Anna Freud2

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II LAS RELACIONES ENTRE EL ANALISIS DE NIÑOS Y EL DE ADULTOS LOS PRINCIPIOS TERAPEUTICOS Aunque las diferencias entre el análisis de niños y el de adultos se hicieron notorias de manera gradual, los analistas de niños no se apresuraron a proclamar su independencia de los procedimientos técnicos clásicos. Por el contrario, la tendencia definida que se seguía, normalmente, consistía en enfatizar la similitud o cuasi- identidad de los dos procesos. Era casi una cuestión de prestigio para los analistas que también administraban tratamiento a los niños, sostener que los principios terapéuticos eran idénticos a los que se utilizaban en el análisis de adultos. Referidos al análisis de niños, estos principios involucraban: 1. No hacer uso de autoridad y eliminar, en la medida de lo posible, la sugestión como un elemento del tratamiento; 2. Descartar la abreacción como un instrumento terapéutico; 3. Mantener la manipulación (manejo) de los pacientes en un nivel mínimo, es decir, interferir solamente en la vida del niño cuando existen influencias de naturaleza lesiva o potencialmente traumática (seductivas); 4. Considerar como legítimos instrumentos del proceso terapéutico al análisis de la resistencia y de la transferencia y a la interpretación del material inconsciente. Con la técnica del análisis de niños gobernada por estas

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Normalidad y Patología 2

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II

LAS RELACIONES ENTRE EL ANALISIS DE NIÑOS

Y EL DE ADULTOS

LOS PRINCIPIOS TERAPEUTICOS

Aunque las diferencias entre el análisis de niños y el de adultos se hicieron

notorias de manera gradual, los analistas de niños no se apresuraron a

proclamar su independencia de los procedimientos técnicos clásicos. Por el

contrario, la tendencia definida que se seguía, normalmente, consistía en

enfatizar la similitud o cuasi-identidad de los dos procesos.

Era casi una cuestión de prestigio para los analistas que también administraban

tratamiento a los niños, sostener que los principios terapéuticos eran

idénticos a los que se utilizaban en el análisis de adultos. Referidos al análisis

de niños, estos principios involucraban:

1. No hacer uso de autoridad y eliminar, en la medida de lo posible, la sugestión

como un elemento del tratamiento;

2. Descartar la abreacción como un instrumento terapéutico;

3. Mantener la manipulación (manejo) de los pacientes en un nivel mínimo, es

decir, interferir solamente en la vida del niño cuando existen influencias de

naturaleza lesiva o potencialmente traumática (seductivas);

4. Considerar como legítimos instrumentos del proceso terapéutico al análisis de

la resistencia y de la transferencia y a la interpretación del material

inconsciente.

Con la técnica del análisis de niños gobernada por estas consideraciones, los

profesionales podían sentirse satisfechos de que no hubiera mejor definición

para sus actos que la empleada en el análisis clásico: analizar las resistencias

del yo antes que el contenido del ello, permitiendo el libre movimiento entre

el ello y el yo de la labor de interpretación a medida que se va obteniendo el

material; accionar desde la superficie hacia lo profundo; ofrecerse como

objeto de transferencia para la revivificación e interpretación de fantasías y

actitudes inconscientes; analizar, en la medida de lo posible, los impulsos en

estado de frustración, evitando así que sean actuados y satisfechos; esperar

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que disminuya la tensión no a través de una catarsis sino mediante el

material que surge desde el nivel de funcionamiento de los procesos

primarios hasta los procesos secundarios del pensamiento; en suma,

vertiendo el contenido del ello en el contenido del yo.

LAS TENDENCIAS CURATIVAS

Aun si el análisis de niños fuera idéntico al de adultos en relación con los

principios que regulan el manejo de la situación, ambos permanecen distintos

en lo que concierne a otras condiciones terapéuticas básicas. De acuerdo con

una feliz formulación de E. Bibring (1937), el psicoanálisis de adultos debe su

buen resultado terapéutico a la liberación de ciertas fuerzas que

normalmente están presentes dentro de la estructura de la personalidad y

que actúan espontáneamente para lograr la curación. Estas "tendencias

curativas", como las denomina ese autor, se activan bajo la influencia del

tratamiento en beneficio del análisis, y están representadas por las ape-

tencias innatas del paciente, tendientes a completar su desarrollo, a obtener

satisfacción de los impulsos y a repetir experiencias emocionales; por su

preferencia hacia la normalidad; por su capacidad para asimilar e integrar

experiencias y por proyectar en los objetos parte de su propia personalidad.

Es precisamente en todos estos aspectos que los niños difieren de los adultos, y

estas diferencias afectan necesariamente a las reacciones terapéuticas que

experimentan los dos tipos tratados. El paciente neurótico adulto anhela

aquella normalidad que le ofrece posibilidades de placer sexual y de éxitos

profesionales, mientras que para el niño "la curación" no le causa placer ya

que presupone adaptarse a una realidad desagradable, renunciar a una

inmediata realización de sus deseos y a las gratificaciones secundarias. Las

tendencias del adulto a repetir experiencias emocionales, que son

importantes para el establecimiento de la transferencia, se complican en el

niño por su marcado interés en experiencias nuevas y en nuevas relaciones

objetales. Los procesos de asimilación e integración, de gran utilidad durante

la fase de elaboración, son neutralizados en el niño por el énfasis puesto por

la "adecuación del yo" sobre mecanismos opuestos tales como la negación,

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proyección, aislamiento y desdoblamiento del yo. La apetencia de gratificar el

impulso -que explica las periódicas oleadas provenientes del ello y que es

indispensable para la producción de material en general- es tan pronunciada

en el niño que se convierte en un obstáculo y no en una ventaja, durante su

análisis. En efecto, el psicoanálisis de niños recibiría poca ayuda por parte de

las fuerzas curativas, si no fuera por una excepción que restaura el equilibrio.

Por definición y debido a los procesos de maduración, la apetencia por

completar el desarrollo es muchísimo más marcada durante la inmadurez que

en ninguna otra etapa posterior de la vida. En el adulto neurótico, la libido y

la agresión, simultáneamente con las contracatexis oponentes, están

atrapadas en su sintomatología; la energía instintiva nueva, tan pronto como

se produce, es forzada en la misma dirección. Por el contrario, la incompleta

personalidad del niño permanece en un estado de fluidez. Los síntomas que

sirven para solucionar conflictos en un determinado nivel de desarrollo,

resultan completamente inútiles en la fase siguiente y son abandonados. Las

energías libidinal y agresiva están en continuo movimiento y más fácilmente

dispuestas que en los adultos, a circular a través de los nuevos canales

abiertos por la terapia analítica. Así, donde la patología no es demasiado

severa, el analista de niños con frecuencia se pregunta, después de la

satisfactoria terminación de un tratamiento, hasta qué punto la mejoría es el

resultado de las medidas terapéuticas o en qué medida se debe a los

procesos de maduración y a los progresos espontáneos del desarrollo.

TECNICA

Comparados con problemas tan esenciales, las discutidas diferencias técnicas

entre el análisis de adultos v el de niños aparecen casi como de importancia

secundaria. Es de esperarse que debido a su inmadurez, los niños no posean

muchas de las cualidades y actitudes que en los adultos se consideran indis-

pensables para emplear el tratamiento psicoanalítico: que carezcan de insight

con respecto a sus anormalidades; que por consiguiente no experimenten el

mismo deseo de curarse ni idéntico tipo de alianza terapéutica; que

habitualmente su yo esté del lado de sus resistencias; que no decidan por sí

mismos para iniciar, continuar o completar el tratamiento; que su relación

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con el analista no sea exclusiva, sino que incluya a los padres, quienes deben

sustituir o complementar el yo y superyó del niño en varios aspectos. Toda

descripción del análisis de niños es aproximadamente sinónimo de los

esfuerzos necesarios para vencer y neutralizar estas dificultades.

La ausencia de asociaciones libres

Las características de la niñez anteriormente mencionadas, tan importantes como

son, juegan un pequeño papel dentro de las diferencias existentes en la

metodología del análisis de adultos con respecto al de niños, al compararlas

con un factor esencial: la incapacidad o carencia de inclinación del niño para

producir asociaciones libres. Los niños pueden relatar sueños y ensoñaciones

al igual que los adultos, pero en ausencia de asociaciones libres falta la vía

que conduzca con certeza desde el contenido manifiesto al latente. Pueden

comunicarse verbalmente, después de hesitaciones iniciales, pero la carencia

de asociaciones libres no les permite traspasar los confines de la mente

consciente. Esta actitud irreconciliable hacia la asociación libre se encuentra

en todos los niños, sea porque no confían lo isuficiente en la fuerza de su yo

como para permitir la supresión de la censura, sea porque no confían del todo

en los adultos como para ser completamente honestos con ellos.

En mi opinión, no hemos encontrado a través de los años una solución para

remediar este problema. Los juegos con juguetes, el dibujo, la pintura, la

puesta en escena de juegos fantásticos y la actuación en la transferencia han

sido aceptados en reemplazo de las asociaciones libres y, faute de mieux, los

analistas de niños han tratado de convencerse de que constituyen sustitutos

válidos. En realidad esto no es cierto. Una de las desventajas consiste en que

algunos de estos sustitutos elaboran principalmente material simbólico, cuya

interpretación introduce en el análisis de niños elementos de duda, de incer-

tidumbre y de arbitrariedad. Otra desventaja consiste en que bajo la

influencia de la presión del inconsciente el niño actúa en vez de verbalizar, lo

que infortunadamente limita la situación analítica. Mientras que la libertad de

asociación verbal es ilimitada siempre que esté restringida la motricidad, este

principio no es válido cuando se producen ciertas acciones motrices dentro o

fuera de la transferencia. Cuando el niño pone en peligro su propia seguridad

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o la del analista o causa daños importantes a la propiedad, o trata de seducir

o forzar la seducción, el analista no puede evitar su interferencia, a pesar de

su paciencia extrema y de sus mejores intenciones y aun cuando sabe que

podría recoger mucho material de naturaleza vital a través de esa conducta

infantil. Las palabras, los pensamientos y las fantasías, al igual que los

sueños, no influyen de manera directa en la vida real, pero no sucede lo

mismo con las acciones. Tampoco ayudará prometer a los pequeños

pacientes que podrán liberarse de todas las restricciones -durante la sesión

analítica y, para hablar con la licencia que se concede en el análisis de

adultos, "que harán lo que quieran". El niño pronto convencerá al analista de

que esa libertad no es factible y que no se puede mantener una promesa de

ese tipo.

Otra diferencia entre las dos técnicas surge por sí sola, diferencia a la cual no se

le ha prestado mucha atención. Mientras que las asociaciones libres parecen

liberar las fantasías sexuales, la libertad de acción -aun relativa- actúa de ma-

nera similar con respecto a las tendencias agresivas. Los niños

fundamentalmente realizan el acting out en la transferencia y, por

consiguiente, la agresión o el aspecto agresivo de sus tendencias

pregenitales, que los lleva a agredir, golpear, patear, escupir y provocar al

analista. Técnicamente esto crea dificultades, dado que una parte del valioso

tiempo del tratamiento debe dedicarse a controlar la agresión

desencadenada por la tolerancia analítica inicial. Teóricamente esta relación

entre el acting out y la agresión puede originar una idea errónea acerca de la

proporción entre la libido y la agresión infantiles.

Es un hecho indiscutible, por supuesto, que este acting out que no es

interpretado o cuya interpretación no se acepta, no resulta beneficioso. A

pesar de que es una expresión infantil normal, no conduce a un insight o a

cambios internos, aunque el criterio opuesto, remanente del período catártico

del psicoanálisis, haya persistido en el análisis de niños en varios países,

mucho tiempo después de haber sido abandonado en el análisis de adultos.

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Interpretación y verbalización

El criterio de que la tarea del analista para interpretar el material inconsciente es

la misma en niños que en adultos necesita corregirse y aclararse aunque,

obviamente, es cierto en un aspecto. También con los niños la finalidad del

análisis consiste en ampliar el campo consciente sin lo cual no puede au-

mentarse el control del yo; Esta finalidad debe lograrse aun cuando la

ausencia de asociación libre y la intensidad del acting out obstaculicen la

técnica del análisis.

La diferencia entre las dos técnicas no reside entonces en el objetivo, sino en el

tipo de material que se debe interpretar. En los adultos, el material para

analizar ha estado durante largos períodos bajo los efectos de la represión

secundaria, es decir, que se deben derribar las defensas contra los derivados

del ello, que se expulsaron de la conciencia en un determinado momento.

Solamente entonces avanza hacia la interpretación de los elementos que se

hallan bajo represión primaria, que son preverbales, que nunca han formado

parte del yo organizado y que no pueden "recordarse" sino solamente

revivirse dentro de la transferencia. Aunque este procedimiento es idéntico

para niños mayores, difiere en los más pequeños en quienes la proporción

entre los elementos del primero y segundo tipos, y también el orden de su

aparición, se encuentra invertida.

El yo del niño pequeño es el responsable, durante su desarrollo, de dominar, por

un lado, su orientación en el mundo exterior y por el otro, los estados

emocionales caóticos que experimenta; y gana sus victorias y progresa a

medida que comprende esas impresiones, las expresa en pensamientos y

palabras, y las somete a procesos de tipo secundario.

Los niños más pequeños concurren al tratamiento analítico con este desarrollo

demorado o incompleto debido a razones variadas. En ellos, el proceso de

interpretación propiamente dicho está unido a la verbalización de muchos

impulsos de los que serían capaces de tomar conciencia como tales (por

ejemplo, bajo la represión primaria) pero que no han podido alcanzar aun el

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estado yoico, la toma de conciencia ni la elaboración secundaria.

Anny Katan (1961) ha señalado la importancia de estas verbalizaciones en las

etapas primarias del desarrollo e insiste en que la fecha de formación del

superyó depende hasta cierto punto del período en que el pequeño adquiere

la capacidad de sustituir los procesos primarios del pensamiento por procesos

secundarios; que la verbalización es requisito previo e indispensable para

elaborar los procesos secundarios del pensamiento; que la verbalización de

las percepciones del mundo exterior precede a la del contenido del mundo

interno, y que esto último a su vez determina la prueba de la realidad y el

control del yo sobre los impulsos del ello. En efecto, el insight del papel que

juega la verbalización en el desarrollo no es, en modo alguno, nuevo en las

técnicas analíticas; S. Freud lo señala cuando dice: "el hombre que por

primera vez lanzó una palabra insultante a su enemigo en lugar de una lanza

fue el fundador de la civilización" X 1893, pág. 36)

Mientras que la verbalización como parte de la interpretación de lo inconsciente

reprimido pertenece al análisis de todas las edades, la verbalización en el

sentido señalado más arriba juega un papel específico en el análisis de niños

muy pequeños o con retraso, detención o deficiencias graves del desarrollo

del yo.

Resistencias

Con respecto a la resistencia, resultaron fallidas las esperanzas iniciales de que la

tarea del analista sería fácil. El inconsciente del niño no probó estar menos

estrictamente separado de lo consciente que el de los adultos. No se logra

con más facilidad la oleada de derivados del ello hacia la superficie y hacia la

sesión analítica. Por el contrario, las fuerzas que se oponen al análisis son

quizá mayores en los niños que en los adultos.

Las resistencias en el análisis de adultos se reconocen por lo general relacionadas

con los procesos internos o acciones que las determinan. El yo resiste al

análisis para proteger las defensas, sin las cuales el displacer, la ansiedad y

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el sentimiento de culpa tendrán que volver a enfrentarse. El superyó se

opone a la licencia concedida por el análisis a pensamientos y fantasías que

pueden amenazar su existencia. Los derivados de los impulsos dentro o fuera

de la transferencia, aunque liberados por el proceso analítico, actúan como

resistencias en contra si son presionados para descargarse a través de la

acción en vez de controlarse una vez que han servido al propósito del insight.

El ello mismo se resiste al cambio puesto que está unido al principio de la re-

petición.

Los niños comparten estas legítimas resistencias con el adulto, algunas de ellas

intensificadas, modificadas y exageradas, y agregan además las dificultades

y obstáculos específicos de las situaciones interna y externa de un individuo

en desarrollo. Se debe tener en cuenta:

1. Que el niño no recurre al análisis por propia voluntad ni suscribe el contrato

con el analista, y por lo tanto tampoco se siente obligado a aceptar sus

reglas.

2. Que el niño no formula criterios sobre ninguna situación, y entonces la

molestia, la tensión y la ansiedad provocadas por el tratamiento pesan más

en su mente que la idea de un provecho futuro.

3. Que siendo normal para su edad, prefiere actuar y como resultado el "acting

out" domina el análisis, excepto cuando se trata de niños obsesivos.`

4. Que el equilibrio del yo inmaduro es inestable entre las presiones internas y

externas y entonces el niño se siente más amenazado por el análisis que el

adulto y mantiene sus defensas con mayor rigidez.' Este criterio se aplica a la

niñez en general pero se experimenta con mayor intensidad al comienzo de

la adolescencia. Para detener el aumento de los impulsos de la cercana

adolescencia, el adolescente refuerza sus defensas y por consiguiente su

resistencia al análisis.

5. Que durante el curso de la niñez los métodos más primitivos de defensa

continúan junto a los más elaborados, por lo que la resistencia del yo está

aumentada en comparación con el adulto.

6. Que habitualmente el yo del niño se une a sus resistencias, y así tiende a

desertar del análisis, sobre todo en aquellas etapas en que aumentan las

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presiones desde el material inconsciente o por transferencia negativa

intensa, y lo lograría si no fuera por la decisión y el apoyo de los padres.

7. Que la necesidad de sobrepasar y rechazar el pasado es más intensa durante

algunas etapas del desarrollo y entonces sus resistencias al análisis fluctúan

en concordancia. Un ejemplo es la fase de transición entre el período edípico

y el de latencia. De acuerdo con las imposiciones del desarrollo, el pasado

infantil se clausura en este punto, se le vuelve la espalda y queda cubierto

por la amnesia; pero según las reglas del análisis, debe mantenerse la

comunicación con el pasado. De aquí el choque entre estos dos objetivos.

Para el niño neurótico o con trastornos de otro tipo la necesidad de

tratamiento no disminuye durante esta etapa, pero sí su deseo de

continuarlo.

Lo mismo sucede durante la adolescencia, cuando el adolescente necesita

separarse de los objetos de su infancia, mientras que el análisis promueve la

revivificación de las relaciones objetales en la transferencia. El paciente lo

experimenta como una amenaza especial y con frecuencia determina la

interrupción abrupta del tratamiento.

8. Que todos los niños tienden a externalizar los conflictos internos en batallas

con el ambiente, y por ello prefieren las soluciones ambientales a los cambios

internos. Cuando esta defensa predomina, el niño manifiesta una renuencia

absoluta a someterse al análisis, actitud que a menudo se confunde con una

"transferencia negativa" y que (sin éxito) es interpretado como tal.

En resumen, el analista de niños debe enfrentar muchas situaciones difíciles en el

curso del tratamiento, que ponen a dura prueba su idoneidad, pero el hecho

que más le afecta es que durante largos períodos del análisis tiene que

proseguir sin el apoyo que significa la alianza terapéutica con el paciente.

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Transferencia

Como fruto de mi experiencia, de la eliminación de la fase de introducción

(excepto en casos seleccionados) y del empleo inicial deliberado del análisis

de las defensas (Bornstein, 1949) he modificado mi opinión anterior de que la

transferencia en la niñez estaba restringida a "reacciones transferenciales"

únicas y que no alcanzaba por completo el carácter de una "neurosis de

transferencia". No obstante, aún no estoy convencida de que lo que

denominamos neurosis de transferencia en los niños equivalga a la variedad

adulta en todos los aspectos. La solución de este problema es más difícil,

pues se encuentra oscurecida por dos de las particularidades del análisis de

niños mencionadas más arriba: la ausencia de las asociaciones libres impide

que toda la evidencia de la transferencia aparezca en el material y, debido a

la tendencia infantil a actuar en vez de asociar, la transferencia agresiva es

demasiado pronunciada y oscurece la transferencia libidinal.

En cuanto al tratamiento de adultos, la posición con respecto a la transferencia

ha sido tema de controversia en los últimos años. Algunos de nosotros

todavía adherimos a la creencia más ortodoxa de que al comienzo del

tratamiento existe una relación real (médico-paciente) que de manera

gradual y progresiva se deforma a través de elementos regresivos, agresivos

y libidinales acoplados que son transferidos desde el pasado del paciente

hacia el analista, y que este proceso continúa hasta que en la neurosis de

transferencia definitivamente establecida, la relación irreal sumerge por

completo a la real.

Esperamos que se restablezca la primera relación al- finalizar el tratamiento,

después de separados los elementos infantiles por medio de la interpretación,

y después que el fenómeno de la transferencia haya alcanzado la meta que

se propone: proveer de insight al paciente.

Una opinión más corriente espera poner las manifestaciones transferenciales en

evidencia desde el comienzo del análisis, con el requisito de interpretarse

como tales y no solamente en comparación con las actitudes reales que

reemplazan. Desde que se consideran de primordial importancia, acaban por

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ocupar el lugar de casi todas las demás fuentes del material analítico, y se

convierten en el "camino real hacia el inconsciente", un título de honor que

en el pasado estaba reservado a los sueños. En algunos casos extremos, el

compromiso del analista con estos aspectos del tratamiento es tan grande

que corre el riesgo de olvidar que la transferencia constituye un medio y no

un fin terapéutico.

Considero que este último criterio acerca de la transferencia está basado en tres

presunciones:

a) que todo lo que sucede en la estructura de la personalidad de un paciente

puede analizarse según sus relaciones objetales con el analista;

b) que todos los niveles de las relaciones objetales son igualmente accesibles a la

interpretación, a los que puede modificar hasta idéntica medida;

e) que la única función de las figuras ambientales es la de recibir las catexis

libidinales y agresivas.

Examinar estas presunciones a la luz de la experiencia del analista de niños,

quizá puedan aclarar a su debido tiempo su importancia en los adultos.

El analista de niños como un objeto nuevo

En el análisis de niños más que en el de adultos resulta obvio que la persona del

analista es utilizada de diversas maneras por el paciente.

Como se ha dicho anteriormente, todos los individuos a medida que se

desarrollan y maduran sienten la necesidad de experiencias nuevas que es

tan intensa como la apetencia a la repetición. La primera es parte importante

del equipo normal del niño; no obstante, los problemas neuróticos alteran la

balanza en favor de la segunda. El niño sometido al análisis ve en el analista

un objeto nuevo y lo trata como tal, en tanto exista una parte sana de su

personalidad, y utiliza al analista para la repetición, es decir, para la

transferencia toda vez que su neurosis u otros trastornos entren en acción.

Esta doble relación es de difícil manejo para el analista: si acepta la condición

de objeto nuevo, diferente de los padres, está indudablemente interfiriendo

con las reacciones transferenciales. Si, en cambio, ignora o rechaza este

aspecto de la relación, desencanta al pequeño en sus esperanzas que él

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considera legítimas. También puede ser que el analista interprete ciertos

aspectos de la conducta del niño como transferenciales, lo que en realidad no

es así. Dos de los elementos esenciales del entrenamiento técnico de todos

los analistas de niños son aprender a distinguir esta superposición y a actuar

cuidadosamente según los papeles que le son impuestos.

Este elemento del "objeto nuevo", es decir, de actitudes hacia el analista que no

son el resultado de transferencias, también se observa en el análisis de

adultos y es útil destacarlas. Pero la necesidad de experiencias nuevas en el

individuo maduro no es tan central ni tan poderosa como en el niño. Cuando

esta necesidad es parte integrante de su relación con el analista, por lo

general está al servicio de la función de resistencia.

El analista de niños como objeto de la transferencia libidinal y agresiva

En relación con la transferencia propiamente dicha y durante el curso del análisis

los niños, al igual que los adultos, repiten y escenifican alrededor de la

persona del analista por medio de la regresión, sus relaciones objetales

provenientes de todos los niveles de su desarrollo. El narcisismo, la fase de la

unidad biológica con la madre, de la satisfacción de las necesidades, de la,

constancia objetal, de la ambivalencia, las fases oral, anal y fálico-edípica,

todas contribuyen con elementos que forman parte de la situación de

tratamiento en un momento determinado, a menudo en un orden invertido,

pero también de acuerdo con el tipo de trastorno, es decir, con la profundidad

de la regresión en que el niño se encuentra al comenzar el tratamiento.

Además de suministrar información con respecto a los niveles o fases que

han tenido un papel importante en la patogénesis individual, cada una de las

diversas tendencias transferidas colorea la situación analítica de una manera

especial. La autosuficiencia narcisista se manifiesta bajo la forma de una

separación del mundo de los objetos, incluido el analista, es decir, como una

barrera opuesta al esfuerzo analítico. Las actitudes simbióticas reaparecen

como el deseo de una completa e ininterrumpida unión con el analista; en los

adultos esto se expresa a menudo con el deseo de ser hipnotizado. La re-

emergencia de la dependencia anaclítica constituye una dificultad de carácter

especial durante el análisis, y se disfraza con el deseo de ser ayudado, pero

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hace recaer toda la responsabilidad de esa ayuda en la persona del analista.

El paciente (niño o adulto) por su parte, está pronto a interrumpir la relación

emocional con el analista cuando éste le impone esfuerzos y sacrificios. El

retorno a las actitudes orales reemplaza las exigencias del paciente frente al

analista, tanto como el descontento por todo lo que éste le ofrece (en el niño,

con respecto al material para el juego, etc.; en el adulto, con respecto a la

atención que se le brinda); la transferencia de las tendencias anales es la

responsable de la obstinación del paciente, la retención del material, las

provocaciones, la hostilidad y los ataques sádicos que dificultan la tarea del

analista, no con las asociaciones libres del adulto pero sí con el acting out de

los pequeños. La necesidad de ser amado y el temor a la pérdida del objeto

también se transfieren bajo la manifestación de una sugestibilidad y

complacencia hacia el analista; a pesar de su apariencia superficial positiva,

el analista teme a ambas tendencias, y este temor es justificado pues son

responsables de las falsas mejorías transferenciales. En suma, la

pregenitalidad y las tendencias preedípicas introducen en la relación de

transferencia una gama completa de elementos cuasi "resistentes" y

negativos. Por otro lado están los elementos beneficiosos que aportan la

aparición de transferencias de la constancia objetal y las actitudes que

pertenecen al complejo de Edipo positivo y negativo, coordinados con el logro

alcanzado por el yo de autoobservación, insight y funcionamiento de los

procesos secundarios. Todo esto consolida la alianza terapéutica con el

analista, ayudándola a soportar las vicisitudes del tratamiento.

De acuerdo con el razonamiento anterior, los elementos preedípicos de la

transferencia deben interpretarse antes que los edípicos, lo que quizá se

considere como una variación de la técnica inicial de Freud, que

recomendaba analizar la transferencia en el punto en que es empleada con

propósitos de resistencia. Este criterio es válido, por supuesto, tanto para el

análisis de niños como de adultos.

Para el analista de niños, esta situación explica algunas de las dificultades

técnicas que se presentan con los más pequeños antes de que hayan

alcanzado el nivel fálico-edípico, y con los mayores cuyo desarrollo se ha

detenido (en contraste con las regresiones) en uno de los niveles preedípicos.

Ninguno de estos niños responderá a un método basado en la cooperación

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voluntaria con el analista, es decir, actitudes que aún no han adquirido y, por

lo tanto, determinan para su beneficio la introducción de modificaciones en la

técnica. En este aspecto mucho se ha aprendido del tratamiento de los niños

que han soportado intensas privaciones, que han carecido de hogar y del

cariño maternal y de los que han estado confinados en los campos de

concentración. Los pacientes que no alcanzaron nunca la constancia objetal

en sus relaciones demostraron ser incapaces de establecer alianzas firmes y

perdurables en la transferencia con sus analistas (véase Edith Ludowyk

Gyomroi, 1963).

El analista de niños como objeto para la externalización

No todas las relaciones establecidas o transferidas por un niño durante el

tratamiento analítico son relaciones objetales en el sentido de que el analista

es catectizado con la libido o con la agresión. Muchas se deben a

externalizaciones, es decir, a procesos en los que la persona del analista es

utilizada para representar una u otra parte de la estructura de la personalidad

del paciente. (Al respecto véanse los estudios de Warren M. Brodey (1964) quien apoya este

criterio en relación con las relaciones patológicas infantiles dentro de la familia.)

En la medida que el analista "seduce" al niño al tolerar su libertad de

pensamiento, de fantasía y acción (esta última dentro de ciertos límites), se

convierte en el representante del ello del paciente, con todas las inferencias

positivas y negativas que se derivan en su mutua relación. En tanto que

verbaliza y ayuda al niño en su lucha contra la ansiedad, se convierte en un

yo auxiliar, al que se aferra el pequeño para protegerse. Debido a que es un

adulto, el niño considera y también trata al analista como si fuera un superyó

externo, es decir, paradójicamente como el juez moral de los mismos

derivados instintivos que se han liberado gracias a sus esfuerzos.

El niño de este modo re-escenifica sus conflictos internos (intersistémicos) en

batallas externas con el analista, procedimiento que provee material de gran

utilidad. Sería erróneo interpretar estas externalizaciones como relaciones

objetales dentro de la transferencia, aunque originalmente todos los conflic-

tos dentro de la estructura se producen en las relaciones más tempranas. En

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el curso del tratamiento, no obstante, su importancia consiste en que revelan

lo que sucede en el mundo interno del niño, en la relación entre sus diversas

actuaciones internas, opuestas a sus relaciones emocionales con los objetos

del mundo exterior.

El analista de adultos también está familiarizado con el mecanismo de

externalización de los conflictos intersistémicos e intrasistémicos de sus

pacientes. Pacientes con neurosis obsesivas severas escenifican querellas

entre sí y su analista, provocadas por asuntos sin importancia, para escapar

de las indecisiones internas penosas originadas por su ambivalencia. Los

conflictos entre las tendencias activas y pasivas, masculinas femeninas, se

externalizan cuando el paciente atribuye al analista la preferencia por una de

las dos posibles soluciones y lo combate como si fuera el representante de

aquélla. En el análisis de los adictos a las drogas, el analista representa al

mismo tiempo o en rápida sucesión, sea el objeto deseado ardientemente, es

decir, la droga misma, sea el yo auxiliar cuya ayuda se requiere para luchar

contra la droga. El rol del analista como yo auxiliar es bien conocido también

en relación con el tratamiento de pacientes al borde de la esquizofrenia. Un

paciente confuso, asustado por sus propias fantasías paranoides empleará la

presencia del analista para fortalecer su salud mental. El tono de la voz del

analista, las palabras utilizadas en un interpretación (antes que el contenido)

pueden determinar que los procesos primarios del pensamiento se

desvanezcan en el olvido. Estos pacientes se aferran al analista como a un yo

externo, pero esta situación es completamente diferente del apego del

paciente histérico que desea al analista como el objeto de su pasión.

Entendida de esta manera, la externalización es una subespecie de la

transferencia. Tratada como tal en las interpretaciones y mantenida al

margen de la transferencia propiamente dicha, es una valiosa fuente de

insight dentro de la estructura psíquica.

LA DEPENDENCIA INFANTIL COMO UN FACTOR

EN EL ANALISIS DE ADULTOS Y NIÑOS

Algunas de las más animadas controversias concernientes a la especificidad del

análisis de niños corresponden a si los padres deben incluirse y hasta qué

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punto, en el proceso terapéutico. Aunque este es un problema

manifiestamente técnico, el punto en discusión es de naturaleza teórica, es

decir, la decisión de si el niño debe, y en qué momento, ser considerado no

como un producto dependiente de la familia sino otorgándole el status de una

entidad separada, de una estructura psíquica con derecho propio.

La dependencia infantil como un agente en la formación del carácter y en la

neurogénesis es un concepto familiar en los trabajos de Freud, donde se la

considera como un "hecho biológico" y responsable de la mayoría de los

logros de la personalidad del ser humano en desarrollo. Por el miedo de la

pérdida del objeto, de la perdida del amor del objeto, de los castigos a que se

encuentra expuesto debido a su dependencia, el niño dependiente acepta el

"sometimiento educacional" del mismo modo que el adulto convierte el temor

de ser rechazado por la comunidad, en "sometimiento social". Por temor a la

conciencia (culpabilidad) como residuo y producto final del período de

dependencia infantil, adopta la tendencia a convertirse en neurótico. El

adulto considera que la prolongada dependencia del retoño de la especie

humana también es responsable de cuestiones tan vitales como la capacidad

de formar relaciones objetales en general y el complejo de Edipo en

particular; la lucha cultural contra la violencia y la necesidad de la religión; en

resumen, la humanización del individuo, su socialización y sus necesidades

éticas.

La dependencia como un factor en el análisis de adultos

A pesar de que nunca se dudó de la importancia de esta dependencia en los

pacientes adultos, se refería solamente a los antecedentes, es decir, a los

aspectos genéticos del problema. Con respecto a los aspectos dinámicos,

topográficos y económicos, los pacientes eran considerados seres

independientes, con acciones y estructuras internas propias y con conflictos

neuróticos localizados dentro de la personalidad y, sólo de manera

secundaria, relacionados y conectados con el ambiente.

La consecuencia de este criterio en relación con el tratamiento fue ineludible. La

técnica analítica fue diseñada estrictamente para su empleo dentro de la

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estructura: el material es ofrecido por el propio paciente y acerca de sí

mismo; el medio se observa desde un punto de vista subjetivo, es decir, a

través de los ojos del paciente; las relaciones entre el analista y el paciente

son privadas y exclusivas; las relaciones objetales pasadas y presentes del

paciente serán restablecidas en esta condición privada.

A pesar de algunas opiniones disidentes," todo esto permaneció como la

estructura sobre la cual continuó desarrollándose la técnica para el análisis

de adultos.

La dependencia como un factor en el análisis de niños

Obviamente, nada de esto es útil para el analista de niños, quien se enfrenta con

la dependencia mientras es un proceso activo. A él le corresponde la

evaluación de los distintos grados de influencia que puede ejercer sobre su

paciente en lo que respecta al nivel de su desarrollo, a la etiopatogenia y al

tratamiento.

Con respecto al nivel de desarrollo del paciente, es decir, los pasos dados para

alcanzar su individualidad, es necesario que el analista se informe sobre

cuáles son los aspectos vitales en que el niño depende de los padres y hasta

qué punto los ha superado. Podemos evaluar aproximadamente si el estado

de su dependencia, o independencia, está en relación con su edad

cronológica a través de los siguientes servicios que el niño requiere

consecutivamente de sus padres:

- para la unión narcisista con una figura materna a una edad en que no puede

distinguirse a sí mismo del medio;

- para emplear la capacidad de los padres en comprender y manipular las

condiciones externas de tal manera que pueda satisfacer las necesidades

corporales y los derivados instintivos;

- como figuras en el mundo externo a las que puede vincular su libido narcisista

inicial y donde ésta puede convertirse en libido objetal;

- para que actúen como agentes limitadores de la satisfacción de los impulsos, y

en consecuencia, iniciando el control del ello por medio de su propio yo;

- para proveer los patrones de identificación que el niño necesita para la

construcción de una estructura independiente.

Page 18: Anna Freud2

Con respecto al rol de los padres en la causación de enfermedades, el analista de

niños debe tener gran cuidado para que las apariencias superficiales no lo

desorienten y sobre todo para no confundir los efectos de la anormalidad

infantil sobre la madre, con la influencia patógena de la madre sobre el niño.

El método más seguro y laborioso para evaluar estas interacciones es el

análisis simultáneo de los padres con sus hijos. De estos análisis surge un

número de hallazgos concernientes a las relaciones patógenas entre padres e

hijos, tales como las siguientes:

Existen padres cuyo apego al hijo depende de que el niño represente una figura

idealizada de sí mismos o una figura de su pasado. Para retener el amor de

los padres en estas condiciones, el niño permite que su personalidad sea

moldeada de acuerdo con patrones que no son los propios y que conflictúan,

o no toman en cuenta sus propias potencialidades innatas.

Algunas madres o padres asignan al niño un rol dentro de su propia patología,

estableciendo sus relaciones sobre esta base y no sobre la de las necesidades

reales del niño.

Muchas madres realmente trasvasan sus síntomas a sus pequeños y luego los

escenifican conjuntamente a la manera de una folie á deux (véase Dorothy

Burlingham y otros, 1955).

En todos los casos mencionados, las consecuencias patológicas para el niño son

más pronunciadas cuando los padres expresan su relación anormal con éste

por medio de acciones en lugar de fantasías. Cuando esto sucede, sólo el

tratamiento simultáneo de los padres es capaz de aflojar suficientemente la

tensión entre ellos, actuando como una medida terapéutica para el niño."

Los padres pueden también jugar un papel en el mantenimiento de los trastornos

infantiles. Algunas de las fobias de la niñez, el disgusto por ciertas comidas,

los rituales para dormirse son mantenidos por el niño solamente en

connivencia con la madre. Debido a que ella teme los ataques de ansiedad

del niño tanto como él mismo, participa activamente en el mantenimiento de

las defensas, precauciones, etc., y por consiguiente disimula la extensión de

la enfermedad infantil. Ciertas acciones sintomáticas, especialmente de

carácter obsesivo, son llevadas a cabo por la madre y no por el niño. Algunos

padres por razones patológicas propias, parecen necesitar un niño enfermo,

con trastornos o retrasado (infantilismo) y así mantienen el statu quo con

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este propósito.

Respecto de la conducción del tratamiento, está bien justificada la envidia del

analista de niños porque sus colegas que tratan adultos pueden establecer

una relación de persona a persona. En el análisis de niños, el comienzo, la

continuación y la posibilidad de terminación del tratamiento depende no del

yo del paciente sino de la comprensión e insight de los padres. En este

sentido, la tarea de los padres consiste en ayudar al yo del niño a vencer las

resistencias y los períodos de transferencia negativa sin que descuiden las

sesiones del análisis de su niño. El analista se verá imposibilitado de cumplir

con su tarea si los padres apoyan las resistencias del pequeño. En los

períodos de transferencia positiva los padres a menudo agravan él conflicto

de lealtad que invariablemente padece el niño con respecto al analista y sus

progenitores.

Las técnicas del analista de niños en cuanto a la manera de tratar con los padres

varían ampliamente desde excluirlos por completo de la intimidad del

tratamiento, mantenerlos informados, permitirles participar en las sesiones

(en los casos de niños muy pequeños), tratarlos o analizarlos de modo simul-

táneo aunque separadamente del hijo, hasta llegar al extremo opuesto de

tratarlos a ellos solos debido a los trastornos del niño, en vez de analizar a

éste.

Estudios sobre la dependencia

Dos trabajos importantes sobre la teoría de la relación padres-hijos resumen la

posición del analista a este respecto: el de Phyllis Greenacre (1960) que

unifica el material sobre los procesos de maduración, y el de Winnicott (1960)

sobre los hechos y consecuencias del cuidado maternal. Tomados en con-

junto, estos trabajos ofrecen una descripción comprensiva de la fase

preverbal de absoluta dependencia, de las influencias internas y externas que

actúan sobre ella y del papel que juegan en la formación de la normalidad o

anormalidad futuras.

Existen muchos otros estudios analíticos derivados de investigaciones realizadas

durante y aparte de la sesión analítica, cada uno enfocando aspectos

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diversos tales como la empatía entre madre e hijo durante la fase de

dependencia absoluta (Winnicott, 1949) ; el aporte de esta fase a la

constitución del individuo (Martin James, 1960) ; las consecuencias lesivas de

omitir interrumpir el estado de dependencia (A. Freud y D. Burl n,gi air.. ? 4 ,

1944; John Bowiby y otros, 1952; James Roberts-,7, 195YH- E_ Spitz, 1945,

1946); la influencia de largo alcance de las preferencias y actitudes de la

madre durante el periodo de completa dependencia (Joyce Robertson, 1962).

EL EQUILIBRIO ENTRE LAS FUERZAS INTERNAS Y EXTERNAS OBSERVADO POR EL

ANALISTA DE NIÑOS Y POR EL DE ADULTOS

La constante relación con la dependencia emocional del niño con respecto de sus

padres tiene consecuencias trascendentales para las perspectivas teóricas de

su analista.

En cambio, el analista de adultos, debido a las impresiones que en su trabajo

diario, no corre el riesgo de convertirse en un ambientalista. El poder de la

mente sobre la materia, es decir, del mundo interno sobre el externo, se le

presenta: en una serie inacabable de ejemplos que le brindan sus pacientes:

en los aspectos cambiantes de la descripción de circunstancias vitales

originada por las modificaciones del estado de ánimo desde la relación a la

depresión; en el empleo que hace el paciente de los elementos ambientales

para acomodarlos o alimentar sus fantasías inconscientes; en sus proyeccio-

nes, que convierten en perseguidores a las personas incapaces de hacer

daño, indiferentes o benévolas; en la distorsión de la imagen del analista que

sirve a los propósitos de una transferencia irracional y a veces delirante

(Little, 1958), etc. Es especialmente esta última la que explica la

predisposición del analista a creer que también durante la niñez del paciente

operan fuerzas similares y que los responsables del origen de su enfermedad

son los factores internos y no los externos.

En suma, el analista de adultos cree firmemente en la realidad psíquica en

oposición a la realidad externa. Si acaso, está demasiado dispuesto durante

el tratamiento a considerar los hechos corrientes como resistencias y

transferencias y, por consiguiente, a desestimar su valor como componentes

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de la realidad.

Para el analista de niños, por otra parte, todas las indicaciones señalan la

dirección opuesta, atestiguando sobre la poderosa influencia del ambiente.

En el tratamiento, especialmente los más pequeños revelan hasta qué punto

se encuentran dominados por el mundo objetal, es decir, la medida en que el

ambiente llega a influir para determinar su conducta y su patología, tales

como las actitudes protectoras o de rechazo, cariñosas o indiferentes, críticas

o de admiración de los padres, así como la armonía o la discordia en la vida

matrimonial de los progenitores. El juego simbólico del niño durante la sesión

analítica no comunica sólo sus fantasías internas; también es su forma

simultánea de comunicar los hechos familiares habituales, como las

relaciones sexuales entre los padres, sus desacuerdos y peleas, sus actos

frustrantes o que provocan ansiedad, sus anormalidades y expresiones

patológicas. El analista de niños que toma en cuenta sólo el mundo interno de

su paciente corre el riesgo de fracasar al interpretar en las comunicaciones

del pequeño, la actividad relacionada con sus circunstancias ambientales,

que en esa etapa vital es igualmente importante.

Pero a pesar de que las pruebas acumuladas evidencian que las circunstancias

ambientales desfavorables desembocan en resultados patológicos, nada

debería convencer al analista de niños de que las modificaciones de la

realidad externa pueden lograr la curación, con excepción quizá cuando se

trate de pacientes que cursan los períodos más tempranos de la infancia.

Esta creencia significaría que los factores externos por sí mismos pueden ser

agentes patógenos y que podría desestimarse su interacción con los factores

internos. Esta consideración es opuesta a la experiencia del analista. Todas

las investigaciones psicoanalíticas demuestran que los factores patogénicos

actúan desde ambos lados y que una vez entremezclados, los procesos

patológicos impregnan la estructura de la personalidad y sólo pueden

extraerse por medio de las medidas terapéuticas que tienen efecto sobre la

estructura.

Mientras que los analistas de adultos deben recordarse a sí mismos las causas

externas frustrantes que precipitaron los trastornos del paciente, para no

encandilarse con las fuerzas del mundo interior, el analista de niños ha de

recordar que los factores nocivos externos que pueblan su criterio, adquieren

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significación patológica cuando interactúan con la disposición innata y

adquirida y con las actitudes internalizadas de naturaleza libidinal y yoica.

Ambos procedimientos, el análisis de adultos y el de niños tomados en conjunto,

pueden ayudar a mantener la perspectiva equilibrada, requerida en la

fórmula etiológica de Freud de la escala variable de influencias internas y

externas: que existen personas cuya "constitución sexual no habría producido

la neurosis sin la intervención de influencias nocivas, y estas influencias no

habrían sido seguidas de un efecto traumático si las condiciones de la libido

hubieran sido diferentes" (S. Freud, 1916-1917, Obras Ccirnpletas, Vol. II).

A pesar de sus convicciones teóricas, los analistas de niños están siempre

tentados a explorar la extensión en que actúa la ecuación etiológica, es decir,

a probar si existen límites cuantitativos más allá de los cuales la influencia

patógena puede considerarse unilateral. Estas investigaciones pueden

llevarse a cabo si se seleccionan para el análisis niños situados en los dos

extremos de la escala etiológica, es decir, aquellos en quienes el daño

determinado por el factor congénito o el ambiental es de carácter masivo. Los

individuos que pertenecen al primer grupo manifiestan importantes

contraindicaciones innatas para el desarrollo normal, tales como severas

carencias de naturaleza física o sensorial (ceguera, sordera, deformaciones,

etc.) ; los que integran el otro grupo son niños severamente traumatizados,

con padres psicóticos, huérfanos o criados en instituciones, es decir aquellos

cuyas condiciones complejas externas para su desarrollo normal no

existieron. Pero hasta ahora, el material obtenido de estos casos tampoco

ofrece un cuadro clínico que haya sido determinado por un solo tipo de

factores. Aunque ciertas formaciones patológicas son inevitables cuando las

influencias patogénicas tanto internas como externas alcanzan tal magnitud,

su variedad y las detalladas características de las personalidades infantiles

dependen, como en los casos menos graves, de la interacción entre los dos

factores, es decir, de la manera en que reacciona una constitución particular

frente a determinada serie de circunstancias externas