir ese imaginario nacional nos impone atender al pasado y al presente, a lo popular y lo ilustrado, a lo oficial y lo marginal de la

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cultura.  Si la canción folklórica surge del sujeto pueblo tradicional, el tango aparece como fruto lírico y filosófico del hombre en soledad, del hombre ciudadano. También deberemos fortalecer un concepto histórico de la literatura nacional, prestando renovada atención a las obras liminares. Martín del Barco Centenera fija la raíz del Reyno Argentino en España, pero también ve en España la raíz del indígena a través de Tubal, de quien descienden los hermanos tupí y guaraní.  Los moldes míticos así como los literarios, son rebasados por la realidad de América que sustituye el heroísmo épico por una gesta cómica, insólita, sobrenatural donde hay más culpa que triunfos, más frustración que avance. El Argentino Reyno se revela como un mundo no fácilmente ordenable.  Por su parte el mestizo Ruy Díaz de Guzmán, que hecha a circular buena parte de nuestra leyenda, consigna las apariciones de San Blas y Santiago que originan las burlas de Azara y de Groussac, anota la existencia  de amazonas y pigmeos, y calla la defensa de su mestizaje, la que es elaborada simbólicamente por los episodios novelescos de su obra.  En todos estos escritos se va plasmando una modalidad moral menos rígida, menos formalista que la de España: una necesidad de problematizar lo unilateral, de tender puentes entre legalidades opuestas o alejadas. Rasgo característico de la literatura nacional es la presencia del autor en su obra.  Debe ser visto como un elemento ético, y como un signo de afirmación protagónica. Muchas de nuestras obras son declarada o veladamente autobiográficas, desde el barroco laberinto de Luis de Tejeda hasta el esbozo novelístico Las aventuras de Leartes redescubierto por el padre Grenon, o las crónicas de viajes de los siglos XVII Y XVIII.  La investigación histórica nos ha devuelto la imagen del Comisionado Alonso Carrió, quien desplazado de su cargo por poderes de allende el océano, publica su crónica-alegato denunciando en ella los errores de los evangelizadores, la ineficacia de los lenguaraces y la resistencia del indígena, dando cuenta al mismo tiempo de su trabajo y observaciones de una dilatada región.  Por esos mismos carriles transitan los relatos del chileno Luis de la Cruz, o más tarde de Olascoaga o Mansilla.  La rigidez del concepto de frontera se diluye en ellos, transformándose en el concepto positivo de vida agreste y heroica, apta para la transformación del carácter y la ampliación del conocimiento. En el siglo XIX la impostación paulatina o franca de una visible antítesis cultural, da pié al surgimiento de una literatura más madura, gestada en las confrontaciones

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históricas, propicia el comienzo de una introspección más profunda.  El enfrentamiento del sujeto individual ilustrado con el sujeto popular, cuya cultura es designada como barbarie, recorre el siglo: Gaspar del Corro señaló certeramente el quiasmo simbólico de los héroes.  Unos continúan el iluminismo europeo: son los héroes del progreso y la civilización que aparecen en los escritos de Mármol y Echeverría, atraídos por la sugestión del desierto, concepto éste típicamente rivadaviano que niega y condena lo autóctono, así como su representación característica, el caudillo.  Otros son los héroes de la tierra, postergados, que luego habrán de adquirir protagonismo. Pero la conciencia literaria no está destinada arraigar en la defensa del progreso, del iluminismo de la civilización. Por el contrario, aún en escritores ideológicamente adheridos al impulso fáustico, la tarea poética tiende a compensar el exceso restaurando la legalidad del vencido, del oprimido.  Los valores se invierten en confrontaciones problemáticas, Sarmiento ve la naturaleza como el mal, la contemplación como incuria, la tradición como atraso.  Sin embargo su pluma celebra con fuerza inusitada la imagen de la tierra, el perfil moral del bárbaro, el ethos de la tradición provinciana criolla  al que se liga por su infancia y temperamento. Mansilla, hombre de mundo, impregnado de la ideología liberal, es menos vehemente pero igualmente profundo en la recuperación de una visión amplia de la nación, que excede totalmente la tertulia de sus amigos porteños.  Su "excursión" es una incursión, y también un acto de desenmascaramiento.  El, tan amigo del teatro y los disfraces, llega en momentos límites a preguntarse ¿cuáles son los verdaderos caracteres de la barbarie? Y su respuesta está lejos de ser unívoca.  El general problematiza el discurso oficial, invierte perspectivas y legalidades, reconociendo que el otro también tiene una cultura. Civilizar es invadir, también destruir.  Su desobediencia le ha permitido vivir situaciones protagónicas personales a las que es afecto, pero comprende también que ha rozado una alteridad oculta o disimulada en la vida de sus contemporáneos.  Su Excursión en forma de epístolas - no en vano fue presentada al Congreso de Geografía de Paris- también es alegato personal, testimonio, obra en defensa de la gestión. El ethos nacional empieza a reconocerse en el ethos popular, pese a la relegación de su proyecto histórico. La literatura una vez más se nutre de lo oculto y silenciado, aborda la paradoja, metaforiza lo no expreso.  La figura de Martín Fierro entra en el

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imaginario nacional por derecho propio.  No se podría entender nuestro perfil ético-religioso más tradicional sin atender a su figura; así lo ha probado, por otra parte, su amplia difusión popular, y su nutrida descendencia en la recreación pictórica, literaria, cinematográfica. Lugones, en gesto crítico y hermenéutico, revalorizó la obra en El Payador, sentando juicio sobre ella y proponiendo al cantor como imagen nacional. Borges, por su parte, no hizo tal vez sino girar infinitamente alrededor de este rico símbolo por el que se sentíacuestionado. Hernández asienta firmemente el ethos criollo en la sabiduría bíblica, y en la plural tradición de los pueblos, análoga en su fondo. En una nueva batalla del héroe quijotesco, por excelencia hispánico, Martín Fierro sale a jugar su sapiencia contra el avance técnico, contra el dominio civilizador.  Para Cervantes el fin del mito caballeresco era el comienzo de su encarnación en el mundo.  El mito de Fierro es el mito del hombre americano exiliado en su propia patria. Hernández abre el texto a los discursos diversos de Fierro y de Vizcacha: enfrenta una moral de sufrimiento y justicia a una moral de adaptación y supervivencia que también es del pueblo.   La picaresca española la había anticipado. Vizcacha es el mal necesario, en tanto que Martín Fierro, gaucho cantor, como Santos Vega, encarna hondamente el alma ética popular.  La Vuelta muestra la dispersión de figuras de reunión, amistad y coraje; corresponde a otro tiempo y se hace cargo de una espera.  En su cuento “El fin”, Borges hace lugar a la venganza del negro contra Fierro, como completando una etapa no contemplada en el poema, prolongando sus líneas. Sí en el ensayo Borges se coloca del lado de la ley, llamando a Fierro "gaucho pendenciero", en su relato da cuerpo al asesino de Fierro, en figura que parece completar el destino crístico del gaucho.  Ni el indio ni el negro habían alcanzado en el poema esa dignidad.  Representaban lo oscuro, lo prohibido, la última frontera que es necesario incorporar. El personaje de Antonio Di Benedetto, Diego de Zama, vive su aventura más reveladora en su inmersión en la selva paraguaya. Ir hacia el otro, comprenderlo, es aventura de transformación de la conciencia. Pero el contrapunto civilización-barbarie, inherente a la historia, no se resuelve en la literatura de modo unilateral; tampoco es así en la tradición popular.  La leyenda de Santos Vega, retomada por Obligado en un momento en que adquiere significación histórica notable, enfrenta arquetípicamente a dos figuras que pueden muy bien representar dos perfiles de nuestra cultura y nuestra política. Santoses Abel, y como él encarna

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la obediencia al Padre, el sentimiento, la lealtad; Juan es Caín, la rebeldía innovadora no desdeñada por el saber tradicional. Sólo una lectura superficial de las tradiciones puede  omitir en ellas el valor concedido a la negación, a la ruptura. Bajtín lo ha observado suficientemente en la cultura europea medieval, tal como se revela en los textos de Rabelais y se halla igualmente presente como impulso modificador en la cultura hispanoamericana, moderada en sus cambios, consciente de la legitimidad de absorber la negación en una síntesis superadora, como lo ha mostrado suficientemente Rodolfo Kusch. La ciencia, la innovación material y técnica, el dominio de la naturaleza, son atributos del héroe fáustico europeo. No en vano su imagen circulaba también en la irónica recreación de Estanislao del Campo, (el héroe de la rebeldía había sido mostrado desde la Grecia antigua en su dimensión trágica; el Prometeo de Esquilo paga su demasía con el martirio, aunque es un benefactor de la humanidad). Europa se encarna en los héroes de la fuerza y el conocimiento. América sereconoce en el héroe-víctima, el invadido, el avasallado; también en el justiciero, el héroe quijotesco. Los héroes del progreso son entre nosotros los héroes del aprendizaje, la culpa y la transformación: instruidos por la Telus Mater (como Santos Luzardo en Doña Bárbara), discípulos del hombre popular (como el pueblero que vuelve al pago de la infancia en Don Segundo Sombra) son héroes de la aceptación, de la religación con el origen. La búsqueda y reconocimiento del ethos nacional nos exige atender a las creaciones dramáticas, poéticas, novelísticas, a los ensayos y reflexiones sobre el ser nacional, a las leyendas populares, las canciones, las letras de tango, el folletín.  Toda expresión del sentir popular da a conocer, a veces velada por el sarcasmo, la aspiración de enmascaramiento, la fe en la providencia o la amargura ante la caída de los valores. Buen ejemplo de ello es el tango, cuyas letras expresan el enjuiciamiento popular. Los discursos popular e ilustrado confluyen en obras de síntesis revalorativa como Romances de Río Seco o Adán Buenosyres. En ellas se afirma, como en los Cuentos del Sol y del río, o en Gente de Palabra del santafesino José Luis Víttori, un modo de vida que reclama la relación con el paisaje y una escala axiológica que reposa sobre la lealtad, la sinceridad, la dignidad, la vocación de reconstrucción permanente. Pero no pensemos sólo en obras que ejemplifican o subliman la cultura rural ni caigamos en oposiciones tan terminantes como las que han contrapuesto a Borges y Roberto Arlt.  Uno

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sería el representante de la cultura conservadora; el otro, el de la cultura inmigratoria, la clase media pobre y resentida.  Sin negar de plano lo que tal clasificación sociológica pueda tener como verdad parcial que irradia en los planos de sentido de la obra, podemos anotar paradójicamente en la obra de Borges ciertos elementos de cambio y transformación, y en la de Arlt una voluntad de desenmascaramiento y búsqueda del origen. La creación pone en marcha mecanismos contradictorios, modos de comprensión supralógica, dialógica, que implican la superación del punto de vista social. Ramón Doll pretendió clausurar las significaciones de Don Segundo Sombra diciendo que era la novela escrita por el hijo del patrón de la estancia.  La expresión del crítico nacionalista, rechazada por Marechal, fué recibida con alborozo por críticos marxistas que han atribuido a Mansilla, Cambaceres, Larreta, Güiraldes, Mujica Láinez, Bioy, Mallea y Borges una conciencia oligárquica cerrada en sí misma y aferrada a la defensa del privilegio. Se omite el hecho de la creación como modificación de la conciencia; se olvida que la literatura no es mero trabajo sobre el lenguaje ni exposición de una ideología.  Como decía René Char, el escritor no sale indemne de su página. Cabe afirmar que toda literatura digna de recuerdo excede el trabajo caligráfico, promueve una catarsis interior, y dinamiza una catarsis en el lector. La constante autobiográfica que hemos señalado -con los críticos Adolfo Prieto, Ara, Borello- como rasgo de la literatura nacional, entra en pugna con modalidades ficcionales puras, fantásticas, nominalistas, signistas o concretistas, que sólo tangencialmente son incorporadas por el escritor argentino. No es el suyo el camino de la "clausura de los signos", sino el de la lectura de la realidad, la búsqueda de sentido, la introspección, el diálogo, y la conversión, característicos del ethoscristiano. Una obra como Sin rumbo expresa la conciencia de culpa que emerge en un personaje de la clase alta -innegable hipóstasis del autor- en un período de lujo y dispersión que desgarra los valores de la sociedad originaria.  Los personajes de Larreta y Mallea viven instancias de meditación personal o ascesis religiosa que prolongan o espejan situaciones autorales. Las crisis internas, la evaluación del contexto social, los problemas de conciencia, hacen el fondo existencialista de las obras de Gálvez, Cerretani, Roger Pla, Di Benedetto, Viñas, Sábato, Cortázar. Marechal ofrece un nítido ejemplo de novela fenomenológica, surgida del despertar de la conciencia al nivel trascendental, en su Adán

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Buenosayres. Pero nuestra consideración de la literatura nacional no debe limitarse a los escritores más destacados, ni a aquellos que pertenecen a una sola región del país.  Una mirada amplia a las distintas regiones argentinas recoge los nombres de Alcides Greca, Ángel Vargas, Juan Filloy, Carlos B. Quiroga, José Gabriel, Alberto Rodríguez, Carlos Aparicio y muchos otros narradores, si es que atendemos preferencialmente a la novela y el cuento como géneros especialmente aptos para representar los procesos de la conciencia. En tales obras nos es dado apreciar el perfil antropológico del hombre de provincias, más ligado al paisaje, más inclinado a la celebración lírica, firme en sus convicciones axiológicas, a veces elegíaco ante la progresiva destrucción de su cultura, o ante los cambios sociales. Buen ejemplo de ello lo dan Los Nombres de la tierra, de Lermo Balbi, y Alamos talados, de Abelardo Arias.  La problemática social se dinamiza en los grandes centros urbanos, generando contrastes como los que aparecen en novelas de Libertad Demitrópulos. La visión de la provincia como centro, la afirmación positiva de su estilo vital, se hace plenamente consciente en el escritor que vuelve a la zona nativa, como es el caso de Héctor Tizón, en Jujuy, o de Martín Alvarenga en Corrientes. Redescubrir lo propio. El conflicto dramático civilización versus barbarie se convierte en nuestro tiempo en el enfrentamiento cultural nacional versus modernidad. Ya Antonio Di Benedetto en su novela de los años 60, El silenciero, anticipaba agudamente una problemática que se ha venido acentuando desde entonces. El escritor no ofrece soluciones en el sentido corriente del vocablo.  Su trabajo es resolución interna, confrontación en el plano simbólico del cual surge siempre una defensa de lo humano. Por su parte Sábato y Cortázar tratan el tema en lúcidos ensayos, además de profundizarlo novelísticamente. Marechal lo configura en forma certera en su Poema de Robot. ¿Vamos hacia una civilización planetaria que anulará las tradiciones volcándolas a un "grado cero" de la cultura, o será legítimo recuperarlas en sus símbolos, mitologías, expresión estética particular y herencia ético-religiosa?  He aquí el gran problema que se plantea en este fin de siglo. En nuestras obras literarias, pese a la diversidad de su espectro, podemos hallar respuestashumanistas, símbolos orientadores, figuras que expresan la pervivencia de un sentir nacional.  El estudio de la literatura nacional debe ampliarse a las manifestaciones marginales, populares, orales, y recoger asimismo la historia efectual, la historia de la recepción estética. Así

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se nos revelará la persistencia, tanto en la memoria popular como en la recreación artística, de figuras históricas o legendarias que encarnan al héroe víctima. Dorrego, Facundo, Martín Fierro, Juan Moreira.  Ellos señalan la constante ética del alma nacional. Son los héroes de la renuncia y el sacrificio, no los del dominio, la riqueza y la demasía. También podemos constatar la presencia del héroe ilustrado, el buscador, el outsider, que representa al propio creador como es visible en Sábato y Cortázar. Este héroe es también instruido por su pueblo, como Martín en Sobre Héroes y Tumbas, o seducido por el mito, como Oliveira por la Maga.  El fondo apocalíptico, con su cuota de culpa, castigo y esperanza, nutre las creaciones de Marechal y Castellani, pero también de Sábato, si atendemos a su última novela Abaddon el exterminador, verdadero exponente de un desnudamiento total de la conciencia, y radiografía de la decadencia actual. Una larga serie de obras practican el desnudamiento en categorías formales, la condena de una moral victoriana, de estilos venales de la política criolla, de la "viveza" que cunde en la sociedad, de la burguesía autosuficiente, del racionalismo vacuo. Bastará recordar en incompleta nómina los nombres de Roberto Payró, Filloy, Cancela, Castelnuovo, Mallea, Scalabrini, Jauretche, Puig, Medina, Juan José Hernández, Alberto Lagunas; por contraste, otros escritores elaboran con fuerza el sustrato popular mítico-simbólico, o abordan una poética supraracional, como Daniel Moyano, laura del Castillo, Luisa M. Levinson, Héctor Tizón. Nuestra literatura es ejemplo de libertad y ejercicio crítico, rasgos que en un tiempo nos singularizaron en medio del panorama latinoamericano, ligado a lo folklórico. Sin embargo, y acaso debido a esa madurez intelectual, es entre nosotros donde surge con mayor fuerza una conciencia americanista, una urgencia de rescatar la identidad cultural, un reclamo de soberanía.  No es difícil hoy constatar, en la novela, la poesía y el cuento, así como en la canción popular, este rumbo definidamente americano que rechaza a las actuales tendencias postmodernas (El pensamiento débil, la anulación del sujeto y del sentido) afirmando en cambio la propia identidad sujeto histórico, tradición, mitos, valores. El retorno a las fuentes señalado en los comienzos de siglo por Darío y Lugones, tiene su continuidad en el ultraísta Girondo, como puede verse en su obra Campo Nuestro, o años más tarde cuando el surrealista Francisco Madariaga escribe Llegada de un jaguar a la tranquera.  No nos extrañe hallar semejante vuelta igualmente en autores ligados a las estéticas del creacionismo,

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invencionismo, madí. El ethos nacional enmarca las aventuras intelectuales o la experimentación formal. La figura símbolo de Horacio Quiroga en su retorno a la tierra, a la provincia, tiene su correspondencia medio siglo después en la aventura de Rodolfo Kusch, que expande filosóficamente el sentido americano de la vuelta al origen. Las grandes individualidades poéticas viven solitarias y audaces aventuras de la conciencia que comportan ruptura y religación. Esto es tan advertible en Girondo como en Castilla o Ramponi.  No se trata de un retorno al folklorismo sino de asumir plenamente la tradición como caudal viviente de la cultura. Se pone nuevamente de manifiesto la íntima relación que mantiene la literatura ilustrada con el logos popular que la nutre y la sustenta. De la lectura de nuestras obras del pasado y el presente, de nuestro cancionero, leyendas, creación dramática y otras formas de expresión popular, urbana o suburbana surge la identidad nacional que hoy alcanza su fase filosófica y epistemológica,  Es este el legítimo proceso de una cultura que sin falsos complejos de inferioridad reclama su lugar en el mundo.

AMPLIAR  

GUAYAQUIL. "EL ENCUENTRO ENTRE SAN MARTIN Y BOLIVAR ES UN MOMENTO DONDE LA HISTORIA FUNCIONA COMO SI FUESE LITERATURA, PORQUE TODO OCURRIO CON ENIGMA E INTRIGA", DICE KOHAN. (Foto: H

MARTIN KOHAN, ESCRITOR Y PROFESOR DE TEORIA LITERARIA

"Contar la historia es operar sobre la identidad nacional"

Crear un panteón de héroes y narrar sus vidas es una tarea tan esencial para un país como consolidar su economía y su política. Se despliega así una reconstrucción en la que la ideología es pieza clave.

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Claudio Martyniuk. [email protected]

Estamos cerca del segundo centenario de la Revolución de Mayo. ¿Cómo se contaron los años que constituyeron el primero?

—Contar la historia es una forma de operar sobre la identidad na cional. El Centenario fue un momento de rediseño de nuestra identidad. En realidad, hubo un primer momento fuerte en torno a la Generación del 37, que es la primera que se plantea hacer en la cultura el tipo de ruptura que en lo económico y político había concretado la Revolución de Mayo. Como dije, el otro gran momento de redefinición de la identidad nacional parte de fines del siglo XIX y tiene su momento culminante en el Centenario. Está muy ligado al caudal inmigratorio impactante que produjo, en un país con baja población, un cambio incluso en la percepción de las caras, de los idiomas y de los acentos. Hubo que instrumentar ahí un dispositivo estatal y por una vez en la vida argentina el Estado funcionó creando un dispositivo de incorporación cultural. Eso supuso algunos movimientos, como la recuperación de lo español. Entonces, cuando se trata de reinventar un pasado y de marcar la diferencia entre los argentinos con tradición frente a los recién llegados —a los que se quería volver argentinos—, esa recuperación del pasado criollo incluyó una revaloración del pasado hispánico.

¿Ahí se construye nuestro panteón de héroes?

—Se consolida. Nuestro panteón oficial corresponde a la tradición liberal, ya fuera de Echeverría, de Sarmiento o de Mitre. Los dos grandes biografiados de Mitre, que son Belgrano y San Martín, llegan al Centenario ya consagrados como próceres. El Centenario implica su confirmación. Y lo que comienza es la incorporación de Sarmiento. Así se forma la trilogía San Martín, Belgrano, Sarmiento, cuyas fechas de muerte son nuestros feriados.

¿No es significativo que se haya instalado en nuestro panteón a dos personas con una relación problemática con el poder, como lo fueron San Martín y Belgrano?

—Hay un movimiento muy particular, que yo pude rastrear en Mitre y en Sarmiento, porque Sarmiento participa también de la consagración de San Martín. ¿Cómo hacer de la prescindencia política —que es la clave en la que narran a San Martín— una virtud, cuando ellos están haciendo exactamente lo contrario? Más allá de si esa prescindencia política en San Martín es históricamente verdadera o se trata de una construcción narrativa, lo cierto es que San Martín se consagra como el héroe que no se rebaja a la guerra civil. En realidad, lo que hacen tanto Sarmiento como Mitre es señalar períodos: hay uno de consolidación de la independencia, que es el ciclo que abarca San Martín, y en él todo tipo de diferencia interna atenta contra la consolidación de la independencia de España. En ese marco, la prescindencia sanmartiniana es virtuosa. Cuando esa independencia está ya asegurada, se abre un nuevo ciclo, que es el de la consolidación política interna del país. Con lo cual, ellos no solamente no estarían entrando en contradicción con el virtuosismo de San Martín sino que se convierten en sus herederos. 

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¿Por qué San Martín aparece, en nuestro panteón, en un escalón superior a Belgrano?

—En Mitre se puede rastrear algo sobre esta cuestión. Mitre titula "Historia de Belgrano y de la independencia argentina", y luego "Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana". Hay un salto, como si Belgrano fuera el héroe nacional de cabotaje, y San Martín tiene una dimensión de exportación, de despliegue más allá de las fronteras.

¿La proyección latinoamericana de San Martín nace en la forma en que se narra la historia argentina?

—Sin duda. La idea de que Bolívar y San Martín están a la par, la idea de que —cuando se habla de la Copa Libertadores de América— los libertadores son San Martín y Bolívar, es una perspectiva netamente argentina. 

Un tema literariamente apreciado parece ser la reconstrucción de la entrevista de Guayaquil.

—Es un momento donde la historia funciona como si fuese literatura, pero ya no porque uno la ficcionaliza sino porque los hechos ocurrieron con una combinación de enigma y de intriga muy literaria. La resolución argentina en la narración es la superioridad moral de San Martín, que es el modo de equilibrar la evidencia de la superioridad militar, política, histórica, simbólica de Bolívar. La única manera es inventar una ficción de paridad de simetría.

¿Cómo, exactamente?

—Bolívar hace en el norte lo que San Martín hace en el sur, dos flechas simétricas y proporcionales que se tocan en Guayaquil. Y la entrevista, que se resuelve claramente en favor de Bolívar, se compensa con la versión de la superioridad moral: Bolívar, ambicioso, quería la gloria; San Martín, desprendido, le dejó la consagración porque no tenía ambiciones. Esto es una construcción narrativa. San Martín, como corresponde a un héroe, fija y delimita la identidad nacional, pero después va más allá de las fronteras que él mismo marcó. Porque va a Chile, va a Perú y se exilia, y muere en el exilio. Entonces, San Martín tiene la posibilidad de la definición del nosotros, de la identidad nacional, pero también resuelve el tipo de relación con esos otros que están fuera de las fronteras y que no necesariamente son contrarios —pueden ser los hermanos latinoamericanos. Pero hay que resolver esa fraternidad y la relación con lo español, que es, al mismo tiempo, de hostilidad y de pertenencia. Si se quiere rastrear, en las que serían las narraciones de fundación de nuestra identidad nacional, de dónde viene nuestro mito de superioridad, esta figura de San Martín que lleva la libertad, esta generosidad sanmartiniana de legarles la libertad a los hermanos latinoamericanos tiene algo de una fraternidad que presupone que hay un hermano mayor y un hermano menor. San Martín resuelve así la figura paternal del padre de la patria, la relación con la complicada maternidad de la madre patria España, y también el sistema de fraternidad con un toquecito de aire de superioridad de los argentinos, que todavía suponemos estar un cachitín por encima del resto de los países latinoamericanos. 

Esta visión de San Martín es la que domina. Se hizo natural.

—En realidad, se trata de operaciones culturales de los intelectuales que apuntaron a definir un tipo de identidad nacional, un tipo de pasado nacional, un tipo de tradición nacional. Parte de su eficacia consiste en que consiguen naturalizarse. O sea, uno asume esa identidad y ese pasado en la medida en que no lo ve como construido, sino

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como dado, como "natural". Pero lo cierto es que es evidente que hay una intervención y que el lugar de lo hispánico se redefine, como el lugar donde se pone a Rosas, y que los movimientos entre Belgrano y San Martín narrativamente se ajustan. En realidad, se ven todo el tiempo operaciones, ajustes, construcciones.

Pero todos coinciden en reivindicar a San Martín.

—San Martín es un punto intocable. Se puede ir, incluso, a versiones más radicalizadas, a las perspectivas de izquierda, que trazan genealogías diferentes: donde una arma San Martín-Belgrano-Sarmiento, la otra dice San Martín-Rosas, y la tercera liga a San Martín y al Che Guevara. San Martín es una especie de foco de irradiación que prácticamente nadie toca. Sólo una puesta en cuestión del paradigma de argentinidad ya establecido puede llevar a cuestionar a San Martín. San Martín y la argentinidad se han hecho el uno al otro, en gran medida. Por lo tanto, es muy difícil ratificar un paradigma de argentinidad y desalojar a San Martín. Sólo si se revisa qué idea tenemos de lo que es ser argentino, y cómo se hizo, y se somete a discusión, se puede realmente revisar a San Martín.

¿Por qué prevalece la línea San Martín-Belgrano-Sarmiento y no la que lleva a Rosas, o al Che Guevara?

—¿Por qué la tradición liberal es la hegemónica en la Argentina, dice usted? Es la eficacia de una operación cultural: funcionaron esas narraciones en su capacidad de fundar creencias y adhesiones. Pero luego también hay una instrumentación política, que es que esas narraciones funcionan también porque hay una política estatal, donde esta versión se instrumenta, se enseña, se convierte en manual escolar, y se traduce a prácticas, ritos, efemérides. Y eso ya es una política de Estado.

Copyright Clarín, 2005.

UAYAQUIL. "EL ENCUENTRO ENTRE SAN MARTIN Y BOLIVAR ES UN MOMENTO DONDE LA HISTORIA FUNCIONA COMO SI FUESE LITERATURA, PORQUE TODO OCURRIO CON ENIGMA E INTRIGA", DICE KOHAN. (Foto: H