Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología No. 18

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Antropología Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://antipoda.uniandes.edu.co/

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enero - abril 2014

revista del departamento de antropología de la facultad de ciencias sociales universidad de los andes

bogotá, colombia

antropología y economía - ii

ANTIPODA18

Page 6: Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología No. 18

.Pablo Navas Sanz de Santamaría

Rec tor

Hugo Fazio VengoaDec ano Facultad de C i enc i a s Soc i a l e s

Alejandro CastillejoDirec tor

Departamento de Antropolog í a

Martha Lux Martelo Ed i tor a de l a Facultad

pub l i c ac iones fac i so@uniandes .edu .co

.comité ed itor ial

Consuelo de Vengoechea Rodríguez, DocteurUni v er s idad Nac iona l de Colomb i a

mcder@una l .edu .co

Friederike Fleischer, Ph.D.Uni v er s idad de los Ande s , Colomb i a

f . f l e i s che r406@uniandes .edu .co

Jaime Arocha Rodríguez, Ph.D.Comi t é C i ent í f i co Une sco - ruta del E scl avo

j a imearocha@gmai l . com

L. Antonio Curet, Ph.D.Nat iona l Museum of the Amer ic an Ind i an

cu re t a@s i .edu

María Clara Van Der Hammen, Ph.D.Uni v er s idad E x t ernado de Colomb i a

mar iac la ravande rhammen@hotma i l . com

Margarita Chaves Chamorro, Ph.D.I n s t i tu to Colomb i ano de Antropolog í a

e H i s tor i a – I c anhmchaves@ic anh .gov. co

Pablo Jaramillo, Ph.D.Uni v er s idad de los Ande s , Colomb i a

p. Ja rami l lo23@uniandes .edu .co

Sonia Archila, Ph.D.Uni v er s idad de los Ande s , Colomb i a

sa rch i l a@un iandes .edu .co

.comité c ient íf ico

Cris Shore, Ph.D. The Un i v er s i t y of Auck l and, Nue va Zel anda

Christine Hastorf, Ph.D. Uni v er s i t y of C a l i forn i a , Berk el e y,

E s tados Un idosChris Hann, Ph.D.

Ma x Pl anck Ins t i tu t e , A l eman i aClaudia Briones, Ph.D.

Uni v er s idad Nac iona l de R ío Negro , Argent inaEduardo G. Neves, Ph.D.

Uni v er s idade de São Paulo , Br a s i lGerardo Otero, Ph.D.

S imon Fr a ser Un i v er s i t y, C anadáJoanne Rappaport, Ph.D.

George town Un i v er s i t y, E s tados Un idosJon Landaburu, Ph.D.

Cnrs , Fr anc i aMarisol de la Cadena, Ph.D.

Uni v er s i t y of C a l i forn i a , Dav i s , E s tados Un idosPeter Wade, Ph.D.

Uni v er s i t y of Manche s t er , Ingl at err a

.editor a inv itada

Friederike Fleischer, Ph.D.f . f l e i s che r406@uniandes .edu .co

.equipo editor ial ant ípoda

Ed i tor a Gener aLMónica L. Espinosa Arango, Ph.D.

ed i to raan t ipoda@uniandes .edu .co

Ed i tor a A soc i adaNidia Vargas Medina, Ms.

nva rgas@uniandes .edu .co

A s i s t ent e Ed i tor i a lCarlos A. Rocha

c a . rocha965@uniandes .edu .co

.tr aducción y correc ión de est ilo al inglés

Michael Forrest mfor res t@un iandes .edu .co

Tiziana Laudatot i z i ana lauda to@gmai l . com

tr aducción al portuguésRoanita Dalpiazroan i t ad@gmai l . com

fotogr af íaCésar Melgarejo A. y “Steven”

corrección de est iloGuillermo Díez

diseño or iginalDiego Amaral Ceballos

diseño y d iagr amaciónLeidy Sánchez

l e id y731@yahoo .es

impresiónPanamericana Formas e Impresos S. A.,

qu ien so lo ac túa como impreso r.

.ventas y suscr ipc iones

Librería Uniandes l i b re r i a@un iandes .edu .co

La librería de la Uw w w. la l i b re r i ade lau .com

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c anJesPublicaciones Facultad de Ciencias Sociales

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P e r i o d i c i d a d : c u a t r i m e s t r a l

.

ANTIPODARE V IS TA D E A N T RO P O LO GÍ A Y A RQUEO LO GÍ A

No. 18 , ENERO -A BR I L 2014A nt rop o lo g ía y Economía - I I

I SSN ( V. Imp re s a) 19 0 0 – 5 4 07, I SSN ( V. D ig i t a l ) 2011- 4273 h t t p : / /an t i p o da .un iande s .e du .co

Antípoda-Revista de Antropología y Arqueología No.18 Se terminó de imprimir en el mes de abril de 2014.

Las opiniones e ideas aquí consignadas son de responsabilidad exclusiva de los autores y no necesariamente reflejan la opinión del Departamento de Antropología de la Universidad

de los Andes. El material de esta revista puede ser reproducido sin autorización para uso personal o en el aula de clase, siempre y cuando se mencionen como fuente el artículo y su autor y a Antípoda-Revista de Antropología y Arqueología del Departamento de

Antropología de las Universidad de los Andes. Para reproducciones con cualquier otro fin es necesario solicitar primero la autorización de la Editora de la revista.

departamento de antropologíafacultad de ciencias sociales

universidad de los andesdirección postal: carrera 1 este no. 18ª – 12 - edif icio gb, piso 6, oficinas 601 o 603 - bogotá d.c., colombia

teléfono: 57.1.339.4949, ext. 3483 o 4808 – telefax: 57.1.3324056página web: ht tp://antipoda.uniandes.edu.co

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Antípoda - revista de antropología y arqueología pertenece a los siguientes índices, sistemas de indexación, catálogos, bases bibliográficas y repositorios:

• SCOPUS(DatabaseofAbstractsandCitationforScholarlyJournalArticles.)Elsevier,desde2013• PUBLINDEX–ÍndiceNacionaldePublicaciones(Colciencias,Colombia)desde2008.ActualmenteencategoríaA2.• CABAbstracts(www.cabi.org,EstadosUnidos),desde2011• SciElo-ScientificElectronicLibraryOnline(Colombia),desde2010• HLAS–HandbookofLatinAmericanStudies(LibraryofCongress,EstadosUnidos),desde2009• LatAm–Studies,EstudiosLatinoamericanos(InternationalInformationServices,EstadosUnidos),desde2009• HAPI–HispanicAmericanPeriodicalsIndex(UCLA–LatinAmericanInstitute,EstadosUnidos),desde2008• IBSS–InternationalBibliographyoftheSocialSciences(Proquest,EstadosUnidos),desde2008• SociologicalAbstracts andLanguageBehaviorAbstracts (CSA–CambridgeScientificAbstracts,Proquest,

EstadosUnidos),desde2008• CREDI–CentrodeRecursosDocumentaleseInformáticos(OEI–OrganizacióndeEstadosIberoamericanos),

desde2008• Latindex–SistemaRegionaldeInformaciónenLíneaparaRevistasCientíficasdeAméricaLatina,elCaribe,

EspañayPortugal,desde2008• CLASE–CitasLatinoamericanasdeCienciasSocialesyHumanidades(UNAM,México),desde2007• DIALNET–DifusióndeAlertasenlaRed(UniversidaddeLaRioja,España),desde2007• DOAJ–DirectoryofOpenAccessJournals(LundUniversityLibrary,Suecia),desde2007• InformeAcadémico,AcademicOneFile(GaleCengageLearning,EstadosUnidos),desde2007• RedALyC–ReddeRevistasCientíficasdeAméricaLatinayelCaribe,EspañayPortugal(CLACSO,UAEM,

México),desde2007• CIBERA–BibliotecaVirtualIberoamericana(GermanInstituteofGlobalandAreaStudies,Alemania),desde2007• AIO–AnthropologicalIndexOnline–RoyalAnthropologicalInstitute(ReinoUnido),desde2005• EP Smartlink Fulltext, Fuente Académica, Current Abstract, TOC Premier, Académica Research Complete

(EBSCOInformationServices,EstadosUnidos),desde2005• PRISMA–PublicacionesyRevistasSocialesyHumanísticas(Proquest,EstadosUnidos),desde2005• Ulrich’sPeriodicalsDirectory(Proquest,EstadosUnidos),desde2005• OCENET(EditorialOcéanoEspaña),desde2003

P O R T A L E S W E Bhttp://www.lablaa.org/listado_revistas.htm(BibliotecaLuisÁngelArango,Colombia)http://www.portalquorum.org(QuórumdeRevistas,PortalIberoamericanodepublicaciones,España)http://biblioteca.clacso.edu.ar/(ReddeBibliotecasVirtualesdeCLACSO,Argentina)

Page 8: Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología No. 18

Antípoda es una revista que se publica tres veces al año, indizada, del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes (Colombia, Suramérica) dedicada al avance y diseminación del conocimiento antropológico, y al análisis crítico de temas sociocultura-les, metodológicos y teóricos relevantes para la comprensión de los problemas humanos.

Antípoda conforma un foro abierto y plural en donde se publican artículos y tra-bajos que permitan adelantar discusiones en la frontera del conocimiento antropológico y de otras disciplinas afines de las ciencias sociales y humanas. El criterio para la publi-cación de trabajos es el de su calidad y pertinencia intelectual, así como su contribución en la discusión y el debate en la comunidad académica nacional e internacional. Los res-ponsables editoriales de Antípoda garantizan una evaluación seria y profesional de todos los materiales sometidos a su consideración por parte de pares de reconocida solvencia intelectual, académica y ética. Además de tener un enfoque regional latinoamericano, Antípoda también tiene un interés especial en difundir y compartir las experiencias del trabajo antropológico tanto de Colombia como de las antropologías del mundo.

A partir del nombre de Antípoda como una metáfora de la alteridad, la revista pretende presentar las diversas visiones de los temas sobre los cuales trata la disci-plina. Las secciones se organizan desde las siguientes alegorías espaciales:

Meridianos: en esta sección se señala la orientación del número. Aquí se publican artículos originales, resultados de investigaciones que están directamente relacionados con el tema central. Igualmente se presentan trabajos de investigado-res reconocidos en la disciplina los cuales hacen referencia al tema central y que en algunos casos se traducen para hacerlos accesibles al público hispanoparlante.

Paralelos: tienen lugar en esta sección artículos que están relacionados con el tema central del número, no necesariamente de una manera directa pero sí a través de aportes tanto teóricos como empíricos.

Panorámicas: Una sección amplia y abierta que recoge escritos con temas de actua-lidad y que no necesariamente se relacionan directamente con el tema central del número.

Reseñas: presenta reseñas bibliográficas de nuevas publicaciones u otros tra-bajos de interés para la revista y sus lectores.

Documentos: sección que ofrece a los lectores trabajos inéditos que pueden ser escritos, fotograf ías u otros documentos de carácter histórico.

Todos los documentos publicados en Antípoda son de libre acceso y se pue-den descargar en formato PDF, HTML y en versión e-book.

* Palabras clave: Antropología social y cultural, Arqueología, Antropología Bioló-gica, Lingüística, Etno-historia y Cultura.

* Libre acceso: Todos los documentos publicados en Antípoda son de libre acceso y se pueden descargar en formato PDF, HTML y en versión E-book.

ANTIPODA

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Antípoda is published three times a year, it is a peer-reviewed, journal the Depart-ment of Anthropology (Universidad de los Andes, Colombia, South America) dedi-cated to the advancement and dissemination of anthropological knowledge, and the critical analysis of sociocultural, methodological, and theoretical issues that are relevant to the understanding of human problems.

Antípoda  constitutes a plural and open forum that publishes articles and papers that allow further discussion on the border of anthropological knowledge and related disciplines in the social science and humanities disciplines. The criterion for publication of papers is their intellectual quality and relevance and contribution to the discussion and debate for the national and international academic community. The editors of Antípoda ensure a serious and professional evaluation of all material submitted by individuals of by recognized intellectual, academic and ethical status. In addition to having a regional focus in Latin America,  Antípoda  has a special interest in disseminating and sharing the experiences of anthropological work representative of anthropological work produced in other parts of the world.

From the name  Antípoda  comes a metaphor for alternative, the magazine aims to present various views on the issues on which the discipline is about. The sections are organized from the following spatial allegories:

Meridians:  this section indicates the number orientation. Here original articles with research results related to the topic are published. Similarly, work by widely recognized researchers in the discipline are presented, which also refers to the central theme.

Parallels: articles that are related to the guiding theme of the number are published here.

Panoramic: a broad and open section that collects writings with current is-sues and that are not necessarily directly related to the central theme of the number.

Reviews: presents bibliographic reviews of new publications or other works of interest to the journal and its readers.

Documents: This section provides readers with access to unpublished docu-ments, wich may be in the form of written, photographs, or texts of historical interest.

* Key words: Sociocultural Antropology, Archaeology, Bioantropology, Linguis-tics, Etnohistory and Culture.

* Open Access: All articles in the Journal are available and can be downloaded in PDF, HTML and E-book version.

ANTIPODA

Page 10: Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología No. 18

Antípoda é a revista é publicada três vezes por ano, indexada, do Departamento de Antropologia da Universidade de los Andes (Colômbia, América do Sul) dedica-da ao avanço e à disseminação do conhecimento antropológico e a análise crítica de questões culturais e teóricas metodológicas relevantes para a compreensão dos problemas humanos.

Antípoda reúne um fórum aberto e plural para a publicação de artigos e tra-balhos voltados para desenvolver discussões dentro do âmbito do conhecimento antropológico e de outras disciplinas afins das ciências sociais e humanos. O crité-rio para a publicação de trabalhos está baseado na qualidade e pertinência intelec-tual, bem como na contribuição do trabalho para a discussão e debate na comuni-dade acadêmica nacional e internacional. Os responsáveis editoriais da Antípoda garantem uma avaliação séria e profissional de todos os materiais submetidos à consideração por parte de pares de reconhecida solvência intelectual, acadêmica e ética. Além de ter uma abordagem regional latino-americana, Antípoda está inte-ressada, especialmente, na difusão e troca de experiências do trabalho antropológi-co tanto da Colômbia quanto acerca das antropologias do mundo.

A partir do nome de Antípoda como uma metáfora da alteridade, a revista pretende apresentar as diversas visões sobre os temas tratadas pela disciplina. As seções são organizadas desde as seguintes alegorias espaciais:

Meridianos: esta seção introduz a orientação do número. Aqui se publicam artigos originais com resultados de pesquisas relacionadas com o tema central ou trabalhos de pesquisadores amplamente reconhecidos na área que também tratam o tema central.

Paralelos: esta seção abrange artigos relacionados com o tema principal do número.

Panorâmicas: uma seção ampla e aberta que reúne escritos com temas de atualidade mesmo não relacionados diretamente com o tema central do número.

Resenhas: apresenta resenhas bibliográficas de novas publicações ou outros trabalhos de interesse para a revista e os seus leitores.

Documentos: seção que oferece aos leitores trabalhos inéditos que podem ser artigos, fotografias ou outros documentos de tipo histórico.

* Palavras chave: Antropologia sociocultural, Arqueología, Bioantropología, Lin-guística, Etno-história e Cultura.

* Acesso Aberto: Todos as artigos da revista estão disponíveis gratuitamente e podem ser baixados em PDF, HTML e versão E-book.

ANTIPODA

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Antípoda-revista de antropología y arqueología 

agradece la colaboración de los evaluadores anónimos

de este número

C R É D I T O S I M Á G E N E S A N T Í P O D A 1 8César Melgarejo A. y “Steven” ©

PortadaParo agropecuario en Boyacá (Puente de Boyacá) 8 de mayo de 2003

Campesinos boyacences con azadones, mandamás y palos esperaban respuestas del Gobierno a orillas de la vía Bogotá-Tunja, mientras

el ESMAD de la policía hacían presencia para evitar el bloqueo de la vía.Fotograf ía de César Melgarejo

Fotograf ía página 26Maniquí con ruana y polícias con escudos, Bogotá, 28 de agosto de 2013

Luego de varios días de un paro agrario que se vivía en el país, se realizó una marcha en apoyo al paro con miles de manifestantes que se habían congregado en la Plaza de Bolívar, en la capital, al final la Policía controló los disturbios y dispersó con gases lacrimógenos y

chorros de agua a los manifestantes.Fotograf ía de “Steven”

Fotograf ía página 106Uno de los miles de manifestantes congregados en Bogotá muestra a los agentes del ESMAD

un cartel llamando a la no violencia contra las manifestaciones. Acción solidaria con los campesinos y demás sectores que participaron en el Paro Nacional Agrario, Bogotá, 28 de

agosto de 2013.Fotograf ía de “Steven”

Fotograf ía página 214Campesinos con ruana escampándose

Paro agropecuario Boyacá, Tunja, 19 de agosto de 2013Campesinos de Soracá, Jenesano, Puente Camacho y Ramiriquí que llegaron hasta Tunja a

manifestarse por incumplimiento en políticas agrarias.Fotograf ía de César Melgarejo

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ANTIPODANota editorial

Antropología y economía, segundo númeroMónicaL.EspinosaA. .................................................................................................................................13

PreseNtacióNEconomy and Anthropology: Understanding China’s Economic Transformations

FriederikeFleischer......................................................................................................................................17

MeridiaNosLegitimidad, complicidad y conspiración: la emergencia de una nueva forma económica en los márgenes del Estado en Colombia

MaríaClemenciaRamírez ..........................................................................................................................29Transferencias condicionadas y sentidos plurales: el dinero estatal en la economía de los hogares Argentinos

MartínHornes ..............................................................................................................................................61Austere Kindness or Mindless Austerity: The Effects of Gift-Giving to Beggars in East London

JohannesLenhard .......................................................................................................................................85

ParalelosLo que (no) cuentan las máquinas: la experiencia sociotécnica como herramienta económica (y política) en una cooperativa de “cartoneros” del Gran Buenos Aires

SebastiánCarenzo .................................................................................................................................... 109Un sistema de intercambio híbrido: el mercado/tianguis La Purísima, Tehuacán-Puebla, México

ErnestoLiconaValencia ............................................................................................................................137A través de la yerba mate: etnicidad y racionalidad económica entre los trabajadores rurales paraguayos en la industria de la construcción de Buenos Aires

ÁlvarodelÁguila ........................................................................................................................................165La Feria Binacional de Camélidos y las instituciones del desarrollo

NatividadGonzález,LilianaBergesioyLauraGolovanevsky ........................................................ 189

PaNoráMicasSocial Capital, Culture and Theories of Development

AntoniodelaPeñaGarcía .......................................................................................................................217‘Making Money is not an End in Itself ’: Creating Meaningfulness among Employees of Social Enterprises

ChristianFranklinSvensson.................................................................................................................... 241

íNdice

18

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ANTIPODAeditorial Note

Anthropology and Economy, Second NumberMónicaL.EspinosaA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

PreseNtatioNEconomy and Anthropology: Understanding China’s Economic Transformations

FriederikeFleischer......................................................................................................................................17

MeridiaNsLegitimacy, Complicity and Conspiracy: The Emergence of a New Economic Form on the Margins of the Colombian State

MaríaClemenciaRamírez ..........................................................................................................................29Conditional Cash Transfers and Plural Meanings: State Money in the Argentinian Household Economy

MartínHornes ..............................................................................................................................................61Austere Kindness or Mindless Austerity: The Effects of Gift-Giving to Beggars in East London

JohannesLenhard .......................................................................................................................................85

ParallelsWhat Machines Do (not) Say: Sociotechnical Experience as an Economic (and Political) Tool of a Cooperative of “Cartoneros” in the Buenos Aires Greater Metropolitan Area

SebastiánCarenzo .................................................................................................................................... 109A Hybrid Exchange System: The La Purísima Market/Tianguis, Tehuacán-Puebla, Mexico

ErnestoLiconaValencia ............................................................................................................................137With Yerba Mate: Ethnicity and Economic Rationality Among Paraguayan Rural Workers in the Buenos Aires Construction Industry

ÁlvarodelÁguila ........................................................................................................................................165The Bi-national Camelid Fair and Development Institutions

NatividadGonzález,LilianaBergesioyLauraGolovanevsky ........................................................ 189

PaNoraMicsSocial Capital, Culture and Theories of Development

AntoniodelaPeñaGarcía .......................................................................................................................217‘Making Money is not an End in Itself ’: Creating Meaningfulness among Employees of Social Enterprises

ChristianFranklinSvensson.................................................................................................................... 241

cONTeNTS

18

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ANTIPODANota editorial

MónicaL.EspinosaA. .................................................................................................................................13

aPreseNtaçãoFriederikeFleischer......................................................................................................................................17

MeridiaNosLegitimidade, cumplicidade e conspiração: a emergência de nova forma econômica às margens do estado na Colômbia

MaríaClemenciaRamírez ..........................................................................................................................29Transferências condicionadas e sentidos plurais: a verba estatal na economia dos lares argentinos

MartinHornes ..............................................................................................................................................61Bondade austera ou austeridade sem sentido – os efeitos de entregar dádivas aos mendigos no leste de Londres

JohannesLenhard .......................................................................................................................................85

ParalelosO que (não) contam as máquinas: a experiência sociotécnica como ferramenta econômica (e política) em uma cooperativa de catadores da Grande Buenos Aires

SebastiánCarenzo .................................................................................................................................... 109Um sistema de intercâmbio híbrido: o mercado/tianguis La Purísima, Tehuacán-Puebla, México .................................................................................................. 137

ErnestoLiconaValenciaAtravés da erva Mate: etnicidade e racionalidade econômica entre os trabalhadores rurais paraguaios na indústria da construção de Buenos Aires

ÁlvarodelÁguila ........................................................................................................................................165A Feira Binacional de Camelídeos e as instituições do desenvolvimento

NatividadGonzález,LilianaBergesioyLauraGolovanevsky ........................................................ 189

PaNorâMicasCapital social, cultura e teorias de desenvolvimento

AntoniodelaPeñaGarcía .......................................................................................................................217 “Ganhar dinheiro não é um propósito em si mesmo”: criar um sentido de relevância entre os empregados de empresas com função social

ChristianFranklinSvensson.................................................................................................................... 241

íNdice

18

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1 3

Antipod.Rev.Antropol.Arqueol.No.18,Bogotá,enero-abril2014,300pp.ISSN1900-5407,pp.13-16

N o t a E d i t o r i a l

A N T R O P O L O G í A Y E C O N O M í A , S E G U N D O N ú M E R O

mónic a l. esPinosa ar ango*[email protected]@uniandes.edu.coUniversidad de los Andes, Bogotá, Colombia

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.01

c on el número 18 dedicado a la Antropología y la economía, Antípoda concluye una etapa de convocatorias temá-ticas. la diversidad de enfoques y casos de estudio presentados tanto en los artículos del número 17 como en los del presente número ilustra sobre la pertinencia y actualidad de la antropo-logía económica en la comprensión sociocultural de fenómenos

que, como los autores lo demuestran, nunca son simplemente económicos. Antípoda 18 reúne un conjunto de artículos de investigación y reflexión

cuyos casos de estudio se localizan en distintas latitudes: Putumayo en Colom-bia, la ciudad de Londres en Reino Unido, el Gran Buenos Aires en Argen-tina, un mercado en la ciudad de Tehuacán en México, la frontera entre Jujuy y Potosí en Argentina y Bolivia, la comunidad de Limoncito en la costa de Ecua-dor y una municipalidad en el sur de Dinamarca. Un elemento común a estos artículos es la demostración de la necesidad de aproximar las dinámicas eco-nómicas apelando al análisis de los factores subjetivos, emocionales, morales y simbólicos en los que se desarrolla la vida social. Dichos factores están en la base de los significados y usos sociales que las personas les dan al dinero, a la economía del hogar, a las formas de ahorro o al acceso al crédito, al dar limosna en la calle y recibirla, al trabajar en la urbe viniendo del campo, a las experien-cias laborales dentro de empresas sociales, a las formas de desarrollo local y, en general, a los procesos económicos.

* Ph.D.,UniversityofMassachusetts,EstadosUnidos.

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1 4

A N T Í P O D A N º 1 8 | E N E R O - A B R I L 2 0 1 4

Antipod.Rev.Antropol.Arqueol.No.18,Bogotá,enero-abril2014,300pp.ISSN1900-5407,pp.13-16

En la sección Meridianos, Antípoda presenta tres artículos que sobre-salen tanto por su alcance conceptual como por la solidez de la investigación etnográfica que presentan. El artículo de María Clemencia Ramírez exa-mina lo ocurrido con la empresa comercializadora DMG entre 2003 y 2008 en Putumayo (Colombia). Esta empresa se enraizó de manera significativa entre la población de una región marginal que suele sentirse excluida del Estado-nación, cuyas actividades predominantes están vinculadas a la eco-nomía del narcotráfico, y que ha sufrido formas de criminalización impues-tas no sólo por las políticas antidrogas sino por los problemas de orden público. El artículo de Martín Hornes examina el uso social del dinero en el contexto de los programas sociales de transferencias monetarias con-dicionadas. Mediante un análisis etnográfico detallado, se adentra en los significados del dinero entre los miembros de los hogares vulnerables que son el foco de dichas intervenciones y pone en cuestión los presupuestos centrales que acompañan las políticas de transferencias monetarias. Final-mente, el artículo de Johannes Lenhard nos acerca de una manera novedosa a las políticas actuales de austeridad en Reino Unido, que han afectado a un número creciente de personas sin hogar, las cuales subsisten de recibir limosna de los transeúntes. Lenhard examina los intercambios entre estas personas sin hogar y quienes les dan regalos en dinero desde una perspec-tiva apoyada en la noción del don de Mauss, que muestra las potenciali-dades y ambigüedades propias de la creación de lazos de sociabilidad, en contraste con el efecto de políticas estatales de austeridad que han dejado a muchos sin hogar.

En la sección Paralelos, Antípoda presenta un conjunto de artículos basados en interesantes estudios de caso. El artículo de Sebastián Carenzo examina las prácticas de diseño, construcción y sistematización de maqui-narias, tales como prensas, molinos, lavadoras y secadoras, impulsadas por una cooperativa de “cartoneros” de Argentina. El autor muestra cómo, mediante tales ensambles sociotécnicos, los miembros de la cooperativa no sólo han reciclado materiales sino que han podido comercializarlos como insumos en procesos fabriles, forjando formas importantes de innovación técnica; del mismo modo, demuestra cómo han contribuido tanto al pro-yecto político de la cooperativa como a su rol en el escenario de las organi-zaciones sociales dedicadas a la recuperación y el reciclado de residuos. El artículo de Ernesto Licona, por su parte, estudia el mercado-tianguis de La Purísima en Tehuacán y demuestra que es un sistema híbrido que combina lo mercantil, el trueque y la ayuda mutua. Dicho sistema, entendido como una institución económica, es la base de una serie de tácticas de subsisten-

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1 5

Antipod.Rev.Antropol.Arqueol.No.18,Bogotá,enero-abril2014,300pp.ISSN1900-5407,pp.13-16

N O T A E D I T O R I A L | M ó n i c a L . E s p i n o s a a r a n g o

cia y abaratamiento de costos de productos para los pobladores pobres que participan en él. Desde otra latitud, el artículo de Álvaro del Águila examina a los emigrantes rurales paraguayos que se incorporan a la industria de la construcción en Buenos Aires, desde la perspectiva del proceso de prole-tarización en el que las “afinidades étnicas” desempeñan un rol de apoyo mutuo y solidaridad, y que, no obstante, terminan siendo cooptadas por las formas de plusvalía capitalista. Finalmente, el artículo de Natividad Gon-zález, Liliana Bergesio y Laura Golovanevsky estudia la Feria Binacional de Camélidos organizada en la frontera entre Jujuy (Argentina) y Potosí (Boli-via) por las instituciones locales, y problematiza el concepto de desarrollo a partir de la pluralidad de sentidos esgrimidos por los distintos actores que interactúan en esta región fronteriza.

En la sección Panorámicas, Antípoda presenta dos reflexiones sobre temas de gran relevancia: el de las políticas de desarrollo, su enfoque cultu-ralista y el énfasis que otrora entidades como el Banco Mundial le dieron al concepto de capital social en la implementación de sus políticas de alivio a la pobreza, y el de la empresas sociales en Dinamarca, en las que se reclu-tan como trabajadores a ciudadanos vulnerables que se debaten entre las aspiraciones sociales y colectivas de la empresa y las de ganancia. En el caso del uso e implementación de la noción de capital social y sus limitaciones dentro de las teorías del desarrollo, Antonio de la Peña García ilustra su reflexión con el análisis del caso de la comunidad de Limoncito, en Ecuador. En el caso de las empresas sociales, Christian Svensson entrevista a emplea-dos de tres compañías en una municipalidad en el sur de Dinamarca.

Antípoda agradece la valiosa colaboración del gran número de pares evaluadores, quienes con sus conceptos han apoyado a los autores en la dis-pendiosa tarea de perfilar argumentos y robustecer los artículos. Asimismo, el Equipo Editorial de la Revista agradece el gran compromiso y meticulosidad de la editora invitada, la profesora Friederike Fleischer, del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes. Y qué mejor para ilustrar el número 18 que las impactantes fotograf ías de César Melgarejo y Steven de las manifestaciones de campesinos en el departamento de Boyacá, durante el paro campesino ocurrido en Colombia en agosto de 2013, que hizo evi-dente la crítica situación de los pequeños campesinos y agricultores en una Colombia que ha olvidado que no sólo son agentes económicos sino tam-bién parte activa de colectividades históricas y socioculturales.

Aprovechamos para informarle a la comunidad de lectores de Antí-poda-Revista de Antropología y Arqueología que, a partir de este año, 2014, pasamos a tres números anuales. Con esta ampliación queremos seguir

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fortaleciendo el intercambio académico entre la antropología, sus subcam-pos, y las demás disciplinas sociales y humanas. Antípoda espera continuar contribuyendo a consolidar los lazos de pensamiento académico con otros contextos tanto nacionales como internacionales que permitan el estableci-miento de una comunidad científica sólida y dinámica. .

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P r e s e n t a c i ó n

EcOnOM y A n D A n Th ROPOLOg y: U n DER STA n Di ng ch i nA’S EcOnOM ic TR A nSFOR M ATiOnS

F r i e d e r i k e F l e i s c h e r *[email protected] de los Andes, Bogotá, Colombia

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.02

e conomic indicators paint a rosy picture of china’s 30-plus years of economic transformations. today, china is the world’s second largest economy by nominal GdP and by purchasing power parity after the United states (library of congress 2006). it is also the world’s fastest-growing econ-omy, with growth rates averaging 10 percent. china is also

the largest exporter and second largest importer of goods, the largest manu-facturing economy in the world, and the fastest growing consumer market in the world (Barnett 2013). More importantly, according to the World Bank (2014), more than 500 million people have been lifted out of poverty as the poverty rate fell from 84% in 1981 to 13% in 2008.1

Even if we have to take such indicators with a grain of salt—given that numbers are notoriously inflated and generally unreliable in China (see Silk 2013)—it is beyond doubt that general living standards, life expectancy, and opportunities have risen since Maoist times. Especially in cities, quality of life—at least in economic terms—has significantly improved. Nonetheless, what such economic indicators and analyses blatantly omit is the subjective living experience; the way people think and reflect about their lives. Neither do they tell us much about Chinese people’s desires, aspirations, and fears. This is where anthropology can make an important contribution: not only by showing the

1 MeasuredbythepercentageofpeoplelivingontheequivalentofUS$1.25orlessperdayin2005purchasingpriceparityterms(WorldBank2014).

* Ph.D.,CityUniversityofNewYork,EstadosUnidos.

i.

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subjective, people-based perspective, but also by questioning economic sim-plifications of complex social processes. Below, I will use an example from my research in China to illustrate this point.

ii. During my research on social support in Guangzhou, China,2 one of my interlocutors was 80-something Mrs Xu. Hunched over and bow-legged from osteoporosis, her eyes almost blind from cataracts, Mrs Xu was among the many elderly women who spent their days at the Protestant church that had become one of my research locales. Happy to indulge in a distraction, she willingly told me about her life. And what a life it had been. Born before the communist revolution, she was sold by her father, a notorious gambler, into servitude to a rich family. Unable to bear the maltreatment and exploitation that a female ser-vant—in amongst the lowest ranks in the imperial social hierarchy—suffered, she ran away and wanted to commit suicide. Yet, Mrs Xu continued on, a kind woman passing by talked her out of it, and subsequently adopted and took care of her. Nonetheless, with no education and given her low social standing, Mrs Xu had few options regarding her future. Lacking exceptional beauty and grace, she could not hope to climb the social ladder by marriage. Indeed, the man she eventually married was kind, she said, but poor. They had one daughter who died young, and after a miscarriage she was not able to have more children. Thus, when her husband died in the mid-1980s, she was left alone.

When we met, Mrs Xu lived in a small, roughly four by five meter room in the apartment that had once belonged to her husband. After his death, his sister fought with Mrs Xu over the inheritance, eventually selling the unit. A prolonged legal fight ended with a court order that obliged the current owner to let Mrs Xu live rent-free in one of the apartment’s rooms. But, Mrs Xu said, “They cannot wait for me to die and have the place for themselves.”

Due to her poor health and low education Mrs Xu had only worked for eight years before her employer encouraged her to retire.3 This was not long enough to qualify for a pension. Thus, the only income Mrs Xu received was 415 Yuan4 widow’s pension per month, which put her below the poverty line. For this reason, the government paid for her electricity, water, and other utilities. Mrs Xu had developed various health problems,

2 This researchproject “Soup,Love, andaHelpingHand,” isbasedon fieldwork conductedduring14monthsbetween2006and2007aspartofmypost-doctoralstudiesattheMaxPlanckInstituteforSocialAnthropology,Germany.Atwomonthsrevisitin2010wasfundedbytheUniversidaddelosAndes,ColombiaFAPAfund.

3 Chinesewomen’s retirementage is50 to55yearsdependingon theirposition.DuringMaoism,however,especiallywomenwereoftenencouragedtoretireearlysotheirchildcouldtaketheirworkplace.

4 About52US$accordingtothe2006conversionrate.

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and paying for medication and doctor’s visits had become her major con-cern. Extremely high medical costs are notorious in China today. Not only do hospitals charge exorbitant prices for medication, but hospital stays are also prohibitively expensive. The year before we met, Mrs Xu had to stay in hospital for a procedure which cost 30,000 Yuan.5 While her medical insur-ance covered the required medication, she had to pay for the bed and food by herself. She was only able to this do after saving money over a prolonged period of time. Not surprisingly, Mrs Xu was afraid that she would need further treatments or suddenly fall ill.

To better understand Mrs Xu’s situation, we have to put it into histori-cal context. During Maoism, the majority of urban Chinese residents lived in an all-encompassing social world. State socialism, after all, was grounded in a specific social contract: in return for laboring for the socialist revolution, (urban) citizens were granted wide-ranging social benefits and privileges.6 These included subsidized housing, consumer goods, transportation, and cul-tural facilities; medical care and pensions; as well as education and child care services. These were principally provided by the employer, a state-owned fac-tory, company, or administrative office. The majority of urban residents thus lived and worked in tightly controlled spaces—work-units (danwei)—with little reason or need to venture beyond its confines. Yet, the all-encompassing social system and ideology of social equality did not obviate the importance of kinship in people’s everyday life.7 Lack of available housing as well as age-based income differentials, for example, gave parents a decisive edge over their adult children’s economic situation. In addition, despite child care facili-ties, grandparents continued to play an important role in child-rearing. As a result, on the eve of China’s economic reforms, urban society was a tightly knit web of work-unit cells where neighbors were work colleagues and social relations were reinforced by close proximity and kinship bonds. Despite its Orwellian character, the work-unit offered near-ontological security (Gid-dens 1991) as regards the daily necessities of life.

With the reform period that started in the late 1970s, state provided ser-vices have been severely cut back as the government aims to change citizens’ position as supplicants to the state, to one of consumers of market-based

5 About3750US$accordingtothe2006conversionrate.6 In the countryside,people lived in communes thatalsoprovidedbasic livingnecessities, yetbenefits

wereneverasall-encompassingasinthecity.Toavoidrural-to-urbanmigrationthegovernmentimple-mentedtightcontrols.

7 Neitherdiditpreemptgenderdiscrimination.Womenusuallylivedinthehusband’sdanweiandhadtocom-mutetotheirplacesofwork.Duetotheirallegednaturaldispositiontheywerealsoexpectedtotakeonmorehouseholdresponsibilities.Their“doubleburden”wasthusmarkedbybothtimeandspace.

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social services. Beyond this, kin are constitutionally obliged to support each other, in a policy that is backed by an official revival of Confucian family values. While urban residents have generally fared much better in the reform period than the rural population, the transformations of the last three decades have nonetheless dramatically affected people’s every-day lives. The basic social security system (including medical insurance) in urban areas, for example, covers only the very minimum. The elderly in my research projects in China, time and again, emphasized that they exercised regularly to avoid becoming sick. Besides illness, housing,8 the rising costs of living, children’s education, care for the elderly, and unemployment, all present extreme financial challenges to Chinese urban families today.9 In addition, urban residents also have to reorganize the logistics of their every-day lives: Children of working parents have to be picked up from school; somebody has to cook, shop, and clean the house; the sick and elderly need to be taken care of. In all these situations, resources and services have to be mobilized by the individual. It is here where kin and other social relations gain increasing importance.

In this market-based and kin-supported new Chinese social system, Mrs Xu who had little income and no living relatives was left in an extremely vulnerable and disadvantaged position. On a certain level, we can read Mrs Xu’s story as a tale of economic restructuring in the neoliberal vein. Yet, statistics and economic indicators leave out important facets, notably the subjective experience of the dramatic transformations that China has undergone, and the social and emotional costs for the people involved. It is here where anthropology can make an important contribution. Examin-ing the economy as an embedded social phenomenon, a total fact, we can better appreciate the complex transformational processes in China’s recent history and their effects on people’s everyday lives. Indeed, the anthropo-logical lens highlights an important aspect of China’s reform programs: the “disembedding” of individuals (Yan 2008).

With the reforms of the state-sector, collectives such as the work-unit

8 InBeijing,wherehousingpricesare thesteepest in thecountry,a70-square-metrehomecosts20 times theannualhouseholddisposableincome,accordingtoa2011reportbytheInternationalMonetaryFund.ThisisfourtimeshigherthaninBritainanddoublethepricesinJapan.InShanghai,theprice-to-incomeratioisaround14times(ShaoandQing2013).

9 Thisfinancial“squeeze”ismostfeltbythe“CulturalRevolutiongeneration,”today’s60-something-yearolds,whocameofageduringthisMaoistperiodofpoliticalupheaval.Frequently,lackingformaleducation,theywereatadecisivedisadvantageinthereform-periodlabormarket,andleftinlow-payingpublicsectorjobs,self-orunemployed.Atthesametime,however,theyhavetosupporttheirelderlyparents,andpayfortheirchild’seducation.Thelatterisconsideredaninvestmentintheirownfuture,sincehopefullythechildwillonedaysupportherparentsinreturn.

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and/or the neighborhood have changed or become undone; political iden-tities, such as “socialist worker,” were devalued. Moreover, after the violent experiences under Maoism, the disruptions caused by the reforms have undermined collective responsibility. They have led to a perceived “moral vacuum” and ultra-utilitarian individualism (Wang 2002; Yan 2003; Zhuo 2001).10 This is nurtured by the growing wealth gap and concomitant sense of loss and injustice especially among the older Chinese (Yan 2009). While few Chinese want to return to Maoist times, many older people mourn the loss of purpose, camaraderie, and the ideals of equality they grew up with. They enjoy the generally improved living standards and new oppor-tunities, but also feel bewildered by the multitude of new things, ideas, and demands. Urban women, for example, often assume special respon-sibilities in caring for the extended family since they are more likely to be laid off than men and retire earlier. Yet growing physical distances and socio-economic differentiations, in combination with financial insecuri-ties, caused many of my female interlocutors to feel overpowered by their social and financial responsibilities. Older retired people, meanwhile, fre-quently lamented the changes in their neighborhoods: They knew ever fewer people and commented that nobody “has time anymore,” while their children were “busy with their own lives.” Older informants thus often felt a bit lost and that they had “nothing to do.” “Too much time” and a feel-ing of “uselessness,” in turn, troubled the unemployed. In addition, almost all my informants, throughout the research, had experienced some form of social conflict with family, friends or neighbors, over money or over diverging interests and ideas.

Indeed, multiple moralities and ideologies aggravate the experience of “disembedding.” New (government-promoted) values such as self-respon-sibility and building social capital exist alongside historical concepts such as moral indebtedness and reciprocity (renqing). The difficulties that arise from this patchwork of old and new values become clear, for example, in the recent government attempt to legally define the historical concept of xiao (filial piety). Besides a set number of hours that adult children should spend with their parents per week, the proposal also included directives such as teaching parents how to use the Internet. Widespread protests emphasized the incompatibility of modern work-schedules with such requirements. Similarly, the concept of reciprocity which stipulates that favors should

10 BesidesoutrageousscandalsinvolvingcorruptChineseofficials,newspapers,TV,andinternetarealsofilledwithnumerouscasesofextremebehaviorbyregularcitizensthatrangefromroad-ragekillings,violentfamilyfeuds,poisoned food stuffs, and elaborate scams.

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eventually be returned requires trust in other’s goodwill. Today this is com-plicated by rapidly growing income differentials and the rise of utilitarian thinking. Thus, whenever Mrs Xu’s neighbors helped her out with some small household task, she gave them some money. Even though she was hard up, she preferred to pay them since she could not return their help, and she felt uncomfortable being morally indebted to them.

A purely economic analysis of Mrs Xu’s living situation would prob-ably highlight her living below the poverty line, the financial support she received from the government, and classify her as belonging to the precar-iat. Yet, Mrs Xu emphasized that she did not need anything. When I visited her the first time, for example, I brought some apples as is customary. But Mrs Xu refused to accept them, pointing out that she still had apples from a friend’s visit a week ago and that they would only turn bad. She went on to show me the cake she had left from last Sunday’s church visit where it was given out to the community’s poor. Mrs Xu also had four bottles of cook-ing oil. Every Chinese New Year, her husband’s employer would distribute them, and she could never use them up within a twelve-month period. Simi-larly, on the same occasion, her church gave her shampoo, but she never finished the bottle before the turn of the year. Apart from her worries about sudden medical expenses, Mrs Xu had no material needs. What she lacked was sociality: family and/ or community.

As I have argued elsewhere (Fleischer 2011a, 2011b, 2013), the con-temporary disembedding of the individual in China is paralleled by the for-mation of alternative communities and new ethics or moral models. The young generation of only-children has generated a veritable volunteering revolution, seeking to improve their “marketable skills” and to expand their social networks. At the same time, new social groups and clubs are formed and religion, especially Christianity, has become a major draw. Protestant-ism in China has the highest growth numbers worldwide.11 Mrs Xu and her husband had become Christians as soon as churches reopened in the early 1980s.12 Mrs Xu could not emphasize enough how much the church had helped her. They had given her clothes, household items, and food stuff, and also collected money for her, for example, when she had to stay in hospital.

11 Bays(2003:488)claimsthatonanygivenSunday,therearealmostcertainlymoreProtestantsinchurchinChinathaninthewholeofEurope.TheInternationalReligiousFreedomReport2010bytheUSDepartmentof State counts 50,000 registered Protestant churches and nearly 90 million Protestant believers (USDepartmentofState,2010).

12 Heavilyregulatedandcontrolledsincethecommunistrevolution,duringtheexcessesoftheCulturalRevolu-tion(1966-1976)religionwascompletelyforbidden,churchesclosedanddestroyed,practitionersaccusedofbourgeoisbehaviorandoftenviolentlypunished.

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But, showing me how much of these donations she had left over, Mrs Xu emphasized that it was especially the non-material support that had really helped her. “My life would have been much more miserable without them; they are my family.” Mrs Xu may have lived below the poverty line, she may also have experienced material hardship and relied on people’s goodwill; yet, what mattered most to her was the loss of community. It was in the church community that she found social support and a sense of belonging that helped her overcome her loneliness.

iii. I have used Mrs Xu as an example to show that social support is uniquely located at the intersection of economic, political, and social realities. It also involves changing social ideologies and conflicting emotions. All of these dimensions are intimately intertwined and continuously shifting in relation to one another and to local, regional, and global politico-economic circumstances. Examining the issue of social support from an anthropological perspective shows that only by understanding economic restructuring as an embedded social phenomenon, a total fact, can we grasp the complexity of these trans-formations and appreciate what they mean to the people involved. Anthropo-logical studies of people’s perceptions, practices, and ideologies can contribute importantly to our fuller understanding of contemporary economic processes. It is in this sense that I hope this number of Antipoda focused on “Economy and Anthropology,” together with the previous one, will contribute to provid-ing a better understanding of a wide range of economic questions and issues in Latin America and beyond. .

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R e f e R e n c e s

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MeridianosLEGITIMIDAD, COMPLICIDAD Y CONSPIRACIÓN: LA EMERGENCIA DE UNA NUEVA FORMA ECONÓMICA EN LOS MÁRGENES DEL ESTADO EN COLOMBIA

marÍa clemencia ramÍreZ 29

TRANSFERENCIAS CONDICIONADAS Y SENTIDOS PLURALES: EL DINERO ESTATAL EN LA ECONOMÍA DE LOS HOGARES ARGENTINOS

martÍn hornes 61

AUSTERE KINDNESS OR MINDLESS AUSTERITY: THE EFFECTS OF GIFT-GIVING TO BEGGARS IN EAST LONDON

Johannes lenhard 85

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Artículorecibido:21deabrilde2013|aceptado:24deseptiembrede2013|modificado:3defebrerode2014

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* Unaversiónpreliminardeeste artículo fueescrita siendobecariade la Fundación JohnSimonGuggenheim(2009-2010)ypresentadacomoponenciaenelCongresodelaAmericanAnthropologicalAssociationenFiladel-fia,endiciembrede2009,enelpanel Complicity and Capitalisms in the Margins of Organized Crime, organi-zadoporJasonPinedePurchaseCollegeSUNY.

** Ph.D.,HarvardUniversity.GraduateSchoolofArtsandSciences.DepartmentofAnthropology,EstadosUnidos.

LEgiTi M i DA D, cOM PLici DA D y cOnSPi R Ación: L A EM ERgEnci A DE U nA n U EvA FOR M A EcOnóM icA En LOS M á RgEn ES DEL ESTA DO En cOLOM Bi A*

marÍa clemencia r amÍreZ**[email protected] Colombiano de Antropología e Historia – ICANH, Bogotá, Colombia

R e s u m e n Entre 2003 y 2008, la empresa comercializadora

con visos de pirámide DMG desafió el orden financiero central

en Colombia y puso en evidencia la emergencia de una forma

económica alternativa en una región marginal del país, resultado del

ensamblaje de modelos económicos legales e ilegales en un espacio

donde domina la economía del narcotráfico. Argumento que los

habitantes del Putumayo, cansados de demandar inclusión integral

en el Estado-nación, y movidos por sentimientos de abandono

y de resentimiento por la política antidrogas que los criminaliza,

legitimaron hasta hacer propia la empresa DMG, por ofrecerles

acceso al bienestar que el Estado les ha negado.

P a l a b r a s c l a v e :

Pirámides financieras, narcotráfico, sistema financiero, mafias,

Putumayo, DMG.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.03

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LEGITIMIDADE, CUMPLICIDADE E CONSPIRAÇÃO: A EMERGÊNCIA DE NOVA FORMA ECONÔMICA ÀS MARGENS DO ESTADO NA COLÔMBIA

resUMO Entre 2003 e 2008, a empresa comercializadora DMG, que operava como pirâmide

financeira, desafiou a ordem financeira central na Colômbia e pôs em evidência a emergência de uma

forma econômica alternativa em uma região marginal do país, resultado da elaboração de modelos

econômico-legais e ilegais em um espaço no qual domina a economia do narcotráfico. Argumento que

os habitantes de Putumayo, cansados de reivindicar inclusão integral no Estado-nação e movidos por

sentimentos de abandono e de rancor pela política antidrogas que os criminaliza, legitimaram até fazer

própria a empresa DMG, por lhes oferecer acesso ao bem-estar que o Estado lhes tem negado.

Palavras-chave:

Pirâmides financeiras, narcotráfico, sistema financeiro, máfias, Putumayo, DMG.

LEGITIMACy, COMPLICITy AND CONSPIRACy: ThE EMERGENCE OF A NEw ECONOMIC FORM ON ThE MARGINS OF ThE COLOMBIAN STATE

abstract Between 2003 and 2008, DMG, a trading company with some of the characteristics of a classic

pyramid scheme, challenged Colombia’s core financial order, indicating the emergence of an alternative

economic structure in a marginal part of the country. DMG’s model was an amalgam of legal and illegal

economic activities in a region dominated by the illicit drug economy. This article argues that the inhabitants

of Putumayo Department, tired of demanding full inclusion in the nation-state and moved by feelings of

abandonment and resentment at drug policies that criminalized them, legitimized and even identified with the

activities of DMG, which offered them access to levels of wellbeing denied them by the state.

Key WOrds:

Pyramid schemes, drugs trafficking, financial system, mafias, Putumayo, DMG.

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LEgiTi M i DA D, cOM PLici DA D y cOnSPi R Ación: L A EM ERgEnci A DE U nA n U EvA FOR M A EcOnóM icA En LOS M á RgEn ES DEL ESTA DO En cOLOM Bi A

m a r Í a c l e m e n c i a r a m Í r e Z

U na de las preguntas que han rodeado el caso de la empresa comercializadora con visos de pirámide DMG, que estuvo activa en Colombia entre 2003 y 2008, está rela-cionada con la explicación de las causas de su emergencia en una región del departamento del Putumayo, donde pre-dominan como actividad económica el cultivo de la hoja y la

comercialización de la pasta base de coca, combustible del conflicto armado que se instauró en la región desde la década de los ochenta. En este artículo busco dar elementos para responder dicha pregunta1.

La Amazonia colombiana, donde se encuentra situado el departamento del Putumayo, es una región que puede caracterizarse como un “espacio peri-férico, difuso y discontinuo, distinguido por la exclusión o inclusión a medias” (González, Bolívar y Vásquez, 2002: 264), en relación con el centro del país, y como tal, considerada aún hoy una frontera abierta, por cuanto continúa siendo receptora de población desplazada del centro del país, y, por consi-guiente, objeto de colonización.

1 Desde1997hasta2012hellevadoacabotrabajodecampoenelbajoPutumayo,quecomprendelosmunicipiosdePuer toAsís,Puer toCaicedo,Orito,ValledelGuamuez(LaHormiga)ySanMiguel(LaDorada),enelmarcodediferentesproyectosrealizadosconlafinanciacióndelInstitutoColom-bianodeAntropologíaeHistoria(ICANH)yColciencias,quetrataronaspectosdiversosrelaciona-dos con la expansión de los cultivos de coca en la región y la consecuente implementación de la guerracontra lasdrogasatravésdelPlanColombia.Estasvisitasanuales,dedosacuatromeses,me permitieron llevar a cabo observación par ticipante del proceso de emergencia y consolidación deDMGenlaregiónyhacerunaetnografíasobrelapar ticipaciónmasivadesuspobladoresenlaempresa a lo largo de sus años de funcionamiento, así como sobre las consecuencias locales de su cierre por par te del gobierno del presidente ÁlvaroUribe. Además de entrevistas a ahorradores,otra fuente de información importante para este ar tículo fueron los libros periodísticos que se escribieronentre2008y2010documentandolahistoriadeDMG,sufuncionamientoyreaccionesa la misma por par te de la población, así como ar tículos de prensa regional y nacional, programas de radio y videosqueprecedieron y siguieron al cierre deDMG, lo cualmepermitió realizar unanálisisdiscursivoytex tualparaentender lasposicionesyperspectivasdelosdiferentessectoresdelapoblaciónquepar ticiparonenDMG.

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Además de esta condición, el departamento del Putumayo ha sido estig-matizado y marginado de dicho orden central, por cuanto allí confluyen actores armados ilegales, tanto guerrillas como paramilitares, mafias del narcotráfico y cultivos de uso ilícito, lo cual se ha traducido en que sus habitantes sean cri-minalizados, ya sea por ser representados como “auxiliares” de la guerrilla o de los paramilitares, según el lugar donde se encuentren emplazados, o por cultivar coca y ser considerados como buscadores de dinero fácil y sin arraigo en la región. Es allí donde el aparato del Estado ha sido percibido como ausente por su “precaria” presencia institucional, y es allí donde se ha buscado “forta-lecerlo” pero sobre todo imponer el imperio de la ley que los actores armados han debatido y cuestionado poniendo en evidencia que en estos territorios sus habitantes están sujetos a formas de autoridad alternas o de gobierno indirecto (Mbembe, 2001: 67). Varios antropólogos (Aretxaga, 2003; Das y Poole, 2004; Tsing 1994) han llamado la atención sobre la importancia de examinar estos lugares al margen del Estado, donde los habitantes se encuentran viviendo entre la inclusión y la exclusión, la legalidad y la ilegalidad, donde se super-ponen discursos contradictorios y convergen diferentes maneras de construir

Mapa1.ElaboradoporelCentroNacionaldeMemoriaHistóricaconbaseeninformación delInstitutoGeográficoAgustínCodazzi.

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significado, que, a pesar de su marginalidad, se conectan con redes globales de maneras no convencionales que merecen ser analizadas.

Ferguson (2006: 14) ha señalado cómo en África los enclaves mineros han sido conectados a la economía global, a través de formas de conexión “muy selectivas y encapsuladas espacialmente” que se combinan “con una amplia desconexión y exclusión” (Ferguson, 2006: 47). Por su parte, Domínguez (2005: 279-280), refiriéndose a las economías extractivas (oro, quina y caucho) que se instauraron entre finales del siglo XIX y principios del XX en la región Amazó-nica, ha señalado que en estas regiones de “extrema periferia” es donde “el capi-tal nacional e internacional intenta obtener el máximo beneficio hacia afuera”, donde “se crea la acumulación originaria de capital”, señalando así la vincula-ción de estas regiones marginales al orden global y llamando la atención sobre una estructura de larga duración de explotación extractiva del territorio en la cual enmarca la economía del narcotráfico.

A su vez, el conflicto armado, aunado a la presencia del narcotráfico en esta región, ha definido su inclusión en el orden central del país tanto a partir de la intensificación de la militarización como de la implementación de las políti-cas de la guerra global contra las drogas, en el marco del Plan Colombia, ambas respuestas del Estado para reconquistar esta zona.

Estos “nuevos órdenes sociales regionales”2 (Camacho et al., 2009), que se instauran en territorios periféricos, más que autónomos, redefinen y llenan de otros contenidos las formas de articulación centro-periferia tradicionales, pues se trata de órdenes complejos muchas veces dislocados pero que presen-tan yuxtaposiciones y llegan hasta el punto de buscar incidir en el orden central mostrando que se definen en su relación con éste, constituyéndose en “el revés de la nación” (Serje, 2005). Por otra parte, su inserción en la economía global del narcotráfico ha hecho que emerjan las llamadas economías ocultas3 (Coma-roff y Comaroff, 1999) o subterráneas, así como redes a la sombra4 (Nordstrom, 2000), como formas alternas de insertarse tanto en la economía mundial (Roit-man, 2004: 221) como en la economía nacional.

Las prácticas propias de estas economías inciden en quienes habitan la región, pues conllevan la asunción de identidades e intereses nuevos que

2 Estosnuevosórdenessedefinencomo“losconjuntosdearreglosinstitucionalesyprácticassocialesmedianteloscualeslassociedadesseconservanysereproduceneneltiempo”(Camachoet al.,2009:1).

3 Economíasqueimplicantécnicasdeoperaciónquenosontransparentesniexplicablesentérminosconven-cionales(ComaroffyComaroff,1999:297).

4 Nordstrom(2000:36)usaeltérminosombras(shadows)ynocriminaloilegal,porcuantolastransaccionesque caracterizan a estas redes no se limitan solamente a lo criminal o ilícito, sino que incluyen actividades que tienen lugar por fuera de las instituciones estatales formales.

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dan forma a nuevos sujetos políticos (Hall, 1996). Es así como, en el caso del Putumayo, sus habitantes han buscado contestar, relativizar o rechazar la condición de ilegalidad que les ha sido adscrita, después de su sujeción de más de una década a las políticas globales antidrogas con tintes neoliberales que han exacerbado la pobreza y la exclusión, por la consecuente crimina-lización, lo cual ha llevado al afloramiento de lógicas y formas alternas de racionalidad económica, como se demostrará.

En este artículo busco avanzar en la discusión sobre estas nuevas for-mas de insertarse al orden nacional y global que se mueven entre la legali-dad y la ilegalidad, lo formal y lo informal, a partir del análisis del caso de la empresa comercializadora con visos de pirámide llamada DMG, que emerge en el Putumayo, al margen pero en relación con el Estado y con el mundo financiero global, y que propongo considerar como un “nuevo tipo de forma empresarial” asociada con dineros del narcotráfico, pero legitimada por parte de los habitantes del Putumayo, quienes participan masivamente en ella, llevándolos a cuestionar el orden financiero nacional. En consonancia con otros antropólogos que han analizado casos de pirámides en otras localidades (Antrosio, 2012; Musaraj, 2011; Nelson, 2009), quiero insistir en que la vincu-lación de las personas o comunidades locales a estos esquemas de tipo pira-midal tiene una explicación más compleja que sólo el hecho de “ganar dinero fácil” y pone de relieve prácticas culturales que responden a contextos econó-micos en transformación y que se articulan tanto al consumismo como “pri-mera fuente de valor” predominante en la cultura neoliberal global (Comaroff y Comaroff, 2000: 298), así como a contextos de exclusión e inequidad que niegan a sus habitantes un lugar en el orden nacional. Al respecto, Thomas y Galemba (2013: 211) han llamado la atención sobre las relaciones de poder deslegitimadoras que subyacen al proceso de “ilegalización” de determinadas prácticas, ya sean económicas, políticas o morales, llamado que cobra inusual importancia para el caso objeto de estudio.

Argumento que después de muchas décadas de presencia de activida-des ilegales y de políticas represivas, así como de sentimientos de abandono por parte del Estado, los habitantes del Putumayo, cansados de demandar inclusión integral en el Estado-nación, dieron la bienvenida a organizaciones que funcionaban entre la legalidad y la ilegalidad, y actuaron en complicidad con ellas, y al hacerlo no solamente cuestionaron y redefinieron principios morales y legales, sino que confirieron legitimidad a la mafia o a empresas con conexiones con actividades del narcotráfico, como una forma de contestar tanto a su marginación como al orden socioeconómico y político hegemónico que los ha criminalizado.

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Para desarrollar este argumento, presento en primer lugar el contexto económico y la dinámica de la guerra contra las drogas en el Putumayo para el momento en que surge la empresa DMG, en el municipio de La Hormiga; en segundo lugar, analizo las características de este nuevo tipo de formación empresarial y su relación con el ámbito financiero local, así como la manera como se legitima por parte de los habitantes del Putumayo; en tercer lugar, llamo la atención sobre la constitución de la llamada “familia DMG”, que implicó lealtad y complicidad con su dueño y que evidenció la política de las emociones que antepone el afecto hacia David Murcia al desafecto hacia el Estado y moviliza a sus miembros en defensa de “su empresa”; en cuarto lugar, examino las implicaciones de la emergencia de un discurso conspira-tivo que representa a la clase financiera actuando subrepticiamente en con-tra de este nuevo esquema de inversión redistributivo. Concluyo demos-trando que, en el contexto del Putumayo, DMG es vista como una solución frente a los cultivos de uso ilícito y a la criminalización de los cultivado-res, al facilitar el acceso de los habitantes a un tipo de sistema financiero que éstos legitiman como “democrático”, por la participación de todos en la empresa, cuestionando al sistema bancario por excluir a sectores pobres de la población, y llevando al Gobierno a la creación de políticas públicas que abordan esta situación, y al sistema financiero, a abrir bancos para los pobres, buscando acaparar sus recursos, visibilizados por la alta participa-ción de pequeños ahorradores en DMG.

Dinámica del cultivo de coca en el PutumayoLos cultivos de coca se iniciaron en el bajo Putumayo desde finales de la década de los setenta, y, además de la explotación de hidrocarburos, se fueron convirtiendo en la actividad económica principal desde la década de los noventa, desplazando la agricultura tradicional5, que, junto con la producción pecuaria6, es destinada en su totalidad al consumo local (Corpoamazonia, 2013). Por su parte, las Fuerzas Arma-das Revolucionarias de Colombia (FARC) regulaban el mercado del narcotráfico, y en 1991 fundan el Frente 48 en el bajo Putumayo como respuesta a su vinculación al mismo. Por ello, la llegada de los paramilitares al Putumayo en 1997 no sólo tenía como objetivo expulsar a la guerrilla sino ganar el poder y el control del negocio de la coca (Centro de Memoria Histórica, 2012).

5 Ésta comprende cultivosdeplátano, yuca,maíz, arroz, papa, fríjol, cañapanelera y palmito, y frutales comomanzana,chontaduro,piñaychiro,asícomocauchoypimienta.

6 La actividad pecuaria se concentra en la cría de ganado vacuno de carne y de doble propósito; cerdos, aves de corral,yenlosúltimosaños,laacuicultura(truchaarcoiris,cachama,mojarra,sábalobocachicoycarpa)sehavenido consolidado en el departamento.

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En el año 2000, el departamento del Putumayo reportó una concentración del 40% de los cultivos de coca en el país, y del 63% en la región de la Amazonia Occidental (UNODC, 2009), por lo cual fue foco de la fumigación aérea, una de las estrategias centrales de la lucha antidrogas del Plan Colombia, que inició su implementación allí en este mismo año. Las fumigaciones, que se incrementa-ron en un 96% en 2001 con relación a 1994, disminuyeron los cultivos de coca de manera significativa entre 2003 y 2004 (ver el cuadro 1).

Cuadro1.HectáreasdecocasembradaseneldepartamentodelPutumayo,2000-2008

Además, el gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) invisibilizó a los pequeños campesinos cocaleros como actores sociales y los visibi-lizó como criminales o auxiliares de los grupos armados, en el marco de la política de seguridad democrática, que veía el cultivo de coca solamente como fuente de financiación de los denominados grupos terroristas. En este orden de ideas, el 75% de los recursos del Plan Colombia se han destinado a la financiación de la fuerza pública, y solamente el 25% a proyectos económicos y sociales (Ramírez et al., 2005).

La militarización y fumigación aérea se han traducido en que en el ima-ginario popular y en la cultura política de Putumayo, se le tema al Estado, al ser percibido como amenazante y represivo, llegando hasta el punto de que los habitantes del Putumayo sienten que se ha lanzado activamente una guerra contra la población civil, restringiendo sus posibilidades económicas y mar-ginándolos aún más. De preguntarse: ¿Por qué estamos “olvidados” si somos parte de Colombia?, hoy se preguntan: ¿Por qué siente el Estado ese odio hacia el Putumayo que no nos deja superar?, “nos sentimos aplastados por el Estado. Ya no hay coca y el Estado sigue fumigando” (Taller en La Dorada, 5 de agosto de 2011). Una “estructura de sentimiento”, en términos de Williams7, empezó a tomar forma a medida que la población del bajo Putumayo ha venido experi-

7 RaymondWilliams llama laatenciónsobre laexistenciadeestructurasdesentimiento (structures of feeling),entendidas como procesos de vivencia experimentados de manera amplia por sujetos activos, las cuales se articulanparaconformarunaformaciónsocialenunmomentohistóricodado(Williams,1977:133-134).Setrata,enlapráctica,delanegociaciónentrelaideologíaylaexperiencia.

Departamento 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008

Putumayo 66.022 47.120 13.725 7.559 4.836 8.963 12.254 14.813 9.658

Fuente:UNODC-OficinadelasNacionesUnidascontralaDrogayelDelitoyGobiernodeColombia.

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mentando este tratamiento represivo por parte del Estado, a través de las políti-cas relacionadas con la guerra contra las drogas que el gobierno de Uribe privi-legió a costa de la reducción de los programas económicos y sociales, lo cual causó no sólo rechazo sino resentimiento entre la población.

Surgimiento y funcionamiento de dmgEntre 2003 y 2005, en este contexto de adversidad para los habitantes del Putu-mayo, surge la empresa DMG, acrónimo del nombre David Murcia Guzmán, en el municipio de La Hormiga, centro del narcotráfico en el bajo Putumayo. En 2003, Murcia estableció en Pitalito (Huila) la Red Solidaria DMG, donde vendía boletas para rifas de carros y gestionaba subsidios de atención médica a personas de bajos recursos. Debido a ataques que recibe de la Alcaldía de Pita-lito, la señora donde se hospedaba le propone llevar el negocio a La Hormiga (bajo Putumayo). Allí se vinculó al trabajo social de la parroquia del Perpetuo Socorro, donde “el padre Carlos Zárate recuerda el nivel de compromiso y de entrega de Murcia en las labores sociales” (Semana, 2008), en compensación por lo cual la parroquia le dio un programa en su emisora comunitaria, desde donde promovió “obras sociales, boletas de rifas8 y hacía publicidad que en muchas ocasiones canjeaba para subsistir como sucedía con el hotel donde vivía” (Semana, 2008). Seguía recibiendo donaciones a través de la Red Solida-ria que todavía funcionaba, las cuales “eran entregadas directamente a la gente” (Guerrero, 2010: 135). La imagen de benefactor de Murcia se empezó a forjar desde este momento, la cual sería reificada para explicar el modelo financiero y comercial que contemplaba redistribución de sus ganancias.

Con el fin de comprar productos naturales y después electrodomésticos para vender en La Hormiga y pueblos cercanos con el uso de la razón social DMG, usa el crédito “gota a gota”, una manera alterna e informal de acceder a créditos de manera fácil y rápida pero pagando intereses usureros del 10% men-sual9. Según entrevistas realizadas en la región, este sistema crediticio se asocia a la economía cocalera. Cuando el dinero en efectivo aumentó su circulación y los servicios bancarios eran casi nulos, se requería dinero para invertir en los cultivos, solventarse cuando el mercado de coca se deprimía, todo lo cual se hacía con dinero en efectivo. Se llama gota a gota porque el pago del préstamo

8 Lasrifas,actividadeconómicaquemantuvoMurciaenamboslugares,sonunaactividadmuypresenteenestasregiones,dondelaideadeganaryperderdineroespartedelavidacotidiana;promuevelaideadeque“todoescuestióndesuerte”.

9 Así,porejemplo,unpréstamode$500.000pordosmesespaga$50.000pesosdeinterésmensual,parauntotalde$600.000alfinal,ysecancelaatravésdecuotasdiariasde$10.000(conversaciónconhabitantedePuertoAsís,febrerode1998).

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se hace diariamente, de manera que se asegura que la gente no se atrase en el pago del monto de la deuda.

También hace uso de las ventas por catálogo de los productos naturales, un sistema que se ha adaptado al territorio del Putumayo, puesto que se ofrecen a sus habitantes productos que no se venden en los cascos urbanos y que se traen a través de pedidos, lo cual asegura la compra, y se distribuyen a domici-lio a personas que se encuentran asentadas de manera dispersa a lo largo de las veredas. Comenta al respecto Murcia:

Muchos líderes de las veredas se llevaban catálogos, eran como 60, y se con-forma una red de distribución de productos y allí comienza el tema porque cada ocho días me hacían pedidos de productos para llevar a las veredas. (entrevista en city tV, 2008)

En el municipio de La Hormiga se recuerda también el entrenamiento de promotores y vendedores para cubrir municipios y veredas del bajo Putu-mayo, quienes “ganaban el 50% de la venta y Murcia la otra parte” (Guerrero, 2010: 162). Aclara Murcia que “cuando ya estaba mejor [económicamente], yo ponía el producto, ellos lo vendían, me traían la plata y les quedaban libres las ganancias”, puesto que “veía que se podía involucrar a la gente en las ganancias” (entrevista en Bedoya, 2009: 151). Al respecto, la madre de unas adolescen-tes que no quisieron terminar su bachillerato, por lo cual vendían arepas, no duda en señalar cómo “les cambió la vida” al recibirle a Murcia la propuesta de vender productos naturales (Bedoya, 2009: 62), y afirma que “ese muchacho es intocable aquí. Hizo por nosotros en tres años lo que el gobierno no ha hecho en toda la vida de este pueblo” (Bedoya, 2009: 61). Desde entonces, Murcia tuvo fama entre la gente por capacitar personal, lograr transmitir confianza y ser solidario con la gente. Dice Murcia que de la venta de productos naturales “le surgió la idea del modelo de comercio prepago”, el cual va a ser elemento central de su empresa (Semana, 2008). Así lo describe Murcia:

comienza un trabajo de expansión de bienes, productos y servicios. después de productos naturales fui llevando electrodomésticos, ropa, fui llevando muchas cosas y se empezó a conocer dMG como un sitio donde se conseguían muchas cosas. (entrevista en city tV, 2008)

Entre 2003 y 2004 abre su primer local en frente de la Casa de la Cul-tura de La Hormiga, y después, en Orito, Puerto Asís y Mocoa (Semana, 2008). De este negocio “fue acumulando dinero, buen nombre y fama hasta alcanzar sus primeros 100 millones” (Ortiz, 2008: 113). Por otra parte, a partir de su asistencia a una conferencia sobre el valor intangible de la marca Coca-Cola,

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donde se señala cómo “en un futuro próximo el valor de las marcas y de los activos intangibles podrían llegar a tener un máximo respaldo financiero y a ser considerados en los sistemas contables de las empresas” (página web DMG), proyecta su empresa a través de la creación de una estrategia especial para el posicionamiento en el mercado de la marca DMG.

La empresa dmg: el ensamblaje de una nueva forma empresarialEn 2005 se funda la empresa “Grupo DMG S. A.”, con un capital de 100 millones, constituida por Murcia Guzmán, su esposa, Joanne León, y su madre, Amparo Guzmán, para la comercialización de productos y servicios, y es entonces cuando empieza a captar dineros de manera masiva al ofrecer hasta la dupli-cación de la inversión al cabo de seis meses, con el siguiente esquema: quien invertía dinero en DMG adquiría dos tarjetas prepago. Una tarjeta correspon-diente al capital depositado que le permitía comprar en bienes y servicios hasta el mismo valor depositado, incluso el mismo día de haberse afiliado, lo cual daba seguridad al cliente, pues podía recuperar el dinero de inmediato, algo que a primera vista la diferenciaba de una pirámide típica. La segunda tarjeta le permitía recibir después de seis meses hasta una cantidad igual a la que ya había gastado en bienes. Tal como lo analiza González (2008), Murcia entendió el principio de la teoría económica que “supone que las personas somos adver-sas al riesgo”, pues al haber “recuperado” la primera inversión y a los seis meses otro tanto y repetir la operación varias veces con éxito, “el temor inicial se con-vierte en audacia”, lo cual ayuda al crecimiento del negocio. Si a esta condición se le suma el ambiente de riesgo que se vive en zonas de cultivos de coca, por ser perseguidos por su ilegalidad, esto hace que el temor se pierda mucho más rápido, o aún mejor, que el riesgo que ya forma parte de la vida cotidiana no sea el factor principal que mueve a las personas a acercarse a DMG, sino la falta de oportunidades económicas.

Sobre la segunda tarjeta prepago, aclara un tarjetahabiente: “[ésta] era para el pago de dinero de beneficios adicionales que sólo se podrían cobrar en el plazo acordado entre el depositante y DMG. Para Murcia se trataba de un pago por un contrato de publicidad personalizada, dado que el depo-sitante adquiría el compromiso de difundir la marca y la operación DMG a terceros y vincularlos a la empresa” (Guerrero, 2010: 138-139). Tanto el plazo como los “beneficios” representados en puntos por publicidad, se establecían el día en que se depositaba el dinero y se pagaban según el plan elegido en el momento de cargar la tarjeta prepago, condiciones que en DMG cambiaban diariamente:

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a veces es a tres meses con un pago por el contrato de Publicidad Personalizada de hasta 50% del dinero depositado para compras con la tarjeta prepago, número uno. otras veces es a un mes y un pago del 100%. es de suponer que estas condi-ciones varían según sea la situación de liquidez de dMG. así cuando dMG tenía poca caja o preveía dificultades, tendía a ofrecer menores plazos y más beneficios y así atraer más clientes y aumentar su liquidez. (ortiz, 2008: 114)

La firma de dicho contrato hacía que el depositante se comprometiera a utilizar material publicitario de la marca en su lugar de vivienda, entregar tres referidos a la firma del contrato y referir otros veinte durante el período de vigencia del mismo. Si esto se cumplía, al término del período estipulado se le hacía un nuevo contrato. De esta manera, se recompensaba el reclu-tamiento de personas, antes que cualquier otro tipo de participación en la empresa, característica central de las pirámides (Vander Nat y Keep, 2002: 141). Sin embargo, DMG no se limitó a este aspecto piramidal sino que además buscó generar una red de mercadeo que permitiera la total satisfac-ción de las necesidades de consumo de los clientes, desde sus necesidades básicas hasta las suntuarias10, de manera que se garantizara la “fidelización del cliente”, quien siempre iba a consumir los productos de la marca DMG, permitiendo el crecimiento exponencial de la red. Así, las personas podían invertir en DMG todo su capital, puesto que podían satisfacer todas sus necesidades usando las tarjetas prepago. Como lo señala un periodista que visitó La Hormiga en noviembre de 2008, “las tarjetas prepago se convirtie-ron en la ‘moneda circulante’ para adquirir bienes y servicios en esta ciu-dad” (El Tiempo, 2008). La comercialización de bienes y servicios hacía que DMG se distanciara de otras pirámides que llegaron al Putumayo a media-dos de 200811, pues crecía en presencia con almacenes y oficinas, mientras que las otras, en algunos casos, ni siquiera tuvieron oficina y sus dueños desaparecieron sin dejar rastro e incumpliéndoles a sus inversionistas.

En 2007, según su página de internet, DMG tenía veintiséis oficinas en veinte poblaciones del país. En Putumayo había abierto dos sedes más, en Sibundoy (alto Putumayo) y Villa Garzón (medio Putumayo), y dentro de las empresas del grupo sobresalían la IPS Salud y Vida, Comerciar y Mercadear Ltda., Inversiones Murcia, y hasta un canal de modelaje lla-mado Body Channel. De estas firmas, dos se establecieron en Panamá y

10 SeofrecíanvíveresatravésdesupermercadosqueinstalóDMGenalgunascabecerasmunicipalesdelPutumayo,ropa,restaurante,carros,motos,ferretería,serviciosdeinternet,salud,belleza,yhastafunerarios,puestoquelastarjetas se aceptaban en diversos centros de comercio de la región.

11 Entreellas,Euroacciones,RedLine,NetWorkyDRFE(DineroRápido,FácilyenEfectivo).

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tres en Ecuador; contaba con negocios en Venezuela (El Tiempo, 2007) y para 2008 se había ampliado a Brasil y México. (El Tiempo, 2008). DMG había atraído la participación del 90% de la población del Putumayo y de otros departamentos del suroeste del país, como Nariño, así como de la capital del país, Bogotá, tanto de estratos pobres como de la clase media. Este crecimiento la hacía aparecer como legalmente viable y avalada por el Gobierno, lo cual llevaba no sólo a que más personas se vincularan, calculán-dose en 300.000 tarjetahabientes en 2008 (Caracol Radio 2008), sino a que la gente empezara a vender sus casas, lotes, fincas, y hasta llegara a hacer préstamos en los bancos, todo para invertir en DMG, ampliándose así el capital invertido por los tarjetahabientes. DMG llegó a mover entre 3 y 5 billones de pesos en efectivo12.

González (2008) sostiene que DMG no era una simple y conven-cional pirámide Ponzi13 y diferencia cuatro componentes en el esquema empresarial montado por DMG: el comercial (30%), el de lavado (15%) el piramidal (20%) y el financiero convencional (10%). El componente comercial lo describe como correspondiente a un esquema multilevel marketing (MLM), que “conjuga los márgenes que obtiene DMG redu-ciendo el precio de los proveedores (10%) y aumentando el precio a los clientes (20%)”. Tanto unos como otros están dispuestos a este arreglo, los primeros porque pueden duplicar su dinero y los segundos porque venden en grandes cantidades, de manera que ninguno pierde. Para González, el uso por parte de DMG de otros mecanismos propios del esquema MLM que ayudan al crecimiento de la empresa, como son publicidad voz a voz sin costo, manejo de efectivo y gratuidad de la fuerza de ventas, demuestra que “la empresa ha sabido meterse en los resquicios de la ley y organizar un negocio MLM que no sólo es MLM. Las otras modalidades del negocio se mimetizan a través de las estructuras organizativas propias del MLM”. Por último, tiene en cuenta en su análisis otras entradas de dinero, como aquellas resultantes de negocios financieros convencionales, como son, entre otras, los intereses que se ganaban por parte del dinero depositado en Panamá (González, 2008).

12 InformaciónsuministradaencomunicaciónpersonalporJorgeIvánGonzález,quientuvoaccesoalasbasesdedatosdeDMG.

13 Setratadeunsistemadeinversiónqueprometealtosrendimientos,yparapagarlos,hacequelosnuevosinversionistaslespaguenlosinteresesalosantiguos.Elsistemasiguefuncionandomientrashayanuevosinversionistas pero cuando estos disminuyen no se pueden pagar los intereses a los inversionistas inicia-lesnimuchomenosdevolvereldineroinvertidoniporlosprimeros,niporlossiguientes,yelnegociose viene abajo.

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DMG se trató entonces del ensamblaje14 de modelos comerciales ya utili-zados en el mundo financiero, como son las tarjetas prepago, el mercadeo per-sonalizado y multinivel y el posicionamiento de marca, sin que a primera vista se evidenciara un elemento piramidal y de captación de recursos, que podría desembocar o no en lavado de dinero, técnicamente entendido como la conver-sión de dólares en pesos15.

Podría argumentarse que se trataba de “una nueva forma económica” (Thrift, 2001)16 que se estaba forjando a través de la creación de un ensam-blaje que combinaba actividades económicas legales e ilegales, poniendo en evidencia que lo ilegal, para quienes participaban en esta nueva forma económica, es “lícito” y, por consiguiente, “legitimado” (Roitman, 2004)17, en el contexto de una economía global del narcotráfico en la que surge, argumento que examino a continuación.

En un contexto donde predominaba la economía del narcotráfico, la empresa DMG se mueve de la escala local a la global (Tsing, 2000), poniendo en evidencia la resignificación de “paisajes financieros” (financescapes), en tér-minos de Appadurai (2002), que se crean producto de la hibridación de flu-jos globales adaptados o reinterpretados localmente, en este caso elementos empresariales y prácticas propios de la economía global y local del narcotráfico, cuyo mercado se encuentra sujeto al flujo de capitales que deben ser lavados para entrar a la economía legal. El lavado de dinero ha vinculado a la economía criminal con la formal a través de redes y esquemas financieros internaciona-les muy complejos (Castells, 1998: 167), a los cuales pudo conectarse DMG, a la vez que pudieron articularse a ésta agentes del ámbito global, teniendo en cuenta que son redes muy flexibles que cambian en el tiempo según las circuns-tancias, y que es precisamente “la flexibilidad y fluidez extra estatal de estos sistemas de intercambio el factor que los hace exitosos” (Nordstrom, 2000: 49). Por otra parte, como lo señala González (2008), el que DMG fuera solamente

14 Utilizoensamblajeentendidocomo“elproductodemúltiplesdeterminacionesquenosonreduciblesaunasolalógica.Latemporalidaddeunensamblajeesemergente.Nosiempreimplicanuevasformassinoformasqueestáncambiando,enformaciónoenjuego”(OngyCollier,2010:12).

15 SegúnGonzález(2008),“esteprocesosepuederealizaratravésdea)contrabandopuro,b)comprasalosproveedoresqueimportanequiposelectrodomésticosetc.yc)operacionesfinancierasqueseoriginanconeldepósitodedólaresenbancosdePanamáoEcuadoryqueterminanconlarecepcióndepesosenColombia”.

16 Thrift(2001:422)usaeltérminocuandoanalizalaemergenciadelaNuevaEconomíacomounafabricaciónretóricaqueproduceregularidadesenelmundo,yconstituyelasfinanzascomosu“pasióncentral”.

17 Roitman(2004:197),refiriéndosealaeconomíadelcontrabando(economy of the bush)queimperaenlafronteradeChad,CamerúnylaRepúblicadeÁfricaCentral,señalacómo,apesardeserencubierta,“lasreivindicacionesalderechoalariquezasonexpresadasypromulgadas”demaneraquelegitimansusprácticasysetornanlícitas,porcuantolesproveeingresosquecontrarrestanelmonopolioquetieneelEstado sobre las utilidades.

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una fachada para lavar dinero se hace más complejo, cuando se tiene en cuenta la participación de los pobladores locales en la empresa, quienes invierten sus ahorros de diversa procedencia, lo cual no constituye lavado de activos.

El modelo empresarial DMG promete en la práctica “democratizar” el acceso al dinero, haciendo partícipes de las utilidades a sus clientes. Se tra-taba de una empresa “que daba rendimientos mágicos” (Comaroff y Coma-roff, 1999: 297), y, en este sentido, comparable con las promesas del capital financiero global (Tsing, 2000). DMG permitía cumplir con sueños “que pensábamos nunca íbamos a vivenciar” (Entrevista, 29 de julio de 2009), en medio de la abundancia del dinero en efectivo que se reproducía sin mayor trabajo, lo que les permitía acceder al ideal financiero del capitalismo del nuevo milenio (Comaroff y Comaroff, 2000: 297).

Sobre todo, la economía del crédito y del interés bancario (Graeber, 2012) que favorece a unos pocos perdía legitimidad, frente a un sistema que no cobraba por el uso de las tarjetas ni imponía impuestos como el 4 por mil, factor que estimula la desintermediación. DMG puso a la gente a imaginar otro sistema financiero donde el 99% se beneficiaría18. Como lo sintetiza uno de los líderes políticos de La Hormiga: “DMG se convirtió en la empresa de las ilusio-nes” (Entrevista en Valle del Guamuez, 2009).

El ámbito financiero local: entre la formalidad y la informalidadEl representante a la Cámara por el Putumayo Orlando Guerra de la Rosa (2006-2010) argumentó en una entrevista en la radio que la importancia de DMG en el Putumayo se podía entender, puesto que “en muchos municipios no hay bancos, y los que existen…, el sistema financiero que hay en el depar-tamento del Putumayo en este momento no le sirve a la gente”, y a conti-nuación aclaraba que “el 80% de los putumayenses en la historia no deposita su recurso en efectivo en el sistema financiero que hay actualmente en el Putumayo” (Entrevista en la W, 2008). Se toca aquí un punto central refe-rente a la no formalización de la economía en el Putumayo, lo cual legitima que esta “nueva forma bancaria”, con visos extralegales19, se convierte en

18 EnelmovimientoOcupaWallStreet,eldistritofinancierodeNuevaYork,quetuvolugarenseptiembrede2011,elesloganqueseacuñófue“somosel99%”,refiriéndosealadesigualdadsocialyalpoderyavariciadelascorporaciones,querepresentanel1%queconcentralariqueza.

19 Nordstrom(2000:45)llamalaatenciónsobrelaexistenciadeunsistemabancario“informal”,omejor,extraes-tatal, amplio y poderoso en Asia, no relacionado con los paraísos fiscales y el consiguiente lavado de dinero, sinounsistemamás rutinarioy trivialpordonde fluyen tantodinerocomobienesyserviciosquenosondeclarados,atravésdevínculosfamiliares,étnicos,desociedadesennegocios,entreotros.ÉsteseríaelcasodelapercepciónquesetieneenelimaginariolocaldeDMG,porhabersurgidolocalmente.

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el sitio donde la gente está dispuesta a entregar su dinero, como lo afirma un habitante del Putumayo: “Ahora señor presidente no venga a cerrar este DMG que es el banco de todos los pobres”. Como lo ha señalado Guyer (2004: 168), a partir de su trabajo en Nigeria, para los colonizadores no todos los lugares eran propicios para establecer un sistema bancario, lo cual conlleva que la gente en estas regiones “labra repertorios de inversión, entre los cuales sus cuentas bancarias completamente formalizadas así como sus compromisos crediticios son solo una parte”. De esta manera, nos invita a abordar esta “desconcertante multiplicidad” (Guyer, 2004: 18) etnográfica-mente, lo cual trato de hacer a continuación para entender las prácticas en este ámbito económico que se mueve entre la ilegalidad y la legalidad.

Sobresale el manejo de dinero en efectivo, como se desprende de la baja captación bancaria en Putumayo: a diciembre de 2002, las captaciones de recursos en cuentas corrientes y de ahorros en el Putumayo representaban sólo el 0,3% del total de captaciones en Colombia (Ferrari, 2004: 29), aproximada-mente 50% de su participación en la población y la economía nacional.

El decomiso que llevó a la investigación de DMG por parte de la Superfinanciera fue el sucedido en La Hormiga el 19 de agosto de 2007, cuando el departamento de Policía del Putumayo incautó $6.509 millones en efectivo, camuflados en cajas de víveres que supuestamente enviaba Acción Social de la Presidencia a La Hormiga para las familias benefacto-ras del programa, los cuales fueron entregados a la Unidad de Lavado de Activos de la Fiscalía General de la Nación para proceder a ser investigados por su posible relación con el narcotráfico, y en principio suponiendo que pertenecían a las FARC. Describe el capitán de la Policía Nacional a cargo del caso: “los billetes estaban húmedos, olían a guardado, tenían tierra y algunos estaban marcados con un sello muy pequeño, por lo que se notaba que pertenecían al mismo ‘embarque’ […] eran las típicas huellas de haber pasado por una caleta” (Bedoya, 2009: 79). Una habitante de Orito, dueña del supermercado “La Subasta”, se acercó a la Fiscalía a reclamar su plata e informó que era dinero de DMG: “Yo quería ampliar mi negocio y el señor Murcia que es el propietario de DMG me propuso hacerme el préstamo, y como los bancos son tan jodidos, pues como no lo iba a aceptar la platica”, y en efectivo, “porque el banco se iba a quedar con una buena tajada producto de los intereses”, les dijo a los investigadores (Bedoya 2009: 81). Tres días más tarde, un representante de DMG va a la Fiscalía a reclamar el dinero a nombre de Murcia, el dueño del dinero. En este recuento se evidencian varios aspectos que se deben resaltar: en primer lugar, el que una habitante de la región salga a reclamar el dinero en nombre de Murcia, mostrando su

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solidaridad con él; el manejo de dinero en efectivo en grandes cantidades en la región; la desconfianza de la población hacia los bancos, sobre todo la renuencia a pagar intereses, así como las caletas donde los grupos armados guardan el dinero producto de sus ganancias por el narcotráfico. Al res-pecto, es pertinente tener en cuenta el testimonio que trae en su libro Jineth Bedoya (2009: 30-31) de un habitante de El Placer, inspección de Policía de La Hormiga, lugar donde funcionó la base paramilitar que actuó en el bajo Putumayo desde noviembre de 1999 hasta marzo de 2006 (Centro de Memoria Histórica, 2012), quien trabajó para los paramilitares recogiendo y transportando dinero en veredas y cascos urbanos, lo cual lo convertía en “transportador de valores”. Según Bedoya, 2009: 30-31:

los billetes de $20 mil y $50 mil de los paras se paseaban por todo el Valle del Guamuez, por el Bajo Putumayo, en la camioneta toyota en la que andaba Nelson acompañado de Marina. Una parte era para pagar a los hombres; otra parte se dejaba en la dorada o el Placer para suplir la logística y pagar la comida, y la que sobraba, que era bastante, se apretaba en polietileno negro o plástico transparente y luego se guardaba en caletas.

Y Nelson explica:

–Quincenalmente se hacían entierros. Yo verificaba el conteo, embalaba los billetes, salíamos para el “banco” y dos hombres más, de toda la confianza de los jefes echaban pala y sellaban el sitio. otro “banco” era en el solar de una casa, como una especie de bóveda.

Este testimonio nos habla de prácticas relacionadas con la economía del narcotráfico en la región, a la cual se encuentran vinculados los grupos arma-dos ilegales como compradores y distribuidores de base de coca. Por otra parte, Nelson cuenta cómo se desenterraba dinero de estas caletas para llevar a DMG, lo cual explicaría las características del dinero incautado, y al referirse a los dineros invertidos por los paramilitares en DMG, “habla de la rentabilidad de la plata como si DMG fuera un banco y los paramilitares unos accionistas” (Bedoya 2009: 46). Estamos ante el relato sobre la cotidianidad en una región donde confluyen el narcotráfico y el conflicto, y lo lícito cobra otro sentido, lo cual nos informa sobre otra forma de entender la actividad financiera y explica por qué tuvo allí tanta aceptación DMG.

A partir de la mencionada incautación, se inicia en firme la investigación sobre DMG buscando “develar una gigantesca operación de lavado de activos con conexiones en Panamá, México y Brasil”, así como el origen de los dineros incautados y de “otros miles de pesos en operaciones de DMG, pues aunque

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se tiende a creer que las FARC pueden estar detrás de la operación, también hay indicios de que el paramilitarismo, al parecer, se involucró en este enorme ilícito” (El Espectador, 2008). Es decir, tanto guerrilleros como paramilitares, los poderes indirectos en la zona, estaban articulándose a DMG20. David Mur-cia salía a los medios a controvertir el lavado de activos y señalaba que la clase financiera le estaba haciendo la guerra al no permitirle tener cuentas bancarias, y por eso las transacciones en efectivo y la doble contabilidad que la Superfi-nanciera y la DIAN encontraron en sus investigaciones (El Espectador, 2009). El manejo y transporte de grandes sumas en efectivo empiezan a tener conno-taciones de ilegalidad para el Gobierno, y se busca reglamentar por ley tanto la cantidad permitida como las tarjetas prepago, por lo cual Murcia hace lobby ante el Congreso para incidir a su favor buscando “legalizar” sus prácticas, algunas de las cuales se conformaban con las normas legales: exigía la presen-tación del RUT a quien comprara la tarjeta prepago, y, en consecuencia, pagaba impuestos21. Para un economista, en el Putumayo este hecho era prueba de que “no actuaba de manera subrepticia”, y lo más importante, que DMG no era una pirámide ni captadora de dineros (Guerrero, 2010: 139).

Se legitima así DMG como una nueva forma económica “que genera cul-tura empresarial”, en palabras del abogado De la Espriella (W Radio 2008). Este orden económico extraestatal coexiste y se interrelaciona con las instituciones del orden central, que lo supervisan con dificultad.

complicidad: fidelización de clientes como pertenencia a una familiaMurcia comparaba a DMG con marcas como Falabella y Wal-Mart, donde se consigue todo tipo de bienes y servicios, pero a diferencia de éstas, sos-tenía que beneficiaba al cliente “porque él me beneficia”, y explicaba: “Yo decidí que era necesario invertir en una marca, pero en vez de gastar miles de millones de dólares en el posicionamiento de la marca, lo que hicimos fue invertir el 80% directamente en las personas, y ojo, es inversión, no es que se le estaba rentando el capital, como dicen muchos; 80% en publicidad voz a voz y 20% en medios masivos. Ésa era la estrategia de posicionamiento de marca de DMG” (Entrevista en City TV, 2008). Así, “para DMG su principal activo es su red de clientes”, y explicaba como razón subyacente que “cada

20 ElcomandantedelFrente48delasFarcleenvíaaMurciaunacartael30denoviembrede2008para“desearleprontasoluciónalasdificultadesporlasqueustedysuempresaDMGatraviesanenestemomento”yofrecerlesu solidaridad y disposición para ayudarle en lo que necesite.

21 EnentrevistaaAbelardodelaEspriellaporlaWRadio,abogadodeDMGenesemomento,élconfirmaqueenel2007sehabíanpagadoenimpuestos6.000millonesdepesos(WRadio,2008).

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cliente que hable bien de la marca le está generando un alto valor intangible cuantificable desde el punto de vista del mercado y de los inversionistas que se sienten atraídos por la solidez y fidelidad de su red de clientes”, y con esta estrategia apostaba a “que el día de mañana sea la marca con mayor valor del mercado” (página web de DMG).

Se partía entonces de que el consumidor que compra en un sistema de comercialización tradicional que no le reporta valor agregado, va a fundamen-tar su decisión de compra y su elección de marca únicamente en la diferencia de precio entre el producto de una nueva marca o de otra, sin que exista una real fidelización respecto a una marca específica, mientras que, debido a que la marca DMG les estas generando “ingresos extras”, los llamados “clientes con-sumidores” prefieren adquirir bienes y servicios dentro del sistema comercial propuesto por DMG, sin que el costo de los productos sea un factor por tener en cuenta. De esta manera, los productos se podían vender a precios altos con relación a los mismos en el mercado, hasta un 30% más (Ortiz, 2008: 125), pri-mando así la satisfacción del deseo de consumir propio del dinero circulante.

En esta nueva forma empresarial, la idea de la “responsabilidad social” de las empresas que busca inyectar algo de moralidad al capitalismo sin regu-lación, se hacía equivaler a la de “bienestar social”, tal como se explicita en la misión de DMG: “buscar el crecimiento y compromiso con el bienestar social, reflejado en una mejor vida para todas las comunidades en los países donde hacemos presencia” (página web DMG). Una muestra de ello fue el programa de restaurantes sociales en La Hormiga, que llevó a cabo “para acabar con esta gran enfermedad del hambre” (video, 2008), otro factor que diferenciaba a DMG de otras pirámides. Además, entregaba regalos y premios, entre ellos viajes turísticos a Panamá y Santa Marta, como parte de la “acumulación de puntos”: “Yo viajaba con los paseos que él programaba” (Guerrero, 2010: 192), recuerda un habitante de La Hormiga.

David Murcia empieza a ser considerado como el Mesías Salvador, tal como algunos de sus seguidores lo explican: “es un ungido [cuya] misión era llegar a una tierra bañada por el olvido, por la sangre y el desamor. ¿Qué mejor que La Hormiga y el bajo Putumayo, epicentro de las peores masa-cres paramilitares e incursiones guerrilleras de la última década?” (Bedoya, 2009: 39). Se refleja aquí la estructura de sentimiento existente en Putumayo de desafecto hacia el Estado y de afecto22 hacia Murcia como benefactor: “el único pecado de David Murcia fue creer en un mejor mañana y conformar

22 SegúnelDiccionariodelaRealAcademiadelaLenguaEspañola,DRAE,afectosedefinecomo“Cadaunadelaspasionesdelánimo,comolaira,elamor,elodio,etc.,yespecialmenteelamoroelcariño”.

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la gran familia DMG, que somos todos” (Bedoya, 2009: 39). Una comuni-dad de afecto se instaura al establecerse lazos afectivos y emocionales, pero sobre todo al crearse un sentido de pertenencia a una “familia” en un sen-tido metafórico, tal como lo hacen las organizaciones de la mafia (Schnei-der y Schneider, 1999: 171-172). El afecto, que conlleva “la capacidad de afectar a y ser afectado por” (Massumi, 2002; Stewart, 2007; Pine, 2008), forma a los sujetos y cumple un rol en la puesta en marcha de una “econo-mía de afecto” (Richard y Rudnycky, 2009). Para Murcia, la “fidelización” de clientes significaba no sólo garantizar la circulación permanente de dinero en la empresa, sino la defensa incondicional por parte de los miembros de la “familia” de la misma como si fuera propia, bajo su autoridad paternal, como lo manifiesta en sus palabras: “Contamos con el apoyo de más de 150 mil familias dispuestas a dar el todo por el todo” (Video, 2013).

Así, legitimar la empresa implicaba a los clientes mantener un “secreto público” (Taussig, 1999) ocultando, o aparentando no saber, que la única expli-cación posible para obtener tan altos intereses era que se trataba de lavado de dinero del narcotráfico. Al mismo tiempo que esto se ocultaba, se elaboró un discurso público (Scott, 2000: 69) explicando los intereses como puntos paga-dos por contratos personalizados de publicidad, de manera que los clientes se convertían en actores centrales para el crecimiento de la empresa que en el imaginario “familiar” se vuelve de todos. En palabras de Murcia:

Yo no soy el propietario de dMG, el propietario son todos los tarjetahabientes, los empleados y proveedores. No van a encontrar a nadie por encima de mí, encima sólo está dios, y de resto, no hay ninguna organización delincuencial que me dé órdenes a mí, yo soy el responsable de cualquier cosa de dMG. (caracol radio, 2008)

Se niega la presencia de narcotraficantes, y así, se establece una relación de complicidad entre los dueños de la empresa y los habitantes del Putumayo que se naturaliza. Se hace manifiesto que después de treinta años de cultivar coca, el significado de lícito no se refiere a lo que corresponde a la ley sino a aquellas prácticas legítimas para el contexto en el que se vive, como se señaló.

La conspiración de la clase financiera La Superintendencia Financiera realiza la primera inspección de DMG en mayo de 2006 y no logra establecer la verdadera actividad de la empresa. Para noviembre, se establece que se dedica a la compra y venta de mercan-cías a través de tarjetas prepago, y en diciembre, a través de avisos en la prensa, se le informa al público que DMG no es una entidad vigilada por

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ella y que no está autorizada para captar recursos. Un año más tarde, el 12 de septiembre de 2007, DMG es intervenida por captación ilegal de recur-sos del público, y se le ordena devolver “hasta el último peso de los 18.475 millones que captó de 12.641 personas que compraron sus tarjetas prepago” (El Tiempo, 2007). A través de una emisora local en Puerto Asís, Murcia anunció que no iba a acatar la decisión de la Superintendencia Financiera, y, por el contrario, invita a sus habitantes a que se sigan vinculando a DMG, y a quienes ya lo están les reconoce su “fidelidad”, al no haberse retirado a pesar de la decisión de la Superintendencia Financiera:

tengo entendido que mis funcionarios pues tienen ahorita un muy buen pago de publicidad que se ha ordenado para el Putumayo, gracias al apoyo que nos han ofrecido, que nos han brindado, porque realmente nadie se ha retirado del grupo dMG, han pasado algunas cartas pero así mismo las han ido retirando. (W radio, 2007)

Con el aumento del porcentaje en intereses, que, como se explicó, variaba según las coyunturas, se aseguraba la continuidad de la gran familia DMG, y terminaba su alocución afirmando: “Vamos a demandar a la Superintendencia y vamos a tener DMG para rato” (W Radio, 2007). Al hacer uso del sistema jurí-dico buscando legalizar la transgresión, se visibilizan las zonas de ambigüedad e ilegalidad que crea la misma ley estatal (Heyman y Smart, 1999), confirmando que la transgresión se encuentra inscrita en la ley como su secreto (Nuijten y Anders, 2007), y pone en movimiento el fetichismo de la ley en cuanto a su capacidad para remediar, armonizar y ordenar (Comaroff y Comaroff, 2000: 328). Efectivamente, Murcia demanda ante el Consejo de Estado por honora-bilidad, la resolución de la Superfinanciera, y al mismo tiempo, crea otra socie-dad, con el nombre de DMG Grupo Holding S. A., que no sólo puede seguir captando recursos sino que no está sujeta a la decisión de la Superintendencia (El Tiempo, 2008. Entrevista a César Prado Villegas). Para Murcia, esto se tra-duce en tener los papeles en regla (El Espectador, 2008), y para el abogado de Murcia, “DMG es un negocio amparado por presunción de legalidad y no hay ninguna sentencia en su contra” (W Radio, 2008).

Por su parte, la Superintendencia de Sociedades dicta el 11 de julio de 2008 otra resolución donde somete a control a DMG Grupo Holding S. A., por haber encontrado inconsistencias de carácter jurídico y contable, y da órdenes con el fin de estabilizar la situación (Resolución Supersociedades, julio 11 de 2008). Como respuesta, se inicia por parte de Murcia la elaboración de un dis-curso clasista imbuido de sospechas y desconfianza hacia los poderosos y su tendencia a conspirar (Sanders y West, 2003):

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sé de la cantidad de conspiraciones que han estado haciendo para acabar con el grupo, con esta gran familia dMG y conmigo como persona natural. el grupo aVal, por no tolerar que yo sin pertenecer a su círculo social y sin ser banquero y sin pretender entrar en los negocios financieros les esté ganando con mi inteligencia y mis estrategias de comercialización y fidelización de clientes, se sienten impoten-tes para ganar esta guerra con la libre competencia comercial. (Video, 2008)

Acusa a las entidades del grupo Aval23 de haberles “cerrado todas las cuen-tas bancarias” y de haber utilizado “sus influencias políticas en las diferentes ins-tituciones para atacarnos permanentemente” y de haberlos tratado “como si fué-semos delincuentes sin que exista un condena en nuestra contra”, señalamientos que, según Murcia, se extienden “a cada uno de nuestros clientes, puesto que el dinero que se niegan a recibir esos bancos es precisamente el dinero con el que las personas como ustedes pagan sus bienes y servicios” (video, 2008). De esta manera, compromete aún más a su “familia” en la defensa de la empresa, llegando a decirles que “hasta me pueden pretender matar, creyendo que eliminándome a mí como líder, se acabará esta gran familia y esta gran causa que se ha convertido en una revolución económica” (video, 2008). Este mensaje es apropiado por los miembros de la Familia DMG, quienes empiezan a comparar a DMG con el sistema bancario: “Acá los únicos ladrones son los bancos que no permiten que los pobres multi-pliquen sus ingresos”; si usted mete dinero a un banco, “al final de año no sólo no ha ganado, sino que ha perdido lo que le descuentan, el manejo de la tarjeta y otras cuantas artimañas más” (Ortiz, 2008: 124), y frente a la acusación de que Murcia capta dineros, un habitante del Putumayo se pregunta: “¿Cómo se llama cuando uno va al banco a dejar los ahorros por los que ni siquiera le pagan nada, y por el contrario, le cobran hasta por preguntar el saldo?” (Guerrero, 2010: 186). Se empieza así a cuestionar al sistema financiero nacional.

Otro elemento que afianzaba el rumor sobre la conspiración de la clase financiera contra Murcia fue la aparición en agosto de 2008 de una nueva pirá-mide bajo el nombre Dinero Rápido Fácil y en Efectivo (DRFE), que entra a competir con DMG ofreciendo más intereses por el dinero invertido y que para Murcia es impulsada “por los bancos del grupo AVAL”, y les recuerda a sus aho-rradores “que les quieren robar el dinero, generar un pánico colectivo del que pretenden responsabilizar a DMG” (video, 2008).

Esta metanarrativa de persecución por parte de la clase financiera se con-cretiza el 30 de octubre siguiente, cuando la Supersociedades le impone una

23 ElGrupoAval(Bogotá,Occidente,PopularyAVVillas)yBancolombiatienenel51%delosactivosbancariosdeColombia,queevidenciaunaaltaconcentracióndeestemercado.DeacuerdoconelBancodelaRepública,enColombiaelmercadodecréditocontinúaregidoporunaestructuramonopolística(Semana,2010).

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multa de un poco más de 92 millones de pesos a DMG al comprobar que no se ha cumplido con lo exigido (La Silla Vacía, 2011). Como respuesta, el 13 de noviembre Murcia edita otro video dirigido a la familia DMG, donde hace un llamado para que salgan a las calles a manifestarse contra el Gobierno con la consigna “No somos pirámide, dejen trabajar”, e insiste en que su empresa es un ejemplo de generación de empleo y de mejora en la calidad de vida (video, 2008). Siguiendo el llamado, el 14 de noviembre se inician las marchas en Putumayo, haciéndose evidente un apoyo incondicional por parte de la Fami-lia DMG, puesto que “después de tantos años de violencia, ya se vivía tran-quilamente y en paz y los habitantes ya no se preocupaban de las ganancias que pudieran dejar los cultivos ilícitos como la coca” (Guerrero, 2010: 191). En suma, en cuanto el Estado empezó a tomar medidas contra estas empresas “legales pero sospechosas de ser ilegales”, la complicidad de la población con las mismas se tornó política al presentarse dichas manifestaciones abiertas contra el orden, representado no sólo por el Gobierno sino por la clase financiera.

Al discurso sobre la persecución del Grupo Aval, Murcia añade la del pre-sidente Uribe, a quien acusa de haber manipulado la ley para perseguirlo por pertenecer al “estrato uno” y no ser parte de “las familias reconocidas que pue-den acceder a grandes negocios, lo cual valora como ‘su único delito’” (Cambio, 2008). Además, en una entrevista de radio se enfrenta al presidente Uribe al recordarle que sus hijos le habían presentado un programa llamado Explorarte para venderlo a Body Channel, una de sus empresas, y se atreve a decir que el presidente Uribe “no está enterado de lo que hacen sus hijos. Es un mal presi-dente y un mal papá” (W Radio, 2013).

Dos días después de esta entrevista, en la madrugada del 17 de noviem-bre, la Policía se toma las instalaciones de la empresa DMG en 59 poblacio-nes (El Tiempo, 2008), lo que en el Putumayo generó el pánico previsto por Murcia, quien señala como la causa principal de la intervención su ataque al Presidente, puesto que hasta ese momento no había incumplido con los pagos a sus clientes. Es así como el 18 de diciembre, al preguntarle ¿de qué se arre-piente hoy? contesta: “De haber ofendido al presidente Uribe al decir que era un mal papá” (Cambio, 2008), poniendo en juego la política de las emociones en el enfrentamiento. Además, se cumple la profecía de Murcia, al verse conta-giado por la quiebra de DRFE, la cual se presenta a finales de octubre de 2008, cuando su dueño desaparece. Esta quiebra se convierte en argumento central del Gobierno para tomar la medida preventiva de cerrar DMG.

De esta manera me fue narrado lo que sucedió ese día en Putumayo: “Las masas enardecidas se tomaron los pueblos, y nos tocó [a los líderes políticos] entrar a dirigir para evitar la locura colectiva, entrar a controlar las masas y hacer

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un manejo de las mismas” (entrevista a Miguel Alirio Rosero)24. En contraste con DRFE, que sólo funcionó entre agosto y noviembre de 2008, DMG había tenido una permanencia de cinco años y les había cumplido a todos los clientes hasta el día que fue intervenida, de forma que esta decisión se lee como una muestra más de la animadversión del Gobierno contra los habitantes del Putumayo, confirmándose el ataque del que se han sentido objeto por parte del Estado desde la implementación del Plan Colombia, y empiezan a emerger narrativas en contra del Gobierno: “Por qué es el Presidente tan duro con el Putumayo”. “Nos robó el sustento de nuestros hijos y la alegría de las familias”. “Que al señor presidente no se le olvide que la gue-rra es con la guerrilla, no con el pueblo que es la democracia que lo eligió a él”. Sobre todo, se le critica su paternidad: “como padre de la patria, es un mal papá, que dejó a miles de niños, especialmente en Cauca, Nariño y Putumayo, sin una navidad feliz (Guerrero, 2010: 192). En una pancarta se leía: “Putumayo, fumigado, ahora por Uribe Estafado, Humillado y como siempre Abandonado”.

Un sentimiento de abyección en los términos que Ferguson (2002: 559) ha descrito para el África contemporánea se ha venido arraigando en esta región mar-ginal, porque sienten “una creciente desconexión económica y social” con respecto a la clase financiera privilegiada. A través de su participación en DMG empiezan a manifestarse en contra de la “acumulación a través de la desposesión” (Harvey, 2003) en la que las instituciones del capital financiero han participado, proponiendo implícitamente una forma económica distinta. Mientras Murcia hacía real el sueño del bienestar propio de la modernidad, la élite financiera les brindaba desespe-ranza de alcanzar el sueño y los sumía en la pobreza. David Murcia fue apresado en Panamá el 19 de noviembre de 2008 y entregado a la Fiscalía para ser investigado por captación ilegal de dineros y lavado de activos. Murcia calificó la intervención de “inconstitucional e ilegal” (El Espectador, 2008) y propuso que no se liquidara DMG y que se le entregara a la gente (El Tiempo, 2008). Así, en las manifestaciones que continuaron realizándose en Putumayo y en Bogotá por personas que viajaron a apoyar a Murcia, las pancartas decían: “DMG es del pueblo, es del Putumayo”, la empresa “es un patrimonio propio y es una empresa que se creó en el Putumayo de todo el pueblo campesino, comunidades indígenas y negritudes” (City TV, 2008), y se afirmaba: “Nosotros no queremos la devolución de dinero de ninguna manera, que nos entreguen nuestra empresa para trabajar, para seguir trabajando, por eso se erradicó la coca, si no fuera por esa empresa, nosotros todavía estaríamos sem-

24 MotinesydisturbiosestallaronyseformaronmultitudesfuriosasportodoeldepartamentodelPutumayo,quehacenrecordarelanálisisdeLeBon(1977[1895]:32)sobreelcomportamientodelasmultitudesdurante laRevoluciónFrancesa,dominadaspor“laspasiones,emocionesysentimientos”quehacíanactuaralagentecomo“bárbaros”,esdecir,criaturasqueactúanporinstinto.

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brando [coca]” (City TV, 2008). Además, se le recuerda al Gobierno: “Señor Presi-dente, la plata no es ilegal, es ganada con el sudor de nuestra frente” (City TV, 2008), y se le pedía que les devolviera el dinero que se había pagado como impuestos, considerando que al cerrar DMG por actividades “ilegales”, los impuestos no les pertenecían, a partir del argumento del Gobierno sobre el origen ilegal del dinero.

conclusiónDMG puso en el centro de la discusión la cobertura bancaria que ofrece el sis-tema financiero en Colombia, que no alcanza a cubrir el 20% de la población (Ortiz, 2008: 28). A la vez que se atacó a DMG por captación ilegal de dineros y lavado de activos, se evidenció la capacidad de ahorro de los estratos bajos, lo cual llevó tanto a la clase financiera como al Gobierno a planear la necesidad de bancarizar a los pobres25, o en otras palabras, de integrarlos al orden finan-ciero nacional, para lo cual se tomaron medidas para facilitar “el acceso de los más pobres a los servicios de las instituciones financieras formales” (El Tiempo, 2008), lo cual implicaba que las normas serían de obligatorio cumplimiento para la banca. Se emiten así dos decretos tendientes a facilitar el acceso a cuentas de ahorro electrónico para ciudadanos del estrato 1 y desplazados, que les permi-tirían “la expedición de una tarjeta plástica, dos retiros y una consulta de saldos gratis y rendimientos diarios por el saldo, medida considerada no rentable para el sistema financiero” (El Espectador, 2008). El segundo, para crear estímulos a tra-vés de exenciones en impuestos, a fin de que el sistema financiero pudiera impor-tar datafonos y cajeros electrónicos, “para evitar que la gente mueva efectivo y mejor lo haga a través del dinero plástico” (El Espectador, 2013). Otra medida que se tomó fue la de los microcréditos para actividades productivas de hasta 10 millones de pesos y de libre destino hasta de 2 millones, por un tiempo máximo de tres años, líneas de crédito “focalizadas en los sectores de más bajos ingresos y que permitirán profundizar la bancarización” (El Espectador, 2008). Al respecto, una persona en Mocoa comenta: “esos microcréditos nos llevan a la ruina, es tenernos bajo un yugo, bajo una esclavitud” (Guerrero y Franco 2010: 183), mani-festando así que no podían compararse con lo que habían perdido.

Por otra parte, el Ministro de Hacienda contesta a los ahorradores que habían pedido la devolución del dinero recogido por impuestos diciendo que “la inver-sión que se iba a hacer en estos programas sociales era superior a lo recaudado

25 “EsprecisamentelaaltaparticipacióndeBancolombiayAvaldentrodelpaísloqueleslimitacrecermásporlomenos en el corto plazo. Para ganar cuota de mercado se requiere que la economía crezca a mayores tasas y que la bancarización se profundice. Este último factor es un cuello de botella para el crecimiento, y es lo que, en cierta forma,explicaporquéestánexplorandoopcionesenotraslatitudes”(Semana,2010).

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en impuestos” (Semana, 2008). De esta manera se “legalizan” los dineros que eran producto de un negocio “ilegal” vinculándolos al sistema financiero.

Un año después, en noviembre de 2009, se informa que Luis Carlos Sar-miento estaba trabajando en la creación de un banco Grameen o banco de los pobres, inspirado en el hindú Muhammad Yanus, premio Nobel de Paz de 2006 que busca que los bancos lleguen a los lugares más pobres y aislados con condi-ciones que se adapten a sus capacidades económicas y niveles de conocimiento. El banco de Sarmiento se inauguró el 27 de mayo de 2010 en Bogotá con un capital semilla de 100 millones de dólares para iniciar préstamos con un 29% anual de intereses. Es decir, es un banco con ánimo de lucro. Por su parte, en 2006 el Gobierno empezó a promover bajo esta misma idea del banco Grameen una iniciativa llamada Banca de Oportunidades, que ofrece servicios bancarios privados regulares a través de corresponsales no bancarios como droguerías, misceláneas, panaderías y otros, y en el Putumayo, hay 10 corresponsales no bancarios distribuidos en 10 localidades (Semana, 2008).

La respuesta del Gobierno y de la clase financiera consistió en ampliar los servicios bancarios buscando la “formalización” de la economía en el Putumayo, y en esta medida, aunque se reconoció que la banca no está estructurada para aten-der a los pobres por no considerar rentable este servicio, está dispuesta a cooptar cualquier ganancia posible, para lo cual recibe la ayuda del Gobierno.

Por su parte, la Familia DMG no sólo cuestiona a los poderosos que acumulan para sí mismos, sino también a las políticas que han conectado esta región a circuitos globales de manera perversa, como es el caso del narcotrá-fico y la seguridad global, lo cual, como resultado, ha exacerbado la pobreza y la exclusión. En consecuencia, se busca redefinir las formas de articulación centro-periferia, al hacer un llamado a la importancia estratégica del Putu-mayo, pues sus habitantes no quieren resignarse a la trayectoria histórica y geográfica basada en desarrollos desiguales que ha definido el poder global (Harvey, 2006). Sin embargo, no responden en términos de clase solamente, sino que se toma una postura como ciudadanos que quieren actuar según la ley, al crear una Corporación “con personería jurídica” para tomar las riendas de la empresa, contestando la ilegalidad adscrita por el Gobierno a DMG. Aun cuando el fetichismo de la ley se mantiene, en el sentido de que se le imbuye de poder para cambiar la realidad que se vive, no sólo se contesta la criminalización de que son objeto, que rebasa su participación en DMG, sino también el monopolio del Gobierno y de la clase financiera para definir el bienestar común: “Había necesidad de luchar por unos ideales. Digamos, por una Colombia diferente, y en eso la tenemos todavía clara” (entrevista en el Valle del Guamuez, 26 de julio de 2009). .

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Artículorecibido:2deabrilde2013|aceptado:15deoctubrede2013|modificado:4denoviembrede2013

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* Este artículo es el resultado de una serie de etnografías económicas llevadas a cabo en el marco de los siguientes proyectosdeinvestigación:ProyectoUBACyTS613(2008-2010)“Circulacioneseconómicasylazossociales.Lautilidadempíricayanalíticadelanocióndereciprocidad”.Programacióncientífica2008-2010.CarreradeCienciaPolítica-FacultaddeCienciasSociales.Director:ArielWilkis.ProyectoPICT-2007-00254(2009-2010)AgenciaNacionaldePromociónCientíficayTécnica:“Unestudiosociológicosobrelaincidenciadelasubadepreciosenlasprácticaseconómicasordinariasdelasclasespopulares”.Director:ArielWilkis.

** MaestreandoenAntropología Social, InstitutodeAltos Estudios Sociales (IDAES),UniversidaddeSanMartín(UNSAM),BuenosAires,Argentina.

TR A nSF ER Enci A S cOn DiciOnA DA S y SEn Ti DOS PLU R A LES: EL Di n ERO ESTATA L En L A EcOnOM í A DE LOS hOgA R ES A RgEn Ti nOS*

martin hornes**[email protected] Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Centro de Estudios Sociales de la Economía (CESE) del IDAES/ UNSAM. Buenos Aires, Argentina

R e s u m e n Durante la última década proliferaron las

intervenciones de los Estados latinoamericanos en materia de

políticas sociales, centradas en transferencias directas de dinero a

los hogares más vulnerables.

Nos detendremos en el análisis del programa más destacado de

la República Argentina, la Asignación Universal por Hijo para la

Protección Social (AUH). Mediante la reconstrucción etnográfica de

los presupuestos de hogares receptores de la AUH, repararemos en

los significados y usos sociales atribuidos al dinero transferido.

P a l a b r a s c l a v e :

Políticas sociales, transferencias monetarias condicionadas, usos del

dinero, antropología económica, políticas públicas.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.04

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TRANSFERÊNCIAS CONDICIONADAS E SENTIDOS PLURAIS: A VERBA ESTATAL NA ECONOMIA DOS LARES ARGENTINOSMARTIN hORNESresUMO Durante a última década, proliferaram as intervenções dos Estados latino-americanos em

matéria de políticas sociais centradas em transferências diretas de verba aos lares mais vulneráveis.

Deter-nos-emos na análise do programa mais destacado da República Argentina, a Atribuição Universal

por Filho para a Proteção Social (AUH, por sua sigla em espanhol). Mediante a reconstrução etnográfica

dos orçamentos de lares receptores da AUH, repararemos nos significados e usos sociais atribuídos à

verba transferida.

Palavras-chave:

Políticas sociais, transferências monetárias condicionadas, usos da verba, antropologia econômica,

políticas públicas.

CONDITIONAL CASh TRANSFERS AND PLURAL MEANINGS: STATE MONEy IN ThE ARGENTINIAN hOUSEhOLD ECONOMy 

abstract The last decade has seen a proliferation of social policy interventions by Latin American states

involving direct cash transfers to the most vulnerable households.

This article analyzes the Asignación Universal por Hijo para la Protección Social (Universal Allowance per

Child for Social Protection - AUH) the most important of these programs in Argentina. By carrying out an

ethnographic reconstruction of the budgets of recipient households we examine the social uses of the

transferred cash and the meanings attributed to it.

Key WOrds:

Social policy, conditional cash transfers, uses of money, economic anthropology, public policy.

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TR A nSF ER Enci A S cOn DiciOnA DA S y SEn Ti DOS PLU R A LES: EL Di n ERO ESTATA L En L A EcOnOM í A DE LOS hOgA R ES A RgEn Ti nOS

m a r t i n h o r n e s

introducción

s urgidos bajo el auge del neoliberalismo, e impulsados por los principales organismos internacionales de crédito –el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM)–, durante la última década se consolidó en la región latinoamericana un conjunto de programas de transferen-cias monetarias condicionadas (TMC). Tales intervenciones

reúnen dos cualidades específicas: 1) reemplazan a las tradicionales polí-ticas sociales de provisión de bienes y servicios, promoviendo la transfe-rencia de dinero a los hogares más vulnerables, y 2) establecen una serie de requisitos previos para garantizar las transferencias, referidos a la escolarización de los menores pertenecientes al hogar, la realización de controles sanitarios y de vacunación.

La expansión de dichos programas en la región estuvo acompañada de una serie de debates entre distintos saberes expertos. Desde los ámbitos académicos, gubernamentales y técnicos, expertos en el diseño de TMC fueron inscribiendo tres líneas o ejes particulares de discusión. El primero de ellos, impulsado por organismos como el BM, la Organización Interna-cional del Trabajo (OIT) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU)/Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), puso en el centro de la agenda la redefinición de la noción de protección social en el con-texto latinoamericano (Holzmann y Jorgensen, 2000; Bertranou y Vezza, 2010; UNICEF, 2010). Posteriormente, predominaron informes de expertos vinculados a los principales organismos impulsores de su implementación –FMI y BM–, los cuales trabajaron vigorosamente a favor de la difusión de los alcances de los programas de TMC en los ámbitos regional y mundial (Banco Mundial, 2008 y 2009). En último lugar, y al calor de las evalua-ciones de las primeras experiencias, surgió una multiplicidad de informes técnicos/gubernamentales y trabajos académicos enfocados en medir los

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indicadores de impacto y efecto de los programas de TMC (Agis, Cañete y Panigo, 2010; Tavares et al., 2009; MECON, 2009).

Este trabajo propone introducir una perspectiva novedosa, que con-sidere un análisis cualitativo del dinero transferido desde los programas sociales estatales hacia los hogares más vulnerables, vinculada a los usos sociales del dinero. Desde mediados del siglo XX, la literatura antropoló-gica y sociológica se ha empeñado en develar los usos múltiples del dinero y su carácter irreductible a una esfera social –el mercado– y un vínculo social –relaciones mercantiles– (Bloch y Parry 1989; Guyer, 2004; Maurer, 2006; Zelizer, 2009 y 2011; Weber, 2009; Wilkis, 2013). Estos trabajos resultan cruciales para la perspectiva que nos interesa desarrollar, ya que superan las visiones neutralistas e instrumentalistas sobre el dinero, aportando pautas teórico metodológicas elementales para indagar los sentidos y significados que se le atribuyen al dinero, y su correlación como indicador de desigual-dades personales, morales y sociales.

La perspectiva desarrollada por Viviana Zelizer (2011) sobre “El sig-nificado social del dinero” propone superar las falaces premisas de una supuesta división entre las ciencias económicas y sociales, desnaturalizando la oposición entre las circulaciones monetarias y las relaciones solidarias, afectivas o íntimas. Desde esta concepción, el dinero no guarda una defini-ción unívoca, sino que, por el contrario, “las personas introducen distincio-nes y diferenciaciones que sirven para crear y mantener significativamente diferentes grupos de relaciones sociales y que se corresponden con diferen-tes lazos sociales y sus significados” (Zelizer, 2009: 51). Desde este punto de vista, desaf ía aquellas nociones ligadas al dinero sólo como medio de intercambio y objeto despersonalizado, para demostrar que “en diferentes escenas y contextos su uso tiene anclajes en dimensiones sociales y morales particulares” (Weber y Dufy, 2009).

Inscripta en este campo de indagaciones, nuestra perspectiva intenta tra-zar un horizonte que vincule a las clases populares con el dinero proveniente de los programas sociales. No sólo buscamos poner en evidencia la ausencia de investigaciones que hayan delimitado su objeto sobre esta temática, tam-bién nos proponemos demostrar que las reflexiones sobre el dinero resultan “un revelador privilegiado de los juicios y evaluaciones hacia y entre las cla-ses populares” (Wilkis, 2010: 25). En este sentido, trataremos de demostrar que el dinero condicionado1 que se transfiere desde los programas sociales, se

1 A lo largodel texto, los términos“condición/es”o“condicionalidades”seusaránde forma indistinta,yharánreferenciaalasexigenciasorequisitosqueimponenlosprogramasdeTMC.

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enfrenta a las prácticas económicas ordinarias2 de los hogares receptores, de manera tal que en su tránsito sus significados se convierten o subvierten, se generan asimilaciones directas o disrupciones, o se inventan categorías ade-cuadas para garantizar su circulación y uso.

Ilustraremos la propuesta en cuestión aproximándonos al programa más destacado de la República Argentina: la denominada Asignación Universal por Hijo para la Protección Social (AUH). Recurriremos a una reconstrucción etnográfica de los presupuestos de distintos hogares receptores de la AUH, para poder escenificar cómo el dinero transferido circula dentro de los hogares, marcado por valores personales, morales y familiares. Repararemos en prácti-cas económicas tales como el ahorro, los préstamos familiares, el crédito y el consumo, para poder interpretar cómo los hogares otorgan múltiples significa-dos y usos al dinero transferido, movilizados a partir de las relaciones sociales y afectivas particulares que los unen.

El trabajo de campo que da lugar a este artículo forma parte de las dis-tintas actividades enmarcadas en la realización de mi tesis de Maestría en Antropología Social. El mismo se llevó adelante en un barrio del municipio de Avellaneda, localidad situada al sur del Área Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires (Argentina)3. El ingreso al campo estuvo garantizado desde 2008, por mi desempeño como trabajador social en un programa de TMC destinado a adolescentes en situación de vulnerabilidad social4. Una vez desligado del programa, distintas investigaciones y el consiguiente desarro-llo del trabajo de campo de mi tesis de maestría me mantuvieron vinculado al seguimiento económico de más de veinte hogares receptores de distintos programas de TMC.

Con miras a conservar la identidad y confidencialidad de las personas que me otorgaron su confianza y se brindaron hacia la investigación, apelaremos a un nombre ficticio para denominar al barrio en cuestión: Villa Asunción. El

2 SeguiremosladenominaciónaportadaporFedericoNeiburg: “se trata de llamar la atención no solo sobre las prácticasteóricas,sinotambiénsobrelosusoscotidianosdelaspalabras,enlasqueestas,alcontrariodeserautorreferenciales,ganansentidoenrelaciónconlosmundossociales(yconlassituacionesdeinteracción)enlasquesonutilizadas”(Neiburg,2008:96).

3 ElÁreaMetropolitanadeBuenosAires(AMBA)estáconformadaporlaCiudadAutónomadeBuenosAiresy24 partidos que componen el conurbano. El partido de Avellaneda es el primer partido ubicado en sentido sur,lindanteconlaCiudadAutónomadeBuenosAires.Elmismoposeeunasuperficietotalde54km2, y una poblaciónestimadaen330.000habitantes,segúnelúltimocensopoblacionalrealizadoporelInstitutoNacio-naldeEstadísticasyCensos(INDEC).

4 NosreferimosalprogramadealcanceprovincialcomoProgramaJóvenes(nombreficticio).ElmismoconsisteenunaTMCdirigidaaadolescentesdeentre12y21años,elcualpersigueelobjetivodeincentivarlatermi-nalidadeducativay/ofavorecerlacapacitaciónprofesional.Parauntrabajoquedetallalasparticularidadesdelcaso,véase:Hornes(2011).

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origen del mismo se remonta a mediados de la década de los cincuenta, debido a los procesos migratorios desde el campo a la ciudad, impulsados por la expan-sión de la industria liviana y la producción nacional. Estos movimientos mar-carían la llegada a Villa Asunción de migrantes provenientes de zonas del norte del país, principalmente de las provincias de Tucumán y del Chaco.

Villa Asunción podría ser retratada como un territorio de relegación social y urbana (Wacquant, 2001) que se encuentra en pleno proceso de trans-formación5. Desde hace cinco años el municipio ejecuta en el barrio un proceso de urbanización llevado a cabo por el Plan Federal de Viviendas6. El objetivo es transformar las propiedades urbanas de Villa Asunción, favoreciendo la aper-tura y pavimentación de calles, la construcción de viviendas sociales, y dotán-dolo de infraestructura urbana (luz, gas natural, agua potable, establecimientos educativos y sanitarios). En la actualidad, más de sesenta familias pertenecien-tes a Villa Asunción fueron reubicadas geográficamente en un nuevo barrio de viviendas sociales, situado a unas diez cuadras de distancia. Designaremos al nuevo barrio como Santo Domingo.

El artículo se organizará de la siguiente manera. En el primer apartado reseñaremos algunas de las principales características de los programas de TMC de la región, para luego poder aproximarnos en una descripción más detallada de la AUH de la República Argentina. En el segundo apartado intro-duciremos dos casos etnográficos centrados en la descripción de los presupues-tos de hogares receptores de la AUH, esbozando un análisis que nos permita visibilizar la imbricación de valores morales y económicos. Por último, incur-sionaremos en una serie de reflexiones que nos permitan avanzar en la relación entre la antropología económica y las políticas sociales.

Los programas de TMc en el contexto latinoamericano: condicionalidades y dineroDurante la última década, los programas de TMC han ganado un lugar predo-minante en la región de América Latina y el Caribe. Impulsados bajo las pre-misas de los principales organismos multilaterales de crédito –Banco Mundial (BM), Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Fondo Monetario Interna-

5 VillaAsunción fueasumiendo lascaracterísticasde las trazasurbanasasociadasa lasvillasmiserias (Cravino,2007).Ensuarquitecturaactual,convivenzonasurbanizadasporintervencióngubernamental,laexistenciadepasillos que conducen a distintos grupos de viviendas precarias y emplazadas irregularmente, y zonas de mayor relegación, marcadas por la presencia de casillas de cartón o madera.

6 ElPlanFederaldeViviendaeslapolíticadealcancenacionaldeláreaviviendas,bajodependenciadirectadelMinis-teriodePlanificaciónFederal.Losprogramasdeurbanización,obrapúblicaeinfraestructuraseejecutandeformadescentralizadaporlasdistintasprovincias(ylosmunicipios),actuandoelorganismonacionalcomocontralorfiscal,decertificaciónyavancedeobras.Informacióndisponibleenpáginaweb:www.minplan.gob.ar

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cional (FMI)–, los programas de TMC han desempeñado un rol fundamen-tal en la redefinición de las intervenciones de los Estados latinoamericanos en materia de políticas sociales.

A mediados de la década de los noventa comenzó a observarse en el contexto latinoamericano un cambio de signo en materia de políticas socia-les. Al ritmo de las modificaciones que impuso la instauración del régimen neoliberal en la región, el modelo de política social caracterizado por inter-venciones asociadas al sistema de protección social viró hacia un esquema de política social que reducía el rol de estas últimas al de ser principalmente subsidiarias en materia de pobreza.

De esta forma, las características principales que comienzan a adoptar las intervenciones en materia de políticas sociales giran en torno a concep-tos tales como focalización, eficacia, compensación y descentralización. En este sentido, las intervenciones tienden a convertirse en estrategias foca-lizadas sobre nichos identificados de pobreza, y sobre quienes no logran incorporarse a la oferta de bienes y servicios determinada por el mercado. La denominada población objetivo de este tipo de políticas se conforma, principalmente, por trabajadores precarios e informales o incluso aque-llos que son considerados por los organismos como inempleables o pobres estructurales, y por lo tanto incapaces de salir de su situación de pobreza (Grassi, 2003; Sottoli, 2000).

En este marco, los programas de TMC surgen impulsados bajo las pre-misas de los principales organismos multilaterales de crédito –BM y FMI– como un conjunto de dispositivos de lucha y combate contra la pobreza. Estos dispositivos poseen la cualidad distintiva de transferir dinero en efectivo a los hogares pobres, a condición de que cumplan con una serie de requisitos prees-tablecidos por los programas, en materia de salud, escolarización y nutrición. Desde la perspectiva esgrimida por los organismos multilaterales, los progra-mas de TMC han sido considerados “como una importante manera de reducir la desigualdad, en especial en países en los que está muy elevada, como en los de América Latina” (Banco Mundial, 2009).

Los expertos en programas de TMC aseguran que uno de los principales fundamentos para su aplicación, se encuentra en la distinción que los mismos establecen con los programas sociales tradicionales. Mientras que estos últi-mos trabajaban en una perspectiva a corto plazo priorizando sus acciones en las consecuencias de la pobreza (Villatoro, 2005), los programas de TMC se basan en inversiones destinadas a “acrecentar el capital humano de los hogares receptores y ayudar a los hogares a salir del círculo vicioso que transmite la pobreza de una generación a la siguiente” (Banco Mundial, 2008 y 2009).

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Las primeras implementaciones de programas de TMC que tuvie-ron lugar en la región de América Latina datan del año 1997, y se enmar-can como experiencias piloto que se ejecutaron a escala municipal en distintos países de la región, para luego ser elevadas a nivel nacional considerando la evaluación de sus resultados de impacto. Allí se des-taca la experiencia del programa “Desarrollo Humano Oportunidades” en México –inicialmente llamado “PROGRESA”–, basado en la entrega de dos tipos de transferencia de dinero: la primera, de carácter incondi-cional, y garantizando un mínimo ingreso para sus beneficiarios, mien-tras que la segunda categoría se establece a partir de la asignación de becas escolares para los menores existentes en el hogar. Durante 2002 se originó en la República de Chile el programa “Chile Solidario”, com-puesto por una transferencia de dinero focalizada en hogares de extrema pobreza. En 2004, el Gobierno Federal del Brasil lanzó el programa “Bolsa Familia”. El origen de esta implementación es la unificación de distintos programa de transferencia directa que el Estado brasilero implementaba en instancias municipales7.

Por las características antes mencionadas y las recomendaciones esgri-midas por los organismos internacionales, los programas “Oportunidades” de México, el “Bolsa Familia” de Brasil y el programa “Chile Solidario”, se convir-tieron en los modelos a seguir por la mayoría de los Estados latinoamericanos. A lo largo de 2005 y 2006 surgieron y se consolidaron en la región otros pro-gramas con características similares. Desde 2005 se destacan la presencia del “Programa Juntos” de Perú; en la República del Paraguay, la implementación del programa Tekoporá (proveniente de un vocablo guaraní, y que significa vivir bien), destinado a familias pertenecientes a las comunidades rurales. Por su parte, la República de Bolivia inició un ciclo de transferencias con el Bono Juancito Pinto, en 2006, y actualmente implementa el Bono Madre Niña-Niño Juana Azurduy, los cuales intervenían en las áreas de educación y salud, respec-tivamente. A partir de 2008, la República Oriental del Uruguay puso en funcio-namiento el programa de TMC “Asignaciones familiares”, con características similares a los anteriores8.

7 ParaundesarrolloqueconsideraelsurgimientoylacaracterizacióndetalladadelosprogramasdeTMCenlaregión,Hornes(2013).

8 SepodríaenumerarunainfinitacantidaddeprogramasdeTMCexistentesactualmenteenlaregión.Undatorelevante que ilustra esta situación es la base de datos de programas de protección social no contributiva enAméricaLatinayelCaribesobreProgramasdeTransferenciasCondicionadas,diseñadoporlaComisiónEconómicaparaAméricaLatinayelCaribe(CEPAL,2013).Endichositio,elorganismoenumera todos losprogramasdeTMCexistentesencadaunodelospaísesdelaregión,alavezquedescribesusprincipalescaracterísticas, componentes, dependencias institucionales y formas de financiamiento.

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En el caso de la República Argentina, la política de mayor envergadura e impacto en materia de TMC, se encuentra representada por la denominada Asignación Universal por Hijo para la Protección Social (AUH). La implemen-tación de la medida reagrupó a los beneficiarios que formaban parte del pro-grama Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, activo desde 2002, y sus consecuen-tes reformulaciones, que dieron origen al Plan Familias por la Inclusión Social (2004) y el Seguro de Capacitación y Empleo (2006)9.

Creada bajo decreto P. E. N 1602/ 9, el gobierno presidido por Cristina Fernández de Kirchner anunció el lanzamiento de la AUH en el nivel nacional, durante el mes de octubre de 2009. El plan comenzó a implementarse durante el primer trimestre de 2010, con el objetivo primordial de “equiparar el ingreso de aquellos niños cuyos padres no estuvieran incorporados al mercado de tra-bajo formal, y por ende; no recibieran la asignación por hijo estipulada en el régimen contributivo de asignaciones familiares” (MECON, 2009). La AUH, al igual que otras políticas similares anteriormente mencionadas en la región, adquiere la cualidad de centrarse en transferencias directas de dinero, espe-cíficamente fundamentadas y focalizadas sobre los menores pertenecientes al hogar, y transferibles a los mayores responsables.

A mediados del mes de abril de 2011, se anunció la creación de la Asignación Universal por Embarazo (AUE). El principal objetivo del pro-grama es disminuir la mortalidad infantil, teniendo como beneficiarias a las mujeres embarazadas a partir de la semana 12 del período de gestación, las cuales deben cumplir con la totalidad de los controles prenatales requeridos por el sistema de salud público. El acceso a todas las AUH está mediado por el registro a un sistema establecido por la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES).

Al cumplirse un año de la implementación de la AUH, organismos y exper-tos en materia de políticas sociales divulgaron información sobre el impacto de la misma. Algunos de los datos estimados precisaban que la política alcanzaba a más de 1.900.000 hogares, cubriendo un total aproximado de 3.600.000 menores y generando “una importante reducción de los índices de pobreza, indigencia y desigualdad de ingresos en nuestro país” (Reppeto y Díaz, 2010: 2).

Durante el transcurso del año 2011 la AUH movilizó continuos debates. Desde el arco opositor al gobierno presidido por Cristina Kirchner surgieron

9 LaextensióndeestetrabajononospermiteabordarundesarrollohistóricodelosprogramasdeTMCenArgen-tina.Sípodemos remitirbrevementeaalgunasde las intervencionesquesesucedierondesde1996hasta laactualidad:PlanBarriosBonaerense,ProgramadeEmergenciaLaboral,PlandeEmpleoComunitario,PlanVida(originalmentebasadoenlaentregadealimentos,perodesde2008comenzóatransferirdinerosegúnlacanti-daddehijosporbeneficiario)yelProgramaIngresoSocialconTrabajo-ArgentinaTrabaja.

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fuertes críticas hacia la intervención de la política social. Algunas de ellas señalaban que la AUH aún no alcanzaba su característica de universal porque aproximadamente un 20% de los niños del país no recibía ningún tipo de cober-tura, y que, debido al contexto de aumentos de precios e inflación, los montos transferidos reducían los niveles de indigencia pero no la pobreza estructu-ral. Por último, enfatizaban que su esperado efecto de escolarización no había tenido alcance en la reducción del trabajo infantil (Salvia, 2011)10.

Algunas de las críticas mencionadas volvieron a tornarse centrales en la escena pública hacia mediados de marzo de 2012. Un relevo nacional de dis-tintos directivos y docentes de escuelas públicas y privadas efectuado por el Observatorio de la Educación Básica Argentina11 arrojó una serie de resultados que despertaron debates sobre la eficacia de la AUH. Técnicos vinculados a la Fundación Centro de Estudios en Políticas Públicas (CEPP) afirmaban que los datos brindados por organismos oficiales resultaban erróneos, cuestionando así el alcance de la AUH en cuanto a revinculación educativa y cumplimiento de las condicionalidades de asistencia escolar. Utilizando las mismas fuentes, expertos en materia de educación afirmaban que la AUH favoreció notable-mente el incremento de niños escolarizados, reduciendo a su vez las cifras de menores en condición de trabajadores precarios, o aquellos que alternaban la actividad laboral con el estudio12.

Más allá de las divergencias metodológicas que movilizan los debates arriba mencionados, debemos señalar dos dimensiones relevantes. La pri-mera indica que, desde su creación en el mes de octubre de 2009, la AUH atravesó distintas etapas de actualización de los montos. Inició las trans-ferencias con un monto de $180 por hijo, suma que ascendería a $220 en octubre de 2010, lo cual significó una suba del 22,2%. En octubre de 2011,

10 EstascríticasresonaronenlaesferapúblicaapartirdelasintervencionesdemediosgráficoscomolosdiariosClarín y La Nación.Lamayoríade lasnotasperiodísticasenumerabandatosdel Informede laDeuda Social ArgentinadelaUniversidadCatólicadelaArgentina(UCA),confeccionadoporAgustínSalviaenelmarcodelasactividadesdel“ProgramadelaDeudaSocialUCA”.Sepuedeconsultar:MartínDinatale(2011,abril19),críticoinformedelresultadodelaAsignaciónUniversalporHijo.DiarioLa Nación.SecciónPolítica[enlínea.Disponibleen:www.lanación.com.ar].Informedisponibleenformatodigital:Salvia(2011),Cobertura, alcances e impacto de la Asignación Universal pro Hijo/pensiones no contributivas sobre la infancia urbana en Argentina 2007-2010. ProgramaObservatoriodelaDeudaSocialArgentinaUCA[enlínea.Disponibleenhttp://www.uca.edu.ar/index.php/site/index/es/uca/observatorio-de-la-deuda-social-argentina/.]

11 ElObservatorio de la Educación Básica Argentina está integrado por la FundaciónCentro de Estudios enPolíticasPúblicas(CEPP),laUniversidaddeBuenosAiresyelBancoSantanderRio,cuentaconelapoyodelMinisteriodeEducacióndelaNación.

12 Paraartículosperiodísticosquesintetizanlosdebates,véase:ElenaPolack(2012,marzo22)BajoimpactodelaAUHenlasescuelas.La Nación.SecciónSociedad[enlínea.Disponibleen:www.lanación.com.ar].Cuestionanlaeficaciaescolardelaasignaciónuniversalporhijo(2012,marzo23) Clarín Digital.SecciónSociedad[enlínea.Disponibleen:www.clarin.com.ar].AdrianaClemente(2012,marzo25).DanielFilmus,2012.

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los montos se fijaron en la suma de $270, mostrando un aumento del 22,7%, hasta alcanzar, con un tercer aumento, la suma de $340, lo que significó un alza del 25,9%. En mayo de 2013 se produjo un cuarto y último aumento, llegando a la cantidad final de $46013. En segundo lugar, si bien el acceso al programa no es de carácter universal, el diseño del mismo apunta a univer-salizar un ingreso, incluyendo a aquellos sectores que no perciben la asig-nación familiar por medio del régimen contributivo, e incorporando, por lo tanto, a un total de 6.516.000 niños y niñas.

A continuación, introduciremos dos casos etnográficos centrados en la descripción de los presupuestos de hogares receptores de la AUH. Nos interesa poder aproximarnos a la inserción de los programas de TMC en los hogares, escenificando la multiplicidad de relaciones sociales que inciden en la defini-ción de los significados sobre el dinero transferido, e ilustrando la imbricada relación existente entre valores económicos y morales.

Responsabilidades y cálculos monetarios familiares Miriam tiene 34 años, aunque por su aspecto aparente algunos años más. Desde los 15 años se encuentra en pareja con Ernesto, sólo dos años mayor que ella. La familia se completa con las hijas mujeres mayores, de 17 y 13 años, y los dos varones más chicos, de 7 y 5 años.

Hasta hace aproximadamente tres años Miriam y su familia vivían en uno de los pasillos de Villa Asunción, hasta que les adjudicaron una vivienda social en la zona de reubicación en el nuevo barrio Santo Domingo. El complejo tiene alrededor de dos manzanas de viviendas sociales del estilo de construcción que caracteriza al Plan Federal de Viviendas: casas en dos plantas, construidas y adjudicadas según la cantidad de miembros que conforman el grupo familiar.

Compartí tardes de conversaciones extensas con Miriam, sobre todo porque ella es sumamente espontánea y parecía agradarle mucho el hecho de poder dialogar sobre la economía del hogar. Más de una vez le mencioné que parecía una calculadora científica, ya que recordaba hasta el mínimo detalle cada uno de los gastos en los que había incurrido en forma diaria. Ella solía responderme: “nunca dejo de hacer mis cuentitas”14.

13 Comoseñalaronalgunosdirigentespolíticos,sindicalesyalgunosdiariosdelpaís,losaumentosgradualessupe-raron incluso lasmedicionesde inflaciónnooficiales.Véase:DavidCufré (2013,mayo23).Lasclavesde losanuncios. Página 12.SecciónElPaís[enlínea.Disponibleen:www.pagina12.com.ar].

14 Utilizaremos las comillaspara resaltar las verbalizacionesde losentrevistadosy/o los términosnativos. Lacategoríanativa“cuentitas”refiereacálculoseconómicos,perotambiénadeudaspersonalesqueseasumen.Enalgunasoportunidades,distintosentrevistadossehanreferidoa“encuentarse”,paraseñalarlanecesidaddelaccesoacréditosodeudaspersonalesparalacompradediferentesbienesmueblesodeconsumo.

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Actualmente Miriam se encuentra desocupada y percibiendo la AUH por sus cuatro hijos. Ernesto, su marido, trabaja en un lavadero de autos en el barrio de Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires, desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la noche. Miriam se refiere al sueldo de Ernesto como “la plata gorda”: “ésa es la plata que usamos para comprar todas las cosas de acá por día, para comer, para pagar los gastos, todo”. Miriam lleva un registro detallado de lo que gasta por día, y resulta increíble escucharla enumerar cada uno de los ingredientes de las comidas que va a hacer con su respec-tivo monto: “es que somos muchos, acá tenés que cocinar para 6. Decí que Ernesto me trae, y yo armo y desarmo”.

El “armo y desarmo” de Miriam engloba todo un conjunto de prácticas económicas sobre las cuales ella es responsable. Como muchos de los hogares pertenecientes a los sectores populares15, Miriam y su familia deben recurrir a distintas prácticas económicas asociadas a líneas de crédito personales, ya sea para acceder a la compra de un bien mueble o elementos de necesidad. Las estrategias para poder acceder a ciertos bienes muebles o de consumo recaen constantemente sobre Miriam, y ella debe armonizar infatigablemente las posi-bilidades objetivas con las necesidades de la familia: “de los 800 [pesos] que cobré, de los créditos, tengo que pagar 200 [pesos] de la zapatilla y tengo que pagar 300 [pesos] que había sacado de ropa para las fiestas que le compré a una señora que va a La Salada16”. Dichas apreciaciones revelan cómo Miriam debe destinar el dinero procedente de la AUH para cubrir ciertos gastos.

Además de las líneas de créditos personales que recaen sobre la respon-sabilidad de Miriam, las prácticas del “fiado”17 en los almacenes del barrio son otras de las habituales deudas que contrae para comprar alimentos o “salir del paso”: “El fiado también viste… es vivir día a día. Ahora debo estar debiéndole unos 70 pesos por semana, y eso trato de ir pagándoselo todos los sábados, cuando llega Ernesto con lo de la semana”.

Lo que realmente resulta llamativo en las palabras de Miriam, es que muchos de los gastos que pertenecen al hogar o involucran a todos los miembros del grupo familiar, ella los enuncia de forma personal: “ahora tengo que juntar porque ya el

15 TalcomosostieneArielWilkis,granpartedelconsumopopularsesustentasobreelingresoaloscréditosperso-nales,dondeelusodeldineroprovenientedeprogramasdeTMCparaloshogaresreceptorestieneunrolcentralparaelaccesoylacancelacióndepagos(Wilkis,2012).

16 La Salada es un complejo ferial ubicado en la zona de la ribera de la ciudad, dentro del partido de Lomas de Zamora. Allí asisten los sectores populares, para realizar tanto compras minoristas como mayoristas, de artículosquevandesdevestimentahastaelectrodomésticos(WilkisyHacher,2012).

17 Refiereaunaprácticacorrienteeneluniversodeestudio,dondelaventaseproducesinqueelcompradordebaabonaralcontadoenelmomentodelaentregadelproducto,aplazandoelpagoparamásadelante.Enalgunos casos, las partes involucradas acuerdan el pago de intereses.

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salario (AUH)18 que viene no lo puedo usar para pagar créditos, porque ya tengo que comprar las cosas para la escuela. Entonces, yo tengo que tratar de no tener el crédito, tratar de pagar y juntar”. La responsabilidad que Miriam asume sobre la administración del presupuesto del hogar, se refleja y sostiene sobre la represen-tación que acompaña la figura de su marido, referida a la condición de este último como principal responsable del sustento económico: “porque mi marido trabaja y él no sale a ningún lado, no compra nada, él se dedica a trabajar. Como él dice: ‘para lo único que sirvo es para trabajar’. Él es un hombre que trabaja, trae la plata, me la pone acá en la mesa y me dice: ‘vos arreglate’, y yo me arreglo”.

De las veces que conversamos con Miriam, me llamó poderosamente la aten-ción su referencia constante a la relación entre el presupuesto del hogar, la tempo-ralidad de la organización de los gastos y una mediadora calculabilidad detallada y permanente19. Un claro ejemplo es la previsibilidad de Miriam para calcular el ingreso del dinero proveniente de un programa de ayuda escolar, con casi cuatro meses de anticipación. Recuerdo que conversábamos una tarde de mediados del mes de enero de 2010, y Miriam ya afirmaba: “ahora lo que me va a favorecer mucho es la ayuda escolar, pero la ayuda escolar la cobro recién en abril”. Restando casi cuatro meses para el mes de abril, compartí con ella mis inquietudes respecto de la forma en que podía llegar a favorecerle la ayuda escolar, y el monto que percibiría:

es una vez al año, cuando empieza la escuela. No, todavía no sé nada, porque el año pasado lo habían pagado 750 [pesos] por cada chico y yo estaba cobrando 180 [pesos] el salario… así que este año no sé. ahí es como que yo… si ahora en febrero me meto en crédito por las cosas del colegio, yo sé que en abril ya cobro eso y cubro todo, eso a mí no es que me va a… tengo que pagar, ya sé que esa plata me va a venir toda junta.

En todo este periplo por la organización de los gastos del hogar, Miriam debe lidiar con las prácticas económicas de Ernesto y la apreciación del resto de sus hijos, los cuales descalifican sus acciones: “Como me dicen ellos, ‘es una rata’20, no es que soy rata… economizo lo que tengo que tener. Porque Ernesto

18 A lo largodel trabajodecampopudeconstatarqueunaltoporcentajede loshogaresreceptoresde laAUHutilizanlacategoríanativade“elsalario”parareferirsealdineroprovenientedelprograma.Estadenominaciónguardaunaasimilacióndirectaconeldineroquerecibenlostrabajadoresformalesporhijo,enconceptodelasasignacionesosalariosfamiliarescorrespondientesalrégimencontributivo.

19 LanocióndecalculabilidadhasidointroducidaporMichelCallon(1998)paradiscutirconaquellasnocioneseconómicasreferidasalosmecanismosdecálculocomoestrictamenteracionales.Encontraposición,elautorafirma que los marcos de calculabilidad se generan y reproducen en las relaciones sociales, considerando la interrelacióndeunaseriedeelementos:lainformaciónqueposeenlosagentes,susesquemasdepercepciónyapreciación,ylasherramientasorecursosconlosquecuentan.

20 “Rata”eslunfardoutilizadoenArgentinaparareferirseaunapersonatacañaoavaraenelusodeldinero.

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no piensa en el mañana, él piensa en hoy. Si tiene 100 pesos se los gasta porque no piensa en mañana, los chicos le piden y el gasta. No se da cuenta y mañana cuando te levantas no tenés nada”.

El caso de Miriam resulta pertinente para comenzar a señalar las particula-ridades que inscribe la presencia del dinero condicionado en los hogares. En primer lugar, pudimos observar diversas formas de nombrar los distintos dine-ros. Por un lado, nos encontramos con aquella “plata gorda” proveniente del trabajo de Ernesto, mientras que por otro, el dinero proveniente de la AUH es denominado como “el salario”. Las denominaciones atribuidas a cada dinero comienzan a inscribir un significado diferente, que se trasladan a los usos a los que el dinero se suscribe: “la plata gorda” es para pagar los gastos del hogar, mientras que “el salario” es destinado a cubrir diversas “cuentitas”.

Aproximarnos a las distintas clasificaciones que Miriam y Ernesto reali-zan sobre el dinero, y consecuentemente reflexionar sobre sus usos, nos remite a la definición de marcaje social del dinero que se produce dentro de los hogares (Zelizer, 2011). La categoría de marcaje refiere a un conjunto de representacio-nes y prácticas –restricciones sobre su uso, ordenamiento, modos de control, lugares de disposición, rituales para su presentación o delimitación para usos específicos– que actúan construyendo el presupuesto, y “donde cada categoría tiene reglas propias para el gasto de los fondos” (Zelizer, 2011: 47).

Complementando la perspectiva de Zelizer, y a la luz del caso etnográfico que estamos analizando, queremos señalar que el marcaje de los dineros de Miriam y Ernesto se refuerza a partir de un conjunto de valores generizados21. En otras palabras, las responsabilidades sobre las prácticas económicas del hogar y los usos sociales del dinero se encuentran investidos de valores morales anudados en representaciones y construcción sociales sobre el género de los integrantes. De esta manera, los valores morales sobre el género construyen un conjunto de responsabilidades diferenciadas sobre la reproducción del hogar y el uso del dinero. Ernesto se ubica bajo el rol de principal proveedor económico del hogar por su estatus de trabajador y padre de familia, mientras que a Miriam le condice el rol de madre cuidadora y reproductora del hogar, y responsable de administrar los ingresos que conforman el presupuesto del mismo.

Esta situación posiciona a Miriam y Ernesto en condiciones desiguales sobre el uso del dinero. Como señala Miriam, Ernesto “no se fija, gasta”, porque

21 SiguiendoaHarding(1996),FlorenciaPartenio(2010)remitealosprocesosdegenerizacióncomounprocesoactivo–ynogeométrico–enelcualseanalizanlossoportessobreloscualessecreanyserecreandualismosynuevasdivisionesdelgénero,obienseconstruyenyasignanlugaresbasadosenlagenerizaciónysexualizacióndelos/asintegrantesdeungrupo,enestecasounafamilia(Partenio,2010).

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cumple con sus responsabilidades morales y económicas, ya que “es un hombre que trabaja, trae la plata, me la pone acá en la mesa y me dice ‘vos arreglate’”. Estas palabras resultan sugestivas, ya que “arreglarse” posiciona a Miriam frente a una situación ambigua, que oscila entre la autonomía y la dependencia respecto al dinero proveniente de la AUH. En principio, Miriam parece tener una gran autonomía para manejar los dineros existentes en el hogar y tomar las decisiones concernientes a las prácticas económicas. Sin embargo, ante situa-ciones de escasez o privación, los valores morales que marcan la generización del dinero operan mutualizando (Weber, 2006, en Wilkis, 2010) el dinero de la AUH como recurso económico y responsabilidades atribuidas a Miriam.

Las situaciones descritas nos permiten afirmar que el uso del dinero movi-liza evaluaciones que entrelazan aspectos monetarios y morales, resaltando en esta escena tensiones en torno a las construcciones sociales del género. Algunos autores han denominado a estos procesos como la dimensión sexuada de la moneda, para referirse a la conexión que se produce entre construcciones sociales que naturali-zan cualidades altruistas de la mujer con un conjunto de derechos y obligaciones que recaen sobre los usos del dinero en los hogares (Guérin, 2008; Pascale, 2009).

Abordando el próximo caso etnográfico, seguiremos profundizando estas discusiones sobre el uso del dinero, refiriendo a apreciaciones y percepciones intergeneracionales sobre el dinero transferido por la AUH.

negociación de salarios y condiciones Marcela tiene 43 años y la conocí a través de la participación de uno de sus hijos, Andrés, de 17 años, como beneficiario del Programa Jóvenes. El resto del grupo familiar lo componen su esposo Mario, de 47 años, y sus restantes cuatro hijos; Daniel (29), Sergio (21), Tamara (15) y Yesica (5).

Volví a encontrarme con Andrés casi un año después de mi desvincu-lación del Programa Jóvenes. Fue en la parada del colectivo 33 que conecta Lanús con el centro de la Ciudad de Buenos Aires, al sol de una tarde calurosa de mediados de diciembre del año 2010. Junto a él se encontraba Leandro, también participante del programa y recientemente egresado del secundario, quien a través del Jóvenes se encontraba realizando una pasan-tía laboral en una empresa de transportes.

Durante el viaje la conversación resultó bastante escueta, como suele ser con gran parte de los adolescentes. Al preguntarle a Andrés por su familia, no dudó en contestarme con afirmaciones como: “me están volviendo loco” o “no los aguanto más”, sobre todo en relación con sus estudios. Durante todo el viaje no dejó de expresarme su preocupación por “buscar trabajo”: “estuve dejando curriculums en McDonald’s, no te pagan bien pero estás en blanco y todo eso”.

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También me habló de otra oportunidad de trabajo en “La Tomatera”, una fábrica de embutidos próxima al barrio: “lo que pasa que ahí te toman por tres meses y después te dicen que no pasaste la prueba”. Remató nuestra conversación sobre lo importante de “un laburo”22, mencionando la experiencia de Leandro: “éste está re bien. Trabaja 5 horas por día y le pagan 2 lucas [2.000 pesos]”.

El encuentro ocasional con Andrés resultó la mejor excusa para acer-carme a conversar nuevamente con Marcela. Habían pasado más de diez meses desde la última vez que nos habíamos visto, y sin embargo Marcela me recibió en su casa con gran calidez.

A simple vista Marcela parece una mujer serena, aunque no se demora en afirmar que “tiene su carácter”. En esos días estaba muy molesta con su marido, con quien había mantenido varias “peleas… claro, por eso a veces vienen las peleas también, ‘porque yo me cuidé y vos te fuiste de joda’”. Marcela se refiere al esfuerzo que realiza por cuidar la economía del hogar, mientras que Mario se va “al baile, porque a Mario le gusta el baile”.

Avanzamos en nuestra conversación, y el enojo de Marcela se profundiza cuando me confiesa: “no sé cuanto gana Mario”. Me quedo estupefacto por esa afirmación, ya que Mario trabaja hace más de diez años en la misma fábrica de baterías, a menos de cinco cuadras de su casa. Marcela insiste: “no sé, nunca me dijo. A nosotros nunca nos falto nada, pero el va cobrando por semana, o ponele, yo ahora voy al trabajo y me traigo 50 [pesos] para lo de hoy”. Mar-cela menciona que “él [Mario] está en negro porque él quiere, si en un tiempo lo querían blanquear. Hace poco hablábamos y él me decía: ‘si me ponen en blanco vos no vas a poder cobrar el salario de los chicos. Ahora Andresito esta por cumplir los 18 años y no va a cobrar más nada’”.

Aunque Marcela reconoce la disposición de Mario para con el bienestar de toda la familia, acompaña sus palabras afirmando: “este año no me alcanzó para nada, las cosas fueron más caras todavía. Tengo créditos, que también tengo que cumplir con mis créditos, sino tampoco me compraría nada”. En oca-siones en las cuales Marcela no puede cubrir ciertos gastos vinculados al grupo familiar, no sólo debe lidiar con los usos que su marido realiza sobre el dinero, sino también con el proveniente de distintos programas de TMC asignados a sus hijos: “a veces mis hijos se enojan conmigo: ‘mami, vos te gastas toda la plata del salario’. Pero yo les digo: ‘yo no puedo llegar todos los meses’”.

Estas palabras traen a colación las distintas negociaciones que Marcela debe entablar con Andrés y Tamara sobre el dinero de la AUH. Para comenzar, ella no duda en afirmar ante sus hijos que en este momento se encuentra desocu-

22 “Laburoolaburar”esunlunfardoqueenArgentinasignificabuscartrabajootrabajar.

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pada, y que, por ende, “la tienen que ayudar”. Ayudarla significa comprender los usos que Marcela realiza sobre el dinero, “dándole un mes a uno y un mes al otro, cosa de que no me hagan lío”. Este tipo de distribución trae aparejada problemas, sobre todo en la relación con Andrés, quien no duda en reclamar: “vos me tenés que dar la plata de mi salario, a vos que te pague tu marido”.

Al esbozarse este tipo de respuestas por parte de Andrés, Marcela suele repli-car una serie de argumentos en su defensa. En primer lugar, no duda en diferenciar los gastos que asume Mario de aquellos que debe afrontar de forma personal: “de los gastos de la casa yo me desentiendo, porque sale todo de los bolsillos de Mario, ésa es plata de él”. Sin embargo, ante otro tipo de gastos la responsabilidad recae sobre ella: “con la plata del salario de ellos [AUH], tuve que sacar 200 pesos para pagar unas zapatillas de Andrés”. Para resistir los embates de sus hijos, Marcela suele recordarles las prácticas económicas que debe asumir personalmente, pero también señalarles que al ser receptora de la AUH puede esgrimir cierta posesión sobre el dinero: “porque el salario me lo pagan a mí, entonces cuido la plata de ellos”.

En segundo lugar, Marcela resiste los embates de Andrés al aludir al incum-plimiento, por su parte, de las condicionalidades previstas por los programas. Mar-cela señala las inasistencias reiteradas de Andrés al programa Jóvenes y a la escuela –“ya incluso dejó de ir a los dos lados”– como una forma de desautorizar el dinero que percibe. Este argumento no sólo le permite a Marcela descalificar los reclamos de Andrés, sino a la vez inscribir una última estrategia de defensa basada en los usos sociales del dinero que este último realiza. Desde su punto de vista, insiste en que el dinero que Andrés recibe es de “arriba porque no se tiene que matar tra-bajando para ganar 250 pesos”. La apreciación descalificadora que realiza Marcela sobre el origen del dinero que recibe Andrés, también se traslada a los usos que realiza sobre el mismo: “este último tiempo le agarro el reviente23, y está ‘que me tomo una Coca con aquel amigo, una cerveza…’. Anda malgastando, cuántos chicos quisieran cobrar esa platita… ‘¿o vos no te pensás que la gente no mira que andas tomando en la vereda?’ ¿Cómo pasa con el salario…?”.

Para iniciar un breve análisis, debemos señalar que abordar el caso de Marcela nos permite confirmar nuestros supuestos referidos a los valores eco-nómicos y morales generizados que resaltamos en Miriam. Al igual que esta última, Marcela demuestra una similar ambigüedad respecto del uso del dinero en el presupuesto del hogar: se destaca la presencia de dineros diferenciados según ciertos valores de género, y se encuentra en una situación de dependencia

23 “Reviente”esunacategoríanativaqueenestecasoesutilizadaparaseñalarprácticasdegastodedineroenbebi-dasyentradasabolichesbailables,algohabitualentreadolescentes.Parauntrabajodestacadosobreconsumoysociabilidadadolescente,véase:Figueiro(2013).

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o autonomía, señalada a partir de la incidencia en decisiones y prácticas econó-micas, y también el sostenimiento de dichas instancias a partir de un dinero de las TMC que se mutualiza con sus responsabilidad y recursos.

El aspecto novedoso de la situación descripta, es la discusión sobre los valores morales y familiares presentes en las disputas intergeneracionales sobre los significados y usos asociados al dinero. Observando las prácticas de crédito a las que accede Marcela, pudimos visualizar la existencia de un dinero que no sólo se encuentra condicionado por los programas de TMC, sino también por las contiendas que entablan padres e hijos sobre un conjunto de disposiciones y prácticas económicas diferenciadas.

Lo que nos propusimos introducir con las disputas entre Marcela y Andrés refiere a un espacio en el que se anudan los valores morales familiares con los valores económicos. Interesantemente, en el reducido encuentro que mantuve con Andrés, éste no dejó de mencionar la importancia referida a la posibilidad de conseguir “un laburo”. Luego de escuchar las apreciaciones de Marcela sobre el dinero que Andrés percibe a través de la AUH u otros programas de TMC, se tornan comprensibles las preocupaciones de este último por el trabajo, como una posibilidad de contrarrestar la valoración moral negativa esbozada por su madre y evitar ser juzgado por el uso del dinero.

En este sentido, es sugestivo analizar las apreciaciones y estrategias de uno y de otro respecto del dinero. Recordemos que cuando Andrés juzgaba a Marcela por gastar “su salario”, esta última respondía señalando la necesidad de considerarlo “una ayuda” y enfatizando su condición de receptora de la AUH. Que la conversación con Andrés haya versado sobre el trabajo, no es mera casualidad, sino que responde a la necesidad de revertir los argumentos esbo-zados por Marcela. Ante la eventual posibilidad de acceder a un trabajo, Andrés podría jerarquizarse en dos aspectos diferenciados pero complementarios. En primer lugar, podría reinvertir los juicios negativos de su madre, inscribiendo sus actividades en un mundo del trabajo moralmente valorado por aquélla. En segundo lugar, probablemente ganaría algún margen de autonomía y libertad económica, evadiendo algunas de las apreciaciones y evaluaciones morales rea-lizadas por Marcela sobre el origen y uso del dinero.

Lo que demuestran estas negociaciones por el uso del dinero es que las evaluaciones monetarias y morales que realizan Andrés y Marcela están inves-tidas de valores contrapuestos, unos ligados al mundo del trabajo y otros a la terminalidad educativa. Las apreciaciones divergentes entre padres e hijos sobre el significado del dinero transferido oscilan entre las condicionalidades programáticas y un conjunto de valores morales que padres e hijos discuten, los cuales responden a sus múltiples vínculos de familiaridad (Barrancos, 2012).

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Estrategias o negociaciones como las trazadas por Marcela y Andrés nos permiten ilustrar situaciones compuestas por disposiciones y prácticas dife-renciadas entre padres e hijos, donde las relaciones afectivas particulares van demarcando los límites adecuados de circulación y transferencia del dinero, lidiando con un conjunto de valores morales, familiares y económicos en pugna. En realidad, no se trata de cuánto dinero tener o perder, gastar o ahorrar, sino de cómo conservar las relaciones que los unen24.

Palabras finales: las relaciones, el dinero y sus condiciones En las páginas anteriores intentamos demostrar las distintas caras del dinero con-dicionado, recorriendo las premisas de los saberes expertos e ilustrando las prác-ticas ordinarias de los hogares receptores. En estas palabras finales, nos interesa introducir una reflexión respecto de la unidad y continuidad entre esos dos mun-dos que falazmente suelen concebirse como separados.

Entre las premisas centrales que los saberes expertos agrupan para refe-rirse a las justificaciones económicas de las TMC suelen destacarse dos aspectos fundamentales: 1) la inversión en el capital humano de los niños pertenecientes al hogar, y 2) la titularidad del programa otorgada a las mujeres. Los argumentos referidos al capital humano sostienen que una potencial acumulación de ganan-cias futuras, que beneficie los hogares en un mayor nivel de cualificación escolar y/o profesional, quebrará la pobreza intergeneracional que los caracteriza (Banco Mundial, 2009: 9). Respecto de la titularidad otorgada a las mujeres, sustentan que las mujeres tienden a dar un mejor uso a los fondos que los hombres, y que este control del dinero se convierte en una manera de abordar disparidades de género ineficientes e injustas (Banco Mundial, 2009: 10- 11).

Los casos etnográficos que reconstruimos en este trabajo nos ayudan a poner en discusión dichas premisas, exhibiendo lógicas prácticas que generan digresiones en los esquemas preestablecidos desde los programas. Los pre-supuestos de los hogares analizados develan peculiares discusiones sobre las construcciones sociales del género y/u otras formas de inversión en el capital humano, que se corresponden más con un conjunto de valores morales anuda-dos en el estatus de sus miembros.

Apelando a los aportes conceptuales de Federico Neiburg (2008) sobre los procesos inflacionarios en Argentina y Brasil, podemos interpretar que el segui-miento del dinero condicionado permite realizar “una contribución a la antropo-

24 Cabeseñalarqueen2005laprestigiosarevistafrancesaTerraindedicóunnúmeroentero(45),aldineroylasfamilias,titulado“Làrgentenfamille”.Consultadoenenerode2013enhttp://terrain.revues.org/3467

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logía del dinero que tiene como eje el examen de las articulaciones entre las ideas y las prácticas monetarias eruditas y ordinarias” (Neiburg, 2008: 96). Sostenemos que el dinero condicionado existe y gana sentido sobre la base de las continuidades y rupturas que se generan a partir de la interdependencia de dichos universos.

En este sentido, mientras describíamos las prácticas de consumo, crédito y ahorro en los hogares, nos introducíamos en las transferencias y los usos del dinero condicionado. Dichas prácticas económicas nos permitieron mostrar las continuidades y discontinuidades existentes entre los saberes expertos y las prácticas nativas. A veces los actores –tal como en el caso de Marcela– apelan a las nociones de condicionalidad prescriptas por los programas para acceder al uso del dinero. Pero también –y como lo escenifica el caso de Miriam– otras tantas veces las abandonan, no por desinvertir en el capital humano de sus hijos sino para sobrellevar el presupuesto del hogar.

Poner el dinero es poner muchas relaciones, y con estas palabras preten-demos reflexionar sobre la vida social del dinero. Si bien el dinero proveniente de los programas sociales contiene un marcaje de origen, en su tránsito por los hogares atraviesa distintas relaciones, las cuales van reinscribiendo condi-cionalidades diferentes. Las escenas etnográficas que analizamos demuestran la intersección existente entre las transacciones económicas y las relaciones íntimas: las transferencias de dinero en las familias se hacen posibles y se sos-tienen sobre la existencia de relaciones íntimas que forjan valores personales y familiares en cada contexto social y cultural específico.

Para finalizar, nos interesa destacar que este trabajo trató de abordar una particular forma de expresión de los programas sociales a partir de las transferencias de dinero, convirtiéndose en una perspectiva que nos ubica en la intersección entre la antropología económica y las políticas públicas como problema antropológico (Shore, 2010 y 2007; Shore y Wright, 1997). La efer-vescencia del dinero estatal en los hogares más pobres de la región nos obliga a bregar por este tipo de reflexiones. Mientras que Argentina ocupa junto a Brasil y México el lugar de los países considerados como de mayor alcance y cobertura en materia de TMC, todavía se encuentra ausente una agenda de investigación enfocada en el desarrollo una perspectiva sobre los usos sociales del dinero en los hogares receptores. El desarrollo de una agenda de tal magnitud, no sólo nos permitiría esbozar un análisis de ruptura con los prejuicios o prenociones que los técnicos/expertos imprimen al dinero transferido hacia los pobres, sino también impulsar estudios regionales compa-rativos, que nos ayuden a descifrar las particularidades que adquiere el dinero transferido en políticas similares pero bajo diferentes escenarios económicos, políticos, sociales y culturales. .

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Artículorecibido:3deabrilde2013|aceptado:25denoviembrede2013|modificado:12dediciembrede2013

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* Thispaperisbasedonongoingresearch,whichstartedin2011aspartofamastersdegreeattheLondonschoolofeconomics.ItwaspartlyfundedbyagrantfromtheFriedrich-Naumann-StiftungfürdieFreiheit.IwanttothankSandyRossandRaffaellaTaylor-SeymourforcommentsondraftsofthispaperaswellasthepeopleonthestreetsIgottoknowsowellduringmyresearch.

** Ph.D.,studentattheCambridgeSocialAnthropologydepartment,UniversityofCambridge.BAinEconomicfromZeppelinUniversity,Germany,MScinEconomicSociologyfromLondonSchoolofEconomics,MPhil inSocialAnthropoly,Cambridge.

AUSTERE KinDnESS OR MinDLESS AUSTERiTy: ThE EFFEcTS OF giFT-giving TO BEggARS in EAST LOnDOn*

Johannes lenhard**[email protected] of Cambridge, Reino Unido

A b s t R A c t The current austerity policies in the United

Kingdom are creating a precarious situation for many people

on the margins of society. Employing micro-level ethnographic

analysis, this article addresses how government decisions affect

people living on the street. Observations of how local policies

demonize gift-giving to street people led me to revisit arguments

about the positive and negative effects of gifts. Four months

of fieldwork amongst people who beg in the City of London

confirmed the Maussian ambiguity of gift exchange. The material

benefit of monetary gifts is often accompanied by shared time

and conversation; gifts to beggars can go beyond materiality and

are hence able to create bonds of sociability.

k e y w o R d s :

Austerity, begging, gift-giving, money

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.05

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BONDADE AUSTERA OU AUSTERIDADE SEM SENTIDO: OS EFEITOS DE ENTREGAR DÁDIVAS AOS MENDIGOS NO LESTE DE LONDRES

resUMO As políticas atuais de austeridade no Reino Unido vêm criando uma situação precária para

muitas pessoas que se encontram às margens da sociedade. Com uma análise etnográfica de nível

micro, este artigo aborda a maneira na qual as decisões governamentais afetam as pessoas que moram

na rua. Observações sobre como as políticas locais satanizam o dar dádivas às pessoas da rua me

levaram a revisar os argumentos sobre os efeitos positivos e negativos dessas dádivas. Quatro meses

de trabalho de campo entre mendigos na cidade de Londres confirmaram a ambiguidade maussiana

dos intercâmbios de dádivas. O benefício material das dádivas monetárias frequentemente está

acompanhado por tempo compartilhado e conversas; as dádivas aos mendigos podem ir mais além da

materialidade e, portanto, têm a capacidade de criar laços de sociabilidade.

Palavras-chave:

Austeridade, mendicidade, dádiva, dinheiro.

BONDAD AUSTERA O AUSTERIDAD SIN SENTIDO: LOS EFECTOS DE ENTREGAR DONES A LOS MENDIGOS EN EL ESTE DE LONDRES

resUMen Las políticas actuales de austeridad en el Reino Unido han creado una situación precaria

para muchas personas que se encuentran en los márgenes de la sociedad. Con un análisis etnográfico

de nivel micro, este artículo aborda la manera en la que las decisiones gubernamentales afectan a las

personas que viven en la calle. Observaciones sobre cómo las políticas locales satanizan el dar dones

a la gente de la calle me llevaron a revisar los argumentos sobre los efectos positivos y negativos de

estos dones. Cuatro meses de trabajo de campo entre mendigos en la ciudad de Londres confirmaron la

ambigüedad maussiana de los intercambios de dones. El beneficio material de los dones monetarios a

menudo está acompañado del tiempo compartido y conversaciones; los dones a los mendigos pueden ir

más allá de la materialidad y, por lo tanto, tienen la capacidad de crear lazos de sociabilidad.

Palabras clave:

Austeridad, mendicidad, el don, dinero.

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AUSTER E K inDnESS OR MinDLESS AUSTER iT y: ThE EFFEcTS OF giFT-giv ing TO BEggA RS in EAST LOnDOn

J o h a n n e s l e n h a r d

i n Britain, austerity was chosen over stimulus as a result to the crisis of finance and the euro. the UK issued the third largest regime of cuts in government spending in europe. these savings do not only affect administration and defence, but also significantly impact the welfare state (Holloway, 2011; reeves et al., 2013). in his 2013 autumn statement, chancellor

George osborne explained that austerity was a necessary condition for all parts of society (elliott et al. 2013). a ‘leaner state’ has come to be a universal and permanent goal for Prime Minister david cameron. Fol-lowing the Great recession that started in 2008, these austerity policies have not been able to alleviate the macro-economic results of the crises, potentially even deepened them: more than 2.5 million people are cur-rently unemployed, 60% more than in 2008. almost 21% of people under 25 are without work (BBc, 2013). 3.8 million people receive unemploy-ment benefits of some kind (BBc, 2013), again about 60% more than in 2008. roughly 13.5 million (22% of the population) are ‘income-weak’ and the average level of household debt is high and growing (Knapp 2012). My concern, however, is where economics and statistics stop. How do the people dependent on the state cope?

I want to focus on those at the margins of the statistics, on people who are homeless and who beg on the street.1 Austerity policies have begun to push citizens who were able to claim housing benefits or disability living allowance into homelessness. According to recent estimates, more than 20% of former claimants will not be able to receive benefits anymore after the introduction of the ‘personal independence payment’; a similar effect could result from the decentralisation of the welfare decision under the Localism Act (2011), and stricter examinations regarding eligibility (Fitzpatrick et

1 AsIexplaininthemethodologicalsectionbelow,myinformantsarecharacterisedthroughtheirengagementinbegging.Itrytoavoidreferringtothemas‘beggars’,however,andinsteaduse‘peoplewhobeg’,‘streetpeople’or‘beggingpeople’interchangeably.

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al., 2012; MHE, 2013:5; Reeves et al., 2013:3; Wilson, 2013). The number of homeless people in London has increased by 100% since 2008 (Fitzpatrick et al., 2012:64). This process has just started; the effects can take several years to ‘trickle down’ through the system (Cooper 2011).

In this context we have seen the relaunch of a 2003 Lambeth Council cam-paign against giving to people that beg in London. The silhouette of a person is marked with coins on a pavement. The headline reads: “Are you killing with kindness?”. Lambeth Council is attempting to warn about the potential usage of the monetary gifts homeless people receive for drugs that might eventually kill the recipient. Since 2010, the image has been used by at least ten authorities across London, Newcastle and Oxford. Most recently, a similar campaign has been seen in the City of London and Tower Hamlets. Is the issue of giving to people on the street dismissible in this way?

During my fieldwork over the last two years, I have encountered mean-ing attached to gifts to people who beg on the street that goes far beyond the material benefits of money. Statements from people like Kevin2, who had begged for almost one year near London Wall when I first met him in 2012, paint a more complex picture:

‘Many people think, that if they give, that keeps me on the street – but it really makes life bearable […] What i appreciate is respect. respect and understan-ding make me feel like a human being and connect me to people.’

Without help from strangers, Kevin suggests his life is ‘unbearable’. It is however not simply the material necessity of money that makes his life liveable. The underestimated social aspect of giving, the interaction, makes him ‘feel human’. Gifts that can form relationships between him and his giver bridging inherent distances, both literally in space but also in mind. This connection has significance by reminding Kevin of his often forgotten dignity.

I frame giving to people who beg within the anthropological discourse on gifts, oscillating between scholars who depict gift-giving as self-inter-ested, rational action that reproduces inequality (Becker 1973; Emerson 1976; Bourdieu 1977; Sahlins 2004), and those who see it as an altruistic gesture that forms the basis of sociality (Cheal 1987, 1988; Godbout and Caille 2000). With special emphasis on its ambiguous social effects, I argue – in accordance with Mauss’ original thesis (Hart 2007; Mauss 2001) – that gifts to people on the street can be both. They can be a rational, usually

2 Allnamesinthispaperareanonymisedandcodedbytheresearchertoprotectthesecurityoftheparticipants.

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monetary gifts in the giver’s own moral interest that merely reproduce the gap between the person sitting on the ground and the stranger walking past. But they can also be donations that represent a sense of understanding and connecting trust. This latter form is the ‘positive’ side of gifts, which is often denied in contemporary public discourse such as the revived Lambeth campaign mentioned above. I do not want to romanticise gifts or brush aside their negative aspects in the street context (Hall 2005; Williams 1993), but it is important to recognise the potentially positive effects in a city suf-fering from the effects of austerity.

gifts to people who beg Although homelessness and poverty have long been topics in sociology and anthropology (Taithe 1996; Burrows et al. 1997; Kennett and Marsh 1999; Ravenhill 2008; Fitzpatrick et al. 2009), begging has only been analysed marginally. Furthermore, existing accounts focus on the reasons for beg-ging (Fitzpatrick and Kennedy 2000), policy failures (Dean 1999), or eth-nographic observations of homelessness (Murdoch 1994; Merz et al. 2006). Most of these contextualise social exclusion and depict the street person as an outsider (Jordan 1996; Dean and Melrose 1999). Only very recently have scholars become interested in analysing begging within the frame-work of the gift (McIntosh and Erskine 1999; Hall 2005). In contrast to my own account, McIntosh and Erskine (1999) focus on the giver, whereas Hall (2005), even though interested in people who themselves beg, does not con-sider positive aspects. I argue that gifts to people who beg bear a potential for interactional and inclusive relationships.

In anthropology, theories of the gift tend to follow opposite lines of reasoning (Gudeman 2001). One strand contends that gifts are acts of “pure generosity” and, as such, “perfect gifts” (Carrier 1994; Belk 1996; Donati 2003). The exchangists, on the other hand, put forward the argument that no gift can be purely altruistic; self-interest is always involved at some level, possibly unconsciously. They define the gift in general as an expression of calculating behaviour, linked to the expectation of return (Gouldner 1960; Becker 1973; Emerson 1976; Bourdieu 1977). Mauss’ original vision was more holistic. He stressed the combination of “something other than util-ity” that is “in no way disinterested” and proposes a research strategy that strives for the “whole” and the “concrete” (Mauss 2001:92,95,100,103,106). Mauss’ gift is both interested and altruistic, and can in turn result in hierar-chy or inclusion. This ambiguity should also be the point of departure with regards to the effects of almsgiving.

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Giving to people who beg has a potential to go in both directions. It turns into a self-interested act perpetuating inequality if we follow the exchangists. The giver donates in order to satisfy his own conscience, acts primarily rationally and motivated by profit as Emerson (1976) and Davis (1992) have argued, and maintains distance. The desired ‘profit’ can be con-ceptualised as ‘mental satisfaction’, in response to the gratification of ‘hav-ing helped somebody’. People give in order to receive (‘do ut des’, Komter 1996:3), even if this return is merely moral. This argument is developed explicitly by Bourdieu. He observed that for the Algerian Kabyle, the gift is “an attempt to accumulate symbolic capital and gain an advantage over the other party” (Bourdieu 1977:178). He goes on to assert that the principle of power-maximisation and the goal of domination are overarching. As he puts it, gift-giving “[…] becomes a simple rational investment strategy directed toward the accumulation of social capital” (ibid.:236). Schwartz (1996) fol-lows this argument, including a psychological perspective. According to him, gifts can be hostile and offensive by “imposing a different person on you”, namely the identity of the giver (ibid.:70). In the case of begging peo-ple, the giver might unconsciously create a situation of dependence and hierarchy, enforcing a particular system of monetary exchange.

On the other hand, the “economic absorption of the gift” (Callari 2002:251; Davis 1992:21) has been harshly criticised by many anthropolo-gists. Godbout (Godbout and Caille 2000:97) proposes an alternative to Bourdieu. For him, the gift is without calculation. It spontaneously grows out of an impulse to give and is “incompatible with a means-end-relation-ship” (ibid.:97). In this school of thought, giving to beggars appears as an altruistic activity that is able to bridge rather than amplify distance. Gifts can be the basic principles of sociability, “creating and enforcing social soli-darities”. In his study of the Canadian Winnipeg, Cheal (1988) describes how the gift creates a moral economy and social ties. For begging people, those ties can be formed through affection, empathy, or simple respect and understanding. In this way “giving is the institution that creates social cohe-sion” and positively links people (Donati 2003:246). Even though giving can be gratuitous, and no material return is obligatory, a relationship of feeling and emotion might develop.

In this article, I argue that a rigid dualism does not take us far. My case of street people in East London (see Illustration 1 below for an over-view of the field site), picks up Mauss’ holistic conceptualisation of the gift that is both interested and altruistic, at times hierarchical or inclusive, but most importantly potentially interactional (reciprocal) and social (Car-

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rier 1991:122) rather than exclusively one-sided (Hart 2007). I measure the ambiguous results of almsgiving between hierarchy and distance, on the one hand, and bonds of cohesion and positive emotions on the other.

An ethnographic approach During my time in the field in 2012, I undertook participant observation in the triangle between Liverpool Street Station, Brick Lane and Old Street in the East of London. Although street people in general and people who beg in particular are found throughout London, the City is of specific interest. It comprises a distinctive mix of commercial banks attracting a diversity of potential givers and sophisticated infrastructure for homeless people (shel-ters, day centres etc.) (Murdoch 1994).

My daily ‘fieldwork excursion’ (Lankenau 1999) evolved into a tour from Liverpool Street station via Commercial Street to the surroundings of the sta-tion, where I met with most of my roughly fifteen informants on a regular basis. The usual position of each of the people I spoke to can be found in Figure 1 below. I endeavoured to take in a range of mornings, afternoons and evenings during weekdays and weekend; each excursion lasted for two to five hours. I conducted semi-structured interviews with most of them, and observed behav-iour, gestures, and actions sitting with them in parks, on the pavement, in alley-ways, and in their hideouts.

I approached my informants on the basis that they were begging rather than busking or selling goods and services. Narrowly defined as the act of solic-iting a voluntary gift in a public place (Melrose 1999; Dean 1999), begging was the defining activity. Some of the participants were selling homeless magazines or lighters at other times, but all of them were begging regularly.

A final methodological issue evolved around the gifts flowing from the researcher to the informant. I often felt uncomfortable stealing my informants’ ‘working time’. Following Williams (1993), I decided on com-pensating them for formal interviews as a “way of expressing gratitude and respect”. I bought food, took them to a fish and chip shop, or bought medical equipment they needed. Money very rarely changed hands. At other times, I felt unable to answer, as Geertz (2001:30) puts it, the “blunt demands for material help and personal services”. Reciprocity was on the one hand vital to establish and sustain relationships with my informants, particularly in the early phase of the research, but on the other it was voluntarily given time that was an expression of necessary trust. This latter trust was desired from the point of view of obtaining valuable information but it also had to be balanced with an analytic eye. “It is this [combined] attitude, not

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moral blankness, which we call detachment or disinterestedness” (Geertz, 2001:40) – and which serves as the basis of anthropological research. The findings I will present originate from these ‘disinterested’ encounters with people on East London’s streets. 

Illustration1.FieldmapofEastLondon

NoteThe map abstracts from the actual course of the roads and only contains the streets important for my research (thick light-grey lines). The dark-grey, dotted line illustrates the regular pitch tour. The personal pitches (dots) of my informants indicate their whereabouts at a particular point in time and are to be understood as illustration rather than precise, reproducible fact.

give, receive, reciprocate – Effects of almsgiving

As the anthropological discussion indicates, the gift’s potential social results are ambiguous. The empirical material I gathered in East London bears witness to this ambiguity, particularly with regard to the material gift of money. Money is often linked to negative outcomes, thought to reproduce the hierarchical distance between giver and donor. But the gift of money is also able to imply understand-ing that initiates bonds of emotion and respect. In this social tie lies the focus of my analysis. For people who beg, sociality often is associated with the figure of the

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regular as opposed to the one-off giver. Whereas the former visits frequently, talks to the street person and engages in interaction, random gifts are often linked to short-termism that lacks connection. As I argue, many singular monetary dona-tions tend to result in contingent social effects and potentially reproduce exclusion and inferiority. But any ‘giver’ already exhibits an understanding and appreciation of the beggar and his situation worth analysing further.

Giver and non-giver Givers, gifts and their effects are not alike. Money is the most frequent gift, but food is also common. This diversity also influences the gift’s potential social effects. In simple terms, we tend to believe that money reproduces hierarchy, and is at best able to facilitate interaction, while the possibility of personal, mutual ties is frequently dismissed. Let me zoom in on this nexus first of all with a focus on the giver.

I spoke to roughly 100 randomly selected people on the streets of East London about their giving habits. The majority of these informants were not clear about why they actually give to people who beg. Reasons for giving var-ied widely from compassion, their own mood, and the interest to establish a personal bond. They commonly gave simply because ‘they felt in a good mood’. Others simultaneously doubted the effectiveness of their gift but were indiffer-ent about potential effects. Altogether, the decision always “involves an inter-weaving of economic, social and moral considerations” (McIntosh and Erskine 2000:10). Titmus highlights this point:

“Manifestations of altruism in this sense may of course be thought of as self-love. But they may also be thought of as giving life, or prolonging life or enri-ching life for anonymous others.” (1973:240)

The people who beg take this notion one step further. Whereas Scot describes the giver’s ambiguous motivation, Martin clearly differentiates the giver from the non-giver:

scot: They could just not give and walk pass. People that give already got a heart and don’t want to be in the same situation. Martin: Maybe some want a good conscience, it makes them feel better. But this is not the whole feeling – it makes them feel good, they are getting some account by doing me a favour. i’m glad they feel good as well.

For both Scot and Martin, some givers do give out of self-interest. They exchange a gift for a positive emotion that can be signalled by the per-son who begs and smiles, thanks the giver or bows his or her head. As soon

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as people give, interaction takes place. This interaction is important both for the giver – invoking satisfaction and a desired good conscience – as well as for the begging person. The giving as such immediately exposes under-standing on the part of the giver that the non-giver lacks. In contrast to the findings of Hall (2005:9: “We wanted no contact, no interest paid beyond that required to prompt a fleeting cash donation”), I found that people on the street in East London were interested in the sociality that potentially accompanies the monetary gift. It is the complexity of this gift I want to open up in the following section.

Gifts of moneyPocket change is an easy gift, always available with negligible opportunity costs. People carry cash around all the time – and often don’t have any usage for pen-nies. However, money is not only the most common gift, but also the most con-testable. It is worth looking at this ambiguity in detail. I want to follow up from the claim of the ‘Killing-With-Kindness’ campaign but illuminate both sides from the perspective of the people who are actually doing the begging: What kind of effects do (material) gifts have for street people themselves? What do street people feel in a situation of gift exchange?

First of all, money is a material necessity for many street people. Kevin put it in the following way: ‘If society found itself that you need money in order to have food, than I need it.’ Mike even more drastically claims that ‘money is life’, and that nothing can be done without it. Even though Mike sits in front of a coffee shop, he is excluded from his direct environment. He does not have the necessary means – money – to buy into the culture around him. Godelier (1998:2) takes this to an abstract level: “While in other parts of the world you must belong to a group in order to live [...], in our society [...] everyone must have money.” One might contest that food can do the same job. Two objections, however, immediately arise. First, from the side of the givers, money is an easy gift. Change is easily available and implies a small sacrifice in contrast to food that can generate direct pleasure (Sah-lins 2004: 215f ). Additionally, food does not allow for choice. Several of my informants expressed this explicit need to make a choice according to one’s own preferences. A gift of food is less liberating and provides less potential for self-realisation. As J., who himself lives in a council house in Hackney and sketches his dog or surrounding houses while begging, explains: ‘If I cant even chose my own food, what else? I don’t have no money anyway.’ Zelizer (1997:149; Lee 2002:93) similarly describes choice as the potential upside of monetary gifts:

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“Only money could liberate the charity customer by turning her or him into an ordinary consumer [...] money granted the power of choice, transforming the purchase of the most ordinary commodities into self-enhancing exchanges.”

Even more importantly, money does not stigmatise (ibid.:149). On the contrary, it symbolises trust. ‘I’d rather have the person giving me the trust’, I heard Kevin say. So money has positive sides as an easy gift for the giver and as trust-bearing and liberating for the street person. But for many critical com-mentators its downsides are overwhelming.

Zelizer (1997) turns the issue of trust upside down. The “danger of cash” emerges if it is given to people with “sufficient moral” and “practical compe-tence” (ibid: 158f ): “In the hands of the morally incompetent poor [...] money could turn into a dangerous form of relief [...] liquor money” (ibid.: 120/131). With the above argument, Zelizer seems to conceal stereotypes behind sophis-ticated language. But even many of my informants – Martin and Steve explic-itly – admitted to be suffering from alcohol or drug addiction. For Steve, alco-hol plays a crucial role. He begs to primarily feed his dog, and secondarily his liver. To avoid such difficulties, money as a gift is often “earmarked” (Zelizer 1997). As Offer (1997:454) explains, “when money is given, its transfer is cir-cumscribed by strict rules.” This is also true for the street context. I observed an incidence sitting next to J. and his dog, when a young woman approached him. J. was drawing the skyline in front of him while the woman kneeled next to him and handed him a bag full of dog food: “I know you prefer money, but I thought it would be better to buy dog food. I mean, I know you are ehm, on drugs. Next time.” Even though this kind of ‘literal’ earmarking works, as soon as money is involved, the power of the giver is drastically limited. How can they control how their donation is put to use?

The potentially most severe problem with regards to the social effects of the gift, however, might be money’s anonymity. In interviews, Kevin expressed this explicitly. For him, ‘money can never let him be seen in a different light.’ He misses the conversation, being recognised as a person, and not as an almsbox. Money for many street people is often not the gift that has the potential to create a relation; it is limited to anonymously cur-ing the problem of subsistence or supporting addiction. As Simmel (2004; Osteen 2002) puts it in his ‘Philosophy’ in a daring comparison to prosti-tution, monetary relationships tend to be fleeting. Money “does not imply any commitment” and is as such the “appropriate equivalent to the fleet-ingly intensified […] sexual appetite that is served by prostitution” (Sim-mel 2004:376). Appropriate for a short-lived encounter, a monetary gift can cause distance rather than create relationships (Simmel 1908).

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JD slightly twisted this negativity. She explicitly introduced the idea of money as a mediator. For her, ‘money is a facilitator. But people have to engage with you in order to get you emotionally.’ As described above, most gifts, and so also most first gifts, are money. Hence, whatever might develop between a beg-gar and his giver is often based on such a first monetary gift. In this way, money might serve as what Hart and Hann (2011) call a “facilitator” bridging the gap between materiality and social significance. Money can function as Simmel’s (1950:392) “first gift” expressing a “devotion”, while constituting a probe of the relationship. This probe facilitates a link (Gudeman 2001:460). Money does potentially enable relationships – even though it is often insufficient. An emo-tional connection is mostly only possible through a non-monetary exchange that can, however, be prepared by (and eventually accompany) money.

Money is itself not necessarily the connecting object. In contrast, its acceptance can lead to a deepening of the hierarchical relation between donor and recipient. ‘Ordinary people might just drop a quid’, is how Scot describes the act of giving. They not even look down ‘just as on a para-site’ (Kevin), won’t say a word or accept the thank you, and even throw the money at the beggar. I observed many incidences – particularly in the evening and night hours – when money was dropped by drunken passers-by who were accompanied by a girlfriend or a group of boys. The giver in this scenario often wants to impress. Having been approached by Steve, a passers-by turns away from his friends who observe him carefully: “Eehm – look – I am a good boy. Have a pound and get drunk, but leave me alone.” Simmel (1908:155) reflects on this in the following way:

“The goal of assistance is precisely to mitigate certain extreme manifestations of social differentiations, so that the social structure may continue to be based on this differentiation.”

The status-quo of hierarchical exclusion can as such be reinforced by a gift that is tossed at the beggar or given to impress the evening’s date as Scot described to me as well. This is what Zelizer (1997:96) recognises in the tip demonstrating the “inferiority of the recipient”. Crucially, others claim that it is the lack of (material) reciprocity that amplifies difference and inferiority (Her-zfeld 1987; Gudeman 2001; Mauss 2001:95). A lack of reciprocity defines an inferior gift that is not able to connect. I argue that even in the case of begging, reciprocity is often apparent. Reciprocity takes place through interaction.

Even if one does not follow Godbout (Godbout and Caille 2000) in his belief in the ties through unilateral gift or disregards Titmus (1973) societal contract, one can hardly dismiss the existence of a return in many begging

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encounters. Different possibilities for counter-gifts appear. Some beggars offer material returns whereas others give back immaterially. Yohn offers cigarettes for instance, whereas I saw Paddy giving away his artworks – often not as an immediate, but rather delayed return gift; not in order to forge exchange, but in a gift-like fashion (Bourdieu, 1977). In Paddy’s case, these artworks are painted with his own blood and as such directly ‘bear a mark from the giver’. Paddy deems a donation – often as part of an ongoing interaction between regular and himself as I will describe below – valu-able enough to be reciprocated with a work that originates in his own very personal creativity and suffering. Reciprocity in the form of one’s own suf-fering and bodily markers goes beyond mere material-commercial return. A second group of ‘material returners’ camouflage the almsgiving as market exchange. They try to sell small wire-sculptures (as Daran), drawings (J.) or shoe-polishes (Kevin) – in a similar way to people selling homeless-maga-zines (e.g. the ‘Big Issue’).3 The receivers themselves seem to have an urge to give something back – or even to offer something in advance. They fashion giving as interactional exchange.

Additionally, street people often return immaterially. They say ‘Thank you’, ‘God bless’ or ‘Good man’, as Paddy and Pagan, or distribute hugs as in the case of JD and Luzy. Jokes, bows or a dance from his dog are common coun-ter-gifts for Steve. He wants to at least entertain his givers. Those immaterial replies are more than what Offer (1997:454) calls “normal pleasantries”. They often go beyond mere conventions, have a moral or religious connotation or drift into the realm of intimacy. Steve recognises that he does indeed not give back material goods, but emotions (see also Simmel 1908:158f ): ‘No, gifts are not free. They are giving me and I’m not giving them nothing moneywise. But they are getting my happiness. They see me shining.’

For Yohn, ‘money is important by any means, but talk and time are con-necting in a deeper way’. So, money has often less of a social and primarily a material function. Money’s anonymity potentially reproducing hierarchy can-not be completely argued away. However, any gift – also that of money – is a sign of respect. Hence, money can be a liberating and trust-bearing facilitator for a relationship. If such a relationship develops, it is very often based on reci-procity, on ongoing social interaction. This interaction often goes beyond money and its materiality. Words and time are often accompanying the gift.

3 Thedifferenceto‘buskers’orBig-Issuesellers,however,istheprimaryfocusonbeggingratherthan‘selling’.Theexchangeiseitherdelayedreciprocatedinagift-likefashion(Bourdieu,1977)oronlyisanadd-ontothebegging(asecondorder‘profession’sotospeak).

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Gifts beyond moneyTime and talk imply respect and understanding that are refused to street peo-ple by the majority of passers-by. Steve even claims that this devotion is ‘worth more’ than the material necessity: it is able to remind the person of his or her dignity. Godbout (Godbout and Caille 2000:78) stresses the positive influence of listening and giving of time:

“People from every social milieu participate in the modern gift, not only by donating money, but also by giving of their time: listening to people, making visits, accompanying the aged, and so on.”

As Pagan claims, connection can only happen ‘if you have a conversation’. Words and respect potentially connect beggar and giver and they include the two in a dyadic relationship. I observed Steve being visited by a young woman on evening in June. She sat down next to him immediately and seemed to deliberately have brought two cans of beer. The two were talking for 15 minutes in front of Steve’s temporary spot at the station. Steve told me afterwards: “Ohyeah, she kinda comes every day and sometimes she sits down. I know her name and stuff and I know what she works.” The mere fact that both engage in a conversation, even in regular conversations, marks a connection. From the side of the giver it signifies empathy and interest.

Sometimes, beggars are not willing to accept such interest (Hall, 2005:9), but in the case of my research it was very much desired. To return to the classic text of Mauss, the time somebody takes off to sit down and talk clearly “bears a mark from the giver”, is a part of the giver that is transmitted with the gift (Mauss 2001:15f ). The words and the implicit meaning of them establish a posi-tive and approximating connection. Steve and Kevin both claimed that such gifts make them feel like ‘a human being’ (see Godbout and Caille 2000:145).

Even though the above argument proposes a counter-narrative – peo-ple who beg do not only profit from money materially but beyond that in a social sense – this side of the coin does not exclude the more common read-ing. The general exclusion of beggars from consumer culture is not deniable and the sources that make this their main argument are not to be contested (Dean 1999). I argue, however, that the gift is an important means of creating moments of self-esteem and respect in dyadic relationships. Even though, the difference is hardly recognisable from the viewpoint of the giver, for people who beg like Kevin, this is a crucial improvement from the existence ‘as a parasite’.

One-off and regular Paddy was the first who pointed out the difference between ‘one-offs’ and ‘regu-lars’. For him, who mostly stands silently in front of the Tesco on Commercial

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Street, regulars possess knowledge that is crucial for his income. His regulars know that he is begging next to Tesco five days a week for between two and three hours starting at 5pm each day. But beyond his material dependence on this knowledge (Merz et al. 2006:4,21,38), it is the social effect of relationships to regulars that differentiates them from one-offs.

One-offs might also interact with the people they give to. They dem-onstrate interest. These incidences of interaction are often nevertheless still fleeting. The fleetingness already becomes apparent in the way in which one-offs give: many of them drop the coin while walking, don’t look into the beg-gars eyes and keep on talking to their company. Godbout (Godbout and Caille 2000:185) describes this as follows:

“We experience a vague uneasiness, a certain shame, stemming from the fact that, in the very act of giving, we confirm in our eyes […] his/her exclu-sion from society, for this act cannot establish a social tie. We evade the eyes of a beggar and we rapidly move away after having given, thus refusing signs of gratitude.”

One-off sometimes exchanges a couple of words with the person on the street, but the exchange normally doesn’t exceed ‘Here you go’ and ‘Have a nice day’. As Yohn expresses it ‘they are closing the glass door looking through the glass window back at you too frightened to talk to you.’ The one-offs might be the ones that Martin, Y. or Steve describe as ‘pleasing their good conscience’. However, the exclusion can be compensated by higher sums of money which several of the street people pointed out to me. Regulars are on average giving less. In some situations, begging people (see Hall 2005:9) dominantly disregard the additional social benefits of begging in favour of a sole focus on support for subsistence. It is a second context, in which street people develop relationships to what they call ‘regulars’.

As already alluded to above, Paddy has many regulars. Usually, he casually stands in front of Tesco and people know that he is looking for (material) help. One lady that I frequently observed talking to him visits two to three times a week. They exchange words, know each other’s names and she regularly buys meals from Nando’s for him. She even knows his preferences when it comes to Nando’s meals. Paddy greets her before she disappears in the Nando’s and smiles at me: “That’s my girl. Every week, she buys me a meal. I’ve known her for a year or so now.” It is this interaction far beyond a mere ‘Take this’ and ‘Thank you’ that constitutes the core dif-ference between regulars and one-offs – and enables the gift accompanied by the surrounding sociality to have inclusive effects.

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Regulars usually see ‘their beggar’ from a couple of times a day to once a month. It is on these occasions, that a relationship can slowly develop. As described above with Steve and his female regular, they take out a minute, sit down and talk – ‘they go the extra mile’ as Scot explains. Steve explains that from those conversations, both giver and recipient ‘learn about each other’s life’ and exchange personal information. This does not mean, howe-ver, that regulars are not of material importance for the people who beg. We already heard from Paddy how he is dependent on his regulars’ contri-butions. Others were similarly materially connected to particular regulars. Steve got a Kindle from one of his regulars and frequently receives books from others. He loves reading – but would himself not spend money on books. His regulars know about his passion and this is how the chain of pre-sents developed again based on a connection between material components and knowledge. According to Scot the regular makes ‘conscious decisions’, possibly even plans ahead in the morning (‘I need a pound that I can give to Scot’). Through this, they are part of what Lee (2002:86; Godbout and Caille 2000:174f) calls an “empathetic dialogue”. This literal and metapho-ric dialogue can potentially support the formation of an inclusive mutual relationship. Although also this connection is still potentially unstable – moving to another pitch or part of town is not uncommon – it is often a projectable constant.

In these relationships to regulars, reciprocity is most likely. Steve’s bloodworks for instance were exchanged in the context of regular-rela-tions. One day, he suggested to one of his regulars that ‘next time you come, I bring one of the ‘blood-works’ I scribble when I cant sleep’. He wanted to ‘give’ something back to his regular, interact also on the mate-rial level. I witnessed incidences where other informants offered cigarettes or drawings that were not immediately connected to specific gifts from the donor. Hence, the notions of interaction, return and reciprocity find their peak in long-standing relations with regulars. It is not only the material component of the gift – of money, of wishes, of food – that establishes this return. Stretching the idea, already the conversational interaction (exchan-ging personal knowledge for instance) goes beyond mere convention. The development of a connection is not necessarily linked to visible recipro-city, but on emotions, on empathy and gratitude. To return to the theore-tical basis of the argument, this findings bears witness to the ambiguity of the gift: a close reading of Mauss (2001:50ff) suggests that the relationship between giver and receiver is dependent on the tripos of ‘give-receive-reci-procate’. Paraphrasing Graeber (2001:111,225; 2011), one might say that

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the repetitive act of ‘giving without returning’ might further deepen the hierarchical nature of the relationship. The giver acknowledges the needi-ness of the street person and acts on this – but does the lack of exchange might make it impossible for the relationship to be balanced? On the other side, gifts do not always seem to be dependent on the reciprocity to have a social effect. As Scot describes some of his regulars: ‘They don’t care, sit down in their suits and cuddle me if I had a bad day.’ He might exaggerate in this statement, but it reflects part of the finding of this paper: gifts to people who beg can have positive social effects. In times of recession and austerity, gifts are not only of material importance for street people, they might also make them feel human.

Austere kindness or mindless austerity Recession and austerity create a situation of increased precariousness for people on the street. Not only does the government save money by renaming welfare benefits while increasing their conditionality, many local authorities also continue their campaigns against private giving to street people. Money is often a material necessity for the people that are cut off – or have decided to cut themselves off – from state strings. My fieldwork in East London led me to revisit arguments about the nature of different gifts.

As I argue in this paper, giving to people who beg is not necessarily a one-sided action concentrated on the material aspect of money. Rather, its significance in the social realm can be found in its interactional aspect and its potential to create a connection. Especially when performed by regulars – people that donate frequently to a particular recipient – giving develops a component that links the two parties. A dyadic relationship can grow, which signifies respect and understanding for the person who begs. A gift implies respect and understanding – even if linked to an at first potentially ‘invisible countergift’. I see a vast field for future research in this direction – that might also more explicitly focus on the politicality of the topic and its historical development than my own paper.

I would like to end with a last observation of apparently methodologi-cal significance unfolding far beyond the methods. In my own work as a researcher with homeless people, I found resonances to the above notion of ambiguous giving. Some of what one might call my informants were explic-itly appreciating the act of talking to me for reasons of sociality rather than ‘communicating facts’. As Desjarlais (1997:195) describes: “most residents valued conversations for the companionship they provided and for the ways

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in which they enabled one to make contact with others”. But what about the negative side of my own research, of my intrusion? What about the mate-rial demands my presence spurred? It is undeniable that giving can have negative effects – increasing dependency or hierarchy. But as my findings suggest, both a researcher and a stranger on the street might not necessar-ily follow the government in its mindless austerity, at least when it comes to ‘immaterial gifts’ of time, talk and respect. Many homeless people value austere kindness beyond materiality. .

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ParalelosLO QUE (NO) CUENTAN LAS MÁQUINAS: LA EXPERIENCIA SOCIOTÉCNICA COMO HERRAMIENTA ECONÓMICA (Y POLÍTICA) EN UNA COOPERATIVA DE “CARTONEROS” DEL GRAN BUENOS AIRES

seBastiÁn carenZo 109

UN SISTEMA DE INTERCAMBIO HÍBRIDO: EL MERCADO/TIANGUIS LA PURÍSIMA, TEHUACÁN-PUEBLA, MÉXICO

ernesto licona Valencia 137

A TRAVÉS DE LA YERBA MATE: ETNICIDAD Y RACIONALIDAD ECONÓMICA ENTRE LOS TRABAJADORES RURALES PARAGUAYOS EN LA INDUSTRIA DE LA CONSTRUCCIÓN DE BUENOS AIRES

ÁlVaro del Águila 165

LA FERIA BINACIONAL DE CAMÉLIDOS Y LAS INSTITUCIONES DEL DESARROLLO

natiVidad gonZÁleZ, liliana Bergesio Y laura goloVaneVskY 189

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Artículorecibido:2deabrilde2013|aceptado:2deoctubrede2013|modificado:20deoctubrede2013.

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* EstetrabajoseenmarcaenelproyectoPIP/Conicet“Lidiandoconlasolidaridadyelmercado.Unestudioetno-gráficodeemprendimientosyencadenamientosproductivosdela‘economíasolidaria’enArgentina”.

** DoctorenAntropologíaSocial,UniversidaddeBuenosAires,Argentina.

LO qU E (nO) c U En TA n L A S M áqU i nA S: L A Ex PER i Enci A SOciOT éc n icA cOMO h ER R A M i En TA EcOnóM icA (y POLíTicA) En U nA cOOPER ATi vA DE “cA RTOn EROS” DEL gR A n BU EnOS A i R ES* seBastiÁn carenZo**[email protected] ; [email protected]ón de Antropología Social, Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (SEANSO-ICA, FFyL, UBA) / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET), Argentina.

R e s u m e n Este artículo presenta resultados de un estudio

etnográfico que aborda prácticas de diseño, construcción

y sistematización de maquinarias desarrolladas por una

cooperativa de “cartoneros” (recuperadores urbanos) de

Argentina. Esta investigación demuestra que más allá de dar

sustento a la actividad económica de la cooperativa, estos

ensambles sociotécnicos contribuyeron a definir tanto el proyecto

político de la cooperativa como también su rol en el escenario

regional y global que concentra las organizaciones sociales

dedicadas a la recuperación y el reciclado de residuos.

p A l A b R A s c l A v e :

Tecnología, cartoneros, economía, política, cultura material.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.06

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O QUE (NÃO) CONTAM AS MÁQUINAS: A EXPERIÊNCIA SOCIOTÉCNICA COMO FERRAMENTA ECONÔMICA (E POLÍTICA) EM UMA COOPERATIVA DE CATADORES DA GRANDE BUENOS AIRES

resUMO Este artigo apresenta resultados de um estudo etnográfico que aborda práticas de desenho,

construção e sistematização de maquinário desenvolvido por uma cooperativa de catadores de papel

(recuperadores urbanos) da Argentina. Esta pesquisa demonstra que, mais além de dar sustento à

atividade econômica da cooperativa, essas montadoras sociotécnicas contribuíram para definir tanto

o projeto político da cooperativa quanto seu papel no cenário regional e global que concentra as

organizações sociais dedicadas à recuperação e à reciclagem de resíduos.

Palavras-chave:

Tecnologia, catadores de papel, economia, política, cultura material.

whAT MAChINES DO (NOT) SAy: SOCIOTEChNICAL EXPERIENCE AS AN ECONOMIC (AND POLITICAL) TOOL OF A COOPERATIVE OF “CARTONEROS” IN ThE BUENOS AIRES GREATER METROPOLITAN AREA

abstract This article presents the results of an ethnographic study of the practices involved in the

design, construction and systematization of machinery by a cooperative of cartoneros (waste pickers) in

Argentina. The research demonstrates that as well as providing financial support to the cooperative, this

sociotechnical expertise contributes to defining its political identity and its role in the regional and global

scenarios that bring together social organizations dedicated to the recovery and recycling of waste.

Key WOrds:

Technology, cartoneros, waste pickers, economy, politics, material culture.

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LO qU E (nO) c U En TA n L A S M áqU i nA S: L A Ex PER i Enci A SOciOT éc n icA cOMO h ER R A M i En TA EcOnóM icA (y POLíTicA) En U nA cOOPER ATi vA DE “cA RTOn EROS” DEL gR A n BU EnOS A i R ES

s e B a s t i Á n c a r e n Z o

introducción

e n los últimos años, análisis elaborados desde la perspectiva de los estudios sociales de la economía permi-ten recuperar la importancia de aspectos que, desde lecturas ortodoxas, son considerados extraeconómicos, tales como emociones y sentimientos, concepciones filosóficas y mora-les puestas en juego por sus participantes (Zelizer, 2008);

características materiales, estéticas y simbólicas de los espacios sociales donde se llevan a cabo intercambios (Callon, 2008), así como de las tecno-logías empleadas y de los objetos transferidos (Myers, 2001).

Siguiendo esta última línea, el presente artículo presenta resultados de una investigación basada en el análisis etnográfico de los circuitos socioeconómicos que permiten la transformación de residuos en mercan-cías, movilizando para ello un enfoque de cultura material. Los datos ana-lizados corresponden a las prácticas cotidianas desarrolladas en una coo-perativa de cartoneros/as1-2 localizada en el Gran Buenos Aires y dedicada a la recuperación, clasificación y procesamiento de materiales reciclables. El análisis presentado discute algunos de los lineamientos que caracterizan las iniciativas técnico-profesionales que recuperan el enfoque de “cadenas de valor” (Porter, 1985) para “activar” estos procesos de valorización de la labor de cartoneros/as. En primer lugar, la centralidad que adquiere en

1 En el contexto de la crisis socioeconómica de 2001 en Argentina, esta categoría fue generalizada por los medios masivos para designar al creciente número de personas que recolectaban y comercializaban materiales reci-clablesdelosresiduosdepositadosenlavíapública(enparticular,cartónypapel).Enelcasodeestudioestacategoríahasidorecuperadacomocriteriodeautoidentificaciónydemanda.

2 Utilizobastardillapararesaltarorelativizartérminos,ycomillas,paracategoríassocialesycitastextuales.Parafacilitarlalectura,lostérminosmásfrecuentessemarcansóloensuprimeraaparición.

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estas propuestas una “concepción clásica” de tecnología (Bijker, 2005)3, en cuanto mediación necesaria en una estrategia destinada a incorporar valor agregado. En segundo término, interpela el sentido unidireccional desde el cual se caracteriza la dinámica de estos procesos, en cuanto avance lineal por los distintos “eslabones” que conforman la cadena del mercado de los insumos reciclados para la industria.

Como evidencio a lo largo del texto, los ensambles sociotécnicos4 desplegados en la cooperativa en torno al diseño, construcción y sistematiza-ción de maquinarias, herramientas y procesos permitieron sostener eco-nómicamente esta experiencia al incorporar la posibilidad de procesar los materiales recuperados y clasificados para comercializarlos como insumo en procesos fabriles. Sin embargo, los datos analizados permiten desplegar también otras lecturas que destacan el potencial de la etnograf ía para abor-dar procesos de construcción cotidiana de prácticas económicas, enten-diéndolas, no como acciones inscriptas en forma indeleble en un dominio determinado de la vida social, sino en el cruce de las múltiples esferas de la vida social (Dufy y Weber, 2009: 31). Siguiendo esta orientación, la argu-mentación aquí presentada está organizada en cuatro apartados. El primero establece un diálogo crítico con la literatura “técnica” que informa sobre iniciativas (gubernamentales y no gubernamentales) destinadas al “agre-gado de valor” en la labor desarrollada por cartoneros/as, estableciendo la línea argumental desplegada posteriormente desde el análisis etnográfico del caso. El segundo apartado moviliza un enfoque de cultura material para reconstruir el desarrollo de una tecnología de clasificación, cuyo objetivo no respondía exclusivamente a mejorar la rentabilidad de la labor desarro-llada, sino también a socializar a sus integrantes en la experiencia laboral asociativa. En forma complementaria, el tercer apartado reconstruye el pro-ceso de elaboración de maquinaria destacando cómo configura un registro de “profesionalización” desde el cual la cooperativa impugnaba el peso de

3 Este autordistingue tresnivelesde significadopara la categoría “tecnología”. El primero refiere al niveldeobjetosfísicosoartefactos.Elsegundoincluyetambiénactividadeshumanasquerefierenaldiseño,lafabricación y el manejo de los primeros. El último refiere a tecnología como conocimiento asociado al uso de estos saberes y dispositivos en procesos productivos relacionados. A su vez, distingue diferentes con-cepcionesdetecnología,una“clásica”yotra“constructivista”,cuyasdefinicionesseránluegodesplegadasenelanálisispropuestoeneltexto.

4 ComoseñalaBijker,“losocio-técniconoesunameracombinacióndefactoressocialesytecnológicos,sinoesalgosuigeneris.Losensamblessocio-técnicos,antesque losartefactos tecnológicoso las institucionessociales,devienennuestraunidaddeanálisis[...]Lasociedadnoesdeterminadaporlatecnología,nilatecno-logíaesdeterminadaporlasociedad.Ambasemergencomodoscarasdelamonedasocio-técnicaduranteelprocesodeconstruccióndeartefactos,hechosygrupossocialesrelevantes”(2005:125).

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estigmas que caracterizaban los discursos y representaciones dominantes sobre la actividad. Finalmente, el cuarto apartado se focaliza en el proyecto Tecnología Cartonera Aplicada y su relación con el proyecto político movi-lizado por la cooperativa tanto en arenas locales como regionales vincula-das a la problemática de la gestión de residuos.

El material etnográfico analizado es resultado de una investigación ini-ciada hacia fines de 2004 con integrantes de la Cooperativa Reciclando Sueños5. En particular, este artículo recupera registros y testimonios desplegados en una serie de talleres6 iniciados hacia fines de 2012 –actualmente en continuidad–, destinados a reflexionar sobre su práctica tecnológica.

Tecnología made in cartoneros: problematización del enfoque de “cadenas de valor” La cuestión de cómo “agregar” valor a una práctica considerada como esca-samente calificada y rudimentaria –tanto en el discurso mediático como en la mirada dominante de funcionarios y técnicos vinculados a la gestión de residuos– configuró uno de los tópicos destacados en las agendas gubernamentales y no gubernamentales destinadas a la población de “trabajadores informales” (car-toneros/as) vinculados a los circuitos de gestión de residuos (SAyDS, 2005; Ley 13592/06; Greenpeace et al., 2009; ACUMAR, 2012). El financiamiento de la labor realizada por las cooperativas de cartoneros/as no está garantizado por fondos públicos7, sino que se deriva de la comercialización de los materia-les recuperados en un mercado que presenta altos niveles de intermediación, formación monopólica u oligopólica de los precios y ausencia de regulacio-nes estatales (Ibáñez y Corropoli, 2002). De allí que las propuestas para inci-dir sobre esta situación recuperen el enfoque de “cadenas de valor” elaborado

5 EstaorganizaciónseencuentralocalizadaenlalocalidaddeIsidroCasanova,municipiodeLaMatanza,unodelosmásextensos(325,71km2)ydensamentepoblados(1.775.816habitantes)de los28distritosqueconformaelGranBuenosAires(INDEC,2010).Sibienexisteunamarcadaheterogeneidaddesituacionesdentro de este territorio, cabe consignar que los indicadores socioeconómicos indican una recuperación global para el último decenio; así, por ejemplo, el porcentaje de población en situación de pobreza dismi-nuyódel56%en2004al24%en2009(Encuestacondicionesdevida,MunicipalidaddelaMatanza,2009).(Másinformaciónenwww.recisu.org.ar)

6 Implementamos un dispositivometodológico informado en un enfoque etnográfico en co-labor (Leyva ySpeed,2008),quecombinabarutinas“tradicionales”deinvestigación(participaciónconobservaciónyentre-vistasabiertas)contalleresdereflexióncolectiva,dondeseabordabanproblemáticasreferentesalaconstruc-cióncotidianadeestecolectivo(FernándezÁlvarezyCarenzo,2012).

7 Adiferenciadeloqueocurreconelsistemavigentederecolecciónderesiduosgestionadoporempresasprivadas concesionarias, la labor cotidiana de recuperación y clasificación de materiales reciclables de la “basura”realizadaporcartoneros/asnohasidoaúnreconocidacomo“serviciopúblico”,locualconfi-guraunadelasprincipalesdemandasdelasorganizacionesqueconcentranestapoblación(CarenzoyFernándezÁlvarez,2011).

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inicialmente por el economista Michael Porter para desarrollar su teoría de las “ventajas competitivas” (1985). La metáfora de una cadena que vincula acti-vidades o procesos económicos considerados como eslabones que progresiva y linealmente van agregando valor permitió inscribir el trabajo de los/as car-toneros/as en el conjunto más amplio de actores que intervenían en la con-formación de la cadena: acopiadores, revendedores y compradores finales de muy diversa magnitud y escala. La posición subordinada de los cartoneros en la cadena determinaba el bajo nivel de rentabilidad obtenida. Las propuestas elaboradas se orientaron al diseño e incorporación de maquinaria para el pro-cesamiento de los materiales recuperados y clasificados por los cartoneros/as, por cuanto su venta directa como “insumo” a establecimientos industriales per-mitiría “avanzar” en la cadena, minimizando la venta del material “en bruto” con acopiadores y revendedores (González, 2007; Caló, 2011; Dietrich, 2011).

En este punto, el enfoque de “cadenas de valor” se complementa con una concepción determinista de tecnología (Bijker, 2005: 22), en cuanto mediación necesaria para movilizar el avance de las cooperativas hacia nuevas posiciones en esta cadena. De este modo, la incorporación de maquinaria para procesar material (molinos, extrusoras, pelletizadoras, despulpadoras), procesos que per-mitirían el salto hacia un eslabón superior de la cadena. El desarrollo de tecno-logía es pensado como aporte externo por parte de un actor técnico/experto, cuya aplicación permitiría catalizar la transformación de sus procesos de trabajo. Sin embargo, y más allá de las buenas intenciones, los avances logrados hasta el momento en esta materia han sido por demás desalentadores. A más de diez años de la emergencia del fenómeno cartonero en Argentina, el proceso de trabajo, así como las tecnologías y maquinarias empleadas, no registran transformacio-nes significativas. Salvo pocas excepciones, la mayoría de las experiencias desa-rrolladas por cartoneros/as concentran sus actividades en la clasificación8 de los materiales recolectados y/o recuperados, antes que en su procesamiento9. Incluso aquellas cooperativas que han maquinizado parcialmente su labor, lo hicieron

8 Comprende laseparaciónde losmaterialesdiferenciandorubros(metales,plásticos,celulósicos,vidrios,etcétera)comotiposycalidadesdelasmateriasprimasempleadasdentrodecadaunodeellos.Así,porejemplo,losmaterialescelulósicospuedendesagregarseen“cartón”y“papel”,peroasuvezesteúltimocomprendeotrascategoríascomo“blanca”(porejemplo,papeldefotocopias),“segunda”(porejemplo,papelderevistas)y“diario”,entreotras.

9 Lasescasasexperienciasexistentesconcentranestalaborsobreenvasesyobjetosplásticos,porcuantosu reutilización como materia prima para la fabricación de nuevos productos requiere que sean redu-cidos previamente a partículas pequeñas y uniformes. Así, el material debe lavarse y luego molerse paraobtenerpartículassimilaresaloscoposdecereal.Luego,conunaextrusora(quederriteycribaelmaterial), se obtienen partículas homogéneas denominadaspellets, que pueden alimentarmáquinasparafabricacióndeenvasesyobjetosplásticos.Elpreciodelmaterialprocesadopuedeincrementarsehastaun200%respectodelmaterialenbruto.

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en función de optimizar la labor de clasificación, más que orientarse a su pro-cesamiento. De allí que las maquinarias incorporadas sean básicamente cintas mecánicas, que reemplazan la clasificación en piso o en “cama”10, y prensas para poder enfardar y acopiar los materiales clasificados.

Ahora bien, esto no quiere decir que en las experiencias organizativas prota-gonizadas por cartoneras/os no hayan tenido lugar procesos de fabricación y –sobre todo– adaptación de tecnología, en función de mejorar sus labores cotidianas. Por el contrario, es posible ilustrar una profusa elaboración de taxonomías, procesos fisicoquímicos, artefactos y dispositivos materiales (maquinaria y herramientas) desarrollados con relativa autonomía del sistema científico-tecnológico de produc-ción de conocimiento y transferencia, pero no por ello menos sistemáticos y com-plejos. El punto radica, a mi entender, en el tipo de perspectiva analítica movilizada para ilustrar la práctica tecnológica desplegada en estas experiencias (incluida su relación con la cuestión del valor), y es aquí donde una aproximación etnográfica informada tanto en una perspectiva de cultura material como en un enfoque cons-tructivista de la tecnología puede aportar significativas claves interpretativas.

Este último, a diferencia de la concepción determinista, discute la orienta-ción instrumental (mecánica problema-solución) y racional (relación medios/fines) que caracteriza este enfoque. Por el contrario, considera que la tecno-logía resulta de su inscripción en una trama compleja de relaciones sociales contingente a las disputas, presiones, resistencias, negociaciones, controver-sias y convergencias que dan forma a un ensamble sociotécnico heterogéneo donde intervienen actores sociales, conocimientos y artefactos materiales (Bijker, Hughes y Pinch, 1987; Thomas y Fressoli, 2009). En esta clave, es posi-ble evidenciar el carácter “externo” de las propuestas elaboradas por “técnicos/expertos” en relación con los procesos socioorganizativos que tienen lugar en las cooperativas, que propicia como resultado el escaso involucramiento por parte de éstas en la implementación de tecnologías de procesamiento, y –por el contrario– una activa producción de tecnologías de clasificación.

En forma complementaria, un enfoque de cultura material permite recuperar la importancia que adquieren las “formas materiales” en la producción de relaciones sociales que suponen una construcción dialéctica de “objetos” y “sujetos” (Miller, 1987 y 2007; Geismar y Horst, 2004). Así, a lo largo del artículo evidencio cómo el

10 Laformadeclasificaciónmásrudimentariaserealizavolcandoelcontenidode losbolsonesenelsueloparaluegosepararlosmateriales(tiposysubtipos)enotrosreceptáculos(bolsones,cajas,bolsas,cajones,etcétera).Unatécnicamásdepuradaintroduceunasuperficieplanayelevada,denominada“cama”o“mesa”,quepermitetrabajar desde una postura erguida, y al mismo tiempo que varios integrantes se ubiquen rodeando esta superfi-cieparatrabajarsimultáneamente.Porúltimo,la“cinta”replicaesteúltimoprocedimientoperoincorporandoelmovimientomecánicodelosmaterialesque“corren”delantedelosoperariosqueflanqueaneldispositivo.

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desarrollo de una tecnología de clasificación (incluidos sus taxonomías y procesos) ha colaborado en la socialización de sus integrantes en una forma de trabajo asocia-tiva, así como la tecnología de procesamiento elaborada posteriormente también resultó clave para modelar el proyecto político de la cooperativa en relación con el sector. En ambos casos, mirar más allá de “lo económico”, definido en términos de estricta acción racional maximizadora, permite reponer la relevancia analítica de los ensambles sociotécnicos en la construcción de un expertice cartonero vinculado a la gestión de residuos que resultó clave para disputar su reconocimiento como actor legítimo en este campo. Una problemática que hasta entonces era definida en términos técnico-profesionales, en la cual estas organizaciones comenzaron a intervenir de hecho, y donde el alcance y los modos de participación han sido –y en buena medida aún lo son– puestos en cuestión en forma recurrente11.

Tecnología de clasificación para (in)corporar trabajo asociativoLos inicios de la Cooperativa Reciclando Sueños de La Matanza se remontan al año 2003, cuando un grupo de exreferentes de un movimiento social de alcance nacional12 se organizan en el barrio San Alberto para trabajar en forma asociada en la recuperación de residuos de la vía pública. Con este fin van concentrando un grupo de varones desocupados del barrio que no contaban con experiencias previas de trabajo asociativo y que desarrollaban prácticas de cirujeo13 en forma individual. Como señala Perelman (2008), en el caso que nos ocupa no se trataba de “cirujas estructurales”, es decir, personas que contaban con una trayectoria histórica anterior en la actividad, sino de quienes se vieron impulsados a buscar el sustento cotidiano de este modo ante la persistencia de la condición de des-empleo en la que se hallaban14. En este marco, la conformación de la cooperativa suponía mejorar los ingresos (ante la perspectiva de comercializar en conjunto

11 Unapublicaciónrecientesostienequeelrecicladoylagestióndelosresiduosresultanuntema“ambientalysani-tario”,antesquesociolaboral.Porende,lalaborde“cartonerosycirujas”podíaresultaradmisibleencontextosdecrisisestructural,peronoenlaactualcoyunturadecrecimientosostenidodelaeconomía(cfr.Rodríguez,2010).

12 Estaorganizaciónformabapartedelosdenominadoslocalmentemovimientos“piqueteros”,quetuvieronunamplio protagonismo durante los sucesos anteriores y posteriores a 2001, en la construcción de demandas vinculadas al mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares.

13 EnelÁreaMetropolitanadeBuenosAiresesposiblenotarlaexistenciadeunapoblacióndedicadahistórica-mentealarecuperacióndematerialesdelosresiduos,denominados“cirujas”.ParaunestudiodetalladodeloscambiosenlagestiónpúblicadelosresiduosylasprácticasdereciclajedeArgentina,enparticularenlaCiudaddeBuenosAires,remitimosaltrabajodeSchamber(2008).

14 RemitimosaltrabajodePerelman(2009)paraunanálisisdelmodoenelcualsedioesteprocesodeentradaenel “cartoneo”porpartedepersonasque–enel contextode la crisis económica anterior yposterior a2001–fueronperdiendosusempleos“formales”,parapasarareproducirseconunacombinacióndechangas (trabajosinformales,esporádicosydecortaduración),planessocialesdeasistenciayrecoleccióninformal.

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un mayor volumen), así como las condiciones de trabajo al brindar una protec-ción relativa frente a los abusos de las fuerzas de seguridad15.

Por otra parte, cabe destacar que la experiencia de construcción de esta forma asociativa en un grupo conformado mayoritariamente por “cartoneros nuevos” supo-nía también el aprendizaje de las claves de un oficio de larga data que difería fuer-temente de sus experiencias anteriores, en su mayoría inscriptas en el dominio del trabajo “formal” (Perelman, 2008). De allí que cuando cartoneaban individualmente, el foco estuviera puesto en las tareas de recolección de materiales, básicamente en la delimitación de rutas e identificación de zonas con mayor concentración de materia-les. En contraste, la clasificación no representaba una labor importante más allá de una separación muy general en grandes rubros (cartón, papel de diario, papel blanco, envases plásticos, envases de PET, metales). Se realizaba al finalizar los recorridos y en forma previa a su comercialización con intermediarios (llamados “galponeros”), condiciones que alentaban la venta del material prácticamente “en bruto”.

El desarrollo de la actividad en forma asociada jerarquizó la actividad de clasificación antes de la venta, como condición necesaria para alcanzar mayor volumen y mejor precio al diferenciar por tipos y clases. El alquiler de un galpón permitió incluso el armado de stocks de materiales clasificados en forma más detallada. Este conocimiento específico sobre la clasificación se fue haciendo sobre la marcha y sin referencias sistemáticas que pudieran orientar el proceso. A diferencia de la mayoría de sus experiencias laborales anteriores, esta vez no contaban con la tutela de trabajadores más experimentados (por ejemplo, alba-ñilería, obreros fabriles) ni mucho menos con cursos o capacitaciones.

Marcelo, que tiene actualmente 47 años, fue fundador de la cooperativa y es el responsable de la mayoría de los desarrollos tecnológicos diseñados y elaborados en la cooperativa. En el siguiente testimonio reconstruye este pro-ceso de aprendizaje y sistematización de la clasificación durante los inicios de la cooperativa (2003-2004), destacando la importancia que tuvieron los inter-cambios con intermediarios y miembros de otras cooperativas:

Nosotros al principio juntamos todo el plástico junto y le decíamos PVc. No sé por qué le decíamos PVc. Bolsitas, polietileno, eso no se juntaba nada. se junta-ban cosas grandes y lo que hoy nosotros llamamos bazar, o polietileno de alta o polipropileno, en aquel momento le decíamos PVc todo junto. Porque donde lo vendíamos lo compraban todo junto y nos decían plástico, plástico duro. […] o sea lo que hacía el tipo que nos compraba era comprarnos a lo que valía más barato,

15 ComoseñalaPerelman(2009),elartículo11delDecreto-ley9.111/78,sancionadodurantelaúltimadictaduramilitar,prohibíalamanipulaciónderesiduosenvíapública,exceptuandoalpersonaldelasempresasderecolección.Estoaseguraba la rentabilidad de las empresas privadas prestatarias del servicio en cada municipio, ya que el sistema creado paralagestiónsebasabaenelcobroporkilogramodebasuratransportadohastaelrellenosanitario.

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lo paga más barato y después separaba ganando el doble o el triple con la sepa-ración. tuvimos que aprender a separar. […] Yo fui siempre el más hinchapelotas en algunas cosas, entonces iba y le decía a compañeros de otras cooperativas que quizá conocían un poquito más de plástico. “¿este que plástico es?”. Y me decían: “PP”. entonces yo agarraba un fibrón, le ponía PP y me lo traía. “¿Y éste…?”. cuando logré tener todo más o menos, esos plásticos, vine acá y les dije: “compañeros, esto tenemos que empezar a ver”. Yo lo que veía es que todos agarraban y prendían fuego y quemaban el material, y después fuimos entendiendo que los materiales reaccio-nan de forma distinta. Hay uno que, por ejemplo, vos lo querés prender fuego y no se prende fuego. el PVc, por ejemplo, vos lo prendés fuego y se hace un carbón, no hace llama. Bueno, si prendíamos y no hacía llama era PVc o podía ser algún derivado del PVc, pero bueno, más o menos estábamos más cerca. el polietileno tenía un olor a vela cuando vos lo prendías. el alto impacto tenía un olor medio dulzón y largaba un humo negro. el Pet cuando lo prendés hace como si fuese que hierve el plástico y saltan cositas y larga un olor muy dulzón, entre dulzón y agrio, medio raro. entonces tenías que aprender esas cosas y lo escribíamos como noso-tros podíamos. así fue que empezamos a separar. (Marcelo, diciembre de 2012)

Un segundo aspecto destacado en el relato apunta al método desarrollado para identificar materiales. En ocasiones recurre a la mímesis entre categorías “expertas” y los objetos mismos, como cuando escribe “PP” en el objeto, para usarlo de modelo in vivo. En otras prioriza el despliegue sensible de los sentidos (vista, tacto, oído y olfato) para identificar materiales desde un registro alejado de catego-rías científicas (composición química), pero a su vez tan específicas como el tipo de olor (“dulzón”, “agrio”) que desprenden los materiales al entrar en combustión. Siguiendo a Ingold (2000), puedo destacar que la interpretación de este método experimental no puede escindirse del modo en que se despliega en determinados contextos prácticos de actividad16. Esto define, por ejemplo, un conjunto de recur-sos, herramientas y materiales disponibles para ser utilizados en un momento y lugar determinados, que resultan contingentes al tipo de prácticas y a las condicio-nes socioproductivas en las cuales se desarrollan. En este sentido, el método nativo que recupera Marcelo en el relato seguramente sea menos eficiente y seguramente menos peligroso que el método científico de identificación de componentes con pruebas de laboratorio. Sin embargo, la distancia social entre método y contexto práctico de actividad es tan abismal que se transforma directamente en un impen-sable. Como señala Marcelo, la construcción de una tecnología de clasificación se sostiene en y por una experiencia de trabajo que se modela cotidianamente. La

16 TimIngoldenmarcaestaafirmaciónenunacríticaaldualismotécnica/tecnología,remarcandolaimportanciadeatenderaltratamientoprácticodelusotecnológicoysuimbricaciónenensamblajesdeactividadsociotécnica,másqueasumirenformanaturalizadalaexistenciadeunaseparacióndualentre“técnica”,entendidacomomerahabilidadprácticaoadhoc,y“tecnología”,comounsistemaorganizadodeconceptosyprincipios.

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exploración continua de la materialidad de los objetos manipulados, sus propieda-des fisicoquímicas y mecánicas, permite ajustar la praxis clasificatoria, logrando mayor precisión en la separación de los distintos tipos y calidades de materiales manipulados, y por ende, mejores condiciones de comercialización.

Figura1.CartelexplicativodelaterminologíadelsistemaSPI.(Foto:MauroOliver).

En forma complementaria se destaca también el método diseñado para socializar el conocimiento elaborado colectivamente, que básicamente se estruc-turaba a partir de un registro oral de una experiencia laboral compartida. Resulta interesante detenerse en el anclaje material de este sistema sui géneris elaborado por Marcelo y sus colegas. La figura 1 retrata uno de los carteles elaborados en la cooperativa para actualizar referencias durante el proceso de clasificación. En este caso, el cartel traduce la terminología del sistema SPI (Sociedad de Industrias del Plástico), cuyo ícono (triángulo del reciclado que contiene un número del 1 a 7) indica el tipo de composición química del plástico empleada en su fabricación (definiendo su potencial para ser reciclado). La imagen evidencia la traducción de la nomenclatura del sistema de clasificación experto a uno nativo. Así, el número 1 del SPI corresponde al tereftalato de polietileno, cuya traducción en el léxico de la cooperativa es “PET”, denominación empleada comercialmente en el circuito del reciclado para referirse a este material empleado en botellas descartables. En otros casos, la referencia nativa corresponde a una categoría localmente situada, como en el caso del número 6 del SPI (poliestireno), que corresponde a “vasitos” en el sistema de la cooperativa, en alusión al formato (vasitos térmicos descartables) con el que llega este material a la cooperativa.

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A diferencia de las categorías y nomenclaturas del sistema SPI que remi-ten a un carácter universal e independiente del contexto práctico de actividad, las categorías “PET” y “vasitos” objetifican (Miller, 1987)17 el desarrollo de una tecnología de clasificación en elaboración, entendida como un ensamble socio-técnico contingente tanto a los contextos socioterritoriales específicos como a la práctica efectiva de los sujetos involucrados en su desarrollo (Mura, 2011). La elaboración de una cultura material específica, en este caso vinculada a la clasi-ficación, no puede ser disociada del proceso de construcción de los integrantes de la cooperativa, en cuanto trabajadores que estaban formándose en (a la vez que conformaban) un oficio que requería (in)corporar un conjunto de saberes y disposiciones específicamente ligados a la actividad.

En efecto, el fortalecimiento de esta experiencia asociativa y el desarrollo de la tecnología de clasificación pueden ser comprendidos como procesos concurren-tes. La figura 2 retrata el trabajo organizado en torno a la “cama de separación”, donde cada integrante ocupa un “puesto”, destinado a recuperar una sola clase de material para luego disponerlo en bolsones. La mesa se alimenta con los materiales

17 Atravésdeestacategoríaseilustralacapacidaddelosobjetosculturalesparaexternalizarvaloresysignifi-cadosincrustadosenprocesossociales,volviéndolosdisponibles,visiblesonegociablesenlasaccionesdelossujetos.Entalsentido,“objetos”y“sujetos”,demanerarelacionalysimultánea,sonconstituyentesde–yestánconstituidospor–surelaciónysignificado.

Figura2.Clasificacióndematerialesenlacamadeseparación.(Foto:SebastiánCarenzo)

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que cada uno recuperaba en sus recorridos. La clasificación en conjunto contras-taba con la experiencia antecedente de recolección individual, ocupando una por-ción mayor de la jornada y estableciendo criterios más elaborados. En otro pasaje, Marcelo refiere a las tensiones asociadas a este proceso:

si salía solo, juntaba entre treinta y cincuenta botellas de gaseosa y todo mez-clado [se refiere al color]; en cambio, si poníamos en común lo que cada uno traía, teníamos para llenar un bolsón de cada color... o sea, ponle que en un bolsón entran unas 400 botellas sin prensar... bueno, al final del día teníamos para vender tres bolsones, ¡y con una diferencia de $0,50 en el precio por kilo!... Pero bueno, hubo que aprender a compartir, asumir que había que quedarse hasta tarde ordenando todo lo que habíamos juntado entre todos, preparar un lugar especial del galpón para ir separando cada material, por color, y así. No fue fácil. si te tocaba separar 500 tapitas, ¡ya te dolía la mano! Veías una tapita y querías salir corriendo. Pensá que cuando salías solo terminabas el reco-rrido, vendías así no más y ya te ibas a tu casa... (Marcelo, diciembre de 2012)

Este fragmento permite destacar justamente que el proceso de elabora-ción de esta tecnología de clasificación no ocurría en forma abstracta, como un conocimiento “externo” a los sujetos. Por el contrario, se materializaba como saber colectivo para manipular materiales, en prácticas y sensaciones corpo-rales (“dolor”, separando tapitas), temporalidades (“quedarse hasta tarde” cla-sificando; retardar el irse “a casa”) y espacios (“preparar el lugar”, en el galpón). Siguiendo a Julien, Rosselin y Warnier (2009), puedo señalar entonces que la elaboración de esta tecnología de clasificación, en cuanto “cultura material en acto”, involucra no sólo un conjunto de operaciones cognitivas (qué y cómo cla-sificar) sino un complejo proceso de “incorporación sensorial-afectiva-motriz” de esa tecnología. En este sentido, aprender e (in)corporar la clasificación era también aprender a (in)corporar la cooperativa.

Tecnología de procesamiento para profesionalizar la cooperativaUna característica distintiva de Reciclando Sueños en relación con otras coo-perativas cartoneras corresponde a la creciente importancia que adquirió el procesamiento de los materiales como parte de las labores cotidianas. Para ello fabricaron y/o adaptaron maquinarias para moler, secar, lavar y/o prensar a partir de la reutilización de hierros, motores, placas y otros objetos (como puertas y tambores) que también recuperaban de la vía pública.

En este apartado reconstruyo el desarrollo de una prensa, perfeccionada a través de distintos “modelos”, destinada al acondicionamiento de cartones y plás-ticos (botellas PET). Reducir el volumen del material clasificado permitió obtener

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mejores condiciones de comercialización y una organización más eficaz del pro-ceso productivo. Alberto, un hombre de 61 años y cofundador de Reciclando Sue-ños, se refirió a la construcción del primer modelo:

Nos dimos cuenta que el tema era atacar el volumen, cargábamos el camión hasta el tope... ya se caían los bolsones de lado y sin embargo llegábamos al galpón del comprador, pesaba y no lo podíamos creer... resulta que había la mitad, no sé... un tercio de los kilos que pensábamos. No nos quedó otra que buscar la vuelta para prensar, no sólo por llevar más material sino porque el flete te rendía más también. [...] armamos un cubo conformado por una chapa sobre la que soldamos cuatro fierros ángulos y cubrimos con cuatro chapas soldadas en los costados, todo con materiales de la calle... después consegui-mos en un depósito un tornillo con manivela, y así le dimos forma a esa pren-sita. (alberto, diciembre de 2012)

La figura 3 retrata este artefacto rudimentario, que funcionaba intercalando tacos de madera al cartón como método para incrementar la presión a medida que sumaban tacos. Como señala Alberto, el sistema evidenció una limitante al poco tiempo de usarla: resultaba “antieconómica”. Tenía una caja de carga muy pequeña y la operación del sistema de tacos demandaba mucho tiempo en rela-ción con el poco peso del “fardo” resultante. El esfuerzo puesto en acondicionar el cartón para darle valor agregado no se reflejaba en el ingreso obtenido, y además resultaba aún más ineficaz con otros materiales que presentaban una resistencia mecánica mayor, como las botellas de PET.

Figura3.Primermodelodeprensa.(Foto:MauroOliver)

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Sin embargo, este primer modelo dio pistas para construir una segunda versión, que incorporó “mejoras”. Aumentaron el tamaño de la caja para lograr más volumen y generar fardos más pesados. Para incrementar la presión armaron una estructura que sostenía una pesa de 500 kilos colgada de un malacate para subir y “soltar” la pesa sobre los materiales; esto per-mitía también prensar botellas plásticas. Pese a las enormes expectativas, el nuevo modelo evidenció graves fallas de diseño, tal como recuerda Marcelo:

ahora, las botellas ni se mosqueaban cuando le poníamos los 500 kilos. Y ahí vino un hombre que había estudiado y nos dice: “¿saben el pro-blema que ustedes tienen acá? Que ustedes están desparramando el peso”. “¿cómo que estamos desparramando el peso? Nosotros le ponemos 500 kilos…”. entonces, nos subíamos con otro compañero arriba de la pesa y eran 700 kilos, e igual los fardos salían muy livianos… entonces, después el hombre éste sacó una cuenta: que los 500 kilos o los 700 kilos repartidos entre toda esa superficie era muy poco peso y nos dio un ejemplo. Noso-tros no lo podíamos entender, nos explicaba con el papel y cuentas y no lo podíamos entender. Y dijo: “¿Ustedes nunca vieron que para caminar en la nieve se usa a veces una especie de raqueta?”. Y en los dibujitos animados alguna vez habíamos visto que hacen así. Y dice: “Ven la nieve, lo que hace la raqueta ésa es desparramar el peso del cuerpo de uno en montón”. Y así nos explicó, y empezamos a pensar cómo hacíamos otra…, cómo suplíamos toda esa falta de potencia que teníamos que tener. Hicimos una más chica y conseguimos unos engranajes, y ahí sií ya tenía un poco más de peso porque le poníamos una rueda al costado de los engranajes, y con esa rueda multiplicaba la potencia, y bueno, ahí lográbamos hacer fardos de 15 kilos, más o menos. tené en cuenta que cada botella pesa unos 30 gramos, 40 gramos, viste, por lo que era muy difícil; para lograr hacer 15 kilos había que meter un montón de tiempo y muchas subidas y bajadas. (Marcelo, diciembre de 2012)

Lamentablemente, no hay registro fotográfico del segundo modelo de prensa, aunque sí del tercero, así como de los fardos de botellas de PET que lograron hacer (ver la figura 4). Esta última versión introduce dos modificaciones clave derivadas de las recomendaciones que les sugiere un tercero: achican (en vez de agrandar) la caja contenedora y generan la presión colocando la manivela en sentido horizontal y soldando un hierro que aumenta la poten-cia al hacer palanca.

Finalmente, este tercer modelo permitió “atacar” el tema del volumen y vender en fardos logrando un incremento de entre 30 y 50% en el precio final, y, como destaca Alberto en el siguiente testimonio, inscribir la práctica coope-rativa en un registro más “profesional”:

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si vendés en bolsón no te queda otra que caer en los gallineros de acá del barrio; en cambio, con los fardos de Pet ya pudimos avanzar un poquito más, ¿viste? Ya le lle-gamos a los chinos que compran al por mayor y ganar una moneda más. Y además te van tomando más en serio, ya llegas con volumen y te empiezan a tirar datos... dónde vender el cartón, el fierro, y así, ya vas pudiendo elegir dónde te conviene vender, o ir y plantarte mínimamente para negociar el precio. si llevas en fardo es porque tenés prensa, y si tenés prensa es que algo del tema estás manyando18..., nos volvimos profesionales del cirujeo, ¿viste? [risas]. (alberto, diciembre de 2012)

Una lectura superficial de este relato podría reactualizar el sentido deter-minista de tecnología que sintetizamos al inicio del artículo en relación con la cuestión del agregado de valor. Así, la incorporación de una prensa se traduciría linealmente en una serie de ventajas económicas: organización más eficaz del tra-bajo, reducción de costos operativos (optimiza el flete porque permite llevar más volumen en menos espacio) e incluso mejoramiento de precios y condiciones de venta. La interpretación que propongo en este artículo no impugna la posibilidad de alcanzar estos resultados, pero sí habilita algunos desplazamientos que proble-matizan su centralidad.

El primero corresponde a la relación entre tecnología y organización del trabajo. Lejos de incorporarse como un objeto externo y exterior a la dinámica laboral

18 Términodellunfardo,jergaoriginadaentrefinesdelsigloXIXyprincipiosdelXX,apartirdelamixturalingüísticade poblacionesmigrantes (particularmente, españoles e italianos) que llegaban a la cuenca del Plata. En suacepciónmáspopular,derivadademangiare(comerenitaliano),significaconocerafondo,profundamente.

Figura4.Tercermodelodeprensa.(Foto:MauroOliver)

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existente en la cooperativa (concepción determinista), la prensa es resultado de un proceso complejo que demandó casi dos años de trabajo (de febrero de 2004 a diciembre de 2005), incluida la fabricación de tres diferentes versiones, a las cuales no sólo se destinaron muchísimas jornadas de trabajo sino incluso buena parte del dinero que generaba la cooperativa por aquel entonces. Es decir, la prensa es resultado de un ensamble sociotécnico heterogéneo, en el cual intervienen otros actores, además de los integrantes de la cooperativa (compradores, el “hombre que había estudiado”, en el relato de Marcelo), y donde, más que un avance lineal, nos encontramos con un proceso signado por marchas y contramarchas, fracasos y reelaboraciones. En este sentido, la idea de la tecnología como una mediación neutra y externa que viabiliza un comportamiento económico (racional y maximizador) resulta dif ícil de sostener. Incluso, el mismo proceso de elaboración de esta tecnología podría parecer “irracional” desde este punto de vista, ya que la mejora en el precio final obtenido al comercializar los materiales prensados no compensa la mag-nitud de recursos, tiempo y esfuerzo desplegados a lo largo de todo el proceso de construcción de las prensas (sin contabilizar los ingresos que hubieran podido obtener si en vez de experimentar con las prensas, hubiesen dedicado más horas a la recolección y clasificación).

El segundo desplazamiento destaca justamente el sentido sociopolí-tico, antes que lo meramente económico, que envuelve el proceso de cons-trucción de la prensa. En particular, y tal como se desprende del relato de Alberto, me refiero al registro de “profesionalización” objetificado en la prensa (Miller, 1987). Este artefacto se vuelve indicador de un determinado nivel téc-nico alcanzado, reconocido por los otros actores de la cadena comercial del reciclado, estableciendo diferencias dentro del mundo cartonero, tal como resume la referencia irónica que lanza Alberto al respecto: “Nos fuimos vol-viendo profesionales del cirujeo”. Como señala Webb Keane (2001), las propie-dades f ísicas de los objetos y artefactos imprimen una plasticidad semiótica que excede por mucho sus atributos convencionales. Así, una prensa rudi-mentaria elaborada artesanalmente, que debía ser operada manualmente con un esfuerzo significativo, permitía que la cooperativa comercializara el mate-rial compactado en fardos, y no suelto en bolsones, inscribiendo su labor en un registro profesional que los situaba en un locus técnico que desentonaba con las representaciones dominantes sobre los cartoneros al nivel del sentido común y los discursos mediáticos. Básicamente, porque en aquel entonces la labor de los/as cartoneros/as no estaba aún reconocida socialmente como un trabajo, sino que, en el mejor de los casos, era significada como una ocu-pación precaria y temporal a la cual se acudía como último recurso, siendo

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abandonada ante la posibilidad de insertarse bien en actividades económicas informales (venta ambulante, chingas, etcétera), y más aún, con la perspectiva de ingresar en un empleo formal19.

En tal sentido, la prensa objetificó también esta demanda por el recono-cimiento de la actividad como un trabajo y de los/as cartoneros/as como tra-bajadores/as, que ya por aquel entonces (segunda mitad de 2005) comenzaba a ser levantada incipientemente por las organizaciones cartoneras existentes que se concentraron en torno a la construcción de una “red”. Esta iniciativa contaba con el apoyo técnico y financiero de una ONG de cooperación ita-liana y funcionarios del gobierno provincial que impulsaban políticas basa-das en un modelo de “gestión social de los residuos” (Carenzo y Fernández Álvarez, 2011). En este marco, Reciclando Sueños fue invitada a participar en un acto realizado en la Casa de la Provincia de Buenos Aires, en la ciudad homónima. El protagonismo que cobró la cooperativa en aquel evento es sin-tetizado en este relato:

como red, nosotros queríamos hacer un acto político que pudiera apoyar este proceso, que para nosotros era inclusivo de los cartoneros. o sea, era la primera vez que nos venían a ver para ver cómo darte una mano, y no para sacarte del medio, bué... después no fue tan así la cosa, pero en ese momento lo sentíamos así. entonces se nos ocurrió esto de hacer el lanzamiento de la red en la casa de la Provincia, viste, ahí sobre la avenida callao. la idea prendió, y bueno, empezamos a organizar con el apoyo de cosPe y la gente de la Provincia. el tema era que ellos querían organizar un evento [destaca la palabra con la enunciación y hace una pausa después], unos folletos, un par de afiches, una presentación en la computadora, ¿me entendés? Y nosotros queríamos otra cosa, nosotros queríamos demostrar que esto iba en serio, que teníamos capacidad de labro y que de ésta no nos bajaba nadie. […] Finalmente terminó siendo un evento [vuelve a enfatizar el término], pero de acá de la cooperativa fuimos todos... pero no fuimos solos... arriba del micro cargamos bolso-nes con todos tipos de materiales que recuperamos, y no sólo eso, nos llevamos también la prensa, como cuatro bolsones de botellas y nos meti-mos a prensar y enfardar en el medio del hall de la casa de la Provincia, en el medio de los paneles, de los pósters, y todo eso. ¡Fue una locura!...

19 Enotrolugarprofundicéenestosobstáculosparainterpretarlalabordeloscartoneros,encuantotrabajadores,y la importancia de la forma cooperativa como requisito para dotar de legitimidad estas experiencias, por cuanto operacomodispositivoparagarantizarelpasajedelcartonero“individual”(sujetodesafiliadoyatomizado)alcartonero“cooperativizado”,dondeya losvaloresde lasolidaridadyelesfuerzosostienenestareelaboración(CarenzoyMíguez,2010).También,otrosestudios(Dimarco,2007;Perelman,2009)enfatizanla importanciadeatenderalosestigmasquepesansobreestaactividad,porcuantohasido–ytodavíaaúnloes–definidaconfrecuencia como un no-trabajo, una labor no legitimada socialmente, en función de su comparación con una representaciónbastanteidealizadadelmundodeltrabajo“formal”.

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¡empezando por el dueño del micro, que nos quería matar cuando le apa-recimos cargando la prensa! Pero bueno, fue buenísimo, le rompimos la cabeza a todo el mundo... no éramos una banda de vagos, les demostra-mos que los cartoneros podemos laburar en serio, y la gestión social de la basura es con nosotros. (Marcelo, diciembre de 2012)

La relocalización de la prensa “en” el evento contribuyó a visibilizar la demanda por el reconocimiento de la actividad como un trabajo y, por ende, comenzar a delinear una identidad política colectiva como “cartone-ros” sostenida en una referencia al mundo del trabajo “en serio”, tal como afirma Marcelo20. Más precisamente, el hecho de prensar y enfardar in vivo generó una abrupta resignificación del tipo de participación de las cooperativas en el acto. No “estaban” como acto de presencia (lo espera-ble), sino que “estaban trabajando”, configurando una pulida estrategia de intervención en ese espacio institucional. Esto impugnaba el imaginario dominante, que caracterizaba a la actividad sólo como recolección entre desechos depositados en la vía pública (informalidad), para resituarla en un registro más próximo al operario industrial que manipula insumos empleando maquinaria (formalidad). En esta clave, la recontextualización de la prensa en operación dentro del “acto” expresa cabalmente este sen-tido de profesionalización de la actividad que señalé anteriormente, por cuanto puso de manifiesto no sólo aquellos otros trabajos que los cartone-ros sabían hacer (clasificar/acondicionar/procesar, además de recuperar), sino también que contaban con los saberes y capacidades necesarios para autoconstruir las máquinas requeridas para la tarea. La prensa como arte-facto pudo sostener y propiciar múltiples lecturas, incluso poniendo entre paréntesis la esquiva frontera entre “lo económico” y “lo político”. La rele-vancia de la prensa excedía por mucho la factibilidad de “agregar valor” a los materiales recuperados, o mejor dicho, movilizaba esta potencia para impugnar el peso de los estigmas que aún pesaban sobre la actividad pro-moviendo su reconocimiento como un trabajo socialmente legítimo y cola-borando en la definición de identidades políticas colectivas ancladas en este reconocimiento.

20 En otro lugar señalamos la significancia del acto a este respecto. Por una parte, buscaba evidenciar el apoyode lasorganizaciones frenteal lanzamientodeunprogramadecréditosyasistencia técnicaparacooperativas por parte del gobierno provincial. Por otra parte, fortalecer la posición de las cooperativas en lasnegociacionespor lanueva leyprovincialdeGestión IntegraldeResiduosSólidosUrbanos (Nro.13593/06), donde se reconoce la labor de los cartoneros como “trabajadores informales de la basura”alentando la formación de cooperativas y el mejoramiento de las condiciones en las que desarrollan su actividad(CarenzoyFernándezÁlvarez,2011).

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Tecnología de procesamiento como hecho político (regional)A partir de la experiencia de fabricación de prensas, y siguiendo el mismo proce-dimiento (ensayo y error a partir de prototipos), fabricaron distintos modelos de molinos, lavadoras y secadoras para procesar plásticos. El fortalecimiento de este experto les valió en 2011 el reconocimiento de la Red Latinoamericana de Cata-dores y Recicladores (Red LACRE)21, ganando el concurso de proyectos categoría “innovación”, con el proyecto “Tecnología Cartonera Aplicada” (TCA), que tenía por objetivo sistematizar los desarrollos y adaptaciones tecnológicas elaborados en la cooperativa en los últimos años (el “kit básico” del proyecto incluía: molino, lavadora, secadora y prensa). El proyecto supuso un enorme desafío, ya que impli-caba reconstruir el proceso artesanal de fabricación para volcarlo a planos, interactuando con un ingeniero y un diseñador industrial contratados por la coo-perativa22 para sistematizar los planos y renders23 de las máquinas del “kit”.

21 Estaredseconformaen2003luegodeunaseriedeencuentrosinternacionalesdondeconvergíanrepresentantesdeorganizacionesdecartonerosdeLatinoamérica,ONGyorganismosdecooperacióninternacionalvinculadosalatemática.LaRedsehaconfiguradocomounactorregionalconincidenciaenelsector,organizandoreunionesinternacionales, financiando proyectos y discutiendo agendas de los gobiernos nacionales y locales.

22 Este proceso merecería un artículo en sí, ya que esta experiencia requirió la puesta en juego de diferentes tipos de lenguajes,lógicasdeaccióneinclusoformasdecálculo,asícomomúltiplestraduccionesyacuerdosentreéstas.

23 El proceso de renderizadopermitegenerarunespacio3Dformadoporestructuraspoligonales,confiriendouna simulación realista del comportamiento de formas, texturas y materiales, así como de los comportamien-tos físicos de los objetos.

Figura5.Cuartaversióndeprensa(modelo2011).(Foto:SebastiánCarenzo)

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El cuarto modelo de prensa incorpora significativas mejoras respecto de aquel tosco artefacto que llevaron al acto (ver la figura 5): dinamo hidráulico para aumentar la presión, caja de amplia capacidad y mecanismo de apertura en puertas divididas para facilitar la carga/descarga. En comparación, el nuevo modelo (incluida su versión renderizada, ver la figura 6) vuelve aún más densa la objetificación del registro profesional ya mencionado. Siguiendo el análisis de diseño informado en un enfoque de cultura material propuesto por Martín Juez, puedo señalar que las características que definen estos artefactos (por ejemplo, materiales y mecanismos empleados) están ligadas a representaciones que exceden el artefacto mismo vinculándolo con otros objetos y significados culturales compartidos (2002: 84).

En el caso de la prensa emplazada en el evento político, esta plasticidad semiótica estaba adherida al carácter visiblemente imperfecto y artesanal del artefacto, más precisamente, de los materiales y mecanismos “reciclados” que organizaban su diseño. El efecto político contenido en el hecho de enfardar in vivo no hubiese sido el mismo de haber empleado un modelo de prensa “comercial”. Su fabricación empleando materiales recuperados y su funcionamiento –más allá de evidentes imperfecciones– dotaban a la prensa de una potencia semiótica dif ícilmente sustituible por otro artefacto de su clase. Casi tan importante como enfardar con la vieja prensa en aquel hall de la casa de la provincia, era la historia que la prensa contaba a través de sus perfiles mal escuadrados, sus chapones despintados, la desmesura de la manivela. Estas características activaban diferen-

Figura6.Modelorenderizadodelaprensamodelo2011, proyectoTecnologíaCartoneraAplicada.(Foto:SebastiánCarenzo)

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tes representaciones y metáforas: podían encarnar la magnífica imbricación de esfuerzo e ingenio humano; la resiliencia del carácter emprendedor, aun en con-diciones de pobreza estructural; e incluso, un acto de resistencia que objetivaba la lucha de los sectores subalternos. Más allá de sus diferencias, estás interpreta-ciones inscribían de lleno las prácticas de los cartoneros en el mundo del trabajo, algo que en aquel entonces –y con relación a esta población en particular– era objeto de un acalorado debate público.

El cuarto modelo de prensa fue elaborado casi seis años después de aquel evento, en un contexto bien diferente, donde la cuestión del reconocimiento de la actividad corre por carriles ya institucionalizados (programas de gobierno, leyes), dando preeminencia a la demanda por la integración de las cooperativas en siste-mas de gestión integral implementados por gobiernos locales.

El registro de profesionalización vinculado al proyecto TCA adquiere entonces una connotación diferente, focalizada en su potencia para eviden-ciar capacidad de gestión en este nivel. En tal sentido, la potencia semiótica objetificada en los nuevos modelos del “kit” deja de estar sostenida en el carácter imperfecto que imprimía el empleo de piezas reutilizadas o en su diseño artesanal. Por el contrario, va a primar su asimilación con la técnica y estética de la industria metalmecánica, y en consecuencia, transformando las representaciones y metáforas invocadas por estos nuevos modelos. Como ya mencioné, el carácter imperfecto y artesanal del tercer modelo de prensa sostenía el carácter genuinamente cartonero del proceso sociotécnico del que resultaba. En constaste, las máquinas del “kit” presentaban colores uniformes, simetría, funcionalidad, prolijidad en su factura, diacríticos que expresan un expertice específico que excede el reconocimiento de su labor como trabajo. Es más, expresan que son estos trabajadores quienes han ela-borado socialmente un conocimiento específico acerca de la clasificación y –ahora también– procesamiento de los materiales, realizando un aporte sustantivo en la búsqueda de una solución para problema de la gestión de residuos en áreas metropolitanas. El proyecto TCA plantea entonces un par de preguntas clave en relación con este escenario: ¿quiénes y cómo van a proveer los medios de producción para las experiencias asociativas desa-rrolladas por cartoneros?, y ¿son empresas capitalistas que adaptan tecno-logías preexistentes o corresponden a las organizaciones de base a partir de la tecnología específicamente elaborada para la actividad?24.

24 Cabedestacar que lamayoría de lamaquinaria empleadapara el acondicionamiento y/oprocesamientodematerialesrecuperadosnohasidodiseñadaenfuncióndesuscaracterísticasespecíficas.Setratademaquinariadestinadaaotrosusos(porejemplo,agroindustria),queesadaptadaparalanuevalabor.

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Nuevamente, la experiencia desarrollada en la cooperativa con este pro-yecto desborda los estrechos límites que una mirada ortodoxa, focalizada en la maximización de los beneficios económicos, impone sobre la relación entre desarrollo tecnológico y agregado de valor. Siguiendo esta línea, el expertice desarrollado en la cooperativa debería ser empleado no sólo para valorizar su labor cotidiana (al permitir procesar materiales), sino también para abrir la posibilidad de fabricar y vender a otras cooperativas las maquinarias que desarrollaron. Sin embargo, desde la cooperativa se perfiló una orientación distinta, en forma similar al evento donde relocalizaron la vieja prensa en funcionamiento: la producción de estas nuevas versiones de maquinaria se construye también como un hecho político. El proyecto TCA expresa esta orientación al proponer que las máquinas del “kit” fueran registradas bajo el sistema de licencias comunes (Creative Commons), favoreciendo su inter-cambio y apropiación entre organizaciones integrantes de la Red, con el único requisito de compartir futuras mejoras mediante el mismo instrumento de patentes. De este modo, la socialización del conocimiento acumulado por la cooperativa en el desarrollo de estos ensambles sociotécnicos para proyec-tarlos a organizaciones de todo el continente inscribe de plano esta práctica económica localmente situada en un hecho político de alcance regional. Estos artefactos, que en la cooperativa se nombraban genéricamente, son rebau-tizados marcando su pasaje a la propiedad colectiva. La “prensa” pasa a ser entonces el modelo “RED LACRE E 1250”, integrándose en el acervo de “inno-vaciones” de la Red y dinamizando propuestas destinadas a incidir en las polí-ticas públicas nacionales de los países donde se localizan sus miembros. De este modo, la prensa y el resto de las máquinas del “kit” no sólo se construyen como herramientas de trabajo que permiten procesar materiales recuperados por manos cartoneras, sino que también se vuelven herramientas políticas destinadas a apoyar las demandas y disputas que definen la arena política del sector en los ámbitos continental y global25.

A modo de cierre (necesariamente provisorio)La discusión presentada en este artículo se propuso aportar a la elaboración (aún en curso) de una sociogénesis de los desarrollos tecnológicos logrados en la cooperativa Reciclando Sueños desde una perspectiva enmarcada en la

25 Así,porejemplo, laRedLACREparticipaactivamenteenelespacioglobaldeactivismocontra la incineraciónaportando modelos alternativos al de la incineración, basados en la inclusión de las organizaciones de cartoneros yrecuperadoresparadesarrollaruna“gestiónsocial”delosresiduos.Estainiciativaesimpulsadaporrepresen-tantesdelaalianzaglobaldeactivistascontralaincineración,GAIA:http://no-burn.org.

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etnograf ía económica. Siguiendo a Caroline Dufy y Florence Weber, una primera cuestión ha sido entonces recuperar el trabajo relacional desple-gado por los integrantes de la cooperativa para lidiar con las fronteras ins-titucionalizadas que segregan las esferas de “lo económico” y “lo político” como ámbitos caracterizados por lógicas de acción específicas y contra-puestas, evidenciando desde su práctica cotidiana cómo ambos mundos se encuentran “ritualmente separados y socialmente conectados” (2009: 31). La fabricación de los sucesivos modelos de prensas puede ser pensada como una práctica económica que habilita una lectura política, así como el desa-rrollo del render del M 30 puede ser pensado como un hecho político que habilita también una lectura económica. Este aporte resulta entonces rele-vante para abordar estos procesos de innovación, adaptación y ajuste tecno-lógico en el contexto de experiencias de autogestión del trabajo, donde son frecuentes miradas modeladas por las categorías de la economía ortodoxa, que visibilizan y/o inhiben procesos de búsqueda, exploración y, por qué no, plena experimentación, movilizados en estas experiencias. En función de “racionalizar” esfuerzos y recursos desde una lógica que no puede salir del estrecho horizonte que imponen categorías como “urgencia”, “supervi-vencia” y “escasez”, muchos de estos procesos creativos son desestimados o postergados. La recuperación etnográfica del proceso implicado en la cons-trucción de las prensas resulta significativa, ya que la cantidad de energía, tiempo, materia y dinero puestos en desarrollar los sucesivos modelos de prensa seguramente resultan “antieconómicos” (como señalaba Alberto) si nos paramos en una perspectiva muy ortodoxa de economía. Sin embargo, ese impulso creativo inicial –animarse a fantasear en medio de la necesi-dad– posibilitó el desarrollo de un sistema de procesamiento que colocó a la cooperativa en un locus profesional previamente inimaginable, pudiendo además traducir este saber en términos de un activo capital económico y político que trasciende el escenario local para desplegarse en contextos regionales y globales donde participa la Red.

Finalmente, quisiera señalar que la propia forma de materialización del proyecto TCA aporta una lectura interesante para el enfoque de cultura material que estoy movilizando. La vehiculización de la propiedad colectiva de las “innovaciones” a través de planos y renders alojados en redes virtuales basa-das en internet requiere abrir una reflexión sobre la materialidad de lo inmate-rial. Siguiendo al sociólogo de la ciencia Morgan Meyer (2012), es posible rastrear la aparente “ausencia” de lo inmaterial como algo que es perforado, texturizado y materializado por relaciones y procesos que giran en torno a objetos. En este caso, objetos digitales, series de bits que permiten comunicar y

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compartir en forma virtual imágenes, modelos, y hasta movimientos (como en el caso de los renders). La potencia de este acto de socialización se sos-tiene justamente en la posibilidad de despegarse de la materialidad concreta de las máquinas prototipo sobre las que se modelaron estos planos y ren-ders. Es entonces esta inmaterial materialidad la que posibilita la transfor-mación de una producción f ísica localmente situada (hacer las máquinas en la cooperativa) en un hecho político regional (socializar estas innovaciones en tiempo real a través de la Red). El sentido político del proyecto de TCA se completa al poder operar sobre un espacio virtual. Como mencioné, la potencia semiótica de los primeros modelos de prensa estaba anclada en la genuina materialidad de los hierros recuperados que la conforman, pero al mismo tiempo este atributo la confina en existencia concreta en un tiempo y espacio f ísicamente determinados, que de algún modo limitan su potencia política (por cuanto requiere su traslado f ísico). En constaste, la potencia semiótica de la prensa Red LACRE E 1250 puede replicarse y actualizarse en forma prácticamente infinita, ya que su materialidad excede al artefacto f ísico en sí, para desplegarse en representaciones analógicas (plano) y digi-tales (render). Como señala atinadamente el arqueólogo español Vicente Lull: “El objeto es tanto resultado de intuiciones, técnicas y éticas, como motor de experiencias, métodos y estéticas” (2007: 396). En síntesis, no sólo informar sobre aquello que cuentan estas máquinas (desde su factura y diseños), sino también de aquello otro que posibilitan pensar, más allá y más acá de objetos y fronteras disciplinares.

AgradecimientosA los/as evaluadores anónimos/as, cuyos comentarios y observaciones contri-buyeron sustancialmente para mejorar el argumento desplegado en el artículo. A mi colega y compañero de equipo Julián Bárbaro, quien colaboró aportando material de campo, pero sobre todo me animó para realizar este artículo; y finalmente a Mauro Oliver por la generosa calidad de su asistencia con las imá-genes incluídas en este artículo. .

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Artículorecibido:2deabrilde2013,aceptado:16deseptiembrede2013,modificado:27deoctubrede2013

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* Estetrabajoformapartedeunainvestigaciónmásampliadenominada“CosmovisionesindígenasenelsurestedePuebla:nuevasconfiguracionesentornoalagua,latierrayelmaíz”,financiadaporelConsejoNacionalparalaCienciaylaTecnología(CONACYT),México.ParalaelaboracióndeestetextosecontóconelapoyoentrabajodecampodelasestudiantesdeAntropologíaIvettPérezPérez,JoannaPaulinaAcevesFabiányMaríadelRosarioBuenavadGonzález,aunquelaresponsabilidadfinaldeloescritorecaeenmipersona.

** DoctorenAntropología,UniversidadAutónomaMetropolitana,Iztapalapa,México.

U n SiST EM A DE i n T ERcA M BiO h íBR i DO: EL M ERcA DO/Ti A ngU iS L A PU R ÍSI M A , T Eh UAcá n-PU EBL A, M éx icO*

ernesto licona Valencia**[email protected] de Antropología Social, Colegio de Antropología Social, Universidad Autónoma de Puebla, UAP, México

R e s u m e n El texto concibe al mercado-tianguis como

una institución económica en la que se entremezclan varias

formas de intercambio de bienes formando un sistema híbrido

predominantemente monetario. Se describen etnográficamente

los intercambios para revelar que los hechos económicos están

mediados por los rasgos socioculturales de los sujetos, cuya función

es fundamentalmente económica.

P a l a b r a s c l a v e :

Sistema de intercambio, trueque, mercado, tianguis, economía.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.07

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UM SISTEMA DE INTERCÂMBIO hÍBRIDO: O MERCADO/TIANGUIS LA PURÍSIMA, TEhUACÁN-PUEBLA, MÉXICO

resUMO Este texto concebe o mercado/Tianguis como uma instituição econômica na qual se interligam

várias formas de intercâmbio de bens que formam um sistema híbrido predominantemente monetário.

Descrevem-se etnograficamente os intercâmbios para revelar que os fatos econômicos estão mediados

pelos traços socioculturais dos sujeitos, cuja função é fundamentalmente econômica.

Palavras-chave:

Sistema de intercâmbio, troca, mercado, Tianguis, economia.

A hyBRID EXChANGE SySTEM: ThE LA PURÍSIMA MARkET/TIAngUIS, TEhUACÁN-PUEBLA, MEXICO

abstract The article treats the market (or tianguis) as an economic institution in which several

different forms of goods exchange intermingle, forming a hybrid system of predominantly

monetary exchange. These transactions are described ethnographically to reveal that economic

reality is mediated by the sociocultural features of subjects whose function is primarily economic.

Key WOrds:

Exchange system, barter, market, tianguis, economy.

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U n SiST EM A DE i n T ERcA M BiO h íBR i DO: EL M ERcA DO/Ti A ngU iS L A PU R ÍSI M A , T Eh UAcá n-PU EBL A, M éx icO

e r n e s t o l i c o n a V a l e n c i a

introducción

e l objetivo de este texto es analizar un sistema de intercambio híbrido estructurado por tres subsistemas (mercantil, trueque y de ayuda mutua) como una disposi-ción económica en la que sectores marginales (indígenas, campesinos y populares urbanos) construyen tácticas de subsistencia. A pesar de que la prevalencia del sistema de inter-

cambio mercantil no suprime intercambios mediante los cuales se aba-ratan los precios de los productos, se estructuran relaciones sociales de ayuda mutua y se cambian bienes por bienes (trueque), los cuales funcio-nan como mecanismos económicos de subsistencia y, en algunos casos, como generadores de nuevas relaciones sociales y como rasgos culturales de sociedades indígenas y campesinas que caracterizan a una economía regional en un contexto de economía nacional impactada por procesos de globalización económica y cultural.

Se plantea en este trabajo que las relaciones económicas son una transacción en la que sujetos específicos acuerdan el bien y el valor que van a intercambiar en un contexto sociocultural determinado, por lo que en el mercado-tianguis de La Purísima, al instituirse un sistema de intercambio híbrido1, sujetos, espacios, transacciones, bienes, importes y medidas son heterogéneos, y cual datos etnográficos, se presentan para interpretar, en primer lugar, el mercado/tianguis como un com-plejo económico-sociocultural, y en segundo lugar, los sistemas de intercambio trueque y socializante como mecanismos de subsistencia y de relaciones sociales de sectores marginales, que constituyen, así, una institución económica.

1 El sistemade intercambionoestádesprendidodel sistemadeproducción,perodebidoaquenoeselobjetodeestudioenestetexto,tangencialmenteserámencionadocentrandoladescripciónetnográficaenel intercambio de bienes.

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El área de observación etnográfica fue La Purísima, un mercado fijo ubicado en la ciudad de Tehuacán, que recibe semanalmente un tianguis o plaza2. Los miércoles y sábados, ambos espacios físicos y económicos se fusionan e integran un mercado/tianguis regional en donde se intercam-bian productos para satisfacer necesidades de abastecimiento, acumula-ción y servicios. Cabe señalar que el sábado o “día de plaza” es el más importante, por la gran cantidad de personas involucradas como vendedo-res permanentes y ambulantes, productores, intermediarios, compradores y prestadores de servicios que construyen el espacio económico de venta y consumo popular, campesino e indígena más significativo y barato de la ciudad y de la región. Por ello, el mercado/tianguis significa para arte-sanos y productores campesinos, indígenas y revendedores en pequeña escala una importante opción de venta de bienes, pues con los recursos obtenidos satisfacen sus necesidades básicas, y con ello, la reproducción de unidades domesticas; pero también para ellos mismos como consumi-dores y para otros sectores pobres urbanos de la ciudad, el mercado/tian-guis es un espacio para economizar y hacer rendir más el dinero asignado para el abastecimiento de bienes, por lo que recurren a distintos sistemas de intercambio constituyendo así una institución económica orientada fundamentalmente por la lógica mercantil pero que alberga sistemas de intercambio recíprocos.

El estudio sobre tianguis en MéxicoLos estudios antropológicos sobre tianguis en México inician en los años cin-cuenta del siglo XX3. Antropólogos mexicanos y extranjeros se interesaron por los tianguis, debido a su continuidad histórica y a su función económica en regiones campesinas e indígenas; los tianguis han sido objeto de estudio por su origen prehispánico y los complejos sistemas de mercado que instituyen. Se han estudiado porque son expresión de economías indígenas locales, lugares de enlace social, abastecimiento de bienes y espacios de articulación con la econo-mía nacional y global, entre otras razones.

2 MartinDiskin y Scott Cook afirmanqueunpuntodepartida para cualquier estudiodemercadeo es ladistinción entre el mercado delimitado a un sitio particular y el mercado disperso carente de sitio definido (1975:291).Enestetextoutilizamoseltérmino“mercado”parareferirnosalespaciofijodelosintercam-bios,elde“tianguis”o“plaza”paraelespaciomovibledelosintercambiosyelde“mercado-tianguis”paraambos, fusionados en un día de la semana.

3 ElpresenteapartadonopretenderealizarunarevisiónexhaustivadelasinvestigacionessobreeltianguisenMéxico.Incorporoalgunosautoresquehaninvestigadodurantedistintosañoslostianguisparacomprendercómosehanestudiado,cómolosdefineny,principalmente,paraconstruirunmarcointerpretativodelobjetode estudio de este texto.

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Entre los estudios pioneros destacan los trabajos de Bronislaw Mali-nowski y Julio de la Fuente, 2005 (publicados originalmente en 1957), y el de Alejandro Marroquín, 1978 (publicados originalmente en 1957), los cuales inician el análisis de los sistemas de intercambio campesino e indígena en México, aunque con perspectivas teóricas distintas. Para los primeros, las pla-zas son un recurso para analizar la economía de una sociedad. En el informe que elaboraron en 1957 sobre el sistema de mercados en Oaxaca, afirmaron que los mercados de México “constituyen el principal mecanismo económico de distribución; revelan la forma en que la gente dispone de sus productos y adquiere artículos para su consumo; compendia, en suma, la organización económica de cada distrito y localidad. Desde cada hogar, desde cada poblado y área tribal se concurre al lugar del mercado en el día de plaza” (Malinowski y De la Fuente, 2005: 37).

Alejandro Marroquín escribió, a finales de los años cincuenta, que los mercados son una institución económica de carácter precapitalista que con-vive con otros sistemas económicos capitalistas subdesarrollados y semifeu-dales (1978: 10): “el mercado indígena como aparato de distribución desti-nado predominantemente al servicio de las comunidades indígenas y que conserva en su estructura una singular combinación de pautas y principios tradicionales, junto con normas típicas de la economía capitalista en mayor o menor grado de desarrollo […] es una institución económico-social […]” (1978: 37). Para este autor el tianguis cobra mayor relevancia porque sirve para satisfacer las necesidades de abastecimiento en localidades donde existe poco desarrollo técnico, insuficiencia de recursos naturales, y porque son incapaces de satisfacer sus necesidades por sí mismas (1978: 32), y subraya la importancia de su estudio porque permite conocer el grado de integración de la economía de pequeños poblados con la economía nacional (1978: 33), por lo que el tianguis es una institución más dentro del complejo engranaje de ciudades mestizas para la explotación del indígena, en su doble carácter de productor y consumidor (1978: 52).

Fernando Cámara-Barbachano (1966) describe al tianguis como “sitio de distribución preponderantemente de productos perecederos, con la presencia de ‘rescatones’ o ‘regatones’ y mercaderes y comerciantes ambulantes que con-curren en plazas de lugares y días fijos […] con la participación de una conside-rable población mestiza. A estas plazas acude gente que no vive en el lugar, que no tiene qué comprar en su propia localidad e intercambia mayoritariamente a base de dinero o trueque” (citado por Arellanes y Casas, 2011: 98).

En la década de los setenta John Durston escribió un libro sobre los mercados campesinos en el centro de Michoacán; aunque su interés princi-

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pal fue la organización social de la actividad económica, también se interesó por el comportamiento y las estrategias mercantiles de los productores e inter-mediarios campesinos en un contexto regional (1976: 15), estableciendo la distinción entre centros locales de mercado y centros urbanos interme-dios, que se diferencian por su área de influencia o territorio circundante, en donde los habitantes compran con más frecuencia (1976: 54). Para este autor, el comercio del mercado implica distintos tipos de operaciones mer-cantiles, y afirma:

Para el productor campesino y su mujer, puede ser un complemento al ingreso derivado de su producción, mediante una función ocasional de inter-mediario. Para los vendedores de tiempo completo, sin tierras y sin capital, puede no ser más que un desempleo disfrazado. Para unos cuantos, sagaces y afortunados, puede ser el instrumento para mejorar paulatinamente sus condiciones de vida. sea para sobrevivir o sea para mejorar, el comerciante de tiempo completo del mercado de Pátzcuaro se protege contra los gajes del oficio creando múltiples relaciones de ayuda mutua que en muchos aspectos son la imagen viva de las relaciones típicas de la organización social de los pueblos indígenas de la región y que hacen del mercado una comunidad por propio derecho. (durston, 1976: 111)

Para Diskin y Cook, que estudiaron el sistema de mercados en Oaxaca, las plazas son importantes puntos de reunión social regular de grandes sec-tores de la población rural, así como mecanismos de articulación social entre diversos grupos y clases étnicas, por lo que constituyen un espejo que refleja un sistema sociocultural regional (1975: 26-27). Diskin afirma que en la plaza se encuentran todo tipo de formas de intercambio, papeles y funciones sociales y económicas ejecutados por diversos actores (1975: 80). En este mismo sentido, Herbert M. Eder menciona que “los merca-dos pueden considerarse como microcosmos que contienen un conjunto representativo del ambiente regional. Son una exhibición comprimida de la economía de la zona, su tecnología y su sociedad; en otras palabras, de la forma local de vida” (1975: 100). Para estos autores el sistema de mercados no está formado simplemente por lugares, sino que constituye una red de acción mutua entre compradores y vendedores conectados, al igual que las mercancías, dentro de un sistema de decisiones sobre precios y producción (Diskin y Cook, 1975: 293-294), por lo que distinguen entre mercado, plaza y área de mercado. El primero se refiere a las transacciones, la segunda, al lugar donde se realizan éstas, y el área de mercado, a las rutas de distribu-ción de productos que ingresan a través de la plaza con destino a la casa del consumidor (1975: 170).

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Ralph L. Beals, al igual que los autores anteriores, distingue entre plaza y mercado porque existen diferencias institucionales y funcionales como los tipos de transacciones mercantiles y los tipos de vendedores dentro del sis-tema (Beals, 1975: 65); se interesa por los rasgos comunes de los mercados de Oaxaca y dice que “operan diariamente con un grupo permanente de vende-dores que ocupan locales fijos. La mayoría de los compradores son residentes de la ciudad, a excepción del día de plaza (tianguis). Muchos de los vende-dores son pueblerinos o aldeanos amestizados y urbanizados […] los ven-dedores se especializan en diferentes productos y dentro del mercado están agrupados según los artículos que expenden” (1975: 64). A este tenor, Richard Berg define la plaza como un lugar donde se acumulan por breve tiempo, una vez a la semana, algunos bienes y servicios que circulan entre la población campesina regional (Berg, 1975: 119).

Luisa Paré se enfoca en el tianguis, más que en el mercado; diferencia al primero por instalarse una vez a la semana, y al segundo, por ser permanente. Entiende al tianguis inserto dentro de la economía capitalista nacional e inter-nacional, así como dentro de una red regional de mercados. Para esta autora el tianguis es un puente que vincula a las comunidades no capitalistas con el mercado nacional y que desempeña una doble función: extraer los excedentes regionales para su redistribución en el mercado nacional e incorporar al mer-cado interno al campesinado mediante la distribución de productos de origen industrial (Paré, 1975: 85-86), y explica la trashumancia del tianguis por las restricciones del mercado interno que obligan al comerciante a desplazarse en búsqueda de los clientes en los distintos tianguis de la región (1975: 86).

Para Lourdes Arizpe, el mercado, en referencia al tianguis de Zacua-pan, Morelos, no es únicamente un sitio de compra y venta de mercancías, sino un microcosmos de las sociedades de la región del oriente de Morelos: “Sí, es cierto que se compran y venden cosas que tienen precio y que llenan diversas necesidades, pero se intercambia mucho más” (2009: 103), y refi-riéndose al trueque, afirma:

algunas personas, por lo regular las más pobres, ven en el trueque la posi-bilidad de cambiar los productos de la recolección; van a cambiar lo que les sobra por lo que les falta. Pero muchas otras, especialmente las mujeres, acuden para encontrarse con los demás, para enterarse de la última noticia, para platicar, para reírse, para ejercer control social y, en suma, para darle forma a su participación en la sociedad. Van para “reconocer” a los demás y ser “reconocidas”. Para ser parte del todo. Para acallar angustias y recoger bondades. Para constatar relaciones ya existentes y establecer nuevas. Para llevar algo y regresar a casa con lo nuevo que se recibió. (2009)

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Recientemente, otro trabajo que aportó nuevas perspectivas al estudio de los tianguis es el realizado por los biólogos Yaayé Arellanes y Alejandro Casas, quienes desde una perspectiva ecológica, económica y sociocultural presentan las características comunes de los tianguis:

a) su origen prehispánico, b) la realización de transacciones que implican un inter-cambio de productos a través de un aporte monetario o un canje de productos denominado trueque o feriado, c) son semanarios, es decir, se realizan una o dos veces por semana, d) la presencia de numerosos vendedores de distintos orígenes, muchos de ellos mujeres, que traen recursos vegetales producidos o recolectados a baja escala provenientes de sus huertos familiares, de la parcela o de los bosques circundantes y e) su entrelazamiento con un mercado globalizado en donde se puede encontrar todo tipo de mercancías. (arellanes y casas, 2011: 97)

Estos autores realizan su investigación sobre el sistema de mercados del valle Tehuacán-Cuicatlán (Puebla) y proponen estudiarlos mediante los tipos de vendedores que reúnen (vendedores “propios”, acaparadores, ambulantes, etcétera), la procedencia y el tipo de bienes, las medidas utilizadas, las modali-dades de venta (mayoreo y menudeo) y las formas de intercambio (mercantil y trueque) que se realizan en los tianguis de la región.

Sobre la base de esta apretada revisión de estudios sobre el tianguis, puedo afirmar que los estudios antropológicos han privilegiado la dimensión económica sobre la sociocultural. El enfoque económico detalla al tianguis como un microcosmos que permite estudiar la economía local y regional, y que se inserta en la economía nacional y global de manera desigual (sistema de mer-cados); como sistema de abastecimiento o distribución de bienes (comerciali-zación) y como reproductor de diferentes relaciones de intercambio, mercantil y no mercantil. A diferencia, los estudios con enfoque sociocultural enfatizan al tianguis como algo más que un espacio estrictamente económico, es también punto de reunión y de establecimiento de relaciones sociales.

El presente texto, con enfoque sociocultural, se acerca a las transacciones económicas mediante descripciones etnográficas que remiten a la dimensión cultural del mercado-tianguis, por lo que es pertinente plantear la siguiente interrogante: ¿qué es un sistema de intercambio? Para responderlo recurro a la visión sustantivista clásica de la antropología económica que dice que toda sociedad posee economía y que ésta es un complejo sistema de producción, dis-tribución y consumo de bienes y servicios. Maurice Godelier afirma: “Se entiende por economía de una sociedad las formas y las estructuras sociales de la produc-ción, de la distribución y de la circulación de bienes materiales que caracterizan a esta sociedad en un momento dado de su existencia” (1974: 282), por lo que cada

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una de ellas imprime determinadas características a las fases económicas. Así, la producción, la distribución y el consumo adquieren los rasgos culturales de los sujetos que participan en todo acto económico. De esta manera, la lengua, el parentesco, el origen étnico, el entorno natural, el orden administrativo, la preferencia política y diversos factores intervienen en toda transacción eco-nómica, en el intercambio de bienes y servicios, por lo que Karl Polanyi afirma que la economía está inserta tanto en las instituciones económicas como en las no económicas, y que el lugar que ocupa lo económico en las estructuras sociales definirá el tipo de sociedad (1974: 161). Es decir, el intercambio exclu-sivamente económico no existe, estará vinculado para siempre a relaciones reli-giosas, culturales, políticas, etcétera. Por ejemplo, en el mercado/tianguis de La Purísima, en noviembre (Día de Muertos), la venta de barro negro, flor de cempaxúchitl, copal, etcétera, se realiza primeramente por impulsos religiosos, y luego por razones económicas. Debido a lo anterior, y retomando a Marro-quín, definimos de manera inicial al mercado-tianguis como una institución económico-social que activa la producción regional, el comercio popular de la ciudad, así como los servicios de hospedaje, transportación, alimentación, etcétera, porque pone a circular múltiples bienes y servicios que, aunque se concentran de modo transitorio, encauzan y regularizan ese flujo (Berg, 1975: 116); además, el mercado-tianguis establece diversos sistemas de intercambio con heterogéneos sujetos, medidas, bienes y lugares, en un contexto econó-mico-sociocultural determinado.

El contextoLa ciudad se localiza en la región Tehuacán-Sierra Negra4, donde habita pobla-ción indígena nahua, popoloca, mazateca y mixteca, que, junto con un gran número de mestizos, la convierte en una área pluriétnica de aproximadamente 650 mil habitantes; 87,52% habita en el Valle y 12,48% en la Sierra Negra5. Del total de la población de la región, aproximadamente 170 mil son indígenas, lo que representa 26%, de los cuales 21% se localiza en el Valle, y 80% en la Sierra Negra,

4 ElvalledeTehuacán“estáubicadoenlapartesurestedelestadodePueblayseextiendehastaellímitenortedelestadodeOaxaca.Tieneunaanchurade40kilómetrosyunalongituddeunos120.DesciendesuavementedesdeTecamachalco,supuntonorte,conunaalturade2.045metros,hastaTeotitlándelCamino,Oaxaca,aunos1.000metrosdealtura.ElValleestádelimitadoporlasierradeZongolica,queformapartedelaSierraMadredeOaxaca,alsuresteporlaSierraMazatecayenlapartesuryoesteporlaSierradeZapotitlányotroscerrosqueformanpartedelaSierradelaMixteca”(Henao,1980:16).EstamismadelimitacióncoincideconlaregiónTehuacán-SierraNegraquedefineelgobiernodelestadoensuPlandeDesarrollo,lacualutilizamos,paralosfinesdeestetexto,ensudelimitaciónendossubregionesquesedenominanValledeTehuacánySierraNegra.

5 LosdatoscuantitativosqueutilizamosenesteapartadofuerontomadosdelPrograma Regional de Desarrollo. Región Tehuacán y Sierra Negra, 2011-2017,GobiernodelEstadodePuebla,México,2011.

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por lo que la presencia mestiza es mayoritaria en la primera región y convierte a Tehuacán en una de las ciudades con menos oportunidades de inserción eco-nómica para los indígenas; mientras que en las serranías la presencia indígena es evidente, con menos oportunidad de empleos, aislamiento ante las dificulta-des de acceso, y con algunos municipios que sólo hablan lengua indígena. Por ello son consideradas como zonas de alta y muy alta marginación, respectiva-mente, del estado de Puebla.

La región está formada por veintiún municipios, de los cuales su principal polo económico, Tehuacán, fundada en 1567, es la segunda ciudad en importan-cia del estado de Puebla y crea un área metropolitana de dos municipios (Tehua-cán y Santiago Miahuatlán) con 279.409 habitantes (Delimitación de zonas metropolitanas, 2005). Es la zona urbana más significativa, por su comercio, sus servicios e industria, de una gran área que se conoce como valle de Tehuacán.

El Valle es históricamente importante porque desde hace 8.000 años existen asentamientos humanos, según reporta la investigación arqueológica de Richard S. MacNeish, quien encontró el registro más antiguo de domesticación del maíz en Mesoamérica (1967), que ocasionó el progreso de poblaciones sedentarias a partir de la agricultura y propició el surgimiento de grandes culturas con una organización social compleja, estatal, y con control territorial, como el señorío popoloca-nahua, que fue el que hallaron los españoles a su llegada al continente. Según reporta Henao, a partir del siglo XVII se consolidan dos formas de organiza-ción socioeconómica en el valle de Tehuacán: la comunidad de indios y la hacienda (Henao, 1980: 47). Durante el período virreinal, “la economía dual propiciada por la corona, la de los indígenas y la de los españoles, desapareció para dar paso a una sola formación socioeconómica, en la cual la economía indígena quedó subor-dinada a la hacienda y ambas a una economía nacional dependiente” (1980: 50), situación que ha variado poco en la actualidad y que se puede observar en activida-des agropecuarias, la industria, el comercio y los servicios contemporáneos.

El Valle, desde tiempos prehispánicos hasta la actualidad, ha sido una zona estratégica. Debido a su ubicación, fue y es punto intermedio para arribar al Altiplano Central (centro del país), el golfo de México y las costas de Oaxaca y Guerrero, territorios donde se asentaron las grandes culturas mesoamerica-nas y que hoy siguen teniendo población indígena. La circulación de personas, mercancías y noticias constituyó en tiempos antiguos el importante corredor teotihuacano y la vía mexica al sureste mesoamericano. Esta vocación estraté-gica la conserva hoy en día, pues por él pasan las más importantes carreteras que conducen a las costas de los dos océanos, donde se localizan puertos signi-ficativos para la exportación e importación de mercancías que impactan direc-tamente la industria y el comercio mexicano (Gámez, 2006: 8). A pesar de su

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papel estratégico, el valle de Tehuacán presenta importantes desigualdades. Por ejemplo, en la planicie, donde se localiza la ciudad de Tehuacán, existen mar-cadas diferencias con el resto de la región, una de las cuales es la existencia y el manejo del agua6, que ha permitido el desarrollo de las industrias refresquera y avícola y la agricultura de riego. A diferencia de otras que presentan escasez del líquido, que impacta negativamente la agricultura apenas de subsistencia. La posibilidad de contar con agua y su utilización mediante galerías filtrantes propiciaron un cambio agrícola significativo, y con ello aumentó la productivi-dad de la tierra, con productos como maíz, jitomate y ajo (Henao, 1980: 183), convirtiendo la ciudad de Tehuacán y sus alrededores en el principal polo eco-nómico de la región. La riqueza económica en el Valle se aglutina en la zona de la planicie, donde se localiza la ciudad, contrastando con la pobreza y marginación de las poblaciones campesinas-étnicas de las sierras Negra, Mixteca y Zongolica. Al iniciar el siglo XX Tehuacán ya contaba con establecimientos industriales, manufacturas elaboradas con palma, ixtle, alumbrado público, comunicación telefónica y línea de ferrocarril, y la actividad agropecuaria seguía siendo la rama productiva más importante. Tehuacán se distinguió por su producción de jarcería7 durante las tres primeras décadas del siglo pasado, que fue susti-tuida por la industria refresquera, que tuvo su auge desde los años treinta, y la producción avícola, en los años cincuenta del mismo siglo; durante los años ochenta empezó a proliferar la industria maquiladora de exportación, que rees-tructuró el mercado laboral, por lo que la población indígena se incorporó al trabajo industrial reconfigurando a las propias comunidades.

Hoy, la ciudad de Tehuacán concentra 48,7% de la población económica-mente activa (PEA) de toda la región, y, junto con otros dos municipios localizados en el Valle, representan 63%, es decir, en tan sólo tres municipios de los veintiuno que forman la región converge la riqueza generada por su población económica-mente activa, lo que ocasiona una desigual distribución del empleo productivo. Este proceso de centralización y desigualdad se observa en otros rubros económi-cos y de servicios. Por ejemplo, Tehuacán y sus alrededores concentran el empleo del sector primario, secundario, comercio y los servicios, siendo estos dos últimos los más significativos, y expresan una tendencia hacia la tercerización de la ciudad8. La concentración de la riqueza en el Valle muestra un grado bajo de marginación,

6 Ambientalmente,elValleescaracterizadocomoárido-semidesértico,conunaprecipitaciónpluvialinferioralos500mm.“ElValletienenuevemesesdesequíaytresdelluvia,aunquemuyirregulares”(Henao,1980:17).

7 Lajarceríaesunestablecimientomercantilenpequeño,quevendebieneselaboradosconfibrasvegetalescomomecates,estropajos,escobas,morrales,etcétera.

8 EnlaregiónValledeTehuacánySierraNegra,lasactividadesporsectoresproductivosestándistribuidasdelasiguientemanera:primario,21,86%;secundario,35,78%;comercio,16,56%,yservicios,25,35%.

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mientras que en la Sierra Negra la marginación es alta y muy alta. La región es muy desigual en lo económico, lo cual se observa también en las percepciones de su población económicamente activa, mientras que en el Valle se perciben hasta dos salarios mínimos, y en la serranía, hasta un salario mínimo o ninguno.

En el Valle se ha formado un corredor de agricultura, industria, servi-cios y ciudades con actividades agropecuarias como la avícola y la porcicultura, que son de las más importantes del país; agricultura diversificada de riego, así como industria maquiladora y de confección de ropa de exportación, zapatos, alimentos, aceites y grasas vegetales, además de una industria refresquera con más de setenta años de antigüedad, que se encuentra entre las tres principales de México, y que, recientemente, asociada con capitales extranjeros, exporta a diferentes países del mundo. Yacimientos de carbón, canteras de pizarra, már-mol y granito, fabricación de ladrillos, peletería, nixtamal, y una muy impor-tante producción de tortillas, además de centros comerciales de capitales tanto nacionales como globales, convierten al Valle, y en especial a Tehuacán, en el principal polo de atracción y pujanza económica.

En la actualidad, Tehuacán es el mayor espacio urbano del Valle y con-centra servicios financieros, educativos, comercio, industria, y habitación, con una población mayoritariamente mestiza y, en menor cantidad, indígena. Se encuentra rodeada de un sinnúmero de comunidades indígenas popolocas, nahuas, mixtecas y mazatecas, que, con sus antecedentes mesoamericanos en la organización sociorreligiosa, agricultura, comercio y cosmovisión, configuran un área pluriétnica que constituye una de las zonas de mayor diversidad cul-tural y de marcada desigualdad social del estado de Puebla, ya que se encuen-tran poblaciones campesinas e indígenas en marginación que contrastan con las colonias urbanas de la ciudad de Tehuacán. La presencia de comunidades indígenas, desde la Antigüedad hasta la época actual, ha ocasionado que el valle de Tehuacán se haya reconfigurado económica y socioculturalmente a lo largo del tiempo, y el hecho de que la incorporación y la subordinación de los indí-genas se presentaran por la vía monetaria (capitalista) ha ocasionado que éstos no desaparezcan, sino que reconfiguren muchos de sus aspectos productivos, organizativos y simbólicos, definiendo con ello el complejo sistema indígena-rural/mestizo-urbano que caracteriza actualmente al valle de Tehuacán9.

9 Elcapitalismo,desdesuintroducciónenLatinoaméricahastalaetapaactualdeglobalización,nohasidounprocesohomogéneo,sinodesigual,condicionadoporlascaracterísticassocioculturalesdelasregionesendondepenetra.Poreso,eldesarrollodelcapitalismoenMéxicoyenotrospaísesesdesigual,segúnlasregionesyeltipodepoblaciónasentada en ellas. El capitalismo va articulando formas económicas campesinas o indígenas, pero no como supervi-venciasprecapitalistas,sinoenlazándolasenunsolosistemacapitalistahegemónico,conexpresioneseconómicasyculturales locales que se observan en las formas de producción, circulación y consumos de bienes.

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La extensión del sistemaTodo tipo de sociedad produce e intercambia bienes; así se observa en los estudios sobre el don, de Marcel Mauss y el kula, de Malinowski; en ambos, el interés es la distribución de bienes, la cual está determinada por un modo de producción concreto que proporcionará los rasgos dominantes específicos sin invalidar otras formas de intercambio. Por ejemplo, en la sociedad actual el rasgo imperativo de intercambio es el mercado, por lo que se le denomina sociedad de mercado o sociedad de intercambio mer-cantil, lo que no impide otros tipos de intercambio, como puede ser el de reciprocidad y redistribución o, como se explica en el texto, intercambio trueque y socializante10. El intercambio mercantil o de mercado es la forma dominante de las sociedades capitalistas actuales. En su definición general, la economía está organizada en forma de mercado: “es un proceso organi-zativo de compra y venta a precios monetarios que es el mecanismo de hacer transacciones con productos materiales, trabajo y recursos natura-les” (Dalton, 1974: 180). “Todos deben vender algo con valor en el mercado para adquirir los medios materiales de existencia” (1974: 181). En estas sociedades, el dinero es requisito y rasgo característico de su tipo de eco-nomía, es un bien de cambio de uso extendido y consentido por la sociedad que pauta los intercambios. Todo está organizado en forma de mercancías disponibles para ser vendidas y compradas (1974: 181). Si bien el inter-cambio de mercado es el tipo de organización de la economía dominante en las sociedades capitalistas contemporáneas, no es totalmente homogé-neo, debido a las características de las sociedades y, principalmente, a las de los sujetos, bienes, lugares y diversidad de transacciones económicas, e incluso, la determinación de los precios es heterogénea. Todo depende de cómo se inserta la economía de mercado en las sociedades, con caracterís-ticas socioculturales específicas, que son subsumidas a la lógica capitalista y forzadas a regirse por las reglas del mercado. El sistema de intercambio adquiere existencia en los “centros mercantiles”11, que cumplen el objetivo de ofertar bienes para satisfacer las necesidades de cada sociedad, según la estructura de desigualdad social.

10 El sistema de intercambio socializante no debe confundirse con la economía solidaria. El intercambio socializante esunaestrategiaeconómico-socioculturaldesupervivenciadentrodelintercambiomercantil,ylaeconomíasoli-daria es un tipo de economía que involucra la producción, el consumo y la distribución de la riqueza; en suma, es todo un proyecto económico, político y social.

11 StuartPlattnertambiéndistingue“mercado”de“centromercantil”.Elprimertérminoloutilizaparareferirseala institución social de intercambio en la que existen precios o equivalencias de intercambio; el segundo alude aesasinteraccionesenunlugaryenunmomentoespecíficosyacostumbrados(1981:235).

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Una manera de acceder a la extensión del sistema de intercambio de mer-cado en la ciudad de Tehuacán, en particular, y en la región, en general, es a par-tir de “centros mercantiles” como los mall, los supermercados, las abarroteras y los establecimientos especializados, por un lado, y los tianguis y los mercados (entendidos aquí como lugares) por otro lado, que construyen un sistema de intercambio regional centralizado de carácter global y al mismo tiempo local.

En Tehuacán se concentran la mayoría de los “centros mercantiles”, que permiten el acceso de múltiples bienes por medio de su venta y compra diaria. La existencia de malls en la ciudad (El Paseo, Plaza Terrazas y Rocketto) y de plazas comerciales (Plaza Tehuacán, Reforma, Dr. Tapia, Ana María y Cristal) inserta al sistema de intercambio de mercado en la dinámica global con la pre-sencia de tiendas departamentales nacionales y franquicias internacionales que ofrecen principalmente bienes de marcas reconocidas en todo el mundo que son adquiridos por los sectores altos y medios de la ciudad mediante dinero en efectivo, tarjetas de crédito o tarjetas de crédito departamentales, definiendo con ello un mercadeo moderno globalizado. Los supermercados son otro tipo de figura de “centro mercantil”, orientado a los sectores medios bajos y a las clases populares, que venden productos diversos y pertenecen princi-palmente a capitales nacionales o regionales. Destacan Aurrera y Chedraui, grandes tiendas con precios fijos en sus mercancías, donde las personas esco-gen los bienes que requieren y pagan sobre todo con dinero en efectivo en cajas alineadas, atendidas por cajeras uniformadas y sonrientes. La prolifera-ción de estos establecimientos en otras ciudades de México es una realidad, pero no tanto en la ciudad de Tehuacán, principalmente por la competen-cia que crean las tiendas de abarrotes. Las abarroteras (Ta´barato, Alatriste, Acsapack, Hidalgo, Ofebe), como se les conoce en la ciudad, son “centros mercantiles” que venden al mayoreo o al menudeo bienes no perecederos a precios muy bajos. Estos establecimientos tienen alcance regional, debido a que innumerables personas que manejan pequeños establecimientos en los pueblos de la región llegan a surtirse de bienes que revenden en sus lugares de origen, con lo cual el sistema de intercambio de mercado de la ciudad enlaza y sujeta a numerosas comunidades campesinas indígenas y pequeños centros urbanos reforzando el papel central de Tehuacán. La ciudad también alberga cientos de establecimientos especializados en electrodomésticos, mue-bles, herramientas, computadoras, papelería, ropa, cosméticos, autos, bienes religiosos, etcétera, y diversos servicios como educación y financieros, que son adquiridos por los habitantes de la ciudad y de otras poblaciones de la región, por lo que el sistema de intercambio de mercado se amplía enormemente y es característico de centros urbanos en crecimiento.

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En ciudades como Tehuacán y en el Valle llama poderosamente la aten-ción la existencia de otros “centros mercantiles” que contrastan con los ante-riores por el tipo de bienes, transacciones y sujetos que participan en los actos económicos; nos referimos a los tianguis12 semanales en la región y a los mer-cados 16 de Marzo y La Purísima. Estos dos últimos forman el área comercial más importante para los sectores populares de la ciudad y las comunidades campesinas e indígenas de la región. En especial los días de plaza (miércoles y sábado) el área se altera por la llegada de comerciantes procedentes de diferen-tes pueblos que se concentran en La Purísima. Como se mencionó al principio, en especial el sábado es el día de más movimiento de personas, bienes y dinero. Todos se ven beneficiados, todos venden algo, tanto flores como elotes, ropa y herramientas; fruta y carne, etcétera. Fondas, hoteles, casas de huéspedes, taxistas, transportistas locales y foráneos, vendedores ambulantes, etcétera, obtienen un recurso económico por la venta de mercancías o de un servicio. Es un día especial, pues la llegada de vendedores y compradores de toda la región convierte a La Purísima en un mercado-tianguis regional central. Allí es donde se observan claramente la influencia regional y los sistemas de intercambios trueque y socializante, como se describirá más adelante.

El mercado-tianguis La Purísima es el mercado central en torno al cual existen tianguis satélites semanales en la zona, de distintas dimensiones e importancia, algunos municipales y otros microrregionales, que forman un extenso sistema de intercambio de bienes y servicios temporal. El tianguis es de origen prehispánico, con mucho aire tradicional; Luisa Paré lo define como “el mercado local o regional donde se reúnen los productores directos, agriculto-res o artesanos a intercambiar sus productos y algunos comerciantes especia-lizados que aseguran el intercambio de productos entre regiones de distintos recursos naturales y diversas especializaciones económicas” (1975: 85). En la zona de estudio esta red de tianguis está formada por microrregionales, muni-cipales y locales. De los primeros destacan los tianguis de Ajalpan, Tepeaca y Huixcolotla, todos pertenecientes a Puebla, los cuales se distinguen por atraer vendedores, productores y consumidores de zonas alejadas, incluso de otros estados circunvecinos. Los municipales se caracterizan por realizarse en la cabecera municipal, y su ámbito de influencia son poblaciones que dependen económica y administrativamente de la cabecera, entre los cuales se pueden mencionar los tianguis de San Juan Bautista Cuicatlán (Oaxaca), Teotitlán de las Flores (Oaxaca), San Sebastián Zinacatepec (Puebla), Tlacotepec (Puebla),

12 En la ciudaddeTehuacánexisten los siguientes tianguis:ColoniaAmérica, Losmayoristas, Infonavit,ColoniaPuebla,ColoniaSerdán,ZapatayJardíndeGuadalupe.

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Acatzingo (Puebla) y Tepeaca (Puebla). Entre los locales destacan el de Coxcat-lán (Puebla) y el de Coapan (Puebla), por mencionar sólo algunos de los que se realizan los domingos en las pequeñas plazas de las comunidades. Todos ellos son temporales, se llevan a cabo un día a la semana y constituyen los espacios económicos donde se articula la economía campesina-indígena con la econo-mía nacional y global. Esta red de tianguis-plaza es la que realmente funciona como aparato de distribución e intercambio de bienes para los sectores más desprotegidos (indígenas, campesinos, sectores populares); es en estos “centros mercantiles” donde se mezcla la economía de mercado con otras pautas, como el trueque. Los tianguis son muy demandados por los bajos precios y la oferta diversa de bienes, como se describe más adelante.

Otro proceso en el que se observan la extensión y la complejidad del sistema es la procedencia de los bienes que se intercambian en el mercado-tianguis La Purísima. Los bienes “llegan de muy lejos”; su localización precisa permitió reconstruir una cartograf ía regional, y con ello, afirmar que el gran sistema de intercambio central del mercado-tianguis consigue especializar a comunidades y pueblos en la producción y circulación de ciertos bienes, con los cuales se observa el carácter regional del mercado-tianguis. Así, por ejemplo, las hortalizas proceden de San Diego Chalma; la carne de cerdo y el jitomate, de San Gabriel Chilac; los elotes, el tomate verde y el pan de muerto, de San Sebastián Zinacatepec; el incienso y el copal, de San Salvador Atoyatempan; las artesanías de mimbre, de Santa María Chigmecatitlán; los canastos de carrizo, de Ajalpan; las tortillas y la miel, de Coapan; los tena-tes de palma, de Santa María Texcatitlán; la flor de muerto, de Acatzingo; la caña de azúcar y el pan de burro, de San José Miahuatlán; la alfarería, de Los Reyes Mezontla; las plantas medicinales, de San Antonio Cañada, y la flor, de Orizaba. Las nominaciones de los bienes como cacayas, tetechas, pipicha, chía, taltomatic, coyoles, etcétera, no solamente expresan la presencia indí-gena, sino la producción y la recolección local de ciertos bienes propios de la región, que se refuerzan con el tipo de medidas utilizadas, tales como “mon-toncito”, “maleta”, “manojo”, “carga”, “huacal”, ”jícara”, etcétera.

La centralidad de la ciudad de Tehuacán y la importancia del sistema de intercambio regional también se observan en las rutas de autobuses foráneos que llegan a diversas comunidades del valle de Tehuacán y de las serranías. En las inmediaciones del mercado-tianguis existen tres rutas de transporte público regional que conectan con centros urbanos del Valle y poblaciones de las serra-nías. Todas, en días de plaza, cargan bultos, cajas y enormes bolsas de bienes que sus compradores llevan a sus lugares de habitación. Sus usuarios son personas de los poblados de la región que llegan el día de plaza para surtirse de bienes

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de todo tipo, que se abastecen para satisfacer necesidades de la familia nuclear o extensa o, en otros casos, llevan bienes para revender en pequeños estableci-mientos que atienden en sus lugares de origen.

El sistema de intercambio de mercado es dominante porque penetra e integra como satélites a todas las comunidades del valle de Tehuacán y de la Sierra Negra alrededor del polo central económico que es Tehuacán. El sistema de intercambio dominante se materializa en figuras socioespaciales económi-cas (“centros mercantiles”) que estructuran la economía de intercambio de la región, lo que expresa simultáneamente una economía nacional-global y una economía regional-local. La primera, de manera predominante mestiza urbana, con “centros mercantiles”, bienes y transacciones globalizados, pero también con “centros mercantiles” locales (abarroteras) que manifiestan una transi-ción hacia la economía nacional y global. La segunda, con una red regional de “centros mercantiles” (tianguis y mercados) indígenas, campesinos y populares urbanos, con bienes tanto regionales y locales como nacionales y globales, pero con intercambios tanto de mercado como de trueque y socializante. El sistema de mercado es dominante porque ocupa todo el espacio económico de la ciu-dad, pero no imposibilita otros tipos de intercambio en la misma.

Los sistemas de intercambioSe afirmó antes que un sistema de intercambio adquiere las características socioculturales de la sociedad en la cual se expande; son éstas las que mati-zan culturalmente los rasgos estructurales de un sistema de intercambio cual-quiera. En este apartado se describen con enfoque etnográfico los sistemas (de mercado, socializante y trueque) mediante sujetos, lugares, objetos, medidas y transacciones que expresan diferencias y similitudes entre ellos, pero que sobre todo coexisten y estructuran un gran sistema de intercambio denominado híbrido, como se expresó precedentemente.

Sistema de intercambio de mercadoEstructuralmente, este sistema se define por la venta y compra de bienes entre dos personas o más, quienes acuerdan un precio que es pagado con dinero (moneda nacional) en un espacio y tiempo económicos determinados. A una de estas personas se le llama vendedor. Los vendedores en el mercado-tianguis La Purísima son heterogéneos y se clasifican en productores directos organizados y no organizados; intermediarios mayores y menores y ambulantes. Esta clasi-ficación es pertinente porque sirve para catalogar, por su actividad económica, a la gran diversidad de vendedores que acoge el mercado-tianguis La Purísima, ya que, según una informante, existen aproximadamente veinte organizaciones

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de vendedores que agrupan alrededor de 3.800 personas, y otras decenas más que permanecen en espera tratando de incorporarse como vendedores perma-nentes o como vendedores en día de plaza.

Los productores directos pueden estar organizados en asociaciones de productores de elotes, flores, maíz, jitomate, etcétera, y venden directamente los días de plaza. Para ejemplificar, retomo el caso de los eloteros, que son un grupo de veinte familias que producen maíz y elote, y que los miércoles y los sábados llegan en camionetas y se instalan en una calle específica a vender aquello que producen en sus tierras en propiedad, pero también otros campesi-nos productores les llevan sus elotes para que los revendan, y otros más, que no tienen camionetas, las alquilan para transportar el producto. El precio del elote es desigual y depende de cada productor (de cada camioneta), de la temporada y de la demanda, ya que este bien es comprado principalmente por los vendedores de elote hervido y esquites, quienes venden masivamente en la ciudad y otros poblados. La medida que utilizan es la maleta, un canasto de mimbre al que le caben de 150 a 200 elotes y que se vende entre $150 y $300. Los compradores son distintos y algunos compran hasta cinco maletas (mayoreo), pero también hay otros que no compran la maleta completa (menudeo). Cabe señalar que estos productores directos organizados incorporan la familia (mujeres e hijos) al tra-bajo de siembra, cultivo y venta del producto, detallando una clara división del trabajo. En el mercado-tianguis La Purísima existen dos agrupaciones de elote-ros y otras tantas de vendedores de flores, hortalizas, frutas, pan, etcétera, que proceden de la región y de otros estados del país, como Oaxaca o Veracruz.

Hay también productores directos, la mayoría en el día de plaza, que ven-den al menudeo lo recolectado y producido por su trabajo en el campo en tie-rras de su propiedad. Son innumerables productores no agrupados que llegan semanalmente, muchos de ellos indígenas, que venden artesanías, peras, cirue-las, cebollas, cilantro, epazote, hongos, elote, tomate, hierbas medicinales, etc., y están distribuidos en todo el mercado-tianguis. Los precios son diferentes de un productor a otro, y las medidas son heterogéneas, tales como manojo, cubeta, montón, pieza, etcétera.

A los intermediarios se les conoce también como revendedores o “regato-nes” y pueden ser mayores o menores; a los primeros, en épocas de crisis, se les denomina “acaparadores”. Los intermediarios mayores regularmente compran varias hectáreas de un bien (maíz, fríjol, jitomate, etcétera) a campesinos de un modo directo en sus campos, como la flor en Día de Muertos. Varios producto-res directos de flores (cempasúchil, moco de pavo, nube, entre otras) ya tienen vendida la producción o evitan llegar hasta La Purísima a comercializar, por lo que prefieren vender toda –o casi toda– su producción a los intermediarios;

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así, tienen asegurada la venta de su producto, sin contar con sobrantes. Los productores directos venden el producto a los intermediarios mayores a menor precio, respecto del que podrían ofertar en el mercado-tianguis, por lo que los intermediarios mayores regularmente imponen el precio del producto en la región. Estas personas tienen bodegas alrededor del mercado-tianguis, y a ellos acuden muchos “revendedores” de todo el Valle, incluso de La Purísima.

Los intermediarios menores son los denominados “revendedores”; cuen-tan con un espacio fijo que es asignado, semanal o permanentemente, por la administración municipal a cambio de una cuota en dinero; constituyen la mayo-ría de los vendedores; compran productos a los intermediarios mayores, a pro-ductores directos, a empresas, etcétera, y se trasladan a otras ciudades para proveerse de mercancías; ofertan todo tipo de productos. Los “revendedores” se autodenominan comerciantes y se encuentran agrupados en diversas orga-nizaciones; una de las más antiguas es la “Agrupación Libre de Comerciantes y Ambulantes de los Mercados 16 de Marzo y La Purísima de Tehuacán, Puebla, A.C.”. También hay “revendedores” mestizos que llegan al mercado-tianguis a surtirse de bienes que serán vendidos a precios mayores en comunidades indí-genas y campesinas. Los precios que los “revendedores” establecen son diver-sos, por lo que la competencia entre ellos es más intensa.

Los ambulantes son “revendedores” minoristas que no tienen espacio fijo. Venden productos sin permiso de la administración municipal, caminan sin rumbo asegurado por todo el mercado-tianguis. Algunos vendedores con espacio fijo envían a sus hijos a vender los mismos productos que ellos mismo ofertan. Los ambulantes establecen relaciones de amistad y se reúnen en algún punto del tianguis para juntos ir ofreciendo sus productos; esto es notable entre niñas de 12 a 15 años, quienes se encuentran cada sábado en La Purísima. La estrategia que utilizan es seguir al consumidor y ofrecer el producto; algunos de ellos utilizan su propio cuerpo como exhibidor, otros traen carritos o carre-tillas con variedad de mercancías, tales como fruta, pan, ajo, miel, postres, cal-cetines, bolsas, productos de limpieza, etcétera; la transacción económica es fugaz y directa, sin entablar una relación social más estable. Como “espacios mercantiles” que destacan en el sistema de intercambio de mercado dentro de la La Purísima están el puesto, el manteado y el local, figuras socioespaciales en las que se expenden abiertamente los productos. Todos ellos constituyen lugares, en sentido antropológico, pues no sólo funcionan como espacios económicos, sino que en ellos existe un lenguaje especializado, un sistema objetual propio (huaca-les, báscula), y se establecen relaciones de parentesco y compadrazgo entre los mismos vendedores e, incluso, con algunos compradores habituales. El puesto, se podría decir, es un símbolo, al igual que la báscula (aparato que sirve para

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medir pesos)13, ya que en ella se condensa la medida hegemónica (kilogramo) del sistema de intercambio monetario, pero que no excluye otras medidas como montón, pieza, manojo, etcétera, incluso dentro del mismo puesto.

Algo destacado de todos los vendedores antes mencionados es que estructuran sistemas de parentesco, algunos más visibles y más consolida-dos en determinados giros comerciales, como los que venden verduras, elo-tes, tenates, tortillas, o las fondas, que son los expendios de comida. Toda la familia participa jerárquicamente en la venta de bienes; llegan juntos a tra-bajar, y varios miembros de la familia nuclear o ampliada permanecen en los puestos durante todo el día. Muchas actividades económicas son heredadas desde los abuelos. Por ejemplo, en las fondas, la abuela fundadora hereda el puesto a la hija y ésta a la nieta, perpetuando la actividad económica durante muchos años, al menos cincuenta, una estrategia de supervivencia familiar que observamos en muchas actividades económicas. Otro caso interesante son las mujeres coapeñas14, familias completas de mujeres, abuelas, hijas y nietas que se organizan y están presentes en todos los espacios de La Purí-sima vendiendo tortillas; existen familias que han estado realizando esta actividad durante treinta años. En este sentido, se podría afirmar que el sistema de intercambio de mercado está mediado por el parentesco, por lo que la cuestión del heredero(a) es de suma importancia para la continuidad del sistema mismo.

Sistema de intercambio socializante15

Se define como una estrategia de abaratamiento de precios mediante com-pras al mayoreo, por personas diferentes que de manera transitoria se orga-nizan para redistribuirse los bienes equitativamente; también se especifica por compras de bienes usados. En La Purísima este sistema de intercam-bio está constituido por las ahorradoras y los rebuscadores, un método de ayuda mutua y modalidad del sistema de intercambio de mercado desarro-llado por sectores sociales pobres.

13 La básculaesunaherramientaindispensableenlosintercambiosmonetarios,debidoalanecesidaddemedirconexactitudelpesodelbienqueseráintercambiadopormonedanacional.Labásculaaparentementenoper-miteunexcedenteenelpesodelamercancía;sinembargo,sobretodoconloscompradoresconocidos,“losquesonclientes”,sepermiteelpilón, un pequeño excedente del bien comprado que es regalado por el vendedor despuésdehaberpesadoelproducto;estaprácticaafianzaellazoentrevendedorycomprador.Aunquetambién,segúnalgunostestimonios,“haybásculasquedan‘kilos’de900gramos”.

14 CoapanesunapoblacióndeorigennahuaqueselocalizaacincokilómetrosdelaciudaddeTehuacánysecaracte-riza porque gran cantidad de mujeres salen diariamente a la ciudad a vender tortillas y productos elaborados de maíz. Sedistinguenporsuvestimentayporquehablannáhuatl.Coapan,tienecomoleyenda“Lacapitaldelatortilla”.

15 RetomoeltérminodeManlioBarbosaCano(1975).

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Las ahorradoras son grupos de cuarenta y hasta ochenta mujeres que constituyen semanalmente una red ef ímera para hacer mandado o súper16, por medio de compras al mayoreo y cuya finalidad es obtener bienes con el precio más bajo posible. Se organizan en torno a una mujer-principal, a quien bus-can para anotarse en una lista y proporcionar el dinero requerido para formar parte de la red. La mujer-principal es la que realiza las compras por mayoreo de diversos bienes; algunos vendedores le f ían porque ya la conocen e, incluso, le ofrecen bienes nuevos a mejores precios. Durante toda la mañana hace las compras y va acumulando los bienes en un sitio de La Purísima, donde otras mujeres, simultáneamente, los empaquetan en “bolsitas”, repartidos de manera equitativa. Por la tarde noche se inicia la redistribución en forma de rito: las mujeres se reúnen formando un círculo amplio, en cuyo centro se encuentran la mujer-principal y los bienes empaquetados. Con lista en mano se va nom-brando a las mujeres de la red y se les proporcionan las “bolsitas” con jitomate, cebolla, papa, limón, calabacitas, ejotes, chayote, espinaca, cilantro, tres frutas de temporada, etcétera, utilizando medidas como jícara, pieza, montón, etcé-tera, hasta completar la bolsa; si existen sobrantes, se redistribuyen de nuevo hasta agotar los bienes. La bolsa es una figura objetual que condensa el acto redistributivo económico. En ella, las mujeres llevan el conjunto de bienes adquiridos mediante esta forma de intercambio socializante, acto que signifi-can como un favor, figura simbólica que adquiere el acto económico monetario dentro del sistema de intercambio socializante.

Los rebuscadores son sujetos de bajos recursos que compran bienes de “segunda”. En La Purísima sobresale la gran cantidad de bienes usados que se venden, a cuya sección se le conoce como tianguis de “segunda”, donde se comercializan ropa, herramientas, aparatos electrónicos, bicicletas, juguetes, etcétera. Principalmente los bienes usados son ropa, chácharas y autos.

La ropa proviene de EE. UU., de plazas de la ciudad de México y de San Martín Texmelucan (Puebla). Los vendedores de ropa compran pacas (grandes cantidades de ropa), que seleccionan, lavan y arreglan, para venderla a pre-cios bajos. Se encuentra mucha ropa de “marca” a buen precio y en buenas condiciones, y que es muy demandada. En el mercado-tianguis se observan muchos puestos de prendas de vestir amontonadas y algunas acomodadas en ganchos; algunas se venden a tres, cinco y diez pesos. Entre los bienes más buscados y caros están pantalones de mezclilla, chamarras y sudaderas, pero

16 Hacermandado yhacersúpersonprácticassociales.Laprimeraserefiereadirigirsealmercado-tianguisparacomprarbienes,principalmenteperecederos(verduras, frutas); lasegunda,acomprarbienesnoperecederos(artículosdelimpieza,latas)enlasabarroteras.

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su precio siempre está muy por debajo de las prendas nuevas. La ropa que se vende depende de la temporada, ya sea de frío o de calor. Estos vendedores también se encuentran agrupados y observan una regla muy especial: que los bienes de “segunda” no sean robados. Afirman que hay ropa para todo tipo de personas, necesidades y gustos y que no sólo las clases pobres compran estos bienes, también las clases medias bajas aprovechan los reducidos precios. La adquisición de bienes usados o de “segunda” por medio de transacciones mer-cantiles expresa no simplemente la penuria económica de los sujetos rebusca-dores y la adquisición de bienes que satisfagan las necesidades de la familia, sino también una transacción económica en la que doblemente se consuma el bien, pero ahora otorgándole otro valor, concluyendo un proceso redistributivo significado como para ayudarse. Ayuda es la forma simbólica que adquiere el bien de “segunda” dentro del sistema de intercambio socializante.

Las chácharas son otra área de venta de objetos de “segunda”. Se vende de todo: herramientas, motores, licuadoras, puertas, juguetes, monedas, llantas, bal-cones, espejos, televisores, cables, lavadoras, etcétera; se podría decir que es una área de carácter masculino porque sus compradores son hombres, principalmente, y por la gran cantidad de herramientas de trabajo que se comercian. La estrategia de los vendedores es visitar contenedores en ciudades como el Distrito Federal, Puebla, Xalapa, para encontrar objetos, aparentemente inservibles, considerados basura y sin valor, que ellos escogen y compran a muy bajo precio. Luego los lim-pian, reparan y restauran para su venta en La Purísima. Así, la cháchara es un objeto que se transforma –por la acción reparadora y el conocimiento del chacharero– en un objeto de “segunda”, para ser vendido con un valor agregado en el sistema de intercambio socializante. Si bien la operación es monetaria, la incluimos en el sis-tema socializante, debido al impacto que tienen los objetos de “segunda” para los rebuscadores. En primer lugar, economizan adquiriendo un bien de “segunda”; por ejemplo, una herramienta de trabajo (taladro) es imposible comprarla nueva, y el mercado de “segunda” la ofrece a menor precio. En segundo lugar, permite acceder a bienes diversos, por lo que esta área de La Purísima se convierte en regulador de desigualdades sociales al ofrecer bienes a precios muy baratos, que no podrían adquirirse en otros establecimientos mercantiles. Para los rebuscadores, comprar un bien de “segunda” es una estrategia de clase para buscar cierto equilibrio social mediante la adquisición de bienes revalorados.

Sistema de intercambio truequeEl trueque, en su definición clásica, es un intercambio de bienes por bienes, sin mediar un valor monetario. En el mercado-tianguis La Purísima exis-ten dos áreas muy definidas para este tipo de intercambio, aunque en él se

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observa el trueque, incluso en puestos, pero de manera reducida. Desde la seis de la mañana hasta las tres de la tarde de cada sábado los cambistas, sobre todo mujeres, se reúnen llevando sus bienes en bolsas, huacales e, incluso, camionetas. Los exhiben públicamente, y otras mujeres se acercan y empieza la transacción. Las cambistas proceden de distintas comunidades de la región, tales como Los Reyes Mezontla, Altepexi, Zapotitlán Salinas, Santa Ana Teloxtoc, Ajalpan, Mihuatlán, San Gabriel Chilac, etcétera; los hombres sólo acompañan a las esposas y atan los tercios de leña, cargan los bienes y manejan las camionetas. De acuerdo con algunos testimonios, el trueque es transmitido de generación a generación a hijas, nueras y nietas, por lo que uno de los elementos esenciales es aprender las medidas, por ejemplo: “dos leñitos por una medida”. Existen familias que tienen hasta cuarenta años trocando, lo que les ha permitido un mejor conocimiento acerca de las personas que truecan bienes de mejor calidad. No todos los bienes participan en el trueque; no entran en este sistema maíz, carbón, sandías y melón, sino mayoritariamente otras frutas, verduras y leña. Se observan dos tipos de cambistas: las que cambian un bien por otro y las que cambian para luego recambiar por otro bien de mejor calidad.17 Tam-bién existen algunos intermediarios menores que “sacan” bienes malluga-dos para hacer trueque en áreas específicas, y otros más que en sus puestos apartan determinada mercancía para realizar este tipo de intercambio. La intermediaria menor pone por delante el bien que quiere intercambiar, y las personas que buscan el trueque reconocen puestos adecuados para ello. Se acercan y cambian una “cubetita” de chiles por tortillas o ropa para niño. Incluso, los bienes que se exhiben para el trueque se pueden vender, pero a menor precio, por lo que el bien adquiere un doble carácter, según la tran-sacción: funciona como bien de cambio o como bien de uso.

El valor se encuentra en cualquier sistema económico, pero en el de inter-cambio trueque adquiere otros equivalentes y medidas diferentes a los del sis-tema de intercambio hegemónico, aunque persiste un equivalente en moneda nacional disminuido. Se truecan dos leños por una medida de frutos, equiva-lente a 10 pesos; un leño macizo por una medida de verduras que equivale a 10 pesos; dos leños por una pieza de pan; una “cubetita” de limones por una pieza de vestir, etcétera, de tal manera que la medida es la forma simbólica que adquiere el valor del bien en este sistema, en el que se privilegia el valor de uso por encima del valor de cambio.

17 Es el caso de una mujer que llega con una bolsa de jitomate y la trueca por doce leños, que a su vez retrueca por dosmedidasdejitomate,unalechugaounmanojodetélimón.

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En La Purísima también se lleva a cabo el intercambio de bienes por servicios. Destacan las mujeres que deshojan el elote, quienes se prestan a colaborar en el limpiado de la mazorca, ya sea en los campos o en el mer-cado-tianguis, a cambio de quedarse con las hojas, que utilizan para ven-der en forma de totomoxtle, que son utilizadas para elaborar el tamal, y que agrupan en pacas para venderlas entre 25 y 30 pesos, dependiendo del tamaño de la hoja de maíz.

Los recolectores son personas que recorren el mercado-tianguis ofrecién-dose a recoger la basura de los puestos y bienes de desecho (fruta en mal estado, jitomate mallugado) que los intermediarios menores ya no quieren. A cambio de la limpieza reciben bienes que utilizan para alimentar a sus animales, y en ocasiones, para su consumo. Otro ejemplo de intercambio de bienes por ser-vicios es el caso de los pixcadores, sujetos, principalmente hombres, que se prestan para cosechar un campo a cambio de elotes como “pago” en especie, pero no se les permite acumularlos para comercializarlos. El corredor o coyote es otro sujeto peculiar, debido a que participa simultáneamente en dos sistemas de intercambio: busca campos que necesitan ser cosechados, consigue a los campesinos que van a pixcar y se pone de acuerdo con el dueño del terreno, quien le paga una cantidad en dinero, pero también hace arreglos con los cam-pesinos pixcadores, que le entregan una determinada cantidad de los bienes cosechados. El trueque por servicios y el dinero no son antagónicos, se mezclan en el acto económico.

En suma, el sistema de intercambio trueque hace converger, en un lugar y un tiempo específicos, a diversos sujetos que intercambian bienes por bienes o bienes por servicios, con valor y medidas diferentes a los del sistema de intercambio de mercado, aunque en el fondo están enmarcados por éste, transacción que es con-sensuada entre las partes complementándose con los sistemas de intercambio de mercado y socializante, y constituyendo una institución económica.

conclusionesEn La Purísima se forma un sistema de intercambio híbrido abierto que articula simultáneamente al sistema de intercambio hegemónico de mercado con otros sistemas (socializante y trueque) constituyendo una institución mercantil en la que destacan tácticas económicas de subsistencia.

El mercado-tianguis es una institución económica compleja porque integra agentes económicos, lugares, medidas y transacciones mercantiles caracterizados por el intercambio de bien por dinero, bien por bien y bien por servicios. Cada transacción está matizada por los atributos sociocultu-rales de los sujetos, los productos de la región y las relaciones sociales que

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establecen entre ellos. Por ejemplo, fiar es una peculiaridad de las transac-ciones que supone un conocimiento mutuo entre vendedor y comprador, en donde el primero proporciona el bien necesitado, y luego el comprador “pasa” a liquidar con dinero lo que ya consumió; se trata de un crédito sus-tentado en la confianza, la palabra y el conocimiento de la persona, y que interpretamos como una relación social táctica que posibilita sobrellevar la desigualdad económica y social. De igual manera, el regateo se utiliza como táctica de sustento, pues como relación económica tiene como objetivo un ajuste momentáneo del precio del bien en el que las partes están de acuerdo pero que al mismo tiempo, en algunos casos, implica una relación de afecti-vidad entre vendedores y compradores, caracterizando así los intercambios en el mercado-tianguis.

Si bien en el mercado tianguis, como institución económica, existe un proceso hegemónico de asignación de valores y medidas (intercambio mercantil), éste no impide que se manifiesten otras más, como se expresa en la descripción etnográfica del sistema trueque y socializante, que, para los sectores más pobres, tiene la función real de intercambiar bienes para subsistir en mejores circunstancias.

La práctica socializante se lleva a cabo, no por la escasez de bienes, sino debido al acceso desigual a ellos, por lo que los grupos sociales más pobres implementan tácticas económico-socioculturales para acceder a bienes más baratos, como la forma organizativa de las ahorradoras, a la cual definimos como una organización social de subsistencia económica con respaldo feme-nil, porque se estructura con base en una jefatura (mujer-principal) que pro-mueve fundamentalmente la ayuda mutua entre las mujeres, y no la acumu-lación, ya que no hay pago para la jefatura y no hay prestigio o poder. “Rebus-car” es otra táctica de subsistencia económica, no sólo porque es la única posibilidad que tienen los sectores pobres de adquirir determinados bienes, sino porque poseerlos normaliza la desigualdad social, que, considero, es la función social del bien usado.

La práctica trueque, en primer lugar, se lleva a cabo porque para los sectores más pobres es dif ícil adquirir ciertos bienes mediante el sistema de mercado. En segundo lugar, debido a que para los productores directos es la forma de adquirir bienes, al intercambiarlos por otros excedentes, y en tercer lugar, porque para los comerciantes intermediarios recurrir al trueque sig-nifica evitar pérdidas, por la obsolescencia de bienes perecederos y, tangen-cialmente, para obtener otros bienes de subsistencia. El trueque es una forma tradicional de intercambio, dada su continuidad histórica, ya que procede de épocas prehispánicas y se ha estructurado como un sistema abierto en el cual

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intercambian varias personas en relación equilibrada; se trata de un sistema relativamente estable porque sus equivalencias no se ven alteradas por las fluctuaciones del sistema de mercado y porque los bienes trocados no son valorados por el dinero o por los precios del mercado (Casaverde, 1981: 142). Es estable porque se realiza semanalmente, por lo que es un sistema regular extraordinario dentro del sistema de intercambio híbrido, cuya función social es complementar las tácticas económicas de subsistencia en sectores empo-brecidos, ya que es una práctica de subsistencia y no de mercado (Casaverde, 1981: 142) que coexiste con éste.

Finalmente, este texto es un acercamiento al mercado-tianguis como institución económica completa y compleja, por lo que cabe preguntar: ¿cuál es la función principal del mercado-tianguis? En el caso de La Purí-sima, funciona como un lugar central articulador de la economía del valle de Tehuacán y la Sierra Negra, por lo que su influencia es regional. Funciona como lugar confiable y cíclico para la obtención de recursos económicos para todo tipo de productores y vendedores (“todos venden algo”); para los compradores más empobrecidos es un gran universo de bienes, accesibles mediante tácticas de subsistencia. No obstante, y a pesar de acudir al mer-cado-tianguis por razones económicas, también concurren para socializar o para establecer nuevas relaciones sociales.

Así, el mercado-tianguis funciona fundamentalmente como mecanismo económico (Malinowski y de la Fuente, 2005: 174) que mixtura diferentes siste-mas de intercambio matizados por los rasgos socioculturales de los participan-tes, por lo que es una institución económico-social. .

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Artículorecibido:31demarzode2013,aceptado:3deseptiembrede2013,modificado:16deoctubrede2013

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* EstetrabajoserealizaenelmarcodeunaestanciaprofesionalfinanciadaporelWatsonInstituteforInternationalStudies(BrownUniversity).

** DoctorandoenAntropología,UniversidaddeBuenosAires,Argentina.

A TR Av éS DE L A y ER BA M AT E: ET n ici DA D y R AciOnA Li DA D EcOnóM icA En TR E LOS TR A BAJA DOR ES RU R A LES PA R AgUAyOS En L A i n DUSTR i A DE L A cOnSTRUcción DE BU EnOS A i R ES*

Tekoha ´ ÿre ndaipori teko (Sin territorio, no hay cultura).Principio guaraní

ÁlVaro del Águila**[email protected] Conicet - Universidad de Buenos Aires (UBA) - Instituto de Altos Estudios Sociales (Idaes, Unsam).

R e s u m e n Este trabajo analiza el proceso migratorio de

trabajadores rurales paraguayos hacia la industria de la construcción

de Buenos Aires. Algunos indicios llevan a considerar que la migración

no sólo da lugar a cambios en la vida social de los sujetos, sino

también a transformaciones profundas en su racionalidad económica.

A partir de una mirada etnográfica, pretendemos contrastar las

experiencias laborales en origen y destino, contribuyendo a echar luz

sobre las imbricaciones profundas que articulan etnicidad, relaciones

de producción y racionalidad económica.

P a l a b r a s c l a v e :

Migración, industria de la construcción, proletarización, relaciones

de producción, Paraguay.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.08

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ATRAVÉS DA ERVA MATE: ETNICIDADE E RACIONALIDADE ECONÔMICA ENTRE OS TRABALhADORES RURAIS PARAGUAIOS NA INDÚSTRIA DA CONSTRUÇÃO DE BUENOS AIRES

resUMO Este trabalho analisa o processo migratório de trabalhadores rurais paraguaios para a indústria

da construção de Buenos Aires. Alguns indícios levam a considerar que a migração não só dá lugar a

mudanças na vida social dos sujeitos, mas também a transformações profundas em sua racionalidade

econômica. A partir de um olhar etnográfico, pretendemos contrastar as experiências laborais em origem

e destino, contribuindo a iluminar as imbricações profundas que articulam etnicidade, relações de

produção e racionalidade econômica.

Palavras-chave:

Migração, indústria da construção, proletarização, relações de produção, Paraguai.

wITh yERBA MATE: EThNICITy AND ECONOMIC RATIONALITy AMONG PARAGUAyAN RURAL wORkERS IN ThE BUENOS AIRES CONSTRUCTION INDUSTRy

abstract This article analyzes the process by which rural workers migrate from Paraguay

to work in the Argentinian construction industry. There is some evidence that the migration

process changes not only the lives of migrants but, in a profound way, their economic rationality.

Employing an ethnographic perspective we contrast the work experiences of Paraguayan migrants

at origin and at their point of arrival. The article casts light on the profound overlap between

ethnicity, work and economic rationality.

Key WOrds:

Immigration, construction industry, proletarianization, relations of production, Paraguay.

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A TR Av éS DE L A y ER BA M AT E: ET n ici DA D y R AciOnA Li DA D EcOnóM icA En TR E LOS TR A BAJA DOR ES RU R A LES PA R AgUAyOS En L A i n DUSTR i A DE L A cOnSTRUcción DE BU EnOS A i R ES

Á l V a r o d e l Á g u i l a

introducción

e l presente trabajo pretende analizar algunas dimensiones destacadas del proceso social por el cual muchos trabajadores rurales paraguayos migran hacia Bue-nos Aires para insertarse en la industria de la construcción como obreros asalariados. La particularidad del fenómeno radica en el hecho de que el proceso migratorio que realizan

los sujetos da lugar, en forma paralela, a un proceso de proletarización den-tro de la industria de la construcción argentina1. A partir de esta situación, simultáneamente, el proceso migratorio suele acarrear tanto cambios en la vida social de los sujetos como transformaciones profundas en su racio-nalidad económica. Esto ocurre a partir de que los migrantes provenientes de ámbitos caracterizados por la primacía de relaciones no capitalistas de producción, se encuentran en Buenos Aires frente a una industria signada por la compra-venta de fuerza de trabajo en el mercado. Así, los trabaja-dores provenientes de economías orientadas a la subsistencia en Paraguay (socializados en estructuras económicas y sociales distintas a las del homo economicus capitalista) deben adaptar su visión del mundo al nuevo ámbito de producción, caracterizado por la explotación intensiva de la fuerza de trabajo, con el objeto de obtener altas tasas de ganancia.

1 Elanálisisqueaquíseproponeposeeciertaslimitaciones.Desdeuncomienzo,esprecisoseñalarqueno todovarónparaguayoquemigrahaciaBuenosAires se inserta laboralmente en la industriade laconstrucción. Al mismo tiempo, tampoco es cierto que todo trabajador paraguayo que sí se inserta en dichaindustriaprovienedeámbitosrurales.Sinembargo,ycomointentaremosdemostraralolargodeltrabajo, la presencia en la construcción de la capital argentina de migrantes provenientes del sector rural paraguayo es altamente significativa, en comparación con la de otros migrantes, lo que torna relevante la indagación sobre el proceso.

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Con la finalidad de echar luz sobre el fenómeno, comenzaremos des-cribiendo brevemente las condiciones sociales de producción que priman en las comunidades de emigración2 de los sujetos, para luego intentar con-trastarlas con las experimentadas por éstos en la industria de la construc-ción de Buenos Aires. La comparación nos permitirá captar el modo en que se articulan y redefinen mutuamente las identidades, la racionalidad económica y las relaciones de producción que establecen los trabajadores rurales en el contexto de una gran industria.

Breve acercamiento a las relaciones sociales de producción en el campo paraguayoNos centraremos en intentar responder a tres cuestiones básicas respecto del sentido que adquiere la producción en el entorno del Paraguay rural: para qué se produce, entre quiénes se produce y cómo se produce. Lo primero que debe decirse es que la estructura social del campo paraguayo3 se inscribe sobre la base de una importante desigualdad en relación con el acceso a la tierra. Según algunos autores, cerca del 90% de las explotaciones campesinas com-prenden menos del 10% del total de la tierra, y concentran al mismo tiempo un poco más del 90% de la población rural (Galeano, 1984; Riquelme, 2003; Ortiz Sandoval, 2007). Ante esta situación, como componente tradicional de la lucha por la reproducción social, las ocupaciones de pequeñas parcelas de tierra suelen ser comunes entre los pequeños campesinos. Esta configuración del acceso a la tierra parece constituir la espina dorsal alrededor de la cual se estructura la desigualdad en el entorno rural paraguayo, y sobre la que se asientan la cultura campesina4 y las estrategias de reproducción social que desarrollan los núcleos domésticos.

2 Lanociónde“comunidad”puedellevaralequívocodeconcebiralconjuntodelasrelacionessocialesqueprimanenestoscontextoscomoarmónicas,nojerárquicase“igualitarias”.Sibien,pornoserésteelobjetodeltrabajo,no podremos extendernos en una puesta en cuestión de tales construcciones, sepa el lector que bajo ningún puntodevistapretendemosaquí“idealizar”lasrelacionessocialesquecaracterizanaalgunosámbitosruralesdelParaguay,sino,porelcontrario,presentarlascomoloqueson:relacionessocialesdeproduccióncontradictorias.

3 Enelmismosentidoqueloanterior,ysibienlacategoría“campesinadoparaguayo”poseeeldefectodeencubrir(másqueaclarar)lasimportantesdiferenciasqueexistenentreproductores,familiasyregionesdentrodelpaís,porlos fines de este trabajo, optamos por conservarla, resaltando sus continuidades, antes que sus diferencias, dado queelámbitoruralnoesensímismoelobjetodeestudioalquenosabocaremos,yapartirdeconsiderarqueeldesarrollodeunacaracterizaciónmásprofundarespectodeaquélsindudademandaríaunesfuerzolejosdeseragotadoaquí.ParaunanálisisenprofundidaddelasrelacionessocialesqueprimanenámbitosruralesdelParaguay,ellectorpuedeconsultar,entreotros,aRiquelme(2003),Galeano(1984)yMeliá(2004).

4 De acuerdo conMeliá (2004), el campesinadoparaguayo se habría formadodesde el iniciomismode laColonia,comofenómenoperiféricodelasminúsculasciudadesdeespañoles.Enestesentido,elcampesinadoparaguayo“seríaelresultadodeunarelacióntípicamentecolonial.Ensuorigenydesarrolloesespañol,socialyculturalmentehablandoesguaraní”(Meliá,2004:222).

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Por su parte, Grünberg (1975: 31) analizó el modo de producción lla-mado Koygua o “campesino”, y sus diferencias, por ejemplo, con el de los grandes terratenientes paraguayos. Mientras que estos últimos mantienen una economía guiada estrictamente por la persecución del máximo benefi-cio, el sistema de producción campesino Koygua se habría nutrido más del ñande reko (modo de ser) indígena, persiguiendo el principio de la mayor repartición posible de los riesgos, para poder garantizar la supervivencia de la comunidad. En este sentido, el autor afirma que, al igual que en el caso de los Pâí Tavyterâ (indígenas del Chaco paraguayo), las actividades cotidianas del campesinado paraguayo se encuentran marcadas por los principios de solidaridad y cooperación, consideradas, ante todo, virtudes sociales.

Es así entonces que, frente a la lógica del beneficio capitalista esgri-mida por los grandes terratenientes, las familias campesinas parecen opo-ner una visión del mundo que las aleja del mero objetivo de la obtención de ganancia. Riquelme (2003) ha logrado captar la concepción campesina de la tierra en su sentido práctico:

la afirmación de que la tierra es para quien la trabaja está muy arraigada en la mentalidad de los campesinos, y en esa medida es un factor importante que motiva y alimenta la lucha por la tierra. Para el campesino la tierra es un factor de producción y no de especulación o de status, como lo es para la oligarquía terrateniente. (riquelme, 2003: 188)

Aunque, como referimos con anterioridad, analizar en profundidad las particularidades que adquieren las relaciones sociales en el entorno rural paraguayo demandaría un gran esfuerzo, imposible de agotar en unas pocas páginas, por los fines concretos de este trabajo nos serviremos fun-damentalmente del análisis realizado por Ortiz Sandoval (2007), quien ha detallado de forma completa la mentalidad económica que prima entre sus actores. El autor plantea que la ganancia económica en el campo paraguayo sólo representa una posibilidad legitimada para los agentes dominantes de los espacios rurales, pero no así para el común de los campesinos. A pesar de esta situación, resulta paradójico el hecho de que la reproducción del sis-tema que legitima la ganancia de los sectores rurales dominantes descansa, a fin de cuentas, en los propios campesinos. Éstos, a través de sus prácticas económicas, conjugan “lógicas mercantiles y no-mercantiles propias de su cultura” que suelen ser aprovechadas por los grandes poseedores de tierra (Ortiz Sandoval, 2007: 731).

En estas localidades, el “mercado rural” representa un complejo sis-tema de acciones e interacciones entre sujetos e instituciones, que suele

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estructurarse a partir de la coexistencia de distintas visiones sobre el mundo circundante5. La oposición “prototípica” que caracteriza al entorno es aquella que distingue a los terratenientes (quienes muchas veces ni siquiera viven en el entorno rural) de los campesinos, para quienes la tierra constituye no sólo el medio de producción del sustento, sino también el eje alrededor del cual gira la vida social de la comunidad.

A pesar de que los economistas clásicos suelen considerar que el motor de los comportamientos económicos está dado por el principio de la optimización y la persecución del mayor beneficio posible, las rela-ciones sociales que construyen los campesinos paraguayos distan de ser reductibles a ello. Lo que aquí nos interesará señalar es que el único modo de comprender en profundidad la racionalidad económica campesina es atendiendo a la estructura social y a las representaciones que los actores sostienen en cuanto “sujetos sociales totales”, para quienes la dimensión económica no sólo nos habla de la riqueza/pobreza en términos absolu-tos, sino también, y de forma mucho más central, de la pertenencia efec-tiva de los miembros a una comunidad moral. Esto ya había sido señalado por Marx, al ilustrar el modo en que las prácticas económicas se imbri-can en la organización social (Ortiz Sandoval, 2007: 736). Por su parte, Weber (2004) señala:

las economías campesinas hallan condicionamientos para una orienta-ción estrictamente “racional” de sus cálculos de lucro y ganancia, en la indefinición que imprimen los factores morales, afectivos o tradicionales en sus conductas económicas, dada una “predisposición” a responder a la costumbre y anteponer una racionalidad orientada a valores a una racio-nalidad orientada a fines, clave en la construcción de las disposiciones capitalistas de conductas orientadas a “probabilidades de ganancia en el mercado”. (Weber, 2004: 70)

Lo anterior, sin embargo, no significa que los campesinos no partici-pen en el mercado, ni que tampoco aspiren al bienestar. Tal y como aclara Ortiz Sandoval, los campesinos participan en el mercado rural, pero “sin disposiciones capitalistas” o, en términos de Bourdieu, sin un habitus eco-nómico capitalista (Ortiz Sandoval, 2007: 735). Para Sandoval, “el mercado

5 SiguiendoaCancian (1989), si sedejade lado laproducciónagrícola,existenactualmentedosgrandesactividadesgeneradorasdeingresosalternativosparaloscampesinos:eltrabajoasalariadoyla“produccióndemercancíassubalternas”(Cancian,1989:227).Estaúltimacomprendelaproducción(yelcomercio)conbaja inversión de capital y escasa fuerza de trabajo.

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es re-significado creativamente por los campesinos como mecanismo que se interpone a la racionalidad instrumental, opuesta a sus culturas e identidades” (Ortiz Sandoval, 2007: 734). De acuerdo con el autor, dicha re-significación se traduce en una moral práctica, que puede resumirse en la concepción “O ganamos todos o no gana nadie” (Ortiz Sandoval, 2007: 734). Por supuesto, esto no significa que no existan productores que logran más éxito económico que otros, introduciendo transformaciones en la productividad del trabajo, en la acumulación de capital y/o en los hábitos de consumo. Lo que el autor busca expresar es que estas diferen-cias sólo logran legitimarse sobre la base presupuesta de una “equidad moral”. Es a partir del ceñimiento a la moral compartida que la ganancia de algunos puede ser aceptada como una opción legítima dentro de la comunidad, sin que ésta implique necesariamente una pauta de diferen-ciación social. A partir de ello, e intentando responder a la primera de nuestras preguntas, podemos decir que en muchas comunidades rurales de Paraguay el objetivo primario de la producción parece ser la reproduc-ción misma de la vida social, y no la ganancia en términos capitalistas. Tal vez, a nuestro entender, Ortiz Sandoval exagera cuando afirma que esta máxima de conducta es la que permite explicar por qué a quienes buscan la ganancia económica para sí mismos, “sólo les queda migrar a los centros urbanos o al exterior” (Ortiz Sandoval, 2007: 734). Intentaremos más adelante mostrar que, en muchas oportunidades, la migración hacia el exterior de personas en edad productiva constituye una estrategia del núcleo doméstico para asegurarse algunos bienes de consumo (y/o dinero en efectivo), antes que un plan individual. Por otra parte, muchas veces el motor de la migración no parece ser necesariamente la ganancia capita-lista, sino la mera supervivencia6.

La segunda dimensión del análisis tiene que ver con entre quienes se produce. Lo primero que debe decirse es que, para las unidades domésticas campesinas, producir implica básicamente “producir entre nosotros”. Esto se vincula al hecho de que en estas localidades el trabajo considerado ideal

6 Durante el trabajo de campo, algunos trabajadores de la construcción nos relataron los motivos de su emigración. Grandes sequías y distintos tipos de crisis de la producción rural fueron identificados poralgunoscomolosmotivosprimarios(ver,másadelante,elcasode“Picachu”).Enmásdeuncaso,sehablóde“cosechasperdidas”frentealascuales,sencillamente,noteníasentidoquedarseenlascomunidades,puesnohabíanadaquepudierahacerse.Enlageneralidaddeloscasos,lassituacionescríticassuelenserresueltasatravésdeloslazosdesolidaridadquefuncionanenlacomunidad.Peroenalgunoscasosparti-culares, estas vías no resultan suficientes, y, por distintos motivos que no podremos desarrollar plenamente enestetrabajo,lamigracióndelnúcleodomésticoodealguno(s)desusmiembro(s)esinterpretadacomolaalternativamásapropiadaparaasegurarlasubsistencia.

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suele ser aquel que se realiza en el marco del grupo familiar, dentro del grupo doméstico. Como señala Dolors Comas D’Argemir:

la institución doméstica proporciona, en definitiva, la resolución de pro-blemas derivados del contexto socioeconómico, actuando como una espe-cie de colchón ante las situaciones de crisis. además, el intercambio laboral está mediatizado por las relaciones de parentesco, de manera que las jerarquías internas de sexo y edad quedan subsumidas por las relacio-nes basadas en la obligación moral y la intensidad afectiva que devienen así componentes esenciales en los mecanismos de dominación interna y en el uso diferencial del trabajo de los componentes de la familia. (comas d’argemir, 2000: 97)

Por otra parte, los lazos de parentesco (a partir de la norma exogámica que se cumple en los núcleos domésticos) terminan por vincular a las per-sonas con otros miembros de la comunidad. Esto, por supuesto, siempre y cuando los miembros del núcleo doméstico no migren para instalarse en otras localidades o en el exterior. Cuando esto último ocurre (como vere-mos más adelante, en el caso de los trabajadores que migran hacia Buenos Aires), las relaciones de producción de la unidad doméstica se ven alte-radas, al menos en su dimensión formal. Retomando entonces el análisis de la comunidad campesina como conjunto social estructurado, es posible apreciar que, en torno al mercado, los campesinos crean un “nosotros”. En efecto, y como señala Ortiz Sandoval:

ser mboriahu (pobre) entre los campesinos, se define como una condición más social que económica: si alguien comparte tanto social como económica-mente con los demás, por más que tenga mayores ingresos puede ser conside-rado igualmente pobre. en contrapartida, el rico no es quien gana más dinero, sino quien al ganar dinero, reniega de su condición de mboriahu, que es una identificación social. (ortiz sandoval, 2007: 749)

El autor ilustra así cómo el dinero obtenido por los campesinos en el mercado suele ser gastado en la misma comunidad. Esta actitud representa una gran diferencia con respecto a la conducta económica que caracteriza a los sectores rurales dominantes. La identificación social descansa sobre este tipo de prácticas, y no tanto sobre el hecho de participar en el mercado como compradores-vendedores de la producción. Pero los modos por los cuales se construye simbólicamente la categoría del “nosotros” entre los campesinos, también pueden ser observados a través de otras conductas. Dentro de las comunidades estructuradas de esta forma, el favor se vuelve

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un bien simbólico de enorme importancia. Las ayudas recíprocas de trabajo aparecen así como mecanismos arraigados de producción económica que no se corresponden con el comportamiento prototípico capitalista. De esta forma, sobre la base de las condiciones sociales de producción comparti-das, y sobre la experiencia común frente a la adversidad, los miembros de las comunidades campesinas paraguayas construyen una fuerte noción del “nosotros-étnico”. En otras palabras, las condiciones de producción a las que están expuestos como campesinos, y en cuanto “pobres”, representan la base material sobre la cual se yerguen la etnicidad y el sentido de pertenen-cia a la comunidad. Y es a partir de esto que la “confianza” adquiere un valor insoslayable entre los productores, a nuestro entender, hasta el punto de ser considerada condición de posibilidad para la pertenencia al grupo. Dicho de otro modo, en estas comunidades “la condición social hace a la confianza” (Ortiz Sandoval, 2007: 752).

Por último, y en relación con el modo en que se produce, éste muestra grandes diferencias respecto del modelo de producción de la gran industria capitalista. Como afirma Ortiz Sandoval:

la incorporación de la noción del tiempo acorde a la lógica mercantil en los espacios rurales no sucede de manera lineal ni homogénea entre los campesinos. el cálculo y la previsión como mediación de la “posibilidad objetiva” de ganancia es apenas una parte, a veces tangencial, de la organi-zación temporal campesina y su cultura. (ortiz sandoval, 2007: 752)

Como afirma el autor, la temporalidad capitalista se instala relacional-mente en disputa con la cultura campesina. En este tipo de comunidades, el imaginario social opera generalmente en torno a una comprensión cíclica del tiempo. Esto da lugar a un esquema productivo por el cual los trabajos sólo cobran sentido si responden a las necesidades concretas que demandan los sembradíos. En palabras de Ortiz Sandoval:

la garantía de la reproducción económica está fundada en la garantía del ciclo agrícola, de un ritmo cuya fuente de legitimidad radica en el retorno de esta-ciones ligadas a la germinación, el crecimiento y el declive de los sembradíos, pero en la socialización de las relaciones temporales, retrotrayendo el pasado hacia el presente como una fórmula retrospectiva de seguridad de la reproduc-ción social. (ortiz sandoval, 2007: 753)

Se trata de la “memoria del futuro” a la que se refirió Meliá (2004), por la cual los trabajadores rurales basan su sabiduría y pericia sobre los que-haceres agrícolas en las expectativas de que las cosas sucedan de acuerdo a

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como lo hicieron en el pasado. Se trata de una cosmovisión completamente construida sobre la idea de “ciclo”. Si bien puede pensarse que se trata de una cosmovisión ingenua, resulta perfectamente eficiente en cuanto a gasto energético y productividad. Como lo explica Thompson (1979):

la notación del tiempo que surge de estos contextos ha sido descrita como “orientación al quehacer”. es quizá la orientación más efectiva en las sociedades campesinas […]. se pueden proponer tres puntos sobre la orientación al quehacer. el primero es que, en cierto sentido, es más com-prensible humanamente que el trabajo regulado por horas. el campesino o trabajador parece ocuparse de lo que es una necesidad constatada. en segundo lugar, una comunidad donde es normal la orientación al que-hacer parece mostrar una demarcación menor entre “trabajo” y “vida”. las relaciones sociales y el trabajo están entremezclados –la jornada de trabajo se alarga o contrae de acuerdo con las necesarias labores– y no existe mayor sentido de conf licto entre el trabajo y el “pasar el tiempo”. en tercer lugar, al hombre acostumbrado al trabajo regulado por reloj, esta actitud hacia el trabajo le parece antieconómica y carente de apre-mio. (en ortiz sandoval, 2007: 755)

De esta forma, la productividad basada en el cálculo de tiempos y en la intensificación del uso de la fuerza de trabajo sólo adquiere sentido en momentos muy específicos del ciclo productivo agrícola. Intentaremos mostrar a continuación cómo la globalización de la lógica capitalista y su modelo de producción repercuten negativamente en la configuración de este universo social.

capitalismo, informalidad y procesos de proletarizaciónCon la finalidad de situar cabalmente el análisis del caso de los migran-tes rurales paraguayos, usaremos algunos conceptos de importancia en la antropología económica y en las ciencias sociales en general. El concepto de informalidad fue definido por Alejandro Portes como “la suma de las actividades productoras de ingresos en las que se involucran los miembros de un hogar, excluyendo los ingresos provenientes del empleo contractual regulado” (Portes, 1995: 86-87). A partir de esta noción, el autor afirma que a lo largo del siglo XIX no parece haber existido una diferenciación tajante entre lo que hoy consideramos actividades económicas formales e infor-males (Portes, 1995: 34). Muy por el contrario, en más de un sentido puede decirse que la informalidad parece haber sido la norma en las relaciones de producción capitalistas anteriores al siglo XX. Una de las transformaciones

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que se experimentan durante la expansión capitalista posterior se vincula al gran incremento del número de trabajadores que comienzan a depender cada vez más de un salario regular para subsistir. Wallerstein (1976) iden-tificó este proceso como parte de una “tendencia secular hacia la proleta-rización” (citado en Portes, 1995: 35), fundamentalmente vinculada a dos factores: el “imperialismo” (entendido como la posibilidad de transferir la explotación a las colonias) y el requisito capitalista de actualizar los benefi-cios monetarios por medio de la expansión del mercado doméstico (Portes, 1995: 35). Sin embargo, es preciso señalar que el proceso de proletarización por el cual cada vez más fuerza de trabajo se incorpora formalmente al modo de producción capitalista también se vincula a las victorias obtenidas por los trabajadores organizados en su lucha por combatir la explotación. Desde este punto de vista, podría decirse que, hasta que la resistencia orga-nizada de los trabajadores no obligó a los patrones a limitar la explotación que se ejercía sobre ellos, el capitalismo hizo un aprovechamiento informal del trabajo asalariado.

A pesar de lo anterior, el proceso de proletarización creciente no siem-pre fue acompañado de un proceso de inserción en relaciones de producción formales. Por el contrario, la subsunción del modo de producción doméstico y de subsistencia en las relaciones capitalistas de producción, sólo en una pequeña parte de los casos trajo aparejado un proceso de proletarización for-mal. En otras palabras, si bien en parte el sistema salarial se extendió hasta abarcar un gran número de trabajadores en el mundo, la mayor parte de ellos permanece aún dentro del sector no regulado de la economía, como fuerza de trabajo flexible y desprotegida.

Desde otra óptica, Meillasoux (1972) retrató procesos similares al denun-ciar los modos de explotación de la comunidad doméstica por parte del sistema capitalista. En su planteo, el autor llama la atención sobre el hecho de que la “agri-cultura de alimentación” (Meillasoux, 1972: 137) en los países subdesarrollados suele permanecer casi totalmente al margen de la esfera de la producción capita-lista, aun cuando está directa o indirectamente relacionada con la economía de mercado mediante el abastecimiento de mano de obra alimentada en el sector doméstico. De esta manera, el autor sugirió que esas economías de alimentación forman parte de la esfera de la circulación del capitalismo (por cuanto lo proveen de fuerza de trabajo) pero permanecen fuera de la esfera de la producción capita-lista, “por cuanto el capital no se invierte en ellas y porque sus relaciones de pro-ducción son de tipo doméstico y no capitalista” (Meillasoux, 1972: 138). A partir de esta relación que se establece entre dos sectores donde dominan relaciones de producción diferentes (domésticas y capitalistas) es que:

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el imperialismo pone en juego los medios de reproducción de una fuerza de trabajo barata en provecho del capital [dando lugar a un] proceso de reproduc-ción que es, en la fase actual, la causa esencial del subdesarrollo y al mismo tiempo, de la prosperidad del sector capitalista. (Meillasoux, 1972: 87)

De esta forma, el planteo ayuda a comprender por qué resultan falaces los postulados por los cuales se concibe a aquellos sectores donde predo-mina una “economía de alimentación” como formaciones sociales empobre-cidas del capitalismo.

lescano vivía en itá7 con su madre en una “granja” que ésta había establecido en un pedazo de tierra “desocupada”. ella se dedicaba allí a las actividades pro-pias de una granja: era matarife de chanchos y vendía gallinas y huevos. sólo para uso doméstico, plantaban en un pequeño terreno algo de caña y de man-dioca. a los diez años, lescano ya se iba con un señor vecino a trabajar “con la cuchara” revocando o alcanzando baldes de material en algunos “trabajitos” que le iban saliendo a aquél. (Nota de campo sobre conversación con lescano. Plomero paraguayo. Febrero de 2008)

Retomaremos más adelante las palabras de nuestro informante. Por el momento, adelantaremos que en casi la totalidad de los casos relevados, los trabajadores comenzaron a desarrollar sus primeras tareas en la construcción sin contar con ningún tipo de salario indirecto, es decir, percibiendo sólo el equivalente necesario para reproducir su fuerza de trabajo inmediata. Veremos por qué y de qué forma esta modalidad suele ser aceptada por los migrantes durante los primeros períodos de trabajo.

Relaciones de clase y movilidad social en la industria de la construcción argentinaLas condiciones laborales que priman en la industria de la construcción han sido abordadas con distinto grado de profundidad por autores provenientes, en general, de la “Sociología del Trabajo”. Existen asimismo, desde la antropología, algunas aproximaciones etnográficas en la región (Vargas, 2005; Ribeiro, 2006) a las que prestaremos una atención especial. Respecto de los antecedentes de la investigación, debe destacarse el papel central que significaron para nosotros los aportes de Panaia (1990 y 1995) al contribuir a definir las características generales del rubro en términos estructurales. La autora caracterizó la cons-trucción argentina de la siguiente manera:

7 ItáesunalocalidaddeParaguay, en el DepartamentoCentral,ubicadaa35km de Asunción.

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la industria de la construcción puede ser definida como un sector tra-dicional, casi de corte artesanal, donde distintos factores contribuyen a bloquear su modernización, como el peso del estado-empresario, la polí-tica de inversiones públicas y el alejamiento de las fronteras tecnológicas tradicionales. (Panaia, 1990: 135)

Al realizar su investigación, Panaia señalaba que el sector carecía de “instrumentos crediticios aptos y adecuados” para llevar adelante los emprendimientos, con lo cual, y ante la necesidad de efectuar grandes inversiones iniciales, se veía crónicamente afectado por restricciones fuer-tes a su crecimiento real. Estas características, según la autora, serían las que más habrían determinado el carácter de la actividad, configurándola como un sector sujeto a ciclos pronunciados, expuesto a las crisis econó-micas y altamente propenso a estructuraciones específicas del mercado de trabajo, la configuración empresaria y las políticas de gestión de la mano de obra asociadas a ella. El escaso empleo de tecnologías mecanizadas, junto al predominio de procedimientos manuales tradicionales, habrían hecho de la construcción de edificios un “submercado económico” en el que aún “prevalece el uso intensivo de la mano de obra” (Panaia, 1995: 3). Es por ello que, frente a la evidencia del crecimiento notable de la actividad en las últimas décadas, la autora sostiene que el mismo sólo puede explicarse por un incremento de actividades constructivas subterráneas “que escapan a las registraciones oficiales y los mecanismos legales de contratación de la mano de obra” (Panaia, 1990: 137).

Para comprender cabalmente la relación que vincula a la industria con los f lujos migratorios provenientes del Paraguay, recuperaremos el análisis de Bruno (2008), quien estimó que la inserción laboral de cuatro de cada diez trabajadores paraguayos varones que migran hacia la Argen-tina tiene lugar en la industria de la construcción de la Ciudad de Buenos Aires y su Área Metropolitana. Esta situación adquiere mayor significa-ción aun si se la contrasta con la participación nativa en el sector. De acuerdo con el autor, sólo uno de cada diez argentinos nativos trabaja en una obra (Bruno, 2008).

Siguiendo a Maguid (2001), la tendencia de los migrantes limítrofes a insertarse en la industria de la construcción vendría insinuándose ya desde la década de 1960. De acuerdo con la autora, el fenómeno habría respondido a un proceso de “inserción selectiva” de los migrantes en un mercado flexible y desventajoso en cuanto a salarios y condiciones de empleo. Un acercamiento etnográfico más reciente (Vargas, 2005) permite relativizar en parte el alcance de la “inserción selectiva” del migrante en los escalafones peor pagados, de

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menor calificación y de mayor vulnerabilidad en la industria. Vargas entiende que, en los últimos años, dicha “inserción selectiva” habría comenzado a dar lugar a un “proceso de segmentación etno-nacional vertical” (Vargas, 2005: 27), por el cual los trabajadores provenientes de países limítrofes ya no cubri-rían solamente los estratos ocupacionales más bajos de una obra sino, cada vez más, todas sus jerarquías.

Yo empecé con una empresa cordobesa […] pasé por la obra y pregunté si necesitaban ayudante […] me dijeron que sí y empecé a laburar. a la semana me pidieron documento y le dije que no tenía. tenía diecisiete años. Y […] cuando eso […] te exigían mucho papeleo, ¿viste? […] y enton-ces costaba mucho […] no te daban […] yo después […] yo después de diez años […] yo estuve acá diez años sin documento […] y así […] y empecé a laburar con ellos […] y cuando cobré la primera quincena me compré herramientas […] martillo, tenaza, clavera, metro […] sí […] y después de las cinco, seis de la tarde […] me sentaba a mirar los planos […] no enten-día un carajo […] pero fui aprendiendo. (entrevista a escobar, contratista paraguayo, julio de 2008)

A pesar de que resulta dif ícil negar la existencia de procesos de movili-dad social ascendente entre los migrantes dentro de la industria, en general, estos procesos se revelan sumamente incipientes. La evidencia de un rubro donde existen migrantes con cargos de capataces o roles de contratistas habla más, a nuestro entender, de una especialización laboral que éstos han ido desarrollando a través de la experiencia histórica de trabajo en la socie-dad argentina, antes que de una posibilidad de movilidad social ascendente efectiva y real8. Es innegable la existencia de cargos de jerarquía en la indus-tria que son actualmente ocupados por migrantes limítrofes. Sin embargo, dicha situación no permite hablar aún, a nuestro entender, de una pauta de desmarcación del migrante en el rubro. Lo que queremos decir es que el proceso de “segmentación etno-nacional vertical” descrito por Vargas parece responder más al proceso histórico particular de desempeño labo-ral de los migrantes limítrofes en el rubro, antes que a una transformación positiva de las valoraciones sociales respecto de su fuerza de trabajo. No se trata, a nuestro entender, de un proceso de “apertura social” de la industria hacia el migrante, sino de una tendencia a la “paraguayización” de algunos

8 EstosprocesoscontrastanconlosreferidosporBenencia(1997)paraelcasodeloshorticultoresbolivianosde la periferia bonaerense. El autor demuestra la existencia de procesos de movilidad social ascendente efectiva,deacuerdoconunesquemaqueéldenomina“Escaleraboliviana”yqueilustrasobreunaautono-mía significativamente mayor por parte de los sujetos frente al capital y al trabajo.

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roles en la cadena de mando (capataces) o el sistema de producción (contra-tistas), pero siempre indudablemente en beneficio del capital nativo. Dicho de otra forma, no estaríamos frente a una modificación en la estructura de movilidad social del migrante en el rubro, sino ante un reacomodamiento de los roles en el proceso capitalista de producción, de cuyos beneficios el migrante continúa siendo socialmente excluido.

Estas “cadenas de explotación” o de “búsqueda de rentas sobre el trabajo de otros” pueden concatenarse en cascada y, en mayor o menor medida, estar organizadas hasta reducir a “servidumbre” un amplio con-junto de trabajadores. Las mencionadas constituyen las diversas modalidades de “tercerización de la producción y el trabajo” que mediatizan las relacio-nes laborales y que son asumidas en el ámbito público (político, empresarial y académico) como “trabajo asalariado no registrado”. En sí, involucran un ejército de “obreros supernumerarios”, flexible a los ajustes y coyunturas del ciclo económico, alimentado constantemente por la presión de los desem-pleados urbanos y de las poblaciones rurales migrantes latinoamericanas (Benencia, 2009: 7).

El origen de los trabajadoresEl origen de los actuales trabajadores de la construcción constituye uno de los datos más ricos para caracterizar las trayectorias laborales. En un tra-bajo anterior, analizamos sus proveniencias a la luz de los datos disponibles más recientes (Bruno y Del Águila, 2010). Algunas de las conclusiones a las que arribamos fueron que quienes venían desempeñándose en actividades rurales terminaron absorbidos en gran medida por la construcción, siendo que un tercio de la fuerza de trabajo “constructora” paraguaya en Buenos Aires provenía del agro. Esta proporción informa sobre ese contingente que experimenta no sólo un cambio en el tipo de actividad desarrollada, sino el pasaje a otro modo de insertarse en las relaciones de trabajo, proceso que caracterizamos bajo la noción de proletarización étnica (Del Águila, 2009). Si despejáramos del universo de análisis a aquellos que no poseían trabajo en Paraguay, los trabajadores provenientes del medio rural alcan-zarían el 43% de quienes actualmente trabajan en la construcción (Bruno y Del Águila, 2010: 7).

Si bien es conocido que la procedencia geográfica de los migran-tes en general es sumamente heterogénea (Bruno, 2008), es interesante observar particularmente la información desagregada para el caso de los trabajadores de la construcción. De acuerdo con los procesamientos rea-lizados por Sebastián Bruno, contrastando con el resto de los migrantes,

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los provenientes de Itapúa representan más de un cuarto de la fuerza de trabajo paraguaya en la construcción argentina, “lo que sugiere la existencia de redes específicas de contactos y reclutamiento allí y de funcionamiento de la incorporación de trabajadores a través del ‘paisa-naje’ como garantía de confianza, una vez en Buenos Aires”9 (Bruno y Del Águila, 2010: 8).

El segundo territorio de proveniencia es el Área metropolitana de Asunción, con una proporción ligeramente menor que el resto del universo. La importancia de esa proveniencia radica en su carácter eminentemente urbano, el cual, como referimos, limita las interpretaciones lineales que rela-cionan la construcción con un origen exclusivamente rural. Los departamen-tos de Caazapá y Misiones10 marcan una presencia relativa importante entre los “constructores”, agrupando a casi dos de cada diez trabajadores. Dichos orígenes tienen una importancia mucho menor en el resto, ubicados entre los departamentos menos representados respecto a la procedencia de los migrantes (Bruno y Del Águila, 2010: 8).

“Allá en Bogado11, un año teníamos sembrado todo algodón […] y vino una sequía enorme”. A partir de esto, su padre decidió vender la cosecha, “[…] así, sin levantar” y venir a Buenos Aires. “Ya no tenía sentido seguir en Bogado con la cosecha perdida”. Cuando llegaron, se ubicaron con el tío de Picachu (hermano de la madre) en González Catán, Provincia de Buenos Aires12. Al poco tiempo, los dos consiguieron trabajo como ayudantes en una obra en construcción, “gracias a un paisano de mi viejo de allá, de Bogado”. Así fue que empezaron en la empresa y hace casi diez años que padre e hijo trabajan allí (reconstrucción con base en notas de conversación con “Pica-chu”, obrero paraguayo, 2009).

9 Paraelrestodelosmigrantes,quenotrabajanenlaconstrucción,Itapúarepresentapocomásdeunodecadadiez. Es decir que los trabajadores provenientes de este departamento se encuentran sobrerrepresentados en la industriadelaconstruccióndeBuenosAires.

10 Los departamentos de Itapúa, Caazapá y Misiones poseen una intensa dinámica poblacional con laprovinciaargentinadeMisiones,particularmenteconPosadas,sucapital(Bruno,2008).Sinembargo,elvínculodeestasáreasconBuenosAiresnonecesariamentehaceinterveniraPosadascomonexo,yaqueuna buena parte de las trayectorias territoriales de los migrantes tienen como destino directo el principal conglomeradourbanodeArgentina,esdecir,BuenosAires(Bruno,2008).

11 CoronelJoséFélixBogado(osimplementeCoronelBogado,yantiguamentellamadaKa’iPuente)esunalocali-dad del DepartamentodeItapúa.Estáubicadaa49km de la ciudad de Encarnación, capital del departamento.

12 GonzálezCatánesunalocalidadargentina ubicada en la zona oeste del PartidodeLaMatanza, Provincia deBuenos Aires. Si bien resultaría sumamente interesante profundizar en cuestiones vinculadas a la segregación residencial de los migrantes paraguayos en Buenos Aires, por cuestiones de extensión,nonosseráposiblehacerlo.Parael lector interesadoenestascuestiones,sugerimos la lecturade lostrabajosdeGabrielaMera(2011).

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Para qué, entre quiénes y cómo se produce en la industria de la construcción argentinaRetomando a Panaia (1990: 139), la industria de la construcción se carac-teriza por exigir un margen de autonomía relativamente alto por parte de los trabajadores para que el proceso de trabajo en grupo se integre y pueda funcionar como un equipo que economiza, en cuanto a la tarea grupal, el tiempo de cada actividad parcial. De acuerdo con la autora, este principio de autonomía resulta indispensable, ya que:

aquí el rendimiento del equipo depende del funcionamiento global y no de una suma de rendimientos individuales. de allí que el saber obrero valo-rado en el mercado no depende solamente de sus conocimientos prácticos y técnicos, sino de su capacidad de integración grupal. (Panaia, 1990: 139)

Esta situación contrasta claramente con el modo en que se concibe el trabajo en el entorno rural. El objetivo claro que persigue el proceso productivo en la industria es el máximo de productividad, al máximo ren-dimiento y en el menor tiempo posible. Los trabajadores ya no acompa-ñan un ciclo “natural” como en la producción agrícola, sino que ahora la explotación de su fuerza de trabajo se convierte en la medida misma de la producción. Por otra parte, el desempeño en las obras también se diferencia de la lógica campesina, por la cual el trabajo ideal suele ser considerado aquel que se realiza en el marco del núcleo doméstico. Ya no se produce dentro del núcleo familiar. El proceso de producción en una obra suele demandar fuerza de trabajo “libre”, en el sentido de que es preferible que el trabajador no posea ataduras sociales de ningún tipo (que puedan dar lugar a licencias familiares o por estudios) que, llegado el caso, ante la urgencia por terminar una tarea, le impidan responder a los requerimientos del trabajo. Lo anterior se vincula a ciertas características particulares del desarrollo de la organización del proceso productivo en la construcción que hacen sumamente usual el hecho de que los trabajado-res deban someterse a extensiones habituales de la jornada de trabajo, ya sea a causa de que no pueda cortarse el “llenado” de una losa de hormigón (puesto que el material se echa a perder si no se lo vuelca a tiempo) o de que un camión de hierro se retrasó y debe esperársele para ingresar los materiales a la obra, entre otras posibles circunstancias. Por lo anterior, puede presumirse que un joven migrante recién llegado a Buenos Aires, quien aún no posee obligaciones familiares ni compromisos que aten-der, está en mejores condiciones de responder de forma efectiva a dichos requerimientos que un trabajador nativo de la misma edad.

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En el relato de los jóvenes migrantes, estas situaciones de sobreex-tensión de la jornada laboral suelen aparecer como “deseables”, en razón de cierta primacía del “fetichismo del salario” (Ribeiro, 2006: 99), por la que la sobreextensión de la jornada de trabajo es pensada como una “oportuni-dad para hacer más horas y ganar más dinero”. En estas circunstancias, por primera vez en la vida de estos sujetos surge la posibilidad de la “autoex-plotación” como dimensión estructurante de su racionalidad económica. Comienza a internalizarse así la idea del “salario por horas”, completamente ajena a los sujetos en el entorno rural de origen.

Ven que el vecino se compró una moto, por ejemplo, entonces dicen: “Me voy a Buenos aires, trabajo un año, duermo en la obra, no gasto nada, hago una diferencia, vuelvo y me compro una moto”. [Pero afirma que ese proyecto rara vez se concreta]: […] después de un mes, un compañero les dice: “Vení, vamos a bailar”, y ahí ya le toman el gusto a la joda y se gastan todo […] hay gente que vos les das 200 pesos un sábado y llega el lunes y no tienen nada. (entrevista a escobar, contratista paraguayo, julio de 2008)

En el mismo sentido, debe considerarse aquello que tiene que ver con la ausencia momentánea de la esfera doméstica de los jóvenes migrantes, en cuanto ámbito de reproducción de su fuerza de trabajo. En estas circunstan-cias, la ausencia de la esfera doméstica es aprovechada por el empresariado para disponer de forma más eficaz de la capacidad laboral del trabajador migrante. Un ejemplo concreto de esto es el alojamiento de trabajadores en la obra, hecho que, como mostró Ribeiro (2006), se instituye en una exten-sión de la lógica empresarial, al organizar en forma oculta la subordinación de los tiempos libres (o de reproducción de la fuerza de trabajo) de los obre-ros a la esfera productiva.

le dicen a la gente que venga a trabajar, que les pagan 15 pesos por día, en guaraníes, pero que les dan la comida y el alojamiento. después, les tiran unos colchones finitos como un papel y van al supermercado y les compran esos huesos, esos que la gente compra para los perros, lo que nadie quiere, y eso les dan […] yo no, a mí no me gusta, yo prefiero pagarles 35 por día y que cada uno coma lo que quiera. (entrevista a escobar, contratista para-guayo, julio de 2008)

Con respecto a las condiciones de trabajo, podemos presumir que el grado de ocurrencia de accidentes de trabajo de los migrantes es bastante superior a la media de siniestralidad laboral entre nativos. Y esto porque los accidentes de trabajo son hechos multicausados, que siempre se vinculan a

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la calificación del personal y a la inversión que se hace en éste como recurso humano. Es de presumir entonces que, ante una mayor precariedad en las relaciones sociales de producción (trabajo no registrado, informalidad, etc.), la situación del trabajador migrante es de mayor vulnerabilidad, ante posibles siniestros y/o condiciones de trabajo perniciosas13. En Argentina, la Ley de Higiene y Seguridad Nacional Nº 19.587 exige el asesoramiento y la capaci-tación de los trabajadores en relación con los riesgos a los que se encuentran expuestos, y con los modos eficaces para atenuarlos o eliminarlos.

el idioma14 es un pequeño, un pequeño inconveniente, grave inconveniente […] porque el ciudadano paraguayo, la manera de comunicarse es neta-mente en guaraní, en un porcentaje altísimo […] y más todavía si viene del campo […] entonces, integrarse prontamente a esta gran ciudad le resulta difícil […] el idioma, las características de vida muy diferentes […] para […] en ese sentido […] por suerte, por ser muy trabajador el paraguayo en forma pronta lo aceptan […]. (entrevista a ángel, miembro de una organización social paraguaya de Buenos aires y antiguo trabajador de la construcción, febrero de 2011)

conclusionesPara un porcentaje importante de la población rural paraguaya no resulta posible convertirse en trabajadores asalariados dentro de Paraguay, por lo que, ante diferentes situaciones, la emigración hacia el exterior aparece como la mejor alternativa posible. Es así como el proceso migratorio se torna condición de posibilidad del proceso de proletarización. Sin embargo, y aunque no pudimos extendernos en ello, quisimos demostrar que la pro-letarización en la industria de la construcción argentina dista de ser una incorporación al mercado de trabajo formal. Por el contrario, la situación en que se encuentra la mayor parte de estos migrantes sigue estando signada por una gran vulnerabilidad.

El otro aspecto que quisimos destacar tiene que ver con la reestruc-turación que experimenta la racionalidad económica de los actores en el

13 EnArgentina,laSuperintendenciadeRiesgosdeTrabajo(SRT)eselorganismoestatalencargadodecontrolar y registrar las condiciones de trabajo. Si bien dicho organismo presenta informes anual-mente, aún no se cuenta con datos que relacionen la siniestralidad laboral con la nacionalidad del trabajador. Es por esto que optamos por presentar nuestro argumento como una presunción, ante la ausencia de datos específicos que lo avalen.

14 Tantolascapacitacionesenprevencióndeaccidentesdetrabajocomolaparticipaciónenlavidasindicalpuedenverseafectadasporelhechodenocomprenderlostrabajadoreselidiomaenquesetransmitenlos mensajes. Esta situación no debe ser soslayada, si se considera que una gran parte de los trabajado-resprovienedelocalidadesdondesueleprimarlacomunicaciónmonolingüeenguaraní.

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nuevo ámbito laboral. Al ingresar en la gran industria, el habitus económico se reelabora de forma paralela a la identidad étnica, y éste parece ser el motivo por el cual se tiende a organizar el trabajo alrededor de patrones basados en la confianza existente entre los trabajadores.

Yo con la gente mía no me considero un patrón para ellos […] yo me considero un obrero más, y punto […] eh […] ahora sí, ahora por lo menos ya no laburo más […] antes laburaba a la par de la gente […] ahora, por lo que no tengo tiempo, viste […] ahora […] yendo de un lado a otro no […] no puedo laburar, ¿viste? (entrevista a escobar, contratista paraguayo, julio de 2008)

Como demuestran las palabras de nuestro informante, aun cuando puede pensarse que él se encuentra en otra posición respecto de sus connacionales frente al proceso productivo (hasta el punto de tener la capacidad de explotar el trabajo de éstos), las características que étnicamente los vinculan pue-den llegar a disimular las asimetrías. Es así que las redes sociales de paisanaje muchas veces actúan, de manera subrepticia, en beneficio de la producción. Como señala Vargas:

la industria de la construcción produce a la nacionalidad como una forma de expresión de identidad étnica, es decir, como un modo de orga-nizar las diferencias a través de la adscripción a valores y prácticas con-siderados básicos que, actualizadas en el contexto laboral, coadyuvan al sostenimiento de una forma específica de dominación y explotación. (Vargas, 2005: 104)

La capacidad humana de asociarse simbólica y materialmente a través de valores étnicos comunes (que en las comunidades funcionaban como garantes de las solidaridades y de la reproducción social) es aprovechada y organizada ahora en beneficio del proceso productivo.

Cuando le preguntamos a Lezcano acerca de cómo veía a los jóvenes paraguayos que vienen a trabajar en las obras, me respondió: “Son sapo de otro pozo, ni saben agarrar una pala”, al hacer referencia a su origen rural. Afirma que la mayoría se inserta en la construcción porque “es el mercado más fácil de adaptarse”, ya que tanto el trabajo del campo como el de la obra comparten el hecho de ser trabajo duro (reconstrucción de entrevista a Lezcano, plomero paraguayo, febrero de 2008).

Al igual que en las ayudas mutuas de trabajo en los entornos rurales, en las obras en construcción resulta usual que un trabajador “cubra” el tra-bajo de otro ante una urgencia, o ante la necesidad de éste de ausentarse por algún motivo. Pero en este caso, el principal beneficiario de la solidaridad

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del grupo ya no es la comunidad, sino el proceso productivo capitalista. En este sentido, proponemos considerar la etnicidad de los trabajadores rura-les como una dimensión más del plusvalor que se extrae de su trabajo, como un componente simbólico de su fuerza de trabajo que también es aprove-chado y organizado en beneficio de la producción. Los favores, las solidari-dades y, en términos generales, la cooperación que despliegan los trabaja-dores se asientan en cosmovisiones que los hermanan en términos étnico--nacionales. Si bien estos lazos étnicos son también una construcción (que carece en muchos casos de sustento real), son culturalmente interpretados como lazos reales. De ahí que la cooperación que desarrolla un “grupo de trabajo étnico” resulte superior a la que puede desplegar un conjunto de trabajadores no vinculados “humanamente” entre sí. En forma conjunta, las condiciones de trabajo a las que se expone el migrante (desinversión en él en cuanto recurso humano, subordinación de la esfera de la repro-ducción de la fuerza de trabajo a la esfera de la producción al pernoctar en las obras, trabajo “en negro”, dessindicalización, entre otras), junto con el aprovechamiento de su identidad étnica (favores, confianza, trabajo duro, entre otros), dan lugar a ciertas condiciones particulares que configuran la sobreexplotación15 de su trabajo. La etnicidad, así reconstruida y reinventada en el contexto de la migración, se convierte en un componente más de su fuerza de trabajo y, como tal, es aprovechada y organizada en función del proceso productivo capitalista. .

15 EstaideacorrespondealoqueSebastiánBruno(2008)denominó“plusvaloroplusvalíaétnica”.

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Artículorecibido:1ºdeabrilde2013,aceptado:3deseptiembrede2013,modificado:16deseptiembrede2013

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* EstetrabajofuefinanciadoporelproyectoPICTOUNJU00128.UniversidadNacionaldeJujuy(Argentina).** LicenciadaenAntropologíade laUniversidadNacionalde Jujuy (UNJu).BecariadoctoraldeConiceten la

FacultaddeCienciasEconómicas-UNJu,Argentina.*** MagísterenTeoríayMetodologíadelasCienciasSocialesdelaUNJu,Argentina.****DoctoraenEconomía,UniversidaddeBuenosAires,Argentina.

L A F ER i A Bi nAciOnA L DE cA M éLi DOS y L A S i nSTiT UciOn ES DEL DESA R ROLLO* natiV idad gonZ ÁleZ**[email protected] Nacional de Jujuy (UNJu), Argentina

liliana Bergesio*** [email protected] Universidad Nacional de Jujuy (UNJu), Argentina

laur a goloVaneVskY****[email protected] Universidad Nacional de Jujuy (UNJu), Argentina

R e s u m e n Este trabajo propone reflexionar sobre la Feria

Binacional de Camélidos, organizada en la frontera entre Jujuy

(Argentina) y Potosí (Bolivia) por instituciones locales, cuyo

objetivo era promover la integración socioeconómica de la región

y promocionar la ganadería de camélidos. Recuperando las

conceptualizaciones de desarrollo puestas en juego por los diferentes

actores, así como sus posicionamientos políticos, se busca mostrar

cómo la falta de definiciones y la diversidad de intereses pueden

dificultar la concreción de los objetivos.

P a l a b r a s c l a v e :

Desarrollo, ganadería de camélidos, feria campesina, frontera, puna.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.09

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ThE BI-NATIONAL CAMELID FAIR AND DEVELOPMENT INSTITUTIONS

abstract This article is a reflection on the Binational Camelid Fair organized by local institutions

in the border towns of Jujuy (Argentina) and Potosí (Bolivia) with the aim of encouraging social and

economic integration in the region and promoting camelid husbandry. By recording the views the

different actors hold concerning development and politics we seek to show how a lack of clearly

defined views and a multiplicity of interests can complicate the process of defining goals.

Key WOrds:

Development, camelid husbandry, rural fair, border, puna.

A FEIRA BINACIONAL DE CAMELÍDEOS E AS INSTITUIÇõES DO DESENVOLVIMENTO

resUMO Este trabalho propõe refletir sobre a Feira Binacional de Camelídeos, organizada na

fronteira entre Jujuy (Argentina) e Potosí (Bolívia) por instituições locais, cujo objetivo era

promover a integração socioeconômica da região e promover a criação de camelídeos. Ao

recuperar as conceitualizações de desenvolvimento postas em jogo pelos diferentes atores, assim

como seus posicionamentos políticos, busca-se mostrar como a falta de definições e a diversidade

de interesses podem dificultar a concreção dos objetivos.

Palavras-chave:

Desenvolvimento, criação de camelídeos, feira camponesa, fronteira, puna.

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L A F ER i A Bi nAciOnA L DE cA M éLi DOS y L A S i nSTiT UciOn ES DEL DESA R ROLLO

n a t i V i d a d g o n Z Á l e Z l i l i a n a B e r g e s i o l a u r a g o l o V a n e V s k Y

in TRODUcc ión

e n un sector del altiplano andino se desarrollaron entre 2003 y 2009 cinco ediciones de la Feria Binacional de camé-lidos (FBc, de aquí en adelante), evento destinado a intercam-biar experiencias, saberes y recursos relacionados con la produc-ción de fibra de llama en la zona fronteriza de cusi cusi (Jujuy, argentina) y san antonio de esmoruco (sud lípez, Potosí, Boli-

via). en la Feria confluyeron organizaciones de productores con instituciones de diversos niveles orientadas al desarrollo. Por ello resulta un lugar privilegiado para el análisis conjunto de la población-objetivo de los programas y las miradas institucionales sobre el desarrollo, en el contexto de una relación transfronteriza. en este sentido, el presente trabajo se propone aportar a la discusión general sobre el desarrollo a partir de una experiencia local concreta como la FBc1.

La Feria reunía la promoción de objetivos políticos y económicos (encua-drados en una visión de desarrollo), conjuntamente con la puesta en valor de un proceso productivo de pequeña escala. Así, actores locales (productores e instituciones de gobierno) confluyeron en un proceso que convocaba, por su emplazamiento en la frontera, a actores nacionales y provinciales ligados a la promoción productiva, la comercialización y estatutos legales de ambos países.

Los pequeños productores de fibra de llama en el noroeste argentino son emergentes de un largo y complejo proceso socioeconómico que los fue acorra-lando en áreas inhóspitas y segregando de los ámbitos donde se toman las deci-siones políticas y financieras. Como tejido económico, se caracterizan por ser un grupo heterogéneo que realiza actividades económicas en pequeña escala, en una amplia gama de emprendimientos. Quienes hoy comercializan la fibra de llama estuvieron históricamente articulados alrededor de un acopiador privado que la

1 LainformaciónanalizadaprovienedeentrevistasydocumentosdelaorganizacióndelaFeria,aunqueningunadelasautoraspudoparticiparenella.Esporesoquenosepresentandescripcionesdecarácteretnográfico.

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compraba a precios bajos (que él mismo fijaba), con escaso valor agregado (sucia y sin clasificar). Este ganado estaba circunscripto a los lugares más altos y lejanos, lo que aumentaba la dependencia frente a los acopiadores, que compraban en el lugar, funcionando también como transportistas. Frente a esta situación, algunos gana-deros se organizaron para acopiar fibra y venderla directamente a la industria textil.

En este contexto, necesidades como la mejora genética, el intercambio de experiencias y los acuerdos entre los productores propiciaron la creación de la FBC, que reunió, en sus cinco ediciones, productores de las áreas de Sud Lípez (Potosí, Bolivia), Rinconada y Santa Catalina (Jujuy, Argentina)2. Así, se buscaba generar cambios que favorecieran el desarrollo de esta actividad pro-ductiva y posibilitaran el aprovechamiento de las oportunidades del mercado, aunque la iniciativa encontró dificultades en el sistema de control sanitario (principalmente de Argentina) y en las definiciones políticas que requería.

En este trabajo proponemos analizar la experiencia de la Feria, recupe-rando las conceptualizaciones de desarrollo puestas en juego por los diferentes actores involucrados en ella, así como sus posicionamientos políticos (explíci-tos e implícitos), develando continuidades, complementariedades y rupturas que permiten problematizar, para este caso, las posibilidades y limitaciones de la cooperación transfronteriza.

Para ello, en primer lugar se revisan las nociones de desarrollo y de coope-ración transfronteriza; a continuación se presenta el caso de la Feria Binacional de Camélidos, comenzando por su contextualización espacial –la Puna–, relatando luego las diferentes ediciones y los actores involucrados, para finalmente discutir las definiciones de desarrollo puestas en juego y las conclusiones a las que se arriba.

La noción de desarrolloEl desarrollo es un concepto que, aunque originado en las ciencias biológicas en referencia a “los cambios entre estados sucesivos de un ser, proceso en el cual cada uno de esos estados es más complejo que el anterior” (Schweitzer, 2008: 202), ha recorrido un largo y bifurcado camino en las ciencias sociales. No existe una única definición de desarrollo, puesto que se trata de una cons-trucción social e histórica, y, por ende, dinámica (Isla y Colmegna, 2007). El desarrollo “es la utopía social por excelencia” (Boisier, 1999: 7), de tal manera que es inalcanzable. Así, cada vez que algún grupo social se acerca a lo que sería su noción de “desarrollo”, sus metas cambian, lo que deviene en la constante búsqueda de mejorías y avances.

2 Véasemásadelantelafigura1.Sucarácterbinacionalsebasó,enbuenamedida,enlaexistenciaderelacioneseintercambioscontinuos,ydelargadata,enloquehistóricamentefuelazonadeLípez.

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El término adquiere legitimidad política en 1949, cuando es utilizado por el presidente norteamericano Harry Truman, en el discurso inaugural de su mandato, para hacer referencia a regiones del planeta consideras atrasadas. Luego de esto, los términos desarrollo y subdesarrollo comenzaron a ser utili-zados especialmente por los organismos internacionales para aludir a las dife-rencias socioeconómicas entre los países más ricos y los más pobres (Valcárcel, 2006). También se incorporó la expresión “países en vías de desarrollo”, subra-yando el carácter procesual que se le adjudicaba.

La noción de desarrollo fue abordada desde distintas vertientes teóricas, con diversas implicancias prácticas3. Comenzando por la teoría de la modernización (Nurske, 1953; Lewis, 1955), y siguiendo por las cinco etapas del desarrollo de Rostow (1960), se arriba a la teoría de la dependencia, con sus críticas a la visión unilineal y etnocentrista del desarrollo. La teoría dependentista resalta en sus dos vertientes –la estructuralista de Cepal, encabezada por Raúl Prébisch y Celso Furtado, y la neomarxista, que hunde sus raíces en el propio Marx, Hilferding, Luxemburgo y Lenin, para expresarse luego en las voces de Baran (1957), Frank (1966), Amin (1970) y Dos Santos (1970), entre otros– la división internacional del trabajo, el rol del Estado para planificar el desarrollo y la funcionalidad del subdesarrollo (la periferia) para la acumulación de capital en los países centrales.

Como consecuencia de la toma de conciencia sobre el cambio climático surgen enfoques del desarrollo que enfatizan la mirada ambiental. El ecodesa-rrollo, el otro desarrollo, el desarrollo sostenido, el desarrollo sustentable, si bien no son idénticos, tienen muchos rasgos en común: cuestionan la actual sociedad de consumo y el despilfarro de recursos que la misma implica; subra-yan la importancia de satisfacer las necesidades de toda la población, erra-dicando la pobreza y procurando la equidad; reconocen la importancia de la dimensión cultural y territorial, por lo cual no puede hablarse de un patrón universal de desarrollo; enfatizan la preservación de los recursos y el reconoci-miento de los límites ecológicos, incorporando la preocupación por las genera-ciones venideras (Sachs, 1974; Brundtland, 1987).

Este conjunto de miradas ambientales es seguido por otro grupo de enfo-ques basados en el desarrollo humano. El enfoque de las necesidades básicas de Streeten (1981), el desarrollo a escala humana (Max-Neef, Elizalde y Hopen-hayn, 1986), el enfoque de las capacidades de Sen (1981 y 1999) y el desarrollo humano (PNUD, 1990) apuntan a los seres humanos como objetivo central del

3 Sonnumerosos losescritosdedicadosal temadeldesarrollo,por locualoptamospor líneaspionerasyargumentacionesquehanestructuradodefinicionesmásalládelanálisisdecasoyson,además,pertinentesal objetivo del presente escrito.

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desarrollo, que abarca tanto las usualmente reconocidas necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud, educación y acceso al agua potable, como otras que involucran el transporte, el empleo y el acceso a un entorno saludable y humano. El desarrollo excede en mucho lo meramente económico, e incluye dimensiones sociales, políticas y culturales, donde la coherencia, la participa-ción y la expansión de las libertades humanas tienen un rol central.

Nos centramos ahora en los enfoques que aparecen como más pertinentes para el tema que nos ocupa, que son aquellos vinculados a la dimensión territo-rial del desarrollo. ¿Cómo pensar el desarrollo para una pequeña comunidad de una región marginal y aislada dentro de una provincia pobre en el marco de un país subdesarrollado? En este sentido, cobra relevancia la teoría del desarrollo endógeno. Aparecida hacia fines de la década de 1980, puede verse como la con-junción de dos líneas de investigación: una que se proponía lograr un enfoque apto para lograr el desarrollo de regiones y localidades con algún grado de atraso relativo, y otra que surge de analizar procesos de desarrollo industrial endógeno en algunas localidades y regiones del sur europeo (Vázquez Barquero, 2007). Este nuevo enfoque resulta a su vez fortalecido por los escritos sobre la especializa-ción flexible (encabezados por Piore y Sabel, 1984), la incorporación de la noción de redes en el estudio de los territorios (redes de empresas y redes de actores) y la importancia asignada a los aspectos institucionales y socioculturales en los procesos de desarrollo (North, 1981; Vázquez Barquero, 2007).

La teoría del desarrollo endógeno estudia las diversas formas en que se produce la acumulación de capital. Las decisiones de las empresas son centra-les y dependen en buena medida de las capacidades y recursos del territorio donde cada empresa se localiza, por lo que la perspectiva territorial se inserta en la base de este enfoque. Importan además mecanismos tales como la orga-nización de los sistemas de producción, la forma en que se diseminan las innovaciones, y el funcionamiento institucional. Así, la organización social e institucional del territorio adquiere un rol crucial, por lo que la sociedad civil tiene un papel protagónico en la definición de lo que considera su futuro (Vás-quez Barquero, 2007). El caso de la FBC parece, por tanto, un ejemplo apro-piado para estudiar este tipo de enfoques de desarrollo.

Para hablar de desarrollo endógeno tiene que haber capacidad para trans-formar el sistema socioeconómico y reaccionar ante los desaf íos externos, y la sociedad debe estar apta para aprender, siendo la habilidad para innovar en el ámbito local el rasgo central de este enfoque (Garófoli, 1995). Para que se pueda generar un proceso de desarrollo endógeno se requiere un sistema territorial con un elevado stock de capital tanto intangible como sinergético, y se observarán cuatro planos entrecruzados: el plano político (capacidad de diseñar y ejecutar

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políticas de desarrollo y capacidad de negociar), el plano económico (apropiación y reinversión regional de parte del excedente, para aplicarlo a la diversificación de la economía regional y asegurar su sustentabilidad en el largo plazo), el plano científico y tecnológico (capacidad para generar impulsos tecnológicos de cam-bio que puedan provocar modificaciones cualitativas) y el plano de la cultura (capacidad para generar una identidad socioterritorial) (Boisier, 2005).

Así, en el campo del desarrollo económico actualmente se reconoce la importancia de la localización y del territorio en los procesos que involucran tanto acumulación de capital como innovación tecnológica y formación de capi-tal social (Soto Uribe, 2006). El territorio ha pasado a ser, a diferencia de en los enfoques anteriores, un elemento explicativo de carácter central para entender los procesos de desarrollo (Soto Uribe, 2006). Podemos hablar entonces de desa-rrollo territorial, y dentro de él, de desarrollo local y desarrollo territorial rural.

Para profundizar en un enfoque de desarrollo territorial se debe recono-cer que el espacio no es sólo una cuestión geográfica, sino el ámbito en el cual se dirimen conflictos entre grupos sociales, cada uno de los cuales tiene a su vez su propia historia y su propia identidad. Por lo tanto, el territorio “expresa y es resultado de relaciones entre grupos sociales presentes en un espacio geográ-fico concreto y en un tiempo determinado” (Schweitzer, 2008: 202). Partiendo de esta noción de territorio, el desarrollo territorial sería aquel que permitiría mejorar las condiciones de reproducción de las sociedades de una determinada región, de manera sustentable, dando prioridad a los actores locales por sobre los externos (Schweitzer, 2009).

El desarrollo local, por su parte, se puede definir como un “proceso soste-nible de crecimiento económico y cambio estructural en el que las comunida-des locales están comprometidas por su interés en aumentar el empleo, reducir la pobreza, mejorar el nivel de vida de la población y satisfacer las necesidades y demandas de los ciudadanos” (Vázquez Barquero, 2005: xii). Pese a su énfasis en los factores internos, no se puede dejar de lado la realidad más amplia y compleja en la cual estas sociedades se insertan y con la cual interactúan. Pero el concepto de desarrollo local puede ser aplicado a asentamientos humanos de diferente escala, incluso pequeñas unidades territoriales, siempre con el obje-tivo de promover una mejor calidad de vida de la población (Buarque, 1999). La diferencia entre desarrollo territorial y desarrollo local, pues ambos apuntan a sociedades de pequeña escala, estaría en que el primero se focaliza en la dimen-sión espacial que toman las acciones, y el segundo, en su dimensión relacional.

Algunos puntos importantes para señalar en torno al desarrollo local serían el rol de la voluntad y capacidad de los actores locales, la valorización de las potencialidades locales, la importancia de las empresas pequeñas y media-

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nas, la capacidad de integrar las iniciativas empresariales y de dar lugar a la inte-racción entre lo local, lo nacional y lo internacional. Si bien algunas corrientes puntualizan que se trata de un proceso endógeno de cambio estructural, hay que destacar que todo proceso de desarrollo constituye –o debería constituir–, por definición, un proceso endógeno, ya que su concepción, diseño, implemen-tación y seguimiento deberían ser sólo competencia de la comunidad o actores directamente involucrados en el mismo (Boisier, 2005).

El desarrollo territorial rural se define como “un proceso de transforma-ción productiva e institucional de un espacio rural determinado, cuyo fin es reducir la pobreza rural” (Schejtman y Berdegué, 2004: 30). La transformación productiva se propone lograr una articulación entre la economía de un terri-torio determinado y la de mercados dinámicos, siempre de manera ecológica-mente sustentable, que redunda, en general, en cambios en la organización del empleo y de la producción en un área rural dada. Los cambios institucionales, por su parte, implican incentivar la cooperación de los actores locales entre sí y también con los agentes externos que resulten relevantes, modificando las reglas que suponen seguir excluyendo a los más pobres de los beneficios aca-rreados por la transformación productiva (Schejtman y Berdegué, 2004: 30).

En este sentido, el caso de la FBC resulta paradigmático, puesto que, además de ser un ejemplo de un espacio de escaso dinamismo económico, le agrega a ello su carácter binacional, llevando la noción de desarrollo a superar las barreras de una pequeña región, pero no por una macrorregión sino por una microrregión atravesada por un límite político, contextos en los cuales resulta relevante problematizar las posibilidades de cooperación transfronteriza. Éstas son algunas particularidades del caso por las que vale la pena explorarlo más en profundidad.

La cooperación transfronterizaEl sistema de cooperación internacional también tiene como punto de par-tida el discurso de Harry Truman sobre el desarrollo (Barroso Hoffmann, 2011), cuando los países autoidentificados como tales –Estados Unidos y las naciones europeas– crearon mecanismos institucionales –entonces bilate-rales– de transferencia de capital (sobre todo dinero, y también recursos técnicos) hacia regiones o países objeto de esos planes de desarrollo, como América Latina y África4.

4 Una nutrida discusión sobre la definición de la población objetivo de los programas de cooperación se suscitó cuandolacooperaciónnoruegahaciapueblosindígenasavalóprogramascontralapobrezaenBotsuanaconlospueblosSan,instaurándoseladiscusiónsobreladistinciónentrepobreseindígenas(BarrosoHoffmann,2011).

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Los mecanismos de cooperación adquirieron así importancia política, pues el apoyo económico (donaciones, créditos o subsidios) se supeditaba a la realización de acciones dirigidas por el país donante, además del posible capital político que tales acciones podrían representar en los países receptores (Barroso Hoffmann, 2011). Quienes ligan el desarrollo sustentable con la cooperación transfronteriza afirman que “la cooperación internacional desempeña un papel fundamental en la construcción de un escenario global de justicia ambiental y social” (Marcellesi y Palacios, 2008: 1), pues los impactos antrópicos sobre el ambiente, en distintas escalas, tienen consecuencias transfronterizas.

En relación con la cooperación transfronteriza, sus premisas se basan en la ubicación de los actores y procesos en contextos fronterizos y en la adecua-ción (o creación) de marcos normativos especialmente diseñados para instan-cias de articulación entre estados nacionales o subnacionales (Ferrero, 2005; Rhi Sausi y Oddone, 2010). La integración toma relevancia en este caso, puesto que se postula como una respuesta institucional ante situaciones sociales o eco-nómicas críticas. Tal visión postula que “Las fronteras deben convertirse en motores del desarrollo y de integración saldando así una deuda histórica de marginación y zonas de conflicto”5.

En los procesos de integración se distinguen la integración desde “abajo hacia arriba” (low politics), y su contrario, desde “arriba hacia abajo” (high poli-tics), como partes complementarias y necesarias para la realización del proyecto integracionista (CeSPI, 2011: 3), definidas por los ámbitos donde se toman las decisiones que posibilitan la integración.

Según una lista presentada por el Centro de Estudios de Política Internacio-nal (CeSPI, por su sigla en italiano), los procesos fronterizos que presentan cla-ras condiciones para la integración serían aquellos que poseen cierta relevancia económica (por estar contiguos f ísicamente o por integrar corredores productivos o comerciales), política, social (por colaborar con la inclusión y cohesión social), cultural (cuando existe una identidad compartida, como sería el caso que nos ocupa) o ambiental (cuando la existencia de bienes públicos de afectación regional requiere su gestión conjunta); aquellos donde haya voluntad política de priorizar la interacción binacional o trinacional, según el caso, en el ámbito nacional, o de los gobiernos locales; donde existan procesos endógenos por los cuales las relaciones transfronterizas se asienten en lazos familiares o de cooperación autónoma en el campo económico, social, ambiental o cultural, y también áreas fronterizas que hayan tenido experiencias anteriores de proyectos de cooperación transfronteriza.

5 En:3erítemDeclaracióndeCiudaddelEste“CooperaciónTransfronterizaparalaIntegraciónRegional”delMer-cosur,citadoporRhiSausiyOddone(2010:21).

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La PunaLa puna jujeña es parte del altiplano andino, donde el clima árido y frío y la gran altitud general condicionan las posibilidades de subsistencia. En este contexto, la actividad más importante fue históricamente la ganadería, puesto que permitió el sustento de grupos humanos por varios milenios, en un sistema productivo disperso y con gran movilidad (Madrazo, 1981; Niel-sen, 1997-1998). El ganado tiene la ventaja de ofrecer múltiples usos para la economía rural: el consumo de carne (fresca o elaborada para conservarse como charqui), la lana, el transporte, los cueros, el guano (que sirve como combustible)6, obtención de dinero mediante su venta y su uso en trueque para obtener otros productos extrarregionales.

El paisaje está conformado por valles entre altos cerros (que superan los 5000 metros), los ríos forman cuencas endorreicas o son parte de la cuenca del río Grande de San Juan (parte, a su vez, de la alta cuenca del río Pilcomayo). Las precipitaciones se concentran entre diciembre y marzo, época en la cual la zona queda aislada, debido a la poca absorción de los suelos y a las fuertes pendien-tes, que provocan inundaciones y ríos caudalosos. En esta área se encuentra la alta cuenca del río Grande de San Juan, que tiene una importancia crucial en términos productivos (por la disponibilidad de agua), culturales (por su iden-tificación como hito en el paisaje) y políticos (marca el límite entre Bolivia y Argentina) (González, en prensa).

En términos históricos, no se conoce mucho de lo acaecido en esta área, debido a la ausencia de investigaciones específicas, y por ser una región limí-trofe que ha escapado, hasta épocas recientes, al control efectivo del Estado7, tanto argentino como boliviano; ya que el límite actual se definió en 1925 y se hizo efectivo recién pasada la mitad del siglo XX (González, 2012b). Esta por-ción del territorio se encuentra débilmente conectada con el resto de la provin-cia de Jujuy o con el departamento de Potosí, en el caso de Sud Lípez.

En este contexto, la ganadería de camélidos es una actividad económica central para la región. Las llamas han servido históricamente para proveer de carne, cuero, lana y, lo que es más importante, transporte, para llevar y traer ali-mentos desde y hacia otras regiones. Los arrieros cruzaban montañas y desier-tos con sus rebaños de llamas para buscar alimentos derivados de cultivos que no se podían obtener localmente. Traían maíz, frutas y papas de Tupiza y Tarija (en Bolivia) y de la Quebrada de Humahuaca, Cachi y otros lugares de Jujuy y

6 Estas funciones se relacionan íntegramente con las llamas, mientras que las ovejas proporcionan lana, cuero y carne;lascabras,leche,carneycuero,ylosburrosymulas,transportesolamente.

7 Larelaciónentreapropiacióndelespacioyconocimientodelmismohasidohistóricamenteunaconstante.

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Salta. También se proveían de chañar y algarroba en San Pedro de Atacama o Calama, en Chile. Los viajes con caravanas de llamas tuvieron gran importan-cia hasta mediados del siglo XX, y a partir de entonces empezaron a decaer (Madrazo, 1981; Nielsen, 1997-1998). En el presente sigue siendo notable la importancia de los camélidos para las unidades productivas locales, convirtién-dose en un seguro frente a los diversos riesgos (Lamas, 2011). Si bien se aprove-chan tanto la carne como la fibra de la llama, esta última es la que brinda mayo-res posibilidades de comercialización, al no requerir las medidas higiénicas que sí necesita la carne, y al no implicar el sacrificio del animal. El cuero también se utiliza, pero sólo en el plano doméstico, y de manera parcial (Lamas, 2007).

La organización del espacio andino se caracterizó por la presencia de territorios heterogéneos, discontinuos y ocupados insularmente, forma que se opone a la organización moderna de las jurisdicciones. Si bien ambos modos pudieron en algún momento convivir, el control territorial por parte del Estado significó, en tiempos recientes, que este espacio se dislocara. El caso que se pre-senta interesa por la singularidad de abordar una problemática en una actual zona limítrofe, situada en un territorio étnico (Lípez8), donde los grupos loca-les cumplen un rol central en la constitución del territorio (González, 2012b). Pese a la división representada por el límite entre ambos países –Argentina y Bolivia–, los lazos entre las poblaciones situadas a ambos lados se mantuvieron fuertes y activos (González, 2012a).

Este trabajo sobre la FBC se centra en la sección occidental de la puna jujeña, en su límite con Bolivia. Allí, en el territorio de la Comisión Municipal de Cusi Cusi, se formó la Cooperativa Cuenca Río Grande de San Juan; en el lado boliviano se encuentra la Alcaldía de San Antonio de Esmoruco, donde se encontraba la AZCCA San Antonio9; estas instituciones, según sus distintos objetivos, tuvieron la iniciativa de realizar la Feria.

La Feria Binacional de camélidos 10

Esta Feria tuvo cinco ediciones, en las cuales reunió ganaderos de llamas de la alta cuenca del río Grande de San Juan. Concurrieron particularmente productores de los municipios de Cusi Cusi (provincia de Jujuy) y San Anto-nio de Esmoruco (provincia de Sud Lípez, departamento de Potosí), de las localidades indicadas en la figura 1. La idea de su realización surgió en el

8 LaidentidaddelterritoriodeLípezhasidoobjetodeunlargodebateenlosestudiosetnohistóricos,elcualescapaa nuestro objetivo.

9 LaAsociaciónZonaldeCriadoresdeCamélidos(AZCCA)deSanAntonioerapartedeARCCA(AsociaciónRegionaldeCriadoresdeCamélidos),quenucleabaaotrasAZCCAdePotosí.

10 EstasecciónsebasaenGonzález(2012a).

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II Encuentro de Integración Binacional Sud Lípez-Cuenca del Río Grande de San Juan, en septiembre de 2002, en el que se reunieron pobladores, miembros de ARCCA11, la Cooperativa Cuenca Río Grande de San Juan12 y autoridades de las localidades que conforman ambas jurisdicciones, con el propósito de avanzar en la gestión para la habilitación de un paso inter-nacional entre Ciénega de Paicone (Jujuy) y Río Mojón (Potosí). Una de las herramientas que idearon para dar visibilidad política a este objetivo fue la realización de una feria que congregase productores de ambos lados de la frontera. Esto permitiría, además, impulsar a la ganadería camélida, que estaba en pleno proceso de afianzamiento institucional en la región, con fuerte protagonismo de organizaciones de productores dedicadas a la comercialización de fibra13.

11 AsociaciónRegionaldeCriadoresdeCamélidos(Potosí).12 QuefusionaaganaderosdelaComisiónMunicipaldeCusiCusi(Jujuy).13 Existíanotrasasociacionesdeproductoresqueacopiabanycomercializabanlafibra(González,enprensa).

NotaSeindicanlaslocalidadesparticipantesenlasdistintasedicionesdelaFeriaBinacionaldeCamélidos.LaestrellaindicalaslocalidadesdondeserealizólaFeria;elcírculorellenoindicacabeceramunicipal.

Fuente:elaboraciónpropia.

Figura1.Ubicacióngeneraldeláreadeestudio

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En junio de 2003 se llevó a cabo en Río Mojón, localidad boliviana cercana al límite con Argentina, la I Expo Feria Binacional de Llamas14. Explícitamente, los objetivos propuestos eran “revalorizar el recurso camélido en comunidades alto-andinas por su importancia socioeconómica para el productor ganadero; exponer la riqueza genética de llamas en las comunidades andinas de Bolivia y Argentina; efectuar intercambio de experiencias entre productores de ambos países a fin de consensuar problemas y soluciones comunes para lograr un apro-vechamiento racional y sostenido de este recurso y mostrar el mejor aprovecha-miento de los recursos derivados de la ganadería camélida, mediante la participa-ción de artesanos y gastrónomos”15. Los auspiciantes fueron instituciones locales, gubernamentales (de Potosí) y no gubernamentales de la Provincia de Jujuy y del departamento de Potosí relacionadas con la ganadería de camélidos.

La II edición tuvo lugar en Río Mojón en agosto/septiembre de 2006. Su objetivo se había extendido a la “integración de los pueblos originarios alto andi-nos”. Gracias a la experiencia acumulada, se agregaron algunas temáticas y se perfeccionó la reglamentación para la participación. Otro hecho significativo fue que en 2005 se había instituido en la Provincia de Jujuy el Programa Camé-lidos (dependiente de un organismo provincial), por lo cual el gobierno jujeño pasó a ser un actor importante en la organización y el financiamiento de la Feria. Entre los auspiciantes se encuentran los gobiernos de Jujuy y Potosí, programas nacionales (de Argentina y Bolivia) y organizaciones no gubernamentales (ONG) regionales y extrarregionales (del ámbito nacional o internacional). Esta edición marcó un hito por la gran cantidad de auspiciantes que obtuvo, y se fue refinando en la etapa técnica, con una mayor injerencia de organismos especializados. En esta edición ya no se habla de llamas sino de camélidos.

La III edición se llevó a cabo en la localidad fronteriza de Ciénega de Paicone (Argentina), en mayo de 2007. En las invitaciones se resaltaban la par-ticipación del sector ganadero y la pertenencia a una sola región, que compar-tía cultura, tradición, costumbres, folclore, producción y parentesco familiar. Se subrayaba que los gobiernos municipales de Cusi Cusi y San Antonio de Esmoruco tenían el objetivo común de posicionar la llama como un recurso significativo para la puna. En ese momento se produce un cambio cualitativo importante, puesto que se incorporan en la organización el SENASA16 y el SENASAG17. Esto implicó un proceso de identificación de los animales, su

14 LosnombresdelaFeriacambian,puesserespetaronlosdocumentosoriginalesdeorganización.15 InvitaciónalaIFeriaBinacionaldeCamélidos.16 ServicioNacionaldeSanidadAnimal(Argentina).17 ServicioNacionaldeSeguridadAgropecuariaeInocuidadAlimentaria(Bolivia).

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traslado en vehículos habilitados y un conjunto de requisitos que los producto-res debían cumplir y que hicieron más compleja y encarecieron la participación de los ganaderos. Además, esto generó que hubiera mayor cantidad de gente en el predio de la Feria, cumpliendo tareas de fiscalización. En esta edición, a los organizadores y auspiciantes locales (municipios, sociedad civil y asociaciones de ganaderos) y regionales se sumaron el SENASAG y ONG extrarregionales por Bolivia (como Medicus Mundi y el Programa Mundial de Alimentos).

La IV Feria se realizó en junio de 2008, en la localidad de Ciénega de Paicone. En este caso, las tareas de coordinación fueron más complejas, ya que las normas sanitarias por cumplir requerían la participación de numerosos técnicos. Se incor-poraron restricciones acerca de productos que los ganaderos bolivianos no podían ingresar a Argentina, como frutas, verduras o derivados de los camélidos. El propio Supervisor de Sanidad Animal de SENASA de la provincia de Jujuy manifestó que estas prohibiciones no podían ser resueltas en el ámbito de esta feria, y subrayó: “La intención de los países estaría clara ya que las fronteras son imaginarias y que debe-ría haber acciones sanitarias comunes”18. Con los nuevos requisitos y el personal incorporado, la Feria fue tomando un tono de evento urbano. Si bien las institucio-nes organizadoras fueron las mismas de las ediciones anteriores, se sumaron como auspiciantes organismos regionales de turismo y desarrollo agroganadero, junto a programas nacionales relacionados con la ganadería camélida de ambos países. Además, se encontraban presentes ONG de ambas regiones.

La V y última edición se realizó en Ciénega de Paicone, en mayo de 2009. Se incorporaron nuevos actores interesados en el proceso (tanto comunida-des participantes como posibles auspiciantes), entre ellos, las comunidades de Alota y San Agustín19, la ONG Veterinarios Sin Fronteras y un representante de la Cámara de Diputados por Bolivia, así como el INTA20, por Argentina. Los requisitos de SENASA aumentaron, y entre las nuevas exigencias se incorporó una inspección clínica en la puerta de la Feria, además de la documentación obligatoria ya exigida en la edición anterior. Esto llevó a que la mayoría de las actividades se concentraran en temas vinculados a la creciente presencia de técnicos y de actores políticos, mientras que el acceso real de las llamas al pre-dio era cada vez más complejo para los productores. En esta edición no hubo cambios en la lista de organizadores, pero entre los auspiciantes se agregó el Programa Social Agropecuario (programa estatal argentino).

18 ActadeReunióndeOrganizacióndelaIVFeriaBinacionaldeCamélidos.19 DepartamentodePotosí,ProvinciaBaldivieso,AZCCASanAgustín,queteníasuproduccióndedicadaacarne-

fibra, mientras que las otras organizaciones presentes estaban dedicadas a la fibra.20 InstitutoNacionaldeTecnologíaAgropecuaria(Argentina).

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La VI edición de la Feria Binacional de Camélidos debía realizarse en Río Mojón en 2010, pero no se concretó. Esto puede atribuirse a requisitos cada vez más complejos de los organismos sanitarios (en especial de SENASA) y también a falta de decisión política. El objetivo explícito de organizar la Feria para promover la habilitación del paso internacional Ciénega de Paicone/Río Mojón finalmente no se cumplió, aunque se logró un importante espacio de intercambio y relación para los ganaderos de la región.

Los actores del desarrollo en la Feria Binacional de camélidosSi bien la Feria no fue la misma durante sus cinco ediciones, una serie de acto-res sociales fueron relevantes en su mayoría o fueron cobrando una importan-cia decisiva a lo largo de las diferentes ediciones. A continuación presentamos de forma resumida el listado de los mismos, con sus principales características, separándolos por asociación de productores, municipios, programas provin-ciales, nacionales e internacionales, organismos del Estado y ONG.

Entre las organizaciones de productores, del lado argentino está la Coope-rativa Cuenca Río Grande de San Juan, que reunía en ese momento ganaderos de los pueblos de Cusi Cusi, Lagunillas del Farallón, Paicone, Misa Rumi, Cié-nega de Paicone, Nuevo Pirquitas, Loma Blanca y Orosmayo, la cual acopia y vende fibra de llama. En el caso de Bolivia, la organización que representa a los productores era la AZCCA (del área altoandina de Potosí), siendo que participó en la Feria un grupo procedente de la zona de Sud Lípez, dedicado a la cría de llamas para fibra. Ambas asociaciones participaron en la etapa organizativa de la Feria y se dedican a la producción.

La Comisión Municipal de Cusi Cusi (Argentina) y la Alcaldía de San Antonio de Esmoruco (Bolivia) son los dos organismos de gobierno que parti-ciparon en la organización. En el caso de Cusi Cusi, su Comisionado Municipal estuvo comprometido con la Cooperativa Cuenca Río Grande de San Juan21. Tanto las organizaciones de productores como los actores del gobierno local están interesados en objetivos puntuales y a corto o mediano plazo en la Feria.

Otro grupo de actores corresponde a instituciones del Estado que intervienen por su relación directa en la temática de la Feria o por sus objetivos institucionales: la Dirección de Desarrollo Ganadero, dependiente de la Secretaría de Desarrollo Productivo (Ministerio de Producción y Medio Ambiente), a través de su Programa Camélidos; el Programa Social Agropecuario (PSA); el SENASA y el SENASAG.

21 Si bien el tiempo en que se realizó la feria abarca varias gestiones, en todas, el comisionado municipal era Anastacio Prieto.

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También participaron diferentes Programas tanto nacionales (argenti-nos o bolivianos) como de organismos multilaterales. El Programa Mi Pueblo depende del Ministerio del Interior de Argentina, mientras que el “Proyecto Piloto para el desarrollo de negocios en familias rurales del sector camélidos en el altiplano boliviano” depende del Ministerio de Asuntos Campesinos y Agropecuarios de Bolivia. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) es parte del Sistema de Naciones Unidas.

Finalmente, fueron parte de la Feria Binacional de Camélidos diversas ONG: Fundandes (Fundación para el Ambiente Natural y el Desarrollo), con sede en la provincia de Jujuy; ACRA, de origen italiano; Medicus Mundi, red interna-cional a la que pertenecen organizaciones de Alemania, Austria, Bélgica, Benín, España, Holanda, Italia, Polonia y Suiza; la Mancomunidad Gran Tierra de los Lípez, entidad boliviana; Agrónomos y Veterinarios sin Fronteras, asociación de solidaridad internacional, y el Centro de Estudios y Servicios Multidisciplinarios (Centro INTI), institución privada y sin fines de lucro de Bolivia. La intervención de las ONG y los Programas se dan por la presencia de la población-objetivo del desarrollo (poblaciones aborígenes o bajo la línea de pobreza).

En la tabla 1 se presentan sintéticamente los diferentes actores intervi-nientes en la Feria. Allí se indica de qué país proviene cada uno, el tipo de acti-vidad que desarrolla, cuál es su ámbito de acción, cuáles fueron su rol, influen-cia e interacción22, así como su objetivo principal, siempre en relación con la FBC. También se exponen el modelo y tipo de desarrollo que promueven23.

La Feria se puede ver como un caso paradigmático que convocó a una mul-tiplicidad de actores, objetivos y visiones alrededor de una propuesta concreta. En ella, mientras que el propósito declarado de los municipios era conseguir la habilitación de un paso internacional “es decir, volver frontera el límite–, los ganaderos (a través de sus asociaciones) buscaban aumentar su potencial pro-ductivo, desarrollar mejores tecnologías y posibilidades de comercialización de sus productos. Mientras que los programas estatales e internacionales y las ONG exponían entre sus objetivos la búsqueda del desarrollo (entendido de diversas maneras), otras instituciones del Estado perseguían regular la actividad y contro-lar la sanidad, aunque no fomentar el desarrollo, pues actuaban casi “de oficio”.

22 Al puntualizar la influencia e interacción, se debe considerar la dificultad de evaluar estos aspectos, ya que influyentantoenelgradodecompromisocomoeneltiempodestinado.Hay,así,actoresqueseincorporarontardíamente y tuvieron menos posibilidades de influencia e interacción, pero no por eso estaban menos compro-metidos.Oalainversa,actoresqueparticiparonencasitodoelproceso,peroconpoconiveldecompromiso.Enestecaso,sepretendeconsiderarambasvariables(tiempoycompromiso)enlosdosítems.

23 La reconstrucción del modelo y tipo de desarrollo que promueven se realizó con base en publicaciones oficia-lesdepresentacióndecadainstitucióny/uorganismocitado,disponibleseninternet.

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Con la única excepción de estas últimas (SENASA y SENASAG), todos los otros plantean (explícita o implícitamente) propuestas de desarrollo; pero ninguno define qué entiende bajo esta denominación, aunque algunos declaran trabajar en pos del mismo. Sobre estas diferentes interpretaciones del desa-rrollo y sus implicancias no se generaron instancias de diálogo entre las partes para llegar a acuerdos, lo cual redundó en superposiciones y conflictos.

Para pensar estas superposiciones puede ayudarnos la distinción entre actores con fines a corto o mediano plazo (como son las organizaciones de pro-ductores y los gobiernos locales) que suelen identificarse con la población-obje-tivo del desarrollo, aquellos actores que se involucran en un proceso en razón de la presencia de esta clase de población-objetivo (en general, son quienes se dedican a proyectos de desarrollo, como ONG y afines) y, finalmente, quienes intervienen porque la temática está relacionada con su quehacer institucional (como los organismos estatales). Esta distinción nos propone indagar sobre la necesidad de diálogos horizontales entre los actores dedicados al desarrollo (las poblaciones objetivo, las ONG y las instituciones), pues podrían existir dife-rencias entre las agendas de los gobiernos, de las organizaciones dedicadas al desarrollo y de las poblaciones que son objetivo del mismo.

comentarios finalesLa FBC se nos presenta como un laboratorio desde el cual estudiar cómo en la práctica se ponen en juego diversas aproximaciones al desarrollo encarnadas en los distintos actores, en el marco de un proceso fronterizo. Así, se observan diferencias en la explicitación y en los objetivos vinculados al desarrollo. Por un lado, en el caso de las organizaciones de productores y de los gobiernos loca-les, parece haber más una cuestión de inmediatez y practicidad/operatividad en relación con los propósitos, que una búsqueda de un ideal de desarrollo de largo plazo (quizás por su propia premura de resolver cuestiones cotidianas, de supervivencia, en el caso de los productores, y de gestión, en el caso de los gobiernos locales), y ambos proponen explícitamente metas con un fuerte anclaje en su territorio. Por otro lado, en el caso de algunas instituciones del Estado y de las ONG, hay claramente una búsqueda del desarrollo definido de una manera explícita, pero con notables divergencias entre ellos (e incluso, un mismo grupo puede proponer más de una versión de desarrollo)24.

En términos generales, se puede decir que predominaba entre producto-res, gobiernos locales e instituciones del Estado una visión del desarrollo local,

24 Estasversionesseidentificanapartirdelsegundotérminoasociadoaldesarrollo(territorial,rural,humano,eco-nómico,sustentable,etc.),elcualofrecepistasparaidentificarlaideología(ypolítica)detrásdecadaconcepción.

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territorial y/o rural, mientras que entre las ONG predominaba una visión del desarrollo humano y desarrollo sustentable. Tal vez parte del problema, de por qué fracasan en muchas ocasiones estas intervenciones que se proponen obje-tivos vinculados al desarrollo, podría deberse a esta diferencia entre los distin-tos grupos intervinientes, o incluso, a heterogeneidades dentro de un mismo grupo, sin que medien instancias de consenso sobre los medios y los fines, es decir, sobre las definiciones de desarrollo que están implícita o explícitamente detrás de las acciones.

En general, en ciencias sociales el concepto de desarrollo ha sido utilizado como indicativo de un proceso de transformación sobre una realidad concreta e históricamente determinada. Se trata de un concepto pluridimensional, que engloba aspectos que involucran lo productivo (con énfasis en la sustentabili-dad), lo distributivo, las necesidades y las capacidades. Y que apunta a decidir acerca de qué se quiere lograr como sociedad, y también, de qué forma conse-guirlo (Valcárcel, 2006). En este sentido, requiere una aproximación interdisci-plinaria y también intercultural, que dé respuesta a dimensiones económicas, políticas, culturales y sociales. El no reconocimiento de esta complejidad y de la necesaria interacción y debate, para un posterior consenso, podrían ser cues-tiones básicas para explicar el fracaso de algunas experiencias.

En el caso particular de esta Feria, fueron finalmente los requisitos plan-teados por SENASA y SENASAG los que terminaron por forzar el fin de la experiencia, justamente los dos organismos que no tenían ninguna propuesta de desarrollo (comprensible, ya que su misión es el control sanitario). Estos organismos técnicos, sin un objetivo de transformación de la realidad, dificul-taron la flexibilidad necesaria en un contexto de frontera, donde debían inte-ractuar dos normativas distintas. La ausencia de esa visión pluridimensional en ellos, sumada a la falta de consensos entre los actores, aparecen como los principales motivos de la disolución de la Feria.

Por último, un aspecto no menor y peculiar de este proceso es que el territorio en cuestión corresponde a dos países diferentes pero limítrofes: Argentina y Bolivia. Si bien las comunidades han estado vinculadas ances-tralmente, los límites políticos actuales las ubican a ambos lados. En este sentido, pensar la noción de desarrollo involucrada en un espacio binacio-nal, pero histórica, cultural y étnicamente vinculado, parece ser parte de la agenda por seguir. En ella, el tema de la escala por considerar (local, regio-nal, nacional, internacional) cobra relevancia central, aunque haya sido des-cuidado en muchos casos. El desarrollo no debería ser así una concepción abstracta o definida per se, sino una herramienta de acción política basada en “las prácticas económicas, sociales, culturales e históricamente situadas,

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que considere las múltiples relaciones que las afectan y los procesos de los cuales forma parte” (Bergesio, 2010: 18).

Volviendo a la lista presentada por CeSPI sobre las áreas y procesos que exhiben claras condiciones para la integración transfronteriza, la FBC cumple tres de las cinco características mencionadas, en especial, las que representan procesos de integración de “abajo hacia arriba”. En primer lugar, se trata de un área fronteriza con gobiernos locales que consideran prioritarias las relaciones con sus vecinos; en segundo lugar, es un área fronteriza con estrechas relacio-nes entre los pobladores de ambos países, y, en tercer lugar, podría considerarse un área fronteriza con una experiencia de proyecto operativo de cooperación, que sería la propia Feria.

El contexto de realización de la FBC es propicio, entonces, para esta clase de acciones, pues se trata de una actividad económica y política llevada a cabo por actores de ambos lados de la frontera, con sus respectivos apoyos institu-cionales (tanto de ONG como del gobierno). Sin embargo, hay una situación, que es parte del problema resolutivo de la feria, que imposibilita la cooperación transfronteriza, o mejor aún, se encuentra antes que ella.

Las poblaciones de Ciénega de Paicone y Río Mojón, con sus respectivos gobiernos municipales (Comisión Municipal de Cusi Cusi y Alcaldía de San Antonio de Esmoruco, respectivamente), colindan entre sí, pero mediante un límite internacional, no una frontera. La distinción, a simple vista de nomen-clatura, es clave, pues una frontera implica que existe intercambio (tránsito de población, comercial, etc.) entre ambos lados –que impone una dinámica pro-pia– reconocido legalmente por sendas autoridades; un límite, simplemente, escinde los espacios en dos territorios separados políticamente. En este sen-tido, la realización de la FBC era un proyecto para hacer frontera a un límite, es decir, para habilitar los mecanismos primigenios que luego podrían devenir en cooperación transfronteriza. Esto remarca el valor de la experiencia en el ámbito local y la importancia de su análisis. Y plantea la necesidad de profun-dizar los estudios de desarrollo territorial en contextos de regiones fronterizas que, como en este caso, comparten una historia y una identidad cultural comu-nes, que el límite no puede dividir.

AgradecimientosLa información sobre la Feria Binacional de Camélidos se obtuvo mediante entrevistas a los integrantes de la Cooperativa Cuenca Río Grande de San Juan (fundamentalmente, su presidente, Santos Mamaní) y a Hugo Lamas, Maxi-miliano Carabajal, Raúl Martínez y Anastacio Prieto. Las interpretaciones y valoraciones aquí expuestas son de nuestra absoluta responsabilidad. .

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f u e n t e s i n é D i t a s :

ActadeReunióndeOrganizacióndelaIVFeriaBinacionaldeCamélidos.

InvitaciónalaIExpoFeriaBinacionaldeLlamas.

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PanorámicasSOCIAL CAPITAL, CULTURE AND THEORIES OF DEVELOPMENT

antonio de la PeÑa garcÍa 217

‘MAKING MONEY IS NOT AN END IN ITSELF’: CREATING MEANINGFULNESS AMONG EMPLOYEES OF SOCIAL ENTERPRISES

christian Franklin sVensson 241

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Artículorecibido:2deabrilde2013,aceptado:28denoviembrede2013,modificado:22dediciembrede2013

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* This article isbasedon theauthor’sdoctoraldissertation titledEvaluating the World Bank’s Concept of Social Capital: A Case Study in the Politics of Participation and Organization in a Rural Ecuadorian Com-munity.ResearchanddissertationwritingfundsweregrantedbytheNationalScienceFoundationandtheUniversityofFlorida,respectively.

** Ph.D.,inAnthropology,UniversityofFlorida,EstadosUnidos.

SOci A L cA PiTA L , c U LT U R E A n D Th EOR i ES OF DE v ELOPM En T*

antonio de la PeÑa garcÍa**[email protected] Federal da Integração Latino-Americana (UNILA), Brasil

A b s t R A c t This article offers a critical review of the concept

of social capital, focusing on the theoretical underpinnings of the

communitarian approach. It argues that this approach has a culturalist

bias that omits key issues of inequality, conflict and power, making it

a tool that is unlikely to contribute significantly to poverty reduction or

development. As an example, it describes the adoption of the concept

by the World Bank and provides a case study of rural community

organization in Ecuador.

K e y W O r d s :

Development, participation, social capital, social networks, World Bank.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.10

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CAPITAL SOCIAL, CULTURA E TEORIAS DE DESENVOLVIMENTO

resUMO Este artigo oferece uma revisão crítica do conceito de capital social e centra-se nos

fundamentos teóricos do enfoque comunitário. Argumenta que essa aproximação tem um viés

culturalista que omite temas-chave de desigualdade, conflito e poder, o que a converte em uma

ferramenta que dificilmente contribuirá significativamente à redução da pobreza e ao desenvolvimento.

Como exemplo, descreve a adoção do conceito por parte do Banco Mundial e apresenta um estudo de

caso sobre a organização rural comunitária no Equador.

Palavras-chave:

Desenvolvimento, participação, capital social, redes sociais, Banco Mundial.

CAPITAL SOCIAL, CULTURA y TEORÍAS DE DESARROLLO

resUMen Este artículo ofrece una revisión crítica del concepto de capital social y se enfoca en los

fundamentos teóricos del enfoque comunitario. Argumenta que esta aproximación tiene un sesgo

culturalista que omite temas clave de desigualdad, conflicto y poder, lo que la convierte en una

herramienta que difícilmente contribuirá significativamente a la reducción de la pobreza y el desarrollo.

Como ejemplo, describe la adopción del concepto por parte del Banco Mundial y presenta un estudio

de caso sobre la organización rural comunitaria en Ecuador.

Palabras clave:

Desarrollo, participación, capital social, redes sociales, Banco Mundial.

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SOci A L cA PiTA L , c U LT U R E A n D Th EOR i ES OF DE v ELOPM En T

a n t o n i o d e l a P e Ñ a g a r c Í a

i n a paper leading to the World Bank´s 2002 World Development Report, John Williamson, the economist who coined the term “Washington Consensus”, described the theoreti-cal phases that economic development thinking has experienced since World War II (2000). The first one, lasting from the 1940s to the 1960s, emphasized the accumulation of physical capital as

a way to achieve development. Under this framework, the factors of pro-duction were the stepping-stones of growth. In the second phase, running through the 1960s, human capital, that bundle of knowledge and skills held by individuals, became the explanatory variable of choice. It accounted for the unequal growth observed between the developed and underdeveloped world, the latter, lagging behind despite the adoption of development-ori-ented policies and the beginnings of large-scale aid. Finally, in the third phase, which according to Williamson prevails to this day, scholars favor the idea that institutional performance influences economic outcomes; in other words: “there was a growing recognition that bad institutions can sab-otage good policies” (2000: 261). While Williamson’s synopsis referred to larger, national-level scales when he says that institutions affect productivity, rural development experts have applied this paradigm to community-driven development, theorizing that stronger and more democratic local institu-tions are fundamental to spark economic development. In this line of think-ing, institutional performance is closely related to cultural values and social practices, and how these, in turn, influence local organizational capacity.

At the World Bank, the idea that participation in formal associations is key to the alleviation of poverty has taken considerable hold since the mid-1990s, legitimizing the idea that micro-level rural development is about understanding how social relations and cultural norms affect organizational capacity, and how they should be strengthened or transformed in order to achieve development. The general picture is that the causes of poverty and underdevelopment rest on systems of values and forms of organization. In this regard, social capital is appealing because it facilitates efficient and inclusive local institutions. When communities have social capital, they possess the right mix of ingredients lead-

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ing to cooperation and trust. In other words, they possess social and cultural qualities that make their associations, organizations and other formal and informal collectivities work better. While other factors such as infrastructure, means of production, and human capital are important, the values associated with social capital are the causal variable in development. For anthropologists, this is an area of central interest as it brings together diverse aspects of the relation between culture, economics, and politics. Particularly, the way global development policies attempt to incorporate local systems of thought and organization to inform their theories and operations.

This paper focuses on the implications that the use of social capital as a concept carries for rural community development theory. In doing so, it explores the uses of culture and social organization as explanatory variables in participatory, locally based development. Social capital, I argue, is a simple form of culturalism that disregards conflict, history, and structural variables that limit participation and organization at the local level. The article offers a synthetic discussion of the concept illustrated by a case study based on field-work carried out in coastal Ecuador in 2004 and 20051 . In this way, I hope to contribute to a critical approach to social capital in development (see for example, Bretón 2002, Cleaver 2005; Fine 2001, 2010; Harriss 2002, Martínez Valle 2003, Putzel 1997 y Somers 2008) sustained by empirical data. The paper is divided in two parts. The first part justifies the discussion of social capital in cultural anthropology, followed by insights into the history of the concept at the World Bank. Next, it reviews the two main approaches to the concept: the communitarian and resources schools. Taking the latter as a springboard, the second half discusses the practical and theoretical consequences of the concept based on ethnographic data on the politics of associational life in a rural com-munity in coastal Ecuador (De la Peña 2008).

Why the Discussion of Social capital in Economic Anthropology?Despite its current popularity, social capital is in many ways a renewed take on classic anthropological debates on the nature and constitution of peasant societies. The way in which individuals negotiate their community-level obli-gations with the demands exerted upon them by the outside world has been amply discussed in anthropology (see for example, Cancian 1972, Foster 1967, Wolf 1966) and are all contained in some form or another in its contemporary approaches. The debate, in other words, has a robust pedigree, which is taken

1 DatacollectedunderNationalScienceFoundationDoctoralDissertationResearchGrantBCS-0413917.

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for granted in the social capital literature. In this sense, revisiting foundational works in anthropology is significant because it situates social capital in the course of a scholarly tradition interested in the relation between systems of morality, and social, economic, and political practices. In order to illustrate this idea, I offer a short review of Eric Wolf´s notion of peasant coalitions (1966). Interestingly enough, his now classic inquiries also provide an example of an explanatory framework that moves across scales of analysis to relate larger structural and historical factors with local ideologies of what it means to pro-duce, exchange, and survive in a peasant society --something missing in com-munitarian approaches to social capital.

In Peasants (1966), Wolf puts forward the idea that the peasant house-hold faces constant and ever-changing pressures that influence their survival. To begin with, environmental events such as droughts, plagues, and floods, generate uncertainty as they are beyond their control. Secondly, the peasant household faces socio-economic pressures, sometimes as a result of a grow-ing population with limited amounts of land to share, or because of differ-ences in access to capital and productive resources. In addition, pressures emanating from the larger society (1966: 77), many of them coming from the state and its actions, such as relocation, taxation, and even persecution and extermination contribute to particular practices and ideologies. These pres-sures, nonetheless, are selective, as some households will have better access to water, more available labor, have fewer children and more land. Therefore, there is an internal differentiation of households that the community as a whole has to deal with. To solve this problem, two options are available to them. The first one is to let selective pressures take their course and weed out those who cannot make it as small-scale producers. The second is to establish mechanisms intended to help those households in distress. As such, com-munities enact ways to re-distribute resources from those who have more to those who are in need. As Wolf tells us, most peasantries fall somewhere in between the two options, nonetheless, the reason why households and com-munities develop support mechanisms is because peasants know that for-tunes can be reversed from one season to the next (1966: 80). Today’s winners can be tomorrow’s losers, and vice versa.

Needless to say, Wolf did not frame the problem of uncertainty in peas-ant livelihoods in terms of possible relations between differential levels of household welfare and levels of trust and participation, something of central importance for social capital experts. I dare say that for him, it would be of limited value to understand differences in poverty levels by isolating variables such as “organizational capacity” or “willingness to participate”. For him, like

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many other students of peasant societies, social relations are multidimensional, sometimes serving a single purpose, most times interweaving several objec-tives in one relationship.

Peasant coalitionsWolf, saw two main types of coalitions that define peasant social relations: those that bring people together around a single interest, and those in which its members share multiple interests (1966: 81). The first he called singlestranded, the second one, manystranded. In single stranded coalitions, two or more persons join forces with the purpose of advancing a specific goal. An example is rural associations such as funeral groups, irrigation and producers associations. Members of this type of coalition are usually bound by a particular interest, which does not necessarily demand that its participants be involved with one another beyond this cause. A manystranded coalition, on the other hand: “is built upon through the interweav-ing of many ties, all of which imply one another” (1966: 81). Economic transac-tions may be influenced by kinship relations, which in turn may require specific obligations and rights; furthermore, these might limit the range of options in other spheres of life. Each type of relation is like a strand; together they provide great security to people at different levels. On the other hand, this interlocking of strands is the source of its own weakness as they tie people together into inflexible relations that are difficult to disentangle. An idea similar to the negative side of social capital, where closed and bounded groups contravene the benefits of building a network of relations as they are unable to build bridges.

Over forty years after its publication, this analysis may seem obvious for scholars of rural society; nonetheless, social capital in development could derive considerable insight from it. First, because it places cultural values as part of a larger social universe, one in which the material conditions of peasant life, the political inequalities faced by them, and the symbols that reinforce the system (such as those found in religious ceremonies) feed each other in complex ways. The moment Wolf forces us to look at the interrelated character of multi-faceted roles, class, and environmental factors, it becomes very difficult to think of social relations as an investment that promotes economic growth, or at least, higher wel-fare levels. Furthermore, it also becomes increasingly problematic to think of social relations (i.e. social capital) as something inherently positive in terms of achieving collective benefits. We are left wondering to what degree the decisions made by small-scale producers are guided by community obligations, and conversely, the degree to which those decisions are meant to benefit them as individuals. Such are the questions that frame social capital as a global development policy today. In the next section, I shall explore part of that history at the World Bank.

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Social capital at the World BankAs the World Bank became increasingly interested in local institutions and forms of organization and participation, the concept of social capital rapidly took root in the institution. Its ascent was without doubt meteoric (Sommers 2008), reaching the influential Vice Presidency for Development Economics and the Office of the President by the mid-nineties (Bebbington 2006, 16). The publication of Robert Putnam’s Making Democracy Work (1994) was pivotal to this sequence of events. In his book, Putnam claims that democracy and development are directly linked to the quantity and quality of civic engagement in a society. In his view, a culture of association sets the ground for democratic governance as it generates and sustains networks of trust. Local ideologies are central to Putnam’s proposition; social capital refers to values -such as trust and solidarity- that live in the historical practices of peoples and that help to build democracy and development. Putnam understands local cultural values as the causal variable in political and economic performance. His theory of economic and political performance was quickly discussed and adopted at the World Bank, and is considered the foundation of the so-called communitarian view of social capital. Anthony Bebbington (2004), himself one of the first non-economist social scientists to support the adoption of the term, indicates that the communitarian approach was a compromise between those who wanted to frame social capital in a political economy approach and those who favored the institutional economics language. In the end, the latter prevailed, in part due to pressure from development economists, but also as: “a concession to the perceived gain of keeping open a discussion with the Development Econom-ics group, enrolling them in the social development enterprise and keeping a conversation open with the language of economics” (Bebbington, 2004, 43). In the communitarian approach, social capital is comparable to a public good, an intangible tradition that lives in the collective ethos of societies (Arneil, 2006). In that sense, it is monolithic and inflexible in its conception of how values and practices are reproduced and created locally. It is composed of specific core values (trust, reciprocity, cooperation, among other positive qualities) that guide the behavior of entire communities. In this view, not only is cul-ture a large, predictable, and essential pattern, but societies also appear to be located on an evolutionary scale, where some values and belief systems permit greater economic and political advancement than others2. The communitarian

2 Harrison´sUnderdevelopment is a State of Mind–The case of Latin America(1985)setthestageforculturalapproachestodevelopment,muchinthetraditionofcultureandpersonalitystudiesintheanthropologyofthe1930´sand1940´s.

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view also emphasizes cultures of civic participation, and the way local values such as trust, cooperation, and solidarity, influence the participatory practices of individuals. Usually missing in this approach are issues of conflict, inequal-ity, and differential access to resources. The constraints, limitations or strate-gic resistance faced and enacted by actors is absent. As a result, small-scale societies such as indigenous, peasant, and other historically excluded groups are homogeneous in their value systems and therefore very little room is left to discuss links between local and global economic and political transforma-tions (see Fine 2001). Before discussing structural limitations to participation, a review of two different sets of literature on social capital will be done starting with one that favors the communitarian approach, commonly associated with World Bank’s specialists, and then the resources or networks approach, which analyzes the structural advantages and disadvantages of individuals in society, a formulation very much absent in development formulations of social capital.

DefinitionsThe Social Capital Initiative (SCI), part of the Social Development Department at the World Bank was for most of the 1990s at the forefront of social capital studies in the institution (Bebbington 2006, 13). SCI scholars defined social capital as the institutions, norms, values, and beliefs that govern interaction among people and facilitate economic and social development (Krishna and Shrader 2002; Groot-aert and van Bastelaer 2002a; 2002b). In addition, social capital was conceived as containing multiple social and cultural phenomena, including values that predis-pose people to cooperate, such as trust and reciprocity, and institutional forms that facilitate cooperation, such as local organizations, associations, and the rules that define them. According to the SCI, taken together, these measures could be evaluated to assess the potential of communities to organize themselves for mutually beneficial goals (Krishna and Shrader 2002). These values and norms, in the end, predispose and facilitate the creation and maintenance of organizations, which in turn, provide larger socio-economic benefits.

Of the many forms that social capital can take, World Bank specialists argue that membership in organizations is the most successful form available to improve household welfare, in particular that of poor households (Groot-aert 2001). Grootaert, one of the main architects of the concept at the Bank, tells us that when people belong to organizations composed of members of diverse occupational and educational backgrounds they have an opportunity to exchange information and knowledge, not only about matters related to the organization, but also about social and economic opportunities outside of it. In other words, organizations link people to opportunities through social

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ties. Most people who belong to an organization will develop friendships and acquaintances that could potentially provide information about jobs, services, business opportunities, and so on. Grootaert’s assertion, as we will see later, is in some ways similar to the claims of social network scholars interested in social capital: the more diverse your network, the richer the information avail-able to you. Nonetheless, in the networks approach, the potential benefits of the information received by an individual also depend on the economic and social characteristics of those in the network, and the specific ways that contacts and actors are connected. As we will see, some people are better connected than others, and some networks have more assets than others.

conceptual DisagreementsThere are dozens, perhaps hundreds of definitions of the term (Fine 2010), most of them molded to the needs of the question at hand. Most of these definitions fall within two opposing theoretical constructions: the communitarian and the resources or network approaches. The former defines social capital as a public good and as the sum of collective benefits derived from civic participation. The latter, as those resources an individual has available through his or her network of social relations. The scholars associated with social capital at the World Bank saw social capital as bringing together the cultural, context-specific features of behavior, and universal, rational economic thinking. In this frame of analysis, the metaphor social capital seemed appropriate, for the word capital implied a return on an investment which in this case would equate to social rela-tions. Equating social relations with capital has generated considerable debate amongst economists, adding to an already heated discussion across the social sciences. For example, Nobel Prize recipient Robert Solow calls social capital “an attempt to gain conviction from a bad analogy” (1999, 8). He goes on to say:

it seems to me that this is what we should be studying: what is the available repertoire of behavior patterns in this situation or that, and how does one of them come to be entrenched as the standard? More generally, what kinds of institutions and habits make an economy or a society better able to adapt to changing circumstances by finding and imposing appropriate norms of behavior? i do not see how dressing this set of issues in the language and appa-ratus of capital theory helps much one way or another.

Kenneth Arrow, also an Economics Nobel recipient argues that social capital misses a fundamental characteristic of capital, as it requires: “deliber-ate sacrifice in the present for future benefits” (1999: 4). To believe “the social” in social capital fulfills this requirement is to think that all social relations are

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forged as a conscious calculation for a future return; even the most orthodox neoclassical economist, he notes, would agree friendship and kinship have affective components that go beyond economic calculation. However, as the “social “ in social capital does not only include relations but also larger social and cultural variables, it would erroneously imply that we are all socialized from childhood to engage in social relations for a return (1999: 4). This issue brings us to the epistemological crux of the matter, what is the advantage of equating social and cultural practices with capital? Why do we need to think of social relations as economic wealth? Part of the problem is that development theory still depends on the parsimony that mathematical modeling offers to advance its ideas. Effi-cient, universal models of human behavior provide the retractable mathematical analysis necessary to make economic theory work, and in turn, development pol-icy. Social capital at the World Bank seems to be an example of this process, as Bebbington tells us, the communitarian approach was a compromise between discordant schools at the World Bank (2004). While one was seeking quantita-tive measures, another was attempting qualitative approaches and this does not mention the theoretical preferences. As I mentioned previously, economists insisted on couching the term on econometric language, in order to standard-ize and legitimize it, while scholars of a political bent attempted to frame it along a political-economy line. Ultimately, the latter failed:

The process of the (social capital) group was revealing. two external academ-ics were invited to join – political scientist Jonathan Fox and economist Man-cur olson. as the group progressed, the argument that a discussion of social capital should be linked to themes in institutional economics (á la olson) more than to themes in political economy (á la Fox) slowly won the day. certainly there were pressures from development economists to shift the discussion in this direction – and it is also notable that in the end two of the three authors of the final report of the social development task Force were economists”. (Bebbington et al. 2004, 44)

Social capital, it appears, is a compromise between the need to acknowledge that social externalities affect economic performance and the necessity to make a complex social concept universal, comparable, and generalizable in its application.

For anthropologists interested in economics and development, the history of social capital at the Bank is illuminating in the way it rekindles old debates about the nature of culture in economic decision-making. When people make a decision regarding production, exchange, and consumption, how are we to understand the role of values and morality? What are the most appropriate analytical tools to explain decision-making? Furthermore, when

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individuals and groups organize for productive purposes, to what degree can their decisions be explained through formal models where rational choice acts as a universal human feature? To what degree are choices culturally bound?3 Social capital, in this sense, is located within a larger discussion of culture and economics. In the next sections, I further explore the debate by looking at the communitarian and networks approaches to social capital.

The communitarian viewA number of researchers have argued that the idea of social capital was initially conceived as a cultural and social condition exercised at the individual level (Lin 2000; Portes and Landolt 2000). The two most influential contemporary scholars on the subject, Pierre Bourdieu (1986) and James Coleman (1988), believed social capital was an investment individuals made on social relations in order to derive some type of benefit. Bourdieu thought this benefit would be the maintenance and reproduction of domination by elites (1986). Coleman theorized that the sum of individual gains could translate into solutions to the problems of larger social groups (1988). Arguably, Coleman’s approach serves as the theoretical foundation for uses of social capital in economic develop-ment an idea that influenced Putnam’s work on civic life in two Italian regions (Fine 2001; Harriss 2002; Millán y Gordon 2004; Portes and Landolt 2000). As mentioned above, Putnam argues that democracy and development are heavily influenced by cultures or traditions of civic participation. Taking the example of northern versus southern Italy, he noticed that economically developed soci-eties (like northern Italian towns) have a stronger culture of civic association. People in this part of Italy are more likely to join associations and have a richer associational culture, both in terms of the number of informal associations they belong to and the strength of their performance. On the contrary, southern Italian towns, less developed economically, do not exhibit a rich tradition of civic association. In fact, joining groups and doing things collectively seems to be heavily dependent on a history of authoritarian, patron-client relations that limit who can participate where. Putnam’s linkage of poverty to demo-cratic participation established the foundations for a theory of social capital as a cultural and collective property with the capacity to transform economic con-ditions. From then on, the underlying idea behind the concept has been that cultural values are mostly, if not exclusively a cognitive phenomenon, a form of mental model that resides in people’s heads and is transmitted generation to generation (see for example Guiso et al. 2007).

3 ForalucidanalysisoftheseissuesseeWilkandCligget(2006)andChibnik(2011).

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A common application of the Putnam approach is the idea that social relations have a spillover effect on economic activities. Grootaert, for example, has shown that membership in associations in Bolivia, Burkina Faso, and Indo-nesia generates higher returns for poorer households, whether by expenditure per capita or land ownership (2002a). In what is perhaps the most influential study on social capital, Narayan and Pritchett (1999) conclude that generalized trust in Tanzanian communities is a function of village cohesion and norms, independent of household income (2002a). Grootaert (1999) also concluded that access to credit is positively associated with membership on both eco-nomically and non-economically oriented organizations in Indonesia. In other words, scholars associated with the World Bank have statistically shown that social capital is a causal factor in household welfare. Once again, this is proof of the spillover effect that social relations have on economic activities, as infor-mation is transmitted from economically oriented groups to other groups in society. From these results the next logical conclusion is to think of social capi-tal as a cultural property, as something that some communities possess as part of their historical development. It is part of a community’s norms and values4.

The networks viewA common critique of the communitarian approach is that it results in tauto-logical explanations of what causes differential economic and political perfor-mance among groups. This argument points out that by defining social capi-tal both as a structural attribute (e.g. organizations and associations) and as a cognitive form (e.g. trust and reciprocity); the sources of social capital become indistinguishable from its outcomes (Harriss 2002; Lin 2001a; 2001b). For example, an organization such as a rotating savings and credit association is a collective manifestation of social capital, yet, the trust and reciprocity that make it work are also forms of social capital, thus, a circular explanation results as causal factors (i.e. trust) are defined by their effects (i.e. associational life) (Fine 2010; Harriss 2002; Lin 2001a; Woolcock 1998).

The networks view of social capital, which derives many of its theoreti-cal positions from social network analysis (SNA), argues that conceptualizing

4 AmorenuancedversionofhowsocialcapitaloperatesisprovidedbyWoolcockandNarayan(2000).Theyintroducetheideaofbridgingandbondingcapitals.Thelatterreferstothelevelsofcohesionthatsocialgroupshaveatlocallevels,forexamplevillages,associations,andclubs.Theformerindicatestheabilityofthesegroupstotranscendtheirlocalenvironmenttoreachgroupsandinstitutionsdifferentfromthemandoperatingindifferentinstitutionalspaces.Forexample,seconddegreeorganizationsthatlinkvillage-levelassociations,andnon-governmentalorganizations.Thisversionofsocialcapitalarguesthatitisacombinationofbothtypesofcapitalthatgenerateseconomicandsocialdevelopmentaslocalorganizationsareabletomoreeffectivelylobbypolicymakers.

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social capital as an asset held at the individual level allows scholars to differ-entiate its causes from its outcomes (Lin 2001a; 2001b). Valued resources are embedded in social structures characterized by distributional and rank differ-ences (Lin 1999; 2001b). The higher the rank, the greater the concentration of valued resources, in other words, the better the position of origin in a social network, the more likely the actor will access and use social capital (Lin 2001b). SNA researchers have shown that differences in gender, ethnicity, and status in individuals influence their ability to obtain benefits derived from membership in a social network (Campbell, Mardsen and Hurlbert 1986; Lin 1999; Lin and Dumin 1986; Silvey and Elmhirst 2003). Bourdieu, one of the most influential theoreticians among networks specialists, argued that a person’s social capital could be asserted by aggregating: 1) the size of his or her network and 2) the volume of social, cultural, and economic capital of the network members (1986 in Zhao 2002). From his perspective, embedded resources such as information and the influence of its members are social capital. Lin (200a; 2000b) has further refined this conceptual framework by seeing social capital as assets located in networks which can be measured through two main categories: 1) as embedded resources and 2) as network locations. The first one refers to the power, wealth, and influence available in a network and the resources that each contact in the network can provide. The second is more concerned with the structure of the network and how certain characteristics of a network, such as actors acting as bridges facilitate or impede returns to other actors. Beyond the explanatory tech-nicalities of formal network analysis, the point is that social capital is a resource that is differentially available to individuals depending on where they stand in the structure of relations of the group. Class, race, ethnicity, religion and gender, to name some, are categories that position social actors in the structure of social relations. In other words, whatever forms of stratification and inequality are at play in the constitution of social life in a community, they will be reflected in the processes of participation in its formal associations (Cleaver, 2001; 2007).

Social capital in contextReviewing the literature on social capital in its civic and communitarian forms leaves the reader with the idea that by the time people actually put into practice their cultural knowledge, some innate and automatic cul-tural logic has already told them what to do. As such, people are either prone to work together (or not), much in the sense that some communities have larger stocks of social capital than others; which explains their levels of development. This mostly dichotomous view sees culture as something that either contains virtuous knowledge that bonds people together, as in

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some ideal indigenous society, or conversely, it constrains development by subjecting them to tradition (Cleaver 2001: 47). In other words, no com-plex explanation of the relationship between culture and economics can be gained by defining culture as something acting autonomously in people´s heads, detached from history, politics, and social relations.

Next, I offer an ethnographic account of the organizational challenges faced by the people of Limoncito,5 a rural community located in the Province of Santa Elena in the coast of Ecuador. The account I offer on the struggle of Limonciteños to act collectively that is, to harness social capital, is illustrative of the points I am attempting to make as it brings together multiple scales of economic, political and socio-cultural interaction. Limoncito in this sense pro-vides a space to problematize the idea of social capital as a result of a homoge-neous, localized system of values.

The SettingLimoncito is a rural community that operates under a communal land ten-ure regime called Comuna. This form of territorial unit was established by the national Ecuadorian government in 1937 as a form of social pro-tection against the excesses of monopolistic agricultural practices. By law, Comuneros --those who are members of a Comuna-- take decisions regarding their territory by vote in Comuna assemblies. In this regard, the Comuna is an institutional arrangement that calls for collective participa-tion and discussion of issues affecting all its members. Comunas are a sig-nificant development in Ecuador because they have provided legal certainty to its residents and offered an institutional presence recognized by the national government. However, while the law protects communal land ten-ure, it also demarcates territories, assigns legal responsibilities, and places local government under the supervision of national authorities. In the Santa Elena Peninsula (as the Province has been historically called) one of the most notorious consequences of this transition was the severe limitations experienced by Comuneros to use diverse ecological zones, in particular to raise cattle over extended territories, an activity practiced since late colo-nial times by Indians and non-Indians (Alvarez 1999). In addition to the economic and ecological transformations created by the formalization of Comunas, the political organization of communities was changed.

In Limoncito, Comuna decisions are heavily influenced by a small group of families that represent both a long-standing leadership dating back

5 Allplacesandnamesarepseudonyms.

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to the origins of the Comuna in the late 1930s, as well as a new leadership that gained prominence in the 1979 when Limoncito was fully recognized and registered as a Comuna. This event marked the beginning of the for-mal adoption of the bylaws associated with the Law of Comunas, including the regulations and procedures for the election of the local governing body called the Cabildo.

The establishment of the first formal Cabildo saw its first challenge in the need to embrace the diverse interests of its members. Limoncito is composed of 5 main settlements, called recintos, each of them comprising between 20 and 60 households, gathered around extended family units. The Comuna, for many of them, was a point of reference to exert a Comunero-campesino economy and identity, but not necessarily an institutional unit to plan and regulate their life. The result of the formal establishment of the Comuna was that five small villages whose social, economic, and political organization revolved mostly around a limited number of extended families had to adopt a new governmental and administrative system, whose ulti-mate consequence was the subordination of decision-making processes to a centralized Comuna government controlled by a set of dominant actors. The residents of smaller, peripheral recintos thought that the Comuna as an insti-tution designed to protect their life-style was a good proposition, yet they felt increasingly ignored in local policy decisions under a new centralized government in the hands of powerful families located in the central recin-tos. The issue was further complicated by the complexity of land uses and property in the Comuna. Many families in these smaller recintos had titles to their parcels pre-dating the original 1938 enactment of the Comuna, leading some of them to wonder why they had to pay membership dues to be part of a Comuna if they had titles to their own lands. The details of the titling arrangements of these Comuneros are beyond the purposes of this paper, however, the issue is that participatory-organizational issues are tightly woven into the agrarian and material aspects of a community.

Agrarian Disputes over a Large irrigation ProjectBy the late 1990s, Comuneros were engaged in yet another disagreement over the transformation of communal lands into titled, individualized parcels. The planning and arrival of a large network of irrigation canals in the Peninsula funded by the national government and multinational development agencies made some of Limoncito’s communal lands economically valued. Their loca-tion in the area of influence of the canals made them a desirable asset in

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the eyes of investors and speculators. External actors offered to buy land, a process that had started in the southern Comunas of the peninsula since the early 1990s. Under the 1999 Limoncito Cabildo administration, the general assembly drafted and approved a proposal to assign parcels of up to 50 ha to those Comuneros wishing to do so, these lands could be titled as individual, private parcels. Applicants however, had to be members in good standing, current with their dues. Seventy nine requests were granted under the pro-posal. According to Felipe Hurtado, a former Cabildo official, soon after the first plots were adjudicated:

Five comuneros who had contiguous lands sold 240 ha for 3 million sucres per hectare (20 dollars of 1996); the plots were next to the canal and were bought by a foreigner, most likely an intermediary. What happened next is that the moment those five sold, everybody wanted to request land plots to sell, but not everyone was up to date with their membership fees, and others have lost their membership rights, as they have not attended assembly meetings. Nonethe-less, all petitions were granted. (2002 personal communication)

The reason all petitions were accepted was the considerable disagreement that ensued after the assembly decided that only Comuneros in good standing would be granted approval of their petitions. In Limoncito, like many other Comunas, is very common to have members who attend to all Comuna assem-blies, that is, take part in discussions, vote over proposals, and cooperate in diverse tasks, but are years behind in their dues. Equally so, there are a number of members who live in nearby urban areas who are up to date in their dues but rarely attend assemblies. To Comuneros, it was obvious that the sudden appearance of the irrigation canals was a source of conflict. One that aggra-vates the recent history of disagreements over the role of local government and land tenure practices. In this sense, associational processes, including Comuna membership and local governance are difficult to separate from political and economic interests. In the next section, I explore in further detail the relation-ship between local political disputes and Comuna membership, the main for-mal association in the community.

The Politics of MembershipIn Limoncito, Comuneros are constantly juggling their pledge towards their recinto with the needs of the larger Comuna. Each recinto has their own associations, all with economic, social and cultural objectives as established locally. The dilemma over recinto and Comuna priorities is enacted in the process of becoming a member of the Comuna. In 2004, a group mainly com-

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posed of women residents applied for membership to the Comuna. All of them resided in Algarrobos, the second largest recinto, which historically has disputed control over Comuna policy with Tres Mangos, the largest one,. The applicants stated that they wanted to enjoy the benefits of membership, which include a parcel of land and an urban allotment to build a house and a garden. To others, the move was also intended to tip the balance of power towards Algarrobos by giving them more votes in the Comuna assembly. For some Comuneros, this is a real concern as the few projects, services, and infrastructure gained or provided by the State or non-governmental organi-zations have to be physically located in one recinto, therefore, benefiting one sector of the Comuna more than others.

The candid confession made by a former Cabildo officer over what hap-pened with the applications exemplifies the dilemma faced by Limonciteños over decision-making power between the two recintos:

truth is i never sent the names and documents of the new applicants to the Ministry. i said i did, but in fact, i didn´t... they were a lot of people, had i sent the applications to the Ministry, algarrobos would have had the majority. can you imagine what they would have done? (casas 2005 personal communication)

Some Cabildo officers saw the incorporation of this group as a real threat to the cohesion of the Comuna and its assembly meetings. The group, they argued, was made up of very confrontational individuals, and during a period, their interventions led to physical confrontations during general assemblies. Shouting matches and accusations that sometimes ended in verbal and physi-cal aggression were common. Some Cabildo officers believe that as a result of the confrontational nature of the assemblies and a general discontent with local government, many Comuneros had stopped attending them. During my stay in Limoncito, general assemblies rarely ever reached quorum. Assembly business went on as usual, but officials and members knew that they were not follow-ing procedure, as this could not be carried out without the majority of mem-bers. However, the relation between associational practices and the formalities of government is not circumscribed to the village level. Regional and national governance are also connected.

Formal Politics beyond the comunaThe problem of national politics influencing collective action is evident dur-ing political campaigning and the election of municipal officials. In many ways, the Comuna’s economic well-being is dependent upon the relation-

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ship it develops with candidates running for office, particularly those aspiring to be Alcalde (mayor). Supporting the winning contender means a greater access to services and infrastructure as previously negotiated during the elec-tion campaign. Recinto leaders, as well as Cabildo officers, usually support a candidate, sometimes based on shared party affiliation or on his or her policy agenda. It is not uncommon for local Comuna officials to campaign on behalf of candidates in exchange for social and economic favors for their associations, the recinto, or the Comuna as a whole. Libio Mendez (2004 personal communication), former President of the Comuna put it this way: “I have brought projects through politician friends that have power. I have made agreements with them to help them, and in exchange they include me in their budgets to carry out projects…. It is embarrassing to ask politicians for money, but there is no other way, so I stick to them”.

In 2004, the Cabildo officers had pledged their political support to three different candidates running for mayor. The candidates themselves knew this and saw Limoncito as a politically ambiguous community. In other words, as Cabildo officials did not represent a united front to bargain with mayoral candidates, therefore the Comuna was weakened in its lobbying power. The result was that each Cabildo official, negotiated on his/her own terms with candidates, each pushing for projects and public aid for his/her own recinto, and even for the exclusive benefit of members of their associa-tions. From a communitarian perspective, the Comuna could be deemed a fractured socio-cultural unit unable to carry out its “civic duties”. People are not finding avenues to trust and cooperate with each other. Recinto-level associations are bypassing altogether the Cabildo in its role of political bro-ker with municipal and national authorities. As a result, a micro fragmenta-tion of political negotiations exists between the local community, regional, and national governments.

These new institutional arrangements are not necessarily detrimental to collective action. Small groups might be able to manage and control their resources better, however, the Comuna continues to stand as the legitimate representative of the rights of Comuneros to land, services, and develop-ment in general. It has the national government approval to navigate extra-comuna political waters. Other possibilities exist, such as Second Degree Organizations (SDOs) that agglutinate diverse groups, including Comunas and independent associations; nonetheless, this instance presents some of the same disjunctives I have touched upon here (De la Peña 2008)6. Fausto

6 SeealsoBretón(2002)andMartinezValle(2003)forcriticalperspectivesonSDOs.

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Salas, President of a recinto association and founder of several associations in Limoncito, is clear in this regard: “Today we have a Cabildo that could never agree on anything because they all belong to different political par-ties. I am never going to participate in the Cabildo as an officer; I prefer to work in my local committee. I am more at ease there” (2004 personal com-munication). Further research is needed to investigate reasons for partici-pation and association that consider local systems of values and under mul-tiple economic and political pressures. Given the trend to generate global policies of development, knowledge of local experiences is a must.

conclusionThe ethnographic account offered above highlighted the importance of larger historical and political contexts in the constitution of participa-tory and organizational capacities –centerpiece of communitarian social capital approaches. From this perspective, associational practices are car-ried out at different scales of interaction. Local ways to organize are not exclusively a local, cultural product, they are connected to institutional relations that go well beyond the local village. As such, the communitarian view of social capital as a public good carries two problematic ideas about the nature of social relations. First, that social capital can be converted into any tangible outcome (Natrajan and Ilahiane 2002); and second, that small-scale societies are homogeneous or even classless, and that every-one has the same access to resources (Durrenberger 2002; Edwards and Foley 1996; Harriss 2002). This is a particularly problematic point for those communities that are imagined as carriers of traditions of coop-eration and participation (Martínez Valle 2003, Molyneux 2002), like a Comuna. However, local circumstances are central to understanding par-ticular institutional trajectories. A crucial concern in social capital studies is that, since social capital is usually equated with collective action and organizational capacity, differences in welfare will be attributed to differ-ences in abilities to organize and participate (Fine 2001, Fox 1996, Schafft and Brown 2003). In terms of policy, a further consequence of thinking of participatory choices as cultural imprints is that it reproduces the idea that poverty ultimately rests on the incapacities of poor people. They are incapable of accumulating trust, developing political connections, or engaging in collective action. In this framework, development outcomes are not related to politics, conflict, or inequality in access to resources.

A further challenge is to reconceive the idea of culture in social capital. As a final thought and potential avenue for analysis, I propose understand-

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ing culture in action (Bourdieu 1977). For the purposes of social capital in development and its interest in knowing how culture structures people´s lives, it is useful to observe the ways in which values and ideas materialize in situated political practices. By adopting this view, we begin to see that in the interactions of individuals, along with their categories, hierarchies, values, and other phenomena considered culture, there is a material side. In describing the way Comuneros carry on their associations and the rela-tional practices we also begin to understand how class relations, kinship categories, and gender hierarchies, are all arenas to find culture in practice. Students of the interaction between culture and development would ben-efit from an idea of participation in which we look for: “what the partici-pants in the interactions are up to, what counts as meaningful to them, what they are paying attention to, and for what purposes” (Duranti 1997:8). This inductive exercise allows the researcher to build explanations of the cultural foundations of development that are informed by the economic, social, and political realities people face on a daily basis. .

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Artículorecibido:12deagostode2013,aceptado:13denoviembrede2013,modificado:6defebrerode2014.

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* ThisarticleemergesfrommyPhDresearch,whichwasfinancedprincipallybytheDanishgovernment;onesixthofthefundingwasprovidedbythemunicipalityofNaestved.

** MA.LecturerandPhDfellow,DepartmentofPsychologyandEducationalStudiesRoskildeUniversity,Denmark.

“M A K i ng MOn E y iS nOT A n En D i n iTSELF ”: cR EATi ng M EA n i ngF U Ln ESS A MOng EM PLOy EES OF SOci A L En T ER PR iSES* christ ian Fr anklin sVensson**[email protected] University, Denmark

A b s t R A c t The different experiences, motivations and

negotiations associated with the social and profit-making dimensions

of money are of central concern to the employees of social enterprises.

These negotiations become apparent because the social dimension

plays a primary role within such organizations. Consequently, it is

very important for employees that a balance should be achieved

between the two. The meaningfulness of what social enterprises do in

expression of their social relations introduces a broader discussion of

employees as actors who are embedded within and act across several

dimensions and traditions.

K e y W O r d s :

Social enterprise, meaningfulness, negotiation, plural economy.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda18.2014.11

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“GANhAR DINhEIRO NÃO É UM PROPÓSITO EM SI MESMO”: CRIAR UM SENTIDO DE RELEVÂNCIA ENTRE OS EMPREGADOS DE EMPRESAS COM FUNÇÃO SOCIAL

resUMO As experiências, motivações e negociações que se relacionam com as dimensões sociais e

de ganância do dinheiro são uma preocupação central dos empregados das empresas com função

social. Essas negociações são evidentes, devido a que nas empresas com função social a dimensão

social desempenha um papel importante e, portanto, a relevância do que se faz chega a ser uma

experiência com muito significado para os empregados quando essas duas dimensões se equilibram.

A relevância das empresas com função social como expressão de duas relações sociais introduz

uma discussão mais ampla dos empregados como atores que estão imersos em várias dimensões e

tradições e que atuam por meio destas.

Palavras-chave:

Empresa com função social, relevância do que se faz, negociação, economia pluralista.

“EL hACER DINERO NO ES UN PROPÓSITO EN SÍ”: LA RELEVANCIA DE LO QUE SE hACE ENTRE EMPLEADOS EN LAS EMPRESAS CON FUNCIÓN SOCIAL

resUMen Las experiencias, motivaciones y negociaciones que se relacionan con las dimensiones

sociales y de la ganancia de dinero son unas características predominantes entre los empleados de las

empresas con función social. Estas negociaciones son evidentes, debido a que en las empresas con

función social la dimensión social desempeña un rol importante, y, por lo tanto, la relevancia de lo

que se hace llega a ser una experiencia con mucho significado para los empleados cuando estas dos

dimensiones se libran. La relevancia de lo que se hace como una expresión de las relaciones sociales

aborda una discusión más amplia de los empleados como actores que están incorporados dentro de y

extendidos a través de varias dimensiones y tradiciones.

Palabras clave:

Empresa con función social, relevancia de lo que se hace, negociación, economía pluralista.

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“M A K i ng MOn E y iS nOT A n En D i n iTSELF ”: cR EATi ng M EA n i ngF U Ln ESS A MOng EM PLOy EES OF SOci A L En T ER PR iSES

c h r i s t i a n F r a n k l i n s V e n s s o n

introduction

t he profile of social enterprises as contributors both to local-level and global growth is rapidly expanding. As a result of the rise of the sector, profit-oriented market approaches are coming under increasing challenge from other more socially-oriented values (Laville, 2011). Social enterprises have distinctive identifications vis à vis the

social dimension in different ways. This is apparent among their emplo-yees—the subject of this research—who are engaged in a conscious process of negotiation by which they seek to position themselves in relation to the social and profit dimensions. The incentives that affect actors in the social field are diverse and their actions are susceptible to a range of interpreta-tions: those seeking to explain employee motivation by referring simply to the interesting nature of their work or to job satisfaction (Depedri, Tortia and Carpita, 2010: 5) being insufficient. It is therefore important to delve more deeply into employee experiences. One way to do so is to view their engagement in social enterprises as an expression of meaningfulness.

This analytical focus provides an understanding of the approaches and negotiation strategies that are employed by actors in a given field and empha-sizes the need to cast light on their experiences and the meanings assigned them (Barth, 1993: 97). This article attempts to extend this field by understanding social enterprises as entities that function as meaning-bearing cultural struc-tures in which—when the social and profit-making dimensions are balanced—employees construct their identifications in ways they find meaningful. Thus, when balanced, the two dimensions create experiences of meaningfulness and, in turn, produce social value. There is, then, a continual process of negotiation underway; it is carried out in accordance with the individual situation of each actor, because meaningfulness is a social construct and is therefore constantly negotiated on an individual and on a communal basis.

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Research in this field has focused much less on exploring the role played by employees of social enterprises as actors than on systemic approaches that stress organizational, financial or policy themes (Amin, 2009: 31). An anthro-pological approach could go a long way towards addressing this matter, by stressing the experiences and identifications of individuals (Eriksen, 2001: 313). The semi-structured interviews of twenty employees and of politicians and civil servants that form the basis of this article were exploratory in nature and consisted of open-ended questions. The study was conducted according to Laville’s (2010a: 82) view that research on employees should start with their everyday lives and experiences. Fieldwork was carried out over a period of two years of near continuous presence in the social enterprises and was based on participant observation, alongside innumerable conversations with informants. This was combined with local knowledge, observations and per-sonal meetings to build up an understanding of the actors in situ (Barth, 1993: 98): establishing in this way an understanding of what it means to be human in this specific setting (Eriksen, 2006: 197).

The article begins by introducing the empirical and ethnographic context, before providing a brief conceptualization of meaningfulness. With the analyti-cal concept of meaningfulness in mind, the article’s final sections discuss the views and experiences of employees in the three social enterprises concerning the profit dimension. This leads to a discussion of the ways in which employ-ees negotiate and seek to balance the social and profit-oriented dimensions of the enterprises where they work, which are understood to provide a culturally determined sense of meaningfulness.

Empirical contextThe employees of three social enterprises in a municipality in southern Denmark consist of male and female social workers, skilled workers and teaching staff. They range in age from 25 to over 60. The employees stress the collective dimen-sion of the enterprises, and this article takes the lead from their own definitions and representations by defining all paid workers—whether they are directors or regular staff—as “employees”. The three enterprises conform broadly with the definition of Work Integration Social Enterprises (WISEs), which exist principa-lly to integrate vulnerable citizens into the labor market (Bode, Evers and Shulz, 2006). All three enterprises make their profits from market-related production and from close financial cooperation with the municipality.

An umbrella term like “social enterprise” suggests a plural approach to research as they concentrate, at one end of the spectrum, on the public good and, at the other, on a more accumulative approach. However, as a result of

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the mechanisms proper to social enterprises and of the positions of their employees, their focus often lies somewhere between these two extremes (Borzaga, Depedri and Tortia, 2010:13). A conclusive definition of social enterprises remains under discussion, but for the purposes of this article they may be defined as a form of enterprise that balances on the peripher-ies of the mainstream market. A widely-accepted description stresses their diversity: “Entrepreneurship can be conceptualized as the activity encom-passing discovery and exploitation of opportunities in existing and new enterprises. The activity may serve several purposes. Specifically, the pur-pose may be economic, mainly, and the entrepreneurship is then denoted commercial entrepreneurship. Or the purpose may be societal, mainly, and the entrepreneurship is then denoted social entrepreneurship.” (Schøtt, 2009: 13). A common way of understanding social enterprises is to see them as part of the third sector and thus occupying a space that is neither within the market nor the state. Consequently, social enterprises are often consid-ered to be both more moral and more effective than is the norm in either of these two sectors (Alexander, 2010: 222). The motivations that lead people to work in social enterprises are varied and may include a sense of social responsibility, a desire for personal fulfilment or a need to express their entrepreneurial ability (Borzaga, Depedri and Tortia, 2010: 18). Emerging value-based organizations such as these, may be seen as counter-hegemonic entities, motivated by “the aspiration to a better, fairer, and more peaceful world” (Santos, Nunes and Meneses, 2008: viii).

It should be stressed that the plurality of social enterprises extends also to the motivations of employees and other actors associated with them. This pro-cessual element consists of a constant process of negotiation and involving the alteration of individual identifications concerning social change and diversity. The term social enterprise, then, does not have a single universal connotation. On the contrary, it is a term whose meaning is as diverse as are the people involved in the organizations. For this reason, to speak of social enterprises as universal entities with no reference to specific socio-economic contexts makes no sense, as the constructions, negotiations and meanings used to describe them differ enormously. Individual identification processes take place in the social context in which they occur (Jenkins, 2008). Likewise, employee identi-fications are shaped by the recognition that they are operating in a field where both the social and profit-making dimensions are significant. Engagement, meaningful activities, common business backgrounds , shared activities and the management of boundaries are thus factors that contribute to the make-up of the context of employee identifications.

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conceptualizing meaningfulnessIf meaningfulness is to be used as an analytical point of departure the term must be negotiated as a social process (Billis, 2010: 62) through a dialectical process framed to make sense of its cultural and social dynamics. Not only are employees influenced by the social constructions and discourse of social enterprises, but the enterprises themselves are also influenced by active and engaged employees: “Culture, here, is not cults and customs, but the struc-tures of meaning through which men [sic.] give shape to their experience” (Geertz, 1973: 312). Culture, in this sense, involves not only the limitations and dimensions of social enterprises, but is also, to a great extent, an expres-sion of actors’ experience of meaningfulness (Barth, 1993: 160). Culture is therefore an expression of constructs that are both pre-developed and under constant negotiation and evolution. This is a continuous dialectical process, which over time bears witness to the development of both the nature and the context of social enterprises and of their employees.

As human action encompasses negotiations between the social and cultural milieux in which an individual is embedded, so meaningfulness is also a result of negotiation and interpretation: “Meaning is something conferred on an object or an event by a person, not something enshrined in that object or event – that is, it arises in the act of interpretation.” (Barth, 1993: 170). The notion of meaningfulness is as diverse as the actors assign-ing it and is created through a diversity of elements. Some people may associate meaningfulness with engagement in value-based organizations, some may see it as the accumulation of vast amounts of personal income, while others still think it is found by distancing themselves from the world and entering a monastic order. As Barth reminds us, meaning is an inter-preted action, which means that the experience of meaning cannot be molded into a generalized form without adopting a universalist view of human action—and, in this case, we are interested in meaningfulness as experienced by employees in social enterprises. Meaning is not a universal entity for which criteria may be established to determine what is and what is not meaningful: it is both negotiated and a product of culturally related factors (Wenger, 2008: 53, 286). The negotiation of the meaningfulness that employees feel involves a permanent process consisting of a multitude of possibilities. Employees are motivated by experiencing meaningfulness; indeed, it may be a prerequisite of their being able to operate between the social and the profit-making dimensions. As we will see, in practice, employees only experience meaningfulness when the social dimension is the main focus of a social enterprise.

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Embracing the profit dimensionAll employees are acutely conscious of the social and the profit-making dimen-sion, and do not see the latter merely as a necessary evil. On the contrary, there is a sense that it is necessary to make money in order to produce and maintain the social profile of the enterprise. Anita says that she does not consider it a challenge operating in the mainstream market. She does not envisage partici-pating in an alternative market but is concerned that social enterprises should be able to enter the market on their own terms:

In fact, you could say that social enterprises choose their platform and that they produce, deliver and distribute in a different way, but they still operate in a market where everyone is doing the same thing. You are in competition, but you are trying to run a little faster than your teammate from the same running club. It’s not a bad thing really. It’s quite stimulating, given human nature.

Anita’s awareness of the need to maintain product quality and to respond to specific demands is shared by all employees. It is a widespread view that if they are to sell anything, the quality must be of the highest. An example of this is provided by one of the enterprises that pursues the goal of excellence by con-sistently cooperating with and seeking out new partners who are able to deliver the necessary quality. They are able to do this because they operate in a niche market, which obliges enterprises to respond to particular demands to produce detailed specifications, such as industrial components for a conveyor belt com-pany or specially designed cushions for private companies. Other examples of this trait are provided by enterprises producing customized picture frames or fashion clothing. An important factor for all the employees is the ability to pro-duce something useful as opposed to merely existing as an institution occupy-ing a quasi-market position in the public sphere. Susan expresses this view as follows in a focus group interview:

We have made this company because we can do it our own way; we can do something special. We want to produce something unique and peculiar to us, both because of the way we do it, and because of the way we market it.

Maria adds to this view:We do not produce for the fun of it; we produce only in response to

orders from other companies: I think that is an important parameter. I think they use us because we make a good product. I am not sure that we are always competitive or sharp enough in the sense that they could probably get it done cheaper elsewhere, but in return we are flexible, can deliver here and now because we are fairly close to the companies we are talking about here. Also because it means something for the people here to have a connection with a value-based organization.

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Susan and Maria exude a sense of pride that they are able to learn how to produce these high-quality specialized products and supply them to a genuine non-quasi market. Susan says that the future for these kinds of social enter-prises may be to become more like profit-oriented companies, which develop their own ideas for the market rather than operating according to a dominant concept of social value. She mentions some possibilities for sustainable pro-duction with developmental aspects built into them: organic farming; sustain-able construction; citizen involvement in transforming recreational areas; or working with people with disabilities to develop an annual festival. Finally, she sees potential in proposals for several social enterprises to pool their efforts and skills in order to market their products together. In short, Susan seeks to develop visionary initiatives in this pluralistic field in which there is room for everyone. Combining these efforts, she says, will also deliver a welcome cul-tural and economic boost to rural areas. Among the challenges inherent to this scenario is that social enterprises must employ experienced people with open minds and the ability to see potential where others see hurdles.

The fact that several employees are simultaneously attracted by profit-ori-ented production and the social approach illustrates a tendency which is clear from other research carried out among employees of social enterprises, where profit is considered a guarantee of efficiency and survival (Borzaga, Depedri, and Tortia, 2010: 10). Similarly, the employees studied in this research are quite enthusiastic when it comes to developing and marketing new products in order to enhance profits. Thus, we may characterize the diverse actions and negoti-ating practices among the employees as coinciding with notions of the plural economy (Laville 2011, Evers 2004, Hart, Laville and Cattani, 2011). The deci-sion to embrace an approach that takes into account both the social and profit-making dimensions gains power when it is considered in relation to the plural economy, which emphasizes the possibility of gaining access to a wide range of options (Hart, Laville and Cattani, 2011: 4). Research by Defourny and Nyssens (2012) further confirms this view: the employees included in this research may well be seen as actors who are seeking to balance the apparently dichotomous relation between the economic and the social and we may interpret their nego-tiations as creating unity between notions of personal meaningfulness, satis-faction and a sense of social justification. Plurality or diversity is experienced and expressed as a multi-layered understanding of connections consisting, for example, of local community, economy and human relations. This is an impor-tant factor when attempting to understand the nature of employee experiences. The diversity is inherent, and perhaps needless to say, also constitutes a princi-pal point of identification. As Anita reflects:

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The primary goal is not to make money, but it is a secondary goal and we need to have some sort of revenue for the system to work. But making money is not an end in itself. A social enterprise activity—in my head at least, though it may well be a misinterpretation—is about more than just doing business. It has a double meaning: balancing the economy; and caring for a particular group of people may go well with making a profit.

This enthusiasm towards applying profit incentives in order to fur-ther social ends is a dominant feature of social enterprises (Borzaga, Depe-dri, and Tortia, 2010:12). Employee responses make it clear they are aware that profit alone does not guarantee them either sustainable livelihoods or an experience of meaningfulness. When speaking of the possibility of co-operating with private profit-oriented companies they frequently mention the challenge of balancing the social and profit-making dimensions. Knud mentions a potential partnership in which a private company would pro-vide classes and activities for disabled citizens: ‘The hurdle with this idea is that there is no time or money to create such a project. But I think both sides would think it was fun, and it would have to be done by someone who had the time. But I don’t know who that should be, or where to find someone who has both the ambition and the audacity to do it.’ He is very aware of the experimental aspect of the idea, and sees both it and the financial aspects as potentially problematic. On the other hand, the money might come from the public sector, and if that were the case then it would not imply extra expense, as the resources would come from the existing, sizeable, public spending in this field, he says. In his view, it is only a matter of channeling the funding in another direction.

negotiating the two dimensionsPursuing the social and the profit-oriented dimensions simultaneously pro-vides both a sense of identification and a clear challenge for several actors in social enterprises (Cornforth and Spear, 2010). On the other hand, research shows that the requirement to balance the two principles need not always imply dire consequences for the social value dimension, as value-based organizations “can maintain their values, even in the very constraining cir-cumstances of contract culture, [though this] may require special vigilance and organizational characteristics.” (Aiken, 2004: 5). One way of taking into account both the social value and profit dimensions is to see them as ele-ments to be negotiated and balanced. This is the view of a local politician in the municipality, who, furthermore, sees no problem in accepting profit as a primary goal, as long as it is used to strengthen social value:

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I think you really ought to turn things on their head and say: if the primary purpose is production and you have achieved it, then you can take on the social function, because then you have unequivocal justification. I also think this will be an easier path to take. It is not easy to do in practice, but it is a more robust way than to have a primary object called “the social” and then to have to find something to do that justifies it.

Inherent to this politician’s reflections appears to be a point of view that sees the market and social value as dichotomous (Defourny and Nyssens, 2012). This article advances the view that to identify a dichotomy is to over-simplify, as it is not always possible to distinguish between a market-oriented rationality and a social mission. Additionally, it is not always possible to pre-dict all the implications inherent to developing each dimension; what we can learn, though, is how the actors themselves balance them in the course of their work. Their overall attitude is based on a conviction that social value must always be the main objective. When this is the case, employees gain a sense of meaningfulness and that they are making a genuine contribution (Cartwright and Holmes, 2006). Subsequently, they develop identifications as actors who have achieved an active and socially responsible profile by main-taining and developing a pluralistic understanding rather than a dichotomous one. The social production of meaning is thus achieved by way of a process of negotiation between the two dimensions.

A shared sense of meaningfulness will often widen engagement and activity within an enterprise, and may in turn reinforce a sense of shared meaningfulness (Wenger 2008: 200). Employee engagement seems to imply that a mechanism of communality is at play when they negotiate their rai-son d’être as a continuing commitment to the social and the profit-making dimensions of their social enterprises, always as long as the social predomi-nates. For employees, meaningfulness among employees thus places an emphasis on the social in social enterprises, and it is of primary significance to them that they can identify with the social dimension of their work. As Jenny says: “I think the most important thing is revenue and social value. And having the faith that everything more or less comes back to the social.” In this sense, employee actions are negotiated through an experience of meaningfulness when they are acting in a social context and with a social aim, as may be observed in the general incentives and overall concepts that govern social enterprises.

Employee negotiations may be said to be determined by cultural expres-sions in social enterprises. They are shaped by the shared cultural and social background and common experience of working in a social enterprise, or what

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may be seen as “an ethnographically ascertained degree of common reality.” (Barth, 1993: 96). Developing a distinctive practice and engaging with the world implies an “active involvement in mutual processes of negotiation of meaning” (Wenger, 2008: 173), and a sense of meaningfulness, understood to imply ‘doing what needs to be done’, is a major cultural incentive for employ-ees. Wenger argues pragmatically that actors in any field do what needs to be done (Wenger, 2008: 6). What the employees of social enterprises need to do is expressed by the requirement to produce and maintain the social dimen-sion, which in turn is enabled and enhanced by the profit-making dimension. Such behavior may be understood as a process of self-definition: “(…) aligning our efforts with the styles and discourses of certain institutions, movements, or systems of thought can be a very profound aspect of how we define our-selves.” (Wenger, 2008: 196) Similarly, the configurations that occur among employees conform to identifications that come to transcend daily practice, because for them meaningfulness implies making a positive change for others and also as a sense of individual reward.

Identification through boundary demarcation—in this case, of employees vis à vis the profit-oriented market—is a significant feature of any social group, by which it defines itself in opposition to what it is not. This identification process often becomes an expression of selfhood or of a (counter-) identity constructed by others (Barth 1982 [1969], Eriksen, 2002, Jenkins, 2008). Thus, it is not always up to the individual or the group to define the points of identification of which they will be a part. Indeed, it may frequently be a question of which identifications or communities are assigned to them by the contexts in which they operate. These multi-facetted identifications are distinguished by the surrounding community and by the employees themselves as alternatives to pure social-benefit or the exclusively profit-oriented mainstream markets This fits well with the notion that there is often a gap between the two and significant room for maneuver between social value and the profit-oriented market (Laville, 2010b: 231). The process of balancing different dimensions is one of con-tinuous and renewed negotiation. As Etienne Wenger argues: “The mean-ingfulness of our engagement in the world is not a state of affairs, but a continual process of renewed negotiation.” (Wenger, 2008: 54). The negotia-tions the employees engage in imply a constant awareness that they should not become overly identified with either the economic or the social dimen-sion of the organizations they work in. This awareness and negotiation is a balancing act between, on the one hand, avoiding too marked a pursuit of profit (with its implied danger of diminishing the social side) and, on the

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other, being too socially-oriented, implying a dominant focus on the provi-sion of public services. The latter option is no more available to employees than the former, as they would then be identified as public sector or social workers rather than as employees of social enterprises with their concomi-tant, plural, connotation of being simultaneously productive, experimental and socially and profit-oriented.

conclusionThis article’s actor-oriented approach to the social and profit dimensions of social enterprises has discussed the findings of research into the views of employees and how they simultaneously embrace and negotiate the social and the profit-oriented dimensions of their places of work. Research into social enterprises generates a reflection on societal movement towards alternative and diversified economic forms and social sustainability as an alternative to rigid ways of understanding sustainability and the accumula-tive economy. Though employees in social enterprises embrace the profit dimension, they are always conscious that the dimension of social value remains a central trait of social enterprises. The negotiations employees engage in are concerned with achieving social value and social responsi-bility by means of a profit-oriented approach; making money presents no problems for employees as long as social value remains the primary focus. Social enterprises, therefore, are not seen as a capitulation to the discipline of the profit-oriented market, because mere profit-making is not counte-nanced by the employees.

The social enterprises examined in this article operate according to the terms of the market, and they may be seen as entities that identify with both sides of the ‘dichotomy’ every time employees mention or reflect on the main-stream market in the same breath, as they emphasize social value as a pre-requisite for their existence. Conversely, because they draw inspiration from both dimensions, they are also very aware of maintaining boundaries between them. This article makes no attempt to idealize this balancing act between the public good and the market, with its attendant dangers that the social may be held to be isomorphic with the profit dimension. A leading characteristic of the employees is their ability to consistently balance and remain true to the features of social enterprises by maintaining vigilance and remaining conscious of the changes that could potentially tip the continuum too far towards one or the other of the two dimensions.

In a non-quasi market, the profit dimension plays a significant role for social enterprises, and price, quality, networking and product consistency-

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as well as the monitoring of targets and outputs—play major roles. The awareness displayed by the employees who are the subject of this research when they approach the mainstream market, underlines that for them the profit dimension is a means that is justified by the end of generating social value and sustainability. This inherent reserve accorded profit may sym-bolize a balance or symbiosis between the market and social sustainability, where it is no longer a question of speaking of one or the other, but, rather, of employee identifications that might best be described as an espousal of the plural economy.

The cultural dimensions of social enterprise generate a shared expe-rience of meaningfulness as a common reality which is negotiated among employees, further underlining their diversity. Employees gain their expe-rience of meaningfulness by creating social value, pursuing the profit dimension and by producing well developed, professional, market-oriented products. Indeed, it could be argued that these three factors combined—meaningfulness, social value, profit—constitute some of the core elements characterizing the social enterprises examined in this research. In combina-tion, they are factors that in turn reinforce an experience of meaningfulness amongst the employees. .

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Í n d i c e t e m á t i c o

� Affirmative Action (Cicalo, No. 16) � Agencia (Rojas, No. 16) � Agricultura moderna (Otero, No. 17) � Ahorro (Gudeman, No. 17) � Antropología económica (Hann, No. 17; Montenegro, No. 17; Parra, No. 17; Hornes, No.

18, Fleisher, No. 18, Espinosa, No. 18) � Archivos (Viane, No. 16) � Arqueología (Rojas No. 16) � Austeridad (Lenhard, No. 18) � Banco Mundial (De la Peña, No. 18) � Biotecnología (Otero, No. 17) � Bogotá (Gómez, No. 16) � Brazil (Cicalo, No. 16) � Campesinado (Otero, No. 17) � Capital social (De la Peña, No. 18) � Cartoneros (Carenzo, No.18) � Chaco argentino (Iñigo, No.17) � China (Liu Xin, No. 16; Hann, No. 17) � Colonialismo (Londoño, No. 16) � Comercializadora DMG- David Murcia Guzman (Ramírez, No. 18) � Compartir (Gudeman, No. 17) � Comunicación académica (Viane, No. 16) � Comunidades indígenas (Tocancipá, No. 16) � Confiabilidad (Apud, No. 16) � Corriente (Gudeman, No. 17) � Credencialismo (Perelman y Vargas, No. 17) � Cultura (Marcus, No. 16) � Cultura material (Carenzo, No.18) � Derechos humanos (Viane, No. 16) � Desarrollo (González, et al. No. 18; De la Peña, No. 18) � Desarrollo (Marcus, No. 16; Tocancipá, No. 16) � Desconfianza (Gómez, No. 16) � Dinero (Lenhard, No. 18) � Disciplina (Rojas, No. 16) � Dólar blue (Sánchez, No.17) � Don (Lenhard, No. 18) � Economía (Carenzo, No.18; Licona, No. 18)

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� Economía del hogar (Gudeman, No. 17) � Economía pluralista (Svensson, No. 18) � Emociones (Gómez, No. 16) � Empresa con función social (Svensson, No. 18) � Energía vital (Gudeman, No. 17) � Enraizamiento (Hann, No. 17) � Escritura (Londoño, No. 16) � Estadistica (Liu Xin, No. 16) � Estrategias ilegales (Sánchez, No.17) � Ethnography (Cicalo, No. 16) � Etnograf ía (Londoño, No. 16; Marcus, No. 16; Perelman y Vargas, No. 17) � Etnograf ía conceptual (Liu Xin, No. 16) � Etnograf ía multitécnica (Apud, No. 16) � Feria campesina (González, et al. No. 18) � Frontera (González, et al. No. 18) � Fuerza (Gudeman, No. 17) � Ganadería de camélidos (González, et al. No. 18) � Gimnasios (Rojas, No. 16) � Gow, D. David (Tocancipá, No. 16) � Ilegal (Parra, No. 17) � Incertidumbre (Hann, No. 17) � Industria de la construcción (Del Águila, No. 18) � Industria siderúrgica (Perelman y Vargas, No. 17) � Infancia (Gómez, No. 16) � Informal (Parra, No. 17) � Interacción (Rojas, No. 16) � Interacciones económicas (Sánchez, No.17) � Interacciones simbólicas (Sánchez, No.17) � Interdependencia (Velázquez, No.17) � Justicia (Viane, No. 16) � Justicia indígena (Viane, No. 16) � Justicia transicional (Viane, No. 16) � Literatura (Londoño, No. 16) � Localidad 20 (Gómez, No. 16) � Mafias (Ramírez, No. 18) � Maoísmo (Hann, No. 17) � Marisca (Iñigo, No.17) � Mendicidad (Lenhard, No. 18) � Mentalidad de gobierno (Liu Xin, No. 16) � Mercado (Licona, No. 18) � Mercados (Gudeman, No. 17; Parra, No. 17) � México (Parra, No. 17)

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� Migración (Del Águila, No. 18) � Modernidad (Tocancipá, No. 16) � Muerte (Gómez, No. 16) � Nahuas (Velázquez, No.17) � Narcotráfico (Ramírez, No. 18) � Negociación (Svensson, No. 18) � Neoliberalismo (Otero, No. 17) � Neorregulación (Otero, No. 17) � Paradigma tecnológico (Otero, No. 17) � Paraguay (Del Águila, No. 18) � Participación (De la Peña, No. 18) � Pirámides (Ramírez, No. 18) � Política (Carenzo, No.18) � Políticas públicas (Hornes, No. 18) � Políticas sociales (Hornes, No. 18) � Pos-conflicto (Gómez, No. 16) � Procesos educativos (Tocancipá, No. 16) � Producción (Iñigo, No.17) � Proletarización (Del Águila, No. 18) � Pueblos indígenas (Viane, No. 16) � Puna (González, et al. No. 18) � Putumayo (Ramírez, No. 18) � Qom (Iñigo, No.17) � Race (Cicalo, No. 16) � Razonamiento estadístico (Liu Xin, No. 16) � Reciprocidad (Velázquez, No.17) � Recomendación (Perelman y Vargas, No. 17) � Reconciliación (Viane, No. 16) � Red (Sánchez, No.17) � Redes sociales (De la Peña, No. 18) � Redes sociales (Velázquez, No.17) � Reflexividad (Apud, No. 16, Gómez, No. 16) � Relaciones de producción (Del Águila, No. 18) � Reproducción de la clase obrera (Perelman y Vargas, No. 17) � Revisión histórica (Montenegro, No. 17) � Revolución verde (Otero, No. 17) � Seguridad social (Hann, No. 17) � Silencio (Gómez, No. 16) � Sistema de intercambio (Licona, No. 18) � Sistema financiero (Ramírez, No. 18) � Socialismo de la reforma (Hann, No. 17) � Socialismo enraizado (Hann, No. 17)

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� Sociedad (Marcus, No. 16) � Sumapaz (Gómez, No. 16) � Tecnología (Carenzo, No.18) � Teoría antropológica (Montenegro, No. 17) � Teoría etnográfica (Viane, No. 16) � Tianguis (Licona, No. 18) � Trabajo (Iñigo, No.17) � Transferencias monetarias condicionadas (Hornes, No. 18) � Transición (Marcus, No. 16) � Trueque (Licona, No. 18) � University education (Cicalo, No. 16) � Usos del dinero (Hornes, No. 18) � Uyghurs (Hann, No. 17) � Validez (Apud, No. 16) � Viaje (Londoño, No. 16) � Writing Culture (Marcus, No. 16) � Xinjiang (Hann, No. 17)

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Í n d i c e a l f a b é t i c o d e a u t o r e s

.

� Apud Ismael (No. 16)

� Bergesio Liliana (No. 18)

� carenzo Sebastián (No. 18) � cicalo André (No. 16)

� De la Peña garcía Antonio (No. 18) � Del águila Álvaro (No. 18)

� Espinosa Mónica L. (No. 17, No. 18)

� Fleischer Friederike (No. 17, No. 18)

� golovanevsky Laura (No. 18) � gómez Ruiz Sebastián (No. 16) � gonzález Natividad (No. 18) � gudeman Stephen (No. 17)

� hann Chris (No. 17) � hornes Martin (No. 18)

� iñigo Valeria (No. 17)

� Jaramillo Pablo (No. 16)

� Lenhard Johannes (No. 18) � Licona valencia Ernesto (No. 18) � Liu Xin (No. 16) � Londoño Wilhelm (No. 16)

� Marcus George E. (No. 16)

� Montenegro Mauricio (No. 17)

� Otero Gerardo (No. 17)

� Parra Johanna (No. 17) � Perelman Laura (No. 17)

� Ramírez María Clemencia (No. 18) � Rojas Contreras Janeth (No. 16)

� Sánchez María Soledad (No. 17) � Steiner Claudia (No. 16) � Svensson Christian Franklin (No. 18)

� Tocancipá-Falla Jairo (No. 16)

� vargas Patricia (No. 17) � velázquez Yuribia (No. 17) � viaene Lieselotte (No. 16)

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Í n d i c e c r o n o l ó g i c o

No. 16 ENERO - JUNIO 2013. ETNOGRAFíAS EN TRANSICIÓN

� Steiner, Claudia Nota Editorial, pp. 11-12 � Jaramillo, Pablo. Presentación: etnograf ías en transición: escalas, procesos y composicio-

nes, pp. 13-22

Meridianos � Liu, Xin. El Enigma de China, pp. 27-58 � Marcus, George E. Los Legados de Writing Culture y el futuro cercano de la forma etno-

gráfica: un boceto, pp. 59-80

Paralelos � Viaene, Lieselotte. La relevancia local de procesos de justicia transicional. Voces de sobre-

vivientes indígenas sobre justicia y reconciliación en Guatemala posconflicto, pp. 85-112 � Cicalo, André. Race and Affirmative Action: The Implementation Of Quotas For “Black”

Students In A Brazilian University, pp. 113-133 � Gómez Ruiz, Sebastián. “Sí, me he sentido triste, pero no se lo puedo decir”: la reflexivi-

dad etnográfica en la investigación sobre emociones de la muerte con niños y niñas de Sumapaz en contexto de “(pos)conflicto”, pp. 135-156

� Rojas Contreras, Janeth. Los gimnasios contemporáneos como evidencia material del cambio en la disciplina corporal moderna a la posmoderna, su relación con la agencia y el contexto social, pp. 157-176

Panorámicas � Londoño, Wilhelm. Tres momentos de la escritura antropológica en Colombia: notas

para una discusión, pp. 181-211 � Apud, Ismael. Repensar el método etnográfico. Hacia una etnograf ía multitécnica,

reflexiva y abierta al diálogo interdisciplinario, pp. 213-235

Reseña � Tocancipá-Falla, Jairo. Replanteando El Desarrollo: Modernidad Indígena E Imaginación

Moral De David D. Gow, Editorial Universidad Del Rosario, 2010, pp. 239-248

.

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No.17 JULIO - DICIEMBRE 2013. ANTROPOLOGíA Y ECONOMíA

� Espinosa, Mónica L. Presentación, pp. 13-16 � Fleischer, Friederike. Occupy Economic Anthropology, pp. 17-21

Meridianos � Gudeman, Stephen. Energía vital. La corriente de Relaciones, pp. 25-47 � Otero, Gerardo. El régimen alimentario neoliberal y su crisis: Estado, agroempresas mul-

tinacionales y biotecnología, pp. 49-78 � Hann, Chris. The Uncertain Consequences of the Socialist Pursuit of Certainty: The Case

of Uyghur Villagers in Eastern Xinjiang, China, pp. 79-105

Paralelos � Montenegro, Mauricio. Entre las crisis globales y los contextos locales. Elementos para

una introducción a la antropología económica, pp. 109-131 � Sánchez, María Soledad. Interacciones económicas, interacciones simbólicas. Una

aproximación etnográfica al significado social del dólar blue en Argentina, pp. 133-152 � Perelman, Laura y Patricia Vargas. Credencialismo y recomendación: las bases de la

reproducción de la clase obrera siderúrgica en la Argentina contemporánea, pp. 153-174 � Velázquez, Yuribia. Interdependencia y economía de dones. La “ayuda” (quipalehuiya)

como forma económica básica entre los nahuas, México, pp. 175-201

Panorámicas � Parra, Johanna. Complicaciones de lo ilegal y de lo informal: el “Business”, una propuesta

conceptual, pp. 205-228 � Iñigo, Valeria. Trabajadores indígenas en el Chaco argentino: algunos sentidos estigma-

tizadores, pp. 229-251

.

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No.18 ENERO - ABRIL 2014. ANTROPOLOGíA Y ECONOMíA-II

� Espinosa, Mónica, Nota editorial Antropología y Economía, segundo número, pp. 13-16 � Fleischer, Friederike, Presentación: Economy and Anthropology: Understanding China’s

Economic Transformations, pp. 17-24

Meridianos � Ramírez, María Clemencia, Legitimidad, complicidad y conspiración: la emergencia de

una nueva forma económica en los márgenes del Estado en Colombia, pp. 29-59 � Hornes, Martín, Transferencias condicionadas y sentidos plurales: el dinero estatal en la

economía de los hogares Argentinos, pp. 61-83 � Lenhard, Johannes, Austere Kindness or Mindless Austerity: The Effects of Gift-Giving

to Beggars in East London, pp. 85-105

Paralelos � Carenzo, Sebastián, Lo que (no) cuentan las máquinas: la experiencia sociotécnica

como herramienta económica (y política) en una cooperativa de “cartoneros” del Gran Buenos Aires, pp. 109-135

� Licona Valencia, Ernesto, Un sistema de intercambio híbrido: el mercado/tianguis La Purísima, Tehuacán-Puebla, México, pp. 137-163

� del Águila, Álvaro, A través de la yerba mate: etnicidad y racionalidad económica entre los trabajadores rurales paraguayos en la industria de la construcción de Buenos Aires, pp. 165-187

� González, Natividad; Liliana Bergesio y  Laura Golovanevsky, La Feria Binacional de Camélidos y las instituciones del desarrollo, pp. 189-213

Panorámicas � de la Peña García, Antonio, Social Capital, Culture and Theories of Development, pp.

217-239 � Svensson, Christian Franklin, ‘Making Money is not an End in Itself ’: Creating Mean-

ingfulness among Employees of Social Enterprises, pp. 241-255

.

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Normas

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G u í a   d e p o l í t i c a s é t i c a s d e A n t í p o d a - R e v i s t a d e A n t r o p o l o g í a y A r q u e o l o g í a

Publicación y autoría Antípoda –Revista de Antropología y Arqueología es la publicación periódica académica del  Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia), y esta última es la encargada del soporte financiero de la publicación. La oficina de la Revista se encuentra ubicada en el Edificio Franco, Gb-603, campus universitario. La dirección electrónica de la Revista es http://antipoda.uniandes.edu.co/index.php, y su correo, [email protected]; el teléfono de contacto es el (+57 1) 3394999, extensiones 4808 y 3483.

Todos los contenidos de la Revista son de libre acceso y se pueden descargar en formato PDF, HTML, y en versión e-book. La Revista cuenta con la siguiente estructura: el equipo editorial compuesto por una editora general, una editora asociada y un asistente editorial; un comité editorial y un comité científico, que garantizan la calidad y pertinencia de los conteni-dos de la Revista. Los miembros de los comités son evaluados bianualmente en función de su prestigio y producción académica, visible en otras revistas y publicaciones nacionales e internacionales.

Los artículos presentados a la Revista deben ser originales e inéditos y no deben estar simultáneamente en proceso de evaluación ni tener compro-misos editoriales con ninguna otra publicación. Si el manuscrito es acep-tado, el equipo editorial espera que su aparición anteceda a cualquier otra publicación total o parcial del artículo. Si el autor de un artículo quisiera incluirlo posteriormente en otra publicación, la revista donde se publique deberá señalar claramente los datos de la publicación original, previa auto-rización solicitada a la editora general de la Revista. Asimismo, cuando la Revista tenga interés de publicar un artículo que ya haya sido previamente publicado, se compromete a pedir la autorización correspondiente a la edi-torial que realizó la primera publicación.

Responsabilidades del autorLos autores deben enviar sus artículos a través del siguiente enlace: http://antipoda.uniandes.edu.co/index.php “Presentar Artículo”, que aparece en el menú del costado izquierdo de la página web de la Revista, en las fechas establecidas por la Revista para la recepción de los artículos. La Revista tiene normas para los autores de acceso público, que contienen las pautas para la presentación de los artículos y las reseñas, así como las reglas de edi-

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ción. Éstas se pueden consultar en las páginas finales de la versión impresa de la Revista y en el siguiente enlace: http://antipoda.uniandes.edu.co/page.php?c=Normas+para+los+autores, “Normas para autores”, menú del cos-tado izquierdo del sitio web de la Revista.

Si bien la editora general aprueba los artículos con base en criterios de calidad, rigurosidad investigativa, y teniendo en cuenta la evaluación realizada por los pares anónimos, los autores son los responsables de las ideas allí expresadas, así como de la idoneidad ética del artículo. Los autores tienen que hacer explícito que el texto es de su autoría y que en el mismo se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros. Si se utiliza material que no sea de propiedad de los autores, es responsa-bilidad de los mismos asegurarse de tener las autorizaciones para el uso, reproducción y publicación de cuadros, gráficas, mapas, diagramas, foto-grafías, etcétera. También aceptan someter sus textos a las evaluaciones de pares externos y se comprometen a tener en cuenta sus observaciones, así como las del equipo editorial, para la realización de los ajustes soli-citados. Estas modificaciones y correcciones al manuscrito deberán ser realizadas por el autor en el plazo que le sea indicado por el editor de la Revista. Luego que la Revista reciba el artículo modificado, se le infor-mará al autor acerca de su completa aprobación. Cuando los textos some-tidos a consideración de la Revista no sean aceptados para publicación, el equipo editorial enviará una notificación escrita al autor explicándole los motivos por los cuales su texto no será publicado en la Revista. Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por el equipo editorial para resolver las inquietudes existentes. Tanto en el proceso de evaluación como en el proceso de edición, el correo electrónico consti-tuye el medio de comunicación privilegiado con los autores. La editora general se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado. La Revista se reserva el derecho de hacer correc-ciones menores de estilo. Los autores de los textos aceptados autorizan, mediante la firma del “Documento de autorización de uso de derechos de propiedad intelectual”, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transformación y distri-bución) a la Universidad de los Andes, para incluir el texto en la Revista (versión impresa y versión electrónica). En este mismo documento los autores confirman que el texto es de su autoría y se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros.

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Revisión por pares/responsabilidad de los evaluadores

Al recibir un artículo, el equipo editorial evalúa si cumple con los requi-sitos básicos exigidos por la Revista. El equipo editorial establece el pri-mer filtro, teniendo en cuenta el formato. En caso de presentarse pro-blemas de formato, el autor recibirá una notificación escrita en la que se le detallarán los asuntos que debe corregir y/o modificar en su texto para cumplir los requisitos básicos de formato de la Revista. Después de esta primera revisión, se definen los artículos que iniciarán el proceso de arbitraje.  Los textos son sometidos a la evaluación de pares académicos anónimos y al concepto del equipo editorial. El resultado será comuni-cado al autor en un período que puede durar hasta seis meses a partir de la fecha de recepción del artículo. Cuando el proceso de evaluación exceda este plazo, el equipo editorial deberá informar al autor dicha situación. Todos los artículos que pasen el primer filtro de revisión serán sometidos a un proceso de arbitraje a cargo de evaluadores pares anónimos, quienes podrán formular sugerencias al autor, señalando referencias significativas que no hayan sido incluidas en el trabajo. Estos lectores son, en su mayo-ría, externos a la institución, y en su elección se busca que no tengan con-flictos de interés con las temáticas sobre las que deben conceptuar. Ante cualquier duda, se procederá a un reemplazo del evaluador. La Revista cuenta con un formato que contiene preguntas con criterios cuidadosa-mente definidos sobre el artículo objeto de evaluación, que el evaluador debe responder. A su vez, tiene la responsabilidad de aceptar, rechazar o aprobar con modificaciones el artículo arbitrado. Durante la evaluación, tanto los nombres de los autores como los de los evaluadores serán man-tenidos en completo  anonimato.

Responsabilidades editoriales El equipo editorial de la Revista, con la participación de los comités edi-torial y científico, es responsable de definir las políticas editoriales para que ésta cumpla con los estándares que permiten su posicionamiento como una reconocida publicación académica. La revisión continua de estos parámetros asegura que la Revista mejore y llene las expectativas de la comunidad académica. Así como se publican normas editoriales, que la Revista espera sean cumplidas en su totalidad, también deberá publicar correcciones, aclaraciones, rectificaciones y dar justificaciones cuando la situación lo amerite.La editora general es responsable de la escogencia de los mejores artículos para  ser publicados. Esta selección estará basada en

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las recomendaciones derivadas del proceso de evaluación y el proceso de revisión editorial del artículo, en el que los criterios de calidad y relevan-cia, originalidad y contribuciones al conocimiento social son centrales. En este mismo sentido, cuando un artículo es rechazado, la justificación que se le da al autor deberá orientarse hacia estos aspectos.El equipo edi-torial es responsable del proceso de todos los artículos que se postulan a la Revista, y debe desarrollar mecanismos de confidencialidad mientras dura el proceso de evaluación por pares hasta su publicación o rechazo. Cuando la Revista reciba quejas de cualquier tipo, el equipo editorial debe responder prontamente, de acuerdo con las normas establecidas por la publicación, y en caso de que el reclamo lo amerite, debe asegurarse de que se lleve a cabo la adecuada investigación tendiente a la resolución del problema. Cuando se reconozca falta de exactitud en un contenido publicado, se consultará al comité editorial, y se harán las correcciones y/o aclaraciones en la página web de la Revista. Tan pronto un número de la Revista salga publicado, el equipo editorial tiene la responsabilidad de su difusión y distribución a los colaboradores, evaluadores, y a las entida-des con las que se hayan establecido acuerdos de intercambio, así como a los repositorios y sistemas de indexación nacionales e internacionales. Igualmente, el equipo editorial se ocupará del envío de la Revista a los suscriptores activos.

N o r m a s p a r a l o s a u t o r e s

Antípoda es una publicación cuatrimestral que se proyecta como un espacio de encuentro y discusión sobre temas de interés para la disciplina antropoló-gica. Su objetivo es incentivar el intercambio académico entre la antropo-logía y todos sus subcampos y las otras disciplinas sociales y humanas. La Revista tiene un interés especial en desarrollar y profundizar en los análisis de dichas áreas en torno a problemáticas actuales y regionales. Dado nues-tro interés por crear lazos entre pensamientos académicos de otros contex-tos nacionales y continentales, la revista Antípoda publica textos inéditos en español, inglés y portugués. Los autores deben presentar en una hoja aparte su información (nombre, afiliación institucional, etcétera).  Asi-mismo, deben garantizar la confidencialidad de su autoría dentro del texto.  Deben regirse por las normas de citación especificadas en “Los requisitos para presentar artículos”.  

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Proceso editorial

� La Revista publica semestralmente una convocatoria abierta de artículos en todos los subcampos de la antropología y en las disciplinas sociales y humanas afines. Entre el 1º de noviembre y 30 de enero y, entre 1º de mayo y 30 de julio.

� Cada cierto tiempo, la Revista prepara un dossier especial. El tema de dicho dossier es sugerido por la editora general y el comité editorial.

� Los autores deben enviar sus artículos a través del siguiente enlace: http://antipoda.uniandes.edu.co/index.php “Presentar Artículo”, que aparece en el menú, costado izquierdo de la página web de la Revista.

� Los artículos presentados no deben estar en proceso de evaluación ni tener compromisos editoriales con ninguna otra publicación.

� Si se utiliza material que no sea de propiedad de los autores, es responsa-bilidad de los mismos asegurarse de tener las autorizaciones para el uso, reproducción y publicación de cuadros, gráficas, mapas, diagramas, foto-graf ías, etcétera.

� Una vez se cierra la convocatoria, el equipo editorial hace una primera revi-sión de formato del texto.  Luego, el texto aprobado pasa al comité editorial en pleno, el cual hace una revisión cuidadosa de los artículos presentados. Allí se evalúa si el escrito cumple con los requisitos de calidad y pertinencia exigidos por la Revista.

� Posteriormente, los artículos seleccionados son sometidos a evaluación por parte de dos árbitros anónimos, sugeridos por la editora general y avalados por el comité editorial. La decisión final se informará a los autores en un plazo máximo de seis meses.

� El equipo editorial se encargará de enviar un concepto inicial a cada autor (aprobado, aprobado con cambios menores, aprobado con cambios impor-tantes, o rechazado). Igualmente, se inicia un proceso de seguimiento a los artículos aceptados, que consta de las siguientes etapas: evaluación, correc-ción por autores, revisión editorial y corrección de estilo. Las modificaciones y correcciones del artículo deberán ser realizadas por el autor en el plazo que le será indicado por el equipo editorial de la Revista.

� Al finalizar el proceso de evaluación, la editora general deberá revisar los conceptos recibidos y determinar cuáles serán los artículos publicados. Igual-mente, definirá en qué sección serán publicados y qué cambios requieren. Esta decisión será comunicada al autor tan pronto se tenga toda la documen-tación que le ha sido solicitada en el plazo indicado.

� Los autores de los textos aceptados autorizan, mediante la firma del “documento de autorización” de uso de derechos de propiedad intelec-

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tual, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transformación y distribución) a la Universidad de los Andes, Departamento de Antropología, para incluir el texto en Antí-poda - Revista de Antropología y Arqueología (versión impresa y versión electrónica). En este mismo documento los autores confirman que el texto es de su autoría y que en el mismo se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros.

� Al finalizar este proceso, los textos no serán devueltos. � Los autores recibirán dos ejemplares del número en el que participaron. � En caso de que un artículo quisiera incluirse posteriormente en otra publi-

cación, deberán señalarse claramente los datos de la publicación original en Antípoda, previa autorización solicitada a la dirección de la Revista.

Requisitos para la presentación de artículosAntípoda  recibe textos muy bien escritos en español, inglés y portugués, máximo de veinticinco (25) páginas (8.500 palabras aproximadamente, inclui-dos pies de página y referencias bibliográficas).Al presentar un artículo, se deben cumplir las siguientes especificaciones: � Los trabajos deberán presentarse en el siguiente formato: tamaño carta, már-

genes de 2,54 cm, doble espacio, letra Times New Roman 12 puntos, nume-ración de página desde 1 hasta n, en el margen superior derecho, con un uso mínimo de estilos: negrita sólo para títulos y subtítulos y cursiva para énfasis dentro del texto. Las citas textuales deberán aparecer siempre entre comillas.

� Cada texto debe incluir el título del artículo y un resumen en español o en el idioma escrito y en inglés, que tenga un rango entre 150 y 250 palabras; asi-mismo, debe incluir 5 palabras clave en español e inglés.

� El autor debe mantener confidencialidad respecto a su autoría en el texto. » El autor debe incluir en archivo adjunto un resumen de la hoja de vida que

incluya nombre, dirección, teléfono, dirección electrónica, títulos acadé-micos, afiliación institucional, cargo(s) actual(es), estudios en curso y publi-caciones de libros y artículos. Además, indicar de qué investigación(es) resultó el artículo y cómo se financió.

» Todos los cuadros, gráficas, mapas, diagramas y fotograf ías serán deno-minados “Figuras”, las cuales deben ser insertadas, numeradas, en orden ascendente, e identificadas y referenciadas en el texto mediante un pie de foto. Éstas deben ser enviadas en formato .jpg o .tiff de alta resolución, es decir, de 300 pixeles por pulgada (ppp).

� La forma de citación debe corresponder a las normas Chicago adaptadas por Antípoda.

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» Para citas al interior del texto seguir las siguientes indicaciones: (Rabi-now, 1999: 167-182), (CEH, 1999), (Prensa libre, 2005), (Sheriff, 2001; Fry, 2005), (Carvallo et al., 2007).

» Las referencias bibliográficas deben estar organizadas en estricto orden alfabético, numeradas en números arábigos, en orden ascendente, y deben listarse al final del artículo. Ver modelos de presentación de los datos bibliográficos en los siguientes ejemplos:

Libros:Apellido, Nombre. Año. Título. Ciudad, Editorial.1. Varona, Luis S. 1980.  Mamíferos de Cuba.  La Habana, Editorial

Gente Nueva.2. Behrensmeyer, Anna Kay y Andrew Hill. 1980. Fossils in the Making:

Vertebrate Taphonomy and Paleoecology.  Chicago, University of Chicago Press.

capítulo de libro o artículo de contribución:Apellido, Nombre. Año. Título capítulo. En Título libro, eds., pp. Ciudad, Editorial.3. Uribe, Carlos Alberto. 1992. Aculturación. En Palabras para desar-

mar,  eds. Margarita Serje, María Cristina Suaza y Roberto Pineda, pp. 25-37. Bogotá, ICANH.

Artículos en revistas:Apellido, Nombre. Año. Título artículo, Título Revista, vol. (núm.), pp.4. Adam, Peter. 2004. Monachus tropicalis.  Mammalian Species  747,

pp. 1-9.5. Bradley, Bruce y Dennis Stanford. 2004. The North Atlantic Ice-

edge Corridor: A Possible Paleolithic Rout to the New World. World Archaeology 36 (4), pp. 459-478.

Textos consultados en internet:Autor. Año. Título texto. Consultado [fecha de consulta] en URL.6. DANE. 2012. Indicadores demográficos y tablas abreviadas de mor-

talidad nacionales y departamentales 2005-2020. Consultado el 11 de febrero de 2012, en http://www.dane.gov.co/index.php?option=com_content&view=article&id=238&Itemid=121 

7. Carini, Sergio. 2010.  Mercedes, Una mirada diferente sobre los orígenes de la ciudad. Consultado en enero de 2011  en: 

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http://mercedesmemoria.blogspot.com/2010/02/mercedes-b-una-mirada-diferente-sobre.html 

8. 2001. Caribbean Monk Seals or Hooded Seals? The Monachus Guar-dian 4 (2), consultado electrónicamente bajo la dirección de http://www.monachusguardian.org/mguard08/08newcar.htm, el 23 de mayo de 2009.

Tesis consultadas:Apellido, Nombre. Año. Título tesis. Grado académico al que corres-ponde (pregrado, especialización, maestría o doctorado),  Departa-mento, Facultad, Universidad, Ciudad.9. Fernández A., Katherine. 2010. Con Dios y el Diablo. Prácticas mági-

cas de comunidades negras en el Chocó. Tesis de Periodismo, Facul-tad de Comunicaciones, Universidad de Antioquia, Medellín.

Como Revista académica,  Antípoda  respeta y está abierta a diferentes líneas de pensamiento. Sin embargo, Antípoda no se hace responsable de las opiniones y conceptos de los autores que aparecen en cada número.

Equipo editorialBogotá, 4 de marzo de 2014

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A N T Í P O D A E T H I C S G U I D E L I N E S

Publication Practices and Responsible AuthorshipAntípoda - Journal of Anthropology and Archaeology is the periodical aca-demic journal of the Department of Anthropology in the Faculty of Social Sci-ences of the Universidad de los Andes (Bogota, Colombia). The latter is respon-sible for the financial support of the publication. The journal office is located at building FR, Gb-603, University Campus.

The online version of the journal can be accessed at http://antipoda.uni-andes.edu.co/index.php. The email address is [email protected] and the telephone number is (+57 1) 3394999, extensions 4808 and 3483.

All content is freely available and can be downloaded in PDF, HTML, and e-book version.

The executive structure is as follows: an editor, an associate editor, and pub-lishing assistant, an editorial board and a scientific board. They all guarantee the quality and relevance of the contents of the journal. Members are evaluated bian-nually based on their reputation in the area and the visibility of their academic production in other journals and national and international academic publications.

Articles submitted to the journal must be original and not published or submitted for publication elsewhere. If the manuscript is accepted, the Edito-rial Team expects that its publication precedes any other total or partial pub-lication of the article. If the author of an article would like to include it later in another publication authorization must be requested from the editor of Antíp-oda by the journal where is to be published, and original publication informa-tion would have to be included in te republication.

Also, when the journal is interested in publishing an article that has been previously published, it will request the corresponding authorization from the publisher who made the first publication.

Responsibilities of the AuthorThe articles must be submitted within the submission dates established by the journal. To submit the articles, authors must go to http://antipoda.uniandes.edu.co/index.php and click on “Presentar Artículo”. This option is located on the left-hand menu “Rules for authors including guidelines for presentation of articles and reviews, as well as editing guidelines, can be found on the pages of the printed version of the journal and at the following link: http://antipoda.uni-andes.edu.co/page.php?c=Normas+para+los+autores, “Normas para autores”, located on the left-hand menu.

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Even though the editor approves the articles based on criteria of quality, scientific rigor, and anonymous peer evaluation concepts, authors, not Antíp-oda, are responsible for the content of their articles, the accuracy of quotations and their correct attribution.

Authors must acknowledge their authorship and that the intellectual property rights of third parties are respected. If authors use material other than their own, they must ensure that they obtain authorizations for the use, repro-duction and publication of pictures, charts, maps, diagrams, photographs, etc.

Authors also accept to subject their manuscripts to the evaluations of external peers, agree to consider the observations of the reviewers, as well as those of the Editorial Team, to make the necessary adjustments. These amend-ments and corrections to the manuscript must be carried out by the author in the term indicated by the editor. After the journal receives the modified article, the author will be informed about its full approval for publication.

In case manuscripts submitted for consideration are not accepted for publication, the editorial will send a written notice to the author explaining the basis for the decision.

During the editing process, authors may be contacted by the Editorial Team to resolve any existing concern. Both during the assessment and editing process, email will be the preferred means of communication with the authors.

The editor has the final say over publication date of the articles and the issue in which they will be published.

This date will not be changed provided that the author sends the docu-mentation requested within the indicated period. The journal reserves the right to make minor style corrections. By signing the copyright and consent form, the author of the accepted article gives copyright to the Department of Anthropology, Universidad de los Andes, and permission to publish the article in Antípoda – Journal of Anthropology and Archaeology (printed and elec-tronic version). In the same document, the acknowledges that the article is his and that third-party intellectual property rights are respected in it.

Peer Review/Responsibilities of Reviewers Upon reception, the Editorial Team decides whether the article meets the basic journal requirements. This first filter focuses on the format. In case there is any formatting problem, the author will receive a written notice explaining the issues that need to be corrected and/or modified so that the article meets the formatting requirements. After this first filter, the articles that will undergo the review process are selected. The articles are subject to review by anonymous academic peers and the Editorial Team concept.

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The authors will be notified of the result within six months upon reception of the articles. When the review process exceeds this period, the Editorial Team must notify the author.

All articles that pass the first review filter will undergo a review process conducted by anonymous peer evaluators. They may make suggestions to the author, and note relevant references that have not been included in the work. The reviewers are, for the most part, external to the institution, and their elec-tion seeks to avoid out any conflicts of interest. Any reviewer having a real conflict of interest will be replaced.

The journal has an evaluation format containing carefully designed review questions that must be answered by the reviewer.

The reviewer must accept, reject, or accept with modifications the article being reviewed. During the review process, the identity of both the reviewers and the authors will remain anonymous.

Editorial ResponsibilitiesThe Editorial Team, supported by the Editorial and Scientific Boards, is respon-sible for defining the editorial policies aimed at meeting the standards that allow the journal to be recognized as an academic publication. The continuing revision of these guidelines ensures the constant improvement of the journal and the fulfillment of the expectations of the academic community.

Besides publishing the editorial guidelines, which are expected to be met in their entirety, the Team must also publish corrections, clarifications, rectifi-cations, and justifications when the situation warranted.

The editor is responsible, after the evaluation process, for choosing the best articles to be published. This selection will be always based on the quality and relevance of the article, its originality and its contributions to field. In this sense, in case an article is rejected, the justification that is given to the author shall aim at these aspects.

The editorial team is responsible for processing all submitted articles and must develop confidentiality mechanisms during the peer review process until they are published or rejected.

In case the journal receives complaints of any kind, the editorial team must respond promptly, in accordance with the rules laid down by the journal. If the situation warrants it, the team must ensure that an appropriate investiga-tion aimed at the resolution of the problem is carried out.

In case of inaccuracy detected in the published content, the Editorial Committee will be consulted and the corresponding corrections or clarifica-tions will be published on the journal website. As soon as an issue of the jour-

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nal is published, the Editorial Team is responsible for its dissemination and distribution to partners, evaluators, and entities with which there are exchange agreements, as well as national and international indexing systems and reposi-tories. Equally, the Editorial Team will be in charge of sending the journal to all active subscribers.

guidelines for AuthorsAntípoda is a tri-annual publication that attempts to create a space of encoun-ter and discussion on issues of importance to anthropology. Its objective is to promote academic exchanges between the discipline and all its subfields and other social and human disciplines. It seeks to further the professional inter-ests of anthropologist by developing and deepening the analysis of these areas around existing and regional issues.

In order to advance our goal of creating ties between academic discourses from other national and continental contexts, Antípoda publishes previously unpublished texts in Spanish, English and Portuguese.

Authors must submit an additional file containing their personal infor-mation (name, institutional affiliation, and so on).

Authors must avoid references to themselves and/or their own work in the manuscript. They must be governed by the citation guidelines specified in Article Submission Guidelines

Editorial Process � Every six months, the journal has an open call for articles in all subfields of

anthropology and related social and human sciences. � Every so often, the journal prepares a special dossier. The topic of this issue is

suggested by the editor and the editorial board. � Antípoda calls for papers twice a year. The first period goes from November 1

to January 30 and the second period goes from May 1 to July 30 � In order to submit articles, authors must go to http://antipoda.uniandes.edu.

co/index.php and click on “Presentar Artículo”. This option is located on the left-hand menu.

� Submitted articles must not be in process of evaluation or have editorial com-mitments with any other publication.

� If authors use material other than their own, they must ensure that they obtain authorizations for the use, reproduction and publication of pictures, charts, maps, diagrams, photographs, etc.

� Once the call is closed, the editorial team makes an initial review of the text format. Then, the approved articles go to the Editorial Committee where

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they are thoroughly reviewed. The committee decides whether they meet the requirements of quality and relevance required by the journal.

� Subsequently, the selected items are evaluated by two anonymous referees suggested by the editor and endorsed by the editorial Committee. The final decision will be informed to the authors within six months.

� The editorial team will send an initial concept to each author (approved, approved with changes, approved with changes, or rejected). Similarly, the accepted articles go through a monitoring process consisting of the following phases: evaluation, correction by the authors, editorial review and copyedit-ing. Amendments and corrections must be made by the author within the term indicated by the editorial team of journal.

� At the end of the evaluation process, the editor must review the received con-cepts and determine which articles will be published. Similarly, she will define in which section they will be published and what changes are required. This decision shall be communicated to the author as soon the author sends all the information he has been requested within the indicated term.

� By signing the copyright and consent form, the author of the accepted article authorizes the Universidad de los Andes, Department of Anthropology to use the economic rights of copyright (reproduction, public communication, transformation and distribution) and publish the article in Antípoda - Journal of Anthropology and Archaeology (printed and electronic version). In this same document, the author acknowledges that the article is his and that third-party intellectual property rights are respected in it.

� At the end of this process, the texts will not be returned. � Authors will receive two printed copies of the issue in which they participated. � In case the article wants to be included in another publication, the origi-

nal publication data in Antípoda must be clearly stated, prior authorization requested to the direction of the journal.

� All content is freely available and can be downloaded in PDF, HTML, and e-book version.

Article Submission guidelinesThe articles might be in Spanish, English, or Portuguese. The manuscripts must be no longer than 8,500 words including notes and references.

To submit an article, you must comply with the following specifications: � All text should be Times New Roman 12-point font and double spaced. All

margins should be 1 inch. Pages must be numbered in the top right-hand cor-ner. Use bold only for titles and italics for emphasis. Citations must be placed within quotation marks.

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� The text must include the title of the article and an abstract of 150-250 words in Spanish or in the language of the text, as well as in English. It must also list 5 key words in Spanish and English.

� The author must include a file with his/her name and personal infor-mation. The author must keep hi/hers identity confidential in the man-uscript. » The résumé of the author(s) including name, address, phone, email address,

academic qualifications, institutional affiliation, current position(s), stud-ies in progress and publications of books and articles must be attached. Additionally, the author must indicate from what research the article is derived and how it was financed.

» All pictures, graphs, maps, diagrams and photographs will be referred to as “Figures”. They must be inserted, sequentially numbered, and identified and referenced by a caption. They must be submitted in high-resolution JPG or TIFF format, i.e. 300 d.p.i.

� Antípoda follows the citation style of The Chicago Manual of Style with a few modifications. Authors must conform to it. » For citations in the texts, authors must follow this format: (Rabinow, 1999:

167-182), (CEH, 1999), (Prensa libre, 2005), (Sheriff, 2001; Fry, 2005), (Carvallo et al., 2007).

» Bibliographic references should be arranged in strict alphabetical order, numbered sequentially in Arabic numerals, and listed at the end of the article. See some examples below:

Books:Last name, name. Year. Title. City, Publisher.1. Varona, Luis S. 1980. Mammals of Cuba. La Habana, Editorial Gente

Nueva.2. Behrensmeyer, Anna Kay and Andrew Hill. 1980 Fossils in the Mak-

ing: Vertebrate Taphonomy and Paleoecology. Chicago, University of Chicago Press.

Book chapter or article contribution:Last name, Name. Year. Title chapter. In title of the book, Eds ., pp. City, Publisher.3. Uribe, Carlos Alberto. 1992. Aculturación. En Palabras para desar-

mar, eds. Margarita Serje, María Cristina Suaza y Roberto Pineda, pp. 25-37. Bogotá, ICANH.

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Articles in journals: Last name, Name. Year. Article Title, Journal Title, vol., pn. 4. Adam, Peter. 2004. Monachus tropicalis. Mammalian Species 747,

pp. 1-9. 5. Bradley, Bruce y Dennis Stanford. 2004. The North Atlantic Ice-

edge Corridor: A Possible Paleolithic Rout to the New World. World Archaeology 36 (4), pp. 459-478.

Web sources: Author. Year. Text Title. Consulted [date] at URL. 6. DANE. 2012. Indicadores demográficos y tablas abreviadas de mor-

talidad nacionales y departamentales 2005-2020. Consulted on Feb-ruary 11, 2012, at

http://www.dane.gov.co/index.php?option=com_content&view=article&id=238&Itemid=121

7 Carini, Sergio. 2010 Mercedes, a different look on the origins of the city. Consulted in January, 2011 at: http://mercedesmemoria.blogspot.com/2010/02/mercedes-b-una-mirada-diferente-sobre.html.

8. 2001. Caribbean Monk Seals or Hooded Seals? The Monachus Guardian 4 (2), consulted electronically at http://www.monachus-guardian.org/mguard08/08newcar.htm, on May 23, 2009.

consulted Theses:Last name, name. Year. Thesis title. Corresponding Academic Degree, Department, Faculty,City

9. Fernandez a., Katherine. 2010. With God and the devil. Magical practices of black communities in Chocó. Journalism Master’s Thesis,

Department of Communication, University of Antioquia, Medellín. Being an academic journal, Antípoda respects and is open to different lines of thought. However, Antípoda is not responsible for the opinions and concepts expressed by the authors.

Editorial TeamBogotá, March, 2014

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G u i a d e p o l í t i c a s é t i c a s d a A n t í p o d a - R e v i s t a d e A n t r o p o l o g i a e A r q u e o l o g i a

Publicação e autoriaAntípoda – Revista de Antropologia e Arqueologia é a publicação periódica aca-dêmica do Departamento de Antropologia da Faculdade de Ciências Sociais da Universidade dos Andes (Bogotá, Colômbia), e esta é a encarregada do suporte financeiro da publicação. O escritório da Revista se fica no Edif ício Franco, Gb-603, campus universitário. O endereço eletrônico da Revista é http://anti-poda.uniandes.edu.co/index.php, e seu e-mail é [email protected]; o telefone de contato é (+571) 339-4999, ramais 4808 e 3483.

Todos os conteúdos da Revista são de livre acesso e podem ser baixados em PDF, HTML e em versão e-book.

A Revista conta com a seguinte estrutura: uma editora, uma editoria asso-ciado, um assistente editorial, um comitê editorial e um comitê científico, que garantem a qualidade e pertinência dos conteúdos da Revista. Os membros são avaliados bianualmente em função de seu prestígio na área e de sua produção acadêmica, visível em outras revistas e em publicações acadêmicas nacionais e internacionais.

Os artigos apresentados à Revista devem ser originais e inéditos, bem como não devem estar simultaneamente em processo de avaliação nem ter compromissos editoriais com nenhuma outra publicação. Se o texto for aceito, a equipe editorial espera que seu aparecimento anteceda a qualquer outra publicação total ou parcial do artigo. Se o autor de um artigo quiser incluí-lo posteriormente em outra publicação, a revista na qual se publicará deverá indi-car claramente os dados da publicação original, com autorização prévia solici-tada ao editor da Revista Antípoda.

Além disso, quando a Revista tiver interesse em publicar um artigo que já tenha sido previamente publicado, compromete-se em pedir autorização cor-respondente à editora que realizou a primeira publicação.

Responsabilidade do autorOs autores devem enviar seus artigos pelo link: http://antipoda.uniandes.edu.co/index.php “Presentar artículo” (Apresentar artigo), que aparece no menu esquerdo da página web da Revista, nas datas estabelecidas pela Revista para a recepção dos artigos. A Revista tem normas para os autores de acesso público, que contêm as pautas para a apresentação dos artigos e das resenhas, bem como

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as regras de edição. Estas podem ser consultadas nas páginas finais da versão impressa da Revista e no seguinte link: http://antipoda.uniandes.edu.co/page.php?c=Normas+para+los+autores, “Normas para os autores”, menu esquerdo da página web da Revista.

Embora a editora aprove os artigos com base em critérios de qualidade, rigorosidade investigativa e considere a avaliação realizada pelos pares anôni-mos, os autores são os responsáveis pelas ideias expressas no texto, bem como pela idoneidade ética do artigo.

Os autores têm que deixar explícito que o texto é de sua autoria e que nele se respeitam os direitos de propriedade intelectual de terceiros. Se for utilizado material que não seja de propriedade dos autores, é responsabilidade destes ter as autorizações para o uso, reprodução e publicação de quadros, gráficos, mapas, diagramas, fotografias entre outros.

Também aceitam submeter seus textos às avaliações de pares externos e se comprometem a considerar suas observações, bem como as da equipe edi-torial para a realização dos ajustes solicitados. Essas modificações e correções no texto deverão ser realizadas pelo autor no prazo que lhe seja indicado pelo editor da Revista. Assim que a Revista receber o artigo modificado, o autor será informado sobre sua completa aprovação.

Quando os textos submetidos à consideração da Revista não forem aceitos para publicação, a equipe editorial enviará uma notificação escrita para o autor, na qual se explicará os motivos pelos quais seu texto não será publicado na Revista.

Durante o processo de edição, os autores poderão ser consultados pela equipe editorial para resolver dúvidas existentes. Tanto no processo de avalia-ção quanto no de edição, o e-mail será a forma de comunicação privilegiada com os autores.

A editora tem a última palavra sobre a publicação dos artigos e o número no qual se publicarão.

Essa data se cumprirá contanto que o autor envie toda a documenta-ção que lhe foi solicitada no prazo indicado. A Revista tem o direito de fazer correções menores de estilo.

Os autores dos textos aceitos autorizam, mediante a assinatura do “Docu-mento de autorização de uso de direitos de propriedade intelectual”, a utili-zação dos direitos patrimoniais do autor (reprodução, comunicação pública, transformação e distribuição) à Universidade dos Andes, para incluir o texto na Revista (versão impressa e eletrônica). Neste mesmo documento, os autores confirmam que o texto é de sua autoria e se respeitam os direitos de proprie-dade intelectual de terceiros.

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Revisão por pares/responsabilidade dos avaliadoresAo receber um artigo, a equipe editorial avalia se cumpre com os requisitos básicos exigidos pela Revista.

A equipe editorial estabelece o primeiro filtro considerando o for-mato. Caso o texto apresente problemas de formato, o autor receberá uma notificação escrita na qual serão detalhados os assuntos que deve corrigir e/ou modificar em seu texto. Depois dessa primeira revisão, definem-se os artigos que iniciarão o processo de arbitragem. Os textos são submetidos à avaliação de pares acadêmicos anônimos e ao conceito da equipe editorial. O resultado será comunicado ao autor em um período que pode durar até seis meses a partir da data de recepção do artigo. Quando o processo de avaliação ultrapassar esse prazo, a equipe editorial deverá informar ao autor sobre essa situação.

Todos os artigos que passarem o primeiro filtro de revisão serão subme-tidos a um processo de arbitragem sob a responsabilidade de pares avaliadores anônimos, os quais poderão formular sugestões ao autor e indicar referências significativas que não tenham sido incluídas no trabalho. Esses leitores são, em sua maioria, externos à instituição e, em sua eleição, procura-se que não tenham conflitos de interesses com as temáticas sobre as que devem dar con-ceito. Diante de qualquer dúvida, será realizada a substituição do avaliador.

A Revista possui um formulário que contém perguntas com critérios cuidadosamente definidos sobre o artigo objeto de análise, às quais devem ser respondidas pelo avaliador. Este, por sua vez, tem a responsabilidade de aceitar, recusar ou aprovar com modificações o artigo avaliado. Durante a avaliação, tanto os nomes dos autores quanto os dos avaliadores serão man-tidos em completo anonimato.

Responsabilidades editoriaisA equipe editorial da Revista, com a participação dos comitês editorial e científico, é responsável por definir as políticas editoriais para que se cum-pram os padrões que permitem seu posicionamento como uma reconhecida publicação acadêmica. A revisão contínua desses parâmetros garante que a Revista melhore e satisfaça as expectativas da comunidade acadêmica.

Assim como se publicam normas editoriais, que a Revista espera que sejam cumpridas em sua totalidade, também deverá publicar correções, escla-recimentos, retificações e dar justificativas quando for o caso.

A editora é responsável pela escolha dos melhores artigos para serem publicados. Essa seleção estará baseada nas recomendações derivadas do processo de avaliação e do processo de revisão editorial do artigo, no qual

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os critérios de qualidade e relevância, originalidade e contribuições para o conhecimento social são centrais. Nesse sentido, quando um artigo é recu-sado, a justificativa dada ao autor deverá ser orientada a esses aspectos.

A equipe editorial é responsável pelo processo de todos os artigos que são enviados à Revista e deve desenvolver mecanismos de confidencialidade enquanto durar o processo de avaliação por pares até sua publicação ou recusa.

Quando a Revista receber reclamações de qualquer tipo, a equipe edito-rial deve responder o mais breve possível, de acordo com as normas estabele-cidas pela publicação. Se for necessário, a editora deve garantir que se realize a adequada investigação para a resolução do problema.

Quando se reconhecer falta de exatidão em um conteúdo publicado, o comitê editorial será consultado e serão feitas as correções e/ou esclarecimen-tos na página web da Revista.

Assim que um número da Revista for publicado, a equipe editorial tem a responsabilidade por sua difusão e distribuição aos colaboradores, avaliadores e às entidades com as quais se tenham estabelecido acordos de intercâmbio, bem como aos repositórios e sistemas de indexação nacio-nais e internacionais. Além disso, a equipe editorial se ocupará do envio da Revista aos assinantes.

normas para os autoresA Revista Antípoda é uma publicação quadrimestral que se projeta como um espaço de encontro e discussão sobre temas de interesse para a disciplina antro-pológica. Seu objetivo é incentivar o intercâmbio acadêmico entre a antropolo-gia e todos seus subcampos e as outras disciplinas sociais e humanas. A Revista tem um interesse especial em desenvolver e aprofundar na análise dessas áreas sobre problemáticas atuais e regionais.

Ao considerar nosso interesse por criar laços entre pensamentos acadêmi-cos de outros contextos nacionais e internacionais, a Revista Antípoda publica textos inéditos em espanhol, inglês e português. Os autores devem apresentar em uma folha avulsa sua informação (nome completo, afiliação institucional entre outros dados); dentro do texto, devem garantir a confidencialidade de sua autoria. Além disso, os autores devem seguir as normas de citação especifica-das em “Os requisitos para apresentar artigos”.

Processo editorial � A Revista abre semestralmente um edital de artigos em todos os subcampos

da antropologia e nas disciplinas sociais e humanas afins. Entre 1º de novem-bro e 30 de janeiro e entre 1º de maio e 30 de julho.

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� De forma não periódica, a Revista prepara um dossiê especial. O tema deste é sugerido pela editora e pelo comitê editorial.

� Uma vez selecionado o tema do número, a Revista lança, com seis meses de antecedência, um edital por um período determinado pelas diferentes redes acadêmicas. Regularmente, recebem-se artigos que cumpram com o objetivo geral do edital.

� Os autores devem enviar seus artigos pelo link: http://antipoda.uniandes.edu.co/index.php “Presentar artículo” (Apresentar artigo), que aparece no menu esquerdo da página web da Revista.

� Os artigos apresentados não devem estar em processo de avaliação nem ter compromissos editoriais com nenhuma outra publicação.

� Se for utilizado material que não seja de propriedade dos autores, é responsa-bilidade destes garantir as autorizações para o uso, reprodução e publicação de quadros, gráficos, mapas, diagramas, fotografias entre outros.

� Uma vez encerrado o edital, a equipe editorial faz uma primeira revisão de formato do texto recebido. Em seguida, se aprovado, o texto passa para o comitê editorial, o qual faz uma revisão cuidadosa, na qual se avalia se o texto cumpre com os requisitos de qualidade e pertinência pela Revista.

� Posteriormente, os artigos selecionados são submetidos à avaliação por parte de dois árbitros anônimos, sugeridos pela editora e avaliados pelo comitê edi-torial. A decisão final será informada aos autores em um prazo máximo de seis meses.

� A equipe editorial é encarregada de enviar um conceito inicial a cada autor (aprovado, aprovado com pequenas mudanças, aprovado com mudanças substanciais ou recusado). Além disso, inicia-se um processo de seguimento aos artigos aceitos, o qual passa pelas seguintes etapas: avaliação, correção por pares, revisão editorial e revisão de texto. As modificações e correções do artigo deverão ser realizadas pelo autor no prazo que lhe será indicado pela equipe editorial da Revista.

� Ao finalizar o processo de avaliação, a editora deverá conferir os conceitos recebidos e determinar quais serão os artigos publicados. Além disso, definirá em qual seção serão publicados e que mudanças são requeridas. Essa decisão será comunicada ao autor assim que a editora tiver toda a documentação que lhe foi solicitada no prazo indicado.

� Os autores dos textos aceitos autorizam, mediante a assinatura do “Documento de autorização de uso de direitos de propriedade inte-lectual”, a utilização dos direitos patrimoniais do autor (reprodução, comunicação pública, transformação e distribuição) à Universidade dos Andes, Departamento de Antropologia, para incluir o texto na

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Antípoda – Revista de Antropologia e Arqueologia (versão impressa e eletrônica). Neste mesmo documento, os autores confirmam que o texto é de sua autoria e que nele se respeitam os direitos de proprie-dade intelectual de terceiros.

� Ao finalizar esse processo, os textos não serão devolvidos aos autores. � Os autores receberão dois exemplares do número do qual participaram. � Caso se queira incluir um artigo posteriormente em outra publicação, deve-

rão ser indicados claramente os dados da publicação original na Revista Antí-poda, autorização prévia solicitada à direção da Revista.

� Todos os conteúdos da Revista são de acesso livre e podem ser baixados em PDF, HTML e em versão e-book.

Requisitos para a apresentação de artigosA Revista Antípoda recebe textos bem escritos em espanhol, inglês e portu-guês, de no máximo vinte e cinco (25) páginas (8.500 palavras aproximada-mente, incluídas notas de rodapé e referências bibliográficas). Ao apresentar um artigo, devem-se cumprir as especificações relacionadas a seguir.

� Os trabalhos deverão ser apresentados no seguinte formato: tamanho carta, margens de 2,54 cm, espaço duplo, letra Times New Roman 12 pontos, numeração de página na margem superior direita, uso mínimo de estilos: negrito só para títulos e subtítulos e itálico para ênfase dentro do texto. As citações textuais deverão aparecer sempre entre aspas.

� Cada texto deve incluir o título do artigo e um resumo em espanhol ou no idioma escrito e em inglês, entre 150 e 250 palavras; além disso, devem-se incluir cinco palavras-chave em espanhol e inglês.

� O autor deve manter confidencialidade a respeito de sua autoria no texto. » Deve incluir-se em um arquivo anexo um resumo do currículo do autor ou

dos autores que inclua nome, endereço, telefone, e-mail, títulos acadêmi-cos, afiliação institucional, cargo(s) atual(is), estudo(s) em curso e publica-ções de livros e artigos. Além disso, indicar de que pesquisa(s) o artigo foi resultado e como se financiou.

» Todos os quadros, gráficos, mapas, diagramas e fotografias serão deno-minados “Figuras”, as quais devem ser inseridas, numeradas, em ordem ascendente, identificadas e referenciadas no texto mediante uma legenda de foto. Estas devem ser enviadas em formato .jpg ou .tiff de alta resolução, ou seja, 300 pixels por polegada (ppp).

� A forma de citar deve corresponder às normas Chicago adaptadas pela Revista Antípoda.

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» Para citações no corpo do texto, seguir as seguintes indicações: (Rabi-now, 1999: 167-182), (CEH, 1999), (Prensa libre, 2005), (Sheriff, 2001; Fry, 2005), (Carvallo et. al., 2007).

» As referências bibliográficas devem estar organizadas em ordem alfabé-tica, numeradas em números arábicos, em ordem ascendente, e devem ser listadas ao final artigo. Veja alguns modelos de apresentação dos dados bibliográficos que aparecem nos seguintes exemplos.

LivrosSobrenome, Nome. Ano. Título. Cidade, Editora.1. Varona, Luis S. 1980. Mamíferos de Cuba. La Habana, Editorial Gente

Nueva.2. Behrensmeyer, Anna Kay e Andrew Hill. 1980. Fossils in the Making:

Vertebrate Taphonomy and Paleoecology. Chicago, University of Chi-cago Press.

capítulo de livro ou artigo de contribuiçãoSobrenome, Nome. Ano. Título do capítulo. Em Título do livro, eds./orgs., pp. Cidade, Editora.3. Uribe, Carlos Alberto. 1992. Aculturación. Em Palabras para desar-

mar, eds. Margarita Serje, María Cristina Suaza e Roberto Pineda, pp. 25-37. Bogotá, ICANH.

Artigos em revistas Sobrenome, Nome. Ano. Título do artigo, Título da Revista, vol. (núm.), pp.4. Adam, Peter. 2004. Monachus tropicalis. Mammalian Species 747,

pp. 1-9.5. Bradley, Bruce e Dennis Stanford. 2004. The North Atlantic Ice-

-edge Corridor: A Possible Paleolithic Rout to the New World. World Archaeology 36 (4), pp. 459-478.

Textos consultados na internetAutor. Ano. Título do texto. Consultado [data da consulta] em URL.6. DANE. 2012. Indicadores demográficos y tablas abreviadas de mor-

talidad nacionales y departamentales 2005-2020. Consultado em 11 fev. 2012, em http://www.dane.gov.co/index.php?option=com_content&view=article&id=238&Itemid=121

7. Carini, Sergio. 2010. Mercedes, Una mirada diferente sobre los orí-genes de la ciudad. Consultado em janeiro de 2011 em: http://merce-

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2 8 8

desmemoria.blogspot.com/2010/02/mercedes-b-una-mirada-dife-rente-sobre.html [Consultado em janeiro de 2011].

8. 2001. Caribbean Monk Seals or Hooded Seals? The Monachus Guar-dian 4 (2), consultado eletronicamente em http://www.monachus-guardian.org/mguard08/08newcar.htm, em 23 de maio de 2009.

Teses/dissertações consultadasSobrenome, Nome. Ano. Título do texto. Grau acadêmico correspon-dente (graduação, mestrado, doutorado), Departamento, Faculdade, Universidade, Cidade. 9. Fernández A., Katherine. 2010. Con Dios y el Diablo. Prácticas mági-

cas de comunidades negras en el Chocó. Tese de Jornalismo, Facul-dade de Comunicações, Universidade de Antioquia, Medellín.

Como revista acadêmica, Antípoda respeita e está aberta a diferentes linhas de pensamento. No entanto, Antípoda não se faz responsável pelas opi-niões e conceitos dos autores que aparecem em cada número.

Equipe editorialBogotá, 4 de março de 2014.

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C O N V O C A T O R I A A B I E R T A

Antípoda publica artículos ORIGINALES/INÉDITOS de investigación en todos los subcampos de la antropología incluyendo la arqueología, la antropología sociocul-tural, la etnohistoria, la bioantropología y la lingüística. También publica trabajos académicos de disciplinas afines. Se reciben artículos en español, inglés y portugués.

Los artículos tendrán un tiempo de respuesta de no más de seis meses luego de ser sometidos.

Antípoda establece dos períodos al año para la recepción de artículos: entre el 1º de enero y 1º de febrero y, entre 1º de junio y 1º de julio.

Para mayor información ir a: http://antipoda.uniandes.edu.co

p r ó x i m o n ú m e r o :Antípoda 19: Problemas contemporáneos

f o r t h c o m i n g :Antípoda 19: Contemporary problems

p r ó x i m a e d i ç ã o :Antípoda 19: Problemas contemporâneos

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C A L L F O R A R T I C L E S

Antípoda publishes ORIGINAL/UNPUBLISHED articles resulting from research in all anthropology´s subfields including archaeology, sociocultural anthropology, ethnohistory, bioanthropology, and linguistics. It also provides a venue for scholarly essays of cognate disciplines. Articles are recieved in Spanish, English and Portuguese.

Response for submitted articles is given within a period of six months after submission.

Antípoda establishes two periods a year to receive articles: from 1 January to 1o February, and June 1 and July 1.

For further information go to: http://antipoda.uniandes.edu.co

R E C E P Ç Ã O D E A R T I G O S A C A D Ê M I C O S

Antípoda publica artigos ORIGINAIS e INÉDITOS de investigação em todas as subáreas da antropologia, incluindo arqueologia, antropologia sociocultural, etno-história, e biantropologia linguística. Também publica artigos em discip-linas relacionadas. Os artigos podem ser em inglês, espanhol e português.

Estes tem um tempo de resposta de não mais de seis meses após ter sido submetido à publicação.

Antípoda estabelece dois períodos para receber os artigos: 1 de janeiro e 1 de fevereiro de entre 1 de junho e 1 de julho.

For further information go to: http://antipoda.uniandes.edu.co

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