Apogeo y Decadencia de Occidente - Mario Vargas Llosa (El País)

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OPINIÓN MARIO VARGAS LLOSA 10 ENE 2013 - 19:36 CET TRIBUNA Apogeo y decadencia de Occidente PIEDRA DE TOQUE: Niall Ferguson explica las ventajas de la cultura occidental y las razones de su declive aunque se olvida de un elemento esencial de su fuerza: su espíritu crítico Archivado en: Opinión Niall Ferguson China Desarrollo cultural Asia oriental Estados Unidos Libros Asia Norteamérica Europa América Religión Cultura En su ambicioso libro Civilización: Occidente y el resto, Niall Ferguson expone las razones por las que, a su juicio, la cultura occidental aventajó a todas las otras y durante quinientos años tuvo un papel hegemónico en el mundo, contagiando a las demás con parte de sus usos, métodos de producir riqueza, instituciones y costumbres. Y, también, por qué ha ido luego perdiendo brío y liderazgo de manera paulatina al punto de que no se puede descartar que en un futuro previsible sea desplazada por la pujante Asia de nuestros días encabezada por China. Seis son, según el profesor de Harvard, las razones que instauraron aquel predominio: la competencia que atizó la fragmentación de Europa en tantos países independientes; la revolución científica, pues todos los grandes logros en matemáticas, astronomía, física, química y biología a partir del siglo XVII fueron europeos; el imperio de la ley y el gobierno representativo basado en el derecho de propiedad surgido en el mundo anglosajón; la medicina moderna y su prodigioso avance en Europa y Estados Unidos; la sociedad de consumo y la irresistible demanda de bienes que aceleró de manera vertiginosa el desarrollo industrial, y, sobre todo, la ética del trabajo que, tal como lo describió Max Weber, dio al capitalismo en el ámbito protestante unas normas severas, estables y eficientes que combinaban el tesón, la disciplina y la austeridad con el ahorro, la práctica religiosa y el ejercicio de la libertad. El libro es erudito y a la vez ameno, aunque no excesivamente imparcial, pues privilegia los aportes anglosajones y, por ejemplo, ningunea los franceses, y acaso sobrevalora los efectos positivos de la reforma protestante sobre los católicos y los laicos en el progreso económico y cívico del Occidente. Pero tiene muchos aspectos originales, como su tesis según la cual la difusión de la forma de vestir occidental por todo el mundo fue inseparable de la expansión de un modo de vida y de unos valores y modas que han ido homogenizando al planeta y propulsando la globalización. Por eso, con argumentos muy convincentes Niall Ferguson sostiene que la promoción del pañuelo y el velo islámicos no es una moda más, sino forma parte de una agenda cuyo objetivo último es limitar los derechos de la mujer y conquistar una cabecera de playa para la instauración de la sharía . Así ocurrió en Irán tras la Revolución de 1979 cuando los ayatolás emprendieron la campaña indumentaria contra lo que llamaban la “occidentoxicación” y así comienza a ocurrir ahora en Turquía, aunque de manera más lenta y solapada. FERNANDO VICENTE

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Apogeo y Decadencia de Occidente.Artículo de Opinión de Mario Vargas Llosa para diario El País.

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OPINIÓN

MARIO VARGAS LLOSA 10 ENE 2013 - 19:36 CET

TRIBUNA

Apogeo y decadencia de OccidentePIEDRA DE TOQUE: Niall Ferguson explica las ventajas de la cultura occidental y las razones de su

declive aunque se olvida de un elemento esencial de su fuerza: su espíritu crítico

Archivado en: Opinión Niall Ferguson China Desarrollo cultural Asia oriental Estados Unidos Libros Asia Norteamérica Europa América Religión Cultura

En su ambicioso libro Civilización: Occidente y el resto, Niall

Ferguson expone las razones por las que, a su juicio, la cultura

occidental aventajó a todas las otras y durante quinientos años tuvo

un papel hegemónico en el mundo, contagiando a las demás con

parte de sus usos, métodos de producir riqueza, instituciones y

costumbres. Y, también, por qué ha ido luego perdiendo brío y

liderazgo de manera paulatina al punto de que no se puede

descartar que en un futuro previsible sea desplazada por la pujante

Asia de nuestros días encabezada por China.

Seis son, según el profesor de Harvard, las razones que instauraron

aquel predominio: la competencia que atizó la fragmentación de

Europa en tantos países independientes; la revolución científica,

pues todos los grandes logros en matemáticas, astronomía, física,

química y biología a partir del siglo XVII fueron europeos; el imperio

de la ley y el gobierno representativo basado en el derecho de

propiedad surgido en el mundo anglosajón; la medicina moderna y

su prodigioso avance en Europa y Estados Unidos; la sociedad de

consumo y la irresistible demanda de bienes que aceleró de manera

vertiginosa el desarrollo industrial, y, sobre todo, la ética del trabajo

que, tal como lo describió Max Weber, dio al capitalismo en el ámbito protestante unas

normas severas, estables y eficientes que combinaban el tesón, la disciplina y la austeridad

con el ahorro, la práctica religiosa y el ejercicio de la libertad.

El libro es erudito y a la vez ameno, aunque no excesivamente imparcial, pues privilegia los

aportes anglosajones y, por ejemplo, ningunea los franceses, y acaso sobrevalora los efectos

positivos de la reforma protestante sobre los católicos y los laicos en el progreso económico

y cívico del Occidente. Pero tiene muchos aspectos originales, como su tesis según la cual la

difusión de la forma de vestir occidental por todo el mundo fue inseparable de la expansión

de un modo de vida y de unos valores y modas que han ido homogenizando al planeta y

propulsando la globalización. Por eso, con argumentos muy convincentes Niall Ferguson

sostiene que la promoción del pañuelo y el velo islámicos no es una moda más, sino forma

parte de una agenda cuyo objetivo último es limitar los derechos de la mujer y conquistar una

cabecera de playa para la instauración de la sharía . Así ocurrió en Irán tras la Revolución de

1979 cuando los ayatolás emprendieron la campaña indumentaria contra lo que llamaban la

“occidentoxicación” y así comienza a ocurrir ahora en Turquía, aunque de manera más lenta y

solapada.

FERNANDO VICENTE

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Esta civilización tiene un legado siniestro que también constituye parte de

ella

Ferguson defiende la civilización occidental sin complejos ni reticencias pero es muy

consciente del legado siniestro que también constituye parte de ella —la Inquisición, el

nazismo, el fascismo, el comunismo y el antisemitismo, por ejemplo—, pero algunas de sus

convicciones son difíciles de compartir. Entre ellas la de que el imperialismo y el colonialismo,

haciendo las sumas y las restas, y sin atenuar para nada las matanzas, saqueos, atropellos y

destrucción de pueblos primitivos que causaron, fueron más positivos que negativos pues

hicieron retroceder la superstición, prácticas y creencias bárbaras e impulsaron procesos de

modernización. Tal vez esto valga para algunas regiones específicas y ciertos tipos de

colonización, como los que experimentó la India, pero difícilmente sería válido en el caso de

otros países, digamos del Congo, cuya anarquía y disgregación crónicas derivan en gran

parte de la ferocidad de la explotación y del genocidio de sus comunidades que impuso el

colonialismo belga.

El libro dedica muchas páginas a describir la fascinante transformación de la China

colectivista y maoísta del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural de Mao Tse-tung a la

que impulsó Deng Xiaoping, la de un capitalismo a marchas forzadas, abriendo mercados,

estimulando las inversiones extranjeras y la competencia industrial, permitiendo el crecimiento

de un sector económico no público y de la propiedad privada, pero conservando el

autoritarismo político. Al igual que la Inglaterra de la Revolución Industrial que estudió Max

Weber, el profesor Ferguson destaca el poco conocido papel que ha desempeñado también

en China, a la vez que su economía se disparaba y batía todos los récords históricos de

progreso estadístico, el desarrollo del cristianismo, en especial el de las iglesias

protestantes. Las cifras que muestra en el caso concreto de la ciudad de Wenzhou, provincia

de Zhejiang, la más emprendedora de China, son impresionantes. Hace treinta años había

una treintena de iglesias protestantes y ahora hay 1.339 aprobadas por el gobierno (y muchas

otras no reconocidas). Llamada “la Jerusalén china”, en Wenzhou buen número de

empresarios emergentes asumen abiertamente su condición de cristianos reformados y la

asocian estrechamente a su trabajo. La entrevista que celebra Ferguson con uno de estos

prósperos “jefes cristianos” de Wenzhou, llamado Hanping Zhang, uno de los mayores

fabricantes de bolígrafos y estilográficas del mundo, es sumamente instructiva.

Aunque no lo dice explícitamente, todo el contenido de Civilización: Occidente y el resto

deja entrever la idea de que el formidable progreso económico de China irá abriendo el

camino a la democracia política, pues, sin la diversidad, la libre investigación científica y

técnica y la permanente renovación de cuadros y equipos que ella estimula, su crecimiento se

estancaría y, como ha ocurrido con todos los grandes imperios no occidentales del pasado —

Ferguson ofrece una apasionante síntesis de esa constante histórica—, se desplomaría. Si

eso ocurre, el liderazgo que la civilización occidental ha tenido por cinco siglos habrá

terminado y en lo sucesivo serán China y un puñado de países asiáticos quienes asumirán el

papel de naves insignias de la marcha del mundo del futuro.

Las críticas de Niall Ferguson al mundo occidental de nuestros días son muy válidas. El

capitalismo se ha corrompido por la codicia desenfrenada de los banqueros y las élites

económicas, cuya voracidad, como demuestra la crisis financiera actual, los ha llevado incluso

a operaciones suicidas, que atentaban contra los fundamentos mismos del sistema. Y el

hedonismo, hoy día valor incontestado, ha pasado a ser la única religión respetada y

practicada, pues las otras, sobre todo el cristianismo tanto en su variante católica como

protestante, se encoge en toda Europa como una piel de zapa y cada vez ejerce menos

influencia en la vida pública de sus naciones. Por eso la corrupción cunde como un azogue y

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se infiltra en todas sus instituciones. El apoliticismo, la frivolidad, el cinismo, reinan por

doquier en un mundo en el que la vida espiritual y los valores éticos conciernen sólo a

minorías insignificantes.

El hedonismo, hoy valor incontestado, ha pasado a ser la única religión

respetada y practicada

Todo esto tal vez sea cierto, pero en el libro de Niall Ferguson hay una ausencia que, me

parece, contrarrestaría mucho su elegante pesimismo. Me refiero al espíritu crítico, que, en

mi opinión, es el rasgo distintivo principal de la cultura occidental, la única que, a lo largo de su

historia, ha tenido en su seno acaso tantos detractores e impugnadores como valedores, y

entre aquellos, a buen número de sus pensadores y artistas más lúcidos y creativos. Gracias

a esta capacidad de despellejarse a sí misma de manera continua e implacable, la cultura

occidental ha sido capaz de renovarse sin tregua, de corregirse a sí misma cada vez que los

errores y taras crecidos en su seno amenazaban con hundirla. A diferencia de los persas, los

otomanos, los chinos, que, como muestra Ferguson, pese a haber alcanzado altísimas cuotas

de progreso y poderío, entraron en decadencia irremediable por su ensimismamiento e

impermeabilidad a la crítica, Occidente —mejor dicho, los espacios de libertad que su cultura

permitía— tuvo siempre, en sus filósofos, en sus poetas, en sus científicos y, desde luego,

en sus políticos, a feroces impugnadores de sus leyes y de sus instituciones, de sus

creencias y de sus modas. Y esta contradicción permanente, en vez de debilitarla, ha sido el

arma secreta que le permitía ganar batallas que parecían ya perdidas.

¿Ha desaparecido el espíritu crítico en la frívola y desbaratada cultura occidental de nuestros

días? Yo terminé de leer el libro de Niall Ferguson el mismo día que fui al cine, aquí en New

York, a ver la película Zero Dark Thirty, de Kathryn Bigelow, extraordinaria obra maestra que

narra con minuciosa precisión y gran talento artístico la búsqueda, localización y ejecución de

Osama bin Laden por la CIA. Todo está allí: las torturas terribles a los terroristas para

arrancarles una confesión; las intrigas, las estupideces y la pequeñez mental de muchos

funcionarios del gobierno; y también, claro, la valentía y el idealismo con que otros, pese a los

obstáculos burocráticos, llevaron a cabo esa tarea. Al terminar este film genial y atrozmente

autocrítico, los centenares de neoyorquinos que repletaban la sala se pusieron de pie y

aplaudieron a rabiar; a mi lado, había algunos espectadores que lloraban. Allí mismo pensé

que Niall Ferguson se equivocaba, que la cultura occidental tiene todavía fuelle para mucho

rato.

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