Año XIX. Núm. 20. Madrid, 30 de mayo de 1875

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I YiAMERICANA uiaa fjfm rn B PRECIOS DE SUSCRIC ION. aSo . BKMHKTRK. TIIIMRfrntR. Madrid................. 3.r>pesetas. 18 pesetas. 10 pesetas. Provincias........... 40 id. 21 id. 11 id. Extranjero.......... 50 id. 26 id. » AÑO XIX—NÚM. XX. DIRECT OR-PRCPI ETA RIO, D. ABELARDO DE CÁRLO* ADMINISTRACION, CARRETAS, 12, PRINCIPAL. Madrid, 30 de Mayo de 1875. PEF.CIOS DE 6 USCBICION A PAGAR EN ORO. A So. SEMESTRE Cuba y Puerto-Rico. . . . 12 pesos fuertes. 7 pesos fuertes. Filipinas......................... 15 id. 8 id. Méjico y Rio de la Plata. 15 id. 8 id. En las domas América» fijan el precio loa Sres. Agentes. SUMARIO- T exto,- Rcvit-la general, por el Morqué* do Valle-Alegro.—Nuestros gra- bado*, por D. Ensebio Martínez de Velatco.—Cartas parisienses, por don Angel de Miranda — TJn mac-stro ele escuela, ppr I). Emilio CasUdar.— K1 Trompo y la Muñeca, poema en un canto, |ior D. llamón de Camp> - amor, Individuo do la Real A< iidcmlu Española.— Exposición do Rc'ln- Arto» do 187ó (nrt, II), por M. Armond Gouzlcn. — Al liordo del abismo, boceto de novela (continuación', por D. Teodoro Onerrero.—Juegos flora- les on Sevilla, por D. Ramiro Krunco.—Problema do ajedrez.—Anuncio-, Gn arados —Crónica Ilustrada do la guerra (dibujo* dol Sr. Pelllcer). Monte /Ci'/ulnta: Cuarto de vigilancia do una guardia avanzada; Avanzadas del ejército en la linea de trinchera«; Interior do una choza ó chacal« , alo- jamiento de aefioics oficiales, — Inmrrocclon (lo Cuba: Acción da Palma Sola y Mncognoyo, panada por la» tropas do la nación el '22 de Abril. Cuartel general en Las Cruces, casa atrincherada y paradero« do los ferro-carriles ; Ingenio Ihoju ■,Hospital de sangro); Un convoy do heridos; Vista p.inorémlcn dol combato. (Croquis dol teniente coronel Sr. Fcljóo y dol Sr. Arantave, inspector de telégrafos.)— Gitanos de la Alpujarra : La Venta ilei turni, composición y dibujo de I). J. Riva».— Bellas Arle* : Aa Sorprrta en el hallo. (Do la leyenda alemana La lirrmnia ifelusína.) Copla de una acnarolado Mr. von Schwind.— Progreso moral en España: Muerto ile mi torero en la plani , copla do una escultura do D. Rosendo Novas.— Retrato del I)r. Martin do Pedro, médico por oposición del Hospital Ge- neral do Madrid ; •}• el 14 do Abril.— Nneva-Vork : Conmemoración re- ligiosa del fallecimiento de Ctrténtcs, cu la iglesia do San Francisco Javier. (Primera que los españoles han celebrado cu América.)—Ajedrez, CRÓNICA ILUSTRADA DE LA GUERRA. — ( Dirimo dkl S r. P elliceb.)

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I

YiAMERICANA

uiaaf j f m r n B

P R E C I O S D E S U S C R I C ION.

aSo. BKMHKTRK. TIIIMRfrntR.

Madrid................. 3.r> pesetas. 18 pesetas. 10 pesetas.Provincias........... 40 id. 21 id. 11 id.Extranjero.......... 50 id. 26 id. »

AÑO XIX—NÚM. XX.

DIRECT OR-PRCPI ET A RIO, D. A B E LA R D O DE CÁRLO*ADMINISTRACION, CARRETAS, 12, PRINCIPAL.

M a d r id , 3 0 d e M a y o d e 18 7 5 .

P E F .C IO S D E 6 U S C B IC IO N A P A G A R E N O R O .

— A So. S E M ES T R E

Cuba y Puerto-Rico. . . . 12 pesos fuertes. 7 pesos fuertes.Filipinas......................... 15 id. 8 id.Méjico y Rio de la Plata. 15 id. 8 id.

En las domas América» fijan el precio loa Sres. Agentes.

S U M A R I O -

Texto, - Rcvit-la general, por el Morqué* do Valle-Alegro.—Nuestros gra­bado*, por D. Ensebio Martínez de Velatco.—Cartas parisienses, por don Angel de Miranda — TJn mac-stro ele escuela, ppr I). Emilio CasUdar.— K1 Trompo y la Muñeca, poema en un canto, |ior D. llamón de Camp> - amor, Individuo do la Real A< iidcmlu Española.—Exposición do Rc'ln- Arto» do 187ó (nrt, I I ) , por M. Armond Gouzlcn. — Al liordo del abismo,

boceto de novela (continuación', por D. Teodoro Onerrero.—Juegos flora­les on Sevilla, por D. Ramiro Krunco.—Problema do ajedrez.—Anuncio-,

G n a r a d o s —Crónica Ilustrada do la guerra (dibujo* dol Sr. Pelllcer). Monte /Ci'/ulnta: Cuarto de vigilancia do una guardia avanzada; Avanzadas del ejército en la linea de trinchera«; Interior do una choza ó chacal« , alo­jamiento de aefioics oficiales, — Inmrrocclon (lo Cuba: Acción da Palma Sola y Mncognoyo, panada por la» tropas do la nación el '22 de Abril. Cuartel general en Las Cruces, casa atrincherada y paradero« do los ferro-carriles ; Ingenio Ihoju ■,Hospital de sangro); Un convoy do heridos;

Vista p.inorémlcn dol combato. (Croquis dol teniente coronel Sr. Fcljóo y dol Sr. Arantave, inspector de telégrafos.)—Gitanos de la Alpujarra : La Venta ilei turn i, composición y dibujo de I). J. Riva».— Bellas Arle* : Aa Sorprrta en el hallo. (Do la leyenda alemana La lirrmnia ifelusína.) Copla de una acnarolado Mr. von Schwind.— Progreso moral en España: Muerto ile mi torero en la plani, copla do una escultura do D. Rosendo Novas.— Retrato del I)r. Martin do Pedro, médico por oposición del Hospital Ge­neral do Madrid ; •}• el 14 do Abril.— Nneva-Vork : Conmemoración re­ligiosa del fallecimiento de Ctrténtcs, cu la iglesia do San Francisco Javier. (Primera que los españoles han celebrado cu América.)—Ajedrez,

CRÓNICA ILU STRAD A DE LA GUERRA. — ( Dirimo dkl Sr. Pelliceb. )

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338* p A Jl USTÍ\ACIOH’ jpSPAÑOLA Y ^Am é Í IC A.\A. ■fl.° XX

REVISTA GENERAL.

SUMARIO.

Símil exacto.— Nueva crisis en Francia.— Mr. Dufaurc y la i comisión «le los treinta.— Otra distinta. — Las mayorías.—; Qué sucederá?—El cáos.—Los católicos y la l’rusia.— Tres artículos de la Constitución suprimidos.— La par. y la Ruer- ra.—A la vuelta de un dado.— El presidente Grant y su afi­ción al tabaco.—Peligros.— El Tune* de Londres.— Inven­ción prodigiosa.—Telégrafo tipográfico.— La procesión del Corpus en Madrid.—Una victoria en el Centro.—Muerte del brigadier Barcáiztegui delante de Motríco.

No recordamos cuál escritor moderno lia comparado la Francia ú uno de esos chiquillos traviesos que no dejan punto de reposo ú sus padres; que no pueden permanecer quietos un instante; en fin , que con sus diabluras y cala­veradas tienen perpetuamente en alarma ú cuantos se les aproximan ó rodean.

Antójasenos el símil tan exacto y tan propio, »pie no va­cilamos en aceptarlo como nuestro.

Apenas lmy seuiaua — apenas hay día— que nuestros im­presionables vecinos no nos ofrezcan un suceso imprevis­to, una peripecia iuesperada, uua sorpresa maravillosa.

Ya es un cambio de ministerio cuando menos lógico pa­recía; ya es cualquier evolución política cuando menos se aguardaba; ya es la descomposición de la mayoria parla­mentaria en la sazón más inoportuna; ya, en fin, la forma­ción de otra nueva, compuesta de elementos heterogéneos y disparates, según ellos dicen.

oo oEl acontecimiento de los últimos ocho dias no carece por

cierto de trascendencia.Apenas reanudadas las sesiones de la Asamblea, los mi­

nistros presentaron las leyes constitucionales destinadas á co nplctar el sistema do gobierno planteado el 25 de Fe­brero último.

Mr. Dufaurc, Ministro de la Justicia, el individuo más importante y caracterizado del Gabinete después de imm- sieur bu ffet, y el más simpático sin duda á las izquierdas, pidió que dichas leyes pasaran á la famosa comisión de los treinta, nombrada liúdos años, poco después de la caí­da do Mr. Tliicrs.

l ’ero entre los treinta estaba la,/me fin ir de los conserva­dores; las priueipalcs notabilidades do la derecha; en una palabra, los jefes do la anfgun mayoría, vencida, destrui­da, anonadada por la coalición del 2ó de Febrero.

Y ¿A esos hombres se les quería encargar de decidir so­bre la suerte de las instituciones republicanas? ¿A ellos, monárquicos «le siempre, se lea iba á liar poner la cima al edificio republicano?

lié ahí lo que se dijeron hm mudes «l«1 la mayoría actual; lié nbi lo que les movió ú tomar uua resolución heroica, ter­rible, desesperada.

Su voto podía producir una crisis ministerial. — ¡Mejor! ¿Qué les importaba á ellos? — A rio revuelto, ganancia de pescadores.— No era imposible que deesa crisis surgiese otra tercera mayoría, tan absurda como las dos anteriores.— ¡Bah! — Los partidos revolucionarios deben jugar el todo por el todo.— Dicho y Lecho : á pesar del prestigio de Dufau­rc, el republicano de boy, el amigo de ayer de Mr. Thiers; á pesar de los temores de lo desconocido, que pudiera dar la victoria á los contrarios, las legiones de Gambetta re­solvieron votar contra la petición del Ministro de Justicia, acordando ademas que las supradichas leyes constitucio­nales fuesen examinadas por otra comisión de otros treinta elegida «</ hoc, para dar entrada en ésta á hombres anima­dos de distintas—de opuestas— ideas á lus de la precedente.

o• •Si nuestros lectores recordasen lo que escribimos al cons­

tituirse el Gabinete de Mr. Buffet en Marzo último, no i-xtrañnrian, como no extrañamos nosotros, nada de lo re­cientemente sucedido.

Entonces expusimos lo difícil que nos parecía el noble intento «le Mac-Mahon de querer gobernar según los prin­cipios consen-adores con el apoyo de una mayoria radical; eutónces manifestamos nuestras «ludas acerca del éxito de la tentativa.

La experiencia ha venido á justificar nuestras previsio­nes; y si el conflicto no ha aparecido antes, es porque la Cá­mara no lia funcionado durante dos meses: es porque las tareas legislativas han estado interrumpidas.

Tan pronto como han vuelto á continuar, surge el espí­ritu de discordia, destinado á tomar mayor cuerpo cada dia, y á producir nuevas excisiones, nuevas dificultades, el cáos en fin.

oo oAun no lia comunicado el telégrafo los nombres de las

personas que formarán definitivamente la segunda comisión de los treinta, aunque por lo que se sabe puede juzgarse que preponderarán en ella los amigos «le Gambetta.

Excluidos de todo punto los imperialistas y los legitimis- tas, el centro derecho tendrá también en ella escasa repre­sentación'.'’

Ahora bien, ¿sufrirán Buffet y Dufaurc este desaire?

¿No se volverán á unir los que liá poco se desunieron? ¿No tomará á reconstituirse la mayoria del 24 «le Mayo de 1873 ?

No tíos «¿trovemos á profetizar; pero antójasenos que <-l porvenir,— y un porvenir muy cercano,— nos guarda no pocas ni pequeños sorpresas.

oo o

No se han calmado todavía dol todo en Europa loa temo­res y aprensiones concebido» acerca del quebrantamiento de la paz.

Laluglnterra se muestra recelosa áun después de las pro­testáis del canciller alemán; la Bélgica no ha perdido su ac­titud inquieta y azorada; la Italia, que nada ganaría con la guerra, hace esfuerzos para conjurarla; en fin,.las Bol­sas de las principales capitales no han recobrado su anima­ción, ni los negocios su actividad.

Parece positivo, parece seguro, que durante el verano no ocurrirá nada; pero la falta de seguridad es natural y es lógica : se ha visto «pie,—valiéndonos de una frase, aunque vulgar, expresiva, — todo está prendido con alfileres; «pie la paz ó la guerra dependen de la vuelta de un dndo.

Asi no puede haber confianza ni seguridad; así ni las transacciones comerciales so desarrollan ni la industria par­ticular toma vuelo ; asi se'v i ve mal y de mala manera.

La insistencia de la Alemania cu su obra de persecución al catolicismo no es propia para aplacar los recelos ni para hacer desaparecer las inquietudes: las Cámaras prusianas, dando un admirable ejemplo de docilidad al Gobierno, lian abolido yaMcm tres artículos de la ' CoiistíLúcujn relativos á las relaciones entre la Iglesia y el Estado. .

Bistnarck queda en absoluta libertad de satisfacerse odio y su rencor contra Pío IX y contra los que le reconocen y acatan.

De aquí no resultará nada favorable al reposo ni á la tranquilidad del mundo; de mjiii no se derivarán sino pró­ximos y temerosos conflictos.

La situación presente se asemeja, pues, á uno de eso» «lia» claro» y magníficos de verano, en que brilla el sol es­plendente y majestuoso en mitad del cielo trasparentó y azul; pero examinando el lejano horizonte no es difícil di­visar alguna nube negra y amenazadora, nuncio «le inmi­nente, de terrible tempestad.

oo o

Tampoco son muy buenas las noticias de América ; — se­gún los diarios y bis médicos «1«' los Estados-Unidos, la vida «leí general Grant, je fe de aquella poderosa república, se balín seriamente amenazada.

lié aquí el último diagnóstico do la facultad de medi­cina :

«i Si el general no modifica sus hábitos, no vivirá un año siquiera. »

La explicación de cBte fallo es muy sencilla : — rnister Grant fuma demasiado, y el abuso del tabaco lia producido en él un sacudimiento nervioso «pie se reveln por medio de síntomas gravísimos, contra los cuales no podrá nada la ciencia si el Presidente no renuncia á su afición dominante. Consume lo menos treinta cigarros por «lia, y le gustan los más fuertes y secos que se fabrican. Su ayuda de cámara asegura que a veces hasta durmiendo fuma.

En las reuniones diplomáticas, en la Casa Blanca, en to­das partes no sale Mr. Grant del fumadero ó de la sala de billar, donde fuma constantemente.

Existe en Washington un cuadro de un pintor célebre que representa la entrevista de Lee y «le Grant en la lla­nura de Appomatox, el dia de la rendición del ejército del Sur: pues bien, el segundo aparece en él con el cigarro en la mano.

El Times de Nueva-York, «leí que tomamos estas noti­cias, afirma que el Presidente contesta á todas las observa­ciones con las palabras:

— B¡ no he de poder fatnar, me importa poco la muerte.

oo o

A propósito del Times, el de Londres no retrocede ante gasto alguno, ante ningún experimento por costoso que fuere, para aumentar la rapidez con que nn periijdico debe trasmitir á sus lectores los sucesos importantes. Él fuá el primero que empleó la máquina Marinoni, que tira 35.000 ejemplares en ménos de dos horas: él tiene un hilo tele­gráfico particular para comunicarse con París: y hoy se anuncia— lo que será una revolución en el periodismo — «pie el diaria de la Cité no tardará en publicarse á la vez en todas las grandes ciudades de Inglaterra.

Tara ello va á ensayar una máquina, cuyo inventores Mr. Yeilee, fundador del Tunes, y su sistema el siguiente:

La forma exterior se asemeja á un piano, y el cajista, tocando una nota, deja caer una letra en su lugar. Mr. Me­lles aplica la electricidad á la máquina, y por medio de hilos comunica con Mancbester. Liverpool, Birmiugham, Bradford, Leeds, Sheffield, Bristol, Wolherhampton, y compone tocando el piano.

Sabido es que por medio del aparato Morse se telegrafía de minuto en minuto simultáneamente desde la Bolsa de Londres á todas las oficinas de los agentes de cambios de

aquella capital; ahora, en lugar de hacer mover una agu­ja al extremo de un hilo, la electricidad hará mover un ca­rácter tipográfico.

Aguardamos con impaciencia el éxito «le esta admirable invención.

‘ o o o

La festividad religiosa del Corpus so lia celebrado este año en Madrid con mayor pompa y solemnidad que nunca.

S. M. el Itey lia asistido á la procesión: acompañábanle el Cardenal Moreno, todos los Ministros, los jefes de pala­cio, infinitos generales y grandes (le España, y numerosa servidumbre de gentiles hombres, mayordomos de semana, agieres y domas empleados de la Real casa.

Sólo los que lo hayan visto pueden imaginar la brillantez y magnificencia de este acto religioso, al que se habían asociado todas las altas clases de la sociedad, y contem­plaba un pueblo inmenso en actitud respetuosa y recogida.

Alfonso X I I , con uniforme grande de capitán general, luciendo el Toisón de Oro y la banda de San Femando, iba (letras de la Custodia. A su derecha llevaba al Presidente del Consejo, y á la izquierda al Cardenal Moreno.

Un destacamento del Real Cuerpo de Alabarderos, con-su música, cerraba el acompañamiento, marchando detras dos soberbios carruajes de gala.

S. A. R. la Princesa de Asturias, invitada por la munici­palidad , vió pasar la procesión desde uno de los balcones de la Casa consistorial, convertida en un verjel para reci- -birla-y agasajarla. — — —

Obsequiósela asimismo con un suntuoso refresco, del que participaron después las numerosas y distinguidas señoras que en compañía de S. A. ó invitadas particularmente po­blaban las vastas estancias de la Casa (le la Villa.

En suma, Madrid lia asistido el 27 á uno de esos espec­táculos sublimes y consoladores en que se ve a los más po­derosos como á los más humildes unidos en un sentimiento común :— el de rendir culto á la religión católica, celebrando de digno modo una de las más grandes festividades de la Iglesia.

oo o

Durante la procesión comenzó á circular una noticia fausta: — la de haber obtenido señalado triunfo sobre los carlistas mandados por Dorregaray la división del gene­ral Montenegro.

La acción tuvo efecto cercado A Icora, Lomando nuestras tropas el pueblo y las formidables posiciones que lo rodean. Lns ¡a rdidas del enemigo fueron muy considerables, pues sólo en Lucelia entraron más de cien heridos.

Pero ¡a y !— A l mismo tiempo se sabía que á la vista do Motríco Labia sucumbido gloriosamente el bizarro briga- dier de la armada Sánchez Barcáiztegui, ayudante de S. M. el Rey.

Una granada le llevó la cabeza cuando se acercaba de­lante de toilos á bombardear aquel puerto, destruyendo una existencia siempre eonsagraila al servicio de la patria.

Sánchez Barcáiztegui era uno de los heroicos marinos del Callao, que tantos y tan nobles ejemplos dieron el 2 de Mayo de 18<»G de su valor y de su arrojo.

El fué quien, al decirle que mojase la pólvora, porque el buque de su mando Be hallaba en peligro de saltar, pro­nunció las admirables palabras que trasmitirá la historia á las generaciones venideras:

— ¡Mojar la pólvora! ¡ l lo y sólo es dia de quemarla!

El Marqués de Valle-Alegre.28 de M ajo d e 187Ü.

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NUESTROS GRABADOS.

CRÓSI« A ILUSTRADA DE LA GUERRA.

Monte Esquimo — Cnartode vigtlnncU de nn» gtmrrfi«— Servirlo de amn- *ada en lns trincheras.—Interior do una chora o chavalo en el campamento.

Tres nuevos dibujos del Sr. Pellieer figuran en la plana primera y en la pág. 340 de este número, todos referentes a las posiciones «iel ejército en Monte Esquinza y que nos dan á conocer interesantes detalles de la vida del soldado en la ruda campaña del Norte.

La guardia de vigilancia en las avanzadas ( véase el di­bujo primero ) es uno de los servicios más penosos que des­empeñan los cuerpos: todas las prevenciones son pocas, sabiéndose que el enemigo acampa y está oculto en profun­das trincheras al pié de las posiciones del ejército, y que, conocedor del terreno, de todas las sendas y atajos, suele aproximarse durante la noche á los puntos avanzados, y disparar sus armas en dirección á los campamentos. Dia y noche se practica con exactitud este servicio de vigilancia, para evitar las extemporáneas algaradas de los carlistas.

El servicio de avanzada en lns trincheras ( véase el gra­bado segundo) viene a ser igual al anterior, y forma otro detalle curioso de las escenas de la campaña.

El dibujo tercero representa el interior de una de las cho­zas ( charata* en el lenguaje especial del campamento) de Monte Esquinzo- F.n ella habitan el capellán de un batallón de las reservas, un médico y dos oficiales. Yense allí dos hermosas palomas, y un perro que fué cogido al enemigo en cierto reconocimiento militar practicado recientemente.

Pero ¿creen nuestros lectores que ha sido fácil conquis­tar lo» humilde» objetos y enseres que en esa pobre choza se encuentran ? — La puerta fué tomada a tiros, las inade-

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339H.° X X J l USTRACION jpSPAÑOLA Y yAjVi. BILICA NA.

ras que la soatienen lian costado á los alojados nn viaje do alguna» leguas, la mesa y lo» colchones sólo han sido ad­quiridos á costado inauditos esfuerzos, de perseverancia admirable, de verdadera tenacidad.

A tanto obligan las necesidades de la vida en el campa­mento do Monto Esquinza; tales sacrificios se han emplea­do, por espacio de tres meses, para lograr csu comodidad relativa que en la choza mencionada, y cu otras semejan­tes; se encuentra.

ISLA DE CUBA.---- VCTION DB PALMA SOLA Y MACAGUAYO,CASADA POR LAS TROPAS DE LA NACION.

Ocasión habrán tenido nuestros suscritores de leer en los periódicos políticos las relaciones publicadas acerca del san­griento combate de Palma Sola (Cuba), cerca de Las Cru­ces, cu las inmediaciones de los paraderos de los ferro-car- riles de Cienfuegos ú Santa Clara y á Sagua, librada el 22 de Abril próximo pasado por tropas del capitán general de la isla, Excmo Sr. Conde de Valmaseda, contra fuerzas del enemigo superiores en número.

A este combate, glorioso para las armas españolas, se refieren los grabados que damos en la pág. 341, hechos so­bre cróquis que han tenido la atención de remitirnos los Sres. I). Teodorico Feijóo, teniente coronel, je fe de una co­lumna que tomó parte en la acción, y D. C. de Arantave, inspector general de telégrafos en Cuba.

A l despuntar la aurora del pitado dia las guerrillas de León divisaron al enemigo, á dos kilómetros del cuartel general; rompieron el fuego, que se hizo bien pronto ex­tenso y nutrido; cayeron luego sobre aquél, coniinpetu po­deroso, todas las fuerzas que estaban preparadas, y le arrollaron y pusieron en precipitada fuga después de una sangrienta pelea de tres horas.

Más de 80 cadáveres de los insurrectos quedaron sobre el campo de batalla, resultando en las tropas de la nación un oficial muerto y once soldados heridos, que fueron curados con toda solicitud en el ingenio li'n ja.

jOjalá que este brillante hecho de armas, con el cual ha inaugurado la nueva campaña el Sr. Conde de Valmaseda, sea el principio del fin para la insurrección separatista que enarboló su bandera rebelde en 1868 en loa campos de Yara! _____ _

LA SORPRESA EN EL BASO.

(Copla de nn» acuarela do Mr. von Schwind.)

La preciosa composición del pintor alemán Mr. Mauri­cio von Schwind, que reproduce en parte el grabado de la pág. 344, se refiere á la poética leyenda celta L a Hermo­sa Melusina, tan popular en Alemania.

Hija de un Rey de Albania y de una ninfa do los mares érala bella Me lupina, que contrajo matrimonio, cediendo ú las ¡UHtancins de su padre, con el Condo franco LiiHÍgnan; pero, al contraerlo, ella impuso á su mundo la condición do que había de permitirla una extraña costumbre: la de encerrarse misteriosamente, una noche en cada mes, den­tro de cierto castillo sobre el lthin, sin qiieól tratáis do ave­riguar sus acciones.

Accedió ú duras penas el Conde Lusignan, mas bien pronto Ioh celos le impulsaron á quebrantar el pacto: en una de aquellas noches, el desconfiado esposo eutró en e castillo y sorprendió á la bella Melusina, que convertida en ninfa, y rodeada de otras ninfas también bellísimas, se entregaba á bullicioso« juegos en el baño do la torre.

Desde aquella sorpresa Melusina abandonó á su marido, y éste, enamorado y triste, vistió la cogulla de los mon­jes y acabó sus di as en un convento.

El poeta francés Juan <f Arras, Inicia el año 1390, cantó en magníficos versos esta fantástica tradición, y posterior­mente, habiendo sido traducida ni alemán su obra, fué im­presa en Augsburgo en 1474, llegando á ser una de las más populares de Alemania.

El pintor Mauricio von Schwind, que se ha complacido en interpretar con su privilegiado pincel los asuntos más difíciles de la poesía popular germánica, como lo prueban sus celebradas composiciones sobre las leyendas E l Pane­cillo de ceniza, Los Siete cuervos y otras, ha interpretado también ( á los 60 años de edad ) la leyenda La Hermosa Melusina, en un soberbio proyecto de friso circular cuyos extremos se tocan, y del cual puede dar alguna ¡dea el re­ferido grabado, que representa el episodio do la sorpresa en el bafio.

El asunto de la leyenda fué objeto hace poco tiempo de un certamen artístico, y recibió aprobación tan completa

tel proyecto de Mr. Schwind, presentado en varias acuare­las de mi metro de altura, que la Sociedad de artistas do Berlín inició en seguida una suscricion de 20.000 thalers (300.000 re. próximamente), que fué cubierta en breve» di as, para comprar las citadas acuarelas.

LA VENTA DEL BURRO.

(Es caá do costumbres entro giUno6 alpujorreños.)

La típica y bien combinada composición del Sr. D. J. Ri- vas, de Albuñol (G ranada), que damos en la pág. 345, es una verídica escena de costumbres de los gitanos que re­corren frecuentemente las montañas de la Alpujarra, de­dicados al tráfico de animales de labor.

Es innecesario decir que entre tales gentes el objeto de la mercancía suelo ser un decrépito burro ó un mal caballe­jo famélico, de orejas cachas, ojos lacrimosos, mataduras y cicatrices en el lomo, y gran copia de vicios y resabios; poro esto nada importa al vendedor experto que, con ayuda de alguna sopa remojada en vino, y mejor aún con oculto acicate, sabe hacer á las mil maravillas que el taimado y viejo asno se torne á veces en vivaracho y retozón pollino.

Cabalga sobre él un individuo de la familia gitanesca, el Benjamín de la tribu, que cubre sus bronceadas carnes con una larga camisa del ¡tare y sujeta sus crespos cabellos con un ancho sombrero del 'chacho, y marcha á bueu paso, se­guido de sus parientes, á través de la quebrada sierra, de aldea en aldea y de cortijo en cortijo, hasta hallar algún comprador inocente.

La curiosa escena de la venta aparece gráficamente re­tratada en el dibujo del Sr. Rivas.

Celébrase el acto en un cortijo, á la entrada de la cuadra: el raid, gitano viejo, pondera las buenas cualidades del asno al bonachón cortijero, quien lo examina cuidadosa­mente; otro gitano taimado se acerca, por lo que Hea, al comprador, y lo dice al oido el obligado aparte en elogio de la bestia; un aldeano se sonríe con sobra de malicia, cual si adivinara el engaño de que va á ser víctima su con­vecino ; la mujer del cortijero acude recelosa á presenciar el trato, y una fresca niña, sentada en el suelo, acaricia á un escueto galgo, el compañero inseparable de lu turba gitanesca.

PROGRESO MORAL ES ESPAÑA.Siglo xix: Muerto de un torero en la plazo.

En la última Exposición de Bellas Artes que se ha veri­ficado en Madrid, figuraba la magnifica estatua, de D. Ro­sendo Novas, que reproduce el grabado de la pág. 348.

Pero ¿aquella estatua era sencillamente representación material de un fantástico ensueño del'artista? — ¡A y , no! Era exacta representación de la realidad, aunque ménos dolorosa y repugnante que la realidad misma; era fiel tras­lado de episodios de las corridas de toros, y su autor pudo escribir, debajo del lema Siglo X I X , cualquiera de estos nombres: Pepe-Hillo, Barragan, Oliva, Boeancgra, Pe- pete, etc.

Ahora hubiera podido añadir el del banderillero Canet, muerto en la plaza de Madrid el 23 del actual.

Si es cierto que las corridas de toros tuvieron origen, co­mo afirman sus encomiadores, en los primeros tiempos de Roma, ¡cuánto han progresado, en el espacio de veinte si­glos, las costumbres españolas!

MADRID.— DR. MARTIN DE PEDRO, MÉDICO T0R OPOSICION DEL HOSPITAL GENERAL.

En la tarde del 15 de Abril próximo pasado numerosa y triste comitiva acompañaba al cementerio de ¡San Isidro los restos mortales del Dr. Martin de Pedro, rindiendo un último tributo de amistad y consideración a! que fué en vida médico distinguido, ilustrado catedrático, profundo escritor científico, y ademas intachable hombre honrado.

Nació en Burgo de Osma (Soria), en 10 de Abril de 1837, y fué prematuramente arrebatado al mundo por la inexo­rable muerte cuando apenas contaba 38 años do edad, es decir, cuando más legitimas esperanzas ofrecía para bien de la humanidad doliente y progreso de la ciencia.

Fueron sus padrea 1). Domingo Martin y D.a Marín de Pedro, comenzó sus primeros estudios en Losarcos (N a ­varra) y continuó Ioh de filosofia en Pamplona y Zaragoza, matriculóse en el Colegio de San Curios, de Madrid, en el curso de 1854, y no tardó en señalarse honrosamente entre todos sus compañeros por su talento, por su laboriosidad, por sus adelantos notabilísimos en la difícil ciencia médica.

Uno á uno, por oposición, y siempre con las primeras notas, conquistó s u b grados y títulos. Practicante un el Hos­pital general ; doctor en 1865; catedrático en la Universi­dad de Santiago; profesor en el Cuerpo de Sanidad militar, con destino al batallón cazadores ilo Arapiles, en el cual dejó inolvidables recuerdos; médico de partido en Aguilar de Navarra, donde él b o Io combatió afortunadamente una cruel epidemia tifoidea que amenazaba diezmar la comarco, y cujro puesto abandonó en breve porque ni sus conviccio­nes científicas ni su carácter le consentían acceder á prácti­cas rutinarias y desacreditadas; médico del Hospital general de Madrid, habiendo obtenido el número l.° en los ejerci­cios de oposición ; catedrático de Patología y Clínica médica durante cinco años en la Escuela libre teórico-práctica de Medicina, que filé fundada en aquel benéfico establecimien­to en 1868, á raíz de las disposiciones del Gobierno Provi­sional relativas á la libertad de enseñanza ; socio de núme­ro, en fin, elegido por unanimidad, de la Real Academia de Medicina: tales son, sumariamente anotados, los títulos que poseía el malogrado Dr. Martin de Pedro, para obtener el aprecio y la consideración de sus conciudadanos.

Como escritor científico publicó en periódicos de la facul­tad muchos interesantes artículos, que patentizaban el ta­lento y la erudición de su jóven autor, y creemos que de­ja alguna obra inédita, digna por todos conceptos de la luz pública : entre aquéllos debemos mencionar especialmente su notable Carta al Sr. Julio Querin, publicada por vez primera en nuestro ilustrado colega E l Siglo Médico, y en la cual combatía con razones incontrovertibles la opinion emitida acerca de un caso teratològico por aquel eminente médico francés, director científico de L a Gazette Medicale.

Aquejarlo de grave dolencia, el Dr. Martin do Pedro fa ­lleció por desgracia en la mañana del 14 de Abril último, dejando un hondo vacio cutre sus compañeros, que le esti­maban afectuosamente.

NCEVA-YORK.

CONMEMORACION RELIGIOSA DEL FALLECIMIENTO DE CERVAN­

TES, EN LA IGLESIA DE SAN FRANCISCO JAVIER.

Otra vez decimos que el nombre del gran Cervántes es objeto de veneración y culto para todo» los españoles, don­de quiera que se hallen.

Si en Madrid y en las principales poblaciones de provin­cias se ha solemnizado el aniversario 259.° del fallecimien­to del Principe de los ingenios españoles con religiosas honras fúnebres y solemnes sesiones literarias y artísticas, también se ha bocho en el mismo dia conmemoración es­pecial del insigne autor del Quijote en várias ciudades del extranjero, por iniciativa de españoles en ellas residentes, admiradores de Cervántes.

Pero en ninguna de estas últimas se ha celebrado con tanta solemnidad como en Nueva-York, por iniciativa del Sr. Ferrer de Couto, director de E l Cronista, y con la adhe­sión entusiasta de nuestro ministro en Washington, Exce­lentísimo Sr. D. Antonio Mantilla de los R ío s , y del cónsul general de España,D. Hipólito de Criarte, asi como de to­dos los españoles residentes en aquella ciudad.

Nominóse una comisión directiva; fué acordado y anun­ciado el programa; pasóse atenta invitación al Cuerpo di­plomático y consular de las repúblicas hispano-amc-ricanas; fueron también invitados los periodistas neoyorquinos, des­de el patriarc a de la prensa americana, Mr. William Cuyen Bryant, fundador del Ecenmg Post, hasta el director del periódico ilustrado The Daily Graphicy Mr. Frank Leslie; quedaron, en fin, dispuestos en breve todos los detalles ne­cesarios para la realización del noble proyecto.

Uno de estos detalles (debemos consignarlo), el más deli­cado, el más poético, pertenece exclusivamente á las seño­ras de los españoles adheridos ú la festividad: el feliz y oportuno de adornar con llores y corona» el túmulo y los atributo» que se habían de colocar en la iglesia para la ce­lebración de las honras fúnebres.

A las diez de la mañana, y con numerosa y distinguida concurrencia, en la que se contaban hermosas damas, dió principio la solemne función religiosa en la iglesia católi­ca de San Francisco Javier, situada en la calle X V I de la gran ciudad, entre laH avenidas 5.a y 6.a ; habiéndose pre­ferido esta iglesia por estar dedicada á un santo español que perteneció á la Compañía de Jesús, fundada por el gran Loyola, otro español, y porque en ella desempeñaba fun­ciones sacerdotales también otro español, el Kev. P. Soler, jesuíta, natural de Cataluña, quien pronunció, en idioma español, el panegírico de Cervántes.

La iglesia estaba elegantemente adornada. Sobre un ca­tafalco revestido de terciopelo negro y bordados de oro se ostentaba en primer lugar una cruz de llores, con el lema Lepanto, que descansaba en un almohadón, sobre el tomo primero del Quijote, edición barcelonesa de 1863; encima de éste una espada, memoria tributada al soldado; luego un precioso libro figurado con flores blancas, en cuyo fondo se leía Don Quijote, formado con violetas; después una preciosa corona, donde resaltaba la palabra Cervántes figu­rada con pensamientos ; en seguida una rica y bella corona de laurel con grandes cintas de raso blanco, en las cuales aparecía esta inscripción: A l inmortal Cervántes, las seño­ras españolas; finalmente, rodeando el túmulo, otras coro­nas y guirnaldas de llores artísticamente colocadas.

Celebráronse las honras fúnebres con ostentación y so­lemnidad, presidiendo el ya citado ministro de España, y á las doce quedó terminada esta primera y principal parto del programa.

Véase el grabado que damos en la pág. 349.La segunda parte de la festividad consistió en una ame­

na velada literaria que se verificó en la noche, en el mag­nifico^ salón de Hoffnian House, preparado con ven i ente- mente.

Con orgullo pueden decir los españoles residente» en Nueva-York que tan solemne fiesta hu sido lu primera que se lia celebrad i públicamente en América para conmemo­rar el fallecimiento del inmortal Miguel de Cervántes Sau- vodra.

E uskuio M a r t ín e z de V elabco.

CARTAS PARISIENSES.

17 de Mayo.

Uno do los signos característicos de esta ¿poca tormen­tosa en que vivimos es la desaparición del prestigio.

En tiempos ¿un no tan remotos que no haya llegado de ellos un eco ánuestros oídos, el prestigio era un gran resor­te social y el distintivo peculiar de toda persona constitui­da en dignidad. Desde el fiel de fechos de la más modesta aldea hasta el Santo Padre, todos los que ejercían algún cargo público ó llevaban títulos de cualquier género, veian su frente ceñida de una aureola más ó menos luminosa.

Pero hoy, que hay ministros relámpagos y monarcas me­teoros, el prestigio ha desaparecido, y con él m il ideas y cosas pintorescas que eran como la expresión de este atri­buto del poder y la grandeza en sus diversos grados.

Hemos dado en ponderar el movimiento y nos mata la movilidad.

Mil hechos cotidianos evocan estas reflexiones en el es­píritu de cualquier hombre medianamente pensador. Las recepciones del Elíseo, las flamantes investiduras del Toi­són de Uro y tantos otros acontecimientos de actualidad nos han mostrado á los grandes del día convertidos en podero­sos-vergonzantes, casi casi corridos de la desproporción que existe entre la soberbia tradicional de las dignidades que poseen y la humildad niveladora de la época contem­poránea, que hace de sus privilegios y supremacía una amar­ga ironía.

Pero nada me lia hecho sentir tan vivamente la verdad déla reflexión con que empiezo esta crónica, como un hecho de que fui testigo dias pasados en el teatro de la Guiclé.

oo o -Se representaba Genoveva de Brabante, insulsa ópera bu­

fa, cuyo único atractivo es el deslumbrador aparato cotí que está puesta en escena, y en un modestísimo palco de eso» que aquí llaman banaderas, »in duda porque tienen las pro­porciones de una pequeña piscina, y porque, sumergido en ellas el espectador no asoma sino la cabeza, hacia un hombre de tez cobriza y aspecto entre imperioso y des­encantado. Su rostro, lejos de animarse al ver desplegarse entre las decoraciones iluminada» por la luz eléctrica lo» esplendores de la maquinaria teatral, se fruncía en des­comunales bostezos á medida que crecían las sorpresas es­cénicas. Los bailes lascivos y alentejuelados le hacían al­zar los hombros, y las apoteosis finales le arrancaban un gesto que era fácil* comprender equivalía á esta exclama­ción : « ¡ qué pobreza ! »

¿Quién era aquel hombre qne asi desdeñaba las magnifi­cencias del más brillante teatro de París? ¿Quién era aquel hastiado exótico, vestido de cierto inconmensurable levitón, semejante á una hopalanda y annado de unos anteojos mo­numentales?

— ¿Quién? me respondió uno de los secretarios de la embajada de Inglaterra que se bailaba al lado ruio y era

DEfiDOCAC

Page 4: Año XIX. Núm. 20. Madrid, 30 de mayo de 1875

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CRÓNICA ILU STRAD A DE L A GUERRA. — ( D ibujos del Sn. T e l u c e b . )

MONTE ESQUINZA. — AVANZADAS DEL EJÉRCITO EN LA LÍNEA DE TRINCHERAS,— INTERIOR DE UNA CHOZA Ó a CHAVALA», ALOJAMIENTO DE SEÑORES OFICIALES.

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Page 5: Año XIX. Núm. 20. Madrid, 30 de mayo de 1875

1I N S U R R E C C I O N DE CUBA.

I.A S CRUCES. — ACCION D E P A L M A -B O L A Y M ACAQU A Y O , G A N A D A POR TR O P A S D E LA N A C IO N EL 22 DE A B R IL . — (C r¿ q il Í8 de lo» SlfR. Feijóo y Amill VO.)

* . Cnartel grnírol en Lnt Cruces: enea atrincherado y paraderos de les ferro carrics.— X. Ingenio Moja ( Hospital do sangre).- 3 . Un con-1 y de herid» — I V!aU [ »• orimli-a del c< raí ate.

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Page 6: Año XIX. Núm. 20. Madrid, 30 de mayo de 1875

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testigo ríe mi curiosidad; pues ahí es nada. Ese gentleman es el Alto y Serenísimo Señor Redpinah-Sing, Guieowar de Barodn, y uno de los rajabamás altivos, prepotentes y mag­níficos tpie poseyó jamas la India.

— ¡Cómo, repliqué, ese es el Guieowar!— El mismo que viste y calza; ese es el principe indíge­

na que, no hú aún muchos meses, tenía encerrados en sus cofias los tesoros de Golconda; ese es quien consumía trcs- i ¡untos millones de francos anuales en satisfacer sus capri­chosos apetitos; ese quien tenía jardines de recreo, grandes y floridos como la huerta de Valencia, bañado« por el Iu- du8 y el Gánges.

— ¡Ese! exclamé dominado por el asombro.— Ese; ése es el que salía con la aurora montado sobre

un gigantesco paquidermo, recatado por un palio de bro­cado, más bordado que el manto de un arzobispo de Tole­do en dia de Corpus; el que pasaba como una viBion entre las palmeras y los sicómoros al despertar la luz.

¿Cómo quiere V. que un principo habituado al mágico espectáculo de la salida del sol en la India sea sensible á los oropeles y decoraciones teatrales? El que ha visto las crestas de las montañas erguirse cual colosales cimas de pinta destacándose sobre un cielo de púrpura; el que lia cruzado el ambiente de aquellas soledades resplandecientes, ambiente semejante á un inmenso tejido de gasa color do rosa, animado por mil insectos dorarlos con reflejos de carmín y esmeralda; el que lia visto á los cedros y los sán­dalos, á los ébanos y los plátanos óun perezosos con el re­poso de la noche esperezarse al contacto do m il aves mati­zadas como el arco iris y sacudir de las melenas de sus ramos un rocío embalsamado, no puede extasiarse ante los mezquinos artificios de las bambalinas. El que lia perci­bido sobre el lindero de los bosques sagrados, color de azul de añil, los tigres mosqueados, las panteras negras, los elefantes blancos y los rebaños de gacelas apagando su sed en un brazo del Gánges, y luego el sol, un Bol de oro bruñido con rayos de carmín, surgir como una bala de ca­ñón en el éter azul y prender fuego á los cuatro puntos cardinales, sumiendo la naturaleza entera en un torrente de fuego, ¡ cómo quiere V . que admiro y bata palmas al contemplar Ins cien figurantas que gesticulan entre los cuatro bastidores del maestro Offenbacb! ¡ Y se imagina V., admirando el colorido v la riqueza de estas decoraciones apayasadas, á este rajníi que ha pasado los dias de su exis­tencia en un palacio lleno de sombras misteriosas y habi­taciones embalsamadas, donde apenas se percibían, cubier­tos pórtelas fabulosas, los muebles de marfil, trabajados como las filigranas «le Córdoba!

¡Concibe V. «pie le parezcan suntuosos los accesorios tea­trales á este potentado en cuyos palacios mil obreros in­comparables , depositarios del secreto do los siglos, fundían el bronce, tallaban el mármol, cincelaban el oro y la platina, torcían el cobre, incrustaban la plato en el acero y forjaban armas según lo« procederes de Damasco!

¡Quiero V. que se pasme ante la tarlatana estrellado de esas suripantas el magnate que reguló á su favorita Jlíib- cola una túnica de muselina, laminada de oro, que pasaba ni través de un anillo y cuyos cincuenta metros pesaban seis onzas!

— No quiero nada, sino prosternarme anto un rnortn que lia conocido lo que es el poder y la grandeza «mi esta época ruin en que las miserias son andrajosas y las gran­dezas ilusorias. Es decir, quisiera, si, Haber por qué concur­so di- circunstancias ese semidiós lia venido á encallar en nn palco bajo del teatro de la OaJeté, por qué usa anteojos y es en este momento una gacetilla de la capital.

— Porque se le antojó á un funcionario inglés que lla­man Presidente sospechar que habia querido envenenarle.

— ¿ Y con esa sospecha bastó para derribar tanta pu­janza ?

— Con ella se aniquiló áese descendiente do los antiguos conquistadores del Mogol. Con d ía se redujo á prisión y se juzgó como á nn vulgarpick-poclcet áese rajah que atrave­saba las calles de Baroda rodeado de una escolta de 12.000 hombres, montados sobre gigantescos elefantes. Con ella se puso á pan y agua á ese déspota que se sentaba sobre un trono do oro macizo, su turbante sujeto por la Estrella de Sur, diamante grueso como nn huevo de paloma!

— ¡ Y la Iridia entera no lia lanzado un rugido de león— La India ha visto impasible á seis magistrados colo­

niales desposeer del trono á ese soberano y declarar á sus descendientes indignos de la sucesión á la corona.

— ¿ Y los brahmán no han proclamado la guerra santa desde el Himalaya hasta el Océano, deBdela mar de Ornan hasta Bengala?

— N o , la civilización lia lanzado su primer hálito sobre la India, el Código ha sentado su planta sobre aquella tier­ra mitológica, y el orden reina en Cachemira y en Labora como reinó en Varsovia. me respondió el diplomático bri­tánico en guisa de peroración.

¿No tenia yo razón de decir que el prestigio se va? ¿No estoy en lo cierto al sostener que vivimos en una época de desilusión general? ¡Pobres poetas, ya no teneis ni un rin­cón de la tierra donde aposentar vuestros ensueños; el rea­lismo lo ha invadido todo, y la ley niveladora, que es la iniquidad por excelencia, os muestra por este incidente perdido en un rincón de la crónica parisiense, qne vivimos en los tiempos desdichados en que triunfa la prosa de Cbimborazo á la Laponia!

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Sin transición, porque sería preciso dar un largo rodeo para prepararla, dirémos «los palabras de las novedades dramáticas y mundanas.

Las primeras se encierran en dos, como los mandamien­tos de la ley de Dios: mía comedia ejecutada en el Teatro Francés bajo el titulo de La Abuela. y un drama espeluz­nado!, representado en el Teatro L írico (a s í llamado sin duda porque nunca se canta en é l ), cuyo nombre de pila es Mana-Juana y c-1 sub-titulo L a Mujer <lelpuebla.

La Abuela no es abuela, sino madre, y su objeto primor­dial era tratar una cuestión trascendental bajo el punto de vista social, la de la inconveniencia de la separación de los

esposos cuando éstos tienen hijos. Desde que el divorcio ha sido abolido en Francia, la separación es cosa corriente en este país, y ofrece, en efecto, inconvenientes gravísimos para el porvenir de la familia. El asunto se prestaba á un estudio dramático vigoroso; pero el autor de la obra, mon- sieur Cadol, temeroso de chocar al público, un tanto auste­ro, del Teatro Frunces, no se ha atrevido á tratar la cues­tión á fondo.

El matrimonio que pone en escena es una pareja modelo de virtudes; la separación, resultado de un momento de mal humor y de un exceso de susceptibilidad, y claro es que no habiendo ni grandes pasioneB ni agravios Beños qne difi­culten la reconciliación de los cónyuges, éstos se han de volver á reunir en cuanto se hallen en presencia de los per­juicios que para sus hijos trae su apartamiento.

Para desarrollar el pensamiento primero de la pieza era jreeiso haber escogido otra clase de personajes y haber mesto en presencia el amor paterno en lucha con lns pa­siones ilícitas de diferentes géneros, que son el móvil de a frecuente desunión qne reina en los matrimonios fran­

ceses.Despojado deliberadamente de acuidad el caso que sirve

«le argumento á La Abuela, esta obra ha resultado insulsa y su existencia será la de una nube de verano, como era de suponer de antemano viendo se elegía para su estreno esta época anti-teatral.

María Juana es un melodrama del antiguo modelo. No lo analizaré; se trata dtíl robo de un niño, asunto asaz ma­noseado ; pero que Dennery, autor de la obra y maestro en el arte de hacer llorar ú las mujeres sensibles, rejuvenece y hace interesante por la habilidad con que gradúa y prepa­ra las situaciones.

L ob salones queman sus últimos cartuchos, como lo ha­cen los teatros, antes de que llegue el momento, ya muy cercano, de la dispersión veraniega.

Las invitaciones para bailes y conciertos menudean y to­man el carácter epidémico. Si se considera que hasta los carlistas han tenido pretexto para brincar y hacer gorgori­tos á los parisienses, se puede calificar de cólera-morbo líri­co-danzante este afau de jolgorio in-ertrcinis. El espiritismo puso en movimiento mesas y veladores; el carlismo, que es un sistema de embaucamiento mucho más dicaz, lia puesto en baile al trono y al altar.

Pero salgamos de los teatros y salones. En este mes, en que la tierra despierta de su bolado letargo, es un tormento ol permanecer entre cuatro paredes, siquiera estén estas pintadas al fresco y'cubiertas do obras maestras como Ion muros del Hotel de M. Andró, y es « asi, casi, un crimen el proferir ningún espectáculo artificial ni sin par espectáculo con que nos brinda pródiga la madre naturaleza.

Asi como asi, sin salir «le Pnrís podernos tropezar á cada paso con las galas primaverales. Las calles y las casas es­tán, desde hace quince «lias, atestadas de flores.

París ha tenido siempre un gusto pronunciadísimo por la floricultura. Juliano, el nutor más antiguo «pie balda en hiih escritos «le la vieja Lutada, dice que París era en sn tiem­po «tun lugar amenísimo rodeado «le agradables jardines, cuajados de vistosas flores.»

Childeborto, hijo de Clóris, al instalarse en ol soberbio palacio de lns Termas, «¡uc boy sirvo de local ni Musco de Clmiy, plantó toda una hectárea de rosas y claveles para que sirviesen «le cintura á su monumental morada.

Cnrlomngno dice en sus Capitulares textualmente: «Quie­ro que baya siempre en abundancia en mis jardines rosas y lirios, romero y madreselvas.»

Hugo Cápete, fundador de la verdadera dinastía franca, hizo «le la Isla de las Parras una de las cuatro «¡ue forma­ban el París do aquel tiempo, cuyo perímetro medía mil pasos sobre seiscientos, un jardín continuado.

Felipe Augusto pasaba tollos los ratos de esparcimiento en alguno «le los tres jardines reales con que dotó su ca­pital.

Cárlos V dedicaba sus ocios á la poda de las parras y de las cerezas. Bajo Francisco I se inventaron los parterres y se multiplicaron las llores combinadas por medio «leí arte. Enrique III formó una corporación dejardineros á quienes llamaba « sus muy amados maestros floristas de la buena ciudad de París », ordenan«!«, bajo pena de multa y do pri­sión , «que ninguno sea osado «le dirigir trabajos de flori­cultura si no es maestro ó por lo ménos bachiller en el arte.»

Con Luis X IV los jardines se hicieron acompasados y majestuosos como las pelucas de la córte; los árboles fue­ron encorvados en formas cortesanas y respetuosas; Le V0- tre y Le Qnintinie fueron nombrados consejeros reales y directores de los jardines de la córte, y el primero recibió el collar de San Miguel, distinción muy valiosa en aquel siglo.

Los principes de la familia real y los pares de Francia tenian como gran privilegio el derecho de ofrecer llores al Parlamento de París. «E l 17 de Julio de 1541, dice una crónica do la época, se sentenció’que el Duque de Montpen- sier. par «leí reino y príncipe de sangre real. podia ofrecer sus rosas al dicho Parlamento ántes que el Duque de Ne- vers, decano de los pares.»

Las flores lian estado mezcladas activamente á la polí­tica francesa. Bajo la restauración de los Borbolles, una actriz célebre, Mlle. Mars, fué silbada é insultada por ha­berse presentado en escena con un ramo de violetas, emble­ma entonces como hoy de la cansa imperialista. £1 caso acarre«» asonadas y duelos.

Dos autores dramáticos colaboraron para conciliar la flor de lis y la violeta. Hicieron lo que hoy se llama une pirre áfemmes, una exhibición de piernas v gargantas, una pa­rada de mujeres vestidas, hasta aquel punto preciso en que el vestido es ¿un ménos decente que la desnudez.

La escena representaba una pradera; sobre uu rústico trono Flora presidia la fiesta y juzgaba soberanamente las costumbres y conducta política de las flores. El laurel era condenado a la cacerola, la flor de lis proclamada reina de las flores, y la violeta condenada al destierro, pero indul­tada por la clemencia inagotable de la flor de lis. La violeta.

arrepentida, cantaba nnns coplas en honor «le Luis X V III. que coreaban las «lemas llores, entonando el grito de «; Viva el R ey !»

La-historia no ha conservado los nombres de los autores de esta obra maestra; pero no sería difícil encontrarlos hojeando la lista «le los «pie escribieron cantatas en honoT de Napoleón I. porque, como decía el republicano Guin- guené cuando le propusieron esaríbiese una oda para cele­brar la caída de! Emperador: «H a y que dejar el cuidado «le insultar a los caídos á aquellos que los lian ensalzado en la prosperidad.»

La reina María Antnnieta adoraba las flores, y á ellas lia debido sin duda la última sensación agradable «le su vi.la.

Encerrada en un hediondo calabozo de la Conserjería, su único lujo era un ramillete de claveles y tuberosas qui­la mujer de un carcelero ofrecía cada dia á la que estaba prohíbalo dt-signar de otra manera que por el epíteto insul­tante de la viuda Capoto.

Más tarde, otra mujer que también habia ocupado el tro­no. la emperatriz Josefina, acudía á las flores pidiéndolas un supremo consuelo en su retiro de la Malmaison. A ellas se deben una infinidad de variedades de rosas creadas en aquella rústica residencia.

En cuanto á los parisienses «leí estado llano, sn pasión por lns flores lia sido tal en todos tiempos que no lia pasa- «lo año, desde lince siglos, en que no baya habido que pu­blicar algun ban«(o para reglamentar el ihísarrollo peligro­so de los jardines suspendidos sobre los salientes «le los balcones más modestos. Los parisienses imitan en esto á Marcial, el poeta Iiispano-romano, que nos habla «le un jardín, rnás bien «le una campiña, que linbia llegado á plantaren lo exterior de sus ventanas: rus es mihi in fe - nestra.

El parisiense halla medio «le combinar su amor hacia las flores con su vanidad incansable. Nada es más común que ver algún habitante de esta capital llevando en el ojal un clavel rojo que á diez ¡»asos le da la apariencia de un ca­ballero «le la Legión de Honor, y á medio metro «le distan­cia le acredita en realidad de tonto de capirote.

Viniendo á las flores del dia diré, para «lar una idea de su profusión y del lujo que se desplega en el gran mundo para satisfacer esta pasión, que la Baronesa de Rotschild, aun­que dueña de los más bellos jardines é invernaderos de Pa­rís, tiene contratado con una florista un suplemento de ra­mos y ramilletes por el precio alzado de 60.000 francos anuales. Una duquesa hay en Madrid que hizo en época ¿un cercana las delicias de la alta sociedad parisiense, la cual fué demandada ante el juez de paz, cu tiempo «leí Im ­perio, en pago de cien mil francos que debía ú su florista por su provisión «le flores del invierno.

El comercio de flores es en París vastísimo, como se «Ies- prende de estas cifras típicas. Ila yen él hiih misterios de lujo y de miseria, como en todo 1«» «pie se relaciona con este pandemónium.

Por ejemplo, los ramos que con tanta profusión adornan los salones de los ricos, forman la lioso «lo los ramilletes que se venden en lns tiendas de las floristas «h- medio pelo, y do los que expenden los ramilleteros ambulantes en los ca­fes', los leatros y lns calles.

La doncella los quita do los salones aristocráticos á In en- frmla «le la noche y los lleva ú la cocina, «1«: donde descien­den, mediante una mínima retribución, á la portería. Allí los adquieren por 50 céntimos ó un franco ciertos especula­dores.

Estos los llevan en general ú uno «le los barrios bajos de París, al de Italia, donde cortan los tallos do las flor«.« lo más cerca posible «le la corola, hincándolas después en una especie de masa formada con polvo «le carbón mojado con agua. A llí pasan el resto de la noche. A l amanecer, pasan á manos de mujeres y niños que atraviesan con alambres muy «lelgados la corola, arrollando después estos alambres á un tullo verde guarnecido de sus hojas. Este tallo, que forma una especie de cáliz, oculta el alambre. Si la florista es poco hábil, lo enrolla muy á las claras alrededor del ta­llo, pero pone una hoja verde muy anchn enroscada por en­cima del alambre.

Con estas flores, asf preparadas, se forman ramos de pa­cotilla que, vendidos á un precio razonable en los teatros, dan grandes beneficios, lla y en la puerta ó barrera «le Fon- tainebleau una cierta mere ó tia Andrea, que ha centraliza­do esta industria y comprado con sus beneficios de seis años un sol »erbio despacho de vinos.

Antes servia» las flores de lenguaje telegráfico entre los amantes. Hoy la« flores sirven en París «le signo indicador para marcar los sitios en que se acepla el cambio de billetes amorosos. Hazañas del progreso. Los kioscos del boulevar en que hay constantemente, sea nn ramo, sea una maceta, sirven á «lamas y galanes, mediante la .módica retribución de 2 francos, de buzón para sus cartas.

Los ramos que se regalan á las ninfas de teatro los vuel­ve siempre á tomar la ramilletera por la cuarta parte del precio que por ellas ha pagado el generoso aspirante. Este es el Hecreto de por qué las señoras de Mabille y otros bailes públicos poussent siempre á la consommation, como so dice en jerga del boulevar.

oo oEl mol de la fin procederá hoy de cierto español, aquí re­

sidente hace años, y que lia creado uno de los oficios nuis socorridos que conozc-o: el de refugiado perpetuo. Este quí­dam vive explotando la generosidad «le sus compatriotas y la credulidad «le sus acree«lores. a quienes asegura, desde los tiempos más remotos, que el Gobierno español le ha con­fiscado sus cuantiosos bienes, y que el dia que triunfe la bue­na causa y se restablezca el ó rilen en España recuperará sn fortuna y pagará, con ciento por ciento de interes,sus nu­merosas trampas. Como el órden es cosa tan utópica en nuestra buena patria, el hombre no se arriesga.

Anteayer uno de los que acostumbran darle de cuando en cuando el napoleón de rigor, se lo tropieza en los Cam­pos Elíseos con un traje flamante.

— ¡ Oómo, exclama el Mecénas, V., Rodríguez, V. vestido nuevo!

Page 7: Año XIX. Núm. 20. Madrid, 30 de mayo de 1875

N.* X X JL/A J l USTRACIOK J S s PAÑOLA Y y^MER.ICAK.A, 340-

— Si, señor, y jamas adivinará Y . cómo moho procu­rado este traje.

— ¿ Lo lia pedido V. prestado?— Ño.— Se lo ha encontrado Y . olvidado en algún gnardaropa?— Nada de eso.— ¿Se lo han regalado á V .?— Tampoco.— Pues bien, replica jocosamente el interlocutor....¿se

lo lia traído V. con ayuda de Uñate?— Mucho ménoR.—- Entonces renuncio á adivinar.— Lo he comprado y pagado, responde fríamente el re­

fugiado perpètuo.— Confieso que jamas me habría ocurrido semejante i lea.

Angel de Mibasda.

OH MAESTRO DE ESCUELA-

El reformador que personifica grande revolución peda­gógica indudablemente con mus títulos es el inmortal Pes­talozzi. Fielite, en su Dixcurm á la narion alemana, ofre­cia como escuela regeneradora de su raza la escuela de este santo. Y en efecto, nadie como él ha distinguido las fa­cultades intelectuales que en cada edad predominan, ni ha visto el camino más corto para llegar ú estas facultades y acrecentarlas en ejercicios diarios y esclarecerlas con los raudales de la ciencia. Efectivamente, si cuando el senti­miento predomina en el hombre porque su edad lo une á la naturaleza y al hogar, educáis la inteligencia; si cuando predomina, como en la juventud, la fantasía porque el her­vor de la sangre y la inquietud del espíritu le llevan á las pasiones y á los combates, en oposición casi con todo cnanto le cerca, pues necesita crearse su mundo propio ; si cu esta edad critica educáis, por ejemplo, la razón, y cuan­do llega la edad de la razón y con ella los frutos muchas veces amargos de la vida, y se han secado las llores, y se han caído las mariposas que sobre las flores revoloteaban, os empeñáis en educar sentimiento é imaginación, liareis del hombre un ser artificioso, sin lograr el someter y amol­dar á vuestra educación lo nuis inaccesible, lo más indócil, su recóndita naturaleza. Como los frutos pasan por la semi­lla, por el germen, por la llor, pasan bis ideas jtor las sen- naciones, por las nociones, untes de llegar á su iucondicio- nalidad absoluta. Y educando en el niño al niño y no al hombro, las facultades del niño, con símbolos ú su alcance, con narraciones que le recreen y le deleiten, depositaréis en su alma individual, con seguridad, con certeza, los gér­menes de un alma universal, de un alma humana.

¿Quién educa verdaderamente al niño en la humanidad? ¿Quién tiene ese divino ministerio? La madre. Ella os la profetisa que preve la vida por venir, y la sibila que sondea los misterios del espíritu, y la musa que lleva al corazón las inspiraciones humanas, y la maga que llena de leyendas piadosas y suaves toda nuestra fantasía, y la sacerdotisa «pie levanta la conciencia á las regiones del infinito; desde el momento en que siente su hijo en las entrañas, parece como que el espíritu y la naturaleza se revelan á su mente para ayudarla en su divino ministerio; y asi apropia todas Jas ¡deas á la inteligencia del niño, de la misma suerte que el ave cincela todos los agrestes objetos cogidos en su pico para formar el blando nido de sus amados hijuelos. Sabe la madre instintivamente la higiene con que ha de preservar á su hijo de las inclemencias del mundo, la medicina con (pie lia de curarlo en sus continuas enfermedades, la moral con que lia de sostenerlo en sus futuros combates, la litera­tura con que ha de embellecer sus dias y con que lia de calmar sus tempestades, la religión que lia de convertirle en sér superior á los demas seres de la naturaleza y ha de abismarle en el seno de lo infin ito; cuanto necesita el pe- queñuelo en sus primeros años lo lleva su madre en la in­teligencia, como lleva en los pechos su único alimento. Hagamos de la escuela una madre. Hé ahí el pensamiento de Pestalozzi.

Un hombre asi no podía nacer, no podía educarse, no podia v iv ir sino en él seno de una República. Las ciudades republicanas son las ciudades que han contribuido en ma­yor grado á la educación del género humano. Volveos con los ojoR del alma ú todos los tiempos de la historia, y en­contraréis que el género humano ha sido educado por esas ciudades. Cada una de ellas trae su tesoro á las riquezas co­munes de la humanidad. Atenas, sus estatuas; Roma, sus leyes; Florencia, las artes del Renacimiento; (¡énova, la letra de cambio para el comercio; Yenecia, la brújula: Pisa, la ley del péndulo; Strasburgo, la imprenta: todas ellas la ¡dea. Y asi es que los pueblos modernos jamas llegaran á su perfecto desarrollo si no hubiera, como granos de sal, derramado la Providencia esas pequeñas repúblicas en su seno. Todo el movimiento intelectual de Francia en el siglo decimosexto se píenle si no hubiera cerca una Ginebra ca­paz de acoger á Cal vino. Quizá la Inglaterra vuelve á ser católica, feudo de los empedernidos Estuardos, si no está cerca Holanda para crear y educar á los Oranges. Y en la vida intelectual de Alemania lian ejercido poderoso influjo las republicanas ciudades de Suiza, y entre to<J*> Zurich.

Allí habitaron Schelling y Fichte; allí escribieron Klopstok y Gessner; allí formó una especie de centro intelectual, de foco donde convergían muchos rayos de luz, el teólogo, el físico, el republicano Lavater; allí se educó Pestalozzi.

Mas su primera escuela fué fundada en las riberas del lago de los cuatro cantones. Aquella hermosa maravilla tiene á nuestros ojos ese esplendor más en sus horizontes y esa santidad más en sus recuerdos. Una vez visto, no se le olvida jnmas. Al extremo Norte, Lucerna con sus turres góticas, con sus pintados puentes, entre los cuales precipi­ta el Saar sus verdes y espumosas aguas; á un lado el Pí- látos, agrio, abrupto, sembrado de abismos, como si en su aridez sólo engendrara tempestados; enfrente del Pilátos el Righi, apacible, tranquilo, sembrado de floréalas, de quin­tas, como una montaña itnliana cantada por Horacio ó por V irgilio ; entre estos dos montes, como un anfiteatro de diamantes gigantescos, la cordillera del Oberland. que re­fleja y repite en los cristales de sus nieves eternas la luz del dia; y en todo, el fondo, el lago, vário, lleno de ense­nadas, de puertos, de aldeas, que se tienden entre las ver­des praderas y los bosques de alpestres pinos: espectáculo maravilloso, indescriptible, como acaso no hay otro seme­jante en el planeta, pues difícilmente se encuentran á tan corta distancia contrastes tan grandes, ni en tan breve es- I pació se reúnen y se conciertan de manera tan plástica lo hermoso y lo sublime. Y cuando impelido por sus vientos, surcando perezosamente la celeste superficie de sus aguas, oís la esquila del ganado confundida con el cántico del pastor, y el grito del navegante con el eco de la campana, la imaginación os trasporta á los tiempos en «pie aquellos campesinos y aquellos barqueros juraron, como inspirados por tanta grandeza, fundar la independencia, la democra­cia, la república, y Las fundaron dirigidos por Guillermo T e ll, más vivo aún que tocaos, aquellos seres, más grande aún que todos aquellos Alpes, más poético aún que todo aquel incomparable lago, porque su mano lia puesto allí sobre los milagros da la naturaleza los milagros todavía mayores de la libertad.

Por aquellos sitios tan líennosos pasó la guerra en 1798, y dejó la desolación y todos sus horrores. Era el ines do Setiembre, y los franceses querían imponer una Constitu­ción unitaria, que aquellas federales regiones rechazaban completamente. Resistencia incontrastable se organizó. Los campeamos salieron á defender sus libertados y sus liogn- res, como defienden las águilas alpestres sus nidos y sus polluelos; pero loa franceses fueron implacables. Una cuar­ta parte de los salidos á cerrarles el paso quedó muerta en los campos. Los oíros huyeron y se dispersaron por las sel­vas. Entro los cadáveres so encontraron doscientas mujeres y veinticinco niños. La iglesia fué violada, huh alfares en­sangrentado», su bóveda henchida por disparos de fusilería; sesenta y cinco fieles queso habían refugiado allí, ó por «0 poder llevar las armas ó por pedir á Dios la salvación de su patria, fueron bárbaramente inmolados sin exceptuar ninguno. El sacerdote «pie doria misa cayó de un tiro al pió de su ara y de su cáliz. Toda la ciudad filé saqueada, y quinientas ochenta casos de sus alrededores reducidos á cenizas.

En medio de esta desolación, por el mes de Octubre, quince dias después de la catástrofe, apareció Pestalozzi entre aquellas humeantes ruinas. Su corazón llevaba aún mayores tristezas que el sudo bollado por sus plantas. Y en verdad, el estado dé aquellas regiones no podía ser más triste: aldeas arrancadas de cuajo como si por ollas hubiera pasado A tila , bosques de vividos árboles trasfor- mados eu bosques de calcinados palos; las granjas, las ca­sas (le labor, completamente destrozadas; los ganados, los animales domésticos, ó consumidos ó dispersos; la soledad por todos partes, pues los habitantes habían buido de aquel suelo de maldiciones; las iglesias, saqueadas y viola­das; los cadáveres, todavía en el campo, insepultos y po­dridos, llamando sobre sus restos bis aves de rapiña. Allí, en uno de aquellos edificios medio destruidos, ahumados, siu puertas, sin cristales, con manchas todavía de sangre, reunió Pestalozzi los niños hambrientos, pálidos, enfermos, llenos de llagas, tiritando en su desnudez de frió, y en su desgracia de miedo. Pero aquel sauto era como Jesús: se gozaba en rodearse de los niños, en contemplar sus ojos serenos, en beber su ¡nocente sonrisa, en adivinar el hom­bre futuro qne se encierra tras de aquel cnerpceito, y el futuro mundo que ha de crear este hombre, como una ma­dre, con sus ternezas, con sus inquietudes, con sus adivi­naciones, todo para la infancia, todo para la inocencia.

Italiano de raza, tenía su alma los contrastes del suelo italiano en los Alpes, donde el Norte, con sus heléchos, se mezcla al azahardel Mediodía y donde lloreee el almendro á vista de la nieve; alemán por su lengua, por su cultura intelectual, por la ciudad donde se había criado, Zurich, esencialmente alemnua; republicano por su nacimiento y por sus convicciones; revolucionario ó reformador, siempre en guerra con los privilegios de las aristocracias y en ado­ración siempre ante el humauo principio de igualdad ; cria­do por una madre amorosísima que le guardaba durante to­da la infancia á su lado y que le infundía parte de su alma de mujer con todos sus delicadezas: casado ,>n edad tem­

prana con una heredera á quien arruinó en obras de caridad y beneficencia; sostenido algún tiempo en sus apuros por dos viejas criadas de la casa paterna que le profesaban afecto maternal, íbnse aquel redentor de pueblo en pueblo buscando á los ignorantes y á Iob pobres para ilustrarlos y para mantenerlos; adoptando á los huérfanos: tendiendo la mano, si era necesario, para pedir limosna con (pie. satisfa­cer á los hambrientos; filósofo de acción, poeta de la vida, tribuno de la infancia, hijo divino é inmortal de la natura­leza. Su libro estaba en el Universo : ninguna letra de im ­prenta se puede comparar con una estrella de o ro : ningún poema, muerto en el sudario de sus hojas de papel, puede compararse cort el poema de los Alpes cuando los dora en sus plateadas cumbres la luz del alba y el rosáceo reflejo del vespertino crepúsculo: ningún libro, ninguno, hay tan grande ni tan profundo como la conciencia humana: nin­guna poesía es tan bella y tan tierna como la poesía del co­razón en sus efusiones por los desgraciados, por los dolori­dos, por los que padecen, por los que lloran. Reunirlos en una escuela que sea amorosa como la madre, previsora co­mo la Providencia, santa como la iglesia; separarlos de toda artificiosa revelación que no provenga, primero de la conciencia, después del Universo; matar en ellos los senti­mientos de privilegio, las ¡deuB de desigualdad, las tradi­ciones de casta; abrir ancho espacio á cada vocación indi­vidual para que realice libremente su destino; obligar á unos á que sean maestros de otros, y á todos á que mutua­mente se envíen sur ideas como los astros se envian mutua­mente á través de la inmensidad sus rayos de lu z ; constre­ñirlos en la primavera y en el estío á que trabajen los cam­pos, á que cultiven las plantas, á que siembren las (lores, á que cosechen los frutos, y en el invierno á que entren den­tro del taller, y abracen y practiquen el trabajo manual, para que de esta suerte sean artesanos y labradores, y com­prendan todas Ins asperezas y todas las satisfacciones del trabajo; formarlos en coro para que canten juntos en himnos poéticos su agradecimiento al 'Creador, su culto á la libertud y á la patria; convocarlos para que con el bar­ro del jardín ó con las tablitns recortadas en sus juegos formen de relieves, primero la escuela, después la aldea, después el cantón, y luego la patria, la Europa, el mundo; darles noción del número, di* las denominaciones, todo por símbolos, todo por apólogos, basta que las almas en su ma­durez puedan definir y clasificar las ideas; recordarles que viven dentro de la naturaleza para hermosearla, dentro de la sociedad para servirla y bajo la mano de Dios para imitarlo y repetirlo en rus obrns; intentar todo esfo, hacer todo esto cumplir todo eHto, sin más móvil que el bien, ni más fin que la justicia, ni nuis esperanza que la satisfacción de la con­c ien c ia^ acoso una palabra en la historia; trnsligiirarse de esta suerte y trasfigurar á cuantos le rodeaban, era crear con la palabra el gértnen de un nuevo mundo social, que bien merece un recuerdo eterno y un eterno aplauso de la huma­nidad agradecida.

Como todos los hombres extraordinarios, fué víctima también de extraordinarias desgracias. Los católicos le per­seguían en sus cantones por su origen protestante; los pro­testantes le achacaban olvido de todo culto; los hombres ¡lustres desconocían toda la verdad de aquella ciencia sen­cilla; sus mismos discípulos, como á Jesús, le fueron ingra­tos; la reacción piadosa que bajo el imperio y en los co­mienzos de este extraño siglo decimonono se inaugura, le cerca, le asedia, le asfixia. El gran Michelet lia contado en su estilo inimitable los últimos dias de este genio. No pudii-ndo soportar ya las tirantas de lo artificioso, las com­binaciones de la reacción, la enem igado la infame hipo­cresía, se fué de su último establecimiento de Iverdun á las montañas del Jura, á v iv ir en la inmensidad, solo con su conciencia, con Dios y con la natnraleza, con esta tri­nidad misteriosa á la cual había ofrecido el holocausto de toda su existencia. Un dia, teniendo más (le ochen­ta años, bajó á una escuda fundada según su ideal y su método; los niños de ambos sexos, que dehian un alma nueva á la idea do este varón justo, salieron ú recibirle en­tonando melodiosos coros y pidiéndole su bendición. Uno de ellos se adelantó á ofrecerle sencillísima corona de en­cina: «Para mí no, d ijo ; coronad con ella la inocencia, lo único que hay santo sobre la tierra.» N o ; no es verdad. Hay algo más santo que la inocencia, como hay algo más grande y más santo que el Paraíso acá en la tierra. Es más santo el varón que ha conocido todas las seducciones de la vida y las lia despreciado para consagrarse ni cultivo de la humanidad; que ha hecho de la verdad su religión; de la caridad su amor; do Injusticia su esposa inseparable; de los desvalidos^ de los desgraciados, de los opresos el obje­to único de sus pensamientos y de sus afanos. Eso es lo santo, eso es lo eterno, eso es lo divino en la historia. Los hombres que proceden así sufrirán en la vida, sufrirán en la muerte; pero sufrirán porque la Providencia quiere que so parezcan á sus genios bermnnos en la sucesión de los siglos, qne se parezcan á los mártires y á los redentores.

E m il io C’a s t e l a r .

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la vexta del bckko. — ( Composición y dibujo de D. J. Rivas.)

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34 A JLí A. jLUSTÍ^ACIOH pSPA Ñ O LA Y y\fAEÍtfCAKA. N.# X X

E L T R OMP O Y L A M U Ñ E C A .POEMA EN CS CASTO.

AI. XlSfo PEDRO TIDAL Y BKRXALDO DE QPIRf'iS.

I.Que no quiero, te «ligo. >

¿Gúino hoy al trompo lia de jugar contigo El que ya de su edad perdió la cuenta ?¿Quieres que caiga en la pueril afrentaDe Catón el austeroQue aprendía a I mi lar ¡i los sesenta ?Te digo que no quiero, y que no quiero.

II.

¡Salud, salud, memorias candorosas De mi antigua inocencia!¡Oh trompos! ¡O'i muñecas! ¡Grandes cosas!¡Los más grandes tal vez de la existencia!¡o l í , memoria feliz de mi pasado!¡Tu trompo, ni fio hermoso, me convida A recordar, de pena traspasado,Los muchos Beres que en la tierra he amado Y que sólo he de ver en la otra v ida !

III .

Pues, como iba diciendo,Guarda ese trompo, niño, pirque entiendo «¿ue lo (¡ue vale un trompo bien guardado,Lo has de súber mañanaDespués que haya pasadoEl tiempo «pie echarás por la ventana.Ya verás, ya verás bien claramente «pie es sólo afortunado El hombre que, ¡nocente,Procura en lo pasado Encontrar la razón de lo presente.Y , por si no lo crees,oye una historia Que , á más de cuarenta años de distancia ,Aun trae ú mi memoriaAsi como un recuerdo de mi infancia.Tan sólo temo que, de juicio falto,Mn oigas hablar sin atención alguna:¿Que escucharás? Pues bien. ponte más alto : Silbóte á mis rodillas : ¡ ú la una!....¡A las dos!.... ¡á las tres!.... ú las....¡buen salto!; Estos niños son ángeles traviesos «pie en vez de tener nlaH tienen lineaos!¡ A y ! corno tú, cuando iba yo á la escuela,Por subir al regazo que adoraba De mi madre ó mi abuela,No saltaba, volaba,Pues todo ol mundo sabeQue la niñez, ligera como un ave.Citando nuda, salla, y , cuando salta, vuela !

IV.

Con que empiezo mi historia, y oye atento :— Sin la sonrisa de sus buenos din«,Alicia, la heroína de mi cuento.Con la hiel de su propio pensamiento Se ocupa en amargar sus alegrías.Y conforme es mayor su desconsuelo,Más en la fe de su ilusión se aterra,Pues ella es de esas almas que, en su vuelo,En vez de gravitar hacia la tierra,Parece que gravitan Inicia el cielo.Fue Alicia el pasmo de la villa toda <’liñudo era yo muy joven todavía,Y recuerdo que un dinPuso en Madrid las pálidas en moda.Mas ¡a y ! ¡tuvo un maridoQue aunque no ln olvidó, la ochó en olvido!Casada de los pies á la cabeza,Quiso i\ su esposo con ardor profundo,Y pagó, como muchas, en el mundo lloras de amor con siglos de tristeza.

V.

De esta madre infeliz es el tesoro Una niña pequeña,A cuya cara, por domas risueña.Sirven de mareo unos cabellos de oro.Cara infantil, trasunto d<* los cielos,Donde lucirse ven tres maravillas,Pues tiene, cual la tuya, tres hoyuelos,Uno en la barba y dos en las mejillas ;Mejillas ruborosasQue hacen pensar con júbilo á la gente Que, el que las tiene, come solamente,Como la Venus de Sohiavon®, rosas.Y á riesgo de espantar doctos oidos,Añado que Rebeca, sin disputa,Aunque tiene siete años, no cumplidos,Es. como un viejo cardenal, astuta.Calcula por los dedos de la mano;Xo hay fábula moral que ella no entienda :Y basta sabe que un niño, que es su hermano. Re lo compró su madre en una tienda.Y contando ademas cuentos extraños Con voz que es una música inefable( Porque no hay sinfonía comparable A l són de una alegría de siete años),Disipa enternecida De su madre las penas.¡Toda niña, al nacer, trae aprendida La caución que cantaban las sirenas!

V I.Cuando Alicia, la madre sin ventura,

Vió amontonarse sobre su alma pura Engaños sobre engaños,Se resignó á morir sin calentura,Que es la muerte senil á los treinta años

Tendida sobre cd lecho,A l siniestro fulgor de una luz mate Que oscila en la pared y alumbra el techo,De Alicia el corazón con ánsia late Cual si fuera á saltársele del pecho.Teniendo en su cabeza de esqueleto Una gorra de loca,Y' oyendo á un cura, que la exhorta inquieto,Re sonrio la infiel con media boca,Dudando entre la burla y el respeto.¿Xo es verdad, niño hernioso,Que el hecho escandalizar Xo temas el ejemplo. Esto horroriza,Y aquello que da horror no es peligroso.

V ILYn he dicho en otra parte, y lo repito,

Que si no so baila el corazón contrito,Toda la humana ciencia es cosa poca Para templar el ánsia de nna boca Abrasada con sed de lo infinito :Y asi, como es tan vano,Cuando no hay fe , todo consuelo humano,El corazón de Alicia, de ira lleno,Como un puñal indiano Empapó su mirada de veneno,Y con un gesto frió de amargura,Con ojos lijos y los laidos mudos,Despidió ni pobre cura Haciéndole el menor do los saludos.Y el sacerdote, el corazón sintiendo Traspasado con Hechas de ironía,De la alcoba saliendo,La fíente señaló como diciendo:« Por allí no anda el juicio todavía.»Y Alicia, en tanto, con el cuerpo inerte Los ojos annitó de un Crucifijo,Y , resignada á su implacable suerte,Con m is suspiros que palabras, d ijo :<( ¡Marche nos al encuentro de la muerte! n ¡ Oh, Alicia sin ventura,A qué terrible estadoLa arrastró el ideal de su ternura!¡P.ieii dice la Escritura,Que la mueite e,- la p n i del pecado!

V III.

Mas ¡oh resurrección inesperada!Pero, untes que de Alicia cuente nada,T e diré que RebecaHeredó de su madre una muñeca,Y que, haciendo con ella de persona,Crece, piensa, compara y reflexiona ;Mañeen, on fin, para la cual cosía Un traje cada día,Y á quien daba á comer un guiso nuevo En unas tnz.is (pie la niña haciaDe unos trozos de cáscara de huevo:¡Guisos y tazas ¡a y ! que úun son mi encanto, Pues me hocen recordar, bañado en llanto, Ciertas tortas de pan, que ella amasaba,Y que, feliz cual yo, me regalaba Mi nodriza en los dias de mi santo!¿Por qué, por qué nunca echará en olvido Memorias tan dichosasMi espíritu, ya medio sumergido Eu esa paz inmensa de las cosas?....

IX .Mas ya el hilo perdí de nuestro cuento.

¿Estábamos?.... Es cierto: en el momentoEn que, hablando de Alicia á la muñeca Con sn voz argentina,Iba muy pronto ú parecer Rebeca Cicerón flagelando á Catilina.Pues al morir la madre, tristemente Habla la niña á su muñeca, enfrente De un espejo tan claro como extenso,Que recuerda por limpio y por lo inmenso Los tiempos fabulosos del < Jriente :Y merced á un refiejoDe la pálida luz que da en Rebeca,Le enseña á Alicia en ideal bosquejo La imagen de la niña y la muñeca El ángulo visual en el espejo:Y’ como ya Refieca comprendía Si su madre creía ó no ereia ( Pues las niñas curiosas Tienen noticias ciertas,Y aprenden muchas cosasCuando andan escuchando por las puertas). Con labio purpurino,Meciendo á su muñeca, le deeia:« ¡Pide al cielo, hija mia,Que Dios vuelva á mi madre al buen cam ino!» ¿Te burlas del candor de la inocente?Yo también, niño mió,Viendo á Rebeca hablar tan seriamente, Teniendo ganas de llorar, me rio.

X.Mientras la niña, del espejo enfrente,

Esta infantil catiliimria dice.La madre, de reojo, dulcemente La mira, la acaricia y la bendice;Y recordando eu el momento mismo Que vió algún día cual fulgente estrella,En el espejo aquel la niña aquella Antes de ir á la pila del bautismo,Recobrando el candor de ln existencia.Re enternece, suspira,Y", admirada de ver tanta inocencia,Manda nn beso al espejo en qne ln mira:

Y' las cosas más tiernas y sencillas De sus dias primeros recordando,De aquel cuadro infantil saltan, volando, Recuerdos, como alegres avecillas;Y pensando en su madre, Hora, y luego Al calor de sus días de inocenciaRe ablanda poco á poco su conciencia Cual cedo el hierro de la fragua al fuego.Y, puesta sobre el lecho de rodillas,Gritando con fervor «¡perdón, Dios mió!»,Su frente se empapó de un sudor frió Que resbaló después por sus mejillas.Y al ver que, ya sensible á sus deberes,Alicia mira al cielo,La niña, que, cual todas las mujeres,Sube á fondo la ciencia del consuelo,La abraza alborozada,Y’ , á su madre abrazada,Rebeca parecíaUn ángel que, radiante de alegría,Presenta á Dios un alma extraviada !

XI .¡ Lo que son los destinos!

De Alicia, descreída y virtuosa,La muñeca fué el hada misteriosa Qne á sos pasos atirió santos caminos;Pues por ella, al final de su existencia,Con la bondad del alma de una santa, Juntando el buen humor ú la inocencia,Y uniendo lo que alegra á lo que encanta, Volvió á beber las aguas cristalinasDe la inocencia de la edad primera,Lo mismo qne se van las golondrinas A buscar una nueva primavera;Y' satisfecha ya , fué Dios su guía;Y ya inocente, recobró la calma;Qne es la inocencia la salud del alma,Yr es la salud del cuerpo la alegría.Yr olvidando sus males,Volvió á reconquistar desde aquel día La religión , la gracia y la energía, Potencias invencibles é inmortales ;Y' recordando con filial ternura Los dioses lares de sn bogar paterno,Tornó Alicia á adorar con alma pura Al Bér vivo, absoluto, uno y eterno,Fe, esperanza, verdad, bien y hermosura.

X II .¿lias comprendido bien, Pedro adorado,

Cuán útil puede sor á la conciencia Un trompo como el tuyo bien guardado? ¿Xo ves, por experiencia,Que un juguete infantil desenterradoPuede ser una cienciaQne enseño ú desandar lo mal andado,Y' á recordar los días de inocencia Uniendo lo presente á lo pasado?¡ Ya ves cómo á toda alma descreída Del alto cielo la clemencia alcanza,Y que, en trompo ó muñeca convertida,En todos los naufragios do la vida Echa ol cielo el tablón de una esperanza!; Ya ves Cómo nn jngu< t<* que se dejaY' que á encontrar « • vuelve caí anímente, Hace qne Alicia vieja, y ya muy vieja, Torne á ser inocente;Y' que. pensando ya cómo refleja Sus objetos el agua de ln fuente,Con sus sentidos y potencias todas,Turbios los ojos y las manos seca»,Torna el pretexto de ensayar las mudas Para jugar, ya anciana, á las muñecas;Y al olvidar sus muchos desengaños, Aunque vieja, muy vieja,Viviendo se asemejaA una niña, muy niña, de cien años.¡ Sabor envejecer! Esta es la ciencia Que yo Con más ardor al cielo pido,Ahora que se extingue mi existencia Primero entre las brumas de ln ausencia,Y’ después en la noche del olvido!¡ La fe en la ancianidad, sm los favores Que pedirán al cielo tus dolores Cuando hayas aprendido En tu vida precariaQue. á más de un receptáculo de horrores, La tierra es una tumba solitaria Sobre la cual derrama sus fulgores El sol como una antorcha fuñe aria!

X I I I .Pero ¡a j '! olvida, olvida

Este final tan lúgubre y sangriento,Pues sé, por mi desgracia y mi escarmiento, Que es un gran mal el conocer la vida.—Y', pues llegó a sn termino mi cuento, Aunque es, por ¿u fortuna,Poco ménos que ocioso Aconsejar al que, cual tú dichoso,La ciencia y la virtud halló en su cuna,Oye un consejo y deja que te abrace:Sé leal á la gloria de tu nombre.Pues la mayor traición es ser el hombre Desertor de las tilas en que nace.Xo olvidando esta historia,Y' guardando ese trompo y siendo bueno, Seguirás por la senda de la gloria «Jue te trazó con su inmortal memoria Tu ilustre abuelo, de modestia lleno (1 ).

(1) Don Pedro José Pidal, primer marqués de Pidal.

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Aprende bien que obliga la noblcr.a,Y Dios te lo demandeR¡ no imitas eon ciencia y con firmeza La rectitud, la gloria y la entereza De aquel ú quien su patria le hizo grandeY que fué superior á su grandeza.

X IV .

¿Me jura» que lo liarás? ¡Pues adelante!Toma un beso, y adiós, que estoy de prisa.<)ue dure eternamente en tu semblante La bella obstinación de 1 u sonrisa.Y , en prueba de lo mucho que te adoro.¡ lluego al cielo que, alegre y sin hastío,No tengas que llorar, como yo lloro,Pc-nas sin causa en horas de vacio;Y que las Parcas hilen, hijo mió,El lulo de tu vida en husos de oro!

11. DF. C’AMFOAMOR.

------------ •~~~> reo en»EXPOSICION DE BELLAS ARTES DE 1875.

II.Paria, 20 de Mayo,

No adoptaremos en esta revista de la Exposición de Bo­llas Artes ninguna clasificación, ninguna subdivisión en escuelas, géneros ni especialidades; queremos que la im­presión que reciban Iob que tengan á bien leerla sea la ver­dadera impresión recibida por el que recorre esos vastos salones tapizados de pinturas, donde la marina frisa con el retrato, y donde el cuadro de batalla está pegado al cua­dro de género. La vista pasa ríe uno á otro lienzo con ver­dadero cansancio, y después de haberse pascado por todos los salones, se echa uno en un diván en busca de un reposo merecido, y allí toma nota de las obras dignns de mención. Asi hemos procedido nosotros, cual lo hubiese hecho el lec­tor mismo para grabarlas en su memoria.

Entre los retratistas que e.l salón de 187o nos lia revela­do debe citarse en primera línea á M. Bastión Lepage, joven, segun dicen, recien salido de la escuela y ya maes­tro, que expone un retrato do hombre, un parisién del di a, «pie frisa en los cincuenta y que fué lo que Re llama «un buen m ozo »: fisonomía muy característica, animada por una boca entreabierta que no habla aún, pero que va á hablar. El espectador aguarda la frase que va á salir, que está allí en los labios: escuchad un poco, vais ú oirla. Es imposible traducir la vida eon verdad más pasmosa, y no hay quien pinte con mayor seguridad ni con un conoci­miento más profundo do la línea y del color. Junto á este retrato, digno de los más insignes maestros, figura un cua- drito del mismo autor, que representa una ñifla en trajo blanco de enmunianUi. ¿Quien duda que se halla en estado de gracia aquella ñifla interesante que so lia sentado A la santa mesa, y que conserva aún las manos, un poco largas y calzadas do guantes blancos, cruzadas sobre Isr rodillas como si acabase de rezar una oración comenzada? Hu de­voción timie algo de sincero y angelical que recuerda la inspiración religiosa del arte gótico, tanto por la expresión como por lo minucioso de los detalles. Para descubrir esta virgeneíta burguesa hay que ir al más anarindo rincón de iiim de los salones, donde se esconde modestamente.

No sucede asi al retrato de M. .lidio (¡otipil, que repre­senta Una <lanm de 1705, y que se ostenta descarada y altiva en medio del salón, con su sombrero de anchas alas, guarnecido de plumas y su vestido de raso, cuyo corpifio está cortado en forma de chaleco á la Bobespierre. Ciego ha de ser quien no la vea. Y después de todo, merece ser vista, no precisamente á causa de su tipo, que os bastante vulgar, sino por su traje raro y original y por la destreza notabilísima con que el artista lia sabido componer aquella falda que ro alza discretamente para que se vea el zapato con hebilla, un poco del guardapiés azul y el nacimiento de lina pierna cuya perfecta construcción se adivina. La única crítica que puede dirigirse á este retrato imponente es el deseuido en la factura de las manos, las cuales se ase­mejan á esas manos de madera mecánicas que se fabrican hoy con mucha habilidad, es cierto, para los amputados, pero que no lian llegado todavía á la perfección suficiente para reemplazar la naturaleza. Los mancos me compren­derán.

El público se para, y con razón, dolante de una figura de M. Jacqnct. qne el autor lia titulado Rire.rk y que debe ser el retrato de una joven muy sentimental y algo tísica. Entre dos accessos de tos. debe murmurar unos versos á su adorado, pues debajo de aquel vestido de terciopelo encar­nado, pintado admirablemente y que cubre un cuerpo en­flaquecido, cree uno advertir las palpitaciones de un cora­zón invadido por la fiebre enfermiza y por la fiebre amoro­sa á la vez. Su contemplación por algnnoR instantes inspira el doble deseo de mirarla primero y de amarla después.

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¡P if! ¡paf! ¡Pam! ¡piun! ¡Qué estrépito y qué humo! Esta­mos acostumbrados al olor de la pólvora; acerquémonos sin temor. Bajo el capote militar, vemos á más de mi pintor y de un artista querido: aquí está Yibert, Bellcour. allí Leroux y Jacquemart. Mas allá, sobre la colina, los prusianos están escalonados en guerrilla. Nuestros amigos, desde las viñas, sostienen un fuego nutrido, pero alegremente, como si es­tuvieran de caza, l 'n casco de bomba ha herido á uno de ellos. que espira. U na nueva descarga le sirve de responso. Esto episodio del combate de la Malmaison, durante el sitio de París, pintado por uno de los que tomaron parte eu é! como voluntario, lia vivido. Se ve que el pintor ha narrado, con su pincel hábil y nervioso, hechos quorum p a r « rtuigna fu it.

No es esta la impresión que produce otro cuadro de bata­llas, firmado con un nombre que los pedidos oficiales ha­bían dado á conocer en tiempos del Imperio. M. Ivon , que así se llama el autor de este segundo combate, ejecutaba á

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la sazón , de real orden, cargas de caballerías ó encuentros de infantes, ú tanto el metro ó la tasa, segun el presupues­to de Bellos Artes. Privado hoy de encargos oficiales, limi­ta su ambición á lienzos de dimensiones más modestas, y, después de haber trabajado para los monumentos público», traía de penetrar en los salones particulares. Yo creo que se forja halagüeñas ilusiones; pues en tan reducido tamaño sus soldados parecen más bien soldados de plomo de esos que se dan á los niños, y si corre ia sangre en esas batallas burlescas, eB bajo el aspecto dulcificante de jarabe de gro­sella.

Después de los enadros de M. Ivon vuelve tino la vista con placer hacia una pintura más sana, háeia loa paisajes de M. llarpignies. Los árboles enhiestos se destacan en gra­ciosos perfiles sobre un cielo do un azul claro cruzado de blancas nubes, y los fondos de verdura, confusos y esfuma­dos por la distancia, tienen el colorido Biiave, delicioso, de las antiguas tapicerías de Gobelinos.

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Por lo demás, poetas de la Belva y de la llanura no fa l­tan en la Exposición, y no seria fácil clasificarlos según sus méritos, pues cada uno de ellos posee cualidades persona­les que recomiendan su talento y le colocan aproximada­mente en la misma categoría del vecino. Para citar algunos ejemplos, ahí está M. H ill, sueco de nación, que canta la selva de Fontaineblean en una música que le es propia. Sus coloridos son nuevos, sus blancos tienen una distinción par­ticular, y lia descubierto la nota poética exacta en los tin­tes bermejos de las hojas de otoño.

Más allá trepamos con M. Mauve el camino polvoriento, achicharrado por el sol, y por el cual bajan pesadamente dos carretas cargadas. Un carretero las acompaña, recibien­do en su rostro tostado, como quien está hecho á aquellas ardientes caricias, los rayos blancosy perpendiculares de un sol de mediodía.— ¡Sombra! ¡Sombra! lié aquí que se abre para nosotros el jardín lleno de frescura por donde pasan las odaliscas del liaren y los esclavos. Entremos, que es un mágico en colores, M. Pasini, el que nos conduce á este oásis íntimo y exquisito. Por una verja se adivina el patio cercauo, cuya pared blanca calcinada por el sol de Oriente se ve al través del enrejado, y este contraste hace resaltar más todavía la frescura de tan delicioso jardín. El procedi­miento en pintura de M. Pasini saca del uso muy estudiado de las esencias, supongo yo , una annlogía sumamente ori­ginal con el de la acuarela, cuya suavidad adorable posee: en la pintura á que nos referimos los tonos se hallan mez­clados; y esto no obstante, es una pintura hecha, muy hecha y muy precisa, en qne el detalle no está descuidado, sin que por esto perjudique al conjunto llamando la atención sobre inútiles accesorios. Preferimos con mucho esta pintu­ra, casi voluptuosa á fuerza de ser halagüeña á la vista, ú otra del mismo autor, cu que, representando una vasta es­cena militar en las montañas, no hace más ijue seguir las IniellaH de M. Fromenüii.

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Hablábamos más arriba de los detalles acabados que no perjudican el conjunto, lo que constituyo una facultad rara en los pintores, en quienes vemos la mayor parto de las vo- cos (U'/ibadorfs que acaban Autos de haber principiado. De este número es un artista que ofrecía las mayores esperan­zas, M. Fermín (¡¡raid, que expone este año várias oscemis de familia: madres, nodrizas, niñas y niños en jardines, con su casita en el fondo. Todo es acabado en estos cuadros, brutales por el detalle como el vidrio esmerilado de una cámara oscura de aparato fotográfico; no so sabe qué es mi»« de zinc, si esa regadora colocada en la arenosa alame­da, ó las hojas de aquellos árboles. Las llores están monta­das en alambre y tienen los tonos chillones de las flores artificiales que se fabrican con muselina, terciopelo ó seda y un poco de goma. No, no es en un jardín donde M.Girnrd lia pintado sus escenas caseras, sino en un taller do lioris- ta de la calle de Choiscnl.

M. Pascntti es otro acabador que nos muestra un mercado de Venecia, en el cual la perspectiva es de lina exactitud matemática, no lo dudamos, y la geometría nos demostraría si lo dudásemos; pero esto no basta en pintura, en que los tonos deben también colocar los objetos en su respectivo plan. Todo un mundo microscópico se agita en aquel mer­cado, en medio de las casas apiñadas, donde se leen los ró­tulos de las tablillas, con sus acentos, puntoR y comas. Yo creo que eon paciencia y observación podrían contarse las pestañas de una niujercita , que no abulta más que una uña del dedo meñique, y que pa.-a por el fondo del cuadro.

Semejante género de pintura tiene por partidarios los afi­cionados á los cuadros, que se miran pegando las narices al lienzo ; pero á estos aficionados puede aplicarse el si­guiente intraducibie dicho del ¡lustre Corot: « Tottf ;/ est. ríen n'y esl.»

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Fortuny, el pintor insigne qne el arle llorará eternamen­te, ha formado escuela, pudiendo decirse que, si se ha lleva­do al sepulcro sus riquezas de colorista y sus tesoros de ima-

S'nación, ha arrojado (untes de m orir) por lns ventanas ; su taller la moneda suelta de su genio y que no han fal­

tado pintores hambrientos de celebridad para recogerlas. El oro de Fortuny fia desaparecido; pero nos qneda el co­bre y la plata marcados con su efigie. Precisamente eon una colecta de sus procedimientos, M. Michetti lia pintado esa cosecha de aceitunas y esas mujeres de todos colores,‘cam­biantes y aligeras, qne se mueven bajo los árboles recogien­do el preciado fruto del olivo. El pintor ( para probar qne

1 poseía moneda de Fortuny, hasta no saber qué hacer de e lla ) ha llevado su prodigalidad al extremo de sembrar co­lores completamente inesperados en el tronco de los árboles: llegando á un resultado sumamente original, á saber: qne las cortezas de aquellos árboles mnlticoloros se parecen a los rollos de percal estampado, como una gota de agua se pa­rece á otra gota.

M. Joris lia tomado también sus colores de la paleta de

Fortuny para pintar su «Cura anticuario»: pero debemos confesar que los usa con más tacto y conocimiento qne M. Michetti, y que la composición del mencionado cuadro es agradable, y sobre todo, ingeniosa. Aun euando hay en él tonos crudos que causan á la vista la misma impresión que sentimos al mascar una manzana verde, en definitiva la obra revela multitud de excelentes cualidades. La mayor parte de ellas son prestadas, es cierto: mas sabido cb qne en Francia la investigación de la paternidad está prohibi­da por la ley. No investiguemos, ¡mes, si Fortuny es el pa­dre do este hijo de la imaginación de M. Joris, y contenté­monos con exclamar: « ¡ Precioso niño! »

oo oM. Gervcx nos lia presentado un Job acostado en su es­

tercolero. No es ciertamente en este estercolero donde el gallo de Lafontaine linbria encontrado la más mínima per­la, pues se baila en un estado de putrefacción tan avanza­do, que los ácidos azótieos y los amoniacos la disolverían de seguro. Se ha censurado al pintor el haber colocado en el primer plan aquel Job sucio y repugnante y haber re­presentado á sus amigos que, segun la Escritura, no le co­nocieron , á una distancia de muchos kilómetros, de la cual apenas es posible distinguirlo. Suponemos que el artista lia querido, al contrario, respetar la verosimilitud. Y en efec­to, es evidente qne su Job está tan podrido y nauseabun­do, que esparce en tomo suyo olores que deben trascender á muchas leguas á la redonda y tener apartados á sus ami­gos, basta los más íntimos.

Para mostrarnos la flexibilidad de su talento, M. Gervcx —-cuyo Job, bromas á un lado, presenta notables cualida­des de factura— expone ademas un poético Endirnion, en el cual se reproducen á un tiempo las grandes cualidades y los leves defectos de Prudlion on los personajes y de Corot en el paisaje.

La misma poesía se descubre en el Sueño, de M. Julio Lcfebvre: una mujer desnuda, descansando muellemente sobre los vapores de un lago donde duermen los nenúfares de blancas llores, que un poeta lia denominado « e l ombli­go de las ninfas.» Este sueño voluptuoso caracteriza el ta­lento del pintor, compuesto de indecisión en la factura y de nn ideal dq carnes femeninas por donde circula una sangre sonrosada, qne él bo complace en acariciar con la punta de su delicado pincel. Por lo menos este artista pre­senta sin velo sus vicios y sus perfecciones, y áun á veces muestra cierta castidad en su amor por la forma femenina idealizada; al paso qne M. Chnplin, pintor igualmente do carnes sonrosadas, aparenta, velando sus desnudeces, un pudor que, en vez dé calmar los sentidos, los excita.

oo oUna imprudencia nos lia hecho fijar al paso nuestros m i­

radas en un lienzo firmado por Matojks y que representa el bautismo de una campana en Cracovia, en 1.021. El nombre del autor, que liabia obtenido un triunfo el año pasado, ofrecía algo más; pero so bn engañado grosera­mente amontonando aquellas yemas de huevos duros que están llamando á gritos el aceite, y vinagre. Insistir en la crítica de este cuadro seria exponerse á una oftalmía.

Pronto, pronto; tomemos un baño eti las claras marinas de M. Meada/.. en las cuales se respira el aire salado de la mar y en que el agua os moja la mirada, ó en las de M. Lc- trfine, de una luz tan hermosa al aire libre, ó bien sobro las playos tan estudiadas, tan verdaderas, de tan vastos hori­zontes, de M. Sainlin (Enrique), que no hay que confun­dir con M. Saintin (E m ilio ). Este es más conocido, pero de quince años á esta parto, viene haciendo la misma dama joven, ora en un salón, ora en una playa, ora en un ce­menterio, y siempre igualmente melancólica. Empiezan á entrarnos vivos deseos de decirle: «Varaos, cásese V. con ella y acabe de una vez.»

A la- raza de los fuertes pertenece M. Alfredo Yerwée, llameneo digno de su patria, y que pinta los bueyes como quien lia elaborado su asunto en la mente untes de fijarlo en el lienzo. Su obra es vigorosa y enérgica, y en los dos cuadros que nos ha dado este año se descubre un entusias­mo apasionado de la naturaleza y un amigo de los robus­tos animales que pueblan los caminos y los campos.

Sus animales viven; los de M. Vollon están muertos, y el ánimo padece al ver tantas bellas cualidades de colorista sirviendo á representar un cerdo descuartizado pendiente del gancho de una carnicería, un caldero sucio, una escoba y sangre de puerco congelada on el fan go : espectáculo repugnante al natural y repugnante en pintura, sobre todo cuando el artista posee la inmensa facultad de representar exactamente la naturaleza. Mas, ¿por qué esta preferencia por lo inmundo? ¿Dónde se detendrá? Admiremos y que­memos á la vez un poco de azúcar.

Involuntariamente se para uno delante de un cuadro de M. Sylvestre, que representa la muerte de Séneca, y á fe que no tarda uno en arrepentirse, pues jamas se han visto colores más descaradamente chillones qne los de los perso­najes del primer plan, vestidos de amarillo y de violeta y á cual más ordinario y grosero. Abora me explico que Sé­neca prefiriese morir á v iv ir con gente que se vestía de ira modo tan escandaloso.

La armonía de los lienzos notables de M. Henner nos devuelve la calma. M. Henner es nn artista inspirado en la buena escuela italiana y que rejuvenece, con una gracia y una soltura exquisitas, esc arte encantador á quien debe­mos tantas y tan melodiosas inspiraciones, todas ellas in ­mortales.

Otros van á buscar sus modelos en las pinturas góticas, tan ricas en fe y tan cándidas, y ven recompensado el piadoso celo con que han procurado modernizar un arte antiguo. A este número pertenecen M. Legros, que pinta Jóvenes del mes de María rezando en una capilla, al sún del órgano tocado por un sacerdote, y M. Leopoldo Lameng, cuyo facistol vibra todavía con los cánticos primitivos y sobre el cual los vidrios de todos colores irradian una cla­ridad que parece de lejos, de bien lejos.

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Page 13: Año XIX. Núm. 20. Madrid, 30 de mayo de 1875

N.' X X J l USTRACIOK JSs PANO LA Y J k MEJICANA. 349

El acaso de nuestras anotaciones nos con­duce á la presencia de dos marinas de pri­mer órden, de M. Lapostolet, cuyo nombre será célebre. Antes de que lo sea, señalémosle (más tarde no escuchará la crítica) un abuso de la espátula, queda á sus aguas tranqui­las un brillo de acero que en ciertas partes no es todo lo exacto que fuera de desear. Pe­ro ¡ cuántas cualidades nuevas y encantadoras! ¡Qué sentimiento intimo de la naturaleza! Y por último, ¡qué vasto conocimiento del bu­que, de su velámen y de su maniobra !

Otro pintor de marinas, también muy esti­mado, M. Laneyer, no lia mostrado grande acierto este año. No puede negarse que bus rocas están plantadns de mano maestra y que en sus cielos hay variedad y exactitud ; pero la espuma de sus mares parece crema batida, y no es salada, sino dulce.

A cierta distancia de estos cuadros se ve un lienzo firmado por Lançon y cuyo asunto se halla designado en el catálogo del siguien­te modo : Leona, devorando un negro. El color del cutis de este negro debiera modificar asi el titulo del cuadro en cuestión: Leona devo­rando una pastilla de chocolate.

Hay que detenerse ante los retratos de M. de Winne y admirarlos como raras expre­siones de la sencillez en la ejecución y de la verdad en la fisonomía de los modelos, t ibias son éstas que los añoR respetarán.

Andando el tiempo, cuando Requiera cono­cer la vida de París, desde 187*2 basta la épo­ca en que plazca al artista pintarla, no habrá sino estudiar los cuadros de M. de Nittis, que es uno de los pintores más elegantes y obser­vadores de la vida moderna. Es posible que sus figuras pequen un poco por falta de ca­rácter; pero ¿no están confundidas todas las clases, dirá el pintor, y la nivelación de las capas sociales no ha nivelado también un tanto lns fisonomías? No lo creemos, y des­pués de todo, los cuadros de M. de Nittis, tan finos, tan verdaderos en ciertas partes, no podrían ménos de acentuarse si el autor diese á los personajes que en ellos figuran un carácter más de relieve.

Los aficionados á la chispa y al brío halla­rán ambas cosas en abundancia en dos Julio Noël, dignos del autor do la Llegada de la diligencia á Quimpcr, que tanto llamó la aten cion el año precedente.

La sinceridad y la observación concienzu­da so leen en las obras do M. («randsiro, que ha pintado, cual consumado parisiense, un

M ADRID.— dh . Ma r t in d e p e d r o ,

mídlco por opoalclon del Hotp'Ul Gutural ; f ol t i do Abril.

quai (TOrsay de una naturalidad sorpren­dente.

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El pintor que tiene singulares caprichos es M. Lepie. Ha expuesto dos lienzos, indicados en el catálogo con dos títulos muy diferentes, y se ve que cada uno de ellos representa un pedazo de mar, sobre el que descansa un frag­mento de buque que el marco corta brusca­mente. Con una idea que no acierto á com­prender y cpie disto mucho de aprobar, creo que M. Lepie lia partido un buque en dos y ha pintado la mitad en cada cuadro. ¿Habrá sido para que el aficionado que compre uno de los dos tenga que^comprar el otro, si quie­re tener su barco completo ?

¿Dónde van áparar los lienzos de M. Pu- vis de Chavanues? ¿Dónde esas obras colo­sales, blancas, grises, pálidas, de un dibujo tan correcto, pero tan frío? ¿Qué es de ellas cuando pe cierra la Exposición? Probable­mente no se sabrá jamas. Ese arte muerto no iiob conmueve en manera alguna, por más que hagamos justicia á la erudición,al estudio, á la ciencia, ú la perfección lineal que reve­lan esas obras, que se parecen entre bí hasta el punto ele que se las tomaría una por otra, si el catálogo no se tomase la molestia de afir­mar lo contrario.

M. Puvis de ChavanncB no pinta al óleo sus cuadros do antigüedades: ha inventado, para su uso personal, la pintura á la loche. ¡Si al ménos de cuando en cuando añadiese una g o ­ta de cafó!

Suspendamos aquí, por hoy, las observacio­nes de nuestro cuaderno de apuntes. En un próximo y postrer articulo concluirémosde se­ñalaros las <ibras que lo merezcan, sin echar en olvido los dibujos ni la escultura. Sería cruel vengarse en los lectores con críticas desmesuradas de las dolorosos jaquecas (¡ue me han causado mis frecuentes paseos á la Exposición, y que deben granjearme, cuando menos, toda su indulgencia.

A r m a n d G o o z i e n .

A L BORDE D E L A B I S M O .B O C E TO D E N O V E L A ,

POR TEODORO GUERRERO. (C on tln n n c lo n .)

Los actores, contra su costumbre de des­acreditar à ¡iriori. las obras dramáticas que re­presentan y que por ende les dan de comer, so

NUEVA-YORK. — c o n m e m o r a c ió n r e l ig io s a d e l f a l l e c im ie n t o d e Ce r v a n t e s , e n l a ig l e s ia d e s a n f r a n c is c o j a v ie r .

( Primer» que loa eapañoles han celebrado en America.)

Page 14: Año XIX. Núm. 20. Madrid, 30 de mayo de 1875

350 N.° X XP Adeshicieron en elogios; y no era esto muy favorable para las esperanzas del autor, pues está probado que el criterio de los cómicos suelo ser negativo.

Los periodistas, amigos de Melendcz, prejuzgaron tam­bién el éxito, meneando el bombo, como se dice en el olido, y La Correspondencia no dejó pasar un dia sin advertir á los diez y seis millones do españoles (pie se acuestan con ese papel en la mano, «pie el drama se estaba ensayando: y como la esposa de Robles formaba parte de esos diez y seis millones de españoles, no es posible dudar que mani­festó á su marido el deseo de asistir al estreno de la obra de Melendcz; y por supuesto, el complaciente marido cor­rió á poner en manos de Iob revendedores la exorbitante cantidad que le exigieron por un palco.

Pasaban los dia«, y poco podía aprovechar para el co­mienzo de mi novela: Joaquín tenia que estar toda la ma­ñana en el teatro, y de noche, los diligentes criados cerra­ban las maderas cío los balcones, que Amalia no se atrevía á abrir por miedo á (pie se trasparentara en la vecindad su criminal comunicación con el poeta; la extraviada imagi­nación de la esposa no sospechaba que tenia enfrente mi pluma, fotografía v iva de su alma, espejo de su corazón, que me copiaba el menor movimiento de sus nervios, la menor alteración de sus sentidos.

Y mi pluma, con esa fidelidad traidora, me reprodujo las miradas que Amalia y Joaquín enrabiaban, miradas llenas de amor, pero también de veneno que iba á matar la honra del marido. Joaquín manifestó más de una vez su impaciencia por atravesar la calle que los separaba, pero Amalia se estremecía fuertemente, y con los ojos le enviaba una negativa; esa negativa que no desespera al amante porque no dice « N o » , sino «Espera.» Y el liber­tino esperaba con disgusto; pero esperaba, buscando el modo de acortar la distancia.

Y llegó el domingo, dia en que todos los católicos, sin excluir, por desgracia, á los que faltan á sus deberes, salen por las mañanas de bus casas para ir á las iglesias á cum­plir con el precepto; ¡como si Dios oyera los votos de los que se arrodillan ante sus divinas plantas sin haber rezado el acto de contrición! ¿Es cristiano entrar en el templo del Señor con el sombrero en la ruano y con la culpa escondi­da en el pecho?— Amalia salió de su casa, y debo hacer justicia á su sentimiento: cogió su devocionario y se diri­gió á la iglesia para pedir á Dios que le concediera resis­tencia, á fin de triunfar en la hiena que su corazón y su conciencia estaban sosteniendo; la infeliz comprendía que las fuerzas le iban faltando, y en esos momentos solo Dios ampara á los pobres de espíritu.

Como para llegar a la iglesia de Portaceli tenía un­tes que entrar en ¡acallo (le la Luna, y en ¡a de Tudes­cos estaba el demonio, el demonio se interpuso, evitando que la infeliz esposa de Robles pidiera á Dios su salvación. Con efecto, al doblar la esquina dió un sallo de retroceso, espantada á la vista de la serpiente de la tentación que perdió á nuestra ni adro Eva en el Paraíso; pero esta vez la serpiente se presentaba con sombrero de copa alta y embozada cu una capa, que volaba un rostro hermoso con bigotes retorcidos, aojando solamente entrever dos ojos con un mirar atrevido, y á los cuales se asomaba un alma pérfida.

A ni «lili detuvo el paso muy desconcertada; la presencia de aquel hombre que estaba viendo á todas horas, que á todos horas buscaba en su balcón, le causó esta vez un efecto terrible; ya no los Reparaba la callo, ya se confun­dían sus alientos, ya podían tocarse sus manos; los ojos no eran entóneos los intérpretes de sus sentimientos, y por ins­tinto comprendió el peligro que corría y la dificultad de salvarse. Él estremecimiento fíe su cuerpo la hubiera dela­tado, ú no tener.Joaquín la seguridad de que aquella mujer le pertenecía, y á fin de establecer la corriente eléctrica que con su poderosa influencia comunica dos almas por medio de la simpatía de la voz, dijo con un tono tan sentimental como estudiado:

— ¡Y a era tiempo, señora!El eco de la voz de Joaquín, (pie todavía no había IJe-

gado al oido de Amalia, hizo temblar todos biib nervios, y íe arrancó un quejido, semejante al que lanzan las cuer- das de un arpa heridas por un golpe violento; la realidad del delito le produjo un vértigo, y en vez de contestará las palabras calculadas del libertino, echó á andar precipi­tadamente, con ese pasito ligero de las mujeres que pare­ce que no corren, y sin embargo cuesta trabajo alcanzarlas á los piratas callejeros que les dan caza. Como corrió en lí­nea recta, que era el movimiento natural en su huida, si­guió por la Corredera de San Pablo, dejando atras la calle de la Luna, que había de llevarla á la iglesia: y olvidada de Dios, el demonio pudo impunemente hacer su presa.

No era Joaquín hombre que se espantaba de los movi­mientos estratégicos de las mujeres, y apretando el paso, pronto dió alcance á la fugitiva esposa de Robles, que, pa­sado el primer momento, sintió tinquear sus fuerzas y tuvo que detenerse para no caer sobre la acera; el poeta se co­locó delante de ella para evitar de nuevo que se escupirá, y con su mismo tono, casi plañidero, le d ijo:

— ¿Por qué huye V. de mi, señora?— ¡ I'or Dios! murmuró Amalia temblando y cebándo­

se el velo para no vender la turbación de su rastro.— ¿Cree V. que puedo soportar esta vida de tormento,

viendo sufrir á la mujer que amo y no podiendo comuni­carme con ella?

— ¡Mis deberes!.... dijo la jóven casi entre dientes, y sin atreverse á levantar los ojos para mirar á Joaquín.

— ¡ El cielo es muy hermoso, señora, pero contemplar el c ielo , adivinar sus encantos y v iv ir en la tierra para pa­decer, es arrastrar una existencia horrible! No me cnlpe V. de lo que pasa, pues á haberme dejado seguir mi idea, ni V. lucharía con su conciencia, ni yo me vería expuesto á perder la razón. ¡Una palabra, una sola palabra, y pon­dré entre los dos la distancia que baste á tranquilizar nues­tro espíritu, ya que nuestros corazones están heridos de muerte!

Amalia buscó en vano aquella palabra que debía pro­nunciar para salvarse; y como no la encontró, invoque

J l u s t r a c i o n . J^s p a ñ o l a y ^ m e r i o a n a .

disculpar su aturdimiento, levantando los ojos á ver si se inspiraba en los ojos de Joaquín; pero en ellos no había más que la expresión embustera del libertinaje, (pie tari bien sabe robar sus secretos al amor, y en aquella mirada se entregó á discreción. Aprovechando el poeta la ocasión, d ijo :

— Señora, es en vano poner dique á las corrientes impe­tuosas que se desbordan; y ¿para qué?.... ¿ No está la fe li­cidad en el amor?

Amalia calló; aquellas palabras caían en sus oidos como una música deleitable, y estaba fascinada; nunca le babia hablado su marido con expresiones tan nuevas. La nove­dad es el demonio tentador de las mujeres.

— ¿Nada tiene V. que decirme, Amalia? preguntó él, desvaneciéndola con esa mirada del libertino que se im­pregna de un fluido como el que envía el bou á los inocen­tes pajarillos en su aliento de muerte.

— ¡Nada! murmuró ella.— ¿ I’or qué?— Porque V. lo dice todo.— Si Y. me oyera, sabría hasta dónde llcgn la impresión

que produjo en mi alma. ¡Es preciso, Amalia!Joaquín, llamándola por su nombre, establecía la con­

fianza entre los dos, y con sus exigencias se imponía; ella quería contestar, y su lengua se trababa; el amor no tiene palabras para expresar sus sentimientos; el amor se vale de signos: la riqueza de frases que al poeta le ofrecía su imaginación probaba que su afecto no era legitimo. ¿Pue­de ni debe confundirse el amor con la licencia?

La jóven volvió un momento en sí, y comprendiendo que las personas que pasaban por la calle habían de notar su turbación ante un hombre que no era su marido, dejó caer estos palabras:

— ¡ Nos están mirando!— Es verdad, contestó Joaquín, aparentando que tam­

bién volvía en s í; nos miran y amo á V. demasiado para comprometerla. Mañana iré á ver á V.

— ¡Mañana! exclamó Amalia casi convulsa, adivinando (pie aquella palabra era la mano que la precipitaba en el abismo.

— S i: mañana. ¡Es preciso, Amalia! ¡ Dos almas que se buscan andan errantes por la tierra, pero al confundirse, escalan el cielo del amor! Hasta mañana.

Joaquín Melendcz escondió el rostro en el embozo do la capa, para aparentar misterio, que i¿e siempre el incentivo de las mujeres, sin cuidarse de que con el misterio compro­metía ú la esposa de Robles, objeto de las miradas de los que pasaban por la calle y del vecindario que la conocía demasiado, puesto (pie vivía en el barrio. ¿No sería tam­bién calculada la apariencia de ese misterio para delatar al mundo su triunfo? ¿No es un trofeo para el libertino cada mujer que se rinde á su infamo seducción?

Amalia se llevó las manos al pecho, como queriendo pe­dirle cuentas de lo que acababa da oir; mus no era su ¡ J e ­

cho el que en aquel momento debía contestar ú su inocente pregunta; debió Comprenderlo asi, pues llamó á las puertas do su conciencia, y la conciencia le «lió el grito de alarma; pero su corazón salió á destruir el efecto de su conciencia.

Maquinalmcute, sin duda, ó para hacer tiempo, volvió atras y entró en la iglesia de Portnceli, donde oyó misa con una devoción que edificó á Iob que la miraban. ¿Esta­ría pidiendo á Dios (pie la amparara?....

Solo debo decir (pie durante el «lia no se asomó al halcón, aunque estuvo pensando en In gloria «le Melendcz, que aquella noche iba á recoger los aplausos del público; y sentía una especie de vanidad, como si fuera suyo el laurel que había do ceñir la frente del poeta. ¡Y quería olvidar el dia si­guiente, porque aquel mañana la Inicia temblar de miedo!

Joaquín fue ni ensayo general de su drama y volvió pol­la tarde á su casa, exclamando con aire de profunda sa­tisfacción :

— ¡Esta noche un triunfo en el teatro! ¡ Mañana el amor de una mujer suprema! ¡O lí! ¡la vida no es tan pobre do- emociones como aseguran los escépticos!

X I I .La popularidad que gozaba Joaquín Melendez, los elo­

gios anticipados de los periódicos, que todavía engañan á muchos incautos, y las simpatías de Teodora Lnmadrid, que eligió para su beneficio el drama de aquél, llenaron por la noche el teatro del Principe; y por supuesto, allá fu i, sabiendo que iba la esposa de Robles.

A l recorrer los palcos con los gemelos, encontré en uno de platea á Amalia con su marido; se había vestido con exquisita elegancia, con un estudio prolijo de su persona; con ese estudio exagerado que nunca hacen las mujeres para agradar á la sociedad en general, ni á su marido en particular; estaba hermosísima, lo cual halagaba á su com­pañero, en cuyo rostro se dibujaban la tranquilidad de la conciencia y la satisfacción de una vida sin tormentos.

El drama de Joaquín era muy bueno, y, sobre todo, pre­sentaba una tendencia moral que des le las primeras esce­nas despertó la simpatía del público} las buenas enseñan­zas y las máximas que el autor babia derramado por su obra produjeron el resultado conveniente arrancando ca­lorosos aplausos.

« ¿Qué público será este? me decia y o ; ¿será un público especial que Melendez tiene contratado? ¿O será una re­unión de hipócritas como el autor? ¿No es éste el mismo público que compra las novelas á cuarto y saborea esas pá­ginas asquerosas ?....

Pero dejé tas reflexiones para mirar á Amalia, cuyas me­jillas estaban encendidas; babia en sus ojos algo de la exaltación de la gloria, y también una alteración extraña que parecía producida por la inquietud.

La protagonista del drama de Joaquín Melendez era una mujer casada que había burlado al más noble y más leal de los maridos: veste, al convencerse de la traición conyugal, arrojó sobre la frente de la adultera el baldón de la deshon­ra pública, con el desprecio de la familia.

Melendez había recargado el cuadro, pintando con vivos colores la vergüenza de aquella mujer, y con riquísimos rasgos de su brillante ingenio hacia resaltar el fin moral

que puso la pluma en sus manos. A l caer el telón, el públi­co en masa se levantó para llamar á la escena al autor, entre una salva de aplausos.

Sólo uno do los espectadores no aplaudió ni vió al autor en las tablas: ¡era Amalia, que había doblado la cabeza sobre el pecho! Un profundo desmayo fué la crisis de la lucha «¡ue sostuvo para disimular su espanto.

¡E l moralista que con tan fuerte mano castigaba en la escena el adulterio, era el mismo galanteador que en el teatro de la vida arrastraba á bu perdición á una mujer ca­sada, utilizando su talento para alcanzar el triunfo!

¡ La lección era dura para la esposa de Robles!

X II I .Cansado, sin duda,deseguir todo el dia á mis personajes,

ine rindió el sueño y no pude saber lo que pasó aquella noche por el alma de los personajes de mi novela; pero como desperté temprano, púsome en observación, y lo primero que apareció á mis aletargados ojos, muy do mañana por cierto, fué la figura de Marcela que harria el gabinete, cantando muy alegre unos versitos, más alegres que ella, de una zarzuela popular; la fámula suspendió de repente su doméstica tarea para mirar á la fachada de mi casa, y volví los ojos en busca «le Basilio, que abrió el bal­cón del despacho del poeta, estación telegráfica de Cupi­do para araos y criados de las dos cosas.

— ¡Hola, Basilio! dijo ella, apoyando el cuerpo en la baranda. ¿ Parece que no te gusta madrugar?

— Los hombres de letras, contestó él saliendo también albalcón, nos acostamos tarde; y como anoche obtuvimos un triunfo....

— ¿Un triunfo? interrumpió Marcela. ¿En dónde?— Anoche nos llamaron á la escena tres veces.— ¿ A ti?— A mi amo; pero es lo mismo, porque todo lo suyo lo

lingo mió.— ¿En el teatro del Principe? preguntó ella con muestras

de v ivo interes.— Sí.— ¡T a , ta, tn! Y a me explico el soponcio del ama.— ¡Soponcio!..... ¿Fué tu señora la que se desmayó en

un palco al final del tercer acto? Yo estaba en la galería cuando ocurrió el suceso. Y ¿por qué fué, Marcela?

— ¡Dengues! respondióla doncella con ironía. Ya se ve: ¡ como era cosa de é l !

— ¡Mala lengua! exclamó Basilio riéndose.— De alguna manera nos hemos de vengar las pobres

criadas de la tiranía déla amas; ¡hablando mal, siente una cierto gusto! ¿N o es verdad?

— ¡V aya !— Y luego la señora vino á casa con hist érico, y hubo que

hacerle tres tazas «le tila, y nos dió unn noche de perros. El amo nos« luí acostado; ¡ese si que es bueno! nunca re­gaña á los criados.

Qué ganga!ja señora me llama, dijo Marcela retirándose del bal­

cón. Adiós. *— ¡lié ahi una Eva con traje de percal! murmuró Basilio

entrando. Es tarde, y por ella abandono mis quehaceres. ¡ La tentación!

El sonido do la campanilla le hizo correr á abrir la puer­ta, y entró Leandro Araujo; al oir su voz, salió de ln alco­ba Joaquín muy despeinado, poniéndose uua bata, y los dos amigos se abrazaron con efusión.

— Vengo, dijo Leandro, á darte ini cordial enhorabuena por tu triunfo de anoche.■— ¿Fué un gran triunfo? preguntó el poeta con tono de

satisfacción. ¿No es cierto?— Ya lo creo: ¡y sin claque! ¡Aplaudí hasta lastimarme

las manos!— ¡Qué emoción tau grande!— En el teatro, continuó Araujo, estaban Hartzenbusch,

Tamayo, García Gutiérrez, Avala, Hurtado, todas nuestras eminencias dramáticas, y te aplaudieron ; Navarrete prodi­gó grandes elogios á tu obra. ¡ Hasta Cañete la celebró!

— ¿De veras? exclamó el poeta. -.Cuando tan notable crítico la enaltece, mi drama es muy bueno!

— S í; creo que dará muchas entradas.— ¡Falta me.hace, murmuró Melendez suspirando, para

echar un remiendo á mi situación!— El público, como siempre, hizo justicia al mérito del

drama.— Y á la moralidad del autor, añadió Joaquín riéndose.— A la moralidad del drama, repuso Leandro con inten­

ción. Si el público te conociera como yo , te silbaría.— ¿Porqué?— Porque le engañas. El talento debe emplearse como tú

le empleas; pero el dia que sientas y practiques lo que es­cribes, llegarás lejos, muy lejos, mientras que hoy estás expuesto á un desengaño: no olvides que la vida del hom­bre público es trasparente.

— ¡ Bah! exclamó Melendez con desden y encogiendo los hombros. ¿ Te gustó la idea ?

— j Me gustó todo! Aquella mujer casada que recibe el castigo de su falta es üna creación.

— Recuerda que te lo liabia dicho: ¡ es moralidad ex­quisita!

— Los espectadores, continuó Araujo. se conmovieron profundamente, y las lágrimas empaparon sus pañuelos.

— Me han contado que una señora se desmayó en su palco.

— Si: la esposa de Robles, el bolsista..Joaquín retrocedió algunos pasos como sorprendido, y

exclamó:— ¡De Robles!.... ¿La conoces?— No.— ¡Es mi vecina! exclamó el poeta, mirando á la casa

de enfrente.— ¡ A h ! ya comprendo....— ¡L a emoción!.... ¡U li! ¡Ese desmayo es mi mayor

triunfo, Leandro! ¡Mujer encantadora!’ ¡Se desmayó* al verme en la escena cubierto de gloria.

— ¿Es posible, Joaquín? le preguntó Araujo con tono

Page 15: Año XIX. Núm. 20. Madrid, 30 de mayo de 1875

s , ° XX 351p A Jl U STRACIO^ jS s P A Ñ O L A Y y^M Ë ^ICAKA .

«le reprensión amistosa. ¡ L'na mujer casada! El hombre «pie pronuncia esas palabras disolventes ¿es el autor del drama de anoche?

— ¡Pues ya lo creo!.... Quiero gozar de mi doble triunfo, añadió asomándose al balcón. ¿Esa mujer ha sentido por m i? ¡Soy fe liz !

— ¡Qué dolor! murmuró Leandro.— ¡Déjate de lamentos, y envidíame!— Envidio tu talento, Joaquín, pero deploro el extravio

de tu razón. Adiós.— Hoy comerémo8 juntos, Leandro, dijo el poeta riéndo­

se; espérame á las se¡H en Pornos; allí nos reunimos todas las personas que valemos algo. El estómago conquista gran­des simpatías, y así lo hu entendido Pomos, que es el hom­bre de la época.

— No me esperes. No pertenezco á este siglo.— ¡ Ja, j a , j a ! llasta las seis.

(Se continuará.)

JUEGOS FLORALES EN SEVILLA.Nuestro activo corresponsal en aquella culta ciudad, se­

ñor D. ltamiro Franco, nos dirige la carta que insertamos á continuación, en la cual hace una exacta reseña de los Juegos florales, literarios y artísticos, celebrados el 1 (J del actual bajo los auspicios de la sociedad E l Liceo Siciliano, que ha dado en el poco tiempo que lleva de existencia se­ñaladas muestras de ilustración y progreso.

fíe. Director de L a I lustració n E spaño la y A m e r ic a n a .

Muy señor mió y distinguido amigo: Invitado galante­mente, como representante de L a I lu stració n en esta ciu­dad, por la sociedad El. Liceo Secilluno, ¡i los Juegos dora­les celebrados por la misma el 1 (» del corriente, en el salón de La Sociedad protectora de Helias Artes (Reales alcáza­res), permítame V. que le diri ja una breve reseña de aque­lla solemnidad literaria y artística.

A las dos de la tarde, lleno el salón de bellas y elegantes damas y do los hombres más distinguidos de la ciudad, y después de haberse elegido entre las señoritas que forma­ban el jurado la que debia ocupar el puesto de sccretária, asi como las que habían de adjudicar los premios, se dió principio á la sesión. Ocupó la mesa la Junta Directiva, y el secretario Sr. Calvo dió lectura al acta de la sesión ordi­naria del Liceo en que se determinó la publicación de los Jargos florales; el presidente, 8r. Montells, leyó un erudito discurso encaminado á demostrar la conveniencia do estos actos, <pie por primera vez se llevaban á cabo en nuestra ciudad, merced á la actividad y buenos deseos do la Socie­dad que presidia, expresando luego la estrañeza que le cau­saba el que no hubieran respondido á la invitación de aqué­lla, como ora de esperar, los escritores y pintores sevilla­nos, aunque suponiendo (pie esto sólo debia consistir cu el poco tiempo que se les halda ofrecido para concurrir dig­namente ú tan honrosa lid literaria y artística.

A continuación se dió posesión al Tribunal de amor, compuesto de las bellas y distinguidas señoritas que nom­bro á continuación: Dama Presidenta, Excina. Srn. Mar­quesa de Gaviria; ¡Secretaria, Sita. D." Luz de Gaviria; Vocales, Sitas. D.* Amalia Cnbeslany, D.a Purificación Williams, 1.).* Inés León, D.® Dolores Gómez y Povedano, D.a Mercedes Gómez Rull, D.® Florentina de Oviedo, Doña Ana Huidobro, D.a Enriqueta Daguerre y D.® Asunción Guzman.

Habiendo anunciado la dama Presidenta que se iba á proceder » la adjudicación de premios, la señorita (pie hacía de Secretaria leyó el nombre del primer agraciado con men­ción honorífica, por no haber encontrado el Jurado encar­gado de examinar Iob trabajos mérito absoluto en ninguna composición de las que optaban al primer premio, que era

I un bonito pensamiento de oro, regalo de la Sociedad, para un artículo, en prosa, de costumbres españolas. El nombre del que obtuvo dicha mención es D. Joaquín Gutiérrez y Jiménez de Velez-Benandalla.

El segundo premio, consistente en tina obra de lujo para el autor de la mejor leyenda sobre la conquista de Sevilla, tampoco se adjudicó, mereciendo sólo mención honorífica la composición que tiene por titulo Un Caballero esjtañol, de la Sra. D.® Josefa l'gartede I¡amentos.

El tercer premio, una obra de lujo para el autor de la me­jor composición en verso ó la memoria de Fortuny, tampo­co se adjudicó, ni fueron considerados dignos de mención especial los trabajos presentados. El articulo de la señora Ugarte y la composición del Sr. Jiutiorrcz fueron leídos por los socios Srcs. Povedano y Casso respectivamente.

El cuarto premio, consistente en una preciosa lira de oro y brillantes, regalo de la Excma. Sra. Presidenta del T r i­bunal de anuir, fué adjudicado á la bellísima fantasía cuyo lema era: La Norma y el Barbero vivirán siempre, y su título Una Fiesta de Gondoleros, original de D. Baudilio Sabater y Duran, de Barcelona: pasó á recoger el premio el Sr. Director del periódico E l Universal, como comisiona­do del compositor premiado. Ademas se hizo honorífica mención de tres fantasías, dos de ellas de D. Joaquín Lin­dó y Barccló y otra de D. Ricardo Carbonell.

La bella y distinguida Señorita, vocal del tribunal, doña Florentina de ' iviedo, se dirigió en seguida ni piano y eje­cutó de tina manera admirable la composición premiada, por lo cual fué saludada por el escogido público con una salva de nutridos aplausos.

Suspendióse la sesión mientras los socios del Liceo ob­sequiaban á la concurrencia con un exquisito refresco, y luégose procedió á adjudicar el último premio, que consis-

j tía en una paleta do oro y piedras preciosas para el mejor | cuadro de costumbres, obteniendo solamente mención ho­

norífica el presentado por el Sr. Checa, cuyo lema era : E l Arte mejora las costumbres. Finalmente, sé dió por termi­nado el acto, después de haber anunciado el Sr. Presidente un nuevo certamen para el l.° do Noviembre próximo.

Hoy debo ya decir que, merced ú la brillantez con que se ha efectuado este primer ensayo, y á la actividad y bue­nos deseos de la sociedad E l Liceo Sevillano ¡mía estimular

á los que se dedican ú la literatura y bellas artes, son mu­chos los literatos y artistas que se preparan ¡i tomar parto en la futura honrosa lid ya anunciada.

Con la consideración más distinguida me repito de V. afectísimo amigo y S. S., Q. B. S. M.,

R a m ir o F ranco .Sevilla, 20 do Mayo do 1875.

AJEDREZ.

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