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¿Adónde fueron los bichos? Ignacio Martínez

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IGNACIO MARTÍNEZ nació en Montevideo, Uruguay, en 1955. Ha publicado hasta el momento 75 títulos para niños y jóvenes, se han estrenado 30 obras de teatro y ha obtenido numerosos premios y reconocimientos nacionales e internacionales.

¿Adónde fueron los bichos? es un clásico de la literatura para los niños de Uruguay y otras latitudes.

Los temas que aquí se tratan están íntimamente relacionados con el ambiente y la salud de nuestro planeta, aspectos fundamentales en la vida cotidiana de nuestros niños.

¿Adóndefueron

los bichos?

OTROS LIBROS DEL AUTOR

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• La vereda de enfrente

• El viejo Vasa

• La fantástica historia de una granja rebelde y el secreto de un río

• Detrás de la puerta... un mundo

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• Los fantasmas de la escuelapasaron de clase

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• Colección “Para los dientes de Leche”(20 libros)

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• Las aventuras de Tobías

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• Cuentos para antes de ir a dormir

• Más cuentos para antes de ir a dormir

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• La Hechicera de Vaupés (I, II, III, IV y V)

• Los chiquilines del barrio I y II

• Cuentos mágicos del Uruguay(20 títulos)

Ignacio Martínez

En este libro están todos los viajes de los bichos.

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¿Adónde fueronlos bichos?

Ignacio Martínez

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© Ediciones del Viejo VasaIsla de Gorriti 1934C.P. 11800 – Montevideo/UruguayTel/Fax: (598–2) 204 08 [email protected]–martinez.comImpreso en Uruguay

ISBN: 978-9974-7929-9-9

Todos los derechos reservadosCualquier reproducción total o parcial de este librodeberá contar con la previa autorización del autor.Queda hecho el depósito que marca la ley.

Ilustraciones: Ignacio Martínez Se utilizó únicamente papel, cascola y tijeraDiagramación y armado: Javier Fraga

Distribución: GUSSI Libros – Yaro 1119 • Tels.: 413 61 95 / 413 30 38

© 2010, Ignacio Martínez

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I

El día que la lombriz de la tierra pensóque se quedaba sin tierra

Beatriz la lombriz salió a caminar como lo hacía todas las tardes. Entre agujeros y recovecos, por encima de piedritas y terrones, por debajo de raíces y por cuevas, Beatriz la lombriz quería llegar hasta la huerta donde estaba su comida.

A la entrada del sembrado, por debajo de la tierra, se encontró con las zanahorias que tanto le gustaban pero...

–¡Puaj, qué gusto más asqueroso!Siguió hasta las papas y...–¡Uf! Parecen hechas de arena y con un sabor

horrible.Después se dirigió a las exquisitas remolachas

pero no pudo ni acercarse porque el olor era tan espantoso que la dejó de todos colores.

Beatriz la lombriz se sintió mal, se descompuso y huyó de aquel plantío.

En el camino vio que muchas lombrices estaban mal y que la tierra era diferente, su color era dife-rente, su gusto y su olor eran diferentes. Ninguna había visto jamás la tierra así.

Cuando salió de la plantación enferma, se quedó entre las raíces de un enorme árbol y se dio cuenta

SIETE

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que no estaba sola. Otras lombrices, hormigas, cascarudos, saltadores, grillos, chinches de campo y un montón de bichitos más se habían reunido en el lugar para contar todo lo que les había ocurrido.

–Debe ser algún tipo de papa que está dando ese olor –dijeron las hormigas.

–No, eso no –dijeron los cascarudos–. Debe ser la bosta de las vacas.

¡Vaya a saber qué comieron las muy bandidas!–Sí, seguramente –dijo un grillo– por eso la tie-

rra tiene ese olor y ese color.–¿Color? ¿Qué color? –preguntó Beatriz la lom-

briz.–¡Ay, Beatriz! ¿No me digas que no te has visto

en un espejo?–No, no, ¿por qué? ¿qué es lo que pasa? ¿me

veo mal? ¡ay, por favor un espejo! –pidió Beatriz la lombriz y las hormigas amigas le llevaron una gota de agua para que se pudiera ver.

–¡Por todas las lombrices del mundo! –gritó al verse refl ejada en la gota. Es que ella estaba total-mente amarilla aunque su color era rosado.

Tal vez por eso Beatriz la lombriz se enroscó sobre su cabeza para no verse más, pero enseguida pensó que si ella estaba así, de color amarillo pálido, las demás lombrices también deberían estar como ella. Después de pensar eso se desenroscó despacito, se asomó sobre sus propios anillos y miró.

OCHO

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–¡Hermanas! ¿qué nos está pasando? –preguntó.Todas las demás estaban amarillas, demacra-

das, horribles y ninguna contestó. Sólo se miraron tristes.

–Debemos ir al arroyo para lavarnos –propuso fi nalmente una de ellas y todos dijeron que sí y marcharon en caravana por los túneles, pasadizos, corredores y agujeros que ellas mismas habían he-cho en la tierra.

Todas iban rumbo al arroyo, a la orilla, para que el agua limpia les quitara ese color espantoso.

II

Cuando se dieron cuenta que en el arroyono había nadie

En la orilla, justo al lado de una piedra, entre las raíces de un sauce, estaba la salida de todos los caminos subterráneos. Hasta allí llegaron las lom-brices, las hormigas, los cascarudos, los saltadores, los grillos, las chinches de campo y un montón de bichos más.

Beatriz la lombriz era muy buena nadadora, por eso salió de la cueva y se metió en el agua, se movió velozmente hasta la mitad del arroyo y comenzó a llamar a todos sus amigos.

NUEVE

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DIEZ

Nadie contestó y Beatriz la lombriz se puso un poco nerviosa justo en el momento que notó que su color amarillento no sólo seguía sobre su cuerpo sino que ahora tomaba una coloración violeta.

–¿Esto qué es? ¡Ay, mamita lombricita! –gritó. Es que no sólo no había nadie en el arroyo sino que el agua, en otro tiempo verde, fresca y pura, ahora estaba anaranjada, con vetas marrones y grises, medio caliente y pesada, como si fuera una crema pero de colores y gustos feos. No se veía nada y Beatriz la lombriz sintió dolor de barriga porque, seguramente, había tragado agua.

–¿Dónde están mis amigos los peces y los can-grejos y mis primas hermanas las lombrices del agua? –preguntó casi llorando.

–¿Qué le pasa al agua que ahora está como una sopa horrible? Debo volver con mis amigos y contarles todo lo que está pasando –dijo y regresó nadando con difi cultad porque le dolía la barriga y se sentía mal.

III

La terrible sorpresa que recibieron al salir a la superfi cie y encontrarse con lo que se encontraron

Luego que Beatriz la lombriz contó todo lo que había visto y lo que no había visto en el arro-

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ONCE

yo, la cueva quedó en silencio, todos los cascaru-dos se golpearon sus caparazones pensando qué hacer y los demás bichitos los miraban sin decir nada.

–¡Ya está! –dijo uno–. Hemos llegado a una conclusión.

–¿CUÁL? –preguntaron todos.–Y... que no sabemos qué hacer.–¡Bah! ¿Y para eso se golpearon tanto y pensaron

tanto? –protestó una chinche de campo. Todos hi-cieron silencio y siguieron pensando.

–Miren –dijo Beatriz la lombriz– si no podemos quedarnos en la tierra, si el arroyo está todo sucio y ya no tiene habitantes, lo mejor será salir a la superfi cie.

–¿Ir arriba? –preguntó el grillo.–Sí, debemos ver a nuestros amigos del campo,

a los pájaros y a los hombres.–¡BIEN! –dijeron todos y comenzaron a subir

por los túneles, pasillos, corredores y agujeros que conducían al exterior.

La tierra seguía con el mismo color y el mismo olor que tenía el sembrado, allá, donde vivía Beatriz la lombriz.

En el trayecto algunos bichitos se preguntaban adónde habrían ido los que vivían en el arroyo y el grillo les dijo que tal vez se hubieran ido al río grande o al mar inmenso.

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–Sí, tal vez –dijo Beatriz la lombriz– pero lo terrible sería que esas aguas también estuvieran malas como el arroyo.

–¡Sería horrible! –dijeron todos y continuaron hacia arriba.

El primero en saltar afuera fue el grillo, luego siguieron un montón de saltadores y fi nalmente salieron las hormigas, Beatriz la lombriz y todas las chinches de campo. El resto de los bichitos se quedó cerca para construir un lugar amplio, limpio y cómodo para quedarse por ahí si fuera necesario.

Una vez que estuvieron afuera ninguno tuvo con-suelo. Es que la tierra estaba feísima, los pastos eran amarillos y secos, los árboles y las plantas también parecían sin vida. Ningún bichito vio pájaro alguno y Beatriz la lombriz, que se había subido a un junco para ver más lejos, no vio ningún animal.

–¿Dónde están las vacas? –preguntó.–¿No ves ninguna?–No, ninguna.Tampoco veo caballos ni perros ni gatos ni go-

rriones ni gaviotas y ¡personas tampoco veo!En ese preciso instante, cuando Beatriz la lom-

briz se disponía a bajar del árbol, un ruido fortísimo hizo temblar la tierra y el aire, las hojas y las plantas y a todos los bichitos que, sin demora, se metieron de cabeza en los agujeros más próximos. Es que el ruido venía justo en dirección a ellos y a medida

DOCE

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que se acercaba parecía que el mundo se rompería en mil pedazos.

–¡Corran! –gritaron unos.–¡Protéjanse! –decían otros.–¡Al suelo, métanse en cualquier agujero o deba-

jo de alguna piedra! –eran los consejos de las hor-migas. Beatriz la lombriz fue la última en meterse en un agujero pero, aunque estaba muerta de mie-do, igual se asomó para ver qué era lo que producía ese ruido ensordecedor que hacía temblar la tierra.

–¡Oh! ¡Es terrible! ¡Qué gigantesco! ¡Nunca vi semejante cosa!

–¿Qué es, Beatriz? ¿Qué es? –insistieron las hormigas y todos los demás bichitos que estaban metidos en sus cuevas.

–No sé. Parece un pájaro inmenso. ¡Y es muy chancho!

–¿Por qué?–Porque no deja de largar una cosa amarillenta

por su cola.–¿Es un pájaro que está haciendo caca?–Me parece que sí –contestó Beatriz la lombriz

justo cuando el pajarraco enorme pasaba por enci-ma de ella y dejaba caer esa cosa horrible.

–¡Tenemos que averiguar qué es eso! –dijeron los cascarudos.

–¡Viene alguien! ¡Viene alguien! –gritó Beatriz la lombriz y todos esperaron en silencio que se

TRECE

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asomara por alguna cueva el que venía corriendo hacia los bichitos escondidos.

IV

El momento en que los bichitos supieron la verdad de lo que pasaba en las tierras, el aire y las aguas

–¡Es un bichote! –dijeron las hormigas.–¡Silencio! ¡Que nadie hable! –ordenaron las

lombrices y agregaron en voz bien baja–. Si nos oye o nos ve, capaz que nos quiere comer.

–No, no los voy a comer. Ya los vi. Me doy cuen-ta que están confundidos y por eso he venido a contarles qué es lo que pasa –dijo la rana Mariana, habitante de los bañados, amiga de todos los bichos y conocedora de los más lejanos lugares.

Todos los bichitos fueron haciendo lugar para que la rana Mariana entrara en la cueva más grande. Una vez que estuvo sentada en un rincón cómodo, Beatriz la lombriz le pidió que les contara todo.

–Ese pájaro enorme que vieron es sólo un aparato que se llama avión y el polvo que larga es un fertilizante para que las plantas crezcan más rápido.

–¿Y por qué todo el campo está vacío? –preguntó una hormiga.

CATORCE

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QUINCE

–Sí, sí, rana Mariana, ¿por qué las plantas están muertas, eh? –quiso saber un cascarudo.

–Porque ese polvo sólo sirve para las papas y todo lo demás se muere. Lo mismo ocurre en el arroyo. Cuando cae esa porquería los peces enferman y hasta nosotros tuvimos que huir de allá.

–¿Y en el cielo, qué pasa en el cielo? –insistió un cascarudo.

–En el cielo ningún pájaro puede volar porque el aire también está contaminado. Pero eso no es lo peor.

–¿QUÉ ES? –quisieron saber todos.–Lo peor es que los hombres no saben nada.–¿Ninguno?–Bueno, muchos saben y están haciendo cosas

para que esto termine. Otros saben y se hacen los distraídos porque así ganan mucho dinero.

–¿Qué es eso? –preguntó Beatriz la lombriz.–No sé muy bien pero debe ser una porquería

porque yo he visto gente que muere a causa de eso.–Bueno, sigue, sigue –reclamaron las lombrices.–La mayoría de los hombres, sin embargo, ignora

lo que está pasando y ni siquiera sospechan que, fi nalmente, ellos tampoco van a poder comer lo que ofrece la tierra, ni van a poder beber el agua y ni siquiera respirar.

–¡OH! –exclamaron.

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DIECISÉIS

–¿Y quiénes son los que hacen todo eso? –pre-guntó una chinche.

–Pues los mismos hombres.–¡AH! –volvieron a exclamar.–Lo que no sé es qué podemos hacer –concluyó

la rana Mariana.–¡UY! –gritaron, porque no saber qué hacer era,

sin dudas, lo peor que les podía pasar.–Tenemos que pensar –propuso Beatriz la lom-

briz y todos se pusieron a mirar para el techo, para el piso, para sus propias narices, para cualquier lado; colocaron sus patas, antenas o colas sobre la frente, como hacen los que piensan, y se pusieron a pensar. Se hizo mucho silencio. Nadie interrumpía ni se atrevía a molestar. Sólo desde lejos se oía el ruido del motor de aquel enorme pájaro que llamaban avión.

–¡Ya sé! –gritó la rana Mariana– y todos presta-ron atención.

V

La alegría que tuvieron los bichitos cuando descubrieron lo que se podía hacer

–Lo primero que tenemos que hacer es contarle al mundo lo que está sucediendo –dijeron las hor-migas.

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DIECISIETE

–También podemos comenzar a estudiar qué pasa cuando el aire, la tierra y el agua se llenan de porquerías –propusieron los cascarudos.

–Todo me parece muy lindo, pero creo que tendríamos que desarmar esos aparatos que con-taminan –dijo Beatriz la lombriz y las chinches aplaudieron porque no había nada que les gustara más que andar por ahí desarmando cosas.

La rana Mariana propuso conocer a los hom-bres que estaban trabajando para que aquello no sucediera.

–Y también debemos saber el nombre bien clari-to de los que están haciéndose los bobos y no hacen nada para impedir estas cosas –dijo un cascarudo muy enojado.

–¡BIEN! –festejaron los demás.–Si alguien quiere irse para su casa lo puede

hacer –propuso Beatriz la lombriz pero nadie se movió porque sabían que ya ni casa les quedaba.

–Si alguien quiere unirse a la gente amiga de ese pájaro enorme, que vaya nomás, pero que vaya aho-ra –y nadie se movió tampoco porque bien sabían que ningún hombre que anduviera en aquel avión se preocuparía por un bichito.

–Si todos estamos de acuerdo entonces lo que queda es trabajar –concluyó la rana Mariana y con-tó que otros animales y otras personas estaban en ese momento en una casa que quedaba en la cima

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de una montaña y que, seguramente, se quedarían muy contentos si todos esos bichitos se sumaban a los trabajos que ya estaban haciendo.

–Iremos, rana Mariana, iremos –dijo Beatriz la lombriz –pero lo primero es lo primero.

–¡SI! –gritaron las hormigas– hay que contarle al mundo lo que aquí está sucediendo.

Por cada agujero, por cada túnel, por los corre-dores y los pasillos debajo de la tierra, las lombrices, las hormigas, los cascarudos, los saltadores, los grillos, las chinches

de campo y un montón de bichitos más salieron corriendo para contarle a sus amigos lo que estaba sucediendo.

–¿Y tú no sales corriendo también? –preguntó Beatriz la lombriz.

–Sí, tú, que estás leyendo este cuento –aclaró la rana Mariana y continuó:

–Cuando des vuelta esta hoja lo mejor es que salgas corriendo...

–No, corriendo no, Mariana, que salga caminan-do nomás, pero que salga –interrumpió Beatriz la lombriz que no sabía caminar porque las lombrices no caminan, se arrastran por el suelo.

–Bueno, como dice Beatriz la lombriz, lo mejor será que salgas a contarle a tus amigos todo lo que sepas del daño que están sufriendo el aire, el agua y la tierra. Sí, nosotros también –dijo la rana Maria-

DIECIOCHO

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na justo en el momento que salía a los saltos para hablar con otras ranas y con otros sapos. Beatriz la lombriz se metió en un agujero y desapareció tie-rra adentro. La cueva se quedó vacía. Ya no había ninguna hormiga, ningún cascarudo y ninguna chinche de campo. Sólo había algo escrito en el sue-lo que decía: “nos vemos en la casa de la montaña”.

Más allá, en la entrada de otro túnel, Beatriz la lombriz escribió: “y colorín, colorado, este cuento no ha terminado”.

VI

Lo que pasó poco tiempo después

Luego de aquel día que los bichitos salieron a contarle al mundo lo que estaba pasando, muchos niños recibieron una carta.

Esa carta yo también la recibí y te la quiero con-tar. Dice así:

Querida amiga,Querido amigo:

Tú no estabas en la casa de la montaña y nos dio mucha pena que no estuvieras allí. ¿Por qué no fuis-

DIECINUEVE

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te? Bueno, no importa, si tú eres amigo de la tierra ya eres amigo nuestro. Esperamos verte pronto. Nosotros todavía andamos por el mundo contando todo lo que está pasando. Mucho nos gustaría que tú hicieras lo mismo pero sin salir corriendo.

¡Ah!, nos olvidábamos, en estas vueltas por el mundo nos enteramos que muchos niños han creado grupos amigos de la tierra. ¿No es una buena idea para que tú hagas algo parecido con tus amigos?

Un beso grandísimo de Beatriz la lombriz, la rana Mariana, las hormigas, los cascarudos, los saltado-res, los grillos, las chinches y un montón de bichitos más y de todas las personas reunidas en la casa de la montaña.

P.D.: Te queremos mucho, no te olvides.

VEINTE

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¿Por qué en el ríono hay peces?

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I

Beatriz la lombriz, la rana Mariana, los cas-carudos, los grillos, las chinches de campo y un montón de bichitos más, habían comenzado su recorrido por el mundo hacía ya mucho tiempo. Anduvieron por las montañas más cercanas a la casa de la montaña azul, donde se habían reunido con otros bichitos, animales y personas. Después descendieron a los valles frondosos y conocieron nuevas plantaciones y nuevos amigos.

De allí marcharon a las inmensas selvas por donde esperaban ver pájaros de mil colores, bichos rarísimos y personas desnudas que se pintan el cuerpo y la cara, y pueden hablar con las plantas y las fl ores, con la tierra y los animales, con el cielo y las estrellas; pero desgraciadamente no vieron a nadie.

¡Qué maravilla! –decía Beatriz la lombriz cuando llegaban a un nuevo lugar.

–¡Es increíble! –gritaban todos.–Si no lo veo... –decía la rana Mariana.–... tendrás que ponerte lentes –le contestaba un

cascarudo que siempre andaba de buen humor y salía corriendo perseguido por Mariana.

También llegaron a los desiertos calientes.Allá los grillos andaban a los saltos para no

quemarse los pies en las arenas, la rana Mariana

VEINTITRÉS

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también, pero la pobre Beatriz la lombriz termina-ba con su panza colorada y los cascarudos nunca antes habían odiado tanto a sus caparazones como en ese momento, porque parecían metidos adentro de verdaderos hornos y la rana aprovechaba para reírse del cascarudo que le hacía bromas.

–Cascarudo, cascarudo, si tenés calor andá des-nudo –le decía.

Fue en esos días de temperaturas insoportables que decidieron ir al río más cercano que en reali-dad resultó ser el mismo río que pasaba cerca de sus casas, allá en los plantíos, donde terminaba el arroyo que ellos habían visto convertido en una sopa horrible.

–Es un río caudaloso –dijo un cascarudo cuando llegaron.

–Una vez me contaron que aquí hay peces be-llísimos –recordó la rana Mariana y sin demora dejaron lejos las arenas y anduvieron por los pastos frescos.

Por un camino antiguo, hecho por hormigas negras, comenzaron a bajar hacia el río que ellos ya habían visto desde lejos, cuando dejaban el desierto caliente.

En la orilla buscaron un lugar protegido entre las plantas para hacer un campamento y descansar porque ya se había hecho la noche. Al día siguiente llamarían a los peces para conversar.

VEINTICUATRO

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VEINTICINCO

II

Los primeros rayos del sol lograron tocar la orilla a través de la vegetación frondosa. Uno de los cas-carudos fue el primero en despertarse y comenzó a golpear su caparazón para que todo el mundo también se despertara.

–¡Ufa! –dijeron algunos.–¡Epa! –protestaron otros.–¡Deja de golpear! –exigió la rana Mariana.–No es lindo despertarse a los golpes.–¡Arriba! ¡Arriba! ¡Arriba haraganes! –mando-

neaba el cascarudo.Luego de desayunar hojitas, todos los bichos se

pararon frente al río y la lombriz Beatriz comenzó a llamar a los peces. Primero lo hizo bajito, como para que sólo el agua oyera, pero al ver que nadie aparecía los llamó a los gritos.

–¡Pejerrey, Dorado, Vieja del Agua, Bagre bigo-tudo, Tararira, Sábalo amigo, Cangrejos! –pero el agua estaba quieta como un espejo. Nada ni nadie se movía por ninguna parte.

Los bichos se quedaron muy desanimados entre los cantos rodados. Las hormigas propusieron marchar hacia el lejano lugar donde nacía el río y cuando todos se disponían a comenzar el largo via-je, un viejo habitante del río, conocedor de todos los secretos y amigo de los peces, apareció ... ¡volando!

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VEINTISÉIS

–¡Un pato! ¡Un pato! –gritó la rana Mariana.El ave descendió como un avión gigante y ya

en tierra caminó graciosamente hasta los bichos, moviendo su cola.

–Los vi desde el aire –dijo– y me di cuenta que se dirigían en una dirección equivocada.

–Queremos ir adonde nace el río –contaron las hormigas.

–Allá tampoco hay nadie –contó el pato con cierto pesar–. Todos nos fuimos al mar, donde el río termina su curso.

–Pero ¿qué ha sucedido? –preguntó la rana Ma-riana.

–¡Ah! ocurrió algo terrible. Vayan allá, los peces les contarán– y el pato corrió, estiró su cuello como una fl echa y despegó vuelo indicando con sus patas el camino.

–¡Síganme! –gritó desde el aire.–Hum, síganme, síganme, como si fuéramos

aviones –protestó un cascarudo rezongón.–¡Te seguiremos, pero no vayas tan rápido –gri-

tó Beatriz la lombriz y allá marcharon todos los bichos.

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VEINTISIETE

III

Durante días y noches los amigos anduvieron por la orilla del río rumbo a su desembocadura. Pasaron por playas y montes, bañados y pedregales; tuvieron que cruzar arroyos y nuevos ríos, hijos de este río mayor que ahora, al igual que los otros, no tenía ni un solo pez.

Cuando llegaron a la gran desembocadura, la rana Mariana dio un salto sobre una roca, la lom-briz Beatriz se colocó encima de un arbusto y el pato que los había guiado bajó y caminó sobre la arena. Los tres llamaron a los peces y en un instante el inmenso mar, que había estado quieto, se agitó como nunca y un sinfín de peces se asomó por la superfi cie. Algunos se levantaban como si quisieran salir del agua, otros saltaban para un lado y para otro, todos se hundían de a ratos para respirar de-bajo del agua. Al fi nal la multitud de peces se acercó al grupo de bichitos que los aguardaba en la orilla.

–Sabíamos que vendrían –dijo el Pejerrey viejo y sabio.

–En realidad los estábamos esperando –aclaró un Bagre de enormes bigotes azules.

–Amigos, ¿qué es lo que ha sucedido? –preguntó un cascarudo.

–¿Por qué en el río no hay peces? –quiso saber Beatriz.

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–¡Ah, amigas y amigos, desde hace muchos años el pobre río está sufriendo mucho –dijo la Vieja del Agua y agregó: –Casi todos los días tiran residuos...

–¿Residuos, qué son residuos? –preguntó una hormiga.

–Restos, basura, desperdicios, cosas inútiles que ya no quieren usar más, ¿entiendes?

–¡Sí! –dijeron todos.–La mayoría de esos residuos son líquidos malos

que nos enferman.–¿Y quién tira eso en el agua? –preguntó Beatriz

la lombriz.–Las fábricas que están en las orillas y usan el río

como si fuera un cuarto de baño, pero tiran cosas que el agua no puede disolver ni eliminar ni usar para nada.

–¡Oh!–Además –interrumpió un Dorado joven y

hermoso– también tiran basura y en algunos atra-caderos...

–... ¿atracaderos? –preguntó asombrado el grillo.–Son puertos donde guardan barcos, lanchas y

veleros...–¡Ah!–Bueno –continuó el Dorado– allí largan naft a,

aceites y otras cosas, y el agua se pone sucia y noso-tros quedamos todos engrasados, no podemos mo-vernos bien ni nadar ni comer ni respirar ni vivir.

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–¡Uy!, eso es terrible.–Además –agregó el Bagre– a veces tenemos que

salir disparando porque las personas organizan torneos de pesca con redes y ni tiempo nos dejan para protegernos...

–Pescan tanto, tanto inútilmente que hay espe-cies que están amenazadas de desaparecer porque no alcanzan a tener hijitos y reproducirse –conclu-yó la Vieja del Agua y todos quedaron en silencio en la orilla.

–La gente parece boba y no termino de enten-derla –dijo el pato–. El agua les da la vida pero la contaminan; los peces les dan alimento pero los exterminan; los ríos les dan energía para iluminar el mundo y hacer andar las máquinas, y ellos los estropean en un lado o en otro.

–Es cierto –dijo Beatriz la lombriz– pero en estas vueltas por el mundo hemos visto muchos amigos de la tierra...

–... y del agua y los peces –aclaró la rana Ma-riana.

–Sí, sí, claro. Por suerte esa gente no quiere que las cosas sean así –dijo Beatriz.

–Desde que salimos de la casa de la montaña anduvimos mucho y lo que le ocurre a este río para nosotros no es nuevo, ya nuestro arroyo estaba mal –dijo el grillo.

–¡Es cierto! –gritaron las hormigas. –Hemos vis-

VEINTINUEVE

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to lagos enfermos, mares contaminados y corrientes de agua dulce que antes era riquísima y ahora no se puede beber.

–¡Qué disparate! –dijo el cascarudo.–¡No podré ni tomar mate! –gritó la chinche de

campo y otra vez todos se quedaron en silencio.–¿Qué podemos hacer? –se preguntó en voz alta

Beatriz.Sin hallar respuesta, los bichos armaron otra

vez uncampamento. Los peces volvieron al fondo del

mar.Las hormigas prepararon la cena con hojas y

raíces frescas. La noche cayó sobre los bichos como si fuera una piedra pesada, como suele caer la in-certidumbre de no saber qué hacer.

IV

Unos aquí y otros allá, acostados, mirando el cielo estrellado, pensaban hacia dónde seguir, cómo continuar sus vueltas por el mundo y qué cosas hacer esa misma mañana.

Cuando el sol asomó su primer pestaña de luz, apareció el pato.

–¡Muchachas, muchachos! –gritaba enloquecido y feliz–. Ya sabemos por qué no hay peces en el río;

TREINTA

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TREINTAY UNO

también sabemos que no podemos volver a nuestra tierra contaminada...

–¿Y? –preguntó el cascarudo.–Eso ya lo sabemos, sí, pero no sabemos cómo

seguir...–¡Tenemos que volar! –anunció el pato–. ¿En-

tienden?Todo el campamento se quedó patas para arriba.

Cascarudos, hormigas, chinches de campo, grillos, lombrices, ranas y un montón de bichitos más miraban asombrados al pato. Era cierto, en el río no se podían quedar y, además, los peces estaban trabajando con mucha dedicación para mejorar su vida y ellos, los bichos, no podrían hacer mucho allí en la orilla. Al plantío de Beatriz la lombriz no era bueno volver y aún quedaba mucho mundo por recorrer para contarle a las personas y a los demás animales lo que estaba sucediendo, pero ¿volar? ¿cómo iban a volar?

–¿Alguna vez viste a una rana volando?, pato loco.

–¿Y a una lombriz?–El único que puede volar un poco soy yo –dijo

orgulloso el grillo.–Lo que tú haces es saltar, no volar, grillo engreí-

do –aclaró una hormiga muy sabia.–Comprendo todo lo que dicen –interrumpió

el pato– pero yo les propongo volar en un globo

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TREINTAY DOS

como los que he visto entre la gente –y fue tal la exclamación y el entusiasmo que no lo pensaron más y enseguida se pusieron a trabajar porque des-de el aire podrían ver mejor qué estaba pasando, cruzarían los ríos y las montañas más fácilmente, y además, conversarían con los pájaros del mundo que seguramente tendrían mucho para contarles.

Durante el día cosieron hojas hasta armar un globo redondo y verde; lo rodearon con una red de juncos tiernos y tejieron la canasta que los llevaría de viaje. Cuando todo estuvo terminado se subieron al nuevo vehículo volador y Beatriz la lombriz dejó una carta para el viejo Pejerrey.

El pato puso su pico chato debajo del canasto ocupado ahora por los bichos, y con un gran esfuer-zo comenzó a correr, a correr y a correr, empujando el globo hasta elevarlo por el aire. Ya arriba la brisa se encargó de hacer volar a los bichos y el pato se colocó cerca para vigilar que todo anduviera bien. El grupo se alejó en medio de un cielo espléndido.

V

–Pejerrey, Pejerrey –anunció la Vieja del Agua que andaba recorriendo la superfi cie –en la orilla, colgada de una rama de aquel sauce llorón, hay una carta para ti.

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TREINTAY TRES

Todos los peces se juntaron y el Pejerrey abrió el sobre hecho con hojas de gomero, estiró el rollito de hojas de choclo donde fue escrita la carta y co-menzó a leer en voz alta.

Querido PejerreyQueridos peces amigos:

Hemos decidido seguir viaje por el mundo para contarle a la gente, a los animales y a las plantas, todo lo que hemos visto.

Antes pensábamos que sería una buena idea for-mar grupos amigos de la tierra, pero ahora también se deberían formar grupos amigos del agua, de los ríos y de los mares. Esperamos encontrar muy pronto una solución para la vida de todos, porque esto que está pasando ya no debe ocurrir más.

Hasta pronto. Nos vemos en los próximos viajes.

Beatriz la lombrizla rana Mariana, el pato,los cascarudos, las hormigas,los grillos, las chinches de campoy un montón de bichitos más.

P.D.: Saludos a los peces de todos los mares.

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¿Adónde fueronlos pájaros?

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I

El globo de hojas y juncos ya había recorrido mucho cielo.

Anduvo por cielos azules, espléndidos, donde la vista se pierde en el horizonte, allá lejos.

Voló por cielos nublados, con el color plateado, como si algún gigante hubiera puesto una gran pantalla gris, una enorme sombrilla.

También cruzaron tormentas horribles donde los rayos parecían fl echas enloquecidas y el viento huracanado sacudía el globo como si estuviera adentro de una licuadora. Las noches estrelladas fueron hermosos momentos de este largo viaje, oportunidad inigualable para soñar, lo que apro-vecharon todos los bichos. Beatriz la lombriz soñó con su huerta fl orecida, sin fertilizantes malos y con mucha variedad de frutas y verduras. La rana Mariana soñó con la laguna limpia, de agua pura. Los grillos, los cascarudos y las chinches de campo soñaron con una tierra oscura, fértil y rica.

Una mañana el pato Renato vio a lo lejos un puntito en el cielo.

–Amigos –dijo bajito– miren, allá hay algo –y señaló la manchita en medio del cielo despejado y celeste.

–¿Qué será? –preguntó el grillo.–No lo sé, pero parece que viene hacia nosotros.

TREINTAY SIETE

adonde.indb 37 26/04/2010 13:28:42

En unos instantes se pudo distinguir bien; se trataba de un pájaro enorme que volaba como si le pesaran mucho sus alas, pasó muy cerca del globo, apenas miró con sus ojos tristes y continuó su viaje sin siquiera saludar, hasta perderse en la lejanía.

Enseguida aparecieron muchos puntos en el cielo.

Eran pájaros iguales al primero, que parecían emigrar a tierras lejanas, cargando sobre sus alas un inmenso cansancio, como si hubieran sido derrotados en una guerra tremenda o como si no descansaran ni sonrieran durante los últimos siglos. Todos pasaron muy cerca del globo de los bichitos, pero ninguno alteró su marcha y siguieron su curso como si no se hubieran encontrado con nadie.

–¿Qué estará pasando? –preguntó la rana Ma-riana.

–¿Quiénes eran esos pájaros, pato Renato?–No lo sé. Nunca los había visto.Uno de los enormes pájaros que iba a la cola de

aquel grupo apesadumbrado, pareció oír la conver-sación de los amigos del globo y detuvo su vuelo, dio vuelta, se acercó y habló.

–Somos Pelícanos, aunque algunos nos llaman Alcatraces –dijo.

–¿Por qué parecen tan tristes?–Es que estamos tristes. Nosotros vivimos de la

pesca, ese es el alimento para nosotros y nuestras

TREINTAY OCHO

adonde.indb 38 26/04/2010 13:28:42

TREINTAY NUEVE

familias, pero ya no hay peces en los mares y nos hemos quedado sin comida –dijo y eso no sorpren-dió a los bichos porque ya sabían que las aguas se estaban quedando sin sus habitantes.

–Además –agregó– se vuelve insoportable vivir cerca de los grandes poblados porque el aire no se puede respirar o se nos ensucian las plumas y es imposible volar –dijo y se marchó por donde vino. Desde lejos gritó:

–¡Cuídense! –y cerró su enorme bocota que tiene una bolsa en la parte de abajo del pico que parece las que se usan para ir a hacer los mandados.

El globo siguió su camino. Nadie habló en el trayecto. Cada uno se ocupó de mirar para un lado y para otro cuidando el vuelo.

II

Después de aquel encuentro con los Pelícanos en medio del cielo y el mar, el grupo de bichos se dirigió a las costas y para sorpresa de todos, no hallaron Gaviotas ni Golondrinas de Mar que siempre había en grandes cantidades. Las orillas estaban vacías.

Se metieron tierra adentro pero no vieron Hor-neros ni Gorriones ni Zorzales ni Pájaros Carpin-teros ni siquiera algún pequeño Colibrí.

adonde.indb 39 26/04/2010 13:28:43

CUARENTA

La cosa era muy seria, tanto que decidieron so-brevolar la selva y para asombro de los bichos, en lugar de encontrar un paisaje verde y fl orido, vieron una selva pobre, seca y con grandes espacios despo-blados de árboles que alguien se había encargado de cortar, convirtiendo esas zonas de la selva en verdaderos desiertos.

Allí no había Tucanes ni Currucas ni Loros ni Pájaros Tejedores.

Al fi n volaron hasta el lago, pero tampoco en-contraron Garzas o Cigüeñas.

–Nada, no hay nada –dijo Beatriz la lombriz con mucha pena.

–Imagínate –agregó el pato Renato –seguramen-te tampoco debe haber Aguilas ni Pavos Reales ni Faisanes ni Cóndores; no vale la pena ni salir a buscarlos, ¿verdad?

–Verdad. No debe haber ya ni Buitres por ningún lado.

–Esto es terrible y yo ya estoy agotada– dijo una hormiga y propuso descansar.

El globo buscó un árbol alto, descendió sobre su copa y armó un pequeño campamento entre sus ramas.

La noche llegó muy rápido sobre aquel valle solitario. Beatriz se enroscó en una rama, la rana Mariana encontró un agujero y se metió en él para reposar unos momentos, mientras todos los demás

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CUARENTAY UNO

bichitos prepararon sus camas sobre las amplias hojas de aquel árbol frondoso y generoso. Sólo el pato Renato se quedó cerca del globo que habían atado en la rama más alta. El sueño los venció al fi n.

III

–¡Buh! ¡Buh! ¡Buh! –se oyó en el silencio de la noche y el grupo se despertó a los saltos, las hormi-gas quedaron agarradas de los bordes de las hojas, Beatriz se hizo un nudo en la rama que la sostenía, la rana Mariana quedó bizca, las chinches se abra-zaron unas a otras y los grillos no cesaban de saltar como si rebotaran y no pudieran quedarse quietos.

–¿Qué fue ese ruido?–¿Quién anda ahí, en la oscuridad, asustándo-

nos?–¡Aparezca de una vez, caramba!–¡Buh! ¡Buh! ¡Buh!, soy yo, aquí, atrás de estas

ramas.–¿Y quién eres tú? –preguntó por fi n Beatriz y

todos miraron para el lugar desde donde venía la voz.

–¡Yo soy el Búho Real! –dijo y apareció un gran pájaro con cara de juez o inspector, con una mirada muy seria, pico fi no, cejas arqueadas y alas a los cos-

adonde.indb 41 26/04/2010 13:28:43

tados, como si estuviera formando fi la y cantando el himno nacional.

–Hacía días que no veíamos ave alguna. Por fi n vemos una, pero ¿por qué estás aquí? –preguntó el grillo.

–Sabía que vendrían –dijo– el aire me lo contó y estaba esperándolos. Yo sé que quieren saber adón-de fueron los pájaros y eso es lo que quería decirles.

A la luz de la luna, el Búho Real se posó sobre otra rama, esperó que todos los bichos se pusieran a su alrededor, les pidió a las luciérnagas que ilu-minaran un poco más el lugar y comenzó a contar.

–El aire está muy enrarecido –dijo–.De lejanos lugares llegan nubes de humo que lo

contaminan y lo vuelven venenoso para la vida de los animales y las plantas.

–¿Para los animales humanos también? –pre-guntó Beatriz.

–Sí, para ellos más que ninguno.–¿Y quién hace eso? –preguntó Mariana.–Precisamente los seres humanos –dijo el Búho

Real– y lo terrible es que ellos viven del aire que respiran, igual que nosotros, pero parece que aún no se han dado cuenta que morirán si siguen en-fermando el aire así.

–¿Cómo lo hacen? –preguntó Beatriz.–Tienen unas enormes torres que llaman chi-

meneas...

CUARENTAY DOS

adonde.indb 42 26/04/2010 13:28:43

–¿Cuántas?–¡Ah, no lo sé! Tal vez miles, decenas de miles,

millones.–¡Ooohhh!–Esas chimeneas largan gases malos, nubes pe-

ligrosas. Los autos que usan para caminar...–¿Qué, no tienen piernas los pobrecitos?–Sí, pero les gusta andar sentados y esos aparatos

se pasan tosiendo y tiran un humo horrible por la cola.

–¡Eso es tremendo!–Sí, lo es. Además mucha gente se pone unas

chimeneas pequeñas en la boca y larga humo a cada rato.

–¡Eso es bien bobo!–Sí, lo es. Hay lugares donde las personas ya an-

dan por sus calles con máscaras y tapabocas porque si respiran normalmente se enferman.

–¡Eso ya es ridículo!–Sí, lo es. Eso ocurre en las ciudades y me da

risa porque alguna de ellas se llama... ¡Buenos Aires!

–¡JA JA JA JA JA JA! –rieron los bichos como locos. Los cascarudos se agarraban la barriga, la rana lloraba de risa y las hormigas se tapaban la boca unas a otras para tratar de parar la risa, pero la carcajada fue general.

–Da gracia, sí, pero es para llorar –dijo el grillo

CUARENTAY TRES

adonde.indb 43 26/04/2010 13:28:43

y todos se callaron, se hizo silencio y cada uno se hundió en un profundo pensamiento.

–“¿Los humanos se habrán enfermado de estu-pidez?” –pensó Beatriz la lombriz y sintió ganas de decir que sí con la cabeza.

–¿En qué piensas, Bea? –preguntó el cascarudo.–En que tenemos que hacer algo ahora, no hay

tiempo que perder.En nuestro plantío no podemos vivir, en el río

no hay peces, los pájaros se han ido lejos. Esto no puede ser y la causa de todos estos males señala a las personas, así que debemos hablar con ellas, tendremos que ir a las ciudades.

–¡Sí! –gritaron todos y los cascarudos, siempre lentos, comenzaron a bajar del árbol. Las hormigas, en fi la, hicieron un camino que parecía un tobogán alrededor de los troncos. El grillo dio un salto y se bajó.

–Yo también me iré –dijo el Búho Real. Me uniré a todos los demás pájaros que van rumbo al sur, allá lejos, donde todavía se puede respirar aunque hace frío y la capa de ozono parece un queso lleno de agujeros.

–Si vas a ir al sur, entonces te voy a pedir que lleves una carta de nosotros.

–¡Excelente idea! –gritaron las hormigas y la más pequeña juntó un grupo numeroso de amigas y trajeron una hoja de banano, inmensa y sana, el

CUARENTAY CUATRO

adonde.indb 44 26/04/2010 13:28:43

CUARENTAY CINCO

grillo hizo tinta con el jugo de unas remolachas y Beatriz comenzó a escribir con una ramita.

Queridas aves amigasQueridos pájaros amigos:

Triste está el mundo sin ustedes. El cielo sin aves parece desnudo. Los campos no son iguales si faltan avestruces y ñandúes con sus zancadas de verdaderos atletas; ni serán iguales los hielos sin los simpáticos pingüinos.

¿Alguien se puede imaginar el planeta sin el canto de cantores como ustedes?

¿Habrá mejor tenor o soprano que las aves? ¿Se podrá formar un coro mejor que el de los pájaros por las mañanas?

Sinceramente queremos que vuelvan a los lugares de donde son, por eso hemos decidido seguir nuestro viaje hasta donde viven las personas para hablar con ellas de todo lo que están haciendo con la tierra, el agua y el aire. Contamos con ustedes porque bien sabemos que si los precisamos vendrán enseguida en nuestra ayuda.

Hasta pronto. Ojalá nos veamos en una gran fi esta de todos los animales del mundo, incluidos los humanos, claro está.

Un beso de Beatriz la lombriz, la rana Mariana, el

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CUARENTAY SEIS

pato Renato, los cascarudos, las hormigas, las chin-ches de campo, los grillos y un montón de bichitos más.

P.D.: Saluden de nuestra parte a las aves de los cielos del mundo.

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¿Por qué la genteestá triste?

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I

Llegar a la primera gran ciudad no fue nada fácil. Tuvieron que pasar por pequeños poblados, villas, caseríos y pueblitos, pero recién cuando hallaron la inmensa autopista, parecida a las culebras zigza-gueantes, comprendieron que ese sería el camino que conduciría a la metrópoli, y la siguieron.

Al principio era insoportable, pero luego se acos-tumbraron, lo que es terrible, y entendieron que no había otra posibilidad; tuvieron que aguantar el ruido, el humo y el olor nauseabundo de la gasoli-na que largaban miles y miles de autos, camiones, motos y vehículos de todo tipo en aquella carretera infernal.

A veces se enlentecía la marcha allá abajo, el escándalo era más suave y a los bichos les parecía avanzar muchísimo porque dejaban atrás cientos y cientos de vehículos casi parados.

Pero otras veces la pista parecía un río vertigino-so que avanzaba a gran velocidad, a punto de des-bordarse, y los bichos se asomaban por los bordes del canasto sin salir del asombro de ver aquellas personas y aquellas máquinas a toda carrera.

En dirección contraria era igual. Para un lado y para otro dos torrentes de ruedas y chapas pa-recían ir en busca de algo que no podía esperar ni un segundo.

CUARENTAY NUEVE

adonde.indb 49 26/04/2010 13:28:44

–Y ese es, más o menos, el ritmo de locura que tienen las ciudades grandes –dijo el pato Renato que algo había escuchado en sus viajes.

–¡Ay, mamita querida!¿Qué aventuras llegarán? –preguntó Beatriz sin

esperar respuesta.Los demás bichos sólo miraban con sus inmen-

sos ojos el movimiento a su alrededor.A lo lejos la carretera daba una vuelta por detrás

de una loma que estaba repleta de casitas de techos rojos. Frente a ese cerro unas chimeneas grises no cesaban de largar al aire columnas de humo de to-dos los colores, desde el blanco más blanco, hasta el negro impenetrable.

El cielo ya no era azul, tenía una densa bruma del color de los ladrillos suspendida sobre todo el lugar. Cuando el globo dio la vuelta a la colina apareció el gigantesco muro de cemento, el paisaje estaba recortado en líneas rectas, y miles y miles de ventanas parecían ser los ojos de la ciudad que los estaban mirando desde lejos. Un poco más allá apreció una bahía con grandes barcos de acero y el agua marrón. En un costado los bichos vieron un parque rodeado de rejas como si no dejaran entrar ni salir nada. Por las calles y avenidas de la ciudad, corsos de autos y ruidos iban y venían como ma-nadas de búfalos asustados.

La gente apilada en las esquinas, en las paradas

CINCUENTA

adonde.indb 50 26/04/2010 13:28:44

CINCUENTAY UNO

y en las estaciones se veía como racimos colgados de faroles y edifi cios.

–¿Adónde aterrizamos, pato? –quiso saber el grillo.

–No sé. Jamás vine a una ciudad así, tan grande.–Vinimos a hablar con la gente,así que debemos ponernos donde veamos más

personas –sugirió Beatriz y entre las calles que se cruzaban y se enredaban en madejas enmarañadas de asfalto, apareció un lugar indicado.

–¡Allá! ¡Ese es el mejor sitio! –señaló Mariana y el globo se dirigió a la cabeza de un caballo de bronce que llevaba un jinete también de bronce, en medio de una plaza por donde transitaban ver-daderas multitudes. Se posaron allí, descendieron del canasto y se pusieron a observar.

–Parece ser el centro de la ciudad aquí –notó una hormiga y sacó una libretita para anotar lo que veía.

II

–¡Miren! –gritó un cascarudo señalando una de las esquinas de la plaza. La gente se juntaba cuando una luz estaba roja y los autos pasaban y pasaban. Cuando esa luz de la gente se ponía verde, entonces las personas salían caminando ligero, igual que los autos, todos juntos, al mismo paso, mientras los ve-

adonde.indb 51 26/04/2010 13:28:44

CINCUENTAY DOS

hículos esperaban parados, observando, rugiendo, temblando ansiosos.

Esa operación se repetía una y otra vez por lap-sos más o menos iguales. Lo terrible, lo insólito era que exactamente lo mismo ocurría en infi nidad de esquinas de la ciudad, yendo y viniendo en incon-tables direcciones.

–¡Observen allá! –señaló Beatriz los bancos de la plaza donde habían personas sentadas unas al lado de las otras sin mirarse ni hablarse ni tocarse con suaves caricias, sino quietas como estatuas, mirando revistas o diarios o cualquier cosa, con la vista perdida vaya uno a saber en qué lugares.

–Esa gente no me gusta –observó un cascarudo– pero mira, Bea, allá hay unos jóvenes que miran con entusiasmo a unas jóvenes...

–¿Dónde?–¡Allá! –y tanto se estiró el cascarudo tratando

de señalar el sitio que perdió el equilibrio y se cayó de la cabeza de la estatua a la cabeza de una niña que pasaba por la plaza cabizbaja y seria.

¡Uy, perdón! –dijo el cascarudo mientras los demás bichos dejaban de respirar, el pato casi sale volando y la niña por poco se desmaya al ver un cascarudo hablando.

–Nos descubrieron –dijo Mariana bajito.–No, no, no te descompongas tú que el que está

golpeado soy yo –dijo el cascarudo y la niña miró

adonde.indb 52 26/04/2010 13:28:44

CINCUENTAY TRES

para todos lados, se agachó, lo tomó en sus manos cálidas y lo observó con sus enormes ojos negros.

–¿Cómo te llamas?–Anna, ¿y tú?–Cascarudo, ¿no ves que soy un cascarudo? –y

enseguida contó toda la historia y el viaje.Finalmente señaló la cabeza del caballo y le pidió

a Anna que no le revelara a nadie el formidable secreto.

Esa noche los bichos volaron a casa de Anna tal cual habían arreglado, allá, pasando aquellas chimeneas, después de la bahía, en la falda de la primera colina, en una de las casitas de tejas rojas, la sexta después del árbol viejo, la que tiene un farol en la puerta.

Anna los esperó en la ventana de su cuarto.

III

Camino a la casa de Anna los bichitos vieron la ciudad encendida como un árbol de navidad y el espectáculo resultaba formidable desde el globo. El aire ahora estaba un poco más limpio y se oían menos ruidos. Notaron que habían menos autos a esa hora y la gente parecía andar más tranquila, aunque algunas personas iban tan despacito que cualquiera podía pensar que no querían ir a ningún

adonde.indb 53 26/04/2010 13:28:44

lado o no tenían ningún lado adonde ir. Sus caras estaban serias y lo único que hacían era mirar el piso.

Por algunos lugares había gente durmiendo en recovecos, al aire libre y lo peor, lo que jamás se podría entender era que, entre esa gente, había muchos niños como Anna.

De madrugada llegaron a la casa en medio de la luz de la luna espléndida.

–Hola, Anna, gracias por esperarnos –dijo Ma-riana y las hormigas, los cascarudos, los grillos y las chinches de campo se sentaron en el borde de los postigos. El pato Renato y Beatriz la lombriz le regalaron a Anna dos semillas de girasol y un canto rodado.

Anna escuchó con atención todo el relato que hicieron los bichos sobre el viaje por la tierra, los ríos y los cielos. Uno a uno dijo lo que había visto y los amigos que había conocido. Beatriz comentó la amargura que le provocó descubrir niños en la calle, lavando vidrios de autos en los semáforos para ganar unas monedas o...

–¿Qué son monedas? –preguntó la hormiga más pequeña.

–Algo que se usa para comer o para...–¿Son ricas y dulces?–¡No! Nada de eso. Sirven para comprar cosas.–¿La comida hay que comprarla?

CINCUENTAY CUATRO

adonde.indb 54 26/04/2010 13:28:45

–Sí –contestó Anna con cierta pena y agregó: –El agua también se compra.

–¿Y el aire?–No... todavía no.–¿Y la alegría?–No.–¿Y el amor?–No.–¿Y...?–¡Basta, hormiguita chiquitita!Deja que Anna nos cuente cómo es su ciudad,

¿si? –pidió Beatriz.–En realidad tenemos muchas cosas feas, sí.

Mucha gente vive encerrada con rejas y mil ce-rraduras.

–¡Oh!–No hay sufi cientes parques. La gente anda apu-

rada y muchos viven mal.–¿Es por eso que la gente está triste?–Sí, seguramente debe ser por eso –dijo Anna y

enseguida contó que en el mundo de las personas hay guerras, violencia y drogas.

–... y eso es sólo un montón de porquería –dijo.–Cuéntanos más –pidió el cascarudo.–La ciudad tiene mucha mugre y el aire es raro y

malo. Hay ciudades que tienen el agua tan fea que no se puede beber.

–¡Pah!

CINCUENTAY CINCO

adonde.indb 55 26/04/2010 13:28:45

–Otras ciudades tienen muchísima gente pobre y siguen llegando más todos los días.

–El mundo de las personas parece estar patas para arriba –notó una chinche de campo y se miró con sus compañeras y con los cascarudos que bien saben que cuando se quedan patas para arriba no

se pueden dar vuelta y ese puede ser el fi n.–¿No tiene nada lindo tu mundo, Anna? –pre-

guntó Beatriz.–Sí. Por suerte tengo amigos, escuela, familia

y fl ores, todavía tengo fl ores y lugares donde se pueden plantar, aunque esos lugares cada vez son más chiquitos porque las máquinas están tirando árboles y pelando el mundo. Por eso creo que aún queda mucho por hacer.

–Sí, eso, debemos hacer algo.–¿Qué podemos hacer?–No sé.–Tendríamos que juntarnos con todos los niños

como tú, Anna –dijo la rana Mariana.–Eso sería fantástico, pero ¿cómo hacerlo? ¿dón-

de reunirnos?

IV

–El lugar podría ser mi playa –propuso el pato Renato y a todos les encantó.

CINCUENTAY SEIS

adonde.indb 56 26/04/2010 13:28:45

CINCUENTAY SIETE

–Tú, Anna, sería bueno que te juntaras con ami-gos de todo el mundo para organizar esa gran reunión, ¿no?

–Sí, eso haré, pero deben ser sólo niños, ¿si? –pidió.

–Bien –dijo Beatriz– mientras tanto nosotros escribiremos una carta para todos lados haciendo la invitación ¿te parece?

–Excelente –dijeron los bichos y se pusieron alrededor de un papel, Anna trajo una vela y...

–Anna –interrumpió el cascarudo que había caído allá en la plaza –creo que lo mejor será que tú misma escribas esa carta.

–Está bien, si no les parece mal.–Al contrario –dijeron y la niña sacó un lápiz de

su mochila y comenzó a escribir.

Queridas amigas y amigos del mundo entero:

He escuchado con mucha atención lo que me han contado mis amigos los bichos, y ahora sé lo que está sucediendo en la tierra, el agua y el aire. Yo les conté lo que ocurre en las ciudades y, la verdad, no es así como quiero que sea el mundo.

Algo tenemos que hacer.Los invito a comunicarse conmigo de la mane-

ra que deseen para organizar juntos un encuentro

adonde.indb 57 26/04/2010 13:28:45

CINCUENTAY OCHO

mundial de niños amigos de la tierra, ¿no les parece una buena idea?

A partir de ahora podemos intercambiarnos pro-puestas sobre cómo debe ser esta reunión.

Desde ya les adelanto que mi amigo, el pato Rena-to, propuso hacer el encuentro en la playa Chichiri-viche, pero está en nosotros decidir dónde conviene más.

Manden sus respuestas a la dirección que les pongo atrás del sobre.

Un beso para todos de Anna, la niña de la ciudad, Beatriz la lombriz, el pato Renato, la rana Mariana, los cascarudos, las chinches de campo, los grillos, las hormigas y un montón de bichitos más.

P.D.: No se demoren que no hay tiempo que perder.Es urgente.Otro beso.(El beso también va urgente).

adonde.indb 58 26/04/2010 13:28:45

¿Quién dijoque el mundoestá perdido?

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I

Al principio pensaron que era una locura.–Son cosas de niños –decían algunos adultos.–Nunca antes se ha hecho algo así –aseguraban

otros.–Defi nitivamente no será posible –afi rmaban

personas mayores que no tienen imaginación y sus rostros están aburridos. Sin embargo los niños y los bichos siguieron trabajando intensamente.

Cartas, llamadas telefónicas, faxes, correo elec-trónico, señales de humo, mensajes satelitales, botellas cerradas con cartas adentro, gritos en las montañas con eco y palomas mensajeras iban y venían.

Al poco tiempo llegaron a casa de Anna algunos niños de todo el mundo. Trataban de organizar el gran encuentro.

Beatriz la lombriz, la rana Mariana, las chinches, las hormigas, los grillos, los cascarudos y el pato Renato participaban atentamente instalados sobre la mesa de luz. El tema era ver dónde harían la reunión.

–Puede ser en el medio del océano –propuso Ratu de once años, llegado de Fiji, isla de Oceanía, pero todos saben que no es posible estar parado sobre el agua.

SESENTAY UNO

adonde.indb 61 26/04/2010 13:28:45

–Tal vez podamos hacerlo en la cumbre del pla-neta, en el Everest –dijo Koyllur, niña andina de ocho años, acostumbrada a las alturas.

Surya Tulsi apoyó la idea. Es que él vivía en las montañas del Himalaya y reunirse en el Everest era como estar en su casa, pero todos saben que subir ocho mil ochocientos cuarenta y ocho metros no es fácil.

–Ni sobre el agua ni en las montañas. Nada de eso.

Lo mejor será hacerlo en el desierto donde yo vivo –propuso Modibo, hijo de Mandinga, habitan-te del Sahara, pero esta sugerencia tampoco tuvo éxito porque nadie aguantaría varios días bajo los terribles rayos del sol.

Mucajaí, niña ianomami, habitante de las selvas amazónicas, a orillas del gran río, propuso que todo se hiciera en su región y la idea habría sido aceptada de no ser por la oposición de Anna.

–Nosotros no estamos acostumbrados –dijo–, le tengo miedo a las culebras y los alacranes. El calor es insoportable ¡y los mosquitos ni les digo!

En todo caso les propongo hacerlo en la ciu-dad...

–¡NO! –gritaron niños y bichos.Pensaron y pensaron y al fi n fue Beatriz la que

recordó la propuesta del pato Renato y, entonces, ya nadie lo dudó.

SESENTAY DOS

adonde.indb 62 26/04/2010 13:28:46

SESENTAY TRES

El mensaje fue muy claro, todos los niños del mundo se enterarían. Los adultos no.

–¿Ningún adulto sabrá de esto? –quiso saber Ratu.

–Ninguno... bueno, ninguno, no. La única que sabrá del encuentro será la Anciana Mágica –dijo Mucajaí.

Aquella mujer sin edad seguramente ya sabría que sobre el mar Caribe, en la playa Chichiriviche, tendría lugar el Primer Encuentro Mundial de Ni-ños Amigos de La Tierra.

–Ahora tendremos que trabajar –dijo Modibo.–Sí –señaló Koyllur –y sobre todo ver de qué

manera llegamos allá.

II

El grupo organizador integrado por Ratu, Koy-llur, Mucajaí, Modibo, Surya Tulsi, Anna y todos los bichos, ya sabía que concurrirían al encuentro cinco mil trescientos veintiséis niños. De cada continente vendrían mil niños, trescientos serían niños sin país (como los gitanos), veinte vendrían del polo norte (como los niños esquimales) y seis serían los del grupo.

La Anciana Mágica puso toda su ayuda. Aquella mujer siempre andaba de buen humor y era muy

adonde.indb 63 26/04/2010 13:28:46

SESENTAY CUATRO

sabia, por eso hablaba poco. Los últimos tiempos los había pasado en las nubes tratando de coser la capa de ozono o pasando una inmensa aspiradora por la alfombra del cielo.

Los niños y la Anciana sólo hablaban de la re-unión.

–Después del encuentro podríamos organizar algunos juegos y terminar bailando en la arena. ¿Qué les parece? –dijo Modibo.

–¡Excelente! –dijeron todos menos la Anciana que se rió y miró su antiquísimo bastón hecho con la rama de un cedro.

–Tú también podrás bailar –dijo Ratu y se lanzó sobre ella, la abrazó y le dio como dos mil besos... buenos, tal vez no tantos.

–¿Cómo le damos un último detalle al encuen-tro? –preguntó Anna.

–Podríamos bañarnos todos juntos en la playa –propuso Surya.

–¿Desnudos? –preguntó Anna.–¿Y por qué no, eh? –protestó Modibo.–Lo mejor será terminarlo de la manera que

quieran...–Las nubes están listas –anunció la Anciana

Mágica y todos los niños del mundo se subieron a ellas, en cada lugar donde la mujer había mandado nubes para trasladar a los participantes. Algunas eran pequeñas y llevaban un solo niño. Otras eran

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SESENTAY CINCO

inmensas y podían cargar cientos... bueno, tal vez no tantos.

Lo cierto es que rumbo al mar Caribe viajaban cinco mil trescientos veintiséis niños, una An-ciana Mágica, Beatriz la lombriz, la rana Maria-na, el pato Renato, las chinches, los cascarudos, los grillos, las hormigas y un montón de bichitos más.

–¡CHIVICHIRICHE nos espera! –gritó la An-ciana Mágica y todos rieron.

–¡CHI–CHI–RI–VI–CHE, Anciana, Chichiri-viche –corrigió Mucajaí y se lanzó sobre la señora para darle cinco mil... ¡epa! tal vez no tantos, pero más o menos un montón de besos.

III

Los últimos en llegar fueron los niños de Japón; es que una tormenta los había retrasado cuando cruzaban el Trópico de Cáncer. Koyllur cantó una canción de bienvenida en quechua. Los niños escuchaban en la arena y en el agua. La playa Chi-chiriviche no era muy grande y la vegetación de la selva caía casi al borde de sus orillas. El agua estaba serena y verde. Los únicos que resoplaban como ballenas sofocadas eran los niños esquimales que no dejaban de zambullirse.

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Cuando el sol se ocultó detrás de los árboles, Anna propuso formar una ronda en la arena.

Lo mejor será presentarnos –propuso Surya Tulsi y los niños asiáticos se pusieron de pie por todos lados.

–Venimos del continente más poblado del mun-do –dijo un niño indio que tenía su casa a orillas del río Krishna.

–De todas maneras lugar tenemos –aclaró una niña china de largas trenzas y vestido de fl ores.

–Hay muchas enfermedades porque las aguas están contaminadas –anunció un niño árabe.

–Y la gente se muere de hambre porque no hay comida –recordó un niño camboyano.–El aire también está contaminado –dijo un niño japonés que vivía en Tokio.

Lo peor, creo, es la guerra –interrumpió un niño irakí de enormes ojos negros y miró a la niña de Croacia y a unos niños de Bosnia que permanecían serios.

–Pensamos igual que tú –dijeron niños israelíes y palestinos. Entonces toda la playa quedó en silen-cio. Hasta las gaviotas callaron.

–¿No será que el alma de las personas también está contaminada? –dijo Surya Tulsi.

–El alma de toda la gente no. Por suerte hay muchos adultos que yo sé que tienen el alma bien limpita todavía –aclaró Modibo.

SESENTAY SEIS

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–Nosotros venimos de tierras hermosas –se presentó Mucajaí.

–Pero desde hace años la gente agujerea los campos y las montañas, las selvas y el fondo de los ríos, desesperados por hallar oro, plata y esmeral-das –agregó Koyllur.

–Nosotros ya no podemos ni respirar –dijo un niño mexicano.

–Y nosotros no podemos bañarnos en nuestros ríos; hay mucha hepatitis y mucho cólera –recordó una niña peruana.

Mucajaí propuso hacer una pausa para cenar. El sol se había ido y el cielo estrellado recibió la luna llena. Se hicieron fogones por toda la playa para comer frutas y verduras, y para beber jugos y agua fresca. Cada grupo se puso un nombre y así fueron apareciendo el grupo de las montañas, el del agua, el de la selva, los desiertos y las ciudades.

En una punta rocosa Anna se reunió con to-dos los niños venidos de las grandes ciudades del mundo.

–Nosotros no aguantamos más –dijo un niño de Tokio– en cualquier momento nos caeremos de la isla –todos se rieron, en especial los de Londres.

–En Buenos Aires vamos a terminar marrones por el humo.

–En Hamburgo vivimos con miedo porque en

SESENTAY SIETE

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cualquier momento puede estallar una estación nuclear y chau.

La Anciana Mágica escuchaba con atención aquí y allá, y tomaba notas en una libreta de hojas de maíz, bien secas y planchadas.

Luego de cenar se formó el grupo de las pregun-tas que trabajaría entre las palmeras al día siguiente. Después fueron a descansar mientras Koyllur tocó la quena.

–Koyllur, ¿cómo se llama esta melodía? –quiso saber Mucajaí.

–Se llama Estrella como mi nombre y se toca en la isla del Sol, en medio del lago donde nació el primer hombre y la primera mujer.

–¿El sol fue el padre de esa pareja?–Sí.–¿Y la madre?–¡Ah, la madre fue... digamos la tierra, la Pacha-

mama! –dijo Koyllur orgullosa y miró sonriendo a la Anciana Mágica que también sonreía.

IV

La segunda jornada del encuentro fue de juegos y bailes. Esa mañana se despertaron tarde. Después del almuerzo hicieron una pausa compartiendo la sombra fresca.

SESENTAY OCHO

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SESENTAY NUEVE

Modibo comenzó los festejos. Más de cien niñas y niños africanos se sentaron frente a unos tron-cos huecos y comenzaron a golpearlos con fuerza, llamando la atención de todos. Después los ritmos fueron más suaves invitando a bailar. Koyllur y los niños andinos no se hicieron esperar acompañando a los africanos con melodías de las montañas, con quenas, palos y pequeños tambores. Koyllur cantó:

–Camri ñustaUnuiquitaPara munquiMai ñimpiriChichi munquiRiti munqui.–No entiendo nada –dijo Anna en el oído de un

niño peruano.–Está cantando en quechua, eso es lo que pasa.–¿Pero qué dice?–“Tú, real doncella, nos darás lloviendo tus

hermosas aguas; también haz de granizar y hasta nevarás”. Y en ese preciso instante comenzó a llover sobre toda Chichiriviche, pero como hacía mucho calor siguieron bailando y cantando bajo la lluvia.

La Anciana Mágica, sentada sobre una roca, disfrutaba su lluvia y las canciones. Entre música y poesía los niños se tomaron de la mano y formaron rondas y parejas. Beatriz invitó al cascarudo, Maria-na sacó a bailar al grillo y el pato Renato bailó con

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SETENTA

las chinches y las hormigas. La Anciana hizo del cielo una enorme bóveda para que las canciones se oyeran mejor, apagó el sol, dejó sólo un resplandor, pintó de colores las gotas de lluvia y preparó dos toneladas de ensalada de fruta.

La diversión duró hasta el amanecer.

V

–Hoy es el tercer día –recordó Surya –será el momento de oír qué hizo el grupo de las preguntas.

–Anna fue a buscarlos –dijo Modibo –parece que trabajaron toda la noche iluminados por bichitos de luz.

Después de almorzar ensaladas el grupo de preguntas se instaló en las dunas usando enormes caracoles como altavoces para que todos pudieran escuchar. Anna habló.

–Mucho sabemos ahora de las cosas que le pa-san al mundo. Muchas cosas podemos decir pero hemos preferido preguntar.

Un niño estadounidense se puso de pie.–“Everyone has the right to life, liberty and se-

curity of person” (1) dicen los Derechos Humanos, ¿por qué hay guerras en el mundo, entonces?

Un niño de Niger, negro como la noche, de boca ancha y sonrisa blanquísima siguió su turno.

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SETENTAY UNO

–“Nul ne sera tenu en esclavage ni en servitude; l’esclavage et la traite des esclaves sont interdits sous toutes leurs formes” (2) dice también la declaración y sin embargo muchos niños son usados para el trabajo.

¿Quién cree tener el derecho de usar y abusar de nosotros?

–¡Miren! –gritó Mucajaí y todos miraron el agua y la playa. La Anciana Mágica había traído animales de diferentes partes del mundo que se habían insta-lado en la arena. Más allá el mar estaba repleto de peces de mil colores y tamaños. Los árboles pare-cían fl orecidos de aves de los más lejanos lugares.

–No queremos que destruyan nuestra familia –dijo un lobo marino.

–A nosotros nos están quitando nuestra casa –comentó una nutria de los bañados uruguayos.

–No queremos tener más hijos que nacerán condenados a terribles matanzas –dijo una ballena azul. Entonces voló un hornero y habló.

–Nosotros hacemos nuestras casas igualitas –dijo–. No entendemos por qué ustedes, los huma-nos, viven en casas tan diferentes. Unos en palacios y otros entre latas y cartones.

–“Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes” (3) dicen y yo pienso que si los adultos dejaran de pegar, tal vez las guerras se terminarían, ¿no?

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–A veces me pregunto –interrumpió Ratu– ¿por qué dañan el agua?

–¿Por qué tenemos que respirar aire sucio? –pre-guntó Anna.

–Los niños tenemos derecho de recibir edu-cación, pero en donde yo vivo no pueden ir a la escuela –dijo Modibo y muchos niños se pusieron de pie para contar lo mismo.

Se armó un gran bochinche, entonces Mucajaí habló.

–Nadie tiene derecho de dejarnos un mundo enfermo, viejo y triste.

–La gente sonríe poco, no juega en los parques ni se saluda –dijo Koyllur. La Anciana Mágica escribía todo lo que los niños decían.

–¿Qué piensas hacer con esas hojas? –preguntó Mucajaí.

–Un libro, one single book, un seul livre, para que la gente sepa lo que pensamos.

La mujer sin edad se transformó en nube y se deshizo en lluvia con gotas de mil colores.

Todos subieron a sus nubes y comenzaron el viaje de regreso.

–¡Ojalá lean este libro de maíz! –dijo un niño guatemalteco.

–Tal vez tengamos que vernos muchas veces más –anunció Anna–. Pero sería bueno que alguna vez lo hiciéramos sólo para bailar y jugar.

SETENTAY DOS

adonde.indb 72 26/04/2010 13:28:47

En pocos momentos el lugar quedó vacío.Nadie hubiera pensado que ahí habían estado

más de cinco mil niños. La arena, húmeda aún, tenía colores. Muy lejos de allí los niños viajaban por el mundo para hablar con la gente sobre la vida que querían en este siglo y en este milenio. Cada uno contaría qué había sucedido en el encuentro.

Sabían que algunos adultos dirían “son cosas de niños” o “locuras de pequeños” y que un encuentro así “jamás se podría realizar”. Pero a ninguno de ellos le importaba demasiado.

Lo importante era hacer amigos de la tierra, del aire y del mar.

Beatriz la lombriz, la rana Mariana, el pato Re-nato, las chinches, los grillos, los cascarudos y las hormigas, volvieron a su huerta junto a un montón de bichitos más. Ya no escribían cartas, ahora te-nían un libro y por primera vez sentían que si los niños eran capaces de hacer todo lo que hicieron, el mundo podía mejorar.

Beatriz escribió una notita para poner adentro del libro.

“Amigo lector –decía– ¿quién dijo que el mundo está perdido? Todavía podemos hacer juntos muchas cosas. Aquí, entre nosotros, hay un sitio para ti. El mundo también es tuyo y te precisa.

SETENTAY TRES

adonde.indb 73 26/04/2010 13:28:47

Un beso de Beatriz y todos los bichos de esta his-toria.”

Muchachas, muchachosa la rueda, ruedaque vuestra sea la calley toda la vereda. (4)

(1) Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona (Declaración de los Derechos Hu-manos, art. 3).

(2) Nadie será sometido a esclavitud ni servidumbre; la esclavi-tud y la trata de esclavos está prohibida en todas sus formas.

(Declaración de los Derechos Humanos, art. 4).

(3) Declaración de los Derechos Humanos, art. 5.

(4) Verso de Líber Falco, poeta uruguayo, 1906–1956.

SETENTAY CUATRO

adonde.indb 74 26/04/2010 13:28:47

Canción de la lombriz Beatriz

(recitado)No queremos la mugre ni la guerra, somos amigos de la tierra.

El mundo estaba engripado y también contaminado.

Le dolía la cabeza de tener tanta pobreza.

Tenía mucha locura de vivir en la basura.

Los árboles se morían, la gente los destruía.

Y los bichos disparaban pues la gente los cazaba.

El mundo estaba sin dientes, tenía enfermo el ambiente.

¿Quién encontrará el remedio de proteger nuestro medio?

SETENTAY CINCO

adonde.indb 75 26/04/2010 13:28:47

¿Quién quitará la tristeza a nuestra Naturaleza?

Será cada ser humano, el remedio está en sus manos.

En lugar de disparates es mejor tomarse un mate.

No me rompas el planeta ni fabriques escopetas.

En lugar de destruir es más lindo construir.

Quiero volar por el cielo de un mundo de caramelo.

¡Ché, adulto, no armes más lío que el mundo también es mío!

Esta canción que te regalamos forma parte de la obra de teatro “¿Adónde fueron los bichos?”, de Ignacio, que obtuvo el Premio “Florencio” al Mejor Texto de Autor Nacional, Premio “Floren-cio” como Mejor Espectáculo para Niños y Premio “Musa” de AGADU a la obra más vista por los niños de Uruguay.

SETENTAY SEIS

adonde.indb 76 26/04/2010 13:28:47

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IGNACIO MARTÍNEZ nació en Montevideo, Uruguay, en 1955. Ha publicado hasta el momento 75 títulos para niños y jóvenes, se han estrenado 30 obras de teatro y ha obtenido numerosos premios y reconocimientos nacionales e internacionales.

¿Adónde fueron los bichos? es un clásico de la literatura para los niños de Uruguay y otras latitudes.

Los temas que aquí se tratan están íntimamente relacionados con el ambiente y la salud de nuestro planeta, aspectos fundamentales en la vida cotidiana de nuestros niños.

¿Adóndefueron

los bichos?

OTROS LIBROS DEL AUTOR

• El libro de todos

• La vereda de enfrente

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• La Hechicera de Vaupés (I, II, III, IV y V)

• Los chiquilines del barrio I y II

• Cuentos mágicos del Uruguay(20 títulos)

Ignacio Martínez

En este libro están todos los viajes de los bichos.

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