AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    Cuentos seleccionados

    por Roa BastosEntre los papeles, notas y escritos que

    dej don Augusto Roa Bastos que encontraronsus hijos al ordenar los archivos, apareci estanmina de cuentos para los jvenes que lmismo titul:Cuentos para la Humanidad

    Joven .Para quienes lo conocimos de cerca no

    resulta nada extrao saber que don Augustosaba que la lectura es capaz de elevar al serhumano por encima de s mismo en el goceesttico y al mismo tiempo ser el camino de oropara adquirir conocimientos slidos.Ya en el bellsimo prefacio de la coleccinFestilibro (Biblioteca Infanto-Juvenil quedirigi con orgullo para nuestro sello editorial)

    nos deca:Si mi madre, Luca Bastos, a quienestoy agradeciendo en esta pgina, no hubiesellevado una coleccin de libros a Iturbe, tal vezmi infancia hubiera sido distinta.

    Estepequeopero inmenso gesto de mi madreme present los mejores amigos que tuve a lo

    largo y a lo ancho de mi vida: los libros. Luca

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    Bastos se llev a Shakespeare, a los clsicosdel Siglo de Oro, a Homero y a unaconstelacin de poetas que me abrieron otromundo ms all de las siestas incendiadas de

    Iturbe, reflejos de un espejismo que no terminade reverberar para dar forma a las cosas, como

    personaje de aquellos libros inmortales. Con

    los libros recib una herencia inmemorial y allen la distancia, rodeado de la naturalezasalvaje del paisaje, puede intuir la marcha dela historia, las grandeza y miserias del ser humano, las maravillas de otros mundos.

    En este verdadero testamento para la

    juventud, el escritor revel una vez ms sucapacidad de comprender las necesidades msprofundas de nuestro pas.

    SERVILIBRO quiere colaborar con estavoluntad de don Augusto. Lo hace poniendo adisposicin de docentes, lectores, alumnos yalumnas este material valiossimo, porqueentiende que el legado de don Augusto RoaBastos es un homenaje la generacin joven.

    La Editora

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    Carpincheros

    La primera noche que Margaret vio a loscarpincheros fue la noche de San Juan.

    Por el ro bajaban flotando llameantesislotes. Los tres habitantes de la casa blancacorrieron hacia el talud para contemplar elextraordinario espectculo.

    Las fogatas brotaban del agua misma. Atravs de ella aparecieron los carpincheros.

    Parecan seres de cobre o de de barrococido, parecan figuras de humo que pasabaningrvidas a flor de agua. Las chatas y negrasembarcaciones hechas con la mitad de untronco excavado apenas se vean. Era flotillaentera de cachiveos. Se deslizaron

    silenciosamente por entre el crepitar de lasllamas, arrugando la chispeante membrana delro.

    Cada cachiveo tena los mismostripulantes: dos hombres bogando con largastacuaras, una mujer sentada en el plan, con la

    pequea olla delante. A proa y a popa, los

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    perros expectantes e inmviles, tan inmvilescomo la mujer que echaba humo del cigarro sinsacarlo en ningn momento de la boca. Todasparecan viejas, de tan arrugadas y flacas. Atravs de sus guiapos colgaban sus flccidasmamas o emergan sus agudas paletillas.

    Solo los hombres se erguan duros y

    fuertes. Eran los nicos que se movan.Producan la sensacin de andar sobre el aguaentre los islotes de fuego. En ciertos momentos,la ilusin era perfecta. Sus cuerpos elsticos, sinms vestimenta que la baticola de trapoarrollada en torno de sus riones sobre la que se

    hamacaba el machete desnudo, iban y venanalternadamente sobre los bordes del cachiveopara impulsarlo con los botadores. Mientras elde babor, cargndose con todo el peso de sucuerpo sobre el botador hundido en el agua,retroceda haca popa, el de estibador con sutacuara recogida avanzada hacia proa pararepartir la misma operacin que su compaerode boga. El vaivn de los tripulantes segua as a lo largo de toda la fila sin que ningunaembarcacin sufriera la ms leve oscilacin, elms ligero desvo. Era un pequeo prodigio deequilibrio.

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    Iban silenciosos. Parecan mudos, comosi la voz formara apenas parte de su vidaerrabunda y montaraz. En algn momentolevantaron sus caras, tal vez extraados tambinde los tres seres de harina que desde lo alto dela barranca verberante los miraban pasar.Alguno que otro perro ladr. Alguna que otra

    palabra gutural e incomprensible anduvo de unoa otro cachiveo, como un pedazo de lenguaatada a un sonido secreto.

    El agua arda. El banco de arena era uninmenso carbunclo encendido al rojo vivo. Lassombras se los carpinchos resbalaron

    velozmente sobre l. Pronto los ltimoscarpincheros se esfumaron en el recodo del ro.Haban aparecido y desaparecido como en unaalucinacin.

    Margaret qued fascinada. Su vocecitaestaba ronca cuando pregunt:

    Son indios esos hombres, pap? No,gretchen, son los vagabundos del

    ro, los gitanos del agua respondi elmecnico alemn.Y que hacen?

    Cazan carpinchos. Para qu?

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    Para alimentarse de su carne y venderel cuero.

    De dnde vienen? Oh,Pppchen nunca se sabe! Hacia dnde van? No tienen rumbo fijo. Siguen el curso

    de los ros. Nacen, viven y mueren,

    Vati, dnde les dan sepultura? En agua, como a los marineros en altamar

    la vos de Eugen tembl un poco. En el ro,Vati ? Son las fogatas de San Juan de Borja

    las encienden esta noche sobre el aguaen homenaje a su patrono. Cmo sobre el agua? sigui

    exigiendo Margaret. No sobre el agua misma,

    Gretchen . Sobre los camalotes. Son comobalsas flotantes. Las acumulan en grancantidad, las cargan con brazas de paja yramazones secas, les pegan fuego y las hacenzarpar. Alguna vez iremos a San Juan de Borjaa verlo hacer.

    Durante un buen trecho, el ro

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    brillaba como una serpiente de fuego cada dela noche mitolgica.

    As se estaba representandoprobablemente Margaret el ro lleno dehogueras.

    Y los carpincheros arrastranesos fuegos con sus canoas?

    No,Gretchen; bajan solos en lacorrentada. Los carpincheros slo traen sus

    canoas a que los fuegos del Santo chamusquensu madera para darles suerte y tener una buenacacera durante todo el ao. Es una viejacostumbre.

    Cmo lo sabes,Vati ? la curiosidadde la nia era inagotable. Sus ocho aos de vidaestaban conmovidos hasta la raz.

    Oh,Gretchen ! la reprendi Ilse suavemente. Por qu preguntas tanto?

    Cmo lo sabes,Vati ? insistiMargaret sin hacer caso.

    Los peones de la fbrica meinformaron. Ellos conocen y quieren mucho alos carpincheros.

    Por qu? Porque los peones son como

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    esclavos en la fbrica. Y los carpincheros sonlibres en el ro. Los carpincheros son como lassombras vagabundas de los esclavos cautivosen el ingenio, en los caaverales, en lasmquinas Eugen se haba ido exaltando pocoa poco-. Hombres prisioneros de otros hombres.Los carpincheros son los nicos que andan en

    libertad. Por eso los peones los quieren y losenvidian un poco. Ja dijo solamente la nia,

    pensativa.Desde entonces, la fantasa de

    Margaret qued totalmente ocupada por los

    carpincheros. Haban nacido del fuego delantede sus ojos. Las hogueras del agua los habantrado. Y se haban perdido en medio de lanoche como fantasmas de cobre, comoingrvidos personajes de humo.

    La explicacin de su padre no lasatisfizo del todo, salvo tal vez en un solopunto: en que los hombres del ro eran seresenvidiables. Para ella eran adems, sereshermosos, adorables.

    Tortur su imaginacin e invent unateora. Les dio un nombre ms acorde con sumisterioso origen. Los llamhombres de la

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    luna . Estaba firmemente convencida de queellos procedan del plido planeta de la nochepor su color, por su silencio, por su extraodestino.

    Los ros bajan de la luna se deca. Silos ros son camino conclua fantstica, esseguro que ellos son los Hombres de la Luna.

    Por un tiempo lo supo ella solamente.Ilse y Eugen quedaron al margen de su secreto.No haca mucho que haban arribado al

    ingenio azucarero de Tebicuary del Guair.Llegaron directamente desde Alemania, pocodespus de finalizada la Primera Guerra

    Mundial.A ellos, que venan de las ruinas, delhambre, del horror, Tebicuary Costa se lesantoj al comienzo un lugar propicio. El roverde, las palmeras de humo baados por elviento norte, esa fbrica rstica, casi primitiva,los ranchos, los caaverales amarillos, parecansuspendidos irrealmente en la verberacin delsol como en una inmensa telaraa de fiebrepolvorienta. Slo ms tarde iban a descubrirtodo el horror que encerraba tambin esatelaraa donde la gente, tiempo, los elementos,estaban presos en su nervadura seca y rojiza

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    alimentada con la clorofila de la sangre. Perolos Plexnies arribaron al ingenio en unmomento de calma relativa. Ellos no queranms que olvidar. Olvidar y recomenzar.

    Este sitio es bueno dijo Eugenapretando los puos y tragando el aire abocanadas llenas, el da que llegaron. Ms que

    conviccin, haba esperanza en su voz, en sugesto. Tiene que ser bueno corrobor

    simplemente Ilse. Su marchita belleza decampesina bvara estaba manchada de tierra enel rostro, ajada de tenaces recuerdos.

    Margaret pareca menos una nia vivaque una mueca de porcelana, menudita,silenciosa, con sus ojos de ail lavado y suscabellos de lacia plata brillante. Traa su vestidode franela tan sucio como sus zapatosremendados. Lleg aupada en los recios ytatuados brazos de Eugen, de cuya cara huesudagoteaba el sudor sobre las rodillas de su hija.

    En los primeros das habitaron un galpnde hierros viejos en los fondos de la fbrica.Coman y dorman entre la ortiga y laherrumbre. Pero el inmigrante alemn eratambin un excelente mecnico tornero, de

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    modo que enseguida lo pusieron al frente deltaller de reparaciones. La administracin lesasign entonces la casa blanca con techo decinc que estaba situada en ese solitario recododel ro.

    En la casa blanca haba muerto asesinadoel primer testaferro de Simn Bonav, dueo del

    ingenio. No te de` cuida-ke, don Oiguen. En la`snima en pena de Eulogio Penayo, el mulatoasesinado, ko alguna noche nada por el Oga-Morot. Nojotro` solemo` or su lamentacin.

    Eugen Plexnies no era supersticioso.

    Tom la advertencia con un poco de sorna y latransmiti a Ilse, que tampoco lo era. Pero entrelos dos se cuidaron muy bien de que Magaretsospechara siquiera el siniestro episodioacacido all algunos aos.

    Como si lo intuyera, sin embargo,Margaret al principio, ms an que en el galpnde hierros viejos, se mostraba temerosa y triste.Sobre todo por las tardes, al caer la noche. Loschillidos de los monos en la ribera boscosa lahacan temblar. Corra a refugiarse en losbrazos de su madre.

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    Estn del otro lado, Gretchen laconsolaba Ilse. No pueden cruzar el ro. Sonmonitos chicos, de felpa, parecidos a juguetes.No hacen dao.

    Y cuando tendr uno? pedaentonces Margaret, ms animada.

    Pero siempre tena miedo y estaba triste.

    Entonces fue cuando vio a los carpincherosentre las fogatas, la noche de San Juan. Uncambio extraordinario se oper en ella deimproviso. Peda que la llevaran a la altabarranca de piedra caliza que caa abrup-tamente sobre el agua. Desde all se divisaba el

    banco de arena de la orilla opuesta, quecambiaba de color con la cada de la luz. Era unhermoso espectculo. Pero Margaret se fijabaen las curvas del ro. Se vea que aguardaba conansiedad apenas disimulaba el paso de loscarpincheros.

    El ro se deslizaba suavemente con susislas de camalotes y sus raigones negrosaureolados de espuma. El canto de guaimingesonaba en la espesura como una ignotacampana sumergida en la selva. Margaret ya noestaba triste ni temerosa. Acab celebrando conrisas y palmoteos el salto plateado de los peces

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    o las vertiginosas cadas del martn-pescadorque se zambulla en busca de su presa. Parecacompletamente adaptada al medio, y su secretaimpaciencia era tan intensa que se pareca a lafelicidad.

    Cuando esto sucedi, Eugen dijo con unaprofunda inflexin en la voz:

    Ves, Ilse? Yo saba que este lugar esbueno. S, Eugen; es bueno porque permite rer

    a nuestra hijita.En la alta barranca abrazaron y besaron a

    Margaret, mientras la noche, como un gran

    ptalo negro cargado de aromas, silencio,lucirnagas, lo devoraba todo menos el espejotembloroso del agua y el fuego blanco ydormido del arenal.

    Miren, ahora se parece a ungosser queso flotando en el agua! coment Margaretrindose. Ilse pens en los grandes quesos deleche de yegua de su aldea. Eugen, en ciertobanco de hielo en que su barco haba encalladouna noche cerca del Shager-Rak, durante laguerra, persiguiendo a un submarino ingls.

    Por la maana venan las lavanderas. Susvoces y sus golpes suban del fondo de la

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    barranca. Margaret sala con su madre a verlastrabajar. La leja manchaba el agua verde conun largo cordn de ceniza que bajaba en lacorrentada a lo largo de la orilla en la herradura.Enfrente, el banco de arena reverberaba bajo elsol.

    Se vea cruzar sobre l la sombra de los

    pjaros. Una maana vieron tendido en la playaun yacar de escamosa cola y lomo dentado. Un dragn, mam! grit Margaret,

    pero ya no senta miedo. No,Gretchen. Es un cocodrilo. Que lindo! Parece hecho de piedra y

    de alga.Otra vez, un venadito lleg saltando porentre el pajonal hasta muy cerca de la casa.Cuando Margaret corri hacia l llamndolo,huyo trmulo y flexible, dejando en los ojoscelestes de la alemanita un regusto de ternurasalvaje, como si hubiera visto saltar por elcampo un corazn de hierba dorada, el fugitivocorazn de la selva.Otra vez fue guacamayo deirisado cuerpo granate, pecho ndigo y verde,alas azules, larga cola roja y azul y ganchudopico de cuerno; un arco iris de pluma y roncogranizado posado en la rama de timb. Otra

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    vez, una vbora de coral que Eugen mat con elmachete entre los yuyos de potrero. As Margaret fue descubriendo la vida y el peligroen el mundo de hojas, tierno, spero,insondable, que la rodeaba por todas partes.Empez a amar su ruido, su color, suministerio, porque en l perciba adems la

    invisible presencia de los carpincheros.En las noches de verano, despus decenar, los tres moradores del casern blancosalan a sentarse en la barranca. Se quedabanall tomando el fresco hasta que los mosquitos y jejenes se volvan insoportables. Ilse cantaba a

    media voz canciones de su aldea natal, que elchapoteo de la correntada entre las piedrasdesdibujada tenuemente o mechaba de hiatostrmulos, como si la voz sonara en canutillos deagua. Eugen, fatigado por el trabajo de taller, setenda sobre el pasto con las manos debajo de lanuca. Miraba hacia arriba recordando suantiguo y perdido oficio de marino, dejando quela inmensa espiral del cielo verdinegro, cuajadode enruladas virutas brillantes como su torno, sele estancara al fondo de los ojos. Pero no podaanular la preocupacin que lo trabajaba sindescanso.

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    La suerte de los hombres en el ingenio,en cuyos pechos oprimidos se estaba incubandola rebelin. Eugen pensaba en los esclavos delingenio. La cabecita platinada de Margaretsoaba, en cambio, con los hombres libres delro, con sus fabulosos Hombres de la Luna.

    Esperaba cada noche verlos bajar por el

    ro. Los carpincheros aparecieron dos o tresveces ms en el curso de ese ao. A la luz de laluna, ms que el fulgor de las hogueras,cobraban su verdadera substancia mitolgica enel corazn de Margaret.

    Una noche desembarcaron en la arena,encendieron pequeas fogatas para asar suracin de pescado y despus de comer seentregaron a una extraa y rtmica danza, al sonde un instrumento parecido a un arco pequeo.Una de sus puntas penetraba en un porongopartido por la mitad y forrado en tirante cuerode carpincho. El tocador se pasaba la cuerda delarco por los dientes y le arrancaba un zumbidosordo y profundo como si a cada boqueadavomitara en la percusin el trueno acumuladoen su estmago. Tum-tu-tumTam-ta-tamTa-tamTu-tum..Ta-tam...Tam-ta-tam...

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    Arcadas de ritmo caliente en la cuerda delgualambau, en el tambor de porongo, en ladentadura del tocador. Sonaban sus costillas, supiel de cobre, su estmago de viento, elporongo parchado de cuero y temblor, con sututano de msica profunda parecida a la nochedel ro, que haca hamacar los pies chatos, los

    cuerpos de sombra en el humo blanco delarenal.Tum-tu-tumTam-ta-tam...Tu-tum...Ta-

    tam...Tu-tummmm.La respiracin de Margaret se

    acompasaba con el zumbido del gualambau. Se

    senta atada misteriosamente a ese latidocadencioso encajonado en las barrancas.Ces la msica. El hilvn negro de los

    cachiveos se puso en movimiento con susbotadores de largas tacuaras que parecan andarsobre el agua, que se ms queda, hastadesvanecerse en la tiniebla azul y rayada delucirnagas.

    Los esperaba siempre. Cada vez conimpaciencia ms desordenada. Siempre sabacundo iban a aparecer y se llenaba de unaextraa agitacin, antes de que el primer

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    cachiveo bordeara el recodo a lo lejos, en elhondo cauce del ro.

    Ah vienen! la vocecita de Margaretsurga rota por la emocin.

    El canturreo gangoso o el silencio de Ilsese interrumpan. Eugen se incorporabaasustado.

    Cmo lo sabes,Gretchen ? No s. Los siento venir. Son losHombres de la Luna de la Luna

    Era infalible. Un rato despus, loscachiveos pasaban peinando la caballera decometa verde del ro. El corazn le palpitaba

    fuertemente a Margaret. Sus ojitos encandiladosrodaban en las estelas de seda lquida hasta queel ltimo de los cachiveos desapareca en elotro recodo detrs del brillo espectral del bancode arena rodo por los pequeos crteres desombra.

    En esas noches, la pequea Margarethubiera querido quedarse en la barranca hasta elamanecer porque los sigilos vagabundos del ropodan volver a remontar la corriente encualquier momento.

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    No quiero ir a dormir no quieroentrar todava! No me gusta la casa blanca!Quiero quedarme aqu, aqu! gimoteaba.

    La ltima vez se aferr a loshierbajos de la barranca. Tuvieron literalmenteque arrancarla de all. Entonces Margaret sufriun feo ataque de nervios que la hizo llorar y

    retorcerse convulsivamente durante toda lanoche. Slo la claridad del alba la pudo calmar.Despus durmi casi veinticuatro horas con unsueo inerte, pesado.

    El espectculo de los carpincheros dijo Ilse a su marido est enfermo a Margaret.

    No saldremos ms a la barranca decidi l, sordamente preocupado. Ser mejor, Eugen convino Ilse.Margaret no volvi a ver a los Hombres

    de la Luna en los meses que siguieron. Unanoche los oy pasar en la garganta del ro. Yaestaba acostada en su catrecito. Llor en elsilencio, contenidamente. Tema que su llantola delatara. El ladrido de los perros se apag enla noche profunda, el tenue rumor de loscachiveos araados de olitas fosfricas.Margaret los tena delante de los ojos. Se cubrila cabeza con las cobijas. De pronto dej de

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    llorar y se sinti extraamente tranquila porqueen un esfuerzo de imaginacin se vio viajandocon los carpincheros, sentadita, inmvil, en unode los cachiveos. Se durmi pensando en ellosy so con ellos, con su vida nmada y bravadeslizndose sin trmino por callejones de aguaen la selva.

    Con el da su pena recomenz. Nada peorque la prohibicin de salir a la barranca podahaberle sucedido. Volvi a ser triste ysilenciosa. Andaba por la casa como unasombra, humillada y huraa. Lleg a detestar ensecreto todo lo que la rodeaba: el ingenio en

    que trabajaba su padre, el sitio sombro quehabitaban, la vivienda de paredes encaladas yruinosas, su pieza, cuya ventana daba hacia labarranca, pero a travs de la cual no podadivisar a sus deidades acuticas cuando ella solaescuchaba en la noche el roce de los cachiveossobre el ro.

    A pesar de todo, Margaret fue mejorandolentamente, hasta que ella misma crey quehaba olvidado a los Hombres de la Luna. Lacasa blanca pareci reflotar con la dicha plcidade sus tres moradores como un tmpano tibioen la noche del trpico.

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    Para celebrarlo, Eugen agreg otrotatuaje a los que ya tena en su pellejo de exmarino. En el los que ya tena en su pellejo deex marino. En el pecho, sobre el corazn, juntoa dos anclas en cruz, dibuj con tinta azul elrostro de Margaret. Sali bastante parecido.

    Ya no te podrs borrar de aqu,

    Gretchen. Tengo tu foto bajo la piel.Ella rea feliz y abrazaba cariosa al

    papito.

    As lleg otra vez la noche de San Juan.

    La noche de las fogatas sobre el agua.Eugen, Ilse y Margaret se hallabancenando en la cocina cuando los primerosislotes incandescentes empezaban a bajar por elro. El errabundo fulgor que suba de lagarganta rocosa les dor el rostro. Se miraronlos tres, serios, indeciso, reflexivos. Eugen porfin sonri y dijo:

    S, Gretchen . Esta noche iremos a labarranca a ver pasar las hogueras.

    En ese mismo momento lleg hasta ellosel aullido de un animal, mezclado al gritoangustioso de un hombre. El aullido salvaje

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    volvi a orse con un timbre metlicoindescriptible: se pareca al maullido de un gatorabioso, a una ua de acero rasgandosbitamente una hoja de vidrio.

    Salieron corriendo los tres hacia labarranca. Al resplandor de las fogatas vieronsobre el arenal a un carpinchero luchando

    contra un bulto alargado y flexible que dabasaltos prodigiosos como una bola de platapeluda disparada en el espiral a su alrededor.

    Es un tigre del agua! murmurEugen, horrorizado.

    Mein gott ! gimi Ilse.

    El carpinchero lanzaba desesperadosmachetazos a diestro y siniestro, pero el lobo-pe, rpido como luz, tornaba inofensivo elvuelo decapitador del machete.

    Los otros carpincheros estabandesembarcando ya tambin en el arenal, peroera evidente que no conseguiran llegar atiempo para acollar y liquidar entre todos a lafiera. Se oan las lamentaciones de las mujeres,los gritos de coraje de los hombres, el jadeanteladrar de los perros.

    El duelo tremendo dur poco, contadossegundos a lo ms. El carpinchero tena ya un

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    canal sangriento desde la nuez hasta la boca delestmago. El lobo-pe segua saltando a sualrededor con agilidad increble. Se vea sulustrosa pelambre manchada por la sangre delcarpinchero. Ahora era un bulto rojizo, un tiznalado de larga cola nebulosa, cimbrndose a unlado y otro en sus furiosas acometidas, tejiendo

    su danza mortal en torno al hombre oscuro. Unavez ms salt a su garganta y qued pegado asu pecho porque el cerrarse sobre lhundindole el machete en el lomo hasta elmango, de tal modo que la hoja debi hincarseen su pecho como un clavo que los funda a los

    dos. El grito de muerte del hombre y el alaridometlico de la fiera rayaron juntos al tmpanodel ro. Juntos empezaron a chorrear losborbotones de sus sangres. Por segundo ms, elcarpinchero y el lobo-pe quedaron erguidos enese extrao abrazo como si simplementehubieran estado acaricindose en una amistadprofunda, domstica, comprensiva. Luego sedesplomaron pesadamente, uno encima de otro,sobre la arena, entre los destellos oscilantes.Despus de algunos instantes el animal quedinerte. Los brazos y las piernas del hombre anse movan en un ansia crispada de vivir. Un

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    carpinchero desclav de un tirn al lobo-pe delpecho del hombre, lo degoll y arroj al ro confuria su cabeza de agudo hocico y atrocescolmillos. Los dems empezaron a rodear almoribundo.

    Ilse tena el rostro cubierto con lasmanos. El espanto estrangulaba sus gemidos.

    Eugen estaba rgido y plido con los puoshundidos en el vientre. Solo Margaret habacontemplado la lucha con expresin impasible yausente. Sus ojos secos y brillantes mirabanhacia abajo con absoluta fijeza en lainmovilidad de la inconsciencia o el vrtigo.

    Solamente el ritmo de su respiracin era msagitado. Por un misterioso pacto con lasdeidades del ro, el horror la haba respetado.En el talud calizo iluminado por las fogatas quebogaban a la deriva, ella misma era unapequea deidad casi incorprea, irreal.

    Los carpincheros parecan no saber quhacer. Algunos de ellos levantaron sus carashacia la casa de los Plexnies y la sealaron congestos y palabras ininteligibles. Era la nicavivienda en esos parajes desiertos. Deliberaron.Por fin se decidieron. Cargaron al herido y lopusieron en un cachiveo. Toda la flotilla cruz

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    el ro. Volvieron a desembarcar y treparon porla barranca.

    Margaret, inmvil, vea subir hacia ella,cada vez ms prximos, a los Hombres de laLuna. Vea subir sus rostros oscuros yaindiados. Los ojos chicos bajo el caballohirsuto y duro como crin negra. En cada ojo

    haba una hoguera chica. Venan subiendo lascaras angulosas con pmulos de piedra verde,los torsos cobrizos y sarmentosos, las manosinmensas, los pies crneos y chatos. En mediosuba el muerto que ya era de tierra. Detrssuban las mujeres harapientas, flacas y tetadas.

    Suban, trepaban, reptaban hacia arriba comosombras pegadas a la resplandeciente barranca.Con ellos suban las chispas de las fogatas,suban voces guturales, el llanto de iguanaherida de alguna mujer, suban ladridos de losque iban brotando los perros, suba un hedor deplantas acuticas, de pescados podridos, decatinga de carpincho, de sudor

    Suban, suban Vamos, Gretchen!Ilse la arrastr de las manos.Eugen trajo el farol de la cocina cuando

    los carpincheros llegaron a la casa. Sac al

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    corredor un catre de trama de cuero y ordencon gestos que lo pusieran en l. Despus salicorriendo hacia la enfermera para ver si anpoda traer algn auxilio a la vctima. Ya desdeel alambrado grit:

    Vuelvo enseguida, Ilse! Prepara aguacaliente y recipientes limpios!

    Ilse va a la cocina, mareada, asustada. Sele escucha manejarse a ciegas en la penumbraroja. Suenan cacharros sobre la hornalla.

    El destello humoso del farol arroja contralas paredes las sombras movedizas de loscarpincheros inmviles, silenciosos, hasta el

    llanto de iguana ha cesado. Se oye gotear lasangre en el suelo. A travs de los cuerposcoriceos, Margaret ve el pie enorme delcarpinchero tendido en el catre. Se acerca unpoco ms. Ahora ve el otro pie. Son como doschapas callosas, sin dedos casi, sin taln,cruzados por las hondas hendiduras de roldanaque el borde filoso del cachiveo ha cavado all en leguas y leguas, en aos y aos de unvagabundo destino por los callejones fluviales.Margaret piensa que esos pies ya no andarnsobre el agua y se llena de tristeza. Cierra losojos. Ve el ro cabrilleante, como tatuado de

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    lucirnagas. El olor almizclado, el recio aromamontaraz de los carpincheros ha henchido lacasa, lucha contra la tenebrosa presencia de lamuerte, alza en vilo el pequeo, el livianocorazn de Margaret. Lo aspira con ansias. Esel olor salvaje de la libertad y de la vida. De lamemoria de Margaret se estn borrando en este

    momento muchas cosas. Su voluntad seendurece en torno a un pensamiento fijo y tensoque siente crecer dentro de ella. Ese sentimientola empuja. Se acerca a un carpinchero alto yviejo, el ms viejo de todos, tal vez el jefe. Sumano se tiende hacia la gran mano oscura y

    queda asida a ella como una diminuta mariposablanca posada en una piedra del ro. Lashogueras siguen bajando sobre el agua. Lasangre gotea sobre el piso. Los carpincherosvan saliendo. Durante un momento sus piescallosos raspan la tierra del patio rumbo a labarranca con un rasguito de carapachosjvelocesy rtmicos. Se van alejando. Cesa el rumor.Vuelve a orse el desage del muerto solo,abandonado en el corredor. No hay nadie.

    Ilse sale de la cocina. El miedo, el pavor,el terror, la paralizan por un instante como unbao de cal viva que agrietada sus carnes y le

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    quema hasta la voz. Despus llama con un gritoblanco, desledo, que se estrella en vano contralas paredes blancas y agrietadas:

    Margaret,Gretchen !Corre hacia la barranca. El hilvn de los

    cachiveos est doblando el codo entre lasfogatas. Los destellos muestran todava por un

    momento, antes de perderse en las tinieblas, loscabellos de leche de Margaret. Va como unaluna chica en uno de los cachiveos negros.

    Gretchen ,mein herzchen !Ilse vuelve corriendo a la casa. Un resto

    de instintiva esperanza la arrastra. Tal vez; tal

    vez no se ha ido. Gretchen, Gretchen! su gritagrio y seco tiene ya la desmemoriadainsistencia de la locura.

    Llega en el momento en que elcarpinchero muerto se levanta de catreconvertido en un mulato gigantesco. La oye rery llorar. Lo ve andar como un ciego,golpendose contra las paredes. Busca unasalida. No la encuentra. La muerte tal vez loacorrala tapia. Suena su risa. Suenan sus huesoscontra la tapia. Suena su llanto quejumbroso.

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    En el tambor de porongo el redoblertmico y sordo se va apagando poco a poco, sevan haciendo cada vez ms lento y tenue, lentoy tenue. El ltimo se oye apenas como una gotade sangre cayendo sobre el suelo.

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    completamente desnudo. Sucio de lodo seco, sucolor era indefinible. Pero no demostraba sentirfro ni calor. Tampoco el miedo, el hambre o lased que sufren los nios despus de haberandado mucho. Sobre todo cuando llegan a unlugar desconocido. Y se era un lugar bienextrao. Uno de esos lugares que dan la

    impresin de haberse llevado su lugar a otrolugar dejando otro falso en su lugar.De tanto en tanto, el nio se detena a

    escuchar. Pero no oa gritos de pastores nibalidos de corderos, ovejas o cabras. Menos anel piar de pjaros. Ninguna voz humana o

    animal, ni siquiera el siseo de los insectos.Salvo que la niebla tambin le hubiese taponadolos odos. Se escarb las orejas con losmeiques mientras continuaba bajando entre loszarzales, las rocas y los escombrosennegrecidos de muralla. Se frot los prpadoscubiertos por el holln blancuzco y trat deorientarse en direccin a la torre de la iglesiaque a lo lejos descabezada.

    Entr en la ciudad por el lado en que laniebla era menos espesa. Y entonces descubrique la ciudad era muy antigua, de callejuelas

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    estrechas y edificios vetustos que se caan apedazos.

    No vio a nadie. Nadie sali a suencuentro. El nio sinti otra vez all, con msfuerza, que en esa niebla quieta y cenicientaestaban mezclados el da y la noche. Los ojosdel nio eran muy vivos y expresivos. Dejaban

    transparentar sus pensamientos. Lo mismo esamanera muy especial que tena de arrugar lanariz como los cervatillos jvenes. Cogi unpuado de niebla y la estruj a la altura de losojos. Algo chispe dbilmente entre sus dedos.Iba a continuar su camino cuando sinti que

    algo le coga de un brazo. Se estremeci unpoco bajo la presin de los dedos largos yflacos, y un poco ms cuando oy a susespaldas una voz cascada que le preguntaba:

    Quin eres? De dnde vienes?El nio gir y vio a una mujer

    horriblemente vieja, doblada por la mitad yapoyada en un bastn. De su cuerpo slocolgaban arrugas y harapos. Acerc an ms sucara esqueltica a la del nio como espindole yhusmendole con una incontenible ansiedad.

    De dnde vienes? volvi apreguntar Cmo te llamas?

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    El nio no contest. Tampoco hizo algnintento de huir. Mir a la anciana. No pudoverle los ojos hundidos entre las arrugas. De suboca no sali ningn sonido, pero algo en lque no era voz, ni gesto, ni ninguna especie delenguaje conocido, pareci responder a laanciana, imperceptiblemente.

    Hablas como los ventrlocuosdijo la vieja con acritud. As que no eres nadiepuesto que no tienes nombre. Te llamarentonces den Nadie. Te parece bien?

    El nio volvi a encogerse de hombros.O mejor, don Nada. Eh? El gallardo

    caballero don Nada! Al fin y al cabo, desde quepas aquello, en este pas los nios no fueronnunca ms nadie ni nada. De seguro t eres unode su descendencia. Hablas como dicen queaquellos nios hablaban en el vientre de susmadres. De seguro alguna mujer, grvida dealguno de tus antepasados, huy de esta ciudadcuando reinaron el odio y el terror. Huy, comomuchas, para que su hijo naciera en tierras depaz. Hubo barcos repletos de gente, de mujeresencintas. Barcos a la deriva por el mar tratabande escapar del terror. Has vuelto en busca de latierra natal de tus abuelos?

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    El nio movi negativamente la cabeza.La vieja le pas la mano por la cara.

    Es cierto. No te cuelga de la nariz laargolla de los hijos de los esclavos. Y tuscabellos son finos como las barbas del choclo.

    Siguieron andando por una callejuela. Elnio entrevi algunas sombras en el destruido

    interior de los edificios. Tendi la mano haciaellos. Esa gente? dijo la anciana. Quedan

    pocos ya. Slo esperan morirse del todo.La vieja centenaria, encorvada hacia el

    suelo, llegaba apenas a la altura del nio. Sin

    soltarle el brazo caminaba ms rpida que l.Lo arrastraba casi. Ligera, sin peso, tambinella pareca flotar en la niebla. Desembocaronen una ancha plaza rodeada de escalinatas ycolumnas de mrmol rotas, semejante a uninmenso anfiteatro.

    Pues s, mi pequeo y silencioso Nadacontinu diciendo la anciana. Hace mucho,muchsimo tiempo, un tiempo del cual no seacuerdan ya ni las estrellas, ste fue un pasrico. El ms poderoso del mundo. Era el centrodel mundo puesto que dominaba todo el mundoy los reyes de todo el mundo venan en

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    caravanas de elefantes y camellos a rendirhonores y vasallaje a nuestro emperador.Llegaban todos los aos al comienzo de laprimavera, aunque aqu todo el tiempo eraprimavera. Venan a pagarle tributos en oro, enpiedras y metales preciosos, en las especies msafamadas y raras de sus respectivos pases. El

    emperador se sentaba en una balanza de oro quetena la forma de un trono. En el otro plato, queera como un ala inmensa del trono, los esclavosvolcaban de los cofres de sndalo las materiaspreciosas hasta que las agujas del fiel hacansonar una campana marcando el peso justo, que

    era el doble del peso del emperador. As seacumularon aqu todas las riquezas deluniverso. Ah, este pas era el Cuerno de laAbundancia! Ms rico que Jauja. La Isla delTesoro con la que soaban los nios y lospiratas de lejanos pases y mares. El Pas de lasMaravillas con espejos de doble fondo y todo lodems. Haba regiones pobladas por enanos deltamao de un pulgar y por gigantes de talla diezveces ms altas que los ms altos pinos ycedros. Haba jardines, lagos, florestas, bosquesy prados naturales llenos de mariposas queparecan pedazos del espejo roto del arcoiris

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    despus de las lluvias. Haba tambin aves devoz humana y plumaje resplandeciente. El solbrillaba todo el da hasta la medianoche. Perodesde la medianoche comenzaba a brillar denuevo el alba. De modo que nunca habaoscuridad. Se viva como en una perpetuaaurora boreal. As el sol no se pona nunca en

    los dominios de nuestro emperador, decan loscronistas aduladores, aun cuando eso fueraverdad. Por lo que en todo el mundo erallamado el Rey Sol. Pero eso era antes. Despuscreci el desierto por todas partes.

    El nio se haba adelantado un poco sin

    hacer mucho caso de los graznidos de la vieja.Iba entretenindose con el chispear de la niebla,que frotaba entre los dedos. Se pasaba luego lasmanos por la cara, por los largos cabellos, porel lodo seco que cubra su piel. Todo lcomenzaba a brillar como una esculturaencendida por dentro.

    La anciana le alcanz correteando en trespatas con saltitos de avefra.

    Espera!... dijo la anciana tosiendosofocada. No te apures. T vienes del futuro.Por lo menos tienes el futuro por delante. Debesver y saber cmo fue todo esto en el pasado

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    para que lo malo no se repita y lo bueno seadoblemente bueno. No tienes todavamemoria y la ma no va a tardar en morirconmigo. Estas historias verdaderas no figuransino con alusiones indirectas en los librossagrados de la humanidad que son libros queescriben los pueblos. Pero tampoco aparecen en

    toda la novelera que los particularesescribieron despus. Una especie de vergenzay de horror pesa sobre estos hechos. Bahcomo si no se repitieran todos los das y entodas partes!

    El nio se detuvo contemplando las

    ruinas de lo que debi ser el palacio real situadoen la parte ms alta de la ciudad. Se volvihacia la anciana.

    S respondi la anciana. All vivi elemperador. No tena esposa ni hijos. Y lmismo era el ltimo de una larga dinasta dereyes que haba construido el imperio enguerras de conquista que duraron mil aos.Siempre adusto y solitario, en medio de lamuchedumbre de chambelanes, generales,funcionarios y servidores, el emperador pasabasin verlos. No hablaba con nadie. A nadiediriga la palabra, salvo para dar rdenes que

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    deban ser cumplidas en el acto. Y guay! delque no las entendiera o las desobedeciera.Tambin en el acto era decapitado. Por lo quenuestro Rey Sol era muy temido. No slo en laCorte, por la muchedumbre de chambelanes,generales, funcionarios y servidores quegiraban como oscuros planetas en torno al

    imperio del Rey Sol.Nuestro emperador no se satisfaca connada. Era terriblemente ambicioso y cruel. Lossbditos murmuraban que l deslumbraba porfuera como verdadero Rey Sol, pero quellevaba por dentro la oscuridad. Y eso tambin

    era verdad. Un secreto pblico que nadie seanimaba a comentar en voz alta. El miedotapiaba las bocas y pona a oscuras las cabezas.

    No se saba nunca qu es lo que pensabay hara el emperador cuando estaba silencioso yrgido como una momia. Al instante siguientecaa como el rayo, lo mismo sobre una moscaque sobre un ejrcito o un reino.

    El Rey Sol era toda la luz del imperio. Yla luz, t sabes, hace ver las cosas pero esinvisible ella misma. Nadie puede alegar que havisto la luz. Nadie tampoco ha podido ver elcolor de la oscuridad al destello de una vela. En

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    realidad de verdad, nadie vio al emperadorantes ni despus de muerto. Tena varios sosasy eran stos los que aparecan en los actosoficiales mientras l permaneca oculto en sucmara observando a travs de un ojotelescpico todo lo que pasaba en el exterior.Hubo varios atentados. El emperador caa

    apualado o acribillado por las balas. Al dasiguiente, sin huellas de heridas, apareca denuevo en el trono. Esto aument su terribleautoridad. Cobr fama de inmortal.

    La vieja se pos sobre una piedra ycuando ya pareca haberlo dicho todo, continu:

    Los servicios de espionaje del emperador leinformaron que el principito de un reino lejanose haba rebelado contra el regente, su to. Estehaba asesinado al rey, su padre, y habausurpado el trono. El principito no tendra msedad que la tuya, pero era muy decidido yvaliente. Amaba tiernamente a su padre. Nadale consolaba de su muerte. Agravaba sobre todosu congoja el hecho de que su propia madre,seducida por el asesino y usurpador, se le unieraen nupcias poco despus de los funerales.

    El fantasma de su padre se le aparecivarias veces revelndole cmo su hermano le

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    haba dado muerte mientras dorma vertiendobeleo en sus odos. El fantasma le incit yconvoc a la venganza. El prncipe no dudms. Se puso a la cabeza de la insurreccin.Destron al usurpador y le conden a muerte.El pueblo declar al principito hroe nacional yle reconoci como a su profeta.

    Al saber esto, nuestro emperador enviun ejrcito al mando de sus mejores generalescontra el reino convulsionado. Comisiontambin a uno de sus chambelanes para quetomara posesin del pas como virrey. Llevabardenes perentorias de ejecutar al prncipe

    rebelde apenas cayera prisionero. Tema queestos disturbios sirvieran de peligroso ejemplopara el resto del vasto imperio. El ejrcitoinvasor aplast la rebelin, pero no pudocapturar al principito. El pueblo le escondi yprotegi, y ni las persecuciones ni las torturascolectivas ms atroces lograron revelar suparadero.

    Ciego de clera, el emperador ordenentonces que todas las criaturas del reino fueranpasadas a degello. Desde los recin nacidoshasta los que tuvieran diez aos, la edad del

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    prncipe. Acaso la tuya tambin en estemomento...

    La anciana se detuvo con la cabeza cadasobre el pecho.

    Por primera vez inquieto, comocontagiado por la ansiedad de la anciana, elnio estaba pendiente de ella. Tras un largo

    suspiro, el graznido de pronto humanizadorecomenz: La horrorosa masacre no sirvi sinopara desatar ms guerras y rebeliones quedestruyeron la unidad del imperio y sevolvieron contra el imperio mismo.

    La sombra del pequeo prncipe comenz

    a aparecer en todas partes formando su leyenda.El emperador orden nuevos degellos de niosen los pases sediciosos ms activos y ofreciuna cuantiosa recompensa por la captura delprncipe guerrero y profeta. Uno de sus msprximos lugartenientes cedi a la tentacin.Traicion y entreg al prncipe. Le crucificarony, por orden del emperador, la cruz y lapequea vctima fueron paseadas por todo elimperio en medio de triunfales festejos. Luegola cruz fue izada en mitad de ese anfiteatro. All qued hasta que los cuervos acabaron endevorar el pequeo cuerpo. Tal fue la cantidad

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    de cuervos, mi Dios, que vinieron a cebarse enl! Durante tres das ennegrecieron el cielo.Desde entonces no volvi a salir el sol.

    El pequeo prncipe es inmenso como unDios, empez a decir la gente alzando los ojoshacia el cielo enlutado. Vivo, decan, llen todala tierra. Muerto, no cabe en el cielo.

    En cierto modo y por figura de la mente,tambin eso era verdad. El emperador duplicsu guardia pretoriana. Mand construir murallasen torno a la capital del imperio y otro muro depiedra de cien codos de espesor y diez de alturaalrededor del palacio real.

    Por un tiempo apreci que las rebelioneshaban sido conjuradas. Y aunque el sol novolvi a iluminar el pas, la paz volvi a reinaren l. Una paz pesada y oscura como si la nubede cuervos no se hubiera retirado an de lo alto.

    Pero entonces ocurri aquello.El nio miraba fijamente a la

    anciana. Todo su cuerpo arda en una pregunta. S Aquello fue peor que todas las

    desgracias juntas- balbuce la anciana.Ocurri que los nios del pas se negaron

    a nacerEl nio arrug incrdulo el ceo.

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    Cmo que por qu?... Pues porque losnios por nacer decretaron una huelga denacimientos. As de simple fue aquello!

    Simple y extrao. Tambin, si se quiere,lo ms natural del mundo. Despus de todo loque haba pasado. Esa nueva espacie derebelin enfrentaba el terror del modo ms

    imprevisto e increble. No era que los fetos sehubieran vuelto locos de repente o ms sabiosque los doctores del templo. Era como si losnios reflexionaran en el vientre de sus madres:Ya que la vida es peor que la muerte, a quvamos a nacer? O que nos dejen vivir para que

    nos regordeemos desde el primer parpadeo conel espectculo de matanzas, de horrores, demiserias sin fin, de la infinita estupidez ycrueldad del hombre?.

    Una parturienta oy, en sueos, que suhijo clamaba entre vagidos terribles: Si existeel infierno el infierno esta all al salir!....Y al despertarse, la parturienta no encontr lamenor huella de su gravidez, ni el embrinhablador.

    La vieja estaba ya al lmite de susfuerzas. Haba empequeecido mucho pues

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    toda ella estaba encogida sobre s misma enposicin fetal en el hoyo de la piedra.

    Claro murmuraciones de la gente - jade de nuevo la anciana-. A quin se leocurre que los nonatos iban a reflexionar y aquejarse de su suerte que ni siquiera habacomenzado an!

    Lo cierto es que la huelga de nacimientosse propag. No nacan ms nios. En ningunaparte, las mujeres encintas vean combarse ycrecer sus vientres durante nueve lunas. Pero alllegar a los nueve meses de gravidez, el globomaternal se desinflaba. Las caderas y los

    vientres volvan a quedar planos como antes.Los senos henchidos que ningn cro iba achupar hasta hartarse, goteaban intilmente supreciosa leche irrepetible Los Croshuelguistas se haban mandado mudar al otrolimbo, se que dicen que existe entre elpurgatorio y el infierno. O tal vez al Pas-del-Nunca-Jams. Las madres quedaban frustradaspara siempre. Y los hombres andaban con lacabeza gacha buscando por el suelo la dignidadque se les haba perdido.

    Lo extrao fue tambin que el emperadorno vea con malos ojos la creciente huelga de

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    nacimientos. Los portavoces oficialescelebraban el fenmeno natural. Trataban deexplicar al pueblo que haba venido a dar raznal emperador y a culminar su obra de salvacinpblica extirpando de raz el mal en esos niosque se convertan en rebeldes, regicidas,revolucionarios y delincuentes comunes a tan

    temprana edad. En vista de que la natalidad yano produca el menor gasto al fisco, elemperador duplic las pensiones y los serviciosde salud pblica a favor de la ancianidad.

    El pas se fue llenando de ancianos.Envejecamos doblemente porque nos veamos

    envejecer los unos en los otros. Y nada es mstriste y tenebroso que el mundo de los viejos,llenos de pavor ante la muerte. Como si lamuerte doliera y el cuerpo siguiera doliendodespus de la muerte en casa partcula de huesoo de ceniza. Y ya se quejaban a gritos de esamuerte despus de la muerte, ms dolorosa quela vida y que no acabara de morir del todo.

    Esto no impeda sino que estimulaba lasmalas indicaciones de los viejos. Viejecitospcaros y astutos en su mayor parte. Oliendo aorines y rechinando su reumatismo se pasabantodo el santo da en el mercado negro traficando

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    sus pensiones. Lo que cre la industria de lasdobles o triples actas falsas de defuncin. Y elltimo que qued, que sera el verdaderoemperador, mostr por fin una escamosa carade serpiente.

    De aquella antigua gente slosobrevivimos siete. Yo, la tataranieta de un

    esclavo del emperador, mandado degollar porporque logr hacerme escapar de la degollacinde los inocentes, soy las ms joven de los sietey ya no me acuerdo de mi edad.

    Ha sonado para nosotros tambin la horade los plazos mortales. Has venido a recoger

    nuestro ltimo suspiro. Muero feliz, mi queridoNada, porque he podido la historia de nuestropueblo. Vosotros haris la historia del futuro.

    El nio arrug otra vez la nariz.Vosotros porque seris dos. Ya

    pronto lo sabrs. Pero antes, un ltimo pedido.Cuando ya haya muerto, djame en este hoyo.Ponme una piedra encima y no te ocupes msde m. Sube luego hacia el lado norte de lacolina. Encontrars ah el Primer Jardn que eldesierto guard por mil aos. Alguien te estesperando all, al pie del llamado rbol delBien y del Mal. No es ms que un vulgar

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    manzano pero es fama que sus frutos alimentanla verdad y la vida. All la encontrars a ella.A quin? Ya lo sabrs

    En el mismo momento en que t,silencioso Nada, bajabas a la ciudad, un niallamada Ave, vena a tu encuentro del otro ladode la ciudad o del mundo. Lo mismo da. Se

    recordarn y reconocern. Movern de nuevo larueda del mundo. Pero antes debe matar a laserpiente que tiene siete lenguas y sietecolmillos llenos de ponzoa. Y acurdate seel pez por la boca muere, la serpiente por laboca mata

    La viejecita desapareci en el hoyo. Elnio hizo con pena lo que ella le habaordenado. Corri una piedra y lo tap. Quedun rato en silencio. Luego subi corriendo lacolina que pareca un bello seno redondo bajoel sol que comenzaba de nuevo a brillar. Lanaturaleza entera participaba en la renovacinde las plantas, de los animales, de los jardines.El desierto cedi paso tambin a los antiguoslagos y florestas, a los bosques y prados. Nubesde mariposas venan a devolver los pedazosrotos del arco iris y lo armaron y dejaron intactodel otro lado de las lluvias.

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    El nio Nada y la nia Ave seencontraron bajo el manzano. El nico vestigiode la poca oscura era esa serpiente viciosa quereptaba hacia ellos. De un salto. Nada lemachac la cabeza con una piedra grande. Sufuria sonriente no ces hasta que la hizo papilla.

    Ave, subida en el rbol, arrancaba una

    manzana. Nada trep gilmente hacia ella. Sedijeron sus nombres mientras mordan ensabrosos fruto y encontraron que los nombresde cada uno, a la inversa, eran sus verdaderosnombres. Los nombres que el espejo de laniebla haba mantenido ocultos del revs haca

    tanto tiempo.Rieron de alegra. Se tomaron las manosy sintieron de pronto que todo lo que manchabade misterioso y maldito ese lugar habadesaparecido bajo el resplandor de ese sol quesiempre da una segunda oportunidad a los quese aman sobre la tierra.

    De tan vivos y ardientes, los rayos del solocultaron en una oscuridad visible a los nios,en medio del follaje.

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    Cuando un pjaroentierra sus plumas

    Ay muerte, por qu no me llevas! sequejaba ta Jobiana, mi madrina, mientras pona

    sus ollitas de barro al sereno, las noches en queel arco de la luna nueva apuntaba hacia el cerro.Su voz llega hasta m, borrosa al

    comienzo; hace salir poco a poco su figura de ladesmemoria. Siento que voy a poder tocarla conlas manos, acurrucarme de nuevo contra sus

    rodillas callosas de tanto hincarse para rezar. Laoigo murmurar las cosas que sabe, que ella haolvidado que sabe. Y si vuelco la cabeza haciaarriba la veo amodorrarse en esas palabras quesalen de ella, que le vienen de cualquier parte yque, apenas dichas, vuelven a caer para adentroo se pagan en un soplo asmtico.

    Por qu sufre tanto? le pregunto,rascndome la nuca contra el espoln de surodilla.

    Sin orme murmurar: Mis gemidos sonmi pan. Es lo que dice siempre; pero se lo dice

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    as misma como si la repeticin de estaspalabras la tranquilizara.

    Entonces vive bien alimentada agarroy le digo faltndole adrede al respecto a ver sise enoja y vuelve al mundo de los vivos. Perotampoco me escucha. Sigue desahogndose asolas, entre el humo del farol que apenas da luz

    y el zumbar de los mosquitos. Todo lo quetemo me sucede susurra. Y mi dolor no secalma por ms que hable, ni tampoco me dejarsi callo Su voz queda a medio camino entrela oscuridad casi blanca de luna y la negrura desu boca desdentada, entre el silencio y la

    palabra. Se ha hincado otra vez. Entonces sque est rezando a ese Diosno sabido ms quepor ella, ese Dios de sus llagas. A rato seenoja con l y de repente le alza la voz como aun su igual hasta hacerle bajar la cabeza. Pobremi madrina! En mis das vivo trato de misaos, la oigo farfullar, arrancndose amanotones los mosquitos de la cara. Msclaramente la escucho cuando froto con losdedos, bajo la camisa, la bolsita del amuletoque ella misma me colg al cuello durante lapeste. Como si no hubiera pasado el tiemposobre este cuerpo mo baldado hasta la mitad.

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    No sufra ms le digo ayudndola aponerse de pie, a sentarse en la mecedora. Leacuno despacio para calmarla. Usted cura a losotros. Por qu no se cura usted misma o dejaque los otros se mueran tambin?

    Porque hasta el morir todo es vivir,Juan de Dios susurra entre los quejidos del

    mimbre, que han reemplazado a los suyos,mientras la hamaco. Y hay que aguantar. Hayque tener esperanza. Voluntad es vida y muertees enojo agrega con una voz que no es la suya.

    Pero usted quiere morirse le zumbomuy cerca de la oreja.

    Porque la muerte es buena cuando lavida claramente es mala refranea sin muchoconvencimiento. Se ha quedado escuchando lanoche, pensando de seguro en las cosas quenunca tuvo, que tampoco ella entiende.

    El pelo blanco, un hervor de lecheenmarcndole la cara huesuda y cobriza;hediendo un poco a los humores de su cuerpo, asus cocimientos de hierbas. Con un gesto mepide su libro destripado que echa su fleco depginas pegadas y zurcidas y hasta hojas decuaderno garrapateadas con recetas y oraciones.Todo es yuyo opilativo, suele decir; la cosa es

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    saber el punto. Aunque cada vez sabe menos ylas manos ya no responden a la memoria de lacostumbre. Le arrimo el lampin humoso, losanteojos remendados con alambre. Pero ella yano lee; todo se le va en tocar el libro, sobarlodespacio por los bordes, olerlo un poco ytenerlo en regazo.

    Esa es la verdad dice entre dosburbujitas desuspiro.

    Qu es la verdad, manaJobina?

    La verdad es verde, muchacho.

    Ya va a madurarpara usted tambin. No se apure. Todava no lehan crecido las plumas.

    Pero si usted misma quieremorirse, la esperanza

    para qu sirve? Retrese a dormir! No sea

    cargoso. Maana es elDa de la Virgen. Vaya a cazar ese colibr nosseala en el vientre de nuestra madre parafuturos dirigentes de los hombres.

    Usted dice para presidente de laRepblica, por ejemplo?

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    Eso es muy poco todava, eso no quieredecir nada

    Suelto la mecedora y la figura de mimadrina se inmoviliza otra vez, se desdibujacomo si reculara y se alejara. Piensa en esosmellizos de la Benicia Ortigoza que la semanapasada han nacido viejos, como si al parirlos la

    madre no ms tuvieran de golpe como ochentaaos cada uno. Y eso que la duea de la fondaya tiene sus buenos aos para estos trotes. Le hepreguntado a mi hermana Dilara si la viejaOrtigoza no sera como esa anciana doncellaque existi en los comienzos del mundo, como

    cuenta madrina, y que anduvo gruesa de suhijo durante setenta y dos aos cabales. Dilarano me quiere contestar, no le gusta meterse enestas habladuras, porque ella tambin tiene suscosas con el comisario. Pero la historia quesuele contar madrina debe ser cierta. Si hasta laha tocado atender un caso parecido, aunque seme frunce que la Benicia no se ha de parecer ennada a esa anciana doncella del cuento demadrina, llamadaYu-Yu. Pienso en la pacienciade esa virgen pasita-de-uva que a la edad deciento setenta y un aos se sent un da a lasombra de un guayabo contemplando fijamente

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    el sol del medioda. Lo estuvo mirando todo eltiempo hasta que le trag como un huevo deperdiz de muchos colores. Despus se abri unagujero en el sobaco y por ah sac al nio desetenta y dos aos, que empez a decir cosasque nadie entenda y a quien le pusieron, dicemi madrina, el nombre de Ladislao , quiere

    decir Orejas-largas , porque escuchaba y sabatodo lo que pasaba en el mundo.Madrina ayud a la vieja Ortigoza a

    desobligarse de sus hijos viejitos. Y desdeentonces, algo la ha puesto del revs, andacomo coida por los remordimientos, y ya no va

    a la fonda. Me manda a m a llevar los remediosde yuyos a la Benicia Ortigoza. Mi padre, quees muy mal hablado, se burla de la duea de lafonda. Dice palabrotas todo el tiempo y se enojacontra los mellizos. Mientras serrucha lospedazos de res en la carnicera, grita que se vana morir el da menos pensado y que eso va a serlos mejor para ellos, para todos. Que demonstruos y tarados ya est lleno el pueblo y sime apuran, dice, todo el pas. Aunque losmellizos no hablan y no parece que vayan ahablar nunca. O si hablan, ellos dos solitos se

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    entienden en una lengua desconocida, congruidos parecidos a los de la comadreja.

    Por qu los ayud a nacer? Mndame a mudar! me reta mi

    madrina y se agacha gimiendo para tirarmeuna de sus alpargatas.

    Doy un salto y disparo. Detrs de un

    limonero la amenazo todava:Hgame el relique! Si me miente, ustedno se va morir nunca.Me escapo hacia la plaza, colndome

    entre el gento para ver esos aeroplanos que elfranchute hace volar sobre lienzo puesto contra

    la pared de la Municipalidad. No hay ms queese chorro de luz blanca que sale del ojo delaparato en la oscuridad. Un montn de letras,primero, que nadie lee porque pasan muyrpido. Luego, como si se atravesaran la pared,aparecen sobre la sbana los aeroplanos y deellos saltan en bandadas los hombres. Planeanpor el aire bajo unas inmensas sobrillas que sevan abriendo por el cielo como hongostransparentes. No se oye el roncar de losaeroplanos; nicamente el ruidito de la mquinaa manivela demosi Pernet; un chirrido que seesparce sobre el silencio de este mismo gento

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    que habr maana en la procesin y que ahora,en la noche, contempla boquiabierto a esoshombre-pjaros, antes de que la oscuridad losvuelva a tragar. En este momento nadie piensaen las habladuras que corren por el pueblo deque el franchute es el padre de los mellicitosancianos. Ni los ms chismosos, seguro. Todo

    es contemplar a esos hombres que parecen devidrio planeando entre las nubes. Podemos volar como ellos digopor lo bajo a Pedro de Mendoza. Ya se te subi otra vez la lombriza la cabeza se burla el Primer

    Adelantado. Yo s como hacer bravuconeoun poco mirndolo de reojo.

    Entonces me acuerdo que a la maanasiguiente cazamos el colibr, no con la cimbrade hojas de palma bendita que me entreg mimadrina, sino con un bodoque de mi hondita.El corazn del colibr late 615 veces porminuto, dijo Atilano, remedando al maestro.

    Este est muerto dijo Malvita,mientras apretaba

    contra el odo el pjaro-mosca en cuyo pico deambar brillaba una gota de sangre.

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    Mi madrina me lo sac de la mano,Lo calent un

    momento entre las suyas. Con los ojos cerradossopl en el piquito amarillo y tambin por elotro lado entre los pulmones. El colibr salivolando. Dio algunas volteretas, mareado,como para afirmarse en el aire. Se inclin una o

    dos veces como despidindose, y se perdientre los reflejos.Despus esa tarde lejana que est

    antes de la peste y eldiluvio. Mucho antes de xodo. Como uncuervo cachorro me hamacaba en el cielo,

    prendido a las varillas atadas en cruz quesostenan la sbana embolsada por el viento. Te vas a matar! grito Juan deGaray apuntndome con la lanza. Recuerdos al colibr! gritMalvita que con sus ojos verde meayudaba a volar. Memorias a nuestro catlico reyDon Fernando! grito Juan deSalazar y Espinoza, el hijo delpeluquero, como si me despidiesenpara siempre de la ProvinciaGigantes de las Indias.

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    Adnde es el entierro? gritolvar Nez Cabeza de Vaca. Adis! grit mascando elviento y mi susto. Hasta la otravida!Haba cerrado los ojos al saltar

    desde la punta del cerro. Poco a poco

    senta que iba siendo otro. Mipensamiento de chico se fue cambiandoen el pensamiento de un pjaro. Millonesde burbujas hinchadas de luz, de calor,millones de aos hinchados de oscuridad,suban a mi encuentro rfaga que hacan

    temblar el aire cargado de sol.Borronearon la cumbre, las figuras demis compaeras. Soy un buitreblanco!, grazn roncamente, y el picome chispe al viento. Desde lejos, cadavez ms, me seguan llegando los gritosde Malvita y los otros, hasta que tambinfueron gritos de pjaros.

    Me hamacaba en el cielo clavandomis ojos de buitre como una aguja enmitad de la cabeza de los animales. Losvea caer de rodillas uno a uno y

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    enseguida les empezaba a blanquear laosamenta.

    Lo nico que, de tanto en tanto,suba hasta m la voz de madrina. Lasenta andar entre plumas como el picorde las pulgas que hasta en los buitresdeben sentar sus reales. Bajo la sbana

    inflada de viento y de sol, volva a ser denoche; esas noches en quemana Jobianame contaba cuentos. Los de Las Mil yuna Noches y tambin historias conbrujas, enanos, sapos tan grandes comobueyes y animales alados. una vez un

    caminante acorralado por el miedo seescondi en un pozo y se colg de unarama. Pero de repente vio que debajo del haba una gran vbora-perro queechaba fuego por los ojos, y otra ms, yotra ms y otra ms El caminante mirhacia arriba y vio que dos ratones, unoblanco y otro negro, coman al apuro ycon un hambre ms grande que el mundola ramita de la que l estaba colgado.Pero entonces, al volver la cabeza condesesperacin buscando una salida, slovio colgada de otra rama una colmena

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    que casi le tocaba la cabeza. Se puso alamer la miel y s e olvid de los ratonesque roan la rama y de los cuatrodragones que esperaban abajo con lasbocas dientudas y llameantes

    Soy un buitre blanco!, gritborrando la voz de madrina, soplando esa

    pulga que se me haba pegado al miedoentre las plumas y que me chupaba lasangre justo del lado del corazn. Abr denuevo los ojos. A mis pies daba vueltaslentamente un pueblo desconocido. Loreconoc a puchitos. Entonces vi

    arrastrarse el culebrn del gento tras lasandas de la Inmaculada Concepcin delos Sietes Caballeros del Valle-Grande.Busqu con los ojos el camino real.Sobre esa raya de tierra colorada querajaba el valle, envuelto en una nube depolvo, el carruaje de don NatalicioMiranda, no ms grande que la frutitanegra del pachol. Desde adentro, MaraMatutina, la mano sobre la boca, meestara viendo volar. Ahora ella era quienpadeca por m, y no yo que, escondidoentre los pajonales, esperaba el paso del

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    carruaje de regreso a la estancia. Yosacaba pecho en el aire. La humaredaazulada del horizonte, aplastada contra lalejana. Era mo todo el mundo!

    Pero lo que vea subir en estemomento como bala era el pozo de lasalamanca hacia donde me estaba

    llevando el viento con el capricho de unamula tuerta. El mismo lugar en quetreinta aos ms tarde van a blanquear loshuesos de Atilano y sus compaerosacorralados por los regulares, alcomienzo mismo de las guerrillas. Sent

    que el miedo me ablandaba de golpe lasuas agarrotadas a las tacuaras. Meachiqu en una burbuja, la ms pequeade esos millones de burbujas que mechupan hacia abajo. Ya no quise ser msque el agujero de la nada. Salt haciaatrs, hacia arriba, hacia los recuerdos,hacia lo que estaba antes de losrecuerdos. Y la memoria slo mepermiti gritarSocorro! , aferrndose alamuleto que no tena, al corazn delcolibr que se haba volado esa maana.

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    Me respondi el ruido de las caasquebrndose como tiros contra laspiedras del precipicio. La sbana me tapla cara.

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    Nio-Azot

    Los dientes apretados dejangorgotear apenas el canto montono, menos

    parecido a un villancico que a rezo salmodiadoen velorio de angelito. Bajo el sol de mediatarde que lo achicharra todo hasta ese clamoreodel canto bilinge arrastrndose no se sabe si enuna procesin o en un entierro, el gento semueve lentamente en la ancha plazoleta donde

    antes slo debi reinar la selva impenetrable.Los pies descalzos levantan el polvo, pero sedira que no avanzan, que slo marcaran el pasoen esa marcha detenida, simulada orepresentada, ante la inminencia de algo que vaa suceder o que ya ha sucedido hace muchotiempo. En el centro del rtmico balanceo ha deestar la imagen del Nio o el pequeo atad,oculto por el palio de hojas de pind que laramazn de brazos tiende sobre l, no tanto pararesguardarlo de la resolana como de esaamenaza que flota en el aire caliente, mientras

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    las bocas muerden para adentro la nanaquejumbrosa:

    Sobre un hermoso arenalde sol y luna doradodicen que en tiempo pasadolloraba el Nio Jess

    O o yek raka`Lloraba el Nio-Azote

    A la sombra perfumadade tres matas de pind,en una sillita de oro

    dicen que el Nio durmiO O

    Entonces revientan los alaridos quellegan de las cuatro esquinas de la plaza yatropellan por entre los ranchos de adobe, comoantes por entre los rboles, y se cierran en unturbin de cascos y relinchos sobre laprocesin.

    O o!... Los indos!... Los indios!

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    Destripado por el vapor, el hormiguero

    del gento dispersa en todas direcciones,perseguido por los jinetes que blanden lanzas yvergajos, golpendose las bocas y ululando asaqueo y degello, a sangre, a muerte. Loscaballos saltan por encima de las vctimas,

    quietas, que tienen hundidas las caras en latierra. Del reguero de la fuga slo ha quedadoen la plaza, en medio de las palmas cadas,cerrazn de polvo, con los cabellos ms rojosan que el tufo de tierra que lo borronea.

    Ms de cien jinetes giran ahora en torno

    de la criatura de palo, castigando fieramente elaire sobre ella con sus lanzas y vergajosadornados con ramos de flores silvestres. Oo! Nio-Azote!... allan en un crecienteparoxismo, las ropas de colorinches empapadas,humeantes, los airones de pluma cabeceando acada mandoblazo en el galope circular. Al fin,el que hace de cacique, pandendose hasta casitocar el suelo con el hombro, levanta al Nio, lodeposita sobre la cruz del cabello y escapa atoda carrera seguido por el adulante tropel.

    Algo semejante ha estado sucediendo yno va a terminar de suceder en ardiente y ltimo

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    da de diciembre de 1743. Resol de tierra, resolde agua, las verberaciones incineran el airesobre la chacra en Tavapy, incineran el cielo sinnubes y hacen caer esa llovizna de polvo cidosobre las caras embarradas de sudor, sobre loslabios secos que mascullan la salmodia delentierro.

    La mujer est quieta, de rodillas al bordedel hoyo, arrebujada en el rebozo negro deespumilla que hace ms blanco y transparentesu rostro. Ni siquiera se ha movido cuando losprimeros terrones empezaron a tamborilearsobre el cajoncito de la criatura. Sus ojos

    continan secos y brillantes, quietos los labiosen una voluntad de rezo, quizs demasiadoensimismada para que pueda sumar su voz alsordo clamoreo de las dems mujeres. Elhombre la mira y se sobresalta; se pasan lasmanos sobre el gastado pantaln de pana colortabaco y el sudor deja su mancha en los ceidosperniles. Cierra los ojos y el parpadeo transmiteuna imperceptible crispacin a la cicatriz que sele escurre desde la sien hasta la boca, cuyo tajodelgado semeja otra cicatriz. Mientras lasmujeres rezan y su mujer calla con los ojosclavados en el cajoncito de palosanto que la

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    tierra va cubriendo, recuerda sus palabras, lasltimas que dijo hace unos das, las ltimas quehabr de or en muchos aos, porque quien queno ama no sabe y recuerda ya todo lo que ha depasar.

    Vamos a llevarlo a Asuncin, Rosala.All tal vez

    podremos salvarlo. No podemos salir de aqu. Te estarnbuscando y si vuelvan a prenderte, sernimplacables contigo.

    Eso tambin era cierto. Desde elaplastamiento de la rebelin comunera, las

    represiones han sido terribles; las familias delos criollos sospechosos de haber participado enel lanzamiento, se dispersaron a todo lo anchode la convulsionada provincia. El nio nacicuando el padre, sindicado como uno de loscabecillas, estaba preso en el fuerte deArecutaku, convertido en crcel de patriotas.Un negro arcabucero y msico, guardin delpresidio, simpatiz con l, favoreci su huida ylo sigui a travs de selvas y esteros con suarcabuz y su arpa. Lleg a la chacra de Tavapyen momentos en que el nio comenzaba aagonizar.

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    Debo arriesgarme para salvar a nuestrohijo se supone que dijo.

    No, Pedro. Lo he visto en sueos. Me hadicho que no me mueva de aqu. Debemosesperar.

    Esperar qu?

    Y la perplejidad de Don Pedro debe deser mayor ante este inexplicable lenguaje de uninfante de pocos meses, que la madre ha odo ycomprendido en sueos. Desde entonces nohabl ms. Ya tena la expresin desasida yvisionaria que parece haberle borrado la mirada

    de los ojos.Estn todos en ese rincn de la huerta,bajo el rbol centenario donde dan sepultura alnio. Slo falta que don Joaqun de Zrate, elalcalde antequerista, padre de Doa Rosala,amarrado en la casa a su silla por la edad y laparlisis. Ahora no puede hacer ms que miraren el lecho de paja del pesebre, bajo una estrellade cartn, la imagen labrada del Redentorrecin nacido, mientras entierran a su nieto.

    El nio ha muerto hace seis das, justo enla Nochebuena, de modo que las fiestaspreparadas para la Navidad han servido tambin

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    para el velorio del angelito. No hubo manera dehacer cejar a doa Rosala en su empeo. Ellamisma coloc sobre una mesa, frente alpesebre, el cuerpecito amoratado que se fueachicando bajo el chisporreteo de las velas,mientras al olor de las flores y los esmaltesrecalentados se iba mezclando el otro olor de la

    pasita de uva del nio, que para nadie peromenos an para doa Rosala sera el husmo delmuertecito sino el picor de la desgracia en loslagrimales y en las gargantas enronquecidas poresa nada de vida y muerte, por ese villancicodel niito de carne, dormido junto al pesebre en

    una entraa hermandad de prpura hereditaria,visible hasta en los prpados de los que llorancantando.

    El arpa del soldado negro, la matraca delenano campanero, y aun dcima y cielitos, hansonado todo el tiempo ante el toldo de percalinaque cubre a los dos nios. Alguien ha bailadoincluso pichich, con trenza y estruendo deespuelas sobre el piso de tierra.

    Doa Rosala no rechaz desde uncomienzo con un gesto definitivo ms que a lasplaideras, y se mantuvo inmvil entre la

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    capillita ardiente y el pesebre, sin hablar, sinllorar, sin dormir.

    Parece que se le ha nublado elentendimiento coment en voz baja una de las mujeres.

    Me sac la palabra de la boca dijootro.

    La muerte de un hijo murmurcerrando los ojos una vieja oracionera rompelas carnes. Por all se escapa el nima y quedaeso concluy, sealando a doa Rosala.

    El hoyo, que se va llenando, bosteza sualiento de polvo. Los reflejos del lago escuecen

    los ojos. Sobre las siluetas cabeceantes la tardeha de estar pasando como un sueo. Delcorazn de doa Rosala nada se sabe. Detrsde ella, junto al tronco escamoso del tarum,tambin hincada, la esclava mulata, la lentaVito, es la sombra de doa Rosala que yaparece una anciana; una sombra deforme, atadaal ama y al muertecito, a quienes ha dado suleche, y que de pronto se lamenta suave ybajito, castigada por dentro por alguna rfagams fuerte que su voluntad de contencin:

    Mi nio-azot en cajita de palo!... en la tolvanera de su pensamiento debe de flotar

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    la flor blanca con su fleco de espumillaescarlata. As lo llamaba vivo, as lo llamabacuando ya los pezones azules de tan negros noconseguan destilar vida en la boquita morada.As lo llama ahora cuando el lentodesmoronarse de la tierra roja no deja entreverya ms que los bordes blancos del pequeo

    atad convirtindolo al fondo del hoyo en otropimpollo de tierra de los recuerdos. Pero ahoratodava se lamenta: Mi nio-azot mi nio-azot!..., gatea a su lado dejan caer susltimos terrones sobre la cajita del hermano deleche.

    De nada valieron las medicinas que elaya ha hecho al nio por consejo del Av-Pay.Ha sido intil que le atara manos y pies con suchumb de lana de colores embebido en sangrede murcilago pisado en mortero de piedra.Hasta una chicharra que rompi a cantarasustando a doa Rosala. Intiles loscocimientos y las infusiones de mil clases deyuyos. Se fue muriendo como envenenado porla picadura del escorpin, hasta que la nochedel veinticuatro, el Nio Dios que naca le cerrolos ojos y lo convirti en la flor blanca de

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    cabello colorado Lo ha dicho y repetidodurante el velorio de seis das.

    Mi nio-azot! murmura el ayacomo una jaculatoria.

    Mientras manos y pies empujan la tierray el enano harapiento acompaa el cantohaciendo sonar con un palitroque la matraca de

    hueso que lleva colgada al cuello, el negro labrala cruz. Da la impresin de que sigue tocando elarpa en un pesebre; al ritmo de la matraca delsacristn de Tavapy, los golpes de cuchillocomen la madera con precisin pasmosa yespejean sobre la blusa de bayeta carmes. Hace

    rato que se le ha cado a los pies el morrin conescarapela real.El ruido de la matraca se est hinchando

    con el rumor de un vasto galope. La genteadormilada por los cnticos y los rezos todavano lo siente. Cuando el moreno va a plantar lacruz doa Rosala ya no est. Qu le haimpulsado a volver tan de repente, aproximarseal pesebre y tomar al Nio con gesto alucinado?

    Hija, no temas le habra dichosuavemente el paraltco. Tu nio no hamuerto

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    El reflejo de las velas en el esmalte echacardenillo a la cara impasible de doa Rosala.

    Desde el lugar del entierro, don Pedro haquerido seguirla, pero ya no puede. La matracadel enano parece haber reventado en unestrpito de caballos y alaridos. La sombra deltarum crece tomatada por el retumbar de

    cascos y relinchos. Los indios! Los indios!Salen de todas partes, vomitados por la

    selva en raudo ventarrn de siluetas ecuestres,los rostros embijados, las bocas ululantes, laslanzas en ristre. Dos remolinos se cierran, uno

    en torno de la tumba, el otro alrededor de lacasa, lanceando y degollando a diestro ysiniestro. Los cascos de los cabellos completanla destruccin triturando vientres y crneos,sofocando gritos y ayes en le fango rojizo enchapotean. Todo sucede en un momento. Losindios arrancan aros y peinetas con crisolitoscosechando extraas frutas de carey y de orocuando levantan por los cabellos las cabezas sincuerpos, cercenan dedos con anillos y algunosse demoran desanudando pauelos de colores oarrancando de las manos crispadas rosarios deplata y de vidrio. El resplandor de iguana verde

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    del lago muestra al negro degollado cara alcielo. El enano yace boca abajo; la paleta debuey de su matraca le sale por la espalda comosi su esqueleto fuera ms grande que l. Hayquince hombres, mujeres y chicos muertosalrededor de la tumba. Slo don Pedro Guzmnse agita dbilmente cons un dedo de menos, el

    de la alianza, y un lanzazo en el hombro.Otro remolino se ha tragado la casa queempieza a girar en el humo del incendio, DoaRosala sale arrastrada por el cacique. Loltimo que ella ve es la cabellera blanca de supadre teida de rojo vivo bajo la estrella de

    cartn, ahora s ardiente y luminosa quetambin alumbra en un rincn el cadver delaya Vit.

    Momentneo remansos se establecensobre el turbin del saqueo. En medio del botnapilado, un indio gigantesco prueba el arpa y elsonido y hace fulgural los dientes.

    En el maln mbay regresa en la nochesuavizada de grillos y cocuyos. Sobre uncaballo, blanco de luna, va la nica cautiva.Lleva oculto un nio; los indios los oyen llorarbajito todo el tiempo. En el limpin de unpalmar le ordenan con gestos que baje del

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    caballo y d de mamar a la criatura. DoaRosala aparta los ojos de las caraspintarrajeadas en las que de seguro ve reflejarselas figuras de su atroz pesadilla. Prefiere morirde una vez. Lentamente saca de su seno lapequea imagen de madera. La besa con losojos cerrados, con uncin y con lgrimas.

    Despus dir que entonces la sinti ablandarse,palpitar y vivir, como si el hijo le hubieraresucitado en los brazos, repite en guaran laglosa colectiva. Y as ser siempre, durante elcautiverio; cada vez que los indios se leacercan, doa Rosala tiene a su lado a un nio

    de apariencia natural. Le despellejan manos ypies para que no pueda escapar, pero las heridasno sangran y ella, junto al nio, no sufre ningndolor

    As que el ltimo jinete desaparece, losmuertos se levantan lavndose las caras conpuados de tierra y todos los fugitivos retornan,en actitud compungida y culpable, al lugar dedonde fue raptado el Nio, y se arrodillan juntoal crculo de hojas de pind. Poco a poco, entrelos lloros de las plaideras, las voces se vanacordando y el coro repite la historia que a lolargo de doscientos aos la gente de Tavapy ha

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    imaginado que doa Rosala cont a su regreso,cuando don Pedro Guzmn la encuentra y larapta a su vez de los indios, disfrazado demisionero, en las lejanas tolderas del Bermejo.

    Ooyek rakadicen que el Nio durmiy con nosotros so

    jugando a las escondidas..oo

    El canto se suspende de nuevo cuandopor una esquina de la plazoleta aparece elhermano ms viejo de la cofrada trayendo en

    sus brazos al Nio de cabellos rojos. Detrs, enfila india, contritos y humillados, tirando suscaballos de las riendas, vienen los jinetes conlos torsos desnudos, salvajemente flagelados.Un hombrecito desdentado, casi un enano, serestaa la sangre de la espalda con una camisetade ftbol. Inflando y desinflando en sus bocaspringosas las burbujas dechiclet, los chicos lomiran pasar envidindole la matraca de paletade buey que lleva colgada al cuello. Todosentran a la capilla cantando ahora s con laexaltacin de un jbilo verdaderamente triunfal.La diminuta imagen pintada al duco rebrilla una

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    vez ms entre las oscuras cabezas al ltimo solde la tarde.

    O oyek raka jugaban al Nio-azot

  • 8/7/2019 AGUSTO ROA BASTOS- Cuentos para la humanidad joven

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    nio vivo y la nia muerta y renacida. Losaeroplanos de papel se estrellaban contra lasafiladas puntas de los lpices sin lograrinterrumpir su vaivn, sin poder evitar latransmigracin.

    Un alfiler rod sobre el oscuro barniz dela mesa. Los dos hermanos se pusieron a soplar

    de un lado y de otro, en sentido contrario,levantando una nube de carbonilla de colores.El alfiler iba y vena en el viento de los tenacescarrillos, hinchados bajo la luz de la araa. Laaguja mareada, enloquecida, iba marcandodistintos puntos de la lmina, sin decidirse por

    ninguno, pero el polvillo coloreado se estaba seestaba posando en los bordes y comenzaba ainvadir el dibujo animndolo con unaimprovisada nevisca, y formando sobre lacabeza del nio algo como la sombratornasolada de un objeto redondo. La niacontinuaba impvida; pareca contar inclusocon la imprevista ayuda de esa agresin, o talvez en ese momento su exaltacin no podahacerse cargo de ella, o quiz, con astucia ypaciencia que tomaban la forma del candor o dela impasibilidad, esperaba secretamente elinstante del desquite.

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    Los otros dejaron de soplar. El alfileroscil una o dos veces ms y qued muerto. Unabucheo bajito, pero bastante procaz, reemplazal vendaval. Entonces la nia sopl a su vez confuerza, un soplo corto y fulmneo que arranc elalfiler de la mesa y lo incrust en el pmulo deuno de los chicos, donde qued oscilando con

    la cabeza para abajo, mientras el herido gritabade susto, no de dolor.Desde un sof el visitante observaba

    ensimismado ese mnimo episodio de la eternalucha entre el bien y el mal, que hace unavctima de cada triunfador. Una mano se

    apoyaba con cierta rigidez en el bastn debamb; con la otra comenz a rascarse lenta,suavemente, la nuca atezada que conservaba su juventud bajo los cabellos canosos. Se rasccon un dedo. Otra ligera nevisca cay sobre losbordes del cuello del saco de gabardina, muyentallado, parecido a una guerrera.

    Pas la madre. Los gritos no cesaron consuficiente rapidez, esos gritos que traan elclamor de un campo de batalla entre el olor deun guiso casero, rui-ditos de lpices y las tapasde un libro al cerrarse sobre precipicios,almenas, guerreros y caballos. Los ojos grises,

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    moteados de oro, de la nia miraban segurosdelante de s en una especie de sueo realizadoy las aletas de la nariz haban cesado de latir.

    A ver, chicos, por favor! Prtensebien! No respetan ni a las visitas!

    Djelos, seora abog el visitante conuna sonrisa de lenidad, como si l tambin

    buscara disculparse de algo que no tenarelacin con los chicos y slo le concerna a lmismo.

    Son insoportables! sentenci lamadre.

    Los tres chicos eran de nuevo tres chicos,

    hasta en el empeo de ese dedo, de esa ua quebuscaba deshollinar una nariz con riesgo dearaar un cartlago.

    Los chicos me gustan dijo el visitantehaciendo girar la caa barnizada entre los dedosy mirndola fijamente.

    No dira lo mismo si los tuviera a stosa su lado ms de un da. Me tienen loca consus diabluras! Esa chiquilina, sobre todo, ah donde la ve es una verdadera piel de Judas.Imagnese que ayer meti al canario en laheladera.

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    Haca mucho calor, mam la uaabandon la diminuta fosa. El canario semora en la jaula. Abra la boca, pero no podacantar. Adems, all el gato no lo podaalcanzar.

    Ve? el rictus de la boca dio a la carauna expresin de ansiedad y desgano que ahora

    ya tampoco inclua a los chicos; surga de ella,de ese vaco de aos y noches que le habracrecido bajo la piel y que tal vez ya nada podacalmar, aunque ella se resistiera todava aadmitirlo. Se pas las manos por las am-pulosascaderas, por la cintura delgada, que la

    maternidad y la cuarentena haban acabado pordesafinar. Usted ve dijo. No tienenremedio! Y luego, otra vez en duea de casa:Jose Flix est tardando. Esa bendita fbrica lotiene esclavizado todo el da. Me dijo portelfono que iba a llegar de un momento a otro.Pero usted sabe como es l.

    Uf!, si lo conocer ri el visitante;poda evidentemente juzgar al padre con lamisma condescendencia que un momento anteshaba usado para mediar a los hijos. Astillas deun mismo palo, tal vez pensaron esos ojos, unode los cuales pareca ms apagado que el otro,

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    como si se hubiesen cansado desigualmente dever el absurdo espectculo de vivir.

    Pepe me cont como se encontraronayer, despus de tanto tiempo.

    Casi treinta aos. Todava una vida! Omedia vida, si se quiere, ya que la nuestra estirremediablemente partida por la mitad. Y luego

    este encuentro casual, casualsimo. Es que Buenos Aires es una ciudadincreble.Vivir como quien dice a la vuelta de la esquina,y no saber nada el uno del otro. Es ya el colmo,no le parece?

    Es que yo en realidad salgo pocoseora, por lo que ando bastante desconectadode mis connacionales. Hemos llegado a sermuchos aqu, una poblacin casi dos vecesmayor que la de la propia Asuncin. Nopodemos frecuentarnos demasiado.

    Pero usted y Pepe fueron compaerosde armas, no es asi?

    De la misma promocin. Pepe no sala hablar mucho de usted

    una sbito pausa y el gesto de friccionarse elcuello obviaron el peligro de una indiscrecin.Y ahora est muy contento de haberlo

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    reencontrado. Tambin hay que decir queustedes los paraguayos son un pocos raros,verdad? Nunca se puede conocerlos del todo.

    El visitante ri entre los reflejosambarinos del bastn que haca oscilar delantede los ojos; el ms vivo no parpadeaba, como siestuviera en constante alerta.

    Con nosotros vive ahora otrocompatriota de ustedes, tambin desterrado. Unmuchacho periodista, muy inteligente ydespierto la actitud de ansiedad y contencinprodujo otra pausa.

    S, Ibez me habl de l. El destierro

    es la ocupacin casi exclusiva de losparaguayos. A algunos les resulta muyproductiva ironiz el visitante; el chillidosordo y sostenido de una boca aplastada contrala contra la mesa lo interrumpi.

    Alicia! Voy a acabar encerrndoteen el bao! Y ustedes dos, al patio, vamos!

    Salieron como dos encapuchados. Y luego cambiando de voz: Le traer elcopetn mientras tanto.

    Mejor lo espero a Ibez.El tufo de alguna comida que se estaba

    quemando invadi el living.

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    cuando hablo a solas conmigo se qued uninstante mirando al hombre con los ojosforzadamente bizcos; pareca decapitada alborde de la mesa.

    El visitante sonrea. Y ese ojo que usted tiene, es de vidrio,

    no?

    Si. En qu lo has notado? En que uno es un ojo y el otro unaventana sin nadie. Pero ya la nia estaba denuevo absorta en su trabajo, copiando otralmina. Tal vez era la misma, pero ahoracambiada. Adems del nio, con la sombra de

    un objeto redondo sobre la cabeza, surga ahorala figura de un hombre en ngulo del cuaderno,con el esbozo de un arco en las manos.

    El visitante se inclin, y a travs de larampa abierta de pronto por la mano de la niase precipit lejos all, hacia un parque, en lamadrugada, con los rboles oscuros yesfumados por