Al oír hablar de filosofía, muchas personas se

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Al oír hablar de filosofía, muchas personas sesobresaltan y algunas se echan a temblar:¿filosofía?, ¿qué es eso? ¡Seguro que no es paramí! Se equivocan, porque las preguntas básicas dela filosofía nos las hemos hecho todos alguna vez:tratan de la muerte, de la verdad, de la justicia,de la naturaleza, del tiempo… Hacer filosofía noes sino reflexionar sobre nuestra humanidad. Aquien no le asuste ser humano no puede asustarlela filosofía.

Pero… ¿quiénes han sido los grandes filósofos?Personas como nosotros, inquietas a lo largo delos siglos por las mismas cosas que ahora nosinquietan. Su historia es un relato de aventurasracionales, de genio y de ingenio, en la que nofaltan persecuciones, calabozos, martirios ytambién descubrimientos sorprendentes.

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Fernando Savater

Historia de la filosofíasin temor ni temblor

ePub r1.0Titivillus 10.09.16

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Título original: Historia de la filosofía sin temor ni temblorFernando Savater, 2011Ilustraciones: Juan Carlos Savater

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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Para Juan y Luz, los nuevos pensadores

Nadie por ser joven dude de filosofar ni porser viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es

joven o viejo para la salud de su alma.

EPICURO, Carta a Meneceo

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N

CAPÍTULO 1¿Filosofía? ¿Qué es eso?

os pasamos la vida haciendo preguntas: ¿qué hayesta noche para cenar?, ¿cómo se llama esachica?, ¿cuál es la tecla del ordenador para

«borrar»?, ¿cuánto son cincuenta por treinta?, ¿cuál es lacapital de Honduras?, ¿adónde iremos de vacaciones?,¿quién ha cogido mi móvil?, ¿has estado en París?, ¿aqué temperatura hierve el agua?, ¿me quieres?

Necesitamos hacer preguntas para saber cómoresolver nuestros problemas, o sea, cómo actuar paraconseguir lo que queremos. En una palabra, hacemos —ynos hacemos— preguntas para aprender a vivir mejor.Quiero saber qué voy a comer, adónde puedo ir, cómo esel mundo, qué tengo que hacer para viajar en el menortiempo posible a casa o a donde viven mis amigos,etcétera. Si tengo inquietudes científicas, me gustaríasaber cómo hacer volar un avión o cómo curar el cáncer.

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De la respuesta a cada una de esas preguntas depende loque haré después: si lo que quiero es ir a Nueva York ypregunto cómo puedo viajar hasta allí, será muyinteresante enterarme de que en avión tardaré seis horas,en barco dos o tres días y a nado aproximadamente unaño, si los tiburones no lo impiden. A partir de lo queaprendo con esas respuestas tan informativas, decidiré siprefiero comprarme un billete de avión o un traje debaño.

¿A quién tengo que hacer esas preguntas tannecesarias para conseguir lo que quiero y para actuar delmodo más práctico posible? Pues deberé preguntar aquienes saben más que yo, a los expertos en cada uno delos temas que me interesan: a los geógrafos si se trata degeografía, a los médicos si es cuestión de salud, a losinformáticos si no sé por qué se me bloquea elordenador, a la agencia de viajes para organizar lo mejorposible mi paseo por Nueva York, etcétera.Afortunadamente, aunque uno ignore muchas cosas,estamos rodeados de sabios que pueden aclararnos lamayoría de nuestras dudas. Lo importante es acertar conla persona a la que vamos a preguntar. Porque elcarpintero no nos servirá de nada en cuestionesinformáticas ni el mejor entrenador de fútbol sabrá quizáaclararnos cuál es la ruta más segura para escalar el

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Everest. De modo que la primera pregunta, anterior acada una de las demás, es: ¿quién sabe más de estacuestión que me interesa?, ¿dónde está el experto quepuede darme la información útil que necesito? Y encuanto lo tengamos localizado —sea en persona, en unlibro, en Wikipedia o como fuere—, ¡a por él sincontemplaciones, hasta que suelte lo que quiero saber!

Como normalmente pregunto para saber qué debohacer, en cuanto conozco la respuesta me pongo manos ala obra y la pregunta en sí misma deja de interesarme. ¿Aqué temperatura hierve el agua?, pregunto, porque resultaque quiero cocerme un huevo para desayunar. Cuando losé, pongo el microondas a esa temperatura y me olvidode lo demás. ¡Ah, y luego me como el huevo! Sóloquiero saber para actuar: cuando ya sé lo que debohacer, tacho la pregunta y paso a otra cuestión urgente.Pero… ¿y si de pronto se me ocurre una pregunta que notiene nada que ver con lo que voy a comer, ni con misviajes, ni con las prestaciones de mi móvil, ni siquieracon la geografía, la física o las demás ciencias queconozco? Una pregunta con la que no puedo hacer nada ycon la que no sé qué hacer… ¿entonces, qué?

Vamos con otro ejemplo, para entendernos… oliarnos un poco más. Supón que le preguntas a alguienqué hora es. Se lo preguntas a alguien que tiene un buen

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reloj, claro. Quieres saber la hora porque vas a coger untren o porque tienes que poner la tele cuando empiece tuprograma favorito o porque has quedado con los amigospara ir a bailar, lo que prefieras. El dueño del relojestudia el cacharro que lleva en su muñeca y teresponde: «Las seis menos cuarto». Bueno, pues ya está:el asunto de la hora deja de preocuparte, quedacancelado. Ahora lo que te importa es si debesapresurarte para no llegar tarde a tu cita, al partido o altren. O si aún es pronto y puedes echarte otra partidita deplay station… Pero imagínate que en lugar de preguntar«¿qué hora es?» se te ocurre la pregunta «¿qué es eltiempo?». Ay, caramba, ahora sí que empiezan lasdificultades.

Porque, para empezar, sea el tiempo lo que sea vas aseguir viviendo igual: no saldrás más temprano ni mástarde para ver a los amigos o para tomar el tren. Lapregunta por el tiempo no tiene nada que ver con lo quevas a hacer sino más bien con lo que tú eres. El tiempoes algo que te pasa a ti, algo que forma parte de tu vida:quieres saber qué es el tiempo porque pretendesconocerte mejor, porque te interesa saber de qué va todoeste asunto —la vida— en el que resulta que estásmetido. Preguntar «¿qué es el tiempo?» es algo parecidoa preguntar «¿cómo soy yo?». No es una cuestión nada

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fácil de responder…Segunda complicación: si quieres saber qué es el

tiempo… ¿a quién se lo preguntas?, ¿a un relojero?, ¿aun fabricante de calendarios? La verdad es que no hayespecialistas en el tiempo, no hay «tiempólogos». A lomejor un científico te habla de la teoría de la relatividady del tiempo en el espacio interplanetario; unantropólogo puede explicarte las diferentes formas demedir el paso del tiempo que han inventado lassociedades; y un poeta te cantará en verso la nostalgiadel tiempo que se fue y de lo que se llevó con él… Perotú no te conformas con ninguna de esas opinionesparciales porque lo que te gustaría saber es lo que eltiempo realmente es, sea en el espacio interplanetario,en la historia o en tu biografía. ¿De qué va el tiempo… ypor qué se va? No hay expertos en este tema, pero encambio la cuestión puede interesarle a cualquiera comotú, es decir, a cualquier otro ser humano. De modo queno hace falta que te empeñes en encontrar a un sabiopara que te resuelva tus dudas: mejor será que hablescon los demás, con tus semejantes, con otrospreocupados como tú. A ver si entre todos encontráisalguna respuesta válida.

Te señalo otra característica sorprendente de estainterrogación que te has hecho (a estas alturas, a lo

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mejor ya te has arrepentido de ello, caramba). Adiferencia de las demás preguntas, las que dejan deinteresarte en cuanto te las contesta el que sabe delasunto, en este caso la cuestión del tiempo te intriga máscuanto más te la intentan responder unos y otros. Lasdiversas contestaciones aumentan cada vez más tucuriosidad por el tema en lugar de liquidarla: se tedespiertan las ganas de preguntar más y más, no derenunciar a preguntar.

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Y no creas que se trata sólo de la pregunta por eltiempo; si quieres saber qué es la libertad, o la muerte, oel Universo, o la verdad, o la naturaleza o… algunasotras grandes cosas así, te ocurrirá lo mismo. Como

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verás, no son ni mucho menos temas «raros»: ¿acaso esuna cosa extravagante o insólita la muerte o la libertad?Pero tampoco son preguntas corrientes, o sea que no sonprácticas, ni científicas: son preguntas filosóficas.Llamamos «filosofía» al esfuerzo por contestar esaspreguntas y por seguir preguntando después, a partir delas respuestas que has recibido o que has encontrado túmismo. Porque una característica de ponerse en planfilosófico es no conformarse fácilmente con la primeraexplicación que tienes de un asunto, ni con la segunda, nisiquiera con la tercera o la cuarta.

Encontrarás gente que para todas estas preguntas teva a prometer una respuesta definitiva y total, ya verás.Ellos saben la verdad buena y garantizada sobre cadaduda que tengas porque se la contó una noche al oídoDios, o quizá un mago tipo Gandalf o Dumbledore, o unextraterrestre de lo más alucinante con ganas de hacerfavores. Los conocerás enseguida porque te dirán que nopreguntes más, que no te empeñes en pensar por tucuenta, que tengas fe ciega y que aceptes lo que ellos teenseñan. Te dirán —los muy… en fin, prefiero callarme— que no debes ser orgulloso, sino dócil ante losmisterios del Universo. Y sobre todo que tienes quecreerte sus explicaciones y sus cuentos a pies juntillas,aunque no logren darte razones para aceptarlos. Las

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cosas son así y punto, amén. Incluso algunos intentaránconvencerte de que lo suyo es también filosofía:¡mentira! Ningún filósofo auténtico te exigirá que creaslo que no entiendes o lo que él no puede explicarte. Voya contarte un ejemplo que muchos me juran que sucedióde verdad, aunque como yo no estaba allí, no puedoasegurártelo.

Resulta que, hace unos pocos años, se presentó enuna pequeña ciudad inglesa un gran sabio hindú que ibaa dar una conferencia pública nada menos que sobre elUniverso. ¡El Universo, agárrate para no caerte!Naturalmente, acudió mucho público curioso. La tardede la conferencia, la sala estaba llena de gente y nocabía ni una mosca (bueno, una mosca sí que había, peroquiso entrar otra y ya no pudo). Por fin llegó el gurú, unaespecie de faquir de lujo que llevaba un turbante conpluma y todo, túnica de colorines, etcétera (unaadvertencia: desconfía de todos los que se ponenuniformes raros para tratar con la gente: medallas,gorros, capas y lo demás; casi siempre lo único quepretenden es impresionarte para que les obedezcas).El supuesto sabio comenzó su discurso en tonoretumbante y misterioso: «¿Queréis saber dónde está elUniverso? El Universo está apoyado sobre el lomo de ungigantesco elefante y ese elefante pone sus patas sobre el

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caparazón de una inmensa tortuga». Se oyeronexclamaciones entre el público —«¡Ah! ¡Oh!»— y unviejecito despistado exclamó piadosamente: «¡Alabadosea el Señor!». Pero entonces una señora gordita y congafas, sentada en la segunda fila, preguntótranquilamente: «Bueno, pero… ¿dónde está latortuga?».

El faquir dibujó un pase mágico con las manos, comosi quisiera hacer desaparecer del Universo a lapreguntona, y contestó, con voz cavernosa: «La tortugaestá subida en la espalda de una araña colosal». Hubogente del público que sintió un escalofrío, imaginando asemejante bicho. Sin embargo, la señora gordita nopareció demasiado impresionada y volvió a levantar lamano para preguntar otra vez: «Ya, claro, peronaturalmente me gustaría saber dónde está esa araña». Elhindú se puso de color rojo subido y soltó un resoplidocomo de olla exprés: «Mi muy querida y… ¡ejem!…curiosilla amiga, je, je —intentó poner una voz melifluapero le salió un gallo—, puedo asegurarle que la arañaestá encaramada en una gigantesca roca». Ante esanoticia, la señora pareció animarse todavía más:«¡Estupendo! Y ahora sólo nos falta saber dónde está laroca de marras». Desesperado, el faquir berreó:«¡Señora mía, puedo asegurarle que hay piedras ya

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hasta abajo!». Abucheo general para el farsante.¿Era un filósofo de verdad ese sabio tunante con

turbante? ¡Claro que no! La auténtica filósofa era laseñora preguntona, que no se contentaba con lasexplicaciones que se quedan a medio camino, colgadasdel aire. Hizo bien en preguntar y preguntar, hasta dejarclaro que el faquir sólo trataba de impresionar a losotros con palabrería falsamente misteriosa que ocultabasu ignorancia y se aprovechaba de la de los demás. Teaseguro que hay muchos así y casi todos se las dan desantones y de adivinos profundísimos: ¡Ojalá nuncafalten las señoras preguntonas y filósofas que sepanponerles en ridículo!

y y y

La filosofía es una forma de buscar verdades y denunciarerrores o falsedades que tiene ya más de dos milquinientos años de historia. Este libro intenta contar consencillez y brevedad algunos de los momentos másimportantes de esa historia. Cada uno de los filósofos delos que hablaremos pensó sobre asuntos que también teinteresan a ti, porque la filosofía se ocupa de lo queinquieta a todos los seres humanos. Pero ellos pensaronsegún la realidad en que vivieron, que no es igual a la

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tuya: o sea, las preguntas siguen vigentes en su mayorparte (¿qué es la verdad, la muerte, la libertad, el poder,la naturaleza, el tiempo, la belleza?, etcétera), aunque noconocieron, ni siquiera imaginaron la bomba atómica,los teléfonos móviles, Internet ni los videojuegos. ¿Quésignifica esto? Pues que pueden ayudarte a pensar perono pueden pensar en tu lugar: han recorrido parte delcamino y gracias a ellos ya no tienes que empezar desdecero, pero tu vida humana en el mundo en que te hatocado vivirla tienes que pensarla tú… y nadie más. Estoes lo más importante, para empezar y también paraacabar: nadie piensa completamente solo porque todosrecibimos ayuda de los demás humanos, de quienesvivieron antes y de quienes viven ahora con nosotros…pero recuerda que nadie puede pensar en tu lugar niexigir que te creas a pies juntillas lo que dice y querenuncies a pensar tú mismo.

Los que charlan son Alba y Nemo, que tienen doceo trece años, no estoy seguro. Están en el aula de algúncolegio y tras ellos hay una pizarra con números medioborrados y al fondo un mapa de Europa bastanteanticuado, seguramente más viejo que cualquiera deellos.

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NEMO: Tú puedes decir lo que quieras, pero a mí esode la filosofía me parece una solemne tontería.

ALBA: Pues en cambio a mí me interesa, ya ves. Creoque puede ser… flipante.

NEMO: ¡Vaya, «flipante»! O sea, lo que yo te he dicho:una tontería.

ALBA: Un momentito, eh, sin empujar. Lo que quierodecir es que me gusta porque… porque…

NEMO: ¿Por qué, si puede saberse? Venga, dímelo deuna vez, a ver si te aclaras.

ALBA: Pues porque así de momento… para empezar…parece que no sirve para nada.

NEMO: ¡Vaya mérito! ¡Qué estupendo, no servir paranada, figúrate! ¡Flipante!

ALBA: Eres idiota.

NEMO: No, qué va: ¡soy flipante!

ALBA: Pues a lo mejor… Vamos a ver: tú, ¿para quésirves?

NEMO: ¿Servir? Vaya, qué te crees, no soy un aparato niuna herramienta. Las personas no servimos paranada, hacemos lo que queremos.

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ALBA: Menos los esclavos…

NEMO: ¡Yo no soy esclavo, oye! Y creo que ya no hayesclavos en ninguna parte, para que te enteres.Hace siglos dejó de haber esclavos…afortunadamente.

ALBA: Si tú lo dices… Pero explícame una cosa: ¿quétiene de malo ser esclavo?

NEMO: ¡Venga ya, no lo preguntarás en serio! Todo elmundo sabe que los esclavos tienen que hacerlo que les mandan, no son libres, estánobligados a servir a…

ALBA: Ah, de modo que los esclavos sí que sirven paraalgo.

NEMO: Quieres liarme, ¿verdad? Claro que sirven,sirven para cortar leña, o para hacer la comida,o para arrastrar piedras, pero lo hacen paraotros, por obediencia. ¡No son libres!

ALBA: Claro, las personas libres no sirven, ¿verdad?Se nota que son libres porque no estánobligadas a servir… para nada.

NEMO: Bueno, espera, las personas libres tambiénsirven… pero sirven porque quieren… o sea,

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que no sirven como los esclavos… sirven sinque les manden, por gusto… en fin, que escompletamente diferente.

ALBA: O sea, que quienes son libres sólo sirven si lesapetece, y si no quieren, no sirven. Vamos, queson libres de servir o no servir. ¿Es eso?

NEMO: Pues claro, es fácil de entender.

ALBA: Entonces aclárame lo de la filosofía. ¿Por quétodas las preguntas que nos hacemos tienen queservir obligatoriamente para algo, como sifuesen esclavas? ¿Por qué no puede haberpreguntas libres, como a ti te gusta, o sea,preguntas que sirvan sólo si quieren perotambién que no sirvan para nada si no lesapetece o prefieren no servir?

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NEMO: ¡Preguntas que no sirven para nada!

ALBA: Como tú, como yo, como las personas libres…preguntas que se nos parecen.

NEMO: Y esas preguntas serán… ¿filosóficas?

ALBA: Eso creo yo, si no he entendido mal lo queacaban de decirnos.

NEMO: Pues bueno, visto así… empieza a interesarmela cosa. Claro, esas preguntas no sirven paranada porque no se refieren a lo que necesitamossino a lo que somos, ¿no?

ALBA: Ya lo vas cogiendo.

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NEMO: Oye, y… ¿a quién se le ocurriría eso de lafilosofía, con sus preguntas raras? Vamos, merefiero a quién empezó todo este rollo.

ALBA: Mira, creo que van a contárnoslo enseguida. Demodo que… ¡atentos!

NEMO: ¡Flipo, colega!

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T

CAPÍTULO 2Sócrates: ¡Culpable!

odo comenzó en Grecia, en el siglo IV antes deCristo: y empezó con un hombre muy especial quehacía demasiadas preguntas. Vivía en Atenas, la

ciudad más importante de aquel territorio, que no estabagobernada por un rey o un emperador como tantas otrasdel mundo antiguo. No, Atenas tenía un tipo de gobiernodistinto a todos los otros, recién inventado: se llamabademocracia. Cuando debían tomar una decisiónimportante, los atenienses se reunían en una granasamblea y todos podían exponer sus opiniones antes devotar lo que debía hacerse. Bueno, no precisamente«todos», porque ni las mujeres ni los esclavos estabaninvitados a esa asamblea: no se les considerabaciudadanos de pleno derecho. Pero, a pesar de esa gravediscriminación, la democracia permitía mucha mayor

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libertad política y mayor participación del pueblo en elgobierno de lo que se había conocido nunca antes enningún otro lugar del mundo.

Aquellos antiguos griegos amaban el arte y Atenasestaba llena de hermosos edificios y admirablesesculturas. Incluso hoy podemos emocionarnos con losrestos de aquel esplendor que aún se conservan en laAtenas moderna. También les gustaban mucho losespectáculos deportivos y hasta inventaron lasOlimpiadas, unos juegos que se llamaron así porque secelebraban en la ciudad de Olimpia. Para recordar ycelebrar ese origen en las Olimpiadas actuales, la llamaolímpica sale siempre ahora desde la vieja Olimpia y esllevada en una carrera de relevos hasta la ciudad que vaa ser sede de los juegos, sea Tokio, Los Ángeles oBarcelona. El deporte es también una forma dedemocracia, porque sólo pueden competir los que seconsideran iguales entre sí: ¡cualquiera se atreve ademostrar que es mejor jinete que Calígula o que tocamejor la lira que Nerón!

Otra gran afición de los griegos era la literatura. Lesentusiasmaba escuchar a los poetas épicos, como elantiguo Homero y sus sucesivos imitadores: la Ilíadacontaba —o, mejor dicho, cantaba en verso—historias de la guerra de Troya y las hazañas de héroes

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de uno y otro bando, como Aquiles o Héctor; y la Odiseafue el primero de todos los relatos de aventuras,protagonizado por el astuto Ulises que pasa milperipecias para regresar a su isla natal, luchando contratempestades marinas, monstruos y hechiceras. En esashistorias, que casi todos los griegos conocíanprácticamente de memoria, se mezclan los personajeshumanos con los dioses de la mitología: el poderosoZeus, la bella Afrodita, el sabio Apolo, etcétera.Realmente, los mitos eran un conjunto de leyendas ycuentos que servían para explicar los orígenes delmundo y de las costumbres humanas, como se veclaramente en las obras de otros poetas como Hesíodo.Pero sin duda el género literario preferido por losatenienses era el teatro. Los grandes festivales teatrales,en los que se representaban tragedias como las deEsquilo o Sófocles y comedias como las de Aristófanes,duraban días enteros y reunían a todos los habitantes dela ciudad sin excepción, que comían, bebían y hastadormían a ratos en las gradas que rodeaban el escenariopara no perderse ni un detalle del espectáculo. Quizá nisiquiera la televisión ha llegado a ser hoy tan importantesocialmente como lo fue entonces el teatro.

Sin embargo, los griegos no se dedicaban sólo al artey a la ficción que nace de la fantasía. También sentían

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pasión por el conocimiento basado en la observación dela realidad. Querían saber de qué materia está hecho elmundo, qué son las estrellas y cómo funciona lanaturaleza. No les bastaban los cuentos tradicionales ylos mitos, muy entretenidos pero poco exactos. Queríanpruebas, demostraciones, razonamientos: les gustabacalcular y les fascinaba la precisión misteriosa de lageometría. Tanto o más que la imaginación, que es algopresente en todos los pueblos por primitivos que sean,ellos apreciaban la razón, algo mucho menos corriente.No rechazaban las leyendas (o sea, explicar una cosareal a través de un cuento fantástico) pero preferían lasteorías, es decir, explicar una parte de lo real por mediode causas tomadas del resto de la realidad queconocemos. Los primeros sabios griegos —Tales,Pitágoras, Anaximandro, etcétera— mezclaban en suenseñanza la imaginación con los razonamientos, lasleyendas con las teorías. Muchos les consideran unaespecie de filósofos primitivos, pero yo creo que aún lesfaltaba algo para llegar a serlo…

Ese «algo» es precisamente la discusión, el debate,el diálogo libre y abierto con otras personas. Tambiéndiscutir es una costumbre democrática, porque sólodiscutimos con nuestros iguales: al jefe le damostemblando la razón pero a nuestro colega le planteamos

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críticas, objeciones y le ofrecemos argumentos… o sea,razonamos con él. Uno puede descubrir solito que elfuego quema, el agua moja y que no debemos meterle lamano en la boca a un león; pero para saber cómo son losseres humanos, qué es lo que consideran bueno y qué lesparece malo o cuál puede ser la mejor forma deconvivencia social, no hay más remedio que hablar connuestros semejantes. Podemos llegar a saber cómofuncionan las cosas sin preguntarle nada a nadie (aunqueavanzaremos más preguntando, probablemente), pero sinduda sólo preguntando y discutiendo con los demás nosharemos una idea de cómo son los humanos… y por tantode cómo somos nosotros mismos. Pues bien, la filosofíano trata únicamente de entender las cosas sino también alas personas, y por eso nadie —por sabio que sea—puede filosofar en soledad, sin dialogar y discutir conotros.

De modo que vuelvo a lo que te decía al principio:todo esto de la filosofía empezó verdaderamente con unhombre muy especial que hacía demasiadas preguntas.Vivía en Atenas, con una modestia cercana a la pobreza,era más bien bajo, regordete y bastante feo (eso dicen almenos los que le conocieron personalmente): se llamabaSócrates. En su juventud, Sócrates había sido un soldadovaleroso y se había opuesto a quienes pretendieron

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imponer una dictadura que acabase con la democraciaateniense. Pero después se dedicó a una tarea extraña,algo que nadie había hecho antes de él: sencillamente,pasaba los días haciendo preguntas a los ciudadanos ydiscutiendo luego con ellos sus respuestas. A cualquierhora se le podía encontrar en el ágora, la plaza públicade Atenas donde solía haber más gente, pero también enreuniones en casa de algún conocido o en una cena convarios amigos. Y abordaba con sus preguntas a todo elmundo… por lo menos a todo el mundo que se dejaba,fuesen personas de alta posición o muy humildes,militares, artistas, sencillos artesanos: ¡cualquiera que sele ponía a tiro! No le importaba la edad de sus«víctimas», aunque prefería desde luego hablar con losjóvenes.

Pero ¿sobre qué hacía preguntas Sócrates? Bueno, aél le gustaba recordar una antigua recomendación deloráculo de Delfos, a través del cual se supone quehablaba el mismísimo Apolo: «Conócete a ti mismo». Ytambién solía contar que un conocido suyo le habíapreguntado al mismo oráculo quién era el hombre mássabio de Atenas y el oráculo respondió: «Sócrates». Estarespuesta le dejó a Sócrates asombrado. ¡Pero si él nosabía realmente nada de nada! ¿Se habría equivocado eloráculo? Era difícil creerlo, aunque también era difícil

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comprender el sentido de sus palabras. «¡El más sabiode los atenienses! ¡Cómo puede ser! ¿Por qué me llamaráel oráculo “sabio”? ¿Se estará burlando de mí? Yo sólosé una cosa —pensó Sócrates—: sólo sé que no sé nada.¡Ah, pero eso ya es saber algo! ¿Y si los demásatenienses tampoco saben nada deverdad, como me pasaa mí, pero ni siquiera se dan cuenta de que no saben? Ental caso ya soy un poco más sabio que ellos, porque yopor lo menos sé que no sé, mientras que ellos creen quesaben… En tal caso —siguió diciéndose Sócrates—, yome conozco a mí mismo un poco mejor de lo que ellos seconocen, porque yo sé que soy ignorante y los demásviven tan contentos, sin darse cuenta de que lo son».

Claro, Sócrates se daba perfectamente cuenta de quetanto él como cualquier otro ateniense sabían algunascosas: todos sabían hablar, por ejemplo, o que cuandollueve hay que ponerse bajo techado o… o rascarse lanariz cuando les picaba. Nadie ignora cómo se mastica ocómo se bebe agua. Los carpinteros sabían hacer sillas ymesas —comprobaba Sócrates— y los cocinerospreparaban platos muy sabrosos y los jinetes sabíandirigir a sus caballos y los escultores eran capaces dehacer hermosas estatuas y… vaya, parece que todo elmundo, hasta Sócrates, sabía en Atenas algunas cosas.¿Cómo podía entonces decir él que sólo sabía que no

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sabía nada… y que el resto de sus conciudadanos nosabía ni siquiera eso? En este punto supongo que elastuto Sócrates hacía una pausa dramática, se rascaba labarbilla y paseaba sus ojos saltones por los rostrosembobados o impacientes de quienes le escuchaban…

Sócrates

«Yo digo que no sé nada —proseguía luego Sócrates

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— porque en realidad todos mis conocimientos sontriviales, sólo útiles para salir del paso o entretenerme.Pero me falta saber lo más importante de todo, lo únicoimprescindible: cómo se debe vivir. ¿De qué mesirve saber cómo hacer esto o aquello si ignoro quéhacer con mi propia vida? Sería igual que estar muyorgulloso de lo bien que sé andar y hasta de lo muchoque puedo correr… pero sin tener ni idea de dóndevengo ni hacia dónde me conviene dirigir mis pasos. Amis conciudadanos atenienses creo que les pasa lomismo que a mí, que tampoco saben cómo debe vivirse.Hacen lo queven hacer a los demás, pero sin saber en elfondo si es bueno o malo. Ni siquiera piensan por símismos sobre este asunto, se conforman con repetir loque hicieron sus padres y sus abuelos; otros prefierenimitar a los más ricos —¡ah, por algo serán ricos!— o alos más fanfarrones y brutos, confundiendo subravuconería con ser de veras enérgico y fuerte. Algunossiguen su capricho de cada momento y hacen sólo lo queles apetece: ahora como y bebo hasta hartarme, luego meecho a dormir y no me preocupo de qué pasará mañana.Y todos están muy contentos consigo mismos y se las dande listos… ¡Por eso dijo el oráculo de Delfos que yo,Sócrates, a pesar de no saber nada, soy el más sabio detodos!».

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Para ser capaz de vivir bien, pensaba Sócrates,habrá que tener virtud. ¿Qué es la virtud? Una mezclade fuerza (para vencer las dificultades, los peligros) yde acierto para saber qué es lo mejor que puedo haceren cada caso. Todavía hoy, en el siglo XXI, seguimosutilizando la palabra «virtud» en ese sentido, cuandodecimos que Rafa Nadal es un gran virtuoso del tenis (osea, que juega estupendamente, con energía parasobreponerse al cansancio y con buen tino para acertarsiempre el mejor golpe de raqueta) o que Fulano es unvirtuoso de la batería (porque la toca como nadie) o queMenganita tiene la virtud de ser la mejor maestra quepueda uno desear. Del mismo modo, Sócrates estabaconvencido de que debía haber una virtud o quizá variasque nos hicieran vivir excelentemente, del mejor modoposible. Porque es estupendo ser un magnífico tenista, oguitarrista o maestro… pero lo más importante de todoes ser un buen ser humano, un ser humano que vive comoes debido. Sin embargo, lo mismo que nadie logra jugaral tenis como Rafa Nadal por casualidad, dandoraquetazos al tuntún a ver si acierta, tampoco nadielogrará vivir bien sin pensárselo y sin reflexionar sobrequé es la vida humana.

Sócrates estaba convencido de que la virtud tieneque ver con el saber, con la razón (y no con la rutina, la

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imitación, el capricho momentáneo o la tradición querepite las opiniones de nuestros mayores). Ser virtuosoes tener el razonable conocimiento de lo que es unabuena vida. ¿La prueba? Pues que nadie hace mal lascosas a sabiendas. Si me ves jugar al tenis a mí, quelo hago fatal, no pensarás que sé muy bien cómo se juegapero que lo hago mal aposta, sino que no sé jugar. Lomismo pasa con quien vive mal: a lo mejor él cree quees muy listo y hace lo que quiere, pero en realidad lo quepasa es que no sabe cómo vivir bien. Llamamos vivir«bien», supone Sócrates, a vivir como de verdad nosconviene: por lo cual no nos queda más remedio queponernos a pensar qué es precisamente eso que nosconviene. Vamos a ver: ¿qué son las cosas quenormalmente consideramos convenientes y deseables?Pues la belleza, el valor, el placer, la riqueza, etcétera.Estupendo, pero ¿sabemos de verdad qué son cada unade esas cosas? ¿Quién lo sabe? Por eso Sócrates sale ala calle, va al ágora, a donde está la gente, y comienza ahacer preguntas.

Se encuentra, pongamos, con Hipias, que tiene famade chico listo, y le pregunta: «Oye, Hipias, por favor,¿puedes decirme qué es la belleza?». El chico listo semuere de risa: «Pero bueno, Sócrates, ¿te has vueltotonto o qué? Ni que fueras un niño pequeño… Mira, mira

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lo buena que está esa chica de allí: eso es la belleza».Sócrates le da muchas gracias por la información:«Claro, tienes razón, mira que soy bobo». Pero añade:«Aunque la verdad es que a mí también me parece muyhermoso ese caballo…». Con un suspiro, como siestuvieran poniendo a prueba su paciencia, Hipiasresponde: «Naturalmente, Sócrates, el caballo es muyhermoso… también eso es belleza». «Vaya, hombre,gracias de verdad, ahora voy entendiendo… —comentaalegremente Sócrates—. Y entonces el Partenón, eseedificio tan precioso, también será belleza, ¿no?». «Puesclaro, Sócrates, claro que sí», confirma conbenevolencia Hipias. «Pero… —pero Sócrates ponecara de ir a poner un “pero”—: pero, Hipias, la chicaguapa no se parece al caballo ni el caballo al Partenón niel Partenón a la chica o al caballo… ¡Y sin embargoresulta que los tres son formas de belleza! De modo quevolvemos al principio, a lo que yo te preguntaba: ¿qué esla belleza?». A Hipias, el chico listo, se le pone cara detonto y ya sólo balbucea: «Bueno, verás, claro, digo yoque…». Sócrates espera un poco a que se le pase eldesconcierto: está ya acostumbrado a esa reacción desus interlocutores. Después, como si no hubiera pasadonada, sigue con sus preguntas.

Y sigue preguntando porque él, Sócrates, tampoco

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sabe qué es la belleza. No hace preguntas a Hipias o aquien sea como un maestro toma la lección al niño, paracomprobar si se la ha aprendido. Lo único que Sócratessabe es que la belleza no es una chica guapa, ni uncaballo estupendo o un monumento hermoso: no es unacosa, sino una idea que sirve para describir cosasdistintas pero que no resulta fácil precisar. Ya es saberalgo: y también sabe que los demás, que tan seguros vanpor el mundo, no saben ni siquiera eso. Para empezar,sin embargo, Sócrates prefiere fingir que es un ignoranteabsoluto y que en cambio toma a sus interlocutores porgrandes sabios: esa actitud se llama ironía y le dabastante buenos resultados. De modo que siguepreguntando y preguntando, para despertar en el otro lasdudas respecto a lo que cree saber y luego las ganas deaprender cuando se dé cuenta de que aún no sabe… perotambién para llegar a saber más él mismo.

¿Y qué le importa a Sócrates que los demás sepan ono? Muy sencillo: Sócrates está convencido de que nadiepuede saber solo, de que lo que sabemos lo sabemosentre todos, de que quienes vivimos en sociedad tenemostambién que saber… socialmente. Ya lo hemos dichoantes, la filosofía es una consecuencia de la democracia.Los llamados «filósofos» no forman una casta superior ouna secta misteriosa, sino que se saben iguales a los

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demás humanos: la única diferencia es que se handespertado antes, que se han dado cuenta de que nosabemos lo que creemos saber y quieren poner remedioa esta ignorancia. ¿Qué es un filósofo? Alguien que trataa todos sus semejantes como si también fuesen filósofosy les contagia las ganas de dudar y de razonar.

En algunos de esos diálogos que mantenía Sócratescon la gente no se llegaba al final a ninguna conclusión,

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salvo una muy importante: que hay que seguir pensando ydiscutiendo más. En otros, en cambio, Sócrates expuso alfinal la opinión que le parecía más razonable yverdadera. A veces, esa toma de postura tenía muchaimportancia para el objetivo final que buscaba Sócrates,es decir: saber cómo se debe vivir. Por ejemplo, encierta ocasión mantuvo una discusión casi dramática conun joven arrogante y fanfarrón llamado Caliclés. El temafue éste: ¿qué es mejor, cometer una injusticia contraotro o padecerla uno mismo? Por supuesto, Caliclésdecía que es mucho mejor cometer injusticias quesufrirlas. Aún más: sostenía que son los debiluchos yamargados quienes siempre se están quejando de lo«injustos» que son los fuertes, es decir, los audaces quese atreven a hacer lo que les apetece, caiga quien caiga.Caliclés estaba decidido a ser todo lo injusto que lediera la gana, faltaría más: consideraba humillante queotro le sometiese a su voluntad en nombre de la ley, de lacompasión o de lo que fuera. Sócrates, en cambio,pensaba todo lo contrario: si alguien nos hace unafechoría, no por eso nos volvemos peores ni perdemos lavirtud de vivir bien. Es el otro quien se mancha, nonosotros. Lo único que estropea nuestra vida son lasinjusticias y abusos que cometemos voluntariamentenosotros mismos. Son ésas las que nos hacen peores, no

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las que padecemos por culpa de los demás. La discusiónfue larga, bastante agria y ninguno logró convencer alotro. Caliclés se fue muy enfadado y mascullandoamenazas contra Sócrates…

No era el único que le detestaba. Algunos de losciudadanos más conservadores de Atenas se sentíanincómodos con Sócrates porque pensaban que hacíadudar de las cosas que siempre se habían creído. Haygente así: están convencidos de que los dogmas en quecreyeron nuestros padres, y nuestros abuelos, y nuestrostatarabuelos no deben nunca discutirse y hay queaceptarlos sin darles más vueltas. La manía de Sócratesde hacer preguntas difíciles de contestar y de discutirlotodo les parecía una falta de respeto, algo subversivo.¡Qué se había creído ese tipejo extravagante que lescomía el coco a los jóvenes con sus bobadasincomprensibles! De modo que finalmente, cuandoSócrates tenía ya setenta años y llevaba mucho tiempocharlando filosóficamente con los atenienses, tresciudadanos importantes de la ciudad le denunciaron a lasautoridades y se abrió un juicio contra él. Le acusabande impiedad con los dioses de la ciudad (contra los queSócrates, por cierto, nunca había dicho nada), decorromper a los jóvenes y de querer introducir a un diosnuevo en Atenas. Esto último tiene gracia, porque ese

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supuesto «dios» era una especie de broma de Sócrates,que tenía un gran sentido del humor: él hablaba de que leacompañaba un daimon, es decir, una especie dediablillo que le aconsejaba antes de tomar una decisión.Pero ese diablejo nunca le decía lo que debía hacer sinosólo lo que no debía hacer… ¡Por supuesto, nunca se leocurrió intentar «predicar» semejante dios a los otrosciudadanos! En cualquier caso, ahí tenemos a Sócratesante el tribunal de Atenas y arriesgándose si le condenana sufrir un grave castigo.

En su defensa, Sócrates pronunció un discursomagnífico: con sus palabras no quiso librarse de laposible condena sino explicar a los atenienses en quéhabía consistido su actividad todos esos años. No estabaarrepentido de nada, todo lo contrario: se sentíaorgulloso de su eterna tarea de preguntón y discutidor.¿Por qué? Sócrates lo resume muy bien en una sola frasede ese discurso memorable: «Una vida que no reflexionani se examina a sí misma no merece la pena vivirse». Laprincipal tarea de la vida, según él, es preguntarse cómovivir y qué hacer con nuestra vida. Desde luego, estasexplicaciones irritaron aún más a sus acusadores y amuchos miembros del tribunal que debía juzgarle.¡Sócrates no sólo no reconocía su culpa, sino que decíatranquilamente que merecía un premio de los atenienses

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por haber sido para ellos como un tábano, que pica a lavaca hasta que logra despertarla y la pone en marcha!¡Qué arrogancia! ¡Vaya frescura!

Finalmente, el tribunal acabó declarando a Sócratesculpable. Y le condenó a muerte. La sentencia, sinembargo, no debería cumplirse hasta que la nave quehabía zarpado hacia el santuario de Delos no volviese alpuerto de Atenas. Durante varios días, los amigos ydiscípulos de Sócrates le visitaron en su mazmorra paraintentar convencerle de que se escapase. Ya teníansobornados a los guardias y la huída era cosa fácil. PeroSócrates se negó: había vivido toda su vida bajo lasleyes de Atenas y las respetaba tanto para lo bueno comopara lo malo. Prefería morir de acuerdo con la legalidadque seguir viviendo a su edad de modo clandestino,huyendo y escondiéndose. Finalmente aparecieron, allálejos en el horizonte, las velas de la nave fatal queregresaba. Así llegó el momento de la ejecución, que enAtenas se realizaba por medio de un potente veneno, lacicuta. Sócrates pasó sus últimas horas charlando comosiempre con sus amigos, acerca de la muerte y de laposible inmortalidad del alma. Estaba completamentetranquilo y casi parecía contento. Sus últimas palabras,cuando ya la cicuta le hacía su letal efecto, fueron:«Acordaos de que le debemos un gallo a Esculapio». Es

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una frase bastante enigmática. Esculapio era en Grecia eldios de la medicina y solía ser costumbre ofrecerlesacrificios de animales, por ejemplo gallos, cuandoalguien se curaba de una grave enfermedad. QuizáSócrates, con su peculiar sentido del humor, nos dejócomo último mensaje que al morir se «curaba» de lossinsabores e injusticias de la vida, esa graveenfermedad…

Alba y Nemo se pasean entre las ruinas del ágorade Atenas. Arriba, contra el cielo de un azulmediterráneo, se recorta la perfecta silueta delPartenón. Y mientras, van charlando.

NEMO: Pues yo te digo que sigo sin entenderlo.

ALBA: Venga, ¿qué es lo que no entiendes?

NEMO: Pues no comprendo por qué hacía Sócratespreguntas a cualquiera. Vamos a ver, ¿acaso noestaba convencido de que los demás sabíantodavía menos que él?

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ALBA: Sí, pero… quizá quería intrigarles.

NEMO: ¿A qué te refieres?

ALBA: Despertar su curiosidad, su asombro… hacerlessentir un poco incómodos con sus ideas de todala vida. ¡Cuando uno se siente demasiadosatisfecho con su forma de pensar vive yamedio dormido! Como un zombi…

NEMO: Y lo que Sócrates pretendía con tanta pregunta

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era despertarles, ¿verdad? Creo que tienesrazón. Pero debe resultar muy incómodopasarse la vida dudando de lo que ya creía unotener seguro. ¿Y si algunos considerasen másagradable y cómodo seguir «dormidos», comotú dices?

ALBA: Por lo que nos acaban de contar, Sócrates nosiempre tenía éxito con sus interrogatorios.¡Hay quien no se despierta mentalmente ni acañonazos! Y también los hay que se cabreanmuchísimo con quien pretende despertarles.Acuérdate de la cicuta…

NEMO: ¡Claro, fueron los «dormidos» que se niegan adespertar quienes mataron a Sócrates! ¡Pobrehombre!

ALBA: ¿Por qué «pobre»? Yo creo que se lo pasóestupendamente, pensando en voz alta eintentando hacer pensar a los otros. Vivió comoquiso vivir, aunque no fuera como vivían losdemás.

NEMO: ¿Te lo imaginas…?

ALBA: Me lo imagino riendo o por lo menos sonriendo.En cambio no puedo imaginarme a Sócrates

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llorando.

NEMO: La verdad es que debió de ser un tío alucinante.Me hubiera gustado conocerle… ¡Jo, ahora yano hay gente así!

ALBA: ¿Y por qué no va a haberla? Mira, si queremos,tú y yo podemos ser como él.

NEMO: ¿Haciendo preguntas y todo eso? Oye, no estaríanada mal. Pero no sé…

ALBA: Bueno, gente dormida a nuestro alrededor nofalta, ¿eh?

NEMO: Lo malo es que creo que yo también estoy«dormido» muchas veces…

ALBA: ¡Toma, y yo! ¡Y Sócrates! Lo importante es darsecuenta y no quedarse roncando tan tranquilos.

NEMO: Pero eso de las preguntas… Hacérselas unomismo, bueno, pero preguntar a los demás, así,por las buenas… A muchos no va a gustarles, yaverás.

ALBA: Seguro que a otros sí les gustará.

NEMO: No tengo ganas de probar la cicuta…

ALBA: ¿Y qué prefieres? ¿Coca-Cola?

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NEMO: ¡Cómo eres! Contigo no puede ni… ¡niSócrates!

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S

CAPÍTULO 3Arriba y abajo: los dos herederos

ócrates conversó durante años con susconciudadanos atenienses, hizo mil preguntas,replicó ingeniosamente a sus interlocutores…

pero nunca escribió nada. A lo largo de los siglos se hancompuesto miles de libros sobre él, pero él no escribióninguno, ni siquiera unas pocas páginas explicando suforma de pensar. ¿Cómo podemos saber entonces lo querealmente dijo?

La verdad es que no podemos estar seguros. Algunosde quienes le escucharon tomaron nota de sus palabras,así como de sus gestos y de su forma de comportarse:fueron ellos los primeros que escribieron sobre Sócratesy todos los que han venido luego se han basado en sutestimonio. Lo mismo pasó también con otrosimportantes maestros en el campo de la religión, comoBuda o Jesucristo. Sus enseñanzas no nos han llegado

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directamente de su puño y letra sino a través de lo quesobre ellos cuentan varios de sus discípulos. Quizá notodos esos oyentes sean igualmente fiables, perocomparando lo que dicen unos y otros podemos hacernosuna idea razonablemente aproximada de cómo fueron yqué enseñaron esos notables personajes.

En el caso de Sócrates, quien mejor escribió sobre élfue uno de sus seguidores más constantes, llamadoPlatón. En realidad su nombre era Aristoclés, pero todoel mundo le conocía por «Platón» porque era muycorpulento y ancho de espaldas. Se trataba de un jovende buena familia que conoció a Sócrates cuando teníadieciocho o diecinueve años y quedó fascinado por él.Procuraba seguirle adonde fuese y no se perdía ni uno desus improvisados debates con los ciudadanos atenienses.Después de la ejecución de Sócrates, Platón se propusoescribir cuanto recordaba de ese extraño maestro (¡unmaestro que no quería ser maestro de nadie!) yreproducir lo mejor que pudiera el encanto y lainteligencia de su permanente interrogación en busca dela verdad. Sin duda su propósito era impedir queSócrates cayera en el olvido y también demostrar lo muyinjusta que fue la condena que padeció.

Pero ¿cómo guardar para la posteridad toda la graciade aquellas conversaciones inolvidables a las que tantas

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veces había asistido? Porque no se trataba sólo de contarlo que había dicho Sócrates, sino también lo que otros lerespondían y cómo entonces replicaba él. Sócrates nopredicaba sermones ni pronunciaba discursos, sino quediscutía con los demás: es decir, dialogaba. Era eseintercambio de preguntas, respuestas, dudas y hallazgoslo que importaba, no las conclusiones finales… cuandolas había, porque muchas veces el debate permanecíaabierto, sin moraleja definitiva. Como buen ateniense,Platón era muy aficionado al teatro: ya hemos dicho loimportante que era ese espectáculo en aquella ciudad.De modo que tuvo la ocurrencia genial de contar susrecuerdos de Sócrates de una forma teatralizada:escribió unos diálogos entre diversos personajes —unode los cuales es el propio Sócrates— que debaten, secontradicen o se ponen de acuerdo sobre las cuestionesmás diversas. Así logra transmitir no sólo las opinionesde Sócrates y de sus interlocutores, sino también elambiente de aquellas charlas, con toda su incomparablelibertad y su frecuente humor. Cuando los leemos hoy,tantos siglos después, nos parece que volvemos a Atenasy allí conocemos personalmente a seres humanos comonosotros, con los aciertos, errores y pequeñas o grandesvanidades que todos tenemos.

El resultado es magnífico, pero… pero siempre hay

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algún «pero». Y es que Platón no sólo fue un oyenteembobado de Sócrates, sino también una personasumamente inteligente y por tanto deseosa de pensar porsu propia cuenta, como precisamente Sócrates hubieraquerido. Al principio, en los primeros diálogos queescribió, se limitó a dar cuenta de diversas charlassocráticas y de los momentos más emocionantes en lavida de aquel personaje: su discurso ante el tribunal quele condenó, sus razones para rechazar la huida que leproponían algunos amigos, sus últimos momentos cuandobebió la cicuta mientras discutía serenamente conquienes le acompañaban en ese trance sobre la muertecercana y la posible inmortalidad del alma… Sinembargo, en diálogos posteriores, Platón empezó aintroducir cada vez más sus propias opiniones. Lo maloes que, como ante todo seguía considerándose discípulode Sócrates, las puso también en boca de su maestrocomo si se las hubiera oído a él. A nosotros ahora ya nonos resulta fácil distinguir dentro de los escritos dePlatón entre los que reproducen tal cual las palabras deSócrates y los momentos en que se utiliza a Sócratescomo portavoz del pensamiento platónico.

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Platón

Aunque la primera inspiración para dedicarse a lafilosofía le vino a Platón de Sócrates, sus estilos de

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filosofar son muy diferentes. Platón no iba ya por callesy plazas preguntando a la gente, como hacía Sócrates: laverdad es que ningún otro filósofo ha vuelto acomportarse así. Muchos aprendieron —¡aprendimos!—de Sócrates, pero nadie se ha atrevido a vivir luego tanlibre y alegremente como él. A partir de Platón, losgrandes pensadores se han convertido en maestros, enprofesores, y el primero de estos maestros fue el propioPlatón, que fundó en Atenas una especie de «colegio defilosofía» al que todos llamaron Academia (¿os suena elnombre?) porque estaba situado en unos jardinespúblicos dedicados a un antiguo héroe, Akademos. AllíPlatón explicaba su forma de comprender el mundo anteun pequeño grupo de discípulos que le escuchabanatentamente y supongo que también le planteaban de vezen cuando dudas y objeciones. Porque en filosofía nadietiene «la verdad, toda la verdad y nada más que laverdad», como dicen en los juicios (o por lo menos enlas películas sobre juicios que yo he visto). Si no haydiscusión e intercambio de puntos de vista, no puedehablarse de auténtico conocimiento filosófico.

A Platón, desde luego, le interesaba encontrar laverdad. Pero… ¿Qué es la verdad? Y la pregunta másdifícil: ¿Cómo reconocerla cuando la tengamos delante?Constantemente oímos afirmaciones tajantes sobre todos

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los asuntos divinos y humanos: «El jamón es muy rico»,«Los chinos son misteriosos», «París es la capital deFrancia», «¡Cuidado con los tiburones!», «Las mujeresconducen peor que los hombres», «Todos los humanossomos mortales», etcétera. Unas sostienen esto y otras locontrario, de modo que alguien debe equivocarse. Sinduda, algunas son verdaderas, pero otras serán simplesprejuicios o supersticiones. ¿Cómo podemosdistinguirlas? Platón dice que la mayoría no son más queopiniones, es decir, que sencillamente se limitan arepetir lo que la gente suele creer o que convierten endogma lo que no es más que una circunstancia casual:por ejemplo, como yo no he visto más que cisnesblancos decido sin vacilar que todos los cisnes sonnecesariamente blancos. Y me equivoco, porque enAustralia —donde nunca he estado— resulta que haycisnes negros.

El auténtico conocimiento debe ir más allá de laopinión, es decir, tiene que tener un fundamento sólidoque lo haga verdadero: no sólo verdadero para mí o paramis amigos, sino para todas las personas capaces depensar y de utilizar bien su razón. Es eso lo que, segúnPlatón, busca la filosofía: la ciencia de lo verdadero,que va más allá del barullo contradictorio de lasopiniones. Pero ¿cómo puedo estar seguro de nada, si

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todo cambia a cada momento? Tengo una rosa en lamano: llena de color, fresca, olorosa… y dentro de unpar de horas marchita y deshojada; ahora veo una jarrade agua, transparente y con la que puedo mojarme lacara: si desciende la temperatura, se convertirá en sólidohielo, pero si hace demasiado calor se evaporará hacialas nubes; en cualquier caso dejará de ser como antesfue; vamos por la calle y me señalas un enorme dogodiciendo: «Mira, un perro», lo mismo que me acabas dedecir cuando nos hemos cruzado con un minúsculochihuahua y con un lanudo collie escocés… ¿en quéquedamos?, ¿todos son perros… a pesar de susdiferencias?, ¿y siguen siendo igual de perros cuandocorren y cuando se tumban a dormir, cuando mueven lacola y cuando están muertos?, etcétera.

Según Platón, en este mundo material en que vivimostodas las cosas se transforman constantemente según laluz que las ilumina: la temperatura, los accidentes, loscaprichos de las formas diversas y el tiempo que todo lodegrada finalmente. Si sólo nos fijamos en lo quepodemos ver, oler, oír y tocar nunca podremos estarseguros de nada porque todo pasa, cambia, se mezcla ydesaparece. Sin embargo, es posible llegar aconocimientos exactos y precisos: por ejemplo, enmatemáticas y geometría. El centro de una circunferencia

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está siempre a igual distancia de todos los puntos de lamisma, aunque esté dibujada en la pizarra, en la arena ytanto si es invierno como verano; dos y dos suman cuatrotanto si se trata de dos peras como de dos tigres,etcétera. Los números y las figuras geométricas no sedesgastan con el tiempo ni se alteran por culpa de loselementos atmosféricos: sirven para comprender elmundo, pero no forman parte material del mundo. Platónconcedía tanta importancia a esto que a la puerta de suAcademia tenía escrita esta advertencia: «Que nadieentre aquí sin saber geometría». (¡Me temo que yohubiera debido quedarme fuera!).

Y de modo semejante pensaba que más allá de lascosas materiales que conocemos por medio de lossentidos hay unas ideas que son la verdad inmutable yeterna de cada una de ellas: la idea de la Rosa nunca semarchita, la idea del Agua ni se congela ni se evapora, yla idea de Perro vale para cualquier tipo y forma deperro. Hay una idea que expresa la realidad duradera delas cosas entre las que vivimos, las que vemos cambiar yperecer sin cesar. Quienes intentan conocer a partir de lamateria y de lo que nos dicen los sentidos no logran másque repetir meras opiniones, sin un fundamento seguro yque se contradicen unas a otras. Sólo los que soncapaces de percibir las ideas eternas e inmutables —es

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decir, los filósofos— son para Platón capaces de unaverdadera ciencia, es decir, de un conocimiento segurotan riguroso e inatacable como las mismísimasmatemáticas.

Para que se entendieran mejor sus enseñanzas, queno son nada fáciles, Platón recurría frecuentemente ensus diálogos a mitos: esos mitos no son de tiporeligioso o tradicional, sino algo así como cuentos quesirven de ejemplo a lo que quiere decir. Se parecen a lasparábolas que otro maestro, Jesucristo, solía utilizarpara que la gente sencilla le comprendiera mejor. Sinduda, el mito más famoso de los narrados por Platón esel llamado «mito de la caverna», y tiene que ver con suteoría de las ideas. Podemos resumirlo así: imaginemosuna oscura caverna en cuyo fondo, allá donde no alcanzala luz del Sol, están encadenados cara a la pared unpuñado de prisioneros. No pueden ni siquiera volver lacabeza, sólo mirar al liso muro rocoso que tienen frentea ellos. Tras los prisioneros hay encendidas unas cuantashogueras y varias personas van y vienen transportandocargas diversas: armas, jarrones, estatuas, ramas deárbol y hasta animales vivos. Las sombras de esostranseúntes se dibujan en la roca del fondo, al modo desombras chinescas (¿habéis visto cómo la sombra de unamano en la pared puede parecer un perro que abre y

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cierra la boca o un pájaro?), y los pobres prisioneros,que nunca han salido de la caverna ni visto otro paisaje,están convencidos de que son seres reales, no merosreflejos. Pero he aquí que un prisionero logra romper suscadenas, escapa de la caverna y sale a la luz delexterior: allí está la auténtica realidad, los pájaros y losleones, el mar, los árboles… el mismísimo Sol quebrilla en el cielo. Regresa al interior para comunicar laverdad a sus compañeros, que siguen encadenados, peronadie le hace caso y todos se burlan de él, creyendo quela libertad le ha enloquecido. Para quien vive atado a lassombras sólo las sombras son reales…

Según Platón, la tarea del filósofo es intentar que loshombres rompan las cadenas que les atan a la realidadmaterial del mundo y sean capaces de ver las ideaseternas, de las que las cosas transitorias que nos rodeanson meros reflejos perecederos. No es un oficio fácil elde filósofo, porque la gente común tiene más aprecio porsus cadenas sensoriales que por la verdad e inclusopueden rebelarse contra quien quiere abrirles los ojos:¡recordemos lo que le ocurrió a Sócrates!

Pero no creáis que Platón vivía sólo entre nubesideales, todo lo contrario: a diferencia de Sócrates,estaba profundamente preocupado por la política ydeseaba cambios profundos en la vida de la ciudad.

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Creía que la filosofía debería servir sobre todo paraencontrar el bien —la idea principal de todas, el sol delfirmamento de las ideas— a través del conocimiento dela verdad. Y el bien debe realizarse efectivamente en lasociedad que los hombres comparten: ¿dónde si no?Desde luego no tenía mucha simpatía por la democracia,al menos por el modelo democrático ateniense. Sin dudatodos los seres humanos (incluidas las mujeres; en esepunto Platón era menos misógino que otros griegos) soniguales en lo básico, su humanidad misma, pero difierenen cualidades y aptitudes. Por ejemplo, no todos somosigualmente capaces de pelear en una batalla o de tomardecisiones acertadas de gobierno, como establecían lasnormas democráticas vigentes. Según Platón, la sociedadse parece bastante a un ser humano: cada uno de nosotrostiene en su alma o espíritu capacidad de razonar, asícomo impulsos pasionales de coraje y valentía, junto aotros de cálculo propios para el comercio y laproducción de bienes. En cada persona estándesarrolladas unas capacidades más que otras. De modoque la sociedad más justa —es decir, más cercana alograr el bien común— será aquélla en que dirijan losque tengan mayor capacidad racional, se ocupen de ladefensa y del mantenimiento del orden los más valientesy lleven los negocios los que tengan mejores apetitos

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comerciales: o sea, los filósofos, los guardianes y losartesanos y comerciantes. En la república ideal dePlatón todo debería estar supeditado al bien de lacomunidad, incluso la literatura y la música.

Como otras «utopías», es decir, descripciones de unorden supuestamente perfecto que no existe en ningunaparte ni es probable que llegue a existir jamás, la dePlatón resulta algo agobiante: más adelante tendremosocasión de volver sobre este asunto. En cualquier caso,Platón se tomó muy en serio que los filósofos deberíaninfluir en el buen gobierno. Uno de sus discípulos en laAcademia era Dionisio, hijo del tirano del mismonombre que reinaba en Siracusa y su heredero. Cuandoel viejo Dionisio murió, su hijo invitó a Platón a su reinorecién estrenado para que fuese su consejero. Aunque enaquellos tiempos la travesía por mar entre Grecia ySicilia (que es donde está Siracusa) era cualquier cosamenos un viaje de placer, Platón se embarcóanimosamente, convencido de que había llegado laoportunidad de poner en práctica sus teorías políticas.Pero al poco tiempo de empezar a desempeñar susfunciones comprendió que Dionisio tenía poco defilósofo —a pesar de haber sido su discípulo— y encambio mucho de tirano: no le gustaba que nadie lellevara la contraria ni le aconsejara nada que no

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coincidiera con sus caprichos. El pobre Platón tuvo quevolverse apresuradamente a casa, antes de que Dionisiohiciera con él algo aún peor que darle a beber cicuta.

En la Academia estudiaba también un jovencito queentró en ella con sólo diecisiete años y permaneció hastala muerte de Platón. Se llamaba Aristóteles y quizá hayasido uno de los mayores sabios que han pisado estemundo. Después de perder a su maestro fundó su propiocentro de estudios, llamado Liceo (también el nombre seha hecho famoso, como sabéis). Pero en él Aristóteles nosólo enseñaba filosofía. Por supuesto, se interesaba porla cuestión de cómo vivir bien y también por los asuntospolíticos, como Sócrates y Platón, pero a diferencia deellos sentía además otras muchas inquietudesintelectuales. Para Aristóteles, el afán de conocimientoempieza por el asombro que sentimos ante todo lo quenos rodea y por la curiosidad que quiere explicar cómofuncionan las cosas. Pero no eran los asuntos humanos,sino la naturaleza su mayor motivo de asombro: de modoque se dedicó a estudiar medicina, zoología, botánica,astronomía, física y no sé cuántas cosas más. Los seresmateriales entre los que vivimos no le parecían unsimple decorado para nuestras aventuras humanas ni el

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reflejo degradado de alguna realidad superior, sinomisterios apasionantes cuya condición y funcionamientoquería a toda costa conocer. Como científico, en elsentido moderno del término, fue un observadorexcelente: baste decir que aseguró que las ballenas noeran peces, sino mamíferos, lo que tardó más deveintitrés siglos en ser aceptado como verdad por labiología europea.

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Aristóteles

En el campo de la filosofía propiamente dicha, aAristóteles se le planteó un grave dilema. Por un lado, seconsideraba no sólo discípulo, sino también amigo dePlatón, al que respetaba muchísimo; por otro, estabaconvencido de que la teoría de las ideas de su maestroera falsa. ¿Qué hacer, criticar a Platón o renunciar a suspropias convicciones? Finalmente, Aristóteles zanjó elasunto así: «Soy amigo de Platón, claro, pero aún soymás amigo de la verdad». Aristóteles no creía que laesencia de cada cosa fuese una idea eterna que flotabapor el cielo o no se sabe dónde. Opinaba en cambio quesi había una idea estaba en la realidad presente de lacosa misma y era allí donde podíamos estudiarla ycomprenderla. Todo lo que existe, dice Aristóteles, estácompuesto de materia y forma: la materia es algo asícomo el soporte opaco y maleable que la formaconvierte en algo distinto a lo demás. Del mismo modo,en un jarrón de cerámica, la arcilla es la materia que elalfarero modela hasta que le da la forma quedefinitivamente le corresponde. Además, cada cosa tieneposibilidades de llegar a ser otras: así, por ejemplo, loque ahora es actualmente agua puede convertirse en hieloo en vapor. De modo que hay un permanente dinamismo

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que transforma y moldea sin cesar la realidad.Esta indagación del ser de cada cosa —porque antes

de ser esto o aquello todas las cosas son, existen, estánen el mundo… sean lo que sean— recibió por parte deAristóteles el nombre de filosofía primera ofundamental. Pero como los libros en que habla de estascuestiones fueron clasificados tras su muerte por susdiscípulos después de aquéllos en que habla de la física,a partir de entonces se llama «metafísica». Literalmente,lo que viene después de la física, pero, en el fondo, loque se ocupa de cómo es lo que es, de la última esenciao realidad de todo lo que hay. Como veremos, gran partede los filósofos de los siglos posteriores se handedicado ante todo a cuestiones metafísicas, que son lasmás complejas y abstractas de todas.

Pero hay también otros dos campos muy importantesde la filosofía que fueron inaugurados por Aristóteles: lalógica y la ética. La lógica (cuyo nombre viene de lapalabra logos, que significa «razón» o «pensamiento»)se ocupa de cuáles son los mecanismos que nos hacenrazonar de modo conveniente. En efecto, no basta conobservar lo que nos rodea para llegar a saber algo,también es preciso sacar las conclusiones de lo queobservamos de modo correcto. Y por supuesto, cuandodiscutimos de algún asunto la razón no la tiene quien más

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grita sino el que es capaz de enlazar sus argumentos demodo adecuado. Aristóteles suponía que la mayor partede nuestros razonamientos son en forma de silogismos,es decir, dos premisas de cuya combinación obtenemosuna conclusión. Por ejemplo: todos los humanos sonracionales, Alba es humana, por tanto Alba es racional.O Nemo, si prefieres.

Es importante señalar que la lógica no se ocupa de silas premisas son verdaderas o falsas, sólo de que laconclusión derive correctamente de ellas. Por ejemplo,de las premisas «algunos gorriones tienen cuatro patas»y «todos los gorriones son aves» puede deducirsecorrectamente que «algunas aves tienen cuatro patas». Esuna conclusión zoológicamente falsa porque parte de unhecho falso, pero lógicamente es verdadera. En cambio,de dos premisas verdaderas como «todos los gorrionesson aves» y «todos los avestruces son aves» no puedededucirse lógicamente que «algunos gorriones sonavestruces». De modo que el conocimiento auténticonecesita premisas verdaderas y conclusioneslógicamente correctas. En cualquier caso, un buenaprendizaje de los mecanismos de la lógica esimprescindible para no dejarnos embaucar por quienesparece que razonan y en realidad sólo proclaman«falacias», es decir, silogismos falsos.

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También fue Aristóteles el inventor de la ética, quees el nombre técnico que él dio a la reflexión sobre laantigua pregunta de cómo vivir que ya había ocupadotambién a Sócrates y a Platón. Aristóteles parte de quelos humanos somos seres activos, es decir, que tenemosque elegir lo que queremos hacer con nuestra vida (adiferencia de los animales, que están «programados» porla naturaleza para comportarse de tal o cual modo). Elser humano actúa de acuerdo con motivos que explicanpor qué preferimos hacer una cosa u otra. Si tepreguntan: «¿Por qué te pones a estudiar tus lecciones enlugar de jugar con la PlayStation?», responderás:«Porque quiero aprobar las asignaturas del curso». Y siel preguntón insiste: «¿Por qué quieres aprobar elcurso?», le puedes contestar: «Porque tener elbachillerato me dará más oportunidades en la vida».Pueden volver a preguntarte para qué quieres talesoportunidades, tú les contestarás lo que te parezcaoportuno… hasta que finalmente llegues a la últimarespuesta: «Todo lo hago porque quiero ser feliz». Y sialguien es tan tonto o malicioso como para preguntartepor qué quieres ser feliz le dirás que ser feliz no es uninstrumento para otra cosa, que nadie quiere ser feliz«para» algo, sino que la felicidad es el último fin denuestras acciones en la vida. Aristóteles te hubiera dado

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la razón.¿Qué debemos hacer para ser felices? Ante todo,

dice Aristóteles, deliberar sobre lo que más nosconviene en cada caso. Somos seres racionales y, por lotanto, cuanto más dirigida por la razón sea nuestraconducta, más probabilidades hay de que nos acerque ala felicidad. Pero como gran parte de nuestras accionesson urgentes o rutinarias y nos dan poco tiempo paramuchas reflexiones, lo mejor es adquirir la costumbre deactuar como es debido: así elegiremos el mejorcomportamiento por hábito y casi automáticamente. A lacostumbre de obrar como es debido la llama Aristóteles«virtud», como el viejo Sócrates. Y la virtud seencuentra en la acción prudente, equilibrada, que evita ladesesperación fatal de los extremos: por ejemplo, anteun peligro, son exageraciones indeseables la cobardíaque huye indignamente, pero también la temeridad ciegaque nos expone a la destrucción como si fuésemosinvulnerables. La virtud es el coraje, que afronta confirmeza pero sin bravuconería el riesgo necesario.

En el terreno social, la virtud más importante es lajusticia, que consiste en dar a cada cual lo que lecorresponde y en esperar de cada uno lo que es debido.De todas formas, siempre obramos en la incertidumbre,aunque debamos intentar en cada caso lo mejor: para

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Aristóteles, la felicidad es un ideal pero en modo algunouna certeza, porque en la vida de cada uno de nosotrosinfluyen muchas circunstancias que no dependen denuestra voluntad, y hasta el momento de la muerte nadiepuede decir realmente si ha sido feliz o no. Uno de losrasgos más hermosos de la ética de Aristóteles es laimportancia que da a la amistad: incluso dice que, sinamigos, nadie quisiera verse obligado a vivir.

Platón y Aristóteles, los dos grandes seguidores deSócrates, son sin duda los dos filósofos más influyentesde la historia. Platón apunta hacia lo más alto, el ideal,lo espiritual y hasta lo divino: lo eterno; Aristóteles secentra en lo que nos rodea, la naturaleza incluso en susaspectos más humildes y materiales, la observación decuanto vive, ocurre y funciona: todo lo que aparece ydesaparece pero mientras dura es real. Muchos dicenque a partir de ellos todos los filósofos posteriores son oplatónicos o aristotélicos… aunque me parece quetambién abundan los que toman elementos de uno y deotro para combinarlos según su estilo. Ya lo veremos.

m m m

ALBA: Bueno, esto se va complicando cada vez más.¡Empiezo a echar de menos a Sócrates…!

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NEMO: Pues yo creí que Platón iba a convertirse en tupreferido…

ALBA: A ver, dime de dónde te sacas eso.

NEMO: Mujer, no sé, como eres así… un poco idealista.

ALBA: Y supongo que tú estás convencido de que eresaristotélico a más no poder.

NEMO: Soy muy realista, para que lo sepas.

ALBA: Si no llegas a decírmelo, nunca me hubiera dadocuenta.

NEMO: A mí eso de las ideas, separadas de las cosas,volando de aquí para allá… nada, que no meconvence. Porque, vamos a ver: ¿dónde estánlas ideas?

ALBA: Pues no tengo ni idea… y perdona el chiste.Aunque supongo que las ideas están allí dondeestén los números.

NEMO: ¿Qué números?

ALBA: Pues todos, el cinco, el nueve, el mil trescientosveinticinco… y luego las figuras geométricascomo el triángulo isósceles, que tiene unnombre precioso, y el rectángulo y el

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dodecaedro y…

NEMO: ¡No es lo mismo!

ALBA: ¿Cómo que no? ¿Acaso no están los númerosseparados de las cosas? Yo he visto cuatromesas y tres ventanas, pero nunca el cuatro, niel tres… ni mucho menos el cuatro por tres,doce. Y lo mismo me pasa con las plazas detoros, que son redondas pero no son lacircunferencia. También sé lo que es andar enlínea recta, aunque nunca he visto la línearecta…

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NEMO: Pues los números y los triángulos y… en fin,están en nuestras cabezas.

ALBA: Vaya. Y, ¿qué hacen allí?

NEMO: Pues nos sirven para contar y calcular.

ALBA: Y las ideas nos sirven para pensar las cosas, demodo que supongo que también estarán en esoque tú llamas «la cabeza». O sea, debajo delflequillo, ¿no?

NEMO: Ja, ja, me muero de risa. En fin, dime si eresplatónica o no.

ALBA: ¿Me queda otro remedio? A mí me gusta pensar,le estoy cogiendo afición con esto de lafilosofía… Pero Aristóteles también tiene supunto.

NEMO: Para mí, punto y aparte.

ALBA: Bobo. ¿Sabes por qué me gusta Aristóteles?Porque es el primero en esta historia al queoigo hablar de la felicidad.

NEMO: Y, claro, a ti la felicidad te pone…

ALBA: Pues sí, me pone muchísimo.

NEMO: Pero fíjate que, según él, nunca está asegurada,

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por muy buena y moral que seas…

ALBA: Eso es lo que más me gusta de todo. Nada deprometer la luna para que piques y te portesbien. Sólo dice que si haces barbaridades lomás probable es que te vaya aún peor. O sea,antes de actuar piensa qué es lo que más teconviene y luego… ¡adelante! Confía en quetodo saldrá bien, y si no, al menos te queda elconsuelo de que no habrá sido culpa tuya.

NEMO: ¡Jo, son alucinantes estos griegos!

ALBA: Y ya has oído la importancia que le daba a laamistad. Porque aunque todo vaya chungo, peromuy chungo, siempre quedan los amigos deverdad, ¿no?

NEMO: Y tanto… Como tú y como yo. Porque somosamigos, ¿verdad?

ALBA: Amigos para siempre.

NEMO: Entonces, ¿qué somos?, ¿platónicos oaristotélicos?

ALBA: ¡Y yo qué sé! ¿No basta para empezar con seramigos?

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A

CAPÍTULO 4El cuidado de uno mismo

diferencia de Sócrates y Platón, Aristóteles noera ateniense: había nacido en Estagira, unapequeña población situada mucho más al norte,

hacia la región de Macedonia. Aunque se trasladó muyjoven a Atenas y allí estudió con Platón y luego seconvirtió también allí en maestro, siempre fue unmeteco (así llamaban los atenienses a los forasterosque vivían en su ciudad). Cuando ya era un sabiocélebre, fue llamado a la corte de Macedonia comoprofesor particular del hijo del rey Filipo. Ese alumnoprincipesco era un muchacho de trece años que luego diomucho, pero mucho que hablar en todo el mundo antiguoy hasta sigue siendo famoso hoy, tantos siglos después:se llamaba Alejandro y sus contemporáneos leapellidaron Magno, es decir, el Grande.

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En los poco más de treinta años que vivió, Alejandroconquistó todo el mundo que se conocía en aquellaépoca, empezando por Grecia, Egipto y llegando a travésde Persia hasta la India. Sin duda era alguien de unadeterminación y un coraje ambicioso fuera de lo común.Baste una anécdota para describirlo: cuando teníadieciséis años, su padre el rey Filipo le ofreció uncaballo espléndido pero muy rebelde, llamado Bucéfalo.Le dijo que si lograba domarlo, sería suyo. Eljovencísimo Alejandro tanteó al corcel, encabritado ylleno de feroz espuma, hasta conseguir que se pusiera detal modo que el sol le diera en los ojos. Cegado,Bucéfalo se amansó y dejó que el adolescente victoriosole montase. Así venció también el gran Alejandro a losejércitos de tantos países: los cegó enfrentándolos alfulgor de un sol glorioso que era él mismo.

Sin embargo, como la mayoría de los grandesconquistadores, Alejandro destruyó mucho y construyópoco. Atenas y otras ciudades griegas fueron algunas desus principales víctimas. La democracia, ese graninvento de los griegos que aún seguimos defendiendohoy como la forma más verdaderamente humana degobierno, quedó muy dañada por las ambicionesimperiales de Alejandro, poco o nada inclinado acompartir el poder con otros. El resultado de sus

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conquistas fue una serie de ciudades sumidas endesórdenes y luchas intestinas, en las que los ciudadanosse fueron desinteresando cada vez más de las cuestionespolíticas. Cada cual se descubrió como simpleindividuo, cuyas opiniones sobre el gobierno de lacomunidad no tenían ninguna importancia ante la fuerzabruta de los ejércitos y las intrigas de quienes losdirigían o se beneficiaban con su apoyo. De modo quemuchos decidieron que lo mejor era dedicarse a cuidarsea sí mismos y desentenderse de una vida colectiva en laque ya no tenían ni voz ni voto realmente eficaces.

El problema es que todos los humanos —antes yahora— necesitamos algunas normas dignas de respetopara organizar nuestro comportamiento. Puedo hacer loque quiera, más o menos, pero necesito saber por quéquiero hacer esto mejor que aquello otro. Elijo haceresto porque supongo que me conviene, pero… ¿por quéme conviene? A quienes estaban empeñados en que seescapara de la cárcel y salvase su vida, Sócrates lesrespondió que eso no era conveniente para él y queprefería quedarse. Sócrates se consideraba ante todo unciudadano ateniense y durante toda su vida había vividorespetando las leyes de su ciudad: no pensaba cambiaren su vejez, porque si lo hiciera ya no sabría cómojustificar su conducta. Para un buen ciudadano

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demócrata, cumplir las leyes de la ciudad que gobiernajunto a sus iguales es lo más conveniente, aunque de vezen cuando le parezca que esas leyes no son justas o quese aplican equivocadamente. La ley puede equivocarse aveces, pero quien no la cumple se equivoca siempre,porque renuncia a su ciudadanía.

Pero ¿qué pasa cuando la democracia desaparece ycuando ser «ciudadano» no significa nada más que vivirsometido a un poderoso Dueño o a sus intrigantesservidores? Pues entonces, muchos de los que antesfueron buenos ciudadanos deciden que ya no vale la penaintentar seguir siéndolo. Y si alguien ya no cree en lapolítica ni en los valores de la sociedad en que vive, nole queda más remedio que buscar en otra parte lasnormas para saber cómo comportarse. Cuando las leyesque los hombres nos damos a nosotros mismos dejan deservirnos, hay que buscar otras leyes más fiables.¿Dónde? Pues fuera de la sociedad, fuera de lapolítica… por ejemplo, en la naturaleza.

No creáis que aquellos sabios decepcionados por lavida social y sus convenciones renunciaron a la virtud:todo lo contrario, estaban convencidos de que es lavirtud la que hace felices a los hombres y querían sermás virtuosos que nadie… pero consideraban que lavirtud era portarse como manda la naturaleza, no como

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manda la sociedad. Uno de los primeros en seguir esecamino fue Diógenes, al que llamaron el Cínico, esdecir, el can o el perro. Y es que efectivamente Diógenesse empeñaba en vivir en todo como un animal… salvoporque hablaba y no dejaba de criticar a los que vivíande otro modo, cosa que los animales nunca hacen. Norespetaba ninguna de las convenciones sociales: seburlaba de la autoridad, no quería tener dinero nigrandes propiedades, comía cualquier cosa que le dabano que se encontraba entre los desperdicios y en elcampo, bebía agua del río, se vestía con harapos quecosía él mismo y no le importaba cagar o mear a la vistade todos, como hacen los perros. Se burlabaconstantemente de los ricos, de quienes viven en casassuntuosas o se esfuerzan por poseer objetos preciosos, yse contentaba con refugiarse en una gran tinajaabandonada para dormir. Decía a quien quisiera oírle —y sobre todo a quienes no querían, que eran la mayoría—que basta con satisfacer las necesidades naturales paraser virtuoso y por tanto feliz: la sociedad no hace másque crearnos falsas necesidades que nos hacen viviragobiados y sufriendo por no conseguir lo que vemoslograr a otros.

Con ese comportamiento, Diógenes se hizo un tipobastante famoso que despertaba la curiosidad de la

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gente. Algunos decían que era una especie de Sócrates,pero un Sócrates que se hubiera vuelto loco. Cierto díallegó a la ciudad en que Diógenes vivía nada menos queel gran Alejandro, de camino a sus conquistas. Y comole habían hablado mucho del pintoresco personaje, quisoconocerle. Le indicaron dónde estaba el barril o tinajaen que solía guarecerse y allí se fue Alejandro. Enefecto, Diógenes estaba dentro. El conquistador le llamóy le dijo que era Alejandro: «Puedo concederte lo queme pidas, de modo que dime qué es lo que quieres». Sinmoverse de su guarida, Diógenes sólo le contestó con unbufido y una risotada. Alejandro insistió en su oferta ypor fin el cínico contestó: «Bueno, mira, ya queinsistes… Sí, hay algo que puedes hacer por mí. Haz elfavor de apartarte un poco, porque me estás quitando elsol que yo estaba tomando tan ricamente cuandollegaste». Alejandro se fue, mitad enfadado y mitad llenode admiración por aquel perro sabio. Diógenes se quedótan contento de que el conquistador del mundo nohubiera podido conquistarle a él.

No todos los filósofos que se centraron en el cuidadode sí mismos fueron tan extravagantes ni agresivos comoDiógenes y otros cínicos. Los llamados estoicos (se

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reunían en la Stoa, una plaza ateniense), cuyo líderintelectual fue Zenon, coincidían con los cínicos enconsiderar la virtud como lo único realmente importantede la vida humana. Pero no despreciaban el estudio ni laciencia —de la que se reía Diógenes— como algoinnecesario: al contrario, estaban convencidos de que lavirtud es cuestión de conocimiento (en eso se parecíanmás a Sócrates). Por supuesto, la virtud consiste encomportarnos de acuerdo con lo que manda lanaturaleza, pero para saber qué nos manda hay queestudiarla: porque no tiene las mismas órdenes para unanimal cualquiera, por ejemplo un perro, y para unhombre capaz de razonar. Según Zenon, llamamos«naturaleza» a lo que otros llaman «Dios», es decir, alorden riguroso de acuerdo con el cual funciona todo loque existe y del cual formamos parte los hombres, sinmás ni menos privilegios que cualquier otro ser. Demodo que la ciencia estoica tenía tres campos detrabajo: por un lado se ocupaba de la naturaleza materialen general, lo que ellos llamaban «física»; después secentraba en el estudio de lo humano, que es lo que másnos interesa ya que no somos piedras o animales, ypretendía conocer cómo pensamos (era la «lógica») ycómo debemos comportarnos: la «ética». De lacombinación de esos saberes dependerá que aprendamos

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a vivir bien, que es de lo que se trata.Vivir bien es cumplir nuestro deber de hombres de

acuerdo con nuestra naturaleza, y que es distinto portanto al «deber» de los tigres o las acacias. A ese deberes a lo que los estoicos llaman virtud. En la vidapadecemos muchas cosas que no dependen de nuestravoluntad: ser guapo, que me toque la lotería, vivir sanohasta los cien años, que mi familia no sufra desgracias oque mi país no padezca una tiranía o una plaga… soncircunstancias que ocurren quiera yo o no; en cambio,decir la verdad, cumplir mis promesas, tratar a losdemás con bondad y cortesía o no traicionar a quienesconfían en mí son asuntos sobre los que yo puedodecidir. De modo que la virtud —y por tanto la felicidad— tiene que tratar de aquello que está en mi mano ydepende de mí, no de lo que me trae el azar o lasdecisiones de otros. La mayoría de la gente esdesdichada porque se empeña en que su felicidad seacosa de la fortuna o el azar (naturalmente, piensa Zenon,todos preferimos que nos pasen cosas buenas, pero esono puede ser nunca lo imprescindible) en lugar deconsiderar como lo único relevante la acción recta yvirtuosa en la que sí mando yo.

Pero hay un punto muy importante en el quecoinciden los cínicos, los estoicos… ¡y hasta Alejandro

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Magno! Antes, cuando a un griego le preguntaban quiénera, lo primero que contestaba es: «Soy ciudadano deAtenas, o de Esparta, o soy súbdito del rey deMacedonia…», algo parecido a cuando nosotrosdecimos «soy español» o «soy francés» para definirnosante los demás. Pero cuando a Diógenes le hacían esapregunta respondía algo insólito: «Soy ciudadano delmundo, o sea, cosmopolita». Lo mismo hubierarespondido luego cualquier estoico. Igual que nosotrosvivimos en nuestra casa, con nuestras propiascostumbres y manías, pero consideramos que nuestrohogar más amplio es la ciudad y el país en que está esacasa, también los cínicos y los estoicos pensaban que lasciudades o reinos eran como «casas» dentro del granpaís común a todos que es nuestro mundo. Y el célebreAlejandro, a su modo guerrero y conquistador, tambiénpensaba algo semejante: por eso abandonó su país y fuede un lugar a otro haciéndose dueño de todas lastierras… ¡como Pedro por su casa! A fin de cuentas,Diógenes y Alejandro tenían más en común de lo que elorgullo de cada uno de ellos les permitía admitir.

En las sociedades organizadas hay siempre leyes,costumbres, etcétera, que sirven como pautas paraorientar la conducta de las personas. Pero la naturaleza,¿cómo se las arregla para indicar a los seres vivos lo

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que les conviene o les perjudica? Parece evidente quetiene dos mecanismos muy eficaces: el placer y el dolor.El hambre, por ejemplo, es una forma de dolor y señalaque necesitamos comer, lo mismo que la sed indica lanecesidad de beber también dolorosamente; lo mismoocurre con el excesivo frío o el demasiado calor, quenos obligan a buscar refugio. Por el contrario, cuandohemos comido y bebido convenientemente o estamos auna temperatura adecuada, sentimos una sensaciónplacentera. Es como si, por medio de ese placer, lanaturaleza nos dijera: «Te has portado bien, así megusta».

Diógenes

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De modo que quien pretenda vivir de acuerdo con lanaturaleza ya tiene un criterio de felicidad para orientarsus acciones: el placer. Éste fue precisamente el lemaque presidió la filosofía de Epicuro. Como otrosfilósofos de esta época, Epicuro no entendía su tareacomo una búsqueda de grandes conocimientos sobre elmundo o como un recetario para alcanzar la mejorsociedad posible, sino que sólo le interesaba lograr estarsereno y contento utilizando para ello la inteligencia. Esdecir, según él debemos aprender a no estropear nuestravida y a pasarla disfrutando del mejor modo posible.Para esta búsqueda, la filosofía es imprescindible: enuna carta a uno de sus amigos le asegura que «nunca sees demasiado joven para empezar a filosofar nidemasiado viejo para seguir filosofando». Y es que lavida no espera y hay que vivirla bien hasta el final.

Pero vamos a ver: ¿qué es lo que estropea la vida delos humanos? Lo primero es dejar a un lado las quejascontra las enfermedades, terremotos, tempestades,envejecimiento y otras incomodidades que provienen dela naturaleza: somos seres naturales y estamos sometidosa los mecanismos de todo lo natural, de modo quepasarnos la vida protestando contra la naturaleza escomo protestar contra nosotros mismos. Si aceptamoslos aspectos agradables de la vida que nos proporciona

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la naturaleza también tendremos que asumir sus fastidiosy tribulaciones, porque ésas son las reglas del juego paralo bueno y para lo peor. Pero no es la naturaleza quienconvierte nuestra vida en un tormento, sino nosotrosmismos. Antes de dedicarnos a la filosofía, somosespecialistas en sabotear nuestra alegría de vivir pormedio de dos instrumentos alucinantes de tortura: elmiedo y la insatisfacción. No podemos remediar losllamados «males» de la naturaleza, pero en cambio sípodemos luchar contra estos males verdaderos quebrotan de supersticiones y fantasmas que se apoderan denuestra inteligencia.

Para empezar, el miedo. ¿A qué tenemos miedo?Desde luego, a la muerte. Y también a los dioses, que alo mejor nos esperan al otro lado de la muerte paracastigar a nuestra pobre alma por no haberles obedecidobien. Epicuro sostenía una doctrina materialista: todo eneste mundo, incluidos por supuesto nosotros mismos ynuestra alma, está formado por partículas materiales, losátomos (la palabra significa: «lo más simple y pequeñode todo, lo que ya no puede dividirse más»). Los átomoscaen eternamente en el vacío y de vez en cuandotropiezan unos con otros, se enganchan y forman cosas:árboles, estrellas, cuerpos humanos, almas, lo que sea…Luego vuelven a separarse y siguen cayendo, hasta

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combinarse en nuevas mezclas. Cuando los átomos denuestro cuerpo y los más finos o sutiles de nuestra almase unen, comenzamos a vivir; cuando se separan por elmismo azar que los reunió, morimos. Mientras vivimos,sentimos y padecemos; después, al disgregarnos y morir,ya no sentimos nada. ¿Es esto algo terrible? Lo que enrealidad nos asusta es «sentir» la muerte, padecer elmomento de la disgregación. Pero, advierte Epicuro,mientras estamos vivos, no hay muerte: y cuando lamuerte llega, ya no estamos nosotros para sufrirla. Elencuentro tan temido es imposible. Woody Allen, unhumorista que tiene también bastante de filósofo, dijouna vez: «A mí no me asusta la muerte, pero no quisieraestar presente cuando llegase». Epicuro le hubieratranquilizado a ese respecto… Y si nos preocupa dónde«estaremos» cuando hayamos muerto, dentro de milaños, por ejemplo, ¿por qué no nos preocupa dóndeestábamos antes de nacer, o sea, quizá hace mil años?

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Epicuro

Otro motivo de miedo con el que los humanos seamargan la vida son los dioses o Dios: ¿hay Alguiensobrenatural que juzga nuestras acciones y puede

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castigarlas o premiarlas en el más allá?, ¿y si después dela muerte nos esperan torturas y sufrimientos por lasculpas que hemos cometido en este mundo? SegúnEpicuro, puede que los dioses existan, puesto que tantose habla de ellos: en tal caso, desde luego, tambiénestarían hechos de átomos materiales como todo lodemás, aunque fuesen más finos y exquisitos que losnuestros. Pero le parece evidente que los dioses o Diosno se ocupan para nada de lo que pasa en el mundo. ¿Laprueba?: la presencia de tantos males (crímenes,catástrofes, dolores, etcétera) como vemos a nuestroalrededor. Supongamos que un Dios se interesarealmente por lo que está mal entre los humanos: si esomnipotente y no lo remedia, será que no se entera de loque ocurre, o sea que es un Dios ignorante o distraído; ysi conoce los males pero no puede prevenirlos niarreglarlos, será que no es omnipotente; peor todavía, sies omnipotente y sabe lo malo de nuestra suerte pero nola remedia, habrá que pensar que es perverso y enemigode los humanos. Como no parece razonable imaginardioses poco poderosos, ignorantes o malvados, lo máslógico es suponer que no se preocupan de los humanos nipara bien ni para mal, ni en esta vida ni en ninguna otra,y prefieren dedicarse a sus propios asuntos, que vayausted a saber cuáles son. De modo que no tiene sentido

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que vivamos preocupados por sus juicios ni castigos.Además de esos temores infundados, los humanos

solemos amargarnos la vida con una perpetuainsatisfacción. No somos capaces de gozar de losplaceres, que constituyen la verdadera recompensa dequien sabe vivir humanamente como es debido. Sinembargo, a fin de cuentas, los placeres son muy fácilesde conseguir en la mayoría de los casos: basta consatisfacer adecuadamente nuestras necesidades naturales.¿Hay placer mayor que beber un vaso de agua frescacuando uno tiene mucha sed?, ¿o comer algo nutritivo ysano cuanto tenemos hambre? Es la propia naturaleza laque nos señala con sus apremios lo que debemos hacerpara conseguir placer, es decir, alivio de nuestrasnecesidades. Pero nosotros lo estropeamos todo,inventando complicaciones y añadiendo exigencias a loque es sencillo. Ya no nos basta con beber agua cuandotenemos sed: consideramos imprescindible beberla deuna determinada fuente o en una copa de oro; comer algosustancioso no es suficiente: exigimos que sea algooriginal, nunca visto, servido en el restaurante más carode la ciudad. Descansar cuando tenemos sueño es pocacosa para nosotros si no podemos dormir en un palacio;y no nos conformamos con una ropa que nos quite el frío,porque queremos a toda costa que sea de tal o cuál

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marca famosa y además queremos cambiar de atuendocada día del año.

Tanto capricho hace que nunca disfrutemos de verdadde placer alguno: para sentirnos contentos tenemos quetrabajar muchísimo, competir con los demás (¿de qué mesirve pasarlo bien yo si no veo a otro envidiarme?) yponer cada vez más difícil el gozo. Resultado: muchoesfuerzo y poca satisfacción. El placer se convierte enuna carrera de obstáculos y así, claro, no hay manera dedarse gusto. Siempre nos parece que nos falta algo,porque cuando tenemos ya todo lo necesario nosseguimos inventando más y más tonterías«imprescindibles».

Pero no todos los placeres se refieren a comer, bebery estar calentitos cuando hace frío: formamos parte de lanaturaleza como los demás seres vivos, pero no somosanimales. Hay placeres naturalmente humanos que son delo más deliciosos: por ejemplo, el conocimiento de lascosas y sobre todo la amistad. Para el ser humano,estudiar y comprender cómo funciona la naturalezapuede ser algo muy placentero, siempre que no seconvierta en una obsesión para destacar por encima delos otros y tener siempre razón. También, desde luego, laamistad con gente inteligente y amable: en este puntoEpicuro coincide más o menos con Aristóteles. En un

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jardín próximo a su casa, Epicuro se reunía todos losdías con amigos y discípulos: charlaban de todo un poco,tanto de asuntos científicos o filosóficos como deaspectos cotidianos, y siempre de modo relajado, conbuen humor. En cambio, ni Epicuro ni sus seguidores semezclaban nunca en los asuntos políticos, demasiadoturbios y llenos de ambiciones malsanas para su gusto.Al contrario, su lema era lathe biosas, es decir, «viveoculto». Dedícate a tus cosas y no te conviertas en focode atención pública: si en aquella época hubiera habidotelevisión, seguro que nunca habríamos visto a Epicuroen ninguna tertulia política ni aún menos en programasde famoseo y morbo.

En líneas generales, todos los filósofos de esta épocatienen preocupaciones parecidas y sus solucionestambién son bastante semejantes. Cínicos, estoicos yepicúreos consideran que el problema fundamental de lafilosofía es cómo vivir mejor y que cada persona debeintentarlo por sí misma, sin esperar a que cambien losgobernantes o se regenereel ser humano en su conjunto.Todos ellos se preocupan de la vida, pero le tienen unpoco de miedo: hay que cuidarse, o sea que… ¡cuidadocon la vida! Porque la vida humana está llena depasiones que nos arrastran, de deseos desaforados quetienen poco que ver con las sencillas necesidades

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naturales y de ambiciones provocadas por el afán desobresalir sobre los demás y dejarles con la bocaabierta: la vida, francamente, es una exageración. Demodo que estos filósofos recomiendan moderación,autocontrol, no dejarse arrastrar a ningún exceso y nocontagiarse de los apetitos más peligrosos de lasociedad: el apetito de poseer más y más (sobre todo,más que los demás) y el apetito de mandar más quenadie.

Tras la muerte de Alejandro Magno, su imperiohelenista entró en decadencia entre luchas intestinas desus herederos. Poco a poco empezó a surgir un nuevocentro político del Mediterráneo, situado ya no enGrecia sino en Italia. El poderío de Roma se fueextendiendo por todo el mundo entonces conocido ynació otro imperio, mucho más estable y fecundo que elde Alejandro. Los romanos fueron muchas cosasimportantes: conquistadores, desde luego, pero tambiénlegisladores, arquitectos, urbanistas, historiadores,dramaturgos, educadores… casi todo menos filósofos.En cuestión de filosofía, se dedicaron más bien a tomarideas de los pensadores griegos y adaptarlas a larealidad práctica de la existencia cotidiana, sin

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aventurarse en grandes teorías propias. Algunos, como elgran orador y estudioso Cicerón, fueron eclécticos, esdecir, que se prepararon su propio cóctel filosóficotomando un poquito del pensamiento de éste ymezclándolo con un poco del pensamiento de otro yañadiendo unas gotas del pensamiento de aquél… Lo quemás le importaba a Cicerón era cultivar la humanitas,es decir, la humanidad de cada cual, entendida comobenevolencia compasiva hacia los demás y elegantedelicadeza de gusto en todas las cuestiones de la vida.

Hubo entre ellos destacados escritores —el propioCicerón lo era— que pusieron en buen latín, claro ypreciso, las mejores ideas de los filósofos griegos quemás les interesaban. Por ejemplo, Lucrecio fue capaz deexponer en verso las doctrinas de Epicuro en su granpoema didáctico De rerum natura, es decir, «Sobre lanaturaleza de las cosas». Lucrecio era un auténticomisionero del epicureísmo: quería ponerlo al alcance detodos los romanos, porque estaba convencido de queencerraba el secreto de la vida feliz. Pero también sabíaque los libros de filosofía asustan un poco a los lectoresy a veces resultan áridos (ahora que lo pienso, quizá túestés pensando eso mismo mientras lees esta página),por lo que prefirió no escribir un tratado sino unacomposición poética en la que hubiese imágenes y

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hermosas metáforas junto a razonamientos. Tuvo tantoéxito que, durante muchos siglos y hasta hoy mismo, elepicureísmo ha sido mucho más conocido a través delDe rerum natura que por medio de los pocos textosdirectos que guardamos de Epicuro.

Otro pensador importante fue Séneca, que nació enCórdoba, en la provincia romana que entonces sellamaba Bética. Gran abogado y estupendo escritor,Séneca utilizó muchas ideas de los estoicos, perotambién bastantes de los epicúreos en sus breves aunquemuy sustanciosos estudios, cuyos meros títulos yaresultan interesantes: Sobre la ira, Sobre la brevedad dela vida, Sobre la vida feliz, Sobre la clemencia… A sujoven amigo Lucilio le escribió una serie de Cartas paraguiarle en los altibajos de la existencia cotidiana quesiguen siendo útiles hoy para cualquiera de nosotros. Sinembargo, incluso el más sensato de los maestros puedetropezar con un alumno impermeable a la cordura:muchos consideran que las enseñanzas de Aristóteles noobtuvieron su mejor éxito con Alejandro, pero desdeluego todos están de acuerdo en que Séneca fracasó en laformación moral de su más distinguido pupilo y luegoemperador: ¡Nerón! Hasta tal punto que Séneca acabósuicidándose para no soportar por más tiempo lasfechorías de un alumno tan peligroso. Por supuesto, los

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filósofos romanos no consideraban el suicidio como uncrimen o un pecado, sino sencillamente como una formade abandonar el escenario cuando la obra de teatro quetodos representamos en este mundo se hace demasiadoaburrida o siniestra.

Marco Aurelio

Para los estoicos, vivir bien no era cuestión de tener

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mucho o poco ni de ocupar un puesto destacado en lasociedad, sino de que —allí donde nos haya tocado estar— nos comportemos como hombres virtuosos. Por esono debe extrañarnos que los dos pensadores estoicosmás destacados en el imperio romano ocuparan lospuestos extremos de la escala social: el uno fue unesclavo, Epicteto, y el otro un emperador, MarcoAurelio. Y lo más curioso es que fueron los escritosnobles y dignos del esclavo los que sirvieron de guíapara los mucho más humildes y dubitativos delemperador… Cada uno de ellos aspiró a cumplir día trasdía y como se debe su tarea humana: en aquella época sellamaba filosofía precisamente a eso, y no a dar grandesdiscursos llenos de palabras oscuras.

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Estamos en el puerto de la ciudad de Alejandría, en elnorte de Egipto. Al fondo, la gran antorcha de su faro,que fue una de las maravillas del mundo antiguo. Albay Nemo están sentados en el malecón, compartiendoaceitunas y pescado frito.

ALBA: ¡Qué bueno está este pescadito!

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NEMO: A mí me vuelven loco las aceitunas… Oye, nocrearán adicción, ¿verdad?

ALBA: Y qué más da, mientras no se acaben… Además,no creo que sean droga dura.

NEMO: Es que quiero cuidar de mí mismo, ya sabes…

ALBA: Me parece muy bien. Pero para cuidarte no hacefalta renunciar a lo que te gusta. Anda, tomaotra.

NEMO: Me parece que tú eres epicúrea.

ALBA: Más bien estoica. ¡Con lo que te aguanto…!

NEMO: Sin embargo, eso de renunciar a las pasiones…no sé qué decirte. Temo que la vida se vuelvabastante sosa.

ALBA: Puede que tengas razón, pero hay pasiones ypasiones. Algunas pueden hacerle polvo a una,pero en cambio otras son una forma de…explorar.

NEMO: Explorar, ¿qué?

ALBA: Nuestros límites, nuestras fronteras… hastadónde puede llegarse demasiado lejos.

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NEMO: Supongo que eso es lo que quería Alejandro.

ALBA: Sí, pero a costa de pasar por encima de losdemás. En cambio me parece que Diógenes ygente como él exploraban hacia dentro, no haciafuera.

NEMO: Creo que Diógenes también era bastante

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vanidoso y quería impresionar a los demás:mira, soy más grande que tú, yo soy tanestupendo que no necesito nada… ¡Igual queAlejandro, aunque con otros métodos!

ALBA: Ninguno de los dos me resulta demasiadosimpático, aunque por lo menos parece queAlejandro era mucho más guapo. En cualquiercaso, no me parece que sea necesario vivir enuna tinaja o conquistar medio mundo para vivirbien.

NEMO: Yo creo que vivir bien es no hacerse daño a unomismo ni a los demás.

ALBA: ¡Bingo! Además, si cada cual cuida de sí mismo,algunas tendremos menos trabajo…

NEMO: Ya te veo venir…

ALBA: Pues sí: a las mujeres suele tocarnos cuidar delos niños, de los viejos, de los enfermos… yademás de los hombres en general.

NEMO: Oye, ¿me pasas las aceitunas?

ALBA: Anda, toma. Yo me acabaré este pescado tanrico.

NEMO: Y qué bien estamos aquí, al sol, ¿verdad?

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ALBA: Claro. Es lo bueno del sol, que nos calienta atodos sin pedir nada a cambio.

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E

CAPÍTULO 5La filosofía sube a los altares

n sus orígenes, la religión cristiana fue algo asícomo una secta herética que se opuso a la religiónjudía oficial en los territorios de Israel, que

entonces formaban parte del inmenso Imperio romano.Los judíos tradicionales esperaban que cierto díaapareciese entre ellos el Mesías, un santo o enviado deDios de poder extraordinario que liberase a su pueblo dela opresión de los romanos y les devolviese su libertad yesplendor. Se trataba de una esperanza en la que semezclaba lo religioso con lo político: como otras de estetipo, no tenía ninguna fecha concreta de cumplimiento,sino que el Mesías llegaría mañana, o pasado mañana, ola mañana después de las demás mañanas…

De modo que podemos imaginarnos el sobresalto delas autoridades religiosas judías cuando corrió el rumorentre la gente de que el Mesías había llegado ya, que

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había nacido en Belén y era hijo de un carpintero deNazareth y nada menos que de una virgen (?), queademás hacía milagros, etcétera. Luego la leyenda cuentaque fue detenido por las autoridades, acusado ante elgobernador romano Poncio Pilatos y finalmentecrucificado. Como todos los relatos que narran la vida ymuerte de Jesucristo —los Evangelios— son muchosaños posteriores a esos acontecimientos, es difícilvalorar su autenticidad histórica. Pero casi da igual,porque en el terreno religioso lo importante no es loverdadero de los hechos, sino la capacidad de adhesióno fe que suscitan entre quienes deciden por razonesespirituales creer en ellos.

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Pablo de Tarso, un judío que además era ciudadanoromano, no había conocido personalmente a Jesucristopero se convirtió en el mejor propagador de la doctrinacristiana, añadiendo de vez en cuando aportaciones de sucosecha. Viajó por diversos países del Imperiopredicando la divinidad de Jesucristo, y también queante su majestad todos los hombres eran iguales, fuesenricos o pobres, aristócratas o plebeyos, de esta o deaquella raza, etcétera. Y que era más importante, en caso

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de duda, obedecer a Dios-Cristo que al mismísimoemperador. La mayor audacia de Pablo es que se atrevióa difundir esas ideas en la mismísima Roma, capital delImperio y por tanto del mundo.

Los romanos eran fundamentalmente prácticos encasi todos los terrenos: cuando conquistaban un país,suponían que habían conquistado también a sus dioses yse los llevaban a Roma como el resto de los trofeosobtenidos. A ellos les daba igual lo que creyese la gentecon tal de que respetasen las leyes y estuvierandispuestos a reverenciar al emperador como si fuese undios, y un dios especialmente importante. Incluso teníanun templo en Roma, el Panteón (que significa «todos losdioses»), en el que guardaban las imágenes de losvariopintos dioses del Imperio.

Pero los cristianos eran bastante especiales:predicaban que todos los demás dioses eran falsos,simples ídolos, y que el emperador no era más que unhombre como los demás, y en muchas ocasionesnotablemente peor que otros. Sostenían que prontovolvería el Mesías, Cristo, y que esta vez su llegadasignificaría el fin del mundo conocido, donde mandabanlos romanos. Entonces los poderosos —como porejemplo emperadores y demás, ejém…— seríancastigados y en cambio los fieles a la Verdad de Jesús

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obtendrían premios y vivirían a partir de entonces libres,iguales y felices. Naturalmente, esas doctrinas fueronconsideradas peligrosas y subversivas por lasautoridades romanas, que persiguieron a los cristianos,los encarcelaron y hasta hicieron matanzas entre ellos.

Sin embargo, la religión cristiana continuóaumentando su influencia en todo el Imperio, cada vezmás amenazado por enemigos externos e internos. Teníaa su favor predicar un mensaje que servía para todos losseres humanos, cualquiera que fuese su procedencia y suclase social: y precisamente lo que más abundaba enRoma era gente desarraigada, llegada de todas las partesdel mundo y que buscaba algún lazo moral en común conlos demás ciudadanos con los que debía convivir. Elmensaje cosmopolita de Pablo de Tarso y la esperanzade salvación eterna prometida por Jesús eran lo máspropio para consolarles… y unirles.

Finalmente, los antiguos dioses paganos —Júpiter,Venus, Marte y demás familia—, localistas y decostumbres bastante escandalosas, fueron jubilados. Elemperador Constantino legalizó el culto cristiano, quecon su sucesor Teodosio llegó a convertirse en religiónoficial del Imperio. Los primeros cristianos apenastenían jerarquías y cargos entre ellos, porque esperabande un momento a otro la llegada liberadora del Mesías y

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que con su regreso se acabase el mundo tal como loconocemos. Pero no fue el Mesías lo que llegó, sino laIglesia, con una jerarquía de clérigos que imitaba laadministración imperial. El obispo de Roma —despuésllamado «Papa»— se convirtió en la cabeza de esaIglesia, es decir, una especie de emperador eclesiástico,y todo se llenó de obispos, presbíteros, párrocos y vayausted a saber. También de teólogos, es decir,especialistas en cómo era el nuevo Dios único, cómo serelacionaba con los hombres, en qué consistían susdogmas morales y temas no menos profundos. Esosprimeros teólogos utilizaban los conceptos y modos deargumentación de los filósofos griegos pero adaptadosmejor o peor a las doctrinas de Pablo de Tarso y otrospadres de la Iglesia. Así empezó la era cristiana,formada por una combinación de las promesasmesiánicas de Jesucristo y Pablo con ideas de lafilosofía griega y normas jurídicas aprendidas delImperio romano.

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Llegaron los bárbaros invasores y el gran Imperio, quehabía parecido invencible y eterno, se hizo pedazos. Sinembargo, el otro imperio, el de la Iglesia, continuó a lo

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largo de siglos. Desaparecieron las escuelas de filosofíay el número de personas capaces de leer y escribirdisminuyó notablemente. El manejo de la espada y de lalanza se hizo mucho más importante que el conocimientode los diálogos de Platón. Las guerras eran continuas ylos árabes irrumpieron belicosamente en Europa, en eleste a través de Constantinopla y por el oeste en España.Como contrapartida, los príncipes cristianos —alentadospor el Papa— emprendieron cruzadas para conquistarJerusalén y el resto de la llamada Tierra Santa. Hubograndes epidemias de peste que acabaron con cientos demiles de personas y el hambre se convirtió en unapermanente amenaza para los campesinos y en generalpara la mayoría de los europeos de clase humilde.

¿Y la cultura? ¿La ciencia, la filosofía? Pues serefugió en los conventos de las distintas órdenesreligiosas. Los monjes llevaban una vida de estudio: nosólo aprendían a leer y a escribir (gracias a que notenían que ocuparse por lo general de espadas ni lanzas,los monasterios solían ser respetados en todas lascontiendas por su privilegio sagrado), sino que sededicaban a meditar sobre las distintas obras de laantigüedad que no habían sido arrasadas por lasinvasiones bárbaras. En muchos casos, copiaban losantiguos manuscritos de los autores clásicos para que no

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se perdieran (recordemos que la imprenta tardaríatodavía mucho en aparecer), y hasta cuando no erancapaces de entenderlos los conservaban para hombresdel futuro que pudieran hacerlo. Así se fundaron tambiénlas primeras universidades —Bolonia en Italia, laSorbona en París, Salamanca en España…—, en las quecasi todos los profesores y los alumnos eran clérigos.Mientras los nobles se dedicaban a la guerra y los demása cultivar las tierras o al comercio, todos los que seocupaban del conocimiento pertenecían más o menos almundo religioso.

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Desde sus comienzos, la filosofía ha sido una empresafundamentalmente racional. Se trató de responder a lasgrandes preguntas —¿De qué está hecho el mundo?,¿cómo debemos vivir?, ¿cuál es la mejor organizaciónsocial?, etcétera— con la ayuda de nuestra capacidad derazonar, o sea, de sacar conclusiones lógicas a partir dela observación de la realidad y el debate con nuestrossemejantes. Lo que se creía verdadero era consecuenciade lo que se podía probar y argumentar. Pero en la épocacristiana y medieval, los filósofos tuvieron que afrontarun nuevo problema, muy importante para ellos: ¿Es

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compatible la fe con la razón?En principio, no resulta fácil ni evidente. La fe

consiste en creer lo que dicen los textos sagrados,aunque sean contrarios a la experiencia racional. Porejemplo, creer que los muertos pueden resucitar o quealgunos hombres muy especiales pueden andar sobre lasaguas sin hundirse porque lo dicen los Evangelios, apesar de que nunca hayamos visto maravillas semejantes.Desde luego, también los filósofos griegos conocíanmitos y leyendas que contaban prodigios parecidos, perolos consideraban relatos sugestivos que no era necesariocreer al pie de la letra. En cambio, los cristianos debíanconsiderar los suyos literalmente verdaderos, tanverdaderos como que después del día viene la noche oque dos y dos suman cuatro. Los pensadores cristianostenían fe pero no querían renunciar a la razón: de modoque su problema era intentar explicar cómo la una podíaconciliarse con la otra.

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El primer gran filósofo que produjo el cristianismo y sinduda uno de los más influyentes tanto en la historia de laIglesia como de la filosofía fue Aurelio Agustín, quenació en la provincia romana del norte de África —la

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actual Túnez— y tras estudiar en Milán llegó a serobispo de Hipona. El padre de Agustín era un noblepagano y su madre, Mónica, una cristiana. Durante todasu adolescencia y primera juventud, Agustín se debatióentre estas dos influencias contrapuestas. Fue un jovensumamente inteligente y desde muy pronto interesado encuestiones intelectuales, aunque también muy apasionadoy sensual. El amor de las mujeres le ocupó gratamentedesde poco después de los quince años y marcó laprimera etapa de su vida. Sin embargo, a los treinta añosabandona la pasión sexual, se desengaña de los estudiosclásicos y de sus primeros maestros, entre ellos Cicerón,y se dedica de lleno a la defensa e ilustración de la fecristiana.

Conocemos todos estos detalles de su vida porque élmismo nos los cuenta en sus Confesiones, quizá laprimera autobiografía moral e intelectual escrita enOccidente, y una de las mejores. Allí se plantea el temadel tiempo, central en la vida humana. Y resume muybien nuestra perplejidad ante una cuestión que parece tansencilla —¿hay algo que nos sea más familiar que eltiempo?— y sin embargo resulta tan difícil de explicar:«¿El tiempo? Si no me preguntan, sé lo que es; si me lopreguntan, no sé qué es». Para Agustín, el único tiemporeal es el presente, porque el pasado es el presente que

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fue y que recordamos y el futuro es el presente queesperamos o proyectamos.

En uno de sus primeros libros escritos tras suconversión plena al cristianismo, Agustín establece: «Yodeseo conocer a Dios y al alma. ¿Nada más?Absolutamente nada más». Para él, la única y definitivaVerdad, la que busca la filosofía y encuentra la fe, esDios. Precisamente Dios es la respuesta a las máshondas y definitivas cuestiones que nos planteamos en lavida. La razón es un instrumento útil para explorar ybucear en el interior de nosotros mismos, que es dondeencontraremos a Dios. Como él dice en alguna ocasión:«No hace falta que vayas fuera». Si entramos conabsoluta sinceridad y rigor en nuestra almaencontraremos finalmente a Dios, que nos sustenta ysirve de fundamento. Dios quiere que seamos, y sólosomos porque Dios quiere.

En defensa de lo que él consideraba la verdad de ladoctrina cristiana, Agustín mantuvo feroces polémicascontra diversas herejías surgidas en el seno de la fe (lasllamamos hoy «herejías» porque la Iglesia decidió luegodarle la razón a Agustín; en caso contrario, claro, elhereje sería él…). Una de ellas era el maniqueísmo, quese inspiraba en antiguas creencias orientales sobre quehay un dios del mal lo mismo que lo hay del bien. Los

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maniqueos cristianos no llegaban a tanto, pero sosteníanque el mal era un principio sólido y activo, contra elcual tenía constantemente que batallar Dios. En opiniónde Agustín, este dualismo menoscababa la omnipotenciadivina: la grandeza de Dios no admite verdaderosadversarios. De modo que todo lo que existe es bueno,porque lo ha creado el Supremo Bien; mientras las cosasson como deben ser, plenamente reales, son buenas: perocuando empiezan a corromperse, es decir, a perderrealidad, se van haciendo, a nuestro juicio, «malas». Uncuchillo «malo» es un cuchillo que no corta, o sea, queno es un verdadero cuchillo; un alimento «malo» es unacomida que no nos nutre, sino que nos envenena, o sea,un falso alimento, etcétera. El mal en sí mismo no existe,sólo es pérdida de realidad de lo que por definición estábien.

En último término, lo verdaderamente malo es elpecado, o sea, la torcida y culpable voluntad humana dedesafiar a Dios desobedeciéndole. Respecto a loshumanos, Agustín era francamente pesimista: a partir delpecado original de Adán y Eva, los primerosdelincuentes morales cuya falta condicionó a sus hijos ya los hijos y nietos de sus hijos, toda la humanidad no es

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más que una sola «masa de condenados» que sólo sesalva del castigo eterno por la redención de Cristo y lasintervenciones generosas de la gracia divina. Si fuerapor nuestros méritos… ¡al infierno todos de cabeza!Agustín nunca explicó por qué Dios seguía creandogeneraciones y generaciones de humanos para enviarlosa achicharrarse en el infierno, pero es que ya se sabe queDios es bastante misterioso en sus gustos…

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Aurelio Agustín

A causa de estas tenebrosas ideas, Agustín polemizócontra los pelagianos, seguidores del maestro Pelagio,

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que enseñaba la posibilidad de que los hombres sesalvasen por su esfuerzo moral y realizando buenasobras. Esta doctrina no sólo concedía demasiada fuerzay autonomía a los humanos —a juicio de Agustín— sinoque también convertía en innecesaria la permanenteintervención de la Iglesia y sus clérigos para servir deintermediarios entre la miseria humana y la gloriadivina. De modo que, según Agustín, el hombre, haga loque haga y sea bueno o malo, está condenado a eternoscastigos por culpa de Adán y Eva… salvo que Diosdecida salvarle por medio de su gracia, es decir, delregalo personal de la salvación. Es justo reconocer que,en los siglos posteriores, la Iglesia católica ha idosuavizando esta doctrina poco estimulante y el papa JuanPablo II llegó a decir: «Esperemos que el infierno estévacío». Lo cual le hubiera provocado un disgusto alatormentado Agustín…

Junto con las Confesiones, la obra más famosa deAgustín es La ciudad de Dios. En este libro sostiene queexisten dos ciudades, la de la tierra o los hombres y lade Dios. En la primera prevalece el deseo de placer ydominio de los humanos. Aunque sea en aparienciaestupenda y esté regida por leyes que remedan lajusticia, está condenada porque le falta Dios. Esevidente que Agustín se refiere al Imperio romano, cuyos

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grandes hombres admira pero a regañadientes: no lesniega grandeza, pero establece que esas supuestasvirtudes que tenían no son más que «vicios magníficos».Pero por encima de todo está la ciudad de Dios, la dequienes renuncian a su voluntad pecadora paraobedecerle reciben el don de su gracia —que está porencima de cualquier ley humana— y disfrutan por tantoeternamente del triunfo de su beatitudy gloria.

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Aurelio Agustín estuvo principalmente influenciadopor la filosofía de Platón (adaptada a su versión de la fecristiana, desde luego), y también fue Platón el principalmentor de Severino Boecio, autor de una de las obrasmás hermosas y célebres del pensamiento posterior a lacaída del Imperio romano: La consolación de lafilosofía. Boecio no era sacerdote ni obispo, sinopolítico. Fue el más importante ministro de Teodorico,un rey godo que ocupó en Roma el lugar de los antiguosemperadores. Por circunstancias no del todo claras (enpolítica rara vez lo están), perdió el favor de Teodorico,que lo destituyó, lo encerró en prisión y finalmenteordenó ejecutarle. Mientras estaba en la cárcel y ademásesperando la pena de muerte, Boecio escribió la obra

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mencionada, en la que se mezclan las disquisicionesfilosóficas en prosa con composiciones poéticas enverso. Con ese libro pretendió en efecto consolarse desu condena. Para Boecio, los únicos filósofos dignos deese nombre son Sócrates, Platón y Aristóteles. Todos losque han venido después pueden olvidarse. Los males deeste mundo, que es evidentemente imperfecto,demuestran que debe existir un modelo perfecto —algoasí como la idea platónica— al que debemos aspirar.Ese ideal perfecto del ser es precisamente lo quellamamos Dios. Quien comprende este modelo pormedio de la filosofía es feliz —aunque esté en unamazmorra— y se convierte también en cierto modo endios por participación en la divinidad suprema. No haymayor fuerza que la de los hombres virtuosos, mientrasque los malvados, que siguen un ideal equivocado, sonsiempre débiles, aunque a veces no resulte evidente paraquienes no reflexionan bien. El verdadero sabio nodetesta ni a los enemigos que más daño le hacen, porquesabe que actúan por ignorancia: «En los sabios no haycabida para el odio». Es un noble pensamiento paraquien espera la muerte injusta… quizá como cualquierade nosotros, de un modo u otro.

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No sólo entre los cristianos se producía el conflictofilosófico entre la fe y la razón: también los otros dosmonoteísmos, el judío y el musulmán, se planteabandudas parecidas. En la Península Ibérica convivían lastres religiones, de modo a veces pacífico y otrosconflictivo. En la ciudad de Córdoba (que debe de ser unlugar propicio para servir de cuna a filósofos:recordemos a Séneca) nacieron el pensador musulmán yel pensador judío más grandes de su época: Averroes yMaimónides. Aunque sus planteamientos filosóficosfueron distintos, ambos tuvieron coincidenciasbiográficas. Para empezar, los dos chocaron con laintolerancia de los fanáticos, fueron perseguidos yacabaron exilados lejos de su tierra natal: al musulmánAverroes le acusaron de herejía por promover lasabiduría griega sus propios compatriotas; al judíoMaimónides le expulsó de Córdoba la intransigenciaobtusa —todas las inquisiciones y fanatismos lo son—de los almohades.

Averroes y Maimónides coincidían también en suconvicción de que razón y fe no juegan en camposopuestos: para Averroes, la razón la encarna Aristóteles,y estaba seguro de que las obras del gran maestro griego,bien comprendidas, no pueden ir contra las enseñanzasdel Corán, porque tanto el sabio como el libro fueron

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igualmente inspirados por Alá, que todo lo conoce;también Maimónides, en su obra hermosamente tituladaGuía de perplejos, busca demostrar la compatibilidadentre la Biblia y la filosofía clásica. Aunque sin dudahabrían discutido por muchas cosas si la cronología leshubiera permitido conocerse, en algo importante desdeluego estarían de acuerdo Averroes, el musulmán, yMaimónides, el judío: en que no puede habercontradicción de fondo, más allá de las apariencias,entre lo que merece la pena pensar y lo que merece lapena creer.

Por lo demás, discrepaban en asuntos esenciales. Elaristotélico Averroes opinaba que el ser, es decir, elconjunto definitivo y dinámico de lo que hay, existenecesariamente y por tanto no puede no existir: o sea,que el Universo es eterno y Alá, que lo ha creado y lomantiene desde siempre, es el garante de un orden en elque todo ocurre de manera determinada por causasinexorables. Los humanos actuamos cotidianamente concierto grado de libertad de elección, pero a fin decuentas nuestras opciones también deben someterse a lasdeterminaciones del resto de lo que hay. Maimónides, encambio, cree que el Universo es contingente, es decir,que pudiera haber existido o no y que podría ser de estemodo o de algún otro. Jehová, su creador, lo ha extraído

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de la nada por un acto libre, porque está por encima decualquier forma de necesidad. Y también los humanoscompartimos en nuestra modesta medida esta libertaddivina, aunque ello nos imponga ser responsables decuanto hacemos y no nos permita refugiar nuestras culpasen la necesidad universal.

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De los muchísimos y notables maestros que enseñaronfilosofía y teología en las primeras universidadeseuropeas, probablemente ninguno fue más importante oinfluyente que Tomás de Aquino. En gran medida, casitodas las opiniones que hoy mantiene la Iglesia Católicasobre los asuntos fundamentales en cualquier campointelectual provienen de su enseñanza. Tomás nació enuna familia aristocrática en el castillo de Roccasecca,cerca de Nápoles, pero renunció a sus privilegiosfamiliares y quiso ser fraile dominico. Fue profesor en laSorbona, en París, y también en otros importantescentros de estudio. Como Averroes o Maimónides (a losque había estudiado), sostuvo que la fe y la razón erancompatibles, aunque a diferencia de ellos estableció unaclara jerarquía: la fe, arriba; la razón, con su respetableautonomía pero abajo. Por decirlo a su manera, la

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filosofía era nada menos —y sin embargo nada más—que una «criada de la teología». Vamos, que servía parahacerle los recados y las tareas humildes… es decir,racionales.

Tomás de Aquino

Con extraordinaria fuerza y habilidad dialéctica,adaptó las principales teorías de Aristóteles —porquetambién él era aristotélico, a diferencia del platónicoAgustín— de modo que sirviesen como justificación alos principios del cristianismo. Por supuesto, cuando sedaba una dificultad insuperable, sostenía que era la fe laque debía prevalecer. Pero en general mantuvo, en todas

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las controversias entre interpretaciones divergentes de laépoca, las posturas más sensatas y razonables. En suopinión, Dios es y los humanos somos, pero el atributode la existencia o el ser no se nos aplica a todos porigual, sino solamente análogo, es decir, semejanteaunque en grados diversos: Dios es de modo necesario ynosotros somos de manera contingente, fundada en lavoluntad divina. Aunque es la fe el instrumentosobrenatural que nos revela a Dios, Tomás de Aquinobuscó pruebas racionales de la existencia del Creador.Es decir, vías que, partiendo de lo que ya conocemos sinnecesidad de la fe, nos hagan llegar a convencernos deque hay ese Dios que la fe revela… a quien la tiene.

Enunció cinco pruebas o vías para llegar aldescubrimiento racional de la existencia de Dios: la deque todo lo que se mueve debe ser movido por otro hastallegar a Algo que se mueva por sí mismo, la de que todolo que tiene causa nos remite de una a otra causa hastaAlgo incausado, la de que todo lo que puede existir o noexistir recibe su existencia de Algo más necesario yfinalmente de Algo que ya es necesario en sí mismo y nosólo posible, la de que todas las perfecciones relativasque conocemos —más o menos sabio, más o menosfuerte, más o menos bueno, etcétera— exigen Algo quesea perfecto en grado sumo, y la de que todas las cosas

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naturales —aunque no posean inteligencia— estánorientadas por su constitución hacia un fin que debehaber sido determinado por Algo inteligente que lasordena (en la época actual hay un revival de esteargumento en la idea de un Diseño Inteligente de losseres vivos que algunos oponen a la teoría de laevolución de Darwin). Por supuesto, Tomás de Aquinonunca dudó de que ese Algo era el Dios cristiano al queveneraba. Pero como tomó su argumentación de filósofosanteriores y no cristianos, como los musulmanes Avicenay Averroes o el judío Maimónides, en caso de serválidas sus pruebas también servirían para probar laexistencia de la divinidad mahometana o hebrea, lo cualpodría inducir cierta confusión en los creyentes másrigurosos. ¿O es que da lo mismo un Dios que otro, contal de que haya un Dios?

En la época medieval hubo muchos otros personajesintelectuales notables y curiosos, muy distintos pese aque compartiesen una misma fe. Por ejemplo RaimundoLulio, nacido en Palma de Mallorca, que escribiómuchas obras de los géneros más diversos: novelafilosófica, poemas, tratados místicos y sobre todoalgunos estudios sobre lógica de corte sumamente

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innovador. La principal preocupación teórica de Luliofue combatir las doctrinas musulmanas y demostrar sufalsedad. A su juicio, la fe no se oponía alentendimiento, sino que le prestaba el necesario vuelometafísico para llegar hasta la divinidad. Pero suaportación más original pertenece a la lógica o lo que éldenominaba Ars Magna, el gran arte. Para élconsistía en la sucesiva combinación de nueve diferentesformas de predicados, que, adecuadamente articulados,debían llevar al descubrimiento de todas las verdadesque podía alcanzar sin ayuda sobrenatural el intelectohumano. Su originalidad, que luego sedujo a diversossabios de siglos posteriores entre los que se contaronGiordano Bruno o Leibniz, consistió en suponer que lalógica no sólo servía para establecer la validez de losrazonamientos sino también para inventar, por juego decombinaciones, razonamientos nuevos que inaugurasenverdades inéditas.

Sin duda, el último gran filósofo de la épocamedieval y también el primero de la filosofía digamos«moderna» fue Guillermo de Occam. Era un religiosofranciscano que también sufrió diversas persecucionesde las autoridades religiosas por culpa de sus ideas… omás bien por culpa de la falta de ideas originales de susinquisidores. Para fray Guillermo, el origen de todo

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conocimiento humano es la experiencia. Sólo podemossaber aquello de lo que tenemos evidencias básicasaportadas por nuestros sentidos. De lo que no tenemosexperiencia sensorial, por ejemplo de Dios o de losdogmas religiosos, no podemos decir que lo conocemosrealmente. La fe y la teología pueden darnos normas decomportamiento, quizá nos muestren el caminosobrenatural de la salvación… pero no nos hacen mássabios. Para Occam, la fe sigue su camino y la razón elsuyo, fundado en la experiencia. Si queremos aumentarnuestro conocimiento debemos hacerlo a partir de lo quecomprobamos empíricamente. Guillermo de Occam fueun decidido defensor de la libertad de pensamiento encuestiones científicas —ahí no valen dogmas, porrespetables que sean, sólo cuentan las comprobacionesbasadas en datos empíricos— y también de laseparación entre el poder espiritual de la Iglesia y losgobiernos civiles de los Estados. Quiso liberar a laIglesia del Estado y también al Estado de la Iglesia. Conél puede decirse que empezó realmente un nuevo mundofilosófico… y político.

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Estamos en el interior de una majestuosa catedral

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gótica. Los rayos de sol se tornasolan al cruzar lavidriera policroma. Al fondo suena una suave músicade órgano.

NEMO: Oye, creo que ya sé…

ALBA: ¡Chiss!

NEMO: Pero… ¿qué pasa? ¿Ya no me dejas ni hablar?

ALBA: Habla, pero no grites. Estamos en la iglesia yhay gente rezando.

NEMO: ¡Pues vaya! En fin, me has cortado y ahora ya nome acuerdo de lo que iba a decirte.

ALBA: Era algo que creías saber…

NEMO: ¡Ah, sí! Verás, cuando nos hablaron deGuillermo de Occam me pareció que le conocíade algo. Y ahora ya sé de qué: le he visto en unapelícula.

ALBA: No sabía yo que ya filmaban películas en elsiglo trece…

NEMO: Ja, jo, jí, qué graciosa eres. La película de quete hablo es bastante más reciente, aunque yatiene sus añitos. ¿Has visto El nombre de la

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rosa?

ALBA: Pues no, creo que no. ¿Me he perdido algobueno?

NEMO: Algo estupendo, no lo dudes. Va de una serie decrímenes que suceden en un monasteriomedieval alucinante, de lo más guay que hevisto. Con unas torres… y todo rodeado denieve. El detective que los investiga es unmonje que se llama Guillermo de Baskerville, ylo hace Sean Connery. ¡Mejor, imposible! Leacompaña otro monje jovencito llamado Adso.¿Ves? Baskerville como el perro infernal contrael que luchó Sherlock Holmes y Adso, quesuena a Watson, su ayudante. Pero Guillermo…estoy segurísimo de que se llama Guillermo porGuillermo de Occam.

ALBA: No acabo de entenderlo.

NEMO: Es porque no has visto la película. Guillermo deBaskerville todo lo descubre a base de pistas ydatos que descubre con su experiencia,¿comprendes? Mirando, escuchando,olfateando… No se fía de lo que le dicen niacepta soluciones sobrenaturales para los

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asesinatos. Además tiene que enfrentarse a uninquisidor de lo más cabrón, un fanático quemanda quemar a un montón de gente. Y algo muyimportante: tiene mucho sentido del humor.

ALBA: ¿Quién, el inquisidor ese?

NEMO: ¡No, mujer, qué cosas dices! ¡Me refiero a SeanConnery! O sea, Guillermo de Baskerville. Esdecir, Guillermo de Occam.

ALBA: A ver si te aclaras.

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NEMO: Estoy seguro de que Guillermo de Occam era untío con sentido del humor. Porque pensaba porsí mismo y se fijaba en todo lo que había a sualrededor. Lo contrario de los inquisidores:ésos creen que la verdad les cae de lo alto, paf,catacroc, y lo que no se ajusta a su dogma loqueman para que no les fastidie el cuento. ¡No

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tienen ni pizca de humor, te lo juro!

ALBA: En eso estamos de acuerdo. Hay que tomarsemuy en serio a uno mismo para quemar aalguien que no piensa como tú.

NEMO: Pues de esos fanáticos hubo muchos en la EdadMedia.

ALBA: ¡Toma, y ahora! ¿Qué me dices de Stalin, Hitler,Franco o Fidel Castro? Cuanto más brutos,menos bromas aguantan sobre sus creencias.

NEMO: En cambio Sócrates dialogaba con cualquiera yse reía de todos, empezando por él mismo, ¿teacuerdas? Sólo se puede hablar libremente conquien no está seguro de tener la verdad, toda laverdad y sólo la verdad.

ALBA: Bueno, bueno… pero no chilles, que estamos enuna iglesia.

NEMO: Lo siento, pero es que me indigna…

ALBA: Hasta luego.

NEMO: ¿Y adónde vas ahora?

ALBA: Voy al videoclub, a ver si encuentro la películaesa que dices. El nombre de la rosa, ¿no?

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NEMO: Pues te acompaño. No me importaría verla otravez… contigo. Y luego hablamos.

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E

CAPÍTULO 6Muy humanos y contentos de serlo

n la Edad Media solía decirse: «El aire de lasciudades hace a los hombres libres». Es decir, enla ciudad cada cual puede elegir su trabajo y no

está obligado a vivir pegado a la tierra como loscampesinos. Tampoco depende de los caprichos a vecestiránicos del señor feudal, que exige un pago a menudoabusivo de quien cultiva sus campos, como precio a suprotección contra las incursiones de posibles enemigos.Así las ciudades fueron adquiriendo cada vez másimportancia y con ellas el Estado, gobernado por un reyque estaba por encima de los señoríos y unificaba en susmanos la administración del poder.

Con el ascenso del poder de los Estados fuedisminuyendo el dominio de la Iglesia sobre losciudadanos. En especial la cultura (es decir, lasuniversidades, el arte y el pensamiento) fue quedando

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cada vez más en manos de los civiles. Por supuesto, laIglesia aún mantenía gran influencia en la sociedad, peroya no ejercía un control absoluto. En muchas ocasiones,los reyes y el Papa entraban en conflicto y no siempreera este último quien imponía su criterio. En el terrenofilosófico, el tema fundamental dejó de ser el contenidode los dogmas cristianos y las peculiaridades de lanaturaleza sobrenatural de Dios. Aparecieronpreocupaciones nuevas: las leyes de los países y sumejor organización, la paz y la guerra entre las naciones,las posibilidades de la ciencia y del arte… Volvieron aleerse y a citarse como autoridades intelectuales a losautores clásicos griegos y romanos, por encima de losPadres de la Iglesia. Se desarrolló la investigación y elestudio experimental de las cosas. En una palabra, elasunto central de estudio pasó a ser el hombre y suscapacidades humanas, mientras que la teología quedórelegada a un segundo plano.

Quizá en ningún otro sitio se exprese este girohumanista del pensamiento con tanta nitidez como en elDiscurso sobre la dignidad del hombre, de GiovanniPico de la Mirandola. El autor fue un joven italiano defamilia aristocrática, que vivió solamente treinta y unaños. En ese breve plazo dio muestras de grandesconocimientos en materias muy dispares que le

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granjearon admiraciones, aunque también odios (se diceque murió envenenado), en las diversas ciudades en quevivió: Bolonia, Ferrara, Padua y Florencia. Es precisorecordar que por entonces Italia no era un Estado único,sino un conjunto de ciudades-estado gobernadas porfamilias nobles y frecuentemente enfrentadas enconflictos armados, pero en las que florecíanexcepcionalmente los conocimientos y las artes.

El Discurso sobre la dignidad del hombre ha sidollamado por algunos «el manifiesto del humanismorenacentista». En él se cuenta una especie de fábula omito, semejante a aquellos de los antiguos griegos: Diosrepartió entre todas las criaturas los diversos bienes yhabilidades, en una escala en la que cada cual ocupa sulugar determinado y que va desde los ángeles en lo másalto hasta los seres más humildes e inferiores como laostra (a la pobre ostra, Giovanni Pico la tenía realmenteen muy poca estima). Pero dejó para el final al hombre, ycuando llegó su turno ya no guardaba ningún bienespecial que darle: por tanto, el ser humano se quedó sinningún puesto específico y fijo en la escala de lacreación. Pero esa aparente limitación tenía también susventajas y le otorgaba al hombre una especial dignidad.Así que Dios se dirigió a Adán, el primero de nuestraestirpe humana, y le dijo: «Mira, Adán, no voy a

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concederte ninguna prerrogativa ni te asignaré ningúnlugar exclusivo en la creación. Los demás seres tienenque atenerse a lo que yo he programado para ellos, perotú podrás buscarte y labrarte tu propio destino,empleando tu libertad. Serás tu propio escultor y podrásfabricarte con tus actos la imagen que prefieras, despuésde conocer todas las cosas que hay en el mundo. Podrásascender en la escala hacia lo más alto, acercándote alos ángeles y la divinidad, o degradarte y bajar hacia lasbestias inferiores (¡la ostra, ya sabes, menudoaburrimiento!)». De este modo legendario explicabaPico que el hombre no sólo es parte de la creacióndivina, sino en cierta forma colaborador en ella, comouna especie de dios en miniatura. Y esa capacidadcreadora es la que le pone por encima de los restantesseres, porque para bien y a veces para mal tiene la tareade inventarse a sí mismo.

El intelectual más influyente de esa época fueDesiderio Erasmo, nacido en Rotterdam pero viajero portoda Europa y considerado maestro del saber en todoslos países. Aunque educado como sacerdote, pidió serdispensado de sus votos y colgó los hábitos. Era unespíritu sumamente independiente y nunca quiso

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someterse a ninguna disciplina ni afiliarse a ninguno delos partidos religiosos que se enfrentabanvirulentamente. En la historia del pensamiento no faltanmártires valerosos que han pagado con la cárcel y hastacon la vida la defensa a ultranza de sus teorías. Elcauteloso y prudente Erasmo estuvo siempre firmementedecidido a que no incluyeran su nombre en esa nóminaheroica. De modo que se las apañó para exponer susideas con precisión, elegancia y mucha ironía, peroarreglándoselas también para esquivar los peligros yevitar que los fanáticos de cualquier signo se cebaran ensu frágil persona.

Y es que Erasmo pensaba que todos los humanosestamos necesariamente más o menos locos. No locos enel sentido clínico del término, como para internarnos enun manicomio (aunque también hay bastantes de éstos),sino poseídos por obsesiones fantásticas e ilusiones detodo tipo sin las cuales la vida se nos haría imposible.En una palabra, nos alimentamos de mentiras eimposturas sin las cuales no podríamos ni respirar. En elamor, en la política, en la religión y en todos los camposnos movemos gracias a fantasías o exageraciones quetomamos tremendamente en serio. Éste es el argumentode la obra más conocida de Erasmo, titulada Elogio dela locura, en la que realiza con humor malicioso un

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supuesto encomio de nuestros delirios más queridos yfrecuentes. Por supuesto, Erasmo sabe muy bien que notodas esas «locuras» tienen el mismo mérito ni el mismopeligro: algunas nos permiten disfrutar con mayor ahíncode las posibilidades que ofrece la existencia, pero otrasse convierten en motivo para intransigencias,hipocresías, guerras y persecuciones.

Erasmo de Rotterdam

A pesar de ser un hombre religioso, Erasmo era muycrítico con la Iglesia y sobre todo con los papas,demasiado dedicados en su época al lujo, a lasensualidad y a las intrigas políticas: vivían literalmente

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como príncipes, no como sacerdotes y representantes dela humildad cristiana. Erasmo escribió páginasdemoledoras contra ellos, que probablemente inspiraronen parte a los reformadores protestantes. Pero cuandoLutero lanzó su cisma, Erasmo no se decidió a ponersede su lado abiertamente: prudente hasta parecer a vecescobarde (aunque no faltaban en esos tiempos, como entodos, muestras de brutalidad que justificaban suactitud), desconfiaba de la vehemencia y el fanatismo delmonje rebelde, a pesar de comprender y en ciertamedida compartir sus razones. De modo que se mantuvoen una actitud ambigua, que le hizo sospechoso antetodas las facciones… pero le permitió llegar a viejo.

En lo que Erasmo fue indudablemente más claro fueen su oposición a la guerra, a cualquier guerra, a todaslas guerras. En uno de sus Adagios (es decir,comentarios de proverbios griegos y latinos en los quedaba muestras de su erudición a la par que exponía suspropias ideas), glosa el proverbio «La guerra es dulcepara quien no la conoce». Dice Erasmo que sólo los muyjóvenes a quienes les comen el coco con soflamasguerreras pueden creer que la guerra es una ocasiónmagnífica y heroica (también nuestro Quevedo hablóluego de «la juventud robusta y engañada»). En realidad,el hombre no está hecho para enfrentarse a los demás

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hombres, sino que es el único animal nacidoexclusivamente para la amistad y que madura y serefuerza principalmente gracias a la ayuda mutua. Lastrampas y crueldades de la batalla son todas infames,aunque nos hayamos acostumbrado a ellas y lasconsideremos «normales». En cuanto a los motivos paradeclarar la guerra al vecino, todos le parecían fútiles yengañosos, porque quien quiere reñir siempre encontraráen el pasado alguna justificación para su agresión. Laverdadera causa de las guerras suele ser siempre laambición y el deseo de conseguir por la fuerza riquezasajenas. Tampoco le convencían quienes predicaban lacruzada contra los turcos pretextando que tenían unareligión distinta y «peligrosa». Vamos a ver, si loscristianos no practican la caridad y la mansedumbreevangélicas, ¿en qué son mejores que los musulmanes?Incluso llegó a decir que «si se prescinde del nombre yde la insignia de la cruz, somos turcos luchando contraturcos». Valientemente —¡ahora sí!—, Erasmo sostuvoque los príncipes deben recordar que gobiernan ahombres libres y no a simple ganado al que se puedellevar con engaños al matadero para servir a sus propiosintereses particulares.

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En alguno de sus viajes, Erasmo fue a Inglaterra y sealojó en casa de su amigo Tomás Moro. El cancillerMoro era un estudioso de los filósofos clásicos, comoErasmo, pero también un hábil político, consejerodurante cierto tiempo del rey Enrique VIII. En bastantesaspectos se parecía a Erasmo: erudito, irónico, firme ensus convicciones religiosas pero tolerante con las de losdemás. Y también un espíritu libre e independiente, queservía a su país sin sentirse sin embargo obligado aplegarse a los caprichos del poderoso. Seguramente,Erasmo y él se lo pasaban muy bien charlando y riéndosede las locuras necesarias de los humanos. Por cierto, ¿enqué lengua hablaban entre sí los dos amigos? Pues enlatín seguramente, el idioma de todas las personas cultasde Europa en aquella época, en la que escribieron susobras más destacadas. La diferencia entre ambos era queMoro ocupó cargos políticos, en vez de mantenerse almargen de esos asuntos como el prudente Erasmo. Porello, cuando el polígamo Enrique VIII ordenó alParlamento inglés anular su matrimonio con Catalina deAragón y nombrar heredero del trono al hijo que habíatenido con su segunda esposa, Ana Bolena (a la quetambién eliminó luego de un hachazo), Tomás Moro se

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negó a firmar ese acta. El rey le encarceló, le condenó amuerte y terminó ordenando que le cortaran la cabeza.Cuando quienes querían salvarle la vida le sugerían quedijese una palabra de arrepentimiento al rey,probablemente propicio a indultarle en nombre de susservicios pasados, Moro contestó con sencilla firmeza:«Soy el único que lleva la responsabilidad de mi propiaalma».

Tomás Moro escribió un libro cuya celebridad hallegado hasta nuestros días: Utopía. Es uno de los pocoscasos en que el título de una obra se convierte en elnombre de una forma de pensamiento: ¿quién no ha oídohablar de utopías buenas o malas e incluso ha calificadoun proyecto supuestamente irrealizable de «utópico»? LaUtopía de Moro es una especie de novela que cuenta lallegada de un náufrago, Rafael, a una isla denominadaUtopía (un nombre de etimología griega que significaalgo así como «en ningún lugar», «en ningún sitio», y queindica la intención satírica del autor). Este mínimoargumento sirve para contarnos las instituciones y laforma de vida que imperan en ese lugar fabuloso.

En Utopía no existe la propiedad privada ni el dinero(el oro y la plata son considerados metales viles, que

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sirven para fabricar los instrumentos domésticos menospreciosos). Todos los ciudadanos cultivan el campo porturnos y nadie puede permanecer ocioso salvo rigurosocastigo. Se trabaja seis horas al día y el resto del tiempose dedica al ocio o al estudio. Sólo se cultivan lasciencias que sirven para fines prácticos, no lasespeculaciones lógicas o metafísicas. La religión de losutopianos se basa en la inmortalidad del alma y por tantolos castigos o premios eternos que le corresponden trasla muerte (es decir, los aspectos prácticos de lascreencias que sirven para mantener el orden), pero si seaceptan estos dogmas, no es preciso ya pertenecer aninguna iglesia determinada y el cristianismo coexistesin hostilidad con cualquier otra devoción. Sólo soncondenados los fanáticos religiosos que intentanperseguir a los fieles de otras doctrinas, de modo que elúnico pecado imperdonable socialmente es laintolerancia. La guía racional de la conducta humana esel placer y sobre el placer se basa la solidaridad social,porque el placer de todos es parte del placer de cadauno de los miembros de la comunidad.

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Tomás Moro

La verdad es que la vida en Utopía, si nos tomamosen serio esta sátira, no parece demasiado atractiva: todo

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es excesivamente rígido y formal, nada puede serdiscutido y las novedades están descartadas por decreto(las leyes vigentes fueron establecidas por el mítico reyUtopos, que las promulgó de modo inapelable einmodificable… ¡hace ochocientos años!). Sin embargo,lo cierto es que Tomás Moro no intentaba proponerrealmente un programa de gobierno ni un modelo deparaíso, sino criticar usos y abusos frecuentes en laInglaterra de su época. Lo malo es que muchos de losutopistas que han seguido las trazas de Moro (imitandopreferentemente el comunismo elemental de la primeraUtopía) han pretendido después establecer en serioparaísos obligatorios en los que todo estuviera previstode antemano y los disidentes fuesen castigados comotraidores a la comunidad. De este modo, en demasiadoscasos, el sueño idealista de unos pocos se ha convertidoen pesadilla carcelaria para todos los demás. Pero seríainjusto echar la culpa de estas peligrosas aberraciones alingenioso y valiente canciller.

En España, el valenciano Juan Luis Vives fue amigode Tomás Moro y de Erasmo, manteniendocorrespondencia con ellos. A Vives le preocupaba que lalógica aristotélica, admirable en su día, hubiera llegado

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a convertirse en la Edad Media en una intocable vacasagrada que impedía el desarrollo de la cienciamoderna. Sostuvo que los verdaderos discípulos deAristóteles no eran quienes leían devotamente sus obrasy se las aprendían de memoria, obstaculizando asínuevos descubrimientos, sino los que seguían el ejemplovivo de Aristóteles, que fue en su época un granobservador de la naturaleza y para nada un memorizadorde textos antiguos. El conocimiento científico avanza através de la investigación experimental de los hechosnaturales y no por el estudio de obras del pasado, pormuy ilustres que sean. También escribió un tratado Sobreel alma y la vida, en donde sostiene que lo importante noes elucubrar sobre qué sea el alma en abstracto sinoestudiar empíricamente sus propiedades y la manera enque se manifiestan en la vida cotidiana.

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Uno de los autores más interesantes y simpáticos delRenacimiento fue Michel de Montaigne, que vivió en sucastillo del Perigord, cerca de Burdeos. No es corrientehacer innovaciones en alguno de los géneros literariosconocidos, pero todavía es más raro inventar un géneronuevo, un tipo distinto e inédito de obra literaria. Se

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puede decir que Montaigne inventó uno y precisamenteel más practicado hoy en día: el ensayo. Así se llamanpor primera vez los textos que escribió, Ensayos, piezasbreves que no pretenden estudiar científica yordenadamente un tema sino reflexionar con libertad yespontaneidad sobre él, aportando anécdotas, rasgos dehumor, experiencias personales y divagaciones que loprolongan en busca de nuevos horizontes. En todo lo queescribe Montaigne es muy importante el testimonio de supropia aventura vital (al comienzo de su obra anuncia:«Yo soy la materia de mi libro») y todo lo que cuenta ypiensa está pasado a través de sentimientos ysensaciones que él mismo ha tenido. Nunca habla sólo deoídas —a pesar de su gran erudición—, sino que refierelas cosas en primera persona. A pesar de que su padre leeducó hasta casi la adolescencia en latín, Montaigne esel primero de estos autores humanistas que escribe enfrancés, es decir, la lengua común del pueblo y no sólola de los universitarios o estudiosos. Los ensayos tienenun discurrir variable porque la vida misma es así,cambiante y llena de circunstancias contradictorias.

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Michel de Montaigne

El pensamiento de Montaigne está marcado por elescepticismo, es decir, por la duda respecto a todo loque podemos saber. No habla con la seguridad deldogmático sino que expresa sus vacilaciones y a vecessu confusión sobre lo que se le aparece en el mundo.Para conocer lo que hay sólo contamos con los datos denuestros sentidos y no tenemos medio de estar seguros de

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si las cosas son como nos parecen o su ser verdadero esdiferente a como nosotros lo percibimos. No tenemosmás remedio que atenernos al testimonio variable eincierto que nos aporta la experiencia, por lo queharemos bien en ser modestos en la ostentación denuestra ciencia. Dependemos del mundo y la naturaleza:frente a ese enorme conjunto de sucesos, somospequeños y contamos con medios limitados deconocimiento. El hombre sensato buscará vivir lo mejorposible y no sólo saber lo más posible: a fin de cuentas,lo que más importa es disfrutar del modo más humano denuestro breve paso por el mundo.

Para Montaigne, todo lo que ocupa la vida es dignode atención, desde nuestras funciones fisiológicas hastanuestras enfermedades o nuestra conversación con losamigos. Y no hay que exagerar la importancia de lo quellamamos «civilización», porque también los quedenominamos «salvajes» —como los indígenas de laAmérica entonces recién descubierta— e incluso losanimales son compañeros nuestros en el esfuerzo poraprovechar lo mejor posible cuanto de favorable ofrecela vida. A Montaigne no le gustaban los sacrificios ni elsufrimiento como mérito: incluso dice, radiante: «Yo nohago nada sin alegría».

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Si la Utopía de Tomás Moro sirvió para nombrar todoun nuevo género de obras, el apellido de Maquiavelo seha convertido en adjetivo calificativo (o, más bien,descalificador) de ciertos políticos: llamamos hoy«maquiavélico» a alguien muy astuto, hipócrita ytramposo que no retrocede ante ninguna fechoría paraconseguir lo que se propone. No es del todo justo:Nicolás Maquiavelo, nacido en Florencia, fue unhistoriador dedicado a hacer política pero también areflexionar sobre ella, no un desaprensivo ni muchomenos un criminal. Ante todo, fue un patriota con elmayor de los problemas: su patria no existía… aún.Italia era un mosaico de ciudades y feudosfrecuentemente enemistados, en donde los reyes deEspaña y Francia hacían y deshacían a su conveniencia.Maquiavelo quería conseguir que los italianos se unieranentre sí y se independizaran del dominio de losextranjeros. Aspiraba a recuperar la antigua gloria queRoma había conocido en Europa. Para ello eranimprescindibles al menos dos cosas: un buenconocimiento histórico del pasado, para aprender de éllecciones útiles y también para saber de dónde veníanlas instituciones malas o buenas del presente, así como

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gobernantes capaces y enérgicos que asegurasen lalibertad cívica del país. Fueron precisamente susconsejos a esos futuros gobernantes —recogidos en suobra más célebre, El príncipe— los que le hangranjeado mala fama en la posteridad…

Según Maquiavelo, el gobernante tiene ante todo queser un buen político (capaz y decidido, conocedor delterreno y con proyectos viables, etcétera), pero nosencillamente lo que llamamos «una buena persona». Lamoral corriente está muy bien para las relacionescotidianas que los humanos mantenemos entre nosotros,pero no sirve —o al menos no basta— para quien tieneque dirigir toda una comunidad, sortear conspiraciones yrevueltas o enfrentarse a enemigos exteriores. Elcristianismo puede ser estupendo para salvar el almaparticular de cada cual, pero se convierte en unobstáculo cuando de lo que se trata es de salvar a todoun país. No es que Maquiavelo aconseje a su príncipeque disimule, mienta o incluso elimine por las bravas asus oponentes políticos: pero deja claro que si hay queacudir a esos métodos por razones justificadas no debeponerse demasiado melindroso. Si los ciudadanos amana su príncipe será mejor para todos, pero es más seguroque al menos le teman. Muchas veces un príncipe temidopero eficaz es mucho mejor para garantizar la libertad de

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los ciudadanos que uno muy amado por bondadoso ytontorrón.

Este manual de instrucciones convierte a Maquiaveloen padre de lo que después se llamó la «razón deEstado», es decir, la justificación por el bien de lacomunidad y la paz social de los actos menosrecomendables que a veces perpetran los gobernantes.Sería injusto, sin embargo, hacerle responsable de tantosabusos y maldades como luego se han cometido y secometen bajo el lema de la dichosa «razón de Estado».Quizá el descuido de Maquiavelo fue no prever quemuchos políticos confunden sus intereses personales olos de su partido con el bien común de la sociedad:claro que estos pájaros no son «maquiavélicos» sinosencillamente sinvergüenzas… La visión que tieneMaquiavelo de la historia y la política es sin duda máspagana que cristiana; lo que él llama «virtud» se parecemás bien a lo que los antiguos romanos consideraban así,no a lo que predican los santos padres. Algunas de lasfiguras políticas más admiradas por él, como el ferozCésar Borgia o el marrullero Fernando el Católico,aspiraron a reinos más terrenales que el de los cielos.Por lo demás, Maquiavelo tuvo una clara conciencia deque organizar la convivencia humana es algo muycomplejo, sometido a constantes vaivenes según las

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fuerzas en conflicto y donde constantemente influye elazar, es decir, lo imprevisible que desbarata los mejoresplanes. Es el azar (lo que los paganos llamaron«fortuna» y los cristianos quisieron contrarrestar con lanoción de Providencia divina) el mayor y más constanteenemigo con el que los príncipes deben enfrentarse…como el resto de los humanos, si bien se mira.

En esta época comienza también a desarrollarse laciencia en el sentido moderno de la palabra, basada enla observación, en la experimentación y luego en laaplicación de cálculos matemáticos. Pero losdescubrimientos científicos hicieron tambalearse muchascreencias tradicionales, algunas sostenidas por supuestos«argumentos» religiosos y otras basadas en un respetoacrítico a lo que decían Aristóteles y otros sabios de laAntigüedad. El gran astrónomo Nicolás Copérnico, porejemplo, estableció que el centro de nuestro sistemaplanetario es el Sol y no la Tierra (como se creía desdeTolomeo). Después otro astrónomo, Kepler, reforzó lateoría heliocéntrica y descubrió las leyes delmovimiento planetario, la órbita elíptica que describenestos cuerpos celestes, etcétera. De los descubrimientosde ambos se derivaron luego los grandes avances de

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genios como Galileo o Isaac Newton. Ya no en los cielossino en la tierra, Gilbert teorizó sobre las propiedadesdel imán, Harvey descubrió la circulación de la sangre,Leeuwenhoek hizo lo propio con los espermatozoos y losorganismos unicelulares, Robert Boyle hizo avanzarextraordinariamente la química, etcétera. La gran carrerapor el desvelamiento de los componentes materiales delmundo había comenzado.

Lo mismo que la política fue pensada filosóficamentepor Maquiavelo, otros se dedicaron a la reflexión sobrelas nuevas perspectivas cósmicas y materialistas queabría la nueva ciencia. A veces, esas reflexiones teníanmás de imaginación poética que de método científico,como en el caso de Giordano Bruno, nacido en Nola.Eran tiempos en que las fronteras entre la magia y elconocimiento experimental, la observación de lo real yel vuelo fantástico que se pasea por el Universo inmensoestaban todavía poco claras. Bruno tenía interés en todosesos campos y se movía con fulgor y cierta arbitrariedada través de ellos. Consideraba meras supersticiones lascreencias religiosas, con sus milagros y resurrecciones,aunque les concedía algún valor —muy relativo— deorientación moral. Creía en un Dios pero al que

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identificaba con la naturaleza y sentía el entusiasmo vitaldel hombre enfrentado ante las posibilidades infinitasdel Universo, semejante por tanto al propio Dios en suaspiración a lo ilimitado. Como otros pensadores delpasado, padeció cárcel y persecución por sus ideas.Finalmente vino a caer por la traición de un falsoprotector en manos de la Inquisición, en Roma. Tras unlargo encierro, en el que se negó a renegar de susdoctrinas —que apreciaba tanto como su vida misma ypor las que estaba dispuesto a arriesgarla—, terminóquemado vivo en el Campo dei Fiori, donde una estatuasevera y oscura conmemora hoy su martirio.

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Bruno consideró dañinos para el conocimiento a losseguidores acríticos de Aristóteles, que pretendíanconocer la naturaleza de antemano y basándose sólo enlos razonamientos, ya remotos en el tiempo, de sumaestro. Y también fue decididamente antiaristotélicoFrancis Bacon, un pensador inglés al que se le considerapadre del método científico. Ciertas personas pueden sermuy interesantes en el terreno de la filosofía, pero encambio tener una moralidad dudosa (me refiero a losmodernos, porque los antiguos —como Sócrates o

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Séneca— pensaban de otro modo). Bacon no sólo sededicó a la reflexión filosófica sino también a lapolítica, y llegó a ostentar el cargo de Lord Canciller deInglaterra, algo así como Primer Ministro. Sin embargoperdió su puesto por acusaciones de corrupción, pareceque bien fundadas, y hasta pasó una temporada en lacárcel: también fue moderno en esto.

Bacon sostenía que la aplicación mecánica de lalógica aristotélica y su intento de anticiparse a lanaturaleza para determinar cómo funciona pero sinobservarla realmente funcionar puede hacer que unogane una disputa verbal pero no que aumente realmentela ciencia ni nuestro control de los hechos naturales. Laúnica forma de llegar a dominar la naturaleza (y eso eslo que, según Bacon, desea el hombre) sólo se consigueobservándola y obedeciéndola. Es preciso estudiar loque sucede, anotar los resultados y hacer experimentospara reforzar las observaciones realizadas: a partir deesa base pueden obtenerse interpretaciones acertadascientíficamente. En el verdadero conocimiento no valenla magia ni la invocación a sabios del pasado, sino laexperiencia y la paciente constatación de lo que ocurreen el mundo. A su modo, también Sir Francis Bacon fuemártir de sus ideas, porque murió a causa de unenfriamiento contraído cuando hacía pruebas llenando de

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nieve unas cuantas aves muertas para comprobar si asíse retrasaba su putrefacción.

Bacon denunció que la mayoría de los humanospermanecen en la ignorancia porque adoran adeterminados ídolos, es decir, falsas opinionesgeneralmente aceptadas. Hay ídolos de la tribu,compartidos por todos los humanos, y otros específicosde ciertos individuos y ciertas culturas. Entre ellosdestaca el propio lenguaje, porque está lleno de palabrascomo «fortuna», «primer motor», «elemento del fuego» yotras semejantes, que son residuo de teorías falsas peroque no se discuten. Otras palabras, como «húmedo», serefieren a cosas verdaderas pero imprecisas y ambiguas,que pueden ser tomadas en muchos sentidoscontradictorios. Otros ídolos, que Bacon llama «delteatro», provienen de las convenciones sociales y dedoctrinas antiguas que está mal visto contradecir. Siqueremos asegurar nuestra ciencia, es preciso librarnosde todos los ídolos sociales y personales paradedicarnos de lleno al estudio sin prejuicios de lanaturaleza. Aunque en la obra de Francis Bacon estasideas están sólo esbozadas y él mismo no estaba aúnlibre de muchos prejuicios, ya podemos percibir en susescritos la voz de la ciencia moderna: y también ladeterminación de poner el conocimiento al servicio de

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los objetivos y las ambiciones de los hombres,renunciando a la mera contemplación desinteresada delUniverso.

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La escena transcurre en la plaza romana del Campodei Fiori. Puestos callejeros, muy animados. Al fondo,erguida en su pedestal, la estatua altiva de GiordanoBruno.

ALBA: Empiezo a pensar que esto de la filosofíasiempre ha sido un deporte de riesgo.

NEMO: Lo dices por Giordano Bruno, ¿no?

ALBA: Por Sócrates, por Tomás Moro… y no sé cuántosmás. Al que no lo matan, lo encarcelan o lodestierran. ¡Menudo premio por atreverse apensar!

NEMO: ¡Brrr, eso de que le quemen a uno vivo debe deser de lo más desagradable! Yo, desde luego,me hubiera arrepentido, pediría perdón, lo quefuese con tal de escapar de la hoguera. ¡Jo, vayapalo!

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ALBA: Menudo héroe estás hecho…

NEMO: ¿Qué pasa? Soy de la escuela de Erasmo. Sialguien piensa bien y dice lo que hay que decir,resulta más útil vivo que mártir. Ser prudentenunca le sienta mal a nadie…

ALBA: ¿Y cuando no es posible… o decente callarse loque uno piensa?

NEMO: ¡Oye, guapa, no me agobies! Viva Erasmo y avivir, como Erasmo: ése es mi nuevo lema.Pero… ¿por qué habrá tanta persecución contraquien piensa a su manera?

ALBA: Supongo que es porque les tienen miedo.

NEMO: ¿Miedo? Que yo sepa, ni Sócrates ni GiordanoBruno pretendieron nunca matar a quienes lesllevaban la contraria.

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ALBA: No me refiero a esa clase de miedo. Lo que pasaes que hay gente que se asusta cuando se veobligada a dudar de lo que antes creía yempezar a pensar por su cuenta.

NEMO: Pues que sigan creyendo en lo que les dé la ganasin meterse con los demás.

ALBA: No es tan fácil. Esa gente necesita que todo elmundo piense igual que ellos para sentirseseguros. Cuando alguien disiente con una ideapropia y sabe argumentarla… bueno, entoncesse preguntan sin remedio: «Si éste piensa así,¿por qué creo yo lo que creo?». Y eso les pone

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muy nerviosos… y agresivos.

NEMO: Pero no hay otra manera de que vayanapareciendo ideas nuevas en el mundo… Es elúnico modo de que avancemos, ¿no?

ALBA: Eso creo también yo. Pero para que avancemos,algunos tienen que jugársela…

NEMO: Bueno, menos mal que ahora ya no quemamos anadie por sus ideas, aunque sean diferentes a lasde la mayoría.

ALBA: No sé… ¿estás seguro? Hay muchas formas desilenciar al que razona a contracorriente…

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CAPÍTULO 7El alma y las máquinas

n el terreno del conocimiento, casi siempre seavanza poco a poco. El descubrimientoimportante se prepara entre muchos, aunque

siempre debe haber uno que se dé cuenta finalmente deque se está iluminando por primera vez algo antesdesconocido. La ciencia moderna llegó de la mano dequienes inventaban cosas y de quienes formulabanteorías, pero el paso decisivo se debió a alguien que a lavez inventaba y teorizaba: Galileo Galilei. Este gransabio se dedicó no sólo a descubrir nuevosconocimientos científicos, sino también aexplicar cómodebe investigarse para llegar a tales conocimientos.

Galileo sostuvo que los hallazgos científicos nuncapueden hacerse en el mundo de papel de los libros,aunque los haya escrito Aristóteles o sean lasmismísimas Sagradas Escrituras. Hay que aprender a

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leer en otro gran libro, el de la Naturaleza, que no estácompuesto por hojas de papel sino por árboles, seres enmovimiento, mares y estrellas. Dios ha escrito la Bibliacon sermones y metáforas hechas de palabras, perotambién ha escrito otro gran libro, el Libro del Universo.Y para conocer este otro libro hace falta aprender a leerde nuevo, por medio de la experiencia y la observaciónde los sucesos naturales. Para esa nueva lecturanecesitamos instrumentos como el telescopio, queGalileo no inventó pero que mejoró sustancialmente, elcual nos permite «leer» en los cielos más remotos.Gracias a este aparato Galileo descubrió los tressatélites del planeta Júpiter y también se convenció deque Copérnico tenía razón: es la Tierra la que gira entorno al Sol, como los demás planetas, y no el Sol quiense mueve. Su descubrimiento despertó —como ya hemosvisto que solía pasar— la indignación eclesiástica.Galileo tuvo que enfrentarse con un proceso ante elSanto Oficio inquisitorial, y para no acabar comoGiordano Bruno no le quedó otro remedio que abjurarpúblicamente de sus bien probadas teorías. Cuenta laleyenda que una vez terminado el juicio, dio una patadaen el suelo y se le oyó mascullar: «¡Y sin embargo, laTierra se mueve!».

Galileo sostenía que el gran Libro del Universo está

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escrito por Dios con todo lo que existe, se mueve y actúaen la realidad, pero después de la experiencia queobserva, la clave para comprender ese libro reside enlas matemáticas: cifras, relaciones y figuras geométricas.Las matemáticas son la fórmula para poner en claro loque nos revela la experiencia y de la combinación deambas nace la ciencia moderna, que tantos avancesimportantes ha traído a nuestro mundo.

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También fueron las matemáticas el estudio principal dequien está considerado el primer filósofo propiamentemoderno: el francés René Descartes. Estudió con losjesuitas y, aunque no quedó contento con la formaciónescolástica que recibió, siempre mantuvo amablesrelaciones con ellos, en especial con el padre Mersenne,que fue su confidente a través de una abundantecorrespondencia. En aquella época, alistarse en elejército podía ser una buena forma de viajar y vermundo: Descartes la utilizó y eso le permitió conocergran parte de Europa, mientras estudiaba matemáticas yfísica. Se instaló finalmente en Holanda, en busca detolerancia y libertad de investigación. Escribió tratadossobre geometría, pero también sobre la luz, el cuerpo o

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los meteoros. Cuando ya gozaba de cierta fama, la reinaCristina de Suecia —muy interesada por la cultura y lasciencias— le invitó a Estocolmo para que le diera clasesparticulares. Lo malo es que la única hora que tenía librela Soberana eran las cinco de la mañana, que no esmomento de hacer filosofía, sino de estar bien arropaditoen la cama… sobre todo en Suecia, con el frío que hace.Además Descartes nunca había tenido buena salud, demodo que en uno de esos madrugones pilló una pulmoníay se murió. A los filósofos nunca les ha sido demasiadoprovechoso empeñarse en complacer a los príncipes.

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René Descartes

La mayor preocupación intelectual de Descartes fuebuscar la certeza en el conocimiento. ¿Cómo podemosalcanzar una seguridad en todos los saberes semejante ala que tenemos en matemáticas? Pero su originalidad fuecentrarse en elementos biográficos para indicar elcamino —en griego, «método»— a seguir: antes dedictar normas para todos, contó en primera persona supropia aventura intelectual. Cuenta Descartes que cierta

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noche estaba sentado junto a una estufa en sucampamento militar y de pronto comenzó a dudar de todolo que había aprendido hasta la fecha. ¿Y si todo lo quesabía fuera erróneo? ¿Podía estar seguro de algo? «Lossentidos —meditó— me indican ahora que estoy junto aesta estufa, en mi campamento, rodeado de árboles ybajo las estrellas. Pero los sentidos me engañan a veces(por ejemplo, un bastón introducido en el agua parece ala vista que deja de ser recto, etcétera), y cuando estoydormido veo cosas que me parecen muy reales pero sóloexisten en mi imaginación. ¿Y si todo fuese un sueño,tanto la estufa como los árboles, las estrellas… e inclusomi propio cuerpo?

»Desde luego, las verdades de la matemáticaparecen segurísimas: dos y dos son cuatro, esté dormidoo despierto. Pero… ¿de dónde me viene esa certeza? ¿Ysi resulta, por ejemplo, que soy la víctima de un demonioburlón, que me hace creer en la aritmética o la geometríaporque le divierte verme engañado? Esta suposición esbastante rara, pero tampoco puedo estar seguro de quetodo no sea rarísimo…». Descartes estaba hecho un lío.De pronto decidió que, aunque sólo fuera por un rato, ibaa dejar de creer en todo aquello que le parecía dudoso:el mundo y las cosas que le rodeaban, su cuerpo, lasmismísimas matemáticas… «¿Estás ahí, demonio burlón?

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¡Pues no te quedarás conmigo! Bien, ahora ya no me creonada de nada —pensó Descartes—. De modo que nadahay de cierto, todo es dudoso… ¿Todo?».

Pues no, por lo menos hay algo seguro, segurísimo: yDescartes empezó a sonreír con alivio al darse cuenta.Lo seguro es la duda misma: «¡Caramba, seguro queestoy dudando de todo! Y si dudo es porque estoypensando: dudo de lo que pienso, pero al menos esimposible dudar de que pienso puesto que dudo. Y sipienso, eso demuestra que existo: soy una cosa quepiensa y duda… pero seguro que soy». Por fin habíaencontrado Descartes algo claro y evidente a partir de loque empezar a volver a creer en la realidad. Porque si laevidencia de que existía le resultaba irrefutablementeclara por mucho que dudase de todo lo demás, esecriterio de la claridad y evidencia le podía servir paraidentificar otras verdades igualmente ciertas que la de suexistencia. Por ejemplo, estaba lleno de ideas que levenían de sus sentidos, del mundo, de las cosas, quizá desus sueños… de todo lo dudoso. Pero tenía la idea de laperfección absoluta y esa idea no podía habérselasugerido nada de este mundo, donde todo es imperfecto:de modo que la idea de perfección hace evidente y clarala existencia de un ser absolutamente perfecto, al quellamamos Dios. «Si Dios existe, como resulta evidente, y

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es perfecto, tiene que ser bueno, porque la maldad (porejemplo, las ganas de engañar al prójimo para burlarsede él) son imperfecciones. De modo que Dios evitaráque ningún demonio antipático me tome el pelo: puedoconfiar en las matemáticas, en mis sentidos y en lacapacidad de mi razón. Adelante pues, podemos poco apoco volver a la ciencia y al conocimiento».

Una vez establecidas las primeras reglas paraalcanzar seguridad en el conocimiento en su obra máscélebre, el Discurso del método (que figura desdeentonces entre los top-ten best-sellers de la historiade la filosofía), Descartes se dedicó a meditar sobretodos los temas imaginables de la metafísica, la física yhasta la psicología (por ejemplo, las pasiones).Estableció una separación radical entre el mundomaterial (todos los cuerpos), cuya característicaprincipal es la extensión, y el alma, una exclusivahumana caracterizada por el pensamiento inteligente. Loscuerpos materiales, valga la redundancia, se mueven yobran solamente de acuerdo a leyes mecánicas: Dios lospuso en marcha de un golpe inicial al comienzo de lostiempos y ellos siguen dale que dale por inercia. Lasalmas humanas, en cambio, pueden decidir a partir de sulibre voluntad. Para Descartes, la conciencia (es decir,la capacidad de experimentar sensaciones, dolor, placer,

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etcétera) es una exclusiva del alma. Los animales, al notener alma y ser simplemente cuerpos, funcionan comopuras maquinarias: parece que sufren dolores o tienensatisfacciones, pero en realidad son tan incapaces desentir nada como una lavadora o un microondas. Elcuerpo humano es también una máquina: el alma estáunida a él a través de la glándula pineal (situada en labase del cerebro) y por eso experimenta lo que en elcuerpo ocurre. En fin, en estas cuestiones lasconclusiones de Descartes resultan más dudosas queclaras y evidentes… a pesar de su método.

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El pensamiento de Descartes causó impacto en toda laEuropa culta de su tiempo: tuvo partidarios entusiastas,seguidores críticos y adversarios decididos, que tambiénestaban sin embargo influidos por sus teorías. El másdestacado de estos últimos fue el inglés Thomas Hobbes.Muchas veces se le ha reprochado a Hobbes su visiónsumamente pesimista de la naturaleza humana,concentrada en su aforismo repetido hasta el hartazgo:«El hombre es un lobo para el hombre». En efecto,Hobbes se toma a broma la idea aristotélica de que elhombre es un animal sociable. ¡Sí, sí, sociable… pues

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vaya! Según él, los hombres son egoístas, depredadoresy pendencieros: cuando se reúnen con sus semejantes nobuscan más que ridiculizarlos y aprovecharse de ellos.Si de vez en cuando se consigue una sociedad bienordenada donde la gente puede convivir sin utilizar laviolencia contra el prójimo, no es porque los hombrestengan un instinto que los haga sociables, sino alcontrario: porque un poder inexorable y absoluto seimpone contra las tendencias de la naturaleza humana yconsigue domesticarla.

Uno puede entender mejor esta mala opinión sobre elhombre de Hobbes si recuerda que el pensador vivió unaépoca de grandes enfrentamientos y guerra civil en supaís, que le obligaron a exilarse temporalmente aFrancia (donde se relacionó con Descartes, por cierto).Vivir una guerra civil no fomenta precisamente eloptimismo y la confianza en la bondad humana: algosabemos de este tema los españoles… Por otra parte,Hobbes era un materialista convencido. Está de acuerdocon Descartes en que cada uno de nosotros es una cosaque piensa, pero esa «cosa» nada tiene que ver con unalma o un espíritu, sino que se resume sencillamente enun cuerpo. Nuestros pensamientos provienen de lasimágenes que los objetos del mundo y sus movimientosproyectan sobre nuestros sentidos corporales. No hay

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realidad fuera de los cuerpos y toda la dinámica de loreal se debe a movimientos corporales. Lo que no escorpóreo no existe: Hobbes llegó a sostener que tambiénDios tiene que tener algún tipo de cuerpo material, puesquienes lo imaginan meramente espiritual e incorpóreoestán negando sin darse cuenta su existencia.

Pero lo que más interesa a Thomas Hobbes comofilósofo no son las cuestiones contemplativas ymetafísicas, sino las más decididamente prácticas: o sea,la organización de la convivencia social y lajustificación de las instituciones de gobierno. Despuésde Nicolás Maquiavelo, es el segundo gran pensadorpolítico de la época moderna. Para Hobbes, el sistemapolítico deseable puede deducirse casi geométricamentede dos principios o axiomas fundamentales que definenla condición humana: primero, cada individuo humanotiene una avidez natural a gozar él solo de todos losbienes sin compartirlos con nadie; segundo, losindividuos humanos están dotados de razón, la cual lesindica que deben evitar por todos los medios la muertecomo el mayor de los males. Por el primero de estosprincipios, los humanos tendemos a ser asociales yaprovecharnos del prójimo; por el segundo,comprendemos que ese comportamiento puede ser muypeligroso y que debemos evitar que se generalice la

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violencia de todos contra todos.En una época remota llamada «estado de naturaleza»

(que probablemente nunca existió pero que funcionacomo un mito que nos permite interpretar el presente),los humanos vivían en perpetuo combate unos contraotros para quedarse con los bienes de este mundo. Losmás fuertes se llevaban la mejor parte y los débilestenían que resignarse. Pero todos estaban en peligro,porque hasta el más fuerte duerme de vez en cuando y ensu descanso puede ser asesinado por debiluchos astutosy traicioneros. La vida humana era para todos, entérminos generales, desagradablemente incómoda, pobre,brutal… y breve. Por eso todos los humanos hicieron unpacto entre sí, del que nació el Estado. Cada cual secomprometía a renunciar al uso de la violencia contralos demás, con tal de que los otros hicieran lo mismo. Seaceptaba un soberano por encima de todos, con poderabsoluto sobre ellos, que garantizase los derechos a lavida y a la propiedad de cada cual. Los ciudadanos secomprometían a obedecer sin rechistar la ley delsoberano, siempre que ésta garantizase su vida y no lesobligase a arriesgarla indebidamente o a vivir enpeligro, como en el aborrecible estado de naturaleza. Nohabría derecho a rebelión ni por motivos religiosos nipor afanes facciosos de otro tipo, salvo si el propio

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pellejo estaba amenazado: el temor a morir mantendría alos hombres juntos y ordenados, mientras el soberanocumpliese bien y con energía imparcial su cometido. Laobra principal de Hobbes se tituló Leviatán y la portadade la primera edición mostraba a un hombre gigantesco ycoronado formado por miles y miles de hombrecitoscomo células de su inmenso cuerpo social.

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Thomas Hobbes

Tanto Descartes como Hobbes intentaron aplicar lanitidez de los razonamientos matemáticos a los

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problemas filosóficos. Y el mismo camino heredado deDescartes siguió el pensador judío Baruch Spinoza,nacido en Ámsterdam de una familia hebrea exilada —como tantos otros de su religión— primero de España yluego de Portugal. Durante toda su breve y sabia vida(que sólo duró cuarenta y cuatro años), Spinoza no diomás que lecciones de cordura, tolerancia y alegríaracional; a cambio obtuvo intransigencia, exclusión y seconvirtió durante siglos en uno de los autores máscalumniados y malditos de la historia de la filosofía. Losjudíos le excomulgaron por hereje y hasta un fanáticotrató una noche por la calle de apuñalarle, aunque nologró más que rasgarle el manto. Los cristianos levigilaron como peligroso subversivo y después de morirprofanaron su tumba con pintadas infames. Rechazóhonores y cargos académicos para ganarse su modestasubsistencia trabajando en un taller de óptica comopulidor de lentes. La claridad del cristal y la lucidez dela visión ocuparon su vida, no la ambición, el odio ni eltemor.

Spinoza se considera discípulo de Descartes, perono se dedica simplemente a repetir sino que procuraenmendar aquellas partes del pensamiento del maestroque le parecían erróneas. Descartes mantuvo unaseparación radical entre los cuerpos, regidos por la

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necesidad mecánica, y las almas, dotadas de librealbedrío. Spinoza pretende acabar con esta dualidad,porque le parece que supondría en la realidad dos reinosdistintos, inexplicablemente superpuestos y coordinados.En su pensamiento —que expone en una obra tituladaÉtica demostrada de modo geométrico, que nunca llegóa ver publicada— sostiene que todo lo real está formadopor una única sustancia, causa de todo lo que existe yno causada a su vez por nada, a la que podemos llamarNaturaleza o, si lo preferimos, Dios. Cuanto existe es unmodo o forma peculiar de esa sustancia, lo mismo quecada una de las olas del mar sólo es una modificaciónmás o menos efímera del inmenso conjunto de agua. Esasustancia universal, llámesele natural o divina, tieneinfinitas características o atributos, la mayoría de lascuales ni siquiera podemos imaginar: pero al menosconocemos dos, la extensión y el pensamiento. Laextensión está formada por los cuerpos, el pensamientopor las ideas, ambos coordinados y sometidos al mismoorden necesario. Cuando queremos entender los cuerposdebemos seguir la cadena causal que los une entre sí, ypara entender las ideas debemos aplicar esa mismanorma al modo que unas derivan de otras.

El ser humano está formado por su cuerpo, quepertenece al atributo de la extensión, y por la idea o

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alma de ese mismo cuerpo, la cual es un modo delatributo del pensamiento. El alma es una idea múltiple,formada por la multitud de ideas variables queresponden a cada uno de los múltiples estados de nuestrocuerpo, que cambia de acuerdo con la influencia quesobre él ejercen los demás cuerpos existentes. Lamayoría de esas ideas son confusas o imperfectas,porque responden sólo a los movimientos de nuestrocuerpo pero ignoran el resto de la dinámica que mueve atodos los demás. Si nuestra alma sólo se dirige por laspercepciones sensibles y la imaginación que se basa enellas, nunca tendremos una visión clara y concluyente dela realidad. Pero si logramos sintonizar con ideasuniversales y eternas, como la sustancia misma,alcanzaremos la verdad y nos alzaremos sobre elabrumador barullo de los minúsculos y cambianteserrores cotidianos.

Un error, por ejemplo, es creer que el hombre es«libre» como si fuera una especie de reino aparte, nosometido al resto de la sustancia universal y su ordennecesario. No somos libres de inventarnos unanaturaleza propia a nuestro gusto, ni un cuerpo quefuncione como nosotros queramos. Yo soy «libre» deelegir entre la carne o el pescado a la hora de comer yentre el agua o el vino cuando tengo sed, pero no soy

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«libre» para comer clavos o beber lejía porque micuerpo no lo soportará; si quiero salir de casa y vivo enun sexto piso, puedo optar por bajar por la escalera opor tomar el ascensor, pero no por echar a volar por laventana como un pajarito. De modo que cuanto más medeje llevar por los caprichos de mi imaginación,alentada por ideas confusas, menos libre seré, o sea:menos haré lo que me conviene y necesito, más mearrastrará lo que no soy yo, lo que me rodea… Y cuantomejor comprenda por medio de ideas verdaderas lo quesoy yo y lo que es el mundo, mejor entenderé misnecesidades y actuaré en consecuencia. Serverdaderamente libre —no en la ilusión— es aceptar lanecesidad de lo que soy.

Lo mismo pasa con lo que llamamos «Bien» y«Mal». En la sustancia universal o Dios no hay ni bien nimal, porque todo es necesariamente como tiene que ser.Pero los humanos creemos que somos algo especial en lanaturaleza y que todo lo que existe debe complacernos yservirnos, de modo que a veces nos enfadamos conciertos aspectos de la realidad y decimos que están«mal» y en cambio nos ponemos contentos con otros, alos que elogiamos asegurando que están «bien».Chiquilladas… Si estoy nadando en el mar y meencuentro con un gran tiburón blanco, diré que es un

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bicho muy «malo», y en efecto, a mí no me hará ningúnfavor. Pero en cambio yo seré algo «bueno» para eltiburón, porque le resolveré la comida del día: y eltiburón es parte también de Dios, ni mejor ni peor queyo. De modo que lo bueno y lo malo son calificacionesque sólo tienen sentido cuando se refieren a lo que meconviene a mí, pero no en términos absolutos.

Baruch Spinoza

El ser humano está sometido a pasiones, es decir, alo que nos pasa por influencia del resto del Universo.Por ejemplo, amo lo que me parece bueno y odio lo quecreo que es malo, de acuerdo con lo que hemos dicho.

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Todas las pasiones se basan en ideas confusas, pero notodas son iguales: hay pasiones alegres, como el amor,que aumentan nuestra capacidad de actuar de acuerdocon nuestra naturaleza, y pasiones tristes (el odio, laenvidia, el remordimiento, etcétera), que nos alejan dehacer lo que nos conviene y nos llevan por el caminomás perjudicial. No hay nada mejor para el hombre quela alegría, sobre todo cuando se purifica de laconfusión habitual y responde a una idea verdadera,universal y eterna de lo que es la sustancia de la queformamos parte: a eso Spinoza le llama «amor a Dios».

Por su naturaleza, el ser humano está hecho paravivir en compañía y armonía con sus semejantes. Nadapuede ser más útil para un hombre que otro hombre,aunque haya tantos malos y equivocados por suspasiones. El sabio —es decir, el hombre libre que sabelo que de veras necesita— siempre preferirá vivir en laciudad entre sus semejantes que solitario en la selva o enlo alto de un monte, sin más compañía que algún oso.Para vivir «en la naturaleza» no hace falta ni salir decasa, porque todo forma parte de ella: la mesa, eltelevisor o el semáforo igual que el árbol, la estrella o elrío. De modo que la naturaleza del hombre es vivir ensociedad y no es verdad que los hombres sean unosenemigos o rivales de otros, como cree Hobbes: eso es

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sólo efecto de pasiones tristes e ideas confusas. ElEstado no debe atemorizar a los hombres, sino garantizarsu libertad, o sea, la posibilidad de que actúen deacuerdo con su naturaleza. Y como en nada actúa tanpropiamente el alma humana que en la búsqueda delconocimiento y la verdad, el Estado debe fomentar lalibre investigación y discusión de las ideas, evitandoponer su fuerza al servicio de la intransigencia obtusa, lasuperstición o la inquisición que prohíbe pensar alvecino. ¿Queda claro ahora por qué Spinoza fue tanodiado por los tristes y considerado el peor enemigo porquienes suponen que Dios es una especie de tirano tansupersticioso e incapaz de razón como ellos mismos?

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Frente a Spinoza se alzó otro filósofo que comprendióbien la importancia de su pensamiento pero optó pordefender tesis opuestas, al menos en parte: GottfriedWilhelm Leibniz. Eran caracteres muy distintos: Leibnizera un hombre de mundo, se movía como pez en el aguaen la corte, sabía halagar a los poderosos y nodesdeñaba las subvenciones que le permitiesen vivir sinagobios. Pero no era ni mucho menos uno de esosgorrones pisaverdes que vemos mariposear en torno a

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príncipes y ministros: tenía un talento extraordinario y loutilizó en los campos más diversos, como lasmatemáticas (descubrió el cálculo infinitesimal), lalógica, la teología, la historia y también la política (fueun avanzado en intentar una unión entre los reinoseuropeos). En cierta ocasión visitó a Spinoza en su tallerholandés, pero casi clandestinamente, y luego negó todoel asunto: no quería verse relacionado con ese peligrosojudío que le fascinaba y cuyo genio era de los pocoscapaces de entender.

Leibniz también creía en un orden del mundo, perono geométrico y necesario como el de Spinoza sinoespontáneo y libre. Por supuesto, aunque a la miradasuperficial parezca caótico y absurdo, todo en elUniverso responde a un propósito: es algo parecido aesos entretenimientos de los periódicos, que ofrecen unaserie de puntos aparentemente dispersos pero a loscuales puede unirse con una línea —consciente de suordenamiento— para representar un rostro o cualquierotra imagen. Dios es el diseñador secreto y voluntario deese orden que a veces se nos escapa. Para Dios no existela necesidad, porque es perfectamente libre, sino laposibilidad, es decir, el conjunto de alternativas entrelas que su voluntad creadora elige. Y como además deomnipotente es bueno, el proyecto de Universo que ha

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realizado es el mejor de todos los posibles. A nosotros,que sólo somos capaces de ver una pequeña parte delconjunto, desde luego no nos lo parece: ¡Cómo va a sereste mundo lleno de guerras, enfermedades e injusticiasel mejor posible! Pues sí, lo es para quien considera latotalidad, del mismo modo que un cuadro es mejorcuando incluye sombras y no sólo luces, colores oscurosy no sólo brillantes. Por ejemplo, Dios podría haberhecho a todos los seres humanos obligatoriamentebuenos, pero eso les hubiera robado su libertad. Esmejor que sean libres, aunque por ello elijan a veceshacer fechorías. La posibilidad del mal mejora almundo, según Leibniz.

En el universo de Leibniz, nada está hechomecánicamente y en serie, porque todo es individual yúnico. No hay dos seres iguales, ya que si fuesenexactamente iguales serían el mismo. Toda la realidadestá compuesta de mónadas, una especie de átomosespirituales, simples, que no tienen extensión ni por tantopartes divisibles. Cada una de las mónadas es distinta alas demás y todas han sido creadas directamente porDios, que también es el único que puede destruirlas. Lasmónadas son como pequeños mundos completos ycerrados en sí mismos: no tienen ventanas, es decir,comunicación unas con otras, y sin embargo todas están

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coordinadas y cada una incluye dentro de sí larepresentación más o menos confusa —ya hemos dichoque todas son diferentes— del conjunto universal.¿Cómo puede suceder tal concordancia? Precisamentepor lo que Leibniz llama «armonía preestablecidadeterminada por Dios». Imaginemos dos relojes quemarcan siempre la misma hora: el ingenuo creerá queuno influye en otro, pero el sabio comprende que hansido puestos en hora por el mismo gran Relojero. Demodo que los cuerpos se rigen por mecanismosmateriales y las mónadas espirituales respondenexactamente a ellos porque el Creador ha decidido estacoordinación automática entre unos y otros, desde elprimer día de la creación y para siempre.

Un discípulo de Descartes muy diferente a los otrosfue el francés Blas Pascal. Al igual que Descartes oLeibniz destacó como gran matemático (y precoz: se diceque siendo aún niño inventó por sí solito los principalesaxiomas de la geometría), pero su principalpreocupación fue la fe en el más allá y la posiblesalvación eterna del alma. Precisamente abandonó elestudio de las matemáticas, en el que tanto destacaba,porque le pareció que a pesar de ser una ciencia clara yexacta no le facilitaba la comunicación con los otrosseres humanos. Para comunicarnos a fondo con los

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demás (y también para comprendernos mejor a nosotrosmismos) no basta la razón: también hacen falta fantasía,imaginación, sensibilidad, angustia… y finalmente la fe.Como buen cartesiano, Pascal utiliza el métodoracionalista, pero es precisamente el racionalismo el quele lleva a desconfiar de la razón.

A Pascal no le preocupa principalmente elconocimiento o la ciencia por sí mismos, sino lacondición humana. ¿Qué es el hombre? Alguien situadoentre dos infinitos, lo infinitamente grande del Universoy lo infinitamente pequeño de las moléculas y átomos. Yno podemos conocer del todo ni lo uno ni lo otro, porqueestamos limitados por una inteligencia y una experienciafinitas, que apenas pueden vislumbrar esas infinitudesque nos rodean. Sin embargo, la dignidad del hombre essu capacidad de reflexionar: somos una frágil caña quecualquier viento cósmico puede tronchar, pero una cañaque piensa. Somos criaturas miserables, pero al menossabemos que somos miserables; tenemos una concienciade lo que somos de la que carecen los árboles, loshuracanes o las estrellas. El infinito Universo puede contoda facilidad destruirnos, pero no arrebatarnos esadignidad intelectual que en cierto sentido nos hacesuperiores a lo que nos destruye. Se equivocan quienessólo hablan de la grandeza humana, porque ignoran

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nuestra pequeñez ante los infinitos espacios cuyosilencio eterno sobrecoge nuestro corazón; pero tambiénquienes se deleitan en detallar nuestras patenteslimitaciones y miserias, porque omiten mencionar que laconciencia de ellas es noble y elevada. Dice Pascal: «Yoreprendo igualmente a los que toman el partido de alabaral hombre y a los que toman el partido de injuriarlo y alos que toman la resolución de desentenderse. Yo nopuedo aprobar sino a quienes buscan gimiendo».

El ser humano no es ni un ángel ni una bestia: y quiense empeña en hacerse el angelito termina por ser másbestia que los demás (a veces el severo Pascal hace galade un feroz humor negro…). Como no podemos evitarlos males de nuestra condición —la muerte, el dolor, laignorancia, etcétera—, la mayoría de los hombres serefugian en la diversión, es decir, en cuanto nos alejade reflexionar sobre lo que somos y lo que nos pasa: nosatontamos con juegos, comedias, charlas intrascendentes,ambiciones ridículas de poder o riqueza, enemistadesguerreras con los vecinos, etcétera. Todo menosquedarnos a solas con nosotros mismos y pensarverdaderamente en lo que podemos esperar… o temer. Yaquí interviene para Pascal la fe. Por supuesto, la fe enDios salvador y en la otra vida no es una certezaevidente ni indudable: aún menos algo que se pueda

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alcanzar a través de razonamientos y demostraciones. Separece más bien a una apuesta. El creyente se apuesta suvida a que Dios existe y que la práctica religiosa puederescatarle de la muerte y la insignificancia. Si seequivoca y pierde, piensa Pascal que no desperdiciagran cosa porque las riquezas y placeres de este mundono valen a fin de cuentas mucho la pena. Pero si acierta ygana, conquistará nada menos que una eternidad feliz alprecio de unos cuantos años de austeridad y caridadsobre la tierra.

Otro de los hijos díscolos de Descartes (es decir,que aprendió mucho de su filosofía pero se rebeló contraél) era el napolitano Gian Battista Vico. Fue un autor aveces confuso y algo caprichoso pero profundamenteoriginal. También Vico se opuso a la idea geométrica delconocimiento como evidencia racional que teníaDescartes. Los humanos estamos vitalmente seguros demuchas cosas que no podemos demostrar ni resultanevidentes en el sentido matemático del término: no es lomismo lo verdadero, que es imprescindible para larazón, que lo cierto, que es indispensable para la vida.En la mayoría de las cuestiones cotidianas no podemosaspirar a un conocimiento claro y distinto de todas las

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circunstancias: si esperamos a tenerlo y mientras tantono hacemos nada, vamos listos. Constantemente tenemosque actuar, la vida lo exige, y para la acción loimportante no es la verdad clara y distinta, sino loprobable. En el fondo, conocer algo completamentesupone saber hacerlo, y por eso la naturaleza sólo lapuede conocer del todo Dios, que es su Autor. El serhumano, en cambio, sólo puede tener ideas limitadas yabstractas de los sucesos naturales o de sí mismo, puesnada de eso es obra suya, pero en cambio comprendeperfectamente las matemáticas porque las ha inventadoél.

Pero hay otra cosa que los humanos van haciendo, atientas y de manera problemática: es la historia. Lagran aportación de Vico es convertir la historia encuestión central de la filosofía moderna. La historia es labúsqueda de la Ciudad Ideal, de la comunidad perfectaen que los hombres puedan vivir de manera plenamentearmónica. A lo largo de los siglos se va desplegando lalarga marcha que lleva al hombre desde su caída y supecado original en el paraíso hacia una nueva condiciónfeliz. Lo que cuenta en la historia no es constatar lo quefue, es y será, sino lo que debió, debe y deberáser, es decir, la valoración de los acontecimientos.Desde luego, esa marcha hacia lo mejor no siempre es

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impulsada por motivos nobles o desinteresados, porquelos humanos actuamos llevados por afanes egoístas oestrechos, pero a pesar de todo la Providencia haceavanzar la sociedad. Tampoco ese avance es lineal einexorable —Vico no cree en un progreso constantecomo otros pensadores del siglo siguiente—, sino llenode atascos, retrocesos y a veces tropiezos irremediables.

Según Vico, el avance histórico pasa por ciclos quecomienzan a tientas, alcanzan su auge y después entran endecadencia para dar paso al ciclo sucesivo. Losdescribe con detalle —a veces, con demasiados detallesy digresiones— en su gran obra que tituló CienciaNueva. Primero vino la «edad de los dioses», es decir,las comunidades primitivas centradas en la autoridad delcabeza de familia y en el temor de Dios. Luego llegó la«edad de los héroes», basada en la preeminenciaaristocrática de los más valientes y audaces, para darpaso después a la «edad de los hombres», en la queahora estamos, donde se extiende el pensamiento másmaduro pero no sólo en el plano de la razón geométricasino también, y muy especialmente, en la sabiduríapoética, pues la poesía es una capacidad distinta de lomeramente intelectual que nos permite recuperar lasantiguas formas primitivas de conocimiento yprolongarlas fructuosamente hasta nuestro presente. En

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efecto, la forma más compleja de conocimiento es lafilosofía, pero a ella sólo se dedica una minoría, por loque la poesía y las religiones son imprescindibles paraque la multitud humana conozca —aunque sea de modoimpreciso— los ideales y tienda hacia ellos.

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También en Inglaterra tuvo Descartes un estudioso ilustrey por tanto en parte discrepante: John Locke. Pero enLocke la influencia de Descartes estuvo contrastada conla de su compatriota Thomas Hobbes. Al igual que esteúltimo, Locke no sólo se dedicó a la filosofía meramenteteórica, sino también, de forma más práctica, a lapolítica. Y conoció los altibajos de las luchaspartidistas: padeció de manera más bien preventiva elexilio en Francia y Holanda, hasta convertirse finalmenteen una respetadísima e influyente personalidad de supaís. Precisamente, una de sus primeras obras fue suCarta sobre la tolerancia, en la cual defendía estaimprescindible virtud democrática en una épocazarandeada por enfrentamientos y persecucionesreligiosas… que terminaban por convertirse en luchasciviles.

Locke siguió la tradición empirista de los

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pensadores británicos, inaugurada por Francis Bacon,proseguida por Hobbes y que de un modo u otro llegahasta hoy mismo. Para Locke, como para Descartes, elobjeto del conocimiento humano son las ideas, pero paraél no hay más ideas en nuestro entendimiento que las queprovienen de la experiencia. Sin la informaciónsensorial sobre la realidad del mundo que aportannuestros sentidos, nuestra mente permanecería en blancocomo una página sobre la que nada ha sido escrito. Perola experiencia de los sentidos no nos proporciona másque las ideas simples, las más elementales de todas:formas, colores, sonidos, reposo o movimiento y tambiénel placer, el dolor, la unidad o la existencia misma de lascosas, lo que hay y lo que no hay. A partir de esas ideassimples se forman por medio de los mecanismos decombinación, yuxtaposición y análisis las ideas máscomplejas, esenciales para las formas más sofisticadas ycientíficas de nuestro saber. El entendimiento humano lorecibe todo de la experiencia pasivamente, pero luegoactúa y relaciona las ideas recibidas unas con otras.Gracias a ello acuñamos conceptos de lo universal ygeneral, que se hacen patentes por medio del lenguaje yque sólo existen como términos en él: a partir de loparticular, que es lo único que nuestros sentidosencuentran en el mundo real, llegamos a los términos

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universales del lenguaje, que expresa nuestras ideas máscomplejas.

También teorizó Locke sobre las cuestionespolíticas, tratando de establecer cómo deberá ser lamejor forma de gobierno. Sus reflexiones siempre estánllenas de buen sentido y moderación, aspirando a unadefensa firme pero socialmente ordenada de laslibertades individuales. Fue el primero que apuntó a laseparación de poderes, pues según él debe existir unpoder legislativo parlamentario que establezca pormayoría las leyes y luego un poder ejecutivo que lasponga en práctica de manera efectiva. Y tambiénconcedió por primera vez importancia a la educaciónde los ciudadanos, rechazando los castigos corporalesque entonces —y aún luego, durante mucho tiempo—estaban vigentes en las escuelas y propugnando que seeducase no sólo en conocimientos objetivos sino tambiénformando a personas capaces de vivir socialmente conlos demás y de ser influidos por la aprobación odesaprobación razonada de sus conciudadanos.

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Nemo y Alba están sentados ante una pizarra llena desímbolos geométricos, jugando con un gato.

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NEMO: De modo que todos estos sabios son más omenos racionalistas… pero cada uno entiendela razón a su modo.

ALBA: Pues sí. Que si la razón es geometría, que si esexperiencia, que si necesita imaginación ypoesía, que si debe ocuparse de la verdad, o dela probabilidad o de… ¡yo qué sé!

NEMO: ¡Y no te olvides de Pascal! Si no le entiendo yomal, dice que la razón es muy útil para darsecuenta de que al final no te puedes fiar de ella yes mejor la fe. ¡Toma castaña!

ALBA: Puede que todos acierten en parte, cada cual a sumodo. ¿Te acuerdas de los ciegos que seencontraron con un elefante?

NEMO: A ver qué chorrada inventas ahora.

ALBA: De chorrada nada, monada.

NEMO: Será mónada, que estamos con Leibniz…

ALBA: ¡Ay, pero qué gracioso eres! Luego cuando estésola me río, te lo juro. Bueno, a lo que iba.Unos ciegos tropezaron con un elefante yempezaron a tocarle para ver qué era. Elprimero le tocó la trompa y dijo que se trataba

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de una serpiente. El segundo le palpó la pata yse quedó convencido de que era un árbol. Eltercero tanteó el corpachón y aseguró quehabían dado con un muro. Y el último le agarróla cola y se rió de lo tontos que eran los otros,pues lo que habían encontrado era una cuerda…Pero en realidad todos estaban hablando de lomismo.

NEMO: Qué paciencia tenía ese pobre elefante… Yomás bien creo que la razón es como esoschismes que llevan los excursionistas: lo abresy por un lado sale una navaja, por otro un

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sacacorchos, por otro una lupa o un abrelatas ytodo así. La razón nos sirve para todo, perotiene formas distintas según el uso quequeremos darle.

ALBA: Bueno, yo sigo con mi paquidermo: ¿cómopuede ser que a Descartes los animales lepareciesen máquinas? ¿A alguien le puedeparecer que el elefante es un aparato sin vida?¿O un perro? O este gatito… vaya absurdo.

NEMO: Es verdad que parece imposible pensar que losgatos, perros, elefantes o tigres son máquinas.En otros casos, en cambio… Hace tiempo leíuna novela de ciencia ficción en la que una naveterrícola llegaba a un planeta desconocido y lostripulantes eran atacados por un enjambre deinsectos voladores… que luego resultaban serdiminutos robots. A mí no me resultó eso tanraro.

ALBA: Sí, pero los robots los hacemos nosotros y no lanaturaleza. Aunque claro, bien mirado… pordentro estamos todos llenos de tuberías,válvulas y cosas así, como las máquinas.

NEMO: Sin embargo el alma…

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ALBA: ¡Ay, sí, el alma! Ésa es otra… que viene acomplicarlo todo.

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CAPÍTULO 8¡Hágase la luz!

n todas las épocas hay personas que decidenaceptar y respetar la interpretación del mundo queles ofrecen los demás, o sea, sus padres, los

antepasados, los sacerdotes, los profesores o lasautoridades que gobiernan. Podemos llamarles ensentido amplio «creyentes», porque se creen lo que lesenseñan esos venerables maestros sociales. Sucomportamiento es semejante al de los niños, dado quemientras somos pequeños no tenemos más remedio quecreer lo que nos cuentan los adultos para ir aprendiendopoco a poco cosas del mundo. Mientras fuimos niños,todos éramos creyentes, qué remedio. Podemos decirque quienes siguen siendo «creyentes» cuando crecen esporque eligen en cierta medida ser niños toda la vida…Resulta más cómodo, más tranquilizador, se busca unomenos problemas.

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Otras personas, en cambio, dejan de ser creyentes encuanto se van haciendo mayores. Deciden pensar por símismas y poner en cuestión lo que les han enseñado, enlugar de creérselo a pies juntillas. Estudian la realidad,atienden a lo que les demuestra su experiencia,contrastan opiniones distintas y aun opuestas a lo quepredicaron sus mayores, etcétera. Y, sobre todo, se fíanmás de sus razonamientos que de las lecciones recibidas,por muy venerables que sean. Algunas veces, después detodo, llegan a la misma conclusión que les habíanenseñado sus mayores, pero ya no la aceptan porqueviene de la temida autoridad, sino porque ellos mismoshan sido capaces de pensarla como verdadera. En otrosmuchos casos, en cambio, descubren que las viejascreencias eran falsas y que hay que sustituirlas por otrasmejor fundadas, o al menos plantear dudas razonables.Esto suele traerles problemas, porque los creyentes lesllamarán «herejes», «impíos», «subversivos» y no sécuántas cosas más. Yo les llamaría simplemente«pensantes». La batalla de las ideas se libra entre«creyentes» y «pensantes».

En unas épocas predominan claramente los primeros,pero a veces son los segundos quienes se imponen a finde cuentas. Sin duda, en la Edad Media ganaron loscreyentes por goleada; después hubo empate durante

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mucho tiempo y en el siglo XVIII fueron los «pensantes»quienes dominaron el marcador. A ese siglo se le hallamado «el de las Luces» y también la época de laIlustración. Fue un momento histórico en que muchoshombres renunciaron a seguir siendo intelectualmentecomo niños y se lanzaron a la aventura de unpensamiento que no reconocía autoridades infalibles nitradiciones que no se pudieran discutir; su divisa fue«¡Deja de creer y atrévete a saber!». El resultado de esaaventura y de los caminos revolucionarios deconocimiento que inauguraron en la ciencia, la política yla filosofía ha configurado nuestra modernidad.

La Ilustración consiste en la aplicación del análisisracional a los enigmas de la naturaleza y a los problemasde la convivencia humana. Las tradiciones dejan de tenerpeso en la argumentación y lo sobrenatural es vistosencillamente como una superchería o una superstición.La religión misma no resulta completamente abandonada,pero debe renunciar a sus aspectos maravillosos(milagros y demás) para reducirse a la enseñanza moral(un avanzado de la Ilustración inglesa, John Toland,escribió un libro titulado Cristianismo no misterioso).Por supuesto, los clérigos y sus sermones no sonbienvenidos en cuestiones de ciencia o política y sedenuncia la intolerancia (es decir, la hostilidad y

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persecución contra el que piensa de forma diferente)como el primer pecado social.

Unos cuantos años antes, a los ilustrados los habríanquemado en la hoguera sin contemplaciones. En elsiglo XVIII no padecieron una suerte tan trágica, aunquebastantes de ellos no se libraron de la cárcel o el exilio.E incluso de alguna paliza, como la que le dieron aVoltaire. Sin embargo, contaron con un públicoincipiente que les leía y apoyaba. Durante siglos, lasenseñanzas de los filósofos no llegaban más que a losestudiantes (si eran profesores en la universidad), aotros colegas de su mismo oficio con los queintercambiaban charlas o correspondencia y, en el mejorde los casos, a alguna figura de la nobleza que porexcepción no se dedicaba solamente a la caza y a laguerra, como el resto de su clase arrogante y analfabeta.Pero en el Siglo de las Luces la extensión de laspequeñas empresas editoriales, el nacimiento de lasprimeras gacetas o periódicos y hasta el comienzo delcorreo público (¡qué importante fue para la cultura laaparición del sello de correos, algo así como el Internetde la época!) favorecieron que muchas personas de clasemedia conocieran y se interesasen por las nuevas ideas:comerciantes, abogados, maestros, artesanos, militaresretirados y también señoras cultas, porque por fin la

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mujer —al menos en las clases altas de ciertos países—empezó a ser educada convenientemente. Toda esa nuevagente se interesó por las enseñanzas ilustradas yconsiguió con su apoyo que no fuesen aplastadas por susenemigos inquisitoriales.

Para la mayoría de los pensadores ilustrados,«conocimiento» equivale a «ciencia física». Y el modelode científico que hace gran ciencia como es debido tieneun nombre: Isaac Newton. Un poeta ilustrado inglés,Alexander Pope, llegó a decir (con un punto de humor,eso sí) que Dios no dijo: «Hágase la luz» sino «HágaseNewton», y así llegó la luz al mundo. El método deNewton es en realidad una prolongación triunfal delinaugurado —con los tropiezos inquisitoriales que yafueron señalados— por Galileo Galilei. Nada deinventar hipótesis generales de cómo deben ser losasuntos del Universo para dar gusto a la teoría y luegoexplicar los hechos particulares de modo que no tenganmás remedio que confirmarlas. Newton dice: «Yo no meinvento hipótesis». En cambio, observa los hechosparticulares, los somete a regularidades matemáticas ypoco a poco va llegando a los primeros principios de larealidad. Así descubre la teoría de la gravitaciónuniversal, que bajo una sola ley física da cuenta defenómenos tan aparentemente diversos como el

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movimiento de los astros, la caída de los cuerpos, lasmareas, etcétera. Pero tampoco con ese descubrimientopretende Newton desentrañar la esencia de losfenómenos universales, es decir, lo que son, sino quese contenta con ofrecer una descripción adecuada ysuficiente de cómo funcionan. La mayoría de losilustrados dará por sentado que éste es el caminoadecuado para conocer poco a poco y sin deliriosmetafísicos, logrando además hallazgos teóricos deenorme importancia. Lo curioso es que el propio Newtonno se contentó con lo que recomendaba, porque introdujoelementos más «creyentes» que «pensantes» en susistema y sacó a veces consecuencias teológicas de susdescubrimientos estrictamente científicos. Bueno, nadiees perfecto… ni siquiera sir Isaac Newton.

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Uno de los mayores admiradores de Newton fue tambiénel representante más conocido y combativo de todo elSiglo de las Luces: el francés François-Marie Arouet,que eligió como nom de guerre (y en su caso lo fue,sin duda) el de Voltaire. Vivió muchos años y escribióaún más en los géneros más diversos: poesía, teatro,

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historia, filosofía, narraciones… y miles de cartas,porque mantuvo correspondencia con las personalidadesmás diversas de su tiempo, desde príncipes hastaseñoras aburridas pero ingeniosas. La biografía deVoltaire está rodeada de admiraciones rendidas y odiosferoces: como era un espíritu profundamente irónico ycon gran habilidad y gracia para encontrar el ladoridículo de muchas actitudes o creencias frecuentes en suépoca, se ganó bastantes enemistades pero también grannúmero de lectores entusiastas. Unos versos satíricosatrevidos contra el regente de Francia le valieron unoscuantos meses en la Bastilla, la prisión de París.Después se enfrentó a un noble poderoso que habíaofendido a una actriz amiga suya y se ganó una soberanapaliza que le propinaron los criados del rencorosoaristócrata. Entonces se escapó a Inglaterra para evitarmás problemas. Ese viaje cambió su vida.

Encontró en Gran Bretaña una sociedad mucho mástolerante con las opiniones religiosas que la francesa:«Cada inglés va al cielo por el camino que prefiere»,comentó admirado. También le pareció estupendo quelos ingleses celebrasen mucho más a un sabio comoNewton —que acababa de morir y cuyos funeralesmovilizaron a todo el país— que a teólogos o personajesde la corte. Los ingleses sometían a su rey al control del

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Parlamento (ya habían cortado la cabeza a uno anteriorpor no dejarse controlar), cultivaban la ciencia y losconocimientos prácticos, incluso tenían un teatro muchomás emocionante y menos rígido que el francés. Aunquea Voltaire le parecía que escaseaba en buen gusto, nodudaba de que Shakespeare era un poeta dramático deprimer orden y se encargó de hablar de él a los francesesque le ignoraban. En Inglaterra conoció también la obradel gran maestro de la sátira Jonathan Swift, el autor deLos viajes de Gulliver, cuyos cuentos fantásticos conintención crítica iban después a servirle de modelo.Probablemente Voltaire idealizó bastante a Inglaterra enlas Cartas filosóficas, que escribió para contar lo quehabía descubierto allí, pero a través de ese modeloexpresó sus propios ideales para orientar latransformación social de Francia y del resto de Europa.

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François-Marie Arouet, Voltaire

Para Voltaire, lo importante era mejorar la vidahumana y alcanzar la felicidad de la mayoría, no

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desentrañar los misterios del Universo. La filosofíatenía, a su entender, una dimensión fundamentalmentepráctica: era un arma para combatir las supersticiones,la ignorancia y las diversas formas de fanatismo.Voltaire luchó sobre todo contra la intolerancia, contratodos los que quieren imponer sus creencias a los demásal grito feroz de «¡Piensa como yo o muere!». Abogó porla humanización del sistema penal y por la desapariciónde la tortura y la pena de muerte, siguiendo así los pasosde otro ilustrado, el italiano Cesare Beccaria, autor de laobra De los delitos y las penas sobre la reforma de lajusticia. Hacia el final de su vida, convertido ya en unafigura de referencia en toda Europa, Voltaire intervinopara aclarar errores judiciales y condenas injustas deinocentes. Se las arreglaba muy bien para movilizar a laopinión pública —que empezaba a nacer en aquellaépoca— por medio de panfletos anónimos (que todo elmundo sabía que eran obra suya) y breves parábolasllenas de malicia, a la vez eficaces y divertidas. Asíinventó la figura moderna del intelectual, cuyaautoridad moral no depende del poder político oacadémico, sino de la influencia que ejerce sobre lasociedad a través de sus escritos.

Aunque fue sumamente crítico contra el clero y suspretensiones de influir en la vida política o moral,

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Voltaire no adoptó una actitud francamente atea omaterialista (como otros ilustrados franceses: Helvetius,el barón D’Holbach o La Mettrie, que escribió una obrasignificativamente titulada El hombre máquina). Seconsideraba «deísta», es decir, creía en un Dios queorganiza la naturaleza como un relojero supremo dacuerda a su inmenso mecanismo y a la vez garantiza unasnormas morales universales, basadas en la benevolenciay la solidaridad entre los humanos, que nada tienen quever con las prohibiciones locales de comer talesalimentos o cubrir ciertas partes del cuerpo, ni muchomenos con la barbaridad de quemar vivos a quienes nocomparten nuestros caprichos teológicos. A fin decuentas, la idea de Dios le parecía a Voltairesocialmente útil, y esa utilidad era mejor argumento a sufavor que las cinco vías de santo Tomás.

En su gran obra sobre historia universal, el Ensayosobre las costumbres, Voltaire inicia un camino nuevo:en primer lugar, no sólo habla de los grandes logrosculturales de Europa (a la que deseaba utópicamentereunida, pues decía que «Europa era una nación hecha denaciones»), sino también de los conseguidos en paísesremotos como China o India. Pero además, como hanhecho luego los historiadores más recientes, ya noreduce su crónica a batallas y coronaciones de

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monarcas, sino que habla de descubrimientos científicosy otros logros intelectuales o sociales. A pesar demuchos tropiezos y retrocesos, piensa que la razón se vaabriendo paso poco a poco en el mundo moderno contrasupersticiones y tiranías: hay un cierto progreso en lahumanidad. Sin embargo, su optimismo es muy relativo.Precisamente su narración más célebre, Cándido, cuentalas desventuras de un joven ingenuo que se cree lasenseñanzas de su preceptor —un seguidor de Leibnizconvencido de que el nuestro es «el mejor de los mundosposibles»— hasta que la evidencia trágica de la maldadhumana y los desastres de la historia se encargan dedesengañarle. Por encima de todo, Voltaire fue unenamorado de la vida —maravillosa, dramática ycontradictoria— que concluyó uno de sus poemas conesta declaración rotunda: «El paraíso terrenal está dondeyo estoy».

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Sin embargo, la primera gran figura de la Ilustración enFrancia —cronológicamente anterior al propio Voltaire— es Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu.Su primer libro, las Cartas persas, es una sátira: através de la visión extrañada del joven persa Usbek, que

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viaja a París, Montesquieu critica con humor la forma devida que todos consideraban allí entonces «normal», sinpercibir sus absurdos e intransigencias (todos solemoscreer que nuestra manerade vivir, de comer, de rezar ode pensar es la más «natural» de todas y que las demásson bastante «raras»). Las señoras le preguntan en lossalones a Usbek: «Pero, oiga, ¿cómo se puede serpersa?», sin darse cuenta de que en otras latitudes habráquien se pregunte cómo se puede ser francés… oeuropeo.

Pero la obra fundamental de Montesquieu es Elespíritu de las leyes, en la cual trata de estudiar lasleyes que rigen la convivencia humana. Por supuesto, lasleyes de la naturaleza —el clima de cada país, su paisajey cultivos, etcétera— influyen en la conducta humana,pero no la determinan: a pesar de estar sometidos a esanecesidad natural, la conducta de los hombres es libre yrebelde. Las leyes de los países responden a lainvención de los hombres, no a la imposición divina onatural. Cada forma de gobierno exige de los ciudadanosun tipo de disposición, que será «temor» en las tiraníasdespóticas, «honor» en las monarquías basadas en losprejuicios de clase aristocráticos y «virtud cívica» enlas repúblicas. Aunque cada una tiene ventajas einconvenientes, Montesquieu prefiere aquellos sistemas

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políticos —por ejemplo, el inglés— que respetan laseparación de tres poderes (legislativo o parlamentario,ejecutivo o gubernamental, y judicial) como la mejorgarantía de las libertades públicas.

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Cada época tiene algún acontecimiento técnico o logrocultural que se convierte en su emblema y da la señal departida para una forma de ver y de hacer realmentenueva. En nuestro tiempo es sin duda Internet, con todolo que implica en el ámbito de la comunicación y elconocimiento. Pero en el Siglo de las Luces fue laEnciclopedia que dirigieron Diderot y D’Alembert. Paraentender su enorme impacto social debes imaginarte unaWikipedia cuyos contenidos no sólo fuesen accesiblespara cualquiera sino también revolucionarios respecto amuchos planteamientos aceptados como indiscutiblespero que estuviesen escritos por algunos de los mejoresespecialistas en cada tema, aunque no estuvieranacadémicamente reconocidos. Todo comenzó como unaempresa modesta y meramente comercial. El editorparisino Le Breton quiso traducir al francés laenciclopedia Chambers, una obra inglesa que habíaobtenido éxito en su país. Encargó esta versión a Diderot

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y a D’Alembert, quienes en lugar de traducirsencillamente la obra se propusieron acometer unempeño semejante pero totalmente nuevo: laenciclopedia inglesa era una simple obra de consultamás bien conformista, pero la enciclopedia francesasería una pieza de erudición profundamente moderna yhasta revolucionaria. No se limitaría a mostrar unaacumulación dispersa de conocimientos por ordenalfabético, sino que debía exponer la articulaciónracional entre ellos, hasta lograr algo así como elmapamundi de todos los saberes humanos.

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Denis Diderot

La Enciclopedia comenzaba con un largo prólogoescrito por D’Alembert, que era un reputado matemáticoy devoto del método científico. Siguiendo a FrancisBacon, establecía que el hombre tiene tres capacidadescognitivas: la memoria, que registra de modo pasivo lossucesos; la razón, que los conecta entre ellos y obtienenuevas conclusiones, y la imaginación, que propone

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audaces combinaciones inéditas a partir de esosmateriales. Cada una de esas capacidades da lugar a unárea de conocimiento principal: de la memoria provienela historia (en su sentido más amplio, que incluye elregistro de todos los hechos pasados de que tenemosconstancia), de la razón viene la filosofía (que incluyetodas las ciencias y excluye la metafísica y la teología,porque carecen de base empírica aportada por nuestrossentidos) y de la imaginación dependen las bellas artes:literatura, pintura, escultura, etcétera. Ésas son las tresramas principales del gran árbol de la sabiduría humanaque la Enciclopedia debía reflejar e ilustrar de lamanera más minuciosa posible.

Según fueron apareciendo los numerosos volúmenesde la Enciclopedia, la alarma se extendió entre lospoderes fácticos más reaccionarios de la sociedad,encabezados —como tantas otras veces— por la IglesiaCatólica. Aunque los artículos de la obra trataban por logeneral de modo bastante respetuoso los dogmasreligiosos, resultaba evidente que la fe no eraconsiderada con el mismo aprecio que losdescubrimientos científicos o los logros de las artesútiles. Además, los artículos históricos mostraban pocoentusiasmo por los reyes, las conquistas y las grandesbatallas: en cambio, daban importancia a quienes habían

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combatido el fanatismo y promovido la tolerancia. Lasautoridades de la monarquía francesa consideraron esapreferencia como una inquietante y subversiva falta derespeto. En varias ocasiones, la publicación de laEnciclopedia fue interrumpida, se requisó el materialpreparado para componer un volumen e incluso seencarceló por algún tiempo a Diderot. Pero la empresa,con retrasos y dificultades, continuó adelante. Lossuscriptores que esperaban cada uno de los tomos ypagaban por adelantado permanecieron fieles, de modoque Le Breton tuvo razones para seguir hasta el final: poruna vez, el interés comercial y el cultural se apoyaronmutuamente. Es verdad que muchos abandonaron elbarco antes de llegar a puerto: D’Alembert se asustó ehizo mutis por el foro, Voltaire se aburrió de tantaerudición y compuso su propio Diccionario filosófico,más concentrado y polémico, y muchos otros se retiraronpara evitarse problemas o sinsabores.

La verdad es que la Enciclopedia acabó porrealizarse gracias a Denis Diderot, quien no sólo ladirigió hasta el final sino que escribió numerososartículos, organizó el material de cada volumen, burló lacensura fingiendo acatar sus prohibiciones y hastasoportó pasar una temporadita en prisión por su causa.Pero además Diderot tuvo tiempo para escribir novelas,

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obras teatrales, diálogos filosóficos y ensayos sobre lanaturaleza, el teatro, el arte, la psicología y la moral.Intelectualmente representa un raro mestizaje, porque fuea la vez escéptico y entusiasta: estaba fascinado por lasconstantes transformaciones que se dan en el Universo,desde los átomos a las estrellas, y se burló de quienescreen que todo permanece siempre igual porque les davértigo el perpetuo movimiento que todo lo cambia.Cuando el viajero Bougainville regresó de los mares delSur y contó cómo vivían allí los llamados salvajes,aparentemente sin leyes morales o religiosas, él escribióuna obrita fantástica en la que imaginaba una islasemejante en la que todo el mundo era espontáneamentefeliz gracias a la libertad de costumbres. Es sin dudaposible discrepar de muchas ideas de Diderot, pero esdifícil no admirar su tesón combativo o dejar de sentirsimpatía por su humanismo apasionado y sensual.

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Podríamos creer que el pensamiento ilustrado en Franciano hace más que repetir las mismas ideas (razón,ciencia, progreso, escepticismo, tolerancia, etcétera),pero resulta que hay un caso discrepante y muyimportante, porque criticó la Ilustración con armas

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ilustradas y a la larga vino a ser más influyente en lospensadores venideros que ninguno de suscontemporáneos. Jean-Jacques Rousseau nació enGinebra, pero vagabundeó por diversas ciudadeseuropeas y vivió en París, donde se hizo amigo deDiderot (colaboró en la Enciclopedia con artículossobre música, una de sus grandes aficiones que le llevó acomponer una ópera). Hay que advertir que ser amigo deRousseau no era cosa fácil: la mayoría duraba poco en elpuesto y Diderot no fue una excepción, peroprecisamente cuando aún se mantenía esa amistad, ciertodía que se dirigía a la prisión para visitar a un Diderotencarcelado por culpa de los inquisidores contrarios a laEnciclopedia, hizo Rousseau el hallazgo que había deinspirar lo mejor de su pensamiento: en una gaceta operiódico leyó la convocatoria de un concurso detrabajos sobre este tema: «¿Han mejorado las ciencias ylas artes las costumbres de los hombres?». Voltaire,Diderot o cualquier otro ilustrado habrían argumentadoen sentido afirmativo, pero Rousseau decidió escribir unensayo para decir que no.

En su escrito —que, por cierto, ganó el primerpremio—, Rousseau no negaba que los conocimientosque sacan al hombre de su ignorancia primitiva puedenaportar mayor bienestar y entretenimiento a la vida

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cotidiana, pero subraya que también arrastranconsecuencias perjudiciales. Contra los optimistas delprogreso señala que todas las comodidades ysofisticaciones tienen su precio: lujo, vanidad, afán deriqueza y esclavitud de muchos. Sobre todo, esa vidasocial más compleja introduce entre los humanos lasemilla de la desigualdad. Imaginemos que en su origenlos hombres vivían en un estado de naturaleza en el queignoraban la propiedad o la autoridad y cada cual sólose preocupaba de conservar su vida como mejor podía.De pronto, uno dice: «Esta tierra, esos árboles o esamontaña son míos: ¡que nadie los toque!». Aparece lapropiedad privada y luego el poder, los jueces, lospolicías, etcétera. ¡Ya hemos caído en la trampa! Elinocente salvajismo primordial se ha pervertido enculpabilidad y conflicto social.

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Jean-Jacques Rousseau

Por supuesto, Rousseau no cree posible volver alestado de naturaleza primitivo ni aconseja

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reconvertirnos otra vez en buenos salvajes (inclusoadvierte que tales santos espontáneos quizá no existieronnunca). Propone, sin embargo, que tratemos de corregirlos males de la sociedad reflexionando sinautocomplacencia sobre ellos. En el terreno político, suobra El contrato social establece las normas de unrégimen ideal del Estado en el que cada cual renuncia asu libertad natural para ganar junto a los demás lalibertad civil y el derecho de propiedad. Las decisioneshan de ser tomadas democráticamente por losciudadanos, pero siempre que no representen lavoluntad de todos (es decir, los intereses egoístasde cada cual) sino la voluntad general (o sea, laaspiración razonable de cada uno al bien común de lasociedad). Incluso sería aconsejable fomentar unareligión civil que, en lugar de prometer la salvación decada individuo, convirtiera el bien de la sociedad en lasalvación de todos. También en el terreno educativo esnecesaria una reforma a fondo. En su ficción filosóficaEmilio —quizá el libro sobre educación más influyenteque nunca se ha escrito— cuenta la formación de un niñocuya bondad natural no es contrariada por imposicionesartificiales sino fomentada y aprovechada paraconvertirle en socialmente útil, logrando que suespontáneo amor a sí mismo acabe por transformarse en

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amor al prójimo. Resulta curioso que, a pesar de suinterés teórico por la educación, el filósofo prefiriesepracticarla lo menos posible: a sus propios hijos losentregó nada más nacer a un orfanato. En la obra deRousseau se combina el uso ilustrado de la razón concierta desconfianza hacia ella también racionalista y unreconocimiento de la importancia del instinto, lossentimientos y las pasiones. Fue a la vez revolucionarioy conservador, con lo cual se buscó enemigos en todaslas facciones de su época, pero a la vez se ganóincontables discípulos futuros… hasta el día de hoy.

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Desde luego, la Ilustración no fue solamente un asuntofrancés. También tuvo representantes en los paísesanglosajones. Uno de los primeros fue el irlandésGeorge Berkeley, que se dedicó al oficio, no demasiadofrecuente entre filósofos, de obispo (sólo recuerdotambién en ese gremio a san Agustín), además de serteólogo, así como teórico de las matemáticas y de laeconomía política. Sobre todo, un estupendo e ingeniosoescritor, como demuestra en sus Diálogos entre Hylas yFilonús. A Berkeley le interesaba más la defensa de lascreencias religiosas que la filosofía pura y dura. Como

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buen anglosajón es empirista —en la línea del maestroJohn Locke—, pero su habilidad consiste en utilizar elempirismo a favor de la religión y no contra ella. Lamayoría de quienes sostienen que todo nuestroconocimiento viene de los sentidos acaban defendiendoposturas materialistas, pero Berkeley les acusa deinconsecuencia, porque señala que precisamente la«materia» es algo que ningún sentido revela.

Supongamos que contemplo una manzana: missentidos me aportan colores, forma, dureza al tacto,aroma, sabor… pero nunca nada parecido a una cosamaterial que subyace y provoca ese cúmulo deimpresiones. Si hay que ser empiristas, seámoslo hastael final: sólo existe lo que yo —es decir, mi espíritu, mialma— percibo. Y puedo estar seguro de su existencianada más que mientras lo percibo: ¿quién me dice a míque la manzana sigue existiendo cuando yo me vuelvo deespaldas y ni la veo, ni la toco, ni la huelo, ni…? Queexisto yo, el alma que siente y piensa, es indudable y yalo dijo Descartes. Lo que en cambio es inverificableexperimentalmente es la famosa materia. Entonces,¿debo creer que todas las cosas «desaparecen» cuandomis sentidos no las perciben? Pues deberíamossuponerlo… salvo que Dios exista. Porque Dios todo lopercibe constantemente, las estrellas más lejanas y el

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fondo del mar, las manzanas a las que doy la espalda ymi hijo, a quien he dejado en el colegio y al que novolveré a «percibir» hasta dentro de varias horas:gracias a Él, que todo lo percibe sin cesar, el Universo ysu inmensa población nunca dejan de existir. De modoque el empirismo radical es un argumento favor del almay de Dios, no de la materia.

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Aunque tuviese muy poco que ver con un obispo ocualquier tipo de creyente ortodoxo, el escocés DavidHume aprovechó para estimular su fecundo pensamientolos planteamientos de Berkeley, así como los anterioresde John Locke. Hume no sólo fue un gran filósofo, sinotambién psicólogo, magnífico historiador (su Historia deInglaterra sigue siendo un modelo para los historiadoresmodernos) y hasta un precursor de lo que luego se llamó«antropología», en su estudio del origen de las ideasreligiosas. Pero su principal campo de reflexión, entodos los casos, fue la naturaleza humana. Humefue un empirista radical, incluso más que Berkeley: paraél sólo existen las impresiones que nuestros sentidosnos aportan. Lo que llamamos «ideas» no son más que

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recuerdos de impresiones pasadas.Todo lo demás son conjeturas que hacemos a partir

de nuestras percepciones y que damos por buenas afuerza de costumbre. ¿Las cosas del mundo?: nosotrossólo tenemos impresiones de color, forma, sabor,tamaño, y a partir de la combinación de ellas creemosque existen unas cosas a las que llamamos manzanas oestrellas; ¿el alma?, ¿el yo?: sólo tenemos una sucesiónde impresiones y la memoria de impresiones pasadasque se asocian con las presentes, cuya continuidad noshace creer que hay una entidad o sujeto que protagonizatales chispazos sensoriales; ¿las leyes de la naturaleza,como la causalidad?: son simples hábitos o rutinas quetomamos por vínculos objetivos, o sea, que comoestamos acostumbrados a ver que el trueno sigue alrelámpago decidimos que es éste la causa de aquél.Hume es un escéptico decidido, es decir, que dudaseriamente de que podamos conocer nada con certezaobjetiva, puesto que todas nuestras impresiones sonsubjetivas. Pero también duda del escepticismo mismo, osea, que está convencido de que en cuanto dejemos defilosofar —manía que suele durarnos poco—volveremos a creer que existen cosas con tales o cualesatributos en la realidad externa, que tenemos alma y quelas causas son algo firme y seguro.

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David Hume

¿Dios?, ¿la religión?: Hume supone que el origen dela religión es el politeísmo, es decir, una serie deentidades fantásticas buenas o malas, favorables odesfavorables, que los hombres se inventan paraexplicar aquellos fenómenos de la naturaleza que lesperjudican o les resultan beneficiosos. Como nuestravida está llena de incertidumbre y nunca sabemos sipodremos conseguir lo que apetecemos, nos inventamosunos interlocutores mágicos a los que rogar pidiendo

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suerte y ayuda. Tampoco el Dios providencial de loscristianos o el Dios relojero organizador de la naturalezade los deístas como Voltaire le merecen mayor aprecio:en sus Diálogos sobre la religión natural (que fuepublicado póstumamente, para evitarle problemas conlos inquisidores) desmonta con razones contundentestodas las supuestas pruebas cosmológicas o morales afavor de la existencia de estos grandes espíritus…definitivamente inverificables.

En el tema moral, Hume alivia a la ética de rigorespuritanos, sacrificios y amenazas. Para él, no hay otranorma de conducta que el bienestar humano: lo que nosresulta agradable, placentero y útil es lo bueno; lo quenos hace sufrir y nos impone padecimientos, es malo.Pero no se trata de la búsqueda de un bienestarmeramente egoísta, porque existe en cada uno denosotros —¡por lo menos, en los mejores momentos!—un sentimiento espontáneo de simpatía y benevolenciahacia nuestros semejantes, de modo que procurar hacermás grata la vida de los demás aumenta la satisfacciónque sentimos. En cuanto a la virtud social porexcelencia, la justicia, consiste en pretender lo mejorpara la organización social de la que formamos parte ysin cuya cooperación nos sería difícil o imposible laexistencia. Algunas virtudes, dice Hume, son naturales,

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como el amor a los hijos o la piedad por losdesdichados. Otras, en cambio, provienen de lanecesidad de mantener el vínculo social, como lafidelidad al cumplimiento de las promesas o laobediencia a la autoridad. En todos los casos, lo quebuscamos con la moral es disfrutar mejor lasposibilidades personales y sociales de nuestra vida, ynada más.

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Pero sin duda el filósofo más importante del Siglo de lasLuces no fue francés ni anglosajón, sino alemán. Sellamó Immanuel Kant y nació, vivió toda su vida y murióen la ciudad prusiana de Königsberg, que hoy formaparte de Rusia. Quienes suponen que para adquirirconocimientos y ampliar nuestra visión del mundo esimprescindible viajar, tropiezan en Kant con unargumento contra su teoría: sin dar nunca un paso fuerade su ciudad natal llegó a ser no sólo uno de los hombresmás cultos y sabios de su época sino también uno de lostres o cuatro pensadores más grandes de la historia deOccidente. Desde luego, su vida carece deacontecimientos y peripecias notables: una revista delcorazón o una novela de aventuras podrían sacar poco

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partido de él. Fue protagonista sin embargo de grandes yrevolucionarios sucesos, pero todos ocurrieron en elsilencio de su despacho, mientras pensaba y escribía.

Se ganó la vida como catedrático de filosofía,inaugurando la saga moderna de pensadores–profesoresque hoy es ya mayoritaria. Su puntualidad eralegendaria: todos los días daba un paseo higiénico y sedice que los habitantes de Königsberg ponían sus relojesen hora al verle pasar, ni un minuto antes ni un minutodespués de cuando solía. Sin embargo no fue un tipohosco y aburrido, sino de conversación amena y conmucho sentido del humor. Al final de su vida se fueapoderando de él la demencia senil, lo que ahorallamamos enfermedad de Alzheimer. Como ibaperdiendo la memoria, anotaba en su dietario los temasde conversación que ya había tenido con sus amigos,para no repetirse. También empezó a tener pesadillasnocturnas a causa de sus trastornos cerebrales; una desus últimas anotaciones se refiere probablemente a ellas:«No entregarse a los pánicos de las tinieblas». Ahí seoye la definitiva palabra firme y valerosa del granilustrado.

Kant admiraba la obra de Isaac Newton, que habíalogrado asentar la ciencia física sobre una base segura.Y aspiró a convertirse en el Newton de la filosofía, es

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decir, transformarla también en una ciencia bien fundada.¿Es posible tal cosa? Dado que el instrumento de lafilosofía es indudablemente la razón, será necesariohacer un uso crítico de ella y convertirla en juez de símisma, de su método y de sus posibilidades. El grantema de la filosofía es el ser humano, sujeto de la razón ytambién objeto de su estudio. Para Kant, ese temahumano abarca tres grandes preguntas insoslayables:primera: ¿qué puedo saber?; segunda: ¿qué debo hacer?;y tercera: ¿qué puedo esperar? Del grado de certeza conque podamos responder a esas cuestiones dependerá eldestino como saber científico de la filosofía.

A la primera de ellas, la que trata del conocimiento,responde Kant con la Crítica de la razón pura, su obramás célebre e influyente, escrita cuando contaba yacincuenta y siete años, la edad en la que otros comienzana pensar en su jubilación. En el tema del conocimientohumano se han enfrentado a lo largo de los siglosfilósofos racionalistas, como Descartes, que considerannuestro entendimiento como la fuente principal del saber,y otros empiristas, como Locke o Hume, que aseguranque todo lo que sabemos nos llega por la vía de lossentidos. Ninguna de estas perspectivas convence aKant, aunque piensa que ambas tienen parte de razón. Enel conocimiento humano se da una materia y una forma:

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la materia la aportan los sentidos con su experiencia,pero la forma la pone el entendimiento con su capacidadde organizar los datos sensoriales. Sin la materia quenos aportan los sentidos nuestro entendimientopermanece vacío, pero sin el orden aportado por elentendimiento los datos sensoriales son un caos ciego einforme. Es algo parecido a cuando los niños hacenflanes de arena en la playa utilizando un cubo comomolde: si el cubo no se llena de arena no puede haberflan, pero tampoco lo habrá si la arena no se somete a laforma que le da el cubo.

De modo que lo que podemos conocer es unacombinación entre lo que nuestros sentidos perciben delas cosas y la forma que nuestro entendimientoproporciona a esos datos: el resultado es lo que Kantllama fenómenos, que no son ni las cosas en símismas (nosotros todo lo conocemos de acuerdo con lascategorías o capacidades de nuestro entendimiento, quizáotros seres con entendimiento distinto y sentidosdiferentes las conozcan de otro modo) ni tampoco uninvento de nuestra razón pura y desligada de laexperiencia. Pero sucede que la razón no se resigna alimitarse a trabajar con datos sensoriales y quiere ir másallá: las grandes ideas metafísicas, es decir, el alma, elmundo como totalidad universal y Dios son aspiraciones

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ambiciosas de la razón a volar más lejos de lo que laexperiencia concreta aporta. Es una ambición muyhumana pero que fracasa en un cúmulo decontradicciones insuperables: algo semejante a unapaloma que, al volar, nota la resistencia que el aire leofrece y puede suponer que sin aire —en el vacío—volaría mejor y más alto, ignorando que ese aire que sele resiste es también lo que la sostiene en su vuelo.

La siguiente gran pregunta: ¿qué debo hacer? Losseres humanos somos activos y constantemente debemostomar decisiones para hacer esto o lo otro. En la mayoríade los casos, son las circunstancias las que nos imponenel camino que debemos seguir: la necesidad de comida ocobijo, el instinto de conservación, el afán derecompensas o el miedo a los castigos, la simpatía oantipatía que sentimos por los demás, etcétera. Así,nuestro comportamiento es heterónomo (o sea, que sigueuna norma ajena que nos llega desde fuera, como sialguien o algo nos diese una orden que obedecemos).Para Kant, esa forma de actuar puede ser prudente ojustificada, pero no es propiamente moral. El verdaderocomportamiento moral tiene que ser autónomo, esdecir, que brote de una ley que nada me impone y que yoacepto como fruto de mi propia libertad de ser racional.Esa norma autónoma tiene que expresar lo mejor de mi

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voluntad, no mi apetito, ni mi ambición, ni mi miedo alos castigos. Será un imperativo, o sea, una orden que yome doy a mí mismo por simple respeto a lo mejor quehay en mí: no estará condicionada a conseguir esto oaquello sino que será un imperativo categórico, quebusca lo bueno de modo absoluto y nada más.

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Immanuel Kant

¿Cómo saber que este imperativo provieneverdaderamente de la buena voluntad y no de algún

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interés menos elevado? Cuando yo hago algo que mebeneficia a mí pero no a otros es como si dictase una leyque vale sólo para mí, aunque no para los demás; el quemiente es como si pensara: «Está bien que yo mientacuando me conviene, pero quiero que los demás medigan la verdad (porque si a todo el mundo le da pormentir ya no sacaré ventaja de mis propias mentiras)»; yel que roba piensa: «Está bien que yo robe lo que quierapero no que me roben los demás a mí (porque si no seráimposible disfrutar lo que he robado)», etcétera. Perocuando hago algo realmente bueno es como si dijese:«Quiero que todo el mundo actúe como yo, es decir,como un ser humano racional, que respeta a sussemejantes y no los utiliza como herramientas o simplesmarionetas. De este modo no me comportaré porcapricho o buscando provecho, sino porque deborespetar la humanidad en mí y en todos los demás».

Y por último: ¿qué puedo esperar? Aquí la respuestade Kant tiene dos vertientes, una histórico–política y laotra religiosa. Como espíritu realmente ilustrado —hoydiríamos «progresista»—, es un decidido universalista,es decir, cree en la importancia primordial de todos losseres humanos y su autonomía por encima de países,razas, estados, clases sociales, etcétera. A pesar de sushábitos aparentemente nada levantiscos, Kant simpatizó

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con la Revolución francesa y condenó enérgicamente losabusos del colonialismo europeo. Sin embargo, encuestiones políticas podía ser idealista, aunque nomeramente ingenuo: sabía que los seres humanos tienentendencia a cooperar unos con otros por su propianaturaleza social, pero también que encuentran enideologías, religiones, ambiciones políticas, etcétera,mil razones para enfrentarse. Padecemos una «insociablesociabilidad» y las comunidades humanas se muevenentre guerras que las arruinan y la cooperacióncomercial que las hace prósperas. El ideal es una pazperpetua que no sea la de los cementerios, sino la queproviene de la armonía de intereses bien entendidos.Para obtenerla, los países deberán dotarse deconstituciones republicanas (los monarcas declaranguerras, pero no así los pueblos) y habrá que ir creandofederaciones internacionales de Estados libres quefavorezcan la hospitalidad cosmopolita y prohíban losenfrentamientos bélicos. Es difícil, pero no imposible:sobre todo, asegura Kant, es necesario para que secumpla el mejor destino de la historia humana.

En el terreno personal, cada uno de nosotros sabeque el cumplimiento del deber ético no va acompañadode la felicidad mundana. De hecho, la verdadera moralno actúa nunca en espera de premios de ningún tipo.

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Pero el hombre puede preguntarse por el sentido deldeber moral, que no nos hace felices sino dignos de lafelicidad… si el mundo estuviese bien hecho. ¿Por quéno creer que, en efecto, el deber moral y la felicidad searmonizan en algún sitio? No en este mundo, desdeluego, pero quizá en el más allá, si Dios existe y nuestraalma es inmortal. Nada podemos conocer de eso, porquesupera y trasciende cuanto nuestros sentidos aportan anuestro entendimiento. Por tanto, es inadmisiblecualquier fanatismo religioso o la pretensión de imponercreencias a los demás por la fuerza, no digamos yatorturarles o asesinarles en nombre de la fe. Pero laesperanza no puede ser descartada. Kant, finalmente, seesfuerza por reconciliar su racionalismo pensante y su fede creyente.

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Pero no todos los ilustrados alemanes fueron tandoctorales como Kant ni escribieron obrasmonumentales como las suyas: hubo espíritusliterariamente más ligeros, aunque no menos profundos.Por ejemplo, Georg Christoph Lichtenberg, que fuediscípulo de Kant, distinguido científico, aficionado a lafilosofía, el teatro y las mujeres, por lo que se ganó

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cierta fama de libertino. La obra filosófica deLichtenberg está formada por aforismos, es decir,pensamientos expresados de manera breve yconcentrada, casi siempre con mucho humor. A vecesresume en pocas palabras la esencia misma de laIlustración: «Todo el mal de este mundo se lo debemosal respeto, a menudo exagerado, por las antiguas leyes,las antiguas costumbres y la antigua religión»; o «En elmundo se puede vivir muy bien diciendo profecías, masno diciendo verdades». En otras ocasiones ataca consutileza las actitudes puritanas que recomiendanrenunciar a los placeres: «La moderación presupone elgoce; la abstinencia, no. De ahí que haya más partidariosde ésta que de aquélla»; o también: «Entre las líneas mássagradas de Shakespeare me encantaría que, alguna vez,aparecieran en rojo aquellas que debemos a una copa devino bebida en un momento de felicidad».París, mil setecientos y pico. Alba y Nemo estánsentados en un café, después de acabar una partida deajedrez.

NEMO: ¿Sabes lo que más me gusta de esos ilustrados?Que no eran profesores.

ALBA: No te referirás a Kant…

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NEMO: Venga, Kant es una excepción. Pero los demás,Voltaire, Diderot, Rousseau, Hume… losenciclopedistas y demás, ya me entiendes. Eranliteratos, poetas, músicos… o sea, gentededicada a cosas bonitas, no a dar clase.

ALBA: También una clase puede ser bonita.

NEMO: ¡Ya salió la empollona!

ALBA: ¿A ti no te hubiera gustado asistir a una clase deKant?

NEMO: Como no sé alemán…

ALBA: En fin, pues con tu francés poco hubierasentendido de los chistes de Voltaire… No, enserio, creo que en parte tienes razón.

NEMO: ¿Yo? ¿Me das la razón? ¡Ay, que me desmayo…!

ALBA: He dicho que tienes sólo parte de razón, no tehagas ilusiones.

NEMO: Ya me parecía a mí…

ALBA: Mira, lo importante no es que todos esosilustrados no fueran profesores ni diesenclases… Lo que de veras cuenta es que quienesse interesaban por sus ideas no eran alumnos

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suyos.

NEMO: ¿Y no viene a ser lo mismo?

ALBA: Sí… pero no.

NEMO: ¡Qué bien te explicas!

ALBA: Quiero decir que el público que les leía, lesescuchaba y hasta les defendía cuando se lesatacaba, estaba formado por voluntarios. No lohacían por obligación, para aprobar curso osacar nota, sino porque les daba la gana, porqueles gustaba.

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NEMO: ¿Ves? Porque expresaban cosas bonitas demanera artística.

ALBA: Probablemente. Pero sobre todo porque la gentese daba cuenta de que aquello tenía mucho quever con sus vidas y no sólo con los estudios.

NEMO: ¿Eran más libres que en otras épocas?

ALBA: Yo creo que empezaban a sentirse más libres yquerían aprender cosas que les ayudasen a

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liberarse del todo. Sobre todo, estoy segura deque las mujeres…

NEMO: ¡Claro, las mujeres!

ALBA: Pues sí, las mujeres. ¿Acaso no te extraña quehasta ahora no haya aparecido en esta historianinguna mujer? No me irás a decir quepensamos menos que los hombres.

NEMO: Buenoooo…

ALBA: Más te vale cerrar el pico, sabio. Si las mujeresno han sido filósofas antes es porque no se laseducaba, ni podían escribir, ni nadie les hacíacaso, ni…

NEMO: Pues tampoco hubo muchas mujeresenciclopedistas, que yo sepa.

ALBA: ¡Claro que no! Pero en cambio hubo algunas,bastantes, las más afortunadas sin duda, capacesde leer la Enciclopedia y de charlar con susautores. Hasta de influir en ellos, no te quepaduda. Porque empezaban a recibir educacióncomo los varones y por tanto a ser capaces depensar por sí mismas. ¡Eso sí que es unanovedad importante!

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NEMO: Oye, que a mí me parece estupendo, ¿eh? Quelas mujeres estudien y sean muy listas, como tú:estupendo, estupendo… Pero me parece que enesa época la cosa sólo debía pasar en Francia yen países así. Porque lo que es en España…

ALBA: En cuestiones de Ilustración, aquí fuimos conbastante retraso las mujeres… y los hombres.Pero también aquí llegaron las luces y laEnciclopedia, seguro que sí. A trancas ybarrancas, pero llegaron. Si no, a ver… ¿dedónde salimos tú y yo?

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A

CAPÍTULO 9La revolución de las ideas

veces puede parecer que las teorías de losfilósofos son pura comedura de coco,elucubraciones ingeniosas o aburridas pero que

poco o nada tienen que ver con lo que de veras ocurre enel mundo. La gente práctica, aseguran algunos —quizámuchos—, no se preocupa por las ideas filosóficas, sinopor la vida real: la política, la economía, el fútbol yotras cuestiones igualmente urgentes. Las cosas quedicen los filósofos, pobrecillos, sólo interesan a otrosfilósofos o a gente tan chalada como ellos, que viven enlas nubes… Más o menos comentarios como éstos lehizo burlona una señora a comienzos del siglo XIX alescritor escocés Thomas Carlyle, quien trataba deconvencerla de la importancia y hasta del peligro queencierran las ideas de los filósofos. Como únicarespuesta, Carlyle señaló al estante de su biblioteca que

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albergaba las obras de Voltaire, Rousseau o Hume ycomentó: «¿Ve usted esos libros, amiga mía? Pues lasegunda edición de cada uno de ellos se encuadernó conla piel de quienes se habían reído de la primera…».

En efecto, no cabe duda de que el clima intelectualcrítico, irreverente y hasta rebelde fomentado por losilustrados y por la Enciclopedia fue determinante en laideología de los protagonistas de la Revolución francesade 1789. Ese acontecimiento político conmocionó aEuropa tanto en sus instituciones como en su manera depensar. Por una parte, despertó un ansia inédita delibertad política y mental, de igualdad y de fraternidadpopular. La compartieron muchos de los espíritus máscultos y generosos de la época, incluso gente tanescasamente revoltosa como Kant. Por otro lado, elterror sanguinario de aquellos sucesos alarmó a otrosmuchos, que compartían la triste constatación que hizomadame Roland —tan entusiasta de la revolución alprincipio— cuando tuvo que ir a la guillotina:«¡Libertad, libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tunombre!». De modo que todo el siglo que sigue alllamado «de las Luces» estuvo marcado intelectualmentepor las consecuencias de la gran Revolución francesa(así como de la que poco antes hubo en Norteaméricacontra Inglaterra y luego en las diversas colonias de la

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América española). De ese modo nacieron nuevospensamientos revolucionarios y también otrosconservadores, partidarios unos de imponer la justicia yotros de preservar a ultranza la libertad, sin que faltasenquienes pretendían conciliar lo mejor de ambos campos.En el terreno de la filosofía, ésa no fue desde luego unaépoca monótona ni aburrida.

Como ya hemos señalado, uno de los pensadores másinfluyentes fue sin duda Kant. El maestro de Königsbergintentó en su obra señalar la capacidad, aunque tambiénlos límites de la razón, y establecer la autonomía éticade la persona humana y su correlativa dignidad porencima de instituciones y fronteras. Pero quienessiguieron por el camino abierto por él no se atuvieron atodas sus prevenciones y cautelas, sino que ledesbordaron en uno u otro sentido. Ya hemos visto encasos anteriores que en la carrera de relevos de lafilosofía se es fiel a lo que nos enseña el que nosprecede… traicionándole lo mejor y más razonadamenteposible. Así se portaron respecto a Kant pensadores tandistinguidos como Fichte, Schelling y, sobre todo, Hegel.

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Georg Wilhelm Friedrich Hegel nació en Stuttgart yestudió en Tubinga, donde fue compañero del tambiénfilósofo Schelling y del gran poeta Hölderlin. Los tresjóvenes siguieron con entusiasmo los acontecimientosrevolucionarios de Francia y hasta plantaron juntos unárbol de la libertad para conmemorarlos. Pero, adiferencia de otros, Hegel sintió un entusiasmo no menorpor Napoleón, al que consideraba prolongación yheredero lógico de la revolución: al verlo entrar en Jenadurante su gira de conquistas por Europa, lo admirócomo si fuera «el alma del mundo… montado a caballo».Más difícil todavía: cuando años después celebró al muyjerárquico y bastante autoritario Estado prusiano comola mejor realización histórica de la razón absoluta,también siguió considerando la Revolución francesa«una magnífica salida de sol, una sublime conmoción,una exaltación del espíritu que ha hecho estremecer almundo de emoción».

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Friedrich Hegel

Dentro de su pensamiento, estas diversas (y paraalgunos contradictorias) fidelidades no encierranninguna paradoja. Desde nuestro punto de vista subjetivode individuos pensantes, ciertos sucesos del mundo nosparecen dignos de aprecio racional y otros en cambio lostenemos por absurdos o aborrecibles. Para Hegel, encambio, todos son expresión necesaria de una mismarazón que se va desplegando en pasos concatenados a lo

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largo de la historia humana. Su divisa es: todo loracional es real y todo lo real es racional. Porque paraHegel la razón no es solamente una capacidad de losindividuos finitos, sometida a las limitaciones queseñaló Kant, sino la estructura dinámica de todo lo queexiste. El sujeto comienza a pensar a partir de sucondición finita y empírica, desde luego, pero después,el propio despliegue de la razón debe llevarle hastaampliar su perspectiva y fundir lo finito en lo infinito yabsoluto. Esta aventura intelectual es narrada en su obramás fascinante: Fenomenología del espíritu.

Partamos de lo más sencillo y seguro: ahora es dedía. Esta verdad merece ser consignada y la apunto en unpapel. Dejo pasar unas pocas horas y vuelvo a releer esanota: ¡Sorpresa! La verdad obvia y evidente se haconvertido en falsedad, porque ahora ya no es de díasino que reina la noche. ¿Tendré que desesperarme, caeren el escepticismo? No, más bien debo aprender que larazón no es estática y limitada, sino dinámica y enmarcha hacia la totalidad. Este recorrido, que se realizadentro de nosotros en tanto que maduramosintelectualmente pero también a lo largo de la historiamisma de la humanidad, es el argumento del libro. Se vapasando en él repaso a la percepción, el entendimiento ya la lucha por el poder entre el señor y el siervo, la

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ilustración, la revolución y el terror, el positivismocientífico, etcétera. Como casi todo el resto de la obrahegeliana, la Fenomenología es muy difícil de leer.Aunque habla de asuntos que en último término nosinteresan a todos —en otro caso no sería un filósofo—,Hegel escribe principalmente para técnicos y profesoresde filosofía, lo que hace la mayoría de su obrainaccesible al principiante y sumamente oscura paramuchos que no lo somos tanto. Pero por supuesto ni másni menos «profunda» que la de autores más directamentecomprensibles como Montaigne, Hume o Rousseau.

Hegel escribió también una monumental Ciencia dela lógica, que es algo así como el Everest de los variosy abrumadores ochomiles que el aprendiz de filósofodebe leer para adquirir respetabilidad. La lógica deHegel no trata de cómo se argumenta sino de cómo sepiensa. En otras lógicas —por ejemplo, la de Aristóteles— se señalan los tipos de razonamiento erróneos, peroen la de Hegel cada paso de la razón es válido y tambiénnecesariamente falso, porque sólo el conjunto universalde la razón realizada en el mundo, la Idea total yabsoluta, puede aspirar a ser considerada «la verdad».Esta forma paradójica de avanzar en el pensamiento —un paso adelante, otro atrás y luego dos adelante— esllamada dialéctica y constituye la aportación más

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fructífera de Hegel al procedimiento intelectual. Segúnla dialéctica, la razón establece primero una afirmacióno tesis, después comprende las objeciones que lainvalidan y pasa a negarla en la antítesis, para, acontinuación, retomar una y otra en la síntesis, que vamás allá de ambas recogiéndolas y superándolas. Elejemplo más citado de la dialéctica está al comienzomismo de la lógica: el punto de partida es el ser, que noes esto ni aquello ni nada determinado, sólo el puro yvacío hecho de ser; pero si el ser no tienedeterminaciones ni contenidos resulta que es… nada, osea, que se identifica con lo que parece desmentirlo, lanada, lo que precisamente no es; pero cuando estamos yaen la nada vemos que al menos es eso: nada, o sea, que asu modo es…; y el tránsito de la nada al ser es eldevenir, que recoge la afirmación primera y la negaciónque la sigue en un movimiento que va más allá.¿Complicadillo, no? Pero quinientas páginas másadelante ya se acostumbra uno.

Los individuos moralmente autónomos de Kantimpresionan poco a Hegel. Cada cual puede actuar deacuerdo con su personal pauta ética, pero no debepretender que su moralidad se imponga al mundo. Oquizá puede obrar de acuerdo con sus pasiones —paraHegel «nada grande se ha hecho en el mundo sin

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pasión»—, pero la pasión tampoco puede dictar la másalta norma ética, por imprescindible que sea en lasacciones individuales. En realidad, la sustancia éticaefectiva y verdadera se va formando a base deaportaciones individuales que terminan cristalizando eninstituciones históricas: la más madura de todas ellas esel Estado (y si es prusiano, mejor que mejor),culminación del despliegue de la Idea en la historia ypor tanto punto final de la misma. La filosofía máselevada y consecuentemente racional no se adelantaproféticamente a la historia, sino que viene después deella para consolidar idealmente lo ya ocurrido. Porque,según la metáfora de Hegel, el ave de Minerva (lalechuza, emblema desde la antigüedad de la filosofía) noecha a volar hasta el crepúsculo, cuando ya el día y susacontecimientos han terminado…

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Los mejores discípulos de Hegel fueron —como yahemos visto que suele pasar— quienes másdecididamente aprovecharon su enseñanza, peroinvirtiendo su sentido. Por ejemplo, Ludwig Feuerbach,para quien la filosofía del futuro no debía consistir enfundir lo finito en lo infinito sino justamente en lo

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contrario: o sea, revelar que ese infinito llamado IdeaAbsoluta, Dios o cosa parecida está realmente en lofinito, que es el hombre. Filosofías como la de Hegel,con todos sus méritos, no son en realidad más queteologías, y la auténtica filosofía venidera tendrá que seruna antropología, es decir, un saber centrado en lainfinitud abarcada por el ser humano. Feuerbach explicaque la esencia del cristianismo consiste en magnificarlos atributos que descubrimos en el hombre —compasión, amor, afán de justicia, etcétera— yproyectarlos en la gran pantalla del cielo como parte delperfil gigantesco de Dios-Jesucristo. El Dios de loscristianos es un ser humano idealizado en el que brillancon fulgor de absoluto todas las capacidades que losmortales tenemos como virtudes, aspiraciones oproyectos. En otras religiones, por el contrario, lo que lacreencia idealiza es la relación del ser humano con lanaturaleza, hecha de temor y respeto ante su fuerza, asícomo de reconocimiento de nuestra pequeñez frente aella.

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Sin duda, el más destacado seguidor de Hegel fue KarlMarx, que no sólo fue filósofo, sino también economista,

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periodista y político. No se dedicó a la enseñanzauniversitaria —aunque estaba cualificado para ello—,sino que se entregó a la crítica de las instituciones y a laagitación revolucionaria, colaborando en diversaspublicaciones radicales de izquierda y padeciendo elhostigamiento de las autoridades, lo que le llevó deAlemania a París, después a Bruselas y más tarde aLondres, donde murió y está enterrado en el cementeriode Highgate. En París se hizo amigo de Friedrich Engels,su fiel compañero y también colaborador en gran partede sus obras, así como su mecenas durante los últimosaños en Londres. Con él escribió el Manifiesto delpartido comunista, una pieza magistral de literaturasubversiva cuya enorme influencia, no sólo intelectual,sino histórica, ha llegado hasta nuestros días. Pero fue enLondres, y más concretamente en la excelente bibliotecadel Museo Británico, donde escribió El capital, unaobra monumental e inacabada en la que expone sus ideassobre economía, historia y filosofía política.

Marx se interesó mucho por la obra de Feuerbach,porque sostiene que todo pensamiento crítico comienzapor la crítica a la religión. Pero le parece que éste semantiene exclusivamente en el terreno de la teoría y eldebate ideológico. En la última de sus Tesis sobreFeuerbach contrasta esta actitud con la suya propia:

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«Hasta el momento, los filósofos se han dedicado ainterpretar el mundo, pero de lo que se trata es decambiarlo». Durante siglos, los pensadores hanpretendido dedicarse a una contemplación desinteresadadel mundo, pero Marx (¡como Platón!) quiere utilizar sureflexión para combatir la tiranía y emprender una mejororganización de la sociedad. Si la filosofía no tieneefectos prácticos, incluso revolucionarios, serásolamente otra modalidad de «opio del pueblo» como lareligión, que no sirve más que para adormecer a losciudadanos y acostumbrarles a que se resignen a lainjusticia social.

El propósito de Marx es dar la vuelta a la dialécticahegeliana y apoyarla sobre los pies en lugar de sobre lacabeza, o sea: en vez de convertir a la Idea Absoluta enla última etapa del despliegue de la razón, poner en eselugar privilegiado el descubrimiento de la condiciónmaterial de la vida humana. Hegel cree que es laconciencia (en forma de razón, religión o arte) lo quedetermina el ser del hombre, pero Marx le corrige: es elser humano en su materialidad (es decir, en susrelaciones sociales, laborales, económicas y en sudesarrollo técnico) el que determina lo que los hombresvan a pensar filosóficamente, van a creer religiosamenteo van a admirar como arte sublime. Lo que mueve la

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dialéctica universal no es la Idea, sino la Materia, que enel caso humano no es nunca mera cuestión de átomos ymecánica sino de confrontación social y luchas por elpoder.

Karl Marx

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En sus obras sobre economía política, Marxdenuncia lo insostenible del sistema productivo de suépoca: los propietarios de los medios de producciónindustrial, es decir, los capitalistas, compran la fuerza detrabajo del proletariado cada vez a precio más bajo, demodo que van convirtiendo a los obreros primero enexplotados y luego en pobres miserables. Es cierto quelos burgueses capitalistas fueron imprescindibleshistóricamente para acabar con el feudalismo y laaristocracia, pero ahora se han convertido en unobstáculo para que llegue a realizarse la futura sociedad,sin clases ni jerarquías sociales, en la que seemanciparán los trabajadores proletarios y todosseremos igualmente propietarios de lo común (de ahí elnombre de «comunismo»). Por tanto, la revoluciónsocial no es una exigencia moral ni un imperativo ético,sino una necesidad histórica que debe acelerarsesublevando por medio de la crítica y el adoctrinamientoa los explotados que aún no saben que lo son.

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En el terreno económico, Marx describió conbastante acierto la situación de su época —loscomienzos de la era industrial—, pero no previó que laspropias luchas sociales fomentadas por su pensamientocorregirían muchos de los males que señalaba yfrenarían la pauperización de los trabajadores. Losverdaderos triunfos revolucionarios que consiguió sudoctrina no consistieron en un cambio de gobierno trasuna guerra civil (que era lo que muchos esperaban eintentaron a lo largo del siglo en varios países), sino enconquistas como el Estado de bienestar, la seguridadsocial en materia de salud y educación, etcétera,

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arrancadas por la fuerza a los capitalistas, queprecisamente querían evitar así males mayores. Encambio, en algunos países en que aparentemente triunfó yexterminó a sus adversarios —la Rusia soviéticaprimero, luego la China de Mao, la Cuba actual, etcétera—, el comunismo marxista se convirtió en justificaciónideológica de dictaduras sanguinarias que acaban con laslibertades sin propiciar realmente la justicia ni eldesarrollo social. En tales casos es lícito recordar que elpropio Marx dijo en alguna ocasión: «Yo no soymarxista».

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Es frecuente que los filósofos hayan sido críticos con lasideas de sus colegas pasados o presentes, pero casisiempre han guardado las formas corteses y al menoscierta apariencia de respeto por ellos. Una notableexcepción a esta regla fue Schopenhauer, que atacó conpocos miramientos a los idealistas Fichte, Schelling ysobre todo a Hegel, al que calificó de «farsante»,«criatura ministerial» y «cabeza de alcornoque», entreotras lindezas. A su juicio, estos representantes de lafilosofía académica prusiana son simples burócratas quepervierten la verdad y no pretenden más que transmitir

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ideas edificantes en apoyo del Estado y de lasinstituciones: nunca entristecen ni preocupan a nadieporque en el fondo su mensaje es siempre teológico, unavariante disimulada del optimismo metafísicoinaugurado por Leibniz.

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Arthur Schopenhauer

Arthur Schopenhauer nació en Danzig, en la actualPolonia, hijo de un comerciante que se volcó en sueducación y de una madre novelista (con cierto éxitopopular) a la que detestaba cordialmente y que ledevolvía igual «cariño». Casi adolescente viajó porFrancia e Inglaterra para conocer el mundo: la muerte desu padre —quizá un suicidio— le ahorró el disgusto detener que dedicarse al comercio y le proporcionó unarenta suficiente para poder practicar la filosofía, suauténtica vocación. Recién cumplidos los treinta añospublicó su obra fundamental, El mundo como voluntad yrepresentación, que para su gran indignación pasóinadvertida durante décadas. Intentó dar clases en laUniversidad de Berlín, pero con poquísimo éxito: seempeñó en poner su curso a la misma hora que el deHegel, entonces en pleno auge de su fama, y no consiguióaudiencia (lo que tampoco aumentó su simpatía por sucelebrado colega). Se instaló definitivamente enFrankfurt, donde se dedicó a escribir apéndices ycorolarios a su obra principal. A los sesenta y tres añoslos reunió en una compilación llamada Parerga yParalipomena, en la que trataba los temas más diversos:desde consejos sobre el amor y las mujeres hasta

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consideraciones sobre los fantasmas, los duelos o lalocura. Y entonces obtuvo por fin el éxito y elreconocimiento que se le habían escapado toda su vida.Murió poco después, bastante satisfecho de sí mismo.

Aunque veneraba a clásicos como Platón, Hume oGoethe (a quien había tratado personalmente en lasreuniones literarias que organizaba su madre), paraSchopenhauer el mayor genio filosófico de todos lostiempos fue Kant. No todo Kant le convencía, desdeluego: sólo le interesaba el autor de la Crítica de larazón pura y se burlaba del piadoso moralista creyente.También él trató de perfeccionar y hacer menoscauteloso el pensamiento kantiano, igual que susdetestados idealistas académicos, pero para ellorecurrió a una influencia insólita y verdaderamenteoriginal: la sabiduría hindú de los Upanishad, queconoció en la versión del orientalista francés AnquetilDuperron. Desde que algunos de los griegos queacompañaron hasta la India al gran Alejandro trajeronactitudes allí aprendidas (por ejemplo de los quellamaron gimnosofistas o «sabios desnudos»,renunciativos y marginados por la sociedad común),ningún filósofo se había interesado por los saberesasiáticos. Con Schopenhauer, Oriente se incorpora alpensamiento europeo moderno: su gabinete de trabajo,

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desprovisto de cualquier fetiche religioso cristiano,estaba presidido por una imagen de Buda.

Schopenhauer asume que lo que conocemos de larealidad no es más que nuestra representación de loque hay, es decir, lo que Kant denominaba el«fenómeno». O sea, aquello que causa en nuestro cuerpotodo lo que está fuera de nosotros. Pero esarepresentación no proviene de nuestro entendimientosino de nuestra intuición vital, a partir de la cual operarádespués la razón y sus conceptos abstractos. A fin decuentas, la representación no es sino lo que los hindúesllamaron «el velo de Maya», el conjunto de ilusionesproducidas por nuestros deseos y apetencias vitales, queencubren lo que no les interesa y embellecen lo queprefieren. Porque lo que de verdad cuenta para nosotrosdel mundo es lo que la voluntad que fundamentalmentenos constituye quiere de él, una demanda infinita quesiempre desea más y más, sin contentarse nunca connada, anhelando algo nuevo en cuanto conseguimos loque habíamos apetecido. En verdad no es nuestra razónidealista la que dirige cuanto queremos, sino nuestrosalvaje e inconsciente querer el que domina cuantoentendemos y razonamos.

Todos los grandes pensadores, desde los griegos, hansupuesto que lo que está bien en el mundo es la totalidad

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en su conjunto, y que los males provienen de nuestraindividualidad caprichosa y equivocada. Schopenhaueropina lo contrario: el mundo es dolor, porque el querernunca está satisfecho y todo lo que existe es puro apetitode obtener más y más, sin tregua ni objetivo final. Todoslos seres sufren —cada cual a su modo— porqueninguno se cansa de querer ni consigue de la vida másque insatisfacción. Pero precisamente el ser humanopuede, por medio de su razón, darse cuenta de esteabsurdo y frenar su querer, apaciguarlo o incluso, encasos geniales, renunciar a la voluntad voraz. Primero,por medio del arte, que nos distancia del mundo y lorepresenta sin obligarnos a sufrir y desear (el artesuperior es la música, por medio de la cual podemosescuchar a qué suena la voluntad sin vernos implicadosen ella); después por la compasión, el fundamento detoda moral, que nos hace comprender los sufrimientosdel resto de los seres, no sólo humanos, sino tambiénanimales (los defensores de la caza o las corridas detoros no encontrarían ninguna simpatía enSchopenhauer), y renunciar a causarles daño paraimponer nuestros deseos; finalmente, en la santidad (sindioses ni clero, desde luego), que hace a unos pocosrenunciar a la procreación e incluso al deseo cruel devivir y les permite dejarse extinguir suavemente en el

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nirvana, esa nada sin deseos ni estímulos dolorosos delos budistas.

Las recomendaciones de Schopenhauer sobre elamor sexual, la política o las relaciones sociales nollegan hasta predicar la santidad misma y la renunciacompleta, pero pretenden reducir al mínimo lospadecimientos de la vida utilizando el sentido común.Como —a diferencia de tantos colegas filósofos— fueun excelente escritor, claro e ingenioso hasta cuandohabla de temas muy abstrusos, sus consejos para vivirmejor —o quizá un poco menos mal— llegaron a sermuy populares y fueron más leídos que el resto de sufilosofía. Un ejemplo de su perspectiva pesimista es lafábula de los puercoespines en invierno como metáforade la vida social: cuando llega el frío invernal, lospuercoespines se arriman unos a otros para darse calor,pero no pueden acercarse demasiado porque se pinchancon las púas de sus semejantes y deben guardar lasdistancias: lo mismo que los humanos buscamos lacompañía de los demás para no perecer de soledad yhastío, pero no podemos frecuentarnos demasiado decerca sin herirnos unos a otros con nuestras ambicionesopuestas.

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Hegel basó su sistema en la necesidad y el Todo; nadiese le opuso con tanta radicalidad como Kierkegaard, queno tuvo sistema alguno pero defendió contra viento ymarea la posibilidad y el individuo. Søren Kierkegaardnació y vivió toda su vida en Copenhague, la capital deDinamarca. Su padre fue una persona atormentadamentereligiosa y transmitió a Søren su obsesión por la culpa,la difícil salvación y la lejanía de Dios. Kierkegaardestudió filosofía en Berlín con Schelling, pero nuncallegó a ser profesor ni tampoco pastor protestante, apesar de que buena parte de su obra son sermones ymeditaciones religiosas. En realidad siempre fue porlibre, escribiendo textos breves sumamente originales yliterariamente excelentes en los que con frecuencia hacegala de un talante irónico (precisamente su primerensayo versó sobre el concepto de ironía) y que firmócon una serie de ingeniosos seudónimos, cada uno de loscuales brindaba una nueva perspectiva personal. A pesarde su físico poco afortunado (era contrahecho), mantuvoun largo noviazgo con la hermosa Regina Olsen, querompió poco antes de la boda por tribulaciones íntimassobre las que sólo podemos hacer conjeturas. En susúltimos años padeció las burlas de la revista satírica Elcorsario, que le hicieron sufrir mucho, y se enfrentópolémicamente al respetado teólogo hegeliano

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Martensen, lo que le dejó aún más aislado eincomprendido. Murió a los cuarenta y dos años yreclamó como epitafio sólo dos palabras: «Aquelindividuo».

A Kierkegaard le interesa por encima de todo (y delTodo) el individuo concreto, el que existe y sufre, aquélpara quien la verdad es algo que recibe sentido de supropia vida. También Hegel habla en su sistema de loconcreto y de la verdad, pero en realidad son merosrótulos abstractos porque para él sólo cuenta eldespliegue de la razón y no la experiencia vivida. Sufilosofía, dice Kierkegaard, es como una tienda en cuyoescaparate hay un cartel que pone: «Lavandería»; alverlo, uno decide llevar allí su ropa sucia para que se lalaven, pero luego se entera de que lo que en ella seofrece no es el servicio de limpieza, sino sólo el cartelde marras, que está en venta.

Søren Kierkegaard

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Lo que el individuo conoce y lo que le atormenta noes la necesidad, sino la posibilidad. El tormentoproviene de que junto a la posibilidad positiva, como«posibilidad-de-que-sí», está también la posibilidad-de-que-no, la posibilidad de lo imposible, es decir, laposibilidad de la nada que aniquila todo lo posible. Laposibilidad depende de nuestra libertad, que debe elegir,pero también de las circunstancias de todo tipo en lasque debemos elegir y las cuales no hemos elegido. Comoagentes, intervenimos en lo posible, pero no somosdueños de su resultado efectivo. Enfrentarse a esevértigo incierto de la posibilidad nos produceangustia, el escalofrío ante el permanente «quizá» quese abre ante nosotros como una tentación, es decir, comolo que juntamente nos atrae y nos espanta. Por supuesto,el lugar propio de la posibilidad es el futuro, lo aún noocurrido hacia lo que nos precipitamos. Pero no menosestá presente en el pasado, porque allí donde Hegelquiere ver una necesidad racional ya cumplida,Kierkegaard sigue contemplando posibilidades que hansido pero pudieron no ser: pendiente de cada instante delpasado está también la misma nada que amenaza lospasos del porvenir.

Para los individuos angustiados por la posibilidad,considera Kierkegaard que se dan tres estadios de

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existencia (lo cual no deja de ser una concesión a latríada dialéctica hegeliana, aunque según él cada uno deesos estadios puede conducir al siguiente, pero nonecesaria e inexorablemente). El primero es el estadioestético, en el que se vive poética y luminosamente,eligiendo siempre lo exquisito, lo excepcional y másplacenteramente satisfactorio. Todo lo banal, rutinario ysacrificado de la existencia es ignorado o abolido. Asíviven los grandes seductores, pecaminosos perodeslumbrantes, como el Don Giovanni de la ópera deMozart o el Juan que protagoniza el Diario de unseductor, del propio Kierkegaard. Pero la maldición delestadio estético es el aburrimiento desesperado en el quesiempre desemboca, porque la perpetua busca de lonuevo y excelso termina aniquilado por el hastío y lainsustancialidad.

El segundo estadio es el ético, en el cual se alcanzano ya una vida que sólo pueden disfrutar losexcepcionales originalísimos sino la que todos puedenvivir, sometiéndose al deber y al compromiso acatado.El matrimonio es el gesto ético por excelencia —frente ala veleidad del seductor—, y también el trabajo, quecumplimos como obligación y que cualquier otro podríaigualmente hacer en nuestro lugar. Pero en la disciplinade la ética se asume sin remedio la culpabilidad que

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encierra cada individuo en su vida, la disposiciónsiempre pendiente al mal que sólo el acatamiento a la leynos permite aplazar. Por tanto, la ética es constantementevivida como perpetuo arrepentimiento y sin remediocomo algo insuficiente para quien desea la perfección.

De aquí la posibilidad (no certeza, ni necesidad) deun tercer estadio, el religioso. En él se puede ir másallá del deber y de la ley moral, dando el salto hacia loque escapa a toda razón y necesidad pero puede salvareternamente nuestra individualidad. En su libro Temor ytemblor (título admirable al que hace un guiño el de esteque vas leyendo) cuenta Kierkegaard el caso deAbraham, al que Jehová —sin darle ningún tipo deexplicaciones— ordena el sacrificio de su hijo Isaac. Setrata de una terrible violación de la ética normal ennombre de la fe que el patriarca acepta con angustia,aunque finalmente se ve dispensado de su cumplimiento.Abraham se arriesga a desafiar las normas morales enbusca de algo superior a la ética misma, aunqueracionalmente parezca un desatino. Creer más allá de lalógica y sus explicaciones para acabar finalmente contodo temor y toda culpa. Ésta es, según Kierkegaard, lafunción de la fe en un Dios infinitamente extraño al queno podemos comprender con la razón pero que puedesalvarnos de la angustia a través de la sinceridad de la

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angustia misma con que lo reclamamos.

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En cambio, el francés Auguste Comte coincide enbastantes cosas con la visión hegeliana de la sociedad yde la historia, pero no podemos decir que sea discípuloo imitador del germano por una sencilla razón: nunca leleyó. En líneas generales, Comte era bastante adverso almucho leer, porque según él impedía el razonamientopersonal y sin prejuicios. De modo que no leyó a Kant nia Hegel ni a casi ninguno de los grandes filósofos, o almenos eso dijo. Comte nació en Montpellier y fueprofesor de matemáticas en París, pero su carreraacadémica se vio truncada por la publicación de susobras filosóficas, que gustaban muy poco a sus colegasmás conservadores. Durante un tiempo colaboró con elsocialista utópico Saint-Simon (cuyas teorías son unprecedente del marxismo, aunque fuese muy criticadopor Marx), tuvo problemas psiquiátricos a los que logrósobreponerse y fue amante de Clotilde de Vaux, que seconvirtió en su musa inspiradora tanto durante su vidacomo, sobre todo, después de su temprana muerte.Además de fundar una nueva escuela filosófica, elpositivismo, intentó también reorganizar por completo

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la sociedad de su tiempo y propuso una nueva religiónsocial sin Dios ni seres sobrenaturales, pero condiversos santos tutelares entre los que incluyó en lugardestacado a su amada Clotilde.

Comte es el precursor de lo que hoy llamamos«sociología», es decir, el estudio más o menos científicode las formas sociales. Según él, son tipos deconocimiento los que caracterizan a los conjuntoshumanos. Cada sociedad (y en cierta medida cadaindividuo) pasa por tres estadios: el estadio teológico—dividido a su vez en fetichismo, politeísmo ymonoteísmo—, en que todo lo que ocurre se atribuye a laintervención de uno o varios seres sobrenaturales; elestadio metafísico, en el que se supone que la causa delos sucesos son fuerzas abstractas, como la voluntad o loabsoluto, y el estadio positivo o científico, en el quelos hechos observados se explican por las relacionesmutuas y las leyes de ellas derivadas. Comte situaba a suépoca a finales del estadio segundo y comienzos deltercero.

Para Comte, el progreso social significa desarrollodel orden y del control en la sociedad. En susplanteamientos, tiene más de Sumo Sacerdote (e inclusode Gran Inquisidor) que de sabio. Por ejemplo, sostieneque deben ser proscritas todas aquellas formas de

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investigación científica que no contribuyen de formainmediata y verificable al bienestar social por serdemasiado especulativas (si se le hubiera hecho caso, sehabría acabado toda la ciencia moderna: ¡adiós a lateoría de la relatividad o la física cuántica!). La moral seresume en el precepto «Vivir para los demás». Losfilósofos positivistas deberían ser los rectores absolutosde un nuevo orden social, la sociocracia, en el cual,como intérpretes de la Humanidad, tendrían derecho adictar leyes indiscutibles a los individuos para imponerel orden conveniente a la mayoría. Un nuevo catecismopositivista debe enseñar a los ciudadanos susobligaciones; un nuevo calendario promocionará comosantos de cada día a científicos, héroes y políticos,mientras que se adorará colectivamente al Gran Ser —laHumanidad— así como al Gran Fetiche (el mundo) y alGran Medio (el espacio, que también sería expresión denuestra gran fatalidad). Bueno, en cierta época de suvida Auguste Comte pasó una temporada en elmanicomio, pero viendo algunas de sus propuestassociales podría pensarse que salió demasiado pronto…

La filosofía inglesa estuvo marcada por losplanteamientos del utilitarismo, cuyo pionero fueJeremy Bentham, heredero de la tradición que va deHobbes a Hume. Bentham se ocupó de filosofía moral y

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de filosofía del derecho, pero también fue filántropo yreformador social. Lo mismo escribía sobre el métodopara descubrir falacias en la argumentación de lospolíticos como diseñaba un nuevo tipo de cárcelsupuestamente más humana que las de su época —elPanóptico—, en la que los guardianes tenían en todomomento a los reclusos a la vista. A pesar de su timidez,con los años se fue haciendo un adversario cada vez másosado de las ideas religiosas. Junto con otraspersonalidades progresistas fundó el University Collegede Londres y a su muerte le dejó un legado poco usual:su propio esqueleto, con una máscara de cera con surostro, vestido con sus ropas y guantes, sentado en unasilla y tocado con un gran sombrero. Lo pusieron en unavitrina —algo había que hacer con él— y, si no meequivoco, allí sigue todavía.

La doctrina utilitarista basa toda su normativa en esteprincipio: actúa de tal modo que consigas la mayorfelicidad para el mayor número de personas. Benthamquería convertir la moral en una ciencia exacta, como lafísica. Para ello había que fundarla en hechosindudables, como son el dolor y el placer. Decir que unaacción es buena equivale a señalar que nos causa placer;asegurar que es moralmente buena equivale a declararque causa placer a la mayoría, o sea, que resulta útil

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porque aumenta la felicidad general. La dificultadestriba en que no resulta sencillo calcular placeres ydolores. Por ejemplo: ¿es mayor el placer que meproduce a mí el bello cuadro de Goya que tengo en micasa que el placer del mendigo aterido de frío quepodría calentarse gracias a él, si lo quemo en lachimenea?, ¿es mayor, menor o igual el placer de comerun bocadillo de jamón que el de escuchar un aria deópera? (en el supuesto de que le gusten a uno el jamón yla ópera, claro). También hay valores, como la justicia,difíciles de reducir a una cuestión de placer o dolor:¿sería justo, es decir, moralmente valioso, conseguir elbienestar de todo un país al precio de torturar y ejecutara un inocente?

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Las ideas utilitaristas fueron explicadas de forma másconvincente y matizada por John Stuart Mill. Fue el hijode James Mill, uno de los mejores amigos y discípulosde Bentham, que le educó de una manera cuidadosa peroseverísima. Aunque es evidente que John aprendió asímuchas cosas, también resulta claro que le robaron todoslos placeres de la infancia, de lo que se quejó más tardeen su interesante Autobiografía. Stuart Mill es uno de los

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personajes más amables de la filosofía moderna: aunqueno tenía mucho sentido del humor —con una educacióncomo la suya no es fácil desarrollarlo—, era un espíritugeneroso y noble, intelectualmente honrado y minuciosoargumentador. Especialista en obtener sensatez dedoctrinas algo locoides, escribió un libro sobre AugusteComte donde destacó los aspectos más interesantes de supensamiento sin ocultar sus muchas ridiculeces. Tambiénescribió un breve ensayo titulado Utilitarismo, en el queaboga por un hedonismo cualitativo según el cual debehaber una jerarquía de placeres y establece, porejemplo, que es mejor «ser un hombre descontento queun cerdo satisfecho». Aunque no era creyente —comobuen inglés no aceptaba en cuestión de conocimiento másque lo que aportan nuestros sentidos—, se esforzó porencontrar la utilidad social y personal de las doctrinasreligiosas, incluso la de la inmortalidad del alma,aunque no se le ocultaron tampoco sus peligros desuperstición e intransigencia.

En sus reflexiones sobre economía política, StuartMill defiende el individualismo liberal frente a laspretensiones de los socialistas utópicos y los comunistasde convertir al Estado en planificador de la economía.Pero sin embargo no niega a éste otras funcionessociales importantes: por ejemplo, obligar a los niños a

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ir a alguna escuela, controlar las jornadas laborales paraimpedir los perjuicios de salud y la explotación, regularla emigración para contrarrestar la superpoblación,garantizar la libertad de asociación de los trabajadores ysu participación en la empresa, supervisar lassociedades caritativas, prevenir el maltrato a losanimales…

Sobre todo, debe acabar con el poder despótico delos hombres sobre las mujeres y asegurar a éstasidénticos derechos y plena protección legal, aspectosque defendió en su libro La servidumbre de las mujeres,obra pionera en las ideas feministas. Tal como lesucedió a Comte, también hubo en la vida de Stuart Milluna mujer —Harriet Taylor— que influyó decisivamenteen su pensamiento y que murió tempranamente, dejándoleun gran vacío. En colaboración con ella escribió su obramaestra, Sobre la libertad, un libro muy bello y muyinteligente en el que reivindica la autonomía delindividuo frente a la tiranía de la mayoría (que habíaapoyado Auguste Comte) y sostiene que la única razónpor la que la autoridad puede intervenir para coaccionarla voluntad de una persona es evitar un perjuicio a losdemás. En el resto de las cuestiones, la función de laautoridad estatal sólo debe ser garantizar un marco decondiciones que permitan a cada cual tomar sus propias

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decisiones bien informado y tras la debida reflexión.

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Lo mejor de la filosofía es que en ella se encuentranprotagonistas tan diferentes como los múltiples aspectosde la vida misma: junto a un pensador propenso a lasreflexiones útiles y razonadamente sensatas —incluso aveces demasiado sensatas— como John Stuart Millaparece otro arrebatado, truculento y efervescente comoFriedrich Nietzsche, quizá uno de los más personalmentegeniales y a la vez controvertidos de toda la historiamoderna de las ideas. Nació en la villa germana deRöcken, hijo de un pastor protestante que murió cuandoél aún era niño, y estudió filología clásica en Bonn yLeipzig. Su enorme y original inteligencia le hizodestacar muy pronto, hasta tal punto que con sóloveinticuatro años se le ofreció una cátedra de suespecialidad en la universidad suiza de Basilea. Allítrabó amistad con el compositor Richard Wagner, al queen un principio admiró mucho y con quien luego tuvo unasonada ruptura. Por entonces publicó su primera obra, Elorigen de la tragedia, que le granjeó la animadversiónde sus colegas filólogos más conservadores: larepercusión de ese libro y su mala salud, que empezó en

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la misma época a causarle serios problemas, dio altraste con su carrera académica. Más adelante dijo quetuvo que elegir entre ser catedrático de filología o undios, y eligió lo segundo… por modestia.

Dejó la enseñanza y vivió sin lujos de su herenciapaterna, vagabundeando por diversas localidades de losAlpes suizos o del norte de Italia y publicando a susexpensas obras más que notables pero ignoradas por casitodo el mundo. Conoció a una joven de origen finlandésque era hermosa y sabia, Lou Andreas-Salomé, en la quecreyó encontrar una compañera del alma como la quetuvieron Comte y Stuart Mill pero que rechazó su ofertade matrimonio para casarse con uno de sus mejoresamigos. La salud física y sobre todo mental de Nietzschese deterioró cada vez más. Durante una estancia en Turínllegó el desplome definitivo: al ver que un cocheroazotaba a un caballo sin fuerzas en una céntrica plaza, seabrazó llorando al cuello del animal para compartir sucastigo. Los últimos diez años de su vida los pasósumido en una demencia más o menos pacífica alcuidado de su hermana Elisabeth, quien se dedicó aeditar sus libros con más instinto comercial quefidelidad a su pensamiento. Durante esa época deconsciencia ausente alcanzó en toda Europa lacelebridad merecida que nunca pudo gozar años antes.

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Ante todo, Nietzsche fue un seguidor de las doctrinasde Schopenhauer, pero como ya tantas veces hemos vistoque pasa entre filósofos, el mejor discípulo fue tambiénquien más radicalmente contradijo las conclusiones delmaestro. Igual que Schopenhauer, Nietzsche contempló elmundo como una realidad caótica y atroz, llena de dolory carente de piedad, sin un sentido ni una finalidadsuperior y armoniosa. Esta perspectivaschopenhaueriana había sido en cierta medidacorroborada por la teoría de la evolución expuesta porCharles Darwin en El origen de las especies, quizá laobra científica filosóficamente más influyente de susiglo… y del nuestro. Darwin acaba con la supersticiónde que el funcionamiento de los seres naturales respondea un plan creador: en realidad, lo que predomina es unaselección marcada por la supervivencia de los mejoradaptados a su medio, que son quienes aseguran enmayor número su descendencia en la implacable luchapor la existencia. No hay un objetivo final, sólo el«sálvese quien pueda» en la tormenta inmisericorde dela vida que quiere a toda costa perpetuarse…

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Friedrich Nietzsche

Ante esta realidad dolorosa y feroz, Schopenhauerrecomendó la gradual renuncia a la voluntad de vivir, demodo semejante a otras actitudes religiosas —porejemplo, el cristianismo— que aconsejan resignación ymansedumbre en el terrible trance de la vida. Ladiferencia fundamental entre ambas posturas es que elateo Schopenhauer no esperaba nada mejor que elnirvana, la aniquilación renunciativa, mientras que el

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cristianismo espera otro mundo feliz más allá de estemundo, donde la existencia reciba sentido y disfrute dearmonía fraterna. Nietzsche se enfrenta aquí al doloridoateo y a los piadosos creyentes: según él, hay queaceptar la vida tal cual es, absurda y trágica, con susmomentos de éxtasis glorioso y sus terriblessufrimientos. Se trata de amar la vida, porque en esoconsiste la salud frente a los enfermos —físicos omentales—, que no pueden soportarla. Pero el amor a lavida impone amar también sus aspectos atroces ydespiadados. Por tanto, es preciso cambiar nuestrosvalores morales, darles la vuelta como quien vuelve dedentro afuera un calcetín: basta ya de recomendarresignación, humildad, sacrificio, ternura y de ensalzaral débil como si por serlo fuese «bueno»; los valoresdeseables son en realidad la fuerza y la audacia, laenergía y el orgullo. El fuerte y valeroso, que viveconfiando en las altas lecciones del cuerpo y no cree enel más allá, no es culpable de su afirmación vital y, portanto, el resentimiento de quien le teme o le envidiadesde su flaqueza y aspira a otro mundo en el que puedaverle castigado no es fuente de mérito ni fundamento denormas morales dignas de tal nombre.

Schopenhauer había convertido la ciega voluntad enfundamento de lo real: pero, para Nietzsche, existe en el

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hombre la posibilidad de la voluntad de poder, esdecir, la capacidad de ir más allá de uno mismo pormedio de la creación y el júbilo que a veces destruyepara inventar luego mejor. La voluntad de podercaracteriza al gran artista que no se encuentra bajo elpatronato del dios Apolo, razonador y amante de laarmonía clásica, sino más bien bajo el de Dionisos,propicio al arrebato inspirado y al desorden orgiástico,que todo lo trastoca y se arriesga a los máximos peligrosespirituales. El ser humano proviene de la evolución deformas inferiores, bestiales, como nos ha demostradoDarwin, pero no es el final del camino: más allá está elsuperhombre, capaz de vivir gozoso sin creer enrecompensas ultramundanas y también de soportar susoledad de individuo creador que no precisa del apoyoestupefaciente del rebaño social. El superhombre aceptael eterno retorno de cada momento, es decir, aceptaque todo pasa y vuelve de modo infinito pero siempremerece ser asumido con un eterno «¡Sí!» que nuncatraiciona la fidelidad al gozo terrestre de la vida.

Todo el pensamiento de Nietzsche, paradójico y casisiempre provocativo (con ironía dijo de sí mismo: «Yono soy un hombre, soy dinamita»), está expuesto en obrasde alto rango literario compuestas en forma de aforismosy breves textos de enorme poder sugestivo, nunca como

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tratados o estudios académicos. Su libro más célebre yel mejor compendio de su pensamiento, Así hablóZaratustra, es una especie de poema didáctico queremeda a la Biblia y también a obras religiosasorientales, pero para transmitir con una retórica a vecesaltanera, aunque no exenta de secreto humorismo, unmensaje sumamente diferente.

Alba y Nemo se encuentran en una barricada, enplena agitación revolucionaria, con un fondo de vocesy banderas subversivas enfrentadas a cargaspoliciales.

NEMO: ¡A las barricadas! ¡No a la represión! ¡Viva elpensamiento libre!

ALBA: Caramba, yo creía que esto de la filosofía erauna cosa tranquila, un viejo profesor explicandola lección en su aula, algo sosegado ypacífico…

NEMO: ¡Pues ya ves que no! ¡Se trata de la libertad, deque los hombres se quiten de encimasupersticiones y ortodoxias que los mantienenencadenados! ¡Viva la revolución! ¡Abajo el

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silencio de los borregos dóciles! ¡No soy unhombre, soy dinamita!

ALBA: ¿De veras? En fin, tampoco hay que pasarse…Pero la verdad es que doña Filosofía parecehaberse hecho cada vez más subversiva con elpaso de los siglos. Al principio eran losfilósofos quienes vivían amenazados y ahoraresulta que son ellos quienes amenazan latranquilidad de todo el mundo. No sé cómoacabará esto…

NEMO: ¡Qué tranquilidad ni qué niño muerto! ¡Cuandoel hombre piensa, tiemblan los cielos! ¡Seacabó la siesta! Ya nada volverá a ser comoantes…

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ALBA: Seguro que no, de eso se encarga el paso deltiempo. Y la historia, que no tiene moviola.Venga, cálmate un ratito, que losrevolucionarios seguro que pueden pasarse sintu ayuda el próximo cuarto de hora. Oye, ¿te hasfijado…?

NEMO: ¿Qué? ¡No me ocultes nada, estoy dispuesto atodo!

ALBA: Pues sí que te ha dado fuerte… No, sólo iba adecir que si te has fijado en que cada vez haymás filósofos.

NEMO: Me parece que en eso tienes razón. Es como una

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epidemia, ¿no?

ALBA: Algo parecido. Pero es que, además de sermuchos, cada vez son más radicalmenteopuestos. Aunque aprenden unos de otros, susconclusiones se alejan que da gusto verles.

NEMO: ¡Claro, clarinete! Los hay partidarios del Todo ypartidarios del Individuo; los unos son forofosde la Razón y los otros de la Voluntad; algunosquieren que el Estado controle todo locontrolable y los demás que el Individuodisfrute de libertad casi ilimitada; los hay muyateos y muy creyentes. En fin, que no sabe uno aqué carta quedarse. Vaya jaleo, ¿no?

ALBA: De jaleo, nada. Se trata de otra cosa. Lo que túdecías y que tanto te gusta.

NEMO: ¿Que a mí me…? Pero ¿de qué se trata?

ALBA: No te hagas el distraído: es la revolución.

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H

CAPÍTULO 10Sucedió ayer mismo

asta ahora, todos los filósofos de los que hemoshablado han sido europeos. Nacida en Grecia(junto a la democracia), la filosofía es un tipo de

sabiduría peculiar de nuestro continente, aunque desdesus orígenes no ha estado exenta de influencias venidasde Oriente y del norte de África. Pero con el paso de lossiglos se ha ido extendiendo al mundo entero y hoyencontramos filósofos en cualquier continente. Elprimero al que llegó desde su tierra de origen fueAmérica, llevada por los pioneros hispanos yanglosajones. Y sin duda el país en el que ha tenidorepresentantes modernos y contemporáneos de mayorimportancia ha sido Estados Unidos.

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Ralph Waldo Emerson

Por ejemplo, Ralph Waldo Emerson, que nació yvivió en Nueva Inglaterra, donde cultivó la amistad deotras figuras intelectuales destacadas como HenryThoreau y los novelistas Nathaniel Hawthorne y HermanMelville (el autor de Moby Dick). Como ellos, Emersonestuvo marcado por la majestuosa presencia de lanaturaleza, a la vez acogedora y amenazante en susilenciosa inmensidad. Llamó a su pensamiento

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trascendentalismo, y en él se combinan influenciashegelianas con algunas que pueden remontarse hastaSpinoza. El trascendentalismo es una suerte de idealismopanteísta: la realidad está presidida y dinamizada poruna fuerza superior de alcance cósmico, a la quepodemos llamar Superalma o sencillamente Dios.Tanto el mundo natural como el cuerpo humano procedende ella, aunque difieren en que el primero se sometedirectamente a las leyes divinas mientras que el segundoes dirigido por la voluntad humana. Pero el hombre debeencauzar su acción según el modelo ético que puede leeren la organización de la naturaleza que habita: lo mejorde su destino es vivir en armonía con esa Superalma quetodo lo mueve, cuyos dictados puede conocer tanto porla reflexión filosófica como por la poesía.

El propio estilo literario de Emerson mezcla elímpetu poético con la capacidad razonadora. Suconcepción de la historia idealiza la biografía de losgrandes hombres, que son quienes en cada época mejorsintonizan con la fuerza cósmica. Emerson fue undecidido partidario de la aboliciónde la esclavitud,contra cuya abominación escribió páginas de elevadanobleza, y su obra —en la cual prevalece un tonooptimista— inspiró en gran medida el pensamientopolítico de Abraham Lincoln y los creadores de los

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Estados Unidos actuales: ¡sin duda hubiera votado conentusiasmo por la presidencia de Barack Obama!

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La actitud filosófica de mayor arraigo en Estados Unidosa finales del siglo XIX y a lo largo del XX es la conocidacon el nombre de pragmatismo. Así la llamó suiniciador, Charles Sanders Peirce, que había estudiadopara químico aunque su vocación fue filosófica. Un pocoa la manera de Descartes, también Peirce se ocupó sobretodo de cómo hacer claras nuestras ideas (éste esprecisamente el título de una de sus obras másconocidas). Pero no pretende partir de una dudauniversal, sino más bien de las dudas concretas yparciales que suscitan algunas de las ideas comúnmenteaceptadas. Para resolver esas perplejidades, lo mejor esconsiderar los efectos que en el mundo real tienen tales ocuales creencias. Lo que pensamos de las cosas es loque podemos hacer con las cosas: nuestras creenciasson guías para nuestras acciones y no merascontemplaciones objetivas y desinteresadas del mundo.Así que las ciencias naturales —con sus enormesposibilidades de aplicación y sus avances técnicos—

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pueden servirnos de modelo para salir de dudas. Lo quedebemos considerar verdad no es un absoluto ajeno anosotros y a nuestros propósitos, sino aquello que —según el acuerdo de los principales especialistas en eltema— mejor sirve para inspirar acciones que loscumplan.

Las ideas de Peirce, dispersas en artículos derevistas no siempre muy conocidas y que hasta despuésde su muerte no fueron recogidos en forma de libro,tuvieron poco impacto en la opinión general. Quienpopularizó el pragmatismo fue William James,catedrático de la universidad de Harvard en Nueva York(la ciudad en la que nació), psicólogo y hermano delgran novelista Henry James. Ambos hicieron largasestancias en Europa y Henry se instaló definitivamenteen Inglaterra, donde publicó sus mejores novelas yrelatos. William James se consideró defensor de unempirismo radical, pero distinto del empirismo clásicode Locke y compañía: para aquellos empiristas, lo queverifica el conocimiento es lo que comprobamos que hasucedido, mientras que para el americano lo que cuentaes la experiencia futura, lo que esperamos que ocurra. Esla parte volitiva de nuestro pensamiento (es decir, la quedesea y hace proyectos) la que dirige nuestra razón yhasta nuestra experiencia sensible: conocemos lo que

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conviene a lo que pensamos hacer y de acuerdo con ello.Los empiristas digamos clásicos son escépticos oabiertamente incrédulos en materia religiosa, pero encambio James encuentra en su empirismo argumentos afavor de las creencias de ese tipo. Si la experienciareligiosa —cuyas diversas formas estudió en una obracélebre— nos ayuda a dar sentido a la vida y dignidad anuestros comportamientos, tenemos derecho «empírico»a creer.

Continuador del pragmatismo (aunque a su modo,porque él prefería denominarlo «instrumentalismo») fueJohn Dewey, nacido en Burlington (en el estado deVermont), que además de filósofo fue pedagogo yreformador social. Para Dewey, el hombre y el mundoconforman una unidad de acción y es imposible que elhombre se relacione con el mundo —sea por medio delarte, la ciencia o la filosofía— de una maneradesinteresada y sin verse envuelto en sus vicisitudeshistóricas o naturales: conocer es aprender a hacer y loque motiva nuestros afanes en todos esos campos es eldeseo de alcanzar una vida más rica en experiencias yposibilidades efectivas. Cada solución obtenida para losproblemas que nos planteamos nunca es definitiva y

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siempre da paso a nuevos enigmas que debemosresolver, en un proceso infinito y abierto: la actitud deDewey es fundamentalmente antidogmática, porquelos dogmas de cualquier clase paralizan la riqueza de labúsqueda humana. En esta línea, Dewey concedió granimportancia al tema de la educación (llegó a decir quela filosofía no es en el fondo más que una reflexióngeneral sobre la educación) y sus escritos sobre lavinculación entre educación y democracia tuvieron graninfluencia en la configuración de nuevos centros y modosde enseñanza en Estados Unidos.

La influencia del pragmatismo nunca hadesaparecido del todo en la filosofía norteamericana, yen nuestros días posmodernos ha vuelto a ponerse demoda en el llamado «pensamiento débil», que tiene en elamericano Richard Rorty y en el italiano Gianni Vattimosus principales representantes. Una de sus característicases relativizar el concepto de verdad: siguiendo también aNietzsche, sostienen que no hay hechos que puedanreputarse indiscutibles y objetivos, sino diversasinterpretaciones de la realidad, válida cada una de ellassegún la tradición cultural en que se encuadra. En el casode Vattimo, hay también un intento a lo William James derescatar la piedad católica —entendida, desde luego, deuna manera bastante heterodoxa y antidogmática—,

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aplicando lo que el pragmatista americano llamó «lavoluntad de creer».

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También los dos más importantes filósofos españolescontemporáneos —Unamuno y Ortega— mantienenformas de pensar que se aproximan a los planteamientosdel pragmatismo, aunque con personalidad propia. Elbilbaíno Miguel de Unamuno y Jugo fue catedrático degriego en la Universidad de Salamanca, cuyo rectoradollegó a ocupar durante la República y la guerra civilespañola. Mantuvo un activo compromiso políticodurante toda su vida: primero contra la monarquía (loque le valió la deportación a la isla de Fuerteventura),luego contra la dictadura de Primo de Rivera (se vioobligado a exiliarse en Francia), más tarde a favor de laRepública, para después apoyar el golpe militar deFranco y luego desautorizarlo —«¡Podéis vencer, perono convencer!»— ya casi a las puertas de la muerte.Quizá resume mejor que nada su actitud intelectualsiempre disconforme el título de una de sus coleccionesde artículos: Contra esto y aquello. Fue un gran escritorque cultivó no sólo el ensayo filosófico, sino también demodo muy personal la novela, la poesía, el libro de

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viajes y sobre todo los artículos periodísticos, en cuyabrevedad se encuentra a veces lo mejor de supensamiento.

Miguel de Unamuno

Para Unamuno, lo importante es la vida, la vidahumana concreta e individual —no la del hombreabstracto ni mucho menos la de la Humanidad, sino ladel «hombre de carne y hueso» que había reivindicado elexistencialismo de Kierkegaard, al que llamaba su«hermano»—, y a esa vida debe subordinarse elconocimiento e incluso la verdad. Lo explica de maneracontundente en su Vida de Don Quijote y Sancho, unarecreación de la obra de Cervantes en la que descarta lacaricatura y convierte al Caballero de la Triste Figura enun modelo ético e intelectual: «La vida es el criterio dela verdad y no la concordia lógica, que lo es sólo de larazón. Si mi fe me lleva a crear o a aumentar vida, ¿para

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qué queréis más prueba de mi fe? Cuando lasmatemáticas matan, son mentira las matemáticas. Sicaminando, moribundo de sed, ves una visión de eso quellamamos agua y te abalanzas a ella y bebes, yaplacándote la sed te resucita, aquella visión lo eraverdadera y el agua de verdad. Verdad es lo que,moviéndonos a obrar de un modo u otro, haría quecubriese nuestro resultado a nuestro propósito». A donQuijote le tiene por loco porque no se resigna a someterlas altas aspiraciones de su vida a las limitaciones«necesarias» de lo razonable y lógico.

La gran rebeldía, según Unamuno, es el rechazo de lanecesidad de la muerte y la apetencia deinmortalidad. En su ensayo filosófico más importante,Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y enlos pueblos, proclama su negación de la muerte —contratoda razón y toda lógica— y reivindica la inmortalidadpersonal: pero no la pálida y desvanecida del almadesencarnada, sino la inmortalidad de cuerpo y espírituque increíblemente promete la religión cristiana. Lamuerte, que todo lo iguala, es la grandespersonalizadora, la que extermina lo que deirrepetible hay en cada uno. Por tanto, afirmar lainmortalidad es la mayor reivindicación de laindividualidad: mientras la especie zoológica nos

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impone morir y perdernos en lo indistinto, es nuestraindividualidad humana la que quiere seguir viviendo sinpérdida ni olvido. En todo el pensamiento de Unamuno,amigo de las paradojas y abundante en aparentescontradicciones, hay una lucha por alcanzar la fe entre lavoluntad que no quiere morir y el escepticismo racionalque constata la inevitabilidad universal de la muerte.

Desde comienzos del siglo XIX hubo en Españapartidarios de la Europa ilustrada y progresistaenfrentados a los tradicionalistas conservadores.Unamuno era más partidario de españolizar Europa quede europeizar España. Todo lo contrario que sucontemporáneo y rival filosófico Ortega, para quienEspaña era un problema cuya solución se llamabaEuropa. José Ortega y Gasset nació en Madrid y fuecatedrático de metafísica en la Universidad de la capital,tras haber estudiado en Alemania. Era hijo de unperiodista y él mismo colaboró desde muy joven en laprensa, siempre con gran brillantez porque fue unexcelente escritor de artículos y ensayos, además de unelocuente conferenciante. Desde posturas liberales yreformistas también llevó a cabo una destacadaactividad política: fue apartado de la docencia en la

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dictadura de Primo de Rivera, apoyó el advenimiento dela República, cuyo radicalismo pronto le decepcionó, seexilió voluntariamente durante la guerra civil y despuésmantuvo una actitud ambigua de distanciamientosilencioso frente al franquismo. Fundó y dirigió durantelargo tiempo la Revista de Occidente, una publicaciónde enorme relieve cultural por medio de la cual seintrodujeron en España las más importantes corrientesdel pensamiento contemporáneo. El magisterio de Ortegatuvo gran influencia además en Hispanoamérica, y casitodos los pensadores destacados en lengua española dela primera mitad del siglo XX pueden considerarse enmayor o menor medida discípulos suyos.

A diferencia del de Unamuno, su pensamiento esdecididamente laico y racionalista. Pero sin que para élla razón sea algo abstracto, porque está intrínsecamenteligada a la vida, a sus exigencias y problemas: se tratade una razón vital. El ser humano no tiene naturalezasino historia y se ve arrojado a la existencia como a unmar borrascoso: somos una especie de náufragos quedebemos utilizar el pensamiento y la cultura como tablasde salvación para no hundirnos en el abismo aniquilador.En Meditaciones del Quijote, al comienzo de sutrayectoria, estableció: «Yo soy yo y mi circunstancia; ysi no la salvo a ella, no me salvo yo». Es decir, que el

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individuo viviente y pensante no puede desligarse nitampoco desentenderse del contexto histórico en que suvida real ocurre: para vivir mejor debemos regenerar elámbito sociocultural en donde nuestra existencia tienelugar.

Una de las distinciones más fecundas es la queestablece Ortega entre ideas y creencias. No es lomismo pensar una cosa que contar con ella. Lascreencias son aquello con lo que contamos, sobre lo quese establece nuestra vida espontánea y necesariamente:por ejemplo, que el armario no hará desaparecer la ropaque he guardado en él o que soy, al despertarme por lamañana, el mismo que se acostó la noche anterior. Pero aveces, en las épocas de crisis, las creencias vacilan ynos encontramos trompicando desequilibradamentesobre dudas. Es entonces cuando nos dedicamos afabricar deliberadamente ideas, cosas en las que enrealidad no creemos pero que nos sirven paradefendernos frente a las dudas: la filosofía, la religión yel arte son mecanismos de creación de ideas. Ladiferencia es que las ideas las «tenemos», mientras queen las creencias «estamos». Por decirlo de otro modo: elhombre puede llegar a morir por una idea, perosolamente puede vivir de la creencia.

Ortega rechaza tanto la postura idealista como la

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realista en cuestión de conocimiento. Para él, nuestrosaber del mundo es cuestión de perspectiva, o sea,que ni inventamos la realidad ni somos un simple trozode ella, sino que a modo de pantalla reflejamos lo queexiste, seleccionando y prefiriendo lo que creemos másconveniente para nuestra vida. En sí mismos, los objetosno son problemáticos, pero la perspectiva que tenemosde ellos responde a nuestros problemas vitales: son loque representan para nosotros. Quizá el libro másconocido de Ortega sea La rebelión de las masas, en elque describe al hombre contemporáneo como un hombre-masa, adocenado y gregario pero exigente en suscaprichos, que no respeta a las élites intelectuales ybusca su satisfacción colectiva en la demagogia de lamediocridad. A pesar de su enfoque no precisamentesubversivo, esta obra pionera influyó en otrasposteriores de izquierda radical, como El hombreunidimensional, de Herbert Marcuse, o La sociedad delespectáculo, de Guy Debord.

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El planteamiento orteguiano de que el hombre no tienenaturaleza sino historia (o, si se prefiere, que sunaturaleza es histórica) tiene su paralelo mucho más

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rotundo en la filosofía del italiano Benedetto Croce,nacido en los Abruzos pero que vivió y murió enNápoles. Gracias a su desahogada posición económicafamiliar, Croce no necesitó nunca dedicarse a tareasacadémicas (condición, por cierto, poco frecuenteaunque muy recomendable para quien quiera cultivar lafilosofía). Sumamente culto, con vastos conocimientosde arte y literatura, fue amigo de Giovanni Gentile hastaque éste llegó a ser el pensador estrella del fascismo deMussolini. Por el contrario, Croce fue un constanteoponente y polemista contra el fascismo desde suscrónicas en la revista Crítica, y llegó a convertirse en elmáximo exponente de la defensa de la libertad y elespíritu frente a la exaltación de la fuerza bruta. Ladictadura de Mussolini le toleró a regañadientes, pormiedo a su prestigio intelectual en Europa.

Benedetto Croce sostiene que la afirmación de lavida y la realidad consiste en historia y nada más quehistoria. Y toda historia es en realidad historiacontemporánea, porque los hechos del pasado másremoto prolongan su radiación hasta el momentopresente. Aunque su pensamiento debe mucho alidealismo hegeliano, del que toma la noción de lahistoria como auténtica encarnación de la razón absolutaen el mundo, reprocha a Hegel su concepción de la

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naturaleza como algo diverso del espíritu y su dialéctica,que avanza enfrentando opuestos en lugar de reconocerel nexo que existe entre los distintos. Estos últimos songrados sucesivos del espíritu: el arte como conocimientointuitivo de lo particular, la filosofía como conocimientológico de lo universal, la economía como voluntad quequiere lo particular y la ética como voluntad que quierelo universal. La vida del espíritu transcurrecircularmente por esos grados, recorriéndolossucesivamente de forma siempre enriquecida por laexperiencia anterior y nunca meramente repetitiva. Ladoctrina política de Croce es el liberalismo, entendidocomo una concepción del mundo que, gracias a ladiversidad y oposición de fuerzas espirituales, enriquecela totalidad de la vida y la dota de significado. Elliberalismo es inmanente y se opone a los dogmastrascendentes de los religiosos más tradicionalistas y almaterialismo de socialistas y comunistas: todos ellospretenden imponer su ideal a la pluralidad humana.

Otro filósofo interesado por el tema de la vida fueHenri Bergson, que combinó de forma original unplanteamiento espiritualista con reflexiones inspiradasen los avances científicos de su época. Bergson, de

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familia judía, nació, vivió y murió en París, dondeejerció muchos años como profesor en el College deFrance. Fue un ensayista de estilo atrayente e inclusoconsiguió ganar el Premio Nobel de literatura, que muyrara vez se ha otorgado a filósofos. El objeto recurrentede su pensamiento es la conciencia humana comovivencia que escapa a la comprensión meramenteintelectual, que todo lo fija y exterioriza. Por ejemplo, eltiempo del que habla la ciencia es una sucesión deinstantes fijos que se persiguen por una línea continua,de forma espacial; pero para nuestra conciencia eltiempo es una duración continua, una corriente quefluye y en la que los instantes no son más queabstracciones artificialmente determinadas. Para hacerseuna idea del tiempo, la inteligencia aplica un método quepodríamos llamar cinematográfico: lo divide enfotogramas estáticos cuya rápida sucesión da laimpresión de movimiento. Pero la intuición de laconciencia capta la película en sí misma, fluida ycontinua.

La obra más célebre de Bergson es La evolucióncreadora, en la que trata del origen y esencia de la vida.En ella se opone tanto a la versión metafísica clásica,estática y finalista, como a la evolución según el modelode Darwin (aunque se inspira abundantemente en él),

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porque le parece que ninguno de ellos da verdaderacuenta de la multiplicidad y dinamismo de la vida. Paraél, todo procede de una fuerza originaria, el impulso(élan) vital, que despliega a lo largo de la duracióncontinua del tiempo su energía creadora pero no deforma progresiva y gradual, sino en tres ámbitosdiferenciados: el de los vegetales, el de los animales yel de los humanos (el mundo mineral es una especie deresiduo petrificado que el despliegue de la vida vadejando atrás, como su baba el caracol). Lo mismo quelos tres caminos divergentes proceden de un núcleocreador común, también tienen aspectos similares: porejemplo, tanto el instinto de los animales como lainteligencia de los humanos son la capacidad de crearinstrumentos para facilitar la vida, aunque lasherramientas del instinto animal son orgánicas y encambio las de la inteligencia son inorgánicas o técnicas.Por decirlo así, los animales evolucionan creandonuevas especies y los hombres inventando nuevosaparatos, siempre a impulsos del élan vital.

Para Bergson, las sociedades humanas expresan lalucha constante entre espiritualidad y materialidad querige toda la realidad. La ética no es un fruto de la razón,como pretendió Kant, sino de la necesidad desupervivencia de la sociedad misma: las obligaciones

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morales son los hábitos que los humanos adquieren parapoder vivir en comunidad (el hábito de adquirir hábitoses el fundamento de la sociabilidad humana). De estaforma, la ética es cerrada, como la sociedad misma dela que proviene y a la que sirve. Pero también existe otraética superior, abierta, la que encontramos en lossantos del cristianismo o del budismo, los sabios deGrecia o los profetas de Israel: esta ética no responde aninguna sociedad concreta y limitada, sino a lahumanidad total, y apunta hacia una forma de sociedadsin fronteras ni leyes fijas. Esta ética abierta, creadora yque nunca deja de progresar, es la más alta expresiónespiritual del impulso vital que mueve el Universo.

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Como ya hemos visto anteriormente en varios casos, aveces quienes más influyen en las ideas filosóficas noson propiamente filósofos. Tal es el caso del vienésSigmund Freud, figura esencial del pensamientocontemporáneo, que fue médico, neurólogo e inventor deun método de terapia psicológica que denominópsicoanálisis. Sin empleo de fármacos niprocedimientos externos de otro tipo, el psicoanálisis

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intenta curar los trastornos de la personalidad por mediode la palabra, de acuerdo con unos protocolos deactuación que varían según los especialistas y quemuchos consideran poco científicos. En cualquier caso,la descripción de la psique humana (tal es la palabragriega para lo que luego otros llamaron «alma»;literalmente significa «mariposa») que hace Freud esmuy sugestiva.

En la psique hay una parte consciente y otrainconsciente: la segunda es mucho mayor que la primera—tal como la parte oculta del iceberg es mayor que laque sale a la superficie— y está compuesta de lasdemandas instintivas que reclaman placer sexual, asícomo de una serie de experiencias que nos duelen oavergüenzan y que preferimos «olvidar». A esta secciónpsíquica Freud la llama «Ello» y se contrapone a laparte consciente o «Yo», que es la que procura organizarnuestra vida atendiendo no sólo al placer inmediato sinotambién al realismo y la búsqueda de seguridad. Lasneurosis o trastornos que a veces sufrimos se deben alconflicto entre las pulsiones del Ello y los propósitosracionales del Yo, en los que interviene una tercerainstancia, el Súper Yo, donde cristalizan lasimposiciones represivas de la autoridad moral y socialque se remontan a la primera infancia. La cura psíquica

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que pretende el psicoanálisis es traer a la conscienciaparte de lo inconsciente por medio de la palabra, que lorescata del olvido, para así desatar el conflicto que nosaprisiona.

A partir de este planteamiento básico, Freud hizointeresantes reflexiones sobre la cultura que están enlínea con los ideales ilustrados. En El porvenir de unailusión declara que la religión es una forma de neurosisvoluntaria en cuya idealización de un Padre represivopero fundamentalmente benevolente y una vida despuésde la muerte en que se recompensarán los sacrificios yrenuncias de este mundo, encuentran muchas personascierto consuelo a sus sinsabores cotidianos. Tareadifícil, porque, como explica en El malestar de lacultura, la civilización progresa a fuerza de reprimir losimpulsos eróticos, aplazando o negando su satisfaccióninmediata y aumentando por tanto el sentimiento de culpaque experimentamos al rebelarnos inconscientementecontra esta frustración programada. Sólo unos cuantosprivilegiados consiguen reconducir o sublimar esosinstintos eróticos sin reprimirlos totalmente,transformándolos en actividades artísticas o intelectualescompensatorias. Los demás, en efecto, no tendrán másremedio que aferrarse a la ilusión religiosa.

Freud relativiza lo normal y anormal en la psique, es

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decir, difumina la tajante frontera que ingenuamentesolemos establecer entre «locura» y «cordura». Desdeplanteamientos muy diferentes, nada clínicos ni«científicos», también George Santayana apunta haciaalgo parecido. Jorge Ruiz de Santayana nació en Madrid,pero se educó por razones familiares en los EstadosUnidos y escribió toda su obra en inglés. Fue el primercatedrático hispano en la muy exclusiva Universidad deHarvard, pero renunció a su puesto para llevar una vidavagabunda por Inglaterra, Francia e Italia, dedicadolibremente a la creación filosófica, poética y narrativa.Murió en Roma, donde había pasado sus últimos años,pero sin abandonar nunca su nacionalidad española (lamuerte le sorprendió precisamente cuando se dirigía alconsulado de España para renovar su pasaporte).

La perspectiva de Santayana sobre la realidad esdecididamente naturalista, incluso materialista: todo loque existe puede ser descrito por las ciencias de lanaturaleza. Pero esas mismas ciencias, igual que el arte,la poesía o la filosofía, son como adornos o añadidosque el espíritu humano aporta a los mecanismosmateriales de la realidad. De ahí que podamos decir queexiste una locura normal, porque el hombre —incluso cuando piensa y teoriza con la mayor sensatez—está añadiendo al mundo algo que el mundo no es: aporta

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a lo que hay sentido, significado y drama, de modo queconvierte su existencia en una milagrosa experiencia ouna turbulenta aventura, al margen de lo que la placideznatural representa. Nosotros vivimos dramáticamente enun mundo que no es dramático. Lo más inquietante de esa«locura normal» es el exceso de importancia que nosdamos a nosotros mismos y a nuestras creacionesmentales. Lo malo del hombre no es que sea egoísta (esdecir, que procure siempre de un modo u otro lo que leconviene, algo perfectamente lógico a pesar de quesuscita reproches en ciertas formas de moral): lo dañinoes que sea egotista, o sea, que sólo se tome en serio así mismo y desdeñe considerar la genuina otredad delmundo y del resto de los seres.

Frente al desvarío egotista, no hay cura más eficazque el humor: «Contra los males nacidos de la vanidad yel autoengaño, contra la verborrea con la cual el hombrese convence a sí mismo de que es la meta y el acmé delUniverso, la risa es la mejor defensa propia». Santayanano era creyente, pero apreciaba la religión como unavariedad de poesía que puede —como el resto del arte— ayudarnos a disfrutar y comprender mejor nuestrasvivencias en el mundo natural. Lo malo es cuando lareligión se toma demasiado en serio y pretende sustituira la ciencia o revelarse como la única y trascendental

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«Verdad» de todo lo que existe. Por lo demás, el hombrevive entre las dudas y sueños de su inteligencia y lascertezas de su propia naturaleza, que forma parte delresto del mundo material, es decir, entre elescepticismo y la fe animal, que equivalen en ciertaforma a las ideas y creencias teorizadas por Ortega.

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Una de las corrientes filosóficas más notables delsiglo XX ha sido el existencialismo, que hereda deKierkegaard su preocupación por el hombre concreto ysobre todo la noción de posibilidad como vértigoangustioso que nos enfrenta a la permanente amenaza dela nada y el no ser. Su representante principal y sin dudauna de las figuras más destacadas del pensamientocontemporáneo es el alemán Martin Heidegger, nacidoen Messkirch, en la Alta Suabia. Primero quiso sersacerdote católico, pero cambió esa vocación por lafilosofía bajo la influencia de Heinrich Rickert y sobretodo de la fenomenología de Edmund Husserl, de quienfue profesor ayudante. Cuando llegó el régimen nazi fuenombrado rector de la Universidad de Berlín ypronunció un discurso rectoral de claras simpatías

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hitlerianas. Aunque después se fue alejando del nazismo,cuyos aspectos biologistas y raciales eran extraños a supensamiento, nunca rompió explícitamente con él nimucho menos denunció sus atrocidades. Tras la derrotadel Tercer Reich fue apartado durante años de ladocencia, hasta que poco a poco su obra fue de nuevoconsiderada y alcanzó máxima influencia desde Europahasta Japón. El estilo literario de Heidegger essumamente enrevesado, propenso a la invención deneologismos o etimologías arbitrarias, y en sus peoresmomentos se convierte en una jerga oscurantista tantomás alabada por quienes menos la entienden.

La obra capital de Heidegger es sin duda El ser y eltiempo, una especie de antropología filosófica delhombre moderno que dejó inacabada (a pesar de ser unode sus primeros libros). Su punto de partida es que lafilosofía, casi desde sus mismos inicios, ha olvidado lapregunta por el ser. Un intento de aclaración: es precisodistinguir los diversos entes del ser, es decir, lo quehay (objetos vivientes o inanimados), del hecho de queexista y sea. La metafísica occidental se ha dedicado aestudiar lo que hay, los entes, buscando por lo general unente superior a los demás que oficie como director enesa gran orquesta, más o menos armoniosa; pero laauténtica cuestión de fondo es que el concierto mismo

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tenga lugar, y esa cuestión no se resuelve acudiendo aninguno de los intérpretes ni a cualquier instrumentomusical. La filosofía moderna cree que el ser es unobjeto, que el Yo del sujeto es su fundamento y que eltiempo en que tal objeto se manifiesta es puro presente,porque el pasado ya no es y el futuro aún no es.Heidegger discrepa radicalmente de este planteamiento.

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Martin Heidegger

Hay que volver a la pregunta por el ser, pero para noconfundirlo con cualquier ente hay que indagar en qué

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consiste ser para el ente que conocemos másdirectamente, es decir, nosotros mismos. La formacaracterística del ser del hombre es el Dasein, laexistencia, que consiste en verse arrojado al mundo ytener que debatirse en la incertidumbre de la historia. Dedos formas puede existir el hombre: de manerainauténtica y de manera auténtica. La manerainauténtica consiste en atenerse a lo que «se» hace,«se» dice, «se» piensa o «se» venera y, por tanto,dejarse llevar por lo que nos viene de fuera, y nodescubre —más bien oculta— lo auténticamente nuestro.Esta existencia inauténtica no es necesariamente «mala»(no sólo las modas y rutinas forman parte de ella,también las normas éticas y las leyes establecidas), peroes inferior y no puede revelarnos la verdad del ser. Unade las formas inauténticas más peculiares de lamodernidad es la técnica, el «tener a mano» losobjetos para ponerlos al servicio de lo que Nietzschellamaba «voluntad de poder». Para Heidegger, la técnicaconstituye el mayor peligro de que el hombre olvide yvaya en contra de su relación auténtica con el ser.

Para descubrir su existencia auténtica, el hombredebe volver a lo auténticamente suyo, la libertad de lasposibilidades y la correspondiente angustia que lascaracteriza por partida doble: la angustia de ser uno

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mismo y nada más que uno mismo, de la que ningunaayuda social puede aliviarnos (la angustia de la vida), yla angustia de estar siempre ante el no ser y de marcharinexorablemente hacia él (la angustia de la muerte o laexistencia como «ser-para-la-muerte»). Es decir, laangustia de las posibilidades de la libertad y la angustiafrente a la definitiva posibilidad de la imposibilidad, laque hará todo posiblemente imposible: la muerte. Alsaberse y aceptarse en su posibilidad frente a la nada,que aniquilará irremediablemente todas nuestras demásposibilidades, al no apartar la vista de la nada y asumirla inestabilidad frente a ella, el hombre alcanza unaexistencia auténtica. Su estructura esencial será elcuidado, la preocupación por las cosas y por losdemás, que convierte la existencia en un permanentetrascender hacia lo que aún no es, hacia lo que máspronto o más tarde ya no será. El tiempo nos constituye,pero de sus tres etapas tradicionales —pasado, presentey futuro—, la que más cuenta para quien viveauténticamente es precisamente el futuro, donde está loque desmiente y aniquila cuanto consideramosestablecido.

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Heidegger fue un autor intelectualmente decisivo pero delectura difícil y por tanto no muy popular. Sin embargo,el existencialismo llegó a ser una auténtica moda enEuropa que influyó no sólo en la manera de pensar yexpresarse de una generación, sino también en la formade vestir, de cantar, de hacer cine, etcétera. El«culpable» de esta moda fue Jean Paul Sartre, que juntoa su compañera Simone de Beauvoir y su primero amigopero después adversario Albert Camus (de quieneshablaremos más tarde), así como el poeta y novelistaBoris Vian, la cantante Juliette Greco, etcétera, llevarona cabo una notable labor de agitación cultural en el Parísposterior a la Segunda Guerra Mundial. Mucha gente queno había leído nunca filosofía ni se había preocupadoantes por altas cuestiones teóricas llegó a considerarseesos días sinceramente existencialista.

Jean Paul Sartre nació en París y estudió filosofía enla Escuela Normal Superior y luego en Berlín, donde sededicó a la fenomenología y al pensamiento deHeidegger. Fue profesor en varios liceos de provincias ypasó una temporada prisionero de los alemanes durantela guerra. Al terminar la contienda dejó la enseñanza,fundó la enormemente influyente revista TempsModernes y se entregó por completo a la escritura, nosólo de ensayos filosóficos, políticos y literarios sino

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también a la novela y al teatro. Incluso le fue otorgado elpremio Nobel, aunque lo rechazó. Asimismo participóactivamente en política, siempre desde posturas deizquierda cada vez más radicales, hasta el punto de quesu nombre y su figura se convirtieron en el emblema másvisible del compromiso del intelectual con larealidad histórica y social que le ha tocado vivir (Sartretrata el tema del compromiso en una de sus piezasteatrales más notables: Las manos sucias).

Su obra filosófica de mayor enjundia es El ser y lanada, completada por otra mucho más breve, Elexistencialismo es un humanismo, que se convierte enuna especie de manifiesto filosófico. Según Sartre, haydos tipos de ser, el ser-en-sí de las cosas cerradas yopacas, macizas, impenetrables, y el ser-para-sí de laconciencia, que está hecho de relaciones y de negación ysuperación de todo lo dado. Podríamos decir que el en-sí es lo que es y el para-sí es… lo que no es.Imaginemos uno de esos decorados que tenían losantiguos fotógrafos en los que aparecía pintada la figurade un torero o un buzo pero con un agujero a la altura dela cara, para que quien iba a ser fotografiado se asomasepor allí y de ese modo se incorporase al retrato. Eldecorado fijo es el en-sí, mientras que la conciencia

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entra en el mundo a través del vacío de la nada, comoelemento que cambia y niega la inmovilidad del resto. Latransparencia aniquiladora del para-sí refutaconstantemente la opacidad y la estolidez del en-sí,aunque a veces tiene una especie de envidia de ellasexpresada en lo que Sartre llama mala fe, es decir, elintento de la nada del para-sí de comportarse como sifuese una cosa, un en-sí. El colmo de la mala fe es lailusión de Dios, un ser imposible que sería a la vez en-síy para-sí: la peor tentación del hombre es convertirse enDios, ya que no existe ese Dios legendario que cedió ala tentación de convertirse en hombre.

En las cosas, la esencia (su definición) precede a laexistencia, pero en el caso humano es la existencia laque precede a la esencia: es decir, el hombre no es nadamás que pura libertad, que ha de elegir constantemente loque quiere ser y responsabilizarse por ello ante suconciencia. El ser humano puede elegirlo todo desde sunada excepto la obligación misma de elegir, que se leimpone: estamos condenados a ser libres. En susprimeras obras, Sartre promete constantemente unamoral que nunca llegó efectivamente a escribir, unamoral desde luego ajena al espíritu de seriedad, esdecir, a la aceptación de valores o leyes previos a lalibertad que los elige y estables a pesar o contra ella. A

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fin de cuentas, todas las actividades humanas sonequivalentes y todas están condenadas al fracaso, a lanada: el hombre es una pasión inútil. Lo mismo da optarpor ser un borracho que no sale de su casa ni se aleja desu botella que un líder popular que trata de llevar alpueblo hacia sus altas metas. El para-sí de la concienciaes también para-otro, y entra en relación dialéctica deantagonismo o deseo con otras conciencias por mediodel lenguaje, el amor, la indiferencia o el odio.

En su obra más tardía, la Crítica de la razóndialéctica, Sartre se inclina por una visión más positivade la acción humana y declara que el marxismo es lafilosofía insuperable de la época, al menos hasta que setransforme la actual condición histórica de explotaciónde los más por los menos y todos los hombres seancapaces de disfrutar de las posibilidades de una filosofíade la libertad de la que aún nada podemos saber. Granparte de las ideas filosóficas de Sartre no se encuentransin embargo en sus ensayos, sino en sus obras literarias,sobre todo en novelas como La náusea, en su reflexiónautobiográfica Las palabras o en dramas teatrales comoLas moscas, A puerta cerrada y El diablo y el buenDios.

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Simone de Beauvoir fue compañera de estudios deJean Paul Sartre, así como su pareja amorosa durantetoda la vida (con apasionadas intermitencias), sucolaboradora, su confidente y también su necesariaantagonista en ocasiones. Escribió algunos ensayos en lalínea existencialista, sobre todo tratando de precisarcierto tipo de moral basada en las opciones que sesuscitan en las situaciones concretas y previamenteincatalogables que se presentan en nuestra existencia. Sunovela Todos los hombres son mortales plantea laincompatibilidad entre la libertad del ser humano y lahipótesis de la inmortalidad. En otras novelas, como Lainvitada o Los mandarines, narra las incidenciasintelectuales y sentimentales del grupo existencialista.Mucho más extrañamente conmovedora es su crónica Laceremonia del adiós, escrita tras la muerte de Sartre yque cuenta sin complacencias los últimos años de surelación con él. Pero, sin duda, lo mejor de su trabajoteórico son dos obras que dedicó a sendos temas en sudía casi prohibidos y hoy de dominio común: en Elsegundo sexo trata de la mujer y funda gran parte de losdebates feministas posteriores, estableciendo que sermujer no es un mero hecho biológico sino la aceptación

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de un rol histórico y social cuyas limitacionespredeterminadas se hacen pasar por determinaciones«naturales»; en La vejez estudia una realidad que la vidamoderna intenta de mil maneras ocultar y denuncia lamarginación e incluso el abandono en que viven losancianos.

Esa época fue propicia a regímenes políticostotalitarios, que desencadenaron matanzas a una escalaantes desconocida y esclavizaron a millones depersonas: el comunismo y el nazismo. Lo más trágico —desde el punto de vista intelectual, al menos— es quefiguras destacadas del pensamiento europeo tomaronpartido por una u otra de estas monstruosidadespolíticas. En tales casos, ser de izquierdas o de derechasse convirtió en una coartada para apoyar a los brutos, alos inquisidores y a los verdugos. Por muchasexplicaciones que ellos mismos o sus abogadosdefensores quisieran dar después, lo único evidente esque se equivocaron de una manera terrible yprobablemente hicieron que otros, cegados por suprestigio, les siguieran hacia el abismo. Heidegger sepuso del lado de los nazis de manera clara einstitucional, aunque fuese con todas las reservas y

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sutilezas mentales que se quieran; y Jean Paul Sartre fue«compañero de viaje» —como entonces se decía— delos estalinistas, aunque su discurso teórico se mantuviesedistante de ellos y adicto a la libertad (incluso perpetróun prólogo al libro El proceso de Burgos, de GiseleHalimi, en el que defiende la actividad terrorista ysostiene todo tipo de tópicos criminales sobre el PaísVasco y el ideario nacionalista). Hasta los másinteligentes tienen derecho a equivocarse, pero nadiepuede exigir que hasta sus errores más trágicos seanadmirados como aciertos.

Por fortuna, contamos con el ejemplo lúcido yhonrado de un intelectual que detestó ambostotalitarismos, el nazi y el bolchevique, con similarcontundencia. Se trata del francés Albert Camus, nacidoen Argelia de una familia muy pobre y en parte de origenespañol (su madre era menorquina). Camus fue sobretodo un espléndido escritor (obtuvo el Nobel a latemprana edad de 44 años, un récord sólo superado porRudyard Kipling que lo había obtenido a los 42), tantoen narrativa como en teatro, aunque escribió al menos unpar de ensayos de alto vuelo teórico y en todas sus obrashay planteamientos de importancia filosófica. Participó

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en la resistencia francesa, intentó una mediaciónimposible en la guerra independentista de Argelia quesuperase los abusos del colonialismo sin ceder alterrorismo, apoyó a los republicanos españoles frente alfranquismo y defendió siempre la primacía política yética de la democracia como una opción de cordura ymodestia que acepta que la razón pública ha deestablecerse contando con la voz de todos. También fueun gran periodista, fundador y director del emblemáticodiario Combat, que se convirtió en la Francia deposguerra en un modelo de periodismo ideológicamentecomprometido pero no sectario: un ejemplo que hoycontinúa siendo válido, aunque —¡ay!— poco seguido.

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Albert Camus

En su primer ensayo, El mito de Sísifo, adopta unaperspectiva cercana al existencialismo aunque menosteorética que la de Sartre o Heidegger. Constata el brutalcontraste entre la humana apetencia vital de sentido yarmonía, que choca con el silencio del mundo opaco, yla omnipotencia final de la muerte. El resultado de esacolisión es el absurdo de la vida humana, que nadapuede ocultar ni remediar. Ante la vida absurda, cabe la

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aniquilación del suicidio, la entrega a la fe religiosa o elrefugio en la racionalidad, que estudia los detalles yrenuncia a comprender el conjunto. Camus rechaza todasestas escapatorias: para él, lo pertinente es aceptar lavida sin sentido y tratar de dárselo personalmente pormedio de la aventura individual o la solidaridad con losotros. Según el mito griego, Sísifo es condenado en elAverno a tener que empujar cuesta arriba, hasta lo altodel monte, una enorme roca sólo para ver cómofinalmente rueda otra vez hasta abajo: ¡y vuelta aempezar! De igual modo, los hombres nos empeñamos entareas que finalmente acaban en la esterilidad de lamuerte pero que, mientras duran, nos hacen sentir lacomunidad y fraternidad del destino que compartimoscon los semejantes. A fin de cuentas, pese a su condenapor los dioses crueles o envidiosos, podemos suponerque Sísifo es feliz.

Su otro ensayo filosófico de envergadura es Elhombre rebelde, un estudio de la rebelión humana contrasu condición metafísica absurda y además contra laopresión histórica, basado no sólo en la consideraciónde revoluciones políticas sino también en el análisis degrandes obras de la literatura y el pensamiento. Camusadvierte que, muchas veces, la rebelión que a toda costapretende realizar un nuevo ideal obligatorio para todos

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no logra más que instaurar una nueva esclavitud. Aunquetenga orígenes generosos, si se dedica a la entronizacióndel hombre abstracto y olvida las necesidades humildesde los humanos de carne y hueso pronto traiciona supropósito y corre hacia su destrucción… y la de lalibertad. Es preciso rebelarse, pero no sólo contra laopresión sino también contra la ambición de absoluto:nuestra rebeldía debe tener nuestra misma estatura, la dequienes compartimos las mismas miserias y pretendemosaliviarlas sin aspirar a volar por encima de nuestracondición, como hace abnegadamente el doctorprotagonista de su novela La peste, que pese a no creeren ninguna trascendencia opta por quedarse en la ciudadinfectada cuando todos huyen para cuidar a suscompañeros de humanidad.

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Mientras la filosofía continental se ocupaba de la vida,la angustia o el absurdo, los pensadores anglosajonesseguían su propio camino y característicamente seocupaban de la lógica, la teoría de la ciencia y losproblemas del lenguaje. Sin duda, Bertrand Russell fuela figura más reputada del pensamiento británico en elsiglo XX. Bertrand Arthur William Russell, tercer conde

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de Russell y vizconde de Amberley, nació en lalocalidad galesa de Trelleck, de una familia aristocráticapero también intelectual y políticamente destacada. Suabuelo fue primer ministro durante el reinado de Victoriay, de niño, el pequeño Bertrand se sentó en las rodillasde John Stuart Mill, asiduo visitante de su casa. Durantesu larga y fecunda vida —llegó a los noventa y ochoaños—, Russell fue matemático y filósofo, pero tambiénun destacado estudioso y activista en temas políticos yeducativos. Fue encarcelado por pacifismo durante laPrimera Guerra Mundial, apoyó la socialdemocraciapero fue uno de los primeros en denunciar la dictaduraleninista tras visitar la Unión Soviética, fundó unaescuela regida por métodos libertarios yanticonformistas, escribió a favor de la libertad sexual ycontra la visión tradicional del matrimonio (lo quemotivó una campaña puritana contra él que llegó aprohibirle enseñar en centros estadounidenses), firmójunto a Einstein y otros destacados científicos unmanifiesto contra la bomba atómica, encabezómanifestaciones antinucleares y presidió el TribunalRussell contra la intervención americana en Vietnam (alque también perteneció Sartre). La última vez que ledetuvo la policía por alterar el orden público tenía yamás de noventa años. También fue ensayista y divulgador

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de temas filosóficos con un estilo elegante, claro ypreciso que le valió el premio Nobel de Literatura,aunque nunca había escrito obras de ficción (después deganarlo se aventuró a componer algunos cuentos de cortesatírico, a lo Voltaire). Quizá su obra literariamente másnotable es su Autobiografía, crónica de casi un siglo deavatares intelectuales y políticos. Al comienzo de estelibro asegura: «Tres pasiones simples pero irresistibleshan guiado mi vida: la búsqueda de conocimiento, elafán de amor y la compasión por el sufrimiento humano».

Desde su primera juventud, Russell —comoDescartes— buscó alcanzar algún tipo de saber tancierto y seguro que ninguna persona razonable pudiesedudar de él. Y supuso que deberían ser las matemáticas.Siguiendo ideas de Gottlob Frege, Russell se proponededucir las matemáticas de la lógica, tras convertir aésta en un lenguaje formal universal capaz de dar cuentade todos los sucesos del mundo, como quiso Leibniz.Junto a su antiguo profesor Alfred North Whiteheadescribió una obra monumental en tres volúmenes,Principia Mathematica, en la que lleva a cabo esa tarea.Allí resuelve algunas paradojas lógico-matemáticas queFrege había señalado, especialmente la de los conjuntosque se contienen a sí mismos como miembros.

Los conjuntos llamados normales no se contienen a sí

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mismos: por ejemplo, el conjunto de los hombres no secontiene a sí mismo porque no es un hombre. En cambio,el conjunto de los conceptos abstractos se contiene a símismo porque es un concepto abstracto. Pero ¿quéocurre con el conjunto de todos los conjuntos normales?Si se contiene a sí mismo, contendrá un conjunto cuyadefinición consiste precisamente en estar formado porlos conjuntos que no se contienen a sí mismos, lo que escontradictorio; pero si no se contiene a sí mismo, será unconjunto normal… ¡por lo que precisamente deberíacontenerse a sí mismo! Russell resuelve la paradojaestipulando que hay diversos tipos lógicos deconceptos: el tipo cero está formado por individuos, eltipo uno por propiedades de individuos y el tipo dos porpropiedades de propiedades de individuos. La antinomiase da cuando mezclamos conceptos de un tipo con los deotro.

A partir de Principia Mathematica y en parteinfluido por su discípulo Wittgenstein (de quien prontohablaremos), Russell establece una teoría de los objetosdel mundo (incluyendo algunos tan peculiares como elYo, la mente o la materia) según la cual todos ellosdeben armarse por medio de construcciones lógicas apartir de componentes mínimos, una especie de átomosno físicos sino lógicos. Llamó a esta teoría «atomismo

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lógico», uno de cuyos principios es aplicar siempre quese pueda la llamada «navaja de Occam», es decir,sustituir las conclusiones derivadas de entidadesdesconocidas por otras derivadas de entidadesconocidas. En conjunto, la teoría del conocimientorusselliana es una combinación de los principios lógicoscon los datos sensoriales, base última de cualquier saberfiable (Russell es empirista como Locke o Hume).Inevitablemente, la ciencia se convierte en parangón detodo conocimiento, aunque Russell está convencido deque no sirve para fijar nuestros valores éticos opolíticos. Como descarta explícitamente el recurso a lareligión (uno de sus ensayos más provocativos se titulaPor qué no soy cristiano), a Russell no le queda másque confiar en los mejores deseos humanos para servirde fundamento a la moral: pero… ¿cómo saber cuálesson los «mejores» entre tantos deseos de poder oarrogancia?

A Bertrand Russell le surgió un discípuloextraordinariamente inteligente pero muy inquietante, quefue para él un estímulo intelectual aunque también casi,casi una pesadilla. Ludwig Wittgenstein nació en Viena,de una familia muy acomodada y pródiga en talentos de

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todo tipo. Comenzó estudios de ingeniería, pero ademásse interesó por la lógica y la filosofía. Por indicación deFrege se trasladó a Cambridge para estudiar con Russell.No fue precisamente un alumno dócil. Era una raramezcla de racionalismo extremo y misticismo, unespíritu sumamente original y atormentado que en ciertosaspectos recuerda a Pascal. A veces se presentaba por lanoche en la habitación de su maestro tras anunciarle quepensaba suicidarse, con lo cual se ganaba su resignadaatención pese a lo intempestivo de la hora. En una deesas sesiones, le dijo: «Por favor, sea sincero conmigo:si le parezco un imbécil, dígamelo y me dedicaré a laingeniería; si no, intentaré ser filósofo». Russell leaconsejó seguir en la filosofía y así lo hizo Wittgenstein.Cuando creyó haber resuelto los problemas que leinteresaban en ese campo, renunció a su fortuna y fueenfermero voluntario en la guerra para despuésdedicarse a maestro de escuela, jardinero y arquitecto endiversos lugares de Austria. Volvió a Cambridgereclamado por su maestro y allí dio cursos de los quesólo guardamos las fichas que utilizaba y los apuntes desus devotos alumnos, fascinados por su personalidadcarismática. Murió alojado en casa de uno de ellos y susúltimas palabras fueron: «Dígales que he tenido una vidamaravillosa».

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Para Wittgenstein, los problemas filosóficos son algoasí como enfermedades de la razón producidas por ellenguaje. En su pensamiento hay dos etapas claramenteseparadas: la primera la constituye su única obrapublicada, su Tractatus logico-philosophicus, que seeditó con un prólogo de Bertrand Russell a pesar de lasdiscrepancias teóricas entre ellos. Se trata de un librobreve, cuya concatenación lógica y su estructura casimatemática lo asemejan a la Ética de Spinoza y quecomo ella está poseído por un rigor hipnótico y un fríopero intenso fervor. La obra trata de los límites y alcancedel lenguaje, que son también los del pensamiento y elmundo. Para nosotros, la realidad llega por víalingüística, pero hay tres tipos de proposiciones en ellenguaje: las que tienen sentido y son verdaderas, queconstituyen el conjunto de las ciencias de la naturaleza;las proposiciones lógicas, que son tautologías, es decir,que en ellas los predicados no aportan nada nuevo alsujeto; y las proposiciones metafísicas, que se deben aun malentendimiento de la lógica de nuestro lenguaje ypor tanto carecen de sentido.

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Ludwig Wittgenstein

El mundo no está compuesto de cosas sustantivas eindependientes, sino de hechos lingüísticos querelacionan a unos objetos con otros. Tales objetos sóloexisten en tanto forman parte de esa estructura de

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relaciones: se trata de «átomos lógicos» simples eindestructibles (por ejemplo, si declaramos falsa unaproposición no por ello se destruyen sus componentes).La forma de las proposiciones imita en cierto modo ladisposición real de esos átomos lógicos que constituyennuestro mundo. Debemos atenernos a aquello que puededecirse de acuerdo con las pautas lógicas del lenguaje yen términos convenientemente definidos. Respecto a lodemás, Wittgenstein acaba el Tractatus asegurando:«Respecto a aquello de lo que no se puede hablar, hayque guardar silencio». A pesar de haber estipulado que«los límites de mi lenguaje son los límites de mimundo», parece dejar abierta la posibilidad de que hayacosas sobre las que no se puede hablar, aunque haya queguardar silencio respecto a ellas. Esas «cosas» inefablesson las que se refieren al sentido del mundo y de la vida,incluso a la intuición de lo trascendente, todo lo cualpreocupaba a Wittgenstein más de lo que estabadispuesto a reconocer. En su Conferencia sobre éticaseñala tres vivencias que pertenecen al ámbito de loinefable: el asombro por la existencia del mundo, lasensación de estar absolutamente protegido y elsentimiento de culpa.

El Tractatus parecía querer alcanzar un diseñoperfecto y suficiente del lenguaje lógicamente válido,

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pero en su segunda etapa intelectual, cuando vuelve aCambridge y comienza a enseñar, lo que interesa aWittgenstein son los mecanismos del lenguaje común ycorriente, el que hablamos todos. Sigue criticando lametafísica, porque maneja expresiones habituales ensentido inhabitual y nunca se sabe realmente de qué estáhablando. Pero ahora de lo que se trata es de entendercómo funciona nuestro lenguaje. No consiste solamenteen una pauta lógica y en lo que afirman las ciencias de lanaturaleza, sino en una interacción de múltiples juegosde lenguaje, cuyo significado está implicado en lamultitud de acciones que llevamos a cabo.

Los juegos de lenguaje corresponden a diversasformas de vida (la del religioso, la del político o la delmatemático, por ejemplo), y sólo cobran sentidovinculados a ellas: de modo que si, por un extraño azar,un león se pusiera a hablar, no podríamos entenderleporque no compartimos la vida leonina. Entre lasexpresiones de los distintos juegos de lenguaje haycierto aire de familia y no una identidad esencial: porejemplo, cuando hablamos de «complejo» o «simple» encampos distintos, vemos semejanzas de uso pero no lamisma definición. Por lo demás, no puede haber un«lenguaje privado», es decir, un lenguaje que sólo yoentiendo o que responde a sensaciones que sólo yo

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siento. Por muy personal y privado que sea mi dolor demuelas, el lenguaje en que me quejo de él no mepertenece sólo a mí, porque responde a reglas en el usode las palabras que tienen forzosamente que serpúblicas. No hay mejor argumento a favor de lacondición social del hombre que la posesión de unlenguaje, que nunca puede ser una herramientameramente individual.

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Uno de los rasgos distintivos de la filosofía actual es lapresencia de mujeres entre sus figuras más destacadas einfluyentes. Se confirma que el pensamiento filosófico,que se ocupa de lo que a todos nos concierne, no escuestión del sexo masculino, sino del ser humano engeneral. La alemana Hannah Arendt, nacida en Hannover,fue discípula de Husserl, Jaspers y sobre todo deHeidegger, con quien mantuvo una secreta y apasionadarelación amorosa (a pesar de ser judía, lo que le valió sudetención por la Gestapo y verse internada en el campode concentración de Gurs). Huyó luego a EstadosUnidos, se nacionalizó norteamericana y allí vivió,escribió y enseñó hasta su muerte en Nueva York.

Arendt es sobre todo una gran pensadora de la

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política. Según ella, la práctica totalidad de losfilósofos —empezando por el mismísimo Platón— nohan reflexionado sobre la política sino sobre el final dela política, es decir, sobre cómo vernos libres de esamolestia: las utopías, el orden perfecto del mundo, laarmonía definitiva entre los humanos o el poder sinlímites de Leviatán son formas de intentar poner puntofinal a la acción política, que sin embargo es unadimensión polémica pero necesaria e incesante de laactividad humana. La política es un componenteindispensable de la condición humana (así se titulauna de sus obras más destacadas) y el campo deejercicio de la libertad, no una búsqueda transitoria dealgún tipo de estabilidad que nos libre por fin de esazozobra.

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Hannah Arendt

La tradición —desde Aristóteles— es considerar lavida contemplativa como superior a la vida activa. PeroArendt cree que, socialmente, la importante es la

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segunda. Hay tres formas de actividad humana: la labor(el cuidado del propio cuerpo, de la casa, elmantenimiento rutinario de la vida), el trabajo (laproducción de bienes de consumo y de herramientas) y laacción, es decir, la interacción entre los humanos y sutoma de decisiones respecto a la vida en común; o sea,la política en su sentido más amplio. Es en la acciónhumana cuando el hombre ejercita realmente sulibertad, pero no como ser-para-la-muerte al modoheideggeriano, sino hacia la procreación de nueva vida,es decir, hacia la natalidad. Los seres humanosvivimos no para morir —aunque todos muramos—, sinopara dar a luz.

Su gran libro El origen del totalitarismo es una obrapionera donde estudia minuciosamente, además delantisemitismo y el imperialismo, la forma totalitaria depoder que había aparecido en Europa con losbolcheviques y el estalinismo primero, y luego con elnazismo. Lo propio de los regímenes totalitarios esaprovechar la renuncia de la masa a su derecho y deberde hacer política, esenciales para el funcionamientodemocrático. Anestesiados por una tecnología que hacela vida cómoda y apática, los hombres modernosrenuncian a sus obligaciones cívicas y se dejan arrastrar

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por tiranías burocráticas que primero los manipulan ydespués los condenan a la desaparición: «Eltotalitarismo no busca un gobierno despótico sobre loshombres, sino que busca un sistema en que los hombreslleguen a ser superfluos». Arendt fue enviada por unagran revista norteamericana a Jerusalén para cubrir elproceso del nazi Eichmann, ejecutor del exterminiojudío. En sus crónicas sobre este juicio, muy polémicas ymalentendidas, Arendt habló de «la banalidad delmal», es decir, de un tipo de criminal sin conciencia deserlo que actúa por simple obediencia borreguil a laautoridad superior, tras haber renunciado a su auténticacalidad humana de ciudadano política y moralmenteresponsable.

También se preocupó por la política y por la luchacontra el totalitarismo la española María Zambrano,pero de una forma no sólo teórica, sino también prácticay vital. María Zambrano nació en Vélez-Málaga, estudiófilosofía en la Universidad Central de Madrid y fuediscípula de Ortega y Gasset. Desde sus tiempos deestudiante y joven profesora se comprometióactivamente con las ideas republicanas, lo que le llevó aparticipar en diversas agrupaciones políticas. Al

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proclamarse la República, la apoyó de un modo muchomás decidido que su maestro Ortega, de quien sedistanció definitivamente por esa razón. Participó en lasMisiones Pedagógicas, cuyo objetivo era mejorar lascondiciones de la España rural favoreciendo el accesode sus habitantes a la cultura. A finales de la guerracivil, como tantos otros republicanos españoles, pasó aFrancia y de allí se exilió a América, donde fueprofesora en varios países (Cuba, México, PuertoRico…) y trabó amistad con intelectuales como el granpoeta mexicano Octavio Paz. Después continuó su exilioen Europa (Roma y Ginebra), de donde regresódefinitivamente a España con la restauración de lademocracia. Murió en Madrid, tras haber obtenido elpremio Cervantes por el conjunto de su obra.

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María Zambrano

La preocupación de María Zambrano es desarrollaruna razón poética que medie entre los disparescaminos intelectuales de la poesía y la filosofía (lafilosofía busca la unidad del ser a partir de simplificar ysuprimir diferencias; la poesía se atiene a laheterogeneidad de lo que hay y quiere cada una de lascosas sin restricción ni abstracción alguna) paraaprovechar lo mejor del impulso indagador de ambos.

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Retoma algunos temas del pensamiento de Ortega paradarles un sesgo propio. Por ejemplo, en la cuestión de ladistinción entre ideas y creencias, señala que por debajodel cimiento de creencias sobre el que edificamosnuestra vida hay un sustrato aún más profundo eimportante: la esperanza. Y por supuesto también ladesesperación, que la acompaña como su reversooscuro. La filosofía no es un método para resolverciertos problemas técnicos, sino un «saber del alma» quetrata de colmar esa demanda esperanzada que nuncapuede satisfacerse del todo.

La obra más cuajada y sugestiva de Zambrano es Elhombre y lo divino, donde estudia la relación humanacon lo sagrado desde sus aspectos metafísicos más quemeramente religiosos. Lo divino aparece ante el «deliriopersecutorio» de la vida humana, inestable y llena dezozobras, en parte para aumentar nuestra inquietud perotambién para sostenernos en ella. Es fundamental en esteplanteamiento la idea de piedad como vía de una formade relación entre los humanos basada en elreconocimiento activo de nuestra vulnerabilidad, denuestra «indefensión compartida». En el trasfondo de larazón poética de María Zambrano se halla siempre laexigencia de una razón cívica, que apunte hacia latolerancia y el respeto en una utopía de reconciliación.

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Pero eso queda para el futuro, «ese dios desconocido»,como dice ella.

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NEMO: Y… ¿esto es todo?ALBA: ¿Todo? ¿A qué te refieres?NEMO: Pues que si ya no hay más filósofos, ¿se

acabó la historia de la filosofía?ALBA: No, hombre, claro que no. Seguro que hubo

muchos más filósofos antes y que ha seguido habiéndolosdespués. Estoy convencida de que para pensarfilosóficamente no hace falta tener carné de filósofo niun título que nos autorice a filosofar. Yo creo que lafilosofía es a veces el oficio de algunos, pero antes odespués representa una necesidad en la vida de todos yde cualquiera.

NEMO: Entonces puedo decirte el nombre de dosfilósofos de hoy mismo.

ALBA: Venga.NEMO: Alba y Nemo. O sea, tú y yo.ALBA: ¡Muy bien, claro que sí! Lo has pillado…NEMO: Ya, pero el problema es que todos esos

sabios y sabias del pasado nos han dejado sin trabajo,

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¿no? Entiéndeme, les agradezco mucho que se hayandedicado a pensar cosas importantes que nos ayudan avivir en vez de ocuparse sólo en ganar dinero o enfastidiar al prójimo como muchos que yo me sé. Pero laverdad es que lo han pensado todo ya, al derecho y alrevés. Ahora, nosotros, los últimos, los recién llegados ala filosofía… ¿a qué nos dedicamos?

ALBA: Bueno, no sé, pero creo que aún queda muchopor pensar. Cada uno de esos filósofos que hemosconocido se dedicó a reflexionar sobre la vida que lehabía tocado vivir y el mundo en que la estaba viviendo.Y aunque mucho de sus vidas y su mundo se parece a loque nos pasa a nosotros, han cambiado bastantes cosas.Platón era listísimo pero no conoció los viajes en avión,y Spinoza no pudo ni imaginarse lo que iba a ser Interneto la polución atmosférica…

NEMO: Es verdad, a cada cual le toca su propia viday… ¿cómo era eso que decía Ortega?… suscircunstancias. Nadie puede vivir la vida de otro.

ALBA: Ni pensar por otro. La filosofía se hace entremuchos, pero cada cual tiene que pensarla por sí mismo.

NEMO: Oye, entonces, sólo por curiosidad… ¿sobrequé temas quieres pensar tú?

ALBA: Hombre, así, de repente… Pues sobre algunascosas de las que solemos hablar tú y yo: por ejemplo,

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los derechos humanos en este mundo lleno de intereseslocales, con tanta desigualdad. Y siguiendo con lo«humano», todo eso de la manipulación genética, laclonación, etcétera.

NEMO: Y nuevos derechos, como el derecho altrabajo cuando las máquinas trabajan en lugar de loshombres, ¿no? Y el derecho a una información veraz,ahora que parece imposible distinguir entre la verdad ylas mentiras convenientes.

ALBA: No te olvides de los problemas del tiempo dela vida: ¿qué significa hoy ser niño o ser viejo?

NEMO: Si vamos a eso, también el espacio planteaproblemas: ¿quién es hoy extranjero y quién es misemejante?

ALBA: Y los asuntos de siempre: la naturaleza, loartificial, el Universo…

NEMO: Pero hay quien dice que todas esas dudas lasresolverá la ciencia.

ALBA: Pues yo dudo de que me saque de dudas. Laciencia explica cómo funcionan las cosas pero no dicenada sobre cómo debemos funcionar nosotros.Conocemos mejor lo que hay, pero seguimos sin saberqué significa y cuál es nuestra responsabilidad en elmundo.

NEMO: Entonces, ¿qué? ¿Tendremos que seguir

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siempre con grandes preguntas y respuestas máspequeñitas, insuficientes?

ALBA: Eso parece. Por lo visto, ser humanossignifica que nunca podremos estar satisfechos nicansarnos de preguntar.

NEMO: ¡Vaya faena! Pues nada, manos a la obra. Perojuntos, ¿eh?

ALBA: Claro: siempre juntos.

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Explicación final

El primer libro de filosofía de mi vida fue La sabiduríade Occidente, de Bertrand Russell, una historia de lafilosofía muy ilustrada y con formato de libro de regalo.Me despertó una vocación que, valga lo que valga, hadurado medio siglo. El libro que el lector tiene ahora ensus manos es una consecuencia y por tanto un homenaje aaquella obra inicial de un pensador al que tengo pormaestro (aprovechando mi familiaridad con el ilustradorle he pedido que plasme a su modo esa relación en eldibujo final).

«Debes contar con libertad y sencillez lo querecuerdes de la historia de la filosofía», me encargó laeditora, tan amable como optimista. Enseguida me dicuenta de que no me acordaba de casi nada que valierala pena, salvo un puñado de anécdotas y un vago y vastorumor de fondo. De modo que para refrescarme la

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memoria, aunque sin la mínima pretensión erudita,recurrí de nuevo a Russell, al Diccionario de filosofíade José Ferrater Mora y a la historia de la filosofía quemanejé durante mis estudios, la que sigo considerandomejor en su género: los tres grandes tomos de NicolásAbbagnano, editados por Montaner y Simón. Si estelibro se ha salvado de algunas inexactitudes(seguramente no de todas, ay) será gracias a esas fuentes.

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Bertrand Russell

Con esta obra acabo la tetralogía que he dedicado ala iniciación en la filosofía, dirigida primero a

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bachilleres pero también a lectores de cualquier edad sinformación previa en dicho campo. Empecé por doslibritos sobre la razón práctica (Ética para Amador yPolítica para Amador), después un repaso general delos principales temas de la filosofía (Las preguntas dela vida), para acabar con esta historia que declara desdesu título el propósito de terminar con el auraintimidatoria que rodea a cuanto suena a «filosófico».

Cuando estaba escribiendo el penúltimo capítulo deeste libro en un pequeño pueblo mallorquín, ETA asesinó

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a pocos kilómetros a los guardias civiles Carlos Saénzde Tejada y Diego Salva Lezáun. Vayan estas líneascomo homenaje y agradecimiento a ellos, así como atodos los que nos ayudan a vivir sin temor ni temblor:pensar es siempre pensar contra los terroristas decualquier ralea.

San Sebastián, 24 de agosto de 2009

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Despedida

La filosofía, que solemos considerar una disciplinaárida, no es únicamente abstracción, sino que estáentretejida con la historia y no procede únicamente de lamente humana sino también del cuerpo. El pensamientoabstracto es un instrumento excelente y necesario, perolos pensamientos más elevados tienen su raíz en nuestroser físico, en la extraña manera en que nuestro corazónque ama se entrelaza con nuestro corazón que bombeasangre, y en el hecho de ser mortales.

Russell Shorto, Los huesos de Descartes(Editorial Duomo, 2009)

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Cronología

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