Algunas Formas de Amar

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Algunas formas de Amar. Some Ways of Love; Charlotte Mew (1869-1928) Les âmes sont presque impenetrables les unes aux autres, et c’ést ce qui vous montre le néant cruel de l'amour. (Las almas son casi impenetrables las unas para las otras, lo que demuestra la cruel vacuidad del amor) -¿Así que deja que me marche sin una respuesta? -dijo el joven, poniéndose en pie de mala gana y cogiendo los guantes de la mesa, sin dejar de mirar a la pequeña y obstinada dama del sofá, que contemplaba su disgusto con la expresión amable y burlona de sus alegres ojos azules que tanto le trastornaba. -Le daré una respuesta si lo desea. -Preferiría mantener la esperanza... ¿me permite usted un rayo de esperanza? -Sólo un rayo -contestó riendo, con el mismo aire perturbador de indulgencia-. Pero no lo magnifique... tenemos la costumbre de magnificar los «rayos»... y no quiero que regrese, si lo hace, con un sol abrasador. -Es usted muy sincera, y un poco cruel. -Me temo que quiero ser... las dos cosas. Es mucho mejor para usted -repuso, girando los anillos alrededor de sus pequeños dedos mientras hablaba, como si estuviera ya un poco cansada de la entrevista. -Me trata como a un muchacho -exclamó él, con cierta amargura juvenil. -¡Ah! ¡La peor crueldad que se puede hacer con un muchacho! -respondió la dama, levantando los ojos hacia él y esbozando su irritante y luminosa sonrisa. Al encontrar la sombría mirada del joven, sin embargo, se detuvo; y abandonó temporalmente el tono banal de sus argumentos. -Le ruego que me perdone, capitán Henley... Él escrutó su rostro traicionero para ver si aquella petición, expresada con tanta gravedad, encerraba cierta malicia, pero las palabras que siguieron le tranquilizaron.

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Algunas formas de Amar

Algunas formas de Amar. Some Ways of Love; Charlotte Mew (1869-1928)Les mes sont presque impenetrables les unes aux autres, et cst ce qui vous montre le nant cruel de l'amour.(Las almas son casi impenetrables las unas para las otras, lo que demuestra la cruel vacuidad del amor)

-As que deja que me marche sin una respuesta? -dijo el joven, ponindose en pie de mala gana y cogiendo los guantes de la mesa, sin dejar de mirar a la pequea y obstinada dama del sof, que contemplaba su disgusto con la expresin amable y burlona de sus alegres ojos azules que tanto le trastornaba.-Le dar una respuesta si lo desea.-Preferira mantener la esperanza... me permite usted un rayo de esperanza?-Slo un rayo -contest riendo, con el mismo aire perturbador de indulgencia-. Pero no lo magnifique... tenemos la costumbre de magnificar los rayos... y no quiero que regrese, si lo hace, con un sol abrasador.-Es usted muy sincera, y un poco cruel.-Me temo que quiero ser... las dos cosas. Es mucho mejor para usted -repuso, girando los anillos alrededor de sus pequeos dedos mientras hablaba, como si estuviera ya un poco cansada de la entrevista.-Me trata como a un muchacho -exclam l, con cierta amargura juvenil.-Ah! La peor crueldad que se puede hacer con un muchacho! -respondi la dama, levantando los ojos hacia l y esbozando su irritante y luminosa sonrisa.

Al encontrar la sombra mirada del joven, sin embargo, se detuvo; y abandon temporalmente el tono banal de sus argumentos.

-Le ruego que me perdone, capitn Henley...

l escrut su rostro traicionero para ver si aquella peticin, expresada con tanta gravedad, encerraba cierta malicia, pero las palabras que siguieron le tranquilizaron.

-Le hablar con ms seriedad. Ver... sincera, quiz cruelmente... desconozco lo que siente mi corazn -pronunci tan estudiada frase sin titubear, y observ con arrepentimiento el rostro preocupado del joven mientras le asestaba el inocente golpe-. No es usted el primero. Y es posible que no sea... el ltimo.

Le cost decir aquello, a pesar de su aparente ligereza, pero l estaba demasiado absorto en sus pensamientos para percibir los matices ms sutiles de su voz.

-No soy tan encantadora como cree -prosigui ella-, pero era algo inevitable. Dir mejor que no soy tan encantadora como parezco? A los dieciocho aos me cas... sin estar enamorada, y no pretendo insinuar que nadie me empujara a hacerlo. Mi matrimonio fue un fracaso, por supuesto. Y no quiero equivocarme de nuevo. Me repugna ayudarle a cometer un error similar. Debe perdonarme, pero confieso que me parece usted... muy joven; pues los aos son algo engaoso... incluso con las mujeres.

Su rostro de muchacho era incapaz de disimular su enojo.

-Ah! Intentaba que sonriera, y est usted frunciendo el ceo. No me sentira humillada si alguien me agraviase con las palabras que a usted tan neciamente le ofenden; pero -por suerte o por desgracia- no soy tan joven como usted. Vamos, sea razonable! -dijo, con voz especialmente dulce y persuasiva-. Si desconozco lo que siente mi corazn, le parece tan extrao que piense que el suyo puede cambiar? Perdneme de nuevo si me anticipo. He odo en mis tiempos demasiados nunca y para siempre insustanciales; y ahora los evito. Me muestro ms prudente al escucharlos. Nunca, para siempre -repiti, y reflexion sobre esas palabras-. A veces pienso que slo pueden pronunciarse con seguridad en el umbral de otra vida. Me gustara que no los empleramos ahora. Le ruego que me conceda ese capricho.

-No soy tan poco fiable, indeciso, ni posiblemente tan cnico -empez a decir; pero ella le interrumpi con un gesto de su mano, pequea y brillante.-Justamente! Por ese motivo, quiero prevenirle -prosigui ella-. Es usted an ms joven de lo que crea. Me alegro... de todo corazn... de que se vaya al frente. Corte en pedazos a todos los rufianes que pueda; con un poco de pelea adquirir una gran sabidura, y... oh, s! S que resulto cruel!... le hace muchsima falta. Vuelva dentro de un ao con su Cruz de Victoria o sin ella; en cualquier caso, con un poco ms de experiencia, y si decide regresar a mi lado -l escuch con una mueca de dolor la repeticin de aquel si-, prometo tratarle como a un hombre.-Y me dar una respuesta?-S -contest ella, con repentina dulzura.-Y mientras tanto?-Mientras tanto, administre con prudencia el rayo si lo desea, pero no lo engrandezca; y recuerde que no nos obliga a nada. Usted... nosotros -se apresur a corregir-somos libres.-Usted es libre, por supuesto, lady Hopedene -admiti con la debida solemnidad-. Yo siempre me considerar comprometido. Me... me gustara que supiese que no me considero libre.-Como quiera -cedi ella, mirando con cierto regocijo su melanclico rostro.-Ser mi nico consuelo -seal el joven, con profunda tristeza.-Que as sea, entonces: de eso no puedo privarle. Pero no olvide que, si la ocasin lo requiere, queda usted eximido de reaparecer ante este tribunal.

Una pequea inflexin en su voz le record que haba llegado el momento de despedirse.

-Ahora debemos decirnos adis.-Slo au revoir.-Se lo toma usted al pie de la letra; prefiero la vieja expresin.

Y lady Hopedene se puso en pie y cogi su mano, retenindola un poco ms de lo habitual. El joven la mir muy alterado.

-Slo conservar de usted ese ceo? -pregunt ella.-Conserve esto -exclam l, inclinndose sbitamente para besar los dedos blancos y delicados que tena en la palma de su mano.

Despus se dio la vuelta deprisa, sali y cerr la puerta, dejando tras de s el peculiar aroma de la presencia de la dama, fresco y penetrante como el aire que sopla en los prados por la maana, ms dulce y delicado que el tenue perfume que envolva su persona. Ella se qued inmvil, sintiendo la partida del joven: la sonrisa con que le haba despedido se haba borrado de sus ojos; ahora miraban la puerta carentes de expresin.

Habr hecho lo mejor... para l? -se pregunt-. Puede que... seguro que conoce a otra mujer con menos escrpulos que yo. Y.. es mejor para m?

Se dirigi hacia un espejo colocado entre las ventanas, y estudi con aire crtico la imagen que all se reflejaba. Mostraba un rostro diminuto de tez delicada, bajo unos cabellos rubios e infantiles cuidadosamente ondulados; en aquellos momentos, privado de su aplomo, pareca triste y un poco plido.

-Puedo permitirme esperar un ao -decidi, tras contemplarse con detenimiento unos instantes-, en cualquier caso, he seguido los dictados de mi conciencia. Mi corazn... desconozco lo que siente mi corazn -ri toda temblorosa-. Cmo pudo tragarse algo tan absurdo; debera haber interpretado... bah! -exclam, haciendo un gesto con las manos que haba aprendido en el extranjero, y que a veces repeta con otros ademanes muy poco ingleses-. Es demasiado joven para saber interpretar. No es justo que una mujer se aproveche de la primera fantasa de un muchacho como l. Sin duda he obrado bien.

Lady Hopedene regres al sof y apoy la cabeza en los cojines de vivos colores. Cuando finalmente la levant, las lgrimas empaaban sus alegres ojos azules.

II.El Nubia navegaba con rumbo a Inglaterra, y sus pasajeros sufran todas las incomodidades que suelen acompaar a una travesa por el Mar Rojo. De vez en cuando, la pintoresca figura de un marinero hind pasaba corriendo en medio de la penumbra. Los camareros extendan colchones en la cubierta bajo un cielo estrellado. El capitn y el primer oficial acababan de sorprender un tte--tte que se celebraba en un tranquilo rincn del barco, y que despert su irritacin.

-Est Henley verdaderamente enamorado de ella? -pregunt el capitn-. Porque es un asunto muy desagradable. Maldita sea! La seorita Playfair est a mi cargo, y no es la primera vez que tengo problemas por una tontera semejante. Los parientes se muestran siempre muy poco razonables... incluso los parientes de los dems... pero, por Jpiter!, creo que los hermosos objetos de sus desvelos son peores.

-Se conocieron en la India, as que supongo que todo estar en orden -respondi secamente el primer oficial, poco dispuesto a hablar de una situacin que personalmente le desalentaba.-Me alegrar ver Plymouth y el final de un cargamento tan embarazoso -exclam el capitn, dndose media vuelta.-Moi aussi -dijo entre dientes su joven segundo.

Pero los causantes de aquella breve pltica no parecan compartir su sentimiento de alivio ante la perspectiva de llegar a puerto.

-A pesar de este horrible calor, ojal no acabara nunca la travesa! -exclam una voz profunda en medio de la oscuridad-. Es perfecta! El mar y el cielo, este maravilloso sentimiento de soledad, como si t y yo furamos los nicos habitantes de la tierra, perdidos en medio de ella. Dime -prosigui en un tono ms bajo- que desearas que no acabara nunca.-Qu sentido tiene que lo desee cuando insistes en que todo debe terminar cuando desembarquemos?-Quiz los dioses se compadezcan de nosotros.-Te refieres a que lady Hopedene puede recibirte con... frialdad?-Ella siempre es fra; un hermoso pedacito de hielo. Jams le import un comino, Mildred; de lo contrario, no crees que algn gesto la habra traicionado?-Supongo que quera ver de qu material estabas hecho. Por qu te dio la oportunidad de echarte atrs?-Slo era una forma (sus modales son siempre encantadores) de decirme No. Las mujeres -afirm con enorme seriedad- no hacen experimentos con los hombres que aman.-Entonces, si esto es lo que crees, por qu regresas a su lado? Slo servir para que te humille... -su voz, normalmente lnguida, se volvi ms enrgica.-Debo hacerlo, querida; di mi palabra.-Pero ella insisti en que no te comprometieras.-Me compromet.-Eres demasiado quijotesco. Y si la encuentras con otro hombre?-Imaginemos eso -repuso l, cogiendo las manos de la joven-, la otra posibilidad me aterra, ser mejor que la olvidemos. Esta noche y maana, todava maana... son nuestros. Mildred...

Ella se solt.

-Cmo vamos a olvidarla? Envenena el presente y entorpece el futuro. Convierte todo en... una farsa.-No debera habrtelo contado -exclam l, arrepentido-; de no haber sido por ese otro joven, habra esperado hasta tener mi libertad. Me perdonas?-No lo s.-Ocurra lo que ocurra, siempre sers la nica mujer para m.-Es muy posible que hayas pronunciado antes esas palabras..-No era ms que un joven estpido... y ella me lo dijo; Dios mo! Ahora s que estaba en lo cierto.-Paseemos un poco -sugiri Mildred-. Dime, cmo es esa mujer?-Olvidmonos de ella -le suplic.-Quiero saberlo.-Es muy pequea y hermosa; extraordinariamente hermosa y ocurrente, y.. bueno, no s cmo expresarlo, muy audaz. Fue esa audacia admirable y nada femenina lo primero que me fascin de ella. Me impresion por tratarse de un rasgo muy poco comn; si hubiera sido un hombre, habra tenido madera de soldado. Ya ves que no fue amor, querida; empez siendo una especie de admiracin indefinida, y en eso ha vuelto a convertirse.-Se casar contigo -fue la conclusin de la joven-. Creo que la comprendo mejor que t.-Y odiars mi recuerdo?-S, durante algn tiempo; y luego... luego supongo que me casar con otro.-Si yo estuviera en tu lugar, preferira pasar mi vida en soledad.-No es tan fcil para una mujer hablar de soledad o pensar en ella; pero yo te amo, Alan -exclam apasionadamente.Los dos jvenes, preocupados, se dieron las buenas noches en voz baja.

III.Lady Hopedene cerr el libro bruscamente, con el pequeo gesto de impaciencia aprendido en el extranjero.

-Debo evitar ver a ese hombre; me resulta muy penoso.

El reloj de porcelana que tena enfrente dio las cuatro, y el sonido de las campanadas devolvi a su pensamiento la frase que se haba negado a aceptar, y que se apresur a rechazar de nuevo. Ceux qui ont encore des lendemains. Se frot los ojos, y empuj los cojines de brillantes colores donde apoyaba intranquila la cabeza. Enmarcaban sus cabellos dorados a la perfeccin, pero parecan haber arrebatado el delicado rubor, antes dulcemente inalterable, a su semblante infantil. Este se vea plido y algo demacrado.

La puerta se abri, y una voz anunci de forma mecnica:

-El capitn Henley.Lady Hopedene no se levant, y el joven avanz hacia ella.-Alan! -el nombre escap de sus labios de un modo tan intenso y repentino que fue conmovedor, incluso lastimoso orlo. La larga sucesin de das, de semanas... la interminable espera... pareca claramente arrojada ante l, pintada en el ala de aquel inesperado grito.

Y haba algo ms: tras l acechaba una nota de angustia, muy dbil, que se enfrentaba perceptiblemente a su alegra. El joven, de manera inconsciente, retrocedi ante aquel nuevo recibimiento. No era propio de ella, ni se pareca a nada que el hubiera odo antes. Pero, en unos instantes, los ojos azules -tan extraamente iluminados- recuperaron su vieja expresin de burlona bienvenida; y lady Hopedene le orden que se acercara, con el famoso gesto de su pequea mano.

-Venga aqu, maravillosa aparicin; quiero asegurar mis sentidos, poner a prueba mi cordura. Se trata realmente de usted?-Sin duda alguna. He venido en busca de mi respuesta -dijo breve, apresuradamente, consciente de que ella ya se la haba dado, antes de pedrsela, al pronunciar su nombre de aquel modo tan sorprendente e involuntario.-Habla como si estuviera presentando una factura exclam ella, riendo-, y la peticin suena algo imperiosa, cuando ni siquiera saba si tendra que contestarle algn da. Oh! Hay esperas muy largas, lo s -aadi, cogiendo la mano del joven que estaba en pie a su lado-. Sintese aqu.Lady Hopedene le hizo sitio, y mir con franqueza y seriedad su rostro algo ms maduro.-Vaya! -dijo, echndose hacia atrs como si estuviera asustada-. Es un hombre con quien he de tratar! Puedo contarle un secreto, capitn Henley? -agreg con repentina y encantadora dulzura-. Me siento bastante decepcionada, pues... pues en realidad yo amaba al muchacho.-Entonces, por qu jug con l? -pregunt el joven, dominando a duras penas su amargura, y devolvindole la mirada con decisin-. Su capricho... -le habl sin rodeos, como si no le importara, por el momento, que ella comprendiera el significado de sus palabras-, una respuesta sincera me habra ahorrado el alto precio que he pagado por su capricho.-Sabiendo tan poco, tiene derecho a reprochrmelo. Se lo explicar -respondi suavemente-. Despus de todo, supongo que fue mero egosmo, porque usted me importaba ms que mi propio ser. Su felicidad era, es y siempre ser, imagino, ms importante que la ma.

l sinti el impulso de decirle la verdad, de contarle claramente su historia. Pues aquella mujer que haba amado segua inspirndole una slida confianza. Saba que era ms fuerte e ntegra que las dems mujeres que haba conocido, y no poda evitar creer en el alma que brillaba con tanta nitidez, directamente, en el fondo de aquellos ojos azules que le contemplaban. Es posible que hubiera cedido a ese impulso pasajero, si ella no hubiese interrumpido demasiado pronto su pensamiento vacilante.

-Eleg la mentira ms eficaz que se me ocurri aquel da... lo recuerda?... cuando dije que no era usted el primer hombre, ni posiblemente el ltimo. Es usted el primero -su mirada se detuvo en el volumen amarillo que, con la llegada del capitn Henley, haba resbalado por el sof hasta caer al suelo-, y estoy segura de que ser el ltimo. Jams me ha gustado mentir. Le suplico que perdone mi primera y nica mentira.

El joven no contest, pero se puso en pie y permaneci silencioso, incmodo a su lado, resistindose a replicar su sinceridad con falsas protestas, sabiendo que deba hablar, buscando dolorosamente las palabras. Ella se ri, recordando cmo enmudeca a veces en el pasado, y prosigui con cierta vacilacin en su voz.

-Le sorprende mi franqueza; pero mire esto -y extendi ante l una mano desnuda y marchita.-Qu desvalida parece! -exclam el capitn Henley, cogindola dulcemente entre las suyas-. Dnde estn sus viejos anillos? Por qu se ha desprendido de ellos?-Son ellos los que se han desprendido de m -respondi lady Hopedene tristemente-. Quiz se haya dado cuenta usted -aadi, sealando de paso sus mejillas- de que tambin otros adornos me han traicionado. Antes o despus, tendr que decrselo. Por qu no hacerlo ahora? Mis mdicos -pronunci estas palabras con fingida solemnidad, y las interrumpi con una pequea mueca me dan un ao, o tal vez menos, para las pompas y vanidades de este mundo tan encantadoramente perverso. As que, como ve, por mero respeto, las pompas y vanidades van retirndose poco a poco a fin de preparar su salida definitiva.

Abandon su tono jocoso, y empez a acariciar presurosa e inquieta la mano del capitn Henley. El joven agarr sus muecas y le dirigi una mirada incrdula.-Se trata de una horrible broma. No creo que hable en serio.-Jams habl tan en serio como ahora.-No pretender decir... -incapaz de preguntar una obviedad, continu sujetando con fuerza los pequeos dedos, balbuceante, reducido al silencio.-S, es cierto, tengo rdenes de partir, pero me conceden una prrroga. Un ao para la conversacin, la locura, la sensatez... si no fuera tan aburrida... y un ao, tesoro mo, para el amor.-Santo D...! -grit-. Me dejas anonadado, Ella. Ests aqu; puedo verte y or tus palabras; pero no logro entenderlas. Parece una pesadilla. No puede ser verdad...

Lady Hopedene solt su mano y la coloc sobre el brazo del joven; y, esbozando una sonrisa para que recobrara el dominio de s mismo, protest:

-No te enfrentas al enemigo como un soldado.-Me falta tu sangre fra -repuso l-. Seguramente otro hombre te dara tiempo o esperanzas.Ella movi la cabeza y empez a recitar:-Morir hoy o morir maana, acaso tenemos eleccin? Ningn hombre puede decir nada, una vez que los hados han hablado. Sus ojos invitaban al capitn a mostrar valor.-Amabas tu vida mucho ms que la mayora de nosotros -dijo l, arrepintindose en seguida de sus palabras.-La adoraba... la adoro. No me relegues tan pronto a un tiempo pasado. No tendremos futuro ni subjuntivo, slo presente e imperativo: Je t'aime... aime toi, par example.-Ella, por Dios -exclam el joven-, un poco de seriedad. Ignoro cunto tiempo hace que conoces la noticia, pero recuerda que es nueva para m.-Tambin es relativamente nueva para m -sus valientes ojos azules le dirigieron una rpida mirada de censura-. Acaso quieres que interprete el papel de cobarde?-No podras -afirm l en tono angustiado-. Qu gran soldado habras sido!-Es el cumplido ms bonito, aunque tambin el ms torpe, que me has dedicado jams.-No es eso -respondi el joven, casi con brusquedad-. Haces que me avergence con toda el alma; me siento como un desertor.-Los desertores estn cortados por otro patrn -seal lady Hopedene, con dulce determinacin-. Nosotros no hemos nacido para volver las espaldas al destino o poner mala cara a un enemigo. Durante este ao interminable (adems de tedioso, he de confesar), nunca se me ocurri pensar que me fallaras. Pens que era posible... pero jams tem que lo hicieras; de haber sido as, me habra enfrentado a tu deslealtad, aunque hubiera sido ms difcil de arrostrar que la propia muerte.-Nunca te fallar -declar l con aire decidido-; y cuando el nunca sali de sus labios, record las palabras de lady Hopedene sobre el empleo de un vocablo tan trascendental; que slo poda pronunciarse con seguridad, haba afirmado ella, tal como lo haba pronunciado ahora, en el umbral de la tumba. y luego se dio cuenta, sbitamente, de que aquella conversacin haba sido un extrao anuncio de sta. Entonces, entre risas, haban mencionado la muerte, esperando, asimismo, que un ao transcurriera pronto. Haba llegado el fin de aquel sueo tan irreal. Pero l no quera contemplar su materia vaca; ella no pasara sus ltimas horas recogiendo los ptalos de un amor perdido-. No te fallar -dijo nuevamente con vehemencia.

Lady Hopedene escuch con cierto asombro la frase que l repeta.

-No dudo de tus palabras, amor mo.-No he dicho an lo que he venido a decirte, Ella. Quieres ser mi esposa?

Formul la pregunta adivinando sus consecuencias, aunque empujado por algo ms grave y profundo que la compasin. Durante unos instantes, Ella guard silencio. Haba estado en pie junto al capitn Henley, pero entonces se sent y empez a acariciar distradamente un cojn bordado mientras meditaba su respuesta. Finalmente contest, pero muy lentamente, sin su celeridad acostumbrada.

-El amor -exclam-, aunque no lo recordemos a menudo, tiene un extenso vestuario. No todo el mundo puede llevar sus ms ricos atavos... y t y yo no podemos. Alegrmonos de que nos ofrezca alguno de sus ropajes, pues, sin su caridad, iramos desnudos. T y yo podemos ser compaeros, slo eso. Es lo ms sensato, el mejor pacto posible, pues los amantes terminan como jams lo haremos nosotros. T vigilars conmigo como si furamos dos buenos amigos, dos buenos soldados, hasta que el enemigo ataque, y sabes que atacar.

-Ser una fra guardia nocturna -se oblig a decir, recordando el grito con que le haba recibido, y preguntndose cmo poda dominar de aquel modo sus sentimientos.-Suficientemente clida -seal lady Hopedene-; mucho ms clida que el amanecer que sealar su fin. Te quedars a hacer la guardia conmigo?-Har cualquier cosa que me pidas.-Entonces te pido que aprendas a sonrer al mal tiempo, y que no tiembles todava.

Ella cogi su mano de nuevo y le llev a la ventana; estaban encendiendo las farolas junto a la verja del parque.

-Ah fuera ha llegado la primavera; esta maana he visto los brotes de los rboles. Los hados no han sido demasiado crueles. Nos han dejado todas las estaciones; el verano, mi estacin preferida, no tardar en llegar... y t... has venido.

l se inclin y bes los pequeos dedos que agarraban sin fuerza los suyos.

-Tu ltimo beso ha encontrado un amigo -susurr ella-; ha pasado tanto tiempo solo en este lugar.-Dame tus anillos -dijo el capitn Henley-; har que los adapten. Quiero que los lleves.-S -contest lady Hopedene-, es estpido renunciar a ellos. Enviar a alguien... no, los traer yo, si me disculpas un momento. Soltando su mano, atraves la cada vez ms oscura estancia y lo dej solo, enfrentndose al primer gran problema de su vida.

IV.Mildred Playfair abandon su asiento junto a la ventana para acercarse al fuego. Estaba renovando su relacin con una primavera inglesa, sin demasiadas muestras de alegra. Henley se hallaba a un paso de la repisa de la chimenea, y el movimiento de la joven los coloc frente a frente. Ella levant sus ojos oscuros hacia l y, con la lnguida entonacin que le caracterizaba, coment:

-No parece haber nada ms que decir; apenas comprendo por qu has venido.-Porque me pediste que lo hiciera. Te he contado todo... te he expuesto cmo estn las cosas, al menos para m. Tal vez haya sido mejor decrtelo personalmente.-No tenas que haber esperado a que te llamara.-Quera escribirte. Pens que sera menos doloroso para ambos. Pero no era un asunto fcil. Estaba tratando de redactar una torpe explicacin cuando recib tu carta.-La explicacin de que ibas a renunciar a m por una ilusin potica Y casi femenina?-No tena eleccin.-No saba que los hombres tomaran parte en esta clase de cosas. Crea que eran ms... firmes y categricos.-Hace un mes me habra credo incapaz de hacerlo; pero a veces una mujer... una mujer noble... puede transformar a un hombre, y mostrarle lo que es capaz o no de hacer.Mildred haba estado calentndose las manos cerca del fuego, pero entonces se volvi, cogi de la mesa un abrecartas de la India y empez a separar las pginas de una revista.-El hecho es que todava amas a esa mujer.

l vacil, sintiendo un deseo casi puritano de decir la verdad.

-No del modo que insinas. Esta semana he aprendido que existen muchas formas de amar.-Y, es algo que has descubierto t? -pregunt la joven, recorriendo con un dedo la hoja del abrecartas que tena en la mano-. Ests seguro de que no ests repitiendo una frase de ella?-Quiz. Mildred -exclam-, me haces las cosas ms difciles de lo que son. Si pudieras ver en mi interior, sabras que no he sido desleal... al menos contigo.

Tampoco tena la sensacin de haber traicionado a la otra mujer.

-Se me escapan tus complicaciones. Reconozco que no entiendo tu forma... tus formas.-No digas eso despus de haberte explicado todo. Te he pedido que me esperes, aunque tal vez no debera haberlo hecho; jams hubiera pronunciado esas palabras si no te quisiera tanto y no tuviera tanto miedo de perderte.-Tendras que haber sabido que nunca consentira que fueras, tcitamente, el amante de otra mujer.-No soy su amante -seal brevemente.-Otra sutil distincin que soy incapaz de captar.-Si pudieras ver en mi interior... -empez a decir de nuevo; pero ella le interrumpi.-Veo lo suficiente para saber que tu corazn no es completamente mo.-Quieres que diga lo contrario? -pregunt Henley duramente, aunque sin amargura-. Cmo puedo hacerlo ahora, despus de tu negativa... sin la menor esperanza ante m, sin otras palabras que no sean de adis?-Si yo te importara, no hablaras as!-No tengo eleccin -repiti l.-Porque ya has elegido.-En mi corazn, en mi alma, eres la elegida.-Y, sin embargo, vuelves con la otra...-Durante un ao, y posiblemente menos. Por qu no puedes entenderlo? T y yo tenemos toda la vida por delante, pero he visto la muerte reflejada en sus ojos... y en sus labios. Una tumba se interpone entre nosotros -insisti, y termin la frase con un matiz de tristeza en su voz-: No te parece suficiente?-Es invisible -replic la joven-, as que no me culpes si no puedo verla. Lo nico que puedo ver es que una mujer, o su sombra, se interpone entre nosotros.-Son stas tus ltimas palabras? -pregunt l, deseando casi que lo fueran, consciente de lo poco que haban servido las anteriores... que no haban aclarado nada ni les haban brindado el menor alivio.-No -le interrumpi bruscamente Mildred, despojndose malhumorada de su frialdad y de su calma, como si fueran prendas de vestir que le pesaran demasiado-, mis ltimas palabras son que te quiero, Alan, y que, como t mismo has reconocido, me perteneces -la joven cruz la habitacin y se arroj en sus brazos-. No puedo dejar que te marches y voy a impedirlo.El la acogi con una breve y familiar exclamacin de bienvenida, y la estrech contra su pecho unos segundos; despus la solt, y apoy una de sus manos en los cabellos oscuros y ligeramente despeinados de la muchacha.-Me esperars, verdad?

El capitn Henley dijo sencillamente lo primero que pens; pero, al escuchar sus palabras, Mildred se alej de un salto.

-No, eso no... eso no.-Entonces qu? -pregunt desconcertado-. No vas a confiar en m?-Esa mujer confi en ti -exclam la joven, dejando escapar a travs de sus labios, en aquel momento de confusin, el recuerdo que se haba cernido sobre ellos en un par de ocasiones-. Esa mujer te dej marchar; y, aunque no lo sepa, t le has fallado, o al menos eso dices; lo cierto es que no s qu creer de ti.-Tienes razn -respondi l-. Dios sabe que le he fallado; tienes razn.-Hazme una promesa en seal de que no me fallars.-Qu promesa? -inquiri, antes de aadir con vehemencia-:Cualquiera, cualquiera que yo pueda hacer...-La nica creble -afirm-, qudate conmigo.

l se detuvo... perplejo, vacilante, herido; sopesando una segunda eleccin. A cul de las dos mujeres deba ms? Mientras segua all indeciso, las vea ante s pidindole que no les fallara. Una de ellas ms lejana, diminuta y frgil, una imagen llena de belleza que se desvaneca como si la vida se le escapara; la otra, a su lado, fuerte, hermosa, ntida y querida, pisando con firmeza los peldaos de la juventud. El contraste fsico le caus una profunda impresin, aunque no fue eso lo que hizo que sus pensamientos en pugna se decidieran. Fue una frase, pronunciada dulcemente por una animosa voz que sala de una estancia mucho ms difusa para l que aquella en la que se encontraba: Nosotros no hemos nacido para volver las espaldas al destino o poner mala cara a un enemigo.

Con estas palabras resonando en sus odos se enfrent al enemigo que tena ante l llenndole silenciosamente de reproches.-No vas a confiar en m? -pregunt de nuevo, con una humildad que no habra pasado desapercibida a un corazn menos joven.-No puedo -repuso Mildred, con obstinacin.

l mir sus ojos oscuros e inflexibles, y percibi en ellos una realidad implacable.La mujer que haba impuesto esa realidad no pudo or su respuesta; ella la habra entendido.

-Y yo -se limit a decir, con un dolor que trascenda la exaltacin del momento-, no puedo quedarme.

Charlotte Mew (1869-1928)La Mscara de la Muerte Roja.Edgar Allan Poe.

Haca tiempo que la Muerte Roja devastaba el pas. Nunca hubo peste tan mortfera ni tan horrible. La sangre era su emblema y su sello, el rojo horror de la sangre. Se sentan dolores agudos y un vrtigo repentino, y luego los poros exudaban abundante sangre, hasta acabar en la muerte. Las manchas escarlatas en el cuerpo, y sobre todo en el rostro de la vctima, eran el estigma de la peste que le apartaban de toda ayuda y compasin de sus congneres. En media hora se cumpla todo el proceso: sntomas, evolucin y trmino de la enfermedad.

Pero el prncipe Prspero era intrpido, feliz y sagaz. Con sus dominios ya medio despoblados, llam un da a su presencia a un millar de amigos sanos y joviales de entre las damas y caballeros de su corte, y con ellos se recluy en el apartado retiro de una de sus abadas amuralladas. Era un conjunto de edificios amplio y magnfico, concebido por el gusto excntrico, aunque majestuoso, del propio prncipe. Lo rodeaba una alta y slida muralla. La muralla tena portones de hierro. Una vez dentro los cortesanos, se trajeron fraguas y enormes martillos y se soldaron los cerrojos. Decidieron que no hubiese modo alguno de entrar o salir, si alguien de pronto se dajaba llevar por la desesperacin o la locura. Haba abundancia de provisiones. Con tales precauciones los cortesanos podan desafiar el contagio. Que el mundo de fuera se ocupase de s mismo. Haba bufones, haba trovadores, haba bailarinas, haba msicos, haba Belleza, haba vino. Dentro haba todo eso, y tambin seguridad.

Fuera, estaba la Muerte Roja.

Fue hacia el final del quinto o sexto mes de su encierro, y mientras la peste se cebaba con furia en el exterior, cuando el prncipe Prspero ofreci a sus mil amigos un baile de mscaras de rara vistosidad.

Aquel baile fue un espectculo voluptuoso. Pero permtaseme hablar primero de los salones en que se celebr. Eran siete: todo un mbito imperial. Hay muchos palacios, sin embargo, en los que salones as ofrecen una perspectiva larga y lineal, con puertas corredizas que se desplanzan casi hasta las mismas paredes de uno y otro lado, de modo que apenas nada interrumpe la vista en todo su longitud. El caso era aqu muy distinto, como cabra esperar de la aficin del duque por lo extravagante. La distribucin de las salas era tan irregular que apenas se contemplaban ms de una al mismo tiempo. Cada veinte o treinta metros se produca un giro brusco, y con cada giro un efecto novedoso. A derecha e izquierda,en medio de la pared, una ventana gtica alta y estrecha se asomaba a un corredor cerrado que enmarcaba las sinuosidades del conjunto, con vidrieras cuyos colores variaban de acuerdo con los tonos dominantes en la decoracin del saln al que se abran. El del extremo oriental, por ejemplo, estaba decorado en azul, y las vidrieras en azul vivo. La ornamentacin y los tapices del segundo eran de color prpura, y pupreos eran all los cristales. El tercero era todo l verde, lo mismo que las ventanas. Los muebles y la iluminacin del cuarto eran anaranjados; el quinto, blanco; el sexto, violeta. La sptima estancia era un denso sudario de tapices de terciopelo negro que cubran el techo y las paredes, y caan en pesados plieges sobre una alfombra del mismo tinte y textura. Pero slo en esta habitacin el color de las ventanas difera del decorado. Las vidrieras eran aqu de un tono escarlata, un rojo oscuro de sangre. Ahora bien, en ninguna de las siete cmaras haba lmpara o candelabro alguno, entre la abundancia de adornos dorados que haba por todas partes o que colgaban de los techos. No haba luz ninguna que procediera de una lmpara o vela en todo el conjunto de habitaciones. Pero en el corredor que envolva los salones haba, frente a cada ventana, un pesado trpode con un brasero de fuego que, al proyectar su resplandor a travs de las vidrieras, inundaba de luz la estancia. Se produca as una profusin llamativa de formas fantsticas. Pero en la habitacin negra, o de poniente, el efecto del fuego a travs de los cristales de sangre sobre los tapices negros resultaba de lo ms siniestro, y daba un aire tan irreal a los rostros de los que all entraban que muy pocos se atrevan a dar siquiera un paso en aquella estancia.

Tambin era aqu donde se encontraba, contra el muro oeste, un gigantesco reloj de bano. El pndulo oscilaba con un sonido grave, montono y apagado, y cuando el minutero haba recorrido toda la esfera y llegaba el momento de marcar la hora, de sus pulmones metlicos surga un sonido lmpido, potente, profundo y muy musical, pero de nota y nfasis tan peculiares que, a cada hora, los msicos se vean obligados a detenerse un momento para escucharlo, lo que obligaba a su vez a quienes bailaban a interrumpir el vals; y se produca un breve desconcierto en la alegra de todos; y, mientras sonaba el carilln, se vea cmo los ms frvolos palidecan y los ms sosegados por los aos se pasaban la mano por la frente como perdidos en ensueos o en meditacin. Aunque cuando cesaban los ltimos ecos, una risa leve se apoderaba a la vez de toda la concurrencia; los msicos se miraban y sonrean como burlndose de sus propios nervios y desconcierto, y se susurraban mutuas promesas de que las siguientes campanadas no les causaran ya la misma impresin; pero luego, al cabo de sesenta minutos (que son tres mil seiscientos segundos de Tiempo que vuela), de nuevo sonaba el carilln, y volva a repetirse la misma meditacin, y el mismo desconcierto y nerviosismo de antes.

Pero a pesar de todo, era una fiesta alegre y magnfica. Los gustos del duque eran peculiares. Tena un buen ojo para los colores y los efectos. Desdeaba las convenciones de la moda. Sus planes eran atrevidos y apasionados, y un viso de barbarie iluminaba sus proyectos. Algunos le habran tenido por loco. Sus seguidores no lo crean as. Pero era necesario orle, y verle, y tocarle, para estar seguro.

Con ocasin de esta magna fiesta, haba supervisado personalmente casi toda la decoracin de los siete salones; y haba sido su propio gusto el que haba inspirado los disfraces. No os quepa duda de que eran extravagantes. Abundaba la ostentacion y el brillo, lo ilusorio y lo picante..., mucho de lo que despus se ha visto en Hernani. Haba figuras arabescas, con miembros y atuendos grotescos. Haba fantasas delirantes como slo los locos imaginan. Haba mucha belleza, mucha voluptiosidad, mucho de estrafalario, algo de terrible, y no poco de lo que podra haber ofendido. De hecho, por las siete estancias se paseaba majestuosamente una muchedumbre de sueos. Y estos -los sueos- se revolvan por las habitanciones, tindose del color de cada una, y haciendo que la msica desenrenada de la orquesta pareciera el eco de sus pasos. Y entonces suena el reloj de bano en el saln de terciopelo. Y por un momento todo se aquieta, todo se acalla salvo la voz del reloj. Los sueos quedan congelados y estticos. Pero el eco de las campanadas se apaga -na han durado sino un instante- y una risa leve, a medias reprimida, queda flotando tras l. Y surge de nuevo la msica, y viven los sueos, y se revuelven de un lado a otro ms alegres que nunca, teidos por las ventanas multicolores por las que penetra el resplandor de los trpodes. Pero en el saln de poniente, ninguno de los enmascarados se atreve ahora a entrar, porque la noche ya se desvanece y una luz ms rojiza se filtra por los cirstales de color sangre; y la negrura de los tapices espanta; y quien aventura sus pasos sobre la negra alfombra escucha un sordo tictac, ms solemmne y enftico que el que llega a odos de quienes se entregan a la alegria en las salas ms distantes.

Pero las otras habitaciones estaban abarrotadas, y en ellas lata febrilmente el ansia de la vida. Prosigui as el torbellino festivo, hasta que al cabo el reloj inici las campanadas de la medianoche. Y ces entonces la msica, como ya he dicho; y los que bailaban interrumpieron el vals; y, como en otras ocasiones, todo qued desasosegadamente detenido. Pero ahora eran doce las campanadas que tenan que sonar; y ocurri as, quiz, que al disponer de ms tiempo, ms grave se torn la reflexin de quienes en la concurrencia ya estaban pensativos. Y tambin ocurri as, quiz, que antes de que el ltimo eco de la ultima campanada hubiera desaparecido en el silencio, muchos ya haban reparado en la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no haba llamado la atencin de nadie. Y de boca se extendi el rumor de esta nueva presencia, y al poco se alz en toda la compaa un susurro, un murmullo de desaprobacin y sorpresa, luego, por ltimo, de terror, de horror y de asco. En una congregacin fantasmagrica como la que he pintado, bien se puede suponer que ningn atuendo ordinario habra causado tal sensacin. De hecho, esa noche la libertad en los disfraces era prcticamente ilimitada; pero la figura en cuestin haba rizado el rizo, superando incluso los lmites del gusto permisivo del prncipe. Hay fibras an en el corazn de los ms osados que no pueden tocarse sin que se emocionen. Hasta los casos perdidos, para quienes la vida y la muerte son una misma broma, creen que hay ciertos asuntos con los que no se puede bromear. En todos los asistentes, desde luego, se apreciaba ahora la sensacin intensa de que el disfraz y el porte del extrao carecan de todo ingenio y decoro. Era una figura alta y lgubre, amortajada de la cabeza a los pies con el atuendo de la tumba. La mscara que ocultaba representaba tan fielmente el semblante rgido de un cadver que al observador ms atento le resultara difcil descubrir el engao. Aun as, todo esto lo habra soportado, si no aprobado, aquella alocada concurrencia. Pero el enmascarado haba llegado incluso a asumir el aspecto de la Muerte Roja. La sangre le salpicaba la vestimenta..., y su ancha frente, y todas sus facciones, aparecan moteadas por el horror escarlata.

Cuando la mirada del prncipe Prspero se detuvo en este espectro (que se paseaba lento y solemne, como para dar mayor empaque a su figura), se le not una convulsin, en un primer momento con un fuerte estremecimiento de horror o repugnancia; pero enseguida, el rostro se le encendi de ira.Quien se ha atrevido...? pregunt con voz ronca a los cortesanos que le acompaaban: Quin se ha atrevido a insultarnos con esta burla blasfema? Cogedle y quitarle la mscara, y as sabremos a quien hay que colgar de una almena al amanecer!Cuando pronunci estas palabras, el prncipe Prspero se hallaba en el saln azul, que daba al oriente. Y su eco recorri alto y claro las siete estancias, porque el prncipe era un hombre robusto y osado, y un gesto suyo haba acallado ya la msica.

Era en el saln azul donde se hallaba el prncipe, en compaa de un grupo de plidos cortesanos. Al principio, cuando habl, dieron stos un primer paso hacia el intruso, que entonces estaba prximo a ellos, y que ahora se acercaba mas an, con porte deliberado y majestuoso. Pero cierto miedo indecible que la insensata arrogancia de la mscara haba inspirado a todo el grupo impidi que nadie le pusiera la mano encima; asi que, sin estorbo alguno, pas apenas a un metro del prncipe; y, mientras en los salones la numerosa concurrencia, como movida por un mismo resorte, se haca a un lado buscando el refugio de las paredes, el enmascarado sigui andando con el mismo paso solemne y mesurado que desde el comienzo le haba distinguido, pasando de la sala azul a la prpura, de la prpura a la verde, de la verde a la de color naranja, de sta a la blanca, e incluso de aqu a la morada, sin que nadie hiciera el menor intento de detenerle. Fue entonces, sin embargo, cuando el prncipe Prspero, fuera de s y avergonzado por su cobarda pasajera, cruz veloz los seis salones, sin que nadie le siguiera por el terror mortal que de todos se haba apoderado. Blanda una daga desenvainada, y se acerc impetuoso y rpido a muy poco distancia de la figura que segua su camino, cuando sta, que ya haba llegado al saln de terciopelo, gir de pronto y le hizo frente. Hubo un grito agudo, y la daga reluciente cay en la alfombra negra sobre la que, al instante, caa postrado por la muerte el prncipe Prspero. Despus, llevados por el valor enloquecido de la desesperacin, un amplio grupo entr en avalancha en el saln negro, en el que la alta figura segua inmovil y erguida bajo la sombra del reloj de bano; pero al ponerle la mano encima al enmascarado, un horror innombrable les cort el aliento y descubrieron que la mortaja y la mscara cadavrica que haban tratado con violenta rudeza no estaban habitadas por ninguna forma tangible.

Y reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Haba venido como un ladrn en la noche. Y uno a uno fueron cayendo los presentes en los salones antes festivos, ahora baados en sangre, y cada uno hallaba la muerte en la desesperada postura en que caa. Y la vida del reloj de bano se apag con la del ltimo cortesano. Y las llamas de los trpodes se extinguieron. Y de todo se adue la Tiniebla, la Corrupcin y la Muerte Roja.

Hctor Julin ANAGRAMA John Lu tercian