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Centro de Enseñanza para Personas Adultas “Antonio Gala” Ámbito de la Comunicación: Literatura. Módulo 2 ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS 2º ESPA 1

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ANTOLOGÍA DE TEXTOSLITERARIOS

2º ESPA

1

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EL RENACIMIENTO

2

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LÍRICA

GARCILASO DE LA VEGA

Égloga i

El dulce lamentar de dos pastores,Salicio juntamente y Nemoroso,he de contar, sus quejas imitando;cuyas ovejas al cantar sabrosoestaban muy atentas, los amores, (de pacer olvidadas) escuchando.Tú, que ganaste obrandoun nombre en todo el mundoy un grado sin segundo,agora estés atento sólo y dado el ínclito gobierno del estadoAlbano; agora vuelto a la otra parte,resplandeciente, armado,representando en tierra el fiero Marte; agora de cuidados enojosos y de negocios libre, por venturaandes a caza, el monte fatigandoen ardiente jinete, que apresurael curso tras los ciervos temerosos,que en vano su morir van dilatando; espera, que en tornandoa ser restituidoal ocio ya perdido,luego verás ejercitar mi plumapor la infinita innumerable suma de tus virtudes y famosas obras,antes que me consuma,faltando a ti, que a todo el mondo sobras.

(...)

Salicio:

¡Oh más dura que mármol a mis quejas,y al encendido fuego en que me quemomás helada que nieve, Galatea!,

estoy muriendo, y aún la vida temo; témola con razón, pues tú me dejas,que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.Vergüenza he que me veaninguno en tal estado,de ti desamparado, y de mí mismo yo me corro agora.¿De un alma te desdeñas ser señora,donde siempre moraste, no pudiendode ella salir un hora?Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

El sol tiende los rayos de su lumbrepor montes y por valles, despertandolas aves y animales y la gente:cuál por el aire claro va volando,cuál por el verde valle o alta cumbre paciendo va segura y libremente,cuál con el sol presenteva de nuevo al oficio,y al usado ejerciciodo su natura o menester le inclina, siempre está en llanto esta ánima mezquina,cuando la sombra el mondo va cubriendo,o la luz se avecina.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada, sin mostrar un pequeño sentimientode que por ti Salicio triste muera,dejas llevar (¡desconocida!) al vientoel amor y la fe que ser guardadaeternamente sólo a mí debiera? ¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,(pues ves desde tu alturaesta falsa perjuracausar la muerte de un estrecho amigo)no recibe del cielo algún castigo? Si en pago del amor yo estoy muriendo,¿qué hará el enemigo?Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Por ti el silencio de la selva umbrosa,por ti la esquividad y apartamiento del solitario monte me agradaba;por ti la verde hierba, el fresco viento,el blanco lirio y colorada rosay dulce primavera deseaba.¡Ay, cuánto me engañaba! ¡Ay, cuán diferente era

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y cuán de otra maneralo que en tu falso pecho se escondía!Bien claro con su voz me lo decíala siniestra corneja, repitiendo la desventura mía.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,(reputándolo yo por desvarío)vi mi mal entre sueños, desdichado! Soñaba que en el tiempo del estíollevaba, por pasar allí la sienta,a beber en el Tajo mi ganado;y después de llegado,sin saber de cuál arte, por desusada partey por nuevo camino el agua se iba;ardiendo yo con la calor estiva,el curso enajenado iba siguiendodel agua fugitiva. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?Tus claros ojos ¿a quién los volviste?¿Por quién tan sin respeto me trocaste?Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste? ¿Cuál es el cuello que, como en cadena,de tus hermosos brazos anudaste?No hay corazón que baste,aunque fuese de piedra,viendo mi amada hiedra, de mí arrancada, en otro muro asida,y mi parra en otro olmo entretejida,que no se esté con llanto deshaciendohasta acabar la vida.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¿Qué no se esperará de aquí adelante,por difícil que sea y por incierto?O ¿qué discordia no será juntada?,y juntamente ¿qué tendrá por cierto,o qué de hoy más no temerá el amante, siendo a todo materia por ti dada?Cuando tú enajenadade mi cuidado fuiste,notable causa diste,y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo, que el más seguro tema con receloperder lo que estuviere poseyendo.Salid fuera sin duelo,

salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Materia diste al mundo de esperanza de alcanzar lo imposible y no pensado,y de hacer juntar lo diferente,dando a quien diste el corazón malvado,quitándolo de mí con tal mudanzaque siempre sonará de gente en gente. La cordera pacientecon el lobo hambrientohará su ayuntamiento,y con las simples aves sin ruidoharán las bravas sierpes ya su nido; que mayor diferencia comprendode ti al que has escogido.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Siempre de nueva leche en el veranoy en el invierno abundo; en mi majada la manteca y el queso está sobrado;de mi cantar, pues, yo te vi agradadatanto que no pudiera el mantuanoTítiro ser de ti más alabado.No soy, pues, bien mirado, tan disforme ni feo;que aún agora me veoen esta agua que corre clara y pura,y cierto no trocara mi figuracon ese que de mí se está riendo; ¡trocara mi ventura!Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¿Cómo te vine en tanto menosprecio?¿Cómo te fui tan presto aborrecible?¿Cómo te faltó en mí el conocimiento? Si no tuvieras condición terrible,siempre fuera tenido de ti en precio,y no viera de ti este apartamiento.¿No sabes que sin cuentobuscan en el estío mis ovejas el fríode la sierra de Cuenca, y el gobiernodel abrigado Estremo en el invierno?Mas ¡qué vale el tener, si derritiendome estoy en llanto eterno! Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Con mi llorar las piedras enternecensu natural dureza y la quebrantan;los árboles parece que se inclinan:

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las aves que me escuchan, cuando cantan, con diferente voz se condolecen,y mi morir cantando me adivinan.Las fieras, que reclinansu cuerpo fatigado,dejan el sosegado sueño por escuchar mi llanto triste.Tú sola contra mí te endureciste,los ojos aún siquiera no volviendoa lo que tú hiciste.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,no dejes el lugar que tanto amaste,que bien podrás venir de mí segura;yo dejaré el lugar do me dejaste; ven, si por sólo esto te detienes; ves aquí un prado lleno de verdura,ves aquí una espesura,ves aquí una agua clara,en otro tiempo cara, a quien de ti con lágrimas me quejo. Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)al que todo mi bien quitarme puede;que pues el bien le dejo,no es mucho que el lugar también le quede.

Aquí dio fin a su cantar Salicio, y suspirando en el postrero acento,soltó de llanto una profunda vena.Queriendo el monte al grave sentimientode aquel dolor en algo ser propicio, con la pesada voz retumba y suena. La blanca Filomena,casi como doliday a compasión movida,dulcemente responde al son lloroso. Lo que cantó tras esto Nemoroso decidlo vos Piérides, que tantono puedo yo, ni oso,que siento enflaquecer mi débil canto.

Nemoroso:

Corrientes aguas, puras, cristalinas,árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado, de fresca sombra lleno,aves que aquí sembráis vuestras querellas,hiedra que por los árboles caminas,torciendo el paso por su verde seno:

yo me vi tan ajeno del grave mal que siento,que de puro contentocon vuestra soledad me recreaba,donde con dulce sueño reposaba,o con el pensamiento discurría por donde no hallabasino memorias llenas de alegría.

Y en este mismo valle, donde agorame entristezco y me canso, en el reposoestuve ya contento y descansado. ¡Oh bien caduco, vano y presuroso!Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,que despertando, a Elisa vi a mi lado.¡Oh miserable hado!¡Oh tela delicada, antes de tiempo dadaa los agudos filos de la muerte!Más convenible fuera aquesta suertea los cansados años de mi vida,que es más que el hierro fuerte, pues no la ha quebrantado tu partida.

¿Dó están agora aquellos claros ojosque llevaban tras sí, como colgada,mi ánima doquier que ellos se volvían?¿Dó está la blanca mano delicada, llena de vencimientos y despojosque de mí mis sentidos le ofrecían?Los cabellos que víancon gran desprecio al oro,como a menor tesoro, ¿adónde están? ¿Adónde el blando pecho?¿Dó la columna que el dorado techocon presunción graciosa sostenía?Aquesto todo agora ya se encierra,por desventura mía, en la fría, desierta y dura tierra.

¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,cuando en aqueste valle al fresco vientoandábamos cogiendo tiernas flores,que había de ver con largo apartamiento venir el triste y solitario díaque diese amargo fin a mis amores?El cielo en mis dolorescargó la mano tanto,que a sempiterno llanto y a triste soledad me ha condenado;

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y lo que siento más es verme atadoa la pesada vida y enojosa,solo, desamparado,ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.

Después que nos dejaste, nunca paceen hartura el ganado ya, ni acudeel campo al labrador con mano llena.No hay bien que en mal no se convierta y mude:la mala hierba al trigo ahoga, y nace en lugar suyo la infelice avena;la tierra, que de buenagana nos producíaflores con que solíaquitar en sólo vellas mil enojos, produce agora en cambio estos abrojos,ya de rigor de espinas intratable;yo hago con mis ojoscrecer, llorando, el fruto miserable.

Como al partir del sol la sombra crece, y en cayendo su rayo se levantala negra escuridad que el mundo cubre,de do viene el temor que nos espanta,y la medrosa forma en que se ofreceaquello que la noche nos encubre, hasta que el sol descubresu luz pura y hermosa:tal es la tenebrosanoche de tu partir, en que he quedadode sombra y de temor atormentado, hasta que muerte el tiempo determineque a ver el deseadosol de tu clara vista me encamine.

Cual suele el ruiseñor con triste cantoquejarse, entre las hojas escondido, del duro labrador, que cautamentele despojó su caro y dulce nidode los tiernos hijuelos, entre tantoque del amado ramo estaba ausente,y aquel dolor que siente con diferencia tantapor la dulce gargantadespide, y a su canto el aire suena,y la callada noche no refrenasu lamentable oficio y sus querellas, trayendo de su penaal cielo por testigo y las estrellas;

desta manera suelto yo la riendaa mi dolor, y así me quejo en vanode la dureza de la muerte airada. Ella en mi corazón metió la mano,y de allí me llevó mi dulce prenda,que aquél era su nido y su morada.¡Ay muerte arrebatada!Por ti me estoy quejando al cielo y enojandocon importuno llanto al mundo todo:tan desigual dolor no sufre modo.No me podrán quitar el doloridosentir, si ya del todo primero no me quitan el sentido.

Una parte guardé de tus cabellos,Elisa, envueltos en un blanco paño,que nunca de mi seno se me apartan;descójolos, y de un dolor tamaño enternecerme siento, que sobre ellosnunca mis ojos de llorar se hartan.Sin que de allí se partan,con sospiros calientes,más que la llama ardientes, los enjugo del llanto, y de consunocasi los paso y cuento uno a uno;juntándolos, con un cordón los ato.Tras esto el importunodolor me deja descansar un rato.

Mas luego a la memoria se me ofreceaquella noche tenebrosa, escura,que siempre aflige esta ánima mezquinacon la memoria de mi desventuraVerte presente agora me parece en aquel duro trance de Lucina,y aquella voz divina,con cuyo son y acentosa los airados vientospudieras amansar, que agora es muda. Me parece que oigo que a la cruda,inexorable diosa demandabasen aquel paso ayuda;y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

¿Ibate tanto en perseguir las fieras? ¿Ibate tanto en un pastor dormido?¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,que, conmovida a compasión, oídoa los votos y lágrimas no dieras,

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por no ver hecha tierra tal belleza, o no ver la tristezaen que tu Nemorosoqueda, que su reposoera seguir tu oficio, persiguiendolas fieras por los monte, y ofreciendo a tus sagradas aras los despojos?¿Y tú, ingrata, riendodejas morir mi bien ante los ojos?

Divina Elisa, pues agora el cielocon inmortales pies pisas y mides, y su mudanza ves, estando queda,¿por qué de mí te olvidas y no pidesque se apresure el tiempo en que este velorompa del cuerpo, y verme libre pueda,y en la tercera rueda, contigo mano a mano,busquemos otro llano,busquemos otros montes y otros ríos,otros valles floridos y sombríos,do descansar y siempre pueda verte ante los ojos míos,sin miedo y sobresalto de perderte?

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Nunca pusieran fin al triste llorolos pastores, ni fueran acabadaslas canciones que sólo el monte oía, si mirando las nubes coloradas,al tramontar del sol bordadas de oro,no vieran que era ya pasado el día,la sombra se veíavenir corriendo apriesa ya por la falda espesadel altísimo monte, y recordandoambos como de sueño, y acabandoel fugitivo sol, de luz escaso,su ganado llevando, se fueran recogiendo paso a paso.

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Soneto I

Cuando me paro a contemplar mi estadoy a ver los pasos por do me han traído,hallo, según por do anduve perdido,que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino estó olvidado,a tanto mal no sé por do he venido;sé que me acabo, y más he yo sentidover acabar conmigo mi cuidado.

Yo acabaré, que me entregué sin artea quien sabrá perderme y acabarmesi ella quisiere, y aun sabrá querello;

que pues mi voluntad puede matarme,la suya, que no es tanto de mi parte,pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

Soneto V

Escrito está en mi alma vuestro gesto, y cuanto yo escribir de vos deseo; vos sola lo escribisteis, yo lo leo tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto; que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, de tanto bien lo que no entiendo creo, tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero.

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SAN JUAN DE LA CRUZ

CÁNTICO ESPIRITUAL

Canciones entre el alma y el Esposo

Esposa

1. ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido.

2. Pastores, los que fuerdes allá por las majadas al otero: si por ventura vierdes aquel que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero.

3. Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.

Pregunta a las criaturas

4. ¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado! Decid si por vosotros ha pasado.

Respuesta de las criaturas

5. Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, e, yéndolos mirando,

con sola su figura vestidos los dejó de hermosura.

Esposa

6. ¡Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero: no quieras enviarme de hoy más ya mensajero, que no saben decirme lo que quiero.

7. Y todos cuantos vagan de ti me van mil gracias refiriendo, y todos más me llagan, y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo.

8. Mas ¿cómo perseveras, ¡oh vida!, no viviendo donde vives, y haciendo porque mueras las flechas que recibes de lo que del Amado en ti concibes?

9. ¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste? Y, pues me le has robado, ¿por qué así le dejaste, y no tomas el robo que robaste?

10. Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos.

11. ¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados!

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12. ¡Apártalos, Amado, que voy de vuelo!

El Esposo

Vuélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma al aire de tu vuelo, y fresco toma.

La Esposa

13. Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos,

14. la noche sosegada en par de los levantes del aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora.

15. Nuestro lecho florido, de cuevas de leones enlazado, en púrpura tendido, de paz edificado, de mil escudos de oro coronado.

16. A zaga de tu huella las jóvenes discurren al camino, al toque de centella, al adobado vino, emisiones de bálsamo divino.

17. En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, ya cosa no sabía; y el ganado perdí que antes seguía.

18. Allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa; y yo le di de hecho a mí, sin dejar cosa: allí le prometí de ser su Esposa.

19. Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio.

20. Pues ya si en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido; que, andando enamorada, me hice perdidiza, y fui ganada.

21. De flores y esmeraldas, en las frescas mañanas escogidas, haremos las guirnaldas en tu amor florecidas y en un cabello mío entretejidas.

22. En solo aquel cabello que en mi cuello volar consideraste, mirástele en mi cuello, y en él preso quedaste, y en uno de mis ojos te llagaste.

23. Cuando tú me mirabas su gracia en mí tus ojos imprimían; por eso me adamabas, y en eso merecían los míos adorar lo que en ti vían.

24. No quieras despreciarme, que, si color moreno en mi hallaste, ya bien puedes mirarme

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después que me miraste, que gracia y hermosura en mi dejaste.

25. Cogednos las raposas, que está ya florecida nuestra viña, en tanto que de rosas hacemos una piña, y no parezca nadie en la montiña.

26. Detente, cierzo muerto; ven, austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto, y corran sus olores, y pacerá el Amado entre las flores.

Esposo

27. Entrado se ha la esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces brazos del Amado.

28. Debajo del manzano, allí conmigo fuiste desposada. allí te di la mano, y fuiste reparada donde tu madre fuera violada.

29. A las aves ligeras, leones, ciervos, gamos saltadores, montes, valles, riberas, aguas, aires, ardores y miedos de las noches veladores,

30. Por las amenas liras y canto de serenas os conjuro que cesen vuestras iras, y no toquéis al muro, porque la esposa duerma más seguro.

Esposa

31. Oh ninfas de Judea!, en tanto que en las flores y rosales el ámbar perfumea, morá en los arrabales, y no queráis tocar nuestros umbrales

32. Escóndete, Carillo, y mira con tu haz a las montañas, y no quieras decillo; mas mira las compañas de la que va por ínsulas extrañas

Esposo

33. La blanca palomita al arca con el ramo se ha tornado y ya la tortolica al socio deseado en las riberas verdes ha hallado.

34. En soledad vivía, y en soledad ha puesto ya su nido, y en soledad la guía a solas su querido, también en soledad de amor herido.

Esposa

35. Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte ó al collado do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura.

36. Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos, que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos

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37. Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí, tú, vida mía, aquello que me diste el otro día:

38. El aspirar del aire, el canto de la dulce Filomena, el soto y su donaire, en la noche serena, con llama que consume y no da pena

39. Que nadie lo miraba, Aminadab tampoco parecía, y el cerco sosegaba, y la caballería a vista de las aguas descendía.

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LA NOCHE OSCURA DEL ALMA

1. En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras y segura, por la secreta escala disfrazada, ¡Oh dichosa ventura!, a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada.

3. En la noche dichosa en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía.

4. Aquésta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía.

5. ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que el alborada! ¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada!

6. En mi pecho florido que entero para él sólo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba

7. El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería y todos mis sentidos suspendía.

8. Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.

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FRAY LUIS DE LEÓN

ODA A LA VIDA RETIRADA

¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio moro, en jaspes sustentado.

No cura si la fama canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama la lengua lisonjera lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento si soy del vano dedo señalado, si en busca de este viento ando desalentado con ansias vivas y mortal cuidado?

¡Oh campo, oh monte, oh río! ¡Oh secreto seguro deleitoso! roto casi el navío, a vuestro almo reposo huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero;

no quiero ver el ceño vanamente severo de quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves con su cantar süave no aprendido, no los cuidados graves de que es siempre seguido quien al ajeno abritrio está atenido.

Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo a solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto, ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa de ver y acrecentar su hermosura, desde la cumbre airosa una fontana pura hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego sosegada el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada de verdura vistiendo, y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea, y ofrece mil olores al sentido, los árboles menea con un manso ruido, que del oro y del cetro pone olvido.

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Ténganse su tesoro los que de un flaco leño se confían: no es mío ver al lloro de los que desconfían cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día se torna; al cielo suena confusa vocería, y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla mesa, de amable paz bien abastada me baste, y la vajilla de fino oro labrada, sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable- mente se están los otros abrasando en sed insaciable del no durable mando, tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido de yedra y lauro eterno coronado, puesto el atento oído al son dulce, acordado, del plectro sabiamente meneado.

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SANTA TERESA DE JESÚS

Nada te turbe;nada te espante;todo se pasa;Dios no se muda,la pacïenciatodo lo alcanza.Quien a Dios tiene,nada le falta.Solo Dios basta.

Eleva tu pensamiento,al cielo sube,por nada te acongojes,''nada te turbe.''

A Jesucristo siguecon pecho grande,y, venga lo que venga,''nada te espante.''

¿Ves la gloria del mundo?Es gloria vana;nada tiene de estable,''todo se pasa.''

Aspira a lo celeste,que siempre dura;fiel y rico en promesas,''Dios no se muda.''

Ámala cual merecebondad inmensa;pero no hay amor finosin ''la paciencia.''

Confianza y fe vivamantenga el alma,que quien cree y espera''todo lo alcanza.''

Del infierno acosado

aunque se viere,burlará sus furores''quien a Dios tiene.''

Vénganle desamparos,cruces, desgracias;siendo Dios tu tesoro''nada le falta.''

Id, pues, bienes del mundo;id dichas vanas;aunque todo lo pierda,''solo Dios basta.''

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Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí después que muero de amor; porque vivo en el Señor, que me quiso para sí; cuando el corazón le di puse en él este letrero: que muero porque no muero.

Esta divina prisión del amor con que yo vivo ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero.

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¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga. Quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero, que muero porque no muero.

Sólo con la confianza vivo de que he de morir, porque muriendo, el vivir me asegura mi esperanza. Muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero, que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte, vida, no me seas molesta; mira que sólo te resta, para ganarte, perderte. Venga ya la dulce muerte, el morir venga ligero, que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba es la vida verdadera; hasta que esta vida muera, no se goza estando viva. Muerte, no me seas esquiva; viva muriendo primero, que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios, que vive en mí, si no es el perderte a ti para mejor a Él gozarle? Quiero muriendo alcanzarle, pues tanto a mi Amado quiero, que muero porque no muero.

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NARRATIVA

EL LAZARILLO DE TORMES

TRATADO PRIMEROCuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo fue.

Pues sepa V.M. ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tome el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que esta ribera de aquel río, en la cual fue molinero mas de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río.

Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida.

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos,y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en achaquede comprar huevos, y entrábase en casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos.

De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía:

—¡Madre, coco!

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Respondió él riendo:

—¡Hideputa!

Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!”

Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, halloóe que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacií perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí.

Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.

Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo milimportunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.

En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.

Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:

—Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti.

Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.

Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:

—Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro de él

Yo simplemente llegue, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada,y díjome:

—Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber mas que el diablo

Y rió mucho la burla.

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Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije entre mí: “Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer.”

Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía:

—Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré.

Y fue ansi, que después de Dios, éste me dio la vida, y siendo ciego me alumbró y adestró en la carrera de vivir.

Huelgo de contar a V.M. estas niñerías para mostrar cuanta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos, cuánto vicio.

Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, V.M. sepa que desde que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila; ciento y tantas oraciones sabía de coro: un tono bajo, reposado y muy sonable que hacía resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto quecon muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer.

Allende desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía:

—Haced esto, haréis estotro, coged tal yerba, tomad tal raíz.

Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decían creían. Destas sacabaél grandes provechos con las artes que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.

Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría, jamás tan avariento ni mezquinohombre no vi, tanto que me mataba a mi de hambre, y así no me demediaba de lo necesario. Digo verdad: si con mi sotileza y buenas mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su saber y aviso le contaminaba de tal suerte que siempre, o las más veces, me cabía lo mas y mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, de las cuales contare algunas, aunque no todas a mi salvo.

Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo que por la boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y su llave, y al meter de todas las cosas y sacallas, era con tan gran vigilancia y tanto porcontadero, que no bastaba hombre en todo el mundo hacerle menos una migaja; mas yo tomaba aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados era despachada. Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas vecesdel un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos y longaniza; y ansí buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego me faltaba.

Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias blancas; y cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenía lanzada en la boca y la media aparejada, que por presto que él echaba la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del

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justo precio. Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía:

—¿Qué diablo es esto, que después que conmigo estás no me dan sino medias blancas, y de antes una blancay un maravedí hartas veces me pagaban? En tí debe estar esta desdicha.

También el abreviaba el rezar y la mitad de la oración no acababa, porque me tenía mandado que en yéndoseel que la mandaba rezar, le tirase por el cabo del capuz. Yo así lo hacia. Luego el tornaba a dar voces, diciendo:

—¿Mandan rezar tal y tal oración? —como suelen decir.

Usaba poner cabe si un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas turóme poco, que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel menester tenía hecha, la cual metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudo propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y atapabale con la mano, y ansí bebía seguro. Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrabame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada: espantábase, maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo que podía ser.

—No diréis, tío, que os lo bebo yo —decía—, pues no le quitáis de la mano.

Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, demanera que el pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.

Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos dél se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé.

Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía:

—¿Que te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud —y otros donaires que a mi gusto no lo eran.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar del; mas no lo hice tan presto por hacello más a mi salvo y provecho.

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Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni razón me hería, dándome coxcorrones y repelándome. Ysi alguno le decía por que me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:

—¿Pensareis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña.

Santiguándose los que lo oían, decían:

—¡Mira, quién pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!

Y reían mucho el artificio, y decíanle:

VCastigaldo, castigaldo, que de Dios lo habréis.

Y él con aquello nunca otra cosa hacía.

Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le hacer mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo, por lo más alto; que aunque yo no iba por lo mas enjuto, holgábame a mí de quebrar un ojopor quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto siempre con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de tolondrones y pelado de sus manos; y aunque yo juraba no lo hacer con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía más: tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor.

Y porque vea V.M. a cuánto se estendía el ingenio deste astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente mas rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase a este refrán: “Más da el duro que el desnudo.” Y venimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos Sant Juan.

Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna, y como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo esta muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentamonos en un valladar y dijo:

—Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas dél tanta parte como yo.Partillo hemos desta manera: tú picarás una vez y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva, yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño.

Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance; el traidor mudó de propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debría hacer lo mismo. Como vi que el quebraba la postura, no me contente ir a la par con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y meneando la cabeza dijo:

—Lázaro, engañado me has: juraré yo a Dios que has tu comido las uvas tres a tres.

—No comí —dije yo— mas ¿por que sospecháis eso?”

Respondió el sagacísimo ciego:

—¿Sabes en que veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.”

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A lo cual yo no respondí. Yendo que íbamos ansí por debajo de unos soportales en Escalona, adonde a la sazón estábamos en casa de un zapatero, había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual, alzando la mano, toco en ellas, y viendo lo que era díjome:

—Anda presto, mochacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo.

Yo, que bien descuidado iba de aquello, mire lo que era, y como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de comer, dijele:

—Tío, ¿por qué decís eso?”

Respondióme:

—Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás como digo verdad.

Y ansí pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias. Y como iba tentando si era allí el mesón, adonde él rezaba cada día por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran sospiro dijo:

—¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu nombre, por ninguna vía!”

Como le oí lo que decía, dije:

—Tío, ¿qué es eso que decís?

—Calla, sobrino, que algún día te dará éste, que en la mano tengo, alguna mala comida y cena.”

—No le comeré yo —dije— y no me la dará.

—Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives.

Y ansí pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adonde pluguiere a Dios nunca allá llegáramos, según lo que me sucedía en él.

Era todo lo más que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y ansí por semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración.

Reíme entre mí, y aunque mochacho noté mucho la discreta consideración del ciego.

Mas por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente y con él acabar.

Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y dióme un pedazo de longaniza que la asase. Yaque la longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y mandó que fuese por el de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace alladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y como al presente nadie estuviese sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando que me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saque la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el cual miamo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado.Yo fui por el vino, con el cual no tardé en despachar la longaniza, y

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cuando vine halle al pecador del ciego que tenía entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aun no había conocido por no lo haber tentado con la mano. Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de la longaniza, hallose en frío con el frío nabo. Alterose y dijo:

—¿Que es esto, Lazarillo?

—¡Lacerado de mi! —dije yo— ¿Si queréis a mi echar algo? ¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría esto.

—No, no —dijo él—,que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible.

Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas poco me aprovechó, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía. Levantóse y asióme por la cabeza, y llegóse a olerme; y comodebió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual el tenía luenga y afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían augmentado un palmo, con el pico de la cual me llegó a la gulilla. Y con esto y con el gran miedo que tenía, y con la brevedad del tiempo, la negralonganiza aún no había hecho asiento en el estomago, y lo más principal, con el destiento de la cumplidísimanariz, medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su dueño: de manera que antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estomago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra malmaxcada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.

¡Oh, gran Dios, quien estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñazo el pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones.

Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia en no se las reír.Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello que la meitad del camino estaba andado; que con solo apretar los dientes se me quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estomago que retuvo la longaniza, y no pareciendo ellas pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así.

Hicieronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo:

—Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la vida.

Y luego contaba cuántas veces me había descalabrado y harpado la cara, y con vino luego sanaba.

—Yo te digo —dijo— que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tu.

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Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba. Mas el pronostico del ciego no salió mentiroso, y después acá muchas veces me acuerdo de aquel hombre, que sin duda debía tener spiritu de profecía, y me pesa de los sinsabores que le hice, aunque bien se lo pagué, considerando lo que aquel día medijo salirme tan verdadero como adelante V.M. oirá.

Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:

—Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo.

Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:

—Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porquese estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.

Parecióle buen consejo y dijo:

—Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.

Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dijele:

—Tío, este es el paso mas angosto que en el arroyo hay.

Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme dél venganza), creyóse de mi y dijo:

—Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo.

Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y pongome detrás del poste como quien espera tope de toro, y díjele:

—!Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua.

Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza.

—¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? !Ole! !Ole! —le dije yo.

Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber.

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FERNANDO DE ROJAS

LA CELESTINA

Acto primero

ARGUMENTO DEL PRIMER AUTO DESTA COMEDIA

Entrando Calisto en una huerta empós de un falcón suyo, halló y a Melibea, de cuyo amor preso, començole de hablar. De la qual rigorosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado. Habló con vn criado suyo llamado Sempronio, el qual, después de muchas razones, le endereçó a vna vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mesmo criado vna enamorada llamada Elicia. La qual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito, al qual escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno. El qual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conoscido de Celestina, la qual mucho le dize de los fechos e conoscimiento de su madre, induziéndole a amor e concordia de Sempronio.

PÁRMENO, CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO.

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?

CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse e facer a mí inmérito tanta merced que verte alcançasse e en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda encomparablemente es mayor tal galardón, que el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, que por este lugar alcançar tengo yo a Dios offrescido, ni otro poder mi voluntad humana puede conplir. ¿Quién vidoen esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como agora el mío? Por cierto los gloriosos sanctos, que se deleytan en la visión diuina, no gozan mas que yo agora en el acatamiento tuyo. Más ¡o triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturança e yo misto me alegro con recelo del esquiuo tormento, que tu absencia me ha de causar.

MELIBEA.- ¿Por grand premio tienes esto, Calisto?

CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta felicidad.

MELIBEA.- Pues avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.

CALISTO.- ¡O bienauenturadas orejas mías, que indignamente tan gran palabra haueys oydo!

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MELIBEA.- Mas desauenturadas de que me acabes de oyr Porque la paga será tan fiera, qual meresce tu loco atreuimiento. E el intento de tus palabras, Calisto, ha seydo de ingenio de tal hombre como tú, hauer de salir para se perder en la virtud de tal muger como yo.¡Vete!, ¡vete de ay, torpe! Que no puede mi paciencia tollerar que aya subido en coraçón humano comigo el ylícito amor comunicar su deleyte.

CALISTO.- Yré como aquel contra quien solamente la aduersa fortuna pone su estudio con odio cruel.

CALISTO.- ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

SEMPRONIO.- Aquí soy, señor, curando destos cauallos.

CALISTO.- Pues, ¿cómo sales de la sala?

SEMPRONIO.- Abatiose el girifalte e vínele a endereçar en el alcándara.

CALISTO.- ¡Assí los diablos te ganen! ¡Assí por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intollerable tormento consigas, el qual en grado incomparablemente a la penosa e desastrada muerte, que espero, traspassa. ¡Anda, anda, maluado! Abre la cámara e endereça la cama.

SEMPRONIO.- Señor, luego hecho es.

CALISTO.- Cierra la ventana e dexa la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡O bienauenturada muerte aquella, que desseada a los afligidos viene! ¡O si viniéssedes agora, Hipócrates e Galeno, médicos, ¿sentiríades mi mal? ¡O piedad de silencio, inspira en el Plebérico coraçón, porque sin esperança de salud no embíe el espíritu perdido con el desastradoPíramo e de la desdichada Tisbe!

SEMPRONIO.- ¿Qué cosa es?

CALISTO.- ¡Vete de ay! No me fables; sino, quiçá ante del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán tu arrebatado fin.

SEMPRONIO.- Yré, pues solo quieres padecer tu mal.

CALISTO.- ¡Ve con el diablo!

SEMPRONIO.- No creo, según pienso, yr comigo el que contigo queda. ¡O desuentura! ¡O súbito mal! ¿Quál fue tan contrario acontescimiento, que assí tan presto robó el alegría deste hombre e, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he solo o entraré alla? Si le dexo, matarse ha; si entro alla, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que muera aquel, a quien es enojosa la vida, que no yo, que huelgo con ella. Avnque por al no desseasse viuir, sino por ver mi Elicia, me deuría guardar de peligros. Pero, si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas, puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dexar vn poco desbraue, madure: que oydo he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque mas se enconan. Esté vn poco. Dexemos llorar al que dolor tiene. Que las lágrimas e sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido. E avn, si delante me tiene, más comigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reuerberar. La vista, a quien objeto no se antepone, cansa. E quando aquel es cerca, agúzase. Por esso quiérome sofrir vn poco. Si entretanto se matare, muera. Quiçá con algo me quedaré que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Avnque malo es esperar salud en muerte agena. E quiçá me engaña el diablo. E si muere, matarme han e yrán allá la soga e el calderón. Por otra parte dizen los sabios que es grande descanso a los affligidos tener con quien puedan sus cuytas llorar e que la llaga interior más empece. Pues en estos

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estremos, en que estoy perplexo, lo más sano es entrar e sofrirle e consolarle. Porque, si possible es sanar sinarte ni aparejo, mas ligero es guarescer por arte e por cura.

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- Dame acá el laúd.

SEMPRONIO.- Señor, vesle aquí.

CALISTO.- ¿Qual dolor puede ser tal que se yguale con mi mal?

SEMPRONIO.- Destemplado está esse laúd.

CALISTO.- ¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel, que consigo está tan discorde? ¿Aquel en quien la voluntad a la razón no obedece? ¿Quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a vna causa? Pero tañe e canta la más triste canción, que sepas.

SEMPRONIO Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía: gritos dan niños e viejos e el de nada se dolía.

CALISTO.- Mayor es mi fuego e menor la piedad de quien agora digo.

SEMPRONIO.- No me engaño yo, que loco está este mi amo.

CALISTO.- ¿Qué estás murmurando, Sempronio?

SEMPRONIO.- No digo nada.

CALISTO.- Di lo que dizes, no temas.

SEMPRONIO.- Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego, que atormenta vn viuo, que el que quemó tal cibdad e tanta multitud de gente?

CALISTO.- ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años, que la que en vn día passa, y mayor la que mata vn ánima, que la que quema cient mill cuerpos. Como de la aparencia a la existencia, como de lo viuo a lo pintado, como de la sombra a lo real, tanta diferencia ay del fuego, que dizes, al que mequema. Por cierto, si el del purgatorio es tal, mas querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos animales, que por medio de aquel yr a la gloria de los sanctos.

SEMPRONIO.- ¡Algo es lo que digo! ¡A más ha de yr este hecho! No basta loco, sino ereje.

CALISTO.- ¿No te digo que fables alto, quando fablares? ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.- Digo que nunca Dios quiera tal; que es especie de heregía lo que agora dixiste.

CALISTO.- ¿Por qué?

SEMPRONIO.- Porque lo que dizes contradize la cristiana religión.

CALISTO.- ¿Qué a mí?

SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?

CALISTO.- ¿Yo? Melibeo so e a Melibea adoro e en Melibea creo e a Melibea amo.

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SEMPRONIO.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el coraçón de mi amo, que por la boca le sale a borbollones. No es más menester. Bien sé de qué pie coxqueas. Yo te sanaré.

CALISTO.- Increyble cosa prometes.

SEMPRONIO.- Antes fácil. Que el comienço de la salud es conoscer hombre la dolencia del enfermo.

CALISTO.- ¿Quál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?

SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ha!, ¡ha! ¿Esto es el fuego de Calisto? ¿Estas son sus congoxas? ¡Como si solamente el amor contra él asestara sus tiros! ¡O soberano Dios, quán altos son tus misterios! ¡Quánta premia pusiste en el amor, que es necessaria turbación en el amante! Su límite posiste por marauilla. Paresce al amante que atrás queda. Todos passan, todos rompen, pungidos e esgarrochados como ligeros toros. Sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la muger dexar el padre e la madre; agora no solo aquello, mas a ti e a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del qual no me marauillo, pues los sabios, los santos, los profetas por él te oluidaron.

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- No me dexes.

SEMPRONIO.- De otro temple está esta gayta.

CALISTO.- ¿Qué te paresce de mi mal?

SEMPRONIO.- Que amas a Melibea.

CALISTO.- ¿E no otra cosa?

SEMPRONIO.- Harto mal es tener la voluntad en vn solo lugar catiua.

CALISTO.- Poco sabes de firmeza.

SEMPRONIO.- La perseuerancia en el mal no es constancia; mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamalda como quisiérdes.

CALISTO.- Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.

SEMPRONIO.- Haz tú lo que bien digo e no lo que mal hago.

CALISTO.- ¿Qué me reprobas?

SEMPRONIO.- Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca muger.

CALISTO.- ¿Muger? ¡O grossero! ¡Dios, Dios!

SEMPRONIO.- ¿E assí lo crees? ¿O burlas?

CALISTO.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confiesso e no creo que ay otro soberano en el cielo; avnque entre nosotros mora.

SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ah!, ¡ah! ¿Oystes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?

CALISTO.- ¿De qué te ríes?

SEMPRONIO.- Ríome, que no pensaua que hauía peor inuención de pecado que en Sodoma.

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CALISTO.- ¿Cómo?

SEMPRONIO.- Porque aquellos procuraron abominable vso con los ángeles no conocidos e tú con el que confiessas ser Dios.

CALISTO.- ¡Maldito seas!, que fecho me has reyr, lo que no pensé ogaño.

SEMPRONIO.- ¿Pues qué?, ¿toda tu vida auías de llorar?

CALISTO.- Sí.

SEMPRONIO.- ¿Por qué?

CALISTO.- Porque amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcançar.

SEMPRONIO.- ¡O pusilánimo! ¡O fideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alexandre, los quales no solo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!

CALISTO.- No te oy bien esso que dixiste. Torna, dilo, no procedas.

SEMPRONIO.- Dixe que tú, que tienes mas coraçón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcançar vna muger, muchas de las quales en grandes estados constituydas se sometieron a los pechos e resollos de viles azemileros e otras a brutos animales. ¿No has leydo de Pasife con el toro, de Minerua con el can?

CALISTO.- No lo creo; hablillas son.

SEMPRONIO.- Lo de tu abuela con el ximio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.

CALISTO.- ¡Maldito sea este necio! ¡E qué porradas dize!

SEMPRONIO.- ¿Escociote? Lee los ystoriales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles e malos exemplos e de las caydas que leuaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dize que las mugeres e el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca e verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos e moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho e lo que dellas dixere no te contezca error de tomarlo en común. Que muchas houo e ay sanctas e virtuosas e notables, cuya resplandesciente corona quita el general vituperio. Pero destasotras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liuiandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su oluido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su reboluer, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberuia, su subjeción, su parlería, su golosina, su luxuria e suziedad, su miedo, su atreuemiento, sus hechizerías, sus embaymientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüença, su alcahuetería? Considera, ¡qué sesito está debaxo de aquellas grandes e delgadas tocas! ¡Qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas e autorizantes ropas! ¡Qué imperfición, qué aluañares debaxo de templos pintados! Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeça de pecado, destruyción de parayso. ¿No has rezado en la festiuidad de Sant Juan, do dize: Las mugeres e el vino hazen los hombres renegar; do dize: Esta es la muger, antigua malicia que a Adán echó de los deleytes de parayso; esta el linaje humano metió en el infierno; a esta menospreció Helías propheta &c.?

CALISTO.- Di pues, esse Adán, esse Salomón, esse Dauid, esse Aristóteles, esse Vergilio, essos que dizes, ¿cómo se sometieron a ellas? ¿Soy mas que ellos?

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SEMPRONIO.- A los que las vencieron querría que remedasses, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes que facen? Cosa, que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor comiençan el ofrescimiento, que de sí quieren hazer. A los que meten por los agujeros denuestan en la calle. Combidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga, ensáñanse presto, apacíguanse luego. Quieren que adeuinen lo que quieren. ¡O qué plaga! ¡O qué enojo! ¡O qué fastío es conferir con ellas, más de aquel breue tiempo, que son aparejadas a deleyte!

CALISTO.- ¡Ve! Mientra más me dizes e más inconuenientes me pones, más la quiero. No sé qué s' es.

SEMPRONIO.- No es este juyzio para moços, según veo, que no se saben a razón someter, no se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

CALISTO.- ¿E tú qué sabes? ¿quién te mostró esto?

SEMPRONIO.- ¿Quién? Ellas. Que, desque se descubren, assí pierden la vergüença, que todo esto e avn más a los hombres manifiestan. Ponte pues en la medida de honrra, piensa ser más digno de lo que te reputas. Que cierto, peor estremo es dexarse hombre caer de su merescimiento, que ponerse en más alto lugar que deue.

CALISTO.- Pues, ¿quién yo para esso?

SEMPRONIO.- ¿Quién? Lo primero eres hombre e de claro ingenio. E mas, a quien la natura dotó de los mejores bienes que tuuo, conuiene a saber, fermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza. E allende desto, fortuna medianamente partió contigo lo suyo en tal quantidad, que los bienes, que tienes de dentro, con los de fuera resplandescen. Porque sin los bienes de fuera, de los quales la fortuna es señora, a ninguno acaece en esta vida ser bienauenturado. E mas, a constelación de todos eres amado.

CALISTO.- Pero no de Melibea. E en todo lo que me as gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se auentaja Melibea. Mira la nobleza e antigüedad de su linaje, el grandíssimo patrimonio, el excelentíssimo ingenio, las resplandescientes virtudes, la altitud e enefable gracia, la soberana hermosura, dela qual te ruego me dexes hablar vn poco, porque aya algún refrigerio. E lo que te dixere será de lo descubierto; que, si de lo occulto yo hablarte supiera, no nos fuera necessario altercar tan miserablemente estas razones.

SEMPRONIO.- ¡Qué mentiras e qué locuras dirá agora este cautiuo de mi amo!

CALISTO.- ¿Cómo es eso?

SEMPRONIO.- Dixe que digas, que muy gran plazer hauré de lo oyr. ¡Assí te medre Dios, como me será agradable esse sermón!

CALISTO.- ¿Qué?

SEMPRONIO.- Que ¡assí me medre Dios, como me será gracioso de oyr!

CALISTO.- Pues porque ayas plazer, yo lo figuraré por partes mucho por estenso.

SEMPRONIO.- ¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andaua. De passarse haurá ya esta importunidad.

CALISTO.- Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado, que hilan en Arabia? Más lindos son e no resplandescen menos. Su longura hasta el postrero assiento de sus pies; después crinados e atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para conuertir los hombres en piedras.

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SEMPRONIO.- ¡Mas en asnos!

CALISTO.- ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.- Dixe que essos tales no serían cerdas de asno.

CALISTO.- ¡Veed qué torpe e qué comparación!

SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo?

CALISTO.- Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas e alçadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos e blancos; los labrios colorados e grosezuelos; el torno del rostro pocomás luengo que redondo; el pecho alto; la redondez e forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre quando las mira! La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieue; la color mezclada, qual ella la escogió para sí.

SEMPRONIO.- ¡En sus treze está este necio!

CALISTO.- Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las vñas en ellos largas e coloradas, que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que veer yo no pude, no sin duda por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor, que la que Paris juzgó entre las tres Deesas.

SEMPRONIO.- ¿Has dicho?

CALISTO.- Quan breuemente pude.

SEMPRONIO.- Puesto que sea todo esso verdad, por ser tú hombre eres más digno.

CALISTO.- ¿En qué?

SEMPRONIO.- En que ella es imperfecta, por el qual defeto desea e apetece a ti e a otro menor que tú. ¿No as leydo el filósofo, do dize: Assí como la materia apetece a la forma, así la muger al varón?

CALISTO.- ¡O triste, e quando veré yo esso entre mí e Melibea!

SEMPRONIO.- Possible es. E avnque la aborrezcas, cuanto agora la amas, podrá ser alcançándola e viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.

CALISTO.- ¿Con qué ojos?

SEMPRONIO.- Con ojos claros.

CALISTO.- E agora, ¿con qué la veo?

SEMPRONIO.- Con ojos de alinde, con que lo poco parece mucho e lo pequeño grande. E porque no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de complir tu desseo.

CALISTO.- ¡O! ¡Dios te dé lo que desseas! ¡Qué glorioso me es oyrte; avnque no espero que lo has de hazer!

SEMPRONIO.- Antes lo haré cierto.

CALISTO.- Dios te consuele. El jubón de brocado, que ayer vestí, Sempronio, vistétele tú.

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SEMPRONIO.- Prospérete Dios por este e por muchos más, que me darás. De la burla yo me lleuo lo mejor. Con todo, si destos aguijones me da, traérgela he hasta la cama. ¡Bueno ando! Házelo esto, que me dio mi amo; que, sin merced, impossible es obrarse bien ninguna cosa.

CALISTO.- No seas agora negligente.

SEMPRONIO.- No lo seas tú, que impossible es fazer sieruo diligente el amo perezoso.

CALISTO.- ¿Cómo has pensado de fazer esta piedad?

SEMPRONIO.- Yo te lo diré. Días ha grandes que conosco en fin desta vezindad vna vieja barbuda, que se dize Celestina, hechicera, astuta, sagaz en quantas maldades ay. Entiendo que passan de cinco mill virgos losque se han hecho e deshecho por su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria, si quiere.

CALISTO.- ¿Podríala yo fablar?

SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta acá. Por esso, aparéjate, seyle gracioso, seyle franco. Estudia, mientra vo yo, de le dezir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.

CALISTO.- ¿Y tardas?

SEMPRONIO.- Ya voy. Quede Dios contigo.

CALISTO.- E contigo vaya. ¡O todopoderoso, perdurable Dios! Tú, que guías los perdidos e los reyes orientales por el estrella precedente a Belén truxiste e en su patria los reduxiste, humilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que conuierta mi pena e tristeza en gozo e yo indigno merezca venir en el deseado fin.

CELESTINA.- ¡Albricias!, ¡albricias! Elicia. ¡Sempronio! ¡Sempronio!

ELICIA.- ¡Ce!, ¡ce!, ¡ce!

CELESTINA.- ¿Por qué?

ELICIA.- Porque está aquí Crito.

CELESTINA.- ¡Mételo en la camarilla de las escobas! ¡Presto! Dile que viene tu primo e mi familiar.

ELICIA.- Crito, retráete ay. Mi primo viene. ¡Perdida soy!

CRITO.- Plázeme. No te congoxes.

SEMPRONIO.- ¡Madre bendita! ¡Qué desseo traygo! ¡Gracias a Dios, que te me dexó ver!

CELESTINA.- ¡Fijo mío!, ¡rey mío!, turbado me has. No te puedo fablar. Torna e dame otro abraço. ¿E tres días podiste estar sin vernos? ¡Elicia! ¡Elicia! ¡Cátale aquí!

ELICIA.- ¿A quién, madre?

CELESTINA.- A Sempronio.

ELICIA.- ¡Ay triste! ¡Qué saltos me da el coraçón! ¿Es qué es dél?

CELESTINA.- Vesle aquí, vesle. Yo me le abraçaré; que no tú.

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ELICIA.- ¡Ay! ¡Maldito seas, traydor! Postema e landre te mate e a manos de tus enemigos mueras e por crímines dignos de cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas. ¡Ay, ay!

SEMPRONIO.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¿Qué has, mi Elicia? ¿De qué te congoxas?

ELICIA.- Tres días ha que no me ves. ¡Nunca Dios te vea, nunca Dios te consuele ni visite! ¡Guay de la triste, que en ti tiene su esperança e el fin de todo su bien!

SEMPRONIO.- ¡Calla, señora mía! ¿Tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable amor, el fuego, que está en mi coraçón? Do yo vó, comigo vas, comigo estás. No te aflijas ni me atormentes más de lo que yo he padecido. Mas di, ¿qué passos suenan arriba?

ELICIA.- ¿Quién? Vn mi enamorado.

SEMPRONIO.- Pues créolo.

ELICIA.- ¡Alahé!, verdad es. Sube allá e verle has.

SEMPRONIO.- Voy.

CELESTINA.- ¡Anda acá! Dexa essa loca, que ella es liuiana e, turbada de tu absencia, sácasla agora de seso. Dirá mill locuras. Ven e fablemos. No dexemos passar el tiempo en balde.

SEMPRONIO.- Pues, ¿quién está arriba?

CELESTINA.- ¿Quiéreslo saber?

SEMPRONIO.- Quiero.

CELESTINA.- Vna moça, que me encomendó vn frayle.

SEMPRONIO.- ¿Qué frayle?

CELESTINA.- No lo procures.

SEMPRONIO.- Por mi vida, madre, ¿qué frayle?

CELESTINA.- ¿Porfías? El ministro el gordo.

SEMPRONIO.- ¡O desaventurada e qué carga espera!

CELESTINA.- Todo lo leuamos. Pocas mataduras as tú visto en la barriga.

SEMPRONIO.- Mataduras no; mas petreras sí.

CELESTINA.- ¡Ay burlador!

SEMPRONIO.- Dexa, si soy burlador; muéstramela.

ELICIA.- ¡Ha don maluado! ¿Verla quieres? ¡Los ojos se te salten!, que no basta a ti vna ni otra. ¡Anda!, véela e dexa a mí para siempre.

SEMPRONIO.- ¡Calla, Dios mío! ¿E enójaste? Que ni la quiero ver a ella ni a muger nascida. A mi madre quiero fablar e quédate adiós.

ELICIA.- ¡Anda, anda!, ¡vete, desconoscido!, e está otros tres años, que no me bueluas a ver!

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SEMPRONIO.- Madre mía, bien ternás confiança e creerás que no te burlo. Torna el manto e vamos, que por el camino sabrás lo que, si aquí me tardasse en dezirte, impediría tu prouecho e el mío.

CELESTINA.- Vamos. Elicia, quédate adiós, cierra la puerta. ¡Adiós paredes!

SEMPRONIO.- ¡O madre mía! Todas cosas dexadas aparte, solamente sey atenta e ymagina en lo que te dixere e no derrames tu pensamiento en muchas partes. Que quien junto en diuersos lugares le pone, en ninguno le tiene; si no por caso determina lo cierto. E quiero que sepas de mí lo que no has oydo e es que jamás pude, después que mi fe contigo puse, desear bien de que no te cupiesse parte.

CELESTINA.- Parta Dios, hijo, de lo suyo contigo, que no sin causa lo hará, siquiera porque has piedad desta pecadora de vieja. Pero di, no te detengas. Que la amistad, que entre ti e mí se affirma, no ha menester preámbulos ni correlarios ni aparejos para ganar voluntad. Abreuia e ven al fecho, que vanamente se dize por muchas palabras lo que por pocas se puede entender.

SEMPRONIO.- Assí es. Calisto arde en amores de Melibea. De ti e de mí tiene necessidad. Pues juntos nos ha menester, juntos nos aprouechemos. Que conoscer el tiempo e vsar el hombre de la oportunidad hace los hombres prósperos.

CELESTINA.- Bien has dicho, al cabo estoy. Basta para mí mescer el ojo. Digo que me alegro destas nuevas, como los cirujanos de los descalabrados. E como aquellos dañan en los principios las llagas e encarecen el prometimiento de la salud, assí entiendo yo facer a Calisto. Alargarle he la certenidad del remedio, porque, como dizen, el esperança luenga aflige el coraçón e, quanto él la perdiere, tanto gela promete. ¡Bien me entiendes!

SEMPRONIO.- Callemos, que a la puerta estamos e, como dizen, las paredes han oydos.

CELESTINA.- Llama.

SEMPRONIO.- Tha, tha, tha.

CALISTO.- Pármeno.

PÁRMENO.- Señor.

CALISTO.- ¿No oyes, maldito sordo?

PÁRMENO.- ¿Qué es, señor?

CALISTO.- A la puerta llaman; corre.

PÁRMENO.- ¿Quién es?

SEMPRONIO.- Abre a mí e a esta dueña.

PÁRMENO.- Señor, Sempronio e vna puta vieja alcoholada dauan aquellas porradas.

CALISTO.- Calla, calla, maluado, que es mi tía. Corre, corre, abre. Siempre lo vi, que por huyr hombre de vn peligro, cae en otro mayor. Por encubrir yo este fecho de Pármeno, a quien amor o fidelidad o temor pusieran freno, cay en indignación desta, que no tiene menor poderío en mi vida que Dios.

PÁRMENO.- ¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congoxas? ¿E tú piensas que es vituperio en las orejas desta el nombre que la llamé? No lo creas; que assí se glorifica en le oyr, como tú, quando dizen: ¡diestro cauallero es Calisto! E demás desto, es nombrada e por tal título conocida. Si entre cient mugeres va

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e alguno dize: ¡puta vieja!, sin ningún empacho luego buelue la cabeça e responde con alegre cara. En los conbites, en las fiestas, en las bodas, en las cofadrías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aues, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dizen: ¡puta vieja! Las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dizen sus martillos. Carpinteros e armeros, herradores, caldereros, arcadores, todo oficio de instrumento forma en el ayre su nombre. Cántanla los carpinteros, péynanla los peynadores, texedores. Labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas con ella passan el afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas, que son hazen, a do quiera que ella está, el tal nombre representan. ¡O qué comedor de hueuos asados era su marido! ¿Qué quieres más, sino, si vna piedra toca con otra, luego suena ¡puta vieja!?

CALISTO.- E tú ¿cómo lo sabes y la conosces?

PÁRMENO.- Saberlo has. Días grandes son passados que mi madre, muger pobre, moraua en su vezindad, la qual rogada por esta Celestina, me dio a ella por siruiente; avnque ella no me conoçe, por lo poco que la seruí e por la mudança, que la edad ha hecho.

CALISTO.- ¿De qué la seruías?

PÁRMENO.- Señor, yua a la plaça e trayale de comer e acompañáuala; suplía en aquellos menesteres, que mi tierna fuerça bastaua. Pero de aquel poco tiempo que la seruí, recogía la nueua memoria lo que la vejez no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, vna casa apartada, medio cayda, poco compuesta e menos abastada. Ella tenía seys oficios, conuiene saber: labrandera perfumera, maestra de fazer afeytes e de fazer virgos, alcahueta e vn poquito hechizera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del qual muchas moças destas siruientes entrauan en su casa a labrarse e a labrar camisas e gorgueras e otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harinao jarro de vino e de las otras prouisiones, que podían a sus amas furtar. E avn otros furtillos de más qualidad allí se encubrían. Asaz era amiga de estudiantes e despenseros e moços de abades. A estos vendía ella aquella sangre innocente de las cuytadillas, la qual ligeramente auenturauan en esfuerço de la restitucion, que ella les prometía. Subió su fecho a más: que por medio de aquellas comunicaua con las más encerradas, hasta traer a execución su propósito. E aquestas en tiempo onesto, como estaciones, processiones de noche, missas del gallo, missas del alua e otras secretas deuociones. Muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas hombres descalços, contritos e reboçados, desatacados, que entrauan allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traya! Hazíase física de niños, tomaua estambre de vnas casas, dáualo a filar en otras, por achaque de entrar en todas. Las vnas: ¡madre acá!; las otras: ¡madre acullá!; ¡cata la vieja!; ¡ya viene el ama!: de todos muy conocida. Con todos esos afanes, nunca passaua sin missa ni bísperas ni dexaua monesterios de frayles ni de monjas. Esto porque allí fazía ella sus aleluyas e conciertos. E en su casa fazía perfumes, falsaua estoraques, menjuy, animes, ámbar, algalia, poluillos, almizcles, mosquetes. Tenía vna cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mill faziones. Hazía solimán, afeyte cozido, argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas, vnturillas, lustres, luzentores, clarimientes, alualinos e otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de cortezas de spantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, destiladas e açucaradas. Adelgazaua los cueros con çumos de limones, con turuino, con tuétano de corço e de garça, e otras confaciones. Sacaua agua para oler, de rosas, de azahar, de jasmín, de trébol, de madreselua e clauellinas, mosquetas e almizcladas, poluorizadas,con vino. Hazía lexías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre e millifolia e otras diuersas cosas. E los vntos e mantecas, que tenía, es hastío de dezir: de vaca, de

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osso, de cauallos e de camellos, de culebra e de conejo, de vallena, de garça e de alcarauán e de gamo e de gato montés e de texón, de harda, de herizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es vna marauilla, de las yeruas e rayzes, que tenía en el techo de su casa colgadas: mançanilla e romero, maluauiscos, culantrillo, coronillas, flor de sauco e de mostaza, espliego e laurel blanco, tortarosa e gramonilla, flor saluaje e higueruela, pico de oro e hoja tinta. Los azeytes que sacaua para el rostro no es cosa de creer: de estoraque e de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de menjuy, de alfócigos, de piñones, de granillo, de açofeyfas, de neguilla, de altramuzes, de aruejas e de carillas e de yerua paxarera. E vn poquillo de bálsamo tenía ella en vna redomilla, que guardaua para aquel rascuño, que tiene por las narizes. Esto de los virgos, vnos facía de bexiga e otros curaua de punto. Tenía en vn tabladillo, en vna caxuela pintada, vnas agujas delgadas de pellejeros e hilos de seda encerados e colgadas allí rayzes de hojaplasma e fuste sanguino, cebolla albarrana e cepacauallo. Hazía con esto marauillas: que, quando vino por aquí el embaxador francés, tres vezes vendiópor virgen vna criada, que tenía.

CALISTO.- ¡Así pudiera ciento!

PÁRMENO.- ¡Sí, santo Dios! E remediaua por caridad muchas huérfanas e cerradas, que se encomendauan a ella. E en otro apartado tenía para remediar amores e para se querer bien. Tenía huessos de coraçón de cieruo, lengua de bíuora, cabeças de codornizes, sesos de asno, tela de cauallo, mantillo de niño, haua morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de texó, granos de helecho, la piedra del nido del águila e otras mill cosas. Venían a ella muchos hombres e mugeres e a vnos demandaua el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos; a otros, pintaua en la palma letras con açafrán; a otros, con bermellón; a otros, daua vnos coraçones de cera, llenos de agujas quebradas e otras cosas en barro e en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaua figuras, dezía palabras en tierra. ¿Quién tepodrá dezir lo que esta vieja fazía? E todo era burla e mentira.

CALISTO.- Bien está, Pármeno. Déxalo para más oportunidad. Asaz soy de ti auisado. Téngotelo en gracia. No nos detengamos, que la necessidad desecha la tardança. Oye. Aquella viene rogada. Espera más que deue. Vamos, no se indigne. Yo temo e el temor reduze la memoria e a la prouidencia despierta. ¡Sus! Vamos, proueamos. Pero ruégote, Pármeno, la embidia de Sempronio, que en esto me sirue e complaze no ponga impedimiento en el remedio de mi vida. Que, si para él houo jubón, para ti no faltará sayo. Ni pienses que tengo en menos tu consejo e auiso, que su trabajo e obra: como lo espiritual sepa yo que precede a lo corporal e que, puesto que las bestias corporalmente trabajen más que los hombres, por esso son pensadas e curadas; pero no amigas dellos. En la tal diferencia serás comigo, en respeto de Sempronio. E so secreto sello, pospuesto el dominio, por tal amigo a ti me concedo.

PÁRMENO.- Quéxome, señor, de la dubda de mi fidelidad e seruicio, por los prometimientos e amonestaciones tuyas. ¿Quándo me viste, señor, embidiar o por ningún interesse ni resabio tu prouecho estorcer?

CALISTO.- No te escandalizes. Que sin dubda tus costumbres e gentil criança en mis ojos ante todos los queme siruen están. Mas como en caso tan árduo, do todo mi bien e vida pende, es necessario proueer, proueo a los contescimientos. Como quiera que creo que tus buenas costumbres sobre buen natural florescen, como elbuen natural sea principio del artificio. E no más; sino vamos a ver la salud.

CELESTINA.- Pasos oygo. Acá descienden. Haz, Sempronio, que no lo oyes. Escucha e déxame hablar lo que a ti e a mí me conuiene.

SEMPRONIO.- Habla.

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CELESTINA.- No me congoxes ni me importunes, que sobrecargar el cuydado es aguijar al animal congoxoso. Assí sientes la pena de tu amo Calisto, que parece que tú eres él e él tú e que los tormentos son en vn mismo subjecto. Pues cree que yo no vine acá por dexar este pleyto indeciso o morir en la demanda.

CALISTO.- Pármeno, detente. ¡Ce! Escucha qué hablan estos. Veamos en qué viuimos. ¡O notable muger! ¡O bienes mundanos, indignos de ser poseydos de tan alto coraçón! ¡O fiel e verdadero Sempronio! ¿Has visto, mi Pármeno? ¿Oyste? ¿Tengo razón? ¿Qué me dizes, rincón de mi secreto e consejo e alma mía?

PÁRMENO.- Protestando mi innocencia en la primera sospecha e cumpliendo con la fidelidad, porque te meconcediste, hablaré. Oyeme e el afecto no te ensorde ni la esperança del deleyte te ciegue. Tiémplate e no te apresures: que muchos con codicia de dar en el fiel, yerran el blanco. Avnque soy moço, cosas he visto asaz e el seso e la vista de las muchas cosas demuestran la experiencia. De verte o de oyrte descender por la escalera, parlan lo que estos fingidamente han dicho, en cuyas falsas palabras pones el fin de tu deseo.

SEMPRONIO.- Celestina, ruynmente suena lo que Pármeno dize.

CELESTINA.- Calla, que para la mi santiguada do vino el asno verná el albarda. Déxame tú a Pármeno, queyo te le haré vno de nos, e de lo que houiéremos, démosle parte: que los bienes, si no son conmunicados, no son bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos. Yo te le traeré manso e benigno a picar el panen el puño e seremos dos a dos e, como dizen, tres al mohíno.

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- ¿Qué hazes, llaue de mi vida? Abre. ¡O Pármeno!, ya la veo:¡sano soy, viuo so! ¿Miras qué reuerenda persona, qué acatamiento? Por la mayor parte, por la philosomía es conocida la virtud interior. ¡O vejez virtuosa! ¡O virtud enuejecida!. ¡O gloriosa esperança de mi desseado fin! ¡O fin de mi deleytosa esperança! ¡O salud de mi passión, reparo de mi tormento, regeneración mía, viuificación de mi vida, resurreción de mi muerte! Deseo llegar a ti, cobdicio besar essas manos llenas de remedio. La indignidad de mi persona lo embarga. Dende aquí adoro la tierra que huellas e en lo reuerencia tuya beso.

CELESTINA.- Sempronio, ¡de aquellas viuo yo! ¡Los huessos, que yo soy, piensa este necio de tu amo de darme a comer! Pues ál le sueño. Al freyr lo verá. Dile que cierre la boca e comience abrir la bolsa: que de las obras dudo, quanto más de las palabras. Xo que te estriego, asna coxa. Más hauías de madrugar.

PÁRMENO.- ¡Guay de orejas, que tal oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡O Calisto desauenturado, abatido, ciego! ¡E en tierra está adorando a la más antigua e puta tierra, que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido, es, caydo es: no es capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerço.

CALISTO.- ¿Qué dezía la madre? Parésceme que pensaua que le ofrescía palabras por escusar galardón.

SEMPRONIO.- Assí lo sentí.

CALISTO.- Pues ven comigo: trae las llaues, que yo sanaré su duda.

SEMPRONIO.- Bien farás e luego vamos. Que no se deue dexar crescer la yerua entre los panes ni la sospecha en los coraçones de los amigos; sino alimpiarla luego con el escardilla de las buenas obras.

CALISTO.- Astuto hablas. Vamos e no tardemos.

CELESTINA.- Plázeme, Pármeno, que hauemos auido oportunidad para que conozcas el amor mío contigo e la parte que en mi immérito tienes. E digo immérito, por lo que te he oydo dezir, de que no hago caso.

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Porque virtud nos amonesta sufrir las tentaciones e no dar mal por mal; e especial, quando somos tentados por moços e no bien instrutos en lo mundano, en que con necia lealtad pierdan a sí e a sus amos, como agoratú a Calisto. Bien te oy e no pienses que el oyr con los otros exteriores sesos mi vejez aya perdido. Que no solo lo que veo, oyo e conozco; mas avn lo intrínsico con los intellectuales ojos penetro. Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor quexoso. E no lo juzgues por eso por flaco, que el amor imperuio todas las cosas vence. E sabe, si no sabes, que dos conclusiones son verdaderas. La primera, que es forçoso el hombre amar a la muger e la muger al hombre. La segunda, que el que verdaderamente ama es necessario que se turbe con la dulçura del soberano deleyte, que por el hazedor de las cosas fue puesto, porque el linaje de los hombres perpetuase, sin lo qual perescería. E no solo en la humana especie; mas en los pesces, en las bestias, en las aues, en las reptilias y en lo vegetatiuo, algunas plantas han este respeto, si sin interposición de otra cosa en poca distancia de tierra están puestas, en que ay so determinación de heruolarios e agricultores, ser machos e hembras. ¿Qué dirás a esto, Pármeno? ¡Neciuelo, loquito, angelico, perlica, simplezico! ¿Lobitos en tal gestico? Llegate acá, putico, que no sabes nada del mundo ni de sus deleytes. ¡Mas rauia mala me mate, si te llego a mí, avnque vieja! Que la voz tienes ronca, las barbas te apuntan. Mal sosegadilla deues tener la punta de la barriga.

PÁRMENO.- ¡Como cola de alacrán!

CELESTINA.- E avn peor: que la otra muerde sin hinchar e la tuya hincha por nueue meses.

PÁRMENO.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy!

CELESTINA.- ¿Ríeste, landrezilla, fijo?

PÁRMENO.- Calla, madre, no me culpes ni me tengas, avnque moço, por insipiente. Amo a Calisto, porque le deuo fidelidad, por criança, por beneficios, por ser dél honrrado e bientratado, que es la mayor cadena, que el amor del seruidor al seruicio del señor prende, quanto lo contrario aparta. Véole perdido e no ay cosa peor que yr tras desseo sin esperança de buen fin e especial, pensando remediar su hecho tan árduo e difícil con vanos consejos e necias razones de aquel bruto Sempronio, que es pensar sacar aradores a pala e açadón.No lo puedo sufrir. ¡Dígolo e lloro!

CELESTINA.- ¿Pármeno, tú no vees que es necedad o simpleza llorar por lo que con llorar no se puede remediar?

PÁRMENO.- Por esso lloro. Que, si con llorar fuesse possible traer a mi amo el remedio, tan grande sería el plazer de la tal esperança, que de gozo no podría llorar; pero assí, perdida ya toda la esperança, pierdo el alegría e lloro.

CELESTINA.- Llorarás sin prouecho por lo que llorando estoruar no podrás ni sanarlo presumas. ¿A otros no ha contecido esto, Pármeno?

PÁRMENO.- Sí; pero a mi amo no le querría doliente.

CELESTINA.- No lo es; mas avnque fuesse doliente, podría sanar.

PÁRMENO.- No curo de lo que dizes, porque en los bienes mejor es el acto que la potencia e en los males mejor la potencia que el acto. Assí que mejor es ser sano, que poderlo ser e mejor es poder ser doliente que ser enfermo por acto e, por tanto, es mejor tener la potencia en el mal que el acto.

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CELESTINA.- ¡O maluado! ¡Cómo, que no se te entiende! ¿Tú no sientes su enfermedad? ¿Qué has dicho hasta agora? ¿De qué te quexas? Pues burla o di por verdad lo falso e cree lo que quisieres: que él es enfermo por acto e el poder ser sano es en mano desta flaca vieja.

PÁRMENO.- ¡Mas, desta flaca puta vieja!

CELESTINA.- ¡Putos días biuas, vellaquillo!, e ¡cómo te atreues...!

PÁRMENO.- ¡Como te conozco...!

CELESTINA.- ¿Quién eres tú?

PÁRMENO.- ¿Quién? Pármeno, hijo de Alberto tu compadre, que estuue contigo vn mes, que te me dio mi madre, quando morauas a la cuesta del río, cerca de las tenerías.

CELESTINA.- ¡Jesú, Jesú, Jesú! ¿E tú eres Pármeno, hijo de la Claudina?

PÁRMENO.- ¡Alahé, yo!

CELESTINA.- ¡Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo! ¿Por qué me persigues,Pármeno? ¡Él es, él es, por los sanctos de Dios! Allégate a mí, ven acá, que mill açotes e puñadas te di en este mundo e otros tantos besos. Acuérdaste, quando dormías a mis pies, loquito?

PÁRMENO.- Sí, en buena fe. E algunas vezes, avnque era niño, me subías a la cabeçera e me apretauas contigo e, porque olías a vieja, me fuya de ti.

CELESTINA.- ¡Mala landre te mate! ¡E cómo lo dize el desuergonçado! Dexadas burlas e pasatiempos, oye agora, mi fijo, e escucha. Que, avnque a vn fin soy llamada, a otro so venida e maguera que contigo me aya fecho de nueuas, tú eres la causa. Hijo, bien sabes cómo tu madre, que Dios aya, te me dio viuiendo tu padre. El qual, como de mí te fueste, con otra ansia no murió, sino con la incertedumbre de tu vida e persona. Por la qual absencia algunos años de su vejez sufrió angustiosa e cuydosa vida. E al tiempo que della passó, embió por mí e en su secreto te me encargó e me dixo sin otro testigo, sino aquel, que es testigo de todas las obras e pensamientos e los coraçones e entrañas escudriña, al qual puso entre él e mí, que te buscasse e allegasse e abrigasse e, quando de complida edad fueses, tal que en tu viuir supieses tener manerae forma, te descubriesse adonde dexó encerrada tal copia de oro e plata, que basta más que la renta de tu amo Calisto. E porque gelo prometí e con mi promessa lleuó descanso e la fe es de guardar, más que a los viuos, a los muertos, que no pueden hazer por sí, en pesquisa e seguimiento tuyo yo he gastado asaz tiempo e quantías, hasta agora, que ha plazido aquel, que todos los cuydados tiene e remedia las justas peticiones e las piadosas obras endereça, que te hallase aquí, donde solos ha tres días que sé que moras. Sin duda dolor he sentido, porque has por tantas partes vagado, e peregrinado, que ni has hauido prouecho ni ganado debdo ni amistad. Que, como Séneca nos dize, los peregrinos tienen muchas posadas e pocas amistades, porque en breue tiempo con ninguno no pueden firmar amistad. E el que está en muchos cabos, está en ninguno. Ni puede aprouechar el manjar a los cuerpos, que en comiendo se lança, ni ay cosa que más la sanidad impida, que la diuersidad e mudança e variación de los manjares. E nunca la llaga viene a cicatrizar, en la qual muchas melezinas se tientan. Ni conualesce la planta, que muchas veces es traspuesta. Ni ay cosa tan prouechosa, que en llegando aproueche. Por tanto, mi hijo, dexa los ímpetus de la juuentud e tórnate con la doctrina de tus mayores a la razón. Reposa en alguna parte. ¿E dónde mejor, que en mi voluntad, en mi ánimo, en mi consejo, a quien tus padres te remetieron? E yo, assí como verdadera madre tuya, te digo, so las malediciones, que tus padres te pusieron, si me fuesses inobediente, que por el presente sufras e siruas a este tu amo, que procuraste, hasta en ello hauer otro consejo mio. Pero no con necia lealtad, proponiendo

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firmeza sobre lo mouible, como son estos señores deste tiempo. E tú gana amigos, que es cosa durable. Ten con ellos constancia. No viuas en flores. Dexa los vanos prometimientos de los señores, los cuales deshechan la substancia de sus siruientes con huecos e vanos prometimientos. Como la sanguijuela saca la sangre, desagradescen, injurian, oluidan seruicios, niegan galardón.

¡Guay de quien en palacio enuejece! Como se escriue de la probática piscina, que de ciento que entrauan, sanaua vno. Estos señores deste tiempo más aman a sí, que a los suyos. E no yerran. Los suyos ygualmente lo deuen hazer. Perdidas son las mercedes, las magnificencias, los actos nobles. Cada vno destos catiua e mezquinamente procuran su interesse con los suyos. Pues aquellos no deuen menos hazer, como sean en facultades menores, sino viuir a su ley. Dígolo, fijo Pármeno, porque este tu amo, como dizen, me parece rompenecios: de todos se quiere seruir sin merced. Mira bien, créeme. En su casa cobra amigos, que es el mayor precio mundano. Que con él no pienses tener amistad, como por la diferencia de los estados o condiciones pocas vezes contezca. Caso es ofrecido, como sabes, en que todos medremos e tú por el presente te remedies. Que lo al, que te he dicho, guardado te está a su tiempo. E mucho te aprouecharás siendo amigo de Sempronio.

PÁRMENO.- Celestina, todo tremo en oyrte. No sé qué haga, perplexo estó. Por vna parte téngote por madre; por otra a Calisto por amo. Riqueza desseo; pero quien torpemente sube a lo alto, más ayna cae que subió. No quería bienes malganados.

CELESTINA.- Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo.

PÁRMENO.- Pues yo con ellos no viuiría contento e tengo por onesta cosa la pobreza alegre. E avn mas te digo, que no los que poco tienen son pobres; mas los que mucho dessean. E por esto, avnque más digas, no te creo en esta parte. Querría passar la vida sin embidia, los yermos e aspereza sin temor, el sueño, sin sobresalto, las injurias con respuesta, las fuerças sin denuesto, las premias con resistencia.

CELESTINA.- ¡O hijo!, bien dizen que la prudencia s no puede ser sino en los viejos e tú mucho eres moço.

PÁRMENO.- Mucho segura es la mansa pobreza.

CELESTINA.- Mas di, como mayor, que la fortuna ayuda a los osados. E demás desto, ¿quién es, que tenga bienes en la república, que escoja viuir sin amigos? Pues, loado Dios, bienes tienes. ¿E no sabes que has menester amigos para los conseruar? E no pienses que tu priuança con este señor te haze seguro; que quanto mayor es la fortuna, tanto es menos segura. E por tanto, en los infortunios el remedio es a los amigos. ¿E a donde puedes ganar mejor este debdo, que donde las tres maneras de amistad concurren, conuiene a saber, por bien e prouecho e deleyte? Por bien: mira la voluntad de Sempronio conforme a la tuya e la gran similitud, que tú y él en la virtud teneys. Por prouecho: en la mano está, si soys concordes. Por deleyte: semejable es, como seays en edad dispuestos para todo linaje de plazer, en que más los moços que los viejos se juntan, assí como para jugar, para vestir, para burlar, para comer e beuer, para negociar amores, juntos de compañía. ¡O si quisiesses, Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areusa.

PÁRMENO.- ¿De Areusa?

CELESTINA.- De Areusa.

PÁRMENO.- ¿De Areusa, hija de Eliso?

CELESTINA.- De Areusa, hija de Eliso.

PÁRMENO.- ¿Cierto?

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CELESTINA.- Cierto.

PÁRMENO.- Marauíllosa cosa es.

CELESTINA.- ¿Pero bien te paresce?

PÁRMENO.- No cosa mejor.

CELESTINA.- Pues tu buena dicha quiere, aquí está quién te la dará.

PÁRMENO.- Mi fe, madre, no creo a nadie.

CELESTINA.- Estremo es creer a todos e yerro no creer a niguno.

PÁRMENO.- Digo que te creo; pero no me atreuo: déxame.

CELESTINA.- ¡O mezquino! De enfermo coraçón es no poder sufrir el bien. Da Dios hauas a quien no tienequixadas. ¡O simple! Dirás que a donde ay mayor entendimiento ay menor fortuna e donde más discreción allí es menor la fortuna! Dichos son.

PÁRMENO.- ¡O Celestina! Oydo he a mis mayores que vn exemplo de luxuría o auaricia mucho malhaze e que con aquellos deue hombre conuersar, que le fagan mejor e aquellos dexar, a quien él mejores piensa hazer. E Sempronio, en su enxemplo, no me hará mejor ni yo a él sanaré su vicio. E puesto que yo a lo que dizes me incline, solo yo querría saberlo: porque a lo menos por el exemplo fuese oculto el pecado. E, si hombre vencido del deleyte va contra la virtud, no se atreua a la honestad.

CELESTINA.- Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre possessión sin compañía. No te retrayas ni amargues, que la natura huye lo triste e apetece lo delectable. El deleyte es con los amigos en las cosas sensuales e especial en recontar las cosas de amores e comunicarlas: esto hize, esto otro me dixo, tal donayrepassamos, de tal manera la tomé, assí la besé, assí me mordió, assí la abracé, assí se allegó. ¡O qué fabla!, ¡o qué gracia!, ¡o qué juegos!, ¡o qué besos! Vamos allá, boluamos acá, ande la música, pintemos los motes, cantemos canciones, inuenciones, justemos, qué cimera sacaremos o qué letra. Ya va a la missa, mañana saldrá, rondemos su calle, mira su carta, vamos de noche, tenme el escala, aguarda a la puerta. ¿Cómo te fue? Cata el cornudo: sola la dexa. Dale otra buelta, tornemos allá. E para esto, Pármeno, ¿ay deleyte sin compañía? Alahé, alahé: la que las sabe las tañe. Este es el deleyte; que lo al, mejor lo fazen los asnos en el prado.

PÁRMENO.- No querría, madre, me combidasses a consejo con amonestación de deleyte, como hizieron losque, caresciendo de razonable fundamiento, opinando hizieron sectas embueltas en dulce veneno para captare tomar las voluntades de los flacos e con poluos de sabroso afeto cegaron los ojos de la razón.

CELESTINA.- ¿Qué es razón, loco?, ¿qué es afeto, asnillo? La discreción, que no tienes, lo determina e de la discreción mayor es la prudencia e la prudencia no puede ser sin esperimiento e la esperiencia no puede ser mas que en los viejos e los ancianos somos llamados padres e los buenos padres bien aconsejan a sus hijos e especial yo a ti, cuya vida e honrra más que la mía deseo. ¿E quando me pagarás tú esto? Nunca, pues a los padres e a los maestros no puede ser hecho seruicio ygualmente.

PÁRMENO.- Todo me recelo, madre, de recebir dudoso consejo.

CELESTINA.- ¿No quieres? Pues dezirte he lo que dize el sabio: Al varón, que con dura ceruiz al que le castiga menosprecia, arrebatado quebrantamiento le verná e sanidad ninguna le consiguirá. E assí, Pármeno, me despido de ti e deste negocio.

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PÁRMENO.- (Aparte.) Ensañada está mi madre: duda tengo en su consejo. Yerro es no creer e culpa creerlo todo. Mas humano es confiar, mayormente en ésta que interesse promete, ado prouecho nos puede allende deamor conseguir. Oydo he que deue hombre a sus mayores creer. Esta ¿qué me aconseja? Paz con Sempronio.La paz no se deue negar: que bienauenturados son los pacíficos, que fijos de Dios serán llamados. Amor no se deue rehuyr. Caridad a los hermanos, interesse pocos le apartan. Pues quiérola complazer e oyr.

Madre, no se deue ensañar el maestro de la ignorancia del discípulo, sino raras vezes por la sciencia, que es de su natural comunicable e en pocos lugares se podría infundir. Por eso perdóname, háblame, que no solo quiero oyrte e creerte; mas en singular merced recibir tu consejo. E no me lo agradescas, pues el loor e las gracias de la ación, más al dante, que no al recibiente se deuen dar. Por esso, manda, que a tu mandado mi consentimiento se humilia.

CELESTINA.- De los hombres es errar e bestial es la porfía. Por ende gózome, Pármeno, que ayas limpiado las turbias telas de tus ojos e respondido al reconoscimiento, discreción e engenio sotil de tu padre, cuya persona, agora representada en mi memoria, enternece los ojos piadosos, por do tan abundantes lágrimas vees derramar. Algunas vezes duros propósitos, como tú, defendía; pero luego tornaua a lo cierto. En Dios e en mi ánima, que en veer agora lo que has porfiado e cómo a la verdad eres reduzido, no paresce sino que viuo le tengo delante. ¡O qué persona! ¡O qué hartura! ¡O qué cara tan venerable! Pero callemos, que se acerca Calisto e tu nueuo amigo Sempronio con quien tu conformidad para mas oportunidad dexo. Que dos en vn coraçón viuiendo son mas poderosos de hazer e de entender.

CALISTO.- Dubda traygo, madre, según mis infortunios, de hallarte viua. Pero más es marauilla, según el deseo, de cómo llego viuo. Recibe la dádiua pobre de aquel, que con ella la vida te ofrece.

CELESTINA.- Como en el oro muy fino labrado por la mano del sotil artífice la obra sobrepuja a la materia,así se auentaja a tu magnífico dar la gracia e forma de tu dulce liberalidad. E sin duda la presta dádiua su efeto ha doblado, por que la que tarda, el prometimiento muestra negar e arrepentirse del don prometido.

PÁRMENO.- ¿Qué le dio, Sempronio?

SEMPRONIO.- Cient monedas en oro.

PÁRMENO.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy!

SEMPRONIO.- ¿Habló contigo la madre?

PÁRMENO.- Calla, que sí.

SEMPRONIO.- ¿Pues cómo estamos?

PÁRMENO.- Como quisieres; avnque estoy espantado.

SEMPRONIO.- Pues calla, que yo te haré espantar dos tanto.

PÁRMENO.- ¡O Dios! No ay pestilencia más eficaz, que'l enemigo de casa para empecer.

CALISTO.- Ve agora, madre, e consuela tu casa e después ven e consuela la mía, e luego.

CELESTINA.- Quede Dios contigo.

CALISTO.- Y él te me guarde.

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MIGUEL DE CERVANTES

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NARRATIVA

NOVELAS EJEMPLARES

LA FUERZA DE LA SANGRE

Una noche de las calurosas del verano, volvían de recrearse del río en Toledo un anciano hidalgo con sumujer, un niño pequeño, una hija de edad de diez y seis años y una criada. La noche era clara; la hora, lasonce; el camino, solo, y el paso, tardo, por no pagar con cansancio la pensión que traen consigo las holgurasque en el río o en la vega se toman en Toledo.

Con la seguridad que promete la mucha justicia y bien inclinada gente de aquella ciudad, venía el buenhidalgo con su honrada familia, lejos de pensar en desastre que sucederles pudiese. Pero, como las más delas desdichas que vienen no se piensan, contra todo su pensamiento, les sucedió una que les turbó la holguray les dio que llorar muchos años.

Hasta veinte y dos tendría un caballero de aquella ciudad a quien la riqueza, la sangre ilustre, la inclinacióntorcida, la libertad demasiada y las compañías libres, le hacían hacer cosas y tener atrevimientos quedesdecían de su calidad y le daban renombre de atrevido. Este caballero, pues (que por ahora, por buenosrespectos, encubriendo su nombre, le llamaremos con el de Rodolfo), con otros cuatro amigos suyos, todosmozos, todos alegres y todos insolentes, bajaba por la misma cuesta que el hidalgo subía.

Encontráronse los dos escuadrones: el de las ovejas con el de los lobos; y, con deshonesta desenvoltura,Rodolfo y sus camaradas, cubiertos los rostros, miraron los de la madre, y de la hija y de la criada.Alborotóse el viejo y reprochóles y afeóles su atrevimiento. Ellos le respondieron con muecas y burla, y, sindesmandarse a más, pasaron adelante. Pero la mucha hermosura del rostro que había visto Rodolfo, que erael de Leocadia, que así quieren que se llamase la hija del hidalgo, comenzó de tal manera a imprimírsele enla memoria, que le llevó tras sí la voluntad y despertó en él un deseo de gozarla a pesar de todos losinconvenientes que sucederle pudiesen. Y en un instante comunicó su pensamiento con sus camaradas, y enotro instante se resolvieron de volver y robarla, por dar gusto a Rodolfo; que siempre los ricos que dan enliberales hallan quien canonice sus desafueros y califique por buenos sus malos gustos. Y así, el nacer el malpropósito, el comunicarle y el aprobarle y el determinarse de robar a Leocadia y el robarla, casi todo fue enun punto.

Pusiéronse los pañizuelos en los rostros, y, desenvainadas las espadas, volvieron, y a pocos pasos alcanzarona los que no habían acabado de dar gracias a Dios, que de las manos de aquellos atrevidos les había librado.

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Arremetió Rodolfo con Leocadia, y, cogiéndola en brazos, dio a huir con ella, la cual no tuvo fuerzas paradefenderse, y el sobresalto le quitó la voz para quejarse, y aun la luz de los ojos, pues, desmayada y sinsentido, ni vio quién la llevaba, ni adónde la llevaban. Dio voces su padre, gritó su madre, lloró suhermanico, arañóse la criada; pero ni las voces fueron oídas, ni los gritos escuchados, ni movió a compasiónel llanto, ni los araños fueron de provecho alguno, porque todo lo cubría la soledad del lugar y el calladosilencio de la noche, y las crueles entrañas de los malhechores.

Finalmente, alegres se fueron los unos y tristes se quedaron los otros. Rodolfo llegó a su casa sinimpedimento alguno, y los padres de Leocadia llegaron a la suya lastimados, afligidos y desesperados:ciegos, sin los ojos de su hija, que eran la lumbre de los suyos; solos, porque Leocadia era su dulce yagradable compañía; confusos, sin saber si sería bien dar noticia de su desgracia a la justicia, temerosos nofuesen ellos el principal instrumento de publicar su deshonra. Veíanse necesitados de favor, como hidalgospobres. No sabían de quién quejarse, sino de su corta ventura. Rodolfo, en tanto, sagaz y astuto, tenía ya ensu casa y en su aposento a Leocadia; a la cual, puesto que sintió que iba desmayada cuando la llevaba, lahabía cubierto los ojos con un pañuelo, porque no viese las calles por donde la llevaba, ni la casa ni elaposento donde estaba; en el cual, sin ser visto de nadie, a causa que él tenía un cuarto aparte en la casa desu padre, que aún vivía, y tenía de su estancia la llave y las de todo el cuarto (inadvertencia de padres quequieren tener sus hijos recogidos), antes que de su desmayo volviese Leocadia, había cumplido su deseoRodolfo; que los ímpetus no castos de la mocedad pocas veces o ninguna reparan en comodidades yrequisitos que más los inciten y levanten. Ciego de la luz del entendimiento, a escuras robó la mejor prendade Leocadia; y, como los pecados de la sensualidad por la mayor parte no tiran más allá la barra del términodel cumplimiento dellos, quisiera luego Rodolfo que de allí se desapareciera Leocadia, y le vino a laimaginación de ponella en la calle, así desmayada como estaba. Y, yéndolo a poner en obra, sintió que volvíaen sí, diciendo:

-¿Adónde estoy, desdichada? ¿Qué escuridad es ésta, qué tinieblas me rodean? ¿Estoy en el limbo de miinocencia o en el infierno de mis culpas? ¡Jesús!, ¿quién me toca? ¿Yo en cama, yo lastimada? ¿Escúchasme,madre y señora mía? ¿Óyesme, querido padre? ¡Ay sin ventura de mí!, que bien advierto que mis padres nome escuchan y que mis enemigos me tocan; venturosa sería yo si esta escuridad durase para siempre, sin quemis ojos volviesen a ver la luz del mundo, y que este lugar donde ahora estoy, cualquiera que él se fuese,sirviese de sepultura a mi honra, pues es mejor la deshonra que se ignora que la honra que está puesta enopinión de las gentes. Ya me acuerdo (¡que nunca yo me acordara!) que ha poco que venía en la compañía demis padres; ya me acuerdo que me saltearon, ya me imagino y veo que no es bien que me vean las gentes.¡Oh tú, cualquiera que seas, que aquí estás conmigo (y en esto tenía asido de las manos a Rodolfo), si es quetu alma admite género de ruego alguno, te ruego que, ya que has triunfado de mi fama, triunfes también demi vida! ¡Quítamela al momento, que no es bien que la tenga la que no tiene honra! ¡Mira que el rigor de lacrueldad que has usado conmigo en ofenderme se templará con la piedad que usarás en matarme; y así, enun mismo punto, vendrás a ser cruel y piadoso!

Confuso dejaron las razones de Leocadia a Rodolfo; y, como mozo poco experimentado, ni sabía qué decirni qué hacer, cuyo silencio admiraba más a Leocadia, la cual con las manos procuraba desengañarse si erafantasma o sombra la que con ella estaba. Pero, como tocaba cuerpo y se le acordaba de la fuerza que se lehabía hecho, viniendo con sus padres, caía en la verdad del cuento de su desgracia. Y con este pensamientotornó a añudar las razones que los muchos sollozos y suspiros habían interrumpido, diciendo:

-Atrevido mancebo, que de poca edad hacen tus hechos que te juzgue, yo te perdono la ofensa que me hashecho con sólo que me prometas y jures que, como la has cubierto con esta escuridad, la cubrirás conperpetuo silencio sin decirla a nadie. Poca recompensa te pido de tan grande agravio, pero para mí será la

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mayor que yo sabré pedirte ni tú querrás darme. Advierte en que yo nunca he visto tu rostro, ni quierovértele; porque, ya que se me acuerde de mi ofensa, no quiero acordarme de mi ofensor ni guardar en lamemoria la imagen del autor de mi daño. Entre mí y el cielo pasarán mis quejas, sin querer que las oiga elmundo, el cual no juzga por los sucesos las cosas, sino conforme a él se le asienta en la estimación. No sécómo te digo estas verdades, que se suelen fundar en la experiencia de muchos casos y en el discurso demuchos años, no llegando los míos a diez y siete; por do me doy a entender que el dolor de una mismamanera ata y desata la lengua del afligido: unas veces exagerando su mal, para que se le crean, otras vecesno diciéndole, porque no se le remedien. De cualquiera manera, que yo calle o hable, creo que he de movertea que me creas o que me remedies, pues el no creerme será ignorancia, y el no remediarme, imposible detener algún alivio. No quiero desesperarme, porque te costará poco el dármele; y es éste: mira, no aguardesni confíes que el discurso del tiempo temple la justa saña que contra ti tengo, ni quieras amontonar losagravios: mientras menos me gozares, y habiéndome ya gozado, menos se encenderán tus malos deseos. Hazcuenta que me ofendiste por accidente, sin dar lugar a ningún buen discurso; yo la haré de que no nací en elmundo, o que si nací, fue para ser desdichada. Ponme luego en la calle, o a lo menos junto a la iglesiamayor, porque desde allí bien sabré volverme a mi casa; pero también has de jurar de no seguirme, nisaberla, ni preguntarme el nombre de mis padres, ni el mío, ni de mis parientes, que, a ser tan ricos comonobles, no fueran en mí tan desdichados. Respóndeme a esto; y si temes que te pueda conocer en la habla,hágote saber que, fuera de mi padre y de mi confesor, no he hablado con hombre alguno en mi vida, y apocos he oído hablar con tanta comunicación que pueda distinguirles por el sonido de la habla.

La respuesta que dio Rodolfo a las discretas razones de la lastimada Leocadia no fue otra que abrazarla,dando muestras que quería volver a confirmar en él su gusto y en ella su deshonra. Lo cual visto porLeocadia, con más fuerzas de las que su tierna edad prometían, se defendió con los pies, con las manos, conlos dientes y con la lengua, diciéndole:

-Haz cuenta, traidor y desalmado hombre, quienquiera que seas, que los despojos que de mí has llevado sonlos que podiste tomar de un tronco o de una coluna sin sentido, cuyo vencimiento y triunfo ha de redundaren tu infamia y menosprecio. Pero el que ahora pretendes no le has de alcanzar sino con mi muerte.Desmayada me pisaste y aniquilaste; mas, ahora que tengo bríos, antes podrás matarme que vencerme: quesi ahora, despierta, sin resistencia concediese con tu abominable gusto, podrías imaginar que mi desmayofue fingido cuando te atreviste a destruirme.

Finalmente, tan gallarda y porfiadamente se resistió Leocadia, que las fuerzas y los deseos de Rodolfo seenflaquecieron; y, como la insolencia que con Leocadia había usado no tuvo otro principio que de un ímpetulascivo, del cual nunca nace el verdadero amor, que permanece, en lugar del ímpetu, que se pasa, queda, sino el arrepentimiento, a lo menos una tibia voluntad de segundalle. Frío, pues, y cansado Rodolfo, sin hablarpalabra alguna, dejó a Leocadia en su cama y en su casa; y, cerrando el aposento, se fue a buscar a suscamaradas para aconsejarse con ellos de lo que hacer debía.

Sintió Leocadia que quedaba sola y encerrada; y, levantándose del lecho, anduvo todo el aposento, tentandolas paredes con las manos, por ver si hallaba puerta por do irse o ventana por do arrojarse. Halló la puerta,pero bien cerrada, y topó una ventana que pudo abrir, por donde entró el resplandor de la luna, tan claro, quepudo distinguir Leocadia las colores de unos damascos que el aposento adornaban. Vio que era dorada lacama, y tan ricamente compuesta que más parecía lecho de príncipe que de algún particular caballero. Contólas sillas y los escritorios; notó la parte donde la puerta estaba, y, aunque vio pendientes de las paredesalgunas tablas, no pudo alcanzar a ver las pinturas que contenían. La ventana era grande, guarnecida yguardada de una gruesa reja; la vista caía a un jardín que también se cerraba con paredes altas; dificultadesque se opusieron a la intención que de arrojarse a la calle tenía. Todo lo que vio y notó de la capacidad y

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ricos adornos de aquella estancia le dio a entender que el dueño della debía de ser hombre principal y rico, yno comoquiera, sino aventajadamente. En un escritorio, que estaba junto a la ventana, vio un crucifijopequeño, todo de plata, el cual tomó y se le puso en la manga de la ropa, no por devoción ni por hurto, sinollevada de un discreto designio suyo. Hecho esto, cerró la ventana como antes estaba y volvióse al lecho,esperando qué fin tendría el mal principio de su suceso.

No habría pasado, a su parecer, media hora, cuando sintió abrir la puerta del aposento y que a ella se llegóuna persona; y, sin hablarle palabra, con un pañuelo le vendó los ojos, y tomándola del brazo la sacó fuerade la estancia, y sintió que volvía a cerrar la puerta. Esta persona era Rodolfo, el cual, aunque había ido abuscar a sus camaradas, no quiso hallarlas, pareciéndole que no le estaba bien hacer testigos de lo que conaquella doncella había pasado; antes, se resolvió en decirles que, arrepentido del mal hecho y movido de suslágrimas, la había dejado en la mitad del camino. Con este acuerdo volvió tan presto a poner a Leocadiajunto a la iglesia mayor, como ella se lo había pedido, antes que amaneciese y el día le estorbase de echalla,y le forzase a tenerla en su aposento hasta la noche venidera, en el cual espacio de tiempo ni él quería volvera usar de sus fuerzas ni dar ocasión a ser conocido. Llevóla, pues, hasta la plaza que llaman deAyuntamiento; y allí, en voz trocada y en lengua medio portuguesa y castellana, le dijo que seguramentepodía irse a su casa, porque de nadie sería seguida; y, antes que ella tuviese lugar de quitarse el pañuelo, yaél se había puesto en parte donde no pudiese ser visto.

Quedó sola Leocadia, quitóse la venda, reconoció el lugar donde la dejaron. Miró a todas partes, no vio apersona; pero, sospechosa que desde lejos la siguiesen, a cada paso se detenía, dándolos hacia su casa, queno muy lejos de allí estaba. Y, por desmentir las espías, si acaso la seguían, se entró en una casa que hallóabierta, y de allí a poco se fue a la suya, donde halló a sus padres atónitos y sin desnudarse, y aun sin tenerpensamiento de tomar descanso alguno.

Cuando la vieron, corrieron a ella con brazos abiertos, y con lágrimas en los ojos la recibieron. Leocadia,llena de sobresalto y alboroto, hizo a sus padres que se tirasen con ella aparte, como lo hicieron; y allí, enbreves palabras, les dio cuenta de todo su desastrado suceso, con todas la circunstancias dél y de la ningunanoticia que traía del salteador y robador de su honra. Díjoles lo que había visto en el teatro donde serepresentó la tragedia de su desventura: la ventana, el jardín, la reja, los escritorios, la cama, los damascos; ya lo último les mostró el crucifijo que había traído, ante cuya imagen se renovaron las lágrimas, se hicierondeprecaciones, se pidieron venganzas y desearon milagrosos castigos. Dijo ansimismo que, aunque ella nodeseaba venir en conocimiento de su ofensor, que si a sus padres les parecía ser bien conocelle, que pormedio de aquella imagen podrían, haciendo que los sacristanes dijesen en los púlpitos de todas lasparroquias de la ciudad, que el que hubiese perdido tal imagen la hallaría en poder del religioso que ellosseñalasen; y que ansí, sabiendo el dueño de la imagen, se sabría la casa y aun la persona de su enemigo.

A esto replicó el padre:

-Bien habías dicho, hija, si la malicia ordinaria no se opusiera a tu discreto discurso, pues está claro que estaimagen hoy, en este día, se ha de echar menos en el aposento que dices, y el dueño della ha de tener porcierto que la persona que con él estuvo se la llevó; y, de llegar a su noticia que la tiene algún religioso, antesha de servir de conocer quién se la dio al tal que la tiene, que no de declarar el dueño que la perdió, porquepuede hacer que venga por ella otro a quien el dueño haya dado las señas. Y, siendo esto ansí, antesquedaremos confusos que informados; puesto que podamos usar del mismo artificio que sospechamos,dándola al religioso por tercera persona. Lo que has de hacer, hija, es guardarla y encomendarte a ella; que,pues ella fue testigo de tu desgracia, permitirá que haya juez que vuelva por tu justicia. Y advierte, hija, quemás lastima una onza de deshonra pública que una arroba de infamia secreta. Y, pues puedes vivir honradacon Dios en público, no te pene de estar deshonrada contigo en secreto: la verdadera deshonra está en el

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pecado, y la verdadera honra en la virtud; con el dicho, con el deseo y con la obra se ofende a Dios; y, puestú, ni en dicho, ni en pensamiento, ni en hecho le has ofendido, tente por honrada, que yo por tal te tendré,sin que jamás te mire sino como verdadero padre tuyo.

Con estas prudentes razones consoló su padre a Leocadia, y, abrazándola de nuevo su madre, procurótambién consolarla. Ella gimió y lloró de nuevo, y se redujo a cubrir la cabeza, como dicen, y a vivirrecogidamente debajo del amparo de sus padres, con vestido tan honesto como pobre.

Rodolfo, en tanto, vuelto a su casa, echando menos la imagen del crucifijo, imaginó quién podía haberlallevado; pero no se le dio nada, y, como rico, no hizo cuenta dello, ni sus padres se la pidieron cuando de allía tres días, que él se partió a Italia, entregó por cuenta a una camarera de su madre todo lo que en elaposento dejaba.

Muchos días había que tenía Rodolfo determinado de pasar a Italia; y su padre, que había estado en ella, selo persuadía, diciéndole que no eran caballeros los que solamente lo eran en su patria, que era menester serlotambién en las ajenas. Por estas y otras razones, se dispuso la voluntad de Rodolfo de cumplir la de su padre,el cual le dio crédito de muchos dineros para Barcelona, Génova, Roma y Nápoles; y él, con dos de suscamaradas, se partió luego, goloso de lo que había oído decir a algunos soldados de la abundancia de lashosterías de Italia y Francia, y de la libertad que en los alojamientos tenían los españoles. Sonábale bienaquel Eco li buoni polastri, picioni, presuto e salcicie, con otros nombres deste jaez, de quien los soldados seacuerdan cuando de aquellas partes vienen a éstas y pasan por la estrecheza e incomodidades de las ventas ymesones de España. Finalmente, él se fue con tan poca memoria de lo que con Leocadia le había sucedido,como si nunca hubiera pasado.

Ella, en este entretanto, pasaba la vida en casa de sus padres con el recogimiento posible, sin dejar verse depersona alguna, temerosa que su desgracia se la habían de leer en la frente. Pero a pocos meses vio serleforzoso hacer por fuerza lo que hasta allí de grado hacía. Vio que le convenía vivir retirada y escondida,porque se sintió preñada: suceso por el cual las en algún tanto olvidadas lágrimas volvieron a sus ojos, y lossuspiros y lamentos comenzaron de nuevo a herir los vientos, sin ser parte la discreción de su buena madre aconsolalla. Voló el tiempo, y llegóse el punto del parto, y con tanto secreto, que aun no se osó fiar de lapartera; usurpando este oficio la madre, dio a la luz del mundo un niño de los hermosos que pudieranimaginarse. Con el mismo recato y secreto que había nacido, le llevaron a una aldea, donde se crió cuatroaños, al cabo de los cuales, con nombre de sobrino, le trujo su abuela a su casa, donde se criaba, si no muyrica, a lo menos muy virtuosamente.

Era el niño (a quien pusieron nombre Luis, por llamarse así su abuelo), de rostro hermoso, de condiciónmansa, de ingenio agudo, y, en todas las acciones que en aquella edad tierna podía hacer, daba señales de serde algún noble padre engendrado; y de tal manera su gracia, belleza y discreción enamoraron a sus abuelos,que vinieron a tener por dicha la desdicha de su hija por haberles dado tal nieto. Cuando iba por la calle,llovían sobre él millares de bendiciones: unos bendecían su hermosura, otros la madre que lo había parido,éstos el padre que le engendró, aquellos a quien tan bien criado le criaba. Con este aplauso de los que leconocían y no conocían, llegó el niño a la edad de siete años, en la cual ya sabía leer latín y romance yescribir formada y muy buena letra; porque la intención de sus abuelos era hacerle virtuoso y sabio, ya queno le podían hacer rico; como si la sabiduría y la virtud no fuesen las riquezas sobre quien no tienenjurisdición los ladrones, ni la que llaman Fortuna.

Sucedió, pues, que un día que el niño fue con un recaudo de su abuela a una parienta suya, acertó a pasar poruna calle donde había carrera de caballeros. Púsose a mirar, y, por mejorarse de puesto, pasó de una parte aotra, a tiempo que no pudo huir de ser atropellado de un caballo, a cuyo dueño no fue posible detenerle en la

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furia de su carrera. Pasó por encima dél, y dejóle como muerto, tendido en el suelo, derramando muchasangre de la cabeza. Apenas esto hubo sucedido, cuando un caballero anciano que estaba mirando la carrera,con no vista ligereza se arrojó de su caballo y fue donde estaba el niño; y, quitándole de los brazos de unoque ya le tenía, le puso en los suyos, y, sin tener cuenta con sus canas ni con su autoridad, que era mucha, apaso largo se fue a su casa, ordenando a sus criados que le dejasen y fuesen a buscar un cirujano que al niñocurase. Muchos caballeros le siguieron, lastimados de la desgracia de tan hermoso niño, porque luego salióla voz que el atropellado era Luisico, el sobrino del tal caballero, nombrando a su abuelo. Esta voz corrió deboca en boca hasta que llegó a los oídos de sus abuelos y de su encubierta madre; los cuales, certificadosbien del caso, como desatinados y locos, salieron a buscar a su querido; y por ser tan conocido y tanprincipal el caballero que le había llevado, muchos de los que encontraron les dijeron su casa, a la cualllegaron a tiempo que ya estaba el niño en poder del cirujano.

El caballero y su mujer, dueños de la casa, pidieron a los que pensaron ser sus padres que no llorasen nialzasen la voz a quejarse, porque no le sería al niño de ningún provecho. El cirujano, que era famoso,habiéndole curado con grandísimo tiento y maestría, dijo que no era tan mortal la herida como él al principiohabía temido. En la mitad de la cura volvió Luis a su acuerdo, que hasta allí había estado sin él, y alegróseen ver a sus tíos, los cuales le preguntaron llorando que cómo se sentía. Respondió que bueno, sino que ledolía mucho el cuerpo y la cabeza. Mandó el médico que no hablasen con él, sino que le dejasen reposar.Hízose ansí, y su abuelo comenzó a agradecer al señor de la casa la gran caridad que con su sobrino habíausado. A lo cual respondió el caballero que no tenía qué agradecelle, porque le hacía saber que, cuando vioal niño caído y atropellado, le pareció que había visto el rostro de un hijo suyo, a quien él queríatiernamente, y que esto le movió a tomarle en sus brazos y traerle a su casa, donde estaría todo el tiempo quela cura durase, con el regalo que fuese posible y necesario. Su mujer, que era una noble señora, dijo lomismo y hizo aun más encarecidas promesas.

Admirados quedaron de tanta cristiandad los abuelos, pero la madre quedó más admirada; porque, habiendocon las nuevas del cirujano sosegádose algún tanto su alborotado espíritu, miró atentamente el aposentodonde su hijo estaba, y claramente, por muchas señales, conoció que aquella era la estancia donde se habíadado fin a su honra y principio a su desventura; y, aunque no estaba adornada de los damascos que entoncestenía, conoció la disposición della, vio la ventana de la reja que caía al jardín; y, por estar cerrada a causa delherido, preguntó si aquella ventana respondía a algún jardín, y fuele respondido que sí; pero lo que másconoció fue que aquélla era la misma cama que tenía por tumba de su sepultura; y más, que el propioescritorio, sobre el cual estaba la imagen que había traído, se estaba en el mismo lugar.

Finalmente, sacaron a luz la verdad de todas sus sospechas los escalones, que ella había contado cuando lasacaron del aposento tapados los ojos (digo los escalones que había desde allí a la calle, que con advertenciadiscreta contó). Y, cuando volvió a su casa, dejando a su hijo, los volvió a contar y halló cabal el número. Y,confiriendo unas señales con otras, de todo punto certificó por verdadera su imaginación, de la cual dio porestenso cuenta a su madre, que, como discreta, se informó si el caballero donde su nieto estaba había tenidoo tenía algún hijo. Y halló que el que llamamos Rodolfo lo era, y que estaba en Italia; y, tanteando el tiempoque le dijeron que había faltado de España, vio que eran los mismos siete años que el nieto tenía.

Dio aviso de todo esto a su marido, y entre los dos y su hija acordaron de esperar lo que Dios hacía delherido, el cual dentro de quince días estuvo fuera de peligro y a los treinta se levantó; en todo el cual tiempofue visitado de la madre y de la abuela, y regalado de los dueños de la casa como si fuera su mismo hijo. Yalgunas veces, hablando con Leocadia doña Estefanía, que así se llamaba la mujer del caballero, le decía queaquel niño parecía tanto a un hijo suyo que estaba en Italia, que ninguna vez le miraba que no le pareciese

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ver a su hijo delante. Destas razones tomó ocasión de decirle una vez, que se halló sola con ella, las que conacuerdo de sus padres había determinado de decille, que fueron éstas o otras semejantes:

-El día, señora, que mis padres oyeron decir que su sobrino estaba tan malparado, creyeron y pensaron quese les había cerrado el cielo y caído todo el mundo a cuestas. Imaginaron que ya les faltaba la lumbre de susojos y el báculo de su vejez, faltándoles este sobrino, a quien ellos quieren con amor de tal manera, que conmuchas ventajas excede al que suelen tener otros padres a sus hijos. Mas, como decirse suele, que cuandoDios da la llaga da la medicina, la halló el niño en esta casa, y yo en ella el acuerdo de unas memorias queno las podré olvidar mientras la vida me durare. Yo, señora, soy noble porque mis padres lo son y lo han sidotodos mis antepasados, que, con una medianía de los bienes de fortuna, han sustentado su honra felizmentedondequiera que han vivido.

Admirada y suspensa estaba doña Estefanía, escuchando las razones de Leocadia, y no podía creer, aunquelo veía, que tanta discreción pudiese encerrarse en tan pocos años, puesto que, a su parecer, la juzgaba por deveinte, poco más a menos. Y, sin decirle ni replicarle palabra, esperó todas las que quiso decirle, que fueronaquellas que bastaron para contarle la travesura de su hijo, la deshonra suya, el robo, el cubrirle los ojos, eltraerla a aquel aposento, las señales en que había conocido ser aquel mismo que sospechaba. Para cuyaconfirmación sacó del pecho la imagen del crucifijo que había llevado, a quien dijo:

-Tú, Señor, que fuiste testigo de la fuerza que se me hizo, sé juez de la enmienda que se me debe hacer. Deencima de aquel escritorio te llevé con propósito de acordarte siempre mi agravio, no para pedirte venganzadél, que no la pretendo, sino para rogarte me dieses algún consuelo con que llevar en paciencia mi desgracia.

»Este niño, señora, con quien habéis mostrado el estremo de vuestra caridad, es vuestro verdadero nieto.Permisión fue del cielo el haberle atropellado, para que, trayéndole a vuestra casa, hallase yo en ella, comoespero que he de hallar, si no el remedio que mejor convenga, y cuando no con mi desventura, a lo menos elmedio con que pueda sobrellevalla.

Diciendo esto, abrazada con el crucifijo, cayó desmayada en los brazos de Estefanía, la cual, en fin, comomujer y noble, en quien la compasión y misericordia suele ser tan natural como la crueldad en el hombre,apenas vio el desmayo de Leocadia, cuando juntó su rostro con el suyo, derramando sobre él tantas lágrimasque no fue menester esparcirle otra agua encima para que Leocadia en sí volviese.

Estando las dos desta manera, acertó a entrar el caballero marido de Estefanía, que traía a Luisico de lamano; y, viendo el llanto de Estefanía y el desmayo de Leocadia, preguntó a gran priesa le dijesen la causade do procedía. El niño abrazaba a su madre por su prima y a su abuela por su bienhechora, y asimismopreguntaba por qué lloraban.

-Grandes cosas, señor, hay que deciros -respondió Estefanía a su marido-, cuyo remate se acabará condeciros que hagáis cuenta que esta desmayada es hija vuestra y este niño vuestro nieto. Esta verdad que osdigo me ha dicho esta niña, y la ha confirmado y confirma el rostro deste niño, en el cual entramboshabemos visto el de nuestro hijo.

-Si más no os declaráis, señora, yo no os entiendo -replicó el caballero.

En esto volvió en sí Leocadia, y, abrazada del crucifijo, parecía estar convertida en un mar de llanto. Todo locual tenía puesto en gran confusión al caballero, de la cual salió contándole su mujer todo aquello queLeocadia le había contado; y él lo creyó, por divina permisión del cielo, como si con muchos y verdaderostestigos se lo hubieran probado. Consoló y abrazó a Leocadia, besó a su nieto, y aquel mismo díadespacharon un correo a Nápoles, avisando a su hijo se viniese luego, porque le tenían concertadocasamiento con una mujer hermosa sobremanera y tal cual para él convenía. No consintieron que Leocadia

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ni su hijo volviesen más a la casa de sus padres, los cuales, contentísimos del buen suceso de su hija, dabansin cesar infinitas gracias a Dios por ello.

Llegó el correo a Nápoles, y Rodolfo, con la golosina de gozar tan hermosa mujer como su padre lesignificaba, de allí a dos días que recibió la carta, ofreciéndosele ocasión de cuatro galeras que estaban apunto de venir a España, se embarcó en ellas con sus dos camaradas, que aún no le habían dejado, y conpróspero suceso en doce días llegó a Barcelona, y de allí, por la posta, en otros siete se puso en Toledo yentró en casa de su padre, tan galán y tan bizarro, que los etremos de la gala y de la bizarría estaban en éltodos juntos.

Alegráronse sus padres con la salud y bienvenida de su hijo. Suspendióse Leocadia, que de parte escondidale miraba, por no salir de la traza y orden que doña Estefanía le había dado. Las camaradas de Rodolfoquisieran irse a sus casas luego, pero no lo consintió Estefanía por haberlos menester para su designio.Estaba cerca la noche cuando Rodolfo llegó, y, en tanto que se aderezaba la cena, Estefanía llamó aparte lascamaradas de su hijo, creyendo, sin duda alguna, que ellos debían de ser los dos de los tres que Leocadiahabía dicho que iban con Rodolfo la noche que la robaron, y con grandes ruegos les pidió le dijesen si seacordaban que su hijo había robado a una mujer tal noche, tanto años había; porque el saber la verdad destoimportaba la honra y el sosiego de todos sus parientes. Y con tales y tantos encarecimientos se lo supo rogar,y de tal manera les asegurar que de descubrir este robo no les podía suceder daño alguno, que ellos tuvieronpor bien de confesar ser verdad que una noche de verano, yendo ellos dos y otro amigo con Rodolfo,robaron en la misma que ella señalaba a una muchacha, y que Rodolfo se había venido con ella, mientrasellos detenían a la gente de su familia, que con voces la querían defender, y que otro día les había dichoRodolfo que la había llevado a su casa; y sólo esto era lo que podían responder a lo que les preguntaban.

La confesión destos dos fue echar la llave a todas las dudas que en tal caso le podían ofrecer; y así,determinó de llevar al cabo su buen pensamiento, que fue éste: poco antes que se sentasen a cenar, se entróen un aposento a solas su madre con Rodolfo, y, poniéndole un retrato en las manos, le dijo:

-Yo quiero, Rodolfo hijo, darte una gustosa cena con mostrarte a tu esposa: éste es su verdadero retrato, peroquiérote advertir que lo que le falta de belleza le sobra de virtud; es noble y discreta y medianamente rica, y,pues tu padre y yo te la hemos escogido, asegúrate que es la que te conviene.

Atentamente miró Rodolfo el retrato, y dijo:

-Si los pintores, que ordinariamente suelen ser pródigos de la hermosura con los rostros que retratan, lo hansido también con éste, sin duda creo que el original debe de ser la misma fealdad. A la fe, señora y madremía, justo es y bueno que los hijos obedezcan a sus padres en cuanto les mandaren; pero también esconveniente, y mejor, que los padres den a sus hijos el estado de que más gustaren. Y, pues el delmatrimonio es nudo que no le desata sino la muerte, bien será que sus lazos sean iguales y de unos mismoshilos fabricados. La virtud, la nobleza, la discreción y los bienes de la fortuna bien pueden alegrar elentendimiento de aquel a quien le cupieron en suerte con su esposa; pero que la fealdad della alegre los ojosdel esposo, paréceme imposible. Mozo soy, pero bien se me entiende que se compadece con el sacramentodel matrimonio el justo y debido deleite que los casados gozan, y que si él falta, cojea el matrimonio ydesdice de su segunda intención. Pues pensar que un rostro feo, que se ha de tener a todas horas delante delos ojos, en la sala, en la mesa y en la cama, pueda deleitar, otra vez digo que lo tengo por casi imposible.Por vida de vuesa merced, madre mía, que me dé compañera que me entretenga y no enfade; porque, sintorcer a una o a otra parte, igualmente y por camino derecho llevemos ambos a dos el yugo donde el cielonos pusiere. Si esta señora es noble, discreta y rica, como vuesa merced dice, no le faltará esposo que sea dediferente humor que el mío: unos hay que buscan nobleza, otros discreción, otros dineros y otros hermosura;

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y yo soy destos últimos. Porque la nobleza, gracias al cielo y a mis pasados y a mis padres, que me ladejaron por herencia; discreción, como una mujer no sea necia, tonta o boba, bástale que ni por agudadespunte ni por boba no aproveche; de las riquezas, también las de mis padres me hacen no estar temerosode venir a ser pobre. La hermosura busco, la belleza quiero, no con otra dote que con la de la honestidad ybuenas costumbres; que si esto trae mi esposa, yo serviré a Dios con gusto y daré buena vejez a mis padres.

Contentísima quedó su madre de las razones de Rodolfo, por haber conocido por ellas que iba saliendo biencon su designio. Respondióle que ella procuraría casarle conforme su deseo, que no tuviese pena alguna, queera fácil deshacerse los conciertos que de casarle con aquella señora estaban hechos. Agradecióselo Rodolfo,y, por ser llegada la hora de cenar, se fueron a la mesa. Y, habiéndose ya sentado a ella el padre y la madre,Rodolfo y sus dos camaradas, dijo doña Estefanía al descuido:

-¡Pecadora de mí, y qué bien que trato a mi huéspeda! Andad vos -dijo a un criado-, decid a la señora doñaLeocadia que, sin entrar en cuentas con su mucha honestidad, nos venga a honrar esta mesa, que los que aella están todos son mis hijos y sus servidores.

Todo esto era traza suya, y de todo lo que había de hacer estaba avisada y advertida Leocadia. Poco tardó ensalir Leocadia y dar de sí la improvisa y más hermosa muestra que pudo dar jamás compuesta y naturalhermosura.

Venía vestida, por ser invierno, de una saya entera de terciopelo negro, llovida de botones de oro y perlas,cintura y collar de diamantes. Sus mismos cabellos, que eran luengos y no demasiadamente rubios, leservían de adorno y tocas, cuya invención de lazos y rizos y vislumbres de diamantes que con ellas seentretejían, turbaban la luz de los ojos que los miraban. Era Leocadia de gentil disposición y brío; traía de lamano a su hijo, y delante della venían dos doncellas, alumbrándola con dos velas de cera en dos candelerosde plata.

Levantáronse todos a hacerla reverencia, como si fuera a alguna cosa del cielo que allí milagrosamente sehabía aparecido. Ninguno de los que allí estaban embebecidos mirándola parece que, de atónitos, noacertaron a decirle palabra. Leocadia, con airosa gracia y discreta crianza, se humilló a todos; y, tomándolade la mano Estefanía la sentó junto a sí, frontero de Rodolfo. Al niño sentaron junto a su abuelo.

Rodolfo, que desde más cerca miraba la incomparable belleza de Leocadia, decía entre sí: Si la mitad destahermosura tuviera la que mi madre me tiene escogida por esposa, tuviérame yo por el más dichoso hombredel mundo. ¡Válame Dios! ¿Qué es esto que veo? ¿Es por ventura algún ángel humano el que estoymirando? Y en esto, se le iba entrando por los ojos a tomar posesión de su alma la hermosa imagen deLeocadia, la cual, en tanto que la cena venía, viendo también tan cerca de sí al que ya quería más que a la luzde los ojos, con que alguna vez a hurto le miraba, comenzó a revolver en su imaginación lo que con Rodolfohabía pasado. Comenzaron a enflaquecerse en su alma las esperanzas que de ser su esposo su madre le habíadado, temiendo que a la cortedad de su ventura habían de corresponder las promesas de su madre.Consideraba cuán cerca estaba de ser dichosa o sin dicha para siempre. Y fue la consideración tan intensa ylos pensamientos tan revueltos, que le apretaron el corazón de manera que comenzó a sudar y a perderse decolor en un punto, sobreviniéndole un desmayo que le forzó a reclinar la cabeza en los brazos de doñaEstefanía, que, como ansí la vio, con turbación la recibió en ellos.

Sobresaltáronse todos, y, dejando la mesa, acudieron a remediarla. Pero el que dio más muestras de sentirlofue Rodolfo, pues por llegar presto a ella tropezó y cayó dos veces. Ni por desabrocharla ni echarla agua enel rostro volvía en sí; antes, el levantado pecho y el pulso, que no se le hallaban, iban dando precisas señalesde su muerte; y las criadas y criados de casa, como menos considerados, dieron voces y la publicaron pormuerta. Estas amargas nuevas llegaron a los oídos de los padres de Leocadia, que para más gustosa ocasión

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los tenía doña Estefanía escondidos. Los cuales, con el cura de la parroquia, que ansimismo con ellos estaba,rompiendo el orden de Estefanía, salieron a la sala.

Llegó el cura presto, por ver si por algunas señales daba indicios de arrepentirse de sus pecados, paraabsolverla dellos; y donde pensó hallar un desmayado halló dos, porque ya estaba Rodolfo, puesto el rostrosobre el pecho de Leocadia. Diole su madre lugar que a ella llegase, como a cosa que había de ser suya;pero, cuando vio que también estaba sin sentido, estuvo a pique de perder el suyo, y le perdiera si no vieraque Rodolfo tornaba en sí, como volvió, corrido de que le hubiesen visto hacer tan estremados estremos.

Pero su madre, casi como adivina de lo que su hijo sentía, le dijo:

-No te corras, hijo, de los estremos que has hecho, sino córrete de los que no hicieres cuando sepas lo que noquiero tenerte más encubierto, puesto que pensaba dejarlo hasta más alegre coyuntura. Has de saber, hijo demi alma, que esta desmayada que en los brazos tengo es tu verdadera esposa: llamo verdadera porque yo y tupadre te la teníamos escogida, que la del retrato es falsa.

Cuando esto oyó Rodolfo, llevado de su amoroso y encendido deseo, y quitándole el nombre de esposotodos los estorbos que la honestidad y decencia del lugar le podían poner, se abalanzó al rostro de Leocadia,y, juntando su boca con la della, estaba como esperando que se le saliese el alma para darle acogida en lasuya. Pero, cuando más las lágrimas de todos por lástima crecían, y por dolor las voces se aumentaban, y loscabellos y barbas de la madre y padre de Leocadia arrancados venían a menos, y los gritos de su hijopenetraban los cielos, volvió en sí Leocadia, y con su vuelta volvió la alegría y el contento que de los pechosde los circunstantes se había ausentado.

Hallóse Leocadia entre los brazos de Rodolfo, y quisiera con honesta fuerza desasirse dellos; pero él le dijo:

-No, señora, no ha de ser ansí. No es bien que punéis por apartaros de los brazos de aquel que os tiene en elalma.

A esta razón acabó de todo en todo de cobrar Leocadia sus sentidos, y acabó doña Estefanía de no llevar másadelante su determinación primera, diciendo al cura que luego luego desposase a su hijo con Leocadia. Él lohizo ansí, que por haber sucedido este caso en tiempo cuando con sola la voluntad de los contrayentes, sinlas diligencias y prevenciones justas y santas que ahora se usan, quedaba hecho el matrimonio, no hubodificultad que impidiese el desposorio. El cual hecho, déjese a otra pluma y a otro ingenio más delicado queel mío el contar la alegría universal de todos los que en él se hallaron: los abrazos que los padres deLeocadia dieron a Rodolfo, las gracias que dieron al cielo y a sus padres, los ofrecimientos de las partes, laadmiración de las camaradas de Rodolfo, que tan impensadamente vieron la misma noche de su llegada tanhermoso desposorio, y más cuando supieron, por contarlo delante de todos doña Estefanía, que Leocadia erala doncella que en su compañía su hijo había robado, de que no menos suspenso quedó Rodolfo. Y, porcertificarse más de aquella verdad, preguntó a Leocadia le dijese alguna señal por donde viniese enconocimiento entero de lo que no dudaba, por parecerles que sus padres lo tendrían bien averiguado. Ellarespondió:

-Cuando yo recordé y volví en mí de otro desmayo, me hallé, señor, en vuestros brazos sin honra; pero yo lodoy por bien empleado, pues, al volver del que ahora he tenido, ansimismo me hallé en los brazos deentonces, pero honrada. Y si esta señal no basta, baste la de una imagen de un crucifijo que nadie os la pudohurtar sino yo, si es que por la mañana le echastes menos y si es el mismo que tiene mi señora.

-Vos lo sois de mi alma, y lo seréis los años que Dios ordenare, bien mío.

Y, abrazándola de nuevo, de nuevo volvieron las bendiciones y parabienes que les dieron.

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Vino la cena, y vinieron músicos que para esto estaban prevenidos. Viose Rodolfo a sí mismo en el espejodel rostro de su hijo; lloraron sus cuatro abuelos de gusto; no quedó rincón en toda la casa que no fuesevisitado del júbilo, del contento y de la alegría. Y, aunque la noche volaba con sus ligeras y negras alas, leparecía a Rodolfo que iba y caminaba no con alas, sino con muletas: tan grande era el deseo de verse a solascon su querida esposa.

Llegóse, en fin, la hora deseada, porque no hay fin que no le tenga. Fuéronse a acostar todos, quedó toda lacasa sepultada en silencio, en el cual no quedará la verdad deste cuento, pues no lo consentirán los muchoshijos y la ilustre descendencia que en Toledo dejaron, y agora viven, estos dos venturosos desposados, quemuchos y felices años gozaron de sí mismos, de sus hijos y de sus nietos, permitido todo por el cielo y por lafuerza de la sangre, que vio derramada en el suelo el valeroso, ilustre y cristiano abuelo de Luisico.

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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

CAPÍTULO 1

Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgode los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca quecarnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino deañadidura los domingos, consumían las tres cuartas partes de su hacienda. El resto della concluían sayo develarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana sehonraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrinaque no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba lapodadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco decarnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre deQuijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, porconjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento;basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se dabaa leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, yaun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchashanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todoscuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famosoFeliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, ymás cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito:La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejode la vuestra fermosura. Y también cuando leía: ...los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente conlas estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles elsentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estabamuy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestrosque le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, contodo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchasveces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda algunalo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvomuchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobrecuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero delmesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era

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don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no eracaballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y losdías de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino aperder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como dependencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentóselede tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invencionesque leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sidomuy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revéshabía partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porqueen Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó aAnteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser deaquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero,sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robarcuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia.Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; yfue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de surepública, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventurasy a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendotodo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre yfama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; yasí, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa aponer en efeto lo que deseaba.

Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín yllenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólaslo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morriónsimple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada conel morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar alriesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo quehabía hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, porasegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de talmanera que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvopor celada finísima de encaje.

Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, quetantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él seigualaban.

Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según se decía él a sí mesmo, no erarazón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí,procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de caballero andante, ylo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también elnombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que yaprofesaba. Y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer ensu memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y

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significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero detodos los rocines del mundo.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otrosocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde -como queda dicho- tomaron ocasión los autoresdesta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisierondecir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas,sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso,como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, asu parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo,se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballeroandante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él a sí:

-Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como deordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad delcuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y sehinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: Yo, señora, soy el giganteCaraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debealabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced,para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante?

¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien darnombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora demuy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo,ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de suspensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al deprincesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a suparecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

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TEATRO

LA CUEVA DE SALAMANCA (Entremés)

Salen PANCRACIO, LEONARDA y CRISTINA.

PANCRACIO

Enjugad, señora, esas lágrimas, y poned pausa a vuestros suspiros, considerando que cuatro días de ausencia no son siglos. Yo volveré, a lo más largo, a los cinco, si Dios no me quita la vida; aunque será mejor, por no turbar la vuestra, romper mi palabra, y dejar esta jornada; que sin mi presencia se podrá casar mi hermana.

LEONARDA

No quiero yo, mi Pancracio y mi señor, que por respeto mío vos parezcáis descortés; id en hora buena, y cumplid con vuestras obligaciones, pues las que os llevan son precisas; que yo me apretaré con mi llaga y pasaré mi soledad lo menos mal que pudiere. Sólo os encargo la vuelta, y que no paséis del término que habéis puesto. ¡Tenme, Cristina, que se me aprieta el corazón.!

Desmáyase LEONARDA

CRISTINA

¡Oh, que bien hayan las bodas y las fiestas! En verdad, señor, que, si yo fuera que vuesa merced, que nunca allá fuera.

PANCRACIO

Entra, hija, por un vidro de agua para echársela en el rostro. Mas espera; diréle unas palabras que sé al oído, que tienen virtud para hacer volver de los desmayos.

Dícele las palabras; vuelve LEONARDA diciendo:

LEONARDA

Basta, ello ha de ser forzoso; no hay sino tener paciencia, bien mío; cuanto más os de[t]uviéredes, más dilatáis mi contento. Vuestro compadre L[e]oniso os debe de aguardar ya en el coche. Andad don Dios. Que él os vuelva tan presto y tan bueno como yo deseo.

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PANCRACIO

Mi ángel, si gustas que me quede, no me moveré de aquí más que una estatua.

LEONARDA

No, no, descanso mío; que mi gusto está en el vuestro; y, por agora, más que os vais que no os quedéis, pues es vuestra honra la mía.

CRISTINA

¡Oh, espejo del matrimonio! A fe que si todas las casadas quisiesen tanto a sus maridos como mi señora Leonarda quiere al suyo, que otro gallo les cantase.

LEONARDA

Entra, Cristinica, y saca mi manto, que quiero acompañar a tu señor hasta dejarle en el coche.

PANCRACIO

No, por mi amor; abrazadme y quedaos, por vida mía. Cristinica, ten cuenta de regalar a tu señora, que yo te mando un calzado cuando vuelva, como tú le quisieres.

CRISTINA

Vaya, señor, y no lleve pena de mi señora, porque la pienso persuadir de manera a que nos holgu[e]mos, que no imagine en la falta que vuesa merced le ha de hacer.

LEONARDA

¿Holgar yo? ¡Qué bien estás en la cuenta, niña! Porque, ausente de mi gusto, no se hicieron los placeres ni las glorias para mí; penas y dolores, sí.

PANCRACIO

Ya no lo puedo sufrir. Quedad en paz, lumbre destos ojos, los cuales no verán cosa que les dé placer hasta volveros a ver.

Entrase PANCRACIO.

LEONARDA

¡Allá darás, rayo, en casa de Ana Díaz. Vayas, y no vuelvas; la ida del humo. Por Dios, que esta vez no os han de valer vuestras valentías ni vuestro recatos!

CRISTINA

Mil veces temí que con tus estremos habías de estorbar su partida y nuestros contentos.

LEONARDA

¿Si vendrán esta noche los que esperamos?

CRISTINA

¿Pues no? Ya los tengo avisados, y ellos están tan en ello, que esta tarde enviaron con la lavandera, nuestra secretaria, como que eran paños, una canasta de colar, llena de mil regalos y de cosas de comer, que no parece sino uno de los serones que da el rey el Jueves Santo a sus pobres; sino que la canasta es de Pascua, porque hay en ella empanadas, fiambreras, manjar blanco, y dos capones que aún no están acabados de

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pelar, y todo género de fruta de la que hay ahora; y, sobre todo, una bota de hasta una arroba de vino, de lo de una oreja, que huele que traciende.

LEONARDA

Es muy cumplido, y lo fue siempre, mi Riponce, sacristán de las telas de mis entrañas.

CRISTINA

Pues, ¿qué le falta a mi maese Nicolás, barbero de mis hígados y navaja de mis pesadumbres, que así me las rapa y quita cuando le veo, como si nunca las hubiera tenido?

LEONARDA

¿Pusiste la canasta en cobro?

CRISTINA

En la cocina la tengo, cubierta con un cernadero, por el disimulo.

Llama a la puerta el ESTUDIANTE CARRAOLANO, y, en llamando, sin esperar que le respondan, entra.

LEONARDA

Cristina, mira quién llama.

ESTUDIANTE

Señoras, yo soy, un pobre estudiante.

CRISTINA

Bien se os parece que sois pobre y estudiante, pues lo uno muestra vuestro vestido, y el ser pobre vuestro atrevimiento. Cosa estraña es ésta, que no hay pobre que espere a que le saquen la limosna a la puerta, sino que se entran en las casas hasta el último rincón, sin mirar si despiertan a quien duerme, o si no.

ESTUDIANTE

Otra más blanda respuesta esperaba yo de la buena gracia de vuesa merced; cuanto más, que yo no quería ni buscaba otra limosna, sino alguna caballeriza o pajar donde defenderme esta noche de las inclemencias del cielo, que, según se me trasluce, parece que con grandísimo rigor a la tierra amenazan.

LEONARDA

¿Y de dónde bueno sois, amigo?

ESTUDIANTE

Salmantino soy, señora mía; quiero decir que soy de Salamanca. Iba a Roma con un tío mío, el cual murió enel camino, en el corazón de Francia; vime solo; determiné volverme a mi tierra; robáronme los lacayos o compañeros de Roque Guinarde, en Cataluña, porque él estaba ausente; que, a estar allí, no consintiera que se me hiciera agravio, porque es muy cortés y comedido, y además limosnero; hame tomado a estas santas puertas la noche, que por tales las juzgo, y busco mi remedio.

LEONARDA

En verdad, Cristina, que me ha movido a lástima el estudiante.

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CRISTINA

Ya me tiene a mí rasgadas las entrañas. Tengámosle en casa esta noche, pues de las sobras del castillo se podrá mantener el real; quiero decir que en las reliquias de la canasta habrá en quien adore su hambre; y más, que me ayudará a pelar la volatería que viene en la cesta.

LEONARDA

Pues, ¿cómo, Cristina, quieres que metamos en nuestra casa testigos de nuestras liviandades?

CRISTINA

Así tiene él talle de hablar por el colodrillo, como por la boca. Venga acá, amigo: ¿sabe pelar?

ESTUDIANTE

¿Cómo si sé pelar? No entiendo eso de saber pelar, si no es que quiere vuesa merced motejarme de pelón; que no hay para qué, pues yo me confieso por el mayor pelón del mundo.

CRISTINA

No lo digo yo por eso, en mi ánima, sino por saber si sabía pelar dos o tres pares de capones.

ESTUDIANTE

Lo que sabré responder es que yo, señoras, por la gracia de Dios, soy graduado de bachiller por Salamanca, y no digo...

LEONARDA

Desa manera, ¿quién duda sino que sabrá pelar no sólo capones, sino gansos y avutardas? Y, en esto del guardar secreto, ¿cómo le va? Y, a dicha, ¿[es] tentado de decir todo lo que vee, imagina o siente?

ESTUDIANTE

Así pueden matar delante de mí más hombres que carneros en el Rastro, que yo desplegue mis labios para decir palabra alguna.

CRISTINA

Pues atúrese esa boca, y cósase esa lengua con una agujeta de dos cabos, y amuélese esos dientes, y éntrese con nosotras, y verá misterios y cenará maravillas, y podrá medir en un pajar los pies que quisiere para su cama.

ESTUDIANTE

Con siete tendré demasiado: que no soy nada codicioso ni regalado.

Entran el sacristán REPONCE y el BARBERO.

SACRISTAN

¡Oh, que en hora buena estén los automedones y guías de los carros de nuestros gustos, las luces de nuestras tinieblas, y las dos recíprocas voluntades que sirven de basas y colunas a la amorosa fábrica de nuestros deseos!

LEONARDA

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¡Esto sólo me enfada dél! Reponce mío: habla, por tu vida, a lo moderno, y de modo que te entienda, y no te encarames donde no te alcance.

BARBERO

Eso tengo yo bueno, que hablo más llano que una suela de zapato; pan por vino y vino por pan, o como sueledecirse.

SACRISTAN

Sí, que diferencia ha de haber de un sacristán gramático a un barbero romancista.

CRISTINA

Para lo que yo he menester a mi barbero, tanto latín sabe, y aún más, que supo Antonio de Nebrija; y no se dispute agora de ciencia ni de modos de hablar: que cada uno habla, si no como debe, a lo menos, como sabe; y entrémonos, y manos a labor, que hay mucho que hacer.

ESTUDIANTE

Y mucho que pelar.

SACRISTAN

¿Quién es este buen hombre?

LEONARDA

Un pobre estudiante salamanqueso, que pide albergo para esta noche.

SACRISTÁN

Yo le daré un par de reales para cena y para lecho, y váyase con Dios.

ESTUDIANTE

Señor sacristán Reponce, recibo y agradezco la merced y la limosna; pero yo soy mudo, y pelón además, como lo ha menester esta señora doncella, que me tiene convidado; y voto a... de no irme esta noche desta casa, si todo el mundo me lo manda. Confíese vuesa merced mucho de enhoramala de un hombre de mis prendas, que se contenta de dormir en un pajar; y si lo han por sus capones, péleselos el Turco y cómanselos ellos, y nunca del cuero les salgan.

BARBERO

Este más parece rufián que pobre. Talle tiene de alzarse con toda la casa.

CRISTINA

No medre yo, si no me contenta el brío. Entrémonos todos, y demos orden en lo que se ha de hacer; que el pobre pelará y callará como en misa.

ESTUDIANTE

Y aun como en vísperas.

SACRISTAN

Puesto me ha miedo el pobre estudiante; yo apostaré que sabe más latín que yo.

LEONARDA

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De ahí le deben de nacer los bríos que tiene; pero no te pese, amigo, de hacer caridad, que vale para todas lascosas.

Entranse todos, y sale LEONISO, compadre de PANCRACIO, y PANCRACIO.

COMPADRE

Luego lo vi yo que nos había de faltar la rueda; no hay cochero que no sea temático; si él rodeara un poco y salvara aquel barranco, ya estuviéramos dos leguas de aquí.

PANCRACIO

A mí no se me da nada; que antes gusto de volverme y pasar esta noche con mi esposa Leonarda, que en la venta; porque la dejé esta tarde casi para espirar, del sentimiento de mi partida.

COMPADRE

¡Gran mujer! ¡De buena os ha dado el cielo, señor compadre! Dadle gracias por ello.

PANCRACIO

Yo se las doy como puedo, y no como debo; no hay Lucrecia que se [le] llegue, ni Porcia que se le iguale; la honestidad y el recogimiento han hecho en ella su morada.

COMPADRE

Si la mía no fuera celosa, no tenía yo más que desear. Por esta calle está más cerca mi casa; tomad, compadre, por éstas, y estaréis presto en la vuestra; y veámonos mañana, que [no] me faltará coche para la jornada. adiós.

PANCRACIO

Adiós.

Entranse los dos.

Vuelven a salir el SACRISTAN [y] el BARBERO, con sus guitarras; LEONARDA, CRISTINA y el ESTUDIANTE. Sale el SACRISTAN con la sotana alzada y ceñida al cuerpo, danzando al son de su misma guitarra; y, a cada cabriola, vaya diciendo estas palabras:

SACRISTAN

¡Linda noche, lindo rato, linda cena y lindo amor!

CRISTINA

Señor sacristán Reponce, no es éste tiempo de danzar; dése orden en cenar y en las demás cosas, y quédense las danzas para mejor coyuntura.

SACRISTAN

¡Linda noche, lindo rato, linda cena y lindo amor!

LEONARDA

Déjale, Cristina; que en estremo gusto de ver su agilidad.

Llama PANCRACIO a la puerta, y dice:

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PANCRACIO

Gente dormida, ¿no oís? ¿Cómo, y tan temprano tenéis atrancada la puerta? Los recatos de mi Leonarda deben de andar por aquí.

LEONARDA

¡Ay, desdichada! A la voz y a los golpes, mi marido Pancracio es éste; algo le debe de haber sucedido, pues él se vuelve. Señores, a recogerse a la carbonera: digo al desván, donde está el carbón. Corre, Cristina, y llévalos; que yo entretendré a Pancracio de modo que tengas lugar para todo.

ESTUDIANTE

¡Fea noche, amargo rato, mala cena y peor amor!

CRISTINA

¡Gentil relente, por cierto! ¡Ea, vengan todos!

PANCRACIO

¿Qué diablos es esto? ¿Cómo no me abrís, lirones?

ESTUDIANTE

Es el toque, que yo no quiero correr la suerte destos señores. Escóndanse ellos donde quisieren, y llévenme amí al pajar, que, si allí me hallan, antes pareceré pobre que adúltero.

CRISTINA

Caminen, que se hunde la casa a golpes.

SACRISTAN

El alma llevo en los dientes.

BARBERO

Y yo en los carcañares.

Entranse todos y asómase LEONARDA a la ventana.

LEONARDA

¿Quién está ahí? ¿Quién llama?

PANCRACIO

Tu marido soy, Leonarda mía; ábreme, que ha media hora que estoy rompiendo a golpes estas puertas.

LEONARDA

En la voz, bien me parece a mí que oigo a mi cepo Pancracio; pero la voz de un gallo se parece a la de otro gallo, y no me aseguro.

PANCRACIO

¡Oh recato inaudito de mujer prudente! Que yo soy, vida mía, tu marido Pancracio: ábreme con toda seguridad.

LEONARDA

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Venga acá, yo lo veré agora. ¿Qué hice yo cuando él se partió esta tarde?

PANCRACIO

Suspiraste, lloraste y al cabo te desmayaste.

LEONARDA

Verdad; pero, con todo esto, dígame: ¿qué señales tengo yo en uno de mis hombros?

PANCRACIO

En el izquierdo tienes un lunar del grandor de medio real, con tres cabellos como tres mil hebras de oro.

LEONARDA

Verdad; pero, ¿cómo se llama la doncella de casa?

PANCRACIO

¡Ea, boba, no seas enfadosa, Cristinica se llama! ¿Qué más quieres?

[LEONARDA]

¡Cristinica, Cristinica, tu señor es; ábrele, niña!

CRISTINA

Ya voy, señora; que él sea muy bien venido. ¿Qué es esto, señor de mi alma? ¿Qué acelerada vuelta es ésta?

LEONARDA

¡Ay, bien mío! Decídnoslo presto, que el temor de algún mal suceso me tiene ya sin pulsos.

PANCRACIO

No ha sido otra cosa sino que en un barranco se quebró la rueda del coche, y mi compadre y yo determinamos volvernos, y no pasar la noche en el campo; y mañana buscaremos en qué ir, pues hay tiempo.Pero ¿qué voces hay?

Dentro, y como de muy lejos, diga el estudiante:

ESTUDIANTE

¡Abranme aquí, señores; que me ahogo!

PANCRACIO

¿Es en casa o en la calle?

CRISTINA

Que me maten si no es el pobre estudiante que encerré en el pajar, para que durmiese esta noche.

PANCRACIO

¿Estudiante encerrado en mi casa, y en mi ausencia? ¡Malo! En verdad, señora, que si no me tuviera asegurado vuestra mucha bondad, que me causara algún recelo este encerramiento; pero ve, Cristina, y ábrele, que se le debe de haber caído toda la paja a cuestas.

CRISTINA

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Ya voy. [Vase]

LEONARDA

Señor, que es un pobre salamanqueso, que pidió que le acogiésemos esta noche, por amor de Dios, aunque fuese en el pajar; y ya sabes mi condición, que no puedo negar nada de lo que se me pide, y encerrámosle; pero veisle aquí, y mirad cuál sale.

Salen el ESTUDIANTE y CRISTINA; él lleno de paja las barbas, cabeza y vestido.

ESTUDIANTE

Si yo no tuviera tanto miedo, y fuera menos escrupuloso, yo hubiera escusado el peligro de ahogarme en el pajar, y hubiera cenado mejor, y tenido más blanda y menos peligrosa cama.

PANCRACIO

¿Y quién os había de dar, amigo, mejor cena y mejor cama?

ESTUDIANTE

¿Quién? Mi habilidad, sino que el temor de la justicia me tiene atadas las manos.

PANCRACIO

¡Peligrosa habilidad debe de ser la vuestra, pues os teméis de la justicia!

ESTUDIANTE

La ciencia que aprendí en la Cueva de Salamanca, de donde yo soy natural, si se dejara usar sin miedo de la Santa Inquisición, yo sé que cenara y recenara a costa de mis herederos; y aun quizá no estoy muy fuera de usalla, siquiera por esta vez, donde la necesidad me fuerza y me disculpa; pero no sé yo si estas señoras serán tan secretas como yo lo he sido.

PANCRACIO

No se cure dellas, amigo, sino haga lo que quisiere, que yo les haré que callen; y ya deseo en todo estremo ver alguna destas cosas que dicen que se aprenden en la Cueva de Salamanca.

ESTUDIANTE

¿No se contentará vuesa merced con que le saque aquí dos demonios en figuras humanas, que traigan a cuestas una canasta llena de cosas fiambres y comederas?

LEONARDA

¿Demonios en mi casa y en mi presencia? ¡Jesús! Librada sea yo de lo que librarme no sé.

CRISTINA

[Aparte] El mismo diablo tiene el estudiante en el cuerpo: ¡plega a Dios que vaya a buen viento esta parva! Temblándome está el corazón en el pecho.

PANCRACIO

Ahora bien; si ha de ser sin peligro y sin espantos, yo me holgaré de ver esos señores demonios y a la canasta de las fiambreras; y torno a advertir que las figuras no sean espantosas.

ESTUDIANTE

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Digo que saldrán en figura del sacristán de la parroquia, y en la de un barbero su amigo.

CRISTINA

¿Mas que lo dice por el sacristán Riponce y por maese Roque, el barbero de casa? ¡Desdichados dellos, que se han de ver convertidos en diablos! Y dígame, hermano, ¿y éstos han de ser diablos bautizados?

ESTUDIANTE

¡Gentil novedad! ¿Adónde diablos hay diablos bautizados, o para qué se han de bautizar los diablos? Aunque podrá ser que éstos lo fuesen, porque no hay regla sin excepción; y apártense, y verán maravillas.

LEONARDA

[Aparte] ¡Ay, sin ventura! Aquí se descose; aquí salen nuestras maldades a plaza; aquí soy muerta.

CRISTINA

[Aparte] ¡Ánimo, señora, que buen corazón quebranta mala ventura!

ESTUDIANTE

Vosotros, mezquinos, que en la carbonerahallastes amparo a vuestra desgracia,salid, y en los hombros, con priesa y con gracia,sacad la canasta de la fïambrera;no me incitéis a que de otra maneramás dura os conjure. Salid: ¿qué esperáis?Mirad que si a dicha el salir rehusáis,tendrá mal suceso mi nueva quimera.

Hora bien, yo sé cómo me tengo de haber con estos demonicos humanos; quiero entrar allá dentro, y a solas hacer un conjuro tan fuerte, que los haga salir más que de paso; aunque la calidad destos demonios más está en sabellos aconsejar, que en conjurallos.

Entrase el ESTUDIANTE

PANCRACIO

Yo digo que si éste sale con lo que ha dicho, que será la cosa más nueva y más rara que se haya visto en el mundo.

LEONARDA

Sí saldrá, ¿quién lo duda? Pues, ¿habíanos de engañar?

CRISTINA

Ruido anda allá dentro; yo apostaré que los saca; pero vee aquí do vuelve con los demonios y el apatusco de la canasta.

LEONARDA

¡Jesús! ¡Qué parecidos son los de la carga al sacristán Reponce y al barbero de la plazuela!

CRISTINA

Mira, señora, que donde hay demonios no se ha de decir Jesús.

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SACRISTAN

Digan lo que quisieren; que nosotros somos como los perros del herrero, que dormimos al son de las martilladas; ninguna cosa nos espanta ni turba.

LEONARDA

Lléguense a que yo coma de lo que viene de la canasta; no tomen menos.

ESTUDIANTE

Yo haré la salva y comenzaré por el vino. (Bebe) Bueno es: ¿es de Esquivias, señor sacridiablo?

SACRISTAN

De Esquivias es, juro a...

ESTUDIANTE

Téngase, por vida suya, y no pase adelante. ¡Amiguito soy yo de diablos juradores! Demonico, demonico, aquí no venimos a hacer pecados mortales, sino a pasar una hora de pasatiempo, y cenar, y irnos con Cristo.

CRISTINA

¿Y éstos, han de cenar con nosotros?

PANCRACIO

Sí, que los diablos no comen.

BARBERO

Sí comen algunos, pero no todos; y nosotros somos de los que comen.

CRISTINA

¡Ay, señores! Quédense acá los pobres diablos, pues han traído la cena; que sería poca cortesía dejarlos ir muertos de hambre, y parecen diablos muy honrados y muy hombres de bien.

LEONARDA

Como no nos espanten, y si mi marido gusta, quédense en buen hora.

PANCRACIO

Queden; que quiero ver lo que nunca he visto.

BARBERO

Nuestro Señor pague a vuesas mercedes la buena obra, señores míos.

CRISTINA

¡Ay, qué bien criados, qué corteses! Nunca medre yo, si todos los diablos son como éstos, si no han de ser mis amigos de aquí adelante.

SACRISTAN

Oigan, pues, para que se enamoren de veras.

Toca el SACRISTAN, y canta; y ayúdale el BARBERO con el último verso no más.

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SACRISTAN

Oigan los que poco sabenlo que con mi lengua francadigo del bien que en sí tiene

BARBERO

La Cueva de Salamanca

SACRISTAN

Oigan lo que dejó escritodella el bachiller Tudancaen el cuero de una yeguaque dicen que fue potranca, en la parte de la pieque confina con el anca, poniendo sobre las nubes

BARBERO

La Cueva de Salamanca

SACRISTAN

En ella estudian los ricosy los que no tienen blanca, y sale entera y rollizala memoria que está manca.Siéntanse los que allí enseñande alquitrán en una banca, porque estas bombas encierra

BARBERO

La Cueva de Salamanca

SACRISTAN

En ella se hacen discretoslos moros de la Palanca;y el estudiante más burdociencias de su pecho arranca. A los que estudian en ella, ninguna cosa les manca; viva, pues, siglos eternos

BARBERO

La Cueva de Salamanca

SACRISTAN

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Y nuestro conjurador,si es, a dicha, de Loranca,tenga en ella cien mil videsde uva tinta y de uva blanca; y al diablo que le acusare,que le den con una tranca,y para el tal jamás sirva

BARBERO

La Cueva de Salamanca

CRISTINA

Basta: ¿que también los diablos son poetas?

BARBERO

Y aun todos los poetas son diablos.

PANCRACIO

Dígame, señor mío, pues los diablos lo saben todo, ¿dónde se inventaron todos estos bailes de las Zarabandas, Zambapalo y Dello me pesa, con el famoso del nuevo Escarramán?

BARBERO

¿Adónde? En el infierno; allí tuvieron su origen y principio.

PANCRACIO

Yo así lo creo.

LEONARDA

Pues, en verdad, que tengo yo mis puntas y collar escarramanesco; sino que por mi honestidad, y por guardar el decoro a quien soy, no me atrevo a bailarle.

SACRISTAN

Con cuatro mudanzas que yo le enseñase a vuesa merced cada día, en una semana saldría única en el baile; que sé que le falta bien poco.

ESTUDIANTE

Todo se andará; por agora, entrémonos a cenar, que es lo que importa.

PANCRACIO

Entremos; que quiero averiguar si los diablos comen o no, con otras cien mil cosas que dellos cuentan; y, porDios, que no han de salir de mi casa hasta que me dejen enseñado en la ciencia y ciencias que se enseñan en La Cueva de Salamanca.