Aprender a hacer: de los contenidos a las competencias

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Aprender a hacer: de los contenidos a las competencias ¿Y si el problema de la escuela no es cómo enseñar más matemáticas, más lengua o más inglés, repetir curso o no? ¿Y si se trata de un problema de raíz, de que la escuela, tal y como está concebida, dividida y fragmentada por edades y por materias estancas, no funciona, con sus exámenes que acaban condicionando unas enseñanzas anacrónicas y alejadas de la realidad, aburridas y artificiales? ¿Y si la escuela inventada en la era industrial para dar unas instrucciones mínimas y la transmisión de una cultura básica, simplemente ya no sirve en la era de Internet?, se preguntaban hace unos días en un artículo del diario El País para dar entrada a un polémico vídeo del argentino Germán Doin, titulado La educación prohibida y desde el que, de forma quizá algo provocadora, se cuestionan las lógicas de la escolarización moderna y nuestra actual forma de entender la educación y se plantea la necesidad de un nuevo paradigma educativo.

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Aprender a hacer:

de los contenidos a

las competencias

¿Y si el problema de la escuela no es cómo enseñar más matemáticas, más lengua o más

inglés, repetir curso o no? ¿Y si se trata de un

problema de raíz, de que la escuela, tal y como

está concebida, dividida y fragmentada por

edades y por materias estancas, no funciona, con

sus exámenes que acaban condicionando unas

enseñanzas anacrónicas y alejadas de la

realidad, aburridas y artificiales? ¿Y si la escuela

inventada en la era industrial para dar unas

instrucciones mínimas y la transmisión de una

cultura básica, simplemente ya no sirve en la era

de Internet?, se preguntaban hace unos días en

un artículo del diario El País para dar entrada a

un polémico vídeo del argentino Germán Doin,

titulado La educación prohibida y desde el que,

de forma quizá algo provocadora, se cuestionan

las lógicas de la escolarización moderna y

nuestra actual forma de entender la educación y se plantea la necesidad de un nuevo

paradigma educativo.

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What's One Thing You Wish You Had Learned in School? se preguntaban hace unos días

en una publicación estadounidense llamada 99u (por aquello de Thomas Edinson de que el

Genio es un 1% de inspiración y un 99% de sudor) interesada en investigar qué es lo que hace

que las ideas se conviertan en realidad y preocupada por proveer a sus lectores con una

educación orientada a la acción.

Replicaban, hace apenas 4 días en

Yorokobu, una cuidada publicación

española no especializada

precisamente en educación aunque sí

en temas como la creatividad, el diseño

y la innovación, preguntando a sus

lectores ¿Qué te hubiese gustado

aprender en el colegio?. La pregunta

circuló rápidamente por la red y llamó

mi atención mientras pensaba en esta

intervención. Las primeras respuestas

tardaron apenas unos minutos en

aparecer. En la versión estadounidense

del debate predominaron las respuestas

que tenían que ver con conceptos como

creatividad y emprendimiento, pero

también hubo algunas centradas en la

necesidad de más habilidades y de desarrollar la capacidad de resolver problemas.

“I wish someone told me that learning skills and getting real-world experience is infinitely

more valuable than good grades. The world is looking for problem-solvers who help them push

forward, not people who can regurgitate answers on a test”, decía una especialmente clara.

“No es tanto el qué, como el cómo”, respondían rápidamente en el debate hispano. “Más que

los contenidos lo que falla son las metodologías, los enfoques” continuaba ese mismo

participante.

“Me hubiese encantado que alguien nos hubiese enseñado a poder desenvolvernos mejor en

el mundo real. Enseñar a trabajar en equipo y potenciar lo mejor de cada uno para conseguir

un fin colectivo. Dejar de educar en masa para centrarse en las cualidades específicas de cada

individuo. Que hubiesen quedado atrás los sistemas individualistas de educación ya que nos

vuelven a todos más egoístas” aportaba varios comentarios más abajo Mireia.

“Me hubiera encantado aprender a aprender y no que me enseñaran a memorizar datos que

olvidaba después del examen. Aprender a tomar mis propias decisiones y a equivocarme”,

respondía en la misma línea Casilda.

He querido comenzar hoy con estos dos ejemplos, que provienen el uno de un periódico

conocido por todos, generalista y de gran tirada, y el otro de una publicación desconocida para

la mayoría, minoritaria, especializada y de tendencias, para mostrar la amplitud y el alcance

que el debate sobre la educación ha alcanzando en nuestros días. Su enorme relevancia

social, su alto impacto como instrumento de solidaridad y redistribución de la riqueza, su

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importancia en la construcción de un futuro mejor, han hecho siempre de la educación un tema

estratégico para los gobiernos y de gran relevancia para todos nosotros como ciudadanos.

No son nuevos, sin embargo, los compases, ni

es nueva la melodía. El debate sobre la

necesidad de reformar la educación y sobre el

papel de la tecnología en esta transformación

ha sido algo recurrente en los últimos 40 años.

La diferencia es que hoy la discusión parece

haberse extendido, ocupando gran parte del

debate público, abarcando desde el público

general al público especializado y, como

hemos visto, a un público ávido de las últimas

tendencias (para bien o para mal, la educación

se ha puesto de moda).

Las épocas de crisis nos hacen más críticos.

Las épocas de cambio nos impelen a

cuestionarnos más las cosas. A diferencia de

otros momentos, hoy vivimos inmersos en la

que quizá sea la transformación más profunda

experimentada en los últimos siglos. Un cambio acelerado por la coyuntura de crisis económica

que estamos sufriendo, pero sobre todo, por la profunda y disruptiva transformación que está

provocando la irrupción del mundo digital en los procesos de diseño, producción,

distribución y acceso al conocimiento. Una transformación que tiene que ver más con el

software que con el hardware, más con las culturas que con las industrias, más con los valores

que con las tecnologías. El modelo económico, y su modelo educativo asociado, basado en

generar y gestionar la escasez ha llegado a su fin. El modelo vigente de educación ya no es

capaz de dar respuesta a nuestras necesidades cotidianas. Exige cada vez mayores dosis de

innovación y creatividad. Tiene que ser flexible (véase ágil) al tiempo que robusto. Está siendo

seriamente cuestionado por las posibilidades tecnológicas, por nuestras demandas como

ciudadanos y por una significativa reducción de las aportaciones económicas. Las notas para

estos compases provienen de muchos ámbitos: profesores, alumnos, padres, empresarios,

políticos, gestores y emprendedores.

La cuestión, sin embargo, es enormemente compleja y de no fácil solución. Las posibilidades

son múltiples, pero no están alineadas, y las variables a tener en cuenta enormes y en su

mayoría aún desconocidas o cambiantes. No se trata seguramente de derribarlo todo para

empezar de cero como proponía el vídeo de Germán Doin, pero sí probablemente de

poner en marcha muchos pequeños cambios para poder cambiarlo todo.

Aprender a ser (learning to be) fue el revelador título de un informe de UNESCO de 1972

conocido como informe Fauré. Un informe que en su último postulado afirmaba que “la

educación, para formar a este hombre completo cuyo advenimiento se hace más necesario a

medida que restricciones cada día más duras fragmentan y atomizan en forma creciente al

individuo, sólo puede ser global y permanente. Ya no se trata de adquirir, aisladamente,

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conocimientos definitivos, sino de prepararse para elaborar, a todo lo largo de la vida, un

saber en constante evolución y de «aprender a ser»”.

En esa misma década dos informes más (Robert Hutchins, 1968 y Torsten Husén, 1974)

comenzaron a hablar de “sociedad del aprendizaje” (learning society), un nuevo tipo de

sociedad decían en la que la adquisición del conocimiento ya no estaría confinada al

interior de las instituciones educativas (el aprendizaje no está limitado a un espacio

concreto), ni limitada en el tiempo (el

aprendizaje no es algo que suceda una sola

vez y en un momento concreto de la vida).

Una sociedad en la que el aprendizaje

debería ocurrir en cualquier lugar, en

cualquier momento.

En los mismos años (1969), Peter Drucker

diagnosticó el surgimiento de una sociedad

del conocimiento (knowledge society) en la

que lo más importante sería, según Drucker,

“aprender a aprender”. Aprender a

aprender que es, si recuerdan bien, la

misma música que oíamos al principio,

desde una de las respuestas al debate

creado por Yorokobu sobre qué nos hubiera

gustado aprender en el colegio.

Hoy, 43 años después de que Drucker nos

hablara de aprender a aprender y de la sociedad del conocimiento, el conocimiento ha

perdido todo su valor. En la llamada sociedad del conocimiento, el conocimiento ya no sirve

de nada o, al menos, ya no es suficiente.

Hoy, el aprendizaje no es sólo una cuestión de accesibilidad al conocimiento (el conocimiento

ya es ubicuo), ni un tema exclusivamente de asimilación de contenidos.

Lo que tenemos entre manos, como bien apuntaban los comentarios con los que hemos

empezado, no es tanto una cuestión sobre el qué aprendemos sino sobre el cómo

aprendemos.

La complejidad del mundo en el que vivimos, su velocidad de cambio, la incertidumbre

sistémica que se ha instalado y que experimentamos hacen más necesario que nunca poner el

acento más en los procesos, en el desarrollo de capacidades y en la adquisición de

competencias y menos en el qué se aprende.

O dicho de otra manera, no es tanto una cuestión de aprender para saber como de aprender

a aprender o, mejor, de aprender a vivir. Y de hacerlo en un escenario incierto y cambiante.

De aprender en la incertidumbre y de aprender a vivir en la incertidumbre.

Aprender a aprender y aprender a ser son dos caras de una misma moneda. Dos formas de

decir lo mismo. Dos tendencias señaladas como hemos visto simultáneamente en tres informes

distintos hace más de cuarenta años. En los mismos años 70 en los que en España

estrenábamos ley de educación, la “Ley general de 1970”, la de la EGB que se propuso como

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principal objetivo “proporcionar una formación integral, fundamentalmente igual para todos y

adaptada, en lo posible, a las aptitudes y capacidades de cada uno.” Una ley que modificaba la

histórica y primera ley de educación española, la ley Moyano de 1857. Una ley que quiso ser

completa e integral en el qué enseñaba, igualitaria y capacitadora en el por qué y

homogeneizadora y personalizada en el cómo.

Hoy, cuando los cambios son cada vez más rápidos, cobran una importancia creciente

conceptos también sesenteros como el “aprender haciendo” (learning by doing) o el

aprendizaje basado en la experiencia (experiential learning). Los empleos del futuro, los de

hoy, tienen que ver sobre todo con la producción, la distribución y la transformación de

conocimiento. No se trata tanto de

poseer una formación para

desempeñar una actividad específica

como de ser capaces de atender las

necesidades constantes de reciclaje.

Si aceptamos que el aprendizaje ya

no es una cuestión sólo de

accesibilidad al conocimiento, ni una

cuestión exclusiva de asimilación de

contenidos. Entonces de lo que se

trata es de ser capaces de asimilar

valores y procesos, de adquirir

habilidades y competencias como

el trabajo colaborativo y en equipo,

la gestión del tiempo, la capacidad

de buscar, filtrar y priorizar

información. Nuestro reto será

entonces estimular y apoyar una

forma de aprendizaje que favorezca el

compromiso, la creatividad, las formas de innovación abierta y el trabajo en red, cooperativo y

en comunidades de profesionales. Un aprendizaje útil para la vida y resolutivo en el trabajo.

Es el momento también de preguntarnos de quién y en dónde aprendemos y de aspirar

verdaderamente a esa sociedad del aprendizaje anunciada hace 40 años. De aceptar, entre

otras cosas, que no sólo aprendemos en la escuela, que no sólo aprendemos cuando

estudiamos y que también aprendemos de los compañeros, de los amigos y de las

situaciones. Es un buen momento para aceptar un modelo de educación que incorpore nuevos

roles en la figura del profesor, que lo habilite como un facilitador, como un coach, como un

mentor. De pensar en el profesor como un conector, como un nodo de una red compleja de

aprendizaje.

Es el momento de aprender en la clase pero también en espacios reales, gestionando

proyectos. De aprender de y con otros profesionales. De aprender adquiriendo conocimiento

y de aprender haciendo (learning by doing). O dicho de otra forma, es el momento de

preguntarnos sobre ¿qué aprendemos?, ¿de quién aprendemos?, y ¿dónde y cuándo

aprendemos? De preguntarnos ¿qué nos hubiera gustado aprender en la escuela?

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La música suena desde hace más de 40 años pero ahora nos encontramos realmente ante una

gran oportunidad para dar soluciones. Las tecnologías de la información y la generalización

de una “cultura digital” hacen que, por primera vez, sea posible aspirar a la deseada y

necesaria transformación del aprendizaje.

En un mundo cada vez más global

y homogeneizado, la tecnología

puede ayudarnos a visibilizar lo

marginal y a atender lo particular.

Puede ayudarnos a resolver dos

grandes retos de la educación: la

accesibilidad y la personalización.

No todo el mundo necesita lo mismo,

ni en la misma cantidad, ni el mismo

momento.

La irrupción de la cultura digital y de

las tecnologías de la información

está dando lugar a nuevos

espacios de aprendizaje que

acarrean tanto expectativas como

desafíos e inquietud. El mundo

abierto y online al que nos

encaminamos nos pone a todos ante

la tesitura de evaluar

constantemente nuestras habilidades digitales. En la mayor parte de los casos, nuestra

tradición educativa nos ha convertido en ciudadanos digitales poco creativos, cerrados, poco

acostumbrados a lo colaborativo y a lo distribuido. Es el momento de aprender otro modo de

ser y comportarnos en este nuevo mundo de acuerdo a los valores encarnados por la cultura

digital. Es el momento de aprender haciendo.

Las nuevas formas de aprendizaje en movilidad, de aprendizaje en la nube y colaborativo están

configurando un ecosistema de aprendizaje caracterizado por su multiplicidad espacial, social y

conceptual. Un nuevo espacio de aprendizaje abierto que se sitúa a caballo entre el

aprendizaje formal y el informal.

La transformación digital, la irrupción de la economía digital han traído consigo sobre todo un

nuevo ethos, una nueva "cultura digital", compuesta en partes iguales de valores,

habilidades y formas de hacer. Un ethos que ha modificado tanto la forma de aprender como la

forma de trabajar.

Lo que tenemos delante una gran oportunidad de cambio. Las soluciones deberán llegar desde

las pequeñas acciones, desde el trabajo diario, desde proyectos reales. Es quizá el momento

de hacer micropolítica educativa, microcirugía de aprendizaje, de dejar de lado las grandes

operaciones, las grandes instalaciones y las grandes leyes para HACER.

Carlos Magro