Algunos Olvidos Antropologia Del Trabajo Laura Perez

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Algunos olvidos en la Antropología del Trabajo Laura Pérez Introducción: En este trabajo monográfico pretendo introducir una reflexión acerca de la pertinencia de la Antropología en el estudio de los mecanismos y medios de control que el capital ejerce sobre los procesos de trabajo. El motivo que me lleva a plantear esta reflexión, es la sospecha de que en nuestro ámbito académico en los últimos años no se le ha dado a este problema el espacio que el mismo debiera tener, siendo esto consecuencia de procesos históricos vinculados con el propio desenvolvimiento del capitalismo y, correlativamente, del hecho de que la Antropología -como cualquier otra disciplina social- no escapa a estos procesos hegemónicos. Mas aun, es constituida por los mismos como una parte de la esfera ideológica, que legitima y reproduce las relaciones de poder vigentes. En principio retomo lo que Menéndez denomina "el «malestar» permanente dentro de nuestra disciplina" (2002) y cómo, producto de este malestar, la antropología hegemónica comienza a reconstituir tanto su objeto de estudio como su metodología y su sentido mismo como disciplina social. Esta reconstitución genera profundas consecuencias en la antropología latinoamericana y en su capacidad de producción de conocimiento crítico y reflexivo. Respecto a esto último, retomando a Giniger (2007), se puede rastrear una producción fragmentaria, no sistemática -con algunas excepciones-, y que es producto de "los procesos de construcción de hegemonía". Una posibilidad consiste en reincorporar el conocimiento que se ha construido desde distintas disciplinas, acerca de las formas que ha adquirido la organización del trabajo a lo largo del siglo XX, y de las perspectivas acerca del disciplinamiento y el control ejercido por parte del capital en los ámbitos del trabajo. Es por ello que en una segunda y tercera parte, intentaré centrarme en el problema de la constitución de los mecanismos de control sobre los procesos de trabajo, y cómo a partir de este problema y desde una mirada disciplinar se pueden plantear algunas preguntas respecto a la conformación del sujeto trabajador de call center. Entiendo que incluir como problema la producción de conocimiento antropológico, se abona un terreno que no forma parte del corpus

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Algunos olvidos en la Antropología del TrabajoLaura Pérez

Introducción:

En este trabajo monográfico pretendo introducir una reflexión acerca de la pertinencia de la Antropología en el estudio de los mecanismos y medios de control que el capital ejerce sobre los procesos de trabajo. El motivo que me lleva a plantear esta reflexión, es la sospecha de que en nuestro ámbito académico en los últimos años no se le ha dado a este problema el espacio que el mismo debiera tener, siendo esto consecuencia de procesos históricos vinculados con el propio desenvolvimiento del capitalismo y, correlativamente, del hecho de que la Antropología -como cualquier otra disciplina social- no escapa a estos procesos hegemónicos. Mas aun, es constituida por los mismos como una parte de la esfera ideológica, que legitima y reproduce las relaciones de poder vigentes.

En principio retomo lo que Menéndez denomina "el «malestar» permanente dentro de nuestra disciplina" (2002) y cómo, producto de este malestar, la antropología hegemónica comienza a reconstituir tanto su objeto de estudio como su metodología y su sentido mismo como disciplina social. Esta reconstitución genera profundas consecuencias en la antropología latinoamericana y en su capacidad de producción de conocimiento crítico y reflexivo. Respecto a esto último, retomando a Giniger (2007), se puede rastrear una producción fragmentaria, no sistemática -con algunas excepciones-, y que es producto de "los procesos de construcción de hegemonía".

Una posibilidad consiste en reincorporar el conocimiento que se ha construido desde distintas disciplinas, acerca de las formas que ha adquirido la organización del trabajo a lo largo del siglo XX, y de las perspectivas acerca del disciplinamiento y el control ejercido por parte del capital en los ámbitos del trabajo. Es por ello que en una segunda y tercera parte, intentaré centrarme en el problema de la constitución de los mecanismos de control sobre los procesos de trabajo, y cómo a partir de este problema y desde una mirada disciplinar se pueden plantear algunas preguntas respecto a la conformación del sujeto trabajador de call center.

Entiendo que incluir como problema la producción de conocimiento antropológico, se abona un terreno que no forma parte del corpus central del Seminario de Antropología del Trabajo. Sin embargo es importante para mi propia reflexión comenzar con este abordaje, como una introducción a lo que en el futuro será la formulación del problema de investigación de tesis acerca del trabajo en call center.

Parte I:

Siguiéndolo a Menéndez, en el campo de la antropología central y a partir de la década del 70 comienza una reacción a los modelos teóricos y metodológicos que entraron en crisis frente a la visibilización de la situación colonial, del subdesarrollo económico y el etnocidio, conformándose así un modelo hegemónico (nuevamente) -el de la antropología norteamericana- que en el intento de reflexionar acerca del propio desarrollo disciplinar, se tradujo en una desideologización y de una perspectiva relativista acrítica respecto a la realidad que pretendía hacer como su objeto de estudio (Menéndez 2002).

Algunos de los aspectos que sufrieren una profunda transformación fueron los núcleos identificatorios disciplinares: las características y significado del trabajo de campo, o quiénes son los sujetos de estudio. Esto es central, dado que respecto a un posible abordaje desde la antropología de la relación capital-trabajo, el giro tiene consecuencias sustanciales en los desarrollos posteriores. Si hasta la década del 60 los grupos estudiados por esta disciplina se constituían a través de la

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diferenciación étnica no occidental o por las características socioproductivas -tal es el caso del campesinado-, a partir de los 70, la alteridad comienza a definirse a partir de diferencias de género, de edad, de religión, etc. Se pasa así de sujetos producidos a partir de condiciones económicas productivas, a otros, construidos a partir de la reivindicación de su propia diferencia, incluso muchas veces interiorizada como parte de sus identidades estigmatizadas. Identidades y diferencias que a su vez son producto de la sociedad dominante: grupos feministas, homosexuales, migrantes, urbanos, etc.

Para el objetivo de este trabajo, importa destacar que en esta reconfiguración, los sujetos que fueron centrales en las teorías sociales del siglo XIX, -los obreros, el proletariado, los desocupados, los trabajadores informales- quedaron invisibilizados para la antropología, generando paradójicamente también una invisibilidad de los procesos económicos y sociales fundantes de la explotación y el control de esas grandes masas de población, sobre todo en el mundo no desarrollado y que fue a la vez cuna de los nuevos sujetos de estudio. Paradójicamente, debido a que el mismo giro teórico-metodológico fue producto de una reflexión crítica, acerca de las condiciones hegemónicas de producción del conocimiento disciplinar sobre los otros no-occidentales, colonizados y excluidos.

Lo anterior se tradujo, en el marco de diferentes procesos de investigación y teorización, en la conformación de sujetos múltiples, sujetos híbridos, en la introducción de concepciones acerca de la conformación de la subjetividad y de la identidad. Estos aportes teórico-metodológicos, además de una falta de precisión conceptual según lo señala Menéndez (2002: 50), tuvieron como efecto una mirada ahistórica debido a

[...] la exclusión de lo económico/político y [a] la superficialidad en la definición y descripción de la subjetividad de los actores sociales. Su énfasis en la fragmentación, autoensamblaje y capacidad selectiva propone un sujeto que remite casi exclusivamente a los aspectos simbólicos, ignorando o sólo incluyendo limitadamente las fuerzas económicas sociales que tienden a la homogeneización y a la restricción de las autonomías de estos sujetos en función de condiciones de pobreza y extrema pobreza dentro de las que desarrollan sus vidas, sus migraciones, sus hibridaciones y sus posibilidades de actuar en términos de agente, dado que [...] para una masa creciente de población la calidad de agente opera casi exclusivamente para sobrevivir [...]. (2002: 52)

Este proceso de invisibilización en la antropología, puede ubicarse junto a la desaparición de la categoría de clase de ciertos enfoques de las ciencias sociales. Desaparición que conlleva además de la ahistoricidad, la exclusión de lo ideológico, dado que la constitución de estos nuevos sujetos, reducida prácticamente a lo simbólico, deja afuera de su análisis las condiciones económicas, sociales y políticas de explotación y exclusión de estos mismos sujetos.

Es fundamental señalar asimismo, que Menéndez atribuye a este proceso un movimiento correlativo de la conformación de las perspectivas antropológicas en Latinoamérica. En este sentido sostiene que las antropologías latinoamericanas -periféricas-, se encuentran en una relación de subalternidad con la antropología hegemónica -antropologías centrales-, e imposibilitados de generar corpus teóricos sólidos, enmarcados en las problemáticas propias de nuestras sociedades, y que conlleven una reflexión teórico-metodológica específica. El incremento de temáticas, especialidades y sub-especialidades y el uso de una teorización proveniente de producciones norteamericanas y europeas (muchas veces de autores que ni siquiera provienen del trabajo etnográfico), son los elementos de lo que Menénedez denomina "dispersión", y que torna a la Antropología más "una suma de temáticas [...] que una disciplina unificada en torno a sujetos y problemas" (2002: 68).

La misma relación de subalternidad entre la antropología periférica y la central como la falta de desarrollos teóricos propios, pueden ser planteada a partir del trabajo de recuperación que Giniger desarrolla sobre la producción antropológica latinoamericana y argentina en torno al mundo del

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trabajo (2007). Se puede pensar en una cierta continuidad entre Menéndez y Giniger, en tanto que ambos apuntan con mayor o menor énfasis, a vincular la producción de conocimiento social en relación a las condiciones históricas en las que el mismo se desarrolla. Giniger puntualiza en la relación entre el auge del neoliberalismo y la casi total ausencia de trabajos en antropología vinculados a perspectivas que cuestionaran los posicionamientos teóricos hegemónicos característicos de esta etapa. Y la fragmentación y falta de sistematicidad en las producciones latinoamericanas y argentinas contemporáneas (al margen de casos aislados), deben ser pensadas y explicadas, a partir de una reflexión antropológica acerca de su propia génesis en tanto disciplina periférica y subalterna a la antropología hegemónica.

Con la intención de tender un puente entre lo anterior y la necesidad acuciante de proponer problemas específicos del mundo del trabajo, profundizar en la crisis del taylorismo y el fordismo y en las perspectivas del disciplinamiento y el control en el mundo del trabajo, es un paso que permitiría recuperar la noción de totalidad -en un intento de superar la "dispersión" caracterizada por Menéndez- e introducirnos en los problemas del mundo del trabajo desde un abordaje antropológico. El campo del conocimiento antropológico, fragmentado y disperso como está, debería poder ser complejizado pero no solamente desde la formulación de múltiples perspectivas acerca del sujeto y la subjetividad, sino a partir de herramientas teórico-metodológicas construidas para aportar a una mirada de conjunto. Un modo entonces de comenzar, es volver a historizar la perspectiva, y es en este sentido que importa re-situar a las problemáticas actuales del mundo del trabajo en las condiciones socio-históricas que les dieron origen, para a partir de allí comenzar con un primer intento de reconstrucción disciplinar de estos problemas.

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El carácter que adquirió la racionalización de la producción y la organización de la fuerza del trabajo en las etapas de acumulación capitalista taylorista y fordista, cristalizó los mecanismos mediante los cuales el trabajo fue fragmentado y parcelado, a los fines de reducir los tiempos de producción, aumentar la intensificación del trabajo y como consecuencia, su productividad y la autovalorización del capital. A partir de las sucesiva etapas de organización racional del proceso de trabajo, fue garantizada la extracción de plusvalía relativa dándose lugar a la "desantropomorfización del trabajo y la conversión del obrero en apéndice de la máquina-herramienta" (Antunes 2005: 23). Fue llevándose a cabo y profundizándose así, la escisión de la unidad de concepción y ejecución del trabajo (Braverman 1984) quedando en manos de los cuadros gerenciales el análisis y la elaboración de los métodos y procesos que permitieran una mayor productividad, y cuyos elementos fueron aportados originalmente por el saber-hacer de los obreros, siéndoles así arrebatados. En este sentido, se fue cristalizando la escisión entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. En la combinación de la producción en serie fordista con el cronómetro taylorista, los obreros pasaron a ser meros ejecutantes de una acción mecánica y repetitiva, que es definida, determinada e impuesta por fuera de su esfera de conocimiento y decisión.

Pero la posibilidad de aplicar esta racionalización, fue dada por el carácter propio del trabajo humano. El trabajo humano como actividad vital, la vida productiva misma (Marx 2006: 112), en el modo de producción capitalista se vuelven un medio para la satisfacción de necesidades externas al trabajo y para la reproducción del trabajador; se torna objeto, escindido de los fines y las necesidades inmediatas del hombre. Es en este sentido que el trabajo se vuelve trabajo alienado, en el que la capacidad consciente del hombre de accionar sobre su entorno -característica del trabajo humano-, le es enajenada al trabajador y apropiada por el capitalista. Esta capacidad humana -genérica y universal- una vez alienada, es el medio y el fin que posibilita la organización y control de la fuerza de trabajo en el proceso mismo de producción.

Es en la cooperación simple en la que se expresa la fuerza productiva social del trabajo, o fuerza

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productiva de trabajo social (Marx 2003: 400), como desarrollo de la capacidad humana de trabajo en tanto género. Pero en el modo de producción capitalista la cooperación de los asalariados es una condición de la explotación por parte de los propietarios de los medios de producción, de la dirección planificada del proceso de trabajo, y de la imposición despótica de la autoridad. Tal como Marx lo expresa "la dirección ejercida por el capitalista [...] es, a la vez, función de la explotación de un proceso social de trabajo, y de ahí que esté condicionada por el inevitable antagonismo entre el explotador y la materia prima de su explotación." (2003: 402)1. Desde el punto de vista histórico, la cooperación es la forma peculiar básica que distingue el modo de organización del trabajo bajo el capitalismo, expresando la transformación de trabajo en un proceso social; a la vez se presenta como el método mediante el cual el capital logra incrementar la fuerza productiva que necesariamente supone el aumento de la explotación. La capacidad genérica del hombre de planificar con otros, se transforma en un objeto ajeno al trabajador, manifestándosele en los productos de su trabajo y en la imposición de un plan que -incluyendo doblemente esta capacidad- se le opone en el mismo proceso de trabajo.

En la etapa de la manufactura el control del proceso de trabajo va adquiriendo un alcance mayor y más profundo. No solamente la dirección capitalista actúa como el medio para garantizar la disciplina de los grupos de trabajadores en un espacio y tiempo determinados, sino también a través de la introducción de la división del trabajo, la disciplina se ejerce desde la organización misma de las tareas. Hacen su aparición el obrero detallista-parcial, "el obrero profesional de «oficio»" tal como lo caracteriza Coriat (2001), quien pone en movimiento una parte mínima y específica de la producción; y una multiplicidad de herramientas, que posibilitan un perfeccionamiento de cada una de las tareas en las que se descompone el proceso. La división del trabajo se expresa en una combinación y sucesión de fases aisladas cuyo producto es la mercancía final, organizadas de tal modo, que requieren el menor uso del tiempo, del espacio y de materia prima posibles. Pero la cooperación, que sigue siendo la base de todo el proceso, implica que todas las diferentes fases necesariamente están vinculadas entre sí. Las tareas realizadas en forma aislada, son no obstante interdependientes, dado que su producto final es una mercancía, en la que se reestablece la unidad del proceso2. En este sentido, la combinación y la interdependencia se expresan en el obrero colectivo: a pesar de que cada obrero ejerce una actividad unilateral, en apariencia independiente de las de los demás

El obrero colectivo posee ahora, en un grado igualmente elevado de virtuosismo, todas las cualidades productivas y las ejercita a la vez y de la manera más económica puesto que emplea todos sus órganos, individualizados en obreros o grupos de obreros particulares, exclusivamente en su función específica. La unilateralidad e incluso la imperfección del obrero parcial se convierten en su perfección en cuanto miembro del obrero colectivo (Marx 2003: 425).

La manufactura es entonces, la cooperación fundada en la división del trabajo. Pero Marx plantea asimismo, que la división del trabajo en el taller se extiende a la sociedad en su totalidad presentando una carácter contradictorio. Carácter que es inherente al capitalismo. Mientras que en el taller la división implica una fragmentación del proceso de trabajo, cuyo fin es el producto final, la mercancía, la división social del trabajo implica la fragmentación de los hombres y su contraposición en cuanto productores mutuamente independientes. Mientras que en el taller, la división del trabajo ejerce su rol disciplinador mediante el control de las diferentes fases aisladas del proceso de trabajo, pero en la interdependencia de las tareas, en la sociedad, la división social del trabajo ejerce el disciplinamiento mediante la competencia entre las diferentes ramas de producción y la competencia entre los propios trabajadores, generando una gradación jerárquica de tareas y por lo tanto de los mismos trabajadores. La contradicción se da entre el despotismo que se

1 Énfasis en el original. 2 Sin embargo, este restablecimiento de la unidad no es ni manifiesto ni evidente. Se cumple, tal como lo desarrollara

Marx, el fetichismo de la mercancía.

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ejerce en la manufactura, y en la anarquía inherente a la competencia.

Pero el virtuosismo del obrero colectivo en el taller, implica la degradación del obrero parcial. Aquello a lo que Durkheim le atribuye la capacidad de cohesión social y de garantía de la armonía entre los miembros de una sociedad, implica fundamentalmente una forma histórica de control sobre los hombres. Esta fragmentación de las capacidades humanas, expresadas en las actividades productivas que los obreros desarrollan en la manifactura, se transforma en la pérdida de "los conocimientos, la inteligencia y de la voluntad" (2003: 439). Toda la potencialidad humana se expresa ahora solamente en el ámbito del taller, quedando objetivada en su producto final -la mercancía- y contraponiéndose a los hombres "como propiedad ajena y poder que los domina" (2003: 440)3.

De este modo, la división del trabajo fundada en la cooperación, es históricamente la forma de organización que da inicio la escisión de la unidad de concepción y ejecución del trabajo, que se irá profundizando con el advenimiento de la gran industria, de la racionalización, de la cadena de montaje. Esta escisión, que rompe con el potencial humano genérico, se traduce en la degradación de los trabajadores, en la pérdida de cualidades intelectuales, emocionales y físicas, elementos que son claramente reconocibles en la degradación de la vida de millones de personas. Esta contradicción entre las capacidades humanas y su desarrollo real en el seno del capitalismo, es constitutiva del capital en tanto relación social. Y por ello interna, inherente al sistema.

La mirada de Durkheim supone al contrario, que la contradicción es producto de fuerzas externas. Que la división del trabajo de lugar a una solidaridad imperfecta, insuficiente en todo caso para integrar a los miembros de la sociedad y sus instituciones, no la convierte en el origen de fenómenos anómicos, tales como la explotación de una clase por otra, la desigual designación a las funciones sociales4, los conflictos y enfrentamientos entre clases o sectores de la sociedad, el sufrimiento que induce en el caso extremo en la era moderna, al suicidio y a la guerra: "Este resultado no es una consecuencia necesaria de la división del trabajo. Sólo se produce en circunstancias muy particulares, a saber, cuando es efecto de una coacción externa" (Durkheim 2008: 413) que se expresa en las condiciones desiguales de lucha (2008: 415). Esta desigualdad existe en la medida en que la distribución de funciones en la sociedad no se de en armonía con las capacidades y aptitudes individuales. Es por ello que si la división del trabajo es producto de la coacción, inevitablemente produce patología social. En la sociedad moderna, en la cual la solidaridad orgánica es dominante, y el lazo social se hace más difuso y laxo, (los individuos están más "sueltos", menos integrados) cualquier conflicto resultante de un estado de cosas distinto a una sociedad organizada mediante una división de trabajo espontánea, posee terreno fértil para instalarse. Y Durkheim desea con todas sus fuerzas que el orden social pueda ser preservado.

Es importante marcar la diferencia entre ambas concepciones acerca de la división del trabajo. Según el análisis de Marx, la división del trabajo es un medio que con base en la cooperación, posee el capitalista para introducir definitivamente la disciplina y el control despótico sobre la fuerza de trabajo. Las consecuencias para los asalariados son la pérdida de capacidades intelectuales y corporales, de las capacidades plenamente humanas. La división social del trabajo expresa las relaciones sociales contradictorias, inherentes al capitalismo. Para Durkheim la división del trabajo, en la medida en que pueda expresarse espontáneamente, sin coacción externa, conlleva necesariamente la integración social, dado que en ella se expresa la armónica distribución de las funciones sociales, según aptitudes y capacidades naturales de los individuos, el intercambio entre las funciones, y la interdependencia de los miembros de una sociedad. No deja de ser coactiva, tal

3 Enfasis en el original.4 Una asignación de funciones sociales realizada de modo tal que contradiga las condiciones y aptitudes naturales,

las necesidades y la felicidad particulares de los individuos miembros de una sociedad, es una circunstancia que lleva a la anomia y falta de integración.

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como Durkheim aclara, pero el control del conflicto, de lo patológico, está fundado en las necesidades y deseos de los miembros de una determinada sociedad, acordes a las condiciones históricas que les dieron origen, y que se encuentran ligados entre sí.

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El taylorismo y el fordismo fueron las manifestaciones de la transformación de los modos de acumulación del capital. Introdujeron formas específicas de organización del trabajo y de extracción de plusvalía relativa, que dieron origen a una una etapa de la acumulación que conllevó la definitiva escisión entre la concepción y la ejecución. Estas nuevas formas de organización -producto asimismo del aprendizaje por parte la patronal- conllevan el desarrollo de una serie de mecanismos de control y disciplinamiento.

Vale la pena realizar una síntesis, para puntualizar algunos elementos que permiten hacer una especie de genealogía sobre las formas que el disciplinamiento fue adquiriendo desde la manufactura hasta la fase taylirsta-fordista.

El taller manufacturero fue el primer paso que permitió una transferencia del control del proceso de producción a los capitalistas. Uno de sus supuesto es la cooperación, que forma parte de la capacidad humana de transformar conscientemente la naturaleza, y planificar con otros. En este sentido, si bien en la manufactura el obrero aun mantuvo oficio y poseyó un cierto control del saber-hacer propio de su tarea, el aumento de la productividad era consecuencia de la capacidad potenciada en el obrero colectivo. Este último reposa sobre el segundo supuesto: la división del trabajo, la parcelación del hombre, el obrero detallista.

A partir de la racionalización científica del proceso de trabajo, basada en el control de los tiempos y los movimientos de Taylor y en la cadena de montaje de Ford, aquello que Marx ya veía como degradación del hombre en el trabajo, se establece en forma brutal y definitiva. La pérdida del saber-hacer, la descualificación (Braverman 1984), van de la mano con otras nuevas formas de disciplinamiento: el «five dollars day», las prestaciones en salario indirecto, el «walfare». Estas prácticas, sumadas a la cadencia de la línea de montaje, el control de los gestos individuales, rompían con la organización sindical y con la capacidad negociadora de los obreros calificados (Coriat 2001).

Todas estas transformaciones en la organización de la producción y de los modos de control, contaron con condiciones favorables (los grandes movimientos migratorios, las guerras) y abonaron el camino para la nueva etapa de acumulación capitalista. La "sociedad salarial", el Estado de bienestar con su rol integrador y "reductor de riesgos" (Castel 2004), una política «racionalizada» de asistencia selectiva (Coriat 2001: 80) y "un consumo regulado y forzoso" por parte de los asalariados (2001: 78), fueron algunos de los elementos fundamentales para asegurar las condiciones de reproducción de la clase obrera y del crecimiento de la productividad e intensidad del trabajo, integrados en el "compromiso" socialdemócrata (Antunes 2005). En este camino "el movimiento obrero se transformó progresivamente en una estructura mediadora del manejo del capital sobre el proletariado" (2005: 25). Las luchas de antaño dieron lugar a la negociación como práctica sostenida por organismos sindicales y políticos; práctica que le arrogó al Estado un papel central y a su vez profundizó la subordinación de los trabajadores al capital. Estas prácticas de negociación -el "compromiso"- fueron la clara expresión del grado en el que se profundizó el control y el disciplinamiento sociales. Sin embargo, las nuevas prácticas de negociación y el período de extraordinaria acumulación comenzaron a agotarse.

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La crisis del taylorismo y del fordismo es manifestación de la crisis estructural del capitalismo. Antunes (2005) caracteriza la situación del capitalismo a partir de la década del 60 según una serie de elementos:

1. caída de la tasa de ganancia generada por el aumento del precio de la fuerza de trabajo, con la concomitante reducción de los niveles de productividad del capital;

2. agotamiento del patrón de acumulación taylorista-fordista, por la incapacidad de responder a la retracción del consumo, que a su vez fue originado por el desempleo estructural que comenzaba a manifestarse;

3. hipertrofia de la esfera financiera, con una autonomía relativa frente a los capitales productivos, comenzando a ser el capital financiero el campo principal para la especulación en la nueva fase del proceso de internacionalización;

4. mayor concentración de capitales producto de las fusiones entre monopolios y oligopolios;5. crisis del Estado de bienestar, con la consecuente crisis fiscal del Estado capitalista y la

necesidad de ajustes y reestructuraciones;6. incremento acentuado de las privatizaciones, con una generalización de desregulaciones y

flexibilización del proceso productivo, de los mercados y de la fuerza de trabajo.

Siendo una la crisis estructural del capital, expresa la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y, agrega Antunes, es "también manifestación [...] de la incapacidad de control del sistema de metabolismo social del capital."5

A partir de los años sesenta se produce lo que Antunes denomina la contradicción entre autonomía y heteronomía, propia del proceso de trabajo fordista, que se agudiza a partir de la segunda generación de los trabajadores-masa. Estos obreros, producto de un proceso homogeneizante, caracterizado por la masificación, se formaron en el ámbito de una nueva forma de sociabilidad, que permitió la emergencia de una nueva identidad obrera y de una conciencia de clase que constituyó la base para la serie de acciones que se apuntaron a disputar al capital el control sobre el proceso de trabajo:

La confluencia y las múltiples determinaciones de reciprocidad entre estos dos elementos centrales (el estancamiento económico y la intensificación de la lucha de clases) tuvieron, por lo tanto el papel central en la crisis ocurrida a finales de los años sesenta e inicios de los setenta. (2005: 29)

La capacidad de autoorganización que los obreros lograron generar en la sucesión de las luchas con el capital por el control social sobre los medios materiales del proceso productivo, tuvo dos consecuencias. A pesar de que de que esta capacidad se tradujo en acciones radicales al interior de los espacios de trabajo, no logró ser extendida al espacio social exterior, ni articularse con otros movimientos sociales que estaban surgiendo desde sectores no productivos. En este sentido, este ciclo de confrontaciones fue limitado y discontinuo a pesar de generar serias perturbaciones en el ámbito productivo. La otra consecuencia consistió en que las organizaciones gerenciales lograron comprender que, para reestablecer el ciclo de acumulación, sería necesario reorganizar las relaciones de trabajo al interior del proceso productivo. Si algo pudieron demostrar los movimientos de trabajadores en esta etapa, fue la factibilidad de controlar directamente la producción, apelando a sus capacidades intelectuales, físicas y de cooperación, desarrollándolas en forma autónoma y sin la

5 Con el concepto de metabolismo social del capital, Antunes hace alusión a un modo histórico (en este caso el del sistema capitalista) en el cual los "seres sociales se tornaron mediados entre sí y organizados dentro de una totalidad social estructurada mediante un sistema de producción e intercambio establecido". Antunes, Ricardo Los sentidos del trabajo. Ensayos sobre la afirmación y negación del trabajo. Ediciones Herramienta - Taller de Estudios Laborales (TEL), Buenos Aires, 2005. pp. 5

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necesidad de intervención de cuadros gerenciales y administrativos para la determinación de las tareas y de los ritmos de producción. Si la organización racional del proceso de trabajo estableció mecanismos de control para garantizar la productividad y la intensidad del trabajo a partir la escisión entre concepción y ejecución, los trabajadores pudieron mostrar -y los empresarios lo vieron claramente-, que existían otras vías para lograr los mismos objetivos, pero con el beneficio de superar aquellas características de la forma de organización de la producción, que se manifestaron como las más indeseables y contra las que las luchas de los trabajadores, habían sido dirigidas centralmente.

Basándose ahora, en estas capacidades de autooraganización y confrontados con la crisis fundada en las economías de escala, los capitalistas generaron una serie de respuestas, que lograron reestructurar las condiciones existentes y reiniciar un nuevo ciclo de acumulación flexible.

Uno de los casos, el toyotismo u ohnismo, permitió establecer nuevos modos de producción y nuevos modos de dominación:

El capital desató, entonces, varias transformaciones en el propio proceso productivo, por medio de la constitución de las formas de acumulación flexible, el downsizing, de las formas de gestión organizacional, del avance tecnológico, de los modelos alternativos al binomio taylorismo-fordismo, entre los que se destaca especialmente el "toyotismo" o el modelo japonés. Estas transformaciones, originadas por la propia competencia intercapitalista (en el momento de crisis y disputas intensificadas entre los grandes grupos transnacionales y monopolistas) y, por otro lado, por la propia necesidad de controlar las luchas sociales surgidas del trabajo, acabaron por suscitar la respuesta del capital a la crisis estructural. (2005: 33)

En el modelo de Toyota, la búsqueda del incremento de la productividad toma la vía que permite llevar a cabo una planificación de la producción, reduciendo la escala humana en la que este incremento puede ser llevado a cabo. El camino es la transformación del obrero-masa en el trabajador polivalente, flexible y participativo, cuyas capacidades creativas se desarrollan y aprovechan en situaciones de intercambio, comunicación y cooperación al interior de la fábrica. Y este camino permitiría -en el plano de las relaciones en el ámbito de trabajo- y tal como es expuesto, superar la descalificación, la monotonía de la cadena de montaje, la mecanización y rutinización de las tareas propios del modelo anterior. La ecuación estaría dada por desarrollar una organización del trabajo que le brinde a los trabajadores los medios de intervenir en el desarrollo cotidiano de sus tareas, y abonar la generación de vínculos basados en la co-responsabilidad entre los operarios y los cuadros administrativos y gerenciales. El espacio de la fábrica o de la empresa se vizualiza así, como un espacio de integración social a través de la definición de valores compartidos por todos los actores, y desde esta perspectiva, los beneficios de la productividad pueden ser distribuidos entre todos.Uno de los elementos de estas transformaciones, es lo que Coriat denomina "estructura de intercambio de informaciones" (Coriat 1993). En el modelo de Toyota, al contrario del modelo de producción en serie fordista, la información fluye "horizontalmente", permitiendo un conocimiento inmediato de todos los elementos que determinan una producción eficiente basada en una demanda flexible y diversificada. Esto se traduce al interior de la fábrica, en un reparto del trabajo basado en una división flexible de las tareas (de ahí el obrero polivalente y funcional), en procedimientos flexibles y "no jerárquicos" de la distribución de la autoridad, fundados en la responsabilidad individual y grupal que expresa una integración entre los trabajadores y la empresa. Esto último se sostiene en

[...] el reparto del poder entre las tres series de agentes que son los propietarios (o accionistas), los administradores y los empleados. La tesis que sugiere el autor [Aoki] es que los administradores son los "mediadores" de los intereses de los accionistas y los empleados.

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Dado que los propietarios y empleados están igualmente representados (mediante su representación en el consejo de administración en el caso de los primeros y mediante los sindicatos de empresa en el de los segundos), de ello se deriva que, bajo este doble control, la actividad de los administradores se traduce en lograr optimizar las necesidades y peticiones de unos y otros (1993: 127).

Las características de esta integración de intereses se fundan en una serie de presupuestos: en la existencia de un pleno ejercicio de la capacidad de toma de decisiones de los trabajadores a través de los sindicatos de empresa, en la "implicación incitada", en el empleo de por vida, entre otros.

En definitiva, la respuesta a la crisis se expresó en un proceso de reorganización del capital y de sus sistemas ideológico y político de dominación, que se manifestaron en el advenimiento

[...] del neoliberalismo con la privatización del Estado, la desregulación de los derechos del trabajo y la desarticulación del sector productivo estatal [...]. A esto le siguió también un intenso proceso de reestructuración de la producción6 y del trabajo con el objetivo de dotar al capital de los instrumentos necesarios para intentar restaurar los niveles de expansión anteriores (2005: 17).

Antunes subraya que la necesidad de desarticular las condiciones de trabajo vigentes desde la fase de apogeo del fordismo fue central para el capital, y por ello "las nuevas técnicas de gerenciamiento de la fuerza de trabajo, sumados a la liberalización comercial y a las nuevas formas de dominio técnico-científico, acentuaron el carácter centralizador, discriminatorio y destructivo de este proceso" (2005: 18). Coriat lo desarrolla mostrando cómo, luego de la crisis del 74-75, las patronales se centran en la recomposición de la línea de montaje y de «la revalorización del trabajo manual» (2001), logrando resolver las contradicciones de la acumulación del modelo de producción en serie, a través de nuevos modos de consumo de la fuerza de trabajo7. Con ello resuelven una vez más, el problema del control y el disciplinamiento sociales.

La crisis comenzó su expansión al resto de los países a partir de los años 90, profundizando la exclusión y subordinación de los países periféricos y la desarticulación de los aparatos productivos regionales, generando como consecuencia un desempleo estructural a nivel mundial:

Por la propia lógica que rige estas tendencias (que no son otra cosa que las respuestas del capital a su crisis estructural) se acentúan los elementos destructivos. Cuanto más aumenta la competitividad y la competencia intercapitalista, más nefastas son sus consecuencias, entre las cuales dos son particularmente graves: la destrucción y la precarización, sin parangón en toda la era moderna, de la fuerza humana que trabaja, y la degradación creciente del medio ambiente, de la relación metabólica entre el hombre, la tecnología y la naturaleza, conducida por la lógica social volcada prioritariamente a la producción de mercancías y al proceso de valorización del capital [...] (2005: 20).

Parte II

En la primera parte, se intentó presentar una síntesis de la crisis del fordismo y del taylorismo, y sus vinculaciones con la crisis de los modelos de control y disciplinamiento. Asimismo se intentó mostrar que la respuesta del capital a la crisis se expresó en definitiva en una reconversión de los modelos de control, logrando recomponer el ciclo de acumulación. En este sentido, las transformaciones y los cambios acaecidos en el mundo del trabajo, pueden ser interpretados más

6 Énfasis en el original.7 Es importante subrayar el hecho de que Coriat observa y pone de relieve la manera en que las patronales se ven

obligadas a encontrar también respuestas para el disciplinamiento e incorporación de “jóvenes” al mundo del trabajo y con ello, asimismo lograr una constante desvalorización del precio de la fuerza de trabajo.

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como continuidades que como rupturas con respecto al régimen de acumulación inmediatamente anterior. Esto es central, dado que en definitiva las experiencias de los trabajadores, sus condiciones de reproducción, sus posibilidades de reconstruir desde lo cotidiano herramientas de confrontación y resistencia, tienen que ser pensadas a partir de las condiciones reales de trabajo, de la relaciones sociales en las que se expresan y de las relaciones de fuerza que determinan sus posibilidades de acción.

En esta segunda parte, se pretende realizar una breve síntesis de aquellas perspectivas teóricas que en las últimas décadas abordaron los problemas de disciplinamiento y control en el mundo del trabajo. Se tomará un trabajo de Juan Montes Cató (2008), como para dar pie a una primera aproximación a las discusiones teóricas con el fin de contribuir al planteo de posibles preguntas que puedan efectuarse en torno al trabajo en call centers.8

Montes Cató señala el momento de la publicación de Trabajo y Capital Monopolista de Braverman, como el inicio de un debate desde la tradición marxista, con las corrientes hegemónicas de EEUU e Inglaterra que predominaron durante la posguerra. Los autores que se inscribieron en estas corrientes, postularon centralmente al desarrollo tecnológico como guía de las transformaciones en la organización del trabajo, poniendo énfasis en el carácter positivo e integrador de estas transformaciones, dado que las mismas permitían introducir mejoras, articulando en una comunidad de intereses, las necesidades empresariales y las de los trabajadores. De esta forma el desarrollo tecnológico permitía plantear una disminución de la supervisión directa e incrementar la armonía en los lugares de trabajo a través de la introducción de mejoras en los mecanismos de control.

Braverman opone a estos desarrollos la premisa del proceso de valorización del capital como determinante de las transformaciones de los procesos de producción y de trabajo, y con ello acentúa las dimensiones de dominación y explotación. La cuestión de la descualificación de la fuerza de trabajo, de la apropiación del saber-hacer obrero por parte del capitalista, es la tesis central de Braverman, y sobre la cual se asienta el desarrollo sobre el control patronal y el disciplinamiento ejercidos sobre la clase trabajadora.

La tesis de la descualificación fue cuestionada desde diferentes perspectivas. Algunos autores como es el caso de Freyssenet, apuntan a que las nuevas organizaciones del trabajo, conllevan un proceso de recualificación para ciertas categorías de trabajadores. Montes Cató cita a Katz 9 quien plantea que si bien a través de la formación los trabajadores acceden a un aumento del conocimiento vinculado con sus tareas, “este aumento es inferior a la potencialidad del conocimiento abierto con la nueva tecnología”; hay una desproporción entre el saber y la instrucción recibida, y “en esta desproporción -periódicamente renovada- se asienta el control patronal”, y en desde este punto de vista, la descualificación no es absoluta, aunque permanece vigente en la escisión entre concepción y ejecución (Montes Cató 2008: 8).

Otro tipo de cuestionamiento a la tesis es el mencionado por Smith, quien indica que tanto Braverman como los teóricos que realizaron estudios de caso basándose en el principio de la descualificación, subestimaron “la importancia de las perspectivas de los trabajadores: sus experiencias subjetivas y sus intereses” (1975/76: 6). Según Smith, al postular Braverman explícitamente su trabajo como una descripción de la dimensión objetiva, estaba omitiendo por un lado, datos empíricos como lo que los propios trabajadores podían expresar acerca de su experiencia, y por otro, habría incurrido en una omisión conceptual acerca de las formas de resistencia (individual o colectiva) que los trabajadores podrían asumir frente al control patronal. En

8 Vicky Smith presenta asimismo un análisis del debate entablado a partir de la publicación del texto de Braverman El legado de Braverman. La tradición del proceso del trabajo veinte años más tarde, en Sociología del Trabajo, Nueva York, núm. 26, invierno de 1975/1976, pp.3-28.

9 En el artículo no aparece la referencia bibliográfica del texto citado.

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este sentido, la autora le reprocha a Braverman no haber considerado “a los propios trabajadores como agentes de cambio, [y] que su participación y su resistencia podían ser una explicación causal10 de la transformación de los procesos de trabajo” (1976: 7) .

Habría entonces dos líneas desde las que se plantea el debate. Por un lado, a partir de la determinación objetiva que ejerce las formas de organización del trabajo sobre los trabajadores y los modelos y métodos de control que implican. Y por otro, la cuestión de la subjetividad y su vinculación con el grado en el que los trabajadores son integrados o, por el contrario qué grado de autonomía pueden ejercer para resistir al control.

Friedman propone dos tipos de estrategia de control: el control directo, en el que prevalece un uso extensivo de la supervisión, y la toma de decisiones se produce fuera de la esfera de los trabajadores; la segunda estrategia de control -basada en la autonomía responsable- se manifiesta en una transferencia de responsabilidad a los trabajadores, con tendencias a favorecer la adaptabilidad frente a situaciones cambiantes.

Richard Edwards plantea que los empresarios utilizan técnicas para dirigir, evaluar y disciplinar a los trabajadores. Estos tres elementos son los que -coordinados entre sí- definen tipos de autoridad empresaria. Pero esta autoridad y los modos que adopta, por un lado se constituyen como respuesta ante las movilizaciones colectivas, y a la vez generan resistencia por parte de los trabajadores. Propone tres tipos de modelos de control: con el control simple, el poder se ejerce directamente y de forma personal (por el propio patrón o por capataces y supervisores); el control técnico es ejercido a través de la organización del proceso de trabajo mediante la cadena de montaje; y el control burocrático aparece como respuesta empresarial a las resistencias del movimiento obrero a la cadena de montaje. El control burocrático es “menos visible, más individualizado y aparentemente impersonal” (Smith 1975-76: 8), “basado en el principio de insertar las relaciones sociales existentes en el lugar de trabajo y cuyo rasgo principal es la institucionalización del poder jerárquico” (Montes Cató 2008: 11).

Otro grupo de investigadores intentaron dar cuenta del modo en el que los trabajadores configuran diferentes estrategias dentro del ámbito del trabajo para disputar el poder y el control, no obstante lo cual, estas estrategias no dejan de ser coherentes con los objetivos de los empresarios (Smith 1975-76). Entre ellos, Michael Burawoy introdujo el concepto de dialéctica del consentimiento y el control, para dar cuenta de que la organización del proceso de trabajo también constituye modos de adhesión e implicancia basados en el consentimiento y compromiso por parte de los trabajadores, quienes “internalizan los dictámenes de la empresa, adquieren acciones individualistas, no perciben la opresión de la gerencia y los éxitos de la empresa son vividos como propios” (2008: 12).

Montes Cató retoma a continuación los trabajos de Jean Paul Gaudemar, a quien ubica en una perspectiva foucaultiana, pero recuperando los fundamentos marxistas. Desde esta perspectiva, Gaudemar postula la necesidad de comprender el proceso de trabajo como instancia de valorización del capital, y la disciplina y el control como codificaciones destinadas a establecer y reproducir este orden:

La disciplina ilumina el proceso por el cual se pretende construir y dar continuidad a un determinado orden productivo, a un sistema de autoridad y jerarquía aplicado a la producción. Para ello el cuerpo mismo -en sentido foucaultiano- se constituye como terreno de contienda para el control del trabajo en la medida que se buscan cuerpos productivos y a la vez dóciles (2008: 14).

Se introduce así el componente de la dominación simbólica, a través de la que el capital cumple con

10 Cursiva nuestra.

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el doble objetivo de aumentar la productividad y facilitar la interiorización de la disciplina.

Esta interiorización puede darse de diversos modos: coacción, objetivación o implicación, pero su eficacia dependerá de la gestión que se haga de las representaciones simbólicos que circulan y operan en cada centro productivo […].[…]He aquí el problema de la legitimidad: el elemento interno que permite perdurar un orden de dominación sin que los dominados se interroguen sobre el mismo. Eficacia del poder simbólico, sostiene Bourdieu. Lo característico del poder simbólico es desproblematizar la cuestión de la dominación cuando es asumido por los propios dominados (2008: 14).

El otro elemento que Gaudemar suma al aspecto de interiorización de la disciplina, es el vínculo entre dominación y técnica. La técnica también aparece como un instrumento que oculta la dominación en los espacios de trabajo, coincidiendo “sus efectos con los objetivos de la acumulación capitalista” (2008: 15). Es decir que la emergencia del desarrollo tecnológico se encuentra ligado directamente con la necesidad de producción de valor, y a la vez, con la necesidad de disciplinar a los trabajadores.

Dentro del discurso dominante actual, los estudios recientes del control y la disciplina, proponen un enfoque desde el cual se concibe a las nuevas formas de organización como promotoras de autonomía y mayor participación por parte de los trabajadores. Estos estudios entonces refuerzan aun más las perspectivas de implicancia y participación, dado que ponen el foco en las capacidades individuales, en el conocimiento y la experiencia de los trabajadores. El discurso del management y de estas nuevas corrientes, se permean mutuamente. Nociones tales como el empowerment, expresan los sentidos que las políticas de calidad, de participación e “«implicancia entusiasta» con los valores que determina la organización” esconden, para concretar en definitiva esta “nueva forma de autogestión individual”, que es el soporte de “un compromiso moral” (2008: 19). Tal como Montes Cató puntualiza, las nuevas técnicas basadas en el consenso el trabajador queda “ligado «voluntariamente» al proceso de trabajo”, hay un “compromiso subjetivo, una implicación asumida como normalidad” (2008: 20).

Parte III

“...Con el laburo tu tiempo ya no existe, el tiempo es del que te da el trabajo. Para mí era laburar, laburar y laburar...”11

El tiempo no le pertenece a los trabajadores...

Algunas de las preguntas que aparecen en relación al trabajo en call center, están directamente vinculadas con la relación entre las formas en las que se organiza el trabajo del teleoperador, los mecanismos de control que se ejercen -a través de la organización misma del trabajo como también a través de otros mecanismos que no aparecen directamente vinculados al mismo- y las representaciones que los teleoperadores tienen acerca del trabajo que realizan.

Un segundo conjunto de preguntas está vinculado con la posibilidad de organización de reclamos sobre condiciones de trabajo, sus posibilidades y limitaciones.

Recuperar tal como se platea desde el principio, una perspectiva histórica que permita situar el objeto de estudio dentro del campo problemático que le dio origen, da lugar a en primer término,|

11 Frase de una trabajadora de Atento, en una entrevista realiza en abril del 2008.

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comprender que el trabajo en call center, tal como se desarrolla en los últimos diez años, es una expresión, entre otras, de las formas en las que el capital encuentra los medios para sostener el ciclo de acumulación, y garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo bajo ciertas relaciones sociales específicas. En este sentido, el recorrido efectuado permite establecer que los problemas que los trabajadores de call center pueden manifestar, poseen un anclaje y una serie de determinaciones que no son independientes de los problemas del conjunto de los trabajadores, pero a la vez, seguramente poseen características que son propias de la actividad. El punto es poder establecer qué características son esas, dado que el trabajo en call center se ha extendido y complejizando en los últimos años; y cuáles de estas características están directamente relacionadas con nuestra realidad de países periféricos, fuentes de mano de obra barata pero “calificada”.

Se desprende de la entrevista que se tuvo en cuenta para este trabajo, que los mecanismos de control y disciplinamiento, van de la mano con la organización del trabajo tal como lo describen ambas entrevistadas. Será necesario profundizar en cuáles son las características que adquieren, cómo son percibidos por los trabajadores y en qué circunstancias específicas, y cómo varían estas percepciones. Aquí, las perspectivas mencionadas en la segunda parte, deberán ser profundizadas para brindar un marco conceptual para continuar con esta línea. Se verifica que las formas de organización del trabajo y el control, sufrieron transformaciones luego de las tomas de Atento Barracas. En este sentido, se hace claro que la capacidad de aprendizaje de la gerencia es un factor central y que se pone en juego toda vez que los trabajadores manifiestan una resistencia organizada.

Una cuestión fundamental es la heterogeneidad de experiencias de los trabajadores de call center. En la entrevista aparecen representados sujetos de diferentes grupos de edad, de trayectorias educativas y laborales diferentes, con experiencias de vida distintas y a veces en franca oposición. La forma en la que las personas se representan sus experiencias en el trabajo, el sentido que le otorgan a la realización de ciertas tareas, las posibilidades de pensarse como parte de un colectivo o no, el grado en el que pueden objetivar sus propias prácticas, van a condicionar cualquier posibilidad de generar cualquier tipo de acción de resistencia ante condiciones de trabajo degradantes y extenuantes. Porque en definitiva, la heterogeneidad de los grupos de trabajadores, debe ser entendida dentro de la dimensión objetiva, en el sentido que le daba Braverman. Pero la heterogeneidad de la dimensión subjetiva debe ser tenida en cuenta, para iluminar en todo caso las condiciones materiales en las que se manifiesta y adquiere realidad, condiciones que en última instancia son también las posibilidades reales en las que las personas pueden actuar y organizarse. Retomando la crítica de Menedez a la antropología crítica, pensar a los sujetos en sus condiciones socio productivas, para entender la conformación de una subjetividad en un contexto de subalternidad y explotación, permite construir modelos conceptuales y metodológicos que ayuden a construir preguntas acerca de nuestros problemas como integrantes de la periferia y en relación subalterna al los países centrales.

A primera vista, se puede suponer que los trabajadores de call center en conjunto, distan de auto-reconocerse como parte de la clase trabajadora. Este supuesto debiera ponerse en el marco de la desarticulación del movimiento obrero y de los discursos vigentes acerca de la validez de la categoría de clase obrera o clase trabajadora. Sumado al análisis de la composición de los trabajadores de call center, este supuesto debiera ponderarse en relación a la extensión actual de esta actividad, a su heterogeneidad, y a la forma en la que actualmente ha sido interiorizada por la totalidad de la sociedad. Y por último, este supuesto debe colocarse en el contexto de la dimensión política e ideológica que legitima las actuales condiciones de trabajo y explotación. Desde aquí entonces deberá ser pensado el problema de la conciencia de clase y las implicancias del mismo. Aquí también, podrá ser pertinente plantear cuáles son los alcances de la dimensión simbólica del poder y del control que se ejerce sobre los trabajadores y cuál es el grado en el que los trabajadores logran resistir y reconfigurar acciones que transformen su experiencia.

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Mi interés por esta actividad está vinculado justamente con el grado de extensión y permanencia que el trabajo de call center ha adquirido en los últimos años. Miles de personas se están incorporando a esta actividad y lo seguirán haciendo. Al interior, se pueden registrar muchos elementos que permiten dar cuenta de las formas en la que el capital organiza el consumo óptimo y eficaz de la fuerza del trabajo, las diferentes formas de disciplinamiento, y las experiencias de los trabajadores, quienes no dejan de manifestar el malestar ante las condiciones en las que trabajan. Las condiciones objetivas, pero también las subjetivas. Porque cuando una trabajadora como Mónica expresa que “con el laburo tu tiempo ya no existe”, es necesario y hasta indispensable pensar en herramientas teóricas y metodológicas que desde la antropología permitan visibilizar los alcances y los límites de la alienación en el trabajo.

Bibliografía:

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