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EN LA GRACIA DE LOS ORÍGENES
Apuntes para una reflexión
en el Centenario de la congregación
Queridas hermanas:
Hemos llegado al año de “nuestro” Centenario. La luz del
Espíritu que ha inspirado al joven Alberione y ha depositado en
él la semilla y la gracia de la fundación, llega también a
nosotras, y nos llama a:
- reavivar la memoria, recordar el camino que el Señor
nos ha hecho recorrer (cf. Dt 8,2), contemplar la historia
como una magnífica obra de Dios;
- asombrarnos y sorprendernos por las riquezas recibidas y
juntas, llegar a ser comunicadoras apasionadas;
- abrirnos al futuro, volviendo a poner toda nuestra
confianza en el Señor y dejándonos llevar por la brisa del
Espíritu.
ANTORCHAS PROFÉTICAS QUE PASAN DE MANO EN MANO
El carisma es una realidad espiritual y viva. Si se lo vive,
nunca envejece, es siempre actual. El carisma paulino, gracias a
nosotras, crece de manera dinámica a lo largo de la historia.
Cada día se renueva aquel mismo don de gracia que ha
investido a don Alberione y ha involucrado a Maestra Tecla, a
las primeras hermanas y a los primeros hermanos. Nosotras
somos aquellas almas generosas de las cuales hablaba el
Fundador, que sienten lo que él sentía. Este sentir es un don del
Espíritu:
2
Dios renueva en nosotras el don del Espíritu que concedió al
padre Alberione, para que lo hagamos vivo y operante en la
Iglesia y en el mundo (Const. 4).
Se establece así entre nosotros y el Fundador un vínculo
creado por el Espíritu: una relación de paternidad y de filiación.
Don Alberione, como Pablo, puede decirnos: «… he sido yo
quien los engendré a la vida en Cristo Jesús mediante el
Evangelio» (1Cor 4,15).
Se trata, pues, de «recibir una herencia, conservar una
memoria, (…) reavivar una presencia», para dar futuro a la
profecía.
Nosotras somos responsables de emanar las energías del
carisma, de hacerlo vivo en nuestras personas. Son antorchas
proféticas que pasan de una generación a otra. Son muchas
aquellas que en estos años lo pasan. Para que no se apaguen las
profecías deben ser muchas las que tienden las manos para que no
caigan en la tierra y sean pisoteadas1.
Reavivar una presencia significa preguntarnos si Jesús es
verdaderamente nuestro único amor; significa recordar «los
meses pasados… los días de la juventud» de los que hablaba
Job, en los cuales Dios lo protegía y su antorcha alumbraba
sobre su cabeza (cf. Job, 29-5). La vida consagrada es una
relación, una vocación que parte del amor y tiende a una
configuración, a una identificación total entre el amante y el
Amado.
Reavivar una presencia quiere decir, experimentar la mística
del vivir juntas en la alegría del encuentro, de la acogida, del
respeto, de la ayuda recíproca, de la comprensión y del perdón.
Quiere decir reencender la fe. Maestra Tecla repetía
continuamente: «Nuestra congregación está fundada sobre la
fe».
1 Así se ha expresado el padre Carlo Molari, en el “Convenio de estudio sobre don Alberione
realizado en Ariccia en noviembre de 2014.
3
Celebrando el centenario, estamos en profunda sintonía con
el año de la Vida consagrada. De hecho, el Papa Francisco,
afirma en la Carta a los consagrados:
El primer objetivo del año es mirar el pasado con gratitud…
recorrer el camino de las generaciones pasadas para captar en ellas
la chispa inspiradora, la idealidad, los proyectos, los valores que
la han movido… Es también un modo para tomar conciencia de
cómo se ha vivido el carisma a lo largo de la historia, cuál
creatividad ha irradiado, cuáles dificultades ha debido afrontar y
cómo han sido superadas… Narrar la propia historia es dar
alabanza a Dios y agradecerle por todos sus dones.
La obra de Dios en nuestra congregación es una maravilla de
gracia, y la memoria de la herencia recibida es el estímulo más
fuerte para creer que el Señor continúa guiándonos, con su
mano tierna y fuerte, también en el tiempo presente; tiempo
delicado y fatigoso, porque la crisis de sentido que atraviesa
cada contexto toca también a la vida consagrada; pero también
tiempo de esperanza: de hecho, el Espíritu nos empujan a un
testimonio más evangélico, nos llama a ir, como Pablo, a la
plaza de Atenas y hablar del Dios desconocido para los
gentiles (cf. Hch 17,22-24), valorizando las posibilidades
ofrecidas por la cultura de la comunicación.
El recuerdo del camino recorrido y el contacto con aquel
inagotable “documento”, que es la vida de las primeras
generaciones, puede infundir también en nosotras una fe y un
impulso renovados. «Sabemos en quien hemos creído» y
tenemos la certeza que «Aquel que ha iniciado en nosotras esta
obra, la conducirá al complimiento».
MIRAR EL PASADO CON GRATITUD
Las primeras comunidades paulinas están animadas por la
claridad de un ideal que sostiene una vida comprometida en
todos los niveles. Con los primeros chicos y chicas Alberione
4
construye, en los años Veinte, cuatro casas, el Templo a san
Pablo; desempeña un trabajo apostólico vastísimo: 2200
bibliotecas populares, 500 boletines parroquiales; varios
periódicos, colecciones de libros, centros de difusión y fiestas
del Evangelio en centenares de parroquias…
El impulso que sostiene a aquellos jóvenes y la carga de
entusiasmo es doble: la tensión a la santidad y un fuerte ideal
apostólico, que se expresan en la generosidad, en la atención
espiritual para evitar el pecado, progresar y vivir de Jesús para
comunicarlo. Existe la convicción que «en cada esfuerzo se
debe progresar por diez; y ¿por qué esto? Porque el Señor llama
a una santidad altísima»2.
La actividad apostólica está ritmada por la oración, que
viene casi gritada en los repartos de apostolado entre el rumor
de las máquinas, una oración en la cual están ya contenidos los
elementos característicos del carisma.
Existe, además una confianza absoluta en el Fundador y en
san Pablo. Refiriéndose a la experiencia de Susa, Maestra Tecla
narraba:
San Pablo era el patrón de casa: se había puesto en el negocio
el cuadro grande, se había preparado un altarcito y siempre se
tenía una lámpara encendida y el altarcito adornado con flores.
Los escolares de la ciudad, especialmente alguna llevaba cada
tanto las flores y las ofertas a san Pablo. Todo esto nos daba
placer porque hubiéramos querido que san Pablo entrase en todas
partes. (...) Habíamos experimentado muchas veces su especial
protección3.
UN MOMENTO FUNDAMENTAL
DE NUESTRA HISTORIA
2 Cf. Diario de don Giaccardo, p. 71. 3 Le nostre origini, p. 19.
5
A las primeras hermanas que se reunieron en Alba para
hacer el bien con la prensa, don Alberione proyectó
inmediatamente la vida religiosa, por ellas acogida con
particular entusiasmo. Escribía Maestra Tecla, en 1923:
Cuando encontré por primera vez al Sr. Teólogo, me habló de
la nueva institución de hijas que habrían de vivir como
hermanas… me entusiasmé enseguida.
Entre las fechas a recordar, ella anotó con cuidado el 29 de
junio de 1916, día en el cual emitió los votos privados
temporales. Más tarde, en 1947, escribía a su hermano:
Querido hermano: todavía no estoy segura de ir para tu 25° de
Misa, así por lo menos con un miserable escrito quiero estar a tu
lado. Recuerdo el día de tu ordenación (1922): yo estaba en Susa
y vine justamente para esto, cuántas cosas desde entonces en
adelante para mí y para ti…
Yo estoy muy agradecida, deja que al menos una vez te lo diga y
agradezca. Es por ti que soy Hija de San Pablo. ¿Recuerdas que has
sido tú quien me has hecho conocer al Teólogo? Soy contentísima
de mi vocación, quisiera tener mil vidas para dedicarlas a este noble
apostolado, aunque con muchos inconvenientes y dificultades…
Podemos volver a pensar en la alegría de las primeras
hermanas cuando, al final del curso de ejercicios espirituales,
predicados por el can. Francesco Chiesa y por Mons. Ugo
Mioni, se ligaban a Dios con voto público. Leemos en el
boletín Unione Cooperatori Buona Stampa, de agosto de 1922:
El 22 de julio de 1922 es para las Hijas de San Pablo, una
fecha histórica. Después de siete años de prueba, de trabajo
escondido, de sacrificio humilde, de oración incesante, de vida
religiosa ignorada, el sábado 22 de julio, terminábamos la semana
de ejercicios espirituales, dábamos el gran paso, se consagraban
perennemente a Dios y a la misión de la Buena Prensa con voto
público constituyendo la Pía Sociedad de las Hijas de San Pablo…
El primer grupo es de nueve: desde hoy comienza su expansión.
6
Las nueve Hijas prometen dedicarse por toda la vida al
apostolado de la Buena Prensa para vivir la vida del Divino Maestro, bajo
la mirada de María Reina de los Apóstoles, con la guía de san Pablo
apóstol.
En aquella ocasión, don Alberione impone a Teresa Merlo
un nombre nuevo Tecla, en memoria de la discípula del apóstol
Pablo.
La vida religiosa fue considerada por el Fundador como
esencial para la identidad de las Hijas de San Pablo y de la
Familia Paulina. En 1910, en una mayor luz, don Alberione dio
un «paso definitivo» hacia la comprensión del proyecto de
Dios:
Escritores, técnicos, propagandistas sí; pero religiosos y
religiosas… Formar una organización, sí; pero religiosa; donde las
fuerzas están unidas, donde la entrega es total, donde la doctrina
será más pura…» (cf. AD 23-24).
La «mayor luz» de 1910 constituye el verdadero proyecto
paulino. La misión ha dado un color particular a la vida
religiosa a través de estructuras flexibles, de gran respiro
apostólico (pensemos en la vida itinerante de las
propagandistas). Y la vida religiosa ha enriquecido el ejercicio
del apostolado con una fuerte interioridad, expresada en una fe
heroica, fundada en el Pacto, en la adhesión vital al Maestro
divino.
EL «MARTIROLOGIO DE LA CARIDAD»
La gracia de los orígenes nos remite a releer con verdadera
conmoción el testimonio de nuestras hermanas que han dado la
vida por el Evangelio. Lo testimonia el Fundador en 1954:
7
Las Hijas de San Pablo tienen una especie de martirologio que
es el martirologio de la caridad. Ya muchas han pasado a la
eternidad por haber dado todas sus fuerzas al apostolado4.
Si escribiéramos la historia de nuestra santidad, cuánto
heroísmo encontraríamos. Cada hermana tendría su propia
historia por narrar: esta vitalidad continúa a alimentar y a hacer
fecunda a la congregación.
Pienso en las primeras hermanas que «surgieron sin nombre,
sin casa, sin que alguno se diera cuenta… en aquellos años en
los cuales la fe y el amor a Dios sostuvieron a aquellos
primeros…». Pienso en las hermanas que en un grupo de dos o
tres, con una enorme carga de fe y de pobreza recorrían
caminos aún no trazados para ir a las ciudades indicadas por el
Fundador y establecerse los primeros “sagrarios”: Salerno,
Bari, Verona, Cagliari… Filiales que en poco tiempo se habrían
multiplicado en todo el mundo: Brasil, Argentina, Estados
Unidos, Francia, Polonia, China… Los grandes ideales
misioneros se encarnaban en la experiencia de Belén en la
pobreza absoluta de medios, de idioma y de acogida.
Entre todas, nuestra mirada se posa sobre algunas hermanas
que han ayudado a Maestra Tecla con particular
responsabilidad, acompañándola en el camino de la
Congregación.
« ¡Quiero que tú vivas en mí!»
Maestra Nazarena entró en Susa en 1919, murió en Alba el
5 de junio de 1984. Fue la primera redactora de Famiglia
Cristiana, maestra de las novicias por más de treinta años,
traductora de las obras de santa Teresa de Ávila, consejera
general por varios mandatos, vicaria general, superiora local y,
en la ancianidad, nuevamente en Alba en el apostolado técnico.
4 FSP54 p. 252.
8
Como ya la Primera Maestra, M. Nazarena se hizo cargo del
camino de la congregación y de la Iglesia en un periodo
particularmente difícil. El 11 de julio de 1972 ofrecía su vida al
Padre:
Señor, amo mi congregación más que mi vida, deseo que todas
vivamos en plena coherencia los compromisos de nuestra
consagración, estoy atormentada por la pena de ver tantas cosas
que turban el rostro de las almas que tú has llamado y son amadas
con un amor de predilección, y temo que sea ofendido tu corazón
divino y que esta Familia que tú has querido, suscitado y guiado
no corresponda a tus designios de amor.
Por esto, Señor, guiada y solicitada por tu Espíritu, te ofrezco toda
mi persona como pequeña víctima. Me ofrezco; por tu mayor gloria,
por toda la Iglesia, por el Papa, por los Sacerdotes, por los Religiosos y
las Religiosas y por toda la Familia Paulina, de manera especialísima
por las Hijas de San Pablo. Me ofrezco en reparación: de todas las
defecciones, deficiencias, contestaciones, murmuraciones... Señor,
estoy preparada para aceptar de tus manos paternas todo cuanto quieras
disponer de mí para realizar esta mi oferta.
Maestra Nazarena ha sido siempre guiada por una Palabra
convertida en su programa: «Cristo vive en mí». Y ha
encontrado, en la indicación del Fundador, la orientación
decisiva para su camino espiritual:
¿Para qué me ha llamado el Señor? Para su gloria, para mi
santificación haciendo vivir en mí Cristo (1973).
Señor, te agradezco que desde varios años haz hecho sentir a
mi alma esta invitación: vivir en Cristo, vida de identificación con
Cristo (1973).
Para mí, vivir es Cristo ‒ Ya no soy yo quien vive: es Cristo
quien vive en mí: es este el núcleo esencial de la espiritualidad
paulina. Esta es mi gran aspiración. Es a esta meta que quiero
llegar... Soy consciente de mi pequeñez y pobreza, pero siento
cada vez más vivo el deseo de corresponder a tu invitación mi
vivir es Cristo (1981).
Quiero seguirte, no sólo caminando detrás de ti, sino vivir
como tú, y aún más, quiero que tú vivas en mí. Que tú vivas en mi
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mente, en mi corazón y en mi voluntad. Quiero llegar al «ya no
soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí».
Maestra Nazarena asume el tiempo del post-Concilio, de la
muerte de Maestra Tecla y del Fundador, de la preparación del
Capítulo especial, como un tiempo de gracia y de crecimiento
espiritual. Escribía en sus libretas:
Tú has guiado a tu pueblo con mano paterna y fuerte... Creo que
haces otro tanto con nuestra congregación. No veo claramente tu
mano paterna, pero adoro, creo, acepto, espero y amo... La
congregación es tuya, yo soy tu hija, mis hermanas están en tus
manos.
Me siento diversa... mentalidad, estilo de vida. ¿Camino en el
camino justo o tendré que cambiar? Tú Señor eres quien me debe
cambiar, si lo ves necesario. Yo no lo sé. Por estos motivos me
parece estar en un desierto... ¿Es al desierto donde conduce a las
almas a las cuales quiere revelarles o es un desierto al cual me
entrego yo? ¡Habla, Señor! Hay una gran confusión interna. Quien
dice una cosa, quien dice otra. No comprendo, estoy perpleja,
algunas veces me parece que un alud inmenso me arrastre. Y sin
embargo espero en ti, me confío a ti. Medito tus palabras: «No
teman. Yo estoy con ustedes. Desde aquí quiero iluminar». Tú
estás conmigo, aunque camine por valles oscuros y tenebrosos. Tú
eres mi Pastor, mi Maestro, mi todo... Si soy de impedimento para
tu obra, quítame, ponme en un rincón a orar, trabajar y sufrir5.
He sido llamada para ser toda de Dios»
Reportamos el testamento que trazó una hermana que
pertenecía al primer grupo de las Hijas de san Pablo, Maestra
Agnese Manera (1895-1982). Ella lo escribió para el folleto-
recuerdo a publicar después de su muerte:
En el pueblo de Serravalle Langhe he sido llamada para ser
toda de Dios: un llamado especial que el Señor me ha dirigido a la
edad de quince años.
5 Cf. Il tuo volto, io cerco, pp. 94-95.
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He dejado todo cuanto tenía en curso con un lindo sí y un lindo
gracias. Pero he retardado mucho en realizar la vocación porque
los motivos han sido muchos. Dios ha guiado bien cada cosa.
Entrada en congregación he hecho el oficio de tapa agujeros. He
hecho cada pequeña cosa con gran amor tratando de no molestar.
Todo por Dios, la congregación, las almas; en obediencia de mis
superioras, el Primer Maestro y la Primera Maestra Tecla, y los
otros superiores. El que está con los superiores está con Dios. A
todos les agradezco y recuerdo en Dios que es Amor.
«Maestra Ignazia: copia viviente de la Primera Maestra»
Maestra Ignazia Balla (1909-2003) ha sido una mujer de
gran bondad, delicadeza, gran sabiduría. Íntima colaboradora
de Maestra Tecla, ha sabido estar a su lado con humildad,
discreción y creatividad para iluminar e interpretar el espíritu y
el pensamiento del Fundador y transmitirlo con fidelidad y
sabiduría a las Hijas de San Pablo esparcidas en el mundo.
En el tiempo en que nos hemos dedicado a profundizar el
significado “docente” de nuestra vocación, es bello recordar su
intenso trabajo para favorecer la formación intelectual de las
hermanas. En las actas de las reuniones de las enseñantes,
redactadas por ella diligentemente durante tres años (1957-
1960), aparece una casi perfecta organización de cursos de
estudio, un cuidado asiduo del desarrollo regular y proficuo de
los programas, un atento acompañamiento de las enseñantes,
siempre preocupada que el estudio fuese adecuado a las nuevas
aperturas apostólicas. Ella misma es autora de la Oración del
enseñante, una admirable síntesis del significado de los
estudios en la vocación paulina.
Bajo su dirección, en 1961, fue preparado el opúsculo I
nostri estudi nel pensiero del Primo Maestro, y en 1962 dio
inicio la revista Scuola e vita paolina, una guía para la
comprensión de la naturaleza de los estudios, para mejorar la
didáctica y la unión entre los estudiantes de las diversas
naciones. En 1962 tuvo la alegría de inaugurar, en Roma, el
11
estudiantado “Santa Tecla”, con aulas, una buena biblioteca, un
gabinete científico y un museo.
Asumió la guía del Instituto en 1964. Conservó y desarrolló
el rico patrimonio carismático recibido de Maestra Tecla y
preparó la congregación para entrar en el espíritu del Concilio a
través de la convocación y la cuidadosa preparación del
Capítulo especial. Su elección fue para todas las hermanas una
«gozosa noticia», porque era considerada la persona más apta
para recoger la valiosa herencia de la Primera Maestra. Todas
recordaban las palabras que algunos años antes, don Alberione
había dicho: «Maestra Ignazia es una copia viviente de la
Primera Maestra… una paulina fidelísima».
Maestra Ignazia escribía a las hermanas en la fiesta de san
Ignacio de 1964:
El Señor guiará siempre la congregación; la congregación es
suya; la ha poseído desde el principio, la posee y continúa
poseyéndola siempre. Él tiene cuidado de toda la congregación
como cuida, en su providencia amorosa y sabia, a cada uno de sus
miembros.
Dejémonos conducir por el Señor, seamos dóciles… Hagamos
todas juntas la renovación de nuestra entrega. A él nos ofrecemos
por manos de María y de la Primera Maestra que desde el cielo
recibirá una vez más nuestra profesión.
En el estilo de Dios
Con profundo sentido contemplativo, sor Assunta Bassi
(1915-2012) recorría los eventos de su riquísima experiencia:
¿Qué siento pensando en el camino de la congregación? Me
pregunto: ¿cómo se ha podido hacer? Y me convenzo que Jesús,
nuestro Maestro, ha mantenido su promesa, ha estado con
nosotras y ha hecho posible la expansión de la congregación y de
sus múltiples iniciativas apostólicas. Todo ha ocurrido en el estilo
de Dios: Él hace cosas grandes en la sencillez, en la pobreza, en
el silencio… Nuestro ánimo se conmueve frente a la fidelidad y a
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la bondad infinita del Señor. « ¡No teman!». Debemos contar con
Él.
Misioneras en China
«Ser un día misionera en China»: es el germen que Dios ha
puesto en el corazón de sor Cleofe Zanoni (1912-1998) desde pequeña y que ella cultivó y desarrolló hasta el último momento.
Don Alberione intuyó en el deseo de sor Cleofe y de otras
Hijas de San Pablo, que fuese justo el tiempo de tentar la
apertura de una casa en China y, junto a Maestra Tecla, preparó
la expedición. El 10 de enero de 1937, en la nave “Conte
Rosso” dirigidas a Manila, que llevaba al Legado Pontificio
para el Congreso Eucarístico Internacional, se embarcaban tres
Hijas de San Pablo dirigidas a China: sor Cleofe Zanoni y sor
Elena Ramondetti, acompañadas por sor Edvige Soldano.
Sor Cleofe, entre las pocas cosas que llevaba, cuidaba un
cuaderno en el que su exuberante entusiasmo juvenil, narraría
las memorias del viaje de las primeras fundaciones paulinas en
el mundo oriental. Escribía, recordando los inicios de aquella
aventura:
¡Ir a China! Desprovistas e ignorantes de todo. Las dificultades
eran verdaderamente muchas y de todo tipo, tal como el clima, las
costumbres, el idioma y la falta de las cosas más elementales, las
fatigas de todo tipo para afrontar costumbres totalmente nuevas y
situaciones imprevisibles, sobre todo el rechazo de un mundo al
cual nos sentíamos mandadas. Pero nosotras estábamos tranquilas
y serenas. Aún conscientes de nuestra pobreza e insuficiencia,
sabíamos que Dios estaba con nosotras y suplía nuestras
deficiencias. El pensar que Jesús había elegido a los apóstoles
entre los pescadores, nos aseguraba que nos daría también a
nosotras la gracia suficiente y necesaria, si de parte nuestra
corresponderíamos fielmente al llamado y nos fiásemos de él. No
teníamos deseos y ambiciones particulares fuera de la alegría de
poder cumplir nuestro apostolado, o sea, llevar el Evangelio y el
catecismo a muchos hermanos.
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Nuestras credenciales eran el Evangelio, el rosario, el crucifijo
misionero, las Constituciones y la visa para poder entrar en China.
Nuestra confianza, además que del Señor, estaba en la palabra del
Fundador y de Maestra Tecla, en las cuales creíamos hasta el
fondo, también cuando toda comunicación fue truncada a causa de
la guerra. Nos daba valor y nos comprometía a la fidelidad total, a
la confianza de los superiores al mandarnos solas, tan lejos, en
condiciones tan precarias. Mientras tanto, siempre abiertas a
nuevas experiencias y nuevas esperanzas, alabábamos a Dios por
cuanto nos concedía admirar en la creación y todo nos convencía
cada vez más de la necesidad de llevar el Evangelio en aquel
mundo inmenso y desconocido.
Para la misión a la cual estábamos enviadas no hemos tenido
otra preparación que un normal curso de ejercicios espirituales.
No habíamos frecuentado cursos específicos, ni estudiado idiomas
o elementos de geografía. Una cosa sola nos animaba: el gran
deseo de hacer el bien a millones de personas que nunca habían
escuchado hablar de Jesús, que no conocían el Evangelio y no
eran bautizados. En la mente y en el corazón teníamos esculpidas
las simples, pero incisivas directivas del Fundador: Sean siempre
paulinas; vivan convencidas de su vocación; hagan su apostolado;
renueven a menudo el Pacto y la coronita a san Pablo; estén
siempre unidas entre ustedes y a su Centro de Roma; vayan
siempre adelante con valentía: oren, confíense a Jesús Maestro. Él
las guiará. La Reina de los Apóstoles será su Madre».
UNA LUZ ENCENDIDA SOBRE NOSOTRAS
Podríamos continuar la narración de las experiencias
deteniéndonos sobre la nuestra. También nuestra vida, en cada
uno de sus momentos, ha sido vivida a la sombra del Espíritu. Él
ha vivificado, guiado y orientado. Es importante descubrir su
acción, captar su obra en la maduración vocacional, percibir su
gemido en nosotros para reconocernos marcados a fuego por la
misión de iluminar, bendecir, vivificar, aliviar, sanar, liberar (cf.
EG 273).
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El carisma que el Espíritu ha concedido a don Alberione es
una perla que brilla con luz fulgurante, en la integración
profunda entre apostolado y consagración en el camino de los
consejos evangélicos
El Padre, que nos ha elegido en el Bautismo para vivir en su
Hijo, al llamarnos entre las Hijas de San Pablo nos consagra más
profundamente a sí para enviarnos a anunciar las insondables
riquezas del misterio de Cristo. Él renueva en nosotras el don del
Espíritu concedido al padre Santiago Alberione para que lo
hagamos vivo y operante en la Iglesia y en el mundo (Const. 4).
A Don Alberione le gustaba hablar de una luz encendida en
la profesión: una “luz”, una consagración, que «nos introduce
plenamente en el misterio de la alianza de Dios con su pueblo y
nos hace participar de modo específico en la vida y misión de la
Iglesia…» (Const. 6). Por lo tanto, toda nuestra vida se expresa
como consagración: somos y operamos siempre como
comunidad de consagradas, es decir como personas que ya no
se pertenecen a sí mismas sino a Cristo para el anuncio del
Evangelio «puestas aparte para el Evangelio», como el apóstol
Pablo y los profetas.
Nuestra fidelidad a la consagración «refuerza la vitalidad de
la Iglesia» (Const. 6) introduciendo en ella el estilo de vida, de
testimonio, de apostolado y la riqueza espiritual de la
congregación que juntas constituimos.
El ideal que los consejos evangélicos nos enuncian es el
único: Cristo Jesús. Para vivir él y de él, el Padre nos llama y
nos atrae. Es a él que estamos llamadas a irradiar en un mundo
en el cual las redes de la comunicación han alcanzado un
desarrollo inaudito.
CONFIADAS EN UNA PROMESA…
El verdadero protagonista de nuestra historia es el Padre. Él nos
llama a la comunión consigo, nos envía, sella una alianza eterna
(cf. Is 55,3), una alianza fuerte como el amor (cf. Is 54, 7); una
15
alianza íntima como una boda (cf. Is 54,5). Una alianza, para
nosotras confiadas en la promesa: «No teman, yo estoy con
ustedes. Desde aquí quiero iluminar, tengan el dolor de los
pecados».
Hacer de esta promesa nuestro programa de vida significa
volver a descubrir y vivir la mística apostólica paulina, es decir
la fuerza unificadora de la espiritualidad y aquella profecía de
la misión… significa estar convencidas que «no somos nosotras
quienes conducimos la obra de la evangelización, sino Dios…»
(cf. DC 16,28).
A nosotros, herederos de esta historia rica de fe y de valentía
se nos pide tener, como los profetas, la capacidad de escrutar la
historia y de interpretar los advenimientos: como centinelas que velan
en la noche y saben cuando llega la aurora (Papa Francesco).
Son palabras que nos vuelven a recordar el patrimonio
paulino del lanzarse hacia adelante, «manteniendo vivo el
impulso apostólico de los comienzos para responder a las
expectativas de salvación de la humanidad» (Const. 3).
Adelante, pues. Paso a paso… lanzándose siempre hacia
adelante hasta el más allá, hasta Jesús, en el Paraíso. Lanzarse
hacia adelante cada día, sin detenerse en el camino de la santidad
y en el trabajo de apostolado6.
LEVÁNTATE E ILUMINA EL MUNDO
«Despierten al mundo», repite el Papa a todos los
consagrados… «Vivan el presente con pasión.
Nosotras, primero que todos, tenemos necesidad de
levantarnos para recorrer con mayor audacia los senderos de la
nueva evangelización; tenemos necesidad de escuchar las
palabras que hacen arder los corazones
Levántate y cree en la promesa: «Levántate, recorre la tierra a
lo largo y a lo ancho, porque yo la daré a ti» (Gen 13,17).
6 FSP55, p. 185.
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Levántate y déjate revestir con mi luz. Yo te haré luz (cf. Is 60,1).
Levántate y escucha palabras de amor: «Habla mi amado y me
dice: ¡Levántate, amada mía, preciosa mía, y ven!» (Ct 2,10).
Levántate y acepta la invitación a resurgir: «Levántate y
camina…»; « ¡ánimo, levántate, que te llama!» (Mc 10,49).
Levántate para un nuevo impulso misionero: «Levántate y
entra en la ciudad» para llevar a las naciones «el esplendor del
glorioso Evangelio de Cristo» (2Cor 4,4).
« ¡Levántate y ponte de pie! Me he aparecido a ti, para hacerte
mi servidor y para que des testimonio de que me has visto y de lo
que todavía tengo que mostrarte…» (At 26,15ss).
¡Levántate para una vida más fervorosa y ardiente!
El Papa Francesco nos interroga: « ¿Tenemos grandes
visiones y empuje?... ¿Vuela alto nuestro sueño?».
Y don Alberione nos solicita, también hoy:
Ustedes son Hijas de San Pablo, deben tener una gran
confianza en san Pablo que les obtendrá la gracia de pasar de una
vida tibia a una vida fervorosa. En nuestra congregación no se
encuentran almas tibias: aquí se necesitan almas activas,
generosas, fervorosas, san Pablo quiere corazones ardientes,
mente clara, amplia, quiere generosidad7.
¡En camino!
Han tocado todos los continentes:
mientras pasaban de una nación a otra
o volaban sobre las montañas y surcaban los océanos,
no hablen de lo que han hecho.
Portadoras de Cristo, miembros vivos y operantes de la Iglesia
adelante... Lleven la verdad en caridad8.
Pablo, el Apóstol de las naciones, el gran misionero del
Evangelio nos ayude a lanzarnos hacia adelante, en camino por
los caminos del mundo de las mujeres y de los hombres de hoy.
María, Reina de los Apóstoles, nos sea guía y madre.
7 FSP51, p. 206. 8 Don Alberione, abril 1961.
17
_________________________
Para la reflexión personal
Contemplemos la vocación paulina, como se ha desarrollado en
la congregación y en nuestra vida con las mismas actitudes con las
cuales Alberione releía su propia historia:
conciencia de ser simples instrumentos (cf. AD 2, 6);
profundo sentido de humildad (cf. AD 2, 3, 4, 16);
abandono en la providencia (cf. AD 43);
asombro y estupor frente a la acción del Padre que envuelve
a la Familia Paulina con sus “riquezas”;
profundo sentido de gratitud (cf. AD 4, 183). En el año centenario, podemos releer el texto Las Hijas de San
Pablo. Notas para una historia, de Sor Antonietta Martini.
Ciertamente, haremos descubrimientos interesantes.