Ante La Maravillosa Tribu de Los Crepúsculos

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Ante la maravillosa tribu de los crepúsculos (2010) Roldán Gavias Toma tu Pregunta destrozada, Hombre, ya no queda nada ni siquiera la evidencia de no haber preguntado (ni de no haberos respondido) junto a Nada… * 1: Ante la maravillosa tribu de los crepúsculos I * Hasta esta Columna hemos llegado: colocamos las heladas lámparas para leer las huellas de una Inscripción que se borraba con nosotros, escribiéndose, a medida en que leíamos, perdiéndose, a medida en que avanzábamos, cerrada ante la indiferente luz tapándonos el rostro para protegernos contra las iras de polvo de dioses olvidados. Deshechos de cansancio, al Amanecer volveremos donde prosperan las cigarras ya junto a su abrumador tributo, donde maldecimos nuestra sangre, doblada en armas a los nombres que olvidamos, por infinitos ojos, los pasillos abandonados, fríos de este mármol donde el desastre celebró su arquitectura, pero traemos la determinación ojerosa, la fuerza y la locura hasta este exilio espléndido donde las Hojas caen… Por extraños lugares donde mal recordé, sin juicio o descendencia en el Entendimiento, escuchando sin pausas el poder de la lluvia, el peso y el grito que ahora escuchamos por las mañanas del polvo. Así supimos nuestro nombre en el llanto, en el oro que nos hemos ganado bajo estos párpados y no la culpa andrajosa en que caemos a la enhebrada luz de la luna, como hierba extranjera que se marchitaba en las manos al escucharnos y no escuchar su dialecto... 1

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Roldán Gavias

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Ante la maravillosa tribu de los crepúsculos (2010) Roldán Gavias

Toma tu Pregunta destrozada, Hombre, ya no queda nada ni siquiera la evidencia de no haber preguntado (ni de no haberos respondido) junto a Nada… *

1: Ante la maravillosa tribu de los crepúsculos I*

Hasta esta Columna hemos llegado: colocamos las heladas lámparas para leer las huellas de una Inscripción que se borraba con nosotros, escribiéndose, a medida en que leíamos, perdiéndose, a medida en que avanzábamos, cerrada ante la indiferente luz tapándonos el rostro para protegernos contra las iras de polvo de dioses olvidados. Deshechos de cansancio, al Amanecer volveremos donde prosperanlas cigarras ya junto a su abrumador tributo, donde maldecimos nuestra sangre, doblada en armas a los nombres que olvidamos, por infinitos ojos, los pasillos abandonados, fríos de este mármol donde el desastre celebró su arquitectura, pero traemos la determinación ojerosa, la fuerza y la locura hasta este exilio espléndido donde las Hojas caen…

Por extraños lugares donde mal recordé, sin juicio o descendencia en el Entendimiento, escuchando sin pausas el poder de la lluvia, el peso y el grito que ahora escuchamos por las mañanas del polvo. Así supimos nuestro nombre en el llanto, en el oro que nos hemos ganado bajo estos párpados y no la culpa andrajosa en que caemos a la enhebrada luz de la luna, como hierba extranjera que se marchitaba en las manos al escucharnos y no escuchar su dialecto...Para aquí detenernos con la mente que esculpa su infancia, del primer, vago presentimiento sobre su propia muerte por columnas impuestas, donde escucho sus fuentes en trayecto a mi hogar en las regiones donde una vez me mostraron los Astros, el camino y toda luz feliz que sanó de mis pasos proyectada en la noche y descubriendo su fuerza, reflejándose apenas por las preludios o dones del agua que, a diferencia mía, comprendió su destino esa tarde, ese mundo fatalmente robado por milenarias lluvias del hombre sobre el mármol

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de un tiempo en el lodo, su fluctuante vacío, hasta someter y borrar el borbotón melodioso… Porque así no valdría ya de mucho acercar de más toda una mano hasta las imprudentes caricias, donde florecieran largamente los labios en la intacta alcancía de los sueños ajenos, la boca, la moneda con que fuera obediente a las tenaces leyes que cumplían su trágico e inmediato reposo, sin enumerar sus lealtades como una forma breve y gastada de la conducta legítima que apresaría libertad sin matarla.

Hubiéramos podido imaginar aquella vez, cuando ya de pequeños, descubrimos el mar y nos sentimos deslumbrados; como quien se acercó, y demasiado, cuando trabajaba el herrero, saltándole una chispa en el ojo; pero a través del dolor intuía una nueva frontera, en la vista violentamente cambiada, del nacimiento de los brillantes metales…Porque sólo entonces movimos los dedos de los pies como niños, para que la arena y lo que tocaba la arena, entendiera que éramos niños y que uno no podría salir de una fatalidad a la otra cuando la otra está salada en mil rostros. Pero cambiamos ya, y era el mar otra cosa: un largo caballo que los hombres necesitaban para mirar su eternidad rompiendo a galope la piedra, para escuchar el himno de ese gran fuego azul acompasado y más libre en el suyo, y desoladamente cercanos cuando las lágrimas por primera vez reciben sus sales…

Cuando bautizados por la obediencia: fuimos valientes, si se zambullían siluetas y uno ya no podía permanecer solo en la orilla y cuidando la ropa, sino bautizar su identidad alumbrando la abrumadora herida de un súbito miedo, cuidadosamente desnudo, donde la partida se tiene asombrosamente ganada entre compañeros salvados… Pero también era posible caer y caíamos y sucedía, antes de que caer significara algo, porque el descubrimiento latía sin imponer estructura, mas proponiendo belleza, por la forma y el envolvente asombro en que aparecen pájaros de los árboles más profundos del tiempo, porque ya había tantos pájaros en el cielo que en techo se imponía otra noche y estaciones sin sitio, o se estrechaba tanto que nos parecía la sombra de un río invisible en la tierra y que rompía

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en oyentes guijarros, encendiéndole antorchas, rotas cartas y otoños, las desbordadas letras de lluvia para recibir a su amante; y el corazón cocinaba en su fuego, pues toda la tierra se abría donde el río fue señalado.

O quizás la experiencia que una vez nos faltó, como si desde allí, apareciera, llamándose, una ventana, donde todo se acercaría para juzgarnos y así poco a poco, en nosotros, aprender a escucharse, mientras las voces se apagaban y el hombre se fortalecía contra toda piedra imponente… ¿y todo este viajar para que el viaje demandara de nosotros un ancla de imágenes, que sirviera de eje para nuestra contemplación miserable?; y tener cuidado cuando uno va con los remos porque puede que un hombre, que aún ignore su muerte, en un mar desconocido le tome.

Y así tratamos y bebimos por sorber en la sed, insistir la serena y prudente frescura de nuestras manos ávidas, ya llenas de los mitos: formas de saber todo en asombro de niños. Sin cubetas de ningún tipo, de la fuente y sedientos, sólo con nuestras máscaras se retenía el agua, pero no por su engaño y naturaleza de máscaras, (por lo que estas sufrían en inconsistencia a su emblema)sino por acercarlas al agua, sino por quitárnoslas, por mostrar nuestro rostro y el nuevo uso de ellas.

II

Y sin más llegó la hora de embarcarnos, la ardiente y la extasiada juventud de los que ansiaban destino, primero los mástiles, orgullosos y arbóreos, desplegando su velo como una mujer árabe se conoce en el luto; en cubierta las bordas, dóciles, soportando no oficiales vigías, las provisiones, nuestras armas, las silenciosas armas, las engañosamente silenciosas; contra el juvenil entusiasmo del primer viento, el cuerpo limpio entre todas simetrías posibles y más ciertas del polvo; esto es zarpar: una camisa un poco desfajada, un bolsillo con escasas monedas, una inminente incompetencia y la fuerza por descubrir, dos o más cuerdas zafadas del mástil, y el cuerpo inexplicable y listo por nuestra ardiente sangre

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en las que derribaron su inexperta madera, primordial y salobre a su indefenso mérito, los árboles del generoso símbolo nuevo. El salvaje horizonte guiando toda bandera a consideración de algún barbarismo esencial, al filo de la aparición de un alcatraz: motín de nuestras esperanzas, vacilante o pequeña, a la agonizante gaviota, a un grito desgarrado por la sal que nos anuncie la tierra.

Y los ancestros siempre con nosotros, cercanos siempre de maneras extrañas; haciendo tal vez ruïdos inquietantes en las fantasmales bodegas, sin entender la nueva estructura de las cosas, sus invisibles remos chocando contra rechinantes paredes; prestos, bellos y taciturnos, que buscaríamos en el entrenamiento, al que igual recordábamos como una lluvia antigua que juró protegernos. La abrumante neblina contra un helado amanecer apenas parecía salir de nuestro corazón para poder cumplir su sangrienta metáfora, o para bien, quizás, detener nuestro avance con una memoria invalidada por el propio recuerdo que obedientes llevábamos, hacia olvidados favores del aire, iluminando restaurado el cansancio… Pero entre los pocos civiles de esa breve multitud que nos despedía, una mujer que no vino por mí, tan desconsoladora lloraba, la miré como si ella me conociera y trate dibujarle otro rostro, o verter mi pasado en el suyo y que profundamente, en la luz de sus gestos, nuestro porvenir se apiadara.

Levamos anclas, con los primeros movimientos nuestra embarcación fue dichosa, como un hombre virgen ante mujer, que pagada, de otro cuarto sucio se acerca a su preparada limpieza. Entonces comenzamos la escritura del viaje… Entre las despedidas dejamos un destino, el sonido del agua contra el metal nos despertó, nuestras lágrimas y nuestras palabras se confundieron en la lluvia…

III

¿Qué agua beberemos?, pero dime, ¿de cuál hemos bebido? Perdimos tantas islas donde tantas perdidas voces escucháramos antes de que llegara la noche fortalecida por ellas. Y el Horizonte que cambiaba para cambiar mi rostro

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e imitar la vocación de las Montañas que como arduos maestros enseñaron a mis cabellos el oficio sagrado de la nieve y el de parecer fuertes naciones esparcidas… Todas las velas de la certidumbre se apagaron con una multitud de rostros: por otro abogaría esta luz, entre carga y distancia junto al último río, a través de las doce hachas del horizonte recibido su signo en un enemigo zodiaco cuando cayó mi sangre y esta aceptó de la tierra, fácilmente, su apellido callado…

Oh fantasmas en el pensamiento; dicha grandeza frente al viento caerá, sólo nosotros, frente al alba, mojados por el mundo y frente al mundo: Detrás de la montaña era el Viento que en otro gigante desbordaba, abrumado por una brisa en nueva sombra de conciencia, entró a ella y tuvo rostros, nombres, municiones, un propósito; el sonido del agua contra el metal nos despertó, quise llorar, cuando ya hacerlo no podía, al pasto que no tiene desacuerdos…

Cuando vimos crecer, entre la paz y sus muertos, el discurso de la carroña, horrorizados, mas patéticamente despiertos, pues después de juzgarlo un traidor nos hallábamos en paz con el implacable Sentido, ¿qué mar cuya espuma dio nuestra y cuyos náufragos inmortales nacían mirando la eternidad de estas montañas como dolorosos espejos de otro incendio?, las hojas donde moscas cruzan, como oraciones, sus alas y el dolor borrado en muchedumbres, y en ejercicio o misa de las sombras, ya tantas como ellas, donde los huesos fueron los apacibles sacerdotes de clemencia, la viuda fuerza con que su muerte sentía la invencible liturgia de sus olas: la variedad de sangres, estas flores donde fueron curvados por vientos sin perfumes y se vislumbraba con tanta frágil facilidad otra sonrisa… buscando en esta paz aquellas imágenes y gestos que la acumulada verdad de las gotas de nuestras vidas esculpirá llenos del aliento sagrado de la certeza sobre la columna y las tareas de la eternidad, para que brille el rostro combatido, aquel extrañamente dulce rostro, que entienda todo esto…

Por la sangre y el pago de Las Guerras Interminables con pañales severos para su gran Palabra,

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en la expiada pradera cuando los fuegos verdes del arrepentimiento encienden su fogata de venados, para calentar al mismo tiempo la carne del león, las visiones del grillo ¿qué piel, qué sol de muerte borraba al hombre de la noche y nos dio la luz?

…Para saber que entre tantos simulacros durísimos del odio solo fuimos cuerpos luchando, brevemente, por nuestro doloroso derecho al amanecer: Mejor no decir mucho ahora, que el Amanecer está próximo y se debe callar para saber tornar, lo que tanto cambiamos por el espléndido cansancio en las mañanas y la música, la estrella que se apaga en la noche del cuerpo entregado… Pálidamente las estrellas se han ido borrando y comprendemos que la sed de matar nunca fue nueva, echamos tierra a las fogatas y volvemos: Nuestras esposas son las madres del amanecer.

Así pues si lo he dicho, en el borroso mapa de tu sitio en éste, busca el invierno y la montaña donde toda alma ha vuelto, el tibio resplandor, la forma de la grieta del cansancio, la roca en la que se abra paso, contra efusivos caminos, su columna vacía, donde el alma por fin ha vuelto y entre la arena de tus pasos, tan frágilmente de nadie y silenciosa, creció la flor.

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2: El falso umbral

I

Abandonaron los pescadores el puerto, abierto a la extasiada agonía del Crepúsculo, bajaban con sus vastas redes con la expectante sal del amanecer preguntando por él sobre sus hombros, mas ellos descendían con armas quizás escondiendo la oculta naturaleza, el fuerte dogma de su implacable tarea, como ellos pronto terciada y a merced del rocío. Acaso escuchando a los perros como otro lugar en otra costa donde uno morirá defendiendo el mismo lugar en que orina. No buscan arrebatar lo virginal de un mundo nuevo entre lo decadente del viejo, porque ellos son también su producto, alumbrando la noche de una lengua europea con las viejas estrellas de lo que hasta aquí fue nombrado por sus otros, los, igual derrotados… Ancestros.

Pero ellos, legendariamente hipotéticos o (deficientemente) distintos, no ataban el honor a la tierra, la tierra demasiado orgullosa y sagrada para poder serlo entre gritos y carencias de hombres, cómo con todas ellas no podría acercarse, sin deshacerse, a un arbusto; esta tierra que mata a los hombres para poder renunciar a su nombre y con él entregarlos a los más decorosos intentos del agua cambiando su piedra, sólo para que el cielo tenga los desgastados nombres de su estirpe y poder heredarla con los otros injustos, cerrados lados donde pescaba y gobernara la lluvia: El caracol o el vertical mar sobre los Árboles donde narraron sus leyendas; y cubrieron como granos de arena en los viajeros y las hojas, por el vencido sol, por la asumida noche que sólo con una mirada clara se opuso al enfrentado avance de su clara energía: la Lluvia con hombre y mujer viendo un mundo soñar y perderse en la lluvia, hasta crecer inseparables con las virtudes con las que la tierra, sonora súbitamente, penetra su estrellada libertad en el agua; que lo que escuchábamos en el viento no podíamos distinguir una voz de otra, que si uno pronunciaba una palabra, aceptado entre esa Tribu: el Árbol contestaba

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con la equivalente palabra en Su lengua y no la misma…

¿Qué estrellas sobre el agua con ese gesto se encendían?, no estas otras, de sal, ágilmente furiosas porque la noche muere, porque el sol al igual que las del cielo romperá, las dispersará y volverán a ser sólo sal en el mundo; ni estas otras por donde amadas y salobres mujeres, con sus abiertos ojos, ya silenciosamente emitieron la luz conciente que su amor hacia el Mar despedía, más allá, la esperanza: abandonadas redes que el mar satisfecho regresó hasta la costa, ola por ola, entre los curiosos cangrejos; aquella útil y unánime que se abre paso como las demás que se apagan, donde van los que eran pescadores, a través de sus fauces de anticipado luto, y remando la furia de otro dios…

Aunque negra, la noche reposaba en la claridad de sus palabras, su existencia no le pertenecía ni la tumba de aquellos que olvidaron los propios pasos de su muerte, tomando al mar como un amante, y ella a punto de descubrir y arrebatar su sanguinaria luz y hundirla como desalentada sal de nuestra historia:

Unos creìan haberlos visto, viendo con otros hombres bajo otra luz donde se nombraron y perdieron animales cual casas de los dioses, pirámides sobre el Dragón del Mar guiando la sangrienta estación del plumaje, o hadas, seres magníficos que la herencia de su memoria iba borrando con la sal de los mares. Para allí hablar de hombres colosales que cabalgan ballenas de variadas cabezas que escupían sus flechas por las manos de Tlaloc, como una extraña fuente cayendo en Macedonia que un niño imaginaba en España, escuchando, por su griego empapado con excremento de aves, primitivos reflejos que dan caza a un mamut de reflejos, saliva de camello, a través de aquella huracanada neblina que arrastraba encapuchados hombres al desierto de Argelia; y antiguos enemigos que dieron las palabras del Mío Cid, Eneas y Aquiles hasta el lugar donde cayó con el sol Moctezuma, por una piedra que sembrada a través de la cabeza de Goliat bajo la oral tierra del tiempo brotaba su árbol allí, a él como la noche, el árbol de multiplicadas manos del que era también hijo del dios que por él, dicho,

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también había sangrado… mas su voz para él fue la que se rompió a través de una cruz como la luz que cruza la útil dureza del prisma, donde no se reflejarían peces ni panes porque el clavo de luz no detuvo la sangre.

II

El enemigo era otro, quizás más patético, más imposibilitado de nuestras narradas raíces por similares treguas e iguales nostalgias; similar en la fuerza y tal vez en el número. Sí, pero el Enemigo es todo el horizonte hasta que un sol que fue posible recorrer lo traicione y lo enumere tanto en lo oral y lo épico, a la luz de su deslumbrante cañón o su más roja espada…; Por fin amaneció; y a través de difusas lloviznas y el más breve oasis de unas aguas de momento calmadas, mas ningún enemigo aparecía, quizá el Enemigo era aquel amanecer que había borrado una isla donde bien masacraron sus hermanos, de noche para dejar por siempre en la noche su isla, donde uno no puede verse las crepusculares manos apagar la última ira de otro pez, ahí, luminoso.

Y, en efecto, lo era: todo el sol sin moverse, continuaría, contra sus fantasmales testigos, imponente y real, creciendo hasta templar los desbordados fuegos, torrentes elusivos de su intensidad, en sólo un hilo que oscureció el resto del sol en sangrienta ecuación, al fin igual en un sólo rayo de la mítica supernova, que con un rostro helado ocupaba el lugar que ocupó la isla sobre la tristeza del mundo. Ya encendiendo su oráculo (el abismo demente o el altar a qué altura) en dominio a sus bálsamos, cayendo como si escanciara fuera del tiempo esa luna que presenciaron en recorrido de la Oscuridad sobre sus fases todas, en un sólo minuto de esa vida o muerte tan quieta, tan lejana a las sutiles treguas de todo lo ordinario con cualquier orden o anarquía o belleza.

Uno se echó al mar prefiriendo la muerte que creía conocida, otro cerró los ojos, con su sangre llevándolo por los refugios más seguros de su espanto, y era el ritmo del mar su horror desconocido,

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del agua las arenas del movimiento reclamaron a puños su desierto, y la noche que surgía creció con hombres y espejismos; persistencias de soledad tallaran el marfil de los Invocadores contra aquel largo fénix que amanecía de la ceniza profanada por el ya dudoso paso de un barco, pues no había lugar para la noche balbuceada de pasos… sino el gran implacable Amanecer en cuyo plumaje incendiado desgarradamente ya estaban todos, la lejanía o rosa de fuego de otra tierra sin nostalgias que, acaso limpia, comenzaba a ansiar la destrucción del mundo.

III

Entonces lo vieron, a causa del combate o porque, de una forma, éste había pasado, con toda claridad y vieron el completo pez de las Aguas en el perfeccionado anzuelo de la Muerte, que hacia un último salto se tendió como un puente, del tiempo al Tiempo, en la invocación del umbral en el que salpicando la desgarrada fuerza del origen de todo su peso, ya caía despertando y serpeando en su sangre brillante… Sangre que en sus visiones atravesaba el puente, salándose, contra agonizantes latidos, volviéndose de la primera a la Última Pareja, en una Tribu de poderosos crepúsculos que la espuma iba destrozando contra aquella, su embarcación milagrosa sobre los masacrados restos de una isla perdida y remos, sin saberlo, despidiéndose unánimes…

Otros sintieron en su vientre el salado zarpazo, por el cordón umbilical que habían enterrado sus padres en la tierra del mar para que su corazón se deslizara entre los dioses que obedecen su rostro, en el lugar de la batalla donde el furioso pez se despliega como un abanico en el que al fin se perdurará con su última forma… en la muerte sin formas, alejando la tierra en el fortalecido cuerpo del pescador, su agradecida sangre que alimentará al esqueleto, pero no con el ritmo de lo terrestre y justo del lodoso esqueleto, sino con el ritmo del mar por las ondulantes espinas…

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Y así como sentidas son siempre las cosas y por causa de su oscura abundancia se proyecta el caudaloso Símbolo por el que podemos mirarlas cuando al fin su esplendor disminuye, y se aleja la música para que despierte el destino; ellos se quedarían en la abrumada metáfora en la que se erigieron sus cuerpos al espacio de otros: rostros y rostros deshaciéndose en los arduos amores o la soledad o la guerra, y caminos que miran en cada huella, el peso y el motivo oculto y atroz de todas las huellas, hasta que su piadoso viento rejuvenece su océano desnudo a los patéticos astros con la verde y lentísima ancla de un nuevo párpado…

Contempla tu vencido rostro de emperador entre todos los niños que persiguen los pies de la lluvia, al mojar sus tediosos etcéteras, unifican sus días bautizado el vacío, indecible juguete, de su único Nombre: cuando llegó el horror repitiéndose en todos sus rostros, el mortal incidente, el desastre por el que ellos, buscando venganza o ternura o justicia, los había llevado, y que allí sucedía y desde siempre sucede, repitiéndose y repitiéndose y repitiéndose, la palabra, la isla que fingía la tierra y la sombra del árbol que llamamos “amigo” y el grotesco, grotesco Adiós de los remos…

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3: La Ecuación de la Víctima Nuclear (Hibakusha no houteishiki)

I

Un aliento apagó todas las lámparas, propuso simetrías que aceptaras contra sus más ambiguas sombras, su arquitectura sobre un caos… ya llueve, pero es tarde, sigue lloviendo… “¿cómo escucharte?”extraños bosques, estaciones, Vida y Muerte, y esta arena, más que formas, tus preguntas al mundo, o lo que llaman, desde el Árbol dando frutos para el viento, todo el viento, del peligro; lo que buscas… las preguntas: Su reloj de ese lado ha callado, no me digas que es inútil moverlo, debes de voltearlo, por que pueda escucharse lo que sólo para sí mismo se ha dicho, pues lo dijo al contener el corazón de la Lluvia, vertiéndolo y calentándolo, desde el esbozo de su más pequeña música para que por fin la tierra la entienda, cuando el cielo enfríe tu oído.

Porque así te acercabas: alejando la tierra como ella por medio de ti lo hubiera hecho, mientras luchan sus olas, extendiendo sus líneas, por sentirse más cerca. Apagaron las Lámparas: …el jeroglífico de un mosquito perdió la pirámide donde le bastó su lenguaje y entró al vasto olvido; donde el descenso conociendo muy bien esa mirada, le enseñaría a ver de otra forma, su más conocida, y entre la lluvia de sus nuevas lágrimas, como un niño que juega en una fuente, la pirámide creció ahí, en la felicidad del abismo, y el mundo fue tan nuevo en su muerte, tantos brazos encendiendo una lámpara, que deberíamos alejarlos con grullas…

* Toma esta piedra abierta y doblemos papeles, ya se entrega al mar con su gran mariposa, pero tu barco todavía es pequeño, y puedes mirar otro río donde los peces aun fueran escasos…

II

Pues soñarás y llevarás la sombra que inagotablemente te fue encomendada, no contra tu silencio

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y esa luz hacia tantos, impiedosos peligros, o las intensidades pasajeras del miedo por las que ya temiste perderla, contra su propia oscuridad o las mermadas alas de sus prematuros murmullos… sino con el silencio, el peligro y el miedo de todo aquello que a tu seguro paso (si prematuramente), pretendiera quitártela… Y tu sangre y tu sed volverán contra las raíces del mundo y tus pies reconocerán y elevarán esa indefensa voz de memoria, que toda oscura forma de sofisticación y conocimiento quedará entre vosotras: La estrella y el grillo borrando, de la otra, la Noche.Tu noche. No te precipites, y respira del aire y destino de tu espíritu con pulmones alegres, en tus pulmones donde se vuelve a deparar y anhelar lo preciso, que no te asuste el resplandor que toma después de así haberlo expandido, emergiendo con sus brillantes índices para volver a señalar desde allá, de la respiración de las imperturbables Estrellas, el punto que, ya emergiendo con sus ramas, cedía el aire al vigoroso racimo… y no renuncies a ser cuando tus pulmones, que ya hacia mí, se acerquen de nuevo a sí mismos, por lealtad al Impulso; y no veas más lo que por tus ojos brilló cuando nunca la noche fuera más grande; sino esa libre mirada que la enfrentó creyéndola quizás un perfume, el perfume que entra en la estrepitosa tierra para que los constelados muertos descansen.

IV

Es difícil el mundo, es arduo: el Cuaderno se abriría buscando su velocidad del gran polvo de una sombra que acaso vislumbró por el mundo y se cierra hecho Libro, con la oscuridad aun intacta, esperando que alguien volteé el reloj de arena de esa oscuridad en sí mismo para que la ajetreada arena cayera brillante. Entonces mirará caer esa luz casi como un fragmento de un mundo donde alguien creerá ver pasar una sombra, pero el Árbol también es un reloj de arena en cada punto volteado a sí mismo que respira como cálida lluvia, los huesos que señalan del hombre hasta enlazarse con las huellas consteladas del ave…

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V

Quizás el dios que caminó sobre las aguas, fue la sombra falsa de un cisne: uno entra al agua pagando sus pasos por un poco de nieve y ya las aguas reciben al dios como una antigua moneda, mas construimos las barcas y el dios debe tomar nuestra ruta…

Una imagen que en mis manos las dobla: así recompensarás su esperanza… desplegamos las velas y lo arrebatado arde como la sal porque ya nunca a salvo teme por otro peligroso mar en las profundidades ignoradas de un aire, que entre el acercamiento de dos cosas precisas hasta la esfera del símbolo que asemeja la opuesta, brotaba, con la fuerza y precoz chispa de un incendio, nuestro oleaje, que cuando el amanecer te robó y te acercó a su grillo dormido, entre tus ojos ardía el pájaro de la noche…

VI

Uno apenas habla y el invierno cae en una báscula, y la vela del mundo bajo ese extraño fuego se mueve, presintiendo un jinete cuando es una gran mano la que la toma para circular un espacio del que el niño se aleje, y su herida estación, que sería un camino más vasto proyectado por el breve orificio de la puerta o el muro, le exige al niño de primavera otra forma:

Invocamos, siempre invocamos, pero hay algo real. Oh serpientes que brotan de la oscura canasta, comunicad a lo animal de que no estamos locos, y por otra manzana, la manzana, alejándoles tapándola con dedos de su soplada tierra, tiéntenles de las cosas que nos llaman al aire: Cuando los hombres mueren, la hierba del ascenso ya no puede entender su mirada y en ella los deja, obedeciendo a sus aves, la cera de nuevo enfureciendo y apagando su estrella por seguros caminos su sigiloso desafío a sus desdoblamientos, como exponentes, de un sol fugitivo… Cuando fue por las grietas de la muerte que ellos de sus pasos, ascienden hasta la quieta música de todas sus lágrimas, (arpa) a través de una espiga:

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epitafio y plumaje que la grulla de luz dejó para esperarla, buscando y proyectando los minuciosos laberintos: esferas y no ojos, para encender la redención, la giratoria imagen libertad, en un altar de claros días, y de noches no perturbadas por la sangre:

Porque a nadie, jamás en realidad, a nadie a su paso seguro, nuestro por nuestras casas, cuando ellos se sentaron libres en nuestras mesas, propicias, generosas y abundantes con ellos, nunca a nadie extrañó, porque siempre hubo formas para extender las manos donde no caben manos, para unirse a nosotros, para asumirse en sus cadenas como herramientas, naturales inquisiciones, nuestras vidas, armas, rumor de un horizonte escrito en nuestros huesos. Ya encadenarla al fuego para desperdigar sus tierras…

VII* Por todo esto partieron las grullas, sólo deja que ángeles vegetales reciban por ellas, contra tantas espinas, sus alas; como la precisada respiración de asombros que exhalaban muy lentamente, como un gran mar de fuego verde buscaría un juguete… Con palas consteladas aramos nuestra tierra, que perfumara nuestras heridas, donde los caminos de la oscuridad buscan mostrarse para brotar ya detrás de la luz por la luz, la insistencia de huellas de una semilla, sin formas hasta que, cerca, alguien con el hacha del símbolo a través de los árboles hiera a los únicos ojos que conocen el alma; a los que ésta se acerca mientras limpia el sudor en su frente, y a cambiar los vendajes, el epitafio por el fruto para conocer como sana con la espinada noche al meditado acero donde al fin se refleje, por el sólo quebrar de la rosa, al todo seductor perfumar intoxicando y disecando su muerte… *Pero todo esta seco, visitando las ruinas de un Amor derrocado, hasta que sobre ella cae una lluvia en aprendices labios humanos, cuando desde aquel que ya sentado para contar apoya cosas en una cueva, hasta aquel que de pie, y frente a un pizarrón, hacia las nuevas formas de Su altura: supone, ya brevemente suyas, las exhaladas, grullas del tiempo, desencadenamos la gran civilizada bestia del rigor

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permitiéndole lo salvaje…

VIII

Cuantificándose desde la quieta tumba de la asfixiante luz, la huella incandescente cuerpo por cuerpo, todo oscurece del cuerpo a donde ya no hay búsqueda ni aliento, desgarrados pistones, comprimiéndose, incendiándose contra la envenenada rueda con que saltó al abismo de la desolación tan vasta, el colérico y final aliento que no puede ser medido:la ensangrentada grulla que apareció a sus ojos por dibujar al hombre que desaparecía contra la contraída imagen de su astilla que reconozca al campo, contra sus verdes dedos, nuevamente acercarse al arroz y borrar su signo, la dichosa lengua que recibía al agua, es amor comparando plumajes de su destrucción ala por ala.

–Cae la hoja rompiendo a la imagen del árbol que en ella se ha roto, y el agua tiembla ya contra los símbolos que un hombre dibujaba a otro lado del mundo, y más cercanos al amor mismo, donde la oruga de la Belleza arrastra el olor de qué infancia, que su transformación lo hace ver y tocar a través de la lluvia: un hombre sobre un tren midiendo el tiempo que otro hombre le atribuye a la primogénita luz, contra indomables aguas brillando en conjeturas o archipiélagos del aire; y estaciones y trenes del espíritu; del agua que cae porque escuchaba las flautas de la lluvia a través de ascensores mentales, donde la imaginaria caída da oído a la inhóspita tierra cuya semilla húmeda se transforma encerrando los dos dados de luz: contraídos racimos de toda oscuridad perfumada del lodo del logos de la destrucción y el rigor que lo emana… –

IX

El reflejo que desaparece de las aguas donde regresaremos y veremos su amanecer traer las últimas espigas, las que se han quedado atrás reteniendo el camino, estas libertades que antaño casi fueran corazones,

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su bosque impenetrable, los frutos y fantasmas, deliberaciones recurrentes de la imagen y del transcurso, sin cambiar de lugar bajo estas sombras, entre columnas, casi indescifrables, como si fueran nudos o excavada tierra, encontrar raíces demoradas, llamadas y tomadas por lo inmenso; y al fin poder abrir los ojos y recobrar lo que perdimos, si ahí pudiera al menos decir lo nuevo con un río de justos y sensibles movimientos, un niño o un viejo caballito de juguete como juguetes de aquel parque mojándonos los pies a las orillas del otro río que pisamos. Todos los Puentes que atravesamos sin descifrar su música, cuando tú te sentabas cerca y me preguntabas tanto de tantas cosas de mi vida… (Y conocemos la uña del Enigma para que la forma exista, para copiar de su numérica silueta las álgebras, las despejadas (y variables) noches, que la sabrán surgir contra los testimonios y arquitecturas del Descubrimiento: monoteísta carne, la Imagen acatada que nos haría iguales tras sus olas, la que nos lance al fuego inconsolable de la Historia, sin huellas y sin lágrimas, sin su descarnamiento salvaje, por su idílica estrella eterna y tempestad… )

VI

Y cayó la guerra; como la brisa de un extraño sueño que pudo entrar al cielo o al cuervo, calló la guerra: un puerto enmudecido por el mundo para escuchar y soportar el grito que lo apaga, hasta entender la palabra, si hay palabra que escuches cuando te ha borrado la palabra de la guerra… Y mirar entre papalotes suspendidos, cometas, la lluvia detenida por manos diminutas, el origami humano, como canciones y fantasmas corriendo entre talleres y obreros, campesinos, soldados desarmados, entre cálidas madres iguales a mujeres obreras de Missouri, rascacielos humanos de trabajo y fábricas abiertas al arroz y veneración de los ancestros, lámparas de diversos intentos y formas y propósitos, entre mil velas trémulas con sus perfumes revelando el rostro profundo y sagrado de la noche, en ese pueblo como una gran exhalación de los siglos, embellecida en el espejo del trabajo, a través de la niebla del acero, elevándose unánime del milenario origen de la Agricultura y de la Pesca… ese elevado campo de espigas ambulante sus rostros cuyas sombras ahí se proyectaban en la arena del tiempo de los hombres

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como hombres con antorchas avanzando y buscando y señalando, mas no con la justa calma y la tristeza y la belleza de los que han vivido, sino con el empuje furioso y dichoso de lo que apenas fue llamado por unos pies mojados del mineral latido de sus huellas, y arrastran esas huellas para escuchar y hablar su nombre del salvado espacio etéreas señalando como en el interior vasto, pulmón la esfera al descendiente punto, el tiempo por los que ya no pasará o pasó el justificado amanecer de todos los amaneceres, la mano apenas puesta en el aire de lo posible, sin saberse ya fuera del tiempo… desnudos brotes de espigas de algodón en campos de Oklahoma, o brotes de cerezo, banderas de Okinawa chocando los reflejos con las embarcaciones que están por ser borradas su puerto estremecido, cerrados por el paso y el semblante de sus propios seductores, con ellos, frente a ellos, en lo no alumbrado, sus ojos que no sabrían en la muerte como decirle al tallo de lo que fueron que no habrá brote, el perfume que diga lo que perdimos, todos el estambre que blancamente teja la más serena máscara del sueño para hombres y mujeres que fueron propios y dignos de los días, que compartieron cada pan de su estatura a su trabajo y al pasado..., y los ancianos entre las hojas, aquel beso contra el tenaz impulso que tensaba hacia Agosto,ya hacia el viejo deslumbramiento de Septiembre y posas el mar interminable, una semilla que bajaba y que bajaba aspirando y enajenando todo el aire interminable como un muerto que sostenía de una flor secreta con que reflejara los remos y terrores de su estigma, enmudeciendo ya aspirado enajenado todo no respondido rincón de su pregunta ese horizonte unánime o pregunta antigua por el intimo umbral en que fue puesta la mecha, aquella mecha, sólo presa, sol o presa, su alevosa alevosía de rituales mar -i-posas

VII

…Y el cielo se incendió, soles de muerte, que en las tumbas del tiempo hundían sus irrevocables lunas de destrucción, los emperadores de este imperio de todo al resplandor

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que se arrodilla, sin poder caer, ni morir por lluvias y por sombras rituales vidas sin más voluntad que escampar y extinguirse para siempre en los ojos y umbrales de la noche evaporada de la Noche… eterna, limpiamente suspendidos hasta entender hasta escuchar apagarse una a una las estrellas, las que arrinconaran para sí mismas las tormentas, arrasando y huyendo lo que huyendo aprendimos tanto, tantas voces con nosotros, los rostros y ternuras, las armas, y qué vieja la historia de elocuencia de la Espada…mechones todos de los puños caerse de las manos no defienden los borrados no vertidos surtidores de la sangre, no defienden las células, la arena que no podría defenderse al cáncer de una sola ira que fue su propio (prematuro) otoño y que crece tras un reflejo lívido de rostros, la operancia grotesca de su antorcha, los abismos coléricos de luces contra sí mismas convocadas ya estallando los hechos, el alma al agujero, al Hoyo Sin Lenguajes, estrechar el Espíritu, inmolar los horizontes, caminos de la voz y la mirada, ya apilado el grito y la grandeza a plazos, el viento o todo eco desplazado de ambición, patriótica mentira y pesca incierta en la mañana de párpados y rosas, mezcladas a espectros que se apagan sin poder cerrar sus ojos, luz ciega del galope al torrencial techo de la muerte, alejados los árboles, los hijos, y pulverizadas las hojas de los bosques o los labios que ya no pueden detenerse, que no podrían detenerse, contra ese fulminante amanecer de tanta sorda inútil muerte en el mundo… por mover el mecanismo más pequeño de la Noche… *Abominables dragones de ceniza, mar naciendo, lavando indiferentes la gran luna humana contra los latigazos de todas sus escamas, rompiendo iluminados caminos, sugeridas maneras y los hábitos de tantas dignas órbitas a soles microscópicos del tiempo, maquilando su luna negra, hasta la apariencia apagada de la sal apagada…

VIII

Mas surgen, surgen, como lágrimas de samuráis renacidos del rostro azotado de la tierra: sus hombres y mujeres, hermanos, levantándose luchando contra el aire envenenado sin tratar de entender, sino de respirar por que el entendimiento fue una dicha

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de la respiración, y no lo que aquí nos destruye para que sólo exista respiración o conocimiento, de alguna anterior forma a nosotros: lugar donde intuimos cada pago posible, esa perdida historia y lo que quede, echamos cada vieja moneda de nuestras certezas, a las aguas calmadas de la desolación, y nos abruman visiones en que la sangre ya despierta de su sueño de ciclos desbordados, y sale a respirar el fin de un linaje escrito por la niebla de la Espada y nevadas leyendas del Cerezo, y quizás los números de más en un pesado crisantemo, abriéndose en la dolorosa luz, este final que siempre cayó como un presente saciándose y colmándose con cada movimiento de implacables emperadores, Los Invisibles bajo el sol… Pues de pañuelos han sido hechas nuestras manos, extrañas grullas, ese preludio las cosas que se esfuerzan por ser en la memoria de un polvo donde el grillo que se desliza, al fin, para entenderse en paz con la infinita noche y sin juzgarnos. Pues ya no podemos mirarnos, ni en el río ni el cielo que ilumina, sin botes en las costas del estanque, hacia allá promesas incumplidas de tantos horizontes despertados, reliquias, espléndidos buzones solares que se elevan solos, ya con las cartas de nieve caminada hacia los blancos budas en el sellado afán… Volver de las mañanas sin infringir su estatura de imperio estremecido, bellos, salobres cuerpos arañando los pasos por el camino a casa, destino, si lo hubiera porque todo sale del mundo, con su denuedo frágil cayendo a océanos como un grito de enmarañados alcatraces…

Porque si de la perfecta y la atroz acumulación de Su silencio, este Universo ha estallado, es el único sonido que conoce la semilla de los pasos, y nos parece como si en verdad fuese ahora posible que lo fuera… buscarle y detenerle con todo la ciudad del Verbo, anuente y corrompido, el aliento y yugos de la voluntad a cuestas, y parece como todo surgiera en el interior de una sola mente el mundo: un dios hecho a fuerza de lágrimas y de impuntualidades; y es que a veces es tarde, ya demasiado tarde, algo, sólo Algo, esta desolación, este caer que nos arrastra al más propicio nacimiento de los miedos, sus sombras entre poderosas y las fehacientes ruinas de paz enmascarada, quizás nevados ángeles para las cenizas recientes

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de los nombres, por detener la sangre interminable, el grito tras el caos agonizante de un cuerpo, desangrándose con nosotros, la astuta novedad en que salga a mirarnos nuevamente la lluvia, sólo como una amante, una amiga lejana, que ya ha muerto, con la que uno envejece y se pierde de nuevo con solo mirarle el rostro.

IX

Y que nos podría decir una Igualdad acerca del destino de entidades atravesadas por el ambiguo deterioro –y consenso o espectro–, de lo diferente, al bastarse para reconocerse, en el simulacro de su acercamiento o de sus fuerzas… vientos, charcos con hojas quebradizas acarician y desfiguran nuestros rostros, violentamente descansados en prótesis del mecánico otoño de los sueños; cuando ya vemos en la muerte como algo que nos nombra y que con el honor que nos habría hecho pronto dignos de enfrentar, lo que inútilmente tratábamos tapar cuando enterramos a un hombre con sus actos. Y esto no nos dice nada, la sangre que se pierde sin la oportunidad de levantarse, limpia, a un nuevo rostro, si el cuerpo es de ya demasiada ceniza como para provenir del fuego o para subir al rocío, cuando en conciencia es elevada a la misma profundidad del tiempo como un gran puente cauteloso entre las transacciones habituales del fuego y del peligro, su meditación musical tras cristales mirados por las gotas, esas familiares viajeras de la lluvia… cuando el mundo y sus mares que se abren hacia el río del súbito cansancio de las cosas, concientes, se rompen más allá, contra la milenarias murallas de la noche, contra la vanidad de todas las estrellas para ahogar sus números: herencias de lo otro, impuestas, mas primeras y esperándonos, frescas sus rosas y esperándonos, con luces encendidas: ya llenas de un gran después en sí mismas, juntas, detrás de todo; y la ventana donde cada hombre por momentos bien podría entender la insistencia, la lluvia de signos con la que vislumbra una herida y una paz en la herida… para que de todas las voces errantes de ese mundo que llega, le embellezcan como un mar, el nuevo honor que emprenda y atestigüe su nombre, invadiendo su más humano deseo, con dedos arrugados por toda el agua de la música del descubrimiento… y al entender, la arena regrese su amante al soldado de hierba, donde el Haikú señala y exhalara su sueño, y su paso, su cielo en calma en las montañas cuando lo que nos parecía ser la elegante soledad de un ave solamente

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en verdad era aquello del cielo solamente no el vaho que dibuja en todas sus ventanas esta ciencia que desnudase mariposas…

VI

Del silencio gritar por este mediodía: un pozo ensangrentado en la noche que el hombre ahogó y secó con sus canciones, su brisa entre molinos tecnológicos, vedada a ojos más allá, dibujándoles imposibles máscaras, y refrescarnos con los envejecidos rostros del Progreso. Pues ya con cierta pena preguntamos si ¿hay algo por beber? y de algún día casi sin creerlo, te acercas, me acaricias este rostro y noche es mente, y me preguntas si escucho al Sauce Roto, pedirnos una luna de hojas temblorosas, bandera de otro nuevo sol, lanza sagrada que les baste por limpiar hasta la más callada resina de sus cuerpos, y hundirla para reunir del último mar, la arena, el brillo, la perla, la ola incontradecible de sus sueños, fugaz con el blanquísimo secreto por sanar, por salvar la mirada deshecha y todavía en deshacerse viendo, oyendo interminables amaneceres, noches de transformándose con ellos… ya las vendas insuficientes, si existieran, oh mareas… rojos los hospitales de las olas, oh los rifles por la sal; y el sonido del mar elevándose en marcha a las huellas invocadoras del Hermano, los aviones, el estandarte, el oráculo, el martillazo y el comercio imponderable de otro sol y hogar de los que marchan… …de cuerpos, todos deshacerse sin detener los ruidos las sombras que no entienden que ya acabó la Guerra, y otra guerra y otra guerra oscuramente inseparable en esos cuerpos yéndose como brotes del gran árbol del cerezo: La sangre interminable y la Ciudad Borrada, aquellos sueños… estrella y desangrada, fulminante luz, poco a poco budas de altas esferas en el Cósmico Atavío, templos posibles de la imposible fuerza, y las Ruinas, oh madre, esas ruinas… y la ceniza del poeta señaló la luna y la flor del cerezo fue su mano… pues recorrimos todo el fuego y encontramos sólo eso: (des)“encontramos” Bajo la extraña luz: Pensar en toda muerte con hambre despertarse, encontrando la fuente ya abriendo todo su alquímico paraguas para afirmarse en toda la lluvia de mi cuerpo, tantos brazos encendiendo una lámpara, sólo una.

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Pude tocar la nube sin forma de tu incendio incrustarse en mil piedras calcinadas, no llevábamos palas, ¿alguien vio al Sol enterrar a los muertos? Vi los ojos, tus ojos, como quien ve el Desierto a los ojos (y fue un párpado cada grano de arena que se abría) y a martillazos sonó la luz de las Imágenes: muerte y más Muerte, a cines llenos…

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5: La aprendiz Religión

I

Donde las Pirámides convergen su imperio diminuto la radiante Esfera de cóncavas Prisiones:

{ …Hasta este punto, de una forma, fuimos llamados. Ante las grandes Puertas del Silencio, éste era sólo un rumor de nuestros pasos señalándolo. Indiferente o nómada, de corredores regateados y efímeros, la Eternidad ¿no espera acaso a los Amantes como barrenderos? Somos la fuente de los dioses y sin embargo, ya se ha dicho: “es fácil morir y tener miedo”, Nuestra grandeza es irónica, ardua y patética. Sepan que mis mejillas existen, crecen y existen mis uñas; y creo en las posibilidades tardías de la dicha; y aunque esto ya ha sido, de mejores maneras, enunciado, déjenme decirlo de esta forma: Para que la piedra perdure en la piedra, todo quiere ser la fuente que de la boca del Hombre brote el agua…}

Qué el Tiempo voltee el Reloj de Arena del Mundo y se vea a sí mismo caer en el Cristal como lo haría un niño… como éste, al acostarse, con las manos abiertas en su rostro y las piernas al aire, con los pies, curiosos y enlazados, donde sus dedos le parecían racimos. Qué visiones tendría: Se abre paso el Amor, su espejismo de hombres: Ellos abren los ojos y el Horizonte podría morir porque ha invadido su sangre, porque en sus infinitos ojos nunca había sido tan hermosa la noche. Miren al hombre. Su decadente sol de Palabras ni proclama el día ni dispersa la noche: alumbraba las flores y éstas se marchitaron, pero la flor unánime de su ileso silencio las hace parecer hombres y mueren abiertas, porque notaron perfectamente el dolor de esa transformación cuando la luna en frontera a sus ritos iba exhalando a través de ellas: el esperado Perfume…

Un hombre manejando en carretera a la Ciudad de México de noche, vería algo en el cielo

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que no podría ser un avión, el objeto luminoso regresa y hace círculos y después toma otro inesperado trayecto. Él hace conjeturas, verdad o mentira, el cielo nos llama, el cero que contiene al Círculo del Cielo se rompe y sólo busca la ruta que refleje y conmueva su forma, soñar u obedecer es preciso… y obedecimos (activamente) soñando…, ofreciendo resguardo, al más mínimo aliento, a vastas, caudalosas mitologías de fantásticos seres, y de templos y altares cada vez más certeros. Imaginar incluso los profundos hermanos los que nos precedieron en insomnes vacíos, razas, tantas, perdidas, como incendios de sombra estableciendo el humo colectivo de símbolos, por siempre y en el siempre hipotético cielo… Y a su forma llamarse hombres, en su lenguaje que sonaba tan hondo para ellos, exigiendo el poderoso eco de la más lejanas montañas, como un opaco espejo de garantizadas grandezas.

II

…Cuando el racimo de otro sol estableció en la Luz su verdad y espejismo, las caídas espigas del crepúsculo, contra el astro de oscuridad, los amamantaron. Y cuando se levantaron, miraron en la niebla ensangrentada y quieta de la Palabra, fue su desnudez abarcada por la ardua música del Caos, nómadas hasta amaestrar la estrella vegetal y animal a su cósmico Impulso, sembraron de su miedo o su soledad los confines de otros hervores en bosques sobre el océano por occidentes idílicos, su mecanismo de mar tramando los pájaros. Del espíritu en ojos, con esencias del mito, reflejaron su estirpe erigiendo literaturas visuales: las narradas nostalgias como gigantes árboles que en la mirada milenaria del Tiempo, enraizaban su herida poderosa de sombras. Sus cristales esféricos como copas de altares hacia los hornos de las lejanías espléndidas, vieron como nosotros aquel cielo inconcebible, tan seductoramente monstruoso y magnánimo y sintieron el tardío impulso de los dioses sin alas…

Contra la sangre de la eternidad, su serenidad despiadada, la antorcha sanguinaria al tan ágil acero: se unirían al dios metálico del Viaje cada una de sus lágrimas, perfeccionables, rotas a la sigilosa imagen doliente, la semilla del sol fue del mástil y el viento de sus Últimos Náufragos…

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Sabiéndose apagados lentamente por la noche, con la agonizante ciudad del temblor de sus huellas elogiaron su Ítaca, de la niebla sangrienta, emergieron a la Claridad silenciosa como espada invencible… Y su semilla fue el banquete de la Soledad Duplicada, fueron las Ceremonias del Árbol efectuadas una y otra vez para ver caer la manzana, en satisfechas misas del silencio volcánico… Porque desde todos los puntos donde se forjó una bandera la Poesía sería una exhalación poderosa para nuestras estéticas de la Inmensidad defendida por solitaria noche en las sombras… :

Si supieron que habría otros que a su manera, elegida su estrella, saldrían a llamarse aquí, entre todo esto, para dejar todo esto y quizás sonreír ante lo Inmensurable, volviendo a practicar la divinidad del Asombro, que los haría atravesar insondables soles de espacio tan sólo para ver como una pasajera flor, luchaba en otra tierra, que se abría guardando sugestivos perfumes de dos nombres antiguos como lo ha sido el mundo que hará oler la belleza… Pues no para salvarse habían ellos venido sino para cantar hasta transformarse en el Canto, para apartar del viento su mejor apellido con la profunda nota de sangre en la enterrada estela del unánime Cisne, y al celebrar con la capacidad de lo infinito, así… agradecerse.

III*Ciertamente hubo una mirada de lo que no tiene mirada, una luz en peligro apunto de extinguirla, un rumor de labios en las sombras, los arreglos de una Eternidad, deseosa de su noticia trágica, llevada y protegida por un emisario maratónico ya dispuesto a morir en sus inmensos brazos. Quieta, inestable nube de hechos confiada a enfriarse en sucesión volcánica y en el amado péndulo, a la vez sonriente y fatal, de maravillados otoños; o, simplemente, la niebla de arcos que se acerca de forma superpuesta y precisa, a la niebla de flechas, y ya todo es exhalación… y ya todo sucede…

*…Para abarcar la claridad con sus escamas, fue la vida (anfibia) que al fuego incomparable de la Aleta bautizó la primera muerte en párpados concretos que convocó hoja a hoja, y sueño a sueño, para ser cerrados en dirección al Alba...,

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Al Árbol, todo el vertical exilio al que sus fuertes huesos combatieron a la inmovilidad bajo sus propias leyes, que alumbraron la historia pasiva de su sangre al fructífero ritmo de mil soles, mundos serenos: La prehistórica Pluma anunciar la llegada de las suyas, con el aprendizaje de oro de su silenciosa derrota, hipnotizado sol con que la calentada noche trazó la gran Asíntota del Vuelo en el agua calmada…

*La indolencia laboriosa de la Hormiga jactándose, algoritmo tranquilo o accidental cartógrafo deleitado a sus cielos. La luna más secreta como pasos de un hombre en la arena del sueño que hipnotiza a sus venas, todavía sin despertarla a donde una rama le sirve de espada para un niño, enemigos de sangre, mientras, inmortales, se pierden donde hiera a su sombra en la Imagen del Fuego. Ya se agacha y vería un insecto, su lámpara sobre espigas, su oleaje hacia las tenaces espumas, el relámpago del verano bajo azoro y sopor de los ojos, mil garras de sistemas y sombras: Los desiertos que conocieron y perdieron tus huesos de occidentes a orientes. Goteó la voz del oráculo que secó los lugares donde el alma fue tan mágicamentesu oscura astronomía de elocuentes distancias… En un cielo sin más profundidades que las que le otorgaba la tierra: la pirámide rota, bajo el altar, su orgullo medido por rigores de impensables fragancias al perfil derrotado con mil héroes de sombra, el Gusano dormido bajo el árbol final de Sus hambres, tejía subterráneas memorias del gran Corazón Olvidado…

IV

…¡Ah!, y Yo aquí tal vez con los labios curtidos de sal y de criaturas de silábicas dichas…Doliéndome primera patria de libertades- estrellas, sólo quise conocer las exploraciones marchitas de maternas aventuras esféricas a infinitos quehaceres, desbordado y perfecto espejo de su destrucción palpitante: el gemido del Vacío cuando es profanada su carne de sombra; y el cielo cuando apenas ardía en su olímpico infierno de mil iras tranquilas, todos sus soles fueron llamados bajo inquietas, bajo mal invitadas noches del ave. Prolongada fecundidad ¡en las utopías del Ala!,

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con los interminables soliloquios de asombros y mares y expiaciones desnudas, para que los Amantes de la Arcilla Preñada unieran, nuevamente, sus manos… Y desde la montaña vaciaran cada copa del poderoso enigma que embellece su sangre ¡y limpiar el bullicio del color que impregnaron de tan desmemoriada aventura! Por vibrantes dialectos de lunas, por filiales jardines y vacíos teatros humanos, ya alentada la doble Antorcha de la Lluvia que apresó y arañó permanencia al rocío, ya puedan con su estigma de amor el demorado rostro del sueño, para limpiar toda sal de sus cuerpos, listos, cuando la Antorcha del Mar los esperaba despierta… ¡Cuando su Pregunta de eternidad fue el Puente que enlazaba el clamor de las Noches…!

Si por cada guijarro, por cada piel, brilló todo el sonido del agua en las Fuentes del Tiempo, el crepuscular fuego que enlazó alegremente su tenaz canto a las uvas, su abrazado racimo por sus comunicados desmayos. Cuando el vigoroso Aire, preparado, fue la perfección más vacilante de los pájaros: hacia la más arduas naturalezas que callarán su vuelo al amanecer plantando en el campo, perfeccionando la Rueda y mirando los cielos… Ya escuchar y mirar por legítimos cielos: Beber de las aguas vedadas, tocar la hermosa carne del feliz Horizonte, y llenar la enigmática respiración, la luz que le habló por las Noches. Entre arenas y símbolos fundar y atravesar el cristal hasta el desmedido camino, llegar a sucumbida Columna, y despertarla, contra garras y pétalos, contra lunas y ejércitos, conocer y saber… y jamás olvidar lo que fuimos:

la Aprendiz religión de atravesar el Vacío…

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