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Religión

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    El nuevo horizonte

    Como sucede con todas las ex-periencias originarias, hablar de espiritualidad o de santidad resis-te toda definicin precisa, pero apunta a algo que todos compren-demos: hablar de la realizacin hu-mana respecto a los valores lti-mos. La tradicin los situaba espontneamente en el mbito re-ligioso (que, en Occidente, era el cristiano). Espiritualidad significa-ba directamente santidad cristiana o, indirectamente, su estudio te-rico y realizacin prctica.

    La situacin ha cambiado. La emergencia del laicado, el valor de las espiritualidades no cristianas, la crisis del cristianismo en Occi-dente, el contraste entre la multi-

    plicidad de espiritualidades y la unicidad del Evangelio y el naci-miento de una espiritualidad atea, convierten a la santidad cristiana en un caso o especie dentro del amplio gnero de las espiritualidades.

    Esta santidad se enfrenta, pues, a un doble desafo. El desa-fo religioso llega de Oriente, que no cuestiona lo Divino en s sino su carcter (demasiado) personal, postulando adems la disolucin del ego en la no-dualidad. El de-safo ateo niega la misma realidad divina, considerndola una proyec-cin que anula la verdadera auto-noma humana, llegando a hablar del hombre-dios.

    Ignorar estos desafos sera descontextualizar la espirituali-

    ANDRS TORRES qUEIRUGA

    CrEADOS pOr AMOr: LA SAnTiDAD CriSTiAnA

    La particularizacin del cristianismo, religin entre religiones, y la apa-ricin de espiritualidades no religiosas, ateas, obliga al cristianismo a una actualizacin que no suponga la renuncia a las propias races. Solo as la santidad cristiana seguir mostrando su fuerza humaniza-dora y su oferta de sentido y esperanza. Este artculo intenta mostrar que la idea de creacin por amor ofrece el ncleo irradiante que po-sibilita, hacia adentro, recuperar las propias experiencias ms origi-narias, purificndolas y enriquecindolas; y, hacia afuera, ofrecer la riqueza siempre nueva del Deus humanissimus revelado por Jess.

    Concilium 351 (2013) 345-364.

    LA CrEACinEn EL DiLOGO DE LAS ESpiriTuALiDADES

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    mano, implica la libertad. En la misma biblia leemos: pongo ante ti vida o muerte, bendicin o mal-dicin: escoge la vida (Dt 30, 15). Esto deslegitima radicalmente la principal sospecha de la espiritua-lidad atea, que, interpretando la transcendencia creacional como trascender humano, piensa que ge-nera inevitablemente dependencia y heteronoma, hasta la posible anulacin. Feuerbach lo haba ex-presado de forma abrupta: para que Dios sea todo, el hombre tiene que ser nada. Actualmente, el re-chazo se hace ms cauto, pero si-gue argumentando bajo idntico supuesto, sin reconocer la especi-ficidad irreductible del Creador, ya anunciada por Agustn: superior summo meo et interior intimo meo, es decir, fundando lo ms alto des-de la autonoma ms ntima.

    Creatio ex amore: creacin y no-dualidad

    Pero la creacin adquiere to-dava un simbolismo ms fecundo al verla como creatio ex amore, expresin usada por el mismo Va-ticano II (GS 2), que mantuvo la expresin rechazando incluso la peticin de conservar ex nihilo, ar-guyendo que no pareca necesa-rio. El simbolismo resulta real-mente fascinante, pues al sustituir desde la nada por desde el amor, ste parece convertirse en la materia, en la esencia misma de lo creado: el amor ocupa el lu-gar del barro genesaco. De hecho,

    dad evanglica y exponer la san-tidad a graves anacronismos. El cristianismo solo podr mostrar su capacidad de actualizacin, si lo-gra responder a sus demandas, aco-gindolas en dilogo abierto e in-tercambio crtico.

    Dios crea creadores: creacin y trascender sin trascendencia

    Creacin remite a una idea abisal, nica, nunca perfectamen-te sintetizable. Carecemos de ver-dadero paralelo, pues nosotros so-lo hacemos, suponiendo siempre una materia que se transforma; ni siquiera lo ms parecido, como la maternidad, o la creacin artstica, pueden librarse de esa materia. Pero comprendemos o adivinamos de algn modo el significado fun-damental. Crear marca la mxima identidad (hasta el lmite del pan-tesmo), pues todo en la creatura se debe al Creador; pero, por eso mismo, tambin la mxima dife-rencia, porque todo se recibe del Creador. Funda adems la autono-ma creatural, porque crear supo-ne poder infinito y gratuidad abso-luta. Despus de Schelling lo expuso bien Kierkegaard: sola-mente la omnipotencia puede re-tomarse a s misma mientras se da, y esta relacin constituye justa-mente la independencia de aquel que recibe.

    La creacin entrega la creatura a s misma, buscando nicamente su realizacin, y sta, en el ser hu-

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    el Concilio aadi todava que el hombre no existe, sino porque ha-bindolo creado Dios por amor (ex amore), es siempre conservado por amor, y no vive plenamente con-forme a la verdad, si no reconoce libremente ese amor y vive entre-gado a su Creador (GS 19).

    Insisto, porque esta visin re-sulta especialmente relevante para el dilogo con las tendencias no-dualistas, cuya presencia est cre-ciendo dentro del propio mundo cristiano. A pesar de que hay en ellas mucho de positivo, su peligro est en disminuir el carcter per-sonal de Dios, incluso hasta llegar a su negacin. En mi parecer, se juega aqu algo muy decisivo. Ur-ge un dilogo fraterno que, apro-vechando las innegables riquezas de estas propuestas y acogiendo sus crticas concretas -casi siem-pre acertadas-, no diluya ni pierda lo ms central y especfico de la experiencia bblica: el Dios perso-nal, libre y amorosamente compro-metido con la aventura humana, que culmina en el Abb de Jess, como fuente entraable de con-fianza filial y aliento proftico. Perder esto sera una prdida irre-parable para el cristianismo y pri-vara a las dems religiones, y a la misma humanidad, de su oferta ms esencial.

    En este sentido la creacin-por-amor puede ofrecer una me-diacin inestimable. Como crea-cin, irreductible a todo hacer mundano, abre esa identidad-en-la-diferencia que, por un lado, per-mite acoger la cautela no-dualista,

    impidiendo convertir la distincin en separacin dual. Como crea-cin por amor, apoya la compren-sin en categoras personales, las nicas que permiten mantener la distincin sin negar la identidad personal, sino potencindola. Ya la experiencia amorosa humana, que tanto ms personaliza cuanto ms identifica, que tanto ms tie-ne cuanto ms da, permite com-prender que la comunin personal con Dios no anula la identidad ni la hace necesariamente egoica. Al contrario, la abre a los espacios literalmente infinitos del amor, to-dava no plenamente realizable ahora, pero ya anticipo y promesa de realizacin escatolgica.

    Las categoras impersonales sugieren -no digo que impongan- una visin retrospectiva, hacia el vaco de la mente, al sentimiento ocenico o a la indiferenciacin uterina. El amor mira hacia ade-lante, madurando y avanzando ha-cia una comunin siempre ms ple-na, que distingue plenificando y plenifica distinguiendo. La reali-zacin cristiana no es vuelta a la ingenuidad paradisaca, sino avan-ce hacia la realizacin plena en la comunin final. Ignacio de Antio-qua lo expres magnficamente: llegado all, ser verdaderamente persona.

    Estas consideraciones no bus-can la polmica ni siquiera estn seguras de interpretar correcta-mente posturas siempre ms ricas en la concrecin viva que en la ex-plicacin terica. Lo que importa es reconocerlas como llamada a

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    una actualizacin crtica de la teo-loga, no siempre exenta de respon-

    der con recursos retricos a los du-ros desafos actuales.

    LA SAnTiDAD DESDE LA CrEACin-pOr-AMOr

    Ya antes en Ireneo y los Padres griegos y, ahora, en Henri de Lubac y Teilhard de Chardin, en las teologas polticas y de la libe-racin, en la general superacin del espiritualismo, todo apunta a una nueva sensibilidad para la bendi-cin original, que funda y envuel-ve toda la creacin, impulsndola incansable hacia su realizacin, contra la inercia de la finitud y la resistencia del pecado.

    Dios poeta del mundo: todo es gracia

    Nacida del amor, la creacin es ya idnticamente accin salvado-ra, pues Dios no busca ni su glo-ria ni su servicio, sino nica-mente la realizacin de la creatura. Whitehead lo dijo con metfora es-plndida: Dios es el poeta del mundo que, con amorosa pacien-cia, lo gua mediante su visin de la verdad, belleza y bondad.

    Empezando por la historia de la salvacin, en ella no se niegan ni la debilidad humana ni el dra-matismo del ascenso ni la dura pre-sencia del pecado. Pero todo reci-be una perspectiva diferente. La salvacin no responde al esquema de paraso-cada-castigo, sino al de nacimiento-en-(inevitable) de-

    bilidad, pero envuelto por un amor que anima con la promesa, ayuda en el crecimiento y perdona en las cadas.

    El mundo aparece entonces co-mo proyecto unitario, sin separa-cin entre sagrado y profano. Re-cibindose ntegramente desde la nada, todas las creaturas y todo en cada creatura nacen desde el amor. Dios promueve totalmente, sin resto ni divisin: cuerpo y es-pritu, alimento y cultura, trabajo y descanso, inmanencia y trascen-dencia. Cuando se centra la reli-gin en las dimensiones explcita-mente referidas a Dios, tiende a autonomizar el espacio sagrado, considerndolo separado o inclu-so indiferente y hostil al profa-no. La santidad estara entonces reducida a la religin y ajena al mundo; la fuga mundi sera su ma-nifestacin ms extrema. Sin em-bargo, esta derivacin es realmen-te ajena al autntico realismo cristiano. Dios no ha creado hom-bres y mujeres religiosos, sino hombres y mujeres humanos, o en palabras de Rosenzweig: Dios no ha creado la religin, sino el mun-do. Bien mirado, pues, no existe fundamento ms hondo de fideli-dad a la tierra que la fidelidad a la creacin divina. Considerar as toda la realidad y tratar de vivirla consecuentemente bien pudiera ser

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    un nombre de la santidad cristia-na.

    Sucede tambin respecto de la naturaleza. La sensibilidad ecol-gica, leda a esta luz, constituye hoy un importante lugar teolgico. As lo han repetido incansablemen-te, con palabras diferentes Leonar-do Boff, Teilhard de Chardin, Hen-ri de Lubac pero es la humanidad el lugar ms decisivo. La experien-cia bblica, partiendo del xodo, ley la creacin a la luz de la sal-vacin. Y desde la culminacin en Jess no cabe separarlas: nadie puede creer verdaderamente en Dios como Abb sin entrar en el dinamismo de su amor, viendo a todos como hermanos, empezando por los ltimos: hurfano y viuda, desnudo y hambriento. La crea-cin, como originacin divina, funda la profundidad infinita de la solidaridad humana y, como des-tinacin autnoma, llama a la res-ponsabilidad activa: fe que obra por el amor (Ga 5,6).

    Finalmente, la existencia indi-vidual puede acogerlo todo, sa-bindose amparada por la fidelidad inquebrantable del Creador. Tal es el fundamento y debe ser el deci-sivo alimento de la santidad cris-tiana.

    Estoy a la puerta y llamo: la libertad convocada y respetada

    Ver as la santidad cristiana pu-diera causar una impresin (dema-

    siado) optimista. Es cierto, en cuanto se atiende al aspecto obje-tivo de la santidad, es decir, en cuanto vista desde lo que Dios ha decidido ser para nosotros. Pero no lo es cuando se atiende al aspecto subjetivo, que incluye la respuesta y participacin creatural como ele-mento constitutivo de la realiza-cin concreta. Porque entonces aparece la dificultad, la resistencia y la culpa, con su dramatismo du-ro y realista.

    Pero tambin aqu la creacin-por-amor permite renovar la inter-pretacin. Porque desde ella las di-ficultades no aparecen como algo querido ni siquiera permitido por Dios, sino como lo que se opo-ne a su impulso creador-salvador, impidiendo su pleno desarrollo al tener que realizarse en la finitud creatural. Entonces aparece el ver-dadero rostro de Dios: el Anti-mal, siempre trabajando a nuestro favor frente a las limitaciones y conflic-tos de las leyes fsicas, y a las im-potencias, resistencias y negacio-nes de la libertad humana.

    Esta visin se contrapone a la visin tradicional que tiene que ad-mitir o que Dios quiere pero no puede, dejando sin fundamento la confianza, o que puede pero no quiere, negando su bondad y rom-piendo toda coherencia. Compren-der esto hace ver que las dificulta-des humanas, lejos de ser indicio de desinters divino, hacen paten-te tanto el profundo respeto de Dios por nuestra autonoma como la infinita generosidad de su ini-ciativa, siempre llamando a la

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    puerta de nuestra libertad. La san-tidad consiste entonces en abrirle para que su accin salvadora pue-da realizarse, dejndonos recon-ciliar por Dios (2 Co 5, 20).

    En resumen, el aspecto subje-tivo de la santidad debe centrarse en promover esta acogida, demos-trando que la autntica autonoma humana consiste en abrirse a la lla-mada divina, pues Dios solicita con amor incansable esa misma liber-tad que l fundamenta y capacita.

    Dejarse reconciliar por Dios: la espiritualidad desde la iniciativa divina

    Lo dicho exige ciertamente una reconfiguracin profunda de la es-piritualidad cristiana. La finitud humana, siempre precaria e indi-gente, hace muy difcil salir de la lgica comercial del intercambio, la negociacin, el convencer, el apaciguar y la dialctica premio-castigo. La conversin funda-mental que se nos pide consiste en invertir ese movimiento, haciendo que todo se comprenda y se viva como respuesta a la gracia, que siempre nos precede y continua-mente nos solicita.

    En el fondo, esa fue la gran re-volucin de Jess, que buscaba continuamente romper la lgica normal, acentuando hasta el es-cndalo la absoluta gratuidad di-vina. Las parbolas son ejemplo elocuente y por eso suscitaban asombro, incomprensin y protes-

    ta (el hijo prdigo, la paga iguali-taria a los ltimos trabajadores, los pobres invitados a la boda).

    Solo la alerta crtica, la dispo-sicin al cambio y los pasos efec-tivos pueden catequizar el alma in-dividual y evangelizar el espritu colectivo. Aludir a dos cuestiones fundamentales: la oracin y los sa-cramentos.

    La oracin configura decisiva-mente la piedad, que sin ella pron-to acabara agostada. De ah la ur-gencia de afrontar con toda seriedad el problema crucial de la oracin de peticin. Intentar convencer o conmover a Dios, sea cual sea la intencin subjetiva, invierte y aun pervierte la relacin religiosa, porque niega la iniciati-va divina, pues trata de convencer a Dios para que despierte, re-cuerde y sea generoso y compa-sivo. Estas formas obsoletas y anacrnicas estn produciendo un enorme dao tanto a la vivencia n-tima como a la credibilidad exter-na. Hoy, descubierta la autonoma del mundo, la verdadera fidelidad consiste en rescatar la intencin profunda de Jess -no hagis co-mo los paganos..., vuestro Padre ya lo sabe (Mt 6,7-8; cf. Mt 6,32; Lc 12,30)- liberndola de su condicio-namiento cultural.

    Esta conversin libera la ora-cin, centrndola en su autntica funcin: no informar a Dios, sino educar nuestros ojos (Teilhard) para descubrir su presencia amo-rosa y salvadora; no convencerlo a l, sino convencernos, animarnos

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    nuestro ser-creados-por-amor. La dificultad est en discernir qu nos revela en cada situacin concreta. Es, por ejemplo, fcil ver que ser-desde-Dios llama al perdn; pero resulta ms oscuro discernir si lla-ma a perdonar siempre o solo siete veces. De hecho, se lo preguntaron a Jess y su respuesta nos capacita -mayeticamente- para ver que, a travs de nuestro ser-creados-por-amor, Dios nos llama a perdo-nar siempre. La grandeza nica de Jess consiste justamente en ser la Palabra definitiva que revela las claves ltimas y decisivas de nues-tro ser-desde-Dios. l es la pleni-tud de la revelacin: no porque nie-gue la verdad presente en el AT y las religiones, sino porque las lle-va a su culminacin.

    Jess es el pionero, pero no como simple teora o mera gnosis,

    La creacin culmina en la encarnacin

    Hebreos 12,2 sintetiza todo lo que hemos dicho hasta ahora, lla-mando a Jess pionero y consu-mador de la fe. Explicita as la l-tima concrecin de la santidad cristiana, mostrando que la crea-cin-por-amor no solo es ya salva-cin, sino que culmina en encar-nacin. Porque lo que aparece en Cristo es tambin pro nobis para nosotros. En l no solo nos des-cubrimos plenamente, sino que en l se apoya nuestra posible reali-zacin: el misterio del hombre so-lo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (GS 22).

    Efectivamente, en principio re-sulta fcil comprender que la san-tidad significa acoger y realizar lo que Dios est revelando a travs de

    CriSTO COMO piOnErO Y COnSuMADOr: ViVir DESDE DE DiOS

    y convertirnos a nosotros. Enton-ces todos los sentimientos y de-seos, situados en su justa relacin, pueden brotar limpios en el oran-te: agradecer, adorar, dejarse inun-dar por la confianza y el perdn

    Todava ms amenazados en su gratuidad, estn los sacramen-tos. Situados en encrucijadas fun-damentales de la existencia, espe-cialmente necesitadas de nimo, confianza y orientacin, son cele-braciones de la Iglesia, destinadas a hacer simblicamente visible la

    ayuda divina. Son smbolos solem-nes, que acentan la iniciativa sal-vadora, porque la celebracin no hace que Dios empiece a interve-nir, sino que abre los ojos y for-talece la voluntad para descubrir y acoger su presencia ya siempre lla-mando a la puerta de nuestra vida. Acentuando la iniciativa absoluta, los sacramentos hacen patente su gratuidad incondicional: por eso son celebraciones, celebraciones que hacen visible la salvacin y ali-mentan la santidad.

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    sino como realizacin viva y lo es no solo para su pueblo o para su tiempo, sino para siempre y para todos. Es tambin el consuma-dor, que lleva a cabo y fundamen-ta la efectividad histrica de la fe. l ha hecho realidad viviente den-tro de la historia humana una aco-gida plena y una entrega sin reser-va al proyecto divino. Con l y gracias a l aparece abierto y rea-lizable para todos el camino hacia la plenitud: Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. La simbologa trinitaria ex-plicita la hondura de este misterio, que nos encamina hacia la madu-rez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13). Identidad en camino, que ahora solo podemos percibir en espejo y en enigma, pero que apa-recer mximamente realizada cuando, por fin, conozcamos co-mo somos conocidos (cf. 1 Co 13,12).

    La santidad como vivir desde Dios

    Vivir desde Dios representa acaso la mejor definicin de la san-tidad cristiana: reconocerse como recibindose-de-Dios, dejndose amar, impulsar y guiar por l. Sa-ber que nuestra ms ntima y po-derosa actividad consiste en acoger ese amor infinito que, cuanto ms presente, ms nos hace ser y, cuan-to ms acogido, ms fortalece nuestra autonoma. De suerte que quienes alcanzan las ltimas cum-bres se acercan incluso al misterio

    de una unin que, afirmando ms que nunca la propia identidad, permite vivir con la vida misma de Dios. Observando en general la vi-vencia religiosa de la humanidad, cabe detectar un amplio movi-miento que empieza viendo a Dios como un l poderoso y lejano, avanza hacia un T cercano y dialogal, y culmina en un Yo ms verdadero que el propio yo. Y, desde la experiencia cristiana, Agustn lo haba dicho mejor: vi-da bajo Dios, vida con Dios, vida desde Dios, vida el mismo Dios.

    La culminacin en el Yo per-mite comprender cmo, desde la creacin-por-amor y sin renunciar un pice al personalismo bblico, es posible acoger la instancia no-dual, hoy tan viva y que han culti-vado tambin grandes msticos no cristianos. Dios aparece as como Yo del creyente, pero no porque ste pretenda afirmarse frente a l, sino por todo lo contrario: porque vive recibindose-de-Dios. Por pa-radjico que parezca, se siente mximamente afirmado en cuanto siendo sido por Dios. El cuarto evangelio supo leerlo en Jess, conjuntando la experiencia unita-ria con el personalismo proftico y la vivencia del Abb: Yo y el Padre somos uno (Jn 10,30), pe-ro/porque el Padre es mayor que yo (Jn 14,28).

    Como es natural, esta experien-cia resulta confirmada por innu-merables testimonios de los gran-des msticos cristianos. El carcter extraordinario de tales testimonios no los hace ajenos a la vivencia or-

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    dinaria. La luz de las cumbres ms-ticas revela la verdad profunda que todos presentimos de algn modo en momentos de gracia. La teolo-ga actual afirma, casi unnime, su continuidad con el dinamismo ms genuino y verdadero de la santidad ordinaria.

    Vale la pena notar cmo Jess mismo expres insuperablemente lo esencial en las tres invocacio-nes del Padrenuestro. Distintas en la formulacin, pero vistas como

    expresin del deseo adorante, con-fiado y agradecido, como disposi-cin a incluirse y colaborar en su dinamismo, constituyen en reali-dad variaciones del mismo senti-do fundamental. Santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, hgase tu voluntad: porque as la santidad se manifiesta como realizacin en camino del sueo de Dios, que no busca otra cosa que la plena reali-zacin y felicidad de todas sus hi-jas y todos sus hijos.

    Condens: SAnTi TOrrES S.J.

    El cristianismo no es un programa. Es una experiencia de vida, un mo-do de estar en el mundo desde la confianza en una promesa. Arraigado en la fe-confianza en la persona y la promesa de Jess, el cristianismo propone un estilo propio de vida buena y de buena vida. Una forma alegre, responsable y generosa de morar en este mundo donde son centrales el cuidado de todo lo viviente y el trabajo en favor de la justicia. Nos invita a transformar lo que a menudo es tierra hostil o desierto inhspito en un mundo ms humano y en un hogar habitable. Estoy convencida de que una de las tareas ms urgen-tes para nuestras teologas es sacar a la luz y articular esta propuesta de vi-da feliz en los nuevos contextos sociales y en el horizonte de la globaliza-cin.

    luCA rAMon, Mujeres de cuidado. Justicia, cuidado y transformacin, Cris-tianisme i Justcia, n. 176, pg. 7