Angelina(novela mexicana) by Delgado, Rafael, 1853-1914

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    ANGELINA

    (NOVELA MEXICANA)

    POR

    ANGELINA 1

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    RAFAEL DELGADO

    Con un estudio preliminar de V. GARCA CALDERN

    CASA EDITORIAL MAUCCI

    Gran medalla en las Exposiciones de Viena de 1903, Madrid 1907, Budapest1907 y gran premio en la de Buenos Aires 1910

    Calle de Mallorca, 166.BARCELONA

    AL

    Sr. D. Jos M. Roa Brcena

    en prenda de respetuosa amistad

    EL AUTOR

    RAFAEL DELGADO Y SU NOVELA ANGELINAPRLOGO DE LA PRIMERA EDICIN

    Captolos:

    I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX,XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI, XXVII, XXVIII, XXIX, XXX, XXXI, XXXII, XXXIII,XXIXV, XXXV, XXXVI, XXXVII, XXXVIII, XXXIX, XL, XLI, XLII, XLIII, XLIV, XLV,

    XLVI, XLVII, XLVIII, XLIX, L, LI, LII, LIII, LIV, LV, LVI, LVII, LVIII, LIX, LX, LXI,LXII, LXIII, LXIV, LXV

    RAFAEL DELGADO 2

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    RAFAEL DELGADO Y SU NOVELA ANGELINA

    Con este libro obtuvo el gran novelista mexicano el ms sonado xito; con l hemos querido propagar enAmrica su nombre[*]. En sus armoniosas pginas reconocemos un acento nuestro. All revive y se prolongala musical historia de Mara.

    [* A la exquisita amabilidad del eminente abogado mexicano, Don Miguel Hernndez Suregui, heredero de

    los derechos del novelista, debemos la autorizacin para publicar este libro.]

    No s si, como aseguran cuerdos jueces, volvemos en Amrica al romanticismo de Espronceda, si otra vezrepetiremos el romnticos somos de Rubn Daro, del Rubn envejecido y suspirando por la juventud quese acab. Retorno encantador que sera solo censurable si romanticismo significara otra vez el tumulto forensede una poesa callejera; mas no si regresramos, por los collados de Bcquer, al reclamo luntico, alepitalamio triste del ruiseor y la noche. Son rimas nuevas algunos cantos de Daro y en ciertas arias deJimnez, que sedujeron a Amrica, toda la Sevilla becqueriana est con sus divinos suspirantes y la guitarra deluto.

    En tales libros han aprendido a amar y a delirar nuestras mujeres. Por ellos son abnegadas vctimas del cruelamor e incomparables amantes. Son Elviras y no han cesado de ser Julietas. Y en ese coro de vivientespasionarias, tan americano, tan nuestro, en la sentimental alegora de la poesa sin ventura, yo creo que lamexicana y la colombiana vienen juntas. La Angelina de este libro est, silvestre y coronada, con Mara....

    Como la historia de Isaacs, sta tambinsegn nos dice el autor en el prlogofu ms vivida queimaginada. Alterando apenas ciertas fechas y ciertos nombres, nos relata una aventura propia. Puedenacaso, las ajenas, contarse bien? Delgado no lo cree. Dirigindose en el prlogo de Los Parientes Ricos al queleyere, confiesa que el autor est siempre en la obra y que eso de la impersonalidad en la novela esempeo tan arduo y difcil que, a decir verdad, lo tengo por sobrehumano e imposible. El relatar, pues, suaventura y con ella la de las mocedades americanas y mejicanas hacia 1860, cuando los libros de nuestroromanticismo tardo ensean todos la santidad de amar, la vital necesidad de amar y al mismo tiempo elperenne fracaso de los idilios, la crispada rebelin de los puos y la fatalista languidez de los labios que

    cantan con Leopardi el desposorio del Amor y la Muerte.

    Leopardi y Bcquer son los cultos de la adolescencia sentimental de Rafael Delgado. En 1881, a losveintiocho aos, lea estudios sobre ambos poetas desamparados, en la Sociedad Snchez Oropeza deOrizaba. El protagonista de Angelina confiesa que sabe de memoria versos de Justo Sierra y prosas deAltamirano. Pero tambin conoce algunas quejas de esa generacin mexicana de grandes clsicos. Con tallectura se modera y mitiga el moceril romanticismo. Ya su generacin pone el odo a los consejos de laescuela realista. Y la novela La Calandria que publicara Delgado en 1889, en la Revista Nacional de Letras yCiencias, es obra de regionalista y costumbrista. Cuando aos ms tarde, dice a su amigo don Francisco Sosaque en el plan de sus relatos no entra por mucho el enredo, y que para l la novela es historia, adivinamos

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    Captolos: 3

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    que ha adoptado una idea de los Goncourt presentida ya en Amrica por don Ricardo Palma.

    Acercndose a la historia, llegan estos romnticos a la vida; pero en su pesquisa de la veracidad y eldocumento se apartan siempre, con aprensivo ademn, del estercolero de Job en donde Zola prospera y sesolaza. Y porque vienen con Lamartine de un pas de azahares y de lunas de miel, queda en sus personajes unabondad contagiosa, en su estilo una recndita y efusiva dulzura que se infiltra en el alma como una bruma de

    noviembre.

    Nada puede dar mejor idea del operado cambio que el cuento Amor de nio (publicado en un tomo de relatosbreves) en donde est en crislida la novela Angelina. Es la encantadora y juvenil locura de un chiquillo quese enamora hasta enfermar... de un cuadro, del lienzo en donde vive una de las ms suaves heronas deShakespeare. Cordelia es el primer amor de este adolescente que delira. El episodio recuerda, hasta en el tono,un relato de Heine: aquella estatua feminizada por el musgo que el futuro poeta de los liederiba a besar, conuna oscura congoja de Werther bisoo, en un rincn del parque familiar. Todos los romnticosse llamenHeine o Delgadoirn despus a ms carnales musas, pero ya llevan en la frente el signo de ceniza. Y antelas abnegaciones y los rendimientos de los acendrados carios, no podrn ser en su pristina simplicidad, el

    joven y el amante. Una intrusa jams olvidada, la obsesionante compaera de un pacto adolescente, acudesiempre a citas que no fueron para ella: Cordelia impalpable y silenciosa, estatua derribada en el jardn quehel y eterniz con labios de mrmol perfecto, el primer beso. Es casi la tragedia de este libro.

    Mara muere, Angelina se retira para olvidar, a un convento, para olvidar un amor que ya adivina amenguadoen el perfecto amante de su fantasa. Porque ellas tambin, a su manera, son resignadas vctimas de laeducacin sentimental y casi mstica. Sus lecturas favoritas, la sarracena ardenta de su sangre espaola, no lesdejan entrever otra ventura que un amor de exceso como dijo el poeta, en donde amor y beso fueran sntesisde la eternidad. Pero cuando la vida va a ensearles la dolorosa experiencia de su fragilidad, ellas no quierenaventurarse por la senda en que la seora de Bovary camina, velada y suspirando, hacia el amor que engaa.stas hijas de Mara expiarn su candor en la celda horrenda y nuestros conventos son asilos de novias,desamparadas.

    Ningn eplogo, poda ser, pues, ms americano que el de Angelina. Americano, an cuando fuera antaoeuropeo tambin. Traducida en la actualidad, hara sonreir. Recordara esos grabados encantadores en dondeLamartine, de cara al empreo, increpa al cielo por su ventura perdida; aquellas imgenes de Elvira, de pieen la barca, bajo la luna que entumece los corazones y los lagos.... Pero estamos seguros de que seduce yseducir esta obra a cuantos nacimos en pases romnticos. En esos pases donde hay siempre margaritas quedeshojar, versos ingenuos en los abanicos, novias que juran, desde una reja nocturna, el amor vitalicio deAngelina.

    VENTURA GARCA CALDERN

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    PRLOGO DE LA PRIMERA EDICIN

    All te va esa novela, lector amigo; all te van esas pginas desaliadas o incoloras, escritas de prisa, sin queni primores de lenguaje ni gramaticales escrpulos hayan detenido la pluma del autor. Son la historia de unmuchacho pobre; pobre muchacho tmido y crdulo, como todos los que all por el 67 se atusaban el nacientebigote, creyndose unos hombres hechos y derechos; historia sencilla, vulgar, ms vivida que imaginada, queacaso resulte interesante y simptica para cuantos estn a punto de cumplir los cuarenta. Como el Rodolfo demi novela, gran lector de libros romnticos, eran todos mis compaeros de mocedad,te lo aseguro a fe decaballero,y ni ms ni menos que como Villaverde algunas ciudades de cuyo nombre no quiero acordarme.

    Rugote por tu vida, amigo lector, que no te metas en honduras, que no te empees en averiguar dnde estVillaverde, cuna de mi protagonista. Mira que perderas el tiempo y correras peligro de mentir. Ya sabes quelos noveladores inventan ciudades que no existen, y de las cuales no te dara noticia ni el mismsimo GarcaCubas.... Tampoco busques en los capitulejos que vas a leer hondas trascendencias y problemas al uso. Noentiendo de tamaas sabiduras, y aunque de ellas supiera me guardara de ponerlas en novela; que a la fin y ala postre las obras de este gnero,poesa, pura poesa,no son ms que libros de grata, apacible diversinpara entretener desocupados y matar las horas, libritos efmeros que suelen parar, olvidados y comidos depolilla, en un rincn de las bibliotecas. Adems: una novela es una obra artstica; el objeto principal del Artees la belleza, y... con eso le basta!

    Mas si por acaso fueses de esos crticos zahores que adivinan o presumen de adivinar las intenciones y

    propsitos de un autor, para que el mejor da no salgas diciendo que quise decir esto o aquello, declarte quetengo en aborrecimiento las novelas tendenciosas, y que con esta novelita, si tal nombro merecen estaspginas, slo aspiro a divertir tus fastidios y alegrar tus murrias. Y no me pidas otra cosa, y queda con Dios.

    Orizaba, a 30 de Julio de 1893.

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    I

    La diligencia iba que volaba. Sin embargo, me pareca lenta y pesada como una tortuga. Ya no me causabarepugnancia el hedor de los cueros engrasados, ni me ahogaba el polvo, ni me arrancaban una sola queja lostumbos del incmodo y ruidoso vehculo. Hubiera yo querido duplicar el tiro, emborrachar a los cocheros yhostigar a las bestias, a fin de recorrer en pocos minutos las tres leguas que faltaban para llegar a Villaverde.

    Aniquilado por la impaciencia, me arrincon en el asiento, delante de la anciana y junto al ganadero; recog laindomable cortina y me puse a contemplar el paisaje, aquellos campos frtiles y ricos, aquellas montaascubiertas de abetos, vistos diez aos antes, a travs de las lgrimas, una fra maana del mes de Enero a losfulgores purpreos del sol naciente.

    Nada haba variado: las arboledas, ms copadas, conservaban la misma disposicin, el mismo aspecto; elcasero de la hacienda prxima volva ante mis ojos igual, idntico, como una estampa admirada en la niez, yque el mejor da, cuando menos lo esperamos, viene a recordarnos pocas dichosas. Blancas las paredes dellado del Poniente; las orientales, pardas, ennegrecidas por los vientos salobres de la Costa. Las enredaderas,que trepaban por la torrecilla hasta prender sus tallos en la cruz de hierro, hacan gala de sus festones floridos,y en las cornisas, en los tejados, en los rboles, friolentas palomas, pichones tornasolados, esperaban la noche

    para recogerse al amoroso nido.

    El triste Octubre prodigaba en laderas y rastrojos amarillas flores, y al soplo del viento que pasaba susurrando,los fresnos se estremecan y dejaban caer las muertas hojas.

    En el ancho camino el rechinar lejano de una carreta vaca, y orilladas a un vallado de piedras, paso a paso,vuelto el arado doblegadas al yugo y seguidas de los gaanes, media docena de yuntas que volvan de losbarbechos. En el real solitario, junto al estanque de aguas turbias, una parvada de ocas; los techos pajizosenvueltos en la gasa del humo vespertino; detrs, la casa de la hacienda, vetusta en parte, con aires dearruinada fortaleza, en parte sonriente y alegre, restaurada, rejuvenecida al gusto europeo, dejando adivinar enlas vidrieras luminosas y en las verdes persianas un interior elegante y rico.

    Fondo de aquel hermoso cuadro, graciosa cordillera, valles conocidos y amados, un cielo lmpido y puro, porel cual ascenda la creciente luna semivelada en un celaje.

    De quin es esta hacienda?pregunt.

    Hcelo, acaso con el pensamiento, porque nadie me respondi. La anciana dormitaba; el ganadero doblabacuidadosamente, por la milsima vez, su valioso zarapo multicolor.

    Cmo se llama esta finca? De quin es?repet.

    Santa Clara.... Es de un tal Fernndez....murmur el campesino, exclamando en seguida, sin dejar eljorongo:Buena boyada! Hartos pesos! Alzan aqu unas cosechas, amigo, unas cosechas... que... vaya!

    Segu entregado a la contemplacin del paisaje.

    Para m se haca transparente, como para dejarme ver entre sombras una casa humilde y modesta, la casapaterna, donde me aguardaban mis tas, dos hermanas de mi madre, dos ancianas amables y cariosas.

    Unico amparo del nio desdichado que no tuvo la buena suerte de conocer a sus padres, ellas le recogieron, lecriaron, y a costa de no pocos sacrificios le proporcionaban educacin. El que sali chiquillo volva hecho unmancebo; vena crecido y guapo; negro bozo le sombreaba los labios; no haba malogrado tantos afanes, y en

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    l cifraban las buenas seoras toda su dicha.

    Ya estaran disponindose para ir a recibirle; ya le tendran lista la alcoba y la merienda. Ah! s, todoquedara dispuesto y bien arreglado. La recamarita, aquella que daba al patio, muy aseada y cuca, con su camaalbeando, con su aguamanil provisto de todo. Y all estara, sin duda, el retrato del abuelo, muy estirado, degran uniforme, el pecho cuajado de cruces.... El abuelito! Un general del antiguo ejrcito, honor y gloria de la

    familia; santanista feroz que pele en Tampico y en Veracruz, que se bati como un hroe en Churubusco; yque sigui a S.A.S. a las Antillas, de donde volvi desengaado, viejo, enfermo, y... pobre.

    Habran colocado tambin, a la cabecera, el cuadrito de San Luis Gonzaga, que no quise llevarme, a pesar delas splicas de mi ta Carmen. Ella me le regal el da que hice mi primera comunin. Piadoso obsequio, dulcerecuerdo de aquel Viernes de Dolores venturoso y feliz en que mi alma tena la pureza de las azucenas; en quelos cielos y la tierra me sonrean, cuando en el templo alfombrado de amapolas, entre el humo de losincensarios, a los acordes solemnes del rgano, delante de un altar, resplandeciente, me acerqu trmulo,anonadado, a recibir el Pan Eucarstico.

    Me parece que veo al sacerdote, venerable anciano de aspecto dulcsimo como San Vicente de Paul, que,seguido de los aclitos que vestan mantos nuevos y sobrepellices limpias, descenda, trayendo en una manoureo copn, y en la otra la Forma Inmaculada.

    De un lado las nias, cubiertas con velos vaporosos, ceida la sin de rosas blancas; del opuesto nosotros, losvaroncitos, de gala, ornado el brazo con un moo de moar flecado de oro. Y luego, la salida del Templo,despus de dar gracias. Ah! Qu alegremente que repicaban las campanas! Cmo olan los aires aprimavera! Venan las brisas cargadas de azahar, y esparcan por la ciudad no slo el aroma de los naranjales,sino los mil olores de los huertos y de los bosques cercanos; los aromas embriagantes de las amapolas, de losacnitos y de los jinicuiles florecidos, como si la naturaleza despilfarrara todos sus perfumes en obsequio delos nios que volvan a sus hogares. Y all, qu fiesta tan hermosa! Qu desayuno aquel! El comedor quepareca un jardn! Sobre blanco mantel las garrafas llenas de leche fresca; en fuentes que slo salan cuandorepicaban recio, pasteles, tortas, hojaldres, las bizcotelas del convento de las Teresitas, suaves, esponjadas,

    porosas, llovidas de azcar como nieve; vasos y copas que de limpios parecan diamantes. En grandes jarronesde porcelana espaola,los viejos jarrones de la familia,frescos ramilletes de rosas, lirios y azucenas; y portodas partes, regados aqu y all, ptalos rosados, amarillos, blancos, purpreos; y apiladas en torno de mitaza, las msticas y caducas balsaminas,los chinos de castor,que de ordinario engalanaban la humildelamparilla de la Dolorosa, lucan ahora en aquel banquete religioso su nvea veste manchada de carmn.

    En la vasera, convertida en altar, entre dos candelabros con las velas encendidas, el cuadrito de San LuisGonzaga, el santo angelical, ofreciendo de rodillas, ante la Reina de los Cielos, lisada corona, la vida y elalma. Enfrente el retrato del abuelito, el abuelo que muy grave y seriote pareca desarrugar el adusto ceo parasonreir a su nieto.

    Al concluir el alegre desayuno, cuando me levantaba yo ahito de pasteles, mi ta Pepa, entre afable y severa,me detuvo diciendo:

    Te falta una cosa, Rodolfo....

    Qu cosa, ta?

    Dar gracias, Rorr!...

    Me hicieron rezar el Padre nuestro, el Ave Mara, la oracin de San Luisito, y un requiem, y otro, y otro ms,por el abuelito, por la abuelita y por mis padres.

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    Cmo me entristecieron las fnebres preces! Pas por mi alma no s qu, algo como una sombra de fugitivodolor!

    El carruaje iba a todo correr por el ancho camino. La noche vena, y el casero se perda en las tinieblas. Al finde la dehesa, al otro lado del riachuelo, detrs de una hilera de sauces babilnicos, blanqueaba el templo,cuyas campanas convocaban a la oracin.

    En las vertientes, en los repliegues de las montaas, en las espesuras del valle, fulguraban las hogueras. Lanoche obscureca los matorrales cercanos; llegaban hasta nosotros el mugir de las reses y el tomearde losvaqueros; un ejrcito alado cruzaba los espacios raudo y vibrante, y en el cielo sin nubes brillaba la triste lunacon apacible claridad.

    Desde lo alto de la cuesta descubrimos la ciudad. Silenciosa y lnguida, se me antoj rendida de cansancio. Ala plida luz del astro nocturno columbr los principales edificios: el convento de los franciscanos, pesado ysombro; la iglesia del Cristo con su arrogante cpula; la Parroquia, la Casa Municipal, y a la derecha, en elmontecillo, en una loma, siempre tapizada de mullido csped, la capilla de San Antonio, donde las muchachassolteras y sin galn iban a rezar y a decir aquello de

    Bendito San Antonio,tres cosas te pido:salvacin, y dinero,y un buen marido;y donde los chicos de la Escuela del Cura y los de la Escuela Nacional rean tremendas batallas.

    All, en la sabanita, a espaldas del santuario, eran las carreras de caballos el da de San Juan.

    Poco tiempo, pocas horas, y de maanita ira yo con algunos amigos de la infancia a recorrer aquellos sitios.Subiramos al campanario para mirar desde all el magnfico panorama de Villaverde, tan hermoso, tan bellopara m, que otros, tal vez mejores, no me le hicieran olvidar.

    La diligencia se detuvo en la garita. Los guardas salieron a cobrar no s qu gabela de seguridad pblica, conlo cual no haba contado el pobre estudiante escaso de dineros. Qu hacer? Le detendran si no pagaba?Lleno de angustia registr mis bolsillos.... Nada! El ganadero comprendi lo que me pasaba, y desprendido,francote como era, veracruzano al fin, pag por la anciana y por m, antes de que dijsemos una palabra.Diciendo pestes del recaudador, que le oa sereno e inmutable, y echando ternos contra el Gobierno, quecobraba semejantes impuestos sin mantener en los caminos ni un soldado, volvi a su asiento y a su zarapemulticolor.

    All el vehculo comenz a dar tumbos y ms tumbos. Las calles de Villaverde estaban peores que la carretera.Fu reconociendo las casas y sitios de aquel barrio perdidos en mi memoria. Tenduchas solitarias, alumbradas

    por un farolillo; casucas de madera deshabitadas y miserables; expendios de bebidas y comestibles, dondegrupos de obreros y campesinos charlaban y fumaban frente a un vaso de toronjil o de naranja amarga. Msadelante jarcieras y almacenes de pasturas; ancho portal en que pernoctaban unos arrieros, y cerca del cualarda una fogata; luego, la calle anchsima.... All ms animacin, ms vida; gentes que iban y venan; elalumbrado pblico, faroles con lmparas de petrleo, que solo servan para dejar que se viese la obscuridad;

    jinetes que volvan de las haciendas y de los pueblos cercanos; un almacn de ultramarinos, EL PUERTO DEVIGO, iluminado profusamente, centelleando en las botellas, en los frascos y en las latas de sardinas el reflejode los quinqus; una botica soolienta, hipnotizada por sus reverberos y sus aguas de colores, la botica de donProcopio Meconio; delante del mostrador un marchante en espera; detrs un mancebo que haca pldoras, y enla puerta el dueo, de charla con un amigo.

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    Al pasar por el Convento reconoc al P. Solis que saba muy tranquilo, embozndose en la capa; dos callesadelante al doctor Sarmiento, lo mismo que siempre, con levita larga, el bastn bajo el brazo y el sombreroespeluznado cado hacia la nuca. Por fin... la Casa de Diligencias! El zagun abierto de par en par, personasque aguardaban, mozos dispuestos para cerrar la puerta luego que entrase el ruidoso vehculo.

    Hemos llegado! El Administrador, un joven cejijunto, de negra y espesa barba, un poquito cargado de

    espaldas, sale a recibir a los viajeros, seguido de varios curiosos, los cuales, viendo que no han llegadoamigos, ni parientes, ni personajes notables, ni muchachas bonitas, se retiran mohnos, haciendo un gesto decontrariedad.

    Pronto las mulas quedan desenganchadas. Un momento antes entraban sudorosas, echando espuma, sacandochispas del empedrado; ahora se pasean solas por el gran patio, arrastrando las cadenas, sonando sus cadenastintinantes.

    El ganadero recoge cajitas y bultos chicos, se echa al hombro el zarape, y baja de un salto. Corts y comedidoayuda a la anciana que no sin dificultades llega a tierra, toda envarada y adolorida. Sigo yo, cargando el abrigoy la exigua maleta estudiantil, y buscando a mis tas. En vano! No estaban all! Se habran retardado....Creeran que la diligencia llegaba ms tarde.... Me dispuse a salir cuando sent que me tocaban el hombro.

    Aqu estoy! Ya no me conoces? No me conoce usted? Soy Andrs.

    Era un antiguo criado nuestro que cuando la familia vino a menos dej la casa y se dedic al comercio.

    Andrs! T?

    Qu grande est usted!

    No me hables as. De t! De t!

    El buen viejo, trmulo de emocin, arrasados en lgrimas los ojos, me ech los brazos.

    Ests hecho un hombre! Y qu buen mozo! Si el amo viviera!... Si tu mam pudiera verte!...

    Y mis tas?

    No vinieron.... Ya sabes: como doa Carmelita est un poco mala....

    De qu?pregunt inquieto.

    Lo de siempre.... Los achaques.... Anda, que te estn esperando. Dame la maletita. No dejas nada?

    No; maana temprano vendrs por el bal.

    En marcha. A la salida me desped, muy de prisa, de mis compaeros de viaje.

    Andrs no dejaba de verme ni de acariciarme. A cada paso me deca.

    Pero, nio... si ests tamao!

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    II

    Tom por calles que conducan a la casa paterna. En ella deban vivir mis tas. Nadie me haba dicho locontrario hasta que Andrs me detuvo:

    A dnde vas? Ya no conoces tu tierra?

    A casa.

    Si ya no viven donde antes.

    Pues dnde?...

    Por aqu....

    Echndome el brazo me impuls a seguir por una callejuela.

    Cundo mudaron de casa?

    Uh! Hace tiempo! Como vendieron la casita.... Yo les dije que no lo hicieran; pero fu preciso....

    Estas palabras del antiguo servidor de mis padres fueron para m como un rayo de luz. Todo lo comprend. Lasituacin de mis tas era, sin duda, por extremo precaria. Ahora me daba yo cuenta de la tristeza queinformaba sus cartas; ahora estimaba yo en lo justo la magnitud de sus afanes y de sus sacrificios.

    Andrs prosigui:

    Estn muy pobres. No han querido decirte nada para no afligirte. Las pobrecitas te quieren mucho!

    Que si me quieren! Vaya!

    Nada les digas. Veremos a ver por dnde salen. Para tu gobierno: ya no pueden seguir dndote lamesada. Las ayudo cuanto puedo, pero ya comprenders que no les doy mucho; los tiempos estn malos; no sepaga un peso.... Sin embargo, si quieres, haremos un esfuerzo, cueste lo que costare. Tienes que estudiarmucho todava? Pues si no es mucho, si no es mucho alcanzar. Aunque me quede sin nada! Al fin, para loque yo he de vivir. Al fin no hago ms que pagar lo que a los amos les debo....

    Y sin dejarme contestar pas a otra cosa.

    Pero, nio... si ests tamao! qu grande! qu buen mozo!

    Detvose delante de una casa de pobre apariencia. Asi el llamador, y

    Tan! Tan!

    No tardaron en abrir. Apareci una joven que me mir con insistente curiosidad.

    Entren...dijo.

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    II 10

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    Doa Carmelita!grit Andrs, entrando,Doa Carmelita! Aqu est el nio!Muy grande! Y... muy formal!

    No saba yo por dnde dirigirme. Llegaron a mis odos voces conocidas, son en la cerradura de la puertacontigua ruido de llave, y sali mi ta Pepa, tendiendo los brazos.

    Muchacho! Muchacho! Mi Rorr, ven, ven para que te abrace!

    Estrechndome, repeta con su locuacidad de siempre:

    Nio de mi alma! Si ests tan alto que no te alcanzo! Entra para que te veamos.

    La emocin la ahogaba. Me bes en las mejillas, como si fuera yo un chiquitn. Estaba llorando. Me dejhmedo el rostro.

    Entra para que te vea Carmen!Y agreg sigilosamente, agarrndome de unbrazo:La pobrecilla est muy malita, muy malita. Te vas a entristecer al verla. No te lo hemos dichopara que no perdieras la tranquilidad en tus estudios. El doctor Sarmiento dice que no tiene remedio; pero quela cosa va larga; vivir as, tullida, ms o menos, pero que eso de sanar, slo por milagro.... Pero mira, mira,tengo mucha fe en la Santsima Virgen. Entra, Rorr, entra. La pobre Carmen se va a poner tan contenta.Todito el santo da ha estado diciendo: Por dnde vendr mi seor don Rofoldo? Por dnde vendr? Diosquiera y no le pase una desgracia!

    Entramos en la salita. Qu pobre y qu triste! De una ojeada, a la luz de la vela que traa la joven que nosabri la puerta, apreci lo que encerraba: algunos muebles vetustos; sillas seculares de alto respaldar y garrasde len, resto de antiguos esplendores domsticos; dos rinconeras con sus nichos de hoja de lata; un softapizado de cerda.

    En la pieza siguiente, cerca de la ventana cerrada, yaca la enferma sentada en un silln de vaqueta, envuelta

    en grueso paoln de lana. En la cabeza tena un pauelo blanco, atado bajo la barba.

    Rodolfito!exclam con acento dbilRodolfito! Ven, dame un abrazo; mira queno puedo levantarme!

    Llegu a su lado y me inclin para estrecharla contra mi pecho y darle un beso en la frente. Tena los ojosarrasados de lgrimas. Apenas poda hablar. Levant el nico brazo que tena expedito, y me acariciaba condulzura infantil.

    Aqu, a mi lado! Sintate aqu, mientras te ponen la cena. Tendrs hambre, no es cierto? Se comemuy mal por esos caminos. Pepa, Pepa! Pon la vela aqu, cerca, para que vea yo bien al seor de la casa.

    Ta Carmen arrim la mesita, en la cual, en un candelero de latn, arda con luz rojiza una vela de sebo. Comono me viese a su gusto, insisti impaciente:

    Obedecironla. Me sent a su lado. Andrs y ta Pepa permanecan de pie delante de nosotros. Desde lapuerta, que daba paso a las habitaciones interiores, la joven nos vea. Era alta y esbelta; vesta de blanco, y mepareci de singular hermosura.

    La enferma sec sus lgrimas. Siempre fu adusta y severa; jams lisonjeaba, nunca tena una frase dulce yafable. La enfermedad haba quebrantado aquel carcter entero, frreo, como de una pieza. Ahora tenaternuras y delicadezas que conmovan profundamente.

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    Vamos, ya te veo a mi gusto! Jess! Qu guapo que ests! Mira, Pepa, mira: ya tiene bigotito!Enterito a su abuelo!

    Su voz era dbil y apagada. Como si el pensamiento la abandonara para volar hacia las regiones deultra-tumba, quedse la anciana silenciosa, fija en el suelo la mirada. Despus de un rato prosigui, sonriendodolorosamente, con esa sonrisa de los ancianos prximos a morir:

    Cmo me encuentras, hijo? Mal, verdad? Te acuerdas? Antes tan fuerte, tan activa! Estaba yoen todo! Ahora, aqu me tienes, como presa, como si tuviera grillos... peor que si los tuviera! Aqu me tienes,clavada en el butaque, sin poder dar un paso; sin poder ayudar a tu ta. La pobrecilla, que no para! Y yo queen nada le aligero el trabajo; antes, al contrario, le doy quehacer. Estos nervios, hijo! Don Pancho Sarmiento,(es muy bueno con nosotras, si vieras!) dice que todo lo que tengo es cosa de los nervios. Nervios, nervios, yello es que a m se me van las fuerzas ms y ms cada da!...

    Cuando dijo esto me hizo una seal de inteligencia, como indicndome que la engaaban, que ella no creanada de cuanto le decan acerca de su enfermedad.

    Que te pongan la cena. Mientras hablaremos de otra cosa. Para cosas tristes, tiempo habr.

    Procur tranquilizarla. Le refer mil casos de enfermedades nerviosas que tenan aspecto de gravsimos males,y que con el tiempo y el cuidado haban desaparecido, dejando a los pacientes buenos y sanos.

    Pareci convencida y, volvindose a m, me dijo sonriendo:

    Te habrs paseado mucho. Vas a ver esto muy triste. Tendrs razn, hijo; aqu nadie se mueve; todosviven como cansados, como abrumados de fastidio. Saliste bien de tus exmenes, ya lo sabemos! Nos lo dijoRicardito Tejeda la noche que vino a visitarnos. El pobrecillo te quiere mucho. Nos cont que tenas muchomiedo. Nosotras rezamos por t; Pepa fu a misa ese da, y yo le encend una lamparita a San Luisito, a tu SanLuisito, para que te sacara con bien.

    Y dime, te entregaron el dinero que te mandamos para el traje? Ya sabemos que s; pero te lo pregunto porsaber si te lo dieron a tiempo.

    S; y por cierto que sent mucho que ustedes hicieran ese sacrificio....

    Ah muchacho! Ya vienes con lo del sacrificio, como en todas tus cartas? Qu sacrificio!

    No, ta, pero....

    Era preciso que te presentaras bien. Por fortuna en esos das recibimos un dinerito, el de la casa. Ya

    sabes que la vendimos?

    S;contestcreo que me lo escribieron.

    T dirs: estaba ya tan vieja! En reponerla se hubiera gastado ms.

    Comprend que trataban de engaarme, de hacerme creer que vivan cmodamente.

    Mira, Pepa: que le pongan a ste la cena. Se come tan mal por esos caminos!...

    Mi ta, la joven y Andrs se retiraron al comedor. No tardaron en llamarme. La joven se present diciendo:

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    Que ya est la cena....

    Acarici a mi pobre ta, y pas al sitio donde me esperaban. Las buenas seoras quisieron tratarme a cuerpo derey, y sin embargo, qu cena tan modesta y tan triste!

    III

    Cerr la puerta, dej en la mesa la brillante palmatoria, y de un soplo apagu la buja.

    De codos en el alfizar me puse a contemplar el cielo. Los vientos otoales haban extendido en pocosminutos negro manto de nubes, uniformemente obscuras, y slo en un punto ralas y tenues, hacia el Oriente,donde a travs de blancos velos dejaban adivinar las ms altas regiones del ter, los ocanos superiores delaire, limpios, surcados por mil celajes voladores. Oase el ruido lejano de la lluvia. Las plantas del jardincillose balanceaban rumorosas. Las adelfas columpiaban sus tallos flexibles; los floripondios mecan en laobscuridad sus campanas de raso, y en la esplndida copa de un naranjo las primeras gotas, gruesas yresonantes, caan con mpetu extraordinario, precursoras de un largo aguacero.

    Estaba yo en la casa de los mos. Pero ay! qu triste apareca ante mis ojos. No era aquella casita la casitaalegre y risuea que me vi nacer, que alberg mi niez y que me vi salir de all baado en lgrimas. Lacasa de mis padres era ajena! Quines la habitaban? Acaso quien no era capaz de amarla y de estimar susbellezas. All murieron mis padres, dejndome en la cuna; all el abuelo se durmi tranquilamente en el Seor;all corri mi vida regocijada y venturosa. Con qu pena dejaran mis tas aquella casa, centro de todos susafectos, relicario de los ms dulces recuerdos! Me la imaginaba, y mis ojos se llenaban de lgrimas. Bienvisto, estaba solo; las buenas ancianas pronto emprenderan el eterno viaje, y me quedara yo abandonado enun mundo que me causaba miedo.

    La lluvia arreciaba. Truenos lejanos, plido fulgurar de relmpagos distantes, anunciaban que la tempestadinvada la cordillera. El agua caa a torrentes. En el naranjo aleteaban los pjaros, amedrentados al sentir

    inundado su nido. Una mariposa nocturna pas rozndome la frente.

    Encend la buja y cerr la vidriera. All estaba mi lecho de nio: la camita de hierro con sus blancascolgaduras, y por la cual haba yo suspirado tantas veces en el fro y desolado dormitorio del colegio. Allestaba el aguamanil provisto de todo, con su toalla tejida por la ta Pepa. Junto a la cama, arriba del bur, elcuadrito de San Luis Gonzaga. Enfrente, sobre la cmoda, el retrato del abuelito. A un lado un estante lleno delibros, y cerca de la ventana el pupitre del escolar, el negro pupitre de estudiante, compaero carioso delnio, confidente de sus amarguras, casi testigo de sus triunfos, mudo depositario de sus esperanzas. All habacolocado la mano discreta de la ta mis primeros libros de estudia, conservados cuidadosamente en la familia;desde el Catecismo de Ripalda y el Fleury, hasta la Gramtica de Iriarte, aquella gramtica atiborrada demalos versos, que puso en mis manos don Basilio, el eterno alcalde de Villaverde, una noche inolvidable, lanoche del reparto de premios.

    Abr los libros. Aun conservaban en sus guardas la caricatura del maestro, don Romn Lpez, el pompossimoCicern, como le llambamos porque nunca hablaba del orador de Tsculo sin aplicarle rimbombante epteto,y legibles todava, notas, significados de inusitadas voces, slo usadas de tal o cual poeta; listas decondiscpulos condenados a ser detenidos dos o tres horas, por no haber acertado con no s qu dificultadeshoracianas.

    Felices tiempos aquellos! Cmo varan las cosas! Dnde estn las alegras de aquella poca? Dnde losinfantiles regocijos? A dnde se fueron las ilusiones rosadas, las mariposillas de la infancia? Ahora todo hacambiado; no hay sueos para el alma; la frente, antes soadora, tiene ya la palidez del primer dolor; ya prob

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    III 13

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    las amarguras de la vida, y s que sus dejos se quedan en los labios para siempre.

    En uno de los libros, al abrirle al acaso, tropezaron mis ojos con un nombre de mujer: MATILDE! As, entredos admiraciones, como un grito de alegra, como la expresin de la ms dulce esperanza, como la confesinde un afecto sofocado en el pecho, que un da se nos escapa irresistible y delata ante la malicia estudiantil,ante la cruel y dura indiscrecin de los condiscpulos, que una mujer de ese nombre tiene en nuestro corazn

    un altar, donde recibe culto y homenajes; donde slo ella reina, seora de todo afecto puro, dueo de todos lospensamientos, soberana de nuestro albedro. Y me pareci mirar una nia plida y rubia, esbelta y graciosa, degrandes ojos de color de violeta; una nia en cuyo semblante puso el cielo angelicales bellezas, que ataviadagallardamente con rica veste azul, corta la falda, dejando ver unos pies brevsimos, pasaba y hua, e iba aperderse entre la sombra que proyectaba en el muro el blanco lecho: la dulce nia objeto de mi primer amor,de ese amor primero que embalsama con su aroma de azucenas la ms larga vida, toda una existencia.

    No pude contenerme, y llev a mis labios aquel libro, aquella pgina, aquel nombre que no gusto de repetir,aunque resuena en mis odos como celeste meloda; que est grabado en mi corazn; que no se aparta de mimente; que para m expresa todo cuanto hay de tierno y puro y santo aqu en la tierra.

    No le olvido ni le olvidar; quizs porque de nio le escrib tantas veces, a todas horas, en todas partes, en loslibros, en los cuadernos, en cualquier papel que tena yo cerca, cuando en mis manos haba un lpiz o unapluma. Nombre escrito en las arenas de la ribera; en las cortezas de los rboles; en la bveda azul las nochesconsteladas, trazndole con el pensamiento, como sobre una pauta, de estrella en estrella, para verle extendidopor los espacios ilimitados, irradiando en divina canopea.

    Cmo me ro ahora, al copiar estas pginas, de mis romanticismos de entonces! Cmo me burlo de aquellosraptos amorosos, de aquellos xtasis quijotescos! Pero ay! no lo hago impunemente; que me hiero en elpecho, me desgarro el corazn como si me arrastrara yo sobre l un haz de espinas. Y sin embargo, aquelloera una locura, un delirio de loco. Aquella vida siempre dada al ensueo, siempre mecida en los columpios dela fantasa, alimentada y nutrida con platillos lamartinianos, era desviada, acaso perniciosa; pero ay! tanbella, que cada hora, suya se me antojaba como el canto de un poema sublime cuyas delicadezas y

    excelsitudes nos arrancan de esta pobre vida terrena y nos llevan a vivir en un mundo ideal; me parecen comouna sinfona adormecedora, algo como la msica de los grandes maestros, as como de Mozart, Beethoven oWagner, que nos saca de la penosa y prosaica vida material y por breves horas nos hace felices, aniquilandoen nosotros todo dolor, todo fastidio.

    El cansancio me tena rendido; el estropeo del viaje en la malhadada diligencia me haba magullado de pies acabeza, y principi a sentir el desmayo precursor del sueo. A los diez y siete aos siempre se duerme bien. Nitristezas domsticas ni el recuerdo de venturas desvanecidas nos quitan el sueo. La cama albeaba en unrincn; el cario velaba cerca de m, y el aguacero con su ruido montono me arrullara dulcemente. A lacama! Un soplo.... Pfff! Ahora, como dijo Bcquer:

    A dormir y roncar como un sochantre.

    IV

    No s a qu hora despert. Desconoc el sitio en que me hallaba, me volv del otro lado y segu durmiendohasta las ocho de la maana. No quisieron, sin duda, despertarme, para que me desquitara de lasdesmaanadas del Colegio.

    Que duerma hasta que quiera!diran las buenas seoras.Harto habr madrugado endiez aos de encierro.

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    La luz que se filtraba por las junturas del techo y por las hendiduras de la ventana, alegre y regocijada me hizodejar el lecho. Fuera resonaba la escoba cantante de una barredora inteligente, cantaban pajarillos ycacareaban las gallinas. Un gallo ronco lanzaba, de tiempo en tiempo, su canto de ensoberbecido sultn.

    Presenta yo hermoso da, uno de esos inolvidables das que dan a las almas de los nios festivo buen humor;uno de esos das que convidan, a sacudir el yugo escolar para irse por los campos a tenderse bajo los lamos

    del ro, cabe las ondas murmurantes, cerca de las piedras cubiertas de musgo, lejos del dmino cetrino eirrascible, lejos de las coplas del Iriarte, de las discusiones del Foro y de las catilinarias terrficas; da de losms bellos para salar. Me olvid de mi edad, me imagin que tena siete aos, me persuad de ello, y me dije:

    Lo que es hoy, me desayuno, y dejo al pompossimo don Romn con sus odas y sus glogas. All selas avenga! Ahora.... Al cerro del Cristo, a las dehesas del Escobillar, a cortar guayabas en las sabanillas quebordan las orillas del Pedregoso!

    Y, dicho y hecho, en pie. Pronto estuve listo. No procur cambiar de traje, y me puse el muy empolvado de lavspera, que me ola a lo que huelen los caminos de la Mesa Central, a sequedad y tierra estril. Cuando entren el comedor,qu comedor!una pieza de seis varas cuadradas, mi ta Pepa, muy risuea yparlera, me esperaba sentada a la mesa.

    Por Dios, Rorr! Quieres que me d un ataque! Son las nueve, y aqu me tienes, sin probar bocado,en espera del caballero, mientras ste duerme como un marqus. Carmen no ha dormido en toda la noche,pensando en t, muy contenta de haberte visto. Tiene tu ta unas cosas! Dice que pronto liar el petate; que yaviniste y que, tal vez, eso nada ms espera Dios para llevrsela. As sucede todos los das; siempreamargndonos la vida con tristezas, siempre hacindonos llorar. Pero vaya! a todo esto ni quien piense en eldesayuno.... Seora Juana: aqu estamos ya! El chocolatito! T tomars caf con leche, no es eso? Ustedeslos muchachos no gustan ya del chocolate; dicen que es antigualla. Yo, hijo, como tu abuelo, chocolate y nadams; chocolate bueno eso s. Mira, Rorr: a eso s no puedo acostumbrarme, al chocolate malo. Comes algo?Dlo, muchacho, que para eso ests en tu casa. Seora Juana: a ver qu le hace usted a Rodolfo.... Hay quechiquear al nio!...

    La buena de mi ta, no me dejaba hablar. Suelta de lengua, viva, ingeniosa, era difcil cortarle el hilo una vezque principiaba a hablar. No bien pidi el almuerzo, sigui diciendo:

    Ya sabes que est con nosotros una joven? No la viste anoche?

    Creo que s....

    Muy buena! Muy buena! Cmo un pan de gloria! Y te quiere mucho.... Parece que te conocidesde que eras as. Te acuerdas qu travieso? Te acuerdas de cuando rompiste el juego de caf de tu taCarmen? Me parece que te veo: te fuiste a esconder en la bodega. De all te sacamos para que vinieras a

    comer, y viniste plido y lloroso. T dirs! Por unos cacharros cualesquiera.... Eran de China, y muy bonitos;pero qu importaba. Todava se acuerda de ellos tu ta! Por que te sonrojas? Vaya, hijo! Todava tienesmiedo de que te castigue tu madrina?

    Efectivamente, el recuerdo de aquella diablura me sacaba al rostro los colores. Se trataba de un preciososervicio de caf, de legtima procedencia chinesca, que mi abuelo compr en un puerto del Pacfico, a bordode un navo ingls que volva del Celeste Imperio. Era el encanto de la casa. Un da, jugando a la pelota,chas! qued hecho pedazos.

    Pues bien, como te iba yo diciendo:prosigui mi ta,es muy buena muchacha... y tequiere mucho. Las ltimas camisas que te mandamos las hizo ella, y con qu cuidado!

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    Dgame usted, ta, quin es esa joven?

    Ahora te dir!e interrumpindome, grit:

    Angelina! Angelina! Ven ac!

    Y continu, dirigindose a m:

    Est, con Carmen. Si t vieras: es muy hbil para todo, muy hacendosa, o, como dice, seora Juana,muy mujer! Es la alegra de la casa. Parece un pajarito que a todas horas est cantando. Nos tiene un cario, unamor... que.... Si te diga que pareces de la familia! Qu cuidados con Carmen! Es muy viva, muy sabia;escribe que es un, encanto! Ya conoces su letra; ella escribe cuando yo estoy con la jaqueca. La pobrecita hasido muy desgraciada. Dios le d un buen marido!...

    Pues... pedrselo a San Antonio

    Lo merece, hijo, lo merece.

    Ya tendr novio, verdad, ta Pepa? O, por lo menos, sus amartelados....

    Qu? qu dices?

    Que ya tendr novio....

    Novio Angelina? Por Dios, Rorr! Qu otro vienes

    Y en tono dulce y suplicante agreg:

    Ay!, Rorr! No hagas malos juicios de las personas!...

    En aquellos momentos lleg la joven. Tmida y cortada se detuvo en el umbral; bajaba los ojos, y al parecerdistrada jugaba con la punta del delantal.

    Me llamaba usted, doa Pepita?dijo.

    S,respondi mi ta,para que conozcas al sobrino. No deseabas conocerlo? Puesaqu lo tienes. Ya lo ves.

    La doncella murmur una excusa. Mi ta continu, dirigindose a m:

    Aqu tienes a la que, con esas manecitas, te hizo las camisas que te gustaron tanto; la que bordaquellos pauelos que te mandamos de cuelga el da que cumpliste diez y siete aos, Mentira parece! Y quiente conoci, as, chirriquitn, que cabas en un azafate...

    Elogi las habilidades de Angelina. Esta, confusa y contrariada, no alzaba los ojos para verme.

    Mientras seora Juana pona delante de m el caf, el pan, la mantequilla, y no recuerdo qu ms, y en tantoque la ta Pepa me serva, admir a la joven. Era alta, esbeltsima y arrogante; haba en ella esa externa yencantadora debilidad de las personas sensibles y delicadas que reside en todo el cuerpo y que se revela entodos los movimientos. Su rostro era de lo ms distinguido. Plida, con palideces de azucena, aquella caritafina y dulce se haca casi marmrea por el contraste que producan en ella lo negro de los cabellos y lo espeso

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    de las cejas. Permaneca con la vista baja, con cierto aire gazmoo, s, gazmoo, que no me caus buenaimpresin. Cmo hacer para que me dejara ver sus ojos?

    Vea usted, vea usted. Angelina...,dije precipitadamente,ese pajarito que estbandose.

    Volvi el rostro, levant la cabeza, y mir hacia la jaula.

    Ese es el que ha estado cantando?

    Ese!contest, volvindose a m.

    Qu hermosa! Ojos negros, luminosos, hmedos; nariz delgada, fina, correctsima; boca agraciada; mejillasen las cuales se dibujaban apenas lindos hoyuelos, que ms acentuados, al reir la joven, seran encantadores.

    Buen cantante!djele, mirando al pajarillo.

    Le molestara un poco. Desde muy temprano se suelta cantando. A veces,agreg, haciendoun mohn risueo,est insufrible.

    Pude gozar entonces de la belleza singular de aquella boca, de aquellos labios rosados que dejaron ver, alplegarse dulcemente, una dentadura irreprochable.

    Mi ta Pepa se entretena con el chocolate, y yo me serva en una rebanada de pan la fresca e incitantemantequilla.

    La anciana, como si quisiera establecer entre nosotros una corriente de recproca simpata, exclam despusde engullirse una sopa.

    Oye, Angelina: Rodolfo est muy contento de las camisas que le mandamos, y dice que nadie lashar mejores. Elogia mucho las marcas de los pauelos, y....

    Ay, seor!murmur la joven, trmula, y levemente sonrojada.

    Y dice tambin...prosigui la santa seora, en un arranque de indiscretasencillez,dice... que....

    Comprend la inconveniencia de mi ta, y la interrump.

    Ta, qu tal, est bueno el soconusco?

    Pero ella no me oy, o no quiso orme.

    Dice que si ya....

    Ta!exclam sin poderme contener.Eso no debe decirse!

    Adis! Y por qu no?

    Porque no.

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    Angelina, turbada, nos vea con penosa curiosidad.

    Qu tiene eso! Dice que si ya tienes novio.

    La doncella se estremeci de pies a cabeza, se encendi como una amapola, y baj los ojos avergonzada.

    No!... no!...repiti entre dientes.

    Ya lo ve usted, ta. Qu malos ratos le hacemos pasar a esta buena nia!...

    Oyse el repicar de una campanilla. Ta Carmen llamaba. En esto encontr la doncella su salvacin.

    Usted perdone...dijola seora necesita de m.

    V

    Arrodillado delante de la enferma convers largo rato. La pobre anciana, aunque dulce y cariosa, en realidad

    fu siempre spera y severa, acaso agria. Contbase en la familia, que en su primera juventud se distingua demi madre y de mi ta Pepa en lo festivo de su conversacin, en lo dulce de su trato. Alegro y bulliciosa, muydada a fiestas y saraos, encanto de toda buena sociedad, a los veinte aos se torn silenciosa, reservada,melanclica. A qu se debi tal cambio? Ello es que la Carmelita, (as la nombraba el abuelito), renunci alos espectculos, moder su lujo en el vestir, se apart del trato de sus compaeras, y engros las filas de lassolteronas, innumerables en Villaverde. Pero no era, como ellas, murmuradora y amiga de censurar a todabicho viviente, vicio de cortijos y poblachones, donde no se vive ms que para espiar a los vecinos y relatardiariamente cuanto stos hacen o dejan de hacer. En mi ta Carmen no arraig la murmuracin ni hall tierrapropacia la maledicencia, acaso porque a la nobleza de su alma repugnaba todo lo bajo y miserable. Por locontrario, en todas ocasiones sala en defensa del ausente, desgarrado en su buen nombre por las tijeras delgremio solterl. De aqu que todos la quisieran y la respetaran; de aqu, sin duda, que nadie, o muy pocos,

    gustaran de penetrar en los misterios de aquel cambio de carcter, para ninguno inadvertido, que ms que talera resultado de una resolucin hija de una voluntad inquebrantable y firme.

    Se dijo,as me lo cont una vez don Basilio,que todo provena de un desengao amoroso.Ta Carmen no tuvo, como todas las muchachas de Villaverde, muchos novios. Para la festiva y bulliciosaseorita el amor era cosa muy grave y muy seria, con la cual no deba jugarse, sino algo, nico en la vida, quese alcanza vivo, noble, duradero y dichoso; que asegura la felicidad o resulta malogrado, pasajero e infeliz, yal cual todo corazn bien puesto, toda alma elevada debe permanecer fiel en todos los instantes de la vida,hasta la hora de la muerte. Fu el caso,responda de la historia el seor alcalde,que mi taresidi en Pluviosilla varios aos, a la sazn que mi abuelo desempeaba all un importante papel poltico.Como era natural, no le faltaron a la ta Carmita muy finos galanes, donceles amartelados que no la dejaban nia sol ni a sombra; que desde la esquina le hacan unos osos fenomenales; que la seguan a todas partes, lomismo a las distribuciones piadosas en la iglesia de San Francisco, que, todos los domingos, a la misa de diezen el templo de San Juan de la Cruz, que era, en aquel antao, la preferida de todas las muchachas lindas y enprivanza, como ahora, en estos felices das, la misa de ocho en Santa Marta.

    En un parntesis agregaba el seor alcalde, que mi ta era uno de los palmitos ms codiciados de la piadosa yprspera Pluviosilla. Y no lo dudo: en la familia se conserv durante muchos aos, una miniatura hecha enJalapa por Castillo, una miniatura, que, al decir de mi abuelo, era de mrito singular; en la cual apareca laCarmita con una hermosura y una cierta, majeza, dignas del pincel de Goya. Majeza y hermosura que nadatenan de ordinario, vulgar y provocativo, cierta gracia andaluza, sevillana, que robaba las miradas y cautivabael corazn.

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    V 18

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    Haba que verla en aquel retrato: amplio el escote; corto el talle; desnudo el torneado brazo; ricillos en lassienes; rica, donairosa mantilla, y ladeada peineta de boca de olla; ni ms ni menos que la reina, doa MaraLuisa. Con razn los pisaverdes y lechuginos de Pluviosilla se beban los vientos por mi hechicera ta!

    Sucedi lo que tenia que suceder, (aqu entra lo ms importante de la historia del seor alcalde), que ungallardo capitn, guapo, discreto, elegante como el que ms, logr clavar una saeta en aquel corazoncito de

    roca, y consigui que la rubia Carmita pusiera alma y vida en tan brillante y codiciado oficial. Hallsela steen un sarao; bail con ella una contradanza y una ceremoniosa cuadrilla, declarle su atrevido pensamiento, yla seorita dijo, terminantemente, que estaba dispuesta a dar la blanca mano a su admirador, siempre que elafortunado galn (que la escuchaba atusndose el audaz bigote), se dirigiera, como hacerlo debe todocaballero de altas prendas, al jefe de la familia, al seor mi abuelo. El galn, a quien abonaban no sloparticulares prendas sino tambin nobilsimo abolengo, habl a su jefe, y con toda solemnidad pidi la manode la seorita. Todo se arregl a maravilla; disponase ya la boda cuando estall en el Interior unpronunciamiento. El regimiento tuvo que salir de Pluviosilla, y el matrimonio qued aplazado. De todo estonada se saba en la ciudad. La familia hizo de ello un misterio, y los murmuradores se contentaron con repetirque el capitn Fuenleal estaba loco por mi ta, pero que sta envanecida y orgullosa de su hermosura, jugabacon el corazn de su amartelado, sin dejarse coger en las amorosas redes, sin dar prenda que la comprometiesems tarde. Pasaron los das, los meses y los aos, y nada supo Pluviosilla del capitn Fuenleal. Unos contabanque haba muerto en campaa, despus de batirse como un hroe; otros que pereciera en un duelo a que lellev una aventura escandalosa; quienes que se haba casado en Guadalajara con una rica heredera; quienesqu estaba procesado por un delito que la Ordenanza castiga con pea de muerte. Hasta que un da la rubiaCarmita di en vestir lutos, y lutos fueron por toda su vida. Parece ciertoas lo asegura donBasilio,que Fuenleal pereci en un duelo; pero no garantiza que fuera por causas de escandalososamoros ni por altos motivos de pundonor militar. Mi ta permaneci fiel a la memoria de su nico amor, fiel asu brillante y apuesto capitn.

    Esta es la historia de la pobre anciana; a esto se atribua su cambio de carcter, la melancola de su rostro susvestidos de luto, su acritud y su aspereza aparentes. Es una rosa,deca don Basilio,una rosaque de un da para otro se convirti en cardo.

    Siempre agria e intolerante conmigo hasta que dej la casa paterna, hoy, acaso fuera por los sufrimientos de laenfermedad, se mostraba dulce, afable, tierna. Se afanaba en mimarme, se complaca en satisfacer el menor demis caprichos, y no saba qu inventar para tenerme contento.

    No, hijito;deca,nosotras hemos sido contigo lo que debamos ser: hemos hecho lasveces de madre. Has que quieras; ests en tu casa; eres como el jefe de la familia. Aqu estamos para servirte yobedecerte. Pero qu, vas a salir con ese traje?agreg viendo el mo empolvado y sinalio.No, vstete otro mejor. Andrs trajo ya el bal... Vstete; sal a pasear, a que te vean....

    Y al orme decir que deseaba yo ir a vagar por los ejidos de Villaverde y por las mrgenes del Pedregoso:

    Pero, dime: ests loco? No: eso ser otro da. Ahora, ponte elegante, y sal a visitar a los viejosamigos. Ni un da ha pasado sin que pregunten por t. Visita a don Romn, tu maestro; al doctor Sarmiento,que es tan bueno con nosotras; a don Basilio, que te quiere tanto; al seor Fernndez.... No; a ese no, porqueno te conoce. Es el dueo de la hacienda de Santa Clara. Muy buena persona! Ya irs con Pepa. Ya vers:tiene una hija como una plata. Aqu no le faltan pretendientes.... Ya la conocers.... Almorzaste bien? Puesanda, vstete, y sal a pasear.

    Hubo que obedecerla. No vena muy provisto el bal; no haba en l mucho con que engalanarme; pero en dospor tres, con ayuda de ta Pepa y de Angelina, saqu la ropa, y pronto me present delante de la enferma hechoun veinticuatro.

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    Eso es, as, como persona decente!dijo: Ta Pepa Y Angelina me seguan. Una me vea dearriba abajo con aires de satisfaccin maternal. La doncella, desde la puerta del corredor, donde los pajarilloscantaban alegremente, me miraba con inters. Cuando yo volva el rostro, ella finga componer una planta queluca en el pretil hermosos ramilletes de encendida, flores.

    Ya en la puerta me grit ta Pepa:

    A qu hora vuelves? Te esperamos a comer.

    Al fin de la calle me ocurri regresar para ir a la casa del dmine. Angelina estaba en la ventana. Sin dudahaba salido a verme.

    Al pasar la salud. Djele algo que la hizo sonrer.

    Qu haba en el rostro de la doncella que me trajo a la memoria la angelical figura de Matilde, la dulce niade mi primer amor?

    VIVillaverde es una ciudad de ocho mil habitantes. Situada entre los repliegues de una cordillera, en vallepintoresco y dilatado, circundada de risueas colinas y de montes altsimos, Villaverde, como la isla deCalipso, goza de una constante primavera. No agotan calores estivales la mullida grama de sus dehesas, ni losvientos glaciales del Citlaltpetl marchitan la exuberante lozana de sus florestas. Para ella no hay ms que dosestaciones: la que engalana los campos con los dones de Abril, y la pluviosa que renueva los no empalidecidosverdores de las selvas y de las llanuras.

    All por las ltimas semanas de septiembre acaban las lluvias diarias y copiosas, los cielos se despejan, yprincipia lo que suelen llamar los villaverdinos el veranito de octubre, frescos y hermosos das, cuyas alegres

    y lmpidas maanas y cuyos crepsculos ureos y nacarados vienen a ser como la nota regocijada de laelegiaca sinfona otoal.

    Despus las brumas entristecen los paisajes, y con ellas, puntuales mensajeras del plaidero noviembre, llegana las dehesas y se esparcen por laderas y rastrojos las flores amarillas.

    Repentinamente, una maanita, los campos aparecen como espolvoreados de oro de Tbar, y los picachos y lascumbres se envuelven en gasas cenicientas.

    As durante los meses invernales. A fines de febrero las nieblas se remontan, y se van, para que las montaasluzcan sus nuevos trajes, el vistoso atavo con que se engalanan, los rboles al advenimiento de la primavera,la cual se acerca precedida de arrasantes huracanados vientos, que se llevan las frondas caducas, siegan lasramas muertas, hinchan con su hlito vivfico yemas y brotes, y aceleran el desarrollo de los capullos.

    Estos vientos huracanados recorren los valles, bajan al fondo de las hondonadas, barren las llanuras e inundande mil aromas la ciudad: olores de lquenes y musgos, esencia de azahar, suave fragancia de liquidmbar y demil flores campesinas.

    Id entonces al Escobillar, subid a la cercana colina, y gozaris del ms hermoso panorama; trepad a lo msalto, y tendris ocasin de admirar la fecunda vega del Pedregoso, celebrada mil y mil veces por los poetas deVillaverde, y cantada en exmetros latinos y en liras arcaicas por el pompossimo Cicern.

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    Imaginaos una llanura siempre verde, limitada en todas direcciones por obscuras montaas y risueoscollados. El tono subido de los bosques hace resaltar el tinte alegre de los prados y de los campos de caasacarina.

    El Pedregoso, grrulo y cantante en las quebradas, sesgo y cerleo en los planos, corta en dos partes laciudad. Sinuoso aqu, recto all, corre como una serpiente hacia la barranca de Mata-Espesa, libre de

    arboledas en algunos sitios, oculto en otros por las alamedas y los naranjales.

    Desde lo ms alto de la colina del Escobillar veris la ciudad como un juego de domin esparcido en un tapeteverde, cortada por la cinta plateada del ro a cuyas mrgenes se agolpan caserones y templos.

    Singular alegra la de aquel valle! Esplndido panorama el de aquel paisaje en que se mezclan y confundenla serenidades de la tierra fra con la vegetacin abrumadora de las regiones clidas! Pero ay! no busquis enlos habitantes de Villaverde una alegra placentera, como pudierais esperarla, en harmona con la naturaleza;no busquis all caracteres regocijados, espritus afables y risueos. Villaverde es la ciudad de los espritusdesalentados y melanclicos; es la ciudad de las almas tristes.

    Cosa del clima? No; porque ciudades de la misma regin y de naturaleza idntica son animadas, alegres,festivas, jucundas, como deca el pompossimo Cicern. Los villaverdinos son de semblante triste, y en suslabios tiene la risa dolorosa expresin, como en gentes contrariadas y pesimistas. Se me antojanprematuramente envejecidos; seres desventurados para los cuales muri en crislida la mariposa azul de las

    juveniles esperanzas.

    Esta tristeza de las almas, en contraste con el risueo aspecto de los campos, trasciende a todo: a los edificios,a las calles, a los trajes, a las personas, a su trato, a sus maneras y a su lenguaje.

    Los villaverdinos no se entusiasman por nada; hay en su vida algoo muchode lainmovilidad budstica, slo comparable con esas lagunas adormecidas, en cuyas aguas, eternamente lmpidasy serenas, se retratan como en espejo clarsimo las copas de los rboles, los pompones de la enea y la

    obscuridad de las cercanas espesuras; lagunas perdidas en lo ms recndito de los bosques, muertas, heladas,sin peces ni ovas, que cualquiera creera de cristal, que no se estremecen al beso de la luz meridiana, cuyoreposo no turban cefirillos juguetones ni huracanes bravos.

    Son los villaverdinos un tesoro de virtudes. En su mirada se transparentan la mansedumbre y la benevolencia;es en ellos ingente la piedad, y al par de sta sobresale la resignacin. Pero el sentimiento religioso no es enlas almas villaverdinas plcido y activo, sino, por lo contrario, lgubre, apocado, meticuloso. La abnegacin yla caridad, las grandes virtudes del cristiano, fuente de alegra en todas partes, en Villaverde, aunqueespontneas, tienen algo que en ocasiones causa disgusto y repugnancia.

    De todo recelan los villaverdinos; a nadie conceden su confianza; todo se lo temen de los extraos, tanto lo

    malo como lo bueno; nada les place; todo lo censuran; a nada se atreven por miedo a los dems; viven con elda y nunca piensan en lo venidero.

    De aqu que no prosperen ni adelanten; de aqu su mezquindad y su pobreza vergonzantes. Son una especie decristianos fatalistas. Lo que ha de suceder, suceder, y no suceder de otra manera. Por eso no medran niprogresan; por eso lo malo se perpeta y reina soberano en Villaverde; por eso los alcaldes son all eternos, ylas bodas muy raras, y por eso all nada cambia ni vara. Villaverde es una ciudad en petrificacin. Pueblo porexcelencia agrcola, mira cultivados sus campos como hace cien aos, rinde los mismos productos, cosechalos mismos frutos. Y gasta y consume hoy lo mismo que gastaba y consuma hace veinte lustros.

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    Las casas como cortadas por el mismo patrn; los trajes iguales; las caras parecidas; unsonas las voces. Losvarones, agrios, displicentes, huraos, sombros; las mujeres, tmidas, asustadizas, amables, pero conamabilidad monjil. La vida como las cosas y las personas.

    Pero en medio de esta rara inmovilidad, secreta y silenciosa como la sorda y lenta labor de la polilla, unaguerra sin treguas ni victorias, una guerra de pasiones bajas, rastreras y mezquinas, ruines y dolosas, en que

    todo bicho viviente toma participacin; los unos capitaneados por la envidia, los otros acaudillados por lacodicia, todos azuzados por la murmuracin y aguijoneados por la maledicencia de los que se dicen ajenos atoda rencilla y enemigos de chismes y rencores.

    En Villaverde se murmura de todos y de todo; se averigua qu hacen, y en qu se ocupan los dems; se llevacuenta y razn de los actos de cada vecino; nadie ignora hasta lo ms secreto de la vida de los otros, y quienvive ms alejado de los mentiderosque los hay a docenas, en boticas y tiendas deultramarinospudiera inventariar de memoria las ropas de quienes no pisan los umbrales de su casams que por Corpus y San Juan.

    Puede afirmarse que todo villaverdino, al meterse en la cama por la noche, sabe de cualquiera de sus paisanoscuntas cucharadas de sopa se engull ese da, as se trate del vecino ms conspicuo como del bracero mshumilde.

    Villaverde no pasar nunca de perico perro. Qu ha de pasar! Si a sus hijos todo los alarma; todo pasoadelante o atrs los inquieta, y ni por la gloria celestial,que es cuanto hay queofrecer,fijaran un clavo fuera del sitio en que le fijaron sus abuelos.

    Me diris:Y los extranjeros? Y los que de fuera vienen, no dan a esa ciudad en petrificacin ideasnuevas, nuevas costumbres, savia de vigor que transfundida en ese organismo le rejuvenezca y reviva? Ay!No; el extranjero se aviene pronto al medio. Enriquece en pocos aos, explotando a los villaverdinos, y se va agozar a otra parte de los duros atesorados. Algunos, pocos, lo hacen as; los ms, a los dos o tres aos de haberllegado, son ya unos villaverdinos completos, ni ms ni menos que si all hubieran nacido; como si de rapaces

    hubiesen guerreado en homricas pedreas al pie del cerro del Cristo, en pro o en contra de la Escuela del Cura;como si hubieran salado en las dehesas del Escobillar, y aprendido latines en los bancos del pompossimoCicern. A poco en nada difieren de mis paisanos; renen los cuatro reales, se prendan de alguna villaverdinamodesta, hacendosa y pacata,que las hay lindas como una rosa y buenas como el pan degloria,y... lasciate ogni speranza voi che entrate!

    La belleza del paisaje, la dulzura del clima y la tranquilidad de la poblacin, seducen a quien pone los pies enVillaverde; la budstica ciudad extiende sus redes misteriosas, y presa segura!

    De cierto que los villaverdinos no son localistas, a lo menos de un modo comn y corriente, de modo quechoca, como los hijos de una ciudad vecina. En su localismo se advierte una originalidad digna de ser

    apuntada. Alardean de recibir bien al extrao; pocas veces alaban y ponderan las cosas de la tierra, antes porel contrario las apocan y menosprecian; miran con indiferencia cuanto hay en la ciudad: la belleza de loscampos y la hermosura de las mujeres; critican acerbamente cuanto tienen; fingen que nada de otras partes lessorprende; y podis, con toda libertad, hacer trizas cualquiera cosa de la tierra en presencia de un villaverdino,seguros de que no dir nada en contrario, antes bien, acentuar la nota burlesca. Pero si observis condetenimiento a mis paisanos no tardaris en descubrir que viven pagados y enorgullecidos de sus cosas; quepara ellos no hay otras como las suyas, y que no las quieren distintas porque creen, de buena fe, que no las haymejores.

    De lo que s no hacen misterio, de lo que se muestran francamente satisfechos, es de la ingnita lealtad queatribuye a los villaverdinos la leyenda de su viejo blasn. Mustranse merecedores de cuantas lindezas les

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    dice el mote; prodigan en todas partes la herldica presea, en edificios, sellos, telones, marcas de tabacos ybotellas de cerveza; repiten la empresa en inscripciones castellanas y latinas, en discursos, en documentosoficiales, en peridicos,que tambin tiene peridicos Villaverdey hasta en los sermones salea relucir el famoso lema, concedido a mi querida ciudad natal por la Muy Catlica Majestad del Rey DonFelipe IV. Fuera el consabido lema poderoso estmulo para mis paisanos, si stos entendieran las cosas aderechas, pero Villaverde es la tierra de las ideas falsas, y el mote lisonjero de su blasn slo sirve para que

    los villaverdinos vivan estacionarios y no suelten los andadores para entrar, libres y decididos, por los amplioscaminos de la vida moderna.

    En Villaverdedicen sus hijosno se hace poltica. Y s se hace, pero por debajo cuerda, a lacalladita, de modo vergonzante, sin riesgos ni peligros, sin temor de verse derrotados y blanco de odios,rencores y venganzas. Y como por buenos que sean los diestros que estn en el tendido, si los lidiadores sonmalos, mala resultar la corrida; para los buenos villaverdinos no hay chupa que les venga, ni capote que lessalga a gusto. As no consiguen nunca lo que desean y viven condenados al perpetuo alcaldazgo de donBasilio, conspicuo villaverdino, reflexivo y listo, que intriga ms de lo que parece y que sabe ms de lo quesuponen sus paisanos.

    Estos son muy celosos de sus glorias y admiradores fidelsimos de sus hombres ilustres. No son los talesmuchos, ni muy conocidos, pero los villaverdinos traen a cuento sus nombres, en toda ocasin, vengan o novengan al caso.

    Dos son los principales. El uno, general victorioso en no s qu batallas, que la Historia olvidadiza habrregistrado en sus pginas inmortales, antiguo cosechero de tabaco, hombre nulo, cuyo habilidad consisti enrodearse de media docena de ambiciosos villaverdinos, los cuales le encumbraron, a fuerza de charlatanismo ydemasas, hasta donde propios mritos y altas dotes de inteligencia nunca le hubieran elevado. El general caypronto del encumbrado puesto, y acab sus das, triste y descorazonado Cincinato, en miserable ranchejo,cuidando de unas cuantas vacas tsicas y estriles. En aquel retiro fu hasta o ltimo da dechado de patriotas,modelo de firmeza poltica, y all muri, como Napolen, de una enfermedad heptica, despreciando a losvillaverdinos, y burlndose de sus antiguos partidarios,a quienes atribua el fracaso que le ech por

    tierra,y siendo objeto de la incondicional admiracin de todos sus paisanos.

    Para que tan ilustre nombre pasase a los psteros,as lo dijo en cabildo pleno el pompossimoCicern,el apellido ilustre del general fu aplicado a todo establecimiento pblico, escuela, teatro,hospital, paseo, etctera, etctera.

    Una lpida conmemorativa,los villaverdinos se parecen por la epigrafa,seala al viajero lacasa en que naci el grande hombre. La Escuela Nacional se llam: Escuela Pancracio de la Vega; elhospital: Hospital Pancracio de la Vega; el teatro,un teatrillo en proyecto, nunca concluido yfrecuentemente visitado por volatines y comicotes,Gran Teatro Vega, y as lo dems.

    La otra gloria villaverdina fu un buen clrigo que nunca se acord de su pueblo natal; un sacerdote austero,sencillo y trabajador, gran telogo,al decir de don Romn Lpezque lleg a cannigoangelopolitano, y despus a obispo, honor a que nunca aspiraron los villaverdinos; que nunca pensaronalcanzar, y que los llen de alegra Obispo un hijo de Villaverde! Cielos! Qu dicha! Desde entoncessuean mis paisanos con que Villaverde llegue a ciudad episcopal. Y lo ser; s, seores, lo ser. Eso, y ms,se merecen sus piadosos hijos.

    No digis en Villaverde que no tiene grandes hombres; no lo digis, por vida vuestra, porque luego osreplicarn mis paisanos, as sean jornaleros, o abogados, o mdicos, o propietarios vuestrosinterlocutores:Y el Seor General Don Pancracio de la Vega? Y el Ilmo y Reverendsimo SeorDon Pablo Ortiz y Santa Cruz, Obispo in prtibus de Malvaria?.... Si est presente el pompossimo os

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    dir:El General de la Vega? Gran poltico! El Mecenas de todos los poetas veracruzanos! Mimaestro el Ilmo Seor Obispo de Malvaria? Gran telogo! Amigo, amigo... no hay que darle vueltas! ElMelchor Cano de Villaverde!

    Mi querida ciudad natal es pobre, pauprrima, como deca don Romn. Una agricultura descuidada es paraella la nica fuente de riqueza, gracias a las lluvias, que all, como en Pluviosilla, no escasean. El suelo es

    frtil, pero le falta riego. El Pedregoso con su cauce hondsimo no basta para las necesidades de la tierra.

    A la pobreza debemos atribuir la indiferencia de los caracteres y la tristeza de las almas. En Villaverde nada sedesea, y a nada se aspira; todos estn contentos con su suerte. El porvenir es obscuro, y anhelarle risueo serauna locura. El alcalde perpetuo, don Basilio, dice, cuando de esto se trata: que en esa falta de aspiraciones estla dicha de Villaverde y la felicidad de sus gobernados. El vive muy satisfecho. Con el producto de seis uocho solares y de un rancho cafetero le basta y sobra para vestir a la seora alcaldesa, y a su hijo, unmuchacho idiota hinchado de vanidad.

    En Villaverde se trabaja poco, lo suficiente para comer, no andar desnudo, pasar el da, y santas pascuas!Quien se excediese en el trabajo sera un tonto de capirote. No por eso ganara ms. As dejara el alma en latarea no se guardara en el bolsillo, ni achocara para el arcn media docena de duros. En Villaverde se ganapoco, y la vida es cara. Los mritos de un servidor, de un empleado, son mayores y ms estimados cuandogana poco. Aquello parece una escuela de franciscana pobreza, una hermandad de miseria voluntaria. EnVillaverde nadie paga, ni aunque le ahorquen, ms de lo que pagaron sus abuelos, all en los tiempos felicesdel estanco del tabaco, poca venturosa para mi querida ciudad, lo mismo que para Pluviosilla, su vecinaafortunada y prspera.

    Pero me diris:Y esas haciendas, esas fincas, que, como Santa Clara y Mata-Espesa, levantanprodigiosas cosechas? Santa Clara, Mata-Espesa, dijisteis? Pues queda dicho todo. En ella cifran los deVillaverde prosperidad y bienestar.

    El pompossimo Cicern, en sus das de murria, cuando no tena un real, y se olvidaba de los grandes autores

    del siglo de Augusto, y renegaba de Villaverde, y no se le daba un ardite la susodicha empresa del gloriosoblasn, me deca de sus paisanos:

    Unos vernicos! Unos vernicos! Ni buenos ni malos! Para ellos... ni pena ni gloria!

    Y aada, mesndose el copete ralo y encanecido:

    Est en la sangre! En la sangre!

    VII

    El aire de la tierra natal! Qu grato y qu fresco esa maana! El sol inundaba el valle y dibujaba en losmuros de las vetustas casas la sombra ondulada de los aleros. De las hmedas montaas, baadas la vsperapor copiosa lluvia, soplaba un vientecillo halagador y perfumado. Segu hasta las afueras de la ciudad, a fin degozar, siquiera fuese por breves horas, del magnfico panorama que se extenda delante de m: variadolomero, dilatada llanura, espesas arboledas que dan pintoresco fondo a la capilla de San Antonio, una iglesitaque tiene aspecto de melindrosa vejezuela. Faldeando la colina va el camino de la sierra, desde all quebrado ypedregoso. Por ah suban lentamente unos arrieros, silbando una cancin popular, arreando a unos cuantosasnillos enclenques cargados de loza arribea: ollas y cazuelas vidriadas que centelleaban con el sol. Unranchero, jinete en parda mula, vena por el llano, y all, cerca de las vertientes del Escobillar, trazaban lasyuntas surcos profundos en la tierra negra y vigorosa. Los galanes las seguan paso a paso, guiando el arado,

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    muy enhiesta la crinada pica. Qu benfico el aire de las montaas! Insufla en los pulmones vida nueva,acelera la sangre y comunica a las almas dulcsima alegra. Cmo suspir, durante diez aos, en las soledadesdel Colegio, por aquellos sitios y por aquel espectculo! Cmo, mil y mil veces, a la hora de la siesta, desdeel balconcillo del dormitorio, ante la colina poblada de cactos, cansada de las arideces del Valle de Mxico,so despierto con la hmeda belleza de la tierra natal!

    No puedo olvidar aquellos tristes das. Jueves y domingos salamos de paseo, a lo largo del fangoso ro, cuyasaguas parecan dormidas a la sombra de los sauces piramidales. All, cerca de una hacienda, frente por frentede una aldea salinera, entre cuyos montculos estriles yergue una pobre palma, msera desterrada de fecundosuelo, su empolvado penacho, haba un sitio que hasta en lo ms crudo del invierno haca gala de sus hierbajesverdes. Era mi sitio predilecto. Mientras la turba estudiantil iba y vena buscando nidos en los rboles, o,vigilada por el Padre Rector, jugaba al salta-cabrillas, yo me tenda en la hierba, y dejaba que mi pensamientovolara ms all de la populosa ciudad, ms all del obscuro lago de Texcoco. Y volaba, volaba, tramontaba losvolcanes, y segua, a travs de bosques y espesuras, en busca de regiones amadas, de rostros amigos, de vocescariosas. Entonces, el paisaje que yo tena delante se iba borrando poco a poco: el suelo pajizo; la acequiafangosa; la llanura inundada; los chopos cenicientos del camino polvoso, siempre lleno de viandantes; lashileras de sauces melanclicos; la ciudad lejana, trrida, envuelta en pesados vapores; la aldea salinera,situada como en un islote; la remota cordillera de Ajusco y los picachos de la Cruz del Marqus. Baados enla luz de brillante crepsculo, surgan ante mis ojos valles y colinas, llanuras y dehesas, bosques y heredades,en donde la rica vegetacin de las tierras clidas desplegaba su frondosidad incomparable. El Citlaltpetl,corona esplndida de las serranas, apareca baado en rosada luz, como si le iluminaran los fuegos de laaurora. Tornaba yo a la casa de mis padres. Villaverde me convidaba a recorrer sus calles desiertas, y elacento tierno y conmovido de los mos resonaba en mis odos regocijado y amante.

    De aquel ensueo me sacaba la voz del Rector o el toque de ngelus en la cercana Catedral. Honda tristeza seapoderaba de mi espritu, y lento, retrasado, perezoso, volva yo al colegio, entregado a la subyugadoramelancola que despierta en los jvenes el espectculo siempre nuevo de la tarde moribunda, de la llegada dela noche. Dulce nostalgia; anhelo de algo sublime; grato sentimiento de muerte, que alivia, consuela, y elevalas almas hacia la bveda celeste, ya entenebrecida y salpicada de luceros.

    El sueo de aquellos das de largo destierro, la ilusin de aquellas tardes invernales, era una realidad. Estabayo en Villaverde.

    Adnde ira yo? En busca de los amigos de mis primeros aos? Acaso me recibiran indiferentes y fros.Regres por donde haba venido, y al azar, sin darme cuenta de lo que haca, me intern en la ciudad, por lascalles cntricas, camino de la plaza. Me detuve en el puente. El Pedregoso, el grrulo Pedregoso corra, comosiempre, lmpido y parlero; como le vi tantas veces cuando era yo nio: espumoso al tropezar con una roca;cerleo y adormecido en sus pozas umbras, bajo el dosel de los lamos, queriendo arrastrar a su paso lasespiras lnguidas de los convlvulos perennes.

    Buscaba yo rostros conocidos, y muchos vi, pero empalidecidos, como fotografas borradas. Todas las gentesme miraban curiosas, como si quisieran reconocerme, para llamarme por mi nombre. Temerosas de un chascono se atrevan a hablarme, y se daban por satisfechas con verme de pies a cabeza y examinar mi traje decortesano. Me pareci que unas a otras se preguntaban al verme:

    Quin es ste? A qu vendr?

    Pobre de m que haba soado con un recibimiento caluroso! Todos me conocan, me vieron crecer y metuteaban.... Me detuve en un tenducho, y pregunt por don Romn Lpez. El tendero sali a la puerta, ysealndome una casa me dijo:

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    All, joven, all!... En aquella casa pintada de amarillo! El ruido de los muchachos le dir dnde!All est la escuela!

    Y si mi buen maestro, si el pompossimo no me reciba cariosamente? Ech calle arriba, y llam a la puertade la Casa de Estudios. As sola decir el dmine. No gustaba de que su establecimiento fuese equiparado nicon la Escuela del Cura ni con la Escuela Nacional.

    Un chico abri la puerta. Un muchacho jetudo, de cabello erizado y ojos lacrimonos. Haba tormenta. Algunatempestad producida por un concertado gallego o por alguna oracin de infinitivo revesada y de tres bemoles.

    El granuja sonri al mirarme, viendo en m el iris de la suspirada bonanza.

    Pase ust!me dijo.

    El seor maestro?...

    Pase ust!

    Y me col por la puertecilla del cancel.

    Ruido de la chiquillera que se pona en pie. Movimiento de sorpresa en el dmine....

    Silencio!exclam, levantndose y subindose a la frente las antiparras. Y dirigindose am:

    Adelante, caballero!

    Dej el libro en la mesa, un horacio antiqusimo, y vino paso a paso a recibirme.

    VIII

    Atraves el dmine por entre la doble hilera de bancos, diciendo a los chicos que tomaran asiento. Losmuchachos le obedecieron cuchicheando. Se felicitaban sin duda, de mi llegada. Don Romn vesta su eternotraje, su traje tpico: pantalones anchos; larga levita negra, verduzca y mugrienta; chaleco blanco, pringado derap en las solapas; el cuello de la camisa altsimo, arrugado, sin almidn; ancho y apretado corbatn. As leconoc cuando era yo nio, cuando mis buenas tas me confiaron a la frula resonante de aquel buen anciano,maestro de dos o tres generaciones de villaverdinos. Esto de la frula no es figura retrica; el pompossimo latena, y muy slida, de perdurable zapotillo, ennegrecida por el uso. Verdugo diligente e implacable, dispuestoa vengar en las manos infantiles el menor desmn, cualquiera osada contra los poetas del siglo de Augusto,don Romn no se andaba con chicas, ni tena piedad; quien la haca la pagaba, as fuera el hijo del alcalde.

    Don Romn se detuvo a dos pasos de m. Me vi atentamente, y componindose los anteojos me pregunt entono de notario aburrido.

    Qu mandaba usted?

    No tard en reconocerme, y abriendo los brazos exclam:

    Rodolfo! Rodolfo! T por aqu? Ya saba yo que de un da a otro llegaras.... Bendito sea Dios!Y qu crecido ests! Alabado sea el Seor que me concede verte hecho un varoncito, un lechuguino de lo

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    ms guapo! Y... ante todo, ya lo s! ya lo s! Como siempre estoy preguntando por t. Ya s que has salidomuy aprovechado.... No como estos asnillos que para nada sirven. Ni uno solo de estos bribones sacar bueyde barranco.

    El pobre anciano, loco de alegra, se complaca en mirarme, y me abrazaba, y pasaba por mis mejillas susmanos larguiluchas y exanges.

    Pasa, muchacho; vamos a la sala.... Tengo muchas ganas de platicar contigo. Y tus tas? Comosiempre no es eso? Las pobrecillas siempre afligidas y achacosas.... A toda hora pensando en el sobrinito, enel sobrinito mimado. Quirelas mucho, Rodolfo! Por t... hacen milagros!... Pero, qu tengo que decirte,cuando eres tan bueno y tan noblote! Pasa, muchachito, pasa!

    Deca esto acaricindose e impulsndome hacia adelante, entre la doble hilera de bancas. Los chicos abrantamaos ojos para verme, como sorprendidos de la rara dulzura de su maestro. Cerca de la mesa se detuvo donRomn, volvise hacia la chiquilleia, y prorrumpi solemnemente, en tono de sermn:

    Este, ste que ven ustedes, es uno de mis discpulos ms queridos. Muchas veces, muchas, os hehablado de l. Es inteligente, bueno, estudioso.... Tomadle por modelo. Este s que no me daba, como ustedes,tantos disgustos; ste s que no haca concordancias gallegas, y se saba al dedillo los pretritos, y entenda,como un maestro, al dulce Virgilio, al conciso Tcito, y al asitico y pompossimo Cicern.

    Ya me lo esperaba yo. Milagro que no acab el discurso con algn exmetro oportuno. Los chicos, al oir elconsabido epteto, sonrieron maliciosamente, seal de que el apodo puesto al maestro por nosotros diez aosantes, segua en uso. Los bribonzuelos rean y se miraban unos a otros con caritas de diablillos regocijados.

    Vamos:prosiguios doy la maana, a fin de que celebris la llegada de midiscpulo muy amado. Pero, odme; nadie se ir hasta que suenen las doce. Quedaos aqu, sin cometer faltas.El mejor da volver este joven, y os examinar, y ya veremos, ya veremos cules son vuestros adelantos en lahermosa lengua latina.

    Don Romn levant la cabeza y agreg:

    T, Pancho Martnez....

    Un mozuelo trigueo, vivaracho, de simptico aspecto, sali al frente.

    Mientras el nio acuda al llamado de su maestro ech una ojeada por el saln. En nada haba variado. Losmismos muebles, los mismos objetos; las papeleras manchadas de tinta, con letreros en las tapas, grabados apunta de cortaplumas; el pizarrn, el mismo pizarrn de otro tiempo, en su caballete verde; la mesa deldmine ocupada por los mismos libros, todos muy bien colocados. All estaba la campanilla, con el mango

    roto, y el tintero circundado de plumas de ave,don Romn no usaba de otras,y al lado lapalmeta de zapotillo. En las paredes, ennegrecidas y desconchadas, dos o tres mapas amarillentos; arriba delsilln magistral, muy pulido y resobado, la Virgen de Guadalupe, la patrona de la escuela; delante de laimagen una lamparita, un vaso azul lleno de aceite obscuro, en el cual sobrenadaba una mariposillamoribunda.

    No bien entramos en la salita se oy el vocero de la turba escolar, festiva, retozona. Ruidos, carcajadas,estrpito de libros cerrados de golpe, las mil y mil voces, francas y alegres, de la dichosa libertad infantil.

    El anciano retrocedi colrico. Abri la puerta; por ella se precipit desbordado, recordndome felices aos,un torrente de ingenuas carcajadas. Don Romn, severo e irascible, dict nuevas rdenes, amenaz con duros

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    castigos, y luego, haciendo un gesto de dolor, pronto borrado por una expresin resignada de tristeza, vino alestrado.

    Sintate, sintate aqu, en este silln. Qu gusto me da verte! Cuando te fuiste cre que no mevolveras a ver.... Estoy ya muy viejo. No me ves? En Febrero cumplir los setenta y dos. Los achaques metienen triste y desmazalado. T consideras todo esto, no es verdad? Viejo, enfermo, solo y pobre! No te

    parece cosa triste, cosa que parte el alma, esta situacin ma despus de haber trabajado tanto? Todos ustedesse van logrando. Tengo discpulos en toda clase de oficios y profesiones. Unos, en altos puestos de la poltica,los que fueron ms desaplicados, (muchos no pasaron del quis vel quid); otros en la Iglesia, (dos me han dadoya la comunin); otros, mdicos, y buenos mdicos; otros abogados; otros, como t, en camino de ser gente deprovecho.

    A decir verdad, nunca val gran cosa ni por la conducta ni por la aplicacin; de seguro que pocos estudiantesdieron ms guerra que yo al pompossimo maestro. Pero tal era de bondadoso el seor don Romn. Cuandoestaban en sus bancos, todos eran flojos, incapaces, asnillos; luego, con excepcin de aquellos por extremoperdularios, todos resultaban excelentes, cumplidos, aprovechados.

    Pero es lo cierto que don Romn me quiso siempre como a un hijo; que me trat con suma benevolencia; quepocas veces sintieron mis manos los golpes de su frula, y que el buen anciano, no obstante su pobreza, medio lecciones durante dos aos, sin exigir de mis tas extipendio alguno.

    Me apen ver a mi maestro tan triste y abatido, cuando estaba tan cerca del sepulcro. Hubiera yo deseado serrico, riqusimo, para ampararle contra la miseria, darle cuanto quisiera, y comprar para l, si tal cosa fueseposible, salud y mocedad.

    Te he dicho que estoy pobre? Pues estoy ms pobre de lo que t puedas imaginrtelo. Tengo pocosdiscpulos. Ya viste cuntos! Slo faltaron dos; unos bribones que se van a salar todos los das; unos pcarosque no tienen remedio. Qu hemos de hacer! Hijo mo, nadie quiere que sus hijos aprendan el latn. T dirs!El latn que es la llave de las ciencias! Ni latn, ni otras cosas; todo lo que puedo ensear, todo lo que s,

    cuanto aprendiste aqu. Dicen que estoy atrasado; que mi manera de ensear es ancrnica, has oido?anacrnica? Eso lo dicen los pedantes de hoy en da; y todo porque mascullan el francs. Eso dicen los queaqu aprendieron t