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Amber Argyle

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El mundo está cambiando.

urante miles de años, la Canción de Bruja ha controlado todo, hasta los vientos para el cambio de las estaciones. Pero ya no. Todas las Brujas se han

ido, han sido capturadas por la Bruja Oscura, Espen.

Mientras los últimos ecos de la Canción de Bruja se desvanecen, Espen se hará más fuerte, cuando el invierno y el verano entren en el espacio de un día. Ahora viene por la chica tímida, sin formación de quince años de edad llamada Brusenna. De alguna manera, Brusenna tiene que tener éxito donde todas las demás Brujas han fallado. Buscar a Espen. Luchar contra ella. Y derrotarla. O ya no habrá nada que salvar.

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Traducido por Dany Corregido por CairAndross

l cabello color pajizo de Brusenna se sentía tan caliente como el sol. Ella se sentía pegajosa por el sudor que le corría por la espalda y provocaba que su

sencillo vestido se le pegara al cuerpo. Todos sus instintos la instaban a huir de las miradas, que le picaban como si de avispas iracundas se trataran. Y le esperaba un largo camino de regreso desde el mercado.

El comerciante terminó de envolver los carretes de hilo en un arrugado papel marrón. —Doce upices —dijo Bommer, con acritud.

Un precio ridículo, sin duda agravado por la sequía. Si Brusenna hubiese sido cualquier otra persona, podría haber regateado hasta la mitad. Pero, aunque los aldeanos sólo lo sospechaban, eso era suficiente… Cuidando de no tocar la de ella, la mano del hombre recogió las monedas que dejó caer. Se preguntó qué cosas maravillosas comería él para tener esa piel. Cosas como los pasteles endulzados con miel, que aún se podían oler en la ropa mucho después de dejar el mercado.

Mientras Bommer murmuraba entre dientes y contaba su dinero, Brusenna apretó los paquetes firmemente contra su pecho y se alejó de prisa. No había dado cinco pasos, cuando una mano pesada se cerró sobre su hombro. El miedo atravesó sus venas como un millar de ortigas. En ese lugar nadie la tocaba.

Con una mueca de dolor, Brusenna echó el cuello hacia atrás para ver que el comerciante se cernía sobre ella. —¿Tratas de engañarme, cantora?

Cerca como estaba, su olor corporal la golpeó fuerte. Se tragó las ganas de vomitar. Su mente trabajó furiosamente. —Le di doce —logró decir.

Él aferró su otro brazo y la tironeó, acercándole el rostro al suyo. Ella se encogió cuando la gran barriga presionó contra su cuerpo. En algún lugar, chilló un bebé. —¿Crees que no sé contar?

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Brusenna intentó responder, pero su boca estaba sellada. Debió tener más cuidado. Debió quedarse hasta que él terminara de contar las monedas, pero estaba demasiado ansiosa por escapar. El comerciante la sacudió y las uñas sucias se le clavaron en la piel, mientras los paquetes resbalaban de sus manos y caían al suelo.

Con respiraciones cortas y arqueando el cuerpo para alejarse, Brusenna se retorció con desesperación por liberarse. —Por favor —dijo, encontrando finalmente su voz. —¡Déjeme ir!

Bommer se echó a reír, con los ojos brillantes de placer. —No, no lo creo. No esta vez. ¿Sabes cuál es el castigo por robar?

El cepo. Brusenna tragó saliva. Atrapada durante un día entero, con todo el pueblo burlándose de ella. Le arrojarían cosas. Comida en mal estado. Y peor. Buscó ayuda en la multitud, que se había reunido entusiasta alrededor de ellos. La satisfacción brillaba en todos los rostros. Ella se sintió repentinamente furiosa con su madre, por dejar que enfrentara esto a solas. Por negarse a ir allí, debido a que alguien podría reconocerla.

—No he robado —susurró, a sabiendas que ya nadie la escucharía.

—¿Me has llamado mentiroso? —El tabaco le salpicó el rostro. Él le dio una bofetada. Su visión se volvió blanca, luego negra con estrellas, y entonces, cambió a rojo. Probó el sabor de la sangre. Los ojos le ardían de lágrimas. Apretó los dientes, tratando de apartar el dolor, negándose a llorar.

Bommer la llevó, medio a rastras, hasta el centro de la plaza, donde había dos bloques de madera conectados por una bisagra. Tenían tres agujeros, uno para el cuello y dos para las muñecas. Restos de estiércol y comida en mal estado embarraban las piedras de la base.

La visión del cepo hizo que Brusenna entrara en acción. Se retorció y forcejeó. Poniéndole una mano en la nuca, Bommer le empujó la garganta contra el agujero central. Ella se echó hacia atrás. Él la empujó con más fuerza. La madera le cortaba la tráquea. No podía respirar.

—Deja que la niña se vaya o perderás tu cerebro, amigo —dijo una voz femenina que, de algún modo, era suave y autoritaria al mismo tiempo.

Brusenna sintió que Bommer se paralizaba, con un brazo todavía apoyado en su cuello. Le dio un empujón, para ver quién había hablado. Frente a ella, sentada a

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horcajadas sobre un lustroso caballo negro, una mujer observaba al comerciante a través del cañón de un caro mosquete.

El viento sopló, haciendo que el brillante cabello ondulara como un campo de trigo maduro. Los ojos color cobalto de la mujer encontraron los dorados de Brusenna. Ella jadeó. Esperaba ayuda, pero nunca imaginó que vendría de alguien tan rico y poderoso.

—¿Qué me ha dicho? —preguntó el comerciante a la extraña.

La mujer echó el percutor hacia atrás. —Has oído lo que he dicho.

Bommer no respondió. Brusenna sintió cómo se desvanecía la certidumbre del hombre. Cuando nadie se movió para respaldarlo, éste emitió un profundo suspiro desde la garganta. Empujó una vez más el cuello de Brusenna con fuerza. Pero luego la liberó.

Ella se derrumbó, aferrándose la garganta y tosiendo con violencia. Cuando las luces dejaron de bailar ante sus ojos, levantó la mirada. La mujer la estaba observando, con la ira ardiendo en sus ojos. La extraña bajó el arma. —De donde yo vengo, los comerciantes solicitan la moneda que falta antes de acusar a sus clientes de ladrones. En especial, si es una niña.

¿Una niña? Brusenna bregó por ponerse de pie. Tenía casi quince años. Entonces, por el rabillo del ojo, vio que el Alguacil Tomack se abría paso entre la multitud. Todo pensamiento de rebeldía voló de su cabeza. Trató de escurrirse por una abertura, pero la presión de los cuerpos apretados hacía un muro inexpugnable. Los brazos que la rodeaban fueron los que la empujaron de regreso hacia Bommer. Ella se estremeció cuando la mano del hombre se cerró, otra vez, sobre su hombro.

—Alguacil, esta niña me robó y esta… —el comerciante luchó con las palabras, como si tuviera un mal sabor de boca —…mujer está interfiriendo.

—Eso he oído, Bommer. —El Alguacil Tomack estudiaba a Brusenna con una expresión indescifrable —¿Estás tratando de causar problemas, niña?

Hundiendo las uñas de los pies en la tierra apisonada, ella negó rotundamente con la cabeza.

El Alguacil gruñó. —Bueno, entonces dale su upice a Bommer o pasa el día en el cepo.

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La ira estalló en su pecho y murió, como la llama de una vela en una tormenta de viento. No importaba que ya le hubiera dado doce upices a Bommer. No importaba que él estuviera mintiendo. Ella no lo podía probar y su palabra no valía nada para los aldeanos. Hurgó en su bolsa de dinero, encontró un upice y se lo tendió a Bommer.

El comerciante negó con la cabeza. —Yo no quiero su dinero. Quiero que ella pase su tiempo en el cepo.

La mano de Brusenna se movió, automáticamente, a su cuello magullado. Las lágrimas escocieron en sus ojos. Parpadeó con rapidez para alejarlas.

—¿Por qué? —preguntó el Alguacil Tomack.

Bommer resopló. —Tú sabes por qué.

—Tienes pruebas.

Bommer escupió en el suelo. —Ninguno de nosotros las necesita. Todos sabemos lo que ella es.

Nadie la dijo, pero la palabra hizo eco en la cabeza de Brusenna: Bruja.

—¿La niña te había robado alguna vez, con anterioridad? —preguntó el Alguacil Tomack con cautela.

Bommer respiró hondo. —Su castigo es elección mía.

Con un clic, la mujer del caballo soltó el percutor de su mosquete. Desmontó y avanzó. La multitud se apartó, la mitad por miedo y la otra mitad por respeto. La extraña lanzó un puñado de monedas al pecho de Bommer. Las piezas de plata reluciente rebotaron y se desparramaron por todo el suelo. Brusenna dilató los ojos por el asombro. No había arrojado unos pocos upices sucios; las monedas eran silvers de plata.

Luciendo, a la vez, hermosa y temible, la mujer enderezó los hombros. —Toma tu dinero, comerciante. Si le das más problemas a la chica, veré que nadie vuelva a comprarte.

Bommer escupió un chorro de jugo de tabaco, peligrosamente cerca del pie de la mujer. —¿Quién es usted, para hacer esas amenazas?

Ella sonrió, dejando apenas sus dientes al descubierto. —¿Te gustaría saberlo?

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Evidentemente, eso dejó a Bommer con la boca cerrada. Al final, éste dirigió una mirada furiosa a Brusenna. —No vales la pena, cantora —. Recogió las monedas y se fue, dando pisotones, hacia su puesto.

El odio llenaba a Brusenna. Odiaba que las mentiras de Bommer le permitieran abusar de ella…Éste había obtenido diez veces el valor de su deuda. Odiaba a la multitud, que la odiaba a ella. Y sin embargo, pudo haber sido mucho peor. Pudo haber estado en el cepo. Un sombrío alivio corrió por su interior y enfrió su ira. Era hora de irse a casa. Se contorneó para desaparecer entre la multitud, pero la extraña mujer sujetó la parte trasera de su vestido con puño de hierro. Sabiendo que era mejor no pelear, Brusenna ahogó un gemido. No otra vez, pensó.

El Alguacil Tomack le hizo un ligero asentimiento con la cabeza a la mujer, antes de marcharse.

Brusenna paseó una mirada, llena de dolor, por el mercado. Aunque la multitud se había alejado a regañadientes, las personas todavía tenían sus sospechas y le lanzaban miradas de odio. La tolerancia hacia ella había disminuido mucho, desde que se agravara la sequía. Las culpaban, a ella y a su madre, por la muerte de sus cultivos, simplemente debido a lo que eran. Brujas.

Brusenna se obligó a abrir los puños. La brisa era fresca contra sus palmas sudorosas. Se giró hacia la mujer, aunque no se atrevió a mirarla a la cara. —Gracias —murmuró.

La mujer inclinó la cabeza hacia un lado. —¿Por qué le compras a ése?

Ella se encogió de hombros. —Los otros no me venderían. Y Bommer necesita el dinero.

—Por lo tanto, él está resentido contigo por ello —la mujer soltó el vestido de Brusenna. —¿Cómo te llamas, niña? —Su voz era dulce y ligera, como el aroma de los pasteles de miel.

—No soy una niña. Mi nombre es Brusenna.

La mujer suspiró aliviada. —Ah, la hija de Sacra. Eso pensé.

¿Cómo podía, esa mujer, conocer el nombre de Brusenna? ¿Y el de su madre? Los oídos le zumbaban. Se las arregló para menear la cabeza una vez. Comenzó a recoger sus paquetes dispersos. El papel se había arrugado contra la tierra apisonada.

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La mujer se acuclilló junto a ella. Recogió el último paquete, lo sacudió y se lo entregó. —Mi nombre es Coyel. ¿Me llevarías con tu madre?

A Brusenna se le encogió el estómago. Allí había dos reglas de hierro: uno, nunca les dejes oír tu canción; dos, jamás los lleves a casa. Tragó saliva. —Gracias, Coyel, por ayudarme. Pero yo no… Quiero decir, no creo… Quiero decir…

Coyel arqueó una ceja y bajó la voz, para que nadie más la oyera. —Yo soy la más antigua de las Guardianas de las Cuatro Hermanas.

Brusenna parpadeó, confundida. La declaración de Coyel parecía tener un significado más profundo pero, por más que lo buscó, no pudo entenderlo. —Yo… yo soy hija única. Mi hermana murió antes que yo naciera.

Una mirada de incredulidad cruzó por el rostro de Coyel y Brusenna supo que había errado el tiro por completo. —Llévame a tu casa. Debo hablar con tu madre.

Ella se mordió el labio inferior. Coyel la había salvado del cepo, así que si quería hablar con su madre…bueno, Brusenna se lo debía. Con una mirada nerviosa hacia los aldeanos, asintió y, a continuación, se escurrió por las calles.

Apenas la aldea se hubo desvanecido tras ellas, salieron a campos flaqueados por espesos bosques, que crecían sobre las suaves colinas como una manta peluda sobre gigantes dormidos. Por lo general, esas florestas eran de color verde oscuro, pero la sequía había provocado que las ramas más débiles se rindieran ante la estación, marchitándose en tonos rojos y dorados.

Los hombros de Brusenna aguijoneaban, ansiosos por la fresca y reconfortante sombra de los árboles. Ella se sentía desnuda al aire libre, como ahora, donde los odiosos aldeanos podían escrutarla. Se sentía aún más vulnerable ante el golpeteo de los cascos del caballo, que le recordaban a la mujer y a sus ojos color cobalto.

A casi una legua del mercado, Brusenna aguardó mientras Coyel ataba su caballo a un árbol cercano. El camino a través de los matorrales era denso y enmarañado, como el pelaje de un gato erizado. Su madre y ella lo habían hecho de ese modo, para mantener alejados a los intrusos.

Justo cuando ambas se disponían a ingresar al bosque, Coyel le puso una mano sobre el hombro. —Ésta es tu casa. Deberías ser tú la que cante la canción.

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Los ojos de Brusenna se dilataron, incrédulos. ¿Otra Bruja? No podía ser.

Coyel alzó una ceja. —A menos que prefieras que la cante yo.

Brusenna no entendía. Coyel era hermosa y poderosa. Nada de asustadiza o débil. ¿Cómo podía ser una Bruja? —En el mercado, sabías lo que yo era. ¿Cómo?

Coyel lanzó una mirada en dirección a la aldea. —Oí a alguien decir que, finalmente, la Bruja iría al cepo.

Brusenna cruzó los brazos sobre el estómago. Tenía sentido. ¿Quién más la habría ayudado, sino otra Bruja?

Coyel debió percibir su vacilación. —¿No eres capaz? —Había simple curiosidad en su mirada. Como si quisiera ver si Brusenna podría hacerlo.

Por supuesto que podía cantar para despejar el camino. Lo había estado haciendo por años. Pero Brusenna dudó. Cantar frente a una extraña iba en contra de años de entrenamiento. Estaba nerviosa, por tener que actuar delante de otra Bruja, una que era todo lo que ella no. Antes de poder cambiar de idea, cuadró los hombros y empezó a cantar.

Plantas del bosque, hagan un camino para mí Atravesando este bosque tengo que huir

Luego que lo haga, oculta mi pasar De cualquier enemigo que deba evitar.

La maleza se estremeció y luego se desenredó, como si hubiera sido rastrillada con un peine de madera. Mientras avanzaban, Brusenna continuó su canción. Apenas sus pies las traspasaban, las plantas se entretejían tras ellas, enredándose y anudándose entre sí en una barrera formidable, casi tan alta como el pecho de un hombre.

Lo que era casi imposible sin la canción, era fantásticamente fácil con ella. En escaso tiempo, dejaron atrás lo último de los bosques. Brusenna se hizo a un lado, para permitirle una vista completa de su casa a la mujer. La sequía había fragilizado el paisaje de todo el condado. Sin embargo, sus exuberantes jardines prosperaban allí. La casa y el granero estaban limpios y bien cuidados. La perezosa vaca lechera pastaba bajo la sombra de un árbol. Con una especie de feroz orgullo, estudió la reacción de Coyel.

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La mujer observó los prolíficos jardines con un solo barrido de mirada. Pero no parecía impresionada. Como si no hubiese esperado menos. Tal vez, no lo había hecho. Brusenna quería preguntarle por qué había ido allí, pero su lengua estaba seca. Su mente se lo gritó, en su lugar. ¿Qué quiere con nosotras?

Bruke, el enorme perro-lobo de Brusenna, las vio desde las sombras de la casa y saltó hacia delante, con el cuello rígido de desconfianza. Lo habían comprado como perro guardián, después que alguien le disparara a su viejo caballo. Los cautelosos ojos del can se dirigieron, interrogantes, a Brusenna.

Ella parpadeó con rapidez. De repente, sentía la necesidad de explicar por qué había roto las reglas antes de conducir a la extraña a su casa. Pasó junto a Coyel y subió por el camino rastrillado. —Bruke, ven.

Con un vistazo hacia la extraña, Bruke se pegó al lado de Brusenna. Ésta empujó la puerta de la casa. —¡Madre! —llamó, apartándose unas hebras de cabello que se le aferraban a la frente sudorosa.

La cabeza de Sacra emergió de la bodega. —¿Qué pasa, Brusenna?

—Una mujer llamada…

—Coyel —terminó la aludida, al aparecer tras ella.

Durante mucho tiempo, ambas mujeres se miraron fijamente. La corriente eléctrica entre ellas hizo que se erizaran los minúsculos vellos en los brazos de Brusenna. Coyel entró en la casa. Hasta donde ella sabía, era la primera extraña que lo hacía.

—Ha pasado mucho tiempo, Sacra —dijo Coyel.

La mirada de Brusenna revoloteaba, de ida y vuelta, entre su madre y Coyel. El que ambas se conocieran iba más allá de su comprensión. En sus catorce años, nunca había visto a su madre conversar con alguien, que no fuera un ocasional aldeano en busca de problemas (por lo general, uno de los adolescentes que hubiera asumido el reto de matar uno de sus animales como prueba de iniciación).

Sacra salió del sótano y bajó la puerta con suavidad, como si fuera de cristal. Lentamente, enderezó su esbelta espalda. —Brusenna, deja las cosas sobre la mesa y ve a comprobar cómo está el maíz.

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La incredulidad de Brusenna creció en su garganta, casi asfixiándola. —Pero, madre…—Ante el ceño fruncido de ésta, se tragó las palabras, dejó caer la compra sobre la mesa y salió por la puerta. Bruke la siguió. Procurando mantener sus pasos audibles, esperó hasta que hubo rodeado la esquina de la casa antes de volver a asomarse. El camino estaba despejado.

—Bruke, quédate —susurró. Con un gañido de decepción, el perro se sentó sobre las patas traseras.

Encorvada, Brusenna volvió sobre sus pasos. La suave hierba se sentía fresca en sus manos y el sol le pegó fuerte en la espalda, cuando se agazapó a un lado de la puerta. No salían sonidos del interior. Esperó hasta que sus rodillas estuvieron prácticamente insensibles. Casi estaba determinada a arriesgarse a echar un vistazo por la ventana, cuando las voces la detuvieron.

—¿Qué te trae por aquí, Coyel? —preguntó su madre, con cautela.

—Las Guardianas te necesitan, Sacra. Quedamos muy pocas de nosotras y las señales de la Bruja Oscura se incrementan a diario. El Círculo de Guardianas debe ser completado, si queremos recapturarla y detener la sequía.

Las cejas de Brusenna se alzaron en asombro. Nunca se le había ocurrido que Sacra podía haber sido una persona diferente antes de convertirse en su madre. Reunió cada gramo de coraje para asomarse por la esquina de la ventana.

—Llamar a Espen, la Bruja Oscura, sólo aumenta su poder sobre nosotras —Sacra mantuvo su mirada fija en el suelo. —Busca otra Octava.

Coyel apretó los labios en una línea fina. —Las otras se han ido.

Su madre alzó la cabeza lentamente y parpadeó con sorpresa… y miedo. —Tengo una hija. Tú sólo te tienes a ti misma.

Coyel señaló hacia Gonstower. —Ellos nos llaman Brujas. Pero mucho antes, las Creadoras nos llamaron Guardianas. Eso es lo que somos. Guardianas de las Cuatro Hermanas: Tierra, Plantas, Agua y Luz Solar. Y como Guardiana, no puedes negar que todo se está hundiendo. Si no actuamos ahora, será demasiado tarde.

Sacra se irguió, rígida e inconmovible. —No.

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La voz de Coyel ardía. —¿Sabes lo que hará la Bruja Oscura, si tiene éxito? Tu hija es una Nacida Bruja; aún peor, es hija de una antigua Principal de la Tierra —meneó la cabeza, incrédula. —Y ni siquiera conoce nuestros signos.

Su madre se volvió y miró, distraída, hacia los árboles detrás de la casa. —Cuanto menos sepa Brusenna, más segura estará.

—¿Segura? —escupió Coyel. —No le has enseñado a protegerse. ¡Está aterrorizada de esos aldeanos! —La última palabra sonó como la voz de su madre después de encontrar ratas en la avena. —¿Qué posibilidades crees que tendrá esa niña cuando Espen la encuentre?

Con la cabeza entre las palmas de las manos, los labios de su madre dejaron escapar un gemido. Coyel se acercó y apoyó una mano sobre el hombro de Sacra. —Lo he oído. Cuando entre completamente en su canto, no tengo dudas que será, al menos, de Nivel Cuatro. Pero ahora es… inmadura. Y no sólo su canción. Mantenerla aislada sólo empeorará las cosas. Necesita estar con otras Guardianas de su misma edad. Aprender.

Las mejillas de Brusenna se encendieron de vergüenza, en parte porque sospechaba que Coyel estaba en lo cierto sobre su inmadurez. Cada vez que estaba cerca de un extraño, se le secaba la lengua en la boca y sentía el estómago como si éste estuviera lleno de serpientes retorcidas.

Su madre se apartó, como si el tacto de Coyel la hubiera quemado. —No, Coyel. Espen no la encontrará. He sido cuidadosa. Gonstower está aislado. Nadie sabe que estoy aquí. Y no carecemos completamente de amigos.

¿Amigos? Brusenna repasó mentalmente los rostros de los aldeanos, que la contemplaban con placer mientras ella estaba en el cepo. ¿Cuáles amigos?

La gentileza de Coyel se desvaneció, reemplazada por la incredulidad y la rabia. —Yo te encontré. Y si crees que esos aldeanos protegerán su identidad, te estás engañando. Los tontos ignorantes le darán la espalda con mucho gusto. Nunca entendieron que las mismas Guardianas que odian son todo lo que se interpone entre ellos y…

—¡Dije que no! —gritó Sacra. Brusenna pegó un brinco. Nunca antes había oído gritar a su madre. —¡Sal de aquí!

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Coyel se echó hacia atrás, con la mandíbula apretada como si quisiera abrirse paso a mordiscos a través de la resistencia de la otra mujer, y luego dejó caer la cabeza. —Nos reuniremos en Haven. Esperaré en la aldea durante tres días. —Su fervorosa mirada encontró la ardiente de Sacra —. Por favor. No podemos hacerlo sin ti.

Sin atreverse a permanecer allí ni un momento más, Brusenna se escabulló lejos de la puerta y se apretó contra las tablas lisas del lado opuesto de la casa.

—Por favor, Sacra —pidió Coyel, otra vez.

Y todo lo que pudo oír Brusenna, fue el sonido de los pasos que se hacían más débiles a cada momento. Apenas pudo percibir a Bruke, que la empujaba con el húmedo hocico. Su pecho subía y bajaba, mientras su mente daba vueltas en torno a los nombres desconocidos. ¿Círculo de Guardianas, Nivel Cuatro, la Bruja Oscura? Sin duda, su madre no tenía conocimiento de esas cosas. Sin duda, ella habría vivido aquí por generaciones.

¿No era así?

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Traducido por carmen_lima Corregido por Mells

as escaleras crujieron. Un momento después, la puerta de la cocina gimió y golpeó contra el marco. Habiendo sido incapaz de conciliar el sueño, Brusenna

se trasladó silenciosamente hacia su ventana.

Sacra avanzaba a través del campo de maíz que le llegaba a la cintura como si vadeara por el agua, con las palmas rozando la punta de las plantas. Su canción de Bruja fluía en el aire, mientras la luz de la luna fundía todo en plata y sombras. Brusenna observó hasta que su madre hubo desaparecido en el denso bosque. Antes de poder cambiar de idea, sacó su abrigo de un gancho y se lo puso sobre los estrechos hombros.

Ordenándole a su perro que permaneciera allí, Brusenna escudriñó atentamente a por su madre, antes de salir de la casa. Moviéndose con rapidez, de una sombra a la siguiente, se detuvo ante el sonido de la canción de Sacra. Cerró los ojos y se concentró en las palabras, que sólo una Nacida Bruja podía comprender… palabras cantadas por una Bruja, en el lenguaje de las Creadoras, el lenguaje de autoridad, con la combinación exacta de melodía y ritmo.

Siguiendo el sonido, Brusenna hizo una pausa en el borde del bosque y examinó, alerta, la moteada oscuridad. El viento jugaba con su camisón de algodón, apretándolo contra su cuerpo antes de hacerlo ondear y revolotear a su alrededor. Ella se estremeció cuando los dedos ventosos pintaron su piel de plata con la luz de la luna.

Con los dientes apretados, recogió el dobladillo de su camisón en el puño y se hundió en las sombras aún más profundas. Y había perdido la cuenta de los rasguños que acumulara y de cuán a menudo tropezó, cuando repentinamente el camino se despejó frente a ella. Alarmada, se descubrió dentro de las sombras que perfilaban un círculo perfectamente formado. Uno que ni siquiera sabía que existiera. Temblando, se escondió tras un enorme árbol y espió con aprensión.

Su madre estaba de pie, con los brazos extendidos, y su canción de Bruja sonaba firme y segura.

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Viento, elévate alto en vuelo Que mis palabras alcancen a llegar al cielo.

Alrededor de Sacra, los árboles se agitaron, como si fueran atrapados por un remolino lento. Con el rostro elevado, la mujer repitió la canción en el tiempo que tarda un último latir del corazón.

Oh, Viento, a Haven lleva mi cantar Para los oídos de las Guardianas, que mucho tiempo lo han de escuchar.

De las Guardianas, ¿cuántas han quedado? ¿A cuántas de ellas, la Bruja Oscura ya ha reclamado?

Con un rugido, una ráfaga rodeó la canción en un apretado capullo y se la llevó lejos. La canción de Sacra se desvaneció, mientras el viento todavía la levantaba del suelo. Ésta permaneció mirando el cielo nocturno, como si estuviera esperando una respuesta.

Toda su vida, Brusenna había sido testigo del canto de su madre, pero nunca de ese modo, con tanto poder. Estremeciéndose, se sentó y colocó los brazos alrededor de sus piernas. Pensó en enfrentar a su madre, pero la cólera la detuvo. Aquí había secretos. Secretos que ella había ignorado toda su vida. Secretos a los que estaba decidida encontrar respuestas.

Pasó el tiempo. Ella ya se había acostumbrado tanto a la quietud, que se sobresaltó ante el sonido de otra canción…una que no provenía de su madre sino de la distancia, como si fuera poco más que un extraño eco.

Ocho Brujas han quedado El resto ha sido encadenado

Sacra dejó caer la cabeza. —Coyel habló con la verdad —susurró.

Brusenna estiró sus frías y rígidas piernas y se frotó la cadera entumecida. Aguardó largo tiempo, para ver si sucedía algo más. Pero su madre no daba señales de irse. No daba señales de nada.

Temerosa de haberse quedado demasiado tiempo allí, Brusenna comenzó a enderezarse hasta quedar de pie. Algo se quebró audiblemente bajo su peso. Ella se paralizó. La mirada atenta de su madre se desvió hacia el árbol. Brusenna se ocultó detrás. Conteniendo el aliento, se mantuvo perfectamente erguida, aunque la sangre

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tronaba en sus oídos. Su madre continuó oteando en su dirección durante lo que pareció una eternidad, antes de desviar nuevamente la mirada hacia el cielo nocturno.

Brusenna exhaló un suspiro y se escabulló del claro. Entró en la luz brillante de su maizal. La posición de la luna le reveló cuánto tiempo había pasado en el bosque. Se volvió cuando otra débil canción rozó sus oídos, pero no quiso realizar, otra vez, el difícil viaje a través de los árboles. Ni siquiera creía que una nueva canción le diera más respuestas que la anterior. Además, sus ojos ardían de cansancio y sentía el cuerpo entumecido. Tambaleante, subió las escaleras hasta su cuarto y se derrumbó en su cama.

Lo siguiente que supo es que el amanecer se colaba a través de sus cortinas. Apartó la colcha y bajó ruidosamente los escalones de madera. Su madre se encontraba preparando el desayuno como siempre, con su acostumbrada sonrisa en su lugar. Brusenna se preguntó qué más se escondía detrás de esa sonrisa.

—Tendrías que comenzar por entrar las verduras. Las heladas empezarán temprano este año —dijo su madre, mientras servía las gachas de avena.

Brusenna se desplomó en su silla. En el resplandor de la mañana, casi podía creer que lo de la noche anterior había sido un sueño. Pero los punzantes arañazos sobre sus pantorrillas no mentían. Esa certeza la hizo sentir aún más insegura. Normalmente, le habría hecho frente a su madre y se lo habría preguntado. No tenían secretos la una con la otra… o, al menos, ella no había pensado que los tuvieran. La llegada de Coyel parecía haber roto aquella suposición.

Brusenna levantó la cabeza y vio que su madre observaba las gachas distraídamente, como si éstas pudieran contener las respuestas a todos sus problemas. —¿Madre?

Sacra levantó la cabeza bruscamente, con una mirada furiosa en los ojos.

Brusenna retrocedió. Pasaban cosas. Cosas que ella no entendía. —Madre, ¿qué sucede?

Sacra apartó la mirada. —¿Por qué me seguiste anoche?

El pecho de Brusenna se apretó. Arrastró sus callosos pies contra el viejo piso de madera. —¿Lo sabías?

Su madre rió entre dientes, con acritud. —Sí, Brusenna. Sabía que me observabas.

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Ella apretó fuertemente los costados de su silla. —¿Por qué no dijiste nada?

Sacra se encogió de hombros. —En tu lugar, yo hubiera hecho lo mismo. —Apretó los labios en una línea delgada —. A eso se lo llama la Canción del Llamado. Debe realizarse en el Anillo de Poder… un claro circular, rodeado de árboles altos. Se requieren, al menos, ocho Brujas, para formar las más poderosas de las canciones… el tipo de canciones que pueden acabar con la sequía. No hay suficientes de ellas en Haven.

—¿Para combatir a la Bruja Oscura? —farfulló Brusenna, antes de cubrirse la boca con una mano.

Sacra inhaló audiblemente. —¿Cómo podrías…? —sus ojos se estrecharon. —Nos escuchaste, a Coyel y a mí, ¿verdad? —. Las finas líneas alrededor de sus ojos, se hicieron más profundas cuando los cerró. —Yo tenía la esperanza que nunca oyeras sobre Espen —. Aferró con fuerza los lados de la mesa, como si fueran la única cosa que la mantuviera en pie, aunque su voz permaneció sorprendentemente serena. —Sí, Brusenna. Vamos a luchar. Pero hay ocho de nosotras y ella es sólo una. Así que no deberías preocuparte.

—¿Qué fue lo que hizo? —preguntó Brusenna, cautelosa.

Los tendones de las manos de su madre sobresalieron contra los nudillos apretados. —¡Es una asesina! Una que debió ser detenida hace mucho tiempo.

—¿Quién…?

—¡No hablaré más de Espen!

Brusenna retrocedió como si la hubiera abofeteado. Nunca había visto tan enojada a su madre. Era evidente que, lo que existía entre su madre y la Bruja Oscura, era personal.

Sacra se pellizcó el puente de la nariz. —Tal vez, Coyel estaba en lo correcto. Tal vez, debí enseñarte, pero nunca pensé que esto pasaría. Tal vez… pues bien, tal vez debí hacer las cosas de modo diferente. Pero después que tu hermana y tu padre murieron… tuve que mantenerte a salvo. Nada era más importante que eso —inspiró profundo. —Hay algunas cosas que debo decirte, antes que me vaya.

Todo el cuerpo de Brusenna se puso rígido, como un árbol truncado. —¿Irte?

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Su madre no pareció oírla. Se puso de pie, retiró una gran lata de frijoles del estante y los volcó en un envase vacío. Repiquetearon como el granizo, mientras rebotaban y se reacomodaran. Cuando ya casi no quedaban más, Sacra metió la mano dentro y retiró un desgastado libro azul. —Escribí esto, en caso… —suspiró. —Todo lo que debí enseñarte, lo escribí en este diario. Léelo. Estúdialo. Consérvalo contigo. Y no olvides practicar con tu voz. Una Bruja con una canción débil, apenas si es una Bruja.

Brusenna extendió una mano, para estabilizarse contra la mesa. —¿Cuándo te marcharás?

La mirada de su madre pareció buscar algo dentro de sus ojos. —Pasado mañana.

Brusenna se llevó una mano a la boca. —¿Cuándo regresarás?

Sacra sacudió apenas la cabeza. —No lo sé.

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Traducido por Grace Corregido por Dany

rusenna se despertó, al sentir una mano fría contra su mejilla. Su madre estaba completamente vestida con ropa de invierno y olía como el viento. Le tendió

una hoja de papel doblada. —Si algo… malo sucede, quiero que leas esta carta y hagas lo que dice. ¿Has entendido?

Brusenna asintió. El frío se filtró a través de su ropa, apenas salió de la calidez de los edredones para seguir a su madre hasta la habitación de ésta. Observó cómo Sacra guardaba la carta lejos de la caja del dinero, la misma caja que contenía el anillo de bodas de su fallecido padre. Un mal presentimiento cundió sobre Brusenna y le dejó el cuerpo entumecido de miedo.

—Sé que piensas que te estoy abandonando, pero no es así. Le he pedido al Alguacil Tomack que te eche un ojo. Es un buen hombre. Lo conozco desde hace muchos años.

De repente, la ayuda de Tomack en el mercado cobraba sentido. —¿Él es uno de los amigos que mencionaste a Coyel?

—Uno de los pocos. —Sacra comenzó a bajar las escaleras —. Hay algo más que necesito mostrarte —. Se arrodilló junto a la estufa de la cocina y tiró de uno de los ladrillos de la esquina. Éste giró con facilidad.

Brusenna jadeó ante el oro que brillaba debajo. Se dejó caer junto a su madre, cogió una moneda caliente y frotó el hollín con los pulgares. En toda su vida, nunca antes había sostenido una pieza de oro, sólo los upices de metal más barato. —¿De dónde sacaste esto? —La traición y el dolor se mezclaban en su interior. ¿Cuántas mentiras más le habría contado su madre?

Sacra le quitó la pieza y la volvió a colocar bajo el ladrillo. —También hay oro bajo los ladrillos de la solera y enterrado bajo la paja del establo —. Enfrentó la mirada acusadora de su hija. —Tuve mis razones para ocultártelo. Confío en que no utilices estas monedas…

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—¿Y por qué no? —estalló Brusenna. —Podría usar zapatos todo el año, ropa nueva, ¡y muchas de las cosas que siempre he querido!

—¿Qué crees que nos hubieran hecho los aldeanos, si pensaran que aquí hay algo que robar? —Los ojos de Sacra se ensombrecieron y apartó la mirada —. Hay otras razones. Razones que no te diré. Sabe esto, Brusenna: todo lo que hice, fue para protegerte. Sólo toma el oro si tienes que marcharte. Entonces y sólo entonces. ¿Lo has entendido?

Ella rehusó enfrentar la mirada de su madre.

—¿Brusenna? —la regañó Sacra.

—Entiendo —respondió, con frialdad.

El tronco en el fuego se quebró y Brusenna pegó un brinco. Sacra se puso rápidamente de pie. —Tengo que irme. Cuando regrese, voy a contarte todo —. Se colocó un gorro de lana encima del cabello castaño y le besó la mejilla. —Ten cuidado. —Se dio la vuelta, pero no antes que Brusenna viera las lágrimas que brillaban en sus ojos.

Ella tenía ganas de gritar, ¡No! ¡Detente! ¡No me dejes! Pero las palabras no salieron. Su mejilla aún hormigueaba por el beso de su madre, mientras Brusenna observaba cómo Sacra corría por el campo, dejando huellas oscuras sobre la escarcha. La mujer entró en el bosque. Los árboles se la tragaron por completo.

Brusenna permaneció en el umbral hasta que su piel se moteó de frío, pero no podía obligarse a cerrar la puerta. Si lo hacía, su madre se habría ido realmente y ella estaría sola de verdad.

Pero tampoco podía dejar la puerta abierta para siempre. Con un escalofrío que la sacudió hasta los huesos, la cerró de un empujón, mientras las lágrimas cálidas corrían por sus frías mejillas.

* * *

Brusenna tomó la lata de sal del estante, retiró la tapa y se quedó mirando el ligero polvo que quedaba. Su corazón dio un vuelco. Tenía que conseguir sal. Y la única manera de hacerlo era ir hasta el pueblo. Tragando la bilis que se le subió a la garganta, bajó la mirada hacia Bruke. —No hay nada que hacer. Tengo que ir.

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Se puso su mejor vestido a media pierna y entró al dormitorio de su madre. Era difícil creer que Sacra ya había estado fuera por tres semanas. Se sentía como si fuera más tiempo. Mucho más tiempo. Ella había pasado sola su cumpleaños número quince. Cada día, todo el día, Brusenna se la había pasado envasando y secando su cosecha… una tarea abrumadora sin ayuda.

Abrió la tapa de la caja del dinero y no pudo evitar deslizar el dedo sobre el anillo de bodas de su padre. ¿Cuán diferente habría sido su vida, si su padre, Rend, hubiera vivido? ¿Si su hermana, Arel, lo hubiera hecho? Estudió el nítido contorno de la carta que le había dejado su madre. Tuvo un repentino impulso de arrojarla al fuego.

Temblando por el esfuerzo de contenerse, retiró la bolsa de dinero y dejó caer unos pocos upices en la palma de su mano. En silencio, miró fijo las piezas monótonas y desgastadas. Apretó su palma alrededor de las monedas, hasta dejar impresiones circulares en su palma.

—¡Por las Creadoras, he terminado con esto! —arrojó las monedas de nuevo en la caja de dinero. Deliberadamente, le dio la espalda a la habitación de su madre y se arrodilló ante la chimenea, con el corazón desbocado mientras su breve destello de coraje se esfumaba. —Mentiras. Durante toda mi vida, ella no me ha dicho más que mentiras.

Se dio cuenta que apretaba los puños contra los muslos y, lentamente, relajó los dedos. Removió el ladrillo de su sitio, tomó una de las lustrosas monedas, estampadas con el sello de algún héroe de guerra muerto hace mucho tiempo, y se la guardó en el bolsillo.

—Vamos a ver si Bommer me llama ladrona, después que le dé esto —susurró para sí.

A medida que se abría paso entre los pesados árboles cantaba la canción que, al mismo tiempo, despejaba su camino y hacía crecer el bosque denso a su alrededor.

Plantas del bosque, hagan un camino para mí Atravesando este bosque tengo que huir

Luego que lo haga, oculta mi pasar De cualquier enemigo que deba evitar

Mientras andaba, era consciente que estaba haciendo algo que nunca había hecho antes: desobedecer deliberadamente a su madre. Pero no podía volverse atrás. Una

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pequeña parte de ella quería hacerlo, pero algo más grande la instaba a seguir y fue incapaz de detenerse.

Cuando finalmente llegó al camino que llevaba hacia el pueblo, se dio cuenta que Bruke aún la seguía. Suspiró. Él también estaba solo. —¡Quédate! —. Odiaba dejarlo. Le daba cierto grado de protección. Pero un perro no significaba mucho contra un mosquete y, además, las personas no aprobarían un can del tamaño de un pony en el mercado… en especial, si estaba con ella. Su encontronazo con Bommer le había enseñado una cosa: los aldeanos mentirían para hacerle daño.

Aunque era obvio que no le gustaba, Bruke había sido entrenado desde cachorro para obedecerla y protegerla. El animal volvió a las sombras debajo de un arbusto chaparro y se sentó sobre las patas traseras.

Después de abandonar el fresco bosque, el sol parecía dar un calor insoportable. El sudor le perlaba la frente y se lo limpió con el dorso de la mano. El clima estaba ciertamente extraño. ¿Duras heladas bien temprano por la mañana, y ahora calor otra vez? Por no hablar de los tres años de sequía. Suspiró. Tantas cosas en su vida estaban en estado de agitación, ¿por qué no el clima?

La aldea se alzaba frente a ella, como una sucia llaga sobre la corteza de la Tierra. Brusenna se metió el cabello dorado detrás de la oreja, inspiró profundo y entró. Tuvo que soportar las miradas de los aldeanos hasta que, finalmente, llegó al mercado. Frente al puesto de Bommer, se quedó helada.

Las persianas colgaban torcidas de unas bisagras oxidadas. Al echar un vistazo al interior, sólo vio estantes blanqueados por el sol donde una vez hubo latas y fardos de productos. Retrocedió tambaleante, como si el fantasma de Bommer pudiera venir chillando hacia ella. ¿Coyel habría cumplido su promesa, a pesar que el comerciante retiró los cargos?

Tratando de pasar el nudo en su garganta, Brusenna se giró hacia el siguiente comerciante y buscó su mirada. Él sacudió la cabeza, disgustado. Las mejillas de ella ardían cuando dejó caer la cabeza, y se dirigió al siguiente. Éste se rió entre dientes. —No lo creo, Bruja.

Una gota de sudor le corrió por la espalda. Con el último gramo de coraje que le quedaba, Brusenna alzó la mirada. Un hombre joven, que ella nunca antes había visto.

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Él esbozó una sonrisa, sus dientes eran blancos, rectos y parejos. Nunca había visto unos dientes tan hermosos.

—¿Qué es lo que la dama desea hoy?

¿Dama? Sobresaltada, Brusenna miró sobre su hombro. Pero no había nadie más. ¿De verdad, él acababa de llamarla dama? Miró al joven rubio e intentó hacer que su lengua funcionara, probablemente pare decirle algo amigable e ingenioso, pero todo lo que salió fue —Sal.

Él la miró de arriba abajo. —Probablemente, usted es lo suficientemente mayor como para un vestido de mujer, de cuerpo entero, ¿no le parece? —Sacó una tela de un hermoso color azul cielo —. Esto se vería maravilloso con su suave cabello amarillo y… —se inclinó, para ver por debajo de las pestañas que ella mantenía bajas. —Ojos dorados, como el trigo cuando está casi listo para la cosecha… con toques de verde. Hmm.

Ella sintió que sus mejillas se coloreaban por segunda vez. —No. Lo único que necesito es sal.

El joven rió entre dientes, mientras examinaba el tejido. —La sal está bien, pero una mujer hermosa debería tener un vestido hermoso.

¿Hermosa? Nadie la había llamado hermosa antes. Pensó en la lustrosa pieza de oro en su bolsillo; suficiente dinero para pagar por la sal y la tela, con cambio de sobra. Su madre nunca echaría de menos una moneda. No con tantas como había escondido bajo la chimenea. ¿Qué daño podía hacer gastar una pequeña pieza?

Él le clavó los ojos, con una mirada interrogante.

Sintiéndose repentinamente audaz, ella asintió con la cabeza.

Brusenna observó, fascinada, mientras él cortaba la tela. Al final, se la tendió. Sus manos se tocaron y, en lugar de echarse atrás asqueado, el joven mantuvo el contacto brevemente. El estómago volvió a subírsele a la garganta. Nadie, nadie, la había tocado nunca. No, a menos que quisiera lastimarla.

Nerviosa, le entregó la pieza de oro. Con reverencia, él le dio vueltas en su mano. Una sonrisa se le deslizó por el rostro, haciendo que la piel se arrugara como papel mojado

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en torno a sus pálidos ojos azules. —Mi nombre es Wardof. No la he visto antes por aquí. ¿Dónde vive?

Sorprendida, Brusenna se encontró enfrentando su mirada, mientras abrazaba la tela, suave como mantequilla, contra su pecho. —En el bosque.

El hombre contó las monedas y dejó caer el cambio en su mano. —Bueno, su esposo es un hombre afortunado.

—Oh, no estoy casada —dijo ella con rapidez, en parte complacida que él pensara que tenía la edad suficiente para un esposo. Deslizó el cambio en su bolsillo. —Vivo con mi madre.

Él hizo un gesto hacia su abundante mercadería. —¿Tal vez a ella le gustaría algo de aquí?

De repente, Brusenna se sintió insegura. Sin duda, él sabía lo que era ella. Los comerciantes se habrían ocupado de eso. Entonces, ¿por qué la amabilidad? ¿Y las preguntas? Súbitamente recelosa, sacudió la cabeza. —No.

—Oh, vamos. Te lo dejaré prácticamente gratis, sólo por ella.

Brusenna afirmó los pies en la tierra. ¿Era tan paranoica, como para interpretar bondad por crueldad? —Quizás cuando regrese.

—Oh —dijo él. —Por supuesto. Cuando regrese de…

No debió decir tal cosa. Brusenna miró hacia otro lado. Cuando regrese de luchar contra la Bruja Oscura, pensó. Si es que regresa en absoluto. El paño suave se sentía poco natural en sus manos callosas.

Wardof soltó una risa leve. —Bueno, cuando regrese de donde sea que haya ido, envíala a coger algo.

Brusenna le dirigió una tenue sonrisa y se volteó para marcharse. Él le cogió una mano. —¡Espera! Has olvidado algo —. Recogió la sal y se la colocó suavemente en la palma —. Aquí tienes.

Pero no la soltaba.

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Sin apartar los ojos de los de ella, el hombre buscó por debajo de su mostrador y sacó un collar. Colgado del negro cordón, había un pendiente de ámbar en forma de luna creciente. —Hace juego perfectamente con tus ojos.

Los ojos de Brusenna se dilataron de sorpresa. —Yo no podría…

—Claro que puedes —dijo él, con ligereza. —Haré un trato contigo. El resto de tu dinero por el collar. Aún estoy tratando de establecerme como mercader. Un buen trato es seguro para comprar tu lealtad, ¿no? Además, estoy seguro que me lo devolverás algún día.

Brusenna miró el collar con nostalgia. Nunca antes había poseído una pieza de joyería. Y era tan bonita. Pero él le estaba ofreciendo más que sólo un buen trato. Incluso ella se daba cuenta. Se mordió el labio inferior. —No lo sé.

Sin pedir permiso, él se colocó detrás de ella y le apartó el cabello sobre un hombro. Le colocó el collar alrededor del cuello y cerró el broche. El ámbar se sentía frío contra la piel acalorada. Brusenna levantó el colgante y lo hizo girar, observando cómo reflejaba la luz. —Es adorable —. Antes de poder cambiar de opinión, hurgó en su bolsillo y depositó el resto de las monedas en la mano del joven.

—Lo mismo que tú —Wardof le apretó un hombro y regresó detrás del mostrador.

Su hombro aún sentía la presión del agarre. Brusenna acunó la mano contra su cuerpo. No podía recordar la última vez que alguien, que no fuera su madre, la había tocado… y después de tres semanas, incluso esas caricias parecían un sueño distante. —Gracias.

—¿Tal vez, podrías venir a verme otra vez?

Ver su sonrisa y hablar con él otra vez, era algo que Brusenna podía hacer. Asintió con la cabeza en una tímida despedida y se sorprendió al notar las lágrimas que escocían sus ojos. No quería que nadie las viera, así que las apartó de su mejilla y se apresuró por una estrecha calle lateral que la llevaba fuera del pueblo.

Un grupo de chicos bloqueó su camino. Ella se detuvo de golpe. —Tú eres la cantora, ¿verdad? —le preguntó el de la nariz torcida.

Brusenna dejó caer la cabeza y trató de escabullirse. El chico dio un paso al frente, lo suficientemente cerca como para que ella pudiera oler el cabello grasiento y la ropa sin lavar. Rápidamente, dio un paso al costado, pero él imitó su movimiento, como si

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fueran compañeros en algún tipo de danza. Incapaz de soportar el estar tan cerca, Brusenna retrocedió un paso.

Él abrió las piernas y cruzó los brazos sobre el pecho. —¡Cantora! ¿Por qué no lanzas uno de tus hechizos de Bruja?

Como sabía que una respuesta sólo empeoraría las cosas, Brusenna trató nuevamente de escurrirse. Nariz Torcida la bloqueó con facilidad. —Miren eso, muchachos… Está asustada —se burló.

De repente, lo comprendió. Su silenciosa aceptación nunca aplacaría a esos chicos o a otros como ellos. Su crueldad nunca se detendría. Nunca terminaría. La extraña sensación que había experimentado ese mismo día, se apoderó de ella. Enderezó los hombros y levantó la mirada. —Déjame pasar —Se alegró que la exigencia rodara sobre su lengua, sin un temblor que traicionara su miedo.

El chico sólo rió. —¿Cómo va a obligarme una cosa pequeñita y delgaducha como tú? —Antes que ella pudiera procesar lo que estaba haciendo, le apretó uno de los pequeños senos.

Algo se rompió en su interior. ¡Por las Creadoras, que ella iba a terminar con eso! Abrió la boca y una canción del diario de su madre surgió de su parte más primitiva.

Plantas, escuchen mi canción ¡Un enemigo desea mi aflicción!

Todas las semillas y plantas en el rango de su voz irrumpieron a la vida, temblando con anticipación a su próxima orden.

Plantas, detengan a los chicos que impiden mi andar Amárrenlos con fuerza, aunque quieran luchar

Hierbas, césped y viñas salieron disparadas, para rodear las piernas de los muchachos. Nariz Torcida se agachó frente a ella y hubiese continuado andando, pero las vides se enroscaron alrededor de sus tobillos y lo detuvieron. Ella repitió la canción, esta vez con más determinación. El rostro del chico perdió todo color, mientras las plantas trepaban por sobre sus piernas y las piernas de sus compañeros. Toda zarza que alejaran de una patada, era reemplazada por tres más.

—¡Aquí y ahora! —gritó una voz, desde algún lugar detrás de Brusenna.

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Ella cerró la boca y se volteó, para ver que el Alguacil Tomack giraba en la esquina, a toda velocidad. ¿Qué haría con ella? Una imagen de sí misma, encadenada al cepo y con esos chicos reunidos a su alrededor, la sacudió como un reguero de pólvora. Desesperada, quiso huir. Pero es que siempre estaba huyendo.

¡No! Defendería su posición, como lo había hecho Coyel. Como no lo haría su madre.

Para su sorpresa, la furia del Alguacil Tomack se dirigió hacia Nariz Torcida. —¡Corwood, ya lo has hecho ahora! ¡Voy a encerrarte un par de semanas por esto!

—¡Pero ella es una Bruja! —gritó Corwood, con la cara roja de indignación.

La mirada del Alguacil Tomack se desplazó hacia Brusenna y luego volvió a Nariz Torcida. —Eso no es ningún secreto, niño —. Hizo un gesto hacia ella, sin apartar los ojos de Corwood. —Será mejor que se vaya a casa ahora, señorita Brusenna.

Ella miró al alguacil, asombrada. Incluso aunque su madre le había dicho que era un amigo, era incapaz de creerlo. Él dio un paso hacia ella, mirando hacia los aldeanos que habían sido atraídos por el conflicto como moscas al estiércol —. Es mejor que se dé prisa.

Después de hacerle un corto asentimiento al alguacil, Brusenna empezó a bajar por el camino, pero no pudo evitar hacer una pausa al pasar junto a Corwood. Por lo bajo, le siseó —Nunca vuelvas a tocarme.

Se sentía como si una semilla que hubiera tenido abandonada en su pecho, de repente hubiese obtenido agua y luz e, inflamada con una nueva fuerza, comenzara a echar raíces. Ahora que la semilla había empezado a crecer, supo que su vida nunca volvería a ser la misma. Estaba tan ocupada con los cambios en su interior, que no notó los pálidos ojos azules dentro de la multitud de mercaderes, que la observaban con una mirada conocedora.

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Traducido por Mells Corregido por lorenj_92

penas la aldea se perdió de vista, Brusenna echó a correr. Su rubio cabello se agitaba tras ella, mientras sus pies volaban sobre la tierra apisonada. Cuando

llegó al desvío del camino, se zambulló entre los árboles y se desplomó junto a Bruke. De rodillas, se maravilló de no sentirse aterrorizada. Al contrario, se sentía tranquila. Se sentía poderosa. Aun así, las lágrimas cayeron por sus mejillas.

—¿Por qué son tan crueles? ¡Nunca he hecho nada que les dañara!

Bruke gimoteó y le lamió la cara. De repente, el animal se paralizó y un gruñido bajo le brotó en la garganta. Mordió el colgante y tiró hacia atrás. El cordón de cuero negro se tensó contra el cuello de Brusenna. —¡No, Bruke! ¡Vas a romperlo! —Se lo quitó de entre los dientes.

Limpiándose el rostro con las palmas, Brusenna se sumergió en el bosque, mientras iba cantando la canción para ocultar su paso de cualquiera que pudiese seguirla.

Árboles y plantas, oculten mi sendero Que nadie entre, sin mi permiso primero

Durante todo el camino, Bruke gimoteó a su lado.

Cuando abrió la puerta de su casa, la luz estaba empezando a desvanecerse. Brusenna se detuvo en el umbral, respirando con dificultad. No podía decidirse a entrar. La casa estaba hueca y vacía. Volvió la mirada hacia Bruke y dio un paso al costado. —Entra.

Bruke trotó al interior, como si fuera la cosa más natural del mundo, aunque nunca antes le habían permitido entrar. Después de hacer una ronda, el animal se sentó en el suelo delante de ella, como si dijera: «¿Y ahora, qué?»

Brusenna dejó escapar una risa nerviosa y, repentinamente, se dio cuenta del hambre que tenía. —Lo siguiente es la cena —. Encendió una linterna y se ocupó de preparar una comida para ambos, pero Bruke no parecía interesado en comer. Ella tomó un

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gran bocado y trasladó el alimento a una mejilla, para poder hablar. —Vamos. Come tu cena.

En lugar de ello, Bruke se levantó de un salto y le apoyó las patas sobre los muslos. Con los ojos fijos en el colgante, gruñó.

Los finos vellos se erizaron en los brazos de Brusenna. Tragó saliva. —De acuerdo, chico. Me lo quitaré —. Alcanzándolo por detrás, soltó el broche y deslizó el collar dentro de la caja de dinero, colocándolo junto al anillo de su padre. —¿Satisfecho? —preguntó, mientras bajaba las escaleras.

Con un gruñido de satisfacción, el perro se instaló frente a su comida.

Imitándolo, Brusenna se desplomó de nuevo en su silla. Cuando hubo terminado su cena, trató de memorizar más canciones del diario de su madre, pero no pudo mantener los ojos abiertos. Cedió y se metió en la cama, con Bruke tendido a sus pies. Casi de inmediato, se quedó dormida.

Una lengua húmeda sobre la palma de la mano y un suave gañido, la sobresaltaron. Echó un vistazo por la ventana y vio la aterciopelada negrura de la noche profunda. Se incorporó, frotándose los ojos con la yema de los dedos. —¿Qué?

Bruke fue hacia la puerta cerrada. Gruñía suavemente, como ella lo había entrenado para hacer, si había extraños merodeando por los alrededores. A Brusenna se le erizaron los cabellos de la nuca. ¿Corwood podría haber encontrado un camino a través del bosque? Apartó las mantas y se asomó por la ventana. No vio nada fuera de lo normal.

Cautelosamente, se acuclilló junto al perro. Fue entonces cuando se percató de un suave resplandor que provenía de debajo de la puerta. ¿Había dejado la linterna encendida? Se obligó a escuchar, por sobre el sonido de su corazón palpitando en sus oídos. ¡La luz se movía! ¡Alguien estaba allí! La energía pura surgió a través de ella. Bruke soltó otro gañido. Ella le apretó el hocico con una mano, haciéndolo callar. —¡Quédate aquí!

Brusenna apretó la oreja contra la puerta. —El colgante está en la habitación de la izquierda —susurró una voz.

—¿Cómo sabemos si ella está allí? —preguntó otra voz.

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—Primero revisaremos ésa —respondió la primera.

Brusenna sintió que la puerta de la habitación de su madre crujía al abrirse. Si quería escapar, su mejor oportunidad era ahora. Se quedó mirando el pomo de la puerta, incapaz de obligarse a girarlo. ¡Rápido!, pensó. ¡Antes que sea demasiado tarde! Esforzándose por no considerar lo peor, abrió la puerta de un tirón y se precipitó hacia la sala.

Directamente a los brazos de un hombre.

—¡Bueno! ¡Aquí está nuestra pequeña Bruja! —exclamó éste.

Brusenna levantó la mirada hacia los vibrantes ojos azules de Wardof. Toda la amabilidad había desaparecido, reemplazada por el odio y la crueldad. Que él fingiera preocuparse en su momento, hacía que la traición fuera mucho peor.

—¡Déjame ir!

El hombre rió entre dientes. —No lo creo, pequeña Bruja. Tú vales mucho dinero para mí.

Ella le golpeó el pecho con los puños. Él se rió de ella.

—¡Bruke! —gritó Brusenna.

Con un ronco gruñido, el perro hundió los dientes en el brazo de Wardof. Éste gritó de dolor.

Brusenna quedó libre. Voló por el pasillo. Percibió el espeso pelaje junto a ella, cuando Bruke se le reunió.

—¡No la dejes salir! —aulló Wardof detrás de ella.

Brusenna empujó la puerta de la cocina, que se estrelló contra el costado de la casa. Sus piernas palpitaban cuando se precipitó entre el maíz. Éste azotaba sus brazos desnudos y dejó una roncha urticante sobre su mejilla. Sin quererlo, se encontró dirigiéndose hacia el claro circular. Tuvo la suerte de echar un vistazo hacia atrás. Con su camisa desgarrada y ensangrentada, Wardof y un hombre regordete avanzaban tras ella. El acero brillaba en la mano del primero.

Tenía que llegar al bosque, para ocultarse en las sombras de los árboles. Trató de correr más rápido, pero podía oír los pasos que se acercaban. No lo lograría. Esa

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revelación la golpeó, momentos antes que un dolor le desgarrara el cuero cabelludo. Brusenna cayó al suelo, con puñados de sus cabellos dorados enredados en el puño de Wardof. Él tiró fuertemente de ella con el brazo sano, mientras apuntaba su espada hacia Bruke. —¡Dile al perro que se vaya!

Ella abrió la boca, pero Bruke saltó antes que las palabras pudieran abandonar sus labios. El impacto del enorme cuerpo del perro lobo alejó a Wardof de un golpe.

—¡Cúbrele la boca, Garg! ¡Cúbrele la boca! —gritó el hombre, intentando abrir las fauces gruñentes de Bruke.

Esas palabras, más que cualquier otra cosa, soltaron su voz. Otra canción del diario de su madre fluyó con libertad.

Maíz, detén a los hombres que me quieren sujetar Amárralos con fuerza, aunque intenten luchar

Bruke se apartó ágilmente de un salto mientras, en un borrón de movimiento, el maíz se entretejía sobre los hombres, dejando fuera sólo sus cabezas.

Brusenna cantó fuerte y largamente, para que el maíz creciera fuerte y seguro. Pronto, los hombres estaban atrapados como insectos en la seda de una araña. Gruñendo amenazadoramente, Bruke saltó sobre el pecho de Wardof y lo retó a que se mueva.

—¡Asquerosa Bruja! —la maldijo éste. Bruke gruñó y le mordisqueó la mejilla. La sangre brilló bajo la luz de la luna.

Con el cuero cabelludo ardiendo, Brusenna se dejó caer y se sentó en el suelo, sin decir nada. Si no fuera por Bruke, la habrían cogido dormida. Él la había salvado. Se estremeció. Al frotarse los brazos, de pronto se dio cuenta que no llevaba más que su camisón sin mangas. Y estaba helando. Súbitamente consciente de sí misma, cruzó los brazos sobre el pecho.

—Tú diji’te que sería dinero fácil —se quejó Garg en voz alta.

—¡Contén tu lengua! —le espetó Wardof.

—No entiendo —dijo ella.

Wardof le clavó su mirada, llena de odio. —¡Soy un Cazador de Brujas, niña!

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Una risa temblorosa, incontenible, surgió de la boca de Brusenna. Al principio sonaba más como una tos, pero luego inspiró profundo y la dejó salir.

—¿Qué? ¿De qué se está rie’do, Wardof?

Brusenna se palpó los costados. —¡No eres uno muy bueno!

Eso le ganó una cascada de los más vehementes y creativos improperios que jamás había oído. Cuando se detuvo para tomar aliento, Wardof farfulló. —¡Si no fuera por ese maldito perro te hubiera cogido dormida o, por lo menos, en el interior de la casa! ¡Es mucho más difícil cantar con una mordaza en la boca! La próxima vez, yo…

Con un suspiro, ella le ordenó al maíz que también les tapara las bocas. Sólo asomaban sus narices, que respiraban con fuerza, haciendo agudos y sibilantes sonidos mientras luchaban por obtener aire a través de las pequeñas aberturas que les había dejado. —Gracias, Hermanas—le cantó al maíz.

Al observar la lastimosa lucha de los hombres para liberarse de sus capullos de maíz, Brusenna se dio cuenta que tenía el control completo. Esa revelación la dejó asombrada y un poco abrumada. ¿Pero qué había hecho ahora? Tras mucho pensar, se percató de que alguien habría enviado a esos hombres tras ella. Sólo dos personas sabían que ella estaba en Gonstower. Y una era su madre. La otra era Coyel. Con una sensación de abatimiento, se puso de pie. —Bruke, ven.

El perro le lanzó una mirada suplicante.

—Bruke —repitió con severidad.

El perro gañó y fue hacia ella. Enterrando las manos en el enjuto pelaje, Brusenna inspiró hondo y cantó para que el maíz descubriera las cabezas de los hombres. —Si no me responden, los volveré a envolver y los dejaré aquí —señaló a Bruke con la cabeza. —Estoy segura que a él le encantaría dejarlos solos —. Garg y Wardof lanzaron miradas de preocupación en dirección a Bruke.

—¿Preguntarno’ qué? —dijo Garg.

A ella se le secó la boca. ¿Qué les iba a preguntar, de hecho? Brusenna sólo sabía lo suficiente para saber cuán dolorosamente ignorante era en realidad. Aún así, era mejor que ellos no lo supieran. —Cuéntenme todo. Déjense algo y serán la próxima cena de Bruke.

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Wardof apretó su hermosa boca cerrada, pero Garg no estaba tan dispuesto a hacer lo mismo. —Vamo’, Wardof.

Wardof le lanzó una mirada de disgusto a su compañero. —Cierra la boca o…

—¡¿Qué?! ¿Qué vas a hacerme? ¡Atado al maíz, como una mazorca demasiado madura, así estás! —se movió en su prisión. —Te diré todo lo que sé, Bruja, si me deja’ ir.

—Los traidores… —empezó Wardof.

Brusenna cantó y el maíz se envolvió apretadamente sobre la nariz y boca del hombre. Por encima del murmullo de sus maldiciones, ella estudió a Garg. Éste estaba claramente aterrorizado de ella… aún más que del peligroso hombre a su lado. Esa revelación la sorprendió. —Supongo que eso depende de lo que me digas.

Garg echó una mirada ansiosa en dirección a Wardof, antes de tragar duro. —Él vino al pueblo hace unos meses. Lo encontré bebiendo, lo hice. Dijo que quería saber si había algunas Brujas por aquí. Po’ supuesto, le dije de ti y tu ma’. Se interesó mucho. Dijo que había dinero para mí, si lo ayudaba. Po’ supuesto, las cosas han sido difíciles, con el hambre y todo eso —le lanzó una mirada de desprecio al maíz.

—No sé cómo te las arreglaste para hacer crece’ todo esto que tú tienes —continuó, retorciéndose incómodo en sus amarres. —Así que ayudé a echar al mercader con el que tú hace’ negocios. Él puso el puesto y esperó a que vayas, mientra’ yo rondaba algunos chicos locales para que te acosen.

—Chicos locales…¡Oh! —se abrazó a sí misma, con fuerza. —¿Tú enviaste a Corwood a… hacerme eso?

Él se aclaró la garganta con torpeza. —Se suponía que sólo iba a asustarte. Lo juro por la tierra de mi padre y la cabeza de mi primogénito…aunque sólo es una niña —ante la mirada en el rostro de Brusenna, trató de escabullirse. —¡Soy un hombre honrao’! Es sólo que estos tiempos han sido muy duros y todo eso. Necesitaba dinero. Con una esposa y niño’ y todo eso. ¡Ya no voy a lastimarte ma’!

Ella enderezó los hombros, mientras su ira iba en aumento. —¿Has dicho asustarme? ¿Para qué?

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El hombre señaló con la cabeza en dirección a Wardof. —Él quería asegurarse que tú eras la indicada. Dijo que, cuando una Bruja se veía acorralada, incuso la más cuidadosa hace un encantamie’to —rió entre dientes —. Asustaste bien a esos chico’.

Por lo tanto, todo había sido una trampa y ella había caído directamente en ésta. —¿Qué era, exactamente, lo que ustedes iban a hacer conmigo?

Él se encogió de hombros. —Wardof no dijo y yo no le pregunté. No sabía del cuchillo, hasta despue’. ¡Juro que no lo sabía!

Brusenna tenía la certeza que Garg estaba mintiendo…al menos en algo. El hombre era lo suficientemente cobarde como para mentir su camino hacia la libertad. Pero Wardof… había percibido el asesinato en sus ojos. Un Cazador de Brujas. Lo que fuera que quisiera de ella, no era agradable.

¿Pero qué hacer con esos dos? No podía matarlos, aunque tenía que admitir que parte de ella quería hacerlo, y tampoco dejarlos morir a la intemperie. Apretó los labios, frustrada. Necesitaba ayuda. ¿Pero quién ayudaría a una Bruja?

Entonces lo recordó. El Alguacil Tomack. Su madre le había dicho que podía confiar en él. Y ya la había ayudado una vez, ¿podría hacerlo de nuevo? Pero, ¿se atrevía a dejar a esos dos solos, durante tanto tiempo? ¿Y si se escapaban? Si tan sólo pudiera ponerse en contacto con Tomack sin dejarlos… Fijó la mirada en Garg. Un plan tomó forma en su mente.

Se arrodilló junto a él y lo estudió, hasta que el hombre se puso a sudar y retorcerse como un niño con un puñado de caramelos robados. Mantuvo su voz serena, porque había aprendido de su madre, que la dulzura se siente como nieve que cae sobre la espalda en un día de invierno. —Esto es lo que vamos a hacer, Garg. Tú vas a ir a la aldea y le dirás al Alguacil Tomack que este hombre amenazó con hacerme daño y que tú lo seguiste hasta aquí. Él intentó lastimarme y tú lo detuviste. El alguacil lo enviará a prisión y tú serás el mayor interesado en asegurarte que se quede allí.

Wardof escupió y masculló como un gato en una bolsa, lanzando indistinguibles amenazas y maldiciones amortiguadas. —Tú vas a ser el héroe. O… —ella hizo una pausa, para más efecto —…te dejaré amarrado y buscaré yo misma a las autoridades. Entonces podrás compartir tu tiempo en la prisión con Wardof. Aunque me parece que él sería un compañero de celda bastante difícil.

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Garg miró a Wardof, quien se debatía como un loco, y luego volteó hacia la Bruja de suaves modales. —¿No me maldecirá’?

Brusenna tragó la risa y se apoyó en el suelo, cerca de él. —Si no haces eso, nada volverá a crecer en tu suelo. Me ocuparé personalmente de eso.

Su amenaza tuvo el efecto deseado. Los ojos de Garg se dilataron de horror y se lamió los labios resecos. —Está bien. Lo haré. Pero será mejor dejar en claro que nunca he hecho trato’ contigo antes. Soy un hombre de estatu’. No puedo coquetea’ con Brujas.

Brusenna se puso de pie y sacudió el polvo de su camisón. —Hombre de estatus, sí claro —murmuró por lo bajo. —Un ladrón de vida sucia, eso es lo que eres. También un borracho, por el aspecto que tienes.

Él la miró de reojo. —¿Eh? ¿Qué has dicho?

Brusenna sonrió con falsa dulzura. —Voy a liberarte ahora. Si no estás de regreso, con el alguacil, por la mañana, pondré una maldición sobre tu tierra para siempre —. Cantó la canción para liberarlo.

Garg se puso de pie, tambaleante. —¿Cómo voy a hacer para trae’lo aquí? Nadie, excepto Wardof, fue capaz de encontrarte y eso fue sólo po’que él tenía la otra mitad de ese collar.

Una cantidad sin precedentes de improperios estalló desde las mazorcas de maíz, bajo las que estaba Wardof.

Por fin un poco de información útil. Ella señaló a Garg. —¡Vigílalo! —El perro se puso en cuclillas, con los músculos tensos para saltar. Garg tragó con fuerza y se mantuvo inmóvil.

Brusenna cantó para que el maíz retrocediera, revelando los puntitos de odio que emanaban de los ojos de Wardof. Se estremeció, sin poder controlarlo. —¿Qué es lo que hace el collar?

—¡Bruja!—le espetó él, como si fuera el insulto más vil que pudiera imaginar.

Ella se sentó sobre los talones, a su lado. —Respóndeme o te dejaré aquí. Las plantas no se debilitarán. Morirás en pocos días.

—No amenaces con algo que no puedes terminar, Bruja.

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El valor, que antes se había desvanecido, resurgió bajo el ardiente odio del hombre. ¿Podría hacerlo? ¿Realmente podría abandonar a este hombre a su muerte? Pero, al buscar en sus ojos, supo que él no vacilaría en matarla a ella. Y si ella lo dejaba ir, eso es precisamente lo que haría. Por un largo rato buscó en su interior. Lo que encontró, la sorprendió. Un duro nudo de brutalidad, que se alimentaba de los malos tratos que había sufrido toda su vida. Su propia ferocidad la asustó. —Sí puedo terminarlo.

Por primera vez, sus palabras parecieron afectar a Wardof. Los ojos de él se abrieron de sorpresa y miró a Garg, buscando ayuda.

—Yo no contaría con eso —señaló Brusenna. —Apuesto a que lo único que Garg quiere, es fingir que esto no pasó. Si no me lo dices tú, quizás él sí.

—Cada pieza de información que recojas de mí, te costará caro.

Brusenna se encogió de hombros. —Puedes matarme a cuenta… si tienes una oportunidad.

Por primera vez, Wardof dejó de luchar contra sus ataduras. —El collar tiene dos partes iguales. Una mitad conduce a la otra. Es la manera más rápida de encontrar la guarida de una Bruja.

—¿Dónde está la otra mitad?

La boca de Wardof se endureció, pero Brusenna vio que los ojos de Garg se desviaban hacia el bolsillo del hombre. Cuando buscó allí, el Cazador se resistió, retorciéndose. Con la ayuda de Bruke, se las arregló para inmovilizarlo. Al reconocerla, el maíz se alejó. Intentando no pensar cuán delgada era la tela que separaba su piel de la de él, Brusenna metió la mano en el interior y extrajo otro colgante. Éste no era una luna creciente, como el que había puesto en la caja del dinero, sino una gibosa luna menguante. Las dos juntas formarían una luna llena.

Todo el aire abandonó su cuerpo.

El signo de las Brujas.

Temblando, ella se giró completamente hacia Wardof. —Estos collares fueron hechos por Brujas. ¿De dónde los has sacado?

Él se encogió de hombros con indiferencia. —De la primera Bruja que capturé.

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¿Cuántas había capturado? ¿Era su madre una de ellas?

Brusenna le arrojó el collar de la luna menguante a Garg. —Úsalo para encontrar el camino de regreso. Tienes que estar aquí, por la mañana.

—¡Juro que te daré la más desagradable de las muertes, si te lo llevas! —chilló Wardof. —¡Garg, quítaselo!

—Ella enviará el perro tras de mí, Wardof —gimoteó Garg.

—¡Ese par vale mucho más de lo que produce tu aldea en un año! —amenazó Wardof.

—Una palabra más… —dijo ella, con calma —… y sólo te dejaré libre una fosa nasal para respirar.

Él cerró la boca con fuerza, pero los ojos disparaban puñales en su dirección.

Garg se dio la vuelta y corrió, como ratón liberado de la boca de un gato.

Volviéndose nuevamente hacia Wardof, Brusenna preguntó —¿Por qué me ibas a cazar?

Oyó el chirrido del maíz mientras él se acomodaba. —Voy a esperar a mis captores. Escaparé y luego te mataré.

Miedo. Brusenna lo saboreó en la boca y lo sintió correr por sus venas. De algún modo, se las arregló para disimular el terror de su voz. —Entonces, también podrías decírmelo. Suena como si el conocimiento no fuera a estar mucho tiempo conmigo.

Wardof gruñó. Era evidente que quería asustarla. Que quería que sintiera terror de él. —La Bruja Oscura ha capturado a todas las otras. Me envió a cazar, tras un rumor. El rumor resultó ser tú.

Brusenna sentía la sangre que latía en sus venas. Se apartó, para que él no pudiera verle el rostro. —¿Capturadas?

—Sí, capturadas. ¿Eres sorda además de ignorante? Ella cogió a la última hace unos días. Pero había rumores que una de las Brujas tenía una hija, así que me envió para asegurarse. No pasará mucho tiempo, hasta que se dé cuenta que me han atrapado. Entonces, me liberará. ¡No importa dónde vayas, te encontraremos y te unirás a tus Guardianas!

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Brusenna no podía oír nada más. Cantó al maíz, para que vuelva a cubrirle la boca y se tambaleó de regreso a su casa. ¿Su madre y Coyel? Lo que sea que hubieran intentado hacer, fallaron. La Bruja Oscura las había capturado.

¿Realmente podía ser que ella fuera la única Bruja que quedaba?

Brusenna subió dificultosamente las escaleras hasta su cuarto, cayó al suelo, se cubrió el rostro con la colcha y sollozó. Cuando todas sus lágrimas se agotaron, se puso lentamente de pie. Tenía que existir algo que pudiera hacer. ¿Pero qué?

Entonces, recordó la carta de su madre. La que estuvo a punto de quemar.

Corrió a la habitación de Sacra y vació todo el contenido de la caja del dinero sobre el suelo. Encontró la carta. Rompió el sello de cera. Pero aún estaba demasiado oscuro para distinguir las palabras. Abrió las cortinas, para dejar entrar un rayo de luna, e intentó leerla. Pero sus manos temblaban demasiado. Alisando el papel con sus manos, Brusenna se inclinó sobre éste.

Mi querida Brusenna,

Si sucede lo peor y los Cazadores te encuentran, debes tomar el oro y huir hacia Haven. Es el único lugar donde estarás segura de ellos. Para encontrarlo, enfrenta al sol saliente y canta la Canción del Alba. Está en mi diario. Sigue el camino, no importa lo difícil que parezca.

Siempre estoy contigo.

Mamá

Por un instante, Brusenna pudo sentir la presencia de su madre. Casi de inmediato, la sensación empezó a perderse. Trató de aferrarse a ella, pero era tan fugaz como el trino de un pájaro asustado. Sacra no estaba allí. Era prisionera de la Bruja Oscura. Como lo eran todas las otras Brujas… una comunidad completa de Brujas, que Brusenna ni siquiera sabía que existiera. Las lágrimas volvieron a correr por su rostro. Se las enjugó, plegó la carta y se la guardó en el bolsillo.

Justo cuando estaba volviéndose para marcharse, le llamó la atención un destello. El colgante. Vacilante, trazó la luna creciente con la punta de los dedos. Tomando una repentina decisión, lo sacó y abrochó alrededor de su garganta.

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Abrió los cajones de su madre y extrajo un gran morral. No había tenido tiempo de coserse ropa nueva, así que se pasó uno de los pesados vestidos de su madre por la cabeza. Metió un segundo vestido en el interior del morral. Sin saber si volvería a hacer frío antes que pudiera encontrar Haven, cogió su único par de zapatos, una cálida pero ligera manta, un petate para dormir, pedernal y yesca, una olla y jabón. Deseó tener tiempo para hornear pan de viaje, pero no había razón para quedarse más por allí.

Se arrodilló frente a la estufa, apartó el ladrillo y sacó puñados de monedas de oro cubiertas de hollín. Tomó su aguja nueva y las cosió en un bolsillo oculto en su morral. Por último, colmó de comida cada espacio restante. Las costuras se pusieron tensas, pero Brusenna se colgó el morral del hombro, para probar el peso. ¿Sería suficiente? Suspiró, deseando tener un caballo.

Miró a su alrededor. —¿Qué me estoy olvidando? —le preguntó a Bruke. Él sólo la miró con sus ojos de perro.

¡La Canción del Alba! Fue hacia el diario de su madre y pasó las hojas con rapidez. Se sentó en la mesa de la cocina, encontró la canción y comenzó a practicar.

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Traducido por Kar Corregido por Mely

rusenna estaba desplomada, con la barbilla apretada contra el pecho, cuando Bruke la despertó con un gañido y un cálido lengüetazo. Sobresaltada, inspiró

profundo y se pasó la mano por la cara, ensuciándose la nariz con baba. —¡Aj! —Se limpió con la manga y dirigió una mirada aturdida hacia la ventana. De pronto, se sintió asustada. ¿Y si Wardof había escapado la noche anterior?

Se precipitó hacia donde comenzaba el campo de maíz y exhaló un suspiro de alivio, al ver el paquete todavía bien envuelto. Miró hacia arriba y vio las primeras señales de luz en la copa de los árboles. Debería amanecer en cuestión de segundos. El diario decía que esperara hasta que los primeros rayos de sol tocaran su rostro, antes de cantar. Ya no que quería que Wardof oyera siquiera el más leve pedacito de la canción, corrió hacia el otro lado de las calabazas.

Brusenna cuadró los hombros y abrió la boca.

Oh, luz de la mañana, escúchame clamar Hacia Haven, yo tengo que volar

Mientras ella cantaba, la niebla se elevaba desde el suelo. Se congelaba y espesaba. En el instante en que la luz tocó la niebla, Mientras ella cantaba, la niebla se elevaba desde el suelo. Se congelaba y espesaba. En el instante en que la luz tocó la niebla, ésta se volvió dorada y brilló con pequeñas chispas. Brusenna observó, asombrada, mientras la niebla se dirigía hacia el noroeste, en dirección opuesta a Gonstower. Luego, tan rápido como había aparecido, se evaporó. Ella soltó todo el aliento de une vez. —Noroeste.

Hacia el noroeste estaba Perchance, capital de la Ciudad-Estado de Haden, de la cual Gonstower era una pequeña parte. Más allá se extendía la siguiente Ciudad-Estado, Urway, que alojaba la capital de Nefalie, Tressalay. Y más allá aún, el conocimiento de Brusenna era escaso. Sabía que Nefalie era un pequeño país, con Gonstower en el centro, y que tenía una larga línea costera, aunque ella nunca había visto el mar y no podía imaginar cuán cansados estarían sus ojos, si la vista continuara sin un final.

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De regreso a la casa, añadió el diario a su morral desbordante. Apenas se acercó a la puerta, las orejas de Bruke se irguieron y su gruñido se transformó en un ladrido. Brusenna se puso rígida. Los árboles y arbustos se separaron. En toda su vida, sólo Coyel había entrado abiertamente en el claro que rodeaba su casa. Pero ahora, una horda de hombres emergía de entre los árboles. Parpadeó sin poder creerlo, pero ellos aún estaban allí, con Garg a la cabeza.

Brusenna apoyó una mano sobre la cabeza de Bruke. —Siéntate.

Con un gruñido que terminó en gañido, el perro se sentó sobre los cuartos traseros y lanzó una mirada a los intrusos.

Ella estudió a los hombres que invadían sus campos. Al menos doce de ellos, con Garg al frente. Éste llevaba en la mano, el cordón de cuero que se estiraba detrás del colgante flotante y apuntaba directamente a ella. Inconscientemente, las yemas de sus dedos encontraron el collar dentro de su vestido. Liso y duro, se sentía caliente ante su tacto.

Cuando el Alguacil Tomack la vio, puso una mano sobre el hombro de Garg y le hizo una señal a uno de sus hombres para que se quede con el gordo. Luego, el alguacil le quitó el pendiente y lo conservó en su gran puño, mientras les indicaba a todos, excepto dos de sus hombres, que se fueran. Una vez que éstos se hubieran marchado, el Alguacil se acercó a Brusenna. —Frente a mis testigos, por favor describa los eventos.

Brusenna observó, con deleite, cómo todas las caras, menos la del Alguacil Tomack, se ponían verdes, mientras relataba cómo había atado a Wardof con el maíz.

El alguacil le alargó la otra mitad del collar de ámbar, la luna menguante. —Me imaginé que esto debía ser suyo, después del problema en que la metió Wardof.

Brusenna estudió el colgante, mientras éste giraba y se retorcía, capturando la luz del sol al tensarse hacia ella. Se había olvidado de eso, hasta ese momento. Lo tomó. Cuando lo tocó, el collar quedó inerte. Frotó la piedra bajo sus pulgares. Después de sólo un momento de duda, pasó el cordón por encima de su cabeza. Colocándolas una junto a la otra, empujó y las piezas encajaron con un clic. Dilató los ojos cuando el colgante empezó a brillar. Delgadas cintas de luz se arremolinaban al salir. Todas las plantas que la luz tocaba, crecían y se volvían de un verde más rico. Lentamente, la luz se desvaneció por completo. Con el corazón latiéndole en la garganta, ella se quedó

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mirando la, ahora, luna llena… Sólo una fina y curvada juntura mostraba dónde estaban separadas las dos piezas.

Extrañamente, el Alguacil Tomack no parecía sorprendido por el espectáculo. Se inclinó y le susurró —Señorita, si alguna vez necesita algo de nuevo, acuda a mí. ¿Entiende?

Las lágrimas escocieron los ojos de Brusenna. Tal vez, su madre había estado en lo correcto acerca de tener amigos. —Gracias.

—¿Qué le pasó a su madre? ¿Murió?

Brusenna se encogió. —No lo sé.

Él la estudió. —¿Qué más necesita?

Brusenna sorbió y se limpió la nariz. —Voy a ir a buscar a mi madre, pero si dejo todo… —hizo un gesto hacia la casa.

El Alguacil Tomack miró a su alrededor. —Puedo vigilar las cosas mientras usted no está, si quiere.

Brusenna asintió. —Si no estoy aquí, el bosque olvidará en una semana, más o menos. Usted no debería tener problemas para hallar este lugar, entonces. Mi ganado… No sé qué hacer con ellos.

—Le diré qué es lo que haré. Los llevaré a mi casa. Como pago, usted me deja quedar con todo lo que produzcan. Cuando regrese, los coge de vuelta con todas las de la ley.

Brusenna asintió. —¿Y toda la comida que se ponga agria?

Él se cruzó de brazos. —Podríamos hacer un intercambio.

Ella se lo pensó por un momento. —Necesito un caballo.

—Muéstreme qué es lo que tiene, entonces.

Ella lo llevó hasta el granero y el alguacil examinó, asombrado, los estantes llenos. —Como está la hambruna, yo diría que esto bien vale un caballo. Aquí hay suficiente para alimentar a mi familia por un año o más. —se volvió hacia ella —. Un caballo, una silla de montar y un paquete de provisiones. ¿Qué dice? ¿Tenemos un acuerdo?

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Le tendió la mano y Brusenna dudó. La última persona que la había tocado, trató de matarla. Pero su triunfo de la noche anterior la hizo sentir audaz. Estrechó su pequeña mano con la grande de él. —Trato.

—¿Tiene papel y tinta? —Ella le tendió ambos y él se puso a escribir una nota —. Mi hermano, Wittin, vive en Perchance, la próxima ciudad al noroeste de aquí. Lleva un negocio de caballos. Esta nota le conseguirá lo que necesita; yo le pagaré directamente a él, próxima vez que nos veamos.

Brusenna tomó el papel y lo revisó con rapidez. Decía exactamente lo que el Alguacil Tomack había dicho. Miró al hombre con nerviosismo. Nunca antes había confiado verdaderamente en alguien. Lo más cerca que estuvo de eso, fue con Wardof. No tenía idea si ese lugar existía, siquiera. ¿Cómo sabría que él no estaba mintiendo?

El Alguacil Tomack debió notar su duda. —Cautelosa, ya veo —. Sacó un reloj de oro del bolsillo de su chaqueta y acarició una de las caras, antes de entregárselo a regañadientes. —Déle esto a mi hermano, cuando lo vea. Bien vale un caballo y una silla de montar, y él lo reconocerá como el que me dio mi padre, cuando dejé mi casa. Las Creadoras saben que peleamos bastante por él.

Brusenna tomó el reloj tímidamente y lo dejó caer, junto con la nota, en el bolsillo donde tenía la carta de su madre. El hombre le dirigió una sonrisa alentadora. —No digo que entienda las costumbres de las Brujas, pero sé que si ayudas a una cuando lo necesita, se te devolverá cien veces.

Ella lo miró, asombrada. —Si no vuelvo a tiempo, puede quedarse con el resto de la cosecha. Sólo guárdenos muchas semillas.

Él gruñó. —Ya lo ve, me ha pagado más que suficiente.

Ella se dispuso a pasar junto a Tomack, pero hizo una pausa. —Asegúrese que Wardof no sepa dónde voy.

Él volvió a mirarla. —No quedará libre muy pronto, eso puedo prometérselo.

—Él dijo que, cuando los otros… —deliberadamente, omitió el nombre de la Bruja Oscura —… lo descubrieran, lo liberarían.

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—Oh, eso dijo, ¿verdad? —El Alguacil Tomack se frotó la barba —. Bueno, ya pensaré en algo. — Asintió y dejó lo suficiente en los estantes, como para alimentarse durante la semana que pasaría antes que el bosque olvidara.

Brusenna se volvió hacia el noroeste. —Bueno, Bruke, supongo que iremos a Perchance. ¿Alguna vez has estado allí?

Como si supiera exactamente dónde iba a ir, el animal saltó frente a ella. En el borde del claro, Brusenna se dio vuelta. Su hogar. Los recuerdos giraron en su mente, como copos de nieve a la deriva. Ella los hizo a un lado. Las otras Brujas la necesitaban. —Ya voy, madre.

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Traducido por CairAndross Corregido por Mells

n la temprana luz matinal, Brusenna apartó cuidadosamente las ramas de los arbustos tras las que estaba escondida y observó la ciudad a la distancia. Su

aliento formó una pequeña nube cuando exhaló, emborronando momentáneamente su visión. Se le apretó el estómago y la bilis subió en su garganta. Poblaciones significaban personas. Y las personas nunca habían sido algo bueno para ella.

Pero necesitaba un caballo. Además, había estado viajando durante dos días, a través del bosque virgen, y se había comido todas sus provisiones. Necesitaba más suministros. Cambió de lugar su morral, para aliviar el dolor entre sus omóplatos, y se armó de valor antes de salir de la cubierta de árboles para ingresar al caluroso camino amarillo. —Creo que no debería volver a usar mi verdadero nombre —le dijo a Bruke, en voz baja —. De ahora en adelante, usaré Senna.

Al igual que Gonstower, Perchance tenía las mismas casas de madera con techos de tejas a dos aguas. Las partes más pobres de la ciudad eran de un triste y aburrido color gris, mientras que las casas en las partes más ricas brillaban con pintura blanca y adornos negros. Pero, a medida que Senna se acercaba, se dio cuenta que allí era donde terminaban las similitudes: Perchance tenía, fácilmente, cuatro veces el tamaño de Gonstower.

Estuvo a punto de darse la vuelta y huir por donde había venido. Pero, si ni siquiera era capaz de dar la cara frente a extraños, ¿cómo podría luchar contra la Bruja Oscura? —Ellos no saben que eres una Bruja —se murmuró, a sí misma. —Sólo mantén tu cabeza baja y no te meta en problemas.

No pasó mucho tiempo antes que Senna empezara a cruzarse con gente. Sintió que el duro nudo en sus entrañas comenzaba a suavizarse, cuando las bulliciosas personas siguieron de largo, sin tenerla en cuenta. Por primera vez en su vida, nadie la estaba mirando, o señalando, o susurrando sobre ella. —El anonimato es una cosa maravillosa —le confió a Bruke.

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Bruke, quien se había pegado a su lado, levantó la mirada hacia ella y soltó un gañido.

Al entrar al mercado, notó que, en lugar de sólo puestos al aire libre, Perchance también tenían edificios con elaborados letreros que indicaban de todo, desde zapateros a maestros del telar.

Senna se detuvo frente al primer cambista de moneda que encontró. El hombre detrás del mostrador mordió su oro, lo pesó, y le dio vueltas varias veces, antes de anunciar su precio. —Un silver, diez upices.

Determinada a obtener un precio justo, Senna se lo arrebató. —Voy a ir a otro lugar, entonces.

—¡Espera ahora! ¡Espera! —El cambista se apresuró a interponerse entre ella y la puerta —. Está bien, dos silvers y diez upices.

Ella le lanzó una mirada de exasperación y el hombre soltó un bufido. —Dos silvers, veinticinco upices, ¡y ni una sola moneda más!

—Hecho —le alargó la moneda con un floreo. Con su bolsillo tintineando de calderilla, Senna le compró a Bruke una docena de pescados secos. Luego, se ordenó un desayuno de calabaza caliente con crema y azúcar y una rebanada de pan, gruesa y esponjosa, para comer con ésta. Y, porque no pudo resistirse, una docena de pasteles de miel.

Dejó los pasteles de miel para el final y saboreó cada pequeño bocado. Al principio, la miel era fuerte y dulce, pero también se disolvía con facilidad. Cuando la acabó, se quedó con la mezcla de cítricos y frutos secos. Y cuando no restaba más que un trozo de pan pastoso, finalmente se permitió tragarlo.

Cuando terminó de lamer hasta el último pedacito de felicidad de sus dedos, envolvió el resto para más adelante, a regañadientes. Encontró una casa de baños. Después de fregar su piel hasta que quedó rosada, lavó sus ropas, se puso una muda limpia y se trenzó el cabello. Con la ropa húmeda colgando por encima de su morral para que se seque, compró provisiones y regresó con la amable comerciante que le había vendido los pasteles de miel: una mujer de aspecto agradable, con una hermosa hija de cabello rizado

—¡No me digas que quieres más! —exclamó la mujer, al ver a Senna.

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Senna se dio unas palmaditas en el estómago. —Desafortunadamente, no. En realidad, tenía la esperanza que conociera a un hombre llamado Wittin.

Las cejas de la mujer se fruncieron, mientras se daba golpecitos en el mentón con los dedos. —Wittin, Wittin. Ah, sí, el caballerizo. Vive al extremo norte de la ciudad —señaló y le dio indicaciones.

Senna se encaminó hacia la parte más rica de la ciudad. A buena distancia de la población, divisó una casa pequeña… al menos, en comparación con los establos junto a ésta. A lo largo del camino, pacían o descansaban caballos de toda raza y color. Ella paseó la mirada de uno a otro, y sintió que crecía su incertidumbre. La única experiencia que había tenido con éstos, era su caballo de tiro, que había sido baleado por un chico durante una apuesta. Los caballos de tiro eran demasiado lentos y pesados para cabalgar mucho tiempo.

Ya en los establos, se acercó a la media puerta. La pintura estaba brillante y lucía tan limpia como podía estarlo en un granero. —¿Hola? —Nada. Bajó la mirada hacia Bruke —¿Sabes dónde están?

Él olfateó el aire y le devolvió la mirada de ignorancia.

—Bueno, vamos a ver qué es lo que tienen. Quizás ya podríamos tener uno escogido, para el momento en que vengan. —Abrió la puerta y entró. El aire estaba cargado con el tibio aroma de caballos, estiércol, paja y tierra. Los rayos de sol que entraban por la ventana, captaban partículas de polvo e iluminaban los remolinos de las corrientes de aire.

En los primeros establos ante los que pasó, los caballos le resoplaron indignados a Bruke. Él no pareció darse cuenta. Senna estudió los animales, uno por uno. Negro, bayo, palomino, alazán, tostado. Algunos eran grandes y de constitución cuadrada. Otros tenían huesos finos y rasgos delicados. Cada uno era diferente y, sin embargo, muy parecidos. —¡No tengo idea! —exclamó, mientras su cabeza oscilaba entre un pesebre y el siguiente.

Entonces, se detuvo frente a un establo. Era un alazán, de un tono similar a las castañas. Sobre la frente, tenía una luna creciente; sobre el hocico, una muesca en forma de luna menguante. Brusenna rozó su collar con los dedos, mientras lo examinaba. Los ojos eran amables y curiosos. Ella alargó la mano y el caballo bajó la

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cabeza, aceptando que lo rasque bajo el flequillo. —Hola —murmuró, suavemente. —¿Cuál es tu nombre?

—Knight. —La respuesta provino de detrás de ella. Senna giró sobre sus talones, para ver un muchacho… no, un hombre… no, un muchacho… bueno, en todo caso, un muchacho que era casi un hombre, caminaba hacia ella. —¿Hay algo que pueda hacer por usted, señorita?

No era necesariamente guapo. Sus orejas sobresalían un poco y la barbilla era demasiado suave. Pero cuanto más tiempo lo miraba, más decidía que quizás sí lo fuera. Era alto… cabeza y hombros más alto que ella. Delgado, pero fuerte de algún modo. Tenía una abundante cabellera castaña, que caía baja sobre su frente. Las piernas se combaban en las rodillas, probablemente de tanto montar a caballo. También tenía unas arrugas permanentes alrededor de los ojos, como si nunca cesara de sonreír el tiempo suficiente para que las líneas se alisaran. Le estaba sonriendo en ese momento. Incapaz de contenerse, ella le regresó la sonrisa. —Quiero comprar este caballo.

El muchacho cruzó los brazos sobre el pecho y se apoyó contra el pesebre. —Bueno, Knight es un tipo muy costoso de caballo. Es joven, con un montón de vinagre, pero también muy gentil. No muchos caballos son ambas cosas a la vez.

—¿Vinagre?

Él se rió y a ella le agradó su forma fácil de sonreír. —Significa que tiene un montón de energía… que da muchas coces. —Extendió su mano. Senna lo miró indecisa, antes de tender la suya. Sintió los callos en la piel áspera —. Mi nombre es Joshen.

—Senna.

—Bueno, Senna. Si aún está interesada, podría ensillárselo para que dé una vuelta.

Senna volvió a mirar a Knight. —Me encantaría.

Joshen recuperó un cabestro y cogió al caballo. Abrió la ancha puerta y lo sacó de allí. —Tendría que revisar nuestros libros para más certeza, pero estoy seguro que Knight tiene un valor de, al menos, tres monedas de oro. Tenemos toda una cuadrilla, a menor precio, que sirven muy bien.

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Senna sabía que Joshen estaba tratando de asegurarse que ella podía pagar. Pero decidió que, cuanto menos dijera, mejor. —Necesitaré arreos, también.

Ante eso, él se detuvo y se giró. —Dependiendo de la silla de montar, ésas serían otras dos monedas.

Senna cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Cree que no puedo pagarle?

Claramente incómodo, él se frotó el mentón. —Bueno, no quiero ser grosero, Senna, pero no muchas niñas tienen esa cantidad de dinero.

Ella metió la mano en el bolsillo y sacó la nota del Alguacil y el reloj de oro. Sin decir palabra, se los entregó. Mientras Knight robaba un montón de heno del pesebre de otro caballo, Joshen revisó la nota. A medio camino, la miró asombrado. Cuando terminó de leer, apretó el papel con fuerza en la mano, como si temiera que alguien se lo quitase. —¿Así que tú eres Brusenna?

La sangre desapareció del rostro de Senna. La nota no mencionaba su nombre completo.

Sin otra palabra, Joshen llevó a Knight hasta un poste y lo ató. —Espera aquí. Regreso enseguida.

Senna sujetó las correas de su morral y consideró escabullirse. Antes de poder hacerlo, Bruke trotó hasta un montón de heno y se acomodó, con la cabeza entre las patas. El perro parecía tener un sentido innato sobre quién era amigo y quién un enemigo. Supo que el collar sería un problema, por ejemplo. Pero desde que ella le quitara la otra mitad a Wardof, ni siquiera le echó un segundo vistazo. Senna meneó la cabeza. —Está bien. Si tú confías en él, yo también lo haré.

Encontró un cepillo y comenzó a quitar el polvo del lomo de Knight. Pelos y suciedad volaron por todas partes. Sólo se giró cuando algo bloqueó la luz. En la puerta, estaba un hombre corpulento, con Joshen a su lado. Senna dejó caer el cepillo y los enfrentó.

—Mi nombre es Wittin. Aquí, Joshen me dice que has traído esta nota de mi hermano, Tomack.

Senna miró a Bruke; el perro aún parecía despreocupado. Apretó los dientes y respondió. —Sí.

Wittin estrechó los ojos. —Has tenido problemas con los Cazadores de Brujas.

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No era una pregunta. Inconscientemente, Senna dio un paso atrás y se tomó con Knight. Se sentía acorralada… y muy, muy sola. —¿Cómo lo sabe?

El hombre se volvió hacia su hijo. —¿Joshen, por qué no vas a buscar a Stretch?

Después de echar un vistazo a Senna, el muchacho cogió una soga y un cubo de avena, y se dirigió a una de las pasturas que ella había visto antes.

Wittin dio unos pasos hacia ella, cojeando. —Hay cosas que tu madre nunca te dijo. Yo soy una de ellas.

Ella se alegró de tener la sólida presencia de Knight detrás de sí… de otro modo, no estaba segura de poder detenerse. —¿Usted conocía a mi madre?

Wittin se frotó el mentón sin afeitar. —Durante casi veinte años. Ella y Coyel vinieron a verme hace tiempo. Dijeron que, si te veía, tenía que contarte las cosas que necesitabas saber.

Todo el aliento abandonó el cuerpo de Senna en una ráfaga. —¿Qué cosas?

Wittin inhaló profundo. —Acerca de la Guerra de la Bruja.

En todo momento, desde que Coyel apareciera en su vida, Senna había querido respuestas. Pero ahora estaba asustada. Y no muy segura de confiar en Wittin. —¿Por qué, simplemente, no me las dijo ella misma? Podría haberlas escrito en la carta.

—No es el tipo de cosas que dejas por escrito. Y ella tenía la esperanza de protegerte.

Senna pensó en todas las veces que ambas habían sido intimidadas y ridiculizadas. —¿Protegerme? ¿Al igual que el día que me arrojaron al cepo? ¿De qué forma iba a protegerme eso?

La mirada de Wittin se endureció. —Deberías orar a las Creadoras, para nunca tener que experimentar el dolor que padeció tu madre.

El hombre se dio la vuelta y observó la casa y las pasturas más allá de las puertas del establo. —Tienes que entender que un sinnúmero de personas no cree que los poderes de las Brujas sean reales. Considera esta maldita sequía. Ellos creen que es sólo un giro del destino, que las estaciones se gobiernan a sí mismas. Pero no lo hacen. Las Brujas las controlan.

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«Y un sinnúmero de los que sí creen… bueno, culpan a las Brujas por cada cultivo que falla, por cada helada temprana. No se dan cuenta que el manejo de las estaciones se parece más a controlar un potro semisalvaje que a ordenar un corte de carne al carnicero.»

«Y hay otro grupo… Ellos ven el poder de las Brujas, y se resienten y las temen debido a ello. Eso fue lo que comenzó la guerra. Un grupo de Brujas se cansó de ser rechazadas por los hombres. Decidieron vender sus canciones por dinero y poder. Pero las otras Brujas, las Guardianas, creían que todo el mundo tenía derecho a sus canciones. Las disidentes se separaron del grupo principal. Se llamaron, a sí mismas, las Siervas de Espen. Cada Bruja eligió un lado.»

Senna no podía imaginarse a su madre, atrapada en una guerra.

—Muchas, muchas Brujas murieron. Eventualmente, las últimas de las Guardianas fueron a ocultarse a Haven… excepto tu madre y tú —la voz de Wittin se quebró. —¿Ahora entiendes por qué tu madre te escondió lejos? ¿Por qué pensaba que los prejuicios de Gonstower eran un inconveniente menor?

Senna le dio una patada a la tierra. —Ella no quiere que yo sea una verdadera Bruja.

Wittin se dio la vuelta, para enfrentarla. —Yo no diría eso. Ella sólo quería mantenerte lo más lejos posible del peligro. Yo no estaba completamente de acuerdo, pero no eres hija mía. Ella lo hizo lo mejor que pudo.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Senna… lágrimas, tanto de ira y traición como de tristeza. —Pero yo nací como parte de esto.

Wittin no apartó la mirada. —Si se hubiera quedado con las Guardianas, tú habrías crecido entrenándote para luchar contra Espen. Ella no quería eso para ti.

—¿No podía enseñarme a defenderme, al menos?

Wittin no respondió y Senna entendió que se había quedado sin respuestas. Sólo su madre tenía el resto y ella se había ido.

El hombre sacudió la cabeza al fin, con los ojos llenos de tristeza. —Tu madre dijo que era malo… Sólo quedaban ocho Brujas completamente entrenadas, y el resto eran sólo niñas. Pero, si los Cazadores están tras de ti… una niña no entrenada… mi suposición es que podrías ser la única Bruja que queda.

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Senna inspiró profundo. —Y esos Cazadores de Brujas…

—Son parte de los Sirvientes de Espen —Wittin se enrolló la manga, revelando un tatuaje verde, con el tamaño y la forma de un guijarro redondo. —Pero Espen no es la única que utiliza a los hombres.

Incapaz de contenerse, ella extendió la mano, pero se detuvo poco antes de tocarlo. —La luna llena es una marca de las Brujas —se sorprendió por el tono de advertencia en su voz, pero estaba harta que las personas abusaran de los símbolos de las Brujas.

Wittin deslizó los dedos sobre los bordes levantados. —Ellas nos marcan como Protectores, cuando hemos demostrado que somos dignos. Sacra nos marcó, a mí y a mi hermano, hace mucho tiempo, pero luego Espen me rompió la pierna y ya no pude ser de mucha ayuda, así que Tomack ha mantenido un ojo sobre ti y tu madre… tanto como ella se lo permitía, en realidad.

—¡Yo pensé que te había tumbado un caballo! —bromeó Joshen, mientras entraba al granero.

Su padre sonrió y se bajó la manga. El hombre de más edad observó cómo su hijo ataba el bayo de largas patas a un poste. —Yo mismo iría contigo… —le lanzó una mirada de fastidio a su pierna —…pero no te haría mucho bien. —Estiró una mano y dio unas palmaditas en el cuello de Knight, con cariño —. Voy a extrañarlo. Es el tipo de caballo que hace que mi trabajo valga la pena.

Senna miró al caballo y luego a Wittin, sin comprender en realidad.

—Ustedes dos harán lo posible para mantenerse a salvo, ¿me oyen?

—¿Por qué me está ayudando? —barboteó Senna.

Algo parecido a la ira destelló en los ojos del hombre. —Porque sé qué es lo mejor.

Su comentario era vago y ella no sabía qué significaba. Entonces, cayó en cuenta que él había dicho “ustedes dos” y que Joshen estaba aprestando otro caballo. —¿Tú quieres venir conmigo?

Joshen y Wittin intercambiaron miradas incrédulas.

—¿Tú pensabas ir sola? —preguntó Wittin.

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—Bueno, sí. —Los dos hombres volvieron a intercambiar miradas y Senna empezó a pensar que se estaba perdiendo algo.

Wittin se frotó la barbilla. —Creo que no entiendes, Brusenna. Tú no estás aquí sólo para recoger un caballo. Tu madre destinó a Joshen para acompañarte.

Senna se quedó mirando al muchacho con incredulidad.

Él se irguió. —Aún no soy un Protector, pero he sido entrenado para esto durante toda mi vida. Soy uno de los mejores jinetes a la redonda y un excelente tirador con mosquete.

Senna se encogió de hombros. —Yo misma no soy tan mala —. E inmediatamente se arrepintió de sus palabras. Nunca había disparado un mosquete en su vida. Ni siquiera había sostenido uno.

Wittin se pasó el pulgar por la nariz; sin duda se daba cuenta que ella, en realidad, no tenía mosquete. —Ahora no es momento de ponerse toda orgullosa ante nosotros. Antes que todo termine, vas a necesitar ayuda.

—Lo manejaré —replicó Senna. La idea de estar a solas con cualquier hombre, incluso uno tan amigable como Joshen, le parecía opresiva.

Algún tipo de comunicación silenciosa se estableció entre los dos hombres. Wittin sacudió la cabeza. “No”. Joshen frunció los labios, frustrado.

—Muy bien, entonces, Senna —dijo Wittin, al fin. —Pero, si cambias de opinión, estaremos aquí.

Ella apoyó una mano nerviosa sobre la cabeza de Bruke. —Gracias.

Con otro intercambio de miradas y una inclinación de cabeza en dirección suya, los dos hombres sacaron arreos de cuero de una habitación cerrada con llave. Cuando Knight estuvo totalmente equipado con una silla de montar de suave piel de becerro, su pelaje parecía aún más oscuro. Senna le acarició el cuello con admiración, antes de girarse. Tomack había sido amable con ella y sabía cuánto representaba aquel reloj para él. Quería regresárselo, pero no quería negar su pago a Wittin. —Además, me gustaría volver a comprar el reloj de Tomack.

El caballerizo sacó el reloj de su bolsillo y acarició la tapa de oro. —Consérvalo —se lo entregó y regresó, cojeando, a la casa.

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Joshen la estudió, inquisitivo. —Mi padre y mi tío peleaban por ese reloj, después que el abuelo murió. Cuídalo bien.

Con eso, también él se alejó. Cuando ambos se hubieron marchado, Senna deslizó el reloj y cinco piezas de oro por debajo de la puerta cerrada del cuarto de monturas. Luego llevó a Knight al exterior, puso un pie en el estribo y se aupó. Con un suave toque del talón, Knight se puso en movimiento hacia el este.

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Traducido por sharonBF Corregido por lorenj_92

banicándose con un pedazo de tela almidonada, Berlie vigilaba sus pasteles de miel y su pan, con los ojos entrecerrados. Había pasado la madrugada en su

sofocante cocina y el resto del día en su puesto. Cocinar no era tan malo, pero no le gustaba ver cómo sus mercaderías se echaban a perder en el sol. Parecía que nadie iba a comprar mucho más ese día. Se volvió hacia su joven hija, Dall. —¿Quizás deberíamos cerrar el día?

—¿Puedo comerme unos pasteles de miel? —La niña cruzó sus pequeñas manos bajo la barbilla y se inclinó hacia delante con entusiasmo.

Por lo general, sólo comían el pan que estuviera rancio o mohoso. Berlie abrió la boca para decir que no, pero se detuvo ante la mirada alicaída en el rostro de Dall. —Bueno. Puedes tomar uno ahora. Y uno más cuando hayas acabado tu cena.

Su hija deslazó los dedos, gritó de alegría y brincó de su silla hacia los pasteles de miel. Berlie empezaba a empacar, cuando una voz la sobresaltó. Saltó del susto y se giró.

—Oh, lo siento, señora —dijo un hombre.

Tenía, más o menos, la edad de Berlie. Y, ¡oh!, era guapo. Ella apretó la mano contra su pecho y respiró hondo. —Ah, está bien. ¿Qué le gustaría comprar?

El hombre sacudió la cabeza con gravedad. —Desafortunadamente, no estoy aquí para comprar. Busco a una joven, que pasado haber pasado por esta ciudad.

Berlie cruzó los brazos sobre el pecho. Recordaba demasiado bien a la chica delgada, que había devorado sus pasteles de miel como si nunca antes hubiera probado uno.—¿Y quién es usted?

Él se inclinó hacia delante. —Ella es una fugitiva, ¿sabe?

Berlie conocía esa mirada. La mirada de un hombre tras una chica que lo había avergonzado, no la de alguien preocupado por ésta. —No debió casarse con una

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persona tan joven —dijo con los dientes apretados, al recordar el día de su propia boda.

Rápidamente, él dio marcha atrás y, (supuso ella) cambió de táctica. —No, no. Ella no es mi esposa. Es mi hermana.

Berlie frunció los labios. —Puedo leer una mentira en el rostro de un hombre con la misma facilidad con la que descifro un letrero sobre la puerta de una tienda. No tengo nada que venderle; ¡y si no se marcha, llamaré al alguacil!

El hombre avanzó un paso, amenazante, pero Bloy, del puesto junto al de Berlie, habló: —¿Estás bien, Berlie? —Bloy no la estaba mirando a ella. Miraba al hombre.

Ella le dirigió una pequeña sonrisa. Bloy era feo como una mula, pero gentil como la brisa más suave. Le había pedido, más de una vez, que se casara con él. Quizás, la próxima le diría que sí.

Con una amplia sonrisa, el hombre se convirtió nuevamente en un extraño amigable. —Voy a seguir mi camino.

Retorciéndose las manos para evitar que temblaran, Berlie le hizo un significativo movimiento de cabeza a Bloy. El rostro pegajoso de su hija había perdido la sonrisa, así que se inclinó y besó la frente de Dall. —Está bien, cariño. Vamos a ir a casa y conseguiremos algo de cenar, para que puedas tomarte ese pastel de miel.

Eso fue todo lo que necesitó Dall para olvidar el intercambio. Berlie terminó de cargar su carro y lo empujó por la colina, hacia el lado más pobre de la ciudad. Cuando llegó a su ruinosa casa, izó la puerta de la bodega. Aún podía venderle su mercadería, a mitad de precio, a sus vecinos, cuando éstos regresaran de las labores del día. Bajó por las escaleras, cerró los ojos y se tomó un momento para disfrutar de la deliciosa frescura.

Un sonido la alertó. Estaba girándose, cuando una mano le tapó la boca y tiró de ella para que bajara los dos últimos escalones. Berlie mordió, con fuerza, un par de dedos grasientos.

—¡Ay!

La mujer corrió hacia las escaleras, pero una mano le cogió el tobillo y la jaló hacia atrás. Ella se golpeó la cabeza contra un peldaño y la sangre caliente corrió por su

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frente. Pero ya había estado antes en peleas; su esposo había sido ese tipo de hombre. Corrió hacia su agresor y le enterró la rodilla en la entrepierna. Con un gemido, éste se dobló en dos.

Berlie se precipitó fuera de la bodega, cerró la puerta de un golpe y se apoderó de la mesa para empujarla sobre ésta. Pero lo que vio, la detuvo en seco. Su hermosa hija, sentada con los ojos abiertos, sobre el regazo del hombre del mercado. Éste tomó un bocado de pastel de miel y sonrió. —Delicioso.

Berlie no podía moverse.

El hombre dejó el pastel y acarició, suavemente, los rizos rubios de Dall. —Me pregunto cómo te sentirías al perder a alguien que amas, sólo por no decirle a un hombre dónde estaba su hermanita.

La mujer oyó sonidos, que venían desde abajo. Un segundo después, el hombre gordo abrió la puerta del sótano. —¿Cómo es que siemp’e me tocan los trabajos más desagradable’? —se quejó, mientras cojeaba por las escaleras.

El hombre que sostenía a su hija no le respondió a su compañero. —Vamos. No es tan difícil. Dime adónde se fue. Las amarraré, a ti y a tu hijita. Con el tiempo, alguien se verá obligado a venir a buscarte.

Berlie se sintió atrapada. Tan atrapada, como cuando su padre insistió en casarla con el “acaudalado” panadero, a los catorce años. Tan atrapada, como cuando él la acorraló en una esquina y la golpeó hasta convertirla en una pulpa sanguinolenta. Tan atrapada, como cuando murió y la dejó con un bebé recién nacido que cuidar, a los quince años. —Ella fue a lo de Wittin, a comprar un caballo.

El hombre sonrió ampliamente y le dio otro mordisco al pastel de miel. —Bueno, eso no era tan difícil, ¿verdad? —Después de haberlas atado a las dos, le dio unas palmaditas en el hombro mientras el gordo le metía una mordaza en la boca. —Es una pena que gente inocente se vea atrapada en este tipo de cosas. Pero te aseguro que es por una buena causa.

Berlie lo fulminó con la mirada mientras él recogía lo último del pastel de miel, lo levantaba a guisa de despedida y cerraba la puerta tras sí. Le costó un poco, pero finalmente logró liberarse. La pobre Dall se había quedado dormida, con la mordaza en la boca. Después de soltarla, la levantó y la acostó en su cama. La niña se despertó

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en el momento en que Berlie cruzaba el umbral. —¡Mami, ellos se comieron todos los pasteles de miel!

Berlie esbozó una sonrisa. —Mañana te haré más, sólo para ti. ¿Qué te parece?

Dall chasqueó los labios. —¿Frescos?

—Aún calientes.

—Está bien, mamá.

Berlie la besó en la frente. —Mami enviará a un vecino para que te cuide. Necesito contarle al alguacil de esos hombres malos.

Dall entrecerró los ojos. —Debes decírselo, mami. ¡Qué no les den ningún pastel en la cárcel!

* * *

Joshen arrojó otro montón de heno al pesebre y dio un paso atrás, para contemplar su obra; a lo largo del establo, la hilera de caballos comía su cena con satisfacción. Descansó su horca contra la pared, cogió un poco de aceite y abrió la puerta del cuarto trasero. —¿Qué demonios…? —se inclinó y recogió las monedas de oro y el reloj de bolsillo. Asombrado, meneó la cabeza. —Ayuda a una bruja y se te retribuirá diez veces —murmuró.

—¿Qué fue eso? —oyó, proveniente del otro lado de la puerta.

Después de guardarse las monedas y el reloj en el bolsillo, Joshen se asomó. Un desconocido, supuso que a mitad de la veintena, estaba de pie, junto a un hombre corpulento. —Ya estoy con ustedes —. No podía comprender la súbita necesidad de cerrar la puerta del trastero, pero creía en el instinto. —¿Qué puedo hacer por ustedes, compañeros? —preguntó, mientras se giraba y guardaba la llave en su bolsillo.

El más alto de los dos hombres le sonrió con calidez, pero era la sonrisa de un sujeto que viene a robarte tu esposa. —Quisiera comprar un par de caballos.

Joshen les hizo un gesto, para que caminaran por delante de él, hacia la hilera de pesebres. No quería darle la espalda a ninguno de los dos. —¿Alguno en particular?

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El hombre se detuvo para acariciar el morro del tostado. —Alguno con velocidad y resistencia —volteó hacia él. —¿Has vendido algo así, recientemente?

¿Por qué Joshen tenía la sensación que el hombre le estaba preguntando por Senna? —Vendemos un montón de caballos, señor.

—Por supuesto que lo hacen —respondió el hombre, mientras continuaba por la fila. Se detuvo frente a uno de los mejores capones de Joshen, abrió el establo, pasó la mano por las patas del bayo y esperó su confirmación. —Creo que me llevaré éste. Y mi amigo aquí, el tostado que vi antes.

Joshen asintió y buscó un par de arreos. Cogió ambos caballos y los llevó a los palenques. Había empezado a revisarles los cascos, cuando el hombre volvió a hablar. —¿Has visto a una niña venir por aquí? Pudo haber tenido un perro muy grande consigo.

Joshen se congeló, con el casco del caballo aún levantado sobre un poco de estiércol seco. ¿Éstos eran los dos Cazadores que estaban tras Senna? Por las Creadoras, que ella estaba en más problemas de los que podía controlar. Evaluó a los hombres con ojo experto. Al gordo lo podía vencer con facilidad. Pero el otro… se venía como si hubiera estado peleando toda su vida. Y entre los dos…

A Joshen no le gustaban las probabilidades. Y menos sin armas. Soltó al caballo y se enderezó lentamente. —Lo siento, señor. Acabo de darme cuenta que estos caballos no están en venta.

El hombre estrechó los ojos. El más bajo y gordo se inclinó. —Podemo’ con él, Wardof.

—Garg, te dije que no uses mi nombre. ¡Idiota! Si no estuviese atascado contigo, juro que ya te habría matado. —Wardof dio un amenazador paso hacia delante. —¿Por qué quieres protegerla?

Joshen pensó con rapidez. Si tan sólo pudiera salir del granero, su padre vería lo que estaba pasando. Se movió hacia la puerta. —No pretendo protegerla, pero tampoco quiero verme involucrado. Las Brujas son malas enemigas.

—Yo sería uno peor.

Joshen sacudió la cabeza. —¿Puedes hacer que en mis tierras nunca vuelva a crecer algo vivo?

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La voz de Wardof se volvió baja y letal. —No, pero conozco a alguien que sí. Eso es, si vives lo suficiente como para verlo.

Las palmas de Joshen estaban resbaladizas de sudor y su boca se sentía seca como harina. Había estado en peleas antes, pero nunca contra Cazadores. Le habían enseñado a olvidar su orgullo y hacer lo necesario para ganar. —No vi en qué dirección se fue, pero tal vez mi padre sí. Iré a buscarlo.

La mano de Wardof se enterró en su hombro. —No tendría mucho sentido para ti, el igualar nuestro número, ¿verdad? —Joshen intentó retorcerse para liberarse, pero el gordo se apoderó de su otro brazo. Era más rápido de lo que parecía.

Joshen se dejó caer al suelo, tratando de utilizar su peso para derribarlos. Ambos cazadores se tambalearon. El muchacho liberó sus brazos de un tirón y lanzó una patada lateral a las piernas de Wardof, que se combaron bajo él.

—¡Salta sobre él, Garg!

Antes que pudiera ponerse de pie, Garg se arrojó sobre él. Wardof le enterró el puño en el vientre y Joshen se dobló en dos, mientras todo el aire abandonaba sus pulmones. Dos pares de manos lo auparon y empujaron rudamente contra la puerta del cuarto trasero. Joshen sintió que el picaporte le dejaba un morado en la espalda.

—¿Dónde está ella, muchacho?

Encorvado, Joshen intentó recuperar el aliento. —¡No voy a decirte nada, lamedor de estiércol! —Todo su cuerpo se puso tenso mientras venían a por él, con los puños cerrados. Pero no se daría por vencido con tanta facilidad. Se inclinó hacia el costado, tratando de crear un espacio suficiente como para obtener mayor alcance al correr.

No logró llegar muy lejos. Lo empujaron contra la pared y lo golpearon. Joshen se acurrucó, con los brazos levantados para protegerse, y se las arregló para recibir sólo un golpe de cuando en cuando. Los caballos estaban enloquecidos, relinchaban y coceaban en sus pesebres. Por encima de todo aquel escándalo, se oyó un poderoso rugido. Joshen levantó la mirada, en el mismo momento en que ambos hombres eran arrancados de encima de él y arrojados como balas de heno.

Con su cojera apenas perceptible, Wittin arrojó a Wardof por encima de sus hombros y su carnoso puño aterrizó en la bonita cara del hombre. Tocado en su orgullo hasta el punto de sentirse audaz, Joshen se revolvió para ponerse de pie, y tacleó al gordo,

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justo cuando éste se enderezaba. Ambos rodaron por el heno y la tierra, hasta que Joshen inmovilizó a su rival.

Garg trató de liberarse. —¡Déjame i’! ¡Déjame i’!

Joshen lo sujetó con más firmeza, preguntándose qué haría con él, ahora que lo tenía atrapado en una llave estranguladora.

Wardof no la estaba pasando tan bien con el padre de Joshen. Wittin lo había golpeado como a una almohada que necesitara una buena mullida. Wardof cayó al suelo y quedó inmóvil. Wittin se paró encima de él, con la respiración irregular y la rabia aún ardiendo en sus ojos cuando se volvió hacia Joshen. —¿Todo bien, hijo?

—He estado mejor.

Wittin gruñó. En tres zancadas, tenía una cuerda en sus manos. Con su cojera ahora más pronunciada, examinó al sujeto que Joshen tenía atrapado. —Vamos a hacerlo rodar sobre su estómago. Tú ponle la rodilla sobre el cuello. Si trata de moverse, empújalo con todo lo que tengas.

Joshen soltó su agarre poco a poco. El hombre se revolvió y el muchacho lo apretó de nuevo. Su padre le enterró el puño en la sien y Garg quedó fláccido en sus brazos.

—Todo este asunto es demasiado duro como para intentar ser suave —le dijo su padre, con aspereza.

Ataron a los dos hombres con fuerza y los arrastraron hacia una esquina del establo. La madre de Joshen, Qarin, salió de la casa, limpiándose las manos, blancas de harina, en el delantal. —¿Qué es todo este confuso tumulto?

Wittin hizo un gesto hacia los hombres inconscientes. Los ojos de Qarin se dilataron.

—Oí los caballos —explicó el hombre —y me acerqué desde las pasturas, sólo para ver que los Cazadores estaban haciendo pudín a Joshen.

El gordo se quejaba y revolvía. Wittin señaló la puerta con la cabeza. Los tres salieron del granero y se pararon cerca de la casa, donde ninguno de los hombres pudiera escucharlos.

—Supongo que estaban tras Senna —le dijo Wittin a Joshen.

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Frotándose el estómago resentido, éste asintió. Los ojos de su padre formaron una pregunta, al encontrarse con los de Qarin. —¿Madre? —preguntó el muchacho.

Con lágrimas en los ojos, la mujer afirmó con la cabeza. —Tienes razón. La seguridad de las Brujas es responsabilidad de todos. Y si ella es, realmente, la última, va a necesitar toda la ayuda que podamos darle.

Wittin gruñó, mientras se frotaba la pierna mala. —Ambos sabíamos que él tendría que hacerse cargo algún día.

Joshen miró a sus padres con recelo. —¡Pero tú la dejaste ir!

Wittin se encogió de hombros. —Un Protector protege a su Bruja… incluso de sí misma. Brusenna se negó a dejarte ir con ella. Así que la seguirás.

La emoción brotó en el pecho de Joshen. Senna se había marchado hacía un par de horas. Su rastro aún estaría fresco. Y ella no parecía ser una corredora. Él la alcanzaría con facilidad. Por fin sería capaz de probarse a sí mismo, como un Protector de la talla de su padre.

El sonido de cascos al galope, los trajo de regreso a la realidad. Una oscura formación de caballos irrumpió desde el camino, en el crepúsculo creciente. A medida que se acercaban, Joshen reconoció al alguacil y sus voluntarios. El hombre les dirigió un saludo cortante con la cabeza, al tiempo que detenía su montura. —Berlie, la panadera, nos dijo que unos hombres las ataron, a ella y a su hija, antes de dirigirse hacia aquí. ¿Los han visto?

Wittin estiró el pulgar sobre su hombro, señalando hacia el granero. —Están amarrados en los establos.

Los ojos del alguacil se ensancharon, al observar la pierna baldada de Wittin y la constitución desgarbada de Joshen. —¿Ustedes los atraparon a ambos?

—¡Por supuesto que lo hicimos! —Su padre cruzó los brazos sobre el pecho, claramente insultado.

El alguacil alzó una mano. —Bueno, lo único que quería decir es que parecían hombres rudos… según Berlie —añadió, con rapidez.

—Trataron de robar nuestros caballos. Cuando Joshen no se los permitió, comenzaron a golpearlo. Yo sólo igualé los números. Después de eso, cayeron con facilidad.

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El alguacil sacó algunos pergaminos y se puso a garabatearlos furiosamente, mientras el caballerizo hablaba. Joshen, Wittin y dos voluntarios, firmaron el documento como testigos y fueron a buscar a los dos, ahora conscientes, hombres, los arrojaron sobre el lomo de sus caballos como sendos sacos de patatas y se despidieron.

Wittin los vio alejarse, con una mirada cautelosa. —Esos dos no se quedarán mucho tiempo en prisión —su mirada cayó sobre Joshen. —Creo que es hora que te unas a la causa, chico.

* * *

Wardof arrojó su trozo de pan duro sobre la bandeja. —No estaríamos aquí, si no fueras tan imbécil.

—¿Qué hice? —lloriqueó Garg.

—Usaste mi nombre.

Grag se encogió de hombros. —¿Y? No es que hiciera mucha diferencia. Igualmente, el caballerizo te hizo papilla.

—Tú no lo hiciste mucho mejor con ese chico flacuchento —contraatacó Wardof.

—Se supone que tú eres el cazador. Tú debiste captura’ a la Bruja en la casa. ¡Entonces, no tendríamo’ que estar recorriendo cada ciudad, buscándola!

Wardof sacudió la cabeza, disgustado. —Te lo dije, sólo hay dos maneras de capturar a una Bruja: atraparla mientras duerme o ingeniárselas para taparle la boca antes que pueda empezar a cantar. ¿Cómo se supone que yo supiera que tenía un perro que la despertaría?

—Debiste vigila’ la casa por más tiempo —respondió Garg.

—En todo caso, ¿cómo es posible que un idiota como tú pueda obtener el distrito de Perchance?

—Nadie más quería vivi’ en Gonstower —gruñó Garg.

—Eso lo explica todo.

Garg le lanzó una mirada de odio. —Y no use’ más insultos conmigo.

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Acercándole su rostro magullado, Wardof llamó a Garg por señas. —¡¿Vas a hacer algo para detenerme, tú, aburrido, gordo, ridícula excusa de Sirviente de Espen?!

Garg se abalanzó sobre él. La bandeja y su contenido salieron volando, cubriendo a ambos hombres con sopa de guisantes. Wardof se las había arreglado para retorcerle la cabeza a Garg con una mano, cuando la puerta crujió al abrirse. Unos flotantes pliegues negros irrumpieron en la habitación.

—¡Pónganse de pie, ustedes dos, incompetentes!

Wardof conocía esa voz. Liberándolo de su agarre, Garg y él se enderezaron hasta ponerse de pie.

Wardof observó el cabello ondulado y los ojos verdes. Si no la conociera, habría pensado que era hermosa. —Espen, —comenzó —sé que te dije que ya la tendría, a estas alturas, pero…

—Te ordené que la encontraras —lo interrumpió ella. —Una simple niña, incluso sin entrenamiento —. Comenzó a pasear, como un halcón cercando a su presa. —Y aún así, me fallaste. Dos veces. En ambas ocasiones, tuve que salvarte de la ley. En ambas ocasiones, tuve que abandonar mis tareas. —Sus ojos destellaban mientras se acercaba a ellos. —La encontraría yo misma, pero las nuevas cautivas siguen luchando contra mí y no puedo dejarlas hasta que sean más complacientes. —Giró sobre sí misma, les pinzó la nariz y tiró con fuerza.

Duro como era, Wardof no luchó contra su agarre mientras ella los arrastraba por la puerta. Vio lo suficiente de la sala de guardia, para saber que ambos carceleros estaban envueltos en zarza venenosa. Preciosas flores de color naranja llenaban toda la habitación, con un aroma embriagador que hizo que los ojos de Wardof se sintieran pesados. Sólo su nariz, cerrada por el pellizco, y su miedo, lo mantenían en movimiento, mientras los zarcillos se enroscaban alrededor de los hombres del alguacil como gordas serpientes. En cuestión de horas, la zarza les disolvería la carne.

Cuando alcanzaron el aire fresco, Espen los liberó y se les adelantó. Frotándose la nariz, Wardof y Garg tomaron sus lugares, a diez pasos de ella. Mientras pasaban una taberna, Wardof gruñó en su interior. Los hombres ebrios rara vez obviaban la belleza de Espen.

Desde luego, no lo hicieron. Y ahora, miraban hacia donde estaba él.

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Efectivamente, un hombrón apreciativo salió al exterior y la llamó. —¡Hola, preciosa! ¿Te importaría tomar una copa con Tormund? —Garg le lanzó una mirada de advertencia al hombre. No fue sorpresa que éste no la captara.

Tormund se puso en movimiento y corrió para ponerse junto a ella. —¡Vamos! Te comparé un poco de cerveza ligera.

Espen se giró hacia él. Instantáneamente, Wardof y Garg dieron marcha atrás. —Si tuviera deseos de un… —ella lo miró de arriba abajo y escupió —…hombre, hubiera respondido la primera vez. Pero viendo que eres persistentemente estúpido, te daré una muestra de estupidez. —Retiró un pequeño recipiente de su cinturón, se cubrió la boca con una sustancia cerosa y, cantando suavemente, acercó sus labios llenos a los del sujeto.

Encantado, el hombre se inclinó, pero en el momento en que sus labios se encontraron, retrocedió y miró a su alrededor, confundido. —¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú?

Espen sonrió. —Yo soy tu madre y te ordeno que debes saltar. Saltar todo el día y toda la noche. Por siempre y para siempre.

Con una expresión de sombría determinación, el hombre comenzó a saltar, tan alto y fuerte como pudo.

Wardof intercambió una mirada siniestra con Garg. Su carácter era tan estúpido cuando ella lo “reclutó”, que ése bien pudo ser su destino. Ambos sabían que el poder de Espen los superaba.

En el borde del bosque, Espen cantó un Anillo de Poder a la existencia… Los árboles gimieron mientras, obedientemente, hacían un círculo. Luego, llamó al viento. Había extraído tanto poder de sus cautivas, que el viento simplemente la levantó y se la llevó. En menos de una hora, se encontraría en sus dominios.

Wardof tomó su propio colgante de la luna creciente entre los dedos, casi deseando poder romperlo y tirarlo al mar, enterrarlo profundamente en la Tierra o fundirlo en el fuego de un herrero, así Espen nunca más podría encontrarlo. Pero eso era una estupidez. Ella lo encontraría. Y se lo haría pagar.

Además, una pequeña Bruja estaba por allí afuera. En alguna parte.

No debía hacerla esperar.

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Traducido por carmen_lima Corregido por CairAndross

urante los siguientes días, la Canción del Alba dirigió a Senna hacia el noreste. Ella avanzó con rapidez, escogiendo caminos lejos de los pueblos y las

personas. En algún momento, pareció pasar alguna barrera invisible, que hizo retornar todas las tormentas que debió tener Perchance… y las arrojó en dosis dobles sobre Urway, causando dañinas inundaciones sin fin.

Al final, todo lo que Senna tenía estaba empapado. E incluso cuando no llovía, se sentía húmeda y fría. Desde hacía unos días, que se movía en medio de una neblina constante, y eso le gustaba aún menos que la lluvia. Oscurecía el mundo como una manta empapada, sofocándola mientras le negaba la calidez y el confort del sol.

Para mantener su mente ocupada, practicó sus escalas, prestando especial atención al rango, tono y control. Un ladrido de advertencia de Bruke le hizo pasar de una segura caída miserable, a sentarse derecha en la silla de montar. Alzándose la capucha empapada por la lluvia, buscó la nebulosa forma del perro a través de la neblina. —¿Qué pasa, muchacho?

Él volvió a ladrar y se alejó con un gañido.

—¡Vamos! —Ella instó a Knight a un paso rápido y se puso de pie en los estribos, esforzándose por ver a través de la neblina. —¡Bruke, tonto gatito, ven! —¿Y si él no volvía? Siempre había vuelto. Sintió que la recorría una oleada de calor. Comenzó a sudar. —¡Bruke! ¡Ven! —Puso a Knight a un trote que le hacía traquetear los dientes. ¿Y si él la dejaba? Como su padre, su hermana…y su madre. El vacío en su interior comenzó a hincharse, hasta que amenazó con tragársela por completo.

Hundió los talones en los flancos de Knight y éste salió disparado hacia delante. El súbito movimiento la arrojó hacia atrás. Buscó desesperada el recado y se las compuso para enderezarse. Con cada desgarrador paso, Senna era sacudida hacia atrás y hacia delante, como una muñeca de trapo. Finalmente, se las arregló para empuñar las riendas y tiró de ellas para detener a Knight.

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Sin pensarlo, saltó de la silla. Pero su pie quedó atrapado en el estribo. Perdió el equilibrio y se tambaleó hacia delante. Extendió las manos para amortiguar la caída. La gravilla se hundió en sus palmas. El impacto repercutió en sus muñecas. Temerosa que Knight comenzara a caminar y la arrastrara a su muerte, se apresuró a sentarse.

Pero el caballo sólo le olfateó la pierna y la miró con sus ojos líquidos. Senna se paró y, al fin, logró desenredar su pie. Antes que Knight pudiera desviarse del rumbo, se enrolló las riendas sobre el brazo. Con un gruñido de frustración, acunó las manos sobre su pecho.

Y entonces, Bruke estuvo allí. Ella se puso de rodillas y le rodeó el cuello con los brazos. Y luego, vinieron los sollozos. —¡Nunca más vuelvas a huir de mí! ¡Cuando digo ven, tú vienes!

Bruke gimoteó y le lamió el rostro. Estaba todo mojado y olía raro. Ella levantó la mirada hacia la silla de montar y le habló a Knight. —Gracias por cuidarme, pero nunca volveremos a ir a esa velocidad. Nunca.

Senna se limpió la suciedad de sus palmas rozadas y se sacudió el vestido. El viento le deslizaba sus dedos por el cabello. Oyó un sonido rítmico, raspante. No podía ver nada a través de la detestable neblina. Tomó las riendas y condujo a Knight hacia delante.

El viento se avivó y sopló con la fuerza suficiente como para batir su capa. El sonido se hizo más fuerte. De repente, ella atravesó los últimos restos de la neblina. Y entonces, obtuvo una vista del océano. —El mar —dijo, sin aliento. Las aguas verdinegras se extendían tan lejos, que pudo descifrar la suave curvatura de la Tierra. Bruke ya estaba trotando por la pendiente, hacia las olas.

Ella se acercó con cuidado. Los cantos rodados se sentían duros a través de sus botas. Senna observó cautelosamente el agua, que corría hacia sus pies antes de retraerse. Se agachó y dejó que las olas chapotearan sobre su mano. ¡Por las Creadoras, estaba helada! Tentativamente, se llevó los dedos chorreantes a la boca. —¡Salada! — Así que las historias eran reales.

Senna se puso de pie, sacudiéndose las gotas. La noche se acercaba. Necesitaba un lugar para acampar, y allí no había mucho para que Knight comiera. Caminó por la playa, hasta que encontró un lugar donde la pared escarpada se retiraba, formando una pequeña alcoba. Unos pocos árboles y algo de hierba acolchaban el suelo rocoso.

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Por la lluvia, la madera de deriva estaba demasiado húmeda para encenderla. Senna mordisqueó una comida seca y fría de su morral, observando cómo la niebla regresaba con lentitud. La Tierra absorbía el calor de su, ya tembloroso, cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y cantó una canción del diario de su madre.

Oh, Fresno, árbol comprensivo ¿Querrías hacer, para mí, un nido?

Para cuando hubo repetido la canción una docena de veces, el árbol sobre ella había entretejido sus ramas en una cama cóncava. Encantada que hubiera funcionado tan bien, Senna se volvió hacia Bruke. —¿Quieres unirte a mí?

Él miró el árbol, luego a ella, luego al árbol otra vez. Saltó a su lado. Ella cantó otra canción. Con un rígido gemido, el árbol los rodeó con una rama y los depositó, suavemente, sobre la cama improvisada. —Bueno, eso debería mantenernos lejos de la tierra mojada, al menos —. Extendió su petate y se acurrucó junto a la tibieza de Bruke, mientras el aire frío rozaba sus mejillas descubiertas.

Pero no lograba dormirse. Estaba demasiado húmeda y magullada por la silla de montar. Y aunque el árbol estaba seco, las ramas nudosas no eran, exactamente, cómodas. Acababa de rodar por décima vez, cuando oyó el inconfundible sonido de cascos sobre las piedras. Se irguió sobre los codos y entornó los ojos en la oscuridad. Apenas podía distinguir una sombra más oscura. Sintió el inaudible gruñido de Bruke, que vibraba contra su brazo. Aplastándose lo más que pudo, se asomó por encima del cerco del árbol, esperando que, quienquiera que fuera, no escogiera aquella alcoba.

Pudo distinguir la forma de un hombre, que conducía un caballo. La escasa luz que daba la luna estaba por detrás, dejando su rostro en las sombras. Él tenía la vista fija en el suelo y avanzaba con deliberación, hasta que se detuvo ante el agudo relincho de Knight. Senna contuvo el aliento. Quienquiera que fuese, ahora sabía que ella estaba allí. Si era Wardof, estaba dispuesta a luchar. Pero cualquier otra persona podía ser igual de peligrosa. ¿Y si trataba de llevarse su caballo?

El hombre empezó a retroceder poco a poco. Cuando se volteó, la luz tocó su rostro. Antes de poder contenerse, Senna exclamó —¿Joshen?

Él giró en redondo, y su cabeza volteó de lado a lado… obviamente, no sabía que tenía que mirar hacia arriba. —¿Senna?

Aunque sólo se habían encontrado una vez, ella reconoció esa voz. —¿Joshen?

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Él se acercó más y frunció el ceño cuando no la vio.

—Estoy aquí arriba —. Sorprendido, él levantó la mirada. Senna parpadeó, pero el muchacho aún estaba allí. —¿Qué estás haciendo aquí?

—Y-yo… —Joshen inspiró profundo —…te he estado siguiendo.

Ella se sentó de golpe. —¿Siguiéndome?

Él cruzó los brazos sobre su pecho. —Soy tu Protector… o lo seré. Es mi trabajo el mantenerte a salvo.

Senna abrió la boca para protestar, pero él habló antes que pudiera hacerlo. —Wardof y Garg llegaron al establo, poco después que te marcharas. Nos arreglamos para amarrarlos, a ambos. El alguacil los llevó a la cárcel. Pero, probablemente, ya hayan escapado.

Con el corazón latiéndole con fuerza, ella apartó las mantas. —¡Wardof! —chilló. ¿Ya se había escapado? Creía que, como mínimo, tendría unos días más.

Joshen asintió. —¿Aún quieres seguir sola?

Senna miró los inteligentes ojos de Bruke. De algún modo, el perro parecía distinguir amigo de enemigo, y Joshen ni siquiera merecía que levantara la cabeza de las patas. —No.

Joshen asintió con la cabeza y miró alrededor de la cala. Sus ojos se posaron sobre Knight. Lamiéndose ansiosamente los labios, pasó las manos sobre el lomo del caballo. Finalmente, lanzó un gruñido. —Se ve bien —. Se giró hacia su propio caballo, al que llamaba Stretch, y sus manos expertas desataron la silla de montar, para colocarla en el suelo.

Senna observó cómo Joshen sacaba una masa desmenuzada de su mochila y empezaba a devorarla. Trató de evitar que sus labios se curvaran de disgusto. —Tengo algunas provisiones en mi morral.

Joshen se encogió de hombros, mientras se metía el último puñado en la boca. —Esto servirá por esta noche —. Se frotó las manos en el pantalón y levantó la mirada hacia ella. —¿De dónde sacaste ese perro, en todo caso? ¡Es enorme!

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Senna apoyó el mentón en un puño. —Mi madre lo compró de cachorro, después que algunos chicos le disparan a nuestro caballo de tiro —. Inconcientemente, empezó a acariciar el pelaje del animal. —Él me cuida.

—¿Alguien te comentó algo sobre él?

—Unas pocas miradas divertidas, pero nadie dijo nada —se encogió de hombros. —Me gustaría ver que alguno de ellos intentara lastimarlo.

Una expresión extraña pasó sobre el rostro de Joshen, pero él la cubrió con rapidez. Extrajo las mantas de entre sus paquetes y se empezó a organizar en el suelo.

Sintiéndose culpable, ella le ofreció —Tú también puedes dormir en el árbol.

Las cejas de Joshen se fruncieron, mientras estudiaba su cama. —No. Prefiero el terreno sólido a un nido de pájaros. Gracias.

—Haz lo que quieras —replicó Senna, mientras se acurrucaba en su nido.

Al amanecer, Senna se sentó y envolvió los brazos alrededor de sus piernas. Había comenzado a llover de nuevo. Cantó en voz baja, para no despertar a su dormido compañero. De nuevo, las neblinas se reunieron. Sólo que, esta vez, apuntaron directamente hacia el norte. Cantó una canción diferente y el árbol la depositó en el suelo, para después desenrollarse.

Senna sacudió el brazo de Joshen. —Vamos. —Uno de los ojos del muchacho se despegó para mirarla, adormilado —. Tenemos que seguir adelante.

Joshen tomó una bocanada de aire, bostezó y se estiró. Ninguno de los dos habló mientras desayunaban, pero Senna era demasiado consciente de su presencia. Se le hacía incómodo tenerlo allí y, al mismo tiempo, su compañía era como los rayos de la primavera después de un largo y desolado invierno.

Ya no estaba sola.

—¿Cómo me has encontrado? —preguntó.

—Knight está herrado. No era demasiado difícil seguir sus huellas.

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Las palabras, llenas de odio, de Wardof, regresaron a ella. Escaparé y entonces, te mataré. Cerró los ojos. —Si tú me encontraste, entonces ellos también.

Joshen acomodó su silla de montar sobre Stretch. —Hasta que se las arreglen para comprar otro caballo, ya estaremos en marcha, y la lluvia, eventualmente, lavará nuestro rastro. Deberíamos ser capaces de mantenernos por delante de ellos. —Montó y la miró. —¿Hacia dónde vamos?

Ella se estiró para poner un pie en el estribo, se aupó y señaló hacia el norte. Entusiasmado por ponerse en movimiento, al fin, Bruke se puso a la cabeza. —Directo hacia Haven.

Él la miró con recelo. —Nunca he oído de ese lugar. ¿Cómo sabes dónde ir?

Senna volvió una mirada cautelosa hacia él. —Sólo lo sé —respondió finalmente. Se dio cuenta que él quería presionar sobre el tema, pero pareció pensarlo mejor. Tampoco parecía importarle el silencio, lo cual era un alivio porque Senna no era buena conversadora.

Con el tiempo, ella comenzó a hacer sus ejercicios de voz. Estaba tan concentrada, estirando su rango vocal, que pasó un rato antes que se diera cuenta que Joshen la miraba boquiabierto. Su voz se cortó en seco.

Él parpadeó. —No… no te detengas.

Ella se ruborizó.

Incómodo, Joshen desvió la mirada hacia el agua. —No sabía que era posible que algo fuera tan… intenso.

Senna se subió la capucha sobre la cabeza, para que él no pudiera ver su sonrisa. Entonces, en lugar de practicar, cantó una balada de Nefalie. Cantó canción tras canción, hasta que ambos divisaron la oscura silueta de una población, a través de la niebla. Después de su canto, el silencio pareció más pesado. —¿Sabes el nombre de ese lugar? —preguntó.

Joshen entrecerró los ojos dentro de los vapores. —Probablemente, Corrieth. Es un puerto comercial.

—¿Y cómo se siente la gente de Corrieth acerca de las Brujas? —preguntó Senna, con cautela.

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Joshen se volvió hacia ella y sus ojos parecían entender mucho más de lo que quería revelar. —No lo sé, Senna.

Ella sintió que su estómago se enfriaba cada vez más. Después de la calidez y bondad de unos pocos, la frialdad de muchos era más espeluznante.

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Traducido por CairAndross Corregido por Fangtasiia

enna quedó asombrada ante el tamaño de los muros de Corrieth que se cernían sobre ella. Sabía que estaban diseñados para mantener a salvo a quienes estaban

en su interior, pero se parecían más a una jaula.

—Tiene, fácilmente, diez veces el tamaño de Perchance —dijo Joshen.

Senna tragó saliva y le echó una mirada preocupada a Bruke. —¿Qué dices tú, Bruke?

El perro meneó ansiosamente la cola, hacia atrás y hacia delante, pero bajó la cabeza y se adelantó con cautela. Eso fue suficiente para Senna.

Se sintió aliviada cuando los guardias de la puerta apenas levantaron la vista, cuando ellos pasaron a caballo. El olor de las especias extranjeras la asaltó en varios momentos, mientras cruzaban la ciudad. Se le hizo agua la boca, ante el pensamiento de una comida caliente.

Joshen chasqueó la lengua y en sus ojos se formó una pregunta.

Con una media sonrisa, Senna desmontó y se dirigió hacia el olor. No les llevó mucho tiempo encontrar el mercado. Avanzaron por una calle lateral y, de pronto, ella se quedó paralizada de asombro. Extranjeros. Montones de ellos. Los tonos apagados en la ropa de su gente parecían insulsos, en comparación con los colores y texturas que ella sólo creía posible en las flores.

¡Y las personas! Senna no sabía que los humanos pudieran venir en un rango tan amplio de colores y ornamentos. Personas con la piel color carbón, que contrastaba con el blanco de sus ojos y dientes. Piel dorada, con ojos rasgados y espeso cabello negro. Más personas, con aterradoras marcas azules en la carne y las cabezas rapadas. Otros más, con joyas en las narices, anillos brillantes en las orejas y mantas drapeadas sobre el cuerpo, a guisa de túnicas, en lugar de pantalones y camisas.

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Senna se encogió. Las personas la apretaban desde todos lados y el aroma de la comida se mezclaba, nauseabundo, con el olor de las heces animales y los cuerpos sin lavar. Desde todas direcciones, los sonidos y los colores inundaban sus sentidos restantes. Se encontró aferrándose a un costado de Joshen, como si fuera una niña pequeña aterrada.

Él les compró un pequeño festín a los tres. Ya fuera porque notaba su incomodidad o porque sintiera algo por sí mismo, Joshen la condujo fuera del mercado, hacia el océano. Se las arreglaron para encontrar un lugar tranquilo en uno de los muelles, no lejos de un pequeño grupo de marineros que estaban sentados, ociosamente, junto a una plancha de embarque.

Senna había olvidado cómo era tener comida caliente en las manos. Cómo ésta soltaba vapor, cuando se exponía al aire frío. Cómo llenaba su estómago con tibieza y placer en lugar de, simplemente, aplacar su hambre. Devoró tres rollos rellenos al vapor, antes de comenzar con los pasteles de miel. Estaba tan concentrada en su comida, que el sólido codazo de Joshen sobre sus costillas la sobresaltó. Ella lo miró con la boca aún abierta, en anticipación a su próximo bocado.

Él señaló a los marineros con la cabeza, y Senna se inclinó para obtener una mejor vista de los hombres, pero el codo de Joshen la volvió a golpear. —No mires —susurró. —Sólo escucha.

Mientras tomaba un bocado de su pastel de miel, ella oyó decir a uno de los marineros. —No, no he visto a ninguna desde hace meses. Y estoy cansado de esta condenada niebla.

Senna intercambió una mirada con Joshen. Un hombre de piel oscura respondió. —Quizás tienen asuntos en algún otro lado, Cap’tan Parknel.

—Su sede se ‘ncuentra aquí, en ‘lguna parte —dijo un hombre de piel oscura, con los dientes torcidos. —Nos quedaremo’ por aquí, para arreglar las cosas despue’ de tanto tiempo.

El primer hombre, el Capitán Parknel, gruñó —Recuérdalo. El océano lo sintió primero. Esta niebla podrá tenernos varados en tierra a todos, pero no será lo último. Lo siguiente serán las tormentas, del tipo que pueden hundir el barco con una sola ola.

—También he oído de graves sequías en el interior —dijo el marinero calvo.

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El Capitán Parknel bebió un sorbo de algo de una lata. —Si aquellas Brujas no vuelven, nunca más podremos trasporta’ mercadería por las aguas.

Senna y Joshen intercambiaron miradas. —Debemos estar cerca —susurró ella, con entusiasmo.

Joshen frunció la frente y dijo, en voz alta. —¿Eso quiere decir que no lo sabes, con exactitud?

—¡Shhh! —Senna se encogió cuando los marineros lanzaron miradas en dirección a ellos. —Nunca antes había estado aquí.

Joshen bajó la voz. —¿Entonces, cómo lo encontrarás?

—Lo encontraré —le aseguró ella.

Él le lanzó una mirada dubitativa, antes de encogerse de hombros. —Brujas.

Senna sonrió. Joshen lo había dicho como una especie de cumplido renuente, en lugar de un insulto… como podría hacerlo un amigo. Balanceando los pies sobre el agua, le arrojó un trozo de su rollo a Bruke.

Después que terminaron de comer y repusieron sus provisiones, Senna y Joshen acordaron poner un poco más de distancia entre ellos y los Cazadores, antes del crepúsculo. Habían viajado una media legua, aproximadamente, hacia el norte de la ciudad. Tomaron su cena mientras el viento helado enviaba el humo de su fogata hacia sus rostros.

Una vez que terminaron, Senna puso su petate en el suelo, junto a Joshen. Él frunció el ceño, confuso. Las mejillas de ella ardieron, escarlatas. Habló con rapidez y las palabras se tropezaron, las unas con las otras, de vergüenza. —No hay ningún árbol para dormir en su interior. Y pensé que podría helar. Además, las personas no serán tan amables como para detenerse.

Las cejas de él se elevaron más. —Así que… ¿quieres compartir las mantas?

A ella se le cayó la mandíbula. Si hubiera algún terreno descubierto cerca, estaría feliz de cantarle a algo para que los cubriera. Intentó hablar, pero lo único que le salió fue un graznido. Sacudió la cabeza y se dio cuenta que, mostrárselo podría ser más efectivo que un tartamudeo.

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Cavó un hoyo en el suelo y lo llenó con una semilla, del tamaño de una ciruela pequeña. Después de restituir la tierra, Senna cantó.

Oh, Refugio de Semillas, yo canto para ti Tú eleva tus ramas y cúbreme a mí

Un delgado brote gris irrumpió a través de la tierra. Creció plano, como la hoja de una pala. Luego, como si bostezara, se extendió ampliamente, hasta encerrarlos a ambos en una densa coraza, que parecía un plato dado vuelta.

Senna sonrió débilmente. —Se llama Refugio de Semillas. Toma las características del paisaje, para ocultar a sus habitantes, y proporciona un cobijo instantáneo. Pero, si quieres, puedo cantar una abertura, para que puedas dormir en el exterior.

Joshen se la quedó mirando, con una mezcla de aprensión y miedo.

Ella se sentía avergonzada e incómoda. ¿Qué pasaría si decía que no? No había tenido intenciones de coquetear con él. Sólo pensó que le gustaría estar lejos del viento. —Debí preguntar —dijo.

Joshen tragó saliva. —Me gustaría quedarme. Si eso está bien.

Senna asintió y se dejó caer, golpeándose el hombro contra el suelo duro. Reprimió un gemido y yació perfectamente inmóvil. Con el tiempo, el calor de sus cuerpos calentó el refugio y ella pudo relajarse. La respiración de Joshen se hizo más profunda.

Senna soltó lo último de su tensión. No sabía por qué pero, a pesar que no era mucho mayor que ella, había una suerte de fuerza innegable en el muchacho. Una fuerza que la protegía, como una cálida manta. Después de asegurarse que estaba dormido, susurró al fin —Estoy contenta que estés aquí.

—También yo —la sorprendió Joshen, al responder.

* * *

Al amanecer, Senna se despertó con el peludo cuerpo de Bruke calentándole el estómago y con Joshen entibiándole la espalda. El brazo de él estaba atravesado sobre su hombro. Ella se quedó allí, disfrutando del extraño y maravilloso calor que emanaba del cuerpo del muchacho. A pesar que odiaba abandonar la tibieza del refugio, (o la de Joshen) movió cuidadosamente su brazo y se puso de pie.

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Él se veía tan apuesto que deseó poder extender una mano y tocarle el rostro. Se mordió el labio, preguntándose si tendría el valor. No. ¿Qué sucedería, si él se despertaba y la pillaba? Podría pensar que pretendía algo, por el roce, y ella estaba muy segura que no era así.

E, incluso si lo fuera, nunca sería recíproco.

La idea le provocó una profunda punzada en el pecho y lágrimas en los ojos. Se obligó a levantarse y cantó suavemente para el refugio, que se dividió y retrocedió como una cortina de madera que se enrollara sobre un lado. Senna se arrastró por encima de Joshen y salió. Inmediatamente, el viento frío le abofeteó la piel. Se alegró de haber establecido el refugio.

Temblando, Senna se frotó los brazos y parpadeó, para alejar las lágrimas que el viento arrancara de sus ojos. En pocos momentos, la luz la golpearía por detrás, pintada su sombra sobre las piedras esparcidas por el suelo y dentro del agua helada. Cantó.

Oh, luz de la mañana, escúchame clamar Hacia Haven, yo tengo que volar

La niebla se reunió y marchó hacia el este… a través del agua. —No lo entiendo —susurró.

—¡Así que, de ese modo, es como averiguas dónde tienes que ir! —Ella se volvió, para ver a Joshen, observando a través del refugio con una mirada de asombro.

Por extraño que parezca, no le importó si Joshen lo sabía. De algún modo, había llegado a confiar en él y la confianza le aflojaba la lengua. —¡Hacia el este! ¡No hay nada hacia el este, excepto agua! —Ella se dejó caer y arrojó una piedra a las cenizas, que cubrían los rescoldos de su fuego como un abrigo de piel. —¿Esperan que yo nade hasta allí?

Joshen se sentó a su lado y le dio un golpe juguetón con el hombro. —Vamos. La niebla dorada señaló hacia el este. Así que iremos hacia el este.

Senna lo fulminó con la mirada. —¿Y cómo propones hacerlo?

Él señaló, con la cabeza, en dirección a la aldea. —Acabamos de venir de los muelles, ¿no? — Se puso de pie y le ofreció la mano.

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Ella la tomó, de mala gana. —Todo un día desperdiciado, y ahora tengo que regresar a ese lugar.

Bruke lloriqueó en consenso.

Después de regresar por el camino que habían tomado, bordearon la ciudad y se dirigieron a los muelles, cerca del lugar donde habían comido. Joshen se aproximó al marinero de la barba roja, al que habían estado escuchando a escondidas el día anterior. —El Capitán Parknel, ¿no es así?

El Capitán asintió y sus ojos recorrieron a Senna de arriba abajo.

Joshen observó a los marineros, de pie tras el Capitán. —¿Dónde podríamos comprar un bote pequeño?

El Capitán se rascó la barba. —¿Para qué necesitas un bote?

Joshen se encogió de hombros. —Pescar.

—Pescar, ¿eh? ¿Con esta niebla? —El hombre miró a Senna en forma suspicaz —. Bueno, si eso es todo lo que quiere’, Mcbedee tiene un par que podría flotar, pero será mejor que tenga’ cuidado. La mar no ha sido ella misma por estos días. —Señaló hacia una de las calles laterales y les dio instrucciones.

Joshen le agradeció al hombre y partió.

Senna comenzó a seguirlo, pero sintió que unos ojos la observaban. Miró hacia atrás, para ver al Capitán Parknel, estudiándola con una mirada conocedora. Con una sensación de abatimiento, se dio cuenta que el hombre sabía lo que ella era. Su mirada se dirigió hacia Bruke, a por cualquier señal de desconfianza, pero el perro estaba demasiado ocupado examinando un montón de pescado.

—No te atrevas —le advirtió.

Con un gemido alto, el animal trotó hacia ella. Senna echó una última mirada al Capitán, se giró y apresuró tras Joshen.

El muchacho le sostuvo la puerta en un edificio en ruinas, con un bote y un cartel torneados, que lo señalaban como la tienda de un fabricante de barcos. Apenas ella dio un paso al interior, estornudó. Todo estaba cubierto por aserrín, mezclado con el polvo de costumbre. Senna volvió a estornudar y miró a través de las grasientas ventanas.

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Con una mano sobre la nariz, se preguntó si el agobiante olor a pescado era preferible al aire contaminado y polvoriento de la tienda de Mcbedee.

Un hombre de piel oscura apareció desde la trastienda. Astillas de madera salpicaban su pelo, desaliñado y canoso, el cual tenía un llamativo parecido con un nido de pájaros. —¿Qué puedo hace’ por ustedes?

—El Capitán Parknel nos dijo que usted tenía botes de pesca para vender —respondió Joshen.

El hombre gruñó. Con una mueca de impaciencia, hizo un gesto para que lo sigan. —Yo cojo botes viejos y los convie’to en útiles de nuevo —dijo, mientras abría la puerta.

Senna vio, rápidamente, lo que quería decir. Unos pocos botes viejos, desvencijados, con parches de madera nueva, estaban esparcidos al azar por el suelo. Le lanzó una mirada dubitativa a Joshen. —El Capitán Parknel nos advirtió sobre el mar.

—Van a flota’ —dijo Mcbedee, mientras se limpiaba algo de suciedad de debajo de las uñas.

Ella miró los botes. Pensó que se parecían más a mazorcas de maíz ahuecadas que a botes, pero dudaba que pudieran comprar algo más grande sin levantar sospechas reales. —Pero eso es todo lo que harán —le susurró a Joshen.

Él se inclinó y le dijo, en voz baja, al oído. —No puede estar demasiado lejos. ¿De otro modo, cómo lo lograría una Bruja sin equipo?

Senna esperaba que estuviera en lo correcto. Ella nada sabía sobre botes o el mar.

Mcbedee se rascó la calva y estudió a Senna, con una mirada conocedora en el rostro. —Incluso te venderé un bidón hermético. Guardas todos tus artículos delicados dentro. Tengo el presentimiento que vas a necesitarlo.

Senna se lamió los labios. Joshen tendió una mano. —Trato hecho.

Mcbedee les vendió el bote, pero ahora tenían el dilema de cómo llevarlo, junto con los caballos, de regreso al campamento. No creían que esa pobre cosa fuera a sobrevivir, si lo arrastraban por la costa rocosa, así que decidieron amarrar los caballos y remar con el bote, de regreso al campamento.

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Para el momento en que tuvieron todo arreglado, ya había pasado bastante del mediodía. Renunciando a la posibilidad de una comida caliente, cargaron el incómodo bote hasta el amarradero. Joshen lo mantuvo estable, mientras Senna subía. La cosa se sacudía y tambaleaba como un caballo borracho. Ella respiró, aliviada, cuando pudo sentarse.

Pero entonces, Joshen colocó un pie dentro. Ella contuvo el aliento, con la esperanza que los sostuviera a ambos sin desmoronarse, pero él subió con facilidad. El bote se quejó, en señal de protesta, pero parecía decidido a mantenerse. Los dos hundieron sus remos en el agua y empujaron. El bote describió un círculo perfecto alrededor del amarradero. —Tienes que remar del otro lado, Senna —explicó Joshen.

Ella se ruborizó, cuando notó a un grupo de marineros, que los miraban divertidos. —Lo siento. —Puso el remo en el lado opuesto del bote y, entre ambos, se las arreglaron para bogar, en dirección general a su campamento. Apenas habían comenzado a ganar impuso cuando apareció el siguiente muelle.

—Senna, tenemos que girar. Pon tu remo del mismo lado que el mío —indicó Joshen.

Podía afirmar que Joshen estaba intentando, arduamente, ser paciente con ella y eso sólo la hizo sentir más inepta. Se cambió de lado y evitaron, por muy poco, colisionar contra el sólido muelle… una colisión, a la cual dudaba que pudiera sobrevivir su mazorca de maíz. Por suerte, ya había averiguado, en gran parte, cómo remar, para cuando dejaron el muelle.

Senna tenía un dolor agudo entre los omóplatos y la noche estaba completamente sobre ellos, para el momento en que, finalmente, pudo vislumbrar su antiguo campamento. Exhaustos y húmedos, comieron pan y queso, antes de desplomarse en sus petates. De hecho, ella se hubiera perdido el amanecer por completo, de no haber sido por Bruke, que la golpeteó con su fría nariz.

Igual que el día anterior, la niebla apuntó hacia el este. Con los hombros y brazos cansados y adoloridos, Senna ayudó a Joshen a cargar el bote hasta el mar. Hundieron sus remos en el agua brillante. Encontraron un ritmo y se impulsaron hacia mar adentro. No pasó mucho, antes de tener charcos helados que empapaba sus pies.

—No quiero perder de vista la costa —le advirtió Joshen.

Ella se volvió, a mirar la línea costera que se alejaba. —Nunca encontraremos el camino de regreso.

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Joshen rió. —Seguro que lo haremos. Sólo tenemos que esperar, hasta que pueda ver las estrellas.

Ella bajó la vista hacia Bruke, quien arrojó una infeliz mirada al agua. —No te preocupes. Estaremos bien. —Pero las palabras eran más para sí misma, que para el perro.

Para el momento en que la costa se había hecho lo suficientemente pequeña como para que pudiera cubrirla con el antebrazo, algo oscuro apareció en el horizonte. Senna y Joshen intercambiaron una mirada y remaron hacia allí. Mientras desaparecía lo último de la línea costera, tomaba forma una isla. —¡Tiene que ser eso! —exclamó Senna. Pero, a medida que se acercaban, imponentes acantilados sobresalían del agua y apuntaban, ominosamente, hacia el cielo amenazador.

—No bajaremos a tierra en este lugar —apuntó Joshen.

—Podríamos intentar escalarlos —sugirió ella.

Joshen señaló la base de los acantilados. —Esas olas nos cogerían y desguazarían este pequeño bote en pedazos. Y luego, nos succionaría la corriente. Tenemos que encontrar otro camino.

Circunvalaron la isla, a pesar que les tomó todo el día.

En extremo más lejano, Senna notó humo elevándose. —¡Mira, Joshen! Tan vez, alguien acampó en la orilla.

Hundiendo profundamente sus remos, dieron vuelta la curva y ambos se quedaron helados. El humo se elevaba de un cono, que se abría ante ellos como una hambrienta boca sobre la cara del acantilado. El agua se arremolinaba con tintes rojizos. Las rocas negras soltaban vapor y gorgoteaban cuando el agua las salpicaba.

Joshen sostuvo el remo sobre su regazo y metió la mano en el agua, para luego echarse atrás. —¡Está caliente! —le frunció el ceño a las sibilantes rocas. —Eso no es el fuego de un campamento, ¡es un volcán!

Los ojos de Senna se dilataron. —¿Quizás deberíamos buscar un atracadero más amplio?

Joshen asintió y se movieron para regresar al mar.

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Excepto por el volcán, la línea costera nunca dejaba de ser acantilados infranqueables. Senna sentía los brazos y los hombros huecos y débiles.

—Joshen, no estoy segura de ser capaz de soportar el viaje de regreso, si no nos vamos pronto.

—No puede ser esto —cedió él, al final. —Tiene que haber alguna otra isla, en alguna parte —. Comenzó a hacer girar el bote.

Senna remaba tras él, impulsando la pequeña embarcación para que ganara velocidad, pero se giró, para mirar la isla una última vez. —Espera. —Vio algo verde en los acantilados, algún tipo de planta que crecía con la forma de… —¡Oh, no! No puede ser.

Joshen siguió su mirada. —¿Qué ves?

Senna lo estudió, cuidadosamente. En un punto, los acantilados se alineaban en forma irregular. —¡En sus mismas caras! ¡El musgo crece en forma de luna creciente!

Los ojos de él se dilataron. —¿La marca de las Brujas’

—En parte —Ella se sentó y sacó su collar de debajo de la blusa. —Leí sobre ello en el diario de mi madre. Las Brujas creemos que somos parte de un todo. Como las fases de la luna. Juntas podemos completar el círculo y lograr el equilibrio.

—Unidad. Somos más fuertes juntos que separados —gruñó él. —Por lo tanto, ¿dónde está la luna menguante?

El entusiasmo bailaba en los ojos de Senna. —Vamos a acercarnos.

Con movimientos cuidadosos, llegaron tan cerca del acantilado como se atrevieron. Con Joshen remando en reversa para evitar ser succionados hacia delante, Senna escudriñó cada centímetro de los acantilados. Pero no había ninguna luna menguante. —Quizás esté por debajo de la línea del agua. —Se puso de pie, para examinar el espacio dejado por las olas que se retiraban.

—¡Cuidado, Senna! —exclamó Joshen.

Una ola rompiente golpeó el bote. Senna se tambaleó hacia delante. Sin tiempo para detenerse, su pecho golpeó contra la proa. El impacto le dejó el cuerpo inerte. Se deslizó hacia delante. El agua helada salpicó sus manos. Estaba cayendo. Joshen la

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cogió por los tobillos, antes que terminara de hacerlo. El bote osciló precariamente y él arrojó todo su peso hacia el lado contrario, aún sosteniéndola por la pierna. Estaban siendo arrastrados hacia los acantilados, a una velocidad alarmante.

—¡No dejes de remar! —gritó ella, buscando a tientas un asidero en el bote.

Joshen la soltó y volvió a remar en reversa.

Senna plegó las rodillas debajo de sí e hizo una mueca al frotarse el pecho; se enderezó y apartó del agua. Olvidando su dolor, se inclinó hacia delante y miró el agua, con los ojos entornados. Un brumoso y casi cerrado círculo de verde crecía en el fondo del mar. —¡Allí! ¡Debajo del bote!

Joshen se asomó por la borda y volvió a mirar la luna creciente, en los acantilados. —No lo entiendo.

Senna analizó cada grieta, en busca de una abertura. Nada. —Tiene que haber una cueva o entrada. ¡Sé que es aquí!

—¿Entonces, cómo entramos? —preguntó Joshen. Senna se volvió hacia él. Tenía el rostro encendido, por el esfuerzo de evitar que el bote avanzara hacia los mortales acantilados. —No podré sostenerlo mucho más. Mis brazos están muertos.

Ella volvió a mirar la isla. —Pero estamos tan cerca… —tomó un remo, a su vez. —Tal vez, haya una entrada justo por debajo de la línea de flotación y debamos nadar hacia allí.

Joshen la miró como si estuviera loca. —¿Tienes idea de lo fría que está el agua, Senna? Podríamos tener un calambre y hundirnos, o morir de frío, y eso es si las olas no nos hacen pedazos contra los acantilados —. Volvió a mirar la isla. —Tal vez, tendríamos que volver a intentarlo mañana.

Senna suspiró y dejó caer los cansados hombros. —Está bien. Mañana encontraremos el modo de entrar.

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Traducido por CairAndross Corregido por Fangtasiia

stás seguro que un chico y una chica compraron el bote?

—Dijeron que estaban haciendo algo de pesca —respondió el hombre de la tienda de botes.

Wardof gruñó. —¿Exactamente dónde iban a pescar?

—Eres más que bienvenido a revisar mis libros para ver si anoté ese detalle —dijo Mcbedee mientras se rascaba la cabeza.

Wardof apretó los puños. Sus moretones ya habían sanado; quizás era tiempo de hacer algunos nuevos.

Garg pasó su peso de un pie a otro. —Vamo’. No necesitamos más problemas.

Wardof le lanzó a Garg la mirada que no había tenido efecto sobre Mcbedee. Con un gruñido, éste se volvió hacia la puerta.

—‘Spera que yo mantenga vigilada a su hermana… Ni siquiera él puede controlarla y ‘spera que yo… —se quejó Mcbedee.

Wardof azotó la puerta tras sí. —Al menos, sabemos que ella tomó este camino. Mi corazonada es que está buscando Haven. Si compró un bote, la isla debe estar por aquí.

—Sí, pero nadie puede llega’ a esa isla, excepto las Brujas, y ella podría cambiar la localización ante’ que la encontremos.

—¡Ésa es la razón por la que tenemos que encontrarla antes que llegue allí! Además, es una Bruja novata e ignorante. ¡No sabe cómo moverla, idiota! —Wardof comenzaba a frustrarse.

—¡Te dije que dejes de llama’me así! —gruñó Garg.

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Wardof rodeó a Garg, contento de tener una excusa para usar sus puños. —Te llamaré por el nombre que se me ocurra.

—Hola, aquí, muchachos —los interrumpió una voz a sus espaldas. Wardof giró en redondo y entrecerró los ojos, debido al brillante sol. Por el rabillo, le pareció ver a un hombre, que se parecía un montó a Mcbedeee, alejarse apresuradamente de detrás de un edificio. Se llevó una mano a los ojos, para hacer sombra. Pero el hombre ya se había ido.

Un hombre calvo y uno que tenía una barba roja, estaban apoyados contra el desgastado tablero de anuncios de una tienda de aparejos. —¿Están bu’cando una chica?

Instantáneamente, Wardof se puso alerta. —Sí, de cabello dorado oscuro, largo hasta los hombros, ojos color ámbar, delgada, bastante baja, quince años.

Ambos hombres asintieron.

—Debe ser ella —dijo el de la barba roja. —¿Por qué la están bu’cando?

Wardof dio la misma historia que había usado a lo largo de toda Nefalie.

Los marineros intercambiaron miradas. —Hermana, ¿eh?

Ambos hombres parecían divertidos, aunque Wardof no podía ver el por qué. —Ella tiene la mente un poquito confundida. Ha estado buscando algún lugar oculto.

El Capitán de la barba roja sonrió. —Hay una isla. Sólo existe un camino y soy la única alma que lo conoce. Mi corazonada es que se dirige hacia allí. Transporto mercadería, costa arriba y abajo, pero no hay tanto’ negocios en este momento. Podría llevarte hasta allí, por el precio adecuado.

—Dilo. —Wardof se sentía más feliz de lo que se había sentido en años.

* * *

Senna se sentó en la playa, mirando hacia el agua, y pensó en la verde luna creciente sobre la cara del acantilado y la luna menguante bajo las olas. —Tenemos que lograr pasar por los acantilados. ¿Pero cómo? No podemos acercarnos de ningún modo, y menos aún, nadar hasta allí.

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Joshen le alcanzó un poco de pescado salado y galletas, antes de desplomarse a su lado. —¿Has visto alguna señal en la isla, que no fueran los acantilados? Quiero decir, ¿cómo sabemos, siquiera, si hay algo en el interior?

Senna se reclinó y rascó a Bruke tras las orejas. Él gruñó satisfecho, bajo sus dedos. — Mi madre dijo que, si seguía las indicaciones de la Canción del Alba, encontraría la seguridad. No puedo creer que quisiera decir que tendría que escalar la cima de un acantilado desnudo y pasar mi vida entera entre líquenes y cangrejos.

Mientras ella lo miraba con recelo, Joshen se metió un puñado de alimento en la boca. —¿Siempre comes de ese modo? —preguntó Senna, disgustada.

Él tragó y ella pudo ver el bolo de alimento que bajaba por su garganta. —¿De cuál modo? —Agarró otra montaña de alimento y la engulló.

—Como si no hubieras comido en cuatro días.

Joshen tragó, después de apenas masticar. —Tengo hambre.

—Si no masticas mejor, te vas a ahogar.

Él le lanzó una mirada oscura. —Estás sonando demasiado parecida a mi madre.

Senna se ruborizó. —Lo siento. Come. No voy a mirar.

Él lanzó un gruñido y paleó más alimentos a su boca. —Defbe hafber un m’do de ‘ntrar. Quifzás con un b’te másf g’ande. O un efquipo p’ra ‘scalar.

Esforzándose para no hacer comentarios sobre su confusa respuesta, Senna sacudió la cabeza. —No, no puedo imaginar a las Brujas dejando que alguien más conozca su secreto—. Apoyó los codos sobre las rodillas y se cubrió los ojos con las palmas de las manos. —¡Piensa, Senna, piensa! —Si su madre no le había explicado cómo entrar a Haven, entonces tenía que ser bastante obvio. Debía estar razonándolo demasiado. ¿Qué es lo que haría cualquier otra Bruja en su lugar? Senna se puso de pie, de un salto. —¡Eso es! Lo único que las Brujas hacen y que nadie más puede hacer. ¡Cantar! —Entonces, su entusiasmo decayó —. Pero cantar, ¿qué?

Senna corrió hacia su morral y sacó el diario de su madre. Se dejó caer junto a Joshen. Metiéndose un bocado de galleta en la boca, buscó en la sección de canciones sobre el mar.

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—Y tú crees que soy un comedor chapucero —se rió Joshen.

Senna lo ignoró, mientras examinaba rápidamente las canciones. Y entonces, la encontró. Se puso de pie de un salto y empezó a pasear de arriba abajo por la orilla rocosa, estudiando el libro. Tarareó la melodía, intentando perfeccionar el tono y la cadencia, antes de pronunciar las palabras.

Les pido, oh, Plantas Hermanas del Mar Llévenme al lugar que sólo las Brujas pueden vislumbrar.

No sabía cómo explicarlo, pero la canción sonaba correcta. Senna sujetó un lado del bote y lo empujó. —¡Vamos, la única manera de encontrarlo es intentándolo!

Las hinchadas mejillas de Joshen se desinflaron, cuando tragó de golpe. Se atragantó y tosió. Luego, se golpeó el pecho con un puño. —¡Está a punto de oscurecer! —protestó.

Senna miró a su alrededor. —Oh, de acuerdo —gimió —. Supongo que eso significa que esperaremos hasta la mañana. —Decepcionada, se sentó nuevamente, a practicar la canción.

* * *

Era temprano. Muy temprano. Con los ojos cerrados, y arrullado por el movimiento de la nave, Garg comenzaba a quedarse dormido de nuevo. Wardof le clavó un codo en las costillas.

Garg hizo una mueca de dolor. —¡Ay!

—¡Bueno, permanece despierto, idiota! Tenemos que vigilar.

—Pensé que ése era el trabajo del chico que ‘stá en la cofa —replicó Garg, mientras se frotaba la costilla amoratada.

Wardof le echó un vistazo a la multitud de marineros y dijo, por lo bajo —No creo que sean tan inteligentes. Quiero decir, ¿cómo piensan que mi supuesta hermana encontró esa entrada oculta, en todo caso?

Garg le lanzó una mirada de complicidad a sus espaldas y volvieron a vigilar. Un momento después, levantó el dedo y señaló con entusiasmo. —¿Es ésa? ¿Ésa es la isla?

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Wardof escudriñó la niebla salina y se volvió a mirar al Capitán de la barba roja, a por la confirmación. —Ésa debe se’ —asintió Parknel. —Deberíamo’ ver a tu hermana, en cualquier momento.

Una perversa sonrisa iluminó el rostro de Wardof. —¿Dices que conoces un camino oculto?

El Capitán Parknel miró, altivo, a Wardof. —No planeará’ compartir esto con todo el mundo, ¿no? El sello es perfecto.

—No —respondió Wardof. —Tu secreto está a salvo conmigo.

El Capitán lo miró, dubitativo.

Wardof alzó una moneda de oro. —Te he prometido una docena de éstas, ¿recuerdas?

Los ojos de Parknel se iluminaron a la vista del oro. —¡Lo has hecho! —giró la rueda del timón hacia el sur. —Te llevaré hasta la laguna escondida. Puede’ esperarlos allí.

—¡La agarraremo’ esta vez, jefe! —se carcajeó Garg.

Wardof se frotó las manos con alegría. Espen estaría tan complacida…

Los marineros echaron anclas a una buena distancia de las rocas, luego el Capitán Parknel hizo descender un bote. Uno de los acantilados sobresalía más que los demás, y otro acantilado lo rodeaba, de modo que, lo que parecía una pequeña grieta entre ambos, ocultaba un profundo y zigzagueante pasaje. La emoción de Wardof se incrementó al verlo. Ningún barco que pasara se daría cuenta de ese canal.

Después de un buen trecho de remo, el pasaje se abrió a una pequeña playa cubierta de focas. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, Wardof saltó del bote al agua helada. Garg y él vadearon la playa rocosa.

El Cazador miró a su alrededor. Las focas le lanzaron miradas malhumoradas, antes de sumergirse en el agua. No había edificaciones, ni señales de seres humanos. No era lo que él esperaba, pero tal vez, el poder del lugar se había desvanecido después que las Brujas fueron capturadas. O quizás, eso era una fachada para ocultar la verdadera ciudad. —¿Estás seguro que…?

—Sí, sí, sí —le aseguró el Capitán Parknel. —Ésta es la playa. Hay una cueva por allá. Enciende un fuego y ‘spérala aquí. Regresaré mañana, a comprobar si están bien.

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Wardof y Garg observaron cómo los marineros empujaban el bote de regreso al agua. —¡Recuerda que obtendrás la otra mita’ cuando vuelvas a por nosotros! —gritó Garg con ansiedad.

La boca del Capitán Parknel se abrió en una risa gutural. —¡Nos veremo’ mañana, buenos señores!

Wardof se giró y comenzó a avanzar, con Garg siguiéndolo pesadamente. Cuando vio la cueva, aumentó la velocidad. Y luego, se sumergió en el interior. No era muy grande y se veía… bueno, no como él anticipara. Después de todo, las Brujas estaban bien posicionadas, económicamente hablando. ¿No podían arreglar un poco ese lugar?

Una gota de algo caliente le salpicó la cabeza. Wardof se frotó la sustancia pegajosa entre los dedos y se los llevó a la nariz, para olfatearlos. —¡Puaj! —Miró hacia arriba y vio el techo cubierto de murciélagos. Si las Brujas pensaban que éstos lo harían huir, estaban equivocadas. Se sacudió los excrementos de los dedos —. Un fuego limpiará todo esto —murmuró, mientras otra gota se escurría por sus hombros.

* * *

Senna se instaló a la proa del pequeño bote que se balanceaba en las altas olas. Su estómago estaba retorcido, como una red llena de peces. Si esto no funcionaba, entonces no sabría qué. Observó la luz del sol que bailaba sobre el agua y sintió el rocío de las olas rompientes que humedecían su rostro. Eso la calmaba. Cerró los ojos y cantó.

Les pido, oh, Plantas Hermanas del Mar Llévenme al lugar que sólo las Brujas pueden vislumbrar.

Entre las olas que golpeaban sin piedad contra las rocas y el suave chapoteo del agua contra el bote, Senna escuchó atentamente, a por cualquier cosa. Estaba bastante segura de haber cantado la canción correcta, pero, quizás, una de las notas no era perfecta. Lo intentó de nuevo. Y de nuevo. Aún nada. Una gaviota, que volaba en círculos, la llamó desde arriba. Ella observó su vuelo perezoso y se volvió hacia Joshen. —Supongo que no funciona.

Él abrió la boca para responder, cuando un dedo de algas verdes emergió detrás del muchacho. Y luego otro. Senna intentó gritar, pero no brotó ningún sonido. El aire se llenó de algas verdes. En algún lugar, en el fondo de su conciencia, su mente le dijo

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que no luchara contra éstas. Aterrorizada como estaba, Senna se dejó caer al fondo del bote y observó cómo el verde que los rodeaba bloqueaba los acantilados.

Bruke y Joshen no estaban tan inclinados a hacer lo mismo. Bruke ladrada y mordía, con su lado salvaje en plena erupción. Joshen sacó un cuchillo y empezó a dar tajos. —¡Quédense quietos! —ordenó Senna. Pero ellos, o no la escucharon, o estaban demasiado cansados para detenerse. Las plantas reaccionaron, amarrándolos, sujetando el bote y jalándolos hacia el acantilado.

Corrían más y más rápido. Ella debió cantar algo equivocado. ¡Las algas los iban a estrellar contra las rocas! Senna abrió la boca, en un grito sin palabras.

Como si respondieran, las algas marinas rugieron desde el agua y se entretejieron alrededor de bote hasta, incluso, bloquear el sol. Sólo el sonido de las olas rompientes le dijo que se estaban acercando a los acantilados. Los trazos de luz se hicieron más débiles a cada momento y eso le dio la prueba que las algas los rodeaban. Corrían más y más rápido, hacia el mar agitado. —¡Las Creadoras nos salvarán! —Se preparó para el impacto.

El bote escoró por popa y la arrojó hacia las algas. Senna alzó las manos, para mantener el equilibro contra las plantas anegadas de agua. El bidón hermético, que Mcbedeee había puesto en el bote, la golpeó, quitándole el aliento. Si no fuera por las algas, habría sido arrojada al mar. Al menos, eso la mantuvo junto a sus compañeros, aunque éstos se retorcían y luchaban como serpientes en una bolsa.

Luego, el sonido se puso peor. Amortiguado. Como si estuvieran bajo el agua. Con los ojos muy abiertos, Senna se quedó mirando las algas que sobresalían por debajo de ella.

¡Estaban bajo el agua!

Retrocedió arrastrándose. A su alrededor, la madera gemía como si el bote fuera un viejo decrépito. Con todos los músculos en tensión, ella se sujetó con tanta fuerza al asiento del bote, que sus manos se pusieron blancas como madera de deriva. ¡Creadoras, por favor, permitan que esta mazorca de maíz resista!, rogó en silencio.

Hubo un movimiento a su derecha. Senna giró la cabeza, a tiempo para ver la mano libre de Joshen y su cuchillo, pálido y plateado en la oscuridad. —¡No! —Se lanzó hacia él, en el momento en que la hoja desaparecía en un muro de color verde.

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El agua rugió dentro del bote como un animal salvaje, arañándola y mordiéndola con dientes agudos y fríos. Con la boca abierta de sorpresa, Senna jadeó a por aire. Sus ropas se enroscaban a su alrededor, mientras el agua rozaba sus rodillas. Sujetó lo que pensaba que era el brazo de Joshen y lo jaló fuera del agua.

Sentía a Bruke forcejeando bajo la superficie. Senna se lanzó a por él, tratando de levantarle la cabeza fuera del agua. Apretó los dientes contra el frío. El cabello se le pegó al rostro.

Con un ominoso sonido de rasgado, el agua y las algas en crecimiento, rugieron en sus oídos. El mundo se oscureció. El cabello de Senna flotaba libre y sus oídos zumbaban. Con un estallido, la presión se clavó como cuchillos en su cerebro, hasta que ya no pudo sentir el frío. Sólo el calor. Se retorció y trató de luchar contra el deseo de su cuerpo por respirar en el agua. ¿Cuánto tiempo más podría contener la respiración?

Cuando pensaba que ya no podría soportarlo más, Senna sintió que la presión disminuía. Estaban subiendo. Arriba. Arriba. Arriba.

Emergieron del agua, como un corcho que flota. Ella sentía el rostro y los pulmones como si fueran a explotar, mientras esperaba, durante una eternidad, a que el agua se escurriera. Cuando no pudo sostenerlo más, abrió la boca para aspirar aire. Pero era demasiado pronto. El agua invadió sus pulmones. Se inclinó hacia delante, mientras la tos convulsiva sacudía su delgada figura. Vomitó. El vómito se mezcló con el agua que la rodeaba. Senna sintió que el bote se asentaba de nuevo sobre la superficie. Luchando por respirar, observó cómo las algas se retraían.

La luz era suave. No parecía la luz del sol, pero era cálida, con destellos amarillentos de fuego. Miró a su alrededor. Flotaban en una piscina de agua, dentro de una cueva. Sus compañeros yacían junto a ella, inconscientes. Pero respiraban. Mientras se dejaba caer sobre un charco de agua, fue consciente que el bote chocaba contra algo suave. Lo último que vio, antes que los puntos negros se unieran, fue a alguien mirándola y una extraña risa que raspó sus oídos adoloridos. La voz dijo algo, algo como que había una forma más fácil para… Senna no pudo aguantar. Se dejó ir.

* * *

El fuego pudo haber eliminado los murciélagos, pero no hizo nada por el olor o el guano pegajoso bajo los pies de Wardof. En su afán por hallar a Senna, no había

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cargado muchos alimentos o agua. Por lo que podía decir, la única agua fresca en esa maldita isla, era la pequeña piscina de la cueva, cubierta con una gruesa capa de limo.

Cuanto más avanzaba el día, más comenzaba a pensar en la posibilidad que los marineros lo hubieran engañado. Ninguna Bruja llamaría refugio a ese asqueroso agujero en la tierra. O, en todo caso, escondite. Si cualquier marinero común podía encontrarlos, seguramente Espen no lo habría buscado durante años.

Garg entró de nuevo en la cueva, con un puñado de almejas, mientras cantaba una tonada marinera completamente desafinada. —¡Espen estará feli’ cuando capturemo’ a esa pequeña Bruja!

Wardof se puso de pie, tambaleante, y salió de la cueva. Garg lo miró mientras se marchaba. —¿No te gustan las almeja’?

Wardof recogió un puñado de rocas y se las lanzó. —¡Ellos nos engañaron, idiota. ¡Esto es una cueva, no Haven! —Se dio la vuelta y tropezó con una foca. Con un bufido de indignación, el animal le dio un golpe en la pierna. Los dientes cortaron hasta el hueso. —¡Ahhhh! —Al retroceder, Wardof cayó con fuerza sobre las rocas y las desparramó.

La foca encorvó la espalda y se deslizó hacia el agua. Wardof cogió un puñado de piedras y se las arrojó a la foca.

Garg sujetó el brazo de Wardof y trató de ayudarle a levantarse. —Seguro que es ‘quí, Wardof. Sólo tenemo’ que esperar un poquito más.

—¡Aléjate de mí! —Wardof lo empujó para alejarlo. Le arrojó a la foca la piedra más grande que pudo encontrar, pero ésta sólo salpicó el agua, inofensiva. Quería hundir su cuchillo en el animal, pero éste estaba fuera de su alcance. Al igual que la pequeña Bruja. Sosteniendo su pierna lastimada a unos centímetros del suelo, el Cazador apretó los puños a los costados y rugió de frustración. —¡Voy a por ti, pequeña Bruja!

Estaba sentado en el mismo lugar, cuando el bote se detuvo, a poca distancia de la costa. El Capitán de la barba roja miró a su alrededor, con una sonrisa adherida al rostro presumido. —¿Bueno, la has encontrado?

A Wardof le tomó hasta la última gota de control mantener la voz tranquila. —Tú sabes, muy bien, que no lo hemos hecho.

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El Capitán Parknel se encogió de hombros. —Tú me pediste que te lleve a un lugar que nadie conociera. Realmente, nadie conoce esta cueva. A menos, por supuesto, que cuente’ a las focas —señaló la pierna sangrante de Wardof. —¿Una mala noche?

Wardof se puso de pie. Garg se acerco para ayudarlo, pero éste lo esquivó. —Pagarás por esto…

Parknel levantó su rostro hacia el sol y rugió de risa. Pero los marineros que lo acompañaban, no hicieron más que esbozar una sonrisa. El Capitán se limpió los ojos, se aclaró la garganta y continuó —En realidad, tú eres el único que va a pagar. Me debes la segunda mita’ de nuestro trato.

La expresión de Wardof era rígida. —¿Quieres más dinero? ¡Yo quiero que me regreses el que te pagué!

El Capitán se encogió de hombros e hizo una señal a los marineros, para que hicieran girar el bote. Se impulsaron al agua con sus remos.

—¡Hey, ¿dónde van?! —gritó Garg. —¡No pueden, simplemente, dejarno’ aquí!

El Capitán sonrió. —Quizá’ puedan domar a las focas y convencerlas de darles aventón hasta la orilla. Quizá’ venga algún otro barco…algún día. Quizá’ ésta es, realmente, la isla de las Brujas y sólo tengan que esperar. En cualquier caso, espero que disfruten las focas.

Wardof cargó entonces, y el agua se agitó a su alrededor. Se sumergió junto al bote, se puso de pie, y se abalanzó sobre el Capitán con su cuchillo, pero quedó paralizado al ver una pistola, que le apuntaba al rostro. —No tiene’ la fuerza o las armas para formular ninguna amenaza, lodo marino. Las Brujas son las Guardianas del mar y nosotros las reverenciamos —. Aspiró el aire por encima de Wardof, con un gesto de repugnancia. —Ahora, aparta tu asqueroso cadáver de Cazador fuera de mi bote, antes que te convierta en carnada de tiburones.

Wardof soltó el bote y dio un paso atrás. Con una mirada de disgusto, rebuscó dentro de su chaqueta y le arrojó el resto del dinero al Capitán. —¡Bien! ¡Aquí tienes tus monedas!

Parknel recogió la bolsa de dinero goteante y sacó la otra. Con una risa, arrojó ambas bolsas de oro. Wardof observó cómo giraban y se retorcían en el aire. Luego, cayeron con un sonido tintineante. El oro destelló, capturando la luz y reflejándola contra la

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triste costa rocosa. —Guarda tu dinero —. El jolgorio había desaparecido —. Vamos, muchachos. Llevémosla.

Los otros marineros empujaron sus remos, mientras Wardof observaba cómo se hacían, cada vez, más pequeños.

Garg se sumergió en el agua y comenzó a aullar. —¡No pueden dejarno’ aquí!

Nadie en el bote miró hacia atrás.

Garg continuó avanzando y sobrepasó a Wardof, pero era una cabeza más bajo que éste. Cuando ya estaba de puntillas, se echó hacia delante y revolvió lastimosamente, antes de sumergirse.

Wardof observó, con repulsión, cómo Garg chapoteaba, indefenso, por debajo del agua poco profunda. —¡Sólo ponte de pie otra vez, idiota! —Cuando ya no pudo soportar sus revolcones, nadó hacia delante, lo cogió del cuello y lo arrastró hacia la orilla.

Garg graznó, mientras tosía y escupía. —¡No pueden dejarno’!

Wardof fulminó, con la mirada, a su compañero para toda la vida. —Acaban de hacerlo.

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Traducido por Princesa de la Luna Corregido por CairAndross

ogg cuida bien de ti. Sí. Sí. Pogg te mantiene viva.

¿Pogg? ¿Quién?, pensó Senna. Pedazos inconexos de información se arremolinaron en su cabeza, hasta que se sintió mareada. Percibió una

cama blanda bajo ella, ¿pero no había estado en una cueva? Luchó por abrir los ojos. Aparecieron finos haces de luz borrosa, con una mancha negra en el centro. Parpadeó y la mancha se convirtió en una… cosa.

Volvió a parpadear, pero el problema no era su focalización. Senna lo miró (al menos, pensaba que era un “él”) de arriba abajo, con una mezcla de miedo y repulsión. La piel motada, de color verde grisáceo, era tan suave y resbaladiza como la de un delfín. Los dientes triangulares sobresalían por debajo de una nariz chata. Él parpadeó y una especie de sustancia oleosa se esparció sobre los ojos, saltones como los de un pez. Las manos tenían la misma forma que las de ella, a excepción de una fina membrana que conectaba los dedos, como la piel del ala de un murciélago. Sólo llevaba un saco, delgado y grasiento, con agujeros para sus apéndices.

—¿Qué eres? —preguntó Senna.

Algo que esperaba que fuera una sonrisa, apareció en la cara de la criatura. Éste se dio unas palmaditas en el pecho. —Pogg. Mettlemot. Persona rana.

Ella se encogió más en la cama y buscó una manera de escapar. Pero, lo que vio, la hizo cambiar de idea. Estaba en una casa, pero no una como había imaginado. Las ventanas tenían forma de peonza, con extremos puntiagudos y centros bulbosos. Las paredes eran increíblemente lisas en algunos lugares y, sin embargo, parecían anudadas o incluso entretejidas, como las ramas de un sauce. No había costuras, esquinas o ángulos… sólo curvas suaves en la pared, que se fundía con el piso o el techo. Todo tenía el color de la rica crema batida en un cubo de leche fresca.

—¿Dónde estoy? —Antes que Pogg pudiera responder, ella recordó a Joshen y Bruke. —¿Dónde están mis amigos?

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La criatura hizo un agudo sonido de desagrado. —Pogg no permite un peludo en casa. —Hizo un gesto con la cabeza hacia la cama, al otro lado de la habitación —. Otro está peor. Tomará más tiempo.

Joshen yacía bajo un montón de mantas, con sólo su despeinada cabeza visible.

—¡Joshen! —exclamó Senna. Se levantó de la cama y pisó un suelo de madera nudosa. El mundo daba vueltas y se emborronaba. Sus pies escocían, como un millar de picaduras de abeja. Con un gemido, cerró los ojos y se dejó caer sobre el mullido colchón. Se sujetó los costados, para mantenerse erguida, y esperó a que las luces parpadeantes cesaran. En cuanto le fue posible, se levantó con cuidado, con los brazos extendidos para mantener el equilibrio. Tambaleándose como un ternerillo recién nacido aprendiendo a caminar, avanzó trabajosamente hasta la cama de Joshen y se desplomó a su lado.

El rostro ceniciento y los labios pálidos del muchacho, no eran nada en comparación con el jadeo irregular en los pulmones. Los ojos de Senna se llenaron de lágrimas. —¿Estará bien?

Pogg se contoneó para llegar a su lado. —El mar está dentro. Pogg consiguió sacar algo y chico respiró, pero ahora está caliente.

Senna apretó una mano contra la frente de Joshen. La piel se sentía como si fueran rocas calentadas por el sol. —Muy caliente —. Trató de recordar todas las hierbas útiles para curación —. Pesnit. Necesito pesnit para la fiebre. Y algo de garku para la fuerza, no estaría mal.

Pogg se dirigió a la puerta. —Ven. Pogg muestra.

A regañadientes, Senna se puso de pie, pero su mareo fue rápido para regresar y lento para cesar. En el exterior de la habitación, bajó la mirada y descubrió un largo, largo conjunto de escaleras. Se tambaleó, ya que parecían precipitarse hacia ella. Cerró los ojos y estiró una mano, para mantener el equilibrio.

Desde lejos, le llegó un gorgoteo de desaprobación. Pogg la esperaba en la parte inferior de las escaleras, con las mejillas contraídas por, lo que ella supuso, era impaciencia, así que bajó las escaleras tambaleándose.

Pogg abrió la puerta y se echó hacia atrás con un grito agudo. Con un ladrido, Bruke se abalanzó sobre ella y la tiró al suelo. Haciendo caso omiso de los furiosos balbuceos

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y empujones de Pogg, el perro la lamió entusiasmado, moviendo la cola con tanta rapidez como le era posible.

Ella lo apartó. —Ahora no, Bruke.

Con un ladrido de deleite, el perro dio un salto y corrió hacia la puerta.

Senna rodó para ponerse de rodillas, se levantó y miró hacia fuera. Por debajo de ella había más escaleras en pendiente, como agua que se hubiera congelado sobre cantos rodados. A través de la puerta abierta, el embriagador aroma de flores, vegetación y tierra húmeda, inundaba la habitación. Un sonido similar a la sinfonía de aves coloridas, añadía un trasfondo al rico olor.

Ya se sentía más fuerte, rejuvenecida.

Senna dio un paso al exterior. Por debajo, las paredes abovedadas del edificio se bifurcaban y penetraban en la rica Tierra marrón. Las hojas brotaban del techo. —¡Es un árbol!

Pogg la miró como si, de repente, le hubieran brotado setas de la nariz. —¿Qué más podía ser?

Senna estaba boquiabierta de asombro. Se encontraba en medio de un bosque de casas-árboles, algunos más altos que los edificios más altos que jamás hubiera visto. Entre ellos, las plantas crecían gruesas y altas, como si se extendiesen para devorar el mismísimo aire. A partir de cada árbol, una plataforma de madera perforaba el denso follaje y se unía a una plataforma central, más grande, como torrentes que se alimentaran de un río. En ese momento, todo parecía deteriorado y descuidado.

No había ninguna duda al respecto. Había llegado a Haven.

Joshen, se apresuró a recordarle su mente. —¿El jardín?

Pogg brincó de dos a cuatro patas y corrió más allá de la red de raíces del árbol, con más rapidez de lo que ella había creído posible. Lo siguió, cantando con rapidez para despejar las plantas. En la parte posterior de la casa-árbol, se detuvo abruptamente.

El jardín estaba lleno de todas las clases de plantas medicinales que ella podía imaginar, y muchas otras también. Tenían el aspecto de haber estado abandonadas por mucho tiempo, pero alguien había intentado remediarlo recientemente, aunque sin mucha maña.

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Las plantas la llamaban con avidez. Senna respondió.

Luz disfrutarán, aire beberán Extiendan las raíces, que las hojas crecerán

El jardín prácticamente suspiraba de alivio, mientras ella repetía la canción. Recolectó las hierbas para Joshen y se apresuró a regresar, cantando todo el tiempo. Con gemidos de alivio, las plantas y árboles que la rodeaban, estiraban sus extremidades y sacaban hojas.

Senna corrió por las escaleras hasta la casa, con Bruke pegado a su lado.

—¡Peludo no entra a la casa! —exclamó Pogg.

Senna se detuvo bruscamente. A él le molestaba la presencia de ella en la isla; eso era evidente. Pero no tenía tiempo para averiguar el por qué. Joshen no tenía tiempo. —Lo necesito. ¿Dónde está la cocina?

Pogg dejó escapar un gorgoteo de desaprobación, pero se lo indicó.

Ella buscó una olla entre los armarios, hirvió té rápidamente y corrió hacia las escaleras. Se sentó junto a Joshen y le tocó la frente. Todavía estaba demasiado caliente. Si no lograba bajarle pronto la fiebre, podría ser demasiado tarde. —Pogg, necesito un cubo de agua.

Erguido nuevamente sobre dos patas, Pogg anadeó hacia la puerta, pero antes le lanzó una mirada de advertencia a Bruke.

Senna usó una cuchara de madera, perfectamente formada, para abrir los labios de Joshen y vertió el té en su boca con mucha lentitud, mientras él tragaba en forma automática. Con esperanzas de una mínima mejoría, le tocó la frente y apartó la mano, sorprendida.

La fiebre había empeorado.

¿Y si no lo logra?, se preguntó. Los brazos comenzaron a temblarle. Las lágrimas resbalaron por su rostro. Era demasiado. Su hermana y su padre, antes que ella naciera. Luego, su madre. Y ahora, Joshen. —Joshen, por favor, no. Por favor. Todas las personas que he amado me abandonan. Por favor.

Bruke gimoteó y le golpeó la mano con el hocico. Ella le acarició la cabeza. —Lo sé. Todos, excepto tú.

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Con las orejas súbitamente alertas, el perro se giró hacia la puerta. Debajo de sus palmas, el cuerpo del animal vibraba con un gruñido bajo. Pogg entró en la habitación, con un cubo de agua que salpicaba a cada paso. Con un rezongo, lo colocó junto a ella.

Aparentemente incapaz de controlarse, Bruke ladró.

Pogg arqueó la espalda y emitió un trino agudo.

Senna se tapó los oídos. —¡Basta!

Con el rostro crispado, Pogg enderezó la espalda y le dirigió una mirada taladrante. Sin decir una palabra, se acercó rápidamente a la cama opuesta y se subió a ésta.

Senna miró a Bruke. —¡Siéntate!

El perro se sentó a su lado.

Ella le hizo una señal apreciativa con la cabeza. Después de todo, Pogg les había salvado la vida. —Gracias por el agua y… bueno, gracias.

Senna se volvió hacia Joshen y le quitó la camisa rígida. Mojó el paño en el agua fría y se lo pasó por la piel. Bajo su tacto, a él se le ponía la carne de gallina. Ella estudió los músculos que habían comenzado a llenar esos brazos larguiruchos. —Va a ser tan musculoso como su padre… si vive lo suficiente —susurró, para sí misma.

—¡Prohibido para cualquier varón, llegar sin invitación a Haven! ¡Prohibido! —prácticamente gritó Pogg.

Senna se sobresaltó. —¿Por qué está prohibido?

Los extraños ojos de pescado la miraron fijo. —Sólo Brujas.

Senna cambió de posición, interponiéndose inconscientemente entre Joshen y Pogg. —¡Bueno, tú no eres una Bruja!

Él volvió a gorjear, esta vez con más suavidad. —El último de los Mettlemots es Pogg. Último. Último. Último. Las Brujas se compadecieron de Pogg. Dejaron que se quedara, si él pescaba para ellas. —Se desenroscó y la miró con tranquilidad. Bruke gruñó, pero Pogg lo ignoró —. Pogg se compadece del chico. Permite que el chico se quede.

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—Gracias —logró decir Senna. Se preguntó qué habría tenido que hacer, si Pogg hubiera decidido lo contrario.

—Guardianas —continuó la criatura —. La Bruja Oscura viene. Las captura. Se las lleva lejos. Sólo queda Pogg.

Senna lavaba, mecánicamente, el pecho y los brazos de Joshen. —Si me ayudas…me enseñas lo que sabes, lucharé contra ella. Te lo prometo.

Pogg la miró con recelo. —La Bruja Oscura, Bruja Jefa una vez. Ella llama a reunión. Dice a todas las Brujas que ellas gobiernan el mundo. Hombre se inclina ante ellas o ellas matarán plantas y detendrán lluvia hasta que hombre escuche.

«Otras Brujas dicen no. Algunas se unen a Bruja Oscura: Siervas. Algunas se unen a Brujas: Guardianas… ¡Brujas luchan! —Pogg se mecía al ritmo de sus palabras. —Guardianas pierden pelea de Bruja. ¡Desterradas! ¡Pero Bruja Oscura no termina! ¡No! ¡No termina!»

«Sacra tuvo la pequeña Brusenna entonces. Sacra se escondió; no quería a Brusenna muerta, como su padre y hermana»

«Pero Bruja Oscura sacó Guardianas de Haven. Luna olvidó cambiar las mareas. Niebla apareció, pero no se fue. Lluvia vino, cuando se suponía que no. Pronto, invierno llega en verano y todo muere. Entonces, hombres se inclinan ante Bruja Oscura. ¡Entonces, ella es reina! ¡Entonces, ninguna Bruja la detiene!»

Pogg sacudió la cabeza y continuó —Pogg te lo muestra. Entonces, tú liberas Brujas. ¡Esta vez, Guardianas matan Bruja Oscura!

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Traducido por Clyo Corregido por Maweyumi

enna tiró del cuello de su camisa. La sal del mar se había asentado en el tejido y le daba picazón, como si hubiera estado rodando por heno. Y peor que la

picazón, era que olía a vómito. Deseaba cambiarse de ropa, pero si se iba y pasaba algo… Con un suspiro, pasó el trapo por los largos brazos de Joshen, a través del pecho, por el estómago, el cuello, la frente. Le escurrió algo de agua en el cabello. Alisándolo hacia atrás del rostro, lo abanicó.

¿Cuántas veces había repetido ese proceso, durante la larga noche? ¿Cincuenta? ¿Cien? Había pasado por todas sus escalas y practicado todas las canciones de Bruja en el diario de su madre, hasta que se le enronqueció la voz. Al menos, aún tenía el diario. Tenía que agradecerle a Mcbedee y a su bidón hermético por ello.

Senna apoyó la oreja sobre el pecho de Joshen y escuchó por cualquier señal de golpeteo. Cerró los ojos, aliviada. Aún vivía. Joshen tosió y gimió. Ella lo observó retorcerse, con el rostro húmedo y caliente, como si estuviera tratando de alejarse de la fiebre y el dolor. Él volvió a gemir y mostró la parte blanca de los ojos antes de regresar, finalmente, a su profunda y agitada respiración anormal.

Si no empezaba a mejorar pronto, moriría. Un estremecimiento la sacudió hasta los huesos. Las lágrimas se le escapaban de los ojos, con más rapidez de lo que podía enjugárselas.

Ante el sonido de los pies flojos de Pogg en las escaleras, se volvió hacia la puerta. El Mettlemot tenía un pescado fresco, sujeto entre los dientes, y lo arrojó al suelo, donde cayó con un ruido sordo. —Senna, come.

Ella sacudió la cabeza. —No puedo dejarlo, hasta que esté un poco mejor.

Pogg hizo un gorgoteo de desaprobación, mientras sacaba una sábana de la cama y la sumergía en el cubo de agua. Cubrió a Joshen con ella, se puso de cuclillas en el borde del lecho y comenzó a abanicarlo con torpeza.

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Senna parpadeó, sorprendida. —Ojala hubiera pensado en eso —. Pogg no respondió, pero ella no había esperado que lo hiciera.

De repente, no pudo soportar estar un momento más allí. En la puerta, la cabeza de Bruke oscilaba entre Senna y Joshen. Finalmente, el perro dejó escapar un gañido frustrado y corrió tras ella. Después de encontrar un poco de leña y encender un pequeño fuego en la estufa, cuidadosamente rodeada por ladrillos, Senna cocinó el pescado con demasiada rapidez y casi lo quemó, debido a su prisa. Bruke aún estaba mordisqueando la cabeza y la cola, cuando ella subió las escaleras para controlar a Joshen.

Pogg no se había movido de su lugar, pero sus ojso fueron hacia ella. —Senna toma baño. Huele a pescado. A las Brujas no gusta eso.

Ella estaba demasiado cansada como para sentirse ofendida. Además, sabía que olía peor que el pescado. Se frotó los ojos y asintió. —¿Dónde?

—Agua fresca, allí —señaló la criatura y las membranas entre los dedos se arrugaron, como ropa mojada. —¿Senna encuentra?

Ella movió afirmativamente la cabeza.

Allanó la casa en busca de jabón, encontró algunas ropas relativamente limpias, aunque todavía un poco húmedas y se encaminó en la dirección que Pogg le había indicado. Mientras caminaba, estudió su entorno. Una increíble exhuberancia rodeaba las casas vacías, con ventanas negras y sin vida, como los ojos de un cadáver. Se estremeció.

Tan bello… y tan vacío.

Cerca de uno de los acantilados, encontró una piscina poco profunda, llena de aguas color esmeralda que se sentían lujuriosamente tibias…probablemente, calentadas por el volcán. Después de haberse bañado, Senna hizo su camino de regreso temblando, mientras la muda mojada se aferraba a su cuerpo y la ropa lavada goteaba en su brazo. Acomodó la colada sobre las plantas del exterior y se apresuró, escaleras arriba, para encontrar a Joshen tosiendo de nuevo.

Pogg la observó, con una expresión indescifrable.

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Con los brazos cruzados conscientemente sobre sus pechos, Senna inspiró profundamente. —Gracias.

Él le alargó el abanico y salió caminando por la puerta.

Senna volvió a abanicar a Joshen, con los brazos pesados por la fatiga y la espalda adolorida, hasta bien entrada la noche. Cantó durante todo el tiempo, como si parte de ella esperara que las canciones que fortalecían las plantas pudieran hacer lo mismo por el muchacho. En algún momento, notó que había gotas de sudor sobre el labio superior y la línea del caballo. Arrojó el trapo en el cubo, casi vacío, y le tocó la frente.

¡Él estaba más fresco!

Durante la siguiente hora, vio cómo Joshen sudaba lo último de la fiebre. Su propio cuerpo se relajó. Al final, él dejó escapar un suspiro largo y profundo.

—Gracias a las Creadoras —exclamó ella, aliviada. Demasiado cansada para sentir otra cosa que una turbia alegría, se desplomó junto a él.

* * *

Senna se despertó, para encontrar que la luz del sol empapaba de oro toda la habitación. Como arrastrada por una fuerza antinatural, se dio la vuelta y su mirada encontró la de Joshen. Por un momento, nadó en el océano de sus ojos azul grisáceo. —¿Joshen?

Él frunció las cejas y pareció tan maltratado como si hubiera sido arrastrado por un caballo. —¿Senna?

Ella se arrojó sobre su pecho. —Estás bien —sollozó.

El muchacho la abrazó débilmente y sus brazos le acariciaron los hombros desnudos. —Bueno, por supuesto que sí. Hambriento como un caballo medio muerto de inanición, pero aparte de eso… —su voz se fue apagando, a medida que aumentaban los sollozos de Senna. La apartó de sí con suavidad. —¿Cuál es el problema, Senna? ¿Y por qué estamos en la misma cama?

Ella sacudió la cabeza, secándose las lágrimas. —Has estado enfermo.

Joshen frunció el ceño. —¿Por cuánto tiempo?

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—Éste es el tercer día.

Los ojos de él se dilataron de asombro.

Senna sonrió y le apretó la palma de su mano contra la mejilla. Se sentía mareada, como si pudiera bailar, cantar y llorar, todo al mismo tiempo. —Dijiste que tenías hambre. Voy a prepararte algo.

En el exterior, se puso uno de los vestidos prestados, antes de ir corriendo a la cocina a preparar un estofado de hierbas. Apareció Pogg, chorreando agua, con un pez retorciéndose entre sus mandíbulas y una estrella de mar bajo el brazo. El Mettlemot le sonrió ampliamente y ella dio un respingo. No era como una sonrisa humana. Pogg debía saber que las personas estiraban sus bocas cuando estaban felices, así que él también lo hacía. Pero no tenía el mismo efecto.

Sintiéndose culpable por su reacción, Senna le devolvió una débil sonrisa. Aun así, la criatura parecía realmente contenta, cuando le alargó el pescado. —Otro está mejor. Pez hace fuerte —. Le arrojó la estrella de mar a Bruke, quien la atrapó de inmediato y empezó a mordisquearla.

Ella supuso que los Mettlemots debían ser como focas o morsas, que cazaban en los mares pero vivían en la tierra. Sintió una oleada de cariño por él. —No estoy segura que Joshen deba comer carne, aún —dijo, con suavidad.

Pogg la miró con extrañeza. —Pez hace chico fuerte. Le dará fuerza.

Ella se debatió consigo misma. Joshen no había tomado nada sólido por días. Era mejor empezar poco a poco. Pero, tal vez, un poco de caldo de pescado le ayudaría, así que cortó la carne en trozos y la arrojó en una olla, junto con las hierbas.

—Pescado… —murmuró, mientras dejaba las entrañas en un plato, para Bruke —. Estoy tan harta de pescado que podría comerme un buey entero —. Pero, por lo que había visto, la isla no tenía nada más. Ni siquiera gallinas.

Sirvió carne en el cuenco de Joshen, pero dejó solo el de ella.

Joshen se enderezó, entusiasmado, en la cama, cuando Senna ingresó en la habitación. Ella le entregó el tazón y se sentó a su lado. Él le echó una mirada a la sopa y cambió la suya por la de ella. Antes que Senna pudiera argumentar, se había tragado la mitad. Con un suspiro, él se recostó contra la pared. —Senna, lo siento.

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Ella examinó su caldo con disgusto y lo puso en una mesa lateral. —¿Por qué?

—Por usar mi cuchillo contra las algas. No entendía, yo…

Senna le apoyó sus dedos sobre los labios y su piel cosquilleó ante el contacto. —Shhh. No lo sabías. No hubo daño real.

Joshen asintió y tomó unos sorbos más de sopa. Ya allí, sus párpados caían con pesadez.

Ella se puso de pie. —Descansa un poco más. Para mañana, ya deberías ser capaz de moverte.

Después de acabarse el resto del cuenco en un solo trago, Joshen movió afirmativamente la cabeza y se deslizó debajo de las suaves mantas.

Senna se dirigió hacia la puerta, en silencio. Cuando Bruke comenzó a seguirla, sacudió la cabeza. —No, quédate.

Con la cola metida entre las patas, el perro volvió mansamente junto a la cama de Joshen.

En la planta baja, Senna volcó el caldo, de regreso con el resto del estofado, y se sirvió otro cuenco. Mientras comía, se removió bajo la atenta mirada de Pogg. —¿Quieres que te consiga un tazón?

—Pogg los come en el agua —le informó él.

Ella lo imaginó, tragándose el pescado entero, y se estremeció. Sin embargo, él continuó mirándola. —¿Qué? —preguntó.

—Senna viene con Pogg.

Después de dirigir una mirada nerviosa al piso superior, ella se terminó la sopa y siguió a Pogg fuera de la casa-árbol, a lo profundo de la isla. Las sombrías ventanas parecían mirarla. Senna se imaginó que la Bruja Oscura la observaba desde las sombras. —¿La Bruja Oscura me encontrará aquí?

Pogg sacudió la cabeza. —Sólo Guardianas pueden encontrar Haven. Cuando Bruja Oscura tomó prisioneras, Brujas ocultaron Canción del Alba de ellas.

—Entonces, ¿cómo lo encontró?

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Pogg desnudó sus dientes. —¡Traidoras!

Así que una de las ocho Brujas restantes era una traidora, ¿pero quién?

El trino volvió a sonar en la garganta de Pogg. —Espen.

—Espen —Senna hizo rodar el nombre por su lengua. Tenía sabor amargo. Su madre había reaccionado con horror, ante la sola mención del mismo.

¿Pero, por qué?

Los pensamientos de Senna se interrumpieron, al ver que las casas terminaban en un despejado en forma de círculo… muy parecido al que su madre utilizaba en su hogar. El claro se elevaba hacia una suave colina, en el punto más alto del valle. Ella se levantó el vestido verde claro y subió la pendiente. —¿Aquí es donde ellas cantaban las canciones para controlar la naturaleza?

Pogg la miraba por encima de la ondulante hierba verde. —Sí. Anillo de Poder.

Desde lo más alto, tenía una vista sin obstáculos. La isla estaba situada en el interior de un anillo de acantilados, como un nido de pájaros. El agua saltaba en cascadas, a intervalos irregulares, a lo largo de las paredes. —Las Cuatro Hermanas —jadeó Senna, mientras las señalaba —. Agua, plantas, luz solar, y sobre el exterior, el volcán hace la Tierra.

—Ven —. Pogg le hizo un gesto, para que se aproxime —. Viste Anillo de Poder. Ahora, ve libros.

Aún asombrada, Senna siguió a Pogg hasta el otro lado del claro, a una enorme casa-árbol. En el interior, encontró paredes cubiertas, del suelo al techo, con libros. El Mettlemot se negó a entrar. —Pogg no va. Sólo Brujas. Pogg cuida a Joshen. Senna aprende a matar Bruja Oscura.

Senna abrió la boca para protestar, pero Pogg se puso a cuatro patas de nuevo y se alejó con rapidez. Una extraña sensación picaba en su nuca, mientras ella recorría las estanterías. Todo lo que la rodeaba tenía señales de estar habitado pero, aún así, los edificios estaban vacíos. Deambuló por la biblioteca, sintiéndose abrumada, hasta que le llamó la atención un libro, abierto sobre una mesa… como si alguien lo hubiera dejado en mitad de la lectura.

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Pasó un dedo por la página y dejó un rastro a través del polvo. Mientras se frotaba los residuos entre los dedos, se inclinó y sopló. El polvillo voló a su alrededor, haciéndola estornudar. Senna limpió una silla con la mano y se sentó. Sus ojos recorrieron la página. Estaba escrita a mano. Eso no era un libro. Era un diario.

Su propio nombre pareció saltar hacia ella. Con entusiasmo, leyó:

Brusenna,

Si estás leyendo esto, entonces sabrás que eres la última. Incluso ahora, ella está aquí. Nosotras perdimos. Ella me encontrará pronto y me encarcelará con las demás, usando nuestras canciones para alimentar las suyas. Allí nos quedaremos, hasta que le juremos nuestra lealtad. Entonces, tendrá su ejército renuente. Un ejército para mantener a todos los hombres como rehenes. Aguantaremos hasta que nuestra última esperanza se haya ido. Esa esperanza eres tú.

Siento no haberte enseñado las canciones. Sólo quería mantenerte a salvo. Estaba equivocada. Quédate aquí, porque aquí estarás protegida. Incluso en este momento, la sangre de la traidora es fría en la muerte. Deseo…

No había nada más. Senna no se dio cuenta que había estado llorando, hasta que una gota salpicó la página y emborronó la tinta. La limpió con una esquina de la manga y parpadeó para evitar que cayeran otras. Así que era cierto. Su madre era una prisionera. Ella lo había sospechado por meses, pero ahora todo parecía asquerosamente real.

¿Cómo iba a salvarlas? Pensó en Coyel, tan poderosa que ni siquiera tenía que cantar para que las plantas se abrieran ante ella. Y ocho de esas Brujas combinadas, ni siquiera habían tenido una oportunidad. ¿Cómo podía ella, una joven sin formación, tener éxito donde las demás habían fracasado?

Cerró los ojos y el miedo ardió en su interior. La brujería se transmitía de madre a hija. Y ella era la última Bruja que quedaba. Si permanecía allí, las Brujas morirían. Espen ganaría. Si luchaba y perdía, el mundo entero sería lanzado al caos. Los climas cruzarían las fronteras, enfurecidos. El cambio estacional fallaría. Las semillas se pudrirían en la tierra. Su madre y las demás permanecerían prisioneras, o serían forzadas a convertirse en esclavas.

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Algo suave se tornó piedra en su interior. No tenía opción. Tenía que pelear. Tenía que vencer.

Senna se quedó mirando los libros que abarrotaban las estanterías. Los leería…hasta el último de ellos. Aprendería. Y luego, las liberaría.

O tendría que unirse a ellas.

* * *

Bruke se removió a sus pies. Senna siguió su mirada hacia la puerta. Joshen subía trabajosamente hacia su biblioteca, y su respiración brotaba en jadeantes resuellos que nublaban el aire alrededor de su cabeza. El verlo así le provocó una punzada en el pecho. Él casi había muerto, por tratar de ayudarla. La única persona en el mundo que se preocupaba por ella, y casi había logrado que lo maten. Suspiró. —El invierno llegará temprano este año.

Él se apoyó contra el marco de la puerta. —Senna, ¿dónde has estado?

Ella se quedó mirando las letras del libro, sin verlas en realidad. —¿Pogg no te ha cuidado bien?

—Bueno, sí —Joshen vaciló —. Pero han pasado tres días, desde la última vez que te vi.

Senna apartó el diario de su madre de la pila de libros que ya había leído. Se envolvió un chal ligero, alrededor de los hombros, y salió de la biblioteca, a la luz del sol. Se sentó en uno de los bancos naturales, producidos por las raíces del árbol-biblioteca, acariciando el diario de su madre. —Mi madre dejó esto para mí, en caso que sucediera lo peor.

A regañadientes, Joshen se sentó a su lado mientras ella leía, en voz alta, las palabras de Sacra.

Espen tiene un secreto. De alguna forma, su fuerza crece con cada Bruja que es capturada. Al final, no tendrá rival. Si entre las últimas ocho de nosotras no podemos descubrir ese secreto, tendrás que encontrar otra forma. Algo que todas fallamos en ver. O deberás vivir tu vida en la clandestinidad.

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Senna trazó las curvas y los giros en la escritura de su madre, con los dedos. —Tengo que encontrar una manera de detener a Espen. Preferiblemente, una que no implique un duelo contra ella.

Al oír la tristeza en su voz, Bruke trató de acariciarse con su brazo.

—¿Y cuál es esa manera? —preguntó Joshen.

Senna señaló la biblioteca con la cabeza. —Voy a buscar en los libros. En algún lugar, debe existir la respuesta.

Los ojos de Joshen se dilataron. —¿En todos éstos?

Senna se puso de pie y se sacudió la falda. —Hasta que encuentre la respuesta, sí. En mi tiempo libre, me entrenaré para un duelo.

Joshen la cogió del brazo. —Ni siquiera sabes dónde está Espen. Ni lo básico de un duelo. O cómo atrapó a las demás. ¿Crees que, simplemente, puedes leer unos cuantos libros y ganarle? Si eso es todo lo que se necesitara, tu madre y las otras ya lo hubieran hecho.

Las mejillas de Senna se encendieron. —No hace falta que me asustes. Ya estoy aterrorizada.

Joshen la soltó. —Mi padre me habló de Espen. Ella es malvada, Senna.

Senna dejó escapar un profundo suspiro y se apartó, caminando con rapidez. Joshen se apresuró a alcanzarla. —Déjame ayudarte. Quiero ser tu Protector.

Ella no disminuyó la velocidad.

Mi padre fue uno, al igual que mi tío… Tomack, el alguacil de Gonstower. Ellos me enviaron para vigilarte… para asegurar que estés a salvo.

—Eso no es necesario, Joshen. Espen no puede venir aquí, a menos que otra Bruja la traiga. Y no es como si quedara alguna para hacerlo.

El muchacho ya estaba jadeante y con el rostro pálido, aunque intentó ocultárselo. —Esperaré contigo. Cuando nos marchemos, te mantendré a salvo.

De repente, Senna se sintió mucho mayor. Él aún era un niño y ella se había convertido en una mujer durante la noche. Joshen no estaba dispuesto a dejarla. Y si le

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permitía quedarse, él iba a morir. Y entonces, la dejaría. Como todos los demás. Podía soportar estar sola, si sabía que Joshen estaba vivo y a salvo. Pero si moría… Era mejor alejarlo, que tener que obligarlo a estar a su lado. —No puedes quedarte.

Senna se había familiarizado con la isla durante la última semana. Ante ella, apareció una cueva, y entró en la oscuridad, con Joshen siguiéndola de cerca.

—Senna, sé que piensas que no puedo ayudarte, pero sí puedo.

Ella se volvió hacia él, con los brazos cruzados sobre el pecho. —No vas a ser capaz de encontrar Haven otra vez. No, sin una Bruja. Por lo tanto, no mires.

Él frunció el ceño. —No voy a abandonarte.

—Entra al bote, Joshen.

—¡No lo haré! Yo…

Antes que pudiera terminar, Senna cantó:

Plantas del mar Lleven a Joshen lejos de mí

Hasta la orilla Y que nunca regrese aquí

Joshen corrió hacia la entrada de la cueva. Ella cambió la canción. Los árboles se levantaron para bloquearlo. Senna volvió a cantar a las plantas del mar. Las algas serpentearon alrededor de los tobillos del muchacho. —¡Senna, no! Escucha… —Ella cantó a las algas, para que le cubrieran la boca. Aun así, él murmuraba a través de éstas.

—Deja de luchar —le rogó. —Has estado muy enfermo. Sólo las tendrás, hasta que salgas de aquí.

Él dejó de debatirse. Senna suspiró y se trasladó a un lado de la embarcación. —Lo siento. Pero no puedo pedirte que te involucres más. Ella no va a matarme. Me necesita —. Al menos, esperaba que eso fuera verdad. Se aclaró las lágrimas en la garganta. — Pero a ti, no dudará en exterminarte. Y tú no eres rival para ella.

Los ojos de Joshen le lanzaban agujas al rojo vivo. Ella se estremeció, incapaz de soportar la mirada de odio en su rostro. —Por favor, no me odies. No puedo perderte también a ti —susurró.

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Evitando su mirada, cantó para que las algas se apartaran un poco y lo besó en la mejilla. Deslizó un puñado de monedas de oro en el bolsillo de Joshen y cantó de nuevo. Las algas rodearon el bote y lo arrastraron hacia abajo. Ella observó cómo se hacía cada vez más pequeño, por debajo del agua. Se quedó mirando el oscuro pozo, hasta que sus ojos ardieron por la necesidad de pestañar. Pero si lo hacía, él se habría ido completamente… y ella estaría sola, de verdad. Finalmente, se volvió hacia Pogg. —Las algas lo llevarán hasta tierra firme. ¿Podrías asegurarte que llegue a Corrieth?

La criatura asintió. —Pogg puede encontrar camino de regreso.

Mucho tiempo después que el Mettemot se hubiera ido, Senna permanecía en la vacilante luz de la cueva, mirando fijo el agua color gris oscuro.

¿Cuánto tiempo tendría que estar allí? Sola.

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Traducido por Clyo Corregido por Maweyumi

iritando, Senna se ajustó más el chal, mientras observaba la lluvia que golpeaba su ventana. Distinguió la retorcida silueta de Pogg, que chapoteaba sobre el

suelo húmedo. Dejó su libro y se frotó los ojos cansados. Habían pasado dos meses, desde que enviara lejos a Joshen.

Pogg dejó caer su pesca a los pies de Senna, antes de subir las escaleras, pisoteando con fuerza. Ella lo vio marcharse y compartió una mirada de preocupación con Bruke. A pesar que sólo había estado unos pocos meses en la isla, ya había aprendido que los volátiles estados de ánimo de Pogg, a menudo estaban asociados con la agitación del mar.

Mientras Bruke rasgaba otra fibrosa estrella de mar, ella se levantó su largo vestido verde, de una tela parecida al terciopelo que, pensaba, podía ser un uniforme de Bruja, y subió las escaleras. Se apoyó en el marco de la puerta del cuarto de Pogg. —¿Qué ha hecho Espen ahora?

Un trino estridente surgió de la boca de Pogg. Senna se obligó a no retroceder. Odiaba cuando hacía eso. Le rechinaba en los oídos y en sus, ya de por sí, nervios de punta. El sonido terminó abruptamente y ella se encontró dispuesta a no romper el silencio, por temor a desencadenar nuevamente el lamento.

Para pasar el tiempo, Senna contó el número de veces que Pogg se mecía hacia atrás y hacia delante. Había llegado a treinta y ocho, antes que él hablara. —Pogg no quiere asustar a Brusenna. Pogg enojado porque Bruja Oscura hirió a mar —chasqueó la lengua. —¡Entrometida! ¡Entrometida! ¡Entrometida! ¡Cambia cosas que no deben cambiar! Ríos del océano no fluyen en lugares correctos. Tortugas marinas no llegan a playa para poner huevos. ¡Tortugas bebés mueren! ¡Aguas calientes se vuelven frías; agua fría se vuelve caliente! ¡Entrometida!

Senna sacudió la cabeza. —¿Cómo sabes todo eso?

—Tortugas me contaron.

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Ella se enderezó. —¿Tortugas?

—Sí. Sí. Y ballenas dicen que aguas calientes demasiado frías para bebés, agua fría demasiado caliente para comida.

Senna sintió que una epifanía avanzaba por los bordes de su mente. —¿Puedes hablar con otras criaturas del mar?

—Sí. Sí. Criaturas hablan.

—¿Todas?

—Respiradores de aire hablan. Respiradores de agua, no.

El corazón de Senna golpeteaba dentro de su pecho. —¿Ellos saben dónde está Espen? ¿Dónde está reteniendo a mi madre?

Los ojos de Pogg se volvieron locos. Sobre cuatro patas, correteó para alejarse de ella con más rapidez de lo que nunca le había visto. Senna se levantó las faldas y voló tras él. Una vez fuera, ni siquiera hizo una pausa para subirse el chal sobre el cabello. El agua cayó como un toldo sobre su cabeza y la salpicó desde el suelo, mientras ella corría.

La humedad hacía que todo se le pegara al cuerpo: ropas, cabello, zapatos. En cuestión de minutos, estaba tan empapada como si se hubiera sumergido al océano. Pensando que era algún tipo de juego, Bruke se adelantó, y luego esperó a que los dos lo alcanzaran, antes de echar a correr de nuevo. Senna llegó a la cueva, a tiempo para ver las ondas, que el salto de Pogg provocaba en el agua, así que empezó a pasearse por el borde de la piscina. Esperando. Esperando.

Si Pogg estaba en lo cierto, las criaturas marinas podrían saber dónde estaba Espen. Tal vez, ella podría sorprender a la Bruja Oscura e inmovilizarla antes que pudiera tomar represalias. El agua goteaba desde su cabello y rodaba por su rostro. Se lo apartó, fastidiada. Escurrió su chal, se lo envolvió nuevamente sobre los hombros y deseó haberse puesto algo más cálido e impermeable. Al final, recurrió a practicar sus canciones.

Había tiempo que Bruke había perdido toda esperanza de diversión. Se había acurrucado en el borde de la cueva y sólo se le escapaba algún gañido ocasional

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mientras dormía. Cuando la luz comenzó a desvanecerse, el estómago de Senna gruñó. Aún así, no se atrevía a abandonar la piscina.

Pogg apareció de repente, con el triunfo pintado en la cara. —Ballenas dicen que canciones malignas vienen de la tierra de las banderas rojas.

Senna cerró los ojos y una llama de esperanza parpadeó en su interior, calentándola. Pero no duró mucho. Los hombres de Tarten eran los que portaban banderas rojas. El color de la sangre. El color del conquistador. No eran amigos de su país; no lo habían sido desde que fracasaron en conquistar Nefalie, décadas atrás. Esconderse entre ellos era brillante.

Pero, ¿cómo iba a cruzar el mar, si Espen lo tenía prácticamente bajo su control? Pogg no parecía tener problemas en navegar entre furiosas tormentas, pero había dicho que las naves habían cesado, por completo, de hacerlo. Se quedó helada. Había leído de una poción, pero ésta era tan complicada que pocas Brujas la intentaron.

Ioa.

Tras levantarse el chal sobre el cabello, se lanzó de nuevo al exterior. Ahora, el frío y la humedad eran aún más miserables. Ya en la biblioteca, Senna arrojó la tela mojada al suelo y hojeó los antiguos libros de pociones, con tanto cuidado como le fue posible.

Encontró el brebaje en un libro color esmeralda, escrito con letras negras. Sus ojos se dilataron ante las complejas instrucciones. Se sobresaltó cuando sonó un trueno, tan fuerte que tuvo miedo que un rayo pudiera partir la biblioteca, como un cuchillo a través de un huevo crudo. Bruke se acurrucó debajo de la mesa, temblando y gimoteando. La lluvia los azotó con más fuerza.

Senna se imaginó el caos que habría en el mar. —No me está dando mucho tiempo, ¿verdad?

* * *

Estaba soñando. Era de noche. Pero no estaba oscuro. La luz de la luna fundía todo, en negro azulado y plata. Senna se adelantó un paso, con sus zapatillas silenciosas sobre la suave hierba. Se detuvo en el borde del claro. Las sombras eran sus compañeras. Sus amigas. Si daba un paso hacia la luz, ya no podría seguir oculta.

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El viento tiró de su manto color verde oscuro, como pidiéndole que corra. Pero, en el sueño, no había elección. Sus pies la llevaron, automáticamente, dentro del claro circular, hacia el centro. Casi de inmediato, la vio: la Bruja Oscura caminaba a su encuentro. —He esperado muchos años, Brusenna.

En lugar de responder, Senna estudió los árboles detrás de Espen. Cientos de ellos. Todos cargados de frutos. Había algo… antinatural en éstos.

—¿Te gusta mi pequeño bosque?

Senna volvió a fijar su atención en la Bruja Oscura. Espen había cambiado el manto verde oscuro y el vestido verde claro, tradicional, por una capa negra y un vestido rojo… vida y crecimiento por sangre y muerte. —He venido para acabar con esto. En una forma u otra.

Una lenta sonrisa apareció sobre el rostro de Espen, mientras buscaba en el interior de su negro cinturón de semillas, donde guardaba sus semillas de duelo.

Senna copió los movimientos de Espen y sacó un puñado de semillas. Semillas, de las que dependía su vida. Ambas las arrojaron al suelo. Y luego, ambas cantaron canciones de Bruja, tan mortales como las plantas que zigzagueaban entre ellas.

Mientras la vid de Espen aplastaba la de Senna y serprenteaba en torno a sus tobillos, ella lo supo: no era lo suficientemente fuerte. Al igual que no lo fueron todas las que la precedieron.

Senna jadeó y se sentó de golpe. La cabeza de Bruke se irguió a su lado. —Tuve el sueño de nuevo—. Se pasó los dedos por el cabello húmedo y se lo amarró tras el cuello, para luego apoyarse en sus propias rodillas dobladas —. Siempre termina igual. Con ella venciéndome.

Mientras más se sumergía Senna en sus estudios, más se ponía en sintonía con la interferencia de Espen. Se concentró en aquella interferencia ahora, sintiendo el aire que pulsaba sobre ella, mientras el viento azotaba el valle. Un trueno sacudió su casa-árbol. Espen estaba de nuevo por la labor: cambiando las reglas de la naturaleza, desligando las barreras que mantenían al mundo en orden. Cuando era así de malo, los sueños se convertían en… sueños de fracaso.

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Bruke le apoyó la cabeza sobre un muslo. Ella lo rascó detrás de las orejas. Por lo general, él era uno de sus pocos consuelos, pero en ese momento, quería estar sola. —Quédate.

Los ojos del perro la siguieron, mientras ella bajaba las piernas desnudas por un lado de la cama y se envolvía el manto sobre los hombros. Senna abrió la puerta, despacio, y miró hacia atrás, paras asegurarse que él la obedecía, antes de salir al exterior.

Respiró hondo y se sumergió en la tormenta. Era libre. Sus pies volaron a través de la ondulante hierba de Haven. Como siempre, el frío y la humedad se filtraban profundamente en su interior. Avanzó a la carrera, con el corazón enviando latidos de calor a lo largo de su cuerpo. En el centro del Anillo hizo una pausa, mientras sus pechos subían y bajaban a cada respiración. —Cuán parecido a mi sueño… —susurró. Pensó en Espen, en su oscura canción —. De alguna manera, tú y yo estamos conectadas. Somos extremos opuestos de la misma cuerda.

En unos cuantos meses, se cumpliría un año, desde que enviara lejos a Joshen. Ella tenía dieciséis años y él, diecisiete. Al pensar en el muchacho, un profundo dolor se esparció en su interior. Su calidez. La seguridad de su presencia. Senna sacudió la cabeza para borrar los recuerdos, deseando poder enterrarlos profundamente dentro de ella. Deseando que cesaran de doler, después de todo ese tiempo.

Como había visto hacer a su madre, mucho tiempo atrás, Senna abrió los brazos y cantó:

Viento, elévate alto en vuelo Que mis palabras alcancen a llegar al cielo.

El violento viento disminuyó su velocidad, como una manada de potrillos furiosos que alzaran sus orejas para escuchar la canción. Ella volvió a cantar. Poco a poco, el viento giró y la rodeó en un círculo. Mientras Senna continuaba la canción, se convirtió en un torbellino perezoso, que le revolvió el cabello e hizo que los árboles se tambalearan en el borde del círculo, como si estuvieran fuera de sí. El aire se espesó, comprobando su peso.

Senna cantó una última vez. Y en esta ocasión, el viento la levantó. Sus pies colgaban sobre el suelo. —Más alto —cantó. El viento obedeció y la hizo girar, con tanta facilidad como si fuera un puñado de pelusas de diente de león. No se detuvo hasta que pudo ver el mar revuelto, más allá de los muros de la isla.

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Cuando alcanzó la cúspide, el viento llevó su voz hacia el mundo entero.

Aunque la maldición de Espen quiebre la naturaleza Les ruego que se mantengan con total firmeza.

Estaciones, permanezcan en su lugar Vientos, logren, en paz soplar

Climas, mantengan su idiosincrasia Plantas, conserven sus tiempos de gracia

No se quiebren, mantengan su unidad Y al final, yo las he de reparar.

Repitió la canción, hasta que sintió la garganta en carne viva y su voz se quebró.

Cuando ya no pudo cantar más, el viento titubeó, como si odiara separarse de ella. Senna quedó suspendida, observando el mar en ebullición y la furiosa tormenta que iba calmándose. Buscó alguna señal de un barco en dificultades, una prueba que no estaba completamente sola, pero el mar estaba vacío.

Deseó haber podido detener la tormenta. Aunque la fuerza de sus canciones había crecido, Espen era mucho más poderosa. Pero, en tanto las otras Brujas resistieran, Espen no podía tener el control total.

El viento bajó a Senna con suavidad.

Gracias, viento, por mi pedido dar a conocer Por sostenerme fuerte y no dejarme caer

Esperó hasta que éste se desvaneció, acariciando su rostro una última vez antes de dejarla sola, con los, siempre constantes, truenos y lluvia.

Senna frunció los labios. En el transcurso del pasado año, había luchado esa batalla muchas veces. Siempre la había perdido pero, poco a poco, iba mejorando.

Regresó a la casa-árbol, con lentitud. El peso de la decisión, que había estado presionándola los últimos meses, se sentía opresivamente fuerte. Había revisado concienzudamente todos los libros de la biblioteca, sin encontrar la solución. Pero, si la respuesta no estaba allí, ¿dónde, entonces?

Mientras caminaba, sintió una presencia detrás de ella. Pero eso era imposible. Nada, ni nadie podía entrar a la isla, a menos que pudieran cantar la Canción del Alba. Aún así, Senna se detuvo en la puerta de su árbol e, incapaz de contenerse, se dio vuelta.

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Las nubes se iban emborronando lentamente. Una neblina se extendía sobre los acantilados que rodeaban su casa, como si fuera un velo corrido por una mano antinatural, y avanzaba a paso firme. A pesar que quería hacerlo, Senna no se movió mientras ésta la encerraba, posándose sobre ella como el limo en la superficie de un estanque. Se encogió cuando lo respiró por primera vez.

—Bruja Oscura envía vapores. Ahora luz, mata plantas y animales —dijo Pogg, sombríamente, tras ella.

Senna miró a la criatura y luego a Bruke, que estaba parado en la parte inferior de las escaleras. El perro olfateó el aire con su sensible nariz y un gruñido bajo retumbó en su pecho.

Senna cerró la puerta y apoyó la cabeza contra el sólido marco. —Parece que Espen ha tomado la decisión por mí.

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Traducido por verittooo Corregido por Mely

oshen escudriñó las velas sin vida. Riachuelos de humedad corrían por los costados de su rostro y le picaban en los ojos. Se los secó con una manga húmeda.

Cuando la niebla los envolvió, al principio se sentía agradecido sólo porque la tormenta los hubiera dejado con vida. Pero, después de tres días sin viento, empezó a darse cuenta que la grisura infinita podía ser, sencillamente, una muerte más lenta.

Una voz, salida de entre la niebla, lo sobresaltó. —Esto me da la incómoda razón —Joshen se dio la vuelta, mientras Lery, el de los dientes torcidos, se instalaba sobre la barandilla, junto a él. —¿Escuchaste eso?

Joshen caminó hasta el marinero. —¿Escuchar qué?

Levy agitó su oscura melena y salpicó agua con su cabello trenzado y lleno de nudos, como un perro sacudiéndose después del baño. —Na’a. Ni siquiera el chapoteo de las olas contra el barco.

Tenía razón. El barco estaba tan inmóvil como si estuviera amarrado al muelle. Ni un soplo de viento agitaba la superficie del agua.

—Nunca la vi tan tranquilo—admitió Joshen. Podían navegar por brújula y encontrar la forma de salir, pero no sin viento. Un vistazo por sobre la barandilla de la nave, le mostró un agua lisa como el cristal. Joshen reunió tanta confianza como pudo, en su voz. —El Capitán Parknel dijo que ya ha pasado por nieblas malas, y que siempre se rompen.

Lery escupió al vacío. —No eran como ésta; de aquí no saldremo’. Vino rodando como nube’ de tormenta. Algo ‘mpujó esta niebla. Recuerda mis palabras.

Joshen observó la mirada, llanamente acosada, en el oscuro rostro del otro hombre. Era el mismo aspecto que tenían los demás marineros… hombre duros, que habían estado más tiempo que él en el mar. Y nunca supo que demostraran un temor que no fuera justificado.

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Lery cambió de lugar su pipa. Con la niebla, el tabaco estaba demasiado húmedo para encenderlo, así que sólo masticaba la boquilla.

Joshen fulminó la maldita niebla con la mirada. Le gustaba el mar, correcto, pero extrañaba sus caballos. Extrañaba su familia. Se reclinó contra la barandilla. ¿Podría decirle adiós a Senna? ¿Renunciar y volver a casa, cuando sabía a cuánto se iba a enfrentar ella sola? Casi podía oír su dulce voz, de nuevo.

Hoy, la canción sonaba más clara que nunca en su mente. Como siempre, Joshen se esforzó por entender las extrañas palabras. De repente, irguió la cabeza. Podía jurar que, de verdad, había escuchado una canción de Bruja. Se inclinó sobre la barandilla, tanto como se atrevió. —¿Oyes eso?

Una ráfaga de aire frío lo golpeó en el rostro.

—¡Hagan que este barco vire hacia ese viento! —exclamó el Capitán Parknel.

Lery corrió hacia los cabestrantes. Aun tratando de escuchar, Joshen vaciló, pero no podía oír nada por sobre los gritos de los marineros.

—¡Joshen! —aulló Lery.

Éste corrió hacia los otros hombres y tiró de los cabestrantes.

La neblina se hizo menos espesa. Comenzó a filtrarse luz. Mientras trabajaba, Joshen prestaba atención, por si oía fragmentos de la canción. Entonces, por encima de los gritos en cubierta y el siseo del viento en sus oídos, la oyó de nuevo… lo suficientemente clara, como para poder distinguir las palabras. Se enderezó, con los ojos muy abiertos.

—¡Joshen! ¡No te quedes ahí parado! ¡Muévete!

—Canción de Bruja —dijo en un susurro, pero todos los marineros parecieron escucharlo. Se quedaron congelados en sus puestos, con el miedo haciéndose evidente en su rigidez.

—Es Espen. Tiene que serlo —maldijo Lery, por lo bajo.

—¡A las amas! —susurró Parknel con ferocidad, mientras corría a su camarote. Rápido como una chispa, comenzó a repartir mosquetes.

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Un arma fue empujada en los brazos de Joshen, quien se quedó mirándola con perplejidad. —No —le dijo al Capitán Parknel. —Podría ser Senna.

El Capitán ni siquiera se detuvo. —Senna no nos traería esta niebla, muchacho. Es Espen. Está aquí para ver los cadávere’ de los últimos jinetes del mar revistiendo el fondo del océano. ¡Ahora, muévete!

El Capitán tenía que estar en lo cierto. Era demasiada coincidencia, que otra Bruja se apareciera en medio de esos días de niebla. Medio entumido, Joshen siguió a los demás, hacia la cubierta de popa. Desgarrando la guata con los dientes, abrió la caramañola, llenó la cazoleta y golpeó el percutor. Sólo podía rezar porque la pólvora no estuviera demasiado húmeda. A su alrededor, los hombres apuntaban los mosquetes hacia el hermoso sonido.

—Pero, ¿qué pasa, si es ella? —le preguntó Joshen al Capitán Parknel.

El Capitán apretó los labios. —Sólo a mi señal —dictaminó, y la orden corrió por la hilera de marineros.

Joshen mantuvo su puntería, aunque el peso le mosquete le forzaba los hombros. Gotas de sudor acompañaron a la humedad, que ya resbalaba por su rostro.

—La neblina se está diluyendo —advirtió Lery, desde su izquierda. —Si Espen nos ve, estaremo’ bien muertos.

De repente, la ligera brisa cobró vida, apartando el cabello de Joshen de su frente. Se le puso la piel de gallina bajo las ropas y tembló.

—¡Allí! —susurró Lery.

Joshen entrecerró los ojos. Una silueta. Alguien estaba de pie, sobre un bote pequeño. Sintió la tensión de los hombres a su lado. Preparados para disparar, pero dudando, renuentes a hacerlo sin la orden directa del Capitán. Por una décima de segundo, Joshen se preguntó si sería capaz de poner fin a una canción tan hermosa. Incluso, si era de Espen.

Al fin, divisó un rostro de mujer, fijo contra un manto oscuro. Mechones de rubio cabello, ondulado por el aire húmedo, le caían sobre el pecho. Los labios eran llenos. Estaba vestida como las Brujas, un manto verde oscuro sobre un vestido verde claro. Un enorme perro-lobo permanecía a sus pies. Los ojos de Joshen se dilataron. ¡Debía

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ser ella! ¡Tenía que ser ella! —¡Retírense! —gritó, mientras se ponía de pie de un salto. Fulminó a los demás hombres con la mirada, retándolos a desafiarlo. —¡Retírense!

El Capitán Parknel bajó su mosquete. —¿Estás seguro, Joshen?

—¡No es Espen! ¡Es Senna! ¡Bajen sus armas!

En un instante, todos los mosquetes estuvieron bajos. Mientras el final de la canción se iba desvaneciendo, Joshen tragó saliva, ante lo que, casi, habían hecho.

—Suba a bordo, señora —le gritó el Capitán Parknel desde arriba. Mientras Senna trepaba la escalerilla, el Capitán se giró hacia los marineros. —Icen su bote.

—¿Cómo hizo ella para move’ su bote? —se quejó Lery.

Senna tomó la mano del Capitán y saltó al barco. Al verla, un estremecimiento atravesó a Joshen. —Ella es una Bruja —respondió, automáticamente.

Los ojos de Senna se dilataron, ante el sonido de su voz. El color le abandonó el rostro cuando, lentamente, volvió su mirada hacia él. —¿Joshen? —dijo, como si no pudiera creerlo. —¿No te marchaste?

Él apenas podía respirar. —No.

Se miraron, el uno al otro, por largo tiempo. Él quería atraerla hacia sus brazos. Quería tumbarla sobre la cubierta. Pero, como un tonto, se quedó petrificado por la indecisión.

Senna parpadeó un par de veces, respiró hondo y se volvió hacia el Capitán Parknel. —Necesito pasaje en un barco.

El Capitán se acarició la barba. —¿Y el destino?

Joshen habría querido gritarle al hombre, “No importa adónde quiera ir. ¡Tenemos que llevarla!”

Ella cuadró los hombros. —Sudeste. Hacia Tarten.

Excepto allí, pensó Joshen. —¿A Tarten? Sus Cancilleres adoran la guerra, Senna. No es seguro —cerró los puños y empezó a desear haberla arrojado por la borda.

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Ella lo ignoró por completo. —Sé que es un paso peligroso, pero podrían dejarme lejos de cualquier población. Puedo pagarles y mantener este barco a salvo de las tormentas. ¿Me ayudarán?

El Capitán Parknel sonrió. —Incluso sin el dinero o la oferta de seguridad, te ayudaremos.

Ella ladeó la cabeza con desconfianza, pero eventualmente asintió. —Bien. Cantaré para obtener otro viento. Preparen el barco.

Sin esperar por una orden del Capitán, los marineros, olvidando su malhumor, se apresuraron a ponerse en acción. Algunos, incluso murmuraban viejos cánticos marinos, sobre peces saltando de las redes y sirenas bailando sobre las olas.

Senna le sonrió tentativamente a Joshen. —Las sirenas de las leyendas eran, en realidad, Mettlemots, y dudo que a alguno de estos hombres les agradese verlos bailar sobre las olas.

Incluso cuando no estaba cantando, su voz era musical y le enviaba escalofríos entre los hombros. Joshen gruñó ante la idea de Pogg bailando… piel verdosa, dientes puntiagudos, y dedos palmeados. —En todo caso, ¿dónde está?

La sonrisa de Senna se desvaneció, como una flor marchita. Le volvió la espalda. —Consintió en acompañarme hasta que este barco aceptara ayudarme. Entonces, regresó.

Joshen se sintió sorprendido, por su obvio apego con la criatura. —Lo siento.

Senna se enjugó una lágrima que cayó por su mejilla. —Es lo mejor. Donde vamos, no sería de ninguna utilidad —. Asintió para sus adentros, como si ése fuera el final del tema. —Voy a despejar el camino —. Se dirigió hacia la proa, con Bruke pegado a su lado.

Mientras Joshen se apresuraba a ayudar a los otros marineros, ella volvió a cantar. Las desconcertantes palabras le hicieron oler y escuchar el viento, mucho antes que llenara las velas. Llegó con fuerza y aclaró la neblina ante sus ojos.

Cuando al fin alcanzaron el puerto, muchos ciudadanos preocupados se reunieron junto al barco, haciendo preguntas. ¿Habían visto alguna otra nave? ¿Era así de malo más allá?

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Desde la distancia, Joshen observó cómo Senna se tambaleaba hacia el Capitán Parknel. —Si tuviera mis Guardianas conmigo, podríamos hacer desaparecer esta niebla… ayudar a llegar a las demás naves. Ahora mismo, apenas si puedo aclararla. Lo lamento.

El Capitán arrugó la frente. —Te agota. Cantar, quiero decir. Puedo ve’lo.

Ella miró a su alrededor. Cuando vio que Joshen la observaba, se puso rígida y, rápidamente, se volvió hacia el Capitán. —Cantar por horas y horas agotaría a cualquiera. Debilita mi voz. Y cuanto más débil es mi voz, más débiles son mis canciones.

—Deberías dormi’.

Ella se encogió de hombros.

El Capitán Parknel frunció los labios. —Voy a ‘star fuera la mayor parte de la noche, buscando provisiones. Puedes toma’ mi camarote —. El hombre miró alrededor, vio a Joshen observándolos e hizo un gesto con la cabeza hacia él. —Joshen irá a buscarte tus caballos.

Senna se giró hacia él, con los ojos luminosos. —¿Conservaste a Knight?

La calidez se extendió a través de Joshen, y él intentó obligarla a alejarse. —Y a Stretch.

—Gracias.

Negándose a mirarla, él se encogió de hombros. —Gracias por el viento a favor.

Ella inclinó la cabeza, en agotado reconocimiento. —Es lo menos que puedo hacer.

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Traducido por verittooo Corregido por Grace

radualmente, el aroma de la manta que Joshen le había prestado, se sobrepuso al cansancio. Senna abrió los ojos y respiró hondo. Pensó en todas las cosas

que había querido decirle la noche anterior. Pero él se había rehusado a mirarla y sus ojos permanecieron duros e indiferentes. No pudo evitar el preguntase si, su decisión de hacía más de un año, le habría costado su único amigo.

Con un suspiro, Senna evaluó la habitación. Casi cada centímetro disponible estaba cubierto de rollos de mapas o estuches. Se echó la manta de Joshen sobre su enagua de algodón y fue hacia la ventana. Efectivamente, podía ver a Pogg, justo por debajo de la superficie del agua, mirándola con tristeza.

No fue hasta abandonar Haven, cuando realmente se dio cuenta de cuánto cariño le había tomado a la criatura. La última de las Brujas. Como él era el último de los Mettlemots. Presionó su mano contra el cristal. —Regresa —articuló. La idea de un Haven completamente abandonado le hizo sentir un hueco en el estómago.

Sonó un golpe detrás de ella. Sin pensarlo, exclamó —Entre —. Cuando nadie habló, se giró, para ver el rostro sorprendido de Joshen.

Él se sonrojó y apartó la mirada con rapidez. —Lo siento.

—¿Por qué? —Senna regresó su mirada al agua, pero Pogg ya se había marchado. Se apartó del cristal y observó cómo se desvanecía el contorno húmedo de su mano. Intentó ver más allá de la impenetrable neblina. —¿Necesitas algo, Joshen? —Si él podía ser frío, entonces ella también.

—Yo, eh… sólo vine a buscar algunas cosas del Capitán.

Ella dejó caer la manta y buscó su morral. —Eso no es necesario. No espero que el Capitán renuncie a su camarote por mí.

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Joshen se metió las manos en los bolsillos. —No. El Capitán dispuso que te quedes así. Él dormirá bajo cubierta, con el resto de nosotros.

Senna cruzó los brazos sobre su pecho. —No. Yo no podría…

—¿Prefieres dormir con un montón de hombres? —la interrumpió Joshen. —No tendrás intimidad y tampoco ellos. Vamos, Senna, estarán tan incómodos con la situación, como tú.

Él tenía razón. Senna miró por la ventana y se frotó la frente. Espen desligando siglos de canciones, se sentía como lija abrasiva sobre sus, ya desgastados, nervios. —Aquí puedo sentir su influencia con más fuerza. Como el regusto de una mala comida. Algo, en Haven, debe resistir mejor sus canciones, que la mayoría de los lugares —. Cuando él no respondió, sintió la necesidad de llenar el silencio… una urgencia que nunca antes había experimentado junto a Joshen. —Espero estar tan lista como necesito estarlo.

—Lo estarás.

Lo dijo con tanta sencillez. Como un hecho… aún no cumplido. Él tenía fe en ella y por eso se había quedado. De repente, Senna se sintió avergonzado. Joshen se merecía muchísimo más de lo que ella le había dado. —¿Aún deseas ser un Protector?

—Sí —jadeó él.

—¿Y comprendes que la marca puede convertirse en un veneno, en caso de traicionar tu cargo?

—Mi padre dijo lo mismo, en una de sus cartas.

Senna lo escuchó acercarse. Sintió su aliento sobre el cuello desnudo y se estremeció. —¿Y aun así lo deseas?

—Sí.

Ella se preguntó si su firme respuesta provendría de una necesidad de protegerla o de su propia ambición… y por qué esa cuestión le parecía tan importante. Sacudió la cabeza. En cualquier caso, Joshen se había ganado el derecho. Se dio la vuelta y encontró que su proximidad la desarmaba. Él estaba lo suficientemente cerca, como para sentir el calor de su cuerpo, como para olerlo… Incluso después de todo ese tiempo, él aún olía a caballos.

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Senna buscó apresuradamente en su morral y sostuvo, entre ellos, una botellita de vidrio, llena con una pálida sustancia cerosa. —Los labios de una Bruja reúnen el poder de sus canciones, amplificando la fuerza de sus pociones.

Ella se aplicó la sustancia en los labios, la cual tenía la ventaja de hacerlos brillar, y la frotó sobre éstos. Levantó los brazos y cantó:

Protector de Guardianas y amigo de Brujas, eres declarado. Pero si traicionas, en veneno será transformado.

Mientras le enrollaba la manga con lentitud, Senna repitió la canción en voz baja. Sus labios hormigueaban con energía, a medida que su canción activaba la poción. Antes que él pudiera preguntar qué estaba haciendo, los presionó contra la piel del antebrazo, dejándole una impresión perfecta, en color verde.

—Eso pica —jadeó Joshen, pesadamente.

Ella asintió. —Va a sentirse frío. Quédate quieto. —Sopló sobre la marca. Ésta se unió y engrosó, hasta formar una esfera perfecta. Senna se echó hacia atrás y sonrió. —Allí está. Ahora eres un Protector.

Joshen deslizó los dedos por los bordes elevados de la marca. —Gracias.

¿Por qué no la miraba a los ojos? Después de todo, le había dado lo que quería. Senna se encogió de hombros, mientras le soltaba el brazo. —Te lo mereces.

Él la miró de reojo, antes de darse vuelta. Sus nudillos se volvieron blancos, mientras apretaba la bolsa de cuero vacía, en sus manos. —¿Senna, podrías ponerte un vestido?

Ella apartó la vista con rapidez. ¿Era eso lo que lo molestaba? ¿Su piel expuesta? Humillada, dejó caer el vestido por sobre su cabeza y lo amarró. Inmediatamente, él se relajó.

Si Joshen ni siquiera podía soportar ver sus brazos desnudos… Buscando algo, cualquier cosa, para alejar su mente de la vergüenza, desempacó las otras cosas que había traído de Haven. Una daga con marcas de las Brujas (rayos de sol, montaña, olas y hojas) grabadas en la empuñadura de marfil y en la hoja de acero.

—Es hermosa —dijo Joshen, mientras metía las cosas del Capitán Parknel en la bolsa.

Si él estaba intentando conversar, tal vez eso significaba que, eventualmente, la perdonaría. Senna pasó las manos por las marcas de la daga. —Una cosa que aprendí

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con rapidez, es que todas las Brujas son ricas. A menos que, como mi madre, elijan no serlo.

Sintió la mirada del muchacho sobre ella. —Sabes que vamos a encontrarlas, ¿verdad, Senna?

Las lágrimas brotaron de sus ojos. —Si soy lo suficientemente fuerte.

Pudo ver, por su expresión, que él no la entendía, pero no tenía ganas de entrar en detalles. No tenía ganas de decirle que todo su viaje terminaría, con Senna enfrentada a una Bruja mucho más sabia y más poderosa… una Bruja que había derrotado a cada Bruja que existiera. Las probabilidades eran tan contundentes como las de un pez de colores contra un tiburón. Pero tenía que intentarlo. No podía esconderse en la isla para siempre.

Senna se volvió hacia sus morrales empacados y, cuidadosamente, sacó su posesión más preciada: un cinturón verde y dorado, con bolsillos separados. Semillas variadas descansaban en cada compartimiento, todas etiquetados con hilos de oro auténtico.

—¿Qué es eso? —preguntó Joshen.

—Mi cinturón de semillas —Senna lo ajustó alrededor de su cintura. Automáticamente, sus dedos buscaron los bolsillos para comprobar las semillas.

—¿Semillas para pelear con otras Brujas, curar y cosas así?

Ella enfundó la daga en la vaina del cinturón. —Sí —inspiró profundamente y lo dejó salir con lentitud. Después, dijo las palabras que había anhelado decir, desde la primera vez que lo viera. —Te extrañé, Joshen —. Esperó, tensa, a por su respuesta.

Él gruñó. —Yo también te extrañé —. Señaló la puerta con la cabeza. —Los hombres estarán listos. Deberíamos ir yendo.

Caminaron juntos en la niebla. De algún modo, hoy parecía incluso más densa, como si estuviera respirando agua, en lugar de aire. Tosiendo, Senna observó a los marineros, que acarreaban cuerdas e iban de un lado a otro. No pudo evitar preguntarse cuántos de ellos estaban allí sólo porque Parknel les había pagado por ello. Había tan pocos amigos de las Brujas… —¿Todos ellos vendrán a Tarten con nosotros?

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Joshen la miró de reojo. —Cada uno de ellos sabe lo que Espen le está haciendo al mar. Van a ayudarte, Senna.

Ella paseó la mirada sobre las aguas, anormalmente quietas. ¿Estarían tan dispuestos a ayudarla, si supieran que estaba condenada a fracasar?

Él divisó al Capitán Parknel. —Espera aquí.

Lo observó mientras se alejaba. Joshen no se había convertido en la masa de músculos que era su madre. En cambio, era alto y esculpido, con hombros anchos que se estrechaban hasta una cintura fina. También tenía el cabello más corto, y ella ya había notado la incipiente barba del día sobre la mandíbula. Pero los ojos continuaban iguales. Ojos grises, del color de la nieve en la sombra, y cabello castaño, del color de la Tierra fértil recientemente removida.

Él era un hombre ahora.

En medio de su conversación, Joshen levantó la mirada y la atrapó observándolo fijamente. Ella apartó los ojos con rapidez, para esconder el sonrojo que subió a sus mejillas. Él intercambió unas cuantas palabras más con Parknel, antes de regresar a su lado. —Estamos listos para desamarrar.

Senna lo estudió de soslayo, apreciando los pálidos pliegues alrededor de sus ojos, contra la piel oscurecida por el sol. Los tenía antes y ella había pensado que le hacían parecer como si nunca dejara de sonreír.

Los hombres dejaron de manipular cuerdas, para observarla mientras caminaba hacia la proa. Senna intentó fingir que estaba de regreso en Haven, de pie en el círculo. Pero ya en la barandilla dudó, insegura de sí misma. Se volvió hacia Joshen. Él asintió con la cabeza, para tranquilizarla. Aunque no era tan amigable como antes, ya no parecía enojado. Ese cambio le dio valor. Con una profunda inspiración, ella colocó una mano sobre la cabeza de Bruke y miró hacia delante.

Escucha mi súplica, oh, viento Sopla desde el noreste, para mi contento

Sintió que una brisa le agitaba el cabello. Cantó de nuevo, esta vez con más fuerza. El barco avanzó pausadamente. En su tercera canción, las velas se abrieron de repente y el barco surgió por debajo de la niebla. Ella miró en lo profundo de la nube. El viento

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ya tendría que haber aclarado su camino. En lugar de eso, no hizo más que mezclar los pesados vapores.

Parknel fue a su lado. Gotas de humedad le caían por las sienes. —No hay nada que hace’, Senna. No podemo’ navegar a ciegas. Lo siento.

Ella se giró hacia el suroeste. Algo se sentía mal. El viento no estaba respondiendo como usualmente lo hacía. Cerró los ojos y escuchó lo que la naturaleza tenía para decirle. Y entonces, lo sintió. Espen estaba cantando desde su círculo, contrarrestando el viento que ella llamaba y enviando más niebla. Senna sintió a Joshen a su lado. —De algún modo, Espen puede sentir mis canciones. Y sin la protección de Haven, las vuelve inútiles.

Joshen cambió su peso de un pie a otro. —¿Una Bruja puede controlar algo en tan poco tiempo y desde tan lejos?

Senna apretó los labios. —Ella no está sola. De algún modo, está usando a las Brujas capturadas para amplificar sus canciones.

Parknel escudriñó la niebla, mientras se rascaba la barba. —Entonces, ¿Espen gana así de simple? ¿Impidiéndono’ cruzar el mar, como si fuéramos peces atrapados en una red?

Senna hizo rechinar los dientes. —No. La distancia está debilitando su canción. Puedo contrarrestarla, sólo que será más difícil —. Llamó al aire limpio, desde arriba. Apareció un parche de cielo azul. Una columna de luz atravesó las aguas. Senna cantó otra vez. Y otra vez. El parche se hizo más amplio. —¿Eso será suficiente? —le preguntó a Parknel.

Él estudió el espacio ante ellos, con ojo crítico. —No para algunos capitanes. Pero yo conozco estas costas como algunos hombre’ conocen sus campos —asintió, cortante. —Conseguiré llevarte a través de esto.

Senna cortó el viento desde arriba y lo reorientó detrás de ellos. El barco aceleró hacia delante pero, en pocos momentos, la niebla comenzó a arrastrarse hacia ellos como un ladrón. Normalmente, el viento habría durado horas, pero no lo haría mientras tuviera que reorientarlo continuamente. Aun así, en tanto ella cantara, la nave se lanzaba hacia delante y el camino permanecía despejado, pero su fuerza se escabulló, como agua escurriéndose a través de manos ahuecadas.

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Se detuvo cuando Joshen le tocó el brazo. Él sostenía una bandeja con carne salada, queso y galletas. —Almuerzo —anunció.

Ella se apoyó en la barandilla, frotándose la garganta. Sentía la cabeza liviana y las extremidades temblorosas. Y de inmediato, el viento se hizo más débil. Con un suspiro, Senna se dejó resbalar hasta caer sentada y comió con bocados grandes y voluminosos, mientras observaba la niebla, que estrangulaba lentamente la luz por la que tan duro había trabajado. Joshen le pasó una taza. Ella tragó despacio y el agua tibia suavizó su garganta en carne viva.

—¿Senna? —Él miró, nervioso, a su alrededor. —No creo que los demás lo hayan notado todavía, pero el espacio expuesto sigue achicándose.

Ella se aclaró la garganta y habló, cansada. —Mi voy no está tan clara, ni tan fuerte.

Joshen picoteó su propia comida. —¿Y mañana?

Senna se encogió de hombros, sin querer pensar en el mañana. Se sacudió las manos sobre el vestido, tomó su lugar en la proa y volvió a cantar, para que el viento despejara su camino. Pero ya no podía alcanzar las notas altas o bajas. Su voz estaba ronca. Las Cuatro Hermanas nunca respondían bien a una canción mal cantada.

Aun así no se detuvo, mientras el sol describía un arco cegador sobre su cabeza. No se percató que su cuerpo se tambaleaba, hasta que se inclinó a un lado y estuvo a punto de derrumbarse. Se agarró a la barandilla con firmeza y cantó con más fuerza. Su voz se quebró y vaciló. Anhelaba que el día la dejara en el frescor de la noche. Estaba sedienta y ansiaba un té caliente, de menta y con una rodaja de limón.

¿Espen estaría tan cansada como ella? ¿Se detendría pronto o su fuerza era, con mucho, superior a la de Senna? Se tranquilizó a sí misma. Había estudiado y practicado para esta guerra. Para esta pelea. No habría fuerza salvadora, ninguna reserva de respaldo. Se llevaría, a sí misma, hasta el precipicio y saltaría por el borde.

De repente, sintió que la presencia antinatural se desvanecía. La Bruja Oscura se había detenido. El barco dio un salto hacia delante y la niebla se disipó. El primer rocío de estrellas apareció en el horizonte. Ella se dejó caer contra la barandilla y unos brazos fuertes agarraron sus hombros. Reconoció el aroma, de inmediato.

—¿Estás bien, Senna? —La voz de Joshen se sintió tan dulce como suave.

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Ella asintió con la cabeza, sin querer hablar.

—Vamos. Necesitas descansar —Joshen le curvó la mano alrededor de su brazo. Ella tenía la garganta demasiado lastimada como para protestar. Los otros hombres se detuvieron y le lanzaron miradas preocupadas, mientras él la guiaba hacia el camarote de Parknel. Bruke los siguió, gimoteando todo el camino.

Senna se encontró con una comida y una taza de té esperándola a un lado de la cama. Se sacó los zapatos, exhalando con alivio. Movió los dedos y giró los tobillos mientras tomaba un sorbo. No era menta. Pero estaba caliente y alguien le había agregado miel.

Joshen se dejó caer a su lado. —No puedes seguir haciéndote esto, día tras día. No estarás en forma para enfrentarla, si lo haces.

Senna se quedó helada. Bajó la taza con cuidado y metió las manos bajo sus piernas. —Tal vez, ése es su plan —. Las palabras brotaron con aspereza.

Joshen se inclinó hacia delante. —¿Qué quieres decir?

—Si Espen realmente quiere mantenerme lejos de Tarten, habría atraído tormentas hacia ella. La única razón para esta niebla, es hacerme salir de Haven y agotar mis fuerzas, de modo que yo no esté en condiciones para luchar contra ella.

Joshen le apartó el cabello de la frente. —Bueno, entonces busca otra forma. No voy a quedarme esperando y observando cómo cantas hasta envejecer.

Él tenía razón. Otro día como ése y ella perdería la voz. Entonces, estarían a la deriva en medio del océano. La esperanza y la desesperación, tan antiguas como su primer recuerdo, crecieron en su interior. Apretó los dientes. Sí, tenía otro plan. Pero no quería considerarlo. Aún no. —No voy a regresar.

—Yo no dije que debieras hacerlo —adujo Joshen.

Senna entornó los ojos, mientras lo estudiaba. —¿De qué otra forma podríamos cruzar el mar? —Tenía la esperanza que él supiera otro modo, algo en lo que ella no hubiera pensado.

Joshen se encogió de hombros. —No lo sé, pero continuar como hoy, obviamente, no es una opción. Lo averiguaremos.

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Senna sonrió de mala gana, encantada que alguien se preocupara. Encantada de no estar sola. La tensión de la revelación se desvaneció en su interior y el cansancio regresó con toda su fuerza. Ignorando la comida, terminó su té y se acurrucó en la cama, mientras él le ponía su manta sobre los hombros. —¿Joshen?

—Mmm.

—Gracias por no marcharte.

Él hizo una pausa y la miró. —Gracias por regresar por mí.

—Mmhm —farfulló ella.

* * *

Senna y Joshen permanecieron de pie en la proa del barco, tratando de ver más allá de los vapores asfixiantes, mientras los ociosos marineros hacían trabajos sin sentido. Ella sentía su inquietud en sus frecuentes miradas nerviosas. Para ellos, estar inmóvil en el agua se sentía tan ajeno como un terremoto en la tierra. Si tan sólo ella fuera más fuerte… —Este constante cambiar de la dirección del viento me está agotando. Lo siento —susurró.

Él se frotó los ojos. —¿Podrías dejar de disculparte?

Senna suspiró. Si cantar todo el día no iba a funcionar, eso la dejaba con una sola opción. Una que sabía que no le gustaría a Joshen… A ella misma no le gustaba demasiado. —Tienes razón, Joshen.

Él dejó de escudriñar la niebla para mirarla, boquiabierto. Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro. —¡Por supuesto que la tengo!

—Espen sabe que luchar contra esta niebla, tanto desde atrás como por encima, drenará hasta la última gota de mi fuerza. No me quedará nada para pelear contra ella —continuó. —Es hora de cambiar de tácticas.

La sonrisa de Joshen se desvaneció en la sospecha. Cuando ella se apresuró a regresar al camarote, él fue detrás. —Cambiar de tácticas, ¿cómo?

Senna suspiró. —Voy a pedir… información.

Él continuó con el ceño fruncido. —¿A quién?

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Ella se rió. —No me lo creerías.

Joshen cruzó los brazos sobre su amplio pecho. —Podría hacerlo.

Parecía listo para detenerla físicamente. Y Senna sabía que era muy capaz y estaba muy dispuesto. Tratando de actuar con indiferencia, desechó su preocupación con un gesto. —Las criaturas del mar. Ellas pueden hablarme sobre cualquier inconveniente o peligro.

—¿Cómo puedes preguntarle algo a una criatura del mar?

—Ioa —Senna sacó el frasco de líquido color topacio de su cinturón y lo agitó. —Pero necesito que envíes a todos los hombres bajo cubierta.

La alarma se agitó a través de las facciones de Joshen. —¿Senna?

Había pasado tanto tiempo desde que alguien se preocupara por ella… Sonrió ligeramente. —Es seguro —mintió. —Pero doloroso y vergonzoso.

—¿Cuán doloroso?

A pesar que le costó un esfuerzo tremendo, Senna no se inmutó. —Como arrancarte la piel con una piedra afilada. Pero no dura mucho —añadió rápidamente. Ante su firme mirada, alzó las manos con exasperación —¡Es la única manera!

Joshen frunció el ceño pero, finalmente, fue hacia Parknel. El Capitán le lanzó una mirada significativa a Senna, antes de asentir secamente con la cabeza. —¡Marineros bajo cubierta! —gritó. Los hombres intercambiaron miradas perplejas entre ellos, antes de obedecer.

—Tú también —le ordenó ella a Joshen, cuando el último hubo desaparecido.

Él afirmó su postura. —No me iré a ningún lado.

Senna suspiró. —Muy bien. Pero date la vuelta.

Él obedeció con renuencia. Ella soltó el broche de su capa y la dejó caer a sus pies. a la pila añadió su cinturón, vestido, y por último, su enagua.

Joshen se giró un poco.

—¡No mires! —le advirtió ella.

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La cabeza del muchacho se giró de golpe. Observándolo con cautela, Senna depositó su collar en la parte superior de la pila. Completamente desnuda, ella tembló. Le tenía miedo al dolor. Los libros decían que era peor que dar a luz. Y eso, si es que la poción estaba perfectamente preparada.

Ella había intentado, por meses, elaborar su propia mixtura, pero nunca resultó bien. Con el tiempo, Pogg se había apiadado de ella y le mostró la colección privada de la Principal de plantas. Se suponía que la Bruja era reconocida y había escrito muchos de los libros que Senna había estudiado. Aun así, si la poción no era exacta, quedaría atrapada como una especie de media-criatura. Y entonces, moriría.

Con las manos temblorosas, Senna hundió el dedo en el vial y se lo aplicó a los labios. Cantó una canción suave, en voz baja.

Mar, he escogido una de las criaturas de tu seno Te suplico que cambies el modo en que me veo

Mientras repetía la canción, Senna sintió que la poción cobraba vida. Sin detenerse, tomó un poco de la sustancia oleosa de sus labios y la untó en su frente, en el hueco de su clavícula, en la base de sus costillas y en la parte inferior de su vientre. Luego, arrastró el dedo hacia abajo, conectando los puntos de aceite. Mientras lo hacía cantó, una, dos, tres veces.

Los puntos de aceite se calentaron hasta volverse insoportables. Ella clavó las uñas en las palmas de sus manos. Su canción tartamudeó, hasta detenerse. Los puntos ardieron a través de su cuerpo, como si estuvieran conectados por una invisible línea de fuego.

Lenta, demasiado lentamente, el calor se disipó. Ella relajó los dedos. Pero entonces, su corazón se aceleró. Sabía lo que vendría a continuación, y era mucho peor. El libro decía que, la primera Bruja que había intentado el Ioa pensó que se estaba muriendo.

La sensación de fría neblina se desvaneció. La piel se le erizó. Sus huesos vibraron. Las primeras punzadas de dolor explotaron en sus músculos. Se había prometido que no gritaría, pero el dolor hervía bajo su piel. El primer hueso se quebró y reformó. Un sollozo se abrió camino, arañando sus pulmones. Senna se arrojó de cabeza al agua helada y gritó. Incluso mientras se retorcía, sus huesos y músculos ardían como un fuego salvaje, descontrolado.

El dolor disminuyó, lenta pero continuamente, hasta que finalmente desapareció. Ella se tomó un momento para orientarse y nadó a la superficie. Vio a Joshen y supo que él

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no había entendido nada, así que continuó mirándolo hasta que sus ojos se dilataron al comprender. —¿Senna? —Ella asintió con la cabeza y él se tambaleó hacia atrás, con una mano sobre la frente. —¡Eres una foca!

Ella se dio la vuelta, para alejarse nadando, y sólo entonces notó el nombre grabado y pintado en la parte posterior del barco. Si todavía fuera humana, habría sonreído. Parknel había llamado Bruja del Mar a su nave.

Senna se sumergió en el agua, buscando a los otros. Los oyó, llamándose entre ellos. En especial a las ballenas que, con sus quejidos bajos, gemidos y chasquidos, articulaban su disgusto por las maliciosas canciones de Espen, quien se aproximaba desde el este. Las espió furtivamente, mientras éstas discutían el temperamento del mar, puntos de referencia, el Bruja del Mar, y cuán extraño era que ningún otro barco patrullara las aguas.

Satisfecha con lo que había aprendido de las ballenas, Senna buscó otras criaturas. No le tomó mucho tiempo encontrar una tortuga marina. Mientras nadaba a su lado, la abrumó una urgente necesidad de jugar con esa concha flotante, tan cercana a ella. Concentrando firmemente su mente en pensamientos humanos, preguntó si la tortuga sabía de algún barco. Ésta la miró con ojos antiguos. Su lenta y fluida respuesta la informó que no había existido ningún peligro por botes, durante días.

—¿Cuán lejos está la tierra de las banderas rojas? —preguntó ella.

La tortuga lanzó un gruñido. No habló con palabras, sino con movimientos largos y lentos. Pero el cerebro de foca de Senna era capaz de traducirlos. —Mucho tiempo ha pasado desde que las Brujas nadaran con nosotros. ¿Desea nuestra ayuda?

Sorprendida, Senna dejó de nadar. —Sí —ladró. Sus pulmones le rogaban que saliera a la superficie y los llenara con aire salado.

La tortuga asintió y giró sus aletas laterales. —Volveré. Debo difundir la palabra a aquellos que podrían ayudar a las Guardianas —.Dio media vuelta y se alejó.

Senna levantó la vista hacia el cielo gris y se preguntó qué criaturas del mar no desearían ofrecer su ayuda. Pero también quería reír. Dejen que Espen pierda el tiempo con su maldita niebla. Ella había encontrado otra manera.

La urgencia de ser una foca era tan abrumadora que, sólo por un momento, dejó que sus impulsos animales se hicieran cargo. En la superficie, llenó profundamente sus

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pulmones y dio volteretas, disfrutando de la libertad que nunca había experimentado en tierra, por no estar vinculada al suelo. Arriba, abajo, hacia los costados. Era como volar. Se arqueó y dio un salto a través de las olas. Tocó con la nariz un trozo de madera flotante y lo hizo volar. Aterrizó con un chapoteo y, vertiginosa, cargó contra éste.

Senna jugó con la madera, empujándola hacia abajo y dejando que flotara otra vez a la superficie; después saltaba por debajo y la enviaba a volar. Se retorció y onduló a través del agua fría. Pero luego desaceleró, tratando de entender el presagio que se arrastraba sobre ella.

Se detuvo abruptamente. El agua se sentía fría.

El miedo la traspasó. Si cambiaba antes de encontrar el barco, moriría por la exposición al agua fría. Buceó, buscándolo. No había nada, excepto la interminable extensión de agua. Nadó con desesperación, con la mente alerta por alguna otra señal del cambio.

Un punto flotante le llamó la atención. Sus grandes ojos se dilataron, al ver cuánto se había desviado. Con esa forma, podía moverse a través del agua con más rapidez que cualquier ser humano. Con una explosión de velocidad, llegó al descomunal barco en el mismo momento en que sus aletas empezaban a alargarse.

—¡Allí está! —advirtió Joshen.

Senna nadó hacia sus redes. Ellos la izaron, mientras sus piernas se transformaban, del marrón más oscuro a un blanco cremoso. Joshen tenía una manta esperándolo, en el momento en que sus aletas completaron su cambio a brazos. Él la envolvió por completo y la levantó en andas, mientras su pelaje se desvanecía y su forma humana regresaba por completo.

Senna apoyó la cabeza sobre el pecho de Joshen. —Por favor, bájame. Sólo necesito un minuto.

—Deja de ser tan orgullosa —la regañó él. —Y deja que alguien te ayude —. Lo dijo como un desafío.

Senna mantuvo la boca cerrada. Abriéndose paso a través de los hombres, Joshen irrumpió en la cabina de Parknel y la colocó sobre la cama. Al instante, Bruke saltó a

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su lado y empezó a lamerle la cara. El muchacho lo ahuyentó, lo que le ganó una mirada de reproche.

Con su cabello mojado pegándose a su espalda, ella se quedó muy quieta, concentrada en respirar.

—¡Te convertiste en una foca!

Una sonrisa se abrió camino por su rostro. —Es como volar. Ya no estás limitado al suelo. Arriba, abajo, hacia los costados. En cualquier dirección que te plazca. Es la más maravillosa sensación de libertad… eso es, una vez que la transformación está completa.

Él la miró, asombrado. —No tenía idea que las Brujas pudieran hacer eso.

—Te sorprendería lo que puedo hacer —dijo ella, pero entonces hizo una mueca al recordar el dolor y sacudió la cabeza. —Crear una poción Ioa lleva años de meticulosa perfección. Es extremadamente rara. Por suerte, Pogg tenía una muy buena idea de dónde buscar. La transformación misma es… —se estremeció. —Nunca la hubiera intentado, si Pogg no me hablaba del odio de las criaturas del mar hacia Espen. Supuse que, convertirme en foca, podría ser útil.

Joshen sacudió la cabeza. —Es bueno que Espen nunca pensara en preguntarle a los animales. Ellos podrían haberla guiado hacia Haven por accidente. Para este momento, tú serías una de sus prisioneras.

Senna parpadeó rápidamente. —No había pensado en eso.

Joshen gruñó. —¿Así que podrías transformarte en una ballena y empujar el barco a través de todo esto?

Senna se las arregló para reír. —No, sólo puedo transformarme en algo que tenga, más o menos, el mismo peso y tamaño que yo. Y tiene que ser un mamífero… los peces son demasiado diferentes. Y nunca dura demasiado tiempo.

—¿En pájaros no, entonces?

Senna envolvió, cuidadosamente, la manta sobre sus hombros, para ahorrarle el tener que ver su piel, y se incorporó con lentitud. —No. Me temo que no.

—Entonces, ¿qué te dijeron las criaturas marinas, Senna?

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Ella caminó hasta la gran ventana que daba al agua. —Sureste, por ahora. Permitiremos que nos ciegue con su niebla. Cantaré un viento para nosotros y dejaremos que los peces sean nuestros ojos.

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Traducido por katiliz94 Corregido por Mely

a tortuga cumplió con su promesa. Las criaturas marinas acudieron a Senna. Ella permaneció sumergida en el agua, escuchando sus historias. Delfines, focas,

marsopas, ballenas. Los mamíferos parecían tener más afinidad por ella… más aceptación, o quizás, eran más inteligentes que los peces.

Senna no había oído nada de tierras u otros barcos desde hacía días, de modo que se sorprendió cuando mencionaron otra nave, que venía detrás del Bruja del Mar. No había estado mucho tiempo en el agua, así que decidió echar a andar en esa dirección. Se movió a máxima velocidad, rompiendo la superficie del agua cuando se zambullí hacia delante.

Joshen gritó tras ella, preguntándole dónde iba. Pero, de todas formas, no es como si pudiera responderle. Divisó al barco, que giraba para seguirla, un momento antes que la niebla se lo tragase.

Ella se apresuró, porque no quería regresar a su forma humana en las aguas frías. Cuando salió a la superficie para respirar, la niebla era tan espesa que tuvo deseos de estirar la mano y apartar la película del aire de un tirón. El sonido de las olas que se estrellaban contra algo, la sobresaltó. Se dio la vuelta. Una gran forma bulbosa surgió de la neblina. Venía directamente hacia ella.

Con el corazón palpitante, Senna se hundió en el agua. La proa la esquivó por poco. Con gemidos y chirridos, el barco pasó sobre su cabeza. Ella salió a superficie a un costado de la nave.

—¡Cap’tan! ¡Mire, una foca!

Un hombre desconocido se asomó y la miró desde arriba. —¿Estamos cerca de tierra firme?

—No, seño’. De ninguna que conozcamo’.

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El barco era grande, aunque no tanto como el de Parknel… pero eso sólo significaba que se movía más rápido. Las palabras Galán Verde destacaban en oro, contra la pintura verde y negra. Le llamaron la atención las puertas de las cañoneras, así como las pesadas velas. Seguramente, la nave había cambiado de dirección por el viento que Senna había cantado.

El Capitán apretó los labios. —Hmm. Bueno, normalmente uno no las ve tan lejos, pero no es algo inaudito. Aun así, doblen la vigilancia. Odiaría destrozarme contra una isla no cartografiada —. Senna tomó una profunda inspiración y permitió que sus fosas nasales se cerraran, convencida que allí no había nada más que aprender.

Pero entonces, una voz familiar refunfuñó —Odio las focas.

Ella giró la cabeza con brusquedad, justo a tiempo para ver a Wardof alinear un mosquete. Se sumergió en el agua, con la cola bombeando salvajemente. Un dolor quemante rasgó a través de su aleta. Menos de un latido del corazón después, escuchó el amartillar del arma. Lo único que pudo hacer, fue mantener sus fosas nasales tapadas, mientras todo su cuerpo se convulsionaba. Con un lloriqueo, estudió la herida. La sangre oscura salía a borbotones del corte. Podía saborearla en el agua.

Sus sentidos de foca gritaban peligro e hicieron caso omiso de su habilidad para suprimirlos. Senna nadó con rapidez, buscando la seguridad de su barco. Pero cuanto más duro se impulsaba, más sangre perdía. Se fue debilitando y, peor aún, el agua comenzó a sentirse fría. Rompió la superficie y respiró hondo, tragando agua. Algún instinto le advirtió que necesitaba bucear en lo profundo. Pero, ¿le alcanzaría el tiempo, antes de volver a convertirse en humana?

El instinto se hizo más fuerte, exigiéndole bucear. Buscó, desesperada, el barco, pero no lo veía por ninguna parte. Finalmente cedió, después de haber desperdiciado momentos preciosos, y se abrió paso, más y más profundo. Estaba tan oscuro que tenía que confiar en su aguado sentido del olfato, mientras se deslizaba por el fondo del océano. Entonces advirtió por qué su instinto le había ordenado bucear. Un tiburón. Serpenteando hacia atrás y hacia delante, por encima de ella, buscando la fuente de sangre. Su sangre. Con los labios retraídos, los dientes del pez (hechos para capturar y rasgar) permanecían constantemente descubiertos. Era su enemigo natural.

Senna se lanzó en una explosión de velocidad, que no sabía que le quedaba. De algún modo, estaba a salvo debajo del tiburón. Pero no podía quedarse allí mucho tiempo. E

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incluso como foca, no podía contener la respiración para siempre. Ya podía sentir que su piel cosquilleaba. Empezaría a cambiar en segundos.

Si se quedaba allí más tiempo, moriría. Impulsándose hacia delante, Senna buceó con cada gramo de energía que tenía. Su piel se estremecía. Con el rabillo del ojo, vio que el tiburón se lanzaba a por ella. Sus alejas se convirtieron en manos. Rezó a las Creadoras, para que su cola aguantara unos momentos más.

Su pelaje se retrajo y su cola se dividió en dos piernas. Su velocidad desapareció, en el mismo momento en que emergía del agua. —¡Tiburón! —gritó, mientras nadaba hacia la escalerilla del barco. El caos erupcionó por encima de ella y, en el centro del mismo, pudo oír a Bruke, que ladraba salvajemente. Una figura cayó a su lado, salpicando agua.

La cabeza de Joshen surgió a la superficie. Se abalanzó sobre ella y la envolvió en sus brazos, apretándola con tanta fuerza que apenas podía respirar. —¡Jalen! —gritó él.

Senna sintió que su cuerpo temblaba. Miró hacia abajo. Gotas de agua caían sobre la aleta dorsal del tiburón. Por un instante, dejaron de moverse. El escualo giró, para ponerse de costado. Dentro de los ojos negros, la pupila se contrajo hasta desaparecer, cuando se centró sobre ella. Senna estuvo a punto de gritar. Con una sacudida, la cuerda empezó a izarse nuevamente.

Senna se descubrió a sí misma, tumbada en la cubierta, con Joshen cubriéndole el cuerpo con el suyo. —¡Denme la manta! —Ella no se había dado cuenta (ni le importaba) que estaba desnuda, hasta ese momento. —¡Voltéense! —En realidad, él no tenía necesidad de decirlo en voz alta. Los hombres ya les habían vuelto la espalda.

Manteniendo los ojos fijos en los de ella, Joshen se levantó y la cubrió con la manta. —¿Estás bien? —Senna no estaba lo bastante fuerte para contestar, así que él la alzó en brazos y corrió hacia el camarote del Capitán. La colocó sobre la cama y comenzó a frotarle las manos entre las suyas. —Estás congelada.

Ella estaba fría. Tan fría. Y demasiado cansada para responder. Pero cuando él intentó remeter la manta a su alrededor, el dolor le corrió por el brazo. Un grito escapó de sus labios.

—¿Senna? —Joshen apartó la mano. Estaba manchada de carmesí. Con cuidado, desenvolvió la manta empapada en sangre. —¡Senna! ¿Qué pasó?

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Sólo entonces, ella recordó por qué había regresado en primer lugar. —Wardof. Detrás de nosotros —. Eso fue todo lo que pudo decir, antes de sumergirse en el olvido.

* * *

El dolor continuaba sacando a Senna de su estado de inconsciencia. Joshen vertió un líquido de fuerte olor sobre su herida y lo restregó; en el momento en que se detuvo, ella se desmayó. Luego, empezó a sentir cómo una aguja le perforaba la piel lastimada. Intentó retorcerse para alejarse, pero unas manos fuertes la sujetaron. Ella reconoció la sólida voz de Parknel. —Tranquila, chica. Tranquila.

Sintió el hilo que tiraba en su interior. En su cabeza surgió una idea: ahora sabía cómo se sentía un cojín. —Sólo un poco más, Senna, y habré terminado —. La voz de Joshen provenía de algún lugar, por encima de ella.

Resignada a que nada, ni nadie, la ayudaría, Senna apretó los dientes y lo resistió. Cuando finalmente terminaron, ella sentía como si su brazo hubiera sido aplastado por una maza. Quería dormir pero, simplemente, dolía demasiado. Tosió, con un gemido, lo que le ocasionó agudos pinchazos y un dolor profundo, que irradió hacia el exterior. Con los dientes apretados, parpadeó y abrió los ojos.

Joshen la miraba desde arriba. Alguien se movía detrás de él. Probablemente, era Parknel. El muchacho le agarró la mano. —¿Cómo está de mal?

Las lágrimas resbalaron de sus ojos y le humedecieron las orejas. —Bastante mal.

Joshen le alisó el cabello hacia atrás. —Aquí, bebe esto.

Ella olfateó, mientras el líquido tocaba sus labios, e intentó alejarlo. Había visto que el alcohol convierte a los hombres en monstruos.

—Vamos, te ayudará.

Senna no tuvo mucha opción, mientras el líquido hacía arder su garganta. Un instante después, sintió que le calentaba el estómago. Tosió y se echó hacia atrás. El amargo sabor le inundó la boca. Lo habían mezclado con algo más fuerte que el alcohol. Joshen insistió en que bebiera un par de tragos más. Ella se rehusó, con la mandíbula apretada. Después de lo que parecía un período inconmensurable de tiempo, el dolor cesó. Su cuerpo se relajó.

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—¿Mejor? —preguntó el muchacho. Ella asintió. —Dime qué viste.

Senna no podía quitarse el horrible sabor de la boca. —¿Podrías darme algo de agua? —graznó.

Joshen le sirvió un vaso y la sostuvo erguida, mientras ella bebía a sorbos. Luego, la tendió otra vez en la cama. —Wardof tiene otro barco y no está muy lejos. Me disparó.

—¡Ese lame-estiércol! —Joshen le dio un puñetazo al colchón.

—¿Él sabía que era’ tú? —preguntó Parknel, incrédulo.

Senna sacudió la cabeza. —No. Dijo que odiaba las focas y disparó.

Parknel se aclaró la garganta. —Odia cualquier cosa que sea mejo’ que él. Una foca le sacó un bocado, una vez.

Los dos hombres intercambiaron miradas, pero a ella le dolía demasiado, como para preocuparse por cómo o por qué conocía Parknel a Wardof.

Joshen apretó los labios en una línea delgada. —Tendría que tener un barco bastante rápido, para darnos alcance.

Parknel asintió. —La pregunta es, ¿y cuando nos dé alcance?

Senna hizo un débil gesto hacia sus morrales. —Alcánzamelos.

Joshen lo hizo. Usando su brazo bueno, ella rebuscó en el contenido y extrajo semillas y una pequeña maceta tapada. Abrió la tapa, para revelar la rica Tierra marrón de Haven. Deslizó los dedos por la superficie, esparció las semillas y las cubrió.—Dales algo de agua.

Joshen vertió un poco de agua en la maceta. Senna se aclaró la garganta y cantó con voz temblorosa y débil.

Luz disfrutarán, aire beberán Extiendan las raíces, que las hojas crecerán

Aparecieron los brotes. En pocos momentos, las hierbas, completamente crecidas, extendían sus hojas. —Toma todas las hojas, deja las flores —indicó ella.

Cuando Joshen hubo terminado, Senna volvió a cantar y las plantas se marchitaron. —Coge las semillas.

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Joshen alargó la mano y las semillas secas cayeron en su palma. Él la miró, asombrado.

—Te dije que había un montón de cosas que podía hacer —explicó ella. —Por favor, reemplaza las semillas en mi cinturón. Usa tabber para un té. Las hojas de itnot están preparadas para cubrir toda mi herida, bajo el vendaje.

Joshen lo hizo, tal como ella le había indicado. No mucho después que hubiera bebido todo el té, Senna sintió que el dolor menguaba.

El muchacho le quitó el cabello del rostro. —Ahora, descansa. Averiguaré qué hacer con respecto a Wardof.

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Traducido por CairAndross Corregido por Fangtassia

asaron dos días, antes que Joshen le permitiera a Senna salir de su camarote. Con el brazo herido amarrado a su costado, Senna se inclinó sobre el lado

aireado del barco y se esforzó por ver a través del vapor. No podía distinguir el barco de Wardof, pero sabía que estaba allí. Y cada vez más cerca. Parknel se inclinó a su lado y ambos escucharon el sonido de las olas, rompiendo contra el casco del otro buque. Aunque ella no oyó nada más.

—Los cañones están cargados. —comentó el Capitán.

Senna lo miró de soslayo, antes de retornar a su vigilia. —Lamento el peligro en el que lo he puesto.

—¡Bah! —Parknel escupió jugo de tabaco en el agua —. El mar ha estado torci’o por años, por culpa de la interferencia de Espen. Ya e’ hora que tenga su merecido. Estoy feliz de ayudar a llevárselo —. Le apoyó una mano tranquilizadora en el brazo bueno y se marchó.

Senna sacudió la cabeza, asombrada que el Capitán pensara que ella, de algún modo, podría darle su merecido a Espen. —¡Capitán! —llamó. Él se dio vuelta. —De todos modos, gracias —. Él no podría entender cuánto significaba su aceptación para ella.

El hombre volvió a asentir y corrió por las escaleras, hacia la cubierta principal. Senna volvió a su vigilia, sin atreverse a mover, mientras los minutos se combinaban en horas. Le pareció oír algo, más allá del sonido de su propio barco. Cantando bajo y suave, conminó al viento para que aligere la neblina. Se le enfrió la sangre en las venas. La silueta débil de otra nave. Cuando su voz se apagó, la niebla volvió a engullirlo.

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Ella se volvió y corrió, recordando los hermosos ojos de Wardof, llenos de odio. Él era, perfectamente, capaz de matarla. Con el brazo palpitando al unísono con su corazón, Senna se aferró al brazo de Joshen, pero su boca no fue capaz de formar las palabras.

Él le echó un vistazo a su rostro, y luego escrutó la niebla tras ellos. —¿Están viniendo?

Senna logró hacer un ademán enfático.

Los ojos de Joshen se oscurecieron peligrosamente. —Casi lo logramos.

En un susurro feroz, Parknel ordenó a sus hombres dirigirse a las estaciones de batalla.

Joshen alzó su arma y levantó la mirada hacia ella. —Permanece bajo la cubierta.

—Joshen, no voy a ocultarme mientras tú peleas.

Él la tomó del hombro, con suavidad. —A menos que puedas cantarle a las algas marinas, para que hundan su barco, tus canciones no nos ayudarán demasiado. Necesitamos que hagas crecer tus plantas, para tratar a los heridos.

—Heridos… —El rostro de Senna palideció. Gruesas lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. —¡No pueden hacer esto! ¡No por mí!

Joshen miró a su alrededor, antes de empujarla dentro del camarote. La rodeó y luego, cerró de un portazo. —¡Esto es más que sólo por ti, Senna! Esto es sobre el derecho de proteger su modo de vida. ¡Tú has pasado a ser la respuesta que estos hombres han estado esperando, y no te escucharé gritar sobre cuán indigna eres!

Bruke saltó tranquilamente sobre la cama, obviamente convencido que Joshen no era una amenaza.

Senna no estaba tan segura. —Joshen, ellos podrían resultar heridos. Tú podrías resultar herido —su voz era, apenas, un susurro —. En todo el mundo, tú eres el único amigo que tengo —. Levantó su rostro hacia el de él —. No puedo perderte.

Teniendo cuidado con su brazo, él la envolvió en un cálido abrazo, el primero que tenía desde que su madre la dejara. Ella lloró con más fuerza, empapándole el hombro con sus lágrimas. Joshen no se movió. No le pidió que no lo hiciera. —No voy a prometerte que no saldré herido…ésa es una promesa que nadie puede mantener. Pero puedo prometerte que tendré cuidado.

Senna se enjugó la mejilla con una mano. —¿Lo prometes?

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—Lo prometo —respondió él. Una furtiva sonrisa se extendió por su rostro. —Además, siempre estarán Parknel y Bruke.

Senna rió, a pesar de sí misma. —¡Y Pogg!

—En caso de necesidad, probablemente puedas contar con Lery.

Senna limpió las últimas lágrimas de sus mejillas.

Las líneas alrededor de los ojos de Joshen, se suavizaron. —¿Lo ves? No estás tan sola como creías —. Suavemente, deslizó la curva de los dedos por la mejilla de ella, antes de presionar los labios contra su frente. A Senna le dolía el pecho —Ve a cuidar de tus plantas —Dio un paso atrás y, entonces, se marchó.

Senna cogió su cinturón de semillas y un poco de tierra, y desapareció bajo cubierta. Una vez que encontró un rincón casi vacío, sacó sus recipientes y desparramó numerosas semillas sobre la superficie de éstos. Les cantó hasta la madurez plena y, entonces, su trabajo estuvo hecho. En todo ese tiempo, hubo un silencio mortal. No podía quedarse allí. —Vamos, Bruke. Vayamos a ver qué está sucediendo.

Senna regresó a cubierta y, una vez allí, se dirigió hacia donde estaba Joshen. Él le lanzó una mirada de desaprobación, pero no hizo ningún movimiento para forzarla a bajar. Aún.

Parknel observaba la silueta del otro barco. —Es seguro que Wardof nos reconocerá, a Joshen y a mí —. Se volvió hacia Lery. —Acabas de ser promovido.

Joshen se inclinó hacia Senna y habló en voz baja. —Vamos a intentar hablarles. Nos aseguraremos que no son mercaderes probando un pasaje, en lugar de un par de mercenarios, antes de hacerlos volar en pedazos. Una palabra mía y tú desaparecerás bajo cubierta. ¿De acuerdo?

Con una desesperada esperanza arañando en su interior, Senna asintió.

Joshen le lanzó una mirada autoritaria a Bruke. —Tú te quedas con ella —. Como si hubiera entendido lo que le pedía, el perro se aproximó más al costado de Senna.

Parknel se dirigió a sus hombres. —No vamos a huir de ellos. Se acercan un poco más y podrían rastrilla’ nuestra popa. Si les permitimos rodearnos, podríamos rastrillarla nosotros, antes que nos golpearan. Pero, antes de hacerlo, vamo’ a determinar sus

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propósitos. Cañones preparados y cachiporras de mano listas. Giren noventa grados a estribor.

Lery giró la rueda del timón. Los marineros desaparecieron bajo cubierta, para manejar los cañones, mientras otros se escurrían hacia los mástiles. Mucho más rápido de lo que cualquiera de ellos esperaba, el otro barco tomó forma.

Joshen escuchó el gemido del casco, en señal de protesta, mientras su nave giraba a estribor, hacia el viento. Se mostraba indiferente pero, de ese modo, ellos obtendrían el máximo provecho de sus cañones laterales. Parknel le hizo una señal a uno de sus hombres y ése sacó una serie de banderas, que se usaban para la comunicación. Sobre una pértiga, elevó una cruz azul sobre fondo blanco, seguida por una bandera azul con una cruz blanca. Significaban: «Deja lo que estás haciendo y observa mis señales» y «Estamos varados en el agua» respectivamente.

La otra nave debió verlas a través de la niebla, porque bajó las velas y giró. Hizo una pausa en el agua, convertida en nada más que una sombra oscura. El viento la arrastró, acercándola, y vieron que izaba una bandera con una barra amarilla, seguida por otra azul.

—Quieren hablar —dijo Parknel.

Joshen escrutó la niebla y vio que preparaban un bote, para bajarlo al agua.

—Icen la bandera afirmativa —ordenó Parknel.

Mientras un marinero obedecía, Joshen se echó una gruesa capa sobre los hombros y se encasquetó una gorra, tirándola hacia abajo.

Parknel hizo lo mismo y les dirigió una mirada de complicidad a los marineros. —Bajen un bote. Veamo’ qué quieren.

Joshen le hizo una brusca señal de despedida a Senna y tomó su posición en la parte trasera del bote. Parknel estaba a su lado. Lery, vestido como capitán, se sentó al frente.

Mientras remaba, Joshen estudió la otra nave. Si bien era verdad que el Bruja del Mar tenía la ventaja de su tamaño, el Galán Verde podría reclamar el premio a la velocidad y maniobrabilidad. Si se producía una pelea, la victoria podría inclinarse, con facilidad, para cualquiera de los dos lados.

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Joshen mantuvo la cabeza hundida en su abrigo, mientras los marineros de ambos botes se evaluaban mutuamente. Wardof estaba sentado detrás y a la derecha del Capitán, quien se puso de pie. —Mi nombre es Capitán Arneth. Tengo un pasajero aquí, un señor Wardof. Está buscando a una chica fugitiva, de nombre Brusenna. Pedimos permiso para subir a bordo de su embarcación y buscarla.

Como una personificación de la dignidad, Lery estaba de pie, con las manos entrelazadas tras la espalda y los pies separados. —Por supuesto que eso es inaceptable.

El Capitán Arneth levantó una ceja. —El señor Wardof nos ha pagado una buena cantidad de dinero por la chica…entendiendo que el uso de las armas podría ser necesario.

Joshen dudaba que alguno de sus compañeros marinos se hubiera perdido la amenaza de Arneth. Él, ciertamente, no.

—¿Nos amenaza, buen Capitán? —preguntó Lery, en forma casual.

El rostro de Arneth se ensombreció, en un ceño fruncido. —Lo hago.

Lery fingió mirar hacia atrás, a su grupo, mientras buscaba el rostro de Parknel, a por una respuesta. Por el rabillo del ojo, Joshen observó que éste reflexionaba. ¿Había murmurado la palabra “armados”?

Lery volvió a girarse. —¿Están armados, en este momento?

Arneth se irguió, indignado…Sólo el más bajo de los capitanes iba a parlamentar estando armado. —¡Por supuesto que no!

Con un gruñido de satisfacción, Parknel se puso de pie. —Entonces, te diré que ese hombre, Wardof, es un mentiroso, asesino y mercenario pago de la Bruja Oscura… quien es enemiga de todos los hombres libres, y de los navegantes por igual. Nosotros somos amigos de las Guardianas. ¡Si ustedes se alinean con los Cazadores de Brujas, declárense ahora y podremos prescindir de las formalidades e ir a la lucha!

—¡Tú— Wardof se puso de pie y le apuntó con un dedo que temblaba de rabia. —¡Tú me diste por muerto en aquella isla abandonada! ¡Cacé murciélagos y focas por seis meses, antes que alguien me encontrara!

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La mirada divertida de Parknel cayó sobre Joshen. Con una sonrisa, éste se puso de pie.

—¡Y tú! ¡El hijo del caballerizo! —escupió Wardof. —Sé que es un hecho que ella está en ese barco, Capitán Arneth.

—De hecho, ella está allí —aceptó Parknel. —Así que tendría que ser un idiota para permitirles que suban a bordo, a buscarla.

El Capitán Arneth levantó la mirada hacia los tres hombres, de pie, en el bote de Parknel. —¿Cuál de ustedes es, en realidad, el Capitán?

Parknel les hizo una señal, con la cabeza, a Joshen y Lery. Ambos se sentaron. —Yo soy el Capitán Parknel. ¿Qué dice, Capitán Arneth? ¿Seguirá a la Bruja Oscura o a las Guardianas?

La mirada de Arneth nunca vaciló. —Mi tripulación y yo discutiremos esto, y le tendré su respuesta—. Les hizo una señal a sus hombres, y los dos capitanes observaron cómo el otro se hacía más pequeño, a medida que sus marineros empujaban los remos.

Cuando el pequeño bote chocó contra el Bruja del Mar, Joshen subió por la escalerilla y saltó a bordo.

—¡Hombres a los cañones! —rugió Parknel tras él.

Senna pegó un brinco, al escuchar el grito. —¿Qué dijeron?

Joshen respiró hondo. —Dijo que se lo pensaría. Lo que, en realidad, significa: ¡Danos tiempo para disparar primero! —Señaló la cubierta inferior —. No hay nada que puedas hacer. ¡Ve, ahora!

Senna dio la vuelta y se alejó corriendo. —Pero hay algo que sí puedo hacer —murmuró. Sostuvo un vial de brillante color topacio, hacia el sol —. Algo que debí haber hecho, en primer lugar.

—¡Fuego a discreción! —exclamó Parknel.

—¡Corre! —gritó Joshen, tras ella.

Senna corrió, pero antes que pudiera dar dos pasos, sonó una explosión ensordecedora desde el Galán Verde. Otra serie de detonaciones, de respuesta, balancearon su barco. Las balas de cañón silbaban, cortaban el aire y explotaban en el mar. Un humo acre,

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que se filtraba desde abajo, escocía sus ojos y la hacía toser. Los hombres gritaban y corrían. Nadie le prestó atención, mientras ella corría hacia proa, en lugar de hacia la cubierta inferior.

Lloriqueando, Bruke trató de impedirle el paso, pero Senna simplemente lo rodeó. Los cañones volvieron a rugir. Escuchó gritos y los cañones cargaron de nuevo. El Bruja del Mar volvió a disparar. Pero esta vez, en lugar de una salpicadura de agua, le llegó, desde lejos, el sonido de la madera rompiéndose.

Senna se sintió enferma. Acababan de morir hombres en el Galán Verde. Y, a pesar que eran enemigos, aun así le dolían. Los cañones del Galán Verde rugieron en respuesta. Hubo un crujido masivo. Senna se cubrió los oídos y se tambaleó, cuando la cubierta se sacudió bajo ella. Bruke se enredó con sus pies.

Senna se derrumbó sobre cubierta. Por un momento, no pudo pensar, a través del dolor en su brazo. Algo se le escapó de la mano. Incluso con todo el ruido y el caos, fue consciente del sonido tintineante del pequeño vial, cuando cayó sobre la cubierta y rodó, alejándose de ella. Vio, impotente, cómo desaparecía por la borda.

Usando el brazo sano, se arrastró hasta poder mirar por el borde. El vial se balanceaba entre las olas. Tenía que apresurarse. Moviéndose con cuidado, quitó el brazo de su cabestrillo. Sentía un dolor punzante, pero eso no le impidió dejar caer su manto y vestido. No soportaba quitarse la camisa…no, cuando eso podría no funcionar.

Senna se puso de pie sobre la barandilla. Algo tiró de su camisa. Extendió su brazo herido para sostenerse, cuando cayó sobre cubierta. Los puntos tiraron de la carne fresca y se le escapó un jadeo. La herida rezumaba sangre. Brotaron lágrimas de sus ojos. Bruke gimoteó, con su camisa en la boca y los ojos muy abiertos y asustados. Ella deslizó los dedos entre los dientes del perro. —Tengo que protegerlos, Bruke.

Él gimoteó más alto y apretó la mandíbula.

Senna sabía que no podía perder más tiempo. El vial podría hundirse o ser arrastrado lejos, y entonces, sería imposible alcanzarlo. Se dio impulso sobre los pies y saltó. La camisa, atrapada en la boca de Bruke, se rasgó. Ella se estrelló contra el océano, en el momento en que otra explosión enviaba olas a su alrededor. Braceando contra el agua, Senna se quedó sin aliento, ante el frío que entumía sus huesos. Pedazos de escorias del Bruja del Mar caían sobre ella. Sin soltar el trozo de tela blanca que tenia en la boca, Bruke se agitó y gimoteó por encima de lla.

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Senna giró la cabeza desesperadamente, de un lado a otro, mientras buscaba y, entonces, lo vio. El vial. Pataleó y se impulsó hacia delante con su brazo bueno. Ni siquiera estaba segura de que la poción funcionara en el agua, pero tenía que intentarlo. Abrió la botella y aceitó su dedo, antes de recolocar el corcho. Se obligó a relajarse y flotó sobre las olas que rolaban. Aunque se sentía torpe con su camisa adherida, frotó el aceite sobre sus labios y cuerpo, dibujando una línea entre los puntos humedecidos.

Mar, he escogido una de las criaturas de tu seno Te suplico que cambies el modo en que me veo.

Al principio, no pasó nada. Pero entonces, el agua ya no se sintió tan fría. Su piel ondulaba, mientras el dolor familiar se apoderaba de ella, como si su carne estuviera siendo arrancada de su cuerpo. Sus huesos se quebraron y se volvieron a unir por sí mismos.

Y luego, se acabó. Ella era una foca feliz, nadando con la cola y no con las aletas, para dejar descansar su brazo. Y aunque el agua salada escocía en su herida, también cortaba la hemorragia. Sujetando el vial suavemente entre sus dientes, Senna buscó el agudo gemido familiar.

Siguió el sonido más cercano y la encontró. Una inmensa ballena azul. Senna nadó junto a los ojos de la criatura y empezó a gruñir. La ballena la miró fijo, pero fue una mirada de fastidio, no de comprensión. Cuando ella insistió, la ballena sacudió su enorme cola y se alejó con rapidez.

Senna se impulsó a través del agua, intentando mantener el ritmo. Sin embargo, la ballena se distanciaba rápidamente de ella. Y peor aún, el agua estaba empezando a sentirse fría. Senna salió a la superficie, tomó una gran cantidad de aire y se giró hacia la batalla, ahora lejana. La niebla se había despejado milagrosamente, pero el humo se aferraba a los barcos, tan obstinado como lo había sido el vapor.

Ambas naves estaban dañadas, pero el Bruja del Mar parecía estar mucho peor. La cabeza de Senna iba y venía, entre la ballena y la batalla. Ahora estaba lo suficientemente lejos, como para cubrir a ambas con una aleta extendida. Si no regresaba pronto, cambiaría antes de poder hacerlo. Me quedaré, pensó. Es todo lo que puedo hacer ahora.

Con el miedo aferrándose a su interior, Senna nadó tras la ballena. Estaba yendo mucho más allá de lo seguro, pero no disminuyó la velocidad. No pasó mucho tiempo

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antes que sus miembros temblaran y se transformó. Y entonces fue una mujer joven, surcando el agua helada, con nada más que su camisa. —¡Ayúdame! —le cantó a la ballena. —¡Soy la última Guardiana que queda! ¡Ayúdame!

Ella sabía que muchos animales entendían la Canción de Bruja, ya que era el lenguaje de las Creadoras. Pero la mayoría no tenía la razón o el deseo para escucharla. Senna continuó repitiendo su canción, suplicando a la ballena que regrese. Resignada giró el rostro hacia el barco, con la esperanza que su fracaso no hubiera costado la vida de ningún marinero.

Un fuerte chorro estalló tras ella. Se giró asustada, para ver el enorme ojo de la ballena azul mirándola. Ésta dejó escapar una llamada hambrienta y Senna entendió. Sin el sol, para alimentar a las presas de krill, las ballenas tenían cada vez más hambre.

Tristemente, Senna cantó.

Bruja de Negro, propósito del mal Desea que la Tierra entera se incline como tal

Una por una, a las Guardianas ha tomado Hasta que, al final, todo ha desligado

La ballena resopló con furia. A ella le tembló la mandíbula, mientras apuntaba al buque infractor.

Sus Sirvientes se empeñan, a la última, destruir Y , de esa forma, su propósito cumplir

Eso fue todo lo que necesitó para que la ballena alzara su enorme cola. Desafortunadamente, esto envió a Senna, tambaleándose, hacia atrás. Ahora, estaba aún más lejos que antes.

Atormentada por los escalofríos, destapó el vial. Todo su cuerpo se estremecía sin control. El vial se deslizó de su mano. El aceite se difundió todo alrededor de ella. Senna se sintió, inmediatamente, más cálida, pero su corazón se acongojó. Ahora no podía cambiar. Evaluó los lejanos barcos, preguntándose si debería, incluso, intentarlo.

Joshen.

Senna suspiró. —Bueno, al menos ya no me duele —. Alcanzó, por poco, a sujetar el vial antes que se hundiera, recogió algo del aceite de la superficie del agua, volvió a tapar el vial y lo sostuvo en la boca. Con el brazo lesionado pegado al costado, empezó a patalear.

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Traducido por Margareth Corregido por Mely

oshen observó, asombrado, cómo una enorme ballena azul aceleraba hacia el barco de Arneth. Nunca había visto una que se moviera tan rápido. Desde la otra nave,

los gritos se convirtieron en alaridos de pánico, a medida que la enorme ballena aumentaba su velocidad. Sonó un crujido masivo. La popa se arrugó, como si estuviera hecha de azúcar hilado.

En el aturdido silencio, Joshen vio cómo el Galán Verde se inclinaba fuera del agua, dejando al descubierto el casco cubierto de percebes. Los marineros se apresuraron a cortar las amarras que mantenían a los botes en su lugar. Unos pocos cayeron al agua, y otros se arrojaron. En cuestión de minutos, el Galán Verde soltó un gran suspiro y desapareció bajo el agua, arrastrando algunos tripulantes consigo. Los que quedaban, se izaron por sí mismos a los botes o intentaron voltear los que estaban inundados.

—Las ballenas no atacan los barco’ —dijo uno de los marineros, con miedo.

—Ésta lo hizo.

Joshen se esforzó por controlar su pánico. Eso lo había hecho Senna, estaba seguro de ello. Echó a correr y se precipitó bajo la cubierta inferior, donde Parknel estaba inclinado sobre un marinero herido. —¿Senna está aquí?

Sorprendido, Parknel levantó la mirada. —Se suponía que ella iba a ayudar con los herido’. Menos mal que yo recordaba cuál es el itnot y cuál el tabber.

Joshen no escuchaba; ya estaba a mitad de camino por las escaleras. Abrió la puerta del camarote. La habitación estaba vacía. —¡Bruke!

El perro se acercó por detrás y puso un familiar trozo de tela blanca a los pies de Joshen. Mientras apretaba la tela entre las manos, un terror frío lo atravesó. —Senna.

Su mente se había perdido en la enormidad de su miedo. Algo le tiró de la ropa. Bajó la mirada, para ver que Bruke tiraba de él hacia la puerta. Mecánicamente, las piernas

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de Joshen se movieron tras el perro. En la cubierta, Bruke observó el agua con un gemido.

Joshen se detuvo frente a la ropa abandonada de Senna. Se inclinó y recogió el collar. Éste brillaba, captando la luz. Sin querer, su mirada escrutó el océano. —¿Qué ha hecho? —A pesar que sabía que ella no estaba allí, no pudo evitar mirar por el costado de la nave. —Se transformó en foca y condujo a la ballena hacia allí, ¿no? —¿Por cuánto tiempo se habría ido? Esa poción suya sólo duraba poco tiempo y hacía mucho que la ballena había llegado. —¡Hombre en bote! —gritó Joshen, mientras corría hacia la artesa. —¡Necesito brazos!

Con las manos ensangrentadas, Parkel apareció desde bajo cubierta y le lanzó una mirada interrogativa. —¿Joshen?

El aludido jaló de las cuerdas. —¡Senna está en el agua, en alguna parte!

Los marineros corrieron a su lado. Joshen saltó al bote, mientras los demás comenzaban a arriarlo. —¡Bruke! ¡Ven! —gritó.

Cuando el bote se estrelló contra el agua, el enorme perro saltó por la borda. Los hombres soltaron las cuerdas y sacaron los remos. Bruke señaló al suroeste y ladró. Joshen cogió su propio remo. —¡Empujen!

* * *

Era increíble lo lejos y rápido que Senna había nadado como foca. Sus inadecuados brazos se agitaban y hundían en el agua pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no estaba mucho más cerca de la nave, y sus músculos estaban rígidos, lentos en responder. Temblando sin control, dejó de nadar el tiempo suficiente para verter los restos de aceite sobre su cabeza. Por un breve instante, se sintió mejor.

Miró el Bruja del Mar con tristeza. Después de todo lo que había pasado, no fue Espen quien la derrotara, sino su propia estupidez. —Lo siento, Joshen. Te he fallado. —Miró más allá de sus pies cansados y buscó las profundidades de las aguas… su tumba. —Madre —susurró. —Perdóname, madre.

* * *

Bruke se había instalado en la parte delantera del bote y olfateaba el aire. Cada vez que el animal cambiaba de posición, los marineros enderezaban su curso. Joshen ya no

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acusaba el calor o la fuerza del sol. El sudor corría por los costados de su rostro. La camisa se le pegaba al cuerpo. Escudriñó dentro del brillo, deseando poder ver algo.

Bruke ladró.

Joshen se protegió los ojos y se inclinó hacia delante. Le pareció ver algo blanco, que flotaba a la distancia y empuñó su remo, con reanudada desesperación. —¡Empujen! —gruñó a los demás.

No dejaba de mirar, por encima del hombro, a la figura que se acercaba. Era Senna. Estaba boca abajo e inmóvil. Parknel y él se inclinaron, la agarraron por los brazos y la izaron a bordo. Ella yació laxa en el fondo, con el rostro tan blanco como los restos de su camisa.

—¡Senna! —gritó Joshen. Los marineros se movieron a un costado, mientras él maniobraba para ponerse a su lado. Le apoyó un oído sobre el pecho.

Perfectamente quieto y tan frío al tacto.

Parknel la alzó con rudeza y la colocó de modo que el estómago de Senna descansara sobre el borde del bote. Le golpeó la espalda con fuerza. No hubo respuesta.

Las manos de Joshen cubrieron su propia boca. Ella no podía estar muerta. Él no iba a permitir que ella muriera. Volvió a colocarla sobre el fondo del bote, dispuesto a sacudirla, pero mientras caía, Senna expulsó algo de agua. Una tos débil. Joshen la agarró por los hombros y la puso de costado. Ella tosió con más fuerza. Más agua. Jadeó en una respiración temblorosa, y sus ojos dorados se volvieron hacia él.

—¿Senna?

Ella gimió. —Tengo tanto… frío.

Sin molestarse con los botones, Joshen se quitó la camisa de un jalón y la colocó sobre los hombros de Senna, antes de cobijarla en sus brazos. Al principio, ella simplemente yació allí, pero luego comenzó a temblar y Joshen supo que iba a estar bien. Le frotó los brazos para darle algo de calor. Ella gimió y él recordó que estaba herida.

—No vuelvas a hacer algo como eso, nunca más —gruñó el muchacho.

—No te preocupes —susurró Senna. —Perdí la poción.

Lo sorprendió la tristeza en su voz. —No puedo decir que lo lamente.

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Ella hizo una mueca. —A alguien le tomó años crear esa poción y yo la derramé.

¿Qué podía decirle? Le habían disparado, la había perseguido un tiburón y estuvo a punto de ahogarse. Si ella no hubiera perdido la poción, él podría haberla arrojado por cuenta propia.

* * *

Senna no se quejó, mientras Joshen la llevaba hasta su camarote.

Parknel comenzó a dar órdenes. —Francotiradores en todos los costados. Marineros, hombres a las velas y permanezcan allí. Tú, toma el timón por mí, hasta que Lery o yo te relevemos. Y hablando de Lery, ¿dónde está?

Joshen la depositó en la cama. —Bruke —. Dio unas palmaditas en el lecho, junto a Senna. El perro obedeció. Joshen los cubrió a ambos con una manta y se sentó junto a ella. Frotó vigorosamente una mano de la chica entre las suyas. —¿Aún estás caliente?

Todo el cuerpo de Senna se sentía como si estuviese hecho de plomo. Estaba demasiado débil, incluso para levantar la cabeza de la almohada, pero se las arregló para esbozar una débil sonrisa. —No estoy segura que alguna vez lo estaré.

—¿Por qué, Senna? ¿Por qué lo hiciste?

Senna oyó el dolor en su voz y no lo comprendió. —No podía soportar sólo sentarme, mientras otros arriesgaban sus vidas… morían… por protegerme. Pude haber arriesgado mi vida, ¡pero no más que cualquier otro hombre en este barco!

Joshen se frotó las sienes, con los dedos índice y pulgar de una mano. —Aún no lo entiendes. Aún no crees que todo esto vale la pena, por ti. —Parecía concentrado en mantener su respiración tranquila. —¡No puedes seguir corriendo riesgos como éstos! ¡Si tú mueres, se acabó! ¿No puedes verlo?

Senna tragó saliva y apartó la mirada. ¿Acaso Joshen no entendía que, si él moría, todo habría terminado para ella? No podía permitirlo, al costo que fuera. Levantó la mirada, con los ojos llenos de lágrimas. —Y cuando ella me derrote, ¿entonces, qué sucederá? ¿Vas a regresar con tus caballos?

Joshen se puso lentamente de pie. —¿He estado esperando por ti, más de un año, y ahora cuestionas mi lealtad?

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Senna cerró los ojos. Las lágrimas corrieron por sus sienes, antes de desaparecer dentro de su cabello húmedo. —No es tu lealtad.

—¿Qué es, entonces? —dijo él, exasperado.

—No puedo, no puedo… perderte. Y voy a hacerlo. Igual que como perdí a mi madre, a mi padre, a mi hermana. Todos aquellos que una vez me importaron, fueron apartados de mí. Todos.

Ella miró hacia el exterior, agradecida por el calor que entraba desde la ventana.

—No sabía que habías tenido una hermana —dijo Joshen, tentativo.

Senna tensó la mandíbula. Recordaba una vaga imagen de una hermosa niña de rizos castaños, en brazos de su padre. —Ella murió antes que yo naciera.

Joshen se acercó a la ventana y observó la luz del sol. Sin voltearse, dijo —Puedo prometerte esto… Nunca te abandonaré por voluntad propia, Senna.

—Ninguno de ellos me abandonó voluntariamente —adujo ella —.Pero igual, todos me abandonaron.

Él se volvió. —Tienes que dejar de preocuparte por todo esto y centrarte en lo que tienes que hacer.

La voz de ella se quebró, en apenas un susurro. —¿Qué es lo que tengo que hacer, Joshen?

Él se arrodilló junto a la cama y le cogió la mano entre las suyas. —Tú tienes que detenerla.

Sonó un golpe en la puerta. Joshen no le soltó la mano. —Entre.

Entró Parknel. Estaba cubierto de sangre, desde los dedos hasta las rodillas. En sus manos cargaba las macetas, con todas las plantas desprovistas de sus hojas. —Necesitamo’ más.

—Ella no puede hacerlo, Capitán —dijo Joshen.

Senna se levantó. —Sí, puedo.

—Senna, casi mueres.

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Ella apartó la mirada. —En realidad, creo que he muerto. Pero no estoy muerta, todavía.

Con habilidad, Senna arrancó las semillas de las plantas desnudas, las volvió a colocar en la tierra y cantó. Parknel recogió las macetas con un gesto de gratitud y se volvió, para marcharse.

—Capitán… —lo llamó Joshen. —¿Ha encontrado a Lery?

Parknel se detuvo y dijo, por encima del hombro. —Está muerto.

Senna jadeó y un sollozo quedó atrapado en su garganta. —¿Cuántos… además de Lery?

Parknel dejó caer los hombros. —Ocho —. Cerró la puerta tras de sí.

Con la boca abierta, Senna intentó jadear en busca de aire, pero no podía. Sus pulmones estaban paralizados y se rehusaban a tomar aliento. El dolor era tan crudo y devastador, que tuvo la seguridad que iba a matarla.

Joshen se arrastró por debajo de las mantas y la abrazó con fuerza, como si ella fuese a morir, si la soltaba. —Respira, Senna. Respira.

¿Por qué él la estaba consolando? ¿Por qué no la odiaba? Después de todo, Lery era amigo de Joshen. Y era su culpa que hubiera muerto. Tomó aire, ahogada y jadeante, y, finalmente, los sollozos brotaron con libertad.

Él le acarició el cabello. —Eso es. Déjalo ir.

Senna estaba llorando con demasiada fuerza, como para hacerle entender. Le habían quitado una persona más. Una persona más que había sufrido por su causa. ¿Acaso eso acabaría alguna vez?

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Traducido por Caliope Cullen Corregido por Maweyumi

enna se despertó con una sacudida. Algo la había arrancado de un sueño profundo… ¿pero qué? Entrecerró los ojos a la luz pálida de la luna, pero no vio

nada fuera de lugar. Y entonces, lo oyó de nuevo. Disparos de mosquetes. Arrojó las mantas a un lado y sus pies tocaron el suelo, a la carrera. Abrió la puerta de un tirón, en el momento exacto en que la cubierta inferior se abría como un estallido y aparecieron más marineros apresurados, Joshen entre ellos.

Con nada más que sus pantalones puestos, él le apuntó con un dedo de advertencia. —Quédate atrás —Y corrió en dirección a los otros hombres, mosquete en mano.

Senna se levantó la falda. No tenía intenciones de quedarse donde estaba. Cuando él vio que lo seguía, le lanzó una mirada exasperada, antes de jalarla tras de sí. Ya en la barandilla, Joshen la hizo agacharse de un tirón y se colocó a su lado. Cargó el mosquete y echó el percutor hacia atrás.

Mirando por encima del hombro del muchacho, ella vio las estrellas y la luna, que brillaban con fuerza sobre dos botes, llenos de marineros, que huían.

Parknel descansó su mosquete sobre la baranda y habló —Elijan un objetivo con cuidado y abran fuego a volunta’ —. Levantó la vista, entrecerrando los ojos al viento que tironeaba de su barba. —Brisa ligera, desde el oeste —. Reajustó el mosquete.

Senna no pudo evitar sobresaltarse, cuando los mosquetes abrieron fuego. De las bocas de las armas brotaron bocanadas de humo azul y negro. Joshen y los demás recargaron. Parknel fue el primero en estar listo para volver a disparar. Después de otra ronda de disparos, el Capitán levantó la mano. —Ahora están demasiado lejos, hombres. —Sacudió la cabeza —. Me pregunto de qué se trata esto. Debieron sabe’ que los veríamos y ninguno de ellos estaba armado.

Joshen miró a Senna, con recelo. —¿Permiso para vigilar esta noche, Capitán?

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Parknel no dejó de advertir la mirada de Joshen. —Concedido. Mantengan un ojo alerta, muchachos. Tengo la sensacio’ que podrían estar planeando algo más para esta noche.

—Joshen… —comenzó ella.

—Regresa al camarote, Senna. No deberías estar a la vista.

Ella frunció los labios, pero no discutió. Una vez en el interior, cerró la puerta, sin hacer ruido.

Tarten debe estar cerca, pensó. Puedo oler las flores más maravillosas. Inhaló profundo por la nariz. De repente, se sintió muy cansada. Frotándose los ojos, acarició la cabeza de Bruke. —¿Por qué no he de estar cansada? Casi me muero hoy —. Dio un paso hacia la cama, pero sus pies estaban tan pesados que arrastró los dedos por el suelo. Parpadeó y apenas logró volver a abrir los ojos. Los entrecerró y paseó la mirada por la habitación, mientras su mente trabajaba furiosamente. Pero no podía acceder a sus pensamientos… Era como si éstos estuvieran bloqueados tras una puerta cerrada.

Pero, sólo porque la puerta estuviera cerrada con llave, no significaba que no pudiera sentir el caos tras ella. Algo andaba mal. Muy mal.

Tenía que escapar. Se tambaleó hacia atrás y su mano buscó algo en lo que apoyarse. Sólo aferró aire. Intentó enderezarse, pero su cuerpo respondió con helada rigidez. Se desplomó sobre sus piernas. El impacto la sacudió. Con un pequeño gemido, trató de arrastrarse a alguna parte. A cualquier lugar. Pero sus miembros parecían haber perdido los huesos. —¡Ayuda! —clamó, con voz ronca.

Hubo un ruido de cristales rompiéndose. Senna levantó la mirada hacia una docena de vides, del tamaño de su brazo, que serpenteaban a través de su ventana. Las reconoció como barbus, una planta mortal. Los remolinos de pánico trataron de abrumarla, pero eran como gritos distantes, detrás de la puerta donde estaban encerrados sus pensamientos. Estaba tan cansada.

Bruke tropezó de lado. Aunque sus patas temblaban, se abrió paso entre Senna y la planta que serpenteaba hacia ellos, con la nariz hundida en el suelo y la lengua colgando.

Apareció una silueta, contra el marco de la ventana. Incluso con el rostro oculto por la oscuridad, Senna la reconoció. Wardof había ido a por ella. Bruke gruñó y luego se

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tambaleó hacia el costado. Las lágrimas asomaron a los ojos de la muchacha. El can tendría que haber colapsado hacía mucho tiempo.

Pero Senna sabía que el perro estaba tan impotente como ella. Vides y flores, ahora cubrían la mitad de la habitación. Parte de ella quería ceder ante el enorme peso de la presión. Quería dormir. Pero la otra parte sabía que, si lo hacía, sus ojos nunca se volverían a abrir.

Wardof apuntó un mosquete hacia ella.

Eso era todo. Al mirar el cañón del arma, su cuerpo entró en pánico y Senna luchó para liberarse de la droga.

Con un súbito estallido, Bruke soltó un ladrido feroz y se lanzó hacia delante. El arma disparó. Sus oídos sonaron como campanas. El cuerpo de Bruke se sacudió, golpeó contra el suelo y ya no se movió.

¡No!, gritó su mente. ¡No! ¡No!. Senna clavó las uñas en el suelo de madera y se arrastró hacia él. ¿Bruke? Su boca formó las palabras, pero ningún sonido brotó de ésta. Su brazo cayó en un charco de sangre caliente, pegajosa. Cogió un puñado de pelaje y tiró.

Bruke no respondió.

Un destello de acero brilló en la mano de Wardof.

La rabia hirvió en el interior de Senna. Deseó tener la fuerza para general cualquier maldición que pudiera brotarle en el cuerpo. ¡Con cada paso que Wardof diera, las plantas a su alrededor se marchitarían y morirían! ¡La comida que se llevara a la boca se pudriría, antes que pudiera saborear la dulzura de la Tierra! Pero estaba tan débil como un bebé, mientras él avanzaba hacia ella con un cuchillo. Iba a morir.

Senna oyó que se abría la puerta tras ella y un ruido enorme, como numerosos cuerpos que colapsaran. —¡Aguanten la respiración! —Reconoció la voz de Parknel.

Wardof se abalanzó sobre ella. Las balas zumbaron alrededor del hombre, golpearon la madera de la nave e hicieron añicos el vidrio que quedaba. El cazador dilató las fosas nasales y, con la cara roja por la falta de aire, corrió hacia la ventana. Y luego, había desaparecido con el sonido de un chapoteo.

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Parknel apareció junto a ella, mientras sus ojos rastrillaban la habitación. El Capitán liberó su cuchillo de un tirón, se dejó caer a su lado y comenzó a cortar algo. Senna bajó la mirada. El barbus había serpenteado alrededor de sus piernas.

No lo había notado.

Senna sintió unas manos familiares sobre su espalda, que tiraban de ella hacia atrás. Entonces, se percató que la planta se había enredado, por completo, en la mitad inferior del cuerpo de Bruke. Se estiró hacia él, rogando en silencio que Joshen no lo pasara por alto.

En el momento en que Senna respiró el aire limpio, se abrió, poco a poco, la puerta que había encerrado sus pensamientos. Alguien había enviado la planta barbus tras ella. La lucha con mosquetes sólo había sido una distracción. Si no fuera por el ladrido de Bruke, los marineros habrían llegado demasiado tarde para ayudarla. Y además, él se había lanzado sobre Wardof y recibido la bala destinada a ella. Le había salvado la vida. Senna miró los ojos grises de Joshen, cuando éste se inclinó sobre ella. —Bruke —logró decir.

Los ojos de Joshen se abrieron como platos. Corrió de regreso a la habitación. Volvió a aparecer, arrastrando a un dormido Parknel por el cuello de la camisa, y a Bruke por el pelaje de la nuca. Respirando con dificultad, el muchacho indicó a algunos de los otros marineros —¡No se queden allí de pie, saquen a esos hombres! ¡Y que alguien le dispare a ese bote que huye!

Gradualmente, el entumecimiento en los miembros de Senna se desvaneció. El ruido de mosquetes disparando rompió la calma. Temblando, se arrastró hacia Bruke. El pecho ensangrentado del perro subía levemente. No estaba muerto. Ella cerró los ojos, aliviada. Se arrancó el manto, para apretarlo contra la herida.

Los dedos de Joshen buscaron un orificio de salida. —No puedo encontrarlo. Pero, al menos, el sangrado parece estar disminuyendo.

Bruke se quedó profundamente, como si soñara. Parknel y los demás comenzaron a moverse.

—¡Senna! —clamó Joshen.

Ella levantó la cabeza. El barbus serpenteaba por toda la habitación. Las nocivas flores color naranja, llenaban el aire con su fragancia dulce

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y mortal. Si no lo detenía, todo el grupo se desplomaría.

Joshen se hizo cargo de presionar el paño sobre el pecho de Bruke. Ella se levantó tambaleante y cantó.

¡Barbus! ¡Te ordeno retirarte! ¡En tu oscura hazaña, no debes perpetuarte!

El barbus se estremeció y siguió adelante. Senna avanzó un paso, para bloquear el desarrollo, y repitió su canción. La planta se arqueó, tratando de encontrar un camino para rodearla. Ella cantó con más fuerza. Temblando, el barbus se alejó un poco. Y luego, un poco más.

Aún cantando, Senna se detuvo en el exterior del camarote, indispuesta por respirar el aire contaminado. Cuando la planta se hubo retirado por completo, llamó al viento, para que éste recorra la habitación. Con el cabello batiéndose locamente sobre ella, dio un paso al interior. A un lado de la ventana, había una planta en una maceta, con las vides esforzándose, hambrientas, contra su canción. Sin dudarlo un instante, la empujó. No se detuvo a verla caer en las olas.

Senna corrió hacia Bruke. El perro no se había movido y sus dientes estaban ligeramente al descubierto.

Joshen extendió una mano hacia ella. —Lo siento, Senna. Está muerto.

Ella parpadeó, sin querer creerlo. —Me salvó la vida. Esa bala era para mí —. El dolor le golpeó el pechó y cavó inmensos túneles por todo el cuerpo… Un dolor mucho más profundo y de mayor alcance, que el que podía causar la bala de un mosquete o el transformarse en una foca. Se abrazó a sí misma, deseando la muerte. Lo inevitable de Wardof, matándola a ella y a todo lo que amara, le provocó un nudo retorcido en el estómago. —Él nunca se detendrá. No lo hará, hasta que se lo lleve todo —. Las lágrimas caían silenciosas por sus mejillas, mientras ella se mecía hacia atrás y hacia delante.

—Eso no es cierto —respondió Parknel, suavemente. —Balance, Senna. El bien y el mal; la alegría y la tristeza. Todas las cosas se esfuerza’ por mantener el equilibrio. Y eso significa que las cosas, buenas y malas, terminan. Algún día, también esto lo hará —. Forcejeó para sentarse —. Joshen, llévala al interior y quédate con ella. —Su rostro perdió la suavidad —. Todos los demás, a la cama o a sus puestos. El viento nos impulsa y ningún remero podrá alcanzarno’. Incluso si estamos en un barco lleno de

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agujeros —. Echó un vistazo a las estrellas y sus rasgos se oscurecieron —. Además, estamos más cerca de Tarten de lo que pensábamo’. Estaría dispuesto a apostar que, en algún momento de mañana, veremos tierra.

* * *

Aturdida, Senna se situó ante los dientes irregulares de lo que quedaba de la ventana de Parknel y observó el vasto paisaje de Tarten. Esta Tierra, que Espen había elegido para atrapar a las Guardianas, era realmente hermosa.

Había montañas elevadas, pero eran montañas diferentes a cualquiera que Senna hubiera visto alguna vez. No era un ascenso gradual. No había indicios de una montaña, hasta que, de repente, se impulsaban desde la selva en un ángulo increíble. Ni siquiera tenían pico, sino que eran redondeadas en la cima. Aún así, imposible como parecía, había ciudades en algunas de esas montañas. Carpel, la mayor ciudad de Tarten, parecía tallada sobre la piedra, con el Edificio del Capitolio brillando, blanco, sobre la cúspide.

—Es tan hermoso —dijo Joshen.

Senna no tenía la energía para responder. Desde que se había disipado la niebla, el aire resultaba pesado y caliente, lo que la dejaba pegajosa y aturdida. Sintió los ojos del muchacho sobre ella. —Después que Parknel nos encuentre algún sitio distante, para llevarnos a la orilla, ¿cómo haremos para encontrarlas? —. El sonido de su voz era grato a los oídos.

Senna cruzó los brazos sobre el pecho. —Yo las encontraré. No tú. Tú no eres más que una carga para mí —. Sabía que no estaba siendo justa. Si no fuera por Joshen, nunca habría llegado tan lejos. Por alguna inimaginable razón, eso la enfurecía.

Él tensó la mandíbula. —¿Y si Wardof y Garg te encuentran? ¿Qué pasará, entonces?

Ella se encogió de hombros. —Soy una Bruja. Wardof y Garg no representan ningún peligro para mí.

Joshen se apartó, con los ojos brillantes de cólera. —¿Al igual que tus últimos encuentros con ellos?

¿Él no podía entender que debía continuar sola? Tenía que ser lo suficientemente fuerte, sin él. —Voy a estar alerta. Yo…

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—¡No puedes estar alerta cada segundo de cada día! ¿No te diste cuenta de ello, ayer por la noche?

Ayer por la noche. Bruke. Senna intentó hablar, pero las palabras le salieron rotas. —Mi culpa. Siempre es mi culpa… —sacudió la cabeza y lo intentó otra vez. —Quiero verlo.

Joshen dejó de caminar de lado a lado. —Ya se ha ido, Senna.

Ella tomó una inspiración, profunda y estremecida. ¿Ya lo habrían arrojado por la borda? ¿Sin decírselo? ¿Sin darle la oportunidad de decirle adiós? —¿Por qué? ¿Por qué has hecho eso?

Él le apoyó una mano sobre el hombro. Ella se apartó y lo miró. Joshen suspiró. —Porque pensamos que sería más fácil, si…

Senna apretó los puños a sus costados. —¡¿Cómo te atreves?!

—Senna, yo…

La rabia se apoderó de ella y empezó a golpearlo en el pecho.

Joshen la aferró y la apretó. Le dolía el brazo lesionado, pero Senna le dio la bienvenida al dolor. Daba la bienvenida a cualquier dolor, que parara el fuego que la consumía y la quemaba desde dentro. Trató de alejarlo, pero él era mucho más fuerte. Siempre lo había sido, y lo odió más por eso. —¡No quiero volver a verte! ¡Te detesto!

Él la sacudió con fuerza. Sus ojos brillaban de furia. —¡Basta! No te voy a dejar, así que cesa de apartarme. Bruke se ha ido. Sé que lo amabas. Sé que fue uno de tus pocos amigos, pero eso es porque tú no permites que nadie más los sea. Ni yo, ni Parknel, ni Lery…¡Nadie!

Ella lo miró fijo. —¡No! Tú aún tienes a tu familia. Tu casa. Tu vida.

Joshen dio un paso atrás, con la respiración entrecortada. —Sabiendo lo que sabes ahoga, ¿aún hubieses recorrido este camino? ¿O sólo te hubieras quedado en tu tierra de Gonstower y esperado lo mejor?

Ella le dio la espalda. —Hubiera seguido a mi made. Incluso si eso significaba que Espen me capturaría. Incluso si eso significaba el fin de las Brujas. Al menos, no estaría sola.

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Joshen soltó el aire. —Y, sin embargo, tú me harías lo mismo. Quizás, eres más parecida a tu madre de lo que piensas —. Negó con la cabeza —. Lo dejé todo por ti. Todo. Y lo haría de nuevo —. Sin otra palabra, salió del camarote.

Temblando, Senna miró la puerta cerrada. ¿Realmente le estaba haciendo lo mismo a Joshen?

Sí.

La respuesta la sorprendió. Se sostuvo la cabeza entre las manos. Durante toda su vida, su madre había tratado de protegerla del peligro, escondiéndola. Pero, sin importar a lo que se pudieran enfrentar, gustosamente Senna habría estado de pie, al lado de su madre y las otras Brujas, en lugar de estar viviendo entre los que las evitaban. Cuando ella había obligado a Joshen a abandonar Haven, ¿él se habría sentido tan solo y abandonado como ella?

Joshen tenía razón, por supuesto. Tal vez, no era justo obligarlo a permanecer lejos de una batalla, que él había escogido pelear. Cuando la revelación se apoderó de ella, algo de su tensión se desvaneció. Tal vez, después de todo, no tendría que hacer eso por sí sola.

De repente, la puerta se abrió. Joshen entró a toda prisa y pareció aliviado al verla. —Lo siento. No debí…

Ella le apretó un dedo contra los labios. —Tenías razón—. Los ojos de él se dilataron, incrédulos —. ¿Realmente soy tan terca? —preguntó.

—Sí —dijo Joshen, sin dar lugar a dudas.

Senna trató de reprimir una sonrisa.

—La última vez que discrepamos —continuó él —, me amarraste y las algas me arrastraron hasta la orilla.

Ella se tragó la risa.

El rostro de Joshen se puso serio. —¿Me prometerías algo?

Ella hizo una pausa, esperando atenta.

—Prométeme que nunca volverás a hacerme eso.

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Senna se volvió hacia la ventana, con un suspiro en los labios. —¿La parte de arrastrarte a la orilla o la parte de amarrarte?

Joshen se subió la manga de la camisa, para revelar el verde círculo de la luna llena. —¿Esto sólo tiene algún tipo de significado simbólico para ti? Porque significa mucho más para mí. Significa que estoy ligado a ti. ¿Lo tomas tan a la ligera?

Al buscar en los ojos grises de Joshen, algo muy profundo se agitó en su interior. Para su alivio, algo del dolor por la muerte de Bruke se desvaneció. —Estoy tratando de enfadarme contigo, pero la verdad es que estoy furiosa conmigo misma. Si fuera lo suficientemente fuerte como para hacer esto yo sola, no tendría que ponerte en peligro. Y Bruke… —su voz se crispó, pero se sobrepuso —, aún estaría con vida.

Él se acercó un paso. —Eso fue culpa de Wardof, no tuya —. Repentinamente, Senna sintió un calor incómodo —. Y en cuanto a mí, estoy justo donde quiero estar —. Joshen le rozó la mejilla con la punta de los dedos. Un calor ardiente, casi doloroso, emanaba de su tacto. —¿Prometes dejar de apartarme?

Algo de su pánico regresó, y golpeó contra el frágil refugio de paz que Joshen le había dado. —Prometo intentarlo —. Senna sintió que la tensión se incrementaba cuando él suspiró. Sacudió la cabeza —. Pero los demás deben regresar. Atraen mucho la atención y no puedo mantenerlos a salvo.

Joshen se desplomó en la silla, frente al escritorio atornillado. —¿De verdad que no tienes ni idea de adónde ir, desde aquí?

Ella sacudió la cabeza.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer?

Senna intentó que no se demostrara su miedo. —Enfilar hacia la costa y descifrarlo.

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Traducido por Caliope Cullen Corregido por Maweyumi

a tierra parecía rodar bajo Senna. Ella se estabilizó contra la paletilla sudorosa de Knight y observó las diminutas figuras a bordo del Bruja del Mar. A esa

distancia, los agujeros en el costado de la nave parecían dientes irregulares en las fauces de un gigante. —¿Está seguro que puede regresar?

Parknel estaba cargando sus morrales con galletas duras y pescado salado. —La remendaremo’. Siempre y cuando no nos caiga ninguna tormenta importante, estaremo’ bien.

—Pero…

Parknel la sorprendió desde atrás, con un abrazo que le robó el aliento. —Ahora no te preocupes por nosotro’. Lograremos regresar. Mcbedee la reparará, directamente, en Nefalie. —Las arrugas alrededor de sus ojos se desvanecieron —. Tal vez, ustedes hayan terminado en tanto, y podremo’ volver todos juntos.

Ella cerró los ojos, para que no pudiera verse su miedo. —No. No nos espere.

El Capitán asintió con la cabeza. —De todos modos, estaremo’ aquí en un par de semanas —. Estrechó la mano de Joshen —. Eres un buen hombre. Mantenla a salvo.

Joshen bajó la mirada a sus pies, y asintió. Balanceando un hacha sobre su hombro, Parknel desapareció en la selva.

Con las piernas temblorosas, Senna se subió a la silla y suspiró de alivio. Si tan sólo pudiera escapar de las olas de calor, que rondaban sobre ella como el vapor de un horno de pan…

Joshen gruñó, mientras se enjugaba la frente con una manga. —¿Por cuál camino, Senna?

Ella lo había pensado mucho, durante su última noche insomne a bordo del Bruja del Mar. Hizo girar a Knight, hacia el pueblo que había sobrepasado el día anterior. —Si

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Espen ha creado un lugar como Haven, los tartenos deberían haberlo notado. Sólo tenemos que encontrar un modo de que nos lo digan.

Joshen apartó la mirada. —A la mayoría de los tartenos no les gusta la gente de Nefalie. Parknel dijo que, sus Cancilleres encarcelarían a cualquier Bruja que encontraran. Sabes eso, ¿verdad?

Senna dejó que Knight se abriera camino a través de la arena. —Pues bien, no les diremos que soy una Bruja. Además, si los mercaderes nefalien aún tratan con los tartenos, no puede ser tan malo. Vamos a hacer algunas preguntas indirectas en el pueblito que vimos ayer —. Esperaba que su voz sonara con un poco más de confianza de la que tenía.

Delante de ellos, un camino separaba en dos la densa jungla, y se adentraba un poco más en lo profundo de ésta. Senna se retorció, para lanzar una última mirada al Bruja del Mar, antes que el follaje se tragara el barco por completo.

Joshen jugueteaba, nervioso, con sus riendas. —Supongo que tienes razón, pero no me gusta.

Senna evaluó la selva. Era tan diferente de los bosques de su hogar… Más densa y abundante pero, al mismo tiempo, más frágil. Dudaba que una helada mortal hubiera rozado nunca esas tiernas hojas. Incluso el aroma de la tierra y cosas en crecimiento era diferente, debido a la pesada corriente subyacente de putrefacción.

Y algo más. Ella lo olfateó: fuego lento y pescado asado. Los árboles ralearon, revelando una casa, hecha de barro blanco, con techo de paja. La colada se agitaba, como fantasmas puestos en hilera. Un pequeño jardín crecía, abundante, en la tierra despejada.

—Senna —dijo Joshen, con un deje de miedo.

Ella siguió su mirada. Había estado tan ocupada estudiando la pequeña casa, que no notó un grupo de figuras, a caballo, en la distancia. Todas llevaban capas rojo sangre, con guarniciones y botones dorados. Soldados. Al menos, seis de ellos. Se formó un duro nudo en su garganta. Ruidosamente, trató de tragarlo.

Joshen señaló hacia un pequeño camino lateral, que conducía, por delante de la casa, entre dos montañas redondeadas. —Creo que, sería mejor para nosotros, que nos salgamos de la carretera principal.

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Senna no discutió cuando se volvieron hacia el sur, por el camino lleno de baches. Aún cuando parecía poco usado, ella tuvo que hacer a un lado a Knight, para permitir que pasara un oscuro hombre tarteno, que conducía una mula y un carro. El hombre la miró, boquiabierto de incredulidad.

Cuando estuvieron fuera del peligro de ser oídos, ella le susurró a Joshen. —No es posible que sepa que soy una Bruja, tan sólo con mirarme.

Él frunció el ceño, con preocupación. —¿Y si esos soldados están buscándote? —. Se lamió los labios —. Quizás sería mejor hacerlo en barco.

Una gota de sudor le corrió por la espalda y ella se estremeció. —Con la nave dañada como está, Parknel no puede huir, y no están en condiciones de afrontar otra pelea.

Joshen se giró en la silla y miró hacia atrás. Al ver la expresión de horror en su rostro, Senna también se dio la vuelta. Jadeó. Los seis soldados los habían seguido.

El hombre del carro los señaló y gritó algo ininteligible. Los seis soldados gritaron una orden inequívoca a Joshen y Senna. Algunas manos se desviaron hacia los mosquetes, atados a las sillas.

Senna se paralizó y su cerebro rehusó registrar lo que veían sus ojos.

—¡Vamos! —gritó Joshen.

Ella se inclinó sobre Knight, tanto como le fue posible, y le pateó las costillas. El caballo tomó impulso con rapidez, lanzándola hacia atrás. Senna se aferró al pomo de la silla para no caerse y volteó la mirada. Mosquete en mano, los soldados galopaban tras ellos. Pero, ¿por qué? ¿Por qué estaban persiguiéndolos? Gritó, para que el viento no se llevara lejos sus palabras. —¡Tal vez no deberíamos huir! ¡Podría ser un malentendido!

Un mosquete abrió fuego detrás de ellos. Senna se agachó. Su brazo ardía, ante el recuerdo del disparo.

Joshen le lanzó una mirada de incredulidad. —Eso no fue un malentendido —. Sacudió la cabeza, frustrado —. Knight y Stretch pueden correr más rápido en una distancia corta, ¡pero ellos no tienen más que seguir las huellas! Tenemos que escondernos.

Ella se arriesgó a mirar atrás. Joshen tenía razón. Los soldados ya se habían quedado atrás. —¿Hasta cuándo?

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Él no la miró. —No mucho.

El aire azotó a Senna y arrancó lágrimas de sus ojos, mientras buscaban una brecha en la selva impenetrable. La respiración de Knight ya sonaba entrecortada.

De repente, el camino viró a la derecha. Ella tiró de las riendas, se inclinó hacia el recodo y vislumbró algo, medio escondido, entre los árboles. Entrecerró los ojos. Eran edificios, que se confundían con las sombras de más allá del sendero. Miró hacia atrás, para ver cuán cerca estaban los soldados. La curva le bloqueaba la vista. Pero, si ella no los podía ver, ¡por las Creadoras, que ellos tampoco podrían verla! —¡Joshen! —exclamó, señalando.

Joshen hizo girar a Stretch y ambos galoparon hacia el lado ciego del edificio más cercano. La tierra roció las paredes, cuando él frenó el caballo con fuerza y saltó de la silla. Luego, lanzó todo su peso contra la puerta, para abrirla. Una bandada de gallinas marrones saltó al aire, en una explosión de plumas.

Senna entró precipitadamente al granero y saltó de su caballo. Una vaca mugió, con los ojos muy abiertos, y se apartó de ellos. Un par de caballos de arado relincharon, y se agitaron dentro de sus corrales.

Joshen atascó la puerta del granero, sumergiéndolos en la penumbra. —¿Puedes tranquilizarlos? —preguntó.

Con la voz convertida en apenas un susurro, Senna cantó.

Paz, yo les canto Ningún daño les traigo

Los animales se tranquilizaron y sólo quedó el sonido del jadeo de sus propios caballos. Ligeros rayos de luz brillaban entre las paredes de caña entrelazaba e iluminaban los remolinos de polvo. Joshen corrió hacia la otra pared y se asomó entre los juncos.

Si eso era un granero, el otro edificio tenía que ser una casa. Si un granjero alertaba a los soldados de su presencia, todo estaría perdido. Senna se apresuró a ir al lado opuesto. Contuvo el aliento, esperando una voz de alarma de Joshen o la visión de un campesino agotado que emergiera de su hogar.

Joshen dejó escapar un suspiro de alivio. —Simplemente nos pasaron de largo —. Apoyó la cabeza contra los juntos.

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Senna soltó todo el aliento. Un movimiento detrás de la puerta captó su atención. Su inhalación se convirtió en un grito de asombro. —Joshen, viene un hombre —dijo entre dientes, mientras corría a su lado.

En un solo paso, Joshen alcanzó a Stretch y desató el mosquete. Senna nunca supo cómo se las arregló para cargar el arma con una sola mano. Ella apenas si logró retirar la semilla, del tamaño de un guisante, del pequeño compartimiento de su cinturón de semillas.

La puerta se abrió, cegándolos a medias con la luz. Joshen niveló la boca del arma con el pecho del hombre. Con un grito de sorpresa, el hombre alzó las manos y dijo algo, en un idioma que Senna no entendía.

Joshen avanzó unos pasos. —¿Habla nefalien?

Los ojos del hombre se abrieron de sorpresa, antes de descansarlos sobre Senna. Su mirada le recorrió toda la ropa y se detuvo, un momento, en el cinturón de semillas. —¿Bruja?

No tenía sentido ocultarlo ahora. Con cautela, ella salió de detrás de Joshen y asintió con la cabeza.

El hombre miró por encima de sus caballos y apretó los labios en una línea delgada. Volvió a recitar algo en tarteno. Senna escuchó atenta, pero no pudo entender ni una palabra. El hombre sacó un arnés de un clavo y lo arrojó sobre uno de los caballos de tiro. Utilizando el establo como punto de apoyo, saltó sobre éste y les hizo un gesto, para que le siguieran. —Cheche.

Joshen aflojó su control sobre el mosquete. —¿Senna?

Ella sopesó al campesino, su ropa harapienta, los sucios pies descalzos y el cuerpo robusto… un hombre que se ganaba cada trozo de pan con el sudor de su cuerpo. ¿Acaso trataría de venderlos? Pero ella no tenía la sensación que fuera un rufián. Tampoco que estuviera pasando hambre. Sólo trabajaba duro. —Los soldados nos buscarán, apenas se den cuenta que hemos desaparecido.

Joshen bajó el arma. —Bien, pero él se queda al frente.

Senna montó sobre Knight.

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El hombre azotó la grupa del caballo de tiro con la cuerda de plomo y salió hacia el camino. Empezaba a llover. Sin embargo, era una lluvia diferente a cualquiera que Senna hubiera experimentado alguna vez. Era como si se hubiera abierto una represa desde arriba. No había gotas de lluvia. Sólo cortinas de agua. Y la lluvia era cálida.

Al menos, el aire ya no se sentía tan pesado.

Haciendo lo posible para conservar seca su pólvora, Joshen mantuvo un ojo sobre el hombre, mientras Senna vigilaba el camino. De repente, el granero se desvió por un camino, lo suficientemente ancho como para un solo caballo. Continuaron por otros dos kilómetros y medio, antes que éste detuviera su caballo de tiro y señalara hacia delante.

Senna miró por el costado de Joshen y vio otra pequeña casa de juncos, colocada sobre los árboles. Ella se volvió, para decirle al hombre que no entendía, pero ésta ya estaba galopando, de regreso, por donde había llegado. El suelo temblaba un poco, con cada paso de su enorme caballo.

—¿Y bien? —preguntó Senna.

Joshen se encogió de hombros. —No nos ha traído a una guarnición de soldados.

—Podría ser una trampa.

Él estudió la casa. —¿Cómo? El hombre no sabía que nos esconderíamos en su granero —señaló Joshen, quien parecía haber tomado una decisión.

El miedo agudizó los sentidos de Senna. Miríadas de sonidos jugueteaban en sus oídos…la lluvia que tamborileaba, cerdos gruñendo un poco más lejos en el bosque, el jardín clamando suavemente por su canción. Sin saber realmente el por qué, Senna respondió.

Luz disfrutarán, aire beberán Extiendan las raíces, que las hojas crecerán

Apenas terminó la canción, apareció un hombre desde el otro lado de la casa, con el rostro maravillado. —Eres una Bruja —dijo, en un nefalien perfecto.

Los gruñidos y estremecimientos de las plantas tras él, parecieron acentuar sus palabras. Senna inclinó la cabeza hacia un lado y lo estudió, a través de la fuerte lluvia.

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Su piel era un poco más clara que la de los demás tartenos. ¿Podría ser parte nefalien? —Mi nombre es Senna.

El hombre alzó una mano hacia su boca, como para contener sus emociones. —Durante mucho tiempo, hemos esperado a la última.

—¿Quién ha esperado? —preguntó Joshen, suspicaz.

El hombre se sobresaltó cuando Joshen habló, como si no se hubiera percatado de él. —Nefalie no es la única tierra con amigos de las Brujas. Y a nadie le gustan los impuestos de la Canciller Grendi —. El hombre se enjugó el agua de lluvia del rostro y echó a correr hacia su casa —. Mi nombre es Kaen. Vamos. ¡Tenemos mucho que hacer!

—¡Aguarda ahí, hombre! —exclamó Joshen. —¿Qué intentas hacer?

Kaen le lanzó una mirada seca. —¡Ayudar, estúpido! El país entero está lleno de soldados que la buscan. ¡Ahora, muévete! ¡No tenemos tiempo para retrasarnos!

—¿Cómo sabían que yo iba a venir? —preguntó Senna.

—¿Cómo lo sabía yo? —El hombre desapareció dentro de su casa.

Mientras desmontaba, Senna lanzó una mirada nerviosa al camino. ¿Los soldados ya estarían buscándoles? Temerosa que pudieran aparecer de repente, ella se levantó las faldas y corrió tras Kaen.

Joshen le bloqueó la entrada a la casa, con el brazo extendido. Luego acomodó su mosquete y se deslizó al interior. De inmediato, bajó el arma y le hizo un gesto para que lo siguiera. Una vez dentro, Senna sintió cierto alivio… de la lluvia, al menos. No creía que pudiera, alguna vez, escapar de su tristeza.

Era una habitación pequeña. Sobre el piso, se alineaban cestas con frutas y pescado salado. No había mesas o sillas, sólo tablas de madera rodeadas por más alfombras tejidas. Del techo colgaban manojos de hierbas. Un olor desconocido hizo que le lagrimearan los ojos y le picara la garganta.

Aparentemente paralizados en sus diversas tareas, una mujer y cinco niños de ojos oscuros, les lanzaron miradas de incredulidad. Con los ojos dilatados, la mujer le atizó una sarta de palabras rápidas a Kaen, quien estaba en una sala lateral; luego tomó la

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mano de Senna y la empujó hacia la sala donde había desaparecido el hombre. —Cheche.

Joshen aferró el otro brazo de Senna. —¿Qué estás haciendo?

La mujer lo ignoró y siguió tirando de Senna, hacia la habitación.

Senna no estaba segura del por qué, pero confiaba en ese hombre y su esposa. Ellos no actuaban como personas que intentaran lastimarla. Hasta donde ella podía ver, estaban corriendo un inmenso riesgo al ofrecerle ayuda. —Joshen, creo que están ayudando.

—Su nombre es Valicia. —Kaen reapareció, hizo un gesto hacia su esposa y arrojó un montón de ropas, colorinches y muy gastadas, a los brazos de Joshen —. Si valoras tu vida, póntelas.

Valicia dejó escapar otra serie de palabras. Tres chicas brincaron, para seguir a Senna a la sala lateral. Ésta parecía ser un dormitorio comunitario. Cada espacio disponible estaba lleno de alfombras cuidadosamente enrolladas y cestas con tapas.

Apenas se cerró la puerta, las chicas la despojaron de su capa y comenzaron a tirar de su vestido. Avergonzada, Senna se lo quitó por la cabeza. Éste no había llegado aún al suelo y ya le habían echado encima una túnica vibrante, para luego sostener unos pantalones holgados frente a ella. La mujer retorció el vestido de Senna, lo envolvió y le dio el bulto a la mayor de las niñas. Después de intercambiar unas pocas palabras, la muchacha desapareció por la puerta.

Valicia desenroscó la tapa de un frasco y sacó un puñado de pasta marrón. Se frotó las manos con fuerza y la untó sobre la cara, el cuello y los brazos de Senna, mientras otra hija le enrollaba un pañuelo sobre el cabello dorado. Le pusieron un sombrero sobre la cabeza. En el momento en que terminaron, arrastraron a Senna fuera de la habitación.

Ella se detuvo. Si no miraba muy de cerca, la piel de Joshen parecía tan oscura como la del niño de pie junto a él. La túnica extraña y los pantalones flojos encajaban extraños en su esbelta figura.

Kaen aferró el brazo del niño y le dijo algo en tarteno. —¡Vamos! ¡Debemos darnos prisa! —. El niño salió corriendo, saltó sobre Knight y cogió las riendas de Stretch.

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—¿Qué va a hacer con nuestros caballos? —Joshen parecía más preocupado que receloso.

—Llevarlos tan lejos como le sea posible. Si los soldados los encuentran aquí, sabrán que les estoy ayudando.

Senna observó, incrédula, cómo el hijo de Kaen desaparecía por el camino de la selva. —Pero él es sólo un niño.

El hombre gruñó. —Sí, pero es más hombre que la mayoría —. Se zambulló nuevamente en la lluvia y corrió hacia la montaña, que se elevaba detrás de la casa —. No se muevan en línea recta. No rompan la vegetación. No podemos arriesgarnos a que se vean sus rastros.

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Traducido por CairAndross Corregido por Mely

enna gimió y se aferró a la puntada en su costado. Al parecer, Knight no era el único en suavizarse durante el viaje por mar. Pero no se atrevió a disminuir la

velocidad o desperdiciar su aliento quejándose. Desde el momento en que entró en los árboles, el aire se había vuelto más y más húmedo, hasta que se sintió como si estuviera respirando agua, en lugar de aire. Al menos, el sombrero la protegía de la lluvia.

Al principio, la jungla espesa, de plantas de hojas anchas, había sido casi impenetrable. Pero, cuanto más se aventuraba al interior, más ralo se volvía el sotobosque. Senna nunca había visto árboles como ésos, anchos, de bases apuntaladas y corteza delgada. Casi no tenían ramas, hasta que se elevaban por encima de su cabeza. Incluso en los intervalos entre las tormentas, no se filtraba ninguna luz a través de la alta copa de los árboles. Gritos extraños y sorprendentes, los rodeaban. Enormes palomas fastidiaban desde todos los ángulos, para morder y picar. Y había serpientes. De las grandes. Por las Creadoras, pensó, que quisiera enterrar la cabeza entre los brazos y esconderme.

Justo cuando ella empezaba a perder toda esperanza de parar, Kaen se detuvo junto a una pendiente aguda. El hombre se inclinó y tiró de una roca plana. —¡Ayúdame!

Joshen se agachó y empujó. Después de una gran cantidad de gruñidos, la roca se deslizó hacia el costado, revelando un túnel negro como la tinta. —Métanse allí, y no salgan hasta que yo venga por ustedes. ¿Entendido?

Senna le lanzó una mirada ansiosa al túnel sucio. —Yo podría cantarles a los árboles, para que nos lleven alto.

—Ése es uno de los primeros lugares, donde ellos buscarían a una Bruja —respondió Kaen. —Si quieres mi ayuda, tendrás que hacer lo que yo digo.

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Senna se estremeció, cuando se asomó al interior del estrecho túnel. ¿Quién sabe qué tipo de insectos vivirían en la roca sólida? Sin mencionar que estaría enterrada bajo miles de kilómetros de tierra y piedras. —No estoy segura de poder entrar allí.

Joshen se retorció para entrar y puso su mosquete junto a él. Le alargó las manos. —Vamos, Senna. Estaré aquí, contigo.

Ella dio un paso hacia atrás. —No puedo, Joshen.

—Sí, tú puedes. Vamos.

Ella sentía el pecho apretado y no podía captar el suficiente aire. —No, no puedo.

Joshen dejó caer la mano. —¡Senna, detente! No tienes miedo de saltar en medio del océano y perseguir una ballena, o marchar tras la Bruja más poderosa de la historia, ¿pero no puedes ocultarte en un agujero? ¡Ahora ven aquí, antes que salga yo y te entre a la fuerza!

Senna tomó una inspiración profunda y la sostuvo; luego, se escurrió junto a él. El fondo del hoyo estaba cubierto con una estera tejida, que podría haber ayudado si no estuviera húmeda y sucia. El hombre le lanzó una pequeña bolsa de cuero a Joshen. —Hay un poco de fruta y agua en el interior. Úsalo con moderación. No sé cuándo será seguro, el sacarlos de allí.

Kaen se colocó tras la roca y Joshen le ayudó a hacerla rodar sobre ellos.

Senna vio cómo desaparecía lo último de la luz. A medida que sus ojos se acostumbraban, pudo observar las raíces que colgaban sobre ellos. Se estiró y sus pies rozaron el final del túnel. —No es mucho más profundo que una tumba —murmuró.

—Bueno, al menos estamos fuera de la lluvia.

Senna lanzó un gruñido. Entonces, algo le hizo cosquillas tras el cuello. —¡Joshen! —Paralizada, contuvo el aliento mientras sentía numerosas patas que se retorcían sobre su piel —¡En mi cuello!

Él cogió el insecto. —¡Ay! —Lo arrojó contra la pared. —¡Me mordió! —Lo aplastó, con la palma de la mano.

Senna chilló. ¿Qué otras cosas residían, invisibles, en la oscuridad? Empezó a temblar, incontrolablemente.

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Joshen se chupaba el dedo. —¿Una Bruja que le teme a los insectos?

Ella enterró la cabeza entre las manos.

Sin un sonido, Joshen la tomó entre sus brazos y le acarició el cabello. —Lo siento. Sólo estaba bromeando. Todo está bien, Senna. Es sólo un pequeño agujero en la tierra.

Los brazos del muchacho eran tan cálidos y reconfortantes. Ella se inclinó hacia él. Con el tiempo, todo su cuerpo se relajó.

Senna despertó en algún momento, más tarde, y levantó la cabeza del pecho de Joshen. Tenía el cabello aplastado contra el cráneo, por el sudor… de hecho, todo su cuerpo estaba pegajoso por eso. Trató de ver en la oscuridad, pero todo era negro. La noche, se dio cuenta. Y aún llovía, tan fuerte como siempre. Volvió a mirar a Joshen, pero no pudo notar nada, excepto su respiración aún profunda. Acurrucándose otra vez en sus brazos, finalmente se quedó dormida.

Cuando ella abrió los ojos por segunda vez, pilló a Joshen observándola. Él, rápidamente, apartó la mirada. —¿Cómo has dormido? —preguntó.

Sintiéndose incómoda, Senna se apartó de su pecho. Para su consternación, seguía lloviendo. —Después que logré acomodarme al fin, me sentí mucho mejor.

—¿Y el brazo?

Habían pasado casi dos semanas, desde que Wardof le disparara. Ella puso a prueba su rango de movimiento, haciendo un movimiento circular con el hombro. —No me duele, a menos que lo fuerce.

La estera crujió, cuando él sacó la bolsa de cuero. Senna olió especias y pescado. —Hay algo de pescado salado aquí, unas pocas galletas duras y, …, por la sensación, fruta. ¿Qué quieres?

—Probaré un poco de todo.

Los dos masticaron en silencio, compartiendo pequeños sorbos de agua. La fruta era bastante extraña. Dulce y áspera, aferrada tenazmente a la pepa, y que se quedaba entre sus dientes. Y ella no podía determinar qué clase de grano utilizaban para hacer el pan, pero ciertamente no era trigo, centeno, o avena, o cualquier otra cosa, con la que estuviera familiarizada.

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—Tenemos que conservar el resto. Es mejor tener poco ahora, que nada más adelante.

El estómago de Senna disintió, pero no expresó sus quejas en voz alta. Cantó suavemente, para sí, por un tiempo. Luego, recostada sobre su costado, encogió las rodillas y descansó la frente sobre éstas. —¿Qué vamos a hacer, si Kaen no regresa a por nosotros?

Aunque no lo miraba, ella estaba lo suficientemente familiarizada con la idiosincrasia de Joshen, como para saber que él tenía los labios apretados. —No podemos quedarnos aquí para siempre. ¿Podrías mover la roca con una de tus plantas?

Senna intentó mirar alrededor de la gran piedra. —Si pudiera conseguir que coopere una de las plantas del exterior…

—Si no, probablemente podríamos hacerla retroceder, pero lidiaremos con eso, siempre y cuando llegue el momento.

—¿Por qué, él tendría este túnel? ¿Y por qué habla nefalien? —se preguntó.

Joshen se tendió sobre la espalda. —Obviamente, no somos las primeras personas que oculta. No tengo idea de cómo hemos sido lo suficientemente afortunados, para encontrar a alguien que supiera de él.

—¿De veras crees que está intentando ayudarnos?

—¿Y tú?

Senna reflexionó sobre ello. —Sí. Sus acciones no fueron, para nada, las de un hombre que quisiera lastimarnos. ¿Qué…?

Joshen apretó su mano sobre la boca de ella y la atrajo hacia sí. En un principio, Senna no oyó nada, pero entonces… hubo un ligero arrastrar de pies tras la roca. Tal vez era un animal, tal vez no. De cualquier manera, permaneció inmóvil, respirando apenas. Los pasos leves se detuvieron frente a ellos. Joshen buscó, a tientas, su estuche de pólvora, mientras ella alcanzaba su cinturón de semillas.

La roca se apartó. Montones de lodo cayeron sobre ellos. La luz los cegó. Parpadeando, Senna bloqueó la luz con su mano. Medio agazapado, Joshen alzó su mosquete, como si fuera un garrote.

—¿Todo bien, allí abajo? —preguntó una voz.

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A través de sus ojos llorosos, Senna logró reconocer el rostro de Kaen.

—Estamos bien —respondió Joshen.

—¿Puedes ayudarme con esto?

Joshen alargó su mosquete a Senna y se aferró a la piedra. Entre ambos hombres, lograron hacerla retroceder. Joshen saltó y ayudó a Senna a salir del agujero. Ella estiró sus músculos acalambrados y se sacudió la suciedad de las ropas prestadas.

—Antes… —le preguntó Joshen a Kaen. —¿Tú dijiste que los soldados estaban buscando a Senna?

Kaen resopló. —La Canciller Grendi ha rondado, secretamente, a las Brujas, durante años. Recientemente, se ha vuelto no-tan-secreto. Las divisiones han estado patrullando los caminos y ofreciendo una recompensa por la captura de Senna, desde hace una semana. Mis Amigos de las Brujas y yo, hemos estado en alerta, esperando encontrarte primero, pero no tenemos los recursos o la cantidad de soldados.

—¿Por “amigos” quieres decir “simpatizantes”? —preguntó Joshen.

Kaen asintió con la cabeza.

Joshen le lanzó una mirada protectora. —¿Cómo sabían que íbamos a venir?

Kaen se encogió de hombros. —¿Espías? ¿Adivinos? Eso no importa. Lo que importa, es que la mantendremos a salvo. —Les alargó dos paquetes, a cambio de la vieja bolsa —. Vamos. Por aquí.

Joshen trotó, para alcanzarlo. —¿Cómo planeas mantenerla a salvo?

—Hemos tendido una red subterránea, para los que logran llamar la atención de Grendi. Los ayudaremos a escapar de Tarten —gruñó Kaen, mientras avanzaban trabajosamente por la selva, en un camino irregular, casi serpenteante. Cargaba un arma que era mitad espada, mitad cuchillo. Estaba curvada en un extremo. —Machete —explicó, al advertir las miradas.

Senna cruzó los brazos y se plantó en sus pies. —No estoy tratando de escapar. Estoy tratando de encontrar a Espen.

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Kaen se detuvo en seco y giró para enfrentarla. —¿Espen? ¿La Bruja? Ella ha sido enemiga de las Guardianas…, incluso Grendi le teme. ¿Qué sucederá cuando te atrape, como a las otras? ¿Quién va a impedir, entonces, que cause estragos en la naturaleza?

Senna sacudió la cabeza. —Tú no entiendes. No puedo contrarrestar los efectos de sus canciones. Sólo puedo atemperarlos… a duras penas. Cuanto más me esconda yo, más daño va a causar ella.

Kaen movió lentamente la cabeza. —Incluso si tú te las arreglas para liberarlas, nunca llegarás a Tarten…no con el grupo principal.

Senna frunció los labios. —Ahora no puedo preocuparme por eso.

Kaen se frotó las sienes, como si padeciera un gran dolor de cabeza. —¿Qué puedes hacer tú, que las demás no?

Senna le sostuvo la mirada.

Tras un largo silencio, el hombre suspiró y se dirigió en una dirección diferente. —Durante años, he ayudado a otros a escapar de Grendi y Espen. Ahora, voy a llevar nuestra única esperanza, directamente a sus garras. Espero no estar equivocado.

Senna desvió la mirada. También ella esperaba que no lo estuviera.

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Traducido por CairAndross Corregido por Fangtasiia

l recuerdo de su último encuentro con los soldados aún estaba fuerte en la mente de Senna, cuando separó en dos el denso follaje. Los dedos del miedo

erizaron los vellos de su cuello, mientras escrutaba el camino, en busca de alguna señal de los soldados rojos. Se le atascó el aliento en la garganta, ante la visión de una magnífica ciudad blanca, arraigada en la montaña del mismo modo que una vid crece en un parral. Kaen apretó los dedos contra sus labios. Ella ya sabía que tenían que ser sigilosos.

Kaen dejó caer su mochila. —Ésa es Shiok. Allí tenemos un contacto bien posicionado. Pero primero, necesito comprobar si hay soldados. Si están por aquí, seguiremos a la próxima ciudad. Esperen en este lugar —. Avanzó y aguardó a por un momento de calma entre los transeúntes, antes de exponerse.

Senna y Joshen se escondieron tras un enorme helecho. Con la espalda apoyada contra un árbol, ella se frotó un nudo en el cuello.

—¿Estás bien? —preguntó Joshen.

Ella asintió, con los ojos cerrados. —Sólo una torcedura, por acarrear el equipaje. ¿Y tú?

Él se acuclilló detrás y comenzó a frotarle el cuello. —Estamos vivos, así que no me quejo.

La fatiga de Senna se desvaneció. Empezó a sentir calor y un hormigueo en todo el cuerpo. —¿Cómo supieron los soldados, que íbamos a venir?

Joshen gruñó. —Probablemente, del mismo modo que Garg y Wardof siempre se las ingenian para escapar. Tienen que estar en comunicación con Espen, en alguna forma.

Senna se encorvó cuando sus músculos, finalmente, comenzaron a relajarse. —¿Al otro lado del océano? ¿Eso es posible?

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Joshen se sacudió las manos y se dejó caer junto a ella. —No hay forma en que los marineros del Galán Verde hayan alcanzado la ribera de Tarten, antes que nosotros. Sin embargo, los soldados parecían saber dónde tocamos tierra. No puede ser una coincidencia.

Rehusando preocuparse, Senna apoyó la cabeza en el hombro de él.

Se despertó, cuando Joshen la sacudió. Kaen estaba en cuclillas, junto a ellos. —Vamos. En esta mañana, no hay soldados.

Senna hizo una pausa, en el borde de la jungla. La última vez que dejara la seguridad de las sombras por lo desconocido, había sido en el camino a Perchance. Ésta era una ciudad diferente, en un continente diferente, pero se sentía igual… extranjera y abrumadora.

Joshen le devolvió la mirada, concentrado en cosas que ella preferiría que no conociera. El muchacho le tendió la mano. —Estoy aquí —. Con una inspiración para calmarse, ella la tomó y dio un paso hacia delante.

En voz baja, Kaen dijo —No importa lo que suceda, ninguno de los dos debe decir ni una palabra. ¿Entendido?

Senna y Joshen asintieron. Kaen bajó la cabeza, como un toro a punto de embestir, y se adelantó.

Senna tuvo que trotar, para mantener el ritmo de los largos pasos de los dos hombres. El tráfico de peatones aumentó, a medida que se acercaban a la ciudad. Como lo había hecho la mayor parte de su vida, Senna mantuvo la cabeza baja, concentrada en volverse invisible. Si alguien aparecía en su camino, ella se hacía a un lado.

Joshen la miró con desaprobación. —Son ellos los que deberían apartarse de tu camino.

Senna no respondió y agradeció que él no la presionara.

Entretejidas en la jungla que rodeaba la ciudad, había casas de caña, con hojas de palma a guisa de techos. La gente, vestida con ropas sueltas, caminaba hacia sus tareas mundanas con los ojos hundidos. Los pasos de Senna se acortaron considerablemente, al seguir el camino, sinuoso y empinado, en la base de la montaña. No le llevó demasiado tiempo, el darse cuenta que Shiok también estaba sobre el mar.

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Eventualmente, las paredes de caña y los techos de palmas fueron reemplazados por estuco blanco y pizarras. A unos dos tercios del camino hacia la montaña, el sendero se convirtió en escalinatas, y las paredes de estuco fueron reemplazadas por mansiones de piedra blanca, encerradas por altos muros… en cuyo interior se podrían amontonar decenas de las chozas de caña, y aún sobraría espacio. A pesar de sus esfuerzos por evitarlo, Senna se descubrió mirándolo todo, con asombro.

Ambos se sorprendieron, cuando Kaen abrió la puerta lateral de una de estas casas y se deslizó hacia el patio. Sintiendo su mano sudorosa dentro de la de Joshen, Senna lo siguió. Kaen hizo caso omiso de la entrada principal, siguió su camino hacia el fondo y abrió la puerta, sin ninguna precaución. Rodeada por elaboradas almohadas, había una mesa, que no le llegaba más allá del tobillo, cubierta de alimentos. Sin aliento, Senna esperó a que aparezca alguien y los echara de la casa. Pero no había ni un alma a la vista. —Coman rápido —ordenó Kaen, mientras se sentaba en uno de los cojines.

El estómago de Senna gruñó, en aceptación. Intentando no ensuciar la almohada, se sentó con cautela y examinó los alimentos que había frente a ella. Una sopa dorada picante, un pan plano y redondo, y un cuenco lleno con una extraña mezcla de frutas y carnes. Miró a su alrededor, en busca de una cuchara.

Kaen tomó su cuenco y comenzó a beber. Ella parpadeó. ¿En Tarten no se usaban cucharas? Siguiendo su ejemplo, Senna cogió el bol y sorbió un trago. Era cremoso, con un sabor especiado pero suave. Se había enfriado. Incluso así, el sudor brotó sobre su labio superior. Ella tosió y miró a Joshen.

Los ojos de él se habían dilatado con el primer trago. —Esto está bueno —. Con una sonrisa, bebió varios sorbos.

Ella alzó el cuenco y tomó otro trago tentativo. Si bebía, el picante era soportable, pero cuando se detenía, le ardía la boca. El sudor sobre su labio se había extendido hacia la frente. Bebió lo último del líquido, puso el cuenco a un lado y estudió la mezcla de frutas y carnes y el pan circular. Sin ningún tipo de utensilios, ¿qué se suponía que debía hacer?

Kaen debió notar su vacilación. El hombre partió el pan circular en trozos y los usó como cuchara, para tomar sus frutas y carnes. —Hun’eden. Significa “cuchara de pan”.

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Senna cortó el pan cuidadosamente y lo metió en la mezcla. Cuando intentó tomar un bocado, el pan colapsó y su barbilla se cubrió con salsa. Su rostro enrojeció de vergüenza.

Joshen no tenía mejor suerte, pero a él no parecía importarle. Chupándose los dedos con fruición, se llevó el cuenco a la boca y atiborró la mezcla con pan, otra vez. —Ésta podría ser la mejor comida que nunca he tenido.

—Eso es porque te la puedes comer con los dedos —se quejó Senna.

Joshen rió. —Probablemente, tienes razón.

Kaen se aclaró la garganta. —Sostén el cuenco bajo tu boca.

Ella siguió sus instrucciones y le dio un mordisco tentativo. Fue un sabor, potente al principio, seguido por una fuerte dulzura. Una fruta blanda inundó su boca con jugo. Sus ojos se abrieron con incredulidad, mientras paladeaba la extraña combinación en su lengua. Ya con su segunda cuchara de pan, Joshen observó su reacción, divertido. —Bueno. ¿No es cierto?

Senna sacudió la cabeza, mientras tomaba otro bocado. —Es delicioso, ¡pero tan extraño! ¿Carne mezclada con frutas? —. En Nefalie, la carne se sazonaba con sal, hierbas y vegetales. Nunca había comido carne endulzada.

Joshen escarbó su cuenco y usó el pan para llevarse los restos a la boca. —Lo sé. No puedo entender por qué mi madre nunca pensó en esto. —Llenó otro cuenco y lo devoró.

—¿Más? —preguntó Kaen.

El pensamiento de ingerir cualquier otro plato, le hizo curvar el labio. Ella sacudió la cabeza. Joshen se echó hacia atrás y se frotó el estómago. —Si tan sólo pudiera encontrar una habitación.

Kaen sacudió la cabeza y la diversión titiló en sus ojos. —Vengan conmigo —. Los condujo por un hermoso conjunto de escaleras, hasta un patio cubierto, en el que había un pequeño lago rodeado de piedras. —Senna, si lo deseas, puedes darte un baño.

Senna jadeó ante el gran charco. —¿Eso es una tina de baño?

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—Sí —. Kaen señaló una pequeña mesa, que estaba cubierta con enormes toallas y varios tipos de jabón.

Demasiado sorprendida para hacer algo más, ella asintió.

—Joshen, si quieres acompañarme…

Ambos desaparecieron, dejando sola a Senna. Ella estudió, concienzudamente, el espacio amplio y luminoso. Se quitó la ropa, pero dudó antes de entrar al baño. Era lo suficientemente grande como para seis o siete mujeres. Se inclinó y examinó, rápidamente, la superficie del agua. —Más limpia que agua de pozo —murmuró.

Conteniendo la respiración, se sumergió. Estaba fría, pero no helada, y era de un bonito color azul. A medida que empleaba el jabón, la pasta color marrón le corría en riachuelos por la piel. Se sintió culpable, por manchar el agua limpia. Su cuerpo ardía en deseos de relajarse y disfrutar de la frescura, después del pegajoso calor de la selva. Pero se apresuró, temerosa que los hombres regresaran antes que pudiera terminar.

Estaba tan paranoica, que casi saltó fuera de su pellejo, cuando entró una mujer de piel oscura. Una escandalosa túnica púrpura con un revestimiento de gasa dorada, flotaba alrededor de ella como adorables mariposas. Era, fácilmente, la mujer más hermosa y exótica que Senna hubiera visto nunca. Y joven. No podía ser más que unos pocos años mayor que ella.

La mujer sonrió con facilidad. —Lo siento. ¿Te asusté?

Escudándose contra la pared de la tina, Senna tartamudeó. —Es-está bien.

—Mi nombre es Ciara. Había pensado en unirme a ti, pero tenía cosas que ver. Tú me entiendes, ¿no es cierto? —Senna asintió —. Bien, ¿casi has terminado, entonces? —Senna volvió a asentir —. Muy bien. Sal y te ayudaré a vestirte.

Senna tragó saliva. —¿Ayudarme?

Ciara se apoderó de una amplia toalla, con una expresión divertida en su bello rostro. —Bueno, yo sé que las sirvientas suelen hacer este tipo de cosas, pero no puedo dejarlas averiguar mi pequeño pasatiempo, ¿no? —Rió, antes de coger la mano de Senna y tirar de ella.

Temerosa de ofenderla, Senna se dejó jalar fuera del agua. Pero, en lugar de envolverla en la toalla, Ciara le frotó, con fuerza, la piel y el cabello.

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Senna quedó boquiabierta, con su cuerpo paralizado entre el deseo de correr y el de alejar a la mujer de un empujón. Después de hacer correr la toalla por su cabello una vez más, Ciara se hizo a un lado y se dirigió a una puerta diferente. —Vamos, querida, no debemos demorarnos.

Senna cogió la toalla y se la llevó al pecho. —¡Pero no estoy vestida!

Ciara giró, con la sorpresa escrita en los rasgos. —Bueno, no tienes frío, ¿o sí? Pensé que hacía bastante calor aquí, pero quizás… —. Se interrumpió, y entonces, sus ojos se dilataron. —¡Oh! ¿Sientes vergüenza por estar desnuda?

Senna se las arregló para asentir, miserablemente.

El ceño de la mujer se acentuó. —¿Incluso frente a otras mujeres?

Senna volvió a asentir.

Ciara suspiró, exasperada. —Mi habitación está justo aquí. Allí hay ropas para ti —. Chasqueó la lengua, mientras sacaba una túnica hermosa y exquisitamente confeccionada —. En Tarten, todas las mujeres se bañan juntas, al igual que los hombres. Estoy segura que es lo que Joshen y Kaen están haciendo, en este momento. Y pensar… —se rió entre dientes. —Estaba preocupada porque estuvieras ofendida, dado que no me había unido a ti.

Al igual que Valicia, Ciara ayudó a Senna a vestir una túnica que rivalizaba con la de ella. —Me temo que es demasiado complicado viajar con esta vestimenta, pero los soldados están buscando a un hombre y una mujer de Nefalie, vestidos como Palurdos, así que la ropa de Clase debería llevarte más allá de cualquier sospecha. También te dará una excusa para tu silencio. Las mujeres de Clase no se dignan a hablar con Palurdos o Medianos… eso incluye a los soldados. Además, los soldados creen que te estás alejando del reino de Espen, no viajando a través de éste. Debes hacerlo bien.

Senna estaba bastante segura que Ciara estaba hablando en nefalien, así que, ¿por qué no podía entender ni una palabra de lo que decía? A juzgar por los sonidos amortiguados en el exterior, estaba lloviendo otra vez. —¿Dónde están mis ropas? —preguntó, lastimera.

Ciara condujo a Senna hacia un elegante cojín. —¿Tú eres la Bruja o el Palurdo que Kaen trajo consigo?

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—La Bruja.

Ciara vertió un líquido viscoso, color marrón, sobre sus manos, y lo frotó en la piel de Senna. —Mi hermano, probablemente, las tiene con él en alguna parte. No te serviría de nada, llevar ropas de Bruja. Si los soldados deciden buscar en los equipajes de las mujeres, como estoy segura que lo harán, las encontrarían con certeza.

—¿Tu hermano?

La mujer sonrió, mientras delineaba las cejas y los ojos de Senna con una barra oscura. —Sí. Kaen y yo somos hermano y hermana.

Senna no lograba comprender de qué forma podían estar relacionados Kaen y esa mujer; la granja agrícola, de escasas dos habitaciones y piso sucio, parecía poco mejor que un gallinero comparada con esto.

Adivinando los pensamientos de Senna, Ciara lanzó un gruñido. —Mi hermano tenía mucho más capital que yo, antes que el gobierno empezara a sospechar de él. Nunca pudieron comprobar que estaba involucrado con los Amigos de las Brujas, pero, de todos modos, arruinaron financieramente a Kaen —. Suspiró y arregló el cabello de Senna en un elaborado pañuelo, que ocultaba su color —. Con el Concejo vigilando y en peligro, él ubicó aquí a su familia… Bueno, supuso que, si tenía que meterse en lo más profundo de la clandestinidad, yo podía cuidar de su esposa e hijos. Valicia montó un espectáculo muy público de desaprobación, para deshacerse de cualquier sospecha. Todo el mundo cree, aún, que ella nunca conoció su participación.

Ciara sonrió, ampliamente.

—¡Ambas podemos ser muy buenas actrices, cuando es necesario! —La mujer se rió de su propia broma, antes de ponerse seria de nuevo —. Bueno, no hay nada que pueda hacer por tus ojos, pero no es extraño que una mujer tartena tenga ojos que no sean marrones —. Miró a Senna de arriba abajo, antes de asentir. —Eres una niña muy bonita. No una de las grandes bellezas, quizás, pero muy lejos de alguien común. Eso podría trabajar a tu favor, ¿sabes?

Senna se ruborizó furiosamente, antes de desviar la mirada.

Ciara se echó a reír, con un sonido tintineante como agua sobre cristales. Abrió la puerta y salió. A cierta distancia, Senna siguió a la mujer hasta una amplia habitación.

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Allí se detuvo y miró a Joshen, mientras él se daba la vuelta. El muchacho sonrió. —¿Nobleza de Tarten?

Senna se sonrojó y le alegró que nadie pudiese notarlo, bajo su nuevo color de piel.

Ciara apoyó una mano delicada sobre el hombro de Kaen. —Ven, hermano mayor. Tenemos que hacerlo ahora.

Kaen sonrió con tristeza. —Hagamos un buen espectáculo de ello, querida hermana.

El comportamiento alegre de Ciara se evaporó. Comenzó a chillar en tarteno. Kaen gruñó divertido, antes que su rostro se desfigurara en cantidades iguales de rabia y desesperación. Su discusión a gritos se trasladó a la cocina, donde Kaen empujó brazadas cargadas de alimentos dentro de su mochila. Con un guiño a Joshen y Senna, salió por la puerta trasera, en el mismo momento en que los sirvientes empezaban a aparecer, poco a poco.

Uno de los sirvientes varones cogió el brazo de Kaen. Éste forcejeó para liberarse y le lanzó una mirada de desprecio al hombre, antes de enderezar su túnica hecha jirones y desaparecer. Tan pronto como se perdió de vista, Ciara apretujó el hombro de Senna y empezó a repetir las mismas palabras sin sentido.

La actuación de Ciara debió funcionar, porque sus sirvientes la observaban con un alto grado de compasión. Luchando por recuperar la compostura, ésta les dirigió unas cuantas palabras tranquilizadoras. Sus grandes ojos brillaban como piscinas oscuras. Aunque sabía la verdad, Senna se encontró creyendo en su mirada sincera. Con unas pocas y sentidas reverencias, la servidumbre regresó a sus tareas.

Cuando el último se hubo ido, Ciara les hizo un gesto para que la siguieran. Senna la miró, preguntándose en qué tipo de problemas se habría metido para ayudarles. Sólo cuando estuvieron a buen recaudo de la casa, les dijo que había dado advertencia de la presencia de personas de Nefalie. —Les dije que, si venían a casa, se encontrarían con Kaen aquí. Después de denunciar sus acciones, lamenté cuán duro fue darle la espalda…es mi hermano, después de todo. Les pedí que nos dieran un tiempo a solas. Creo que los sirvientes me creyeron, ¿no?

—Yo casi me lo creí —comentó Joshen, claramente impresionado.

Senna le lanzó una mirada oscura. Él miraba a Ciara con una mezcla de admiración y respeto.

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Ciara sonrió con timidez. —Tú debes ser Joshen, el Protector de Senna.

Él cuadró los hombros. —Ése soy yo.

Una punzada de envidia latía en las venas de Senna. Ciara era todo lo que ella no… bella, madura, rica. ¿Cómo podría Joshen, no comparar sus largas y esbeltas curvas con las formas cortas y pequeñas de Senna? ¿Su largo cabello oscuro, su piel perfecta y sus ricos ojos verdes, con los ojos amarillo-verdosos y el cabello desgreñado del color de la paja de Senna?

—Vengan, entonces. Les he dicho a mis sirvientes que sólo hemos hecho una larga pausa aquí, lo suficiente para refrescarnos antes que sigan su viaje hasta su hogar en Zaen, la última ciudad antes del reino de Espen.

—¿Y tú vendrás con nosotros, más allá de ese punto? —preguntó Senna, con un toque de calor.

La jovialidad de Ciara se desvaneció. —No me atrevo a cruzar la frontera de Zaen. No sólo porque está prohibido, sino porque esa jungla es oscuridad.

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Traducido por katiliz94 Corregido por CairAndross

on un paraguas sobre su lujurioso cabello, Ciara los condujo a un carruaje cubierto, con asientos acolchados y una fina pareja de palominos a juego. Un

olor especiado surgía a través de la puerta abierta, lo que hizo picar la nariz de Senna. El carruaje apenas se cimbró, cuando Ciara trepó a éste y se sentó junto a Joshen. Senna los observó, mientras hablaban y comían los manjares de Ciara, y deseó estrangularlos a ambos. Ella tomó el asiento opuesto y se derrumbó en una esquina. Con una suave sacudida, el carruaje comenzó a avanzar.

Joshen y Ciara continuaron comiendo y riendo, sin siquiera notar a Senna. De hecho, Joshen parecía tan divertido, conversando con Ciara en susurros (para que el conductor no los oyera hablando en nefalien), que Senna deseó poder fundirse en las paredes y desaparecer. Pero, más que nada, quería irse a casa. Cuanto más se acercaba al reino de Espen, más segundos de su vida se alejaban.

El camino serpenteaba alrededor de las enormes montañas en forma de cúpula. Sin nada más para hacer, Senna estudió el campo y a los campesinos, a través de la vaporosa lluvia. Parecía ser que en Tarten había pocos Medianos y casi nadie de Clase. La gran mayoría eran Palurdos.

—Ciara… —Senna interrumpió la conversación. Los otros dos parecieron sorprendidos que ella estuviera allí. —¿Dónde has aprendido a hablar nefalien?

Ciara suspiró y miró hacia otro lado. —Mi padre era un Protector. Se casó con mi madre en Nefalie, durante la guerra. Después que su Bruja desapareciera, él nos trajo a Tarten.

—¿Él te trajo de regreso aquí? —preguntó Senna, incrédula.

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—Sí. Pero mi madre era de Nefalien, por lo que su matrimonio no fue reconocido. Oficialmente, ella era su concubina, por lo que yo nunca pude casarme. Como ves, aunque tengo dinero de sobra, no poseo un nacimiento legítimo —. Su semblante triste se derritió, como mantequilla al sol caliente —. Y ahora, conoces mi ignominia —dijo, dramáticamente.

Inmediatamente, Joshen y Ciara reiniciaron su conversación donde la habían dejado. Senna regresó a su ventana. Con el tiempo, la lluvia se detuvo otra vez. Las casas se hicieron más frecuentes y el camino, más concurrido. Pasaron soldados. Senna se descubrió tratando de ocultarse de cualquier mirada que pudiera colarse a través del cristal. El carruaje ralentizó su velocidad.

—Nos estamos acercando a las puertas de la ciudad. Ustedes dos, permanezcan en silencio y actúen tan engreídos como les sea posible —susurró Ciara. Miró a Senna de arriba abajo, con el ceño fruncido en señal de desaprobación. —Postura, Senna. Eres de Clase, ¿recuerdas?

A regañadientes, Senna se sentó derecha y cuadró los hombros. No quería actuar como la Clase de Ciara… snob y rica.

El carruaje se detuvo. Cuando un guardia con túnica roja se inclinó y habló, el corazón de Senna salió disparado a su garganta. Ciara levantó su delicada nariz y respondió. Senna hizo lo imposible para aparentar desinterés ante las preguntas del soldado, mientras su sangre latía en las yemas de sus dedos. El rostro del hombre se ensombreció e hizo señas para que den un paso al costado. La irascibilidad se incrementó en la voz de Ciara. El guardia abrió la puerta de un tirón y gritó una orden.

Ciara se volvió hacia ellos. Las líneas alrededor de sus ojos traicionaban su ansiedad. Dijo algo. Senna captó una palabra. “Cheche”. La misma palabra que había usado el granjero cuando les indicó que lo siguieran, la misma palabra que había usado la esposa de Kaen cuando arrastró a Senna a su habitación. Supuso que significaba “ven”.

El guardia mantuvo abierta la puerta del carruaje mientras ellos salían. Joshen se quedó de pie, al lado de Senna; tenía las manos empuñadas y las piernas en posición de combate. Ella mantuvo bajos sus traicioneros ojos color ámbar. Aún así, no pudo dejar de notar la brillante ciudad en lo alto de la colina.

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Mientras un guardia entraba al carruaje, otro bajaba el equipaje del techo y uno más se estiraba por sobre los arneses de los caballos. Un soldado aferró a Ciara por el brazo y la empujó hacia un edificio de aspecto oficial. Ella se liberó de un tirón y apretó los labios sobre la oreja de Senna. —¡No cantes! ¡No importa qué, no cantes! —El hombre apartó a Ciara, violentamente.

El darse cuenta que podrían separarla de Joshen floreció en la cabeza de Senna, como semillas de cardo. Una mano le aferró el brazo lesionado. Jadeó cuando el dolor se clavó en su carne. Luchó para retorcerse, fuera del alcance del guardia, y llegar a Joshen.

Con un rugido enfurecido, Joshen se abalanzó sobre el guardia. Su puño cerrado golpeó la sien del hombre, con un ruido sordo. El guardia se desplomó. Sonaron gritos. Más hombres la aferraron. Joshen luchó con la fuerza de un toro, arrojando soldados lejos de Senna. La tomó de la mano y huyeron. Con un aullido, dos hombres fueron detrás de ellos. ¡No podía moverse en esos zapatos! Unas manos fuertes se cerraron sobre sus brazos y ella apretó los dientes cuando el dolor volvió a estallar en su carne.

Los dos soldados arrojaron su peso contra el pequeño cuerpo de Senna y la estrellaron sobre el suelo empapado. Uno de ellos se apretó sobre ella. La joven se retorció, odiando el cuerpo encima del suyo y el aliento sobre su nuca. El hombre le aferró la mandíbula y los labios rozaron su oreja mientras hablaba. Ella no necesitó conocer el idioma para comprender el mensaje.

La mirada de Senna se encontró con la horrorizada de Joshen. Él forcejeaba, pero al menos cuatro hombres lo retenían. La sangre fluía de su boca y se mezclaba con al tierra en la que estaba apretado su rostro.

A Senna le dolía la voz, por las ansias de cantar. Pero Ciara le había advertido. Quizás, esos soldados simplemente deseaban interrogarla. Quizás no sabían quién era ella. Apretó la boca hasta que le dolió la mandíbula. La desesperación de Joshen se reflejó en ella. Ninguno de los dos dijo una palabra.

Los soldados la obligaron a ponerse de pie y la arrastraron hasta lo que, supuso, era la caseta de guardia. Senna clavó los talones de sus finos zapatos en el suelo, pero éstos no fueron capaces de frenar el abuso; sólo lucían bonitos. Las correas se rompieron y aunque sus pies desnudos forcejeaban por apoyo en la hierba resbaladiza, no pudo escapar.

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Una vez en el interior, la arrojaron en una pequeña habitación. El soldado la empujó hacia una silla y la obligó a sentarse. Senna se encorvó, protectora, sobre su brazo y le clavó la mirada. Un comandante paseaba frente a ella, hablando en aquel idioma confuso. Lo único que pudo entender fue un nombre, Methen. Recordando las palabras de Ciara, Senna alzó la cabeza y se negó a prestarle atención.

Mientras continuaba paseando, el hombre alzó más la voz, hasta que la saliva voló de sus labios. Senna temblaba de miedo, pero no respondió. Una puerta crujió, al abrirse tras ella. Una mano cogió el pañuelo que envolvía su cabello y lo arrancó. A medida que su clara cabellera se derramaba sobre sus hombros, la golpearon unas palabras, altas y claras como el cristal. —No le está respondiendo, Methen, porque ella no entiende tarteno. ¿No es así, Brusenna?

Senna apretó los ojos con fuerza y deseó que sus oídos le mintieran. Rogó que las palabras no pertenecieran al hombre que rondaba sus pesadillas. Pero, lentamente, él fue a pararse frente a ella. Wardof. Su actitud era fría y condescendiente. El triunfo estaba escrito en sus rasgos. —Si querías enfrentar a Espen, todo lo que tenías que hacer era pedirlo. Yo podría haberte conducido aquí, y nos hubiéramos ahorrado todo esto.

—Atada y amordazada, estoy segura —respondió ella, con una voz que sonaba muy lejana.

Él se encogió de hombros. —Por supuesto.

Senna clavó los ojos en una ventana pequeña y abrió la boca para cantar. El puño de Wardof se estrelló contra su sien. Ella se desplomó al suelo. El mundo se arremolinó. Su estómago volcó. Parpadeó, tratando de forzar a los objetos en la habitación para que se quedaran quietos. Cuando pudo soportarlo, levantó la mirada, para ver a Wardof sacudiendo la mano. —Acorrala a una Bruja y empezará a cantar. Es así de simple.

Antes que Senna pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, Methen le puso algo entre los dientes, a la fuerza. Ella le mordió la mano. Otro puñetazo se estrelló sobre sus ojos. Su visión se tornó roja, en medio de explosiones fragmentadas de luz. Los ojos le hormigueaban. Pero dolía poco. Al menos, hasta ahora.

Ella trató de resistirse a la correa forzada entre sus dientes, pero su mandíbula se rehusó a obedecer. Unas manos fuertes le sujetaron los brazos por detrás. Un

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aguijonazo punzó a través de sus hombros y el dolor agudo de sus músculos la hizo lagrimear. Una cuerda áspera se clavó en sus muñecas. Ella forcejeó, pero éstas no cedieron. Sus manos se sentían hinchadas y calientes. Wardof la fulminó con la mirada. —Vamos a ponerte en una celda durante un tiempo. Veremos si eso no te afloja el valor.

Dos hombres la arrastraron por el pasillo y la arrojaron en una habitación oscura. La tiraron al suelo, como un saco de grano. Ella aterrizó sobre algo duro. Su espalda aulló de dolor. Senna gimió y rodó sobre sí misma.

—¿Senna?

Joshen. Ella trató de levantarse, pero el mundo osciló sobre un lado. Volvió a caer. Concentrándose en respirar, descansó la frente contra el suelo de tierra fría. Bizqueó a través del ojo que no estaba hinchado y vio débiles rastros de luz, que parecían más fuertes a medida que su vista se acostumbraba.

Algo rozó su pierna. Olía a mar y a caballos… Joshen. —¡Senna! ¿Qué han hecho contigo? —. Ella oyó la ira y el dolor en su voz. Levantó la mirada hacia él. Tenía los brazos atados a la espalda. El muchacho se arrastró y se acurrucó a su alrededor. —Siento tanto no haber podido protegerte —susurró.

—Has ido vaiente —farfulló ella, a través de la mordaza en la boca. Sus palabras le sonaron extrañas… extrañas porque, a pesar de su fracaso e ineptitud, aún podía hablar. —¿Cóo lo jupieron?

Otra figura emergió desde las sombras. Era Ciara, con los ojos hinchados de tanto llorar. —Pensé que mi estatus nos conduciría a través de las puertas. Estaba equivocada.

Joshen se inclinó sobre el rostro de Senna. Ella sintió que los labios de él trabajaban en la cuerda alrededor de su boca. Se estremeció. Al final, el muchacho consiguió quitarla y, de inmediato, se puso a trabajar sobre las cuerdas que ligaban sus manos. —¿Puedes cantar para liberarnos?

La cabeza le dolía tanto que apenas podía pensar. Ella siguió, con la mirada, un rayo de luz que se filtraba por una ventana alta. —Puedo intentarlo —carraspeó.

Senna sintió que se soltaban las cuerdas que rodeaban sus brazos. La sangre latía furiosamente en sus manos, las cuales ardían como si hubieran sido picadas por

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ortigas. Ella las llevó hacia el frente con cuidado y sus hombros gimieron de protesta. Se las frotó, para restablecer la circulación, mientras Ciara se aproximaba a ella. —Tengo un cuchillo. Por encima de mi rodilla —informó la mujer.

Senna encontró el cuchillo y cortó la cuerda en las manos de Joshen. Su dolor de cabeza iba empeorando, al igual que sus náuseas. Con un gesto cuidadoso y un gemido, le entregó el cuchillo al muchacho. Él le lanzó una mirada de preocupación, antes de cortar el resto de las cuerdas. Cuando estuvo libre, le sujetó un hombro. —¿Puedes cantar ahora, Senna?

Ella trató de incorporarse, pero la habitación remolinaba como si alguien la hiciera girar. Se inclinó hacia delante, sintiéndose mareada, pero eso no aliviaba su náusea.

—¿Senna? —La voz de Joshen tenía un borde de desesperación, que ella conocía demasiado bien.

Forzando sus manos bajo sí, Senna se dio impulso para sentarse y levantó el rostro hacia la ventana. Su voz se sentía débil y temblorosa.

Plantas, con fuerza y rapidez acudan a mí Porque, con mis compañeros, tengo que huir

Mientras repetía la canción, ella sintió que las plantas respondían, aún antes de ver una vid que serpenteaba a través de la ventana. Trató de aferrarse a la conciencia, peor la canción le drenaba una fuerza que, simplemente, no tenía. Se dejó arrastrar a la negrura.

Cuando volvió en sí, la habitación se sacudía violentamente. Cerró los ojos, pero el mareo no se desvaneció. —Senna, no puedo cargarte. Tienes que escalar.

—No creo que pueda. Vete, Joshen. Aléjate de esto. Regresa con tus caballos. Cásate con Ciara; ella es tan bonita. Tú la mereces.

—Deben haberla golpeado realmente duro —comentó él, con incredulidad. —Ciara, ve tú primero —. Sus brazos la rodearon y sintió que la alzaba en alto, mientras él le guiaba las manos con las suyas —. Sujétate, Senna. Sólo aférrate e ízate.

De algún modo, sus brazos obedecieron. Joshen estaba siempre por debajo de ella, empujándola para que sólo tuviera que aferrar la cuerda y sostenerse. Alcanzó la ventana y miró hacia abajo. El suelo se meció con violencia. Ella se tambaleó y evitó

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caer, por los pelos. —Joshen, no puedo… —cerró los ojos y trató, con desespero, de sólo quedarse en el alféizar de la ventana.

—Está bien, Senna. Sólo quédate allí, yo iré por ti —. Sintió que él escalaba por encima de ella y que se dejaba caer —. Sólo suéltate. Te voy a atrapar.

Senna abrió los ojos. Frente a ella, Joshen parecía oscilar de un lado a otro, como un péndulo. Pero se imaginó que la gravedad haría la mayor parte del trabajo. Soltó el alféizar de la ventana y saltó hacia delante. Pareció un largo tiempo, hasta que él la atrapó.

Luego, echó a correr.

* * *

Wardof hizo una mueca, mientras volvía a sumergir su mano en el agua fría… maldiciendo a Tarten y su abominable falta de hielo. Ya se le había hinchado el puño hasta casi el doble de su tamaño. —Esa chica tiene la cabeza más dura de lo que yo pensaba.

Se abrió la puerta y Garg asomó la cabeza, con la mirada fija en el suelo. —¿Cómo ‘stá la mano?

A Wardof le gustó bastante que Garg le tuviera terror. —Dile a los soldados que envíen a alguien para que me la vende. Eres un idiota.

La puerta se cerró con rapidez, dejando a Wardof solo otra vez. Éste cerró los ojos contrael palpitante dolor de su mano, pero entonces, otro dolor peor tocó sus oídos. Una canción de Bruja, clara y sin obstáculos.

En dos zancadas, el cazador alcanzó la puerta y la abrió. Corrió por el pasillo a toda velocidad. Methen apareció a su lado. —¿La ha puesto con los demás? —gritó Wardof, en tarteno.

El hombre pareció ofendido. —No hay forma en que pudieran escapar.

—¡Es una Bruja! ¡Imbécil! ¡Por supuesto que hay una forma!

Methen forcejeó con sus llaves. Finalmente, al tercer intento, logró abrir la puerta. La celda estaba tan vacía como una cáscara de huevo. —Ni siquiera estaba lúcida… —comenzó.

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—¡Encuéntrela! ¡Dispérsense y encuéntrenla, o haré que hasta el último de ustedes salte y corra, hasta que mueran, al menos, tres de los suyos!

Methen dio un paso amenazador hacia delante. —Me gustaría verte obligar a mi guarnición a hacer eso.

—Yo no voy a obligar a nadie. Espen lo hará —siseó Wardof.

Los ojos del hombre se dilataron de auténtico miedo. Con el rostro blanco, gritó —¡Busquen por todos lados! ¡Tranquen las puertas de la ciudad!

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Traducido por Princesa de la Luna Corregido por CairAndross

enna alcanzó a vislumbrar lo que la rodeaba. Las casas estaban derruidas y las personas aparecían con menos frecuencia. Circundaron la parte inferior de la

montaña… el sector Palurdo de la ciudad. El sudor rodaba por el rostro de Joshen. Su respiración era áspera y seguía acomodando su húmedo agarre. A pesar que ella era pequeña, sabía que él no podía aguantar mucho tiempo. —Bájame.

—Hump —respondió Joshen, aupándola de nuevo. El movimiento le empujó el estómago a la garganta. Ella gimió. Los brazos de él se apretaron a su alrededor. —Resiste, Senna. Voy a conseguirte un lugar seguro.

Ella abrió los ojos, cuando Ciara dejó escapar un grito ahogado. Recostada sobre una pared, la mujer se examinaba un pie ensangrentado. —No estoy acostumbrada a llevar los pies descalzos —murmuró, mientras se arrancaba una astilla.

—¿Adónde nos llevas? —preguntó Joshen, con dificultad.

Senna se apretó las palmas de las manos contras los ojos. Los sacudones estaban empeorando. Tenía el estómago revuelto.

Con cautela, Ciara probó su peso sobre el pie. —A un lugar que hubiera evitado.

Surgieron gritos por detrás de ellos. Joshen apretó su agarre cuando se giró hacia el sonido. Ciara se asomó a la siguiente calle, antes de salir corriendo del callejón, con Joshen tras ella. Cruzaron dos calles más y Senna vio, impotente, cómo corrían a toda velocidad, hacia una cabaña de cañas que se derrumbaba como un viejo abatido. En circunstancias normales, hubiera pensado dos veces antes de entrar allí, pero ahora no iba a quejarse.

Apenas estuvieron fuera de vista, se oyó el inconfundible sonido de soldados corriendo. Con cuidado, Joshen y Ciara se movieron hacia las sombras más profundas. Los tres contuvieron el aliento, hasta que los pasos se desvanecieron en la distancia.

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Joshen la bajó con suavidad, pero mantuvo un brazo alrededor de sus hombros, como si quisiera estar seguro que no vacilaría. Senna miró a su alrededor. Trozos de cielo azul brillaban a través del techo de palma irregular, emitiendo cálidos rayos de luz sobre las plantas e, incluso, sobre un pequeño árbol que había logrado crecer en el interior. Con un sobresalto, reconoció las plantas. Plantas de Bruja.

—¿Dónde estamos?

—En la casa de Desni. —Ciara se estremeció —. Al parecer, ella no está aquí, pero estoy segura que vendrá, apenas oiga de una Bruja que escapa de los soldados.

A través de su mareada visión, Senna notó algunos estantes a lo largo de una de las paredes. En la otra, había una manta peluda y una especie de lavabo. La cabaña olía a hierbas fuertes y madera podrida. —¿Alguien vive aquí? —preguntó, incrédula. Todo el salón giraba a su alrededor. Ella apretó los ojos cerrados, agradecida por, al menos, poder estarse quieta.

—Somos afortunados que recordase cómo encontrarla. Kaen dijo que, si había problemas, debía venir aquí. Conocí a Desni una vez y no puedo decir que entienda por qué confía en ella. Su mente parecía abrumada y confundida, como la de una idiota.

—Bastante cierto —graznó una voz de fuerte acento, desde la quietud.

Joshen tiró de Senna detrás de sí y se giró. Desde la puerta, les miraba una mujer demacrada y con los párpados hundidos. Senna sintió que los músculos de Joshen se tensaban, listos para huir o luchar.

—Tranquilízate, joven. No hay necesidad de temer a la vieja Desni —Sus dientes eran tan marrones como la madera envejecida y tenía pequeñas hojas enmarañadas en el pelo. Su piel amarillenta parecía tan transparente como la piel de una cebolla. Por lo poco que Senna lograba ver, parecía que los ojos de la anciana estaban fijos en ella. La mujer se movió, con una agilidad sorprendente, hacia la manta peluda —. Acuesta aquí a la pequeña.

Joshen vaciló.

La anciana no levantó la mirada. —No dejes que mi apariencia te engañe. Puedo ser vieja y fea, pero no siempre lo fui.

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Senna puso la mano sobre el pecho de Joshen. —Está bien, Joshen. Esta mujer sabe algo sobre las Brujas. He reconocido sus plantas —. Alguien que aceptaba las plantas de una Bruja, aceptaría a una Bruja. O, al menos, eso esperaba.

Él permaneció allí, con el cuerpo tenso, antes de apartarse. Le temblaban los brazos de agotamiento, mientras la ayudaba a recostarse en la cama de la anciana. Senna apretó los dientes, porque todo su cuerpo se contrajo de dolor cuando se tumbó. La mujer se arrodilló junto a ella y le abrió el ojo amoratado.

—¡Ay! —gimió Senna.

Desni se limitó a gruñir y tocar la sien hinchada. Senna se obligó a permanecer inmóvil, aunque sentía como si hubiera fragmentos de vidrio bajo su piel.

—No está roto. ¿Cómo te sientes? —preguntó la anciana.

—Mareada y con náuseas —respondió ella.

Desni se echó hacia atrás, sobre sus talones. —La golpearon con fuerza. Eso le hizo perder su equilibrio.

—¿Su equilibrio? —Era claro que Joshen no entendía.

Desni le tendió un pequeño cubo a Ciara. —Consigue un poco de agua de la parte de atrás, y ten cuidado que nadie te vea.

La mujer agarró un puñado de hojas de la plantas y desapareció en el exterior, con un montón de leños. Toda la habitación daba vueltas. Senna gimió y volvió a cerrar los párpados. —Se pone peor cuando mis ojos están abiertos.

El chapoteo del agua anunció el regreso de Ciara. Senna los oyó, mientras trabajaban para encender fuego en el exterior. Empezó a sudar, en medio de un fuerte olor a hierbas y humo. Alguien sorbió.

—Más itnot —anunció la mujer.

El siguiente trago ahogado hizo brotar un fuerte chasquido de satisfacción. —¡Ahora está bien! —Un líquido fue vertido en otro recipiente —. Procura que beba hasta la última gota.

Joshen ayudó a Senna a incorporarse, y le apoyó la cabeza sobre sus piernas. —Esto me recuerda a cuando me cuidaste, en Haven.

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—Hmm —murmuró Senna. Olía el té, caliente y fuerte. Sus labios tocaron el vidrio liso. Bebió un pequeño sorbo. El líquido amargo le escaldó la boca —. Itnot, tabber, miel —. Volvió a sorber —. Y otras cosas que no me son familiares.

Le respondió la voz ronca de la anciana. —Eso es porque no pueden crecer en Nefalie. Demasiado frío. Pero se usan para lo mismo. Al igual que tu ojo, tu cerebro se está hinchando. Si no logramos bajar la hinchazón, estarás muerta en pocas horas —. Senna se atragantó con el té, y luego bebió un largo trago. La anciana continuó, ajena a todo. —El bessil ablanda la herida. La candor te ayudará con los mareos y las náuseas… se las doy a las mujeres en espera de ser madres.

De repente, el estómago de Senna se rebeló ante el líquido. Abatida, empujó el vaso a un lado; sentía el rostro caliente y pegajoso. Joshen se inclinó, preocupado, sobre ella. —Senna…

Ella levantó el índice. —Sólo dame un minuto.

Él se sentó sobre los talones.

Eventualmente, el mareo se desvaneció. Senna volvió a intentarlo y, esta vez, el té le asentó el estómago. En poco tiempo, había bebido el vaso entero. En incrementos apenas discernibles, las sacudidas de su visión se estabilizaron. La tensión de su cuerpo se relajó. —Musho mejoor —farfulló, arrastrando las palabras por la fatiga.

—No pensarás eso cuando el Under se desvanezca. —Senna apenas era consciente que la anciana le colocaba las hojas hervidas sobre el ojo y la sien —. Eso ayudará con la hinchazón y los moratones. Ahora, todos ustedes, a descansar un poco.

Cuando Senna se despertó, fue porque su mareo había regresado. Aunque no era tan malo como antes, fue suficiente como para que se le escapara un gemido.

—Querrá más de esto —. Desni cogió otra jarra de té. Senna se sentó, con un gemido. Las hojas empapadas se deslizaron por sus mejillas. Llovía otra vez. Las gotas caían por el techo destartalado y la salpicaban. Tragó, sin tener realmente cuidado en que el líquido le abrasase la boca.

Primero, su estómago se contrajo por la náusea. Entonces, la habitación dejó de girar. El agotamiento tiraba de ella. Se dejó caer hacia atrás, disfrutando de la sensación de la

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espalda de Joshen, apretada contra la suya. Lo último que recordó fue la suave risa de Desni.

—Vas a dormir el resto del día, con tanto Under como te di.

Cuando Senna volvió a despertarse, parpadeó y esperó a que el salón empezara a girar. Éste se mantuvo quieto. Con cuidado, se enderezó hasta quedar sentada. Desni le alcanzó más té. Cuando Senna la miró con desconfianza, la anciana sonrió. —No te preocupes. No hay Under en éste.

Senna sorbió lentamente, disfrutando de una habitación que permanecía quieta y un estómago que no se contraía a la mínima provocación. Bebió todo, y se quitó los restos de hojas blanduzcas del rostro. Podía ver, otra vez, a través de sus dos ojos.

Apareció Joshen, cargando un cubo de agua. —La inflamación se ve mucho mejor, y el moratón ya se está empezando a desvanecer.

Desni se inclinó y apartó las hojas restantes. —Ésta es la noche del segundo día —. Senna tragó, con la boca repentinamente seca. La anciana le retiró el vaso —. Si estás lo suficientemente bien, sería mejor que se marcharan esta noche.

Senna probó, cautelosamente, la hinchazón con sus dedos. Ciertamente, se sentía mejor. Miró a su alrededor y suspiró de alivio cuando la habitación permaneció quieta. La luz, que se filtraba por entre las rendijas, se había suavizado a un gris granulado.

Desni le alargó un pan plano tarteno. —Estoy segura que tienes hambre.

Sorprendentemente, así era. Ella tomó un bocado. Aparte de duro y difícil de masticar, no estaba mal. Mejor que las cosas que le había dado Ciara. Sosteniéndose algunas hojas frescas sobre el rostro, Senna mascó el pan hasta que se disolvió, antes de tragarlo con cuidado. —¿Adónde nos llevarás ahora? —preguntó, con la boca llena.

—Bueno, debido a Ciara es imposible volver con su hermano. Los llevaré, a ambos, a la frontera de mi tierra. Luego, me temo que estarán por su cuenta.

—¡Tu tierra! —resopló Ciara. Senna no se había percatado que estaba en la esquina, con las rodillas pegadas al pecho.

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Desni se giró con lentitud. —Todo el bosque de Espen fue mío una vez. Mío y de mi hija. Ella fue la primera cautiva de Espen. Tomó mi casa como propia.

Ciara fijó la mirada en el pecho. —Lo siento.

Desni volvió a girarse hacia Senna y Joshen. —Nefalie no era la única tierra bendecida por las Brujas y no ha sido la única tierra en perderlas.

Un sobresalto se apoderó de Senna. —Entonces, ¿tú también eres una Bruja?

Desni carraspeó. —Soy una Desechada. Aunque, si alguien me lo dice a la cara, encontrará que soy más vil que una boa constrictor acorralada.

Senna frunció la frente. —Yo… n-no comprendo.

Desni se frotó la cabeza. —No puedo cantar, Senna —. Las lágrimas llenaban los ojos de la anciana mujer —. No puedo mantener una melodía. Mi tono es sordo e impotente cuando se trata de entender una partitura e, incluso, las plantas tiemblan para apartarse de mi voz.

—Lo siento. Ni siquiera sabía…

—¿Que existía algo como las Desechadas? Bueno, Senna, hay diferentes niveles de Brujas. Si te las arreglas para liberar a las demás, descubrirás qué tan fuerte es tu canción.

Distraída, Senna tomó los trozos de pan y los acomodó en una sola pila. Años de lucha llegaban a su fin. ¿Y si el fin implicaba a la última de las Guardianas… a Senna? Y ella ya no tenía su cinturón de semillas… sus semillas de duelo. Inspiró profundamente y se obligó a concentrarse en otra cosa. —¿Cómo has llegado a hablar nefalien?

Desni sonrió. —Todas las Brujas tartenas aprendían nefalien, para poder comunicarse con las Brujas de Haven. Yo aprendí de mi hija. Ella era una de las mejores cantoras.

—¿Cuál era su nombre? —preguntó Ciara con suavidad.

—Tiena. La Bruja Oscura se la llevó hace diez años —. Les arrojó dos paquetes.

Senna jadeó ante el suyo… era el mismo que ella había cogido de su casa, mucho tiempo atrás. Con los ojos abiertos de asombro, sacó su vestido verde, su capa y su cinturón de semillas dorado. Rebuscó en su bolsillo e hizo girar las diminutas semillas Yidd entre sus dedos. —¿Cómo… cómo has obtenido esto de los soldados?

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Desni sonrió, mientras le entregaba una toalla húmeda y un cuenco de agua a Senna. —Una de las criadas las recuperó para mí.

De inmediato, Senna se puso a frotar la pasta marrón para quitársela. Cuando tuvo, otra vez, su propio tono de piel, lanzó una mirada de disgusto a la llamativa túnica que Ciara le había dado. Se veía aún peor que antes, si eso era posible: rasgada en numerosos lugares y manchada de sangre y suciedad. Con una sonrisa cómplice, Joshen cerró los ojos y le dio la espalda. Senna se despojó de la ridícula túnica y se puso el familiar vestido verde por la cabeza. Suspiró cuando el resistente tejido se ajustó a las curvas de su cuerpo.

Desni le entregó a Ciara una túnica ajada y un par de zapatos prácticos. Ésta se los puso con un gesto de mortificación.

Con un gruñido satisfecho, la anciana alargó a Senna una bolsa pequeña. Ella abrió las cuerdas y encontró una mezcla de hojas. —Toma un puñado con cada comida. Entre ellas, si es que realmente lo necesitas. Poco a poco, tu cuerpo debería reducir su demanda de éstas.

Senna tomó la bolsa y levantó la mirada, para encontrar que el rostro de Ciara había palidecido, con los ojos fijos en algo detrás de ellas. Senna se giró y vio a un hombre, de pie, en la puerta. Joshen se puso delante de ella.

Con una mano alzada, Desni se interpuso entre Joshen y el extraño. —Éste es Tren. Llevará a Ciara a su hogar, a salvo.

Ciara se detuvo frente a Joshen y Senna, con los ojos tristes. —Lo siento. No pude hacerlo mejor para ambos.

—Tú no eres la única que le ha fallado —dijo Joshen, en voz baja.

La mirada de Senna paseó, desde el rostro abatido de Joshen, al de Ciara. —Lo hemos hecho bien, ¿o no?

Ciara asintió, un poco demasiado rápido. Tren la miró de arriba abajo, como juzgándola; luego se giró y desapareció. Ciara los miró por última vez, antes de apresurarse a seguirlo.

Desni sacudió la cabeza. —Ya es hora que esa chica se enamore —le guiñó un ojo a Senna. —Y Tren es el tipo de hombre para enseñarle cómo hacerlo.

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Senna sintió que su rostro se sonrojaba, pero la anciana ya se había dirigido hacia la puerta. Hizo una pausa en el umbral. Apareció un hombre vestido con harapos, que se inclinó y le habló en tarteno.

Joshen levantó la capucha de Senna con gentileza —Los tartenos no tienen cabellos dorados —dijo con suavidad. Inclinándose, unió su mano con la de ella. Senna miró sus dedos entrelazados… su carne fundiéndose con la de él. El calor se extendía a partir de su contacto. A pesar del peligro que los rodeaba, ella se sentía segura.

La mirada del hombre tarteno se posó en la de Senna. En sus ojos, ella vio una mezcla de tristeza y esperanza. Él les hizo un gesto con la cabeza, antes de salir por la puerta. Desni les indicó, a ambos, que lo siguieran. —Gilden los llevará. Vayan. Ahora.

Joshen condujo a Senna hasta la puerta, miró hacia ambos lados y salió. Ocultándose entre las sombras de las casas derruidas, los dos siguieron a Desni, con Gilden adelantándoseles un poco más; la cabeza del hombre giraba de lado a lado, buscando peligro. Otro hombre salió, precipitadamente, desde las sombras. Senna se sobresaltó y aferró la mano de Joshen, pero el hombre le susurró algo a Gilden y se volvió a marchar.

—Ellos están rastreando a los soldados por nosotros —susurró Desni.

—¿Ellos? —Senna se preguntó cuántas personas los estaban ayudando.

Una mujer deambulaba, con una cesta de ropa sobre la cabeza. Miró dentro de la capucha de Senna y se le escapó un leve sonido de sorpresa. Le hizo una reverencia a Senna y le dijo algo a Desni, antes de tirar la ropa y echar a correr.

—¿Qué le dijo? —exigió saber Joshen.

Desni ni siquiera hizo una pausa. —Que ella nos seguirá y advertirá, si los soldados nos persiguen.

Senna volvió la mirada, para ver que la mujer se inclinaba de nuevo y desaparecía. —No entiendo. ¿Por qué nos ayudarían?

Desni sacudió la cabeza. —Desde que las Brujas se han ido, la mayoría de los Medianos se han convertido en Palurdos. Las personas hambrientas son personas enfadadas.

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Otro hombre se apresuró a hablar con Gilden. Senna notó que la ropa le colgaba sobre el cuerpo esquelético. Así que… eran los Palurdos los que les ayudaban. Los que más habían sufrido sin la protección de las Brujas. Gilden les instó a correr y entraron por una calle lateral. Senna y Joshen esperaron en las sombras, mientras él vigilaba a los soldados. Después de lo que pareció una eternidad, el hombre les hizo señas para que siguieran. —Cheche.

Senna dejó escapar un suspiro tenso y corrió detrás de Joshen. Pero no habían pasado ni tres casas, antes que ella reconociera a otro de sus guías que se abalanzaba desde las sombras. Éste habló frenéticamente, en voz baja, y se echó a correr de nuevo. Gilden los introdujo en un refugio cercano, cerró la puerta de caña tras de sí y se apoyó contra ésta.

Senna observó la habitación. Había un hombre joven, de pie, con los ojos dilatados y un ceño furioso entre las cejas. Detrás de él, una mujer se sentaba sobre una mata de paja, con el pecho desnudo y un bebé que mamaba entre sus brazos.

Desni le susurró algo al hombre. Éste le echó una mirada a Senna… una mirada llena de miedo. Sacudió la cabeza y señaló la puerta.

Gilden habló en voz baja, desde detrás de Senna. Ella quería gritar de frustración. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué decían? ¿El hombre iba a entregarlos? Ante el sonido de gritos se giró, para ver destellos de túnicas rojas entre las cañas.

¿Qué pasaría si la encontraban? ¡Wardof la mataría! ¡Y a Joshen! Le zumbaba la cabeza y le dolía el brazo. Que las Creadoras los protejan. Con un suave gemido, apretó la camisa de Joshen con los puños y apretó los dientes para no llorar.

Antes que cualquiera pudiera reaccionar, el joven padre pasó a su lado, a zancadas, hacia la puerta. Senna leyó la determinación en su rostro, con tanta claridad como si hubiera pronunciado las palabras. Sintió que Joshen se preparaba para lanzarse sobre él. Gilden corrió a bloquear la puerta, pero una suave voz, detrás de ellos, se lo impidió.

La joven madre se puso de pie, con la espalda encorvada en la choza baja. Clavó la mirada en los ojos de Senna y, aunque su expresión era salvaje y temerosa, también había calma. Meciendo a su hijo, habló lentamente. Su esposo discutió con ella, en el mismo tono suave, pero su voz carecía de la determinación que Senna había percibido antes.

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Alguien susurró a través de las cañas. Gilden abrió la puerta con tranquilidad y se asomó. —Cheche.

Senna lanzó una mirada de agradecimiento a la madre, deseando poder darles algo, en retribución por haberlos salvado… para, de algún modo, pagarle por el peligro que había asumido de buen grado.

No había tiempo. Con el ruido de los soldados desvaneciéndose detrás, Gilden corrió.

Senna se esforzó por mantener el ritmo. El té de Desni le había atemperado el mareo y las náuseas, pero la cabeza le palpitaba por el esfuerzo. Cuando finalmente llegaron a la última casa antes de la muralla de la ciudad, lo único que quería era un lugar para descansar. Con gesto sombrío, Gilden los dejó atrás, para caminar hacia el espacio desierto antes del muro. Más hombres surgieron de las calles y se unieron a él.

Con un sobresalto, Senna notó las hondas en sus manos. Se dio cuenta de lo que iban a hacer. ¿Y si alguno de ellos moría? Las muertes de Bruke y Lery destellaron en su mente. —No —se dirigió a ellos.

Joshen la atrajo hacia su pecho, apretándola contra sí.

—No —susurró ella. —No otra vez.

Los brazos del muchacho la envolvieron. Ella le hundió el rostro en el pecho. A pesar que trató de bloquearlos, oyó los insultos del exterior. Oyó el ruido de las piedras en las hondas. Oyó más gritos y golpes de pies, mientras los soldados salían en persecución. ¿Y si eran capturados? Trató de no pensar en eso, en recordar que había sido su elección. —Yo podría haberlo hecho con las plantas —susurró.

—Pero eso habría atraído a toda la guarnición sobre nosotros, en lugar de alejarla —adujo Deni. Moviéndose con cautela a la luz de la luna, la anciana buscó cualquier señal de guardias retrasados. Con un gesto de satisfacción, avanzó corriendo y apartó unos matorrales. Al otro lado, había un pequeño agujero.

Senna y Joshen lanzaron una mirada preocupada al alto muro y se apresuraron a seguirla. Desni gateó y desapareció. Senna no dudó en dejarse caer de rodillas. Usando pies y manos, se arrastró por debajo del muro. Una roca colgaba más baja que las demás. Ella se las arregló para escurrirse por debajo pero, a mita de camino, la piedra se clavó en su espalda y la aprisionó. Senna se retorció. Intentó retroceder. Estaba

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atascada. El aire abandonó sus pulmones. El sudor cubría su piel. El suelo parecía elevarse para oprimirla. Se detuvo, incapaz de recuperar el aliento.

—¿Senna? —susurró Joshen.

Ella comenzó a retroceder. —No puedo, yo…

—Date prisa, Senna —le urgió él. —Una enorme araña se está arrastrando detrás de ti.

¿Qué tan cerca estaba? ¿Hasta dónde había llegado? Sus uñas excavaron el suelo, mientras forcejeaba por avanzar. Al fin, divisó a Desni. La anciana la agarró de las manos y tiró. Apartándose a una distancia segura del agujero, Senna se dejó caer al suelo, miró hacia el cielo nocturno y deseó poder irse a casa.

La joven se dio la vuelta, con un gruñido perezoso, cuando la cabeza de Joshen apareció en el agujero. —Mis hombros están atascados —explicó él.

—Retrocede y saca un brazo por vez —le indicó Desni.

Joshen retrocedió y apareció un brazo. Con un ojo atento a la araña, Senna le aferró una mano y tiró, mientras Desni le empujaba los anchos hombros. La pared rugosa le rasgó la camisa. Senna jadeó ante la visión de la sangre. —Dame un minuto para recuperar el aliento —pidió él, con voz rasposa.

Desni sacudió la cabeza. —No hay tiempo —. Sujetándolo por la muñeca, jaló con fuerza. Joshen se liberó, con el rostro blanco.

Desni se quitó el polvo de las manos. —Es igual que extraer un bebé.

Ignorando a la anciana, Senna se inclinó sobre el muchacho y, cuidadosamente, inspeccionó los cortes en sus hombros. —¿Joshen?

—Estoy bien. —Él sonrió con timidez —. Disculpa por lo de la araña.

Ella se echó hacia atrás. —¿Me mentiste?

Joshen se puso pesadamente de pie, y le cogió la mano. —Vamos. Marchémonos antes que regresen los soldados.

Senna le lanzó una mirada asesina, pero se guardó la réplica. Tenía el presentimiento que necesitaría de su energía hasta el final. Una vez en el interior de la selva, los tres corrieron por, lo que le parecieron, horas. Ella sentía la respiración sibilante en sus

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pulmones. Tenía los labios apretados. El corazón palpitaba con fuerza en sus manos. Sin preguntar, Joshen la cargó sobre su espalda, con las piernas enredadas a la cintura. Demasiado cansada para quejarse, ella le apoyó la cabeza en el cuello. —Ni siquiera puedo correr.

—Deja de compadecerte —la reprendió Joshen. —Yo te estoy cargando; ¿acaso me oyes quejarme?

Desni jadeaba tras ellos. —Bueno, esta vieja se queja lo suficiente para los tres —. Apoyó la espalda contra un árbol. —¡Qué forajidos que estamos hechos! Una anciana, una Brujita herida y un niño.

Joshen se inclinó para cargar a Desni. Ella lo apartó de un manotón. —No seas ridículo. No puedes llevarnos a ambas.

La mujer se apartó del árbol y avanzó, aunque a un ritmo más lento. Durante largo tiempo, lo único que Senna escuchó fueron las fuertes pisadas de Joshen y los pasos de la anciana. Luego, el muchacho se tensó bajo ella y se giró, a medias, hacia la ciudad.

Senna se esforzó por escuchar lo que él había oído y el corazón se le cayó a los pies. Perros de caza. Joshen y Desni intercambiaron miradas de preocupación. Senna luchó por bajarse de la espalda del muchacho. Él intentó alzarla de nuevo, pero ella lo esquivó. —Puedo correr por un rato.

Él vaciló, antes de indicarle, con la cabeza, que siguiera a Desni. —Voy a tomar la retaguardia —. Los tres echaron a correr.

Después de sólo unos minutos, Desni se tambaleaba y su respiración surgía en grandes soplidos jadeantes. Una vez que hubieron rodeado la última de las cadenas montañosas, la anciana se desplomó junto a un árbol caído.

—A partir de aquí, pueden ir por cuenta propia —. Temblorosa, señaló la siguiente montaña a la derecha. —Pasen los Árboles Enlazados. Si se alejan hasta allí, ni siquiera los perros los seguirán.

—¡No podemos dejarte! —exclamó Senna.

Con el rostro sombrío, Joshen dijo —Voy a crear un rastro falso. Ustedes dos, descansen aquí —Salió en dirección opuesta.

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Desni sonrió débilmente. —Él te ama. Tanto o más de lo que ningún hombre ha amado a una mujer. Ver eso me da esperanzas.

Senna sintió que la sangre abandonaba su rostro.

Desni se echó a reír, al ver su expresión. —¿Demasiado insegura para creerlo? La manera en que te mira, como retando a cualquiera a hacerte daño. Y aún así, es tan gentil y cariñoso como tú se lo permites.

En Senna surgió un dolor que nada tenía que ver con los puños de Wardof… una angustia enorme, profunda. Intentó apartarla. —Yo soy pequeña y sencilla. Él es fuerte y guapo.

Desni le lanzó una mirada de incredulidad. —Eres una chica hermosa, Senna. Aún más, debido a lo extraños que son tus rasgos. Esos ojos dorados.

—Pero, cuando me comparas con alguien como Ciara…

—¡Bah! —exclamó la anciana. —Estás comparando diamantes con rubíes. Los rubíes pueden ser un poco más llamativos, pero los diamantes están hechos de la materia más resistente y son más caros.

Senna levantó la mirada cuando Joshen apareció. —Eso debería darnos algo de tiempo.

Desni se puso de pie, aferrándose a un palo nudoso. Señaló la dirección que debían tomar. —Sigan la pendiente de la tierra —. Usando su bastón improvisado, se giró en dirección opuesta. Senna le aferró el hombro. Desni sacudió la cabeza y sonrió. —No te preocupes por mí. Ellos me darán una cama cómoda y alimentos, hasta que derrotes a Espen. Entonces, puedes regresar y liberarme.

Joshen cogió el brazo de Senna. —Tiene razón. Yo no puedo cargarla y ella no puede correr más. Deja que se marche.

Unas imágenes destellaron en su cabeza. Lery, Bruke, Ciara, la joven madre, Desni. Otros innumerables sacrificios. ¿Y para qué? Senna se liberó y le dirigió a Joshen una mirada que decía “Si caigo, hazlo tú.”

Él apartó la mirada, exasperado, pero asintió de todos modos.

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Desni se apresuró a marcharse. Senna quería pedirle que regresara, que se ocultara, algo. Pero las palabras se congelaron en su garganta. Se levantó el vestido y echó a correr, precediendo a Joshen. Las hojas la envolvían.

Plantas del bosque, hagan un camino para mí A través de ese bosque, tengo que huir

Después que pase, oculta mi andar De cualquier enemigo que deba evitar.

Las plantas se entrelazaban detrás de ellos, bloqueando la ruta de acceso a quienes podrían seguirles.

Ella se obligó a continuar, pero se preguntaba cuánto podría adentrarse, antes que su cuerpo dejase de obedecerla. El ruido de los perros se percibía cada vez más cerca. Cuando éstos se dividieron y separaron, Senna supuso que los soldados estaban siguiendo el rastro falso de Joshen y a Desni. Pero no pasó mucho tiempo antes que el sonido estuviera tras ellos otra vez. Senna cerró los puños. Los soldados no lastimarían a una pequeña y anciana dama tartena, ¿verdad?

De repente, sonó un ladrido cerca de ellos. Al darse la vuelta para mirar, Senna tropezó con una enredadera y cayó. Joshen la puso de pie. Ella miró sus ojos y supo que no podrían escapar. Pero vio algo más en su mirada. Ternura. No podía negar que Desni tenía razón: él la amaba. Pero, ¿y si la anciana confundía el amor fraternal con el amor que el hombre le tiene a una mujer?

Senna se tambaleó sobre sus pies. Sentía las piernas adormecidas y los pulmones en carne viva. El sudor le corría por las sienes, antes de bajar por su cuello. Joshen debió ver su agotamiento, porque arrancó una rama de un árbol muerto y giró en redondo. —¡Vete, Senna! ¡Voy a retenerles!

Si lo dejaba solo, él iba a morir. En ese momento, salvar a todo el mundo de Espen le parecía trivial, comparado con salvar a Joshen. Con el pecho agitado, Senna se paró, hombro a hombro, con él.

—¡Senna! ¡He dicho que te marches!

Ella le clavó la mirada. —Me hiciste prometer que no te abandonaría, ¿recuerdas?

Él hizo un movimiento con el palo. —¡Eso no es lo que yo quería decir!

—¡Entonces, deberías escoger tus palabras con más cuidado!

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No había más tiempo para discusiones. Los perros corrían a través de los árboles y sus ladridos se incrementaron a un tono febril, en cuanto tuvieron su presa a la vista. Senna buscó en el interior de su cinturón y cogió una semilla de barrera. Excavó un hoyo en el suelo y presionó la semilla en el interior. —Retrocede —. Agarró a Joshen del brazo y tiró. Mientras se movía, cantó.

Luz disfrutarán, aire beberán Extiendan las raíces, que las hojas crecerán

Senna repitió la canción, una y otra vez. Un brote verde emergió desde la Tierra. En unos minutos, éste era más alto que Joshen. Sólo unas pocas canciones más, pensó. El primer perro saltó a través de un árbol. Joshen meció la rama y lo golpeó en las costillas. Con un gruñido, el animal retrocedió fuera de su alcance y comenzó a ladrar furiosamente.

¡Era demasiado tarde para dejar que el brote crezca hasta la madurez plena! La canción de Senna cambió, a algo más profundo y oscuro. No era una canción para encantar… más bien, parecía un insulto. Ella se estremeció ante la animosidad y amenaza en su propia voz.

Nada, ni nadie, pasará

Los perros se detuvieron al percibir el peligro, aunque no lo entendían. No tenían tiempo para hacer nada más, en tanto las ramas del árbol crecían hacia el cielo. Los ladridos de excitación se transformaron en aullidos de terror, mientras se retorcían para liberarse. Pero el árbol no se detuvo, hasta arrojarlos a todos en la dirección por la que habían llegado. Con el rabo entre las patas, el resto de la jauría huyó, con los ojos llenos de terror.

Senna cantó de nuevo, obligando al árbol barrera a crecer hasta su plena madurez. Se produjo un extraño silencio y, luego, llegó un suave rumor, a través de la quietud. Parches de color rojo aparecieron entre los árboles. Los soldados estaban allí. A ella se le secó la boca; tragó duro y se aclaró la garganta, preparándose para su canción.

Joshen apretó las manos sobre la rama. —Desearía tener mi mosquete.

A través de la sombra, la luz de la luna resplandeció sobre el rostro que ella temía más que al de Espen. Wardof escudriñaba a través de la selva, y su mirada fija parecía sujetarla en su sitio. El cazador surgió completamente a la vista, bajó los hombros y

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avanzó. Senna esperó a que los hombres que lo rodeaban estuvieran a la sombra de sus ramas.

—¿Senna? —le advirtió Joshen, pero ella no se movió mientras coordinaba su próxima acción.

La comprensión bañó el rostro de Wardof. El miedo reemplazó a su malicia. Senna no le dio tiempo para que comprendiera completamente el peligro, y dejó libre su canción.

¡Nada, ni nadie, pasará!

Como si un viento repentino azotara las ramas, el árbol cobró vida y cogió a los soldados por sus chaquetas rojas. Por un instante, éste pareció tener extraños frutos carmesíes, antes que los lanzara por el aire. Apenas se había liberado de uno, cogía otro. Por doquier había hombres corriendo, esquivando ramas del árbol y chillando.

Las balas zumbaron al pasar junto a la cabeza de Senna. Ella no se quedó a mirar. Aferró el brazo de Joshen y echó a correr.

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Traducido por Princesa de la Luna Corregido por CairAndross

l árbol detuvo a Wardof? —jadeó Joshen.

Sin aliento para responderle, Senna se desplomó sobre el suelo. Le punzaba la cabeza, como si alguien hubiera vertido grava en sus oídos y la sacudiera.

Joshen le echó un vistazo y comenzó a reunir leña. —Necesitas un poco más de ese té.

La selva parecía mecerse de lado a lado. El estómago de Senna se retorció. Wardof. ¿Aún estaba tras ella? —No lo vi —logró decir, después de unas cuantas inspiraciones profundas.

Joshen arrojó puñados de hojas en una pequeña jarra de agua y colocó ésta sobre las llamas incipientes. Su mirada continuaba alternando entre el té y la selva que les rodeaba. —Es fue realmente increíble, Senna. ¿Exactamente, qué no puedes hacer?

Ella emitió un gruñido, porque su garganta estaba demasiado áspera para una risa apropiada.

Joshen hundió un dedo en el té y contuvo el aliento. —Sep. Bien caliente —. Usando una esquina de su manta, sacó la jarra del fuego y la envolvió con la tela, a ntes de entregársela a ella. Sin tomarse la molestia de enfriarlo, Senna sorbió la infusión. Sacó unas cuantas hojas de itnot y las sostuvo contra su ojo. En cuestión de minutos, se sintió mejor… como si su cuerpo se curase mientras bebía. Inclinó la jarra, la vació y se enjugo la boca. Se dejó caer contra un árbol, en tanto el dolor remanente abandonaba su cabeza. Respiró con alivio.

Un alivio que duró poco.

Una cuerda surcó su cuello y le cortó la sangre al cerebro. Ella la arañó. La cuerda de puso más tensa. Ella trasbocó y se atragantó. Arañó los dedos, gruesos como salchichas, que sostenían la cuerda. Garg. Joshen se lanzó a por éste, pero Wardof lo aferró por la espalda. Los dos rodaron por el suelo.

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Senna se retorció. Garg tiró de ella para apretujarla más y envolvió las piernas alrededor de su torso. ¡Aire! ¡Tenía que conseguir aire! Estrelló el codo en el vientre de Garg. Él soltó una bocanada de aire, pero consiguió mantenerse firme. Senna gateó para ponerse de pie, pero el hombre tenía la ventaja de su posición y tamaño. La visión de la joven se volvió roja, bordeada de negro, con chispas luminiscentes.

La cuerda alrededor de su cuello se aflojó. Senna jadeó y tosió. Garg le metió algo entre los dientes y, con un rápido movimiento, le ató una mordaza.

Después de unas cuantas respiraciones profundas, ella sintió que su pánico retrocedía y sus sentidos retornaron. Garg tenía miedo de su canción. Pero había subestimado al resto de su persona. Senna buscó con los dedos, entre el follaje podrido. Encontró algo duro y áspero. Se giró y estrelló la roca contra la sien del hombre. Éste se tambaleó hacia atrás, aturdido.

Con la roca aún en la mano, ella se echó a correr, pero no había dado ni dos pasos antes que el hombre la cogiera por detrás. Arañándole la espinilla con su zapato, Senna le pisoteó el pie y echó su cabeza hacia atrás. Sintió cómo le rompía la nariz a su captor.

Garg la liberó y se tambaleó hacia atrás. Dos chorros gemelos de sangre le salían a borbotones por la nariz, formando un bigote carmesí.

Debí terminar esto hace mucho tiempo, pensó ella, lúgubremente.

Garg se abalanzó sobre ella y le aferró el antebrazo. Pero esta vez, Senna estaba preparada con una pequeña semilla. Cuando el hombre la alcanzó, ella dio un paso hacia sus brazos y le puso la semilla en la boca.

Los ojos del hombre se dilataron de miedo. Empezó a escupir y a arañarse la lengua con desesperación. Pero la semilla se incrustaba al contacto con una boca humana. Si quería extraérsela, tendría que cortarse la lengua e, incluso así, sería demasiado tarde. Las raíces surgían de su boca. Garg apretó la mandíbula con fuerza, pero ya no había solución. Las vides que vomitaba rodeaban su cuerpo, como un velo verde.

Senna lo observó, sintiendo crecer su ira. ¿Alguna vez ella le había hecho algo a Garg, a Wardof, o a los otros? ¡Y ellos le habían arrebatado todo! ¡Todo! ¡No se llevarían también a Joshen! Tiró de la mordaza, pero Garg se la había atado con tanta fuerza que le lastimó la mandíbula. Sus labios se agrietaron y sangraron, pero la cuerda no se desplazó.

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Senna se giró, para ver que Joshen y Wardof seguían luchando. Frenéticos, sus dedos se dirigieron al nudo… una bola dura e inflexible. ¡No podía ver qué estaba haciendo! Quería gritar de frustración, pero lo único que pudo hacer fue trabajar sobre el nudo, mientras los observaba golpearse el uno al otro.

Joshen se liberó y empujó a Wardof. Antes que éste pudiera recuperarse, Joshen estaba de pie, cuidadosamente situado entre ella y el cazador. Wardof embistió. El muchacho avanzó un paso y se giró, para darle la espalda al hombre. El corazón de Senna dio un brinco, pero Joshen simplemente aferró le aferró un brazo y tiró de él, al tiempo que se encorvaba. El cazador se estrelló contra el suelo, aturdido. El puño de Joshen se estrelló contra la sien de Wardof y éste se desmayó.

Había terminado.

Joshen miró a Senna y la furia de sus ojos se desvaneció. Corrió hacia ella, sacó su cuchillo, y serró el nudo hasta que se soltó. Abriendo y cerrando la mandíbula, ella se frotó el cuello.

—¿Estás bien?

Senna se enjugó un hilillo de sangre de la comisura de la boca y asintió. —¿Y tú?

Él gimió. —Algunas costillas rotas. Podría ser peor.

Los ojos de Senna cayeron sobre Wardof. El odio ardía a fuego lento en su interior. Buscó en su cinturón y extrajo la misma semilla que había usado sobre Garg. —Por las Creadoras, que debí encargarme de esto hace mucho —. Avanzó y se acuclilló al lado del hombre, que tanto le había quitado. No le fue difícil introducir la semilla entre los labios abiertos. Observó cómo la planta ocultaba todo el cuerpo del Cazador. Cuando hubo terminado, Senna suspiró y se puso de pie.

—¿Qué era eso? —preguntó Joshen, con un rastro de miedo en su voz.

Senna no apartó los ojos de Wardof. —Correhuela. Es más un parásito, que una planta. Se alimenta de su huésped pero, a cambio, le nutre. Sólo hay dos maneras de escapar.

Joshen se inclinó y tocó el duro caparazón. —¿Y ésas son?

—Que la Bruja que lo atrapó cante para liberarlo. Y yo nunca lo haré —. Senna encontró su morral y empezó a caminar en la dirección que Desni les había indicado.

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Sujetándose las costillas, Joshen se apresuró a alcanzarla. —¿Cuál es la otra?

Ella se detuvo. —Morir.

* * *

Así que eso es lo que Desni quería decir con árboles enlazados. Senna estudió la pared, que se extendía más alta y ancha que la selva que la circundaba. Las ramas se enmarañaban entre sí, en apretados nudos. Era una barrera impenetrable. Una que, para ser creada, habría necesitado docenas de Brujas. Y Espen la había hecho sola.

Senna se estremeció. En ese lugar, podía sentir con fuerza la esencia de Espen. Los armoniosos ritmos de la naturaleza estaban desentonados y confusos. Estaba tan cansada que le dolían hasta las uñas de los pies, pero más allá de los árboles enlazados estaba la seguridad… de los soldados, al menos. Cantó una canción bastante simple.

Plantas del bosque, hagan un camino para mí A través de este bosque, tengo que huir

Después que pase, oculta mi andar De cualquier enemigo que deba evitar

Las ramas se desenredaron, dejando un túnel bajo y estrecho.

—Por supuesto —murmuró ella. —Otro agujero oscuro e infectado de bichos —. Demasiado exhausta como para que le importe, Senna dio un paso al interior. Las ramas se entrelazaron detrás de ella, alejándola de Joshen. Apenas si podía divisarlo, a través de la espesa vegetación. Aún cantando, ella se removió para alcanzarlo. Las ramas se apartaron. Joshen le aferró la mano y el túnel se amplió, lo suficiente como para que él entrase.

Ella lo soltó y las ramas se cerraron sobre él, amarrándolo como si fueran fuertes cuerdas. Sorprendida, dejó de cantar. Las ramas también la encerraron a ella. Senna volvió a tomar la mano de Joshen y cantó con más fuerza. Las ramas se retiraron. Brillante. Espen lo había hecho, de modo que una Bruja, incluso con un ejército, no pudiese pasar.

Con la mano de Joshen aferrada con fuerza y sin dejar de cantar, Senna escudriñó la oscuridad, tratando de adivinar cuán lejos abarcaba la maraña de árboles. Lo único que vio fue una penumbra antinatural. Con un suspiro, comenzó a avanzar. Inclinada como estaba, no pasó mucho tiempo antes que comenzara a dolerle la espalda. Sólo

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podía imaginar cuán horrible sería para Joshen, alto como era. Sin aliento, tuvo que hacer una pausa. Las ramas la encerraron… asfixiándola, robándole el aire, cortándola. Se sentía peor que el túnel donde Kaen la había escondido.

A pesar que la boca le sabía a Tierra fresca, no se detuvo.

Senna no supo por cuánto tiempo avanzó acuclillada pero, cuando repentinamente se vio libre, trastabilló y parpadeó ante la luz cegadora. Cogió la cantimplora y bebió, duro y rápido. Limpiándose el agua de las mejillas, se giró para ver a Joshen, petrificado en su sitio, con los ojos vidriosos.

Y entonces, lo olió. Embriagador, fuerte, tropical. Exóticas flores de color naranja, que hacían que sus párpados se cerraran. Barbus.

Con una inhalación aguda, Senna sacudió a Joshen. —¡Respira por la boca!

—¿Hmm?—Él ya tenía los ojos cerrados y su respiración era profunda y regular. Las raíces del barbus se extendían hacia su cuerpo.

Senna no podía regresar. No, de nuevo, a la oscuridad. Eso no le dejaba otra salida que atravesar la pared. Apretó los dientes y cantó.

¡Barbus! ¡Te ordeno retirarte! ¡En tu oscura hazaña, no debes perpetuarte!

Aferrando la mano de Joshen, lo jaló hacia delante. Automáticamente, él se tambaleó tras ella, con los ojos todavía cerrados.

A pesar que tuvo cuidado en no respirar por la nariz, Senna sentía que sus pies se volvían más pesados. Cada vez que parpadeaba, le resultaba más difícil volver a abrir los ojos. Le dolía la cabeza, le dolía el cuerpo, hasta su misma alma parecía dolerle. Lo único que quería hacer, era dormir. Su agarre sobre Joshen se aflojó, hasta que la mano de él se deslizó de entre las suyas. Ella sacudió la cabeza y se obligó a abrir los ojos, para verlo yacer pacíficamente entre el barbus; las vides venenosas estaban a punto de alcanzarle.

Si no hacía algo ya mismo, él moriría.

Senna se dejó caer sobre sus rodillas y trató de levantarlo. Él no se movió. —Joshen. Joshen, despierta.

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Con la respiración anormalmente profunda, ella observó que el barbus los circundaba, como una serpiente. —No puedo dormmir —dijo, arrastrando las palabras —. Joshhen morirá, shi me duermo.

A través de la pesada neblina en su mente, Senna buscó una canción para despertar al muchacho. Entonces, recordó una nana, que su madre solía cantar para despertarla, cuando era niña. Se enderezó y entonó.

Mi amor, despierta Abre los ojos y álzate alerta. A mí vendrás, a mí vendrás

Con mi amor, a salvo te mantendrás

Los párpados de Joshen aletearon, antes de regresar al sueño con un suspiro.

Aún no era lo suficientemente fuerte. ¿Cómo podía fortalecer su canción de Bruja? Algo enterrado profundamente en su mente, salió a la superficie. Sus labios conservaban un resto del poder de su canción. ¿Y si…?

Inclinándose, apretó sus labios contra los de Joshen.

Él abrió los ojos. Senna retrocedió, con el corazón palpitando salvajemente en su interior. Una lenta sonrisa apareció en el rostro del muchacho. —¡Ahora, ésta es la forma de despertar a un hombre! —Y le acercó la boca a la de él.

Los labios de Joshen eran como cualquier otra parte de él. Fuertes y gentiles, cariñosos y protectores. Sabían a viento y a pólvora de mosquete. Ella se descubrió, deseando acariciarle el pecho y los brazos, pero se detuvo al no saber cuál podría ser su reacción.

Algo punzante, como una raíz retorcida, se enlazó en su muñeca. Senna jadeó y se apartó. Con un solo movimiento, Joshen arrancó la vid. —Necesitaba mantenerte despierto —dijo ella, tímidamente.

—Senna, nunca he estado más despierto en mi vida —. Se quitó otra vid, que se enroscaba sobre su rodilla —. Vamos, salgamos de aquí —. Le tomó una mano y ambos corrieron a través del barbus, mientras la planta se estiraba letárgicamente hacia ellos. Temían que, si se detenían o mermaban la marcha, se quedarían dormidos.

El barbus terminaba tan pronto como empezaba la maraña de árboles. Con mucho cuidado, Senna escudriñó en busca de alguna otra planta peligrosa, pero lo único que vio, fue selva. Frotándose las pantorrillas ardientes, levantó la mirada hacia el cielo.

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Como una gran amatista estriada en oro, el amanecer empezaba a extenderse por el horizonte.

Habían estado corriendo durante toda la noche.

Senna se tambaleó los últimos pasos, hasta la base de un enorme árbol. Joshen se desplomó junto a ella e, inmediatamente, se puso a prepararle su té. Distraída, ella le alargó un poco de fruta de su morral. Al tacto de sus manos, el recuerdo del beso vibró en su interior. Deslizó la punta de sus dedos por sus propios labios. ¿Él habría sentido lo mismo que ella? Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Se dio cuenta que Joshen la miraba fijo. La expresión desesperada en su rostro la desconcertó. ¿Estaba equivocada o había genuino pánico en los ojos del muchacho? —¿Qué pasa?

Él atizó el fuego con un palo. —Ese beso… ¿fue sólo para salvarme?

Senna sintió que su rostro se sonrojaba. Él no la amaba; su pánico se lo confirmaba. A Joshen sólo le gustaba protegerla. Cerró los ojos con fuerza. Nunca más podría fingir que no lo amaba. Ella lo sabía, y ahora, él también. Sacudió la cabeza, violentamente. El dolor surcó su cráneo. Lanzó un grito. Sollozando, trató de apartarse, pero él la aferró y la abrazó. —¿Senna?

—¿Por qué? —Ella se atragantó con las palabras que surgían de su garganta reseca. —¿Es por lo que soy? Si fuera cualquier otra cosa, cualquier otra persona, quizás podrías amarme… —se obligó a enfrentar su mirada.

Una sonrisa de incredulidad cruzó el rostro de Joshen.

El temperamento de Senna regresó. Intentó zafarse, pero Joshen tiró de ella y su sonrisa desapareció. Él estudió sus labios, como si fueran un enigma que necesitaba resolver desesperadamente.

Todos los sentidos de Senna estaban inundados de Joshen. Sintió el calor de su cuerpo junto al de ella, su respiración sobre la piel. De algún modo, él siempre olía a cuero, caballos y el mar. Pero ahora, también había un rastro de selva y sudor limpio. Ella nunca podría cansarse de ese aroma. Todo su cuerpo ardía por él.

Lentamente, Joshen se inclinó hacia ella. Cuando sus labios estuvieron tan cerca que casi podía sentirlos, hizo una pausa y cambió de trayectoria. Senna se quedó perfectamente inmóvil mientras él le besaba la línea de la mandíbula, y jadeó cuando

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se dirigió a su cuello. Quería perderse en el calor que llameaba en su interior, pero la duda aún la retenía. Decidida a preguntárselo, empujó contra el pecho de él.

Joshen rió secamente. —Supongo que soy afortunado. Si supieras lo increíble que eres, nunca te conformarías con alguien como yo.

El cuerpo de Senna perdió toda resistencia. Él la guió hacia el suelo e hizo una pausa, para colocarle un mechón de cabello tras la oreja. —He estado esperando esto, todos los días, desde el momento en que te conocí. Te amo, Brusenna. Y tengo que oírlo de ti, porque no puedo soportarlo si no es real.

Senna quería decirlo, pero simplemente no podía. —Yo también lo he esperado desde entonces.

Eso debió ser suficiente. Joshen la tomó en sus brazos y la besó. Ella sintió el peso de su cuerpo, el constante latido de su corazón contra el propio.

¿Era sólo su imaginación, o ambos se enlazaron entre sí y latieron como uno?

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Traducido por Kar Corregido por Mely

oñolienta, Senna observaba, mientras la luz y la sombra jugaban a las escondidas detrás de las hojas. Ella quería más, pero Joshen se había detenido antes que

fueran demasiado lejos. Aún así, sus labios se sentían magullados y sus mejillas ligeramente más tiernas debido a la barba de pocos días sobre el rostro de Joshen… pero era un dolor bienvenido. Ahora, estaba en el reino de Espen y no le importaba. Tampoco tenía miedo. De hecho, era más feliz de lo que nunca se había sentido.

—¿Cómo puede, una mujer como tú, amar a un hombre como yo? —Senna se giró, para ver que Joshen la observaba mientras ella miraba las sombras.

—Yo me he estado preguntando lo mismo sobre ti.

Él se irguió, apoyándose en el codo. —No puedes decirlo en serio.

Ella se encogió de hombros, mientras le deslizaba un dedo por el contorno de la mandíbula, encantada de cuán fuerte y musculoso era.

Joshen la observaba con curiosidad. —Lo que dijiste acerca de Ciara, ¿era en serio? Pensé que sólo había sido el golpe que te diste en la cabeza.

Senna suspiró. —Ella es tan hermosa…

Él la atrajo, torpemente, a sus brazos. —Tú eres la mujer más hermosa en la que alguna vez he puesto los ojos, Senna. Y no voy a escuchar cómo te denigras a ti misma. Lo haces con demasiada frecuencia.

—¿De verdad crees que soy hermosa? —murmuró.

—Sí —respondió él, con ternura.

Senna esperó por alguna señal, de que lo que estaba diciendo no era en serio, pero sólo vio completa honestidad en sus ojos. Desni había estado en lo correcto. Y si éste era su último día, ella lo pasaría en los brazos de Joshen. Cuando viniera la noche, todo sería

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diferente. Con un suspiro, se quedó dormida, escuchando los latidos del corazón del muchacho.

Justo antes de la puesta de sol, Senna levantó la cabeza y permaneció estudiando el rostro pacífico de Joshen, hasta que él abrió los ojos y la miró con una sonrisa. —Buenos días, preciosa.

Ella dejó descansar la barbilla sobre su pecho. —En realidad, creo que es de noche.

Él le acarició el cabello. —Entonces, ¿qué hacemos esta noche?

Senna suspiró y desvió la mirada. El encanto se había terminado. Se puso de pie, arreglándose el vestido. —Necesito que confíes en mí.

Joshen la miró con cautela. —¿Y cuál es la trampa?

—He tenido pesadillas cada noche, por casi un año. Por primera vez, en largo tiempo, mis sueños han estado bajo control y… quiero agradecerte por eso.

—Senna… — le advirtió él, mientras se ponía de pie para enfrentarla. —Eso suena como si estuvieras diciendo adiós.

Ella se obligó a mantenerse con los pies en la tierra. —Lo estoy.

Joshen frunció las cejas, peligrosamente. —Senna, prometiste…

—No te estoy impidiendo venir —lo interrumpió —. Sólo te estoy pidiendo que no lo hagas —. Él relajó la postura y ella se apresuró a añadir —. Si vienes conmigo, tendré que protegerme a mí misma y a ti —. Inspiró profundo y soltó el aire —. Si Espen te atrapa, tendré que rendirme. Así de simple.

—Senna no puedes. Todo el mundo te necesita…

—Lo que todo el mundo necesita, no tiene importancia. No puedo observar cómo ella te tortura y mata, más de lo que tú podrías observar cómo ella me lastima.

Los ojos de él se dilataron. —¿Tanto así me amas?

—Sí —respondió ella —. Y, sabiendo que tú estás vivo, en alguna parte, … me dará valor durante mi encarcelamiento.

—Lo dices como si ya hubiera sucedido —dijo él, exasperado.

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¿Cómo podría hacérselo entender?

—De alguna forma, Espen está drenando la fuerza de las otras Brujas. Ella es mucho más fuerte que yo. Y más experimentada en el duelo. Ha derrotado a cada Bruja, sola o en grupo, que alguna vez se haya cruzado en su camino. Esto nunca ha sido sobre ganar, es acerca de terminar con todo —. Ahí estaba, lo había dicho. La verdad que había estado evitando por tanto tiempo.

Él señaló hacia el camino, por donde habían venido. —Si no puedes ganar, ven conmigo. Te esconderemos de ella y…

—No —Senna sacudió la cabeza y su voz era suave, pero firme —. No quiero ser una cobarde. Derrotarla no es imposible, sólo difícil. Debo intentarlo —. Sintió las lágrimas en sus ojos y deseó poder desaparecerlas. —Por mi madre. Y las demás.

Joshen la envolvió en sus brazos y la besó de una manera que casi la convence de huir con él. De pasar el tiempo que le quedaba, amándolo. Pero el día mágico había terminado y la realidad la reclamaba. Cuando sus labios se separaron, Senna descansó la frente sobre la de él. —Por favor, Joshen. Por favor, quédate. Espera tres días. Si no regreso, encuentra un modo de salir de aquí y vive tu vida.

—Me quedaré —se las arregló para decir él, a pesar de su voz quebrada —. Pero no me marcharé. Si tú no regresas, iré a buscarte, incluso si es sólo para unirme a ti.

Senna apartó la mirada, sabiendo que él aún no había entendido. —No puedes venir donde ella me llevará. Entiende… Si Espen gana, sólo te veré de nuevo si acepto unirme a ella. Y nunca lo haré.

—Senna, no puedo abandonarte.

Ella le apretó los brazos. —Tienes que hacerlo. Serás todo lo que me quede.

Joshen inclinó la cabeza y Senna pudo notar que estaba tratando de no llorar. Eso desgarró su corazón, pero éste era su destino y había estado esperándola por años. Ella ya lo había superado. En cierto modo, era un alivio. El final se acercaba. Lo único que importaba, era la seguridad de Joshen.

—Muy bien —cedió él, al fin.

Aliviada, Senna lo aferró con fuerza. —Necesito oírte prometerlo, Joshen. Por favor.

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—Lo prometo.

Ella se irguió de puntillas y lo besó. Dio un paso atrás y trató de grabarse a fuego su imagen en la mente. Eso sería tanto un consuelo como una tortura, pero no ser capaz de recordar su rostro sería peor. —Adiós, Joshen.

—Adiós, Senna.

Fue difícil, muy difícil, el recoger su morral y apartarse de él. Pero cada paso que daba lo hacía más sencillo. Hizo una pausa, para mirarlo una vez más, antes que quedara oculto entre los árboles.

Él estaba de pie, duro como el granito, con los puños y la mandíbula apretados con fuerza. Las lágrimas corrían libremente por su rostro y no hacía ningún intento de limpiárselas.

Un sollozo quedó atrapado en la garganta de Senna. Después de todo lo que habían pasado, nunca lo había visto llorar. Pero ahora, él lloraba por ella. Él la amaba. Y eso hacía que todo lo que tenía que enfrentar fuera mucho más fácil y mucho más difícil. Más fácil, porque no estaba sola. Más difícil, porque ahora tenía algo que perder.

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Traducido por Kar Corregido por Loren

a noche se perdió en el crepúsculo y el crepúsculo en la noche. La luna llena brillaba, pintando el mundo en plata y pizarra. Todo crecía en proporciones

gigantescas, desde los helechos hasta las flores. Era una extraña y embriagadora mezcla de los bosques de su casa y las junglas de Tarten… una belleza que desmentía el peligro que Senna enfrentaba. Una morada de Bruja, si es que alguna vez hubo una. Ella no encontró comodidad allí. Los flujos de la naturaleza estaban todos equivocados, enervándose contra ella como cuchillos agudos.

Cuanto más se adentraba en la guarida de Espen, más se movían y quejaban los árboles, como si susurraran secretos furtivos. Pero no importaba cuánto se esforzaba ella por captar las palabras, el significado se le escapaba. Más de una vez, se detuvo para estudiarlos. No eran como ningún árbol que ella hubiera visto. Eran como sauces llorones, excepto que las hojas formaban un círculo sin tacha.

Cada uno de los árboles tenía una pieza de fruta blanca y perfecta. Con curiosidad, ella se estiró y cogió una. La fruta vibraba como una colmena, en su mano. El árbol entero se estremeció y alejó. Senna se echó hacia atrás. Eso no era una fruta… y ésos no eran árboles. No en realidad.

Pero, si no eran árboles, ¿qué eran?

La posibilidad le hizo mirar para otro lado. Pero entonces, captó un vistazo de un árbol. Éste, más que todos los otros, le resultaba, de algún modo, familiar. Incapaz de apartar la mirada, Senna se acercó a éste como si estuviera en trance. Se estió para tocarlo y el árbol entero se tensó hacia delante. Las ramas se envolvieron alrededor de sus hombros y la sostuvieron tiernamente contra una corteza que se sentía tan suave como piel. Un olor inquietantemente familiar la envolvió. De repente, comprendió. —Madre —dijo, sin aliento. —¡No puede ser!

Pero lo era. Senna no tenía duda. Apoyó la frente contra la corteza, innaturalmente flexible. —¿Qué te ha hecho?

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Las ramitas acariciaron su espalda y peinaron su cabello. Ella dio un paso atrás y estudió los otros árboles innaturales. Cada uno de ellos debía ser una Bruja. Algunos, como su madre, se estremecían de emoción y se inclinaban, susurrándose unos a otros. Otros permanecían inmóviles.

Cautelosamente, Senna se aproximó a uno de los árboles quietos y apretó una mano contra la corteza rugosa. Ésta no mostró signos de reconocimiento. —Has estado aquí por mucho, mucho tiempo, ¿no es así? —. Ésa era la razón por la que Espen no podía buscarla. Tenía que vigilar a sus nuevas prisioneras.

Senna se apartó con un estremecimiento.

¿Cómo había hecho eso Espen? Ninguna semilla de la que Senna hubiera oído, podía convertir carne en árboles. Quizás era algún tipo de poción… algo como Ioa. Espen debía inmovilizar a su presa y, entonces, obligarla a tragársela. Por lo tanto, la clave serían las semillas defensivas. Semillas que mantuvieran acorralada a Espen… al menos, al principio. Después, Senna tendría que encontrar nuevas formas de combatirla.

Un atisbo de esperanza creció en su interior. Quizás, ese conocimiento pudiera ayudarla donde las otras Brujas habían fracasado.

Senna sintió una rama en su espalda, que la empujaba suavemente de regreso, por el camino que había venido. Se volvió para encarar a su madre. —No. Tú no pudiste retroceder y observar, mientras ella capturaba a tus amigas. Y yo no puedo dejarte así. No, mientras tenga la fuerza para luchar. Además, quizás… sólo quizás, la derrote.

Su madre se abatió y sus encantadoras, brillantes, ramas se arrastraron por el suelo de la jungla.

El corazón de Senna se hundió. Sacra le había evitado este enfrentamiento durante toda la vida. Ella siempre creyó que su madre estaba tratando de protegerla, pero, ¿y si, simplemente, temía que la canción de Senna no fuera lo suficientemente fuerte aún… y que nunca lo sería? Se apartó de su madre y las otras.

Senna sintió la llamada del Anillo de Poder. Con lágrimas brotando de sus ojos, avanzó para responderla. Aparecieron haces de luz, que se convertían en rayos, a medida que se acercaban al claro. En el borde del mismo, aún en las sombras, hizo una pausa y pensó, con tristeza, en cómo su sueño reflejaba exactamente la realidad.

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Su sueño. El terror exprimió el aire de sus pulmones. En el sueño, Espen siempre la derrotaba.

Senna cuadró los hombros, levantó el mentón y se obligó a avanzar en el claro de luz de luna. Rogando que su andar no vacilara, subió la pequeña elevación en el centro. Al igual que en su sueño, Espen surgió del lado opuesto y se dirigió a su encuentro. A unos cuantos pasos de distancia, ambas mujeres se detuvieron y encararon la una a la otra.

Senna estaba sorprendida por la belleza de Espen… de algún modo, parecía un error que alguien tan malvado pudiera ser tan hermoso. Su cabello oscuro, largo hasta la cintura, se movía suavemente con el viento. Su piel era imposiblemente clara, con un puñado de pecas de aspecto inocente sobre la nariz. Senna estaba vestida a la manera de las Brujas, en tonos de verde y oro: los colores de la vida y el crecimiento. Espen llevaba una capa negra sobre un vestido rojo: los colores de la muerte y la sangre.

Desesperada por hacer el primer movimiento, Senna extrajo una semilla de barrera y comenzó a cantarle para que madurara. No era muy original, tal vez, pero el árbol la protegería de cualquier cosa física que Espen hiciera crecer. Espen sonrió… la sonrisa de una mujer hambrienta a punto de sumergirse en una mesa de manjares y también arrojó una semilla de barrera.

A Senna le hubiera gustado hacer crecer más su árbol de barrera, pero no quería perder la ventaja de actuar primero. Sus hábiles dedos se hundieron en los bolsillos de su cinturón y aferraron un puñado de semillas, tan pequeñas como los granos de arena. Cambió su canción.

Viento, lleva mis semillas sobre tu espalda Hacia la Bruja de negra cizaña

El viento sopló sobre ella y le alborotó el cabello alrededor del rostro. Senna arrojó las semillas al aire. Éste las tomó y llevó la mayor parte más allá de ambos árboles barrera, donde golpearon a Espen como un viento arenoso previo a una tormenta.

Inmediatamente, Senna cambió su canción.

Thine, con la vid de la espina Ata a Espen, por su canción inquina

Los zarcillos se dispararon alrededor de los tobillos de Espen. Ésta los ignoró. En cambio, se concentró en Senna y su canción se volvió un suave murmullo. La Bruja

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Oscura arrojó algo al aire y Senna vio que el viento capturaba un polvo blanco, tan fino como la harina. No tuvo tiempo para hacer nada más que tomar una profunda inspiración, antes que el polvo la envolviera.

El polvillo parecía pegarse al sudor de Senna. Quemaba y hería, como si condujera agujas a través de su piel. El peor dolor era en sus ojos. Apenas tenía la presencia suficiente para no inspirar y llenar sus pulmones con esa cosa tóxica. No estaba segura de qué era el polvo, pero sabía que tenía que alejarse de éste. Si no podía respirar, no podría cantar.

Senna se tambaleó hacia atrás, con los ojos ardiendo. Sin otra opción, los cerró y huyó, a ciegas, de la defensa de su árbol barrera. Cuando finalmente se libró del asfixiante vapor, giró frenética para buscar a Espen. A través de sus ojos llenos de lágrimas, vio a la Bruja Oscura casi cubierta de lianas. Sólo el rostro permanecía descubierto y la boca trabajaba con frenesí.

Mientras trataba desesperadamente de recuperar el aliento, Senna se tambaleó sobre sus pies y sus manos alcanzaron el interior de su cinturón de semillas. Pero, antes que pudiera formar la canción en sus labios, sintió una presencia detrás de sí. Con los ojos abiertos de par en par, se giró para enfrentar esta nueva amenaza.

En un instante, se dio cuenta de lo que Espen había hecho. El polvo la había apartado de su árbol barrera (su protección física) y enviado hacia otro árbol barrera. Uno que Espen había cantado a la vida, mientras el thine de Senna la aferraba.

El gran árbol se estiró hacia ella y Senna se lanzó hacia un costado. Sintió el silbido del aire, cuando la rama falló por los pelos. Escarbó furiosamente la tierra, para escapar. Al sentir que otra rama se aproximaba, se zambulló. Pero esta rama cambió de dirección en el último segundo y se quebró contra sus costillas.

Senna sintió como si le hubieran clavado un hierro al rojo vivo. Jadeando, se retorció lejos del belicoso abrazo de las ramas. Estaba casi fuera del alcance del árbol. Acababa de arreglárselas para ponerse de pie por segunda vez, cuando el árbol se estiró y envolvió una de sus ramas más largas alrededor de su tobillo. Ésta la aferró con tanta rapidez, que ella se sintió como si hubiera dejado el estómago en el suelo, que estaba cayendo velozmente, alejándose.

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La rama se sacudió como un látigo y la movió por el aire, de un extremo a otro. Senna vio suelo, luego cielo, suelo, luego cielo, moviéndose con tanta rapidez que se entremezclaban como un borrón.

Y entonces, su cuerpo golpeó el suelo. Se sintió aplastada, como si sus huesos vibraran y se tensaran para absorber el golpe. La sangre en sus venas se agitó con violencia. El aire salió a la fuerza de sus pulmones, en un grito inhumano. Luego, todo fue oscuridad.

A pesar de todo, no estaba totalmente consciente de sí misma. Sabía que había dolor, pero de la misma forma en que sabía que el sol era caliente. Estaba lejos y sólo zarcillos de éste la alcanzaban. Poco a poco, tomó conciencia del movimiento sobre su piel. Algún tipo de frío deslizamiento. Trató de encontrarle sentido, pero hacer trabajar su mente la llevó más cerca del dolor.

Aún así, sabía que tenía que levantarse. Tenía que hacerlo o moriría. Mientras se obligaba a pensar, se dio cuenta, de repente, que la sensación fría y deslizante eran lianas moviéndose a su alrededor. Y entonces, su mente formó una palabra. —Espen. Eso la sacó de la inconsciencia de golpe. Abrió los ojos. Su cuerpo hizo una rápida valoración de sus heridas. Nada roto. Pero todo terriblemente afectado y amoratado.

Senna trató de impulsarse hacia arriba, pero las lianas habían estado trabajando duro. Supo, instantáneamente, que ésas no eran lianas thine. Aquellas tenían espinas degeneradas y anchas, para disuadir a los prisioneros de escapar. No, éstas eran simples bejucos e hierbas. Pero la rodeaban con fuerza.

Aún con la mitad de sus fuerzas, forcejeó contra éstas. Unas pocas salieron de sus raíces, lo suficiente como para que ella pudiera incorporarse ligeramente. Buscó a Espen. La otra Bruja estaba cubierta de sangre, con la piel apretada en las púas que la atrapaban con crueldad.

La Bruja Oscura debió liberar, en algún momento, suficientemente los dedos como para alcanzar sus semillas, ya que Senna podía ver plantas grises, que crecían entre Espen y el thine. Eran voluminosas, gruesas y suaves. Cumplían dos funciones, al mismo tiempo. Una, interponían una suave barrera entre Espen y las espinas. Y dos, estaban apartando las espinas. En cualquier instante, Espen se liberaría.

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Con renovada determinación, Senna luchó contra los bejucos. Se soltó de algunos más y su mano derecha quedó libre. Se sacudió las hierbas y buscó su cinturón de semillas, pero sus manos sólo encontraron su vestido verde.

El pánico se abrió camino en su interior. Buscó con frenesí y, al final, encontró el cinturón, cerca del centro de círculo. Tirando con todas sus fuerzas, se las arregló para liberar su mano izquierda. Forcejeó y pataleó contra las hierbas, que ataban sus piernas como una manta demasiado apretada. Al fin libre, se tambaleó hacia su cinturón.

Senna oyó que la canción de Espen cambiaba y supo que la mujer también había alcanzado su cinturón de semillas. Corrió furiosamente a por el propio pero, mientras lo hacía, sintió que el viento le aullaba y las semillas que éste le arrojaba. Cuando estuvo a sólo pasos de distancia, una planta emergió y envolvió el cinturón. Senna la reconoció de inmediato, aunque esa variedad era más oscura que la que tenía en su cinturón: kine, un cactus de crecimiento lento. Pero, en lugar de hojas, éste tenía millones de cuchillas afiladas del tamaño de su pulgar… y había encapsulado completamente su cinturón de semillas.

Senna dio un último paso hacia delante y sintió que las cuchillas perforaban las suelas de sus zapatos y apuñalaban su pie. Gritó y forzó su mano hacia el cinturón de semillas. Las lianas cortaban su piel y ella percibió un veneno, que se abría paso por su carne a partir de sus heridas. Aún así, tenía que alcanzar su cinturón. Hundió más aún su mano, retorciéndose y pugnando por ir más allá, hasta que sintió la suave superficie del cinturón bajo la yema de sus dedos. En ese momento, una voz la retuvo.

—También tú puedes detenerte.

Senna hizo una mueca y se volteó, para ver a Espen, de pie, libre de la thine, con un puñado de semillas en la mano.

Había perdido.

Ella retiró su mano cortada y la acunó contra su pecho, sintiendo que la sangre le humedecía el vestido y corría por su vientre. Tenía las manos y los pies acuchillados y quemados. Pero eso no importaba. Los árboles no sentían dolor como las personas. Esperó a que Espen la convirtiera en uno. Una parte de ella sentía una fría curiosidad por descubrir cómo lo hacía.

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Pero la Bruja Oscura la sorprendió al hablar. —Ninguna otra Bruja ha tenido el coraje de enfrentarme en mis dominios —ladeó la cabeza hacia un costado —. Lo admito, tu canción es asombrosamente fuerte. Más fuerte de lo que había anticipado. Más fuerte de lo que fue la mía, y yo no tenía igual. Es la razón por la que te enfrenté en un duelo, en realidad, en lugar de sólo acabarlo de inmediato. Ya lo ves, quería ponerte en tu lugar.

Espen rió. Senna trató de adaptar su mente a la idea de la Bruja Oscura riéndose… o manteniendo una conversación, para el caso. En ningún lugar de la imaginación de Senna, Espen había sido capaz de algo tan brillante como la risa. —Una Bruja novata. Sin entrenamiento. Y estuviste muy cerca de tenerte.

Espen cantó una canción simple y las vides kine se curvaron, aunque las que estaban alrededor del cinturón de Senna permanecieron firmes en su lugar. Ella sintió que las cuchillas abandonaban su pie y casi suspiró de alivio. Pero aún sentía el veneno, que extendía un extraño letargo por sus miembros. Insólito, ya que el kine que ella conocía no tenía veneno.

Los brillantes ojos de Espen destellaron de emoción. —Juntas, seríamos una fuerza tan grande que las otras Brujas no tendrían otra alternativa que unírsenos. Así que la pregunta es: ¿tu inteligencia es igual a tu fuerza? ¿O preferiría unirte a tus Guardianas?

Un pánico amargo se elevó en la garganta de Senna. Consideró levantarse las faldas y huir, pero Espen no iba a permitírselo.

Su vida, repentinamente, le parecía preciosa. Si aceptaba, incluso podría tener a Joshen. Pero el pensamiento fue fugaz. Senna se rehusó a considerarlo por más tiempo. Apretó la mandíbula y buscó, por última vez, algo tan simple que pudiera haber pasado por alto. Si tan sólo pudiera tener unos minutos más. Tenía que llegar a un punto muerto. —¿Qué me ofreces?

El triunfo saltó a los ojos de Espen, pero ésta mantuvo el rostro impasible. —En todo el mundo, me responderás únicamente a mí. Un octavo de las riquezas. Las tierras son negociables. Prefiero…

Espen continuó, pero Senna dejó de escuchar mientras buscaba, desesperadamente, un modo de salvarse del destino de su madre. Las palabras que Joshen pronunciara, largo tiempo atrás, hicieron eco en su cabeza. No tienes que hacerlo todo tú sola.

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Senna sacudió la cabeza para aclarar la memoria. ¡Estaba sola! Era la última de las Brujas. Su cinturón estaba atrapado bajo una capa inacabable de kine. Su cuerpo, maltratado y arañado. ¡No quedaba nada, ni nadie, que la ayudara! ¿Cómo pudo haber pensado que podía derrotar a Espen, cuando todas las otras habían fallado?

Tal vez, las únicas que quedaban con los poderes para detener a Espen, eran las Creadoras, pensó Senna, con amargura. Esa idea paralizó sus frenéticos pensamientos. Jadeó al mirar el Anillo de Poder, como si nunca lo hubiese visto antes. Podría funcionar. Debía funcionar. Incluso si no lo hacía, no tenía nada que perder.

Espen la estaba observando, expectante. Aceptando el riesgo, Senna cojeó hacia delante. La Bruja Oscura cambió a una postura defensiva, pero no impidió que se adelantara al centro del círculo.

Senna inspiró profundo. Sólo tendría tiempo para una canción, antes que Espen tomara represalias. Levantó el rostro y comenzó la canción.

Viento, elévame alto en vuelo Que mis palabras alcancen a llegar al cielo

Las cejas de Espen se arquearon con la sorpresa, pero no hizo ningún movimiento para detener la suave ondulación del viento. —¿Y a quién llamarás, pequeña? No queda nadie. E, incluso si quedara, no llegaría a tiempo para salvarte.

Pero quedan algunas. Si tan sólo pudieran oírme. Si tan sólo vinieran, pensó. Los árboles se inclinaban y balanceaban, mientras el viento la levantaba más alto que nunca. —Más alto —cantó, hasta que estuvo mareada por la falta de aire y helada hasta los huesos.

Su canción cambió.

¡Dadoras de vida! ¡Creadoras! Las Guardianas han fallado

Su control se ha disipado ¡Presten atención a mi pedido

O nuestra Tierra se habrá hundido! ¡Ayúdennos! ¡Ayúdennos!

El torbellino atrapó sus palabras y se las llevó lejos, pero ella no tenía idea si alguna vez éstas alcanzarían su destino o, si en caso de hacerlo, serían respondidas.

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Senna bajó la mirada a sus pies colgantes. El Anillo de Poder parecía tan lejano. Un pequeño, luminoso punto, en mitad de kilómetros de verde más oscuro.

Pequeño, pero no insignificante.

Abajo, Espen esperaba por ella.

A medida que el viento que la sostenía iba disminuyendo, lo único que podía hacer era ver el claro, que se elevaba hacia ella, y los rasgos de Espen, que se hacían más nítidos. De pronto, estaba muy cansada.

—Una elección estúpida —dijo Espen, cuando Senna volvió a entrar en su rango de audición. El respeto que hubo en sus ojos ya no estaba.

—Pero una que todas, excluyéndote, han hecho —replicó Senna, mientras sus pies tocaban el suelo y el viento se calmaba.

Espen señaló hacia los árboles innaturales. —Obviamente. Es por eso que lo llamo una elección estúpida.

¿Por qué Senna sentía como si ya hubiera terminado? Parecía que su destino hubiera sido sellado antes de su nacimiento…que este final siempre había sido inevitable. Cerró los ojos y pensó en Joshen. Lo había intentado. Por él. Por su madre. Eso era todo lo que importaba. —Tú puedes llamarme estúpida. Otros pueden llamarme valiente.

En respuesta, Espen lanzó una semilla oscura al aire y cantó.

¡Consume su cuerpo!

Senna esperó que Espen continuara su canción, pero la Bruja Oscura permaneció en silencio.

Senna siguió la mirada de la mujer mayor. Su cuerpo se paralizó. La semilla negra no había caído.

Debió hacerlo. Era demasiado pesada, incluso para una ráfaga fuerte. Y Senna no sentía nada de viento. En lugar de caer, la semilla flotó en el aire, como si la sostuviera una mano invisible. Y, lentamente, levitó hacia ella. Parecía que incrementaba su velocidad, constante y progresivamente. Incluso mientras Senna trataba de aceptar esta imposibilidad, su condena cayó sobre ella, como debió caer sobre todas las otras Brujas. Había plantas para neutralizar otras plantas, pociones para cambiar de forma,

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plantas para proteger a la cantora, pero no había armas para defenderse de algo tan pequeño como una sola semilla.

La semilla estaba ganando velocidad y Senna no podía evitarlo. Incluso si no tenía esperanza, tenía que intentarlo. Giró sobre sus talones y corrió, tan rápido como su maltratado y ensangrentado cuerpo se lo permitía. ¿Cuántas antes de ella, habían hecho lo mismo? Justo antes que ella alcanzara el borde del claro, Joshen irrumpió en la luz de la luna. —¡Senna!

El alma de la chica se destrozó en millares de piezas. —¡Joshen, lo prometiste!

—¡No pude dejarte! ¡Simplemente, no pude!

En el momento en que lo alcanzaba, un agudo dolor martilló su columna vertebral y la lanzó hacia delante. Joshen la atrapó en sus brazos. El dolor se extendió. Su cuerpo, de repente, se puso rígido.

—¿Senna? —Joshen tiró de ella, para obligarla a correr. Pero sus pies ya habían echado raíces en la Tierra.

Con el último resto de habilidad que tenía, ella inclinó su rostro hacia el de él. —Te amo —. Finalmente, se las había arreglado para decirlo. Apenas las palabras los abandonaron, sus labios se unieron y sellaron, tras ellos, todo lo demás que quería decir.

El semblante de Joshen se descompuso de angustia. Al menos, él entendía. —¡Oh, Senna, no!

Senna percibió que Espen aparecía tras ella. Deseaba gritarle a Joshen que huyera, pero a cada momento que pasaba, su cuerpo se volvía más rígido.

Espen salió a la luz. Echó una mirada a Joshen, antes de volverse hacia Senna con una expresión de alivio. —Te diste cuenta de lo que venía con más rapidez que la mayoría, pero no hay nada que puedas hacer. Nada que ninguna de ellas pueda hacer. Deberías haberte unido a mí.

Senna no podía responder, mientras su cuerpo se iba transformando en madera. Joshen la agarró, pero ella ya no podía sentir su tacto. Sólo era capaz de mirarlo. E incluso eso estaba empezando a desvanecerse. Con un gemido, su cuerpo se estiró hacia el cielo de la noche. Por motu propio, sus brazos crecieron y se separaron en

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numerosas ramas, al tiempo que sus dedos temblaban y se dividían en otras más pequeñas. Mientras ella crecía, sus pies se separaron y hundieron en la fría Tierra. Brotaron hojas desde las yemas de sus dedos.

Senna gimió y luchó, pero fue inútil. Ya no era humana. Si sus hombros aún estuvieran, ya se habrían hundido. Así como estaba, sólo podía mantenerse rígida e inmóvil. Sólo sus ramas más finas eran capaces de moverse. Ante lo que solía ser su rostro, apareció una hermosa flor blanca.

Espen cantó.

Oh, pequeña flor, por mí cambiarás En una fruta con semilla madurarás

Senna no tenía opción, sino obligar a los nutrientes y el agua a entrar en la flor. Sintió que su canción de Bruja se acumulaba en su interior, a medida que la flor se transformaba en un fruto completamente maduro. Había terminado. Cada parte de sí mismo que era una Bruja, ahora pendía frente a su rostro. Gimió de desesperación.

Mientras la última esperanza de Senna se consumía, Joshen arrebató la fruta. El muchacho se giró y corrió hacia la jungla. ¡Corre, Joshen! Por amor a la vida, corre, trató de gritar ella, pero no pudo.

Espen esperó hasta que él alcanzara la línea de árboles, antes de cantar. Un árbol se enredó sobre Joshen, en un abrazo apretado. El muchacho lanzó una maldición. El árbol curvó una rama alrededor de su boca, para silenciarlo. Senna gritó, pero el sonido surgió como poco más que un gemido de la madera. Forcejeó para golpear a Espen, pero sus ramas se rehusaron a obedecer. En cambio, se movían suavemente en la brisa.

Espen avanzó graciosamente hacia Joshen. Tomó la fruta de sus manos e inhaló su aroma. Con una expresión de intensa satisfacción, le dio una jugosa mordida. Sonriendo mientras masticaba, caminó hacia Senna.

No había nada que quisiera más que aplastarla, pero ahora también ella era sirviente de Espen. Como todas las otras Brujas. ¿De verdad había terminado tan rápidamente, tan completamente? Mientras observaba cómo Espen consumía su canción, Senna anhelaba llorar.

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Espen lamió los jugos de sus dedos y, entonces, alzó una semilla negra. Una semilla idéntica a la que Senna tenía en la espalda. —Tomó docenas de vidas de mis Siervas, el crear una Lathel… una semilla que pudiera mantener cautiva a una Bruja y darme su canción. Después de consumir docenas de canciones de Brujas, obtuve una canción lo suficientemente fuerte como para gestar un viento mínimo que impulsara mi semilla. Las Guardianas no tuvieron esperanza, luego de eso. En realidad, no fui yo en absoluto quien lo hizo. Fue sólo una planta indestructible —. Deslizó la semilla dentro de su cinturón de semillas. Otra flor floreció en una rama de Senna y Espen tomó el retoño con ternura —. Y ésa es la razón por la que estoy atrapada aquí. Tengo que consumir tu canción de Bruja diariamente, para recoger tu poder. Es un alivio haber capturado a la última de ustedes. Ahora, podré irme.

Volvió a cantar, y el árbol empujó a Joshen hacia ella. Espen inclinó la cabeza y lo examinó. —Qué tipo tan leal, Brusenna. Y tan fuerte. De verdad. Estoy impresionada—. Deslizó la punta de los dedos sobre uno de los músculos tensos de él —. Es justo que me recompenses por Wardof y Garg. Dos idiotas torpes por el precio de un sirviente competente. Un trato justo —. Sacó una sustancia cerosa de su cinturón.

Senna se estiró, gimió y protestó de nuevo. A través de su visión nebulosa, reconoció la poción. Yarves. Todos los registros sobre su creación habían sido destruidos mucho tiempo atrás, pero ese color azul violento no podía ser otra cosa. Espen debió encontrar un archivo perdido o descubrió cómo crearla por sí misma.

La Bruja Oscura untó la sustancia sobre sus labios y se los frotó. Luego describió un círculo alrededor de Joshen, con los ojos fijos en él, como un comprador que evaluara un caballo.

Tu deseo más ferviente Es ser, de Espen, el sirviente

Al escuchar mi llamada Tu entrega será consumada

Mientras ella repetía la canción prohibida, Joshen forcejeaba y luchaba, pero no podía liberarse. Espen cantó para apartarle las ramas de la boca. —¡No! —gritó él, cuando ella se inclinó para besarlo.

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Incapaz de soportar eso, Senna se rehusó a mirar. Cuando se obligó a enfrentarlo, deseó no haberlo hecho. Una mirada vacía se había instalado en el rostro de Joshen. Él no era más Joshen, de lo que ella misma era Senna.

Espen cantó para liberarlo. Él se puso de pie, torpemente, ante ella. —¿Quién es tu ama? —le preguntó.

—Espen —respondió él, en forma hueca.

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Traducido por Ela Fray Corregido por klevi

a brisa tiraba de las hojas de Senna y le recordaba a cuando el viento acariciaba su cabello. Deseaba poder cerrar los ojos, para bloquear la realidad. Pero, al

menos, su visión estaba en penumbras y difusa; era más fácil creer que nada de eso era verdad. Luchó por mover sus ramas más delgadas. ¿Cuánto tiempo pasaría, antes de tomar el camino de las otras Brujas y olvidar todo? ¿Cuánto tiempo pasaría, antes que los recuerdos de Joshen ya no existieran para ella? ¿Cuánto tiempo pasaría, antes de ser completamente un árbol y ya nunca más una mujer?

Espen desapareció un momento y regresó con un hacha en la mano. Senna sospechó que no tendría que preguntárselo por más tiempo. Espen le entregó el hacha a Joshen. —Ven —. Se detuvo frente a Senna, con los brazos cruzados sobre el pecho. —No te necesito más. Tu continua interferencia sólo detuvo el progreso de las cosas. Además, tengo que poner a prueba la lealtad de mi nuevo sirviente. Tú entiendes. E incluso, si no lo haces, te prohíbo detenerlo. —Le hizo una señal a Joshen —. Derriba el árbol. Quema la madera.

Senna quería arremeter contra ella con sus ramas. Exprimir a Espen como ropa mojada. Lo mejor que pudo hacer, fue cantar para Joshen, pero resultó poco más que un susurro en sus hojas.

Joshen dio un paso hacia delante y se detuvo. El sudor brotó sobre su rostro.

Espen describió un círculo alrededor de él, con los ojos llameantes. —Veo que voy a tener que ser muy específica contigo. Usando el hacha, corta este árbol. Hazlo ahora.

Joshen levantó el hacha con los brazos temblando. Senna ansiaba encogerse, cerrar los ojos, gritar. No pudo.

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Con todo el cuerpo temblando, tan incontrolablemente como si tuviera fiebre, Joshen bajó el hacha.

Espen estrechó los ojos, con una mirada de pura furia. —Te lo ordeno…¡¡DERRIBA EL ÁRBOL!!

Joshen se estremeció y su piel se tornó de un fuerte tono rojo. Sus ojos se desorbitaron. A través de los dientes apretados, dijo —No.

Espen se tambaleó. Miró fijo a Senna y luego, de vuelta a Joshen. —Entonces, no eres de utilidad para mí —sacó un pequeño vial de su cinturón de semillas.

Senna lo reconoció. Era un veneno simple. Ambos vamos a morir esta noche, pensó. Pero al menos, vamos a morir juntos. Su parte egoísta deseaba poder irse primero, así no tendría que ver morir a Joshen. Con suerte, su pena no duraría mucho. No es que temiera su propia muerte, sino que la aceptaba con gusto. No deseaba permanecer en un mundo del que Joshen no formara parte… uno donde Espen reinara.

Espen destapó el vial e inclinó la cabeza de Joshen hacia atrás.

El recipiente tocó los labios del muchacho. Senna se estiró y gimió, tratando de luchar por Joshen con tanta fuerza como él lo había hecho por ella. El líquido se desplazó hacia la boca que lo esperaba.

Entonces, Espen se detuvo de súbito. Senna podría haber gritado de alegría cuando el malvado contenido del vial se derramó a su costado. Pero entonces, también lo vio. Aunque aún era noche profunda, el cielo estaba más brillante. Mucho más brillante.

Espen cerró el vial con el tapón y sacó una semilla de su cinturón. Su postura era defensiva.

Con una destellante pulsación, el cielo resplandeció y cegó a Senna a todo, excepto la luz. Espen y Joshen se protegieron ante su intensidad, pero los ojos debilitados de ella fueron capaces de mirar el resplandor. Al principio, no distinguió nada. Y entonces, aparecieron los colores. Largas formas delgadas, de color verde, azul, marrón, y por último, dorado.

Las figuras, largas y delgadas, se fueron definiendo en las formas curvadas de mujeres. Las Creadoras. Ellas habían acudido, después de todo.

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La luz se iba desvaneciendo o, tal vez, simplemente, Senna se estaba acostumbrando a ésta. Había cuatro de ellas. Todo en ellas, excepto sus pieles, era de un solo color, cuyo matiz variaba según el momento. La de color marrón tenía el cabello de Tierra negra, que brillaba con el ligero rojo de la arcilla. El cabello y vestido de la mujer azul, iban desde el turquesa a un verde casi negro. El color de la Creadora verde variaba, desde el tono de la hierba recién nacida a la más profunda hoja perenne. Pero la de color dorado (cuyo cabello y vestido mutaban desde el amarillo del sol al de la barba de maíz madura) estudiaba a Senna.

La de color marrón examinaba la figura encogida de Espen. Los ojos de la de color azul estaban cerrados y la de color verde evaluaba el bosque más allá del claro. Después de un momento, la Creadora azul cantó, con la fuerza del viento que rompe sobre las olas.

El mar está en caos, sus criaturas atormentadas

La Creadora verde respondió.

Las plantas están débiles, enfermas y agonizantes

La Creadora marrón cantó.

Toda la Tierra está en pena

Las tres se volvieron hacia la Creadora dorada. Ella no había apartado los ojos de Senna. Senna deseó poder arrastrar los pies o mirar hacia otro lado, pero sus raíces la sostenían con fuerza.

Ella es la última que queda Desde hace mucho tiempo, está preparada para luchar contra un arma desconocida

Una semilla única, que blande rojo y negro Una planta prohibida por su propia naturaleza

Porque va en contra de todo aquello con que dotamos a las Guardianas

Mientras cantaba, la Creadora Verde se acercó y apretó los labios contra la corteza de Senna. Casi de inmediato, ella sintió que sus ramas se encogían. La rigidez del cuerpo de madera se suavizó, una vez más, a carne y hueso. Y entonces se puso de pie, como una mujer, completamente curada de sus heridas y envuelta en un vestido de un blanco tan puro y suave como los pétalos de una cala. En su mano impecable, sostenía una fruta blanca.

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Todas ellas unieron sus rostros y miraron a Espen. Senna no se había dado cuenta que la Bruja Oscura yacía acurrucada, con la frente pegada a la tierra. Las cuatro Creadoras la rodearon. La de color dorado cantó.

De todas nuestras palabras y todas nuestras creaciones Aquí sólo hay una Guardiana que ha traicionado gravemente su Guardia.

Espen levantó la mirada. Aunque no hizo ningún sonido, sus ojos parecían desesperados. Buscó frenéticamente en su cinturón de semillas. Pero antes que pudiera brotar una canción de sus labios, la Creadora dorada extendió su mano.

Tomaremos de ti lo que te fue libremente otorgado Ya no eres una Guardiana, sino sólo una mujer

La espalda de Espen se arqueó, como si estuviera sufriendo dolor. La semilla cayó de su mano. Abrió la boca en un grito silencioso. Sinuosos haces de luz salieron de su cuerpo y se reunieron en una esfera sobre los dedos extendidos de la Creadora dorada. Cuando escapó el último tentáculo, Espen colapsó como un carbón gastado.

Joshen jadeó, como liberado de un peso opresor. Trastabillo hasta el lado de Senna y la abrazó, casi aplastándola en su júbilo. Ella lo sujetó fuertemente, con lágrimas brotando de sus párpados. —Joshen —susurró. Nada más existía en ese momento. Sólo él.

Cuando finalmente lo apartó, Senna vio a la Creadora dorada, cuyos ojos reflejaban chispas de luz de la esfera resplandeciente. Ésta la observaba con diversión.

Senna luchó contra la urgencia de apartar la mirada. —¿Cuál es tu nombre?

La Creadora sonrió. —Tenemos muchos nombres —. Su cabello destelló en un naranja brillante. Le tendió la esfera a Senna.

Bebe y recoge el poder para regresar a las Guardianas

Los ojos de Senna vacilaron, de la esfera a la Creadora. —Yo… yo no quiero nada que fuera de Espen.

Los ojos color ámbar de la Creadora se trasladaron a la esfera.

La maldad de Espen era propia, no dada por nosotras. Sólo el poder que se le dio fue tomado. Nada más

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Senna vaciló, antes de inclinarse y tocar el charco de luz con sus labios. Bebió un sorbo. Tenía un sabor tan cálido y puro como la luz del sol. Cuando lo último que había sorbido se hubo deslizado en su interior, ella se enderezó, maravillada con la calidez del poder de la Creadora, que la llenaba.

Rara vez otorgamos mayor poder a una Vigila de usarlo bien

Nosotras exigiremos un reporte Cuando te unas a nosotras otra vez

—¿Unirme a ustedes? —preguntó Senna, incrédula.

El cabello de la Creadora dorada parecía a punto de estallar en llamas, aunque su rostro y cuerpo permanecían serenos.

Todas las Brujas se unen a las Creadoras al morir

Se inclinó y presionó sus labios sobre la frente de Brusenna.

La Luz te guiará

Una por una, las otras Creadoras hicieron lo mismo: presionaron sus labios sobre la frente de Senna y cantaron una bendición.

La Tierra te obedecerá Las Plantas te honrarán

Las Aguas, tu llamada escucharán

Y luego se fueron, dejando a Senna sola en las sombras, una vez más. Cuando sus ojos finalmente se ajustaron a la falta de brillo, vio que el amanecer tintaba de gris el horizonte. No era oscuridad, entonces. Sólo parecía así, después del resplandor de las Creadoras.

Lo que había empezado a medianoche, había terminado antes que rompiera el día.

Y estaba lloviendo de nuevo. Tomados de la mano, Joshen y Senna se pusieron de pie, demasiado abrumados para hablar. Espen fue la primera en moverse, lanzándose hacia la mano de Senna. Dándose cuenta, de repente, que estaba sosteniendo su canción en forma de fruta Lathel, ella se apartó.

Antes que Espen pudiera tomar represalias, Joshen aferró a la mujer con mano firme y la obligó a arrodillarse. —¡Tú podrías haber hecho que yo la asesine! ¡Aún estás tratando de matarla! —La empujó al lodo.

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Espen temblaba de pies a cabeza. De pronto, parecía mucho mayor que Senna. —Misericordia —susurró.

—¡No pidas misericordia! ¡No tienes derecho a ella! —gruñó Joshen.

—Has lastimado a quienes más merecían tu protección —Senna sacudió la cabeza, para apartar el agua que corría por su rostro. —No morirás. Mereces algo mucho peor que la muerte —. Apartó la vista, incapaz de soportar la mirada suplicante de la mujer. Sintió el peso de la fruta en su mano, la estudió y le dio una mordida vacilante. Tenía un sabor idéntico a la luz que le había dado la Creadora dorada.

De pronto, estuvo hambrienta de ella. Con cada bocado que consumía, la canción se magnificaba en su interior, hasta que sus labios se estremecieron. Comprendió lo que las Creadoras le habían dado: tenía el poder de su propia canción, más la de Espen. El poder de dos Brujas. Con la cabeza erguida sobre el cuerpo de la mujer, Senna hizo girar la semilla en su mano. —¿Vas a abrir la boca o tengo que obligarte?

Espen tembló. —¡Puedo enseñarte cosas con las que otras Brujas sólo han soñado! Canciones, pociones, plantas. Puede que ya no sea capaz de cantar por mí misma, pero…

Dispuesta a no escuchar otra sílaba, Senna levantó la semilla.

Espen retrocedió, con las manos levantadas. —¡Espera! No entiendes. Nunca trabajé sola. No podrás huir de Tarten, a menos que te ayude.

Indecisa, Senna hizo una pausa.

—Te diré todo, a cambio de mi libertad.

Senna levantó las cejas. —¿Libertad? ¿Después de todo lo que has hecho? —Todo su cuerpo temblaba de ira —¡Eres una mentirosa! —. Metió la semilla en la boca de Espen.

¡Consume su cuerpo!

La semilla se incrustó en la garganta de la mujer, deteniendo sus venenosas palabras. Ésta tosió y farfulló —Tú… no… entiendes.

La voz de Espen se quebró. Convulsionó. Su cuerpo se alargó. Su piel pasó, de pálida y suave, a una áspera corteza. Sus brazos se estiraron de golpe y crecieron como ramas, mientras sus piernas se convertían en raíces. Brotaron hojas, perfectamente redondas,

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que bailaban bellamente. Pero no hubo una flor blanca, porque Espen ya no era una Bruja. Cuando hubo terminado, lo único que quedó fue su cinturón roto, con las semillas esparcidas por la Tierra.

—¿Y las demás? —preguntó Joshen. —¡Las Creadoras no las han liberado!

Senna se giró hacia los árboles, maldiciéndose por no haber preguntado. Ahora ya era demasiado tarde.

—Soy la última. La última Bruja —se percató. Sacudió la cabeza con desesperación, pero entonces, vio las semillas negras de Lathel, que se habían derramado del cinturón de semillas de Espen. El eco de una canción, inquietantemente hermosa, resonó en su memoria, “tal vez, tengas el poder de regresar a tus Guardianas.”

¿Qué tal si…? Senna se inclinó y levantó una semilla. La lluvia la rodeó. —¿Qué son las semillas, sino contenedores de vida? —. Cavó un pequeño hoyo, la colocó en la Tierra y cantó, con voz temblorosa de desesperada esperanza y miedo.

Luz disfrutarás, aire beberás Extiende las raíces, que las hojas crecerán

Un brote claro emergió de la hierba mientras ella repetía las palabras. Sin embargo, no fue un arbolito lo que creció, sino los pliegues de un vestido verde y una capa más oscura. A medida que Senna repetía la canción, el capullo se iba abriendo, hasta que reveló un rostro y unas manos.

Apareció Coyel, con los ojos cerrados. En la mano, sostenía una fruta blanca. La mujer respiró hondo y sus ojos se abrieron. Su rostro se llenó de miedo, mientras miraba frenética hacia todos lados. Vio a Senna. Una sonrisa lenta se extendió sobre su rostro. —¿Tú la derrotaste? —rió con alivio —¡La hija de Sacra! ¡Brusenna!

Sin dudarlo, Coyel devoró su canción, como una mujer muerta de hambre. Luego respiró hondo y estiró los brazos hacia el cielo, mientras la lluvia lavaba su rostro. —¡Mi canción! —Inclinó la cabeza hacia atrás y gritó —¡Soy libre! ¡Después de casi dos años, soy libre!

Su madre y las otras Brujas aún estaban atrapadas. Senna se volvió hacia Joshen. —¡Ve si puedes encontrar el árbol de mi madre!

Él echó a correr.

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Senna buscó entre las semillas esparcidas y encontró otra Lathel. La metió en el suelo y volvió a cantar. Creció otra Bruja. Una Bruja mayor, con unos anteojos de múltiples cristales brillantes que hacían que la mujer luzca como si tuviera un pavo real en miniatura sentado sobre la nariz. Con una respiración lánguida, la mujer volvió a la vida. Ladeó hacia abajo un cristal color rosa de sus anteojos y miró a Senna con incredulidad. —¿Debo entender que ya no soy una semilla?

Coyel se inclinó, para atrapar la mirada de la mujer más baja. —¿Prenny? ¿Estás bien?

Prenny echó hacia atrás la cabeza, llena de canas grises, y fulminó a Coyel con los ojos. —¡Por supuesto que lo estoy! —espetó. —Espen prefería mantener cerca a las semillas más problemáticas.

Coyel sonrió con paciencia forzada. —Sólo quise decir…

—¡Sé lo que quisiste decir! Esa horrible mujer taló los árboles de las otras Principales también. Los quemó sobre el suelo y luego nos transportó en su cinturón de semillas —. Prenny sorbió audiblemente y se frotó los ojos bajo sus pesadas gafas. —Pensé que estaba muerta.

—¿Las Principals? —Perpleja, Senna paseó la mirada entre las dos Brujas —¿Eso significa que la semilla de mi madre está en el cinturón de semillas de Espen?

Prenny enfocó otro cristal de sus anteojos, que hizo que sus ojos se vieran diez veces más grandes de lo que realmente eran. Se arrodilló y comenzó a buscar las semillas. —De todas las Brujas, nos tuvo que liberar una novata.

Coyel le lanzó una mirada exasperada a Prenny y habló a Senna. —Las Principales de las cuatro Disciplinas. Soy la Principal de la Luz Solar, Prenny es la Principal de las Plantas…

—¡Coyel! —interrumpió Prenny. —Las lecciones de historia para después. ¿Sí?

Coyel respiró hondo y murmuró por lo bajo. —Ser una semilla tenía algunas ventajas, al parecer.

Senna no pudo evitar que una pequeña sonrisa curvara las comisuras de su boca y se agachó, para que Prenny no pudiera verla.

Coyel le apretó la mano. —Sacra debe estar por aquí. Sólo hay una manera de averiguarlo.

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Prenny cantó a la siguiente semilla Lathel. Senna observó, mientras aparecía una Bruja delgada, con el cabello perfectamente rizado y trozos de encaje cosidos al vestido. Tenía gemas de diferentes colores en cada dedo y pesadas cadenas de oro alrededor del cuello. Coyel le susurró a Senna. —Ésa es Drenelle. Es la Principal de la Tierra.

Joshen regresó a la carrera, con la camisa llena de frutas. —Recogí tantas como pude.

Senna tomó una, la dividió con los pulgares y presionó la semilla contra la Tierra. Apareció una Bruja joven. Era preciosa. Con rico cabello oscuro que le rozaba la cintura y ojos castaños, grandes y dulces. Pero la joven no se movió, ni habló y sus ojos tenían una mirada lejana, perdida. —Coyel —llamó Senna. —Algo está mal.

Prenny se abrió paso a codazos. —No pidas una diplomática, cuando necesitas una sanadora.

Senna dio un paso atrás. —Lo siento, yo no lo…

—¿Sabías? Sí, soy consciente de ello —. Prenny levantó los párpados de la Bruja y le examinó las pupilas. —¿Arianis? ¿Puedes oírme, niña? —Arianis parpadeaba lentamente. Con suavidad, Prenny condujo la joven a un lado. —Arianis fue convertida hace años. Es posible que le tome algún tiempo el ajustarse.

Coyel condujo a otra Bruja, que mostraba una expresión vacía similar.

—¿Van a regresar? —preguntó Senna.

Prenny se apoyó las manos en la cadera. —¡Soy una sanadora, no una adivina, chiquilla!

Coyel se enderezó. —Prenny Bonswiky, si no puedes calmar tu temperamento…

Prenny desechó la amenaza de Coyel con un movimiento. —Sí, si. No ayuda —. Apuntó a Senna con un dedo. —Haz algo útil y deja de hacer preguntas molestas.

Las lágrimas escocieron los ojos de Senna. Había sido una larga noche y unos meses aún más largos. Se sentía exhausta y agobiada y… ¡después de todo, ella las había salvado! Y como recompensa, estaba siendo insultada. Levantó su falda, hizo su mejor conjetura acerca de dónde podría estar el árbol de su madre, y echó a correr. Cuando estuvo cerca del borde del claro, apareció Joshen con otra carga de fruta en los brazos.

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Él le dirigió una mirada, arrojó la fruta a la pila y corrió tras ella. —Todas tienen el mismo aspecto para mí —resopló al alcanzarla. —Lo siento.

Ella sacudió la cabeza. —Yo debí ser quien la buscara. —Entonces, ¿por qué no lo había hecho? La respuesta fue embarazosamente simple. Aún estaba enojada con su madre, por dejarla atrás… y en la oscuridad. Durante tanto tiempo.

Los ojos de Senna pasaron de un árbol a otro, en busca del que había reconocido la noche anterior. Y entonces, lo vio. Su frenesí se desvaneció cuando el sol asomó a través de las nubes y se filtró a través del pesado dosel, dejando al descubierto restos de polen y polvo, que se adherían al aire como miel. Caminó hacia el fruto que el árbol tendía hacia ella. Lo desprendió con un chasquido. Hundió los pulgares en la pulpa jugosa. Una semilla negra brilló contra el blanco. Con manos temblorosas, Senna soltó la semilla y la enterró en el suelo. Con la boca seca, cantó. Aparecieron un vestido y un manto. Un rostro floreció a la existencia. Su madre respiró hondo y abrió los ojos. —Brusenna —susurró.

Senna cerró los ojos, mientras la voz de su madre envolvía su rabia como una manta caliente. Los brazos de Sacra la rodearon. Las lágrimas trazaron surcos sobre su rostro caliente. —Madre.

—¡Lo lograste! —rió Sacra.

La tensión de Senna se desvaneció. Lo único que quería es que ese momento durara por siempre. Quería estudiar a su madre, beberse cada rasgo. Había olvidado el pequeño lunar que ésta tenía en el cuello y los mechones grises sobre sus sienes. Las motas en sus ojos verdes y la cicatriz de un hoyuelo en su mejilla derecha.

Los ojos de su madre brillaron al ver a Joshen. —¿Y ése quién es?

El muchacho había aguardado un poco detrás, pero ahora avanzó y estrechó la mano de Sacra. —Soy Joshen, Protector de Senna. Mi padre es Wittin.

Sacra dio un paso atrás, sorprendida. —¿Un Protector? Senna, ni siquiera eres una Iniciada, ¿cómo puedes tener un Protector?

La piel de Senna se sentía caliente. —Tú le dijiste a Wittin que enviara a Joshen conmigo.

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Su madre se puso una mano sobre los labios. —¡Sí, pero no para hacer de él tu Protector! ¡Sólo las Principales pueden aprobar a los Protectores!

Senna sentía como si su boca estuviera sellada.

Sacra no pareció darse cuenta de la ira de su hija. Sus ojos iban desde las manos entrelazadas de Joshen y Senna, a sus rostros. —Incluso si te permiten conservarlo, se supone que no debes involucrarte con tu Protector.

Senna quería gritar, llorar, golpear algo… muy fuerte. —Una vez más, otra cosa que nadie me dijo —. La sorprendió la furia en su voz. ¿Cuándo se había vuelto tan amargada?

Joshen le apretó la mano. —Todo estará bien. Estoy seguro de ello.

El intercambio pareció sorprender a su madre. —Oh, Senna, ya no eres una niñita. Te he echado mucho de menos —. Sacra sacudió la cabeza, mientras las lágrimas caían por sus mejillas y se mezclaban con la lluvia. Se las secó, forzando una sonrisa. —Es obvio que él está enamorado de ti. ¿Tú estás enamorada de él?

Al ver las lágrimas de su madre, la ira de Senna disminuyó. —Sí.

La mirada de Sacra recayó sobre la fruta en la mano de Senna. La tomó y comenzó a comerla. Cuando terminó, suspiró de alivio. Miró a su alrededor, como buscando algo. —¿Cómo la derrotaste?

—Llamé a las Creadoras.

Una fina línea apareció entre las cejas de Sacra. —¿Y ellas acudieron?

¿Tan difícil era creer que la hija que había dejado atrás fuera capaz… de algo? —Sí. Las cuatro.

—¿Las has visto? —jadeó su madre. Sacudió la cabeza, como deteniéndose a sí misma —Ya habrá tiempo para preguntas. Primero, debemos corregir los errores de Espen antes que sea demasiado tarde —. Sin mirar atrás, se dirigió apresurada hacia el Anillo de Poder.

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Traducido por **ale** Corregido por klevi

on la espalda tiesa como un palo y las muñecas descansando sobre sus rodillas, Senna se sentó dentro del Anillo de Poder. A su alrededor, separadas a

intervalos regulares, estaban las Brujas que se habían recuperado de su encarcelamiento, mientras que aquellas que aún no estaban en plena posesión de sus mentes esperaban, dócilmente y con los ojos vidriosos, en el lugar donde las habían dejado.

Arianis estaba entre ellas. Senna había averiguado, de una de las Brujas, que aunque Arianis no era mucho mayor que ella misma, era la segunda Nacida Bruja más poderosa en el último siglo.

Coyel, de pie en el centro del círculo, estaba al mando de los procedimientos. A pesar de la humedad, de que su cabello caía por la espalda y su vestido colgaba pesado por el agua, ella todavía era un espectáculo imponente. Erguida en toda su estatura, sus ojos se posaron en Senna. —Les recuerdo a todas, que nuestras ceremonias son sagradas. No las discutimos con extraños, ni siquiera con nuestras propias Iniciadas. Quien no obedezca esta norma, padecerá graves consecuencias.

Las mejillas de Senna ardieron de vergüenza. Sabía que las palabras habían sido para ella y las otras Brujas también lo sabían. Su ignorancia, con respecto a las costumbres de las Brujas, se sentía como una señal sobre su frente.

Coyel alzó sus manos hacia el cielo. —Guardianas, tenemos un gran trabajo de reparación, en este día. Mucho de nuestro mundo ha desaparecido desde nuestra última pelea por preservarlo. Y aunque nos tome años, debemos restaurar las tierras a su ritmo anterior —. Su mirada descansó sobre Senna. —Pero primero, debemos elegir a una Bruja para que sirva como nuestra canalizadora.

Ojos sorprendidos se volvieron hacia Senna. Ella ardía en deseos de retorcerse bajo el calor de las penetrantes miradas.

Sacra levantó una mano, en señal de protesta. —Ella no está lista, Coyel.

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—Para ser una canalizadora, debe ser una Bruja completa. Ella ni siquiera ha sido Iniciada —añadió Drenelle.

—¿Acaso tiene la fuerza suficiente para servir como canalizadora? Si no es así, el acto mismo podría matarla. —dijo la Principal del Agua, una mujer que, Senna había oído, las demás llamaban Chavis.

Coyel se volvió hacia Prenny. —Bueno, ¿lo está?

Prenny se retorció un cristal color rosa, como si estuviera pensando bien lo que iba a decir. —Tiene la fuerza —dijo, de mala gana. —Es una Nivel Siete.

Jadeos y exclamaciones sonaron alrededor del círculo.

—¡Una Nivel Siete!

—¡Sólo tuvimos una Nivel Seis en la década pasada!

Senna sentía la mirada sorprendida de su madre sobre ella. Coyel se acuclilló delante de Sacra. —¿Por qué no me lo dijiste?

—No vi señales de una Nivel Siete.

—¿Cuál es su afinidad?

Sacra se encogió de hombros. —Plantas.

Senna se inclinó hacia ellas. —No entiendo…

Coyel le lanzó a Sacra una última mirada de exasperación. Entonces, susurró a Senna. —Sólo otra Nivel Siete ha nacido en este último siglo. —Sus labios estaban apretados en una línea sombría.

Los ojos de Senna se dilataron. —¿Quieres decir…Espen?

Sacra apartó la mirada. Coyel asintió. —Tu canción es la más fuerte aquí. Eso hace que las demás se pongan nerviosas.

Por primera vez, Senna se preguntó si las Creadoras le habrían dado un don o una carga.

—Bien, entonces —dijo Chavis, encogiéndose de hombros. —Dejen que la chica lo haga. Ciertamente, se lo ha ganado.

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—Yo estoy con su madre —dijo Prenny. —No está lista.

Coyel se volvió hacia Senna. —Los votos están divididos. Eso deja la decisión en mis manos —. Un murmullo de protesta provino de Drenelle y Prenny. Coyel lo silenció con un movimiento de su mano —. Ella entró en la categoría de aprendiz cuando derrotó a Espen —. Las dos apretaron los labios, pero no volvieron a protestar. Senna sintió que las otras Brujas del círculo intercambiaban miradas inquietas.

Al ver que sus seguidoras guardaban silencio, Sacra bajó la mano que tenía alzada.

Coyel se paró frente a ella. —Pero sé tan poco —susurró Senna.

—Todas somos ignorantes hasta que el conocimiento nos encuentra —explicó Coyel. Le tomó una mano, tiró de ella para ponerla de pie y se instaló en el trozo de hierba que Senna había dejado libre. Coyel arregló su falda húmeda y la miró, expectante.

Senna buscó signos de desaprobación entre las otras Brujas, mientras se encaminaba hacia el centro. La mayoría no mostraba otra expresión, además de una intensa concentración. En el momento en que Senna llegó al centro, las Brujas se aferraron, unas a otras, por los antebrazos. El suelo bajo ella emergió con un estallido. La onda de choque azotó los árboles, casi tumbándolos. Una gran barrera cilíndrica se elevó hacia el cielo nocturno. Brillaba como una aurora boreal y se extendía a los niveles más altos de la atmósfera. Senna sintió la fuerza de la barrera, pulsando con un poder tan duro y firme como el más invulnerable de los muros de una fortaleza.

Un zarcillo de pensamientos rozó su mente. Sorprendida, se concentró en la extraña presencia. La voz de Coyel vibró en su cabeza. Cuando llegue el momento, te daré las canciones que debes cantar. Por ahora, permanece en silencio. Senna se dio cuenta que la unión de brazos de las Hermanas conecta más que sólo sus cuerpos. Ahora, sus mentes estaban vinculadas.

Coyel les proveyó la canción que debían cantar. Como una sola voz, las Brujas cantaron suavemente.

Espen nos traicionó y trazó nuestra desaparición Llenó la Tierra con sus enclaves de ficción

Y por eso, la liberamos de su anterior llamado Espen, la Bruja, su autoridad ha cesado

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Una sensación, parecida a una hebra de hilo siendo extraída de un tapiz, se posó sobre Senna. Espen había sido eliminada. Pero era algo más que sólo borrada. Parecía como si la Bruja Oscura nunca hubiera existido.

Mientras el eco de sus canciones se desvanecía, se elevó otra canción.

Brusenna se arriesgó entera Para que el mundo de las Brujas no cayera

Por su coraje, sellamos el derecho para el que ha nacido Una Guardiana, tras la Disciplina que esta noche ha elegido

Las vibraciones de las voces de las Brujas fueron en ondas hacia Senna. Las ondas se condensaron en su interior y la llenaron con la canción, hasta que su aura brilló y su cuerpo cosquilleó.

Las canciones bullían por ser liberadas. El conocimiento de lo que tenía que hacer fue tan natural como respirar para un recién nacido. Ella tenía que contenerlas. Con fuerza. Esperó, sabiendo que no tenía suficiente canción… aún. La cadencia de las Brujas se incrementó, al igual que su volumen, hasta que Senna no pudo soportarlo más. Con el cuerpo rígido, echó la cabeza hacia atrás. Las otras Brujas cesaron bruscamente de cantar, mientras Senna comenzaba su propia canción. Incluso a sus propios oídos, la canción era lo más dulce que jamás había escuchado.

Soy una Bruja. Márcame

Con el poder del amanecer, la conciencia de Senna se expandió a través de las otras Brujas, para incluir a las Cuatro Hermanas: Tierra, agua, luz solar y plantas. Con un mínimo esfuerzo, sintió su conexión a ellas, tan natural como sus miembros de carne. Por su parte, las Cuatro Hermanas aceptaron naturalmente su dominio… la Tierra como a una pala hundida en su interior, el agua como a una red lanzada a sus profundidades, las plantas como a un fruto arrancado de sus ramas y el sol como a otra criatura sobre la cual resplandecer.

Junto al ombligo de Senna comenzó un cosquilleo. Sin mirar, ella supo que una luna creciente adornaba ahora el lado derecho de su ombligo. El conocimiento de qué era eso creció en su interior. La luna creciente…una parte del todo. Senna era, ahora, parte de las Brujas.

La marca de una Guardiana Aprendiz.

Finalmente, pertenecía a algún lugar.

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El poder de su primera canción se fue enfriando, hasta llegar a una sensación parecida al calor de una puesta de sol en un día frío. Pero las Brujas aún no habían terminado. Empezaba otra canción, una con un objetivo muy diferente al de la primera. Esta vez, Senna sintió que las Brujas convocaban poder a partir de sus canciones… y dirigían ese poder a corregir los errores que Espen había cometido. Era similar a las canciones que Senna había cantado tantas veces pero, ahora, ella tenía la fuerza para ver qué es lo que hacía.

Cuatro Hermanas… Tierra, agua, plantas y luz solar Nuestra ley y control habían de fallar

Pero ahora, nuestra autoridad y poder son irrefutables Les ordenamos que regresen al orden más favorable.

Estaciones, permanezcan en su lugar Vientos, logren en paz soplar

Climas, mantengan su idiosincrasia Plantas, conserven sus tiempos de gracia

Caos y desorden han de cesar Que todo se restablezca y retorne la paz

La canción continuó y se hizo cada vez más fuerte. Como antes, Senna dejó libre su canto. Mientras surgía la última nota, sintió que la canción viajaba a la Tierra, mediante su reciente conexión… una conexión que también le dijo que las Brujas nunca podrían deshacer el daño que Espen había realizado. Muchas, muchas cosas aterradoras y rastreras habían muerto o morirían en los próximos meses. Y más aún fallarían, antes que la canción hiciera efecto por completo. Una tristeza aplastante la envolvió. Nunca más encontraría esas plantas y animales sobre la tierra.

Sólo dos canciones y Senna ya se sentía exhausta. Sin embargo, quedaba más trabajo por hacer. Cuestiones menores que necesitaban atención. La canción duró todo el día, y Senna sintió cómo la plenitud regresaba a la Tierra. Su trabajo allí estaba hecho… al menos hasta la primavera, cuando sus poderes alcanzaran la cúspide y pudieran terminar el trabajo que habían comenzado en Tarten.

Esperó a que el círculo se rompiera. Sus Guardianas estaban cansadas; pudo sentir su agotamiento a través de la conexión que compartían. Todas estaban mojadas y con hambre. Pero no soltaron su agarre. Sin entender, la mirada de Senna se posó sobre su madre. Finalmente, Tienna, la hija de mediana edad de Desni, rompió el silencio con una voz de gran acento. —Háblanos de las Creadoras.

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Ah, era eso. Flexionando la cabeza de lado a lado, Senna se concentró en el calor del sol que entibiaba su cuello. —Había cuatro de ellas…Agua, Tierra, Plantas y Luz Solar. Cada una era un emblema viviente, respirante, de sus respectivos dominios. La Tierra apareció como una mujer de ébano, Agua tenía los ojos azules rasgados y la piel rosada de los norteños, Luz era de piel clara y rubia como los rayos de sol, y Plantas estaba cubierta de pecas. Desde sus largos y sinuosos vestido, hasta la sombra de sus cabellos o el matiz de sus ojos, los colores variaban a cada momento.

Todas las Brujas permanecían en silencio. La mente de Senna estaba tan llena de recuerdos que, de todos modos, no habría podido hablar.

—¿Cuánto dolor podrían haber evitado? —Las palabras de Sacra tenían un deje de amargura.

—No, Sacra—dijo Coyel. —Esta vida no sería vida sin angustias.

—No —agregó Prenny. —Eso es para la próxima.

Coyel se volvió hacia la ciudad de Zaen y unas líneas de preocupación surcaron su frente. —Por ahora, hemos terminado nuestras canciones, pero aún nos enfrentamos a Tarten. Si sólo nos dejaran pasar sin ser molestadas…

Por toda respuesta, Prenny resopló.

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Traducido por Ela Fray Corregido por loren

enna estaba, junto a su madre y las Principales de cada Disciplina, en la primera línea de las Brujas que avanzaban, desde la jungla de Espen, hacia la ciudad de

Zaen. Se estremeció cuando, desde la parte superior de la barda, unos soldados gritaron una advertencia. A sus costados, Coyel y su madre se apretaron un poco más contra ella. Senna volvió la cabeza y vio que las otras Brujas hacían lo mismo; sus rostros sombríos mantenían la mirada fija hacia delante. Todas estaban descalzas, para poder sentir mejor la Tierra, la primera Hermana.

Las Brujas estaban en guerra.

Senna sentía el temblor de las plantas, a la espera de una canción de Bruja. A medida que se acercaban al camino principal, la gente de Tarten huía de ellas y llamaban a los soldados mientras corrían, a por su seguridad, detrás de las murallas de la ciudad. Ella deseaba estar más cerca de Joshen, pero eso requería romper su conexión con las demás. A cambio, él caminaba a su lado, desarmado.

Como Principal del Agua, Chavis dirigía la batalla, lo que significaba, también, que servía como canalizadora. Ella estableció una canción, Senna y las demás la siguieron.

Luz disfrutarán, aire beberán Extiendan sus raíces, las hojas crecerán

Ante el sonido de sus voces, todas las plantas se estiraron hacia arriba e hicieron alarde de sus hojas. Detrás de ellas, el suelo se volvió más exuberante.

Sin detenerse, marcharon hacia la caseta de vigilancia, donde Wardof había golpeado a Senna. Allí, el avance de las Brujas se detuvo ante las voces de alto. Senna sintió la mirada fija de los soldados y no pudo evitar el recordar sus viajes al mercado de Gonstower, cuando era niña. Anhelaba aumentar las filas de cuerpos protectores ante ella. Pero ya había aceptado, cuando Coyel le ofreció un lugar en la primera línea. No se avergonzaría a sí misma, retrocediendo ahora. He enfrentado lo peor, se dijo, plantándose firme sobre sus pies. Y estaba sola entonces.

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Chavis habló, mientras Tiena traducía para las Brujas que no hablaban tarteno. —Soy Chavis, Principal del Agua y General de Guerra. Vengo en busca de Desni. Libérenla y no tendrán nada que temer.

La puerta principal se entreabrió y salió un comandante… el mismo comandante que había causado tanto dolor a Senna. —Soy Methen, Comandante de Zaen —tradujo Tiena. Los ojos del hombre se pasearon por las Brujas, que flaqueaban a Chavis por todos lados. El reconocimiento tocó sus ojos cuando vio a Senna.

Inconscientemente, ella se llevó una mano a la sien. La ira surgió en su interior como un hematoma. Su garganta ardía con una canción que podría herirlo, tanto como él y Wardof la habían herido a ella. Methen las estaba evaluando. Y tenía miedo. Ella deseaba justificar sus temores.

El hombre hizo una señal hacia el edificio. Los soldados se apresuraron a salir y formaron filas junto a él. Habló y Tiena tradujo, una vez más. —Hay órdenes de detener a todas las Brujas, así que muéstrense —. Dio un paso hacia delante y sus soldados lo imitaron.

Chasis arrojó una semilla de barrera. Las Brujas se juntaron más y se aferraron por los antebrazos. La conexión de sus cuerpos también entrelazó sus mentes. Con una sola voz, cantaron.

Árbol de barrera, fortalécete y toma nuevo brío Nuestro guerrero eres y tuyo es nuestro enemigo

Impulsado por el poder colectivo, el árbol surgió como un rayo, más ancho que el flanco de un caballo y en profunda sintonía con Chavis. Gimiendo, se extendió hacia delante y aferró la construcción. Con un chasquido, las paredes de barro se fracturaron y, poco a poco, se arquearon. Con los ojos llenos de horror, los soldados corrieron por sus vidas, mientras un costado entero del edificio se desplomaba sobre ellos.

Polvo y escombros se precipitaron hacia Senna, como una oleada.

¡No los dejen ir! Las palabras de Chavis hicieron eco en su cabeza.

Mientras la nube las alcanzaba, Senna apretó los ojos y se volvió. Coyel y su madre aferraron sus brazos con más fuerza. Senna les devolvió el agarre. Algo afilado picó su mejilla y sintió la sangre caliente que goteaba por su rostro. En tanto el polvo se disipaba, buscó a Joshen y se sintió aliviada al verlo, cubierto de tierra, pero ileso. Los

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soldados yacían a los pies del árbol. Methen se dejó caer de rodillas. Con una orden aguda, cogió su fusil.

—¡Les ordenó que abran fuego! —advirtió Tiena.

No había hecho más que decirlo, cuando Senna sintió que Chavis canalizaba la energía de las Brujas hacia el árbol. Éste les arrebató los fusiles, en el momento en que los soldados las alcanzaban, y destrozó las armas con la misma facilidad que si fueran quebradizas agujas de pino. Las fuertes ramas rodearon las cinturas de los hombres y los alzaron. Pero el árbol no los arrojó. No aún.

Senna apretó los labios, frustrada, cuando vio, en los ojos de Methen, la misma mirada de odio e ira que había estado presente, durante tanto tiempo, en la de Wardof. Sacudió la cabeza y el polvo de su cabello cayó a su alrededor como un velo. El oscuro cabello de Chavis lucía como si lo hubiera peinado con un cepillo revestido de cenizas. —Dile que, si él o cualquier otro soldado nos escoge como enemigas, lo mataremos. Rendición completa y que juren que nos dejarán pasar en paz. No habrá persecución.

En respuesta, Methen extrajo su cuchillo y apuñaló la rama. Algunos de los soldados siguieron su ejemplo, mientras otros se retorcían para liberarse.

Chavis simplemente pensó y el árbol apretó su agarre en torno a las cinturas de los soldados. Gritos agudos, de dolor y sorpresa, perforaron el aire. —Bájenlos —ordenó a los soldados.

Después de una breve vacilación y otra apretujada, los cuchillos cayeron al suelo. Methen respiró hondo y dejó caer los hombros. —Yo no soy tu enemigo —tradujo Tiena, finalmente.

Las Brujas cantaron y el árbol los bajó. Los soldados se pusieron de pie, lanzando miradas furtivas hacia las ramas. Como si la cercanía de las Brujas pudiera quemarlos, las evitaron mientras se dirigían al edificio en ruinas. Methen retrocedió con el resto de ellos. —Nos rendimos.

Chasis asintió con la cabeza.

Las Brujas habían tomado la ciudad completa, sin derramar una sola gota de sangre del enemigo. Senna le hizo una señal a Joshen, quien corrió hacia el edificio en ruinas. Cuando salió, sostenía la mano llena de venas azules de Desni en una de las suyas, y un fusil en la otra. Tenía una sonrisa petulante en el rostro.

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De entre las Brujas surgió un grito. Tiena se adelantó corriendo y abrazó el cuerpo marchito de su madre. Ambas tenían las cabezas de color gris, ambas estaban dobladas por la edad, una más que la otra. Las dos mujeres lloraban y se abrazaban, una a la otra. Desni se apartó y miró a Senna. —Gracias. Ahora puedo descansar en paz.

Senna inclinó la cabeza hacia la anciana.

—Yo me quedaré aquí, con mi madre, y sanaré mis propias tierras —indicó Tiena.

Coyel intercambió una mirada preocupada con Chavis, quien tocó el hombro de Tiena. —La lealtad de Methen es hacia el gobierno. Tú lo sabes.

Tiena miró fijo al comandante. Cuando habló, Desni tradujo. —Tu lealtad debería ser a tu pueblo. Yo puedo ayudar.

Methen cuadró los hombros, obviamente tomando valor. —Si mis superiores me ordenan aprehender Brujas, eso haré.

—Los cobardes se esconden tras las órdenes —murmuró Coyel. Con una sacudida de cabeza, dijo a Tiena. —Este lugar no será seguro para ti. Quizás, la mejor arma que podemos blandir contra Tarten sea nuestra ausencia. Espen ha mantenido estas tierras en orden con lo justo; veamos cuánto dura Tarten, cuando eso haya terminado.

Chavis se volvió hacia el Capitán. —Las Brujas estarán en Nefalie cuando tu gobierno esté preparado para nosotras.

Desni se quedó clavada en el suelo, mirando fijo la ciudad. Finalmente, gritó algo en tarteno. En voz baja, su hija tradujo. —Éstas son nuestras tierras. Debemos luchar por ellas; las Brujas no pueden hacerlo por nosotros —. Sin mirar atrás, la anciana se alejó de su hogar.

Mientras Senna se volvía para seguir a las Brujas que se marchaban, se percató de los Palurdos que se alineaban contra los muros de la ciudad, con la desesperación obvia en sus posturas derrumbadas. Senna escudriñó los rostros, esperando reconocer a alguien que la hubiera ayudado. Pero eran demasiado y ella no se atrevía a quedarse atrás.

* * *

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Senna levantó la mirada, cuando Joshen irrumpió a través de los árboles y corrió hacia ellas. —¡Tarten ha enviado su ejército por este camino! —gritó él.

Chasis se levantó de junto a las llamas, con el rostro bañado por al luz del fuego. —¿Cuántos?

—Es difícil asegurarlo cuando está tan oscuro, pero diría que, al menos, mil —respondió Joshen, con el rostro pálido.

Senna miró a su madre. Había menos de doscientas cincuenta Brujas. Constituían un adversario formidable, seguro, ¿pero un millar de soldados armados con mosquetes, enfrentados a las Brujas y sus plantas?

La mirada de Prenny recorrió las Brujas reunidas. —Si luchamos, algunas caerán.

—Y muy poco después de haber recuperado su libertad —dijo Coyel.

Senna dejó caer la cabeza. Estaban a kilómetros y kilómetros de la costa. ¿El Capitán Parknel seguiría allí, o ya habría reparado su nave hace tiempo y se habría marchado? —¿Qué podemos hacer?

Chavis acarició las semillas en su cinturón. —Hay momentos en que actúas y momentos en que reaccionas. Me temo que éste es de los últimos. Si los tartenos atacan, ¿qué otra opción tenemos, excepto luchar? Sin embargo, si nos permiten pasar por sus tierras, aceptaremos gustosas.

—¿Qué posibilidades tienen ustedes contra tantos de ellos? —preguntó Joshen.

Los ojos ardientes de Chavis lo estudiaron. —Una guerra de Brujas no es algo agradable de ver, Joshen. Pero ten por seguro que lo haremos bien.

Coyel debió ver la incertidumbre en los ojos de Senna. —No te preocupes. Tal y como lo hiciste en el Anillo de Poder, sabrás las canciones cuando sea tiempo que las cantes.

* * *

Senna estaba de pie, en el terreno despejado de la ladera de las montañas redondeadas. Delante de ellas, esperaban inmensos campos de chaquetas rojas. Joshen sólo había contado el primer batallón, antes de correr a avisarles. No eran mil, sino diez mil. Todos estaban armados y sus mosquetes brillaban al sol. Joshen estaba a su lado, con su única arma de fuego en reposo sobre el antebrazo. Una mirada a derecha

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e izquierda le reveló mujeres, de todas las razas y edades… todas vestidas con el tradicional color verde. Acabo de encontrarlas. Senna quería llorar.

—¿Podrías llamar a las Creadoras de nuevo? —susurró Coyel.

Ella sintió la respuesta repiqueteando en su pecho. Si la raza humana decidía maldecirse a sí misma, las Creadoras no interferirían; sólo darían la bienvenida a sus Guardianas, con los brazos abiertos, mientras el mundo moría lentamente. —No.

Una pequeña compañía de soldados montados se separó del grupo principal. Uno de ellos sostenía una bandera blanca atada a un palo. El malestar que se retorcía dentro de Senna se expandió, cuando la compañía se hizo más grande y tomó forma. Eran cuatro hombres… el más engalanado en el centro era, obviamente, su comandante. Coyel, Chavis, Drenelle y Prenny se dirigieron a su encuentro.

Incapaz de soportarlo, Senna se apresuró a ir tras ellas. Su madre la cogió de la mano. —No, Brusenna. Tu lugar no es allí.

Senna se sacudió y corrió tras ella. Al verla, Prenny puso los ojos en blanco. —No tienes nada que hacer aquí, Novata.

Chavis la estudió. —Que se quede. Ella pasó a través de Tarten, sin ser detectada. Tal vez, su conocimiento del terreno pueda ayudarnos.

Coyel asintió, en acuerdo.

Dos de ellas lo estaban. Senna suspiró con alivio. Dos eran suficientes.

—Hasta allí es suficiente —dijo Chavis a los hombres. Tiena tradujo sus palabras.

El comandante las evaluó, buscando a su líder. En el momento en que Chavis empezaba a hablar tarteno, él alzó la mano para detenerla. —Yo hablo nefalien con fluidez, aunque ese lenguaje débil agrede mis oídos.

Esperó una respuesta, pero las Principales rehusaron morder el cebo. El hombre cambió de posición en la montura, obviamente aún inseguro de cuál de ellas era la líder. —Yo soy Reden, General del reino de Tarten. Han sido acusadas de Brujería, entre otros cargos. Tengo orden de llevarlas a juicio.

Coyel arqueó una ceja. —¿Y qué otros “numerosos cargos” hemos obtenido, sin darnos cuenta?

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—Nuestras fronteras han sido cerradas a los nefalien; su sola presencia va en contra de nuestras leyes. Además de anarquía, imprudencia, evadir el arresto, allanamiento de morada…

—¿Le gustaría añadir robar el aire de Tarten, ya que está en eso? —dijo Prenny con los dientes apretados.

—No hemos venido aquí por nuestra propia voluntad —añadió Drenella con su voz chillona.

Coyel apoyó una mano de advertencia sobre el brazo de Prenny. —Sólo queremos abandonar su tierra. Déjenos pasar en paz.

—Eso no me corresponde decidirlo a mí. Los Cancilleres toman esas decisiones.

—¿Y si amenazamos con maldecir su tierra? —dijo Chavis, mientras se estudiaba las uñas.

Reden bajó la cabeza y sus labios se curvaron hacia abajo, con desaprobación. —Soy un soldado, Bruja. Sigo órdenes. Te capturaré, de una manera u otra.

—¿Qué posibilidades tendremos de tener un juicio justo? —exclamó Coyel.

Los decididos ojos del hombre se deslizaron sobre ella. —Repito que eso no me corresponde decidirlo a mí. Les garantizo un trato justo mientras estén bajo mi responsabilidad. Aunque será necesario amordazarlas y maniatarlas.

Las Principales intercambiaron miradas. —Discutiremos sus términos y regresaremos con una respuesta.

Mientras las demás se alejaban unos pasos, Senna estudió al hombre. La mirada de éste la recorrió, evaluándolo como ella lo hacía con él. Pero su expresión indescifrable no le reveló nada.

—Senna —llamó Coyel.

A regañadientes, ella se dio vuelta. Las Principales se habían alejado del alcance del oído y formaban un círculo estrecho. Ella inclinó la cabeza junto a las demás.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Drenelle, en voz baja.

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—Soy una sanadora, no una guerrera. No tenemos ninguna oportunidad contra tantos —gruñó Prenny.

—No voy a pudrirme en otra prisión. ¡Esta, probablemente, será peor que la última!—replicó Drenelle, con los dientes apretados.

—¡Tenemos que correr! —gritó una Bruja, entre la multitud tras ellas.

Las Principales la ignoraron. Los ojos de Chavis revolotearon de un rostro a otro. —Sabes, tan bien como yo, que no podemos dejar atrás los caballos, si vamos a pie. Estamos en medio de Tarten, ¿dónde nos podríamos esconder? ¡Hay miles de ellos! La mayoría de nosotras sería capturada de inmediato. Las demás, poco después. Muchas podrían morir.

Senna desvió la mirada hacia Joshen. —Hay una red clandestina que esconde a las Brujas. Ellos me ayudaron.

Chavis asintió lentamente. —Eso podría funcionar. Unas pocas podrían escapar inadvertidas. Brujas jóvenes. Que puedan correr.

Las cejas de Coyel se unieron en concentración. —Esta red… ¿puedes encontrar un contacto?

Recordando a Kaen, Senna asintió. —Joshen y yo podríamos.

—Nuestra única oportunidad es si todas huimos —intervino Drenelle, con un toque de pánico alrededor de los ojos. Debía saber que no sería incluida en el pequeño grupo de escape.

Prenny gruñó, disgustada. —¡No seas tonta! Si todas huimos, el ejército entero vendrá tras nosotras. Si luchamos, nos asesinarán en masa. Aquellas que se queden serán encerradas, o bien, ejecutadas.

—Ser encerradas o asesinadas es inevitable —se lamentó Drenelle.

—Quizás no —dudó Senna, mientras Drenelle le lanzaba una mirada asesina. Para ser una mujer envuelta en encajes, Drenelle podía verse tan peligrosa como un oso enfurecido. Obviamente, estaba dispuesta a escapar y no le gustaba que Senna interfiriera en sus posibilidades.

—Continúa, Senna —dijo Coyel.

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Senna se humedeció los labios con la lengua y evitó la mirada furiosa de Drenelle. —Estamos a kilómetros de distancia de la costa, con diez mil soldados bloqueando nuestro camino. La capital, Carpel, está cerca de la orilla. Tendremos mayor oportunidad de escapar desde allí.

—Ella tiene razón sobre la capital —coincidió Tiena. —Es el principal puerto de Tarten. Hay cientos de barcos.

—No veo otra opción viable —dijo Chavis, mirando a Coyel.

Ésta asintió. —Estoy de acuerdo.

—¡Bueno, yo no! —siseó Drenelle. —Y no saques eso de “Yo tengo el voto decisivo”, ni esa cosa absurda de “General de las Brujas”. Prenny y yo tenemos el mismo peso. Exijo que se convoque un consejo.

—Eso no es necesario —dijo Prenny, con una sacudida de su cabeza. —Yo estoy de acuerdo con ellas —. Drenelle apretó su falda de encajes recortados en un puño. Prenny, simplemente, se encogió de hombros —. No puedo ordenar a mis Guardianas que se suiciden. Por mucho que odie admitirlo, esa idea tiene un punto. Los soldados nos llevarán a donde queremos ir. Tendremos más oportunidades de escapar desde allí que desde aquí.

Chasis se enderezó. —Es un acuerdo, entonces. Dos grupos tienen mayores posibilidades de sobrevivir que uno. Joshen conducirá una compañía de cinco Brujas hacia esa red clandestina. El resto de nosotras tratará de escapar desde Carpel. Voy a reunir a algunas buenas candidatas para la huida —. Se levantó la falda y avanzó hacia las Brujas, estudiándolas con ojo crítico.

Senna se quedó con la mente en blanco, tras las palabras de Chavis. Joshen. Yéndose. Corrió tras ella. —Soy joven. Puedo correr. Iré.

Chavis negó con la cabeza. —No. Podríamos necesitar que nos conduzcas con ese Capitán Parknel, del que nos has hablado. Ahora, ¿dónde está ese Joshen?

El corazón de Senna cayó a sus pies. —¿Puedo decírselo yo?

Chavis asintió secamente. —Sí. Eso sería más rápido —. Dio media vuelta y se alejó.

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Senna se paralizó, cuando vio a Joshen correr hacia ella. Las lágrimas rebosaron de sus ojos. Se las secó con rabia. Él redujo la velocidad y se acercó con cautela. —Conozco esa mirada —gruñó.

Ella no podía enfrentar sus ojos. —Vas a conducir un grupo de Brujas hacia Kaen y harás que te ayude a llevarlas junto a Parknel.

Joshen hizo un rápido gesto de aprobación, mientras estudiaba las montañas. Ella podía ver que ya estaba planeando la ruta. —Eso es inteligente.

Senna hizo una mueva y, finalmente, le sostuvo la mirada.

Él retrocedió un paso, mientras la comprensión surgía en su rostro. —No vendrás con nosotros, ¿verdad?

Ella sacudió la cabeza.

—¡Pero Senna, yo soy tu Protector! Se supone que no deben separarnos.

—Ellas son las Principales de las Disciplinas. Pueden hacer lo que quieran. Además, no ha sido decidido, siquiera, si puedo tener un Protector o no.

—Oh, mierda.

Ella no pudo evitar una pequeña sonrisa ante la maldición de Joshen. —Tal vez no sea justo, pero sabes que es lo correcto.

Joshen le aferró ambos brazos. —Nunca te he abandonado. ¡No voy a empezar ahora!

—Si nos aprisionan, debes ir a Nefalie y apelar a las ciudades-estado —susurró ella con fiereza. —¡Si no lo haces, nadie nos ayudará!

—¡Como si Nefalie fuera a interferir! —le espetó él

Senna se estremeció, porque sabía que él estaba en lo cierto. La mirada del muchacho se tornó furiosa ante sus súplicas. —Ven. Escaparemos del mismo modo en que hemos venido.

Senna apartó la mirada para ocultar su feroz deseo. No. No negaría que quería escapar. Que lo deseaba con desesperación. Cerró los ojos, mientras el miedo se apoderaba de ella. —Entiende, Joshen —dijo, sin aliento —. He venido hasta aquí para liberarlas. Y lo hice. Si eso conduce a sus muertes, nunca seré capaz de vivir con ello.

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—Pensó en añadir que su madre la necesitaba, pero las palabras no acudieron. —Por favor, Joshen. Si tú no lo haces, ¿quién más?

Con una mirada de agonía, Joshen apartó los ojos. —De acuerdo —aceptó finalmente. —Las conduciré hacia Parknel. Pero luego, voy a regresar por ti —. La besó, con labios duros —. Sobrevive. No me importa lo que tengas que hacer, pero sobrevive.

Con otro beso, él corrió hacia Chavis y un pequeño grupo de Brujas reunidas en torno a ésta. Entre ellas, también estaba una mujer muy consumida, Desni. Sin mirar hacia atrás, desaparecieron entre la multitud. Senna sabía que, en momentos, estarían en la jungla.

Y una de esas mujeres había sido Arianis. Senna no pudo evitar los feroces celos que roían su pecho. No sabía cuánto tiempo se quedó mirándolo. Pero, ante el estruendoso sonido de los cascos, se dio la vuelta.

Así que el general Reden no había esperado su respuesta. En cambio, venía a por ellas.

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Traducido por Princesa de la Luna Corregido por CairAndross

enna esperaba junto a las Principales de las Disciplinas. Todas ellas sabían que era inútil luchar. Contra mil, tenían una pequeña posibilidad. Contra diez mil, eran

poco más que una mantis enfrentándose a una horda de hormigas.

Montado en un elegante caballo gris, el General Reden se aproximó a ellas con cautela. A regañadientes, Senna tuvo que admitir que era guapo, en una forma un tanto bestial. Era corpulento, con las formas de un luchador, y una larga y notoria cicatriz que atravesaba su mandíbula. Sus ojos brillaban, tan oscuros que bordeaban el negro, a juego con su cabello. Ella no se aventuraba a conjeturar la edad que podría tener. Parecía estar a mitad de la treintena o cerca de los cuarenta.

El hombre se detuvo a pocos metros de distancia, con su mosquete apuntando hacia el suelo. —¿Tu decisión?

Coyel alzó sus manos, en señal de rendición. —Nos has dado poca elección.

Él hizo un gesto a los hombres que lo rodeaban, quienes dieron un paso hacia ellas. —Ésa era mi intención. ¿Tu nombre?

—Coyel.

—Muy bien, Coyel. Permite que mis hombres aten sus manos y les tapen la boca, y voy a asegurarme que reciban un trato justo. ¿De acuerdo?

Los hombres se acercaron a ellas, con cuerdas en sus manos. Senna los miró con recelo.

—¿Y cómo sé que vas a honrar tu palabra? —preguntó Coyel.

Él se rió entre dientes. —Pedirte que se rindieran fue un acto de cortesía. Si hubiese querido capturarlas por la fuerza, lo hubiera hecho.

—Y si lo hubieras hecho, una gran parte de tus hombres estarían muertos para este momento —dijo Chavis.

S

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¿Acaso esta mujer no tiene miedo?, se preguntó Senna.

Coyel le lanzó una mirada de advertencia a Chavis. —Me parece bien, Reden. Pero te tomo la palabra.

Reden hizo una señal a sus hombres, con la cabeza… dos para cada Bruja. Los soldados que se aproximaron a Senna la despojaron de su cinturón de semillas. Le amarraron un paño de algodón suave sobre la boca. Un hombre le ató las manos, con la suficiente fuerza como para que no pudiera liberarse, pero con la suficiente holgura como para que no perdiera circulación. Una pequeña parte de ella se atrevía a esperar que Reden cumpliese su palabra.

Los hombres tomaron posición, uno a cada lado. Con sus bocas tapadas, ¿realmente Reden creía que ellas eran lo suficientemente peligrosas, como para mandar dos guardias para cada Bruja? A Senna le pareció excesivo, hasta que empezaron a moverse a través de la tropa de soldados, quienes las fulminaron con la mirada mientras pasaban. Sólo entonces, ella comprendió que eran tanto protectores como guardias de las Brujas.

—Estoy asignando a mis hombres de mayor confianza para que las vigilen —dijo Reden, mientras se movían. —Les permitiré quitarse las mordazas mientras comen, pero tendremos mosquetes cargados apuntándoles todo el tiempo. Les he dado instrucciones de disparar, si una sola sílaba abandona sus labios —. Su mirada se posó sobre Chavis —. Comprende que, si se rompe esta norma, no habrá misericordia.

Cuando estuvieran rodeadas por los diez mil tartenos, las Brujas fueron arreadas como animales de carga. Su madre y ella fueron separadas. Sacra quedó atrás. Lo único en lo que Senna podía pensar, era Joshen (en algún lugar de la selva, sin ella), así que no se percató que estaba primera en la fila, hasta que Reden desmontó frente a ella e indicó que le quitaran la mordaza.

Las Principales fruncieron el ceño con suspicacia. Ella se encogió de hombros. Aguardó, con las manos atadas delante de sí.

Él la estudió. —¿Cómo es que una simple niña acudió a liberar a las Brujas?

¿Cómo pudo saber que fui yo?, se preguntó ella. Quería mirar a Coyel para pedirle ayuda, pero temió hacer algo fuera de lugar.

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Como Senna no respondiera, el hombre continuó. —Y sólo viajó contigo un hombre. No tiene mucho sentido. ¿Para qué usarían las Brujas a un único hombre?

—No veo por qué eso tiene importancia —replicó Senna, con vehemencia.

—No la tiene —respondió él. —Sólo estoy tratando de satisfacer mi curiosidad. Tenemos poco que hacer mientras esperamos.

Senna sentía la ira en las miradas de los soldados. Se obligó a permanecer estoica. ¿Qué iba a hacer él? —¿Esperar qué?

El General dio un paso atrás y entrelazó sus manos a su espalda. —A que mis soldados encuentren las cinco Brujas y el hombre que dejaste marchar —. Se inclinó hacia ella —. He sido un guerrero toda mi vida. No creas que puedes evadirme o superarme. No quiero matar a ninguna de ustedes. Pero lo haré. ¿Entiendes?

Senna se apartó y miró hacia la selva. —Yo no soy una líder. ¿Por qué me está diciendo esto?

—Porque fue tu idea —Reden siguió su mirada. —No te preocupes. Mis hombres no matarán a nadie, a menos que alguien use fuerza letal contra ellos.

Joshen, seguramente, lo intentaría. Ella tragó saliva. —¿Cuántos soldados envió tras ellos?

Reden acarició su mosquete con la mano. —¿Enviar? No envié a nadie. Han estado rodeadas por mucho tiempo antes que nos vieran venir.

Un tiroteo hizo eco en la ladera de la montaña. Senna se giró hacia la jungla. Reden comenzó a impartir órdenes en tarteno. En pocos segundos, un grupo de hombres armados se dirigió hacia el sonido.

Las manos de Senna volaron a su boca. Él tiene razón. Fue mi idea, pensó. ¿Las balas estarían perforando a quienes ayudara a escapar? —Oh, Joshen —pronunciaron sus labios tras sus dedos.

* * *

Joshen se sentía desgarrado, en más de un sentido. Si se dividían, tendrían una mejor perspectiva, en caso que alguien los siguiera. Pero, ¿cómo podría dejarlas? Él era un Protector, y si era necesario dar su vida para proporcionarles una mejor oportunidad a

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ellas, no vacilaría… aunque esperaba, con cada fibra de su ser, no tener que llegar a eso.

El muchacho se agazapó, ante el sonido de voces, y las Brujas siguieron su ejemplo. Joshen estudió la espesa maraña de árboles, observando a por movimiento. No tuvo que esperar mucho. Había soldados camuflados entre los árboles. Esperándolos. La única manera en que los hubieran adelantado con tanta rapidez, era que estuvieran allí todo el tiempo. ¡Mierda!

Su plan se desintegró. Como grupo, serían capturados. —¡Divídanse! ¡Y si son capturadas, no les den razón para matarlas!

Él se movió, rápidamente, hacia la derecha. Había tratado de evitar los senderos, con la esperanza que los soldados concentraran sus fuerzas en la parte más obvia del camino. Era un corredor rápido. Lo hacía cerca del suelo, dando zancadas largas y parejas. Sabía cómo moverse en silencio. Observaba y escuchaba, por encima de sus propios sonidos apagados.

Hizo una pausa, ante el sonido de una canción de Bruja. Al menos una de las cinco tenía problemas y luchaba. Ansiaba ferozmente regresar y auxiliarla, pero tenía que seguir adelante. ¡Tenía que conseguir ayuda!

Se lanzó tras un gran árbol y vio un grupo de chaquetas rojas. Camuflado bajo un helecho, se aplastó contra el suelo y aguardó. Contó quince, antes de echarles un vistazo. No lo habían visto. Pero, si no lo hallaban pronto, empezarían a estrechar la zona y a enviar más soldados. Si quería alguna oportunidad de escapar, tenía que aprovecharla ahora.

Se sentía agradecido por su camisa sucia y, aún más, por las túnicas rojas de los soldados, que los hacían tan fácilmente detectables. Esperó hasta que su respiración se calmó y avanzó gateando. Colocando manos y pies con mucho cuidado, se alejó del grupo de soldados. Un poco más lejos, el suelo desapareció bajo él.

En algún punto, las lluvias habían excavado una profunda zanja en la suave tierra. Seca en ese momento, le proporcionaría una excelente cobertura. Volvió a mirar a los soldados. Si lo habían descubierto, estarían vigilándolo. Pero si no era así, podría correr a toda máquina. Demasiado tentador, pensó. Senna sería más prudente. Al pensar en ella, tuvo que luchar contra el impulso de ir a buscarla. Será mejor que la mantengan a salvo, o esas Brujas tendrán más que los soldados de Tarten de lo que preocuparse.

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Espió la zanja de arriba abajo. Cuanto más rápido encuentre a Parknel, pensó, más rápido podremos sacar a Senna de allí. Bajó de un salto y comenzó a correr. Pero las paredes inclinadas también bloqueaban su propia visión. Oyó voces. Cercanas. Cada vez más cercanas. Apretó la espalda contra la tierra y alzó su fusil. Contó cada ocasión que la sangre golpeteara su cabeza.

Las voces se aproximaron más. ¿Habrían oído algo o iban a investigar? ¡Cómo desearía hablar tarteno!

Rocas y tierras llovieron sobre sus hombros. Oyó que se gritaban unos a otros.

¡Tenía que salir de allí! Sin importarle cuánto ruido hacía, Joshen corrió a toda velocidad por los matorrales. Unos disparos de arma de fuego lo persiguieron. Las balas de los mosquetes golpearon la tierra a su alrededor. Se agazapó, para evitar ser un blanco fácil. Si salgo de ésta, nunca volveré a dispararle a un ciervo. ¡Juro que no lo haré!, prometió.

Después que hubo pasado el primer asalto de los soldados, tuvo la oportunidad de echar un vistazo hacia atrás. Vio un mar de rojo. Maldijo en silencio. Por un breve instante, consideró rendirse. Pero desechó la idea con rapidez. Era poco probable que un Protector, armado con un mosquete, obtuviese misericordia. Sobre todo, porque pensaba llevarse unos cuantos soldados con él. No, tenía que seguir avanzando, ir un paso por delante de ellos.

Corrió tan duro y rápido como le fue posible. En poco tiempo, los gritos y destellos de color rojo quedaron atrás, hasta desaparecer por completo. Cambió de curso, cortando a través de la jungla y avanzó a toda velocidad, por prados y chozas de granjeros.

Tenía un poco de agua para llenarse el estómago en los próximos días. Cuando podía, robaba una pieza de fruta de algún árbol fortuito. De cuando en cuando, encontraba nueces y más de una vez, escaqueó comida del campo de algún granjero… o del fuego frente a sus casas. Ignoraba cuántos kilómetros cubrió en esos pocos días, pero tenían que ser más de un centenar. Y llovió cada uno de esos días.

Así fue como se encontró, harapiento, sucio y casi muerto de hambre, frente a una casa familiar. Incluso a la distancia, percibió el olor tentador de la comida, que ondeaba hacia él. Ni siquiera golpeó, sino que abrió la puerta de un empujón, para encontrar a Kaen y su familia, junto a Ciara y Tren. Sin importarle qué tipo de carne había sobre la mesa, arrancó unos trozos y los engulló.

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Kaen se puso de pie, con los ojos dilatados y temerosos. —¿Las Brujas? ¿Senna no pudo liberarlas?

Joshen sacudió la cabeza, mientras arrancaba otro pedazo y empezaba a triturarlo con los dientes. Estaba bastante seguro que era carne de serpiente. Pero no estaba demasiado mal. —Ella has lifberó. Pero lofs oldados no lafs ejaron ir muy lejosh.

Kaen se pasó una mano por el cabello y tradujo rápidamente la confusa explicación de Joshen. Luego sacudió el puño hacia el techo, amenazante. —Esto iniciará una guerra, recuerda mis palabras. Los Palurdos ya han sufrido demasiado. Si la Clase encarcela a las Brujas, quienes son perfectamente capaces de sanar las tierras, habrá un ajuste de cuentas. ¡Tenemos que informar a Nefalie de esto!

Joshen tragó. No veía de qué forma, un Palurdo que apenas podía alimentar a su familia, podría agenciarse un mosquete para luchar. Para no hablar de que Nefalie no tenía nada que ver con ello. Pero ése no era su problema; Senna era su problema. —Necesito mi caballo.

Kaen le dijo algo a su hijo. El niño y Tren desaparecieron a través de la puerta. —¿Algo más?

Joshen arrancó una cuchara de pan, la llenó con fruta y otro trozo de carne y se dirigió hacia la salida. —Algo de alimento para el viaje. Balas y pólvora, si es que tienes.

Kaen asintió y le murmuró unas palabras a su esposa, quien se puso de pie al momento, levantó la poterna del sótano y gritó algo a sus hijos, los cuales se escurrieron por ésta, en respuesta.

—¿Qué van a hacer ustedes dos? —preguntó Joshen, antes de meterse la mitad del pan en la boca.

—Vamos a liderar la resistencia —dijo Kaen, como si de verdad pensara que podía hacerlo. Joshen tenía que darle crédito por su determinación, al menos.

Un Stretch totalmente equipado emergió del granero. Los ojos de Joshen evaluaron al animal. Éste parecía bastante saludable, ni gordo, ni débil. Su crin brillaba. Obviamente, Kaen había hecho trabajar al animal, pero lo alimentó bien.

Bien, pensó Joshen, porque voy a necesitar que corras como el viento.

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Saltó sobre la silla, alzó su comida a medio comer en señal de despedida y clavó sus talones en los costados del caballo. Con Stretch, las cosas serían mucho más rápidas. Joshen sólo esperaba recordar el camino, y que Parknel estuviera preparado para marcharse.

Brujas o no, Tarten o no, él iba a sacar a Senna de allí.

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enna ponía un pie delante de otro, inexpresivamente. Tenía la sensación que Reden la había puesto al frente de la fila, para poder mantener un ojo sobre ella.

No podía entender el por qué. Se sentía sucia, hambrienta, y desde hace horas, tenía la necesidad de vaciar la vejiga. Pero, después de dos días de marcha con el ejército tarteno, ya había aprendido que no habría ninguna parada hasta la cena. Era difícil de juzgar, debido a la lluvia, pero estaba bastante segura que la hora de la comida había llegado y se había ido, y Reden no mostraba ninguna señal de detenerse. Aún.

Los soldados de Reden habían tardado menos de una hora en rodear a las Brujas que huían. Aparte de contusiones y un tobillo torcido, todas ellas habían regresado intactas. Incluso Arianis. Al menos, Joshen y Desni no estaban entre éstas. Más soldados habían partido en su búsqueda. Senna confiaba fieramente en Joshen. Esperaba que él no fuera capturado.

Senna miró hacia atrás y vio que Tiena se tambaleaba, a punto de caer. Se la veía pálida y débil. Algunas de las otras Brujas no lucían mucho mejor. Al parecer, la recuperación de su encarcelamiento no ocurriría de una sola vez. —¡Weden! —gritó ella, a través de la mordaza húmeda. O él no la oyó o escogió no responder.

Ardiendo de ira, Senna plantó ambos pies en el suelo. Chasis la embistió por la espalda y luego gruñó, mientras Coyel corría hacia ella. Con gruñidos y protestas, toda la línea de Brujas se detuvo de súbito. Inmediatamente, los guardias apuntaron sus mosquetes hacia ella. Dirigiéndoles una mirada furiosa, Senna murmuró —No aré oto pasho hashta que habe con Weden.

—¡General! —gritó uno de los guardias.

Reden examinó la situación, antes de hacer girar su caballo y regresar con ellos. —¿Qué pasa, Paner?

—Esta prisionera se niega a ir más lejos —respondió el hombre, con pesado acento.

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Reden arqueó una sola ceja. —¿Es cierto eso?

—Íteme la mordasha —logró decir Senna.

Divertido, él le hizo una señal a Paner. Una vez libre de la mordaza, Senna hizo rotar su mandíbula, disfrutando de la posibilidad de cerrar la boca y de tener el paño húmedo lejos de la piel. —¿Y bien? —la pinchó Reden.

—Estamos hambrientas, cansadas y necesitamos, desesperadamente, hacer nuestras necesidades.

Reden tiró, irritado, de las riendas. —Somos un ejército, no una caravana. Quiero llegar a Carpel en dos días. Eso significa que tenemos que esforzarnos. Vas a sobrevivir, hasta que yo ordene que paremos. —Comenzó a hacer girar su caballo.

—¡Reden! —exclamó Senna. —Usted nos ha prometido un trato justo… ¡somos mujeres! ¡Algunas de nosotras, mayores! ¿Dónde está su honor?

Él se dio la vuelta y le clavó una mirada feroz. Senna supo que había ido demasiado lejos. Pero se negó a retroceder o encogerse de miedo… ¡por las Creadoras, estaba siendo cobarde! Levantó más la cabeza y cuadró los hombros. Ante su vista, algo cambió en Reden. Se le desvanecieron las líneas duras alrededor de los ojos y la boca, y el hombre esbozó una sonrisa. —Muy bien, Bruja. Ve a aliviarte. Eso significa otra noche durmiendo en el suelo para todos nosotros, pero acamparemos aquí —. Levantó un dedo firme para señalarla —. Pero, a cambio, tienes que darme algo.

Senna se puso rígida, con repentino espanto. —¿Y qué sería eso?

Él inclinó la cabeza hacia un lado. —Respuestas.

Ella recordó la advertencia de Coyel en el círculo. —Hay muchas cosas que no puedo decirle.

Reden se inclinó hacia delante. —Te prometo que tus secretos arcanos están a salvo.

Senna se volvió, a mirar a las otras Brujas. Directamente detrás de ella, todas las Principales, excepto Prenny, asintieron. Ésta última tenía los hombros caídos pero, aún así, se las arregló para mirarla con ferocidad. —Pefiero marshar toda la noshe.

Senna sacudió la cabeza; ya se había enfrentado con la molesta terquedad de Prenny, en el pasado. La mujer era como una colmena de abejas furiosas. Le dijo a Reden. —

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Está bien, pero también queremos darnos un baño. Y una oportunidad para lavarnos la ropa —añadió, a último momento.

Reden alzó sus manos. —Está lloviendo.

—No es lo mismo.

El General soltó una carcajada. —¡El baño dependerá de tus respuestas!

La comida que Reden les entregó era poco más que para llenarse el estómago, pero constituía una marcada mejora desde una hora atrás, por lo que Senna no se quejó. Ansiaba desesperadamente conversar con las Principales acerca de su próxima reunión con Reden, pero no se les permitía hablar entre ellas. Cuando Parner vino a por ella, sólo pudo lanzar una mirada aprensiva a su madre y las otras, antes de seguirlo.

Él la condujo hacia la enorme tienda de Reden, que no estaba muy lejos. Paner sostuvo la solapa y le hizo un gesto para que entrara. Era un lugar modesto; obviamente, Reden había elegido la funcionalidad sobre el glamour, y la ligereza por encima de la resistencia.

El comandante se puso de pie cuando ella entró, con la daga en una mano. Senna retrocedió, con los ojos dilatados. Él se echó a reír. —Si quisiera verte muerta, eso ya habría sucedido hace tiempo —. Colocándose detrás, le deslizó la daga por encima de las cuerdas de sus muñecas y le señaló una silla frente a su maltrecho escritorio.

Frotándose las muñecas, Senna pensó que, tal vez, bajo circunstancias más amigables, este Reden podría haberle gustado.

—Ahora —dijo él, mientras se sentaba en su propia silla frente a Senna. —Sé que no vas a intentar nada, simplemente porque sería inútil y todas tus compañeras Brujas morirían. Pero me gustaría que me des tu palabra.

Senna asintió una vez… ¿qué otra opción tenía? —La tiene.

—Bien. Entonces, sobre esta cosa del baño. Para hacer un buen trabajo, tienes que tener las manos libres, con lo que volvería inútil a la mordaza. Yo estaría dispuesto a permitirlo, como la pausa para comer, si a mis soldados se les permitiera apuntarte con armas cargadas. Pero dudo que tú, o cualquiera de las otras mujeres, encontraría

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agradables estos términos. E, incluso si lo hicieras, mis soldados son hombres y algunas de tus Brujas tienen un aspecto muy hermoso. Todo el asunto es mala idea.

Senna se encogió de hombros. —Una a la vez, y nos permite utilizar una tienda de campaña. Usted puede vigilar la entrada de todas las armas cargadas que desee.

Reden se acarició la barbilla. —No es una mala idea. Pero quiero tu palabra de que ninguna de las Brujas intentará algo.

Senna gruñó. —Creo que usted malinterpreta mi rol. Yo no soy una Principal. ¡Por las Creadoras, ni siquiera soy una Guardiana completa!... sólo una Aprendiz. No tengo ninguna autoridad.

Reden alzó las cejas. —Entonces, ¿por qué ellas te escuchan?

Por un momento, sus palabras se le escaparon. —No lo hacen.

—Mmm —. Él enlazó sus manos bajo la barbilla.

Obviamente, no la creía y ella no sabía cómo hacer que cambie de opinión. —Si quiere que las Brujas le den su palabra, tendrá que solicitárselas en forma individual.

Reden se cruzó de brazos y se reclinó en su silla. —Eso suena como una pérdida de tiempo para mí. Ustedes deberían alinearse tras sus líderes.

Senna sintió que sus manos empezaban a temblar de ira. —¿Al igual que los Palurdos deben alinearse detrás de la Clase?

—No te hagas la lista conmigo. Cada nación tiene Palurdos, incluida Nefalie —. El hombre arqueó una ceja, disfrutando obviamente de ese intercambio, para creciente frustración de Senna.

Ella sacudió la cabeza. —No como aquí. Nefalie tiene problemas diferentes. La gran mayoría, relacionado con disputas entre las ciudades-estado. Guerra civiles, ese tipo de cosas.

—¿Y cuál es el papel de las Brujas en todo eso? —gruñó él.

Senna se encogió de hombros. —Pregúnteselo a Coyel. Ella es nuestra diplomática.

—Así que, tú nos condenas por cómo tratamos a los Palurdos y, sin embargo, no muchos años atrás, las Brujas vendieron sus canciones por un precio.

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Senna suspiró y se recostó en su silla. Conocía bien la historia. Después de todo, había rebuscado en las bibliotecas de Haven en busca de cualquier historia que pudiera darle pistas para derrotar a Espen. —Todo eso fue antes de mi época, pero la idea se le ocurrió a Espen. Eso condujo a una facción entre las Brujas, y al odio y la desconfianza de las personas.

—¿Y el hombre? ¿El que estaba contigo?

Temerosa de lo que mostrarían sus sentimientos, Senna desvió la mirada. —¿Lo ha hallado?

—No.

Senna trató de dilucidar si él estaba mintiendo, pero no pudo leer en su rostro inexpresivo. —¿Y si lo hace?

—Todo dependerá de si él lucha contra nosotros —hizo una pausa —. No has respondido a mi pregunta original.

Ella estrechó la mirada. —¿Por qué no me hace las preguntas que ha mencionado antes?

Reden sonrió, abiertamente divertido. —Estoy en ello.

—Es usted un hombre extraño.

—Y tú eres una mujer honesta —replicó él. —Ahora, ¿quién es ese hombre?

Senna cruzó los brazos sobre su pecho y se recostó más en su silla. —¿Hemos terminado?

—Todavía no —Reden se inclinó hacia delante —. ¿Cómo la derrotaste? Todo Tarten temía a Espen y una Bruja joven, inexperta, la derrota, cuando todas las demás han fallado. ¿Cómo?

Así que, finalmente, había emitido su verdadera pregunta. Senna miró hacia otro lado. No podía hablar de ello. Especialmente, no con Reden.

—¿Incluso si les niego sus baños?

Ella apretó la mandíbula, se retorció la falda en las manos y rehusó responder.

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Él la estudió por largo tiempo, antes de llamar a Paner. —Dile a los cocineros que pongan ollas a calentar. Estaciona hombres frente a mi tienda, con los mosquetes cargados. Les he prometido un baño a las brujas.

A pesar que era algo incómodo el bañarse en el interior de una tienda, con hombres apuntando armas cargadas hacia ella, valió la pena. Después que se hubo lavado, Ssenna sumergió también su vestido y su manto. Los limpió lo mejor que pudo, se volvió a envolver con ellos y salió al exterior, temblorosa, para secarse.

Con gran molestia, notó que Reden la miraba con una mezcla de curiosidad y respeto. La atención del hombre no pasó desapercibida a su madre o las otras brujas. Senna vio chispas de desconfianza, en más de un par de ojos. Se mordió el labio y trató de fingir que estaba en algún lugar muy lejos de allí.

* * *

Como Reden había dicho, no llegaron a Carpel hasta la madrugada del tercer día. Cuando el sol alcanzó su punto máximo sobre la montaña que protegía la ciudad, pintó con una sombra oscura todo el terreno… como si alguien hubiera volcado un cubo de brea sobre la población. Senna entrecerró los ojos, que le escocían, hasta que pudo entrar dentro de esa sombra. Entonces, en medio de los aromas de fuego, pescado y suciedad que provenían de la parte Palurda de la ciudad, vio la calidad y el prestigio de la Clase, encaramada a la montaña como un nido elevado. Todo vestigio de selva verde había sido desterrado, sustituido por piedra fría y muerta. Calles adoquinadas corrían montaña abajo, como ríos blancos. Encerradas por muros de piedra, las casas de mármol parecían decir, “Aquí, donde ningún ojo puede evitarnos, venos en nuestra gloria y alaba nuestro éxito, pero no pienses en tocarnos. Nuestras paredes y nuestra riqueza te mantendrán afuera.”

Senna tenía los labios agrietados y las mejillas irritadas por la mordaza. Incluso con toda la precaución que tomara Reden para que sus ligaduras no estuvieran muy apretadas, tenía las muñecas en carne viva. Estaba empezando a comprender cómo se sentiría ser una prisionera para toda la vida: silencio, dolor, aburrimiento, y un odio construyéndose cada día hasta que, eventualmente, la consumiera.

Con un suspiro, observó cómo la ciudad se hacía cada vez más grande y el aroma de espuma de mar y peces se hacía más fuerte. Mucho antes que ellas alcanzaran la montaña, aparecieron tartenos de Clase entre los Palurdos, lanzando maldiciones a

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medida que aparecían. Por una vez, Senna se alegró de no poder entender sus palabras.

Para el mediodía, habían alcanzado el pie de la montaña y comenzaron su ascenso. En la cima, lucía un edificio cuadrado como un aristócrata pomposo. Senna subió los escalones de piedras duras, que la llevaron más allá de la entrada encolumnada. El roce de sus pies hizo eco sobre los muros de mármol del gran vestíbulo.

Senna evaluó la habitación. Desde altos balcones, enormes ventanas dejaban entrar los rayos de luz. Las paredes eran blancas, rugosas e incrementaban la sensación de vacío. Los ángulos resultaban ásperos, poco naturales. El salón era una dicotomía, contra las curvas suaves y fluidas de la naturaleza.

Lo comprendió de inmediato. Ésa era la forma en que la Clase hacía alarde de su perfección, de su control. Había ornamentos pequeños, excepto cuatro sillas de piedra, llenas de cojines. Éstas estaban ocupadas por tres hombres y una mujer. Todos tenían una expresión sombría, el tipo de mirada que Senna había recibido cuando, de niña, desobedecía a su madre.

Las Brujas entraron al edificio, una a la vez, y se acomodaron, hombro con hombro, en una línea. Sin que nadie en el recinto lo advirtiera, la conexión les permitió moverse y actuar como una. Instintivamente, Senna sintió que Coyel era la que las lideraba. Con los pasos perfectamente coordinados, como en una danza, se detuvieron en el mismo momento.

La mujer era atractiva, en su calma tipo estatuaria, mientras decía, en perfecto nefalien. —Destapen sus bocas.

—Canciller Grendi, le recomiendo, vivamente, considerar la remoción de sus mordazas. Sus bocas son sus armas —dijo Reden.

Ella le clavó una mirada helada. —¿Le he pedido su opinión, General?

Si Reden se ofendió, no mostró ninguna señal. —La seguridad de Tarten está a mi cargo, Canciller Grendi. Estaría evadiendo mi responsabilidad, de no haber hablado.

—No hay tierra o semillas aquí —dijo ella, con un gesto desdeñoso de la mano. —Me considero advertida.

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Un soldado fue a lo largo de la línea, cortando las teas que las habían mantenido tanto tiempo en silencio. Cuando Senna estuvo libre, hizo girar su mandíbula y deseó poder lamerse los labios agrietados. Miró a los cuatro Cancilleres mientras ellos, a su vez, estudiaban a las brujas. Estaba bastante segura que, de los cuatro, a la que más tenía que temer, era a Grendi.

—Les hemos liberado las bocas porque sabemos que no intentarán nada aquí, debido a que ello les ocasionaría una sentencia a muerte —. La mujer lo dijo en un tono bastante amable, pero era imposible negar la dureza de sus ojos… casi como si deseara que cantaran.

—Soy la Canciller Grendi —dijo, antes de señalar a los demás. —Éstos son los Cancilleres Argun, Netis y Serben. Ustedes han sido acusadas de Brujería, anarquía, resistencia al arresto, allanamiento de morada, robo, traición, insubordinación… —continuó la mujer, hasta que la mente de Senna se nubló. Se enfocó de nuevo, cuando Grendi terminó con un —¿Qué tienen que decir, por ustedes mismas?

Como una voz, las Brujas respondieron. —Brujas somos.

Los demás Cancilleres se echaron hacia atrás e intercambiaron miradas nerviosas. —¿Y respecto al resto? —preguntó Grendi.

—El resto se nos fue impuesto —respondió Coyel.

Una lenta sonrisa se dibujó en el rostro de Grendi, seguido por una mueca peligrosa. —Bien, entonces. El resto no tiene importancia. Decreto, sobre cada una de ustedes, la sentencia de cadena perpetua que les corresponde por brujería.

—Sin embargo, Espen vagaba sin control por sus tierras. ¿Por qué no la vigilaban? —dijo Coyel, como si estuviera hablando con una niña pequeña.

Grendi se recostó en su silla. —Porque le pagamos para que capturara al resto de ustedes. Realmente, estoy muy decepcionada por su fallo. Tenía la esperanza que librara al mundo de las Brujas, de una vez por todas —. Hizo una señal con los dedos y le alcanzaron un pequeño cáliz. Tomó un sorbo lento—. Sin embargo, todo salió aún mejor.

Senna se quedó mirando, con abierto asombro. Así que Espen no había trabajado sola. De repente, las cosas comenzaron a encajar. Espen había dicho la verdad, pero ella estaba demasiado furiosa como para escucharla. Oh, Joshen, pensó. ¡Todo es mi culpa!

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Senna sintió que las Brujas, a cada uno de sus lados, recibían una pregunta de Chavis. ¿Deberíamos atacar ahora?

Ella sopesó las consecuencias. El ejército las rodeaba. No podrían escapar. Con cautela, envió su conciencia hacia las demás. ¿Podríamos esperar a una mejor oportunidad?, preguntó.

Otros pensamientos inundaron su mente.

Grendi tiene razón. Aquí no hay tierra o semillas.

Si fallamos, nos matará.

Ése es su plan. Mírenla. Ella nos quiere muertas a todas.

No hay nada que podamos hacer.

—Sí, hay algo —. El susurro de Chavis detuvo los pensamientos. Inmediatamente, la canción llegó a la mente de Senna, tan horrible que ninguna Bruja (ni siquiera Espen) tendría la animosidad para llevarla a cabo.

Coyel inclinó la cabeza para enviar las palabras, desde su mente, a la de las otras Brujas. ¿Podremos liberarla, siquiera? En esta habitación no hay ningún círculo y nuestras manos están atadas.

Drenelle respondió con su mente. Chavis sabe, tan bien como yo, que podemos. Está en las Historias de la Guerra. Ambas tenemos acceso.

Chavis asintió. El lugar disminuirá la fuerza de la canción, pero somos suficientes en número como para compensarlo.

Senna cuadró los hombros y estrechó su enfoque sobre Grendi. Tenía que hacerse. Sí.

La respuesta hizo eco a lo largo de la fila.

Sí.

Sí.

Sí.

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No. Los pensamientos de Prenny sonaban tan exigentes como su voz. Por naturaleza, somos sanadoras, productoras, protectoras. ¡Guardianas! Si damos rienda suelta a nuestros poderes en Tarten, ¿cuántos morirán? ¿Cuántos nos odiarán, aún más?

Coyel cuadró los hombros. Les daré una advertencia, una oportunidad, pero no más. Enfrentó a los Cancilleres. —¿Quieren hacer la guerra contra todas las Brujas, hasta que sean erradicadas?

Los ojos de Grendi destellaron con un brillo de malicia. —Las Brujas son una abominación hacia la tierra y su gente. Nadie debería tener más poder o gracia que los demás.

Senna alzó una ceja. —Sin embargo, usted se sienta en su trono elevado, mientras que miles de Palurdos sufren —. Más de una Bruja la fulminó con la mirada, por exceder sus límites, pero no le importó.

La atención punzante de Grendi se volvió hacia Senna; obviamente, la mujer no estaba acostumbrada a que alguien cuestionara su autoridad. —Yo soy una líder, una protectora. Tú eres una entrometida.

—Sus palabras son una justificación para su crueldad —dijo Coyel.

Entonces, Senna lo vio. Grendi estaba loca. Sus pensamientos eran un veneno, que se extendía como tinta manchando una tela blanca. La comprensión llegó súbitamente hacia ella y las demás Brujas también lo sintieron: Espen no era su mayor enemiga. Ella no había sido más que un peón.

La voz de Coyel era solemne, atravesada tanto por el dolor como por la fortaleza. —¡Entonces, las Brujas declaran la guerra a la tierra de Tarten! ¡Que todos quienes se nos opongan tiemblen de miedo y pidan perdón antes del final! —. Transfirió el control del círculo a Chavis.

Con una velocidad otorgada por la desesperación, las Brujas formaron rápidamente un círculo. Grendi y los Cancilleres lanzaron órdenes a más de dos docenas de soldados, quienes corrieron a separarlas.

Las ligaduras de Senna no le permitían aferrar los antebrazos de las demás, pero fue capaz de acurrucarse junto a Tiena y Coyel, hombro con hombro. Incluso mientras abría los labios, ella sentía que fuertes brazos la rodeaban, jalándose hacia atrás. Se

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afirmó, cantó con aún más desesperación y el escudo respondió, cobró vida y arrojó a los soldados.

Chasis tenía razón. La habitación era incorrecta, con piedras en lugar de plantas y forma cuadrada en vez de circular. Eso disminuía el poder del círculo. Pero la cantidad de Brujas compensaba los defectos del diseño… además, la desolación y la posible destrucción eran parientes cercanas.

La canción de las Brujas comenzó… una canción que sorprendió a Senna, pues no imagina que alguien, alguna vez, hubiera tenido que escribir algo así. La melodía era hermosa, intoxicante, como una flor venenosa. Pero las palabras (más encantamiento que canción), le pusieron piel de gallina en los brazos y enviaron estremecimientos por todo su cuerpo.

Nosotras, Guardianas de la Tierra, nos retiramos A la Primera Hermana convocamos

Suelo, endurece tu corteza Que ninguna hoz o planta se establezca

A la Segunda Hermana convocamos Agua, sella las nubes y oculta la lluvia en las alturas

Que ninguna gota moje las llanuras A la Tercera Hermana convocamos

Plantas, sus frutos nieguen Marchiten sus semillas y las raíces replieguen

A la Cuarta Hermana convocamos Sol, cuece el barro y abrasa la tierra

Que la muerte siga a todo mundo sin yerra Sólo un favor, a las Cuatro les pedimos

No para siempre, sino hasta que revocar lo que maldecimos.

La canción terminó y cuatro cintas de colores (azul, verde, marrón y oro) se arquearon hacia arriba, como un arco iris de extraños tonos. Eran hermosas, surrealistas y más mortales que un rayo. Las bandas se separaron y cada una saltó por una de las altas ventanas inclinadas.

Lentamente, el poder de la canción se fue desvaneciendo y la barrera comenzó a temblar, pero las Brujas se afianzaron de nuevo. Su canción decayó en un tarareo, manteniendo el escudo más allá de la melodía que lo creaba.

Senna bajó la cabeza, avergonzada. No era la única. ¿A cuántos habían condenado a muerte? Sin duda, a muchos más Palurdos que de Clase. Buscó en el círculo y encontró a su madre a su izquierda, a unas veinte Brujas de distancia. Senna leyó su expresión,

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con tanta facilidad como las palabras escritas en su diario. ¿Ese acto sellaría su destino y el destino de toda una nación?

Chavis comenzó otra canción y las demás Brujas se le unieron.

Oh, viento, a Nefalie lleva nuestro cantar Para los oídos de nuestra gente, que mucho tiempo lo han de escuchar

Las vibraciones que provenían de las gargantas de las Brujas se arremolinaban, reuniendo fuerzas y poder mientras giraban en un torbellino de movimiento lento. Habían encontrado un canalizador, el viento que las elevara. De todos modos, éste hizo poco más que tirar de todas ellas, como una brisa que intentara levantar un ave de su nido.

—Tenemos que estar en una armonía perfecta —advirtió Drenelle. —Si no es así, el mensaje se distorsionará, más allá de todo reconocimiento—. Cuando el viento tuvo la velocidad necesaria, la canción de las Brujas se transformó en su mensaje.

Tarten mantiene las Brujas cautivas ¡Les prohíbe cantar o vivir sus vidas!

Despierta Nefalie y por las Brujas pelea O lo bueno de la Tierra se volverá ralea

Senna tenía la seguridad que funcionaba. Incluso ante sus propios oídos sensibles, su canción era tan armoniosa que podría haber jurado que provenía de una sola voz.

El viento le arrebató la última de sus palabras y la lanzó de la habitación, como el remolino de un huracán. Las Brujas volvieron a empezar y, esa vez, enviaron su llanto hacia las personas de Tarten. Pero como un buen número de Brujas no hablaba tarteno, sólo la mitad de las voces se unieron a esa canción. Tendría que ser suficiente.

La barrera destellaba. Senna miró hacia fuera del círculo, por primera vez desde que comenzaran. El cuerpo destrozado de un soldado permanecía, boca arriba, sobre una de las sillas de los Cancilleres. Debajo de éste, el Canciller Netis yacía muerto, con la cabeza gravemente deformada. El soldado debió ser arrojado contra él, con la fuerza suficiente como para romperle el cráneo.

—Mientras mantengamos el círculo, nadie puede tocarnos —dijo Drenelle.

Sí, ¿pero cuánto podremos resistir?, se preguntó Senna. Si una sola Bruja rompía el contacto, la barrera se disiparía. El movimiento les había comprado tiempo, ¿pero cuánto?

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Los rasgos de Grendi estaban mortalmente pálidos. Cuando su mirada encontró la de Senna, su rostro se moteó de rojo por la ira. Su voz crujió, como hojas quebradizas. —¡Dispárenles! ¡A todas!

Reden se interpuso entre la Canciller y las Brujas. —Canciller, usted no sabe qué provocará el dispararle a esa cosa.

Ella alzó una mano para hacerlo callar.

Él la ignoró. —Que primero lo intente un solo hombre. No hay necesidad de arriesgar más. Esas Brujas no se irán a ningún lado.

La mujer lo apartó. —¡Ni una palabra más o haré que le corten la lengua!

Reden sacudió la cabeza y se colocó detrás de la silla del Canciller fallecido.

Una sombría línea de soldados formó ante Grendi. Senna vio un soldado frente a ella, que cargaba un mosquete. El sudor le corría por el rostro. Sintió un calor sofocante, como si el aire fuera demasiado espeso para respirar. El hombre parecía moverse en cámara lenta mientras abría la cazoleta; llenó la cavidad, tiró del percutor y apuntó la boca hacia ella. Senna se quedó mirando el oscuro abismo del cañón.

¡No rompan el contacto!, advirtió Chavis. Si alguien se mueve, las balas traspasarán la barrera y moriremos.

Pero, ¿la fuerza del escudo había sido probada contra el fuego de mosquete?

¡Oh, Joshen!, gimió la mente de Senna. ¡No quiero morir! Incapaz de observar cómo la muerte venía a por ella, apretó los ojos.

—¡Fuego! —gritó Grendi.

A pesar de la advertencia, Senna no pudo evitar saltar, mientras los sonidos la rodeaban.

Una repercusión. Gritos de dolor. Pero Senna no sintió nada. El hombre debió errar el disparo. Se tensó para correr y abrió los ojos. Lo que vio, la dejó helada. Los soldados yacían sobre el suelo, con sangre manando de sus heridas.

La barrera había hecho más que sostenerse. Había regresado todas las balas.

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Un impulso casi incontrolable de ayudarles la abrumó, pero sabía que le era imposible. Sabía que hacerlo sólo conduciría a su muerte. Senna se sintió mareada y se percató que estaba conteniendo la respiración. Obligó al aire a salir de sus pulmones e inhaló rápidamente. Usó el hombro para enjugarse el sudor de la frente, cuidando no romper el contacto con Tiena o Coyel.

Reden aferró el brazo de Grendi. —¿Por qué no me ha hecho caso?

Ella se liberó de un tirón. —Le he dado soldados suficientes como para poder desperdiciar una docena —. Miró a su alrededor, disgustada, y le gritó a un sirviente cercano —. Quiero todo este lío limpio, antes de mi regreso.

Con los dientes apretados, Reden observó mientras ella salía furiosa de la habitación, con los otros Cancilleres a remolque.

—Tal vez, la visión de tanta sangre le molesta —dijo Prenny, oscuramente. —En especial, debido a que ella fue la causante.

Reden comenzó a gritar órdenes. Senna sintió una oleada de compasión por él. —Reden… —llamó. Los ojos del hombre se posaron en ella —. Si nos trae nuestras semillas y algo de tierra, haremos crecer hierbas curativas para ellos.

Él se quedó inmóvil y la miró, perplejo.

—¿Lo haremos? —preguntó Chavis.

Prenny le dio una patada. —¡Por supuesto que lo haremos!

Coyel miró a Drenelle, quien se había puesto mortalmente pálida. —¿Eso es lo que deseas? —preguntó.

Coyel asintió con firmeza. —Sí. Ayudaremos.

—Ellos acaban de tratar de matarlas —dijo el general, con cautela —¿Cómo sé que no van a envenenarlos?

Senna puso los ojos en blanco, exasperada… Reden parecía tener ese efecto en ella. —¡Porque nosotras no somos asesinas! —No hizo ningún intento por evitar la acusación en su voz.

Él luchó consigo mismo, luego agarró un soldado por el cuello y le habló en voz baja. El hombre les lanzó una mirada dubitativa a las Brujas, antes de apresurarse a

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obedecer. Después que unas mujeres sanadoras atendieran a los heridos, otros soldados comenzaron a sacarlos del salón, sobre largas camillas. Luego aparecieron sirvientes, quienes limpiaron la sangre, los vómitos y las heces. Aún así, Reden no se acercó al círculo.

Senna se negó a mirar. Sentía la cabeza ligera y el estómago al borde de la rebelión. Podría haber sido ella, su madre, cualquiera de las demás… pero el pensamiento hizo poco para aliviar su aversión.

Cuando el último soldado se hubo marchado, Reden le ordenó a los sirvientes restantes que se retiraran, aunque unos pocos protestaron por tener que abandonar el trabajo antes de finalizarlo. Cuando el salón estuvo vacío, el General colocó un recipiente enorme, lleno de tierra, junto al círculo. —Si intentas algo, haré que lo lamentes —. Le alargó un par de cinturones de semillas. Ella exhaló un suspiro de alivio. La había escuchado.

Prenny le dijo qué semillas usar. Senna comenzó a cantar. La canción era tan suave como una canción de cuna; el sonido, en sí mismo, un bálsamo curativo. El recipiente floreció en verde. Cuando se detuvo, ella miró a Reden. Algo fundamental había cambiado. Él la miró fijamente como si, por fin, hubiera comprendido algo profundo. —Nuestras enemigas se preocupan más por mis hombres que nuestra propia Canciller. Ustedes nunca fueron el enemigo. Todo este tiempo, fue Grendi.

—¿Nos ayudará? —preguntó Senna.

Él acarició su mosquete con el pulgar. —¿Qué quieres que haga?

—¿Qué puede hacer?

Reden apartó la mirada. —Mis oficiales no me apoyarán si intento derrocar a Grendi. Tienen demasiado miedo.

Ella intercambió una mirada con Coyel. Adelante. Él parece tener afinidad contigo.

Senna se encogió interiormente. Todo el mundo estaba mirándola. Escuchándola. ¿No sería mejor alguien más?

Él confía en ti.

Senna tuvo que reprimir un suspiro. Sus Guardianas aún la necesitaban. Y como siempre que lo hicieran, ella las ayudaría. —¿Puede sacarnos de aquí?

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Los músculos de la mandíbula del General se tensaron. —Tal vez a dos, a lo sumo tres. Pero, ciertamente, no a todas.

—Es a todas o a ninguna —replicó Senna.

—Lo siento, pero el ejército completo está vigilando el Edificio Estatal.

Chavis se encogió de hombros, impotente. —Entonces, tendremos que destruir la ciudad.

Las Brujas apretaron sus labios en una línea delgada.

—¡No somos asesinas! —exclamó Prenny.

Senna intentó forzar su mente cansada a pensar. ¿Cómo podrían destruir la ciudad, sin matar personas? Y entonces, lo supo. —¿Puede usted evacuar la ciudad? ¿Sacar a todos?

Reden reflexionó. —A los civiles, sí. Pero no a los soldados.

Chasis asintió. —Vea que se haga. Para la mañana, no habrá piedra sobre piedra en este lugar.

El General sacudió la cabeza. —No permitiré que maten a mis hombres.

Senna se mordió el labio. —Reden, usted no entiende. Si nosotras morimos, no habrá nadie para revocar la maldición. Nadie para cambiar las estaciones, para llamar las tormentas… No son sólo sus soldados quienes morirían… su país completo, el mundo entero… morirá.

Reden no se detuvo. Senna pensó que no lo haría jamás. Pero automáticamente, se colocó en una posición defensiva. Y, lentamente, se desinfló.

—Nuestro capitolio, nuestra hermosa ciudad… — musitó. Pero, salió al trote.

Cuando el hombre se hubo marchando, Senna y las demás comenzaron otra Canción de Llamado. Había otros a quienes necesitaban convocar: Joshen y el Capitán Parknel.

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Traducido por Caliope Cullen Corregido por Mely

tretch saltó por encima de un árbol caído y tocó tierra, en una carrera mortal. El sudor le formaba espuma sobre los hombros y goteaba por su vientre. A juzgar

por su respiración, tenía los pulmones ardiendo. En el instante en que finalmente dejaron el camino y alcanzaron la arena, las patas del animal temblaron, como si fuera a desplomarse en cualquier momento. Joshen sabía que, si lo hacía, probablemente el caballo no volvería a levantarse nunca más.

Su corazón se encogía con cada paso que le obligaba a dar. Stretch moriría corriendo si él se lo pedía, porque el animal lo amaba. Pero Joshen presentía el peligro en el que estaba Senna. Tenía que apresurarse. Incluso si debía hacer correr a Stretch hasta la muerte para salvarla.

Joshen rodeó un grupo de árboles y su cuerpo entero suspiró de alivio. El barco de Parknel estaba anclado no muy lejos de la costa, con parches frescos de madera nueva que se recortaban contra la pintura oscura de la vieja. Troncos yermos se alineaban en la orilla, donde el aserrín se arremolinaba, mezclándose con la arena suelta. Al parecer, todos los árboles frutales habían sido aligerados de su carga. Joshen sospechó que la razón por la que el barco aún estaba allí, era que los marineros podían coger más comida para el viaje de regreso.

Tiró de las riendas de Stretch para detenerlo. El caballo se estremeció y tembló bajo él. Joshen ahuecó las manos sobre la boca. —¡Parknel! ¡Capitán Parknel! —Agitó las manos sobre la cabeza. Pero, a esa distancia, los marineros parecían poco más que insectos que avanzaban lentamente sobre un barco de juguete. Era un largo trecho para nadar. —¡Parknel!

Para alivio del muchacho, finalmente bajó un bote al agua. A medida que se acercaba, vio el rostro sombrío de Parknel, de pie en la proa de la embarcación. El capitán hizo bocina con las manos. —¿Senna?

Joshen sacudió la cabeza enérgicamente. —¡Capturada!

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—¿Las otras Brujas? —volvió a gritar Parknel.

—¡Capturadas! —respondió Joshen, mientras desmontaba.

Parknel saltó del bote y vadeó hacia el muchacho. —¿’Ntonces, ella las liberó?

—Sí, señor, pero los soldados de Tarten las hicieron prisioneras. Tenemos que regresar a Carpel y sacarlas de allí.

Parknel se frotó la barba roja. —¿Cómo?

Joshen desvió la mirada. Simplemente, no conocía la respuesta.

Parknel inspeccionó a Stretch. —Has abusado de tu caballo.

Las orejas del animal colgaban lánguidas y la cabeza le caía de lado, como si fuera demasiado pesada para mantenerla erguida. Joshen le acarició el cuello. —No había más remedio.

Parknel gruñó. —Bueno, supongo que será mejo’ encontrarle algo de forraje, antes de parti’ hacia Carpel.

Antes que pudieran entrar al agua, el viento empezó a soplar con fuerza, a pesar que, sólo unos momentos antes, el día había sido tranquilo. La brisa fue directamente hacia el muchacho, aplanando los árboles en una línea…una línea recta que provenía, directamente, de Carpel. La Canción de Bruja los rodeó. Joshen creyó oír la inflexión de la voz de Senna y algo de la tensión se alejó de sus músculos.

Joshen, a Carpel debes venir Para que nuestra destrucción no pueda ocurrir

El viento se desvaneció un instante y volvió a elevarse.

Capitán Parknel, de Tarten debemos huir En Carpel tenemos necesidad de ti

—Ellas no sabían que estaríamos juntos —murmuró Joshen.

—Si pongo nuestro barco rumbo a Carpel, seremos capturados —Parknel apretó la mandíbula —. Deberías dejar ir al caballo, hijo. No tenemos suficiente heno para alimentarlo durante el viaje y ningún tiempo para recogerlo antes.

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El rostro de Joshen perdió todo color. Después de todo lo que había pasado con Stretch, ¿podría simplemente abandonarlo? Con la boca apretada en una línea sombría, Joshen aflojó la cincha, la sacó del lomo del caballo y la puso con cuidado sobre la arena. Pasó la mano a lo largo del cuello de Stretch y la dejó descansar sobre el morro. Después de una leve vacilación, le sacó la brida por sobre las orejas. Stretch abrió la boca y sacudió la cabeza mientras el bocado salía, y se quedó mascando el aire con cansancio.

Él va a sobrevivir, se dijo Joshen. Apoyó la frente sobre el cuello de su caballo, a sabiendas que, probablemente, nunca lo volvería a ver. —Adiós, viejo amigo —. Colocó las riendas, la brida y los estribos sobre el cuerno de la silla de montar y levantó su peso, empapado en sudor, sobre el hombro.

Joshen chapoteó por el agua, le entregó los aparejos a uno de los marineros y miró hacia atrás. Stretch seguía de pie en la orilla, observándolo. El muchacho no pudo dejar de notar que el caballo parecía confundido, perdido. No entendía por qué su amo lo abandonaba. Por qué lo dejaba solo, en una tierra extraña.

Enjugándose rápidamente las mejillas con la manga, Joshen subió al barco y observó cómo la silueta de Stretch se volvía cada vez más borrosa. Se quedó de pie, en la barandilla del barco, hasta que ya no pudo ver al caballo en absoluto.

Stretch nunca se movió.

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Traducido por NikeenFray Corregido por Roxiy

rendi paseó ante la barrera, con su fría mirada evaluando a todas y cada una de las Brujas, como si estuviera buscando a las más débiles entre ellas. —No

pueden mantener esto por siempre. Eventualmente, una de ustedes se quebrará y entonces, me ocuparé de que todas sean ejecutadas. Voy a quemar sus cuerpos y enterraré sus cenizas en los desiertos del sur. Nadie lamentará sus muertes.

Hizo una pausa. —Pero, para una de ustedes, garantizo el indulto. Le daré una pequeña asignación y una casa propia, con la condición de quitarle la lengua y ahogar cualquier engendro que produzca.

Senna apretó los puños hasta que sus uñas marcaron pequeños semicírculos en sus palmas. ¿Qué clase de monstruo pensaba que eso era generoso?

—Tu oferta no es la libertad —dijo Prenny —sino el aislamiento en alguna choza deteriorada, con canciones despojadas y niños asesinados.

Senna sintió cómo se desvanecía el entusiasmo de la mujer.

—Cada una de nosotras ya ha enfrentado, por muchos años, el encarcelamiento —dijo Coyel. —Una media vida no es vida.

—Ninguna traicionaría a nuestras Guardianas —agregó Drenelle. —Vimos lo que hizo Espen.

Chavis miró fijo a la mujer. Tiena se apoyó contra Senna.

Grendi se acercó al borde de la barrera. Senna se encontró deseando que la mujer diera un paso más, sólo uno. De ese modo, la barrera la arrojaría contra la pared más lejana.

Desafortunadamente, Grendi podía ver los límites de la barrera. —Algunas de ustedes lo están considerando. ¿Y por qué no? Están todas unidas para morir. ¿Por qué no permitir que una sobreviva? Alguien doblará la rodilla antes del final, ¿por qué no tú?

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—Tus palabras son veneno —dijo Senna. —Y todas nosotras lo sabemos. No estás hablando con mujeres comunes, Grendi. Somos Guardianas.

Una sonrisa malvada se extendió por el rostro de Grendi. —Todo el mundo tiene una debilidad, Brusenna, hija de Sacra. Para tu madre eres tú, y para ti, ella. La mujer a tu izquierda, Coyel, no cederá. Pero la cuarta mujer a tu derecha… su anciana madre huyó hacia el bosque cuando ella fue capturada. He enviado a mis hombres a aprehenderla. ¿Acaso ella no rompería el círculo para salvar la vida de la vieja?

—No —respondió Tiena. —No lo entiendes, Grendi. Pero con el tiempo, cuando te estés muriendo de hambre como los Palurdos, verás lo que las Brujas pueden hacer por ti.

—¡Yo no le temo a la maldición! —aulló Grendi. —¡Convertí a una de ustedes una vez, y estuve a punto de destruirlas! ¡Volveré a hacerlo!

—Yo abandonaría la ciudad si fuera tú, Grendi —dijo Senna.

—¿Y por qué es eso, Brusenna? —preguntó la mujer. —¿Acaso esa maldición suya va a ocasionar una tormenta?

Las Brujas cavilaron, hasta que Chavis habló dentro de sus mentes. Vamos a destruirlo ahora.

Coyel le lanzó una mirada fulminante. No, hasta que Reden regrese y nos diga que la ciudad ha sido evacuada. Además, tenemos que darle el tiempo suficiente a Parknel para que llegue a nosotras. Reden dijo que nos informarían cuando el barco esté a la vista.

Drenelle se removió, incómoda. —Mis manos están adormecidas —. Movió los dedos para aumentar el flujo de sangre.

Senna ya se había dado cuenta que sus propias manos eran de un color azul oscuro. —No tardará mucho más —prometió. Trató de calcular cuán lejos había ido el barco, después de haber divisado Carpel. Pero lo cierto es que, en ese entonces, no había estado prestando atención. ¿Quizás medio día, quizás más?

Senna echó un vistazo a las otras Brujas y supo que no serían capaces de esperar mucho más allá del atardecer. Su cansancio era obvio. Ella misma se sentía mareada, por la falta de alimentos y agua. Su plan debía ser puesto en acción bajo la cobertura de la oscuridad.

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Al atardecer regresó Reden, mosquete en mano, dos pistolas amarradas a sus costados y una bolsa grande. Se dirigió a los guardias en tarteno. Cuando éstos se fueron, dijo —La mayor parte de la ciudad ha sido evacuada. Grendi estuvo a punto de prohibirlo, pero le hablé de sus plantas malignas y de cómo temía que ustedes las usaran para dar batalla antes de rendirse. Finalmente, lo permitió. Pero debo advertirte que no se ha marchado ni un solo soldado.

—Lo harán —dijo Senna solemnemente, porque no deseaba asesinarlos. —¿Está usted listo, General Reden?

Él comprobó su mosquete y sus pistolas. —Tan listo como puedo estar.

Senna y las otras Brujas comenzaron su canción.

Bosques y árboles, préstennos sus semillas Sobre la ciudad de Carpel, extiéndanse por sí mismas

Desde la distancia, comenzó el sonido de un viento recio. Cuando golpeó la ciudad, cubrió cada superficie con semillas, ramas, e incluso rocas. Finalmente se desató la tempestad y las Brujas comenzaron a cantar pero, esta vez, al igual que con su maldición, parecía más un encantamiento.

A todas las semillas dentro de la ciudad Les pedimos, no tengan ninguna piedad

Aplasten las rocas y destrocen las piedras Derriben los edificios, que giman las sendas

Sus energías, bien maduras crecerán ¡Y esta noche, las Brujas volarán!

Comenzó a sonar un gemido gutural, como los lamentos de mil fantasmas. Extrañamente, las paredes cuadradas del edificio le hicieron eco. Aparecieron nuevas sombras a la luz de la luna. Senna sintió a la selva, irrumpiendo dentro de la ciudad. En cada ruptura, en cada grieta, iba creciendo una planta, expandiéndose por arriba y por debajo. En una esquina de la habitación creció una pequeña vid verde, que avanzó por el frío suelo de piedra.

En cuestión de minutos, el gemido fue atravesado por feroces chasquidos, seguidos por crujidos cuando las débiles paredes cedieron. En el exterior, sonaban los gritos asustados de los soldados, hasta que los sonidos de agrietamiento y desgarro se apoderaron de ellos.

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Grendi entró a la carrera, con el cabello alborotado como si acabara de despertarse. —¡Alto! ¡Les exijo que se detengan!

Como en respuesta, el canto de las Brujas alcanzó su ápice. Las paredes que rodeaban el Edificio Estatal temblaron y gimieron. Un desgarro ensordecedor fracturó el aire. Una fisura destrozó el costado de uno de los muros, como si estuviera partiendo hielo. Reden se dio a la fuga, refugiándose entre los dos tronos. Grendi correteó tras él, por el suelo sembrado de rocas. Con un estremecimiento, el muro se desplomó. Árboles y enredaderas tiraban, empujaban y derribaban todo a su paso. Grendi se acurrucó.

Los gritos de los soldados alcanzaron, una vez más, los oídos de Senna, pero se volvían más y más distantes. Estaban huyendo.

Mientras las Brujas cantaban, más semillas florecían y echaban raíces alrededor del Anillo de Poder, creciendo hasta alcanzar el techo. Con un círculo de árboles rodeándolas, el poder de su canción se incrementó y los tres muros restantes se derrumbaron. Las plantas continuaron creciendo, rompieron los trozos de roca en fragmentos y los revistieron de verde. Brotaron hierbas y flores, cubriendo completamente la capital en ruinas con un verde tan espeso y exuberante que nadie adivinaría que, una vez, hubo una ciudad en la cima de la montaña. Sólo la selva más hermosa del mundo.

Las Brujas quedaron en silencio. En cuestión de segundos, la barrera se estremeció y, lentamente, se disipó. Los miembros de Senna estaban rígidos y fríos, de estar sentada en el duro suelo de granito durante horas, y su canción le había drenado las fuerzas. Temblando, se puso de pie. Una mirada a su alrededor le reveló que todas estaban agotadas… algunas, mucho más que ella.

Miró, asombrada, a su alredor. Las Brujas habían creado su propio Anillo de Poder, enmarcándolo con árboles completamente crecidos. En el centro, un perfecto suelo de granito. Del Edificio Estatal sólo quedaban los cuatro tronos, crema y blanco contra la selva profundamente verde. Reden salió de detrás de uno, con su mosquete aún en la mano.

Grendi se puso de pie, con los ojos llenos de rabia. La saliva volaba de su boca, mientras ella señalaba y gritaba —¡Las quiero MUERTAS!

Reden le dirigió una mirada extraña. —Sí, Canciller Grendi.

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Ella extrajo un cuchillo del cinturón del General y se precipitó hacia delante, con el asesinato brillando en sus ojos crueles. Reden estrelló la culata de su fusil contra el cráneo de la mujer. Ella se desplomó.

—Eso se sintió bien —. Reden sacudió la cabeza mientras recuperaba el cuchillo. Avanzó y deslizó la hoja a través de las cuerdas amarraban las manos de Senna. Cuando ella estuvo libre, le alargó el otro cuchillo y ambos se pusieron a trabajar.

En segundos, todas las Brujas estuvieron libres. El hombre señaló la bolsa. —Sus cinturones de semillas están dentro. Sáquenlos y luego colóquense las capuchas sobre la cabeza. ¡Y permanezcan juntas!

Después de encontrar su cinturón de semillas, Senna se levantó la capucha y siguió a Reden fuera del Edificio Estatal. Lo que solía ser un camino, estaba salpicado de escombros y selva. Reden había perdido sus puntos de referencia y los árboles hacían imposible divisar los muelles debajo de la ciudad. Tendrían que confiar en que su sentido de la orientación y sus narices los condujeran al mar. El corazón de Senna golpeteaba salvajemente por el miedo. Esta vez, no habría cuartel y ningún General Reden para vigilar que estuvieran protegidas de los demás soldados. Esta vez serían fusiladas.

Las piernas de Senna parecían de goma, mientras corría a través de los gruesos árboles. No había viento para cantar a la selva que oculte su camino, y algunas de las Brujas mayores tenían dificultades para poner un pie delante del otro. Al menos, su camino era cuesta abajo, más duro para los músculos pero más sencillo para los pulmones.

Senna sabía que Reden estaba frustrado por su ritmo. Estaba acostumbrado a la velocidad de un ejército entrenado, no a la de mujeres agotadas. El General seguía mirando hacia atrás con nerviosismo. El hecho que él mantuviera sus armas preparadas y listas no se le escapó a la joven.

Junto a ella, Tiena tropezó con una raíz. Apenas su cuerpo tocó el suelo, Sacra y Coyel la pusieron de nuevo sobre sus pies. Senna miró hacia atrás y se dio cuenta del por qué Reden había insistido en que usaran sus capuchas. En la oscuridad, las Brujas eran poco más que borrones verdes.

Parecía que toda su vida hubiera consistido en marchar. Detrás de ellas estallaron gritos. Inconscientemente, las Grujas aumentaron ritmo, algunas sosteniendo a otras.

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Sonó un disparo, las Brujas inclinaron la cabeza y corrieron más rápido. Senna podía oler el mar, fuerte en el aire, pero no estaba segura que lograran hacerlo.

—¡De prisa! —Senna se dejó caer al suelo. La sangre le latía en los oídos mientras colocaba una semilla en la tierra, luego se apartó unos metros a un lado y hundió otra. Cantó los árboles barrera a la vida. Pareció que tardaban una eternidad en madurar. Ya no podía ver a las demás. Tenía que frenar a los soldados, ¡tenía que darles más tiempo!

Podía oír las pisadas. Los soldados se habían acercado tanto que lograba ver el gatillo de los fusiles. Senna se arrebujó más en su capa y rogó que no la vieran. —¡Que nadie logre pasar! —gimió. Se apresuró a ponerse de pie y corrió por su vida.

Gritos. Disparos. Oyó el silbido de una bala y vio una chispa cuando una de éstas rebotó en una piedra a sus pies. Otra chocó contra un árbol, a su lado. Las esquirlas explotaron en su rostro. Sus pies volaban sobre la Tierra. Uno de los soldados la alcanzó. Su manto se atoró y la capucha cayó. Él la arrastró hasta el suelo y gritó, en señal de triunfo.

Justo en el momento en que ella llenaba sus pulmones para gritar a por ayuda, una rama se enroscó en torno a la cintura del hombre. El grito de triunfo se convirtió en un chillido cuando ésta lo mandó a volar. Con el estómago en la garganta, Senna se puso de pie y echó a correr. Siguieron más gritos, mientras otros solados salían volando como piedras de una honda.

¿Dónde estaban las demás? ¿Acaso las había perdido? ¿Y si la dejaban atrás? Nadie se había dado cuenta de lo que había hecho. Nadie estaría buscándola. El pecho le ardía con cada aliento que tomaba, y sus manos y labios hormigueaban. Sentía la cabeza ligera y, aunque no había comido durante casi un día, le parecía que iba a vomitar. Aún así, sabía que detenerse a descansar, muy bien podría significar su muerte. O algo peor. Ni siquiera podía soportar el pensar lo que Grendi haría con ella.

Senna surgió a través de los árboles, convertida en poco más que una sombra oscura bajo la luz de las estrellas. Cuando finalmente captó un destello de más figuras oscuras frente a ella, estuvo a punto de gritar de alivio. Su terror la había dejado débil y temblorosa pero, aparte de eso, fue como si nunca se hubiera alejado.

Reden levantó una mano para que se detuvieran. Su respiración era trabajosa cuando señaló entre los árboles. Un agua, negra como tinta, pintada las crestas de planta con la

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luz de las estrellas. Senna nunca había visto algo tan hermoso. —Allí están los muelles. Vayan al embarcadero número diecisiete. Es el más grande.

—¿Qué harás tú? —preguntó Chavis, sin aliento.

—Quedarme aquí y mantenerlos fuera.

—¡Sólo tiene tres disparos antes de tener que recargar! —gimió Senna.

—También tengo un sable —le recordó él. —Ésas son, por lo menos, cuatro muertes. Imagino que puedo llegar a siete, dependiendo de cuánto me apresuren. Y eso es, únicamente, si no obedecen mis órdenes de buscar en otro lado.

Pero Senna dudaba que los soldados creyeran a Reden. Si Grendi no estaba ya despierta, lo estaría pronto. Y el General la había traicionado. Si él permanecía allí, moriría. Rápidamente, Senna tomó una decisión, aunque sabía que supondría un riesgo enorme. —Aquellas que aún conserven el aliento, creen una valla. Árboles barrera y barbus. ¡Cualquier cosa que piensen que pueda mantenerlos a raya! Las que no puedan, bajen al atracadero y háganle señales al barco de Parknel; ¡se llama Bruja del Mar!

Las Brujas le obedecieron, como si lo hubieran hecho toda su vida, y se dividieron en dos grupos. El grupo más grande corrió hacia el bosque, sumergieron innumerables semillas en la tierra y les cantaron a la vida. Crearon un semicírculo alrededor de los atracaderos, tan amplio como les fue posible. Senna sabía que no pasaría mucho antes que los soldados fueran a por ellas a través del agua, y había poco que pudieran hacer al respecto. Pocas plantas defensivas crecían en el agua, además de las algas que podían volcar las embarcaciones o arrastrar a los hombres hasta la muerte. Pero ni todas las algas del puerto detendría a diez mil soldados. No por mucho tiempo.

Reden deambuló entre ellas, con su mosquete y sus pistolas preparados. Las Brujas plantaron barbus tras sus árboles barrera, de modo que cualquiera que pudiera sobrepasar los árboles caería aletargado. Pronto, el aire estaba pesadamente cargado con el aroma de las enormes flores naranjas… un olor que conduciría, casi a cualquier hombre, a un sueño profundo.

Las plantas espinosas también eran abundantes, para picotear a los hombres que pasaran a través del barbus y los árboles barrera. Y, más allá, se establecía cada planta imaginable que tuviera la capacidad de irritar y quemar la piel. El efecto sería doble, porque los venenos se filtrarían en los cortes y entrarían en la corriente sanguínea de

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los soldados. Cualquiera que sobreviviera a ese bosque, rápidamente erigido, estaría urticado durante meses.

Cuando las primeras explosiones y destellos de luz hicieron erupción, las Brujas se agazaparon y terminaron la tarea, antes de correr hacia el atracadero. Pero Senna no había llegado tan cerca del agua como esperaba. Ella seguía hundiendo semillas en el suelo, mientras cantaba con desesperación.

Los soldados chocaron contra los árboles barrera. Pronto, sus cuerpos fueron enviados volando, a través del aire. Al ver el peligro, los demás retrocedieron y se concentraron en seguir disparando.

Una nube de arena estalló junto a Senna y luego otra. Una mano fuerte la aferró por el hombro y la jaló hacia atrás. —¡Vamos! ¡No serás de utilidad a nadie, si estás muerta! —. Reden medio la arrastró, medio tiró de ella hacia el muelle. Una bala le desgarró la capa. Senna pegó un brinco y se paralizó. Su brazo quemó, ante el recuerdo de ser herida por Wardof. Reden la obligó a seguir avanzando.

Ambos se hundieron en la arena, antes de alcanzar los tablones de madera. Senna se cubrió la cabeza con las manos, mientras sus pasos hacían eco sobre los maderos.

—Estamos fuera del alcance —dijo Reden.

Su paso se hizo más ligero. Las otras Brujas ya habían alcanzado el borde del atracadero. Algunas permanecían de cara a la costa. Senna divisó a soldados, que avanzaban hacia ellas en pequeñas embarcaciones. Las Brujas les estaban enviando viento directamente a los rostros, obligándolos a retroceder a cada golpe de remo. Otras cantaban a las algas, que volcaban los botes.

Pero, a pesar de su situación desesperada, sus voces se tambaleaban. Estaban utilizando unas reservas de fuerzas ya agotadas. La misma Senna se sentía profundamente exhausta. Tenía el cuerpo entumecido por el cansancio, los pulmones y la garganta en carne viva. Escudriñó la oscuridad. Parknel vendría desde el norte. De pie, en el borde del atracadero, cantó al viento para atraer a su barco.

—Los soldados están abandonando los botes —dijo su madre.

—¿Qué van a hacer? —preguntó Chavis.

Una luz parpadeó detrás de ella. Senna se giró, para ver llamas de color azul.

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—¡Están incendiando el barbus! —gimió Prenny.

Los árboles barrera no durarían mucho más.

—Por favor, Joshen —susurró Senna. —Si no llegas pronto, será demasiado tarde.

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Traducido por Princesa de la Luna Corregido por CairAndross

oshen sentía el viento detrás de ellos, soplando con más fuerza que el del mediodía. Todo estaba oscuro y cada marinero exploraba la costa, en busca de

alguna señal de la bahía. —¡Fuego! —gritó el hombre en la cofa.

Joshen vio las espeluznantes llamas azules que lamían el cielo estrellado. —¿La ciudad está ardiendo?

Las cejas de Parknel casi se tocaban. —No veo ninguna luz. Tampoco hay señales de la ciudad. Pero, sin duda, ésa es la bahía.

Joshen estudió las montañas redondeadas, tratando de recordar si eran las mismas que había visto días antes. Pero esa tenía que ser la entrada; era la única que habían divisado, antes de tener que tirar el ancla.

—¡Hacia el puerto! —gritó Parknel. El barco rechinó, mientras giraba hacia la bahía.

Joshen oyó sonidos distantes de chasquidos y vio pequeños destellos de luz dorada. —¡Disparos de mosquetes!

—¡A las armas! —exclamó Parknel. —¡Carguen los malditos cañones!

Los marineros corrieron a abrir la puerta de la cabina del Capitán, mientras que otros hombres se precipitaban bajo cubierta para cargar los cañones. Joshen aferró su propio mosquete, corrió hacia proa y lo cargó. Pero aún no estaba en el rango de disparo. Lo único que podía hacer era observar cómo un grupo de Brujas al extremo del atracadero, luchaba por romper los tablones, de modo que los soldados no pudieran alcanzarlas desde la orilla. Algunas estaban cantándole desesperadamente al viento para que impulsase su barco, otras intentaban detener a los soldados sobre los botes.

Había un hombre con ellas. Tres Brujas se turnaban para recargar su mosquete y pistolas. Él disparaba a los soldados que avanzaban, con tanta rapidez como le era posible. Parecía que todos los soldados de Carpel se habían concentrado sobre ellos.

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Joshen no pudo evitar preguntarse quién era el hombre y por qué estaba ayudando. El barco aún no estaba a tiro de mosquete, peor no tardaría mucho más. —¡Preparen el tablón de abordaje y el cañón de popa! ¡Obliguen a esos soldados a retrocede’! —gritó Parknel. —¡E inutilicen las otras nave’, para que no puedan seguirno’!

El barco se estremeció cuando los cañones dispararon. Algunas de las balas golpearon las naves atracadas, otras se dirigieron a los botes llenos de soldados tartenos. Los disparos de mosquetes obligaron a los soldados a cambiar su objetivo al Bruja del Mar, pero eso no detuvo su avance.

Los marineros, a bordo del Bruja del Mar, tenían la ventaja del terreno elevado y de una baranda para protegerlos. Poco a poco, se las arreglaron para frenar el avance de los tartenos.

No demasiado lejos, Joshen reconoció a Senna, Coyel, y una Bruja no identificada que cargaban el mosquete del hombre. Junto a un puñado de hombres, se aferró a unas cuerdas gruesas como su brazo y saltaron del barco. Tocó el atracadero con la fuerza suficiente como para provocarse dolorosas punzadas en las espinillas. Lo más rápido que pudo, ató la cuerda al muelle.

El barco chirrió y el caso se sumergió un poco. El agua inundó la popa, tumbando a los marineros y sus cañones apresuradamente cargados. Sus compañeros marinos forcejearon con la incómoda pasarela, mientras el barco se resistía como un potro desbocado. En el momento en que tocó el atracadero, las Brujas echaron a correr.

Joshen vio el peligro de inmediato. Abrió la boca para gritar una advertencia, en el mismo momento en que empezaron los disparos, golpeando a las Brujas expuestas con tanta facilidad como a pollos sobre un poste. Más de una, colapsó. Los marineros se apresuraron a ayudarlas, pero pocas lo necesitaban. Las Brujas que seguían a las mujeres heridas, simplemente las hicieron ponerse de pie, sin siquiera una pausa en la carrera.

Los últimos en llegar fueron Senna, Coyel y el hombre. Joshen estuvo tentado de arrojar a este último por la borda, peor no había tiempo para eso. Durante todo ese rato, los cañones nunca dejaron de disparar mientras sus artilleros apuntaban a todo lo que encontraban.

—¡Rápido! —oyó decir a Senna —¡Antes que alguno de ellos se aproveche de nuestra canción del viento! —Con las Brujas cantando, el barco giró y avanzó hacia delante,

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con lo que el cañón de popa quedó inútil. Continuaron disparando. Sin aliento, Joshen aguardó a ver si los tartenos podían seguirlos. El barco de Parknel no soportaría otra batalla marítima.

Pero ninguna otra nave apareció tras ellos. Él se relajó de alivio y fue a ver si Senna estaba a salvo. La encontró inclinada sobre otra Bruja que, evidentemente, era tartena. Sus manos estaban presionadas sobre una herida en la pierna de la mujer, que rezumaba sangre roja y caliente entre sus dedos.

—¿Tiena, puedes sentir la bala? —preguntó Sacra.

La voz de la mujer sonaba tensa y cargada de acento. —¡En mi hueso!

—¡Tenemos que sacarla! —dijo Prenny, con gravedad. —Nunca seremos capaces de controlar una infección, si no lo hacemos —. Levantó la mirada hacia Joshen —. Tú y Brusenna, sujétenla. Sacra, ayúdame.

Le dieron el borde de su mano para que lo mordiera. Joshen y Senna la aferraron por los brazos, mientras las otras dos se ponían encima de las piernas. Tiena gritó cuando los dedos de Prenny desaparecieron dentro de su carne. Con el rostro blanco y tenso, la sanadora extrajo sus dedos manchados de carmesí. —Está demasiado resbaladizo. No puedo agarrarla.

Parknel apareció con un par de pinzas. Prenny hurgó de nuevo y, finalmente, extrajo la bala. Las Brujas se ocuparon de curar las heridas restantes y llamaron al viento.

Tan exhaustas como todos los demás, su trabajo aún no había terminado.

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Traducido por NikeenFray Corregido por Roxiy

l viento soplaba con fuerza, azotando el cabello de Senna como algo vivo. Éste se pegó a su rostro, surcado de lágrimas. Pero ella estaba demasiado cansada

como para darle importancia. Si no fuera por Joshen, que la sostenía por un lado, ni siquiera estaba segura de soportar el balanceo del barco. Una gran parte de las Brujas no estaba lo suficientemente fuerte como para asistir, aunque muchas lo hubieran deseado.

Coyel comenzó la canción fúnebre.

Una de nosotras ha abandonado nuestro lado No sabemos dónde su alma ha volado

Confiamos a las Creadoras su tierno cuidado Que Tiena encuentre un pasaje soñado

La canción era fuerte y lastimera; los marineros no podían contener sus lágrimas. Levantaron la tabla y el cuerpo de Tiena se deslizó hacia el mar. Senna escuchó el chapoteo y ahogó un sollozo. Desni no sabía que su hija estaba muerta. Años esperándola, sólo para ser separadas de ese modo.

El proceso fue repetido tres veces más.

Ella sabía que habían sido afortunadas. El ejército más fuerte de Tarten las había capturado; Grendi juró que las asesinaría a todas. Era un milagro que cualquiera de ellas sobreviviera. Pero la idea era poco reconfortante. Cuatro Brujas se habían ido. Y esas cuatro eran demasiadas.

Senna se culpaba. Ella las había liberado. Había sido su plan el escapar desde Carpel, en lugar de luchar contra Reden y su ejército en tierra.

Cuando la última de sus canciones se deslizó sobre las olas, las Brujas se alejaron lentamente. Sólo Sacra, Coyel, Senna y Joshen permanecieron sobre cubierta.

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Sacra miró la mano de Senna, entrelazada con la de Joshen, y suspiró profundamente. —Cuando era joven conocí un hombre. Un hombre que hizo cantar a mi corazón. Trajimos dos niñas al mundo. De los tres miembros de mi familia, sólo me queda uno —. Sus ojos brillantes se clavaron en los de Senna —. Toma bien tus decisiones, porque podrías no ser capaz de conservar todo aquello que traes a este mundo —. Presionó sus labios sobre la frente de su hija y se volvió para encaminarse hacia la popa del barco, ya que era su turno de persuadir al viento.

Senna intentó entender el repentino impulso que sentía por gritar. Los brazos de Joshen se apretaron a su alrededor. —Ven, Senna.

Ella estaba demasiado confundida para protestar, mientras Joshen la conducía bajo cubierta. Con un suave beso en los labios, él la dejó sola. Por propia voluntad, sus pies la condujeron a un lado de Coyel, donde se apoyó contra la mujer mayor y se quedó dormida.

* * *

Senna se despertó por los gritos que provenían de sobrecubierta. Ya no estaba oscuro, lo que significaba que la luz del día había llegado. Parpadeó a través de sus ojos legañosos y se pasó la lengua, áspera como papel de lija, por el paladar superior. ¡Oh, estaba muy sedienta! ¡Y hambrienta también! Durante la larga noche, mientras luchaba por la vida de las Brujas heridas, apenas si había tomado un par de galletas y algo de agua.

Frotándose los ojos secos, Senna subió las escalerillas y avanzó, a tropezones, por la cubierta. A juzgar por el sol, era temprano, por la mañana. Había dormido lo que restaba del día anterior y toda la noche pasada. Oyó otra ronda de gritos y reconoció, entre ellos, la voz del Joshen. Sus ojos se dilataron ante esas palabras. —¡Aléjense de él!

—¡Él e’ uno de ellos!

—Las Brujas confían en él, ¿qué más quieren?

Ahora, Senna estaba corriendo hacia la popa. Despreocupadamente, Reden se apoyaba contra la barandilla, mientras que Joshen y otro marinero se gritaban el uno al otro. Otros tripulantes se habían congregado; la mayoría tenía expresiones de odio, como las que ella había recibido toda su vida.

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Los ojos de la muchacha se encontraron con los de Reden, pero no estaba segura de lo que vio… ¿algo parecido a una tranquila aceptación? No, era algo más. Se sorprendió, al darse cuenta que él la estaba valorando. La mitad de los marineros en el barco quería arrojarlo por la borda y Reden aún estaba tratando de descifrarla.

—Reden es un amigo de las Brujas —dijo ella, con calma.

Los marineros le lanzaron miradas de incredulidad.

Eso la enfureció. —Lo diré otra vez, él es un Amigo de las Brujas. Si quieren que quede alguno, déjenlo en paz.

Senna permaneció de pie firme, respirando con dificultad, mientras los demás marineros se alejaban lentamente. Al final, sólo quedaron Reden y Joshen. El muchacho palmeó el hombro de Reden. —Siento eso. Como regla general, los nefaliens no confían en los tartenos.

—Tampoco los tartenos en los nefaliens —Reden no apartó sus ojos de Senna.

Joshen la estudió con desaprobación. —¿Ya has comido algo? —. Ella sacudió ligeramente la cabeza —. Te conseguiré algo —. Y la dejó, a solas, con Reden.

El General tarteno todavía la contemplaba como si no acabara de entender algo. —Eres una líder —concluyó el hombre, finalmente. —He entrenado soldados toda mi vida, así que conozco la diferencia entre el tipo de personas que da órdenes y el tipo que las sigue. Tú, Senna, das órdenes.

Ella apartó la mirada con rapidez, mientras la vergüenza hacía que le ardieran las orejas. —No. No soy nada buena en eso y lo detesto. Siempre detesté cuando la gente me miraba. —Nunca le había contado eso a nadie, ni siquiera a Joshen.

Reden sólo rió entre dientes. —Tal vez, eso estaba agazapado en tu interior cuando eras joven. Pero siempre estuvo allí, esperando que lo encuentres.

Senna miró a Reden de arriba abajo. —¿Encontrar qué?

Él sacudió la cabeza y empezó a pasar a su lado, pero hizo una pausa, lo suficientemente larga como para decirle —Tu vocación en la vida —Y se encaminó, escaleras abajo.

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El corazón de Senna aún palpitaba cuando Joshen le entregó algo de comida. Ella se dejó caer sobre cubierta. Incluso mientras comía, trató de descifrar las palabras de Reden. Joshen, sin embargo, no pareció darse cuenta de su distracción. —Nunca había estado en un barco que se moviera tan rápido. Estaremos en Nefalie en cuestión de días.

Senna vació la copa que él le trajera y comenzó a llenarse la boca de comida. El muchacho rió. —¡Y tú dices que yo como rápido!

Ella le lanzó una mirada asesina mientras tomaba otro bocado.

* * *

Senna había tomado su turno para cantarle al viento. A medida que el amanecer se acercaba, el sol emergió desde las olas, húmedo y brillante.

Oh, luz de la mañana, escúchame clamar Hacia Haven, yo tengo que volar

La neblina surgió ante ellos y señaló hacia el noreste. Lo había hecho durante días. Antes que el sol alcanzara su cenit, Senna divisó los negros acantilados que sobresalían del mar agitado. Coyel, con Parknel a su lado, se presentó ante Joshen, quien raramente se alejaba de Senna. —Las demás Principales y yo lo hemos discutido. Deseamos la presencia de ambos en la isla, mientras nos abrimos paso en Fall.

Joshen sonrió de oreja a oreja y palmeó la espalda de Parknel. —Será el mayor de los placeres.

El Capitán Parknel despachó numerosos botes, llenos de Brujas. En el último de ellos que haría el viaje bajo el agua, Senna contó hasta doscientos, antes de llamar al mar.

Les pido, oh, Plantas Hermanas del Mar Llévenme al lugar que sólo las Brujas pueden vislumbrar

Las algas impulsaron el bote bajo los acantilados y lo llevaron al interior de la cueva. Las Brujas salieron a la luz. La isla estaba un poco inhóspita, después de su larga ausencia.

Pogg las recibió en la entrada, con lágrimas que chorreaban sobre sus mejillas moteadas. —¡Pogg sabía que Senna traería Brujas de regreso! ¡Pogg sabía! —. Se arrojó

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a los brazos de Senna y luego avanzó a lo largo de la hilera, abrazando a todas las Brujas mientras lloraba y gemía.

Pero, cuando llegó su turno, Parknel esquivó al Mettlemot.

—Ahora, nosotras iremos a cantar a los jardines, pero a medianoche, nos encontraremos en el Anillo de Poder —le dijo Senna a los hombres.

* * *

Mientras los zarcillos de luz de luna iluminaban la isla, Senna esperaba con sus guardianas, en el exterior del Anillo de Poder… algo que no había sucedido por cuatro años. Todas emergieron desde los árboles a la vez, y se aferraron por los antebrazos.

En las tierras que el invierno toca con hielo Arroja tus hojas para que fertilicen el suelo

Sueña ahora y dormido permanece Hasta que, en primavera, nuestro llamado empiece

El viento llevó lejos sus canciones, esparciéndolas entre plantas y hojas. Prestando atención a las Brujas, pronto los árboles arrojarían sus hojas. Llevaría meses de canciones volver las cosas a como fueron antes. Pero ése era un comienzo.

Senna sonrió alegremente y corrió hacia Joshen. —¡Ven! Hay algo que quiero enseñarte. —Tomándole la mano, lo guió a través del valle, hasta el costado de un acantilado escarpado. Allí, una escalera oculta conducía a una colina.

En el tramo superior de las escaleras, los pies de Senna volaron hacia un balcón elevado. Desde allí, ambos podían divisar todo el valle, con el Círculo de Guardianas en el centro y las cascadas, uniformemente espaciadas, que se alineaban en los acantilados.

Senna cerró los ojos para concentrarse en el tibio viento sobre su rostro. Se giró para comprobar si Joshen aprobaba la vista. Pero él no estaba mirando el valle. Sus ojos estaban fijos en ella. —Eres la mujer más hermosa que jamás haya vivido. Lo sabes, ¿no es así?

Las lágrimas brotaron de los ojos de Senna. Él lo decía en serio. Podía verlo en su rostro y eso la hizo sentirse mareada.

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Joshen se aclaró la garganta y apartó la mirada, mientras la vergüenza teñía de rojo sus orejas. —Sé que tu madre no aprueba lo nuestro; no con lo peligrosas que están las cosas. Y tengo que estar de acuerdo. El matrimonio nos llevaría a tener hijos y, ciertamente, ellos se convertirían en un objetivo. Eso no sería de ayuda —. Su mirada se volvió hacia ella y había fiereza allí, una necesidad mayor de la que Senna había visto nunca en los ojos de un hombre —. Pero, sólo porque no podamos casarnos, eso no quiere decir que no podemos comprometernos.

Los ojos de Senna se dilataron y su respiración quedó atrapada en su garganta, mientras Joshen le tomaba las manos entre las suyas. Él sacó algo de un bolsillo. Un anillo, hecho de delgadas ramitas de sauce entretejidas en torno a una perla rosa. —Coyel cantó su forma —se disculpó — y Parknel me dio la perla. Te prometo que te conseguiré un anillo de verdad cuando lleguemos a la costa, pero no podía esperar más. Tengo que saberlo. ¿Me prometerías casarte conmigo?

Senna tomó el anillo de las manos de Joshen. Lo deslizó en su dedo y lo admiró a la luz de la luna. Una perla. Como una luna en miniatura. Una sonrisa se extendió por su rostro. —Sí, Joshen. Me casaré contigo.

Él suspiró de alivio.

Senna echó la cabeza hacia atrás y rió. —¿Cómo pudiste pensar que te diría que no?

Joshen la alzó en brazos y la hizo girar, luego la bajó y ahogó su risa con un beso.

Alegría pura, pensó Senna mientras las lágrimas resbalaban de sus ojos. En este momento conozco la alegría pura.

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Traductora a cargo

Dany

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