antologia del cuento hondureño

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Balas Cruceadas (Elíseo Pérez Cadalso) Junto al camino real que conduce hacia Tierras Coloradas (el paraíso Honduras) , la cruz del finado Casio ya sólo asoma los hombros de puro sumergida en un túmulo de piedras, que crece indefinidamente por obra y gracia de la piedad cristiana, pues cada quien que pasa por allí se cree obligado a arrojar sobre el montón un guijarro (piedra roca lisa ) más, en sufragio al alma del difunto. Y la cruz, con sus brazos extendidos, da la impresión de un náufrago que está pidiendo auxilio en medio de aquel mar de soledad. A Casio lo mató Chombito Vargas, el terror del valle entero, cuyas víctimas son tantas que ya dan para hacer un cementerio. El temible desalmado maneja con igual destreza la pistola, el puñal y el guarizama (machete) ; y casos ha habido en que, esgrimiendo (utilizar) un simple caite, dominara por completo a dos o tres adversarios armados de machete, picándolos después a su sabor. Porque lo cierto es que si bien él comenzó su carrera criminal forzado por las circunstancias, ahora mata por gusto, jactándose a pulmón pleno de cada fechoría. La gente, por temor, le dice Chombito, nunca Jerónimo o Chombo a secas; no vaya a ser que en una de esas tome a mal tanta confianza y ¡pum! te manda de una vez donde San Pedro. No hay duda de que el hombre se sabe «sus cositas». Dizque cierto brujo mexicano que vino huyendo del hambre allá por 1920, le enseñó las artes para volverse invisible. Y sólo así se explica que cuando la autoridad lo persigue por alguna de las suyas, él frescamente se convierte en cabeza de guineos, y cuando alguien trata de comerlos lo que muerde es el ruedo de sus pantalones. Total, que jamás lo han capturado porque se les hace jolote, perro, chancho, lechuza y hasta tronco de

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Balas Cruceadas(Elíseo Pérez Cadalso)

 Junto al camino real que conduce hacia Tierras Coloradas (el paraíso Honduras) , la cruz del finado Casio ya sólo asoma los hombros de puro sumergida en un túmulo de piedras, que crece indefinidamente por obra y gracia de la piedad cristiana, pues cada quien que pasa por allí se cree obligado a arrojar sobre el montón un guijarro (piedra roca lisa ) más, en sufragio al alma del difunto. Y la cruz, con sus brazos extendidos, da la impresión de un náufrago que está pidiendo auxilio en medio de aquel mar de soledad.A Casio lo mató Chombito Vargas, el terror del valle entero, cuyas víctimas son tantas que ya dan para hacer un cementerio.El temible desalmado maneja con igual destreza la pistola, el puñal y el guarizama (machete) ; y casos ha habido en que, esgrimiendo (utilizar) un simple caite, dominara por completo a dos o tres adversarios armados de machete, picándolos después a su sabor.Porque lo cierto es que si bien él comenzó su carrera criminal forzado por las circunstancias, ahora mata por gusto, jactándose a pulmón pleno de cada fechoría.La gente, por temor, le dice Chombito, nunca Jerónimo o Chombo a secas; no vaya a ser que en una de esas tome a mal tanta confianza y ¡pum! te manda de una vez donde San Pedro.No hay duda de que el hombre se sabe «sus cositas». Dizque cierto brujo mexicano que vino huyendo del hambre allá por 1920, le enseñó las artes para volverse invisible. Y sólo así se explica que cuando la autoridad lo persigue por alguna de las suyas, él frescamente se convierte en cabeza de guineos, y cuando alguien trata de comerlos lo que muerde es el ruedo de sus pantalones. Total, que jamás lo han capturado porque se les hace jolote, perro, chancho, lechuza y hasta tronco de quebracho. Pero aún con esos poderes sobrenaturales, Chombito no está contento. Y la arena en su zapato es Nicasio Santelí más conocido como Casio por ser el único que le ha sacado suertes a la mica (culebra) de El Pedregal, serpiente de cuatro metros que tiene su cueva al pie de un espavel (árbol) y que hasta hace poco solía pasearse por el vecindario haciendo depredaciones de animales domésticos, especialmente pollos y conejos tiernos, siendo doblemente peligrosa porque no sólo «pica» sino que también cuerea (castiga) . La gente asegura que Casio cierta vez pilló al reptil metiéndose en su agujero y que de golpe le tapó la entrada.

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A los tres días levantó la piedra que le servía de losa, y la\culebra salió como relámpago. Sembrando la cabeza contra la tierra, comenzó a lanzar colazos mortales a revés y derecho, teniendo su carcelero que defenderse con un garrote (palo) de apenas pie y medio.Después de combatir casi una hora, el bicho, fatigado, buscó de nuevo el escondrijo (hueco) , y el hombre le cerró la salida hasta la próxima oportunidad.Y vinieron otro combate y otro encierro hasta que por fin un miércoles la mica, ya jadeante y extenuada, vomitó algo amarillento como el ámbar que el vencedor se aprestó a recoger, echándolo en un jícaro sabanero que a propósito llevaba, y al punto, de rodillas, rezó seis avemarias: tres al derecho y otras tantas al revés.De ahí arranca, pues, el encono (rencor) de Chombito, quien al saber la noticia, «me quito el nombre si en un mes no le bebo la sangre a ese jodido» dijo, ya que siendo así las cosas, uno de los dos sobraba en la comarca (tierra). Eso de eliminar a un adversario tal, tenía que ser obra de astucia, pues el otro no era chiches, máxime ahora que disponía de un amuleto. Por eso Chombo no lo dejaba ni a sol ni a sombra; lo atisbaba (observaba) hasta en los mínimos pasos; y una tarde en que Casio se disponía a tomar un baño en la Poza del Hombre, le cayó de soguilla(cuchillo delgado) , justo cuando ya estaba desnudo, des yugulándolo de una puñalada.Mientras el cuerpo se debatía en estertores (agonía, moribundo) convulsivos, las aguas teñidas en púrpura caducaron el cielo de los peces. Cuando vino la Mayenca, su mujer, ya se había desangrado totalmente. Con su llanto interior de piedra india, la hembra echó el cadáver en una batea (bandeja) de madera y cargó con él rumbo a la rancha. (Casa)Identificar al hechor (culpable) no fue empresa difícil, primero porque todos conocían al hombre del juramento homicida, y segunda, por la cagada, ya famosa, que el sujeto solía dejar junto a sus víctimas, dizque evitando que lo encontrara la escolta, pues creía a pie juntillas que en eso radicaba el secreto de volverse gaseoso e inasible (tomado visto).Al velorio llegaron sólo parientes y unos contados amigos, ya que los más se abstuvieron temiendo las represalias del chacal, quien de seguro les espiaba todos los movimientos. El muerto estaba tendido sobre un tapexco de varas. Un petate le servía de ataúd. Tenía los pantalones adrede desprovistos de cinturón, para evitar que a medianoche el hechor, disfrazado de torva bestia negra, se lo llevara arrastrado sepa judas para dónde, como había hecho con otros en

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pasadas ocasiones.Las mujeres, en un cuarto, le rezaban al Santísimo, con tablillas de miedo en las espaldas, mirando a cada instante hacia la puerta, no fuera a presentárseles de golpe el sombrío personaje.Sólo Chema, hijo mayor del occiso quince años labrados en pura caoba, no bosticó palabra desde que supo la tragedia. Estuvo, sí, muy ocupado toda la tarde hasta el anochecer. Subió al tabanco (madera golgada d vigas) y bajó la chuspa donde Casio guardaba sus materiales de cacería: un lingote de plomo para hacer balas; un cacho de bovino conteniendo pólvora; mezcla para hacer tacos; cuatro fulminantes, y varios fragmentos de cartón.

La escopeta colgaba del horcón; era de sólo un tiro y se cargaba por la boca, con ayuda de la baqueta. Pero cada mechazo era un venado porque en él iban cinco proyectiles. El mismo Chema ya se había comido nada menos que tres cachudos y cinco tepezcuintes.Esta vez, antes de cargar el arma tomó las balas una por una ya redondeadas con un pedazo de hierro, alias martillo, y con el filo del machete les marcó una cruz, bañándolas luego con agua bendita. Sólo con balas cruceadas se pué joder al Malo le dijo un día su tata, mientras le enseñaba las, oraciones que él aprendiera de su padrino el mexicano.Ya no quedaba sino esperar. Llegó la medianoche, y nada. Únicamente el silencio inquieto, que se revolvía por toda la casa.Por fin, y antes de que cantaran los' gallos, ¡eureka!, apareció la bestia, negra toda ella con la pechera blanca, parándose en sus dos patas a la orilla del barranco. Más que perro parecía un oso enorme, con dos ascuas en los ojos. Mientras lanzaba ladridos casi humanos, un viento de muerte congelaba las gargantas. Todos temblaron. Todos menos Chema, quien, haciendo  mampuesta (piedra) contra el  horcón (palo), esperaba el  momento más propicio. Y cuando el monstruo quiso avanzar, ¡boom!, sonó la descarga, haciéndolo rodar por el abismo.Alumbrándose con hachones de ocote, los menos miedosos se acercaron al sitio de la escena, habiendo encontrado únicamente sobre las hojas secas un pespunte (costura o camino) de sangre que moría en la quebrada. El animal iba, pues, pegado y seguía aguas abajo...A la mañana siguiente, apareció Chombito flotando sobre la Poza del Hombre el pecho condecorado por cinco perdigones, con un rostro cristiano, tan cristiano que las viejas rezadoras, estupefactas, reprimieron su comentario, limitándose a decir:

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¡Dios lo haiga perdonao, porque era malo el dijunto! y se santiguaron, todavía con temor, por aquello de las dudas...

La Calle ProhibidaPompeyo Del Valle

A PILI (PRIMERO LAS DAMAS) Y A CARLOS FERNÁNDEZ, BAJO EL CIELO DE MÉXICO

En un café de la plaza Saint - Michel de París, la taciturna(persona tranquila) y el viejo emigrante de una pequeña nación hispanoamericana oye, escéptico, los pormenores de la situación política y social de su tierra, de la que esta ausente hace más de veinte año. Al hombre se le antojaban increíbles relatos que hacen algunos jóvenes recién llegados ala urbe(cuidad q tiene muchos habitantes) con el animo de estudiar cuando no de alcanzar la gloria. Entre los relatos hay uno que, de especial manera, escalda (rio de francia) a nuestro hombre: el caudillo que ha convertido la pequeña república tropical en su hacienda particular tiene una concubina a la que honra con una visita reglamentaria todos los viernes, pues, a la par de metódico, es muy supersticioso. Durante el tiempo que dura esa visita se cuatro de la tarde a siete de la noche , ni un minuto mas, ni un minuto menos- esta terminantemente prohibido el tránsito de vehículos y peatones por la calle que vive la amasia (casa de campo con tierras de labor) Además, todas las puertas y ventanas de las casas del vecindario deben estar completamente cerradas. Los infractores de la ley sufren una sanción terrible: son dados por alimento a los caballos diabólicos de dictador.

Bartolo Gris- que está en el nombre del incrédulo- decide un día, olvidado ya del cuento, ir a pasar unas breves vacaciones en su país natal, por el que experimenta vaga nostalgia. Como no tiene parientes en la capital- donde se ha detenido para viajar posteriormente al interior del país, a su minúscula provincia se aloja en un hotel y lucha desde el primer momento por acostumbrarse ala extraña atmósfera que parece envolverlo desde que bajo del avión, en el primitivo aeropuerto. Toma una ducha fría, bebe en bar. Un tonificante baso de güisqui con soda y sale, ya laxo a dar un paseo por la ciudad, en uno de cuyos colegios curso el bachillerato y hasta fue capitán del equipo de básquet.

El hombre y las horas discurren. Sin darse cuenta- su memoria se halla lastrado por los recuerdos- ha entrado en la calle prohibida todo esta allí tranquilo, solitario, como petrificado. No se mueva una hoja. Bartolo Gris se escoge de hombros y empieza a silbar bajito, como cuando se tiene miedo o no se sabe que hacer. De repente el débil silbido se la hiela en los labios al irrumpir, el silencio como si no tocara el suelo empedrado,

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un negro carruaje, tirado por seis caballos, también negros, el cochero abandona el pescante y abre la puerta derecha del vehículo. Del interior brota primero una mano cuyo dedo anular ostenta una sortija que lleva engastada una enorme piedra purpúrea; luego asoma una pata descomunal, de macho cabrío, que proyecta una larga sombra sobre la tierra y aun sube por las altas paredes, hasta prenderse en el borde, ribeteado de sangre, de las nubes de trapo. Es la sombra nacional, la sombra gigante del amo absoluto de aquel feudo construido entre montes azules y rió con peses sonámbulos.

Los ojos del grande y poderoso señor recorren la calle sola, polvorienta, y descubren al incauto que permanece inmóvil, mirándolo, bajo el rótulo de una pescadería. En las pupilas omnímodas se encienden dos rojos puntos de cólera que parecen cobrar vida independiente, como dos animales esféricos, Y Bartolo Gris se encuentra de pronto flotando en el vació levitado, sacudido en el aire eléctrico. Sus ropas se vuelven anchas inmensas, como negras praderas donde caballos enloquecidos batallan con dragones de azufre, y mira, angustiado, el color verde que va cubriendo su piel, sus manos, sus uñas. Se acuerda de las noches pasadas en las Riberas Francesas y suda y sonríe y suspira doloroso conmovido por las saudade como dicen en el Brasil. También piensa en que el billar ha sido unos de sus pasatiempos favoritos. Ve, con la imaginación, las lisas esferas de marfil corriendo por la suave felpa y hundiéndose en las buchacas de cuero, después de trazar alegres carambolas. Sus piernas ya no tienen fuerzas para sostenerlo. Se doblan como frágiles briznas, lo dejan caer pesadamente convertido en un montón de zacate fresco, dentro de su impecable traje de corte inglés.

El cochero recoge el haz de hierba húmeda y resplandeciente, y se la ofrece a uno de los caballos que arrastran la carroza del comandante supremo de la fuerza de tierra, mar y aire y presidente vitalicio de la república

Una Elfina (Por Pompeyo del Valle)

Su ambición era triunfar en el mundo de las finanzas, pero no lograba otra cosa que hundirse en la cada vez más espantosa pobreza y desesperación.Compadecida de él, llegó una elfina hasta su cuarto miserable y le reveló la fórmula necesaria para alcanzar el éxito.Muy pronto pudieron verse los resultados. El infeliz se convirtió de un ser opaco a un personaje luminoso. Su nombre y fotografía aparecieron en los diarios más reputados y en las más famosas revistas. Recibió honores y distinciones; su presencia fue habitual en los lugares donde

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sólo concuren los favoritos de la Fortuna; viajó por todos los continentes y tuvo muchos amigos. Pero su corazón se fue llenando de soberbia y de orgullo. Su índole suave se truncó despótica, hasta que, para satisfacer sus intereses más mezquinos, no retrocedió ante el crimen. Aquellos que antes le admiraban ahora temíanle.Un día se presentó la elfina en la hermosa mansión, rodeada de jardines, que habitaba el nabab. Un criado vestido de librea la hizo pasar a un salón espléndido. Allí esperó y vio nacer y morir el sol trescientas sesenta y cinco veces a través de la inmensa ventana abierta sobre el parque privado. Cuando finalmente el gran señor se dignó recibirla, la elfina dijo: "Observo que has cambiado en exceso. No creo que tu conducta sea ejemplar." "Mi conducta- respondió el hombre- es una cosa que no estoy dispuesto a discutir con nadie. Así que si a eso has venido harás muy bien en marcharte". “Sí, eso haré", susurró la elfina. Tocó el borde de la levita (traje) del magnate y salió volando por la ventana hasta perderse de vista más allá de la línea donde se tornaban abstractas las copas de los árboles.El viejo asno gris que ahora quedaba en la habitación solitaria se echó sobre sus peludas patas y empezó a comerse a dentelladas la rica alfombra persa.

(Pompeyo del Valle, 1929. Poeta, narrador y periodista. Su obra ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos el ruso y el inglés. Premio Nacional de Literatura 1981)

El Regresivo (Por Óscar Acosta)

Dios concedió a aquel ser una infinita gracia: permitir que el tiempo retrocediera en su cuerpo, en sus pensamientos y en sus acciones. A los setenta años, la edad en que debía morir, nació. Después de tener un carácter insoportable, pasó a una edad de sosiego que antecedía aquella. El Creador lo decidiría así, me imagino, para demostrar que la vida no sólo puede realizarse en forma progresiva, sino alterándola, naciendo en la muerte y pereciendo en lo que nosotros llamados origen sin dejar de ser en suma la misma existencia. A los cuarenta años el gozo de aquel ser no tuvo límites y se sintió en poder de todas sus facultades físicas y mentales. Las canas volviéronsele oscuras y sus pasos se hicieron más seguros. Después de esta edad, la sonrisa de aquel afortunado fue aclarándose a pesar de que se acercaba más su inevitable desaparición, proceso que él parecía ignorar. Llegó a tener treinta años y se sintió apasionado, seguro de sí mismo y lleno de astucia. Luego veinte y se convirtió en un muchacho feroz e irresponsable.

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Transcurrieron otros cinco años y las lecturas y los juegos ocuparon sus horas, mientras las golosinas lo tentaban desde los escaparates. Durante ese lapso lo llegaba a ruborizar más la inocente sonrisa de una colegiala, que una caída aparatosa en un parque público, un día domingo. De los diez a los cinco, la vida se le hizo cada vez más rápida y ya era un niño a quien vencía el sueño.Aunque ese ser hubiera pensado escribir esta historia, no hubiera podido: letras y símbolos se le fueron borrando de la mente. Si hubiera querido contarla, para que el mundo se enterara de tan extraña disposición de Nuestro Señor, las palabras hubieran acudido a sus labios en forma de balbuceo.