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V MÉXICO, 2:t QUINCENA DE NOVIEMBRE DE 1902 NÚM. 22 REVISTA MODERNA ARTE Y CIENCIA. DIRECTOR : JESUS E. VALENZUELA. JEFE DE REDACCION: JESUS Ul:tUETA. Tip. de Dublán.

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A~o V MÉXICO, 2:t QUINCENA DE NOVIEMBRE DE 1902 NÚM. 22

REVISTA MODERNA ARTE Y CIENCIA.

DIRECTOR : JESUS E. VALENZUELA. JEFE DE REDACCION: JESUS Ul:tUETA. Tip. d e Dublán.

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EL EXODO y LAS FLORES DEL CAMINO.

Ll.

LOS REYES

No, no se trata de los reyes Magos: Aquellos iban en lentas caravanas. Los dromedarios engualdra· peados proyectaban su sombraprehistórica sobre la arena roja del desierto. Negros pajecillos les servían. Paraninfos ordenaban su marcha, orientábalos una fulgoente estrella. Arrodillábanse los drom edarios para que sus amos descendiesen y extendian los pajecillos tapices ue Persia para que en ellos se posaran las reales plantas, de seda y 01'0 calzadas.

No, no se trata de los reyes Magos; sino de la caravana moderna de tes tas coronadas que llega á la Babilonia moderna y se pierde en su báratro efervescente, sin despertar ya más que <:uriosidades furtivas

Yo no conocia á ningún rey. Cuando naci, el Príncipe barba de 01'0 que dijo Rubén Darío, habiaya caido en Querétaro vulnerado pOI' las balas l'epublicanas, y la Emperatriz Carlota enhebraba en un Cas­tillo de Europa la malla misteriosa de su locura. Cerrando los ojos si veia á los soberanos del pais azul de mi niñez, aquellos de los cuentos 'dorados, cuya historia me contaba mi nodriza Juliana, una rubicun­da.y pecosa campesina ingenua, en términos siempre invariableF: "Este era un rey que tenia tres hijas;. mas esos ¡ay! ha mucho que peregrinaron hacia los limbos pálidos del ensueño .. . " Anhelaba, por tan­to, ver á un rey. Y vi muchos en Europa: En Italia, al Pontifice Máximo y á la Reina Margarita. En Ale­mania, al Principe Regente de Baviera, Leopoldo, tio del demente y enigmát.ico Luis II; en Londres, al entonces Prlncipe de Gales y hoy, por la gracia de Dios y de la Constitución, Eduardo VII, Rey de Bri­tania y Emperador de las Indias, y en Paris .. .. . oh! en Paris á más de una docena: Osear, de Suecia; el Rey de Grecia, el de Bélgíca (naturalmente! ):

Quand le roi de Grece arrive á Paris, C'est le roí Leopold qui arrive derriere lui,

dice una picaresca canción de Cabaret; la Reina de Grecia, dos grandes Duques de Rusia, el Shah de Per­Bia (ese si que era Rey). Et creteri! et creteri . . .. .

Un rey! Bah! algunos se visten muy mal, como el de Grecia. Cuando vagaba en el Pabellón de México, clavando sus ojos miopes en las cajas de puros Tuxtla, en las botellas de Tequila y otras obras de arte que exhibíamos alH, antojábaselDtl un vicecónsul alemán en Guaymas, Mazatlán ó Acapulco.

Un rey! Bah ... .. c'est pas epatant un roi . .... Los que mi nodriza Juliana conocia eran más bellos. Cuántas veces, ya en los bulevares, ya en un vernissage, ya el fiv e o'cloC!;: del Elysée Paiace Hotel,

una voz indiferente murmuraba cerca de mi: -Tiens! le roi del'! Belges. y aquel vif'jo, de barba babilóníca pasaba sin más ceremonias entre la multitud, fría y atareada. Más bello era Kruger, ese nobilisimo y octogenario orangoutang, que en una radiosa mañana llegó

en triunfo á la ~apital del Orbe, en medio del loco y generoso entusiasmo de un millón de personas que formaban valla' desde la estación hasta el Hotel Scribej temblando de emoción y de años, austero, como un Cincinato, trayendo á Europa una Biblia vieja y una sola palabra: derecho!

El Shah de Persia si que era rey. Se pensaba al verle en los viejos califas. Llevaba pedrerias dig­nas de Montecritito, tenI9. esplendideces de monarca antiguo. Las muchachas del pueblo le enviaban be­sos en IplS bulevares. Odiaba la etiqueta, se enfichaba de todo y hacía píp i en los jardines públicos.

Ese sí que era rey! Sus sel'Vidores se acercaban á él tendiendo la cab eza hacia adelante como para ofrecérsela, en acatamiento á 6U poder, dueño de vidas y haciendas . .... Ese si que era rey.

Adoraba á las muchachas bonitas, lamentando, sin duda, no poder ejercer en Paris el derecho de per­nada. . . .. Ese si que era rey!

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REVISTA MODER~A. 339

Durante su permanencia en Parls se . gastó dos millones en los . Almacenes é hizo hasta alúltímo de los servidores del Hotel en que moraba¡ el presente de un diamAnte . . , . . Ese sí .que era rey!

Me acuerdo de aquel!', vi!'ja de los versos de Hugo, que viendo pasar al rey de Nápoles, de.cla poco más ó m~nos, y eoil desoéll: En mí tiempo si que venían reyes! Napoleón los traia uncidos á su carro!­

Hoy por hoy, cual<luier hijó de Jonathan hace mejor papel en Europa: Vanderbilt, que queda com o prar el 'arco de Tdunfo para dal' ulla fiesta, ó l\Iorgan que quiere comprarlo todo, y que lo logra porque boy por hoy todo se vende

LII

LA PRINCESA PEINABA SUS CABELLOS . . ,.

La princesa peinaba sus cabellos, peinaba sus cabellos de oro fino, distraída, mirando vagamente á través de una ojiva del castillo, la ¡sementera en fruto, el polvoso camino por donde transitaban los gitanos, Ó. mascullando rezos, los mendigos, ó, cubiertos de conchas y de tierra, los peregrinos, los barbudos romeros que de Italia tornaban bajo el rudo sol de estío, ó bien al ahorcado de ayer, que de una almena del vecino atalaya mohoso, pendiendo está, geSticulante Y }'igido, proyectando en el muro su · sombra, absurdo y ridlculo .

La princesa peinaba sus cabellos; con la siniestra, a8lalos, oblicuando el haz rubio hacia el rostro bellísimo, y en la diestra tenia el víejo peíne, gran peine de marfil, pálido y lí&o.

La princesa, peinaba distraída, peinaba sus cabellos de oro fino, pensando: .Si viniel'a el joglar de encarnado juboncillo, de calzas verdes, capel'uza negra y sonoro laúd •.. , .

En el camino seguían transitando los gitanos de obscuro rostro antiguo. y 'en los hierros del puente, del puente levadizo, y en los sil,lares, y entre los riscos, palpitaban con vaivenes · espasmódicos v sumidas en sus éxtasis faldricos, lagartijas pintadas de oro y verde, sempjando pigmeos cocodrilos.

La princesa peinaba sus cabellos, peinaba sus cabellos de oro fino .

LIII

VARIAS NOTAS.

I

EN LA PLAYA.

La playa se extiende roja, brillante, salpicada de' mil puntos vivos. Se didria lleve Il.drelna de oro donde l· h . dura que enmarca el ver e c aro e mar. cintilan muchos brillantes; forma una amp la en a

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3~O iEVISTA MODERNA.

Como un colmenar se yerguen las casucas de madera de los baños y llenando de notas vivas el paL saje, desparramadas crepitan al viento las tiendas rojas y blancas, blancas y. azules.

Una pollada de chicuelos, pantorrillaa al aire, vestidos de muselinas, juega en la arena con toda una utililría minúscula de albañil, y en las ondas, cogidas de la mano, ostentando sus formas, más ó me­nos exuberantes, que el trajecillo de baño azul, empapado ya y pegado á la piel, define asaz, no de otra suerte que elliellzo húmedo que cubre una estatua de arcilla, bien dt>ja adivinar toda la ingencia eurít­mica de las curvas; en las ondas, un grupo de muchachas se baña, gl"ita, chapalea, chapotea. Sus cofie­tas impermeables están guarnecidas de lazos coquetos de seda, que flotan al viento f.·esco y oloroso.

Los hombres .. . . ah! uf! se bañan con una impudicia ... . He ahí un banquerojudio, aguileño yven­tl"Udo. No tiene vergüenza de su o&esidad. Tampoco la tiene de su miseria fisiológica ese caballero zan­cudo, de magras pantorrillas.

Las muchachas ríen de ellos y siguen su alocado baile en las suaves ondas. Allá arriba, el puertecito se extiende en seinicir::ulo al pie de la montaña. Avanza un estribo de ésta

hacia el mar y se deploma á pico formando un cantil majestuoso. Sobre el cantil un enorme Jesús abre los brazos como una enorme misericordia. Ahi van á orar y

á atisbar el océano pérfido las mujeres de los pescadores cuando éstos tardan y el mar se encrespa, espu­niarajea y truena

Mas esta mañana todo sonde. El mar ostenta en la playa sus leves blondas, las olas al morir enre­dan misteriosas filigranas de plata . . . .

Las villas de ladrillo, circundadas de jardincillos coquetos, abren al día todas sus vidrieras re­lampagueantes.

* '" *

Por la tarde, los bañistas se congregan en la glorieta que circunda el faro. Las señoras hacen la­bor. Los hombres fuman y conversan. Todos flirtean.

Todos nos conocemos el peu pres y hemos trabado amistades, ambtades efímeras que se disolverán en el maremágnum de París.

El sábado en la noche llega el tren llamado de los maridos. En él vienen todos los ídem que no pue-den a~ompañar á sus mujeres que veranean, sino los domingos, porque les aff'aires los esclavizan.

El domingo, pues, sufren una interl"Upción ligera los (lirts de la semana El lunes el tren de los mm'idos parte de nuevo y los flirts cOlltinúan. Por las noches se baila ó se juega en el casino. Muy de mañana el mercado es el lugar de cita. Los pescados de plata, las anguilas verduscas y ner­

viosas, tiemblan sobre los mostradores . Las crevettes enredan sus antenas diáfanas, en inextricable la­berinto de hilos, las langostas abren y cierran sus pinzas de coral. Pobres bestiecillas ignorantes de su destino. Dentro de unas cuantas horas, al plato.

-Bueno, y qué! dirá el lector, vaya 'un capitulo monótono! -Sí, monótono, como el mar.

JI

VISION.

Una tarde, en mi sendero, tuve un encuentro imprevisto: me encontré con Jesucristo, el divino Limosnero.

El Limosnero divino, lleno de melancolía parecía, y parecía muy cansado del camino.

-A dónde vas, Señor? y: -A Parls, me respondió. -A París? ... á París? N o, Señor, no vayas ahí!

Mas Cristo despareció.

Encontrándole después: -Qué hallaste, dije? Y él:-Les perdono! Llegado apenas, hallé muchas Magdalenas y ungieron todas mis pies.

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REVISTA MODERNA. 2H

III

EL PRINCIPE COLIBRI.

Es un hombrecito de 56 centimetros ue estatura, rubio y sonrosado, que exhiben en las Ferias, en una silIa de oro y terciol'-tllo, tan leve, que el charlatán que muestra al maravilloso liliputiense la sopor­ta en la palma de la mano.

Nada hay en el príncipe Colibrí que recuerde la zurda estructura del enano; es un pigmeo, pero no un enano. Perftlctamente proporcionado aquel ser, venido de un país utópico-dicen que nació en Ru­sia, pero yo no lo creo: lo descubrieron en alguna misteriosa isla del misterioso océano -no despierta re­pulsión alguna; al contrario, una curiosidad extraña y novelesca nos lleva hacia él como hacia un enigma.

Yo me lo imagino en el palacio luminoso Ponzin-ese alcázar diminuto, de cristal, que hizo mis deli­cias en la Exposición,-en un trono de oro, levantado en la feé rica sala de ese palacio de hadas, cuyos muros dobles; de vidrios multicoloros estaban interiormente iluminados; cuya escalinata parecia hecha de la luz misma del sol, y que se reflejaba en un lago que, copiando todas las luces del campo de Mar-te, parecía un hBrvidero de piedras preciosas. .

Háceme pensar también en las conchas nácar tiradas por mariposas, que servian de carroza á las hadas, y en todas esas leyendas alemanas cuyo escenario es la floresta cabelluda y musical, y en los cuentos de Perrault . . ..

Ah! vosotros que con una curiosidad ingenua y vana le contempláis, no sabéh;¡ de dónde viene ese príncipe: es el último abencenaje de los cuentos maravillosos; una hada le parió en la cuna azul y on­dulante del cáliz de un loto; los silfos la mecian sobre el lago dormido; la luna, otra hada lejana, vestia­la de nácar.

En sus pequeñitos ojos azules tiemblan aún medrosas las visiones de la isla encantada donde moró, rey de un pafs de genio~; su rostro, que podria esconderse entre los pétalos de una rosa, está triste; tris­te v medroso se muestra ante ese enjambre de monstruos que le miran.-Los hombres son monstruos pa­ra -él;-triste, porque el Príncipe piensa en su reino, en su reino en dondé los pobladores conversan aún con las hadas, donde las libélulas tiran de las carrozas de nácar, y en el lago un nenúfar es un barco de ensueño, y en el aire los hilos de la virgen son hamacas de cristal para las Ariadnas.

IV

EUNICE MIERIS ("' )

Como una gran flor de lis ornada de oro en fusión, eras. Oh! las musard'ises del poeta de l'Aiglon

Entre tus labios tan tersos y tan rojos!-Sonrefas y, cantándolas, fingfas un ángel que dice versos.

Blanca estrofa eras tú de un ritmo: embelesador y Mucha, pintándote sobre un petalo de flor,

Acertai'a!-A todos plugo tu rima, porque _Rostand era, merced á ti, tan precil:l-docomo el Rey Rugo;

Pero merced á ti, estrella, que lo vestiasde hechizos .. . . .

¡Cuán absurdamente bella estabas bajo de aquella transfiguración de rizos!

(0) Recita ndo las .J111S<1rdiJeJ de Rosta nd.-Se ac uerda usted . U . J usto S ierra'

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342 REVISTA MODERNA.

LIV

VERSOS Y ESTRELLAS,

-Quiero una estrella! -Hida!gll muchacha! Sí me hubieses pedido un luis, te hubiera dado ellui'3 y mi indiferencia. Pues-

to que demandas un astro, te doy el astro y mi admiración: elige. Alzó la mirada hacia el divino joyero de la noche: una azul mirada tan in~enRa, que en ella bien po­

día bogar un ensueño. La luna se levantaba en toda su melancólica majestad deenfdrma, como una rei­na que convalece.-No la qniso.

-Quieres ese diamante de aguas a7.ules y sonrosadas que se llama Sirio? BdIla más que el Regente y el Korhinoor, O bien deseas ese rubí sangre de paloma que tiene por nombre Aldebarán? ó aquel otro rubí pálido que se llama Marte? Te place la rivip.re de las Pléyades ó habt'é de aprlsionarte un bohemio cometa para encauzar tus rizos color de cobre? Ah! no ttl desplace el adet'ezo de la Osa mayor! .... Qué digo! más bien querrías prenderte á Satul'Uo en el corpiño, á causa de su at'O de una. policromía milagro­sa, ó acaso ostentarías sin disgusto en el pecho la Cruz del Sur. , .. y si mucho te ' apuro vas á decirme que prefieres para tu frente la Lira . .. , Pero qué veo! Te seducd un topacio: Arthuro ó Capella . . . . E~­tán lejos, No importa.

-He pensado que no me convienen los astrosj llevar astros! eso bl'illa demasiado: es rastaqouerej Preferiría ... .

-Qué? -Versos. -y le escribí éstas lineas.

A~1ADO NERVO,

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LAS MORADAS TERRESTRES.

1

Vinieron de alTiba desnudas y blancas bajo la tristeza de la tarde pálida.

Hendiendo la linfa glacial del silencio, del silencio triste que el otoño cuaja,

dos camelias abiertas parecen ó dos copos de nieve con alas.

¿Qué seno de nube, qué espuma doncella, qué sueño de virgen daria esas alas? ..

Son dos alas tenues hechas con las blondas de la viII, láctea

y por manos de un ángel prendidas con un hilo celeste en la espalda.

Vinieron -de arriba desnudas y blancas. De lejos . .. de lejos ...

Del ignoto pals de las Almas ; ..

-jGemelas!-dijeron la nube que pasa,

y el soplo que viene temblando de frio y la luz que expira tl'as de la montaña

y el primer lucero de la tarde palida.

En la tarde otoñal, melancólíca, vienen las gemelas, como lentas lunas que en el éter bajan; .

como lunas, quedas; como lunas, blancas . .. '_ So la luz dormida, por el éter .bajan,

como en un esfume de las tristes sombras, con alburas dulces hechas de purezas y hechas de esperanzas.

Descienden . . " descienden . . . serenas, calladas, recortando la niebla sombl'ia con el filo íde~1 de SUS $las . I I

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344 REVISTA MODERNA.

II

Tiene la primera su casita diáfana.

A ·través del techo y á través del muro, mira la exilada,

en esa hora del rey misterioso que llaman Silencio, la ruta ascendente, vapórea, lejana . ... sabe cuando en ella v ienen mensajeros

del ignoto paí,; de las Almas, con reflt<jos de luz de infinita

teñidas las alas.

* :1< * -Pase el caballero .-

-Llámome Perfume.-

Entra el peregrino. De su cuerpo arranca la tela soberbia, la joya preclara.

El viso reflejo del raso luce en las murallas, flota en las cortinas,

góndola rosada de las olas blancas. Las joyas fulguran: ahí la esmeralda;

la flogitida que alumbra con su roja llamarada; amatistas,

como vividas violetas de corolas incendiadas; y el piropo. lengua de áspid;

y el carbunclo prendido, que en el suelo se desangra.

El traje echa luces, y en luz de alegría se enciende la casa.

y va el' caballero, desnudo, siguiendo á la dueña. y eu la linda sala

departen joviales de cosas celestes, y hacen remembranzas de los hechos dulces de la leja patria.

y en el labio de ella las risas florecen cua,ndo el mensajero su 'mochila vacia.

El la mima, la besa, la arrulla, le riega de lumbre los ojos, de sangre la cara,

la envuelve en anhelos, y luego un par de alas ' préndele en los hombros á la castellana.

* :1< '"

-Venga la viandante.--Soy la Melodía . . ..

Soy e1.vinosonoro que á todos embriaga! RitmQs cruje mi traje sedeño.

Cuando habla mi labio, parece que habla el co.rdaje cristaiíno de la lira de. ,las fu,entes

que en los bosques silencios9S bajo esp~sa fronda pasan, . ' . ó el sinfónico murmullo

dejos. nidos de la: ArCadia. Soy como las liras ; de belleza rara: armonia en ritmos,

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REVISTA MODERNA

de vihuela y flauta; armonía en curvas, de cadera y de ánfora.

Todos estos muros, cuando pntré, vibraron. y el Eco, mi paje, llevando sus luces, corrió en su morada. Tu soberbio espejo tuvo una caricia de mi chal de notas.

Con mi taconeo se embriagó tu sala.

y dejé mi traje de sonoros pliegues sobl'e las alfombras, cabe las murallas;

ante el ojo voraz del espp,jo, que mis joyas:sorbe, que en mi luz se abrasa.

Les dejé lo suyo. Para ti, desnuda! . . .. A la piedra, piedra; para el alma, el alma!

Préstame tus labios para que te bese, mi gentil hermana.

La emoción es el vino que traigo á tu boca; mi boca es la crátera!-

y acercó la viandante su cuerpo de aureola celeste; y, al besar los labios á la castellana, bañó sus pupilas en hondo crepúsculo,

la envolvió :en su gasa y en los leves hombros púsole un par de alas.

* :lo * - Venga el caminantQ de los ojos de iris!-

-El Color me llaman.-

y dejó en la alfombra su traje de gala, y se fué desnudo con ·Ia castellana.

Dentro, lo inefable .. . .

Fuera, el tono que hechiza y el roce que pasma. El sediento cristal de Venecia

pasó en los colores su lengua azogada, é irisó sus blondas la cortina blanca.

Alli el~leve rubor-de las rosas; allí el escarlata

en los tonos de incendio y de herida, de sangre y de llama;

alli las basquiñas de las veraneras tardes azuladas

y los flecos que se prenden en los vividos cabellos de la( albas;

el azul de las turquesas y e(azul de esa(pupilas que~ entre .nieves, laJeminea flor ' polar de cielo baña;

y el matiz de.trigo y oro y el pudor de las violetas, y el hondo delirio que incubau~redondas las uvas doradas.

Dentro, lo inefable . . . . El beso del humo que sube, y el cielo que baja . . . .

III

La segunda gemela tenia una fiera, densa, obscura, tosca, huraña

cárcel, fosa ó espelunca, más que albergue de una verá. castellana. Torreones espesos, techumbre que es losa que las frias sombras de la muerte guarda;

34á

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346 REVISTA MODERNA.

muros de granito do la luz no pasaj fuerte sin tronera, celda sin ventana, cubil tenebroso que en la piedra cava la felina. fuerza

con el fielTo corvo de sus cinco garras,

La dama vive sola . . " ¡Pobre la dama!

N o el parlero silencio, divina melodia del infinito al alma:

es silencio aterido de las plumas innoblesj de las plumas yacentes bajo flores de escarchaj

es silencio de un algo que muere, silencio que duerme bajo de una lápida.

La datlla vive sola . .. , ¡Pobre la dama!

Su boca está muda de tanto silencio, , .. Y, si alguien llegara, si algún peregrino

misivas trajera de la leja patl'ia, no podria entender la reclusa

de su historia los recuerdos, de su lengua las palabras,

* ,.. * Llegó el Perfume, gozó la casaj

y alumbraron las joyas del traje con un rayo jovial la morada.

Dejó el caminante su tl'aje de aromas sobre la alcatifa, cabe la muralla, Hinchó sus narices la piedra, la alfombra

crujió delectada, y p:l tl'onco rojo que al'de y crepita

como una lengua lamiendo el labio, sacó su flama,

Con el traje del Perfume entró el goce en la morada!

Mas el caminante no llegó á la sala donde está la cárcel de la castellana; que, en juntul'a hermética,

-no pases -le dijo la puerta ferrada,

Pobre la señora de la negra casa!

¡Qué ingentes caricias le diera el cuerpo desnudo del Alma!

Retornó el Pel'fumej revistió sus galas, miró tristemente la puerta ferrada

y tendió por el éter su vuelo en la mano llevando un par de alas,

Llegó la Melodía, Y vióse en la morada

COmO un espaSmo, cOmO un 4echi¡!jo,

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REVISTA MODIi;R~A.

cuando en las piedras dejó la saya de la viajera

el al'mónico SUsurro de los ritmos de su cauda.

La negra mansión sepulcral se ilulUina de gozo; como un calosfrío por ella se sieute que pasa;

y luego se aduerme de una lumbre de hechizos bañada.

Es que la viajera df>jóle su traje que notas desgrana

y le hace cosquillas el beso sensual del E'ncaje y el rOce del raso como una caricia la pasma.

Mas la Melodia no pudo tampoco Ilegal' á la sala, Es el fiero portón quien lo impide,

y la dulce viajera desnuda se limpia una lágrima .. Recobra su traje, se vuelve á su patda,

y con suave fluidez de suspiro se lleva las alas!

La dama vive sola. , . . ¡Pobre la dama!

Cuando algunas veces peregdnos bajan

por la fluida ruta, con deslice de ángeles, por la ruta ascendente, vapórea, lejana .. .

y le traen recuerdos de la leja patria, que delicias fueran para la exilada, .

el ceñudo portón no le deja que el beso del Alma, que el beso desnudo

le escarbe la fosa y ' le diga: levántate y anda!

Las piedras de la cá.rcel enrojecen al brillo del Utrecht y los oros relumbran en la estancia;

que el traje del viajero prende un brillo de júbilo en la casa.

y al ver la reclusa la luz de su easa,

como un rayo, de goce reflejo, le enciende la cara!

IV.

Vino el ángel triste de las negras alas. (negras por debajo, por encima blancas. ) Vino á que retornen esas desterradas, esas dos reclusas que una tarde opaca

como lunas bajaron del cielo por la ruta ascendente, vapórea, lejana .. ..

* * .;. Una tarde otoñal, melancólica,

se fueron las damas . . , . El ángel tras ellas, tendidas las ~ alas,

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34~ REVISTA MODERNA.

por debajo negras, por encima blancas .. ..

* * .* ¿Qué. sería entonces de las dos moradas? .. .

Se quedaron solas la sombría cárcel, la casita diáfana . ..

y en el lóbrego recinto de la ruda fort'aleza y en la quinta alegre y clara,

por el suelo á trechos roto y entre musgos invasores, sólo escúchase el siseo de reptiles que se arrastran.

y en el muro las grietas se rien con risas informes, horrendas, macabras;

con risas de bocas sin dientes de fría tiniebla colmadas.

(León .- -1902.)

Hierven los insectos, los reptiles pasan, y hasta la techumbre suben las parásitas! . .. .

S ANTIAGO ARGÜELLO H.

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:s: A.::bI.[ L E T _ (DE MALLARME).

A Amado N ervo.

EJOS de todo, la Naturaleza, en Otoño, prepara su teatro, sublime y puro, esperando para encender en la soledad luminosos prestigios, que el úni­co ojo lúcido capaz de penetrar su significación (notoria: el destino del hombre), un Poeta sea llamado á placeres y cuidados mediocres.

Heme aqul, olvidando la amargura hoja seca, de vuelta y pru.sto á ano­tar, en vibta de mi mismo y de algunos también, nuestras impresiones nacidas de las Noches banales, que el más solo de los aislados no puede, como viste el traje que llevan todos, dejar de considerar: para sosteni­miento de una desazón y conociendo, en razón de ciertas leyes no satis-

fechas, que no es ya ó aún no, la hora extraordinaria.

y entretanto, niño apartada de la gloria, sientes correr en la noche irónica, sobre tu frente pálida, tan blanca como lech~, el viento que hace volar tu pluma negra y te acaricia, Hamlet, ¡joven Hamlet!

(TEoDoRO DE BANVILLE).

El adolescente, desvanecido en nosotros al principio de· la vida y que asediará á los espíritus nobles ó pensativos por el luto que se huelga en llevar, lo reconozco, que se agita bajo el mal de aparecer: por­que Hamlet exterioriza, sobre el tablado,ese personeje único de una tragedia íntima y oculta; su mismo nombre, anunciado, ejerce en mí, en ti que lo lees, unafascinación semejante á la angustia. Mi gratitud á los azares que, contemplador de la visión imaginativa, del teatro de nubes y de verdad para volver de ella á alguna escena humana, me presentan, como tema inidal de plática, la pieza que creo por excelen· cia: en tanto habia en ella ocasión de ofllscar fácilmente mÍl'adasmuy pronto deshabituadas del hori­zonte púrpura, violeta. rosa y siempre oro. El comercio con los cielos, en los que me identifiqué, cesa, sin que una brutal encarnación contemporánea ocupe, sobre su extensión de gloria, mi puesto pronto re· nunciado (adiós esplendores de un holocausto de año difundido á todos los tiempos para que en él no se yuxtapouga á nadie el vacio sagrado); sino que avanza el seriar latente que no puede realizarse, jllvenil sombra de tonos, tocando abi al mito. ¡SU drama solitario! y que en ocasiones, tanto este paseante de un laberinto de turbaciones y pesares, le prolonga los circuitos con la suspensión de un acto no acabado, parece el espectáculo mismo porque existiera el pro, asi como el dorado espacio cuasi moral que guaro da, porque no hay otro asunto, sabed lo bien: el antogonismo del ensueño en el hombre con las fatalidades á su existencia distribuidas por la desgracia,

Toda la curiosidad, es cierto, en el caso actual, atiende á la intel'pretacióDj pero hahlar de ella, im­posible sin confrontarla con el concepto.

El autor conduce ese discurso ("'), Sólo él, por adivinación, maestrfa incomparable de los medios y también una fe de letrado en la

siempre cierta y misteriosa belleza del papel, ha sabido conjurar no sé qué maleficio como insinuado en

(~) O. M, Mounet Sully (Octubre de 1886).

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el ambiente de esta imponente representaci,óll. No, nada ,acuso de la manera de poner el magnificp ,si­tionidel porte suntuoso de trajes, por inás que según la :manía eruditadel~dia, e~tó se fije dei-násíado seguraPlentey que 'la 1l1eccíón exacta dela época ' Renacimiento, ingeniosamente nublada po.; una ' rÍ,áda dp. pié'les septentrionales, disminuya la It;jania legendaria primitiva. cllmhÍlllldo por ejemplo á los perso­najes en contemporáneos del dramaturgo: él , Hamlet, evita e::.te error ~n su tradicional cabi desnudez al ­go á lo Goya. La obra de Shakespeare tan bien conotruida está según el único teatro de nuestro espiri­su, prototipo de lo demás, que se acomoda en la mise en scene de hoy ó no se cuida de ella, indiferente­mente. Otra cosa me desconcierta que no menudos detalles infinitamente molestos de an-eglar y discuti­bles: un modo de intelígent!ia pp.culiar al lugar parisiense mismo en que se instala Elsinor y, como diria la lengua filosófica: el error del Teatro Francés. Esta mengua es impersonal y la compañía selecta acla­mada en la ocasión , multiplicó su minucioso celo: representar á Shakespeare, bien lo quieren, y quieren representarlo bien, ciertamente Para lo cual el talento no basta, cede ante ciertos hábitos inveterados de comprender. Aquí Horacio, no que lo apruebe, con algo de clasicismo y según MoIit~ re en el porte: pero Laertes tocó el asunto, se muestra en pl-ímera línea y por euenta propia, como si viajes, doble due­lo lastimero, atrajesen un interés especial. Las más bellas cualidades (en lo total ), que introduce en una historia ofuscadora de todo lo que no es un imaginario héroe, en algo Unido á la abstracción; y esto es atravesar con su realidad, como una vaporosa tela, el ambiente que difunde el emblemático Hamlet. Comparsas, es preciso! porque en la ideal pintura de la esceria, todo se mueve según una reciprocidad simbólica de los tipos entre sí ó relativamente á una figura sola. Magistral, tal d~\lnde la intensidad de su verba franca á Polonio en una senil imbecilidad servicial de int'endente de algún jovial cuento, lo gus­to, pero olvidadizo entonces de un ministro totalmente divel'so que regocijaba mi recuerdo, figura como desprendida de la vejez de una tapicería semejante á aquella en que le es preciso volver á entrar para morir: mentecato, inconsistente bufón vil'jo, cuyo cadáver ligero no implica, abandonado en mitad de la pieza, otra importanda, sino la que da la exclamación hrev~ y distraída: «una Rata!. Quien vaga en tor­no de un tipo excepcional como Hamlet" no es sino él; Hamlet: y el fatídico príncipe que perecerá al primer paso en la virilidad, rechaza melancólicamente, con la vana punta de la espada, fuera del camino prohibi­do á su marcha, el acervo de locuaz vacuidad yacente en que más tarde correría el riesgo de convertir­se á su vez, si envt'jeciese. Ofclia, virgen infancia objetivada del lamentable hel·edero real, permanece en acuerdo con el espiri tu de conservatorios moderno: tiene naturalidad como lo entienden las damas jó­venes, prefiriendo á abandonarse á las baladas, introducir toda la cuotidiana adquisición de una sabia entre las comediantes; en ella prorrumpe no sin gracia, alguna entonación perfecta en las piezas del día ó la vida. Entonces sorpt·endo en mi memoria á más de las let.·as que agrupan la palabra Shakespeare, revolar nombres de aquellos que es sacrflego aún ' cltllar, porque se adivinan.

¡Cuál es el poder del Sueño! El. .. . no sé qué desvanecimiento sutil y caduco y de fantasmagoría de antaño, que falta á maestt·os

artistas amantes de representar un hecho como acontece, claro, luciendo á nuevo! él, Hamlet, extraño á todos los lugares donde asoma, lo impone á estos vivos en alto relieve, por la inquietante ó fúnebre in­vasión de su presencia: el actor, á quien se ajusta un poco exclusiva de propÓsito la versión francesa, vuelve todo á su lugar por sólo el exorcismo de un ademán, anulando la influencia pernic iosa del Recin­to, á un mismo tiempo que esparce la atmósfera del genio con un tacto dominador y por el hecho de ha­berse mirado ingenuamente en el texto secular. Su encanto, todo de elegancia desolctda, armoniza como una cadencia con cada sobresalto: mas la nostalgia de la primera sabiduría inolvidada no obstante las aberraciones que causa la tOI·menta azotando la pluma deliciosa de su toca, he aqui el carácter quizá y la invención del trabajo de este contemporáneo que extrae del instinto á menudo indescifrable para él mismo, iluminaciones de escoliasta. Así me aparece traducida la dualidad mórbida que forma el caso de Hamlet, si, loco exteriormente y bajo la flagelación contradictoria del deber, mas si fija en lo interior los ojos, en una imagen suya que alll guarda intacta tanto que una Ofelia jamás ahogada, ella! presto siem­pre á recobrarse. Joya intacta bajo el desastre;

Mimo, pensador, el trágico interpreta á Hamlet como soberano plástico y mental del arte y sobre to­do como Hamlet existe por herencia en los espíritus del fin de este siglo: convenl.a, una vez, después de la angustiosa vispera romántica, ver llegar hasta nosotros reunido el bello demonio, de actitud mañana tal Vt"Z no comprendida; ebtá hecho. Con solemlJidad, un actor lega, dilucidada, un tanto compleja, pero muy Ulla, como autentizada con el sello de ,una época. suprema y neutra, á un porvenir que probable­mente no cuidará de ella, mas no podrá al menos alterarla, una semblanza inmortal.

México, Octubre y Diciemhre de 1902,

RICARDO GOMEZ ROBELO.

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DON JUAN DE COVADONGA.

Don Juan de Covadonga, un calavera Sin Dios, ni rey, ni .ley, y cuyo hermano Hernando el mayor, era, . Dr!lpués de haber llevado airada vida Prior de cierto convento en Talavera.' Don Juan el poderoso, el cortesano, , Grande de España y seductor de oficio, El hombre en. cuya mano Tuvo grandeza excepcional el vicio, Después de amar, de odiar, de lograr todo Cuanto es posible en imposible, un dia Sintió el cansancio de la vida, el lodo De cuantos goces le ofreció la suerte, y mezcló á su tenaz melancolla El ansia de consuelos superiol'es; Pensó en Dios, pensó en Dios, pensó en la muerte, Pensó en la eternidad, y desprendido Del lujo, del amor, de los honores, Escribió á la duquesa de Vilorte, Diciéndole un adiós definitivo, Arregló todo, abandonó la corte, y sin un escudero, al paso vivo De su yegua andaluza, macilento, Huyendo del pasado, fugitivo, Por ignorada via Llegó á la porteria Silenciosa y obscura del convento. -¿Nuestro Padre Prior? preguntó allego, -En oración, hermano.

-Por la vida, -Lo llamará vuesa merced .... . . -Ahol·a Es imposible, hermano .. . . Vuelva luego, Es imposible ahora .... Extasis santo, Cuando reza lo embriaga.-Mas le ruego . . . . Yo estoy aqui perdiéndome entretanto, Si ento la angustia del infierno, el fuego . ... -Sírvase entrar al locutorio .. .. -Vanos Placeres, del Señor sonó la hora, Don Juan dijo al entrar; mundo, hasta luego! y por fin se encontraron los hermanos .. . .

'" .. '" Don Juan perdido en crápulas y excesos,

Temblándole las manos, Con el aire de un pobre arrepentido y la boca marchita por los besos, y Remando, el Prior, brillándole en los ojos en fuego· juvenil /3iempl'e encendido, y süaves y rojos Los labios por las santas oraCiones y el olvido del mundo y las pasiones

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-¿Orando tú? " " "' le dijo ~on Juan con voz monótona y cansada. Lejos de todo, en la quietud sup¡'ema De la vida del claustro, cuando fijo Temblando una mirada En el abismo s.ctual de mi miseria, Sueño también en el retiro.-¿Cómo? IntelTumpió el Priúr-la cosa es seria? Te arruinaste por fin? La de Vilorte, La archiduquesa de cabellos rubios .. .. La dama más hermosa de la Corte, La rival de la reina en el donaire, Aun de sus besos guardas los efluvios" " .. Qué pasa por all á?" . ' . Si traes un aire! Oye, Juanj mira, hermano: Aqui en la triste Vida convelJtual, todo reviste Un aspecto satánico, mis horas Tienen angustias indeciblesj mira,

" Un enjambre de formas tentadoras Entre mi celda por la noche gira y huye . ... de la" oración" con los empeños Lo disipo por fin . . .. Ansio el oro, Suenan choques de armas en mis sueños. Flota un rumur de besos en el coro y es mi vida una lucha prolongada De rudos sacrificios En que domo la carne alborotada, Con ayunos y rezos y cilicios . . . . y yo llegué al convento, pobre loco! Soñando al fin en descansar un poco y en ansiedades misticas perdido! Pero dimej ¿á qué vienes?

-Yo . ... por verte, Dijo don Juan, por verte á toda prisa y por darte noticia de la muerte De don Sancho de Téllezj tú/ "mi santo, Por su eterno descanso di una misa. y al salir por el negro camposanto, En que el convento obscuro se prolonga, Ansiando la quietud de los que fueron, Por la primera vez se:humedecieron Los ojos de don Juan de Covadonga.

J oSÉ ASUNCIÓN SIL V A .

NOTAS BIBLIOGRAFICAS. "SEVERAL POEMS"

of Enrique Fernández Granados.- Translated by Alice Gray Cowan.-México, 1902.

Una americana enamorada de la lirica suave y diáfana de Fel'Dández Granados, ha traducido en ver­so inglés varias de sus más bellas composiciones, que en elegante tomito nos obsequia el autor de Mir­tos y Margarita s.

El pequeño libro va precedido de un liminar en el cual 1\hs" (ó miss? ) Alice G. Oowan dice lo que siente y piensa de Fernangrama, de su clara musa, de la cual 'Ver 'podemos el pensati'Vo rostro, la sutil figura y el manto fiuído, cuando su pie calzado con b01'cegllíes , levemente carnina á lo largo de las pla­ya,y fabulosas del Egéo Azul.

Ent¡'e las composiciones traducidas con toda escrupulosidad, aun cuando es dificil hallar en inglés su primaveral aroma, cuéntanse Laura, Invocación. El delicioso Vino de Lesbos y otras que hemos gus­tado en los diversos y bellos tomitos que con tiro restringido y elegante y cuidadosa forma, ha publica­do Fernández Granados.

A. N.