ANNABEL Corregido

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ANNABEL Por Salva J. Luzzy En nuestro pequeño mundo solo estamos ella y yo. Ella, tan delicada y preciosa. Yo, tan rudo y feo. Ella, pura dulzura y amor. Yo, puro dolor y tormento. Somos el perfecto contraste, la asociación que confirma el Caos. El amor… ¿acaso sabemos ambos qué es el amor? ¿Lo nuestro realmente puede llamarse amor? Creo que esa palabra se queda corta para lo que ella y yo sentimos, para lo que ella y yo significamos. Lo nuestro trasciende más allá de las palabras, de los sentimientos y de los significados. Lo nuestro es lo que da vida, y a la vez lo que mata. Y es que nuestra historia no es una historia normal. Es la historia de dos solitarios que se encontraron cuando ya no había nadie a quien encontrar, cuando el vacío y la oscuridad lo llenaban todo. Fuimos la luz de un faro, un relámpago en medio de una tormenta. La semilla que hace florecer de nuevo la esperanza en este mundo muerto. Yo estuve casado. De eso hace tiempo ya. Tanto que ni lo recuerdo. A mi mujer se la llevó la tormenta que se

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ANNABELPor Salva J. LuzzyEn nuestro pequeo mundo solo estamos ella y yo.Ella, tan delicada y preciosa. Yo, tan rudo y feo. Ella, pura dulzura y amor. Yo, puro dolor y tormento. Somos el perfecto contraste, la asociacin que confirma el Caos. El amor acaso sabemos ambos qu es el amor? Lo nuestro realmente puede llamarse amor? Creo que esa palabra se queda corta para lo que ella y yo sentimos, para lo que ella y yo significamos. Lo nuestro trasciende ms all de las palabras, de los sentimientos y de los significados. Lo nuestro es lo que da vida, y a la vez lo que mata.Y es que nuestra historia no es una historia normal. Es la historia de dos solitarios que se encontraron cuando ya no haba nadie a quien encontrar, cuando el vaco y la oscuridad lo llenaban todo. Fuimos la luz de un faro, un relmpago en medio de una tormenta. La semilla que hace florecer de nuevo la esperanza en este mundo muerto.Yo estuve casado. De eso hace tiempo ya. Tanto que ni lo recuerdo. A mi mujer se la llev la tormenta que se desat aquel fatdico San Valentn, como a tantos otros. Las rosas que pensaba regalarle se marchitaron igual que ella. No pudimos despedirnos, pero tampoco hizo falta. Entre nosotros estaba todo dicho. Las despedidas no sirven de nada, solo aportan dolor y remordimientos. Me qued solo, sobreviv a la tormenta mientras vea como esta se iba llevando a unos y a otros. Al principio fue inevitable sentir miedo, pero poco a poco el miedo dej paso a la angustia, y esta a la amargura. Hasta que por fin, un da, apareci la nada. La locura, el sentimiento irracional de sobrevivir. Durante algn tiempo recorr carreteras vacas buscando alguna seal de supervivencia. Alguna seal de que la tormenta no se lo hubiera llevado todo. Pero all por donde iba solo vea los estragos que el desastre haba causado. No quedaba nadie. Pareca que yo era el nico superviviente.Un da, cansado de caminar, cansado de una bsqueda que ms bien era una huida, decid que cualquier sitio era bueno para esperar mi momento. As que me instal en una casa cualquiera en un pueblo cualquiera. Pasaba los das leyendo los libros que los antiguos dueos tenan en la biblioteca, saqueaba el supermercado para obtener comida. Si algn da se acababan los libros y la comida, me marchara en busca de otro lugar.No recuerdo el tiempo que estuve solo. Olvid hasta el sonido de mi voz. Me acostumbr a que el nico ser vivo que vieran mis ojos fuera el tipo delgado y avejentado que me devolva la mirada desde el espejo. Hasta que apareci ella. Yo dudaba en si coger unos botes de melocotn en conserva o carne guisada en lata como men del da. El supermercado empezaba a ofrecerme pocas opciones, pero a estas alturas yo ya no coma por placer, ni siquiera por necesidad. Lo haca por costumbre. Me debata entre ambas opciones cuando escuch algo que haca tiempo que no escuchaba: pasos. En un principio pens que eran ensoaciones de mi cabeza enferma, que mi soledad empezaba a pasarme factura. Pero no. Cuando escuch el sonido de una patada y de lata rodando por el suelo supe que mis odos no me haban traicionado. Sal a la calle, con las dos latas todava en la mano, y entonces la vi. No deba tener ms de veinticinco aos, su piel estaba sucia, y su cabello rubio pareca un matorral seco. Vesta unos vaqueros rados y una camiseta fucsia. Al verme, en sus ojos se dibuj el desconcierto. Creo que en mis ojos tambin. Estuvimos mirndonos minutos, no sabra decir si cinco o si cincuenta. Los dos quietos, temerosos de dar el paso, de dar crdito a aquello que veamos. Fui yo quien decidi dar el primer paso. Me acerqu hasta ella, lentamente. Ella se agazap, como un perrillo a punto de ser apaleado. Yo le tend la mano y habl, por primera vez en mucho tiempo. Le dije que no se preocupase, que no pensaba hacerle dao. Que mi nombre era Elas, y que desde la tormenta no haba visto a nadie ms. Ella no me respondi. Sus ojos denotaban miedo, hablaban de tormentos pasados, de horrores y daos que le haban roto el alma. Eran como los ojos de una mueca de porcelana, vidriosos, rotos por dentro, llenos de dolor. Con una mano seal una de las latas, la de melocotn. Le pregunt si tena hambre, y ella seal el bote con ms insistencia. Lo abr con mi navaja y se lo di. Se lo comi como si aquella fuese su primera y ltima comida. Yo me sent a su lado y me com la lata de carne. Y as pasamos la tarde, el uno junto al otro, sin decir nada, en silencio.Le dije que me siguiera, que ya empezaba a anochecer, que en mi casa podra lavarse y asearse, que podra cambiarse de ropa y podra descansar. Era ms seguro que andar por ah. Ella dud, pero me sigui cuando empec a caminar. Caminaba con pasitos cortos, con la cabeza gacha y las manos juntas. De vez en cuando alzaba la vista sorprendida por el vuelo de un pjaro, o por el ruido de un gato hurgando en la basura. Haca ademn de ir hacia ellos, pero yo la coga y la guiaba por el camino correcto cada vez que se distraa o sus fuerzas flaqueaban. Al final, la tom en brazos y la llev. Ella no opuso resistencia. Ahora que al fin haba encontrado rastros de existencia humana no poda perderla. Ya en casa, le di una toalla y algo de ropa para que se duchase y cambiase. Estuvo un buen rato en el bao, pero cuando sali pareca otra. Pareca ms nia de lo que haba pensado en un principio. Si llegaba a los veinte era de milagro. Su pelo rubio ahora brillaba y su piel, ya sin rastro de mugre, pareca de alabastro. Le ofrec una taza de caf, ya que estaba helada, que bebi de un sorbo pese a estar hirviendo, y cenamos unos restos de jamn y de judas con patatas que tena del da anterior. Sin decirnos nada, siempre en silencio, mirndonos como queriendo ver a travs de los ojos del otro, como queriendo hablar sin romper el silencio.Ella se qued en mi casa. Nunca hablaba ni haca nada, tan solo miraba por la ventana con mirada ausente, sentada en una viejo silln. De vez en cuando sala a pasear, pero volva pronto. Yo la dejaba ir sola, pues siempre regresaba a casa. Creamos algo similar a un hogar. Pasamos meses, conviviendo sin convivir. Sin hablar. Los dos nicos seres que posiblemente quedaban en este planeta y no eran capaces de comunicarse. Yo intent que ella volviera a hablar, le ense a articular palabras, sonidos, pero ella no haca ni siquiera el esfuerzo. Empez a no importarme. Con su sola presencia me bastaba. Ella haba dado un nuevo significado a mi vida. Ya no me senta solo. Ahora tena una compaera en mi soledad. Le puse un nombre, Annabel, como el poema de Poe, y ella aprendi a acudir cuando la llamaba de ese modo. Siempre callada, siempre obediente.Una noche, estando yo en lo ms profundo de mi sueo, not como algo se deslizaba entre mis sbanas. Sent como un cuerpo fro y desnudo se pegaba contra el mo y me abrazaba, me acariciaba. Jams una mujer me haba acariciado as. Yo respond a sus caricias, torpemente, como el hombre desentrenado que era. Y entonces comenz un carrusel de placer infinito. Nos envolvimos en una maraa de pasin que me hizo perder el sentido, que me desubic. Entre sus brazos el tiempo pasaba lento, demorado, como cuando pasas a cmara lenta una pelcula. Los sentidos se agudizaban con cada envite de nuestros cuerpos, con cada beso, con cada araazo y cada caricia. La pasin animal que ella mostraba me arrastraba por completo. Y cuando llegamos al culmen fue como la explosin de mil volcanes recorrindome la espalda y el abdomen. Aquella noche dorm profundamente. Los encuentros se siguieron produciendo. Pero ella segua sin hablarme. Haba sexo, pero no comunicacin. Ni siquiera cario o algo similar. Por las noches ramos dos volcanes, pero durante el da parecamos dos icebergs. Yo notaba que, tras nuestras noches de pasin, ella quedaba en un estado semi-catatnico, ms ausente que de costumbre. Aunque, extraamente, sus ojos parecan tener ms luz, y su piel ms color. Sin embargo a m esos encuentros me consuman, me dejaban exhausto, inservible, incapaz de hacer ningn esfuerzo durante das. Pero Annabel se convirti en mi obsesin, el deseo que senta por ella era demasiado fuerte, ms fuerte que el dolor fsico que me consuma despus. Me enamor de ella, aun a sabiendas de que ella no me amaba. Me hice adicto a la frialdad de su piel. Quiz quise estar ciego a la verdad, puse una venda sobre mis ojos y me negu a ver lo que en realidad suceda. Indicios no me faltaban. Pero ya sabis: en circunstancias desesperadas uno se niega a ver las evidencias y a tomarlas como verdaderas. Pero la mente, por muy poderosa que sea y por muchas realidades que nos haga creer, no puede ocultar la verdad durante demasiado tiempo. Invent una historia de amor para ocultar otra, ms atroz, ms desesperada. La historia de un loco. Una noche, tras habernos entregado al uno al otro, la observ con detenimiento mientras dorma. Plida, fra, inerte. Su pecho no pareca moverse. Entonces lo vi. No, no conoc a Annabel del modo que pensaba. Nuestra historia era fruto de mi imaginacin. Todo haba sido una mentira, una ilusin. Annabel estaba muerta. La haba encontrado en una calle. Su belleza haba quedado intacta tras la tormenta, su cuerpo no se haba descompuesto. Y yo ansiaba tanto una compaera que me la llev y la cre. Y conviv con ella, le di la vida que ansiaba que tuviera. Al principio sent repugnancia de m mismo, pero luego luego no me import. Porque en nuestro pequeo mundo solo estamos ella y yo. Ella, muerta y dndome la vida. Yo, vivo pero ansiando morir.