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Edición francesa: Revue internationale des sciences sociales (ISSN 0304-3037), Unesco, Paris (Francia).

Edición inglesa: International social science journal (ISSN 0020-8701), Unesco, Paris (Francia).

Edición árabe (selecciones trimestrales): Al-Madjalla al-Dawaliyya lil-'Ulüm ul-Idjtimü'iyya, Unesco Publications Centre, 1 Talaat Harb Street, Tahrir Square, El Cairo (Egipto).

Temas de los próximos números La información socioeconómica: sistemas, usos y necesidades E n las fronteras de la sociología Tecnología y valores culturales

Redactor jefe: Peter Lengyel Redactor jefe adjunto: Ali Kazancigil

Corresponsales Bangkok: Yogesh Atai Belgrado: Balsa Spadijer Buenos Aires: Norberto Rodríguez

Bustamante Canberra: Geoffrey Caldwell Colonia: Alphons Silbermann Delhi: André Béteille El Cairo: Abdel Mone im El-Sawi Estados Unidos de América: Gene M . Lyons Londres: Cyril S. Smith México: Pablo González Casanova Moscú: Marien Gapotchka Nairobi: Chen Chemutengmende Nigeria: Akinsola Akiwowo Ottawa: Paul L a m y Singapur: S. H . Alatas Tokio: Hiroshi Ohta

Precio y condiciones de suscripción [A] Precio del número: 23 F Suscripción: 1 año, 70 F

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Se ruega dirigir los pedidos de suscripción a los agentes de ventas de la Unesco (véase la lista), quienes podrán indicar las tarifas en moneda local. Toda comunicación de cambio de dirección debe ir acompañada de la última banda de expedición.

Imprenta de Presses Universitaires de France, Vendôme . © Unesco 1980

Los artículos firmados expresan las opiniones de los autores y no necesariamente las de Ia Unesco.

Los artículos de este número pueden ser reproducidos con la autorización de la redacción.

Toda correspondencia relativa a la presente revista debe dirigirse al redactor jefe de la Revista internacional de ciencias sociales, Unesco, 7, place de Fontenoy, 75700 París

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revista internacional de ciencias sociales

Revista trimestral publicada por la Unesco, París Vol. X X X I I (1980), n.° 4

Acerca del Estado

Nicos Poulantzas

Maurice Godelier

S. N. Eisenstadt

Romila Thapar

Pierre Birnbaum

Aristide R. Zolberg

Guillermo O'Donnell

Issa G. Shivji

Immanuel Wallerstein

Silviu Brucan

Editorial 641

Nota de investigación acerca del Estado y la sociedad 657

Orígenes y formación

Procesos de la constitución, la diversidad y las bases del Estado 667

Análisis comparativo de la formación de los estados en sus contextos históricos 683

La formación del Estado en la India antigua 716

La evolución en el centro

Estados, ideologías y acción colectiva en Europa occidental 733

Interacciones estratégicas y formación de los estados modernos en Francia e Inglaterra 750

Desarrollos en la periferia

El aparato estatal en los países del tercer m u n d o y su relación con el cambio socioeconómico 783

Algunas cuestiones teóricas sobre el Estado en las formaciones sociales dominadas del África 801

El sistema mundial

Los estados en la vorágine institucional de la economía mundial capitalista 815

El Estado y el sistema mundial 824

ISSN 0379-0762

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Debates abiertos

Leon Zalmanovich Zevin El nuevo orden económico internacional y la reorganización de Jas políticas de desarrollo económico de los países. en desarrollo 845

Bases de datos socioeconómicos: situaciones y evaluaciones

Fernando González Vigil Estructuras nacionales de los datos y otros socioeconómicos primarios. VII: Perú 857

£1 ámbito de las ciencias sociales

André Béteille, Sobre el concepto de tribu 905

El Premio Stein Rokkan de investigación comparada del C I C S . 909

Servicios profesionales y documentales

Theodore Wyckoff Lista sistematizada de unidades políticas nacionales en el siglo xx 913

Calendario de reuniones internacionales 927

Libros recibidos 931

Publicaciones recientes de la Unesco 934

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Acerca del

Estado

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Editorial

C o m o observa Fernand Braudel en Civilisation matérielle, économie et capitalisme, XV'-XVIir siècle, "hoy día el Estado goza del mayor predicamento". A dife­rencia de las estructuras estatales del pasado, el Estado contemporáneo llena "todo el espacio social"; posee "esa fuerza de penetración 'diabólica' que le atribuye la actualidad"1.

La fascinación, entreverada del temor, que ejerce el Estado, ese "hijo m o n s ­truoso de la fuerza y del derecho", según Paul Valéry, no es nueva; en el transcurso de los tiempos, ha inspirado un sinfín de metáforas que evocan los monstruos a otras divinidades infernales de la mitología, c o m o Leviatán o Moloch. L a últimy en fecha de estas metáforas, y sin duda no la menos sugestiva, se debe al escritor mexicano Octavio Paz: "el ogro filantrópico". Fórmula que expresa admirable­mente los contradictorios sentimientos que suscita el Estado, principio dominador de vocación totalitaria, pero también entidad tutelar que protege a los ciudadanos y regula la sociedad.

Actualmente el Estado, pues, está por todas partes: en las sociedades indus­trializadas, en África, en Asia, en América Latina, tanto en el plano interno c o m o en el internacional. D e resultas de esta actualidad, es objeto frecuente de trato y atención por parte de la que Régis Debray ha llamado "la nouvelle médiocratie"2

sufriendo así "la entropía de los media"3. U n a corriente m u y en boga es el antiesta­tismo, mixtura liberal-libertaria para la cual el Estado es el M a l absoluto. Otra corriente con éxito es la que, maniquea y etnocéntrica, sublima L'État civilisé*, haciendo el elogio sin reservas de un tipo de Estado determinado y condenando implacablemente a los demás a la categoría de Estado despótico6. Cada cual tiene por bueno, menos bueno o detestable a este o al. otro sistema político, pero tales juicios no tienen absolutamente nada que ver con una acción desapasionada y seria que aspire a aportar explicaciones al fenómeno estatal.

Los artículos recogidos en este número tratan de contribuir, gracias a las aportaciones de la sociología, de la antropología, de la ciencia política y de la historia, a la resolución de las grandes interrogantes sobre el Estado.

N o es la primera vez que la cuestión del Estado se aborda en nuestra Revista,

Rev. int. de clenc. soc, vol. X X X I I (1980), n.° 4

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uno de cuyos números, hace ya casi diez años, estaba dedicado a " L a edificación nacional en diversas regiones" (vol. XXIII, n.° 3, 1971); varios artículos de esa entrega trataban de la formación y del desarrollo del Estado en diversas partes del m u n d o .

Estos artículos eran, en realidad, resultado final de un proyecto de investi­gaciones comparativas sobre la formación del Estado y la edificación nacional emprendido por la Unesco y el Consejo Internacional de Ciencias Sociales. Se celebraron una conferencia interregional (1970, Cérisy-la-Salle, Francia), tres coloquios regionales en Europa, en Asia y en América Latina, y una mesa redonda, de carácter más técnico, sobre datos para estudios históricos comparados refe­rentes a la edificación nacional, todo lo cual dio c o m o fruto la publicación, en dos volúmenes, de Building States and Nations (1973), bajo la dirección de S. N . Eisenstadt y Stein Rokkan.

Este último murió prematuramente en 1979 (en su honor, el Consejo Inter­nacional de Ciencias Sociales acaba de crear un premio Stein Rokkan de investi­gación comparativa), pero la presencia del profesor S. N . Eisenstadt entre los autores de este número tiende un puente entre los dos proyectos, a una década de distancia, durante la cual la problemática del Estado ha evolucionado y se ha enriquecido con nuevas aportaciones teóricas y empíricas. C o n todo, releyendo hoy la entrega de la RICS de 1971 y los dos volúmenes de la obra dirigida por Eisenstadt y Rokkan, podemos comprobar que la mayor parte de los problemas e hipótesis sobre el Estado que en ellos se formulan están m u y cerca de las preocupa­ciones actuales, expresadas a continuación en varios artículos, por no hablar de la riqueza de los capítulos dedicados a la metodología de las investigaciones comparativas, del constante afán por asegurar la confrontación entre la teoría y los datos empíricos y por integrar la historia en los análisis sociológicos. Así, algunos de los puntos esenciales de las citadas reuniones —y de los volúmenes en que se plasmaron— analizaron el carácter específico de la formación y desa­rrollo del Estado en diferentes regiones del globo, las conexiones entre dicho proceso y la cultura propia de cada una de estas regiones, haciéndose el intento de evaluar las implicaciones de todo ello para el tercer m u n d o y de plantear la cuestión de las "Alternatives to the Nation State" (vol. I, p . 25).

. Entre otros números de la RICS que han abordado el tema del Estado, mencionaremos también el vol. X X X , n.° 1 (1978), dedicado a " L a territorialidad: parámetro político", en el que Silviu Brucan.que colabora en el presente número, había planteado ya la cuestión: " L a nación-estado ¿se mantendrá o desapare­cerá?" (p. 9-32), y demostrando que no podríamos desembarazarnos tan fácil­mente de esta vieja conocida. Otros tres artículos de ese número trataban de los aspectos territoriales del Estado. Citaremos también el vol. X X V I , n.° 4 (1974): " A la recherche de l'organisation rationnelle", con artículos sobre la burocracia estatal y el sector público en diversos países.

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II

Consagrado a un tema que se halla en el foco de las preocupaciones básicas de las comunidades de ciencias sociales de todo el m u n d o , este número quisiera ser también un homenaje a la memoria de Nicos Poulantzas, fallecido en octubre de 1979. Cuando decidimos abordar el tema del Estado, Nicos Poulantzas fue el primer especialista a quien consultamos y tuvo la gentileza de redactar, en junio de 1978, a petición nuestra, una "Nota de investigación sobre el Estado y la sociedad". Es evidente que dicho texto no estaba destinado a la publicación, y su autor, que seguía de cerca los adelantos de nuestro proyecto, se disponía a proporcionarnos un manuscrito sobre el Estado y la democracia en la actualidad (el tema VI de la "Nota de investigación"), que tenía que haber aparecido en este número. N o obstante hemos decidido publicar la referida nota, pues, aunque esquemáticamente, refleja bastante bien el pensamiento de Nicos Poulantzas sobre el Estado.

E n el conmovedor "Témoignage" que publicaron en el diario francés Le Mondé, poco después de su muerte, sus amigos saludaban no sólo al sociólogo, al intelectual y la considerable obra que nos deja, así c o m o al militante del socia­lismo democrático, sino también al amigo "lleno de vida, generoso y cordial... siempre dispuesto a rectificarse cuando se sentía obligado a ello por el movimiento de lo real". E n el anuncio de su última obra sobre L'État, le pouvoir et le socia­lisme (1978), en la que profundizaba y renovaba algunas de sus posiciones teóricas, Nicos Poulantzas escribía: " A s u m o la responsabilidad de lo que escribo y hablo en mi propio nombre".

m

El fenómeno del Estado es complejo. Mejor que entrar en el juego de las defini­ciones, siempre demasiado vagas o demasiado estrechas, y raras veces útiles, vamos a enumerar al azar algunas cuestiones, entre otras muchas posibles, que ilustran dicha complejidad: ¿es el Estado solamente una institución con su buro­cracia y sus funcionarios y encargados de funciones harto específicas, c o m o la policía, la defensa, la justicia, etc., o es un concepto jurídicamente definido, afín al de la soberanía o equivalente al del orden público, o, en una perspectiva socio­lógica, un ámbito en el que se enfrentan diferentes fuerzas sociales? ¿Es consustancial con la sociedad, con el conjunto de los procesos sociales, políticos y económicos, o constituye una entidad aparte, hija de la sociedad pero situada por encima de ella? ¿Es el Estado necesariamente territorial? ¿En qué se diferencia del poder político? ¿ Y del gobierno? ¿Y del sistema político? ¿Pueden calificarse c o m o Estado todas las formas de dominación política, desde los cacicazgos de las sociedades primitivas hasta el Estado contemporáneo, pasando por la polis de la Grecia antigua, la feudalidad europea, los imperios históricos y las monarquías

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absolutistas? E n la literatura filosófica, histórica y sociológica, el Estado ha recibido sucesivamente una u otra de las acepciones contenidas en estas interro­gaciones. E n la International Encyclopedia of the Social Science (1968), el artículo del Estado remite a otros 45, entre ellos autoridad, gobierno, política internacional, nación, nacionalismo, poder, estructura social, soberanía, legitimidad, democracia, constituciones y constitucionalización, proceso político, monarquía, comunismo, marxismo, anarquía, religión, Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Bodin, Burke, Rousseau, Hegel, etc. E n A Dictionary of the Social Science (1964), de J. Gould y W . L . Kolb, el artículo sobre el Estado hace referencia a cuatro elementos constitutivos que lo distinguen de otras entidades políticas: pueblo, territorio, gobierno e independencia, no sin hacer constar que es difícil a este respecto ceñirse a u n enfoque puramente descriptivo y no abordar cuestiones tales c o m o "¿por qué existe el Estado?", "¿por qué obedecemos al Estado?", "¿qué justifica la existencia del Estado?".

Tales preguntas, que inquieren por el origen y la naturaleza del Estado, del poder y de la autoridad política, se han formulado, desde Platón y Aristóteles, en el pensamiento político de todas las grandes civilizaciones, judeo-cristiana, islámica, china o india.

Fue Maquiavelo el primero que utilizó la palabra Estado (del latín status, participio de stare: estar en pie) tal c o m o hoy lo entendemos. Después de los pensadores del Renacimiento, de la Ilustración y de la primera mitad del siglo xix, el Estado fue discutido y analizado por las ciencias sociales, a partir de M a r x . E n su excelente obra sobre la Sociologie de l'État (1979), B . Badie y P . Birnbaum efectúan un análisis crítico francamente notable de las teorías sociológicas sobre el Estado, desde M a r x hasta la sociología contemporánea, pasando por Durkheim, W e b e r y los funcionalistas (p. 13-119).

A d e m á s de la sociología política y la antropología social, el Estado ha constituido a m e n u d o el centro de las preocupaciones de la ciencia política. Durante m u c h o tiempo estos estudios estuvieron dominados, tanto en Europa continental c o m o en los Estados Unidos, por el enfoque jurídico, y la ciencia política fue considerada c o m o equivalente de StaatswissentichafP'.. Después de la segunda guerra mundial, la ciencia política norteamericana estuvo domi­nada por el behaviorismo y los estudios empíricos. Se consideraba al Estado una entidad demasiado vasta para ser estudiada con garantías de validez. Los procesos políticos, el comportamiento político de los individuos y de los grupos fueron analizados por los paladines del funcionalismo estructural y del análisis sistémico. Sería inútil buscar el Estado en la serie de obras sobre política compa­rada [principalmente G . A l m o n d y J. Coleman (comp.), The Politics of the Developing Areas, L . Pye (comp.), Communications and Political Development, J. Lapalombara (comp.), Bureaucracy and Political Development, R . W a r d y D . Rustow (comp.), Political Modernization in Japan and Turkey, L . Pye y S. Verba (comp.), Political Culture and Political Development, L . Binder y otros,

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Crises and Sequences in Political Development] publicadas en los años 1960 en los Estados Unidos bajo los auspicios del Committee on Comparative Politics del Social Science Research Council y que han ejercido considerable influencia sobre varias generaciones de estudiantes y de investigadores en el ámbito de las ciencias políticas.

Se analizaban entonces los regímenes políticos, • sobre todo en los países del tercer m u n d o , con arreglo a este enfoque desarrollista o de modernización, prescindiendo no sólo del Estado, sino también de las relaciones de dominación-dependencia, es decir, de la historia de estas sociedades. L a réplica de los espe­cialistas latinoamericanos se expresó en la teoría de la dependencia, y, a partir de los años 1970, tanto en América Latina c o m o en África y en Asia, la problemática del Estado se situó en el centro de las preocupaciones de los investigadores.

U n a disciplina donde el concepto de Estado ha ocupado siempre u n puesto central es la de las relaciones internacionales. Sin embargo, en la teoría de las relaciones internacionales, suele considerarse al Estado c o m o u n dato, una unidad de base, cuyo comportamiento y ubicación en el sistema internacional se someten a análisis sin preocupación alguna por su naturaleza y su especificidad, ni siquiera a la hora de analizar los factores internos que influyen en su política exterior.

Jamás ha perdido su importancia el Estado para los historiadores marxistas que trabajan en las diferentes disciplinas de las ciencias sociales. E n cambio, para los politólogos y sociólogos adscritos a otras escuelas de pensamiento, se trata de un redescubrimiento del Estado. Esto es así principalmente en los Estados Unidos, donde tras los notables trabajos de los neomarxistas y la renovación de la economía política8, el establishment se' interesa de nuevo por el estudio del Estado, después de haberlo relegado al olvido por espacio de dos décadas9. Por ejemplo, Daedalus, la revista de la American Academy of Arts and Sciences, ha publicado recientemente un número (otoño de 1979) titulado " T h e State"..

También las asociaciones profesionales internacionales en las distintas disciplinas de la ciencia social se interesan cada vez m á s por el estudio del Estado. Por ejemplo, el programa del XII Congreso Mundial de la Asociación Interna­cional de Ciencia Política, a celebrar en 1982 dedicará amplio lugar a esta cuestión.

IV

Entre las diferentes maneras de inquirir sobre la realidad del Estado, los artículos de este número atienden principalmente a dos: el enfoque genésico y el enfoque funcional. E n efecto,, si se quiere comprender y explicar la naturaleza, el papel y las formas de este fenómeno que es el Estado, debe necesariamente tomarse en cuenta su formación, c o m o m o d o de dominación, universal y específico, no menos que sus funciones y sus comportamientos en todas las esferas de la sociedad y en el plano internacional.

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Maurice Godelier, R . Thapar y S. N . Eisenstadt dedican sus artículos respectivos a los procesos endógenos, que dan origen al Estado, a indagar lo que pudo suceder para que el Estado apareciese. Para Godelier, en la base del Estado se encuentra la diferenciación fundada en unas relaciones dialécticas entre la violencia y el consentimiento. E n su texto formula hipótesis que esclarecen el fenómeno de la obediencia generalizada, y acerca de lo que constituye el cimiento de toda vida en sociedad, es decir, la aceptación compartida de ciertas represen­taciones del orden social y cósmico por grupos con intereses contrapuestos. Problema éste que aborda también Eisenstadt, pero con arreglo a premisas diferentes. Considera este último los modos de percepción y de valoración de la realidad social y del orden cósmico, compartidos por los miembros de una sociedad, que él llama "códigos culturales" c o m o un dato previo cuyo papel, en los procesos de institucionalización de las sociedades, analiza, mientras Godelier se afana por demostrar los mecanismos de estas representaciones. Para él, es esencial hacer explícitos los mecanismos mediante los cuales el consentimiento de la mayoría se obtiene espontáneamente y de m o d o m u c h o m á s eficaz que con la más brutal de las violencias, y sostiene que lo que propicia este consentimiento y legitima la dominación es que ésta aparece c o m o un servicio que los dominadores prestan a los dominados. Los análisis de Godelier, ilustrados con ejemplos tomados de varias sociedades arcaicas y de imperios históricos c o m o el de los Incas, son asimismo de una gran pertinencia para la comprensión del Estado moderno. Otro tanto cabe decir del papel que asigna a la ideología y más especialmente a la religión, que considera, no c o m o simple reflejo o c o m o sistema de represen­tación llamado a legitimar, a posteriori, unas relaciones de dominación que nacieron sin ellas, sino, bien al contrario, c o m o una de las condiciones de forma­ción de dichas relaciones, una parte de la armazón interna de las relaciones de producción y de explotación. Sobre este punto, salvadas las diferencias paradig­máticas, comparte las preocupaciones no sólo de Eisenstadt sino también de Pierre Birnbaum, quienes establecen una estrecha correlación entre lo cultural y lo estatal.

Pero ¿a qué atribuir la diferenciación interna de las funciones sociales que sobrevino dentro de las unidades tribales y la formación de las nuevas jerarquías, no fundadas ya en relaciones de parentesco, sino en divisiones de nuevo cuño —órdenes, castas, clases— que señalaron el paso de la sociedad sin Estado a la sociedad estatal? Esta diferenciación se debe a las nuevas relaciones materiales de los hombres con la naturaleza y entre sí, derivadas de la agricultura y de los intercambios y que exigen una división del trabajo. Las divisiones sociales entre grupos de parentesco de las comunidades primitivas se transforman en relaciones de explotación en virtud de un triple mecanismo: la minoría dominante desvía en beneficio suyo el producto del trabajo comunitario (Godelier lo caracteriza c o m o el proceso en el que el trabajo "adicional", travail-en-plus, que sirve a la reproducción de toda la comunidad, se transforma en "sobre-trabajo", sur-travail,

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en beneficio exclusivo de la minoría dominante). Esta minoría representa a la comunidad frente al exterior, controla en consecuencia la circulación de los bienes y servicios y, finalmente, se erige en dueña del usufructo de los recursos comunes (la tierra), lo cual conduce a la dependencia no sólo ideológica y social, sino también material, de la mayoría con relación a la minoría.

Destaca Godelier la diversidad de estas transformaciones, que dieron lugar a diferentes jerarquías —órdenes, castas, clases— y sostiene que existen "tantas formas de Estado c o m o de jerarquías sociales y m o d o s de producción sustenta­dores de estas jerarquías", pero que "la existencia de una forma de Estado no es siempre el producto automático de la existencia de una jerarquía de órdenes o de clases".

Romila Thapar inicia su detalladísimo análisis histórico de la formación del Estado en la India pronunciándose contra la aplicación al caso indio de los conceptos de despotismo oriental y del m o d o de producción asiático (m.p.a.), al que reprocha fundamentalmente su incompatibilidad con el enfoque dialéctico, así c o m o la ausencia de pruebas empíricas a su favor.

Sostiene Thapar que en la aparición de un sistema estatal en la India, en el valle del Ganges, hacia la mitad del primer milenio antes de nuestra era, la tran­sición del parentesco a una sociedad estratificada, por una parte, y la conquista, por la otra, no tuvieron en m o d o alguno un papel exclusivo, y que este proceso varió de los Estados centralizados y unitarios a los Estados segmentarios, pasando por diversos sistemas descentralizados en cuyo seno los campesinos poseían tierras y las actividades comerciales eran m u y amplias, dos variables que son incompa­tibles con el m . p . a . La autora llama la atención sobre las relaciones entre las castas y los intereses económicos, relaciones harto m á s complejas de lo que muchos observadores imaginan, y sobre la importancia de la economía rural y del comercio entre los centros urbanos en la India antigua.

Insiste, pues, R . Thapar en la diversidad de los caminos que conducen a la formación del Estado indio premoderno. Es interesante observar que el concepto del m o d o de producción asiático ha suscitado siempre apasionadas controversias en países c o m o la India o Turquía, a los que se les ha querido aplicar. R . Thapar se rebela contra. el hecho de que los colonizadores e historiadores británicos hayan propagado la noción del despotismo oriental, viendo en ello, no sin razón, las reminiscencias de ciertos prejuicios invalidados por los datos empíricos.

Parece traslucirse ahí un aspecto epistemológico: los intelectuales de los países en desarrollo a los que se ha pretendido aplicar el concepto de m . p . a . lo han recusado en su mayoría, ya que éste implicaba que sus sociedades estuviesen estancadas o que fuesen sociedades "frías", con arreglo a la taxonomía de Claude Lévi-Strauss, permaneciendo así al margen de la historia, del progreso y de la evolución general de la humanidad, en cuyo núcleo se hallaron las sociedades "cálidas". Ven el m . p . a . y el despotismo oriental c o m o nociones desvalorizadoras. Para M a r x , . c o m o observa Maurice Godelier, el m . p . a . llevaba casi siempre el

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inmovilismo, toda vez que sus formas de Estado y de opresión hacen difícil la aparición de la propiedad privada. El m . p . a . se distingue del m o d o de producción antiguo y del m o d o de producción germánico, una de cuyas variantes, influida, por R o m a , condujo en Europa al m o d o de producción feudal, el cual vino a desembocar en el m o d o de producción capitalista y, en el plano político, en el Estado absolutista y posteriormente el Estado moderno.

S. N . Eisenstadt sugiere, para estudiar el Estado, u n cuadro analítico funcio­nalista, y se interesa, en una perspectiva comparativa, por los factores que condi­cionan los procesos de institucionalización dé las sociedades. Identifica dos de tales factores: por una parte, las tradiciones culturales, y, por la otra, los contextos político-ecológicos de las sociedades y, m á s especialmente, los lugares que ocupan en el sistema internacional, sobre todo desde el punto de vista de los modelos de hegemonía y de dependencia. Las tradiciones culturales consisten en códigos culturales, símbolos de identidad colectiva y m o d o s de legitimación de] orden social y político. Eisenstadt advierte que las formas institucionalizadas de estas orientaciones culturales subsisten de manera durable a través de las fases histó­ricas que atraviesan las sociedades. Volviendo a las hipótesis que ya expuso en The political systems of Empires (1963), distingue varias formas estatales (analiza m á s especialmente los sistemas imperial, imperial-feudal, patrimonial y de ciudad-estado), con arreglo a las características de las élites, de las orientaciones culturales y de los procesos de cambio.

Dentro de la evolución de estas formas estatales, que el autor ilustra mediante el análisis de las diferentes sociedades donde existieron (India, Islam, China, Europa occidental),.se esfuerza por demostrar las diferentes configuraciones del centro y de las periferias, de la estratificación social, de las élites — m á s o menos autónomas —y de los m o d o s de cambio y de conflicto, íntimamente rela­cionados estos últimos con los procesos de institucionalización de las orientaciones culturales y con los contextos político-ecológicos. Reseñamos dos aspectos de este marco conceptual tan sumamente elaborado: en primer lugar, enriquece el enfoque funcionalista del Estado, integrando en él los conflictos y el cambio, y sobre todo procurando tomar en cuenta los efectos del sistema internacional —considerado en términos de hegemonía, de centro imperial y de dependencia— sobre las configuraciones institucionales, las élites y los procesos de cambio de las sociedades y, particularmente, de las sociedades periféricas. A continuación, hallamos en el esquema :de Eisenstadt, el papel estratégico en la formación del Estado que la sociología funcionalista asigna a las élites, pero él amplía esta visión insistiendo sobre las funciones de las élites secundarias junto a las princi­pales, por lo que su concepción del Estado no se reduce a la de una "sala de máquinas"10 cuyas palancas de m a n d o estarían en manos de las élites.

C o n Pierre Birnbaum y Aristide Zolberg, abordamos la aparición del Estado moderno en Europa occidental. El proceder metodológico de ambos autores consiste en integrar.la historia en la sociología política. Otra actitud

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que comparten es la de subrayar la especificidad y la originalidad, con relación a todas las formas estatales que han existido en la historia —ciudad-Estado, federación tribal, Imperio, monarquía absolutista, etc.— "de la fórmula política" que —escribe en estas páginas Pierre Birnbaum— "al final de la Edad Media, se impuso a ciertas sociedades europeas cuyo centro chocaba con la resistencia de poderosas feudalidades periféricas (...). Vinculado a una historia particular, dentro de un contexto sociocultural y religioso específico resultado de una inmensa diferenciación de las estructuras sociales (...) el Estado se presenta (...) c o m o una máquina político-administrativa institucionalizada, servida por funcionarios que se identifican con sü rol, separada de la sociedad civil sobre la que intenta ejercer una tutela completa controlándola mediante sus órganos administrativos y su aparato jurídico particular, dominándola con su política, animándola con sus intervenciones económicas, avasallándola, en suma, mediante la conquista de los espíritus a los que inculca sus propios valores". Este modelo perfeccionado, este tipo ideal, corresponde al Estado francés, el m á s acabado que existe, mientras en Prusia la institucionalización quedó incompleta, lo m i s m o que en Italia y en España11.

E n cambio en otras sociedades, c o m o Inglaterra, que no hubieron de arrostrar semejantes crisis de la feudalidad12, o c o m o los Estados Unidos, donde jamás existió feudalismo, asistimos a una subestatificación, cuyo modelo es Gran Bretaña, que se habría dotado de un centro m á s que de un Estado. Pues aquí la centralización del sistema político no se acompañó de una diferenciación a fondo de las estructuras político-administrativas, y la sociedad civil no hizo m á s que autorregularse.

Pierre Birnbaum establece, pues, una distinción entre, por una parte, el estado, el "centro político" subestatificado, y, por la otra, la sociedad civil, o incluso el Estado moderno europeo, de las otras formas de Estados históricos, en Europa o fuera de ella13. Pero también tiene la ventaja de enfocar el Estado a partir de su entorno social, cultural y político, de precisar los contornos del Estado moderno, y sobre todo, de demostrar que, en su forma y funciones actuales, no constituye, "para siempre y en todas partes, el único m o d o de gobierno de las sociedades". El Estado moderno no es, pues, una institución universal; la forma adoptada en Europa se ajusta a la cultura y a la historia particular de esta región y ha sido por ellas determinada. Birnbaum se apoya m á s en la variable política a expensas de la variable económica y afirma que la aparición de las formas estatales específicas de Europa ha tenido relaciones m á s bien lejanas con el desarrollo de la economía mercantil. Por lo que se refiere al tercer m u n d o , observa que la construcción del Estado se ha realizado en los países correspondientes "por mimetismo, por adopción m á s o menos forzada de modelos exógenos"14. E n adelante, toda discución conceptual referente al Estado moderno debería remi­tirse a este tipo de análisis.

Aristide Zolberg coloca la dimensión política estratégica en el centro de sus

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análisis. Zolberg se declara partidario de fijar la atención en lo que él llama la "interfaz", zona de interacción de las facetas internas y externas del Estado. Sin embargo, según Zolberg, en el análisis de la formación de los Estados, ni el factor estratégico-político ni la economía del m u n d o capitalista deben consi­derarse "sobredeterminantes", sino que deben verse también c o m o dos conjuntos que confluyen en la interfaz y cuyas relaciones, a priori indeterminadas, deben examinarse caso por caso. Fiel a su proyecto de permitir "a la macrosociología política (...) rechazar lo más lejos posible el punto a partir del cual penetra en la zona de la historia pura y simple", Zolberg analiza, con un gran lujo de detalles, los orígenes medievales del Estado, la formación del sistema interestatal en la Europa moderna y el papel que desempeñaron las interacciones entre Francia e Inglaterra en la formación del Estado moderno en estos dos países, en el curso de los siglos xvii y x v m . Demuestra que las guerras y la configuración inter­nacional durante este período tuvieron efectos contrapuestos sobre estos dos países. ;Mientras que en Francia contribuyeron a la formación de la monarquía absolutista que acentuó las tensiones internas y obstaculizó el desarrollo de la economía, en Gran Bretaña, la misma variable, tras haber contribuido a eliminar la posibilidad de una solución absolutista, fortaleció el parlamentarismo. E n la primera, el Estado aumentó su dominio sobre la sociedad civil; en la segunda, la sociedad civil circunscribió los poderes del Estado.

Guillermo O'Donnell e Issa Shivji tratan del Estado en las formaciones sociales dependientes. El primero adopta una perspectiva comparativa, que ilustra contrastando las circunstancias de la formación del Estado en América Latina con las que en este ámbito han prevalecido en Asia y África. El análisis de O'Donnell tiene el mérito de tomar en cuenta gran número de factores, c o m o son las características de las potencias coloniales, de los países que sufrieron la colonización, y las del sistema mundial, que se ha transformado considerablemente entre los siglos xix y xx. L a formación del Estado moderno en América Latina, por ejemplo, tuvo lugar contra potencias colonizadoras precapitalistas, en el contexto del capitalismo competitivo, mientras que para los países asiáticos y la mayor parte de los africanos se trataba de luchar contra potencias capitalistas altamente desarrolladas, en el contexto del capitalismo monopolista y de las sociedades transnacionales; pero, en cambio, estos países se han beneficiado de la presenciaren el sistema internacional, de los países socialistas, y, en muchos casos, de la ayuda política, económica y militar.de los mismos.

L o que sorprende en G . O'Donnell es que, contrariamente al proceder que consiste en analizar el Estado partiendo de la sociedad, comience a partir del Estado para ir hacia la sociedad. Sostiene, en efecto, que, a diferencia de los países del centro, en la periferia son los aparatos estatales los que han dado forma a las sociedades y determinado el espacio sociopolítico por medio de la edificación nacional y el control de las transacciones económicas, y especifica su tesis haciendo intervenir variables sociales e internacionales.

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Issa Shivji se refiere a África, y más especialmente a Tanzania. Parte del hecho manifiesto de que nadie en África ha podido demostrar de forma convin­cente que la teoría marxista no sea válida para África y, todavía menos, proponer otra teoría del Estado. Por eso se acoge a la tesis que asimila el Estado a u n instru­mento de las clases dominantes, pero se guarda de considerarlo una máquina burocrático-militar que pueda pasar, tal c o m o es, de manos de la burguesía, a las del proletariado; puesto que el Estado es una categoría de clase, toda revo­lución debe aniquilarlo y sustituirlo, por otra estructura estatal. Expresa su desa­cuerdo con los que niegan la naturaleza de clases del Estado africano y que sostienen la teoría del "Estado no capitalista", que sería un Estado de transición, ya no burgués, sin- llegar a ser aún socialista.

Shivji da un repaso a las diferentes teorías que intentan descubrir la especi­ficidad del Estado africano. Todas estas tentativas se alejan, a su entender, del marxismo y no aportan nada a la comprensión del Estado en esta región. Se detiene más especialmente en la vieja teoría de la unidad, del capital financiero internacional, defendida1 principalmente por Kautsky, y que al parecer cuenta hoy con partidarios en África. Esta unidad constituiría el fundamento de una clase dominante mundial. Pues bien, dicha oligarquía internacional sería la.clase dominante en los Estados africanos, no sólo económica sino también política­mente. El personal político local no sería otra cosa que "agentes de servicio" y el Estado neocolonial tendría la misma naturaleza que el Estado colonial, es decir, seguiría siendo el Estado de las burguesías del centro. El rechazo de esta tesis por Issa Shivji es.significativo y refleja una actitud bastante difundida entre los intelectuales del tercer m u n d o : en efecto, el derecho de las naciones oprimidas a crear Estados políticamente independientes se considera un logro que no puede cuestionarse. A u n cuando la dominación económica continúe, el poder no, es ya directamente ejercido por las burguesías de las metrópolis, sino por clases dominantes locales, en el seno del Estado neocolonial. Estas clases locales, cuyas facciones mantienen alianzas con distintas potencias imperialistas, son más o menos autónomas según los casos, y las contradicciones internacionales y nacio­nales hacen que exista, dentro de estas formaciones sociales dominadas, una crisis de hegemonía, de donde se derivan las incesantes crisis políticas. Por otra parte, la dominación imperialista se empareja con la existencia, en el interior, de unas relaciones sociales precapitalistas, y todos estos elementos influyen en el carácter del Estado. E n el tercer m u n d o se contempla hoy el Estado c o m o un instrumento de liberación política, preludio de la liberación económica, y es asimismo la expresión de la dignidad de los pueblos que fueron un día colo­nizados. Es para ellos un medio de aparecer en el teatro de la historia, pero también de defenderse colectivamente contra el imperialismo, contra las sociedades transnacionales.

L a idea directriz del artículo de Immanuel Wallenstein incluido en estas páginas, que se encuentra ya sin duda en sus obras The Modern World System

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(vol. I, 1974 y vol II, 1980) y The Capitalist World-Economy (1979), es que "los estados, las clases, los grupos de estados étnico/nacionales, las familias, forman un vórtice institucional que es tanto el producto c o m o la vida moral del capital: su economía-mundo. Lejos de ser esencias primigenias y preexistentes, son exis­tencias dependientes y cotérminas". Echamos así de ver todo lo que separa tal enfoque de la sociología política de Birnbaum y de Zolberg. Se trata, en realidad, de una inversión total de perspectiva, sobre todo con la afirmación de que los comportamientos de los Estados constituyen la variable interviniente15, cuando para Birnbaum el Estado es la variable independiente.

U n caso ajemplar, casi una piedra de tope, para todos estos análisis del Estado, tan distintos, y las cuestiones que plantean, parece ser la revolución iraní. Ahí tenemos una sociedad que ha rechazado un modelo estatal, proyección del centro (Birnbaum) y dependiente de ciertos factores político-estratégicos (Zolberg), en el cual ejercían el poder algunas facciones de la clase dominante y cuya economía estaba dominada por el imperialismo (Shivji), de tal suerte que cabe también sostener que el Estado en cuestión era un producto de la economía-m u n d o capitalista (Wallerstein). Observamos en él actualmente procesos endó­genos que se apoyan en códigos culturales, en símbolos de identidad colectiva y en m o d o s de legitimación islámicos (Eisenstadt), que recusan nociones de origen occidental tales c o m o la modernidad, el progreso, la laicidad, que aspiran a destruir las viejas estructuras estatales (Shivji) y a dejar que se manifiesten unas formas de Estado que hacen referencia a la cultura y a la historia iram'es.

A este respecto se plantearía la cuestión de saber qué factores desempeña­rían el papel determinante en el proceso promovido por la contestación iraní del Estado: ¿procesos político/ideológicos; los lazos entre las orientaciones cultu­rales, la institucionalización y el cambio social; algunos elementos que se sitúen en la interfaz de las esferas internas y externas de la sociedad; ó bien los procesos del "sistema histórico" dominante, es decir, de la economía-mundo capitalista? Entre lo políticosocial y los económicosocial, ¿cuál de estos factores constituirá la variable independiente, relegando al otro al rango de variable interviniente?

Wallerstein justifica sus opciones teóricas con una toma de posición filosó­fica: el materialismo. Y una consideración heucarística: ¿qué criterio sería capaz de dar cuenta de la parte m á s amplia posible de la acción social? Y su respuesta es: los procesos integrados de producción, de los que se sirve para delimitar un "sistema histórico" (término que prefiere al de "sociedad" o al de "formación social"). L a economía-mundo capitalista constituye uno de estos sistemas histó­ricos, aparecido en Europa en el siglo xvi. H a venido extendiéndose durante cuatro siglos, para terminar integrando todo el planeta, y ha engendrado todas las instituciones modernas, incluido el Estado.

Para Wallerstein, los Estados son instituciones que responden a las necesi­dades de las fuerzas de clase que operan y que se han constituido al nivel de la economía-mundo. Son, objetivamente, clases de la economía-mundo, y, subjeti-

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vãmente, clases de un Estado. Paradógicamente, tanto la burguesía c o m o el proletariado expresan su conciencia de clase a u n nivel —el del Estado— que no refleja sus objetivos económicos reales. Tal anomalía incita a estas clases a definirse en términos de grupos, el principal de los cuales es la nación. Otros son la religión, la raza, la lengua, la cultura, etc. Estas solidaridades enmarcan la anomalía de las clases organizadas sobre una base nacional o estatal. El hecho de que segmentos de la burguesía y del proletariado mundial se definan sucesiva­mente en términos de grupos nacionales,, religiosos, étnicos o de clases, se debe a las dificultades que se presentan para salvar la crucial antinomia entre las clases objetivas de la economía-mundo y las clases subjetivas del Estado.

El concepto de economía-mundo capitalista abre notables perspectivas para el enfoque global e integrado del sistema mundial, y del lugar que en él ocupa el Estado. Silviu Brucan se interesa también por el sistema mundial. Pero, en el enfoque de este último, de una factura más clásica, m á s en la tradición de la teoría de las relaciones internacionales, el Estado no es un producto del.sistema mundial, sino un actor que influye en el sistema mundial y que, a trueque, se ve por él afectado.

Por lo que a la nación-Estado se refiere (pues permanece fiel a esta asociación, un tanto abandonada en nuestros días, considerándola conceptualmente m á s útil para los estudios internacionales, mientras que el par sociedad-Estado lo sería más para el estudio de los sistemas políticos nacionales), comienza con una revalorización de las teorías clásicas del Estado, incluida la de M a r x . Estas teorías clásicas fueron todas.formuladas conforme a un modelo de Estado auto-suficiente, que funcionaba en campo acotado, y en el que el sistema social global se correspondía exactamente con la sociedad nacional.

Ahora bien, hoy en día, los tipos de Estado existentes se hallan mayor­mente determinados por el contexto internacional y sus comportamientos están más influidos por factores externos,que por conflictos y procesos de clases. Y esto es tanto m á s verdad cuanto que vivimos una época de transición, del sistema internacional al sistema mundial. A este respecto, Brucan, aun aprobando a Wallerstein y su economía-mundo capitalista, no rechaza tampoco a u n autor c o m o George Modelski, que pone el factor político en el centro del proceso de la formación del sistema mundial (a ejemplo de Aristide Zolberg, que cita a Modelski en su bibliografía).

El Estado debe estudiarse en relación con los agregados humanos. —las clases y las etnias— así c o m o con las dinámicas creadas por los comportamientos de esos agregados. Aborda Brucan dos temas: las clases, la ideología y la. política extranjera, por una parte, y el grado de autonomía del Estado con relación a su base económica, por la otra. Y presenta cinco tesis: los intereses de clases funcionan verticalmente dentro de una nación pero.no horizontalmente entre las naciones; en política internacional, la nación desempeña un papel distinto al de la clase; estratégicamente, la política exterior tiene una base de clase, pero en sus relaciones

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en caliente, los gobiernos gozan de una amplia autonomía; el Estado es sin duda el instrumento político de las clases dominantes, pero las formas de hacerlo funcionar pueden cambiar y, en definitiva, la nación-Estado opera en la intersección de las fuentes internas de la política exterior con los factores internacionales.

Brucan considera el sistema mundial c o m o una estructura integrada que funciona según principios de comportamientos identificables y que comprende unidades —los estados— cuyas actividades se ven cada día m á s supeditadas a las exigencias internas del sistema mundial. E n el origen de este nuevo sistema global integrado sitúa, m á s que el capitalismo o que el factor político, la revolución científica y técnica. Ilustra esta afirmación con el análisis de las esferas militar, económica y política, y tan grande estima el impacto globalizante de la revolución científica que, a su m o d o de ver, puede provocar la erosión de las posiciones ideológicas. . •

E n cuanto al m u n d o capitalista, advierte "el fin de la era liberal", la "poli­tización de la economía" y, sobre todo, las tentativas de los grandes países capi­talistas "de planificar el desarrollo del m u n d o industrializado en su totalidad". El État-veilleur de nuit de Lassalle (o Estado-gendarme), que se.contentaba con garantizar la seguridad de los burgueses y del m u n d o de los negocios, es relevado por el Estado intervencionista. Destaca la complejidad de las relaciones entre el Estado, las sociedades transnacionales y el papel de la Comisión Trilateral que busca allanar las contradicciones de las potencias imperialistas y coordinar sus estrategias frente al tercer m u n d o . E n el tercer m u n d o , que padece los efectos nefastos del capitalismo dominador y de la división internacional del trabajo, el Estado se halla en situación de dependencia y su comportamiento varía según las fuerzas sociales que se encuentren en el poder. Es, simultáneamente y contra­dictoriamente, u n instrumento de desarrollo y de penetración imperialista.

Silviu Brucan analiza detenidamente el segundo m u n d o , es decir, los Estados socialistas. Constata que estos Estados operan, por la fuerza de las cosas, dentro de u n sistema mundial cuyas reglas las dicta el capitalismo, coincidiendo así con Wallerstein16. El carácter y el papel del Estado en las sociedades socialistas han sido condicionados por la necesidad de una industrialización rápida y su función principal ha sido la acumulación de capital. E n este terreno, c o m o en la educación y la cultura, hay que anotar en el activo del Estado socialista m u y grandes realizaciones. Pero para M a r x la industrialización era cosa del capita­lismo; la sociedad socialista debía ser post-capitalista y post-industrial, ya que la revolución tenía que producirse primero en los países capitalistas altamente desarrollados. Lenin y sus sucesores nunca tuvieron la posibilidad de abordar el problema de saber si el m i s m o Estado creado para industrializar un país en desarrollo podía ser también el instrumento de otra revolución: post-capitalista ésta y de una naturaleza radicalmente distinta. Para Brucan, parece ahora que este tipo de Estado tiene dificultades para responder a nuevas tareas sociales y económicas.

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V

El Estado es realmente un problema insoslayable de nuestro tiempo. J. W . Lapierre ha demostrado los inconvenientes de Vivre sans État". Esta cuestión no atañe a las sociedades que forman parte del sistema mundial. El Estado, en sus dife­rentes formas, es en ellas una realidad histórica. Urge, en cambio, comprender mejor esta realidad, explicarla y, si es cierto, c o m o afirma Marx , que "la h u m a ­nidad no se plantea nunca más que los problemas que es capaz de resolver"18, ha de ser posible transformar y domesticar el Estado, poniéndolo al servicio de los hombres. L o más difícil a este propósito, y es un aspecto que estaba en el centro de las preocupaciones de Nicos Poulantzas19, probablemente sea d e m o ­cratizar el Estado por la base, la participación, la autogestión, conservando siempre el funcionamiento de la democracia representativa, garante de las libertades y cuya sola forma posible no es desde luego el parlamentarismo clásico. Esto vale para las sociedades industrializadas tanto c o m o para las del tercer m u n d o , pero aquí el problema se complica, de una parte con los problemas de dominación-dependencia, que desarticulan estas sociedades y sus Estados, y de otra parte, para muchas de ellas, por la necesidad de buscar formas estatales y de democracia diferentes, en armonía con sus historias y sus culturas.

Entre tanto, el modelo estatal del centro se difunde por todas partes y no es seguro que las diferencias de formas estatales que se observan entre los países se refieran siempre a lo esencial. El Estado se halla en auge por doquiera y extiende su dominio. E n los países de la O C D E (cifras de 1976), los gastos del Estado fluctúan entre el 30 y el 50 por ciento de la renta nacional. E n los Estados Unidos, en 1977, estos gastos alcanzaron el 41 por ciento de la renta nacional (el 35 por ciento para gastos no militares). El Welfare State, que Milton Friedman llama el "Estado paternal"20, funciona c o m o un "súper-capitalista", un "súper-polizonte" y una "súper-mutualidad", aspecto este último que ha llegado a ser uno de los pilares de la legitimidad del Estado moderno.

Pero al par de su gigantismo inquietante, del cariz estilo 1984 que presenta (al fin y al cabo bien pocos años nos separan del plazo señalado por Orwell), da muestras de impotencia, resultando demasiado grande para los problemas pequeños y demasiado pequeño para los problemas grandes, según la ingeniosa frase de Daniel Bell, aun cuando en este ámbito sea difícil saber donde termina la pequenez y donde comienza la grandeza. Pero, en definitiva, hay sin duda una "crisis" del Estado moderno, que proviene, en bastantes aspectos, de su vocación de ser universal, de dirigir todas las esferas de la sociedad: lo político, lo económico, lo social, lo cultural, etc. Así, el Estado centralizador se ve y se desea para hacer frente a las reivindicaciones regionalistas o étnicas; y, sea cual fuere su forma, le cuesta acomodarse a los fenómenos de defección y de protesta21 de los grupos, fundado c o m o está en el principio del monopolio de las lealtades, por no

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hablar de su debilidad ante las multinacionales, los euro-dólares y los petro-dólares. C o m o quiera que sea, no parece dispuesto a sucumbir, y si un día se pone

en peligro su perdurabilidad, será a consecuencia de su gigantismo y su comple­jidad desmesurada, cayendo entonces el Estado en "estado de entropía"22.

A. K. [Traducido del francés]

Notas

1 Fernand Braudcl, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, X V ' - X V I W siècle, vol. 3: Le temps du monde, Paris, A r m a n d Colin, 1979, p . 39.

2 Régis Debray, Le pouvoir intellectuel en France, Paris, Ramsay, 1979, p . 7.

3 François Châtelet, "L'origine et la fonction de l'État", Le Monde diplomatique, febrero de 1978, p . 12.

4 Título de una obra de Charles Debbasch, Paris, Fayard, 1977.

5 Sobre la dicotomia Estado de derecho-Estado des­pótico, véase Blandine Barrct-Kriegel, L'État et les esclaves, Paris, Calman-Lévy, 1979. Sobre la ficción del despotismo asiático, ese monstruo que sólo el oriente pudo egendrar según la imaginación del occidente clásico, véase Alain Grosrichard, Structure du sérail, Paris, Seuil, 1978.

6 10 de octubre de 1979. 7 Véase a este respecto Harry Eckstein, " O n the

'Science' of the State", Daedalus, vol! 108, n.° 4 , otoño de 1979, p . 1-20; y el artículo "State" de la International Encyclopedia of the Social Sciences, 1968, vol. 15, p. 143-157.

8Véase Elizabeth C r u m p Hanson, " U n nouveau champ d'étude aux États-Unis d'Amérique : l'économie politique internationale", RICS, vol. X X X , n.° 3, 1978, p . 707-719.

9 J. P . Nettl, en "The State as a Conceptual Vari­able", World Politics, vol. X X , 1968, p . 559-592, advertía, pensando sin duda en los países anglosajones, que en el momctito en que escribía su artículo el concepto de Estado no estaba m u y en boga en las ciencias sociales; por su parte el profesor Macpherson, en " D o W e Need a Theory of the State?", European Journal of Sociology, vol. XVIII, 1977, p . 223-244, estimaba que sólo el marxismo y la social-democracia necesitaban tal teoría, refle­jando con ello un punto de vista restrictivo bastante difundido en el establishment de las ciencias sociales anglosajonas. Estas dos citas proceden de Philip Resnick, "In Search of the Modern State", ponencia presentada al X I Congreso Mundial de la Asociación Inter­

nacional de Ciencias Políticas, Moscú, U R S S , 12-18 de agosto de 1978, mecanografiado, 22 p . , que ofrece un resumen m u y apreciable de la literatura americana y europea sobre el Estado.

10 Bertrand de Jouvenel, Du pouvoir, Ginebra, Cons­tant Bourquin, 1945, p . 19.

11 Bertrand Badie y Pierre Birnbaum, Sociologie de l'État, Paris, Grasset, 1979, p . 191-216.

12 El papel de las características específicas de la feudalidad europea, en el proceso de institu-cionalización ulterior de los sistemas políticos europeos, aparece asimismo subrayado en dos obras fundamentales: Barrington Moore , Jr., Les origines de la dictadme et de la démo­cratie, Paris, Maspero, 1969, y Perry A n ­derson, L'État absolutiste, Paris, Maspero, 1978.

13 Véase a este respecto Georges Lavau, " A propos de trois livres sur l'État", Revue Française de Science Politique, vol. 30, n.° 2, abril de 1980, p . 396-412.

11 Op. cit., p. 178. 15 Immanuel Wallerstein, The Capitalist World-

Economy, Cambridge, Cambridge University Press, 1979, p. 293.

16 The Modern World-System: Capitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the Sixteenth Century, Nueva York, Academic Press, 1974, p . 351.

17 Jean-William Lapierre, Vivre sans État ? Essai sur le pouvoir politique et innovation sociale, Paris, Seuil, 1977, 375 p.

18 Karl Marx , Prólogo a la Contribution à la critique de l'économie politique, Paris, É d . Sociales, 1957, p . 5.

19 " L a gauche et l'État", Le Monde, 11 de marzo de 1977.

20 Newsweek, 22 de enero de 1979. 21 Véase Albert O . Hirschman, "Exit, Voice, and the

State", World Politics, vol. X X X I , n.° 1, octubre de 1978, p . 90-107.

— Hazel Henderson, "The Entropy State", en G . Boyle, D . Elliot y R . R o y (comp.), The politics of technology, Londres, Longman & Open University Press, 1977.

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Nota de investigación acerca del Estado y la sociedad

Nicos Poulantzas

Este texto tiene por objeto indicar los problemas esenciales y esbozar los temas que, á m i entender, deben guiar la investigación acerca del Estado y de la sociedad en el m u n d o contemporáneo.

M e parece indudable que los dos objetos de la investigación, Estado y sociedad, no pueden tratarse de forma equivalente y en el mismo plano sin asumir el riesgo de una extensión considerable del estudio.

Claro que no se puede hablar del Estado contemporáneo sin tratar de la sociedad que le sirve de base, ni de esta sociedad sin tratar del Estado que la dirige. Pero también resulta patente que, según se acepte c o m o punto focal de la investigación el Estado o la sociedad, el tratamiento del otro término cambia. Si aceptamos c o m o centro de la investigación la sociedad, trataremos del Estado, por supuesto, m á s no tanto en su especificidad propia cuanto por sus efectos sobre y su presencia en la sociedad.

Ahora bien, yo propongo que la investigación se centre en el Estado, y ello por tres razones esenciales:

Primero, con motivo del papel considerablemente incrementado del Estado y de la extensión característica de las estructuras estatales en nuestros días, fenómeno éste no totalmente nuevo, pero que ofrece una diferencia cualitativa con respecto al pasado.

Segundo, el retraso de las investigaciones que se interesan por el Estado con relación a las que tienen por objeto la sociedad. Retraso que distingue a las tres principales corrientes de pensamiento en las ciencias sociales hasta, 1965-70 aproximadamente: Las ciencias sociales de la tradición anglosajona dominante, en las que por lo demás

se confunden todas las tendencias del funcionalismo al sistemismo, se

Nicos Poulantzas (1936-1979) fue un sociólogo griego cuyas actividades intelectuales y profesionales se desarrollaran principalmente en Francia. Dejó una obra importante, abundantemente citada y traducida. Los títulos más conocidos son los siguientes: Poder político y clases sociales (1968), Fascismo y dictadura (1970), Las clases sociales en el capitalismo hoy (1974), L a crisis de las dictaduras (1975) y El Estado, el poder y el socialismo (1978).

Rev. int. de cieñe, soc., vol. X X X I I (1980), n.« 4

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distinguen incontestablemente por una negligencia respecto al papel propio y la especificidad del Estado, diluido en una concepción m u y general del "sistema político" y en una concepción que disemina el poder en una mul ­titud de "pluralismos de poder" y de micropoderes.

El marxismo oficial se ha distinguido también, sobre todo en su dogmatización estaliniana, por una negligencia respecto al papel propio y lá especificidad del Estado, al que durante m u c h o tiempo se le consideró una simple

, envoltura "superestructural" de la "base", enteramente reducido a ésta, y, por consiguiente, un simple instrumento manipulable a voluntad por la clase dominante.

Las ciencias sociales en Europa occidental, especialmente en Francia, Alemania e Italia, países en los que el Estado ha sido siempre objeto de investigación primordial (lo que sin duda se debe, entre otras cosas, al papel de los estados europeos en las revoluciones democrático-burguesas), pero en los que las ciencias sociales se han atenido en lo esencial a una concepción jurídica del Estado. Tal fue la ciencia jurídico-política europea, dominada principalmente por los estudios de derecho constitucional y de filosofía jurídico-política.

Tercero y último, si hay que tomar el Estado c o m o objeto central de la investi­gación, es también por el hecho de que ha pasado a ser, y no por causalidad, uno de los temas princjpales de la coyuntura ideológico-teórica en todo cuanto tiene algún relieve en las ciencias sociales.

Ahora bien, si t o m a m o s c o m o eje principal el Estado, la línea directriz de la investigación se modifica: los análisis de. los fenómenos sociales, de la sociedad en sentido lato (estructuras económicas, sociales, ideológicas, luchas de clases, movimientos sociales, etc.), absolutamente indispensables sin duda, serán tratados desde el punto de vista de su pertenencia en cuanto a las transformaciones y las estructuras del Estado. Ejemplos sencillos y característicos: no se tratará de estudiar exhaustivamente, y en su lugar adecuado, las multinacionales o la crisis económica mundial actual, sino en sus efectos y su relación con el Estado nacional, las políticas seguidas por el Estado frente a la crisis y la crisis misma del Estado.

E n suma, elegir en esta investigación un eje principal y atenerse a él por razones materiales (exigencias de la propia investigación) al m i s m o tiempo que científicas: si todo está en todo y viceversa (Estado-sociedad), no cabe esperar la consecución de resultados científicos más que delimitando el objeto de la inves­tigación, aun cuando esto deba hacerse de la manera más flexible que permitan las circunstancias.

L a investigación deberá estar centrada en torno a cinco o seis grandes ámbitos, comprendidos en cada uno varios temas principales. E n un primer m o m e n t o voy a limitarme a exponerlos, para entrar después en las cuestiones de método de su tratamiento (interdisciplinariedad, corrientes de pensamiento,

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Nota de investigación 659 acerca del Estado y la sociedad

orden de tratamiento). C o n el supuesto previo de que, en una primera fase de la investigación, estos ámbitos y temas deberán tratarse en su perspectiva general, para ser ulteriormente prolongados con el estudio de casos concretos.

El primer ámbito importante de la investigación es el que atañe a los problemas generales de.la teoría del Estado y tendrá por función el desbroce teórico del terreno. H o y día, en efecto, todas las disciplinas y corrientes de pensamiento que tratan de él se plantean una serie de cuestiones teóricas comunes en el análisis del Estado, pese a las diferentes respuestas que unas y otras aportan. Cuestiones teóricas que surgen en la crisis de las principales corrientes de las ciencias sociales tradicionales que se interesan por el Estado: a) crisis de las ciencias sociales anglosajonas tradicionales, que puede perfectamente constatarse en los propios Estados Unidos, en el desinterés que el establishment universitario demuetra por esta corriente; b) crisis del marxismo, que se manifiesta m u y especialmente en la renovación del pensamiento marxista por lo que se refiere al Estado; d) aparición de nuevas corrientes teóricas en el análisis del poder: corriente Foucault, corriente de la antipsiquiatría, corriente psicoanalítica que desborda el freudo-marxismo tradicional, corriente anti-institucional, nuevas investigaciones sobre el fenómeno totalitario, etc.

¿Cuáles son estos nuevos temas-cuestiones? El Estado, lo político, los poderes. ¿Se reduce el poder al Estado? ¿Se reduce el

poder a lo político? ¿ Y se reduce lo político al Estado? ¿Está compuesto el Estado de aparatos públicos formalmente estatificados o se extiende también a una serie de instituciones formalmente "privadas", c o m o por ejemplo la familia? Cuestiones esenciales todas ellas en las sociedades actuales, referentes a la delimitación y a la designación del objeto y del c a m p o del Estado.

Articulación del campo de lo económicosocial con el de lo políticoestatal. Cues­tiones sobre la especificidad de las estructuras estatales. ¿Existe u n orden de determinación entre el Estado y el m o d o de producción? ¿Cuál es este orden? ¿Bajo qué forma teórica deben enfocarse las intervenciones actuales del Estado en la economía?

Estado y formas de organización de la hegemonía. ¿Existe una relación, y cuál exactamente, entre el Estado y la dominación de clase? ¿Es el Estado u n simple instrumento-objeto de las clases dominantes, es un sujeto inde­pendiente y por encima de las clases, o es m á s bien u n c a m p o estratégico que condensa las relaciones de fuerza entre las clases? ¿Qué relaciones se dan entre el tipo de organización de las "clases dirigentes" y la armazón institucional del Estado? ¿Es el Estado, frente a las masas populares, una fortaleza hermética e impenetrable, o bien las luchas de las masas populares consiguen traspasarlo?

Estado y consenso político-social. ¿ D o m i n a el Estado únicamente mediante la

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represión? Si no es éste el caso, ¿basta con añadir a la represión el simple funcionamiento ideológico según el cual el Estado "engaña" presuntamente a las masas populares? ¿Debemos hablar igualmente de una tecnología del poder (Foucault) que residiría en procedimientos materiales m u c h o m á s eficientes que la pareja represión — ideología? ¿Correspondería la domi­nación del Estado a un deseo de las masas de ser dominadas, a un "deseo de a m o " (concepción psicoanalítica)? ¿ C ó m o sucede exactamente que las masas puedan algunas veces decir "no" a la opresión?

Aparatos de Estado y relaciones de clase. Si existe correlación entre Estado y relaciones de clase, ¿es que esta correlación, comprendida de manera compleja y sutil, basta para explicar exhaustivamente el aparato del Estado? ¿Hay una materialidad específica del aparato estatal (estructuras disciplinarias-autoritarias, burocratización, etc.) irreductible a tales o cuales relaciones de clase?

Estas cuestiones son importantes, pues las hallamos constantemente en todo análisis concreto y en ciertos aspectos son la clave de investigaciones m á s detalladas. Queda por ver si estos problemas teóricos deben tratarse separada­mente y de antemano o dentro de los análisis efectuados en los otros campos.

El segundo ámbito consistiría en la especialización de determinados campos de la investigación, obeciendo amplias áreas teóricas. Por mi parte, veo tres áreas posibles: a) el Estado del capitalismo desarrollado; b) el Estado de los países capitalistas dependientes; c) el Estado de los países socialistas.

Observación previa resultante de una convicción teórica personal, parece cada vez m á s claro, para la totalidad o la casi totalidad de la investigación actual, que las diferencias supuestamente decisivas entre los estados capitalistas y los estados socialistas no lo son tanto, en el sentido de que presentan ciertas similitudes de estructuras o, cuando menos , algunas afinidades en los problemas que se les plantean y, también, en la forma de tratarlos: terreno del bienestar, problemas tecnológicos, elementos de burocratización, etc. Las razones de todo ello son hoy objeto de m u y amplia controversia. Sea c o m o quiera, sin caer en las tesis de R . Aron o incluso de A . Touraine sobre una afinidad en la naturaleza de las sociedades post-industriales, parece evidente que la supuesta diferencia radical entre estos dos tipos de Estado (los capitalistas y los del socialismo auténtico) no resiste el análisis. D e suerte que no cabe desestimar una investi­gación sobre estos Estados que siga unas líneas directrices comunes, sino al contrario.

C o n todo, estos tipos de Estado deben distinguirse si quiere uno evitar el caer en una amalgama científica. A u n cuando sus estructuras fundamentales se asemejen en algunos aspectos, no dejan por ello de presentar rasgos parti­culares. Fenómenos c o m o la burocratización, los imperativos tecnológicos, la circu­lación de las élites, etc., se presentan de m o d o distinto en estos dos tipos de Estado,

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Nota de investigación acerca del Estado y la sociedad

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tanto en su contemporaneidad c o m o en su formación y reproducción históricas. Se plantea u n problema especial en cuanto a la distinción, dentro de los

estados capitalistas, entre los del centro y los de lá zona periférica de la depen­dencia. Efectivamente, en la' fase actual de internationalization del capital y los procesos de trabajo, cuando se reducen las líneas de fractura entre el centro imperialista y los llamados países del tercer m u n d o , una teoría general del Estado capitalista actual no puede bastar para el estudio de dichos estados. Es necesario llegar a una teoría del nuevo tipo de Estado en los países del capi­talismo dependiente: esto es tanto m á s indispensable cuanto que, si bien se dispone en la actualidad de numerosas investigaciones respecto a la economía de los países' dependientes (desigualdades en los intercambios, dependencia tecno­lógica, neocolonialismo, etc.), falta todavía una teoría general relativa al sistema político propio de los países de la zona de dependencia. Los únicos estudios generales que existen en este caso son los que ponen en relación las instituciones políticas y los esfuerzos de modernización de los países dependientes, los cuales participan de la ideología del subdesarrollo en cuanto consideran la situación de los países del tercer m u n d o no c o m o una situación de explotación y de opresión estructurales por parte de los países dominantes, sino c o m o una simple situación de retraso-recuperación con respecto a los países desarrollados. Ahora bien, todas las teorías actuales de la dependencia se fundan en una crítica radical de esta última concepción, cuyo representante típico en el plano económico es W . Rostow.

D e b e , por consiguiente, llevarse a cabo u n especial esfuerzo dentro del marco de esta investigación a fin de poder llegar, allende las investigaciones concretas relativas a tal o cual Estado de los países dependientes, a unos prin­cipios generales de análisis que tengan por objeto el tipo de Estado de la zona de dependencia. L o cual m e induce a señalar u n problema suplementario que el lector hallará m á s adelante. ¿ Q u é forma revisten las relaciones estructurales, entre estos tres grandes tipos de Estado actuales, o sea el capitalista del centro, el capitalista dependiente y el socialista?

Ésta cuestión sobrepasa con creces la de las relaciones internacionales entre dichos estados, m u c h o m á s simple. Es evidente, por ejemplo, que si las propias instituciones de cada uno de estos tipos de Estado son hoy lo que son, ello se debe también en alguna medida (¿cuál?) a la existencia de los otros tipos de Estado. Esta relación es probablemente una relación estructural compleja que sobrepasa la de una simple "influencia" externa de cada Estado sobre los demás .

E n el curso de concretizar-particularizar esta investigación, que debería no obstante mantenerse al principio en u n plano relativamente general, será preciso introducir otra distinción.

Atañe a los países capitalistas actuales y se situaría entre las formas de Estado de excepción (fascismos y dictaduras militares) por una parte, y por la otra las que dependen de la reproducción m á s o menos regular de las

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hegemonías (que, para los países del centro, son en términos generales las formas "democrático-parlamentarias").

Por supuesto, esta distinción es más clara en los países del centro que en la periferia, donde las formas de Estado de excepción tienden a ser hoy la regla, lo cual entra de lleno en el punto precedente, es decir, en el análisis de la forma misma del Estado en los países dependientes. Pero allí también es bastante clara esta distinción indicativa: hay una diferencia sustancial entre México y Chile, entre la India y Argentina.

C o m o quiera que sea, insisto en este punto a fin de indicar la necesidad de delimitar un campo particular de la investigación que sería el de los Estados fascistas o de dictadura militar. Por una parte, porque se trata de un fenómeno que sigue siendo actual. Y por otra parte, m u y especialmente, porque los principios aplicables al análisis de estas formas de Estado no pueden ser idénticos a los que se aplican a las "otras" formas de Estado. Estas formas constituyen fenómenos totalmente específicos, con estructuras propias: no se puede eludir este problema con vagas consideraciones sobre una presunta generalización del totalitarismo en el m u n d o entero. Pero el fenómeno totalitario sigue siendo real: es preciso tratarlo en su lugar conveniente. Por otro lado, no conviene caer en la ilusión de una diferencia absoluta de naturaleza entre los fascismos-dictaduras militares y los demás Estados: hay bastantes estructuras que les son comunes, lo que explica que su análisis respectivo pueda competer a una misma y exclusiva investigación.

Al avanzar en el estudio del Estado contemporáneo, reservaré un terreno aparte a la cuestión de la dimensión internacional, en un sentido ya indicado antes. Aunque esta cuestión volverá a hallarse en los apartados que vienen a continuación merece ser tratada de manera específica, sobre todo bajo las temáticas siguientes:

El primero se refiere a Estado, nación, Estado nacional y fase actual del imperialismo. L a internacionalización actual del capital y de los procesos de trabajo, ¿pone en entredicho la existencia del Estado nacional? La fase actual del imperialismo, ¿induce a tales transformaciones de la nación que pone en tela de juicio la relación constitutiva entre nación y Estado? ¿Vamos hacia una debili­tación del Estado nacional en beneficio de formas institucionales interestatales, paraestatales o supraestatales? Si en efecto es así, ¿qué peso y qué papel le estarán reservados de ahora en adelante al Estado nacional? Si no lo es, si el Estado nacional sigue siendo el núcleo y el nudo esencial de la dominación, c o m o creo personalmente, ¿qué transformación sufre de todos modos con motivo de la actual fase del imperialismo? L a persistencia activa (y no la mera supervivencia) y la reproducción actual del Estado nacional no significa, en efecto, que la inter­nacionalización no determine transformaciones importantes de dicho Estado.

El segundo tema se refiere a la nación, problema insoslayable que habrá sin duda alguna que afrontar y punto oscuro de las ciencias sociales de hoy, cuya importancia se revela cada vez m á s . ¿Qué efectos tiene la internacionalización

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Nota de investigación acerca del Estado y la sociedad

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sobre la realidad nacional? ¿Se trata de una auténtica decadencia de la nación.o más bien de una ruptura de la unidad nacional impuesta bajo la férula de los diversos Estados y de un resurgimiento de las diversas realidades nacionales aplastadas hasta la fecha bajo las naciones estatales dominantes? Problema del resurgimiento de las luchas sostenidas por minorías nacionales, en muchos y distintos lugares del m u n d o , y sus efectos sobre el Estado.

El tercer tema, Estado y multinacionales, es un problema que puede tratarse aquí (pues se le encontrará en otros estudios y trabajos) bajo u n enfoque parti­cular: ¿se tratará, esta vez, de una pérdida del poder del Estado nacional, no en beneficio de formas supraestatales, sino en beneficio directo de fracciones del capital en forma de sociedades multinacionales? Si ello no es así, ¿qué peso espe­cífico tienen las multinacionales sobre algunas de las transformaciones actuales de los Estados nacionales? ¿Qué relación existe exactamente entre el capital multinacional y el capital interior de cada país?

El quinto de los ámbitos que nos ocupan tendría que ver con las transforma­ciones institucionales actuales del Estado. L a temática esencial sería la siguiente:

¿Asistimos hoy, en los países capitalistas, a unas transformaciones del Estado tales que pueda hablarse de una nueva forma de Estado, cualitativamente distinta de las del pasado? Personalmente estimo que tal es el caso, y que podemos designar esta forma de Estado c o m o estatismo autoritario. Aquí convendría detenerse en los puntos siguientes, que están en el centro de las investigaciones actuales: ¿En qué medida las funciones económicas cada vez mayores del Estado, mani-

fiestadas en la forma de una intervención prodigiosamente acrecentada del mismo en todos los terrenos de la vida social, conducen a transforma­ciones importantes del Estado? El aparato económico-planificador del Estado que conduce a una estatificación pronunciada de la vida social ¿es una consecuencia ineluctable del desarrollo del capitalismo? ¿Consigue este aparato dominar las contradicciones económico-sociales o estamos asistiendo a un fracaso del Estado benefactor fundado en las ilusiones keynesianas de un capitalismo organizado y planificado, que supuesta­mente hubiera conseguido superar dichas contradiciones?

U n marcado cambio en el papel organizador del Estado, al margen de los partidos políticos y en favor de la burocracia y la administración estatal, que incide en la decadencia general del papel representativo de los partidos políticos. Cuestión que actualmente desborda con creces el simple fenó­m e n o , relativamente antiguo, de una reducción de las prerrogativas del

1 parlamento en beneficio del ejecutivo. ¿Qué efectos tiene sobre el conjunto de las instituciones políticas este nuevo fenómeno del centralismo y la burocratización? ¿Cuál es, en consecuencia, la nueva estructuración de los partidos dentro del sistema político?

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N u e v a organización hegemónica del bloque en el poder y sus efectos sobre los diversos aparatos de Estado. Significación del desplazamiento masivo de la hegemonía hacia el gran capital monopolista y reestructuración de los aparatos represivos del Estado: ejemplo del ejército dentro del marco del complejo militar-industrial. Crisis de la hegemonía ideológica de las clases dirigentes y, en consecuencia, desplazamiento del papel de creación del consenso desde los aparatos ideológicos, c o m o la escuela o la univer­sidad, hacia los medios de comunicación social.

N u e v a s formas de control social: sustitución de la custodia social, en lo esencial fundada hasta el presente en los centros de reclusión (cárceles, manicomios), por u n nuevo dispositivo flexible y difuso dentro de conjunto del sistema social (compartimentación policial, sectorización psicológico-psiquiátrica, redes de asistencia social y de ayuda al desempleo, etc.). Así es principal­mente c o m o asistimos a u n proceso decisivo de "desinstitucionalización" del dispositivo ideológico-represivo y del "desencierro", en la medida en que los aparatos especiales (manicomios, cárceles, diversos lugares de concentración) destinados a "aislar" a los supuestos "anormales-asociales-peligrosos" se abren, extendiendo su garra sobre la totalidad del cuerpo social, lo cual implica que se considera "anormal" y "peligroso" al cuerpo social entero, que la culpabilidad se desplaza del acto c o n s u m a d o a la intención inscrita en la estructura mental y que la represión se extiende del castigo del acto a su prevención. Trastrocamiento del sistema de derecho y de la ideología jurídica que correspondían al "Estado de derecho" a fin de tomar en cuenta estas transformaciones institucionales.

Nuevas formas de control social y sus apoyos en u n a nueva tecnología del poder:

la informática, la electrónica y las libertades políticas. Automatización y desmembramiento del aparato del Estado (ejército, policía,

administración, justicia, aparatos ideológicos) en redes formales y aparentes, por u n a parte, y en núcleos herméticos estrechamente controlados desde los pináculos del ejecutivo, por la otra, y constante desplazamiento de los centros del poder real desde los primeros hacia los segundos, lo cual implica la generalización de la n o r m a del secreto. Despliegue de todo u n dispositivo de redes estatales paralelas al Estado oficial (dispositivo paraes­tatal) que escapan a todo control de la representación popular.

Nuevas formas de contestación y de luchas sociales (luchas urbanas, ecológicas, por la calidad de la vida, feministas, estudiantiles) y políticas nuevas con miras a su control. Nuevas formas de organización del "consenso" social frente a estos movimientos de "disidencia". Neoliberalismo y nuevas prác­ticas "reformadoras" del Estado, parálelas y consustanciales al estatismo autoritario.

Debería asignarse aquí u n lugar especialísimo a las cuestiones de la crisis econó­mica actual, de la crisis política y de la crisis del Estado. L o cual implica u n a

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Nota de investigación acerca del Estado y ¡a sociedad

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previa convicción teórica: la crisis económica actual en el m u n d o no es u n m e r o fenómenos coyuntural sino u n verdadero elemento estructural y macrohistórico. D e donde se derivan las cuestiones siguientes: El Estado actual frente a la crisis económica. Crisis de las políticas del Estado

frente a la crisis: los paliativos tradicionales del Estado frente a la crisis resultan hoy, ellos mismos , factores directos de la crisis económica. D e ahí lo que actualmente se designa con el término de "crisis de la adminis­tración de la crisis". Efectos de esta situación sobre los aparatos del Estado, el control social, la organización del consenso.

Esta crisis económica y esta crisis de las políticas del Estado frente a la crisis ¿están hoy conduciéndonos a una crisis del Estado? Porque ahora sabemos, en efecto, que las crisis económicas, sean cuales sean, no conducen automá­ticamente a una crisis del Estado. E n caso afirmativo, ¿se manifiesta esta crisis en todos los Estados capitalistas y con la m i s m a intensidad? ¿ Q u é papel desempeña en la reorganización de los aparatos del Estado? ¿ D e qué crisis se trata exactamente? ¿ D e una crisis que lleva a u n a desorga­nización y debilitamiento del Estado o de una crisis que conduce a u n fortalecimiento y una modernización del Estado? El debilitamiento y la renovación del Estado actual ¿constituyen los dos polos de una alternativa, o m á s bien una doble tendencia contradictoria que distingue al Estado contemporáneo?

Finalmente, creo que habría que reservar u n ámbito particular a las cuestiones relativas a Estado y democracia en nuestros días: a) la decadencia de la d e m o ­cracia representativa y de las libertades públicas; b) nuevas exigencias autoges­tionárias o de democracia directa desde la base en el m u n d o actual y su relación con la democracia representativa.

[Traducido del francés]

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Orígenes y formación

Procesos de la constitución, la diversidad y las bases del Estado

Maurice Godelier

El proceso de formación del Estado

Tradicionalmente se distinguen dos procesos de formación del Estado: uno exógeno con respecto a una sociedad y el otro endógeno. El proceso exógeno remite a fenómenos de conquista de una sociedad por otra y a la implantación de una dominación estable sobre las poblaciones conquistadas por parte de la población conquistadora. El proceso endógeno remite a la constitución progresiva de formas de dominación ejercida por una parte de la sociedad sobre el resto de sus miembros.

E n este artículo vamos a dar primacía a un análisis abstracto de las condi­ciones en que es posible la diferenciación interna de una sociedad, en u n grupo dominante y unos grupos dominados. H e m o s adoptado un punto de vista que puede acaso parecer formal y aplicable, en cierta manera, a toda forma de sepa­ración orgánica de una sociedad en dos grupos, uno dominador y otro dominado. E n efecto, nos hemos planteado de forma abstracta la cuestión general: ¿en qué consiste un poder de dominación?

Estimamos que todo poder de dominación se compone de dos elementos indisolublemente unidos que le confieren su fuerza y su eficacia: la violencia y el consentimiento. Y creemos que de estos dos componentes del poder, la fuerza más decisiva no es la violencia de los dominadores, sino el consentimiento de los dominados. Si esto es realmente así, entonces el enfoque teórico que conviene adoptar para entender los procesos que forman las relaciones de dominación y de poder estatal, en las sociedades arcaicas, debería ser éste: para situar y mantener en el "poder", es decir en el centro y por encima de la sociedad, a una parte de esta sociedad, la represión hace menos que la adhesión, la violencia física y

Maurice Godelier, especialista en antropología económica, es director de estudios en la École de Hautes Études en Sciences Sociales y miembro del laboratorio de antropologia social del Collège de France, 11 place Marcelln-Berthelot, 75231, Paris Cedex 05. Es autor de numerosos libros y artículos, entre ellos Horizontes: perspectivas marxistas en la antropología (1973). En el pasado colaboró en esta Revista (vol. XXVI, n." 4,1974).

Rev. int. de cieñe, soc, vol. X X X I I (1980), n.» 4

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psicológica menos que la convicción del pensamiento que trae consigo la adhesión de la voluntad, la aceptación o incluso la "colaboración" de los dominados. E n esta forma abstracta, dicha hipótesis no es aplicable tan sólo a la formación de relaciones de dominación del tipo orden, casta, clase, etc., sino que podría aplicarse igualmente a la formación de relaciones de dominio de un sexo sobre el otro, de los hombres sobre las mujeres.

U n problema teórico fundamental será por tanto el de comprender c ó m o pueden compartirse algunas representaciones del orden social y cósmico entre grupos que tienen, en parte, intereses opuestos. Es en este problema de las representaciones compartidas donde estriba la dificultad teórica para resolver.

Entiéndasenos bien, y que nadie nos busque querellas inútiles o contro­versias de mala fe. N o hay dominación sin violencia, aun cuando ésta se limite a permanecer en el horizonte. Y va mucha distancia de la aceptación pasiva al consentimiento activo. Asimismo, un consentimiento activo no es nunca espon­táneo: es también resultado de una cultura, de una formación del individuo. Por otra parte, un consentimiento, siquiera sea pasivo, jamás existe en todos los individuos y en todos los grupos de una sociedad, y no existe sin reservas y sin contradicciones.

Nosotros contemplamos la relación violencia/consentimiento c o m o una relación móvil. E n determinadas circunstancias —el problema está en saber cuáles—, el consentimiento se transforma en resistencia pasiva; en otras, la resistencia pasiva se transforma en resistencia activa y a veces en rebelión contra el orden social. Algunas veces incluso una rebelión puede transformarse en revo­lución que quiera cambiar las estructuras de la sociedad. También en ocasiones, pero m á s raramente, una revolución puede triunfar. Ahora bien, estos cambios en las relaciones entre violencia y consentimiento no nacen al azar de las circun­stancias, sino de una acumulación particular de todo lo que divide y opone, dentro de una sociedad, a una parte de ésta respecto a las demás. División y oposición pesan sobre la lógica general de una sociedad y no se limitan, por supuesto, al m u n d o de los símbolos y de la imagen de los unos para los otros. Traspasan todas sus condiciones de existencia y encuentran en ellas su fuerza y su debilidad. Nuestra perspectiva teórica no es pues la de un formalismo filosófico que jugaría de forma estéril con un par de contrarios: violencia y consentimiento. L o esencial no está ahí; lo esencial es que, en el fondo, violencia y consentimiento no son realidades mutuamente excluyentes. Para durar, todo poder de dominación —y más que cualquier otro los nacidos de la fuerza brutal de la conquista y de la guerra— debe incluir e integrar estas dos condiciones de su ejercicio. Las proporciones varían según las circunstancias y las resistencias, pero incluso el poder de dominación menos contestado entraña siempre la amenaza virtual de recurrir a la violencia desde el m o m e n t o en que el consenti­miento decaiga o dé paso al rechazo y luego a la resistencia.

Todas estas precisiones van encaminadas a prevenir equívocos teóricos o

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Procesos de la constitución, la diversidad y las bases del Estado

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políticos. L o que tratamos de comprender teóricamente es el hecho de que algunos grupos dominados consientan espontáneamente en su dominación. Nuestra hipótesis es que para ello es preciso que esta dominación se les represente como un servicio o como vinculada a un servicio que les prestan los dominadores. Sólo dentro de tal perspectiva puede el poder de éstos ser considerado legítima y tornarse en deber de los dominados de servir a quienes les sirven. D e otra manera, es preciso que dominadores y dominados compartan las mismas repre­sentaciones para que nazca un consentimiento fundado en el reconocimiento de la necesidad de una división de la sociedad en varias partes y de la dominación dé una de estas partes sobre las otras.

A nuestro entender, el problema de la formación del Estado remite al del nacimiento de una aristocracia en el seno de las sociedades arcaicas. Y más allá, al problema de la concentración de poderes sociales en la persona de individuos que vienen con ello a encarnar el interés general.

Pondremos un ejemplo. Los So son una población de agricultores esta­blecidos en las laderas de los montes K a d a m y Moroto, en Uganda. Viven del sorgo, de la cría de ganado y de un poco de caza, pero su situación es precaria. Su agricultura se ve periódicamente amenazada por la sequía o las plagas que atacan a las plantas. Padecen el robo sistemático de su ganado por los diversos grupos de pastores Karimojong que viven en el llano. La selva retrocede ante las quemas regulares de terreno, y la caza ha desaparecido casi por completo. Son unos 5 000, divididos en clanes patrilineales dispersos. H a n sido estudiados por Charles y Elizabeth Laughlin [África, 1972]. Pues bien, en esta sociedad los hombres dominan a las mujeres y los hermanos mayores a los menores. Pero entre los primogénitos, que representan cada uno su linaje y su clan, existe una pequeña minoría de hombres que dominan a todo el resto de la sociedad: son los iniciados en el kenisan, aquellos que poseen el poder de comunicarse con los antepasados (émet) y de obtener de su benevolencia todo lo que hace la vida dichosa: buenas cosechas, la paz, la salud, etc. Los antepasados se comunican por su parte con un dios remoto (beigen). A la muerte de cada uno, su alma (buku) se convierte en un antepasado y los primogénitos de los linajes saben de memoria los nombres de sus antepasados, pero sólo los iniciados kenisan pueden llamarlos por su nombre y hablarles cara a cara. U n no iniciado que se atreviese a hacerlo sería atacado inmediatamente de locura, se pondría a comerse sus propios exce­mentos, "a trepar a los árboles como un babuino", en una palabra, a comportarse como un animal, y moriría. Esta amenaza que se cierne sobre la población rodea de un cordón de "violencia virtual" la persona y los actos de los kenisan, quienes practican sus rituales en un lugar sagrado, oculto al público y próximo a la "morada de beigen", el dios.

¿En qué consisten, pues, las funciones de estos primogénitos-iniciados que son tal vez unos cincuenta entre cinco mil personas? U n primer cometido es el de enterrar a los muertos importantes, hombres y mujeres, y asegurar el tránsito

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del alma del difunto al estado de émet, de antepasado. Intervienen también siempre que la sociedad se ve amenazada, ya por sequías excesivas, ya por epidemias, ya por enemigos exteriores o por conflictos internos. E n este último caso, montan una especie de tribunal de justicia que señala a los culpables tras haber consul­tado a los antepasados. Su poder de hechicería les hace ser temidos por los propios enemigos, los Karimojong, que saquean su territorio. E n cuanto a la sequía, los insectos, los gusanos y el m o h o que devastan sus cultivos, estos iniciados llevan a cabo ceremonias para "invocar la lluvia" o para "bendecir el sorgo". Se sacrifica una cabra a los antepasados, y una porción de la carne es depositada en el altar mientras el resto lo consumen los propios kenisan. El sitio consagrado y el ritual para obtener la lluvia pertenecen a algunos clanes sola­mente, uno de los cuales posee el poder de hacer llover para toda la tribu y sus miembros kenisan son los únicos que ejecutan el ritual.

Comprobamos, pues, que estos pocos hombres fundan su poder en el hecho de que tienen un acceso privilegiado a los antepasados y al dios que poseen la capacidad de reproducir toda forma de vida, de hacer que reine la prospe­ridad, la justicia y la paz, de triunfar sobre los enemigos y sobre la adversidad. Tienen, por decirlo así, el monopolio de la acción sobre las condiciones (imagi­narias para nosotros) de reproducción de la sociedad. Al ejercer sus poderes y sacrificar a los antepasados, sirven al interés general y se identifican, a los ojos de , los vivos y de los muertos, con los intereses comunes a todos los miembros de la sociedad, varones, mujeres, primogénitos, hijos menores, afortunados e infortu­nados. Personifican su sociedad, la encarnan. Naturalmente, "a cambio" de sus servicios, disfrutan de mayor prestigio, autoridad y algunas ventajas materiales.

Este es un ejemplo de dominación de un grupo de primogénitos cuyo poder común está organizado dentro del marco de una sociedad secreta de iniciación. N o nos hallamos ante una verdadera aristocracia, sino ante la amplificación de los poderes de hermanos mayores sobre los menores, de los hombres sobre las mujeres. .

N o s valdremos de un segundo ejemplo, el de los indios Pawnee de América del Norte que vivían, antes de la llegada de los blancos, en grandes poblados seden­tarios a lo largo del valle del Mississipi donde se dedicaban al cultivo del maíz y a la caza temporal del bisonte. Esta sociedad se dividía en una aristocracia compuesta por un linaje de jefes y un linaje de sacerdotes. El jefe heredaba por línea matri-lineal un paquete mágico, que actualmente se encuentra en muchos museos de América, hecho de una piel de antílope que contenía unos cuantos dientes y otros objetos sagrados. Para los Pawnee, este paquete encerraba el poder de asegurar la fertilidad de los grupos y el retorno anual de los bisontes en el verano. El linaje del jefe era, pues, propietario de los medios de asegurar la intervención de poderes sobrenaturales para el bienestar general de la comunidad: bienestar material (buenas cosechas, buena caza) y social. Quería la tradición que, si a consecuencia de alguna guerra el paquete mágico llegara a ser robado

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o destruido, la tribu entera debería desmembrarse, dividirse y desaparecer c o m o sociedad; cada familia tendría que ir a incorporarse a otras tribus. V e m o s funcionar aquí las representaciones religiosas c o m o una fuente de legitimación de la dependencia del pueblo llano con respecto a una aristocracia hereditaria de jefes y de sacerdotes. L a religión funciona c o m o medio ideal de una relación de dominación y c o m o fuente de una violencia sin violencia.

U n a vez más , este poder de dominación parece fundarse en la m o n o p o ­lización por un grupo social de determinadas condiciones que, en nuestra cultura y nuestros días, vemos c o m o condiciones imaginarias de reproducción de la vida. El punto a discutir es el de saber si la ideología religiosa constituye solamente un sistema de representaciones legitimadoras a posteriori de unas relaciones de dominación que habrían nacido sin ellas, o si, por el contrario, constituye una de las condiciones de la formación de dichas relaciones de dominación y uno de los componentes internos de tales relaciones.

T o m e m o s un último ejemplo, el de los Incas, que, a diferencia de los casos precedentes, constituían una sociedad estatal en la que el Estado aparecía perso­nificado por el Inca, hijo del sol, dios viviente. E n el jardín del templo del sol, en Cuzco, se conservaban c o m o ofrenda a los dioses múltiples ejemplares en oro de todos los animales y de todas las plantas del Tahuantinsuyo, el Imperio-de-los-cuatro-puntos-cardinales, a cuyo frente aparecían mazorcas de maíz y figuritas de llamas y de pastores. Todos los años el Inca y los miembros de su linaje sembraban en un huerto distinto, regaban, atendían y recolectaban ellos mismos el maíz destinado a las grandes fiestas del dios-sol. Q u e los. servicios prestados por el Inca nos parezcan hoy a nosotros "imaginarios", y que las pres­taciones de trabajo en los campos del Inca o del sol, su padre, o en las canteras de construcción de las calzadas, de los templos, de las ciudades, de los silos, nos parezcan por el contrario de lo más reales y las veamos c o m o exacciones, c o m o relaciones de opresión y de explotación, es algo que nos demuestra por lo menos dos cosas: que los indios no concebían este acontecer imaginario c o m o distinto del real u opuesto a él, y que por lo tanto no era ilusorio; que el m o n o ­polio del Inca y su parentela respecto a las condiciones "imaginarias" de repro­ducción de la vida era una de las condiciones fundamentales de su derecho a apropiarse una parte del suelo y del trabajo de las' comunidades rurales.

Si esto es así, la religión no es solamente un reflejo de las relaciones sociales, sino una condición de su formación que llega a constituir parte de la armazón interna de las relaciones de producción y de explotación. L a diferencia entre la aristocracia pawnee y la aristocracia inca está en que la primera no pasa todavía de ser un grupo de hombres, de esencia superior que se hallan más cerca de los dioses y tienen un acceso privilegiado a ellos, un monopolio a su respecto. El Inca, en cambio, no es ya hombre, sino dios. Es, c o m o el faraón de Egipto, un dios que vive entre los hombres. Señalaremos que la aristocracia pawnee tenía su base material en una combinación de agricultura y de caza, mientras

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que la base material del imperio inca era la combinación de agricultura intensiva y cría de ganado.,Las condiciones de producción de un excedente de trabajo eran niuy diferentes en cada caso. E n el primero existía una aristocracia, pero no había institución separada de los grupos de parentesco que asegurase el ejercicio del poder de dominación de unos sobre otros. E n el segundo, el poder dispone de un instrumento especializado y de un aparato, la burocracia político-religiosa, el Estado existe c o m o institución separada de las relaciones de parentesco pero articulada sobre estas relaciones.

Entre estos dos ejemplos, advertimos una diferencia cualitativa ligada a la aparición de cierto tipo de Estado y es la existencia de un proceso de divi­nización de los poderes sociales y de una parte de la sociedad.

Formulamos, pues, la hipótesis siguiente: para formarse o para reproducirse de un m o d o duradero, unas relaciones de dominación y de explotación deben presentarse c o m o un intercambio: un intercambio de servicios. Eso es lo que deter­mina el consentimiento pasivo o activo de quienes las sufren. También expo­nemos c o m o hipótesis que entre los factores que han acarreado la diferenciación interna de las funciones sociales y dé los estatutos personales en la sociedad, y en consecuencia han conducido a la formación m á s o menos lenta o rápida de jerarquías nuevas fundadas no ya en relaciones de parentesco sino en divisiones de nuevo cuño —órdenes, castas, clases—, ha debido desempeñar un papel esencial el hecho de que los servicios de los dominadores tuvieran que ver con realidades y con fuerzas invisibles que parecían controlar la reproducción del universo. Pues en el balance que se establecía entre los servicios "intercam­biados", los dominadores se consideraban m á s fundamentales cuanto m á s "imaginarios" eran realmente. Y los servicios de los dominados se estimaban tanto m á s triviales cuanto m á s visibles y materiales eran, en la medida en que sólo afectaban las condiciones de reproducción de la sociedad que eran accesibles a todos.

M a s es preciso, a juicio nuestro, que no todos los servicios de los domi­nadores fuesen puramente "ilusorios" o solamente "invisibles" para que el movimiento que formaba divisiones nuevas —ordenes, castas, clases— pudiera desarrollarse. Si volvemos al ejemplo del faraón a quien, en el antiguo Egipto, se tenía por u n dios viviente, hijo del Nilo, señor de la tierra y de las aguas, fuente única de toda fuerza vital, tanto la de sus subditos c o m o la de todas las criaturas de la naturaleza, podemos constatar que no todo se reducía a puro símbolo en este poder y en esta representación de un dios bienhechor, dueño de la vida. ¿ N o había sido precisa la monarquía y la unificación de los dos reinos, los del alto y bajo Egipto, para que los hombres consiguiesen represar el curso del Nilo y regular el caudal que, año tras año, acarreaba los aluviones nutricios, la tierra negra y fértil que envolvía por todas partes la tierra roja y estéril del desierto? El Inca, por su lado ¿no hizo acometer aquellos grandes trabajos de nivelación de tierras y formación de terrazas que conquistaron para el cultivo del maíz las

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laderas generalmente incultas de las montañas? Sin duda, al fomentar la pro­ducción del maíz, el Inca favorecía la producción de un fruto fácilmente alma-cenable, transportable a la ciudad y al palacio para el Inca, el ejército, los sacerdotes, la administración. El maíz era también la planta tradicional de las libaciones ofrecidas a los dioses y de las ceremonias rituales. Pero no todo el maíz plantado era sólo para el Inca, para la clase dominante. Ni todo el maíz alma­cenado por el Inca era únicamente para sus necesidades, ya que periódicamente abría los graneros del Estado a los indigentes y, en caso de catástrofe, los abría para todos aquellos que lo necesitaban.

Hace falta, pues, algo m á s que la religión para que la religión domine los espíritus y la vida social. Hacen falta condiciones históricas particulares para que se convierta en el medio que permite constituir las relaciones jerárquicas y darle forma a la soberanía de una minoría sobre la sociedad. Sería pues preciso, que en colaboración con arqueólogos y especialistas de la prehistoria, nos interrogá­ramos acerca de los procesos que dieron origen, sobre la superficie del planeta, a jerarquías nuevas de estatutos y poderes entre grupos sociales que mantenían ya relaciones de parentesco en el seno de una misma unidad social global (que vaga y genéricamente llamamos tribu). L a arqueología nos enseña que estos procesos se iniciaron con la sedentarización de ciertos grupos de cazadores-recolectores que disponían localmente de vastos recursos naturales. Pero estos procesos no adquirieron amplitud y, sobre todo, diversidad, sino con el desarrollo de la agricultura y la cría de ganado. Nosotros pensamos que el desarrollo de estas nuevas relaciones materiales de los hombres con la naturaleza, y entre sí, creó mayores posibilidades de diferenciar los intereses de los grupos y aun de contra­ponerlos. Al mismo tiempo creó la necesidad de controlar ritual y directamente una naturaleza cada vez menos salvaje, cada vez m á s domesticada, sin la cual el hombre no podía reproducirse y que a su vez, en creciente medida, tampoco podía reproducirse sin la acción h u m a n a (especies animales y vegetales de la agricultura y la ganadería). Estimamos que estas condiciones materiales nuevas y estos nuevos y distintos intereses suscitaron divisiones que al principio se vieron c o m o una ventaja para todos, c o m o diferencias que servían a los intereses de todos y que, en este sentido, eran legítimas.

Quisiéramos, pues, concluir este breve repaso del problema con una para­doja: la necesidad de considerar que el. proceso de formación de castas, clases dominantes y nacimiento del Estado fue, por decirlo así, legítimo.

Fue así c o m o el trabajo adicional que existe en toda sociedad sin clases se transformó paulatinamente en excedente de trabajo o sobre-trabajo, en forma de explotación del hombre por el hombre. Por trabajo adicional. entendemos todas las formas de actividades materiales destinadas a reproducir una c o m u ­nidad en tanto que tal comunidad, y no los individuos o las familias que la componen. E n muchas sociedades llamadas primitivas, el trabajo destinado a mantener al individuo y a su familia se practica separadamente. E n cambio,

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existen formas colectivas de trabajo que. agrupan a todas las familias, o a gran parte de las mismas, y que están destinadas a producir los medios materiales de reproducción de la comunidad c o m o tal: celebración de ritos, de sacrificios, preparación para la guerra, etc.

Se obra pues una mutación, en la función y el sentido de ese trabajo adicional destinado a reproducir la comunidad, que normalmente aportan las familias que la componen, cuando dicho trabajo se ve destinado a reproducir las condiciones de existencia de quienes en adelante representan por sí solos a la comunidad y encarnan sus intereses comunes. El trabajo adicional puede trocarse gradualmente en excedente de trabajo, bajo forma de explotación.

Para concluir este análisis podríamos examinar de qué manera, aun en situaciones de dominación iniciadas con violencia y mediante la conquista, entran en juego mecanismos creadores de un seudo-consentimiento para que este poder se estabilice. U n ejemplo notable serían las ceremonias de entronización de un nuevo rey entre los Mossi del Yatênga. Los Mossi descienden de un pueblo de jinetes que, hacia mediados del siglo xv, conquistó la cuenca del Volta proce­dente del sur, de G h a n a , sometiendo a poblaciones agrícolas autóctonas a las que hoy se llama "gente de la tierra" o "hijos de la tierra". Estos han conservado todo su poder ritual sobre la tierra y sobre la producción agrícola. A la muerte de un rey Mossi, se designa un nuevo rey entre todos los hijos del soberano difunto, pero sólo los Mossi que descienden de los antiguos conquistadores pueden designar al rey. Entonces, éste, solo y pobremente vestido, inicia un largo viaje de entronización que le lleva, al cabo de cincuenta días, ante la puerta de su capital, en la que hace una entrada triunfal a caballo, una entrada regia. Ahora bien, este viaje lo lleva de pueblo en pueblo conquistado, donde residen los "dueños de la tierra", quienes le permiten participar en rituales ofrecidos a los antepasados de las poblaciones sometidas y a las fuerzas de la tierra. C o m o ha señalado M . Izard: "El nuevo jefe de los extranjeros se presenta solo, humildemente, ante los representante de los m á s antiguos ocupantes del país, para pedirles que acepten su autoridad, que le dispensen la legitimidad que sólo puede conferir la tierra; les ofrece o les promete dádivas y obsequios. Entre el rey y los 'hijos de la tierra' se entabla una especie de juego: aquél es humillado, le hacen esperar, es objeto de mofas, nadie se cuida de procurarle alimento ni techo." Así, hacién­dole un sitio en su ritual, los sacerdotes y los jefes de linaje autóctonos hacen que sus antepasados y la tierra reconozcan al rey c o m o uno de los suyos, y dan a su poder una legitimidad que la conquista le impedía poseer de lleno. Por supuesto, este reconocimiento al rey es al mismo tiempo el reconocimiento por parte del rey de la legitimidad de sus poderes autóctonos. Pero este doble reconocimiento queda sellado con el intercambio de la protección real a trueque del trabajo y una cuota de los productos de la tierra por parte de los autóctonos.

D e esta suerte la monarquía, implantada por la violencia de las armas, se transforma en institución sagrada. Sólo el rey unifica en su persona la c o m u -

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nidad de los conquistadores. Sólo él personifica la unidad de las dos comuni­dades, a pesar de su oposición. Representa así en un grado superior la sociedad entera y es, en su sola persona, el Estado. Persona que, desde el m o m e n t o en que es rey, se torna sagrada: de ahí las prohibiciones que le afectan y que afectan a todos aquellos que puedan acercársele.

Y a implantada tras la conquista, la estabilización de u n poder debe buscar los mecanismos que conducen a un cierto consentimiento.

Si quisiéramos disponer de una perspectiva global sobre la evolución de las relaciones sociales que transformó en relaciones de explotación las divisiones sociales surgidas entre grupos de parentesco de las comunidades primitivas, podríamos sugerir tres tipos de mecanismos: por una parte, la minoría que representa por sí sola, cada vez más , a la comunidad entera, se beneficia del trabajo adicional normalmente destinado a la reproducción de la comunidad, y en consecuencia de las condiciones particulares de acceso al producto del trabajo social. Por otra parte, esta minoría, que representa a la comunidad frente al exterior, se siente apta para controlar la circulación de los bienes y de los servicios entre las comunidades. D e este m o d o tiene acceso al control de los bienes preciosos que sirven en las donaciones recíprocas o en los intercambios que permiten el mantenimiento de las relaciones entre comunidades. Finalmente esta minoría puede dominar el uso mismo de los recursos comunes, de la tierra, y, sin ser abolidas las formas colectivas de propiedad de estos recursos, ejercer paulatina­mente un control total sobre su uso. Así se instituyen mecanismos que, a largo plazo, pueden llevar a la expropiación de las condiciones materiales de producción de la comunidad por obra de la minoría que la representa. C o n esta expropiación queda establecida una separación entre los productores y sus medios materiales de subsistencia y una dependencia de nuevo cuño, material esta vez y ya no social o ideológica, de la mayoría de los miembros de la sociedad con respecto a la minoría que la domina.

. Son estas transformaciones, en sus formas diversas, las que dieron origen a las jerarquías de órdenes, de castas o de clases que sucedieron en la historia a las formas m á s antiguas de vida social, c o m o son las comunidades tribales o intertribales.

Ordenes y clases

Ordenes, castas y clases son formas de jerarquía social que frecuentemente se asocian a distintas formas de Estado. Los órdenes, en la Antigüedad, aparecen asociados a la forma de la ciudad-Estado. Las castas se combinan dentro de los conjuntos sociales territoriales que son los reinos de la India, ese subcontinente que antaño aparecía dividido en un centenar de reinos locales en cuyo seno, en la cúspide de la jerarquía, se hallaban los brahmanes y el rey. E n cuanto a las clases,

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parece que se trata de una forma moderna de jerarquía social y de explotación del hombre por el hombre, producto de la descomposición de una sociedad de órdenes, la sociedad feudal, y de la formación del m o d o de producción de la sociedad capitalistas.

L a distinción entre órdenes y clases en el pensamiento occidental cristaliza en el siglo xvin. Si estudiamos a los primeros economistas podemos percatarnos de que tanto Quesnay c o m o A d a m Smith utilizan el concepto de clase para caracterizar los grupos sociales que componen el sistema económico de la sociedad moderna. Quesnay, quien era el médico del rey de Francia y conocía por ello, mejor que ningún otro, el vocabulario de la antigua sociedad feudal y su diferenciación en "estados" —nobleza, clero, tercer estado—, optó por describir el Tableau économique de la France (1759) en términos de clases y de relaciones entre "clase productiva" y "clase estéril". Allí demuestra c ó m o el producto anual de una nación "agrícola" moderna circula entre tres "clases", la clase de los colonos y de los obreros agrícolas, única productiva, la clase de los terratenientes y la clase "industrial o estéril". U n a generación después, en su Tratado sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1766), A d a m Smith sostiene; por el contrario, que de las tres clases en que se divide toda sociedad "civilizada" sólo la clase de los terratenientes es "ociosa y estéril", mientras que las de los colonos agrícolas y de los capitalistas sirven al m i s m o interés general de la sociedad. M á s tarde, Ricardo (1813) y M a r x (1857) seguirán analizando la sociedad capitalista moderna en términos de clases. T o d o parece pues indicar, que en el siglo xvín son ya manifiestas unas relaciones sociales nuevas que no coinciden con las distinciones heredadas de la Edad Media en órdenes y estatutos sociales.

Este concepto de clases designa grupos sociales que ocupan el mismo lugar en el proceso de producción, independientemente de cuál sea su pertenencia a un orden social. Así, un burgués propietario de una tierra y un aristócrata hacen­dado son ambos considerados terratenientes y ocupan un lugar análogo en el proceso de producción, aun cuando ocupen sitios distintos en la jerarquía de los órdenes.

Parece, pues, que el concepto de "clases" se impuso tras haberse desa­rrollado en la sociedad unas relaciones de producción totalmente separadas de las antiguas instituciones sociales, de las jerarquías familiares, políticas y reli­giosas. Al mismo tiempo, el concepto de clases remite a una situación histórica en la que han desaparecido o están desapareciendo antiguas relaciones de dependencia personal, individual y colectiva, y donde existe cada vez más una igualdad jurídica de los miembros de la sociedad. Fuera del proceso de producción industrial, dentro del cual los obreros se hallan subordinados al propietario de los medios de producción y del dinero, los individuos gozan teóricamente de los mismos derechos. E n teoría, las diferencias de sexo, de raza, de religión o de opinión ya no determinan directamente el lugar de los individuos en el proceso de

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producción y de trabajo. Si comparamos esta situación con la Antigüedad, vemos que el hecho de ser ciudadano nativo de Atenas daba derecho a utilizar una parte del suelo de la ciudad, parte que el ciudadano podía cultivar él mismo o hacer cultivar por esclavos. La ciudadanía, es decir la pertenencia a una c o m u ­nidad local que tenía forma de ciudad, constituía un m o d o privilegiado de acceso a la tierra, base de la economía antigua. E n cambio, un hombre libre pero proce­dente de una ciudad vecina, extranjero, no podía en Atenas poseer una parcela de tierra de la ciudad y ejercer el oficio de agricultor. Esta exclusión hacía que se reservasen a los metecos otros oficios: los de artesanía y el comercio.

V e m o s que aquí las relaciones de producción no están fundadas en la división del trabajo sino que, por el contrario, son ellas las que la fundan. Individuos que ocupan en la división del trabajo el mismo lugar, no lo ocupan sin embargo en el proceso de producción. Es indispensable distinguir entre proceso de trabajo y proceso de producción. Si un hombre libre practicaba el mismo oficio artesanal que un esclavo, ocupaba el mismo lugar en el proceso de trabajo, pero un lugar diferente en el proceso de producción. Pues el esclavo no tenía derecho alguno sobre su producto, el cual pertenecía a su a m o al igual que su persona. Mientras que, al contrario, el estatuto del hombre libre, por el hecho de ser libre, lo situaba en otra relación con su trabajo y los productos del mismo. C o m o vemos, la pertenencia a una ciudad-Estado, la ciudadanía, constituye la forma original de las relaciones de producción en la ciudad griega. Desde un cierto punto de vista, lo "político" funciona aquí como relación de producción, como infraestructura. N o hay, como en el m o d o de producción capitalista, sepa­ración entre las actividades económicas, entre las instituciones en cuyo seno se realizan (empresa, etc.) y las relaciones sociales no económicas, políticas o religiosas.

Los órdenes no son clases por lo tanto, aun cuando sean, como las clases, formas de dominación y de explotación del hombre, por el hombre. E n La ideo-logíaalemana (1845-1846), Marx hace una distinción m u y clara entre orden y clase. Al bosquejar un cuadro rápido de la evolución de la sociedad feudal, demuestra que la burguesía se transforma lentamente de orden en clase. Grupo local en un prin­cipio, que habita en los burgos y en las ciudades, con unos intereses y una influencia meramente locales, la burguesía va transformándose poco a poco en un grupo social con actividades e influjo de alcance nacional. C o n el desarrollo de la producción mercantil, el nuevo papel de la moneda, la expansión colonial,, el comercio internacional, etc., la burguesía, de ser una fracción particular de un orden feudal (el tercer estado), se convierte en otra cosa m u y distinta.

Fue para caracterizar este cambio que M a r x introdujo la distinción entre clase "en sí" y clase "para sí". N o obstante, aunque convertida en potencia nacional, durante mucho tiempo la burguesía permaneció subordinada a la nobleza, sin oponerle su cultura y sus valores, y sin reivindicar el poder político o la participación en el mismo. Según Marx, se comportaba aún como un orden,

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cuando era ya una clase "en sí". M u c h o tiempo después, en los siglos xvn y x v m , la burguesía pasó de clase en sí a clase para sí, tomando conciencia de su nueva originalidad y reivindicando el ejercicio del poder.

Existe empero una dificultad en los textos de M a r x , toda vez que en el Manifiesto del partido comunista (1848), designa los órdenes de la sociedad antigua o de la sociedad feudal con el término de "clases". La fórmula célebre que encabeza la obra dice: "la historia de la sociedad ha sido hasta ahora una historia de lucha de clases". E n nuestra opinión, M a r x quería decir que los órdenes eran c o m o las clases de la sociedad moderna, formas de explotación del hombre por el hombre correspondientes a un cierto grado de desarrollo de las fuerzas produc­tivas. Al utilizar ese término, cuya impropiedad relativa y evidente anacronismo no desconocía, estaba sugiriendo que se considerasen los órdenes de m o d o distinto a c o m o se había venido haciendo hasta entonces y también de m o d o distinto a c o m o los propios actores de esta historia los habían considerado. D e m o d o distinto, es decir c o m o divisiones sociales que descansaban en la explotación del hombre por el hombre y que implicaban esta explotación, al tiempo que en la representación oficial dicha división constituía una relación ideal y armoniosa entre grupos con funciones complementarias.

N o s parece, pues, que es errónero tratar de ver, tras los órdenes de la Antigüedad, unas clases visibles solamente para los historiadores modernos de inspiración marxista. La perspectiva de M a r x no consiste tanto en tratar de ver la otra cosa oculta detrás de las apariencias cuanto en ver de m o d o distinto lo que se manifestaba, verlo a la luz de la época moderna que, al separar la economía de las demás relaciones sociales, ha permitido por vez primera percibir mejor el papel de la economía en la formación de las relaciones sociales y en el movimiento de la historia.

Si tuviéramos que hacer una hipótesis sobre el origen de los órdenes de la Antigüedad, diríamos que estos órdenes son relaciones de dominación y de explotación nacidas de la disolución parcial de relaciones de producción c o m u ­nitarias más antiguas. Son relaciones nacidas de formas de trabajo y de propiedad que, más o menos lentamente, se distinguieron y separaron de formas comuni­tarias más antiguas y se opusieron a ellas sin poder realmente abolirías. Si volvemos al ejemplo de la propiedad de la tierra en una ciudad c o m o Atenas, advertiremos que la paradoja, la contradicción de la forma de propiedad privada que allí regía, es que no podía existir, no podía mantenerse, más que subordi­nándose a la propiedad comunitaria de la ciudad, a la propiedad del Estado que era dueño de una parte de las tierras de la ciudad. La paradoja estaba en que, para reproducirse c o m o ciudadano propietario de una tierra separada de las tierras comunes, el ciudadano debía en cierto m o d o producir y reproducir la comunidad a la que pertenecía.

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Nociones sobre el modo de producción y el Estado "asiáticos", en M a r x

Por otra parte, es precisamente en esta perspectiva del desarrollo de las formas del trabajo y de la propiedad que se distinguen de las formas comunitarias antiguas y se oponen a ellas, c o m o nos es dado analizar lo que entendía Marx por m o d o de producción asiático, m o d o de producción antiguo y m o d o de producción germánico.

Eran éstas, a su entender, tres formas de evolución de las formas de propiedad y producción más antiguas, que él llama a veces el m o d o de producción tribal. E n este m o d o de producción tribal, la tierra pertenece a la comunidad c o m o tal comunidad. Pero dicha tierra común se divide en dos partes, una que la comunidad posee directamente y otra cuyo usufructo cede por algún tiempo a familias particulares. Esta división corresponde a una evolución de las formas de producción que poco a poco conduce a grupos particulares (familias, linajes) a poder asumir, separadamente de sus condiciones materiales de existencia, lo esencial de la producción. El trabajo colectivo subsiste, y en él se asocian las diversas familias y linajes, pero más que a reproducirlos c o m o tales está destinado a producir los medios de reproducción de la comunidad c o m o tal comunidad (sacrificios religiosos, actividades bélicas, etc.). Es en estas condiciones, según Marx, como pueden obrarse varias transformaciones. U n a de ellas conduce al m o d o de producción asiático. El contenido de las relaciones sociales cambia sin que haya alteración radical de sus formas. La tierra, propiedad directa de la comunidadi puede en determinadas circunstancias ser expropiada por una c o m u ­nidad superior. Las familias particulares que componen la comunidad total, al igual que con anterioridad a dicha expropiación, continúan trabajando en esta tierra que pertenece ahora a otra comunidad. Después c o m o antes, las familias y los individuos son poseedores, usufructuarios de la tierra, no son sus propietarios. El trabajo adicional que destinaban normalmente a la reproducción de su c o m u ­nidad se destina ahora a la reproducción de una comunidad superior que los explota y que puede estar personificada por un rey o por un dios.

Hay, pues, cambio de contenido, pero sin cambio de forma, y paradójica­mente esta línea de evolución reproduce constantemente formas comunitarias de propiedad y de producción arcaicas sobre las que, a partir de un momento dado, se edifica el poder estatal. A juicio de Marx, este m o d o de producción y sus formas de Estado y de opresión hacían m u y difícil la aparición de la propiedad privada y bases de desarrollo distintas y opuestas a las formas arcaicas de propiedad y de producción. Por esta razón tendió Marx a ver en la línea de evolución llamada asiática un proceso histórico que conducía, con mayor frecuencia que otros, al estancamiento y al inmovilismo social. Por lo demás, revisó esta opinión tiempo después cuando, en su correspondencia con Vera Zazulich en 1881, reconoce el carácter dinámico de la permanencia de estas

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comunidades rústicas locales que servían de soporte a tales formas de clases y de Estado.

Por contraste con esta línea de evolución, caracterizaba Marx el m o d o de producción antiguo y el m o d o de producción germánico. El m o d o de producción antiguo tiene también su origen en el m o d o de producción tribal y las formas comunitarias de propiedad. Pero se caracteriza por la aparición, al lado de la propiedad común, de una propiedad privada que le está socialmente subordinada. Se caracteriza igualmente por el hecho de que la comunidad tiene la forma de un Estado, y la propiedad comunitaria es propiedad estatal. Marx no explica mediante qué proceso llegó a ser un Estado la comunidad tribal entre los griegos, y un Estado que tiene su sede en una ciudad. Habla de la reunión de varias tribus en un territorio, pero una reunión así no explica la forma que revistió su asocia­ción: la de una comunidad de ciudadanos.

Recordemos que en la Antigüedad la propiedad "privada" se consideraba c o m o "cortada de", "separada de" la propiedad común (en latín privatus significa "cortado de ager publicus"). Sobre esta base de la propiedad privada de los ciudadanos se desarrollaron diferencias sociales entre ricos y pobres, etc., que alimentaron los grandes enfrentamientos políticos y sociales de ciudades griegas c o m o Atenas. Cuando la propiedad privada de la tierra se combinó con el empleo privado de los esclavos en la producción, alcanzó su apogeo el impulso hacia la acumulación desigual de riquezas en la Antigüedad. Pero no hay que olvidar que por la misma época, en Esparta, la tierra sigue siendo propiedad del Estado, aun cuando se distribuyan parcelas en usufructo entre los ciudadanos para ser culti­vadas por las familias de ilotas que son asimismo propiedad de la comunidad, del Estado. E n Esparta, el esclavo no es propiedad privada y la tierra tampoco.

La tercera evolución mencionada por Marx es la que condujo a la comu­nidad germánica tardía. Según él, por la época de Tácito, al cabo de una roma­nización a fondo de algunas tribus germánicas, existía una forma de comunidades constituidas por la asociación de familias o linajes, cada una de las cuales poseía tierras de cultivo, que poseían en común tierras de tránsito para el ganado, bosques donde se practicaba la recogida de productos naturales, etc. Subrayaba Marx la diferencia de esta forma de comunidades con respecto a las otras, pues aquí, según él, la propiedad privada de las tierras de cultivo había sido el punto de partida de la propiedad común. Esta funcionaba como apéndice de la propiedad privada, c o m o su complemento para la práctica de la ganadería y otras actividades económicas complementarias de la agricultura. La comunidad, en vez de ser una unidad "sustancial" como la antigua comunidad tribal o la comunidad asiática, e incluso hasta un cierto punto la ciudad antigua, era una asociación de propietarios emparentados que cooperaban entre sí.

Marx cambió en el transcurso de su vida en cuanto a la noción de comu­nidad germánica. Los trabajos de Maurer, Haxthausen, G r i m m y otros le hicieron ver poco a poco que esta comunidad que reunía a propietarios privados

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era la resultante tardía, el producto de la descomposición de u n a forma m u c h o m á s antigua de comunidad germánica en cuyo seno aún n o existía la propiedad privada del suelo, sino derechos de usufructo sobre las parcelas redistribuidas entre las familias. A h o r a bien, el sistema de redistribución periódica de las parcelas por m á s o m e n o s largo plazo significaba que la tierra sigue siendo propiedad de la comunidad en cuanto tal. Así pues, lo que enseñaron a M a r x los trabajos de Haxthausen y de otros es que había existido u n a antigua forma de propiedad germánica que estaba m u y cerca de la que aún sobrevivía en pleno siglo xix en Rusia, ya que en el seno del mir se practicaba todavía en ocasiones la redistribución periódica de tierras entre las familias. A h o r a bien, según M a r x , el mir sirvió en su día de base a formas "asiáticas" de Estado que también habían existido en Rusia. N o es pues sorprendente ver en 1881 a Engels, cuando escribe sobre la " M a r c a " y las antiguas formas de comunidades germánicas, formular la hipótesis de que en otras circunstancias las comunidades germánicas habrían podido ser la base de formas de Estado "asiáticas" en Europa . L a romanización modificó el curso de las cosas, produciendo, entre Julio César y Tácito, esta nueva comunidad germánica que iba a servir de punto de partida al m o d o de producción feudal. Pero el m o d o de producción feudal, según M a r x y otros autores del siglo xix, n o tenía u n a sola base: era el producto de dos evoluciones opuestas que iban n o obstante en el m i s m o sentido; por u n a parte el desvanecimiento gradual del papel de la esclavitud en la producción y su sustitución por formas de dependencia que seguían siendo personales, pero n o implicaban que el indi­viduo fuese propiedad de u n a m o (colonato r o m a n o , etc.) y, por otra, el paulatino sometimiento a vasallaje y servidumbre de los campesinos alemanes "libres".

Si hubiera que sacar conclusiones de este breve resumen del análisis de M a r x , tan complejo y tan rico, que por lo d e m á s lleva la impronta de la limi­tación de información disponible en su tiempo, habría que destacar que existen al parecer tantas formas de Estados c o m o de jerarquías sociales y m o d o s de produc­ción sustentadores de estas jerarquías. L a forma del Estado asiático es total­mente distinta de la de u n Estado-ciudad antiguo, y ésta tiene m u y poco que ver con las jerarquías feudales entre vasallos y señor del castillo. M u c h o s son los problemas que habría que volverse a plantear hoy. Parece cada vez m á s claro que el desarrollo de u n complejo sistema de castas en la India fue el producto de u n a evolución de organizaciones tribales e intertribales antiguas. Esta.evolución n o es m á s primitiva que la que condujo a la distinción de los órdenes en la ciudad antigua. Tanto de u n lado c o m o de otro, órdenes y castas se articulan en el seno de sendas formas de Estado: éstas son sus soportes. Pero a pesar de los trabajos de Louis D u m o n t y de tantos otros, la articulación entre casta y Estado n o aparece aún de forma m u y precisa, y posiblemente habrá que analizar m á s a fondo lo que significaban en la India el rey y la monarquía.

Por último, y esto es fundamental, la existencia de u n a forma de Estado n o es el producto automático de la existencia de una jerarquía de órdenes o de

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clases. Pondremos un ejemplo sacado de la antropología. E n el siglo xix existía en el Níger un conjunto de sociedades tuareg nómadas que dominaban a algunos agricultores africanos. Sus sociedades estaban organizadas en una jerarquía de grupos con una aristocracia tribal en la cúspide que disponía del poder político y dominaba a algunas tribus nómadas que le proporcionaban ganado, trabajo y el apoyo de las armas. Finalmente, subordinados a los ganaderos, habían algunos agricultores africanos que pagaban tributo. La dominación de la aristo­cracia se ejercía sin la existencia de un aparato de Estado. N o s hallamos, pues, ante una sociedad de órdenes-clases sin Estado. Ahora bien, al implantarse la colonización francesa, se perfiló una mutación entre algunos grupos tuareg, y . especialmente los Kel Gress que ha estudiado Pierre Bonté. U n a de las familias aristocráticas intentó elevarse por encima de las demás y reivindicó una parte del tributo que las otras sacaban de sus feudatarios con el fin de concentrar esta riqueza y ponerla al servicio de sus intereses comunes, frente al colonizador europeo. Esto implicaba del lado de las otras familias aristocráticas un renuncia­miento a parte de su poder, de sus privilegios y de su base material. La iniciativa fracasó, pero el ejemplo es de extraordinaria importancia porque significa al menos dos cosas. Por una parte, que no es necesaria la formación de un aparato de Estado concentrado cuando el grupo dominante existe en forma de aristocracia guerrera y dispone en todo momento de los instrumentos de la violencia armada, de los medios de destrucción. Por otra parte, que la formación del Estado puede representar durante cierto tiempo un retroceso, una reducción de los poderes de la clase dominante. Su poder se concentra, por decirlo así, en una parte de ella misma y no es seguro que se reconociera fácilmente que esta pérdida parcial para cada una de las partes de la aristocracia redundaba en beneficio de todas.

Referencias

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Análisis comparativo de la formación de los estados en sus contextos históricos

S. N . Eisenstadt

Hacia un nuevo enfoque analítico

Nuestra peculiar manera de abordar el análisis del Estado en general y del Estado moderno en particular es corolario sobre todo, del nuevo análisis del concepto de tradición mismo al que inevitablemente conduce la revisión de los estudios sobre la modernización y la idea de convergencia de las sociedades industriales.

Primordial elemento dentro de esta nueva perspectiva es el reconocimiento de que, en la gestación de la dinámica institucional de las sociedades, hay dos aspectos que parecen revestir especial importancia: en primer lugar sus tradiciones culturales, y, en segundo, sus antecedentes político-ecológicos, en general, y su lugar en el sistema o sistemas internacionales en que participan, en particular.

L a tradición, que al principio figuraba en muchos tratados c o m o una especie de categoría general residual apta para elucidar importantes aspectos de las estruc­turas institucionales que no podían explicarse en términos del modelo de moder­nización originario, llegó a ser definida de un m o d o más específico. Se diferenciaron los diversos aspectos de la tradición y se especificaron sus relaciones con líneas institucionales concretas.

Se indicó, en términos m u y generales, que lo mejor tal vez sea entender la tradición c o m o el proceso —o parte del proceso, al menos— en virtud del cual se conciben y transmiten cultural y socialmente en. la sociedad humana distintos aspectos de la realidad, o sea el depósito de la experiencia social y cultural más importante de una sociedad o civilización. Este depósito no es, empero, ninguna especie de almacén general e indiferenciado, sino que aparece más bien constituido por diversos componentes relacionados entre sí de manera compleja y frecuente­mente paradójica.

«SV N . Eisenstadt se desempeña como profesor de sociologia en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Fue decano de la Eliezer Kaplan School of Economics y del Truman Research Center de la misma universidad, habiendo enseñado en Noruega, los Estados Unidos, Suisa, el Reino Unido y los Países Bajos. Es autor de libros y artículos, entre ellos The Political Systems of Empires (1969), Tradition, Change and Modernity (1973) y Revolutions and the Transformation of Societies (1978).

Rev. int. de dene, soc., vol. X X X I I (1980), n.° 4

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H a y très componentes fundamentales: el primero consiste en ciertas orien­taciones o m o d o s generalizados de percepción y evaluación de la realidad social, de los órdenes cósmico y sociopolítico, que convencionalmente vamos a llamar códigos culturales. E n segundo lugar están los símbolos de la realidad colectiva, y, en tercero, los m o d o s fundamentales de legitimación del orden político y social.

U n o de los descubrimientos m á s importantes de nuestra investigación fue que estos distintos aspectos de la tradición pueden cambiar a ritmos diferentes. Harto paradójicamente se reveló que las diferentes orientaciones culturales tienden a ser m á s permanentes que los símbolos y que el contenido de la realidad colectiva, pese a que esto último suele generalmente considerarse c o m o algo m á s estable y continuo.

Este análisis ha puesto de manifiesto, además, c ó m o los referidos códigos determinan y configuran algunos componentes especialísimos de la estructura social. M á s aún, ahora somos capaces de formular de m o d o sistemático las indi­caciones harto imprecisas que se hallan en lo publicado anteriormente sobre las tradiciones o en el análisis sociológico; aquellos aspectos de la estructura institu­cional que no pueden explicarse plenamente en términos de niveles de desarrollo tecnológico o de diferenciación y especialización estructural, los cuales están influidos por dichos códigos. Los m á s importantes entre ellos, de aplicación directa para el análisis del Estado, son la estructura de la autoridad, las ideas sobre la justicia, la estructura del poder y de la lucha política, los principios en que se basa la jerarquización social y la definición de pertenencia y adscripción a las distintas comunidades, todos los cuales influyen poderosamente en las líneas políticas fundamentales adoptadas por cualquier sociedad y en la percepción de los problemas sociales dentro de la misma.

C o m o consecuencia, tales concepciones influyen también poderosamente en las formas de integración —moral, legal o de comunicación— de las sociedades en que predominan, y en las pautas fundamentales de su legitimación.

Por lo demás, estas concepciones y sus derivados institucionales son impul­sados por actores y mecanismos sociales especiales, en particular por diversos tipos de élites y de marcos culturales, docentes y políticos, y pueden alcanzar y trascender a diferentes sociedades. También presentan una dinámica propia.

Nuestro estudio ha revelado igualmente que muchos de estos aspectos institucionales parecen tener continuidad a través de diferentes coordenadas históricas; se extienden sobre distintos niveles de desarrollo tecnológico y están estrechamente vinculados a continuidades en determinadas orientaciones sociales y culturales básicas y a la constitución de tradiciones, incluso en marcos históricos modernos.

L a investigación ha puesto también de manifiesto que la institucionalización misma de orientaciones culturales genera sistemáticamente la virtualidad de tensiones, conflictos y cambio. Esta virtualidad tiene sus raíces, primero en las contradicciones que surgen dentro de los propios sistemas o conjuntos de códigos,

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segundo en su aplicación a complejos institucionales amplios, y tercero en el choque entre los varios conjuntos de códigos y los diversos tipos de instituciones y de intereses. Por eso los conflictos y la protesta son inherentes a las sociedades humanas e influyen en las dimensiones organizativas y simbólicas del cambio social. Esto se manifiesta en diferentes pautas de rebelión, heterodoxias y conflicto público, cuyas constelaciones varían considerablemente entre unas sociedades y otras e influyen poderosamente en su dinámica y su experiencia histórica específicas.

E n la práctica, estas tendencias se producen en diferentes marcos político-ecológicos, y hay dos aspectos que resaltan por su especial importancia. E n la investigación reciente se pone m u y de relieve la importancia de la política y los sistemas económicos internacionales, así c o m o la importancia del lugar que dentro de ellos ocupan las diversas sociedades, particularmente las relaciones de hege­monía y dependencia. Está también el reconocimiento m á s general de la inmensa variedad de marcos político-ecológicos en los que las distintas sociedades se insertan, tales c o m o sociedades pequeñas y grandes, dependencia respecto a mercados interiores y exteriores, etc.

E n nuestro trabajo sobre civilización comparada hemos distinguido entre varios tipos diferentes de regímenes políticos, caracterizado cada uno de ellos por una determinada constelación de rasgos estructurales estrechamente relacionados con características de élites, orientaciones culturales y procesos de cambio. Los principales tipos analizados son el imperial, el imperial-feudal, el patrimonial y las ciudades-estado de carácter "excepcional".

Sociedades imperiales e imperiales-feudales

Las principales características de las relaciones centro-periferia [Shils, 1975, cap. 1 y 3] en las sociedades imperiales-—y en gran medida también en las impe­riales-feudales— eran u n alto nivel de distinción de sus centros, la percepción del centro c o m o unidad simbólica y organizadora clara y distinta, y el constante empeño de los centros no sólo por extraer recursos de la periferia sino también por penetrarla y reconstruirla conforme a las premisas del centro correspondiente. E n estas sociedades los centros políticos, y en cierto grado también los centros cultural-religiosos, se concebían c o m o focos autónomos de los elementos caris­máticos del orden sociopolítico y a m e n u d o también del orden cultural cósmico. Dichos centros —político, religioso y cultural— fueron los focos y las sedes de las grandes tradiciones que surgieron y evolucionaron en estas sociedades, distintas de las tradiciones locales no sólo en contenido sino también en las características simbólicas y de organización estructural. L a penetración de la periferia por el centro podía apreciarse en la promoción de extensos canales de comunicación que hacían resaltar su diferencia estructural y simbólica, así c o m o también en los intentos de dichos centros por abrirse paso, si bien sólo en medida limitada, entre los lazos adscriptivos de los grupos de la periferia.

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E n estrecha conexión con estas relaciones centro-periferia hallamos una fuerte articulación —especialmente entre las capas superiores de la sociedad— de símbolos de jerarquía y estratificación social, de una conciencia clasista exten­dida al país en general y de tendencias hacia alguna articulación política y de expresión de dicha conciencia, así c o m o un alto grado de simbolización ideológica y orientaciones mutuas entre las principales comunidades religiosas, políticas e incluso étnicas y nacionales. Aunque estas comunidades tendían a alcanzar un grado de autonomía relativamente alto, así c o m o unos límites precisos e inequí­vocos, en la mayoría de las civilizaciones en cuestión también tendían a consti­tuirse en referentes recíprocos (así, el ser u n buen heleno se identificaba con ciudadanía en el estado bizantino, y viceversa) [Eisenstadt, 1969, 1978].

Esta fuerte articulación simbólica y la distinción inequívoca de los princi­pales patrones institucionales guardan estrecha relación, en estas sociedades imperiales e imperial-feudales, con determinadas orientaciones culturales presentes en las mismas.

L a mayor parte de estos imperios se forjaron en íntima relación con algunas de las grandes civilizaciones o tradiciones de la historia humana , c o m o la especial combinación de confucionismo, taoismo y budismo que se dio en China, la tradi­ción cristiana en todas las variantes y la islámica; todas ellas constituyeron marcos de acción civilizadora distintos —tanto simbólicamente c o m o en sus pautas de organización— de los marcos nacionales, étnicos y políticos.

Casi todos compartieron diversas orientaciones o códigos culturas básicos, por lo que se destacaron claramente de algunas de las demás civilizaciones que florecieron en esa misma era histórica llamada axial: el primer milenio A . c. [Daedalus, 1975; Voegelin, 1954]. Se caracterizaron por una gran autonomía y la disociación del orden cósmico (religioso) frente al orden mundano y también por su relación e influencia mutua, por la insistencia en la necesidad de comunicar la esfera trascendental y el orden terreno. A u n cuando compartían con otras civilizaciones — c o m o la hindú y la budista— el énfasis en cuanto a la tensión reinante entre los mundos cósmico y terrestre, a diferencia de ellas ejercían algún tipo de actividad mundana , sobre todo en las esferas política, militar y cultural, pero (especialmente en el caso europeo) también en la económica, a manera de puente de unión entre el m u n d o cósmico-trascendental y el mundanal o terrestre (en la terminología de Weber , a manera de un "foco de salvación").

Se desarrolló además un énfasis m u y marcado en cuanto al m o d o de relación y compromiso de los diferentes grupos de población con los órdenes cósmico y social, y el acceso relativamente autónomo de por lo menos alguno de estos grupos a los principales atributos de dichos órdenes.

Tales orientaciones culturales, la estructura de los centros y las relaciones centro-periferia, se hallaban m u y estrechamente relacionadas con las diferencias existentes entre las élites más importantes y los promotores institucionales.

L a mayor parte de las élites o promotores institucionales [Barth, 1963;

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Eisenstadt, 1971c] de las sociedades imperiales e imperial-feudales —y sobre todo los exponentes de modelos de orden cultural y social, las élites políticas y (en menor medida) los representantes de diferentes colectividades y élites económicas— poseían bases autónomas de recursos y acceso virtualmente independiente al centro y a ellos mismos entre sí. Por otra parte apareció u n sinfín de élites secundarias, las cuales, con su fuerte influencia sobre los centros y la periferia, determinaron diversos movimientos de protesta, las actividades políticas y la lucha intestina. Cada élite —"primaria" o "secundaria"— podía ser el origen de algún movimiento de protesta o de una contienda política con un nivel superior de articulación organizacional y simbólica, así c o m o de algunas orientaciones y conexiones poten­ciales entre ellas mismas y con el centro.

Sociedades patrimoniales

Las sociedades patrimoniales más importantes se caracterizaron por una relativa ausencia de distinción estructural y simbólica entre centro y periferia; poseían u n grado m á s alto de segregación entre los distintos rangos sociales, pero u n grado inferior de conciencia de clase a escala nacional y de la articulación simbó­lica entre las principales colectividades [Eisenstadt, 1973o; Schnecke, 1957], una relativamente escasa distinción simbólica e institucional entre centro y peri­feria, una marcada tendencia a la asociación por status o rango social m u y estricta y una escasa autonomía de las élites más importantes. Las orientaciones culturales predominantes son: énfasis sobre el grado de distinción y de tensión, alto o bajo, entre el orden trascendental y el m u n d a n o , situándose el foco de resolución en el más allá; débil compromiso con el orden sociopolítico e incluso con el cultural y una tendencia a aceptarlo c o m o algo dado.

Estas sociedades se caracterizaron igualmente por una articulación simbólica relativamente débil de las distintas comunidades y de las élites principales (ya fuesen funcionales —políticas y económicas— o exponentes de modelos culturales y de la solidaridad de diversas comunidades) así c o m o por la inserción de dichas élites dentro de grupos adscriptivos.

Ciudades-estados excepcionales y federaciones tribales

Aquellas sociedades en las que prosperó el segundo patrón de cambio —caso de los griegos (y romanos), de las ciudades-estado de la Antigüedad y del Cercano Oriente, y sobre todo de las federaciones tribales israelitas e islámicas— [Ben-Sasson, 1976; Eisenstadt, 1971a, cap. 6] se caracterizaron por una pauta algo diferente.

Las orientaciones culturales predominantes en ellas eran también las distin­guidas por una percepción de cierto grado de tensión entre los órdenes trascen­dental y terrestre, una marcada inclinación terrenal en cuanto a la forma m á s

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apropiada de resolver dicha tensión, así c o m o u n nivel de compromiso con los órdenes cultural y social relativamente alto.

Las relaciones centro-periferia se caracterizaron por una creciente dife­renciación simbólica y estructural (pero no tanto organizativa) entre el centro y la periferia y por su fuerte influencia mutua , siendo así bastante similares a los regí­menes imperiales, c o m o lo eran algunas de las características básicas de sus élites.

Pero la diferencia estructural entre el centro y la periferia no estuvo, en ninguno de estos dos tipos de sociedades, plenamente institucionalizada. Esto se evidenciaba por el hecho de que, si bien sus símbolos centrales y los funcio­narios que despachaban los asuntos interiores y exteriores se distinguían de la periferia, la mayor parte de los ciudadanos podían también participar en el centro. A ú n cuando m u c h o s sólo podían hacerlo en medida limitada, esto no discrepaba de las distinciones sociales efectuadas en la periferia.

El resultado m á s importante de u n centro estructural y simbólicamente distinto, y de la pertenencia social o ciudadana imbricada entre el centro y la periferia fue la identidad relativamente débil (fuera de los núcleos embrionarios) de las clases dirigentes, así c o m o de otras élites, en tanto que formaciones sociales autónomas que se distinguían organizativa y no sólo simbólicamente de los líderes de diferentes grupos y divisiones sociales.

Variaciones en las sociedades patrimoniales.

Las civilizaciones budista e hindú Dentro de cada uno de estos tipos de sociedad se desarrollan, no obstante, varia­ciones de alcance considerable a lo largo de tres dimensiones. Existían en primer lugar variaciones, dentro de las orientaciones culturales, en el locus de la reso­lución de tensiones entre los órdenes trascendental y terrestre (o respecto a la salvación), especialmente en el énfasis puesto en las orientaciones terrenales o ultraterrenales; en su entrelazamiento; en la definición de los centros institucio­nales de resolución y en la medida en que los grupos adscriptivos básicos eran considerados portadores de determinados atributos.

E n segundo lugar existían importantes diferencias de estructura en los centros de actividad y en la autonomía interna de las élites y promotores institucionales m á s destacados; en la medida en que diferentes actividades de estas élites se emprendían a través de roles idénticos y en sus propios marcos organizativos, y en la solidaridad entre distintos promotores y entre ellos y las capas m á s amplias de la sociedad.

E n tercer lugar existían variaciones m u y importantes en los marcos político-ecológicos de estas sociedades, especialmente respecto a la existencia de regímenes políticos relativamente compactos (como imperios o reinos patrimoniales, tribus n o federadas o regímenes feudales) y a su extensión y magnitud [Eisenstadt, 1977].

Las variantes m á s importantes surgían en aquellas ciudades-estado y regí-

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menés tribales que mantenían relación con religiones o tradiciones vinculadas a las grandes tradiciones, c o m o el budismo [Tambiah, 1976] y el hinduísmo, carac­terizadas por su marcada inclinación a las ideas de salvación en un más allá.

Estas grandes tradiciones y sus versiones locales eran sustentadas y trans­mitidas por- élites relativamente autónomas, a veces internacionales, c o m o el sangha budista (y en menor grado el clero mazdeista), cuyos equivalentes no podrían hallarse entre las pequeñas tradiciones de casi todos los demás regímenes bajo los cuales se dieron formas de cambio relativamente coalescentes. Estas élites crearon centros que en la esfera religiosa eran distintos de su propia periferia, así c o m o redes especiales de interconexión entre dichos centros y la periferia, entre las grandes y las pequeñas tradiciones.

Pero, dado el fuerte hincapié ultraterreno de estas grandes tradiciones, tales orientaciones culturales no generaban la correspondiente distinción en los centros políticos y en las relaciones entre estos centros y su periferia, ni tendían a determinar reestructuraciones importantes de otras esferas institucionales. E n realidad, grupos religioso-culturales autónomos, especialmente el sangha en las sociedades budistas, participaban a menudo en la vida política, participación ésta que tenía por base su dependencia funcional de las leyes y la búsqueda de legitimación por parte de los gobernantes. Pero por regla general dicha partici­pación acontecía dentro de los marcos de los diversos regímenes patrimoniales bajo los cuales, con frecuencia, estas élites llegaban a ser políticamente m u y poderosas.

E n la civilización hindú de la India la situación era bastante diferente. A semejanza del budismo, que comenzó c o m o una secta heterodoxa dentro del hinduísmo, ésta era una gran civilización fundada en la trascendencia, pero su negación del m u n d o terrenal no era tan absoluta c o m o la del budismo [Biardeau, 1972; D u m o n t , 1966, 1970].

El hinduísmo, c o m o expresión más plenamente articulada de la ideología y el simbolismo brahmánicos, hacía resaltar vivamente la tensión entre ambos órdenes, el trascendente y el mundano , tensión derivada de la percepción de que el orden mundano está mancillado en términos cósmicos. Esta impureza puede trascenderse o salvarse bien mediante el total renunciamiento o bien mediante actividades rituales adscriptivas y la adhesión a la organización de la actividad social en un complicadísimo orden jerárquico que refleja la situación individual en el orden cósmico y hace resaltar la posición ritual diferenciada del parentesco originario básico y las unidades sociales territoriales (los jatis). E n todas estas formas el hinduísmo tiene una relación m u c h o más directa con las actividades mundanas que el budismo [Cohn, 1971; D u m o n t , 1970o; Heesterman, 1964; Mandelbaum,. 1970; Singer y Cohn, 1968; Thapar, 1978].

El centro religioso-cultural, cuyo núcleo ideológico fue la ideología y simbolismo brahmánico que se desarrolló en la India, consistía en una serie de redes de comunicación y de subcentros ritual-organizacionales (peregrinaciones,

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templos, sectas, escuelas) que se extendían por todo el subcòntinente, saltando m u y a menudo sobre fronteras políticas [Cohn, 1971; Singer y C o h n , 1968].

El centro o centros religiosos llegaron a estar íntimamente asociados con la amplia identidad étnica hindú, mucho más íntimamente asociados incluso que los símbolos religiosos y de comunidad política de las sociedades budistas. Los límites de la identidad étnica hindú —imprecisos, generales, elásticos— consti­tuyeron el m á s amplio marco adscriptivo dentro del cual se forjó la ideología brahmánica.

Al mismo tiempo, sin embargo, c ó m o en otras religiones trascendentalistas, el centro principal del hinduísmo no era político. Aunque en la India florecieron estados pequeños y grandes, así c o m o centros semi-imperiales, no surgió ni uno sólo con el que la tradición cultural se identificara particularmente [Heesterman, 1971]. E n consecuencia, en la mayor parte de los principados y reinos indios las relaciones centro-periferia no diferían m u c h o de aquellas que se presentaban en otros regímenes patrimoniales, ciudades-estado o federaciones tribales. Estos centros políticos, aunque más sólidos en su organización que los centros rituales, no eran permanentes —regímenes y reinos florecían y caían— y tampoco servían c o m o focos esenciales de la identidad cultural india. Esto confirió siempre a la civilización india su gran fuerza interior y explica su aptitud para sobrevivir bajo la dominación extranjera [Fox, 1971; Heesterman, 1957, 1964, 1971].

Respecto al centro político, la relativa independencia de las tradiciones, centros y símbolos de identidad culturales corría pareja con la relativa autonomía de la estructura social, el complejo de castas y aldeas y las redes de comunicación cultural [Béteille, 1965; Ishwaran, 1970; Mandelbaum, 1970].

Estas agrupaciones y redes fueron las que engendraron los principales tipos de élites y promotores institucionales: los promotores políticos y económicos por una parte y, por la otra, los exponentes de modelos de orden cultural y de la solidaridad de diferentes grupos adscriptivos. Sus actividades de fomento y promoción hallábanse estructuradas por dos aspectos fundamentales de la vida social india. E n primer lugar estaban enraizadas en la combinación de características adscriptivas originarias y rituales por las que, al mismo tiempo, se definían; y en segundo lugar, tales definiciones entrañaban un énfasis marcadísimo en cuanto al correcto desempeño de las actividades propias de este m u n d o [Neale, 1969; Rudolph y Singh, 1975; Morrison, 1970].

La civilización islámica E n el ámbito de la civilización islámica cristalizó un patrón bastante especial de relaciones entre orientaciones culturales, relaciones centro-periferia y promotores institucionales [Gibb, 1962; V o n Grunebaum, 1946, 1954; Hodgson, 1974; Holt, Lambton y Lewis, 1970; Lewis, 1950, 1973; Turner, 1974].

Las m á s importantes orientaciones culturales eran la distinción entre el plano cósmico, trascendental, y el plano terrestre, y la acendrada fe en la supe-

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ración de la tensión inherente a esta distinción mediante el total sometimiento a Dios y mediante la actividad en este m u n d o —política y militar especialmente—; el elemento marcadamente universalista en la definición de la comunidad islámica; el acceso en principio, autónomo, de todos los miembros de la comunidad a los atributos del orden trascendental (a la salvación) mediante la sumisión a Dios; el ideal de la u m m a h (comunidad político-religiosa de todos los creyentes, distinta de cualquier colectividad adscriptiva originaria) y el ideal del príncipe c o m o defensor y depositario del ideario del Islam, de la pureza de la u m m a h y de la vida de la comunidad [Gibb, 1962; V o n Grunebaum, 1948, 1954].

E n el m u n d o islámico, la visión original de la u m m a h presuponía una completa convergencia entre las comunidades religiosa y sociopolítica. El estado islámico se constituyó merced a la conquista, inspirada por una nueva religión universal y asumida por tribus guerreras y conquistadoras. E n este estado inicial de conquista, la identidad entre régimen de gobierno y religión fue al principio m u y estrecha. D e manera análoga, muchos de los califas posteriores (como los Abasidas y Fatimitas) llegaron al poder impulsados por movimientos religiosos, fueron legitimados en términos también religiosos y trataron de conservar el apoyo popular acentuando el aspecto religiosos de su autoridad y halagando los sentimientos —también a los líderes— religioso de la comunidad. Los proble­mas políticos (p. ej., la determinación de la sucesión legítima y el alcance de la comunidad política) constituyeron originariamente los principales problemas teológicos del Islam. Pero debido a la enorme expansión de la conquista musul­m a n a , a las tensiones entre los conquistadores tribales y los pueblos conquistados, al énfasis sobre el total sometimiento a Dios, así c o m o a la fuerte disociación ideológica entre la comunidad islámica universal y las comunidades originarias locales o étnicas, tras las iniciales tentatives de los primeros califas y la instauración del califato Abasida, el ideal de una comunidad política y religiosa c o m ú n nunca se realizó. E n consecuencia, se produjo en la política islámica una creciente diso­ciación entre las élites políticas y las religiosas, y entre las diversas comunidades locales y las esferas institucionales, aunque con una marcada orientación religioso-ideológica posterior hacia la unificación de estas esferas [Gibb, 1962; Lapidus, 1973; Turner, 1974].

La identidad de la comunidad religiosa fue forjada y mantenida princi­palmente por la Ley Santa (Shariá), según fuera anunciada y elaborada por los líderes religiosos, los ulemas, e impuesta por los gobernantes. Entre los ulemas y los gobernantes se fraguó una relación m u y peculiar por medio de la cual los ulemas se tornaban políticamente pasivos o sometidos a los gobernantes, si bien permanecían relativamente autónomos en el ejercicio de sus funciones religioso-legales [Schacht, 1970].

Esta combinación dio origen al altísimo grado de autonomía simbólica y organizativa de las élites políticas, a la autonomía simbólica relativamente grande —aunque organizativamente fuera mínima— de las élites religiosas y a una

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creciente separación entre ambas . El liderazgo religioso dependía en considerable medida de los gobernantes y no llegó a constituir nunca una organización indepen­diente, coherente y amplia. Los grupos y funcionarios religiosos no estaban orga­nizados c o m o una entidad separada y tampoco constituían un cuerpo sólidamente organizado, si se exceptúan los casos en que estaban organizados por el Estado c o m o en el Imperio O t o m a n o [Gibb y B r o w n , 1957, cap. 8-12; Itzkowitz, 1957].

L a fuerte disociación ideológica entre la comunidad islámica universal y las distintas comunidades originarias hizo que fuera débil la solidaridad entre sus fieles y los exponentes políticos o religiosos del modelo cultural del Islam.

L a combinación de orientaciones religiosas, estructura de las élites y c o m u ­nidades adscriptivas locales dio origen, tanto en los sistemas imperiales c o m o en los patrimoniales islámicos, a ciertos tipos singulares de grupos dirigentes: especial­mente en lo que hace a los dirigentes religioso-militares que surgieron de los elementos tribales y sectarios y al sistema de esclavitud militar que creó canales especiales de movilidad, c o m o el sistema qui en general y los sistemas mameluco y devshirme o tomano en particular, merced a los cuales el grupo dirigente podía ser reclutado entre los elementos extranjeros [Ayalon, 1951; Itzkowitz, 1972; Miller, 1941; Wittek, 1938].

D e igual m o d o , salvo en el caso de las llamadas órdenes misioneras que establecían nuevos regímenes, bien pocos vínculos estructurales se crearon entre las élites políticas y los exponentes de modelos culturales y promotores económicos, aunque frecuentemente existían estrechas relaciones familiares entre algunos de ellos.

Variaciones en las sociedades imperiales e imperial-feudales

El imperio chino L a tradición confuciano-budista-legalista de China, en contraste con las religiones monoteístas, se caracterizó por u n acento algo m á s débil respecto a la tensión entre el orden trascendental y el m u n d a n o , cierta concepción débilísima de una dimensión histórico-trascendental en el tiempo, u n fuerte enfoque m u n d a n o respecto a la superación de dicha tensión y una relativa liberalidad en su formu­lación así c o m o en su flexibilidad o asequibilidad a capas de población m á s amplias [Balazs, 1964; Elvin, 1973; Reischaner y Fairbank, 1963, cap. 2-10].

Esta ideología estaba m u y estrechamente vinculada al sistema político del imperio chino. El imperio se legitimaba con los símbolos confucianos, mientras que estos símbolos y la orientación ética correspondiente hallaban en el imperio su lugar y su marco natural, su referente m á s significativo.

L a China fue probablemente la m á s mundanal de todas las grandes tradi­ciones. El afán básico del sistema confuciano-legalista oficial era el cultivo de los órdenes cultural y sociopolítico c o m o focos fundamentales de la armonía cósmica. Valoraba las obligaciones y las actividades de este m u n d o dentro de los marcos sociales existentes —la familia, algunos grupos de parentesco m á s amplios y el

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servicio imperial— y acentuaba la relación entre el correcto cumplimiento de estos deberes y los criterios últimos de la responsabilidad individual.

Naturalmente, la tradición también exaltaba la responsabilidad individual con una orientación marcadamente trascendental, pero esta responsabilidad se formulaba mayormente en términos que subrayaban la importancia de las dimen­siones familiar y política de la existencia h u m a n a .

También ponderaba la tradición china cierta afinidad básica entre los símbolos del centro y las identidades de status de los grupos periféricos. L a orientación hacia el centro y la participación en él constituía un componente esencial de la identidad colectiva de muchos grupos locales y profesionales.

Todas estas orientaciones influyeron poderosamente en la estructura del centro chino y de las principales élites y estratos de la sociedad china. El centro chino era absolutista por sus orientaciones tanto culturales c o m o políticas. El centro imperial, con su fuerte orientación y legitimación confuciana, era el único distribuidor de prestigio y honor a escala macrocolectiva. Los grupos o estratos sociales no promovían orientaciones de status independientes excepto a un nivel puramente local; las m á s amplias y principales orientaciones (casi las únicas) dependían estrictamente del centro religioso-político [Balazs, 1964; Eisenstadt, 19716; Lapidus, 1975; Michael, 1955].

E n general de crucial importancia para el nexo entre el centro y la periferia y para el proceso de formación de los estratos sociales en particular, era la estruc­tura de los principales grupos que vinculaban el centro imperial con la sociedad en su sentido lato: el de los letrados, por ejemplo, conformado por todos aquellos que se presentaban a los exámenes confucianos o estudiaban para ello [Balazs, 1964; H o , 1962; Kracke, 1953]. Esta élite era una pléyade relativamente coherente de individuos y cuasi-grupos que compartían un fondo cultural realzado por el sistema de exámenes y por la adhesión a las enseñanzas y ritos confucianos clásicos.

Los letrados constituían la fuente de reclutamiento para la burocracia y combinaban las actividades propias de las élites políticas con las de los expo­nentes de modelos de orden cultural, gozando de estrechas relaciones con los exponentes de la solidaridad de las colectividades (los cabezas de familia y los jefes de clan) y ejerciendo casi un monopolio sobre el acceso al centro. El sistema de organización era casi idéntico al de la burocracia estatal (que reclutaba del diez al veinte por ciento de los letrados) y, exceptuando algunas escuelas y academias, carecía de organización propia. Esta élite, que se hallaba relativamente extendida, se reclutaba en principio entre todas las capas sociales, incluso los campesinos, aunque de hecho la mayor parte de los letrados procedían de las clases a c o m o ­dadas. Así, a diferencia de Rusia, mantenía unas relaciones de solidaridad rela­tivamente estrechas con casi todos los grupos de la sociedad.

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Los imperios ruso y bizantino E n los imperios ruso y bizantino (y en los imperios Abasida, Fatimida y Otomano) se desarrolló una constelación diferente de orientaciones culturales, estructura de élites y estructura de centros y de relaciones centro-periferia.

Dentro de la variante tardía (post-mongol) de la civilización cristiana (moscovita) [Pipes, 1975; Seton Watson, 1952], el centro consiguió imponer un grado relativamente alto de subordinación del orden cultural al orden político y un grado relativamente bajo de acceso autónomo de los principales estratos de la sociedad a los atributos esenciales de los órdenes político y social. L a esfera política pasó a ser monopolio de los príncipes, la esfera económica tendió a marginarse y las actividades económicas, en tanto que no repercutían directa­mente en el centro, se abandonaron a sus propios recursos.

A la sociedad en general se le otorgaba autonomía en otras actividades mundanas —sobre todo económicas—, pero no se le permitía infundirles signifi­cados demasiado amplios en términos de los parámetros básicos de las esferas religioso-culturales.

A tal efecto, el acceso a los atributos del orden cósmico (a la salvación, que se extendía a todos los grupos con la mediación relativamente débil de la Iglesia) era separado rigurosamente por el centro del acceso a los atributos de los órdenes social y político que, después del período post-mongol, se hallaban casi totalmente monopolizados por el centro político.

Las heterodoxias religiosas o bien efectaban cuestiones del más allá o quedaban disociadas de la esfera política. A veces, sin embargo, c o m o en el caso de los verdaderos creyentes, tuvieron alguna repercusión en la esfera económica [Gerschenkorn, 1970].

El mecanismo más importante de que se servía el centro para alcanzar sus fines era la separación obligada entre las élites del poder político (que también eran las exponentes del orden cultural, especialmente en sus dimensiones políticas), las élites económicas y de la enseñanza y los exponentes de la solidaridad de las principales colectividades adscriptivas [Eisenstadt, 19716, cap. 6; Raeíf, 1966].

El imperio bizantino no experimentó un trauma c o m o la conquista m o n g ó ­lica, que en Rusia preparó el terreno para el debilitamiento de las orientaciones y estructuras autónomas de los principales estratos sociales activos. D e ahí que el centro bizantino nunca fuera capaz de separar las orientaciones terrenales y ultraterrenales de los distintos grupos, estratos y élites en la misma medida que lo hizo el centro ruso, aunque a menudo se realizaron tentativas en este sentido y la supremacía religiosa del emperador sobre el patriarca era la doctrina oficial del imperio bizantino y de la Iglesia [Hussey, 1937; Ostrogorsky, 1956].

Las orientaciones religioso-culturales no llegaron a estar tan totalmente sometidas a la. esfera política c o m o en Rusia mientras la Iglesia, orientada c o m o estaba hacia actividades espirituales, jamás llegó a verse tan controlada política­mente c o m o en Rusia. D e igual manera tenemos que los distintos estratos, c o m o

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la aristocracia y los campesinos, tenían acceso al centro de un m o d o relativamente m á s autónomo. D e forma semejante, la sociedad bizantina se caracterizaba por una gran autonomía de las élites secundarias y de las vinculaciones entre ellas y los estratos más amplios de la población [Charanis, 1940-1; 1951a, b\.

La civilización europea occidental E n las estructuras imperiales e imperial-feudales de Europa (occidental y central), durante la Edad Media y los albores de la moderna, se desarrolló un conjunto de relaciones diferentes a todas las mencionadas hasta ahora [Beloff, 1964; Bloch, 1961; Hintze, 1975; Lindsay, 1957].

L a civilización europea se caracterizó por un número elevadísimo de orien­taciones culturales y marcos estructurales que se entrecruzaban. El pluralismo simbólico de la sociedad europea, o su heterogeneidad, se evidenciaba en la multiplicidad de tradiciones —la judeo-cristiana, la griega, la romana y las diversas tradiciones tribales— a partir de las cuales cristalizó su propia tradición cultural. Entre las varias orientaciones culturales de Europa, lo m á s importante fue el hincapié en la autonomía de los órdenes social, cultural y cósmico y su manera de interrelacionarse, autonomía definida por la tensión entre el orden trascendental y el terrestre junto a una marcada insistencia en las formas de resolver dicha tensión mediante una combinación de actividades mundanas (políticas y econó­micas) y espirituales [O'Dea, O ' D e a y A d a m s , 1975; Troelitsch, 1931].

Estas orientaciones simbólicas hallaron vinculación con un tipo especialí-simo de pluralismo estructural-organizativo que difería considerablemente del que encontramos, por ejemplo, en el compacto imperio bizantino (o ruso), aunque éste compartiera muchos aspectos de modelos culturales con la Europa occidental. E n el imperio bizantino, este pluralismo era manifiesto en el grado relativamente alto de diferenciación estructural dentro de un marco sociopolítico relativamente unificado, en el que las distintas funciones sociales se distribuían entre categorías sociales diferentes. El pluralismo estructural desarrollado en Europa se carac­terizó, sobre todo, por una combinación de niveles de diferenciación estructural en aumento constante, por un lado, y unas fronteras de colectividades, unidades y marcos sociopolíticos en permanente modificación, por el otro.

N o había, entre estas unidades y colectividades, una división clara y tajante del trabajo. M á s bien se daba entre ellas una constante rivalidad en cuanto a su posición respecto a los atributos de los órdenes social y cultural, en cuanto al ejercicio de las funciones más importantes para la colectividad —culturales, económicas o políticas— y también en cuanto a la definición misma de los límites de las comunidades adscriptivas.

L a combinación de estas orientaciones culturales con las condiciones estruc­turales existentes determinó varias características institucionales básicas en Europa [Bloch, 1930, 1961; Brunner, 1968, 1968; Prawer y Eisenstadt, 1968], siendo las m á s importantes: la multiplicidad de centros; una profunda penetración en la

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periferia por los centros y la marcada influencia de aquélla sobre éstos; la imbri­cación de los límites y reestructuración de entidades étnicas, religiosas, políticas y de clases relativamente escasa; un grado comparativamente alto de autonomía de los grupos y estratos y su acceso a los centros de la sociedad; una conside­rable imbricación entre diversas unidades de status que corría pareja con un elevado nivel de conciencia del status (clase) a escala nacional y de actividad política; u n sinfín de élites culturales y funcionales (profesionales o económicas) favorecidas por una autonomía relativamente grande, u n entrecruzamiento amplio y una estrecha relación con los estratos m á s amplios y adscriptivos de la sociedad; una autonomía relativamente grande del sistema jurídico con relación a otros sistemas integrantes —especialmente las esferas religiosa y política— y una notable autonomía de las ciudades c o m o centros independientes en la creatividad social y estructural y en la formación de identidad [Brunner, 1968; W e b e r , 1957].

Los patrones de transformación y de cambio

V a m o s a examinar ahora los principales patrones de cambio que se dan en las sociedades descritas, procediendo a continuación al análisis de las orientaciones culturales y de los patrones institucionales que en ellas existieron, dejando para el final el análisis de las relaciones entre los patrones de cambio por una parte y las orientaciones culturales, patrones institucionales y marcos político-ecológicos por la otra.

El patrón de cambio coalescente U n a mirada m á s atenta a los testimonios históricos indica que pueden identi­ficarse varios patrones de cambio principales, con algunas subvariantes m u y importantes en cada u n o de ellos.

U n o de tales patrones, caracterizado por u n grado relativamente alto de coalescência, tanto en los resultados del cambio en las principales esferas institucio­nales c o m o en sus procesos, puede identificarse sobre todo en el imperio chino [Balazs, 1964; Elvin, 1973; Reischauer y Fairbank, 1960, cap. 2-10], en los imperios ruso y bizantino [Pipes, 1975; Ostrogorsky, 1956; Setos Watson, 1962], en algunos, pero sólo en algunos, de los estados islámicos [Gibb, 1962; Lewis¿ 1950; Turnes, 1974], especialmente el Imperio Abasida y, en m e n o r medida, el O t o m a n o [Inalcik, 1973; Itzkowitz, 1972; Wittek, 1963] y en la Europa central y occidental de la edad media y los albores de la edad moderna [Beloíf, 1964; Bloch, 1961; Hintze, 1975; Lindsay, 1957].

El rasgo m á s destacado del patrón de cambio en estas sociedades era que, en primer lugar, las modificaciones y reestructuraciones de las principales colecti­vidades —política, religiosa y nacional— y de los marcos institucionales —el económico, el religioso y el de la estratificación social—tendían con bastante

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frecuencia a ir de la m a n o con reestructuraciones radicales del propio sistema político.

E n segundo lugar, también tendían a darse fuertes conexiones entre los cambios en las bases de acceso al poder y sus símbolos y los cambios acontecidos en las bases de los grupos sociales y en los criterios de estructuración de las jerar­quías en la sociedad, entre los diversos movimientos de protesta y la lucha política central, así c o m o un grado elevadísimo de organización y articulación ideológica de los postulados de esta lucha.

E n realidad, aun dentro de estas sociedades generalmente imperiales e imperial-feudales, los m o d o s m á s frecuentes de cambio eran los dinásticos, que a veces afectaban a los límites del régimen de gobierno y otras veces, las m á s , no producían modificaciones de importancia en sus estructuras políticas. Pero aparte de esto, aunque algunas veces en estrecha relación, se daban otras pautas de cambio con un grado m u c h o mayor de coalescência entre la reestructuración de los regímenes políticos y otros planos institucionales. Así, los cambios dinás­ticos iban muchas veces emparejados con el auge, el crecimiento y el fortaleci­miento, o con la decadencia y la debilitación, de élites e instituciones profesionales, culturales y religiosas, en contraste con otros grupos m á s adscriptivos; o bien iban acompañados por cambios en la fuerza del monarca frente a la aristocracia y de la aristocracia frente a los grupos urbanos y los campesinos libres, o por oscilaciones en el poder y la independencia de la burocracia.

Estos cambios guardaban también relación m u y frecuente con variaciones en los principios de la articulación política de tales grupos, especialmente con el ensanchamiento y estrechamiento de su acceso autónomo al centro [Eisenstadt, 1969, 1978, cap. rV].

U n cuadro análogo se presenta por lo que atañe a la relación entre la conti­nuidad de los sistemas económicos y la de los límites políticos de los imperios. Aquí, más que en .otros tipos de sociedades tradicionales, los cambios en la magnitud y los principios estructurales de los sistemas económicos o de la forma­ción de estratos sociales tendían a repercutir directamente en los centros políticos, a la vez que los cambios sustanciales acontecidos en los regímenes políticos podían afectar al funcionamiento de las instituciones económicas y a la estructuración de las jerarquías en la sociedad.

Dentro de estos sistemas políticos también se manifestaban tendencias hacia la coalescência o vinculación entre los tipos principales de movimientos de protesta y de conflicto, es decir, entre rebeliones y herejías; entre éstas y la creación de instituciones (fundamentalmente en las esferas cultural y económica por obra de élites secundarias), y entre cada una de las citadas y las luchas y procesos políticos más centrales. Algunas de estas conexiones llegaban a ser más que meras coaliciones ad hoc y daban lugar a una "fusión" organizativa y simbólica más estrecha de tales movimientos, generando a menudo nuevos patrones institu­cionales y simbólicos. Esta última tendencia se hallaba estrechamente relacionada

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con el alto nivel de articulación ideológica y simbólica de la lucha política frecuente en las referidas sociedades.

Dentro de este patrón general se dan unas cuantas subvariantes importantes que pueden distinguirse, primero, por el grado de coalescência de los cambios acontecidos en los principales ámbitos institucionales de una sociedad y en los principales movimientos de protesta y conflicto, y, segundo, por la continuidad de un régimen político dado y, en casos de discontinuidad, por la índole del "resultado": sobre todo si ocasionaba el derrumbamiento o la transformación (con distintos grados de violencia) de un régimen.

Los imperios chino, ruso, bizantino e islámico Los imperios chino y ruso se caracterizaron por un ínfimo grado de coalescência; presentando los chinos una continuidad m u y prolongada, en contraste con la m u y corta de los rusos, en ambos casos el resultado de la discontinuidad fue una violenta transformación revolucionaria.

Los principales tipos de protesta y de conflicto político que se dieron en el imperio chino —rebeliones y aparición de gobernadores provinciales c o m o señores de la guerra relativamente semi-autónomos, así c o m o conquistas por dinastías extranjeras— no ofrecían por lo c o m ú n un nivel de articulación política francamente nuevo. La mayor parte de las rebeliones sólo daban interpretaciones secundarias de la escala de valores dominante y no creaban orientaciones radical­mente nuevas. Y las orientaciones políticas de los gobernadores militares y los señores de la guerra tampoco se salían de los marcos políticos y los sistemas de valores existentes. Aunque pugnaban por conseguir una mayor independencia respecto al gobierno central, cuando no por apoderarse de él, m u y raras veces contemplaron el establecimiento de un nuevo tipo de sistema político [Dardess, 1973; Eisenstadt, 1969]. •

D e igual manera las heterodoxias principales —taoismo, budismo y espe­cialmente las escuelas confucianas secundarias— funcionaban dentro del marco social dominante o tendían a apartarse de él. Las únicas relaciones estrechas entre las luchas ideológicas, los cambios en los grupos minoritarios centrales y la política efectiva del centro surgieron en algunas de las controversias confu­cianas ortodoxas de las élites centrales. N o obstante, estos cambios por lo c o m ú n quedaban limitados al centro, los escalones superiores de la burocracia y los letrados o maestros [Dubs, 1939; Liu, 1959].

L a relación más estrecha entre los cambios en el régimen político y la formación de estratos sociales que se daba en el imperio chino era la que es c o m ú n a todas las sociedades imperiales: a saber, aquellos cambios políticos que estaban relacionados con variaciones en la fuerza y la posición relativas de los campesinos libres frente a presuntos elementos aristocráticos. Pero incluso esta relación se manifestaba en China —en contraste, por ejemplo, con el imperio bizantino— m á s al nivel de las actuaciones de gobierno de los dirigentes que al de la articulación

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política de los referidos estratos. D e manera análoga, los grandes progresos comerciales y urbanos que tuvieron lugar bajo los Sung, aunque asociados con alteraciones en la política del gobierno, no fueron acompañados por cambios en la forma de ejercer influencia estos grupos sobre el centro.

E n la Rusia imperial [Pipes, 1975; Setos-Watson, 1952] el centro consiguió mantener una separación m u y estricta entre las rebeliones locales, los movimientos religiosos y los acontecimientos y conflictos del centro mismo durante un período relativamente largo.

Este centro, que al menos desde la época de Pedro el Grande fue resuelta­mente modernizante, determinó procesos m u y amplios y generalizados de cambio económico y social, pero se esforzó por controlarlo y minimizar la aparición de cualquier expresión y organización política autónoma que pudiera surgir.

C o m o mecanismos más importantes de control estaban el acceso autónomo de los diversos grupos al centro, la conversión de los recursos económicos en políticos y la separación entre los promotores institucionales y los principales estratos de la sociedad.

El imperio bizantino se caracterizó por el grado relativamente alto de coales­cência entre el cambio, la reestructuración interna y la transformabilidad, espe­cialmente por lo que respecta a las oscilaciones en la fuerza de los dirigentes imperiales y aristocráticos y de los campesinos libres. Pero la intensidad misma de esta lucha se cuenta entre las causas de la final desaparición de este imperio [Ostrogorsky, 1956].

D e los sistemas imperiales que florecieron en el m u n d o islámico, los imperios Abasida y Fatimita [Lewis, 1950; Shaban, 1970] presentan una estructura más próxima a la del bizantino, mientras que el otomano —salvo que su caída tuvo que ver con una transformación revolucionaria relativamente no violenta— está más cerca de su predecesor directo: el propio imperio bizantino.

Europa occidental y central E n las sociedades europeas, especialmente las occidentales y centrales [Beloff, 1954; Bloch, 1961; Hintze, 1975; Lindsay, 1957], se daba un alto grado de coales­cência entre cambio y reestructuración de regímenes políticos y otros marcos institucionales, no menos que entre movimientos de protesta, heterodoxias reli­giosas y lucha política, con sus reestructuraciones mutuas.

D e esta manera, los cambios acaecidos dentro de cualquier ámbito institu­cional repercutían frecuentemente sobre otros, y de forma mucho más significativa sobre la esfera política. Estos cambios daban origen a la continua reestructuración mutua de dichas esferas, que no siempre necesariamente se fundían, sin embargo, en un sistema cultural o político unificado.

También existía una estrecha relación entre los movimientos de insurrección, las heterodoxias y la lucha política, tendencias concomitantes a las diversas élites y a los estratos más generales de la sociedad encaminadas a promover la

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reforma del centro, y la combinación de tales actividades con procesos de institu-cionalización en las esferas económica, cultural y de la enseñanza.

Comparadas con los sistemas imperiales puros, las sociedades imperial-feudales occidentales se caracterizaron por la m u c h o menor estabilidad de los regímenes, por sus constantes cambios en régimen y colectividad y por la continua reestructuración de los centros. Al m i s m o tiempo dieron prueba de una capacidad m u c h o mayor para la innovación institucional, saltando sobre dife­rentes fronteras y centros políticos y nacionales, lo que finalmente conduciría, en unos marcos económicos apropiados y sólidamente establecidos, a la gran revolución occidental.

Patrones de cambio parcialmente coalescentes y no coalescentes

U n segundo patrón de cambio presente en las sociedades históricas, que predo­minó sobre todo en algunas ciudades-estado de la Antigüedad (especialmente griegas y romanas) y en el cercano oriente, particularmente en antiguas federa­ciones tribales islámicas e israelitas, se caracterizó por un alto nivel de coalescência entre los procesos de cambio —es decir, entre la rebelión, las heterodoxias reli­giosas o intelectuales y la lucha política central— asociado empero con una institucionalización m u c h o m á s efímera de los cambios coalescentes producidos en las principales esferas institucionales [Ben-Sasson, 1976; Ehrenberg, 1960; Eisenstadt, 1971«, cap. 6; Fuks, 1974; Heuss, 1975].

U n tercer patron de cambio, localizado sobre todo en las sociedades del cercano oriente antiguo [Moscati, 1962], del. sureste asiático primitivo [Resink, 1968; Steinberg, 1971] y de las islámicas en su mayoría [Turner, 1974], se carac­terizó por un grado relativamente bajo de coalescência tanto en la institucio­nalización del cambio en los principales ámbitos c o m o en los propios procesos de transformación.

E n la mayor parte de estas sociedades, aun los cambios más espectaculares ó m á s extensos en los principios y límites de los regímenes y de otras instituciones y colectividades, pese a las manifiestas influencias recíprocas, no tendían en general a combinarse y a fundirse; cada esfera tendía a cambiar en un aislamiento relativo, o bien podía dar prueba de una relativa continuidad mientras que en las otras se producían importantes alteraciones. Análogamente, se daba una interacción relativamente floja entre los cambios en los regímenes políticos, por una parte, y la reestructuración de las normas de acceso al poder político para las esferas económica y social, por la otra.

Los cambios m u y importantes en estos regímenes políticos iban general­mente asociados a cambios personales o dinásticos, con alteraciones en la posición jerárquica relativa de diferentes familias, grupos étnicos o regiones, así c o m o en los límites de las distintas formas de gobierno, en el contenido de los símbolos de legitimación que exaltaban las virtudes especiales de los príncipes, o en las

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orientaciones políticas de los gobernantes, tales c o m o las modalidades de coerción, manipulación y confinamiento.

Tales cambios solían hallarse también relacionados con la aparición de nuevos grupos económicos o religiosos, los cuales raras veces daban origen, sin embargo, a la reestructuración de las normas de acceso al poder político, ni estaban directamente relacionados con ello. A lo sumo, tenían que ver con algunas alteraciones o variaciones en la acción política de los gobernantes.

Reinos, organizaciones tribales y ciudades-estado eran también compatibles con el desarrollo de sistemas económicos relativamente amplios, basados en el comercio entre los estados, e incluso en los mercados agrícolas, los cuales desbor­daban las fronteras políticas y sobrevivían a la caída de los regímenes. E n conse­cuencia, modificaciones profundas en las actividades tecnológicas o económicas y en los procesos de institucionalización, o en los " m o d o s de producción", aunque muchas veces contribuyeran indirectamente a las crisis de los distintos regí­menes patrimoniales, no siempre necesariamente iban emparejadas con estos cambios.

Dicho patrón se hallaba m u y estrechamente asociado a un nivel de conexión o coalescência relativamente bajo, o a un nivel de separación alto entre los distintos movimientos de protesta y conflicto, es decir, entre rebeliones y heterodoxias, entre ellas y la lucha política central, así c o m o entre estos procesos y los de inno­vación institucional, sobre todo en las esferas cultural y económica. Al m i s m o tiempo, este patrón también guardaba una relación m u y estrecha con una floja articulación ideológica de las reivindicaciones de la lucha política y las actividades correspondientes.

Las sociedades budista e hindú Dentro de este patrón general pueden distinguirse algunas variantes, según el grado de diferenciación o complejidad de las diversas sociedades e igualmente según estuvieran encuadradas en marcos y culturas locales relativamente arcaicos o que, por el contrario, estuviesen vinculadas con civilizaciones superiores, sobre todo religiones de proyección espiritual y ultraterrena c o m o el hinduísmo y el budismo [Biardeau, 1972; D u m o n t , 1970a, b; Harper, 1964; Tambiah, 1976] o en alguna medida el mazdeismo de Zoroastro.

E n los regímenes relativamente simples, menos diferenciados, c o m o algunos de los que regían las sociedades del cercano oriente antiguo o del sur asiático primitivo, la caída de un régimen político podía también acarrear la desaparición de pueblos enteros, así c o m o de su religión. Al mismo tiempo, la relación entre los cambios acontecidos en algunos sistemas más amplios, étnicos, lingüísticos y principalmente económicos, y los cambios del ámbito político, era, en muchos casos, m u y débil.

E n los regímenes más complejos y diferenciados, especialmente en la medida en que se hallaban vinculados con las civilizaciones superiores, se daba por lo

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c o m ú n una mayor distinción de colectividades e instituciones étnicas, nacionales, culturales y sobre todo religiosas, y también de marcos económicos, así c o m o de sistemas de estratificación social. Estos tendían a persistir a o cambiar sin conexión directa con las alteraciones en los regímenes políticos.

Al mi smo tiempo, se registraban algunas conexiones entre cambios aconte­cidos en los marcos religiosos y ámbitos de civilización y las instituciones econó­micas y políticas, aun cuando estas conexiones fuesen m u c h o más débiles que las registradas en sociedades en las que predominaba la forma de cambio m á s coalescente.

Pueden registrarse varias versiones de tales conexiones (débiles). E n el ámbito budista (theravada) [Tambiah, 1976] las rebeliones tendían a asumir orientaciones milenarias relativamente bien articuladas, relacionadas en ocasiones con grupos políticos. Esto solía dar lugar a la forja de nuevos símbolos y dimen­siones en la definición de la comunidad política local, añadiendo un nivel superior de articulación simbólica, una orientación m á s amplia que a veces servía de base y de marco para la cristalización de símbolos y fronteras nacionales. Tales "naciones" ofrecían a menudo una continuidad m u c h o mayor que los regímenes políticos, c o m o la ofrecían las tradiciones religiosas.

Pero estos movimientos no originaban distinción de los centros políticos ni de las relaciones entre estos centros y sus periferias, c o m o tampoco redefinían los criterios del acceso al poder político ni reestructuraban a fondo otras esferas institucionales.

E n la India, dentro del marco de la civilización hindú, se produjeron algunos movimientos de cambio m á s complejos asociados a relaciones entre rebelión y heterodoxia y cambios institucionales m á s amplios. Muchos de los movimientos de cambio de la India guardaban relación con grupos y categorías generales de casta, ocasionando modificaciones en aquellas esferas institucionales en las que tales grupos de casta se mostraban especialmente activos. A lo largo de toda la historia de la India, estas características fomentaron una marcada propensión a la innovación fragmentaria dentro de diferentes esferas institucionales, es decir, la redefinición de fronteras políticas, cambios de tecnología y de los niveles de diferenciación social y alguna reestructuración de la esfera económica, así c o m o transformaciones en los regímenes económico y social y también en la esfera reli­giosa, c o m o fundamentalmente se manifiesta en la aparición de nuevos movimientos y sectas [Dumont, 1907a; Kollf, 1971; Singer y C o h n , 1968; Thapar, 1978].

Estos movimientos religiosos llegaban a estar muchas veces estrechamente relacionados con componentes de cambio estructural de primer orden, especial­mente con los procesos de cambio regional y de castas y la movilidad entre estas últimas, con la cristalización de nuevos grupos de castas y una continua reestruc­turación de las actividades y los límites políticos de las mismas. Ahora bien, sólo m u y raras veces se hallaban estos procesos asociados con la reestructuración de los sistemas políticos o de las relaciones entre las esferas política y económica.

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E n general, la civilización india tradicional mostraba una notable heterogeneidad en los aspectos estructurales y de organización de sus esferas institucionales, junto con la continuidad manifestada en sus otros parámetros.

El islam sunnita También un patrón especial de conexión entre movimientos de cambio y modifi­caciones en diferentes esferas institucionales fue el que surgió en el seno de la mayor parte de las sociedades islámicas (sunnitas) [Laoust, 1951; Lewis, 1973], las cuales, en general, se caracterizaron por su nivel relativamente bajo de coales­cência entre movimientos y procesos de cambio, pese al marcado hincapié ideo­lógico propio del Islam respecto a la fusión de los ámbitos político y religioso.

Era frecuente la aparición de sectas religiosas y movimientos populares m u y diversos, pero el freno religioso capaz de moderar la autoridad política era débil en regímenes estables, ya que no había otro mecanismo para ejercerlo que no fuese la insurrección. D e ahí que numerosas sectas y movimientos tuviesen c o m o meta la destrucción del régimen existente y el establecimiento de uno nuevo, reli­giosamente puro y verdadero, o bien eran políticamente pasivos.

Y no obstante, debido a la tendencia a la coalescência inherente a la ideo­logía del Islam, se produjo, al menos en el corazón geográfico del m u n d o islámico, un cambio dinámico que se salió del típico patrón separativo y tendió m á s hacia patrones de transformación coalescentes, hecho éste evidenciado en los diversos intentos por restablecer el ideal islámico de la comunidad religioso-política pura: la ummah. Esta tendencia alcanzaba su fuerza máxima durante la instauración de nuevos regímenes políticos, c o m o sistemas imperiales (el último y más duradero de los cuales fue el imperio Otomano) , semitribales, c o m o los del Magreb [Gellner, 1969] o incluso posteriormente entre los swati [Ahmed, 1976], y tendía a remitir después de que un nuevo régimen quedaba establecido.

Asistimos, pues, en la historia islámica —principalmente en el corazón territorial del Islam— a un constante vaivén entre la eclosión de movimientos político-religiosos cuasi totalitarios que aspiraban a la completa transformación del régimen político mediante procedimientos tan ilegítimos c o m o pueden ser el asesinato y la rebelión, y la actitud resueltamente espiritual y trascendentalista que, con su pasividad política, contribuía a mantener el carácter despótico de los regímenes existentes.

Conclusiones analíticas y comparativas

El precedente análisis indica que todo nivel alto de articulación de lucha política y de coalescência de movimientos y patrones de cambio se presenta sólidamente asociado a una marcada distinción simbólica e institucional del centro con respecto a la periferia, a una clara conciencia de las estratificaciones sociales, a la existencia

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de u n sinfín de élites autónomas en general y de élites secundarias en particular y al predominio de una fuerte tensión entre el orden trascendental y el terrenal: una idea bastante m u n d a n a en cuanto a la forma de resolución de dicha tensión o una incondicional adhesión al orden cósmico y social.

L a clave para el entendimiento de esta correlación radica en el hecho de que existe una estrecha relación o paralelismo entre el grado de articulación simbólica o "problematización" [Geertz, 1973] en los diferentes contextos culturales de algunos problemas fundamentales de la existencia h u m a n a , por una parte, y u n alto grado de distinción simbólica e institucional de los principales aspectos del orden institucional, por la otra.

Nuestro análisis ha señalado algunos de los mecanismos institucionales y actores sociales que vinculan tal problematización y articulación simbólica en las esferas simbólico-cognoscitivas e institucionales, en contraste con los estructu-ralistas puros, c o m o Lévi-Strauss [1974], a quienes a m e n u d o se ha acusado de sostener tesis de simple emanación.

Las élites m á s importantes y los promotores institucionales constituyen el nexo principal entre las orientaciones culturales y la articulación simbólica de las esferas institucionales básicas, c o m o también entre todas éstas y los procesos de cambio social. Dichos promotores son los vehículos activos de diversas orienta­ciones culturales, mientras las coaliciones entre ellos aseguran la articulación simbólica de las principales esferas institucionales así c o m o de las distintas acciones colectivas, organizaciones y movimientos, y de los nexos entre todos ellos.

Los mecanismos m á s importantes mediante los que dichas élites moldean los principales elementos del orden institucional son, en primer lugar, la dispo­nibilidad de recursos o actividades "libres" no totalmente encuadrados en unidades adscriptivas, c o m o familias, municipios y gremios. Estos pueden servir c o m o base de nuevos centros institucionales, jerarquías y colectividades. E n segundo lugar, está el desarrollo simultáneo de amplios mercados que trascienden los límites de dichas unidades y, en tercera, concepciones alternativas del orden social, político o cultural que difieren del patrón existente no sólo en el sentido de una inversión del status quo [Gluckman, 1963, cap. III] sino también de la posibilidad de superarlo.

Articulación simbólica y "problematización"

Nuestro análisis pone de manifiesto que la articulación del problema de la exis­tencia h u m a n a es mayor cuando se da alguna percepción de las tensiones reinantes entre el orden trascendental y el mundanal, una firma adhesión a uno u otro, o cuando no se aceptan c o m o algo dado.

E n la medida en que tales orientaciones se institucionalizan, propenden a originar fuertes tendencias hacia la liberación de recursos, los mercados relati­vamente amplios, las concepciones alternativas del orden social, así c o m o la cristalización autónoma de élites principales y promotores institucionales.

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Los promotores institucionales m á s autónomos sirven frecuentemente c o m o activadores de concepciones alternativas del orden social y c o m o organizadores de recursos libres, poniendo en relación recursos y actividades extraídos de distintas esferas y cristalizándolos virtualmente en direcciones nuevas.

E n consecuencia, favorecen la aparición de una firme articulación simbólica de los principales componentes del orden institucional, el acceso autónomo de unas élites y colectividades a otras, una íntima y mutua vinculación entre ellas y su c o m ú n convergencia sobre los centros, así c o m o también la aptitud de los promotores para organizar la acción colectiva (rebeliones y lucha política en particular) en formaciones relativamente "autónomas".

E n tales casos, y en igualdad de otros factores, tienden también a darse estrechas vinculaciones entre los diferentes tipos de rebelión, heterodoxia y lucha política, así c o m o coalescência en los ritmos de cambio en las distintas esferas institucionales.

E n cambio, una débil percepción de la tensión entre el orden trascendental y el terrestre tiende a minimizar la problematización de la existencia h u m a n a , y en consecuencia no favorece una consistente articulación simbólica de las principales esferas institucionales, recursos libres y élites autónomas no encua­dradas en colectividades adscriptivas.

Orientaciones trascendentalistas

Pero incluso en aquellas civilizaciones donde predomina y se institucionaliza cierta percepción de una tensión entre el orden trascendental y el m u n d a n o , existen muchas diferencias en perímetros institucionales y en procesos de cambio. Estos se hallan también fuertemente influidos por diversas orientaciones culturales y las características concomitantes de las élites principales.

Nuestro anterior análisis ponía de relieve dos variables de especial impor­tancia. U n a de ellas es distinguir la resolución terrenal o ultraterrenal de la tensión entre el orden trascendental y el m u n d a n o (o de salvación) y el relativo énfasis puesto en una o en otra. L a segunda, que se entrecruza y combina con la primera, son las relaciones entre los atributos o focos de la resolución de esta tensión, los atributos de salvación y los de las principales colectividades adscriptivas originarias.

Así, ante todo, el nivel de generalización de recursos, la amplitud de los distintos mercados y la simbolización de esferas institucionales, tanto c o m o la aparición de concepciones alternativas del orden social, tienden a estar menos desarrollados cuando el foco de salvación radica en actividades de carácter espiritual, o bien en una combinación de éstas y de actividades materiales o mundanas .

Análogamente, la oportunidad de poner en relación los recursos libres produ­cidos por tales concepciones o por las condiciones tecnológicas y estructurales

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dominantes y de encauzarlos por nuevos canales institucionales es mayor allí donde existe una relación íntima entre los atributos de salvación y los de las principales comunidades adscriptivas (étnicas o nacionales).

U n énfasis en cuanto a la resolución espiritual de la tensión entre el orden trascendental y el m u n d a n o tiende a crear amplios mercados y centros religiosos distintivos, pero no de otras esferas institucionales, y sólo conexiones m u y débiles entre los recursos disponibles merced a la acción de las fuerzas tecnológicas en otras esferas y los producidos en la esfera religiosa.

Aquí los exponentes de los modelos del orden cultural, aunque autónomos en sus actividades religiosas, están encuadrados, desde el punto de vista institu­cional, en colectividades adscriptivas m á s amplias (como son las élites económicas y políticas). Por eso n o emprenden muchas actividades u orientaciones autónomas ni poseen la aptitud de crear nuevos complejos institucionales.

L a separación entre la dinámica interna de estas esferas mundanas y la dinámica de los centros culturales y religiosos es mayor cuando los focos de la resolución espiritual de la tensión entre el orden cósmico y el m u n d a n o están disociados de las principales comunidades originarias adscriptivas, c o m o en el. budismo.

E n tales casos, la resolución espiritual de dicha tensión puede combinarse con los principales atributos y símbolos de las colectividades, m á s no con la reestructuración de las principales esferas institucionales y de las relaciones centro-periferia.

Cuando la resolución espiritual de la tensión entre el orden trascendental y el m u n d a n o se basa, c o m o en el hinduísmo, en una relación m á s íntima entre los atributos espirituales de la salvación y los principales atributos de los grupos adscriptivos básicos, se ponen en circulación algunos recursos libres y se crean amplios mercados m á s allá de la esfera puramente religiosa. Estos recursos pueden dirigirse por varios canales secundarios, aunque el control último sobre su conver­sión es también competencia de la esfera religiosa.

Tales orientaciones tienden a generar y fortalecer élites que las sustentan y que combinan, por otra parte, cierta autonomía en su función (política, econó­mica, etc.) y alguna diferenciación interna entre dichas funciones, mientras que, por la otra, se hallan sólidamente encuadradas en grupos de solidaridad, exis­tiendo un predominio de los exponentes de modelos de orden cultural, que son los portadores y modelos de la salvación por vía espiritual.

Si bien aquí la concepción de órdenes alternativos es, c o m o en el budismo, m u y limitada y en general de carácter espiritual, ha llegado a estar asociada con determinadas actividades en esferas institucionales concretas.

El ideal de renunciación, aspecto fundamental del hinduísmo [Biardeau, 1972; Thapar, 1978], aunque constituyera un nuevo foco de adhesión, no llevada a superar las limitaciones secundarias o a vincularlas al nivel último de realidad e identidad sociocultural. Este ideal no determinaba nuevas motivaciones u

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orientaciones capaces de ligar las actividades ejercidas en estas esferas no religiosas a los parámetros fundamentales de la identidad cultural india. Ninguno de los movimientos de la India creó nuevos nexos entre la esfera mundana y la religiosa, ni dio origen a cambios esenciales en el significado y la estructura de las distintas esferas institucionales [Thapar, 1978].

Focos de salvación

U n a tensión elevada entre el orden trascendental y el m u n d a n o , junto con cierto énfasis acerca de las actividades de este m u n d o , tiende a generar abundantes recursos libres, mercados amplios, una sólida articulación de las esferas institucionales y una gran variedad de concepciones alternativas del orden social y político.

L a percepción de esta tensión da origen a la formación de élites autónomas —o al menos está asociada con ellas o es por ellas transmitida— ya se trate de exponentes de los modelos del orden cultural, élites políticas, o exponentes de la solidaridad de distintas colectividades. Según esto, las sociedades donde predo­minan dichas orientaciones tienden a engendrar múltiples coaliciones de estas élites, las cuales pueden a veces movilizar recursos libres así c o m o encauzarlos en nuevas direcciones. Dadas las virtuales orientaciones mutuas de dichos p r o m o ­tores institucionales, las direcciones del cambio pueden a veces combinarse y fundirse.

Dentro de este patrón pueden darse unas cuantas variedades conforme al contenido y a las constelaciones de las orientaciones referidas. Estas constelaciones pueden variar según el grado de entrelazamiento o de separación de los focos de salvación terrenales y ultraterrenales (problema inherente a las m á s altas civiliza­ciones y religiones) y según sea también la difusión institucional, en los focos de resolución terrenal, de la tensión entre el orden trascendental y el m u n d a n o , y según se presenten las relaciones entre los principales atributos o focos de reso­lución de la tensión y los atributos básicos de las principales colectividades adscriptivas.

Cuanto m á s débil es el énfasis acerca del m á s allá (como en China) y cuanto mejor definido aparece el foco de salvación en este m u n d o y m á s centrado está dicho foco en un solo ámbito institucional (como en China y en el Islam), m á s fuerte será la tendencia a que las élites potencialmente autónomas —en especial los exponentes de modelos de orden cultural y social y las élites políticas— se asocien y unifiquen dentro de un solo marco o categoría social con escasa diferen­ciación interna, c o m o inmejorablemente lo ilustran los letrados o maestros chinos. Semejante estructura sólo depara un radio de acción limitado para los mercados y recursos libres, aún cuando la simbolización de las esferas institucionales domi­nantes sea relativamente fuerte. La circulación de los recursos entre los mercados aparece relativamente restringida: la mayor parte de los recursos libres son cana­lizados hacia el centro. Al m i sm o tiempo, en tales situaciones, las élites hallarán

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bases m u y débiles para la movilización autónoma de recursos; de ahí que la posibilidad de transformación interior tienda a ser relativamente limitada.

El acento sobre u n solo foco institucional de salvación en este m u n d o fue c o m ú n a China y al Islam (en el Islam el foco era político-militar) y se tradujo en una estructura análoga de promotores y en límites impuestos a las capacidades transformadoras de la sociedad. Pero en el Islam también existió u n énfasis espi­ritual m u y señalado (aparte del que valoraba la actividad en este m u n d o ) que dio origen a una concepción bastante sólida de u n orden político y social alterna­tivo y al especial sectarismo de la dinámica política que caracteriza a esa civilización.

Cuanto m á s separadas institucionalmente se hallan las relaciones entre focos de salvación terrenales y ultraterrenales sólidamente entrelazados en lo simbólico (como era el caso en Rusia), m á s acusada resulta la tendencia hacia una situación en que las distintas élites, en vez de fusionarse, se muestran cada vez m á s sepa­radas. Sin embargo, conservan poderosas orientaciones entre sí mismas y con respecto al centro. D e ahí que tales situaciones se caractericen por la existencia de mercados m á s amplios, libre circulación de los recursos, aunque bajo u n control m á s estricto por parte del centro, y tendencias m á s firmes hacia la creación de nuevas instituciones, así c o m o una clara influencia sobre el centro, que sólo puede contenerse con medidas coercitivas.

Al m i s m o tiempo, el estrecho entrelazamiento simbólico de los focos de salvación crea una poderosa y virtualmente articulada concepción de órdenes sociales alternativos. L a escasa coalescência y la separación entre diferentes movimientos de protesta y élites, que no obstante conservan algunas orientaciones mutuas, tiende a garantizar una relativa longevidad de los regímenes. C u a n d o éstos no pueden ya sostenerse por m á s tiempo, se producen revoluciones violen­tísimas, promovidas por ciertas élites (especialmente élites secundarias) caracterís­ticas de dichos movimientos revolucionarios.

E n contraste con todos los casos precedentes, en la medida en que se dan tanto u n entrelazamiento sólido de focos de salvación terrenales c o m o una relativa multiplicidad de palestras para la lucha y la acción en este m u n d o que sirven de puntos de ubicación de tales concepciones, c o m o en Europa Occidental, las posibilidades de transformación del orden social son m á s elevadas que en ninguna otra circunstancia. Estas orientaciones determinaron una rica variedad de concep­ciones de órdenes sociales alternativos y de sus vías de consecución, así c o m o diferentes élites autónomas (exponentes de modelos de orden social, élites funcio­nales, incluso exponentes de la solidaridad de colectividades adscriptivas), y coaliciones entre las mismas. D e ahí que se dieran muchos puntos de cristalización de recursos libres y de conexiones entre ellos.

L a comparación entre Europa y el Islam hace destacar la importancia de la segunda dimensión antes mencionada, a saber, el grado de asociación entre los atributos de salvación y los de las colectividades adscriptivas básicas, m u y

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débil en el Islam y m u y fuerte en Europa. Cuanto m á s estrecha es esta asociación, m á s son los canales para los recursos y m á s firmes las bases de la solidaridad entre los promotores.

La ecología y el cambio

Los marcos ecológicos influyen sobre todo en la disponibilidad de los recursos para la reestructuración institucional y en la aptitud para institucionalizar el potencial de cambio que pueda existir en cualquier sociedad. También influyen los marcos ecológicos sobre la disponibilidad de los recursos en distintos mercados al determinar la importancia relativa de los mercados nacionales y extranjeros.

L a comparación entre los imperios bizantino y ruso, por una parte, y los patrones imperial-feudales de Europa occidental y las civilizaciones islámica e hindú, por la otra, indica que bajo los sistemas imperiales se desarrollaron marcos relativamente unificados de los principales mercados compactos, mientras que en los casos de Europa occidental y del Islam (tanto c o m o en el de la India) se establecieron mercados difusos que trasportaban y desbordaban libremente todas las delimitaciones.

El relativo predominio de los mercados internos —ya fuesen compactos o difusos— dio origen, en todos estos casos, a grandes depósitos de recursos suscep­tibles de ser canalizados en distintas direcciones. Por eso incrementan la capacidad transformadora de las sociedades, su aptitud para la creación de nuevas institu­ciones. Y en todas las sociedades en cuestión, el acceso a los mercados y la circula­ción de recursos dentro de los mismos hallábanse estructurados por las principales élites dominantes. E n las sociedades imperiales (y en las patrimoniales) tales actividades eran en última instancia controladas por las élites políticas. E n las imperial-feudales y otros sistemas descentralizados, la estructura de los mercados difusos y los nexos entre los mismos se hallaban poderosamente influidos por la multiplicidad de élites que frecuentemente traspasaban y desbordaban los límites políticos. E n todas las sociedades la naturaleza de tales vínculos dependía en medida considerable de determinadas características de las élites, c o m o anterior­mente hemos analizado.

Así, en el m u n d o islámico, eran los ulemas y las diversas órdenes los que principalmente facilitaban estos vínculos. D a d a su disociación de la élite política y el desdén oficial con respecto a las principales colectividades adscriptivas "locales", propio de la tradición islámica, estas élites por lo c o m ú n no promovían lazos de solidaridad m u y fuertes con dichas colectividades. Esta falta de lazos de solidaridad entre los ulemas, los dirigentes políticos y las colectividades adscrip­tivas generales, minimizaba su eficacia en la estructuración de mercados amplios, en la movilización de recursos y en el encauzamiento de los mismos por nuevos canales coalescentes. Pero dadas las orientaciones básicas, surgían tendencias, en situaciones extremas por lo menos, encaminadas a la coalescência entre el

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cambio religioso y el político. E n Europa, los lazos de solidaridad elevaban al m á x i m o la tendencia a la movilización de recursos en muchas direcciones y un alto grado de coalescência entre los cambios.

Las civilizaciones islámica y europea occidental parecen hallarse, desde el punto de vista de sus marcos ecológicos, bastante cerca de la hindú. Pero dado que en el caso hindú eran sólo o principalmente las redes rituales-adscriptivas y la organización de castas las que constituían los lazos más importantes —con m u y escaso énfasis mundanal respecto a las actividades políticas o económicas— la conexión entre movimientos religiosos y sistemas políticos era mucho más débil que en el Islam o en Europa. M á s que otra cosa daba origen a formaciones patri­moniales, con sólo m u y modestas capacidades transformadoras en el ámbito político.

La institucionalización de las posibilidades de cambio varía no sólo con arreglo a las orientaciones culturales y a las relaciones solidarias de las élites, sino también entre las sociedades con predominio de mercados compactos y aquellas otras en las que se da una preponderancia de los mercados difusos. E n las sociedades con mercados compactos, los mecanismos centrales de control constituyen un blanco fácil para los procesos de cambio, promoviendo así con frecuencia una lucha por todo-o-nada en la que inevitablemente aumentan las posibilidades de derrumbamiento de los regímenes. Los mercados difusos crean mayores oportunidades de hallar diversos medios de reestructurar las distintas esferas institucionales.

U n a alta dependencia de los mercados exteriores (como puede verse por el análisis de las ciudades-estado excepcionales y las federaciones tribales) minimiza la oportunidad de institucionalizar el cambio, aun cuando éste se caracterice por una coalescência relativamente estrecha de rebeliones, heterodoxias y lucha polí­tica central, incrementada por el desarrollo de tendencias transformadores en su seno. La intensificación de la lucha política, c o m o hemos visto, ha conducido con mayor frecuencia a la caída de estos sistemas y a su incorporación en diversas formas a otras sociedades. '

La explicación radica en el hecho de que algunas sociedades intentaron mantener, en sus particulares marcos internacionales, unas actividades institu­cionales más apropiadas para sociedades "de mayor envergadura" con amplios mercados interiores [Eisenstadt, 1977]. D e ahí que estas sociedades tendieran a especializarse en trabajar para diferentes mercados exteriores mientras mantenían un nivel de especialización nacional mucho más bajo. Esto, c o m o hemos visto, se patentiza en el mínimo y rudimentario desarrollo de actividades especializadas, grupos dirigentes y marcos institucionales. L a combinación de los recursos dispo­nibles con las aptitudes organizadoras de las élites, relativamente bajas, explica las dificultades experimentadas en la industrialización a largo plazo de sus capa­cidades potenciales.

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Los marcos internacionales

Ahora bien, estas constelaciones institucionales en general, y las estructuras de las élites y procesos de cambio en particular, están enormemente influidas por el sistema internacional en que las diferentes sociedades se desenvuelven.

Existe una especie de defecto de retroalimentación entre el lugar de una sociedad dentro de un sistema internacional y la estructura de sus élites. U n a sociedad hegemónica tiende, por la general, a mantener o a fortalecer élites m á s autónomas, mientras que un estado de dependencia tiende m á s bien a mantener o fortalecer a las menos autónomas, con todas las consecuencias estructurales e institucionales que ello implica.

H a y dos procesos o factores adicionales que son significativos. U n o es la estructura original de las élites en su relación con las orientaciones culturales de las distintas sociedades. E n la medida en que éstas son relativamente no autó­nomas — c o m o sucedía en España— su propia hegemonía tiende a reforzar las tendencias relativamente no autónomas, tanto en el centro hegemónico c o m o en las dependencias.

N o obstante, c o m o en el caso del Japón, dichas élites dan prueba de la suficiente autonomía c o m o para intentar crearse una posición relativamente hegemónica o por lo menos un puesto independiente en el sistema internacional. Su aptitud para conseguirlo también depende de la estructura del sistema internacional.

E n tales situaciones, las variables m á s importantes son las siguientes: la rigidez o flexibilidad de la estructura organizativa y simbólica de la sociedad hegemónica y de las sociedades dependientes; el paralelismo o similitud entre las estructuras del centro imperial y sus dependencias; la mayor o menor penetración de las dependencias por los centros hegemónicos; la medida en que diversos sistemas hegemónicos —económico, social, "imperialista" político— son idénticos o están organizados en un marco común; la uniformidad de los diferentes nexos y mecanismos de dependencia; el tipo predominante de dependencia, que puede ser directa (gobierno directo, conquista, etc.) o indirecta; la intensidad de la competición entre distintas potencias hegemónicas que operan dentro de una órbita internacional y la medida en que algunas potencias secundarias también se desenvuelven en cada una de estas órbitas.

Cuanto más notable sea la heterogeneidad dentro de un sistema internacional y mayor la distancia y la diferencia entre las unidades que lo compongan, mayor será la oportunidad para la transformación y los cambios dentro del mismo. Así, la transformabilidad relativamente baja observada en los casos chino y bizantino parece relacionada con su inserción en sistemas internacionales caracterizados por una relativa rigidez y tendencias monolíticas en las estructuras sociales y simbólicas, por el paralelismo o similitud entre la estructura del centro imperial y de las periferias, por una marcada dependencia directa (conquista o contigüidad

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geográfica entre el centro imperial y sus territorios) y por unos marcos relativa­mente comunes de los sistemas internacionales predominantes: políticos, culturales y económicos.

L a superior transformabilidad observada en los otros casos parece hallarse en relación, sobre todo, con la estructura interna de la potencia hegemónica, que era m á s pluralista o heterogénea. Dentro de los diversos sistemas económicos, políticos y culturales internacionales, que no estaban organizados bajo un solo marco, se daban algunos desarrollos autónomos y contradictorios. U n a contra­dicción especialmente importante dimanaba de la primacía de los sistemas cultu­rales y políticos internacionales, que con frecuencia socavaban la estructura de poder de u n sistema imperial particular. E n casi todos estos casos, también, la dependencia era múltiple y m á s bien indirecta. Por lo demás, no había estrechos paralelismos entre la estructura social de la entidad hegemónica y la de las unidades dependientes. Por último, tendían a emerger múltiples subcentros de poder que representaban otros tantos generadores autónomos de cambio.

U n a gran autonomía estructural y cultural (tanto c o m o los demás aspectos de la flexibilidad, según queda dicho) facilitaba diversas transformaciones, esto es, cambios en la estructura interna y régimen de gobierno de los centros imperiales y de sus dependencias, variaciones de poder en las relaciones entre el "núcleo" de dichos sistemas y sus dependencias, así c o m o evoluciones dentro de la potencia hegemónica, la potencia secundaria y las referidas dependencias. Estas a su vez favorecían frecuentemente la aparición de nuevas orientaciones culturales y élites, que tendían a transformar o reestructurar las relaciones entre centro y periferia, entre conquistadores y conquistados.

[Traducido del inglés]

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L a formación del Estado en la India antigua

Romila Thapar

Las teorías sobre la primitiva formación de estados en la India son por lo genera bastante simplistas. Se echa de menos la riqueza de conceptos que ha intervenido en el examen de la formación de estados en África y América Central. Esta pobreza teórica dimana en parte de una obsesión inamovible respecto al Estado Indio primitivo, y es la que Jo identifica con el despotismo oriental. Proyectada en principio esta imagen por los administradores e historiadores ingleses del siglo xix1, no halló siquiera su contrapunto, c o m o muchas otras imágenes de la misma procedencia, en los escritos m á s rigurosos de este siglo. El no menos obsesivo y generalizado afán marxista por el m o d o de producción asiático, pese a las pruebas empíricas en contra, siguió difundiéndose con entusiasmo y los trabajos de los marxistas indios2 que han tratado de demostrar su inaplicabilidad se han visto frecuentemente desdeñados.

Se dio tanta importancia a la definición de la naturaleza del Estado asiático que la cuestión preliminar del proceso de formación de los estados tendió a descuidarse. Algunas sugerencias por vía de ensayo apuntaron en lo esencial a dos posibles explicaciones: la primera giraba en torno a la teoría de la conquista, ya que se sostenía que los arios sometieron a la población indígena en el primer milenio A . C . y éste fue el paso inicial del proceso que posteriormente se traduciría en la creación del Estado. L a otra se basaba en la estratificación interior, soste­niendo que la aparición de las castas era un indicio del advenimiento del Estado. A la luz de investigaciones m á s recientes, pueden oponerse a estas dos teorías reparos sustanciales. E n el primer caso, se abrigan hoy dudas m u y serias en cuanto a que hubiese una raza aria que conquistara sistemáticamente todo el subconti­nente indostánico. Se insinúa en cambio que lo ario debe entenderse c o m o un concepto cultural y lingüístico, teniendo m á s que ver su difusión con migraciones y vínculos tecnológicos que con la conquista. E n el segundo caso se pone hoy en tela de juicio la equiparación de estratificación de castas en estratificación de

Romila Thapar es profesor de historia en la Universidad Jawaharlal Nehru, Nueva Delhi. Como especialista en la India antigua ha publicado especialmente Asoka and the Decline of the Mauryas (1961), History of India (vol. 1,1966) y Ancient India Social History: S o m e Interpretations (1978).

Rev. int. de cienc. soc., vol. X X X I I (1980), n.» 4

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La formación del Estado en la India antigua 717

clases. Quizá la mejor manera de revisar la cuestión sería analizar de nuevo el proceso de formación de los estados en el periodo histórico primitivo y averiguar los principales cambios que tuvieron lugar en la transición de la sociedad sin Estado a la sociedad estatizada.

T o d o Estado se presenta generalmente asociado a una autoridad política que funciona dentro de una jurisdicción territorial, delega sus poderes en funcio­narios, se financia mediante rentas recaudadas entre aquellos que contribuyen regularmente a su sostenimiento sobre una base tributaria impersonal y actúa c o m o instrumento para integrar segmentos sociales identificados no sólo en virtud de roles rituales sino también de funciones económicas3. El Estado es diferente del gobierno y, a su vez, diferente de la sociedad.

L a aparición de u n sistema semejante, históricamente atestiguado por primera vez en la India, se produjo a mediados del primer milenio A. c. y tuvo c o m o foco geográfico el valle central del Ganges. E n los albores del primer milenio A . c. hay pruebas fehacientes, fundadas en textos védicos y testimonios arqueológicos, de la existencia de una sociedad asentada en el valle occidental del Ganges que parecía hallarse al borde m i s m o de la formación del Estado, pero era diferente de la sociedad posteriormente asentada m á s al este, la cual presenta pruebas inequívocas de la existencia de u n Estado. Los testimonios recogidos de los diversos textos védicos y otras fuentes literarias afines sugieren la existencia de una serie de sociedades estratificadas. Los principados o caudillajes de tiempos del Rig Veda , c o m o los de los Bharatas, en el valle occidental del Ganges, avanzaron paulatinamente hacia u n sistema monárquico del que fueron ejemplos típicos el K u r u y el Pancala. Los principados del valle central del Ganges, el m á s famoso de los cuales fue el de los Vrijjis, sobrevivieron durante u n largo periodo, y a juicio de algunos historiadores habían evolucionado, dando origen a estados antes de caer sometidos por las poderosas monarquías de la región.

Es de particular interés para el caso el análisis de estas formas primitivas para el contexto indio, toda vez que el proceso de formación de estados fue u n acontecer ininterrumpido en el subcontinente a lo largo de los siglos,.con los nuevos marcos sociales que incesantemente se convertían en sistemas estatizados. Se ha dicho que existía en la India un medio patológico a la anarquía, definida c o m o ausencia de u n rey o u n Estado, pero igual puede sostenerse que n o era el temor a la anarquía, sino la justificación de este continuo proceso de formación del Estado lo que se reiteraba y asentuaba en las fuentes. L a aparición del Estado en cualquiera de las grandes regiones del subcontinente indostánico no era nunca u n cambio uniforme que afectase a la región entera; por lo general se limitaba al principio a pequeños núcleos. Esto tendía a hacer el cambio m á s azaroso y conflictivo. U n estudio de las formas m á s primitivas puede, por tanto, revelar una pauta que se repetiría, modificaría o reorganizaría en épocas posteriores, pero cuyos elementos básicos seguirían siendo sustancialmente los mismos .

E n el valle occidental del Ganges, la transición del principado a la monarquía

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FIG. 1. El valle del Ganges.

se tradujo en una situación que podríamos denominar desarrollo entorpecido del Estado"4. Algunas tendencias favorecían la eclosión de un Estado, pero otras obraban c o m o impedimentos. L a sociedad védica de la primera mitad del milenio primero A. c. puede caracterizarse c o m o una sociedad basada en los linajes. L a unidad era el clan y éste constituía la estructura esencial a muchos niveles. Había una conciencia territorial y una identificación en el territorio expresadas en el hecho de que se diera el nombre del clan al territorio reivindicado c o m o propio. Así¿ los territorios de Gandhara, M a d r a , Kekeya,' Pancala, Matsya, habían sido todos ellos nominados conforme a la designación del clan que reclamaba la soberanía, sobre los mismos. Tales territorios eran conocidos por el término c o m ú n dejanapada, literalmente "el área donde la tribu jana plantaba s u p i e " . •••••

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El clan se componía de las familias de los jefes (rajanya) y el resto del clan (el vis). La propiedad de la tierra se ejercía al principio en nombre del clan y, si hemos de creer en los textos, no se permitía a los príncipes donarla sin el consen­timiento del clan5. El príncipe era, antes que nada, el protector del clan. Esto era necesario en una sociedad de pastores para quienes resultaban cruciales los derechos sobre las tierras de pastoraje y el medro del rebaño. Los rebaños frecuentemente se engrosaban mediante el hurto de ganado a los vecinos, y la búsqueda de vacas (gavisthi) llegó a ser sinónimo de correrías que tenían por objeto el robo de ganado. A una correría afortunada seguía siempre el reparto del botín, efectuándose la distribución en la asamblea del clan. La mejor parte de los despojos era para el príncipe y para los sacerdotes, reforzándose de este m o d o la estratificación. Los sacerdotes alegaban que sus conjuros y sus preces asegu­raban a los héroes Ja victoria y que sólo ellos podían comunicarse con los dioses.

N o era sin embargo el pastoreo la principal ocupación del clan. El cultivo del trigo y la cebada, y en algunas zonas el arroz, aumentó en importancia con el asentamiento de los clanes en el valle occidental del Ganges6. L a agricultura condujo a un cambio gradual en la definición de la riqueza, que de considerar los miles de cabezas de ganado (vacas y caballos), las jóvenes esclavas, las carrozas y el oro, pasó también a incluir la tierra de labor c o m o un artículo de valor económico. La agricultura fomentó una base de poder distinta para el príncipe, al transformar el concepto territorio en derechos sobre la tierra. Se expresa esto en un cambio en la terminología, donde el rajanya, todavía el jefe consagrado, pasa a formar parte del grupo m á s amplio de los ksatriyas, término éste derivado de ksatra que significa poder. Los príncipes dominantes dentro de este grupo avanzaron aún m á s , hacia la realeza, en virtud de una serie de complicados rituales en los sacrificios que encerraban afirmaciones de asociación con la divi­nidad. Los rituales eran ejecutados para los príncipes por los brahmanes, que de este m o d o se tornaban en legitimadores del nuevo rango, e incidentalmente mejo­raron con ello también el suyo y reivindicaron la posición m á s eminente en la jerarquía social. La gradual concentración de poder en manos de los ksatriyas raja aumentó su control efectivo, pero, al mismo tiempo, los jefes de menor rango no lo eran por especial designación de aquéllos y ostentaban su dignidad por propio derecho. La delegación de autoridad era mínima. El poder del rey estaba debi­litado además porque se separaban las funciones sacras y las temporales. L a legitimidad del rey se remitía en gran medida a la sanción religiosa, c o m o se evidencia por la asociación de la realeza con la fecundidad y la prosperidad. Esta asociación se simboliza a m e n u d o por la representación del rey c o m o u n "propi­ciador de la lluvia". Repetidamente se afirma que los reyes ilegítimos son causa de sequías. Muchos relatos aluden a la venida de las lluvias, tras doce años de sequía, al ser restaurado én el trono su titular legítimo.

Para su sostenimiento, la monarquía dependía de tributos y prestaciones ocasionales. Las palabras con que se designaban dichos tributos, bali, bhaga y

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sulka, pasarían a ser con el tiempo los términos habituales aplicados al pago periódico de impuestos. Esto ha suscitado alguna controversia sobre si no deberían interpretarse c o m o impuestos en este periodo primitivo también7. Pero en el contexto en que se dan parecen tener la connotación de tributos más que la de impuestos, toda vez que no son periódicos, no se ajustan-a cantidades estipuladas ni son recaudados entre categorías señaladas de personas.

Naturalmente, los que aportaban las prestaciones y tributos eran los miem­bros más humildes del clan, y los textos hablan del ksatra que se come el clan lo mismo que el venado se come las mieses8. El vis o clan había experimentado a su vez uri cambio con el grihapati, el jefe de la familia, que poco a poco había ido destacándose c o m o una entidad social bien diferenciada. Es m u y significativo que en el periodo siguiente se describa a menudo al grihapati c o m o el vaisya (derivado del vis), y las funciones del vaisya sean precisamente las desempeñadas por el grihapati en el periodo anterior, a saber, la cría de ganado, la agricultura y el comercio8. Los grihapatis acaso fueran al principio los miembros más jóvenes de los linajes dominantes o los miembros más ricos del clan. Su aparición sugiere la existencia de Ja que bien pudiera denominarse una "economía doméstica generalizada", en la que cada familia patrilineal constituía la unidad. La tierra de labor propiedad del grihapati era trabajada por la familia y en caso necesario por jornaleros contratados y también por esclavos. Los pequeños enseres y utensilios indispensables para el servicio de la familia eran producidos igual­mente por estos empleados, actividad que cuando alcanzó cierto desarrollo se convirtió en la base del intercambio y el comercio. N o aparece claramente indi­cada la identidad de los jornaleros y de los esclavos, pero se les designa c o m o sudras y dasas. A m b o s términos son de etimología desconocida. Se localizan antes c o m o nombres de tribus del noroeste de la India y pueden por tanto reflejar la subordinación de grupos extranjeros10. Dasa pasaría a ser posteriormente el término técnico con que se designaría el esclavo.

L a teoría de los "varna"

La sociedad se hallaba ya para entonces lo suficientemente estratificada c o m o para exigir una estructura de explicación teórica y esto es lo que se expresa en la teoría del varna, frecuentemente traducido por casta. Se ha argumentado que éste era un sistema de jerarquización ritual en el que el más puro, el brahmán, ocupaba el rango m á s alto11. Los demás, según los diversos grados de impureza, se situaban en posiciones m á s bajas de todas las de los intocables, cuya aparición corresponde al periodo post-védico ulterior. U n a hipótesis alternativa sostiene que la institución de los vamos indica una estratificación de las clases que apunta a la existencia del Estado, aun cuando los demás elementos constitutivos de éste, no pueden detectarse por dicha época12. L o que no se ha reconocido en estas

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teorías es que el principal criterio que rige para la diferenciación de cada varna, en el estadio inicial, es precisamente aquello que lo vincula m á s estrechamente con el linaje y guarda relación con las diferentes pautas de alianzas matrimo­niales. Se distinguen tres pautas distintas. L a primera es la de los brahmanes que observan las subdivisiones gotra en las cuales es crucial la exogamia y no está permitido el matrimonio dentro de cada subdivisión. A los brahmanes del sur .tenía que concedérseles una dispensa especial para que quebrantaran esta regla y se casaran con la hija del hermano de la madre. L a segunda pauta es la de los ksatriyas y los vaisyas que con bastante frecuencia se casaban endogámicamente dentro del vamsa o linaje. L a tercera pauta, la del sistema sudra, es totalmente diferente y está basada en la noción de que la estirpe es de "castas mezcladas" (sankirnajati). El rango del sudra viene determinado por la particular combinación de castas que se entremezclan en su parentela13. L a reconstrucción de los orígenes de las castas sudra es en cualquier caso u n ejercicio en el plano teórico, ya que las posibles permutaciones son infinitas, y las listas de sudras en los textos no siempre concuerdan.

Tabúes alimenticios asociados con cada varna fortalecen la noción de jerarquización ritual", tanto c o m o el hecho de que la literatura budista y jainista no brahmánica invierta el rango de las dos primeras castas y se sitúe a los ksatriyas, por encima de los brahmanes. E n la medida, por tanto, en que hubiera una jerarquización ritual, sólo regía en áreas dominadas por los valores brahmá-nicos. L a correlación con el status económico no es tampoco invariable, pues hay brahmanes empobrecidos y sudras ricos.

Merced a la estructura de los varnas se quería establecer la armonía interna y la unidad de la sociedad. N o había procedimientos formales para la adminis­tración de la justicia y la reparación de los agravios dependía de presiones sociales y de rituales expiatorios. L a protección frente al exterior se confiaba al raja o príncipe c o m o uno de los m á s destacados atributos de su cargo. Pueden apre­ciarse algunos intentos indirectos de sancionar su potestad sobre el empleo de la fuerza en la íntima asociación del senani (jefe militar) con su séquito inme­diato, así c o m o en la tradición de que el caudillaje en la batalla fuera u n requisito previo para la investidura del príncipe. Existían múltiples prestaciones y dona­ciones para sufragar los complicados rituales que mantenían el status tanto del príncipe c o m o de la autoridad sacra, pero no había ningún método sistemático de recaudación de una renta para financiar las instituciones del Estado. L a m a y o r parte de la riqueza se consumía, así y todo, en fastuosos rituales. Las imponentes ceremonias de los sacrificios, los yajnas, que se prolongaban durante m u c h o s meses, cuando n o años, eran rituales que combinaban la función del potlatch con diversos grados de intercambio de regalos. Los regalos establecían el rango entre los príncipes. L a distribución de regalos por el yajamana (el que celebra el sacrificio) entre los sacerdotes establecía su rango, así c o m o el de los sacerdotes. Los rituales eran una fuente de legitimación para el príncipe, pero también

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impedían la inversión de la riqueza en cauces económicamente más productivos. La diversión de riqueza por dichos cauces no tuvo lugar hasta el periodo

siguiente, hacia la mitad del primer milenio A . C , en el valle central del Ganges, la región vecina situada al este. Este cambio de ubicación geográfica se menciona en la historia de Videgha Mathava, quien, según el relato, viajó hacia oriente, pero se detuvo y esperó a orillas del río Gandaka hasta que Agni, el dios del fuego, hubo purificado la tierra de allende el río, tras de lo cual se estableció allí.. C o m o eran tierras bajas, más húmedas, el pastoreo tropezó con dificultades y dio paso a una economía predominantemente agrícola. E n Kosala (Uttar Pradesh oriental), donde surgió uno de los antiguos reinos, era posible el cultivo del trigo y del arroz. M á s al este, las tierras pantanosas que se extienden al norte de Bihar eran m á s aptas para el arroz16. El cultivo del arroz no rinde esencialmente más que una sola cosecha al año, y aun con la ayuda de un sistema de riego a base de acequias y albercas, c o m o se dice en los textos, era difícil conseguir una segunda cosecha normal. L a necesidad de obtener mayores excedentes llevó a la extención de la agricultura, y en las descripciones de la riqueza de los hacendados hallamos referencias a vastos arrozales de centenares de acres16. Las mayores superficies de tierras cultivadas eran propiedad de los clanes o de propietarios individuales allí donde las posesiones del clan terminaban. Esta se consideraba propiedad privada con pleno derecho de enajenación. El riego o bien era incumbencia del clan o bien corría a cargo de terratenientes locales, norma que iba a persistir durante muchos siglos en la mayoría de las comarcas del norte de la India. El Estado raras veces facilitaba medios para el regadío.

La extensión de la agricultura de labrantío y la sistematización de los riesgos se han considerado más de una vez requisitos suficientes para la aparición del Estado. Ahora bien, que ésta no era un fenómeno automático o mecánico que aconteciese a partir de dichos cambios nos lo indica ya la coexistencia en el valle central del Ganges de dos tipos de sistemas políticos, en uno de los cuales el Estado era relegado y preterido mientras en el otro se desarrollaba y prosperaba. Se advierte bien el contraste, que presentan por una parte, los sistemas gana-sangha frecuentemente representados c o m o repúblicas, oligarquías o principados, y, por la otra, las monarquías que cada vez más se conviertieron en norma más de Estado en la India antigua.

La existencia de los principados no se limitaba al valle central del Ganges. H a y referencias a ellos en otras partes de la India, bien entrado el primer, milenio de nuestra era17. Los del valle central del Ganges aparecen descritos empero más detalladamente en fuentes budistas primitivas. Los principados eran o de un solo clan, c o m o el de los sakyas, al cual pertenecía Buda, o de una confederación de clanes, c o m o los ocho que se unieron para constituir la famosa confederación Vrijji. Estos clanes eran uniformemente de rango ksatriya, pero existía marcada separación entre los clanes dominantes (raja-kula) que reivindicaban la propiedad de la tierra, tenían derecho a sentarse en la asamblea de los clanes y se les

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otorgaba el más alto rango social, y la otra mitad, por decirlo así, integrada por los jornaleros y los esclavos que trabajaban la tierra para los clanes dominantes y que estaban excluidos de toda pretención de derechos políticos y sociales18. E n los principados no se hace mención alguna de la propiedad privada de la tierra ni de los grihapatis c o m o terratenientes. E n caso de conflicto, c o m o acontecía con motivo de la distribución de las aguas para el riego en alguna ocasión, los clanes dominantes entraban c o m o grupo en la refriega y la dirimían19. Existía no obstante un sistema bastante complejo de administración en el que todos los miembros de los clanes dominantes tenían el mismo status. Los asuntos impor­tantes se discutían en la sala de la asamblea y se sometían a votaciones, y la asamblea consideraba también los problemas de la administración. Los princi­pados gana-sangha parecen, pues, ajustarse a la categoría de sociedades estrati­ficadas previas a la formación de los estados, según la definición ofrecida por algunos teóricos.

E n los principados el ritual religioso era la adoración de túmulos ances­trales, siéndoles ajeno el ritual brahmánico de los sacrificios. E n rango de brahmán, por consiguiente, aun en la jerarquía de las castas, era inferior al de los miembros de los clanes ksatriya que eran las familias dominantes y los propietarios de la tierra20.

Al sistema varita se le entiende c o m o una noción teórica con escasa rele­vancia para la estratificación social real. El funcionamiento social se basaba en el ñati, que se ha traducido c o m o linaje efectivo mínimo, y en el jati, un grupo más amplio frecuentemente definido por la ocupación, mas para pertenecer al cual era condición haber nacido en él. U n a estratificación dual dividía los jatis en altos y bajos. La ausencia de toda exaltación de la jerarquización ritual motivó que en las fuentes brahmánicas se caracterizase a estas áreas como impuras y al margen del ámbito social21. Q u e en los referidos principados existía una pujante alternativa religiosa frente al brahmanismo se evidencia por la fidelidad de muchos de estos clanes a maestros religiosos que surgieron de su seno, c o m o Gautama Buda, que era un sakya, y Mahavira, fundador del jainismo, que era de la confederación Vrijji.

Mientras los principados permanecían, por decirlo así, al borde de la formación del Estado, las monarquías, c o m o reinos de Kosala y Magadha , señalan la aparición de estados enteros y verdaderos. Esta transición fue al parecer el corolario de otra serie de cambios importantes. El más evidente de dichos cambios fue la aparición de un grupo profesional y comercial así c o m o de una economía campesina. Estas dos mutaciones acabaron con las limitaciones del sistema de prestación del valle occidental del Ganges y condujeron a una expresión económica más libre.

Los centros urbanos fueron casi siempre en su origen la residencia de las clases dominantes y así cada janapada, o territorio identificado con un clan, tenía por lo menos un gran centro que era la capital política. Esto ocurría en los

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janapadas del noroeste de la India tanto c o m o en los del valle central del Ganges. L a capital K u r u de Hastinapura y la capital Pañcala de Ahichhatra no eran menos importantes c o m o centros políticos que la capital Sakya de Kapilavastu y el centro Vrijji de Vaisali. Cuando algunos de estos centros adquirieron importancia comercial, tanto c o m o lugares de producción c o m o para sus incipiestes mer­cados, sobrevino un cambio significativo en la urbanización. Fue la combi­nación de actividad política y comercial lo que les llevó a ser denominados "las grandes ciudades", mahanagara, en los textos budistas22.

Puede seguirse el rastro de este proceso a través de varias fases distintas. U n o de los productos secundarios de la realeza y de la concentración del poder político en manos de una sola familia fue un cambio en las relaciones entre los clanes. Los jefes de diez familias, los grihapatis, c o m o propietarios privados de tierras y c o m o principales pilares de la economía, habían mejorado m u c h o su rango. C o n la extensión de la agricultura en el valle central del Ganges, el grihapati pasó a ser el símbolo de la riqueza y el principal contribuyente pecuniario al sostenimiento del reino. La riqueza se computó cada vez m á s en medidas de grano y posteriormente en moneda acuñada23. La riqueza liberó al grihapati de la extensión de la agricultura y lo que no se iba en una economía de prestación periclitada podía ahora invertirse en el comercio. El comercio se desarrolló a partir de intercambios m á s simples al nivel de aldea y del mercado, el nigama. Los herreros ambulantes que trabajaban en la nueva tecnología del hierro esti­mularon sin duda el comercio ambulante, y éste acaso se estabilizara poco a poco hasta formar itinerarios mercantiles regulares. La expansión de los asentamientos en torno al sistema hidrográfico del valle del Ganges proporcionaban un medio natural de comunicación fluvial. Los emplazamientos de las "grandes ciudades" vinculadas al comercio primitivo se hallan en puntos nodales en relación con el sistema hidrográfico y estaban generalmente en la confluencia de por lo menos dos zonas ecológicas. Las descripciones literarias de estas ciudades exageraban su magnitud, atribuyéndoles a veces una extensión de hasta cincuenta kilómetros cuadrados, cosa que no ha sido corroborada por la arqueología24. N o obstante, en las excavaciones los niveles urbanos son considerablemente mayores en super­ficie que los preurbanos, así que la exageración literaria simboliza el sentimiento de una extensión mayor. E n muchos puntos del valle del Ganges donde se han efectuado excavaciones se da también una reconocible uniformidad de algunos objetos arqueológicos que caracterizan los niveles urbanos. Relacionado con estos niveles está el descubrimiento de monedas con contramarca, de las que se han encontrado muchos miles. Constituyen éstas la réplica arqueológica a las referencias acerca de que la moneda acuñada pasó a ser poco a poco la base de las transacciones en las ciudades. N o sólo extendió esto al alcance del comercio, sino que trajo además consigo la profesión del banquero que financiaba el comercio. La usura se mira con desaprobación en las fuentes brahmánicas. Al buen brahmán sólo le es lícito prestar dinero a interés en las circunstancias más

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aciagas, y aun en ese caso se le exige la ejecución de un ritual expiatorio que le absuelva del pecado de avaricia25. L a ética budista, por otra parte, reconoce la usura c o m o una actividad legítima, permitida a cualquier miembro de la sociedad. El término con que se designa al banquero es sresthin/setlhi que significa el que tiene lo mejor, y el banquero, en fuentes no brahmánicas, era persona respetadí-sima. Frecuentemente, el acaudalado grihapati adoptaba la profesión de la banca, convirtiéndose así en el respetado sresthin2'. L a existencia de sectas religiosas heterodoxas, entre las que identificamos los budistas, los jainistas y una gran variedad de grupos inconformistas, c o m o los carvakas y los lokayatas, ayudó a legitimar las inversiones de los grihapatis en el comercio, mejor que la dilapidación de riqueza en prestaciones rituales con motivo de las ceremonias sacrificiales. Los sacrificios brahmánicos no desaparecieron, ya que los reyes todavía buscaban la legitimación de sus potestades por medio de estos rituales, pero fueron tornán­dose cada vez m á s una formalidad. Y lo que es m á s importante, el consumo de riqueza en estas aportaciones era ahora marginal respecto a la riqueza total que se producía. Los brahmanes especialistas en los rituales eran recompensados con concesiones de tierras de labor fértiles, y algunos de los m á s ricos terratenientes de los nuevos reinos eran estos brahmanes, pese a las conminaciones de los textos legales prohibiendo que los brahmanes viviesen de la agricultura27.

L a economía familiar basada en la propiedad privada de la tierra que surgió de la paulatina desintegración de la propiedad de los clanes no sólo condujo a una diversión de riqueza destinada al tráfico mercantil y al comercio, sino que aportó cambios igualmente a la economía agraria. Allí donde los jefes de las familias se entregaban con creciente intensidad al comercio, su atención a la agricultura se reducía, y así los campos dejaban de ser cultivados por sus jornaleros y eran arrendados a labradores de las aldeas que pagaban al dueño una parte del producto. Estos podían ser a veces los mismos jornaleros de antes, pero su función y su rango social habían cambiado al hacerse arrendatarios. E n muchos casos la extensión de las tierras era demasiado grande para que la familia la trabajara directamente y en consecuencia había que cederlas en arriendo a otros colonos. E n uno de estos casos, se nos dice, el jefe de la familia, tras haber renunciado a una parte considerable de sus bienes, aún conservaba 500 arados, cien acres de tierra y cuarenta mil cabezas de ganado. También se hace mención de grihapatis empobrecidos, aquellos que, por causa de la sequía y la pérdida de las cosechas, no podían conservar riqueza alguna y se veían reducidos al estado mísero de labrantines.

Los arriendos rústicos se desarrollaron aún m á s con la colonización de tierras yermas bajo el control de peritos agrícolas. Esto se hacía por iniciativa del Estado, que luego reivindicaba la propiedad de dichas tierras. Al extender de este m o d o la economía agrícola el Estado obtenía mayores ingresos28. Allí donde la tierra pertenecía al Estado se establecía un sistema de arrendamientos en virtud del cual el colono pagaba u n porcentaje de su renta al erario público. E n tales

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sistemas existía una relación directa entre el Estado y el colono, sin la inter­vención de terratenientes intermediarios. E n la terminología de las castas, el suära pasó a ser gradualmente, el colono, en el sentido de labrador rústico, dentro del contexto agrario. El sudra c o m o labrador y artesano y el vaisya como grihapati se conviertieron en los principales sustentadores de las cargas tributarias y la imposición fiscal pasó a ser un importante elemento en la teoría del Estado.

Variaciones en la teoría del Estado

E n el periodo en que aparece el Estado se advierte un notable cambio en la explicación de los orígenes de la realeza y el gobierno29. Mientras que primiti­vamente se valoraban y recompensaban las cualidades de m a n d o y las hazañas en el combate, textos posteriores hablan con mayor frecuencia de otros elementos. E n estas teorías se añade el aspecto contractual, consecuencia de una situación en que se suponía que la propia sociedad había experimentado un cambio. Se describe la sociedad más primitiva c o m o un pasado remoto y utópico en el que no había reyes, legislación ni distinciones sociales. Pero poco a poco la virtud fue declinando y esto hizo necesaria la institución de leyes y la investidura de autoridad en la persona del rey c o m o protector de la sociedad tanto frente a las amenazas externas c o m o ante las disensiones internas. La descripción de la decadencia de la virtud varía en las fuentes brahmánicas y budistas conforme al enfoque del cambio social que las singulariza. Otra distinción importante es la de que el rey brahmánico era el designado de los dioses, mientras la versión budista dice que el pueblo elige a uno de entre los suyos y lo inviste de autoridad.

E n el siglo iv A . c. la teoría del Estado se elabora sobre la noción de los siete elementos, posteriormente denominados los siete miembros, que constituyen el Estado30. Estos se exponen en el Arthasastra de Kautalya, que los enumera c o m o sigue: el príncipe, los ministros y administradores, el territorio, la capital, el tesoro constituido por la aportación de rentas tributarias, la fuerza física y los aliados. Estos elementos constituyentes existían en forma un tanto difusa en los principados del valle central del Ganges y por lo tanto bien puede describirse la confederación Vrijji c o m o un Estado en gestación. Pero son más sólida y clara­mente identificables en las comarcas de esta zona, c o m o las de Kosala y Magadha . Los textos que las describen consideran el Estado monárquico c o m o su sola forma legítima.

L a legitimación del Estado monárquico se refleja igualmente en las versiones, refundidas e interpoladas, de las dos epopeyas de la India antigua. El Mahábharata, cuya acción se desarrolla principalmente en el territorio Kuru del valle occidental del Ganges, relata las zozobras de los principados que lentamente iban dando paso al advenimiento del Estado. La narración describe una sociedad anterior al surgimiento del Estado, pero las adiciones, m u y bien refundidas e integradas

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en el texto original y que asumen el carácter de interpolaciones didácticas, constituyen también una defensa inequívoca del Estado monárquico. El Ramayana tiene c o m o base el reino de Kosala, en el valle central del Ganges, y es m u y posible que la versión m á s antigua de la epopeya se limitase a esta área. M a s con la ampliación de su geografía en redacciones posteriores, también se ampliaron los horizontes. El conflicto entre el Estado y el no-Estado aparece m á s clara­mente cristalizado en el Ramayana, donde R a m a , el héroe, príncipe del Estado de Kosala, combate contra Ravana, cuya sociedad de Riksasas, de quienes se decía que eran demonios, es m u y sugeridora de los antiguos caudillajes. o principados.

El Ramayana en particular tiene una historia diversiforme y complicada. Se tradujo a varias lenguas indias y en cada versión, se introdujeron cambios. Es significativo que la traslación del texto a dialectos regionales tienda a coincidir con la instauración de fuertes y extensas monarquías en las mismas zonas. Las traducciones, pues, aparte del mensaje religioso de propagación del culto de Vishnu, eran también u n sutil medio de apología del Estado monárquico.

Ahora bien, la pauta de cambio que determinó que sociedades basadas en los linajes pasasen a constituir sistemas estratificados es una pauta recurrente, aun en regiones situadas allende el valle del Ganges, y éste es u n proceso constante en la historia de la India. Dicho proceso n o es en todos los casos enteramente idéntico al aquí descrito, pero en términos generales se aproxima a él. Allí donde las tierras de los clanes se hallaban en vecindad de las referidas monarquías, la propiedad del clan iba siendo erosionada por la conquista de la zona o por la intrusión del sistema monárquico, con el desbroce y roturación dé tierras yermas y la fundación de asentamientos agrícolas. Los clanes dominantes asumían el rango ksatriya pero con el desmembramiento de las tierras, propiedad de los clanes, las familias ksatriya de menor rango reclamaban la propiedad de haciendas privadas31. Los clanes dominantes se convertían en feudatarios de las monarquías vecinas y si el control de éstas se debilitaba, los feudatarios adquirían poco a poco status independiente. C o m o élites locales, emulaban el estilo de vida de las monarquías, entre otras cosas el mecenazco de la literatura cortesana en sánscrito, la construcción de templos, la concesión de tierras a brahmanes instruidos en las Vedas y el fomento de una nueva fase del hinduismo que es la que se refleja en los textos llamados Puranas. A los que se veían reducidos a la condición de arrendatarios rústicos se les adjudicaba el rango de sudras, suerte que también corrían los que trabajaban en las diversas ramas de la artesanía y los oficios manuales. E n las primeras fases, el comercio siguió siendo ocupación de forasteros, aunque poco a poco las familias locales m á s acaudaladas se vieron inducidas a emprender este camino:

El sistema de los varna pasó pronto a constituir el modelo de organización social de estas regiones, con la introducción de la sociedad de castas. Se impor­taron brahmanes, toda vez que la legitimación por medio de sacrificios rituales

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era necesaria para el nuevo orden. A trueque, fueron recompensados con sustan­ciales concesiones de tierras y otras fueron bajo formas de favor y protección, que con frecuencia se convirtieron en punto focal de asimilación cultural. L a legitimación no significaba meramente la fundamentación de un Estado monár­quico, sino también la provisión de genealogías ksatriya y entronques de alcurnia para los que habían conseguido adquirir poder político32. Así pues, en las crónicas escritas pasada la primera mitad del primer milenio A. c. se da prioridad al componente genealógico de la tradición histórica. El vaisya, aun c o m o categoría de casta, tiende a perder importancia en siglos posteriores, cuando las ocupaciones relacionadas con el comercio son a m e n u d o relegadas al rango sudra. C o n la aceleración en la formación de pequeños estados que se da en los últimos siglos del primero y en el segundo milenio de nuestra era, hay una multiplicación desme­dida de sudra Jatis que refleja la asimilación de nuevos clanes en escala m u y vasta, tanto c o m o la proliferación de grupos profesionales en ámbitos recién abiertos33.

La jerarquía ritual del sistema de los varna se mantuvo con la introducción de formas religiosas en los Estados recién establecidos y con el intento de absorber los cultos religiosos y sectas existentes en lo que podría llamarse la gran tradición del hinduísmo puránico. Los rituales trataban de asimilar la deidad del clan local así c o m o de incorporar su territorio c o m o parte del nuevo Estado y convertir a sus sacerdotes a las castas brahmanes o bien destinarlos c o m o funcionarios espe­ciales en templos construidos para el culto de la deidad. Esto se ha demostrado, por ejemplo, en la historia del culto a Jagannath, en Puri, que hacia la última fase del desarrollo del Estado de Orissa se convierte en un foco c o m o el descrito31. E n tales situaciones se daba a veces una convergencia de status de casta y económicos. Incluso donde no aconteció esto, el sistema de los varna contribuyó a infundir un sentimiento de orden, de uniformidad con respecto a otras áreas, pese a transformaciones económicas tales c o m o la aparición de una economía rural y de grupos mercantiles.

La transición del clan al Estado no fue el único patrón de cambio, ni fue la conquista el único camino en la formación de los Estados, c o m o han afirmado muchos comentaristas con relación a la era premoderna en la India. Regiones con una larga historia de sistemas estatales experimentaron intensos cambios históricos en el transcurso del tiempo, sin que las diversas formas dejaran de ser compatibles con la naturaleza y el papel específico del Estado. Estas formas iban desde los Estados unitarios y centralizados hasta los recientemente descritos c o m o Estados segmentarios, por no mencionar los diversos sistemas relativa­mente descentralizados en los que las variables venían constituidas, por las distintas formas de arrendamientos rústicos, de intereses comerciales. L a relación entre las áreas metropolitanas y las zonas periféricas no era en m o d o alguno inalterable o uniforme. Sin embargo, entre los teóricos del Estado premoderao se observa una tendencia a insistir en que los datos avalan la tesis de que en la

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India prevaleció u n solo sistema extendido por todo el subcontinente y válido virtualmente para todas las épocas.

Resumiendo brevemente, la hipótesis sobre el Estado en la India p r e m o -derna da por supuesta una situación estática que perdura hasta el periodo colonial, sin otro cambio que el que va de los sistemas de clanes al avasallamiento de la sociedad por el Estado despótico, cambio que se cree aconteció en amplísima escala en la antigüedad. Al no existir la propiedad privada de la tierra, ésta pasaba a pertenecer al Estado o a la comunidad rural, que de todos m o d o s era subsidiaria del Estado. U n rey despótico extraía rentas de las comunidades aldeanas. A éstas se las describía c o m o entidades por otra parte autónomas y autárquicas, pero c o m o la producción era totalmente agrícola, dependía de los sistemas de riego controlados por el Estado mediante una jerarquía de funcionarios que también recaudaban la contribución. E n una situación así, las escasas ciudades eran centros administrativos, con una total ausencia de comercio. Las-únicas mercancías producidas eran bienes de lujo para el consumo real o cortesano.

Esta imagen de lo que en esencia se consideraba el despotismo oriental aparece desarrollada al m á x i m o en el m o d o de producción asiático de M a r x y sigue siendo el modelo teórico m á s influyente para el análisis de la economía política tradicional de la India. Se ha intentado demostrar que los datos empíricos no corroboran este modelo o que el propio modelo contradice la teoría de u n proceso dialéctico, pese a lo cual se continúa insistiendo en su aplicabilidad.

Últimamente se ha propuesto una definición m á s alambicada del m o d o de producción asiático basada en datos referentes al Estado incaico del Perú y sus aledaños históricos35. E n la situación preincaica, la tierra era propiedad comunal de los clanes, era redistribuida periódicamente entre familias extensas que la trabajaban pero no tenían título de propiedad sobre ella, y el trabajo era colectivo. Los incas sometieron a estos clanes y declararon que toda la tierra era propiedad del Estado, pasando a ser, en parte, tierra de la corona. El resto era cultivado por miembros del clan, pero en régimen de trabajo forzado. Los clanes perdieron sus derechos sobre la tierra en términos de propiedad pero continuaron teniendo derechos de posesión y usufructo, por lo tanto la producción siguió siendo comunal, pese al cambio en el m o d o de producción. El Estado incaico mantuvo algunos de los usos anteriores en cuanto a provisión de alimentos, bebida y simiente para los labradores, con la evidente intención de sugerir que el antiguo sistema prevalecía. Se m o n t ó también u n a organización administrativa para el control de los clanes. E n u n sistema así, el Estado era el dueño y arrendador colectivo, y, por lo tanto, la comunidad superior. Quedaron anuladas las rela­ciones de parentesco c o m o vínculos en la producción, lo m i s m o que había quedado sin efecto la antigua formación social.

L a aplicación de este modelo a la situación india primitiva es inadecuada. Existe cierta ambigüedad en la cuestión de la propiedad estatal de la tierra, aparte del caso claramente definido, de las llamadas tierras del Estado. Y hay

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en cambio frecuentes referencias a la propiedad privada y a enajenaciones de tierras por parte de sus propietarios. Allí donde el sistema estatal ya existía, la habilitación de nuevas tierras para el cultivo era en muchos casos realizada por conducto del Estado o por medio de concesiones de terrenos a particulares. E n el Arthasastra de Kautalya se mencionan ciertos asentamientos de agricultores sudrk traídos de zonas ya m u y pobladas o invitados a venir desde reinos vecinos38. E n otro lugar el mismo texto hace mención especial de tierras del Estado y se refiere a ellas c o m o cultivadas por aparceros o por jornaleros y esclavos o incluso por forzados en cumplimiento de sentencia judicial37. Ahora bien, estas colo­nizaciones no eliminaban a los hacendados independientes.

L a cuestión respecto a que tipo dé estructura agraria dominaba, si la propiedad privada de la tierra o la propiedad ejercida por el Estado, sigue sin hallar una respuesta estadísticamente demostrada. Posiblemente la breve duración de los Estados en amplia escala y la disponibilidad de nuevas tierras con que se contó hasta siglos recientes sugiera que la extensión de la agricultura mediante colonizaciones emprendidas por el Estado no se llevaría nunca hasta el punto de que llegase a ser el sistema predominante. E n cualquier caso, la creciente incidencia de las concesiones de tierra efectuadas por miembros de la élite en favor de beneficiarios religiosos y seglares, a partir del milenio primero de nuestra era, sería un claro argumento contra el ejercicio de un control absoluto sobre la tierra por parte del Estado. Así mismo la permanencia de sistemas de clanes independientes, en yuxtaposición con economías rurales hasta tiempos recientes, parece sugerir que la iniciativa estatal en la agricultura no era uniforme en los diversos reinos.

Hasta la mitad del segundo milenio de nuestra era, la principal forma de protesta campesina contra los impuestos opresivos no fue la insurección sino la emigración a nuevas tierras, situadas fuera' de la jurisdicción del Estado al que los campesinos oprimidos pertenecían. Se aconseja a los reyes que no sobre­carguen de impuestos a la gente del campo a fin de que no emigren y se e m p o ­brezca así el reino. L a emigración corroboraría la mencionada facilidad de acceso a nuevas tierras donde asentarse. Estos disconformes serían sin duda bien reci­bidos en los reinos vecinos, ya que su asentamiento en ellos se traduciría en un incremento de la renta.

Las teorías sobre la formación del Estado referentes a la India premoderna tienden a pasar por alto o a atenuar la importancia de la economía rural, por un lado, y el auge de los centros urbanos, por el otro, operantes en el cambio histórico. Los sistemas de linajes o de clanes se debilitaron con el fortalecimiento de estos dos aspectos en particular. El status ritual, en la medida en que se expresaba en la jerarquía varna o de las castas, actuaba c o m o una corriente oculta y constante de los sistemas de linajes, especialmente en sociedades dominadas por valores brahmanes y donde el status económico y el de casta tendían a veces a converger. Dichas sociedades solían ser aquellas en las que la economía mercantil era débil

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o estaba controlada por las castas ritualmente superiores. Los comentaristas modernos no reconocen la fuerza de la economía mercantil en otras épocas, tal vez por causa del debate sobre las condiciones previas necesarias para el capitalismo y el hincapié que se ha hecho respecto al presunto papel marginal de la economía mercantil en la India.

La formación del Estado en la historia de la India primitiva puede pues contemplarse como un proceso de cambio desde unas formaciones sociales gene­ralmente clasificadas c o m o sistemas basados en los linajes hacia otras domi­nadas por un sistema estatal de base rural o campesina. Pero la naturaleza del Estado y los cambios que experimentó en el transcurso del tiempo no se ajustan fácilmente a ninguno de los modelos que hoy existen.. Tampoco el cambio de una formación social a otra se presenta con perfiles bien definidos, pues una'parte considerable de la más primitiva sobrevive siempre y pasa a la que sigue, y muchas se imbrican y superponen. Aparte de los prejuicios interpretativos de muchos teóricos que discurren sobre la India premoderna, son también estas imbricaciones las que han contribuido frecuentemente a mantener la acción y la influencia recí­procas entre ritual y status económico, determinando el oscurecimiento del uno por el otro y ocultando así efectivamente los puntos esenciales del cambio histórico y las complejidades de la sociedad india en sus estadios primitivos.

[Traducido del inglés]

Notas

1 L . Krader, en The Asiatic Mode of Production (Assen, 1975), rastrea las fuentes de esta idea en diversos textos europeos del siglo xvn en adelante.

2 C o m o los trabajos publicados por Irfan Habid y S. Naqvi in Science and Human Progress (Bombay, 1974) y Romila Thapar, The Past and Prejudice (Nueva Delhi, 1979).

3 H . Ciaessen y P . Skalnik, The Eearly State (Mou­ton, 1978); M . Fried, The Evolution of Political Society (Nueva York, 1967).

4 U n examen más detallado de la formación del Estado en el norte de la India mediado el primer milenio A . C . se encuentra en Romila Thapar, From Lineage to State (en prensa).

B Satapatha Brahmana, XII 7.1.75. 6 Romila Thapar, "The Study in Ancient India",

en Ancient Indian Social History: some In­terpretations (Nueva Delhi, 1978).

7 R . S. Sharma, "Class Formation and its Material Basis in the Upper Gangetic Basin", The Indian Historical Review, julio de 1975, vol. II, n.° 1, p. 1-14.

H .

8 Satapatha Brahmana, XII 7.1.12. 9 Gautama Dharmasutra, X 47; Apastambha Dharma-

sutra, II 11.28.1. W . Bailey, "Iranian Arya and Daha" , en Transactions of the Philological Society, 1959, p . 71 y ss. Sudra es a veces relacionado con la tribu Ksudraka u Oxydrakoi mencionada en los relatos de la campaña de Alejandro M a g n o en el norte de la India. The Invasion of India, p. 324-325 (Londres, 1896); Plutarco, Vidas Paralelas, IX.

11 L . D u m o n t , Homo Hierarchicus (Londres, 1972). 12 R . S. Sharma, op. cit. 13 Manu Dharmasastra, X 12 ss. 14 Ibid., IV 205 ss. 15 O . H . K . Spate, India and Pakistan, p . 514 y ss.

(Londres, 1964). Wagle, Society at the time of the Buddha (Bombay, 1966); R . Fick, The Social Organ­isation in Northeast India in the Buddha's Time (Calcuta, 1920).

S. Agrawala, India as Known to Paninl, p . 426 y ss. (Varanasi, 1963).

N.

17

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Notas (continuación)

1 8 H . N . Jha, The Licchavis (Varanasi, 1970). 19 Kunala Jataka. 20 N . Wagle, op. cit. 2 1 Manu Dharmasastra, II 23; X 45. 22 Fick, op. cit., p. 251 y ss. 23 Vinaya Pitaka, I, p. 240-241. 2 1 A . Ghosh, The City in early historical India (Simla,

1973). 25 Baudhayana Dharmasutra, I 5.10.23. 26 Esto también lo atestiguan pruebas epigráficas de

donaciones al sangha budista, en la India occidental y en la región de Andhara, desde el siglo n A . c. en adelante.

27 Baudhayana Dharmasutra, I 5.10.28. 28 Kautalya, Arthasastra, 11 1; II 14; II 24. 2 9 R . S . Sharma, Political Ideas and Institutions in

Ancient India (Delhi, 1968).

3 0 Arthasastra, V I 1. 31 Surajit Sinha, "State Formation and Rajput

Myth in Tribal Central India", Man in India, enero-marzo de 1962, vol. 42, n.° 1, p. 35-80.

32 Romila Thapar, "Geneaology as a Source of Social History", op. cit., p . 326 ss.

33 R . S. Sharma, Social Changes in Early Medieval India (Delhi, 1969).

34 H . Kulke, "Royal Temple Policy and Structure of Medieval Hindu Kingdoms", en A . Eschmann, y otros. The Cult of Jagannath and the Regional Tradition of Orissa (Nueva Delhi, 1978).

35 M . Godelier, Perspectives in marxist anthropology (Cambridge, 1977), p. 186 y ss.

30 Arthasastra, II 1. 37 Ibid., II 24.

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L a evolución en el centro

Estados, ideologías y acción colectiva en Europa occidental

Pierre Birnbaum

L a sociología histórica ha logrado poco a poco elucidar los múltiples procesos que dan origen a tipos de Estados particulares y concretos. Rechazando toda explicación determinista y evolucionista, afirma el carácter original de los distintos mecanismos de modernización política1. Los sistemas políticos no se suceden pues ineluctablemente unos a otros c o m o proclamaban tanto la filosofía política tradicional c o m o las teorías reduccionistas que hacen depender la índole de lo político de las etapas sucesivas del desarrollo económico, inspirándose frecuentemente en modelos estructuro-funcionalistas de origen organicista o incluso en cambios de estructura que, a través de la historia, afectarían necesaria­mente a los sistemas económicos.

U n o de los logros más incontrovertibles de la sociología política contem­poránea reside precisamente en el reconocimiento de la formidable originalidad de la fórmula política que, al final de la Edad Media, se impuso a ciertas sociedades europeas cuyo centro chocaba con la resistencia de poderosas feudalidades peri­féricas. El nacimiento del Estado, particularmente necesario en el caso francés, se presenta por consiguiente c o m o el resultado de un proceso de diferenciación que favorece la formación de un espacio público que se hace autónomo, con estructuras propias que atestiguan una institucionalización progresiva. Vinculado a una historia particular, dentro de un contexto sociocultural y religioso específico, el Estado es ante todo el resultado de una inmensa diferenciación de las estructuras sociales. Su advenimiento subvierte de manera definitiva la organización de u n sistema social que, en adelante, se estructura con arreglo al nuevo orden político. El Estado se presenta entonces c o m o una máquina político-administrativa insti­tucionalizada, servida por funcionarios que se identifican con su rol, separada de la sociedad civil sobre la que intenta ejercer una tutela completa controlándola mediante sus órganos administrativos y su aparato jurídico particular, dominán­dola con su policía, animándola con sus intervenciones económicas, avasallándola,

Pierre Birnbaum es profesor en la Universidad de Paris I,17 rue de la Sorbonne, Paris Cedex 05. Especialista en sociología política, hapublicado Les sommets de l'État (1977), L a classe dirigeante française (1978) y, en colaboración con B . Badie, Sociologie de l'État (1979).

Rev. int. de cienc. soc, vol. X X X I I (1980), n.» 4

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734 Pierre Birnbaum

en suma, mediante la conquista de los espíritus a los que inculca sus propios valores.

Otras sociedades, c o m o Inglaterra, no pasaron por crisis semejantes. A partir del final de la Edad Media, y salvo algún periodo excepcional, la centra­lización que afecta al conjunto de los sistemas políticos no se vio aquí acompañada por una diferenciación paralela de las estructuras político-administrativas. La sociedad civil consiguió en m u y amplia medida autorregularse, las diversas cate­gorías sociales lograron más o menos que el centro las tomase en cuenta y el Parlamento permitió la puesta en práctica de u n mecanismo eficaz de represen­tación. N o asistimos pues, en Inglaterra, a la construcción de un Estado análogo al que se forma en Francia, y en menor medida, por ejemplo, en Prusia. U n a centralización legítima impidió la aparición de u n aparato político-administrativo diferenciado, con la pretensión de separarse de la sociedad civil para dirigirla m á s a sus anchas. E n Inglaterra, y hasta hoy mismo, es un conjunto social, un Establishment relativamente permeable, y no un verdadero Estado, el que organiza el funcionamiento de una sociedad civil de la que no se diferencia en absoluto2. U n a vez llevados a cabo, estos dos procesos radicalmente opuestos de centra­lización política provocan, tanto uno c o m o otro, una transformación del conjunto del sistema social destinada a quedar y subsistir con carácter casi permanente. E n adelante los grupos sociales despliegan estrategias diferentes, los partidos políticos se organizan en forma adecuada con miras a los fines particulares que persiguen en un sistema o en el otro, los propios intelectuales ponen en marcha estrategias y gozan de una influencia estrechamente relacionada con el m o d o de centralización, y las ideologías que surgen açá o allá son totalmente discrepantes pues hunden sus raíces en realidades opuestas. La sociología política debe por tanto tomar en serio la particularidad de los modos de centralización política y los múltiples tipos de Estado que determina. Dentro de esta perspectiva, el Estado representa el papel de variable independiente en torno a la cual se reorganiza la totalidad del sistema social en cada uno de sus aspectos.

Quisiéramos hacer ver aquí, en primer lugar, c ó m o las ideologías que nacen y consiguen desarrollarse se hallan en perfecta correlación con el tipo de Estado frente al cual se desenvuelven ellas, para evidenciar en seguida su influencia sobre el movimiento obrero, sobre su estructura, sus valores, la organización de que se dota y la estrategia a la que recurre, tanto frente al Estado c o m o en el curso de las negociaciones colectivas mediante las que procura obtener ventajas para la totalidad de sus miembros.

L a sociología del conocimiento establece vínculos de diversa naturaleza entre las ideologías y los marcos sociales. Se esfuerza por poner de manifiesto relaciones de correlación o de causalidad entre el conocimiento en sentido general y el sistema social. Y a sea de inspiración marxista (de M a r x a Lukács), weberiana (sin excluir el relacionismo de Mannhe im) o incluso funcionalista o etnometo-

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Estados, ideologias y acción colectiva en Europa occidental ( 735

dológica, la sociología del conocimiento interpreta las ideologías, las visiones del m u n d o y aun los valores con arreglo a su producción por una clase social, un grupo o incluso un conjunto de individuos en interacción. N o tiene nunca en cuenta la especificidad de lo político, que sin embargo trastorna las condiciones de producción del conocimiento. Marx , por ejemplo, ve exclusivamente en las clases sociales el origen de las ideologías que expresan sus intereses respectivos. Para él, "las representaciones, el pensamiento, el comercio intelectual de los hombres aparecen aquí también c o m o emanación directa de su comportamiento material"3. D e igual manera, y según el modelo dominante de la obra de M a r x y de Engels, "el Estado es el Estado de la clase más poderosa, de la que domina desde el punto de vista económico y que, gracias a ello, se hace también políti­camente dominante"4. A M a r x no se le ocurrió nunca relacionar las formas de conocimiento no ya con las clases sociales, sino con los diversos tipos de Estado cuya realidad reconoce, por lo demás, en distintos momentos de su obra, cuando opone por ejemplo, el Estado francés o el Estado prusiano al Estado inglés, o aun al Estado suizo6.

Al poner el acento, c o m o de vez en cuando lo hace, en la especificidad de los Estados, Marx habría podido romper la relación que constantemente establece entre las ideologías y las clases sociales, y habría imaginado correlaciones entre las ideologías y los distintos tipos de Estado. C o m o no lo intentó, se vio inducido a tratar a los intelectuales únicamente con arreglo a la clase a la que pertenecían y nunca conforme a sus relaciones con los Estados. Según Marx, los intelectuales no pueden ser pues considerados más que c o m o "los representantes políticos y literarios" de las clases sociales cuyos intereses expresan. A partir de una proble­mática como ésta, Marx pasa en silencio los lazos que unen en ciertos casos a los intelectuales con determinados tipos de Estado especialmente institucionalizados (caso de Francia y de Prusia), de donde resulta que las teorías que elaboran, lo mismo que las ideologías que nacen en un contexto semejante, dependen así del Estado y no de la clase social. Puede entonces preverse, ante la presencia de un Estado mínimo (caso de Inglaterra), que se generarán otras teorías y otras ideo­logías diferentes. A u n cuando en estos países las relaciones sociales sean de idéntica naturaleza, las diferencias de tipo de Estado suscitarán la aparición de una visión del m u n d o contrapuesta y determinarán los roles que, tanto en un caso c o m o en el otro, desempeñan los intelectuales.

Dentro de la tradición marxista, la cuestión de los intelectuales y el papel de las ideologías han sido especialmente tratados por Gramsci. Según él, "corres­ponden a la función de 'hegemonía' que el grupo dominante ejerce sobre toda la sociedad y a la función de 'dominación directa' o de mando que se expresa en el Estado y en el régimen 'jurídico'"6. Yendo todavía un poco m á s lejos que Marx, estima Gramsci que los intelectuales son los agentes de la clase dominante, a la que permiten ejercer su hegemonía tanto sobre la sociedad c o m o sobre el Estado. U n a vez más, la relación específica intelectual-Estado queda borrada.

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736 Pierre Birnbaum

Y sin embargo, al oponer los Estados del este a los del oeste, Gramsci subraya que en el este "el Estado lo es todo", mientras que en el oeste el Estado es la "trinchera exterior" de la fortaleza sociedad civil; ésta no es "primitiva y gelati­nosa", c o m o en el este, sino que se presenta c o m o una "estructura robusta". A partir de una distinción así, Gramsci hubiera podido poner en claro el diferente papel que desempeñan los intelectuales con relación a las clases sociales pero también con arreglo a los distintos tipos de Estados. Infortunadamente no siguió esta vía de exploración. Perry Anderson resume el pensamiento de Gramsci valiéndose del modelo siguiente7:

Este Oeste

Estado Sociedad civil Sociedad civil Estado Coerción Consentimiento Dominación Hegemonía Movimiento Posición

Según él, en Gramsci, "la preponderancia de la sociedad civil sobre el Estado en el oeste puede parangonarse con el predominio de la 'hegemonía' sobre la 'coerción'"8. Este modelo tiene interés porque esboza un enfoque sociológico comparativo diferenciado de los intelectuales y las ideologías. Pero sigue siendo insuficiente. E n efecto Perry Anderson, en su interpretación de Gramsci, conserva su propia oposición de este y oeste, que no le permite dar razón de las formidables diferencias que alejan unas de otras a las propias sociedades del oeste9. Del mismo m o d o que veía en ellas, en el siglo x v m , sociedades aristocráticas por igual, desdeñando el fenómeno de la institucionalización del Estado en Francia y esti­m a n d o secundario lo que separa la monarquía absoluta francesa, donde el Estado se autonomiza y se diferencia de la nobleza, del sistema aristocrático inglés, donde el Estado, por el contrario, sigue siendo mínimo y no diferenciado.

Por encima de Marx , Gramsci y Perry Anderson, es pues indispensable reconocer la diversidad de los modos de centralización política que se han realizado en el oeste para intentar después estudiar la aparición de las ideologías con arreglo al tipo de Estado que tienen en frente, si es verdad que en el oeste la dominación no se ejerce sólo por mediación de la sociedad civil, sino que a veces aparece esen­cialmente asumida por el Estado10. Quisiéramos desarrollar aquí una sociología del conocimiento que dependiera, pues, no de los marcos socioeconómicos, sino también de los sociopolíticos, y examinar en consecuencia las relaciones que se establecen entre las ideologías y los tipos de Estados, tomando c o m o ejemplo primeramente las postrimerías del siglo xix en Europe occidental. Al hacerlo, buscamos poner en tela de juicio tanto la idea desarrollista y evolucionista, que vincula estrechamente la aparición de un tipo particular de ideología (por

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Estados, ideologías y acción colectiva en Europa occidental

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ejemplo, el comunismo) a un momento particular de la industrialización11, c o m o los modelos que niegan la diversidad de los procesos políticos históricos según los cuales idénticos aparatos ideológicos de Estado ejercerían, en beneficio de la burguesía, una acción semejante en la totalidad de los países de Occidente12.

El modelo francés

C o m o ya hemos dicho, cabe distinguir los Estados fuertemente institucionalizados, diferenciados y autonomizados (Francia es el prototipo), de aquellos que han conocido un proceso de centralización política conducente a un Estado mínimo. A partir de esta distinción, que hace de lo político la variable independiente, deben tenerse en cuenta las relaciones que, en un caso o en otro, unen al Estado con la clase dominante: en algunos casos se registra una fusión, y en otros una diferen­ciación. Pero allende esta primera variable política, Estado o no Estado, a partir de la cual se plantea el problema de la fusión con la clase dirigente, habremos de tomar igualmente en cuenta otra variable política, independiente de la primera toda vez que su origen es totalmente distinto: la del mercado político merced al cual se realiza, a ritmos diferentes, la democracia. Para dar razón a la aparición de las ideologías (y no vamos a tratar aquí más que de las ideologías que estructuran la acción colectiva de la clase obrera), es pues indispensable utilizar estas dos variables políticas a fin de analizar los resultados de sus múltiples combinaciones.

Entre los Estados m u y institucionalizados, el Estado alemán no pudo diferenciarse de la aristocracia; en este caso, el resultado ha sido una fusión Estado-clase dominante, responsable, c o m o ha observado Barrington Moore , de la revo­lución "desde arriba"13, favorable al cambio y a una rápida industrialización llevada a cabo con la participación activa del Estado14. Se comprende entonces, en un contexto semejante, el rápido desarrollo de una socialdemocracia marxista que expresa el antagonismo directo que enfrenta a la clase obrera con la clase dominante en estrecha osmosis con el Estado. L a expansión del marxismo corres­ponde a la formación de una sólida clase obrera surgida de la industrialización rápida y dominada por una alianza de la aristocracia y de la burguesía; su versión lassaliana patentiza, por el contrario, el peso que el Estado ejerce en la organi­zación de las clases dominantes15. La socialdemocracia alemana se organizó a imagen misma del Estado que aspiraba, a conquistar: estaba tan centralizada, tan disciplinada c o m o él, y se comprende que R . Hilferding pudiese hablar de "bismarckismo". M a s por desarrollado e institucionalizado que esté, el Estado aparece siempre c o m o instrumento de una clase dominante. L a dominación social aparece pues claramente a través de la dominación política. Se comprende entonces que el sindicato esté subordinado al partido. L o que distancia a Kautsky de Bernstein y constituye finalmente la apuesta esencial del gran debate teórico

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738 Piérré Birnbaum

C U A D R O 1. Relaciones entre el Estado y la clase dominante en Europa occidental

Francia Alemania Reino Unido

E+ F— 1+ M+

Clave:

E + F + I— M —

E— l

F+ I— M+

E + o E— Estado diferenciado o no diferenciado (centro). F + o F— Fusión Estado-clase dirigente o ausencia de fusión. 1 + o I— Industrialización desde arriba o industrialización desde abajo. M + o M — Mercado político abierto o mercado político cerrado.

1. En el caso británico, como se verá, dado que no existe Estado verdaderamente diferenciado, el problema de su eventual fusión con la clase dirigente no se plantea. El espacio político está ocupado por un Establishment. F + significa, pues, en este caso, una fusión social sin diferenciación real de los roles políticos.

que anima a la socialdemocracia alemana en esa época, es la cuestión del Estado. El revisionismo pretende poner en práctica una estrategia indirecta de toma del poder mediante la economía (lo que corresponde, en nuestro modelo, a una acción adeudada frente a un Estado débil) y transformar el partido en un partido d e m ó ­crata (versión trade-unionista); para Kautsky y la mayoría, al contrario, el partido de la clase obrera debe hacer del "Estado su Estado"10.

Esta situación explica al mismo tiempo el fuerte desarrollo del marxismo y la débil difusión del anarquismo17. El movimiento obrero, pues, no combate

Estados

M —

F+

1 +

T

F+

-M+ -M+

1 +

Alemania Francia

Marxismo > Anarquismo Anarcosindicalismo > Marxismo

F I G . 1. Ideologías y marcos sociopolíticos en Europa a finales del siglo xrx.

Reino Unido

Ni marxismo ni anarquismo

Trade-unionismo

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Estados, ideologías y acción colectiva en Europa occidental

739

tanto al Estado c o m o tal Estado, que es lo que propugnan los anarquistas, c o m o al Estado de la clase dominante.

E n Francia por el contrario, la institucionalización del Estado corre parejas con una fuerte diferenciación respecto a la clase dominante. El Estado absoluto o el Estado burocratizado se presenta c o m o u n aparato de dominación de la sociedad civil y n o c o m o el instrumento de la clase dominante. L a dominación se experimentó, pues, antes que nada en su dimensión política, lo cual explica tal vez la aparición primero de las teorías anarquistas y luego la gran difusión del anarco-sindicalismo.

E n la segunda mital del siglo xix el anarquismo se extiende por Francia, paralelamente al considerable fortalecimiento del Estado18. L a inmensa influencia que ejerció Proudhon sobre el movimiento obrero hasta los albores del siglo x x atestigua el peso del anarquismo. Según Proudhon, el Estado dista m u c h o de ser únicamente u n m e r o instrumento de la clase dominante: antes bien se presenta c o m o u n a máquina diferenciada a la que es preciso combatir c o m o tal. Analizando el golpe de Estado de Napoléon III, insiste en la especificidad del Estado que es su consecuencia19. Frente al Estado francés, cuya singularidad por otra parte n o advierte, Proudhon lleva a cabo análisis idénticos a los que proponen, desde horizontes ideológicos opuestos, tanto Tocqueville c o m o M a r x . Según Proudhon , " c o m o la centralización es expansiva, invasora por naturaleza, las atribuciones del Estado crecen continuamente a expensas de la iniciativa corporativa, vecinal y social"20. Analizando a su vez el segundo imperio, M a r x redescubre los análisis de Proudhon, los cuales impugna n o obstante de manera sistemática: según él "el Estado abarca, controla, reglamenta, vigila y protege tutelarmenté a la sociedad civil", se presenta c o m o u n "aterrador cuerpo parásito que recubre c o m o de u n a m e m b r a n a el cuerpo de la sociedad francesa tapándole todos los poros"21. Frente al Estado francés, M a r x abandona su análisis tradicional en términos de clase social para reconocer, c o m o Proudhon, la especificidad de la dominación política que se ejerce en este contexto. Admi te también el punto de vista de Tocqueville, quien pone de relieve c ó m o "bajo el antiguo régimen, al igual que en nuestros días, n o había en Francia ciudad, burgo, aldea ni caserío por pequeño que fuese, ni había en ella hospital, fábrica, convento ni colegio que gozara de voluntad independiente respecto a sus propios bienes. Entonces, lo m i s m o que hoy, la administración tenía a todos los franceses bajo tutela"22. Q u e el pensamiento liberal, la teoría marxista y el análisis anarquista estén de acuerdo, pese a su contradicción, en reconocer la particularidad del Estado francés revela la profunda influencia que ejercen sobre las ideologías los marcos sociopolíticos.

Si, c o m o acertadamente observa Pierre Ansart23, puede destacarse la exis­tencia de una homología estructural entre las prácticas obreras mutualistas de la época de Proudhon, que tuvieron gran expansión en Francia, y su creación teórica, que se desarrolla también a imagen de las mutualidades obreras, caracterizada por u n rechazo del Estado y u n a preferencia a favor de la acción económica independiente,

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deberá reconocerse asimismo, en consecuencia, que su obra está determinada quizás y sobre todo por el tipo de Estado al que se opone. La industrialización m á s lenta y el mantenimiento de una estructura económica en la que los pequeños productores y los artesanos desempeñan tan sólo un papel de variable operativa, favorece sin duda la acogida dispensada a las teorías anarquistas pero se halla no obstante sobredeterminada por la especificidad del Estado. Destaquemos además, con Yves Lequin, que el anarquismo consigue igualmente penetrar, en esa época, el sector de la industria pesada24.

E n estas condiciones, no tiene nada de sorprendente que el anarquismo, durante m u c h o tiempo y contrariamente a lo que sucedía en Alemania, se impusiera y prevaleciera sobre el marxismo. C o m o ha observado Edouard Droz, "por sí mismo y por mediación de sus discípulos, Proudhon creó en su mayor parte la Confede­ración General del Trabajo"25. E n el mismo sentido, tanto Jacques Julliard c o m o Annie Kriegel subrayan la fuerte influencia que ejerció Proudhon sobre el sindi­calismo revolucionario por conducto de Pelloutier26. La organización de las bolsas del trabajo o la adhesión a la idea de la huelga general27 son testimonios del intento de autoorganización de la clase obrera. Según Pelloutier, a los trabajadores les "interesa unirse y deben considerar el sindicato, la sociedad cooperativa, no c o m o una oficina de colocación y una caja de ahorros impuesta, sino c o m o escuelas de revolución, de producción y de self-governement"™. Es algo sorprendente volver a encontrar en lo escrito por Pelloutier la idea británica del self-government; tanto en un caso c o m o en el otro, esta idea expresa el rechazo del Estado. Pero mientras que en Inglaterra el carácter limitado del Estado era sumamente desfavorable al desarrollo del anarquismo o del anarco-sindicalismo, en Francia en cambio la fuerza del Estado explica su florecimiento.

Contra la formación de un partido socialista que se impusiera c o m o tarea la conquista del Estado, contra el marxismo y su expresión guedista, Pelloutier, al promover las bolsas del trabajo, se adhiere a la concepción que habla de "mutua­lismo, de cooperación, de crédito, de asociación y sostiene que el proletariado posee en sí mismo el instrumento de su emancipación"29.

Bajo todas estas formas, individualista y terrorista, mutualista, colectivista o sindicalista30, el anarquismo tuvo en Francia un formidable desarrollo que corres­ponde a la potencia de que allí goza el Estado. E n este sentido, la oposición entre el anarquismo francés y el marxismo desarrollado en Alemania no corresponde tanto, según estimaban lo mismo Bakunin que Kropotkin, a una diferencia entre el "espíritu latino" y el "espíritu alemán", cuando al tipo de Estado que se construyó en cada uno de estos dos países y a su mayor o menor diferenciación con respecto a la clase dominante. Así se comprende que en esta época, la actitud de los huel­guistas traduzca, según Michelle Perrot, "una creencia en la prioridad y en la omni­potencia de los factores políticos"31.

Verdad es que en el Congreso de Marsella de 1879 el guedismo se impuso al movimiento corporativista y mutualista32. Ello no impide que el anarcosindicalismo

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Estados, ideologías y acción colectiva en Europa occidental

741

conserve aún durante m u c h o tiempo su control del movimiento obrero y que la carta de A m i e n s de 1905 revele todavía su influencia33. A d e m á s , "el guesdismo, que invoca a M a r x , conserva de hecho en sus orígenes u n a marcada huella anarquista o blanquista"31. Sea cual fuere su diferencia de perspectiva,.estas tres corrientes se proponen en realidad definirse con relación al Estado, bien combatiéndole o bien auto-organizándose al margen y en contra de él. El guesdismo, versión francesa del marxismo, concentra su acción contra el Estado: " D i g a m o s u n a y otra vez a los proletarios, declara Guesde , que fuera de la conquista del Estado por el partido de la clase obrera, n o hay transformación posible de la sociedad ni emancipación del trabajo"35. El movimiento socialista francés rechaza poco a poco las organizaciones de cooperativa, la mutualidad y las corriente anarquistas, y en Londres, en 1906, se hace definitiva la exclusión del anarquismo con el apoyo temporal de Jaurès, que a pesar de todo n o puede ser considerado u n estadista36. Sin embargo , la S .F . I .O . (Sección Francesa de la Internacional Obrera), que nace en 1905 y descarta por principio el sindicalismo revolucionario, conserva durante m u c h o tiempo los vestigios de la influencia proudhoniana37 y está muchísimo m e n o s estructurada que la socialdemocracia alemana.

El nacimiento del partido comunista en Tours, en 1920, va a acelerar la estatificación del movimiento obrero francés. C o m o observa m u y atinadamente Annie Kriegel, "cada partido se constituye c o m o el negativo del Estado que, en su ámbito territorial, tiene vocación de destruir —a ejemplo del partido social-demócrata alemán, cuya concepción c o m o negativo del Estado prusiano llamó tan fuertemente la atención de Lenin, (...) el partido comunista francés descubrió lo que constituye la coherencia y la unidad del sistema político francés: el concepto de absolutismo"38. N o podría exponerse m á s claramente el peso de la variable estatal en la organización del sistema social, de los partidos políticos y de las ideologías de que son portadores los distintos movimientos sociales y políticos. A semejanza del anarquismo, que encuentra en Francia u n terreno particularmente favorable, también el marx ismo, cuando se desarrolla m á s adelante, en u n período en el que la industrialización se halla m á s avanzada, se adhiere a su vez al determi­nismo estatal. Sucesor del anarquismo, respuesta al formidable Estado francés, el partido comunista, que pretende conquistar el Estado y n o destruirle, se constituye a su imagen: "el partido comunista funciona en el Estado porque está modelado con arreglo al patrón del Estado"39.

El modelo inglés

Si examinamos ahora el modelo inglés de centralización política, realizado sin u n a verdadera diferenciación de las estructuras estatales, comprobaremos que la instauración de mecanismos de representación ha permitido u n relativo autogobierno de la sociedad civil en su conjunto, sean cuales fueren sus dificultades

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reales de funcionamiento con respecto m u y especialmente a la clase obrera. Aunque Inglaterra esté dirigida por una clase dominante, un Establishment que integra a los advenedizos de las clases medias, la clase obrera no se ha adherido al marxismo c o m o hizo Alemania, que también conoció una fusión clase dirigente-Estado y una industrialización bastante rápida. La clase obrera británica no declaró lá guerra a la clase dominante, sino que negoció, violentamente a veces, con el esta­mento patronal para mejorar sus condiciones de vida y su posición social dentro de la sociedad en su conjunto. Rechazó así constantemente todo recurso al Estado y todo crecimiento de éste, prefiriendo reforzarse ella misma para afirmar mejor sus derechos. Y si no adhirió al marxismo, tampoco aceptó la clase obrera británica el modelo anarquista o anarcosindicalista que tanto éxito tuvo en Francia estruc­turada y dominada por el Estado. A pesar de las obras de Godwin y de William Morris, el anarquismo no se aclimató nunca en Inglaterra, pues en este país el Estado siempre ha sido débil: no es el elemento decisivo que hay que combatir o que utilizar.

C o m o observa G . D . H . Cole, el anarquismo no consigue implantarse dura­deramente más que en los países donde reina un Estado fuertemente dominante, c o m o son Francia, Italia, España: no tiene, pues, ninguna razón de ser en Inglaterra40. Aparte del anarquismo literario, los grupos anarquistas que aparecen en Gran Bretaña están casi siempre animados por extranjeros, sea por Kropotkin, a finales del siglo xix, o bien, a la vuelta del siglo, por obreros judíos procedentes de Rusia, Alemania o Polonia, otros tantos países donde la dominación se ejerce a menudo brutalmente por mediación de instituciones estatales o apelando a la fuerza imperial todopoderosa. Pero el anarquismo sigue pareciendo desdeñable: "si la tiranía estatal se siente poco, al faltar la experiencia de la centralización y de la burocracia, es bastante más difícil que la rebelión nazca espontáneamente y que fórmulas c o m o 'ni Dios ni a m o ' encuentren eco"41.

Finalmente c o m o George Woodcock certifica, el anarquismo está casi ausente en Holanda, en Inglaterra o en los Estados Unidos, países todos ellos con Estados débilmente diferenciados, pudiendo explicarse el primer tipo de Estado por el modelo de la democracia consociacional (donde el respeto de la estratificación social corre parejas con un arreglo entre las élites que evita la construcción del Estado) y apareciendo los demás Estados c o m o sistemas sociales donde la sociedad civil consigue autoregularse en mayor o menor grado, evitando asimismo la dife­renciación de las estructuras estatales42. La única forma de anarquismo que consigue manifestarse en estas sociedades reviste una forma pacífica bajo la influencia de Tolstoi y es interno a la sociedad civil43.

El anarquismo se queda entonces en un anarquismo de sociedad civil que no va dirigido contra el Estado, y sus teóricos son más generalmente poetas o escritores que organizadores de movimientos44.

Según David Apter, el nuevo anarquismo que está abriéndose paso en los países anglosajones es una reacción contra el sistema de roles de la sociedad civil

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y no la expresión de una lucha contra un Estado. L a contracultura de la juventud denuncia y pone en solfa la identidad social de los actores; la violencia se ejerce contra uno mismo y no contra el poder político45.

E n los Estados Unidos, lo mismo que en el Reino Unido o incluso en los Países Bajos, el tipo de anarquismo que se manifiesta en nuestros días se presenta, pues, c o m o una prueba de la ausencia de Estado verdaderamente instituciona­lizado; de forma negativa, también allí aparece la política c o m o variable indepen­diente que determina la clase de ideología que se abre paso48.

Así pues, a diferencia de Alemania o de Francia, Inglaterra no se abrió nunca verdaderamente ni al marxismo ni al anarquismo. C o m o advierte Henry Pelling, el sindicalismo inglés era, ya en el siglo xix, muchísimo m á s fuerte que el de los demás países europeos; sólidamente autoorganizado, consciente de su fuerza, "el movimiento británico ni era m u y marxista ni estaba claramente orientado hacia una política de partidos"47. Los dirigentes del movimiento obrero inglés, que prefieren la acción económica a la lucha política, se niegan incluso a participar en la Segunda Internacional que se reúne en Londres en 1896. E n el decenio de 1880 varios movimientos marxistas, c o m o la Federación Social Demócrata, que querían subordinar la acción sindical a la acción política y se proponían conferir un papel esencial al Estado, intentan organizarse en torno a H y n d . M u y hostiles al trade-unionismo, estos movimientos fueron siempre ajenos a la cultura popular de los obreros británicos, que las m á s de las veces prefirieron acudir a la sola lucha económica48.

Pero frente a las dificultades económicas y las reacciones patronales, es sabido que los propios sindicatos entraron poco a poco en la palestra política para defender sus derechos. Recordemos que este proceso conduce a la.creación, en 1900, de un comité para la representación del trabajo que domina en medida considerable los sindicatos, hallándose en minoría los representantes de la corriente socialista. Este comité, que en 1906 se convierte en el partido laborista inglés, va a imponerse la tarea de expresar en el tablado político las peticiones obreras en favor de una mejora de los salarios y de las condiciones de trabajo. Pero si este socialismo parlamentario provocó reacciones de repulsa y el nacimiento de un socialismo revolucionario de inspiración a veces marxista y de un sindicalismo de acción directa próximo al anarcosindicalismo francés, lo cierto es que se impuso defini­tivamente c o m o m o d o de representación de la clase obrera británica.

Contrariamente a la situación que prevaleció en Alemania, donde el movi­miento obrero se enfrentaba con un Estado no diferenciado de una clase domi­nante, en general la clase obrera inglesa ignoró el marxismo, salvedad hecha de algún periodo excepcional; se negó a subordinar el sindicato al partido; integró un sistema político que puede entenderse c o m o de representantes que la propia clase obrera controla; desdeño el anarcosindicalismo a la francesa y su lucha contra el Estado y no reconoció la separación y la rivalidad sindicato-partido49. C o n las cotizaciones obligatorias que los obreros sindicados abonan al partido laborista,

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744 Pierre Birnbaum

la práctica de la sindicación casi inevitable y el peso predominante de los sindicatos en el partido, la clase obrera subordina a sus propios intereses el aparato político y le comunica su ethos pragmático y reformista, expresión de su plena partici­pación en la sociedad civil. Por esto, el partido laborista no traiciona a la clase obrera (Miliband): la expresa60. Marxismo, antiestatismo, pragmatismo económico alérgico a la ideología, tales son las tres respuestas ideológicas en estrecha relación con el tipo de Estado que se impone mayoritariamente en cada uno de los sistemas analizados. A ñ a d a m o s que si en Francia "el sindicalismo revolucionario es el trade-unionismo + la acción directa"01, bien podría afirmarse a la inversa que en el Reino Unido el trade-unionismo es el sindicalismo de inspiración revolucionaría en la medida que aspira a hacer valorar la sociedad civil, menos la acción directa. Hasta la primera guerra mundial, el sindicalismo francés no deja de ofrecer analogías con el trade-unionismo; pero mientras los sindicatos ingleses van a obtener después el control del partido laborista, en Francia en cambio van a borrarse, y por m u c h o tiempo, ante los partidos. L a lógica del Estado o del centro gravita pues, pesadamente, sobre la relación sindicato-partido y sobre las ideologías mediante las que se expresa.

Podemos señalar rápidamente que esta lógica puramente política determina también los m o d o s de resolución de los conflictos laborales. Los sindicatos anglo­sajones prefieren siempre entenderse directamente con el empresario dentro de un marco contractual, pues, "al contrario que el jacobino francés, el liberalismo anglo­sajón conduce a restringir el poder de intervención del Estado, aun al precio de un monopolio sindical"62. E n Francia, en cambio, no existen los convenios colectivos y ello trae a m e n u d o c o m o consecuencia apelar al Estado y los tribunales de justicia. Esta tradición jacobina se manifiesta en la concepción misma del derecho sindical que la ley Waldeck Rousseau instituye c o m o libertad pública, con igual título que la libertad de opinión: el Estado va a desempeñar, pues, el papel de árbitro, resolviéndose casi siempre el litigio en la vía jurídica.

E n cambio en Inglaterra, la situación es prácticamente la inversa: a partir del decenio de 1870, la ley se desarrolla de forma negativa, interviniendo poquísimo en las relaciones colectivas a fin de que el Estado no se vea inducido a pronunciarse sobre los conflictos: las desavenencias se tratarán, pues, sobre todo en equidad. D e ahí el voluntarismo que caracteriza las relaciones industriales en Inglaterra, donde la libre negociación colectiva ha sido el resultado, desde hace ya tiempo, de la ausencia de la ley63. Sabemos empero que este voluntarismo, consecuencia de la debilidad del Estado y la autorregulación de la sociedad civil británica, se ha sido progresivamente atenuando a partir del decenio de 1960 por efecto de la ley sobre relaciones industriales (1971), la política de rentas y el contrato social, en tanto que en Francia, durante ese mismo periodo, el Estado ha intentado estimular la negociación colectiva51, mutación que atestigua tal vez la disminución del rol del Estado en la Francia contemporánea, inclinada al liberalismo. Ello no impide que las diferencias entre los dos modelos sigan siendo impresionantes y que continúen

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Estados, ideologias y acción colectiva 745 en Europa occidental

dependiendo del tipo de Estado y de su rol. Esto puede también apreciarse consta­tando la casi total ausencia de huelgas políticas en el Reino Unido hasta los años de 1960, mientras que en países c o m o Francia, "al no disponer de una vía de acceso al Estado, la clase obrera utiliza un medio alternativo de presión colectiva: la huelga", que en este caso sirve de "canal extraparlamentario para la participación política de la clase obrera"66. Por el contrario, frente a un voluntarismo en deca­dencia, el movimiento obrero inglés ha conseguido integrarse en los engranajes del Estado para limitar su acción.

Antes de que le impongan una reglamentación desde arriba, la jerarquía sindical prefiere legislar por su cuenta. D e ahí la participación de los sindicatos en el centro político, el auge del corporativismo y las reacciones muchas veces violentas que suscita en la base58. D e la diferencia de impacto del marxismo y del anarquismo en Francia y en Inglaterra a finales del siglo xix a los antagonismos que aún subsisten hoy en lo que a relaciones industriales se refiere, y, por ejemplo, a la aplicación m á s o menos eficaz del corporativismo, hay que constatar que la variable estatal no deja jiunca de ejercer su acción específica a través de los tiempos67.

E n su libro ya clásico, The Modern World-System, Immanuel Wallerstein analizaba la oposición de diferencias esenciales entre los Estados del centro y los de la periferia que, según él, viene manifestándose desde el siglo xvi58. Por m u y útil que esta distinción resulte, tenía el inconveniente de ocultar las especificidades de los propios Estados del centro (Inglaterra, Francia, Holanda) que eran efecto y consecuencia, no del desarrollo de la economía mercantil sino de su propia historia. E n The Capitalist World-Economy, Wallerstein amplía el centro a la totalidad de los países capitalistas. Y a discutible en sí misma, en la medida en que sigue sin tomar realmente en cuenta las particularidades de cada uno de los Estados que integran el m u n d o capitalista, esta gigantesca oposición es utilizada por el autor para analizar las relaciones que mantienen la burguesía y la clase obrera en el centro o en la periferia59. Ahora bien, igual que los Estados del centro conservan sus propias características, lo m i s m o establece cada uno de ellos relaciones particulares con las diferentes clases sociales y de igual manera se distinguen efectivamente estas últimas de las clases de la periferia, pero mantienen entre sí relaciones de tipo diverso en cada uno de los países del centro.

Wallerstein, además, no puede menos que guardar silencio en lo que atañe a las consecuencias de los diversos tipos de Estado sobre las ideologías, problema del que apenas se ocupa. Y sin embargo, el análisis que aquí proponemos revela hasta qué punto las ideologías dependen no del Estado del capitalismo en general, ni siquiera de las clases sociales solamente, sino de los marcos sociopolíticos.

C o m o hemos procurado hacer ver, el Estado se presenta c o m o la auténtica variable independiente, mientras la industrialización es simplemente una variable que interviene en determinados países, todos de estructura capitalista. Y es sin duda esta relación entre las variables lo que explica que dos países donde la

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industrialización fue bastante rápida, Inglaterra y Alemania, alumbraran ideo­logías profundamente diferentes, pues sus Estados son radicalmente distintos. También es este factor el que da razón de las ideologías contradictorias que florecen en Francia y en Alemania, países cuyas estructuras estatales no se dife­rencian mucho . Pero mientras que en Alemania, donde el Estado se halla vinculado a la clase dominante, se difunde el marxismo, en Francia, donde la dominación se ejerce sobre todo en su dimensión política, es el anarco­sindicalismo el que se desarrolla. Ello no obsta para que una vez la industria­lización se haya extendido suficientemente en Francia, el anarco-sindicalismo se esfume ante las diferencias entre las variantes del socialismo de inspiración marxista.

Esta imposición del Estado nos parece esencial. Para concluir, podemos incluso subrayar que influye hasta en la forma de constituirse una ideología. Igual que Proudhon, Tocqueville y Marx coincidieron en reconocer la particula­ridad del Estado francés, así en nuestros días, y a pesar siempre de su orientación teórica contradictoria, Robert Dahl, Wright Mills, David Easton o James O 'Connor conceden escasa importancia al Estado en sí cuando analizan la sociedad norteamericana. Y lo mismo también, dentro de la corriente marxista contemporánea, James O 'Connor en los Estados Unidos, o Ralph Miliband en Inglaterra, se inclinan sobre todo hacia las contradicciones del capitalismo o incluso la homogeneidad de la clase dirigente, dejando de lado los problemas estatales, mientras Nicos Poulantzas y Claus Offe, pese a sus divergencias, coin­ciden en reconocer en Francia o en Alemania el carácter esencial del Estado en su calidad de espacio público constituido. Es decir, que aun los modelos teóricos que se imponen dentro de una misma corriente de pensamiento (por ejemplo, el marxismo) no deben ser interpretados tan sólo conforme a su lógica interna, ya que las controversias que sucistan no se sitúan simplemente al nivel cognoscitivo, sino que dependen acaso en mayor medida del tipo de Estado con arreglo al cual se elaboren.

[Traducido del francés]

Notas

1 Vóase por ejemplo, J. Peter Nettl, "The state as a 3 K . M a r x , L'idéologie allemande. É d . Sociales, conceptual variable", World Politics, julio París, 1965, p . 25. de 1968. Samuel Finer, "State building, state 4 F . Engels, L'origine^ de la famille, de la propriété boundaries and Border control", Social privée et de l'État. Paris, É d . Sociales, 1966, Science Information, vol. 13, n.° 4-5; Charles p. 157. Tilly (dir. publ.), The Formation of National ° Véase B . Badie y P . Birnbaum, op. cit., cap. 1. States in Western Europe, Princeton, Prin- G A . Gramsci, Œuvres choisies. Paris, É d . Sociales, ceton University Press, 1975. 1959, p . 266-268.

2 Sobre una tipología que permite distinguir los 7 P . Anderson, Sur Gramsci. F . Maspéro, Paris, Estados de los centros, véase B . Badie y 1978. A d a m Przeworski critica la interpre-P . Birnbaum, Sociologie de l'État, Grasset, tación de la obra de Gramsci dada por 1979. P . Anderson al señalar que, de acuerdo a

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Estados, ideologías y acción colectiva en Europa occidental

Notas (.continuación)

Gramsci, en occidente los Estados utilizan la fuerza o el consenso según las relaciones entre las clases sociales. Desdeña, al mismo tiempo, c o m o Gramsci o P . Anderson, la especificidad de los Estados de occidente y sus consecuencias sobre la forma de gobierno: "Material Bases of Consent: Economics and Politics in a Hegemonic System", Political Power and Social Theory, n.° 1, p . 58-60,1980.

8 P . Anderson, Sur Gramsci, op. cit., p . 43. 9 P . Anderson, L'État absolutiste, París, F . Maspéro,

1978. 10 Stein Rokkan por su parte, elabora su mapa

conceptual de Europa con arreglo a Ias dife­rentes modalidades de construcción nacional y no según los diferentes tipos de Estado que en ella se formaron. E n consecuencia, explica, por ejemplo, la formación del comunismo por la estratificación remota surgida de la reac­ción frente a la Reforma: en los países pro­testantes, la osmosis entre las élites políticas y religiosas que de ello resulta favorece el consenso y hace imposible, posteriormente, la eclosión del comunismo; en los países católicos, la oposición entre estas élites favore­cería la discrepancia y, más tarde, la aparición del comunismo. La explicación es más cul ru­ralista que otra cosa y borra las diferencias existentes en la construcción del Estado (por ejemplo, entre Francia e Inglaterra, que figu­ran en la misma columna del m a p a conceptual de Europa). Véase al respecto S. Lipset y S. Rokkan. "Cleavage Structure, Party Sys­tems and Voter Alignments: A n Introduction", Party System and Voter Alignments, Nueva York, Free Press, 1967, y S. Rokkan, ."Cities, States andNations" en S. Eisenstadty S. R o k ­kan (dir. publ.), Building States and Nations, vol. 1, Sage, 1973.

11 Véase por ejemplo, Seymour Lipset, L'Homme et la Politique, Paris, Le Seuil, 1963, cap. 2.

12 Louis Althusser, "Idéologie et appareils idéolo­giques d'État", La Pensée, junio de 1970.

13 Barrington Moore , Les originaux de la dictature et de la démocratie, Paris, Maspéro, 1969.

14 Alexander Gerschenkron, Economie Backwardness in Historical Perspective, Harvard University Press, 1962.

15 Véase G . Roth, The Social Democrats in Imperial Germany, Ottawa, Bedminster Press, 1963. Según Lassalle, "es función del Estado consu­mar el total desarrollo de la libertad, el desa­rrollo del género humano en la libertad". F . Lassalle, Discours et pamphlets, Paris, Giard et Brière, 1903.

747

16 A . Bergonioux y B . Mànin, La social démocratie ou le compromis, Paris, P U F , 1979. Véase también D . A . Chalmer, The Social Democrat Party of Germany, N e w Haven, 1964.

17 Georges Woodcock, Anarchism, Londres, Pelican, 1963. A . R . Carlson, Anarchism in Germany, Methuen, 1972.

18 Sobre las diferencias que enfrentan a los anar­quistas con Marx en lo que atañe a la actitud que conviene adoptar ante el Estado y a sus posibilidades de transformación, véase Paul T h o m a s , Karl Marx and the Anarchists, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1980.

19 P . J. Proudhon, La révolution sociale démontrée par le coup d'état du 2 décembre [1852], Paris, Marcel Rivière.

20 P . J. Proudhon, Capacité politique des classes ouvrières, Paris, Marcel Rivière.

2 1 K . Marx , Le 18 brumaire de Louis Bonaparte, Pauvert, 1964.

22 A . de Tocqueville, L'ancien régime et la révolution, Paris, 1953.

23 Pierre Ansart, Naissance de l'anarchisme, Paris, PUF.

24 Yves Lequin, Les ouvriers de la région lyonnaise (1848-1914), vol. 2, p. 282. Lyon, Presses Universitaires de Lyon, 1977.

25 Edouard Droz,' P: J. Proudhon, p . 34, Paris, Librairie des Pays Libres, 1909.

2S Annie Kriegel, Le pain et les roses, Paris, Union Générale d'édition, 10/18, 1973, p . 95-96. Jacques Julliard compara también a Pellou-tier con Proudhon, destacando su diferencia de perspectivas en lo que al socialismo y la idea de la guerra se refiere. Fernand Pelloutier et les origines du syndicalisme d'action directe, p. 209-210, Paris, Le Seuil, 1971.

27 Véase F . Ridley, "Revolutionary syndicalism ih France: the general strike as theory and myth", International Review of History and Political Science, 1966, vol. 3, n.° 2.

28 Citado en J. Julliard, op. cit., p . 341. 29 Fernand.Pelloutier, Histoire des Bourses du Tra­

vail, p . 99, Publications G r a m m a , 1971. 30 Jean Maítron analiza la totalidad de estas corrien­

tes en Le mouvement anarchiste en France, 2 vol., Paris, Maspéro, 1975.

31 Michelle Perrot, Les ouvriers en grève. France 1871-1890, vol. 2, p . 703, Paris, M o u t o n , 1974.

32 Michelle Perrot, "Le congrès de la scission'", Paris, Le Monde, 9 de diciembre de 1979.

33 Véase Henri Dubief, Le syndicalisme révolution­naire, Paris, A . Colin, 1969.

34 Michelle Perrot, • "Les socialistes français et les problèmes du pouvoir (1871-1914)" en

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748 Pierre Birnbaum

Notas {continuación)

Michelle Perrot y Annie Kriegel, Le socialisme français et le pouvoir, p . 19, Paris, E D I , 1966.

35 Citado en H . Dubief, op. cit., p. 12. Véase tam­bién Claude Willard, Les guesdistes, Paris, É d . Sociales, 1965, 2 . a parte, cap. 11.

36 Madeleine Rébérioux indica c ó m o Jaurès se acerca posteriormente al sindicalismo. Véase Jean Jaurès, La classe ouvrière, textos presentados por M . Rébérioux, p . 14-15, Paris, Maspéro, 1976. Del mismo autor véase también "Les tendances hostiles à l'État dans la SFIO (1905-1914)", Le mouvement social, oct.-dic. de 1968 y "Jean Jaurès et le marxisme", en Histoire du marxisme européen, vol. 1, p . 233, 10/18, Paris, 1977.

37 Madeleine Rébérioux, " L e socialisme français de 1871 à 1914", en J. Droz (dir. publ.), Histoire générale du socialisme, vol. 2 , p . 196, 1974.

38 Annie Kriegel, Communismes où miroir français, p. 149, Paris, Gallimard, 1974.

3 9 Christine Buci-GIucksmann, "Pour un eurocom­munisme de gauche", en Olivier Duhamel y Henri Weber (dir. publ.), Changer le PCI, p . 133, Paris, P U F , 1972.

40 G . D . H . Cole, Socialist Thought. Marxism and Anarchism, 1850-1890, vol. 2 , p . 336-337, Londres, MacMillan, 1961.

1 1 François Bédarida, "Sur l'anarchisme en Angle­terre", en Mélanges d'Histoire sociale offerts à Jean Maitron, p . 23, Paris, É d . Ouvrières, 1976.

42 B . Badic y P . Birnbaum, op. cit., tercera parte. 43 G . Woocock, op. cit., p . 18. 44 April Carter, The Political Theory of Anarchism,

p . 10-11, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1971.

4C David Apter, "The Old Anarchism and the N e w - S o m e C o m m e n t s " , en D . Apter y J. Joli (dir. publ.), Anarchism Today, p. 8-10, MacMillan, Londres, 1971.

46 Véase David Stafford, "Anarchists in Britain Today" y Rudolf de Jong, "Provos and Kabouters", en D . Apter y J. Joli, op. cit.

47 Henry Pelling, Histoire du Syndicalisme Britan­nique, p . 130, Paris, Le Seuil, 1967.

48 Véase F . Bédarida, " L e socialisme en Grande-Bretagne de 1875 à 1914", en J. Droz, op. cit., vol. 2, p . 356 y ss.

49 Sobre las relaciones partido sindicato en diferentes circunstancias, véase Jacques JuUiard, "Les syndicats et la politique", en P . Birnbaum y J. M . Vincent, Critiques des pratiques poli­tiques, Paris, Galilée, 1978. Véase también Alessandra Pizzorno, "Les syndicats et l'ac­

tion politique", Sociologie du travail, abril-junio de 1971.

50 H . M . Drucker, Doctrine and Ethos in the Labour Party, Londres, Allen and Unwin, 1979, cap. 1. Véase también L . Panitch, "Intro­ducción" a Social Democracy and Industrial Militancy, Londres, Cambridge University Press, 1976. T . Nairn es uno de los raros autores que establecen una relación entre el carácter del partido laborista y la debilidad relativa del Estado inglés; "The nature of the Labour Party", New Left Review, n.° 27 y 28, 1964. E n "The decline of the british state", New Left Review, n.° 101, 1977, p. 23, este autor prolonga su estudio sobre la relación entre Estado "retrasado" y clase obrera, insistiendo también en la separación de los intelectuales y la clase obrera.

51 Jacques Julliard, "Théorie syndicaliste révolu­tionnaire et pratique gréviste", en Le mouve­ment social, oct.-dic. de 1968, p. 60.

52 Gérard A d a m y Jean Daniel Reynaud, Conflicts du travail et changement social, p . 59-61, Paris, P U F , 1978. Véase también el artículo comparativo de Colin Crouch, "The Changing Role of the State in Industrial Relations in Western Europe", en C . Crouch y A . Pizzorno (dir. publ.), The Resurgence of Class Conflict in Western Europe since 1968, vol. 2 , cap. 8, 1978.

53 A . Flanders y M . A . Clegg, The system of industrial relations in Great Britain, Blackwell, 1954.

51 G . Lyon Caen, "Critique de la négociation collec­tive", Droit social, sept.-oct. de 1979. Quizás pueda interpretarse en el mismo sentido el redescubrimiento del papel de las magistra­turas del trabajo; éstas evitan la apelación al Estado y son prueba de su retirada de las relaciones entre patrones y asalariados. Véase la tesis de Pierre Can , Sociologie des conseils de prud'homme, París, E P H E , 1979.

55 Walter Korpi y Michael Shalev, "Strikes, indus­trial relations and class conflict in capitalist societies", British Journal of Sociology, junio de 1979, p . 181.

66 Colin Crouch, Class Conflict and the Industrial Relations Crisis, Londres, Heinemann, 1977.

57 M u y rápidamente, por falta de espacio, señalemos para concluir que el Estado, en Italia, no consiguió institucionalizarse y diferenciarse de forma completa según el modelo francés. Todavía hoy, sigue siendo penetrado por la sociedad civil. Así pues, en lugar de la relación Estado-sociedad civil, lo que existe es una estructura de poder compuesta por élites

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Estados, ideologias y acción colectiva en Europa occidental

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Notas {continuación)

múltiples y no una clase dominante como en Inglaterra. Junto con una industrialización tardía, que no se realizó ni por impulso auténtico del Estado ni por el de una clase dominante, esta situación favoreció durante mucho tiempo la resistencia de las estructuras colectivas poco propicias al desarrollo de los movimientos sociales y políticos, sean de inspiración marxista o anarcosindicalista. A u n cuando éstos se abrieron paso de manera cada vez más organizada a fines del siglo xix, hay que señalar que en el marco de estas rela­ciones colectivas y de clientelismo, fue sobre

todo el anarquismo individual o de pequeños grupos el que se manifestó. Véase, por ejemplo, Richard Hostetter, The Italian Socialist Movement, cap. 13, Princeton, 1958; G . Woodcock, op. cit., cap. 11; Sydney Tarrow, Peasant Communism in Southern Italy, cap. 3 y 4, N e w Haven, Yale University Press, 1967.

Immanuel Wallerstein, The Modern World-System, Nueva York, Academic Press, 1974.

Immanuel Wallerstcin, The Capitalist World-Econ­omy, Cambridge University Press y Presses de la M S H , 1979.

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Interacciones estratégicas y formación de los Estados modernos en Francia e Inglaterra

Aristide R . Zolberg

Introducción

Y a se articule a partir de una orientación más bien weberiana o más bien marxista, ya esté fundado en una amalgama más o menos afortunada de diversas tradiciones macrosociológicas, todo proyecto de análisis teórico de los orígenes del Estado c o m o forma privilegiada de la organización política de la Europa moderna, de la dinámica de su desarrollo ulterior, de su diversificación y de su difusión, viene a hallarse tarde o temprano frente a un dilema epistemológico surgido de la naturaleza misma de su objeto. E n efecto, el m o d o de proceder común de tales empresas es el comparatismo, método que.se aplica a universos cuyas unidades se excluyen mutuamente y que son independientes entre sí. El análisis comparativo del Estado se funda de esta suerte en la visión de un m u n d o constituido por sociedades, entidades humanas que en principio se bastan ampliamente a sí mismas y están por lo tanto articuladas por una dinámica principalmente endó­gena. Sin embargo, todo el que emprende este camino se ve pronto inducido a reconocer que semejante construcción se aparta mucho de la realidad histórica, llena de casos que concurren para demostrar, en todas las épocas, la permeabi­lidad de las sociedades a los determinismos externos a las mismas, imputables no sólo a las repercusiones de los procesos globales, engendrados a partir de interacciones entre las múltiples sociedades que constituyen el universo en cuestión, sino también a la volición particular de cualquiera de ellas1.

Si bien es cierto que este problema se presenta en casi todos los campos de las ciencias sociales, en relación con la materia que nos ocupa plantea dificultades

Aristide Zolberg, nacido en Bélgica, es profesor de ciencias políticas en la Universidad de Chicago y profesor asociado (Chaire Élie Halévy) del Institut d'Études Politiques en Paris (1979-1980). En principio se dedicó a los estudios africanos y publicó One-Party Government in the Ivory Coast (1964 y 1969). Después trabajó sobre el cambio político en occidente, los conflictos étnicos, las migraciones internacionales y el Estado, contribuyendo de manera especial en los siguientes volú­menes: Crisis of Political Development in Europe and North America (R. Drew, dir. pub., 1979), Ethnic Conflict in the Western World (M. Esman, dir.pub., 1978) y H u m a n Migration ( W. McNeill y A . Adams, dir. pub., 1979).

Rev. int. de cieñe, soc., vol. X X X I I (1980), n." 4

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Interacciones estratégicas y formación de los Estados modernos en Francia e Inglaterra

751

teóricas especiales, pues el universo de las sociedades humanas consideradas bajo su aspecto político se compone, en la región europea y en el momento en que él Estado comienza a apuntar en el horizonte, de un número m u y limitado de actores relativamente poderosos, cuyas interacciones engendran procesos colec­tivos de amplísima envergadura y cuyas acciones individuales pueden determinar hasta la existencia misma de otras unidades del conjunto. Tal es particularmente el caso de lo que vamos a llamar aquí la acción político-estratégica, es decir el conjunto de las presiones ejercidas, directa o indirectamente, por actores políticos de un conjunto dado con objeto de influir en la organización, en el comporta­miento particular de otros actores del conjunto, o incluso en la estructura del conjunto entero, y de la cual el recurso de la fuerza armada no es sino la expresión m á s evidente. Si consideramos que no se trata sólo de las consecuencias, para u n Estado determinado de las acciones emprendidas por otros actores respecto a él, sino también de las consecuencias internas de sus propias empresas exteriores, diríase que toda macrosociología comparada del Estado que desdeñe este factor está condenada a excluir del esquema explicativo una serie de variables residuales cuyo peso sobrepasa a veces incluso el de la variância explicada, mientras que el hecho mismo de tomar este factor en consideración hará que el análisis se desvíe de lo general hacia lo particular.

¿Será el renacimiento que se advierte en este campo un retorno de la macrosociología histórica a la historia política, recusada por muchos historiadores por limitarse a la descripción de los acontecimientos? Tal es lo que parece sugerir, por ejemplo, H . G . Koenigsberger2, en un análisis reciente sobre la variación de los regímenes europeos a comienzos de la época moderna, tomando c o m o punto de partida las teorías de Otto Hintze y de Norbert Elias.

E n definitiva, excepción hecha de las pretensiones ilusorias de un cierto formalismo teórico, Koenigsberger parece concebir la macrosociología histórica y la historia historiadora c o m o actividades complementarias a partir de los dos polos de un continuum, más que c o m o empresas mutuamente excluyentes. Si aceptamos el juego, la tarea que incumbe a la macrosociología política es preci­samente la de rechazar lo m á s lejos posible el punto a partir del cual penetra en la zona de la historia pura y simple. M á s especialmente, respecto a la materia que nos ocupa, se trata de establecer si el aspecto político-estratégico interna­cional caerá necesariamente más allá de la macrosociología, c o m o da por supuesto Koenigsberger, o bien si es posible recuperarlo para nuestra disciplina. Si es verdad que en este terreno lleva ventaja la historia, no es ni m u c h o menos porque la reflexión teórica haya fracasado, sino porque m u y raras veces se ha emprendido. Esto podría obedecer al hecho de que la aparición del Estado c o m o estructura política de dos caras, según observaba J. P . Nettl, una dirigida hacia el interior y otra hacia el exterior, se ha traducido en una bifurcación intelectual que lleva a la división contemporánea y que hallamos tanto en historia y en sociología política c o m o en diversas subdisciplinas que dan preferencia a una

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o a otra3. Así, si en el curso de las últimas décadas hemos, asistido por una parte a una superabundancia de teorías acerca de las relaciones internacionales, y por la otra a una proliferación de análisis comparativos que tienen por objeto el régimen o el Estado, bien pocos esfuerzos se han dirigido, en cambio, hacia la línea de interacción de esas dos caras, que vamos a llamar interfaz.

N o s hallamos, por un lado, ante el globalismo de historiadores c o m o Fernand Braudel, William McNeill o incluso Geoffrey Barraclough, cuyo mérito es el de ser comprehensivo, pero por su eclecticismo se presta mal a la esquema-tización que.toda empresa teórica requiere, y por el otro ante el globalismo teórico de la sociología que tiende al reduccionismo, ya sea vagamente idealista c o m o en el caso de Talcott Parsons, ya estrictamente materialista, c o m o el ilustre Immanuel Wallerstein cuya empresa está condenada al fracaso precisamente porque consi­dera la dimensión político-estratégica un simple epifenómeno en la esfera inter­nacional4. Y en cuanto a los esquemas que se construyen directamente a partir del proceso de interacción político-estratégica, es decir, las teorías propuestas por los especialistas en relaciones internacionales, adolecen a su vez de un defecto fatal, el de no preocuparse m á s que de dicho proceso, sin abordar los intercambios entre éste y los demás procesos que contribuyen a estructurar el conjunto, ni siquiera, la mayoría de las veces, la interfaz entre los Estados y el sistema de Estados5.

Lejos de pretender aportar una solución a estas dificultades, queremos simplemente destacar que un conjunto de tipo global no puede concebirse exclu­sivamente c o m o una "economía-mundo" ni c o m o un "sistema político inter­nacional", sino que podría pensarse c o m o el resultado de intercambios entre tres estructuras analíticas distintas: lo económico y lo político-estratégico, a lo que hay que añadir lo cultural, manifestándose cada uno de estos factores tanto a nivel social c o m o inter-social.

Orígenes medievales del Estado y del sistema de Estados

L a aparición del Estado en el Occidente medieval, considerado en su aspecto morfológico c o m o un tipo de organización que se distingue tanto del imperio c o m o de la ciudad, es inseparable del surgimiento más o menos simultáneo de varios conjuntos de este tipo en la región. Q u e esta unidad morfológica se mate­rializara en la multiplicidad se atribuye no sólo a una iteración, es decir, al hecho de que los factores culturales, sociales y económicos que contribuyeron al proceso de transformación política que nos ocupa cristalizaran m á s o menos simultá­neamente en diversos puntos de la región, sino también a una dinámica rela­cional propia del ámbito político mismo . L a dinámica en cuestión se engendra a partir del pluralismo de las estructuras de autoridad que constituía la partícula-

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Interacciones estratégicas y formación de los Estados modernos en Francia e Inglaterra

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ridad de Europa al final de las invasiones, en comparación con otras civilizaciones euroasiáticas, y que era en sí un elemento de lo que Perry Anderson ha llamado "destotalización de la soberanía"8. V a m o s a esforzarnos por demostrar, en primer lugar, c ó m o las interacciones surgidas a partir de este pluralismo, considerado aquí c o m o dato inicial básico, condujeron a su reducción progresiva, pero no a su eliminación en provecho de un solo centro de dominación política, y, en segundo lugar, c ó m o la cristalización de estos centros múltiples produjo efectos que contribuyeron a darles un carácter morfológico c o m ú n . Es justamente la división precoz de una parte de la región en un conjunto de aparatos de domi­nación a un nivel bastante elevado de agregación territorial lo que contribuyó à hacer de cada uno de ellos un Estado.

Son bien conocidos los principales elementos que contribuyeron al plura­lismo de las estructuras de autoridad. Resultado de la superposición en el m i s m o espacio y dé las interacciones, durante tanto tiempo ejercidas, de estructuras heredadas del imperio romano, del cristianismo y del tribalismo germánico, en un contexto material y demográfico variado según las regiones, entre estos elementos se contaban, en el plano estructural, la diferenciación de los ámbitos respectivos de la autoridad espiritual y temporal, y en el plano territorial, el fraccionamiento del poder feudal, que se oponía a su concentración teórica a nivel de reinos, del que no obstante era vestigio; y, finalmente, había también en Europa un archipiélago de islotes urbanos, concentrados en torno a los ejes de intercambio comercial y cultural y con tendencia a la elaboración de un poder relativamente autónomo. L a transformación que nos ocupa debe pues entenderse c o m o un doble proceso simultáneo: el desgajamiento de soberam'as territoriales a partir de conjuntos de vocación universal, y la agregación de la dominación a partir de un poder territorial m u y disperso.

L a diferenciación de la autoridad espiritual y temporal se materializó bastante pronto merced al surgimiento de las estructuras del imperio y del papado, que incluían no sólo instituciones jurídicas distintas, sino también mecanismos que permitían al emperador y al Papa extraer de la sociedad global los recursos necesarios para una acción autónoma. E n virtud de tales estructuras, las dos zonas de autoridad se transformaban en dos polos de poder cuyas interacciones consti­tuían un campo de tensiones manifestadas en formas m u y diversas llegando incluso hasta la lucha armada. Para Otto Hintze, fue precisamente en los inters­ticios abiertos por tales conflictos donde lograron insertarse otros actores, entre ellos los que constituían los núcleos de futuros estados7. Sobre este m i s m o tema, J. Strayer insiste m á s específicamente en las' consecuencias imprevistas de la victoria de la Iglesia sobre el imperio hacia las postrimerías del siglo xi, m o m e n t o en que tuvieron lugar importantes cambios económicos y sociales. El concepto gregoriano de la primacía espiritual de la Iglesia contribuyó, involuntariamente, a una cristalización de la idea de la autoridad temporal. Europa conservaba su unidad religiosa, pero en adelante la Iglesia tenía que tratar por separado con

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cada reino o principado: así se echaron, según Strayer, los cimientos de un sistema multiestatal8.

El mismo proceso se explica también de forma más general por la lógica de un conflicto bipolar. D a d o el peligro que representaba un imperio unificado y fuerte, la Iglesia tenía interés en favorecer el desarrollo de un poder temporal múltiple, pues las rivalidades que nunca dejaría de suscitar una forma semejante le permitirían obtener en todo momento el apoyo necesario para meter en cintura a cualquier príncipe indisciplinado. Esta rivalidad no determinó, sin embargo, una vía de resolución única. Allí donde la confrontación era directa, es decir en Italia, se organizaron coaliciones en torno a cada uno de los antagonistas, llevando así a la fragmentación del poder territorial. E n cambio, en el flanco occidental del imperio, R o m a tema interés en contribuir al fortalecimiento del poder de un príncipe capaz de contrapesar al imperio mismo. Y en efecto, constatamos que la Iglesia desempeñó un importante papel en el pujante ascenso de la monarquía francesa a lo largo de todo el siglo x m , concediéndole no sólo el beneficio de la legitimidad, sino también una ayuda material, indirecta al menos, al permitirle recabar del clero una contribución que enfrentó a Francia con el Papado de 1296 a 1311°.

Al prestar su apoyo a los monarcas, la Iglesia no hacía más que reforzar desde arriba una dinámica de acumulación del poder que se constituía desde abajo, a partir del fraccionamiento feudal. Norbert Elias ha sugerido que el proceso que condujo a las condiciones sociales y económicas que aparecieron en Europa occidental hacia el siglo xi podría compararse al surgimiento de un número limitado de actores poderosos en el modelo del mercado, en el cual el juego de la libre competencia lleva a la concentración del poder económico en manos de unas cuantas grandes unidades10.

Al tener c o m o objeto principal el territorio, la dinámica de la acumulación se desarrolló a partir del comportamiento racional de los competidores presentes en el punto de partida: no se proponían obtener el dominio de un ámbito prede­terminado, sino que simplemente aspiraban al de las tierras colindantes con las que ya poseían, a fin de apuntalar su seguridad. Operábase así entre ellos una selección bastante aleatoria, y en la nueva configuración que de esto resultaba, interacciones del mismo tipo entre los supervivientes extendían la lucha por la hegemonía a regiones cada vez más vastas. La competencia misma se ejercía por conducto de dos mecanismos complementarios: el despliegue de la fuerza armada y la organización de la exacción fiscal. D e esta manera llevaba a la diferenciación del aparato de dominación mediante la institucionalización de organizaciones nuevas. Añadamos que se trataba, allende las ventajas de una acumulación territorial pura y simple, de una transformación cualitativa que podría tal vez compararse al concepto de "valor añadido" de los economistas. Estas unidades alcanzaban así una masa crítica a partir de la cual acumulaban las ventajas con relación a unidades residuales. C o m o indica Elias, la competición se desarrolló,

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ulteriormente, en un mercado que ya no era libre: para las unidades residuales, no cabía ya otra opción que la de alienarse en torno a una u otra de las masas críticas en presencia.

Este proceso pareció cristalizarse, hacia comienzos del siglo x m , en un conjunto de configuraciones m u y diversas al nivel de cada una de las grandes regiones europeas, que Elias renuncia a explicar, contentándose con afirmar que era probabilísima la formación de hegemom'as, sin que pudiera predecirse la localización de su centro y el trazado de sus límites. Recordemos que fue en esta época cuando, según Yves Renouard, se definieron, merced a una serie de batallas decisivas libradas entre 1212 y 1216, "los duraderos perfiles de la Europa occi­dental moderna"11. E n efecto, mientras que la frontera franco-inglesa se forjaba en Bouvines, los cristianos se apoderaban de la península ibérica y las luchas de los reyes de Francia y de Aragón en la región tolosana definían una frontera entre Iberia y Francia. Luego, durante cerca de un siglo, ninguno de los grandes estados emprendió guerras importantes. Era un periodo de estabilización relativa al nivel internacional y por lo tanto de coexistencia de una serie de campos político-estratégicos relativamente aislados, durante el cual los reinos se consolidaron mediante la absorción de las conquistas anteriores. E n Iberia se constituyeron así conjuntos variados a partir de las tres columnas del avance cristiano; en Francia, fortalecido con la recuperación del noroeste, el dominio real había llegado a constituir una masa crítica que permitía a los reyes emprender una política de anexión. Sin embargo, no sólo Borgoña, Bretaña, Guyena y Flandes seguían quedando fuera del poder central, sino que la extensión del territorio condujo también a la constitución de lo que Strayer llama un mosaico, es decir una entidad que aún se aproximaba algo a un imperio, mas cuyos problemas de gestión, al sobrepasar la capacidad del centro, desencadenaron una nueva ten­dencia a la descentralización: fueron los periodos de los infantados. E n cambio, su derrota en el continente, tanto c o m o la resistencia escocesa, redujo al rey de Inglaterra a un campo político territorialmente mucho más modesto, en cuyo seno la derrota le obligó a inclinarse ante los barones. E n el curso del siglo siguiente, esta doble limitación facilitó la formación de un conjunto m u c h o más integrado que el del vencedor francés. L a estatificación precoz de Inglaterra, que facilitaba la movilización de los recursos necesarios para la acción exterior de sus reyes, compensó las ventajas que Francia obtenía de su extensión y de su riqueza.

Es probable que un análisis más a fondo permitiría captar mejor la singu­laridad de esta zona norte-atlántica, donde el proceso de monopolización de la dominación se organiza en época bastante temprana alrededor de un eje bipolar. C o m o indica Elias, desde las postrimerías del siglo x m , en esta zona, "entre las cinco grandes dinastías de guerreros que aún disponen de cierto poder compe­titivo, hay dos que ostentan un papel particular, los Capetos y sus sucesores, reyes de Francia, y los Plantagenet, reyes de Inglaterra"12. Los dos siglos

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siguientes estarán dominados por el duelo de las dos dinastías, cuya apuesta es el monopolio de la dominación en los dominios del antiguo reino franco de Occidente. La evolución política interna de cada uno de los antagonistas está inextricablemente ligada al desarrollo de este duelo, cuyas primeras peripecias se remontan a las décadas que siguieron a la conquista normanda misma. A la larga, sus interacciones contribuyeron a la desintegración del sistema político global y al fortalecimiento de la integración política en el interior de un territorio m á s limitado. La primera fase de la transformación en Estados de los reinos francés e inglés constituye también una contribución fundamental a la formación de un sistema de Estados europeos: así los dos procesos se determinan mutuamente.

N o obstante, la interpretación que da J. Strayer de la génesis de las insti­tuciones estatales en estos dos países parece oponerse, a primera vista, a la hipó­tesis del importante papel desempeñado en dicha génesis por sus interacciones. E n efecto, este autor insiste mucho en el hecho de que las primeras instituciones administrativas centrales que aparecen en los dos países, hacia 1100, respondían a preocupaciones de orden interior: los tribunales supremos de justicia y las tesorerías, observa, gozaban ya de existencia permanente m u c h o tiempo antes de que apareciesen departamentos de asuntos extranjeros y de defensa13. Así pues, Strayer sugiere una hipótesis inversa a la nuestra: las instituciones estatales conti­nuaron desarrollándose a lo largo de todo el siglo x m , en que hubo pocas guerras, mientras que este desarrollo se frenó en el siglo siguiente, cuando la guerra llegó a hacerse casi constante, pues los antagonistas hubieron de recurrir entonces frecuentemente a la improvisación antes que a la innovación administrativa. M á s generalmente considera que, en la zona franco-inglesa, el periodo 1300-1450 constituye un hiato entre dos periodos fecundos de desarrollo político.

Las objeciones de Strayer pierden m u c h o de su sustancia si consideramos que la aparición de administraciones especializadas ocupa un lugar privilegiado en su concepción del Estado, a expensas de una concepción más amplia —pero, también es verdad, m á s abstracta— de un conjunto de procesos que constituyen u n sistema de dominación monopolista en el interior de un territorio dado. Es harto evidente, por ejemplo, que las tesorerías eran instituciones polivalentes que movilizaron desde el principio los recursos necesarios para la acción real tanto en el exterior c o m o en el interior; y Strayer indica que en Inglaterra, hacia finales del siglo xii, los apremios ocasionados por diversos conflictos exteriores eran tales que la ayuda de los vasallos no podía subvenir a las necesidades del rey, y que hubo de ser transformada en un impuesto general. Por otra parte, parece consi­derar que el duelo franco-inglés constituía una etapa indispensable para la formación del estado en un sentido más amplio, que se acerca al que nosotros preconizamos. Según él, fueron los triunfos obtenidos por los príncipes del siglo x m los que hicieron las guerras del xiv "necesarias y posibles", pues merced a tales conflictos se pasó a la fase de Estados soberanos. Pero, hacia 1300, no

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Interacciones estratégicas y formación de los Estados modernos en Francia e Inglaterra

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estaba tan claro qué país era independiente y cuál no lo era: ¿el País de Gales, Bretaña, Flandes? N o podían trazarse fronteras definitivas en una Europa que no había conocido más que esferas de influencia enmarañadas y fronteras fluc­tuantes. Las guerras, sobre todo para la conquista de las regiones periféricas por los centros estatales, contribuyeron así a definir las zonas controladas por los dos Estados europeos más avanzados. Coincide, pues, aquí con la interpretación que antes dábamos, inspirándonos en Elias. Finalmente, lo que observa Strayer al nivel institucional entre 1300 y 1450 no es contrario en m o d o alguno a nuestra hipótesis. C o m o hemos señalado, él pone el acento en la improvisación admi­nistrativa. L a constitución de tesorerías de guerra, por ejemplo, no dio origen a administraciones permanentes porque, según él, la dirección de las operaciones militares y de la diplomacia eran de la incumbencia del rey y de su consejo, que consideraban tales asuntos demasiado importantes c o m o para confiarlos a admi­nistradores profesionales. Esto no impide que tales improvisaciones jalonaran el constante incremento de la movilización de los recursos en beneficio del centro político y que, por otra parte, el estatuto de "asunto reservado" atri­buido a la acción exterior sugiera que, para el rey, el sistema entero no era sino instrumento de esta acción.

Cuando examinamos con mayor atención las modalidades de la movi­lización de los recursos por una parte y por otra es cuando mejor advertimos los procesos internos engendrados por el duelo franco-inglés y que podrían analizarse conforme a la conceptualización propuesta por S. Finer respecto al papel de la organización militar en la construcción estatal. Se trata del intrincamiento de ciclos, es decir, de una serie de intercambios estimulados por las necesidades de la movilización entre las diversas estructuras sociales y conducentes a una trans­formación del conjunto14. Según demuestra M . Howard1 6 , c o m o la obligación del vasallaje resultara m u y pronto insuficiente, se había generalizado la obligación más amplia a partir del modelo italiano (Estatuto de Westminster, 1285; leva general bajo el reinado de Felipe el Hermoso). E n los albores del siglo xiv, se había hecho evidente que era peligroso armar a la masa general de los súbditos, cuya actuación militar era de todos modos poco satisfactoria, mientras que por otra parte los progresos del monopolio real provocaban el subempleo de la clase militar tradicional. El mercado del empleo militar favorecía, pues, al poder central, a condición sin embargo de que éste contara con medios para pagar a los guerreros. Así, durante la guerra de los Cien Años , los ejércitos ingleses en Francia fueron principalmente mercenarios, lo mismo que en el lado francés a partir de la segunda mitad del siglo xiv. Los gastos suplementarios que esto ocasionaba sólo podían cubrirse con las rentas procedentes del comerció: ya obligaciones debidas directamente al príncipe, ya préstamos consentidos por los comerciantes, ya contribuciones de órganos representativos de las ciudades o de otras clases productivas. D e este m o d o los parlamentos, estados, asambleas representativas de las secciones no militares y plebeyas de las comunidades,

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comenzaban a desempeñar un papel importante en la capacidad del príncipe para hacer la guerra.

Hallamos de nuevo aquí la hipótesis de Hintze sobre el papel de los conflictos engendrados por la multiplicidad de las soberanías europeas en los orígenes del Ständestaat (es decir, no sólo el Estado, sino también los estados), que contribuyeron a dar su morfología original a la forma de dominación que se generalizaba. Según Hintze los príncipes, en un primer momento , apelaron para la prosecución de sus conflictos a los elementos de la población cuyas posesiones y autoridad local capacitaban para aportar contribuciones financieras y mili­tares. Estos elementos se constituyeron así en estados. A medida que aumentaban las necesidades de los soberanos, quienes procuraban también hacerse autónomos con relación a los notables, los estados se afanaban por obtener, a trueque de sus contribuciones, el fortalecimiento de sus privilegios. Hintze destaca que la alter­nativa a tales concesiones solía ser, para el príncipe, la pérdida pura y simple de una región16. Las instituciones representativas (estados) francesas e inglesas se desarrollaron m á s especialmente en el curso de las largas guerras que enfren­taron a estos países en los siglos xiv y xv, época en la cual, según G . Guénée, los gobiernos reales vuelcan en la guerra y lo relacionado con ella " m á s de la mitad de sus recursos sin interrupción"17.

Según Hintze, esta observación contribuye al bosquejo de un modelo m á s general respecto a la contribución positiva de los conflictos externos al desa­rrollo de las instituciones representativas en Europa. Pero ¿qué hace entonces con el absolutismo que se formó, c o m o veremos, a partir de los conflictos inter­nacionales de los siglos xvi y xvn, y respecto al cual reconoce que constituye una excepción notoria a su generalización? Su respuesta és harto decepcionante: nos explica, sin más , que el absolutismo sólo constituía una fase transitoria, fundándose en el hecho de que los estados, en muchos lugares, se habían convertido en obstáculo para el desarrollo de estados más extensos, fase a la que sucedió, "en cuanto se completó el desarrollo que la necesidad política requiere", un renaci­miento del principio representativo. Habría que replantear la problemática del m o d o siguiente: ¿es posible, por una parte, pensar una configuración inter­nacional dada, en calidad de "variable", que presente un valor particular para cada uno de los actores en presencia, y, por otra parte, precisar las condiciones en que una u otra de las formas asumidas por esta variable ha podido contribuir al desarrollo de cierto constitucionalismo, y las que m á s bien han mostrado ten­dencia a atrofiarlo? Sin ir más lejos en la elaboración de este esquema, subraya­remos que remite a lo que hemos llamado antes la interfaz. A u n allí donde las presiones ejercidas por una configuración estratégica dada empujan al poder central a buscar en el interior los medios de una movilización m á s eficaz de los recursos que necesita, los efectos que de ello resultan no son en m o d o alguno determinados exclusivamente por el estímulo exterior. Parece, por ejemplo, que, en la época que nos interesa, una serie de condiciones económicas y sociales

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dictaron al Estado inglés una estrategia de movilización de los recursos basada ante todo en el comercio, mientras que Francia, sin dejar de promover la gabela de la sal, vivió principalmente de los impuestos directos, y que esta variación contribuyó a la diferenciación de sus instituciones representativas. L a configu­ración interior no dicta una solución o la otra, sino que hace una de ellas m á s probable que la otra en un momento crítico; sin' embargo, una vez efectuada la elección, las repercusiones que ocasiona llevan a la institucionalización de algunos mecanismos que reducirán el abanico de las opciones ulteriores. Por otra parte, tales transformaciones interiores modificaban también la configuración inter­nacional inicial.

Así, en el caso francés, la guerra de los Cien Años contribuyó a la eman­cipación de la monarquía respecto a'los límites del sistema fiscal y militar anterior18, con el abandono de la leva señorial y la creación de un ejército profe­sional cuya artillería fue decisiva. Concedido por la aristocracia para e) reclu­tamiento de.este ejército, a condición de quedar ella misma exenta de la leva, el pecho real de 1439, transformado en pecho de gente de armas en el curso' del decenio siguiente, fue el primer impuesto verdaderamente nacional. Sabemos que, más tarde, el estatuto de la nobleza se fundaba en la exención hereditaria dé este impuesto. N o obstante, el aparato coercitivo de que disponía él centro estatal era todavía reducido: c o m o destaca Perry Anderson, las compañías de ordenanzas de Carlos VII no excedían de 12 000 hombres, instrumento insufi­ciente para controlar una población de 15 millones. L a nobleza conservaba, pues, una considerable autonomía, por la prerrogativa de su espada, al nivel del' poder local. D e esta suerte, la nueva monarquía, que consiguió reunir por vez primera todas las provincias ducales, no constituía aún un Estado centralizado e inte­grado. Contrariamente a lo sucedido en Inglaterra, donde las necesidades mili­tares de la monarquía reforzaban el papel del parlamento, la consolidación de los Estados-Generales c o m o institución nacional permanente fue bloqueada por las asambleas regionales; y c o m o la nobleza estaba exenta del fisco, no tenía interés en promover su convocatoria. Si esta laguna institucional contribuyó a los desen­cantos de la monarquía francesa en el siglo xvi, facilitó después la implantación del absolutismo.

Puesto que es con frecuencia de guerra de lo que se trata, no puede desatenderse en todo esto el factor tecnológico y cuanto con él se relaciona, incluida la organización militar propiamente dicha. N o sería pues atribuir impor­tancia demasiado grande a la entrada en liza de la artillería, el sugerir que esta arma desencadenó una transformación a partir del ciclo economía-tecnología, cuyas implicaciones acentuaron aún más la tendencia al monopolio estatal y a la formación de una configuración internacional que llegará a ser un elementó constitutivo de la transición hacia la época moderna. La introducción de la pólvora en una civilización que había dominado ya el arte de la fundición de las campanas produjo el cañón, cuya presencia transformó rápidamente las

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modalidades del combate. M . Howard no vacila en afirmar que los ingleses fueron expulsados de Francia, no por la caballería ni por Juana de Arco, sino por los artilleros precozmente integrados en los ejércitos franceses, mientras que los ingleses, fiados en la eficacia legendaria de sus arqueros, se resistieron durante m á s tiempo a la innovación. N o sólo los arqueros soportaban mal el impacto de la artillería, aun rudimentaria, sino que, primera y principalmente, la nueva arma transformó por completo las condiciones del asedio, haciendo así m u y precario el sostenimiento de plazas fuertes en un país extranjero19. L a nueva tecnología contribuyó de este m o d o a consumar la disyunción de la región norte-atlántica en dos entidades políticas soberanas separadas por el mar.

M á s generalmente, al favorecer de m o d o decisivo a las monarquías, forta­leció la institucionalización del monopolio del dominio político a un nivel terri­torial dado, proceso que al mismo tiempo vino a constituir un paso importante hacia la formación de un sistema de estados. Porque no se trataba, en efecto, de unos pocos cañones, sino de la organización de convoyes de artillería, cuya utilización efectiva exigía una inversión m u y elevada de capital que sólo podían arrostrar las entidades que se beneficiaban de una economía de escala, es decir, las que habían alcanzado una masa crítica. E n Francia, por ejemplo, los gastos de la artillería real se decuplicaron de 1375 a 1410, y a finales del siglo xv contaba con 149 piezas servidas por centenares de hombres y miles de caballos.

Formación del sistema interestatal de la Europa moderna

L a interacción estratégica entre los estados constituye un factor irreductible en los procesos que determinaron las profundas transformaciones de la región europea entre los años 1450 y 1750, así c o m o de sus relaciones con el m u n d o exterior. C o m o ya hemos tenido ocasión de señalar el valor de este argumento con relación al reduccionismo economista de Immanuel Wallerstein sobre los orígenes del sistema-mundo occidental, nos limitaremos a subrayar aquí, en primer lugar, la contribución de dicho factor a la formación de un verdadero sistema de estados en Europa, para sugerir a continuación las aportaciones de este sistema al fortalecimiento general del Estado c o m o conjunto político, estructurado y diferenciado de la "sociedad civil", y, finalmente, considerando la configuración constituida por dicho sistema c o m o variable en el sentido antes indicado, para ver c ó m o podría insertarse esta variable en la explicación de las diferenciaciones que surgieron entre las regiones europeas.

Conviene puntualizar que la conceptualización fundada en la noción de la interfaz que vamos a aplicar a este respecto no interviene en los debates sostenidos entre las grandes familias del pensamiento histórico o sociológico. E n particular no parece hallarse m u y alejada de la que sugiere Perry Anderson en cuanto al vínculo entre los procesos internos y externos que se combinan para empujar

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a Europa hacia la formación de lo que él llama "absolutismo", término al que nosotros preferimos, no obstante, el m á s matizado de "estados del renacimiento", propuesto por H . R . Trevor-Roper20. E n efecto, inspirándose a este propósito en el couplet althusseriano en que funda su enfoque general, Anderson indica que si bien fueron las relaciones de producción (en el interior de cada estado) las que determinaron el absolutismo, el Estado, una vez construido, sobredeterminó también este tipo de régimen, ya que este Estado mismo fue formado por fuerzas externas que pueden conceptualizarse c o m o "sistema de estados". Aunque Anderson atribuye una importancia m u y grande a este proceso, demostrando, por ejemplo, c ó m o el absolutismo castellano sobredeterminó el surgimiento más general de esta formación merced al papel dominante de España en la liza europea, su análisis del factor internacional es rudimentario y se interrumpe brusca­mente con una referencia favorable a las proposiciones del historiador soviético B . F . Porshnev21. Con ocasión de un análisis histórico de las relaciones políticas entre Europa occidental y Europa oriental en la época de la guerra de los Treinta Años, insiste Porshnev en lo que él llama el potencial científico de la noción de "sistema de estados", aplicada según él "desde hace bastante tiempo por los. historiadores", entre los cuales señala en particular a Lenin. El sistema se funda pues, c o m o es bien evidente, en la interacción político-estratégica.

C o m o conclusión de su análisis histórico, propone el esquema siguiente22: 1. Si "todos los estados sin excepción manifestaban una tendencia hacia la

expansión exterior tanto c o m o su estructura social interna se basaba en la explotación", por lo común "esta tendencia veíase paralizada por las tenden­cias análogas de los otros estados".

2. " E n cada época se destacaba sobre este fondo tal o cual centro principal de agresión, y esto es precisamente lo que transformaba la suma de los estados en un sistema" pues "tales o cuales fuerzas se unían siempre con objeto de responder a la agresión y así se constituía el segundo centro del sistema. Los estados limítrofes y los que se reservaban el papel de tertius gaudens ocupaban el medio; se formaba entonces tal o cual contrapeso para hacer frente a éstos y así sucesivamente".

3. Existen así "leyes objetivas y generales para cualquier sistema de estados, es decir, leyes independientes de las voluntades particulares".

4 . Los cambios de configuración en el interior de un sistema dado, o incluso el paso de un sistema a otro, son imputables, en definitiva, tanto a las "leyes no menos objetivas e implacables del desarrollo económico" c o m o a las "contradicciones de clases" cuyas repercusiones pueden modificar el papel de un Estado en el sistema y, en consecuencia, el sistema mismo.

Observaremos así que si Porshnev comparte, respecto a la dinámica internacional misma, los puntos de vista de historiadores y teóricos occidentales —pensamos aquí especialmente en Ludwig Dehio, en quien nos inspiraremos bastante por lo que a los siglos xvi y xvn se refiere, así c o m o en Morton Kaplan—, tiene

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el, mérito de haberse esforzado por vincular formalmente esta dinámica con otros procesos sociales33. Si no insistimos demasiado en las divergencias de lenguaje ,y añadimos un quinto punto referente a la retroacción del sistema de. estados hacia las "contradicciones de clases" en el interior de algunos de ellos, c o m o ha hecho Theda Skocpol en su análisis comparado de las grandes revoluciones, este, esquema ilustraría bien el pensamiento que guia el análisis siguiente24.

V a m o s a repasar rápidamente las transformaciones que, mediado el siglo xvii, condujeron a la aparición de un sistema interestatal de tipo particular: el que ha sido caracterizado por la expresión "equilibrio de las potencias". Los procesos de monopolización habíanse traducido, durante la segunda mitad del siglo xv, en la aparición en la parte occidental del continente de dos conjuntos territoriales desmesurados en comparación con todos los demás: por una parte Francia, que tras haber recobrado los dominios ingleses del suroeste había destruido también el Estado borgoñón, cuyas posesiones había absorbido (salvo los Países Bajos), y contaba con una población de quince millones; por otra parte el conjunto español, que pese a los esfuerzos de Francia se había constituido en 1469 sobre las bases de la unión personal de las coronas de Castilla y de Aragón —cuando ya esta última era una amalgama compleja—• y cuyo número de súbditos ascendía a siete millones. Consolidados sus respectivos aparatos estatales —en el conjunto español se trata sobre todo de Castilla—, los dos grandes no tardaron en enfren­tarse en Italia, antiguo campo de elección de las luchas entre el imperio y el Papado, apuesta m u y tentadora por su riqueza económica y su debilidad estratégica (debida ésta a la estabilización de los conflictos regionales, hacia la mitad del siglo xv, en un equilibrio constituido por media docena de conjuntos políticos de talla exigua).

Después de dos décadas de conflictos (1494-1516), durante las cuales entran también en juego el imperio, fortalecido con la adquisición de los Países Bajos borgoñones e Inglaterra, los dos actores principales habían llegado casi a un equilibrio. La partición de la península itálica en dos parecía la solución más probable. Sin embargo, la elección del rey de España c o m o emperador en 1519 venía a alterar la situación de arriba abajo: la aparición de una superpotência de tal envergadura permitía contemplar la reconstitución de un imperio universal que englobaba la cristiandad occidental entera. Destacaremos de pasada que en este momento crítico el éxito inesperado de las expediciones ultramarinas empren­didas por la corona de Castilla daba a los Habsburgo una ventaja enorme: no sólo la extraordinaria aportación financiera del botín amerindio desempeñó un papel importante en la elección c o m o emperador de Carlos I de España, sino que las oportunidades abiertas por estas empresas atrajeron hacia su campo a los emprendedores genoveses y alemanes, es decir al capitalismo internacional, para el cual el conjunto habsburgués constituía, por su capacidad estratégica para llevar a buen fin sus proyectos, el mejor ámbito de inversiones concebible.

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Las actividades de los Habsburgo en Europa y en las Indias Occidentales se respaldaban mutuamente: tras haber obtenido, por su prioridad y merced al apoyo de un Papa sometido, el monopolio casi absoluto de la colonización del Nuevo M u n d o , utilizaron luego las ventajas así allegadas en la persecución de sus ambiciones europeas al tiempo que sus triunfos europeos fortalecían su posición ultramarina, retrasando un siglo entero la penetración de los demás estados euro­peos en la periferia. Incluso Portugal y sus posesiones fueron incorporados, pasado un tiempo, al gigantesco conjunto que se elaboraba. Este nexo íntimo entre lo que acontecía en la liza europea y en el m u n d o ultramarino explica igual­mente la inversión del proceso de construcción imperial en el siglo siguiente: fueron, en efecto, las repercusiones de la derrota del proyecto hegemónico en Europa las que provocaron la disgregación del monopolio español de ultramar, contribuyendo así a dar a la periferia una estructura que reflejaba la evolución de la propia Europa hacia un sistema multiestatal. Luego veremos c ó m o una organización semejante de la periferia contribuía a su vez a esta tendencia.

Si el imperio universal no se realizó en Europa en el siglo xvi, no hay que buscar la causa en el ámbito del determinismo socioeconómico. Es a la resistencia francesa a la que ha de atribuirse en primer lugar el fracaso de este proyecto, resistencia que en sí misma no se explica en absoluto por la posición de Francia en la "economía-mundo" en vías de transformación, puesto que en el momento crítico Francia se hallaba precisamente en desventaja con relación a ella. H a y que volverse, pues, hacia la capacidad estratégica en sí, es decir, la fuerza armada que podía movilizar Francia a partir de la organización política que había forjado la monarquía en el siglo precedente. Si la derrota de Pavía demuestra, sin duda, que esta fuerza no bastaba, la política que Francia emprendió con posterioridad corrobora nuestra hipótesis respecto a la relativa autonomía del factor estra­tégico. E n efecto, amenazada por los Habsburgo en tres frentes, y casi totalmente privada de aliados europeos, Francia recurrió al apoyo del enemigo histórico de la Europa cristiana. Hacia 1525, Francisco I inició negociaciones con Solimán el Magnífico, y fueron sus enviados quienes instigaron el avance turco que culmi­naría con el sitio de Viena cuatro años después25. Esta ampliación del teatro de los conflictos modificaba profundamente la situación, ya que ahora era el imperio el amenazado en sus dos extremidades y Francia podía sacar partido de la posi­ción que ocupaba con relación a su centro. Recordemos asimismo, de pasada, que Francia no vaciló tampoco en respaldar a los príncipes alemanes contra el emperador, c o m o hiciera el imperio en el siglo anterior en la lucha que sostenían algunos príncipes contra la monarquía francesa.

Resultado de estas interacciones, cuyas líneas de mayor incidencia hemos descripto aquí, fue el restablecimiento de un cierto equilibrio hacia la mitad del siglo xvi. Pero c o m o coinciden en reconocer los historiadores, entre ellos F . Braudel, los dos antagonistas habíanse extenuado mutuamente con sus conflictos26. Aquí es donde constatamos la utilidad de la noción de "retroacción"

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que habíamos añadido al esquema de Porshnev: fueron, efectivamente, las reper­cusiones de los procesos engendrados a partir de los conflictos interestatales las que provocaron, de una parte y de otra, sendas crisis al nivel de lo que los marxistas denominan "contradicciones de clases", término que recubre aproximadamente lo que nosotros designamos "intercambios interestructurales internos". Francia se vio así desgarrada por conflictos religiosos mientras la rama española de los Habsburgo hubo de hacer frente a la rebelión de los Países Bajos, síntoma tanto c o m o causa de los obstáculos que se oponían a la extensión del absolutismo ibérico m á s allá de su cuna primitiva, Castilla.

U n a vez m á s , fue de los intersticios del callejón sin salida de donde surgieron, sobre el tablero de ajedrez de Europa, dos actores cuya presencia contribuyó de manera decisiva a la evolución de la configuración internacional. Inglaterra, rechazada hacia las Islas Británicas y protegida de demasiadas injerencias extran­jeras durante la primera mitad del siglo xvi por la lucha de los dos poderes grandes, se diferenciaba de los demás Estados por el hecho de que en adelante gozó de la posibilidad de escoger entre la guerra y la paz. L a variable en que se traducía para ella la configuración estratégica hacía que su protección pudiera estar asegurada por la flota; pero resultaba que el desarrollo de semejante instrumento de poder también le confería, dentro del sistema interestatal, una potencia despro­porcionada con relación a la que podía movilizar a partir de una población redu­cida y una riqueza m u y limitada. Volveremos a ocuparnos de la significación de esta variable en el desarrollo político de este país. Al nivel del sistema interna­cional, la guerra marítima reducía a unos días o incluso unas horas, las crisis que, en tierra, podían alargarse a varias décadas27. Así que la derrota de España por Inglaterra en 1588 constituyó un punto de inflexión decisivo en la evolución del sistema, consolidando la solución m á s probable del conflicto europeo, es decir el mantenimiento de un sistema multiestatal28. E n lo inmediato, esta situación facilitó especialmente el surgimiento de otro actor, enteramente nuevo éste: las Provincias Unidas. E n efecto, c o m o los recientes trabajos de G . Parker ponen de manifiesto, la evolución de la insurrección de los Países Bajos hacia la indepen­dencia de una parte de la región sólo puede explicarse por las trabas estratégicas impuestas a España durante los ochenta años de esfuerzo en los que bregó para sofocar la revuelta, empezando por la derrota naval de 1588 o incluso tal vez por la presión turca ejercida en el Mediterráneo en el curso de los decenios precedentes29. L a causalidad obra aquí en los dos sentidos: la insurrección facilitó la victoria inglesa, que aseguraba un apoyo para los rebeldes; estos hechos redu­cían la libertad de acción de España, lo que facilitó la resolución de las guerras de religión en Francia y permitió enseguida a este país hacer su reaparición en la palestra internacional, circunstancia que favorecía a Inglaterra y a los rebeldes holandeses, y así sucesivamente.

A finales del siglo xvi, España se encontró así frente a tres adversarios europeos, además del imperio otomano, y no tuvo m á s salida que tratar sucesiva-

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mente con cada uno de ellos. Esta fue la señal de la gran rebatiña de ultramar. Si bien el conjunto ibérico consiguió salvaguardar la mayor parte de su imperio americano, Inglaterra, las Provincias Unidas y al cabo de algún tiempo Francia, lograron poner pie en las Indias Occidentales (incluido el Brasil) y en el norte de Florida. Los holandeses se introducían también en Asia a expensas de Portugal30. U n a parte importante del m u n d o exterior se transformaba de este m o d o en peri­feria explotada por Europa. Sin embargo, los mercaderes y colonos europeos no podían penetrar más que allí donde gozaban de la protección militar y naval de sus gobiernos, no sólo frente a los autóctonos o emprendedores no europeos ya establecidos en tal o cual zona, sino también respecto a sus competidores europeos. D e tal suerte, la formación de la nueva "economía-mundo" no puede atribuirse exclusivamente a la dinámica inexorable del capitalismo; la fuerza de disuasión que la organización estatal de los europeos les permitía movilizar contribuía al éxito de sus mercaderes y con ello al ascenso del propio cristianismo.

M . Howard nos sugiere c ó m o , en sentido inverso, la división de la periferia en zonas controladas por cada uno de los antagonistas fortalecía la tendencia al desarrollo de un sistema estatal en Europa misma. Según él, en una época en que la guerra, evolucionando a la par de las transformaciones más generales que sufrían las sociedades europeas, era cada vez más un quehacer de mercenarios ("no hay dinero, no hay suizos"), los medios que los combatientes podían movi­lizar en el interior de sus países eran m u y reducidos. Los banqueros que habían sostenido a los príncipes durante las décadas anteriores habían ido a la quiebra por la insolvencia de sus clientes, que aún no habían implantado sistemas fiscales que permitiesen efectuar una sangría constante de la riqueza de sus súbditos; éstos, por otra parte, todavía no habían acumulado riquezas a la escala necesaria para la financiación de campañas ahora prolongadas e indecisas. "Así, la capa­cidad de sostener la guerra y de mantener con ello el poder político en Europa, en el curso del siglo xvn se hizo cada más más dependiente del acceso a la riqueza extraída del m u n d o extraeuropeo o creada por el comercio derivado, a fin de cuentas, de esta riqueza"31.

Por sugestiva que parezca, esta hipótesis precisaría algunas matizaciones, ya que es evidente que la situación no era la misma en todos los momentos y en todos los casos. Entre los actores que desempeñaron un papel político y militar de primer orden durante la primera mitad del siglo xvii, ni Francia ni Suécia, por ejemplo, disfrutaron de semejante provisión. Esto contribuiría quizás incluso a explicar que los apremios internacionales llevaran precisamente al Estado, en estos dos casos, a ejercer una presión más fuerte respecto a la sociedad interior, iniciando así los ciclos que se tradujeron en la institucionalización del absolutismo en el pleno sentido de la palabra. E n definitiva, apenas si había en ese momento en Europa más que dos actores para los cuales el m u n d o extraeuropeo constituía ya una fuente importante de riqueza: eran la rama española de los Habsburgo, que dominó también Portugal hasta 1640, y las Provincias Unidas. Pero si no

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puede caber duda alguna de que esta aportación incrementaba de manera m u y general el poder militar de cada uno de ellos, y en consecuencia su posición en el sistema interestatal, incidía de forma m u y distinta en la configuración interior de cada uno y contribuía así a la formación de estructuras políticas diferentes. Del lado español, la riqueza extraída del m u n d o extraeuropeo servía sobre todo a la monarquía castellana, permitiéndole cierta autonomía en la prosecución de sus proyectos con respecto a Aragón y a los Países Bajos meridionales; de esta manera contribuía al mantenimiento de un absolutismo m u y poderoso en apariencia pero, en realidad, cada vez más desprovisto de sustancia, y que, al no estimular una transformación profunda de la sociedad, dejó en seguida de desa­rrollarse32. E n cambio, en el caso de las Provincias Unidas, servía sobre todo a los comerciantes —la "sociedad civil" si se quiere—, permitiéndoles evitar que los apremios resultantes de la lucha secular por la independencia nacional —después de España, fue Francia la fuente principal de peligro— desataran los ciclos de transformación que conducen a la constitución de un Estado de tipo absolutista. Organizándose en confederación oligárquica, esta sociedad hizo de la guerra una actividad especializada que confió a "subcontratistas" dirigidos por la Casa de Orange-Nassau, aplicando a la misma innovaciones de igual género que las que aseguraron a este país un despegue económico espectacular en el siglo xvii, es decir, sobre todo, un método de inversión con alto coeficiente de capital33.

Es, efectivamente, ahí y en ese momen to cuando se produce la "revolución militar", cuya carrera se proseguiría a todo lo largo del siglo xvii en Suécia, en Francia y en el electorado de Brandeburgo. Howard destaca a este respecto que los ejércitos de las Provincias Unidas constituían la gran excepción en el deplorable estado de los ejércitos mercenarios de la época; aquellos eran excepcionalmente eficaces "por la sencillísima razón de que se les aprovisionaba y pagaba puntual­mente". Las rentas de los comerciantes permitían a sus agentes militares no sólo seleccionar a los mercenarios más calificados, sino asegurarse sus servicios sobre la base de un sueldo anual. Esta profesionalización facilitaba el lanzamiento de innovaciones tácticas, c o m o formaciones de mosqueteros que permitían un fuego mucho más eficaz, y el empleo del atrincheramiento, actividad que todos los demás mercenarios desdeñaban pero que aumentaba enormemente la potencia defensiva. E n sentido más general, sus éxitos económicos permitían a la sociedad mercantil subvenir al mismo tiempo, sin hallarse en la obligación de aumentar la presión del fisco y del reclutamiento, a las enormes inversiones que exigían la construcción de una línea de fortificaciones sin igual y de una flota que también se profesionalizaba. Ni qué decir tiene que a su vez esta flota contribuía no poco a consolidar la posición que las Provincias Unidas se habían labrado en la periferia.

Si el Tratado de Westfalia, que puso fin a la guerra de los Treinta Años , consagró la cristalización de un equilibrio europeo y el reconocimiento de derecho

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de la soberanía de los Estados constituidos, este equilibrio mismo se mantenía merced al juego de mecanismos conflictuales nacidos sobre todo de la tensión bipolar entre Borbones y Habsburgo. Así, la segunda mitad del siglo xvn, con la que vamos a concluir este bosquejo del sistema interestatal a fin de volver a los cambios internos que acompañaron su formación, se distinguió por el desafío al equilibrio que constituía la búsqueda por parte de Francia de una situación preponderante frente a la rama española de los Habsburgo, es decir, no sólo España misma sino también los Países Bajos españoles. Al mismo tiempo, los diversos motivos que habían inspirado la expansión europea en ultramar durante los dos siglos precedentes se simplificaban en torno a la búsqueda de los medios necesarios para el fortalecimiento del poder de los Estados que se enfrentaban en Europa. Si los holandeses, tras haberse metido a la fuerza en una u otra red comercial, desarrollaban un sistema económico que les permitía obtener beneficio de una partición ulterior del botín, los ingleses y los franceses se esforzaban por construir sistemas comerciales que se excluían mutuamente y que por tanto sólo podían mantenerse mediante la fuerza. D e ello se siguió una extensión del conflicto hasta una escala cuasi global y a cuyo término la guerra naval tornábase cada vez más decisiva.

E n un primer momento , las pretensiones francesas indujeron a las potencias marítimas y protestantes —el conjunto anglo-escocés y las Provincias Unidas— a zanjar las diferencias hijas de su rivalidad comercial y a coligarse a fin de impedir la eliminación de su enemigo secular, cuya potencia ya disminuida les amenazaba menos que la del imperio en vías de construcción. Sin embargo, en un segundo momento , Francia pudo sacar partido de esta misma rivalidad a fin de obtener el apoyo británico en una empresa que tenía por objetivo la eliminación pura y simple de las Provincias Unidas. Estas, valiéndose de su organización defensiva, no sólo consiguieron resistir a la invasión sino que m u y pronto pudieron sacar partido, a su vez, de las tensiones internas que desgarraban a Gran Bretaña para dar la vuelta a la situación y prestar ayuda a los que en este país se oponían a la evolución política conducente a hacer de él un satélite de Francia y trans­formarlo en monarquía católica de tipo absolutista. L a asociación de la Gran Bretaña y de las Provincias Unidas bajo la dirección de Guillermo de Orange, el cual, "impedido de gobernar como monarca en Holanda se convirtió en un hombre de Estado europeo", constituía el polo principal de una alianza de todos los Estados amenazados por la hegemonía francesa, incluido el Vaticano. L a derrota naval de Francia frente a La Hague (1692) aseguraba la supervivencia del nuevo régimen inglés y confirmaba la tendencia multiestatal del sistema, c o m o la destrucción de la armada Invencible un siglo antes. Empero, Francia no había desistido de sus ambiciones y pronto volvió a tomar la iniciativa, haciendo revivir así un conflicto que se extendió rápidamente a nivel global. Merced a su impulso, Inglaterra subió al nivel de potencia mundial mientras, por otra parte, Rusia sucedía al imperio otomano y a Suécia en los flancos oriental y septentrional

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del sistema interestatal europeo. La preponderancia de Inglaterra le permitía dirigir el juego imponiendo una política de equilibrio a las potencias continentales. C o m o no veía ninguna ventaja en reemplazar la hegemonía francesa por la del imperio austríaco, no tenía interés en eliminar a Francia y negoció con ella una paz separada en 1713; el imperio se vio obligado a adherirse a la nueva configu­ración un año más tarde.

C o m o subraya también Howard, si bien fue la mayor capacidad de las potencias marítimas para asegurarse mediante la explotación de la periferia los recursos financieros necesarios al sostenimiento de un inmenso esfuerzo estra­tégico lo que prevaleció durante el periodo 1689-1713, ésta fue igualmente la hora en que se desarrolló, en una medida jamás alcanzada hasta entonces, un método alternativo de asegurárselos, es decir, "la creciente capacidad de los gobiernos europeos para controlar, o al menos para sonsacar, la riqueza de la comunidad y para crear a partir de ella mecanismos, burocracia, sistemas fiscales, fuerzas armadas, que les permiten llevar todavía más lejos su control sobre la comunidad." Y a con anterioridad a 1700, "se había puesto en funcionamiento el esquema esencial: el de un aparato estatal capaz de manejar una fuerza humana en acción permanente y de mantenerla tanto en tiempo de guerra c o m o en tiempo de paz; fuerza constituida en sí misma por una jerarquía coherente de hombres imbuidos de una subcultura distinta"34. Si todos los Estados europeos se transformaron con ello sin excepción, examinemos ahora c ó m o pudieron cuajar importantes variaciones en el crisol común de estos dos siglos de interacciones.

L a dinámica de la interfaz en Francia e Inglaterra

Y a nos hemos referido a las contibuciones de la variable internacional al decai­miento de la monarquía francesa en la segunda mitad del siglo xvi, así como a la ulterior preservación de la integridad territorial de este país. Si las guerras de religión concluyeron con la reafirmación de un Estado real, del cual París llegó a ser centro valedero, nada permitiría aún imaginar que Francia se convertiría, durante el siglo siguiente, en el modelo mismo del Estado absolutista. Recor­demos, por ejemplo, que el Edicto de Nantes consagraba la existencia de un verdadero archipiélago de autonomía en el interior del Estado, situación ésta tan inusitada que H u g o Grotius, en 1625, dedicaba su De Jure a Luis XIII en homenaje al más tolerante de los monarcas, y que las regiones periféricas, como la Bretaña, conservaban aún sus instituciones propias. La debilidad de Francia imponía una política pacífica y el mantenimiento de la paz facilitaba las economías administrativas: Sully consiguió duplicar las rentas reales sin recargar demasiado el aparato estatal.

Sin embargo, la demostración de que la acción concertada de los dos Estados Habsburgo les permitía dominar Europa entera pronto obligó a Francia

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a interponerse. Desde el comienzo de su intervención militar y diplomática en la guerra de los Treinta Años , Richelieu hizo cuanto pudo por construir una máquina administrativa racionalizada que permitiese la intervención real en todo el país y pusiera fin a la sociedad consociacional liquidando las fortalezas hugo­notes. C o m o Francia, pese a los esfuerzos del cardenal, no había conseguido aún implantarse en la periferia ultramarina, su política extranjera hacía ineludible el aumento repentino y enorme de la carga fiscal: y, en efecto, en u n decenio, a partir de 1630, ésta se cuadruplicó35. La intervención de Francia, indirecta al principio mediante los subsidios concedidos a Suécia —los cuales, dicho sea de paso, unidos a los que este país obtenía de Rusia, contribuyeron no poco a la construcción de u n Estado fuerte emprendida por Gustavo Adolfo— y la utiliza­ción de mercenarios alemanes, terminó con la presencia de.grandes ejércitos franceses sobre el terreno36. L a necesidad de improvisar tal ejército, que la muerte de Gustavo Adolfo hacía urgente, fue lo que dio lugar a la innovación decisiva para la ulterior evolución del sistema político francés: la creación de una buro­cracia civil para administrarlo, "realización extraordinaria si tenemos en cuenta que en esta época no existía ninguna burocracia formal para administrar nada"37. Los apremios militares facilitaron la imposición de la intendencia en las regiones invadidas o amenazadas; se desplegaron regularmente las tropas reales hacia el interior para respaldar las exigencias del poder central, contribuyendo más generalmente la expansión del aparato administrativo al surgimiento de una nueva formación social, la nobleza de toga, a la que unánimamente suele atribuirse un papel crítico en la construcción del sistema absolutista francés.

Al igual que lo ocurrido a mediados del siglo precedente, las repercusiones de un largo periodo de conflictos internacionales cruentos y costosos exacerbaron las tensiones internas y contribuyeron a desencadenar una crisis general de las sociedades europeas, cuya manifestación en Francia fue la Fronda. Tras esta laguna, la evolución se aceleró con la subida al poder de Luis X I V , para quien, según Perry Anderson, el absolutismo no era un fin en sí mismo sino algo destinado a servir a la expansión militar. C o m o aún no había efectuado muchos avances en el tablero ultramarino, Francia se volvía con perfecta lógica hacia la conquista de un centro europeo que parecía vulnerable por la exigüidad de su territorio y de su población, así c o m o por su débil grado de estratificación. Tras una década de preparativos internos, incluida la reorganización departamental de los minis­terios —los de marina, guerra y asuntos exteriores entre ellos—, así c o m o el perfeccionamiento de la intendencia, reorganización que permitió doblar una vez más la renta neta de la monarquía, se produjo la invasión de Holanda con todas sus consecuencias. Durante el reinado de Luis X I V los efectivos del ejército real se decuplicaron, de los 30 000 ó 50 000 en que se cifraban a su ascenso al trono, a los 300 000 que se contaban hacia 1713. Anderson, reasumiendo aquí los trabajos de Goubert y de Mousnier, subraya que el crecimiento de un aparato militar semejante significaba "el desarme definitivo de la nobleza provincial"

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tanto c o m o "la capacidad de reprimir rápida y eficazmente las rebeliones popu­lares"38. L a propia cultura francesa se transformó con ello: a la "curialización de los guerreros", sobre la que Elias insiste mucho c o m o mecanismo del absolutismo real, venía ahora a emparejarse la "belicización de la sociedad", que se manifes­taba no sólo en la transformación de las normas que revela Michel Foucault, sino también en la invención de un nuevo urbanismo, el de las plazas fuertes39.

Es, sin embargo, en el ámbito prosaico de la fiscalidad donde mejor se advierten las consecuencias profundas de las presiones sistemáticas impuestas por la variable internacional. El aumento gradual en la escala de los conflictos internacionales hacia las postrimerías del siglo se tradujo en un incremento paralelo de los gastos del Estado francés, que de 1689 a 1714 alcanzaron a casi cinco millones de libras (300 millones de libras esterlinas), es decir, m u y poco menos que los gastos conjugados de los tres miembros principales de la coalición adversa40. Sin contar el servicio de la deuda pública que había ocasionado ya, la guerra absorbía hacia el final del reinado entre las dos terceras y las tres cuartas partes del gasto público. C o m o cerca de la mitad del reino estaba exenta de tributación —consecuencia de la institucionalización de opciones anteriores referentes a la nobleza y a la Iglesia, que no podían ser recusadas so pena de poner el régimen en peligro—, los impuestos recaían pesadamente sobre la masa de la población —sometida además al servicio militar generalizado—, no cubriendo todo ello más que el 30 por ciento de los gastos. Pese a la tendencia a la institucionalización de burocracias centrales especializadas, las trabas del sistema político impedían al Estado aplicar este método al terreno esencial de las recaudaciones, quedando retrasado a este respecto con relación al centralismo estatal realizado por el Reino Unido. C o m o el mecanismo de la ferme (contrata para la recaudación de impuestos) se adaptaba mal a la presión fiscal acrecentada, la renta global que sacaba el Estado francés de los impuestos indirectos disminuyó probablemente en el curso del conflicto. Dados los límites de lo que de este m o d o podía extraerse de la sociedad, el Estado hubo de recurrir al empréstito. M a s , frente al deterioro inexorable de su crédito, éste costaba cada vez más caro. Privado, por otra parte, de las plazas extranjeras dominadas por sus enemigos, se aventuró, pues, cada vez más hacia la venalidad. Al final de la guerra, la cuantía global de la deuda sobrepasaba lo que el Estado podía esperar de treinta años de recaudaciones ordinarias, y los solos gastos y comisiones que de ello resultaban absorbían casi su total anual. Los problemas creados por este callejón sin salida no se resolvieron nunca verdaderamente: a la terminación del conflicto, el aparato estatal más pesado del m u n d o no funcionaba ya más que para mantenerse en pie.

Podría también seguirse paso a paso la influencia de las imposiciones resul­tantes del papel que asumió Francia dentro de la configuración internacional en la solución final del problema protestante, antes, durante y después de la revocación del Edicto de Nantes (1685), así c o m o en la evolución de los lazos entre el centro estatal y las periferias territoriales, m u y bien ilustrada por el caso

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de Bretaña. Al comienzo del reinado de Luis X I V , esta provincia gozaba aún de una amplia autonomía, administrada por sus estados, pudiendo comerciar libremente con los países extranjeros, entre ellos Inglaterra, su principal asociada. Por iniciativa de Colbert se creó Brest de arriba abajo c o m o gran puerto militar de la flota de poniente. Al adquirir así la provincia una importancia estratégica extraordinaria, el rey no podía ya permitirse no tenerla bien en su m a n o . La Bretaña se rebeló durante la guerra de Holanda (1675) ante la introducción de nuevas obligaciones fiscales (se trataba del papel timbrado) sin consultar a los estados. C o m o quiera que el movimiento se extendió a un levantamiento más general contra el régimen señorial y el reclutamiento, el movimiento fue brutal­mente reprimido. Fue un preludio del fin de la autonomía regional; tras unos • comienzos difíciles, los intendentes establecidos en 1689 en Rennes consiguieron imponer, sin el visto bueno de los estados, la capitación y el décimo, los dos nuevos impuestos creados por las necesidades de la guerra. L a Bretaña pasaba a ser administrativamente una provincia como las demás, y con ello iniciaba también su declive económico. E n efecto, al haber cerrado París el reino a los paños ingleses mediante unos aranceles prohibitivos, Inglaterra se apartó rápidamente de sus proveedores bretones y la propia guerra marítima asestó al comercio basado en la industria regional un golpe del que no volvería a recuperarse nunca. U n a vez más , de las dos Francias posibles, los apremios del sistema internacional incitaban al Estado a dar preferencia a la continental41.

Sin considerar aquí la guerra como fuente única y singular de causalidad, adoptaremos el análisis de Roland Mousnier42, que encuadra en el que nosotros hemos bosquejado a partir del concepto de "ciclos", sugerido por Finer. L a guerra hacía necesario el ejercicio de una exacción fiscal que iba m u c h o más allá de los que los súbditos del rey consideraban legítimo; estas presiones contribuían a provocar explosiones, obligando así al gobierno real a volver hacia el interior la fuerza armada de que disponía, pero le inducía igualmente a fomentar el desa­rrollo económico a fin de aumentar la materia imponible. Si bien es verdad que la guerra no fue permanente entre 1625 y 1789, ello no obsta para que los gobiernos adquiriesen, durante los periodos de conflicto, unos hábitos que persistían cuando tornaba la paz, asumiendo con ello un aspecto despótico y tiránico que acabó provocando una crítica de la monarquía y de la sociedad. Recordemos, en suma, algo m u y evidente: a partir de las repercusiones de una guerra cuyo costo sobre­pasaba la capacidad del sistema, iba a iniciarse la crisis final del anden régime.

N o hay que atribuir a la insularidad de Inglaterra, considerada c o m o dato geográfico, el encadenamiento de los procesos que contribuyeron a la evolu­ción tan diferente del sistema político inglés, sino a la forma en que esa insularidad se imbricaba, en una época concreta, dentro de una configuración interestatal particular, transformándose así en elemento de una variable con relación al conjunto interno. Es m u y notable que las interpretaciones, por lo demás varia­dísimas, de historiadores c o m o L . Stone, C . Hill o P . Anderson, coincidan casi

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por completo en cuanto al punto de partida de su originalidad: si bien es verdad que Inglaterra experimentó, en los albores de la época moderna, un impulso centralizador tan fuerte c o m o el que se manifestaba entre los Estados continentales, tal impulso no condujo a la institución dé un ejército real permanente. Esta laguna del aparato de la monarquía impuso límites m u y severos a la acción ulterior de dicha monarquía, cualesquiera que fuesen los proyectos políticos de tal o de cual soberano. Por lo demás, no cabe duda que era la posición de Inglaterra con relación a la configuración internacional lo que hacía posible la persistencia de esta laguna.

Es preciso dirigir la mirada más allá del establecimiento precoz de una institución parlamentaria, hacia el contexto internacional íntegro de la Europa del renacimiento: durante la primera mitad del siglo xvi, mientras España y Francia se enzarzaban en una lucha cuya dinámica las empujaba inexorablemente a convertirse en máquinas de guerra, Inglaterra, al no estar directamente amenazada, no precisaba de ejército, ni siquiera de marina para defenderse. Compartiendo empero las ambiciones de las otras monarquías europeas, los Tudor intervenían en el continente en 1512-14, en 1522-25 y nuevamente en 1543-46. M a s c o m o no podían movilizar sino una fuerza m u y modesta en comparación con la que desplegaban los continentales, las campañas de los Tudor les costaban m u y caro sin reportarles triunfos apreciables. L . Stone precisa m u y bien el carácter estructural de los límites impuestos a su acción: por una parte, dado el parámetro demográfico, la corona inglesa no podía organizar una gran fuerza más que recurriendo a mercenarios extranjeros, sobre todo italianos y alemanes; por otra parte, dependía estrechamente de la fiscalidad que le era consentida, ya que no había podido explotar recursos directos, c o m o el oro y la plata de que disponía la corona de España, la sal de la monarquía francesa, ni siquiera el cobre de la sueca43. Así, sólo vendiendo la mayor parte del patrimonio eclesiástico, del que recientemente se había adueñado, pudo la monarquía inglesa emprender las campañas de 1543-46. Pero esta opción constituía un viraje decisivo para eJla, por sus consecuencias inesperadas: no sólo no le quedaba ya a la corona, c o m o rentas independientes de la voluntad parlamentaria, más que lo ineludible a sus necesidades en tiempo de paz, sino que la venta de los "bienes nacionales" contri­buía también al surgimiento precoz de una nueva formación social. Era la gentry, cuyo peso en la sociedad inglesa iría en lo sucesivo en contra de una transforma­ción de tipo absolutista, reduciendo las posibilidades de un ulterior desarrollo de la monarquía sin el Parlamento. La monarquía se había metido en un callejón sin salida: podía subsistir con unas rentas mínimas mientras no levantara ejército; pero si lo hacía, veríase obligada a dirigirse al Parlamento, que aprovecharía la ocasión para manifestarse contra toda veleidad de construcción de un poder absolutista. N o era éste el caso, sin embargo, en lo tocante a la construcción de una flota, que, durante la segunda mitad del siglo xvi, no sólo se hacía necesaria para la defensa del territorio, sino que servía también a la ambición, c o m ú n a la

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monarquía y a las clases dirigentes inglesas, de abrirse paso en la periferia ultra­marina en vías de formación. Por su carácter m i s m o , tal instrumento estratégico no podía ser dirigido hacia el interior.

A partir dé estos datos no es ya difícil comprender c ó m o la crisis europea de mediados del siglo xvii se manifestó en Inglaterra en forma de un debilita­miento de la monarquía de los Estuardo, seguido de una revolución. Durante las primeras décadas del siglo, en el ámbito de la política exterior, los Estuardo no se alejaron demasiado de la tradición establecida por sus predecesores. El peligro español había quedado reducido con la paz de 1604; Francia salía de sus guerras civiles debilitada y prudente; las Provincias Unidas constituían una potencia protestante y amiga; Escocia, también protestante, había sido incorpo­rada a la corona inglesa; y, a partir de 1618, el ascenso fulgurante de la Suécia de Gustavo Adolfo aseguraba en el continente cierto equilibrio entre católicos y protestantes, cuya dinámica conflictual apartaba a los beligerantes de las islas Británicas. Favoreciendo una política de atrincheramiento bajo la protección de una flota que servía también a las actividades de los mercaderes-aventureros y de los inversores que los sostenían —entre ellos la propia corona—, esta configu­ración seguía sin deparar ningún pretexto para la formación, de un ejército real. E n ausencia de éste, el Estado no se sentía tampoco incitado a emprender la construcción del aparato burocrático que la extracción de los recursos humanos y financieros necesarios al sostenimiento de tal ejército implicaba, c o m o hemos visto en el caso francés.

Por eso, en el m o m e n t o en que la monarquía de los Estuardo intentó comprometerse en la corriente política europea, tratando de hacerse lo m á s autónoma posible respecto al Parlamento y esforzándose por integrar Inglaterra y Escocia en un conjunto unificado, resultó que se hallaba desprovista de los dos elementos clave de todo poder absolutista: un ejército permanente que poder utilizar contra sus subditos y una burocracia local pagada por el centro con la que pudiese contar11. Es significativo que la crisis se desencadenara a partir de una revuelta escocesa, cuando el rey y su arzobispo se empeñaron en imponer al clero de este país la forma de organización religiosa del Estado inglés, lo que al mismo tiempo parecía amenazar a una nobleza cuyo poderío se había fundado en la adquisición de los bienes eclesiásticos. Pasaremos aquí sobre el interludio de las guerras civiles, al final de las cuales se constituyó el absolutismo, sobre todo militar, de Cromwell, cuyo poder coercitivo se fundaba en una fiscalidad cinco veces más elevada que bajo la monarquía y que fue desmantelado, tras la muerte del protector, por la huelga fiscal de Londres. Así, una situación semejante a la que contribuyera al derrumbamiento de la monarquía en 1638-42 conducía ahora al resultado contrario, a su restauración.

Poco después de la restauración, la tensión entre el proyecto absolutista, del que los Estuardo no se desaferraban, y las formaciones sociales que propugnaban la evolución hacia un régimen parlamentario, se manifestaba simultáneamente

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en política interior y en política exterior, pues las opciones que en cada una de estas esferas se seguía eran complementarias. A riesgo de simplificar un poco, podría decirse que, dada su falta de medios iniciales, la monarquía no podía fortalecer su poder más que apelando a un apoyo exterior que, en ausencia de alternativas, había de ser el de Francia. Esto implicaba la persecución por parte de la monarquía de una política extranjera contraria a los intereses econó­micos de los que apoyaban la tendencia parlamentaria, así c o m o de una política religiosa contrapuesta al que había llegado a ser, desde hacía más de un siglo, uno de los pilares de la identidad nacional. N o basta el equilibrio de las fuerzas interiores para explicar la solución del conflicto, pues, pese a todo cuanto en el interior se oponía a su proyecto, la monarquía, amparada tras el apoyo de la mayor potencia europea, no anduvo m u y lejos de conseguir sus propósitos. Los que se oponían a esta tendencia lograron detenerla explotando las oportunidades ofrecidas por la configuración internacional. D e esta manera, la cristalización de una diferenciación decisiva de la morfología del Estado europeo —monarquía absoluta, monarquía parlamentaria— se explica por la convergencia de los procesos internos y externos en la interfaz del caso más crítico.

Recordemos m u y brevemente el encadenamiento de los hechos45. Mientras que a partir de 1668 Inglaterra formaba con Holanda y Suécia una triple alianza contra Francia, su rey firmaba en 1670 un acuerdo secreto con ésta en el que se comprometía a declararse católico cuando la situación lo permitiera, obteniendo a cambio los subsidios necesarios para su liberación de las coacciones parlamen­tarias. Pese a la bancarrota del Estado, Carlos II emprendía en 1673 una guerra contra las Provincias Unidas, en alianza con Francia, y dos días antes de decla­rarla, decretaba una indulgencia para los católicos (así c o m o para las minorías protestantes), mientras el Parlamento reafirmaba la supremacía anglicana. Revo­cado luego el Parlamento y suspendido durante casi todo el periodo 1674-79, el monarca había llegado a depender más que nunca de su protector extranjero. Entretanto, los adversarios del proceder de Carlos II multiplicaban los obstáculos: esforzándose por desviar la política extranjera de su orientación demasiado exclusivamente francesa, su propio ministro, Sir Thomas Osborne, negociaba el matrimonio de Maris, hija mayor del rey, con el príncipe Guillermo, el m u y protestante jefe de la casa de Orange y estatúder de las Provincias Unidas, al tiempo que tomaba cuerpo un movimiento para sustituir en el orden de la sucesión al católico Jaime por el duque de M o n m o u t h , hijo ilegítimo del rey, pero protes­tante y de más edad que Jaime. Tras haber revocado el Parlamento una vez más en 1679, Carlos II excluía a M o n m o u t h de la sucesión, declarándose él mismo católico in extremis en 1685.

Al buscar la reconciliación con el Parlamento en el momento de su ascenso al trono, Jaime II sacaba partido de las amenazas de invasión —el duque de Argyll en Escocia y M o n m o u t h en la propia Inglaterra— para obtener por fin la consti­tución de un ejército real cuyos efectivos se elevaron en seguida a 30 000 hombres.

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Disfrutando, para su sostenimiento, del considerable aumento de los aranceles, consecuencia de la política sumamente proteccionista que las partes en presencia estaban de acuerdo en aplicar, el nuevo monarca no dependía tanto c o m o su predecesor de los subsidios franceses, que en ese momento sólo constituían ya una octava parte de las rentas anuales del gobierno. Se acercaba ahora m u y rápidamente el desenlace. Ingeniándose por construir un aparato con el que pudiese contar, el rey, contra lo dispuesto por las leyes, introdujo oficiales cató­licos en el ejército, una gran parte del cual fue concentrada cerca de Londres y trató en vano de obtener la abrogación de esas mismas leyes. Cuando, indignado por la revocación del Edicto de Nantes, el Parlamento se esforzó por retirar el instrumento militar de manos del rey mediante un retorno a la milicia, fue defi­nitivamente revocado. El rey fue entonces derecho a su objetivo: tras haber obte­nido de magistrados a sueldo suyo una dispensa de las leyes que excluían a los católicos de la función pública, nombró sucesivamente a otros tantos católicos c o m o gobernador de Irlanda, c o m o almirante de la flota real, e incluso en los santos lugares del anglicanismo tales como las universidades de Oxford y de Cambridge. E n 1688, pese a la disminución de los subsidios franceses, Jaime II se sintió lo suficientemente seguro de su éxito c o m o para proclamar la completa emancipación de la minoría religiosa a la que pertenecía, encerrando en la torre de Londres a los obispos anglicanos que se oponían a esta acción. E n el mismo momento , el nacimiento de un hijo varón alejaba a su hermana (protestante) de la sucesión y aseguraba la continuidad de su proyecto.

Si bien es verdad que los tribunales contribuyeron a fortalecer la oposición con su proclamación de la inocencia de los obispos, fue la decisión tomada por el conde de Danby y respaldada por el obispo de Londres, de invitar a Guillermo de Orange a intervenir en Inglaterra, lo que dio la vuelta a la situación. Pese a veleidades de compromiso con una parte y con otra, Guillermo desembarcó por fin al frente de 11 000 hombres de infantería y 4 000 de caballería. La nobleza y la gentry se unieron lentamente a esta fuerza ya de por sí formidable, mientras los partidarios del rey desertaban en masa. Falto del apoyo de Luis X I V , que sostenía una compaña en el Palatinado y que no podía siquiera oponerse al embarco de Guillermo, Jaime se vio obligado a licenciar a un ejército que se había quedado sin paga y buscó refugio personal en Francia. Alarmados por el peligro de levantamiento popular en Londres, un grupo de pares pidió entonces a Guillermo que entrara en esta ciudad con su ejército a fin de mantener el orden. C o m o subraya Koenigsberger, no es pura casualidad que fuese un príncipe de Orange, representante de un régimen que se distinguía especialmente de la tendencia absolutista, el que de esta suerte participara en la auténtica fundación de una monarquía parlamentaria en Gran Bretaña.

Sin sujetarnos a referir con detalle los procesos tanto internos c o m o externos que convergieron para institucionalizar el nuevo régimen, recordemos que si bien se reconocía la necesidad de un ejército nacional en un momento en que el

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régimen no podía sobrevivir más que oponiéndose activamente a la hegemonía francesa, al convocarse este ejército en febrero de 1689,.el Parlamento impuso al rey la ley de amotinamiento. Esta ley fundamental no le permitía mantener un ejército m á s que por un año, a cuyo término la autoridad que ejercía sobre sus tropas debía ser renovada, lo que a su vez sólo podía efectuarse compareciendo de nuevo ante el Parlamento. E n la misma línea, la ley de 1701, al estipular que ningún soberano podía emprender guerra para la defensa de un territorio extran­jero, ni siquiera abandonar el país sin el consentimiento del Parlamento, señalaba un primer paso constitucional hacia el control parlamentario de la política extranjera46. Eliminado el peligro de invasión francesa con la victoria de una flota inglesa reorganizada frente a La Hague en mayo de 1692, el Parlamento consolidaba su dominio limitando m u y estrictamente las. rentas de la corona, sin dejar por ello de contribuir a la centralización estatal con el abandono de la recaudación de impuestos por contrata (fermé) y su sustitución por la tesorería. Acentuaba la tendencia estratégica ya establecida, reduciendo los gastos del ejército por debajo de las aspiraciones del soberano en tanto que aumentaba el presupuesto de la flota por encima de sus deseos. Así, entre 1688 y 1713, la flota creció en un 40 por ciento en cuanto al número de unidades y en un 60 por ciento en cuanto a tonelaje.

Las divergencias entre Francia y Gran Bretaña se acentuaron en el curso del conflicto que las enfrentó durante cerca de un cuarto de siglo. ¿ C ó m o este Estado, pese a todas las desventajas que sufría, y con unas rentas ordinarias que al final del periodo de los Estuardo no excedían del cincuenta por ciento de las de Francia, consiguió no sólo mantenerse en la lucha, sino aun eventualmente triunfar sobre una nación mucho más rica? Observemos en primer lugar que el Estado británico hizo frente a unos gastos que se elevaron a cerca de dos millones de libras esterlinas al año antes de la revolución, a 72 millones para el periodo comprendido entre 1689 y 1702, y a no menos de 99 millones para el decenio siguiente. L o mismo que en Francia, la guerra se tragaba la mayor parte. M a s para hacer frente a esta enorme carga, la Gran Bretaña se había organizado de m o d o distinto que Francia. E n primer lugar, la entrada en vigor del nuevo régimen permitió al Parlamento establecer, en 1692, un impuesto sobre el patri­monio del que no estaban exentos en m o d o alguno los grandes hacendados y terratenientes. Esta contribución, que rendía por sí sola dos millones de libras al año, estaba más equitativamente distribuida y pesaba por tanto relativamente menos sobre las clases bajas de lo que hacía el pecho o talla. A esto había que añadir los derechos de aduanas, que entre 1690 y 1704 se cuadruplicaron y al final de la guerra constituían cerca de la mitad de la renta del Estado. Si, al igual que Francia, Gran Bretaña obtenía la mayor parte de sus rentas merced a impuestos indirectos, la institución de la tesorería aseguraba la apropiación por el centro de una parte mayor de los fondos recaudados. El nuevo sistema permitió así al Estado triplicar sus ingresos ordinarios en 1689 y 1714. U n a fiscalidad

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más equitativa y más eficaz inspiraba la confianza pública y contribuía a robus­tecer la fiabilidad del Estado. Tras un lento despegue en el curso de los años de 1690, cuando los empréstitos no cubrían aún más que una décima parte de los gastos, se regularizó el crédito merced a la organización del Banco de Inglaterra, el cual, a raíz de la cuasi bancarrota del Estado en 1696, aseguró su financiación a corto plazo. Esta institución, que sustituyó posteriormente al Échiquier en la administración de los préstamos a largo plazo, no era sino uno de los adelantos técnicos que llevaron a la constitución, en la plaza de Londres, de un verdadero mercado de las obligaciones gubernamentales. E n tales condiciones, el tipo de interés, que en el decenio de 1690 era del 10 al 14 por ciento, pasó a ser del 5 al 6 por ciento diez años más tarde. Es probable que a una mayor eficacia en la movilización de los recursos —a partir de los impuestos y del crédito— corres­pondiese también una mayor eficacia militar.

Así el conflicto no tenía ni mucho menos los mismos efectos en los dos casos. C o m o indica Finer, la nobleza Whig y sus asociados del Banco de Inglaterra, fundadores del nuevo régimen, respaldaban la guerra continental y marítima merced a la cual estaban a salvo; los comerciantes también, pues tenían en ella su medro. El ejército no podía ser utilizado por la monarquía para abolir la constitución, pues los oficiales eran sobre todo los hijos segundones de las familias Whig que respaldaban la revolución. Los Tories, en su celosa protección del poder local que constituía el fundamento mismo de su estatuto, preferían atenerse a la guerra marítima tradicional; al favorecer y controlar la milicia, se oponían a toda veleidad de constitución de un monopolio militar o de una burocracia centralizadora. Observaremos, no obstante, que tanto en Gran Bretaña c o m o en Francia la participación en el conflicto internacional modificaba profunda­mente las relaciones entre el centro y las periferias territoriales: fue efectivamente en este momento cuando se constituyó el Reino Unido mediante la abolición del Parlamento escocés, la imposición de una administración m u y centralizada y represiva en Irlanda y el mantenimiento de la minoría católica al margen de la sociedad estatal.

Los contrastes entre los dos casos no dejan nunca de sorprendernos. Mientras que la variable que constituía para Francia la configuración internacional había contribuido a la formación de una monarquía absoluta, el papel que tal monarquía tendía a desempeñar en este sistema acentuaba también todas las tensiones internas y estorbaba el desarrollo de la economía. E n Gran Bretaña (excluida Irlanda, que encerraba no obstante cerca de la mitad de la población del Reino Unido) esta variable, tras haber hecho la solución absolutista menos probable y contribuido definitivamente a eliminarla, ofrecía al país la posibilidad de elegir una política exterior que facilitaba la reunión de las clases dirigentes en torno al nuevo régimen e incluso la integración de las capas medias de la sociedad. Si se robustecía cada vez más , es cierto también que el Estado británico iba hacién­dose de día en día más parlamentario. C o m o las interacciones de los dos Estados

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constituían uno de los dos principales ejes de tensión en torno a los cuales el sistema estatal se reorganizaba, veíanse obligados a comprometerse a fondo en el papel que este sistema les imponía, y las divergencias de su organización interior no podían dejar de acusarse durante la segunda guerra de Cien Años que había comenzado ya.

Conclusión

N o s habíamos propuestos demostrar, por una parte, que es preciso incluir el factor estratégico internacional como variable explicativa en toda macrosociología comparada de la formación del Estado occidental, así c o m o de su evolución y su diferenciación; por otra parte, que es posible someter este factor mismo a un tratamiento de tipo sociológico, lo cual haría posible su inclusión en un esquema teórico más elaborado. Si nuestra demostración se ha centrado preferentemente en Gran Bretaña y en Francia, es indudable que podría ampliarse a otros casos, c o m o ya se ha sugerido al hacer referencia a España, a las Provincias Unidas, a Suécia y a Prusia. Añadiremos que tal demostración podría lo mismo efectuarse respecto a épocas posteriores, incluida la nuestra.

Cabe, por último, resumir la enseñanza teórica que se desprende de este ensayo exploratorio. E n la época que nos ocupa, las transformaciones que se efectuaron en el interior de cada Estado en vías de formación contribuyeron al surgimiento de un sistema interestatal del que estos estados constituían las unidades componentes. A partir de este sistema se engendraba una dinámica propia, cuyas repercusiones pueden conceptuarse como variables específicas con efectos retroac­tivos hacia cada una de las unidades del conjunto. Este ciclo de intercambios se producía también en sentido inverso: tal o cual mutación interna conducía al cambio de la configuración internacional, modificando así la variable que ésta constituía con relación a sus unidades integrantes. Continuando con este proceder, llegaríamos a concebir un conjunto global de estructuras y de procesos políticos que se insertaría a su vez en un sistema cultural y social más amplio, del cual constituiría un componente estructural irreductible. A u n cuando parece poco probable que lleguemos a pensar semejante conjunto global de manera coherente, es útil tomarlo, en un plano ontológico, c o m o punto de partida de nuestros análisis, a fin de anclarlos más firmemente en la realidad histórica.

E n cuanto a las contribuciones del factor político-estratégico internacional al desarrollo de los Estados y de los regímenes, ¿se trata de "sobredeterminación" con relación a un factor más fundamental que actúa tanto en el interior de un país c o m o a nivel global (como lo entienden aquellos para quienes las estructuras políticas del m u n d o moderno no son más que epifenómenos con relación a la formación del sistema capitalista, que se extiende a la escala de la "economía-m u n d o " ) , o bien, c o m o dice Hintze, de "co-determinación"? Diremos más bien

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Interacciones estratégicas y formación 779 de los Estados modernos en Francia e Inglaterra

que nos hallamos frente a dos conjuntos de presiones que convergen en la interfaz y cuyas relaciones son ellas mismas indeterminadas. Si es cierto que hemos apren­dido a pensar c ó m o las presiones engendradas por las relaciones de producción y cuanto con ellas se relaciona, así c o m o las que pueden atribuirse a las estructuras políticas internas ya establecidas, se conjugan para determinar la evolución ulterior de un sistema político dado, no es menos ciertos que las presiones que hemos identificado intervienen de forma decisiva en momentos críticos de esta evolución. C o m o estas presiones tienen un carácter sistemático, sería erróneo relegar sus manifestaciones a lo episódico, es decir, insertarlas arbitrariamente en el nivel m á s bajo de una jerarquía de determinismos. Todo induce a creer, sin embargo, que el peso relativo de cada uno de estos conjuntos de presiones varía de época en época y de situación en situación. ¿ C ó m o , por qué y con qué consecuencias? Eso es, sin duda, lo que se trata de precisar. D e todo ello se infiere que las oportunidades de realizar nuestras legítimas ambiciones teóricas serán mucho mejores si, desde el primer momen to , nos ponemos a pensar nuestras teorías con relación a unos parámetros relativamente precisos, es decir, limitando en el tiempo y en el espacio el universo al que se hayan de aplicar. Así es c o m o la historia y la sociología podrán aliarse en la persecución de una tarea c o m ú n .

[Traducido del inglés]

Agradecimientos

El autor quiere expresar su agradecimiento a M . G u y Hermet, director del Centro de Estudios e Inves­tigaciones Internacionales de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas, por su hospitalidad, así como al personal del C E R I que se encargó de la copia mecanográfica del presente trabajo. U n a primera versión de la misma fue presentada durante las jornadas en memoria de Stein Rokkan organizadas por . el C E R I , la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales y la Maison des Sciences de l ' H o m m e , efectuadas en París los días 27 y 28 de mayo de 1980.

Notas

1 Nuestras observaciones se dirigen tanto a la socio­logía como a la ciencia política. Los princi­pales trabajos que se nos ocurren son los siguientes: Barrington Moore , Jr., The Social Origins of Dictatorship and Democracy (Bos­ton, Beacon Press, 1966); la introducción de Charles Tilly a la obra colectiva dirigida por él mismo, The Formation of National States in Western Europe (Princeton, Princeton Uni­versity Press, 1975); las aportaciones de Stein Rokkan y de Samuel Finer (a las que más adelante nos referiremos de nuevo) a esta misma obra; Raymond Grew (dir. publ.), Crisis of Political Development in Europe and North America (Princeton, Princeton Uni­

versity Press, 1979); Reinhard Bendix, Kings or People: Power and he Mandate of Rule (Berkeley, University of California Press, 1978); Bertrand Badie y Pierre Birnbaum, Sociologie de l'État (Paris, Grasset, 1979). H e m o s de hacer constar, no obstante, que ya otros han planteado cl problema que nos ocupa. Entre ellos citaremos a Perry Ander­son, Lineages of the Absolutist State (Londres, N e w Left Books, 1974); Theda Skocpol, States and Social Revolution (Nueva York, Cambridge University Press, 1979), y sobre todo Immanuel Wallerstein, The Modern World-System (Nueva York, Academic Press, 1974). Fue, por lo demás, con ocasión de

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780 Aristide R. Zolberg

Notas (continuación)

una crítica detallada de este último ("Origins of the Modern World-System: A Missing Link", que publicará World Politics en 1981) c o m o emprendimos el análisis respecto al cual el presente trabajo representa una se­gunda etapa.

- H . G . Koenigsbergcr, "Monarchies and Parlia­ments in Early Modern Europe: Dominium Regale or Dominium Politicum et Regale", Theory and Society, vol. V , marzo de 1978, p . 214.

3 Véase J. P . NettI, "The State as a Conceptual Variable", World Politics, julio de 1968, p . 559-592. A partir de este análisis es como hemos llegado a la noción de la "interfaz".

4 Nuestra lectura de Fernand Braudel se basa en la edición norteamericana de The Mediterranean and the Mediterranean World in the Age of Philip II (Nueva York, Harper and R o w , 1976); respecto a los historiadores, véase tam­bién William McNeill, The Rise of the West: A History of the Human Community (Nueva York, The N e w American Library, 1963); y Geoffrey Barraclough, An Introduction to Contemporary History (Baltimore, Penguin, 1967). E n cuanto a los sociólogos, véase Tal-cott Parsons, Societies: Comparative and Evolutionary Perspectives (Englewood Cliffs, Prentice-Hall, 1967) y la obra de Wallcrstein citada supra.

0 Este es el defecto del modelo, por lo demás m u y sugestivo, que propone George Modelski, "The Long Cycle of Global Politics and the Nation-State", Comparative Studies in Society and History, vol. 20, n.° 2, avril de 1978, p . 214-235. M á s adelante adoptamos, no obstante, el esquema de B . F . Porshnev, que se esfuerza por salvar esta laguna.

G Anderson, op. cit., p . 21, 405, 409, 412, 423-424. Fundada en los trabajos de Marx y de Weber, que según estimación de Anderson se comple­mentan más que se oponen a dicho respecto, esta concepción se aproxima a la de McNeill (supra), que pone el acento sobre la "hetero­geneidad" del occidente medieval.

7 Otto Hintze, "The Formation of the States and the Constitutional Development: a Study in His­tory and Politics", en Felix Gilbert (dir. publ.), 77;e Historical Essays of Otto Hintze, p. 167, Nueva York, Oxford University Press, 1975.

8 Joseph R . Strayer, On The Medieval Origins of the Modern State, Princeton, Princeton Univer­sity Press, 1970.

• N o s basamos aquí en la edición americana de R o ­

bert Fawtier, The Capctian Kings of France, p. 88-95, Nueva York, St. Martin's Press, 1960.

Norbert Elias, La dynamique de l'Occident, p . 44-64, Paris, Calmann-Lévy, 1975.

Yves Renouard, "1212-1216: C o m m e n t les traits durables de l'Europe occidentale moderne se sont définis au début du XIIe siècle", Annales de l'Université de Paris, vol. XXVIII , n.° 1 (enero-marzo de 1958), p. 5-21.

Elias, op. cit., p. 63. Strayer, op. cit., p. 26-27. Samuel E . Finer, "State and Nation-Building in

Europe: The Role of the Military", en Tilly, op. cit., p . 84-163. Este enfoque coincide con el que bosqueja Elias a propósito de la "socio-genèse du monopole fiscal", op. cit., p. 153-183.

Salvo indicación en contrario, nuestro examen de la evolución militar a lo largo de todo este ensayo se basa en la obra clave de Michel Howard, War in European History, Oxford University Press, 1976.

Hintze, en Gilbert, op. cit., p . 312, 340, 345 y ss. Bernard Guénée, L'Occident aux XIV' et XV' siè­

cles: les États, p . 205, Paris, Presses Univer­sitaires de France, 1971.

Anderson, op. cit., p. 86. Howard, op. cit., p. 13. Véase "The General Crisis of the Seventeenth

Century", en H . R . Trevor-Ropper, The European Witch-Craze of the Sixteenth and Seventeenth Centuries, p . 46-89, Nueva York, Harper and R o w , 1969.

Anderson, op. cit., p . 32-39, y especialmente Ia nota 37, p. 37. En cuanto a la atribución de la "sobredeterminación" a España, véase p . 60 de la misma obra.

B . F . Porshnev, "Les rapports politiques de l'Eu­rope occidentale et de l'Europe orientale à l'époque de la Guerre de Trente Ans" , en Comité Internacional de Ciencias Históricas, XI' Congrès international des sciences histo­riques. Rapports, IV. Histoire Moderne, p. 138, 161 y 162, nota 1. Uppsala, Almqvist and Viksell, 1960.

Ludwig Dehio, The Precarious Balance, Nueva York, A . A . Knopf, 1962. Salvo indicación en contrario, nuestro examen de la formación del sistema intercstatal a comienzos de la época moderna se inspirará en esta obra clásica, injustamente postergada (publicada en 1948 con el título de Gleich-Gewicht Oder Hegemonie). En cuanto al aspecto teórico, véase sobre todo Morton Kaplan, System and

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Interacciones estratégicas y formación de ¡os Estados modernos en Francia e Inglaterra

781

Notas (.continuación)

Process in International Politics, p. 21-36, Nueva York, John Wiley and Sons, 1957.

Theda Skocpol, States and Social Revolutions, p. 22-24, así como su análisis de los casos particulares.

G . R . Elton, Reformation Europe, 1517-1559, p. 119, Nueva York, Harper Torchbooks, 1963. Dehio, inspirándose en Ranke, ve aquí la primera manifestación del mecanismo de contrapeso aportado a Europa por una potencia marítima periférica (The Precarious Balance, p. 38). C o m o podrá observarse, este análisis está completamente de acuerdo con el esquema de Porshnev. ¿Era Lenin rankeano?

F . Braudel, op. cit., vol. IT, p. 945. Dehio, The Precarious Balance, p. 55. Garrett Mattingly, The Armada, p . 401, Boston,

Houghton Mifflin, 1959. Geoffrey Parker, 77;e Army of Flanders and the

Spanish Road, 1567-1659, Londres, C a m ­bridge University Press, 1972; del mismo autor, The Dutch Revolt, Hammondsworth, Penguin Books, 1979.

Para J. H . Parry, por ejemplo, las actividades de Francia y de Inglaterra en América serían como "contramovimientos tácticos del ta­blero de ajedrez" (The Establishment of the European Hegemony, 1415-1715, Nueva York, Harper Torchbooks, 1966). Véase también K . G . Davies, The North Atlantic World in the Seventeenth Century, p . 25-31, 35-45, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1974; así como, respecto a las Provincias Unidas, C . R . Boxer, The Dutch Seaborne Empire 1600-1800, Londres, Hutchinson, 1965.

Howard, op. cit., p. 51. Adoptamos aquí, en líneas generales, la interpre­

tación de P . Anderson, op. cit., p. 71-84. El nexo entre la organización política y el impulso

económico de las Provincias Unidas aparece subrayado por Douglass C . North y Robert Paul en The. Rise of the Western World. A New Economic History, p. 132-145, C a m ­bridge, University Press, 1973. Estos autores minimizan, no obstante, la aportación de la explotación de la periferia al desarrollo del capitalismo holandés.

Howard, op. cit., p. 49, 54. Anderson, op. cit., p. 98. Desdichadamente no nos podemos demorar en el

caso de Suécia, que demuestra, como de forma aún más espectacular lo hará el Ducado de Brandenburgo (Prusia) algún tiempo más tarde, que la configuración internacional

puede también adquirir la forma de una va­riable que permite la construcción de un Estado sobre la base casi exclusiva de la organización militar. Estos casos ilustran un proceso de creación del estado merced al "valor añadido" a partir de determinadas circunstancias sociales en un contexto parti­cular. Sobre el papel de los subsidios franceses y rusos en la empresa de Gustavo-Adolfo, véase Porshnev, op. cit., p. 150-151.

37 Howard, op. cit., p. 64. 38 Anderson, op. cit., p. 62. 39 Esta "curialización" ha sido objeto de un estudio

detallado de Norbert Elias, La société de cour, Paris, Calmann-L6vy, 1974. Respecto a Io que nosotros llamamos "belicización", véase Michel Foucault, Surveiller et punir, Paris, Gallimard, 1976. Nuestra observación acerca del urbanismo de las plazas fuertes se inspira en una visita al Musée des Plans-Reliefs situado en los desvanes del Hotel des Inva­lides (París, 1980).

40 Todos los datos citados en el párrafo siguiente están tomados del interesante bosquejo de P . G . M . Dickson y John Sperling, " W a r Finance, 1689, 1714", en The New Cambridge Modem History. VI. The Rise of Great Britain and Russia, 1688-1725, p . 284-315, Londres, Cambridge University Press, 1970.

41 Puede advertirse ahí, desde luego, una alusión a la interesantísima interpretación que propone Edward W . Fox en History In Geographic Perspective. The Other France, Nueva York, W . W . Norton, 1971.

42 Roland Mousnier, Les institutions de la France sous la monarchie absolue. Tome II. Les organes de l'État et la Société, p . 7 y ss, Paris, Presses Universitaires de France, 1980. Véase también su conclusión general.

43 Lawrence Stone, "The English Revolution", en Robert Förster y Jack P . Greene (dir. publ.), Preconditions of Revolution in Early Modern Europe, p . 68, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1970.

44 Ibid., p . 103-108. Puede ser de interés consultar igualmente Christopher Hill, The Century of Revolution, 1603-1714, p. 13-14, Nueva York, W . W . Norton, 1961.

45 Nos basamos aquí en Christopher Hill, The Cen­tury of Revolution, p. 193-311.

40 El párrafo siguiente se basa en David Ogg, "The Emergence of Great Britain as a World Power", en The New Cambridge Modem History, op. cit.

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Desarrollos en la periferia

£1 aparato estatal en los países del tercer mundo y su relación con el cambio socioeconómico

Guillermo O'Donnell

M á s que aportar un argumento sustancial sobre el tema propuesto en el título, estas notas tienen por objeto señalar una importante laguna en nuestro conoci­miento. H o y sabemos bastante sobre la historia económica de los países y regiones del tercer m u n d o , y también, merced a los trabajos de Immanuel Wallerstein y sus colaboradores, precursores en este campo, se han presentado algunas concep-tualizaciones ventajosas acerca de las relaciones globales entre el centro, la semiperiferia y las periferias del sistema capitalista mundial. Sin embargo, es m u y poco1 lo que se ha hecho en lo tocante a estudios comparativos de los aparatos del Estado en países del tercer m u n d o ; m á s aún, que yo sepa, m u y contados estudios sobre países han dedicado atención específica a este asunto.

Semejante descuido es algo que sorprende. Sea cual sea la forma social específica adoptada, cuanto m á s tardíos han sido la incorporación al mercado mundial y los intentos por definir y lograr el crecimiento económico, m á s crucial y expansivo ha tendido a ser el papel del aparato estatal en los países del tercer m u n d o . Si durante algún tiempo los historiadores pudieron engañarse escribiendo la historia de Inglaterra básicamente c o m o la historia de su sociedad civil, es evidente que en la periferia tanto las pautas de crecimiento económico c o m o las de la formación de clases —por no hablar de las alianzas políticas— están inextri­cablemente relacionadas, antes y después de la descolonización, con el papel desempeñado por el aparato estatal. E n la mayoría de los casos, quizá no sea exagerado afirmar que, en vez de ser el estado, c o m o las teorías clásicas —es decir, elaboradas en el centro— presuponen, una especie de reflejo de la sociedad civil, fue, por er contrario, el aparato estatal el que configuró en medida m u y conside­rable los rasgos básicos de nuestras sociedades.

Frecuentemente, las políticas de gobierno se han traducido en la formación de una burguesía industrial y de su complemento, una clase trabajadora. Estas

Guillermo O'Donnell es un politólogo argentino que actualmente se desempeña como miembro del Instituto Universitario.de Pesquisas en el Conjunto Universitario Candido Mendes, rua de Matriz 82, Botafogo, Río de Janeiro (Brasil). lía hecho investigaciones y publicaciones acerca del Estado, la burocracia y el sector público en América Latina.

Rev. int. de cieñe, soc., vol. X X X I I (1980), n.° 4

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784 Guillermo O'Donnell

políticas, cuando han obedecido a un talante económicamente liberal, han apun­tado específicamente a dicho resultado, o bien, cuando han estado orientadas hacia alguna forma de socialismo o capitalismo de estado, las actividades empresariales emprendidas por el aparato estatal se han extravasado en la creación de una burguesía satélite que empezó acumulando capital en los eslabonamientos ascen­dentes o descendentes de las actividades económicas de esos estados.

D e una forma o de otra, la creación de una burguesía industrial y una clase trabajadora fue importante no sólo en sí misma, sino también porque transformó profundamente las posiciones relativas de todas las demás clases y estratos. N o se trataba, c o m o en las pautas capitalistas clásicas del desarrollo económico, de que una clase dominante emergente configurase el poder político encarnado por el estado. Al contrario, en la mayor parte de nuestros casos la clase nacionalmente dominante ha sido hija del aparato del Estado. Naturalmente, en ambos modelos o pautas se inicia una compleja dialéctica entre la clase dominante y la relativa auto­nomía del aparato del Estado, pero tal dialéctica es sólo formalmente análoga en el centro y en el tercer m u n d o . Baste mencionar, entre otras muchas evidencias, que la pauta histórica del centro capitalista dio amplio margen a ideologías políticas que exaltaban los componentes individualistas mientras que en el tercer m u n d o , cualquiera que sea la orientación ideológica que predomine en cada caso, abundan unos fuertes componentes colectivistas, comunales y estatistas.

Ideología es aquella parte de la realidad social global que la codifica, atri­buyéndole significados que tienen raíces m á s o menos hondas en las experiencias históricas de la mayoría del pueblo. La noción colectivista y estatista respecto a dónde está el eje de la sociedad, acerca de dónde han venido y es probable que vengan en el futuro —para bien o para mal— los principales impulsos dinámicos, podrá parecer desafortunada para la tradición liberal del centro capitalista. Pero es una noción básica de la topología de la realidad social que las distintas versiones de populismo y socialismo comparten con los numerosos sectores de la población del tercer m u n d o a quienes, con reiterado éxito, tales movimientos se dirigen.

Esa es la razón de que el Estado en el tercer m u n d o no sea la síntesis idea­lizada (es decir, mitológica pero no ineficaz) de la sociedad civil existente! Habitual­mente es, bien al contrario, un cuerpo profundamente irrepresentativo (cuanto m á s lo es, más cerca está de sus orígenes coloniales) cuya misión histórica consiste en ser el agente que produce una síntesis, varias síntesis de una sociedad civil, en muchos casos profundamente heterogénea con respecto a sí misma y del Estado. M u y frecuentemente, el aparato del Estado (por débil y fragmentario que parezca a un observador etnocéntrico) se presenta c o m o la única fuerza centrípeta y lo es. L o menos que puede decirse es que, en muchos casos, en el tercer m u n d o , por enrevesado que aparezca con la contradicción de ser al mismo tiempo un punto crucial para la difusión interna de la dominación neocolonialista e imperialista, el aparato del Estado ha desempeñado, en varias tareas históricas decisivas, u n papel m u c h o más importante que en el centro capitalista o, para el caso es lo mismo, que

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El aparato estalai en los países del tercer mundo 785

en los socialismos del hemisferio septentrional: la creación de la nacionalidad (entendida c o m o el reconocimiento subjetivo, por la mayor parte de la población, de la pertenencia a un "nosotros" que coincide con los límites políticos de un Estado, el cual se convierte con ello en un Estado nacional) y la unificación de su territorio c o m o un espacio para la circulación de bienes y servicios, sea su forma capitalista o no. H a y países donde estas tareas no se han completado, pero la tendencia es inequívoca: un Estado, cualquier Estado, tiende a homogeneizar su espacio político en términos, por lo menos, de nacionalidad y transacciones econó­micas. L a diferencia del tercer m u n d o con relación al resto es que, en la realiza­ción de dichas tareas, y la profunda —y a veces tan dura^- remodelación de la sociedad civil que las acompaña, el aparato estatal ha asumido un papel espe­cialmente activo, desempeñado en un m o m e n t o histórico extraordinariamente condensado.

£1 caso de América Latina

U n a vez expuestas estas generalidades, podemos ser un poco m á s específicos. Si el aparato del estado es un agente tan decisivo en las pautas de cambio de la mayoría de los países del m u n d o , esperemos se lleven a cabo esfuerzos concertados que empiecen a llenar nuestra abismal carencia de conocimientos respecto a dicha materia2. C o m o en muchos otros temas de las ciencias sociales, conocimiento útil quiere decir conocimiento comparativo; de no ser así, el estudioso se encuentra sin una guía para determinar lo que es habitual o sorprendente, diferente o recurrente, y no puede por tanto ahondar la indagación y el pensamiento hacia conceptos teórico-explicativos de las pautas de cambio y relaciones observadas. Pero ¿qué y c ó m o hemos de comenzar a comparar en este primitivo nivel de cono­cimiento en que nos hallamos? La respuesta es difícil de llevar a la práctica pero bastante fácil de enunciar: utilizando lo poco que sabemos para hacer conjeturas razonablemente fundadas (o, si se prefiere, protohipótesis) acerca de algunos problemas nodales que parecen haber determinado diferencias decisivas respecto a las pautas de formación histórica del aparato estatal, y su relación con el cambio socioeconómico, entre series de países del tercer m u n d o . Es decir, que no es nece­sario ni ir totalmente a ciegas ni —lo que viene a ser lo m i s m o — adoptar un punto de vista ultraempírico.

Permítaseme elucidar este punto. C o n m u y contadas excepciones, la expe­riencia c o m ú n del tercer m u n d o es la de un pretérito colonial. Pero allende este genérico factor c o m ú n , el caso de Latinoamérica es m u y diferente del de —para simplificar— África y la mayor parte de Asia. E n Latinoamérica el país colonizador era inequívocamente precapitalista (en realidad, Portugal y España eran una semi-periferia que fomentaba, con su colonialismo, los comienzos de la industrialización capitalista en Inglaterra y en Holanda), mientras que la colonización de la mayor

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786 Guillermo O'Donnell

parte de Asia y África fue una fase crucial en el desenvolvimiento del imperialismo capitalista. Esto quiere decir, entre otras muchas cosas, que en Latinoamérica la maquinaria burocrática colonial era m u y diferente —en su forma, su funciona­miento y la penetración social de sus efectos— de la de las colonias africanas y asiáticas. Además , en la América hispana (no en Brasil, donde la burocracia imperial continuó funcionando sin interrupción apreciable después de la indepen­dencia política) esto significó que a principios del siglo xix se produjo una impor­tante remodelación de la burocracia pública; en algunos casos, m u y pocos, se acercó a la disolución pura y simple, para reaparecer con rostro m u y diferente unas décadas después. Por débil y penetrada por intereses neocoloniales que se encontrase, esto determinó en Latinoamérica un proceso bastante largo de formación estatal, así c o m o la gestación de un sinfín de sectores medios que se formaron y nutrieron merced a su imbricación en el aparato del estado. Aunque tanto la pauta de continuidad con la administración colonial —al estilo del Brasil— c o m o la discontinuidad, bastante acusada, característica de la América hispana pueden observarse en el Asia y el África contemporáneas, la remodelación y reorientación del aparato estatal hacia objetivos nacionales (más o menos auténticos) en estos últimos continentes es un acontecimiento muchísimo más próximo a nuestros días.

Esto no es sólo una cuestión de trivial tiempo cronológico. Baste considerar que algunos países latinoamericanos (más específicamente Argentina, Chile y Uruguay), a la vuelta del siglo xix habían completado básicamente las tareas de unificación económica y construcción de la nacionalidad, mientras que práctica­mente todos los demás países de este continente no consiguieron esto mismo hasta los años de 1930. Por el contrario, éste es un hecho bastante reciente, o todavía no cumplido del todo, en la mayoría de los países m á s recientemente descolonizados del resto del tercer m u n d o . Ello no sólo ha significado una pauta diferente con respecto al control y la expansión del aparato del Estado. Significa, también, que tales procesos están insertos en un momento histórico del sistema mundial suma­mente distinto. E n primer lugar, la superioridad en armamentos que un aparato estatal mínimamente dotado (o un grupo o región estrechamente vinculado a una potencia extranjera) puede tener hoy día sobre la población en general es muchí­simo mayor que la que podían tener los incipientes estados latinoamericanos de principios del siglo xix, que en muchos casos necesitaron décadas antes de poder disponer de una clara superioridad coercitiva sobre su territorio.

M á s importante aún, si la descolonización no significó la independencia económica, sino, en la mayor parte de los casos, alguna forma de neocolonialismo, han sido distintas las formas concretas que este hecho revistió en los siglos xix y xx. Después de la independencia política, Latinoamérica pasó a ser la colonia econó­mica informal de, según los casos, Inglaterra y los Estados Unidos. A m b a s poten­cias se hallaban en la fase de expansión rápida y capitalismo competitivo. E n cambio, la inmensa mayoría de los países africanos y asiáticos descolonizados a

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El aparato estalai en los países del tercer mundo 787

raiz de la segunda guerra mundial permanecieron insertos en relaciones económicas determinadas no sólo por formas altamente monopolísticas de capitalismo inter­nacional, sino también por la existencia del campo socialista, que si bien no pudo nunca competir con el campo capitalista en términos directamente económicos, proporcionó formas alternativas de organización social (y del Estado) y, en algunos casos, apoyo político y militar para experimentar con dichas formas. Tanto en el siglo xix como en el xx, los recursos naturales de la periferia son decisivos para los centros septentrionales, pero en el xix el máximo interés de los países capitalistas del centro se cifraba en la extracción de dichos recursos naturales. H o y este interés se combina con lo que ha hecho a las sociedades transnacionales verdaderamente transnacionales: primero, la necesidad de extender al tercer m u n d o los mercados para sus productos —formando así unos hábitos culturales y determinando una distribución de la renta ajustados a tal propósito— y, segundo, la conveniencia de transnacionalizar propiamente su producción en las actividades donde esto supone una importante contribución marginal a los beneficios globales, sobre todo apro­vechando la m a n o de obra barata disponible en él tercer m u n d o . Naturalmente, los países latinoamericanos rio han escapado a esta fase, pero se ha dado en interacción con un aparato de Estado nacional y, en cierta medida, con unas clases nacionales que habían contado ya con tiempo m á s que suficiente para desarrollarse y establecerse.

El cuadro no es homogéneo a este respecto en toda Latinoamérica, pero al menos en los países más grandes tal burguesía no era desde luego la burguesía compradora que, según la mayor parte de los análisis, predominaba en muchos países africanos y asiáticos por la época de la descolonización. Esto quería decir que la preexistencia de una clase nacional —industrial y comercial—, con su propia base de acumulación de capital en el mercado interior, había fomentado ya una importante expansión del aparato estatal, tanto en el papel empresarial de promover actividades económicas que no fueran factibles o convenientes para la referida burguesía (pero sí indispensables para su acumulación), c o m o en la función tutelar sobre dicha clase y su correlativa clase obrera (sin descartar un papel activo de mediación en sus relaciones). Q u e en la mayor parte de los casos la égida del populismo se manifestara en Latinoamérica antes y no después de la invasión de los mercados nacionales por el capital altamente monopolizado de las sociedades transnacionales no es más que una señal entre tantas de este multi-facético problema de la sicronización.

Aunque en líneas m u y generales, vamos a empezar por establecer un módulo de categorías (dicotomías susceptibles de ser desglosadas en clasificaciones m á s sutiles) referidas a problemas y períodos que parecen cruciales para entender las diferencias en las pautas históricas de la formación del Estado en el tercer m u n d o : a) si la potencia colonizadora era capitalista o no lo era; b) continuidad o disconti­nuidad con la administración colonial; c) fase del capitalismo mundial en el momento de la descolonización y, en términos de la relación mundial de fuerzas,

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disponibilidad de opciones y apoyos socialistas; y d) preexistencia de un Estado nacional propiamente dicho y de una burguesía local (es decir, una clase con una base importante de acumulación de capital en su mercado interior) y la trans­nacionalización de la producción por las sociedades transnationales.

Evidentemente, estas categorías relacionadas con el factor tiempo no son las únicas que nos hacen falta para nuestros fines. Por fortuna, podemos cruzar dichas categorías con otras, aun cuando las cosas empiecen así a perder — c o m o no podría ser menos— toda imagen de simplicidad lineal.

Otro factor que todos los países del tercer m u n d o tienen en c o m ú n es la crueldad con que los colonizadores y sus aliados locales trataron siempre a las poblaciones nativas. Pero también en esto las situaciones varían. E n u n extremo tenemos casos c o m o los de Argentina y Australia, con grandes extensiones de territorio que la expansión del mercado mundial hizo rentables merced a la exportación de productos alimenticios. Estos territorios estaban ocupados por una población dispersa de aborígenes nómadas que fueron rápidamente exter­minados, dejando m u y escasos vestigios de sus civilizaciones. E n el otro extremo tenemos situaciones, representadas por los países andinos y México en Latino­américa, ademas de unos pocos países asiáticos, donde la colonización fué brutalmente impuesta sobre complejas y refinadas culturas indígenas, basadas en poblaciones con una larga experiencia de vida sedentaria y agraria. E n contraste con los casos de territorios m á s bien despoblados, estos últimos generalmente se aprovecharon para la explotación económica de una población numerosa. E n los casos primeramente citados, cuando se incorporaron al mercado mundial, hubieron de procurarse una fuerza de trabajo inmigrante, que hacia la vuelta del siglo xrx tema que ser atraída mediante el pago de un salario; es decir, las relaciones capi­talistas se extendieron m u y pronto y determinaron características básicas del Estado, que actuaba fundamentalmente c o m o agente propiciador de dicha inmi­gración y garantizador de la eficacia de las relaciones sociales capitalistas.

E n cambio, la penetración del capitalismo orientado a la exportación en las situaciones del segundo tipo tendió a reproducir, aunque económica y políti­camente subordinado a tales formas, los mecanismos preexistentes para la explotación de la fuerza de trabajo. A d e m á s , no sólo por razones ecológicas o tecnológicas, sino también c o m o consecuencia de la disponibilidad de m a n o de obra abundante y barata (que sólo marginalmente era remunerada con dinero), la implantación del capital internacional en los últimos casos solía traer aparejado el empleo de tecnologías con uso intensivo del trabajo. E n estos casos, la sociedad y su Estado correspondiente se convertían en una amalgama m u c h o m á s híbrida de relaciones sociales capitalistas y precapitalistas variadas. A d e m á s , la necesidad de garantizar el control de una fuerza de trabajo numerosa y m u y explotada generó (como supongo que los datos comparativos demostrarían) una hipertrofia de los órganos coercitivos en relación con los aspectos económicos y conciliatorios

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del Estado que superaba con mucho la de los primeros casos. Sería de esperar que unos papeles tan distintos de los aparatos estatales, en sociedades que variaban tanto dentro de esta dimensión, generaría diferencias significativas en los ritmos y modos de expansión de los propios aparatos estatales, y que estos, a su vez, nos darían abundante información complementaria y acaso parcialmente correc­tora de lo que los historiadores económicos y sociales nos han enseñado acerca de los orígenes de nuestras naciones.

Si estos dos tipos de situaciones muestran unos perfiles relativamente bien definidos, lo más corriente en Africa y en buena parte de Asia, con algunos casos significativos en Latinoamérica, presupone la imposición de la férula colonial y, posteriormente, un Estado incipiente que se esfuerza por ser nacional (que puede coincidir o no con las fronteras de la administración colonial) sobre una población sumamente heterogénea: es decir, ni la "tierra despoblada", ni los casos de imperio tradicionales, relativamente homogéneos. E n este tercer tipo de situación, tienden a adquirir una significación máxima la etnia, la lengua regional, la religión, la cultura y otros atributos vividos c o m o enormemente importantes por las respectivas subpoblaciones. El cuadro se complica aún más cuando olas de inmigrantes m á s recientes, también m u y diferenciados respecto a la población preexistente, tienen que asumir un papel políticamente subordinado paro hacerse cargo de papeles importantes c o m o miembros de la burguesía compradora y/o el comercio interior. La situación se torna todavía más complicada cuando, c o m o frecuentemente ocurre, las plantaciones y enclaves con que el capital internacional da cuerpo a su presencia previa comprenden, aparte del puerto y la capital, sólo una fracción del territorio, extremando de esta manera —al "modernizar" a la subpoblación o subpoblaciones vinculadas a esa parte del territorio— el grado de heterogeneidad existente y sus virtualidades explosivas. E n estos casos, el aparato estatal, por una parte, tiene generalmente que cumplir la tarea "normal" resultante de su status semicolonial (es decir, tratar con las fracciones de capital internacional corporeizadas en su propio territorio), y por otra parte tiene que encontrar alguna forma de imponer su ley sobre dicha sociedad. L o ideal, pero lo más difícil, es que el aparato estatal consiga situarse c o m o árbitro supremo de los conflictos provenientes de semejante fraccionamiento. L o más frecuente es que el.aparato del Estado se encuentre en manos de alguna subpoblación —o coalición de subpoblaciones—, lo que supone un serio obstá­culo para su tarea de promover la nacionalidad, por cuanto no podrá menos de aparecerse, a las subpoblaciones sometidas, c o m o la negación misma de sus aspiraciones de universalidad y dedicación al interés c o m ú n .

Sólo en los casos en que la colonización se llevó a cabo en tierras prácti­camente despobladas tienen alguna plausibilidad las teorías clásicas del Estado c o m o transfiguración política de la sociedad civil existente. E n nuestro segundo tipo de situación, el Estado — m á s concretamente, el aparato estatal— es uno de los mecanismos básicos para la permanente exclusión política y económica

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de la población subordinada, indígena en su mayoría. Puede decirse, así, que un aparato de esta naturaleza traza los límites que dicotomizan las sociedades, las cuales tienen un largo camino por delante antes de que puedan eliminar defini­tivamente este rasgo de su herencia colonial, si es que lo consiguen algún día. E n este sentido, mal puede decirse que semejante Estado sea transmutación metabólica de la sociedad civil; a lo sumo, es la condensación de una dominación social y económica (parcialmente amortiguada por sectores medios que se alimentan básicamente de ese mismo aparato) que se presenta netamente diferenciada de la mayoría de la población. E n la tercera situación el cuadro es aún más complejo, toda vez que, lejos de "representar" de una forma o de otra a la sociedad existente, el aparato estatal tiene que crear una sociedad y una nación mínimamente h o m o ­géneas, y, al menos a breve y a medio plazo, suele quedarse corto en ello, convir­tiéndose en condensación política de la supremacía de alguna/s subpoblación/es.

Supongo que la anatomía de tales aparatos y su historia nos dirían mucho , no sólo sobre los diferentes grados de homogeneidad de sus sociedades sino también sobre las formas en que las respectivas circunstancias han sido tratadas en cada caso.

Los lazos con el mercado internacional

Otra faceta común a prácticamente todos los países del tercer m u n d o es que se vincularon al mercado internacional —en diferentes momentos históricos y en fases distintas del capitalismo mundial, c o m o ya queda dicho— por medio de uno o unos pocos productos que por alguna razón interesaban a los centros. Según han demostrado los teóricos de las materias primas3, todo producto implica, en cada estadio de tecnología internacionalmente disponible, unas exigencias y unas consecuencias específicas por lo que a la organización de su producción (o extracción) se refiere. M á s recientemente Albert Hirschman1 ha ofrecido una prometedora ampliación de su conceptualización de los eslabonamientos ascen­dentes y descendentes, siguiéndolos a través de sus implicaciones en cuanto a la formación de las clases y (lo que es de enorme interés para nuestro tema) a la formación y pautas de expansión del aparato estatal. Para exponer con sencillez una cuestión empíricamente complicada, algunos productos primarios pueden manipularse estableciendo una leve relación con la sociedad local: tal vez única­mente los medios de transporte hasta el puerto, el puerto mismo y alguna fuerza policial para la vigilancia de la m a n o de obra. Otros, por el contrario, como el ejemplo de que se vale Hirschman (el café en el Brasil), exigen una serie de rela­ciones bastante intrincada, no sólo con las clases y grupos de la sociedad civil (situados a un cabo y otro del proceso de producción) sino también porque al interesarse en la estabilidad de las relaciones económicas creadas en torno al producto, requieren una intervención bastante sofisticada y compleja por parte

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del aparato estatal. Es considerable el conocimiento que hoy se tiene acerca de la economía y la tecnología —tanto de ayer c o m o de hoy— de muchos de los productos que vincularon a los países del Tercer M u n d o con el mercado mundial. L o cual m e induce a creer que, valiéndonos del enfoque teórico de Hirschman, podrían inferirse m u y solidad hipótesis en cuanto a los efectos recíprocos de dichos productos y la formación y expansión del aparato estatal.

Por otra parte, lo dicho indica que sería un error reduccionista limitar el estudio a esta dimensión. Cabría esperar diferencias significativas en los efectos de un mismo producto si su producción tuviere lugar, pongamos por caso, en un país que al iniciarse el proceso contara ya con un Estado nacional más o menos establecido y necesitara atraer la m a n o de obra mediante incentivos salariales, en comparación con otro país que se hallase bajo régimen colonial y donde la m a n o de obra se encuadrase principalmente en unas relaciones pre o no capita­listas. Todo ello sugiere que las variaciones dependerían de las interacciones entre las características de los productos y las otras dimensiones que acabamos de examinar.

El enfoque de los eslabonamientos se halla estrechamente relacionado con otro que, según se desprende del conocimiento de los casos latinoamericanos, pudiera haber generado efectos de análoga importancia en otras regiones del tercer m u n d o , pero no es idéntico a él. Refiérese éste al punto en el ciclo del producto donde las barreras de acceso estaban demasiado altas para que la burguesía o los grupos oligárquicos locales trataran de controlarlo (y obsérvese que este aserto presupone un particular papel y una disponibilidad de recursos por parte del aparato estatal, ya que tales límites han sido diferentes según el apoyo, la indiferencia o, m u y frecuentemente, la hostilidad manifestada por un aparato de estado profundamente penetrado por el capital internacional). C o m o han demostrado Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto0, un aspecto impor­tante del caso era si el principal producto de exportación era o no directamente explotado por una clase local, lo que daba origen a una burguesía local con su propia base de acumulación de capital en el mercado interior y que no tardaba en apartar de la supremacía a los elementos m á s compradores de su propia clase. Esta pauta difería de otras — c o m o en algunas plantaciones y la mayor parte de la explotación minera— donde el recurso natural era directamente explotado por capital internacional, dejando así m u y poco espacio económico para la apari­ción de una burguesía local. Naturalmente, esto tenía mucho que ver —y por este enfoque se halla tan cerca del de los eslabonamientos— con las características del producto: en particular, con la complejidad de la tecnología para su produc­ción o extracción y la cuantía del capital requerido para la misma. Compárese, por ejemplo, los requerimientos mínimos durante tanto tiempo mantenidos —en cuanto a capital, tecnología y m a n o de obra— para la cría de ganado en un clima favorable, con las importantes inversiones tecnológicas y de capital, así c o m o el elevado número de trabajadores y la complejidad de la organización, no sólo

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de su trabajo sino también de su relevo, exigidos por algunas actividades mineras. Q u e siempre que estas exigencias se hacían más rigurosas la burguesía o los grupos protuburgueses locales tenían que dejar paso al capital internacional, y que raras veces el estado posterior a la independencia, en el siglo xix, actuó en el sentido de bajar las barreras de acceso para la burguesía o trató de emprender dichas actividades él mismo, es todo ello fiel testimonio de la situación neocolo­nial a que todos nuestros países han estado sujetos y bajo la cual todavía perma­necen bastantes. Esto puede verse aun en el caso altamente favorable del cultivo de cereales y la cría de ganado en la Argentina, donde por muchísimo tiempo (aun cuando las clases locales disfrutasen la propiedad de la tierra y en virtud de ello obtuviesen enormes beneficios económicos) el capital internacional m o n o ­polizó las fábricas de empacamiento de carne, el comercio internacional, el transporte interior y exterior, los seguros, etc. Ahora bien, y es esto lo que aquí m á s nos importa, unas barreras bastante bajas que permitían a grupos locales el acceso a la producción directa tuvieron la importante consecuencia de fomentar la temprana aparición de clases locales —especialmente una burguesía— que faltaron esencialmente en aquellos casos donde la producción o extracción directa del principal producto o productos de exportación estuvo dominada por el capital internacional.

E n los últimos casos, el principal complemento del aparato del estado tenía que ser el capital internacional, toda vez que (aparte de garantizar la "paz y el orden" de la población sometida-y lidiar con las recurrentes frustraciones de los sectores medios dependientes del aparato del Estado o del comercio al por menor) las materializaciones de dicho capital eran las principales fuerzas en las referidas sociedades. M á s aún, la marginación de los grupos presuntamente burgueses y la escasa monetización de la economía que esta situación típicamente traía consigo significaban que el capital internacional era el principal complemento del aparato del Estado en tanto en cuanto sus derechos de explotación consti­tuían, con m u c h o , el recurso más importante con que aquel podía contar. Así, en estos casos, tendía a surgir un aparato estatal de aspecto preponderantemente coercitivo respecto a una población sometida cuya "tranquilidad" era una de sus principales contribuciones a una relación persistente con el capital internacional. A d e m á s , y por el mismo motivo, el aparato en cuestión veíase apremiado a procurar empleo a unos sectores medios que tenían pocas oportunidades alterna­tivas, lo cual hallábase en contradicción con la endeble —e inestable— base de recursos impuesta por la dependencia de los derechos antes mencionados.

N a d a tiene pues de sorprendente que las verdaderas tentativas de instru­mentar una política económica nacional y de crear instituciones al efecto, como, un banco central o un sistema tributario con un mínimo de eficacia, se llevaran a cabo en este tipo de países mucho después que en los más próximos al polo' opuesto de dicha dimensión. E n éstos, las clases locales que controlaban los principales recursos naturales tal vez no alcanzasen la categoría de empresarios

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schumpeterianos, pero algunos de sus excedentes económicos iban a parar a inversiones y actividades urbanas, fomentando de esta manera un m a p a de clases sociales más complejo en el que entraban sectores medios, que ya no dependían tanto del aparato estatal para su subsistencia, así c o m o los rudimentos de una clase trabajadora. Evidentemente el Estado, en las pautas de crecimiento de su aparato y en su política, expresaba esta complejidad, lo cual no debe confundirse con los casos de alta heterogeneidad social antes mencionados. Además , en tanto que este tipo de situación determinaba que los principales nexos económicos con el capital internacional no giraran en torno a los derechos de explotación, las relaciones del aparato estatal (y de la burguesía local) con dicho capital eran más complejas y mediatizadas que en los casos en que tal control venía directa­mente ejercido por el capital internacional. Por último, lo que en los casos que estamos considerando quedaba c o m o excedente económico localmente apropiado por clases nacionales, y los derrames de tal excedente que iban a parar a la sociedad nacional en general, permitían que c o m o alternativa de los derechos pagados por el capital internacional, existiera una base tributaria nacional suficientemente amplia. Esto a su vez significaba que los países de esta clase pudieran m u y pronto establecer un aparato estatal más estrechamente vinculado a las clases sociales locales y que, por añadidura, la forma misma de dicho aparato, así c o m o de las políticas que emprendía, fuesen notablemente más complejas que las de los casos en que el capital internacional, al controlar directamente la producción o extracción del principal producto (o productos) de exportación, conservaba la prioridad en la determinación de tales progresos.

Estos aspectos se aproximan a los que dimanan de un enfoque de.eslabona­mientos, pero sólo a condición de que, por lo que a consecuencias para la sociedad local se refiere, los principales productos de exportación colonial o neocolonial se hallen en situación análoga en términos de barreras de acceso y de eslabo­namientos. O sea, c o m o en el caso del ejemplo de Hirschman sobre el cultivo del café en la región del Brasil que —no por casualidad— llegó a ser la más rica e industrializada del país, había unas barreras bajas de acceso de los grupos locales al punto de producción junto con un intenso eslabonamiento ascendente y descendente, económico y político, en la sociedad local.

El caso contrario puede encontrarse en muchas actividades mineras donde las barreras de acceso están m u y altas y los eslabonamientos locales son m u y pocos y dispersos. Pero no nos será difícil imaginar casos —a los que se aproximan algunas economías basadas en plantaciones, que yo sepa— en los que las barreras de acceso al punto de producción están bastante bajas, pero los eslabonamientos ascendentes y descendentes son exiguos. E n estos casos, especialmente si la ubica­ción geográfica de dichas actividades no coincide con la capital político-administrativa colonial o poscolonial, hay una tendencia a la aparición de fuertes regionalismos, que pueden acentuarse aún más si, c o m o ya queda dicho, existen otras escisiones (cultura, religión, etnia, idioma) susceptibles de movilizarse.

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E n tales casos, si lo que se pretende es analizar las interrelaciones en el tiempo entre el aparato estatal y ciertas pautas de cambio socioeconómico, sería un craso error contemplar solamente el aparato de Estado presuntamente nacional. E n realidad tales regionalismos, sostenidos por una relación específica con el capital internacional, tanto c o m o por clases locales que controlan el punto de producción de la mercancía internacionalmente comercializada, tienden a generar sus propios aparatos de Estado regionales. Según circunstancias que han variado significa­tivamente de unos países a otros, así c o m o con el tiempo dentro de un mismo país, no era infrecuente que, en los casos que nos ocupan, el Estado verdadero y efectivo (es decir el que ejercía un mayor impacto en la articulación y garantía coercitiva de las relaciones sociales en la región de referencia) fuese el Estado regional, que relegaba al que se suponía y pretendía serlo —el Estado nacional— a un papel más nominal que otra cosa en dicha región. Evidentemente, tal situa­ción es de suyo inestable, y, fuera de unos pocos casos de secesión, a la larga se ha resuelto en el ya mencionado sentido la homogeneización económica y nacional, terminando el Estado nacional por someter mucho más eficazmente a esas regiones cuasi-extraterritoriales. M a s para comprender lo que ha sido el cambio socioeconómico en países de esta clase viene bien disponer de una historia del aparato estatal en su integridad, es decir del nacional junto con lo regionales, al menos en tanto que los últimos eran capaces de mantener una cuasi-autonomía frente al primero. Por lo demás, muchos de los aspectos de la anatomía institu­cional contemporánea del Estado nacional deben interpretarse también, en estos casos, c o m o una consecuencia del relieve previamente alcanzado por semejante situación.

Próximo al que acabamos de considerar —completando con ello el cuádruple esquema implícito en nuestro razonamiento de esta sección—, se hallaría un caso en el que las barreras de acceso de los grupos locales al punto de producción están sumamente altas, pero en el que, aun hallándose plenamente controlado por el capital internacional, la actividad económica dada tiene muchos esla­bonamientos ascendentes y/o descendentes en la sociedad local. El ejemplo que —aunque con algunas reservas— acude a mi mente a este respecto es el petróleo. Para empezar, el ejemplo es sugestivo porque pone de manifiesto que la altura de las barreras de acceso no es algo dado de una vez y para siempre, sino que suele depender, más allá de las puras consideraciones económicas, de sutiles combinaciones de factores políticos internos y coyunturas internacionales. L o que a veces no es posible para grupos de la burguesía local puede serlo para el aparato estatal mismo, por medio de la nacionalización o estatificación de las actividades directamente productivas y, m u y probablemente, también de los trámites que ponen el producto a las puertas del mercado internacional (la refi­nación y los medios locales de transporte). N o es aleatorio que tales decisiones fueran infrecuentes hasta hace bien poco tiempo, en tanto unos aparatos estatales típicamente m u y débiles (y políticamente infiltrados) y un alto grado de m o n o -

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polio de la tecnología y equipamiento indispensables hacían una decisión de esta índole prácticamente impensable. M á s recientemente, con aparatos estatales más fuertes (hasta cierto punto, relacionado a su vez con la creciente importancia relativa del petróleo en el mercado mundial) y con tecnología y equipamientos más asequibles, se han tomado efectivamente tales decisiones. La nacionalización (o estatificación) de la principal fuente de acumulación de capital del país signi­ficaría —aunque sobre este punto, c o m o sobre muchos otros ya tocados, sabemos asombrosamente poco— un enorme cambio no sólo en la forma del aparato estatal sino también en su papel e impactos sociales. La apropiación de una fuente de excedente económico tan decisiva habría de efectuarse (prácticamente, no sólo en el discurso de los gobiernos respectivos) en dirección de alguna forma de socialismo o capitalismo de Estado, por cuanto p o m a en manos del aparato estatal los recursos que satelizaban a la mayor parte de las demás actividades económicas de tales países. Tal hecho ha significado, además, no sólo una enorme aportación económica para dicho aparato, sino también el transformarlo en un cúmulo de centros burocráticos que, sea cual fuere el m o d o de organización social más o menos socialista o capitalista adoptado, tenían la facultad de asignar, por vía de decisiones políticas y no del mercado, una significativa proporción de la inversión y del gasto económico y social. Naturalmente, el papel activo que asume el aparato estatal en cuanto a promoción del cambio socioeconómico (incluida la formación, a veces prácticamente ex nihilo, de clases alimentadas por la transferencia de tales excedentes) se traduce en esta particular anatomía de sus instituciones.

Pese a las particularidades que la pura cantidad de recursos petrolíferos impone en cada situación específica, pueden verse estos casos c o m o manifestación extrema de un fenómeno que ha ido haciéndose cada vez más corriente en el tercer m u n d o , y es que, frente a una burguesía local débil, y apuntando a metas nacionalistas a través de alguna especie de socialismo o populismo, el aparato estatal no sólo se hace cargo de la explotación de las principales fuentes de acumu­lación de capital del país, sino que, desde esa posición, se convierte también, de peor o mejor gana, en padre y en tutor económico de nuevas fracciones de la burguesía surgidas, ya mediate la transformación de las clases sociales preexis­tentes, o ya — c o m o aconteció precozmente en el caso mexicano, m u c h o antes de que el petróleo llegara a ser allí un factor decisivo— favoreciendo (principal­mente por vías de "corrupción") a segmentos originados en ese mismo aparato. Este papel tutelar de las instituciones del Estado se corresponde estrechísimamente con las pautas de cambio económico y formación de clases de dichos países. E n realidad, el punto en cuestión hace resaltar m u y bien el principal argumento de estas notas: que si el estudio de la formación histórica del aparato estatal es importante ya de por sí, es también —dada la especial importancia de dicho aparato en prácticamente todas las dimensiones sociales de la mayoría de nuestros países— un componente indispensable para describir y explicar lo que por

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demasiado tiempo se ha visto c o m o dimensiones puramente económicas, y even­tualmente sociológicas.

Obsérvese que incluso antes de la gran alza en los precios del petróleo, las complejidades tecnológicas de su explotación, las exigencias de infraestructura material para su exportación y la gran cantidad de trabajadores altamente espe­cializados que requería, significaban que muchos eslabonamientos ascendentes funcionaban con amplias consecuencias sobre la economía local, a la que, sin m u c h a exageración, puede verse girando ya por aquel entonces en t o m o a dicho producto. M á x i m e cuanto que los nexos políticos (con sus efectos sobre la forma del aparato estatal) eran m á s fuertes, toda vez que las bases de recursos de aquellos aparatos estatales dependían en medida m u y considerable de los derechos de explotación (con el efecto ya reseñado de relegar el desarrollo de un sistema fiscal a los niveles m á s rudimentarios) y el destino de la mayor parte de las clases sociales hallábase intensamente condicionado por las formas en que tal renta del estado se distribuía. Esto, junto a una continua e incierta negociación con las compañías petrolíferas, exageraba un aspecto que podemos también observar en los países del tercer m u n d o sujetos a una fuerte dependencia de productos de exportación que, durante un largo período al menos, sólo les dejó las rentas mediatizadas por el Estado de algún tipo de derecho o regalía pagado por la explotación directa de tales productos: es decir, que primaba en grado sumo el control del aparato estatal, especialmente las instituciones que trataban directa­mente con el capital internacional y con la distribución interior de los recursos resultantes, así c o m o las fuerzas coercitivas que, por una parte, teman que garan­tizar "la paz y el orden" para la explotación del producto, y, por la otra, estaban llamadas a impedir que grupos competitivos locales desplazasen a los que habían obtenido la ventaja. L a mayor parte de la llamada "inestabilidad política" (y las expansiones y contracciones espasmódicas del aparato estatal) de esos países puede m u y bien interpretarse c o m o una pauta de conflictividad política dima­nante de situaciones de esta naturaleza. E n ellas, para complicar aún m á s las cosas, era prerrogativa del capital internacional promover candidaturas alter­nativas a posiciones de gobierno cuando los titulares de las mismas se mostraban "irrazonables" en sus exigencias. Por lo demás, las fuerzas armadas no solían necesitar m u c h o tiempo para llegar a la conclusión de que, si corrían de su cargo las principales garantías para la continuidad de semejante situación, era m u y natural que ocupasen también los puestos m á s altos en el aparato del Estado, desplazando de ellos a los civiles. Pero esto sólo les valía para descubrir que tal operación reproducía sin m á s , dentro de las fuerzas armadas, la aparición de aspirantes alternativos a los m á s altos puestos de gobierno, lo cual sólo podía zanjarse (en la mayoría de los casos transitoriamente, pero originando de todos m o d o s una nueva pauta de conflictividad política) mediante la explotación del producto por cuenta del Estado. Al margen de las diversas ideologías articuladas en torno a tales apropiaciones, no nos es difícil encontrar, en esta especie de

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tregua política obtenida con la expropiación, una importante fuerza convergente hacia algo que, en términos de la anatomía y el papel del aparato del Estado, es siempre un salto cuantitativo en su dimensión y su cometido social.

Así, aparte de los factores m á s ligados a lo temporal que bosquejábamos en la segunda sección, acabamos de examinar algunos factores más estructurales que pueden ser ventajosos para romper la linealidad que, de no ser así, presentaría nuestro esquema. Tales factores son: a) las características de las civilizaciones locales en el m o m e n t o de la implantación del gobierno colonial; b) el grado y las pautas de heterogeneidad de la sociedad con que el aparato estatal poscolonial tuvo que enfrentarse; c) los eslabonamientos —económicos y políticos— ascen­dentes y descendentes del principal producto o productos que relacionaban a cada país con el mercado mundial; y d) las consecuencias para la sociedad nacional de la altura de las barreras de acceso a la producción o extracción de dicho producto.

Tenemos que añadir aún otra dimensión, que es también general y c o m ú n para todos los países del tercer m u n d o : el impacto especialmente grave que, debido a su dependencia económica, han tenido algunas crisis mundiales, sobre todo la de comienzos de los años treinta. N o obstante, dichas crisis tendían a producir efectos diferentes según que cada país hubiese obtenido la independencia política o siguiera bajo dominación colonial. E n este último caso, así c o m o durante las dos guerras mundiales, fuesen cuales fueren los intereses locales, solían ser lisa y llanamente desatendidos por la administración colonial en aras de los intereses económicos y/o estratégicos directos de la potencia imperial. U n a acentuación tan drástica de la subordinación "normal" de la colonia al centro debió dejar huellas profundas, no sólo en la economía sino también en la forma del aparato administrativo, realidad inicial de que partieron (en la mayor parte de los casos no m u c h o tiempo después) los primeros gobiernos poscoloniales. E n los países donde la independencia política se había conseguido antes de dicha crisis se dieron respuestas m u y variadas. E n algunos casos, la economía y el aparato estatal se vinieron prácticamente abajo; en otros, el aparato de estado se mantuvo pasivamente a la espera, sin innovaciones institucionales y políticas de impor­tancia, aguardando el fin de las graves recesiones desencadenadas. E n otros países —que, no por casualidad, fueron los que tenían importantes bases de acumulación de capital en manos de una burguesía local y con ello, c o m o ya se ha dicho, un aparato estatal más diversificado y complejo— se reaccionó' ante la crisis mundial de 1930 con políticas encaminadas a una expansión del mercado interior y el aparato del estado, fomentando de esta manera un rápido proceso de industrialización/sustitución de las importaciones que aquellas precondiciones mismas hacían posible. C o m o consecuencia, el impacto de la crisis fue m á s suave y más corto que en casi todos los demás casos. D e m o d o semejante, cuando la segunda guerra mundial provocó importantes restricciones de las importaciones,

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la diferencia esencial para poder paliar los estrangulamientos resultantes vino determinada por el grado en que preexistían no sólo una burguesía industrial local sino también un aparato de estado capaz de acometer políticas emprende­doras y de promoción.

Después de la segunda guerra mundial, deben tomarse en cuenta las nuevas tendencias del capitalismo internacional y sus enfrentamientos con países»socia­listas, que sólo entonces iniciaron políticas activas respecto a algunas partes del tercer m u n d o . Especialmente el fabuloso crecimiento de las sociedades transna­cionales que ha tenido lugar de la década de 1950 en adelante; sucedió esto con la particularidad de que, sin abandornar la vieja pauta extractiva, orientada a la exportación, aquellas sociedades se mostraron —y siguen mostrándose— activamente interesadas en los mercados nacionales del tercer m u n d o con miras a la comercialización (y en bastantes casos también la producción) de sus propias mercaderías.

Algunos países del tercer m u n d o giraron hacia alguna forma de socialismo que, dadas las condiciones en que tal viraje se efectuaba, imponía un considerable aumento del papel y del peso del aparato del Estado. E n la mayoría de los países que, de una forma o de otra, permanecieron vinculados al sistema capitalista mundial —especialmente los más atractivos por la amplitud del mercado y un "clima político favorable"— las sociedades transnacionales manifestaron un interés activo por toda la amplia gama de las políticas nacionales en lo social y lo económico y por la estabilidad a largo plazo de "gobiernos benévolos". Dicho interés era microeconómicamente racional para unas compañías que, comparadas con las orientadas a la exportación de la primitiva pauta colonial y neocolonial, veían ahora los mercados nacionales del tercer m u n d o c o m o una importante fuente para su acumulación de capital a escala mundial.

Algunos países, por falta de amplitud del mercado o del clima político "conveniente", quedaron prácticamente intactos y al margen de esta pauta. Pero muchos países del tercer m u n d o han tenido que aprender a entendérselas con estos cambios cruciales, superpuestos a la todavía existente —aunque ya no predominante— pauta de orientación a las exportaciones. Dicho aprendizaje ha inspirado comportamientos m u y diversos, desde una aquiescencia de lo más lamentable a lo que las sociedades transnacionales han estimado conveniente, a espectaculares expropiaciones no sólo de las viejas encarnaciones del capital internacional, sino también de estas otras más nuevas. L a mayoría de los casos se sitúan en el término medio entre dichos extremos, presentando cada uno de ellos una complicada pauta de negociaciones, concesiones y amenazas encami­nadas a conseguir alguna convergencia de los efectos que siempre tienen las sociedades transnacionales en el ámbito nacional con las metas declaradas del desarrollo social y económico de la nación.

E n muchos casos, tales tentativas sólo han servido para fomentar un creci­miento extraordinario tanto de las filiales locales de dichas sociedades c o m o del

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aparato del Estado: este último al c o m p á s de los intentos de ejercer los controles mencionados, de atacar los problemas económicos con m a y o r afinación, y esta­blecer además diversos m o d o s de asociación directa con las referidas sociedades. U n a vez m á s , c o m o sucedió con la crisis mundial, estos acontecimientos exterior-mente determinados han tenido profundas consecuencias. M u c h a s de ellas han sido minuciosamente analizadas, con la inexcusable excepción de los cambios motivados en la forma y el papel del aparato del Estado y sus repercusiones en la sociedad nacional.

Ultimamente venimos asistiendo a una tendencia novísima que ha puesto en la vanguardia dinámica del capitalismo mundial n o tanto a las ya mencionadas sociedades transnacionales industriales c o m o a las del capital financiero. Quizá sea aún demasiado pronto para decir gran cosa acerca de esto, salvo que el interés de dicho capital c o m o acreedor choca con las crecientes dificultades que el tercer m u n d o (excepción hecha de los países productores de petróleo y unos pocos m á s ) viene arrostrando en su balanza de pagos. Si hace unos años tales dificultades favorecían el predominio del capital financiero internacional merced a sus prés­tamos, la acumulación de déficits en el sector exterior parece indicar cuan estrechos son los límites de tal expansión financiera a escala mundial. L a m a y o r parte de los países del tercer m u n d o que han arrostrado dificultades serias a este respecto (generalmente combinadas con graves crisis políticas), han tratado de hacerles frente con medidas que intentan (de una forma neoliberal completamente ortodoxa, sea cuales fueren las fidelidades ideológicas proclamadas por los gobiernos respec­tivos) invertir los planes de desarrollo basados en la industrialización a ultranza, y, con ello, en el crecimiento del aparato del Estado, especialmente en sus insti­tuciones m á s íntimamente relacionadas con misiones de fomento de iniciativas y del bienestar social. Esto, naturalmente, viene a desmentir toda concepción lineal del peso siempre creciente del aparato del Estado, aunque m a l puede decirse que u n aparato así recortado tenga u n m e n o r impacto social y económico que predecesor.

H e m o s añadido, a las dimensiones anteriormente analizadas, el impacto de algunos cambios cruciales acontecidos en el contexto internacional. T o d o junto puede servir de inestimable perspectiva para u n examen comparativo con márgenes de variación suficientes —caso por caso o , en última instancia, región por región— a lo largo de unas dimensiones que si son manifestamente incompletas parecen codeterminantes m u y significativas, primero, de la formación histórica de los aparatos de Estado en el tercer m u n d o , y, segundo, de los efectos que su confi­guración y cometidos, así c o m o los cambios en una y en otros, han tenido y están teniendo en las pautas del cambio socioeconómico en nuestros países. C o m o ya queda dicho, n o hay forma posible de comprender cabalmente el pasado y el presente de nuestros países — n o sólo sus políticas sino también su economía y su sociedad— sin u n riguroso examen de esta faceta de su evolución histórica. Acaso las concesiones que en estas notas ha habido que hacer a la ignorancia obren c o m o u n toque de atención hacia esta materia de conocimiento tan relegada en el olvido6.

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800 Guillermo O'Donnell

Notas

1 Hasta donde ni saber alcanza, las excepciones son los estudios dirigidos por Osear Oszlak en la Argentina ( C E D E S ) , Fernando Unico-chea y José Murillo de Carvalho en el Brasil (IUPERJ) y el proyecto sobre la formación histórica del aparato estatal en América Cen­tral acometido por el Consejo Superior de Universidades Centro Americanas ( C S U C A ) .

2 Esto es un llamamiento a los economistas, no sólo a los historiadores, antropólogos y científicos de la política. L o que los primeros escriben sobre las economías tercermundistas suele dar la impresión de que la forma y el papel concretos de cada aparato de Estado no mere­cen ser tomados en consideración o, a lo s u m o , que constituyen una traba para el "correcto" funcionamiento de la economía. Por las razones ya expuestas, tal ceteris paribus no puede ser m á s falso y engañoso, aun para los análisis económicos estrictos.

3 Cf. entre otros Melville Watkins, " A Staple Theory of Economic Growth", Canadian Journal of Economics and Political Science, n.° 29, m a y o de 1963.

1 E n cuanto a la primera exposición de las ideas de Hirschman sobre los eslabonamientos econó­micos, véase Strategy of Economic Develop­ment, N e w Haven, Yale University Press, 1958. La reciente ampliación de la teoría de los eslabonamientos de este autor se encuentra en A Generalized Linkage Approach to Develop­

ment, with Special Reference to Staples, Prin­ceton, Institute for Advanced Study, 1978.

6 Fernando H . Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en America Latina, México D . F . , Siglo xxi, 1969.

6 Quizá valga la pena mencionar que en el XII C o n ­greso Mundial de la Asociación Internacional de Ciencia Política que habrá de celebrarse en Río de Janeiro, Brasil, en agosto de 1982, se ofrecerá espacio más que suficiente para debatir y analizar los diversos puntos y cues­tiones referentes al Estado, con especial hin­capié en el tercer m u n d o . El programa prepa­rado para este Congreso en parte duplica y en parte complementa los temas bosquejados en las presentes notas. E n realidad, más que estudiar — c o m o se hace aquí— los efectos del aparato estatal sobre los cambios que aconte­cen en la sociedad, el programa, sin excluir tal perspectiva, se propone destacar una forma alternativa (pero complementaria) de consi­derar dichas relaciones. Esto es, el estudio de los movimientos sociales y políticos, pro­blemas de la heterogeneidad social, margi-nalidad y exclusión, así c o m o las cuestiones referentes a la ciudadanía, los derechos humanos y las diversas formas de participación en el Estado o de desafío y enfrentamiento con él, en la medidad en que todas estas cosas influyen en las características de las polí­ticas nacionales y de los aparatos de Estado.

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Algunas cuestiones teóricas sobre el Estado en las formaciones sociales dominadas del Africa

Issa G . Shivji

L a naturaleza del Estado

Según la teoría marxista, el Estado es un instrumento —un órgano— de una clase contra otra. Nació con la lucha de clases en la sociedad. El Estado es un órgano que expresa el poder de la clase dominante en su forma más concentrada. Aunque Marx y Engels emplean el término "instrumento" al describir el Estado, de sus diversos escritos se desprende que no tenían una visión "instrumentalista" o mecanicista del mismo. Veían el Estado c o m o un órgano más que c o m o una simple arma de la clase opresora: se trata de su poder político. Y el poder político, como se dice en El manifiesto comunista, "no es más que el poder organizado de una clase para oprimir a otra"1.

Es, pues, un principio fundamental de teoría marxista que el Estado es una categoría de clase y que el poder estatal o político tiene siempre un carácter clasista. Para Lenin, por lo tanto, el problema básico de toda revolución era el del poder del Estado. Y la generalización teórica más importante de Marx , tras la experiencia de la comuna de París, era que la clase trabajadora no podía simple­mente adueñarse del aparato del Estado y hacerlo funcionar para sus propios fines2; que el aparato burocrático-militar, o sea el Estado, no podía simplemente pasar de unas manos a otras, sino que tenía que ser destruido, y "ésta es la condición previa indispensable para toda auténtica revolución del pueblo en el continente"3.

Pues bien, este mismo principio está en la base de la controversia sobre la naturaleza de los Estados en los países de África independiente. Pero antes de pasar a examinar las diferentes opiniones sobre la cuestión, recordemos rápida­mente dos importantes y recientes acontecimientos, los cuales una vez más vienen a plantear el problema teórico del carácter clasista del Estado.

Issa G. Shivji enseña en la facultad de derecho de la Universidad de Dar Es Salaam, P . O . Box 953, Tanzania. Ha publicado The Silent Class Struggle (1974) y dirigido la publicación de Class Struggles in Tanzania (1976) y de Tourism and Socialist Development (1975). En la actualidad se halla a punto de concluir un estudio sobre la historia del movimiento obrero tanzano.

Rev. int. de cieñe, soc., vol. X X X I I (1980), n.° 4

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U n o de los puntos de discrepancia más esenciales entre el partido c o m u ­nista chino (PCC) y el partido comunista de la Unión Soviética (PCUS) , en su escisión ideológica de principios de la década del sesenta, fue el problema de la caracterización del Estado en la Unión Soviética. El programa del P C U S de 1961, adoptado en su 22.° congreso, proclamaba: "Conseguida la victoria final y completa del socialismo —primera fase del comunismo— y la transición de la sociedad a la construcción en amplia escala del comunismo, la dictadura del proletariado ha cumplido su misión histórica y ha dejado de ser indispensable en la U R S S desde el punto de vista de las tareas del desarrollo interior. El Estado, que surgió c o m o un Estado de la dictadura del proletariado, se ha convertido, en la nueva etapa histórica contemporánea, en un Estado de todo el pueblo, un órgano que expresa los intereses y la voluntad del pueblo entero"4. Y proseguía: "El Partido sostiene que la dictadura de la clase trabajadora deja de ser necesaria antes de que el Estado desaparezca. El Estado como orga­nización del pueblo entero sobrevivirá hasta la total victoria del comunismo"6.

Esta era una declaración de un Estado sin carácter clasista puesto que era un "Estado del pueblo entero" y no una dictadura de una clase en particular. El P C C argumentó vigorosamente en esta polémica que la tesis del "Estado del pueblo entero" iba fundamentalmente contra la verdad universal del marxismo-leninismo. Decía: " A juicio de los marxistas-leninistas, no puede hablarse de un Estado que no sea de clase o que esté por encima de las clases porque tal cosa no existe. Para que el Estado sea Estado ha de revestir un carácter de clase; en tanto que el Estado exista, no puede ser un Estado de 'todo el pueblo'. Desde el momento en que una sociedad se convierte en una sociedad sin clases, desaparece el Estado, definitivamente"6.

Mientras para el P C C y el P C U S ésta era esencialmente una cuestión ideo­lógica, para el Partido Comunista de Indonesia (PKI) la definición del carácter clasista del Estado tuvo implicaciones prácticas inmediatas. Al intentar definir el carácter del Estado indonesio durante la época de Sukarno, la dirección del P K I expuso la que ulteriormente ha dado por llamarse "Teoría de los dos aspectos en el poder del Estado". E n ella se sostenía que el poder del Estado se caracterizaba por dos aspectos: el aspecto antipueblo representado por las clases terratenientes, burócrata-capitalista y de compradors (agentes indígenas al servicio de entidades o empresas europeas), por una parte, y el aspecto pro-pueblo compuesto prin­cipalmente por la burguesía nacional y el proletariado7. D . N . Aidit, el entonces líder del P K I , resumió la "teoría de los dos aspectos" c o m o sigue: " L a estructura económica (la base) de la actual sociedad indonesia sigue siendo colonial y semi-feudal. Al mismo tiempo, sin embargo, está la lucha del pueblo contra este sistema económico, la lucha por una economía nacional democrática (...). Las realidades de la basé se reflejan también en la superestructura, incluido el poder del Estado, y especialmente en el gobierno. E n el poder del Estado se reflejan tanto las fuerzas que están contra el sistema económico colonial y feudal c o m o las que defienden el

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imperialismo, los vestigios del feudalismo, el burócrato-capitalismo y los compradors (...). El poder estatal de la República de Indonesia, interpretado c o m o una contradicción, es una contradicción entre dos aspectos que se oponen entre sí. El primero de ellos es el que representa los intereses del pueblo (mani­festado por la actitud y la política progresista del presidente Sukarno, que cuenta con el apoyo del P K I y otros grupos populares). El segundo aspecto es el que representa a los enemigos del pueblo (manifestado por la actitud y la política de las fuerzas de la derecha o los reaccionarios intransigentes). El aspecto popular es hoy el principal y tiene en sus manos el poder estatal de. la República de Indonesia"8.

L a teoría de los dos aspectos en el poder del Estado tenía un poco que ver con las enseñanzas de M a r x y de Lenin sobre la cuestión del carácter clasista del poder estatal. Sin embargo, justificaba y racionalizaba la participación de los entonces líderes del P K I en el Estado. Prestaba alguna base a su confianza y su lealtad respecto a la ideología de Sukarno, quien suspuestamente representaba el aspecto pro-pueblo en el Estado.

Sin embargo, cuando la pugna entre las clases alcanzó un punto crítico, el Estado reveló su verdadero carácter. El golpe de septiembre-octubre de 1965 derrocó prácticamente el régimen de Sukarno y el propio partido, declarado ilegal, fue proscrito. E n la autocrítica9 subsiguiente, los líderes del P K I que lograron escapar al exterminio reprobaron con acrimonia la teoría de los dos aspectos c o m o una "desviación oportunista o revisionista", porque negaba la enseñanza marxista-leninista de que "el Estado es un órgano de dominación de una clase determinada que no puede reconciliarse con su antípoda (la clase opuesta a ella)"10. "Es inconcebible que la República de Indonesia pueda estar gobernada juntamente por el pueblo y por los enemigos del pueblo"11.

Si hemos citado con alguna extensión la controversia chino-soviética y la teoría del P K I , es porque ambas han hallado eco en los debates sobre el carácter clasista del Estado que actualmente se sostienen en África oriental.

El equivalente en África de la teoría soviética del "Estado del pueblo entero" es la teoría del "Estado no capitalista". Esta mantiene enconada polémica con aquellos regímenes que han adoptado c o m o ideología una forma u otra de socialismo. E n estos países los Estados se definen c o m o de orientación socialista: su carácter de clase no es ni burgués ni proletario. E n otras palabras, el poder estatal no tiene aquí ningún carácter clasista definido, pero se inclina presunta­mente hacia el socialismo12. "Este tipo de Estado es transicional: no es ya burgués (ni siquiera tendencialmente, aunque existen elementos capitalistas), y todavía no es socialista"13. Los adeptos de esta teoría ven un papel especial para los Estados: el de la transformación social. "Estos son países donde el poder del Estado se emplea c o m o instrumento de una transformación social, partiendo de unas relaciones predominantemente prefeudales y precapitalistas, algunas veces feudales y semifeudales, y apuntando a la formación socialista sin pasar por una

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formación capitalista"". Esta tesis descarta de golpe dos proposiciones funda­mentales de la teoría marxista del Estado: c) el poder del Estado es una expresión concentrada de la dominación de la clase opresora; y b) la transición de una sociedad.de clases a una sociedad sin clases (es decir al socialismo) ha de pasar inevitablemente por la dictadura del proletariado, que no es sino "el proletariado organizado c o m o clase dominante"11. Lenin consideraba esta segunda proposición tan fundamental para la teoría marxista que, según él, constituía "la m á s profunda distinción entre el marxista y el vulgar pequeño burgués;(no menos que el grande)"16.

H a y una segunda escuela de intelectuales "independientes" que han inten­tado también teorizar sobre la naturaleza del Estado en África, especialmente en aquellos países donde los regímenes han proclamado alguna forma de socialismo. Los dos principales expositores son Roger Murray10 y John Saul17. Su centro de acción más importante ha sido Ghana bajo N k r u m a h y Tanzania bajo Nyerere, respectivamente.

Las principales tesis de estos autores pueden resumirse c o m o sigue. Su punto de partida es que las formaciones sociales objeto de debate se caracterizan esencialmente c o m o clases "informes". Esto es especialmente cierto por lo que atañe a esa clase —la pequeño-burgués o la "clase política" de Murray— que tiene acceso al poder estatal a raíz de la independencia. Esta también es una clase informe y en consecuencia el carácter clasista del Estado poscolonial no sólo es "indeterminado" sino que brinda incluso la posibilidad de que algunos sectores de esta clase se sirvan del poder para implantar el socialismo.

" L a esencia de la cuestión es que el Estado poscolonial (el 'reino político') ha de concebirse simultáneamente c o m o el verdadero instrumento de una revo­lución anti-imperialista y socialista permanente"18. Así pues, estos autores entienden que una sección de la pequeño-burguesía que goza ya del poder del Estado puede realmente "suicidarse" y perseguir la "alternativa histórica" del socialismo. Q u e lo haga o no es una " X política" (según expresión de Saul), es decir, una incógnita en la ecuación.

C o m o fácilmente se echa de ver, esta tesis se acerca mucho a la teoría de los "dos aspectos" de Aidit. E n todo ello se advierte una franca y rotunda negación de las proposiciones fundamentales de Marx . Al introducir el concepto de "clase política" y nociones tales como ' la "plasticidad" de una clase, se aparta clara­mente de la interpretación marxista de lo que es una clase, que esencialmente se define por referencia a su papel en el proceso social de la producción. Al contemplar la posibilidad de una pequeño-burguesía optando por una alternativa socialista, niega completamente la tesis de la hegemonía del proletariado. Al proponer que el carácter de clase del Estado pueda ser "indeterminado" y espe­cular con la posibilidad de que el poder del Estado despliegue estrategias socia­listas,- niega el carácter clasista del Estado y la necesidad de destruir el aparato del Estado antes de toda posible transformación revolucionaria. Puesto que tales

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autores pretenden estar aplicando la teoría marxista del Estado a la realidad concreta de África, es importante poner bien de manifiesto estas desviaciones con respecto a las proposiciones fundamentales de dicha teoría: a m e n o s , .natural­mente, que los referidos autores demuestren que tales proposiciones han sido invalidadas en África y expongan u n a teoría alternativa del Estado. C o m o n o han hecho ni una cosa ni otra, sus tesis sólo pueden evaluarse conforme a la teoría marxista general.

Finalmente, hay otra escuela de teóricos "marxistas" para quienes n o se plantea en absoluto la cuestión de determinar concretamente el carácter clasista del Estado19. Examinaremos sus tesis con m a y o r detalle en la siguiente sección. Baste con mencionar aquí que, para estos intelectuales, en todas las neocolonias el poder del Estado se halla en m a n o s de u n a oligarquía financiera internacional en la que no participan las clases sociales locales. Los miembros de las clases locales pueden acaso tripular la nave del Estado pero no tienen el m e n o r acceso al poder estatal. Son sólo "servidores" de la oligarquía financiera. D e estos servidores, unos pocos pueden ser reaccionarios y fieles agentes del imperialismo, pero gran número de ellos son "inocentes" y están con el pueblo. L a tarea de la revolución consiste en aislar a estos pocos elementos y apoyar a los m á s contra el imperia­lismo. Así resuelven estos "marxistas" el problema del poder del Estado y de la revolución con su análisis general del imperialismo mundial.

El Estado y la clase dominante

El problema de qué clase o qué clases retienen el poder estatal en las formaciones sociales dominadas por el imperialismo ha constituido el meollo de algunos de los vivos debates sostenidos en África oriental. C o m o v a m o s a ver en seguida, esta cuestión guarda una relación m u y estrecha con el tránsito del Estado colonial al neocolonial.

C o n diferencias de acentuación y de formulaciones, la mayoría de los autores convienen en que, bajo el colonialismo, la clase dominante era la burguesía metropolitana. O dicho de otra manera, el Estado colonial era parte del Estado imperialista. Entonces surge la pregunta: ¿Qué cambio ha aportado la indepen­dencia, si es que ha aportado alguno? Según W . Nabudere y sus colegas, que se han interesado al m á x i m o por el problema, la independencia no aportó virtual­mente ningún cambio en el carácter clasista del poder del Estado. Sostienen que la clase dominante en todos los Estados imperialistas, es la oligarquía financiera. C o n el ascenso del imperialismo, esta oligarquía financiera concentró todo el capital en sus m a n o s a nivel mundial; de esta manera controla y domina las economías de todas las neocolonias. C o m o la oligarquía financiera es la clase económicamente dominante, también m a n d a políticamente y es por lo tanto la clase dirigente: Jos dueños del capital son también los dueños del Estado.

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Citemos con alguna extensión a Nabudere para captar bien el sabor de su argumento: " H e m o s señalado ya que cuando el capitalismo entra en su fase monopolista lo hace con el ascenso de una oligarquía financiera que desposee a otras burguesías, convirtiéndolas así en pequeño-burguesía. El colonialismo, que surge con esta fase, implica exportaciones de capital financiero. Este capital produce en las colonias una pequeño-burguesía. N o podría reproducir una bur­guesía nacional cuando, en la propia metrópolis imperialista, tal burguesía es negada y destruida para darle lugar a una oligarquía financiera. E n colonias que nacieron antes de esta fase, cualquier burguesía nacional que pudiera haber brotado fue arrollada por el capital financiero y se vio convertida cada vez más en una pequeño-burguesía. Esta pequeño-burguesía se estratifica conforme a su papel en el proceso de producción y distribución^ Al analizar las clases en un país determinado, éste debe ser siempre para nosotros el punto de partida"20.

El punto de partida de Nabudere es realmente también una conclusión, pues en el mismo artículo sostiene que "con el tiempo un estrato monopolista desposee a los otros estratos de la sociedad y la convierte cada vez más en una pequeño-burguesía, y convierte a una parte de esa pequeño-burguesía en miembro del proletariado mientras crea y reproduce una pequeño-burguesía, un proleta­riado y una clase campesina productora de mercancías, todo ello a escala mundial"21. E n esta tesis tenemos un cuadro de formación de clases global que hace casi innecesario intentar un análisis de clases de una formación social concreta. Pues si, con el ascenso del imperialismo, la oligarquía financiera ha "despo­seído", "arrollado", "negado" y "destruido" a todas las burguesías, las únicas clases que podemos esperar encontrar en las formaciones dominadas son la pequeño-burguesía, el proletariado, y el campesinado productor de mercancías. Y lo mismo que para la economía reza también para la política, pues, c o m o Nabudere inquiere retóricamente: "¿Puede caber la menor duda de que la clase económicamente dominante en la neocolonia es la oligarquía financiera de los países imperialistas y que la política no puede menos que reflejar la base?"22.

Y . Tandon sigue de cerca los pasos de Nabudere. E n su ensayo, signifi­cativamente titulado " ¿ D e quién es el capital y de quién el Estado?", Tandon sostiene algo por el estilo, salvo que, a diferencia de Nabudere, admite la exis­tencia de una burguesía local. Pero afirma que esta burguesía local no tiene capital propio. Todo capital es patrimonio de la burguesía imperialista, mientras que las clases locales se limitan a "emplear ese capital"23. N o son, pues, más que los "servidores" ("servicing agents" dice exactamente Tandon) del capital impe­rialista. Mientras para Nabudere lo único que trajo la independencia como cambio fue que el personal del aparato del Estado se recluta ahora entre la pequeño-burguesía local, para Tandon la independencia significó un cambio en el gobierno, no en el Estado.

Desentendámonos de las diversas incoherencias y contradicciones de estas formulaciones y concentrémonos en las tesis centrales. Los familiarizados con los

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debates marxistas de las primeras décadas del presente siglo advertirán en seguida la similitud entre estas tesis y las expuestas por Kautsky y Kievsky en diferentes momentos. A estos dos teóricos les contestó Lenin. Puesto que Nabudere y sus afines se empeñan en que sus tesis derivan fielmente de Lenin, no estará de m á s recordar m u y brevemente la posición de Lenin en estos debates de primera hora.

Kautsky especuló sobre la posibilidad de que todos los capitales financieros nacionales se uniesen para formar un capital financiero internacionalmente unido que explotara conjuntamente el m u n d o 2 4 . L a tesis de Nabudere, sobre una oligar­quía financiera mundial se acerca muchísimo al capital financiero internacional-mente unido de Kautsky. Kautsky utilizó su teoría para justificar su visión del imperialismo c o m o un hecho pacífico. Lenin ridiculizó esta concepción c o m o oportunista porque ' 'elude y oscurece las profundísimas y esenciales contradicciones del imperialismo: las contradicciones entre el monopolio y la libre competencia que existe junto a él, entre las gigantescas 'operaciones' (y gigantescos beneficios) del capital financiero y el comercio 'honrado' en el mercado libre, la contradicción entre los cartels y los trusts, por un lado, y la industria no cartelizada por el otro, etc."25.

Lenin sostenía que las diversas alianzas entre países imperialistas eran simplemente treguas en periodos entre guerras y que el capitalismo monopolista no eliminaba la competición sino que más bien la intensificaba entre los capitalistas financieros rivales. Este y no otro es el origen de las guerras imperialistas. D e suerte que Lenin jamás pudo concebir el capital financiero tan internacionalmente unido que pudiese proporcionar la base de una clase dirigente mundial.

Kievsky, por otra parte, se pronunció contra la petición de que se incluyera la autodeterminación nacional en el programa del partido de los bolcheviques arguyendo que en la "era del capital financiero" la autodeterminación nacional era "inalcanzable". Y no sólo eso, sino que tal petición era reaccionaria porque el Estado nacional estorba el desarrollo de las fuerzas productivas26. Lenin refutó este argumento c o m o una caricatura del marxismo y un ejemplo de "economismo imperialista". L a petición de autodeterminación nacional, argüyó Lenin, era esencialmente una demanda de independencia política: un derecho de la nación oprimida a fundar un Estado separado. Esto no quería decir que la independencia política significara necesariamente la independencia económica, pues el capital financiero era capaz de someter las economías de los países más soberanos y políticamente independientes. M a s , con todo, la creación de Estados separados, soberanos y políticamente independientes era posible y realizable. El derecho de las colonias y las naciones oprimidas a separarse y crear Estados nuevos indepen­dientes era u n derecho democrático fundamental y debía contar con el apoyo del proletariado.

E n esta polémica la actitud de Lenin respecto a la cuestión del significado de la independencia política está clara y puede resumirse del m o d o siguiente: a) independencia política o autodeterminación nacional significa la instauración de

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u n Estado nacional separado; b) dicha instauración de u n Estado nacional separado es posible y realizable bajo el imperialismo; y c) independencia política n o significa que el capital financiero sea incapaz de continuar dominando países inde­pendientes27.

L a cuestión es esta: ¿ Q u é otra cosa podía entender Lenin por u n "Estado nacional separado" si n o era u n Estado, donde el poder se halla en m a n o s de u n a clase o clases sociales locales? ¿ O podía simplemente entender, c o m o Nabudere , u n Estado cuyo personal se extrae de las clases locales? Hacerse estas preguntas equivale realmente a contestarlas.

Parece evidente que las tesis de Nabudere n o tienen nada en c o m ú n con la teoría de Lenin sobre esta importante cuestión del Estado y la clase dominante. Y t ampoco autores c o m o Saul nos aportaron u n a teoría alternativa coherente en oposición a la de M a r x y Lenin.

Por último, debemos examinar brevemente la tesis de otra autora que tam­bién ha escrito principalmente sobre Tanzania. Michaela Freyhold ha intentado escapar a las conclusiones de Nabudere derivadas de una aplicación formalista de la noción "clase políticamente dirigente/económicamente dominante" con la acuñación de u n nuevo término, el de "clase gobernante": " D e b e establecerse u n a distinción entre la clase dominante y la clase gobernante (Poulantzas). Es rasgo distintivo normal del capitalismo que la clase económicamente dominante n o gobierna directamente el Estado sino que deja esto en m a n o s de jerarquías de funcionarios estatales y de políticos que se hallan condicionados y obligados en cierto n ú m e r o de aspectos a proceder de acuerdo con los intereses generales de la clase dominante. A m e n o s que la clase gobernante pueda realmente determinar el proceso de reproducción económica del país, n o puede ser llamada clase d o m i ­nante por m u y amplios que sean sus poderes formales"28.

Según Freyhold, la clase gobernante está compuesta por todo el personal d e rango superior ("es decir, los ministros, los principales secretarios y directores del aparato administrativo, los directores generales de las mayores entidades paraestatales, los jefes de la burocracia del partido en el poder a sus distintos niveles, los jefes del aparato represivo"20) del aparato del Estado. Estos son los funcionarios o altos empleados del Estado, pero n o , desde luego, los árbitros del poder estatal. ¿Quién constituye entonces la clase dominante? " L a clase dominante que decide las funciones del Estado y la dinámica efectiva de la economía es la burguesía metropolitana representada en Tanzania principalmente por el Banco Mundia l , las organizaciones de ayuda de los países nórdicos europeos y otras naciones de Europa y una surtida variedad de sociedades transnacionales"30.

Para Freyhold, c o m o para Nabudere , n o parece existir m á s que una sola clase dominante mundial que ella denomina "burguesía-metropolitana" (la "oligarquía financiera" de Nabudere) . Mientras que Kautsky lógicamente amplía la tendencia a la concentración económica basta la constitución efectiva de u n solo monopol io mundial ("capital financiero internacionalmente unido"), Nabudere

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y Freyhold crean sobre esta base una ley de concentración política (a la Kievsky), dando c o m o "real" la existencia de una sola y concentrada clase dominante (!). Todos los argumentos que empleó Lenin contra Kautsky y Kievsky valen, por tanto, incluso con mayor fuerza, para la impugnación de estos autores. Para poder mantener en pie sus tesis de una sola clase dirigente a nivel mundial, que ejercería el poder estatal en todos los países imperialistas y neocoloniales, Nabudere y Freyhold tendrían que demostrar primera y principalmente que tal clase única a nivel mundial existe. Pues si las clases, según Lenin, son "grandes grupos humanos que difieren entre sí por el lugar que ocupan en el sistema de producción social históricamente determinado"31, tendrían que demostrar al menos la exis­tencia de un solo sistema de producción social a nivel mundial. Y desde luego, ni Nabudere ni, mucho menos, Freyhold sostendrían que existe un solo sistema de producción social (una sola formación social) a nivel planetario.

También el concepto de "clase gobernante" presenta muchos problemas. E n primer lugar, no está claro quién constituye el personal de rango superior en el aparato estatal c o m o una clase. Constituirían una clase si se demostrara que ocupan un lugar preciso en el sistema de producción social, etc., lo cual no sucede en el argumento de Freyhold. Esta autora se concentra más en el hecho de que son altos funcionarios del Estado. Pero el ser empleados por el Estado no hace que un grupo social se convierta en una clase: si así fuera, entonces todos los funcionarios que integran el aparato del Estado, desde el ministro al mensajero de los despachos oficiales, serían miembros de la clase gobernante de Freyhold.

Por último, entre la concepción teórica de Freyhold de la clase gobernante y su descripción y análisis de la "clase gobernante" de Tanzania hay una contra­dicción inconciliable. E n teoría, se supone que la clase gobernante sólo dispone de poderes formales, mientras que en la práctica, la "clase gobernante" de Tanzania, según Freyhold, ha ejercido el poder y ha desempeñado todas aquellas funciones (a través del Estado) que cualquiera atribuiría a una clase dirigente o dominante.

Según Freyhold, la "clase gobernante" ha consolidado el Estado en Tanzania desde la independencia, ha establecido su supremacía y movilizado clases "adictas" en el proceso de reconstrucción del Estado con arreglo a sus propios intereses y de acuerdo con los de los inversores extranjeros. H a ampliado los aparatos económicos del Estado mediante nacionalizaciones y otras medidas, creando así un sector público. Había dos razones primordiales, dice Freyhold, para que la clase gobernante optara por el capitalismo de Estado: " L a opción de una apropiación colectiva se le impuso a la clase dominante por su debilidad frente a otras clases sociales y la falta de recursos para el aparato del Estado. Permitir a sus propios miembros y a la pequeño-burguesía africana no integrada en el sector público pugnar individualmente por instalarse en un sector recién abierto al capitalismo africano habría menoscabado la unidad y la disciplina dentro de la propia clase gobernante y la habría dejado sin la fuerza y sin los recursos necesarios para estabilizar su posición".

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Mientras consolidaba su base económica a través de los aparatos econó­micos del Estado, "la clase gobernante también transformaba el antiguo movi­miento de independencia en un aparato ideológico especial del Estado capaz de anular cualquier organización independiente de obreros y campesinos y capaz de aportar una clientela adicional a la clase gobernante". Y finalmente, el creci­miento del aparato represivo se ha acelerado con la expansión del ejército, el servicio nacional y la milicia.

M á s aún, la "clase gobernante" ha promovido también su propia ideología para justificar esta expansión, su poder incrementado, y para fortalecer el apoyo de las clases intermedias. "Visto en la perspectiva de un periodo más amplio, el socialismo de los nizers (otra invención terminológica de Freyhold que significa lo mismo que 'clase gobernante') fue en la práctica una serie de estrategias que aumentaron su poder frente a las clases venidas a menos, dándoles los medios para constituir una clase intermedia que los apoye y los sitúe en una posición que haga de ellos un asociado viable para la burguesía metropolitana."

Así es c o m o la "clase gobernante" ha montado el "Estado post-colonial" que "goza de mayor poder y estabilidad que nunca". Naturalmente, no faltan peligros que amenacen esta estabilidad surgida de las diversas "contradicciones inherentes al tipo de capitalismo estatal de Tanzania y que se expresan en la difi­cultad que aqueja al Estado para acumular el capital que la clase gobernante necesita para poder cooperar con la burguesía metropolitana c o m o para mantener y engrosar la clase que la sostiene"32.

Este interesante análisis del Estado tanzano probablemente se acerca m u c h o a la realidad pero difícilmente puede justificar la proposición teórica de Freyhold de que su "clase gobernante" sólo tiene poderes "formales" y que es distinta de una clase dominante. Nosotros diríamos que el propio análisis de Freyhold indica que no existe diferencia alguna entre su "clase gobernante" y el concepto de clase dominante. E n su análisis concreto describe el mismo fenómeno con un término diferente, distinción "terminológica" difícilmente justificable en ningún caso si no es para permitir interpretaciones oportunistas.

Conclusión

V a m o s a intentar ahora reunir los principales hilos de la crítica precedente en forma de unas cuantas proposiciones teóricas generales.

Conviene insistir en que el caracter clasista concreto de cualquier particular tiene que definirse merced a un análisis concreto de la formación social particular que se examine. Aunque las proposiciones teóricas generales son siempre una guía, no pueden remplazar un análisis concreto. C o n todo, las cuestiones anterior­mente expuestas son de un carácter lo bastante general c o m o para consentir el tratamiento teórico.

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Algunas cuestiones teóricas sobre el Estado 811 en las formaciones sociales dominadas del África

C o m o hemos visto, los principales puntos debatidos giran en torno a la naturaleza y el carácter clasista del Estado neocolonial. Pero esto no puede abor­darse separadamente de las cuestiones del Estado colonial y la independencia política.

Aunque el término "Estado colonial" ha alcanzado amplia difusión, es evidente que no constituye una categoría aparte. C o n la colonización de u n país determinado, la potencia imperialista de turno hace extensivos a su colonia algunos aparatos del Estado imperialista. El término "Estado colonial" es una especie de abreviatura definidora de estos aparatos locales del Estado impe­rialista. El poder estatal sigue en manos de la clase dominante del país imperialista. Esto, por supuesto, no impide cierta autonomía en la toma de decisiones por parte de quienes dirigen los aparatos locales. El quid está, sin embargo, en que la clase dominante es la del país colonizador, que hace del llamado "Estado colonial" una parte del Estado imperialista y no otra cosa.

M u c h o s observadores han detectado el exagerado predominio, en el "Estado colonial", de los aparatos burocrático y militar frente a los políticos (instituciones parlamentarias, etc.). Esto, a nuestro entender, es una de las manifestaciones del carácter totalmente antidemocrático del imperialismo, pues, c o m o dijo Lenin, "el imperialismo es (...) la 'negación' de la democracia en general, de toda la democracia"33. Y esta característica se advierte no sólo en el "Estado colonial" sino también en los neocoloniales, donde el imperialismo se alia con las clases dominantes locales m á s reaccionarias.

L a independencia política es un paso importante en la lucha general por la liberación nacional. Es una de las exigencias democráticas de la nación oprimida. Significa la creación de un Estado nacional separado, pero no trae automáti­camente el fin de la dominación económica del capital financiero. Significa, no obstante, que el poder deja de estar directamente controlado por la clase domi­nante de la ex-potencia colonial.

E n un Estado neocolonial, el poder estatal sigue en manos de una clase o clases locales que constituyen la clase dominante. Esta clase o clases tienen su.s propios intereses de clase originados por el lugar que ocupan en la producción social y que a la larga coinciden con los intereses del imperialismo en general,

E n una situación neocolonial, llegan a tener un peso enorme las rivalidades interimperialistas, ya que las diversas facciones y clases del poder estatal local fraguan alianzas con diferentes potencias imperialistas de acuerdo con sus propios intereses. Tanto las contradicciones internas de las clases c o m o las rivalidades interimperialistas se reflejan en la constante turbulencia política y reorganización de los bloques dirigentes que aquejan a estos países. D e esta manera, en el Estado neocolonial el poder está influido por la crisis de hegemonía, corrientemente interpretada c o m o inestabilidad política.

Las diversas clases dominantes neocoloniales presentan distintos grados de independencia con respecto a las potencias imperialistas correspondientes.

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812 Issa G. Shivj'i

según sea la coyuntura de las alianzas y las luchas de clases en momentos particulares.

Los que sostienen que la independencia política no aporta ningún cambio en el carácter clasista del poder del Estado se ven en tremendos apuros una vez puestos a analizar la política del neocolonialismo. Tienen que explicar la política local c o m o un burdo reflejo directo de rivalidades interimperialistas, pese a haber afirmado antes la existencia de una oligarquía financiera mundial monolítica. Por otra parte, su interpretación de las luchas y adhesiones políticas locales se reduce a verlas c o m o conspiraciones e intrigas aisladas, toda vez que niegan el papel de las clases locales en el poder del Estado.

L a fuerza de la teoría marxista radica en su aptitud para explicar los movi­mientos políticos concretos y poder ser de este m o d o una guía para la acción. Tiene que haber algo fundamentalmente erróneo en la "teoría marxista" de aquellos que repiten de corrido todas las verdades elementales pero cuando se trata de cambios políticos concretos acuden a explicaciones subjetivas.

Queda aún m u c h o trabajo por hacer, a nivel de análisis concretos, para una comprensión a fondo de lo que son los Estados neocoloniales. Sin esto no es posible teorizar, y menos sobre las formas del Estado en dichos países. E n segundo lugar, todo análisis concreto habrá de abordar la cuestión de c ó m o la dominación económica ejercida por el imperialismo se manifiesta políticamente en el Estado.

La dominación imperialista es sólo una cara de la moneda. L a otra carac­terística importante de las formaciones sociales dominadas es que, en muchas de ellas, aún prevalecen relaciones sociales precapitalistas. ¿ C ó m o repercuten éstas sobre el Estado, tanto al nivel de las luchas por el poder c o m o en el m o d o parti­cular de influir en la naturaleza del aparato estatal? Esta es otra serie distinta de cuestiones que deben ser analizadas concretamente.

Notas

1 Marx , K . y Engels, F . , "El manifiesto del partido 6 The Central Committee of the Communist Party comunista'^, en Marx y Engels, Obras selectas, of China, "Letter to the Central Committee vol. I, Moscú, Editorial Progreso, 1969. of the Communist Party of the Soviet Union,

2 Marx , K . , "La guerra civil en Francia", en Marx y June 14, 1963", en Partido Comunista de Engels, La comuna de París, Moscú, Editorial China, The polemic on the General Line of the Progreso. International Communist Movement, Londres,

3 Marx , K . , "Carta a Ludwig Kugelmann, abril 12, Red Star Press Ltd., 1976. 1871", en Marx y Engels, ibid. ' Mortimer, R . , Indonesian Communism under Su-

1 The Communist Party of the Soviet Union, karno, Ideology and Politics, 1959-1965, "The N e w Communist Manifesto", en Ja- p. 132-140, Ithaca y Londres, Cornell Uni-cobs, D . N . (dir. publ.), The New Communist vcrsity Press, 1974. Manifesto and related documents, 3.a edición, 8 Citado en ibid., p. 134, tomado de "Build the P K I Nueva York, Evanston y Londres, Harper along the Marxist-Leninist Line to lead the & R o w , 1965. People's Democratic Revolution in Indochina

5 Ibid., p. 31. (self-criticism of the Political Bureau of the

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Algunas cuestiones teóricas sobre el Estado en las formaciones sociales dominadas del África

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Notas {continuación)

C C P K I , September 1966)", en Five important documents of the Political Bureau of the CC PKI, p . 50, Londres, Banner Books and Crafts Ltd, n. d.

9 La autocrítica se encuentra en el folleto antes citado. Según Mortimer, op. cit., p . 397-399, esta autocrítica fue planteada por el grupo pro-chino de la dirección del P K I , que desa­probaba las teorías de Aidit.

10 Ibid., p . 132. Esta cita procede de la obra de Lenin "El Estado y la revolución", en Obras escogidas, vol. 25, Moscú, Editorial Progreso.

11 Ibid. 12 Véase por ejemplo, G . Brehme. "State and L a w

in post-colonial independent States", en Oth-m a n Haroub (dir. publ.), The State in Tanza­nia, Dar es Salaam, Institute of Development Studies, University of Dar es Salaam, julio de 1977 (mimeo.).

13 Ibid., p . 6. 14 Marx y Engels, "El manifiesto del partido comu­

nista". 15 Lenin, V . I., op. cit. 16 R . Murray, "Second Thoughts on Ghana", New

Left Review, Londres, n.° 42, marzo-abril de 1967.

17 Los principales artículos de John Saul sobre este asunto son "The State in Post-Colonial Societies—Tanzania", The socialist Register, Londres, 1974, y "The Unsteady State: Uganda, Obote and General A m i n " , Review of African Political Economy, n.° 5, enero-abril de 1976, Londres.

18 Murray, citado en J. Saul, "The State in Post-Colonial Societies—Tanzania", op. cit., p. 352.

19 Los principales autores de esta escuela son D . W . Nabudere c Y . Tandon. Sus posiciones aparecen resumidas en Nabudere, D . W . , "Imperialism, State, Class and Race" (A critique on Shivji's Class Struggles in Tanza­nia), Utafiti, vol. II, n.° 1, 1977, Dar es Sa­laam, University of Dar es Salaam; y en Tandon, Y . , " W h o s e Capital and Whose State?", University of Dar es Salaam, marzo de 1977 (mimeo.).

20 Nabudere, D . W . , op. cit., p . 67-68. 21 Ibid., p . 72. 22 Ibid., p . 72. 23 Tandon, Y . , op. cit., p . 21. 24 Toda la argumentación y refutación de Lenin se

encuentra en Lenin, V . I., El imperialismo, fase superior del capitalismo, Moscú, Editorial Progreso.

Ibid. E n su prólogo al opúsculo de N . Bu-jarin "El imperialismo y la economía m u n ­dial", Lenin dice: "El razonamiento teórico abstracto puede conducir a la conclusión a que ha llegado Kautsky —de un m o d o algo diferente, pero también por abandono del marxismo—, a saber, que no se está m u y lejos del momento en que esos magnates del capital se unan a escala planetaria en un solo trust mundial, estableciendo un capital financiero nacionalmente aislado. Esta conclusión es, no obstante, tan abstracta, simplista e inco­rrecta como la conclusión análoga sacada por nuestros estruvistas y economistas del si­glo xix." Véase Lenin, Obras escogidas, vol. 22.

Los argumentos de Kievsky y la refutación de Lenin están en Lenin, V . I., " U n a caricatura del marxismo y del economismo imperialista", en Lenin, Obras escogidas, vol. 23.

Ibid. V o n Freyhold, Michaela: " T h e post-colonial

State", Review of African Political Economy, n.° 8, enero-abril de 1977, p . 76.

Ibid., p . 85. Ibid., p . 86. Lenin define así las clases: "Clases son grandes

grupos de población que difieren entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de pro­ducción social históricamente determinado, por su relación (en la mayoría de los casos establecida y formulada en la legislación) con los medios de producción, por su papel en la organización social del trabajo, y, en conse­cuencia, por las dimensiones de la parte de riqueza social de que disponen y la manera de adquirirla. Las clases son grupos de pobla­ción, uno de los cuales puede apropiarse del trabajo de otro debido a los diferentes lugares que ocupan en un determinado sistema de economía social." Véase " U n gran comienzo", en Obras escogidas, vol. 29.

Todas las citas son del artículo de Freyhold "The post-colonial State". Para un enfoque distinto de los de Nabudere y Freyhold, véase Said Salum, "The Tanzanian State: A critique", Monthly Review,. vol. 28, enero de 1977, p. 51-57. Nueva York, Monthly Review Press.

" U n a caricatura del marxismo...", op. cit.

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£1 sistema mundial

Los estados en la vorágine institucional de la economía mundial capitalista

Immanuel Wallerstein

Las palabras suelen ser enemigas de la comprensión y el análisis. Nuestra termi­nología procura captar una realidad dinámica, y tendemos a olvidar que ésta cambia a medida que la apresamos, e incluso a consecuencia de ello. L o que es más , tenemos tendencia a olvidar que otros fijan la realidad en forma distinta, recurriendo no obstante para ello a las mismas palabras. Pero no podemos hablar sin palabras; más aún: no podemos siquiera pensar sin ellas.

¿Dónde encontrar entonces la vía media, la transacción válida, la expresión operacional de una metodología dialéctica? A mi juicio, la mejor manera sería concibiendo conjuntos provisionales a largo plazo y en gran escala dentro de los cuales los conceptos tuvieran sentido. Estos conjuntos han de tener cierto derecho a una integridad y autonomía relativas en el espacio y en el tiempo. H a n de tener duración y amplitud suficientes c o m o para escapar al nominalismo conceptual y han de ser a la vez suficientemente breves y pequeños c o m o para escapar a la abstracción universalizadora ahistórica. Y o llamaría a esos conjuntos "sistemas históricos", un nombre que alude, a sus dos cualidades esenciales.- Se trata de conjuntos integrados, es decir, compuestos de partes relacionadas entre sí, y por lo tanto, en cierto sentido, sistemáticos y de pautas comprensibles. Son sistemas con historia, es decir, génesis, desarrollo histórico, y fin (destrucción, desintegración, transformación, Aufhebung).

Opongo este concepto de sistema histórico al concepto m á s usual de sociedad (o formación social que, según creo, se utiliza más o menos c o m o sinónimo). Cierto es que se podría dar al término sociedad el mismo significado que estoy dando a la expresión sistema histórico y, en tal caso, sólo se trataría de la elección del símbolo formal. Pero, de hecho, el término sociedad suele utilizarse indiscri­minadamente para referirse a los estados (y cuasi estados) modernos, a los anti­guos imperios, a tribus supuestamente autónomas y a toda suerte de otras

Immanuel Wallerstein es profesor de sociologia y director del Fernand Braudel Center for the Study of Economics, Historical Systems and Civilizations en la State University of New York, Binghamton, N.Y. 13901, Estados Unidos de América. Es autor de varias publicaciones, entre e/fas The M o d e r n World-System (vol 1,1974; vol. II, 1980) y The Capitalist World-Economy (1979),

Rev. int. de cieno, soc, vol. X X X I I (1980), n." 4

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816 Immanuel Wallerstein

estructuras políticas (o culturales que aspiran a ser políticas). Y esta agrupación da por sentado lo que falta demostrar: la dimensión política es la que unifica y marca los cauces de la acción social.

Si las delimitaciones que se trazan en todas las formas concebibles —procesos integrados de producción, pautas de intercambio, jurisdicción política, coherencia cultural, ecología— fueran siempre (o siquiera por lo general) sinónimos (o si se superpusieran en gran parte), al menos en la práctica no habría problema. Pero es un hecho empíricamente comprobado que no ha sido así en los últimos 10 000 años de la historia de la humanidad. Debemos por tanto elegir entre varios criterios posibles para definir nuestro ámbito de acción social, nuestras unidades de análisis. Ello puede discutirse en términos de declaraciones filosóficas a priori y en tal caso mi enfoque es materialista. Pero también se puede aplicar un enfoque heurístico: ¿qué criterio permitirá englobar el mayor porcentaje de acción social, en el sentido de que un cambio de parámetro afectará más inmediata y más profun­damente el funcionamiento de los otros elementos del conjunto?

Creo que se puede sostener que los procesos integrados de producción constituyen este criterio heurístico, y lo utilizaré para determinar los límites que circunscriben un "sistema histórico" concreto, entendiendo por ello un conjunto empírico de tales procesos de producción integrados con arreglo a una serie determinada de normas cuyos agentes humanos interactúan de algún m o d o "orgánico", de forma que los cambios en las funciones de cualquier grupo o en los límites del sistema histórico deben seguir ciertas reglas para que la super­vivencia de la entidad no se vea amenazada. Es lo que entendemos cuando usamos otras expresiones, c o m o economía social o división social específica del trabajo. Indicar que un sistema histórico es orgánico no equivale a afirmar que es una máquina sin rozamientos. Todo lo contrario: los sistemas históricos están acosados por contradicciones y llevan en sí mismos los gérmenes de los procesos que, con el tiempo, han de destruirlos. Pero esto también está en consonancia con la metáfora de lo "orgánico".

Este largo prefacio abre un análisis coherente de la función de los estados en el m u n d o moderno. Creo que gran parte de nuestra discusión colectiva se ha visto trabada por la palabra Estado, usada transhistóricamente para designar toda estructura política dotada de un mecanismo de autoridad (un dirigente o un grupo o grupos dirigentes, y personal ejecutivo encargado de hacer cumplir la voluntad de esa entidad dirigente). N o sólo partimos de la base de que lo que llamamos estados en el siglo xx guarda cierta analogía con lo que llamamos Estado, por ejemplo, en el siglo x, sino que, de un m o d o aún m á s fantástico, procuramos con frecuencia establecer líneas de continuidad histórica entre dos de esos estados —con el mismo nombre o situados, en términos geográficos generales, en el mismo territorio— uno de los cuales se considera continuación del otro porque los estudiosos acumulan similitudes en el idioma hablado, en las cosmologías profesadas o en los genes transmitidos.

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Los estados en la vorágine institucional de la economía mundial capitalista

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L a economía del m u n d o capitalista constituye u n o de esos sistemas histó­ricos. E n m i opinión, surgió en Europa en el siglo xvi. E s u n sistema basado en la tendencia a acumular capital, en el condicionamiento pob'tico de los niveles de los precios (del capital, de los productores básicos y del trabajo), y en la pola­rización constante de clases y regiones (centro/periferia) a través del tiempo. El sistema se desarrolló y se extendió de m o d o tal que en los siglos subsiguientes pasó a englobar al m u n d o en su totalidad. H a llegado actualmente a u n punto en que, c o m o resultado de su evolución contradictoria, está en prolongada crisis1.

El desarrollo de la economía mundial capitalista ha aparejado la creación de todas las instituciones principales del m u n d o m o d e r n o : las clases, los grupos étnicos/nacionales, las unidades familiares y los estados. Todas estas estructuras no son anteriores sino posteriores al capitalismo; son consecuencias y n o causas. Por otra parte, estas diversas instituciones se crean recíprocamente. Las clases, los grupos nacionales/étnicos y las unidades familiares están definidos por el Estado, a través del Estado, en relación con el Estado y a su vez crean al Estado, le dan forma y lo modifican. Constituyen u n a vorágine estructurada de m o v i ­miento constante cuyos parámetros pueden medirse a través de las regularidades repetidas, mientras que las constelaciones detalladas son siempre únicas.

¿ Q u é significa decir que ha nacido u n Estado? E n u n a economía mundial capitalista, el Estado es una institución cuya existencia se define en relación con otros estados. Sus fronteras están m á s o m e n o s claramente delimitadas. Su grado de soberanía jurídica puede variar entre total y nula. Su poder real para controlar las corrientes de capital, productos básicos y m a n o de obra a través de sus fronteras puede ser m a y o r o m e n o r . L a posibilidad real de las autoridades centrales de hacer cumplir sus decisiones por los grupos que actúan dentro de las fronteras del Estado puede ser m a y o r o m e n o r . L a capacidad de las autoridades estatales para imponer su voluntad en zonas situadas fuera de las fronteras del Estado puede ser también m a y o r o m e n o r .

Varios grupos instalados dentros y fuera o a horcajadas de las fronteras de u n Estado procuran constantemente acrecentar, conservar o reducir el poder del Estado en todas las formas anteriormente mencionadas. Estos grupos procuran cambiar esas constelaciones de poder porque consideran que, en cierto m o d o , los cambios mejorarán las posibilidades de que ese grupo determinado saque directa o indirectamente provecho de las operaciones del mercado mundial. El Estado es el intermediario institucional m á s conveniente para establecer restric­ciones en el mercado (cuasi monopolios, en el sentido m á s amplio de la expresión) en favor de determinados grupos.

El desarrollo histórico de la economía mundial capitalista, que había empezado con entidades relativamente amorfas, dio por resultado la creación de u n n ú m e r o cada vez m a y o r de estados que operan dentro del sistema inter­estatal. Sus fronteras y sus derechos formales han sido definidos con una claridad cada, vez m a y o r (que culmina en la estructura contemporánea del derecho

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internacional en el ámbito de las Naciones Unidas. También se han definido cada vez m á s claramente las modalidades y los límites de las presiones de los grupos en las estructuras del Estado (en él sentido tanto de los límites de tales presiones establecidos por ley, c o m o de la organización racional por grupos para trascender esos límites).

N o obstante, a pesar de lo que podría llamarse el perfeccionamiento de esta red institucional, tal vez pueda afirmarse que la continuidad relativa de poder de estados m á s fuertes y más débiles ha permanecido relativamente incam-biada durante 400 años. Ello no quiere decir que los mismos estados sigan siendo fuertes o débiles, sino que siempre ha habido una jerarquía de poder entre los estados, sin que en ningún m o m e n t o haya existido un Estado cuya hegemom'a haya sido totalmente indiscutida (aunque hayan existido, en periodos determi­nados, hegemonías relativas).

Se han planteado varias objeciones a esta forma de describir al Estado moderno, su génesis y su funcionamiento. Cuatro críticas parecen ser las m á s frecuentes y m á s dignas de análisis.

Se sostiene en primer término que esta concepción del Estado es demasiado instrumental, que convierte al Estado en un mero instrumento consciente de grupos activos, sin vida ni integridad propias, sin una base intrínseca de apoyo social.

A mi juicio, este argumento se basa en una confusión con respecto a las instituciones sociales en general.. U n a vez creadas, todas las instituciones sociales, incluidos los estados, tienen vida propia en el sentido de que muchos grupos diferentes las utilizarán, las apoyarán o las explotarán por motivos diversos (y aún contradictorios). Por otra parte, las instituciones bastante importantes y estructuradas c o m o para disponer de personal permanente generan por eso m i s m o grupos de personas —las burocracias de tales instituciones— que tienen un interés socioeconómico directo en que la institución subsista y prospere c o m o tal, independientemente de las premisas ideológicas en que se basa y de los intereses de las principales fuerzas sociales que la sustentan.

N o obstante, el problema no consiste en saber quién ejerce alguna influencia en las decisiones de un mecanismo estatal, sino quién ejerce una influencia crítica o decisiva, y cuáles son los problemas clave por los que se lucha en términos de política estatal. A nuestro juicio, esos problemas son los siguientes: a) las normas que rigen las relaciones sociales de la producción, que afectan seriamente la asignación de la plusvalía; y b) las normas que rigen, dentro y a través de las fronteras, la circulación de los factores de producción capital, productos básicos y trabajo, que tienen influencia decisiva en las estructuras de precios del mercado. Si se cambia la asignación de la plusvalía y las estructuras de precios del mercado, se modifica también la competitividad relativa de determinados productores, y, en consecuencia, el nivel de sus ganancias.

El Estado es quien dicta esas normas, y los estados son fundamentalmente

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Los estados en la vorágine institucional 819 de la economia mundial capitalista

los que intervienen en el proceso de otros estados (más débiles) cuando éstos últimos procuran dictar las normas que les convienen.

La segunda objeción a esta forma de análisis es que pasa por alto la realidad de las continuidades tradicionales, ocultas en las conciencias operativas de los grupos. Tales conciencias en verdad existen y son m u y poderosas, pero ¿son acaso continuas? N o lo creo, y m e parece que un simple vistazo a la realidad empírica permitirá confirmar mi opinión. L a historia de los nacionalismos, una de las formas notorias de tales conciencias, demuestra que, todas las veces que surgen movimientos nacionalistas, crean una conciencia, hacen renacer (incluso inventan parcialmente) lenguajes, acuñan nombres y hacen hincapié en prácticas consuetudinarias que establezcan una distinción entre su propio grupo y los demás. L o hacen en nombre de algo que, según sostienen, siempre ha existido, pero en muchos casos (si no por regla general), deben forzar la interpretación de las pruebas históricas de un m o d o que todo observador desinteresado consideraría parcial. Ello puede afirmarse no sólo de las llamadas naciones nuevas del siglo xx2, sino también de las naciones viejas3.

Es evidente asimismo que las declaraciones ideológicas sucesivas alrededor de un nombre determinado —lo que significa, lo que constituye su tradición— no son continuas ni siempre iguales. Cada versión sucesiva se puede explicar con arreglo a la política de la época, pero el hecho de que sean tan grandes las varia­ciones de estas distintas versiones demuestra que la afirmación de continuidad no puede considerarse más que c o m o una pretensión de un grupo interesado. Son arenas movedizas que no pueden servir de fundamento a un análisis del funcio­namiento político de los Estados.

El tercer argumento que se opone a esta forma de análisis es que hace caso omiso de la posición central de la lucha de clases, cuya existencia se da implíci­tamente por sentada dentro de una entidad determinada llamada sociedad o formación social, que a su vez explica la estructura del Estado.

Si utilizamos empero la palabra clases para designar grupos que se definen por la posición de sus integrantes en relación con el m o d o de producción, tenemos que examinar para determinar quiénes constituyen esas clases, la realidad de toda la serie de procesos integrados de producción. Los límites de estos procesos son evi­dentemente mucho más amplios que los de los estados; ni siquiera los agolpa­mientos parciales de los procesos de producción suelen coorresponder a los límites de los estados. N o hay por lo tanto motivo alguno a priroi para suponer que las clases estén circunscritas en algún sentido objetivo por los límites de un Estado.

Ahora bien, cabe sostener que, históricamente, esa conciencia de clase tendió, por motivos que analizaremos más adelante, a adoptar una forma nacional. Pero el hecho de que así sea no demuestra que la percepción analítica sea correcta. Por el contrario, esté hecho de la forma nacional de conciencia de clases que trasciende las fronteras de los estados llega a ser uno de los principales factores que explican el m u n d o moderno.

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820 Immanuel Walterstein

Se dice por último que esta forma de análisis pasa por alto el hecho de que los estados m á s ricos no son los más fuertes, sino que tienden a ser relativamente débiles. Pero esto implica una percepción errónea de lo que constituye la fuerza de los meca­nismos estatales. Es confundir una vez m á s la ideología con la realidad analítica.

Algunos mecanismos estatales tratan de imponer el concepto de un Estado fuerte. Procuran limitar la oposición e imponer decisiones a los grupos internos; son agresivos frente a los grupos externos. Pero lo importante es el éxito de la afirmación del poder, no la fuerza de la intención. Sólo es preciso suprimir la oposición allí donde realmente existe. Los estados que comprenden estratos relati­vamente m á s homogéneos (debido a la desigualdad en la distribución de las fuerzas de las clases en la economía mundial) pueden lograr por consenso lo que otros pretende lograr (tal vez sin conseguirlo) con m a n o de hierro. Los empre­sarios económicamente fuertes en el mercado no necesitan ayuda estatal para crear privilegios de monopolio, si bien pueden necesitar ayuda del Estado para oponerse a que otros empresarios logren, en otros estados, privilegios de m o n o ­polio que vulnerarían sus intereses.

Sostenemos pues que los estados son instituciones creadas que reflejan las necesidades de las fuerzas de las clases que actúan en la economía mundial. Pero no se crean en el vacío, sino en el marco de un sistema interestatal. D e hecho, este sistema interestatal es el marco dentro del cual se definen los estados. La carac­terística específica del Estado moderno, que lo distingue de otras organizaciones políticas burocráticas es el hecho de que los estados del m u n d o capitalista existen en el marco de un sistema interestatal. E n este sistema interestatal hay una serie de cortapisas que limitan las posibilidades de adoptar decisiones de cada uno de los mecanismos estatales, incluidos los m á s fuertes. La ideología del sistema proclama la igualdad soberana pero, en realidad, los estados no son ni iguales ni soberanos. Los estados tratan de imponer a otros estados —no sólo los fuertes a los débiles, sino los fuertes a otros igualmente fuertes— limitaciones en sus m o d a ­lidades de comportamiento político (y por ende militar) e incluso, lo que es aún m á s notable, limitaciones a su capacidad de influir en la ley del valor en que se basa el capitalismo. Estamos tan acostumbrados a observar todo lo que hacen los estados para desafiar a otros estados que no nos detenemos a reconocer que, en realidad, no es m u c h o .

Estamos tan acostumbrados a pensar que el sistema interestatal raya en la anarquía que no apreciamos hasta qué punto está regido por normas. Cierto es que esas normas se infringen continuamente, pero debemos tomar en cuenta las consecuencias y los mecanismos que entran en juego para obligar a los estados infractores a introducir cambios en sus políticas. También, en este caso, debemos prestar menos atención al ámbito evidente del comportamiento político y m á s al ámbito menos observado del comportamiento económico. E n el sistema interestatal del siglo xx la historia de los estados con partidos comunistas en el poder es una prueba notoria de la eficacia de tales presiones.

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Los estados en la vorágine institucional de la economia mundial capitalista

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Los procesos de producción de la economía del m u n d o capitalista se basan en una relación o antinomia central, la del capital y el trabajo. Las operaciones del sistema limitan cada vez más las opiniones de los individuos (o mejor dicho, de las unidades familiares), obligándolas en una u otra forma a participar en el proceso laboral, ya sea c o m o contribuyentes a la plusvalía o c o m o receptores.

Los estados han desempeñado un papel fundamental en la polarización de la población en dos categorías: la burguesía, que vive de la plusvalía de la que se apodera y el proletariado que es despojado de ella. Para comenzar los estados crearon los mecanismos jurídicos que no sólo permitieron o incluso facilitaron la apropiación de la plusvalía, sino que protegieron los resultados de esa apropiación sancionando el derecho de propiedad. Crearon, luego, las instituciones para asegurar la socialización de los niños en los roles adecuados.

A medida que las clases fueron adquiriendo existencia objetiva, una respecto de la otra, procuraron alterar (o conservar) su poder desigual de negociación. Para ello, tuvieron que crear instituciones adecuadas, destinadas a influir en las decisiones del Estado, que terminaron siendo en gran parte instituciones perma­nentes creadas dentro de las fronteras estatales, que contribuyeron a dar mayor firmeza a las estructuras estatales a nivel mundial.

Esto ha llevado a profundas ambivalencias en su autopercepción y, en consecuencia, a un compartamiento político contradictorio. Tanto la burguesía como el proletariado son clases que se formaron en una economía mundial y, cuando hablamos de una posición objetiva de clase, nos referimos necesariamente a clases de esa economía mundial. Si bien la burguesía fue la primera que adquirió conciencia de clase, seguida más tarde por el proletariado, el definirse a sí mismas c o m o clases mundiales tuvo para ambas ventajas e inconvenientes.

La burguesía, tratando de defender su interés de clase, el acrecentamiento al máximo de las ganancias a fin de acumular capital, trató de dedicarse a sus actividades económicas de la manera que le pareció más conveniente, sin limita­ciones impuestas por la ubicación geográfica o consideraciones de carácter político. Así, por ejemplo, en los siglos xvi y xvn, los empresarios holandeses, ingleses o franceses solían "comerciar con el enemigo" en tiempo de guerra, incluso en armamentos. Y era frecuente que los empresarios cambiaran de domicilio y de nacionalidad para poder obtener mayores ganancias. La burguesía reflejaba entonces, c o m o ahora, esta percepción de sí misma en la tendencia hacia un estilo cultural mundial: en el consumo, el lenguaje, etc. N o obstante, también era verdad entonces, c o m o lo es ahora, que la burguesía, por irritada que estuviera ante las limitaciones que por determinados motivos y en ciertos momentos le imponían ciertas autoridades del Estado, también necesitaba recurrir a meca­nismos estatales para reforzar su posición en el mercado frente a sus competidores y protegerse frente a las clases trabajadoras. Esta circunstancia implicó que las diversas fracciones de la burguesía mundial tuviesen interés en definirse c o m o burguesías nacionales.

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822 Immanuel Wallerstein '

L o mismo puede decirse del proletariado. Por una parte, al ir adquiriendo conciencia de clase, reconoció que el objetivo básico de su organización debía ser la unidad de los proletarios en su lucha. N o fue por azar que El manifiesto comunista proclamó: "¡Trabajadores del m u n d o ; unios!" Era evidente que, preci­samente, el hecho de que la burguesía operase en el ámbito de la economía mundial y pudiera transferir (y de hecho transfiriera) los lugares de producción cada vez que le convenía hacerlo, implicaba que, para ser realmente eficaz, la unidad del proletariado debía lograrse a nivel mundial. Y , sin embargo, sabemos que la unidad del proletariado a nivel mundial nunca ha sido realmente eficaz (su mayor fracaso tuvo lugar durante la primera guerra mundial, cuando la Segunda Internacional no logró mantener una posición antinacionalista). L a razón es m u y sencilla. Los mecanismos de que más fácilmente se dispone para mejorar las condiciones relativas de los sectores de la clase obrera son los meca­nismos estatales, y la organización política del proletariado casi siempre ha adop­tado la forma de organizaciones nacionales. Por otra parte, esta tendencia no se ha ido debilitando, sino que por el contrario, se ha ido reforzando con los éxitos que han logrado estas organizaciones al alcanzar parcial o totalmente el poder estatal.

Llegamos así a una anomalía curiosa: tanto la burguesía como el proleta­riado expresan su conciencia de clase en un ámbito que no refleja su función económica objetiva. Sus intereses son función de las operaciones de una economía mundial y procuran fomentarlos influyendo en los mecanismos estatales que, de hecho, sólo tienen un poder limitado (aunque real) para influir en las opera­ciones de esa economía mundial.

Esta anomalía es la que ejerce constantemente presión sobre las burguesías y los proletariados y los lleva a definir sus intereses c o m o grupos de status. El grupo de status más eficaz del m u n d o moderno es la nación, puesto que la nación se arroga el derecho moral de controlar una determinada estructura estatal. E n la medida en que una nación no es un Estado, existe la posibilidad de que surja y se desarrolle un movimiento nacionalista. Evidentemente no hay una esencia llamada nación que da ocasionalmente nacimiento a un movimiento nacionalista. Por el contrario, el movimiento nacionalista es el que crea la entidad llamada nación, o al menos procura crearla. E n las múltiples circunstancias en que no puede disponerse de un nacionalismo al servicio de los intereses de clase, la soli­daridad de los grupos de status puede cristalizar alrededor de otros polos: religión, raza, idioma u otras pautas culturales particulares. Las solidaridades de los grupos de status hacen menos visible la anomalía de la organización o la consciência de clase nacional y relajan por ende las tensiones inherentes a las estructuras contradictorias. Pero también pueden, c o m o es natural, confundir la lucha dé clases. E n la medida en que una conciencia étnica particular lleva por lo tanto a consecuencias que ciertos grupos clave consideran intolerables, vemos resurgir organizaciones de clase manifiestas o, si ello supone una tensión demasiado grande, vemos surgir nuevas solidaridades de grupos de status (en los que los límites se

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Los estados en la vorágine institucional de la economía mundial capitalista

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trazan de otra manera). Esos segmentos particulares de la burguesía mundial 0 del proletariado mundial que pueden pasar, por ejemplo, de un movimiento panturco a un movimiento panislámico, un movimiento nacional y un movimiento de clases en el lapso de varios decenios, no reflejan la inconsistencia de la lucha sino las dificultades para marcar un rumbo que pueda salvar la antinomia: clases objetivas de la economía mundial/clases subjetivas de una estructura estatal.

Por último, los átomos de las clases (y de los grupos de status), las unidades familiares que suman los ingresos de sus componentes no sólo se moldean y vuelven a moldearse constantemente por las presiones económicas objetivas de la dinámica de la economía mundial, sino que son regular y deliberadamente manipulados por los estados que procuran determinar (alterar) sus límites con arreglo a las necesidades del mercado del trabajo y así c o m o las corrientes y tipos de ingresos que pueden, de hecho, sumarse. Las unidades familiares por su parte pueden afirmar sus propias solidaridades y prioridades y resistir las presiones, menos eficazmente por medios pasivos y más eficazmente cuando logran crear las solidaridades de clase y de grupos de status de las que acabamos de hablar.

Todas estas instituciones —estados, clases, grupos de status étnicos/ nacionales, unidades familiares— forman en su conjunto una vorágine institu­cional que es a la vez el producto y el aliento moral de la economía mundial capitalista. Lejos de ser esencias primordiales y preexistentes, son existencias dependientes y concomitantes. Lejos de estar segregadas y de ser separables, están indisociablemente conectadas en formas complejas y contradictorias. Lejos de que una de ellas determine a las demás, cada una de ellas es en cierto sentido un avatar de la otra. ,„, , . , , , . , , ..

[Traducido del ingles]

Notas

1 Desarrollé detenidamente estas tesis en The Modern de 'ser nigeriano' es un concepto nuevo. Pero World-System, Nueva York, Academic Press parecería que la noción de ser 'yoruba' no (vol. 1,1974; vol. II, 1980) y en The Capitalist es mucho más antigua. Por lo que usted dice, World-Economy, Cambridge, Cambridge Uni- , no hay prueba alguna de que los subditos del versity Press, 1979. reino de O y ó —¿o del anterior sistema estatal

2 E n 1956, Thomas Hodgkin escribió lo siguiente en basado en Ife?— utilizaran u n nombre común una carta a Saburi Biobaku (Odù, n.° 4, para designarse a si mismos, aunque es posible 1957, p. 42): " M e ha impresionado su decía- que lo hayan hecho." ración de que el uso del tórmino 'yoruba' para 3 E n Santa Juana de George Bernard Shaw, el Noble referirse a todo el conjunto de pueblos que se exclama lo siguiente : "¡Un francés! ¿De consideran hoy yoruba (frente a la simple dónde sacó usted ese término? ¿Acado estos designación de pueblos oyó) se debía en gran borgoñones y bretones y picardos y gascones parte a la influencia de la misión anglicana en están empezando a llamarse franceses, asi Abeokuta, y a su labor de elaboración de un como nuestros hombres están empezando a idioma 'yoruba' común basado en el lenguaje llamarse ingleses? Hablan realmente de Fran-

. oyó hablado. M e parece un ejemplo suma- cia y de Inglaterra c o m o de sus respectivos mente interesante de la forma en que las países. ¡Como si fueran de cllosl ¿Qué va a influencias occidentales han contribuido a ser de mí y de usted si tal manera de pensar estimular u n nuevo tipo de sentimiento na- se pone de moda?" cional. Todo el m u n d o reconoce que la noción

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El Estado y el sistema mundial

Silviu Brucan

El Estado es, hoy por hoy, un concepto central en las ciencias sociales, y autores de diversas escuelas de pensamiento sostienen que toda ciencia política se reduce, en última instancia, al estudio del Estado. Y sin embargo, es tan poca la atención que se le ha prestado en las últimas décadas que tiene uno a veces la impresión de que el Estado fuese un Leviatán dormido al que no afecta nada de lo que en el m u n d o ocurre.

Para valemos de una categorización actual (de la que se ha abusado mucho) , mientras que en occidente el concepto de Estado ha quedado anegado en el genérico y harto evanescente de "sistema político", en el este los apologistas del socialismo real han evitado, por razones obvias, abordar el tema del Estado real. Saltando por encima de esa categorización'artificiosa, hay marxistas occiden­tales con tanta fe en el fiat electoral que han llegado a creer que el Estado, que tan fielmente ha servido a la burguesía, podría servir igualmente a la causa de una revolución contra ella. Dicho de otra manera, nos enfrentamos por doquier con la conocidísima tendencia a adaptar la teoría a las conveniencias de los políticos.

Se hace, pues, necesario replantear la teoría básica de Marx sobre el Estado, ver hasta qué punto es válida todavía y revisarla a la luz de los cambios aconte­cidos tanto en las ciencias sociales c o m o en la realidad social. Hallaremos así que el Estado ha sufrido modificaciones significativas tanto en papel c o m o en funciones; diría yo que incluso algunos de los supuestos básicos sobre los que se formuló la teoría marxista del Estado requieren una revisión completa, empezando por sus orígenes.

Por mi parte sostengo que los tipos de Estado que hoy existen en el m u n d o están en buena medida configurados por el contexto internacional. A decir verdad, los cambios más recientes en las actividades y el comportamiento de los estados

Silviu Brucan es profesor de ciencias sociales en la Universidad de Bucarest, Rumania. Ex-embajador rumano en Washington y las Naciones Unidas, ha publicado en inglés dos obras que constituyen contribuciones a la teoría marxista en el estudio de las relaciones internacionales: T h e Dissolution of Power (1971) y T h e Dialectic of World Politics (1978). En la actualidad trabaja sobre los modelos institucionales necesarios para la instauración de un nuevo orden mundial.

Rev. int. de clenc. soc., vol. X X X I I (1980), n.» 4

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El Estado y el sistema mundial 825

han sido determinados externamente, es decir desde el sistema mundial, m á s que desde procesos y conflictos de clases interiores.

Las teorías clásicas sobre el Estado se elaboraron en la época en que los estados europeos funcionaban c o m o sistemas sociales autónomos cuyas deci­siones se fraguaban principalmente desde dentro. El sistema social global era la sociedad nacional. Jean Bodin, Thomas Hobbes y Niccolo Machiavelli, los funda­dores de la ciencia política moderna, consideraban el Estado c o m o poder supremo dentro de su territorio; las decisiones más importantes se justificaban c o m o "raison d'État". También M a r x tomó c o m o base la sociedad nacional y en este contexto describió las contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones de producción, entre base económica y superestructura política, y la lucha de clases por medio de la cual el proletariado debe aspirar a constituir él mismo ¡a nación a fin de adquirir la hegemonía política1. Aunque fue M a r x el primero en descubrir el mecanismo de la expansión del capitalismo a escala mundial, sus escritos reflejan empero una edad histórica en que eran las potencias europeas las que dominaban en los asuntos mundiales; la estructura y las funciones del Estado venían esencial­mente dictadas por las fuerzas y las necesidades nacionales. Esto se hace patente en el enfoque exclusivo de M a r x y de Engels sobre el desarrollo interno de la sociedad para explicar el origen y la evolución del Estado. El modelo que M a r x tuvo presente al formular su teoría del sistema capitalista fue Inglaterra; baste con reseñar que fue el Fondo Monetario Internacional el que determinó los topes esenciales del presupuesto del Reino Unido para 1977 (Junt° con el de Italia) para ilustrar hasta qué punto inciden hoy fuerzas externas sobre las deci­siones de los estados.

E n realidad, m e propongo demostrar que actualmente nos hallamos en un periodo de transición en la historia de las relaciones internacionales: transición ésta que va del sistema internacional que surgió con la expansión del capitalismo y la formación de los estados nacionales en Europa, a la aparición del sistema mundial. Mientras que en el primero son preponderantes y decisivas las aporta­ciones de los estados nacionales en la configuración del sistema y determinación de su comportamiento, en el segundo será el efecto inverso del sistema mundial el que se imponga sobre sus subsistemas, ajustándolos a todos a su ritmo. E n esta perspectiva contemporánea voy a intentar revisar la teoría de M a r x sobre el Estado.

L a génesis del Estado

Cuándo, c ó m o y.por qué apareció el Estado c o m o institución política siguen siendo por el m o m e n t o cuestiones controvertidas. Profundamente implicados en ello hay no pocos intereses teóricos e ideológicos. Pues el saber sobre las condiciones de su aparición es esencial para determinar la clase de marco teórico

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que se va a utilizar en el análisis del carácter y las funciones del Estado. Y no menos importante resulta este saber para especular sobre cuándo y c ó m o puede el Estado desaparecer o ser abolido.

Gracias a la enorme labor de investigación en el campo de la antropología política llevada a cabo en la primera mitad de este siglo ha sido posible un examen detallado de las circunstancias históricas, o quizá fuera mejor decir prehistóricas. Por la época en que tal investigación se hallaba en sus inicios y Lewis Morgan escudriñaba la organización social de los iroqueses y otros aborígenes norteame­ricanos, Friedrich Engels basaba sus famosas conclusiones sobre los orígenes del Estado en los descubrimientos de Morgan. Su tesis clásica era que la escisión de la sociedad primitiva en clases necesitaba "una institución que estampara el sello del reconocimiento social general sobre cada nuevo método de adquirir bienes y de amasar con ello fortuna a un ritmo acelerado; una institución que perpetuara no sólo esta creciente división de la sociedad en clases, sino también el derecho de la clase poseyente a explotar a las desposeídas, así c o m o el dominio de aquélla sobre éstas. Y dicha institución llegó. Acababa de inventarse el Estado"2.

Sin embargo, las fuentes de información antropológica de que disponía Engels eran escasas y de alcance limitado. Hasta los decenios de 1920 y 1930 no se extendió la investigación a las sociedades primitivas de África, Asia, América Latina y Polinesia y no alcanzó la antropología política su mayoría de edad3. N o quiere esto decir que todas las respuestas halladas desde que se emprendió esta vasta labor de investigación lo hayan sido sin un marco conceptual y unas directrices teóricas esenciales1. L o cual puede m u y bien explicar la razón de que la principal tendencia haya consistido en estudiar cada grupo desde el punto de vista de su singularidad, antes que en averiguar qué formas básicas de actividad impuso la necesidad en todas partes—pese a la diversidad de condiciones— y hubieron de desarrollarse c o m o requisitos previos indispensables para la existencia de la sociedad humana5 . E n esta dirección vamos a encaminar, pues, nuestro análisis.

Para empezar, toda visión genésica de la organización política debe contar con el hecho de que la anarquía primigenia no pudo florecer súbitamente en u n Estado entero y verdadero que reclamase el dominio absoluto dentro de sus límites territoriales y ejerciese las numerosas funciones ya mencionadas. Mientras que generalmente se acepta la suposición de que, en un principio, vivieron durante m u c h o tiempo los hombres en pequeñas bandas o poblados, hacia el año 5000 A.c . estas unidades aisladas comenzaron a fundirse en grupos más amplios: tribus, luego federaciones tribales y, en algunas regiones, reinos m u y centralizados o imperios. Aunque esta pauta evolutiva se viera afectada en diversas zonas y continentes por condiciones geográficas o ecológicas específicas, fue siempre, con todo, fundamental.

Las limitaciones tecnológicas, es decir la incapacidad para producir allende el nivel de subsistencia, empujaban hacia la autonomía, mientras que el desa-

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El Estado y el sistema mundial 827

rrollo de la agricultura y la primera división del trabajo se traducían en un exce­dente de bienes y una acumulación de riqueza que a la postre solían conducir a la formación de una clase superior; esta transformación interna estimulaba a su vez los intercambios económicos intertribales, la guerra por la consecución de tierras y esclavos, la conquista y la anexión por el vencedor de las tribus y pueblos derrotados. A m b o s procesos —la transformación interna y la agregación de tribus en unidades más amplias— exigían una institución política fuertemente centralizada, o sea un Estado que estableciese la dominación y el control de la nueva comunidad por la clase superior, la recaudación de impuestos y la creación de fuerzas militares6.

Engels sólo acentúa el carácter clasista del Estado, centrándose exclusi­vamente en la transformación interior. Sin embargo, uno de los hechos funda­mentales de la sociedad tribal radica en las dos tendencias contrapuestas que hacen necesaria la agregación étnica, antes que la de clase social: el efecto centrífugo de la autonomía y la dispersión territorial, por un lado, y el imperativo centrípeto de unidad y consolidación para hacer frente a la competición externa por el otro. Y es sólo la política la que zanja el problema, ya que únicamente el poder político, es decir el Estado, es capaz de dominar las tendencias autónomas y la dispersión territorial, forjando así la nueva comunidad más extensa. E n la medida en que un grupo social perdía su autonomía y era incorporado en una unidad mayor, el ejercicio de la fuerza era secuela inevitable de la acción política, lo cual exigía que el Estado montase algún tipo de organización militar.

C o m o he documentado en otro trabajo7, los descubrimientos antropoló­gicos m e llevaron a la conclusión de que la esfera de la política se inició siempre allí donde la del parentesco concluía. Dicho de otra manera, desde el momen to en que las relaciones de consanguinidad dejaban de ser un factor de regulación social en la sociedad primitiva, surgía la política c o m o fuerza organizadora e integradora.

C o n la escisión de la sociedad primitiva en clases y la agregación de tribus en unidades mayores, adquiría la política una nueva dimensión: se creaba el Estado como instrumento de dominación de clase y c o m o organizador y forjador de la nueva comunidad.

Hago breve mención de estos aspectos de la sociedad primitiva simplemente para puntualizar que el origen del Estado debe relacionarse con ambos tipos de agregación humana —etnicidad y clases— y con la dinámica generada en su comportamiento por la desigualdad de clases y la competición exterior. Estoy convencido de que esta aclaración teórica es esencial si hemos de abordar correc­tamente el análisis de la Nación-Estado moderna.

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La Nación-Estado

E n los estudios internacionales, el Estado es un concepto demasiado abstracto e inanimado a menos que lo llenemos con el componente nacional. Enseña la experiencia que no basta con mencionar la forma del Estado, decir que es auto­ritario o democrático, capitalista o socialista; para entender su comportamiento exterior hay que añadir si es francés o americano, ruso o chino, chileno o vietna­mita. Sólo entonces puede uno proceder al análisis.

Así pues, el de Nación-Estado es un concepto más adecuado a las condiciones del m u n d o actual: empareja al Estado con su componente nacional y viceversa. Por mucho que piense, m e es bastante difícil hallar otro concepto más significativo y ventajoso para explicar pautas de comportamiento, orientaciones y opciones, políticas y estrategias en la palestra del m u n d o . E n consecuencia, encuentro que la relación entre Nación y Estado es un nexo conceptual mucho más útil en los estudios internacionales que el vínculo entre Estado y sociedad, que parece más apropiado para el estudio de las políticas nacionales.

Y sin embargo, son muchos los autores que cuestionan la pertinencia de la Nación-Estado hoy en día. Sostienen que la revolución tecnológica ha conver­tido a la Nación-Estado en una entidad obsoleta, que las naciones-estados están siendo cada vez más "penetradas" e "impregnadas" por una sistemática intru­sión extranjera y que el enorme crecimiento de las sociedades multinacionales señala el "fin del estado". Los que rebaten estas opiniones alegan que la Nación-Estado es todavía el principio motor en la escena internacional y que el nacio­nalismo es más fuerte que nunca.

N o porque prefiramos el justo medio, sino más bien porque estimamos que debe contarse con ambos fenómenos como realidades de la vida internacional, creemos que sólo un enfoque dialéctico puede proporcionar la clave.

Teniendo esto en cuenta, propongo operar a dos niveles de análisis —el nacional y el mundial— y ver luego cómo se interfieren mutuamente y cuál de los dos gana terreno.

Clases, Estado y política exterior

L a cuestión más relevante por lo que a la Nación-Estado se refiere es el papel de la clase dominante en la determinación de la política exterior y el papel que el Estado desempeña en su total ejercicio. Recordaré a este propósito una contro­versia que tuvo lugar en los Estados Unidos a principios de la década de los sesenta. Cierto autor, basándose en la tesis de que la política exterior es deter­minada por intereses de clase nacionales y observando que la guerra fría había deparado fabulosos beneficios a la élite empresarial, concluía que los Estados Unidos iban a seguir deslizándose por ese mismo peligroso camino y que la clase dominante se hallaba tan obcecada con sus intereses a corto plazo que era incapaz

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de un análisis racional y una apreciación ecuánime del callejón sin salida al que se encaminaba. U n editorial expuso entonces una opinión diferente acentuando un nuevo elemento: la aparición de una sección de la clase dominante norteameri­cana (encabezada por el presidente Kennedy) que estaba dándose cuenta de los peligros que aquel m o d o de proceder implicaba. A u n q u e la clase dominante no desee cambiar su política exterior, una divergencia de opinión (como ésta) dentro de los círculos dirigentes hace posible una modificación en los propios intereses de clase del capitalismo8.

Involucrados en dicha controversia aparecen puntos teóricos básicos que conciernen: a) a la relación entre intereses de clase y política exterior; y b) al grado de autonomía de que goza la administración o el Estado frente a la base económica.

Ideología y política exterior

E n años recientes, complicando los puntos anteriormente expuestos, unos cuantos acontecimientos internacionales han entrado en conflicto con la pretensión teórica de que las políticas internacionales obedecen a motivaciones ideológicas y, consi­guientemente, que la política exterior viene exclusiva o principalmente dictada por intereses de clase. Empecemos por los dos tratados nucleares redactados conjuntamente por los Estados Unidos y la U R S S y que fueron rechazados por la capitalista Francia y la comunista China con la excusa de que estos tratados tenían por objeto asegurar la hegemonía nuclear soviético-norteamericana. E n la guerra indo-paquistaní de 1971, así c o m o en la de Angola, los Estados Unidos y China se hallaron juntos de un lado de la barrera mientras la U R S S se m a n ­tenía firmemente en el otro. M á s recientemente, severas declaraciones soviéticas previenen contra una alianza chino-norteamericana. C o m o se ve, mal pueden explicarse coaliciones tan insólitas en términos ideológicos o de intereses de clases.

D e esta suerte, la dinámica tanto interior c o m o exterior de los intereses nacionales y de clase pone de manifiesto que las teorías tradicionales han perdido su virtud interpretativa. Propongo las tesis siguientes para formar un modelo analítico capaz de contender con tales fenómenos y de integrarse lógicamente en un marco conceptual coherente.

Los intereses y los objetivos de clase obran verticalmente dentro del sistema nacional, pero no horizontalmente en las relaciones con otras naciones. A u n q u e la lucha de clases sigue siendo el motor del desarrollo de la sociedad y las clases en conflicto tienden a saltar al contexto internacional en busca de apoyo (por ejemplo, las facciones en la guerra de Angola), no se extienden directamente a ese contexto porque allí entran en una nueva esfera de acción política donde se hallan en juego contradicciones de especie diferente. Aquí el apoyo puede provenir de fuentes

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insólitas (por ejemplo, la ayuda masiva de Israel a los cristianos derechistas del Líbano).

Las naciones desempeñan en la política internacional un papel distinto del de las clases. Aunque las naciones están compuestas de clases y otros grupos sociales con intereses en conflicto, una vez organizadas c o m o estados y ampliamente integradas (por tener una lengua, u n territorio, una economía, una cultura, una religión, etc., comunes, forjado todo ello en circunstancias históricas y estratégicas que señalan su lugar en el m a p a del m u n d o ) , las naciones adquieren un impulso propio en la política internacional. Ese impulso no puede identificarse con ninguna de las clases componentes del tejido social; una vez más el comportamiento del todo difiere del de sus partes, especialmente desde el m o m e n t o en que el todo está expuesto exteriormente a condiciones distintas. Pues en el sistema interna­cional las naciones son grandes o pequeñas, fuertes o débiles, ricas o pobres, desarrolladas o subdesarrolladas, y estas discrepancias generan un tipo de conflicto (y de cooperación) de especie diferente del conflicto entre clases interno a la sociedad y suscitado por contradicciones en el m o d o de producción y en la estruc­tura social. Sólo con referencia a ese papel distinto de la nación puede hablarse de que los intereses nacionales priman sobre el conflicto de clases, sobre todo cuando los bienes nacionales vitales (por ejemplo, la integridad territorial) se hallan en peligro.

Aunque la orientación de un estado en política exterior tenga una clara procedencia de clase recogida por los objetivos estratégicos nacionales, en las reacciones a crisis o acontecimientos específicos los gobiernos disfrutan de amplia autonomía. Para empezar, la política exterior no puede ser —y nunca es—- una simple proyección de intereses de clase nacionales en el contexto internacional; m á s aún, aunque en u n país capitalista la élite empresarial sea la fuerza dominante a la hora de establecer la dirección de la política exterior, ésto no quiere decir que los ejecutivos de las grandes sociedades hagan o ejecuten la política ellos mismos, ni que los hombres de estado se limiten a ser dóciles agentes de la alta empresa ni muchísimo menos . E n cada país existen formas y medios tradicionales por los que la clase dominante influye en la política exterior. Y o mismo he documentado9 c ó m o las fuerzas sociales dirigentes afectan a la formación de la política exterior en los Estados Unidos, centrándome en los años 1957-1958, tan decisivos en ese aspecto. El sputnik, al delatar el avance soviético en la fabrication de misiles balísticos intercontinentales, había dejado anticuada toda la estrategia atómica de los Estados Unidos. Casi de inmediato se constituyeron tres grupos de notables, compuesto cada uno de ellos por ejecutivos de la alta empresa, generales, magnates de los trusts de prensa y científicos oficiales. Resultado final de sus deliberaciones fueron El informe Rockefeller, El informe Gaither y el consejo de relaciones exte­riores, con Henry Kissinger c o m o informador. Estos cuerpos sirvieron de guía

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para la formulación de una nueva doctrina militar e hicieron recomendaciones a corto y largo plazo que fueron fielmente seguidas por ambas administraciones, demócrata y republicana, durante toda la década de los sesenta.

E n cuanto a la forma en que los intereses de clase son recogidos por los objetivos estratégicos nacionales, cabría mencionar la política del presidente de Gaulle, quien se opuso a la hegemonía estadounidense a fin de promover los intereses nacionales de Francia y retiró las tropas francesas de la O T A N , pero permaneció en la Alianza Atlántica por razones de clase; de sobra comprendía que Francia sola no podía mantener la dominación capitalista.

Debo recordar aquí que M a r x y Engels previnieron contra una visión mecánica de la correlación entre la base económica y la acción política, si bien hablaron los dos de la autonomía del Estado no sólo con respecto a la base, sino también, por vía de excepción, con respecto a las clases militares10. Por lo demás, la manga ancha en política exterior es mucho mayor (recuérdese el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939) que la permitida en cuestiones nacionales, donde la lucha de clases y la ideología que la respalda es un factor restrictivo.

¿Dónde se sitúa, pues, esa autonomía y c ó m o funciona? La historia abunda en casos en que gobiernos y líderes políticos represen­

tantes de la misma clase propugnaron políticas harto diferentes. U n caso célebre y m u y a propósito es el bronco conflicto político entre Churchill y Chamberlain acerca de la política inglesa respecto a la Alemania hitleriana, aunque ambos hombres pertenecían a la misma aristocracia y al mismo partido conservador. D e igual manera, en países socialistas han estallado virulentas polémicas y algunas veces violentos conflictos entre grupos o líderes del partido gobernante, desde el conocido caso de Stalin, Trotski y Bujarin hasta la reciente denuncia en China de la "banda de los cuatro".

Para poner las cosas en su correcta perspectiva, hemos de señalar que la tesis marxista de que la política es antes que nada una cuestión de relaciones de clase proporciona tan sólo un marco general, ló cual, naturalmente, no excluye la posibilidad de que surjan conflictos políticos entre facciones o individuos dentro de este marco. Pero mientras los conflictos políticos entre clases implican últimamente la cuestión fundamental, c o m o dijo Lenin, de qué clase tiene el poder, las disputas entre diversas facciones de líderes giran en torno a la cuestión de quién va a ejercer el poder en nombre de la clase: ¿Churchill o Chamberlain? ¿Stalin o Bujarin? ¿El ala liberal o el ala derecha? ¿Los halcones o las palomas?

Por lo tanto, en el sistema de cinco variables [base natural-material (dimen­siones del territorio y la población, geografía y fuerzas productivas), estructura y fuerzas de la sociedad, factores aleatorios,' sistema estatal y liderazgo] que he formulado para el estudio de la génesis de la política exterior, la variable sistema estatal corresponde a la cuestión fundamental que implica la clase en el poder, mientras que liderazgo se circunscribe a la representación de esa clase.

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El sistema estatal es el instrumento político de la dominación de clase; el liderazgo aporta diferentes concepciones sobre los modos de usar y dirigir el poder estatal a fin de servir a la clase dominante. Es, por lo tanto, en la última variable, m á s que en el sistema estatal, donde la autonomía en la toma de decisiones se sitúa.

Entiendo por sistema estatal todas las instituciones —el gobierno, la admi­nistración y toda su maquinaria, incluidos los aparatos militar y coercitivo— en las que el poder del Estado se encarna. El gobierno es sólo un elemento temporal del sistema estatal, mientras que la maquinaria es un factor permanente. Esta distinción es importante, c o m o luego veremos.

E n cuanto al liderazgo, el problema es éste: ¿En qué medida un presidente o un primer ministro representa una variable independiente? ¿Qué influencia tiene en las decisiones que afectan a la política exterior?

E n mi opinión, no es totalmente independiente; sus iniciativas y su proceder se dan dentro de una cierta esfera de autonomía deparada por el sistema político de que se trate. M á s aún, en una sociedad de clases, el líder es el producto del proceso histórico tanto c o m o un actor en el m i s m o , lo cual quiere decir que es el representante de su clase además del responsable de la toma de decisiones llamado a servir los fines de esa clase. Asimismo pertenece a su nación, con lo cual ve el m u n d o a través de un telescopio nacional.

A u n en personalidades tan poderosas c o m o Mussolini o Hitler, Stalin o Mao-Tsetung, Roosevelt o de Gaulle, difícilmente podrían hallarse acciones y comportamientos que fuesen contra los intereses de sus respectivos estados, tal c o m o ellos y sus seguidores los entendían. Por m u y fuertes que sean su persona­lidad y su temperamento, los líderes por lo general se comportan y actúan dentro de la esfera de autonomía prescrita por su sistema correspondiente. Si intentan salirse de ella, una especie de válvula de seguridad se dispara contra tales viola­ciones. Este dispositivo funciona esporádicamente y no siempre con éxito. Los diversos putsches contra Hitler, dentro de su propio séquito, señalan la existencia de semejante válvula de seguridad incluso en un Estado fascista. Watergate es una ilustración elocuente del m o d o en que tal dispositivo funciona en el sistema estadounidense contra las tentativas del jefe del Estado por extender su poder allende los límites constitucionales. Y en el otro polo político, Jrushchov fue relevado del poder cuando el Politburo decidió que sus iniciativas se habían vuelto arbitrarias.

Y para concluir, ¿cómo reacciona la maquinaria del Estado ante las deci­siones independientes tomadas por líderes fuertes?

Volviendo a la controversia sobre la política de los Estados Unidos no puede uno menos que recordar dos casos: cuando el presidente T r u m a n decidió modificar la política norteamericana con respecto a la Unión Soviética desplazán­dose hacia la derecha, gozó de la plena cooperación de la maquinaria del Estado; sin embargo, cuando el presidente Kennedy decidió abandonar la peligrosa guerra fría con la Unión Soviética, halló la resistencia de "fuertes intereses burocráticos

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en el departamento de estado, la C I A y el pentágono", que se oponían a este cambio en la política lo m i s m o que los generales franceses en Argelia se opusieron al cambio efectuado por el general de Gaulle11. Pautas análogas encontramos dentro del aparato estatal británico cuando se tomaron iniciativas acerca de Rhodesia o Irlanda del Norte.

E n una palabra, la maquinaria del Estado, programada para seguir la estra­tegia y la política exterior establecidas por la clase dominante, reacciona c o m o una potente fuerza conservadora siempre que estima que las iniciativas políticas se apartan de esa línea.

Recapitulando lo hasta aquí expuesto, el Estado no puede ser descrito exclusivamente en términos de clase; su función nacional de asegurar la domi­nación de clase se combina con su función exterior: fomentar los intereses de la clase dominante mientras actúa c o m o coraza (político-militar) y c o m o adminis­trador (económico) de la nación frente a la competición exterior que campea implacable en la liza del m u n d o . Para obtener el apoyo popular que su función externa requiere, el Estado debe asegurarse la cooperación de aquellas fuerzas sociales y políticas significativas que están detrás de la clase dominante.

La Nación-Estado actúa en la intersección de las fuentes nacionales de acción política con los estímulos y restricciones procedentes del contexto internacional. Por consi­guiente, las decisiones políticas no pueden nunca atribuirse en exclusiva a factores nacionales o externos. Por lo general, tales decisiones derivan de una combinación de ambos , variando el peso y la intensidad de cada uno de ellos según los casos y circunstancias.

Por eso el estudioso de la política exterior deberá centrarse, primeramente, en las fuentes internas o nacionales, que son primarias, para estudiar el proceso dialéctico por el que las variables económicas, sociales y políticas obran en interrelación mutua, constantemente influidas por el medio externo, y examinar c ó m o todas estas variables confluyen y se contraponen dentro del sistema estatal, desembocando a la postre en decisiones y actos de política exterior.

Puesto que hemos tratado hasta aquí principalmente de las fuentes nacio­nales de la política exterior, procedamos ahora desde el lado contrario: el sistema mundial.

El sistema mundial y sus efectos sobre la Nación-Estado

Es la nuestra una época en que las relaciones internacionales se hallan en transi­ción: del sistema internacional al sistema mundial. Este es un sistema que abarca el planeta entero y que funciona con suficientes regularidades c o m o para imponer ciertas pautas de comportamiento reconocibles a todos sus subsistemas,

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particularmente a las naciones-estados. E n realidad, las relaciones internacionales se están haciendo tan sistémicas que el sistema adquiere impulso propio.

Por primera vez en la historia podemos hablar con propiedad de "política mundial", "mercados mundiales", "crisis mundiales" y "problemas mundiales"; sólo ahora nos damos cuenta de que fue prematuro llamar a las dos guerras mundiales así, ya que sólo m u y recientemente han alcanzado las posibilidades de guerra una escala verdaderamente mundial.

H e m o s de señalar aquí que existen varias teorías sobre el sistema del m u n d o y las fases de su aparición. Immanuel Wallerstein, en una obra monumental, divide el proceso histórico en cuatro épocas principales, a partir del siglo xv, en que los orígenes y las condiciones iniciales del sistema del m u n d o , a la sazón exclusivamente europeo, despuntan en el horizonte12. Aunque estoy de acuerdo con el enfoque de Wallerstein en cuanto al papel del capitalismo en la formación de la economía mundial, debo puntualizar que muchas partes del m u n d o perma­necieron durante siglos fuera de la vorágine capitalista, conservando su aislamiento, sus sociedades tribales o sus modos feudales o tributarios, porque los medios de comunicación, transporte e información capaces de unificar el planeta no se desarrollaron hasta mucho más tarde.

George Modelski, en un enfoque diferente, acentúa el factor político en la formación del sistema mundial13. Aunque destaca el papel de las potencias mundiales en la formación del sistema global, señala a Portugal c o m o la primera de dichas potencias a comienzos del siglo xvi. Sin embargo, en aquel entonces, Portugal no sabía ni lo que era el planeta ni dónde estaba en realidad, circunstancia ésta que concuerda bastante mal con la dominación a escala planetaria.

A mi entender, la divisoria en la creación de un sistema global que comprende el planeta entero guarda estrecha relación con la revolución científico-tecnológica. Es esta revolución la que ha hecho la comunicación universal, el transporte supersónico, la información instantánea y el armamento moderno planetario; la que ha hecho posible que surja y funcione una esfera global de interdependencias a niveles múltiples, con una fuerza unificadora e integradora. Por lo tanto, sitúo la aparición del sistema mundial, como algo distinto del sistema internacional de estados, en la mitad del siglo veinte, cuando los principales avances científicos revolucionarios empiezan a aplicarse a escala suficientemente amplia c o m o para afectar a la política internacional.

El punto teórico esencial es que el sistema mundial representa la concep-tualización más idónea para abordar los nuevos problemas mundiales surgidos en las últimas décadas. L o que precisamos a este respecto es un nexo conceptual entre el sistema mundial y el origen y naturaleza de estos problemas. Es evidente que el desarrollo, el equilibrio ecológico, la proliferación nuclear y la guerra nuclear, c o m o la escasez de recursos o la energía, son problemas que no pueden tratarse adecuadamente en el contexto del siglo xvi, ni siquiera en el del xix, por la sencillísima razón de que no eran problemas mundiales entonces. Y no

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existían c o m o tales porque no había ningún sistema mundial que abarcara su extensión global.

Al tratar del sistema mundial parto del supuesto de que, lejos de ser una amalgama caótica de elementos interrelacionados por lazos accidentales, este sistema tiene por base determinadas estructuras que comprenden unidades (naciones-estados) cuyas actividades se ajustan cada vez más al ritmo interior del sistema mundial, funcionando con arreglo a principios de comportamiento identificables.

La esfera militar

U n a ilustración típica es el efecto del sistema mundial sobre la política militar de las primeras potencias. Puesto que los misiles nucleares son planetarios tanto en capacidad destructiva c o m o en radio de alcance, la política nuclear adquiere una proyección global que trasciende las alianzas y pasa por encima de todas las demás consideraciones, incluso ideológicas. El globalismo ha inducido a los Estados Unidos y a la U R S S a conservar tenazmente el monopolio de las deci­siones básicas en asuntos de guerra y. una bipolaridad nuclear estratégica. La vindicación por China de una Europa occidental fuerte dimana de la misma lógica nuclear y el juego del poder global que ésta regula. La misma lógica del juego del poder hace a China aceptar la confianza del Japón en la protección nuclear norteamericana, que, de paso, coincide con el interés de los Estados Unidos en mantener un Japón no nuclear.

El juego del poder global, continuamente alimentado por la carrera de armamentos, y viceversa, tiende a la constitución de un sistema bélico. Esto explicaría perfectamente por qué la carrera nuclear sigue y sigue pese a que los arsenales actuales bastan y sobran para destruir muchas veces el m u n d o . El efecto general del sistema mundial sobre las naciones-estados se hace patente en la activa participación en la carrera de armementos de todas las potencias nucleares, independientemente de su régimen interno, y en la tendencia que inspira en otras naciones que ambicionan ser nucleares.

E n suma, el sistema mundial causa que las naciones-estados tomen deci­siones encaminadas a adaptarse a su moción dinámica, decisiones que éstas no tomarían c o m o respuesta única a exigencias puramente internas.

La esfera económica

Es en las relaciones y actividades económicas donde el sistema mundial mejor revela sus poderosos efectos sobre las naciones-estados. Para comprender la naturaleza de estos efectos conviene recordar que el capitalismo ha servido de instrumento para vencer el aislamiento de continentes y países, estableciendo el mercado mundial, el sistema monetario internacional, así c o m o instituyendo las

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normas del comercio y del cambio monetario internacional. C o m o sucintamente quedaba ya expresado en El manifiesto comunista, la burguesía crea un m u n d o a su propia imagen14.

El comercio mundial se ha convertido, de un club exclusivo de grandes naciones exportadoras, en una actividad verdaderamente mundial con partici­pación cada vez más sustancial de un centenar largo de países. La tasa de creci­miento de las exportaciones mundiales sube más rápidamente que el índice de crecimiento o de P N B medio. Esto quiere decir que las economías nacionales son cada vez más dependientes de fuentes extranjeras de materias primas y de tecnología moderna, así c o m o de mercados para sus productos. La crisis energé­tica pone sobradamente de manifiesto que la dependencia económica ya no es prerrogativa de las naciones subdesarrolladas. E n realidad, la interdependencia es la ley del m u n d o . El proceso de globalización dinamizado por la moderna tecnología es un aspecto básico de las relaciones internacionales en el m u n d o actual. Es un factor tan poderoso que salta incluso las barreras ideológicas: las empresas conjuntas entre estados socialistas y sociedades multinacionales es algo que vemos hoy surgir casi a diario.

El presente desorden económico y financiero es realmente global; afecta a todo el m u n d o , a todas las naciones. D e hecho, la globalización de la economía mundial ha sobrevenido tan rápidamente que ni las instituciones económicas ni las políticas —nacionales e internacionales— están preparadas ni pertrechadas para abordarla.

Japón es probablemente el mejor modelo de estrecha cooperación entre el gobierno y las grandes empresas y sociedades. E n los albores de 1978, el primer ministro Fukudá declaró que su administración llevaría al país a una tasa de crecimiento del 7 por. ciento, y que con ello disfruturía el Japón de estabilidad económica. C o m o quiera que visitara yo por aquellos días el Japón, sostuve en un artículo que aun cuando este país alcanzara una tasa superior a la propuesta, no alcanzaría la estabilidad mientras los trastornos financieros y la estagnación continuaran infestando el mercado mundial15. E n realidad, la situación económica del Japón dista muchísimo de la estabilidad.

La interdependencia no es una mera noción caprichosa de retórica moderna; es una dura realidad de la política mundial. Y sin embargo, hasta la fecha, la estrategia de las naciones industriales se ha centrado en un esfuerzo concertado dentro de la O C D E , el club de los 24 ricos, para superar la crisis. La previsión de la O C D E para 1980, que es medio predicción y medio norma aceptada por todos los miembros, recomendaba en 1976 una tasa media del 5,5 por ciento de crecimiento anual, dando por supuesto que de esa manera la inflación se redu­ciría en 1980 a un 4-7 por ciento, mientras el desempleo descendería a un 4-5,5 por ciento15. Los datos disponibles (en 1979) demuestran claramente que los objetivos originales nunca se alcanzaron; ni siquiera se pudo llegar a las metas de creci­miento más bajas señaladas para 1978, y 1979 acusó un nuevo bajón con el coro­lario de que tanto la inflación como el desempleo iban de mal en peor. La

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conclusión lógica es que las naciones desarrolladas no pueden superar las crisis planificando en un circuito cerrado.

La auténtica novedad, sin embargo, es que la previsión de la O C D E es el primer intento de planificación del desarrollo económico del m u n d o industria­lizado como un todo. Hace sólo una década, esto se habría considerado en occi­dente herético e ilusorio. Todavía tenía fuerza la ideología liberal de la ley del mercado y la "libre empresa". La previsión de la O C D E , las reuniones en la cumbre de los siete grandes, así como la O P E P , señalan una nueva fase en la evolución del sistema capitalista mundial: el fin de la era liberal en que la ley del mercado regulaba las relaciones económicas internacionales. Estamos asis­tiendo, en cambio, a una politización general de la economía mundial.

Los gobiernos y los estados están haciéndose cargo de cuestiones econó­micas que hasta la fecha manejaba el sector privado o se resolvían mediante negociaciones entre las empresas y los gobiernos, mayormente sobre la base de criterios económicos. H o y las consideraciones políticas son las que se imponen. Cuando los siete países más ricos del m u n d o rehusan acometer una empresa financiera masiva para ayudar a las naciones pobres a industrializarse, la moti­vación es principalmente política. Aunque los economistas sostienen que tal inversión podría suscitar a su vez una vigorosa expansión de las naciones de la O C D E , éstas temen que un tercer m u n d o fuerte desafiaría su dominio en la estruc­tura de poder mundial. Por el mismo tenor, cuando la O P E P decide subir más el precio del petróleo mientras mantiene firmemente los niveles de producción, su motivación esencial es también política. Podría ganar.mucho más dinero si la producción se incrementase, pero prefiere conservar su recién descubierto poder durante los próximos decenios influyendo en las pautas de consumo del norte hambriento de petróleo.

H e m o s recorrido ya un largo trecho desde el "Estado celador nocturno" de Lassalle, ese "Estado sereno" principalmente atento a velar por la seguridad de las actividades del mercado y la empresa, mientras la producción, el comercio y las finanzas corrían a cargo de las operaciones naturales de las leyes económicas. La gran depresión de los años treinta terminó con la intervención del Estado para asegurar el funcionamiento de la economía nacional, la cual no podía dejarse por más tiempo a merced de sus propios expedientes. Y ahora, cuando el sistema económico y financiero internacional está en quiebra, se llama al Estado a desem­peñar un papel económico mayor cada día, no sólo en el ámbito nacional, sino también internacionalmente.

¿ Y qué decir sobre el Estado y las sociedades multinacionales? Aquí el principal punto teórico es que la simbiosis entre el Estado y los monopolios no debe mirarse como una fusión completa; más bien constituyen ambos un modelo dialéctico cuyas dos partes son solidarias y contrarias, convergentes y divergentes. La cuestión, todavía por examinar, es ¿cuál de las dos está haciéndose más poderosa en esta nueva fase del capitalismo?

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Los datos que hay a m a n o indican que, por una parte, el Estado apoya a las multinacionales en muchos aspectos, fomentando su expansión,. mientras por la otra las multinacionales actúan en muchos casos contra las líneas políticas del Estado.

Ahora bien, las multinacionales no pueden ignorar las realidades del juego del poder en un entorno en el que la competición por los mercados y las materias primas se refuerza m u y a m e n u d o con la lucha por posiciones estratégicas, esferas de influencia y bases militares. N o es, pues, ninguna casualidad que tantas compa­ñías estadounidenses hayan invertido masivamente en los estados clientes de los Estados Unidos, donde han encontrado la ideal "puerta abierta". M á s aún, mientras los instrumentos de coerción y violencia sigan bajo el control de la Nación-Estado, en ésta es en la que las multinacionales deben confiar siempre que la seguridad de sus operaciones se vea comprometida. Por eso las multi­nacionales tienen forzosamente que arracimarse en torno a los principales centros de poder del m u n d o capitalista —los Estados Unidos de América, Europa occi­dental y Japón—, reflejando en diversos grados los conflictos estratégicos entre éstos.

E n s u m a , la relación entre el Estado y las multinacionales no es ni lineal ni simple; es compleja y contradictoria, e implica tanto el conflicto c o m o la coope­ración, siendo determinado el peso de cada uno de estos factores por las fuerzas que actúan en la política mundial.

E n cuanto al dilema de las contradicciones inter-imperialistas o la estrategia imperialista coordinada (trilateralismo), volvemos a encontrarnos con tendencias contradictorias m á s que con un solo impulso direccional. Reconociendo la exis­tencia, en el sistema capitalista mundial, de un proceso contradictorio de coope­ración y rivalidad, un determinado autor estima que esto se refleja en una división del trabajo en las sociedades occidentales contemporáneas entre capitalistas y altos ejecutivos estatales (figuras situadas en la cúspide del aparato del Estado), división ésta que motiva diferencias en intereses e ideología. Sucede dentro de un marco estructural que funciona de tal suerte que la persecución de intereses propios por los altos ejecutivos del Estado (preocupados por la conservación y expansión de su propio poder) tiende a servir los intereses a largo plazo del capital. Así, por sólido que fuera el compromiso del grupo del presidente Carter con la comisión de la Trilateral (Estados Unidos, Japón, Europa occidental), una vez que estuvieron en el poder, sus intereses c o m o ejecutivos estatales dictaron otra dirección: la protección de los intereses de Estados Unidos contra el Japón y Europa occidental. E n realidad, ni los ejecutivos del Estado ni la alta empresa actúan sobre la base de las necesidades del capitalismo c o m o sistema1'. Mientras que las contradicciones inter-imperialistas generan una especie de guerra económica, el trilateralismo es un invento útil para coordinar estrategias contra el tercer m u n d o , c o m o ya queda reseñado.

Por último, permítaseme señalar brevemente que todas las recientes muta-

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ciones históricas que venimos describiendo están llamadas a afectar las condiciones de la revolución social en occidente, y, en consecuencia, es preciso introducir los cambios correspondientes tanto en la teoría c o m o en la estrategia de la revolución si se quiere asegurar su triunfo.

Las revoluciones sociales siempre han sido focos de conflictos interna­cionales, especialmente en zonas de importancia estratégica. Sin duda Europa occidental es un caso extremo a este respecto, pues el que una coalición de izquierda llegase al poder en Francia o en Italia constituría la primera fisura en el centro mismo del sistema capitalista. Por eso se opondrán siempre fuerzas inmensas a un cambio semejante. E n un sistema regional dominado por la O T A N y la C E E , empeñadas ambas en la preservación del capitalismo, el nuevo poder en Italia o en Francia tendría que hacer frente a resistencias formidables.

E n consecuencia, aun cuando los factores internos siguen siendo decisivos para el estallido de la revolución, la consolidación y el éxito posteriores del nuevo poder socialista dependerá en gran medida de factores externos. Lógicamente se infiere que, en Europa occidental, las fuerzas del cambio social deben avanzar en un frente amplio, no sólo interna sino también externamente. Pues aquí la tarea consiste en cambiar la textura socioeconómica de la sociedad al mismo tiempo que la estructura del sistema regional.

Volviendo ahora al tercer m u n d o , hay que partir inexcusablemente de la premisa de que es aquí, a través del llamado sistema Norte-Sur, donde el poderoso empuje del capitalismo se experimenta en sus m á s deplorables efectos. El sistema Norte-Sur es el resultado final de un siglo de división internacional del trabajo entre las metrópolis centrales del Norte y sus periferias en los continentes meri­dionales (África, Asia y América Latina) con la secuela de que los primeros se han vuelto altamente industrializados y ricos mientras que los últimos se han quedado mayormente subdesarrollados y pobres. A pesar de la independencia política obtenida por las ex colonias o estados dependientes, la mecánica de esa relación histórica, basada en unos términos de comercio desigual, inversión rapaz, préstamos, etc., es de tal naturaleza que obra sistemáticamente en favor de las naciones industriales, ensanchando el foso que las separa de las naciones en desarrollo.

Bajo tales condiciones, el papel específico del Estado depende en medida considerable de las fuerzas sociales que estén en el poder. E n muchas naciones en desarrollo, el Estado parece el mejor instrumento para modernizar la economía y para librar la batalla por el desarrollo en la liza internacional. Y a la inversa, en otros casos, el Estado es una especie de cabeza de playa de las antiguas metró­polis que contribuye al funcionamiento del sistema Norte-Sur. L a lógica de la batalla por el desarrollo impulsa a las masas de dichos países a combinar la lucha contra el imperialismo con la sostenida contra los agentes o clientes de éste que tienen en sus manos las riendas del Estado. E n una palabra, el Estado, en el tercer M u n d o , queda atrapado en medio de dos presiones contrapuestas: una proveniente

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del sistema capitalista mundial con su efecto condicionante, generada la otra por el ímpetu redivivo de la auto-afirmación nacional.

El segundo m u n d o (el socialista) sigue su propio camino, aunque no tan aislado de las conmociones económicas a escala mundial c o m o solía creerse. E n realidad, las naciones socialistas se ven obligadas a funcionar dentro de un sistema mundial en el que todavía el capitalismo establece las reglas del juego que rigen las relaciones económicas internacionales y el mercado mundial. A Lenin no se le ocultaba que el triunfo de la revolución en un país atrasado c o m o Rusia no podría cambiar el sistema internacional, y, según él lo expone, sólo su triunfo "al menos en varios países adelantados" podría permitir al socialismo ejercer una influencia decisiva sobre la política mundial en su conjunto18.

Sin embargo, los países adelantados han sobrevivido a las grandes convul­siones revolucionarias que siguieron a las dos guerras mundiales, y el capitalismo central (que económica y tecnológicamente todavía tiene una posición prepon­derante en el m u n d o ) continúa transmitiendo sus propios principios funcionales y pautas de comportamiento a las relaciones económicas entre las naciones. A u n q u e el sistema socialista mundial se extiende en la actualidad sobre una tercera parte del globo, rinde casi el 40 por ciento de la producción industrial mundial y es un factor militar y político cada vez de mayor envergadura, el papel que desempeña en la economía mundial es todavía marginal: alrededor del 11 por ciento del comercio mundial y menos aún en inversiones10. Así pues, las naciones socialistas —por distintas que sean internamente— tienen que ajustarse al ritmo del sistema mundial.

Para definir el carácter y el papel del Estado en estas sociedades, hemos de tener en cuenta que, c o m o la revolución se inició en países menos desarrollados, la industrialización llegó a ser un quehacer vital, una meta suprema. A menos que estas sociedades atajen económicamente al capitalismo central, no podrá afirmarse el socialismo c o m o una formación social superior al capitalismo.

El quid de la cuestión en cuanto a industrialización se refiere es lo que M a r x llamó acumulación de capital. Así, desde el comienzo mismo hasta el m o m e n t o presente, la función primordial del Estado en la estrategia de desarrollo soviética ha sido la acumulación de capital. Y c o m o esa estrategia de industria­lización rápida exige planificación central, movilización total de potencial material y h u m a n o , asignación regular de un elevado porcentaje de la renta nacional para el desarrollo (lo que implica una reducción de la parte destinada al consumo) y ofensiva general en el frente de la educación y formación humana , el Estado soviético se configuró c o m o un instrumento político capaz de llevar adelante dicha estrategia en un contexto internacional hostil. Evidentemente estas exigencias internas se combinaron con las derivadas de la política exterior de una gran potencia con intereses estratégicos a escala planetaria, y así es c o m o se inventó el Estado soviético.

E n términos de etapas históricas, M a r x veía el socialismo c o m o una sociedad

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postcapitalista, implícitamente postindustrial, ya que la industrialización pertenece en realidad a la era capitalista. Fue la burguesía la que forjó la teoría de la indus­trialización, la que habilitó los medios para llevarla a la práctica.

Cuando Lenin modificó la previsión de Marx de que la revolución se iniciaría en países industriales avanzados, especificó que el Estado soviétivo tendría que llevar primero a cabo las tareas de la revolución democrático-burguesa para después, y sólo después, pasar a la socialista. Pero jamás abordó la cuestión funda­mental: si el mismo tipo de Estado podría realmente cumplir su cometido en dos revoluciones tan distintas en carácter, naturaleza y valores. Predominaba en su plan la determinación téorico-clasista del Estado, mientras desdeñaba su apunta­lamiento económico, es decir, los efectos del proceso de acumulación de capital sobre la forma del Estado. Lenin sabía, es cierto, que durante la primera fase habría que conservar "no sólo el derecho burgués, sino incluso el Estado burgués, sin la burgesía"20. Esa forma de Estado sería la única capaz de manejar natural­mente la acumulación de capital, extraerlo del campesinado y de la clase obrera, emplear el excedente económico para aumentar la producción, manteniendo entretanto bajos índices de consumo.

A decir verdad, el Estado soviético ha llevado a cabo con éxito esa precisa estrategia de desarrollo, registrando logros espectaculares en industrialismo, en educación y ciencia, en fortalecimiento de la defensa nacional. Aplicando el m i s m o modelo, los países del este europeo hicieron tremendos progresos en industria­lización. Pero ¿qué ocurre con la fase siguiente, en la cual, según los documentos oficiales, debe construirse una "sociedad socialista total y completa"?

Evidentemente, el Estado que se estructuró y dinamizo para imponer y realizar la industrialización rápida no puede responder adecuadamente a las nuevas tareas económicas y sociales. Esto se refleja claramente en un constante descenso en el índice de crecimiento, la incapacidad para mejorar la calidad de la producción y el retraso en la agricultura. E n la Unión Soviética la paralización empezó antes (8,45 por ciento de crecimiento industrial en 1966-1970,7,42 por ciento en 1971-1975), bajando durante el plan quinquenal en curso a 5,7 por ciento en 1977 y a 4,8 por ciento en 1978. La misma tendencia se manifiesta ahora en las naciones de Europa oriental.

La paralización se está produciendo en un momen to en que estas naciones han acometido la implantación en gran escala de tecnología moderna en la industria, proceso éste que se distinguió en todas las naciones industriales por un considerable aumento en el crecimiento económico.

U n análisis a fondo de las causas pondrá de manifiesto que el mismo sistema político (basado en el partido comunista y el Estado) que permitió a la Unión Soviética convertirse en una gran potencia industrial y a las naciones de Europa oriental industrializarse tan rápidamente, es hoy el único y máx imo obstáculo que impide el paso a la nueva etapa de transformación socialista. El Estado se presenta demasiado rígido, supercentralizado, incapaz de aplicar métodos de

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gestión científicos, incapaz también de entendérselas con una sociedad industrial, una economía compleja y diversificada, una clase obrera instruida y un inmenso ejército de competentes ingenieros y administradores. Sin duda alguna, una sociedad socialista exige una forma de estado diferente.

E n todas partes, en los tres mundos, las relaciones y actividades económicas presagian una época de cambio.

La esfera política

L a esfera del poder y la política tiene también su propia dinámica dentro del sistema mundial; las relaciones políticas entre las naciones no reflejan necesaria­mente los asuntos económicos o los militares. H a y potencias mundiales que aún se hallan en una fase preindustrial (por ejemplo, China), e importantísimos centros de poder (por ejemplo, Japón) sin fuerza militar significativa. ¿Cuál es la dinámica específica de la política y el poder?

Aquí el punto de partida es la falta de un centro de poder en la palestra internacional, semejante a lo que es el Estado en la sociedad. D e ahí la tendencia de las grandes potencias a llenar ese vacío. Mientras que a la conclusión de la segunda guerra mundial el modelo era bipolar con las dos superpotências, los Estados Unidos y la U R S S , al frente de sendos campos planetarios organizados con arreglo a líneas ideológicas, con el surgimiento de China como potencia mundial el modelo se hizo triangular. M á s recientemente han venido a sumarse Japón y Europa occidental, y hoy se aplica el modelo pentagonal para explicar el juego del poder en el m u n d o .

El efecto del sistema mundial es manifiesto en la competición global y todas las grandes potencias actúan en ella conforme a las reglas del juego, sean cuales sean sus regímenes nacionales. Por ejemplo, en una partida jugada por tres jugadores, una regla importante es que ninguno de los tres debe ser sorpren­dido un solo momento manteniendo relaciones hostiles con los otros dos. Tal situación puede hacer que esos dos se acerquen y se unan más estrechamente. D e ahí que Pekín rechace la idea misma de distensión soviético-estadounidense, M o s c ú prevenga contra una aproximación chino-norteamericana y Washington se inquiete sobremanera cada vez que se perfila en lontananza un entendimiento chino-soviético. E n esto no entran consideraciones ideológicas de ninguna índole: el juego se presenta como un frío modelo matemático.

El elemento realmente nuevo es que, en la política mundial, hay ahora en juego fuerzas significativas al margen del modelo geométrico. E n nuestro planeta ha aparecido un nuevo tipo de poder —yo lo llamo poder sistémico— desde que los países exportadores de petróleo organizaron la O P E P y empezaron a tomar decisiones concertadas21. E n otras palabras, fuertes desafiadores están hoy adelantándose al primer plano, procedente del tercer m u n d o , y estos recién llegados esgrimen nuevas armas políticas para cambiar las reglas del juego del

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poder. El contexto es favorable: con m á s de 150 unidades políticas dispersas por los continentes, el actual es el sistema internacional m á s descentralizado de la historia contemporánea. E n realidad estamos asistiendo a u n conflicto decisivo: el viejo impulso hacia la centralización choca hoy día con la imperiosa tendencia al poder descentralizado en el sistema mundial.

E n suma , los efectos del sistema mundial sobre las naciones-estados se siente hoy en todas las áreas importantes de la política exterior (militares, econó­micas y políticas) y hasta donde puede preverse, dichos efectos van a incrementarse en el futuro.

U n a ojeada al futuro

A u n q u e la Nación-Estado sigue siendo el primer motor en la escena internacional y el nacionalismo impregna la política mundial, la fuerza organizadora e inte­gradora del sistema mundial gana terreno de día en día. Según interpreto yo estas tendencias contradictorias, estamos acercándonos a una nueva era en la historia de las comunidades humanas : un largo proceso de transformación pro­funda con u n periodo de transición, que puede durar aproximadamente u n siglo: desde el actual sistema internacional hasta el sistema mundial.

Realmente el sistema internacional (con la Nación-Estado c o m o unidad estructural básica, el capitalismo c o m o esencial principio organizador en lo económico y la acción de las grandes potencias c o m o gestoras y coordinadoras del orden mundial) no puede seguir ya funcionando sobre la base de estas premisas y está por tanto sometido a graves tensiones. Puesto que la Nación-Estado es el elemento estructural, y en consecuencia el m á s resistente, son el sistema capitalista mundial y el papel de las grandes potencias los que deben sufrir cambios en las próximas décadas. N o es casual que la exigencia de u n nuevo orden económico internacional se haya oído precisamente en esta época y haya adquirido resonancia tan universal. F o r m a parte de la transformación de fondo del sistema internacional.

L o que distingue al sistema internacional del sistema mundial que ahora emerge es que, mientras en el primero eran las aportaciones de las naciones-estados los factores predominantes y decisivos para la configuración del sistema y la determinación de su comportamiento, en el segundo se dará el efecto contrario de que sea el sistema mundial el que domine sobre sus subsistemas, ajustándolos a todos a su propio ritmo. Quiere esto decir que andando el tiempo las naciones-estados dejarán de tener la facultad de tomar decisiones independientes que puedan estorbar temporalmente la marcha del sistema. D e hecho, las relaciones internacionales y las actividades transnacionales llegarán a ser tan sistémicas que el m u n d o funcionará de una manera autorreguladora.

[Traducido del inglés]

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Notas

1 "Manifesto of the Communist Party" en Marx and Engels, Nueva York, Doubleday Anchor, 1959.

2 Friedrich Engels, The Origin of the Family, Private Property and the State, p. 97, Nueva York, International Publishers, 1933.

3 Georges Balandier, Anthropologie politique, Paris, Presses Universitaires de France, 1967.

4 David Easton, "Political Anthropology" en Biennial Review of Anthropology, Stanford University Press, 1959.

5 Véase Claude L6vi-Strauss, "The Social and Psychological Aspects of Chieftainship in a Primitive Tribe" (1944) en Comparative Pol­itical Systems, Ronald Cohen y John Mid-dleton (dir. publ.), p . 64, Garden City, Nueva York, The Natural History Press, 1967.

0 Véase M . Fortes y E . E . Evans Pritchard, African Political Systems (Londres, Oxford Press, 1970); Marshall D . Sahlins, "The Segmentary Lineage: A n Organization of Predatory Ex­pansion" (1961); Robert Lowie, " S o m e Aspects of Political Organizations among American Aborigines" y L o m a Marshall, " K u n g Bushman", todo ello en Comparative Political Systems, op. cit.'. M a x Gluckman, Politics, Law and Ritual in Tribal Societies, Nueva York, Mentor Books, 1965.

7 Véase Silviu Brucan, The Dissolution of Power, - p . 97-105, Nueva York, Alfred Knopf, 1971.

8 Véase Monthly Review, soptiembre-octubrc-noviembre de 1960, Nueva York.

* Véase Silviu Brucan, The Dissolution of Power, p. 214-217.

10 Marx-Engels, Selected Works, p. 588, Londres, 1968.

11 Walter Lippman, "The Reappraisal", en The New York Herald Tribune, 1962.

12 Immanuel Wallerstein, The Modern World-System, vol. I, Introducción, Nueva York, Academic Press, 1974.

13 George Modelski, "The Long Cycle of Global Politics and the Nation-State" (Ponencia pre­sentada en el Décimo Congreso Mundial de Ciencia Política, Edimburgo, agosto de 1976).

14 "Manifesto of the Communist Party" en Marx and Engels.

15 Véase "West Alone Cannot Overcome Crisis", Daily Yomiuri, 27 de enero de 1978, Tokio.

1G The Times, Londres, 28 de julio de 1976. 17 Fred Block, "Cooperation & Conflict in the

Capitalist World Economy", Marxist Per­spectives, p. 82-87, Nueva York, primavera de 1979.

18 V . I. Lenin, Collected Works, vol. 31, p. 148, Moscú, Foreign Languages Publishing House, 1966.

18 Véase Mezhdunarodniyie Zhish, Moscú, marzo de 1975.

20 Lenin, Statut si Revolutia, p. 107, Bucarest, E d . P . C . R . , 1946.

21 Véase Silviu Brucan, "The Systemic Power", Journal of Peace Research, n.° 1, Oslo, 1975.

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Debates abiertos

£1 nuevo orden económico internacional y la reorganización de las políticas de desarrollo económico de los países en desarrollo

Leon Zalmanovich Zevin

H a n transcurrido más de cinco años desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, en su sexto periodo extraordinario de sesiones, la declaración sobre el establecimiento de un nuevo orden económico interna­cional (NOEI) . El N O E I es un fenómeno multiforme, que influye no sólo en la esfera del comercio mundial y la división internacional del trabajo, en la coopera­ción industrial, financiera y técnica, entre los diferentes estados, sino también en la economía nacional de cada país.

El movimiento encaminado a establecer el N O E I estimula la investigación de nuevas vías racionales de desarrollo económico y la organización de la coope­ración-internacional en las regiones poco desarrolladas donde vive la mitad de la población mundial.

La estrategia del crecimiento económico, orientada a la sustitución de las importaciones mediante la producción propia, y la que la reemplazó —a mediados de los años sesenta— que consistía en ampliar por todos los medios las ramas de exportación incluso a riesgo de crear "enclaves" en la economía nacional, ceden gradualmente el puesto a concepciones más equilibradas del desarrollo económico y de la cooperación internacional de los países en desarrollo.

Se trata, evidentemente, de un proceso no terminado; y en m o d o alguno son unánimes las opiniones sobre todos los aspectos de la cuestión. Pero cabe preguntarse si es posible una única estrategia de desarrollo económico para m á s de 120 estados en desarrollo que se diferencian por su estructura socioeconómica, su nivel de desarrollo, la dimensión de su territorio y el número de sus habitantes, su riqueza en minerales útiles y otros recursos naturales, el nivel de su partici­pación en el comercio mundial y la división internacional del trabajo.

Ello explica, entre otras cosas, la proliferación de concepciones que se

Leon Zalmanovich Zevin (URSS), doctor en ciencias económicas, es jefe del sector de relaciones con los países en desarrollo del Instituto de Economía del Sistema Socialista Mundial, en la Academia de Ciencias de la URSS, Moscú. Es autor de monografías y de numerosas publicaciones sobre las cuestiones económicas de la colaboración entre los países en desarrollo, la división del trabajo y los métodos de evaluación. También se ocupa del nuevo concepto del desarrollo económico de los países menos avanzados y su influencia en la cooperación económica internacional.

Rev. int. de cieno, soc, vol. XXXII (1980), n.°4

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observa en la actualidad: autonomía nacional o colectiva; desarrollo rural; satisfacción de las necesidades esenciales; crecimiento endógeno; fortalecimiento de los lazos entre là industria y la economía rural; desarrollo de la pequeña empresa y organización de sus relaciones con la gran empresa moderna; distri­bución territorial equilibrada de la industria mediante la prioridad a la creación de nuevas industrias fuera de las grandes ciudades, etc.

La característica de dichas concepciones es que son fruto de los esfuerzos colectivos de los países en desarrollo, algunas de ellas han surgido en el seno de las organizaciones internacionales, en el Grupo de los 77, en el movimiento de los no alineados y en las comisiones económicas regionales de las Naciones Unidas.

La elaboración colectiva de tales concepciones es prueba de que los países en desarrollo han comprendido la necesidad de reorientar la estrategia del desa­rrollo económico en función de las condiciones cambiantes de la economía mundial, reforzando su cooperación política y económica con objeto de reducir la influencia adversa de los factores externos y acelerar el ritmo de su progreso socioeconómico.

E n la mayoría de los conceptos se reconoce el papel fundamental de los esfuerzos internos para lograr el desarrollo económico, aunque se considere al m i s m o tiempo que la ampliación de la cooperación internacional y la aplicación de los objetivos del N O E I son indispensables para crear condiciones externas propicias. T o d o ello debe contribuir al progreso de los países en desarrollo, dar al mismo tiempo un impulso adicional pero m u y importante.

Por otra parte, el origen colectivo de dichos conceptos explica en buena medida su incoherencia, el carácter de compromiso que presentan algunas posi­ciones, un cierto toque de utopismo, la convicción de que es posible lograr una unión económica durable entre grupos de países m u y diferentes, etc.

Dejando de lado el examen detallado de estos conceptos, procuremos establecer las posibles diferencias de su aplicación sistemática con respecto al progreso científico y tecnológico de los países en desarrollo, su situación en la economía mundial, la participación de sectores considerables de la población en el proceso de la construcción económica y su intervención activa en la vida social.

La confianza qué pueden inspirar los modelos de desarrollo endógeno depende de que se tomen debidamente en cuenta las tendencias dominantes, en particular de la revolución científico-tecnológica, que es un proceso social global acelerado cuyos efectos son de intensidad y carácter variables, pero se dejan sentir en todos los grupos de países.

E n una economía de mercado liberal, la revolución científico-tecnológica aumenta la disparidad en el desarrollo, acrecienta la dependencia de la "periferia" con respecto a los "centros" industriales, refuerza la expansión de las empresas transnacionales en los países en desarrollo y origina un "neocolonialism© tecno-

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económico en los países en desarrollo

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lógico". Pero, por otra parte, la utilización óptima de los logros de la revolución científico-tecnológica puede ayudar considerablemente a los países en desarrollo a salir de un atraso, a adelantar la aparición de modernas fuerzas productivas, así c o m o a resolver sus problemas sociales.

También es importante señalar que los conceptos han sido elaborados por los países en desarrollo en un periodo en que la comunidad internacional debe resolver problemas globales de larga duración, relacionados con una fuerte inver­sión de recursos materiales y humanos y que, dada su importancia y complejidad, exigen la cooperación de todos los grupos de países.

D e este m o d o , la realización de las inmensas posibilidades del progreso científico y tecnológico —naturalmente, tomando en cuenta las condiciones econó­micas y sociales de cada país— debe encontrar u n eco m u c h o mayor en las estra­tegias nacionales y las concepciones de los países en desarrollo. Es evidente que estos países están interesados en participar activamente en la resolución de los problemas globales en auténticas condiciones de igualdad, de beneficio recíproco y de reconocimiento de las necesidades específicas de cada uno.

C o n nuevos conceptos se pretende inventar en mayor o menor medida las tendencias del desarrollo económico, reorientarlo para combatir m á s activa­mente el hambre y la miseria, eliminar las injusticias sociales m á s evidentes, garantizar una mayor equidad en el reparto y la redistribución del ingreso, y poner término a la desigualdad entre países desarrollados y países en desarrollo. Todos estos problemas exigen una solución urgente.

H a y , en efecto, 300 millones de trabajadores en situación de desempleo total o parcial en los países de Asia, África y América Latina, lo que representa una tercera parte de su población activa; unos 800 millones de hombres viven en una miseria absoluta, e, incluso según las previsiones m á s optimistas, su número en el año 2000 no podrá reducirse a menos de 600 millones si no se logra modificar definitivamente la estructura actual de la distribución del ingreso y el ritmo del crecimiento económico.

L a desigualdad es cada vez mayor incluso entre el m u n d o en desarrollo. Entre 1961 y 1970 el ritmo anual de crecimiento del producto nacional bruto per capita era en promedio 2,7 veces más elevado entre los países m á s avanzados del m u n d o en desarrollo que el correspondiente a los países menos desarrollados, y esta diferencia fue superior a 10 en 1971-1977.

L a desigualdad crece asimismo entre las potencias industriales capitalistas y los países en desarrollo: la relación del producto nacional bruto per capita es actual­mente de 13 a 1, mientras que al comienzo de la postguerra no pasaba de 10 a 1.

La deuda exterior de los países en desarrollo asciende a unos 350 mil millones de dólares y el déficit de la balanza comercial del grupo de los países en desarrollo importadores de petróleo se calculaba en 1978 en 35 000 millones de dólares. Para evitar el hambre y un nuevo descenso del nivel de vida, estos países tienen que importar unas 40 millones de toneladas de cereales por año.

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Según cálculos del economista indio N . Joshi, de cinco dólares que pagan los consumidores de los países capitalistas por las importaciones, los países en desarrollo no perciben m á s que un dólar, pues los numerosos intermediarios, sobre todo las empresas transnacionales, se quedan con el resto c o m o pago por los "servicios" de transporte, transformación y distribución.

Estas nuevas concepciones tienen por el m o m e n t o la particularidad de no abarcar la totalidad de los problemas del desarrollo económico y social, pues cada una de ellas rige para un campo concreto perfectamente definido. /Por ejemplo, la estrategia de autonomía (nacional y colectiva) tiende a utilizar las capacidades potenciales y los esfuerzos conjuntos de los diferentes países en desarrollo, para evitar su dependencia unilateral de factores externos y fortalecer su situación en el diálogo con los países desarrollados.

Por otra parte, c o m o declararon los ministros del Grupo de los 77 en Arusha, "una estrategia de autonomía colectiva debe ser considerada c o m o parte integral de un sistema económico global (...). Pero la cooperación económica entre países en desarrollo es un elemento clave de la estrategia colectiva de auto­nomía". Dicho de otro m o d o , tal estrategia constituye una tentativa de propor­cionar una base propia al desarrollo económico, creando ante todo un sistema de relaciones horizontales y reforzando progresivamente su complementariedad en las estructuras económicas.

L a política de desarrollo endógeno preconizada por la Unesco concentra su atención en las fuerzas internas del crecimiento económico y de transformación social consideradas primordiales, y en la necesidad de evitar un tipo de desarrollo "elitista". Por ello, plantea c o m o premisa que los países en desarrollo no deben seguir ciegamente los modelos occidentales de desarrollo económico y.social.

L a estrategia de la satisfacción de las necesidades esenciales tiende a aumentar el empleo y a garantizar a cada familia alimentación, vivienda y vestido adecuados, así c o m o los servicios colectivos más importantes. Por su parte, la estrategia del desarrollo rural, conduce a prestar mayor atención a la agricultura, a la crea­ción de una infraestructura de producción, etc.

Resulta claro que todos estos nuevos conceptos obedecen a la necesidad de afrontar los problemas m á s arduos que, en la búsqueda de su resurgimiento nacional, encuentran los países que han accedido recientemente a la indepen­dencia. L a gravedad de estos problemas difiere según los países y su grado de > desarrollo explica en gran medida la preferencia atribuida a una determinada concepción económica. Es importante que la búsqueda progresiva y "a pequeños pasos" de una solución de los problemas actuales no origine una fragmentación de la política económica, una solución de continuidad y una falta de perspectivas.

U n análisis detallado de estos nuevos conceptos y su cotejo con los hechos permitirán evaluar de manera sistemática sus ventajas y desventajas y solucionar las numerosas cuestiones aún no elucidadas. Por el m o m e n t o , los jóvenes estados nacionales buscan con tenacidad sus propias vías de desarrollo, esforzándose por

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económico en los países en desarrollo

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aplicar las nuevas concepciones económicas a partir de bases nacionales y colec­tivas. Los efectos de esta actitud son ya visibles en su desarrollo interior y en el lugar que han pasado a ocupar en el sistema de las relaciones económicas mundiales.

Los debates en torno a las grandes líneas de esta reorientación versan m á s concretamente sobre los problemas planteados por la base científica y tecnológica de la nueva estrategia y las nuevas concepciones, la coordinación entre la tecno­logía nacional y la tecnología importada, la elección entre diversas variantes tecnológicas (preferencia al capital o a la m a n o de obra), la dimensión de las empresas, las prioridades (industrial o agrícola), etc.

Los nuevos conceptos son a m e n u d o poco precisos cuando se trata de definir el carácter de la fase científica y tecnológica del desarrollo. Al dar prioridad a las pequeñas empresas, la agricultura y la industria rural, la tecnología que requiere abundante m a n o de obra, la producción de artículos poco elaborados destinada a satisfacer las necesidades esenciales, soluciona ciertos problemas urgentes, pero en última instancia acentúa el riesgo de perpetuar el retraso tecno­lógico de los países en desarrollo y de condenarlos al estancamiento tecnológico.

Mantener semejante r u m b o durante un largo periodo puede conducir a "legitimar" la existencia de dos grupos de estados netamente diferentes por el nivel de su economía, su capacidad de dominar el progreso científico y tecnológico, y los métodos intensivos o extensivos que apliquen para el desarrollo de sus economías nacionales.

Este escollo no podrá evitarse m á s que por la elección deliberada de una industrialización que tenga en cuenta las condiciones concretas de cada Estado (o grupo de estados) y los objetivos socioeconómicos que deberán alcanzarse en el curso del periodo examinado. N o se trata, pues, de saber si la industrialización es necesaria, sino de pronunciarse acerca de sus modalidades y sus etapas y de tomar en consideración en la mayor medida posible las particularidades del desa­rrollo en cada país. Únicamente la industrialización permitirá integrar la economía nacional en un conjunto coherente de concepción moderna, eliminar las estruc­turas arcaicas que frenan el progreso social y beneficiarse de las posibilidades creativas de las masas trabajadoras.

Para lograr estos objetivos es necesario que todos los países que hayan escogido en función de su propia situación una estrategia de desarrollo deter­minada, la apliquen aumentando metódicamente el nivel técnico de su economía, creando las condiciones necesarias a la creación de una infraestructura científica y tecnológica y de un sistema moderno de educación y formación de profesionales.

El ejemplo de los países desarrollados muestra que únicamente la industria puede absorber una gran parte de la población activa, comprendida la que emigra del campo. Los nuevos conceptos no han demostrado aún si es posible lograr a la larga con ellos el pleno empleo y propiciar la construcción de una economía nacional coherente, ni si las pequeñas y medianas empresas podrán producir en

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cantidad suficiente toda la g a m a de bienes necesarios para satisfacer las nece­sidades de la población.

E n la Declaración de Arusha, los ministros de los países en desarrollo (Grupo de los 77) fueron categóricos al respecto al declarar que es indudable que en el desarrollo económico y social hay que dar prioridad a la satisfacción de las necesidades esenciales de las poblaciones y a la eliminación de la miseria de las masas, pero es inadmisible y falso sostener que estos objetivos pueden alcanzarse sin el desarrollo general y completo de las economías de los países en desarrollo y sin el establecimiento del nuevo orden económico internacional.

C o n arreglo a este punto de vista, la eficacia de las nuevas concepciones depende de los siguientes criterios: Su capacidad de modificar las tendencias desfavorables al desarrollo y de satis­

facer las necesidades primordiales de la población, sobre todo de sus sectores menos favorecidos, para elevar de manera permanente el nivel de vida.

L a posibilidad de garantizar la continuidad con todos los elementos racionales de las actuales estrategias y conceptos del desarrollo.

L a orientación hacia un uso progresivo de las tecnologías modernas mediante la aplicación sistemática de los logros del progreso científico y tecnológico a las técnicas y tecnologías nacionales e intermedias.

El reforzamiento de la independencia económica mediante la organización de un proceso reproductivo sobre una base nacional —o colectiva, en el marco de una comunidad de los países en desarrollo—junto con una participación más activa en la vida económica mundial.

L a participación activa y consciente de las masas en las medidas encaminadas a orientar la política de desarrollo económico.

A estos criterios sólo puede responder una estrategia global de desarrollo nacional, cuyos adeptos son cada vez m á s numerosos en estos últimos años. Y a no se consi­dera que garantizar un ritmo de crecimiento relativamente elevado basta para suprimir automáticamente la desigualdad de los ingresos o eliminar el hambre, la miseria, el divorcio entre las ciudades y el c a m p o y otras plagas sociales del subdesarrollo.

U n enfoque global de estos problemas implica efectuar transformaciones de carácter progresista, sobre todo la reforma agraria y la de la enseñanza, c o m o condición esencial para el éxito del crecimiento económico. Supone igualmente una política demográfica racional, el aumento m á x i m o del empleo, la elección de estructuras productivas, técnicas y tecnológicas orientadas hacia la satisfacción de las necesidades esenciales de los sectores mayoritarios de la población y menos favorecidos.

Al propio tiempo hay que garantizar la coordinación del desarrollo econó­mico interno y de la organización de relaciones económicas externas en el marco de una estrategia nacional coherente.

L a consideración del desarrollo económico c o m o un fenómeno social

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económico en los países en desarrollo

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difícil y complejo ha puesto de manifiesto uno de los puntos débiles del nuevo orden económico internacional: al basarse en una reestructuración de las rela­ciones en la esfera de la distribución, relega, en cierto m o d o , a un segundo plano la reestructuración de las relaciones en el campo de la producción. Ahora bien, es evidente que no basta con redistribuir más equitativamente el ingreso mundial para alcanzar los objetivos del nuevo orden económico internacional.

Para ello es indispensable desarrollar al máx imo las fuerzas productivas, lo que a su vez exige que se combinen de manera óptima los recursos interiores y las posibilidades de cooperación internacional. Para lograr tales objetivos los países en desarrollo tendrán que luchar contra las empresas transnacionales, que utilizan ante todo su fuerza de producción y su poder tecnológico y financiero para obtener el máximo beneficio: sus beneficios son siempre superiores a sus inversiones.

D e ahí la importancia, en el marco del nuevo orden económico internacional, de las medidas de transferencia de conocimientos científicos y tecnológicos que permitan alcanzar una genuina independencia económica, y seleccionar vías de desarrollo acordes con la voluntad de los pueblos. Entre estas medidas conviene destacar: La ayuda a los gobiernos para definir los fines y los métodos de una política

científica y tecnológica nacional conforme a las exigencias de las economías en desarrollo.

La orientación hacia las necesidades de los países en desarrollo, de la investigación científica y tecnológica de los estados desarrollados y de la cooperación internacional en esta esfera.

El establecimiento de un plan de cooperación científica y tecnológica bilateral que responda a la necesidad de acelerar en los países en desarrollo la inves­tigación científica y tecnológica nacionales, en particular sobre.una base colectiva.

L a aplicación de las recomendaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ciencia y Tecnología para el Desarrollo puede contribuir en gran medida a acelerar la transferencia de conocimientos científicos y tecnológicos a los países en desarrollo, a ayudar a estos países a utilizar más intensamente la ciencia y la tecnología que garantice el progreso económico y social, eleve la vida de la pobla­ción, elimine el subdesarrollo y posibilite la creación de una estructura social moderna.

El enfoque global adoptado por muchos países en desarrollo los enfrenta con diversos problemas que esperan solucionar con la ayuda de los organismos especializados del sistema de las Naciones Unidas. L a contribución de la Unesco, por ejemplo, podría consistir en analizar m á s a fondo los aspectos mundiales del nuevo orden económico internacional, los métodos de aplicación de los logros de la ciencia y la tecnología en función del nivel de desarrollo, de la estructura económica, del sistema social y de las tradiciones culturales y nacionales, o en

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Leon Z..Zevin

preparar recomendaciones tendientes a definir los sistemas de enseñanza y de formación profesional basadas en una estrategia a largo plazo del desarrollo económico y social.

Ahora bien, ¿qué carácter y directrices prioritarias tendrá la formación del potencial científico y tecnológico de los países en desarrollo que está llamado a garantizar un desarrollo económico autónomo? ¿Cuál es la combinación óptima de elementos técnicos, tecnológicos y científicos endógenos y de elementos impor­tados? ¿ C ó m o eliminar las desigualdades materiales y las injusticias sociales? Son interrogantes a las que todavía no se ha aportado una respuesta.

Para abordar el problema de c ó m o reorientar el inmenso potencial científico y tecnológico actualmente aplicado a los armamentos, la Unesco podría utilizar su autoridad para desviarlos hacia la solución de los problemas mundiales, la investigación detallada de los problemas económicos y sociales inmediatos y a largo plazo de los países en desarrollo y, especialmente, de los menos adelantados.

E n el último decenio la Unesco prestó su atención a algunos de los problemas mencionados, adoptó cierto número de iniciativas y formuló varias recomenda­ciones. Pero la agravación de la situación internacional a fines de los años setenta, la definición por las Naciones Unidas de una estrategia para el nuevo decenio para el desarrollo, la reorientación del desarrollo de ciertos países que accedieron a la independencia, hacen indispensable una reevaluación de los diferentes puntos de vista y opiniones.

L a Unión Soviética y los demás países socialistas proponen una coope­ración basada en un enfoque global de los problemas del desarrollo, que contri­buya al establecimiento de una economía moderna acorde con la situación concreta de cada país, a la construcción de complejos industriales o agroindus-triales para cada uno de los sectores de la economía situados sobre un mismo territorio, a la creación de una infraestructura científica y tecnológica nacional y de sistemas eficaces de educación y formación profesional, al fortalecimiento de la participación de.los países menos avanzados en el intercambio científico y tecnológico internacional.

C o m o demuestra, por ejemplo, la experiencia de la cooperación con la India, no cabe duda de que son éstos los objetivos que los acuerdos generales a largo plazo y los programas de cooperación económica, comercial, científica y tecnológica concertados entre los gobiernos por un plazo de diez a quince años pretenden alcanzar. Estos objetivos permiten también coordinar la cooperación internacional con los diferentes planes del desarrollo económico y social de los países partes, establecer contactos entre sus órganos de planificación y de dirección de la economía, cooperar en la investigación fundamental o aplicada, en los trabajos de diseño y de ingeniería e incluso en la realización de trabajos en otros países, y estimular la especialización y la cooperación en las esferas industrial, científica y tecnológica internacional.

Tal estrategia a largo plazo del desarrollo económico, basada en la creación

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El nuevo orden económico internacional y la reorganización de las políticas de desarrollo

económico en los países en desarrollo

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de complejos industriales especializados o funcionales y, en definitiva, de un sistema económico nacional moderno, puede asimilar buen número de las pro­puestas contenidas en los nuevos conceptos de los países en desarrollo.

L a finalidad de dicha estrategia aspira a resolver los problemas fundamen­tales de las economías subdesarrolladas y a aunar los objetivos a mediano plazo y los objetivos a largo plazo, los intereses del crecimiento económico y los del progreso social, los recursos internos y los recursos externos. Su aplicación favorece el fortalecimiento de la soberanía nacional, que puede apoyarse así en una sólida base material, la intensificación de la cooperación entre los países en desarrollo y su participación activa en las relaciones económicas internacionales en pie de igualdad. Y son precisamente estos objetivos los que desempeñan un papel importante en el programa de establecimiento del nuevo orden económico internacional.

[Traducido del ruso]

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Bases de datos socioeconómicos:

situaciones y evaluaciones

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios. VII: Perú*

Fernando González Vigil con la colaboración de

Ana María Tenembaum y Julio Velarde

Estadísticas socioeconómicas

L a característica fundamental de la información estadística en estudio es su carácter socioeconó­mico. El decidir qué considerar dentro del ámbito social y económico es de por sí difícil por cuanto en un sentido amplio pocos fenómenos son los que no tienen características sociales o económicas. Es asi c o m o contemplamos en el estudio las esta­dísticas que contribuyen a la elaboración de la política económica, que aportan la información para los organismos que trabajan en pro del bie­nestar social, y que ayudan al público en general a forjarse una visión m á s realista del medio eco­nómico y social en que vivimos, al darse a conocer los aspectos numéricos de la situación socioeco­nómica existente y de los problemas a enfrentar dentro de este ámbito en el futuro. Dentro de la amplia g a m a de información socioeconómica exis­tente en nuestro país, nos limitamos al análisis de aquella información que se produce y publica en la actualidad, con sólo referencias de carácter m a r ­ginal a la información del pasado. E n ningún m o m e n t o se pretende, por tanto, hacer un inven­tario exhaustivo de las series estadísticas que se produjeron alguna vez en el país; el análisis se basará en la información de hoy, a sus caracterís­ticas en el presente, características que se espera se mantengan en sus rasgos esenciales en el futuro cercano. Otra de las características de la infor­mación estadística que reseñamos es suregularidad. Se incluye, sin embargo, algunos censos y estudios

El autor es investigador miembro del Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo-DESCO (Apartado Postal 11545-Lima 11, Perú), y pro­fesor de economía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

específicos cuya periodicidad fluctúa pero que sirven de base para la elaboración de las estadís­ticas continuas.

L a generalidad es otra de las características de la información estadística socioeconómica que analizamos. Y entendemos por estadísticas gene­rales aquellas que cubren a la totalidad de agentes, a nivel nacional, que participan en una actividad. Bajo este criterio se excluye del análisis a la infor­mación proveniente de las operaciones de entes particulares, a no ser que su importancia dentro del conjunto sea tal que amerite ser considerada c o m o general. Se excluyen asimismo los datos de instituciones, tanto públicas c o m o privadas, que sólo revierten en provecho delas mismas, en lo que a los aspectos administrativos y de funcionamiento respecta, c o m o por ejemplo los estados finan­cieros de las empresas. L a información referente a ciudades, departamentos o regiones específicas,, por lo general se excluye también del estudio; aunque se analiza por cierto aquella información de cobertura nacional a nivel de desagregación por regiones, departamentos, distritos, etc.

Por último, podemos señalar la naturaleza primaría característica de la información socio­económica que analizamos. Se trata de la infor­mación que se obtiene por procedimiento directo; aquella que así c o m o es recolectada por el pro­ductor es puesta a disposición del usuario, sin haber sufrido otra elaboración que la indispen­sable para la tabulación correspondiente. Estarán

* Los cinco estudios anteriores de esta serie versaron sobre Australia (vol. X X I X , n.° 4, 1977), Túnez (vol. X X X , n.° 1, 1978), Noruega (vol. X X X , n.° 3, 1978), Costa de Marfil (vol. X X X I , n.° 1,1979), Grecia (vol. X X X I I , n.» 2, 1980) y Sri Lanka (vol. X X X I I , n.» 3, 1980).

Rev. int. de dene, soc, vol. XXXII (1980), n.° 4

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ausentes por tanto del inventario, información en forma de ratios, tasas, índices, etc. Y ello porque de lo contrario estos derivados de la información básica harían interminables los listados sin aportar mayormente el bagaje de información disponible. Conocida la información primaria de la que se dispone, nos forjamos ya una visión cabal de los indicadores que a partir de ella se pueden obtener, sea que los elaboren o no las mismas fuentes produc­toras o los divulgadores de la información primaria.

Clasificación de las estadísticas socioeconómicas

Clasificamos la información a analizar en tres grandes grupos: (A) estadísticas demográficas, so­ciales y laborales; (B) estadísticas económicas globales; y ( Q estadísticas económicas por tipo de actividad.

Dentro del primer grupo (A) se considera un c a m p o de actividades similar al así considerado por las Naciones Unidas: estadísticas demográ­ficas (A.l) , sociales (A.2) , y laborales y de segu­ridad social (A.3) . Las estadísticas demográficas las clasificamos a su vez en: censo de población (A. 1.1); estadísticas de población (A. 1.2); esta­dísticas vitales (A. 1.3), que comprenden infor­mación sobre nacimientos, defunciones, matrimo­nios y divorcios; y estadísticas de migración (A. 1.4), tanto interna c o m o internacional. Las estadísticas sociales se subdividen en: vivienda (A .2 .1 ) ; educación, ciencia y tecnología (A.2 .2); cultura, recreación y comunicación de masas (A .2 .3 ) ; salud (A.2 .4) ; seguridad y orden pú­blico (A.2 .5 ) ; y servicios sociales (A.2 .6 ) . Y las estadísticas laborales y de seguridad social se subdividen en laborales (A.3 .1 ) , que comprenden estadísticas de empleo y población económica­mente activa, sueldos y salarios, organizaciones sindicales y conflictos laborales, servicios de e m ­pleo, y accidentes, lesiones e incapacidades labo­rales; y en estadísticas de seguridad social (A. 3.2).

El segundo grupo (B), de estadísticas eco­nómicas globales, incluye los sistemas de cuentas nacionales (B.l), y las estadísticas gubernamen­tales (B.2) y del sector externo (B.3). A d e m á s se consideran dentro de este grupo estadísticas glo­bales de precios (B. 4.1) y de volumen y composi­ción de los gastos de las familias (B.4.2) . Se considera en este grupo la información de carácter general referente a las actividades propiamente

itfc dentro de la esfera económica, y no las relativas a un sector de actividad en particular.

Las estadísticas económicas por tipo de actividad ( Q constituyen el tercer grupo de esta­dísticas analizadas. Se refiere a los sectores parti­culares de la economía, y se sigue para los efectos de la subdivisión los lincamientos de la división mayor de actividades de la clasificación industrial internacional uniforme de todas las actividades económicas — C I U U — , de las Naciones Unidas. Se analizan las estadísticas de: agricultura, caza, silvicultura y pesca (C.l); explotación de minas y canteras (C.2); industria manufacturera (C.3); electricidad, gas y agua (C.4); construcción (C.5); comercio al por mayor y menor, y restaurantes y hoteles (C. 6); transportes y comunicaciones (C. 7); finanzas y seguros (C.8); y estadísticas de tu­rismo (C.9 .1 ) y de servicios comunales, sociales y personales (C.9 .2) .

Características generales de las estadísticas

E n los inventarios estadísticos realizados en el país, y a los que haremos referencia a lo largo del estudio, se hace mención a las series estadísticas elaboradas por los órganos del Sistema Estadístico Nacional. A u n q u e los resultados de los mismos serán analizados al referirnos a las instituciones, cabe mencionar que ellos corroboran las caracte­rísticas generales de las estadísticas socioeconó­micas que aquí comentamos, al ser básicamente las instituciones públicas las que se encargan de la pro­ducción de las estadísticas socioeconómicas que re­señamos. Las demás instituciones son sus usuarias y muchas veces reproducen los datos primarios o pu­blican análisis utilizándolos para fines específicos.

Dentro del campo socioeconómico en que se centra el estudio que llevamos a cabo, cabe señalar que la producción de la información esta­dística está orientada preferentemente hacia los aspectos económicos, dejándose un tanto al margen la producción de estadísticas referentes al ámbito social. Los recursos en general son escasos, pero la escasez es mayor en lo que respecta a los recursos destinados a la producción de estadísticas sociales.

E n cuanto a las variables que en la actua­lidad se producen periódicamente, podemos afir­m a r que se ha avanzado bastante en los últimos años. Si bien quedan por perfeccionarse en relación a su calidad, cobertura, periodicidad y rapidez en

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

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el proceso de elaboración y publicación, y a la desagregación en cuanto a cobertura geográfica, podemos afirmar que las estadísticas producidas permiten una mejor aproximación que antaño a la situación socioeconómica del país máx imo si se tienen en cuenta las limitaciones de los recursos dis­ponibles y los obstáculos en la producción de infor­mación estadística a los que hay que hacer frente, aspectos a los que haremos referencia más adelante.

L a confiabilidad de las estadísticas es uno de los elementos indispensables de su calidad. Sin embargo, la confiabilidad no sólo depende de quienes cumplen labores de estadísticos. L a misma es función de la calidad de los datos, materia prima del producto estadístico, los mismos que son obte­nidos de diversas fuentes; de los usos que se dé a la información; de las técnicas utilizadas; y de la pre­paración tanto de quienes proporcionan los datos c o m o de quienes trabajan con ellos hasta que son puestos a disposición de los usuarios; entre otros.

E n los distintos sectores y organismos pú­blicos continúa existiendo gran cantidad de infor­mación que no es considerada o procesada. L a información que se procesa en gran parte está destinada a usos administrativos específicos antes que estadísticos, siendo difícil su uso para análisis m á s amplios. E n los últimos años se ha tratado de utilizar con provecho estadístico las informaciones recolectadas por vía administrativa, lo que se ha venido logrando gracias a la coordinación efec­tuada en el ámbito del Sistema Estadístico N a ­cional, los vínculos entre los distintos organismos productores y usuarios, y la implementación de los cuestionarios con orientación única.

A d e m á s de las fallas propias del proceso estadístico, quienes proporcionan los datos pueden estar interesados en distorsionarlos. E n muchos casos es esencial que se proteja el carácter confi­dencial de las respuestas individuales; el temor a que se divulgue dicha información puede llevar a que los datos que se brinden estén desde la fuente misma distorsionados. Existen medios para probar la consistencia de los datos y en muchos casos se ha venido trabajando en ese sentido. Y al analizar los recursos con que se dispone en las labores de producción y publicación de información esta­dística socioeconómica, nos referiremos a sus características y limitaciones, lo que también habrá de influir considerablemente en su calidad.

A lo largo del tiempo se ha venido avan­zando considerablemente en cuanto a la produc­

ción de información socioeconómica agregada a nivel nacional. Y es recién a partir de los últimos años, específicamente desde 1977, que se han venido dando directivas a los sectores para que produzcan información estadística desagregada a nivel regional, en aras a poder analizar los avances del proceso de regionalización y de descentra­lización al que se pretende llegar. Sin embargo, pese a los esfuerzos realizados en este c a m p o , aún no se ha podido implementar satisfactoriamente la producción de las estadísticas con esta cobertura geográfica. El problema se agrava por el hecho de que al no existir una regionalización única del país, las series de cobertura regional elaboradas por los diferentes sectores están referidas a los diferentes sistemas de regionalización establecidos por éstos, dificultando su complementación. T a m ­bién será necesario incrementar la producción de información a niveles de cobertura departamen­tal, provincial, distrital, y otras de carácter local, previo estudio de las necesidades de los usuarios.

Salvo en casos excepcionales, tal c o m o en los censos, indispensables para la elaboración de estadísticas continuas, sólo nos referimos a las estadísticas periódicas. Y en cuanto a esta carac­terística cabe remarcar que destaca la producción de series estadísticas de periodicidad anual, siendo escasa la disponibilidad de información estadística con periodicidades menores a un año. Requiriendo ciertas aplicaciones de información con mayor frecuencia de elaboración, se puede conjeturar que existe déficit de información estadística con perio­dicidad semestral, trimestral, mensual, quincenal, semanal, etc. Es necesario conocer la aplicación de cada serie para asignarle adecuada periodicidad, lo que debe decidirse a nivel de la unidad produc­tora en sus coordinaciones con los usuarios y fuentes de información respectivas, c a m p o en el que todavía queda m u c h o por hacer en el país. Queda asimismo m u c h o por hacer en cuanto a la rapidez en el proceso de elaboración y publicación de la información, pero lamentablemente ello está en función de los recursos de que se dispone.

Características específicas de las estadísticas

Vistas las características generales de la estadística socioeconómica producida en el país, nos refe­riremos brevemente a las características específicas de cada una de las categorías de los datos que

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reseñamos cn el apéndice I. L a descripción quedará completa al referirnos a las instituciones encar­gadas de su elaboración y publicación (apéndices II y I V - A ) y a las publicaciones a través de las cuales se difunden (apéndices III y IV-B) .

Por razones de clasificación ubicamos al censo de población dentro de las estadísticas de­mográficas, pero tal c o m o se aprecia en el resumen de las variables consideradas, las mismas desbordan el c a m p o de lo eminentemente demográfico. Se obtiene a través de estos censos información refe­rente a la estructura demográfica del país, y a las ca­racterísticas sociales, laborales y económicas de la población. A la fecha se han llevado a cabo siete censos de población; los resultados de los tres pri­meros, llevados a cabo en 1836,1850y 1862, no fue­ron publicados; publicándose los resultados de los llevados a cabo posteriormente, en 1876,1940,1961 y 1972. Se espera que el VIII censo de población se realice en 1981. H a y opiniones divergentes acerca dela calidad de la información recogida en el último Censo efectuado, pero el criterio predominante es que se avanzó considerablemente en cuanto a los aspectos técnicos y a su cobertura, siendo el mar­gen de confiabilidad de los datos bastante amplio.

A partir de los datos censales y de la infor­mación recogida de los registros públicos, se elaboran las estadísticas periódicas de las carac­terísticas de la población y las estadísticas vitales. Los registros públicos representan problemas en cuanto a la cobertura, especialmente en las zonas rurales, teniendo que estimarse las omisiones con el fin de llegar a estadísticas m á s confiables. Las diferentes proyecciones efectuadas en relación a la población del país eran descalificadas tan pronto se conocían los resultados de los censos, habiendo aún desconocimiento acerca de la verdadera evo­lución de la población y de su distribución espacial y por edades. E n aras a superar este problema recientemente se han realizado esfuerzos consi­derables, materializándose en parte en la Encuesta Nacional Demográfica realizada entre 1975 y 1976, y cuyos resultados ayudurán a producir mejores estimados sobre la población peruana.

Las estadísticas sociales han alcanzado un menor grado de desarrollo, tanto en lo que se refiere a su cobertura y confiabilidad, c o m o en lo que respecta al ritmo de su generación y difusión. Ello se explica cn parte por el carácter cualitativo de algunos de los servicios brindados y de las carac­terísticas de la población, lo que dificulta su tra-

ítt tamiento estadístico. D e otro lado, la calidad se ve efectada por el hecho de que la mayoría de las veces la información tiene origen muestral, y debido a que la cobertura de algunas de las va­riables consideradas se limita alos servicios realiza­dos a través del sector público y a sus recursos. E n los casos en que el sector privado brinda infor­mación en relación a sus actividades, los datos son • presentados con retrasos y resulta difícil su conso­lidación en agregados confiables por cuanto los indicadores usados no son siempre los mismos.

Puede afirmarse que las estadísticas confia­bles sobre vivienda quedan restringidas a los resultados de los censos. Se espera que el H I censo de vivienda se lleve a cabo en 1981, aunque cabe mencionar que a partir de los censos de población también se obtenía información referente a la vivienda. Gran parte de la información existente proviene de las proyecciones de los datos censales.

Al margen de esta información existía m u y poca información sectorial, a la que recién se está dando énfasis, e información multisectorial. Estos últimos datos, cuyo relevamiento o produc­ción corresponde a otros sectores pero que por su naturaleza son de vivienda, llenaban el vacío existente en cuanto a información de este tipo. M u c h o s de los datos sólo pueden ser obtenidos por medios indirectos o por encuestas por muestreo, y un apreciable número de fuentes de información son poco o nada accesibles incluso por las mismas oficinas productoras de estadísticas. Tal es el caso de los datos sobre empresas mobiliarias y urba-nizadoras; viviendas de alquiler, de autoconstruc­ción; precios de las viviendas; entre otros. Las oficinas de distintos ministerios y los registros administrativos completan la g a m a de las fuentes de información sobre vivienda.

Dentro de las estadísticas sociales las que tienen una cobertura m á s amplia y una confiabi­lidad mayor son las referentes al sector de edu­cación. Se cuenta con indicadores del nivel de educación; información sobre centros educativos; tipos de postulantes, alumnos, graduados y titu­lados; recursos del sector; y sobre estímulos educa­tivos. Sin embargo, la reforma de la educación decretada por el gobierno revolucionario, rompe la secuencia de la información estadística generada cn el sector. Las modalidades de educación para las • que se dispone de información a partir de 1973 son las de educación básica, laboral, regular, especial e inicial. Desde 1960 se cuenta con información

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

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sobre educación secundaría, secundaria profesio­nal y formación magisterial; y hasta 1970 sobre educación artesanal, artística, intermedia, no uni­versitaria, pre-escolar y primaria. Y en cuanto a su cobertura, la misma es nacional hasta 1970, y por zonas y regiones de educación desde 1973.

E n último lugar podríamos colocar a las estadísticas de ciencia y tecnología, lo que se explica en parte por lo reciente del impulso a las actividades en esta área. Las estadísticas de cultura, recreación y comunicación de masas, son bastante completas en cuanto a las variables consideradas. Su relevamiento y generación co­rresponde a distintas entidades, no existiendo una oficina que centralice dicha información. Se limita su cobertura a las estadísticas de carácter público y la difusión de la información es restringida.

L a información estadística del sector salud se registra y procesa con una periodicidad m e n ­sual, recibiéndose los datos directamente de los establecimientos. E n cuanto a la organización del sector, se dispone de información sobre los re­cursos con que se opera.

Completan las estadísticas sociales la infor­mación de seguridad y orden público, y la de servicios sociales. E n cuanto al primer grupo, la cobertura y confiabilidad de.las estadísticas es satisfactoria, pero su difusión es restringida y en algunos casos la información generada es estric­tamente confidencial. E n el último grupo se reseña variables de diversa índole relacionadas con aspec­tos sociales, cuya responsabilidad es compartida por diversas instituciones. L a misión de éstas antes que elaborar estadísticas es la de prestar servicios, de ahí lo precario del estado de este tipo de infor­mación socioeconómica.

E n lo referente a estadísticas laborales se puede hacer una primera división. D e un lado, las estadísticas de empleo, población económicamente activa y remuneraciones, y de otro, las estadísticas sectoriales propiamente dichas. E n cuanto a las primeras, los datos se obtienen de encuestas a hogares y establecimientos, de registros adminis­trativos, de planillas, de entidades y dependencias de otros sectores, así c o m o de proyecciones de los censos de población. A u n q u e hay medios para controlar la confiabilidad de las estadísticas, hay amplio margen para que deliberadamente se pue­dan generar distorsiones, sobre todo en lo que respecta a la situación de empleo y los niveles de ingresos. E n lo que respecta a las estadísticas sec­

toriales, el grado de su confiabilidad es m u c h o mayor, obteniéndose los datos de distintas oficinas gubernamentales del sector, lo que posibilita estar al día en la información. Se dispone de datos sobre organizaciones sindicales, conflictos, laborales, huelgas, convenios colectivos, servicios de empleo, accidentes, lesiones e incapacidades laborales.

Se presenta asimismo la relación de las variables consideradas c o m o estadísticas de segu­ridad social, cuya cobertura es a nivel nacional. C o n estas estadísticas, se completa la g a m a de información considerada c o m o estadísticas d e m o ­gráficas, sociales y laborales.

Es indudable que es en el c a m p o económico donde m á s se ha avanzado en lo que a generación de información estadística respecta. Esto se explica en parte por las presiones de los usuarios, funda­mentalmente por las distintas instancias del go­bierno. El empuje que se ha dado a la actividad estadística en esta área data de hace muchas décadas, aunque las series históricas carecen en la mayoría de los casos de continuidad, al haber ido variando los criterios y metodologías utilizadas por las distintas instituciones productoras de in­formación. También es en este c a m p o donde m á s se observan discrepancias entre los datos propor­cionados por las diversas fuentes, problema que se ha venido atacando en los últimos años.

Las cuentas nacionales se elaboran de acuerdo a la última revisión del sistema de cuentas nacionales de las Naciones Unidas —serie F n.° 2, revisión 3. Á pesar de lo reciente de la implemen-tación de esta metodología son notables los avances logrados al respecto, aunque aún resta m u c h o por hacer. L a adopción de esta última revisión del sistema de las Naciones Unidas hace m á s fácil la comparación de la situación de nuestro país con la de otros países, y permite lograr uno de los requisitos indispensables para poder armonizar las cuentas nacionales a nivel del grupo Andino. E n cuanto a las tablas de insumo-producto cabe mencionar que aún no se ha alcanzado una frecuencia deseada en su elaboración, quedando asimismo muchos aspectos por perfeccionarse.

Las estadísticas monetarias, bancarias y financieras en general son quizás unas de las m á s antiguas en nuestro país. Las variables se encuen­tran a un nivel bastante detallado, siendo los datos consistentes entre sí y de elevado grado de confia­bilidad. Las estadísticas gubernamentales y las del sector externo, si bien vienen elaborándose desde

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hace muchas décadas no guardan mayor conti­nuidad y son quizás las que m á s difieren de una fuente a otra. Algunas de las variables están par­ticularmente sujetas a distorsiones y otras han sido consideradas confidenciales hasta hace m u y poco. E n general el desarrollo alcanzado en la elabora­ción de estas estadísticas económicas globales es bastante satisfactorio.

Los índices de precios al consumidor y al por mayor son calculados con rapidez para las principales ciudades del país, en base a promedios ponderados de las principales ciudades del país, en base a promedios ponderados de las variaciones en precios de los rubros que componen las canastas que al efecto se han elaborado. Los índices de precios de las principales macro-magnitudes c o m ­pletan la g a m a disponible de estadísticas de precios. Se elaboran asimismo series sobre la distribución del gasto familiar para diferentes zonas geográ­ficas y estratos sociales, en base a muéstreos y encuestas. E n cuanto al consumo sólo se ha realizado una encuesta de hogares a nivel nacional, recolectándose datos bastantes completos, y en la actualidad el Sistema Nacional de Estadísticas Alimentarias cumple un rol fundamental en lo que respecta a gastos en el consumo de alimentos.

Las estadísticas clasificadas en el tercer grupo c o m o estadísticas económicas por tipo de actividad, han alcanzado asimismo un buen nivel de desarrollo dada la capacidad operativa con que son elaboradas. Son diversas las fuentes de datos utilizadas, entre las que destacan los censos, las encuestas y los registros administrativos. L a infor­mación sectorial se encuentra a un nivel bien desa­gregado, llegándose a elaborar numerosas series de productos específicos. E n cuanto ala cobertura geográfica si bien predomina la nacional, se ela­boran infinidad de series a nivel de departamento y aún de provincias. C o n relación a la periodicidad destaca la anual pero muchas series son elaboradas con una mayor frecuencia. Los diversos sectores suelen producir cifras estimadas y en algunos casos sólo después de lapsos considerables las mismas son ajustadas y se elaboran las cifras definitivas.

El sistema nacional de estadística

Breve descripción histórica del sistema estadístico peruano

L a evolución del sistema nacional de estadística ha sido errática en nuestro país. N o ha existido

una estructura estadística que se mantuviera c o m o tal durante un periodo extenso, habiendo sufrido la misma continuos cambios, a nivel legal c o m o a nivel administrativo y operativo. Cabe mencionar, asimismo, que la importancia que se le ha conce­dido y el apoyo que se le ha brindado a la produc­ción de información socioeconómica ha ido va­riando de acuerdo a la época y a los objetivos de los distintos gobiernos.

E n la época del imperio incaico la estadís­tica desempeñaba un rol fundamental desde el punto de vista socioeconómico. Podemos afirmar que existía una organización estadística, y se pro­ducía básicamente información de caracter d e m o ­gráfico y económico. El sistema estadístico de la época se basaba en el uso de los "quipus" y los funcionarios especializados eran los "quipuca-mayocs". El "quipu" (nudo) consistía en un cor­dón grueso y horizontal, del que pendían otros cordones con una serie de nudos. Según el color, grosor y extensión de los cordones, y de acuerdo a los diversos tipos de nudos, éstos indicaban eventos, historias y noticias, así c o m o diversos fenómenos cuantificables.

L a organización estadística incaica per­seguía fines prácticos, por lo que recibía el apoyo de lá población. Se llevó un registro de nacimientos y defunciones, de gente disponible para la guerra y la defensa del pueblo, así c o m o de los productos de la tierra, del ganado y de los metales. Se tenía entonces estadísticas vitales y de migración confia­bles, pudiéndose afirmar que el primer censo de población se tuvo en esta época.

Durante la época de la colonia (1535-1821), la finalidad de la producción estadística era estric­tamente tributaria o parroquial. Se buscaba cono­cer quiénes estaban obligados a pagar impuestos, el potencial de m a n o de obra utilizable en la explo­tación de minas y obrajes, y el número de aboríge­nes que serían adoctrinados. A raíz de esto, la función estadística despertó un rechazo genera­lizado y se rompió con la tradición estadística altamente desarrollada del incanato. L a elabora­ción de la estadística carecía de criterios técnicos y adolecía de notables omisiones. L a cobertura era parcial, restringida básicamente a la población indígena, y debido a los objetivos perseguidos se podía esperar un bajo índice de confiabilidad de los datos.

A lo largo de la época republicana han ido variando ampliamente tanto los propósitos y usos,

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

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c o m o la importancia que se ha venido concediendo a la información estadística.

Durante el período inmediatamente pos­terior a la independencia, la importancia de las actividades estadísticas fue reconocida explícita­mente por la legislación, pero no se consideró ninguna estructura organizacional que pudiera llevar a cabo el proceso de producción de estadís­ticas. Los primeros censos de población de la época republicana (1836, 1850, 1862), adolecían de fallas técnicas y fueron realizados con un pro­pósito principalmente de control tributario, ade­m á s de servir para fines electorales y para conocer los recursos militares.

E n 1853 se crea por primera vez una Sec­ción de Estadísticas en el Ministerio de Gobierno, pero es recién en 1873 cuando se reorganiza dicho ministerio, que se crea la Dirección de Estadística, dividida en tres secciones: estadísticas de la pobla­ción, del territorio y del Estado. U n a de sus m á s importantes funciones fue la de levantar el censo de 1876, el primer censo técnico que tuvo el Perú, censo que buscaba conocer el potencial h u m a n o y económico del país. Fueron solicitados no sólo datos cualitativos de la población, sino también datos sobre propiedad territorial e industrial.

L a guerra con Chile en que se vio envuelto nuestro país entre 1879 y 1883, la invasión y la derrota sufridas, dejaron al Perú en condiciones calamitosas. La actividad estatal quedó completa­mente desorganizada y desapareció el apoyo que venía recibiendo la información estadística. Cabe mencionar que en los ejercicios presupuéstales de 1880 a 1914 ni siquiera fueron consideradas las partidas para la Dirección de Estadística, lo que supone un receso en la actividad estadística en el país, no teniéndose noticias de la ejecución de ac­tividad estadística nacional alguna durante este período.

E n 1915 reaparece una partida presupuestal para la Dirección de Estadística, reiniciándose su funcionamiento, pero esta vez en el Ministerio de Fomento y Obras Públicas. Entre otras impor­tantes funciones que realizó, cabe destacar la determinación de la base para construir el ín­dice de costo de vida en Lima, así c o m o la de encargarse de su elaboración periódica. E n 1923 la Dirección de Estadística pasó a integrar el Minis­terio de Hacienda y Comercio, levantándose un censo electoral en 1931, el m i s m o que puede ser

considerado c o m o un paso previo al censo nacional de población y ocupación de 1940.

El Servicio de Estadística Nacional se crea por medio de la ley n.° 7567, promulgada en 1932; se convierte en nacional la Dirección de Esta­dística y se crea la Oficina Central de Estadística Nacional

El censo de 1940 se llevó a cabo después de 74 años del último censo general, solicitándose en esa oportunidad datos relacionados con las características socioeconómicas de la población. Puede decirse que el levantamiento de este censo marcó un hito fundamental en la historia de la estadística en el Perú, lo que lleva a muchos a afirmar que puede hablarse de antes de 1940 y después de ese año,.en lo concerniente al sistema estadístico peruano.

E n 1944 se decreta la reorganización de la Dirección Nacional de Estadística y se establecen las pautas para el funcionamiento del Servicio Estadístico Nacional. L a principal productora de series estadísticas seguía siendo la Dirección N a ­cional de Estadística, produciendo entre otras, series de estadísticas vitales, laborales, culturales, de morbilidad, de tránsito, de algunas actividades económicas y financieras, y los índices de costo de vida y de precios al por mayor . A partir de 1958 se convierte en Dirección Nacional de Estadística y Censos —la Oficina Nacional de Estadística y Censos, O N E C — la antigua Dirección Nacional de Estadística. E n 1959 se promulga la ley orgá­nica de censos, ley n.° 13248, la que establece que los censos de población y vivienda habrán de realizarse cada diez años y los censos económicos cada cinco. E n 1961 se levantó el triple censo nacional que cubrió los aspectos de población, vivienda y agropecuario.

Las ideas sobre planificación comenzaron a tener una difusión y una aceptación crecientes a partir de la década de los cincuenta. Se constató la falta de estadísticas adecuadas, lo que obligó a los organismos planificadores a producir ellos mismos las estadísticas básicas. Siendo uno de los fines primordiales de la función estadística el servir de base para la planificación, se aprecia desde entonces una relación estrecha entre los organis­m o s de planificación y de estadística. Al crearse el Instituto Nacional de Planificación en 1962 pasa a depender de él la Dirección Nacional de Estadís­tica y. Censos, hasta 1966 en que integra nueva­mente al Ministerio de Gobierno.

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Durante la década de los sesenta la impor­tancia que concede el gobierno a la producción de información estadística está en gran medida en función de la necesidad de brindar información para conseguir créditos. La Alianza para el Pro­greso y la creciente importancia del crédito bila­teral y la multilateral, determinan en gran medida la creciente importancia que el gobierno atribuye a la producción de información estadística. A fines de los años sesenta la relevancia y la necesidad de las estadísticas socioeconómicas para los propó­sitos de planificación se vislumbran cada vez más importantes. Por otro lado, la creciente interven­ción pública viene acompañada de una creciente demanda de información socioeconómica, al ser el gobierno su principal usuario.

Las autoridades del gobierno revolucio­nario de la Fuerza A r m a d a , que toman el poder en 1968, estuvieron siempre interesadas en lograr una adecuada estructura para el buen funciona­miento de las actividades estadísticas y censales. E n el Plan Inca —plan del gobierno— se establece que para el mejoramiento de las estadísticas se debe integrar los organismos de estadísticas bajo un sistema nacional. Años después de su formula­ción, se materializa esta idea mediante la dación del D . L . n.° 21372, de creación del Sistema Esta­dístico Nacional — S E N — , que fuera promulgado el 30 de diciembre de 1975.

Entre las labores m á s importantes que realiza el órgano central del sistema, durante la década de los setenta, y antes de la creación del S E N , cabe señalar: el censo nacional de población y vivienda de pueblos jóvenes (barrios marginales) de 1970; el VII censo de población y el II censo de vivienda que se levantaron el 4 de junio de 1972; el n censo agropecuario que se levantó del 4 al 24 de septiembre de 1972; y los segundos censos nacionales económicos, que comprendieron la investigación de los sectores de comercio, cons­trucción, electricidad, manufactura, minería e hi­drocarburos, pesquería y servicios. Estos censos contaron con personal capacitado y modernos sistemas de procesamiento de datos y de edición de las publicaciones, lo que permitió a los usuarios contar con la información de manera oportuna y confiable. Asimismo, cabe destacar que en 1974 se inicia la encuesta demográfica nacional ( E D E N -P E R U ) , cuya finalidad es determinar la dinámica de la población peruana, obteniendo indicadores sobre natalidad, mortalidad, nupcialidad y migra-

îrt ción. Entre sus funciones periódicas importantes la O N E C elaboraba y publicaba los índices de precios al por mayor y los índices de costo de vida. Estas labores son desempañadas posteriormente por el Instituto Nacional de Estadística y luego por. la Oficina Nacional de Estadística, organismos que han ampliado considerablemente su radio de acción en los últimos años.

Creación y avances del Sistema Estadístico Nacional

D a d o el rol fundamental que viene cumpliendo el Sistema Estadístico Nacional — S E N — , desde su creación hasta la fecha, habremos de dedicar varios párrafos tanto a la descripción de su organización y sus recursos, c o m o a las actividades desarrolladas por los órganos del sistema y los problemas que ellos enfrentan. Ello se explica porque, tal c o m o veremos en cada uno de los acápites, la Oficina Nacional de Estadística — O N E — , su órgano rector, y las Oficinas Sectoriales de Estadística — O S E — , a la cabeza de cada uno de los sectores, constituyen las principales instituciones encarga­das de la producción y publicación de la informa­ción estadística socioeconómica básica. Otras ins­tituciones públicas y las privadas completan el inventario de los responsables de la información en estudio.

Al ser creado el S E N en diciembre de 1975, por D . L . n.° 21372, el mismo que es reglamentado por D . S . n.° 005-77-PM, se constituye el Instituto Nacional de Estadística — I N E — , c o m o el órgano central. Funciona con este nombre hasta 1978 en que el órgano rector del S E N pasa a depender del jefe del Instituto Nacional de Planificación, m e ­diante D . L . n.° 22411. L a O N E centraliza las funciones técnico-normativas, estando las activi­dades operacionales a cargo de las oficinas secto­riales respectivas. L a excepción la constituyen las actividades que desarrolla en lo referente a la información estadística cuya responsabilidad recae en el órgano central del sistema, tal c o m o se hace referencia en los apéndices y c o m o veremos al comentarlos brevemente. E n la actualidad existen asimismo, doce oficinas de estadística de la O N E en las ciudades de Arequipa, Cajamarca, Cuzco, Chachapoyas, Chiclayo, Chimbóte, Huancayo, Iquitos, Piura, Puno, Tacna y Trujillo.

L a creación del S E N ha significado un logro importante en lo que a información socio-

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Estructuras nacionales , 865 de los datos socioeconómicos primarios.

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económica respecta. Antes de su creación, la reco­lección de información se hacía independiente­mente por parte de cada sector administrativo, según sus disponibilidades y necesidades. N o había coordinación alguna, los puntos de vista y meto­dologías adoptadas diferían considerablemente, y a pesar de los esfuerzos realizados se daban grandes vacíos, duplicidades e inconsistencias, defectos que se han venido atacando desde la crea­ción de este sistema integrado. Es indudable que la adecuada administración de un país requiere del empleo de estadística coordinadas, fidedignas y oportunas, estadísticas que permitan un mejor conocimiento de la realidad nacional, la planifi­cación integral del desarrollo, y que sirvan de base para la adopción de decisiones. D e ahí que el S E N tiene un rol vital a cumplir en el país, al tender a mejorar la calidad de las estadísticas de que se dispone.

Es necesario interconectar a través de un organismo central a todas las unidades que desa­rrollan funciones de carácter estadístico en el país; sólo cuando eso se logre plenamente podremos hablar de un verdadero Sistema Estadístico N a ­cional. E n relación a esto cabe mencionar que se crean dos comités, uno de coordinación y otro consultivo. El Comité de Coordinación Sectorial fue creado con el objeto de dar participación activa a la oficina central y a los diferentes sectores de la administración pública, en la formulación de la política nacional de estadística y de los planes estadísticos. Y la creación del Comité Consultivo de Estadística buscaba dar participación a los sectores no públicos en las tareas estadísticas a nivel nacional. Asimismo, uno de los objetivos del S E N es el de promover el interés de la población por las actividades estadísticas, para lograr su activa y permanente participación y colaboración, requisitos fundamentales para el éxito del sistema.

Hasta la fecha se han elaborado en el país sólo dos planes estadísticos nacionales, corres­pondientes a los períodos 1977-1978 y 1979-1980. Estos planes son un primer intento de recoger de manera integrada la información contenida en los anteproyectos de los planes sectoriales y regionales, y representan un avance en términos de progra­mación estadística al servir de instrumentos orde­nadores de la actividad de los distintos órganos elaboradores de estadística. C o n ellos se buscará canalizar las necesidades de los diversos usuarios, optimizar el uso de los recursos disponibles, y

asegurar el cumplimiento de las actividades de todos los integrantes del S E N . Se especifica en ellos los responsables de cada una de las tareas a e m ­prender en el período, los órdenes de prioridad, cobertura geográfica y periodicidad. L a evaluación de los planes se pretende que sea trimestral, anual y bianualmente, y que sirva de base para la toma de medidas correctivas que garanticen su ejecución.

Los planes estadísticos nacionales se ela­boran en relación a los planes nacionales de desa­rrollo económico y social. Específicamente, el plan nacional de desarrollo para 1979-1980 busca dar inicio a la recuperación de la economía e impulsar la decentralización económica fortaleciendo los organismos regionales de desarrollo. Bajo estos lineamientos generales, el plan estadístico nacional correspondiente a este bienio busca reforzar la producción de indicadores socioeconómicos de coyuntura, y ampliar la cobertura y perfeccionar la producción de estadísticas a nivel regional para llevar a cabo el seguimiento del proceso de descen­tralización.

Los cuestionarios con orientación única constituyen otro de los principales avances pro­puestos a través del S E N . A través de ellos se pre­tende mejorar y agilizar la captación de informa­ción, racionalizar las tareas, evitar duplicidades innecesarias en los pedidos de datos, unificar crite­rios y clasificaciones, y establecer la base de infor­mación para el Banco Nacional de Datos. Se reco­gería la información necesaria molestando una sola vez a quienes proporcionan los datos primarios, recolección que se hará mediante procedimientos uniformes y coordinados, a fin de satisfacer los requerimientos de los distintos usuarios. El pro­ceso de implantación de los cuestionarios se inició en 1976, habiéndose comenzado con los sectores de alimentación, industria, minería y pesca.

Se ha dispuesto asimismo que sea el órgano central del Sistema el que dirija todos los censos nacionales que se emprendan, contando con el apoyo operativo de las oficinas sectoriales respec­tivas según los casos. También se le responsabiliza de la coordinación, normalización y supervisión de los organismos públicos. Se contempla dentro de este régimen tanto a las encuestas periódicas c o m o a las especiales que se realizan periódicamente. Las encuestas se elaboran en coordinación con los diferentes sectores, los usuarios y los responsables de su implementación.

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Dentro del marco del Acuerdo de Carta­gena, el Perú se ha comprometido a producir información estadística para el uso común de los miembros del Grupo Andino. A pesar de que el gobierno aún no ha dotado al sistema estadístico de los recursos que el cumplimiento de esta obli­gación implica, hasta ahora se ha podido satisfacer los requerimientos prioritarios de este compromiso mediante esfuerzos adicionales de quienes confor­m a n el S E N .

Capacidad operativa y producción del Sistema Estadístico Nacional

Después de los resultados del relevamiento del aparato estadístico nacional de 1972 se cuenta con información detallada en relación al estado de los servicios del S E N y su capacidad operativa referida a diciembre de 1976. Estos datos, resultado del segundo inventario estadístico nacional, han sido publicados a fines de 1978. Lamentablemente, las restricciones presupuéstales y la escasez de recursos humanos adecuados han obstaculizado la realiza­ción periódica de inventarios estadísticos. La in­formación de que se dispone para años recientes se encuentra a un nivel mucho más agregado y en algunos casos está incompleta. Dicha informa­ción ha sido proporcionada por los sectores a la oficina central del S E N , la misma que ha sido consolidada a julio y a diciembre de 1978. E n base a los referido por los mismos integrantes del S E N señalamos lo relevante para dar una imagen lo más actualizada posible de la capacidad operativa y producción del Sistema, haciendo mención de los principales cambios ocurridos en los últimos meses.

Oficinas de estadística — O S E E n cuanto a la capacidad operativa del S E N , no se observa un mismo ritmo de crecimiento durante los últimos años. U n indicador de la evolución mostrada es el número de oficinas de estadística que existen en el sistema. Y se entiende como oficina de estadística a la dependencia adminis­trativa de cualquier nivel jerárquico perteneciente a una entidad del sector público que realiza todas, o algunas de las funciones de recopilación, proce­samiento y análisis estadístico en el proceso de producción de información estadística.

El relevamiento del aparato estadístico nacional llevado a cabo en 1972 arrojó como resul­tado la existencia de 48 oficinas de estadística,

1t£ mientras que el segundo inventario estadístico nacional nos muestra que el número de oficinas había aumentado a 96. Este crecimiento se explica de un lado por la expansión del sector público, cuyo número de instituciones se ve incrementado sustancialmente, y de otro, por la importancia que se ha ido concediendo a la producción y sis­tematización de la información estadística. Sin embargo, a fines de 1978 sólo existían 105 oficinas de estadística; este lento ritmo de crecimiento observado en los últimos años se resultado de la escasez de recursos, tanto financieros como h u m a ­nos, que paraliza la creación de órganos que se dediquen a la producción de estadísticas.

Desde la dación del D . L . 21372 que dispone la creación de Oficinas Sectoriales de Estadística — O S E — en los distintos ministerios, se ha venido avanzando al respecto. A diciembre de 1976 sólo existían dichas oficinas en los sectores de eco­nomía y finanzas, de educación, y de transportes y comunicaciones, mientras que en el resto de sec­tores existían oficinas que desempeñaban las funr ciones de las O S E . A la fecha, sólo en el sector de relaciones exteriores aún no ha sido creada una Oficina Sectorial de Estadística; en otros sectores las O S E han sido de reciente creación y se encuen­tran en pleno proceso de implementación, como es el caso del sector vivienda y construcción y del sector integración, por citar ejemplos. E n algunos sectores las O S E dependen directamente de la dirección superior, mientras que en otros sectores dependen de las Oficinas Sectoriales de Planifica­ción. El riesgo que se corre en los casos que existen disposiciones que subordinan a las O S E a otras oficinas es que se disminuya la atención prestada a las labores de estadística, al considerársela de menor prioridad.

El tamaño de las oficinas de estadística puede ser considerado como otro indicador de la capacidad operativa del S E N . Para efectos de los inventarios realizados, se define su tamaño en función del número de directivos y de técnicos superiores. E n estos términos, puede afirmarse que predominan las oficinas de menor tamaño, desta­cando las de menos de cinco directivos y técnicos superiores (véase el cuadro 1).

Recursos humanos, financieros y materiales Toda crítica en torno a los avances del sistema y de los logros alcanzados en cuanto a calidad y cobertura de la información socioeconómica que

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

867

C U A D R O 1. N ú m e r o de oficinas de estadística del S E N por tamaño", según sector administrativo

Sector administrativo

Agricultura y alimentación Comercio Economía y finanzas Educación Energía y minas Industria y turismo Integración Interior Pesquería Presidencia de la República Relaciones exteriores Salud Trabajo Transportes y comunicaciones Vivienda y construcción

Total

Porcentaje

Total

4 4

12 5 9

10 1 8 6 7 1 6 5

14 4

96 100

D e menos de 5

2 2 9 3 9 7 1 8 3 3 1 6 2

10 3

69 71,88

D e 5 a9

1 2 1

— 2

— —

2 2

— — 2 3

15 15,63

D e 10 a 19

1 1 1 1 — — — — 1 1 — — — 1 1

8 8,33

D e 20 a 49

— , . — — — 1 — " • — __ '— — — . 1 — . —

2 2,08

D e 50 ó más

1 —

' — ' • —

•— — — ' — — 1 — —

' — — —

2 2,08

a Se define por el número de Directivos y Técnicos Superiores de la Oficina.

Fuente: II Inventario Estadístico Nacional, I N E , septiembre de 1978.

se produce en la actualidad no puede ser hecha en abstracto. Habrá que considerar la disponibilidad en cuanto a número y calidad de los recursos hu­manos, y de los recursos financieros y materiales, con que cuenta el Sistema Estadístico Nacional.

Consideramos que los recursos humanos con que cuenta el S E N están dados por el personal ocupado en las oficinas de estadística. Y al hablar de escasez de recursos necesariamente habremos de hacer referencia a su calificación.

A fines de 1976 el personal ocupado por las oficinas de estadística del Sistema era de 1 893 tra­bajadores, distando de ser uniforme la distribución de los recursos humanos entre los distintos sectores. Destaca el sector Presidencia de la República, en donde se concentra el 33 por ciento del personal, aunque cabe señalar que esta cifra se refiere a todo el personal del pliego de la Presidencia de la R e ­pública. Le sigue en importancia el sector agri­cultura y alimentación, sobre todo en razón del elevado número de recursos en el área de alimen­tación.

A julio de 1978 observamos una cifra

de 1 290 trabajadores, disminuyendo el personal en 32 por ciento. Pero si dejamos de lado a los sectores de la Presidencia de la República, de rela­ciones exteriores y de trabajo, sectores que no proporcionan información para 1978, se observa que el personal ocupado del S E N n o muestra tal disminución a julio de 1978. Los sectores mencio­nados representaban el 38 por ciento de los re­cursos humanos , los que nos dan una sobrestima-ción de los recursos por cuanto no sólo considera a los que se dedican a las actividades de estadística. L a aparente disminución observada a esa fecha se explica asimismo por el hecho de que en el segundo inventario estadístico nacional se contempla c o m o personal ocupado del S E N al personal de las dis­tintas oficinas de estadística, mientras que los datos proporcionados para 1978 se restringen a los re­cursos humanos de las oficinas sectoriales de esta­dística para varios de los sectores administrativos.

L a Oficina Nacional de Estadística acapara el 43 por ciento del personal ocupado por el sis­tema en julio de 1978; de las 549 que se encontra­ban laborando en la O N E , 507 lo hacían en la

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868

oficina central y 42 en las oficinas regionales. El personal de estas oficinas no es del todo nuevo en el. S E N ; muchos de los recursos son transferidos de otros sectores administrativos al ser creada la O N E . Es el sector de agricultura y alimentación el que le sigue en importancia, con el 28 por ciento del personal ocupado del sistema.

Desde la creación del Sistema Estadístico Nacional los recursos humanos con que se contaba no eran suficientes. Esta limitación se agudiza en los últimos años a consecuencia de las medidas de austeridad adoptadas por el gobierno. Los incen­tivos pecuniarios ofrecidos a los trabajadores del sector público para que abandonaran sus puestos tienen gran efecto en el ámbito del S E N . Son las renuncias del personal las que explican la dismi­nución del personal que labora en el S E N , a partir de octubre de 1978. L a incidencia de esta medida es m a y o r en lo que respecta al personal calificado, lo que perjudica en mayor medida al buen desen­volvimiento de las actividades de estadística. A diciembre de 1978 se registra una cifra de 981 tra­bajadores en el sistema, 24 por ciento menor que la de julio de ese año. Las disminuciones son m á s acentuadas en los sectores de economía y finanzas, energía y minas, e industria y turismo. E n cuanto al personal de la O N E , si bien el personal de la oficina central se ve reducido en 23 por ciento, el de las oficinas regionales se ve incrementado en 105 por ciento.

Tanto el personal profesional c o m o el de apoyo es insuficiente, disminuyendo ambos en términos absolutos en los últimos años. A diciem­bre de 1976 el personal profesional representa el 30 por ciento de los recursos humanos del S E N , mientras que a diciembre de 1978 representa el 42 por ciento del total del personal ocupado. A fines de ese año sólo predomina el personal pro­fesional en los sectores de economía y finanzas, educación, industria y turismo e integración, y en la Oficina Nacional de Estadística.

El nivel de preparación y la categoría del personal del sistema son otros dos elementos im­portantes a destacar. Los resultados del segundo inventario estadístico nacional nos muestran que el 77 por ciento del personal es técnico, el mi smo que comprende al personal directivo, al personal técnico superior y al auxiliar técnico. Sin embargo, el personal técnico superior representa tan solo el 19 por ciento de los recursos humanos ocupados por el sistema, categoría que sería deseable se viera

M incrementada sustancialmente. L a escasez de estos recursos incide de manera importante c o m o factor limitante en la producción de estadísticas. Esta escasez es menos acentuada en los sectores de edu­cación, industria y turismo, y trabajo.

Predomina el personal con educación se­cundaria, destacando aquellos que tienen especia-lización. El personal con postgrado y aquel con preparación universitaria representan el 4 y 34 por ciento del total de recursos humanos , respectiva­mente. El sector de agricultura y alimentación es el que concentra la mayor parte del personal con postgrado, el 33 por ciento del personal con este nivel de preparación. C o n respecto al total de recursos humanos del sistema destaca conside­rablemente el personal auxiliar técnico con nivel secundario, representando el 37 por ciento del total. A nivel directivo predomina el personal universitario con especialización, mientras que en la categoría de técnicos superiores destacan los de nivel universitario sin especialización. Estas cifras nos llevan a concluir que nos encontramos con una situación marcadamente deficitaria desde el punto de vista de la disponibilidad de personal altamente especializado (véase el cuadro 2).

Los considerables requerimientos de espe­cialización del personal técnico del sistema. Observamos que las demandas son mayores en las áreas de recopilación y elaboración de estadísticas primarias, y de análisis estadístico, áreas en las que requieren de capacitación el 34 y 28 por ciento del personal, respectivamente. Esta.labor de capaci­tación no ha sido olvidada y en los últimos años se ha venido ofreciendo entrenamiento, a través de diversos cursos y seminarios, a los integrantes del S E N . Lamentablemente gran parte de los beneficiarios de esta capacitación ya no trabaja en el sistema, persistiendo en gran medida un fuerte déficit a nivel cualitativo. Al respecto se podría usar la cooperación técnica para la realización de cursos de capacitación en el c a m p o estadístico, utilizar al m á x i m o las becas relacionadas con la actividad estadística ofrecidas por los distintos países y organismos internacionales, y seguir pro­moviendo la realización de cursos y seminarios de capacitación para el personal del S E N .

Las visitas a las distintas oficinas sectoriales de estadística no hicieron m á s que corroborar las características y hechos antes mencionados. Cabe remarcar el gran déficit existente en cuanto a per­sonal profesional con formación estadística, el

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

869

C U A D R O 2. Personal del S E N , por categoría y nivel de educación (en porcentaje)"

Nivel de educación Técnico Auxiliar Adminis- D e

Directivo superior técnico trativo servicio Total

Postgrado Universitario con especialización Universitario sin especialización Secundaria con especialización Secundaria sin especialización Otro

Total

2,43 4,23 1,69 2,48 0,48

1,22 7,29

10,62 — — —

— 3,43 5,55

23,93 12,78 0,48

— 0,69 0,85 7,03 6,92 1,06

— — 0,05 2,01 2,91 1,90

3,65 15,64 18,75 35,45 23,09

3,43

11,30 19,12 46,17 16,53

a Elaborado en base a los resultados del IT Inventario Estadístico Nacional.

6,87 100,00

fuerte impacto de las renuncias a raíz de las medi­das de austeridad adoptadas por el gobierno, ade­m á s de la escasez en cuanto a número del personal. Esta insuficiencia es en parte compensada por la labor de practicantes universitarios que realizan el trabajo en la mayoría de los casos a tiempo parcial, sin recibir remuneración alguna y con los consi­guientes problemas de discontinuidad respectivos, y de otro lado mediante contrataciones eventuales para llevar a cabo trabajos de c a m p o y encuestas diversas, las mismas que sólo en determinados sec­tores son realizadas por el personal de planta.

L a creación e implementación del Sistema Estadístico Nacional se dan sin una adecuada asignación presupuestal, lo que se agudiza al ad­quirir la crisis económica por la que atraviesa el país mayores proporciones. El Instituto Nacional de Estadística inicia sus actividades con los saldos presupuéstales con que contaba la antigua Oficina Nacional de Estadística y Censos, no obstante que su responsabilidad y funciones se incrementaron grandemente. El resto de oficinas de estadística de los diferentes sectores también asumieron nue­vas funciones y responsabilidades pero tampoco recibieron los recursos presupuéstales necesarios para su implementación. A d e m á s de la escasez de los recursos que les son asignados algunas oficinas carecen de asignación presupuestal propia, te­niendo que supeditar sus actividades a las deci­siones de funcionarios que no siempre dan prio­ridad a las actividades estadísticas. Se debe poner énfasis en la asignación de mayores recursos finan­cieros a las oficinas de estadística, ya que la falta de estos recursos obstaculiza tanto la producción

.-.como la difusión de las estadísticas.

Los recursos materiales son también en muchos casos inadecuados, lo que dificulta el cumplimiento de las metas del Sistema Estadístico Nacional. El cuadro 3 nos muestran la situación de las oficinas de estadística del S E N en lo que a la disponibilidad de estos recursos respecta, a fines de 1976.

L a utilización de computador, con o sin teleproceso, refleja un alto grado de evolución en lo que al tratamiento de los datos estadísticos se refiere; observamos que el 30 por ciento de las unidades del S E N ya lo utilizaban a esa fecha. El 20 por ciento de las oficinas utilizaban equipo convencional —unit record—; el 24 y 19 por ciento perforadoras y verificadoras, respectivamente; y el 13 por ciento otros sistemas de entrada de datos.

E n la actualidad sólo algunas de las oficinas sectoriales de estadística procesan automática­mente sus datos, al menos parte de ellos, aunque son m u y pocas las que cuentan con equipo propio, realizándose manualmente el resto del trabajo. Sin embargo, las oficinas que los poseen suelen apoyar a otras dependencias del sector, lo que asume gran parte de sus recursos. El procesamiento automá­tico de datos es eficiente y rápido, por lo que per­mite un tratamiento m á s elaborado de la infor­mación primaria en mayores volúmenes y en un mínimo de tiempo. Su uso, sea propio o alquilado, debe tender a una mayor difusión en el sistema, previo estudio de las oficinas que lo requieran en base a la cantidad de información que procesan, el grado de elaboración requerido y la rapidez con que debe ponerse la información a disposición de los usuarios.

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870 M C U A D R O 3. N ú m e r o de oñcinas de estadística del S E N que utilizan equipo de procesamiento de datos, por clase y según sector administrativo

Sector administrativo

Agricultura y alimentación Comercio Economía y finanzas Educación Energía y minas Industria y turismo Integración Interior Pesquería Presidencia de la República Relaciones exteriores Salud Trabajo Transportés y comunicaciones Vivienda y construcción

Total

Tot

al

4 4

12 5 9

10 1 8 6 7 1 6 5

14 4

96

Computador

Con

te

lepr

oces

o

— 1 — 1 —

— 1 — — — 1 — 4

Sin

tele

proc

eso

2 1 2 2

— 1

3 3 1 1 3 4 2

25

a

te

Equ

ipo

conv

enci

onal

(U

1 — 4 2

— 2

1 1

— 2 3 2 1

19

Per

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2 1 3 1 1

1 3 1 1 3 4 2

23

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a

2 —

1 1 1

1 3 1

— 3 4 1

18

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Otr

o si

stem

a de

ent

rada

de

di

2 1 2 2 1 1

— 2

— — — —

1 12

No

decl

aran

tes

2 3 8 2 8 7 1 8 2 3

— 4 2 8 2

60

Porcentaje 100 4,17 26,04 19,79 23,96 18,75 12,5 62,5

a Tabuladoras, clasificadoras, reproductoras, intercaladuras, calculadoras e interpretadoras. U R : Unit Record.

Fuente: II Inventario Estadístico Nacional, I N E , septiembre de 1978.

Las condiciones de austeridad se ven también reflejadas en el estado del equipo de ofi­cina, el que a d e m á s de ser insuficiente dista de ser el m á s m o d e r n o . Por otro lado, la escasa existencia de equipo de impresión dilata el tiempo de la p u ­blicación y divulgación de la información esta­dística, llegándose en casos extremos a verse imposibilitada la difusión de lo producido, sea por la escasez de equipo propio o por la insuficiencia de recursos financieros. C o n la finalidad de ase­gurar el suministro oportuno y reducir la brecha existente entre la cantidad producida de informa­ción estadística y la difundida, se podría dotar de adecuados recursos materiales a las oficinas de estadística del sistema, sobre todo a las oficinas sectoriales de los respectivos ministerios.

Producción —Series estadísticas Analizada la capacidad operativa del Sistema Estadístico Nacional, nos referiremos a la produc­ción de las oficinas de estadística, complementando lo señalado al referirnos a la clasificación de las estadísticas socioeconómicas. V e r e m o s asimismo las dificultades de distinta índole a las que tienen que hacer frente, lo que nos da el m a r c o de refe­rencia necesario para entender los logros alcanza­dos por el sistema.

El n ú m e r o de series estadísticas nos da u n indicador de la producción de las oficinas de esta­dística. E n t e n d e m o s por serie estadística el con­junto ordenado, en algún respecto que usualmente es el tiempo, de valores numéricos de u n a variable asociada a u n fenómeno económico, social u otro.

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

C U A D R O 4 . Series estadísticas, según sector administrativo

Sector administrativo

Agricultura y alimentación Comercio Economía y finanzas Educación Energía y minas Industria y turismo Interior Pesquería Presidencia de la República Relaciones exteriores Salud Trabajo Transportes y comunicaciones Vivienda y construcción

Total

Porcen-En 1972° taje

1 534 5,99 — —

91 0,36 3 0,01

541 2,11 21540 84,16 — —

1056 4,13 770 3,01

— — — — — —

58 0,23 — —

25 593 100,00

Fuentes: a. Relevamiento del aparato estadístico nacional; b. ]

En 1976»

2188 372 716 703 957

12 469 70

366 857 44

154 422 506 18

19 842

Porcen­taje

11,03 1,87 3,61 3,54 4,82

62,84 0,35 1,84 4,32 0,22 0,78 2,13 2,55 0,09

100,00

[I Inventario Estadístico Nacional

Incremento 1972-1976

42,63 —

686,81 23 333,33

76,89 —42,11

— —65,34

11,30 — — — •

772,41 —

—22,47

1.

Sin embargo, varía el nivel de agregación de las series y la jurisdicción de las oficinas de estadística de los diferentes sectores administrativos, lo que dificulta la comparación a lo largo del tiempo (véase el cuadro 4).

Las series registradas en el relevamiento del aparato estadístico nacional de 1972 se refieren a producción, ventas, existencias y ocupación. A ellas se añadieron series extraídas de publicaciones especializadas, entre las que destacan las moneta­rias y bancarias, de comercio exterior, laborales, de educación y de salud. El sector de industria y turismo es responsable de la elaboración de más del 84 por ciento del total de series, siguiéndole en importancia los sectores de agricultura y alimen­tación, de pesquería y de la Presidencia de la República. C o n respecto a este último sector cabe señalar que comprende las series estadísticas pro­ducidas por diversas instituciones públicas, la Oficina Nacional de Estadística y Censos entre ellas.

A diciembre de 1976 se registraron 19 842 series, cifra menor que la de 1972. Sin e m ­bargo, esta disminución se explica debido al mayor nivel de agregación de las series estadís­ticas. E n la mayoría de los sectores se observa un aumento significativo del número de series esta­

dísticas, lo que puede considerarse c o m o un indi­cador del creciente interés que existe en el país por disponer de información estadística en volúmenes cada vez mayores. El sector industria y turismo continúa siendo el m á s importante, aunque dis-dinuye el número de series que produce en relación a 1972. Esta reducción se explica de un lado por la separación de la información de comercio, pero principalmente por el mayor nivel de agregación de las series. L a carencia de información estadís­tica en el sector de integración se debe a su re­ciente creación a esa fecha. Observamos, sin e m ­bargo, que no existe relación entre er número de oficinas, el personal ocupado y el número de series producidas en cada sector administrativo (véase el cuadro 5).

Los resultados del segundo inventario esta­dístico nacional corroboran lo señalado al refe­rirnos a las características de la información estadística socioeconómica que actualmente se produce. C o n respecto a la cobertura geográfica observamos que el 86 por ciento de las series tienen cobertura nacional. L a cobertura regional es i m ­portante en el sector de educación, mientras que en el de energía y minas predomina la cobertura departamental. E n relación a su frecuencia de ela­boración destacan las series de periodicidad anual,

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872

Îtt C U A D R O 5. El Sistema Estadístico Nacional (SEN): número de oficinas de estadística, personal y n ú m e r o de series estadísticas elaboradas, según sector administrativo

Sector administrativo

Agricultura y alimentación Comercio Economía y finanzas Educación Energía y minas Industria y turismo Integración Interior Pesquería Presidencia de la República Relaciones exteriores Salud Trabajo Transportes y comunicaciones Vivienda y construcción

N ú m e r o de oficinas

4 4

12 5 9

10 1 8 6 7 1 6 5

14 4

Porcen­taje

4,17 4,17

12,50 5,20 9,38

10,42 1,04 8,33 6,25 7,29 1,04 6,25 5,20

14,58 4,17

Personal

376 80

113 44 54

135 2

35 99

617 18 48 91

136 45

Porcen­taje

19,86 4,22 5,97 2,32 2,85 7,13 0,11 1,85 5,23

32,59 0,95 2,54 4,81 7,18 2,38

N ú m e r o de senes

2188 372 712 703 957

12 469 —

70 366 857 44

154 422 506 18

Porcen­taje

11,03 1,87 3,61 3,54 4,82

62,84 —

0,35 1,84 4,32 0,22 0,78 2,13 . 2,55 0,09

Total 96 100,00 1 8 9 3 100,00

Fuente: II Inventario Estadístico Nacional, I N E , septiembre de 1978.

19 842 100,00

las m i s m a s que representan el 82 por ciento del total. L a periodicidad mensual sólo predomina en los sectores de comercio y de la Presidencia de la República (véanse los cuadros 6 y 7).

Factores que limitan la producción de estadísticas L a escasez de recursos, tanto h u m a n o s c o m o financieros y materiales, constituyen los princi­pales factores limitantes de la producción de infor­mación estadística. El 77 por ciento de las oficinas declararon tener c o m o obstáculo el insuficiente personal en cantidad; el 67 por ciento, escaso personal capacitado; el 61 por ciento, escasos re­cursos financieros; y el 57 por ciento, escasos o inadecuados recursos materiales. L a inadecuada coordinación tanto con las fuentes de información c o m o con los usuarios constituye otro de los fac­tores limitantes.

E n la actualidad la escasez de recursos es el que destaca considerablemente, escasez que se ha visto agravada en los últimos años a consecuencia

C U A D R O 6. Serie estadísticas elaboradas por las oficinas de estadística del S E N , según cobertura geográfica

Cobertura geográfica

Nacional Regional Departamento Provincia Distrito Urbano Rural Otro

Número de series estadísticas

17 026 478 779 80 12

730 8

729

Porcentaje

85,81 2,41 3,93 0,40 0,06 3,68 0,04 3,67

Total 19 482 100,00

Fuente: II Inventario Estadístico Nacional, I N E , septiembre de 1978.

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

873

C U A D R O 7. Series estadísticas elaboradas por las oficinas de estadística del S E N , según periodicidad de elaboración

Periodicidad

Anual Semestral Trimestral Mensual Quincenal Semanal Otros N o periódico

Fuente: II Inventario septiembre de 1978.

Número de series estadísticas

16 304 101 327

2 496 61

104 221 228

Porcentaje

82,17 0,51 1,65

12,58 0,31 0,52 1,11 1,15

Estadístico Nacional, I N E ,

de la difícil situación económica por la que atra­viesa el país. Cabe mencionar que las diferentes personas consultadas en la Oficina Nacional de Estadística y en las distintas oficinas sectoriales, señalan a este factor c o m o el principal, abogando por una mejor dotación de recursos humanos para el buen cumplimiento de sus metas. Las relaciones de coordinación mencionadas sí han logrado avances significativos a medida que se han ido implementando los distintos órganos del S E N . Los trámites administrativos necesarios para ob­tener fondos y la realización de otros trabajos prioritarios limitan también la producción de estadísticas.

Principales instituciones que producen y ¡o publican información estadística de carácter socioeconómico

E n el apéndice I se presenta un directorio de las principales instituciones que producen y/o publi­can información estadística de carácter socioeco­nómico. Señalamos las categorías de datos que son de su especial atención.

H e m o s clasificado a las instituciones en tres grupos. E n primer lugar (A) tenemos al órgano central del Sistema Estadístico Nacional, la Oficina Nacional de Estadística — O N E — , la que depende del Instituto Nacional de Planificación. Y a nos hemos referido tanto a la evolución del órgano rec­

tor del S E N c o m o a las principales funciones que en la actualidad tiene asignadas. Cabe añadir, sin embargo, que además de tener a su cargo la ela­boración y desenvolvimiento de los censos y en­cuestas, en coordinación con los distintos sectores, se responsabiliza de la producción de las estadís­ticas demográficas, de las cuentas nacionales y de precios. Participa asimismo en la producción de otras estadísticas junto con otras instituciones, en estos casos c o m o órgano central del S E N , publi­cando igualmente estadísticas socioeconómicas de diversa índole. '

El segundo grupo (B) está constituido por las distintas oficinas que funcionando en los minis­terios, tienen por actividad fundamental la rela­cionada con la producción y/o publicación de estadística socioeconómica. M u c h a s de ellas ac­túan c o m o Oficinas Sectoriales de Estadística — O S E — , acordes con la estructuración del S E N , a cuya evolución ya hiciéramos mención. Estas instituciones, junto con la O N E , cubren la mayor parte de la producción de la estadística socioeco- , nómica primaria, de ahí que los avances de nuestro país en lo que a información estadística socio­económica respecta pueden ser evaluados en base a las actividades de estos dos grupos de institu­ciones. Lamentablemente y por restricciones pre­supuéstales y escasez de recursos, n o se da a la información procesada la difusión deseada.

Por último, presentamos en el tercer grupo ( Q al resto de instituciones, tanto públicas c o m o privadas, vinculadas a la generación y/o difusión de la información estadística socioeconómica. Es indudable que con el listado presentado no ago­tamos toda la g a m a , pero la selección ha sido he­cha en base a su importancia. Asimismo, nos limitamos al conjunto de instituciones que tienen su sede en L i m a . Son pocas las instituciones que generan datos primarios, limitándose la mayoría de ellas a reproducirlos y a elaborar estadísticas secundarias a partir de ellos. Sus actividades des­bordan el plano de la estadística, siendo los datos en muchos casos materia prima de sus análisis e investigaciones; en otros casos, la difusión que realizan está íntimamente vinculada a sus activi­dades o sirven de marco general para su desenvol­vimiento o evaluación de las mismas. Destacan entre estas instituciones los bancos, los centros de investigación, las empresas públicas y las asocia­ciones c institutos de diversa índole.

Organismos públicos, el Banco Central de

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874

Reserva del Perú, y centros de estudios e investi­gación, algunos de ellos de reciente creación, son algunas de las instituciones que difunden estadís­ticas demográficas, sociales y laborales en general. Las estadísticas demográficas son de responsabi­lidad de la Oficina Nacional de Estadística, aunque colaboran con algunas series específicas depen­dencias de distintos ministerios y organismos públicos.

C o n respecto a las estadísticas sociales, la reciente implementación de la oficina sectorial de estadística en el Ministerio de Vivienda y Cons­trucción ha hecho que los datos de vivienda sean elaborados y difundidos básicamente a través de la oficina central del sistema y de los bancos vin­culados a las actividades del sector; otros organis­m o s públicos realizan también actividades esta­dísticas en esta área.

El Ministerio de Educación, el Consejo Nacional de la Universidad Peruana y el Consejo Nacional de Investigación son los tres pilares en lo que a estadísticas de educación, ciencia y tecno­logía respecta. Complementan sus actividades fun­damentalmente otros organismos públicos e insti­tutos de investigación, aunque ninguno de ellos pone mayor énfasis en la generación o difusión de información estadística. Las actividades estadís­ticas relacionadas con la cultura, recreación y comunicación de masas, básicamente son de res­ponsabilidad del Ministerio de Educación, el Instituto Nacional de Cultura y el Instituto Nacio­nal de Recreación, Educación Física y Deportes.

Los ministerios de Salud y del Interior, el Seguro Social y otras entidades públicas se encar­gan de las actividades estadísticas del sector salud. Las estadísticas de seguridad y orden público son cubiertas por el Ministerio del Interior, la Guardia Civil, el Poder Judicial y la Policía de Investiga­ciones del Perú. El Ministerio de Salud, el Instituto Nacional de Asistencia y Promoción del M e n o r y de la Familia, y otras instituciones públicas y de beneficencia, generan las estadísticas referidas a los servicios sociales.

L a generación de estadísticas laborales es de responsabilidad del Ministerio de Trabajo, pero a diferencia de otros sectores las actividades de estadística en el sector trabajo son desarrolladas por varias oficinas del ministerio. L a Oficina Téc­nica de Estudios de M a n o de Obra, que funciona c o m o un centro de investigación que tiene c o m o una de sus actividades la producción de estadística

u y que depende de la Dirección General de Empleo, se encarga de la generación de estadísticas sobre empleo y población económicamente activa y sobre remuneraciones. L a Unidad de Estadísticas Secto­riales, que depende de la Oficina de Planificación, se encarga de la producción de estadísticas refe­ridas a las organizaciones sindicales y conflictos laborales, y sobre accidentes, lesiones e incapaci­dades laborales. Cabe mencionar que la informa­ción producida por esta oficina sólo es difundida a través de entidades privadas. D e otro lado, es la División de Colocaciones la que produce estadís­ticas de servicios de empleo. Otras dependencias públicas, asociaciones de trabajadores, y centros académicos y de investigación que realizan análisis de coyuntura, se encargan también de la divul­gación y del análisis de las estadísticas laborales. E n el Ministerio de Trabajo y en las mismas ofi­cinas del Seguro Social del Perú es donde se lleva a cabo principalmente la producción de estadís­ticas de seguridad social.

L a producción, descripción y análisis de las estadísticas económicas globales, en. general son actividades llevadas a cabo por entidades del go­bierno, c o m o el Banco Central de Reserva del Perú y el Instituto Nacional de Planificación; por distintas asociaciones y confederaciones; los ban­cos; y por distintos institutos y centros de investi­gación. Estos últimos son en su mayoría de re­ciente creación y llevan a cabo análisis tanto de corto c o m o de largo plazo.

L a Oficina Nacional de Estadística en coordinación con las diferentes dependencias de los ministerios, elabora las cuentas nacionales del país, mientras que las tablas de insumo-producto vienen siendo desarrolladas por el Instituto N a ­cional de Planificación. El Banco Central es el organismo responsable de la elaboración de las estadísticas monetarias y financieras, aunque en estrecha coordinación con otras entidades encar­gadas de las actividades monetarias y financieras, entre las que destacan la Asociación Nacional de Empresas Financieras, la Bolsa de Valores, la Comisión Nacional Supervisora de Empresas y Valores, la Corporación Financiera del Desarrollo y la Superintendencia de Banca y Seguros.

El Ministerio de Economía y Finanzas y el Banco Central de Reserva son las fuentes princi­pales de las estadísticas gubernamentales en lo que a ingresos y egresos respecta, y de las estadísticas del sector externo, las mismas que son proporcio-

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Estructuras nacionales de ¡os datos socioeconómicos primarios.

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nadas a la oficina central del S E N , oficina que también lás difunde junto con las estadísticas de los demás sectores. C o n relación al empleo en el sector público y otras estadísticas gubernamentales juega también un rol importante el Instituto Nacional de Administración Pública. E n el campo del co­mercio exterior es la Secretaría de Estado de Comercio la que proporciona la información bá­sica, y en lo que respecta a la balanza de pagos se recibe la información de diversas entidades pri­vadas y públicas.

E n la elaboración de las estadísticas de precios y de gastos de las familias participa activa­mente la Oficina Nacional de Estadística. Cola­boran en la producción de las estadísticas de pre­cios las oficinas de los ministerios de Agricultura y Alimentación, y de Industria, Comercio, Turismo e Integración, así c o m o otras dependencias pú­blicas. Las distintas entidades y empresas suelen publicar sus precios, pero su listado además de ser casi imposible de llevar a cabo por extenso, es innecesario, por cuanto nuestro interés se centra en las estadísticas globales de precios e índices de precios de las principales variables macroeconó­micas. C o n respecto a las estadísticas de los gastos de las familias participa activamente el Ministerio de Agricultura y Alimentación, en el marco del sistema nacional de estadística alimentaria.

L a producción de las estadísticas econó­micas por tipo de actividad es responsabilidad de las oficinas de los ministerios respectivos, entidades que proporcionan información sectorial, recolec­tada de las fuentes primarias a la Oficina Nacional de Estadística, a los organismos públicos y a otros usuarios. Sin embargo, estas estadísticas son repro­ducidas y analizadas por infinidad de entidades públicas y privadas, entre las que destacan los

/bancos, los centros e institutos de investigación, las asociaciones y confederaciones, y las empresas públicas. E n el apéndice listamos las m á s impor­tantes para cada categoría de datos reseñada.

Almacenamiento, difusión y utilización de las estadísticas socioeconómicas

Desproporción existente entre la información estadística generada y la difundida

N o toda la información recolectada se procesa ni toda la que se procesa se difunde, o al menos se tiene acceso a ella. D e otro lado, no todos los que

reciben la información la llegan a utilizar o lo hacen tan sólo parcialmente. Surge entonces la necesidad de distinguir las diferentes fases por las que atraviesa la información estadística, desde que es recolectada hasta que es efectivamente utilizada.

Habrá también que tener en cuenta que el tratamiento de los datos, desde que los mismos son proporcionados a las entidades productoras de la información estadística, hasta que dicha informa­ción es puesta a disposición de los usuarios y llega a ser utilizada por ellos, toma tiempo. N o s refe­riremos a las brechas que se dan entre una fase y otra; asimismo, a los principales factores que pro­longan el lapso entre la ocurrencia de los hechos o fenómenos, y el m o m e n t o en que la información al respecto llega a los usuarios.

Y a hemos visto c o m o en las últimas déca­das, en particular a partir de la creación del Sis­tema Estadístico Nacional, se han venido dando avances considerables en cuanto a la generación de información estadística de carácter socioeconó­mico, pero el sello de confidencialidad con que se la caracterizó, en muchos casos injustificadamente, restringió considerablemente su utilización. Se producía información que de haber sido divulgada hubiera permitido un mejor entendimiento de la realidad del país, pero no era del interés de las autoridades gubernamentales que los fenómenos sociales y económicos fueran de conocimiento público.

L a situación descrita llevó an algunos casos a que entidades que lograban conseguir dichos casos "confidenciales" de las instituciones que los elaboraban, los difundieran sin mayor rigurosidad, lo que en muchas oportunidades llevó a tener una imagen distorsionada de la realidad. E n otros casos se difundían datos aislados cuya explicación o interpretación quedaba al criterio, n o siempre el m á s certero, de las instituciones que los publicaban o del público en general. Al carecerse de una cabal información oficial proliferaron los rumores, los que en situaciones generaron climas de des­confianza y de desconcierto que tuvieron una fuerte incidencia negativa sobre los acontecimientos del país.

Es recién'desde hace poco tiempo que son las mismas entidades oficiales las que difunden la información estadística que a su juicio es la m á s relevante. Sin embargo, aunque se haya dado un cambio en la intención la difusión aún no es de la magnitud deseada, siendo la escasez de recursos

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uno de los factores que restringen fuertemente los alcances de la difusión de la estadística básica generada. Y al darse mayores facilidades de acceso a otras entidades que publican estos datos prima­rios, los describen y analizan, la difusión de infor­mación confiable se lleva a cabo a través de una mayor cantidad de medios, aunque tal c o m o vere­m o s m á s adelante, el acceso a estas fuentes es también en muchos casos restringido.

L a desproporción existente entre la infor­mación estadística generada y la difundida es aún considerable, tanto en cantidad c o m o en el tiempo que transcurre entre una fase y la otra. L a escasez de recursos financieros y de recursos materiales adecuados obstaculiza no sólo la producción sino también la difusión. E n algunas oportunidades ello prolonga el lapso entre el m o m e n t o en que la información está lista y aquel en que la publicación es puesta a disposición del usuario; en otras hace que los usuarios tengan que recurrir a las propias oficinas productoras con el fin de tener acceso oportuno a la información por cuanto ésta no llega a publicarse o se publica después de m u c h o tiempo; o, en el mejor de los casos, lleva a sacar publicaciones de m u y reducido tiraje, y por ende de limitada difusión. Estos problemas se han visto acentuados dadas las condiciones de austeridad en que se han visto obligados a trabajar los distintos órganos del Sistema Estadístico Nacional.

Principales publicaciones que contienen información estadística de carácter socioeconómico

Breve referencia histórica • a publicaciones de importancia A pesar de que el estudio que realizamos se centra primordialmente en la información estadística que en los campos socioeconómicos se produce y publica actualmente, dejaríamos un gran vacío si no hacemos referencia a las publicaciones que por su cobertura y riqueza de los datos han cumplido un rol fundamental a lo largo de este siglo. N o s estamos refiriendo básicamente a las publicaciones periódicas del órgano rector del sistema nacional de estadística y a las cuentas nacionales.

Desde 1931 hasta 1943 la Dirección N a ­cional de Estadística publica el Extracto estadístico del Perú; la Dirección Nacional de Estadística y Censos publica luego el Anuario estadística del Perú, el m i s m o que de 1958 se titula Boletín de

îrt estadística Peruana, para retomar posteriormente el nombre de Anuario estadístico. L a última publi­cación se refiere a 1971 y con ella puede decirse que se pone fin a la difusión de información socio­económica, que si bien con deficiencias de carácter técnico, cubría a nivel nacional indicadores d e m o ­gráficos, sociales, laborales y económicos que en su conjunto reflejaban el desenvolvimiento de las características de nuestro país.

E n lo que respecta a las cuentas nacionales existe información al respecto desde 1942. Su ela­boración era responsabilidad del Banco Central de Reserva del Perú, institución que bajo el título de Renta nacional del Perú publicaba los principales agregados macroeconómicos. E n ese entonces no sólo se presentaban cifras sino también análisis al respecto. Fruto de un estudio de carácter técnico que permitió mejorar la elaboración de los agrega­dos, el Banco Central de Reserva del Perú adopta una nueva metodología a la que se ajustan los datos a partir de 1950, y los cuadros estadísticos se pu­blican bajo el título de Cuentas nacionales delPerú.

E n 1976 la elaboración de las cuentas nacio­nales pasa a ser una de las tareas fundamentales del Instituto Nacional de Estadística, y tal c o m o apreciamos en el apéndice IV, sigue siendo respon­sabilidad del órgano rector del sistema su elabora­ción y publicación. Las series se efectúan conforme a la última revisión del sistema de cuentas nacio­nales de las Naciones Unidas (serie F n.° 2 rev. 3) y de la clasificación industrial internacional uni­forme de las actividades económicas (serie M n.° 4 rev. 2). L a adopción de esta metodología ha permitido ampliar considerablemente las catego­rías de datos elaborados, no sólo referentes al último año sino también de los precedentes, lle­gándose a presentar cifras desde 1950 en algunos de los casos.

Se ha elaborado para el período 1970-1978 además de los componentes de demanda y oferta global, el producto e ingreso por clase de actividad económica, los ingresos y gastos del gobierno, las cuatro cuentas consolidadas de la nación, y se presentan series por clase de actividad económica y por tipo de gasto, desde 1950. Tal c o m o se señala en los apéndices, se presentan los datos tanto en términos nominales c o m o en términos reales, los que junto con el análisis que los a c o m ­paña nos permiten tener una apreciación global de la evolución económica de nuestro país en los últimos años.

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

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Características de las publicaciones L a clasificación adoptada para las publicaciones que presentamos en el apéndice II corresponde a la de las instituciones responsables: de la Oficina Nacional de Estadística (A), de ministerios (B), y de otras instituciones, tanto públicas c o m o pri­vadas ( Q . Salvo algunas excepciones, cuya inclu­sión se justifica por su importancia, nos limitamos a presentar a las principales publicaciones perió­dicas que contienen información socioeconómica con cierta regularidad en cuanto a los datos y series presentadas. A d e m á s de señalar a la insti­tución responsable de su publicación, presentamos su periodicidad y las principales categorías de datos incluidas.

L a O N E tiene a su cargo la publicación de los resultados de los censos y de las cuentas nacionales. Publica asimismo las estadísticas que produce en los ámbitos demográfico y de precios. Se destaca la publicación del Informe trimestral, que caracteriza la situación coyuntural de la eco­nomía nacional, además de otros estudios espe­ciales aperiódicos. El tiraje de sus publicaciones es limitado, agotándose rápidamente, pero la poca difusión así c o m o el retraso de las publicaciones se explica principalmente por las limitaciones de re­cursos. Consecuencia de estos problemas, el tiraje oscila de número a número, en función de los recursos con que se cuenta en cada oportunidad.

Los sectores administrativos tienen inde­pendencia para publicar las estadísticas que ellos mismos producen. Y son las O S E o su equivalente las que tienen la prerrogativa de oficializar la infor­mación estadística a publicarse. E n el apéndice II-B presentamos la relación de las publicaciones de los ministerios, señalando en cada caso la oficina es­pecífica encargada así c o m o su tiraje, el que es bastante reducido. Estas publicaciones son envia­das a las distintas dependencia del gobierno y a algunas bibliotecas y centros de documentación especializados. Sólo en m u y contados casos que­dan algunos ejemplares a la venta o para su canje con otras publicaciones, lo que aunado al hecho de que no todo lo que se procesa se publica o se llega a publicar con retraso, hace muchas veces imprescindible acudir a la misma fuente genera­dora de la información, si se quiere tener acceso adecuado y oportuno a ella.

Destacan entre estas publicaciones los anuarios de los diferentes sectores y otras publica­ciones también de periodicidad anual. E n la

mayoría de los casos ellas contienen cifras defi­nitivas, lo que hace que las publicaciones sean puestas a disposición de los usuarios con conside­rable retraso. E n algunos sectores se tiene, además de las publicaciones anuales, otras de mayor fre­cuencia donde por lo general las cifras son aún preliminares.

Al tiempo que transcurre hasta que los datos están listos para en trar al proceso de publi­cación, hay que añadir aquel en el que el material espera debido a la escasez de recursos económicos y materiales a los que ya hiciéramos mención. E n casos extremos las publicaciones se ven interrum­pidas, c o m o ha sucedido con algunas de las publi­caciones listadas en los apéndices que en la actua­lidad no se publican aunque el material está listo, c o m o por ejemplo las de los sectores de agricultura y alimentación, de salud y turismo. E n otros casos la escasez de recursos impide qué se publique toda la información que se procesa, lo que obliga a recurrir a las mismas oficinas en donde se produce la información si se quiere tener acceso a ella. Observamos asimismo que algunas oficinas secto­riales de estadística no publican nada; en otros casos la ausencia es tan sólo parcial y sólo tienen publicaciones especiales o aperiódicas, o publica­ciones que no contienen estadísticas de carácter socioeconómico. L o descrito sucede en los sectores de economía y finanzas, de integración, de rela­ciones exteriores, y de vivienda y construcción.

El tercer grupo de publicaciones, listadas en el apéndice II-C, tiene una composición bas­tante heterogénea tanto en lo que respecta a las características de las publicaciones en cuanto a su contenido c o m o en relación a su periodicidad y difusión.

El tiraje varía de una publicación a otra, aunque cabe hacer una generalización en el sen­tido que aquellas elaboradas por entidades públi­cas tienen un tiraje m u c h o m á s reducido en rela­ción con las elaboradas por las entidades privadas. Las primeras son de distribución gratuita o son vendidas a bajos precios, mientras que las de orga­nismos privados al respecto pueden dividirse en dos grandes grupos: aquellas que responden afines académicos, de investigación y de servicio a la comunidad, que son vendidas a precios relativa­mente bajos, y aquellas que están destinadas a mercados reducidos y selectos, por lo que el costo de las suscripciones es m u c h o m á s elevado.

A diferencia de las publicaciones reseñadas

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878

en los dos grupos anteriores y salvo en m u y contadas excepciones, en éstas la información estadística no sólo aparece en estado primario y suele ir acompañada de análisis y comentarios. Sin embargo, en general aún son escasas aquellas publicaciones en las que aparecen proyecciones de los datos estadísticos, o las mismas son una repro­ducción de las proyecciones elaboradas por las au­toridades gubernamentales.

Las principales publicaciones periódicas según las categorías de datos que predominan en ellas. Observamos que son básicamente los ór­ganos de Sistema Estadístico Nacional los res­ponsables de la publicación de las estadísticas demográficas y sociales. Las entidades privadas concentran su atención en las estadísticas laborales y económicas, áreas en las que son m á s numerosas las publicaciones, tanto del S E N c o m o de las otras instituciones públicas y de las privadas, entre las que destacan los bancos, los centros académicos y de investigación, y las asociaciones gremiales.

Utilización de las estadísticas socioeconómicas

Es indudable que es el gobierno el principal usua­rio , de las estadísticas socioeconómicas básicas, constituyendo las mismas un elemento fundamen­tal en el proceso de toma de decisiones en la ges­tión gubernamental. El Instituto Nacional de Planificación, así c o m o las distintas Oficinas Sec­toriales de Planificación, constituyen también usuarios importantes de la información socioeco­nómica, cumpliendo la misma un rol de impor­tancia en la planificación del desarrollo.

A d e m á s de las oficinas sectoriales de pla­nificación otras dependencias de los respectivos sectores son también usuarias de la información. E n los casos en que ella no llega a publicarse, salvo que sea por razones de confidencialidad de los datos, quienes trabajan en los ministerios o en otros organismos públicos del sector, tienen libre acceso a la información si es que acuden a los lugares en que se elaboran y almacenan. Si se llega a difundir la información son ellos quienes primero reciben gratuitamente las publicaciones. Asimismo, las autoridades gubernamentales de los demás sec­tores tienen también amplio acceso a la informa­ción. Cabe remarcar, sin embargo, que no todos los que reciben la información estadística llegan a utilizarlo o lo hacen tan sólo parcialmente.

S

L a información es divulgada a través de distintos medios; de publicaciones, tanto perió­dicas c o m o aperiódicas o irregulares. E n cuanto a la forma de su presentación, las mismas pueden consistir en hojas sueltas impresas, folletos, do­cumentos o libros, en las que aparecen sólo cifras o también análisis y comentarios. Los medios de comunicación constituyen también medios de divulgación masiva de estadística, aunque sólo para el caso de las principales variables macroeco­nómicas e indicadores sociales que ilustran la marcha del país.

D e no publicarse la información, los datos pueden encontrarse en informes especiales de cir­culación restringida, en listados de computadora, o pueden hallarse en los bancos de datos o centros de documentación con que algunos sectores cuen­tan. El sector público suele tener acceso a todas estas formas en que se almacena la información, incluso a la información primaria no procesada, mediante permisos especiales de las autoridades responsables.

Las universidades y demás centros acadé­micos y de investigación, son también además de instituciones generadoras de información, usuarios importantes de los datos estadísticos de carácter socioeconómico. Los profesores e investigadores por lo general tienen muchas dificultades para conseguir los datos estadísticos, sean de fuentes públicas o privadas, datos que les sirven de base tanto para el material bibliográfico que utilizan en el dictado de sus cursos, c o m o para la realización de diversos estudios e investigaciones. L a oportu­nidad en la obtención de la información suele ser un elemento clave en cuanto al éxito de sus tra­bajos; por tanto, por lo general son ellos quienes están obligados a acudir a las mismas fuentes pro­ductoras de los datos para tratar de conseguir la información que necesitan. Parte de ella es obte­nida mediante los canales formales establecidos, mientras que el resto se consigue de manera in­formal gracias a contactos de diversa índole.

D e formalizarse el canje de publicaciones pueden contar con muchas de las publicaciones, tanto públicas c o m o privadas; sin embargo, aún hay m u c h o c a m p o por explotar en lo que al canje de publicaciones se refiere. E n algunos casos los estudios e investigaciones de estos centros tienen por productos finales publicaciones que son pues­tas a la venta, aunque no siempre se vuelcan en ellas toda la información estadística que se uti-

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

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879

lizara c o m o materia prima. Esta información, así c o m o aquella que no se ve plasmada en publica­ciones, se almacena en los mismos centros aca­démicos o de investigación, a los cuales el acceso es en la mayoría de los casos restringido.

Los estudiantes constituyen otro grupo de usuarios de la información estadística socioeco­nómica, sobre todo al llevar a cabo sus monogra­fías y tesis. Estos trabajos pueden ser consultados en las bibliotecas de los centros de estudios y en algunos casos los de buena calidad llegan a publi­carse. E n oportunidades trabajan con información antes publicada mientras que en otras se utiliza información no divulgada; incluso aunque rara­mente pueden tener acceso a los datos aún no procesados. El acceso a esta información produ­cida tanto por organismos públicos c o m o privados, suele obtenerse mediante permisos especiales, bas­tante difíciles de conseguir por cierto. A cambio del acceso a la información suelen realizar prác­ticas sin paga o recibiendo remuneraciones m á s bien simbólicas, siendo a la vez útiles a las enti­dades generadoras de estadística las que gracias a ellos logran cubrir en parte el vacío existente en relación a la escasez de recursos de que adolecen. Cabe añadir que los estudiantes o egresados pue­den trabajar con información que ellos mismos recolectan al realizar trabajos de campo y encues­tas, entre otros.

Los bancos, las entidades crediticias, las asociaciones gremiales y los colegios profesionales son también usuarios de la información estadística que reseñamos. Y en los últimos años el público en general está mostrando m u c h o interés por co­nocer lo que sucede en el país y de ahí el interés por tener acceso a la información relevante. Este interés se acrecienta día a día, siendo su contra­parte la aparición de publicaciones en su mayoría de análisis de la situación coyuntural del país por las que la demanda es creciente. Este cambio de actitud es especialmente notorio en los ambientes empresariales donde a diferencia de lo que sucedía hace algún tiempo, al empresario le interesa contar con información estadística confiable por la que está dispuesto a pagar montos considerables. Ciertas publicaciones están orientadas a captar mercados de altos ingresos por lo que el acceso a las estadísticas que contienen queda fuera del al­cance del público en general.

Los organismos internacionales con sede en nuestro país o en el extranjero también utilizan

la información estadística. U n o s son sólo recopi­ladores de información de diversos países, la que publican en anuarios y boletines internacionales. Los gobiernos, bancos extranjeros y organismos internacionales requieren asimismo de información estadística en qué basarse para el otorgamiento de préstamos o para llevar a cabo inversiones o ges­tiones de diversa índole en nuestro país. Estudiosos o investigadores extranjeros son también usuarios de la información estadística de nuestro país, la que utilizan para diversos estudios que se ven plas­mados en artículos especializados, libros, tesis o disertaciones. Finalmente, cabe mencionar el he­cho de que los cuerpos diplomáticos en nuestro país tienen c o m o una de sus actividades el llevar a cabo el seguimiento de las principales varia­bles sociales y económicas, reportando a sus autoridades gubernamentales los hechos m á s saltantes junto con resúmenes de estadísticas confiables.

Se observa que existe coordinación con en­tidades públicas del sector y fuera de él, tanto por su calidad de fuentes de información c o m o por ser usuarios de la información que se genera. Estas coordinaciones responden a la necesidad de cono­cer la demanda de información estadística y cons­tituyen la mayoría. Desde la creación del S E N a la fecha se han llevado a cabo esfuerzos considerables con la finalidad de detectar las lagunas existentes en la producción de estadística en relación con su demanda, por lo que un cuadro con cifras m á s actualizadas esperaríamos que tuviese cifras m u ­cho mayores. El otro tipo de coordinaciones se refiere básicamente a las de asesoramiento y ca­pacitación.

N o sólo basta con conocer la demanda de información sino que es igualmente importante promover su oferta, su utilización. Para ello es necesario contar con un puente entre los organis--m o s generadores de la información y los usuarios de la misma, puente representado entre otros por los centros de documentación e información, y por las bibliotecas especializadas.

Observamos que algunas de las bibliotecas y centros de documentación corresponden a las instituciones generadoras de la información esta­dística. Si bien la O N E cuenta con una biblioteca que debiera contar con la información generada en todo el sistema, aún se encuentra en proceso de implementación. N o se cuenta, sin embargo, con un banco central de datos, sino que distintas

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880 M entidades poseen sus propios bancos de datos. E n cuanto a los ministerios, aún hay muchos que n o cuentan con bibliotecas ni archivos técni­cos, ni m u c h o menos con bancos de datos, aunque se ha ido avanzando en este sentido.

C o n relación al acceso a estos lugares de almacenamiento de la información, en algunos

casos están abiertos al público en general. E n otros sólo al personal que labora en la institución o a los trabajadores del sector público, salvo permisos especiales. Por último cabe señalar que para in­gresar a otros y para gozar de sus servicios habrá de cumplirse con ciertos requisitos además de pagarse ciertas cuotas de inscripción.

Apéndice I. Listado alfabético de las principales instituciones que producen y/o publican información estadística de carácter socioeconómico

Institución Dirección Categoría de datos

A . Órgano Central del Sistema Estadístico Nacional

Oficina Nacional de Estadística—Instituto Nacional de Planificación

A v . 28 de Julio 1056 Lima 1

B . Ministerios

Ministerio de Agricultura y Alimentación—Oficina Sectorial de Estadística

Jr. Cahuide 805 Lima 11

Ministerio de Economía y Finanzas—Oficina de Información y Estadística

A v . Abancay s/n Lima 1

Estadísticas demográficas (A.l) Vivienda (A.2 .1 ) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Estadísticas gubernamentales

(B.2) Estadísticas del sector externo

(B.3) Precios (B.4.1) Gastos de las familias (B.4.2) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q

Estadísticas de población (A. 1.2)

Cuentas nacionales: ingresos y gastos (B.l.l)

Precios (B.4.1) Gastos de las familias (B.4.2) Agricultura y caza (C. 1.1) Silvicultura y extracción de

madera (C.1.2) Agua (C. 4.3) Cuentas nacionales (B.l) Estadísticas gubernamentales

(B.2) Estadísticas del sector externo

(B.3) Estadísticas económicas por tipo de actividad (C)

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VU: Perú

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Ministerio de Educación. Oficina Sectorial de Estadística

Parque Universitario s/n Lima 1

5. Ministerio de Energía y Minas. Dirección de Estadística

Ministerio de Industria, Comercio, Turismo e Integración—Secretaría de Estado de Comercio. Oficina Sectorial de Estadística

7. Ministerio de Industria, Comercio, Turismo e Integración—Secretaría de Estado de Industria. Oficina Sectorial de Estadística

8. Ministerio de Industria, Comercio, Turismo e Integración—Secretaría de Estado de Integración. Oficina Sectorial de Estadística

9. Ministerio de Industria, Comercio, Turismo e Integración—Secretaría de Estado de Turismo. Oficina Sectorial de Estadística.

Jr. Zepita 423 Lima 1

Centro Cívico Nivel 1 Lima 1

Calle 1 s/n, piso 13 Urb. Córpac Lima 27

Calle 1 s/n, piso 13 Urb. Córpac Lima 27

Calle 1 s/n, piso 11 Urb. Córpac Lima 27

Estadísticas de población :

(A. 1.2) Educación (A.2 .2 .1 ) Estadísticas de cultura

(A.2.3 .1) Estadísticas de recreación

(A.2 .3 .2) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Explotación de minas y canteras

(C.2) Electricidad (C.4.1) Gas (C.4.2) Estadísticas de comunicación de

masas (A.2 .3 .3 ) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Comercio exterior (B. 3.1) Precios (B.4.1) Comercio por mayor y por

menor y restaurantes y hoteles (C.6)

Cuentas nacionales: ingresos y gastos (B. 1.1)

Precios (B.4.1) Empleo y población

económicamente activa (A.3.1 .1)

Industrias manufactureras (C.3) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B.l.l) Comercio exterior (B. 3.1) Publica información de todo tipo

Migración internacional (A, 1.4.2)

Cuentas nacionales: ingresos y gastos (B.l.l)

Precios (B.4.1) Balanza de pagos (B.3.2) Restaurantes y hoteles (C.6.2) Turismo (C.9.1)

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882

*í 10.

11.

12.

13.

14.

15.

Ministerio del Interior. Oficina Sectorial de Planificación. Dirección de Estadística

Ministerio de Pesquería. Oficina Sectorial de Estadística

Ministerio de Relaciones Exteriores

Ministerio de Salud—Oficina Sectorial de Estadística e Informática

A v . Córpac s/n Lima 27

A v . Javier Prado Este 2465 Urb. San Luis Lima 34 Jr. Azángaro 387 Lima 1

A v . Brasil 2309 Lima 11

Ministerio de Trabajo. Dirección General de Cooperativas de Servicio. Unidad de Investigación y Estadística

Ministerio de Trabajo. Dirección General de Empleo. Oficina Técnica de Estudios de M a n o de Obra ( O T E M O )

Centro Cívico Lima 1

Av. Salaverry, cuadra 8, piso 1 Lima 11

16. Ministerio de Trabajo. Dirección de Colocaciones

Pablo Bermúdez 386 Lima 11

Estadísticas vitales (A. 1.3) Estadísticas de migración

(A. 1.4) Servicios de salud (A.2 .4 .3) Seguridad y orden público

(A.2.5) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Pesca (C. 1.3) Estadísticas vitales (A. 1.3) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Balanza de pagos (B.3.2) Estadísticas de población

(A. 1.2) Defunciones (A. 1.3.2) Salud (A.2.4) Instituciones de asistencia y de

bienestar social (A.2 .6 .3) Accidentes, lesiones e

incapacidades laborales (A.3.1 .5)

Cuentas nacionales: ingresos y gastos (B. 1.1)

Comercio al por mayor y menor (C.6.1)

Servicios comunales, sociales y personales (C.9.2)

Estadísticas de población (A. 1.2)

Migración interna (A.l .4.1) Empleo y población

económicamente activa (A.3 .1 .1)

Sueldos y salarios (A. 3.1.2) Seguridad social (A.3.2) Empleo en el sector público

(B.2.2) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Servicios de empleo (A. 3.1.4)

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarlos.

VIL Perú

883

17.

18.

19.

20.

Ministerio de Trabajo. Oficina Sectorial de Planificación—Unidad de Estadísticas Sectoriales

A v . Salaverry, cuadra 8, piso 4 Lima 11

Ministerio de Transportes y Comunicaciones— Oficina Sectorial de Estadística

Ministerio de Vivienda y Construcción—Oficina Sectorial de Estadística

C . Otras Instituciones

Andean Air Mail and Peruvian Times S . A .

21. A p o y o S . A .

22. Asesoramiento y Análisis Laborales S . A .

23. Asociación Electrotécnica Peruana

24. Asociación de Exportadores

25. Asociación de Relaciones Industriales A R I

26. Asociación Nacional de Empresas Financieras

27. Banco Agrario del Perú

A v . 28 de Julio 1004 piso 4 Lima 1

Jr. Domingo Cueto 120 piso 7 Lima 11

Jr. Carabaya 928 of. 304 Lima 1

A v . La Paz 1580 Lima 18

Pablo Bermúdez 285, of. 402 Lima 11 A v . República de Chile 284 Lima 1 A v . Las Flores 346 Lima 27 Jr. Azángaro 430 Lima 1 Natalio Sánchez 125 Lima 11

Jr. Carabaya 593 piso 7 Lima 1

Organizaciones sindicales y • conflictos laborales ' (A.3 .1 .3)

Accidentes, lesiones e incapacidades laborales (A.3 .1 .5)

Cuentas nacionales: ingresos y gastos (B. 1.1)

Procesa información de todos los sectores

Cuentas nacionales: ingresos y gastos (B. 1.1)

Transportes y comunicaciones (C.7)

Vivienda (A.2.1) Cuentas nacionales: ingresos y

gastos (B. 1.1) Agua (C.4.3) Construcción (C.5)

Estadísticas laborales (A.3.1) Estadísticas económicas

Globales (B) Estadísticas económicas por

tipo de actividad (Ç) Estadísticas demográficas,

sociales y labor (A) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas laborales y de

seguridad social (A.3) Electricidad (C.4.1)

Exportaciones (B. 3 .1.3) Industria manufacturera (C.3) Estadísticas laborales (A.3.1)

Estadísticas monetarias y financieras (B. 1.3) •

Finanzas (C.8.1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q

Page 244: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

884

28. Banco.Central de Reserva del P e r ú — B C R P

29. Banco Central Hipotecario del Perú

30. Banco Comercial del Perú

31. Banco Continental

32. Banco de Crédito

33. Banco de la Industria de la Construcción

34. Banco de la Nación

35. Banco de la Vivienda del Perú

36. Banco de Lima

37. Banco de Londres y América del Sur

38. Banco Industrial del Perú

Jr. Miro Quesada 441 Lima 1

Jr. Carabaya 421 Lima 1

A v . Nicolás de Piérola 1065 Lima 1

Jr. L a m p a 535 Lima 1

Jr. Lima 499 Lima 1

Jr. Junín 319 Lima 1

A v . Abancay s/n Lima 1

Jr. C a m a n á 616 Lima 1

Jr. Carabaya 698 Lima 1

Jr. Carabaya 442 Lima 1

Plaza Gastañeda 681 Lima 1

Estadísticas demográficas, sociales y laborales (A)

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad (C)

Estadísticas de vivienda (A.2 .1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q Estadísticas de vivienda (A.2.1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C)

Page 245: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales 885 de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

39. Banco Industrial

40. Banco Minero

41. Banco Peruano de los Constructores

42. Banco Popular

43. Banco Wiese

44. Biblioteca Nacional

45. Bolsa de Valores de Lima

46. Cámara Algodonera del Perú

47. Cámara de Comercio de Lima

48. Cámara de Fabricantes de Autopartes

49. Cámara Nacional de Turismo

50. Cámara Peruana de la Construcción ( C A P E C O )

51. Central de Cooperativas Agrarias de Producción Azucarera del Perú Ltd. n.° 69 ( C E C O A A P )

52. Central de Trabajadores de la Revolución Peruana

53. Centro de Asesoría Laboral (CED AL)

Plaza La Merced 600 Lima 1

Av. Inca Garcilazo 1472 Lima 1

Jr. Lampa 560 Lima 1

Jr. Huallaga 380 Lima 1

Jr. Cuzco 245 Lima 1

Av. Abancay, 4.a cuadra Lima 1 A v . Miro Quesada 265 Lima 1 A v . Miro Quesada 327 Lima 1 Ortiz de Zevallos 398 Lima 11

Las Begonias 441 Lima 27 Belén 1066 Lima 1 A v . Paseo de la República 571 Lima 1 A v . G u z m á n Blanco 240 Lima 1

H . Velarde 240 Lima 1 A v . G u z m á n Blanco 462, of. 402 Lima 1

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad (C)

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad ( Q

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad (C)

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad (C)

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad (C)

Estadísticas de cultura (A.2.3.1)

Estadísticas monetarias y financieras (B.1.3)

Estadísticas agrícolas (C.l.1.1.2)

Estadísticas económicas globales (B)

Comercio al por mayor y menor (C.6.1)

Industria manufacturera (C.3)

Turismo (C.9.1)

Construcción (C.5) Industria (C.3) Estadísticas agrícolas

(C.l.1.1.2) Industria manufacturera (C.3) Comercio al por mayor y menor

(C.6.1) Estadísticas laborales (A.3.1)

Estadísticas laborales (A.3.1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C)

Page 246: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

886

54.

55.

56.

57.

58.

59.

60.

61.

62.

63.

64.

65.

Centro de Documentación y Estudios Sociales (CEDES)

Centro de Estudios de Derecho y Sociedad (CEDYS)

Centro de Estudios de Economía y Planificación (CEDEP)

Centro de Estudios de Población y Desarrollo

Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación ( C E D E P )

Centro de Investigación Económica para la Acción (CIEPA)

Centro Nacional de Capacitación e Investigación para la Reforma Agraria (CENCIRA)

Centro Nacional de Productividad

Comisión Nacional Supervisora de Empresas y Valores ( C O N A S E V )

Comunicación S.A.

Confederación de Trabajadores del Perú (CTP)

Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP)

Av. Arenales 969 Lima 1

Pachacútec 1155 Lima 11

Av. Benavides 712 dpto. 204 Lima 18

Av. Los Conquistadores 430 Lima 27

Av. 6 de Agosto 425 Lima 11

La Paz 434 of. 90 Lima 18

A v . Javier Prado 1358 Lima 27

Jr. Zepita 423 Lima 1 A v . El Rosario 195 Lima 27

Juan Polar 195 Lima 27

Ayacucho 173 Lima 1

Plaza 2 de M a y o s/n Lima 1

.1)

Estadísticas laborales (A.3.1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas demográficas,

sociales y laborales (A) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas laborales (A .3 . Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas demográficas,

sociales y laborales (A) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas demográficas,

sociales y laborales (A) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas laborales (A.3 . Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (Ç) Ciencia y tecnología (A.2.2 .2) Agricultura: producción y

servicios (A. 1.1.1)

Ciencia y tecnología (A.2.2.2) Industria (C.3) Estadísticas monetarias y

financieras (B. 1.3)

Estadísticas laborales (A.3.1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas laborales (A.3.1)

Estadísticas laborales (A.3.1)

.1)

Page 247: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

887

66. Confederación Nacional Agraria

67. Confederación Nacional de Comerciantes ( C O N A C O )

68. Confederación Nacional de Trabajadores ( C N T )

69. Consejo de Reajustes de Precios de la Construcción

70. Consejo Nacional de Investigación (CNI)

71. Consejo Nacional de la Universidad Peruana ( C O N U P )

72. Contraloría General de la República

73. Corporación Financiera del Desarrollo ( C O F I D E )

74. Corporación Peruana de Aeropuertos y Aviación Comercial ( C O R P A C )

75. D E S C O . Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo

76. E C O , Grupo de Investigaciones Económicas

77. Electricidad de Lima (ELECTROLIMA)

78. Electricidad del Perú (ELECTROPERU)

79. Empresa de Administración de Inmuebles del Perú (EMADI—PERU)

80. Empresa de Saneamiento de Lima (ESAL)

A v . Miro Quesada 327 Lima 1

A v . Abancay 210 Lima 1

A v . 28 de Julio 565 Lima 1 Domingo Cueto 120 Lima 14 A v . del Parque Norte 1172-1174 Lima 27 Calle Aldabas, 3.a cuadra C h a m a , Lima

A . Wiese 315 Lima 1 A v . Garcilazo de la Vega 1456 Lima 1

Aeropuerto Internacional Jorge Chávez A v . Elmer Faucett Callao, 2 A v . Salaverry 1945 Lima 14

A v . Aviación 3020 of. 301 San Borja, Lima

Conde de Superunda 261 Lima 1 Paseo de la República 144 Lima 1 Jr. Huancavelica 466 Lima 1

Av . Venezuela 812 Lima

Agricultura y caza (C. 1.1) Silvicultura y extracción de

madera ( C l . 2 ) Estadísticas económicas

globales (B) Comercio al por mayor y menor

(C.6.1) Estadísticas laborales (A. 3.1)

Precios (B.4.1) Construcción (C.5) Ciencia y tecnología (A. 2.2.2)

Educación, ciencia y tecnología (A.2 .2)

Estadísticas gubernamentales: ingresos y gastos (B.2.1)

Estadísticas monetarias y financieras (B.1.3)

Estadísticas del sector externo (B.3)

Finanzas (C.8.1) Balanza de pagos (B.3.2) Transporte aéreo (C.7 .1 .2) Turismo (C.9.1)

Estadísticas sociales (A.2) Estadísticas laborales (A.3.1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q Estadísticas laborales (A.3.1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q Electricidad (C.4.1)

Electricidad (C.4.1)

Vivienda (A.2 .1 .2)

Vivienda (A.2 .1 .2) Agua (C.4.3)

Page 248: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

888

m 81. Empresa Minera del Centro

(CENTROMIN) 82. Empresa Minera del Hierro

(HIERRO—PERU)

83. Empresa Minera del Perú (MINERO—PERU)

84. Empresa Nacional de Puertos (ENAPU—PERU)

85. Empresa Nacional de Comercialización de Insumos (ENCI)

86. Empresa Nacional de Ferrocarriles del Perú (ENAFER—PERU)

87. Empresa Nacional de Radiodifusión del Perú (ENRAD—PERU)

88. Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL—PERU)

89. Empresa Nacional de Turismo ( E N T U R — PERU)

90. Empresa Pesquera del Perú de Producción de Harina y Aceite de Pescado (PESCA—PERU)

91. Empresa Pública de Comercialización de Harina y Aceite de Pescado (EPCHAP)

92. Empresa Pública de Servicios Pesqueros (EPSEP)

93. Empresa.Siderúrgica del Perú ( S I D E R P E R U )

94. Escuela de Administración de Negocios para Graduados (ESAN)

95. Fondo Nacional de Salud y Bienestar Social

Jr. Carabaya 891 Lima 1 Paseo de la República 3587 Lima 27

Bernardo Monteagudo 222 Lima 17

Terminal Marítimo del Callao, piso 3 Callao 1 Bernardo Monteagudo 210 Lima 17

Jr. Ancash 207 Lima 1

A ; Tamayo 154 Lima 27 '

Las Begonias 475, piso 5 Lima 27 Jr. Junín 455 Lima 1

Av . Javier Prado Este 2465 Lima 30

Av . 28 de Julio 715 Lima 1

Av. Javier Prado Este 2465 Lima 20 Av . Tacna 543 Lima 1 Av . L a Molina Lima

Av . Salaverry, cuadra 8 Lima 1

Explotación de minas y canteras (C.2)

Explotación de minas y canteras (C.2)

Industria manufacturera (C.3) Explotación de minas y

canteras (C.2) Industria manufacturera (C.3) Comercio exterior (B.3.1) Transporte acuático (C.7.1.3)

Comercio exterior (B.3.1) Estadísticas agrícolas

(C.1.1.1.2) Comercio al por mayor y menor

(C.6.1) Transporte ferroviario

(C.7.1.1.2)

Cultura, recreación y comunicación de masas (A.2.3)

Comunicaciones (C.7.2)

Restaurantes y hoteles (C.6.2) Turismo (C.9.1)

Pesca (C. 1.3) Industria manufacturera-(C.3)

Exportaciones (B. 3.1.3) Pesca (C. 1.3) Industria manufacturera (C.3)

Pesca (C. 1.3) Industria manufacturera (C.3) Industria manufacturera (C.3) Construcción (C.5) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q Salud (A.2.4) Servicios sociales (A.2.6) Estadísticas de seguridad social

(A.3.2)

Page 249: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

889

96. Guardia Civil del Perú

97. Industrias del Perú (INDUPERU)

98. Instituto Científico y Tecnológico Minero (INCITEMI)

99. Instituto de Estudios Peruanos (IEP)

100. Instituto de Geología y Minería

A v . E . Canaval s/n Lima Calle 7, n.° 229 Lima 12 Malecón Balta 758 Lima 18

Horacio Urteaga 694 Lima 11

Pablo Bermúdez 211 Lima 11

101. Instituto de Investigaciones A v . La Universidad 595 Agro Industriales Lima 12

102. Instituto de Investigaciones Jr. Francisco Masías 370 Energéticas y Servicios de Lima 14 Energía Eléctrica (INIE)

103. Instituto de Investigación A . Salazar 409 Nutricional Lima 27

104. Instituto de Investigación Tecnológica, Industrial y Normas Técnicas (ITINTEQ

105. Instituto de Nutrición

106. Instituto de Salud Pública

107. Instituto de Urbanismo y Planificación del Perú

108. Instituto del M a r del Perú (IMARPE)

109. Instituto Internacional de Investigación y Acción para el Desarrollo ( I N D A )

Morelli, 2 . a cuadra Lima 27

Tizón y Bueno 276 Lima 11

A v . Salaverry, 8.* cuadra Lima Il­las Olmos 117 Lima 11

Esq. Gamarra y Gral del Valle Callao 5 A v . Petit Thouars 3899 Lima 27

Seguridad y orden público (A.2.5)

Industria manufacturera (C. 3)

Ciencia y tecnología (A. 2 .2 .2) Explotación de minas y

canteras (C. 2) Industria manufacturera (C.3) Estadísticas demográficas,

sociales y laborales (A) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Ciencia y tecnología (A .2 .2 .2 ) Explotación de minas y

canteras (C. 2) Ciencia y tecnología (A.2 .2 .2 ) Agricultura: producción y

servicios (C. 1.1.1) Ciencia y tecnología (A.2 .2 .2 ) Electricidad (C.4 .1)

Estadísticas de población (A. 1.2)

Ciencia y tecnología (A.2 .2 .2 ) Salud (A.2.4) Servicios sociales (A,2 .6) Ciencia y tecnología (A. 2 .2 .2) Industria manufacturera (C.3)

Estadísticas de población (A.1.2)

Salud (A.2.4) Servicios sociales (A.2 .6) Salud (A.2 .4)

Estadísticas de viviendas (A.2.1 .2)

Construcción (C.5) Pesca (C. 1.3)

Estadísticas demográficas, sociales y laborales (A)

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad ( Q

Page 250: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

890

Îtl 110. Instituto Nacional de

Administración Pública (INAP)

111. Instituto Nacional de Asistencia y Promoción del Menor y de la Familia (INAPROMEF)

112. Instituto Nacional de Becas y Crédito Educativo (INABEC)

113. Instituto Nacional de Cultura

114. Instituto Nacional de Investigación y Capacitación de Telecomunicaciones (INICTEL)

115. Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo de la Educación (INEDE)

116. Instituto Nacional de Planificación (INP)

117. Instituto Nacionalde Recreación, Educación Física y Deportes ( INRED)

118. Instituto Nacional de Teleducación

119. Instituto Peruano de Administración de Empresas (IPAE)

120. Instituto Peruano de Derecho y Técnica Bancada

Av. G u z m á n Blanco 298 Lima 1

Av . San Martín 685 Lima 21

Av . Salaverry 3285 Lima 27

Jr. Ancash 390 Lima 1

Av . Juan Pezet 1907 Lima 27

Van de Velde 160 Lima 27

A v . República de Chile 262 Lima 11

Estadio Nacional, puerta 29 Lima 1

Ministerio de Educación Parque Universitario Lima 1

Av . José Pardo 610 Lima 18

Jr. A . Wiese 515 Lima 1

Empleo en el sector público (B.2.2)

Otras estadísticas gubernamentales (B.2.3)

Servicios sociales (A.2.6)

Estímulos educativos (A.2.2.1.6)

Estadísticas de cultura (A.2.3.1)

Estadísticas de recreación (A.2.3.2)

Ciencia y tecnología (A.2.2.2) Comunicaciones (C. 7.2)

Educación, ciencia y tecnología (A.2.2)

Estadísticas económicas globales (B)

Tablas de insumo producto (B.1.2)

Estadísticas económicas por tipo de actividad ( Q

Educación (A.2.2.1) Estadística de recreación

(A.2.3.2)

Educación (A.2.2.1) Cultura, recreación y

comunicación de masas (A.2.3)

Estadísticas demográficas, sociales y laborales (A)

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad (Ç)

Estadísticas monetarias y .financieras (B.1.3)

Finanzas (C.8.1)

Page 251: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VIL Perú

891

121.

122.

123.

Junta del Acuerdo de Cartagena ( J U N A C )

Minero Perú Comercial ( M I N P E C O )

Oficina Central de Información (OCI)

124. Oficina del Primer Ministro

125. Oficina Nacional de Apoyo Alimentario

126. Organismo Regulador de Tarifas de Transporte (ORETT)

127. Petróleos del Perú (PETROPERU)

128. Poder Judicial. Oficina de Estadísticas

129. Policía de Investigación del Perú

130. Proyección S . R . L .

131. Seguro Social del Perú

132. Servicio de Parques (SERPAR)

133. Servicio Nacional de Adiestramiento en Trabajo Industrial (SENATI)

134. Sistema Nacional de Propiedad Social (SINADEPS)

135. Sociedad de Beneficiencia Pública de Lima

Paseo de la República 3895 Lima 27

Scipión Liona 350 Lima 18

Jr. de la Unión 264 Lima 1 Palacio de Gobierno Calle Pescadería Lima 1 Natalio Sánchez 220 Lima 11

Garcilazo de la Vega 1168 Lima 1

Av. Paseo de la República 3361 Lima 27

Av . Paseo de la República s/n Lima 1 Av . España, 4.a cuadra Lima 1 Av . Garcilazo de la Vega 911 Of. 501 Lima 1 A v . Grau 351 Lima 1

Av . Arenales 371 Lima 1

K m . 15,2 Autopista a Ancón Lima 1

Coronel Inclán 831 Lima 18

Carabaya 641 Lima 1

Estadísticas económicas globales (B)

Estadísticas económicas por tipo de actividad (C)

Estadísticas del sector externo (B.3)

Explotación de minas y canteras (C.2)

Industria manufacturera (C.3) Estadísticas de comunicación de

masas (A.2 .3 .3) Estadísticas socioeconómicas

globales (A, B , Q

Estadísticas de población (A. 1.2)

Gastos de las familias (B.4.2) Agricultura: producción y

servicios (C. 1.1.1) Precios (B.4.1) Transporte terrestre (C. 7.1.1)

Explotación de minas y canteras (C.2)

Industria manufacturera (C.3) Gas(C.4 .2 ) Seguridad y orden público

(A.2.5) Seguridad y orden público

(A.2.5) Servicios comunales, sociales y

personales (C.9.2)

Salud (A.2.4) Estadísticas de seguridad social

(A.3.2) Estadísticas de vivienda

(A.2.1.2) Estadísticas de recreación

(A.2.3 .2) Educación, ciencia y tecnología

(A.2.2)

Estadísticas económicas por tipo de actividad (C)

Salud (A.2.4) Servicios sociales (A.2.6)

Page 252: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

892

136. Sociedad de Industrias

137. Sociedad Nacional de Minería y Petróleos

138. Sociedad Nacional de Pesquería

139. Superintendencia de Banca y Seguros

140. TELECENTRO

141. Universidad Católica del Perú—Centro de Investigaciones Sociales, Económicas, Políticas y antropológicas (CISEPA)

142. Universidad del Pacífico, Centro de Investigación. (CIUP)

143. Vernal Consultores S . A .

Los Laureles 365 Lima 27 A v . Nicolás de Piérola 917 Lima 1 A v . Garcilazo de la Vega 911 Lima 1 Jr. Huancavelica 240 Lima 1

Jr. de la Unión 234 Lima 1

Av. Bolívar s/n Lima 21

A v . Salaverry 2020 Lima 11

A v . Manco Cápac 639 Lima 13

Industria manufacturera (C.3) ;

Explotación de minas y canteras (C.2)

Pesca (C. 1.3)

Estadísticas monetarias y financieras (B.1.3)

Finanzas y seguros (C.8) Cultura, recreación y

comunicación de masas (A.2 .3)

Estadísticas laborales (A.3 .1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad ( Q Estadísticas laborales (A.3 .1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C) Estadísticas laborales (A.3 .1) Estadísticas económicas

globales (B) Estadísticas económicas por tipo

de actividad (C)

Apéndice II. Listado alfabético de publicaciones con información estadística socioeconómica

Título de la publicación Periodicidad Categoría de datos

A . De la Oficina Nacional de Estadística—ONE (1)

Boletín de Análisis Demográfico, Censo Nacional de Población Censo Nacional de Vivienda Cuentas Nacionales del Perú índice Global de Precios al por Mayor índices de Precios al Consumidor índices de Precios al por Mayor: construcción y mano de obra índices de Precios al por Mayor: productos agrícolas índices de Precios al por Mayor: productos pecuarios Informe Estadístico

Anual Irregular Irregular Anual Trimestral Mensual Trimestral Trimestral Trimestral Trimestral

A.l A.l . l A . 2 . 1 . 1 A, B, C B.4.1 B.4.1 B.4.1 B.4.1 B.4.1 A.l.3, B, C

Page 253: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

893

Título de la publicación

B . Ministerios

Anuarios de Estadística Eléctrica Anuario de la Mineria del Perú Anuario del Petróleo del Perú Anuario Estadístico Agropecuario Anuario Estadístico de Comercio Exterior

Anuario Estadístico de Cooperativas

Anuario Estadístico de Turismo Anuario Estadístico del Sector Interior Anuario Estadístico del Sector Trabajo

Anuario Estadístico Pesquero Balanza Comercial por Zonas Económicas (fascículos por zonas económicas) Boletín Estadístico de Comercio Exterior Boletín Estadístico de Turismo Boletín Estadístico Mensual

Institución

Ministerio de Energía y Minas (5) Ministerio de Energía y Minas (5) Ministerio de Energía y Minas (5) Ministerio de Agricultura y Alimentación (2) Ministerio de Industria, Comercio, Turismo e Integración (MICTI), Secretaría de Estado de Comercio (6) Ministerio de Trabajo,, Dirección General de Cooperativas de Servicio (14) MICTI—Secretaría de Estado de Turismo (9) Ministerio del Interior (10) Ministerio de Trabajo, Dirección General del Empleo (15) Ministerio de Pesquería (11) MICTI—Secretaría de Estado de Comercio (6)

MICTÍ—Secretaría de Estado de Comercio (6) MICTI—Secretaría de Estado de Turismo (9) Ministerio de Salud (13)

Boletín Mensual de Bienes MICTI—Secretaría de , de Consumo Final Boletín Mensual de Exportaciones Autorizadas Comercio Interior por rama de Actividad Económica Compendio Estadístico del Sector Transporte y Comunicaciones

Estado de Comercio (6) MICTI—Secretaría de Estado de Comercio (6)

MICTI—Secretaría de Estado de Comercio (6)

Ministerio de Transporte y Comunicaciones (18)

Periodicidad

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Semestral

Semestral

Trimestral

Mensual

Mensual

Mensual

Semestral

Anual

Tiraje

300

300

300

300

300

300 200

600

100

300

350

250

300

200

800

200

250

150

300

Categorías de los datos

C . 4 . 1

C . 2 , C 3

C.2 , C.3 , C .4 .2

C.l. l .C.1.2,

B.3.1

C.6.1, C.9 .2

A . I .4 .2 .B .4 .

A.2 .3 , A.1 .4 , A .2 .5 A.1 .2 , A . 1 . 4 . A.3.1 .2 , A . 3 . B.2.2 C.1.3

B.3.1

B.3.1

C.6 .2 .C.9 .1

A . 1 . 2 . A . 1 . 3 A.2.6.3, C . 6 . C.6.1

B.3.1.3

B.4.1, C.6.1

C.7

C.4.3

l.B.3.2

^ . 2 . 4 . 3 ,

.1, A.3 .1 .1 , ,1.4, A . 3 . 2 .

.2, A . 2 . 4 , 1 ,C.9.2

Page 254: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

894

ütfc Directorio Estadístico de Establecimientos de Hospedaje Encuesta Mensual al Comercio Minorista: Avance Estadístico Estadística de Comercio Exterior Estadística de la Comunidad Industrial Estadística de Peaje

Estadística de Recursos Humanos del Sector Transporte Estadísticas Departamentales Estadística Industrial: por Departamentos Estadística Industrial: por Grupos C H U Estadísticas por Zonas de Educación Estimación del Parque Automotor

Folleto de Divulgación Estadística

Indicadores del Sector Manufacturero índices de Precios de Importación Informativo Estadístico Industrial Informe final de los Resultados de Tráfico Postal Movimiento de Viajeros en los Establecimientos de Hospedaje Parte Anual de Cetáceos

Parte Anual de la Industria de Enlatado de Pescado y Mariscos Parte de Venta de Harina de Pescado

Míen—Secretaría de Estado de Turismo (9)

MICTI—Secretaría de Estado de Comercio (6)

MICTI—Secretaría de Estado de Comercio (6) MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7) Ministerio de Transportes y Comunicaciones (18) Ministerio de Transportes y Comunicaciones (18) Ministerio de Educación (4) MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7) MICTI—Secretaría de Estado de Industrias (7) Ministerio de Educación (4) Ministerio de Transportes y Comunicaciones (18) Ministerio de Transportes y Comunicaciones (18) MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7) Míen—Secretaría de Estado de Comercio (6) MICn—Secretaría de Estado de Industria (7) Ministerio de Transportes y Comunicaciones (18) MICn—Secretaría de Estado de Turismo (9)

Ministerio de Pesquería (11) Ministerio de Pesquería (11)

Ministerio de Pesquería (11)

Anual

Mensual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Trimestral

Semestral

Semestral

Anual

Anual

Anual

Anual

Mensual

600

100

500

250

300

300

300

300

500

300

300

1000

250

200

250

100

600

60

60

60

C . 6 . 2 , C . 9 . 1

C . 6 . 1

B . 3 . 1 . 3

C . 9 . 2

B . 4 . 1 . C . 7 . 1

A . 3 . 1 . 1 . C . 7 . 1

A . 2 . 2 . 1

C.3

C.3

A . 2 . 2 . 1

C . 7 . 1

C.7

C.3

B . 3 . 1 . 2 . B . 3 . 4 . B . 4 . 1

C.3

C . 7 . 2

C . 6 . 2 , C . 9 . 1

C . 1 . 3

C . 1 . 3 , C . 3

B . 3 , C . 1 . 3 , C . 3

Page 255: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

895

Parte Mensual de Actividades del Sector Pesquero Parte Semestral de Alimentos Balanceados Parte Semestral de Harina y Aceite de Pescado Precios Obtenidos de las Exportaciones de Productos Principales Productos Industriales. 1. Industria de Alimentos Principales Productos Industriales. 2. Industria de Bebidas

y Tabaco Principales Productos

Industriales 3. Industria de Artículos

metálicos, maquinaria no eléctrica y aparatos eléctricos y transporte

Principales Productos Industriales 4. Industria de Minerales

no Metálicos, Industrias Metálicas básicas

Principales Productos Industriales 5. Industria del Cuero,

Madera, Papel e Imprenta

Principales Productos Industriales 6. Industria Química y

Derivados del Petróleo Principales Productos Industriales 7. Industria Textil,

Calzado y Diversos Síntesis Económica del Grupo Andino Sistema Nacional de Estadística Alimentaria. SINEA—Subsistema 1 : Unidades Agropecuarias. Boletín Estadístico Mensual

Ministerio de Pesquería (11)

Ministerio de Pesquería (11) Ministerio de Pesquería (11)

MICTI—Secretaría de Estado de Comercio (6)

MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7)

MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7)

MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7)

MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7)

MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7)

MICn—Secretaría de Estado de Industria (7)

MICTI—Secretaría de Estado de Industria (7)

MICTI—Secretaría de Estado de Integración (8) Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Mensual 60 C . 1 . 3 , C . 3

Semestral 60 C . 1 . 3 , C . 3

Semestral 60 C . 1 . 3 , C . 3

Semestral 250 B . 3 . 1 . 3

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

Anual

250 C . 3

250 C . 3

250 C . 3

250 C . 3

250 C . 3

250 C . 3

Mensual 250 C . 3

Mensual 200 B , C

30-50 C . l . 1 . 1 . 2

Page 256: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

896

M SINEA—Subsistema 1: Boletín Estadística Trimestral SINEA—Subsistema 1: Boletín Analítico Mensual

SINEA—Subsistema 2: Costos de Producción, Muéstreos de Rendimiento e Información para Análisis y Estudios. Boletín Estadístico Mensual SINEA—Subsistema 2: Boletín Estadístico Trimestral SINEA—Subsistema 2: Boletín Analítico Mensual SINEA—Subsistema 3: Granjas Avícolas, Granjas de Porcinos, Centros de Engorde, Establos Lecheros, Plantas de Incubación, Distribuidores de Alimentos Balanceados, Hojas Informativas Mensuales SINEA—Subsistema 3: Boletín Analítico Mensual SINEA—Subsistema 4: Fábricas de Alimentos Balanceados, Informa Quincenal SINEA—Subsistema 4: Plantas Procesadoras de Leche Pasteurizada. Informe Mensual SINEA—Subsistema 4: Plantas Procesadoras de Leche Enlatada. Informe Mensual SINEA—Subsistema 5: Canales. Boletín Semanal

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2) Ministerio de Agricultura y Alimentación (2) Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2) Ministerio de Agricultura y Alimentación (2) Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2) Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Trimestral 30-50 C . 1.1.1.2

Mensual 30-50 C . 1.1.1.2

Mensual 30-50 C . 1.1.1.2

Trimestral 30-50 C . 1.1.1.2

Mensual 30-50 C . 1.1.1.2

Mensual 30-50 C . l . 1 . 1 . 2 , C . 6 . 1

Mensual 30-50 C . l . 1 . 1 . 2

Quincenal 30-50 C . l . 1 . 1 . 2 , C . 3

Mensual 30-50 C . l . 1 . 1 . 2 , C . 3

Mensual 30-50 C . 1.1.1.2, C . 3

Semanal 30-50 C . l . 1 . 1 . 2

Page 257: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VII: Perú

897

SINEA—Subsistema 5: Mercados (Lima Metropolitana). Boletín Diario SINEA—Subsistema 5: Mercados (Lima Metropolitana). Resumen Semanal SINEA—Subsistema 5: Mercados (Nivel Nacional). Boletín Diario

SINEA—Subsistema 6: Plantas Procesadoras de Aceites y Grasas. Informe Quincenal SINEA—Subsistema 6: Plantas Procesadoras de Avenas. Informe Quincenal SINEA—Subsistema 6: Plantas Industriales de Fideos. Informe Quincenal SINEA—Subsistema 7: Consumo (Lima Metropolitana). Informe Diario Situación de la Actividad Industrial. Avance de Resultados Situación Ocupacional del Perú

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

Ministerio de Agricultura y Alimentación (2)

MICn—Secretaría de Estado de Industrias (7)

Ministerio de Trabajo. Dirección General de Empleo (15)

Diario 30-50 C . 1 . 1 . 1 . 2 , C . 6 . 1

Semanal 30-50 C . l . 1 . 1 . 2 , C . 6 . 1

Diario 30-50 C . l . 1 . 1 . 2 , C . 6 . 1

Quincenal 30-50 C . l . 1 . 1 . 2 , C . 6 . 1

Quincenal 30-50 C . l . 1 . 1 . 2 , C . 3

Quincenal 30-50 C . l . 1 . 1 . 2 , C . 3

Diario 30-50 B . 4 . 2 , C . l . 1 . 1 . 2 , C . 6 . 1

Mensual 250 C . 3

Anual 300 A . 1 . 2 , A . 1 . 4 . 1 . A . 3 . 1 . 1 , A . 3 . 1 . 2 . A . 3 . 1 . 4 . A . 3 . 2 , B . 2 . 2

Titulo de la publicación Institución Periodicidad Categorías de datos

C . Otras Publicaciones

Actualidad Económica del Perú Análisis Económico-Financiero de las Operaciones Mensuales Análisis Laboral

Andean Report

Centro de Asesoría Laboral Mensual (CEDAL)(53) Banco Agrario del Perú (27) Mensual

Asesoramiento y Análisis Mensual Laborales S.A. (22) Andean Air Mail and Mensual Peruvian Times S.A. (20)

A . 3 . 1 . B , C

B, B.1.3, C , C.l.l, C.1 .2

A . 3

A . 3 . 1 . B , C

Page 258: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

898

Anuario del Cooperativismo Peruano Anuario Estadístico de Comercialización. Informe anual de operaciones de producción de la industria azucarera peruana Anuario Estadístico de la Policía de Investigaciones del Perú Anuario Estadístico Policial Anuarium de la Construcción

Boletín

Boletín

Boletín

Boletín

Boletín

Boletín

Boletín

Boletín Algodonero

Boletín Bursátil

Boletín de Estadísticas Boletín de Noticias

Boletín Diario

Boletín Económico-Financiero Boletín Estadístico

Boletín Estadístico

Proyección S .R .L . (130)

Central de Cooperativas Agrarias de Producción Azucarera del Perú ( C E C O A A P ) (51)

Policía de Investigación del Perú (PIP) (129)

Anual C . 9 . 2

Anual C. l .1 .1 .2 , C . 3 , C .6 .1

Anual A . 2 . 5

Guardia Civil del Perú (69) Cámara Peruana de la Construcción ( C A P E C O ) (50) Banco Central de Reserva del Perú ( B C R P ) (28) Cámara de Fabricantes de Autopartes (48) Centro de Documentación y Estudios Sociales ( C E D E S ) (54) Empresa Minera del Perú ( M I N E R O - P E R U ) (83) Empresa Nacional de Puertos ( E N A P U - P E R U ) (84) Instituto del M a r del Perú ( I M A R P E ) (108) Sociedad Nacional de Pesquería (138) Empresa Nacional de Comercialización de Insumos (ENCI) (85) Bolsa de Valores de Lima (45) E N C I (85) Minero Perú Comercial (122) Bolsa de Valores de Lima (45) Corporación Financiera del Desarrollo ( C O F I D E ) (73) Banco de la Vivienda. Departamento de Estudios Económicos (35) Consejo Nacional de la Universidad Peruana ( C O N U P ) (71)

Anual Anual

Mensual

Mensual

Bimestral

Mensual

Trimestral

Mensual

Quincenal

Bimensual

Mensual

Anual Semanal

Diario

Diario

Mensual

Mensual

A . 2 . 5 B . 4 . 1 , C . 5

B .1 .3 , B . 3 , B .4 .1

C.3

A . 3 . 1 . B . C

C.2

A . 3 . 1 . C . 7 . 1 . 3

C .1 .3

C .1 .3

B .3 .1 .3 , B . 3 . 4 , C. l .1 .1 .2

B .1 .3 , C .8 .1

B . 3 . 1 , C. l .1 .1 .2 , C .6 .1 B .3 .1 .3 , C . 2

B . 1 . 3 , C .8 .1

B . 1 . 3 . B . 3 . 4

A . 2 . 1 . 2 . B , B . 1 . 3

A . 2 . 2

Page 259: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VIL Perú

899

Boletín Estadístico

Boletín Estadístico

Boletín Estadístico Boletín Estadístico Banca y Seguros Boletín Estadístico del Mercado de Valores

Boletín Mensual

Boletín Mensual Boletín Mensual Boletín Mensual

Boletín Peruano de Importaciones Boletín Semanal

Boletín Semanal CI Diario Carta Económica del Perú

Catálogo Peruano de la Construcción CENTROMIN

Compendio Estadístico Pesquero Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE)

Cuenta General de la República Datos Estadísticos

Corporación Peruana de Aeropuertos y Aviación Civil ( C O R P A Q (74) Empresa de Administración de Inmuebles del Perú ( E M A D I - P E R U ) (79) Seguro Social del Perú (131) Superintendencia de Banca y Seguros (139) Comisión Nacional Supervisora de Empresas y Valores ( C O N A S E V ) (62) Cámara de Comercio de Lima (47) C O F I D E (73) E M A D I - P E R U (79) Superintendencia de Banca y Seguros (139) Vernal Consultores S.A. (143) Cámara de Comercio de Lima (47) Sociedad de Industrias (136) B C R P (28) Vernal Consultores S .A. (143) C A P E C O (50)

Empresa Minera del Centro (CENTROMIN) (81) Empresa Pesquera del Perú (PESCA-PERU) (90) Instituto Peruano de Administración de Empresas (119) Contraloría General de la República (72) Electricidad de Lima

Trimestral

Trimestral

Anual Trimestral

Mensual

Mensual

Mensual Mensual Mensual

Mensual

Semanal

Semanal Diario Mensual

Bimestral

Bimensual

Anual

Anual

Anual

Anual

B . 3 . 2 , C . l . 1 . 2 , C . 9 .

A.2 .1 .2

A . 2 . 3 . A . 3 . 2 B.1.3, C.8

B.1.3

B , B . 4 . 1 , C . 6 . 1

B.1.3, C.8.1 A.2 .1 .2 B.1.3

B.3.1.2

B , B . 4 . 1 , C . 6 . 1

C.3 B.1 .3 .B.3 A . 3 . 1 . B , C

B . 4 . 1 . C . 5

C.2

C.1.3, C.3

A , B , C

B.3.1

C.4.1

1

Datos Estadísticos sobre Operaciones de las Compañías de Seguros Economía

Electrotécnica

El Exportador Peruano

( E L E C T R O - L I M A ) (77) Superintendencia de Banca y Seguros (139)

Universidad Católica del Perú (141) Asociación Electrotécnica Peruana (23) Asociación de Exportadores ( A D E X ) (24)

Trimestral C . 8 . 2

Semestral

Trimestral

Semanal

A . 3 . 1 , C

C . 4 . 1

B .3 .1 .3 , C . 3

Page 260: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

900

Estadística Semanal

Estadística Trimestral

Esto es CENTROMIN Estudios Económicos Estudios Económicos: Boletín Estadístico Estudios Económicos: Situación de la Industria Manufacturera Finanzas Internacionales Gerencia

Grupo Andino: Carta Informativa Oficial

Superintendencia de Banca y Seguros (139) Superintendencia de Banca y Seguros (139) C E N T R O M I N (81) Banco de Crédito (32) Banco de la Vivienda (35)

Banco Industrial del Perú (38)

COFIDE (73) Instituto Peruano de Administración de Empresas (IPAE)(119) Junta de Acuerdo de Cartagena ( J U N A Q (121)

Semanal

Trimestral

Semestral Trimestral Mensual

Semestral

Semanal Mensual

B.1.3

B.1.3

C.2 , C.3 A . 3 . 1 . B , C A.2.1 , A . 3 . 1 . B , C

A . 3 . 1 . B , C , C.3

B.1 .3 .B.3 B , C

Mensual B , C

índice Económico Mensual índice de Precios de la Construcción Industria Peruana Informativo Informativo Político

Informativo Quincenal

Informe de la Economía Peruana

Informe Semestral de Operaciones Informe Trimestral de la Economía Peruana La Economía Peruana, Análisis de Coyuntura Económica Memoria Memoria Memoria

Memoria

Memoria Memoria Memoria

Memoria

Banco Continental (31) Consejo de Reajuste de

Mensual Mensual

Precios de la Construcción (69) Sociedad de Industrias (136) C A P E C O (50) Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo (DESCO) (75) Sociedad Nacional de Minería y Petróleo (137) Centro de Investigación Económica para la Acción (CIEPA) (59) C E C O A A P (51)

CIEPA (59)

Universidad del Pacífico (142)

Banco Agrario (27) B C R P (28) Banco Central Hipotecario del Perú (29) Banco Comercial del Perú (30) Banco Continental (31) Banco de Crédito (32) Banco de la Industria de la Construcción (33) Banco de la Nación (34)

Mensual Quincenal Mensual

Quincenal

Anual

Semestral

Trimestral

Anual

Anual Anual Anual

Anual

Anual Anual Anual

Anual

B, C B . 4 . 1 . C . 5

C.3 C.5 A . 3 . 1 . B , C

C.2

A . 3 . 1 . B , C

C.1.1.1.2, C.3

A . 3 . 1 . B , C

A . 3 . 1 . B , C

B, B.1.3, C, C.l.l, C.l A, B , C A . 2 . 1 . 2 , B , B . 1 . 3 , C

B . B . 1 . 3 , C

B , B . 1 . 3 , C B . B . 1 . 3 , C B . B . 1 . 3 , C , C . 5

B , B . 1 . 3 , C

.2

Page 261: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios.

VIL Perú

901

Memoria

Memoria Memoria

Memoria Memoria Memoria

Memoria Memoria Memoria Memoria Memoria Memoria

Memoria

Minero Perú Comercial Movimiento de Valores Registrados Nota Semanal Perú Económico Perú en Cifras Perú en Cifras Perú Exporta Peru in Brief Plan Nacional de Desarrollo

Realidad Reporte Económico

Reseña Económica Resumen Semanal Review

Revista

Revista Peruana de Derecho Bancário

La Situación Económica del Perú La Situación Económica Nacional Urbanismo y Planificación

Banco de la Vivienda del Perú (35) Banco de Lima (36) Banco Industrial del Perú (38) Banco Internacional (39) Banco Minero del Perú (40) Banco Peruano de los Constructores ( B A N P E C O ) (41) Banco Popular (42) Banco Wiese (43) C O N U P (71) E N A P U - P E R U (84) ENCI (85) Empresa Nacional de Telecommunicaciones del Perú (ENTEL-PERU) (88) Superintendencia de Banca y Seguros (139) Minero Perú (83) Bolsa de Valores (45)

B C R P (28) Apoyo S.A. (21) Apoyo S.A. (21) Banco Continental (31) A D E X ( 2 4 ) Banco Popular (42) Instituto Nacional de Planificación (116) Comunicación S.A. (63) Sociedad Nacional de Minería y Petróleo (137) B C R P (28) D E S C O (75) Banco de Londres y América del Sud (37) Asociación de Relaciones Industriales (ARI) (25) Instituto Peruano de Derecho y Técnica Bancaria (120) Banco Continental (31)

Banco de Crédito (32)

Instituto de Urbanismo y

Anual

Anual Anual

Anual Anual Anual

Anual Anual Anual Anual Anual Anual

Anual

Mensual Mensual

Semanal Mensual Anual Anual Mensual Anual Anual

Mensual Mensual

Trimestral Semanal Semestral

Mensual

Semestral

Trimestral

Bimensual

Bimensual

A . 2 . 1 . 2 , B , B . 1 . 3 , C

B . B . 1 . 3 , C B , B . 1 . 3 , C , C . 3

B , B . 1 . 3 , C B , B . 1 . 3 , C , C . 2 B . B . 1 . 3 , C , C . 5

B . B . 1 . 3 , C B , B . 1 . 3 , C A . 2 . 2 B . 3 . 1 , C.7.1.-3 B . 3 . 1 , C . l . 1 .2 , C . 6 . 1 C . 7 . 2

B . B . 1 . 3 , C , C . 8

B . 3 , C . 2 , C . 3 B .1 .3 , C . 8 . 1

B, C A , B , C A , B , C A , B , C B.3.1.3, C.3 A , B , C A , B , C

A.3.1 , B , C C.2

B, C A . 3 . 1 . B , C B, C

A.3.1

B.1.3, C.8.1

B, C

B, C

A.2.1.2, C .5 Planificación del Perú (107)

Page 262: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

£1 ámbito de las ciencias sociales

Page 263: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Sobre el concepto de tribu

André Béteille*

L a Constitución de la India reconoce expresa­mente a una categoría de población bajo el epí­grafe de "tribus catalogadas", e incluye cláusulas especiales para su representación política y su bienestar económico y social. Las tribus catalo­gadas y las castas catalogadas constituyen los dos componentes principales de las clases atrasadas respecto a las que el gobierno de la India ha adop­tado una política de discriminación protectora. Esta política tiene varias implicaciones, y de cuando en cuando se plantean interrogantes en cuanto a la base exacta de la identidad social de las comunidades cuyos miembros son sus beneficia­rios. Tales cuestiones se llevan ante los tribunales, y algunos juristas por lo menos parecen presumir que debe haber una respuesta clara a la pregunta sobre qué es lo que constituye una tribu dentro de la ciencia del sociólogo o del antropólogo social.

Los antropólogos vienen discutiendo acerca de la definición de tribu desde la época de Lewis Henry Morgan, pero en estos debates generales sobre la definición no se han tomado m u y en cuenta las comunidades tribales de la India. Esto es un serio inconveniente no sólo por la impor­tancia legal y constitucional del problema, sino también por la extensión y variedad de la pobla­ción tribal de la India. Esta población comprende cerca de 6,5 por ciento del total, y en el censo de 1971 ascendía a casi cuarenta millones de almas. Se dice que pasan de cuatrocientas las tribus que hay en la India, y abarcan la m á s amplia g a m a de variación por lo que a raza, religión y lengua se refiere, así c o m o en lo tocante a orga­nización económica y política.

Alguna vez se ha dicho que al poner en ejecución la política de discriminación protectora los funcionarios del gobierno de la India estaban interesados no en las tribus en cuanto tales, sino sólo en aquellas comunidades que han sido iden­

tificadas e inscritas c o m o tribus catalogadas. Pero esto es rehuir el verdadero problema, pues difí­cilmente se puede suponer que la lista misma sea una colección fortuita de comunidades reunidas en ella sin atender a criterios racionales de clasi­ficación. A decir verdad, los criterios aplicados han sido varios y diversos, no siempre han guardado relación entre sí, y con m á s frecuencia se han m a n ­tenido implícitos que formulados explícitamente.

L a lista de tribus catalogadas actualmente en vigor ha sido elaborada gracias a los esfuerzos de varias personas desde hace m á s de cien años. E n el siglo xix, los funcionarios de la administra­ción británica de la India solían combinar las obligaciones de su cargo con las amenidades de la etnografía. Sus actividades produjeron un extenso acervo de memorias, manuales y nomenclátores dedicados a la enumeración y descripción de los pueblos de la India. El censo decenal deparaba a estos etnógrafos-administradores oportunidades para ir elaborando una especie de m a p a etno­gráfico de la India que esperaban utilizar en la administración del país. Procedían por ensayos y tanteos, m á s que con arreglo a un sistema de clasificación claramente formulado.

Los primeros informes sobre los pueblos de la India denotan una preocupación por la iden­tificación y descripción de las diversas tribus y castas en que se divide la población, sin ningún criterio ni distinción entre las dos cosas. L o que actualmente se reconoce c o m o castas aparece descrito desenfadadamente c o m o tribus, y vice­versa. N i siquiera hoy día es fácil dictaminar si un grupo particular debe ser descrito c o m o casta o c o m o tribu. Sin embargo se podría pensar que basta seguir la definición de "tribu" que dan los

* Corresponsal de la RICS en Delhi.

Rev. int. de cienc. soc., vol. X X X I I (1980), n.» 4

Page 264: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

906

antropólogos para distinguir entre una cosa y otra. E n la práctica, la distinción entre "tribu" y "casta" continúa confundiendo al estudioso de la sociedad india, y por ello m i s m o nos pregun­tamos si tal hecho no revelará una deficiencia en la concepción misma de tribu.

L a antropología ha convenido en definir la tribu c o m o una "sociedad completamente orga­nizada"1, es decir, un sistema que se perpetúa a sí m i s m o y que tiene dentro de sus límites todos los recursos necesarios para el mantenimiento perma­nente de un m o d o particular de existencia colec­tiva. L a tribu es, en este sentido, una sociedad total y una cultura completa, a diferencia de la mitad, la fratría, el clan, el linaje o la familia. Cada tribu tiene su propio territorio, lo que significa que es políticamente autónoma, esté organizada políti­camente o no. Tiene también su propia lengua o dialecto que es la señal de su cultura distintiva. Se ha dado tácitamente por supuesto que, c o m o en el caso de los estados nacionales de Europa, territorio e idioma c o m ú n van aparejados.

Hasta una época reciente los antropólogos sociales han dado por descontadas estas delimita­ciones de la tribu, centrando la atención en su estructura interna. C o m o si una tribu pudiera conocerse en sus propios términos sin tomar en cuenta otras tribus u otras sociedades de distinto género. L a labor de Evans-Pritchard entre los nuer demostró que una tribu es una tribu sólo en contraposición a otras tribus2. L a experiencia de la India (y otras sociedades asiáticas) parece indicar que una tribu puede considerarse válidamente una tribu sólo en contraposición a un orden social de otra clase.

Los estudiosos del siglo xrx contemplaban las sociedades tribales a la luz de la teoría evolu­cionista. Y no sólo era así en el caso de antropó­logos c o m o Lewis Henry Morgan, sino también en el de historiadores c o m o Fustel de Coulanges. Morgan trató de demostrar las fases de la evolu­ción social mediante la comparación de sociedades primitivas contemporáneas. Fustel reconstruyó la transformación de la sociedad griega y romana desde sus formas primitivas a otras m á s avanzadas. E n todo ello la tribu representaba tanto un tipo de organización social c o m o una fase en la evolu­ción de la sociedad.

L a perspectiva evolucionista aparece de nuevo en los escritos de Marshall Sahlins y en la crítica que Godelier hace de Sahlins3. Godelier

vuelve a la obra de Morgan y sostiene que sólo podemos comprender la tribu c o m o un tipo de organización social si la contemplamos c o m o una fase en la evolución social. Ahora bien, podemos seguir a Morgan y hacer ver c ó m o al salvajismo sucede la barbarie que es a su vez sustituida por la civilización, o podemos valemos de una secuencia de fases m á s diferenciada identificando el tipo de organización tribal con una fase particular de la secuencia. Pero, a mi parecer, el verdadero pro­blema estriba no en identificar la fase de la evolu­ción a la que el tipo de organización tribal corresponde, sino en abordar y dilucidar la coexis­tencia de este tipo de organización y de otros dis­tintos dentro del mismo contexto social e histórico. Y es precisamente aquí donde los evolucionistas de ayer y de hoy no consiguen dar una solución satis­factoria, por cuanto la teoría evolucionista no puede sustituir a la comprensión histórica.

Respecto a los evolucionistas decimonó­nicos, el inconveniente está en que creían con de­masiada facilidad que el desarrollo de un tipo de sociedad m á s compleja o más avanzada conducía automáticamente a la desaparición del tipo tribal. Es una perogrullada, por supuesto, afirmar que la tribu ha precedido al Estado y a la civilización en la dilatada escala de la evolución social. Ese no es el problema. El problema está en que las tribus han continuado existiendo durante siglos y milenios en el seno mismo de la civilización y del Estado, y estos últimos las han marcado con su impronta. El evolucionista se preocupa por la sucesión de los tipos; nuestro problema consiste en c ó m o tratar la coexistencia de distintos tipos en las formaciones multiestructurales que son rasgo característico de tantas sociedades asiáticas.

Godelier ha llamado la atención sobre los dos esquemas de clasificación presentados por Sahlins en su estudio sobre las tribus. E n el primer esquema, presentado en 1961, hay cuatro tipos de organización correspondientes a cuatro fases de evolución: la banda, la tribu, el cacicazgo y el Estado. E n un trabajo m á s extenso, publicado siete años después, el esquema aparece algo sim­plificado, y, en vez de cuatro, tenemos tres tipos, a saber: la banda, la tribu y el Estado. Godelier critica a Sahlins por haber fundido los dos tér­minos medios de su primer esquema —es decir la tribu y el cacicazgo— en uno solo, haciendo así su ulterior concepción de tribu algo más elástica que la primera.

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Sobre el concepto de tribu 907

E n su primer estudio, Sahlins había consi­derado que el rasgo definitorio de la tribu c o m o tipo de sociedad era el poseer una estructura seg­mentaria. La importancia de los sistemas políticos segmentarios fue resaltada por los antropólogos sociales ingleses que habían trabajado en Africa. Efecto inicial de la publicación de African Political Systems fue el poner de relieve las diferencias entre las sociedades centralizadas y las segmentarias, caracterizadas por Fortes y Evans-Pritchard c o m o sociedades del grupo A y del grupo B . Pronto resultó evidente, sin embargo, que la distinción entre la tribu c o m o sistema segmentario y la tribu c o m o cacicazgo es más relativa que absoluta. E n el intervalo transcurrido entre el primero y el segundo estudio de Sahlins, había publicado Gluckman su autorizada obra en la que sostenía que "la diferencia entre las tribus organizadas bajo el m a n d o de jefes y aquellas que carecen de ellos no es tan grande c o m o parece"4. Incluso un etnó­grafo tan formidable c o m o Malinowski parece haberse confundido, tomando por cacicazgo un sistema que era de carácter básicamente seg­mentario6.

E n los cien años transcurridos desde la época de Morgan, los antropólogos han aprendido a distinguir analíticamente entre la banda, el sis­tema segmentario y el cacicazgo. Pero en general han continuado aplicando el mismo término de "tribu" a los tres. Es hasta cierto punto cuestión de conveniencia si hacemos hincapié en las conti­nuidades entre los - tres m o d o s de organización tribal o sus discontinuidades. Para aquellos que se interesan por el estudio de las interacciones entre tribu y Estado (o entre tribu y civilización), hay ventajas manifiestas en comenzar por las conti­nuidades entre los diversos m o d o s de organización tribal.

Los varios cientos de unidades que c o m ­prenden las tribus catalogadas de la India abarcan todos los modos de organización tribal, desde la banda al cacicazgo. A los albores del siglo xrx se remonta la época en que las áreas tribales empeza­ron a ser sistemáticamente exploradas por la admi­nistración colonial. E n realidad, hasta ese periodo podía hablarse con cierta justicia de "estados tri­bales" además de bandas tribales. Históricamente, el que una tribu dada se registrase c o m o un ca­cicazgo tribal o se calificase de estado tribal dependía en gran medida de los fluctuantes ava­tares de la entidad política m á s amplia de que

formara parte o con la que estuviera relacionada, y no simplemente de su propio potencial evolutivo.

A comienzos del siglo xrx, la proporción en que se combinaban los diferentes m o d o s de organización tribal entre las que hoy integran las tribus catalogadas era diferente de la proporción actual. Las bandas de cazadores y recolectores, c o m o todavía existen entre los isleños andaman o, en el continente, entre los birhors, eran m á s co­rrientes entonces que ahora. El m o d o segmentario de organización tribal era también m á s c o m ú n en Orissa, en M a d h y a , en Bihar y en las zonas fronterizas. Pero había también cacicazgos, ade­m á s de los estados tribales antes referidos.

El concepto de tribu se enfrenta así a un doble problema en el contexto de la sociedad india.. Está en primer lugar el problema de distinguir entre m o d o s de organización tribal conexos e im­bricados entre sí. Y está la cuestión no menos peliaguda de trazar líneas claras de demarcación entre sociedad tribal y no tribal. E n cierto sentido, el primer problema es sólo un aspecto del segundo.

E n Norteamérica, Australia, Melanesia, Polinesia y, en buena medida, incluso en Africa al sur del Sahara, la relación entre tribu y civilización (o entre tribu y estado) ha sido de un orden m u y distinto del que asume esta relación en la India y en los países asiáticos en general. Por eso una concepción de tribu basada en la experiencia de Australia o América del Norte —los campos m á s fértiles de la antropología clásica— se ajustará m u y poco a las realidades de la situación india. E n la India, los esquemas evolucionistas que trazan la sucesión de diferentes tipos de organización so­cial deben ceder ante los genuinos análisis históri­cos de formaciones sociales coexistentes con m u y amplias variaciones en escala y en complejidad.

E n Norteamérica, en Melanesia y en Australia, el encuentro entre tribu y civilización fue brusco y repentino; y tuvo un carácter dra­mático, por no decir traumático. Fueron talés las circunstancias del encuentro que hicieron resaltar el contraste entre tribu y civilización, m á s que la imbricación y la continuidad entre ambas . A u s ­tralia proporciona el mejor ejemplo: aquí tribu y civilización representaban los dos extremos en las escalas de la tecnología, la organización social y la ideología. Raza, lengua y cultura dividían tan tajantemente a la población tribal y a la no tribal que jamás pudo haber ninguna duda, c o m o en la India, acerca de sus respectivas identidades.

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908

E n la India los encuentros entre tribu y civilización han tenido lugar bajo condiciones his­tóricas de una índole radicalmente distinta. L a coexistencia de tribu y civilización y su interacción m u t u a se remontan a los albores de la historia documentada y aun antes. E n los confines de la civilización hindú han existido tribus desde tiempo inmemorial, y estos confines siempre han sido vagos, imprecisos y fluctuantes6. L a civilización hindú reconocía la distinción entre tribu y casta en la distinción entre dos especies de comunidades, jaita y jad, una confinada en el aislamiento de bosques y montañas, y la otra establecida en pueblos y ciudades con una división del trabajo m á s complicada. L a transformación de tribus en castas ha sido documentada por gran número de antropólogos e historiadores; sin duda, también tenía lugar el proceso contrarío, aunque no puede ser documentado tan fácilmente.

L a tribu c o m o m o d o de organización ha diferido siempre del m o d o de organización basado en las castas. Pero consideradas c o m o unidades individuales, las tribus no siempre son fáciles de distinguir de las castas, especialmente en los confines donde los dos m o d o s de organización se encuentran. L a propia terminología nativa refleja esta ambigüedad. Por ejemplo, en lengua bengali el término que designa la casta esjati y el que designa la tribu es upajati; pero upajati puede denotar también la subcasta.

L a condición distintiva de,la tribu en la India ha sido su aislamiento, principalmente en las montañas y bosques del interior, pero también en las regiones fronterizas. E n general las c o m u ­nidades tribales son aquellas que quedaron pos-

Notas

1 Es frase de Morgan, repetida en un texto reciente de Godelier al que hacemos referencia en la nota 3.

- E . E . Evans-Pritchard, The Nucr, Clarendon Press, . 1940; v6ase también M . Fortes y E . E . Evans-Pritchard (reds.), African Political Systems, Oxford University Press, 1940.

3 Marshall D . Sahlins, "The segmentary lineage: an organization of predatory expansion", Ame­rican Anthropologist, vol. 63, p. 322-345, 1961; Marshall D . Sahlins, Tribesmen, Prcn-

tergadas en sus nichos ecológicos y fueron rechaza­das hacia ellos en el curso de la expansión y el avance de la civilización y el estado. Su cultura material y su organización social han estado prin­cipalmente relacionadas con los nichos ecológicos en los que han vivido sus vidas en aislamiento y abandono.

El aislamiento de las comunidades tribales es y ha sido siempre cuestión de grado. Algunas tribus han estado m á s aisladas que otras, pero al menos en las zonas del interior, donde se halla el grueso de la población tribal, ninguna se ha visto totalmente exenta de la huella de la civilización cir­cundante. Su aislamiento, adoptado por propia decisión o impuesto por otros, bloqueó el creci­miento de su cultura material, pero al m i s m o tiempo les permitió conservar sus m o d o s de expre­sión distintivos. H o y día, el indicador m á s impor­tante de la diferencia entre tribu y casta es el lenguaje. Las castas hablan una u otra de las prin­cipales lenguas literarias, pero cada tribu posee su propio dialecto distintivo que a veces difiere esen­cialmente de la lengua predominante en la región. Pero ni siquiera esta piedra de toque de la identidad funciona siempre. E n la India occidental hay muchas tribus, entre ellas la de los bhils, una de las m á s populosas del país, que carecen de lengua propia, habiendo adoptado en fecha desconocida la lengua de la región. N o es casual que desde tiempo inmemorial los bhils hayan estado también asociados, tanto material c o m o simbólicamente, con algunos de los m á s importantes estados que han existido en la historia de la India occidental.

[Traducido del inglés]

tice Hall, 1968; Maurice Godelier, Perspec­tives in Marxist Anthropology, Cambridge University Press, 1977.

4 M a x Gluckman, Politics, Law and Ritual in Tribal Society, p . 85, Basil Blackwell, 1965.

s J. P . Singh Uberoi, The Politics of the Kula Sing, Manchester University Press, 1962.

6 Hay una copiosa literatura sobre la materia, pero la mejor exposición se encuentra en N . K . Bose, The Structure of Hindu Society, Orient Long­m a n , 1975.

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El Premio Stein Rokkan de investigación comparada del C I C S

El Consejo Internacional de Ciencias Sociales y el Conjunto Universitario Candido Mendes (Río de Janeiro) han establecido un premio bienal que lleva el nombre de Stein R O K K A N , en homenaje a la memoria de este gran estudioso, que se conce­derá cada dos años a partir de 1981 y cuyo monto será de 2 000 dólares de los Estados Unidos de América.

El premio tiene por finalidad coronar una contribución original y de importancia en materia de investigación comparada en ciencias sociales, escrita en alemán, francés o inglés, por un inves­tigador de menos de 40 años de edad en 31 de diciembre de 1981. Puede tratarse de un manus­crito, o de un libro impreso, o de obras compiladas, pero en cada caso, publicados después de 1979.

Se deben presentar cuatro ejemplares de los manuscritos a máquina a doble espacio, o de obras impresas, junto con una candidatura formal para el premio al Consejo Internacional de Ciencias Sociales, antes del 31 de marzo de 1981.

N o se devolverán los manuscritos y publi­caciones recibidas.

Las obras presentadas serán evaluadas por el Consejo Internacional de Ciencias Sociales con la ayuda del especialista o especialistas apropiados, bajo la supervisión del European Consortium for Political Research ( E C P R ) y de su presidente. El premio será entregado en la reunión de la A s a m ­blea General del Consejo Internacional de Ciencias Sociales en noviembre de 1981 por recomendación del Comité Ejecutivo del C I C S . Su decisión será final y no estará sujeta a apelación o revisión.

El monto del premio podrá ser compartido por dos o más candidatos, si se considerara difícil adjudicarlo entre obras presentadas de igual valor.

Para obtener más información, dirigirse por escrito al Secretario General del Consejo Internacional de Ciencias Sociales, Unesco, 1 rue Miollis, 75015 París, Francia.

Rev. int. de cieñe, soe., vol. X X X I I (1980), n.° 4

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y documentales

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Lista sistematizada de unidades políticas nacionales en el siglo X X La lista Russett-Singer-Small de 1968 puesta al día

Theodore Wyckoff

H a n transcurrido ya m á s de diez años desde que el American Political Science Review publicó un instrumento que hacía tiempo necesitaban los in­vestigadores en el terreno de los estudios interna­cionales: una lista sistematizada de las unidades políticas nacionales en el siglo xx . Esta lista siste­matizada, confeccionada por los profesores de ciencia política Bruce Russett y J. David Singer y el historiador Melvin Small, aportó algo de ese orden que tanta falta hacía en el empeño, antes a menudo desorientador, de facilitar una lista defi­nitiva de los estados que integran el sistema polí­tico internacional1.

Pues bien, es precisamente la necesidad de una lista sistematizada puesta al día —y especial­mente una lista en óptimas condiciones de utiliza­ción por los ordenadores— lo que ha movilizado la atención del presente autor. E n colaboración con los autores originarios de la lista de 1968, he rectificado la lista sistematizada primitiva ponién­dola al día con fecha 1 de enero de 1980. Se han añadido nuevos estados y otras unidades no esta­tales internacionalmente significativas, y se han mejorado, con la adición de nuevas variables, la legibilidad por la máquina y la utilidad para el investigador. L a lista revisada incluye en total 281 unidades, de las que 167 son entidades inde­pendientes2.

Básicamente la nueva lista se ha confec­cionado observando los mismos criterios que se adoptaron para la lista original de 1968. Aquella

Theodore Wyckoff trabaja como profesor adjunto de ciencias políticas en la Northern Arizona University, Box 6023, Flagstaff, Arizona 86011, Estados Unidos de América.

lista sigue siendo válida para todo estudio referido a la época inmediatamente anterior a su publi­cación a mediados de 1968.

Los criterios de extensión y soberanía continúan siendo los mismos. Aquellas entidades cuya población no excedió nunca de 10 000 habi­tantes quedan excluidas, a menos que pueda demostrarse que son o han sido diplomáticamente significativas, por ejemplo, en virtud del reconoci­miento diplomático general por parte de otras potencias. Sólo tres estados inciden en esta cate­goría: Ciudad del Vaticano y dos estados del sur del Pacífico: Nauru y Tuvalu. Las unidades polí­ticas no generalmente reconocidas c o m o indepen­dientes y soberanas en algún m o m e n t o dado son clasificadas c o m o "dependientes" con arreglo a tres categorías (colonia, mandato u ocupación militar) o c o m o "parte de una entidad m á s a m ­plia". Las partes componentes de unidades polí­ticas soberanas no se incluyen en la lista a menos que la historia del siglo xx demuestre que han tenido significación política importante por dere­cho propio. Para cada una de estas categorías se aportan datos fehacientes.

Otro criterio es que la lista debe tener uni­versalidad, es decir, debe cubrir todas las regiones geográficas importantes del planeta. Según esto, se ha subsanado una notable omisión de la lista de 1968: el continente de la Antártida.

Finalmente, se han añadido tres variables: un código alfanumérico o en sigla para la región, un código para el status de dependencia y una designación en no m á s de ocho letras del nombre de cada país, que se abrevia cuando es necesario.

C o n arreglo a las normas precedentes, la lista revisada introduce cambios de diversa índole. Treinta países que han conseguido la independen­cia después de 1968 han sido incorporados a la lista o se les ha cambiado el estado de dependiente

Rev. ¡m. de cieñe, soc., vol. XXXII (1980), n.°4

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914 •

PD v=ïû a independiente. Aparte de esto, se ha aumentado

la lista con nueve adiciones de entidades de otro tipo justificadas por la historia diplomática de los últimos años. L a Organización de las Naciones Unidas, realmente una entidad supraestatal m á s que una nación-estado, ha sido incluida en consi­deración a que posee cierta soberanía por derecho propio: un territorio determinado, un número de personas que le guardan fidelidad, unidades mili­tares que combaten bajo su bandera y cierto apa­rato de gobierno para la toma de decisiones. T a m ­bién se ha incluido, y por las mismas razones, a la Comunidad Europa, C E , pero otras organizaciones políticas regionales no lo han sido, por considerar que son cámaras de compensaciones diplomáticas m á s que entidades políticas de pleno derecho. Entre las que se han añadido a la lista c o m o "partes de entidades m á s amplias" hay que contar Biafra (que desde 1968 a 1970 luchó infructuosa­mente por independizarse de Nigeria), Irlanda del Norte y el Líbano Palestino, así c o m o tres depen­dencias surafricanas semiautónomas: Transkei, Bophuthayswana y Venda.

Se omiten las regiones étnicamente identi-ficables respecto a las que existen movimientos separatistas, pero donde la acción política indepen­dentista y la violencia no revisten aún importancia política internacional. Ejemplos de tales regiones son Quebec, Escocia y los territorios vasco y kurdo: ninguno de ellos figura aquí. E n total la lista consta de 165 estados independientes, 2 su-praestados y 114 entidades políticas no estatales: colonias, mandatos y partes de entidades m á s amplias.

D e los estados independientes, 150 son miembros de la O N U ; los 15 estados no miembros son Suiza, Corea del Norte, Corea del Sur, Taiwan, Nauru, Tonga, Kiribati, Tuvalu, San Vicente, Andorra, Liechtenstein, Monaco , San Marino, Ciudad del Vaticano y Zimbabwe. (El registro oficial de Ia O N U refleja 152 miembros al 1." de enero de 1980, pero entre ellos se cuentan las Repúblicas Socialistas Soviéticas no sobe­ranas de Bielorrusia y Ukrania, que se hicieron miembros en virtud de un convenio especial en 1945.)

L a lista divide el m u n d o en doce regiones geográficas, cultural y políticamente diferenciadas. El hemisferio occidental queda dividido en tres grupos diferenciados cultural m á s que geográfica­mente: Angloamérica, Latinoamérica y Afroamé-

rica. Europa se divide en dos regiones, una que comprende la Europa occidental y meridional y otra que incluye a Europa oriental junto con la Unión Soviética. África se divide en África occi­dental y central c o m o una sola región y África oriental y meridional constituyendo otra. África del norte y el Oriente Medio se consideran una sola región aparte. Asia se divide en una región Surasiática, otra que comprende el sureste asiático y otra constituida por Asia oriental, a las que se añade la de Australia-Oceania. A estas doce regiones viene a sumarse una decimotercera ca­tegoría: " M u n d o " . Las dos entradas que fi­guran bajo esta categoría son Naciones Unidas (clave 001) y la denominada "World Total" ("Total Mundial") (clave 999). Las trece regiones -y categorías y las designaciones en clave que reciben son:

Angloamérica, incluida Groenlandia Latinoamérica Afroamérica Europa occidental y meridional Europa oriental y Unión Soviética Oriente Medio y norte de África Africa occidental y central Africa oriental y meridional Sur de Asia Sureste de Asia Este de Asia Oceania, Australia, Nueva Zelandia y la Antártida M u n d o

AAM LAM AFA WSE EES

M N A WCA ESA SAS SEA EAS

OUA WRL

L a parte legible por la máquina de la entrada co­rrespondiente a cada país se completa con un número de registro, un código de status de depen­dencia en tres caracteres y una versión del nombre de cada país en no más de ocho letras.

El número de registro es una clave en tres dígitos asignada a cada país, dentro de la se­rie 000-999, y que se corresponde con la clave utilizada en la lista codificada de países de Russett, Singer y Small de 1968. Esta clave o código de países es el c o m ú n denominador que hace la lista antigua y nueva mutuamente legibles por la máquina.

L a clave del status de dependencia consta de una "I", una " D " o una " O " que corresponde a independiente, dependiente u otros. ("Otros" ge-

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Lista sistematizada de unidades politicas nacionales en el siglo XX

915

neralmente se refiere a estados que han dejado de existir, c o m o Austro-Hungría, o que han pasado a formar parte de entidades m á s amplias, c o m o Servia y Montenegro.) Junto a la letra clave "I" aparecen dos dígitos que corresponden al año de la independencia para los estados independientes. D o s espacios en blanco señalados con " O " y " O " son equivalentes a " O O " , doble cero o clave indi­cativa de "falta de datos", exponente de que cual­quier referencia de año que se inscribiese podría inducir a errores. L a clave "99" significa que el país en cuestión era independiente antes de 1900. Los periodos de cambio de status temporal (ocupa­ción militar en guerra o posguerra) se pasan por alto. Los espacios en blanco indican también que la entidad no era independiente en 1/1/80. L a ver­sión en ocho letras del nombre del país es leída por el ordenador c o m o dos variables F O R T R A N de cuatro letras, toda vez que las palabras F O R T R A N se limitan a cuatro letras.

L a lectura de tres muestras escogidas entre las entradas que figuran en la primera página de la lista pondrá de manifiesto que tanto el hombre c o m o la máquina pueden leerlas con facilidad: 031 AFAI73 B A H A M A S se lee:

Número de registro 031 ' Región: Afroamérica Independiente desde 1973 Nombre: Bahamas

006 L A M D P U E R T O R I se lee: Número de registro 006 Región: Latinoamérica Dependiente Nombre: Puerto Rico

042 LAMI99 D O M R E P U B se lee: Número de registro 042 Región: Latinoamérica Independiente desde antes de 1900 Nombre: República Dominicana

Véase la lista en el anexo.

Notas

1 Bruce M . Russett, J. David Singer y Melvin Small, "National Political Units in the Twentieth Century: A Standardized List", American Political Science Review, vol. LXII, n.° 3, septiembre de 1968, p . 932-951.

2 Las fuentes utilizadas para la lista revisada son: Russett, Singer y Small, op. cit.; Departa­mento de Estado de los Estados Unidos de América, Oficina de Información Secreta e Investigación, Status of World's Nations 1978, Department of State Pub. 8735, Washington, U S G P O , 1978; complementado por " G e o ­graphie Bureau of the Department of State", Hoja n.° 2511, 1-77, S T A T E ( R G E ) , puesta al día para el período comprendido hasta el 31 de diciembre de 1979 mediante consulta telefónica con el Departamento de Estado, Oficina de Negocios Públicos, atendida por Peter Knècht.

3 " M e m b e r States of the United Nations", Naciones

Unidas, Departamento de Información Pu­blica, Sección Ediciones (18 de septiembre de 1979), información confirmada respecto al período comprendido hasta 31 de diciembre de 1979 mediante consulta telefónica.

4 Elmer Plischke, Microstates in World Affairs: Policy Problems and Options, Washington, American Enterprise Institute, 1977, anexo A , " C o m ­munity of Nations".

6 Departamento de Estado de los Estados Unidos de América, Oficina de Negocios Públicos, Des­pacho de Servicios de los Medios de Comuni­cación Social, World Data Handbook, D O S Publication 8665, General Foreign Policy Series 264, publicado en agosto de 1972, Washington, U S G P O , 1972.

6 The New York Times y Cristian Science Monitor en cuanto a las entradas no registradas en nin­guna parte, por ejemplo: el Líbano Palestino y las regiones autónomas surafricanas.

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916 m ' ^ - —

Anexo. Unidades políticas nacionales en el siglo X X . Con validez al 1." de enero de 1980

N.° de regis­tro

Clave/ región

Nombre dela unidad (8 letras)

N o m b r e de la unidad (completo)

Indepen­diente desde hasta

Depen­diente desde basta

Parte de una entidad m á s amplia

Tipo desdehasta

001 WRLI45 002 AAMI99

003 004 005 006 010 011 020 021

030 031 040 041 042

A A M O A A M O AFAD LAMD A A M D WSED AAMI20 A A M D

A A M D AFAI73 LAMI02 AFAI99 LAMI99

050 AFAO

051 A F A I 6 2 052 A F A I 6 2 053 AFAI66 054 AFAI78

055 A F A I 7 4 056 AFAI79 057 AFAI79

058 AFAD 059 AFAD 060 AFAD

065 AFAD 066 AFAD 068 AFAD 070 LAMI99 080 AFAD

090 LAMI99 091 LAMI99 092 LAMI99

U N USA

ALASKA HAWAII VIRGINIS PUERTORI GREENLAN FAEROEIS CANADA NEWFOUND

BERMUDA BAHAMAS CUBA HAITI DOMREPUB

WINDIES

JAMAICA TRINIDAD BARBADOS DOMINICA

GRENADA STLUCIA STVINCEN

ANTIGUA MONTSERR STKITTS

GUADELOU MARTINIQ NETHANTI MEXICO BELIZE

GUATEMAL HONDURAS ELSALVAD

Naciones Unidas Estados Unidos de América Alaska Hawai Islas Vírgenes Puerto Rico Groenlandia Islas Feroe Canadá Terranova

Bermudas Bahamas Cuba Haití República Dominicana (Federación de las Indias Occidentales) Jamaica Trinidad y Tobago Barbados Commonwealth de Dominica Granada Santa Lucía San Vicente de las Granadinas Antigua Montserrat Saint Christophe, Nieves y Anguilla Guadelupe Martinica Antillas Holandesas México Belize (Honduras Británica) Guatemala Honduras El Salvador

1945

— 1959 col 1959 — — 1960 col 1960 — — — col — — col — — col — — col

1920 — — 1920 col 1920 col

1920 1933 1933 1949 col 1949 — — — col

1973 — — 1973 col 1902 — — 1902 col

1958 1962 col

1962 — — 1962 col 1958 1962 1962 — — 1962 col 1958 1962 1966 — — 1962 col 1958 1962 1978 — — 1978 col 1958 1962

1974 — — 1974 col 1958 1962 1979 — — 1979 col 1958 1962 1979 — — 1979 col 1958 1962

— — col 1958 1962 — — col 1958 1962 — — col 1958 1962

— — col — — col — — col

— — col

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Lista sistematizada de unidades politicas nacionales en el siglo X X

917

093 094 095 096

100 101 110

115

120 130 135 140 145 150 155 160 165 200 201 202

203 205

206 209 210

211

212

220

221

223 225 230 231 232 235 255

256

LAMI99 LAMI99 LAMI03 L A M O

LAMI99 LAMI99 AFAI66

AFAI75

A F A D LAMI99 LAMI99 LAMI99 LAM199 LAMI99 LAMI99 LAMI99 LAMI99 WSEI99 W S E D WSED

W S E D WSEI27

WSEO WSEI79 WSEI99

WSE199

WSEI99

WSEI99

WSEI99

WSEI99 WSEI99 WSEI99 W S E D WSEI99 WSEI99 WSEI99

WSEO

NICARAGU COSTARIC P A N A M A CANALZON

COLOMBIA VENEZUEL G U Y A N A

SURINAM

FRGUIANA E C U A D O R PERU BRAZIL BOLIVIA P A R A G U A Y CHILE ARGENTIN U R U G U A Y U K ISLEOMAN GUERNSEY

JERSEY IRELAND

NIRELAND EC NETHERLA

BELGIUM

L U X E M B O U

FRANCE

M O N A C O

LIECHTEN SWITZERL SPAIN GIBRALTA A N D O R R A PORTUGAL W G E R M A N Y

SAAR

Nicaragua Costa Rica Panamá Zone del Canal de Panamá Colombia . Venezuela Guyana (Guayana Británica) Suriname (Guayana Holandesa) Guayana Francesa Ecuador Perú Brasil Bolivia Paraguay Chile Argentina Uruguay Reino Unido Isla de M a n Guernsey y dependencias Jersey República de Irlanda Irlanda del Norte Comunidad Europea Países Bajos

Bélgica

Luxemburgo

Francia

Monaco

Liechtenstein Suiza España Gibraltar Andorra Portugal República Federal Alemana Sarre

— — — — 1903 —

— — — — 1966 —

1975 —

— — — — — — — — — — — — — — — . — — —

1927 —

1979 — — 1940 1945 — — 1940 1945 — — 1914 1918 1940 1944 — — 1942 1944 — — 1942 1944 — — — — — — —

— , — — — — 1945 1949 —

1903 1979

— 1966

— 1975

— ; —

— — — —

_ —

1940 1945

1940 1945

1914 1918 1940 1944

1942 1944

1942 1944

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EGERMANY

POLAND

DANZIG

AUSTHUNG AUSTRIA

HUNGARY CZECHOSL

SLOVAKIA

ITALY TRIESTE

VATICAN SMARINO MALTA ALBANIA

YUGOSLAV

BOSNIA HERZEGOV MONTENEG GREECE

CRETE CYPRUS BULGARIA RUMANIA USSR ESTONIA

LATVIA

LITHUANI

UKRAINE

BYELORUS FINLAND SWEDEN N O R W A Y

DENMARK

República Democrática Alemana Polonia

Dantzig

(Austria-Hungría) Austria

Hungría Checoslovaquia

Eslováquia

Italia Trieste

Ciudad del Vaticano San Marino Malta Albania

Yugoslavia/Serbia

Bosnia Herzegovina Montenegro Grecia

Creta Chipre Bulgaria Rumania U R S S / Rusia Estonia

Letônia

Lituânia

Ucrania

Bielorusia Finlandia Suécia Noruega

Dinamarca

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1949 —

1919 1939 1945 —

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Lista sistematizada de unidades politicas nacionales en el siglo XX

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WCAO

WCAI60 WCAO

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WCAI60

ICELAND AZORES MADEIRA CAPEVERD SAOTOME GUINEBIS

CANARYIS EQUAGUIN

RIOMUNI FERNANDO GAMBIA FRWAFRIC

MALIFED MALI

SENEGAL BENIN MAURITAN NIGER rVORYCOA GUINEA

UPPVOLTA LIBERIA SIERLEON GHANA

GERTOGO

TOGO

BRITOGO

KAMERUN

CAMEROON

BRCAMERO

NIGERIA BIAFRA

FREQAFRI

GABON

Islândia (Islas Azores) Madeira Islas del Cabo Verde São Tomé-et-Principe (Guinea Portuguesa) Guinée-Bissau Islas Canarias Guinea Ecuatorial (Guinea Española) Rio Muni Fernando Po Gambia (Africa Occidental Francesa) (Federación de Malí") Malí (República Sudanesa) Senegal Benin (Dahomey) Mauritania Niger Costa de Marfil Guinea (Guinea Francesa) Alto Volta Liberia Sierra Leona Ghana (Costa de Oro) (Togo Alemán)

(Togo Francés)

Togo Inglés (a Ghana) Kamerun (Camerún Alemán) Camerún (Camerún Francés)

Camerún Inglés (dividido entre Camerún y Nigeria) Nigeria Biafra

(Africa Ecuatorial Francesa) Gabón

1944 —

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ZANZIBAR R U A N U R U N BURUNDI R W A N D A SOMALIA

BRSOMALI DJIBOUTI

ETHIOPIA

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A N G O L A MOZAMBIQ F E D R H O N Y

ZAMBIA

ZIMBABWE

M A L A W I

SAFRICA

CAPECOL N A T A L TRANSVAA

ORANGEFR

República Central Africana (Imperio) Africano Central Chad Congo (Brazzaville) (Congo Francés) Congo (Kinshasa) (Congo Belga) Zaire Uganda Kenya Tanzania / Tangaflica / Africa Oriental Alemana Zanzíbar (Ruanda-Urundi) Burundi R w a n d a Somalia / Somalia Italiana

Somalia Inglesa Somalia Francesa Djibuti Etiopía (Abisinia)

Eritrea

Angola Mozambique (Federación de Rhodesia y Niasalandia) Zambia (Rhodesia del Norte) Rhodesia (Rhodesia del Sur) Zimbabwe Malawi (Niasalandia) Africa del Sur

Colonia del Cabo Natal Transval

Estado Libre de Orange / Colonia del Rio Orange

1960 —

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Lista sistematizada de unidades políticas nacionales en el siglo X X

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ESAI66

ESAI68 ESAD ESAD ESAD ESAI60

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NAMIBIA

LESOTHO

BOTSWANA

SWAZILAN TRANSKEI BOPHUTHA V E N D A MADAGASC

COMOROS REUNION MAURITIU SEYCHELL MOROCCO

TANGIER

SPMOROCC

IFNI

SPAFRIC

WSAHARA

ALGERIA

TUNISIA

LIBYA

SUDAN

IRAN TURKEY

(Africa Suroccidental) Namibia (Africa Occidental Alemana) Lesotho (Basutolandia) (Bostwana)

Swaziland Transkei Bophuthatswana Venda Madagascar (Malagasy) Islas Comores Reunión Mauricio Seychelles Marruecos

Tánger

Marruecos Español

Ifni

Guarniciones Españolas del Norte de Africa (Alhucemas, Ceuta, Chafarinas, Melilla y Peñón de Vélez) Sahara Occidental (Sahara Español) Argelia

Túnez

Libia / Tripolitania, Cirenaica, Fezzan

Sudán "i (Anglo-Egipcio) Irán (Persia) Turquía/ Imperio Otomano

1966 —

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Page 278: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

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M N A O

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EGYPT

SYRIA

LEBANON

SLEBANON

JORDAN

ISRAEL

SARABIA

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ASIR

ALHASA JBLSHAMM NYEMEN SYEMEN

ADEN

(República Arabe Unida) (República Arabe Unida / Egipto) Egipto

Siria (República Arabe Unida / Siria)

Líbano

Líbano Palestino Sur del Líbano (zonas controladas por la O L P ) Jordania (TransJordania)

Israel (Palestina)

Arabia Saudita / • Nejd Sultanato de Hejaz

Asir

AlHasa Jabal Shammar Yemen República Popular de Yemen del Sur (Federación de Arabia del Sur / Colonia de Aden) Protectorado de Aden

1932 — 1958 1961.

1922 1958

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Lista sistematizada de unidades políticas nacionales en el siglo XX

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KUWAIT

BAHRAIN QATAR UAE

O M A N AFGHANIS CHINA

MANCHUKU

MONGOLIA

TAIWAN

HONGKONG MACAO KOREA

NKOREA

SKOREA FAREAST

JAPAN

RYUKYUS

INDIA

FRINDIA

PORTINDI

BHUTAN SIKKIM PAKISTAN BANGLADE BURMA

Kuwait

Bahrein Qatar Emiratos Arabes Unidos Mascate y O m a n Afganistán República Popular de China Manchuria

República Popular de Mongolia República de China (Taiwan, Formosa) Hong Kong Macao Corea

República Democrática Popular de Corea República de Corea República de Extremo Oriente (a la U R S S ) Japón

Islas Ryukyu

India

India Francesa (incl: Pondichery) India Portuguesa (incl: Goa, Diu y Daman) Bután Sikkim Pakistán Bangladesh Birmânia

1961 — 1971 — 1971 — 1971 —

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SEAO

SEAO

SEAO

SEAO

SEAO

SEAI65

SRILANKA

MALDIVES

NEPAL THAILAND INDOCHIN

CAMBODIA

LAOS

VIETNAM

NVIETNAM

SVIETNAM

MALAYSIA

F E D M A L A Y

U N F E D M A L

SABAH

S A R A W A K

STRAITS

SINGAPUR

Sri Lanka (Ceilan)

Islas Maldivas

Nepal Tailandia (Siam) Indochina

Camboya (Kampuchea) (República Jmer) Laos

(Indochina) República Socialista de Viet N a m (antes Viet N a m del Norte) República Socialista de Viet N a m República de Viet Nam Malasia / Federación de Malaya Unión Malaya Estados Malayos Federados

Estados malayos no federados (Johore, Kcdah, Kelantan, Perlis, Trengannu) Sabah (Borneo del Norte)

Sarawak

Territorios de los Estrechos (incl: Penang y Malaca)

Singapur

1948 —

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SEAO

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OAUD

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PHILIPPI

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VICTORIA

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P A P U A N E W

PAPUA NEWGUINE

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COOKIS N E W C A L E D V A N U A T U

SOLOMONS GILBERT KIRIBATI TUVALU Fin T O N G A

FRPOLYNE

Brunei

Filipinas

Indonesia (Indias Orientales Holandesas) Irian Occidental (Nueva Guinea Holandesa)

Timor Australia

Nueva Gales del Sur

Australia Occidental

Australia Meridional Victoria

Queensland

Tasmania

Papuasia -Nueva Guinea Papuasia Nueva Guinea (Nueva Guinea Alemana) Nueva Zelanda

Islas Cook Nueva Caledonia Nuevas Hébridas, República Pacífica de Vanuatu Islas Salomón Islas Gilbert y Ellice Islas Gilbert Kiribati Islas Ellice Tuvalu Islas Fidji Islas Tonga (Islas de los Amigos) Polinesia Francesa (Oceania)

1946 —

1949 —

1920 —

1975 —

1920 —

1978 —

1979 — 1979 — 1970 — 1970 —

— 1941 1941 1945 1945 — — 1942 1942 1945 1945 1946

— 1949

— 1942 1942 1945 1945 1962 1962 — — 1976 1901 1920

— 1901

— 1901

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1946 1975

— 1946 — 1914 1914 1921 1921 — — 1920

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— 1978 — 1979

— 1970 — 1970

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OAUD

OAUI62

OAUD OAUO WRLO

NAURU MICRONES

G U A M

WSAMOA-

AMSAMOA ANTACTI WRLRTOTAL

1968 — Territorios del Pacífico cedidos a los Estados Unidos en Fideicomiso (incl: Islas Carolinas, Marshall y Marianas) Estados Federales de Micronesia Guam

Samoa Occidental

1962 — Samoa Americana Antártida Total mundial

— 1968 — 1914 1914 1920 1920 1944 1944 1947 1947 —

— 1941 1941 1944 1944 — — 1914 1914 1920 1920 1962

— —

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Calendario de reuniones internacionales1

1981

Columbus, Union internationale des villes et pouvoirs locaux: congreso Ohio UIVPL, 45 Wassenaarseweg, La Haya (Países Bajos)

17-18 de enero L'Arbesle Centre Thomas More: mesa redonda (Tema: Límites y mutación) (Francia) Centre Thomas More, BP 105, 69210 L'Arbesle (Francia)

26-28 de marzo Population Association of America: reunión Washington, DC PAA, Box 14182, Benjamin Franklin Station, Washington, DC 20044

(Estados Unidos)

6-8 de abril Society for Industrial and Applied Mathematics; U . S . Environmental Washington, DC Protection Agency: conferencia CTema: Environmetrics '81)

Environmetrics '81, SIAM, 33 S. 17th St., Philadelphia, PA 19103 (Estados Unidos)

10-15 de abril Lausanne

23-26 de abril Amsterdam

25-26 de abril L'Arbesle (Francia)

Institute of Environmental Sciences: II Conferencia internacional sobre el turismo y el medio ambiente ÍES, M S . B. L. Peterson, Exec. Dir., 940 E. Northwest Hwy, Mt. Pros­pect, Illinois 60056 (Estados Unidos)

Union internationale des sciences anthropologiques et ethnologiques: congreso' E. Sunderland, Seer. gen. UISAE, c/o Dept. of Anthropology, University of Durham, Durham (Reino Unido)

Centre Thomas More: mesa redonda (Tema: Identidad cultural, religión y nación) Centre Thomas More, BP 105, 69210 L'Arbesle (Francia)

4-6 de m a y o Toronto Institut des sciences de gestion; Opinion Research Society of America: reunion conjunta M . Lister, Strategic Policy Sec, East Build., 1201 Wilson Ave, Downs-view, Ontario M3M IJ8 (Canadá)

1. La Revista no cuenta con información complementaria sobre estas reuniones.

Rev. int. de cienc. soc, vol. X X X I I (1980), n.° 4

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==sü

28-31 de mayo Blooinlngton

(Estados Unidos)

International Society for the Comparative Study of Civilizations: 10.a reunion anual Prof. Neil B . Weissman, Dept. of History, Dickinson College, Carlile, PA 17013 (Estados Unidos)

1 ."-3 de junio East Lansing

9-12 de junio Honolulu

10-13 de junio River Falls

(Estados Unidos)

15-21 de junio Varsóvia

21-26 de junio Santo Domingo

(República Dominicana)

22-26 de junio Noordwijkerhout

(Países Bajos)

History of Economics Society: reunión 1981 Warren J. Samuels, Dept. of Economics, Michigan State University, East Lansing, Michigan 48824 (Estados Unidos)

Association of Asian Studies, Commission of Hawaii, Philippine Studies Committee: coloquio (Tema: Las Filipinas en Hawai y los Estados Unidos y los estudios filipinos) Symposium Committee, Filipino 75th Anniversary Commemoration Com­mission, 1151 Punchbowl Street, Room 233, Honolulu, Hawai 96813 (Estados Unidos)

C H E I R O N International Society for the History of Behavioral and Social Sciences: 13.a reunión anual Dr. D . A . Charpentier, Dept. of Psychology, University of Wisconsin; River Falls, Wl 54022 (Estados Unidos)

Unión internacional de arquitectos: 14." congreso mundial y 15.a asam­blea general (Tema: La arquitectura —el hombre— el ambiente) Comité organizador del 14° Congreso de la UIA, Asociación de Arqui­tectos Poloneses, SARP-Foksal 2, B.P.6, Varsóvia 00950 (Polonia)

Sociedad interamericana de psicología: 8." congreso Gerardo Marín, Spanish speaking Mental Health Research Center, Univ. of California, Los Angeles, Cal. 90024 (Estados Unidos)

Ciencias sociales y medicina: 7 . a conferencia internacional (Tema: Ideología, acción social, etc.) Dr. P. J. M . McEvan, Glengarden, Balleter, Aberdeenshire A B E 5 UB (Reino Unido)

Julio

Julio

Downsvlew (Canadá)

Manila

20-24 de julio Hamburgo

International Society for the Study of Behavioral Development: 6.a confe­rencia bienal ISSBD, Dr. H . McGurk, Dept. of Psychology, University of Surrey, Guildford, Surrey (Reino Unido)

Federación mundial para la salud mental: congreso mundial Edita F. Martlllano, Natl. Exec. Dir., Phil. Mental Health Assoc, 18 East Avenue, Quezon City (Filipinas)

Federación internacional de sociedades de investigación operacional: 9.a conferencia internacional H . Welling, IFORS, c\o D T H , IMSOR, Bygnlng 349, 2800 Lyngby (Dinamarca)

Agosto Connecticut Asociación internacional de ciencias políticas: mesa redonda sobre la movilidad social y las actitudes políticas Secretariado de la AISP, c/o University of Ottawa, Ottawa, Ontario KIN 6N5 (Canadá)

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Calendarlo de reuniones internacionales 929

Agosto

Agosto

25-28 de agosto Toronto

26-31 de agosto

Viena Asociación internacional de sociología: congreso internacional sobre el poder de las mujeres Prof. Samir K. Ghosh, Internat. Organizing Committee, 114 Sri Aurobindo Road, Konnagar, WB 71235, near Calcutta (India)

Singapur Asociación científica del Pacífico: 4.° congreso (Tema: Población y urbanismo) Pacific Science Association, PO Box 17801, Honolulu, Hawai 96817 (Estados Unidos)

Society for the Study of Social Problems: 33.a reunión anual Dr. H . Auerbach, 208 Rockwell Hall, University College at Buffalo, 1300 Elmwood Ave, Buffalo, N.Y. 14222 (Estados Unidos)

Banff Conferencia Pugwash sobre la ciencia y los problemas internacionales: (Canadá) 31.a conferencia

Pugwash Conferences on Science and World Affairs, 9 Great Russell Mansions, 60 Great Russell Str., Londres WCIB 3BE (Reino Unido)

Septiembre Grenoble Association de psychologie scientifique de langue francophone: reunion Prof. Marc Richelle, APSLF, Laboratoire de psychologie expérimentale, 32, boulevard de la Constitution, B-4020 Liège (Bélgica)

13-17 de sept. Dallas Alcohol and Drug Problems Assoc, of North America: 32 . a reunión anual A D P A , A . Hewlett, 1101 Fifteenth St., N W Suite 204, Washington, D C 20009 (Estados Unidos)

Congreso internacional sobre la droga y el alcohol Stanley Einstein, Organizing Committee, The Internat. Congress on Drug and Alcohol, PO Box 394, Tel Aviv (Israel)

21-25 de sept. Tokio Asociación internacional de ciencias políticas: mesa redonda sobre las dimensiones políticas del nuevo orden internacional Secretariado de la AISP, c¡o University of Ottawa, Ottawa, Ontario KIN 6N5 (Canadá)

26-30 de sept. Liege Federación internacional de la vivienda, el urbanismo y la dotación de los territorios: congreso internacional FIHUAT, 43 Wassenaarseweg, La Haya (Países Bajos)

13-18 de sept. Jerusalèn

9-16 de die. Manila

28-30 de die. Washington, D C

Unión internacional para el estudio científico de la población: confe­rencia general UIESP, 5, rue Forgeur, 4000 Liège (Bélgica)

International Relations Research Association: reunión anual IRRA, 7226 Social Science Buildg., University of Wisconsin, Madison, WI 53706 (Estados Unidos)

1982

29 de abril- San Diego, Population Association of America: reunión 1." de mayo California PAA, PO Box 14182, Benjamin Franklin Station, Washington, D C 20044

(Estados Unidos)

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930 •

QP 7-11 de junio Oslo Fédération internationale pour l'habitation, l'urbanisme et l'aménage­

ment des territoires: 36." congreso mundial FIHUAT, 43 Wassenaarseweg, La Haya (Países Bajos)

Agosto Rio de Janeiro Asociación internacional de ciencias políticas: 12.° congreso mundial Secretariado de la AISP, c/o University of Ottawa, Ottawa, Ontario KIN 6N5 (Canadá)

Agosto Varsóvia Conférences Pugwash sobre la ciencia y los problemas internacionales: 32.a conferencia Pugwash Conferences on Science and World Affairs, 9 Great Russelt Mansions, 60 Great Russell Str., Londres WCIB 3BE (Reino Unido)

23-28 de agosto México Asociación internacional de sociología: congreso mundial , M . Rafie, AIS Secretariat, BP 719 'A', Montreal, P . W . H3C 2V2

(Canadá)

Page 287: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Libros recibidos

General

L I N I G E R - G O U M A Z , M a x . Guinea Ecuatorial: Biblio­grafía general, III & IV. Berne, Comisión nacional suiza para la Unesco, 1978 y 1980. 2 vol. 317 p .

Filosofía, Psicología

B A D C O C K , C . R . The psychoanalysis of culture. Oxford, Basil Blackwell, 1980. 264 p . , cuadros, bibliogr., índ. 15 libras esterlinas.

U S S R . A C A D E M Y O F S C I E N C E S . Ethics: Communist morality. Moscú, U S S R Academy of Sci­ences, 1980. 196 p . (Problems of the contem­porary world, 83.)

Religión

M C S W E E N E Y , Bill. Roman Catholicism: The search for relevance. Oxford, Basil Blackwell, 1980. 272 p . , índ. 9,95 libras esterlinas.

M I L E T , Jean. Dieu ou le Christ ? Paris, Éditions de Trévise, 1980. 334 p . (Coll. Polémique.)

Ciencias sociales

Z A H N , Erich. Systemforschung in der Bundesrepublik Deutschland. Göttingen, Vandenhoeck & R u ­precht [1980]. 139 p . , cuadros, bibliogr.

Sociología

B L A S I , Joseph Raphael. The communal future: The kibbutz and the Utopian dilemma. Norwood, Pa., Norwood Editions, 1980. 279 p . , cua­dros, bibliogr. (Kibbutz, Communal So­ciety, and Alternative Social Policy Series, vol. 1.) 17,50 dólares.

B Ü R E N , Rainer. Gegenwarts-bezogene Orientwissen­schaft in der Bundesrepublik Deutschland.

Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht [1980], 204 p . , índ. (Schriftenreihe der Stiftung Volkswagenwerk.)

C H E R N S , Albert (dir. publ.). Quality of working life and the kibbutz experience: Proceedings of an International Conference in Israel, June 1978. Norwood, Pa., Norwood Editions, 1980. 287 p . fig. (Kibbutz, Communal Society and Alternative Social Policy Series, vol. 2.) 17,50 dólares.

F R A N C E . MISSION À L ' I N F O R M A T I Q U E D U MINISTÈRE D E L ' I N D U S T R I E . Six pays face à l'informatisa­tion : Canada, États-Unis, Grande-Bretagne, Hongrie, BFA, Suède, par l'Association inter­nationale donnée pour le développement. Paris, L a Documentation française, 1979. 391 p . , cuadros. (Informatisation et société, 5, série « Économie et politique ».)

R A O , C . H . Hanumantha; J O S H I , P . C . (dir. publ.). Reflections on economic development and social change. N e w Delhi/Bombay/Calcutta, Allied Publishers Private Ltd., 1980. 428 p . , bi­bliogr., Ind. 100 rupias.

U N I T E D STATES O F A M E R I C A . N A T I O N A L C O M M I S S I O N O N Y O U T H . Frank Brown (dir. publ.). The transition of youth to adulthood: A bridge too long. Boulder, Col., Westview Press, 1980. 228 p . , fig., índ. Encuadernado: 25,50 dó­lares; rústica: 11 dólares.

World Congress for Rural Sociology, 5, Mexico City, 7-12 August 1980: The Struggle of Rural Mexico, por Gustavo Esteva y otros. Ciudad de México, Mexican Organizing Committee, 1980. 214 p . , cuadros, bibliogr.

Ciencias políticas

F A L K , Richard A . ; K I M , Samuel S . (dir. publ.). The war system: An interdisciplinary approach. Boulder, Colo., Westview Press, 1980. 659 p . , cuadros, bibliogr. (Westview Special Studies in Peace, Conflict and Conflict Resolutions.) 35 dólares.

Rev. int. de cieñe, soc, vol. X X X I I (1980), n.° 4

Page 288: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

932

F E R G E , Zsuzsa. A society in the making: Hungarian social and societal policy, 1945-75. White Plains, M . E . Sharpe, Inc., 1979. 333 p . , cuadros, índ. 22,50 dólares.

M E R R I T , Anna; M E R R I T , Richard L . (dir. publ.). Public opinion in semisovercign Germany. Urbana/Chicago/London, University of Illi­nois Press, 1980. 273 p . , índ. (The H I C O G Surveys, 1949-1955.)

P O L S B Y , Nelson W . Community power and political theory: A further look at problems of evidence and inference, 2 . a ed. aumentada, N e w Haven/ Londres, Yale University Press, 1980. 245 p. , índ.

P R I C E , Robert M . ; R O S B E R G , Carl L . (dir. publ.). The apartheid regime: Political power and racial domination. Berkeley, Institute of Inter­national Studies, 1980. 376 p., bibliogr., índ. (Research series, 43.) 8,95 dólares.

S I N K I N , Richard N . The Mexican reform, 1855-76: A study in liberal nation-building. Austin, Institute of Latin American Studies, 1979. 263 p . , cuadros, bibliogr., índ. Encuadernado: 18,95 dólares; rústica: 7,50 dólares.

U S S R . A C A D E M Y O F S C I E N C E S . Present-day develop­ment of Africa. Moscou, U S S R Academy of Sciences, 1980. 221 p . (African Studies by Soviet Scholars, 1.)

V E N E Z U E L A . U N I V E R S I D A D C E N T R A L . Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas. Instituto de Estudios Políticos. Politeia, 1978. Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1978. 529 p . , cuadros.

W Ä N G B O R G , M a n n e . Disarmament and development: A guide to literature relevant to the United Nations study. Stockholm, Försvarcts Fors-kningsanstalt [1980]. 65 p.

Ciencias económicas

H A R R I S O N , Paul. The third world tomorrow: A report from the battlefront in the war against poverty. Harmondsworth, Penguin Books Ltd., 1980. 378 p. , bibliogr., índ. 2,50 libras esterlinas.

M Á T Y Á s , Antal. History of modern non-marxian econ­omics. Budapest, Acadómiai Kiadó, 1980. 591 p . , flg., índ. 50 dólares.

M E I E R , Gerald M . International economics: The theory of policy. Nueva York/Oxford, Oxford University Press, 1980. 381 p. , fig., cuadros, índ. 6,95 libras esterlinas.

M É X I C O . S E C R E T A R Í A D E L T R A B A J O Y PREVISIÓN S O ­C I A L . La ocupación informal en áreas urbanas, 1976. México, Secretaría de Programación y Presupuesto, diciembre de 1979. 340 p. , cuadros.

P A L É O L O G U E , Eustachc. Les nouvelles relations écono-

OD migues internationales. Paris, Presses univer­sitaires de France, 1980. 278 p., bibliogr., índ. (IEDES - Collection Tiers monde.)

U N I T E D N A T I O N S D E V E L O P M E N T P R O G R A M M E . Rural women's participation in development. Nueva York. U N D P , 1980. 226 p. , ilust., cuadros, bibliogr. (Evaluation study, 3.)

United Nations Asian and Pacific Development Ad­ministration Centre, Expert Group Meeting, New Delhi, 17-21 September 1979: Admin­istrative reforms for decentralized development, A . P . Saxena (dir. publ.). Kuala Lumpur, A P D A C , 1980. 302 p.

Previsión y acción social

D E R T H I C K , Martha. Policymaking for social security. Washington, D C , The Brookings Institution, 1980. 446 p . , índ. Encuadernado: 15 libras; rústica: 5,75 libras.

G U I L L E M A R D , Anne-Marie. La vieillesse et l'État. París, Presses universitaires de France, 1980. 238 p. , cuadros. (Coll. Politiques.)

M A S S O N , Alain. Mainmise sur l'enfance : genèse de la normatique. Paris, Payot, 1980. 216 p. (Coll. Traces.)

O R G A N I S A T I O N M O N D I A L E D E L A S A N T É . Bureau ré­gional de l'Europe. Les soins de santé pri­maires en Europe, par Leo A . Kaprio. Copenhague, Oficina regional de Europa, 1980. 44 p. , bibliogr. (Rapports et études E U R O , 14.) 5 francos suizos.

Ciencias aplicadas

CiiESTON, Stephen T . ; W I N T E R , David L . (dir. publ.). Human factors of outer space production. Boulder, Colo., Westview Press, 1980.206 p., fig., ilust., cuadros, bibliogr. ( A A A Selected symposium, 50.) 18,50 dólares.

Antropología social y cultural, Etnología

C A R M À C K , Robert. M . Etnoshistoria y teoría antropo­lógica. Guatemala, Ministerio de Educación, 1979. 87 p. , ilust., bibliogr. (Cuadernos del Seminario de Integración Social Guatemal­teca, 26.)

. Historia social de los Quiches. Guatemala, Ministerio de Educación, 1979. 455 p. , bibliogr. (Seminario de Integración Social Guatemalteca, 38.)

F R A N C E . C E N T R E N A T I O N A L D E L A R E C H E R C H E SCIEN­TIFIQUE. Maison des sciences de l'homme. Université René Descartes. Techniques et cul-

Page 289: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Libros recibidos 933

ture. París, Maison des sciences de l 'homme, abril de 1978. 249 p . , ilust., cuadros. (Bulletin de l'Équipe de recherche 191, n.° 3.)

F R A N C E . C E N T R E N A T I O N A L D E L A R E C H E R C H E SCIEN­TIFIQUE. Techniques et culture. Paris, Maison des sciences de l'homme, noviembre de 1979. 130 p., ilust., mapas, bibliogr. (Bulletin de l'Équipe de recherche 191, n.° 4.)

K L E I N M A N N , Arthur. Patients and healers in the context of culture. Berkeley/Los Angeles/ Londres, University of California Press, 1980. 427 p . , fig., bibliogr., fnd. (Comparative studies of health systems and medical care, 3.) 15 libras esterlinas; 31,25 dólares.

N E E D H A M , Rodney. El futuro de la antropologia social:

Desintegración o metamorfosis? Guatemala, Ministerio de Educación; 1979. 27 p . (Cua­dernos del Seminario de Integración Social Guatemalteca, 25.)

Ordenación del territorio

GUIBOURDENCHE, P.; KUKAWKA, P.; MARIE, C . y otros. Agonie ou relance de l'aménagement du territoire : à propos de la conférence de Vichy. Grenoble, Presses universitaires de Grenoble, 1979. 213 p . (Cahiers de l'aménagement du territoire, V . )

Page 290: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Publicaciones recientes de la Unesco (incluídas Ias auspiciadas por la Unesco)*

Apartheid: poder y falsificación de la historia, por Marianne Cornevin. París, Unesco, 1980. 151 p . , mapas , bibliogr. (Actual, 3.) 38 F .

Aprender a trabajar. París, Unesco, 1980. 358 p. (Balance de perspectivas.) 45 F .

Bolivia: Fundamentos básicos de la integración para el desarrollo, por Norbert Lechner. París, Unesco, 1978. 64 p . ( F M R / S S / E T D / 7 8 / 1 7 9 . )

Ciencia, tecnología y desarrollo: la aportación de la Unesco, por Daniel Behrman. París, Unesco, 1979. 120 p . ilust. 14 F .

Las culturas y el tiempo, por Paul Ricœur (y otros). París, Unesco/Salamanca, Ediciones Sigúeme, 1979. 228 p . (Hermeneia, 16.) 32 F .

Los derechos culturales como derechos humanos. París, Unesco/Madrid, Ministerio de Cultura, 1979. 236 p . 300 Ptas.

El derecho del niño a la educación, bajo la dirección de Gaston Mialaret. París, Unesco, 1979. 268 p . , cuadros. 28 F .

La educación ambiental: Las grandes orientaciones de la Conferencia de Tbilisi. París, Unesco, 1980. 107 p . (La educación en marcha, 3.) 18 F .

La educación de los trabajadores migrantes y de su familia: Estudios monográficos realizados a petición de las Comisiones Nacionales de Finlandia, Francia, Suécia, Yugoslavia. París, Unesco, 1978. 44 p . , cuadros. (Estudios y documentos de educación, 27.) 8 F .

Dos estudios sobre el desempleo de los jóvenes ins­truidos, por S. Morio y M . Y . Zoctizoum. París, Unesco, 1979.135 p . , cuadros, bibliogr. 15 F.

Hacia un nuevo orden económico internacional, por M o h a m m e d Bedjaoui. París, Unesco/ Salamanca, Ediciones Sigúeme, 1979. 238 p . ,

bibliogr., índ. (Nuevos horizontes del derecho internacional.) 38 F .

El hombre y su medio ambiente: panorama de las actividades de la Unesco. París, Unesco, 1979. 70 p.

Introducción a la cultura africana en América Latina, 2 . a ed., por Salvador Bueno (y otros). París, Unesco, 1979. 260 p . 32 F .

Método para la determinación de prioridades en ciencia y tecnología. París, Unesco, 1979. 82 p . (Estudios y documentos de política científica, 40.) 12 F .

Organización de los sistemas de información de los poderes públicos, por Éric de Grolicr. París, Unesco, 1980. 184 p . , ilust. (Documentación, bibliotecas y archivos: estudios e investiga­ciones, 8.) 23 F .

El tiempio y las filosofias, por P . Ricœur (y otros). París, Unesco/Salamanca, Ediciones Sigúeme, 1979. 310 p . (Hermeneia, 14.) 32 F .

La urbanización rural: una solución al crecimiento des­proporcionado de las ciudades —experiencia de Cuba en el desarrollo de los asentamientos hu­manos, por Nisia Agüero Benítez y Mario Es­calona Reguera. París, Unesco, junio de 1979. 72 p . , cuadros, bibliogr. (Asentamientos H u m a n o s y Medio Sociocultural, 17.)

World Directory of Social Science Institutions 1979, 2nd ed. rev. / Répertoire mondial des institutions de sciences sociales, 2 e éd. rev. et augm. / Repertorio mundial de instituciones de ciencias sociales, 2 . a ed. rev. y a u m . París, Unesco, 1979.485 p . (II World Social Science Informa­tion Services / Services mondiaux d'informa­tion en sciences sociales / Servicios mundiales de información sobre ciencias sociales.) 60 F .

C ó m o obtener estas publicaciones: a) Las publicaciones de la Unesco que lleven precio pueden obtenerse en la Editorial de la Unesco, Servicio Comercial (PUB/C) , 7, Place de Fontenoy, 75700 París, o en los distribuidores nacionales; b) las publicaciones de la Unesco que no lleven precio pueden obtenerse gratuitamente en la Unesco, División de Documentos ( C O L / D ) ; c) las co-publicaciones de la Unesco pueden obtenerse en todas aquellas librerías de alguna importancia.

Rev. int. de cieñe, soc, vol. X X X I I (1980), n." 4

Page 291: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

África del Sur

Albania Alemania (Rep. Fed.)

Alto Volta

Antillas francesas

Antillas holandesas

Argelia

Argentina

Australia

Austria Bangladesh

Bélgica

Benin Birmânia

Bolivia

Brasil

Bulgaria Canadá

Colombia Congo

República de Corea

Costa Rica Costa de Marfil

Cuba Checoslovaquia

Chile China

Chipre Dinamarca

República Dominicana

Ecuador

Egipto El Salvador

España

PUBLICACIONES D E LA UNESCO: AGENTES D E VENTA

Van Schaik'» Bookstore (Fty.) Ltd., Libri Building, Church Street, P . O . Box 724, P R E T O R I A . N . Sh. Botimeve Nairn Frasheri, T I R A N A . S. Karger G m b H , Karger Buchhandlung, Angerhofstr. 9, Postfach 2, D-8034 G E R M E R I N O / M Ü N C H E N . "El Correo" (ediciones alemana, española, francesa e inglesa) : M . Herbert B a u m , Deutscher Unesco-Kurier Vertrieb, Besaitstrasse 57, 5300 B O N N . Para los mapas científicos solamente: Geo Center, Postfach 80OS30, 7000 S T U T T G A R T 80. Librairie Attie, B . P . 64, O U A G A D O U G O U . Librairie catholique "Jeu­nesse d'Afrique", O U A G A D O U G O U . Librairie " A u Boul' Mich", 1, rue Perrinon et 66, avenue du Parquet, 97200 F O R T - D E - F R A N C E (Martinica). G . C . T . Van Dorp-Eddine N . V . , P . O . Box 200, W I L L E M S T A D (Curaçao, N . A . ) . Institut pédagogique national, 11, rue Ali-Haddad (ex-rue Zaâtcha), A L G E R . Société nationale d'édition et de diffusion ( S N E D ) , 3, bou­levard Zirout Youcef, A L G E R . Librería El Correo de la Unesco, E D I L Y R S . R . L . , Tucumán 1685, 1050 B U E N O S A I R E S . Educational Supplies Pty. Ltd., P . O . Box 33, Brookvale 2100, N . S . W . Publicaciones periódicas: Dominie Pty. Ltd., P . O . Box 33, Brook-vale 2100 N . S . W . Subagente: United Nations Association of Australia, Victorian Division, 2nd Floor, Campbell House, 100 Flinders St., M E L ­B O U R N E 3000. Buchhandlung Gerold and C o . , Graben 31, A-1011 W I E N . Bangladesh Books International Ltd., Ittefaq Building, 1 R . K . Mission Road, Hatkhola, D A C C A 3. Jean D c Lannoy, 202, av. du Roi, 1060 B R U X E L L E S . C e p 000-0070823-13. Librairie nationale, B . P . 294, P O R T O N O V O . Trade Corporation no. (9), 550-552 Merchant Street, R A N G O O N . Los Amigos del Libro: casilla postal 4415, L A P A Z ; Avenida de las Heroínas 3712, casilla 450, C O C H A B A M B A . Fundação Getúlio Vargas, Serviço de Publicações, Caixa postal 9.052-ZC-02, Praia de Botafogo 188, Rio D E J A N E I R O R J (GB) . Carlos Ronden, Livros e Revistas Técnicos Ltda., Avda. Brigadeiro Faria Lima 1709, 6.' andar, caixa postal 5004, S Ã O P A U L O . H e m u s , Kantora Literatura, bd. Rousky 6, S O F I M . Renouf Publishing Company Ltd., 2182 St. Catherine Street West, M O N T R E A L , Que. H 3 H 1 M 7 . Cruz del Sur, calle 22, n.° 6-32, B O G O T A . Librairie populaire, B.P. 577, BRAZZAVILLE. Korean National Commission for Unesco, P . O . Box Central 64, SEOUL. Librería Trejos, S . A . , apartado 1313, S A N J O S É . Librairie des Presses de l'Unesco, Commission nationale ivoirienne pour l'Unesco, B . P . 2871, A B I D J A N . Ediciones Cubanas, O'Reilly n." 407, L A H A B A N A . S N T L , Spalena 51, P R A H A 1 (exposición permanente). Zahranicni literatura, 11 Soukenicka, P R A H A 1. Para Eslováquia solamente: Alfa Verlag, Publishers, Hurbanovo n a m . 6, 89331 B R A T I S L A V A . Bibliocentro Ltda., Constitución n.» 7, casilla 13731, S A N T I A G O (21). China National Publications Import Corporation, West Europe Department, P . O . Box 88, P E K I N G " M A M " , Archbishop Makarios, 3rd Avenue, P . O . Box 1722, N I C O S I A . Munksgaard Export and Subscription Service, 35 Narre Sagade, DK 137OK0BENHAVNK. Librería Blasco, avenida Bolívar n." 402, esq. Hermanos Deligne, SANTO DOMINGO. Publicaciones periódicas solamente: R A Y D de Publicaciones, Gar­cía 420 y 6 de Diciembre, casilla de correo 3853, Q U I T O . Libros sola­mente: Librería Pomaire, Amazonas 863, Q U I T O . Todas las publicaciones: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas, Pedro Moncayo y 9 de Octubre, casilla de correo 3542, G U A Y A Q U I L . Unesco Publications Centre, 1 Talaat Harb Street, C A I R O . Librería Cultural Salvadoreña, S . A . , calle Delgado n.° 117, apar­tado postal 2296, S A N S A L V A D O R . Mundi-Prensa Libros S . A . , apartado 1223, Castelló 37, M A D R I D 1. Ediciones Liber, apartado 17, Magdalena 8, O N D A R R O A (Vizcaya). D O N A I R E , Ronda de Outeiro 20, apartado de correos 341, L A C O R U Ñ A . Librería Al-Andalus, Roldana 1 y 3, SEVILLA 4. Librería Castells, Ronda Universidad 13, B A R C E L O N A 7.

Page 292: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

Estados Unidos de América

Etiopia Filipinas

Finlandia Francia

Ghana

Grecia Guatemala

Haiti Honduras

H o n g K o n g

Hungría

India

Indonesia

Irán

Iraq Irlanda

Islanda Israel

Italia

Jamahiriya Árabe Libia

Jamaica

Japón Jordania

Kenya Koweit

Lesotho Líbano Liberia

Liechtenstein Luxemburgo Madagascar

Malasia

Mali Malta

Marruecos

Mauricio Mauritania

México

Unipub, 345 Park Avenue South, N E W Y O R K , N . Y . , 10010. Para "El Correo" en español: Santillana Publishing C o m p a n y Inc., 575 Lexington Avenue, N e w York, N . Y . 10022. Ethiopian National Agency for Unesco, P . O . Box2996, A D D I S A B A B A . The Modern Book C o . , 922 Rizal Avenue, P . O . Box 632, M A N I L A 2800. Akateeminen Kirjakauppa, Keskuskatu 1, 00100 H E L S I N K I 10. Librairie de l'Unesco, 7, place de Fontenoy, 75700 PARIS; C C P Paris 12598-48. Presbyterian Bookshop Depot Ltd., P . O . Box 195, A C C R A . Ghana Book Suppliers Ltd., P . O . Box 7869, A C C R A . The University Book­shop of Ghana, A C C R A . The University Bookshop of Cape Coast. The University Bookshop of Legon, P . O . Box 1, L E G Ó N . Grandes librairies d'Athènes (Eleftheroudakis, Kauffman, etc.). Comisión Guatemalteca de Cooperación con la Unesco, 3.a ave­nida 13-30, zona 1, apartado postal 244, G U A T E M A L A . Librairie " A la Caravelle", 26, rue Roux, B . P . 111, P O R T - A U - P R I N C E . Librería Navarro, 2 . a avenida n.° 201, Comayaguela, T E G U C I G A L P A . Federal Publications ( H K ) Ltd., 5 A Evergreen Industrial Mansion, 12 YIP F A T Street, W o n g Chuk Hang Road, A B E R D E E N . Swindon Book C o . , 13-15 Lock Road, K O W L O O N . Akadémiai Könyvesbolt, Váci u. 22, B U D A P E S T V . A . K , V . Könyv-tárosok Boltja, Népkõztársaság utj'a 16, B U D A P E S T VI. Orient Longman Ltd.: Kamani Marg , Ballard Estate, B O M B A Y 400038; 17 Chittaranjan Avenue, C A L C U T T A 13; 36 A Anna Salai, Mount Road, M A D R A S 2; B-3/7 Asaf A H Road, N E W D E L H I 1; 80/1 Mahatma Gandhi Road, B A N G A L O R E - 5 6 0 0 0 1 ; 3-5-820 Hyderguda, H Y D E R A -BAD-500001. Subdcpósltos: Oxford Book and Stationery C o . , 17 Park Street, C A L C U T T A 700016, et Scindia House, N E W D E L H I 110001; Pub­lications Section, Ministry of Education and Social Welfare, 511 C-Wing, Shastri Bhavan, N E W D E L H I 110001. Bhratara Publishers and Booksellers, 29 Jl. Oto Iskandardinata H I , J A K A R T A . Gramedia Bookshop, Jl. Gadjah M a d a 109, J A K A R T A . Indira P . T . , Jl. D r . Sam Ratulangie 37, J A K A R T A P U S A T . Commission nationale iranienne pour l'Unesco, avenue Iranchahr Chomali n» 300, B . P . 1533, T É H É R A N . Kharazmie Publishing and Distribution C o . , 28 Vessal Shirazi Street, Enghélab Avenue, P . O . Box 314/1486, T É H É R A N . McKenzie's Bookshop, Al-Rashid Street, B A G H D A D . The Educational Company of Ireland Ltd., Ballymount Road, Walkinstown, D U B L I N 12. Snaebjörn Jonsson & C o . , H . F . , Hafnarstraeti 9, R E Y K J A V I K . A . B . C . Bookstore Ltd., P . O . Box 1283, 71, Allenby Road, Tel Aviv 61000. L I C O S A (Librería Commissionaria Sansoni S .p .A. ) , via Lamarmora 45, casella postale 552, 50121 F I R E N Z E . Agency for Development of Publication and Distribution, P . O . Box 34-35, T R I P O L I . Sangster's Book Stores Ltd., P . O . Box 366, 101 Water Lane, K I N G S T O N . Eastern Book Service Inc., C . P . O . Box 1728, T O K Y O , 100 91. Jordan Distribution Agency, P.O.B. 375, A M M A N . East African Publishing House, P . O . Box 30571, NAIROBI. The Kuwait Bookshop Co. Ltd., P . O . Box 2942, K U W A I T . Mazenod Book Centre, P . O . M A Z E N O D . Librairies Antoine A . Naufal et frères, B.P. 656, B E Y R O U T H . Cole and Yancy Bookshops Ltd., P . O . Box 286, M O N R O V I A . Eurocan Trust Reg., P . O . Box 5, S C H A A N . Librairie Paul Brück, 22, Grand-Rue, L U X E M B O U R G . Commission nationale de la République démocratique de Madagascar pour l'Unesco, B.P. 331, T A N A N A R I V E . Federal Publications, Sdn. B h d . , Lot 8238 Jalan 222, Petaling Jaya, S E L A N G O R . University of Malaya Co-operative Bookshop, K U A L A L U M P U R 22-11. Librairie populaire du Mali, B.P . 28, B A M A K O . Sapienzas, 26 Republic Street, VALLETTA. Todas las publicaciones: Librairie " A u x belles images", 281, avenue M o h a m m e d - V , R A B A T (CCP 68-74). "El Correo" solamente (para los docentes): Commission natio­nale marocaine pour l'Unesco, 19, rue Oqba, B.P. 420, A G D A L R A B A T (CCP 324-45). Nalanda Co. Ltd., 30 Bourbon Street, PORT-LOUIS. G R A . LI. C O . M A . , 1, rue du Souk X , Ave. Kennedy, N O U A K C H O T T . SABSA, Insurgentes Sur n.° 1032-401, M É X I C O 12, D . F . Librería "El Correo de la Unesco", Actipán 66, Colonia del Valle, M É X I C O 12, D . F .

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Mónaco Mozambique

Nicaragua

Níger Nigeria

Noruega

Nueva Zelandia

Países Bajos Paquistán

Panamá

Paraguay

Perú Polonia

Portugal Puerto Rico

Reino Unido

Rep. D e m . Alemana

Rep. Unida del Camerún

Rhodesia del Sur Rumania

Senegal

Seychelles Sierra Leona

Singapur

República Árabe Siria

Somalia Sri Lanka

Sudán Suécia

Suiza

Rep. Unida de Tanzania Tailandia

Togo

Trinidad y Tobago

Túnez Turquía

Uganda

British Library, 30, boulevard des Moulins, M O N T E - C A R L O . Instituto Nacional do Livro e do Disco (INLD), avenida 24 de Julho 1921, r/c ei.' andar, M A P U T O . Libreria Cultural Nicaragüense, calle IS de Septiembre y avenida Bolívar, apartado n.° 807, M A N A G U A . Librairie Mauclert, B . P . 86S, N I A M E Y . The University Bookshop of Ife. The University Bookshop of Ibadan, P . O . Box 286, I B A D A N . The University Bookshop of Nsukka. The University Bookshop of Lagos. The A h m a d u Bello University Bookshop of Zaria. Todas las publicaciones: Johan Grundt T a n u m , Karl Johans Gate 41/43, O S L O 1. "El Correo" solamente: A/S Narvesens Litteraturtjeneste, Box 6125, O S L O 6. Government Printing Office, Government Bookshops: Rutland Street, P . O . Box 5344, A U C K L A N D ; 130 Oxford Terrace, P . O . Box 1721, C H R I S T C H U R C H ; Alma Street, P . O . Box 857, H A M I L T O N ; Princes Street, P . O . Box 1104, D U N E D I N ; Mulgrave Street, Private Bag, W E L L I N G T O N . Keesing Boeken B. V. , Hondecoeterstraat 16, 1017 LS A M S T E R D A M . Mirza Book Agency, 65 Shahrah Quaid-e-azam, P . O . Box 729, L A H O R E - 3 . Empresa de Distribuciones Comerciales S.A. (EDICO), apartado postal 4456, P A N A M Á Z O N A S; Agencia Internacional de Publicaciones S.A., apartado 2052, P A N A M Á 1. Agencia de Diarios y Revistas, Sra. Nelly de García Astillero, Pte. Franco n.» 580, A S U N C I Ó N . Editorial Losada Peruana, Jirón Contumaza 1050, apartado 472, L I M A . Ars-Polona-Ruch, Krakowskie Przedmiescie 7, 00-068 W A R S Z A W A ; ORPAN-Import, Palac Kultury, 00-901 W A R S Z A W A . Dias & Andrade Ltda., Livraria Portugal, rua do Carmo 70, LISBOA. Libreria "Alma Mater" Cabrera 867, Rio PIEDRAS, Puerto Rico 00925. H . M . Stationery Office, P . O . Box 569, L O N D O N , SEI 9 N H ; Government bookshops: London, Belfast, Birmingham, Bristol, Cardiff, Edinburgh, Manchester. Librairies internationales ou Buchhaus Leipzig, Postfach 140, 701 LEIPZIG. Le Secrétaire général de la Commission nationale de la République unie du Cameroun pour l'Unesco, B.P. 1600, Y A O U N D E . Textbook Sales (PVT) Ltd., 67 Union Avenue, SALISBURY. ILEXIM, Romlibri, Str. Biserica Amzei a' 5-7, P . O . Box 134-135, BUCURESTI. Abonos a las publicaciones periódicas: Rompresfilatelia, calea Victoriei nr. 29, B U C U R E S T I . La Maison du livre, 13, avenue R o u m e , B . P . 20-60, D A K A R . Librairie Clairafrique, B . P . 2005, D A K A R . Librairie "Le Sénégal", B . P . 1594, D A K A R . N e w Service Ltd., Kingstate House, P . O . Box 131, M A H E . Fourah Bay, Njala University and Sierra Leone Diocesan Bookshop, FREETOWN. Federal Publications (S) Pte Ltd., N o . 1 N e w Industrial Road, off Upper Paya Lebar Road, S I N G A P O R E 19. Librairie Saycgh, Immeuble Diab, rue du Parlement, B . P . 704, D A M A S . Modern Book Shop and General, P . O . Box 951, MOGADISCIO. Lake House Bookshop, Sir Chittampalam Gardner Mawata, P . O . Box 244, C O L O M B O 2. AI BashirBookshop, P.O.Box 1118, K H A R T O U M . Todas las publicaciones: A / B C . E . Fritzes Kungl. Hovbokhandel, Fredsgatan 2, Box 16356, S-103 27 S T O C K H O L M 16. "El Correo" solamente: Svenska FN-Förbundet, Skolgränd 2, Box 150 50, S-104 65 STOCKHOLM. Europa Verlag, Rãmistrasse 5, 8024 Z U R I C H . Librairie Payot, 6, rue Grenus, 1211 G E N È V E 11. Dar es Salaam Bookshop, P . O . Box 9030, D A R ES S A L A A M . Nibondh and C o . , Ltd., 40-42 Charoen Krung Road, Siyaeg Phaya Sri, P . O . Box 402, B A N G K O K . Suksapan Panit, Mansion 9, Rajdam-nern Avenue, B A N G K O K . Suksit Siam Company, 1715 R a m a IV Road , BANGKOK. Librairie évangélique. B . P . 378, L O M É . Librairie du Bon Pasteur, B . P . 1164, L O M É . Librairie moderne, B . P . 777, L O M É . National Commission for Unesco, 18 Alexandra Street, St. Clair, T R I N I D A D W . I . Société tunisienne de diffusion, 5, avenue de Carthage, T U N I S . Haset Kitapevi A . S., Istiklâl Caddesi n° 469, Posta Kutusu 219, Beyoglu, I S T A M B U L . Uganda Bookshop, P . O . Box 145, K A M P A L A .

Page 294: Análisis comparativo de la formación de los estados en sus ...

U R S S Mezhdunarodnaja Kniga, M O S K V A G - 2 0 0 . Uruguay Editorial Losada Uruguaya, S . A . , Maldonado 1092, M O N T E V I D E O .

Venezuela Librería del Este, avenida Francisco de Miranda, 52, Edificio Galipán, apartado 60337, C A R A C A S . La Muralla Distribuciones S . A . , 4.a avenida de los Palos Grandes, entre 3.a y 4 . a transversal, Quinta, " I R E N A L I S " , C A R A C A S 106.

Yugoslavia Jugoslovenska Knjiga, Trg Republike 5/8, P . O . B . 36, 11-001 B E O -O R A D . Drzavna Zalozba Slovenije, Titova C . 25, P . O . B . 50-1, 61-000 L J U B L J A N A .

Zaire La Librairie, Institut national d'études politiques, B . P . 2307, K I N ­S H A S A . Commission nationale zaïroise pour l'Unesco, Commissariat d'État chargé de l'éducation nationale, B . P . 32, K I N S H A S A .

BONOS D E LIBROS DE LA UNESCO

Utilicen ustedes los bonos de libros de Ia Unesco para adquirir obras y periódicos de carácter educativo, científico o cultural. Para toda información complementaria, pueden ustedes dirigirse al Servicio de Bonos de la Unesco, 7, place de Fontenoy, 75700 Paris.

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Los números aparecidos

A partir de 1978 esta Revista se ha publicado regularmente en español. Cada número está consagrado a un tema principal.

Vol. XXX, 1978

N . ° 1 La territorialidad: parámetro político N . ° 2 Percepciones de la interdependencia mundial N . ° 3 Viviendas humanas: de la tradición al modernismo N . ° 4 La violencia

Vol. XXXI, 1979

N . ° 1 La pedagogía de las ciencias sociales: algunas experiencias N . ° 2 Articulaciones entre zonas urbanas y rurales N . ° 3 Modos de socialización del niño N . ° 4 En busca de una organización racional

Vol. XXX11,1980

N . ° 1 Anatomía del turismo N . ° 2 Dilemas de la comunicación:

¿tecnología contra comunidades? N . ° 3 El trabajo

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ISSN 0379-0762