Ambrosio García-Amor humano de José y María · - en tercer lugar, a la Familia de Nazaret modelo...

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1 EL AMOR HUMANO DE JOSÉ Y MARÍA Ambrosio García Moreno, M.J. Introducción José como jefe de familia, cuidó y protegió la vida y la honorabilidad de María y de Jesús: le brindó a María el amor de esposo y a Jesús, el amor humano de padre; los alimentó con el fruto de su trabajo; educó a Jesús y le proporcionó el ambiente y lo necesario para que creciera en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52). Nazaret es una escuela de seguimiento de Jesús: Allí Jesús es el maestro y María y José son los primeros discípulos. Allí esta familia vivió, al menos veinte años: Jesús comienza a practicar y después se pone a enseñar: “ se humilló a sí mismo, tomando la condición de siervo, apareció en su porte como un hombre y obedeció hasta la muerte de cruz” (Cf. Flp 2, 7-8); vivió en sencillez, sujeto a María y a José, sus padres terrenos, haciendo siempre la voluntad de su Padre celestial (Cf. Lc 2, 51); a los treinta años, ungido por el Espíritu Santo, se convirtió en evangelizador de los pobres (Lc 4, 18-22). María y José, según el don del Espíritu, vivieron el “amor hermoso” como padres virginales de Jesús, a quien acogieron con amor y alegría; guardaron en su corazón las palabras y los acontecimientos de Jesús, y culminaron sus días al servicio de nuestro divino Salvador, haciendo como Jesús “lo que le agrada al Padre” (Jn 8, 29). Veamos cómo el p. Vilaseca expresa esta vivencia: «El matrimonio entre José y María no fue un matrimonio común, sino que fueron dos virginidades que se defendieron mutuamente: ¡tanto interesaba a Dios que María fuese tenida por virgen! ¡y tanto interesaba que, antes y después de su casamiento, fuese declarada la virgen! Porque de esta manera quedaba demostrado que María concebiría no de José, sino por obra del Espíritu Santo». 1 José y María eran los divinos esposos lo más semejantes en cuerpo y alma, en gracia y privilegios, en ciencia, inclinaciones y afectos. 2 Esta semejanza entre José y María fue tal que, así como la dignidad de Madre de Dios es la mayor después de la Cristo, así la dignidad de esposo de la Madre de Dios es la mayor dignidad después de la de María. 3 «José, pues, amaba a María más que a sí mismo y María más que a sí misma amaba a José. José amaba a María como a su señora, y María lo amaba como a su señor. En suma, siempre hubo en los dos amabilidad en el trato, la comunicación de sus más íntimos secretos y la unión en los dolores y en las alegrías». 4 Jesús fue el centro de la vida de esta pareja singular. Fue el lazo de su amor conyugal. «El 1 VILASECA, José María, ¡Quién es María la Madre de Dios? O sea, Refutación de la undécima noche de los romanistas, México 1882. 2 VILASECA, José María, Las glorias del divino José, publicado en la revista El Propagador 1876- 1883. Reeditado en el Propagador de 1977, separata, p. 96.En adelante Glorias. 3 VILASECA, Glorias, ... p. 97. 4 VILASECA, Glorias, …., p.93

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EL AMOR HUMANO DE JOSÉ Y MARÍA Ambrosio García Moreno, M.J.

Introducción

José como jefe de familia, cuidó y protegió la vida y la honorabilidad de María y de Jesús: le brindó a María el amor de esposo y a Jesús, el amor humano de padre; los alimentó con el fruto de su trabajo; educó a Jesús y le proporcionó el ambiente y lo necesario para que creciera en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52).

Nazaret es una escuela de seguimiento de Jesús: Allí Jesús es el maestro y María y José son los primeros discípulos. Allí esta familia vivió, al menos veinte años: Jesús comienza a practicar y después se pone a enseñar: “ se humilló a sí mismo, tomando la condición de siervo, apareció en su porte como un hombre y obedeció hasta la muerte de cruz” (Cf. Flp 2, 7-8); vivió en sencillez, sujeto a María y a José, sus padres terrenos, haciendo siempre la voluntad de su Padre celestial (Cf. Lc 2, 51); a los treinta años, ungido por el Espíritu Santo, se convirtió en evangelizador de los pobres (Lc 4, 18-22). María y José, según el don del Espíritu, vivieron el “amor hermoso” como padres virginales de Jesús, a quien acogieron con amor y alegría; guardaron en su corazón las palabras y los acontecimientos de Jesús, y culminaron sus días al servicio de nuestro divino Salvador, haciendo como Jesús “lo que le agrada al Padre” (Jn 8, 29). Veamos cómo el p. Vilaseca expresa esta vivencia: «El matrimonio entre José y María no fue un matrimonio común, sino que fueron dos virginidades que se defendieron mutuamente: ¡tanto interesaba a Dios que María fuese tenida por virgen! ¡y tanto interesaba que, antes y después de su casamiento, fuese declarada la virgen! Porque de esta manera quedaba demostrado que María concebiría no de José, sino por obra del Espíritu Santo».1 José y María eran los divinos esposos lo más semejantes en cuerpo y alma, en gracia y privilegios, en ciencia, inclinaciones y afectos.2 Esta semejanza entre José y María fue tal que, así como la dignidad de Madre de Dios es la mayor después de la Cristo, así la dignidad de esposo de la Madre de Dios es la mayor dignidad después de la de María.3

«José, pues, amaba a María más que a sí mismo y María más que a sí misma amaba a José. José amaba a María como a su señora, y María lo amaba como a su señor. En suma, siempre hubo en los dos amabilidad en el trato, la comunicación de sus más íntimos secretos y la unión en los dolores y en las alegrías».4 Jesús fue el centro de la vida de esta pareja singular. Fue el lazo de su amor conyugal. «El                                                                                                                1 VILASECA, José María, ¡Quién es María la Madre de Dios? O sea, Refutación de la undécima noche de los romanistas, México 1882. 2 VILASECA, José María, Las glorias del divino José, publicado en la revista El Propagador 1876- 1883. Reeditado en el Propagador de 1977, separata, p. 96.En adelante Glorias. 3 VILASECA, Glorias, ... p. 97. 4 VILASECA, Glorias, …., p.93

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mismo divino Niño quiso ser el lazo del amor conyugal de José y de María. De ahí nacían ya el tierno respeto de María y de José y los cariñosos cuidados de José a la Virgen por excelencia (...). El alma tan bella de José fue como un claustro edificado alrededor de la inocencia de María. José además había merecido que en sus brazos paternales descansara el Niño que no tenía otro padre que el Eterno. Jesús quiso, sin embargo, tener cerca de sí, en la persona de José, una imagen del Padre eterno, porque la representación de la paternidad divina debía estar allí. La Santa Familia no podía ciertamente llegar a ser la trinidad de la tierra sin que sucediera de esta manera. Belén y Nazaret no podían ser el cielo y la tierra, sin una persona pacífica de gobierno, que recordara la fuente de la divinidad y de su soberano poder en el cielo.5 José fue todo de Dios como justo, todo de María como esposo suyo y todo de Jesús como su padre.6 «Por tanto esta divina Familia de la tierra era un retrato perfectísimo de la Trinidad en la tierra».7.

José y María fueron una pareja ideal, moldeada en el amor humano, recíproco y compartido. El amor humano los marcó durante toda su vida; los llevó a vivir en un estado de “gracia especial”, por un privilegio que Dios les concedió. En ellos estaba previsto, desde la eternidad, el misterio de la Encarnación, que habría de inaugurar una nueva época en la historia del hombre.

Desde esta perspectiva, el padre José María Vilaseca, fundador de la Familia josefina, queriendo desentrañar el papel que desempeñaron María y José en la Encarnación del Hijo de Dios, elaboró, en los años de 1860-1862, un Manuscrito, el Cantar de los Cantares o Místicas Conversaciones entre María santísima y el señor san José, en el que, se atreve a afirmar que el privilegio mariano de haber sido María concebida sin pecado original, debía también aplicarse a José, quien según él, nació sin pecado original como María. Este sería un privilegio josefino.

Presentaré en esta ponencia lo que he podido recuperar de dicho manuscrito.

- En su primera parte me referiré a El Cantar de los Cantares de las Sagradas Escritura que sirvió como modelo de una pareja que vivió en plenitud la alianza de amor;

- en segundo lugar, al amor humano vivido y compartido por María y José, teniendo como trasfondo el Cantar de los Cantares y

- en tercer lugar, a la Familia de Nazaret modelo para las familias cristianas.

I. El cantar de los cantares

En la Biblia es el cantar por excelencia, el cantar más bello; canta en una serie de poemas el amor mutuo de una pareja de amantes, que se juntan y se pierden, se buscan y se encuentran; es un canto sublime al amor del hombre y la mujer, como reflejo, imagen y signo del amor de Dios a los hombres. Es “un                                                                                                                5 El Propagador 27(1897)10. 6 VILASECA, Glorias, …. P. 128. 7 VILASECA, Glorias, …. p. 3.

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cancionero de bodas”, que canta la belleza de la esposa y del esposo y la alegría de su amor.8 Enseña, a su manera, la bondad y la dignidad del amor que acerca al hombre y a la mujer, destruye los mitos que se le adherían entonces y lo libera de las ataduras del puritanismo como también de las licencias del erotismo.9

Los judíos del siglo I cantaban el Cantar en las fiestas profanas del matrimonio y siguieron haciéndolo a pesar de la prohibición lanzada por Rabí Akiva.10 El Cantar de los Cantares se nos presenta como la Obra de Salomón, pero es sólo un nombre prestado. Su autor, según se cree, era un sabio y un espiritual del siglo III antes de Cristo.

La mayoría de los autores han entendido el Cantar de los cantares como una alegoría o tipología bastante clara entre Yahvéh (el amado) e Israel (la amada) particularmente desde el éxodo hasta la llegada del Mesías, según la tradición Judía, donde Dios se ha revelado como el esposo fiel de la alianza con su pueblo, idea remarcada en la tradición de los profetas.11 Es el Canto sublime de Dios hacia un pueblo elegido.

Esta interpretación alegórica del Cantar de los Cantares es muy antigua; llegó a ser común entre los judíos a partir del siglo II de nuestra era: el amor de Dios por Israel, y el del pueblo por su Dios son representados como las relaciones entre dos esposos; es el mismo tema del matrimonio que los profetas desarrollan desde Oseas.12

Los autores cristianos, sobre todo bajo la influencia de Orígenes y, a pesar de la oposición de Teodoro de Mopsuestia,13 siguieron la misma línea que la exégesis judía.

No faltaron quienes aseguraran que la alegoría del Ct. Se refería a la unión del Hijo de Dios con la humanidad.

                                                                                                               8 EMILIANO JIMÉNEZ H., Cantar de los Cantares, resonancias bíblicas, Presentación…, Bilbao 2002, p. 9 9 BIBLIA DE JERUSALÉN, Cantar de los Cantares, Introducción. 10 kiva ben Iosef nació aproximadamente en el año 50 de la era común y murió en el 135. Rabí Akiva fue un taná (primeros rabinos de la transmisión oral) que vivió a finales del siglo I y principios del siglo II (los años de nacimiento y muerte mencionados son estimados). Fue una gran autoridad en materia de tradición de Kabbalah, y uno de los esenciales contribuyentes a la Mishná y los Midrashim Halájicos. 11 JORGE PIEDAD SÁNCHEZ, SABIDURÍAS DE ISRAEL, Introducción al estudio de la poesía sapiencial de la Biblia, México 2007, p. 167s. 12 Biblia de Jerusalén. Cantar de los Cantares, Introducción. 13 Teodoro de Mopsuestia, o Teodoro de Antioquía ( Antioquía , 350 aprox -. Mopsuestia [1] , 428 ), fue un obispo católico y teólogo bizantino , obispo de Mopsuestia [1] de 392 a 428 . Junto con Diodoro de Tarso que era el verdadero padre de duofisismo . Él es el más conocido entre los representantes de la escuela de la hermenéutica de Antioquía . Probablemente fue un discípulo del retórico y filósofo sirio Libanio . Entró en la comunidad monástica de Diódoro de Tarso era joven, él se fue temprano después de una crisis de fe. Estaba convencido de regresar por dos cartas de Juan Crisóstomo , Teodoro A caídos. Fue condenado como hereje por Justiniano en 545 , junto con Teodoreto de Cirro y Iba de Edesa durante la tricapitolino Cisma .

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Su mejor representante de esta última es San Bernardo. Así dice:

“Tampoco pretendo que me bese él mismo con su boca. Esta dicha única y este privilegio singular queda reservado exclusivamente para la naturaleza humana que - el Hijo de Dios - asumió. Sencillamente me limito a pedirle que me bese con besos de su boca, como algo comúnmente concedido a los que pueden decir: Todos hemos recibido gracia tras gracia.

Mirad: en el primer caso la boca que besa es la del Verbo que se encarna; quien recibe el beso, la carne asumida por el Verbo; y el beso que consuman el que besa y el besado, resulta ser la persona compuesta por ambos: el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Por esta razón ningún santo se atrevió a decir jamás: que me bese con su boca, sino únicamente con los besos de su boca. Reconocían esa prerrogativa como algo exclusivo de aquel a quien el Verbo besó apretadamente con un beso nunca interrumpido, al estrecharse con él corporalmente toda la plenitud de la divinidad.

¡Feliz y desconcertante beso por su desconcertante concesión!. Beso que es mucho más que la simple presión de los labios: es la misma unión de Dios con el hombre. Con el contacto de los labios se intenta expresar la mutua identificación de sentimientos. Pero con este otro beso, esa unión de las dos naturalezas asocia lo humano con lo divino, estableciendo la paz entre el cielo y la tierra. El es nuestra paz, que hizo con los dos uno. Por esta razón los santos del Antiguo Testamento anhelaban este beso; presentían que hallarían gozo y corona de alegría donde se esconden los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Ellos también deseaban recibir de su plenitud”.14

El Cantar expresa la búsqueda de Dios para amar al hombre. El cantar es un poema que revive nuestras propias experiencias y nos toca el corazón. Es el llamado de “Alguien” que viene más allá de nosotros: del único Dios que ha de venir. El Señor de los Ejércitos que se da cuando Él quiere.

El poeta canta con ardor la bondad del amor humano, la sensualidad y el gozo se imponen ante cualquier interpretación: ¡Que me bese con el beso de su boca!(Ct 1,2)

La alegoría del Cantar de los Cantares posteriormente se convierte en las bodas de Cristo con la Iglesia, o en la de la unión mística del alma con Dios.15

Imágenes que evocan el amor recíproco del amante y de la amada

Existe una reciprocidad entre los protagonistas del Cantar. Los dos se observan mutuamente y se elogian, usando expresiones casi idénticas. Por ejemplo, se repite el elogio que ella hacía antes de su

                                                                                                               14 SAN BERNARDO, Sermones III del Cantar de los Cantares, Los cuatro besos o etapas de la manifestación de Cristo, II s. San Bernardo es un Santo muy conocido, que lleva ya más de ocho siglos influyendo mucho en la Iglesia. Monje benedictino del Císter y fundador de Claraval, en la Edad Media fue un oráculo al que se le escuchaba como a la voz misma de Dios. Y esto, todos: desde los monjes y los Papas hasta todo el pueblo fiel, al que entusiasmaba con su elocuencia llena de unción divina. Bernardo es un apasionado de Jesús, y dice: Mi filosofía es conocer a Jesús Crucificado. Y es también un apasionado sin igual de María, pues se le considera como el mayor amante que ha tenido la Virgen. 15 BIBLIA DE JERUSALÉN, Cantar de los Cantares. Introducción.

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amado: el olor y la fragancia de sus perfumes. El amado exalta con frecuencia la belleza de su novia. La novia de igual manera le responde al novio. Los dos comparten sus percepciones, las cosas y los lugares. El amor recíproco se expresa en detalles. Se compara al amado con un manzano y con un cedro de Líbano y a la novia con una palmera. Ambos tienen frutos apetecibles. El novio se compara a una gacela y la novia tiene aspecto de gacela. El amado se dirige cariñosamente como hermana mía y ella confiesa su deseo de que su amado sea todo de ella como ella toda de él. Cuando el amado alaba a la novia como azucena entre cardos, responde que él es como manzano entre árboles silvestres. El amado admira la belleza de los miembros del cuerpo de su novia y ella admira su virtud y el cúmulo de las perfecciones de su amado. En el transcurso de la obra, los enamorados hablan y responden, se descubren y se elogian, se buscan y se hallan. El mutuo descubrimiento implica además hallar un mundo nuevo que se revela en el amor.16 Lugares geográficos Se escogen algunos lugares geográficos, por ejemplo Engadí, oasis fecundo del desierto de Judá y el Carmelo en la costa norte de Palestina, nombre que sugiere verdor perenne y tierra fértil. Además se nombran Quedar, el monte Galaad, el Líbano, las cumbres de Amaná, del Sanir y del Hermón y las ciudades de Jesbón y Damasco. Las célebres capitales del sur y del norte. Jerusalén y Tirsá. El interés geográfico se concentra en Sión, pero no se limita a la tierra prometida, como para decir que el amor no tiene fronteras. La flora y la fauna Las imágenes que utiliza el autor del Cantar son de la flora y de la fauna, por ejemplo, la Paloma, la Gacela y el cervatillo, los caballos, las zorras; la azucena, la viña y el vino, el manzano, el cedro del Líbano, los racimos de uvas, la palmera y los dátiles. De todo esto se vale el autor del Ct para presentar el amor humano de una pareja.

II. El amor de José y de María

También la alegoría del Cantar suele ser la Unión de José y María. Así lo afirman algunos autores y el p. Vilaseca.

Algunos autores hacen esta pregunta: ¿Qué diría a María Santísima su purísimo esposo el señor san José? Y ponen en su boca estas palabras del Cantar de los Cantares: “Levántate de la tristeza, esposa mía, porque ya se acabó el invierno de los trabajos, ya desaparecieron los negros nubarrones de los padecimientos, ya llegó la primavera de la resurrección y con ella las delicias de la gloria.”17                                                                                                                16 KONRAD SCHAEFER, O.S.B. Salmos, Cantar de los cantares, Lamentaciones, EVD Navarra, España, pp. 263-265. 17 VILASECA, Glorias,… n. 1

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Otros, muy respetables atribuyen a José teniendo con María las divinas conversaciones de que nos da noticia el Cantar de los Cantares.

Que aprecie quien pueda tan divinos resultados, pues de nuestra parte nos confesamos vencidos aun de emprender su más sencilla narración.18

Como dice Petitalot: “María y José, después de Dios, ocupan el lugar más elevado y digno entre las puras criaturas.19

La hermosura de ambos se halla consignada en el Cantar de los Cantares. José puede decir a María: Eres toda hermosa, esposa mía.20 María puede decir a José: Eres todo hermoso, mi amado... eres el más hermoso entre todos los hijos de los hombres.21

Demos gracias al Padre Eterno, que escogió a la Virgen María por su Hija. Alabado sea el Padre Eterno, que predestinó a la Virgen María por Madre de su divino Hijo. Alabado sea el Padre Eterno, que preservó a la Virgen María de toda culpa en su Concepción. Alabado sea el Padre Eterno, que adornó a la Virgen María con todas las virtudes en su Nacimiento. Alabado sea el Padre Eterno, que dio a la Virgen María por compañero y Esposo purísimo a San José. 22

san Bernardino de Siena

al respecto dice: "La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar. Esta norma se ha verificado de un modo excelente en San José, padre putativo de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: «Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor»."23

                                                                                                               18 Ibid. 19 Maria et Joseph primum post Deum inter puras creaturas locum dignitatis tenent (PETITALOT). 20 Tota pulchra es, amica mea (PETITALOT). 21 Ecce tu pulcher es, dilecte mi … speciosus forma prae filiis hominum (PETITALOT). Citado por el p.VILASECA, Las Glorias del divino Josñe n.3. Petitalot SM, Jean-Baptiste, La viérge Mère d' après la théologie, Paris-Tournai 1868, vol. 2 (riflessioni su S. Giuseppe). 22 Creado por: LILLY MEDINA +<lll>< [email_address] ◄ ► http://lillymedina.autorcatolico.org 23 SAN BERNARDINO DE SIENA, , presbítero, Sermo 2, de S. Ioseph: Opera 7, 16. 27-30. San Bernardino nació en la Massa Marítima de Toscana y perteneció a la noble familia de los Albizeshi. Quedó huérfano de padre y madre antes de cumplir los 7 años. A los 17, ingresó en una cofradía de Nuestra Señora, cuyos miembros se comprometían a practicar ejercicios de piedad y cuidar a los enfermos. En Siena tomó el hábito franciscano y en 1403 hizo sus votos en el convento de Colombaio, en las afueras de la ciudad. Un año más tarde, el día de la Natividad de la Virgen, recibió la ordenación sacerdotal. Poco a poco Dios le preparaba para su doble misión de apóstol y reformador. El Santo llegó a Milán en 1417, donde inició su carrera apostólica. Predicó en toda Italia, viajaba a pie y aconsejaba la penitencia a los que le oían, además de propagar la devoción al Santo Nombre de Jesús. En 1430, San Bernardino tuvo que

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San Gregorio de Niza Nos completa la idea al hablarnos del perfume del Esposo. El simbolismo del perfume, tanto en la tradición clásica y cristiana, se ha hecho poseedor de un valor inestimable porque desde tiempos antiguos se le ha relacionado como proximidad de la divinidad. Gregorio de Nisa elabora una doctrina Cristológica comprendida desde la expresión del perfume a partir del itinerario de los personajes del Cantar, sostiene que las doncellas corren tras el olor perfumante del Esposo, a causa de participar en la comunión como expresión de eclesialidad. La esposa, por su parte, cuenta con el buen olor que forman a modo de ungüento las virtudes. El perfume desde la antigüedad ha sido interpretado como signo de la vida divina, y Gregorio lo acoge para introducirlo como clave de comprensión en un orden radicalmente nuevo, a partir de la figura del Esposo. La esposa: Ella desea alcanzar el bien y se comporta como maestra experimentada, por eso se dice que en cierto modo es más perfecta, puesto que se acerca al Esposo cuando lo ha sentido por el perfume. Por haberse acercado más a aquel que deseaba antes de que con sus ojos hubiese visto la hermosura de él, lo siente por el perfume. Por aroma, Gregorio entiende las virtudes: sabiduría, prudencia, temperancia, fortaleza... que cada persona las recibe según su propia capacidad. De esta manera, por el ejercicio de la libertad, cada uno a su modo es buen olor de Cristo, unos por moderación, otros por justicia o por fortaleza. Por ello, se puede comprender que el buen olor de Cristo se encuentra mezclado con muchos aromas. En el Cantar el perfume se identifica con el esposo, por eso las doncellas se enamoran y le siguen.24 el padre José María Vilaseca siguiendo la alegoría del Ct. aplicado a José y María se pregunta: ¿Cuál fue su trato? ¿cómo vivieron estos dos castos esposos? ¿de qué hablarían? ¿cómo se prepararon para participar en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios? Para dar una respuesta a estos interrogantes sigue en todo la alegoría del Cantar de los Cantares y aplica los textos a la convivencia de José y María, en su manuscrito: el "Cantar de los cantares" o

místicas conversaciones entre María santísima y el señor San José.25 Es de notar que toma como protagonista a san José, como la Biblia lo hace con Salomón. Se apoya en el perfume del esposo José, que embeleza a su esposa María.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

dejar el trabajo misional, al ser nombrado vicario general de los frailes de la estricta observancia. Este movimiento de la Orden de San Francisco había comenzado a mediados del siglo XIV en el convento de Brogliano, entre Camerino y Asís, pero no logró imponerse hasta la época de San Bernardino, quien fue su segundo fundador, organizador y reformador. San Bernardino añoraba el trabajo apostólico directo, por lo que en 1442 obtuvo del Papa la autorización de renunciar al cargo de vicario general. Hizo misiones en Romaña, Ferrara y Lombardía. Murió en Aquila, el 20 de mayo de 1444, víspera de la Ascensión. Fue canonizado 6 años después de su muerte. 24 San Gregorio de Niza, © 2012 Pontificia Universidad Católica de Chile Jaime Guzmán Errázuriz 3300, Casilla 316 correo 22, SANTIAGO DE CHILE 25 VILASECA, Tiene un largo comentario al respecto en el manuscrito titulado el Beso y su Camino, o sea Teología mística, manuscrito de más de 300 páginas.

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María y José conversan sobre lo que han ido viviendo juntos. Recorren el lugar donde celebraron sus desposorios hasta el Templo de Jerusalén donde Jesús se quedó sin saberlo sus padres. Platican de la presencia de Jesús entre ellos y de los dones con que Dios los ha enriquecido: su privilegio Mariano-josefino. Descubren María y José la riqueza humana y espiritual que los acredita como padres del Mesías.

III. José y María modelos para los esposos cristianos

El matrimonio cristiano es una alianza de amor vivido durante toda la vida de la pareja; se convierte en fuente de felicidad para los esposos y para los hijos. El matrimonio es una verdadera comunión de dos personas que, asemejándose una a la otra, comparten la vida, en los momentos de alegría como en los momentos de tristeza y de dolor. Los esposos viviendo su amor representan el amor de Dios para con la Iglesia y viven la felicidad que de ese amor dimana. El p. Vilaseca en el Catar de los Cantares de María y José muestra a María y a José como esposos verdaderos que compartieron su amor e hicieron de él la fuente de su felicidad y entrega a Dios. Al considerar a José casado con María y reflexionar sobre ellos, lo percibe semejante, con el don de gracia que Dios le dio para llevar a cabo la misión encomendada. En el Cantar de los cantares que él formula afirma que María y José son semejantes como dos creaturas privilegiadas que nacieron sin el pecado original, vivieron su matrimonio con un amor humano parecido al que se menciona en el Cantar y cumplieron, en plenitud, la misión que Dios les confió como padres del Mesías. Dios le concedió a María el don de la maternidad divina, único y especial, además le concede el privilegio de nacer “sin pecado original” – privilegio mariano - . Le adorna con tales gracias que se convierte en la doncella prefigurada de Isaías, que da a luz al Hijo de Dios y la coloca en un pedestal celestial, casi divino.26 Mas no por eso, su esposo José se aleja de ella. Dios, podemos decir los creó no con el mismo molde pero sí con un molde semejante haciendo de ellos una pareja lo más parecido. En el Cantar de los Cantares o Místicas conversaciones se dice que José también es inmaculado. Es una creencia devocional mas no teológica del p. Vilaseca y creo que también de algunos santos y teólogos de la Iglesia, por ejemplo: Teodoreto27, Ruperto28, y san Jerónimo29, asemejan la virginidad de José a la de María, cuanto es dable, y suponen, interpretando el Cantar de los Cantares, que María y José eran por su virginidad dos bellísimas azucenas que despidiendo por doquiera su virginal fragancia formaban las delicias del

                                                                                                               26 Aquí se dice: divina María, no porque sea de naturaleza divina sino por su acercamiento a Jesús, el Hijo de Dios. 27 Cf. TEODORETO, Ad Gal I: P82. 28 Convino que permaneciera virgen el que mereció llamarse padre del Señor (RUPERTO DE DEUTZ, Comment. In Matth, l.1; PL 168, 1319). 29 Queda probado que permaneció virgen con María, quien mereció ser llamdo padre del Señor (SAN JERÓNIMO, De perpetua virginitate, PL 23, 202-203; TPJ 206). (De la perpetua virginidad).

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inmaculado Cordero que se apacentaba entre ellas 30. Luego, si María es la reina de las vírgenes, José es el rey de los vírgenes 31.

Admitida esta semejanza, José y María forman una pareja ideal, un matrimonio modelo. Los dos se aman y se convierten en los padres de Jesús, según el designio divino, y constituyen una familia ejemplar y santa, que mereció ser llamada Sagrada Familia de Nazaret. José y María vivieron como esposos con un verdadero amor humano, se miraron “con ojos divinos” de modo que nada ni nadie les impidió vivir en plenitud su vocación de esposos y padres de Jesús. Así lo asegura el p. Vilaseca. Así con ojos divinos se miraron José y María José le dice a María: “María, ¡cuán hermosa eres, cuán bella y cuán agraciada, mi amiga, mi blanquísima paloma, y la dulce esposa mía! Todo era en María, mi esposa, la virtud más heroica, los pensamientos más puros, las palabras más santas, las acciones más inmaculadas, todo era en ella amor sumo a la virtud y sumo odio al vicio. Por eso le dice: ¡Ah cuán bella eres, y cuán deliciosa te presentas, amabilísima Princesa y purísima esposa mía! En fin, tu vida común y ordinaria, y siendo al mismo tiempo la más celestial y la más divina; tu vida toda ocupada en la unión más íntima con tu Hijo y con tu Dios; tu vida cual hacendosa madre de familia te determina la Mujer fuerte; tu vida la más piadosa. José la admira en su alma y en su cuerpo y la describe parodiando el Cantar de los Cantares. Así José pudo contemplar a María uniendo la belleza espiritual en la belleza corporal de la que fuera la Madre del Hijo de Dios y esposa suya. Las dos en funciones de la encarnación del Hijo de Dios. María le dice a José: “Tus amores, oh José, esposo mío, superan en pureza, gozo y alegría a todo lo más deleitable y aun pueden compararse al vino más sabroso; son mucho más fragantes que los olorosos perfumes de la Arabia; pues siendo ya tú mi verdadero y virginal esposo, eres de tal suerte para mí todas las cosas: aun tú solo nombre me es como el aceite derramado. Mirome con ojos divinos, y se hizo entonces para mí como en recompensa mi verdadero amado, cual manojito de lindísima mirra habite siempre entre mis pechos. Y como si no bastara haber referido tanta                                                                                                                30 Mi amado para mí y yo para él; para él, que entre lirios se apacienta (Ct 2, 15). ¿Quiénes son esos lirios sino José y María, mi amado esposo José y yo su amada; ambos lirios, es verdad, por lo virginal de nuestro matrimonio y lo castísimo de la cohabitación? (RUPERTO DE DEUTZ, In Cantica, l.2, 2; en SUÁREZ Francisco, Misterios de la vida de Cristo, d.8.s.1, n.6).

31 VILASECA, Las glorias del divino José, n.5. Ver LECTURAS del oficio de san josé, donde se encuentra el comentario del Cantar de los cantares.

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gracia de las muchas que veía en mí, Yo entonces, más que agradecida, y al mismo tiempo admirada hasta lo sumo, al ver que mi virginal esposo José había comprendido los admirables tesoros que Dios me había entregado en la más plena posesión y del modo más excelente y único, y viendo yo igualmente lo que mi amado esposo también había recibido, le dije: Tu también, José mío, tú también eres el hermoso y agraciado; tú también fuiste santificado en el vientre de tu madre y tú también, de un modo a mí semejante, fuiste concebido sin la culpa original32; y fue todo esto para que ambos a dos fuésemos a propósito para ser los purísimos padres del Mesías prometido, Cristo Jesús. Parece que oigo la voz de mi virginal esposo, mi amado José, el cual me cuida, con muy singular predilección, desde que ha visto que se han obrado en mí los grandes misterios de la Encarnación del Hijo de Dios en mis purísimas entrañas; véanle, ¡oh ángeles del cielo!, pues anda tan solícito que viene saltando por los montes y brincando por los collados. Vean, a mi amado José, que está tan cuidadoso de mí, que se parece al ligero gamo y al cervatillo que lo sigue. Oh, José mí esposo, tú eres lo mismo, tú eres lo mismo, y cultivando tanta virtud y perfección, serás el todo de tu Dios, serás el todo de tu virginal esposa, y serás para tus devotos como la fuente de los huertos y el manantial de aguas vivas que bajan con ímpetu del monte Líbano de tu concepción cual conviene que haya sido la del padre de Dios- hombre. Pues si yo soy tan perfecta, así perfecto eres tú. ¡Qué grandes son las virtudes de José! ¡Cuán heroicos todos sus actos, cuán perfectas aun sus menores acciones! Como yo obré siempre con la perfección de Madre de Dios, José fijos siempre sus ojos en mis obras, obraba también siempre con la perfección de padre de Dios. ¡Qué perfecto eres en todos tus actos, mi queridísimo esposo José! ¿Qué diré de ti, José santísimo? ¿Cómo describiré yo también tus pensamientos, palabras y obras durante los años que conmigo estuviste? También tus pensamientos fueron puros, santos e inmaculados; también tus palabras versaron sobre un Dios hecho hombre y que era tu Hijo ¡Qué grande eres, mi amado esposo José! ¡Cuán amorosos los afectos todos de tu corazón! ¡Cuán ardentísimos los actos de tu divino amor! ¡Cuán perfectas y admirables tus conversaciones! ¡Cuán heroicas todas tus obras! Sí, esposo mío, ya te veo perfectísimo; veo que tu santidad ha llegado a la mayor heroicidad posible; ¡Oh, esposo mío José! ya que por tu única y del todo divina vocación eres a mí tan semejante; ya que ha sonado la hora de tu gloriosa partida; ya que Jesús, el Hijo mío y también hijo tuyo, te asiste en la cabecera para llenarte de bendición y de toda gracia y de todo privilegio, Ponme desde ahora por sello sobre tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo, porque mi amor que deseo comunicarte del todo es fuerte como la muerte. Así María pudo contemplar a José uniendo la belleza espiritual con la solicitud del que hace las veces de padre. Las dos en funciones de la encarnación del Hijo de Dios.

Conclusión

                                                                                                               32 Es una creencia muy particular del P. Vilaseca, que dejó como patrimonio espiritual a la Familia Josefina para que ésta continuara investigado este tema como lo hicieron los franciscanos respecto a la inmaculada concepción de María. Abriga la esperanza de que llegará un día en que la Iglesia reconozca este privilegio de san José, que recibió de Dios para ser el esposo de María y el padre terreno de Jesús.

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El amor es piedra fundamental para el matrimonio cristiano por eso se dice de él que es una “alianza de amor”. No es pues el sexo el que hace felices a los esposos y el que los conserva toda la vida, sino el amor humano que la pareja se profesa y las gracias que Dios les concede. El sacramento del matrimonio dice Juan Pablo II es “centro y corazón de la civilización del amor”; y Adolfo Kolping, “El amor en el matrimonio es el medio que abre las puertas hacia una vida verdadera, en paz y feliz, pero no es nunca el fin mismo. El matrimonio es una barca que lleva a dos personas por un mar tormentoso; si uno de los dos hace algún movimiento brusco, la barca se hunde” (Leo Nikolaevich Tolstoi). Por ello, es necesario que los esposos sean semejantes, se conozcan y se den muestras de amor, como lo hicieron María y José; pues “cuando el amor ha sido una comedia, el matrimonio tiene que derivar en drama” (Lamartine) o como dice Benjamín Franklin: “donde haya matrimonio sin amor, habrá amor sin matrimonio”. Concluimos diciendo: El matrimonio es la comunión de dos personas que se aman, que se han jurado amor hasta la muerte. Por eso necesitan los cónyuges amarse sinceramente el uno al otro; por eso, para conservarse en el amor compartido necesitan el aprecio y la valoración recíproca. Que cada uno se reconozca y se mire en el otro; que los dos se expresen ese amor con palabras y con gestos, sinceros y leales, que vaya recreando la fuente de ese amor. “La familia y el matrimonio son instituciones en la vida del hombre que se asemejan a una fuente viva: mientras más agua se saca, con más abundancia brota ella de la fuente” ( Adolfo Kolping). María y José, esposos y padres de Jesús, son una creación nueva en el Plan de Dios, que viene a iluminar con su vida la vida matrimonial de los esposos cristianos. Son un ejemplo, que, sin réplica, manifiestan la alianza cristiana de amor: por ello son modelo para los matrimonios cristianos.

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ANEXO

BREVE COMENTARIO SOBRE EL "CANTAR DE LOS CANTARES",

MÍSTICAS CONVERSACIONES ENTRE MARÍA SANTÍSIMA Y EL SEÑOR SAN JOSÉ33

José María Vilaseca

Primera conversación.

1. María: Reciba yo del castísimo José el ósculo santo de su boca, ya que tus amores, oh José, esposo mío, superan en pureza, gozo y alegría a todo lo que produce lo más deleitable y aun a todo lo que pueda compararse al vino más sabroso.

2. Y son tus amores, además, mucho más fragantes que los olorosos perfumes de la Arabia feliz; pues siendo ya tú mi verdadero y virginal esposo, eres de tal suerte para mí todas las cosas que aun tú solo nombre me es como el aceite derramado.

Por esto mismo te querrán tanto todos mis devotos, y los tuyos, puesto que llenos de todas las virtudes, y disfrutando delicias mil, gozan ya la felicidad de la perfección.

3. Atráeme tú mismo en pos de ti, y con todas mis potencias y sentidos, con toda mi alma, con todas sus fuerzas y con todo el corazón, correremos tras el olor de tus aromas.

4. A mí principalmente, oh devotos de mi castísimo esposo, me introdujo José como el rey de mí misma en su alcázar, para elevarme a esposa suya, ya que solo revestida de esa dignidad podía yo ser apta para la maternidad divina, ya que el Verbo solo quiso tomar carne de una Virgen desposada, y el solo comienzo de esta ceremonia fue acompañado para mí de tanto placer, que rebozando en el cuerpo comenzamos con mis deseos, sentidos y potencias, como a saltar de contento y a regocijarnos con aquel que lo había producido: no podía dejar de ser así, acordándonos, además, que nuestros amores serían superiores al placer que experimentan los amantes del añejo y generoso vino. Siendo esto así, qué                                                                                                                

33 Manuscrito de José María Vilaseca, Breve comentario sobre el "Cantar de los cantares", o sea, místicas conversaciones entre María santísima y el señor san José; original AGMJ, Fundador, Manuscritos; publicado en El Propagador: 15(1885) 1a. p. 55-58; 2a. 93-97; 3a. 141-145; 16(1886) 4a. p. 43-47; 5a. 195-199; 6a. p. 211-216; 17(1887) 7a. p. 45-50; 8a. 93-98; en latín en Piisima, 1887, p. 126-220 y en Piisimae, 1894, 1 al 20 de enero.

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mucho que los devotos tuyos, y aun todos los míos, como verdaderos rectos de corazón, te amen, siendo tú, como eres con toda verdad, el alma de los castísimos y verdaderos amores, y de toda mi felicidad.

5. Aunque al parecer de los hombres, creen que soy la morena sin la virginidad por el velo del matrimonio que me cubre, sin embargo, oh hijas de Jerusalén, como con toda verdad, fuimos con José dos virginidades unidas en los desposorios, por esto en fuerza de tanta gracia he quedado tan bien parecida como las tiendas de Cedar y como las pieles de Salomón.

6. No queráis, pues, considerarme como oscurecida por el divino matrimonio celebrado con José, porque es el sol de su brillante virginidad lo que estregó mi color, son los bastardos hijos de mi madre la nación Judía los que se levantaron contra mí, los que me pusieron a guarda de viñas, y los que impidieron que yo custodiara la mía.

7. Oh José, el querido de mi alma, dime, ¿dónde tienes tus delicias y aquellos tus sabrosos pastos de tus heroicas virtudes?, ¿dónde el perfectísimo sesteadero de tu perfección, para que cuando llegare el medio día del consuelo o la negra noche de las terribles persecuciones no tenga yo de ir vagando tras los rebaños de tus compañeros?

8. José: Si lo ignoras, oh María, como hermosísima que eres entre todas las mujeres, por tus cien y cien virtudes las más perfectas y las más heroicas, sal afuera de este lugar santo donde hemos celebrado nuestros divinos desposorios, y parte siguiendo las huellas de los ganados, y guía tus cabritillos a pacer junto a las cabañas de los pastores de mis ovejas.

9. Desde este feliz momento, y en aquel lugar sin duda, como a mi Virgen esposa comenzaré a conocerte mejor y, por tanto, a compararte por tus acciones magnánimas, perfectísimas y las más fervorosas, a mis hermosos y arrogantes caballos, uncidos a las carrozas que me ha dado Faraón.

10. Publicaré que el carmín pudoroso de tus mejillas es lindísimo como de tortolilla, y tu cuello como si fuera fabricado de magníficas y acendradas perlas.

11. Y además, para que nada te falte, te haremos con el Espíritu Santo, pues como hermano suyo en tu favor debo de obrar siempre, te haremos, repito, lampreíllas de oro vistosamente taraceadas de plata.

12. María: Entre tanto, José elevado a la dignidad de esposo mío, y como Rey de mí misma, hallábase recostado en su asiento, contemplando las gracias que Dios colocó en su espíritu y en mi corazón, y al verme tan perfecta, notó que el nardo precioso de mi pureza difundió su fragancia.

13. Mirome con ojos divinos, y se hizo entonces para mí como en recompensa mi verdadero amado, cual manojito de lindísima mirra que habitará siempre entre mis pechos.

14. Hízose para mí el verdadero amado mío, cual racimo de cipro escogido de entre las viñas de Engaddí; y como si no bastara haber referido tanta gracia de las muchas que veía en mí, exclamó:

15. ¡Oh y qué hermosa eres amiga mía esposa y cuán bella eres! Eres la santificada en el vientre de tu madre, eres la concebida sin la culpa original, por esto, tus ojos que revelan tu inocencia y tu candor son vivos y brillantes como de paloma. Yo entonces, más que agradecida, y al mismo tiempo admirada hasta

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lo sumo, al ver que mi virginal esposo José había comprendido los admirables tesoros que Dios me había entregado en la más plena posesión y del modo más excelente y único, y viendo yo igualmente lo que mi amado esposo también había recibido, le dije:

16. Tu también, José mío, tú también eres el hermoso y agraciado; tú también fuiste santificado en el vientre de tu madre y tú también, de un modo a mí semejante, fuiste concebido sin la culpa original; y fue todo esto para que ambos a dos fuésemos a propósito para ser los purísimo padres del Mesías prometido, Cristo Jesús.

17. María y José: ¡Oh! ahora sí, contestándose se dijeron: que de fragantes flores será el lecho de nuestro divino desposorio porque componiéndose de dos virginidades tendrá por verdadero fruto al Rey de los vírgenes, Cristo Jesús; ahora sí, que del cedro incorrupto serán las vigas de nuestras habitaciones, porque en todos nuestros pensamientos, en todas nuestras palabras y en todas nuestras obras ni hubo, ni pudo haber la más ligera corrupción; ahora sí, que del oloroso ciprés serán sus artesanados, porque los efectos de nuestro corazón virginal estarán siempre y en toda ocasión tan bien dispuestos, y con tanta perfección y exactitud, del todos consagrados a Dios, que desde aquel momento de un modo especial José era todo de María; María era toda de José; y José y María eran todos de Jesús, como era Jesús todo de José y María.

Digamos nosotros de corazón y de alma, admirando tan divinos misterios, para finalizar tan divina conversación: Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía; asistidme en mi última agonía; y haced que expire en paz y con vosotros el alma mía.

Segunda conversación.

1. José: Yo, en fuerza de mi desposorio virginal celebrado contigo, oh María, ya soy la flor del campo y el hermoso lirio de los valles; y lo soy principalmente en fuerza de esta misma unión que te caracteriza a ti mi esposa virginal.

2. Como azucena entre espinas, así eres tú, oh amiga mía, y eres además la divina esposa del Espíritu Santo, siendo tú la única destinada a ser Madre de Dios entre todas las futuras vírgenes, hijas privilegiadas de mi amor, y eres elevada a esa dignidad infinita con mi consentimiento. Así, así sea.

3. María: Como el manzano entre los árboles silvestres y estériles, así eres mi amado José entre los hijos de los hombres; y con tu licencia, por tanto, para que sea la Madre Virgen del divino Verbo, senteme bajo la sombra de tu virginal matrimonio que tanto había deseado, y como llegado había la plenitud de los tiempos, descendió Gabriel el arcángel, y dirigiéndose a mí con las palabras de anunciación, diome a comer los tan admirables frutos que aun difunden la dulzura en mi paladar.

4. Me introdujo luego en la pieza en que tenía depositado las más privilegiadas gracias del vino más exquisito, y con él ordenó de tal modo en mí toda la caridad, que me sentí fortificada para abatirme sumamente, así como sumamente debía ser ensalzada, pudiendo pronunciar con toda verdad y con el mayor celebérrimo merecimiento, y ante la faz de los cielos y de la tierra: "Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum Verbum tuum..."

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5. ¡Ah! criaturas todas, confortadme con flores aromáticas, fortalecedme con olorosas manzanas porque desfallezco de amor.

6. Entonces el Espíritu Santo, descendiendo del cielo, puso la izquierda de sus dones sobre mi cabeza, y con la derecha de su divinidad me abrazó, cubriéndome con su sombra, y quedé hecha la verdadera Madre de Dios...

7. José: Oh vosotras, hijas de Jerusalén, que como espíritus celestiales habéis sido fieles testigos de los misterios que se han obrado en María, mi virginal esposa, así como habéis barruntado algo de la infinita fruición gozada ya por el cúmulo inaudito de sus incomparables delicias, os conjuro por las ligeras corsas y ciervos de los campos que ya le pertenecen que no despertéis ni quitéis el sueño de la oración a la que está del todo dedicada a la contemplación más subida, a mi amada María, hasta que ella quiera, porque ambos a dos, al vernos ya constituidos los purísimos padres de Cristo, no podemos menos que dejarnos llevar por mucho tiempo del sueño divino de la fidelísima meditación de tanta gracia, de tanto privilegio, de tanta bondad, de honor tanto.

8. María: Parece que oigo la voz de mi virginal esposo, mi amado José, el cual me cuida con muy singular predilección desde que ha visto que se han obrado en mí los grandes misterios de la Encarnación del Hijo de Dios en mis purísimas entrañas; vedle, oh ángeles del cielo, pues anda tan solícito que parece como que viene saltando por los montes y brincando por los collados.

9. Vedle, a mi amado José, que está tan cuidadoso de mí, que se parece al ligero gamo y al cervatillo que lo sigue; vedle ya cómo se pone por su contemplación subidísima detrás de nuestra pared de la carne, cómo mira bien dentro de mí misma por las ventanas de la fe y cómo está atisbando al Verbo encarnado por medio de las celosías del don subidísimo de sabiduría.

10. Entró mi amado José hasta en su retrete en donde descansa el Hijo mío y también suyo; y ved ahí que, viéndome un poco despierta del más feliz de los arrobamientos, me dijo: Levántate, esposa mía, apresúrate, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y dejadas por un momento tan divinas consideraciones, vente al campo del verdadero descanso y allí te contemplaré.

11. Porque pasó ya el invierno de las purgaciones del sentido y del espíritu, disipáronse las lluvias de la aflicción, y cesaron ya las penas de los temores, porque ya se ha verificado el gran misterio de la rehabilitación del género humano, por medio del divino Verbo hecho carne; por tanto, levántate.

12. Porque despuntan las flores de la tierra de nuestra carne virginal; llegó el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se ha oído ya en nuestros campos.

13. La higuera arroja sus brevas, y las florecientes viñas esparcen su delicado olor.

José: Ya que mis deseos, en verdad santísimos, son también los deseos tuyos, oh María, levántate, pues, amiga mía, esposa, levántate beldad mía y vente.

14. Y como mi casta paloma, tú que anidas en los agujeros de la peña y en las concavidades de la muralla, muéstrame desde ahora tu rostro, suene tu voz en mis oídos, esa tu voz dulce y poderosa que

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atrajo a la tierra desde el seno del Padre al eterno Hijo, y muéstrame ese tu hermoso y aun divino rostro, espejo del Dios y hombre verdadero que crece en tu mismo seno, crece formado de tu propia sustancia, crece de ti siendo verdadera Madre, y crece también para mí que soy su virginal padre.

15. María: José, después de haber disfrutado de la dicha inefable de conocerme a mí, por medio del don de sabiduría como a verdadera Madre de Dios y de conocer al Verbo encarnado que habita en mi vientre virginal, le vinieron cruelísimas dudas, fundadas en su humildad, y determinó separarse de mí. Yo, que vi lo que pasaba en su corazón angustiado, traté de consolarlo, y a éste fin le dije con inefable ternura, con bondad suma y con infinito amor: Oh vosotros, ángeles del cielo, amigos de nuestras delicias y admiradores de tanto misterio verificado en nosotros, hacednos un beneficio, y cazadnos las raposillas de las dudas de mi amado José, porque son las azotadoras de las viñas de nuestra felicidad, y porque cabalmente la mística viña de nuestra virginidad está ya en flor.

16. Y dentro de pocos meses saldrá a luz el divino fruto que llamarse debe Jesús. No dudes, pues, José dignísimo, tú eres el escogido por el mismo Dios; y desde este momento, bajando el ángel del cielo te manifiesta la voluntad divina; te infunde nuevas luces de los grandes misterios obrados; te enseña más pormenor la infinita excelencia de tu dignidad; quiere que conozcas prácticamente lo que es ser digno esposo mío y ser digno padre de Jesús. Por tanto, oh mi amado José, José de mis delicias, tú desde ahora serás todo para mí, y yo seré toda para ti, amado José, que solo se apacienta entre las bellísimas azucenas de la pureza virginal.

17. Y así será ciertamente hasta que decline el día de tu vida, y hasta que caigan las sombras de mi muerte. Siendo esto así, vuélvete corriendo conmigo al cielo de la verdadera paz y tranquilidad de espíritu; y en esta carrera aseméjate, José, querido mío, a la corza y al cervatillo que se crían en los montes de Beter.

Admirando nosotros tan divinos misterios, digamos de corazón y de alma: Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía; asistidme en mi última agonía; y haced que expire en paz y con vosotros el alma mía.

Tercera conversación.

1. María: Llena de gratitud, y del más extraordinario agradecimiento en vista de los inefables beneficios de Dios, viendo en mí misma a una Virgen elevada a la dignidad altísima de Madre de Dios, busqué continuamente y sin cesar en mi lecho y descanso de la más acendrada oración, busqué, digo, al que ama mi alma, que es Dios y hombre verdadero, y el dulce objeto de todas mis complacencias; y lo busqué en mis manos, con mis ojos y por los lugares todos en donde me hallaba durante la noche de los nueve meses que estuvo en mis entrañas; y habiéndolo buscado no le hallé.

2. Como aun no había llegado la plenitud de los tiempos, le dije a mi esposo José: Me levantaré, y arreglando tú todo lo necesario para el viaje, partiré contigo a Hebrón, para visitar a mi prima Isabel y santificar al precursor, tornar el habla a su digno padre Zacarías y llenar del Espíritu Santo a su digna madre; me levantaré, pues, daré vueltas por la ciudad de Nazaret y de Hebrón andando por las calles y

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las plazas del cumplimiento exactísimo de mis deberes, para buscar al amado de mi alma; lo busqué de hecho y no lo hallé, encontrando tan solo a Juan que debía ser su voz.

3. Despedidos de Zacarías y de Isabel nos volvimos a Nazaret; halláronme las patrullas de los tiempos que rondan la pequeña ciudad de Belén, y con un deseo sobre todos los deseos, les dije: ¿Acaso habéis visto al amado de mi alma?

4. Después de pasado algún tiempo, de haberles hablado y dirigido por la divina inspiración, José me acompaña al portal de Belén, y allí, en la mayor oración, en el fervor de los fervores, en la gracia de las gracias, en la dicha de las dichas y en medio de todas las delicias de un cielo anticipado, encontré en mis manos al que adora mi corazón, al verdadero Hijo de Dios, y al verdadero Hijo mío; y con todo mi corazón, y con todas mis fuerzas, y con toda mi alma, lo cogí y le prometí estar de tal suerte siempre y en toda ocasión del todo unida con él que le dije: no te soltaré hasta conducirte al monte Calvario y hacerte entrar en la casa de mi madre, que es la muerte, que haz de sufrir para la regeneración de todo el género humano; y hasta hacerte entrar en la misma habitación de la que me dio la vida, que es la santísima voluntad de Dios, que quiso que muera uno para salvarnos a todos.

5. José: Ángeles del cielo, vosotros que habéis sido escogidos para proteger los grandes misterios del Dios hecho hombre en las purísimas entrañas de mi virginal esposa María, vosotros que la habéis contemplado y habéis podido barruntar un poco lo que Dios ha depositado en su corazón, a vosotros, como hijos de la celestial Jerusalén, os conjuro por las corsas y los ciervos de los campos que no interrumpáis el dulce sueño de la contemplación de mi amada hasta que ella quisiera, a fin de que no se suspenda ni por un momento, la obra delicadísima que se está formando en su corazón por medio de sus divinas relaciones con su divino Hijo, Cristo Jesús.

6. Devotos míos, devotos todos de mi fidelísima María, contemplad a vuestra divina Madre en medio de tan suavísimas delicias, y veréis que en este misterioso sueño le fue dada una vida nueva que, como gloriándose el mismo Dios de su obra, hizo que los ángeles exclamarán divinamente admirados: ¿Quién es ésta que va subiendo por el desierto de este mundo, cual se eleva la columnita de humo formada, empero, de los suavísimos perfumes de la mirra, del incienso y de toda especie de fragantes aromas?

7. María: Cuando más te admiro, esposo mío, José, más te veo rodeado de gracias, de dones, de privilegios y de toda especie de distinciones, porque toda gloria, todo honor y toda bendición, hállase en ti en el mayor grado posible; más ahora, como gracia más especialísima si cabe, al verte tan sin segundo, me veo obligada a decirte: He aquí que ya tú eres como el lecho del divino Salomón, rodeado de sesenta valientes de los más esforzados de Israel.

8. De los armados con alfanjes y muy diestros en los combates, y ciñendo además cada uno de ellos su invencible espada por temor de los peligros nocturnos; porque si soy yo la Madre de Dios, tú eres el padre de Dios; si yo debo alimentarlo con mi leche virginal, tú debes alimentarme a mí y a él con el sudor de tu rostro; si yo debo acostar al Niño, levantarlo, acariciarlo y adorarlo como su Madre Virgen, tú también, dilectísimo esposo, como su virgen padre debes adorarlo, amarlo con todo tu corazón, tenerlo en tus brazos y hacer todos los oficios que te han sido concedidos en fuerza de tu divina

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vocación; tal es el glorioso resultado de tan admirable punto de partida, que no fue otro que el haber sido tú también, como yo lo he sido, milagrosamente concebido sin la culpa original.

9. José: ¡Pero cuán hermosa eres, cuán bella y cuán agraciada, mi amiga, mi blanquísima paloma, y la dulce esposa mía! Todos los días te veo más perfecta; en todos los momentos aumentas sin cesar el cúmulo de tus heroicas virtudes; y en este instante es tanto lo que en ti veo, que me veo precisado a decir de ti que eres toda incorrupta, como que eres la Virgen Madre; y eres ya el magnífico trono que se fabricara el divino Salomón, haciéndote su propia y verdadera Madre; eres como aquel magníficamente elaborado de las purísimas maderas del Líbano.

10. Y eres más preciosa que aquellas sus columnas hechas de plata; y eres más atractiva que aquel su respaldo que es de purísimo oro; y eres más encantadora que aquel su techo y gradas, cubierto todo de la finísima púrpura; y eres más insinuante que aquel centro cuyo delicado esmalte que inspira el amor, fue construido con la sustancia y esencia del oro más acendrado en beneficio de las hijas de Jerusalén.

11. María: Oh vosotras, almas llamadas a formar la santa Iglesia que debe ser católica, apostólica y en gran manera santa y aun romana, ¿qué haré para que honréis, glorifiquéis, améis y adoréis como es debido a mi virginal esposo José? ¡Oh! partid, partid, sí, de su concepción inmaculada y como purísimo padre de Cristo; adoradlo con el culto que le es dado; amadlo como merece ser amado; glorificadlo con toda clase de obras, y dadle cien y cien pruebas del más acendrado honor. Oh vosotras todas, futuras vírgenes, que aun no estáis resueltas del todo a consagraros a Dios, atended a todo lo dicho, y mirad que si sois vírgenes a Dios consagradas, os aguarda ciertamente el más feliz desposorio. Para que os animéis a obrar y no seáis como tantas personas que tienen la desgracia de regatearle a Dios su corazón, voy a haceros entrever el más dichoso y acertado entre todos los enlaces, que es el que se verificó entre mí y José. Ya sabéis lo que yo soy; y barruntad por ahí lo que es José, porque nuestro divino desposorio fue el de dos virginidades las más semejantes. Por tanto, salid, como hijas de Sión, afuera de la casa de vuestro padre; dejad vuestra familia; dejad lo que el mundo llama comodidades; porque cuanto hay en el mundo no es otra cosa que vanidad de vanidades y pura vanidad. Salid, pues, a contemplar a José, mi divino rey Salomón, el supremo rey de reyes, con la diadema con la que lo coronó su madre, la pureza virginal, en el día en que celebró conmigo sus divinos desposorios, día en que quedó colmado de jubilo su corazón, y también el corazón mío, y día en que comencé a disfrutar las inmensas delicias de ser la Virgen desposada que debía de ser la Madre de Dios, y día en que José fue el virgen desposado que debía de ser el padre de Dios; tal es el bellísimo y el más admirable resultado de haber sido ambos a dos concebidos sin la culpa original.

María: Ya somos, José, el matrimonio tan virginal como divino; ya el ángel nos ha mostrado la voluntad del Altísimo; ya el Verbo divino se ha hecho carne; ya habita entre nosotros; ya vio la luz del mundo en el portal de Belén; ya lo hemos adorado como sus virginales padres; ya le damos de continuo y sin cesar toda la adoración que se merece; ya lo alimenté yo con la leche virginal y tú con el sudor de tu rostro; ya lo damos a conocer a los pastores, a los reyes magos, a Simeón, a Ana, la profetisa, y aun a todo el mundo; ya lo circuncidamos para dar testimonio del cumplimiento de la ley; ya determinamos presentarlo al templo de Jerusalén; ya preparamos los preciosos dones que debemos ofrecer a los sacerdotes; ya, en suma, nos dirigimos al templo para cumplir con cuanto está escrito del Mesías y de nosotros sus purísimos padres.

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Admirando nosotros además tan divinos misterios, digamos de corazón y de alma: Jesús, José y María yo os doy el corazón y el alma mía; asistidme en mi última agonía; y haced que expire en paz y con vosotros el alma mía.

Cuarta conversación.

José: Después de haberte contemplado esposa mía María, siendo ya verdadera Madre de Dios, y teniendo con él las más subidas comunicaciones en el orden de la naturaleza y de la gracia; después de haberte visto con actos supremos de la más profunda humildad, me pareció llegada la hora de verificar el gran misterio del ofrecimiento de nuestro Hijo al eterno Padre. Tú se lo ofreciste en satisfacción de los pecados de todo el género humano, y yo lo ofrecí también al eterno Padre en satisfacción de los pecados de todo el género humano; y tú entonces, amada mía esposa, colocada en el lugar de las mujeres inmundas te presentaste entre las hijas de Israel, como que habías ido a purificarte, y yo aparecí también ante todos como un padre común; más así, como siendo tú la Madre de la misma pureza, practicaste junto con el acto más heroico de la humildad más profunda, el acto de virtud más supremo que jamás han visto ni la tierra, ni los cielos, así obré yo también de un modo semejante.

Además de todo esto, al contemplarte yo, así celestial y así divina, te digo:

1. ¡Cuán hermosa eres, amiga mía! ¡Qué hermosa eres! Como de paloma, así son vivos y brillantes tus ojos, además de lo que se oculta en tu alma, allá en la sede de tu entendimiento, allá en el centro de tu corazón, allá en lo íntimo de tu voluntad. Tus cabellos son dorados y finos como el pelo de los rebaños de cabras que vienen del monte Galaad, en el momento mismo en que el sol se está precipitando por detrás de las montañas.

2. ¡Cuán hermosa eres, amiga mía esposa! Tus dientes blancos y bien unidos y del todo iguales, preséntanse como hatos de ovejas trasquiladas y acabadas de lavar, todas con dobles crías, sin que haya entre ella ni una estéril.

3. Como cinta de escarlata son tus labios, dulce tu hablar y sonoro y como cacho o roja certeza de granada, tales son tus mejillas, además de lo que dentro se oculta en tu purísimo corazón, en tu privilegio entendimiento, en tu ardentísima caridad. ¿Con qué amor te presentaste ante el eterno Padre? ¿Con qué caridad le ofreciste al digno objeto de sus divinas complacencias? ¿Con qué ternura lo ofrecías en favor de todo el linaje humano? ¿Y con cuánta generosidad te ofreciste tú también con tus pensamientos, palabras y obras? Oh, sí, eres verdaderamente toda hermosa y de todo punto la más agraciada porque fuiste la sin pecado concebida.

4. Tu cuello es recto y airoso como lo es la torre de David, la ceñida de baluartes en do colgaran los mil escudos, arneses todos de valientes; la defendida con toda clase de reductos en do pueden encerrarse tus devotos y los míos; la provista con toda clase de elementos de boca y guerra y la fuertísima contra todos los tiros que dirigirnos pueden el mundo y sus embustes, la carne y su concupiscencia, el demonio con sus ilusiones.

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5. Tus dos amores, el de Dios y el del prójimo son tan acendrados, puros e inmaculados, que compararse pueden como dos gamitos mellizos que estuviesen paciendo entre blancas azucenas.

6. Hasta el caer del día de la devoción sensible que en vista de tu Hijo divino, que lo ofrecías al eterno Padre para la salvación de todos y hasta el declinar las sombras de la noche para recibir como todo el conjunto de las penas interiores de toda aflicción y de toda pena, abrazándote del todo animosa con la pasión y muerte de Jesús.

María: Pero José, tú que no has de asistir a esta pasión y muerte de nuestro Hijo, en la que ha de padecer todos los trabajos, todos los dolores, todos los tormentos, todos los suplicios, hasta morir enclavado en el madero de la cruz, te veo tan generoso, tan amante y tan decidido, que desde ahora te ofreces a ser conmigo el corredentor del linaje humano, diciéndome con la mayor generosidad: Subiré a buscarte a este monte de la mirra para conducirte al collado del incienso y allí dedicarnos absolutamente a perfeccionar la delicada obra de nuestra perfección que ya hemos comenzado; perfección única, porque es la perfección que nos corresponde a nosotros como los padres de Dios.

José: Como veo, y contemplo, y aprecio como es debido, cuanto el Eterno ha hecho contigo, mi carísima esposa María, noto que debo decirte:

7. Toda tú eres hermosa, oh amiga mía y no hay defecto en ti, y ni jamás lo ha habido, ni lo habrá jamás.

8. Ven, pues, desciende del Líbano, esposa mía, parte del Líbano; ven y serás coronada, ven de la cima del monte Amaná, de las cumbres del Sanir y del Hermón; ven de esos lugares, la guarida de los leones y ven de esos montes, la morada de los leopardos.

9. Ven, pues, porque siguiendo con tanto ánimo tu perfección, y multiplicando en cada momento los actos admirabilísimos de las más exquisitas y heroicas virtudes, ya herirás mi corazón, hermana mía esposa, con la práctica de todas ellas, y aun lo herirás con una sola de tus miradas, y hasta con solo uno de los cabellos de tu místico cuello, la pureza de intención.

10. ¡Oh, cuán bellos y ardientes son ya tus amores, hermana mía esposa! Son hermosos y más agradables que el vino más exquisito, y la fragancia de tus perfumes excede a todos los aromas.

11. Son tus labios, oh esposa mía, un panal riquísimo que destila la más odorífera y sabrosa miel; eres tan bondadosa en favor de tus devotos y de cuantos acuden a colocarse bajo la sombra de tu patrocinio, que miel y leche tienes debajo de tu lengua, y es el olor de tus vestidos como el olor de suavísimo incienso.

12. ¡Oh, y cuán hermosa eres! Eres mi huerto cerrado, hermana mía esposa, mi huerto cerrado, y todo él en flor con los aromas más exquisitos o con los frutos más delicados; eres mi fuente sellada, que comunicas a los mortales el torrente de la divina gracia.

13. Los renuevos de las grandes virtudes que practica ya todo el pueblo cristiano, como místicas plantas del huerto de tu corazón, forman un vergel delicioso de granados con frutas dulces como de manzanos; y hay cipros con nardos.

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14. Nardos y azafrán, caña aromática y cinamomo con todos los árboles odoríferos del Líbano; y hay principalmente la mirra y el áloe con todos los aromas más exquisitos y de mayor precio.

15. María: Oh, José mío esposo, tú eres lo mismo, tú eres lo mismo, y cultivando tanta virtud y perfección, serás el todo de tu Dios, serás el todo de tu virginal esposa, y serás para tus devotos como la fuente de los huertos y el manantial de aguas vivas que bajan con ímpetu del monte Líbano de tu concepción cual conviene que haya sido la del padre de Dios.

16. Levántate, pues, Aquilón del pecado, apártate para siempre oh cierzo de la imperfección para que no dañes a mi jardín florido, José, concebido cual ser debías como a mi purísimo esposo, y ven tú, oh viento austero, venid, vosotras, auras delicadas, venid a soplar en todo mi huerto para que se esparcen sus aromas por todo el mundo; y todo el mundo al ver las virtudes de José, de hecho las asemeje a las mías, y las asemeje a las de Jesús, diciendo con el mayor fervor y devoción:

Jesús, José y María yo os doy el corazón y el alma mía; asistidme en mi última agonía; y haced que expire en paz y con vosotros el alma mía.

Quinta conversación.

María: Si según acabas de decirme, soy ya perfecta en la práctica de toda virtud ¿qué diré yo de ti José, esposo mío?

Tú me has indicado lo que en realidad soy, tú me acompañaste, tú seguiste mis pasos del cuerpo y mis movimientos del Espíritu; y conmigo adoraste a Jesús, conmigo lo custodiaste en Belén, conmigo lo circuncidaste, conmigo lo presentaste a los reyes magos, conmigo lo llevaste al templo, conmigo apareciste un padre común y conmigo lo ofreciste en holocausto al eterno Padre por la salud del género humano. Pues si yo soy tan perfecta, así perfecto eres tú. Venga...

1. Venga, pues, mi amado José, a su huerto mío, para que coma del fruto de sus manzanos.

José: ¡Ah! aquí me tienes María; me dijo: ya he venido a mi huerto, tuyo, hermana mía esposa; ya he cogido en él mi mirra con mis aromas; ya he comido mi panal con la miel mía; ya he bebido mi vino con tu leche mía; y dirigiéndose también a los sentidos, les dijo: vosotros también, mis amigos, comed y bebed, carísimos, hasta la dulcísima embriaguez.

2. Así fue, y por efecto de tan celestial dulzura, apoderose de mí un misterioso sueño, un sueño el más dulcísimo, el sueño del divino amor, porque yo dormía y mi corazón vigilaba.

María: Mientras yo dormía, y mi corazón estaba vigilando, oí la voz de mi amado José, que llamando me estaba diciendo: Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi inmaculada y purísima, ábreme, porque está llena de rocío mi cabeza, y del relente de la noche mis cabellos; ábreme porque...

3. Despojado me he de la túnica aun de la más mínima imperfección y como concebido con todas las gracias destinadas al padre de Cristo, ¿piensas que acaso me la volveré a poner? Ábreme, porque ya me lavé los pies de todo lo imperfecto; porque como confirmado en gracia ¿piensas, quizás, que podría

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ensuciármelos, estando sentado en mí, el no obrar nunca según el apetito o el propio deseo, y el obrar siempre según la voluntad de Dios?

4. Entre tanto, mi amado José, al inspirarme los preceptos del Altísimo, metió la mano por la ventanilla de mi amor, anunciándome los peligros que corría mi adorado hijo Jesús, y sólo con la noticia, su místico contacto hizo ya que se conmoviera mi corazón.

5. Levanteme del fervor de mi oración, y llena de confianza en Dios, volé presurosa a abrirle a mi amado José, al paso que mis manos iban destilando la preciosa mirra de la más exquisita mortificación, porque de esa mirra selectísima estaban bañados todos mis dedos.

6. Llegué por fin con esa confianza tan lisonjera, para oír de José lo que iba a indicarme, y hallándome siempre más anhelante alcé la aldaba de mi puerta para que entrase mi amado José; pero con sólo haberme manifestado la posibilidad de nuestra partida para salvar al divino Niño, hizo desaparecer de mí todas las ilusiones y me envolvió en el tupido velo de la mayor aflicción. En tales trabajos llamele luego, para que acabara de indicarme la voluntad divina, pero él se estaba retirando y seguía adelante su camino, para arreglar todas las cosas más indispensables para el viaje; mi alma que hasta entonces se había liquidado con la dulzura de su amor, manifestado con sólo el eco de su voz, quedose en la mayor amargura y en el más completo desmayo; y lo busqué, y no lo hallé, lo llamé a grandes voces, y no me respondió.

7. Viéndome sola y tan afligida, y como saliéndome de mi paz interior, encontráronme las numerosas patrullas de mis pensamientos e imaginaciones que rondan la mística ciudad de mí misma, y patrullas que eran las más terribles, y las más horrorosas, como que hacían centinela en los muros de mí misma, por referirse a mi Hijo, me lastimaron, me hirieron y aún como que me quitaban el manto que me cubría de mi tranquilidad perfecta. En tan triste situación, exclamé: ¡Oh hijas de Jerusalén! os conjuro que si hallareis a mi amado José, que ha ido a arreglar nuestra fuga a Egipto, le notifiquéis este mi triste estado, porque ahora, más que nunca, estoy experimentando la pesada prensa del sufrimiento y desfallezco de amor hacia mi Hijo.

8. Volaron en mi auxilio las sagradas jerarquías de la gloria que siempre me aguardan. ¿Qué tiene tu amado José entre todos los demás, me decían? ¡Oh, hermosísima entre todas las mujeres! ¿Qué hay en tu querido sobre los otros queridos que así nos conjuras para que lo busquemos? ¿Que tiene ese Hijo tuyo que es al mismo tiempo el verdadero Hijo de Dios?

9. Ese Hijo de mi virginidad purísima, y de la purísima virginidad de José, es mi amado, es blanco, es rubio, es el escogido entre los millares todos, de todos los hijos de los hombres.

10. Su cabeza es oro purísimo, sus cabellos largos y espesos como renuevos de palmas, y de una negrura que encanta como que es superior a la del cuerpo.

11. Sus ojos como de palomas, pero palomas de las que se ven junto a los arroyuelos de las aguas, que tienen la blancura como si estuviesen lavadas con leche, y que se paran aun a la orilla de corrientes.

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12. Sus mejillas, como dos eras de plantas aromáticas plantadas hábilmente por sabios perfumeros; sus labios, lirios rosados que destilan mirra purísima.

13. Sus manos, de oro y como hechas a torno y todas llenas de jacintos; su pecho y vientre, como dos vasos de marfil guarnecidos de zafiros.

14. Sus piernas eran como columnas de mármol sentadas sobre bases de oro; todo su aspecto era majestuoso como lo es el del Líbano; y era escogido como el cedro entre árboles.

15. Y suavísimo el eco de su voz, como si aun lo oyera y, en suma, es envidiable y dignísimo de infinitos deseos; tal es mi amado Hijo, el Hijo unigénito del eterno Padre, el purísimo Hijo de la virginidad mía, y de la virginidad purísima de mi esposo José y este mismo José, amado mío, es mi amigo y el es mi conductor, mi seguridad y todo mi refugio, en la fuga que emprendo hacia Egipto para salvar a mi Hijo Jesús.

16. José: Ya veo que el espíritu de sabiduría ha hecho sobre ti el asiento más cabal y perfecto; ya veo que me conoces a mí, que, como virginal esposa mía, se te ha comunicado cuanto yo soy; ya veo que conoces quién es nuestro Hijo Jesús, y como ya estoy contigo. ¡Oh hermosísima entre todas las mujeres! no tienes necesidad de preguntar hacia dónde partió tu amado José, ni por dónde se fue para que lo busquemos contigo. Aquí, aquí estoy; aquí está la asnilla sobre la que debes cabalgar desde este momento, y partamos a Egipto, para salvar a nuestro Hijo.

Alabemos, honremos, adoremos a Jesús, José y María, diciendo de corazón: Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía; asistidme en mi agonía; y haced que expire en paz y con vosotros el alma mía.

Sexta conversación.

María: Llegamos a Egipto, los ídolos cayeron, los desiertos quedaron santificados, y desde entonces sembrose en ellos la admirable semilla de millares y millares de santos y perfectos cenobitas. Llegamos a Egipto, y José establece su casa, y con el sudor de su rostro nos gana lo suficiente para la vida, y con la práctica de su virtud hace que los egipcios nos consideren, nos respeten, nos amen, nos llenen de beneficios. ¡Qué grandes son las virtudes de José! ¡Cuán heroicos todos sus actos, cuán perfectas aun sus menores acciones! Como yo obré siempre con la perfección de Madre de Dios, José fijos siempre sus ojos en mis obras, obraba también siempre con la perfección de padre de Dios, pudiendo yo decir con toda verdad que José,

1. Mi amado José, ya está en su huerto perfectísimo, en el que cultiva hábilmente las flores de la virtud más heroica, ya habita en su plantío de las yerbas aromáticas, ya se recrea en sus vergeles cual más agraciados, ya recoge sus lirios míos cual más exquisitos, y después de tanta perfección en su modo de obrar he quedado tan contenta y tan satisfecha, que digo de corazón:

2. Yo soy toda de mi amado José, y José mi amado que sólo se apacienta entre lirios de la más exquisita pureza es todo para mí; y en ese mutuo y suavísimo abrazo comenzamos a darnos la prueba más exacta

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y perfecta del más acendrado amor; porque aun aquí en Egipto entre los trabajos del más sentido destierro, nuestra vida espiritual es un festín de bodas que nos recuerda sin cesar los gozos de eterna gloria. ¡Qué perfecto eres en todos tus actos, mi queridísimo esposo José!

José: Pero ¿qué diré yo de ti, carísima esposa mía? Cuanto hay en mí lo saqué yo de ti, como tú lo sacaste de Jesús, y si yo soy lo que dijiste ¿qué diré yo de tus actos estando en Egipto? ¿Cómo expresaré tu solicitud heroicamente perfectísima en cuidar las cosas de las casa? ¿Cómo arreglaste con perfección inimitable el cumplimiento de todos tus deberes para con nuestro Hijo Jesús? Por esto, describiéndote según eres, digo con toda verdad:

3. ¡Cuán hermosa eres, querida mía, María, y cuán llena de dulzura! Eres bella como Jerusalén, eres terrible y majestuosa como un ejército en orden de batalla, y eres tan indispensable e importante, cuando se trata de la salvación de las almas, como lo es para la defensa de los enemigos la torre fuerte y el alcanzar fortificado.

4. Cuando yo me encuentro excitado con los mayores deseos de adelantar en la virtud, y me fijo en tu obrar perfectísimo y lo considero en todas sus fases, no puedo menos que exclamar: Apártame esos tus ojos de tu purísima intención de glorificar a Dios, porque al ver lo mucho que me falta, me hicieron salir de mí. ¡Cómo no! si aun tus místicos cabellos de tan admirables pensamientos que siempre han sido los más puros, los más santos y los más inmaculados pueden compararse al fino pelo de los rebaños de cabras, que se dejan ver viniendo de Galaad, pensamientos divinos que siempre versaban en un Dios hecho hombre, en un Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar y en un Dios tan amante que, después de haber muerto por nosotros, nos promete una infinita recompensa en la eterna gloria.

5. Todas tus palabras, como dichas con el mayor grado de la pureza de intención más acendrada, son comparables como tus dientes blancos y unidos que aparecen como la manada de ovejas al subir de lavarse, todas con dobles crías, sin que haya entre ellas, ni una sola que sea estéril.

6. Tus obras, todas comenzadas, continuadas y concluidas con el acto de caridad más inflamado, pueden compararse al cacho o roja corteza de granada porque así son tus mejillas sin lo que tienes encubierto y guardado de lo extraordinario que ya recibiste en el mayor grado posible.

7. Es verdad que yo amo en gran manera a todas las almas que son mis devotas; es verdad que como esposo de la Emperatriz de los cielos y tierra, y como padre del que lleva bordado en su muslo: Yo soy el Rey de los reyes y el Señor de los señores, corono como reinas a aquellas mis devotas que por su amor a la castidad están próximas a consagrarse a Dios y las distingo bajo el místico nombre de: son sesenta las reinas; es verdad que tengo obras más privilegiadas todavía y que apellido: son ochenta las concubinas, que después de haber sido mías por su fervor, su devoción y su verdadera piedad están en camino de consagrarse a Dios; así como son innumerables las doncellitas, que por su cabal inocencia esparcen los suavísimos aromas de la más cándida virginidad ya del todo consagrada a Dios; sin embargo, yo debo decir con toda verdad que a pesar del amor infinito que profeso a todos los redimidos como verdaderos hijos de Adán:

8. Con todo, a una sola amo con todo el amor que no está destinado a Dios; y ésta eres tú, María; tú que eres mi paloma, mi única escogida, como perfectamente hermoseada con todo el torrente de gracias

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destinado a la Madre de Dios, que está conmigo, siendo verdaderamente mi desposada. Por esto, te repito que una sola eres tú, oh perfecta mía; tú, mi esposa verdadera, del todo agraciada; tú, la Hija única de tu Madre Eva; y tu, la escogida de tu Madre, para que, como concebida sin la culpa original, aplastaras con tu débil planta la monstruosa cabeza del dragón infernal.

María: ¿Qué diré de ti, José santísimo? ¿Cómo describiré yo también tus pensamientos palabras y obras durante los años que conmigo estuviste en Egipto? También tus pensamientos fueron puros, santos e inmaculados; también tus palabras versaron sobre un Dios hecho hombre y que era tu Hijo; sobre un Dios oculto en el augustísimo Sacramento del altar, que formaba tu deseo; y sobre un Dios que había de morir por todos a fin de salvarnos y redimirnos; y también tus obras fueron siempre bañadas con el torrente caudalosísimo de la más acendrada caridad. Viéronme, como has dicho, todas las innumerables almas santas que aun viven en el mundo, y que me aclamaron dichosísima; viéronme todas las reinas y demás esposas del Cordero que ya disfrutan las delicias de la gloria, y me predicaron tantas y tales alabanzas que ante los cielos y la tierra dijeron:

9: ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol y terrible como un ejército formado en batalla? Así eres tú también, mi querido esposo; y habiendo muerto el autor de nuestro destierro, el desgraciado Herodes, el ángel nos consoló, y te fue dicho que tomaras al divino Niño y a su Madre, y partieras otra vez hacia la ciudad de nuestros mayores. Tú, imitándome a mí, puedes decir: Yo soy el que soy, porque eres tan privilegiado que no ha habido en ti ni una sola imperfección; y siempre has obrado lo más santo, lo más perfecto, lo más heroico. Entre tanto, yo bajé juntamente contigo al huerto de los nogales, que presentaron por do quiera las místicas nueces de la mayor perfección; he visto los frutos abundantes y dulcísimos de las cañadas tuyas y las de las mías; y he observado si estaba en cierne la viña y si habían brotado los granados. En fin, llegó la hora de nuestra salida de Egipto, y al ver que buenos y salvos volvíamos al país de nuestros abuelos,

10. y mi alma, andando por aquellos desiertos de nuevo santificados, rebozaba la más pura alegría; íbamos recordando nuestros parientes y veíamos cercana la hora de aumentar nuestra dicha y felicidad con la presencia de aquellos seres tan queridos como santos. Estando en territorio de Israel, supo José que Arquelao reinaba en la Judea en lugar de Herodes, su padre; y nuevas dudas, nuevos temores, nuevas aflicciones se apoderaron de nuestro corazón; y hasta en ese momento no advertí que podríamos producir todavía óptimos frutos producidos en esa nueva tribulación y de hecho se conturbaba mi alma sólo al pensar que las aguas de esas nuevas angustias debían ser conducidas en los carros de Aminadab; pero ahora veo que le plugo al Altísimo el comunicarme su fortaleza, hízome salir de nuevo victoriosa, enseñome todas mis palmas, me presentó todos mis trofeos, señalome el tiempo de la coronación; y penetrando ya en la ciudad de Nazaret, donde en compañía de nuestros abuelos habíamos de fijar nuestra residencia, todos mis parientes me dijeron: Vente, ya que saliste victoriosa; vente, oh Sulamitis, vente, vente, hacia nosotros, para que contemplándote de nuevo te veamos bien, y veamos igualmente a tu amado esposo José, que te es en todo tu semejante.

De nuestra parte, llenos de la mayor gratitud, digamos de corazón: Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía; asistidme en mi última agonía; y haced que expire en paz y con vosotros el alma mía.

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Séptima conversación.

José: Como desde nuestra llegada a Nazaret nos establecimos en nuestra casa, y después de las visitas de verdadera caridad, y de satisfacción más cumplida de todos los buenos que tenían conocimiento de la llegada del Mesías, entablamos la vida más santa y más perfecta que hayan podido contemplar los más abrazados serafines, hasta el grado de haber sido siempre ella el modelo más perfecto de los cristianos que nos debían de imitar, dije desde entonces: ¡Oh, vosotros, hombres y mujeres, ricos y pobres, sabios e ignorantes!

1. ¿Qué podrías ver en mi esposa María, la verdadera Sulamitis, sino coros militares de la más deliciosa y atractiva música en medio de los escuadrones armados a lo poderoso e irresistible? Así hablaba yo de María, cuando llegado con ella decía: ¿Qué podríais ver en mi esposa María, sino una mezcla la más preciosa de cosas agradables y bellas, y al mismo tiempo terriblemente espantosas? Todo era en María, mi esposa, la virtud más heroica, los pensamientos más puros, las palabras más santas, las acciones más inmaculadas, todo era en ella amor sumo a la virtud y sumo odio al vicio. No pudiendo describirte, ¡oh, esposa mía, como eres! al menos exclamaré para instrucción de nuestros hijos: ¡Oh hermosa Princesa! ¿Con qué gracia andan esos tus pies, divinamente colocados en tan rico calzado? Y ¿con qué maestría han sido labradas las junturas de tus muslos? Ellas son al par de goznes delicados y de finísimas charnelas, ¡oh! y ¿con qué gracia ha sido labrado ese tu seno? El es cual taza hecha a torno, y es tan privilegiado, que por haber sido fecundado por obra del Espíritu Santo, y haber sido el asiento de la increada Sabiduría, ha quedado tan privilegiado, que nunca quedará exhausto de los preciosos licores de tu Amado.

2. Tu vientre, ya causa de nuestra alegría, es como montoncito de trigo cercado de azucenas.

3. Tus dos pechos, ya vaso cada uno de ellos espiritual, y aun doblemente honorable, son como dos cervatillos mellizos escogidos con doble cría.

4. Tu cuello, ya vaso insigne de devoción y rosa mística, es tan terso y blanco como la torre del más antiguo y más pulido marfil; tus ojos, más importantes que la torre que edificara David para su defensa, son tan bellos, brillantes y misericordiosos, como los cristalinos estanques de Hesebón, situados en la puerta más concurrida de las gentes; tu nariz, como casa de oro, arca de la alianza y puerta del cielo, es tan bien formada, como la graciosa torre del Líbano, que mira frente por frente de Damasco.

5. Tu cabeza, ya estrella de la mañana, salud de los enfermos y refugio de los pecadores, es tan noble, tan elevada y majestuosa como el Carmelo; y los cabellos de tu cabeza, siendo ya consuelo de los afligidos, auxilio de los de los cristianos y redentor de los cautivos, son tan admirablemente blondos y agraciados, como la púrpura de rey puesta en flejos.

6. ¡Ah! cuán bella eres, y cuán deliciosa te presentas, amabilísima Princesa y purísima esposa mía.

7. En fin, tu vida común y ordinaria, y siendo al mismo tiempo la más celestial y la más divina; tu vida toda ocupada en la unión más íntima con tu Hijo y con tu Dios; tu vida cual hacendosa Madre de familias te determina la Mujer fuerte; tu vida las más piadosa, visitando anualmente el templo de Jerusalén; tu vida en los triste y alegres días de la pérdida de Jesús y su hallazgo en el templo; tu vida,

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en suma, mandando a Jesús, y Jesús obedeciéndote, Jesús perfeccionándote, Jesús admirándote y Jesús declarándote la dignísima Madre suya; tu vida, en fin, me hace exclamar de ti: ¡Oh, María! esposa mía, parecido es tu talle a la gallardía de la palma, y tus pechos a los hermosos racimos.

8. Qué mucho, pues, que al verte toda llena de gracia, teniendo contigo al Señor, bendita entre todas las mujeres y la dignísima Madre de Dios, a fin de poder yo también de algún modo encontrarme todo lleno de gracia, teniendo conmigo al Señor y ser bendito entre los hombres y dignísimo padre de Jesús, diga, de hecho, de corazón y de alma, con todos mis afectos y con todas mis fuerzas: voy a imitarte y trabajaré con tanto empeño para ser como toda verdad la copia más perfecta de tus gracias, de tus privilegios y de tus virtudes; que diga también ya, con toda verdad: Yo subiré a este mi palmero, y cogeré con la mayor fidelidad estos sus frutos; y desde ese momento, aunque sea al fin de mi vida, tus pechos del divino amor serán para mí como racimo de uvas y el olor de tu boca como de manzanos.

9. Y aun la voz de tu garganta me deleitará tanto como el más generoso vino.

María: ¡Ah!, sí, con razón lo has dicho, que yo era para ti como el vino más exquisito, pero vino consagrado y debido a ti, José, mi amado esposo, para que empeñándome a obrar con mayor fidelidad, hablando con conversaciones más divinas y pensando lo que es únicamente la más perfecta voluntad de Dios, bebas el delicioso vino de mi admirable conducta y te saborees con él, conservándolo entre tus dientes y labios. ¡Qué grande eres, mi amado esposo José! ¡Cuán amorosos los afectos todos de tu corazón! ¡Cuán ardentísimos los actos de tu divino amor! ¡Cuán perfectas y admirables tus conversaciones! ¡Cuán heroicas todas tus obras! Eres más puro que los vírgenes y confesores más mortificados, más fiel que los mártires, más celoso que los apóstoles, más penitente que los anacoretas y más ilustrado que los profetas; eres más ángel que todos los ángeles, más arcángel que todos los arcángeles, más trono que todos los tronos; más dominación que todas las dominaciones; más potestad que todas las potestades; más virtud que todas las virtudes; más serafín que todos los serafines; más querubín que todos los querubines y más principado que todos los principados. Así eres de santo y de perfecto, de puro e inmaculado ante los hombres y ante Dios; así, así eres ahora, así, así has sido en todos tus actos ya desde el principio; y así, así fuiste desde el primer instante de tu concepción. Y si ya así fuiste desde el principio ¿qué serás ahora? ¿Qué serás ahora después de haber obrado siempre y en toda ocasión, con la mayor fidelidad que correspondía al único mortal destinado a ser padre de Dios y dignísimo esposo mío?

10. En vista de tantas riquezas de virtud como te acompañan, ya que en fuerza de ellas eres todo para mí, así también yo soy toda de ti, mi amado; ya que tu corazón está tan inclinado a mí, que me dispensa sin medida aun sus favores más exquisitos. Por mi parte, voy a entregarme del todo a ti, para decirte:

11. Ea, ven, pues, mi querido esposo mío; ven, ya que resplandecen en ti todas las prerrogativas de los nueve coros angélicos; ven tú, que eres más que ángel, por ser la fidelísima guarda de Cristo, Dios y hombre verdadero; ven tú, que eres más que arcángel, por ser guarda de Cristo Rey; ven tú, que eres más que principado, por haber sido como superior de Cristo y a quién Cristo obedecía; ven tú, que eres más que potestad, porque siempre conservaste toda la dignidad de la justicia y mereciste por tu humildad profundísima ser elevado a la dignidad suma de padre de Dios; ven tú, que eres más que virtud, porque con tu fortaleza venciste grandes dificultades y trabajos en el servicio de Jesús y María; ven tú, que eres

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más que dominación, porque vencidas tus pasiones de la manera más cabal, más perfecta y más absoluta, venciste a los tiranos y al mismo Lucifer; ven tú, que eres más que trono, porque lo fuiste del Hijo de Dios, teniéndolo en tu misma casa por muchos años y aun en tus brazos innumerables veces; ven tú, que eres más que querubín, porque fuiste la guarda de mí misma; y ven, en suma, tú, que eres más que serafín por el supremo y abrasado amor de Dios que ardía continuamente en tu pecho; ven, pues, y salgamos al campo, moremos en las granjas.

12. Nos levantaremos muy temprano para ir a las viñas, miraremos si está en cierne nuestra viña, si de las flores brotan ya los frutos, si florecen los granados, y allí te abriré con más libertad ese mi ardoroso e invencible pecho.

13. Ea, pues, esposo mío, ven, ven tú, que brillas con todas las excelencias y prerrogativas de los coros angélicos y órdenes de los santos; ven, esposo mío, tú que eres más que los patriarcas, por haber merecido el nombre de padre de un Hijo en quien son benditas todas las generaciones; ven tú, que eres más que profeta, por haber entendido perfectamente todos los secretos de las escrituras, y supiste mucho antes de que sucediesen los grandes hechos de Jesús; ven tú, que eres más que apóstol, porque con tu trato y conversación convertiste muchos hombres y mujeres al conocimiento del verdadero Dios y, en fin, José esposo mío, porque al par de mí misma, eres ya el rey de los profetas, rey de los patriarcas, rey de los apóstoles, rey de los doctores, rey de los mártires, rey de los confesores, rey de los vírgenes y rey, en suma, de todos los santos. Ven, pues, José esposo mío, y vámonos porque las mandrágoras están despidiendo su fragancia, y porque allí tenemos en nuestras puertas a Jesús, nuestro Hijo, el cual nos llenará de los más abundantes frutos de toda virtud, puesto que las virtudes nuevas y las añejas, las mías y las de Jesús, todas las he guardado para ti que eres mi amado esposo.

De nuestra parte, digamos de corazón y con el mayor afecto: Jesús y María yo os doy el corazón y el alma mía; asistidme en mi última agonía; y haced que expire en paz con vosotros el alma mía.

Octava conversación y conclusión.

1. José: Conozco, oh María, mi queridísima esposa, conozco que ha llegado para mí la última hora, y hora la más preciosa, porque es necesario pagar a la naturaleza el justo tributo de la muerte. Es cierto que nuestro divino Hijo, como concebido por obra del Espíritu Santo, necesariamente no ha de morir, ni ambos a dos como dignísimos padres de Cristo, tampoco necesariamente debíamos de morir; sin embargo, los tres moriremos; morirás tú, dignísima esposa mía, después de haber sido la maestra de los santos apóstoles, que pronto llamará nuestro Hijo Jesús, para que sean las columnas del grande edificio de la religión cristiana; morirá nuestro Hijo en el árbol de la cruz para la redención de todos los hijos de Adán; y yo mismo voy a morir muy pronto, para ir a manifestar a nuestros santos abuelos que están en el tiempo, que ha llegado ya el Redentor por cuatro mil años tan deseado.

María: Oigo, oigo lo que me dices, mi queridísimo José, y como la señal de tu preciosa muerte es la señal ciertísima del glorioso comienzo de la vida pública de Jesús, y el principio de tus gloriosas recompensas, por esto, nadando yo en el mar inmenso de la más gloriosa dicha, no puedo menos que exclamar de la manera más acentuada: Oh ¿quién me diera, hermano mío esposo, que tú fueres como el

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niño que estuviere mamando a los pechos de mi madre para poderte besar cuando te hallare fuera? De este modo yo te tendría casi continuamente y nadie me desdeñaría por el continuado, aunque oculto ejercicio de mi amor hacia ti. Sí, esposo mío, ya te veo perfectísimo; veo que tu santidad ha llegado a la mayor heroicidad posible; y como yo, al fin de mi vida, seré un Jesucristo consumado, así como desde el primer instante de mi concepción inmaculada fui un Jesucristo comenzado, así, tú también ahora, José, mi amadísimo esposo, eres un padre de Dios consumado, como desde el principio de tu concepción fuiste ya un padre de Dios comenzando; por esto, no dejaré perder una sola ocasión de cuantas me lo permitas para mostrarte mi divino amor.

2. Por esto, yo te tomaré, yo te conduciré a la casa de mi madre, para que allí me enseñes lo que eres y me hagas notar todas tus gracias; por mi parte, yo te daré a beber el vino compuesto de mi mayor perfección; añejo vino confeccionado todo con varios aromas de la más acrisolada virtud, y aun te daré del licor nuevo de mis granados, que a mí sola me corresponde como verdadera Madre de Dios.

3. Y mientras duraren tan divinas correspondencias, tú, esposo mío, pondrás tu izquierda bajo mi cabeza, me abrazarás con tu derecha, y tendrá lugar la consumación del divino matrimonio.

4. José: Oh, hijas de Jerusalén, oh futuras esposas de mi Hijo Jesús, oh almas devotísimas de mi queridísima María, os conjuro que no me la despertéis con vuestros ruegos, ni le quitéis el místico sueño de la más elevada perfección, hasta que ella misma lo quiera por medio de las obras más acendradas que va a consagrarme a mi amor, estando como estamos en el momento sentidísimo y al mismo tiempo en la hora felicísima de nuestra separación. Yo la veo toda pura, toda limpia, toda brillante de blancura, siendo un verdadero Jesucristo consumado y me veo obligado a exclamar:

5. ¡Oh! ¿Quién es ésta que sube del desierto rebozando delicias y apoyada en su amado? Eres tú, oh María, eres tú la privilegiada criatura, y eres tú la que con toda verdad puedes decir: Yo soy la verdadera Madre de Dios; y por consiguiente, la que verdaderamente afirmar pudo: Yo fui levantada de debajo del manzano, de la culpa en el que yacía todo el género humano, lugar fatal donde fue desflorada mi madre Eva con toda su descendencia y donde fue violada aquella misma madre mía que me parió.

María: ¡Oh hijas de Jerusalén!, ¡oh futuras esposas de mi Hijo Jesús!, ¡oh almas devotísimas de mi queridísimo José! os conjuro que no lo despertéis con vuestros ruegos de que viva todavía en este mundo; ni le quitéis el místico sueño del que ya disfruta, pues dispongo que sea asistido de millares de ángeles, de los que me hacen la corte, con lo que le restituyo en parte sus infinitos servicios, que con toda bondad siempre me ha prestado Dios Espíritu Santo, que con relación a mí, vio siempre en él a su fidelísimo hermano, Dios Padre, que lo vio en todos sus actos como a su más fiel representante, y Dios Hijo, a quien siempre para honrarlo, ensalzarlo y glorificarlo lo apellidó su padre, le comunican sin cesar los grados más heroicos de virtud y la contemplación más subidísima. Hijas de Jerusalén, contempladlo y veréis que ha llegado a la más elevada perfección; y veréis que puede decir también: Yo soy el padre de Dios; y soy, por consiguiente, el que con toda verdad afirmar pudo: Yo fui levantado de debajo del manzano de la culpa en el que yacía todo el género humano, lugar fatal donde fue desflorado mi padre Adán con toda su descendencia y donde fue violado aquel mismo padre mío que me dio el ser.

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6. ¡Oh, esposo mío José! ya que por tu única y del todo divina vocación eres a mí tan semejante; ya que ha sonado la hora de tu gloriosa partida; ya que Jesús, el Hijo mío y también hijo tuyo, te asiste en la cabecera para llenarte de toda bendición y de toda gracia y de todo privilegio, ponme desde ahora por sello sobre tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo, porque mi amor que deseo comunicarte del todo es fuerte como la muerte; implacables como el infierno los terribles celos de la mayor honra y gloria de Dios; sus obras, brasas ardiendo y un volcán de inmensas llamas es mi corazón.

7. Las muchas aguas de casi continuas tribulaciones ya no podrán apagar mi amor, y ni los ríos de todas las penas podrán sofocarle; y esta caridad que te comunico de la manera más cabal, más perfecta y más absoluta es tan excelente, es tan subida, es de tan elevada perfección que nada dirías tú, oh hombre privilegiado, aunque para alcanzarla dieses todo el caudal de tu casa, y ésta fuese todo el mundo. Pero, esposo mío José, te lo voy a decir desde ahora ya que partirás presto, más todavía cuando estabas sentado en el trono de la gloria y más aun cuando después de diez y nueve siglos, llegada la plenitud de los tiempos comenzarás a ser mejor conocido; mira a tus devotos que viven en el mundo, y mira que muchos te querrán con fervores incomparables.

8. Y cada una de estas aguas felices es ya nuestra pequeña hermana por el bautismo, pero no tiene todavía los pechos de la vocación. Ea, pues, esposo mío, ¿qué haremos por cada una de nuestras hermanas en el día que se les haya de hablar por el ministerio de tu gracia sobre el glorioso estado a que las convidas? Ea, compadécete de todas ellas, entresácalas del mundo, y como yo las he hecho hijas mías, hazlas tú también hijas tuyas.

Ea, esposo mío, si las escoges de modo que formen tu glorioso Instituto, que llamarse debe de Hijos e Hijas de María y del Señor San José; y si las escoges, como te lo suplico, yo las haré fuertes como un muro, edificándolas baluartes de plata; yo las haré útiles como una puerta reforzada con tablas del incorrupto cedro. Sí, adorado mío, recíbelas en tu gracia y amistad.

10. Porque ya soy fuerte como fuertísimo muro; y el amor que habita en mis pechos lo es como una torre, como que en tu presencia y cohabitación divina encontré del todo la paz verdadera y la verdadera felicidad; recíbelas bajo tu poderosa protección, y cada una de ellas será en tu corazón como un jardín florido donde tu te apacientes con toda satisfacción; y será, además, una viña plantada, es verdad, entre los terrenos de este mundo, pero llena y cuajada de los más abundantes y sabrosos frutos.

11. Pero frutos y viña que pertenecen a ti, oh pacífico, como el gran director de los miembros de tu glorioso Instituto. Y para que nadie dude de que cada una de las almas que forman el Instituto Josefino las habías escogido, tú la entregaste a celestiales viñaderos para que la cultivasen; y cada una de ellas, del todo agradecida, te prometió mil monedas de la riquísima plata de sus buenas obras. Yo, del todo agradecida, te digo en recompensa: La viña mía está delante de ti.

12. Las mil monedas de tus santas obras son también para ti; y aún las doscientas que habías destinado al custodio de los frutos de tus escogidas.

13. Oh, tú que moras en las huertas, tú eres el dueño de aquel mi jardín florido, juntamente con tus amigos los sentidos de tu cuerpo que me escuchan. Vamos al lugar de tu descanso en donde harás que yo oiga tu sonora voz. ¡Ah!, sí, allí seguiré siempre a mi amado esposo; allí entonaré siempre y sin cesar

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aquel tu cántico nuevo. ¡Ah! corre aprisa amor mío... huye conmigo al monte de los divinos aromas... y corre tanto que te asemejes a la corza y al cervatillo, para que eternamente oigas mi voz, y yo te siga por doquiera que vayas con amor poderoso, infinito, inmenso, siempre eterno.

De nuestra parte, concluyamos también diciendo: Jesús, José y María yo os doy el corazón y el alma mía; asistidme en mi última agonía; y haced que expire en paz y con vosotros el alma mía.