ANATOMÍA DEL MEXICANO de Roger Bartra

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ANATOMÍA DEL MEXICANO AUTOR: Roger Bartra EDITORIAL: Plaza y Janés LUGAR: México, 2002 RESEÑA: Eduardo Monteverde La desconfianza como un valor en sí misma, es uno de los factores para despejar la ecuación del mexicano. Fórmula no lineal y próxima al caos, hay una urgencia por elaborar un modelo que sirva al menos para despejar las dudas sobre este ser hasta ahora inasible, al que las reflexiones sumergen más en el misterio. No bastan los abordajes sociológicos ni de la antropología, las aproximaciones de la ciencia, las descripciones políticas o el ingenio popular. La metáfora aunque se agote sigue vigente y el mexicano en su fenómeno y en el ser es un teorema no resuelto. Roger Bartra, antropólogo y escritor, prologa y selecciona textos en una balanza sin fiel, para calibrar al mexicano en los filos del cambio de milenio, momento que coincide con un arribo a la democracia y hasta aventura una conclusión postmexicana. La obra reúne 25 ensayos y conferencias del último siglo, la mayor parte difícil de conseguir por haberse publicado en revistas ya fuera de circulación o en libros que no han sido reeditados. A la vez que desempolva a un mexicano olvidado, lo orea, diseca y en vez de enterrarlo, lo pone al día en esta vuelta de siglo, en un museo que trata de ser interactivo para el lector. Basta mirar a quien esté junto, para que se encienda el enchufe de los contenidos. Empieza la antología con arquetipos, una conferencia de 1900 del positivista Ezequiel A. Chávez con el trato ambivalente del discurso amable para ir fulminando con una taxonomía. La sensibilidad es el punto de partida. El mexicano es luminoso pero... en su heterogeneidad está el indio inerte de atonía vegetativa, el mestizo vulgar que en el azoro entre lo nuevo y lo viejo embota lo creativo y se suelta en acciones banales, irreflexivas, propias de la condición del peladaje, a diferencia del mestizo superior de “una epidermis moral muy delicada” y pródigo en ideas, pero un escalón abajo del criollo al que apenas menciona.

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ANATOMÍA DEL MEXICANOAUTOR: Roger Bartra EDITORIAL: Plaza y JanésLUGAR: México, 2002 RESEÑA: Eduardo Monteverde

La desconfianza como un valor en sí misma, es uno de los factores para despejar la ecuación del mexicano. Fórmula no lineal y próxima al caos, hay una urgencia por elaborar un modelo que sirva al menos para despejar las dudas sobre este ser hasta ahora inasible, al que las reflexiones sumergen más en el misterio. No bastan los abordajes sociológicos ni de la antropología, las aproximaciones de la ciencia, las descripciones políticas o el ingenio popular. La metáfora aunque se agote sigue vigente y el mexicano en su fenómeno y en el ser es un teorema no resuelto. Roger Bartra, antropólogo y escritor, prologa y selecciona textos en una balanza sin fiel, para calibrar al mexicano en los filos del cambio de milenio, momento que coincide con un arribo a la democracia y hasta aventura una conclusión postmexicana.

La obra reúne 25 ensayos y conferencias del último siglo, la mayor parte difícil de conseguir por haberse publicado en revistas ya fuera de circulación o en libros que no han sido reeditados. A la vez que desempolva a un mexicano olvidado, lo orea, diseca y en vez de enterrarlo, lo pone al día en esta vuelta de siglo, en un museo que trata de ser interactivo para el lector. Basta mirar a quien esté junto, para que se encienda el enchufe de los contenidos.

Empieza la antología con arquetipos, una conferencia de 1900 del positivista Ezequiel A. Chávez con el trato ambivalente del discurso amable para ir fulminando con una taxonomía. La sensibilidad es el punto de partida. El mexicano es luminoso pero... en su heterogeneidad está el indio inerte de atonía vegetativa, el mestizo vulgar que en el azoro entre lo nuevo y lo viejo embota lo creativo y se suelta en acciones banales, irreflexivas, propias de la condición del peladaje, a diferencia del mestizo superior de “una epidermis moral muy delicada” y pródigo en ideas, pero un escalón abajo del criollo al que apenas menciona.

El estoicismo, las ideas de bronce, la Conquista y el desgarro, son el sustento de esta tipología arcaica, devaluada ante la sociología moderna, pero creadora de estereotipos que hasta hoy persisten, dentro de la certeza o la fantasía colectiva. La respuesta al positivismo la da Antonio Caso cuando habla de los destiempos mexicanos, la Conquista como una oportunidad para entrar a la civilización europea, la Universal, aunque fuera un mundo más infeliz que el indígena con todo y la sangría de los sacrificios humanos. Pero la puesta al día retrasa la imitación civilizada del modelo de la sociedad que emerge del Siglo de las Luces y alcanzar la democracia resulta intento fallido, el paraíso se queda en casi.

Parecería en la tesis filosófica de Caso que este pueblo invalido para la invención, las pesas del tiempo tuvieran más dinamismo que las agujas del reloj de los países que desea imitar.

En Tiempo mexicano de Carlos Fuentes, los periodos más que retrasados están faltos de sincronía en dos espacios, son más lugares que tiempo. El de Quetzalcóatl y el de Pepsicóatl, México breve y débil pegado a su origen temeroso sin apartarse de un ombligo mítico; con el cordón de una placenta que no se estira lo suficiente para dejarlo ir a buscar.

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Sus héroes no son como los del Mediterráneo que en cada puerto se van impregnando de otredad. Ulises no es la serpiente emplumada y el país no es Itaca; el profeta indio se fue para nunca regresar, en su lugar está la representación de un adefesio.

Dice Carlos Monsivais en su turno que “ni la modernización se impone absolutamente, ni la modernización fracasa”. La falta de innovación de la que habla Caso es una parálisis de ensueño, Esperando a Godot dice Fuentes.

La atadura placentaria al mito impide crecer al mexicano, es la crianza en el complejo de inferioridad que describe Samuel Ramos en el auge del psicoanálisis: las desventuras que lo someten a una autodenigración. Primer anatomista de la nacionalidad mexicana, sitúa la gestación en el siglo XIX vulnerada por la Independencia, la invasión de Estados Unidos, la francesa, el imperio de Maximiliano, derrotas que merman la economía y agravan el ánimo, rompen el orden del crecimiento y el desarrollo, hacen frágil la figura ante la opinión extranjera que tacha al país de bárbaro, atrasado y se genera la desconfianza, los rasgos del carácter equívoco y susceptible. A esta inferioridad corrige Emilio Uranga con insuficiencia, “el filósofo más brillante de su generación”, en un ensayo fenomenológico y existencial. Habla de las laceraciones sentimentales, de la tara que obliga al mexicano a replegarse en la desgana y el pesimismo; la melancolía es el fondo en el que reposa. La ontología del mexicano es el proyecto de ser salvado por los otros, la otredad europea que desgarra aún más cuando el mestizo es tratado como autista, invisible ante los ojos del anglosajón que sólo se fija en el indio y en ese momento, ante el escaparate, el mestizo exalta lo indígena para salvarse. Tristeza profunda, indolencia, falta de madurez, las actitudes más que adjetivos remiten al ajolote de La jaula de la melancolía, metáfora filosófica y antropológica escrita por Roger Bartra en 1987, no incluida en esta antología.

Aflicción extraña que convive “ajolotilmente” con el relajo que suspende la seriedad e invita a otros para que lo acompañen a desviar la atención de un valor antes de reflexionar, a unirse en la falta de solidaridad frente a una propuesta. Un lenguaje esperpéntico que observa Jorge Portilla en La fenomenología del relajo, en “relajiento, palabra horrible pero adecuada”. Lenguaje semejante de alguna forma al del albur al que Fuentes considera una hipócrita retórica. La escatología, lo residual, podría ser un denominador en la identidad del mexicano de no ser porque La anatomía es una ecuación no lineal de silogismos y metáforas. De no ser porque como si fuera abono, de lo escatológico brota también lo idílico hasta la locura de Antonin Artaud que por amor a la belleza anhelaba un “fascismo a la mexicana”, en las raíces cósmicas de un camino hacia el sol y la sabiduría de la herbolaria nativa. El mestizo apasionado por la belleza, la peculiaridad del paisaje y la leyenda, la ensoñación del antropólogo que descubre en la transparencia hasta de la muerte las emanaciones espirituales en el Mesías mexicano de Anita Brenner. La raza cósmica de Vasconcelos. Lo indígena como una puerta de salida digna de la mexicanidad en sus identidades profundas está en Guillermo Bonfil y Luis Villoro, filósofo este último que ha modificado algunos de sus puntos de vista a raíz del levantamiento en Chiapas.

Contra el nacionalismo se pronuncia el poeta Jorge Cuesta. Arremete contra los que velan a la tradición que para serlo no requiere de acólitos, a quienes sólo disminuye su empeño por desafanarse de Europa. José Revueltas va al abordaje de la lucha de clases.

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“Cuando los intelectuales mexicanos describen su carácter nacional, casi se consideran así mismos como una nación de mentirosos, de destructores buscadores de poder, de sufridas mujeres resentidas y de engreídos hombres de presa” –dice en su texto Michael Maccoby, colaborador de Erich Fromm. Anatomía del mexicano va de la metáfora a la psicología, a la sexualidad, una vasta selección de la antropología cultural en la que ha campeado Octavio Paz, al que ahora se suman en este libro autores poco conocidos, que estuvieron a la sombra de los puntos de vista de la investigación sociológica y económica que ha dominado el análisis de lo mexicano por lo menos desde la década de los sesenta. El paisaje cambia en tiempos de globalización, erizado ahora por la cursilería terrorífica del narco. El libro es como un anfiteatro de disecciones y en la carne de los mitos entra el bisturí de la desmistificación.