Afrontamiento de La Muerte a Traves de La Historia

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Ana Urmeneta EL AFRONTAMIENTO DE LA MUERTE A TRA VÉS DE LA HISTORIA

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Ana Urmeneta

EL AFRONTAMIENTODE LA MUERTE A TRAVÉS

DE LA HISTORIA

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1. INTRODUCCIÓN

“La muerte nos sucede a lo vivos. Y de una manera muy especial,por problematizada, a los seres humanos. Sólo la muerte enseña avivir, lo cual supone que hay que enfrentarse con la muerte, y hayque enfrentarse con la idea que cada uno tiene de la muerte”. Deesta forma el filósofo Javier Sádaba nos introduce al tema del afron-tamiento de la muerte, pero aunque es inevitable enfrentarse a ella,la forma de hacerlo no ha sido la misma a lo largo de la historia.

La muerte es el último rito del ciclo de la vida, pero al tener unimportante componente cultural, ha evolucionado en el tiempo, y espor esta razón materia de reflexión para el historiador.

Al observar el afrontamiento actual de la muerte el historiador sepregunta ¿ha sido siempre así?, y comprueba que a pesar de que lamuerte en todas las épocas ha inquietado al hombre, la representa-ción y las actitudes del hombre ante la muerte (costumbres, mitos,creencias, ritos) han sido muy diferentes en distintas épocas y socie-

dades.Así por ejemplo, en el mundo preindustrial, sometido al ciclo

demográfico antiguo, la muerte no era un personaje oculto, ignora-do y postergado hasta el momento inevitable, como se hace en laactualidad. Por el contrario, estaba firmemente enquistada en la vida.Los muertos compartían con los vivos el suelo urbano y el espaciosagrado de los templos. La muerte se mostraba cercana por la menoresperanza de vida y por la precariedad y fragilidad de la existencia.

Esta presencia de la muerte obligó a los seres humanos que lasufrían a darle un significado racional que sirviera para paliar laangustia e integrar socialmente a quienes vivían en su temor. La res-puesta tuvo un contenido, ante todo, religioso, fue el cristianismoquien dotó a la muerte de un significado consolador: había que morirpara renacer a la vida eterna.

Sin embargo, ha sido en el siglo XX, especialmente en su segundamitad, el momento en el que se han modificado llamativamente las

actitudes ante la muerte. Precisamente ha coincidido con la toma deconciencia de que los sentimientos y las creencias se podían historiar.

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El historiar la muerte ha sido una respuesta a un tema que preo-

cupa a la sociedad actual, por ello se ha ahondado en el análisis delas creencias populares y se ha pretendido hacer una aproximacióna la postura adoptada por el ser humano ante la muerte.

2. ¿CÓMO SE VIVE ACTUALMENTE LA MUERTE? ¿QUÉCAMBIOS SE HAN DADO?

En la actualidad se ha experimentado una crisis en los dispositi-vos tradicionales que la sociedad tenía para afrontar la muerte.

El historiador Philippe Ariès ha presentado a la muerte de hoy díacomo salvaje, ya que progresivamente ha perdido la contención delos muros de la religión, de la comunidad y de la familia. Estos mar-cos que domesticaban la muerte se han fracturado, por la fuerza dela razón el primero, y con el peso de la ciencia, específicamente laciencia médica, el segundo.

La razón, el progreso y la tecnología médica, entre otras causas,han modificado la actitud ante la muerte, y este cambio ha quedadoreflejado en: la forma de morir, la estancia del moribundo, el duelo,los modos de enterramiento y la pérdida de la mayoría de los ritosfunerarios.

No debemos olvidar que los ritos funerarios, como los velato-rios prolongados, la preservación del luto y el tiempo de duelo, olas visitas periódicas al cementerio significaban mucho más queuna demostración de respeto y afecto a la memoria del difunto.Eran “una estrategia” defensiva de la sociedad, y su función fun-damental consistía en preservar el equilibrio individual y social delos vivos”.

Si esta estrategia ha desaparecido prácticamente, ¿cómo afronta-mos la muerte los hombres y mujeres del siglo XXI?

Analicemos el proceso que ha posibilitado la ruptura ayudadospor el recurso histórico, porque quizás pueda permitirnos entender

cómo ha sido construida la imagen que hoy tenemos y reflexionarsobre las actitudes actuales ante la muerte.

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3. LA FORMA DE MORIR

En nuestra sociedad en la que prima el modelo del hombremoderno que “todo lo puede”, la muerte ha sido excluida, debe disi-mularse, ocultarse, y superarse rápidamente. Sin embargo esta acti-tud es nueva, no tiene nada que ver con la forma de responder enotros tiempos.

En la Edad Media existía la creencia de que la muerte avisaba,pero para que la muerte fuese anunciada, era preciso que no fuera

súbita. Se debía morir rodeado de los familiares, tener tiempo paralas despedidas y para testamentar. Así se garantizaba la continuidadde las voluntades del moribundo y la distribución de sus bienes. Sólose temía una forma de muerte: la repentina, considerada infame yvergonzosa porque impedía ponerse en gracia de Dios.

Un hombre del medioevo estaba aterrado ante la idea de morirasí, prefería un tiempo de arrepentimiento y de balance de sus deu-das con Dios y con los hombres; incluso en las oraciones medieva-

les se rezaba: “líbranos Señor de la muerte repentina”.La creencia de que la muerte avisaba ha sobrevivido mucho

tiempo en las mentalidades populares. En cambio, en la actualidad,la muerte deseada es la muerte rápida, y preferentemente, la quellega cuando se está dormido. Se habla de la buena cuando se aso-cia a una muerte súbita, sin dolor.

En épocas anteriores el moribundo conocía la proximidad de sumuerte y se preparaba para ella. No se ocultaba como ahora, muy al

contrario, el sacerdote y el médico tenían la obligación de avisar alenfermo cuando la enfermedad se agravaba o en el caso de peligrode muerte.

La persona agonizante debía estar en el centro de la reunión ypresidir la ceremonia. La muerte era, por lo tanto, un acontecimien-to público, hasta tal punto que los médicos de finales del siglo XVIIIcomenzaron a quejarse del gentío que invadía la sala del moribun-do. Esta costumbre ha persistido hasta finales del siglo XIX, incluso a

principios del siglo XX, cuando se llevaba el viático a un enfermo,todo el mundo podía entrar en la casa y en su habitación.

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En la actualidad la muerte se silencia, no se habla de ella, sobre

todo cuando se tiene salud, y se deja para cuando llegue la hora,como puede ser, y no en todos lo casos, cuando se trata de enfermosterminales. La conspiración de silencio por parte de la familia impi-de, en muchas ocasiones, hablar explícitamente de la muerte.

4. ¿CÓMO SE HA VIVIDO LA MUERTE ENEUSKALHERRIA (EL PAÍS VASCO Y NAVARRA)?

En El País Vasco y Navarra, especialmente en las zonas rurales,hasta hace pocos años ha permanecido un modelo de muerte pública.Todas las actividades del ritual mortuorio estaban preceptuadas.Algunos ritos como el doblar de campanas, o el paseo del cortejo fúne-bre, tenían un claro significado: compartir el dolor con la comunidad.

Se comenzaba anunciando el momento de la agonía con eltoque de campanas del sacristán y la salida del sacerdote llevando elviático; de esta forma todos eran partícipes del gran paso. El mismo

significado del viático: “provisión de ruta”, informa de la función deeste rito, que consistía en administrar la eucaristía a personas grave-mente enfermas para ayudarles a afrontar la muerte. Al paso del viá-tico, los vecinos se arrodillaban y se descubrían.

En el momento de agonía se avisaba con toques de campanapara que la comunidad tuviera un recuerdo piadoso con el agoni-zante. En Pamplona, las personas adineradas recibían campaneodurante un cuarto de hora, mientras que los pobres sólo tenían 33campanazos. El ayuntamiento en 1787 tuvo que limitar a 50 golpesel campaneo de los ricos para paliar las molestias que tanto ruidosuponía para los enfermos y para el vecindario en general.

Cuando se producía el fallecimiento, en algunos pueblos, la fami-lia designaba a varios jóvenes para que avisaran al sacerdote, al sacris-tán y a los familiares, eran los mandatariak . En otros pueblos, los fami-liares del muerto suspendían sus trabajos y comunicaban la noticia alvecino que vivía en la primera casa a la derecha del camino de la igle-sia, éste con los suyos era quien amortajaba el cadáver, y comunicaba

la noticia al cura, al campanero, a los parientes, etc. En la actualidadel aviso se hace a través de las esquelas en el periódico.

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Además del aviso del estado agónico de un feligrés, había otros

toques de campana relacionados con la funeración, como el queacompañaba a los cortejos o los que anunciaban los funerales. Elsacristán tocaba a muerto y en la forma de doblar las campanas sereconocía si se trataba de hombre, mujer, o niño.

La familia estaba acompañada en todo momento y durante lanoche se velaba a la persona difunta. La costumbre regulaba la obli-gatoriedad de asistir a la vela, al menos algún representante de cadaunidad familiar. En Oñate (Guipúzcoa) en el recuerdo de personas de

cierta edad permanece el haberse practicado la vela (gaubela), deforma generalizada, hasta hace muy pocos años.

Al velatorio nocturno acudían familiares y personas cercanas,unos para rezar en la cámara mortuoria, los demás, como acom-pañamiento, por lo que no era extraño que charlaran o jugasen alas cartas, bebieran café e incluso copas, pero nunca delante deldifunto.

No hay que olvidar los banquetes que se celebraban en los

funerales. En los comienzos del siglo XX en Alsasua (Navarra) eracostumbre invitar a comer en la casa a los forasteros que asistían alos funerales, a los parientes y a uno por cada familia de cofrades.En la comida reinaba generalmente alegría, cuidando todos de nomentar al fallecido. Estos banquetes preocupaban a las autoridadesciviles y religiosas. En primer lugar por el excesivo gasto y ensegundo, porque no era extraordinario que la abundante comida ybebida alegrara los ánimos y concluyesen el banquete con unaauténtica juerga.

En el hogar, como señal de luto, se cubrían los espejos con telasnegras, y se paraban los relojes para que no rompieran el silencio.Durante los primeros días los vecinos más cercanos asumían las tare-as domésticas, en la cocina las mujeres, los hombres en el campo yestablo.

¿Qué queda de todo esto? En la actualidad, generalmente, nose muere en el domicilio, sino en el hospital. La muerte se retirade la sociedad, pierde su carácter de ceremonia pública y se con-

vierte en un acto privado, reservado a los allegados. Todo seinvierte.

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5. LA MUERTE EN EL HOSPITAL

Hay dos momentos históricos que marcan una ruptura: en el sigloXIX, cuando los médicos comienzan a diagnosticar la muerte, y enel siglo XX, a partir de los años sesenta, cuando surge una nueva cul-tura de la muerte, o quizá mejor, del morir. Según Diego Gracia seha llegado a dar una revolución de la muerte. Las Unidades deCuidados Intensivos, los trasplantes de corazón, las técnicas desoporte vital, etc., son algunos agentes de esta revolución. Estas rup-turas instauran una nueva forma de ver y hablar de la muerte, nosmarcan una nueva concepción, una nueva mirada.

Hasta principios del XIX la figura del médico estaba separada dela muerte. El médico acompañaba al paciente mientras “había algoque hacer”, cuando consideraba que estaba desahuciado, el agoni-zante quedaba al cuidado de su familia. En esta época se vivía conterror ser enterrado vivo. Este miedo queda reflejado en los testa-mentos, donde se especifica el tiempo que debe pasar desde la muer-te hasta ser enterrado. Ejemplo de ello es la indicación de una mujer

de la nobleza gijonesa: “que no se me dé sepultura ni se me amor-taje hasta que no dé señales positivas de corrupción y que pasenveinticuatro horas después de mi muerte en el caso de que no murie-ra de enfermedad repentina; en este caso, no quiero que me entie-rren ni me amortajen hasta que pasen cuarenta y ocho horas comodisponen los Santos Cánones”.

Con el descubrimiento del estetoscopio (1818) se comienza aconfiar en el diagnóstico médico y el miedo a la muerte aparente se

apacigua. A partir de este momento la muerte comienza a dejar deser patrimonio de la religión y de la filosofía, como había sido anta-ño, y empieza a ser una cuestión de la ciencia médica.

Sin embargo el gran cambio se dará, sobre todo, en la segundamitad del siglo XX: cuando la habitación del moribundo pase de lacasa al hospital. Ese traslado será aceptado por los familiares, por ser,en otras cosas, el único sitio donde se podrá escapar a la publicidad.

La muerte oculta en el hospital se inicia tímidamente en los años

1930-40, y se generaliza a partir de 1950. Varios factores han contri-buido a esta transformación. Por una parte influyó la idea de bienes-

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tar, intimidad, higiene personal y asepsia, pero como consecuencia,

los sentidos ya no pudieron soportar los olores y el espectáculo de lamuerte. Esta actitud contrasta con la mantenida hasta principios delsiglo XX donde el sufrimiento y la enfermedad eran un rasgo de lacotidianidad.

Por otra, el peso de los cuidados que había sido compartido porvecinos y amigos, sobre todo en las clases populares y en el campo,con el transcurso de los años queda limitado a los parientes más pró-ximos. Además en las ciudades la presencia de un enfermo grave en

un piso comenzó a ocasionar más de un trastorno en la familia.Hay que añadir la tendencia de los médicos a mandar a un enfer-

mo al hospital en cuanto hallaban indicios de gravedad. Todo ello hacontribuido a que, especialmente en las ciudades, se haya dejado demorir en casa.

Pero se debe reconocer que al avanzar la tecnología de la saludy aparecer los Cuidados Intensivos, se ha posibilitado prolongar lavida a pacientes que de no ser por estos cuidados morirían. Como

contrapartida, se han modificado los límites de la vida y de la muer-te y de la forma de morir, ya que el agonizante no podrá estar acom-pañado de su familia.

No hay más que presentar un dato para dejar bien patente hastaqué punto la muerte está medicalizada: un 78% de las personas quemueren en nuestro país lo hace en un hospital o centro sanitario(incluyendo geriátricos y residencias de ancianos).

Esta situación ha provocado una ruptura de los lazos sociales y

se ha reflejado en el distanciamiento de la muerte y en la reducciónde los acompañamientos. En la muestra que analizó G.Gorer en suinvestigación sobre las actitudes inglesas en 1663, demostró que sólola cuarta parte había asistido a la muerte de un pariente próximo.

La realidad es que a partir de1945 desaparecieron, en razón dela medicalización de la muerte, los caracteres tradicionales de lamisma: revisión de la vida, publicidad, escena de despedida, etc. Elhecho es que el progreso de las técnicas quirúrgicas y médicas y un

personal competente hacen que las condiciones de su eficacia plenaestén reunidas en el hospital.

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6. EL DUELO

En épocas pretéritas la muerte no era un acto solamente indivi-dual: al ser un gran paso de la vida se celebraba con una ceremoniaque tenía por objeto marcar la solidaridad del individuo con sucomunidad. En esta ceremonia había momentos claves: la acepta-ción por el moribundo de su papel activo, la escena de los adioses yla escena del duelo.

La comunidad se reunía en torno al lecho y manifestaba en el

duelo la inquietud que provocaba el paso de la muerte. La comuni-dad misma se debilitaba por la pérdida de uno de sus miembros.

Sin embargo, en la historia contemporánea de la muerte serechaza y suprime el duelo. Será a partir de la guerra de 1914 cuan-do socialmente se prohíba el duelo. A partir de esta fecha enOccidente no será correcto manifestar en público la nostalgia.Exactamente lo contrario que se ha mantenido durante siglos.

En estos últimos años se han modificado diferentes actos que

acompañaban al duelo: se ha suprimido el desfile de condolencias alfinal del servicio religioso, en las esquelas se acompaña una fórmu-la ya generalizada: “la familia no recibe”, y se evitan las habitualesvisitas de vecinos y amigos antes de los funerales.

La familia guarda para sí misma el dolor y lo oculta a los demás,pero la supresión del duelo no se debe a la frivolidad del supervi-viente sino a una coacción de la sociedad. Es un rechazo manifiestode la muerte.

Se considera que la manifestación pública del duelo, y tambiénsu expresión privada, son de naturaleza morbosa. La expresión deldolor manifestada con lágrimas se convierte en crisis de nervios o endepresión. El duelo es una enfermedad. Quien lo muestra prueba ladebilidad de carácter. En la actualidad esta actitud es corriente.

Sin embargo, los psicólogos estiman que esta actitud puede serpeligrosa y anormal e insisten en la necesidad del duelo y los peligrosde su represión. La apreciación de los psicólogos es contraria a la que

la sociedad tiene, ésta lo considera morboso, mientras que para elloses la represión del duelo lo que es morboso y causa morbidez.

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A pesar de que el duelo estaba ritualizado en el pasado, también

encontramos diferencias. El duelo medieval y moderno era más socialque individual, expresaba la angustia de la comunidad visitada por lamuerte y se manifestaba vociferando para que la muerte no volviera.

En el siglo XIX conserva su papel social pero aparece comomedio de expresión de una pena inmensa. A su vez es la posibilidad,para el entorno, de compartir esa pena y de socorrer al supervivien-te. El duelo del siglo XIX responde, desde luego con excesivo teatro,a las exigencias de los psicólogos.

En la actualidad el superviviente queda aplastado entre el pesode su pena y la prohibición de la sociedad. La función social delduelo ha cambiado, lo que revela una transformación profunda de laactitud ante la muerte.

La muerte del otro, según los psicólogos, representa una pérdidaque produce dolor, y para afrontarlo se debe elaborar emocional yracionalmente el duelo para poder seguir viviendo. Ahora bien, algu-nas veces no se es capaz de elaborarlo y aparece el duelo patológico:frente a la pérdida de un ser querido “la vida ya no tiene sentido”.

Hasta hace pocos años, los rituales funerarios habían sido pautasculturales capaces de ayudar a elaborar emocionalmente la pérdidade los seres queridos. Con su pérdida, el duelo, probablemente, seha hecho cada vez más patológico. Basta con mirar las consecuen-cias, aproximadamente un 16 % de las personas que han padecidola pérdida de un ser querido presentaron un cuadro de depresióndurante un año o más después del fallecimiento de un familiar.

En compensación, en los países desarrollados se ha dado unaprogresiva “medicalización” como soporte de la respuesta de adap-tación a la pérdida sufrida.

7. EL ENTERRAMIENTO

La forma de enterrar a los muertos también está relacionada con laactitud de la sociedad ante la muerte. Los antiguos temían la vecindadde los muertos y los mantenían aparte. Los muertos, enterrados o inci-

nerados, eran impuros y amenazaban con mancillar a los vivos, por esolos cementerios en la antigüedad estaban fuera de las ciudades.

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La inhumación de cadáveres era lo habitual en la península ibé-

rica hasta la Edad de Hierro, entonces quedó desplazada por la inci-neración. Este nuevo ritual funerario implicaba un trasfondo mentaldiferente: no se trataba de devolver el cuerpo a la tierra, sino que seplanteaba como una vuelta del alma a las alturas. Con elCristianismo, debido a la creencia en la resurrección de los muertos,la incineración desapareció y se retornó a la inhumación.

A partir del siglo VI se observa otro cambio entre la actitud paga-na y la nueva actitud cristiana: los muertos convivirán con los vivos

y se enterrarán en la iglesia hasta finales del siglo XVIII, fecha en laque trasladarán a los cementerios.

En nuestra época, en los países desarrollados, la incineracióncomienza a predominar sobre la inhumación. Escoger la incineración,según Gorer, significa que se rechaza el culto de las tumbas y de loscementerios, culto que se había desarrollado desde el principio del sigloXIX. El cementerio sigue siendo el lugar del recuerdo y de la visita. Conla incineración lo que se rechaza es el carácter público de los cemen-terios, no se debe interpretar como signo de indiferencia u olvido.

A partir de ahora habrá dos maneras de cultivar el recuerdo: unatradicional, desde finales del siglo XVIII, sobre la tumba, y otra, másactual, en la casa.

En el Estado español se sigue manteniendo la inhumación, peroen los últimos años cada vez la incineración tiene más adeptos.Recientemente los cementerios católicos han reservado un lugar parala cremación y ha desaparecido la prohibición de incineración,como en otros tiempos.

8. MORIR EN EL SIGLO XX: DOS FORMAS DE AFRON-TAR LA MUERTE

A continuación se presentan dos formas de afrontar la muerte eneste recién finalizado siglo XX.

En primer lugar la imagen de un enfermo terminal de 65 años,

afectado de un cáncer de garganta, con serias dificultades físicas yemocionales que ante la desesperación de encontrarse en un estado

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lamentable y con un dolor insoportable, no encuentra otra salida que

el suicidio. Para que no culparan a nadie de su muerte, y manifes-tando de esta forma su voluntariedad, dejó dos cartas de su puño yletra, en las que se despedía de todos y anunciaba su suicidio y elmotivo del mismo:

“... No culpen a nadie de mi muerte, voy a echarme al río, no puedosufrir más”.

Las dos cartas que dejó y el informe médico son testimonio de lapoca calidad de vida del enfermo. Sólo podía expresarse por gestos,

tenía dificultad para respirar, para deglutir...El dictamen fue el siguiente:

“... padecía desde hacía ocho años una enfermedad crónica en lalaringe, diagnosticada de un tumor de estructura fibromatosa. En mayodel año 1917 tuvo que ser operado de una traqueotomía de urgencia,pues el desarrollo del tumor le producía accesos de dispnea que hubie-ran ocasionado su muerte. Al poco tiempo de traqueotomizado se lehizo la extirpación total del tumor, pero no se pudo descanular porhaberse formado bridas cicatriciales que unían la glotis. La enfermedad,a pesar de los cuidados que se tenían, iba avanzando, y el tumor sereprodujo invadiendo toda la laringe y regiones inmediatas originandomultitud de molestias para la respiración y deglución é indudablemen-te hubiere originado la defunción del enfermo en plazo no lejano”.

El nivel de desarrollo de la medicina en esa época, año 1918, noalcanzaba a aliviar el dolor físico ni a tratar el estado depresivo en elque se encontraba el enfermo. El suicidio, seguramente, se presentócomo liberación.

¿Qué suponía para la mentalidad de la época que una persona sesuicidara?

El suicidio era castigado por la Iglesia con la negación de sepul-tura, honras y funerales, se expulsaba de la comunidad religiosa a lapersona suicida y la familia quedaba marcada por una lacra social.Estas razones empujaron, durante siglos, a disimular el suicidio. Lascreencias populares promovieron que se alegara enajenación mentalsi no se podía ocultar, de forma que se pudiera admitir al presunto

suicida en el cementerio (Pellicer,1985:86). La demencia, si se justi-ficaba, era considerada atenuante.

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El párroco, en todo tipo de muerte violenta, tenía la obligación

de comunicarlo al Arzobispado y solicitar licencia para el entierro.Antes de dar respuesta, se ordenaba abrir un proceso para averi-guar la causa de la muerte. Tres testigos, al menos, debían decla-rar sobre la vida y costumbres de la persona fallecida, y el médi-co debía testificar para dar a conocer la posibilidad de alteraciónmental. Toda la vida del presunto suicida se revisaba. Si de lasdeclaraciones se deducía que no era responsable de su acto, laIglesia daba permiso para enterrarlo en lugar sagrado. Si se descu-bría la intencionalidad, se respondía con la denegación de sepul-

tura religiosa.

En este caso no fueron suficientes los atenuantes presentados porel médico (intenso dolor y depresión) para convencer al Tribunaleclesiástico. La sentencia fue precisa: se denegó la sepultura ecle-siástica y fue enterrado en el cementerio civil.

El Código de Derecho Canónico de 1917 privaba a los que sesuicidaban voluntariamente de sepultura eclesiástica y de honras

fúnebres. Esta normativa ha perdurado hasta el 25 de enero de 1983,momento en el que se les ha considerado enfermos mentales, por lotanto, no responsables.

Si analizamos este caso desde nuestra óptica actual, quizás nosepamos reconocer la gravedad de la sentencia. Deberemos revisar-la con la mentalidad de la época para valorar su trascendencia.

En Navarra, al igual que en el resto del estado, la sociedad eraconfesional católica. Separar a un miembro de la comunidad reli-giosa suponía una vergüenza para la familia y una crisis en la comu-nidad social.

Entenderemos mejor el estado de desesperación de este hom-bre, con arraigadas creencias religiosas, si tenemos en cuenta queal dolor físico, se sumaba el sufrimiento que conlleva una depre-sión y el que suponía conocer las consecuencias del suicidio: serarrojado fuera de la comunidad cristiana y enterrado junto a losimpenitentes.

La otra forma de morir la presentamos en nuestra época.

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En vez de buscar otro caso que refleje la vivencia de un enfermo

oncológico, hemos trasladado este mismo caso a la actualidad ydecidido que el enfermo participe del programa de CuidadosPaliativos. El panorama, seguramente, sería muy distinto.

Desde la creación de los Cuidados Paliativos, y especialmente enlos últimos años, ha surgido una nueva sensibilidad ante la forma demorir, sobre todo en la posibilidad de dar al enfermo terminal cali-dad de vida y una muerte digna.

En primer lugar, este programa podría haber proporcionado alenfermo alivio de su dolor. Se sabe que el dolor se suele presentar enel 70% de los enfermos oncológicos y hasta en un 90% en los quese hallan en fases avanzadas, que enterfiere en la calidad de vida y amenudo repercute negativamente en la evolución de la propia enfer-medad cancerosa (con frecuencia genera además depresión y peorrespuesta al tratamiento). Si se hubiera dispuesto de esta informaciónen 1918, ¿no hubiera servido como atenuante?

Para Sanz Ortiz, considerado en España como uno de los padresde la normalización del dolor, curar y cuidar a los enfermos corres-ponde a los servicios sanitarios, como también les corresponde ali-viar el dolor y evitar los sufrimientos.

El dolor, manifiesta, es una experiencia universal que siempreha acompañado al hombre. Sin embargo, a lo largo de veintesiglos los profesionales sanitarios se han enfrentado al problemadel dolor “con grandes dosis de literatura y superstición. Sólo enlos últimos treinta años se ha evolucionado del empirismo y la ine-ficacia al refinamiento terapéutico que dimana de una sólida fisio-patología.

En este caso, reducido el dolor, el enfermo estaría en mejorescondiciones de recibir los cuidados de un personal sanitario capazde atender sus necesidades y podría haber contado con un ambien-te propicio, rodeado de su familia y/o de amigos íntimos.

En estas condiciones, ¿hubiera recurrido al suicidio? Es probable

que no. Este clima de compasión podría haberle ayudado a afrontarla muerte sin desesperación.

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Ana Urmeneta

A MODO DE REFLEXIÓN

Se han dado grandes cambios en la forma de morir y de afrontarla muerte. En la actualidad la muerte propia suele ser rechazada,como si no fuera a ocurrir nunca; o se vive con miedo, distancia, pre-ocupación, y sólo en algunos casos, aceptación. La muerte se sientecomo algo lejano y que sucede a los “otros”, por lo que se rechaza,se oculta y se silencia. Por ello, no es de extrañar, que con la pre-tensión de proteger al moribundo o al enfermo grave, se oculte hastael final la gravedad del enfermo, restándole así la posibilidad dehablar de sus miedos y sus necesidades

La muerte ha pasado de considerarse un espectáculo público aser un acontecimiento privado, íntimo. Se ha ganado en privacidadpero a costa, en algunas ocasiones, de la soledad. El duelo, por suparte, ha perdido su valor de antaño y prácticamente ha desapare-cido.

Las causas que pueden explicar estos cambios son producto de

la evolución de la sociedad: la urbanización, el progreso de la tec-nología, la medicalización de la enfermedad, y como consecuencia,la simplificación o desaparición de los ritos, la ruptura de los lazossociales y la medicalización de la muerte.

Como describe Sanz Ortiz, uno de los problemas actuales de lamedicina es que se ha superado el paréntesis histórico producido porel extraordinario desarrollo científico técnico de la medicina curati-va y hemos vuelto a tocar fondo. El médico científico técnico, conatención exclusiva para la curación, se encuentra desarmado, desin-

formado e incapacitado para ayudar a la familia en la que uno de susmiembros está abocado a una muerte próxima. Cuando no puedealargar la vida del paciente no sabe llenarla de contenido.

En cambio, la aparición en escena de la filosofía de los CuidadosPaliativos plantea otra forma de afrontar la muerte. Se orienta comoun trabajo interdisciplinar en el que prima brindar al paciente y sufamilia una atención “holística”, es decir integral y humana, presen-ta la necesidad de potenciar la comunicación entre la persona enfer-

ma, el personal sanitario y la familia. Reconoce la conveniencia delos acompañamientos para que nadie muera solo, y recupera el

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duelo como modo de canalizar la pérdida. ¿Por qué no extender

estos Cuidados al resto de los moribundos?Para Salvador Urraca la proliferación de los Cuidados Paliativos

en nuestro país, tanto hospitalarios como domiciliarios, “abre unapuerta a la esperanza en la asistencia integral a los moribundos”.

Si estos aspectos se incorporasen a la práctica diaria, se modifi-caría favorablemente la imagen que tenemos de la muerte.

Quizás este tratamiento de la muerte sirva para hacer una refle-xión sobre la necesidad de recuperar algunos aspectos positivos quese han perdido en el transcurso del tiempo, como las despedidas, losacompañamientos y el duelo, y sensibilizar a la sociedad para dirigirla investigación no sólo hacia nuevas técnicas y fármacos, sino tam-bién hacia procedimientos y habilidades que permiten mejorar lacalidad en la atención prestada. De esta forma, los recursos que pro-porcionan la alta tecnología y el progreso no sólo irán dirigidos amitigar el dolor y prolongar la vida, sino a humanizar la sanidad.

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El afrontamiento de la muerte a través de la historia

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