AMOR, EDUCACION, PEDAGOGIA - Instituto Cervantes · 2019. 6. 17. · manera que como los animales....

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----------------LosCuadernosdePérez deA y ala ---------------- AMOR , EDUCACION , PEDAGOGIA... Carmen Díaz Castañón l. E studiosos tiene la obra de Pérez de Aya- la que han ido jalonando mi quehacer de prosor de literatura; pero como viven- cia personal, creo que la más erte para mí sigue siendo aquella lectura juvenil de A.M.D.G., que ningún conocimiento posterior ha superado aquella curiosidad de lector de quince años. No tengo bage erudito suficiente para acercme a Pérez de Ayala; por eso, sólo puedo hacerlo desde mi deformación prosional, bus- cando y rebuscando, leyendo y releyendo autores releídos para encontrar en ellos atisbos, ideas, adelantos que me ayuden a seguir cargando con esta labor de cada día, ayuda tan necesaria sobre todo cuando uno ha llegado ya a la etapa, no sé si más escéptica o más cínica, de aquel que definía a la pedagogía como la ciencia que enseña a enseñar lo que no se sabe. Con este espíritu, he releído Amor y pe d agog (1902) y Las novelas d e Ur- b ano y Simona (1923) y, como siempre, aunque (como le sucedía a Antígona) siempre me parezca un milagro, he encontrado, quizás por aquello de que hombre, lector y crítico encuentran siempre lo que buscan. Y recordando lo que escribía Ma- chado a Pérez de Ayala: «Usted, como el maestro Unamuno, saca poesía de sus ideas», yo he que- rido sac ideas de las novelas de ambos. 1.1. Muchas veces se han unido en mi recuerdo Unamuno y Ayala. Para ambos la vida, el hombre es un proyecto lanzado hacia el porvenir, hacia el turo. Y para ambos, paradójicamente, la expe- riencia nace del turo tanto como del pasado. «¿Qué duda cabe de que el turo, carne de la esperanza, es la verdadera vida? ... Lo que ha fluido y se ha volatilizado es el pasado, cosa muerta; la sustancia de vida, lo venidero está aún por man» escribe Ayala a Unamuno. «Quizá el soñado ideal de todo gran novelista es el otoño de la existencia, con toda la sustancia de la vida que se ha quedado atrás y todo lo del más allá que desde esta posición única está columbrando ya. Pero se escribe antes porque uno no nace con la vida garantizada y el turo reside en el regazo de los dioses» diría Ayala en Principios y f i nales d e la novela. Si, como dice Andrés Amorós, lo ndamental en la novela intelectu no es que discuta prqble- mas muy elevados sino que su cosmovisión sea 16 amplia, inteligente, sabia y compleja, y, como consecuencia casi inevitable de todo ello, irónica ante muchas pequeñeces de nuestra vida, el tér- mino cuadra perfectamente a las novelas que nos ocupan. El mismo Amorós señala que al acabar Ayala su primera etapa, cierra el ciclo de la autén- tica novela, aquella en que él pone en juego su propio destino, y comienza a hacer Jo que podría- mos llam «productos culturales», que, precisa- mente porque ya no le afectan, pueden oecer una maestría admirable, maestría que se concentra en la construcción intelectual. Por su parte, Carlos Clavería dice que Amor y Pe d agog muestra las vacilaciones de un ensayista que, habiendo escrito una novela autobiográfica con recuerdos de inn- cia e historia civil de su pueblo, se mete a autor de cuentos y novelas sin saber por dónde se anda. La auténtica o fingida necesidad unamuniana de aña- dir un epílogo y de irlo alargando por exigencias editoriales, contribuye a dar la sensación de algo que se hace dejándose llevar el autor de su pen- samiento «al azar de los caminos o de los pastos», atestiguando la preferencia de Unamuno por A lo q ue salga. A pesar de este intento improvisador hay una «idea inicial» común a otros ensayos an- teriores a 1902, aunque ahora mucho más traba- jada, idea que no ha de definirse de manera abso- lutamente clara hasta que, treinta años más tarde, en el Apéndice a la segunda edición, nos diga: «Tengamos la fiesta en paz y ahoguemos en amor, en caridad la pedagogía». Muchas cosas en común tienen para mí Una- muno y Ayala, sobre todo sus intentos de origina- lidad, su intelectualismo crítico y la consciencia de su instrumento lingüístico. En 1912, Ayala que- ría dedicar a Unamuno Troteras y d anza d eras y quería hacerlo con estas palabras: «A Don Miguel de Unamuno, poeta y filóso español del siglo XXI». «Y no porque yo crea -aclara- que no es usted de nuestro tiempo y como ninguno, sino porque se me figura que será usted más conocido, comentado y seguido para entonces que no ahora, o cuando menos su obra habrá dado plenamente sus frutos». Consuelo este general a nuestros es- critores. También Cela, al comentar el destino de su O fi cio d e Tinie b las, 5, piensa que es un libro para dentro de cien años. La respuesta, humorís- tica respuesta de Unamuno, no se hace esperar: «Sólo se me ocurre que no le puedan salir con lo de Unamuno y veintiuno, pero escribiendo XXI se salva y mejor XXI º , esto es, vigésimo primero.» Ambos escritores publican su novela alrededor de los cuarenta años, aunque para uno sea su segunda novela; para el otro, la penúltima. Y pro- ducto cultural nos están dando ambos, lo mismo cuando Ayala dota a sus persones de un marco clásico, junto a una serie de comparaciones gro- tescas; cuando utiliza simbolismos tan significati- vos como el del nombre de Urbano o cuando recurre a lo grotesco de las ases en latín con deformaciones pintorescas. Que cuando Unamuno utiliza el símil de Maese Pedro para explicar el

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----------------LosCuadernosdePérez deAyala ----------------

AMOR, EDUCACION,PEDAGOGIA ...

Carmen Díaz Castañón

l.

Estudiosos tiene la obra de Pérez de Aya­la que han ido jalonando mi quehacer de profesor de literatura; pero como viven­cia personal, creo que la más fuerte

para mí sigue siendo aquella lectura juvenil de A.M.D.G., que ningún conocimiento posterior hasuperado aquella curiosidad de lector de quinceaños. No tengo bagaje erudito suficiente paraacercarme a Pérez de Ayala; por eso, sólo puedohacerlo desde mi deformación profesional, bus­cando y rebuscando, leyendo y releyendo autoresreleídos para encontrar en ellos atisbos, ideas,adelantos que me ayuden a seguir cargando conesta labor de cada día, ayuda tan necesaria sobretodo cuando uno ha llegado ya a la etapa, no sé simás escéptica o más cínica, de aquel que definía ala pedagogía como la ciencia que enseña a enseñarlo que no se sabe. Con este espíritu, he releídoAmor y pedagogía (1902) y Las novelas de Ur­bano y Simona (1923) y, como siempre, aunque( como le sucedía a Antígona) siempre me parezcaun milagro, he encontrado, quizás por aquello deque hombre, lector y crítico encuentran siempre loque buscan. Y recordando lo que escribía Ma­chado a Pérez de Ayala: «Usted, como el maestroUnamuno, saca poesía de sus ideas», yo he que­rido sacar ideas de las novelas de ambos.

1.1.

Muchas veces se han unido en mi recuerdo Unamuno y Ayala. Para ambos la vida, el hombre es un proyecto lanzado hacia el porvenir, hacia el futuro. Y para ambos, paradójicamente, la expe­riencia nace del futuro tanto como del pasado. «¿Qué duda cabe de que el futuro, carne de la esperanza, es la verdadera vida? ... Lo que ha fluido y se ha volatilizado es el pasado, cosa muerta; la sustancia de vida, lo venidero está aún por manar» escribe Ayala a Unamuno. «Quizá el soñado ideal de todo gran novelista es el otoño de la existencia, con toda la sustancia de la vida que se ha quedado atrás y todo lo del más allá que desde esta posición única está columbrando ya. Pero se escribe antes porque uno no nace con la vida garantizada y el futuro reside en el regazo de los dioses» diría Ayala en Principios y finales de la novela.

Si, como dice Andrés Amorós, lo fundamental en la novela intelectual no es que discuta prqble­mas muy elevados sino que su cosmovisión sea

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amplia, inteligente, sabia y compleja, y, como consecuencia casi inevitable de todo ello, irónica ante muchas pequeñeces de nuestra vida, el tér­mino cuadra perfectamente a las novelas que nos ocupan. El mismo Amorós señala que al acabar Ayala su primera etapa, cierra el ciclo de la autén­tica novela, aquella en que él pone en juego su propio destino, y comienza a hacer Jo que podría­mos llamar «productos culturales», que, precisa­mente porque ya no le afectan, pueden ofrecer una maestría admirable, maestría que se concentra en la construcción intelectual. Por su parte, Carlos Clavería dice que Amor y Pedagogía muestra lasvacilaciones de un ensayista que, habiendo escrito una novela autobiográfica con recuerdos de infan­cia e historia civil de su pueblo, se mete a autor de cuentos y novelas sin saber por dónde se anda. La auténtica o fingida necesidad unamuniana de aña­dir un epílogo y de irlo alargando por exigencias editoriales, contribuye a dar la sensación de algo que se hace dejándose llevar el autor de su pen­samiento «al azar de los caminos o de los pastos», atestiguando la preferencia de Unamuno por A lo que salga. A pesar de este intento improvisadorhay una «idea inicial» común a otros ensayos an­teriores a 1902, aunque ahora mucho más traba­jada, idea que no ha de definirse de manera abso­lutamente clara hasta que, treinta años más tarde, en el Apéndice a la segunda edición, nos diga: «Tengamos la fiesta en paz y ahoguemos en amor, en caridad la pedagogía».

Muchas cosas en común tienen para mí Una­muno y Ayala, sobre todo sus intentos de origina­lidad, su intelectualismo crítico y la consciencia de su instrumento lingüístico. En 1912, Ayala que­ría dedicar a Unamuno Troteras y danzaderas yquería hacerlo con estas palabras: «A Don Miguel de Unamuno, poeta y filósofo español del siglo XXI». «Y no. porque yo crea -aclara- que no es usted de nuestro tiempo y como ninguno, sino porque se me figura que será usted más conocido, comentado y seguido para entonces que no ahora, o cuando menos su obra habrá dado plenamentesus frutos». Consuelo este general a nuestros es­critores. También Cela, al comentar el destino desu Oficio de Tinieblas, 5, piensa que es un libropara dentro de cien años. La respuesta, humorís­tica respuesta de Unamuno, no se hace esperar: «Sólo se me ocurre que no le puedan salir con lo de Unamuno y veintiuno, pero escribiendo XXI se salva y mejor XXIº, esto es, vigésimo primero.»

Ambos escritores publican su novela alrededor de los cuarenta años, aunque para uno sea su segunda novela; para el otro, la penúltima. Y pro­ducto cultural nos están dando ambos, lo mismo cuando Ayala dota a sus personajes de un marco clásico, junto a una serie de comparaciones gro­tescas; cuando utiliza simbolismos tan significati­vos como el del nombre de Urbano o cuando recurre a lo grotesco de las frases en latín con deformaciones pintorescas. Que cuando Unamuno utiliza el símil de Maese Pedro para explicar el

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---------------- Los Cuadernos de PérezdeAyala ----------------

Pérez de Ayala en 1917.

tablado de marionetas de su novela a la que define como su «titeretera pedagógica» cuyos personajes son «muñecos que el autor pasea por el escenario mientras él habla» para moverse él mismo por ese escenario, cuando en el epílogo inquiere las opi­niones de sus personajes acerca de la muerte del hijo de A vito Carrascal y se entrevista especial­mente con el filósofo Don Fulgencio.

Ambos conciben su obra como una tragicome­dia, una mezcla de elementos contrarios: «Es la presente novela una mezcla absurda de bufona­das, chocarrerías y disparates, con alguna que

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otra delicadeza anegada en un flujo de concep­tismo» dice U namuno en el Prólogo. Los persona­jes de Los trabajos de Urbano y Simona se decla­ran, por boca de Don Cástulo, «personajes de una tragedia bufa, situación verdaderamente román­tica. Pero, repito que el romanticismo me repele». Escribe Ayala a Unamuno: «Para mí, ridículo, cómico y tragedia individual son términos equiva­lentes ... Cuando usted dice que usted es un humo­rista feroz, este adjetivo me parece un acierto, y entiendo que encierra esas dos ideas, la de ver el ridículo cómico -humor- y comprender que en la

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conciencia del individuo es una tragedia -feroci­dad-».

1.2.

Amigos ambos de dualismos y contraposicio­nes, muchos son los temas que despiertan nuestro interés. El hombre es una polémica incesante en­tre el ángel o la fuerza ascencional y la bestia o gravitación hacia lo inmundo, a ver quién supera a quién. En consecuencia, el hombre, aserto típica­mente institucionista, parece necesitar de la edu­cación. Al tema de la educación van a dedicar sus dos novelas; precisamente para mostrarnos su tremenda.problemática: ¿cómo acertar con el tipo de educación? Porque tan estruendoso es el fra-

1caso de la educación de Urbano, concebida como un plan presidido por el utopismo abstracto, como un intento de compensación de las frustraciones de la madre que, porque lo supo todo a los ocho años, va a educar a su hijo en la inocencia para que no sepa nada, que el fracaso de la educación de Apolodoro (fruto de un vasto plan para llevar a la práctica la pedagogía sociológica que había de producir un genio, en cuya génesis se había tenido en cuenta la ciencia y la herencia) cuyo principio «consiste en que lo vea todo, lo experimente todo, de todo se sature y pase por todo ambiente ... Pero todo debidamente explicado, con su glosa y co­mentario científico. La Naturaleza -la naturaleza con letra mayúscula, se entiende- es un gran libro abierto al que ha de poner el hombre notas margi­nales e ilustraciones, señalando a la vez con lápiz rojo los más notables pasajes». «Lápiz rojo, mu­cho lápiz rojo, y como todo es en realidad notable, lo mejor sería dar de rojo al libro todo» dice don Fulgencio «que publica en cursiva todo» (¡Bendito y corrosivo humor el de Unamuno!). Y Apolodoro dirá al morir: «¡ Todo han querido convertírmelo en sustancia sin dejar nada al accidente! Hasta cuando me dejaban por mi propia cuenta era por sistema», mientras Urbano indaga, pregunta, grita que quiere saberlo todo, todo. Afirma Carrascal, el padre de Apolodoro, la supremacía de los he­chos: «No puede ser, señora doña Tomasa, ¡pero es!», mientras para Micaela, la madre de Urbano, lo que no puede ser no es, la realidad es negada en nombre de cualquier principio sobrepuesto a ella. Ambos, desaforado realismo y desaforado idea­lismo, serán derrotados por la vida misma, por esa «perfección del orden natural que no se puede poner en duda» según Urbano. Mientras Apolo­doro se suicida con la pregunta «¿adónde va­mos?», Urbano mata al mirlo que «desazonaba la armonía vasta y anónima de la creación», excla­mando: «He matado la duda».

Paralelamente, por caminos distintos, van afir­mando ambas novelas el triunfo de la Naturaleza. «A mí, desde niña -dice doña Rosita, la abuela de Simona- me enseñaron que la educación consiste precisamente en oponerse, y cuando no, en so­breponerse a la Naturaleza ... Apañados estába-

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mos si en todos estos casos dejásemos obrar a la Naturaleza, sin combatirla o al menos defenderse de ella». A lo que responde Don Cástulo, el pre­ceptor de Urbano: «Sostiene usted que la educa­ción se opone o se sobrepone a la naturaleza. Circunstancialmente, sí. Pero también, la educa­ción debe componerse o sea corroborarse con la misma naturaleza. Aunque racionales, animales somos. Sería absurdo oponerse o sobreponerse a la buena digestión, o empeñarse en digerir de otra manera que como los animales. Por el contrario, la buena educación debe enseñar a digerir bien, comenzando por enseñar a masticar bien, lo cual conocen al dedillo las bestias sin necesidad de educación». Aunque desde otra perspectiva, el mismo triunfo de la Naturaleza se canta en Amor y pedagogía: « Y Apolodoro va aprendiendo, bajo la dirección técnica de su padre, el manejo del martillo de su puño, de las palancas de sus brazos, de las tenazas de sus dedos, de los garfios de sus uñas y de las tijeras de los recién brotados dien­tes» (notemos el campo técnico de donde brotan todos los términos usados), pero «y por sí solo, ¡cosa singular!, sin dirección alguna, adelantando la cabeza cuando quiere, sí, cuando quiere comer de lo que le pr�sentan y sacudiéndola de un lado a otro para que no se lo encajen en la boca cuando no lo quiere, no, no quiere comerlo, aprende a decir mudamente sí y no, las dos únicas expresio­nes de la voluntad virgen». (Notemos ahora el paréntesis exclamativo y la fuerza de las reitera­ciones).

1.3.

Fieles a la contradicción y la paradoja, afirma­rán que la tragedia de la historia humana y de la vida del hombre radica en la lucha perpetua entre dos causas justas, lo vital y lo intelectual. Avito Carrascal despierta sabiendo que se ha enamorado de Marina: «Desde las excelsas cimas de la de­ducción se ha despeñado a los profundos abismos inductivos». «Los labios de la pobre Marina rozan la nariz de la Forma y ahora ésta, ansiosa de su complemento, busca con su formal boca la boca material y ambas bocas se mezclan. Y al punto se alzan la Ciencia y la Conciencia, adustas y seve­ras, y se separan avergonzados los futuros padres del genio, mientras sonríe la Pedagogía sociológica desde la región de las ideas puras». La inteligencia mata, diseca los seres. De aquí surge una reacción en Unamuno y Ayala hacia un vitalismo que, como el de Ortega, sólo se explica en seres pro­fundamente intelectuales, pero conscientes de las limitaciones de la inteligencia. Este vitalismo inte­ligente, no puramente elemental (paralelo al de Huxley o Lawrence), supone una apreciación po­sitiva de los valores corporales y del sensualismo, siempre que esté depurado por la sensibilidad. En sus cartas a Unamuno, Ayala considera la sensua­lidad como uno de los ingredientes fundamentales de la persona y una de las ausencias que más

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Retrato dedicado al cantante asturiano «Botón» hacia 1920.

En el yate «Mer Hride».

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lamenta en el español. En 1912 le escribe: «Lo único que se me figura no se les puede achacar a los jesuitas es aquello de que nos hayan dejado indefensos contra la sensualidad, porque, aunque ello es cierto, ¿qué cosa podían hacer ellos? La sensualidad es un exponente del temperamento individual; se nace con ella o sin ella, pero no se desarrolla sino en habiendo salido de la tutela jesuítica. Así, el precaverla en los niños sería da­ñoso y muy aleatorio, porque en algunos casos pudiera equivaler a inculcarla en aquel que sin una prematura iniciación no hubiera llegado a ser nunca sensual».

Esto nos lleva a tocar el tema de la condición femenina. Pone Ayala en boca de doña Rosita: «Mi madre, que en gloria esté, me inculcó esta máxima; la mujer como es debido tendrá siempre ocupadas las manos para que la cabeza esté deso­cupada, pues en cuanto huelga la mano, el seso trabaja y se consume». Mientras Urbano lamenta su ignorancia: «¡Maldito quien me negó lumbre para la Antorcha! Concluya la incertidumbre o tendré que matarme», Simona «en su irreprocha­ble candidez, lo hallaba todo natural. Suponía que así había sucedido y había de suceder en cuantos matrimonios fueron, son y serán. Estando ya ca­sada con Urbano debía ser dichosa y lo era. Con deleitable suspensión de sus potencias, casi con angustia, aunque sin premura, antes gozándose en aquella delicada expectación del cuerpo y del es­píritu aguardaba algo maravilloso: una lluvia de oro, una ceguera de deslumbramiento». Todo le parece natural. Cuando Urbano se marcha, sin convicción «Simona se creyó en la obligación de ser muy desgraciada y llorar mucho». Es por lo mismo que se cree embarazada: «Al casarse se tienen hijos». Claro que frente a esta pasividad, no falta la naturalidad activa de Conchona que, viendo a Don Cástula «tan guapín, tan fino ... », toma la iniciativa y declara: «Cuéstame tanto tra­bajo dejar de ver a ese señorín».

Unamuno empieza diciéndonos que el autor de su novela nunca ha sabido hacer personajes feme­ninos. Mantiene en su descripción el mismo tipo de pasividad, de capacidad puramente receptiva: «¿Y Marina? A los pocos días de trasladada del poder de su hermano al del marido se encuentra en regiones vagarosas y fantásticas, se duerme y en sueños continúa viviendo, en sueños incohe­rentes, bajo el dominio de la figura marital que anda, come, bebe, y pronuncia extrañas pala­bras». A la mujer sólo se le pide, al engendrar el hijo, la participación de su belleza, de su físico: «¡Marina es materia prima de genio, forma de él yo! ¿Pues qué?, ¿la belleza física nada quiere de­cir? Los verdaderos genios, los de verdad, han debido de ser hijos de mujeres guapas. Y si la historia lo negase, o es que el supuesto genio no es tal o es que no se fijaron bien en su madre». Don Fulgencio expresa en términos antagónicos su idea sobre el matrimonio, que es «el consorcio de la naturaleza con la razón, la naturaleza razo-

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nada y la razón naturalizada; el marido es pro­greso de tradición y la mujer tradición de pro­greso».

Doña Micaela es el personaje mejor caracteri­zado de «Los trabajos de Urbano y Simona».�lla, la esposa, en contraste con la amante, signi­fica la ausencia de la sensualidad. Ello conduce aun vicio típicamente español: la búsqueda del pla­cer, del goce, fuera de la esposa, al tiempo que sereserva para ésta un único papel, una única mi­sión: la de ser madre. Como tantas veces enUnamuno, esposa y madre se identifican al finalde Amor y Pedagogía: «Al oírlo se levanta laMateria, y yéndose a la Forma le coge de la ca­beza, se la aprieta entre las manos convulsas, lebesa en la ya ardorosa frente y le grita desde elcorazón: ¡Hijo mío! -¡Madre!- gimió desde sushondura� insondables el pobre pedagogo, y cayódesfallecido en brazos de la mujer». Recordemoslas últimas palabras de la Yerma de Lorca o laconcepción de la cualidad femenina en Arrabalpara _quien la inocencia, la pureza, el amor, s;refugian en la Pareja, mientras que la sociedadvengativa delega sus poderes en la Madre impla­cable, castradora, portavoz de la hipocresía y delo convencional. Ambos «atributos», beatería yorden, se unen en la «madre» de Urbano.

1.4.

En sus cartas, Ayala habla a Unamuno de« ••• toda e.sta necedad inundad ora que brota pordonde quiera? Yo, la verdad, no hallo remediopara este pobr� país». País, nuestro país, en queUnamuno se siente desterrado. «¿No somos des­terrados en nuestra patria misma? ¿Extraajeros enella?, ¿no nos mandan los que nos son inferio­res?» Critica Ayala con sus personajes y luchacontra los defectos españoles: locura ética fana­tismo, religión como hipocresía social. Y 'habriad� luchar Unamuno contra la ramploneria del am­biente, la incomprensión y repulsa de toda ideaoriginal y atrevida en nombre de una lógica ado­cenada. Como él mismo señaló tantas veces de suadmirado Flaubert, estaba incapacitado para en­tender la tontería humana: «Prefiero el hombreinteligente y malo al tonto y 1;meno» escribe: «¿Noes acaso la tontería la más grande de las tragediasdel hombr.e?». No a�mitió nunc� «la inteligencia,por esencia, presencia y potencia, ramplona» delos españoles, ni la vulgaridad imperecedera des�� contemporáneos. Don Fulgencio, el filósofo,dma a Apolodoro: «Cuando oigas a alguien decirque es el sentido común el más raro de los senti­dos, apártate de él; es un tonto de capirote». Ypara su creador, el filósofo Unamuno, Moratín esun ,�caso de imbecilidad por sentido común».

Una diferencia esencial observamos, no obs­tante, en nuestras dos novelas. En Ayaya halla­mos un canto liberal a la dignidad y a la libertadhumanas, canto que subraya la necesidad de una

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educación adecuada para alcanzarlas plenamentey para oponerse, muchas veces, a los prejuicios ymalformaciones de la sociedad española. Los hé­roes de Ayala sufren a causa de los erróneos ca­minos (de origen social) que siguen. Al darsecuenta de su inautenticidad, se «convierten» a losverdaderos valores; a partir de entonces, se abrepara ellos un horizonte de felicidad plena.

También Unamuno había pensado en la posibi­lidad de �n final feliz, pero, a pesar de las palabrasde su amigo: «Debe usted hacer que venza la vida,que el pobre mozo reaccione y se sacuda de lapedagogía y se case y sea feliz», «la lógica sub­con�cie�te e í1;1tima -confiesa- me llevaba siemprea m1 pnmera idea». Así, el final de Apolodoro esabismalmente diferente del de Urbano. Amor y

Pedagogía termina con una frase: «El amor habíavencido». Pero el triunfo sólo es aparente. En elepílogo, al conocer la realidad del nieto, A vitoCarrascal vuelve a pensar en aplicar «con todapureza mi pedagogía», justificando su fracasoporque «no me dejaron aplicar con pureza mi sis­tema». El lector, angustiado, siente que todovuelve a empezar, que la pesadilla recomienza;«mas ten en cuenta que las alubias te convienenmucho» murmura a la pobre Petrita que no en­tiende nada. (Siempre al releer esta frase me vienea la mente, obsesión pedagógica, una película enque también como tragicomedia irónica se nospresentan postulados que, por admitidos, el hom­bre se resiste a objetivar. La película es La semi­lla del diablo de Polanski). Los A vito Carrascalno han terminado. Años más tarde, en Niebla,Unamuno creará un personaje secundario, AntolínS. Paparrigópulos, más profundamente ridículo ytonto que su antecesor. Igual que aquellos jóvenesprofesionales de la cultura « a los que una beca yuna corta estancia en una universidad germánicad�b� insop?rtables ínfulas y ambiciones de espe­cialistas sabihondos», Paparrigópulos cree en ladiferenciación del trabajo como un fin en sí mismoy lo sacrifica todo a una reputación científicaaunque ésta se base en títulos pomposos de traba:jos insignificantes que tal vez ni llegarán a publi­carse.

Sí, mucho más pesimista se ofrece a nuestrosojos Unamuno que Ayala. Mientras Los trabajosde U,�bano }'. Simona se cierran con «un hijo, sí,un h1Jo de m1 carne; no como antes, un hijo de missueños», cumpliendo así su ideal del amor-fe­cundidad ( como corresponde a su devoción por laNaturaleza), su recurso a la paternidad comoúnico remedio contra el tiempo, ideales en que seco1;1funde con Unamuno, el pobre Apolodoro, aquien hasta «La Muerte lo mismo que el Amor ledice: Haz hijos» se muere, sintiéndose miserableinfame, lleno de asco y desprecio de sí mismo'gritando a su antiguo amor, casada con otro, qu;haga sus hijos «en amor, en amor, en amor y noen pedagogía.»

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Retrato por B. Pantorba en 1924.

Hacia 1950.

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2.

Si cada obra, nos guste o no, acaba siendo in­terpretada según el contexto de la época que la interpreta, buceemos ahora en la vitalidad de las ideas de nuestros novelistas. Para Ayala, muy cla­ramente, como para la Institución Libre de Ense­ñanza, el problema de España no es el político, sino el educativo. Precisamente, cuando Don Cás­tulo afirma que el único desenlace racional para el problema es «meter a Urbano y Simona juntos, dentro de un cesto, por toda una noche, como se hace para casar un palomo y una paloma y Juego que obre la Naturaleza» es cuando Doña Rosita le hace meditar sobre las preferencias de las mozas de la aldea por los indianos «porque las aldeanas, y ellas lo saben, son medio bestias, seres casi de naturaleza, y se les antojan los indianos, gente fina y educada, que es Jo que ellas pretenden», «porque la educación siempre será subir o querer subir». ¡ Qué actuales, qué vivas, qué deseables estas palabras en días como los de hogaño cuando, como tantas veces en España, vivimos momentos en que se canta la masificación, la cas­tración del individuo en favor de una falsa igual­dad, porque «una cabeza sin ideas -parecen pen­sar muchos y piensan algunos- es más útil al manso procomún que una cabeza con ideas». En el Prólogo a la segunda edición de Amor y Peda­

gogía, en 1932, decía Unamuno: «Y si hace más de treinta años medité dolorosamente sobre el amor y la pedagogía, cuánto tengo ahora que me­ditar sobre el amor y la demagogía (con O». El mismo Unamuno, que escribía a Pérez de Ayala «La Iglesia no quiere enseñar, sino hacer que en­seña para evitar que enseñen otros», cuando me­dita sobre conceptos al uso: «El niño es del Es­tado y debe ser entregado a los pedagogos -dema­gogos- oficiales del Estado, a los de la escuela única», sólo se le ocurre repetir: «¡ Pobre coneji­llo! ¡Pobre conejillo!», como hizo Apolodoro cuando su padre lo llevó a ver los conejillos en quienes se hacían experiencias patológicas. Tam­poco olvida Unamuno otros aforismos, hoy repe­tidos también: « Y luego viene lo del respeto a la conciencia del niño, como si el niño tuviese con­ciencia. Y sobre todo, ¿qué es eso de los derechos de los padres?». El mismo Unamuno que le gri­taba a través del filósofo Don Fulgencio al pobre conejillo Apolodoro «Sé tú, tú mismo, único e insustituible» nos brinda, para terminar, una frase, que nosotros interpretamos (no sabemos con qué fundamento y tras vislumbrar su fina ironía) como preciosa metáfora: « Y en una biblioteca está feo que los libros de un autor, que han de aparecer juntos, no puedan alinearse en perfecta formación y sin ningún saliente, ni hacia arriba, ni hacia adelante».

¿Pensaremos también nosotros en una sociedad en que los seres (obras) de un autor se alineen también en perfecta formación? Con frase de poeta, gritamos: «¡ Sea ana­tema!».

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