ANCORA CONTIGO | DICIEMBRE 2015

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Contigo decembro 2015 núm. 33 Publicación mensual dos arciprestados de Postmarcos ano II

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Publicación mensual del Arciprestazgo de Postmarcos. Diócesis de Santiago de Compostela. Aguiño-Ribeira A CORUÑA

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Contigodecembro 2015núm. 33

Publicación mensual dos arciprestados de Postmarcos

ano II

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A nosotros el grupo de Sta. Uxía de Riveira, nos gustó mucho el sitio, el rato de grupo que compartimos con los demás jóvenes y con la catequista, que nos explicó muy bien qué es la misericordia con ejemplos cotidianos y fáciles de comprender; debemos perdonar sin juzgar, aunque nos cueste porque todos necesitamos una segunda oportunidad y Dios no da miles de oportunidades a lo largo de nuestra vida, nuestros padres siempre nos perdonan , nos acogen .Del rato de oración –reflexión, lo que más nos impactó fue el vídeo, muy original, las canciones acertadas y la nota final de escenificar “Un nuevo sol” fue algo que para algunos nos sonó a nuevo. El compromiso es “ PERDONAR”. La merienda deliciosa , chocolate caliente con rosca, y sobre todo la alegría y amabilidad de las hermanas al servirlo y con ganas de volver a juntarnos en otra celebración.

Jóvenes de la Parroquia de Sta. Uxía de Ribeira

u Convivencia Confirmandos en Santiago da Pobra do Deán

uu

. ¿Cómo podrá

un joven portarse

rectamente?

Viviendo

de acuerdo

a tu palabra.

(Sal 119,9)

Respondí: —Ay, Señor mi Dios.

¡Pero si no sé ni hablar;

soy muy joven! Me contestó

el Señor: —No digas que eres

joven. Irás a todos los sitios

adonde yo te envíe y dirás

todo lo que te ordene. No les

tengas miedo, pues estoy

contigo para defenderte… (Jer 1,6-8)

Que nadie te

menosprecie por

ser joven. Al contrario,

que tu palabra, tu con-

ducta, tu amor, tu fe y tu

limpio proceder te con-

viertan en modelo para

los creyentes.

(1 Tim 4,12)

Organizada pola parroquia de Santia-go da Pobra do Deán, os rapaces das catequeses de Confirmación da comar-ca asistían o pasado 7 de novembro á primeira das convivencias que un ano máis vanse desenrolar ó longo de todo o curso en diferentes parro-quias do noso arciprestado. O eixe conductor, como non podía ser para menos, será este ano o tema da Misericordia. A convivencia contou coa presenza do Delegado episco-pal de Infancia e Xuventude, Javier García.

u O sábado 5 de decembro celebraráse a Vixilia Diocesana da Inmaculada. Encontro onde moitos mozos da dioce-se se xuntarán para celebrar o día da Nosa

Nai Santa María. Este ano, xa que é unha peregrinación itinerante, vaise deixar caer por Noia. Tras unha acollida festiva terase unha calurosa benvida do noso bispo Don Jesús, haberá obradoiros e “faladoiros”, xogos, procesion e misa final presidida por Don Julián, arcebispo de Santiago.

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u Clausura do Curso de Camareiro en BoiroO pasado 28 de outubro clausurábase o curso: “cama-reira/o para pisos”, organiza-do por Cáritas Diocesana de San-tiago en colaboración co Fondo Social Europeo e desti-nado a desempregados com-prendidos entre os 18-35 anos. Este curso foi impartido nas aulas do centro social de Boiro e tivo unha duración de 120 horas. A entrega dos diplomas correu a cargo do Delegado Diocesano de Cáritas de Santiago, Anuncio Mou-riño, a directora de Cáritas Parroquial de Boiro, Josefa Vázquez e o párroco de Boiro, Rogelio Freijo.

u Boiro rinde homenaxe ó Irmán Maior da Cofradía do Cristo da Misericordia O pasado 24 de outubro, a parroquia de Sta. Baia de Boiro brindaba unha homenaxe a Luis José López Hermida, pola súa traxectoria como colaborador na parroquia xa desde neno, e Irmán Maior da Cofradía do Cristo da Misericordia durante estes dous últimos anos. A homenaxe consistiu nunha Eucaristía solemne, presedida polo bispo auxiliar Don Jesús Fernández e concelebrada por D. Ricardo Villaverde, arcipreste de Postmarcos de Abaixo e D. Gelasio, párroco de Corrubedo. O coro parroquial encargouse de anima-la Eucaristía. Rematada ésta, se proxectaron unhas imaxes sobre a súa traxectoria e a continuación tivo lugar na casa reitoral de Boiro unha cea, á que asistiron máis dun centenar de persoas, e na que non faltou o pulpo á feira, carne ó caldeiro, bebidas, postres caseiros e queimada. Un compañeiro de Luis José mostraba o seu agradecemento polo inmenso labor parroquial ó longo de tantos anos coas seguintes palabras: “Desde hai 50 anos que nos coñecemos. Ti, impartindo catecismo, e eu, asistindo a el. Tamén de monaguillo e na Semana Santa, participando na procesión, representando a persoaxes bíblicos. Despois, xa con 18 anos, empezaches a participar no Desencravo, e así, ano tras ano. Continuaches na confección das alfombras para o Santísimo Sacramento, e tras formarse a Cofradía do Cristo da Misericordia, fuches un dos primeiros en

tomar parte na banda de cornetas, e estes dous últimos anos, xa como Irmán Maior, fuches capaz de solucionar certos problemas, sempre en busca da razón e da paz. Creo que fuches fiel ós teus principios e valores, que son:- Ser amable frente ó grosero.- Ser modesto frente ó orgulloso.- Ser tolerante frente ó prepotente.- Ser humilde frente ó soberbio.- Ser xeneroso frente ó cobizoso.- Ser honesto frente ó deshonesto.- Ser sincero frente ó hipócrita.- Ser respetuoso frente ó que insulta e ó que desprecia.

Xa, para rematar, que disfrutes deste día en compaña da túa familia, e que o Cristo da Misericordia, a Virxe da Soidade e a nosa patrona, Santa Baia, che protexan a ti e á túa familia, e vos acompañen sempre. Que así sexa”.

No esperéis que os diga grandes cosas de mí. Todo fue normal, como normal era la vida de mis amigas, de las gentes de mi pueblo de Nazareth. Yo me enamoré de José. Con él soñé muchos sueños, los que Dios hacía brotar en nosotros. Cuando éramos novios me ocurrió algo extraño, sorprendente. Me sentí visitada, inundada por dentro, sor-prendida. Supe que había sido elegida para ser la madre del Mesías. Os podéis imaginar mi sorpresa. A pesar de que José y yo soñábamos el futuro, nunca pu-dimos soñar algo parecido. Yo, ¿la madre de mi Dios y Señor? ¿Y cómo decírselo a José? Le dije que sí a Dios. Yo siempre le ha-bía dicho que sí. Le abrí mis puertas. Le ofrecí mi vida para que El naciera en mí. Yo no podía dudar de que el Espíritu ha-bía entrado en mí y que algo muy nuevo estaba naciéndome dentro. De esto ya no podía dudar. Tampoco dudaba de que Dios haría las cosas a su manera y se entendería con José, como así fue. Así que, de repente, me vi mi-rada en mi pequeñez por la grandeza de Dios, me sorprendí acunando una Pala-bra que se hacía por momentoscarne de mi carne ¡Qué misterio! Todavía hice un viaje a casa de mi pri-ma Isabel. Oí que el Todopoderoso había borrado su humillación y me fui con ella a cantar al Dios que hace cosas grandes. Cuando nos encontramos, la boca se nos llenó de risas, la lengua se nos llenó de cantares. Cuando volví José ya había sido in-troducido en el misterio por el Dios que hace maravillas ¡Cómo nos fue creciendo el cariño hacia el Niño que iba a nacer a José y a mí! Contábamos las horas que faltaban para ver sus ojos y besar su co-razoncito. Ahora sí que soñábamos de verdad, ¡qué sueños! Soñábamos que nuestro hijo un día pondría los ojos en los más pequeños, levantaría a los más aplastados, hablaría del Padre como na-die, y brotaría en toda la tierra el mejor canto a la misericordia entrañable de Dios. ¡Cómo me gusta que queráis vivir in-tensamente el Adviento! Fue un tiempo tan hermoso para mí, de tanta interiori-dad y belleza, que ¡ojalá lo sea también para vosotros!

Me llamo MARÍA

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1.- IntroducciónQueridos diocesanos:Con esta afirmación el papa Francis-co llama a toda la Iglesia a vivir una experiencia de gracia y convoca el Jubileo Extraordinario de la Miseri-cordia que se inaugurará el próximo 8 de diciembre.

Participando de esta iniciativa del Obispo de Roma pido que nuestra diócesis reviva la experiencia de la misericordia. Ella es visible y palpa-ble en la ternura de los que cuidan a los más frágiles y necesitados, en el perdón mutuo y en el sacramen-to de la reconciliación. Por eso rue-go que todos tengamos abiertos los oídos del corazón para percibir el susurro del Espíritu que proclama: sed misericordiosos los unos con los otros.

Espero que todo esto no se ahogue en la esterilidad de los discursos. Deberemos promover en nuestra diócesis acciones concretas que ha-gan visible para todos el don de la misericordia, desde la atención sere-na de cada cristiano en la oración a este misterio de amor, hasta el com-promiso público y organizado hacia

los que hoy sufren por cualquier motivo. También quiero trasmitir la llamada que el Papa realiza a los sacerdotes a fin de que “sintiéndose ellos penitentes en busca de perdón, conscientes de que no son dueños del sacramento, acojan sin severi-dad y con ternura a cuantos deseen celebrar el perdón”. Además, ¿por qué no hacer nuestra la iniciativa del Papa 24 horas para el Señor? Acoge-remos también con entusiasmo las misiones de la misericordia que nos darán un vivo sentido del perdón y de la comunión con toda la Iglesia.

Cuantas más sean las acciones con-cretas y coordinadas que nos lleven a experimentar y a promover la mi-sericordia en el día a día, con mayor solidez estaremos dando respuesta a los retos que nos plantea también nuestro Sínodo diocesano.

Con esta carta pastoral quiero invitar a todos los diocesanos y personas de buena voluntad a abrirnos al miste-rio insondable de la misericordia de Dios. Ella, una y otra vez, nos hace hijos suyos a la vez que nos capacita y empuja a ser misericordiosos los unos con los otros. El ejemplo de

Jesucristo, el rostro de la misericordia del Padre

“Jesucristo, el rostro de la misericordia del Padre”, es el título de la Carta Pastoral en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia que acaba de hacer pública el arzobispo de Santiago de Composte-la, monseñor Julián Barrio. Se trata de un texto de siete puntos que se configura para los diocesanos de la Iglesia en Santiago como eje pastoral para la celebración de este Año de la Misericordia. Con abundancia de citas de la Sagrada Escritura, la Carta Pastoral es como el programa para vivir la conversión del corazón y acogerse a la mi-sericordia de Dios que lleve a ser misericordiosos con los demás.

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tantos peregrinos que viven la expe-riencia de la misericordia y celebran el sacramento de la reconciliación es un acicate para todos nosotros. Es-toy seguro de que ninguno de noso-tros puede decir que no necesita de la misericordia de Dios y de la de los demás. Y los demás esperan siem-pre nuestra actitud misericordiosa, esperando ser vistos con los ojos del corazón.

2.- La puerta santaSi en toda la Iglesia el Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia, como un momento de gracia y re-novación, ha de celebrarse con una gran esperanza y gozo, considero que ha de tener un eco especial en nuestra Iglesia diocesana en la que la celebración de los Años Santos Compostelanos se subraya la moti-vación de la Gran Perdonanza, tan vinculada a la Misericordia y al amor de Dios que perdona. La apertura de la puerta santa en la Catedral es el signo de la “Puerta de la Misericor-dia, a través de la cual cualquiera que pase por ella, podrá experimen-tar el amor de Dios que consuela, perdona y ofrece esperanza”.

no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momen-tos de la historia su naturaleza divi-na. En la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera defini-tiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericor-dia de Dios”[3]. Él es la Puerta: “En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas… Yo soy la puer-ta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (Jn 10, 7.9). En nuestra Ca-tedral abriremos la puerta santa el día 13 de diciembre, Domingo III de Adviento.

3.- La entrañable misericordia de Dios“Oh Dios, que manifiestas especial-mente tu poder con el perdón y la misericordia”. Esta sencilla oración expresa tanto la experiencia de los cristianos como la entraña misma de Dios. Desde nuestra óptica de-masiado humana a veces imagina-

No es difícil fascinarse ante la gran-diosidad y belleza de la creación, pero como afirmaba el papa emérito Be-nedicto XVI, esta inmensidad y poder es superado todavía por la grandeza y belleza de la misericordia. Sin duda, la primera es accesible a todos los ojos, y la segunda sólo a los del corazón. Así el salmista proclama: “Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes temor. Porque del Señor viene la misericordia, la re-dención copiosa y el redimirá a Israel de todos sus delitos” (Sal 129,3-4.7-8). Los que más de cerca viven este misterio no son los más perfectos o los más capaces, sino aquellos hom-bres y mujeres que experimentan la ternura de Dios. Testigos veraces de ella son para nosotros el leproso to-cado por Jesús (Mc 1,40-45), la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8, 3-10), el publicano cobrador de impuestos (Mt 9,9), la mujer que padecía flujos de sangre (Lc 8,43-48) o el paralítico al que le fueron perdonados sus pe-cados (Lc 5,24). Pero, ¿qué decir de Pedro, el que se oponía a la entrega en cruz de Jesús? ¿Y de Pablo, el que perseguía a Cristo en los hermanos? El primero dejándose lavar los pies comprendió que su amor por Cristo no provenía de sí mismo (Jn 13,9); el segundo, presumiendo ser buscador del Señor se dejó alcanzar por Él (Flp. 3,12-14). Queridos diocesanos, todas estas experiencias que nos acerca la Palabra de Dios son iconos vivos don-de todos podemos contemplar y de-jarnos hacer por su misericordia.

El mismo Jesús en la cruz abre su co-razón “desentrañándose” por la hu-manidad. Desde entonces, se hacen hijos y discípulos suyos los que reci-biendo sus mismas entrañas, su mis-mo Espíritu, se mueven por sus mis-mos sentimientos (Flp. 2,5). Cristo no sólo habla de misericordia y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica. El mismo es, en cierto sentido, la misericordia.

Esa entrega definitiva se fue derra-mando a lo largo de su vida en su so-

Ruego que todos tengamos abiertos los oídos del corazón para percibir el susurro del Espíritu que pro-clama: sed misericordiosos los unos con los otros.

La apertura de la puerta santa en la Catedral es el signo de la “Puerta de la Misericordia, a través de la cual cual-quiera que pase por ella, podrá experimentar el amor de Dios que consuela, perdona y ofrece esperanza”.

“Jesucristo es el rostro de la miseri-cordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su sínte-sis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su cul-men en Jesús de Nazaret. El Padre, “rico en misericordia” (Ef 2,4), des-pués de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pró-digo en amor y fidelidad” (Ex 34,6)

mos que el perdón proviene de una autoridad débil. Bien distinto es en Dios, en quien nuestros extremos se identifican: la infinita misericordia y la infinita justicia, el infinito amor y el aborrecimiento del pecado, el in-finito poder y la infinita complacen-cia con la que se compadece de to-dos nosotros. “La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios”.

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licitud por los pobres y pequeños. ¡Verdaderamente cada gota del Evangelio contiene el océano de la misericordia! “Lo que movía a Je-sús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de sus interlocutores y respondía a sus necesidades más reales”.

Esta misericordia entrañable presen-te en los Evangelios habla un idioma que es universal. Todos hemos sido testigos de ella y la experimentamos en un momento u otro a lo largo de la vida en la ternura y cuidado de los demás: cuando fuimos niños, cuando estamos enfermos, cuando seamos ancianos. También nosotros tocamos el borde del manto de Je-sús cuando se nos conmueven las entrañas y ofrecemos nuestra mano a los que más sufren o cuando la compasión de los demás hacia nues-tra fragilidad nos acerca el sol de la misericordia divina.

Por eso tengo presente a mu-chas religiosas y a tantas mujeres de nuestras ciudades y aldeas de nuestra diócesis que en sus casas atienden y cuidan a mayores y en-fermos. ¡Cómo no hacer referencia a médicos, enfermeras, enfermeros y personal sanitario en el delicado cuidado de los enfermos en los hos-pitales! Compartiendo la debilidad de quienes cuidan se tallan para sí un corazón más fuerte que el de “los sanos”. ¿Quién dejará de alabar y reconocer la misericordia del Padre viendo la de sus hijos? Por lo demás, ¿quién podrá negar que muchas ve-ces hay tanto amor en quien se deja querer y cuidar como en quien ofre-ce atención? Pues esto tiene la ter-nura: humaniza a quien la ofrece y también al que la recibe.

En este sentido nos dice el papa Francisco: “La mi-sericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él reve-la su amor, que es

como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más pro-fundo de sus entrañas por su propio hijo. Vale decir que se trata realmen-te de un amor “visceral”. Proviene de lo más íntimo como un senti-miento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón”.

Si nosotros siendo malos sabemos dar cosas buenas a nuestros herma-nos… ¡Cuánto más nuestro Padre del cielo! Ese Padre nos ama con amor materno, un amor que se conmue-ve por dentro hasta las entrañas por nosotros sus hijos. El profeta Isaías nos lo recuerda: “Sión decía: “Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado” ¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus entrañas?” (Is. 49,14).

Es ese mismo sentimiento materno el que lleva a San Pablo a sufrir dolo-res de parto hasta que en sus hijos de Galacia Cristo acabe tomando forma definitiva en ellos (Gal 4,19). El bea-to papa Pablo VI, reconociendo ese ardor evangelizador afirmaba: “¿de qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo, es el amor de un padre, más aún el de una madre; tal es el amor que el Señor espera de cada predicador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia”.

4.- En la lógica del don“Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, mírame, ten com-pasión de mí” (Sal 86,15-16). La mi-sericordia antes que un sentimiento humano es un don previo a nuestra actitud[11]. Como nos recuerda San Pablo: “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pe-cadores, Cristo murió por nosotros”

(Rom 5,8).

Todos somos sostenidos por el per-dón incondicional de Dios. En contra de lo que pudiéramos pensar, es la misericordia de Dios y no su justicia la que nos convierte en reos desa-gradecidos. La parábola del siervo sin entrañas al que el rey no sólo perdonó una gran suma de dinero sino incluso le respetó la misma li-bertad, negándose aquel después a perdonar una insignificancia a su compañero, describe la injusticia que cometemos cada vez que no perdonamos (Mt 18,23-35). El per-dón que Dios nos pide es conse-cuencia de su perdón previo, no una exigencia para quienes no lo han experimentado. Habiendo Pedro vi-vido en su propia carne el perdón de su maestro, comprendió que debía perdonar hasta setenta veces siete (cf. Mt 18,22).

Con todo, el perdón de Dios sólo puede ser pedido y aguardado con humildad, no obtenido como una gracia “automática”. La humildad es descombrar ese cúmulo de imá-genes que cubren la propia miseria, la propia debilidad, tapadas por po-ses y humos retóricos. Sólo puede acoger el perdón quien se convier-te, hace cambiar su vida, y acoge la voluntad de Dios, dejando transfor-mar su corazón de piedra en uno de carne, humano como el de Cristo. Hemos de tener la valentía de entrar en el quirófano de Cristo para que él cambie nuestro corazón. Será dolo-roso espiritualmente pero merecerá la pena contar con un corazón nuevo.

Por lo demás, ¿qué sentido tendría pedir a Dios que perdone todas nuestras ofensas si nosotros no es-tuviéramos dispuestos a compartir ese mismo perdón? ¡Seríamos como ricos que expolian a los pobres! ¿Quién rogará con piedad verdadera aquello que no está dispuesto a dar? Por eso, la petición del Padrenuestro perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden expresa también una ley presente en la existencia:

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poseemos sólo lo que compartimos. Es verdad, sólo puede vivir el perdón de Dios quien lo está ofreciendo al hermano. Sólo es misericordioso quien tiene suficiente capacidad en su corazón de hacer espacio a la rea-lidad muchas veces incomprendida de su semejante. Ser misericordioso es prueba de fortaleza de espíritu.

Cuando la Palabra de Dios descubra nuestro desamor, no desesperemos de la misericordia, ella nos irá con-duciendo de la mano hasta el en-cuentro con Jesús por el sendero del arrepentimiento, no por el de nues-tra desesperación. La humildad nace del conocimiento de Dios y también de sí mismo. Quien es misericor-dioso es también paciente consigo mismo, no por conformismo o indi-ferencia, sino con aquella fortaleza que soporta el tiempo de la espera.

Dios respeta y promueve nuestro crecimiento. Es verdad, perdonar se trata muchas veces más de un pro-ceso que de un acto, puede ser largo y doloroso, pero quien perdona no sólo hace un bien a quien recibe el perdón, sino que se libera del agui-jón de la venganza y de la losa del rencor.

Queridos hermanos, si queremos conocer a Dios, hemos de aprender a comprender las flaquezas, pecados e imperfecciones de los otros, como si fueran los nuestros. El pecado del hermano es un cierto reflejo del que hay en mí. Su mota es muchas veces tu viga (Cf. Mt 7,3). Hemos de sentir su pobreza como Cristo experimen-tó la nuestra, haciéndola propia. Los que mejor se han mantenido en el don de la misericordia no son los que la han guardado para sí, sino los misericordiosos con sus prójimos. Con razón el Señor Jesús los llama bienaventurados o dichosos, pues ellos poseen en sí mismos la cuali-dad que mejor describe a Dios.

Queridos diocesanos os pido que no encerremos la misericordia en el gueto de nuestro corazón. Sólo reci-biremos la misericordia de Cristo allí donde Él mismo la ofreció, en medio

de las injusticias concretas de nues-tra sociedad, en medio de incom-prensiones y ofensas cotidianas, en medio de las incoherencias de los que nos hacemos llamar cristianos.

la grandeza de la culpa, cuanto la semejanza de la naturaleza, para que nadie obtenga la misericordia de Dios que será su juez, sobre la base del juicio con que ha juzgado al otro”.

Desde esta caridad que reconcilia en comunión con el papa Francis-co quiero animar a que todos en la diócesis nos fijemos como objetivo las obras de misericordia, tanto cor-porales como espirituales, teniendo en cuenta esas periferias que ge-neran nuestra indiferencia e indivi-dualismo. Ello será un modo de des-pertar nuestra conciencia muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y de entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. Acercándo-nos a ellos, aunque nuestros peca-dos sean como escarlata, se volve-rán como nieve a los ojos de Dios (Is 1,18).

Cristo hoy está perdonando a tra-vés de los miembros de su cuerpo: cuando yo perdono, la misericordia de Jesús llega al otro, cuando soy perdonado, llega a mí. Animo a que la preocupación de los mayores que ven cómo los más jóvenes se alejan de la fe, no se convierta en deses-peración: en su paciencia, Cristo es paciencia para sus vidas; en su perdón, el perdón de Dios sigue lle-gando a ellos. Quizá no conocen a Cristo, pero a través del cuidado y misericordia de los mayores, al me-nos, tocan el borde de su manto.

Perdonar se trata muchas veces más de un proceso que de un acto, puede ser largo y doloroso, pero quien perdona no sólo hace un bien a quien recibe el perdón, sino que se libe-ra del aguijón de la venganza y de la losa del rencor.

Animo a que la preocupación de los mayores que ven cómo los más jóvenes se alejan de la fe, no se convierta en desesperación: en su paciencia, Cristo es paciencia para sus vidas; en su perdón, el perdón de Dios sigue llegando a ellos.

5.- Misericordia y reconciliaciónLa misericordia produce su fruto: la reconciliación. Este fruto no es una salvación del alma de forma indi-vidual, sino que nos amista con el cuerpo que es la Iglesia. El mensaje de la reconciliación no es una miel religiosa que proporciona consuelo, sino la sal que cierra la herida para la salud de todo el cuerpo. Ese cuerpo de Cristo somos nosotros. Con toda valentía nos dice San León Magno: “Porque esta debe ser sobre todo la preocupación de los santos: que na-die padezca el frío, que nadie sufra hambre, que nadie muera por falta de alimento, que nadie se destruya en el dolor, que las cadenas no ten-gan a nadie retenido, que la cárcel no tenga a nadie recluido. Por gran-des que sean los motivos del rencor, sin embargo, en el comportamiento de un hombre respecto a otro hom-bre se debe considerar no tanto

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6. Programación diocesanaLa celebración del Jubileo nos ayu-dará a renovar la pastoral diocesa-na. El tema de la misericordia ha de estar presente en todo nuestro que-hacer pastoral: en la catequesis, a lo largo del Tiempo litúrgico, de mane-ra especial en la Cuaresma, Semana Santa, Tiempo pascual, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y Solem-nidad del Sacratísimo Corazón de Jesús. A este propósito por parte de la Vicaría de Enseñanza, Delegación Episcopal de Catequesis y de Litur-gia se ofrecerán los subsidios opor-tunos aparte de los ya indicados por el Pontificio Consejo para la Promo-ción de la Nueva Evangelización. La exposición del tema de la misericor-dia se hará en la celebración de los sacramentos: Bautismo, Confirma-ción, Unción de los Enfermos y sobre todo Penitencia. “De nuevo, escribe el Papa, ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconci-liación, porque nos permite experi-mentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior”. Se nota una cierta desafec-ción al sacramento de la Penitencia.

Catedral y así acoger la Indulgencia plenaria jubilar.

En su momento se concretarán las fechas de las peregrinaciones de los distintos grupos diocesanos: fami-lias, niños, ancianos, colegios, uni-versitarios, enfermos, discapacita-dos, parados, marginados, etc. Las Delegaciones episcopales respec-tivas han de preparar conveniente y oportunamente estas peregrina-ciones. “Estoy convencido, decía el Papa, de que toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar con-suelo a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo”. Quien ha expe-rimentado la misericordia de Dios está en condiciones de practicar la misericordia con los demás y enten-der aquello que Jesús, el Buen Sa-maritano, dice al maestro de la ley: “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37) con los marginados, los sin techo, los que sufren por cualquier causa, los excluidos de nuestra sociedad. En este sentido invito a todas entidades financieras y comerciales a hacerse cargo del costo de un día de las insti-tuciones benéficas que cuidan de los más desprotegidos y olvidados en nuestra comunidad diocesana.

7.- La Madre de misericordia“Vuelve a nosotros esos tus ojos mi-sericordiosos”. María es madre de misericordia, la tuvo en su seno y la sostuvo en sus brazos; pudo nacer de ella, porque se hizo humilde sier-va de la Palabra de Dios. Su humildad fue condición para profetizar la dis-persión de los soberbios de corazón y la exaltación de los humildes. Su

piedad misericordiosa la muestra María en las bodas de Caná con aquellos jóve-nes esposos que pudieron verse en la ig-nominia de no poder ofrecer vino a los invitados. María intervino y Jesús realizó el primero de los signos, manifestando su gloria, y los discípulos creyeron en él. Ella tiene el propósito de manifestar la gloria de Cristo para la conversión de los hombres. Es verdad que a los que se les ha perdonado mucho es porque han amado mucho (Lc 7, 47). Sin embargo, lo mejor de todo es el amor de la Madre del Señor, que nunca le ofendió sino que recibió de Él la misericordia mayor de todas: la de reconocer su propia nada en medio de la más alta perfección, y de ser la más pobre entre todos los santos porque fue la más rica de gracia. Su ca-ridad correspondía perfectamente con su humildad. Esta no es el ámbito de la debilidad que siempre es fruto de la so-berbia revestida de palabras huecas.

Os pido que oréis por vuestro pastor y su Auxiliar para que como San Pablo pueda deciros: “Está justificado esto que yo siento por vosotros, pues os lle-vo en el corazón. Dios es testigo de lo entrañablemente que os quiero a todos en Cristo Jesús” (Flp 1,8).

Con cordial afecto y bendición en el Señor,+ Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela.

Quien ha experimentado la misericordia de Dios está en condiciones de practicar la misericordia con los demás y entender aquello que Jesús, el Buen Samaritano, dice al maestro de la ley: “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37) con los marginados, los sin techo, los que sufren por cualquier causa, los excluidos de nuestra sociedad

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Es necesario fomentar la práctica de este sacramento. Toda motivación que hagamos en este sentido siem-pre será poca. Los sacerdotes han de estar siempre disponibles para el que quiere acercarse a recibir este sacramento. Es Dios quien marca el momento. Es oportuno que en cada zona pastoral de la diócesis se fije una Iglesia con este carácter penitencial, aparte de la posibilidad de ofrecer este sacramento en cada una de las parroquias. Por otra par-te, parroquias y arciprestazgos han de programar la peregrinación para pasar por la Puerta Santa de nuestra

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LAS OBRAS DE MISERICORDIA

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1.- Una o dos ideas que flotan en Roma en torno al Sínodo de las familias. Qué se dice de él, de su desarrollo, de su dirección.

Me parece que, en Roma, las ideas que “flotan” en el ambiente, son las mismas que en el resto del mundo, las que nos viene por los medios de comunicación. Lo que sí es cierto es que este Sí-nodo ha generado muchas expectativas, bien sea dentro como fuera de la Iglesia.

En todo caso, en la Ciudad de Pedro y Pablo se aprende a tomar perspectiva de las cosas de mu-chas maneras. Una de ellas, es la catolicidad de la Iglesia con la que nos encontramos de frente todos los días. Aquí uno descubre que la realidad de la Iglesia y sus problemáticas pastorales, es muy compleja y variada. Hasta tal punto que, lo que en Europa parece como el gran problema, sin embargo en otras latitudes, o ni siquiera existe, o son otros los problemas más urgentes que se necesitan afrontar.

Otra de las ideas que se ha difundido mucho en el ambiente durante el Sínodo es la falta de unanimidad de los Padres sinodales con respecto a algunos temas. Este hecho ha sido interpretado de muchas maneras, algunas muy ideológicas. A mi modo de ver, lo que sin embargo nos debe-ría haber extrañado es que todo hubiese estado tan claro desde el inicio. Esto sólo podría indicar que la Iglesia no tiene en cuenta la rica y, por ello, compleja realidad matrimonial, máxime cuando nuestra Iglesia es universal. Nuestra catolicidad conlleva, nos guste o no nos guste, a un pluralis-mo, el cual no siempre es cómodo.

En este sentido, una vez más, la ciudad de Pedro y Pablo nos dan una nueva perspectiva. Estas dos grandes figuras nos muestran que las disensiones existieron en la Iglesia desde siempre. En efecto, ambos apóstoles tuvieron pareceres diversos y enfrentados sobre ciertos aspectos de la vida cris-tiana al inicio de la Iglesia, tal como nos muestran algunos textos neotestamentarios(Hechos 15, 1; Gálatas 2, 11-14). Y, ¿qué ocurrió? Pues al final, Pedro, el primer Papa, cambió de parecer. ¿Por qué? Porque se hizo un Sínodo, o mejor dicho, se celebró el llamado Concilio de Je-rusalén.

No se trata, por lo tanto, de la victoria de la

opinión de uno de los apóstoles sobre la del otro. En la Iglesia las cosas no funcionan así. La realidad fue que, en el Concilio que celebraron, los apóstoles reunidos, pudieron escuchar mejor la voz de Dios, que por la fuerza de su Espíritu, resonó con mucha más fuerza que individualmente en cada uno de los Apóstoles. No fue la opinión de Pablo la que venció, fue la Palabra de Dios que la Iglesia escuchó y que después Pedro proclamaría como verdad.

Así ocurrirá en este Sínodo de la Familia que aca-ba de concluir: a través de él, el papa, rodeado del Colegio episcopal, ha podido escuchar la Voz de Dios que nos habla de la belleza del misterio de la familia y su vocación. Ahora sólo nos queda es-perar a que el Papa nos regale un hermoso docu-mento en donde los católicos podamos escuchar esa voz y, en consecuencia, procuremos responder a ella en fidelidad.

Nueva Evangelización

10 ANCORA CONTIGO| DECEMBRO 2015

en el Sínodo de la Familia

2.- ¿Qué aporta al Sínodo de la Familia el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangeliza-ción donde te encuentras colaborando ahora?

Pues podríamos decir que el Pontificio Conse-jo para la promoción de la Nueva Evangelización ha dado mucho a este Sínodo, ya que el Papa ha llamado a formar parte del grupo de Padres sino-dales a nuestro Presidente, Mons. Rino Fisichella. Era importante, y así lo estimó el Papa Francisco, que estuviese presente el parecer de este nuevo Pontificio Consejo. No debemos perder de vista, por otro lado que, tanto el Sínodo extraordinario de la Familia del 2014, con el lema de “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, así como éste ordinario del 2015, estuvieron precedidos del Sínodo sobre “La nueva evangelizaciónpara la transmisión de la fe cristiana”. Sin duda al-guna, la familia es una de las grandes claves de la nueva evangelización, pues ella no sólo se juega el futuro de cualquier sociedad, sino también el de la

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Iglesia misma.

3.- ¿Qué le pide la Iglesia a una familia para que sea evangelizadora en estos tiempos y cómo sepuede evangelizar la propia familia en las actuales circunstancias?

La familia ha sido definida como “Iglesia doméstica”. Por ello, al igual que la Iglesia o, si se quiere, una parroquia, la familia es también un espacio donde el Evangelio es transmitido, vivido, celebrado y hecho catequesis.

No obstante, la familia evangeliza de una manera única. Ella transmite la fe enraizándola en los profundos valores humanos vividos en lo cotidiano del día a día. Se podría decir que desde el cacao de la mañana, al desayuno, pasando por los deberes de la tarde, o la nana que se canta a los niños antes de dormir, todo se vuelve un momento evangelizador.

En definitiva, en una familia cristiana todas estas acciones, hechas de manera familiar y doméstica, se convierten en evangelización, porque la familia es Iglesia, y la Iglesia evangeliza siempre. Fijaos qué importante es la familia en este sentido que, recientemente, el papa Francisco llamaba a la Iglesia “familia cristiana”.

Pero, por otro lado, hoy día tantas familias parece que han olvidado esta realidad, y están precisadas de una nueva evangelización, es decir, de que se les evangelice o, lo que es lo mismo, que se les ayude a descubrir su ser Iglesia doméstica. En este sentido, toda la comunidad, nuestras parroquias, deben salir en auxilio de estas familias: rezando por aquéllas que más lo necesitan, acompañándolas, apoyándolas en cualquiera de sus necesidades, invitándolas a participar más activamente en la vida de la Iglesia, etc.

De este modo, finalmente, las familias cristianas se pueden convertir en un Evangelio, en una buena noticia para la sociedad y para el mundo. En ellas el hombre moderno comprueba sorprendido que es posible una sociedad nueva, basada en valores tan revolucionarios y regenerativos del tejido social y las relaciones humanas, como son el amor, la entrega, el sacrificio, la fidelidad, el amor a la vida,…

ANCORA CONTIGO| DECEMBRO 2015 11

Comenzamos un nuevo AÑO LITÚRGI-CO con el ADVIENTO que nos prepara a la Navidad. Un año más se nos invita a vivir con ESPERANZA, alimentarla y fortale-cerla para poder trans- mitirla.

“En estos últimos años somos testigos -dicen nuestros Obis-pos- del grave sufrimiento que aflige a muchos en nuestro pueblo motivado por la CRISIS que aflige a tantos; un sufrimiento que no se debe unicamente a factores económicos, sino tambien a factores morales y espirituales”.

Somos propensos al olvido y a la comodidad, estamos demasiado atados al bienestar material y descuidamos cultivar la esperanza, el amor, la generosidad hacia los demas.

Nos habituamos a lo de “siempre“ y “como siempre“ y entonces surge el aburrimiento y la falta de interés.

Hoy como ayer tengo que levantarme, ir al cole, a la fábrica, a la oficina o al mar… y sin embargo cada día es NUEVO, porque la vida no es una rueda de NORIA sino un camino siempre nuevo y una tarea siempre nueva…

Se nos presenta un NUEVO AÑO…UNA NUEVA OPORTUNIDAD…que en estos tiempos de tanta oscuridad espiritual -alguien llama: ECLIPSE DE REY y DE DIOS…- abre los ojos del corazón y si CREES…escucharás en este ciclo la Palabra de Dios que nos habla de: GLORIA, LUZ, PAZ, CONFIANZA, SALVACION…

La vida es como una marea… sube y baja… Ahora es tiempo de trabajar, orar, servir con la esperanza de que el Señor lo gratificará como PADRE BUENO.

QUE MARIA LA MUJER SIEMPRE ADMIRABLE Y MADRE EJEMPLAR NOS ACOMPAÑE AL CAMINAR.

CAMINA CON ESPERANZA HACIA DIOS

Cesáreo Canabal, Párroco de Santa Uxía

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Año XVIII Nº 214

DICIEMBRE 2015

ancoraContigoDirixe e deseña: David Mohedano |Colaboran: Cesáreo Canabal, Ángeles González, Javier Millán, Rogelio Freijo, Asunción Castro, Gelasio López, Ramiro Canabal, Manuel A. Villar, Dolores Álvarez, Isabel González, J.Ramón J. [email protected]

Nací en Jerusalén. Yo era uno de tantos. Pero un día, el Señor me sobrecogió. Tocó con su palabra mis labios, su mensaje me quemó por dentro. Puso en mi lengua palabras que no conocía, me empujó a decir a mi pueblo un mensaje de esperanza y de consuelo. No podía explicarme lo que pasaba en mí. Las palabras me nacían a borbotones.¡Ni que fuera un poeta! El Dios santo me había hecho profeta para mi pueblo. Resulta que mi pueblo estaba atravesando momentos muy difíciles. El ejército enemigo quería arra-

sar mi ciudad y destruir a mi pueblo. La gente estaba desalentada. Y allí me vi yo, en medio, anunciando promesas, levantando esperanzas, dando ánimos a todos. El Santo de Israel no nos había abandonado. Allí en el horizonte vi a un niño, un prodigio de criatura. El iba a traernos la paz. Así se lo dije una y otra vez a mi pueblo. Les invité a que de las espadas forjaran arados y de las lanzas podaderas, les animé a que no se adies-traran ya más para la guerra, les dije que pusieran los ojos en el Príncipe de la Paz. Y ahora, aunque han pasado muchos siglos, también a vosotros quiero anunciaros una esperanza, también a vosotros quiero invitaros a recorrer los caminos de la Paz. Poneos en camino hacia Belén. Allí os saldrá al encuen-tro un Niño. En él encontraréis la paz y se alegrará vuestro corazón. Salid a su encuentro con el vestido de la esperanza.

FIGURAS DEL ADVIENTO

Este fue el nombre que escribió mi padre en una tablilla cuando le preguntaron qué nombre de-bían ponerme.Resulta que mi padre se había quedado mudo cuando tuvo una revelación de Dios en el templo. Y es que mi madre era estéril y la esperanza de tener hijos se les había escondido en los adentros. Pero el Dios de la misericordia entrañable hizo brotar en medio de la oscuridad una luz. Y así nací yo, como un prodigio en medio del pueblo, como una alegría inesperada. Todos los vecinos y parientes se pregunta-ban qué iba a ser yo porque la mano del Todopoderoso estaba conmigo. No sé cómo fue. Pero sí os digo, que con el tiempo fue creciendo en mí un fuerte contraste, una inquietud.¡Qué misericordioso era Dios y qué lejos de El estaba mi pueblo! Cada día tenía más deseos de que mi pueblo se acercara a Dios y que se renovara la alianza. Un día ya no pude contener esa presión y me sentí empujado al desierto. Vestido con pieles, alimentándome de saltamontes, vivía sólo para mi Dios, buscando cada día su rostro en la Escritura. La gente se fue acercando a mí. Yo los veía como gentes desorientadas, desanimadas, en búsqueda. Me preguntaban unos y otros: ¿Qué tene-mos que hacer? Y yo les invitaba a preparar el camino, a ser solidarios, a compartir, a ser más justos. Yo les bautizaba en el Jordán, pero sabía muy bien que lo mío era preparar caminos, solo eso, preparar caminos. Cada vez tenía más claro que preparaba camino para el que había de venir. Y ante él yo me consideraba apenas como una voz que clama en el desierto, como alguien que no es digno ni de desatar su sandalia, así me veía yo. Eso fue mi vida: esperar, anunciar, preparar sitio para el Sol que iba a nacer de lo alto. Si hoy me hacéis un pequeño hueco en vuestra vida, también a voso-tros os digo que esperéis, que miréis al que viene. El es el Salvador, el único capaz de unir en amistad a los hombres y mujeres con el Dios de la misericordia.

Dedica un tiempo a pensar y meditar cuál es la “verdad de la Navidad” has-ta que te sientas sobrecogido por el asombro, el agradecimiento, el gozo. Es una pena que tantos cristianos no encuentren ni cinco minutos para leer el relato del nacimiento de Jesús, para acudir a la Misa de Navidad, para me-ditar lo que llevamos oyendo desde hace tantos años.

Me llamo JUAN

Me llamo ISAÍAS