Julia Quinn02 de los Bevelstoke.PrólogoCapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14Capítulo 15

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Julia Quinn

Aconteció en Londres

02 de los Bevelstoke.

Argumento

Lo que constituye el auténticoespíritu de Londres son los rumores ychismorreos.

Cuando a Olivia Bevelstoke le

cuentan que su nuevo vecino podríahaber asesinado a su prometida, estáabsolutamente convencida de que esfalso. Pero, ¿qué mal hace si le espía unpoco para asegurarse de que no esverdad? Así que crea su pequeñoespacio de vigilancia cerca de laventana de su habitación, perfectamenteoculta entre las cortinas, y observa yespera… y descubre a un misteriosohombre que definitivamente escondealgo.

Sir Harry Valentine trabaja para elaburrido departamento del Ministerio deGuerra, traduciendo documentos de vitalimportancia referidos a la seguridadnacional. No es un espía, aunque ha sidoentrenado para ello, y cuando una

espectacular rubia empieza a seguirledesde su ventana, enseguida comienza asospechar. Pero justo cuando decide queno es nada más que una irritante curiosa,descubre que quizá podría estarcomprometida con un príncipeextranjero que podría estar conspirandoen contra de Inglaterra. Y cuandodescubren a Harry espiando a Olivia, élse da cuenta de que muy bien podríaestar enamorándose de ella.

Prólogo

Cuando tenía doce años, HarryValentine poseía dos saberes que lodiferenciaban de cualquier otro chico desu clase en la Inglaterra de principiosdel siglo diecinueve.

El primero era su completa yabsoluta fluidez en ruso y francés.

Había poco misterio alrededor deaquel talento suyo; su abuela, laextremadamente aristocrática ydogmática Olga Petrova ObolenskiyDell, había comenzado a residir con lafamilia Valentine cuatro meses después

del nacimiento de Harry.Olga detestaba el inglés. En su

(frecuentemente expresada) opinión, nohabía nada en el mundo que necesitaradecirse que no pudiese expresarse enruso o francés.

En cuanto a por qué se habíacasado con un inglés, nunca lo explicó.

- Probablemente porque necesitaexplicarlo en inglés -murmuraba Anne,la hermana de Harry.

Harry simplemente se encogía dehombros y sonreía, como haría cualquierotro hermano, cuando aquello golpeabasus oídos. Puede que Grandmèredesdeñara el inglés, pero podíaentenderlo a la perfección, y sus oídoseran tan afilados como los de un

sabueso. Susurrar lo que fuese, encualquier lengua, era una mala ideacuando ella estaba en el salón de clase.Hacerlo en inglés era increíblementeidiota. Hacerlo en inglés y sugerir que elfrancés o el ruso no eran adecuados parala tarea verbal a la que se enfrentaban…con toda honestidad, a Harry lesorprendió que a Anne no la hubiesenazotado.

Pero Anne odiaba el ruso con lamisma intensidad que Grandmèrereservaba al inglés. Implicabademasiado trabajo, se quejaba, y elfrancés era casi igual de difícil. Annecontaba cinco años cuando Grandmèrehabía llegado, y su inglés estabademasiado afianzado para que ninguna

otra lengua se estableciera en igualdadde condiciones.

Harry, por su parte, era feliz depoder hablar en cualquier lengua en laque le hablasen. El inglés era para el díaa día, el francés elegante, y el ruso seconvertía en la lengua del drama y elentusiasmo. Rusia era enorme. Fría.Pero sobre todo, era grande.

Pedro el Grande, Catalina laGrande, Harry había sido destetado conaquellas historias.

- ¡Bah! -se burlaba Olga, más deuna vez, cuando el tutor de Harry habíaintentado enseñarle historia deInglaterra-. ¿Quién es ese Etereldo elIndeciso? ¿El Indeciso? ¿Qué tipo depaís permite que sus gobernantes sean

indecisos?- La Reina Elizabeth era increíble -

señalaba Harry.Olga no se sentía impresionada.- ¿La llaman Elizabeth la Grande?

¿O la Gran Reina? No. La llaman laReina Virgen, como si fuese algo de loque estar orgulloso.

Era en este momento cuando lasorejas del tutor se volvían rojas, cosaque Harry encontraba bastante curiosa.

- Esa mujer -continuaba Olga, contoda la frialdad posible-, no fue una granreina. Ni siquiera le dio a su país unheredero adecuado al trono.

- Muchos eruditos de la historiacoinciden en que la reina hizo locorrecto al evitar el matrimonio -decía

el tutor¾. La reina necesitaba dar laimpresión de no estar bajo ningunainfluencia, y…

Su voz se desvaneció. Harry no sesintió sorprendido. Grandmère se habíagirado hacia él con una de sus afiladasmiradas, bastante inglesa. Harry noconocía a nadie que fuese capaz deseguir hablando al estar bajo esamirada.

- Usted es un pequeño estúpido -articuló, luego le dio la espalda porcompleto. Lo despidió al día siguiente, yentonces ella misma le dio clases aHarry mientras buscaban un nuevo tutor.

No era precisamente tarea de Olgacontratar y despedir a los educadores delos niños de los Valentine, cuyo número

en aquel momento había aumentado atres -el pequeño Edward había sidoañadido a la habitación de los niñoscuando Harry tenía siete años. Peronadie más estaba dispuesto a meterse enel asunto. La madre de Harry, KatarinaDell Valentine, nunca discutía con sumadre, y en cuanto a su padre…bueno…

Aquello tenía bastante que ver conel segundo saber poco común que dabavueltas en el cerebro de doce años deHarry Valentine.

El padre de Harry, Sir LionelValentine, era un borracho.

Éste no era el poco frecuente saberde Harry. Todo el mundo sabía que SirLionel bebía más de lo que debía. No lo

ocultaba. Sir Lionel tropezaba y chocaba(con sus palabras y con sus pies), se reíacuando nadie más lo hacía, y,desgraciadamente para las dos criadas(y las dos alfombras del estudio de SirLionel), había una razón por la que elalcohol no le había hecho engordar. Yde esta forma, Harry se convirtió en unhábil limpiador de vómitos.

Aquello comenzó cuando tenía diezaños. Probablemente habría dejado eldesastre como estaba, excepto porquehabía intentado pedirle a su padre unpoco de dinero, y había cometido elerror de hacerlo a una hora demasiadotardía. Sir Lionel ya había tomado subrandy de la noche, su traguito de latarde, su vino en la cena, su oporto

inmediatamente después, y ahora estabade vuelta a su favorito y anteriormentemencionado brandy, traído decontrabando desde Francia. Harryestaba bastante seguro de que habíahablado con frases completas (y eninglés) cuando había pedido el dinero,pero su padre sólo lo había mirado,había parpadeado varias veces como sino pudiese entender del todo lo quedecía su hijo, y a continuación habíavomitado en los zapatos de Harry.

Así que Harry no había podidoevitar el desastre.

Después de aquello, parecía que nohabía marcha atrás. Pasó de nuevo unasemana después, aunque no directamenteen sus pies, y otra vez un mes más tarde.

Para cuando Harry tenía doce años,cualquier otro jovencito habría perdidola cuenta del número de veces que habíalimpiado los vómitos de su padre, peroél siempre había sido bastante preciso, yuna vez que comenzó a contar, fue difícilparar.

La mayoría de las personas habríaperdido la cuenta alrededor de laséptima vez. Éste era el número másgrande que cualquier persona podíaapreciar visualmente, y Harry lo sabíadebido a su extensa lectura en lógica yaritmética. Pon siete puntos en unapágina, y la mayoría echará un rápidovistazo y dirá, «Siete». Cámbialos aocho, y la mayoría de la humanidad seperderá.

Harry siguió hasta veintiuno.Así que no era sorprendente que

después de quince limpiezas, Harrysupiese exactamente cuántas veces sehabía encontrado a su padre tropezandopor el hall, o desmayado en el suelo, oapuntando, sin suerte, a la bacinilla. Yentonces, cuando llegó a veinte, elproblema se convirtió de alguna maneraen algo académico, y tenía que seguircontando.

Tenía que ser académico. Si no loera, entonces sería otra cosa, y podríaencontrarse llorando hasta dormirse enlugar de simplemente mirando el techomientras decía:

- Cuarenta y seis, pero con un radioalgo más pequeño que el del martes.

Probablemente no cenó mucho.La madre de Harry había decidido,

hacía mucho, ignorar la situación, ynormalmente se la podía encontrar enlos jardines, ocupándose de la exóticavariedad de rosas que su madre le habíatraído desde Rusia hacía varios años.Anne le había informado que planeabacasarse y «salir de aquel infierno» en elmomento en que cumpliese losdiecisiete. Entonces había hecho, apropósito, un testamento sobre suresolución, puesto que ninguno de suspadres hacía el esfuerzo en aquelmomento por asegurarle una buenapareja. En cuanto a Edward, el másjoven, aprendió a adaptarse, al igual quehabía hecho Harry. Su padre era inútil a

partir de las cuatro de la tarde, inclusoaunque pareciese lúcido (lo quegeneralmente parecía, al menos hasta lahora de la cena, donde la situacióncambiaba por completo).

Los sirvientes también lo sabían.No es que constituyeran un númerodemasiado grande; los Valentine se lasarreglaban bastante bien con suordenada casa en Sussex y las cienlibras anuales que continuabanrecibiendo como parte de la dote deKatarina. Pero esto no se traducía en unaespléndida riqueza, y los Valentine sólocontaban con ocho personas comopersonal: un mayordomo, una cocinera,un ama de llaves, el chico de losestablos, dos lacayos, una doncella, y

una chica para la limpieza. La mayoríadecidía quedarse con la familia a pesarde las pocas agradables tareasrelacionadas con el alcohol. Puede queSir Lionel fuese un borracho, pero noera un borracho miserable. Ni tacaño, eincluso las doncellas aprendieron alidiar con aquel lío si aquellosignificaba una moneda extra de vez encuando, cuando el hombre recordaba losuficiente sus actividades para sentirseavergonzado.

Así que Harry no estaba del todoseguro de por qué seguía limpiando eldesastre de su padre, puesto que podríahabérselo dejado a alguien más. Quizásno quería que los sirvientes supiesen loa menudo que pasaba. Quizás necesitaba

un recordatorio visceral de los peligrosdel alcohol. Había oído que habíaocurrido lo mismo con el padre de supadre. ¿Es que aquello era hereditario?

No quería averiguarlo.Y entonces, de manera repentina,

Grandmère murió. Nada tan pacíficocomo morir mientras dormía, OlgaPetrova Obolenskiy Dell nunca habríaabandonado la tierra sin un poco dedrama. Estaba sentada a la mesa en lacena, a punto de sumergir la cuchara enla sopa, cuando se agarró con fuerza elpecho, profirió algunos sonidosahogados, y colapsó. Más tarde secomentó que debía de haber tenido algúnnivel de consciencia antes de golpearsecontra la mesa, porque su cara esquivó

totalmente la sopa, y de alguna manerase las arregló para darle a la cuchara,enviando una porción de ardientelíquido hacia Sir Lionel, cuyos reflejosestaban demasiado embotados paraagacharse.

Harry no presenció aquello deprimera mano; a las doce, no lepermitían cenar con los adultos. PeroAnne lo vio todo, y se lo contó a Harrycasi sin aliento.

- ¿Y se quitó el pañuelo? ¿En lamesa?

- ¡En la mesa! ¡Y se podía ver laquemadura! -Anne sostuvo la mano enalto, el pulgar y el dedo índice dibujaronuna distancia de más o menos unapulgada-. ¡Así de grande!

- ¿Y Grandmère?Anne sollozó un poco. Pero sólo un

poco.- Creo que está muerta.Harry tragó saliva y asintió.- Era muy mayor.- Al menos tenía noventa.- Parecía en sus noventa -musitó

Anne.Harry no dijo nada. No estaba

seguro del aspecto de una señora denoventa años, pero Grandmèreciertamente tenía más arrugas quecualquiera de sus amistades.

- Pero te diré lo más raro -dijoAnne. Se inclinó hacia delante¾. Mamá.

Harry parpadeó.- ¿Qué hizo?

- Nada. Nada de nada.- ¿Estaba sentada junto a

Grandmère?- No, no me refiero a eso. Estaba

justo al otro lado, en diagonal.Demasiado lejos para ayudar.

- Entonces…- Simplemente se quedó sentada -le

interrumpió Anne¾. No se movió. Nisiquiera intentó levantarse.

Harry pensó en aquello. No eraalgo que le sorprendiese, por triste quesonase decirlo.

- Su cara ni siquiera se movió.Simplemente se quedó sentada así. ¾Lacara de Anne asumió una expresióndecididamente inexpresiva, y Harry tuvoque admitir que era igual a su madre.

- Te diré algo -dijo Anne¾. Si ellase desmayara sobre su sopa frente a mí,yo al menos me sorprendería. ¾Sacudióla cabeza-. Son ridículos, los dos. Papáno hace nada más que beber, y mamá nohace nada de nada. Te lo digo, no puedoesperar a mi cumpleaños. No meimporta si se supone que debemosguardar luto, me casaré con WilliamForbush, y no hay nada que ningunopueda hacer para evitarlo.

- No creo que debas preocupartepor eso -dijo Harry. Su madre no tendríaninguna opinión sobre el asunto, y supadre estaría demasiado borracho paradarse cuenta.

- Mmmm. Puede que tengas razón. -La boca de Anne se apretó en un

atribulado ceño, y entonces, en una pococaracterística muestra de hermana,alargó la mano y le dio a su hermano unapretón-. Tú también te irás pronto. Note preocupes.

Harry asintió. Debía irse a laescuela dentro de unas pocas semanas.

Y mientras se sentía un pococulpable por tener que irse mientrasAnne y Edward debían quedarse atrás,ese sentimiento fue más que ahogado porla aplastante sensación de alivio que loinundó la primera vez que se fue a laescuela.

Se sentía bien estar lejos. Con todoel debido respeto a Grandmère y susmonarcas favoritos, podría haber sidohasta algo grande.

* * *

La vida de Harry como estudianteresultó tan gratificante como esperaba.Asistió a Hesslewhite, unarazonablemente rigurosa academia parachicos cuyas familias carecían de lainfluencia (o, en el caso de Harry, elinterés) para enviar a sus hijos a Eton oHarrow.

A Harry le encantaba la escuela. Laadoraba. Le encantaban sus clases, leencantaban los deportes, y adoraba elhecho de que cuando se iba a la cama,

no tenía que darle un rodeo a cadaesquina del edificio, realizando la rondanocturna para echarle un ojo a su padre,con los dedos cruzados para que sedesmayara antes de hacer todo undesastre. En la escuela, Harry realizabaun viaje directo desde la sala comúnhasta el dormitorio, y le encantaba cadatranquilo tramo del camino.

Pero todo lo bueno tiene un final, ya la edad de diecinueve, Harry segraduó junto con el resto de la clase,incluyendo a Sebastian Grey, su primohermano y su mejor amigo. Hubo unaceremonia, puesto que la mayoría de loschicos deseaban celebrar la ocasión,pero Harry «se olvidó» de decírselo asu familia.

- ¿Dónde está tu madre? -le habíapreguntado la tía Anna. Al igual que lamadre de Harry, su voz no tenía ni rastrode acento, a pesar del hecho de que Olgahabía insistido en hablarles únicamenteen ruso cuando eran pequeñas. Annahabía hecho un matrimonio mejor que elde Katarina, habiéndose desposado conel segundo hijo de un conde. Aquello nohabía causado ninguna desavenenciaentre las hermanas; después de todo, SirLionel era un baronet, lo que significaque a Katarina había que llamarla «suseñoría». Pero Anna tenía conexiones ydinero, y, quizás algo más importante,había tenido -hasta que éste murió dosaños antes-, un marido que raramente sepermitía un vaso de vino en la cena.

Y por eso, cuando Harry murmuróalgo sobre lo cansada que estaba sumadre, Anna supo exactamente lo quehabía querido decir: que si su madrevenía, su padre la seguiría. Y tras elespectacular despliegue de la grandiosatrabada de lengua que había sufrido SirLionel en el llamamiento de 1807 enHesslewhite, Harry era algo reacio ainvitar a su padre a otra función escolar.Sir Lionel tendía a perder las esescuando estaba borracho, y Harry nocreía poder sobrevivir a otra charlasobre la «edpléndida, edpléndidaedcuela», especialmente si era unaconferencia dada desde lo alto de unasilla.

Durante un momento de silencio.

Harry había intentando bajar a supadre, y lo habría conseguido si sumadre, sentada al otro lado de SirLionel, hubiese ayudado en la tarea. Sinembargo, su madre siguió mirandofijamente hacia delante, como siemprehacía en situaciones como aquellas,fingiendo no escuchar nada. Lo quesignificó que Harry tuvo que darle untorcido tirón a su padre, casi haciéndoleperder el equilibrio. Sir Lionel se vinoabajo con un grito estrepitoso,golpeándose la mejilla contra elrespaldo de la silla situada frente aHarry.

Aquello habría hecho enfadar acualquier otro hombre, pero no a SirLionel. Éste sonrió estúpidamente, llamó

a Harry un «edtupendo hijo», y tras estoescupió un diente.

Harry aún guardaba aquel diente. Ynunca le había vuelto a permitir a supadre poner un pie en el campus. Inclusoaunque eso supusiera que era el únicochico cuyos padres no asistían a laceremonia de graduación.

Su tía insistió en acompañarlo acasa, cosa que Harry agradeció. No legustaba tener invitados, pero la tía Annay Sebastian ya conocían la situación consu padre, bueno, al menos la mayorparte. Harry no había compartido laparte de las 126 veces que habíalimpiado tras él. O la reciente pérdidadel preciado samovar de la abuela, cuyoesmalte se rajó desde el medio cuando

Sir Lionel había tropezado contra unasilla, realizado un curiosamente grácilsalto en el aire (presumiblemente pararecuperar el equilibrio), para luegoaterrizar con la barriga encima delcostado del samovar.

Aquella mañana también habíanperdido tres platos de huevos y unaloncha de beicon.

Mirándolo por el lado bueno, losperros nunca habían comido mejor.

Hesslewhite había sido la escuelaelegida debido a su proximidad con elhogar de los Valentine, por eso, trassólo noventa minutos en carruaje,giraron por el camino y comenzaron elúltimo trecho.

- Los árboles están realmente

cargados de hojas este año -comentó latía Anna-. Las rosas de tu madre estaránbien, seguro.

Harry asintió ausente, intentandomedir el tiempo. ¿Era aún de tarde, o eldía ya se había abierto paso hasta lasprimeras horas del anochecer? Si era elúltimo caso, tendría que invitar a su tía ya su primo a cenar. Tendría queinvitarlos en cualquier caso. La tía Annaquerría saludar a su hermana. Pero si erade tarde, sólo esperarían té, lo quesignificaba que podrían entrar y salir sinecharle un solo vistazo a su padre.

La cena era otra historia. Sir Lionelsiempre insistía en vestirse para la cena.Era, le gustaba decir, una señal deeducación. Y no importaba lo pequeño

que fuese el grupo que se reuniese paracenar (el noventa y nueve por ciento deltiempo sólo Sir Lionel, lady Valentine, ycualquiera de los niños que estuviese enla casa), le encantaba hacer de anfitrión.Lo que normalmente significaba un buenmontón de historias y bon mots, aunqueSir Lionel tendía a olvidarse de la mitadde las historias, y sus «mots» no eranprecisamente «bon».

Lo que en su momento significabadolorosos momentos de silencio porparte de la familia, quienes pasaban lamayor parte de la cena fingiendo que nose daban cuenta de cuando derramaba lasalsera, o de cuando se volvía a llenarla copa de vino.

Una vez.

Y otra.Y entonces, claro, otra más.Nadie le pedía nunca que parara.

¿Qué sentido tenía? Sir Lionel sabía quebebía demasiado. Harry había perdidola cuenta de la cantidad de veces que supadre se había girado hacia él y le decíasollozando:

- Lo diento, lo diento mucho. Nopretendía der un edtorbo. Ered un buenchico, Harry.

Pero nada cambiaba nunca. Lo quefuese que conducía a Sir Lionel a labebida, era mucho más poderoso quecualquier culpa o remordimiento quepudiera sentir. Sir Lionel reconocía elalcance de su aflicción. Sin embargo,era completamente incapaz de hacer

nada al respecto.Lo mismo le ocurría a Harry. No

estaba preparado para atar a su padre ala cama. Así que en lugar de eso, nuncainvitaba a ningún amigo a casa, evitabaestar en casa a la hora de la cena, yahora, con la escuela terminada, contabalos días hasta que pudiese irse a launiversidad.

Pero primero tendría que superar elverano. Bajó de un salto del carruajecuando éste se detuvo frente al caminode entrada, luego alzó la mano paraayudar a su tía. Sebastian la siguió, y lostres juntos se encaminaron al salón,donde Katarina se entretenía con sucostura.

- ¡Anna! -dijo, con aspecto de estar

a punto de levantarse, pero sin lograrlodel todo-. ¡Qué maravillosa sorpresa!

Anna se inclinó para abrazarla,luego se sentó frente a ella.

- Decidí traer a Harry a casa.- Oh, ¿entonces ya ha acabado el

semestre? -murmuró Katarina.Harry sonrió, tirante. Supuso que se

merecía que lo culparan por laignorancia de su madre, puesto que élhabía decidido no contarle que se habíaacabado la escuela, pero, ¿no deberíauna madre mantenerse al día en cosascomo aquella?

- Sebastian -dijo Katarina,girándose hacia su sobrino-. Hascrecido mucho.

- Como es natural -bromeó

Sebastian, dejando ver su torcidasonrisa, como era habitual.

- ¡Dios mío! -dijo ella con unasonrisa-. Pronto serás un peligro paralas damas.

Harry estuvo a punto de poner losojos en blanco. Sebastian ya habíaconquistado a casi todas las chicas delpueblo más próximo a Hesslewhite.Tenía que despedir alguna clase de olor,porque las mujeres prácticamente caíana sus pies.

Podría haber sido algo fatal si nofuese porque no todas las chicas podíanbailar con Sebastian. Y Harry estabamás que feliz de ser el hombre que máscerca se encontraba cuando se disipabael humo.

- No habrá tiempo para eso -dijoAnna vivamente-. He adquirido unnombramiento para él. Se irá en un mes.

- ¿Irás al ejército? -dijo Katarina,girándose con sorpresa hacia susobrino-. Es estupendo.

Sebastian se encogió de hombros.- Seguramente ya lo sabía, madre -

dijo Harry. El futuro de Sebastian sehabía decidido hacía varios meses. A latía Anna le preocupaba que Sebastiannecesitara una influencia masculina, yaque su padre había fallecido. Y dadoque Sebastian, probablemente, noconseguiría ningún título ni fortuna, seentendía que debería abrirse su propiocamino en el mundo.

Nadie, ni siquiera la madre de

Sebastian, quien creía que el sol salía yse ponía con su hijo, había siquierasugerido que considerase unirse alclero.

Sebastian no estaba demasiadoentusiasmado con la idea de pasar lasiguiente década o más luchando contraNapoleón, pero como le había dicho aHarry: ¿qué otra cosa podía hacer? Sutío, el conde de Newbury, lo odiaba yhabía dejado claro que Sebastian nopodía esperar ayuda, monetaria o deningún otro tipo, de su parte.

- Quizás se muera -había sugeridoHarry, con toda la sensibilidad y el tactode un chico de diecinueve años.

Pero por otra parte, era difícilofender a Sebastian, especialmente en lo

concerniente a su tío. O al hijo único desu tío, el heredero de Newbury.

- Mi primo es incluso peor -contestó Sebastian-. Intentó simular queno me conocía e intentó humillarme enLondres.

Harry sintió cómo se alzaban suscejas por la sorpresa. Aborrecer a unmiembro de la familia era una cosa,pero intentar humillarlo públicamenteera algo completamente distinto.

- ¿Tú qué hiciste?Los labios de Sebastian se

curvaron en una lenta sonrisa.- Seduje a la chica con la que

quería casarse.Harry le dirigió una mirada que

decía que no le creía ni por un segundo.

- Vale, está bien -cedió Sebastian-,pero sí seduje a la chica a la que leestaba echando el ojo en el pub.

- ¿Y la chica con la que deseacasarse?

- Ya no quiere casarse con él. -Serió satisfecho Sebastian.

- Buen Dios, Seb, ¿qué hiciste?- Oh, nada permanente. Ni siquiera

yo soy tan tonto para meterme con la hijade un conde. Yo sólo… la hice cambiarde idea, eso es todo.

Pero como había señalado sumadre, Sebastian no tendría muchasoportunidades para ningún tipo deesfuerzo amoroso, no con una vida en elejército esperándole. Harry habíaintentado no pensar en su partida; Seb

era la única persona en el mundo en laque confiaba, completa y absolutamente.Era el único que nunca lo habíadecepcionado.

En realidad, todo tenía sentido.Sebastian no era estúpido -de hecho, eratodo lo contrario-, pero no era apto parala vida académica. El ejército era unaopción mejor para él. Aun así, mientrasHarry permanecía sentado en el salón,incómodo en aquella silla egipciademasiado pequeña, no pudo evitarsentir un poco de pena por él. Yegoísmo. Preferiría que Sebastian fuesea la universidad con él, incluso aunqueno fuese lo mejor para Sebastian.

- ¿De qué color será tu uniforme? -preguntó Katarina.

- Creo que azul oscuro -contestócortésmente Sebastian.

- Oh, te verás estupendo de azul.¿No crees, Anna?

Anna asintió, y Katarina también.- Tú también, Harry. Quizás

deberíamos comprarte un nombramientoa ti también.

Harry parpadeó sorprendido.Nunca se había hablado del ejércitocomo parte de su futuro. Él era el mayor,el que debería heredar la casa, el rangode baronet, y el dinero que su padre nose bebiese antes de morir. Se suponíaque no debía ponerse en ningún caminopeligroso.

Y además, era uno de los pocoschicos de Hesslewhite a quien de

verdad le gustaba estudiar. Lo habíanapodado «el profesor» y no le habíaimportado. ¿En qué estaba pensando sumadre? ¿Acaso lo conocía, siquiera?¿Estaba sugiriendo que se uniese alejército para mejorar su sentido de lamoda?

- Eh, Harry no podría ser soldado -dijo Sebastian perversamente-. Supuntería es horrorosa.

- Eso no es verdad -replicó Harry-.No soy tan bueno como é l -dijoseñalando con un movimiento de cabezaa Seb-, pero soy mejor que cualquiera.

- ¿Eres un buen tirador, Sebastian?-preguntó Katarina.

- El mejor.- También es excepcionalmente

modesto -musitó Harry. Pero era verdad.Sebastian era un inusual e increíbletirador, y el ejército estaría encantadode tenerlo, mientras se las arreglaranpara evitar que sedujese a todo Portugal.

Mejor dicho, la mitad de Portugal.La mitad femenina.

- ¿Por qué no aceptas tú una misiónen el ejército? -le preguntó Katarina.

Harry se giró hacia su madre,intentando leerle el rostro, intentandoleerla a ella. Su expresión era siempretan exasperantemente inescrutable, comosi los años hubiesen borrado lentamentetodo aquello que le había dadopersonalidad, que le había permitidosentir. Su madre no tenía opiniones.Dejaba que la vida girase a su

alrededor, y mientras tanto permanecíasentada, pareciendo poco interesada enlo que la rodeaba.

- Creo que te gustaría el ejército -dijo tranquila, y él pensó: ¿Alguna vezha declarado algo parecido? ¿Habíanunca opinado sobre su futuro, subienestar? ¿Había estado simplementeesperando aquel momento exacto?

Su madre sonreía con la mismasonrisa de siempre: con un pequeñosuspiro, como si el esfuerzo hubiesesido demasiado.

- Estarías estupendo vestido deazul. -Y luego se giró hacia Anna-. ¿Noopinas lo mismo?

Harry abrió la boca, para decir…bueno, cualquier cosa. Tan pronto como

supiese qué. Unirse al ejército noentraba en sus planes. Iba a ir a launiversidad. Se había ganado la plaza enla Universidad de Pembroke, en Oxford.Había pensando en estudiar ruso. Nohabía usado el idioma demasiado desdeque había muerto Grandmère. Su madrelo hablaba, pero ellos apenas hablabanen inglés, mucho menos en ruso.

Maldita fuese, pero echaba demenos a su abuela. Ésta no siempre teníarazón, y no siempre era agradable, peroera divertida. Y lo quería.

¿Qué habría querido ella quehiciera? Harry no estaba seguro.Ciertamente, habría aprobado que Harryfuese a la universidad si eso significabaque pasaría los días inmerso en

literatura rusa. Pero también habíatenido en alta estima el servicio military se había burlado abiertamente de supadre por no servir a su país.

Claro que se había mofado de supadre por muchas cosas.

- Deberías considerarlo, Harry -pronunció Anna-. Estoy segura de queSebastian agradecería tu compañía.

Harry dirigió una miradadesesperada a Sebastian. Seguramente élentendería la angustia de Harry. ¿En quéestaban pensando? ¿En que él podríatomar una decisión de aquel calibretomando el té? ¿Qué le daría unmordisco a su galleta, consideraría elasunto por un breve momento y decidiríaque sí, que el azul oscuro era un color

espléndido para un uniforme?El mundo es un lugar de locos.La madre de Harry se llevó la copa

a los labios, pero si tomó un sorbo, fuealgo imposible de detectar en relación ala inclinación de la taza. Y entonces,mientras la taza descendía hasta el plato,cerró los ojos.

En realidad no fue más que unparpadeo, sólo que un poco más largo,pero Harry sabía lo que significaba.Había oído pasos. Los pasos de supadre. Ella siempre lo oía antes quecualquier persona. Quizás fuesen losaños de práctica, o el vivir en la mismacasa, aunque no precisamente en elmismo mundo. Su habilidad para fingirque la vida era algo más de lo que era,

se había desarrollado junto a sucapacidad para anticipar las aparicionesde su marido en cualquier momento. Eramucho más fácil de ignorar lo que unono podía ver.

- ¡Anna! -exclamó Sir Lionel,haciendo acto de presencia, inclinadocontra la entrada-. Y Sebastian. Quéfantástica sorpresa. ¿Cómo estás,muchacho?

- Muy bien, señor -replicóSebastian.

Harry observó a su padre entrar enla habitación. Era difícil decir cómoestaba. Su modo de andar no eravacilante, pero había un cierto balanceode los brazos que no le gustó a Harry.

- Es un gusto verte, Harry -dijo Sir

Lionel, dedicándole a su hijo un brevetoque en el brazo antes de abrirsecamino hasta el aparador-. ¿Se haterminado la escuela?

- Sí, señor -dijo Harry.Sir Lionel vertió algo en un vaso -

Harry estaba demasiado lejos paradeterminar con precisión qué era- yluego se giró hacia Sebastian con unahúmeda sonrisa.

- ¿Qué edad tienes ya, Sebastian? -preguntó.

- Diecinueve, señor.Igual que Harry. Sólo les separaba

un mes. Siempre tenía la misma edadque Harry.

- ¿Les has servido té, Katy? -dijoSir Lionel a su mujer-. ¿En qué estabas

pensando? Ya es un hombre.- El té está bien, padre -dijo Harry

cortante.Sir Lionel se giró hacia él con un

guiño de sorpresa, casi como si hubieseolvidado que estaba allí.

- Harry, muchacho. Qué buenoverte.

Harry tensó los labios, luego losapretó.

- A ti también, padre.Sir Lionel tomó un abundante trago

de su bebida.- ¿Ya terminó el semestre,

entonces?Harry asintió, como era su

costumbre.- Sí, señor.

Sir Lionel frunció el ceño, luegovolvió a beber.

- Entonces, terminaste. ¿No es así?Recibí una notificación de laUniversidad de Pembroke acerca de tumatrícula. -Volvió a fruncir el ceño,luego parpadeó unas cuantas veces, y seencogió de hombros-. No sabía quehabías solicitado plaza. -Y tras esto,como si se le acabase de ocurrir-: Bienhecho.

- No voy a ir.Las palabras salieron de la boca de

Harry en un rápido torrente sorpresa.¿Qué estaba diciendo? Claro que iba a ira la Universidad de Pembroke. Era loque había querido. Lo que siempre habíadeseado. Le gustaba estudiar. Le

gustaban los libros. Le gustaban losnúmeros. Adoraba sentarse en unabiblioteca, incluso cuando brillaba elsol y Sebastian tiraba de él para ir ajugar al rugby (Sebastian siempreganaba la batalla; había muy poco sol enel sur de Inglaterra, y de verdad habíaque salir cuando se podía. Sinmencionar que Sebastian eradiabólicamente persuasivo).

Era imposible que existiese en todaInglaterra un chico más adecuado para launiversidad. No obstante…

- Voy a unirme al ejército.Una vez más, las palabras se

precipitaron de su boca, sin que hubieseimplicado ningún pensamientoconsciente. Harry se preguntó qué estaba

diciendo. Y por qué lo estaba diciendo.- ¿Con Sebastian? -preguntó la tía

Anna.Harry asintió.- Alguien tiene que asegurarse de

que no se deje matar.Sebastian le dirigió una seca

mirada ante el insulto, pero estabaclaramente complacido con el giro delos acontecimientos como paracontestar. Siempre había sentido ciertaambivalencia hacia su futuro comomilitar, Harry lo sabía, a pesar de susbravuconadas, estaría aliviado de tenera su primo con él.

- No puedes ir a la guerra -dijo SirLionel-. Eres mi heredero.

Todo el mundo en la habitación -

sus cuatro familiares- se giraron hacia elbaronet con distintos grados desorpresa. Era, muy probablemente, laúnica cosa sensata que había dichodesde hacía años.

- Tienes a Edward -dijo Harry sinrodeos.

Sir Lionel bebió, parpadeó y seencogió de hombros.

- Bueno, es verdad.Era más o menos lo que Harry

había esperado que dijese, no obstante,en lo profundo de su estómago sintió uninsistente hueco de decepción. Yresentimiento.

Y dolor.- ¡Un brindis por Harry! -dijo Sir

Lionel jovial, levantando el vaso. No

pareció notar que nadie más se unía a él-. Ve con Dios, hijo mío. -Volvió aempinar el vaso, dándose cuentaentonces de que no lo había vuelto allenar-. Bueno, maldición -musitó-. Quéfastidio.

Harry se desplomó en su silla. A suvez, sintió cómo le picaban los pies,como si estuviesen listos para moverse.Para correr.

- ¿Cuándo te vas? -preguntó SirLionel, felizmente con la copa llena denuevo.

Harry miró a Sebastian, quiénhabló inmediatamente.

- Yo tengo que presentarme lapróxima semana.

- Entonces yo también -le dijo

Harry a su padre-. Necesitaré dineropara que me nombren oficial, claro.

- Claro -dijo Sir Lionel,respondiendo instintivamente al tono deorden en la voz de Harry-. Bueno. -Bajóla vista a sus pies, luego miró a sumujer.

Ésta miraba por la ventana.- Me alegro de haberos visto a

todos -dijo Sir Lionel. Vació el vaso deun trago y se dirigió tranquilamentehacia la puerta, trastabillando sólo unavez.

Harry lo vio irse, sintiéndoseextrañamente ajeno a la escena. Se habíaimaginado aquella escena muchas vecesantes, por supuesto. No el irse alejército, sino el abandonar aquella casa.

Siempre había supuesto que se iría a launiversidad como era habitual, metiendosus cosas en el carruaje de la familia yalejándose de allí rodando. Pero suimaginación se había permitido todotipo de salidas dramáticas, cualquiercosa desde un chorro de gestos salvajeshasta miradas heladoras. Sus momentosfavoritos incluían el lanzamiento debotellas contra la pared. Las más caras.Las que habían traído ilegalmente deFrancia. ¿Seguiría su padre apoyando alos Frog con sus compras ilegales, ahoraque su hijo se enfrentaría a ellos en elcampo de batalla?

Harry miró fijamente la puertavacía. No importaba ya, ¿no era así? Élhabía acabado allí.

Había terminado. Con aquel lugar,con la familia, con todas aquellasnoches en que tenía que llevar a supadre a la cama, colocándolocuidadosamente de costado para que sivomitaba, al menos no se ahogase con supropio vómito.

Se había terminado.Para siempre.Pero se sentía tan vacío, tan

tranquilo. Su partida estaba marcadapor… nada.

Y le llevaría años darse cuenta deque lo habían estafado.

Capítulo 1

- Dicen que mató a su primeramujer.

Aquello fue suficiente para hacerque lady Olivia Bevelstoke dejase deservirse té.

- ¿Quién? -preguntó, puesto que laverdad era que no había estadoescuchando.

- Sir Harry Valentine. Tu nuevovecino.

Olivia dirigió una dura mirada aAnne Buxton, y después a MaryCadogan, quien asentía con la cabeza

mostrando su acuerdo.- Debes estar bromeando -dijo,

aunque bien sabía que Anne nuncabromearía con algo como aquello. Loscotilleos eran su vida.

- No, de verdad que es tu nuevovecino -se entrometió PhilomenaWaincliff.

Olivia tomó un sorbo de té,principalmente para poder tener tiempode mantener el rostro libre de laexpresión deseada, la cual variaba entrela descarada exasperación y laincredulidad.

- Me refería a que debe ser unabroma que haya matado a alguien -dijo,con más paciencia de la quegeneralmente poseía.

- Oh. -Philomena cogió una galleta-. Lo siento.

- Sé que escuché que mató a suprometida -insistió Anne.

- Si hubiese matado a alguien,estaría en la cárcel -puntualizó Olivia.

- No si no pudieron probarlo.Olivia lanzó un ligero vistazo a su

izquierda, donde, a través de una gruesapared de piedra, tres metros de frescoaire primaveral, y otro grueso muro, estavez de ladrillos, la recién arrendadacasa de Sir Harry Valentine se asentabadirectamente al sur de la de ella.

Las otras tres chicas siguieron sumirada, lo que hizo sentir a Olivia unpoco tonta puesto que ahora todasmiraban fijamente un punto vacío de la

pared del salón.- El hombre no ha matado a nadie -

dijo firmemente.- ¿Cómo lo sabes? -respondió

Anne.Mary asintió.- Porque no lo hizo -dijo Olivia-.

No estaría viviendo a una casa dedistancia en Mayfair si hubiese matado aalguien.

- Sí, si no pudieron probarlo -volvió a decir Anne.

Mary asintió.Philomena se comió otra galleta.Olivia se las arregló para hacer

girar ligeramente los labios. Haciaarriba, esperaba. No hacía falta quefuese un ceño. Eran las cuatro de la

tarde. Las otras chicas habían estado devisita durante una hora, charlando sobreesto y aquello, cotilleando (porsupuesto), y discutiendo sobre laselección de vestuario para lossiguientes tres eventos sociales. Solíanreunirse así una vez por semana, yOlivia disfrutaba su compañía, inclusoaunque la conversación careciese de laprofundidad de la que disfrutaba con sumejor amiga, Miranda, antes Cheever,ahora Bevelstoke.

Sí, Miranda se había casado con elhermano de Olivia. Lo que era algobueno. Algo maravilloso. Habían sidoamigas desde el nacimiento, y ahoraserían hermanas hasta la muerte. Peroaquello también significaba que Miranda

había dejado de ser una señorita soltera,obligada a hacer el tipo de cosas quehacían las mujeres solteras.

Cosas de Mujeres SolterasPor Lady Olivia Bevelstoke,

Soltera.Llevar colores pastel (y

contentarse si se posee la complexióncorrecta para un tono así). Sonreír yguardarte tus propias opiniones (contodo el éxito del que seas capaz).Hacer lo que te digan tus padres.Aceptar las consecuencias cuando nolo haces. Encontrar un marido que nose moleste en decirte qué hacer.

No era extraño en Olivia el

formular rarezas epigráficas comoaquella en la cabeza. Lo que explicaríapor qué se encontraba con tantafrecuencia sin escuchar cuando debía.

Y quizás, por qué había dicho, unao dos veces, cosas que debería haberseguardado. Aunque, para ser justos,habían pasado dos años desde que habíallamado «armiño demasiado grande» aSir Robert Kent, y francamente, aquellohabía sido mucho más caritativo que lasotras cosas que tenía en mente.

Pero digresiones aparte, Mirandaahora tenía que hacer cosas de mujercasada, para las que a Olivia le habríagustado haber formado una lista, con laexcepción de que nadie (ni siquieraMiranda, y Olivia aún no la había

perdonado por ello) le contaba quéhacían las mujeres casadas, aparte de nollevar colores pastel, no necesitar unachaperona como compañía en todomomento, y producir pequeños infantes aintervalos razonables.

Olivia estaba bastante segura deque había algo más en cuanto a loúltimo. Aquello que hacía que su madresaliera huyendo de la habitación siempreque le preguntaba.

Pero regresando a Miranda, ellahabía producido un pequeño infante, laquerida sobrina de Olivia, Caroline, porquien ella se lanzaría felizmente bajocascos equinos o de cualquier otro tipo.Miranda estaba ahora en camino decrear otro, lo que significaba que no

estaba libre para la charla de la tarde. Ycomo a Olivia le encantaba charlar, asícomo la moda y los cotilleos, sedescubrió pasando cada vez más tiempocon Anne, Mary y Philomena. Y aunquea menudo eran entretenidas, y nuncamaliciosas, eran, más que de vez encuando, un poco tontas.

Como en aquel momento.- ¿Por cierto, quiénes son? -

preguntó Olivia.- ¿Quién? -repitió Anne.- Ellos. La gente que vio a mi

vecino matar a su prometida.Anne hizo una pausa. Miró a Mary.- ¿Tú te acuerdas?Mary negó con la cabeza.- En realidad no. ¿Quizás Sarah

Forsythe?- No -añadió Philomena,

sacudiendo la cabeza con gran certeza-.No fue Sarah. Justo acaba de regresar deBath hace dos días. ¿Libby Lockwood?

- Libby no -dijo Anne-. Me hubieseacordado si hubiera sido Libby.

- A eso voy -interpuso Olivia-. Nosabéis quién lo ha dicho. Ninguna devosotras.

- Bueno, no me lo he inventado yo -dijo Anne, con un deje defensivo.

- No he dicho que lo hicieras.Nunca pensaría eso de ti. -Era verdad.Anne repetía la mayoría de las cosasque se decían en su presencia, peronunca se las inventaba. Olivia hizo unapausa, reordenando sus pensamientos-.

¿No creéis que es el tipo de rumor queuno querría verificar?

Aquello fue recibido por tresmiradas carentes de expresión.

Olivia intentó una táctica diferente.- Aunque sólo sea por propia

seguridad. Si algo así fuese verdad…- ¿Entonces crees que lo hizo? -

preguntó Anne, con un tono de vozbastante exigente para que Olivia secomprometiese.

- No. -Por Dios-. No lo creo. Peros i fuese verdad, entonces el hombre nosería alguien con quien querríamosasociarnos.

Aquello fue recibido con un largosilencio, roto finalmente por Philomena.

- Mi madre ya me ha dicho que lo

evite.- Que es por lo que -continuó

Olivia, sintiéndose como si estuvieseluchando en el barro-, debemos estarseguras de su exactitud. Porque si no esverdad…

- Es muy atractivo -interpuso Mary.Seguido por-: Bueno, lo es.

Olivia parpadeó, intentandoseguirlas.

- Yo nunca lo he visto -dijoPhilomena.

- Sólo se viste de negro -dijo Mary,confidencialmente.

- Yo lo vi vestido de azul marino -la contradijo Anne.

- Sólo lleva colores oscuros -secorrigió Mary, dirigiéndole a Anne una

mirada de irritación-. Y sus ojos… oh,podrían quemarte.

- ¿De qué color son? -preguntóOlivia, imaginando todo tipo de tonosinteresantes-. Rojos, amarillos,naranjas…

- Azules.- Grises -dijo Anne.- Azul grisáceo. Pero son muy

penetrantes.Anne asintió, al no tener ninguna

corrección que añadir a aquelladeclaración.

- ¿De qué color es su cabello? -preguntó Olivia.

Seguramente aquel detalle no podíaser pasado por alto.

- Marrón oscuro -contestaron las

dos chicas al unísono.- ¿Igual de oscuro que el mío? -

preguntó Philomena, toqueteando susbucles.

- Más -dijo Mary.- Pero no negro -añadió Anne-. No

del todo.- Y es alto -dijo Mary.- Siempre lo son -murmuró Olivia.- Pero no demasiado alto -continuó

Mary-. Personalmente, no me gustan loshombres desgarbados.

- Seguramente has de haberlo visto-le dijo Anne a Olivia-, puesto que viveen la casa de al lado.

- No creo haberlo visto -murmuróOlivia-. Alquilaron la casa al principiodel mes, y yo estuve de fiesta en la casa

Macclesfield durante una semana.- ¿Cuándo volviste a Londres? -

preguntó Anne.- Hace seis días -replicó Olivia,

volviendo bruscamente al tema encuestión-. Ni siquiera sabía que había unsoltero en la residencia. -Lo que, se leocurrió tardíamente, implicaba que siella lo hubiese sabido, probablementehabría intentado descubrir más sobre él.

Lo que probablemente era verdad,pero no iba a admitirlo.

- ¿Sabes lo que escuché? -preguntóde pronto Philomena-. Le dio una palizaa Julian Prentice.

- ¿Qué? -dijo todo el mundo.- ¿Y lo mencionas justo ahora? -

añadió Anne, con gran incredulidad.

Philomena desechó el comentariocon la mano.

- Me lo dijo mi hermano. Julian yél son buenos amigos.

- ¿Qué pasó? -preguntó Mary.- Ésa es la parte que no pude

entender bien -admitió Philomena-.Robert fue un tanto impreciso.

- Los hombres nunca recuerdan losdetalles correctos -dijo Olivia,pensando en su propio hermano gemelo,Winston. El chico no valía paracotillear, no valía nada.

Philomena asintió.- Robert vino a casa y estaba en un

estado importante. Bastante… eh…desaliñado.

Todas asintieron. Todas tenían

hermanos.- Apenas podía permanecer de pie

-continuó Philomena-. Apestaba a rayos.-Sacudió la mano en frente de la nariz-.Tuve que ayudarle a pasar por el salónpara que mamá no lo viera.

- Entonces ahora te debe una -dijoOlivia, siempre pensando.

Philomena asintió.- Aparentemente había estado por

ahí, haciendo lo que sea que hacen loshombres, y Julian estaba un poco, eh…

- ¿Borracho? -interpuso Anne.- Está borracho con frecuencia-

añadió Olivia.- Sí. Lo que es una razón lógica,

dada la condición de mi hermano cuandovolvió a casa. -Philomena hizo una

pausa, la frente arrugada como siestuviese pensando en algo, peroentonces, igual de rápido, desapareció, ycontinuó:

- Dijo que Julian no había hechonada fuera de lo normal, y que allíestaba Sir Harry, prácticamentedesgarrándolo extremidad a extremidad.

- ¿Hubo sangre? -preguntó Olivia.- ¡Olivia! -la regañó Mary.- Es una pregunta pertinente.- No sé si hubo sangre -dijo

Philomena, un poco rígida.- Hubiese pensado que sí -musitó

Olivia-. Teniendo en cuenta que leestaban arrancando miembros delcuerpo.

Miembros Que Menos MeImportaría No Tener, en OrdenDescendente,

Por Olivia Bevelstoke(actualmente con todos los miembrosintactos).

No, era mejor olvidar esa entrada.Meneó los dedos de los pies dentro delas zapatillas de modo tranquilizador.

- Sí, tenía un ojo morado -continuóPhilomena.

- ¿Sir Harry? -preguntó Anne.- Julian Prentice. Sir Harry quizás

lo tenga. No lo sé. Nunca lo he visto.- Yo lo vi hace dos días -dijo

Mary-. No tenía ningún ojo morado.- ¿Parecía herido?

- No. Tan adorable como siempre.Eso sí, todo de negro. Es muy curioso.

- ¿Todo? -presionó Olivia.- En su mayor parte. Camisa y

corbata blancas. Pero aún así… -Marygiró la mano en el aire, como sisimplemente no pudiese aceptar aquellaposibilidad-. Como si estuviese de luto.

- Quizás lo esté -dijo Anne,agarrándose a aquello-. ¡Por suprometida!

- ¿La que mató? -preguntóPhilomena.

- ¡El hombre no mató a nadie! -exclamó Olivia.

- ¿Cómo lo sabes? -dijeron lasotras tres mujeres al unísono.

Olivia quería responder, pero se le

ocurrió que ella no lo sabía. Nunca lehabía puesto los ojos encima al hombre,ni había oído siquiera un susurro sobreél hasta aquella tarde. Pero aún así, elsentido común seguramente estaba de sulado. El asesinato de la prometida deuno sonaba demasiado parecido a lasnovelas góticas que Anne y Mary leíansiempre.

- ¿Olivia? -dijo alguien.Ella parpadeó, dándose cuenta de

que había estado en silencio demasiadotiempo.

- No es nada -dijo, sacudiendoligeramente la cabeza-. Sólo pensaba.

- En Sir Harry -dijo Anne, un pocopetulante.

- Tampoco es que se me haya dado

la oportunidad de pensar en otra cosa -musitó Olivia.

- ¿En qué otra cosa ibas a pensar? -preguntó Philomena.

Olivia abrió la boca para hablar,entonces se dio cuenta de que no tenía niidea de cómo contestar.

- En nada -dijo por fin-. En casinada.

Pero habían despertado sucuriosidad. Y la curiosidad de OliviaBevelstoke era algo realmenteformidable.

* * *

La chica de la casa al norte de lasuya volvía a estar observándolo. Lohabía hecho durante la mayor parte delfin de semana. Al principio, Harry no lohabía tenido en cuenta. La chica era lahija del conde de Rudland, por amor deDios, o si no era eso, entonces teníaalguna clase de relación con él -sihubiese sido una criada, seguramente lahabrían echado ya del trabajo por todoel tiempo que había pasado junto a laventana.

Y no era el ama de llaves. El condede Rudland tenía esposa, o eso le habíandicho a Harry. Ninguna esposapermitiría que un ama de llaves luciesede aquella manera en su casa.

Así que era casi seguro que debíaser la hija. Lo que significaba que él notenía razones para suponer que la mujerno era nada más que una entrometidaseñorita, el tipo de chicas queconsideraba que no había nada de maloen espiar a los nuevos vecinos. Exceptoque lo había estado observando durantecinco días. Seguramente, si tan sólosintiese curiosidad por el corte de suabrigo o el color de su pelo, a estasalturas ya le habría echado un vistazocompleto.

Se había sentido tentado desaludarla con la mano. Pegarse unaenorme y feliz sonrisa en el rostro ysaludar. Aquello pondría punto y final alespionaje. Excepto que entonces nunca

averiguaría por qué la muchacha estabatan interesada. Lo que era inaceptable.Harry nunca toleraría un «por qué» sinrespuesta.

Sin mencionar que no estaba losuficientemente cerca de la ventanacomo para ver su expresiónabiertamente. Lo que le quitaba elpropósito al saludo. Si ella se iba asentir avergonzada, él quería verlo. Sino, ¿qué gracia tenía?

Harry se reclinó en su despacho,actuando como si no tuviese ni idea deque estaba siendo espiado desde detrásde las cortinas. Tenía trabajo que hacer,y necesitaba dejar de preocuparse por larubia de la ventana. Un mensajero delMinisterio de Guerra le había entregado

un largo documento aquella mañana, ynecesitaba ser traducido en el momento.Harry siempre seguía la misma rutinacuando traducía del ruso al inglés -primero una lectura rápida, para captarel sentido general, y luego una másdetallada, examinando el documento enun nivel más palabra por palabra. Sóloentonces, después del concienzudoexamen, cogía pluma y papel ycomenzaba a traducir.

Era una tarea tediosa. Le gustaba,pero claro, siempre le habían gustadolos puzzles. Podía sentarse con undocumento durante horas, y darse cuentade que no había comido en todo el díaúnicamente cuando se ponía el sol. Perohasta él, que estaba tan enamorado de la

tarea, no podía imaginarse pasar el díaobservando a alguien traducirdocumentos.

Y aún así, ahí estaba ella, de nuevoen la ventana. Probablemente pensandoque era realmente buena ocultándose yél absolutamente tonto.

Sonrió. La mujer no tenía ni idea.Puede que Harry trabajase para unaaburrida rama del Ministerio de Guerra-la que se encargaba de lidiar con laspalabras y los papeles en lugar de lasarmas, cuchillos y las misiones secretas-, pero había sido bien entrenado. Habíapasado diez años en el ejército, lamayoría de ellos en el continente,cuando un ojo observador y un afiladosentido del movimiento podían marcar

la diferencia entre la vida y la muerte.Había notado, por ejemplo, que

ella tenía el hábito de meterse mechonesde cabello suelto detrás de la oreja. Y,puesto que a veces lo observaba denoche, sabía que cuando se lo soltaba -la entera e increíblemente brillante masade cabello-, las puntas le golpeabanexactamente a mitad de la espalda.

Sabía que su bata era azul. Y,lamentablemente, bastante amorfa.

No tenía talento para estar quieta.Probablemente ella pensaba que sí; noera una persona inquieta, y su posturaera recta y directa. Pero a veces habíaalgo que la delataba -un ligero ondeo delos dedos, o quizás una diminutaelevación de los hombros al respirar.

Y por supuesto, en aquel punto, eraimposible que Harry no se hubiesefijado en ella.

Aquello le hacía preguntarse. ¿Quéparte de su persona encorvada sobre unfajo de papeles le interesaba tanto?Porque eso era todo lo que había hechoaquella semana.

Quizás debería animar elespectáculo. En realidad, sería lo másadecuado. La mujer debía estarmortalmente aburrida.

Podría saltar sobre su mesa ycantar.

Tomar un poco de comida y fingirque se ahogaba. ¿Qué haría ellaentonces?

Vaya, aquél sería un dilema moral

interesante. Soltó un momento la pluma,pensando en las distintas señoras desociedad que había podido conocer. Élno era tan cínico; de verdad creía quealgunas, al menos, harían un intento porsalvarle. Pero dudaba bastante de queninguna poseyera las habilidadesatléticas necesarias para hacerlo atiempo.

Mejor sería que masticase concuidado la comida.

Harry dejó salir un largo suspiro ehizo un intento de volver a centrar suatención en el trabajo. Había tenido losojos girados hacia los papeles todo elrato que había estado pensando en lachica de la ventana, pero no había leídoni una palabra. No había hecho nada en

l o s cinco últimos días. Suponía quepodría correr la cortina, pero aquellohabría sido demasiado obvio.Especialmente ahora, en mitad del día,con el sol en lo alto, brillante.

Miró fijamente las palabras ante él,pero no pudo concentrarse. Ella seguíaallí, aún mirándolo, imaginándose ocultatras la cortina.

¿Por qué demonios lo miraba?A Harry aquello no le gustaba. No

había manera de que ella pudiese ver enlo que trabajaba, y aunque pudiese,dudaba que pudiese leer en cirílico.Pero aún así, los documentos queacababan en su mesa tenían unanaturaleza delicada, a menudo unaimportancia nacional. Si alguien lo

estaba espiando…Sacudió la cabeza. Si alguien lo

espiara, no sería la hija del conde deRudland, por amor de Dios.

Y entonces, milagrosamente, lamujer desapareció. Primero se giró, lamandíbula quizás un poco alzada, yluego se alejó. Había oído un ruido;probablemente alguien la había llamado.A Harry no le importaba. Estabasimplemente contento de que se fuese.Necesitaba trabajar.

Bajó la mirada, se movió a travésde la primera página y entonces:

- ¡Buenos días, Sir Harry!Era Sebastian, y claramente estaba

de un humor jocoso. Si no, no llamaría aHarry Sir lo que fuese. Harry no alzó la

mirada.- Es por la tarde.- No cuando uno se levanta a las

once.Harry luchó por no soltar un

suspiro.- No has llamado a la puerta.- Nunca lo hago. -Sebastian se dejó

caer sobre una silla, aparentemente sindarse cuenta de cuando su pelo hizo supropia caída, sobre sus ojos-. ¿Quéestás haciendo?

- Trabajar.- Trabajas mucho.- Algunos no tenemos condados que

heredar -observó Harry, intentando almenos terminar una frase más antes deque Sebastian requiriese su completa

atención.- Quizás -murmuró Sebastian-.

Quizás no.Eso era verdad. Sebastian siempre

había sido el segundo en línea paraheredar; su tío, el conde de Newbury,sólo había tenido un hijo, Geoffrey. Peroel conde (quien aún consideraba aSebastian un completo derrochador, apesar de su década al servicio delimperio de Su Majestad) no se habíapreocupado. Después de todo, habíapocas razones para suponer queSebastian podría heredar. Geoffrey sehabía casado mientras Sebastian estabaen el ejército, y su mujer le había dadodos hijas, así que claramente el hombrepodía procrear un bebé.

Pero entonces Geoffrey habíacontraído una fiebre y había muerto. Tanpronto como se hizo aparente que suviuda no estaba encinta y que por lotanto, no había ningún joven heredero ala vista para salvar el condado de ladevastación que encarnaba SebastianGrey, el desde hacía años viudo condehabía decidido él mismo producir unnuevo heredero al título y con eso enmente se dedicaba ahora a recorrerLondres, en busca de comprar unaesposa.

Lo que significaba que nadie sabíabien qué hacer con Sebastian. O bien erael devastadoramente atractivo yencantador heredero de un anciano yrico condado, en cuyo caso era sin duda

el mayor premio en el mercadomatrimonial, o era el devastadoramenteatractivo y encantador heredero de nada,en cuyo caso podría convertirse en lapeor pesadilla de las matronas de lasociedad.

No obstante, lo invitaban a todaspartes. Y en cuanto se refería a lasociedad londinense, él lo sabía todo.Lo que constituía la razón por la queHarry sabía que conseguiría unarespuesta cuando preguntó:

- ¿El conde de Rudland tiene unahija?

Sebastian lo observó con unaexpresión que la mayoría interpretaríacomo aburrimiento, pero que Harrysabía que significaba inocentón.

- Claro -dijo Sebastian.El tono de «inocentón», decidió

Harry, estaba implícito.- ¿Por qué? -preguntó Sebastian.Harry miró brevemente hacia la

ventana, incluso aunque sabía que lamuchacha no estaba allí.

- ¿Es rubia?- Mucho.- ¿Bastante bonita?Sebastian dibujó una astuta sonrisa.- Más que eso, según la mayoría de

los estándares.Harry frunció el ceño. ¿Qué

diablos estaba haciendo la hija deRudland observándolo?

Sebastian bostezó, sin molestarseen cubrirse, ni siquiera cuando Harry le

lanzó una mirada de disgusto.- ¿Alguna razón en particular para

tan repentino interés?Harry anduvo hacia la ventana,

mirando la ventana de ella, la cual ahorasabía que se encontraba en el segundopiso, la tercera por la derecha.

- Me está observando.- Lady Olivia Bevelstoke te

observa -repitió Sebastian.- ¿Ése es su nombre? -murmuró

Harry.- La muchacha no te está

observando.Harry se dio la vuelta.- ¿Cómo?Sebastian se encogió rudamente de

hombros.

- Lady Olivia Bevelstoke no tenecesita.

- Nunca he dicho que lo hiciese.- El año pasado tuvo cinco

propuestas de matrimonio, y el númerohabría sido el doble si no hubiesedisuadido a varios caballeros antes deque se comportasen como idiotas.

- Sabes mucho sobre la sociedadpara ser alguien que dice no sentirinterés.

- ¿Alguna vez he dicho eso? -Sebastian se acarició la barbilla conafectado aire pensativo-. Qué falso pormi parte.

Harry lo miró con fijeza, luego sepuso de pie y caminó hasta la ventana,libre para hacerlo ahora que lady Olivia

se había marchado.- ¿Algo interesante? -murmuró

Sebastian.Harry lo ignoró, moviendo la

cabeza ligeramente a la izquierda,aunque aquello no mejoró mucho supunto de observación. Aún así, la mujerhabía dejado la cortina de tela tejidamás abierta de lo habitual, y si el sol noestuviese destellando en el cristal, Harryhabría obtenido una buena visión de suhabitación. Seguramente, la mejor hastaaquel momento.

- ¿Está ella ahí? -preguntóSebastian, su voz contenía un pequeñotemblor burlón-. ¿Te está observandoahora mismo?

Harry se giró, entonces

inmediatamente puso los ojos en blancocuando vio que Sebastian estabamoviendo las manos alrededor, losdedos realizaban extrañas flexionescomo si estuviese intentando eludir a unfantasma.

- Eres un idiota -dijo Harry.- Pero uno atractivo -le devolvió

Sebastian, volviendo con rapidez aencorvarse en la silla-. Y terriblementeencantador. Me saca de muchosproblemas.

Harry se giró, descansandoperezosamente contra el marco de laventana.

- ¿A qué debo el placer?- Languidecía por tu compañía.Harry esperó pacientemente.

- ¿Necesito dinero? -intentóSebastian.

- Es muy probable, pero sé debuena fuente que aligeraste el monederode Winterhoe el martes pasado por lacantidad de cien libras.

- Y dices que no te interesan loscotilleos.

Harry se encogió de hombros. Lesprestaba atención cuando le interesaban.

- Fueron doscientas, que lo sepas.Habrían sido más si el hermano deWinterhoe no hubiese aparecido y se lohubiese llevado a rastras.

Harry no hizo comentario alguno.Sentía poco cariño por Winterhoe o suhermano, pero no podía evitar sentircompasión por ellos.

- Lo siento -dijo Sebastian,interpretando correctamente el silenciode Harry-. ¿Cómo está el jovencachorro?

Harry lanzó una mirada al techo. Suhermano pequeño Edward estaba aún encama, presumiblemente durmiendocualquier exceso al que se hubieseentregado la noche anterior.

- Aún me odia -se encogió dehombros. La única razón por la queHarry se había mudado a Londres erapara mantener un ojo en su jovenhermano, y Edward odiaba verseobligado a someterse a su autoridad-. Sele pasará.

- ¿Eres malvado estos días, o sóloun muermo?

Harry sintió el principio de unasonrisa.

- Un muermo, creo.Sebastian se encorvó aún más en la

silla y dio la impresión de encogerse dehombros.

- Yo preferiría ser malvado.- Hay algunas señoritas que dirían

que no debes preocuparte por eso -murmuró Harry.

- Venga, Sir Harry -lo amonestóSebastian-. Nunca he pervertido a unainocente.

Harry acogió la afirmación con unasentimiento. Aunque las aparienciasdijesen lo contrario, Sebastian conducíasu vida de acuerdo a un determinadocódigo ético. No era un código que la

mayoría reconocería, pero aún así, allíestaba. Y si alguna vez había seducido auna virgen, ciertamente no lo habíahecho a propósito.

- Oí que le diste una paliza aalguien la semana pasada -dijoSebastian.

Harry sacudió la cabeza condisgusto.

- El hombre estará bien.- Eso no es lo que pregunté.Harry se giró desde la ventana para

estar cara a cara con Sebastian.- En realidad, no has preguntado

nada.- Muy bien -dijo Sebastian con

exagerada concesión-. ¿Por qué pegasteal joven hasta dejarlo hecho pulpa?

- No fue así-dijo Harry irritado.- Oí que lo dejaste inconsciente.- Eso lo consiguió él solito. -Harry

meneó la cabeza con disgusto-. Estabacompletamente borracho. Le pegué unavez, en la cara. Como mucho, apresurésu pérdida de conocimiento diezminutos.

- No sueles pegar a otro hombre sinprovocación -dijo Sebastiansuavemente-, y más si ha bebidodemasiado.

Harry apretó la mandíbula. Noestaba orgulloso de aquel episodio, peroal mismo tiempo, no podría lamentarlo.

- Estaba molestado a alguien -dijotensamente.

Y eso era todo lo que iba a decir.

Sebastian lo conocía lo bastante biencomo para saber qué significaba eso.

Sebastian asintió pensativamente,luego soltó un largo suspiro. Harry setomó aquello como que dejaría el tema,y volvió a su escritorio, lanzandoclandestinamente una mirada a laventana en el camino.

- ¿Está ahí? -preguntó de prontoSebastian.

Harry no fingió no haberloentendido.

- No.Se volvió a sentar, buscando el

lugar en que se había quedado en eldocumento ruso.

- ¿Está ahí ahora?Era increíble lo rápidamente que

aquello se estaba convirtiendo en algotedioso.

- Seb…- ¿En este momento?- ¿Por qué estás aquí?Sebastian se enderezó un poco.- Necesito que vayas al musical de

Smythe-Smith el martes.- ¿Por qué?- Le prometí a alguien que iría y…- No importa.- Me importa a mí, y estoy obligado

a asistir.Sebastian se coloreó ligeramente,

lo que siempre era un eventoentretenido, si no inusual.

- Muy bien, es mi abuela. Mearrinconó la semana pasada.

Harry gruñó. Si hubiese sidocualquier otra mujer, Sebastian habríasido capaz de escaparse. Pero unapromesa a una abuela… tenía quemantenerse.

- ¿Entonces irás? -preguntóSebastian.

- Sí -dijo Harry con un suspiro.Odiaba aquellas cosas, pero al

menos en un musical no tendría queconversar educadamente toda la velada.Podría sentarse en su sitio, no decirnada, y si parecía aburrido, bueno, todoel mundo estaría igual.

- Excelente. ¿Te…?- Espera un minuto. -Harry se giró

hacia él con recelo-. ¿Por qué menecesitas a mí?

Porque en realidad, Sebastianapenas carecía de confianza social.

Sebastian se movió incómodo en elasiento.

- Sospecho que mi tío estará allí.- ¿Y desde cuándo te asusta eso?- No me asusta. -Seb le lanzó una

mirada de puro disgusto-. Pero la abuelaes propensa a intentar arreglar elproblema y… oh, por el amor de Dios,¿importa? ¿Irás o no?

- Claro. -Porque en realidad, nohabía tenido ninguna duda. Si Sebastianlo necesitaba, Harry estaría allí.

Sebastian se puso en pie, ycualquier angustia que hubiese sentidodesapareció, reemplazada por suhabitual despreocupación.

- Te debo una.- He dejado de contarlas.Seb rió ante eso.- Iré a despertar al cachorro por ti.

Hasta yo creo que esta es una horaindecorosa para estar en cama.

- Adelante. Tú eres la única cosaacerca de mí que Edward respeta.

- ¿Respeta?- Admira -se corrigió Harry.Edward había expresado más de

una vez su incredulidad sobre que suhermano, a quien encontraba aburridomás allá de toda medida, fuese tanamigo de Sebastian, a quien deseabaemular en todo.

Sebastian se detuvo en la puerta.- ¿Está servido el desayuno?

- Sal de aquí -dijo Harry-. Y cierrala puerta, ¿quieres?

Así lo hizo Sebastian, pero su risarecorrió de todas maneras la casa. Harryflexionó los dedos y volvió la mirada alescritorio, donde seguían intactos losdocumentos rusos. Sólo le quedaban dosdías para cumplir la asignación. Graciasa Dios que la chica, lady Olivia, habíadejado la habitación.

Al pensar en ella, Harry alzó lamirada, pero sin su habitual cuidado,puesto que sabía que ella no estaba.

Excepto que no fue así.Y aquella vez, ella tuvo que saber

que él la había visto.

Capítulo 2

Olivia se dejó caer a cuatro patas,el corazón palpitándole con fuerza. Lahabía visto. Indudablemente la habíavisto. Lo vislumbró en sus ojos, en suinesperado giro de cabeza. QueridoDios, ¿cómo iba a explicarse? Lasjovencitas bien educadas no espiaban asus vecinos. Cotilleaban sobre ellos,inspeccionaban el corte de sus chaquetasy la calidad de sus carruajes, peronunca, repito nunca, los espiaban através de las ventanas.

Aunque dicho vecino fuera un

posible asesino.Lo cual Olivia aún no creía

posible.Dicho esto, no obstante, Sir Harry

Valentine definitivamente tramaba algo.Su comportamiento durante esta semanapasada no era normal. No era que Oliviapudiera alegar conocimiento de lo queera normal para él, pero tenía doshermanos. Sabía lo que hacían loshombres en sus estudios y despachos.

Sabía, por ejemplo, que la mayoríade los hombres no ocupaban susdespachos y estudios, al menos, nodurante diez horas cada día, tal como SirHarry parecía hacer. Y sabía que cuandodaba la casualidad de que se metían ensus despachos, era habitualmente para

evitar relacionarse con las técnicas depersuasión femenina, y no, como en elcaso de Sir Harry, para pasar el tiempoexaminando aplicadamente papeles ydocumentos.

Olivia hubiera dado su manoderecha, y quizás hasta el brazo entero,por saber lo que había en esos papeles.Todo el santo día, cada día, se lo pasabaallí en su escritorio, estudiandominuciosamente papeles sueltos.Algunas veces casi parecía queestuviera copiándolos.

Pero aquello no tenía sentido. Loshombres como Sir Harry empleabansecretarios para hacer ese tipo de cosas.

Con el corazón aún acelerado,Olivia echó una mirada hacia arriba,

evaluando la situación. No era que alzarla vista fuera de alguna utilidad; detodos modos, la ventana estaba porencima de ella, y realmente, erameramente natural que ella…

- No, no, no te muevas.Olivia dejó escapar un gemido.

Winston, su hermano gemelo, o comoprefería pensar en él, su hermano menor,por precisamente tres minutos, seencontraba de pie en la entrada. O másbien, estaba recostado casualmentecontra el marco de la puerta, intentandoparecer el irresponsable demonioencantador que en estos días consagrabasu vida intentando ser.

Lo cual, admitámoslo, no eragramaticalmente correcto, pero sí

parecía describirlo precisamente comolo que era. El cabello rubio de Winstonestaba expertamente despeinado, elpañuelo anudado en su cuello concuidado, y sí, sus botas estaban hechaspor el propio Weston. Pero cualquieracon una pizca de sentido común podríaver que todavía estaba un poco verde.Nunca entendería la razón por la cualtodas sus amigas ponían una miradasoñadora y se volvían completamenteestúpidas en su presencia.

- Winston -gruñó entre dientes, sinquerer ofrecer ningún otroreconocimiento.

- Quédate quieta -dijo, adelantandouna mano con la palma hacia ella-. Sóloun momento más. Estoy tratando de

grabar la imagen en mi memoria.Olivia se mordisqueó el labio con

un gesto hosco y anduvo a gatas, concautela, a lo largo de la pared y lejos dela ventana.

- Déjame adivinar -dijo él-.Ampollas en ambos pies.

Ella lo ignoró.- Mary Cadogan y tú estáis

escribiendo una nueva obra teatral. Túinterpretas a la oveja.

Nunca se había merecido más unaréplica, pero tristemente, Olivia nuncase había encontrado en peor posiciónpara dar una.

- Si lo hubiera sabido -añadió-,hubiera traído una fusta.

Ella estaba casi lo suficientemente

cerca como para morderle la pierna.- ¿Winston?- ¿Sí?- Cállate.Él se rió.- Voy a matarte -anunció ella,

poniéndose de pie. Había bordeado lamitad del largo de la habitación. Nohabía manera de que Sir Harry fueracapaz de verla aquí.

- ¿Usando tus pezuñas?- Oh, ya basta -le dijo indignada. Y

entonces se dio cuenta de que sedisponía a entrar tranquilamente en lahabitación-. ¡Aléjate de la ventana!

Winston se congeló, luego se dio lavuelta para mirarla. Sus cejas searquearon en un gesto de interrogación.

- Retrocede -dijo Olivia-. Eso es.Lenta, lentamente…

Winston hizo amago de moversehacia delante.

El corazón de ella se estremeció.- ¡Winston!- Olivia, ¡por favor! -dijo dándose

la vuelta y poniendo los brazos enjarras-. ¿Qué estás haciendo?

Ella tragó. No habría manera deevitar decirle algo. La había vistogateando por la habitación como unaidiota. Esperaba una explicación. Dehaberse dado la situación opuesta, por elcielo que ella lo haría.

Pero tal vez no tendría que decirlel a verdad. Seguramente habría algunaotra explicación para sus acciones.

Razones Por Las Cuales PodríaEstar Gateando en el Suelo YNecesitaría Evitar la Ventana…

No. No se le ocurría nada.- Es nuestro vecino -dijo Olivia,

recurriendo a la verdad, dado que, en suposición, no tenía otra opción.

La cabeza de Winston giró hacia laventana. Lentamente, y con tantosarcasmo como un movimiento lateral dela cabeza podía expresar.

Lo cual, Olivia tenía que admitir,cuando era realizado por un Bevelstoke,era bastante sarcástico.

- Nuestro vecino -repitió él-.¿Tenemos uno?

- Sir Harry Valentine. Ha alquiladola casa mientras estabas enGloucestershire.

Winston asintió lentamente con lacabeza.

- Y su sola presencia en Mayfair tetiene gateando en el suelo… porque…

- Lo estaba vigilando.- A Sir Harry.- Sí.- De rodillas.- Por supuesto que no. Él me vio

y…- Y ahora piensa que eres una

lunática.- Sí. ¡No! No lo sé. -Dejó escapar

una furiosa exhalación-. Difícilmentepuedo estar al tanto de sus pensamientos

íntimos.Winston arqueó una ceja.- Al contrario que de sus

habitaciones íntimas, las cuales estás…- Ése es su despacho -interrumpió

ella vehementemente.- El cual sientes la necesidad de

espiar porque…- Porque Anne y Mary dijeron… -

Olivia se interrumpió, consciente de quesi le contaba por qué estaba espiando aSir Harry, parecería todavía más tontade lo que ya parecía.

- Ah no, no te detengas ahora -imploró lacónicamente-. Si lo dijeronAnne y Mary, definitivamente quieroescucharlo.

Su boca se cerró en un gesto serio.

- Muy bien. Pero no debesrepetirlo.

- Intento no repetir nada de lo queellas dicen -dijo francamente.

- Winston.- No diré una palabra. -Levantó las

manos, como en un gesto de rendición.En reconocimiento, Olivia asintió

brevemente con la cabeza.- Porque ni siquiera es cierto.- Eso ya lo sé, considerando la

fuente.- Win…- Oh, vamos, Olivia. Conoces lo

suficiente a esas dos como para noconfiar en ninguna cosa que te digan.

Ella sintió una reluctante necesidadde defenderlas.

- No son tan malas.- En absoluto -convino él-, solo

carecen de la habilidad de discernir laverdad de la ficción.

Estaba en lo cierto, pero aún así,eran sus amigas y él era insoportable,así que no era como si fuera a admitirlo.En cambio, ignoró del todo sudeclaración y continuó con:

- Lo digo en serio, Winston. Debesmantener esto como un secreto.

- Te doy mi palabra -dijo él,sonando casi aburrido por todo elasunto.

- Lo que diga en esta habitación…- No saldrá de esta habitación -

terminó él-. Olivia…- Muy bien. Anne y Mary dijeron

que habían escuchado que Sir Harryhabía asesinado a su prometida; no, nome interrumpas, yo tampoco lo creo,pero luego me puse a pensar, bien…¿Cómo se inicia un rumor como ése?

- Gracias a Anne Buxton y MaryCadogan -contestó Winston.

- Ellas nunca comienzan losrumores -dijo Olivia-. Solamente losrepiten.

- Una importante diferencia.Olivia pensaba de la misma

manera, pero este no era ni el lugar ni elmomento para estar de acuerdo con suhermano.

- Sabemos que tiene un malcarácter -continuó ella.

- ¿Lo sabemos? ¿Cómo?

- ¿No oíste lo de Julian Prentice?- Ah, eso -Winston puso los ojos en

blanco.- ¿Qué quieres decir?- Apenas lo tocó. Julian estaba tan

ido que una ráfaga de viento podríahaberlo derribado.

- Pero Sir Harry sí le golpeó.Winston ondeó una mano

restándole importancia.- Supongo que sí.- ¿Por qué?Winston se encogió de hombros, y

luego se cruzó de brazos.- Nadie lo sabe, realmente. O al

menos, nadie lo dice. Pero detente unmomento… ¿Qué tiene nada de todo estoque ver contigo?

- Tenía curiosidad -admitió ella.Sonaba más que estúpido, pero era laverdad. Y no era posible que esta tardese sintiera más avergonzada.

- ¿Curiosidad acerca de qué?- Acerca de él. -Señaló con la

cabeza hacia la ventana-. Ni siquiera sécómo es. Y sí -dijo ella con resolución,poniendo un alto a la interrupción quepodía ver formándose en labios de suhermano-, soy consciente de que suapariencia no tiene nada que ver enabsoluto con el hecho de que haya o nomatado a alguien, pero no puderesistirme. Vive en la puerta de al lado.

Winston se cruzó de brazos.- ¿Y estás preocupada de que esté

planeando entrar furtivamente,

apoderarse de ti y rebanarte la garganta?- ¡Winston!- Lo siento, Olivia -dijo riendo-,

pero debes admitir que es la cosa másabsurda…

- Pero no lo es -interpuso ella congravedad-. Lo era. En eso estoy deacuerdo. Pero entonces comencé avigilarlo, y te digo, Winston, que hayalgo muy extraño con respecto a esehombre.

- Lo cual has llegado a discernir enlas últimas… -Winston frunció el ceño-.¿Por cuánto tiempo has estadoespiándolo?

- Cinco días.- ¿Cinco días? -Desapareció la

expresión aristocráticamente aburrida,

reemplazada por una boquiabiertaincredulidad-. ¡Por Dios, Olivia! ¿Notienes nada mejor que hacer con tutiempo?

Olivia intentó no pareceravergonzada.

- Aparentemente no.- ¿Y no te ha visto? ¿En todo este

tiempo?- No -mintió ella, y con mucha

labia, además-. Y no quiero que lo haga.Por eso estaba a gatas alejándome de laventana.

Winston miró hacia la ventana.Luego de nuevo hacia ella, su cabezamoviéndose lentamente y con granescepticismo.

- Muy bien. ¿Qué has llegado a

discernir acerca de nuestro nuevovecino?

Olivia se dejó caer en una sillaapoyada contra la pared posterior,sorprendida de cuánto anhelaba contarlesus descubrimientos.

- Bien. La mayor parte del tiempoparece bastante normal.

- Escandaloso.Ella hizo un gesto de disgusto.- ¿Quieres que te lo cuente o no?

Porque no voy a seguir si todo lo quevas a hacer es burlarte de mí.

Con patente sarcasmo, Winston laanimó a continuar con un rápidomovimiento de la mano.

- Pasa una exorbitante cantidad detiempo en su escritorio.

Winston asintió con la cabeza.- Un signo seguro de instintos

asesinos.- ¿Cuándo fue la última vez que tú

pasaste algún tiempo sentado detrás detu escritorio? -le espetó.

- Buen punto.- Y -continuó con considerable

énfasis-, también pienso que es dado ausar disfraces.

Eso captó su atención.- ¿Disfraces?- Sí. A veces usa gafas y a veces

no. Y dos veces llevaba puesto unsombrero extremadamente peculiar.Dentro de casa.

- No puedo creer que estéprestando oídos a esto -declaró

Winston.- ¿Quién usa sombreros dentro de

casa?- Te has vuelto loca. Es la única

explicación posible.- Además, solo viste de negro. -

Olivia se acordó de los comentarios deAnne, unos días antes esa semana-. Oazul oscuro. No es que eso seasospechoso -añadió, porque la verdades que si no fuera ella misma la quepronunciaba las palabras,probablemente también habría pensadoque era una idiota. Puestos a contarlo sinrodeos, todo el episodio sonaba bastantesin sentido.

Suspiró.- Sé que esto suena ridículo, pero

te lo digo, algo no está bien con esehombre.

Winston la miró fijamente durantevarios segundos antes de decirfinalmente:

- Olivia, tienes demasiado tiempoentre manos. Aunque…

Sabía que estaba dejando que suspalabras se fueran apagando apropósito, pero también sabía que no ibaa ser capaz de resistirse al señuelo.

- ¿Aunque qué? -gruñó.- Bien, debo decir que demuestra

una desacostumbrada tenacidad de tuparte.

- ¿A qué te refieres con eso? -demandó ella.

La mirada que le dirigió era

condescendiente del modo que solo unhermano puede lograr.

- Debes admitir que no tienes lareputación de perseverar en una empresahasta el final.

- ¡Eso no es cierto!Él se cruzó de brazos.- ¿Qué pasó con ese modelo de la

Catedral de San Pablo que estabasconstruyendo?

Se quedó boquiabierta y jadeóatónita. No podía creer que estuvierausando aquello como ejemplo.

- ¡El perro la derribó!- ¿Tal vez recuerdes cierta promesa

de escribir a la abuela cada semana?- En eso eres incluso peor que yo.- Ah, pero yo nunca prometí

diligencia. Tampoco comencé nunca apintar al óleo o a tocar el violín.

Las manos de Olivia se cerraron enpuños. Era cierto que no había tomadomás que seis lecciones de pintura, y unade violín. Eso era porque habíaresultado ser espantosa en ambas. ¿Yquién querría machacarse sin fin en unaactividad para lo cual uno no tieneningún talento?

- Estamos hablando de Sir Harry -gruñó ella.

Winston sonrió apenas.- En efecto.Olivia lo miró fijamente.

Intensamente. Winston aún la miraba conesa expresión en la cara, una partedesdeñosa, dos partes sencillamente

irritante. Estaba disfrutando demasiadoal poder aguijonearla.

- Muy bien -dijo, repentinamentesolícito-. Dime, ¿qué es lo que «no estábien» con respecto a Sir HarryValentine?

Ella demoró un momento antes dehablar, y luego dijo:

- Un par de veces lo he visto tirarun montón de papeles al fuego.

- Un par de veces me he visto a mímismo hacer exactamente lo mismo -replicó Winston-. ¿Qué otra cosaesperas que haga el hombre con papelesque necesita descartar? Olivia, tu…

- Fue el modo en que lo estabahaciendo.

Winston puso cara de querer

responder pero sin poder encontrarpalabras para hacerlo.

- Los arrojó dentro -dijo Olivia-.¡Los arrojó! En un arrebato demente.

Winston comenzó a sacudir lacabeza.

- Entonces miró por encima delhombro…

- Sí que has estado vigilándolo porcinco días.

- No me interrumpas -le espetóella, y luego, sin pararse a respirar-:Miró sobre su hombro como si pudieraoír a alguien acercándose por elcorredor.

- Déjame adivinar. Alguien estabaacercándose por el corredor.

- ¡Sí! -dijo ella con excitación-. Su

mayordomo entró exactamente en esemomento. Al menos pienso que era sumayordomo. Como sea, era alguien.

Winston la miró atentamente.- ¿Y la otra vez?- ¿La otra vez?- En que quemó sus papeles.- Ah -dijo ella-, eso. De hecho, fue

algo más bien normal.Winston la miró fijamente durante

unos instantes antes de decir:- Olivia, debes dejar de espiar al

hombre.- Pero…Él levantó una mano frente a sí.- Lo que sea que pienses que sea

Sir Harry, te lo prometo, estásequivocada.

- También le he visto llenando unabolsa con dinero.

- Olivia, yo conozco a Sir HarryValentine. Es tan normal como se puedeser.

- ¿Lo conoces?¿Y la había dejado seguir y seguir

como a una idiota? Iba a matarlo.

De Qué Manera Me GustaríaMatar A Mi Hermano, VersiónDecimosexta,

Por Olivia Bevelstoke

No, de veras, ¿qué sentido tendría?Difícilmente podría superar la VersiónDecimoquinta, que incluía jabalíessalvajes y bisección.

- Bueno, no lo conozcopersonalmente -explicó Winston-. Peroconozco a su hermano. Fuimos juntos ala universidad. Y sé sobre Sir Harry. Siestá quemando papeles es sencillamentepara ordenar su escritorio.

- ¿Y ese sombrero? -demandóOlivia-. Winston, tenía plumas. -Ellaalzó los brazos en el aire y los agitóalrededor, intentando representar lohorrendo que era-. ¡Un penacho de ellas!

- Eso no lo puedo explicar. -Winston se encogió de hombros, y luegosonrió burlonamente-. Pero meencantaría verlo por mí mismo.

Ella frunció el ceño, dado que erala reacción menos infantil en la quepodía pensar.

- Además -continuó cruzándose debrazos-, no tiene una prometida.

- Bueno, sí, pero…- Y nunca ha tenido una.Lo cual respaldaba la opinión de

Olivia de que todo ese rumor no eranada más que aire, pero era mortificanteque fuera Winston quien lo probara. Sies que de hecho lo habí a probado;Winston no era precisamente unaautoridad en el tema.

- Y, a propósito -dijo Winston, enlo que era un tono de voz demasiadocasual-, asumo que madre y padre noestán al tanto de tus recientesactividades de investigación.

Vaya, la pequeña comadreja.- Dijiste que no dirías nada -dijo

Olivia acusadoramente.- Dije que no diría nada sobre esas

bobadas de Mary Cadogan y AnneBuxton. No dije nada con respecto a tuestigma de locura.

- ¿Qué quieres, Winston? -gruñóOlivia.

La miró directo a los ojos.- Voy a caer enfermo el jueves. No

me contradigas.Olivia pasó revista mentalmente a

su calendario social. Jueves… jueves…el musical de las Smythe-Smith.

- ¡Ah, no, no lo harás! -gritó,lanzándose contra él.

Abanicando el aire a los lados desu cabeza, Winston dijo:

- Mis delicados oídos, ya sabes…

Olivia intentó pensar en una réplicaadecuada y se vio atrozmente frustradacuando todo lo que pudo llegar a decirfue:

- Tu… tu…- Si fuera tú, no usaría amenazas

contra mí.- Si yo tengo que ir, tú tienes que ir.Él le dirigió una sonrisa

empalagosa.- Es curioso que el mundo no

parezca funcionar nunca de esa manera.- ¡Winston!Él aún reía a carcajadas mientras

se escabullía saliendo de la habitación.Olivia se concedió solo un

momento para regodearse en suirritación antes de decidir que prefería

asistir al musical de las Smythe-Smithsin su hermano. La única razón por laque quería que fuera era para verlosufrir, y estaba segura de que podíaingeniárselas para encontrar otrasmaneras de lograr tal objetivo. Además,si Winston era forzado a sentarseinmóvil durante la interpretación,seguramente se entretendría todo esetiempo torturándola a ella. El añoanterior le hincó el dedo en las costillasderechas hasta hacerle un agujero, y elaño antes que ese…

Bien, basta con decir que lavenganza de Olivia incluyó un huevopodrido y tres de sus amigas, todasconvencidas de que estabadesesperadamente enamorado, y no

pensaba que el marcador se hubieraigualado todavía.

Así que realmente, era mejor queno fuera. De todos modos, teníapreocupaciones mucho más urgentes quesu hermano gemelo.

Frunciendo el ceño, regresónuevamente su atención hacia la ventanadel dormitorio. Estaba cerrada, porsupuesto; hoy no hacía tan buen tiempocomo para recomendar el aire fresco.Pero las cortinas estaban recogidas, y lalámina de vidrio transparente la atraía ytentaba. Desde su ventajoso punto deobservación en el lado de la habitaciónmás lejano a la ventana, solo podía verlos ladrillos de la pared exterior de lacasa de su vecino, y tal vez una delgada

franja de vidrio de una ventana diferentea la de su estudio. Si se giraba un poco.Y si no la deslumbraba el resplandor.

Entrecerró los ojos.Movió un poco la silla hacia la

derecha, intentando evitar el resplandor.Extendió el cuello.Luego, antes de que tuviera la

oportunidad de pensar mejor en ello, sedejó caer de nuevo al suelo, usando elpie izquierdo para cerrar la puerta deldormitorio de una patada. Lo último quenecesitaba era a Winston pillándola denuevo andando a gatas.

Avanzó lentamente centímetro acentímetro, preguntándose qué diantrespensaba que estaba haciendo; de veras,cuando llegara a la ventana,

simplemente ¿iba a levantarse, como sidijera: me caí, y ahora, me levanté?

Claro, eso sí que tendría sentido.Y entonces se le ocurrió: llevada

por el pánico, se había olvidadototalmente de que su vecino debíaestarse preguntando por qué se habíacaído. La había visto, de eso estabasegura, y entonces ella se dejó caer alpiso.

Se dejó caer. No se dio la vuelta,no se marchó, sino que se dejó caer.Como una piedra.

¿Estaría ahora mismo con la vistafija hacia su ventana, preguntándose quéhabía sido de ella? ¿Pensaría que estabaenferma? Incluso podría venir a su casaa preguntar por su bienestar.

El corazón de Olivia comenzó apalpitar aceleradamente. La vergüenzasería inmensurable. Winston no pararíade reír durante una semana.

No, no, se aseguró a sí misma, nopensaría que estaba enferma. Sólo queera torpe. Sin duda sólo era torpe. Loque quería decir que debía ponerse depie, levantarse y dejarse ver paseándosepor la habitación en perfecto estado desalud.

Y tal vez ella debería saludar conla mano, dado que sabía que él sabíaque ella sabía que él la había visto.

Hizo una pausa, repasandomentalmente esa última parte. ¿Eracorrecta esa cantidad de sabías?

Pero más relevante aún, ésta era la

primera vez que la pillaba en la ventana.No tenía idea de que ella lo había estadoobservando durante cinco días. De esoestaba segura. Así que en verdad notendría razones para sospechar. Estabanen Londres ¡por Dios! La ciudad máspopulosa de Gran Bretaña. Las personasse veían unas a otras en las ventanastodo el tiempo. La única cosasospechosa sobre el encuentro era quehabía actuado como una completa idiotaal dejar de reconocer su presencia.

Debía saludarlo. Debía sonreír yhacerle un gesto como para decir: ¿Noes todo esto tan gracioso?

Podía hacerlo. Algunas veces sesentía como si se pasara la vida enterasonriendo y saludando y haciendo de

cuenta que todo era taaan divertido.Sabía cómo comportarse en cualquiercircunstancia social, y ¿qué era esto sino una, no obstante inusual,circunstancia social?

En esta situación, OliviaBevelstoke se destacaría.

Avanzó gateando hasta un lado dela habitación para poder ponerse de piefuera del campo visual de su vecino.Luego, como si nada estuviera fuera delugar, se acercó tranquilamente a laventana, paralelamente a la paredexterior, claramente concentrada en algoen frente de sí, porque eso era lo queestaría haciendo, ocupándose de suspropios asuntos en su alcoba.

Luego, justo en el momento

correcto, echaría una mirada a un lado,como si hubiera oído a una ardilla, oquizás gorjear a un pájaro, y porcasualidad miraría hacia fuera de laventana, porque eso sería lo que habríade suceder en tal situación, y entonces,cuando captara un vistazo de su vecino,sonreiría muy ligeramente enreconocimiento. Sus ojos mostrarían lamás tenue chispa de sorpresa, ysaludaría con la mano.

Lo cual hizo. Perfectamente. A lapersona equivocada.

Y ahora el mayordomo de SirHarry debía pensar que ella era unaabsoluta imbécil.

Capítulo 3

Mozart, Mozart, Bach (el mayor),más Mozart.

Olivia bajó la mirada hacia elprograma para la velada musical anualde las Smythe-Smith, manipulandodistraídamente la esquina hasta que sevolvió blanda e informe. Era semejanteal del año pasado, salvo que parecíahaber una nueva muchacha en elviolonchelo. Curioso. Olivia se mordióel labio por dentro mientras considerabaesto. ¿Cuántas primas Smythe-Smithpodrían existir? Según Philomena, quién

las conocía por su hermana mayor, lasSmythe-Smith habían tocado como uncuarteto de cuerdas todos los años desde1807. Y aún así las ejecutantes nuncasobrepasaban los veinte. Por lo queparecía, siempre había otra esperando alfinal de la fila.

Pobrecitas. Olivia supuso quetodas eran obligadas a dedicarse a lamúsica, les gustase o no. Eso no eraexcusa para que se quedaran sin unaviolonchelista, y el cielo sabía, dos delas muchachas apenas parecían bastantefuertes para levantar sus violines.

Instrumentos Musicales quePodría Gustarme Tocar, y Con LosQue Tendría Talento.

Por Lady Olivia Bevelstoke

FlautaFlautínTuba

Era bueno elegir lo inesperado devez en cuando. Y la tuba podía utilizarsecomo un arma.

Estaba muy segura de que losinstrumentos musicales que no desearíatocar incluirían la variedad de cuerda,porque aunque lograra exceder loslogros de las primas Smythe-Smith(legendarias por sus veladas musicalesdebido a todas las razones incorrectas),aún seguiría sonando como una vacaagonizante.

En una oportunidad había intentadotocar el violín. Su madre había hechoque desapareciera de la casa.

Vamos, pensándolo bien, Oliviararamente era invitada a cantar.

Oh, bien, tenía otros talentos,suponía ella. Podía pintar una acuarelamucho mejor-que-el-promedio, yraramente se perdía en unaconversación. Y si no tenía talentomusical, al menos nadie la obligaría aubicarse en un estrado cada año paraaporrear los oídos de los incautos.

O no tan incautos. Olivia recorriócon la mirada la habitación. Reconocióa casi todo el mundo… con seguridadtodos sabían qué esperar. La veladamusical de las Smythe-Smith se había

convertido en un rito de transición. Unoque debía hacerse porque…

Bien ahora, esa era una buenapregunta. Posiblemente sin respuesta.

Olivia bajó la mirada otra vezhacia su programa, aunque lo hubieraleído cerca de tres veces. La tarjeta erade un color cremoso, y parecía que elmatiz se derretía en la seda amarilla desus faldas. Había deseado usar su nuevotraje de terciopelo azul, pero habíacreído que un color alegre podría sermás útil. Alegre y distrayente. Aunque,pensándolo bien y frunciendo el ceñohacia su atuendo, el amarillo nodemostraba del todo ser un distractor, yya no estaba tan segura que le gustara elcorte del encaje sobre su escote y…

- Él está aquí.Olivia apartó la mirada del

programa. Mary Cadogan estaba de piesobre ella… no, ahora se estabasentando, tomando el asiento que Oliviahabía reservado para su madre.

Olivia estuvo a punto de preguntarquién, pero en ese momento las Smythe-Smith comenzaron a probar susinstrumentos.

Olivia se estremeció, luego hizouna mueca de dolor, después cometió elerror de mirar hacia el estradoprovisional para observar qué podíahaber producido un sonido tanmiserable. No fue capaz de determinarel origen, pero la desgraciada expresiónen el rostro de la violinista fue

suficiente para que apartara la vista.- ¿Me has escuchado? -dijo Mary

urgentemente, dándole un codazo-. Estáaquí. Tu vecino. -Ante la expresión enblanco de Olivia, prácticamente siseó-:¡Sir Harry Valentine!

- ¿Aquí? -Olivia se giró en suasiento al instante.

- ¡No mires!Y entonces se giró otra vez.- ¿Por qué está aquí? -susurró ella.Mary se veía incómoda con su traje

de muselina lavanda que por lo visto eratan incómodo como parecía.

- No lo sé. Probablemente fueinvitado.

Eso tenía que ser cierto. Nadie ensus cabales asistiría a la velada musical

anual de las Smythe-Smith sin serinvitado. Era, en la más delicada de lasdescripciones, un asalto a los sentidos.

Para ser más específico, a uno delos sentidos. Quizás era una buena nochepara ser sordo.

¿Qué hacía aquí sir HarryValentine? Olivia había pasado los tresúltimos días con las cortinas echadas,evitando diligentemente todas lasventanas del lado sur de Rudland House.Pero no había esperado verlo fuera, yaque sabía muy bien que Sir HarryValentine no salía.

Y con seguridad alguien quepasaba tanto tiempo con una pluma,tinta, y papel como él, poseía lainteligencia suficiente para saber que si

en verdad quería salir, había mejoresopciones que la velada musical de lasSmythe-Smith.

- ¿Ha asistido antes a algo comoesto? -preguntó Olivia por la comisurade la boca, manteniendo la cabeza haciadelante.

- No lo creo -susurró Mary enrespuesta, también mirando al frente. Seinclinó ligeramente hacia Olivia hastaque sus hombros casi se tocaban-. Sóloha acudido a dos bailes desde su llegadaa la ciudad.

- ¿Almacks?- Nunca.- ¿Esa carrera de caballos en el

parque al que todo el mundo acudió elmes pasado?

Ella sintió, más que vio, a Marysacudir la cabeza.

- No. Pero no puedo estar segura.No me permitieron ir.

- A mí tampoco -murmuró Olivia.Winston le había contado todo, porsupuesto, pero (obviamente) no le habíadado todos los detalles como a ella lehabría gustado.

- Tu vecino pasa mucho tiempo conel señor Grey -continuó Mary.

La barbilla de Olivia retrocediópor la sorpresa.

- ¿Sebastian Grey?- Son primos. Hermanos, creo.Ante eso Olivia abandonó toda

pretensión de no estar inmiscuida en laconversación y miró directamente a

Mary.- ¿Es Sir Harry Valentine primo de

Sebastian Grey?Mary se encogió de hombros

imperceptiblemente.- Al decir de todos.- ¿Estás segura?- ¿Por qué es tan difícil de creer?Olivia hizo una pausa.- No tengo ni idea. -Pero la tenía.

Ella conocía a Sebastian Grey. Todos lohacían. Lo cual era la razón de quepareciera un compañero tan peculiarpara Sir Harry, quien, por lo que Oliviapodía contar, dejaba su oficina sólo paracomer, dormir, y dejar inconsciente aJulian Prentice.

¡Julian Prentice! Se había olvidado

de él. Olivia se enderezó y con lamirada recorrió la habitación condiscreción experta.

Pero por supuesto Mary supo alinstante lo que estaba haciendo.

- ¿A quién buscas? -susurró ella.- A Julian Prentice.Mary jadeó con encantado horror.- ¿Está aquí?- No lo creo. Pero Winston dijo

que no era tan malvado como creíamos.Por lo visto Julian estaba tan borrachoque Sir Harry podría haberle derribadosoplando sobre él.

- Excepto por el ojo ennegrecido -le recordó Mary, la persona másquisquillosa en cuanto a los detalles.

- El caso es que no creo que le

haya dado una paliza.Mary hizo una pausa durante un

segundo, luego debió haber decididoque era tiempo de seguir adelante.Pareció extraña y luego se rascó en elpunto donde el rígido encaje de suvestido rozaba contra su clavícula.

- Er, hablando de tu hermano, ¿estáaquí?

- Cielos, no -Olivia logró evitarponer los ojos en blanco, por poco.Winston había hecho un espectáculo muypoco convincente de un resfriado y sehabía enviado a sí mismo a la cama. Sumadre había sido tan bien engañada quele había pedido al mayordomo que lovigilara en intervalos de una hora y quela llamara si empeoraba.

Lo cual le había proporcionado unpunto de luz a la noche. Olivia sabía demuy buenas fuentes que habría unareunión en White´s más tarde esa noche.Oh, bien, tendría que realizarse sinWinston Bevelstoke.

Lo que muy bien podría haber sidola intención de su madre.

- Sabes -murmuró Olivia-, mientrasmás mayor me vuelvo, más admiro a mimadre.

Mary la miró como si fuera unaexcéntrica.

- ¿De qué estás hablando?- De nada. -Olivia hizo un pequeño

movimiento de la mano. Eso sería algodemasiado difícil de explicar. Estiró unpoco el cuello, intentando que pareciera

como si no estuviera inspeccionandodetenidamente la muchedumbre-. No leveo.

- ¿A quién? -pregunto Mary.Olivia rechazó el impulso de

pestañear ante ella.- Sir Harry.- Ah, está aquí -dijo Mary con

seguridad-. Lo vi.- No está aquí ahora.Mary, quién había reprendido hace

apenas unos momentos a Olivia por sufalta de discreción, mostró unaflexibilidad asombrosa cuando se giróhacia atrás.

- Hmmm.Olivia esperó un poco más.- No lo veo -dijo Mary finalmente.

- ¿Es posible que te hayasequivocado? -preguntó Olivia conesperanza.

Mary le dio una mirada irritada.- Por supuesto que no. Quizás está

en el jardín.Olivia se dio la vuelta, aunque no

pudiera ver el jardín desde el salón debaile, donde la velada musical serealizaba. Fue una acción refleja, supusoella. Si sabías que alguien estaba enalgún sitio, no dejarías de girar enaquella dirección aunque posiblementeno pudieras verle.

Por supuesto ella no sabía que SirHarry estuviera en el jardín. Ni siquierasabía con seguridad que estuviera en lavelada musical. Sólo tenía la afirmación

de Mary, y mientras que Mary eracompletamente confiable sobre losasistentes de un baile, ella sabía, por supropia admisión, que solo había visto alhombre algunas veces. Podría haberseconfundido con facilidad.

Olivia decidió aferrarse a esepensamiento.

- Mira lo que traje -dijo Mary,hurgando en su retículo.

- Ah, es encantador -dijo Olivia,mirando detenidamente el abalorio.

- ¿No es cierto? Madre loconsiguió en Bath. Ah, aquí está. -Marysacó dos pequeñas motas de algodón-.Para mis oídos -explicó ella.

Los labios de Olivia se separaronen admiración. Y envidia.

- ¿No tienes dos más, verdad?- Lo siento -dijo Mary con un

movimiento de hombros-. Es un retículomuy pequeño. -Se giró hacia delante-.Creo que están listas para empezar.

Una de las madres de las Smythe-Smith instó a que todos tomaran asiento.La madre de Olivia miró hacia ella, vioque Mary había tomado su asiento, y dioun pequeño giro para encontrar un lugarjunto a la madre de Mary.

Olivia respiró hondo, preparándosementalmente para su tercer encuentrocon el cuarteto de cuerdas de lasSmythe-Smith. Había perfeccionado sutécnica el año anterior; la cualimplicaba respirar profundamente,encontrando un punto en la pared detrás

de las muchachas del que no debíaapartar la vista, y considerar variasopciones de viajes, sin importar cuánordinario o rutinario fuera:

Lugares en los que prefiero estar,Edición 1821.

Por lady Olivia Bevelstoke

Francia con Miranda. ConMiranda en Francia. En la cama conuna taza de chocolate y un periódico,en cualquier lugar con una taza dechocolate y un periódico. En donde seacon algo más que una taza de chocolateo periódico.

Ella vio a Mary, quien parecía a

punto de dormirse. El algodón seadhería parcialmente a sus oídos, yOlivia casi tuvo que sentarse sobre susmanos para impedirse tirar de ellos.

Si hubiera sido Winston o Miranda,definitivamente lo hubiera hecho.

El estruendo de Bach sólo erareconocible por su estilo… ya que nopodía llamarla exactamente melodía,pero tenía algo que ver con notas yendoarriba y abajo en una escala. Pero fueralo que fuera le estaba golpeteando losoídos, y Olivia movió con firmeza lacabeza hacia delante.

Los ojos sobre el punto, los ojossobre el punto.

Ella preferiría estar:Nadando.

Cabalgando.No sobre un caballo nadando.Dormida.Probando hielo.

¿Contaba como lugar? Realmenteeran más una experiencia, como estar«dormida», pero claro, que «dormida»implicaba estar en la cama, que era unlugar. Aunque, técnicamente hablando,alguien podía dormir sentada. Olivianunca lo había hecho, pero su padre confrecuencia se dormía sentado en el salóndurante el «tiempo familiar» prescritopor su madre, y Mary, por lo visto,podía hacerlo durante esta cacofonía.

Traidora. Olivia nunca habríatraído sólo un juego de motas de

algodón.Los ojos sobre el punto, Olivia.Olivia suspiró, un poco en alto, no

lo suficiente para que alguien laescuchara, y volvió a inhalarprofundamente. Se concentró en uncandelabro de pared detrás de la cabezade la miserable violinista, no, mejorsobre la cabeza miserable de laviolinista…

Realmente esa muchacha noparecía feliz. ¿Sabía cuán terrible era elcuarteto? Porque las otras tresclaramente no tenían ninguna pista. Perola violinista, era diferente, era…

Olivia ciertamente estaba oyendola música.

¡No está bien! ¡No está bien! Su

cerebro se rebeló, y ella emprendió larutina de inhalar una y otra vez, y…

Y luego, de alguna manera, estabahecho, las músicos se pusieron de pie yrealizaron una notoria reverencia. Oliviase encontró parpadeando en exceso;parecía que sus ojos no funcionabancorrectamente después de tanto tiempoenfocados sobre un punto.

- Te dormiste -le dijo a Mary,dándole una mirada traicionada.

- No lo hice.- Oh, lo hiciste.- Bien, por lo menos funcionaron -

dijo Mary, tirando del algodón de susoídos-. Apenas escuché algo. ¿Adóndevas?

Olivia ya estaba medio camino

hacia el pasillo.- A los servicios. Debo… -y eso,

decidió ella, tendría que bastar. Nohabía olvidado la posibilidad de que SirHarry Valentine estuviera en algún lugardel salón, y si alguna vez una situaciónurgía darse prisa, era ésta.

No es que fuera una cobarde…para nada. No estaba intentando evitar alhombre, simplemente intentaba evitarque tuviera la oportunidad desorprenderla.

Estar preparada. Si ese no hubierasido su lema antes, entonces lo hubieraadoptado en ese momento.

¿No estaría impresionada sumadre? Ella siempre le decía que debíaser mejorada. No, ese no era un inglés

correcto. ¿Qué le decía su madre? Noimportaba; casi estaba en la puerta. Sólonecesitaba apartar a Sir Robert Stoat,y…

- Lady Olivia.¡Maldición! Quién…Olivia se dio la vuelta. Y sintió que

su estómago se hundía. Y notó que SirHarry Valentine era mucho más alto delo que había parecido en su oficina.

- Lo siento -dijo ella conserenidad, porque siempre había sidobuena al representar un papel-. ¿Hemossido presentados?

Pero por la curva burlona de lasonrisa masculina, estaba bastantesegura de que no había sido capaz deenmascarar su primer destello de

sorpresa.- Perdóneme -dijo él suavemente, y

ella tembló, porque su voz no era lo quehabía pensado que sería. Ésta sonabacomo a brandy y tenía el sabor delchocolate. Y no estaba tan segura de porqué había temblado, por qué ahora sesentía sofocada-. Sir Harry Valentine -murmuró él, ejecutando una cortés yelegante reverencia-. ¿Usted es ladyOlivia Bevelstoke, no es así?

Olivia se veía muy regia mientraslevantaba la barbilla un centímetro.

- Soy yo.- Entonces me alegro mucho de

conocerla.Ella asintió. Probablemente

debería hablar; ciertamente sería más

cortés. Pero se sentía en peligro deperder el equilibrio, y era más sabiopermanecer callada.

- Soy su nuevo vecino -añadió él,pareciendo vagamente divertido con sureacción.

- Cierto -contestó ella. Mantuvo elrostro en su lugar. Él no conseguiría sulado más amable-. ¿Al sur? -preguntóella, complacida por la nota ligeramenteaburrida de su voz-. He escuchado queestaba en alquiler.

Él no dijo nada. No en seguida.Pero sus ojos se fijaron en los de ella, yle tomó cada pizca de su valentíamantener la expresión. Apacible,compuesta, y con sólo una pizca decuriosidad. Olivia pensó esencialmente

sobre esto último y que si no lo hubieraestado espiando durante casi unasemana, con seguridad hubieraconsiderado el encuentro algo curioso.

Un hombre extraño, actuando comosi se conocieran.

Un hombre extraño y apuesto.Un hombre extraño y apuesto que

se veía como si él pudiera…¿Por qué miraba él sus labios?¿Por qué se lamía ella los labios?- Le doy la bienvenida a Mayfair -

dijo ella rápidamente. Algo querompiera el silencio. El silencio no erasu amigo, no con este hombre, no más-.Le haremos una visita de cortesía.

- Disfrutaría de eso -dijo él, y parasu creciente pánico, el hombre sonó

como si lo dijera en serio. No sólo laparte sobre disfrutar, sino que realmentepensaba aceptar la oferta, la cualcualquier tonto podría ver que fue hechapor un sentido estricto de la cortesía.

- Por supuesto -dijo ella, y seaseguró de no tartamudear, salvo quesonó ligeramente como si lo estuviesehaciendo. O como si tuviera algo en lagarganta-. Si me perdona… -Ella señalóhacia la puerta, porque seguramente élhabría notado que se estaba moviendohacia la salida cuando la habíainterceptado.

- Hasta una próxima ocasión, ladyOlivia.

Ella buscó una réplica ingeniosa, oincluso una sarcástica y astuta, pero su

mente era una hoja en blanco. Él lacontemplaba con una expresión queparecía no decir nada de él, y aún asítodo de ella. Tuvo que recordarse que élno sabía todos sus secretos. Él no laconocía.

¡Cielos!, aparte de esas tonteríasdel espionaje, ella no tenía ningúnsecreto.

Y él no sabía eso, tampoco.Algo reanimada por la indignación,

le hizo una reverencia… muy pequeña ycortés, completamente correcta para unadespedida. Y luego, recordándose queera lady Olivia Bevelstoke, y que sesentía cómoda en cualquier situaciónsocial, se dio la vuelta y se marchó.

Y agradeció efusivamente que al

tropezar con sus propios pies yaestuviese en el pasillo, donde él nopodía verla.

Capítulo 4

Eso había ido bien.Harry se congratuló cuando

observó huir apresurada a lady Oliviadel salón. La mujer no se movía congran velocidad, pero sus hombrosestaban ligeramente levantados, ysostenía el vestido con las manos,levantando el dobladillo. No por unnúmero escandaloso de centímetros -dela forma en que las mujeres hacíancuando tenían que correr. Pero sinembargo lo sostenía en un gestoinconsciente, como si sus dedos

pensaran que debían prepararse para unacarrera, aunque el resto de ella estuvieradecidida a permanecer tranquila.

La mujer sabía que él la había vistoespiarlo. Harry lo había sabido, porsupuesto. Si no hubiera estado seguro deeso en el momento en que sus ojos sehabían encontrado hace tres días, lohubiera sabido muy pronto; ella habíacorrido sus cortinas a cal y canto, y nohabía echado una sola ojeada desde quefue sorprendida.

Una clara admisión de culpa. Unerror que ningún profesional habríacometido jamás. Si Harry hubiera estadoen su posición…

Por supuesto, Harry nunca habríaestado en su posición. Él no disfrutaba

del espionaje, nunca lo había hecho, y laOficina de Guerra lo sabía muy bien.Pero de todos modos, a pesar de todassus reservas, no habría sido atrapado.

Su paso en falso había reafirmadosus sospechas. Se parecía a una típica,más que probablemente malcriada,señorita de sociedad. Quizás un pocomás curiosa que el promedio. Conseguridad más atractiva que la mayoría.La distancia, sin mencionar los panelesde cristal entre ellos, no le había hechojusticia. Él no había sido capaz de versu rostro, no realmente. Había intuido laforma, parecida a un corazón, con algode óvalo. Pero no había vislumbrado losrasgos, que sus ojos eran más grandes delo habitual, o que sus pestañas eran tres

tonos más oscuras que sus cejas.Su cabello, lo sabía bien, era de un

suave y mantecoso rubio, con más de untrazo de rizos. No debería verse másseductor que cuando lo tenía sueltoalrededor de sus hombros, pero dealguna manera, a la luz de las velas, conun rizo descansando a un lado de sucuello…

Había deseado tocarla. Habíadeseado tirar suavemente del rizo, sólopara ver si regresaría a su lugar cuandolo soltara, y luego había deseadoquitarle las horquillas, una tras otra, yver caer cada bucle de su peinado,transformándola lentamente de unaperfección helada a una diosatumultuosa.

Querido Dios.Y ahora estaba oficialmente

indignado consigo mismo. Sabía que nodebería haber leído ese libro de poesíaantes de salir esa noche. Y en francésademás. La maldita lengua siempre loponía cachondo.

No podía recordar la última vezque había reaccionado de semejanteforma ante una mujer. En su defensapodía señalar que había estado tanrecluido en su oficina en los últimostiempos, que había conocido pocasmujeres preciosas ante las quereaccionar. Llevaba en Londres variosmeses, pero parecía que la Oficina deGuerra siempre dejaba caer algúndocumento u otra cosa, y las

traducciones siempre se necesitaban contoda prisa posible. Y si por algúnmilagro lograba limpiar su escritorio detrabajo, era entonces cuando Edwarddecidía meterse en un variopinto alud deproblemas… deudas, borracheras,mujeres inadecuadas… Edward no eramelindroso sobre sus vicios, y Harry nopodía reunir suficiente crueldad paradejar que su hermano se revolcara ensus propios errores.

Lo cual significaba que Harryraramente tenía tiempo para cometer lospropios, sobre todo los queinvolucraban seducir a una mujer. Harryno estaba acostumbrado a vivir como unmonje, pero analizándolo bien, ¿cuántotiempo había pasado…?

Como jamás se había enamorado,no tenía ni idea de si la ausencia hacíaque el corazón se volviera más tierno,pero después de esa noche, estabacompletamente seguro de que laabstinencia hacía que el resto de unhombre se volviera demasiado hosco.

Necesitaba encontrar a Sebastian.La agenda social de su primo nunca selimitaba a un evento por noche.Dondequiera que fuera después de esto,incluiría con seguridad mujeres demoral cuestionable. Y Harry iría con él.

Harry se dirigió hacia el ladoopuesto del salón con la intención deencontrar alguna bebida, pero cuandoavanzó, escuchó alrededor de mediadocena de gritos ahogados, seguidos de:

«¡Eso no estaba en el programa!»Harry miró de un lado a otro, y

luego siguió la dirección general de lasmiradas hacia el estrado. Una de lasmuchachas Smythe-Smith había vuelto atomar su posición y parecía preparar unespontáneo (por favor, Dios, que nofuese improvisado) solo.

- Dulce Jesús misericordioso -escuchó Harry, y allí estaba Sebastian,de pie junto a él, observando al estradocon algo que definitivamente era mástemor que diversión.

- Estás en deuda conmigo -dijoHarry, murmurando las palabras conmalevolencia en el oído de Sebastian.

- Creía que habías dejado decontar.

- Ésta es una deuda que nuncapodrá ser reembolsada.

La muchacha comenzó su solo.- Puede que tengas razón -confesó

Sebastian.Harry miró hacia la puerta. Era una

puerta encantadora, perfectamenteproporcionada y conducía fuera delsalón.

- ¿Podemos marcharnos?- Todavía no -dijo Sebastian

tristemente-. Mi abuela.Harry buscó a la condesa viuda de

Newbury, quien estaba sentada con otrasaristocráticas viudas, sonriendoampliamente y aplaudiendo. Se volvióhacia Sebastian, recordando.

- ¿No estaba sorda?

- Casi -confirmó Sebastian-. Perono estúpida. Notarás que guardó sutrompetilla durante la interpretación. -Giró la mirada hacia Harry con ojosbrillantes-. Por cierto, vi que teencontraste con la encantadora ladyOlivia Bevelstoke.

Harry no se molestó en responder,al menos no con algo más que una leveinclinación de la cabeza.

Sebastian se acercó hacia él, su vozdescendió en un molesto registro.

- ¿Se confesó culpable de todo?¿Su curiosidad insaciable? ¿Su lujuria tesobrecogió?

Harry se dio la vuelta y lo encaródirectamente.

- Eres un asno.

- Me lo dices con muchafrecuencia.

- Nunca pasa de moda.- Y yo tampoco -dijo Sebastian con

una media sonrisa-. Encuentro tanconveniente ser inmaduro.

El solo de violín alcanzó lo queparecía ser un crescendo, y lamuchedumbre retuvo un alientocolectivo, esperando que el floreoconsiguiente fuera seguido de lo quedebía ser el fin.

Excepto que no lo era.- Eso fue cruel -dijo Sebastian.Harry se estremeció cuando el

violín chirrió una octava más alta.- No vi a tu tío -indicó él.Los labios de Sebastian se

apretaron, y diminutas líneas blancas seformaron en las comisuras de su boca.

- Envió sus excusas esta tarde. Casime hace preguntarme si me tendió unatrampa. Salvo que él no es muyinteligente.

- ¿Lo sabías?- ¿Sobre la música?- Ese es un brutal uso de la palabra.- Había oído rumores -confesó

Sebastian-. Pero nada podría habermepreparado para…

- ¿Esto? -murmuró Harry, de algunamanera incapaz de apartar los ojos de lamuchacha en el estrado. Ella sostenía suviolín tiernamente, y su concentración enla música era sincera. Parecía como sise divirtiera, como si oyera algo

completamente diferente a los demás enel salón. Y tal vez lo hacía, muchachaafortunada.

¿Cómo sería vivir en su propiomundo? ¿Ver las cosas como deberíanser, y no como eran? Ciertamente laviolinista debería ser buena. Tenía lapasión, y si lo que las matronas Smythe-Smith habían dicho poco antes eraverdad, practicaba cada día.

¿Cómo debería haber sido supropia vida?

Él no debería haber tenido un padreque bebiera más de lo que respiraba.

No debería tener a un hermano queestuviera decidido a seguir el mismocamino.

Él debería…

Hizo rechinar los dientes. Nodebería caer en la conmiseración por símismo. Era mejor hombre que eso. Unhombre más fuerte, y…

Un temblor repentino de concienciazumbó por él, y, como era su costumbrecada vez que algo no se sentía adecuado,contempló la puerta.

Lady Olivia Bevelstoke. Estaba depie sola, mirando a la muchacha Smythe-Smith con una inescrutable expresión enblanco. Excepto…

Los ojos de Harry se estrecharon.No podía estar seguro, pero desde eseángulo, casi parecía como sicontemplara la urna griega detrás de lamuchacha Smythe-Smith.

¿Qué estaba haciendo la mujer?

- La estás mirando fijamente -llególa chirriante voz de Sebastian hasta suoído.

Harry lo ignoró.- La mujer es hermosa.Harry lo ignoró.- Por comprometerse, también.

Pero aún no comprometida.Harry lo ignoró.- No es por falta de intentos de

parte de los buenos solteros de GranBretaña -continuó Sebastian, impasiblecomo siempre ante la falta de respuestade Harry-. Ellos siguen pidiéndoselo.Ay, pero ella sigue negándose. Oí que elmayor Winterhoe incluso…

- Ella es fría -lo interrumpió Harry,con un poco más de acero en su voz de

lo que había querido.La voz de Sebastian estuvo llena de

encantada diversión cuando dijo:- Perdóname, pero, ¿qué has dicho?- Es fría -repitió Harry, recordando

su breve intercambio. Ella se habíamantenido como una maldita reina. Cadapalabra había chisporroteado hielo, yahora la mujer ni siquiera se dignabamirar a la pobre muchacha tocando elviolín.

Estaba sorprendido de que hubieravenido esta noche, para ser honesto. Noparecía el lugar más probable paradiamantes helados de primera calidad.Alguien la había obligado con todaseguridad a asistir.

- Y yo que tenía altas esperanzas de

veros juntos en un futuro -murmuróSebastian.

Harry se giró para ofrecerle unaréplica mordaz, o al menos una con todoel sarcasmo que pudiera reunir, pero lamúsica cambió de dirección, y laviolinista otra vez alcanzó un crescendo.Esta vez tenía que ser el final, pero lamuchedumbre no dejaría la oportunidadal azar, y una salva de aplausosatronadores hizo erupción antes que ellahubiera completado siquiera la notafinal.

Harry avanzó junto a Sebastiancuando éste se dirigió hacia su abuela.Ella había venido en su propio carruaje,le había dicho Sebastian, y por lo tantono tenían que esperar que estuviera lista

para marcharse. Aún así, debíadespedirse, y aunque Harry no estuvieraemparentado directamente, él tambiéndebía presentar sus saludos.

Pero antes de que pudieranatravesar el salón, fueron abordados poruna de las madres de las Smythe-Smith,quien llamaba:

- ¡Señor Grey! ¡Señor Grey!Por la intensidad de su voz, Harry

dedujo que el conde de Newbury debíaestar encontrando dificultades en subúsqueda de una esposa fértil.

Sebastian, para su crédito, nomostró ninguna prisa en marcharsecuando se dio la vuelta y dijo:

- Señora Smythe-Smith, ha sido unanoche tan encantadora.

- Estoy tan complacida de quepudiera asistir -barbotó ella.

Sebastian sonrió a cambio, unasonrisa del tipo que decía que no podíaimaginar estar en algún otro sitio. Yluego hizo lo que siempre hacía cuandoquería librarse de una conversación.Dijo:

- ¿Puedo presentarle a mi primo,Sir Harry Valentine?

Harry asintió cortésmente,murmurando su nombre. Era evidenteque esta señora Smythe-Smith pensabaque Sebastian era el premio más grande;lo miró directamente cuando preguntó:

- ¿Qué pensó de mi Viola? ¿No esespléndida?

Harry ni siquiera fue capaz del

todo de enmascarar su sorpresa. ¿Su hijase llamaba Viola?

- Ella toca el violín -explicó laseñora Smythe-Smith.

- ¿Cómo se llama la violista

[1]? -Harry no pudo menos quepreguntar.

La señora Smythe-Smith lo mirócon un poco de impaciencia.

- Marianne. -Luego regresó aSebastian-: Viola fue la solista.

- Ah -contestó Sebastian-. Fue unaextraña delicia.

- En efecto. Estamos muyorgullosos de ella. Tendremos queplanear varios solos durante el próximoaño.

Harry comenzó a planear su viajeal Ártico, como correspondía.

- Estoy tan complacida que hayapodido asistir, señor Grey -continuó laseñora Smythe-Smith, por lo vistoinconsciente de que ya había dicho eso-.Tenemos otra sorpresa para la noche.

- ¿Mencioné que mi primo es unbaronet? -recalcó Sebastian-. Adoraestar de vuelta en Hampshire. La caza esdivina.

- ¿En verdad? -La señora Smythe-Smith se volvió hacia Harry con nuevointerés y una amplia sonrisa-. Estoy tancontenta por su asistencia, Sir Harry.

Sir Harry habría respondido conmás que una cabezada salvo que estabaplaneando el fallecimiento inminente del

señor Grey.- Debo contarles a ambos sobre

nuestra sorpresa -dijo la señora Smythe-Smith con excitación-. Quiero que seanlos primeros en enterarse. ¡Tendremosun baile! ¡Esta noche!

- ¿Un baile? -repitió Harry,llegando casi a la incoherencia-. ¿Er,tocará Viola?

- Claro que no. No desearía que selo perdiera. Pero resulta que tenemos avarios otros músicos aficionados en elauditorio, y es muy divertido serespontáneo, ¿no lo cree?

Harry equiparaba la espontaneidadcon las visitas al dentista. Pero lo querealmente calculaba ya, sin embargo, erauna pequeña venganza.

- A mi primo -dijo, con gransentimiento-, le encanta bailar.

- ¿Ah sí? -La señora Smythe-Smithvolvió de regreso a Sebastian conplacer-. ¿Le gusta?

- Sí -dijo Sebastian, quizás un pocomás fuerte de lo que era necesario, dadoque no era una mentira; en verdad legustaba bailar, mucho más de lo que aHarry le gustaba.

La señora Smythe-Smith miró aSebastian con expectativa beatífica.Harry los miró a los dos con expectativaufana; realmente le encantaba cuandotodo iba viento en popa. En su favor,expresamente.

Sebastian, consciente de que habíasido vencido astutamente, le dijo a la

señora Smythe-Smith:- Espero que su hija me reserve el

primer baile.- Será un honor para ella hacerlo -

dijo la señora Smythe-Smith, juntandolas manos con alegría-. Si me perdona,debo hacer los preparativos para que lamúsica comience.

Sebastian esperó hasta que seperdiera entre la muchedumbre, paraluego decir:

- Pagarás por esto.- Ah, creo que ahora estamos a

mano por el momento.- Bien, al menos tú también estás

atascado aquí -contestó Sebastian-. Amenos que desees caminar hasta casa.

Harry lo habría considerado, si no

estuviera lloviendo torrencialmente.- Me contento con esperarte -dijo

él, con todo el entusiasmo en el mundo.- ¡Oh, mira! -dijo Sebastian, con

evidente falsa sorpresa-. Lady Olivia.Está justo allí. Apostaría a que le gustabailar.

Harry consideró decir: No lohagas, pero realmente, ¿cuál sería elpunto? Sabía que Sebastian lo haría.

- ¡Lady Olivia! -llamó Sebastian.La dama en cuestión se giró, no

existía forma de que pudiera evitarlos,sobre todo con Sebastian empujando através de la muchedumbre. Harrytampoco pudo encontrar ninguna formade evitar el encuentro; no que es quefuera a darle la satisfacción de hacerlo

así.- Lady Olivia -dijo Sebastian de

nuevo una vez que estuvieron cerca-.Cuán encantador es verla.

Ella dio la impresión de dirigirlesun ligero asentimiento con la cabeza.

- Señor Grey.- Taciturna esta noche, no es así,

¿Olivia? -murmuró Sebastian, pero antesde que Harry pudiera preguntarse por lafamiliaridad de tal declaración, élcontinuó con-: ¿Conoces a mi primo, SirHarry Valentine?

- Er… sí -tartamudeó ella.- Acabo de conocer a lady Olivia

esta misma noche -cortó Harry,preguntándose qué trampa preparabaSeb. Él sabía muy bien que los dos

habían hablado ya.- Sí -dijo lady Olivia.- Ah, pobre mí -dijo Sebastian

cambiando de tema a una velocidadalarmante-. Veo a la señora Smythe-Smith hacerme señas. Debo encontrar asu Viola.

- ¿Toca ella también? -preguntólady Olivia, sus ojos nublados por laconfusión. Y quizás una pequeñapreocupación.

- No lo sé -contestó Sebastian-,pero claramente espera a su futuraprogenie. Viola es su querida hija.

- Toca el violín -añadió Harry.- Ah. -Ella pareció divertida con la

ironía. O tal vez sólo perpleja-. Porsupuesto.

- Disfruten el baile, ustedes dos -dijo Sebastian, dando a Harry unamirada rápida con positivamente malaintención.

- ¿Habrá baile? -preguntó ladyOlivia, viéndose cercana al pánico.

Harry se compadeció de ella.- Según tengo entendido, el cuarteto

de las Smythe-Smith no tocará.- Qué… bien. -Ella se aclaró la

garganta-. Para ellas. Así podrán bailar,por supuesto. Estoy segura que lesgustará.

Harry sintió una pequeña chispa detravesura (¿o de amenaza?) atravesarlo.

- Sus ojos son azules -comentó él.Ella le lanzó una mirada confusa.- ¿Qué dijo?

- Sus ojos -murmuró él-. Sonazules. Creía que podrían serlo,considerando su tono de piel, pero eradifícil de afirmar estando tan lejos.

Ella se congeló, pero él tuvo queadmirar su adhesión a su propósitocuando dijo:

- No estoy segura de lo que habla.Él se inclinó solo lo suficiente para

que ella notara su siguiente afirmación.- Los míos son marrones.Ella se veía como si estuviera a

punto de hacer una réplica, pero encambio parpadeó, y casi pareció mirarlomás estrechamente.

- Lo son -murmuró ella-. Quéextraño.

Él no estaba seguro si su reacción

era divertida o inquietante. De una u otraforma, él no la había provocado.

- Creo que la música está porcomenzar -dijo él.

- Debería encontrar a mi madre -soltó ella.

Olivia se estaba desesperando. Legustaba eso.

Quizás la noche resultaríadivertida, después de todo.

Capítulo 5

Debía existir una manera de hacerque aquella velada terminase. Ella eramucho mejor actriz que Winston. Si élpodía fingir un convincente resfriado,decidió Olivia, seguramente ella podríaarreglárselas con alguna plaga.

Oda a la PlagaPor Olivia Bevelstoke

Bíblica.Bubónica.Mejor que la lepra.

Bueno, era verdad. Al menos enaquellas circunstancias. Necesitaba algoque no fuese no sólo asqueroso; sinotambién altamente contagioso. Conhistoria. ¿No había la plaga matado amedia Europa hacía cientos de años? Lalepra nunca había sido tan eficiente.

Consideró brevemente lasramificaciones de llevarse la mano alcuello y murmurar:

- ¿Esto es una llaga?Era tentador. De verdad.Y Sir Harry, maldito aquel hombre,

parecía contento como unas castañuelas,como si no hubiese ningún otro sitio enque prefiriese estar.

Excepto allí. Torturándola.

- Mire eso -dijo conversador-,Sebastian está bailando con la señoritaSmythe-Smith. -Olivia buscó por lahabitación, determinada a no mirar alhombre que tenía al lado-. Estoy segurode que ella estará encantada.

Hubo una pausa y entonces SirHarry le preguntó.

- ¿Busca a alguien?- A mi madre -prácticamente le

espetó ella. ¿No le había oído laprimera vez?

- Ah -permaneció benditamente ensilencio durante un momento, y luegoañadió-: ¿Se parece a usted?

- ¿Qué?- ¿Su madre?Olivia movió su mirada hacia él.

¿Por qué le estaba preguntando aquello?¿Por qué le hablaba siquiera? Ya habíadejado clara su opinión, ¿verdad?

Aquel era un hombre horrible.Puede que no explicase lo del papel y elfuego y el sombrero raro, pero explicabaaquello. Allí, en aquel momento. Erasimplemente horrible.

Arrogante.Molesto.Y bastantes cosas más, estaba

segura, excepto que estaba demasiadonerviosa para pensar con propiedad. Labúsqueda de sinónimos requería unacabeza mucho más despejada que la queella pudiese lograr en presencia suya.

- Creí que podría ayudar a buscarla-dijo Harry-. Pero, ay, no nos hemos

conocido aún.- Se parece un poco a mí -dijo

Olivia distraída. Y entonces, sin razónalguna, añadió-: O más bien, yo meparezco a ella.

Él sonrió un poco ante aquello,sólo un poco y Olivia tuvo la rarasensación de que por una vez él no sereía de ella. No intentaba provocarla.Estaba simplemente… sonriendo.

Era desconcertante.No podía dejar de mirarlo.- Siempre he valorado la precisión

en el lenguaje -dijo Harry suavemente.Ella lo miró fijamente.- Es usted un hombre extraño.Se habría sentido mortificada,

puesto que aquella no era la clase de

cosas que normalmente diría en voz altasi el hombre no se lo hubiese merecido.Y ahora se estaba riendo.Presumiblemente de ella.

Olivia se palpó el cuello. Quizás sise pinchaba a sí misma el verdugónpasaría por una llaga.

Enfermedades Que Sé CómoFingir.

Por Olivia Bevelstoke.

ResfriadoAchaque en los pulmones.Depresión.Esguince de tobillo.

El último no era exactamente una

enfermedad, pero tenía cierta utilidad enalgunos momentos.

- ¿Baila, lady Olivia?Como en ese momento. Sólo que lo

había pensado demasiado tarde.- Usted desea bailar -repitió.

Parecía inconcebible que quisiera,incluso más inconcebible que pensaseque ella querría.

- Sí -dijo él.- ¿Conmigo?Él lució divertido, aunque

condescendientemente, por la pregunta.- Había pensado en pedírselo a mi

primo, puesto que es la única persona dela habitación con la que puedo clamarcualquier familiaridad, pero eso podríaresultar ser toda una impresión, ¿no

opina igual?- Opino que la canción acaba de

terminar -dijo Olivia. Si no era verdad,lo sería pronto.

- Entonces bailaremos la siguiente.- ¡No he aceptado bailar con usted!Se mordió el labio. Sonaba como

una idiota. Una idiota petulante, la peorclase.

- Lo hará -dijo él confiado.Olivia no había deseado tanto

pegar a otro ser humano desde queWinston le había dicho a NevilleBerbrooke que ella estaba «interesada».Sin embargo, lo habría hecho, si con esocreyese que podría librarse.

- Realmente no tiene elección -continuó él.

¿En la mandíbula o en un lado de lacabeza? ¿Qué dolería más?

- ¿Y quién sabe? -Harry se inclinóhacia delante, sus ojos centellearoncálidos a la luz de las velas-. Quizás lopase bien.

En un lado de la cabeza.Definitivamente. Si lo sorprendía conuna amplia oscilación en forma de arco,quizás le hiciese perder el equilibrio. Legustaría verlo despatarrado en el suelo.Sería una visión gloriosa. Quizás segolpeara la cabeza contra la mesa, oincluso mejor, agarraría el mantelmientras caía, llevándose el bol delponche y toda la cristalería de laseñorita Smythe-Smith con él.

- ¿Lady Olivia?

Habría fragmentos por todas partes.A lo mejor hasta sangre.

- ¿Lady Olivia?Aunque no pudiese hacerlo

realmente, podría al menos fantasear conello.

- ¿Lady Olivia?Él había extendido la mano.Ella la miró. Él seguía de pie, sin

una gota de sangre ni fragmentos decristal roto a la vista. Qué pena. Yclaramente el hombre esperaba que ellaaceptase su invitación a bailar.

Desafortunadamente, tenía razón.Olivia no tenía elección. Podría, yprobablemente lo habría hecho,continuar insistiendo en que ella nuncale había puesto los ojos encima antes de

hoy, pero ambos sabían la verdad.Olivia no estaba muy segura de qué

pasaría si Sir Harry anunciaba a la altasociedad que lo había espiado desde laventana de su habitación durante cincodías, pero no sería nada bueno. Lasespeculaciones serían despiadadas. Enel mejor de los casos, tendría queocultarse en casa durante una semanapara evitar el chismorreo. En el peor,podría verse obligada a casarse conaquel bárbaro.

Buen Dios.- Me encantaría bailar -dijo

rápidamente, tomando su mano.- Entusiasmo así como precisión -

murmuró él.Realmente era un hombre extraño.

Alcanzaron la pista de baile unosmomentos antes de que los músicoslevantaran sus instrumentos.

- Un vals -dijo Sir Harry, tras oírlas primeras dos notas. Olivia le dirigióuna mirada perpleja y curiosa. ¿Cómo loha b í a sabido tan rápido? ¿Era unapersona musical? Esperaba que sí. Esosignificaría que aquella velada habríasido aún más tortuosa para él que paraella.

Sir Harry cogió su mano derecha yla alzó en el aire en la posición correcta.El contacto habría sido yasuficientemente sorprendente, pero suotra mano, en la parte baja de su espada,era diferente.

Cálida. No, ardiente. Y la hacía

sentir cosquillas en sitios muy raros.Olivia había bailado docenas de

valses. Incluso cientos. Pero ningunamano en la parte baja de su espalda sehabía sentido de aquella manera.

Era porque aún estaba nerviosa.Nerviosa en su presencia. Tenía que sereso.

El agarre de él era firme, pero aúnasí bastante gentil y el hombre era unbuen danzarín. No, era un espléndidobailarín, mucho mejor que ella. Olivialo fingía bien, pero nunca sería una granbailarina. La gente decía que lo era,pero eso era únicamente porque erabonita.

No era justo, ella era la primera enadmitirlo. Pero uno podía librarse de

muchas cosas en Londres simplementepor ser bonita.

Claro que eso significaba que nadienunca esperaba que fuese inteligente.Había sido así toda su vida. La gentesiempre esperaba de ella que fuesealgún tipo de muñeca china, que sirviesepara parecer adorable, ser mostrada yhacer absolutamente nada.

A veces Olivia se preguntaba si erapor eso por lo que a veces no secomportaba bien. Nunca nada a granescala; era demasiado convencionalpara eso. Pero se le conocía por hablarlibremente y expresar una opinión condemasiada convicción. Miranda una vezle había dicho que ella nunca habríadeseado ser tan bonita y Olivia no lo

había entendido, no del todo. No hastaque Miranda se había mudado y no habíaquedado nadie con quien Olivia pudiesetener una verdaderamente excelenteconversación.

Alzó la vista hacia Sir Harry. Elhombre tenía una pequeña cicatriz,apenas visible realmente, cerca de laoreja izquierda y sus mejillas era unpoco más prominentes que lasclásicamente atractivas, pero aún así,tenía algo. ¿Inteligencia? ¿Intensidad?

Tenía un toque de gris en lassienes, también, pudo notar. Se preguntóqué edad tendría.

- Es usted una bailarina muyagraciada -le dijo él.

Ella puso los ojos en blanco. No

pudo evitarlo.- ¿Se ha vuelto inmune a los

cumplidos, lady Olivia?Ella le dirigió una afilada mirada.

No era menos de lo que se merecía. Sutono había sido igualmente afilado. Casiinsultante.

- Tengo entendido -dijo él,girándola expertamente hacia laderecha-, que ha dejado algunoscorazones rotos por toda la ciudad.

Olivia se puso rígida. Era justo eltipo de cosas que a la gente le gustabadecirle, pensando que ella estaríaorgullosa de ello. Pero no lo estaba. Ylo que era más, dolía que todo el mundopensase que lo estaría.

- Eso no es para nada agradable o

apropiado.- ¿Siempre es usted apropiada, lady

Olivia?Ella lo fulminó con la mirada, sólo

un segundo. Los ojos de él encontraronlos suyos y ahí estaba otra vez, lainteligencia. La intensidad. Olivia tuvoque apartar la mirada.

Era una cobarde. Una patética ydébil, miserable excusa de… de…bueno, de sí misma. Ella nunca seretractaba de una batalla de voluntades.Y se odiaba por haberlo hecho ahora.

Cuando volvió a escuchar la voz deHarry, fue junto a su oído, su alientocaliente y húmedo.

- ¿Y siempre es usted agradable?Olivia apretó los dientes. El

hombre la estaba aguijoneando. Yaunque a ella le hubiese encantadodevolverle el golpe, se negó a hacerlo.Eso era lo que él pretendía, después detodo. Quería que ella respondiese, paraque así él pudiese hacer lo mismo.

Además, ella no podía pensar ennada lo bastante devastador.

La mano de él se movió contra suespalda una sutil y experta presión quela guiaba durante el baile. Giraron yvolvieron a girar y Olivia pilló unreflejo de Mary Cadogan, los ojos comoplatos y la boca abierta en un perfectopequeño óvalo.

Maravilloso. Mañana por la tardetoda la ciudad lo sabría. Un baile con uncaballero no causaría un escándalo, pero

Mary estaba lo suficientemente intrigadapor Sir Harry y encontraría una manerade hacerlo sonar jadeantemente yterriblemente au courant.

- ¿Cuáles son sus intereses, ladyOlivia? -preguntó Harry.

- Mis intereses -repitió ella,preguntándose si alguien le habríapreguntado aquello antes. Ciertamenteno tan directamente.

- ¿Canta? ¿Pinta acuarelas? ¿Clavauna aguja a esa tela metida en el aro?

- Se llama bordado -dijo ella, dealguna manera exasperada; su tono eracasi burlón, como si no esperase queella tuviese intereses.

- ¿Lo practica?- No. -Olivia odiaba bordar.

Siempre lo había odiado. Y tampoco sele daba bien.

- ¿Toca algún instrumento?- Me gustaría aprender tiro -dijo

Olivia rotundamente, esperando ponerlefinal a la conversación. No eraexactamente verdad, pero tampoco erauna mentira. No le importaría intentarlo.

- Una mujer a la que le gustan lasarmas -dijo él suavemente.

Buen dios, la velada nuncaacabaría. Dejó salir un frustradosuspiro.

- ¿No le parece excepcionalmentelargo este vals?

- No creo.Algo en su tono atrajo su atención y

Olivia alzó la mirada, justo a tiempo

para ver cómo se curvaban sus labios aldecir:

- Sólo parece largo. Porque yo nole gusto.

Ella jadeó. Era verdad, desdeluego, pero no se suponía que él debiesedecirlo.

- Tengo un secreto, lady Olivia -susurró él, inclinándose tan cerca comopudo sin romper los límites de locorrecto-. Usted tampoco me gusta.

* * *

A Olivia seguía sin gustarle Sir

Harry varios días después. Noimportaba que no hubiese hablado conél, ni lo hubiese visto. Sabía que existíay eso parecía ser suficiente.

Cada mañana, una de las doncellasentraba en su habitación y abría lascortinas, y cada mañana, tan prontocomo la doncella se iba, Olivia saltabaa sus pies y tiraba de ellas hastacerrarlas. Se negaba a darle al hombreninguna excusa para volver a acusarlade espionaje.

Además, ¿qué iba a evitar que él laespiara a ella?

Ni siquiera había dejado la casadesde la noche del musical. Habíafingido estar resfriada (fue tan fácildecir que lo había cogido de Winston) y

quedarse dentro. No era que lepreocupase cruzarse con Sir Harry. Enrealidad, ¿qué probabilidades había deque bajasen los escalones principales ala vez? ¿O regresasen de una salida? ¿Oque se viesen en Bond Street? ¿O enGunther? ¿O en una fiesta?

Ella no iba a encontrárselo. Nisiquiera pensaba en ello.

No, el gran problema era evitar asus amigas. Mary Cadogan había venidoel día después del musical y el díadespués a ése y el siguiente. Finalmente,lady Rudland le había dicho que leenviaría una nota cuando Olivia sesintiese mejor.

No podía imaginarse teniendo quecontarle a Mary Cadogan su

conversación con Sir Harry. Ya erabastante malo tener que recordarla, loque hacía casi cada cinco minutos.Tener que contársela de nuevo a otro serhumano…

Era casi suficiente para convertirun resfriado en una plaga.

Cosas Que Detesto De Sir HarryValentine.

Por la normalmente benevolenteLady Olivia Bevelstoke.

Creo que piensa que no soy lista.Sé que piensa que soy poco

amable.Me chantajeó para que bailase

con él.

Es mejor bailarín que yo.

No obstante, tras tres días de auto-impuesto aislamiento, Olivia estabadeseando ir más allá de los límites de sucasa y el jardín. Decidiendo que lasprimeras horas de la mañana era elmejor momento para evitar al resto de lagente, se colocó el sombrero y losguantes, agarró el recientementeentregado periódico vespertino y sedirigió a su banco favorito en HydePark. Su doncella, quien, a diferencia deOlivia, sí disfrutaba bordando, la siguió,sujetando con fuerza el bordado yquejándose de la hora.

Era una mañana gloriosa, el cieloazul, las nubes esponjosas, una ligera

brisa. Un tiempo de verdad perfecto ycon nadie alrededor.

- Vamos, Sally -le dijo a sudoncella, quien iba demorada al menosdoce pasos por detrás.

- Es temprano -se quejó Sally.- Son las siete y media -le dijo

Olivia, quedándose quieta unossegundos para permitir que Sally laalcanzase.

- Eso es temprano.- Normalmente estaría de acuerdo

contigo, pero sucede que creo que meestoy reformando. Mira qué adorable seestá aquí fuera. El sol brilla, hay músicaen el aire…

- No oigo ninguna música -gruñóSally.

- Pájaros, Sally. Los pájaroscantan.

Sally seguía sin estar convencida.- Esa reforma suya… ¿no cree que

podría volver al estado anterior?Olivia sonrió abiertamente.- No será tan malo. Tan pronto

como lleguemos al parque, nossentaremos y disfrutaremos del sol. Yotendré mi periódico y tú tu bordado,nadie nos molestará.

Excepto que después de tan soloquince minutos, Mary Cadogan seacercaba rápidamente a ellas.

- Tu madre me dijo que estabasaquí -dijo sin aliento-. ¿Te sientes mejorentonces?

- ¿Hablaste con mi madre? -

preguntó Olivia, incapaz de creer sumala suerte.

- Me dijo el sábado que memandaría una nota tan pronto como tesintieses mejor.

- Mi madre -musitó Olivia-, esincreíblemente rápida.

- ¿Lo es, verdad?Sally se movió al otro extremo del

banco, apenas alzando la mirada de sucostura. Mary se colocó entre ambas,escabulléndose a un lado y al otro delbanco hasta que se vio un centímetro delbanco entre su falda rosada y la verdede Olivia.

- Quiero saberlo todo -le dijo Marya Olivia, la voz baja y excitada.

Olivia consideró brevemente fingir

ignorancia pero en realidad, ¿de qué levalía? Ambas sabían exactamente a quése refería Mary.

- No hay mucho que contar -dijo,arrugando el periódico en un intento derecordarle a Mary que había venido alparque a leer-. Me reconoció como suvecina y me pidió bailar. Fue todo muycivilizado.

- ¿Dijo algo sobre su prometida?- Por supuesto que no.- ¿Y sobre Julian Prentice?Olivia puso los ojos en blanco.- ¿De verdad crees que el hombre

le hablaría a una completa extraña y auna señorita para más inri, sobre haberlepuesto el ojo morado a otro caballero?

- No -dijo Mary abatida-. Era

desear mucho. Lo juro. No puedoconseguir los detalles de nadie más.

Olivia intentó lo mejor que pudoparecer aburrida ante todo aquello.

- Muy bien -continuó Mary,impertérrita por la falta de respuesta desu compañera-. Háblame del baile.

- Mary. -Fue casi un gruñido, casiun chasquido. Ciertamente maleducado,pero Olivia deseaba desesperadamenteno contarle nada a Mary.

- Debes contármelo -insistió Mary.- Seguramente hay alguna otra cosa

en Londres que te interese más que mirealmente corto y aburrido baile con SirHarry Valentine.

- En realidad no -contestó Mary. Seencogió de hombros, entonces sofocó un

bostezo-. La madre de Philomena laarrastró de vuelta a Brighton y Anne estáenferma. Probablemente haya pillado elmismo resfriado que tú.

Probablemente no, pensó Olivia.- Nadie ha visto a Sir Harry desde

el musical -asintió Mary-. No haasistido a nada.

Aquello no sorprendía a Olivia.Probablemente estuviera ante elescritorio, garabateando furiosamente.Quizás con aquel ridículo sombreropuesto.

No es que ella lo supiese. No habíamirado por la ventana durante días. Nisiquiera había mirado la ventana. Bueno,no más de seis u ocho veces a lo sumo.

Todos los días.

- ¿De qué hablaron entonces? -preguntó Mary-. Sé que hablaste con él.Vi que tus labios se movían.

Olivia se giró hacia ella, los ojosle ardían de irritación.

- ¿Me mirabas los labios?- Oh, por favor. Como si tú nunca

lo hubieses hecho.No sólo era verdad, sino que era

irrefutable, ya que ella lo había hechocon Mary. Pero se requería unarespuesta no, una réplica, así que Oliviasoltó un pequeño resoplido y dijo:

- Yo nunca te lo he hecho a ti.- Pero lo harías -dijo Mary con

certeza.También era verdad, pero Olivia

no tenía intenciones de admitirlo.

- ¿De qué hablaron? -preguntó denuevo Mary.

- Nada fuera de lo normal -mintióOlivia, arrugando de nuevo el periódico,más audiblemente esta vez. Habíallegado a las páginas de sociedad,siempre empezaba por la parte de atrás,pero quería leer el informeparlamentario. Siempre lo leía. Cadadía. Ni su padre lo había leído todos losdías y eso que era miembro de la casade los lores.

- Parecías enfadada -persistióMary.

Ahora sí que lo estoy, quisorefunfuñar Olivia.

- ¿Lo estabas?Olivia apretó los dientes.

- Estoy segura de que te equivocas.- No lo c re o -dijo Mary, con

aquella atroz y cantarina voz queempleaba cuando sabía que estaba en locierto.

Olivia miró a Sally, quién estabametiendo la aguja a través de la tela,pretendiendo que no estaba escuchando.Luego volvió a mirar a Mary,dirigiéndole una urgente mirada, comodiciendo no delante de los sirvientes.

No era una solución permanente alproblema de Mary, pero lo aplazaríadurante un tiempo, al menos.

Volvió a fruncir el periódico, luegobajó la vista a sus manos, consternada.Lo había cogido antes de que elmayordomo hubiese tenido la

oportunidad de planchar el papel yahora la tinta se estaba pasando a supiel.

- Esto es asqueroso -dijo Mary.La única respuesta que Olivia pudo

pensar fue:- ¿Dónde está tu doncella?- Oh, allí -replicó Mary, moviendo

la mano a las inmediaciones tras ellas.Y entonces Olivia se dio cuenta de quehabía calculado mal, porque Maryinmediatamente se giró hacia Sally ydijo:

- ¿Tú conoces a mi Genevieve,verdad? ¿Por qué no vas a hablar conella?

Sally sí conocía a la Genevieve deMary y también sabía que las

habilidades en inglés de Genevieve eranbastante limitadas, pero como Olivia nopodía interrumpir e insistir en que Sallyno le hablase a Genevieve, Sally se vioobligada a dejar su bordado e ir abuscarla.

- Ya está -anunció orgullosa Mary-.Eso estuvo bien hecho. Ahora dime,¿cómo es él? ¿Es atractivo?

- Tú ya lo has visto.- No, ¿es atractivo de cerca? Esos

ojos -Mary se estremeció.- ¡Oh! -Exclamó Olivia,

recordando de pronto-. Son marrones,no grises azulados.

- No puede ser. Estoy bastantesegura…

- Te equivocas.

- No. Yo nunca me equivoco eneso.

- Mary, estuve así de cerca de sucara -dijo Olivia, haciendo un gestohacia la distancia existente en el bancoentre ellas-. Te aseguro que sus ojos sonmarrones.

Mary pareció horrorizada.Finalmente sacudió la cabeza y dijo:

- Debe ser la manera en que mira auna persona. Tan penetrante.Simplemente asumí que serían azules. -Parpadeó-. O grises.

Olivia puso los ojos en blancos ymiró hacia delante, deseando que aquelfuese el final, pero Mary no era tan fácilde disuadir.

- Aún no me has hablado de él -

apuntó.- Pero… -y entonces Mary soltó un

jadeo.- ¿Pero qué? -De verdad, Olivia

estaba perdiendo la paciencia.Mary le agarró el brazo, con mucha

fuerza. Duramente.- ¿Qué ocurrirá ahora?Mary apuntó un dedo en dirección a

Serpentine.- Justo allí.Olivia no vio nada.- A caballo -siseó Mary.Olivia movió su mirada a la

izquierda y entonces…Oh, no. Era imposible.- ¿Es él?Olivia no respondió.

- Sir Harry -aclaró Mary.- Sé a quién te refieres -le espetó

Olivia.Mary estiró el cuello.- Creo que sí que es Sir Harry.Olivia sabía que lo era, no porque

se pareciese al caballero en cuestión,sino más bien porque, ¿qué otra suerte leesperaba a ella?

- Monta bien -murmuró Maryadmirada.

Olivia decidió que era el momentode pensar religiosamente y orar. Quizásno las vería. Quizás sí pero decidiríaignorarlas. Quizás un rayo…

- Creo que nos ha visto -dijo Mary,toda felicidad y regocijo-. Deberíassaludar. Lo haré yo, aunque no nos hayan

presentado.- No lo animes -siseó Olivia.Mary se giró hacia ella al instante.- Sabía que no te había gustado.Olivia cerró los ojos en desgracia.

Aquella se suponía que debía haber sidouna tranquila y solitaria salida. Sepreguntó cuando tiempo pasaría hastaque Mary pillase el resfriado de Anne.

Entonces se preguntó si había algoque ella pudiese hacer para apresurar lainfección.

- Olivia -siseó Mary, dándole uncodazo en las costillas.

Olivia abrió los ojos. Sir Harryestaba ya bastante cerca, claramentedirigiéndose en su dirección.

- Me pregunto si el señor Grey

también estará aquí -dijo Maryesperanzada-. Puede que sea el herederode lord Newbury, ¿sabes?

Olivia se colocó una tensa miradaen el rostro cuando Sir Harry seaproximó, aparentemente sin su casiheredero primo. Montaba bien, notó, ysu montura era realmente elegante, unprecioso caballo marrón con calcetinesblancos. Sir Harry estaba vestido paramontar, una cabalgata de verdad, no unestático paseo por el parque. Su oscuropelo estaba despeinado por el viento ysus mejillas tenían un poco de color enellas, aquello debería haberlo hechoparecer más accesible y amigable, pero,pensó Olivia con algo de desdén, eranecesario que sonriese para eso.

Sir Harry Valentine no sonreía. Almenos no en su dirección.

- Señoras -dijo, haciendo un altofrente a ellas.

- Sir Harry. -Fue todo lo que Oliviapudo decir, dando que se resistía a dejarde apretar los dientes. Mary le dio unapatada.

- ¿Puedo presentarle a la señoritaCadogan? -dijo Olivia.

Sir Harry inclinó la cabeza congracia.

- Es un placer conocerla.- Sir Harry -dijo Mary,

dirigiéndole un asentimiento debienvenida a cambio-. Hace una mañanamuy agradable, ¿no cree?

- Mucho -contestó él-. ¿No está de

acuerdo, lady Olivia?- Así es -dijo tensa. Se giró hacia

Mary, esperando que él la imitase ydirigiese sus preguntas a ella.

Pero claro, él no lo hizo.- No la había visto antes en Hyde

Park, lady Olivia -dijo.- No suelo aventurarme

normalmente tan temprano.- No -dijo él-. Supongo que tiene

cosas más importantes que hacer en casaa esta hora de la mañana.

Mary le dirigió una curiosa mirada.Era un críptico comentario.

- Cosas que hacer -siguió él-, genteque observar…

- ¿También está su primo montandocon usted? -preguntó con rapidez Olivia.

Las cejas de él se alzaron, burlón.- Sebastian raramente es visto tan

temprano -replicó.- ¿Pero usted sí se levanta pronto?- Siempre.Otra cosa que detestar del hombre.

A Olivia no le importaba levantarsetemprano, pero odiaba que la gente sealegrase de ello.

Olivia no hizo más comentario,intentado a posta extender el momentohasta lo incómodo. Quizás él loentendería y se iría. Cualquiera consentido común sabía que unaconversación era imposible entre dosdamas en un banco y un caballero acaballo. Ya estaba comenzando a darlecalambres en el cuello de tanto alzarlo.

Alzó la mano y se frotó la nuca,esperando que él lo entendiese. Peroentonces, porque claramente todo elmundo estaba en su contra, incluso ellamisma, tuvo un extremadamente malmomento de regreso de recuerdos. Sobresus llagas imaginarias. Y la plaga. Y lavariedad bubónica. Y que Dios laayudase, quiso carcajearse.

Excepto que no podía reír, no conMary sentada a su lado y Sir Harrymirándola por encima de su arrogantenariz, así que cerró con fuerza la boca.Claro que aquello envió el aire a travésde su nariz y bufó. De lo más inelegante.Y aquello picaba.

Lo que la hizo reírse de verdad.- ¿Olivia? -preguntó Mary.

- No es nada -dijo, moviendo sumano hacia Mary mientras se girabahacia el otro lado, intentando cubrirse elrostro-. De verdad.

Sir Harry no dijo nada, gracias aDios. Aunque era probable que fuesesimplemente porque pensaba que estabaloca.

Pero Mary, bueno, eso era otrahistoria y ella nunca sabía cuándo debíadejar pasar algo.

- ¿Estás segura, Olivia? Porque…Olivia seguía con la mirada contra

su hombro, porque de alguna manerasabía que volvería a reírse otra vez si nolo hacía.

- Sólo pensé en algo, eso es todo.- Pero…

Increíblemente, Mary dejó de darlela lata.

Olivia habría estado aliviada, aexcepción de que parecía altamenteimprobable que Mary de repentedesarrollara tacto y sentido común. Y dehecho, descubrió que estaba en lo cierto,porque Mary no se había detenido porsentir simpatía hacia Olivia. Se habíadetenido porque…

- ¡Oh, mira, Olivia! Es tu hermano.

Capítulo 6

H a r r y había estado planeandodirigirse a casa. Tenía la costumbre demontar a caballo temprano por lamañana, incluso en la ciudad, y habíaestado a punto de salir del parquecuando descubrió a lady Olivia sentadaen un banco. Lo encontrósuficientemente interesante como paradetenerse y ser presentado a la amiga deella, pero después de unos instantes defrívola charla, decidió que noencontraba a ninguna de ellas losuficientemente interesante como para

distraerlo de su trabajo.Especialmente desde que lady

Olivia era la razón de que en primerlugar se hubiera atrasado tanto.

Ella había dejado de espiarle, esoera cierto, pero el daño estaba hecho.Cada vez que se sentaba en su mesa,podía sentir sus ojos sobre él, a pesar desaber con certeza que ella había cerradoherméticamente las cortinas. Peroevidentemente, la realidad tenía muypoco que ver con el asunto, porque todolo que tenía que hacer, así parecía, eraechar un vistazo a su ventana y perdíauna hora entera de trabajo.

Sucedía de este modo: él miraba laventana, porque estaba allí, y no podíaevitar echarle un vistazo a menos que

también cerrara herméticamente lascortinas, lo cual no estaba dispuesto ahacer, dada la cantidad de tiempo que sepasaba en la oficina. Así que miraba laventana, y pensaba en ella, porque, enrealidad, ¿acerca de quién más pensaríaél mirando la ventana de su dormitorio?Llegados a ese punto, el enojo seinstalaba, porque A) ella no valía elesfuerzo, B) ni siquiera estaba allí, y C)no estaba trabajando por su culpa.

La opción C siempre lo llevaba aun ataque de constante irritaciónprofunda, esta vez dirigida a sí mismo,porque D) en verdad debería tenermejor poder de concentración, E) sóloera una estúpida ventana, y F) si iba aponerse nervioso por una fémina,

debería ser una que al menos le gustara.La F era dónde generalmente

soltaba un fuerte gruñido y se obligaba avolver a su traducción. Normalmentefuncionaba durante un minuto o dos,luego volvía a alzar la mirada, porcasualidad veía la ventana y todo elpuñetero ciclo sin sentido volvía aempezar.

Lo cual había sido la razón por laque, al ver el aspecto de completo terrorcruzar el rostro de lady OliviaBevelstoke al mencionar a su hermano,decidió que no, que no tenía que volveral trabajo justo ahora. Después de todala molestia que le había causado, teníamuchas ganas de observarlaexperimentar un sufrimiento similar.

- ¿Conoce al hermano de Olivia,Sir Harry? -le preguntó la señoritaCadogan.

Harry se movió para bajar de sumontura; parecía que estaría allí duranteun rato.

- No tengo el placer.El rostro de Lady Olivia asumió

indudablemente un semblante agrio anteel uso de la palabra «placer».

- Es su hermano gemelo -siguió laseñorita Cadogan-, recientemente venidode la universidad.

Harry se giró hacia lady Olivia ydijo:

- No sabía que tuviera un gemelo.Ella se encogió de hombros.- ¿Su hermano ha terminado los

estudios? -le preguntó.Ella asintió secamente.Él casi sacudió la cabeza ante la

actitud de ella. De verdad que era unafémina bastante antipática. Era una penaque fuera tan hermosa. No se merecía labuena suerte de su aspecto. Harry másbien pensaba que debería tener una granverruga en la nariz.

- Entonces, tal vez él conozca a mihermano -comentó Harry-. Deben detener la misma edad.

- ¿Quién es su hermano? -preguntóla señorita Cadogan.

Harry les contó un poco sobreEdward, deteniéndose un momento antesde que el hermano de lady Oliviallegara. Iba a pie, paseando solo, con la

ágil manera de andar de un hombrejoven. Se parecía bastante a su hermana,se percató Harry. El pelo rubio eravarios tonos más oscuro, pero los ojosllenos de vida eran exactamente losmismos, en color y forma.

Harry hizo una reverencia; al igualque el señor Bevelstoke.

- Sir Harry Valentine, mi hermano,el señor Winston Bevelstoke; Winston,Sir Harry.

Esto fue dicho por lady Olivia conuna contundente falta de interés oinflexión.

- Sir Harry -dijo Winstoneducadamente-. Conozco a su hermano.

Harry no lo reconoció, pero supusoque el joven Bevelstoke era uno de los

conocidos de Edward. Se encontraba amuchos de ellos aquí y allí; la mayoríaeran totalmente olvidables.

- Tengo entendido que usted esnuestro nuevo vecino -dijo Winston.

Harry respondió a esto con unmurmullo y una inclinación.

- Al sur.- Efectivamente.- Siempre me gustó esa casa -dijo

Winston. O mejor dicho, aseveró. Desdeluego sonaba como si estuviera a puntode hacer la declaración de un magníficoviaje-. De ladrillo, ¿no?

- Winston -dijo Oliva impaciente-,sabes perfectamente que es de ladrillo.

- Bueno sí -dijo con un descortésondeo de mano-, o por lo menos estaba

moderadamente seguro. No presto amenudo atención a esas cosas y comosabes, mi habitación da en otradirección.

Harry sintió una sonrisa reptar porsus labios. Esto sólo podía ponersemejor.

Winston se giró hacia Harry y dijo,sin ninguna otra razón aparente que la detorturar a su hermana.

- La habitación de Olivia da al sur.- ¿No me diga?Olivia parecía como si fuera a…- Sí -confirmó Winston, poniendo

fin a la especulación de Harry en lo quepudiera hacer o no lady Olivia. Peroestaba pensando que esa combustiónespontánea no estaba fuera del reino de

la posibilidad.- Seguramente ha visto su ventana -

siguió Winston-. Realmente no pudopasarlo por alto. Está…

- Winston.Harry hasta retrocedió un

centímetro o dos. Parecía como sipudiera haber violencia. Y a pesar de lamayor altura y peso de Winston, Harryapostaría por su hermana.

- Estoy seguro de que Sir Harry noestá interesado en un plano de nuestracasa -soltó Olivia.

Winston se acarició la barbillapensativamente.

- No estaba pensando en un planotanto como en una elevación.

Harry volvió a girarse hacia

Olivia. No estaba seguro de que hubieravisto nunca tanta furia bajo control. Eraimpresionante.

- Es agradable verle esta mañana,Winston -intervino la señorita Cadogan,muy posiblemente ignorante de latensión familiar-. ¿A menudo sale porahí tan temprano?

- No -contestó-. Mi madre meenvió a buscar a Olivia.

La señorita Cadogan sonrióintensamente y volvió su atención haciaHarry.

- Entonces parece que usted es elúnico visitante matutino habitual aquí enel parque. Yo también vine buscando aOlivia. No hemos tenido la oportunidadde charlar durante años. Ha estado

enferma, sabe.- No lo sabía -dijo Harry-. Espero

que se sienta mejor.- Winston también estaba enfermo -

dijo Olivia, ofreciendo una sonrisaaterradora-. Mucho más enfermo que yo.

- ¡Oh no! -Habló efusivamente laseñorita Cadogan-. Siento muchísimo oíreso. -Se giró hacia Winston con granconsternación-. Si lo hubiera sabido, lehabría traído un bálsamo.

- Me aseguraré de informarte lapróxima vez que caiga enfermo -le dijoOlivia.

Ella se giró hacia Harry bajando lavoz y dijo:

- Sucede más a menudo de lo quequerríamos. Es muy preocupante -Y

luego bajó a un susurro-. Nació así.La señorita Cadogan se alzó en pie,

toda su atención sobre Winston.- ¿Ahora se siente mejor? Debo

decir que parece un poco paliducho.Harry pensó que el hombre parecía

el vivo retrato de la salud.- Estoy bien -soltó Winston, su ira

claramente dirigida a su hermana, quetodavía estaba sentada en el banco,pareciendo extremadamente satisfechacon sus recientes logros.

La señorita Cadogan miró más alláde él, hacia Olivia, la cual estabanegando con la cabeza, gesticulando: nolo está.

- Definitivamente le traeré esebálsamo -dijo la señorita Cadogan-.

Tiene un sabor un poco repugnante, peronuestra ama de llaves le tiene una feciega. E insisto en que vuelva a casa deuna vez. Fuera hace fresco.

- En realidad no es necesario -protestó Winston.

- De todos modos tenía planeadovolver pronto -intervino la señoritaCadogan, probando que el jovenBevelstoke no era rival para la fuerzacombinada de dos mujeres decididas-.Puede escoltarme.

- Informa a madre que volverédentro de un momento -dijo dulcementeOlivia.

Su hermano la fulminó con lamirada, pero había sido claramentemanipulado, así es que tomó el brazo de

la señorita Cadogan y se alejó con ella.- Bien jugado, lady Olivia -dijo

Harry con admiración, una vez que losotros estuvieron fuera del alcance deloído.

Ella le ofreció una miradaaburrida.

- Usted no es el único caballeroque encuentro irritante.

No había manera de poder ignorarun comentario de ese tipo, así que sesentó a su lado, dejándose caerexactamente en el lugar desocupadorecientemente por la señorita Cadogan.

- ¿Algo interesante? -preguntó,haciendo un gesto hacia el periódico.

- No sabría decir -contestó ella-.Me veo asediada por las interrupciones.

Él se rió entre dientes.- Señal para disculparme, estoy

seguro, pero no voy a darle el gusto.Ella apretó los labios,

aparentemente tragándose una réplica.Harry se sentó, cruzando el tobillo

derecho sobre la rodilla izquierda,dejando que su pose perezosa señalaraque se estaba instalando a su lado.

- Después de todo -meditó-, no escomo si estuviera invadiendo suintimidad. Estamos sentados en un bancoen Hyde Park. Al aire libre, un lugarpúblico, etcétera, etcétera…

Se detuvo, dándole la oportunidadde hacer un comentario. Ella no lo hizo.Así que continuó con ello:

- Si quisiera intimidad, habría

llevado el periódico a su habitación, otal vez a su oficina. Esos son lugares,estaría de acuerdo, donde uno puedeactuar bajo la suposición de privacidad.

Otra vez esperó. Otra vez Olivia senegó a participar. Así que bajó la vozhasta un murmullo y preguntó:

- ¿Tiene oficina, lady Olivia?No creía que ella contestara,

miraba al frente, totalmente decidida ano mirarlo a él, pero para su sorpresasoltó entre dientes:

- No la tengo.La admiró por aquello, pero no lo

suficiente como para cambiar de táctica.- Qué lástima -murmuró-.

Encuentro muy provechoso tener unlugar propio que no sea utilizado para

dormir. Debería considerar una oficina,lady Olivia, si desea un lugar para leersu periódico alejada de los ojosentrometidos de los demás.

Olivia se giró hacia él con unaimpresionante expresión de indiferencia.

- Está sentado sobre el bordado demi doncella.

- Mis disculpas. -Harry bajó lamirada, sacó la tela de debajo de él,apenas estaba sobre el dobladillo, perodecidió ser magnánimo y declinó hacerel comentario… y lo puso a un lado-.¿Dónde está su doncella?

Olivia agitó la mano hacia unadirección indeterminada.

- Se fue a reunirse con la doncellade Mary. Estoy segura que volverá en

cualquier momento.Harry no tenía respuesta para eso,

en cambio dijo:- Usted y su hermano tienen una

relación interesante.Ella se encogió de hombros, a

todas luces intentando sacárselo deencima.

- El mío me detesta.Eso captó el interés de Oliva. Que

se giró sonriendo muy dulcemente ydijo:

- Me gustaría conocerle.- Seguro que sí -contestó él-. No

está a menudo en mi oficina, perocuando se levanta a una hora razonable,desayuna en el saloncito. La ventana estájusto dos más allá de mi oficina hacia la

parte delantera de la casa. Puedeintentar buscarle allí.

Ella le ofreció una dura mirada. Élsonrió sin gracia en respuesta.

- ¿Por qué está usted aquí? -preguntó ella.

Hizo un gesto hacia su montura.- Salí a cabalgar.- No, ¿por qué está aquí? -Soltó

entre dientes-. En este banco. Sentado ami lado.

Harry pensó en ello durante unmomento.

- Usted me desconcierta.Ella frunció los labios.- Bien -dijo, un tanto vivamente-.

Supongo que es justo.El sentimiento era bastante amable

de su parte, aunque su tono no lo fuera.Después de todo, acababa de decir justominutos antes que lo encontrabairritante.

Entonces llegó su doncella. Harryla oyó antes de verla, pisoteando sobrehierba húmeda con enorme irritación,rastros de un acento cockney eranevidentes en su voz.

- ¿Por qué parece pensar esa mujerque debería aprender francés? Quierodecir, es ella la que está en Inglaterra.Oh. -Se detuvo, mirando a Harry conalgo de sorpresa. Cuando siguió, su vozy acento eran considerablemente máscultos-. Lo siento, señora. No me dicuenta de que tenía compañía.

- El caballero ya se iba -dijo lady

Olivia, toda dulzura y suavidad. Se giróhacia él con una sonrisa tandeslumbrantemente alegre que Harry porfin comprendió todos esos corazonesrotos de los que había oído hablar-.Muchas gracias por su compañía, SirHarry -le dijo.

A él se le cortó la respiración, y sele ocurrió que ella era una mentirosaextremadamente buena. Si no hubierapasado los últimos diez minutos con laseñora a la que ahora se refería en sucabeza como «Chica Hosca» se habríaenamorado de ella.

- Como señaló lady Olivia -dijotranquilamente-. Ya me iba.

Y así lo hizo, con toda la intenciónde no verla nunca de nuevo.

Al menos no a propósito.

* * *

Con los pensamientos de ladyOlivia dejados atrás firmemente, Harryvolvió más tarde al trabajo esa mañana,y por la tarde estaba perdido en un marde modismos rusos.

Kogda rak na goryeh svistnyet =Cuando el cangrejo silbe en la montaña= Cuando los cerdos vuelen.

Sdelatz slona iz mukha = Hacer unelefante de una mosca = Hacer unamontaña de un grano de arena.

S dokhlogo kozla i sherti klok =Incluso de la cabra muerta, cada piezade lana sirve para algo =

Igual a…Igual a…Consideró esto durante varios

minutos, golpeando ociosamente lapluma contra el secante y estaba a puntode darse por vencido y seguir cuandooyó un golpe en la puerta.

- Entre. -No alzó la mirada. Habíapasado tanto tiempo desde que habíasido capaz de mantener su concentracióndurante un párrafo entero; que no iba aromper ahora el ritmo.

- Harry.La pluma de Harry se quedó

inmóvil. Había estado esperando al

mayordomo con el correo de la tarde,pero esta voz pertenecía a su hermanomenor.

- Edward -dijo, asegurándose deque sabía exactamente dónde se quedabaantes de alzar la mirada-. Que agradablesorpresa.

- Esto llegó para ti. -Edward cruzóla habitación y puso un sobre en lamesa-. Por mensajero.

El exterior del sobre no indicaba elremitente, pero las señales eranfamiliares. Era del Ministerio deDefensa, y casi seguro contenía algo deimportancia; rara vez enviaban uncomunicado de este tipo directamente asu casa. Harry lo hizo a un lado, con laintención de leerlo cuando estuviera

solo. Edward sabía que traducíadocumentos, pero no sabía para quién.Hasta ahora Harry no había vistoninguna señal de que pudiera confiarlela información.

Sin embargo la carta podía esperarunos minutos. Ahora mismo Harry teníacuriosidad por la presencia de suhermano en la oficina. No era costumbrede Edward ir repartiendo artículos porla casa. Incluso si hubiera sido él elreceptor de la carta, seguramente lahubiera arrojado en la bandeja delvestíbulo principal para que seencargara el mayordomo.

Edward no interactuaba con Harrya menos que se viera obligado a hacerlo,por influencia externa o por necesidad.

La necesidad normalmente era del tipofinanciero.

- ¿Cómo estás hoy, Edward?Edward se encogió de hombros.

Parecía cansado, con los ojos rojos ehinchados. Harry se preguntó hasta lotarde que había salido la noche anterior.

- Sebastian se unirá a nosotros paracenar esta noche -dijo Harry. Edwardrara vez comía en casa, pero Harrypensaba que tal vez lo haría, si sabíaque Seb estaría allí.

- Tengo planes -dijo Edward, peroentonces añadió-, pero quizás puedaretrasarlos.

- Lo agradecería.Edward permaneció en el centro de

la oficina, la propia imagen de un chico

enfurruñado y hosco. Ahora teníaveintidós años y Harry suponía que secreía un hombre, pero su porte erainmaduro y sus ojos todavía jóvenes.

Joven pero no juvenil, Harry estabapreocupado por lo demacrado queparecía su hermano. Edward bebíademasiado y seguramente dormía muypoco. Aunque no era como su padre.Harry no podía marcar la diferencia aexcepción de que Sir Lionel siemprehabía sido jovial.

Excepto cuando estaba triste ypedía disculpas. Pero normalmente loolvidaba todo a la mañana siguiente.

Pero Edward era distinto. Harry nopodía imaginárselo subiéndose a unasilla y poniéndose poético sobre la

edplendidez de una edcuela. Edward nisiquiera intentaba ser encantador yafable durante las raras ocasiones quecompartían una comida. En cambio, sesentaba en pétreo silencio, sin contestarsalvo las preguntas directas y eso con elmínimo de palabras.

Harry era dolorosamenteconsciente de que no conocía a suhermano, no sabía nada de suspensamientos o intereses. Había estadofuera la mayor parte de los años deformación de Edward, en el continente,luchando al lado de Seb en ladecimoctava de los húsares. Cuandovolvió, intentó reavivar la relación, peroEdward no había querido tener nada quever con él. Sólo estaba aquí, en la casa

de Harry, porque no podía permitirsealojamiento por sí mismo. Era elhermano menor por excelencia, sinherencia y sin habilidades aparentes. Seburló ante la sugerencia de Harry de quetambién se uniera al ejército, acusándolede sólo querer deshacerse de él.

Harry ni se había molestado ensugerir el clero. Era difícil de imaginara Edward dirigiendo a alguien hacia larectitud moral, y a pesar de eso, Harryno quería deshacerse de él.

- Recibí una carta de Anne aprincipios de semana -mencionó Harry.Su hermana que se había casado conWilliam Forbush a la edad de diecisieteaños y nunca miró atrás, y de todos loslugares había acabado en Cornwall.

Enviaba a Harry una carta cada mes,repleta de novedades de su prole. Harryle escribía en ruso, insistiendo en que sino utilizaba el idioma lo perderíatotalmente.

La respuesta de Anne había sido laadvertencia que Harry le había hecho,cortada de su propia carta y pegada enuna nueva hoja de papel, seguida por, eninglés: Eso pretendo, querido hermano.

Harry se rió, pero no se detuvo conel ruso. Y ella debía tomarse tiempopara leer y traducir, porque cuandocontestaba, a menudo tenía preguntassobre las cosas que él le había escrito.

Era una correspondencia divertida;Harry siempre ansiaba sus cartas.

Anne no le escribía a Edward.

Solía hacerlo, pero paró cuando se diocuenta que él nunca le devolvería elgesto.

- Los niños están bien -siguióHarry. Anne tenía cinco, todos chicosexcepto la última. Harry se preguntabaqué aspecto tendría ahora. No la habíavisto desde que se fue al ejército.

Harry se sentó en su silla,esperando. Por algo. Que Edwardhablara, se moviera, diera una patada ala pared. Más que nada, estabaesperando que él pidiera un adelanto desu asignación, lo cual era seguramente larazón de su aparición. Pero Edward nodijo nada, simplemente golpeaba eldedo del pie en el suelo, dando en laesquina de la alfombra de tono oscuro y

levantándola antes de darle con el talónpara bajarla.

- ¿Edward?- Mejor que leas la carta -dijo

Edward con brusquedad mientras se iba-. Dijeron que era importante.

Harry esperó a que se fuera, luegorecogió la directriz del Ministerio deDefensa. Era raro que le contactaran deesta manera; normalmente solo enviabana alguien con los documentos paraentregarlos en mano. Abrió la nota,utilizando el índice para romper el selloy luego lo abrió.

Era corto, solo de dos frases, peroera claro. Harry tenía que presentarse enlas oficinas de la Guardia Montada deWhitehall inmediatamente.

Gimió. Cualquier cosa querequiriera su presencia no podía serbuena. La última vez que lo habíansolicitado fue para ordenarle queactuara de niñera de una ancianacondesa rusa. Tuvo que permanecerpegado a su lado durante tres semanas.Se quejaba del calor, de la comida, dela música… La única cosa de la que nose quejaba era del vodka y eso porquelo había traído ella.

También insistía en compartirlo.Alguien que hablara el ruso tan biencomo Harry no podía beber la bazofiainglesa, anunció. En serio le recordabaun poco a su abuela por eso.

Pero Harry no bebía, ni siquierauna gota y se pasó noche tras noche

vaciando el vaso dentro del tiesto de unaplanta.

Por raro que parezca la plantacreció con fuerza. Con bastanteseguridad, el mejor momento de lamisión fue cuando el mayordomo fruncióel ceño ante la maravilla botánica ydijo:

- No sabía que daba flores.Aunque Harry no tenía deseos de

repetir la experiencia.Desafortunadamente, raramente le dabanel lujo de rechazarla. Divertido, eh. Lonecesitaban a él, ya que los traductoresrusos no abundaban precisamente. Y aúnasí esperaban que él brincara deentusiasmo ante su petición.

Harry consideró brevemente

terminar la página en la que estabatrabajando antes de salir, luego decidiólo contrario. Era mejor hacer aquellocuanto antes.

Y además, la condesa estaba devuelta en San Petersburgo, era desuponer que quejándose del frío, del soly de la falta de caballeros inglesesobligados a servirla.

Cualquier cosa que quisieran de él,no podía ser tan malo como eso, ¿no?

Capítulo 7

Fue peor.- ¿Príncipe qué? -preguntó Harry.- El príncipe Alexei Ivanovich

Gomarovsky -contestó el señorWinthrop, que era un enlace frecuente deHarry con el Ministerio de Defensa.Winthrop tal vez tenía un nombrecristiano, pero si era así, Harry nuncafue consciente de ello. Simplemente erael señor Winthrop, de estatura y pesosmedios, con un pelo castaño normal y unrostro que era mediocre de todas lasmaneras. Por lo que Harry sabía, nunca

abandonaba el edificio del Ministerio deDefensa.

- No nos gusta -dijo Winthrop, conmuy poca inflexión-. Nos ponenerviosos.

- ¿Qué pensamos que podría hacer?- No estamos seguros -contestó,

pareciendo ignorar el sarcasmo deHarry-. Pero hay varios aspectos de suvisita que lo ponen bajo sospecha. Lamás importante de las cuales es supadre.

- ¿Su padre?- Ivan Alexandrovich Gomarovsky.

Ahora fallecido. Era partidario deNapoleón.

- ¿Y el príncipe todavía mantieneun estatus importante en la sociedad

Rusa? -Harry lo encontraba difícil decreer. Habían pasado nueve años desdeque los franceses invadieron Moscú,pero las relaciones franco-rusas todavíaeran glaciales en el mejor de los casos.El zar y su gente no agradecieron lainvasión de Napoleón. Y los francesestenían muchos recuerdos; la humillacióny la devastación de la retiradapermanecerían con ellos durante muchosaños venideros.

- Las acciones traicioneras de supadre nunca fueron descubiertas -explicó Winthrop-. Murió el año pasadode causa natural, todavía considerado unleal servidor del zar.

- ¿Cómo sabemos que era untraidor?

Winthrop ignoró la pregunta con unvago gesto de manos.

- Tenemos información.Harry decidió aceptar eso al pie de

la letra, ya que no era probable que ledijeran nada más.

- También nos preguntamos por looportuno de la visita del príncipe. Tresconocidos simpatizantes de Napoleón,dos de los cuales son súbditosbritánicos, llegaron ayer a la ciudad.

- ¿Y se permite que los traidorespermanezcan libres?

- A menudo, en nuestro propiointerés, se permite a la oposición creerque no han sido descubiertos. -Winthropse inclinó hacia delante, descansandolos brazos sobre la mesa-. Bonaparte

está enfermo, probablemente muera. Seestá consumiendo.

- ¿Bonaparte? -preguntó Harry conreservas. Había visto al tipo una vez.Desde lejos, por supuesto. Era bajito, sí,pero con una barriga notable. Era difícilde imaginarlo delgado y demacrado.

- Nos hemos enterado -Winthroprevolvió varios papeles de la mesa hastaque encontró lo que estaba buscando-,que sus pantalones han tenido que serentrados casi unos doce centímetros.

A pesar de todo, Harry seimpresionó. Nadie podía acusar alMinisterio de Defensa de falta de interésen el detalle.

- No escapará de St. Elena -siguióWinthrop-. Pero debemos permanecer

alerta. Siempre están aquellos quetraman en su nombre. Creemos que elpríncipe Alexei podría ser uno de ellos.

Harry exhaló. Con irritación,porque quería que Winthrop supiera lomucho que no deseaba estar envuelto enesta clase de asuntos. Era un traductor,por el amor de Dios. Le gustaban laspalabras. El papel. La tinta. No legustaban los príncipes rusos, y no teníadeseos de pasar las tres próximassemanas fingiendo que sí.

- ¿Qué necesita de mí? -preguntó-.Sabe que no me dedico a las actividadesde espionaje.

- Ni queremos que lo haga -dijoWinthrop-. Sus habilidades con elidioma lo hacen muchísimo más valioso

para nosotros que tenerlo merodeandoen alguna esquina oscura, esperando queno le disparen.

- Es difícil de creer que tengadificultades en reclutar espías -murmuróHarry.

Una vez más, Winthrop se perdió elsarcasmo.

- Su dominio del idioma ruso, juntocon su posición en la sociedad, lo haceidóneo para no perder de vista alpríncipe Alexei.

- No salgo mucho en sociedad -lerecordó Harry.

- Sí, pero podría.Las palabras de Winthrop

pendieron sobre la habitación como unaespada. Harry sabía muy bien que había

sólo otro hombre en el Departamento deDefensa cuya fluidez con el rusorivalizaba con la suya. También sabíaque George Fox era el hijo de unposadero, casado con una chica rusa quehabía llegado a Inglaterra como criadade un diplomático. Fox era un buenhombre, agudo y valiente, pero nuncaobtendría la entrada a las mismasrecepciones que un príncipe. Confranqueza, Harry no estaba seguro que éltampoco pudiera.

Pero Sebastian, con su posiblecondado, tal vez. Y no era como siHarry no se hubiese aprovechado de esoantes.

- No quiero pedirle que tomeninguna acción directa -dijo Winthrop-,

aunque, con sus antecedentes enWaterloo, confiamos que sería más quecapaz.

- Terminé con las luchas -leadvirtió Harry. Y lo había hecho. Sieteaños en el continente fueron suficientes.No tenía planes de coger de nuevo unsable.

- Lo sabemos. Ese es el porquétodo lo que le pedimos es que no lopierda de vista. Escuche susconversaciones cuando pueda.Infórmenos de todo lo que encuentresospechoso.

- Sospechoso -repitió Harry.¿Pensaban que el príncipe iba a irsoltando secretos en Almacks? Los quehablaban ruso eran raros en Londres,

pero seguramente el príncipe no seríatan insensato como para asumir quenadie entendería lo que estaba diciendo.

- Esto viene de Fitzwilliam -dijoWinthrop con voz tranquila.

Harry alzó la mirada de repente.Fitzwilliam dirigía el Ministerio deDefensa. No de manera oficial, porsupuesto. Oficialmente ni siquieraexistía. Harry ni conocía su nombre deverdad, y no estaba seguro de saber quéaspecto tenía; las dos veces que sereunieron, su aspecto había estado tanalterado que Harry no podía discernirqué era verdad y qué era disfraz.

Pero sabía que si Fitzwilliamordenaba algo, debía ser hecho.

Winthrop tomó una carpeta de la

mesa y se la tendió a Harry.- Lea esto. Es nuestro expediente

del príncipe.Harry tomó el documento y empezó

a levantarse, pero Winthrop lo detuvocon un ademán brusco.

- Esto no puede salir del edificio.Harry se sintió detenerse, la clase

de molestia, el cese sobreactuado delmovimiento que uno hacía cuando estabasiendo ordenado a ello. Se sentó, abrióla carpeta, sacó cuatro hojas de papel yempezó a leer.

El príncipe Alexei IvanovichGomarovsky, hijo de IvanAlexandrovich Gomarovsky, nieto deAlexei Pavlovich Gomarovsky, etcétera,etcétera, soltero, sin constancia de

compromiso. En Londres de visita alembajador, que es su primo en sextogrado.

- Están todos emparentados -masculló Harry-. Diablos, seguramenteestá emparentado conmigo.

- ¿Perdón?Harry le echó un breve vistazo a

Winthrop.- Lo siento.Viaja con un séquito de ocho

personas, incluyendo a una cortediplomática de asombroso peligro ycarcasa. Le gustaba el vodka (porsupuesto), el té inglés (qué imparcial desu parte) y la ópera.

Harry asintió mientras leía. Tal vezesto no sería tan malo. Disfrutaba de la

ópera, pero nunca parecía encontrar eltiempo para ir. Ahora sería un requisito.Excelente.

Giró una página. Había unbosquejo del príncipe. Lo levantó.

- ¿Se parece a él?- No mucho -admitió Winthrop.Harry revolvió el bosquejo al final.

¿Por qué se molestaban siquiera? Siguióleyendo, reuniendo trozos y retazos de lahistoria personal del príncipe. Su padrehabía muerto a la edad de sesenta y tresaños de una dolencia al corazón. No sesospechaba que fuera veneno. Su madretodavía estaba viva, dividía su tiempoentre St. Petersburgo y NizhnyNovgorod.

Giró la última página. El príncipe

parecía estar rodeado de mujeres,mostrando una preferencia particular porlas rubias. Había visitado el burdel másexclusivo de Londres seis veces durantelas dos semanas que había estado en laciudad. También asistía a números actossociales, posiblemente en busca de unaesposa inglesa. Se rumoreaba que sufortuna en Rusia había disminuido y quetal vez necesitara una novia con una doteconsiderable. Había mostrado particularatención por la hija de…

- Oh. No.- ¿Hay algún problema? -preguntó

Winthrop.Harry levantó el papel, no es que

Winthrop pudiera leer el escrito desdeel otro lado de la mesa.

- Lady Olivia Bevelstoke -dijo, convoz cargada de incredulidaddesalentadora.

- Sí. -Eso fue todo. Sólo un sí.- La conozco.- Lo sabemos.- No le caigo bien.- Lamentamos oír eso. -Winthrop se

aclaró la garganta-. Sin embargo, nolamentamos saber que Rudland Houseestá justo al norte de su recienteresidencia de alquiler.

Harry apretó los dientes.- No nos equivocamos en esto,

¿verdad?- No -dijo Harry a regañadientes.- Bien. Porque es fundamental que

tampoco la pierda de vista.

Harry no fue capaz de ocultar sudisgusto.

- ¿Será eso un problema?- Por supuesto que no, señor -dijo

Harry, ya que ambos sabían que lapregunta había sido puramente retórica.

- No sospechamos que lady Oliviaconspire con el príncipe, pero creemos,dado el bien documentado talento parala seducción del príncipe, que ella talvez sucumba a un mal juicio.

- Ha documentado su talento parala seducción -expuso Harry. Ni siquieraquería saber cómo lo había conseguido.

De nuevo, el desdeñoso vago gestode manos.

- Tenemos nuestros métodos.Harry estuvo a punto de decir que

si el príncipe lograba seducir a ladyOlivia, sería un gran alivio paraInglaterra, pero algo lo detuvo. Un fugazrecuerdo, tal vez algo en los ojos deella.

A pesar de sus pecados, ella no semerecía esto.

A menos…- Contamos con usted para

mantener fuera de problemas a ladyOlivia -estaba diciendo Winthrop.

Ella lo había estado espiando a él.- Su padre es un hombre

importante.Ella dijo que le gustaban las armas.

¿Y no había dicho su criada algo sobrehablar francés?

- Es muy conocida y apreciada en

la sociedad. Si algo le sucediera, elescándalo sería irreparable.

Pero Olivia no habría sabido queHarry trabajaba para el Ministerio deDefensa. Nadie sabía que él trabajabapara el Ministerio de Defensa.Simplemente era un traductor.

- Sería imposible para nosotrosllevar a cabo nuestras investigacionesbajo el escrutinio que tal desastreconllevaría. -Por fin hizo una pausaWinthrop-. ¿Entiende lo que estoydiciendo?

Harry asintió. Todavía no creía quelady Olivia fuera una espía, pero sucuriosidad había sido más que azuzada.¿Y no se sentiría como un tonto siresultaba que estaba equivocado?

* * *

- Mi lady.Olivia alzó la mirada de la carta

que estaba escribiendo a Miranda. Sehabía estado cuestionando si contarle lode Sir Harry. Olivia no podía imaginar anadie más a quién pudiera -o quisiera-contárselo, pero por otro lado, no era laclase de aventura que tenía sentidosobre el papel.

No estaba segura que tuvierasentido en absoluto.

Miró hacia arriba. El mayordomo

permanecía en la entrada, sujetando unabandeja de plata con una tarjeta de visitaencima.

- Mi lady, tiene un invitado.Olivia levantó la mirada hacia el

reloj de la repisa del salón. Era un pocotemprano para las visitas, y su madretodavía estaba fuera comprandosombreros.

- ¿Quién es, Huntley?- Sir Harry Valentine, mi lady.

Creo que ha alquilado la casa al sur.Lentamente, Olivia dejó la pluma.

¿Sir Harry? ¿Aquí?¿Por qué?- ¿Lo hago pasar?Olivia no sabía por qué estaba

preguntando. Si Sir Harry estaba en el

vestíbulo principal, prácticamente podíaver a Huntley hablando con ella. Nosería posible fingir que no estabadisponible. Olivia asintió, ordenó laspáginas de la carta y las metió en uncajón, luego se levantó, con la sensaciónde que tenía que estar de pie cuando élllegara.

En unos instantes apareció en laentrada, vestido en los tonos oscuroshabituales. Llevaba un pequeño paquetebajo el brazo.

- Sir Harry -dijo suavemente,levantándose-. Qué sorpresa.

Él saludó con la cabeza surecibimiento.

- Siempre me esfuerzo por ser unbuen vecino.

Ella saludó en respuesta,observando con cautela mientras entrabaen la estancia.

No podía imaginar el porqué habíaoptado por la visita. Había sido más quedesagradable con ella el día anterior enel parque, y la verdad era que ella no sehabía comportado mejor. No podíarecordar la última vez que trató aalguien tan mal, pero en su defensa,estaba aterrorizada de que intentarachantajearla de nuevo, esta vez con algomucho más peligroso que un baile.

- Espero no interrumpir -dijo.- En absoluto. -Hizo un gesto hacia

la mesa-. Estaba escribiendo una carta ami hermana.

- No sabía que tenía una.

- Mi cuñada -corrigió-. Pero escomo una hermana para mí. La conozcode toda la vida.

Él esperó hasta que ella tomóasiento en el sofá, luego se sentó en lasilla de estilo egipcio directamentefrente a ella. No parecía estar incómodo,lo cual Olivia encontró interesante. Ellaodiaba sentarse en esa silla.

- Le traje esto -dijo, tendiéndole elpaquete.

- Oh. Gracias. -Lo cogió con algode reparo. No quería regalos de estehombre, y con toda certeza no confiabaen sus motivos para obsequiarla conuno.

- Ábralo -la instó.Estaba envuelto con sencillez y le

temblaban los dedos, con un poco desuerte no tanto como para que él pudieraverlo. Le llevó varios intentos deshacerel nudo, pero al final fue capaz dedesenvolver el papel.

- Un libro -dijo con una pizca desorpresa. Sabía lo que tenía que ser, porel peso y la forma del paquete, pero aúnasí, era una elección muy extraña.

- Cualquiera puede traer flores -lecomentó él.

Le dio la vuelta -había estado delrevés cuando lo desenvolvió- y miró eltí tulo. Miss Butterworth y el BarónLoco. Ahora estaba realmentesorprendida.

- ¿Me trajo una novela gótica?- Una escabrosa novela gótica -

corrigió-. Parece la clase de cosas quetal vez disfrutaría.

Alzó la mirada hacia él, evaluandoese comentario.

Harry la miró en respuesta, como sila desafiara a cuestionarlo.

- En realidad no leo -murmuró.Él alzó las cejas.- Quiero decir que puedo -dijo

rápidamente, con creciente irritación,más con ella que con él-. Simplementeno me gusta mucho.

Sus cejas permanecieron alzadas.- ¿Se supone que no debo admitir

eso? -le preguntó descaradamente.Harry sonrió lentamente y pasó un

largo momento angustioso antes dedecir:

- Usted no piensa antes de hablar,¿verdad?

- No muy a menudo -admitió ella.- Inténtelo -dijo él, haciendo un

gesto hacia el libro-. Creo que loencontrará más entretenido que elperiódico.

Era justo la clase de cosa que diríaun hombre. Nadie jamás parecióentender que prefería las noticias del díaal ridículo fruto de la imaginación deotro.

- ¿Usted lo ha leído? -le preguntóella, bajando la mirada mientras abríauna página al azar.

- Por Dios, no. Pero mi hermana melo recomendó encarecidamente.

Ella alzó la mirada bruscamente.

- ¿Tiene una hermana?- Parece encontrar eso

sorprendente.Lo era. No estaba segura del

porqué, si no fuera porque sus amigashabían visto apropiado contarle todosobre él, y de algún modo habíanobviado aquello.

- Vive en Cornwall -dijo él-,rodeada de acantilados, leyendas y unabandada de pequeñajos.

- Qué descripción más encantadora-Y lo decía en serio-. ¿Es usted un tíodevoto?

- No.Olivia debió mostrar su sorpresa,

porque él dijo:- ¿No se supone que admita eso?

Ella se rió sin querer.- Touché, Sir Harry.- Me gustaría ser un tío devoto -le

dijo, su sonrisa cada vez más cálida ysincera-, pero no tuve la oportunidad deconocer a ninguno de ellos.

- Por supuesto -murmuró ella-.Estuvo en el continente durante muchosaños.

Harry inclinó la cabeza aunque muylevemente a un lado. Ella se preguntó silo hacía siempre que sentía curiosidad.

- Sabe bastante sobre mí -dijo él.- Todo el mundo sabe mucho sobre

usted. -En realidad, el hombre nodebería estar sorprendido.

- No hay mucha privacidad enLondres, ¿no?

- Casi ninguna en absoluto. -Laspalabras salieron de su boca antes deque se diera cuenta de lo que decía, loque acababa de admitir-. ¿Le apeteceríaun té? -le preguntó, hábilmentecambiando el tema.

- Me encantaría, gracias.Una vez hubo llamado a Huntley y

dado las instrucciones, Sir Harry dijo enplan coloquial:

- Cuando estaba en el ejército, eralo que más echaba de menos.

- ¿El té? -Eso parecía difícil decreer.

Él asintió.- Lo añoraba.- ¿No se lo proporcionaban? -Por

alguna razón Olivia encontró aquello

simplemente inaceptable.- Algunas veces. Otras teníamos

que conformarnos.Algo en su voz -nostálgico y

juvenil- la hizo sonreír.- Espero que los nuestros cuenten

con su aprobación.- No soy quisquilloso.- ¿En serio? Pensaría que con tal

adoración, sería un sibarita.- Para nada, estuve sin él tantas

veces que aprecio cada gota.Olivia se rió.- ¿En verdad era el té lo que

echaba de menos? La mayoría decaballeros que conozco dirían el brandy.O el oporto.

- El té -dijo Harry con firmeza.

- ¿Bebe café?Él negó con la cabeza.- Demasiado amargo.- ¿El chocolate?- Sólo con un montón de azúcar.- Es un hombre muy interesante, Sir

Harry.- Desde luego soy consciente que

usted me encuentra interesante.A ella le ardieron las mejillas. Y

en verdad le estaba empezando a gustarel hombre. La peor parte de todo estoera, que él tenía razón. Lo había estadoespiando, y eso había sido grosero. Peroaún así, no tenía que pasarse de estamanera para incomodarla.

El té llegó, dándole un respiro dela significativa conversación.

- ¿Leche? -le preguntó.- Por favor.- ¿Azúcar?- No. Gracias.Ni se molestó en levantar la mirada

cuando comentó:- ¿De verdad? ¿Sin azúcar? ¿A

pesar de que endulce el chocolate?- Y el café, si estoy obligado a

beberlo. El té es una bestia totalmentedistinta.

Olivia le tendió la taza y se puso apreparar la suya. Encontraba ciertacomodidad en las tareas familiares. Susmanos sabían lo que tenían que hacer,los recuerdos de los movimientosgrabados desde hacía mucho tiempo ensus músculos. La conversación, también,

era un apoyo. Simple y sin sentido, y aúnasí le devolvía el equilibrio. Tanto quecuando él tomó su segundo sorbo, ellafue por fin capaz de alterar el equilibriode él, sonriendo con dulzura cuando ledijo:

- Dicen que mató a su prometida.Él se atragantó, lo cual le dio un

enorme placer (la sacudida, no elatragantamiento; esperaba no convertirseen un ser tan despiadado) pero elhombre se recuperó rápidamente, y suvoz fue tranquila cuando respondió:

- ¿De verdad?- Sí.- ¿Dicen cómo la mate?- No.- ¿Dicen cuándo?

- Seguramente -mintió ella-, perono estaba escuchando.

- Ummm. -Él pareció estarconsiderándolo. Fue una visióndesconcertante, este hombre, alto,totalmente masculino, sentado en elsalón malva de su madre con unadelicada taza de té en la mano. Alparecer un supuesto asesino.

Harry tomó un sorbo.- ¿Por casualidad alguien mencionó

su nombre?- ¿El de su prometida?- Sí. -Fue un sedoso y

completamente cortés «sí», como siestuvieran hablando del tiempo, o talvez del probable ganador del Ramo deRosas de la Copa de Ascot en el Día de

las Damas.Olivia le dio una pequeña sacudida

a su cabeza y levantó la taza hacia suslabios.

Él cerró los ojos por un simpleinstante, luego la miró directamente,moviendo la cabeza tristemente de ladoa lado.

- Ahora ella descansa en paz, esoes todo lo que importa.

Olivia no sólo se atragantó con elté, lo escupió a través del salón. Y él serió, el desgraciado.

- Por Dios, esto es lo más divertidoque me ha sucedido en años -dijo Harry,intentando recuperar el aliento.

- Es usted despreciable.- ¡Me ha acusado de asesino!

- Yo no. Sólo dije que alguien lohizo.

- Oh, sí -dijo con sorna-, hay unagran diferencia.

- Para su información, no lo creí.- Me llega al alma con su apoyo.- No lo haga -le dijo cortante-. No

es nada más que sentido común.Él se rió de nuevo.- ¿Es por eso que me espiaba?- Yo no… -Oh, por el amor de

Dios, ¿por qué lo negaba todavía?-. Sí -le escupió prácticamente-. ¿No haríausted lo mismo?

- Tal vez llamaría primero a lapolicía.

- Tal vez llamaría primero a lapolicía -imitó, utilizando la voz que

normalmente reservaba para sushermanos.

- Usted es un incordio.Ella lo fulminó con la mirada.- Muy bien, ¿por lo menos ha

descubierto algo interesante?- Sí -dijo ella entrecerrando los

ojos-. Sí, lo descubrí.Él espero, luego al final dijo, no

con poca cantidad de sarcasmo:- Cuente.Ella se inclinó hacia delante.- Explique lo del sombrero.Él la miró como si se hubiera

vuelto loca.- ¿De qué está hablando?- ¡El sombrero! -exclamó ella,

moviendo las manos alrededor la

cabeza, las muñecas girando como siindicaran la silueta de una prenda parala cabeza-. ¡Fue ridículo! Tenía plumas.Y lo llevaba en el interior.

- Oh. Eso. -Harry forzó una risita-.En realidad, eso fue para su beneficio.

- ¡Usted no sabía que yo estabaallí!

- Perdóneme, lo sabía.Ella abrió la boca, y pareció un

pelín mareada cuando preguntó:- ¿Cuándo me vio?- La primera vez que dio un paso

frente a la ventana. -Harry se encogió dehombros alzando las cejas como sidijera: Intenta contradecirme-. No estan buena ocultándose como piensa.

Ella retrocedió de mal humor. Esto

era ridículo, pero él sospechaba que ellapensaba que había sido insultada.

- ¿Y los papeles en la chimenea? -le pidió ella.

- ¿Nunca arroja papeles a lachimenea?

- No en mitad de un estallido, no.- Bien, eso también fue para su

provecho. Estaba usted pasando portales molestias que pensé que mejorhacer que su tiempo valiera la pena.

- Usted…No parecía capaz de finalizar la

frase, así que él añadió, casi de modoinformal:

- Estuve a punto de saltar sobre lamesa y bailar una giga, pero pensé queeso sería demasiado obvio.

- Se ha estado riendo de mí todo eltiempo.

- Bueno… -Pensó en ello-. Sí.Olivia abrió los labios. Parecía

ofendida, y él casi pidió disculpas… enrealidad, esto tenía que ser un actoreflejo masculino, sentirse avergonzadocuando una mujer tenía esa expresión enel rostro. Pero ella no tenía pruebas, nisiquiera pistas.

- Debería recordarle -señaló él-,que usted me estaba espiando a mí. Sialguien es la parte ofendida, esa soy yo.

- Bien, creo que ha obtenido suvenganza -le respondió Oliviaremilgadamente, con la barbillalevantada al aire.

- Oh, nada de eso, lady Olivia.

Pasará mucho tiempo antes de queestemos a la par.

- ¿Qué está planeando? -le preguntócon recelo.

- Nada. -Sonrió él abiertamente-.Todavía.

Olivia hizo un divertido ruidito derabieta -en realidad fue bastanteatractivo- y él decidió ir a por el golpeganador.

- Oh, y por cierto, nunca he estadocomprometido.

Ella parpadeó, pareciendo algoconfusa por el repentino cambio detema.

- ¿La prometida muerta? -le facilitóamablemente.

- ¿Entonces no hay muerta?

- Ni siquiera viva para empezar.Ella asintió lentamente, luego

preguntó:- ¿Por qué ha venido aquí hoy?Desde luego que Harry no iba a

contarle la verdad, que ella ahora era sumisión, y que se suponía debíaasegurarse que no iba, sin darse cuenta,a cometer traición. Así que simplementedijo:

- Parecía lo apropiado.Iba a tener que pasar un montón de

tiempo con ella en las próximassemanas, o si no con ella, entonces almenos en sus inmediaciones. Ya nosospechaba que allí hubiera ningún vilpropósito para que ella lo espiara.Nunca lo tuvo, en realidad, pero habría

sido un tonto al no tener cuidado.Aunque su historia sobre la prometidamuerta era tan ridícula que tenía que serverdad. Parecía exactamente la razónpor la que una debutante aburridaespiaría a su vecino.

No es que supiera mucho dedebutantes aburridas.

Pero suponía que lo haría pronto.Le sonrió. Estaba disfrutando

mucho más de lo que esperaba.Olivia parecía a punto de poner los

ojos en blanco, y por alguna razón élquería que lo hiciera. Le gustaba muchomás cuando el rostro de ella gesticulaba,repleto de emoción. En el musicalSmythe-Smith, había estado serena einflexiblemente reservada. A excepción

de unos pocos descontrolados destellosde ira, había estado desprovista deexpresión.

Había sido crispante. Lo habíatenido bajo las uñas de los dedos, comoun picor que nunca podría ser satisfecho.

Le ofreció más té y lo aceptó,aunque pareciera mentira él se sentíacontento por prolongar la visita. Sinembargo, mientras ella servía el té, elmayordomo entró de nuevo en el salón,llevando una bandeja de plata.

- Lady Olivia -entonó-. Esto llegópara usted.

El mayordomo se inclinó así quelady Olivia pudo sacar la tarjeta de labandeja. Parecía alguna clase deinvitación, alegre y magnífica, con una

cinta y un sello.¿Un sello?Harry cambió de posición muy

ligeramente, intentando obtener unamejor visión. ¿Era un sello real? A losrusos les gustaban sus símbolos reales.Suponía que a los británicos también,pero eso no venía al caso. No era el reyGeorge el que estaba interesado en ella.

Olivia echó un vistazo a la tarjetaen sus manos, luego la dejó sobre lamesa a su lado.

- ¿No va a abrirla?- Estoy segura de que puede

esperar. No desearía ser grosera.- No me importa -le aseguró.

Señaló hacia la tarjeta-. Pareceinteresante.

Ella parpadeó unas cuantas veces,mirando primero la tarjeta y luego a élcon una expresión de curiosidad.

- Magnífica -aclaró Harry,pensando que su primera elección deadjetivos no había sido acertada.

- Sé de quién es -dijo ella,aparentemente natural al reconocerlo.

Él ladeó la cabeza, esperando queel gesto sirviera como la pregunta quesería descortés decir en voz alta.

- Oh, muy bien -dijo ella,deslizando el dedo bajo el sello-. Siinsiste.

No había insistido en lo másmínimo, pero no iba a decir nada que lahiciera cambiar de opinión.

Así que esperó pacientemente

mientras ella leía, disfrutando de larepresentación de emociones que lecruzaron la cara. Puso los ojos enblanco una vez, soltó una corta peroacosada exhalación y al final gimió.

- ¿Noticias desagradables? -preguntó Harry educadamente.

- No -dijo ella-. Sólo unainvitación que preferiría no aceptar.

- Entonces no lo haga.Ella sonrió forzada. O tal vez fue

con pesar. No podía estar seguro.- Esto es más que una cita -le dijo.- Oh, vamos. ¿Quién tiene la

autoridad para dictar una cita a lailustrísima lady Olivia Bevelstoke?

Sin palabras, le tendió la tarjeta.

Capítulo 8

R azones Por Las Que UnPríncipe Podría Prestarme Atención

Por Lady Olivia Bevelstoke.

RuinaMatrimonio

Ninguna opción era particularmenteatractiva. Ruina, por las razones obvias,y el matrimonio por… bueno, una seriede razones.

Razones Por Las Que Procuraría

No Casarme Con Un Príncipe Ruso.Por Lady Olivia Bevelstoke.

No hablo ruso.Ni siquiera me defiendo con el

francés.No quiero mudarme a Rusia.He oído que allí hace realmente

frío.Añoraría a mi familia.Y el té.

¿Beben té en Rusia? Miró a SirHarry, quien todavía examinaba latarjeta que le había entregado. Poralguna razón pensó que él lo sabría.Había viajado mucho, al menos tantocomo el ejército le había necesitado, y

le gustaba el té.Y su lista aún no había comenzado

a abordar los aspectos re a l e s delmatrimonio con un príncipe. Elprotocolo. La etiqueta. Parecía unaabsoluta pesadilla.

Una pesadilla en un clima muy frío.Sinceramente, había llegado a

pensar que la ruina era el menor de losdos males.

- No me había dado cuenta de queusted se movía en tales círculosenrarecidos -dijo Sir Harry una vez quehubo terminado de examinar lainvitación.

- No lo hago. He estado con él dosveces. No -recordó las últimas semanas-, tres veces. Eso es todo.

- Usted ha debido causarle una granimpresión.

Olivia suspiró cansada. Sabía queel príncipe la había encontradoatractiva. En el pasado la habíanperseguido la cantidad de hombressuficiente como para poder reconocerlas señales. Había intentado disuadirlotan educadamente como pudo, pero nopodía rechazarlo completamente. Elhombre era un príncipe, por amor deDios. Si iban a producirse tensionesentre sus dos naciones, ella no iba a serla causa.

- ¿Irá usted? -preguntó sir Harry.Olivia hizo una mueca. El príncipe,

quien aparentemente era ajeno a lacostumbre inglesa de que eran los

caballeros los que invitaban a lasdamas, había pedido que ella fuera avisitarlo. Incluso había llegado aespecificar el momento, al cabo de dosdías, a las tres de la tarde, lo que llevó aOlivia a pensar que tenía una visiónbastante particular de la palabra«petición».

- No veo cómo puedo negarme -contestó.

- No -Harry bajó la mirada otra vezhacia la invitación, negando con lacabeza-. No puede.

Olivia gimió.- La mayoría de las mujeres lo

encontrarían halagador.- Supongo que lo es. Quiero decir,

sí, por supuesto que lo es. El hombre es

un príncipe.Trató de poner un poco de emoción

en la voz. No creyó haberlo conseguido.- ¿Pero sigue sin desear ir?- Es un incordio, eso es lo que es. -

Lo miró directamente-. ¿Ha sidopresentado alguna vez en la corte? ¿No?Es espantoso.

Él se rió, pero ella estabademasiado excitada para cualquier cosaexcepto continuar.

- El vestido tiene que serexactamente así, con aros y miriñaque,incluso aunque nadie ha llevado puestosesos disparates desde hace años. Sureverencia debe ser exactamente de laprofundidad correcta, y el cielo noquiera que usted sonría a destiempo.

- De alguna manera no creo que elpríncipe Alexei espere que usted seponga aros y miriñaques.

- Sé que no lo hace, pero de todasformas va a ser grotescamente formal, yno sé nada acerca del protocolo deRusia. Lo que significa que mi madreinsistirá en encontrar a alguien que meenseñe, aunque desconozco dóndeencontrará un tutor a estas alturas. ¡Yentonces tendré que pasar los próximosdos días aprendiendo cuán profundadebe ser una reverencia en Rusia; siexisten temas que se considera de malaeducación discutir, y oh!

Ella lo dejó con el oh, porquehonestamente, todo el asunto le estabadando dolor de estómago. Nervios. Eran

nervios. Odiaba los nervios.Miró a Sir Harry. Él estaba sentado

todavía, con una expresión inescrutableen la cara.

- ¿No va a decirme que no será tanterrible? -preguntó Olivia.

Él negó con la cabeza.- No. Será terrible.Ella se desplomó. A su madre le

darían vahídos si la viese como estaba,toda desmadejada en presencia de uncaballero. Pero de verdad, ¿no podría élmentir y decir que iba a pasárselo demaravilla? Si hubiese mentido, todavíaestaría sentada recta.

Y si la hacía sentirse mejor echarlela culpa a alguien más, que así fuese.

- Por lo menos dispone de algunos

días hasta que tenga que presentarse -dijo Sir Harry.

- Sólo dos -dijo ella conabatimiento-. Y probablemente tambiénle veré esta noche.

- ¿Esta noche?- En el baile Mottram. ¿Va a asistir

usted? -Olivia agitó la mano por delantede su propia cara-. No, por supuesto queusted no.

- ¿Disculpe?- Oh, lo siento. -Olivia sintió cómo

se sonrojaba. Eso había sidoterriblemente irreflexivo por su parte-.Simplemente quise decir que usted nosale. No que no pudiese. Es su elección.O al menos supongo que ésa es la razón.

Él la miró fijamente, tanto tiempo y

tan inquisitivamente, que Olivia se vioforzada a continuar.

- Le estuve observando durantecinco días, recuerde.

- Es algo poco probable de olvidar.-Debió apiadarse de ella, porque nosiguió con el tema, en su lugar dijo-:resulta que tengo previsto asistir al baileMottram.

Ella sonrió, más que un pocosorprendida por la agitación de placeren su vientre.

- Entonces lo veré allí.- No me lo perdería por nada del

mundo.

* * *

Resulta que Harry no habíapensado asistir al baile Mottram. Nisiquiera estaba seguro de si habíarecibido una invitación, pero erabastante fácil unirse a Sebastian, quienciertamente iría. Esto significaba que severía forzado a aguantar elinterrogatorio de Seb: ¿por qué derepente quería salir y quién podría serresponsable del cambio de parecer?Pero Harry tenía mucha experienciacapeando las preguntas de Sebastian, yuna vez que llegaron, había talmuchedumbre que pudo despistar a suprimo inmediatamente.

Harry permaneció en el perímetrodel salón de baile, lanzando un ojo

evaluador sobre la multitud. Era difícilde calcular cuántos eran los asistentes.¿Trescientos? ¿Cuatrocientos? Seríafácil hacer circular una nota sin serdetectado, o mantener una conversaciónfurtiva, siempre aparentando que nopasaba nada.

Harry se dio una sacudida mental.Comenzaba a pensar como un espíaencarnizado, por el amor de Dios. Locual no era necesario. Sus órdeneshabían sido vigilar a lady Olivia y alpríncipe, juntos o separadamente. Sesuponía que él no trataría de impedirnada o detener absolutamente nada,nada.

Vigilar e informar, eso era todo.De hecho, no vio a Olivia ni a

nadie que pareciera vagamente de larealeza, así que cogió un vaso de ponchey lo sorbió durante varios minutos, y seentretuvo observando a Sebastian ir dearriba abajo por el salón, hechizando atodos a su paso.

Era un talento que, definitivamente,Harry no poseía.

Después de aproximadamentetreinta minutos de observar y esperar(sin ningún informe que hacer), hubo unpequeño revuelo cerca de la entrada, asíque Harry comenzó a encaminarse haciaallí. Llegó tan cerca como pudo,entonces se inclinó hacia el caballeroque estaba junto a él y preguntó:

- ¿Sabe usted a qué se debe todoeste alboroto?

- Cierto príncipe ruso. -El hombrese encogió de hombros, para nadaimpresionado-. Lleva en la ciudad unpar de semanas.

- Causando realmente unaconmoción -comentó Harry.

El hombre, Harry no lo conocía,pero tenía la apariencia del tipo quepasaba sus veladas en acontecimientoscomo éste, bufó.

- Las damas se han vuelto estúpidaspor él.

Harry volvió su atención alpequeño grupo de personas que estabacerca de la puerta. Se produjo el usualmovimiento de cuerpos, y de vez encuando entreveía al hombre en el centro,pero no durante el tiempo suficiente para

verlo bien.El príncipe era muy rubio, eso era

todo lo que había podido ver, y más altoque el promedio, aunque probablemente,notó Harry con alguna satisfacción, notan alto como él.

No había ninguna razón para queHarry fuese presentado al príncipe, ynadie que pudiera hacerlo, así que sequedó atrás, tratando de tomarle lasmedidas al hombre mientras éste semovía entre la multitud.

Era arrogante, eso con todaseguridad. Al menos diez jóvenes damasle fueron presentadas y ni una vezinclinó siquiera la cabeza. Su mentón semantuvo elevado, y saludó a cada una deellas con nada más que una afilada

bajada de mirada.Trató a los caballeros con desdén

similar, hablándole sólo a tres.Harry se preguntó si habría alguien

entre la concurrencia a quién el príncipeno considerara inferior a él.

- Se le ve muy serio esta noche, SirHarry.

Se dio la vuelta y sonrió antes depensarlo mejor. Lady Olivia de algunamanera había avanzado a hurtadillashacia su lado, desgarradoramentehermosa en terciopelo azul medianoche.

- ¿No se supone que las damassolteras llevan colores pastel? -lepreguntó.

Sus cejas se elevaron ante laimpertinencia, pero los ojos le

centellearon con humor.- Sí, pero yo no soy nueva. Es mi

tercera temporada, ya sabe.Prácticamente en el estante.

- De alguna manera encuentrodifícil creer que sea culpa de alguien,excepto suya.

- ¡Ay!Él le sonrió abiertamente.- ¿Y cómo le está yendo esta

noche?- No tengo nada que contar.

Acabamos de llegar.Harry lo sabía, por supuesto. Pero

no podía revelar que la había estadoespiando, así que comentó.

- Su príncipe está aquí.Olivia parecía como si fuese a

gemir.- Lo sé.Él se inclinó con una sonrisa

conspiradora.- ¿La ayudo a esquivarlo?Sus ojos se iluminaron.- ¿Puede usted?- Soy un hombre de muchos

talentos, lady Olivia.- ¿Obviando los sombreros

cómicos?- Obviando los sombreros cómicos.Y entonces, así como si tal cosa,

ambos se rieron. Juntos. El sonido seunió como un acorde perfecto, claro ygenuino. Y entonces, al mismo tiempo,ambos parecieron darse cuenta de que elmomento era significativo, aunque no

tuvieron ni la menor idea de por qué.- ¿Por qué va usted vestido con

colores oscuros? -le preguntó.Él bajó la mirada a su traje de

noche.- ¿No le gusta mi chaqueta?- Me gusta, se lo aseguro. Es muy

elegante. Es exactamente como se habíacomentado.

- ¿Mi gusto en ropa?Ella asintió con la cabeza.- Fue una larga semana de

chismorreos. Además, usted hizocomentarios sobre mi vestido de noche.

- Es suficiente. Muy bien, llevopuestos colores oscuros porque mehacen la vida más fácil.

Ella no dijo nada, simplemente

esperó con una expresión expectante ensu cara, como si quisiera decirseguramente hay algo más.

- La haré partícipe de un gravesecreto, lady Olivia.

Él se inclinó hacia adelante, ytambién lo hizo ella, y fue otro de esosmomentos. Perfecta sintonía.

- Estoy chiflado en lo que se refierea colores -dijo con en voz baja y seria-.No puedo distinguir el rojo y el verde niaunque me fuera la vida en ello.

- ¿De verdad? -Su tono fue un pocofuerte, y miró alrededordisimuladamente antes de continuar enun tono más tranquilo-. Nunca habíaoído tal cosa.

- Tengo entendido que no soy el

único, pero nunca he conocido a nadietan afectado.

- Pero seguramente no sonnecesarios los colores oscuros todo eltiempo.

Parecía estar completamentefascinada. Sus ojos destellaban y su vozestaba llena de interés.

Si Harry hubiera sabido que susdificultades para ver los colores seríanalgo tan provechoso en su relación conlas mujeres, lo habría explotado añosatrás.

- ¿No puede escoger el atuendo suayuda de cámara? -dijo ella.

- Sí, pero entonces tendría queconfiar en él.

- ¿No lo hace? -Miró intrigada.

Divertida. Quizá una combinación deambos.

- Tiene un sentido del humor másbien seco, y sabe que no le puedodespedir. -Le dirigió un impotenteencogimiento de hombros-. Me salvó lavida una vez. Y quizá más importanteaún, a mi caballo también.

- Oh, pues definitivamente no lopuede despedir. Su caballo es precioso.

- Le tengo bastante cariño -dijoHarry-. Al caballo. Y al ayuda decámara, supongo.

Ella asintió aprobadoramente.- Debería estar agradecido de que

los colores oscuros le sienten bien. No atodo el mundo le queda bien la ropanegra.

- ¿Es eso un cumplido, lady Olivia?- Es tan cumplido para usted como

insulto para todos los demás -le aseguró.- Agradezco a los cielos por eso.

Creo que no sabría cómo comportarmeen un mundo en el cual usted ofrecieracumplidos.

Ella le tocó ligeramente en elhombro, coqueta, atrevida ycompletamente irónica.

- Pienso exactamente de la mismamanera.

- Muy bien. Ahora que estamos deacuerdo, ¿qué hacemos acerca de supríncipe?

Ella lo miró de reojo.- Sé que está reventando de ganas

de que diga que él no es mi príncipe.

- Esperaba que lo hiciera, sí -murmuró Harry.

- En interés de decepcionarle,tendré que decir que él es tan príncipemío como del resto de los presentes. -Apretó los labios mientras recorría conla mirada el salón-. Excepto para losrusos, supongo.

En algún otro momento, Harryhabría dicho que él era ruso, al menosen una cuarta parte. Habría hecho unaespléndida observación, tal vez algo asícomo que no quería llamar la atencióndel príncipe, a pesar de todo, y entoncesla habría deslumbrado con su dominiodel idioma.

Pero no podía. Y la verdad seadicha, era desconcertante cuánto lo

deseaba.- ¿Puede verlo? -preguntó Olivia.

Tenía el cuello estirado y los pies depuntillas, pero aunque era ligeramentemás alta que la media, era imposible quepudiera ver por encima del gentío.

Harry, sin embargo, podía.- Por allí -dijo moviendo la cabeza

hacia las puertas que conducían a losjardines. El príncipe estaba en el centrode un grupito de personas, parecíatotalmente aburrido con sus atenciones,y sin embargo, al mismo tiempo como silas esperase por derecho.

- ¿Qué está haciendo? -preguntóOlivia.

- Le están presentando a… -Bien,demonios. No tenía ni idea de a quién le

estaban presentando-… a alguien.- ¿Hombre o mujer?- Mujer.- ¿Joven o vieja?- ¿Es esto un interrogatorio?- ¿Joven o vieja? -repitió-.

Conozco a todo el mundo. Es mivocación conocer a todo el mundo enestos acontecimientos.

Él inclinó la cabeza hacia un lado.- ¿Es algo de lo que está

especialmente orgullosa?- No particularmente, no.- De mediana edad -dijo él.- ¿Qué lleva puesto?- Un vestido -replicó Harry.- ¿Lo puede describir? -Preguntó

impacientemente. Entonces-: Usted es

tan malo como mi hermano.- Su hermano me gusta bastante -

dijo sólo para molestarla.Olivia puso los ojos en blanco.- No se preocupe, llegará a

conocerle mejor y cambiará de idea.Harry sonrió. No pudo evitarlo. No

estaba seguro de por qué había pensadoque era fría y distante. En todo caso,rebosaba de malicia y humor. Alparecer, todo lo que ella necesitaba eraestar en compañía de un amigo.

- Bien -exigió Olivia-. ¿Qué tipo devestido lleva puesto?

Él cambió su peso de un pie a otropara tener mejor visibilidad.

- Algo hinchado, con… -indicó sushombros, como si tuviese alguna

esperanza de describir la vestimentafemenina. Sacudió la cabeza-. No puedodecir el color.

- Interesante. -Olivia frunció elceño-. ¿Eso quiere decir que debe serrojo o verde?

- O cualquiera de los miles detonos de ellos.

La postura de ella cambiótotalmente.

- Eso es realmente fascinante, ¿losabía?

- En realidad, siempre lo heconsiderado más una molestia.

- Supongo que usted así lo haría -reconoció ella. Entonces preguntó-: Lamujer con la que está hablando…

- Oh, él no está hablándole a ella -

dijo Harry, con un poco más desentimiento de lo que había previsto.

Olivia se había puesto de puntillasotra vez, no es que eso fuera a mejorarsu visión.

- ¿Qué quiere decir?- No habla con nadie. Con casi

nadie, al menos. Básicamente lo quehace es mirar su nariz.

- Eso es muy extraño. A mí mehabló mucho.

Harry se encogió de hombros. Nosupo qué decir, aparte de lo obvio, locual era que el príncipe quería meterlaen su cama. Lo que no era apropiadocomentar por el momento.

No obstante, tenía que otorgarlecrédito al príncipe por su buen gusto.

- Muy bien -dijo Olivia-. La mujera quien él no está hablando. ¿Lleva undiamante más bien de mal gusto?

- ¿En el cuello?- No, en la nariz. Por supuesto que

en el cuello.Él le dirigió una evaluadora

mirada.- Usted no es la persona que pensé

que era.- Considerando su impresión

inicial de mí, eso es probablemente algobueno. ¿Lleva la mujer un diamante?

- Sí.- Entonces es lady Mottram -dijo

con firmeza-. Nuestra anfitriona. Lo quequiere decir que él estará ocupadodurante varios minutos. Sería descortés

ignorarla.- Yo no contaría con su manera de

ser cortés.- No se preocupe. Él no se

escapará. Lady M tiene tentáculos. Ydos hijas solteras.

- ¿Nos vamos en direcciónopuesta?

Olivia levantó las cejas conpicardía.

- Vamos.Ella salió volando, siguiendo su

camino expertamente a través de lamultitud. Él siguió el sonido de su risa, ycada pocos segundos, cuando ella sevolvía para asegurarse de que estabaallí, el destello deslumbrante de susonrisa.

Finalmente llegaron a unahabitación y Olivia se desplomó en unasiento, jadeante y mareada. Harrypermaneció a su lado, su semblanteconsiderablemente más tranquilo. Noquería sentarse. Todavía no. Necesitabaestar alerta a causa del príncipe.

- ¡No nos encontrará aquí! -dijoOlivia alegremente.

Ni nadie más, no pudo dejar denotar Harry. La habitación no tenía nadade escandaloso; en realidad estabaapropiadamente abierta al salón debaile. Pero por la forma en que se abríadespués de la esquina, con sus paredescurvas, redondeadas a semejanza de unútero, había que estar situadoexactamente en ángulo recto para ver

dentro.Nunca podría ser un escenario de

seducción, o de alguna agradabletravesura, pero era notablementeprivado. Bien protegido, también, delruido de la fiesta.

- Eso ha sido divertido -anuncióOlivia.

Él se sorprendió al estar deacuerdo con ella.

- Lo fue, ¿verdad?Ella dejó escapar un pequeño y

desanimado suspiro.- Supongo que no podré evitarle

toda la noche.- Puede intentarlo.Olivia negó con la cabeza.- Mi madre me descubrirá.

- ¿Está tratando de que se case conél? -preguntó, yendo a sentarse al ladode ella en el banco curvado de madera.

- No, ella no querría que fuera tanlejos. Pero él es un príncipe. -Olivia locontempló con una especie de expresiónfatalista-. Es un honor. Me refiero a susatenciones.

Harry asintió con la cabeza. No enaceptación, sino con comprensión.

- Y lo que es más… -Ella seinterrumpió, entonces abrió la boca enademán de comenzar de nuevo. Pero nolo hizo.

- ¿Lo que es más…? -La aguijoneóHarry gentilmente.

- ¿Puedo confiar en usted?- Puede -le dijo-, pero estoy seguro

de que usted es consciente de que nuncadebe confiar en un caballero que afirmaque puede confiar en él.

Eso la hizo esbozar una diminutasonrisa.

- Las palabras más ciertas, así es.Aún así…

- Adelante -dijo Harry suavemente.- Bien… -Sus ojos tenían la mirada

perdida, como si estuviera buscando laspalabras, o tal vez las había encontradopero le sonaran mal. Y cuandofinalmente habló, no le estaba mirando.

Pero en realidad tampoco lo estabaeludiendo.

- Yo he… descartado laspropuestas de cierto número decaballeros.

Él se asombró de su uso cuidadosode la palabra «descartado», pero no lainterrumpió.

- No es que me considerara porencima de ellos. Bien, supongo que dealgunos de ellos sí. -Se dio la vuelta y ledirigió una mirada directa-. Algunoseran simplemente horribles.

- Comprendo.- Pero la mayor parte de ellos…

No tenían nada malo. Pero no acababande ser apropiados. -Dejó escapar unsuspiro que sonó un poco triste.

Él odió eso.- Nadie me lo dirá a la cara, por

supuesto -continuó.- ¿Pero no se ganó usted la

reputación de ser demasiado exigente?

Le dirigió una mirada pesarosa.- «Tiquismiquis» es la palabra que

oí. Bueno, de uno de ellos. -Sus ojos senublaron-. Lo único que me preocupa esque se repita.

Harry bajó la mirada hacia su manoizquierda. La había flexionado confuerza, y ahora se apretaba en un puño.Olivia se esmeraba en minimizar elasunto, pero estaba muy dolida por loschismes.

Ella se apoyó contra la pared quetenía detrás, su aliento triste flotando enel aire.

- Y esto… oh, esto realmente selleva el premio, porque… -Sacudió lacabeza, y sus ojos miraron hacia elcielo, como si buscara orientación o

perdón. O tal vez simplementecomprensión.

Olivia miró hacia el gentío, ysonrió, pero era una sonrisa triste y algodesconcertada. Y dijo:

- … algunos de ellos inclusodijeron, ¿a quién está esperando? ¿A unpríncipe?

- Ah.Olivia se volvió hacia él, sus cejas

arqueadas, su expresión totalmentesincera.

- ¿Ve usted mi dilema?- Ciertamente.- Si me ven rechazarle, seré… -se

mordisqueó el labio, buscando lapalabra correcta-… no un hazmerreír…no sé lo que seré. Pero no será

agradable.Harry no pareció mover un

músculo, y todavía su cara eradolorosamente amable cuando dijo:

- Sin duda usted no necesitacasarse con él solo para demostrar susimpatía hacia la sociedad.

- No, claro que no. Pero debo servista para al menos darle todas lascortesías debidas. Si lo rechazoenseguida… -Olivia suspiró. Odiabaesto. Odiaba todo lo relacionado conesto, y realmente nunca había hablado anadie acerca de ello, porque sólo diríanalgo horrible y sarcástico como «Nodesearíamos tener sus problemas».

Y ella sabía que tenía suerte, ysabía que era afortunada, y sabía que no

tenía derecho a quejarse de nada, y no sequejaba en realidad, no.

Excepto en algunas ocasiones.Y algunas veces sólo quería que

los caballeros dejasen de prestarleatención, que dejaran de llamarla bella ypreciosa y graciosa (lo cual no era).Quería que ellos dejasen de buscarla, ydejasen de pedirle permiso a su padrepara cortejarla, porque ninguno de ellosera el apropiado, y para terminar, ellano quería conformarse con el mejor delos aceptables.

- ¿Usted siempre ha sido guapa? -preguntó Harry en voz baja.

Era una pregunta extraña. Extraña,e intensa, y del tipo que jamásconsideraría contestar, excepto, por

alguna razón…- Sí.De alguna manera, con él, todo

parecía correcto.Harry asintió con la cabeza.- Me lo figuraba. La suya es ese

tipo de cara.Se volvió hacia él sintiéndose

renovada con una extraña energía.- ¿Le he hablado de Miranda?- Creo que no.- Mi amiga. La que se casó con mi

hermano.- Ah, sí. Usted le estaba

escribiendo una carta esta tarde.Olivia asintió con la cabeza.- Ella fue un poco el patito feo. Era

muy delgada, y sus piernas muy largas.

Solíamos bromear con que le llegabanhasta el cuello. Pero nunca la vi de esemodo. Ella era simplemente mi amiga.Mi querida, divertida, maravillosaamiga. Tomamos nuestras leccionesjuntas. Hicimos todo juntas.

Ella lo miró, tratando de calcularsu interés. La mayoría de hombres yahabrían salido corriendo. Una jovencontando tonterías sobre la amistad de lainfancia. Santo cielo.

Pero acababa de asentir con lacabeza. Y ella supo que él la entendía.

- Cuando cumplí once años, -era micumpleaños en realidad-, me hicieronuna fiesta. También el de Winston yvinieron todos los niños de la vecindad.Supongo que fue considerada una

invitación codiciada. De cualquiermanera, había una chica allí, no puedorecordar su nombre, que le dijo algunascosas horribles a Miranda. Creo que aMiranda no se le había ocurrido que noera considerada bonita antes de ese día.Sé que a mí no se me había ocurrido.

- Los niños pueden ser crueles -murmuró Harry.

- Sí, bueno, como los adultos -dijoOlivia enérgicamente-. De cualquiermanera, no tiene importancia. Essimplemente uno de esos recuerdos quese han quedado conmigo.

Se sentaron en silencio durantealgunos momentos, y entonces él dijo:

- No terminó la historia.Olivia se volvió, asombrada.

- ¿Qué quiere decir?- No terminó la historia -dijo otra

vez-. ¿Qué hizo usted?Sus labios se abrieron.- No puedo imaginar que no hiciera

nada. Incluso con once años, usted nopodría no haber hecho nada.

Una sonrisa lenta se esparció através de la cara de Olivia, creciendo…creciendo… hasta que ella la podíasentir en sus mejillas, y después en suslabios, y después en su corazón.

- Creo que tuve unas palabras conesa chica.

Sus ojos atraparon los de ella conun tipo extraño de afinidad.

- ¿Fue invitada a sus fiestas decumpleaños en otra ocasión?

Olivia todavía estaba sonriendo.Sonrió abiertamente.

- No creo que lo fuera.- Apostaría a que ella no ha

olvidado su nombre.Olivia sintió la alegría bullendo

desde su interior.- Supongo que no.- Y su amiga Miranda se rió la

última -dijo Harry-. Casándose con elfuturo conde de Rudland. ¿Había unapresa mayor en el distrito?

- No. No la había.- Algunas veces -dijo él

pensativamente-, tenemos lo que nosmerecemos.

Olivia se sentó a su lado,tranquilamente, feliz con sus

pensamientos. Entonces, sin venir acuento, se volvió hacia él y dijo:

- Soy una tía devota.- ¿Su hermano y Miranda tienen

niños?- Una hija. Caroline. Ella es

absolutamente lo más maravilloso paramí en el mundo entero. Algunas vecespienso que podría comérmela. -Lo miró-. ¿Por qué sonríe usted?

- El tono de su voz.- ¿Qué le parece?Harry movió la cabeza.- No tengo ni idea. Usted suena

como… como… no lo sé, algo así comosi estuviera esperando el postre.

Ella soltó una risita.- Tendré que aprender a dividir mis

atenciones. Esperan otro.- Mis felicitaciones.- No pensé que me gustaran los

niños -filosofó Olivia-, pero adoro a misobrina.

Guardó silencio otra vez, pensandoqué agradable era estar con alguien conquien no tuviera que hablar a cadainstante. Pero después por supuesto quehabló, porque nunca permanecíasilenciosa durante mucho tiempo.

- Debería visitar a su hermana enCornwall -le dijo-. Conozca a sussobrinas y sobrinos.

- Debería -estuvo de acuerdoHarry.

- La familia es importante.Harry se quedó callado durante un

poquito más tiempo de lo que ella habíaesperado, antes de decir:

- Sí, lo es.Algo fallaba. Algo en su voz

sonaba a hueco. O tal vez no. No loesperaba. Sería una desilusión si élresultara ser uno de esos hombres queno se interesaban por su familia.

Pero ella no quería pensar en eso.No ahora mismo. Si él tuviese defectos,o secretos, o cualquier cosa más allá delo que veía en este momento, no queríasaber nada de ellos.

No esta noche.Definitivamente no esta noche.

Capítulo 9

No podían permanecer en esahabitación toda la noche, y por lo tanto,con gran pesar, Olivia ya de pie,corrigió su postura, y luego miró porencima del hombro a Harry y dijo:

- Una vez más en la brecha, queridoamigo.

Él también se puso de pie,mirándola con una cálida e interrogativaexpresión.

- Pensé que no le gustaba leer.- No me gusta, pero por amor de

Dios, es Enrique V. Ni siquiera yo me

pude escapar. -Olivia casi seestremeció, recordando a la cuartainstitutriz, la que había insistido enrepresentar a todos los Enriques.Inexplicablemente, en orden inverso-. Ylo intenté. Créame, lo intenté.

- ¿Por qué tengo la sensación deque no era una estudiante modelo? -preguntó Harry.

- Yo sólo estaba tratando de hacerque Miranda quedara bien al comparar.

No era del todo cierto, pero aOlivia no le importaba que hubiera sidoel resultado de su mala conducta. No esque no le gustara aprender, lo que no legustaba era que le dijeran qué aprender.Miranda, que siempre había tenido lanariz metida en un libro, era feliz

empapándose en cualquier conocimientoque la institutriz de turno decidíaimpartir. Olivia fue siempre más felizcuando estaban entre una y otrainstitutriz, cuando a las dos las dejabana su aire. En lugar de verse obligadas aaprender por repetición y memorización,lo habían hecho con todo tipo de juegosy mnemotecnia

[2]. Olivia nunca había sido tanbuena en matemáticas como cuando notenía a nadie que le enseñara.

- Estoy empezando a pensar que suMiranda debe ser una santa -dijo sirHarry.

- ¡Oh, tiene sus momentos! -contestó Olivia-. Nunca encontrará a

nadie tan terco.- ¿Más que usted?- Mucho más. -Le miró con

sorpresa. Ella no era terca. Impulsiva,sí, y en muchas ocasiones temeraria,pero no terca. Siempre había sabidocuándo rendirse o renunciar.

Ladeó la cabeza hacia Harry,cuando éste estaba mirando hacia lamultitud. Qué hombre tan interesantehabía resultado ser. ¿Quién hubieraimaginado que tendría un diabólicosentido del humor? ¿O que fuera tancautivadoramente perceptivo? Hablarcon él era como encontrar un amigo alque había conocido toda su vida. Locual era sorprendente. Amistad con uncaballero, ¿quién lo hubiera creído

posible? Trató de imaginar admitiendoante Mary o Anne o Philomena que sabíaque era bonita. Nunca podría. Se veríacomo el peor tipo de presunción. ConMiranda habría sido diferente. Mirandahabría entendido. Pero Miranda ya noestaba habitualmente en Londres, yOlivia ahora empezaba a darse cuentadel enorme agujero que esto habíadejado en su vida.

- Está muy seria -dijo Harry, y sedio cuenta de que en algún momento sehabía perdido tanto en sus pensamientosque no se había percatado de que él sehabía vuelto hacia ella. La estabamirando muy atentamente, sus ojos tancálidos, tan concentrados… en ella.

Olivia se preguntó qué estaría

viendo allí. Y se preguntó si estaría a laaltura. Y, sobre todo, se preguntó porqué le importaba tanto estarlo.

- No es nada -dijo, solamenteporque podía ver que estaba esperandoalgún tipo de respuesta.

- Bueno -Entonces Harry movió lacabeza, luego miró a la multitud, y laintensidad del momento se esfumó.

- ¿Vamos a buscar a su príncipe? -Ella le dirigió una mirada alegre,agradecida por la oportunidad de traersus pensamientos de vuelta a esferasmás seguras.

- ¿Finalmente debo satisfacerle yprotestar diciendo que él no es mipríncipe?

- Estaría muy agradecido.

- Muy bien, no es mi príncipe -recitó obedientemente. Harry casiparecía decepcionado.

- ¿Eso es todo?- ¿Tal vez se esperaba un gran

drama?- Por lo menos -murmuró.Olivia se rió para sí misma por lo

bajo y entró en el salón de baileapropiadamente, contemplando lamultitud. Era una nocheexcepcionalmente maravillosa, noestaba segura de por qué no lo habíanotado antes. El salón de baile estaballeno, como lo estaban todos los salonesde baile, pero había algo diferente en elaire. ¿Las velas, quizá? Tal vez habíamás, o tal vez se consumían brillando

más. Pero todo el mundo estaba bañadoen una luz cálida, brillantementehalagadora. Olivia se dio cuenta de quetodo el mundo parecía guapo esta noche,todo el mundo. Qué encantador era. Y lofelices que parecían todos.

- Ahora está en la esquina -oyódecir a Harry a su espalda-. A laderecha.

Su voz en su oído era cálida ysuave, deslizándose a través de ella conuna extraña y estremecedora caricia.Hizo que deseara echarse hacia atrás,para sentir el aire que estaba al lado desu cuerpo, y entonces dio un pasoadelante. Estos pensamientos no eranseguros. No en el centro de unahabitación abarrotada de gente.

Definitivamente no tratándose de SirHarry Valentine.

- Creo que debería esperar aquí -dijo Harry-. Que él venga a usted.

Ella asintió.- No creo que me vea.- Lo hará pronto.De alguna manera sus palabras

parecían un cumplido, y ella quisovolverse y sonreír. Pero no lo hizo, y nosabía por qué.

- Debería estar con mis padres -dijo-. Sería más adecuado que… bueno,que cualquier otra cosa de las que hehecho esta noche. -Le miró, a sir HarryValentine, su nuevo vecino eincreíblemente, su nuevo amigo-.Gracias por una maravillosa aventura.

Él se inclinó.- Fue un placer.Pero la despedida parecía

demasiado formal, y Olivia no pudosoportar marcharse en esascircunstancias. Así que le sonrió, suverdadera sonrisa, no la que ponía en surostro por las sutilezas sociales, ypreguntó:

- ¿Le importaría mucho si abro lascortinas de nuevo en casa? Mihabitación está terriblemente oscura.

Harry se rió en voz alta, con unvolumen suficiente para atraer miradas.

- ¿Seguirá espiándome?- Sólo cuando se ponga sombreros

ridículos.- Sólo tengo uno, y únicamente me

lo pongo los martes.Y de alguna manera aquella era la

manera perfecta de poner fin a suencuentro. Olivia se inclinó en unapequeña reverencia, se despidió, y luegose deslizó entre la multitud, antes de quetuvieran la oportunidad de decir algomás.

Apenas cinco minutos después deque Olivia encontrara a sus padres, elpríncipe Alexei Gomarovsky de Rusia laencontró a ella. El hombre era, tenía queadmitir, un hombre extremadamentellamativo. Muy guapo, de una maneramuy fría, muy eslava, con helados ojosazules y cabello que era exactamente delmismo color que el suyo. Lo cual erabastante notable, en realidad; no se suele

ver el pelo tan rubio en un hombreadulto. Le hacía destacar en unamultitud.

Bueno, eso y el enormeguardaespaldas que le seguía a todaspartes. Los palacios de Europa puedenser lugares peligrosos, le había dicho elpríncipe. Un hombre de su fama nopodía viajar sin escolta.

Olivia estaba entre sus padres y vioque la multitud se apartaba para dejarespacio al príncipe. Se detuvo frente aella, con los tacones juntos en unsingular estilo militar. Su postura erasorprendentemente recta y tuvo laextraña idea de que en los añosvenideros, cuando no pudiera recordarlos detalles de su cara, recordaría la

forma en que se mantuvo, alto, orgullosoy correctamente.

Se preguntó si habría servido en laguerra. Harry sí, pero el príncipe habríaestado atravesando el Continente con elejército ruso, ¿no?

No es que importara.El príncipe inclinó la cabeza muy

ligeramente hacia un lado y sonrió, unprimer plano de labios que no resultabatan desagradable como condescendiente.

O tal vez era sólo una diferenciacultural. Sabía que no debía apresurarsea juzgar. Tal vez la gente sonreía demanera diferente en Rusia. Y aunque nofuera así, él era de la realeza. Seimaginaba que un príncipe no revelaríasu yo interior a muchas personas.

Probablemente era un hombreperfectamente agradable yconstantemente incomprendido. Lo quedebía conducir a una vida aislada.

Ella odiaba eso.- Lady Olivia -dijo, en su inglés

con acento, pero no excesivo-. Mecomplace profundamente verla otra vezesta noche.

Olivia se agachó en una mediareverencia, más profunda de lo quenormalmente lo haría en este tipo deeventos, pero no tanto como paraparecer servil y fuera de lugar.

- Su Alteza -dijo en voz baja.Cuando se levantó, él tomó su mano

y depositó un beso ligero como unapluma en sus nudillos. El aire crujía con

susurros a su alrededor y Olivia estabaincómodamente consciente de ser elcentro de atención. Se sentía como sitodos en el salón hubieran dado un pasoatrás, dejando un foso de vacío aalrededor de ellos para ver mejor eldrama. Él soltó su mano lentamente, yluego dijo, su voz un murmullo:

- Usted es, como debe saber, lamujer más adorable de la concurrencia.

- Gracias, Su Alteza. Me hace ungran honor.

- Sólo digo la verdad. Usted es unavisión de belleza.

Olivia sonrió y trató de ser labonita estatua que él parecía querer quefuera. Realmente no estaba segura decómo debía responder a sus repetidos

cumplidos. Trató de imaginar a SirHarry utilizando un lenguaje tan efusivo.Probablemente se echaría a reír tratandode soltar la primera frase.

- Me está sonriendo lady Olivia -dijo el príncipe.

Pensó rápidamente, muyrápidamente.

- Es simplemente la alegría por suscumplidos, Su Alteza.

Santo cielo, si Winston pudieraoírla, estaría rodando por el sueloriendo. Miranda, también.

Pero al príncipe obviamente legustó, sus ojos se encendieron con calor,y le tendió su brazo.

- Venga a dar un paseo por el salónde baile conmigo, milaya. Tal vez

podamos bailar.Olivia no tenía otra opción que

poner la mano en su brazo. Él vestía ununiforme formal de gala de intenso colorcarmesí, con cuatro botones de oro encada manga. La lana era áspera y ellapensó que debía ser terriblementecalurosa en el atestado salón de baile.Sin embargo, el príncipe no mostróningún signo de malestar. En todo caso,parecía irradiar una cierta frialdad,como si estuviera allí para seradmirado, pero no tocado.

Él sabía que todo el mundo leestaba mirando. Debía estaracostumbrado a dicha atención. Oliviase preguntó si se daba cuenta de loincómoda que se sentía en este cuadro.

Y ella estaba acostumbrada a tener ojosencima. Sabía que era popular, sabíaque otras jóvenes la veían como unárbitro de moda y estilo. Pero esto, estoera otra cosa.

- He estado disfrutando de su climainglés -dijo el príncipe al doblar unaesquina.

Olivia se encontró con que teníaque concentrarse en su avance parapermanecer a su lado en la posicióncorrecta. Cada paso era cuidadosamentemedido, cada pisada absolutamenteprecisa del talón a la punta del pie, en elmismo movimiento exacto cada vez.

- Dígame -añadió- ¿es por logeneral tan cálida esta época del año?

- Hemos tenido más sol de lo

habitual -respondió ella- ¿Hace muchofrío en Rusia?

- Sí. Es… ¿cómo decirlo… -hizouna pausa, y por un breve instante vio undestello de lucha en su cara mientrastrataba de pensar las palabras correctas.Sus labios apretados con irritación;entonces le preguntó-: ¿habla francés?

- Muy mal, me temo.- Es una lástima. -Parecía

vagamente molesto por su deficiencia-.Yo estoy más, eh…

- ¿Suelto?- Sí. Se habla mucho en Rusia.

Incluso más aún que el ruso entrealgunos.

Olivia lo encontró de lo másintrigante, pero le pareció de mala

educación hacer comentarios.- ¿Recibió usted mi invitación esta

tarde?- Sí -respondió ella-. Me siento

honrada.No se sentía honrada. Bueno, tal

vez honrada sí, pero sin duda contentano. Como se esperaba, su madre habíainsistido en que aceptara, y Olivia yahabía pasado tres horas de pruebasurgentes para un vestido nuevo. Era deseda azul hielo, el color exacto, se diocuenta, de los ojos del príncipe Alexei.

Esperaba que él no creyera que lohabía planeado a propósito.

- ¿Cuánto tiempo piensa quedarseen Londres? -le preguntó, esperandoparecer más entusiasmada que

desesperada.- No es seguro. Depende de…

muchas cosas.No parecía dispuesto a ampliar ese

comentario críptico, así que Oliviasonrió, no con su verdadera sonrisa,estaba demasiado tensa para eso. Peroél no la conocía lo suficiente como paraver a través de su sonrisa de sociedad.

- Espero que disfrute de su estancia-dijo graciosamente-independientemente del tiempo que elijaestar entre nosotros.

Él asintió regiamente, sin contestar.Rodearon otra esquina. Olivia

podía ver a sus padres ahora, quienestodavía permanecían en la habitación.Estaban observándola, al igual que

todos los demás. Hasta el baile se habíadetenido. La gente estaba hablando, perosus voces eran bajas. Parecían insectoszumbando alrededor.

Señor, cómo deseaba irse a casa.El príncipe podía ser un hombreagradable. De hecho, esperaba que lofuera. Si resultaba ser una personaencantadora atrapada en una prisión deformalidad y tradición, eso haría quetoda esta historia fuera mucho mejor. Ysi él f u e r a totalmente agradable,entonces estaría contenta de haberloconocido y de hablar con él, pero no,querido cielo, así, delante de toda lasociedad, con cientos de pares de ojosobservando cada movimiento.

¿Qué pasaría si tropezaba? ¿Si

diera un traspiés al girar la siguienteesquina? Podía hacerlo con el máspequeño balanceo. O podía montar unespectáculo por todo lo alto, cayendo alsuelo en un disparatado montón.

Sería espectacular.O espectacularmente horrible. No

importaba, porque no tenía el coraje dehacerlo, de todos modos.

Sólo unos minutos más, se dijo.Estaban en la recta final. Iba a serdevuelta a sus padres. O tal vez tendríaque bailar, pero incluso eso no sería tanterrible. Seguramente no estarían solosen la pista de baile. Eso seríademasiado obvio, incluso para estamultitud.

Unos pocos minutos más, y

entonces todo habría terminado.

* * *

Harry observaba a la pareja doradatan de cerca como podía, pero ladecisión del príncipe de dar una vueltaalrededor del salón, hizo que su trabajoresultara mucho más difícil. No eraimperativo que permaneciera cerca, noera probable que el príncipe hiciera odijera algo que el Ministerio de Guerraestimara relevante. Pero Harry seresistía a permitir que Olivia saliera desu vista.

Probablemente era sólo porquesabía que Winthrop sospechaba de él,pero a Harry no le había gustado elpríncipe desde el primer momento. Nole gustaba su postura orgullosa, noimportaba que sus años en el ejército lehubieran dejado los hombros tan rectoscomo los suyos. No le gustaban los ojosdel príncipe, ni la forma en que parecíanestrecharse ante todos a los que erapresentado. Y no le gustaba la forma enque se movía su boca cuando hablaba, ellabio superior curvado en una muecaperpetua. Harry había conocido a gentecomo el príncipe. No de la realeza, eracierto, pero sí grandes duques ysimilares, pavoneándose por Europacomo si fueran los dueños del lugar.

Y lo eran, suponía, pero aún así, ensu opinión, eran un grupo de asnos.

- Ah, aquí estás.Era Sebastian, sosteniendo una

copa de champán casi vacía.- ¿Todavía aburrido?Harry mantuvo un ojo en Olivia.- No.- Interesante -murmuró Seb.Terminó su champán, dejó la copa

en una mesa cercana, luego se inclinópara que Harry pudiera oírle.

- ¿A quién estamos buscando?- A nadie.- No, no es eso. Me equivoqué. ¿A

quién observamos?- A nadie -dijo Harry, dando medio

paso hacia la derecha, tratando de ver

más allá de un muy corpulento conde,que acababa de bloquear su visión.

- Ah. Sólo estamos ignorándome…¿por qué razón?

- No lo estoy haciendo.- Y sin embargo todavía no me has

mirado.Harry tenía que admitir la derrota.

Sebastian era terriblemente tenaz, y eldoble de molesto. Miró a su primodirectamente a los ojos.

- Te he visto antes.- Y sin embargo, sigo siendo tan

delicioso de mirar como siempre. Sepierde mucho no mirándome.

Sebastián ofreció una especie desonrisa forzada.

- ¿Estás listo para salir?

- Todavía no.Seb levantó las cejas.- ¿En serio?- Me estoy divirtiendo -dijo Harry.- Divirtiéndote. En un baile.- Tú te las apañas.- Sí, pero yo soy yo. Tú eres tú. No

te gustan estas cosas.Harry vislumbró a Olivia por el

rabillo del ojo. Ella llamó su atención, acontinuación él atrapó sus ojos, ydespués, y simultáneamente, desviaronla mirada. Ella tenía al príncipe paramantenerse ocupada, y él tenía aSebastian, que estaba demostrando sermás molesto que de costumbre.

- ¿Acabas de intercambiar miradascon lady Olivia? -preguntó Sebastian.

- No.Harry no era el mejor mentiroso,

pero podía hacer un buen trabajo cuandose limitaba a los monosílabos. Sebastianse frotó las manos.

- La noche se está poniendointeresante.

Harry no le hizo caso. O lo intentó.- La gente ya la llama princesa

Olivia -dijo Sebastian.- ¿Quiénes, de todas formas? -

exigió Harry, girándose de cara aSebastian-. La gente también dice queyo maté a mi prometida.

Sebastian parpadeó.- ¿Cuándo te comprometiste?- Precisamente a eso me refería -

Harry prácticamente escupió-. Y ella no

va a casarse con ese idiota.- Casi suenas celoso.- No seas ridículo.Sebastian sonrió con complicidad.- Creí haberte visto con ella esta

noche.Harry no se molestó en negarlo.- Conversación educada. Ella es mi

vecina. ¿No estás diciéndome siempreque debo ser más sociable?

- ¿Así que eso de que te-espiaba-desde-la-ventana-de-su-dormitorio esasunto resuelto?

- Un malentendido -dijo Harry.- Hmmmm.Harry se puso instantáneamente en

alerta. Cada vez que Sebastian parecíaestar con el pensamiento retorcido de -

estoy-elaborando-un-plan-diabólico, nocon la amable y considerada reflexión,era el momento de actuar con cautela.

- Me gustaría conocer al príncipe -dijo Sebastian.

- ¡Dios mío! -Harry estaba exhaustode pie junto a él-. ¿Qué vas a hacer?

Sebastián se acarició la barbilla.- No estoy muy seguro. Pero confío

en que la línea de acción correcta se merevelará en el momento adecuado.

- ¿Vas a actuar sobre la marcha?- Por lo general, funciona bastante

bien.No había manera de detenerlo,

Harry lo sabía.- Escúchame -dijo entre dientes,

agarrando el brazo de su primo, con la

urgencia suficiente para obtener suatención inmediata. Harry no podíahablarle de su misión, pero Seb teníaque saber que había más que unainfatuación con lady Olivia. De locontrario, podría arruinar todo el asunto,con una sola referencia a la abuela Olga.

Harry mantuvo su voz baja.- Esta noche, con el príncipe, yo no

hablo ruso. Y tú tampoco.Sebastian no estaba ni siquiera

cerca de hablarlo fluidamente, pero sinduda podría dar un traspié a lo largo deuna conversación.

Harry le miró fijamente.- ¿Entiendes?Seb fijo sus ojos en él, y luego

asintió con la cabeza una vez, con una

gravedad que rara vez se permitía quevieran los demás. Y luego, en un abrir ycerrar de ojos, ya no estaba, y su posturaindolente volvió junto con su sonrisatorcida.

Harry dio un paso atrás, mirando ensilencio. Olivia y el príncipe habíancompletado tres cuartas partes de sumajestuoso paseo y ahora estabancaminando directamente hacia ellos.Multitud de asistentes se apartaron de sucamino, como gotas de aceite en el agua,y Sebastian estaba de pie, quieto, suúnico movimiento era el de los dedos desu mano izquierda, frotando el pulgarcontra el resto. Estaba pensando. Sebsiempre lo hacía cuando estabapensando.

Y entonces, con una sincronizacióntan perfecta que nadie podría creer queno hubiera sido un accidente, Sebastiáncogió una nueva copa de champán de labandeja que estaba pasando un lacayo,echó la cabeza hacia atrás para tomar untrago, y entonces…

Harry no sabía cómo lo logró, peropor todo el suelo se esparcieron trozosde vidrio y el champán burbujeó confuria sobre el parquet. Olivia dio unsalto hacia atrás, el borde de su vestidohabía sido salpicado.

El príncipe parecía furioso.Harry no dijo nada.Y entonces Sebastian sonrió.

Capítulo 10

- ¡Lady Olivia! -exclamóSebastian-. Lo siento mucho. Por favor,acepte mis disculpas. Ha sidoterriblemente torpe por mi parte.

- Por supuesto -dijo ella, agitandodiscretamente un pie y después el otro-.No es nada. Simplemente un poco dechampán. -Sonrió mirando hacia él, conuna sonrisa tranquilizadora del tipo -no-es-ningún-problema-. He oído que esbueno para la piel.

No había oído nada de eso, ¿peroqué otra cosa podía decir? No era tan

torpe como Sebastian Grey, y enrealidad, simplemente se trataba dealgunas gotas en sus zapatillas. Al ladode ella, sin embargo, el príncipe estabahecho una furia. Lo podía sentir por supostura. Había recibido mássalpicaduras que ella, aunque la verdadera que habían aterrizado todas en susbotas, y había oído que algunos hombreslimpiaban sus botas con champán, ¿noera así?

Sin embargo, tenía la sensación deque cualquier cosa que fuera lo quehabía gruñido en ruso el príncipeAlexei, no era cortés.

- ¿Para la piel? ¿Realmente? -preguntó Sebastian, aparentando uninterés que estaba segura no tenía-. No

había oído eso. Qué fascinante.- Estaba en una revista para

señoras -mintió Olivia.- Lo que explicaría por qué no

sabía nada de eso -contestó Sebastiansuavemente.

- Lady Olivia, ¿me presenta a suamigo? -dijo el príncipe bruscamente.

- Por… por supuesto -tartamudeóOlivia, su petición fue toda unasorpresa. No había parecido interesadoen conocer a muchas personas enLondres, con excepción de algunosduques, los miembros de la familia real,y bueno, a ella. Quizá no fuera tan rígidoy orgulloso como pensaba-. Su Alteza,le presento al señor Sebastian Grey.Señor Grey, el príncipe Alexei

Gomarovsky de Rusia.Los dos hombres hicieron sus

reverencias, la de Sebastianconsiderablemente más profunda que ladel príncipe, que fue tan superficialcomo para llegar a ser casi descortés.

- Lady Olivia -dijo Sebastian, unavez que terminó de inclinarse ante elpríncipe- ¿conoce usted a mi primo, SirHarry Valentine?

Los labios de Olivia se abrieroncon sorpresa. ¿Qué estaba tramando? Éllo sabía muy bien.

- Lady Olivia -saludó Harry, derepente justo frente a ella.

Sus ojos se encontraron y ardieroncon algo que no pudo identificar deltodo. Chisporroteó a través de ella y la

hizo estremecerse. Y en ese momentodesapareció, como si no fuesen nadamás que meros conocidos. Harry le hizouna gentil inclinación de cabeza, yentonces le dijo a su primo:

- Ya nos conocemos.- ¡Oh, sí, por supuesto! -dijo

Sebastian-. Me olvido constantemente.Ustedes son vecinos.

- Su Alteza -Olivia se dirigió alpríncipe-: Permítame presentarle a SirHarry Valentine. Su casa está situada alsur de la mía.

- Desde luego -dijo el príncipe, y acontinuación, mientras que Harry seinclinaba en una reverencia, dijo algorápido en ruso a su asistente, quien hizouna brusca inclinación de cabeza.

- Ustedes estuvieron hablandoanteriormente esta noche -señaló elpríncipe.

Olivia se puso rígida. No se habíadado cuenta de que la hubiera estadoobservando. Y no estaba muy segura depor qué la molestaba tanto.

- Sí -respondió, pues no había unabuena razón para negarlo-. Cuento a SirHarry entre mis muchos conocidos.

- Por lo que estoy muy agradecido -dijo Harry. Su voz era afilada, encontradicción con el sentido cortés delas palabras. Más extraño aún, mantuvola mirada fija en el príncipe durantetodo el tiempo que habló.

- Sí -respondió el príncipe, susojos nunca abandonaron a Harry-. Lo

está, ¿no es cierto?Olivia miró a Harry, después al

príncipe, para a continuación volver aHarry, quien mantenía la mirada delpríncipe cuando dijo:

- Así es.- Es una fiesta encantadora,

¿verdad? -intercaló Sebastian-. LadyMottram se ha superado a sí misma esteaño.

Olivia casi soltó una risillainapropiada. Había algo en su actitudexcesivamente alegre que debería haberpasado a través de la tensión como uncuchillo. Pero no lo hizo. Harryobservaba al príncipe con fría reserva, yel príncipe observaba a Harry conhelado desdén.

- ¿Hace frío aquí? -preguntó Oliviaa nadie en particular.

- Un poquito -contestó Sebastian,ya que parecían ser los únicos quehablaban-. Durante mucho tiempo hepensado que debe ser difícil ser unamujer, con todas sus etéreas y ligerasprendas de vestir.

El traje de noche de Olivia era deterciopelo, pero con unas pequeñasmangas cortas, y los brazos lehormigueaban con piel de gallina.

- Sí -contestó ella, porque nadiemás hablaba. Entonces se percató de queno tenía nada más que decir, así que seaclaró la garganta y sonrió, primero aHarry y al príncipe, quién todavía no lamiraba, y luego a las personas que

estaban detrás de ellos, quienes estabanmirando, aunque lo disimulaban.

- ¿Es usted uno de los muchosadmiradores de lady Olivia? -lepreguntó el príncipe Alexei a Harry.

Olivia se volvió a Harry con losojos agrandados. ¿Qué diantres iba adecir ante una pregunta tan directa?

- Todo Londres admira a ladyOlivia -contestó Harry hábilmente.

- Es una de nuestras damas másadmiradas -agregó Sebastian.

Olivia debería haber dicho algorecatado y modesto ante tales alabanzas,pero todo era demasiado extraño,también completamente estrafalario, pordecir algo.

No hablaban de ella. Estaban

diciendo su nombre, y haciéndolecumplidos, pero todo era parte de algúnbaile extraño y estúpido propio de losvarones para la dominación.

Habría sido halagador si nohubiera estado tan inquieta.

- ¿Estoy oyendo música? -dijoSebastian-. Quizá el baile se reanudepronto. ¿Se baila en Rusia?

El príncipe lo miró con frialdad.- ¿Disculpe usted?- Su Alteza -lo corrigió Sebastian,

aunque no parecía particularmentearrepentido-. ¿Se baila en Rusia?

- Por supuesto -escupió el príncipe.- No todas las sociedades lo hacen

-filosofó Sebastian.Olivia no tenía ni idea de si eso era

cierto. Más bien sospechaba que no loera.

- ¿Qué le trae a Londres, SuAlteza? -preguntó Harry,introduciéndose en la conversación porprimera vez. Había contestado a laspreguntas, pero sólo eso. Por elcontrario, había permanecido deobservador.

El príncipe lo miró con dureza,pero fue difícil de percibir si la preguntale pareció impertinente.

- Visito a mi primo -contestó-. Éles su embajador.

- Ah -dijo Harry amablemente-. Nolo conozco.

- Claro que no.Fue un insulto, claro y directo, pero

Harry no parecía enfadado en absoluto.- Conocí a muchos rusos mientras

serví en el ejército de Su Majestad. Suscompatriotas son muy honorables.

El príncipe admitió el cumplidocon una brusca inclinación de cabeza.

- De no haber sido por su zar y sutierra, no podríamos haber derrotado aNapoleón -continuó Harry.

El príncipe Alexei finalmente lomiró a los ojos.

- Me pregunto si a Napoleón lehabría ido mejor si el invierno nohubiese llegado tan temprano ese año -continuó Harry-. Fue brutal.

- Para los débiles, quizá -respondióel príncipe.

- ¿Cuántos franceses perecieron en

aquella retirada? -se preguntó Harry envoz alta-. No puedo recordarlo. -Recurrió a Sebastian-. ¿Lo recuerdas?

- Sobre un noventa por ciento -contestó Olivia, antes de que se leocurriese que quizá no debiera haberhablado.

Los tres hombres la miraron. Nohubo diferentes grados de sorpresa;todos se quedaron pasmados.

- Me gusta leer el periódico -dijoella simplemente. El silencio resultantele indicó que esta no era suficienteexplicación, así que agregó-: Estoysegura de que la mayoría de los detallesno fueron divulgados, pero no obstanteera fascinante. Y realmente muy triste. -Se volvió hacia el príncipe Alexei y

preguntó-: ¿Estuvo usted allí?- No -dijo él bruscamente-. El

frente estaba en Moscú. Mi casa está enel este, en Nizhny. Y no tenía edadsuficiente para servir en el ejército.

Olivia se volvió hacia Harry.- ¿Estaba usted aún en el ejército?Harry asintió, inclinando la cabeza

hacia Sebastian.- Ambos acabábamos de obtener

nuestras comisiones. Estábamos enEspaña, a las órdenes de Wellington.

- No me había percatado de quesirvieron juntos -dijo Olivia.

- En el Decimoctavo de Húsares -apuntó Sebastian, con orgullo en su voz.

Hubo un silencio embarazoso, porlo que ella señaló:

- Qué gallardos. -Parecía el tipo decomentario que se suponía que tenía queexpresar, y Olivia hacía mucho tiempoque se había dado cuenta de que teníaque hacer lo que se esperaba.

- ¿No dijo Napoleón que estabasorprendido cuando un húsar llegó a sutrigésimo cumpleaños? -murmuró elpríncipe. Se giró hacia Olivia y dijo-:Tienen una reputación de… cómo dicenustedes… -hizo un movimiento circularcon los dedos cerca de su cara, como sieso le refrescase la memoria-…Imprudencia -dijo repentinamente-. Sí,eso es. Es una lástima -continuó-. Secreen que son muy valientes, pero lamayoría de las veces -hizo un gesto decortarse la garganta-, son eliminados.

El príncipe contempló a Harry y aSebastian (pero en su mayor parte aHarry), y les dirigió una suave sonrisa.

- ¿Cree que es cierto, Sir Harry? -preguntó en voz baja, mordazmente.

- No -contestó Harry. Nada más,simplemente no.

Los ojos de Olivia se movieronrápidamente de acá para allá entre losdos hombres. Nada de lo que Harrypudiera haber dicho, ninguna protesta,ningún comentario sarcástico, podríahaber irritado más al príncipe.

- ¿Oigo música? -preguntó Olivia.Pero nadie le prestaba atención.

- ¿Qué edad tiene usted, Sir Harry?-preguntó el príncipe.

- ¿Qué edad tiene usted?

Olivia tragó nerviosamente. Esa nopodía ser una pregunta apropiada parahacerle a un príncipe. Y ella supo que élno había usado un tono apropiado.Intentó intercambiar una miradacautelosa con Sebastian, pero élobservaba a los otros dos hombres.

- No ha contestado a mi pregunta -dijo Alexei peligrosamente, yciertamente, al lado de él su guardiaefectuó un inquietante cambio deposición.

- Tengo veintiocho -dijo Harry, y acontinuación, con una simple pausa losuficientemente larga como para señalarque había sido una idea tardía, agregó-:Su Alteza.

En la boca del príncipe Alexei se

deslizó una sonrisa muy pequeña.- Entonces tenemos dos años más

para cumplir la predicción de Napoleón,¿no es así?

- Sólo si usted piensa declararle laguerra a Inglaterra -dijo Harry a laligera-. De todas formas, me he retiradode la caballería.

Los dos hombres quedaronmirándose mutuamente durante lo quepareció una eternidad, y entonces,abruptamente, el príncipe Alexei estallóde risa.

- Usted me divierte, Sir Harry -dijo, pero la mordacidad en su vozcontradecía sus palabras-. Discutiremosde nuevo, usted y yo.

Harry asintió con la cabeza

graciosamente, con toda la debidadeferencia.

El príncipe colocó su mano encimade la de Olivia, todavía descansando enla curva de su brazo.

- Pero tendrá que ser más tarde -dijo, dirigiéndole una sonrisavictoriosa-. Después de que hayabailado con lady Olivia.

Y entonces se volvió de espaldas aHarry y Sebastian, y se la llevó.

* * *

Veinticuatro horas más tarde,

Olivia estaba exhausta. No habíallegado a casa del baile de lady Mottramhasta casi las cuatro de la mañana, sumadre se había negado a dejarla dormirhasta tarde, en lugar de eso, la arrastrópor Bond Street para los últimosretoques de su traje para la presentaciónante el príncipe. Después, por supuesto,no hubo siestas para descansar porquetuvo que ir y ser presentada, lo queparecía tener poco sentido, cuando habíapasado la mayor parte de la nocheanterior en compañía del príncipe.

¿No quedaba uno «presentado» alas personas que ya conocía?

Sus padres y ella habían ido a laresidencia del príncipe Alexei, unconjunto de apartamentos en la casa del

embajador. Fue terriblemente grandioso,terriblemente formal, y francamente,terriblemente aburrido. Su vestido, querequería un corsé que hubiera estadomucho más en boga en el siglo anterior,era incómodo y caliente, excepto por losbrazos, los cuales estaban desnudos ygélidos.

Aparentemente, los rusos no eranpartidarios de calentar sus casas.

El calvario duró tres horas, durantelas cuales su padre bebió varias copasde un licor transparente que le habíadejado sumamente somnoliento. Elpríncipe también le había ofrecido a ellauna copa, pero su padre, que ya habíatomado su primer sorbo, se la quitóinmediatamente de las manos.

Oliva suponía que tendría que salirde nuevo esta noche, lady Bridgertonpatrocinaba una pequeña velada, pero sedeclaró extenuada, y para su sorpresa,su madre cedió. Olivia sospechaba queella también estaba cansada. Y su padreno estaba en condiciones de ir a ningunaparte.

Se llevó la cena a su habitación(después una cabezada, un baño, y otracabezada más pequeña), y pensaba leerel periódico en la cama, pero justocuando lo estaba cogiendo, vio MissButterworth y el Barón Loco sobre lamesilla.

Era tan raro, pensó, cogiendo eldelgado volumen. ¿Por qué le daría SirHarry semejante libro? ¿Qué le había

hecho pensar que ella disfrutaría de talcosa?

Lo hojeó rápidamente, eligiendopasajes aquí y allá. Parecía un pocofrívolo. ¿Quería decir eso que él habíapensado que ella era frívola?

Miró la ventana, protegida porgruesas cortinas corridas para la noche.¿Pensaría todavía que era frívola?¿Ahora que realmente la conocía?

Dio la vuelta al libro en sus manos.¿Lo elegiría ahora como un regalo paraella? Una espeluznante novela gótica,eso era lo que él había dicho.

¿Era lo que pensaba de ella?Cerró el libro de golpe, después lo

puso en su regazo con el lomo haciaabajo.

- Uno, dos, tres -contó, retirandorápidamente las manos para dejar queMiss Butterworth cayera abierto encualquier página que quisiera.

Cayó de lado.- Libro estúpido -masculló,

intentándolo de nuevo. Porquerealmente, no tenía bastante interéscomo para escoger una página por símisma.

Cayó otra vez del mismo lado.- Oh, esto es ridículo. -Aun más

ridículo: se bajó de la cama, se sentó enel suelo, y se dispuso a repetir elexperimento una tercera vez, porqueseguramente surtiría efecto si el libroestuviese en una superficieadecuadamente plana.

- Uno, dos, tr… -volviendorápidamente las manos a su lugar; lapuñetera cosa caía de costado otra vez.

Ahora realmente se sentía comouna tonta. Lo que era impresionante,considerando el grado de idiotezrequerida para, en primer lugar,abandonar la cama. Pero no iba a dejaral pequeño y puñetero libro ganar, porlo que para su cuarto intento dejó quelas páginas se abriesen en abanico sóloun poco antes de soltarlo. Un poco deánimo, eso es lo que necesitaba.

- ¡Uno, dos, tres!Y finalmente se abrió. Miró hacia

abajo. A la página 193 para ser exactos.Se puso boca abajo, apoyándose en

los codos y comenzó a leer:

Le podía oír detrás de ella. Éldisminuía la distancia entre ellos, ypronto sería atrapada. ¿Pero con quépropósito? ¿Bueno o malo?

- Voto por malo -murmuró.¿Cómo lo sabría ella? ¿Cómo lo

sabría ella? ¿Cómo lo sabría ella?Oh, por amor de Dios. Esto era por

lo que leía el periódico. Imagínese: AlParlamento le llegó una petición. Unapetición. Una petición.

Olivia sacudió la cabeza y continuóleyendo.

Y en ese momento ella recordó elconsejo que le había dado su madre,antes de que la bendita señora hubieratenido su recompensa, picoteada porlas palomas hasta morir.

- ¿Qué?Miró a la puerta por encima del

hombro, consciente de queprácticamente había gritado la palabra.¿Pero de verdad, palomas?

Se puso de pie, asiendo a MissButterworth con la mano derecha ydeslizando el dedo índice en las páginaspara marcar el lugar.

- Palomas -repitió-. ¿En serio?Abrió el libro otra vez. No pudo

evitarlo.Ella sólo tenía doce años,

demasiado joven para talconversación, pero quizá su madretuvo…

- Aburrido.Escogió otra página casi al azar.

Esto parecía tener algún sentido, a pesarde estar más cerca del comienzo.

Priscilla asió el alféizar de laventana con las manos sin guantes,intentando agarrarse a la piedra concada onza de su fuerza. Cuando habíaoído al barón zangoloteando elpicaporte de la puerta, supo que teníasolamente segundos para actuar. Si laencontraba aquí, en su santuario,¿quién sabía lo que podía hacer? Elbarón era un hombre violento, o eso lehabían dicho.

Olivia dio vueltas por la camahasta el centro y se colocó en el borde,leyendo todo el tiempo.

Nadie sabía cómo había muerto suprometida. Algunos dijeron que por

enfermedad, pero la mayoría afirmaronque por veneno. ¡Asesinato!

- ¿Realmente? -Miró hacia arriba,parpadeando, luego se volvió hacia laventana. ¿Una prometida muerta?¿Murmuraciones y rumores? ¿Sabía estoSir Harry? Los paralelismos eranasombrosos.

Ella lo podía oír entrando en elcuarto. ¿Vería que la ventana estabaabierta? ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podíahacer?

Olivia contuvo el aliento. Estaba alborde. No figuradamente, eso nuncapasaría. Estaba literalmente en el bordede la cama. Lo que causaba cada uno delos resuellos.

Priscilla susurró una oración, y

entonces, con los ojos bien cerrados, sesoltó.

Fin del capítulo. Olivia volvió lapágina ansiosamente.

Fueron sólo algunos pies hasta elfrío y duro suelo.

¿Qué? ¿Priscilla estaba en laplanta baja? El ansia de Oliviarápidamente dejó paso a la irritación.¿Qué clase de cerebro de guisante secolgaba de una ventana de la plantabaja? Ella habría previsto que eledificio estuviese un poquito elevadosobre sus cimientos. Uno tendríaproblemas para torcerse un tobillo enuna caída tan pequeña.

- Esto es bastante manipulador -dijo, entrecerrando los ojos. ¿Quién era

este autor, de todas formas, tratando deasustar a sus lectores por nada?¿Tendría Harry idea de lo que le habíadado, o simplemente había seguido aciegas una recomendación de suhermana?

Miró hacia la ventana. Todavía eradel mismo tamaño, con las mismascortinas, sin ningún cambio. No estabasegura de por qué la sorprendía eso.

¿Qué hora era, de todos modos?Casi las nueve y media. Probablementeél no estaría en su despacho. Bueno,podía estarlo. Solía trabajar hasta tarde,aunque ahora que lo pensaba, nunca lehabía dicho exactamente lo que hacíaallí con tanta diligencia.

Se levantó alejándose del borde de

la cama y caminó hacia la ventana.Lentamente, con pies cautelosos, lo queera ridículo, ya que posiblemente él nopodía verla a través de las cortinas.

Con Miss Butterworth todavía ensu mano izquierda, extendió la derecha ytiró de las cortinas.

Capítulo 11

Teniéndolo todo en cuenta, Harryestaba listo para considerarlo como undía decente de trabajo.

En un día normal, habría traducidoel doble de lo que había logrado hacerhoy, posiblemente más, pero habíaestado distraído.

Se había encontrado mirandofijamente hacia la ventana de Olivia, apesar de saber que no se encontraba allí.Era el día en que se suponía que iría avisitar al príncipe. A las tres de la tarde.Lo que significaba que probablemente

había salido de casa poco antes de lasdos. La residencia del embajador deRusia no se encontraba demasiado lejos,pero el conde y la condesa no querríanarriesgarse a llegar tarde. Siemprepodría haber tráfico, o se podría romperuna rueda, o un pilluelo de las callespodría atravesarse en la carrera…Nadie que tuviera un mínimo deprudencia dejaría su casa sin prever untiempo extra en caso de demorasimprevistas.

Olivia probablemente seencontraría demorada allí durante doshoras, posiblemente tres; nadie sabíacómo darle largas al asunto como losrusos. Luego, media hora para llegar acasa, y…

En fin, ahora estaría en casa, de esoestaba seguro. A menos que hubieravuelto a salir otra vez, pero no habíanotado que saliera el carruaje de losRudland.

No es que hubiera estadovigilando. Sólo que las cortinas estabanabiertas. Y cuando estaba inclinado encierto ángulo, podía observar unadelgada franja de luz brillando desde lacalle. Y por supuesto, cualquier carruajeque pasara por casualidad.

Se puso de pie desperezándose,levantó las manos sobre la cabeza,inclinándola hacia abajo y girándolaalrededor. Planeaba hacer una páginamás esta noche. El reloj sobre el mantelanunciaba que solo eran las nueve y

media, pero en este momento, necesitabaque le volviera a circular la sangre enlas piernas. Caminó saliendo de detrásdel escritorio, dirigiéndose hacia laventana.

Y allí estaba ella.Por una fracción de segundo

permanecieron inmóviles, pillados en elmomento, preguntándose: ¿Deberíahacer como si no la hubiera visto?

E inmediatamente Harry pensó: Porsupuesto que no.

La saludó con la mano.Ella sonrió. Y le respondió el

saludo. Y entonces…Se la quedó mirando con sorpresa.

Estaba abriendo la ventana.Así que por supuesto que hizo lo

mismo.- Sé que dijo que no había leído

esto -dijo ella sin preámbulos- pero, ¿nisiquiera le ha echado un vistazo?

- Buenas tardes a usted también -exclamó-. ¿Qué tal estaba el príncipe?

Ella negó impaciente con la cabeza.- El libro, Sir Harry, el libro. ¿Ha

leído algo de él?- Me temo que no. ¿Por qué?Ella lo sostuvo en alto con ambas

manos, justo frente a su rostro, y luegolo movió a un lado para poder mirarlo.

- ¡Es ridículo!Asintió con la cabeza en

conformidad.- Pensé que tal vez lo sería.- ¡La madre de Miss Butterworth es

asesinada a picotazos por palomas!Él sofocó una risita.- ¿Sabe qué? Creo que eso podría

hacerlo considerablemente másinteresante para mí.

- ¡Palomas, Sir Harry! ¡Palomas!Harry le sonrió abiertamente,

alzando la vista hacia su ventana. Sesentía un poco como un Romeo con suJulieta, sin el veneno ni la contiendafamiliar.

Y con palomas.- No me importaría escuchar esa

parte -le dijo-. Parece absolutamentefascinante.

Olivia lo miró con el ceñofruncido, apartando unas briznas decabello que la brisa había hecho volar

sobre su rostro.- Sucedió antes del comienzo del

libro. Si tenemos suerte, MissButterworth recibirá sus propiospicotazos antes de que llegue el final.

- Entonces, sí que ha estadoleyéndolo.

- Un poquito de aquí y de allá -admitió ella-. Eso es todo. El comienzodel capítulo cuatro y… -miró haciaabajo, pasando rápidamente las páginasantes de volver a alzar la mirada- lapágina ciento noventa y tres.

- ¿Alguna vez ha consideradocomenzar desde el principio?

Ella hizo una pausa. Una más bienprolongada. Y luego, dijo con desdén:

- No planeaba leerlo.

- Solo que al hacerlo, le cautivó¿eh?

- ¡No! De ninguna manera -se cruzóde brazos, lo que hizo que dejara caer ellibro. Por un momento desapareció de lavista, y luego apareció otra vez, conMiss Butterworth en la mano-. Era tanirritante que no pude parar.

Él se apoyó contra el alféizar,mirando hacia arriba con una ampliasonrisa.

- Da la impresión de ser una lecturaapasionante.

- Es un disparate, eso es lo que es.Entr e Miss Butterworth y el BarónLoco, estoy del lado del barón.

- Oh, vamos. Es un romance.Seguramente debe tomar partido por su

camarada femenina.- Es una idiota -ella miró de vuelta

hacia abajo por un momento, hojeando através de las páginas del libro connotable velocidad-. Aún no puedo decirsi el barón tiene instintos asesinosademás de estar loco, pero si fuera así,espero que tenga éxito.

- Nunca lo hará -le dijo Harry.- ¿Qué le hace pensar eso? -Olivia

se pasó la mano por el pelo otra vez,intentando apartarlo de su nariz. La brisacobraba fuerza, y Harry estabaencontrando todo el asunto bastanteentretenido.

- ¿No es la autora una mujer? -preguntó él.

Olivia asintió con la cabeza.

- Sarah Gorely. Nunca he oídohablar de ella.

- ¿Y se supone que es un romance?Olivia asintió con la cabeza otra

vez.Él negó con la cabeza.- Nunca mataría a la heroína.Olivia lo miró fijamente durante un

largo momento, y luego se dirigiódirectamente hacia el final del libro.

- Oh, no haga eso -la regañó-. Loechará a perder.

- No voy a leerlo -replicó ella-.¿Cómo puedo echarlo a perder?

- Confíe en mí -dijo él-. Cuando unhombre escribe un romance, muere lamujer. Cuando una mujer lo escribe,finaliza todo prolijo y edulcorado.

Los labios de Olivia se separaron,como si no estuviera segura si sentirseofendida ante tal generalización. Harryreprimió una risita. Le gustabadesconcertarla.

- ¿Cómo es que es romántico simuere la mujer? -preguntó ella recelosa.

Él se encogió de hombros.- No dije que tuviera sentido, sólo

que así es.Olivia no parecía saber qué pensar

de aquello, y Harry se dio cuenta de quese encontraba totalmente satisfecho consolo sentarse allí y observarla mientrasfulminaba con la mirada al libro entresus manos. Era absolutamente adorable,parada allí junto a la ventana, inclusousando esa atroz bata azul. El cabello le

caía por la espalda en una gruesa trenza,y se preguntó por qué se le ocurríajustamente ahora que todo esteintercambio era extremadamenteirregular. No había conocido a suspadres, pero no se podía imaginar queellos fueran a aprobar que charlara conun hombre, un hombre soltero, en laoscuridad, a través de la ventana.

En bata de dormir.Pero se estaba divirtiendo

demasiado como para que le importara,así que decidió que si ella no iba apreocuparse por el decoro, tampoco loharía él.

Lo miró con los ojos entrecerradosy luego volvió a bajar la vista hacia ellibro. Sus dedos se movían

sigilosamente hacia las últimas páginas.- No lo haga -le advirtió él.- Sólo quiero ver si está en lo

correcto.- Entonces comience por el

principio -dijo, más que nada porquesabía que la sacaría de quicio.

Ella dejó escapar un gemido.- No quiero leer todo el libro.- ¿Por qué no?- Porque no me gustará, y será una

pérdida de tiempo.- No sabe si le gustará o no -señaló

él.- Lo sé -dijo Olivia con total

convicción.- ¿Por que no le gusta leer? -

preguntó él.

- Ésta es la razón -exclamó ella,dándole al libro de Miss Butterworthuna leve sacudida-. Es una completatontería. Si me diera el periódico, eso sílo leería. De hecho, lo hago. Cadapalabra. Cada día.

Harry estaba impresionado. No eraque pensara que las mujeres no leían elperiódico. Solo que no se había puesto apensar en el asunto. Ciertamente sumadre nunca lo había hecho, y si suhermana lo hacía, nunca le había dadoningún indicio de ello en sucorrespondencia mensual.

- Lea la novela -le dijo-. Tal vez lesorprenda y la disfrute.

- ¿Por qué está instándome a leeralgo en lo que usted mismo no tiene

ningún interés? -le preguntó ella, conbastante suspicacia.

- Porque… -pero entonces sedetuvo, porque no sabía por qué estabahaciéndolo. Excepto que él se lo habíadado. Y estaba disfrutandoprovocándola sobre ello-. Haré un pactocon usted, lady Olivia.

Ella inclinó la cabeza a un lado,expectante.

- Si la lee completa, de principio afin, entonces yo haré lo mismo.

- Usted leerá Miss Butterworth y elBarón Loco -dijo ella con recelo.

- Lo haré. Tan pronto como usted latermine.

Olivia pareció como si estuviera apunto de acceder, y de hecho abrió la

boca para hablar. Pero entonces sedetuvo, y entrecerró los ojosamenazadoramente.

Ésta, se recordó Harry a sí mismo,es una mujer que tiene dos hermanos.Debe saber cómo pelear. Pérfidamente.

- Creo que debería leerla conmigo-dijo ella.

A Harry se le ocurrieron todo tipode ideas acerca de aquello, la mayoríaavivadas por su habitual costumbre deleer novelas antes de dormir.

En la cama.- Compre otra copia -dijo ella.Su pequeña y adorable fantasía

estalló y se desintegró.- Compararemos impresiones. Será

como un club de lectura. Como uno de

esos salones literarios a los que siempreestoy rechazando invitaciones paraasistir.

- Me siento halagado más allá de loimaginable.

- Tanto como debería estarlo -dijoella-. Nunca he invitado a nadie más ahacer lo mismo.

- No sé si la tienda tendrá otroejemplar -dijo él.

- Yo encontraré uno para usted -ledirigió una pequeña sonrisita satisfecha-. Confíe en mí, sé cómo hacer compras.

- ¿Por qué me sientorepentinamente asustado? -murmuró él.

- ¿Qué?La miró y dijo más alto:- Usted me asusta.

Ella pareció estar encantada poreso.

- Léame un fragmento -dijo él.- ¿Ahora? ¿En serio?Él se acomodó sobre el alféizar,

apoyando la espalda contra el marco dela ventana.

- El principio, si le parece bien.Ella lo contempló durante algunos

momentos, luego se encogió de hombrosy dijo:

- Muy bien. Aquí vamos -se aclaróla garganta-. Era una noche ventosa yoscura…

- Me parece haber oído eso antes -comentó Harry.

- Está interrumpiendo.- Lo siento mucho. Continúe.

Le dirigió una intensa mirada, yluego continuó:

- Era una noche ventosa y oscura,y Miss Priscilla Butterworth estabasegura de que en cualquier momento elaguacero comenzaría a caer, desde loscielos a mares, empapando todo lo quese encontrara dentro de su ámbito -levantó la vista-. Esto es atroz. Y noestoy segura de que la autora usara lapalabra «ámbito» correctamente.

- Es lo suficientemente certero -dijo Harry, aunque estuvieracompletamente de acuerdo con ella-.Continúe.

Ella negó con la cabeza pero sinembargo obedeció.

- Ella estaba, por supuesto,

protegida del mal clima en su diminutoaposento, pero los marcos de lasventanas trepidaban haciendo tantoruido que no habría manera de quepudiera conciliar el sueño en estanoche. Acurrucada en su estrecha y fríacama, ella bla bla bla, espérese, saltaréhasta donde se pone interesante.

- No puede hacer eso -la regañó.Ella levantó a Miss Butterworth en

alto.- Yo tengo el libro.- Arrójemelo -le dijo él

repentinamente.- ¿Qué?Se levantó del alféizar y parado en

el piso, asomó la parte superior delcuerpo fuera de la ventana.

- Láncemelo.Ella parecía tener muchas reservas

al respecto.- ¿Lo atrapará?Él dejó caer el guante.- Si usted puede lanzarlo, lo

atraparé.- Oh, sé lanzar -le respondió ella,

claramente insultada.Él sonrió con suficiencia.- Nunca he conocido una chica que

pudiera hacerlo.Ante eso, ella arrojó el libro hacia

él, y fue solo gracias a sus rápidosreflejos, perfeccionados durante años enel campo de batalla, que se las arreglópara ubicarse en el lugar indicado paraatraparlo.

Lo hizo. Gracias a Dios. No estabaseguro de haber podido vivir consigomismo de no haberlo hecho.

- La próxima vez, intente con unlanzamiento más suave -refunfuñó él.

- ¿Y dónde estaría lo divertido eneso?

Olvida a Romeo y Julieta. Esto separecía mucho más a La FierecillaDomada. Levantó la vista. Habíaacercado una silla y ahora estabasentada junto a la ventana abierta,esperando con una expresión deexagerada paciencia.

- Aquí estábamos -le dijo,encontrando el punto donde ella lo habíadejado-. Acurrucada en su estrecha yfría cama, no pudo evitar sino recordar

todos los sucesos que la habían llevadoa este sitio sombrío, en esta nochesombría. Pero aquí, estimado lector, noes donde comienza nuestra historia.

- Detesto cuando los autores haceneso -anunció Olivia.

- Shhhh. Debemos comenzar desdeel principio, que no fue cuando MissButterworth arribó a ThimmerwellHall, ni tampoco cuando arribó aFitzgerald Place, su hogar antes deThimmerwell Hall. No, debemosremontarnos al día en el que nació, enun pesebre…

- ¡Un pesebre! -casi chilló Olivia.Él le dirigió una amplia sonrisa.- Sólo me aseguraba de que

estuviera escuchando.

- Sinvergüenza.Se rió entre dientes y siguió

leyendo:- …el día en el que nació, en una

pequeña cabaña de Hampshire,rodeada de rosas y mariposas, elúltimo día antes de que el pueblo fueraasolado por la viruela.

Él alzó la vista.- No, no se detenga -dijo ella-.

Justo está empezando a ponerseinteresante. ¿Qué tipo de viruela piensausted que era?

- Es una moza sedienta de sangre,¿lo sabía?

Inclinó la cabeza a un costado en ungesto de conformidad.

- Me siento fascinada por la

pestilencia. Siempre lo he estado.Él leyó rápidamente por encima el

resto de la página.- Me temo que está destinada a

sentirse decepcionada. La autora no daninguna descripción médica en absoluto.

- ¿Quizás en la siguiente página? -preguntó esperanzada.

- Prosigo -declaró-. La epidemiase llevó a su amado padre, sin embargodispensó milagrosamente al bebé y a sumadre. Entre los que sucumbieron sehallaban también su abuela paterna,ambos abuelos, tres tías abuelas, dostíos, una hermana, y una primasegunda.

- Otra vez se está riendo a mi costa-le acusó.

- ¡Claro que no! -insistió Harry-.Se lo juro, está todo aquí. Hubo una granepidemia allí en Hampshire. Si no mehubiera tirado el libro, podría verlo porsí misma.

- Nadie escribe tan mal.- Por lo visto, hay quien lo hace.- No estoy segura de quién es peor,

el autor, por escribir esta tontería, onosotros por leerla.

- Yo me estoy divirtiendo mucho -declaró Harry. Y lo estaba haciendo.Era una situación de lo más inverosímil,sentado allí en la ventana, leyendo unanovela terriblemente mala a lady OliviaBevelstoke, la jovencita más solicitadade la alta sociedad. Pero la brisa eraagradable, y había estado encerrado

todo el día, y a veces, cuando él alzabala mirada, ella estaba sonriendo. No aél, aunque también lo hacía. No, lassonrisas que parecían estremecerlo depies a cabeza eran aquellas que veía ensu rostro cuando no se daba cuenta deque él la estaba mirando, cuando estabasimplemente disfrutando del momento,sonriendo hacia la noche.

No sólo era bonita, era preciosa.Tenía el tipo de rostro que hace a loshombres llorar: en forma de corazón,con una perfecta piel de porcelana. Ysus ojos, las mujeres matarían por unosojos de ese color, ese increíble azulaciano.

Era hermosa, y lo sabía, y noobstante no blandía su belleza como un

arma. Era simplemente una parte de ella,tan natural como tener dos manos, dospies, diez dedos en las manos y los pies.

Era preciosa, y él la quería para sí.

Capítulo 12

- ¿Sir Harry? -llamó Oliviamientras se levantaba. Ella se apoyócontra el alfeizar echando un vistazomás allá de la oscuridad en su ventana,donde veía su silueta contra unparpadeante rectángulo de luz. Se habíaquedado tan quieto y tan de repente.

Él se sorprendió con el sonido desu voz, mirando hacia su ventana perono exactamente hacia ella.

- Lo siento -murmuró Harry yvolvió rápidamente al libro, buscandoentre las palabras para encontrar su

lugar.- No, no lo sienta -le aseguró ella.

En verdad se veía un poco extraño,como si hubiese comido algo quehubiese estado malo-. ¿De verdad estábien?

Harry la miró y luego -era enverdad algo imposible de describir, oincluso de entender- pasó. Sus ojos seencontraron, e incluso aunque estabaoscuro y ella no podía ver el color, eseintenso chocolate caliente… ella losupo. Y lo sintió. Y luego simplementeperdió el aliento. Sólo lo perdió. Elequilibrio también. Dio un traspié haciaatrás a su silla, y se sentó por unmomento, preguntándose por qué sucorazón estaba corriendo.

Todo lo que él había hecho habíasido mirarla.

Y ella… ella…Y ella se derritió.Oh, querido Dios, debe pensar que

soy una absoluta tonta. Nunca se habíadesvanecido en su vida, y… y bueno,bien, no se había desvanecido enrealidad, pero así fue como se sintió esaextraña y flotante cosa, toda tonta yextraña y ahora él iba a pensar que ellaera una de esas damas que tenían quellevar vinagre con ellas a todas partes.

Lo cual era suficientemente malo,excepto que había pasado la mitad de suvida molestando a esas damas. Oh Dios,oh Dios. Se levantó de nuevo y sacó lacabeza por la ventana.

- Estoy bien -dijo-. Sólo metropecé.

Harry asintió lentamente y ella sedio cuenta de que no estaba enteramentecon ella. Sus pensamientos estabanlejos, muy lejos. Luego, como sivolviera a su lugar lentamente, miróhacia arriba y le pidió su perdón.

- Soñaba despierto -le dijo comoexplicación-. Es tarde.

- Lo es -murmuró ella de acuerdo,aunque no pensaba que fueran más de lasdiez. Y de repente se dio cuenta de queno podía soportar que él le dijerabuenas noches, que ella tendría quehacerlo primero. Porque… porque…bueno no sabía por qué, sólo sabía queera verdad.

- Estaba a punto de decir quedebería irme -dijo, las palabras saliendode sus labios-. Bueno no irme supongo,porque no tengo ningún lugar a donde irpuesto que estoy ya en mi habitación, yno voy a ninguna parte sino a la cama yeso está solo a unos metros. -Le sonriócomo si eso pudiera remediar elsinsentido que había salido de su boca-.Como dijo -continuó- se está haciendotarde.

Él asintió de nuevo.Y ella tuvo que decir algo más,

porque él no lo iba a hacer.- Buenas noches, entonces. -Él le

devolvió el saludo, pero su voz era tansuave que en realidad no lo oyó, sinoque vio las palabras en sus labios.

Y de nuevo, como sus ojos, cuandola miró, lo sintió. Comenzó en la puntade sus dedos, flotando por sus brazoshasta que se estremeció y exhaló, comosi pudiera liberar la extraña sensacióncon su aliento.

Pero se quedó con ella, haciéndolecosquillas en los pulmones, bailando ensu piel.

Se estaba volviendo loca. Teníaque ser eso. O estaba muy cansada. Muytensa por un día con un príncipe real.

Olivia se adentró en su habitación,estirándose para cerrar la ventana, peroentonces…

- ¡Oh! -sacó la cabeza de nuevo-.¡Sir Harry!

Él miró hacia arriba. No se había

movido de su sitio.- El libro -dijo ella-. Aún lo tiene.Al unísono, ambos miraron la

franja de espacio entre sus edificios.- No va a funcionar muy bien

lanzarlo hacia arriba -dijo ella- ¿no esasí?

Harry movió la cabeza, y sonriósolo un poco, como si supiera que nodebería.

- Deberé visitarla mañana paradevolvérselo.

Y ahí estaba otra vez esa sensaciónde jadeo, toda burbujeante y extraña.

- Lo estaré esperando -dijo Olivia,y cerró la ventana.

Y cerró las cortinas.Y luego soltó un pequeño chichillo,

abrazándose a sí misma.Qué noche tan perfecta había

resultado.

* * *

La tarde siguiente, Harry pusodebajo de su brazo Miss Butterworth yel Barón Loco y se preparó para hacerel extremadamente corto viaje al salónde recibo de lady Olivia. Era, pensómientras caminaba hacia allá, casi lamisma distancia vertical quehorizontalmente. Doce pasos a su planta,otros seis a la calle, ocho hacia la puerta

de ella…La próxima vez contaría los pasos

horizontales también. Sería interesantever cómo se comparaban.

Se había recuperado bastante de sulocura momentánea de la noche anterior.Lady Olivia Bevelstoke eraincreíblemente bella; no era solo suopinión, era un hecho bien aceptado.Cualquier hombre la querría,especialmente uno que había vivido unaexistencia de monje como él habíavivido esos pasados meses.

La llave para la cordura, cada díaestaba más convencido, estaba enrecordar por qué estaba subiendo losescalones delanteros hacia la casa deella. La oficina de Guerra. La Seguridad

Nacional del Príncipe… Ella era sumisión. Winthrop le había ordenado detodo menos meterse en la vida de ella.

No, Winthrop le había ordenadoque se metiese en la vida de ella. Nohabía habido ninguna ambigüedad alrespecto.

Él estaba siguiendo órdenes, sedijo a sí mismo mientras levantaba laaldaba de la puerta. Una tarde conOlivia. Por el rey y la patria.

Y en verdad ella era una vistamalditamente mejor que aquella condesarusa con todo el vodka. Con tal enfoqueen el deber, sin embargo, uno habríapensado que Harry habría estadocomplacido cuando llegó al salón derecibo y vio que lady Olivia no estaba

sola. Su otra misión, el increíblementebien sentado príncipe Alexei de Rusiaestaba justo allí, sentado en frente deella, viéndose petulante.

Debería haber sido conveniente. Enlugar de eso, era molesto.

- Sir Harry -dijo Olivia,regalándole una brillante sonrisamientras entraba al salón-. ¿Recuerda alpríncipe Alexei, no es así?

- Pero por supuesto.Casi tan bien como recordaba a su

gigantesco guardaespaldas, de pie enuna esquina, engañadoramenteencorvado.

Harry se preguntó si el caballeroseguía al príncipe hasta su habitación.Eso tenía que ser incómodo para las

damas.- ¿Qué tiene en la mano? -le

preguntó el príncipe.- Un libro -respondió Harry,

colocando a Miss Butterworth en unamesita auxiliar-. Uno que prometíprestarle a lady Olivia.

- ¿De qué se trata? -exigió elpríncipe.

- Sólo una tonta novela -declaróOlivia-. No creo que me agrade, perome fue recomendada por un amigo.

El príncipe no se veíaimpresionado.

- ¿Qué le gusta leer, Su Majestad? -preguntó Olivia.

- No estaría familiarizada con ello-dijo el príncipe desdeñosamente.

Harry observó a Oliviadetenidamente. Ella era buena en esto,notó, esta comedia que se hacía pasarpor reunión social. Apenas hubo undestello de irritación en sus ojos antesde que lo suprimiera, con una expresióntan perfectamente agradable y radianteque tenía que ser sincera. Excepto que élsabía que no lo era.

- Aun así me gustaría oír sobre suselecciones de lectura -dijocordialmente-. Disfruto aprendiendosobre otras culturas.

El príncipe se volvió hacia ella, yal hacerlo le dio la espalda a Harry.

- Uno de mis ancestros era un granpoeta y filósofo. El príncipe AntiokhDmitrievich Kantemir.

Harry encontró esto muyinteresante; era bien conocido (entreaquellos que sabían sobre la culturaRusa) que Kantemir había muertocaballero.

- También leí recientemente todaslas fábulas de Iván Krylov -continuóAlexei-. Todo ruso con educación debehacerlo.

- Tenemos escritores así también -comentó Olivia-. Shakespeare. Todo elmundo lee Shakespeare. Creo que seríacasi desleal a la patria no hacerlo.

El príncipe se encogió de hombros.Su opinión de Shakespeare,aparentemente no era favorable.

- ¿Ha leído a Shakespeare? -preguntó Olivia.

- He leído algo de él en francés -dijo-. Pero prefiero leer en ruso.Nuestra literatura es mucho másprofunda que la suya.

- Yo leí Pobre Liza

[3]-dijo Harry, aunque sabía quedebería haber mantenido la bocacerrada. Pero el príncipe era un imbéciltan presuntuoso. Era difícil no tratar defastidiarlo. El Príncipe Alexei se volvióhacia él con sorpresa no disimulada-.No sabía que Bednaya Liza había sidotraducida al inglés.

Harry no lo sabía tampoco, lohabía leído en ruso hacía años. Pero yahabía cometido un error apresurado estatarde. No iba a cometer otro, por lo

tanto dijo:- Creo que estoy pensando en el

libro correcto. El autor es… oh, nopuedo ubicarlo… comienza con una Kcreo. ¿Karmazanon?

- Karamzin -dijo el príncipebruscamente-. Nikolai Karamzin.

- Sí, ese -dijo Harry, su tonodespreocupado a propósito-. Pobrechica campesina queda arruinada por unnoble, ¿correcto?

El príncipe asintió secamente.Harry se encogió de hombros.- Alguien debe haberlo traducido

entonces.- Tal vez trate de encontrar una

copia -dijo el príncipe-. Podríabeneficiar mi inglés.

- ¿Es muy conocido? -preguntóOlivia-. Me encantaría leerlo, sipodemos hallar una copia en inglés.

Harry le dio una mirada turbia.Ésta era la misma mujer que habíadeclarado no gustarle Henry V, MissButterworth y el Barón Loco.

Hubo la más mínima pista de calmaen la conversación antes de que Oliviadijera:

- Acabo de pedir el té antes de quellegara, Sir Harry. ¿Nos acompañará?

- Estaría encantado.Harry tomó asiento frente al

príncipe, dándole una sosa sonrisa.- Debo confesar -dijo Olivia- que

soy terrible con los idiomas. Miinstitutriz se desesperaba con mi

dominio del francés. Tengo tantaadmiración por aquellos que puedenhablar más de una lengua. Su inglés esverdaderamente espléndido, Su Alteza.

El príncipe reconoció su cumplidocon un asentimiento.

- El príncipe Alexei habla francéstambién -dijo Olivia a Harry.

- Igual que yo -respondió, ya queno parecía haber muchas razones paraesconderlo. El príncipe tal vez podríadejar salir algo en ruso, pero nunca loharía en francés; había demasiadaspersonas que hablaban francés enLondres. Además, después de tantosaños en el Continente, se habría vistoextraño que no hubiese aprendido algúnlenguaje.

- No me había dado cuenta -dijoOlivia-. Tal vez los dos puedanconversar. O tal vez no. -Dejó salir unapequeña risa-. Tiemblo de terror por loque puedan decir acerca de mí.

- Sólo los más profundoscumplidos -dijo suavemente el príncipe.

- Dudo que mis habilidades seequiparen con las de Su Alteza -mintióHarry-. Sería una conversaciónfrustrante para ambos, estoy seguro.

De nuevo, una pausa, de nuevo,Olivia saltó a la brecha.

- Tal vez pueda decir algo paranosotros en ruso -le dijo al príncipe-.No estoy segura de haber oído nunca elidioma en voz alta. ¿Lo ha oído usted SirHarry?

- Creo que sí -murmuró.- Oh, por supuesto que sí, durante

su tiempo en el continente. Me imaginoque debe haber oído cualquier númerode idiomas.

Harry asintió educadamente, peroella ya había vuelto a Alexei.

- ¿Diría algo? El francés sí loreconozco, aun si apenas puedo entenderuna palabra. Pero el ruso… bueno, notengo idea de cómo suena. ¿Es un pococomo el alemán?

- Nyet -replicó el príncipe.- ¡Ny-oh! -emitió Olivia- Eso debe

significar no.- Da -dijo el príncipe.- ¡Y eso debe ser sí!Harry no estaba seguro de si estaba

divertido o asqueado.- Diga algo más -urgió-. No puedo

realmente oír el ritmo del idioma consimples monosílabos.

- Muy bien -dijo el príncipe-.Déjeme ver…

Esperaron pacientemente mientrasel príncipe pensaba en algo que decir.Después de unos momentos, habló. YHarry decidió que nunca había odiado aotro ser humano como odiaba alpríncipe Alexei Gomarovsky de Rusia.

- ¿Qué fue lo que dijo? -preguntóOlivia con una sonrisa expectante.

- Sólo que es más bella que losocéanos, el cielo y la niebla.

O dependiendo de la traducción,voy a bombearte hasta que grites.

- Eso es tan poético -murmuróOlivia.

Harry no confiaba en sí mismo parahablar.

- ¿Puede decir algo más? -suplicóOlivia.

El príncipe objetó:- No puedo pensar en nada más…

¿cómo lo llaman ustedes?Ofensivo.- Delicado -terminó el príncipe,

viéndose extremadamente complacidocon su elección de palabra-. Losuficientemente delicado para usted.

Harry tosió. Era eso o una arcada.En verdad, debía haber sonado como unpoco de ambos porque Olivia lo mirócon una expresión de pánico. Él no

podía hacer nada sino poner sus ojos enblanco en respuesta. Ningún hombrerazonable podría escuchar esasestupideces sin algún tipo de reacción.

- Oh, aquí viene el té -dijo Oliviasonando un poco más aliviada-. Mary,necesitaremos otro juego. Sir Harry hadecidido unírsenos.

Después de que Mary hubiesedejado la bandeja e ido a buscar otrataza, Olivia miró a Harry y dijo:

- No le importa que empiece aservir, ¿no es así?

- Por supuesto que no -dijo, y miróal príncipe casualmente, quien estabaviéndolo con nada menos que unasonrisita de suficiencia.

Harry le dio una mirada igualmente

juvenil en respuesta. No podía evitarlo.Y, razonó, ayudaría a mantener laficción de que era tan sólo otropretendiente celoso. Pero en realidad,¿Alexei pensaba que Olivia señalaba sufavoritismo sirviéndole el té antes deque Harry tuviera una taza?

- ¿Disfruta nuestro té inglés, SuMajestad? -preguntó Olivia-. Aunquesupongo que no es verdaderamenteinglés. Pero lo hemos hecho nuestro,creo.

- Encuentro que es una costumbremuy agradable -dijo el príncipe.

- ¿Toma leche?- Por favor.- ¿Azúcar?- Sí.

Ella preparó su taza, hablandomientras le ponía el azúcar.

- Sir Harry recientemente me dijoque el té era lo que más extrañabamientras servía en el ejército.

- ¿Es cierto eso? -respondió elpríncipe.

Harry no estaba seguro de conquien estaba hablando el príncipe, perosin embargo, decidió responder él.

- Hubo muchas noches en las quehabría matado por una bebida caliente.

- Supongo que habrá habidomuchas noches en las que habría matadode cualquier forma -dijo el príncipe.

Harry le dio una fría mirada.- Estuve armado en varios

momentos con un sable, un rifle y una

bayoneta. Mataba frecuentemente.El príncipe se encontró con su

mirada fija con igual peso.- Suena como si lo hubiese

disfrutado.- Nunca -dijo Harry bruscamente.Una esquina de la boca del

príncipe se curvó ligeramente.- ¿El mal es a veces necesario para

que florezca el bien, da?Harry lo reconoció con un simple

asentimiento.El príncipe tomó un sorbo de su té,

incluso aunque Harry no había sidoservido aún.

- ¿Practica esgrima, Sir Harry?- Sólo aceptablemente. -Esto era

verdad. No habían tenido un maestro de

esgrima apropiado en Hesslewhite.Como resultado, las habilidades con laespada de Harry eran más militares quecompetitivas. Era mediocre esquivando,pero sabía cómo matar.

- Aquí está esa taza extra -anuncióOlivia tomándola de la doncella quehabía regresado-. Sir Harry toma el suyosin azúcar, ¿no es así?

- Lo recuerda -murmuró.Ella le sonrió, una cosa feliz y

ferviente que flotó a través de él comouna brisa cálida. Se sintió a sí mismosonriendo de vuelta espontáneamente,sin fingir. Ella lo miró y él a ella, y porun momento impresionante estuvieronsolos en la habitación.

Pero entonces ella se giró,

murmurando algo sobre el té. Se ocupó así misma arreglando la taza y él se diocuenta que estaba paralizado por susmanos, adorables y elegantes, y aún asíde alguna forma no tan gráciles. Legustaba eso. Toda diosa necesita susimperfecciones.

Ella miró hacia arriba de nuevo yvio que él la había estado mirando.Sonrió de nuevo, y entonces él tuvo quehacer lo mismo, y…

Y luego el maldito príncipe tuvoque ir y abrir la boca.

Capítulo 13

C inco cosas que me gustanbastante de Sir Harry Valentine

Por Olivia Bevelstoke

SonrisaIngenioOjosMe hablaría a través de una

ventana

- ¡Vladimir! -gritó de repente elpríncipe, haciendo que a la lista deOlivia le fallara la sintaxis. Vladimir

inmediatamente cruzó la habitaciónhacia el príncipe Alexei, quien emitió loque ciertamente sonaba como una ordenen ruso. Vladimir gruñó su asentimientoy añadió su propio incomprensibletorrente de palabras.

Olivia miró a Harry. Estabafrunciendo el ceño. Supuso que ellamisma también lo estaba haciendo.

Vladimir emitió otro brusco sonidoy regresó a su esquina, y Harry quienhabía estado viendo todo el intercambio,miró al príncipe y dijo:

- Él es muy conveniente.El príncipe Alexei le dio una

mirada aburrida.- No entiendo qué quiere decir.- Él viene y va, y hace cualquier

cosa que usted diga…- Ése es su propósito.- Bueno, por supuesto. -Harry dejó

que su cabeza se inclinara ligeramentehacia un lado. Un encogimiento dehombros sin moverlos era lo que era, yera solo descuidado en apariencia-. Nodije que fuera de otra forma.

- Es necesario que aquellos conestatus real viajen con asistentes.

- Estoy totalmente de acuerdo -replicó Harry, pero su tono agradablesólo parecía molestar más al príncipe.

- Aquí esta su té -interrumpióOlivia, sosteniendo la taza hacia Harry.Él la tomó, agradeciéndole en voz bajaantes de tomar un sorbo.

- Tomo la mía de la misma forma

que Sir Harry -dijo a nadie enparticular-. Solía tomarlo con azúcar,pero he descubierto que le perdí elgusto.

Harry la miró con una curiosaexpresión. Olivia no estaba sorprendida;no podía recordar la última vez quehabía hecho una conversación tanaburrida. Pero seguramente él se habíadado cuenta de que ella no tenía opción.Olivia tomó un profundo aliento,tratando de navegar en el trasfondo de laconversación. Los dos hombres sedetestaban, eso estaba muy claro, perohabía estado antes en habitaciones conpersonas que se habían detestado.Usualmente no era tan palpable.

Y mientras a ella le gustaba pensar

que todo era por celos sobre ella, nopodía evitar sentir que había algo másen marcha.

- No he salido todavía hoy -dijo, yaque el tiempo era siempre una buenadistracción en la conversación-. ¿Hacecalor?

- Creo que va a llover -dijo elpríncipe.

- Oh, bueno, así es Inglaterra paraustedes, ¿no es así? Si no está lloviendoestá diluviando. Y si no estádiluviando…

Pero éste ya había movido suatención a su rival.

- ¿Dónde está su hogar, Sir Harry?- Últimamente, en la puerta de al

lado -dijo Harry alegremente.

- Creí que los aristócratas inglesestenían grandes hogares en el campo.

- Así es -replicó Harryafablemente-. Sin embargo, yo no soy unaristócrata.

- ¿Cómo está el té? -preguntóOlivia un poco desesperada.

Ambos hombres gruñeron enrespuesta. Ninguna respuesta fue de másde una sílaba. Y ninguna sílaba eraparticularmente inteligible.

- Pero le llaman Sir -dijo elpríncipe Alexei.

- Cierto -replicó Harry, sin versepara nada preocupado por su falta deestatus-. Pero eso no me hace unaristócrata.

Los labios del Príncipe Alexei se

curvaron ligeramente.- Los baronets no son considerados

parte de la aristocracia -explicó Olivia,dándole una mirada de disculpa a Harry.Era verdaderamente maleducado porparte del príncipe molestar a Harryacerca de su bajo rango, pero tenía quehacer concesiones por las diferenciasculturales.

- ¿Qué es «baronet»? -preguntó elpríncipe.

- Infinitamente en el medio -replicóHarry con un suspiro-. Un poco como elpurgatorio, en realidad.

Alexei se volvió hacia Olivia.- No lo entiendo.- Él dice, o al menos creo que

quiere decir -le dio una mirada de

fastidio a Harry porque no tenía idea delo que él creía que estaba haciendo,antagonizando a propósito con elpríncipe…- que los baronet no son partede la aristocracia, aún así, tienen untítulo. Por eso le llaman Sir.

El príncipe Alexei aún se veíaconfundido, así que Olivia le explicó.

- En orden de rango, por debajo dela realeza por supuesto, están los duquesy las duquesas, los marqueses y lasmarquesas, los condes y las condesas,los vizcondes y las vizcondesas, yfinalmente los barones y las baronesas -se detuvo-. Luego los baronets y susesposas, pero son considerados parte dela alta burguesía.

- Tan bajo -murmuró Harry

divirtiéndose con esto ahora-. Metros ymetros por debajo de alguien comousted.

El príncipe lo miró sólo por unsegundo, pero fue lo suficientementelargo para que Olivia viera el disgustoen sus ojos.

- En Rusia, la aristocracia proveede estructura a la sociedad. Sin nuestrasgrandes familias, nos derrumbaríamos.

- Muchos se sienten de la mismaforma aquí -dijo Olivia cortésmente.

- Habría… como lo dicenustedes…

- ¿Una revolución? -dijo Harry.- ¿Caos? -adivinó Olivia.- Caos -seleccionó Alexei-. Sí, eso

es. No le temo a la Revolución.

- Todos seríamos sabios enaprender de las experiencias de losfranceses -dijo Harry.

El príncipe Alexei se giró hacia élcon fuego en los ojos.

- Los franceses fueron estúpidos.Permitieron que la burguesía tuvierademasiadas libertades. No cometemosese error en Rusia.

- Tampoco tememos a laRevolución en Inglaterra -dijo Harrysuavemente- aunque creo que porrazones diferentes.

Olivia retuvo el aliento. Harryhabía hablado con una convicción tantranquila, en gran contraste con laligereza de antes. Su tono serio no podíaevitar sino capturar el momento. Incluso

el príncipe Alexei detuvo y se volvióhacia él con una expresión que era…bueno, no respeto exactamente, ya queclaramente no apreciaba el comentario.Pero tal vez había alguna clase deapreciación, un reconocimiento de Harrycomo un oponente digno.

- Nuestra conversación se volviómuy seria -declaró Olivia-. Esdemasiado temprano para tal charla.

Y cuando eso falló en cosechar unarespuesta inmediata, añadió:

- No puedo soportar lasdiscusiones políticas cuando el sol estábrillando.

En realidad, lo que no podíasoportar era ser vista como unacompleta tonta. Adoraba las discusiones

políticas, en cualquier momento del día.Y el sol tampoco estaba brillando.- Somos muy groseros -dijo el

Príncipe Alexei, levantándose de suasiento. Fue hacia ella y se puso sobreuna rodilla, dejándola sin palabras.¿Qué está haciendo?

- ¿Puede perdonarnos? -murmuró,tomando su mano.

- Yo… yo…Se llevó sus nudillos a los labios.- Por favor.- Por supuesto -dijo Olivia

finalmente-. No pasa…- Nada -dijo Harry-. Creo que esa

es la palabra que está buscando.Ella lo habría mirado si hubiese

podido ver alrededor de Alexei, quien

estaba en ese momento llenando sucampo de visión entero.

- Por supuesto que está perdonado,Su Alteza -dijo-. Estoy siendo una tonta.

- Es el derecho de toda mujerhermosa el ser tonta cuando lo desee.

El príncipe se movió en ese punto,y Olivia captó un vistazo del rostro deHarry. Se veía como si fuese a vomitar.

- Debe tener muchas citas aquí enLondres -dijo Harry, una vez que Alexeihubo tomado asiento.

- Me serán otorgados variospremios -dijo, viéndose confundido ymolesto por el cambio de tema.

Olivia saltó para traducir.- Creo que lo que quiere decir Sir

Harry es que debe tener muchos

compromisos, mucha gente que conocer.- Sí -dijo Alexei.- Sus días deben estar muy

ocupados -añadió Harry, su voz consólo un toque de impresión y adulación.Olivia frunció el ceño. Tenía lasensación de que sabía qué tramaba y noterminaría bien.

- Debe llevar una vida muyemocionante -dijo rápidamente, tratandode cambiar la conversación.

Pero Harry no se iba a desviar.- Hoy, por ejemplo -reflexionó-.

Debe tener una agenda increíble. Cuánhonrada debe estar lady Olivia de que setome el tiempo de verla.

- Siempre sacaría tiempo para ladyOlivia.

- Es incluso más que generoso consu compañía -dijo Harry-. ¿De qué loapartamos esta tarde?

- Ustedes no me apartan de nada.Harry le dio una sabia sonrisa, solo

para demostrar que el insulto, aunquenotado, no había escocido.

- ¿En dónde más podría estar estatarde, Su Alteza? ¿Con el embajador?¿Con el Rey?

- Podría estar donde lo deseara.- Tal es el privilegio de la realeza -

reflexionó Harry.Olivia se mordió el labio

nerviosamente. Vladimir habíacomenzado a acercarse y si iba a haberviolencia, Harry no iba a salirvictorioso.

- Estoy tan honrada con supresencia -dijo Olivia, la única oraciónque pudo pensar tan rápidamente.

- Bueno, gracias -bromeó Harry.- Basta -verbalizó.- ¿Por qué? -verbalizó de vuelta.- Creo que están hablando sin mí -

dijo Alexei furioso.Vladimir se movió más cerca.- Oh, por supuesto que no -le

aseguró Olivia-. Tan solo estabatratando de recordarle a Sir Harry quesu primo está… ehm… esperándolopara, eh, una reunión.

Alexei se veía muy dudoso.- ¿Dijo todo eso?Olivia podía sentir su piel

encendiéndose.

- Un poco de eso -murmuró.- En verdad tengo que irme -dijo

Harry abruptamente, levantándose.Olivia también se levantó.- Por favor, permítame escoltarlo a

la puerta -dijo, tratando de que nosonara como si lo estuviese diciendocon los dientes apretados.

- Por favor, no se moleste -replicó-. No soñaría en pedirle a una dama tanbella que se levantara.

Olivia palideció. ¿Alexei se habíadado cuenta de que Harry se estababurlando de él? Ella miró al príncipe,tratando de no ser tan obvia al respecto.El príncipe no parecía haber notado laofensa; de hecho, se veía bastantecomplacido. Eso era, se veía

complacido en una dura y reservadaforma. Tal vez satisfecho era una mejordescripción.

Harry salió solo, privando a Oliviade la oportunidad de decirleexactamente qué pensaba de sucomportamiento infantil. Ella agarrófuertemente el borde del cojín del sofádebajo de ella, bullendo. Él no seescaparía tan fácilmente. No tenía ideade lo que significaba permitir la ira deuna mujer enconarse. Lo que fuera quetuviera que decirle a él, sería menosbonito esta noche de lo que hubiese sidoesa tarde.

Mientras tanto, sin embargo, aúnhabía un príncipe a quien atender. Elpríncipe se sentó frente a ella, su

expresión entre satisfecho y petulante.Estaba complacido de que Harry sehubiese ido y probablemente inclusomás complacido de que ella estuvieraahora sola con él.

Y Vladimir. Uno realmente nopodía olvidarse de Vladimir.

- Me pregunto dónde estará mimadre -dijo Olivia, porque realmenteera extraño que no hubiese hecho unaaparición. La puerta al salón derecepción había sido dejadaapropiadamente abierta todo el tiempo,así que su presencia no era necesariacomo chaperona, pero Olivia habríapensado que ella querría recibir alpríncipe.

- ¿Es necesario que ella esté aquí?

- Bueno, no en realidad -Oliviamiró hacia la puerta abierta-. Huntleyestá justo allí en el pasi…

- Me alegro de que estemos solos.Olivia tragó, insegura de qué decir.Él sonrió un poco, pero sus ojos se

hicieron más intensos.- ¿Está nerviosa de estar a solas

conmigo?No lo estaba hasta ahora.- Por supuesto que no -dijo-. Sé

que es un caballero. Y además, noestamos solos.

Él parpadeó varias veces y luegorió abruptamente.

- ¿Quiere decir Vladimir?Olivia sintió sus ojos dispararse a

través de la habitación, desde el

príncipe a su asistente, y luego de vueltavarias veces.

- Bueno sí -dijo vacilante-. Élestá… justo allí. Y…

Alexis barrió su preocupación.- Vladimir es invisible.Su inquietud creció.- No lo entiendo.- Es como si no estuviera aquí. -Él

le sonrió, y no en una forma que lahiciera sentir cómoda-. Si así es comolo deseo.

Los labios de Olivia se separaron,pero no tenía absolutamente nada quedecir.

- Por ejemplo -continuó Alexei- sifuera a besarla…

Olivia jadeó.

- …sería lo mismo que siestuviéramos solos. Él no se lo diría anadie y usted no se sentiría más… comolo dicen… incómoda.

- Creo que debería irse, Su Alteza.- Me gustaría besarla primero.Olivia se levantó, golpeando la

mesa con sus espinillas.- Eso no será necesario.- No -dijo, levantándose también-.

Creo que es necesario. Parademostrarle.

- ¿Para demostrarme qué? -dijo,incapaz de creer que estuviese haciendoesa pregunta.

Él gesticuló hacia Vladimir.- Que es como si él no estuviese

allí. Debo tener protección en todo

momento. Él siempre está conmigo.Incluso cuando… no debo decirlo enfrente de una dama.

Había bastante ya que no deberíahaber dicho delante de una dama. Oliviase escabulló por el borde del sofá,tratando de escapar del área hacia lapuerta, pero el príncipe le estababloqueando el camino.

- La besaré en la mano -dijo.- ¿Qu… qué?- Para probarle que soy un

caballero. Creyó que iba a hacer algomás, pero la besaré en la mano.

Olivia se sintió como si se leestuviese cerrando la garganta. Su bocaestaba abierta, pero no parecía estarrespirando. La había desconcertado

completamente.Él tomó su mano. Olivia aún estaba

demasiado impresionada para retirarla.Besó sus dedos apretando los de ellamientras la liberaba.

- La próxima vez -dijo-. La besaréen la boca.

- Oh, Dios querido.- ¡Vladimir! -Alexei dejó salir un

torrente corto en ruso y su sirviente vinoinmediatamente a su lado. Olivia estabahorrorizada al darse cuenta de que élestaba allí, aunque estaba bastantesegura que esto era sólo porque habíaestado tan sorprendida por laconversación escandalosa del príncipe.

- La veré esta noche -le dijoAlexei.

- ¿Esta noche? -repitió.- ¿Usted asiste a la ópera, no es

así? La flauta mágica. Es la primerapresentación de la temporada.

- Yo… yo… -¿Iba a ir a la ópera?No podía pensar correctamente. Unpríncipe real había intentado seducirlaen su propio salón de recepción. O almenos , en alguna forma, lo habíaintentado. En presencia de su criadogigante.

Seguramente se había quedado unpoco desconcertada.

- Hasta entonces, lady Olivia. -Elpríncipe Alexei salió del salón,Vladimir despertándose. Y todo lo queOlivia podía pensar era, necesitohablarle a Sir Harry sobre esto.

Excepto que estaba furiosa con él.¿No era así?

Capítulo 14

Harry estaba de mal humor. El díahabía comenzado perfectamente bien, yde hecho había prometido toda clase dealegrías, hasta que deambulandotranquilamente por el salón de RudlandHouse se encontró con el príncipeAlexei Gomarovsky, aparentementedescendiente del poeta más famoso deRusia.

O si no el más famoso, entonces losuficientemente famoso.

Después tuvo que ver a Oliviaadular al patán.

Después tuvo que estar allí y fingirque no entendía cuando el hijo de perradijo que quería ultrajarla. Y despuéstuvo que olvidarse del maldito príncipesaliendo con algunas tonterías sobre elcielo y la niebla.

Y después, cuando estaba en casa,tratando de averiguar qué hacer con lasegunda declaración del príncipe enruso, que había sido una orden al«siempre encantador» Vladimir para quele investigara, había recibido órdenespor escrito del Ministerio de Guerrapara que asistiera esa noche al debut deLa Flauta Mágica, lo que habría sidomaravilloso, si hubiera sido capaz dever el escenario en vez de su nuevapersona menos favorita, el susodicho

Alexei de Rusia.Entonces, el maldito príncipe había

dejado la ópera temprano. Salióexactamente cuando La Reina de laNoche comenzaba su aria. Se trataba de«La venganza del infierno bulle en micorazón», por amor de Dios. ¿Por quétuvo que salir en el comienzo de «Lavenganza del infierno bulle en micorazón»?

La venganza del infierno, decidióHarry, estaba bullendo en su corazóntambién.

Había seguido al príncipe (y alsiempre presente y cada vez másamenazante Vladimir) todo el caminohasta Madame La Roux, donde elpríncipe Alexei presuntamente participó

de los favores de una dama o tres.En ese momento, Harry había

decidido que estaba en su perfectoderecho de irse a casa. Cosa que hizo,pero no antes de quedar empapado en unaguacero monstruosamente corto peroviolento. Lo que motivó que cuandollegó a casa y encogió los hombros paraquitarse el abrigo y los guantesempapados, únicamente pensara en unbaño caliente. Podía ver en su mente elvapor de la superficie. Su pielcosquilleaba por el calor, casidolorosamente, hasta que su cuerpo seadaptase a la temperatura. Sería el cielo.El Cielo bullendo en una tina.

Pero era bastante seguro que elcielo no iba a ser suyo, al menos no esta

noche. Su abrigo estaba todavíacolgando en su brazo cuando sumayordomo entró en el vestíbulo y leinformó de que había llegado una cartapara él por mensajero especial y estabaesperando en su escritorio.

Se dirigió a su oficina, con los pieschapoteando en sus botas, sólo paradescubrir que el mensaje no conteníaabsolutamente nada de inmediataimportancia, sólo unos pocos retazos detrivialidades para llenar los vacíos en lahistoria del príncipe. Harry gimió y seestremeció, deseando que hubiera unfuego al que echar la ofensiva misiva.Entonces podría ponerse frente a éltambién. Estaba tan frío y húmedo y tancondenadamente molesto con todo.

Y entonces levantó la vista.Olivia. En su ventana, mirándole.

En realidad, todo esto era culpa de ella.O por lo menos la mitad. Fue hacia suventana y tiró hacia arriba. Ella hizo lomismo.

- He estado esperándole -dijo ella,antes de que él pudiera hablar-. ¿Dóndeha… qué le ha sucedido?

En el compendio de preguntasestúpidas, decidió que ésta estaría muyarriba. Sus labios probablementeestarían todavía azules del frío, y nohabía manera de que pudiera decir todoeso.

- Llovió -ladró.- ¿Y usted decidió ir a dar un

paseo?

Se preguntó si, con un esfuerzosobrehumano, sería capaz deestrangularla desde aquí.

- Necesito hablar con usted -dijoOlivia.

Harry se dio cuenta de que nosentía los dedos de los pies.

- ¿Tiene que ser ahora?Ella se echó hacia atrás, luciendo

terriblemente ofendida.Lo que hizo poco para mejorar su

temperamento. Pero aún así, elcomportamiento caballeroso debía deformar parte de él desde niño, porque apesar de que debería haber cerrado laventana, en su lugar explicó conmordacidad

- Tengo frío. Estoy mojado. Y estoy

de muy mal humor.- ¡Bueno, también yo!- Muy bien -fundamentó él-. ¿Está

usted agitada?- ¿Agitada? -repitió ella con sorna.Harry levantó una mano. Si ella iba

a discutir sobre su elección de palabras,él había terminado con ella.

Olivia debía haber elegido unabatalla diferente, porque se puso lasmanos en las caderas, y le dijo:

- Está bien, ya que lo pregunta,usted es la causa de mi agitación.

Esto sí que era bueno. Esperó unmomento y luego dijo, con sarcasmo yagua de lluvia goteando a partes iguales:

- ¿Y…?- Y su comportamiento de esta

tarde. ¿En qué estaba pensando?- ¿Qué hice?Ella se asomó por la ventana y le

señaló con un dedo.- Usted estuvo provocando

deliberadamente al príncipe Alexei.¿Tiene usted alguna idea de la difícilsituación en la que me puso?

Él la miró un momento y luego dijosimplemente:

- El hombre es un idiota.- No es un idiota -dijo Olivia con

irritación.- Es un idiota -dijo Harry otra vez-.

No se merece ni lamer sus pies. Ustedme lo agradecerá algún día.

- No tengo ninguna intención depermitir que me laman nada -replicó

ella, luego se puso completamente rojacuando se dio cuenta de lo que habíadicho.

Harry empezó a no sentir tanto frío.- No tengo ninguna intención de

permitir que me corteje -dijo ella, convoz baja pero extrañamente suficientecomo para llegar hasta él con todas lassílabas claras como el cristal-. Pero esono quiere decir que pueda ser maltratadoen mi casa.

- Muy bien. Lo siento. ¿Estásatisfecha?

Ella se sorprendió en silencio porsu disculpa, pero su triunfo fue efímero.Después de no más de cinco segundosde su apertura y cierre de boca, dijo:

- No creo que lo sienta.

- ¡Por el amor de Dios! -explotó él.No podía creer que estuviera actuandocomo si hubiera hecho algo malo. Sóloestaba siguiendo las malditas órdenesdel maldito Ministerio de Guerra. Y aunteniendo en cuenta el hecho de que ellano tenía idea de que él tenía órdenes queseguir, era ella la que había pasado latarde arrullando a un hombre que lahabía insultado tan profundamente.

No es que ella lo supiera, tampoco.Sin embargo, cualquiera con una

pizca de sensatez podía distinguir que elpríncipe Alexei era un pequeño sapograsiento. Muy bien, uno muy guapo,tampoco un pequeño sapo, pero un sapodespués de todo.

- ¿Por qué está tan disgustado? -

exigió Olivia.Era una maldita cosa buena que no

estuvieran frente a frente, porque élhubiera hecho… algo

- ¿Por qué estoy tan disgustado? -prácticamente escupió-. ¿Por qué estoytan disgustado? Porque yo… -Pero sedio cuenta que no podía decirle quehabía sido forzado a abandonar la óperatemprano. O que había seguido alpríncipe a un burdel. O que… No, él nopodía decirle esa parte-. Estoyempapado hasta los huesos, cadacentímetro de mí está tiritando, y estoydiscutiendo con usted a través de unaventana cuando podría estar en un bañocaliente.

La última frase le salió un poco

como un bramido, lo que probablementeno era lo más acertado, dado quetécnicamente estaban en público. Ellaguardó silencio, por fin, y luego, en vozbaja, dijo:

- Muy bien.¿Muy bien? ¿Eso era todo? ¿Ella

terminaba con un «muy bien»?Y entonces, como un idiota, se

quedó allí. Olivia le había dado laoportunidad perfecta para despedirse deella, cerrar la ventana, y marcharseescaleras arriba hasta el baño, pero élse quedó allí. Mirándola.

Observando la forma en que serodeaba el cuerpo con los brazos, comosi estuviera fría. Mirando su boca, queno podía ver con claridad en la

penumbra, y sin embargo de algunamanera supo el momento preciso en queella juntó los labios, apretando lasesquinas con emoción oculta.

- ¿Dónde estaba usted? -preguntóella.

No podía dejar de mirarla.- Esta noche -aclaró-. ¿A dónde fue

que está tan mojado?Bajó la vista hacia sí mismo, como

si sólo en ese momento recordara queestaba empapado. ¿Cómo era posible?

- Fui a la ópera- le dijo.- ¿Ah sí? -Ella se abrazó con más

fuerza, y aunque no podía estar seguro,parecía como si se hubiera movido unpoco más cerca de la ventana-. Yo teníaque asistir -dijo-. Yo quería ir.

Él también se situó más cerca de suventana.

- ¿Por qué no fue?Ella vaciló, su atención se dispersó

por un momento antes de volver, cuandodijo:

- Si quiere saberlo, yo sabía que elpríncipe estaría allí, y no quería verle.

Ahora esto se está poniendointeresante. Harry se acercó más a laventana, entonces llamaron a la puerta.

- No se mueva -pidió, señalandohacia ella. Cerró la ventana, y luego sedirigió a la puerta y la abrió.

- Su baño está listo, señor -anunciósu mayordomo.

- Gracias. ¿Podría usted, ah, hacerque se mantenga el vapor? Voy a tardar

unos minutos más.- Voy a dar instrucciones los

lacayos para que dejen el agua en lacocina. ¿Desea una manta, señor?

Harry se miró las manos. Eracurioso, no podía sentirlascompletamente.

- Er, sí. Eso sería maravilloso.Gracias.

- Voy a buscarla.Mientras que el mayordomo se iba

en busca de una manta, Harry seapresuró a regresar a la ventana y tirópara abrirla. Olivia ya estaba deespaldas a él. Estaba sentada en elborde de la ventana, inclinándoselevemente contra el lateral. Ella tambiénhabía pedido una manta, se dio cuenta,

algo azul suave, esponjoso y… Negócon la cabeza. ¿Qué le importaba lamanta?

- Un minuto más -llamó-, no tevayas.

Olivia miró al oír su voz, justo atiempo para ver cerrarse la ventana denuevo. Esperó alrededor de mediominuto, y él estaba de vuelta, la maderade la ventana raspaba a medida que laempujaba hacia arriba.

- Oh, también tiene una manta -dijoella, como si eso fuera algo importante.

- Bueno, tenía frío -dijo él, tambiéncomo si eso fuera importante. Sequedaron callados un buen rato, y luegole preguntó-: ¿Por qué no quiere ver alpríncipe?

Olivia se limitó a sacudir lacabeza. No porque no fuera cierto, sinoporque realmente no pensaba quepudiera hablar con él sobre ello. Lo cualera extraño, porque esa tarde, loprimero que había pensado era que teníaque hablarle sobre el comportamientoextraño del príncipe Alexei. Pero ahora,ventana a ventana, con él mirándola conojos oscuros e insondables, no sabía quédecir. O cómo decirlo.

- No es importante -se decidiófinalmente.

Él no dijo nada inmediatamente.Cuando lo hizo, su voz fue baja, con unfilo que la dejó sin aliento.

- Si la hizo sentirse incómoda, esmuy importante para mí.

- Él… él… -Ella seguía moviendola cabeza mientras hablaba, hasta quefinalmente consiguió quedarse quieta ydecir-, él acababa de decirme algoacerca de besarme. No es nada enrealidad.

Había estado evitando mirar aHarry, pero ahora lo hizo. Él no semovía.

- No es la primera vez que uncaballero lo ha hecho -añadió. Decidióno hablar de la parte de Vladimir.Francamente, se sentía aprensiva sólo depensar en ello.

- ¿Harry? -llamó hacia abajo.- No quiero que lo vea de nuevo -

dijo en voz baja.Su primer pensamiento fue decirle

que él no tenía autoridad sobre ella. Y,en efecto, abrió la boca, las palabrasestaban en la punta de los labios. Peroluego recordó algo que él le habíadicho. Había estado tomándole el pelo,o tal vez no. Tal vez sólo estababromeando cuando le dijo que ella nosiempre pensaba antes de hablar. Estavez iba a pensar.

Ella no quería ver al príncipe denuevo, tampoco. ¿Qué significado teníaprotestar su manifestación cuando ambosquerían lo mismo?

- No sé si tendré opción -dijo. Eracierto. A no ser que se atrincherase ensu habitación, no tenía manera deevitarle.

Harry miró hacia arriba, sus ojos

mortalmente serios.- Olivia, no es un buen hombre.- ¿Cómo lo sabe?- Acabo… -Se pasó la mano por el

pelo, dejando escapar lo que sonabacomo un suspiro de frustración-. Nopuedo decirle cómo lo sé. Quiero decir,no sé por qué lo sé. Es algo masculino.Es lo que puedo decirle.

Ella le miró, tratando de descifrarsus palabras. Harry cerró los ojosdurante un momento, frotándose la frentecon ambas manos. Por último, miróhacia arriba y dijo:

- ¿No sabe las cosas que otrasmujeres dicen sobre que los hombresson demasiado cortos de entendederas?-Ella asintió con la cabeza. Él tenía

razón. Bastante, en realidad-. Sólomanténgase alejada de él. Prométamelo.

- No puedo prometerle eso -dijoella, aunque deseaba poder hacerlo.

- Olivia…- Puedo prometer que lo intentaré.

Usted sabe que es lo máximo que puedohacer.

Él asintió.- Muy bien.Hubo un silencio dubitativo,

nervioso, y luego Olivia dijo:- Tiene que ir al baño. Está

temblando.- Usted también -dijo Harry en voz

baja.Lo estaba. Ella no se había dado

cuenta, no se había percatado de que

estaba temblando, pero ahora… ahoraque lo sabía… parecía empeorar. Yluego… lo que es peor… pensó quepodría llorar, pero no tenía idea de porqué. Estaba allí, dentro de ella.Demasiado sentimiento. Demasiado…Simplemente demasiado. Erasimplemente demasiado.

Ella asintió bruscamente.- Buenas noches -dijo,

rápidamente. Las lágrimas estaban allí,demasiado cerca, y no quería que él lasviera.

- Buenas noches -dijo él, peroOlivia había logrado bajar su ventanaantes de que terminara. Y luego corrióhacia la cama y hundió la cara en laalmohada.

Pero no lloró. A pesar de que ahoraquería. Y todavía no sabía por qué.

* * *

Harry mantuvo la manta cerradamientras salía de su despacho. Ya noestaba tan frío, pero se sentía muy mal.Tenía una inquietante sensación de vacíoen el pecho, y parecía intensificarse concada respiración, deslizándose hasta lagarganta, tensó los hombros para arribaen un gesto tenso, inflexible.

No hacía frío, se dio cuenta. Eramiedo.

El príncipe Alexei había asustado aOlivia hoy. Harry no estaba seguro dequé era exactamente lo que había dichoo hecho, y sabía que ella iba a minimizarsus sentimientos si presionaba aún mássobre ellos, pero algo extraño le habíaocurrido. Y volvería a ocurrir, si alpríncipe se le daba rienda suelta.

Harry se movió a través delvestíbulo, sosteniendo la manta con lamano izquierda mientras utilizaba laderecha para frotarse la parte posteriordel cuello. Tenía que calmarse.Necesitaba recuperar el aliento y pensarcon claridad. Sería en el baño, ydespués en la cama, donde podríaevaluar tranquilamente evaluar elproblema y…

La puerta de entrada comenzó atraquetear.

Su corazón golpeó en el pecho, ysus músculos se tensaron para actuar,todos los nervios de repente preparadospara la lucha. Ya era tarde. Y él habíaestado fuera siguiendo a rusosmisteriosos. Y… Y él era un idiota. Sialguien iba a irrumpir en su casa, noutilizaría la puñetera puerta principal.Harry volvió sobre sus pasos, giró lacerradura y abrió.

Edward cayó dentro.Harry miró hacia abajo a su

hermano más joven con disgusto.- ¡Por el amor de Dios!- ¿Harry? -Edward miró y

entrecerró los ojos, y Harry quería saber

a quién demonios estaba esperando.- ¿Cuánto has bebido? -exigió

Harry.Edward trató de ponerse de pie,

pero después de un momento abandonó yse sentó justo en el centro del recibidor,parpadeando como si no estuviera muyseguro de cómo se había puesto en esaposición.

- ¿Qué?En cualquier caso, la voz de Harry

se elevó más tranquila. Y más letal.- ¿Cuánto has bebido?- Uhhhh… bueno… -la boca de

Edward se movió, como si estuvieserumiando. Probablemente lo hacía,pensó Harry con disgusto.

- No te molestes -dijo Harry

secamente. ¿Qué importaba cuántasbebidas había tragado Edward? Habíasido suficiente para dejarle sin sentido.Sólo el Señor sabía cómo había podidollegar a casa. No era mejor que supadre. La única diferencia era que SirLionel había pasado la mayor parte desus borracheras en casa. Edward estabahaciendo el asno por todo Londres.

- Levántate -ordenó Harry. Edwardlo miró fijamente, con el rostro blanco-.Levántate.

- ¿Por qué estás tan enojado? -murmuró Edward, intentando cogerleuna mano. Pero Harry no se la ofreció,así que se puso en pie por sí mismo,agarrándose una mesa cercana paraequilibrarse.

Harry luchó por dominar sutemperamento. Quería agarrar a Edwardy sacudirle y sacudirle bien, maldita sea,gritarle que se estaba matando, quecualquier día se moriría de la mismamanera que Sir Lionel, estúpidamente ysolo.

Su padre había caído por unaventana. Se había inclinado demasiado yroto el cuello. En la mesa cercana habíaquedado un vaso de vino y una botellavacía.

O al menos eso le habían dicho.Harry estaba en Bélgica. Había llegadouna carta del abogado de su padre conlos detalles. De su madre no había oídonada.

- Ve a la cama -dijo Harry en voz

baja.Edward se tambaleó y sonrió.- No tengo que hacer lo que dices.- Muy bien entonces -escupió

Harry. Ya había tenido suficiente. Eracomo su padre de nuevo, excepto queahora él podría hacer algo. Podría deciralgo. No tenía que estar allí, impotente,y limpiar lo que otra persona ensuciara-.Haz lo que quieras -dijo, con voz baja yagitada-. Simplemente no vomites en micasa.

- Oh, eso no te gustaría, ¿no escierto? -gritó Edward, tambaleándosehacia adelante y agarrándose a la paredcuando tropezó-. Te gustaría que mefuera, así todo estaría limpio yordenado. Nunca me has querido.

- ¿De qué demonios estáshablando? Tú eres mi hermano.

- ¡Te fuiste! ¡Te fuiste! -casi gritóEdward.

Harry lo miró fijamente.- Me dejaste solo. Con él. Y con

ella. Y nadie más. Tú sabías que Annese iba a casar. Sabías que no tendría anadie.

Harry negó con la cabeza.- Tú te ibas la escuela. Sólo

faltaban unos pocos meses. Me aseguréde ello.

- Oh, eso sólo fue… -la cara deEdward estaba contorsionada y sucabeza se balanceaba, y por un momentoHarry estuvo seguro que iba a vomitar.Pero no, sólo estaba tratando de

encontrar la palabra correcta, la furiosay sarcástica palabra. Y borracho comoestaba, no podía hacerlo-. A ti no… A tino se te ocurrió pensar… -Edward leagitó un dedo, luego lo agitó otra vez-.¿Qué crees que ocurrió cuando él mellevó a la escuela?

- ¡Se suponía que no tenías quedejar que te llevase!

- ¡Cómo lo iba a saber yo! Yo teníadoce años. ¡Doce! -gritó Edward.

Harry recorrió su memoria,tratando de recordar sus despedidas.Pero apenas podía recordar nada.Estaba tan impaciente por irse, paradejar todo atrás. Pero había advertido aEdward, ¿no? Él le había dicho que todoiba a estar bien, que iba a ir a

Hesslewhite, y no tendría que lidiar consus padres. Y le dijo que no dejase quesu padre se acercara a la escuela, ¿no?

- Se orinó en los pantalones -dijoEdward-. En el primer día. Se quedódormido en mi cama y se orinó en lospantalones. Le levanté y se cambió deropa. Pero yo no tenía sábanas derepuesto. Y todo el mundo… -Su voz seahogaba, y Harry pudo ver en su rostroal niño asustado, confundido y solo-.Todo el mundo pensaba que fui yo -dijoEdward-. Espléndida manera deempezar, ¿no te parece? -Él zigzagueóun poco, impulsado por la bravuconería-. Yo fui el chico más popular después deeso. Todo el mundo quería ser mi amigo.

- Lo siento -dijo Harry.

Edward se encogió de hombros, acontinuación, tropezó. Harry extendió lamano y lo agarró en ese momento. Yentonces, no estaba seguro de cómosucedió, o por qué lo hizo, tiró de suhermano. Le dio un abrazo. Uno corto.Sólo durante el tiempo suficiente paraparpadear y hacer retroceder laslágrimas en sus ojos.

- Hay que ir a la cama -dijo Harry,su voz ronca.

Edward asintió con la cabeza, y seinclinó sobre Harry cuando le ayudó enla escalera. Lo hizo bien con los dosprimeros peldaños, pero en el tercerotropezó.

- Lo diento -murmuró Edward,luchando por mantenerse derecho. Se

dejó caer. Igual que su padre.Harry pensó que podría estar

enfermo.No fue rápido, y no fue agradable,

pero finalmente Harry logró tumbar aEdward en su cama, botas incluidas. Lopuso cuidadosamente de lado con laboca cerca del borde del colchón por sivomitaba. Y luego hizo algo que nuncahabía hecho, en todos los años que habíacolocado a su padre en una posiciónsimilar.

Esperó.Se puso de pie junto a la puerta

hasta que la respiración de Edward setranquilizó, e incluso después se quedóallí durante varios minutos más. Porquelas personas no estaban destinadas a

estar solas. Y se suponía que no teníanque tener miedo. O sentirse pequeñas. Yno deberían tener que contar cuántasveces había ocurrido algo malo, y nodebían preocuparse porque podríavolver a ocurrir.

Y mientras estaba allí en laoscuridad, se dio cuenta de lo que teníaque hacer. No sólo por Edward, sinopor Olivia. Y tal vez por él mismo,también.

Capítulo 15

A la mañana siguiente Olivia sesentía no precisamente de mal humor. Laluz del día y el descanso de una buenanoche, parecía poder hacer mucho pararestaurar los espíritus, aun cuando ellano hubiera llegado a grandesconclusiones.

Por Qué Lloraba AnochePor Olivia Bevelstoke

Realmente, no lloraba.Pero tenía la apariencia de eso.

Ella decidió probarlo desde unángulo diferente.

Por Qué No Lloraba AnochePor Olivia Bevelstoke

Suspiró, no tenía ni idea.Pero estaba siempre deprimida. Y

así es que resolvió no pensar acerca deeso, al menos hasta que hubiera logradoconseguir algo para desayunar. Siemprese era más sensata con el estómagolleno.

Estaba en mitad de su rutinamatutina, tratando de sentarse todavíamientras su criada peinaba su cabello,cuando un golpe sonó en la puerta.

- ¡Entre! -lo dijo lo suficientementealto para hacerse escuchar, luegomurmuró a Sally-, ¿ordenaste chocolate?

Sally sacudió la cabeza, y ambasmiraron hacia arriba cuando entró lacriada anunciando que Sir Harry estabaesperándola en el salón de recibo.

- ¿A esta hora de la mañana? Soncasi las diez, apenas amanece, todavíaes inescrupulosamente temprano para lavisita de un caballero.

- ¿Desea que le diga a Huntley queno está disponible?

- No -contestó Olivia. Harry novenía tan temprano sin una buena razón-.Por favor, infórmele que estaré abajoenseguida.

- Pero usted no ha desayunado, mi

lady -dijo Sally.- Estoy segura que no me consumiré

por la falta de un desayuno. -Olivialevantó su barbilla, mirando su reflejoen el espejo, Sally estaba trabajando enalgo como trenzas elaboradas yenvolventes, con clips, y menos de unadocena de alfileres-. ¿Quizá algo mássimple esta mañana?

Los hombros de Sally bajaronbruscamente con decepción.

- Están más que a medio hacer, leaseguro.

Pero Olivia ya se arrancabaalfileres.

- Pienso simplemente en unpequeño moño. Nada elaborado.

Sally suspiró y comenzó a ajustar

el peinado. En cuestión de diez minutos,Olivia estaba lista y dirigiéndoseescaleras abajo, tratando de ignorar elhecho de que la prisa había implicadoque un mechón de sus cabellos ya habíacaído libremente y tuvo que ser sujetadodetrás de su oreja. Cuando llegó al salónde recibo, Sir Harry estaba sentado contodo su esplendor en el otro extremo,junto al pequeño escritorio de laventana.

Él parecía estar… ¿trabajando?- Sir Harry -dijo ella mirándole

con algo de confusión-. Es tan temprano.- He llegado a una conclusión -le

dijo él, poniéndose de pie. Ella le miróimpacientemente. Sonaba tan…definitivo. Él entrelazó sus manos por

delante de su gran porte-. No le puedopermitir estar a solas con el príncipe. -Había dicho lo mismo la noche anterior,pero realmente, ¿qué podía hacer él?-.Sólo hay una solución -continuó-. Serésu guardaespaldas. -Ella clavó los ojosen él, aturdida-. Él tiene a Vladimir.Usted me tiene a mí. -Ella continuóclavando los ojos en él, todavíaatontada-. Me quedaré aquí con ustedhoy -explicó.

Ella parpadeó varias veces,finalmente encontrando su voz.

- ¿En mi salón de recibo?- No piense que tiene que

entretenerme -dijo él, señalando algunospapeles que había colocado sobre latapa del pequeño escritorio-. Traje

trabajo conmigo.Buen Dios, ¿no tenía intenciones de

moverse de allí?- ¿Usted trajo trabajo?- Lo siento, pero en realidad no

puedo perder un día entero.Olivia abrió la boca, pero eso fue

algunos segundos antes de que dijera:- ¡Oh!Porque realmente, ¿qué más podría

haber dicho?Harry le dio lo que sospechaba que

pensaba era una sonrisa alentadora.- ¿Por qué no se consigue usted un

libro y se une a mí? -dijo, señalando ellugar de los asientos en el centro delcuarto-. Oh, bien, a usted no le gustanlos libros. Pues bien, el periódico

servirá. Siéntese.Otra vez le tomó varios segundos

antes de que lograse hablar.- ¿Está invitándome a unirme a

usted en mi salón de recibo?Él la miró fijamente, luego dijo:- Preferiría estar en mi propio

salón de recibo, pero creo que eso seríapoco aceptable.

Olivia inclinó la cabezalentamente, no porque estuviera deacuerdo con él, aunque supuso que loestaba en la última declaración, almenos.

- Estamos de acuerdo, entonces -indicó él.

- ¿Qué?- Está inclinando la cabeza.

Olivia dejó de inclinarla.- ¿Se ofendería si me siento? -

preguntó él.- ¿Sentarse?- En realidad debo regresar al

trabajo -explicó él.- Al trabajo -repitió ella, porque

estaba claro que era lo mejor de laconversación de esta mañana.

Harry la observó, arqueando suscejas, y fue sólo luego que se dio cuentade lo que él quiso decir y era que nopodría sentarse hasta que ella lo hiciese.

Ella comenzó a decir:- Por favor -y casi añadió, por

favor, haga de ésta su casa, porque ellatenía veinte años de cortesía metida afuerza de repetirla dentro de ella. Pero

gracias al sentido común (y quizá a unpedacito de auto conservación), tomófuerzas, y cambió de decisión-. Enrealidad no debería ser necesario que sequedase aquí todo el día.

Sus labios juntos, apretados, y lasdiminutas líneas desplegadas en lasesquinas. Había algo resuelto en susojos oscuros, algo duro e inamovible.

Él no le pedía permiso a ella, sepercató, le decía a ella qué hacer.

Debería habérsele erizado el vellode la nuca. Era todo lo que detestaba enun hombre. Pero todo lo que pudo hacerfue levantarse de allí, sintiéndose…volar. Se percató de que sus pies seretorcían en sus zapatillas, en ademán deponerse de puntillas, su cuerpo

repentinamente demasiado ligero parapermanecer fijo a la tierra.

Olivia se sujetó al respaldar de lasilla. Se sintió como si pudiera irseflotando. Tal vez debería haberdesayunado.

Aunque eso realmente no explicabala extraña sensación que le habíaembargado… debajo del estómago.

Ella le miró. Él estaba diciendoalgo, pero Olivia definitivamente noescuchaba. Ella aun no le oía, no oíaninguna cosa excepto una voz pequeñataimada adentro, diciéndole que mirasesu boca, esos labios, esos…

- ¿Olivia? ¿Olivia?- Lo siento -dijo. Juntó sus piernas,

pensando que alguna suerte de

movimiento muscular la podría sacudirde su arrobo, no podía pensar en otraparte del cuerpo que él no pudiera ver.

Pero eso justamente le hizosentirse… avergonzada.

¿Su cabeza se inclinó ligeramente,él se veía… preocupado? ¿Divertido?Era difícil de saber.

Ella tenía que controlarse, ahora.Se aclaró la voz.

- ¿Decía usted?- ¿Está todo bien?- Perfectamente bien -contestó

sucintamente. Le gustó cómo sonó eso,enérgico y serio, con cada consonanteperfectamente pronunciada.

Harry la observó por algunosmomentos, pero ella realmente no podía

leer su expresión. O quizá justamente noquería leer su expresión, porque si lohacía, sospechaba que se percataría queél estaba mirándola como sirepentinamente pudiera comenzar aladrar como un perro.

Ella le sonrió apremiante, y dijootra vez:

- ¿Decía usted…?- Decía -dijo él lentamente-, que lo

lamento pero no le puedo permitir estara solas con ese hombre. Y no diga queVladimir estará aquí, porque él apenascuenta.

- No -dijo ella, pensando acerca desu inquietante última conversación conel príncipe-, no diría eso.

- Bien. ¿Entonces estamos de

acuerdo?- Pues bien, sí -dijo ella-, acerca

de no querer estar a solas con elpríncipe Alexei, pero… -Ella se aclaróla garganta, esperando que la pudieseayudar a recobrar su equilibrio.Necesitaba mantener la cabezadespejada al lado de este hombre. Harryera extremadamente inteligente, ycorrería en círculos alrededor de ella sino conseguía mantenerse en sus pies. Ylo lograría manteniéndose sobre suspies, no flotando sobre ellos. Se aclaróla garganta otra vez y luego otra vez,porque tanto aclararla le raspaba lagarganta.

- ¿Necesita usted algo de beber? -le preguntó Harry solícitamente.

- No. Gracias. Lo que trataba dedecir era… usted entiende que no estoysola aquí. Está mi familia.

- Sí -dijo él, no sonandoterriblemente impresionado con suargumento-, es de mi conocimiento, sinembargo, nunca los he visto. No aquí, detodos modos.

Ella frunció el ceño, mirando porencima de su hombro hacia el vestíbulo.

- Creo que mi madre está todavíadormida.

- Ese es el punto exactamente -dijoHarry.

- Agradezco el gesto -dijo ella-,pero siento que debo señalarle que esrealmente difícil que el príncipe, oalguien, por el estilo, venga de visita tan

temprano por la mañana.- Estoy de acuerdo -manifestó

Harry-, pero es una oportunidad que noestoy dispuesto a perder. Aunque… -lopensó por un momento-. Si su hermanoestá dispuesto a venir aquí abajo y jurarante mí que no le permitirá apartarse desu vista por el resto del día, felizmenteme iré.

- Eso presupone que yo quierotenerlo ante mi vista por el resto del día-dijo Olivia agriamente.

- Entonces usted estáineludiblemente comprometida conmigo,me temo.

Ella lo miró.Él la miró.Ella abrió su boca para hablar.

Él sonrió.Ella comenzó a preguntarse por qué

estaba peleando tan duro.- Muy bien -dijo, finalmente

moviéndose del umbral de la puerta yentrando al cuarto-. Supongo que nopuede ser tan grave.

- Ni se dará cuenta que estoy aquí -le aseguró él.

Eso, ella lo dudaba profundamente.- Está bien, no tengo otros planes

para la mañana -le informó.- Entiendo.Olivia lo miró cortante. Era

desconcertante, no era capaz de decir siél estaba siendo sarcástico.

- Es altamente irregular -murmuróella, pero fiel a su palabra, él estaba ya

de regreso en el escritorio,cuidadosamente leyendo los papeles quehabía traído. ¿Eran esos los mismosdocumentos en que había estadotrabajando tan diligentemente cuando lehabía estado espiando?

Ella caminó un poco más cerca,sacando un libro de una mesa.Necesitaba un objeto en las manos, algopara usar como escudo si él sepercataba de qué tan estrechamente leobservaba.

- ¿Ha decidido usted leer a MissButterworth, entonces? -preguntó él sincontemplarla.

Sus labios se abrieron. ¿Cómohabía sabido él que ella había recogidoun libro? ¿Cómo había sabido aun que le

observaba? Sus ojos no habían dejadolos papeles en el escritorio.

¿ Y Miss Butterworth? ¿Deverdad? Ella miró hacia abajo al libroen sus manos con disgusto. Si iba arecoger un objeto al azar, seguramentepodía haber elegido algo mejor que eso.

- Estoy tratando de ser más liberal-dijo instalándose en la primera sillaque encontró.

- Una noble búsqueda -contestó élsin alzar la mirada.

Olivia abrió el libro y miró haciaabajo, pasando fuertemente las páginashasta que encontró dónde lo habíadejado dos días atrás.

- Palomas… palomas… -murmuró.- ¿Qué?

- El tratamiento igualitario para laspalomas -dijo dulcemente.

Harry negó con la cabeza, y ellapensó que lo vio sonreír, pero siguió sinalzar la mirada.

Olivia suspiró fuerte y luego miró ahurtadillas por encima.

Ninguna reacción.Luego se aseguró a sí misma que el

suspiro no había sido iniciado con laintención de tratar de atraer su atención.Había suspirado porque habíanecesitado exhalar, y si había sidofuerte, bien, es porque ese era su hábito.Y como había sido alto, había tenidosentido mirar a hurtadillas por encima

Suspiró otra vez. Seguro que no apropósito.

Él se mantuvo trabajando.

El Posible Contenido de losPapeles de Sir Harry

Por Olivia Bevelstoke

¿La continuación literaria de MissButterworth (¿no sería delicioso siresultase ser el autor?)

¡La continuación literaria noautorizada por Miss Butterworth,porque era altamente difícil que élhubiese escrito el original, por muyespléndido que sería, como Un DiarioSecreto, con todo sus secretos (!!!!!)

Algo más completo que comprarun nuevo sombrero.

Olivia rió nerviosamente.- ¿Qué es tan chistoso? -preguntó

Harry, mirando finalmente hacia arriba.- No podría posiblemente

explicarle -contestó ella, haciendo unintento para no sonreír abiertamente.

- ¿Está bromeando a mis expensas?- Sólo uno poco.Él arqueó una ceja.- Oh muy bien, es enteramente a su

costa, pero eso es lo menos que ustedmerece.

Ella le sonrió, esperando algúncomentario, pero él no lo hizo.

Lo cual era decepcionante.Regresó a Miss Butterworth, pero

si bien la pobre chica justamente sehabía roto ambas piernas en un

espantoso y estropeado carruaje, lanovela no era emocionante.

Olivia comenzó a tamborilear enuna de las páginas abiertas. El ruido sevolvió más fuerte… y más fuerte… hastaque pareció haber eco a través delcuarto.

Para sus orejas, al menos. Harry nilo advirtió.

Olivia exhaló un fuerte suspiro yvolvió a Miss Butterworth y sus piernasquebradas.

Volvió una página. Y la leyó. Yvolvió otra. Y la leyó. Y volvió otra.Y…

- Usted está ahora en el capítulocuatro.

Ella saltó de su asiento, alarmada

por el sonido de la voz de Harry cercade su oreja. ¿Cómo era posible que él sehubiera acercado sin ella advertirlo?

- Debe ser un buen libro -le dijo.Olivia se encogió de hombros.- Es pasable.- ¿Se ha recuperado Miss

Butterworth de la plaga?- Oh, eso fue antes. Más

recientemente se ha roto ambos piernas,ha sido picada por una abeja, y estuvocerca de ser vendida como esclava.

- ¿Todo en cuatro capítulos?- Más bien en tres -le dijo,

señalándole la parte superior visible delcapítulo en la página abierta-. Apenas heiniciado el cuarto.

- Terminé mi trabajo -dijo él,

caminando alrededor del frente del sofá.Ah. Ahora, finalmente, ella podría

preguntar:- ¿Qué estaba haciendo?- Nada demasiado interesante. El

reporte de granos de mi propiedad enHampshire.

Comparado con lo que habíaimaginado, esto era algo decepcionante.

Harry se sentó en el otro extremodel sofá, atravesando un tobillo sobre larodilla opuesta. Era una posición muyinformal; hablaba de comodidad, yfamiliaridad, y algo más, algo que lamareó y encendió. Ella trató de pensaren otro hombre que pudiera sentarsecerca de ella en una actitud tan relajada,no había nadie, solamente sus hermanos.

Y Sir Harry Valentine no eradefinitivamente su hermano.

- ¿Qué está usted pensando ahora? -preguntó él con voz astuta. Olivia debióhaberse visto alarmada, porque élañadió-: Se estaba sonrojando.

Olivia echó sus hombros haciaatrás.

- No me sonrojo.- Claro que no -contestó él sin

titubear-. Hace mucho calor aquí dentro.Cuándo no lo hacía.- Estaba pensando acerca de mis

hermanos -dijo ella. Era un tantoverdadero, y debía ponerle freno a laimaginación de él acerca de su supuestosonrojo.

- Me agrada mucho su gemelo -

expresó Harry.- ¿Winston? -Buen Dios, él podría

haber dicho que le gustaba balancearseen los árboles con los monos, o comerexcrementos.

- Alguien que puede metersedebajo de su piel sólo puede merecer mirespeto.

Ella le miró ceñuda.- ¿Y supongo que usted no será más

que dulzura y suavidad con su hermana?- Absolutamente no -respondió él

sin ninguna vergüenza-. Fui una bestia.Pero… -se inclinó hacia adelante, susojos rebosaban de travesura-. Siempreutilicé el sigilo.

- Oh, por favor. -A Olivia lebastaba la experiencia con sus hermanos

sobre la persuasión masculina parasaber que él no tenía ni idea acerca delo que hablaba-. Si usted está tratandode decirme que su hermana no fueconsciente de sus travesuras…

- Oh no, ella fue más que totalmenteconsciente. -Harry se inclinó haciadelante-. Pero mi abuela no.

- ¿Su abuela?- Ella vino a vivir con nosotros

cuando era pequeño. Estaba ciertamentemás cerca de ella que de ningún otro demis parientes.

Olivia se encontró inclinando lacabeza, aunque no estaba segura porqué.

- Debió haber sido encantadora.Harry dejó escapar una carcajada.

- Ella fue muchas cosas, pero noencantadora.

Olivia no pudo ocultar su abiertasonrisa cuando preguntó:

- ¿Como qué?- Fue una mujer muy… -Harry agitó

una mano en el aire mientrasconsideraba sus palabras-, severa. Ytendría que decir que era realmentefirme en sus opiniones.

Olivia consideró eso por unmomento, luego dijo:

- Me gustan las mujeres que semantienen firmes en sus opiniones.

- Supongo que sí.Ella se sintió a sí misma sonreír, y

se inclinó hacia adelante, sintiéndosemaravillada, casi efervescente.

- ¿Le gustaría yo a ella?La pregunta parecía haberle cogido

desprevenido, y su boca colgó abiertapor algunos momentos antes de que élfinalmente dijese, viéndose casidivertido por la pregunta.

- No. No, no creo.Olivia sintió su boca aflojarse con

la sacudida.- ¿Deseaba que le mintiera?- No, pero…Harry manifestó su protesta.- Ella tenía poca paciencia para

cualquiera, removió del cargo a seis demis tutores.

- ¿Seis?Él asintió con la cabeza.- Dios. -Olivia quedó

impresionada-. Me habría gustado ella-murmuró-. Sólo logré echar a cincoinstitutrices.

Él sonrió lentamente.- ¿No es extraño que no encuentre

sorprendente eso?Ella lo miró ceñuda. Mejor dicho,

tuvo la intención de mirarle ceñuda.Probablemente era algo más cercano auna abierta sonrisa.

- ¿Cómo es posible -preguntó ella-,que no supiera nada de su abuela?

- Usted no preguntó¿Qué pensaba él, que ella corría

por todas partes preguntándoles a laspersonas acerca de sus abuelos? Peroentonces se le ocurrió ¿qué sabía ellaacerca de él, realmente?

Muy poco. Muy poco ciertamente.Era extraño, porque ella le

conocía. Estaba realmente segura dehacerlo. Y luego se dio cuenta de eso,ella conocía al hombre, pero no losactos que había realizado.

- ¿Cómo fueron sus padres? -dijoella repentinamente. Él la miró con unpoco de sorpresa-. No le pregunté por suabuela -dijo ella, a manera deexplicación-. Una vergüenza que nopensara en ello.

- Muy bien. -Pero Harry nocontestó de inmediato. Los músculos desu cara se movieron, aunque no losuficiente como para revelar quépensaba, excepto para dejarla saber queé l pensaba, y que realmente no podía

decidir cómo contestar. Luego él dijo:- Mi padre fue un borracho.Miss Butterworth, el cual Olivia

aun no se había percatado que todavíasujetaba en las manos, se zafó de susdedos y cayó encima de su regazo.

- Fue un borracho más bien amable,pero extrañamente, eso no parecehacerlo mucho mejor. -La cara de Harryno dejó traslucir emoción. Él sonreíaaun, como si fuera todo un chiste.

Eso lo hacía más fácil.- Lo siento -dijo ella.Harry se encogió de hombros.- Él no pudo ayudarse a sí mismo.- Es muy difícil -dijo ella

suavemente.Harry se giró rápidamente, porque

había algo en su voz, algo humilde, algotal vez aun… sobreentendiendo.

Pero ella no podía. Ellaposiblemente no podría. Tenía un orden,una familia feliz, un hermano que secasó con su mejor amiga, y unos padresa quienes realmente les importaban.

- Mi hermano -dijo ella-. El que secasó con mi amiga Miranda. No sé si selo dije, pero había estado casado antes.Su primera esposa era horrible, luegomurió y luego, no sé, una podría pensarque habría estado gustoso en hallarselibre de ella, pero él parecía volversemás y más miserable. -Hubo una pausa,y luego dijo-: Cambió mucho.

No es lo mismo, quiso decir Harry,porque no fue su padre, no fue la

persona que supuestamente debía amarley protegerle y garantizarle en el mundoun derecho y un lugar estable. No era lomismo, porque ella no había tenido quelimpiar el vómito de su hermano 127veces. No fue una madre que nuncaparecía tener algo para decir, y eso noera… eso no era lo mismo, maldición.No lo era.

- No es lo mismo -dijo ellaquedamente-. No creo posible que puedaserlo.

Y con esas palabras, esas dosfrases cortas, todo dentro de él, todosesos sentimientos que habían estadosocavándolo, se calmaron. Colocándoleen un lugar más confortable.

Ella sonrió tentativamente. Poquito

pero verdadero.- Pero creo que puedo entender.

Tal vez un poco.Por alguna razón, Harry miró hacia

abajo, a las manos que descansabansobre el libro que se hallaba en suregazo, y luego al sofá, cubierto con unapálida franja verde. Él y Olivia noestaban exactamente cerca uno de otro;había espacio para una persona entreellos. Pero estaban en el mismo sofá, ysi él tendiera su mano, y si ella tendierala suya…

Su aliento quedó atrapado.Porque ella había extendido su

mano.

Capítulo 16

Harry no había pensado en lo quehabía hecho. No podía haber pensado enello, porque si lo hubiese hecho, nuncalo habría hecho. Pero cuando ella habíaestirado la mano…

Él la había cogido.Fue en ese momento cuando Harry

se dio cuenta de lo que había hecho, ytal vez fue cuando ella se dio cuenta delo que había comenzado, pero paraentonces ya era demasiado tarde.

Él atrajo sus dedos a sus labios ybesó cada uno de ellos, justo en la base,

donde ella llevaría el anillo. En donde,en aquel momento, no llevaba ninguno.En donde, en un terrible destello deimaginación, la vio usando su anillo.

Debería haber sido unaadvertencia. Debería haberle inducidosuficiente pánico para hacerle dejar caersu mano, huir de la habitación, de lacasa, de su compañía, para siempre.

Pero no lo hizo. Mantuvo la manoen sus labios, incapaz de dejar ir el tactode su piel.

Olivia estaba caliente, suave.Temblaba.Harry alzó la mirada, finalmente, a

sus ojos. Estaban abiertos ampliamente,contemplándolo con miedo… yconfianza… y tal vez… ¿deseo? No

podía estar seguro, porque sabía queella no podía estar segura. Olivia noconocía el deseo, no entendía su dulcetortura, el anhelo del cuerpo de otro serhumano.

Él lo sabía, y se dio cuenta de quelo había sabido casi constantementedesde que la conoció. Había existidoese primer y electrizante momento deatracción, sí, pero no había sidosignificativo. Él no la conocía entonces,ni siquiera le había gustado.

Pero, ahora… era diferente. No erasolo su belleza lo que deseaba, o lacurva de sus senos, o el sabor de su piel.La quería a ella. Toda ella. Quería loque fuera que la hiciera leer periódicosen vez de novelas, y quería esa pequeña

pizca de poco convencionalismo que lahacía abrir una ventana y leerle tontasnovelas a través del espacio entre suscasas.

Quería su ingenio afilado, el triunfoen su rostro cuando lo arponeaba conuna retórica particularmente apta. Yquería la mirada de horrorizadodesconcierto cuando él la vencía.

Deseaba el fuego detrás de susojos, y el sabor de sus labios, y sí, laquería debajo de él, al lado de él,encima de él… en cualquier posiciónposible, de cada forma.

Iba a tener que casarse con ella.Era así de simple.

- ¿Harry? -susurró Olivia, y sumirada cayó a sus labios.

- Voy a besarte -dijo élsuavemente, sin pensar, sin ni siquieraconsiderar que era algo que tal vezdebía preguntarle.

Se inclinó hacia adelante, y en elúltimo segundo antes de que sus labiostocaran los de ella, se sintió comonuevo…

Éste era un nuevo comienzo.Entonces la besó, el primer toque

dolorosamente suave, nada más que unroce de sus labios con los de ella. Peroel contacto fue eléctrico. Te quitaba elaliento, en todo el sentido literal de lafrase. Se retiró, solo lo suficiente paraver su expresión. Olivia lo mirabafijamente con una sensación demaravilla, sus ojos color índigo

bebiéndolo.Ella susurró su nombre.Fue su ruina. La atrajo hacia él de

nuevo, esta vez con toda la urgenciacorriendo por sus venas. La besó conavidez, todas las precaucionesdesaparecieron, y antes de que se dieracuenta, sus manos estaban en su cabello,y los alfileres cayeron, y en todo lo quepodía pensar era en que quería verla conel cabello suelto.

Su cabello suelto, flotando sobre supiel. Y nada más.

Su cuerpo, ya tenso de deseo, sevolvió increíblemente duro, y en unaráfaga miserable de cordura, se diocuenta de que si no la separaba de élinmediatamente, iba a arrancarle las

ropas del cuerpo y tomarla allí mismoen el salón de los padres de ella.

Con la puerta abierta.Buen Dios.Harry le puso las manos en los

hombros, sin empujarla demasiado durocuando se alejó de ella.

Por un momento no pudieron hacernada más que mirarse el uno al otro. Sucabello caía del peinado, y se veíaadorable, espléndidamente despeinada.Olivia se llevó una de las manos a laboca, los tres dedos del medio tocaronlos labios con asombro.

- Me besaste -susurró.Harry asintió con la cabeza.Sus labios se movieron en un

esbozo de sonrisa.

- Creo que te devolví el beso.Él asintió de nuevo.- Así es.Ella lo miró como si fuera a decir

algo más, pero luego se volvió hacia lapuerta abierta.

Y su mano, que todavía estabacerca del rostro, se movió hacia elcabello.

- Querrás arreglarte eso -dijo él,sus propios labios temblando condiversión.

Olivia asintió. Y de nuevo, lo mirócomo si fuera a hablar, pero no lo hizo.Se reunió todo el cabello en la parteposterior del cuello, usando una manopara mantenerlo todo agrupado comouna cola de caballo, y después se puso

de pie.- ¿Estarás aquí cuando regrese? -

preguntó ella.- ¿Deseas que esté?Olivia asintió.- Estaré aquí -dijo Harry, a pesar

de que hubiera dicho lo mismo si lehubiera dicho que no.

Olivia asintió otra vez, apurándosehacia la puerta. Pero antes de irse, sevolteó una última vez y lo miró.

- Yo… -empezó a decir, peroentonces solo movió la cabeza.

- ¿Tú qué? -preguntó Harry,incapaz de mantener la cálida diversiónlejos de su voz.

Olivia se encogió de hombros conimpotencia.

- No lo sé.Harry se rió. Ella se rió. Y fue,

decidió mientras escuchaba el sonido desus pasos desvaneciéndose, un momentoperfecto.

De todas las maneras posibles.

* * *

Harry seguía sentado en el sofácuando el mayordomo entró en lahabitación unos minutos después.

- El príncipe Alexei Gomarovskypara lady Olivia -entonó. Hizo unapausa, inclinándose hacia adelante

mientras miraba por la habitación-.¿Lady Olivia?

Harry empezó a decir que ellaestaría de regreso en un momento, peroel príncipe ya había entrado a lahabitación.

- Ella me recibirá -le estabadiciendo al mayordomo.

Pero me besará a mí, quisocacarear Harry. Era una sensaciónmaravillosa, aquella. Él había ganado. Yel príncipe había perdido. Y aunque uncaballero no besa y lo cuenta, Harryestaba bastante seguro de que para elmomento en el que Alexei dejara la casaRudland, sabría quién se había ganadoel favor de Olivia.

Harry se levantó, sintiéndose sólo

un poco malvado por lo mucho queestaba deseando aquello.

Nunca había afirmado que no fueseun hombre competitivo.

- Usted -dijo el príncipe Alexei. Enrealidad, sonó un poco como unaacusación.

Harry sonrió suavemente mientrasse levantaba en señal de bienvenida.

- Yo.- ¿Qué hace aquí?- Visitar a lady Olivia, por

supuesto. ¿Qué hace usted aquí?El príncipe escogió responder a

aquello con una sonrisa.- ¡Vladimir! -ladró.Vlad el Empalador (como Harry se

había acostumbrado a llamarle) entró a

zancadas en la habitación, dándole aHarry una mirada hosca antes de volvercon su señor, quien le estabapreguntando (en ruso, por supuesto) quéhabía descubierto acerca de Harry.

«Poka nitchevo».Nada aún.Por lo que Harry estaba

inmensamente agradecido. No era muyconocido que él hablaba ruso, perotampoco era algo demasiado oculto. Nohabría requerido de mucha investigacióndescubrir que la abuela de Harryprovenía de una extremadamente antiguay noble familia rusa.

Lo cual no quería decirnecesariamente que hubiese aprendidoel lenguaje, pero el príncipe Alexei

tendría que ser un idiota para nopreguntárselo. Y aunque Alexei eragrosero, y lascivo, y probablemente sinninguna cualidad social redentora, noera idiota, a pesar de lo que Harry lohubiera llamado en el pasado.

- ¿Ha tenido una mañana agradable,Su Alteza? -preguntó Harry con su vozmás amigable.

El príncipe Alexei le fulminó conla mirada, con la clara intención de queésa fuera su respuesta.

- Yo estoy teniendo una mañanaadorable -contestó Harry, sentándose denuevo.

- ¿Dónde está lady Olivia?- Creo que fue arriba. Tenía algo

que… ah… atender -Harry hizo un

pequeño movimiento acerca del cabello,y decidió dejar que el príncipe lointerpretara como quisiera.

- Esperaré por ella -dijo Alexei ensu habitual tono entrecortado.

- Por favor, adelante -dijo Harryafablemente, señalando el asiento frentea él. Por esto, recibió otra miradafuriosa, probablemente merecida, ya queno era su lugar actuar como anfitrión.

Aun así, aquello era inmensamenteentretenido.

Alexei se apartó los faldones ytomó asiento, la boca presionada en unalínea firme e implacable.

Se quedó mirando hacia adelante,claramente con la intención de ignorarcompletamente a Harry.

Lo que habría estado bien paraHarry, puesto que no tenía un gran deseode interactuar con el príncipe, exceptoque se sentía un poco superior, puestoque era a él a quien Olivia había elegidobesar y no al príncipe, a pesar de laposición de Harry fuera de la realeza,fuera de la aristocracia, fuera de todo loque el príncipe apreciaba.

Y cuando uno combina esto con ladirectiva actual de Harry desde elMinisterio de Guerra, la cual uno podríainterpretar como que debía hacer lomejor para ser una espina en el costadodel príncipe ruso, bueno…

Nada más lejos de Harry Valentineque eludir su deber patriótico.

Harry se levantó solo lo suficiente

para alcanzar Miss Butterworth de lamesa, después se sentó, canturreandopara sí mismo mientras encontraba lapágina en donde se habían quedadohacía dos días, con la pobre Priscillaperdiendo su familia por la viruela.

Hmm hmm hmmm hmmmmmm hmhm…

Alexei le dirigió una miradapenetrante de molestia.

- «Dios salve al rey» -le informóHarry-. En caso de que se estuvierapreguntando.

- No lo estaba haciendo.- Dios salve a nuestra majestad el

Rey. Larga vida a nuestro noble Rey,Dios salve al Rey.

Los labios del príncipe se

movieron, pero sus dientes semantuvieron apretados mientras le decíacon un gruñido.

- Estoy familiarizado con lamelodía.

Harry dejó que su voz aumentaraligeramente de volumen.

- Envíalo victorioso, feliz yglorioso, que reine largo sobrenosotros: Dios salve al Rey.

- Detenga su canto infernal.- Solo estoy siendo patriótico -dijo

Harry poniéndose en marcha de nuevocon- : O señor, nuestro Dios, álzate,dispersa a sus enemigos, y hazlos caer.

- Si estuviéramos en Rusia, lo haríaarrestar.

- ¿Por cantar el himno de mi país? -

murmuró Harry.- No necesitaría ninguna razón más

que mi propia indulgencia.Harry lo consideró, se encogió de

hombros, y continuó.- Confunde sus políticas, frustra

sus viles trucos, en ti nuestrasesperanzas fijamos, Dios nos salve atodos.

Hizo una pausa, decidiéndose queel verso final no era necesario. Preferíaterminar en «viles trucos».

- Somos un pueblo extremadamenteimparcial -le dijo al príncipe-. Si legusta ser incluido en el «todos».

Alexei no respondió, pero Harrynotó que ambas manos estaban cerradasen puños apretados.

Harry regresó a Miss Butterworth,decidiendo que no le molestaba estaparte del oficio de espía. No habíatenido tanta diversión molestando aalguien desde…

Nunca.Se sonrió a sí mismo. Ni siquiera

torturar a su hermana había sido tandelicioso. Y Sebastian nunca se tomabanada en serio; era casi imposiblemolestarlo.

Harry canturreó las primeras notasde «La Marseillaise», sólo para evaluarla reacción del príncipe (cara rojabrillante con furia), después se centró enla lectura. Pasó la página, decidiendorápidamente que no tenía interés por losaños de formación de Priscilla

Butterworth, y finalmente se quedó en lapágina 144, que parecía contener locura,desfiguración, insultos, y lágrimas… -todos los requerimientos para unanovela extremadamente buena.

- ¿Qué está leyendo? -exigió elpríncipe Alexei.

Harry levantó la mirada ausente.- ¿Disculpe?- ¿Qué está leyendo? -dijo

bruscamente.Harry bajó la mirada al libro, y

después la subió hacia el príncipe.- Tenía la suposición de que no

deseaba hablar conmigo.- No quiero, pero soy curioso.

¿Qué es ese libro?Harry levantó el libro para que el

Príncipe Alexei pudiera ver la portada.- Miss Butterworth y el Barón

Loco.- ¿Es eso lo que es popular en

Inglaterra? -se burló Alexei.Harry pensó en eso.- No lo sé. Lady Olivia lo está

leyendo. Pensé que podía hacer lomismo.

- ¿No es el libro que ella dijo queno le gustaría?

- Creo, sí -murmuró Harry-. Nopuedo decir que la culpe.

- Léamelo.Un punto para el príncipe. Harry

solo podría haber estado ligeramentemás sorprendido si el príncipe hubieravenido directamente y lo hubiera

besado.- No creo que usted lo disfrute -

dijo Harry.- ¿A usted le gusta?- No realmente -respondió Harry

con un movimiento de su cabeza. No eraprecisamente verdad, él disfrutabamucho escuchando a Olivia leerlo envoz alta. O leyéndoselo en voz alta aOlivia. Pero de alguna manera dudó deque las palabras compartieran la mismamagia con el príncipe AlexeiGomarovsky de Rusia.

El príncipe levantó la barbilla,inclinando el rostro muy ligeramente aun lado. Era como si estuviera posandopara un retrato, se dio cuenta Harry. Elhombre se pasaba la vida entera

colocándose como si estuviera posandopara un retrato.

Harry tal vez hubiese sentidolástima por él si no fuera tan imbécil.

- Si lady Olivia lo está leyendo -dijo el príncipe- entonces yo quierohacer lo mismo.

Harry hizo una pausa, digiriendoeso. Supuso que podía sacrificar MissBut terworth por el bien de lasrelaciones anglo-rusas. Cerró el libro yse lo tendió.

- No. Léamelo usted.Harry decidió obedecer. Era un

requerimiento tan extraño que no pudodecir que no. Claro que tambiénVladimir había dado dos pasos en sudirección y había comenzado a gruñir.

- Como desee, Su Excelencia -dijoHarry, otra vez sentándose con el libro-.Asumo que le gustaría comenzar por elprincipio.

Alexei respondió con un únicoasentimiento real.

Harry volvió al principio.- Era una noche ventosa y

oscura-leyó-y Miss PriscillaButterworth estaba segura de que encualquier momento el aguacerocomenzaría a caer, vertiéndose desdelos cielos a mares, empapando todo loque se encontrara dentro de su ámbito.-Harry alzó la vista arriba-. Por cierto,ámbito es usado incorrectamente.

- ¿Qué es «verterse a mares»?Harry miró las palabras.

- Eh, solo una expresión. Comodecir llover a cántaros.

- Lo encuentro algo estúpido.Harry se encogió de hombros.

Nunca había sido aficionado del idiomapropiamente.

- ¿Continúo?El príncipe asintió otra vez.- Ella estaba, por supuesto,

protegida del mal clima en su diminutoaposento, pero los marcos…

- El señor Sebastian Grey -llegó lavoz del mayordomo.

Harry subió la vista del libro conalgo de sorpresa.

- ¿Está aquí para ver a lady Olivia?-preguntó.

- Está aquí para verlo a usted -

informó el mayordomo, sonandovagamente molesto por todo el asunto.

- Ah. Bueno. Enséñele el camino,entonces.

Sebastian entró un momentodespués, ya a la mitad de su oración.

- …me dijo que te encontraría aquí.Debo decir que es muy conveniente. -Sedetuvo y parpadeó unas cuantas veces,mirando al príncipe con sorpresa-. Suseñoría -dijo, inclinándose.

- Mi primo -dijo Harry.- Lo recuerdo -dijo Alexei

fríamente-. Torpe con el champagne.- Qué terrible de mí -dijo

Sebastian, acomodándose en una silla-.Soy un tonto absoluto, ya lo sabe.Derramé vino sobre el Canciller la

semana pasada.Harry estaba bastante seguro de

que Sebastian nunca había tenidomotivos para estar en el mismo cuartocon el Canciller, mucho menos losuficientemente cerca para derramarlevino sobre las botas.

Pero se lo guardó para sí.- ¿Qué están haciendo, mis

elegantes caballeros, esta tarde? -preguntó Sebastian.

- ¿Es por la tarde? -preguntó Harry.- Sólo un poco.- Sir Harry me está leyendo -dijo el

príncipe.Sebastian miró a Harry con un

interés no disimulado.- Dice la verdad -dijo Harry,

subiendo Miss Butterworth.- Miss Butterworth y el Barón

Loco -dijo Sebastian con aprobación-.Excelente elección…

- ¿Lo ha leído?- dijo Alexei.- No es tan bueno como Miss

Davenport y el marqués oscuro, porsupuesto, pero mucho mejor que MissSainsbury y el misterioso coronel.

Harry se encontró sin palabras.- Ahora mismo estoy leyendo Miss

Truesdale y el caballero silencioso.- ¿Silencioso? -repitió Harry.- Hay una notable falta de diálogo -

confirmó Sebastián.- ¿Por qué está usted aquí? -

preguntó el príncipe sin rodeos.Sebastián se volteó hacia él con

una expresión alegre, como si no notaraque el príncipe lo detestabapalpablemente.

- Necesito hablar con mi primo,por supuesto. -Se acomodó en el asiento,con aspecto de poder ser capaz deesperar allí todo el día-. Pero puedoesperar.

Harry no tenía una respuesta listapara eso. Tampoco, aparentemente, latenía el príncipe.

- Continúa -instó Sebastian.Harry no tenía ni idea de qué le

estaba hablando.- Con el libro. Creo que podría

quedarme a escuchar. No lo he leído enmucho tiempo.

- ¿Te vas a sentar aquí mientras te

leo en voz alta? -preguntó Harrydubitativamente.

- Y al príncipe Alexei -le recordóSebastian. Cerró los ojos-. No mepresten atención. Ayuda a imaginar laescena.

Harry no habría creído posible quenada pudiera hacerle sentir algo desolidaridad con el príncipe, peromientras intercambiaban miradas estuvoclaro que ambos pensaban que Sebastianestaba demente.

Harry se aclaró la garganta,retrocedió al principio de la oración, yleyó.

- Ella estaba, por supuesto,protegida del mal clima en su diminutoaposento, pero los marcos de las

ventanas trepidaban haciendo tantoruido que no habría manera de quepudiera conciliar el sueño en estanoche.

Harry levantó la mirada. Elpríncipe estaba escuchando atentamente,a pesar de la expresión aburrida en surostro.

Sebastian estaba completamentecautivado.

Eso o dormido.- Acurrucada en su estrecha y fría

cama, no pudo evitar recordar todoslos sucesos que la habían llevado aeste sitio sombrío, en esta nochesombría. Pero aquí, estimado lector, noes en donde comienza nuestra historia.

Los ojos de Sebastian se abrieron.

- ¿Estás sólo en la primera página?Harry arqueó la ceja.- ¿Creías que Su Excelencia y yo

nos hemos estado reuniendo cada tarde,conduciendo sesiones de lecturassecretas?

- Dame el libro -dijo Sebastian,estirándose y arrancándoselo de lasmanos a Harry-. Recitas terriblemente.

Harry se volteó hacia el príncipe.- Tengo poco entrenamiento.- Era una noche ventosa y oscura -

empezó Sebastián y Harry tuvo queadmitir que le ponía una gran cantidadde drama. Hasta Vladimir se estabainclinando hacia adelante para oír, y nohablaba inglés.

- Miss Priscilla Butterworth

estaba segura de que en cualquiermomento el aguacero comenzaría acaer, vertiéndose desde los cielos amares, empapando todo lo que seencontrara dentro de su ámbito

Querido Dios, casi sonaba como unsermón. Sebastián claramente se habíaequivocado de profesión.

- Ámbito no está usadocorrectamente -dijo el príncipe Alexei.

Sebastian miró hacia arriba, susojos brillando con irritación.

- Claro que lo está.Alexei apuntó un dedo de la

dirección de Harry.- Él dijo que no.- No lo está -dijo Harry con un

encogimiento de hombros.

- ¿Qué tiene de malo? -demandóSebastián.

- Implica que lo que ella ve estábajo su poder o control.

- ¿Cómo sabes que no lo está?- No lo sé -admitió Harry-, pero

ella no parece controlar nada más. -Miró al príncipe-. Su madre fue picadahasta la muerte por palomas.

- Eso pasa -dijo Alexei con unasentimiento.

Tanto Harry como Sebastian lomiraron con asombro.

- No es accidental -objetó Alexei.- Tal vez necesite revisar mi deseo

de ver Rusia -dijo Sebastian.- Justicia rápida -declaró Alexei-.

Es la única manera.

Harry no podía creer que fuese apreguntar, pero tenía que hacerlo.

- ¿Las palomas son rápidas?Alexei se encogió de hombros, muy

posiblemente el gesto menos corto ypreciso que Harry lo había visto hacer.

- La justicia es rápida. El castigono tanto.

Esto fue recibido con silencio ymiradas fijas, luego Sebastian se volteóhacia Harry y dijo.

- ¿Cómo sabías acerca de laspalomas?

- Olivia me lo dijo. Ella está másavanzada en la lectura.

Los labios de Sebastian se juntaroncon desaprobación. Harry sintió su partede sorpresa. Fue una expresión

singularmente extraña de ver en el rostrode su primo. Harry no podía recordar laúltima vez que Sebastián habíadesaprobado nada.

- ¿Puedo continuar? -preguntóSebastian, su voz chorreaba ansiedad.

El príncipe dio su asentimiento, yHarry murmuró:

- Por favor hazlo -y todos seacomodaron para escuchar.

Hasta Vladimir.

Capítulo 17

El segundo peinado de Olivia deldía necesitó considerablemente mástiempo para arreglarse que el primero.Sally, todavía irritada por haber sidocortada a mitad de la trenza, echó unvistazo al cabello de Olivia y no habíaparado con los «ya se lo dije».

Y a pesar de que iba en contra dela naturaleza de Olivia sentarsemansamente y aguantar esos abusos, sesentó mansamente y lo hizo, ya que nopodía decirle a Sally que la única razónpor la que tenía el pelo caído y

tremendamente desordenado era porqueSir Harry Valentine había metido lasmanos en él.

- Listo -declaró Sally, metiendo elúltimo alfiler con lo que Oliviaconsideraba un uso innecesario de lafuerza-. Esto va a aguantar toda lasemana, si usted así lo decide.

Olivia no se habría sorprendido siSally la hubiera encolado, sólo paramantener cada cabello en su lugar.

- No salga bajo la lluvia -advirtióSally.

Olivia se levantó y se dirigió haciala puerta.

- No llueve.- Podría.- Pero… -Olivia se cortó. ¡Dios

mío!, ¿qué estaba haciendo, de pie,discutiendo con su doncella? Sir Harryseguía abajo, esperándola.

Con apenas pensar en él ya sesentía mareada.

- ¿Por qué da saltitos? -preguntóSally desconfiadamente.

Olivia se detuvo, la mano en elpomo de la puerta.

- No estaba saltando.- Estaba haciendo -Sally hizo un

extraño movimiento como saltando-esto.

- Estoy caminando tranquilamentehacia el salón -anunció Olivia. Salió alpasillo-. ¡Muy tranquilamente! Soy comoun portador de féretros… -Ella se giró,comprobó que Sally estaba fuera del

alcance del oído y se precipitó por lasescaleras.

Al llegar a la planta baja optó porun paso lento, como de funeral, y quizásfue por eso que sus pisadas fueron tantranquilas y llegó al salón sin que nadiese diera cuenta.

Lo que vio…En realidad no tenía palabras para

describirlo.Se puso de pie en la puerta,

pensando que éste sería un buenmomento para crear una lista titulada«Las cosas que no espero ver en misalón de recibo», pero no estaba segurade poder llegar a nada que superara loque estaba viendo en su saloncito, queera a Sebastian Grey, de pie sobre una

mesa, leyendo (con gran emoción) MissButterworth y el Barón Loco.

Si eso no fuera suficiente -y enrealidad debería haber sido suficiente-¿qué estaba haciendo Sebastian Grey enRudland House, de todos modos? Harryy el príncipe estaban sentados uno juntoal otro en el sofá y no parecían habersufrido daño corporal el uno a manosdel otro.

Entonces fue cuando Olivia se fijóen las tres criadas, encaramadas en unsofá en un rincón, mirando con arrobo aSebastian.

Una de ellas incluso podría habertenido lágrimas en los ojos.

Y estaba Huntley, de pie a un lado,con la boca abierta, claramente

superado por la emoción.- ¡Abuela! ¡Abuela! -estaba

diciendo Sebastian, con voz más agudade lo habitual-. No te vayas. Te losuplico. Por favor, por favor no medejes aquí sola.

Una de las criadas comenzó allorar silenciosamente.

- Priscilla se paró frente a la grancasa durante varios minutos, unafigura pequeña, solamente observandoel carruaje alquilado de su abuelabajar por el camino y desaparecer dela vista. Ella se había quedado a laspuertas de Fitzgerald Place,depositada como un paquete nodeseado.

Otra criada comenzó a lloriquear.

Las tres se tomaron de las manos.- Y nadie -la voz de Sebastian bajó

hasta alcanzar un registro dramático-sabía que ella estaba allí. Su abuela nisiquiera había llamado a la puertapara alertar a sus primos de sullegada.

Huntley iba moviendo la cabeza,los ojos muy abiertos por la conmocióny la tristeza. Fue la emoción más grandeque Olivia jamás había visto demostraral mayordomo.

Sebastian cerró los ojos y secolocó una mano sobre el corazón.

- Ella tan sólo tenía ocho años.Cerró el libro.Silencio. Absoluto silencio. Olivia

miró a su alrededor, dándose cuenta de

que nadie sabía que ella estaba allí.Y entonces…- ¡Bravo! -Huntley fue el primero

en felicitar, aplaudiendo con granfervor. Las criadas se sumaron acontinuación, sorbiendo a la vez queaplaudiendo. Incluso Harry y el príncipeaplaudieron, aunque la cara de Harrytenía más diversión que otra cosa.

Sebastian abrió los ojos y fue elprimero en verla.

- Lady Olivia -dijo con unasonrisa-. ¿Cuánto tiempo lleva ahí?

- Desde que Priscilla le ruega a suabuela que no se vaya.

- Una mujer sin corazón -dijoHuntley.

- Ella hizo lo que tenía que hacer -

sostuvo el príncipe.- Con todo respeto, Su

Excelencia…Olivia se quedó boquiabierta. ¿Su

mayordomo estaba discutiendo con larealeza?

- Si lo hubiera intentado con másempeño…

- No habría sido capaz de alimentara la niña -interrumpió el príncipe-.Cualquier tonto podría ver eso.

- Fue desgarrador -dijo una de lascriadas.

- Lloré -dijo otra.La tercera asintió con la cabeza, al

parecer incapaz de hablar.- Usted es un orador maravilloso -

continuó la primera.

Sebastian les sonrió a las tresefusivamente.

- Gracias por su atención -murmuró.

Se oyó un suspiro.Olivia se frotó los ojos, tratando

aún de dar sentido a la escena. Sevolvió hacia Harry con una miradainquisitiva. Seguramente él tenía unaexplicación.

- Realmente mejora un poco siSebastian la lee -le dijo.

- Realmente no podría haber sidopeor -murmuró.

- Esto se debería hacer en ruso -dijo el príncipe-. Sería un gran éxito.

- Creí que había dicho que suliteratura tiene una tradición más

profunda -dijo Olivia.- Esto es muy profundo -respondió-

. Como una zanja.- ¿Empiezo el siguiente capítulo? -

preguntó Sebastian.- ¡Sí! -fue la contundente respuesta.- Oh, por favor -rogó una de las

criadas.Olivia seguía inmóvil, sólo sus

ojos iban de un lado a otro. Por muyespléndidamente que leyera Sebastian,no estaba segura de poder sentarse uncapítulo entero sin reírse. Lo que no leharía muy querida por… bueno… nadie.Ciertamente no quería caer en desgraciaante Huntley. Todo el mundo sabía queél gobernaba la casa.

Tal vez eso significaba que podía

escaparse. Todavía no habíadesayunado. Y tampoco había terminadoel periódico. Si Sebastian entretenía atodos los invitados (y al personal de lacasa también, pero Olivia estabadispuesta a pasarlo por alto), entoncesse podía escapar al salón de desayuno yleer. O tal vez ir de compras.Necesitaba un sombrero nuevo.

Estaba reflexionando sobre susopciones cuando Vladimir habló derepente. En ruso, por supuesto.

- Él dice que usted debería estarsobre los escenarios -le dijo Alexei aSebastian.

Sebastian sonrió satisfecho e hizouna reverencia en dirección a Vladimir.

- Spasibo -dijo, dándole las

gracias.- ¿Habla usted ruso? -dijo el

príncipe, volviéndose bruscamente endirección a Sebastian.

- Sólo lo básico -respondió deinmediato Sebastian-. Sé decir«gracias» en catorce idiomas. ¡Ah! Y«por favor» en doce.

- ¿En serio? -preguntó Olivia,mucho más interesada en esto que en querec i taran Miss Butterworth-. ¿Quéidiomas?

- También resulta útil poder decir:«Necesito un trago» -dijo Sebastian alpríncipe.

- Da -dijo con aprobación-. Enruso, es «Ya nuzhdayus v napitkyeh».

- Spasibo -respondió Sebastian.

- No, en serio -dijo Olivia, a pesarde que nadie estaba prestando atención-.Quiero saber qué idiomas.

- ¿Alguien sabe qué hora es? -preguntó Harry.

- Hay un reloj en la repisa de lachimenea -dijo Olivia sin mirarlo-.Señor Grey -insistió.

- Un momento -le dijo a ella, antesde volverse hacia el príncipe-. Tengomucha curiosidad por su sirviente -dijo-.Él no habla inglés, ¿verdad? ¿Cómosiguió el recitado?

El príncipe y Vladimircompartieron una rápida conversaciónen ruso y entonces el príncipe se volvióde nuevo a Sebastian y le dijo:

- Él dice que le permite seguir la

emoción en su voz.Sebastian parecía encantado.- Y también sabe unas pocas

palabras -agregó el príncipe.- Aún así -murmuró Sebastian.- Portugués -dijo Olivia, se

preguntaba si alguien le iba a hacer algode caso aquella tarde-. Usted debe haberaprendido algo de portugués en elejército. ¿Cómo se dice «gracias» enportugués?

- Obrigado -dijo Harry.Ella se volvió hacia él con cierta

sorpresa.Se encogió de hombros.- Aprendí un poco, también.- Obrigado -repitió.- Obrigada para usted -dijo-. No es

probable que sea confundida con unhombre.

No fue el más rotundo de loselogios, pero ella, sin embargo, decidiótomarlo como tal.

- ¿Cuál es el idioma más extraño enel que puede dar las gracias? -lepreguntó a Sebastian.

Él lo pensó por un momento y luegodijo:

- Köszönöm.Ella lo miró expectante.- Magyar -dijo, y al ver su

expresión en blanco agregó-: se habla enpartes de Hungría.

- ¿Por qué lo sabe?- No tengo idea -dijo.- Fue una mujer -dijo el príncipe a

sabiendas-. Si usted no lo recuerda, erauna mujer.

Olivia decidió que no valía la penael esfuerzo de sentirse insultada porello.

- Kiitos -dijo el príncipe Alexei,echándole a Sebastián una mirada deltipo supera esto, antes de agregar-: Enfinés.

- Mi más sincero agradecimiento austed -dijo Sebastian-. Mi repertorioahora es de quince.

Olivia pensó en decir merci, perodecidió que la haría parecerdesesperada.

- ¿Y usted qué sabe hacer? -lepreguntó el príncipe a Harry.

- Sí, Harry -dijo Sebastian-. ¿Qué

sabes hacer?Harry le echó a su primo una fría

mirada y luego respondió:- Me temo que no hago nada fuera

de lo común.Olivia tenía la sensación de que

había habido algún tipo de conversacióntácita entre los dos primos, pero no tuvola oportunidad de examinarlo más afondo, porque Sebastian se volvió haciael príncipe y le preguntó:

- ¿Cómo se dice «por favor» enfinés?

- Ole hyvä.- Excelente -Sebastian asintió con

la cabeza, al parecer, metiendo lapequeña pieza de conocimiento en laparte posterior de su mente-. Uno nunca

sabe cuándo se va a encontrar una belladama de Finlandia.

Olivia se preguntaba cómo podríarecuperar el control de su saloncito,cuando oyó que llamaban a la puertaprincipal. Huntley de inmediato seexcusó para ir a contestar.

Volvió momentos después con unjoven que ella jamás había visto.Aunque… un poco más alto que lamedia, cabello castaño oscuro… Eracasi seguro…

- El señor Edward Valentine -anunció Huntley. Él alzó las cejas-. Paraver a Sir Harry Valentine.

- Edward -dijo Harry poniéndosede pie inmediatamente-. ¿Está todobien?

- Sí, por supuesto -respondióEdward, mirando torpemente por lahabitación. Era evidente que noesperaba tanta gente. Le entregó unsobre a Harry-. Esto llegó para ti. Medijeron que era urgente.

Harry cogió el sobre, se lo metióen el bolsillo de su chaqueta y luegopresentó a su hermano a todos los delsalón, incluso a las tres sirvientas quetodavía estaban sentadas perfectamentealineadas en el sofá.

- ¿Por qué está Seb de pie sobreuna mesa? -preguntó Edward.

- Entreteniendo a las tropas -respondió Sebastian, saludándolo.

- Sebastian estaba leyendo MissButterworth y el Barón Loco -explicó

Harry.- Ah -exclamó Edward, su cara

iluminada con entusiasmo por primeravez desde que había entrado en lahabitación-. Lo he leído.

- ¿Te ha gustado? -preguntóSebastian.

- Brillante. Es muy divertido. Laescritura es un poco irregular en algunoslugares, pero la historia es fantástica.

Sebastian parecía muy interesado.- ¿Fantástica como en buena o

como en fantasía?- Un poco de ambas cosas, supongo

-respondió Edward. Miró por lahabitación-. ¿Les importa si me uno austedes?

Olivia abrió la boca para decir:

- Por supuesto que no -pero se leadelantaron Sebastian, Harry y elpríncipe.

En realidad, ¿de quién era estacasa?

Edward la miró: era interesante, nose parecía en nada a Harry excepto porel color de su piel, que era idéntica, y ledijo:

- Eh, ¿piensa entrar, lady Olivia?Se dio cuenta de que estaba todavía

de pie cerca de la puerta. Todo el restode los caballeros estaban sentados, peroera poco probable que Edward, quienacababa de conocerla, lo hicieramientras ella siguiera en pie.

- En realidad, pensé que podríasalir al jardín -dijo ella, su voz

apagándose cuando se dio cuenta de quenadie se lamentaba por su partida-. Ome sentaré. -Encontró un asiento a unlado, no muy lejos de las tres doncellas,que le echaron una mirada nerviosa-.Por favor -les dijo-, quédense. Yo nopodría pediros que os perdierais el restode la actuación.

Le dieron las gracias con taldevoción que Olivia sólo podíapreguntarse cómo se lo explicaría a sumadre. Si Sebastian se pasaba todas lastardes a leer (porque seguramente nointentaría leer la novela entera en unasola vez), y las criadas venían aescuchar, habría unas cuantas chimeneascuya limpieza no se llevaría a cabo.

- Capítulo Dos -anunció Sebastian.

Un respetuoso silencio cayó sobre elsalón, lo que provocó una risitairreverente de Olivia.

El príncipe le lanzó una miradaasesina, al igual que Vladimir y Huntley.

- Lo siento -murmuró, y se puso lasmanos en el regazo recatadamente. Erael momento, al parecer, de mostrar sumejor comportamiento.

Finales Satisfactorios para MissButterworth

Por Olivia Bevelstoke

El barón está bastante cuerdo,¡pero Priscilla está loca!

Resurge la viruela. Nueva ymortífera prueba.

Priscilla deja al barón y dedica suvida al cuidado y alimentación depalomas mensajeras.

El barón se come a las palomas.El barón se come a Priscilla.

La última opción sería un pocoforzada, pero no había ninguna razónpara que el barón no pudiera habersevuelto loco al explorar en la más oscurade las selvas, donde se encontró con unasociedad de caníbales.

Podría ocurrir.Miró a Harry, tratando de ver lo

que pensaba de la actuación. Sinembargo, parecía distraído; tenía losojos entrecerrados como pensando, perono centrado en Sebastian. Y sus dedos

daban golpecitos a lo largo del brazodel sofá, un signo seguro de una menteerrante.

¿Estaba pensando en el beso? Ellaesperaba que no. No parecíaremotamente transportado a una dichainigualable.

¡Dios mío, estaba empezando asonar como Priscilla Butterworth!

Puaj.

* * *

Pasadas varias páginas del capítulodos, Harry decidió que no sería de mala

educación excusarse silenciosamentepara poder leer la carta que Edward lehabía traído, probablemente delMinisterio de Guerra. Echó una mirada aOlivia antes de salir de la habitación,pero ella estaba prácticamente perdidaen sus propios pensamientos, mirando alfrente a un punto en blanco en la pared.

Sus labios también se movían. Nomucho, pero él tendía a notar losdetalles más insignificantes de suslabios.

Edward también parecía biensituado. En diagonal al príncipe,observando a Sebastian con una gran yenorme sonrisa en su rostro. Harry nuncaantes había visto a su hermano sonreírde esa manera. Se echó a reír, incluso

cuando Sebastian imitó a un personajeparticularmente molesto. Harry sabíaque jamás había oído reír a su hermano.

Ya en el salón, rasgó el sobre ysacó una hoja de papel. Al parecer, elpríncipe Alexei ya no era sospechoso demala conducta. Harry tenía que dejar suasignación de golpe. No había ningunaexplicación de por qué el príncipe ya noera de interés para el Ministerio deGuerra, no decía nada de cómo habíanllegado a esa conclusión. Sólo la ordende detenerse. Ni por favor, ni gracias.

En ningún idioma.Harry negó con la cabeza. ¿No

podrían haber descubierto esto antes deenviarlo a esta asignación tan ridícula?Por esta razón seguía pegado a lo de las

traducciones. Este tipo de cosas lovolvía loco.

- ¿Harry?Miró hacia arriba. Olivia se había

escabullido de la salita y se dirigíahacia él, sus ojos suavizados por lapreocupación.

- Espero que no sea una malanoticia -dijo.

Harry negó con la cabeza.- Sólo inesperada -dobló el papel y

se lo volvió a meter en el bolsillo.Podría disponer de él más tarde, cuandoregresara a casa.

- Tuve que irme -dijo ella, con loslabios apretados en lo que se imaginabaque era un intento de no sonreír. Hizo ungesto con la cabeza hacia la puerta

abierta del saloncito, a través de la cualpodía escuchar fragmentos de MissButterworth.

- ¿Tan malo es Sebastian?- No -dijo ella, sonando muy

sorprendida-. En realidad es muy bueno.Ése es el problema. El libro es muymalo, pero nadie parece darse cuenta deello. Todos lo miran como si fueraEdmund Kean interpretando Hamlet.Sencillamente no pude seguir poniendocara impasible durante más tiempo.

- Estoy impresionado de que lolograra durante tanto tiempo como lohizo.

- Y el príncipe -agregó, moviendola cabeza con incredulidad-. Está deverdad en trance. No lo puedo creer.

Nunca habría pensado que le gustaraneste tipo de cosas.

El príncipe, pensó Harry. Quéalivio. No tendría que tratar con elbastardo nunca más. No tendría queseguirle, no tendría que hablar con él…La vida volvería a la normalidad. Seríamaravilloso.

Salvo…Olivia.Harry la observaba mientras de

puntillas se asomaba por la puerta. Susmovimientos eran un poquito inestablesy por un momento pensó que la pillarían.No era torpe, no exactamente. Pero semovía a su inimitable modo y se diocuenta de que podría observarla durantehoras, sin hacer nada más que sentarse y

mirar el modo en que sus manosllevaban a cabo tareas cotidianas.Podría ver su rostro, disfrutando de cadaemoción, cada movimiento de su frente,de sus labios.

Era tan hermosa que le dolían hastalos dientes.

Se hizo una nota mental de nointentar hacer poesía.

Ella dejó escapar un suave «¡Oh!»y se inclinó hacia delante un poco más.

Él dio un paso al frente y lemurmuró al oído:

- Para alguien que no estáinteresado, usted está muy interesada.

Ella le hizo callar y luego le dio unpequeño empujón para que dejara deagobiarla.

- ¿Qué está pasando? -preguntó.Sus ojos se le abrieron y su rostro

adquirió una expresión de alegría.- Su primo está realizando una

escena de muerte. Su hermano tambiénse ha subido sobre la mesa.

- ¿Edward? -preguntó dubitativo.Olivia asintió con la cabeza,

echando otro vistazo.- No puedo decir quién mata a

quién. Oh, no importa. Edward estámuerto.

Eso fue rápido.- Oh, espere -estiró el cuello-. No,

está muerto. Lo siento. -Se dio la vuelta.Le sonrió.

Él sintió esa sonrisa por todaspartes.

- Ha sido bastante bueno en eso -murmuró-. Creo que lo ha sacado de suprimo.

Quería besarla de nuevo.- Se agarró el corazón -Olivia se

agarró el suyo-, gruñó y luego, cuandotodo estaba ya hecho, dejó escapar unúltimo temblor y en verdad no estabatodo acabado -ella volvió a sonreír-. Yentonces sí se acabó.

Tenía que darle un beso. Ahora.- ¿Qué es esa habitación de ahí? -

preguntó, señalando una puerta.- El despacho de mi padre, ¿por

qué?- ¿Y aquella otra?- El salón de música. Nunca lo

usamos.

La cogió de la mano. Ahora lo ibana usar ellos.

Capítulo 18

Olivia apenas tuvo tiempo derecuperar el aliento antes de encontrarseen el pequeño salón de música deRudland House con la puerta cerradatras de sí. Y después de eso, sóloconsiguió pronunciar el «Qu» de ¿Quéestás haciendo? antes de que estuvieraperfectamente claro lo que Harry estabahaciendo.

Las manos de él estaban de nuevoen su pelo, la espalda contra la pared, yla estaba besando. Locamente,apasionadamente, besándola de forma

que se le derretían los huesos.- ¡Harry! -jadeó cuando sus labios

dejaron los suyos para mordisquearle laoreja.

- No puedo evitarlo -dijo él, laspalabras cosquilleándole la piel. Ellapodía oír la sonrisa en su voz. Sonabafeliz.

Ella se sentía feliz. Y más.- Estabas allí -dijo él, una de sus

manos moviéndose hacia abajo por sucostado alrededor de la espalda-.Estabas allí y tuve que besarte, y eso estodo lo que existió.

Olvidando las floridas palabras delloco barón de Miss Butterworth. Ésaera la cosa más romántica que Oliviahabía oído nunca.

- Existes -dijo él, su vozhaciéndose más profunda con el deseo-ergo, te necesito.

N o , esa no era la cosa másromántica.

Y entonces él susurró algo en suoreja. Alguna cosa sobre labios y manosy el calor de su cuerpo, y tuvo quepreguntarse si quizás fuera eso lo másromántico de todo.

Había sido deseada antes porhombres. Algunos incluso habíanafirmado que la amaban. Pero esto…esto era diferente. Había una urgencia enel cuerpo de Harry, en su respiración, enel pulso de su sangre bajo la piel. Ladeseaba. La necesitaba. Iba más allá delas palabras, más allá de cualquier cosa

que pudiera intentar explicar. Pero eraalgo que ella entendía, algo que sentíaprofundamente en su interior.

La hacía sentirse deliciosamentepoderosa. Y al mismo tiempo impotente,porque lo que fuera que estabaapoderándose de él, estabaextendiéndose hacia ella también,causando una debilidad dentro de susvenas, una incapacidad para respirar. Sesentía como si el cuerpo entero estuvieraapremiándola, moviéndola desde elinterior hacia fuera hasta que no pudohacer nada más que tocarle. Tenía queagarrarle, abrazarle. Lo necesitabacerca, por lo que le rodeó con lasmanos, entrelazándose a sí mismaalrededor de su cuello.

- Harry -susurró, y ella oyó elplacer en su voz. Este momento, estebeso… era todo lo que había estadoesperando.

Era todo lo que deseaba.Y un millón de cosas más.Las manos de él se deslizaron hacia

la parte baja de su espalda, separándolade la pared, dando vueltas y girando através de la alfombra hasta que los dossintieron el brazo del sofá. Aterrizóencima de ella, el cálido y fornido pesode su cuerpo inmovilizándola contra loscojines. Debería de haber sido unasensación de lo más extraña. Debería dehaber sido terrorífico… el cuerpo deella comprimido, el movimientodisminuido. Pero en vez de ello

simplemente se sentía de lo más normal,la cosa más natural del mundo, queestuviera sobre su espalda y su hombreencima de ella, caliente, poderoso ysuyo.

- Olivia -susurró, la boca trazandoun sendero de fuego bajando por ellateral de su cuello. Se arqueó bajo él,el pulso saltando cuando los labios deHarry encontraron la delgada y sensiblepiel sobre la clavícula. Se estabamoviendo más y más abajo hacia eldelicado borde de encaje de su corpiño.Y al mismo tiempo, las manos seestaban moviendo hacia arriba,deslizándose a lo largo de su costado,cogiéndola entre la cuna que formabanel pulgar y el índice hasta que alcanzó el

pecho.Olivia jadeó conmocionada. La

mano de él se había deslizado a sualrededor hacia la parte frontal, y ahoralo estaba envolviendo a través de ladelgada muselina de su vestido. Oliviagimió su nombre, y entonces gimióalguna otra cosa, algo ininteligible ycompletamente sin propósito o sentido.

- Eres tan… buena -gimióapretándola gentilmente y cerrando losojos mientras su cuerpo entero sesacudía con deseo-. Tan buena.

Ella mostró una amplia sonrisa.Justo allí, en medio de su seducción,sonrió. Le encantaba que no la llamasehermosa o bonita o radiante. Leencantaba que estuviera tan fuera de sí

por ella que «buena» fuese la palabramás compleja que podía lograr.

- Deseo tocarte -susurró él, loslabios moviéndose contra su mejillamientras hablada-. Deseo sentirte… enmi piel… en mi mano. -Los dedossubiendo furtivamente hasta quealcanzaron el borde del vestido y tiró yarrastró gentilmente, y luego no tanto,hasta que la tela se deslizó sobre suhombro, y después hacia abajo… másabajo… hasta que ella estuvo desnudapara él.

No se sintió libertina. No se sintióinmoral. Simplemente se sintió bien.Como ella misma.

La respiración de él… pesada yrápida… era el único sonido. El aire

alrededor de ellos parecía chisporrotearde urgencia, y luego ya no oyó surespiración, la sintió sobre la piel, fríaal principio y después caliente mientrasla boca de él estuvo más y más cerca.

Y entonces la besó. Casi gritó…por la impresión de ello, luego por elfuego de ello, y las espirales de placerque hizo nacer de su interior.

- Harry -jadeó y ahora sí que sesentía lujuriosa. Se sentía completa yabsolutamente perversa. La cabeza de élestaba en su pecho y todo lo que parecíaque podía hacer era hundir los dedos ensu pelo, sin estar segura de si estabaintentando soltarle o atarle a ella parasiempre.

Las manos de él se movieron hacia

su pierna, apretando, acariciando,moviéndose más alto, y entonces…

- ¿Qué es eso? -Olivia se incorporórápidamente en una posición sentadatirando a Harry a su derecha. Habíahabido un estrépito tremendo. Habíasonado como madera astillándose yvidrio rompiéndose y había habidodefinitivamente un grito.

Harry se sentó en el suelo,intentando recuperar la respiración. Lamiró, los ojos aún ardientes y ella se diocuenta que su vestido estaba fuera desitio. Tiró de él, rápidamente y cruzó losbrazos protectoramente sobre ella, cadamano agarrando firmemente el hombroopuesto. No era que le temiera, perodespués del ruido estaba aterrorizada de

que cualquier otro pudiera entrarcorriendo.

- ¿Qué pasó? -preguntó ella.Harry estaba agitando la cabeza

mientras se levantaba del suelo y seponía de pie.

- Vino del salón.- ¿Estás seguro?Él asintió con la cabeza, y el

primer pensamiento de ella fue que eraun alivio, aunque no tenía ni idea de porqué. Su segundo pensamiento fue en ladirección opuesta. Si ella había oído elestrépito, entonces otras personas en lacasa lo habrían oído también. Y si esasotras personas por casualidad estabanescaleras arriba como su madre loestaba, podría venir corriendo abajo

para investigar. Y si lo hacía, podríaentrar en la habitación equivocada.Encontrando a su hija en un estado deconsiderable deshabillé.

Pero la verdad es que su madreprobablemente se encaminaría primerohacia el salón. La puerta estaría abiertay era la primera habitación una vezcruzabas a la parte baja de las escaleras.Pero si hacía eso, encontraría trescaballeros, un corpulentoguardaespaldas, tres criadas…

Pero no a OliviaSe puso rápidamente en pie, para

inmediatamente entrar en pánico.- ¡Mi pelo!- … está increíblemente intacto -

finalizó él por ella.

Olivia le miró con patenteincredulidad.

- No, en serio -dijo él mirando algoque le tenía asombrado-. Está bien,casi… -movió las manos cerca de sucabeza como si señalara… alguna cosa-… igual.

Se apresuró al espejo sobre lachimenea y se puso de puntillas.

- Oh, Dios mío -dijo. Sally se habíasuperado a sí misma. Apenas un mechónestaba fuera de sitio, y podía haberjurado que Harry había estirado la masacompleta hacia abajo.

Olivia sacó dos horquillas, lasrecolocó y las aseguró, luego se retirópara inspeccionar su reflejo. Aparte desus ruborizadas mejillas, parecía

completamente respetable. Y realmente,una gran variedad de cosas podían habercausado eso. Una infección, incluso,aunque probablemente necesitabaempezar a inventar una nueva excusa.

Ella miró al otro lado, hacia Harry.- ¿Me veo presentable?Él asintió con la cabeza. Pero luego

dijo:- Sebastian lo sabrá.- ¿Qué? ¿Cómo? -La boca de ella

se abrió de conmoción.Harry se encogió de hombros.

Había algo elementalmente masculino enese gesto, como si dijera… una mujerpodría contestar tu pregunta másexhaustivamente, pero yo sólo puedocontestarla así.

- ¿Cómo lo sabrá? -repitió Olivia.Harry le dirigió otra de esas

miradas.- Simplemente lo sabrá. Pero no te

preocupes, no dirá nada.Olivia bajó la mirada hacia sí

misma.- ¿Crees que el príncipe lo sabrá?- ¿Qué importa si el príncipe lo

sabe? -devolvió Harry de forma un tantocortante.

- Tengo mi… -había estado a puntode decir que tenía una reputación queconsiderar-. ¿Estás celoso?

La miró como si ella estuvieraligeramente desequilibrada.

- Claro que estoy celoso.Las piernas de ella comenzaron a

sentirse más bien líquidas y exhaló unsuspiro.

- ¿De verdad?Él agitó la cabeza, claramente

impaciente con su repentina ensoñación.- Dile a todo el mundo que me he

ido a casa.Olivia parpadeó, insegura sobre lo

que él estaba hablando.- No quieres que todo el mundo

sepa qué ha pasado aquí esta noche,¿no?

- Eh, no -dijo Olivia, quizás unpoco vacilante, ya que no era como siestuviera avergonzada. Porque no loestaba. Pero deseaba que susactividades permanecieran en privado.

Él se encaramó a la ventana.

- Diles que me viste salir hace diezminutos. Puedes decir que tenía asuntosque atender en casa.

- ¿Te vas por la ventana?Él ya tenía una pierna sobre el

alféizar.- ¿Tienes alguna idea mejor?Podría, si le diera unos pocos

segundos para pensar en ello.- Hay una buena caída -señaló-.

Es…- No te olvides de cerrar la ventana

tras de mí. -Y se fue, saltandodirectamente fuera de vista.

Olivia se acercó corriendo y seesforzó en mirar fuera. Realmente nohabía sido mucho más que una caída denada. Ciertamente no más que con lo que

Priscilla Butterworth había tenido quelidiar cuando se había colgado fuera dela ventana del primer piso, y el cielosabía que Olivia se había burlado deella por su tontería.

Empezó a preguntar a Harry siestaba bien pero él ya estaba abriéndosecamino por encima del muro queseparaba sus propiedades,evidentemente sin estar herido por lacaída.

Y además, Olivia no tenía tiempopara ninguna conversación más. Podíaoír a alguien bajando por las escaleras,por lo que se apresuró a salir, justo atiempo para alcanzar la parte frontal delvestíbulo al mismo tiempo que su madre.

- ¿Alguien gritaba? -preguntó lady

Rudland-. ¿Qué está pasando?- No tengo ni idea -contestó Olivia-

. Estaba en el servicio. Hay unfragmento de una representación…

- ¿Una representación?- En el salón.- ¿De qué rayos estás hablando? ¿Y

por qué… -su madre alargó la mano yarrancó algo de su pelo-…hay unapluma en tu pelo?

- No me lo explico -dijo Oliviacogiendo la pluma de su mano paradisponer de ella más tarde. Debía dehaber saltado del relleno de uno de loscojines. Todos ellos estaban rellenos deplumas, aunque Olivia siempre habíapensado que los cañones se quitabanprimero.

Se libró de más comentariosgracias a Huntley, que había entrado enel vestíbulo, pareciendo terriblementeapenado.

- Mi lady -dijo haciendo unareverencia en dirección a la madre deOlivia-. Ha habido un accidente.

Olivia salió corriendo rodeando aHuntley y entrando apresuradamente enel salón. Sebastian estaba en el suelocon el brazo torcido en un ánguloantinatural. Tras él, un florero parecíahaber volcado, dejando vidrio hechoañicos, flores cortadas y agua por todoel suelo.

- ¡Oh, cielos! -exclamó-. ¿Quépasó?

- Creo que se rompió el brazo -le

dijo Edward Valentine.- ¿Dónde está Harry? -preguntó con

un grito ahogado Sebastian. Los dientesestaban apretados juntos y estabatranspirando del dolor.

- Se fue a casa -le dijo Olivia-.¿Qué ocurrió?

- Era parte de la actuación -explicóEdward-. Miss Butterworth estaba en unacantilado y…

- ¿Quién es Miss Butterworth? -preguntó la madre de Olivia desde laentrada.

- Te lo explicaré más tarde -prometió Olivia. Esa idiota novela iba aser la muerte de alguien.

Se giró hacia Sebastian.- Señor Grey, creo que deberíamos

llamar a un cirujano.- Vladimir lo arreglará -anunció el

príncipe Alexei.Sebastian levantó la mirada hacia

Olivia, los ojos como platos por lainquietud.

- Mamá -llamó Olivia haciéndoleseñas para que viniera-. Creo quenecesitamos un cirujano.

- ¡Vladimir! -gritó el príncipe,soltando una retahíla en ruso.

- No dejes que me toque -siseóSebastian.

- No pienses que podrás irte estanoche a la cama sin explicarme todohasta el último detalle -murmuró ladyRudland al oído de Olivia.

Olivia asintió, agradecida de que le

diera un poco de tiempo para idear unaexplicación plausible. No obstante, teníala sensación de que nada podía superarla verdad. O al menos, la verdad con unpoco de cuidadosas y seleccionadasomisiones. Estaba muy agradecida deque Huntley hubiera estado metido en laobra dramática de la tarde; eso, almenos, podía explicar por qué ladyRudland no había sido informada de losmúltiples visitantes de su hija.

- Busca a Harry -dijo Sebastian aEdward-. Ahora.

El hombre joven se excusó y saliócorriendo con prontitud.

- Esto es lo que hace Vladimir -dijo el príncipe Alexei abriéndosecamino a empujones para acercarse.

Vladimir estaba justo a su lado, mirandoabajo hacia Sebastian con ojosentrecerrados y evaluadores.

- ¿Suelda brazos rotos? -preguntóOlivia, inspeccionándole conconsiderables dudas.

- Hace muchas cosas -contestóAlexei.

- Su Excelencia -murmuró ladyRudland realizando una rápidareverencia. Él era, después de todo, dela realeza, y el protocolo debía decumplirse, a pesar de los miembrostorcidos.

- Pereloma ruki u nevo nyet -dijoVladimir.

- Ha dicho que su brazo no estároto -dijo Alexei, manteniendo sujeto el

hombro de Sebastian. Sebastian gritó tanfuerte que Olivia se estremeció.

Vladimir dijo algo más, a lo queAlexei murmuró una respuesta que eraclaramente una pregunta. Vladimirasintió, y entonces, antes que ningunotuviera la oportunidad de reaccionar, losdos hombres agarraron el brazo deSebastian, Alexei rodeando la partecentral y Vladimir un poco por encimadel codo. Vladimir dio un tirón y ungiro… o quizás fue un giro y un tirón.Hubo un horrible sonido de hueso en…buen Dios, Olivia no sabía lo que habíapasado con el hueso, pero debía dehaber sido algo espantoso, ya queSebastian soltó un espeluznante alarido.

Olivia pensó que se pondría

enferma.- ¿Mejor? -preguntó el príncipe

Alexei bajando la mirada hacia elestremecido paciente.

Sebastian parecía demasiadoaturdido para hablar.

- Está mejor -comentó Alexeiconfidencialmente. Luego le dijo aSebastian-. Le dolerá durante variosdías. Quizás más. Su… ah… ¿Cómo sedice?

- Dislocado -gimoteó Sebastianintentando mover sus dedos.

- Da. El hombro.Olivia cambió su peso para tener

una mejor visión de lo que ocurría trasVladimir, quien le estaba bloqueando lavista.

Parecía que Sebastian seencontraba fatal. Su cuerpo enteroestaba sacudiéndose, como si estuvierarespirando demasiado rápido, y lapiel…

- ¿No creéis que parece un poco decolor verde? -preguntó a nadie enparticular.

A su lado, Alexei asintió. Su madretambién dio un paso hacia delantediciendo:

- Quizás deberíamos… ¡Oh!Los ojos de Sebastian se pusieron

en blanco y el siguiente ruido que oyófue el sonido de su cabeza golpeando laalfombra.

* * *

Harry estaba al final de losescalones delanteros de Rudland Housecuando oyó el grito. Fue un grito dedolor, cosa que supo inmediatamente, ysonaba como si fuera de mujer.

Olivia.El corazón le saltó de terror, y sin

ninguna palabra hacia Edward, remontólos escalones y entró en el vestíbulodelantero. No llamó, ni siquiera paró decorrer hasta que patinó en el interior delsalón, apenas capaz de respirar.

- ¿Qué demonios ha ocurrido aquí?-preguntó jadeando. Olivia parecía estarbien. En perfecto estado, realmente.

Estaba de pie cerca del príncipe, queestaba hablando en ruso a Vladimir, elcual estaba de rodillas, cuidando de…¿Sebastian?

Harry miró a su primo con algo depreocupación. Estaba incorporado,apoyado contra la pata de una silla. Lapiel estaba pálida y estaba sujetándoseel brazo.

El mayordomo estaba abanicándolecon una copia abierta de MissButterworth y el Barón Loco.

- ¿Seb? -preguntó Harry.Sebastian levantó una mano,

agitando la cabeza, lo cual Harryentendió como un no me molestes. Porlo que no lo hizo.

- ¿Estás bien? -le preguntó a

Olivia. El corazón de él aún palpitandopor el terror de que hubiera sido herida-. Oí un grito de mujer.

- Ah, ese podría haber sido yo -dijo Sebastian.

Harry bajó la mirada hacia suprimo con la cara paralizada deincredulidad.

- ¿Tú hiciste ese ruido?- Dolió -dijo Sebastian un poco

molesto.Harry luchó por no reírse.- Gritas como una damisela.Sebastian le miró fijamente.- ¿Hay alguna razón por la que

estés diciendo eso con acento alemán?- Ninguna en absoluto -respondió

Harry con pequeños resoplidos de risa

apenas contenida escapando de su boca.- Eh, Sir Harry -la voz de Olivia le

llegó de detrás de él.Se giró, la miró y estalló en

carcajadas. Por ninguna razón exceptoque había estado conteniéndose y quecuando la vio simplemente ya no pudoaguantarse más. Parecía tener ese efectoúltimamente sobre muchas de susemociones. Y Harry estaba empezando adarse cuenta que esto no era en absolutouna cosa mala.

Oliva, no obstante, no se estabariendo.

- Puedo presentarle a mi madre -dijo suavemente, moviendo a la mujermayor cerca de ella.

Él recuperó la compostura

instantáneamente.- Lo siento mucho, lady Rudland.

No la había visto.- Fue más como un alarido -dijo

ella secamente. Harry sólo la había vistohasta ahora a través de la habitación,pero por lo que había podido ver separecía ciertamente un poco a su hija. Supelo tenía algo de plateado, y habíadébiles líneas en su cara, pero lasfacciones eran notablemente similares.Si lady Rudland era algún indicio, labelleza de Olivia no se eclipsaría.

- Madre -dijo Olivia-, este es SirHarry Valentine. Ha alquilado la casadel sur.

- Sí, lo he oído -dijo lady Rudland-. Encantada de conocerle finalmente.

Harry no pudo decir si escuchó unaadvertencia en su voz. Sé que ha estadotonteando con mi hija. O quizás un: Nopiense que permitiremos nunca que seacerque a ella otra vez.

O quizás se lo estaba imaginandotodo.

- ¿Qué le ha ocurrido a Sebastian?-preguntó Harry.

- Se ha dislocado el hombro -explicó Olivia-. Vladimir lo harecolocado.

Harry no supo si estar preocupadoo impresionado.

- ¿Vladimir?- Da -dijo Vladimir con orgullo.- Fue… realmente… bastante… -

Olivia buscó las palabras-…

sorprendente -decidió finalmente.- Yo podría haberlo descrito de

forma diferente -comentó Sebastian.- Fuiste muy valiente -dijo ella

dirigiéndole un gesto maternal.- Vladimir ha hecho esto muchas

veces -dijo Alexei desplazándose hastaVladimir. Bajó la mirada haciaSebastian, que estaba todavía sentadosobre el suelo y dijo-: Necesitarás… -hizo un movimiento con la mano, luegomiró a Olivia-. Es para el dolor.

- ¿Láudano?- Sí. Eso es.- Tengo un poco en casa -aseguró

Harry poniendo la mano en el hombro deSebastian.

- ¡Ay!

- Uys, perdón. Quise coger tu otrohombro. -Harry miró al resto deocupantes de la habitación, la mayoríade los cuales lo estaban mirando comosi fuera un criminal-. Estaba intentandoreconfortarle. Ya sabéis, palmadita en elhombro y todo eso.

- Quizás deberíamos de llevar aSeb de vuelta -sugirió Edward.

Harry asintió, ayudando a su primoa incorporarse.

- ¿Te quedarás con nosotrosalgunos días?

Sebastian asintió agradecidamente.Mientras se dirigía a la puerta, se giróhacia Vladimir y dijo:

- Spasibo.Vladimir sonrió orgullosamente y

dijo que era un honor ayudar a tan granhombre.

El príncipe tradujo y añadió:- Debo mostrarme de acuerdo. Su

representación fue magnífica.Harry intercambió una divertida

mirada con Olivia. No pudo evitarlo.Pero Alexei no había terminado.

- Sería un honor si viniese comoinvitado a la fiesta de la próximasemana. Será en la casa de mi primo. Elembajador. Una celebración por lacultura rusa. -Miró hacia atrás al restode la muchedumbre-. Todos ustedesestán invitados, por supuesto. -Se giróhacia Harry y sus ojos se encontraron.Se encogió de hombros, como sidijera… incluso tú.

Harry asintió en respuesta. Parecíaque no iba a terminar con el prínciperuso todavía. Si Olivia iba, él iba. Esoera todo lo que importaba.

Lady Rudland agradeció alpríncipe por su amable invitación, luegose giró hacia Harry y dijo:

- Creo que el señor Grey necesitaecharse.

- Por supuesto -murmuró Harry.Dio sus adioses y ayudó a Sebastian allegar a la puerta del salón.

Olivia caminó al lado y cuandoalcanzaron la puerta de la entrada dijo:

- ¿Me harás saber cómo le estáyendo?

Él le mostró una pequeña y muysecreta sonrisa.

- Estate en tu ventana a las seis dela tarde.

Debería de haber salido paraentonces. Habían muchas personaspululando y Sebastian estaba claramentedolorido, pero no pudo resistirse a echaruna última mirada a la cara de ella. Y enese momento, finalmente entendió quéquería decir la gente cuando decían quelos ojos de alguien se iluminaban.

Porque cuando le dijo de estar ensu ventana a las seis, ella sonrió. Ycuando miró dentro de sus ojos, fuecomo si el mundo entero estuvierabañado con un brillo suave y feliz, y quetodo ello, cada pequeño pedazo de lobueno, de diversión y de felicidad…provenían todos de ella. De esa mujer

única de pie a su lado en la puerta de laentrada en Mayfair.

Y fue cuando lo supo. Habíaocurrido. Justo aquí, en Londres.

Harry Valentine se habíaenamorado.

Capítulo 19

Esa tarde, a las seis en punto,Olivia abrió la ventana, se apoyó en elalféizar y se asomó.

Y ahí estaba Harry, inclinado sobresu alféizar y mirando hacia arriba.Estaba guapísimo, con sus labioscurvados en una sonrisa perfecta, entreinfantil y maliciosa. Le gustaba verloasí, feliz y relajado. Su pelo negro ya nose veía repeinado y Olivia sintió elrepentino impulso de tocarlo, de hundirlos dedos en él y despeinárselo todavíamás.

¡Dios Santo, debía estarenamorada!

Aquello debería haber sido unarevelación. Debería haberse sentidoanonadada por la sorpresa. Sin embargoestaba encantada. Perfecta yfabulosamente maravillada.

Amor. Amor. AMOR. Saboreómentalmente la palabra, en varios tonose intensidades. Todos ellos sonaban muybien.

Verdaderamente era una emociónaltamente recomendable.

- Buenas noches -dijo con unasonrisa tonta en la cara.

- Buenas noches.- Llevas mucho tiempo esperando.- Uno o dos minutos, nada más.

Eres increíblemente puntual.- No me gusta tener a la gente

esperando -dijo ella, inclinándose haciadelante y casi atreviéndose a lamerselos labios-. A menos que se lomerezcan.

Aquello pareció despertar suinterés. También él se inclinó más, hastaque ambos estuvieron algo másasomados de la cuenta. Pareció queHarry iba a hablar, pero algo le debiósuceder porque se echó a reír.

Y luego ella lo imitó.Y continuaron así… riéndose

simplemente, hasta que se les llenaronlos ojos de lágrimas.

- ¡Oh, Dios! -jadeó Olivia-. ¿Nocrees que quizá… alguna vez…

podríamos vernos de un modo másconvencional?

Él se secó los ojos.- ¿Convencional?- En un baile por ejemplo.- Ya hemos bailado -dijo él.- Sólo una vez, y no te caí bien.- Ni yo a ti tampoco -le recordó él.- Yo te caí peor.Harry lo pensó y luego asintió.- Eso es verdad.Olivia se estremeció.- ¿Me comporté fatal, verdad?- Pues sí -admitió él, con bastante

rapidez.- Se supone que no deberías estar

de acuerdo conmigo.Él sonrió de oreja a oreja.

- Está bien que puedas ser horriblede vez en cuando. Es una habilidad muyútil.

Olivia apoyó el codo y descansó labarbilla en la mano.

- Es curioso, mis hermanos nuncaparecían pensar lo mismo.

- Los hermanos son así.- ¿Tú también?- ¿Yo? Nunca. A decir verdad la

animaba. Cuanto peor se comportaba mihermana, más posibilidades tenía deverla en problemas.

- Muy astuto -murmuró ella.Él contestó encogiéndose de

hombros.- Sigo sintiendo curiosidad -dijo

Olivia, negándose a permitir que

cambiara de tema-. ¿Por qué es útilsaber ser horrible?

- Muy buena pregunta -afirmó él,muy serio.

- No sabes qué contestar, ¿verdad?- Verdad -admitió él.- Podría convertirme en actriz -

sugirió ella.- ¿Y perder tu respetabilidad?- Entonces una espía.- Eso es todavía peor -dijo él con

mucha firmeza.- ¿No crees que pudiera ser una

espía? -Estaba coqueteandodescaradamente, pero se estabadivirtiendo demasiado para contenerse-.Seguro que Inglaterra podríabeneficiarse de alguien como yo. Habría

solucionado la guerra en poco tiempo.- De eso no me cabe ninguna duda -

dijo él como si estuviera absolutamenteconvencido.

Sin embargo algo la hizo darmarcha atrás. Estaba bromeandodemasiado sobre un tema que no admitíabromas.

- No debería bromear con cosas así-dijo.

- No pasa nada -respondió él-. Aveces no se puede evitar.

Olivia se preguntó qué habría vistoy hecho él. Había estado muchos años enel ejército. No todo debían haber sidodesfiles y jovencitas desmayándose alver pasar los uniformes. Debía de haberluchado. Avanzado. Matado.

Era casi imposible de imaginar.Cabalgaba a la perfección y, después deaquella tarde, Olivia conocía de primeramano su fuerza y su vigor, pero aún así aella le parecía en cierto modo máscerebral que atlético. Puede que sedebiera a todas aquellas tardes en que lohabía visto inclinado sobre los papelesde su escritorio, con la plumadeslizándose rápidamente por la hoja.

- ¿Qué haces ahí? -preguntó ella.- ¿Qué?Ella le señaló.- En tu despacho. Pasas mucho

tiempo delante del escritorio.- Un poco de todo -respondió él

tras una vacilación-. Traducciones, másque nada.

- ¿Traducciones? -Ella se quedóboquiabierta-. ¿De verdad?

Harry cambió de postura y porprimera vez en aquella velada, parecióestar un poco incómodo.

- Ya te dije que hablo francés.- No me imaginaba que lo hablaras

tan bien.Él se encogió de hombros con

modestia.- Pasé muchos años en el

continente.Traducciones. ¡Dios Santo, era aún

más inteligente de lo que ella pensaba!Esperaba poder estar a la altura. Creíaque sí, ya que le gustaba pensar que eramás lista de lo que creía la mayoría dela gente. Eso se debía a que no fingía

interés en cada tema que se encontraba yno se molestaba en meterse en asuntos oactividades para los que no estabacapacitada.

Que era como se comportaríacualquier persona con dos dedos defrente.

En su opinión.- ¿La traducción es muy diferente? -

preguntó.Él ladeó la cabeza.- Comparándola con hablar -aclaró

ella-. Yo sólo me defiendo en inglés, demodo que no lo sé.

- Es bastante diferente -confirmóél-. La verdad es que no sé cómoexplicarlo. Una forma es… inconscientey la otra casi matemática.

- ¿Matemática?Harry pareció avergonzado.- Ya te he dicho que no sabía

explicarlo.- No -dijo ella, pensativa-. Creo

que tiene sentido. Tienes que encajar laspiezas de un rompecabezas.

- Algo parecido.- Me gustan los rompecabezas. -

Dejó de hablar un segundo antes deañadir-: Pero odio las matemáticas.

- Son lo mismo -dijo él.- No. No lo son.- Si dices eso es que debes haber

tenido unos profesores muy malos.- Eso no hay ni que decirlo. Por si

no lo recuerdas, acabé con cincoinstitutrices.

Harry le sonrió, lenta ycálidamente, y ella tembló por dentro. Sialguien le hubiera dicho esa mismamañana que hablar de matemáticas yrompecabezas la haría estremecerse deplacer, se habría partido de risa. Sinembargo ahora, al mirarlo, lo único quedeseaba era extender la mano, cruzarvolando el espacio que los separaba yacomodarse en sus brazos.

Aquello era una locura.Y felicidad.- Debería dejar que te fueras -dijo

él.- ¿Dónde? -suspiró ella.Harry se rió por lo bajo.- A dónde sea que tengas que ir.Contigo, quiso decir ella. En su

lugar apoyó la mano en la ventana,preparándose para cerrarla.

- ¿Nos vemos mañana por la tardea la misma hora?

Él hizo una reverencia y ellacontuvo el aliento. Sus movimientostenían la gracia de un cortesanomedieval y la hacían sentirse como sifuera su princesa encerrada en una torre.

- Será un honor -dijo él.Esa noche, cuando Olivia se metió

en la cama, seguía sonriendo.Sí, el amor era algo muy

recomendable.

* * *

Una semana más tarde, Harry sehallaba sentado ante su escritorio,contemplando una hoja de papel enblanco.

No es que tuviera intención deescribir algo, pero generalmentepensaba mejor ante la mesa, con unahoja de papel colocada encima delpapel secante. Por ese motivo, despuésde estar tumbado en la cama estudiandocuidadosamente el techo, mientrastrataba de averiguar cuál sería la mejorforma de pedirle matrimonio a Olivia,se trasladó hasta allí, esperando que lellegara la inspiración.

No tenía nada de extraño.- ¿Harry?

Alzó la vista, agradecido por lainterrupción. Se trataba de Edward, queestaba parado en la entrada.

- Me pediste que te avisara cuandofuera la hora de empezar a prepararte -dijo Edward.

Harry asintió y le dio las gracias.Había transcurrido casi una semanadesde aquella extraña y maravillosatarde en Rutland House. Sebastian sehabía trasladado, declarando que la casade Harry era mucho más cómoda (ydisponía de mejor comida) que la suyapropia. También Edward pasaba mástiempo en la casa y no había llegadoborracho ni una sola vez. En cuanto aHarry no había tenido que pensarseriamente en el príncipe Alexei

Ivanovich Gomarovsky.Bueno, hasta ahora. Estaba esa

celebración de la cultura rusa a la que sehabía comprometido a asistir aquellanoche. Aunque la verdad era que lehacía mucha ilusión. La cultura rusa legustaba. Y la comida. Llevaba sindisfrutar de una comida rusa decentedesde que su abuela vivía y les gritaba alos cocineros en la cocina de Valentine.Suponía que era improbable que hubieracaviar, aunque sin embargo tenía laesperanza de que sí.

Y desde luego Olivia estaría allí.Iba a pedirle que se casara con él.

Mañana. Todavía no había resueltotodos los detalles, pero se negaba aesperar más. La semana anterior había

sido una mezcla de felicidad y tortura,donde todo giraba en torno a una mujerde ojos azules y rubia como el sol.

Olivia tenía que haber adivinadosus intenciones, ya que llevaba toda lasemana cortejándola de maneraapropiada con paseos por el parque yencuentros con su familia. Y también demuchas maneras inapropiadas comobesos robados y conversaciones a medianoche a través de las ventanas abiertas.

Estaba enamorado. Hacía muchoque lo había reconocido. Lo único quele quedaba por hacer era proponerlematrimonio.

Y que ella aceptara, pero él creíaque lo haría. Ella no le había dicho quele amaba, pero tampoco lo hubiera

hecho, ¿verdad? Era el hombre quientenía que declararse primero y éltodavía no se había declarado.

Estaba esperando el momentoindicado. Tenían que estar solos. Teníaque ser de día ya que quería verle lacara claramente y grabarse cadaemoción en la memoria. Le declararía suamor y le pediría que se casara con él.Y luego la besaría hasta dejarla sinsentido. Tal vez incluso también élperdiera el sentido.

¿Quién iba a decir que era tanromántico?

Harry se levantó y se acercó a laventana, riéndose por lo bajo. Lascortinas de Olivia estaban corridas y laventana abierta. Lleno de curiosidad,

abrió la suya y asomó la cabeza alcálido aire de primavera. Esperó unmomento por si ella le había oído subirla ventana y luego silbó.

Olivia apareció unos segundosdespués con ojos vivarachos y alegres.

- ¡Buenas tardes! -exclamó.- ¿Me estabas esperando? -

preguntó él.- Claro que no, pero como tenía

que estar en mi habitación no vi ningúnmotivo para no dejar la ventana abierta.-Se inclinó sobre el alféizar y le sonrió-.Ya es casi la hora de arreglarse.

- ¿Qué te vas a poner? -¡SantoDios, parecía uno de sus amigoschismosos! Sin embargo no le importó.Estaba demasiado feliz viéndola como

para preocuparse por cosas como esa.- Mi madre deseaba que me pusiera

el vestido de terciopelo rojo, pero yoquería ponerme algún color que túpudieras ver.

Resultaba ridículo lo mucho que legustaba que ella evitara los colores rojoy verde en beneficio de él.

- ¿Azul, quizá? -reflexionó ella.- Estás preciosa vestida de azul.- Esta tarde estás muy halagador.Harry se encogió de hombros,

exhibiendo lo que estaba convencidoque debía ser una sonrisa sumamenteestúpida.

- Hoy estoy de muy buen humor.- ¿Aunque vayas a pasar la velada

con el príncipe Alexei?

- Va a tener trescientos invitados,de modo que no dispondrá de tiempopara mí.

Olivia rió en silencio.- Creí que empezaba a gustarte.Harry supuso que así era. Seguía

pensando que el príncipe era un pocotonto pero había arreglado el hombro deSebastian. O para ser más exactos, lehabía ordenado a su lacayo que lohiciera. En cualquier caso, el resultadofue el mismo.

Y lo que era más importante, porfin había aceptado la derrota y habíadejado de llamar a Olivia.

Por desgracia para Harry, elencaprichamiento del príncipe porOlivia fue sustituido por una devota

amistad hacia Sebastian. El príncipeAlexei había decidido que Seb tenía queser su nuevo mejor amigo y le llamaba adiario para interesarse por surecuperación. Harry se propuso estarpresente en su oficina durante las visitasy deleitó a Olivia con los detalles y delo que le había contado Sebastian. Engeneral, fue algo bastante divertido, y lamejor prueba de que el príncipe Alexeiera completamente inofensivo.

- ¡Oh, ahí está mi madre! -dijoOlivia, girándose para mirar a suespalda-. Me está llamando desde elvestíbulo. Tengo que irme.

- Te veré esta noche -dijo Harry.Ella sonrió.- Estoy impaciente.

Capítulo 20

Cuando Harry llegó a la residenciadel embajador, el baile estaba en plenaactividad. No podía determinarexactamente qué aspectos de la culturarusa se celebraban, la música eraalemana y el alimento francés. Pero anadie parecía importarle. El vodka fluíalibremente y el salón resonaba concarcajadas.

Harry buscó inmediatamente aOlivia, pero no estaba en ningún lugar ala vista. Estaba bastante seguro que yahabría llegado, su carruaje había dejado

la casa una hora antes que el suyohubiera partido. Pero el salón estabaabarrotado. No la encontraría pronto.

El hombro de Sebastian casi habíamejorado, pero había insistido en llevarun cabestrillo bajo el abrigo, lo mejorpara atraer a las mujeres, le había dichoa Harry. Y verdaderamente, funcionaba.Fueron asaltados instantáneamente, yHarry estuvo feliz de quedarse atrás,mirando con diversión cómo Sebastianse regodeaba en la preocupación de lashermosas damas de Londres.

Harry notó que Sebastian no dabauna descripción exacta del accidente. Dehecho, todos los detalles fueron bastantevagos. Ciertamente no había nada comopararse encima de una mesa,

representando la escena del precipiciode una novela gótica. Era difícil decirexactamente qué había dicho Sebastian,pero Harry oyó que una dama susurrabaa otra que había sido atacado porbandoleros, el pobre, pobrecito.

Harry esperaba oír que Sebastianhabía luchado contra un regimientofrancés entero al final de la noche.

Harry se inclinó sobre Edwardmientras Sebastian aceptabaamablemente la preocupacióndesgarradora de una viudaespecialmente metida en carnes.

- Hagas lo que hagas, no cuentes anadie qué sucedió realmente. Él nunca teperdonará.

Edward asintió, pero apenas.

Estaba demasiado ocupado mirando yaprendiendo de Seb para atender aHarry.

- Disfruta de las sobras -dijo Harrya su hermano, sonriendo para sí mismocuando se dio cuenta de que iba a estarcon las hembras sobrantes de Sebastian.

La vida era buena. Muy buena. Tanperfecta y fabulosa como jamás habíasido, de hecho.

Mañana se declararía a Olivia ymañana ella diría sí.

¿Lo haría, verdad? No podía estarconfundido acerca de sus sentimientos.

- ¿Has visto a Olivia? -preguntó aEdward.

Edward sacudió la cabeza.- Voy a tratar de encontrarla.

Edward asintió.Harry decidió que era inútil

intentar conducir una conversación consu hermano con tantas señoritasrevoloteando cerca de él y se marchó,tratando de ver por encima de lamultitud mientras caminaba al ladoopuesto del salón de baile. Había unpequeño grupo de personas cerca delbol del ponche, el príncipe Alexei en elcentro, pero no veía a Olivia. Ella habíadicho que llevaría un vestido azul, elcual la haría más fácil de reconocer,pero siempre había resultado más difícilpara él distinguir los colores por lanoche.

El cabello… Ahora, eso era unahistoria diferente. El pelo brillaría como

una baliza.Siguió moviéndose entre la

multitud, mirando aquí y allá, yfinalmente, cuando comenzaba afrustrarse, la oyó detrás él:

- ¿Buscas a alguien?Se giró y fue como si su vida

estuviera iluminada por su sonrisa.- Sí -dijo, fingiendo perplejidad-,

pero no puedo encontrarla…- Oh, para -dijo Olivia,

golpeándole levemente en el brazo-.¿Qué te ha tomado tanto tiempo? Heestado aquí durante horas.

Harry levantó una ceja ante eso.- Oh, muy bien, una hora por lo

menos. Probablemente noventa minutos.Harry echó un vistazo a su primo y

su hermano, todavía recibiendo a sucorte a través del cuarto.

- Tuvimos dificultades para ajustarel cabestrillo de Sebastian con suabrigo.

- Y la gente dice que las mujeresson escrupulosas.

- Aunque tendría que discutir afavor de mi género, siempre estoy felizde cuestionar a mi primo.

Ella se rió de eso, un sonidobrillante y musical, entonces le agarróde la mano.

- Ven conmigo.Él la siguió entre la multitud,

impresionado por su determinaciónresuelta de llegar a dondequiera que iba.Zigzagueó de aquí para allá, riéndose

todo el camino, hasta que alcanzó unapuerta arqueada en el lado distante delcuarto.

- ¿Qué es esto? -murmuró.- Shhhh -contestó ella. Harry la

siguió al vestíbulo. No estaba vacío,había varios pequeños grupos depersonas congregados por todas partes,pero estaba mucho menos lleno que elsalón principal.

- He estado explorando -dijo ella.- Aparentemente.Ella giró en otra esquina y otra, y

las multitudes se redujeronprogresivamente hasta que por últimoOlivia se detuvo en una galeríatranquila. Un lado tenía puertasintercaladas con altos retratos,

perfectamente ordenados, dos pinturasentre cada puerta. Al otro lado había unafila ordenada de ventanas.

Olivia se detuvo directamentedelante de una de las ventanas.

- Mira fuera -instó.Él lo hizo, pero no vio nada

extraordinario.- ¿Abro? -preguntó, pensando que

eso podría ofrecer más indicios.- Hazlo por favor.Encontró la cerradura y la abrió,

entonces levantó la ventana. Se deslizóarriba sin un sonido y metió la cabezafuera.

Vio árboles.Y a ella. Había sacado la cabeza al

lado de él.

- Debo confesar confusión -dijo-.¿Qué estoy mirando?

- A mí -dijo ella simplemente-. Anosotros. Juntos. En el mismo lado deuna ventana.

Él se giró. La miró. Y entonces…tenía que hacerlo. No podía no hacerlo.La alcanzó y la empujó contra él, ellafue de buena gana, con una sonrisa quehabló de la vida que tenían esperandodelante de ellos.

Harry se inclinó y la besó, loslabios ansiosos y hambrientos, y se diocuenta de que estaba temblando porqueesto era más que un beso. Había algosagrado en este momento, algohonorable y verdadero.

- Te amo -cuchicheó él. No había

querido decirlo todavía. Todos susplanes habían sido decírselo cuando selo propusiera. Pero tenía que hacerlo.Había crecido y se había extendidodentro de él, burbujeando con el calor yla fuerza y simplemente no lo podíaretener-. Te amo -dijo otra vez-. Teamo.

Ella le tocó la mejilla.- Te amo, también.Durante varios segundos él no pudo

hacer nada más que mirarla fijamente,sosteniendo el momento con reverencia,permitiendo que cada pizca de ello sederramara sobre él. Y entonces algo mástomó el mando, algo primitivo y violentoy la aplastó contra él, besándola con laurgencia de un hombre que debe

reclamar lo suyo.No podía conseguir bastante de

ella, su toque, su olor, su sensación. Latensión y la necesidad daban vueltas enespiral dentro de él y podía sentir suagarre deslizándose sobre su control,sobre su sentido de conveniencia, sobretodo excepto ella.

Los dedos trataban de asir su ropa,desesperados por sentir la piel, calientey suave.

- Te necesito -gimió, movió la bocapor la mejilla, la mandíbula, el cuello.

Se retorcieron y giraron lejos de laventana, Harry se encontró inclinadocontra una puerta. Agarró el picaporteen la mano, giró y cayeron dentro,tropezando, pero logrando mantenerse

de pie.- ¿Dónde estamos? -preguntó

Olivia, el aliento le sacudía el cuerpo.Harry cerró la puerta. Echó el

pestillo.- No me importa.La asió entonces, la empujó contra

él. Debería haber sido suave, deberíahaber sido tierno. Pero estaba más alláde eso ahora. Por primera vez en suvida, se movía por algo más allá de sucontrol. Se movía por algo que no podíaresistir. Su mundo era nada excepto estamujer y sus cuerpos; le iba a mostrar, dela manera más fundamental posible,cuánto la amaba.

- Harry -jadeó ella, arqueando elcuerpo contra el de él. Harry podía

sentir cada curva a través de la ropa ytenía que… no podía parar…

Tenía que sentirla. Tenía queconocerla.

Dijo su nombre, reconociendoapenas su propia voz, ronca con lanecesidad.

- Te deseo -dijo él.Y cuando ella gimió

incoherentemente en respuesta, encontróel lóbulo de la oreja con los labioscomo él había hecho con ella, él se lodijo otra vez.

- Te deseo ahora.- Sí -dijo ella-. Sí.Con un aliento tembloroso, Harry

se apartó de ella y le tomó la cara en lasmanos.

- ¿Comprendes lo que digo?Ella asintió.Pero eso no era lo bastante bueno.- ¿Comprendes? -preguntó, la

urgencia le hacía sonar casi estridente-.Necesito que lo digas.

- Comprendo -cuchicheó-. Tedeseo, también.

Aún así, Harry se resistió, incapazde permitirse cortar ese último hilo decordura, de conveniencia. Sabía queestaba listo para comprometer su vidacon ella, pero no lo había jurado en unaiglesia, ante su familia. Pero por Dios,que si ella iba a detenerle ahora, iba atener que detenerlo ahora.

Ella se quedó muy quieta, por unmomento pareció dejar de respirar y

luego le tomó la cara entre las manos, lamisma posición en que él la sostenía aella. Los ojos se encontraron y en sucara él vio un amor y una confianza tangrande y tan profunda que casi loparalizó con temor.

¿Cómo podía ser él digno de esto?¿Cómo podría mantenerla a salvo, felizy asegurarse cada segundo de cada díaque ella sabía cuánto la amaba él?

Ella sonrió. Al principio fue dulcey luego se volvió lista y quizá un pocotraviesa.

- Vas a pedirme que me casecontigo -murmuró-, ¿verdad?

Harry separó los labios consorpresa.

- Yo…

Pero Olivia colocó una de susmanos contra la boca.

- No digas nada. Sólo asiente conla cabeza si es sí.

Harry asintió.- No me lo pidas ahora -dijo y

pareció casi serena, como si fuera unadiosa y los mortales alrededor de ellahicieran exactamente lo que les pedía-.Este no es el momento ni el lugar.Quiero una propuesta apropiada.

Harry asintió otra vez.- Pero si sé que planeas pedírmelo,

yo podría ser convencida para actuar deuna manera…

Fue todo el permiso que necesitó.La atrajo para otro beso ardiente, losdedos encontraron los botones cubiertos

de tela en la espalda del vestido.Salieron fácilmente de los ojales y ensegundos el tejido se reunió y susurró asus pies.

Ella estaba ante él con su camisolay corsé, el tejido pálido resplandecíasuavemente a la luz de la luna que sefiltraba por la parte superior sin cortinasde la única ventana del cuarto. Oliviaparecía tan hermosa, tan etérea y pura,Harry se encontró queriendo parar ybeber de la vista incluso mientras sucuerpo ardía por un contacto máscercano.

Se encogió de hombros paraquitarse el abrigo, luego se aflojó lospliegues de la corbata. Todo mientrasella permanecía allí, mirándole en

silencio, los ojos abiertos con maravillay entusiasmo. Desabrochó los primerosbotones de su camisa, lo bastante paraquitársela por la cabeza y con lo que erael último resto de pensamiento racional,la colocó pulcramente en una silla paraque no se arrugara. Ella dejó salir unarisita, tapándose la boca con la mano.

- ¿Qué?- Eres tan ordenado -dijo,

pareciendo casi avergonzada alseñalarlo.

Harry miró deliberadamente porencima del hombro.

- Hay cuatrocientas personas alotro lado de esta puerta.

- Pero vas a arruinarme.- ¿No puedo hacerlo

ordenadamente?Otro bufido de risa salió disparado

de su boca. Ella se agachó, recogió elvestido y se lo entregó.

- ¿Te importaría doblar estotambién?

Harry apretó los labios para evitarreírse. En silencio, se estiró y lo tomó.

- Si alguna vez andas corto defondos -dijo ella, mirándole colocar elvestido sobre el respaldo de una silla-,siempre hay oportunidades para unadoncella concienzuda.

Él se giró, una comisura de la bocase curvaba hacia arriba en un saludoretorcido. Se golpeó la sien izquierda,cerca del ojo, murmurando:

- Ciego para los colores, si

recuerdas.- Oh, querido. -Olivia juntó las

manos, pareciendo terriblementeapropiada-. Eso sería un problema.

Harry dio un paso hacia ella, losojos la devoraban.

- Quizás pueda compensar mi faltacon una devoción excesiva hacia miseñora.

- La lealtad y la fidelidad siempreson apreciadas entre los sirvientes.

Harry se acercó más, mucho máscerca, hasta que los labios casi letocaron la comisura de la boca.

- ¿Y entre esposos?- Es muy apreciado entre esposos -

susurró ella. Su respirar se volvióirregular y sólo con el toque de su piel

hizo que la sangre de Harry se acelerara.La mano fue a las cintas del corsé.- Soy muy leal.Olivia asintió nerviosamente.- Eso es bueno.Él tiró de la cinta, deshaciendo

primero el lazo y luego deslizando eldedo por debajo del nudo.

- Puedo decir «fidelidad» en tresidiomas.

- ¿De verdad?De verdad y no le importaba si ella

lo sabía. Planeaba hacerle el amor enlos tres, pero para la primera vez, pensóque se ceñiría al inglés. Bien, en sumayor parte.

- Fidelidad -cuchicheó-. Fidelité.Vyernost.

Entonces la besó, antes de quepudiera preguntar más. Se lo diría todo,pero no ahora. No cuando él estaba sincamisa y el corsé de ella desatado ydeslizándose por su cuerpo. No cuandosus dedos estaban trabajando en los dosbotones de la camisola, desenganchandolos tirantes que lo mantenían en su lugarsobre los hombros.

- Te amo -dijo, inclinándose haciadelante para colocar un beso en el huecosobre su clavícula.

- Te amo -dijo otra vez, subiendopor la línea elegante del cuello.

- Te amo.Y esta vez lo cuchicheó, ardiente

en su oreja mientras soltaba los tirantesy permitía que la última prenda de vestir

cayera de su cuerpo.Olivia subió los brazos para

cubrirse y él la besó una vez, levemente,en los labios mientras los dedos semovían para desabrochar sus bragas. Laanhelaba hasta el dolor, caliente ypesado con la necesidad y no tenía lamenor idea de cómo quitarse las botasrápidamente, pero antes de que pudierani siquiera tomar otro aliento, la levantóen brazos y la llevó al diván.

- Deberías tener una camaapropiada -murmuró-, con sábanasapropiadas y almohadas apropiadas…

Pero ella negó con la cabeza,entrelazando los dedos detrás del cuellopara bajarle para un beso.

- No quiero ser apropiada en este

momento -dijo, cuchicheando laspalabras en su oído-. Sólo te deseo a ti.

Había sido inevitable. Harry habíasabido eso durante mucho tiempo, desdeel momento en que ella astutamente lehabía preguntado si planeabaproponérselo. Pero aún así, algo parecióinclinarse en ese momento, enviándolesobre el borde de la restricción,transformando esto de una seducción ala locura completa.

La dejó sobre su espalda y cubrióinmediatamente su cuerpo con el suyo.El toque fue eléctrico. Estaban pielcontra piel, apretados uno contra el otrocon una intimidad conmovedora. Y éldeseaba tanto enterrarse dentro de ella,tener l a , conocerla, pero no podía

permitirse apresurarse. No sabía sipodría llevarla a la culminación, nuncale había hecho el amor a una virgenantes y no tenía la menor idea de si eraposible. Pero por Dios, que haría queesto fuera bueno para ella. Cuandoacabaran, ella sabría que había sidovenerada.

Sabría que era amada.- Dime qué te gusta -murmuró él,

besándola en los labios antes demoverse a la garganta.

Oyó su aliento, ronco, excitado yquizás un poco confuso.

- ¿Qué quieres decir?Harry ahuecó el seno con la mano.- ¿Te gusta esto?La oyó inhalar rápidamente.

- ¿Te gusta? -preguntó suavemente,arrastrando los labios hacia abajo a labase del cuello.

Ella asintió, con rápidosmovimientos frenéticos.

- Sí.- Dime qué te gusta -dijo otra vez y

con la boca encontró la punta del seno.Sopló un poco de aire encima, luegorodeó el borde con la lengua antes definalmente capturarla con los labios.

- Me gusta eso -jadeó ella.A mí también, pensó él y se movió

al otro lado, diciéndose que era por elequilibrio. Pero realmente era para él ypara ella, y porque no podía soportardejar un centímetro de ella sin tocar.

Olivia se arqueó debajo de él,

presionando contra su boca y Harrydeslizó una mano hacia abajo,envolviéndose alrededor de su trasero.Apretó, luego se movió, los dedosencontraron la piel suave del interior delmuslo. Y cuando apretó otra vez, losdedos estaban cerca, tan cerca delcentro de ella, tan cerca que podía sentirsu calor.

La boca volvió a la de ella, justocuando los dedos la encontraron, laacarició, entró.

- ¡Harry! -gritó Olivia,sorprendida, pero no, pensó él, molesta.

- Dime lo que te gusta -dijo otravez.

- Eso -logró decir-. Pero no…Harry se movió más profundo,

dentro y fuera, la humedad le hacía ardercon la necesidad por ella.

- ¿Tú no qué? -preguntó.- No lo sé.Él sonrió.- ¿No sabes qué?- No sé lo que no sé -dijo ella, con

brusquedad práctica.Harry se tragó una risa y detuvo los

dedos por un momento.- ¡No pares! -gritó.Y no lo hizo. No paró cuando ella

gimió su nombre y no paró cuando leagarró por los hombros con tanta fuerzaque seguro que tendría moratones. Yseguramente no paró cuando ella seconvulsionó alrededor de él, tanrápidamente y con tanta fuerza que casi

le empujó fuera de ella.Un caballero quizás hubiera parado

entonces. Olivia había llegado alclímax, todavía era virgen y él eraprobablemente una bestia para quererhacer el amor con ella completamente,pero simplemente no podía… no.

Ella era suya.Pero no, se estaba empezando a dar

cuenta que él era de ella.Antes de que Olivia bajara de su

clímax, antes de que pudieradesplomarse por el poder de ello, sacólos dedos y se posicionó en su apertura.

- Te amo -dijo, su voz fuerte yronca con la emoción-. Tengo quedecírtelo. Necesito que lo sepas. En estemomento, necesito que lo sepas.

Se empujó hacia adelante,esperando resistencia. Pero ella estabatan excitada, tan bien amada que sedeslizó adentro con facilidad. Seestremeció de placer, de la exquisitaunión de sus cuerpos. Era como si nuncahubiera hecho esto antes, su deseo tomóel mando y perdió todo el control. Yentonces, en lo que habría sido unavelocidad vergonzosa si no le hubieradado placer, gritó y se tensó, luego porúltimo, se desplomó.

Capítulo 21

Olivia salió primero.No estaba segura de cuánto tiempo

habían estado allí en el diván, tratandode recobrar la cordura, y luego, una vezque pudieron respirar normalmente, leshabía llevado algún tiempo arreglar susapariencias. Harry no podía atarse lacorbata con la misma precisiónalmidonaba que había hecho su valet yOlivia había encontrado que su pañuelono valía para…

Cielos, no podía ni siquiera pensaren las palabras. No se arrepentía de lo

que había hecho. Nunca podría, habíasido la experiencia más maravillosa,asombrosa y espectacular de su vida.Pero ahora, ahora estaba… pegajosa.

Su salida también se retrasó porvarios besos robados, por lo menos dosmiradas lujuriosas que habíanamenazado con enviarlosinmediatamente de nuevo al diván y a unpellizco muy travieso en el trasero.

Olivia todavía se felicitaba porése.

Pero finalmente lograron parecer lobastante respetables para volver ajuntarse con la cortés sociedad ydecidieron que Olivia partiría primero.Harry la seguiría cinco minutos mástarde.

- ¿Estás seguro de que mi peloparece presentable? -preguntó ellamientras colocaba la mano en el pomode la puerta.

- No -admitió él.Olivia sintió que los ojos se le

abrían de par en par con alarma.- No parece tan malo -dijo él, con

la típica incapacidad de los hombrespara describir exactamente un peinado-,pero no creo que parezca precisamenteel mismo que cuando llegaste. -Sonriódébilmente, claramente consciente desus defectos en ese aspecto.

Ella se apresuró de vuelta al espejosolitario del cuarto, pero estaba sobre larepisa de la chimenea e incluso aunquese puso de puntillas no pudo captar ni un

atisbo de toda la cara.- No puedo ver nada -se quejó-.

Tengo que encontrar un baño.Así que sus planes cambiaron.

Olivia saldría, encontraría un baño y sequedaría allí durante por lo menos diezminutos, para que Harry pudiera salircinco minutos después de su salida yllegara al salón de baile cinco minutosantes de que ella llegara.

Olivia encontró el subterfugioagotador. ¿Cómo se las arreglaba lagente con tales cosas, moviéndosefurtivamente como ladrones? Ella seríaun espía terrible.

Su frustración debió habersemostrado en la cara, porque Harry seacercó y la besó una vez, suavemente, en

la mejilla.- Pronto estaremos casados -

prometió- y nunca tendremos que haceresto otra vez.

Olivia abrió la boca para indicarque su madre insistiría en uncompromiso de tres meses comomínimo, pero él levantó la mano y dijo:

- No te preocupes, esta no es tupropuesta. Cuando te lo proponga, losabrás. Te lo prometo.

Ella sonrió para sí misma ymurmuró un adiós, se asomó por lapuerta para asegurarse de que no veníanadie y luego se deslizó a la tranquilagalería iluminada por la luna.

Sabía la ubicación del aseo; habíaestado allí una vez ya esa noche. Trató

de andar con la velocidad correcta. Nodemasiado rápido, no quería parecerque se apresuraba. Ni demasiadolentamente, tampoco, siempre era mejorparecer como si uno tuviera unpropósito.

No se encontró con nadie en sucamino al aseo, por lo que estuvoagradecida. Sin embargo, cuando abrióla puerta y dio un paso al interior de lacámara, donde las señoras podíanlavarse las manos y verificar susapariencias, se encontró con:

- ¡Olivia!Olivia casi saltó de su piel. Mary

Cadogan estaba en el espejo,pellizcándose las mejillas.

- Cielos, Mary -dijo Olivia,

tratando de recobrar el aliento-. Me hassobresaltado.

No quería ser atrapada en unaconversación con Mary Cadogan, peropor otro lado, si tenía que toparse conalguien, estaba agradecida de que fueracon una amiga. Mary quizás sepreguntara por la aparienciadesordenada de Olivia, pero nuncasospecharía la verdad.

- ¿Está mi cabello alborotado? -preguntó Olivia, estirándose paratocarlo-. Resbalé. Alguien derramóchampagne.

- Oh, odio eso.- ¿Qué piensas? -preguntó Olivia,

esperando haber desviado con éxito aMary de hacer cualquier otra pregunta.

- No está tan mal -respondió Maryconsoladoramente-. Puedo ayudarte. Hepeinado el cabello de mi hermanadocenas de veces. -Empujó a Olivia auna silla y comenzó a ajustar losalfileres-. No parece como si tu vestidohubiera sufrido daño.

- Estoy segura que el dobladillo seha manchado -dijo Olivia.

- ¿Quién derramó el champagne? -preguntó Mary.

- No estoy segura.- Apostaré que fue el señor Grey.

Tiene un brazo en cabestrillo.- Le he visto -murmuró Olivia.- He oído que su tío le empujó por

las escaleras.Olivia apenas logró contener su

horror por el rumor.- Eso no puede ser verdad.- ¿Por qué no?- Bien… -Olivia parpadeó,

tratando de proponer una respuestaaceptable. No quería decir queSebastián se había caído de una mesa ensu casa, Mary positivamente laacribillaría con preguntas si sabía queOlivia tenía algún conocimientoespecial del incidente. Por último sedecidió por:

- ¿Si se hubiera caído por lasescaleras, no crees que habría sufridoheridas más graves?

Mary pareció considerar esto.- Quizá fue un tramo corto de

escaleras. Los escalones delanteros,

quizás.- Quizás -dijo Olivia, esperando

que eso fuera el final.- Aunque -continuó Mary,

terminando con las esperanzas deOlivia- uno pensaría que habría testigossi hubiera sucedido afuera.

Olivia decidió no comentar.- Supongo que podría haber

sucedido de noche -reflexionó Mary.Olivia comenzaba a pensar que

Mary debía considerar escribir unanovela del estilo de Miss Butterworth.Ciertamente poseía la imaginación paraello.

- Ya -declaró Mary-. Como nuevo.O casi. No he podido recrearexactamente el pequeño rizo sobre la

oreja.Olivia estaba impresionada (y

quizás un poco alarmada) de que Maryhubiera recordado el rizo sobre la oreja,Olivia ciertamente no lo había hecho.

- Gracias -dijo-. Lo aprecio mucho.Mary sonrió con calor.- Estoy feliz de ser de ayuda.

¿Volvemos a la fiesta?- Adelántate sin mí -respondió

Olivia. Se movió hacia la otra secciónmás privada, la sección del aseo-.Necesito un momento.

- ¿Quieres que te espere?- Oh, no, no, no -dijo Olivia,

esperando que su exceso de no sonaramás coloquial que desesperado.Necesitaba realmente unos pocos

momentos a solas, sólo un poco detiempo para reunir sus pensamientos,respirar profundamente y procurarrecobrar el equilibrio.

- Oh, por supuesto. Te veré mástarde, entonces. -Mary le hizo un gestocon la cabeza y salió del pequeñocuarto, dejando a Olivia sola.

Olivia cerró los ojos por unmomento y tomó ese aliento profundopor el que había estado esperando.Todavía sentía un hormigueo y se sentíaaturdida, sorprendida por su propiaconducta y al mismo tiempo mareadacon delicia.

No estaba segura de qué lesorprendía más, que acabara de entregarsu virginidad en la casa del embajador

ruso o que se preparara para volver a lafiesta como si nada hubiera sucedido.

¿Lo vería la gente en su cara?¿Parecía diferente? El cielo lo sabía,ella se sentía fundamentalmentecambiada.

Se inclinó hacia delante unos pocoscentímetros, tratando de examinar sureflejo más de cerca. Las mejillasestaban rosas, no había modo de ocultareso. Y quizá sus ojos parecían un pocomás brillantes, casi relucían.

Estaba imaginando cosas. Nadie losabría.

Menos Harry.El corazón saltó. Literalmente le

saltó en el pecho.Harry lo sabría. Recordaría cada

detalle y cuando la mirara, los ojosardientes con el deseo, ella se fundiríade nuevo.

Y de repente ya no estuvo tansegura de poder cargar con esto. Nadiesabría lo que había estado haciendo almirarla. Pero si alguien la mirabacuando estuviera mirando a Harry…

Se enderezó. Cuadró los hombros.Trató de ser resuelta. Podría hacer esto.Era lady Olivia Bevelstoke, cómoda encualquier situación social, ¿verdad? Eralady Olivia Bevelstoke, pronto…

Dejó salir un chirrido pequeño anteel pensamiento. Pronto sería ladyValentine. Le gustaba eso. LadyValentine. Era tan romántico. Realmente,los nombres no podían ser mejores.

Se giró hacia la puerta. Alcanzó elpicaporte.

Pero alguien la abrió primero.Entonces retrocedió para evitar sergolpeada por la puerta.

Pero no pudo evitar un…- ¡Oh!

* * *

¿Dónde demonios estaba Olivia?Harry había regresado a la fiesta haciamás de media hora y todavía no la habíavislumbrado. Había representado suparte a la perfección, charlando con

numerosas señoritas brillantes, bailandoincluso con una Smythe-Smith. Habíacomprobado a Sebastian, no es que él lonecesitara, el hombro no le había estadomolestando durante varios días.

Olivia había dicho que planeaba ira la sala donde las señoras se retirabanpara comprobar su apariencia, así queno había esperado que llegarainmediatamente, pero aún así, ¿nodebería haber llegado ya? Habíapensado que tenía un aspecto bastanteagradable cuando la vio por última vez.¿Qué más podía haber necesitado hacer?

- ¡Oh, Sir Harry!Giró ante el sonido de una voz

femenina. Era esa señorita con la queOlivia había estado sentándose en el

parque. ¿Blast, era su nombre?- ¿Ha visto a Olivia? -preguntó

ella.- No -dijo-. No he estado en el

salón de baile mucho tiempo.La joven frunció el entrecejo.- No sé dónde podría estar. Estuve

con ella antes.Harry la miró con interés creciente.- ¿De verdad?Ella asintió, ondeando una de sus

manos a un lado, presumiblemente paraindicar otra ubicación.

- La ayudé con su pelo. Alguienderramó champagne sobre su vestido,sabe.

Harry no estaba seguro de quéhabía contado ella sobre su pelo, pero

sabía que era mejor no preguntar.Cualquiera que fuera la historia queOlivia había confeccionado, habíaconvencido a su amiga y él no iba acontradecirla.

La señorita frunció el entrecejo,inclinando la cabeza en una direcciónmientras miraba por encima de lamultitud.

- Realmente necesitaba decirlealgo.

- ¿Cuándo la vio por última vez? -preguntó Harry, manteniendo su tonocortés, casi paternal.

- Dios mío, no estoy segura. ¿Haceuna hora? No, no podría haber pasadotanto. -Continuó su búsqueda visual porla pista de baile, pero Harry no podía

decir si buscaba a Olivia o si solamenteinspeccionaba la lista de invitados.

- ¿La ve usted? -murmuró Harry, ensu mayor parte porque se sentíamalditamente incómodo allí parado,junto a ella mientras ésta miraba a todosen el cuarto aparte de él.

Ella sacudió la cabeza y luegolocalizando aparentemente a alguien quecreía de importancia más grande, dijo:

- Hágale saber que la estoybuscando cuando la encuentre.

Con un pequeño giro, se dirigió devuelta a la multitud.

Eso era singularmente inútil,decidió Harry, mientras se movía hacialas puertas del jardín. Él no pensaba queOlivia hubiera salido, pero el salón de

baile estaba a un nivel más bajo y unotenía que subir tres escalones paraalcanzar las puertas. Sería mucho másprobable poder verla desde allí.

Pero cuando alcanzó su atalaya, fuebloqueado una vez más. Todos a los queconocía parecían estar presentes, peroOlivia no se encontraba por ningunaparte. Allí estaba Sebastian, todavíaencantando a las señoras con el cuentoinventado de su proeza. Edward estabajunto a su codo, tratando de parecer másmayor de lo que era realmente. La amigade Olivia (cuyo nombre todavía nopodía recordar) sorbía un vaso delimonada, fingiendo escuchar alcaballero de edad avanzada que legritaba. Y allí estaba el hermano gemelo

de Olivia, inclinándose contra la paredde atrás, su expresión aburrida.

Incluso Vladimir estaba allí,caminando a través del salón de bailecon gran determinación, sin molestarseen disculparse cuando empujaba a unlado a varios lords y ladys. Parecíabastante serio, pensó Harry y sepreguntó si debería investigar cuando sedio cuenta de que el gigante ruso sedirigía hacia él.

- Venga conmigo -le dijo a Harry.Harry comenzó.- ¿Habla inglés?- Nyeh tak khorosho, kak tiy

govorish po russki.No tan bien como usted habla

ruso.

- ¿Qué pasa? -preguntó Harry. Eninglés, para ser cuidadoso.

Los ojos de Vladimir seencontraron con los de él con unpropósito duro.

- Conozco a Winthrop -dijo.Fue casi suficiente para convencer

a Harry de fiarse de él.Y entonces Vladimir dijo.- Lady Olivia ha desaparecido.De repente no importó si se fiaba

de él o no.

* * *

Olivia no tenía la menor idea dedónde estaba.

O cómo había llegado allí.O por qué tenía las manos atadas

detrás de la espalda, los pies atadosjuntos y una mordaza envuelta alrededorde la boca.

O, pensó, parpadeandofrenéticamente para ajustarse a la luzdébil, por qué no estaba con los ojosvendados.

Yacía de costado, en una cama,mirando fijamente a una pared. Quizáquienquiera que le había hecho esto sehabía figurado que si no podía moverseni hacer ruido, no importaría lo queviera.

¿Pero quién? ¿Por qué? ¿Qué le

había sucedido?Trató de pensar, trató de calmar su

mente acelerada. Había estado en elaseo. Mary Cadogan había estado allí yluego se marchó y Olivia había estadosola ¿durante cuánto tiempo? Por lomenos unos pocos minutos. Quizá cinco.

Finalmente había recuperado losnervios para volver a la fiesta, pero lapuerta se había abierto y entonces…

¿Qué había sucedió? ¿Qué sucedió?Piensa, Olivia, piensa.¿Por qué no podía recordar? Era

como si una gran mancha gris hubierasido frotada por su memoria.

Comenzó a respirar más fuerte.Rápido y profundo. Asustada. No podíapensar claramente.

Comenzó a luchar, aunque sabíaque era inútil. Logró darse la vuelta,lejos de la pared. Parecía que no podíacalmarse, enfocar…

- Está despierta.Se congeló. En un instante se quedó

quieta, su único movimiento la subida ybajada del pecho.

No reconocía la voz. Y cuando supropietario se acercó, no reconoció alhombre, tampoco.

¿Quién es usted?Pero por supuesto no podía hablar.

Sin embargo, él vio la pregunta; la vioen sus ojos asustados.

- No importa quién soy yo -dijo, suvoz tenía algún tipo de acento. Pero ellano podía decir de dónde era. Así como

siempre había sido terrible con losidiomas, nunca podía situar acentos,tampoco.

El hombre se acercó más, luego sesentó en una silla cerca de ella. Era másviejo que ella, aunque no tan viejo comosus padres y el pelo era canoso y corto.Los ojos, no podía decir de qué coloreran en la oscuridad. Marrones no. Eranalgo más brillantes.

- El príncipe Alexei se haencaprichado con usted -dijo.

Ella abrió los ojos de par en par.¿El príncipe Alexei le había hecho esto?

Su captor rió entre dientes.- Usted no oculta bien sus

emociones, lady Olivia. No ha sido elpríncipe quien la ha traído aquí. Pero

será el príncipe -se inclinó más cerca,de modo amenazador, hasta que ellapudo olerle el aliento-, quien pagaráporque la devolvamos.

Ella sacudió la cabeza, gruñendo,tratando de decirle que el príncipe no sehabía encaprichado de ella, o que si lohabía hecho, no había durado.

- Si es lista, no luchará -dijo elhombre-. No se liberará, así que, ¿porqué malgastar su fuerza?

Pero ella no podía parar de lucharal parecer. El terror más absoluto seconstruía dentro de ella y no sabía cómocontenerlo.

El hombre canoso se puso de pie,la miró con una curva diminuta en loslabios.

- Le traeré alimento y bebida mástarde. -Salió del cuarto y Olivia pensóque la garganta se le cerraría por elpánico cuando oyó el clic de la puerta alcerrarse, seguido por las vueltas de doscerraduras.

No iba a poder salir de allí. Noella sola.

¿Pero sabría alguien a dónde lahabían llevado?

Capítulo 22

- ¿Dónde está?Eso fue lo único que consiguió

decir Harry antes de lanzarse hacia elpríncipe. Había seguido a Vladimirhasta una habitación en la parte traserade la casa, con más miedo a cada pasoque daba. Sabía que se estabacomportando como un estúpido; aquellopodía ser una trampa. Era evidente quealguien sabía que trabajaba para elMinisterio de Guerra ya que de otraforma, ¿cómo iba a saber Vladimir quehablaba ruso?

Era posible que se dirigiera alencuentro de su propia ejecución.

Pero era un riesgo que tenía quecorrer.

Sin embargo, cuando vio alpríncipe allí parado, iluminado por laluz de una solitaria vela sobre una mesadesnuda, Harry estalló. El miedo lefortaleció y cuando cayeron al suelo lohicieron con una fuerza asombrosa.

- ¿Dónde está? -volvió a gritarHarry-. ¿Qué ha hecho con ella?

- ¡Deténgase! -Vladimir seinterpuso entre los dos, separándolos.

Cuando Harry se encontró a ladistancia de un brazo del príncipe, sedio cuenta de que Alexei no se habíadefendido.

El nudo de terror en el estómago seagrandó. El príncipe parecía pálido,serio. Asustado.

- ¿Qué es lo que pasa? -susurróHarry.

Alexei le entregó una hoja depapel. Harry la puso bajo la luz de lavela y la miró. Estaba escrita con elalfabeto cirílico. No dijo nada. No erael momento de fingir que no podíaleerlo.

La dama vivirá si usted coopera.Le va a salir cara. No se lo diga anadie.

Harry alzó la vista.- ¿Cómo sabemos que se trata de

ella? Aquí no se menciona su nombre.Alexei extendió la mano en

silencio. Harry miró lo que tenía en ella.Era un mechón de pelo. Hubiera queridodecir que no podía ser suyo, que eraposible que hubiera otra mujer con elpelo del mismo color, con esa mezclaincreíble de sol y mantequilla, con elmismo tipo de rizo, menos marcado queun tirabuzón, pero más que una onda.

Pero sabía que era suyo.- ¿Quién escribió esto? -preguntó.

En ruso.Vladimir fue el primero en hablar.- Creemos…- ¿Creen? -rugió Harry-. ¿Creen?

Será mejor que empiezan a saber, ycuanto antes. Si le pasa algo a…

- Si le sucede algo -le interrumpióel príncipe con tono glacial-, yo mismome encargaré de cortarles el cuello. Sehará justicia.

Harry se volvió hacia él despacio,intentando apaciguar la acidez que leroía las entrañas.

- No quiero justicia -dijo con vozgrave y llena de rabia-. La quiero a ella.

- Y vamos a salvarla -se apresuró adecir Vladimir. Le lanzó al príncipe unamirada de advertencia-. No le va a pasarnada.

- ¿Quién es usted? -exigió saberHarry.

- Eso no importa.- Yo creo que sí.- Yo también trabajo para el

Ministerio de Guerra -respondióVladimir. Se encogió de hombros-. Devez en cuando.

- Me perdonará si no confío enusted.

Vladimir lo miró otra vez, con esamirada intensa y directa que habíaacobardado a Harry en el salón de baile.Estaba claro que era mucho más que elcriado amenazante que pretendía ser.

- Conozco a Fitzwilliam -dijoVladimir en voz baja.

Harry se quedó helado. Nadieconocía a Fitzwilliam a menos que ésteasí lo quisiera. La cabeza empezó adarle vueltas. ¿Por qué le habíaordenado Winthrop que vigilara alpríncipe Alexei si ya tenían a Vladimir

allí.- Winthrop no sabía nada de mí -

añadió Vladimir, anticipándose a lapregunta de Harry-. No tiene jerarquíasuficiente para estar enterado.

Por lo que Harry sabía, la únicapersona por encima de Winthrop era elpropio Fitzwilliam.

- ¿Qué está pasando? -preguntó,intentando con todas sus fuerzasmantener un tono de voz uniforme.

- Yo no soy simpatizante deNapoleón -intervino el príncipe Alexei-.Mi padre sí, pero yo -escupió en elsuelo-, no.

Harry miró a Vladimir.- No trabaja conmigo -aclaró

Vladimir, señalando al príncipe con la

cabeza-. Sin embargo es… de ayuda.Proporciona dinero. Y nos permite usarsus tierras.

Harry sacudió la cabeza.- ¿Qué tiene eso que ver con…?- Hay quien estaría encantado de

utilizarle -le interrumpió Vladimir-. Esmuy valioso, tanto vivo como muerto.Yo lo protejo.

Aquello era asombroso. Vladimirera realmente el guardaespaldas deAlexei. Una pequeña verdad en mediode una maraña de mentiras.

- Como ha dicho, está aquí paravisitar a su primo -continuó Vladimir-.Y a mí me viene muy bien para reunirmecon mis socios en Londres. Pordesgracia, el interés del príncipe por

lady Olivia no ha pasado desapercibido.- ¿Quién se la ha llevado?Vladimir dejó de mirarlo durante

un momento, y Harry supo que era malaseñal. Si no era capaz de mirarlo a losojos es que Olivia estaba en gravepeligro.

- No estoy seguro -respondió porfin Vladimir-. No sé si se trata decuestiones políticas o si es sólo unasunto de dinero. El príncipe es unhombre de una considerable riqueza.

- Me han dicho que su fortuna habíadisminuido -dijo Harry con tonocortante.

- Eso es cierto -confirmó Vladimir,levantando una mano para evitar queAlexei se defendiera-. Pero sigue

teniendo mucho. Tierra. Joyas. Más quesuficiente para que un delincuente quierapedir un rescate por cualquiera que seaimportante para él.

- Pero ella no es…- Alguien cree que yo planeaba

pedirle que se casara conmigo -intervinoAlexei.

Harry lo miró.- ¿Y es así?- No. Puede que lo haya pensado en

alguna ocasión, pero ella… -Agitó unamano con desdén-. Está enamorada deusted. No necesito que mi mujer me ame,pero no voy a tolerar que ame a otrapersona.

Harry se cruzó de brazos.- Al parecer sus enemigos no lo

tenían tan claro.- Le pido disculpas por eso -Alexei

tragó saliva y, por primera vez desdeque Harry lo conocía, parecióincómodo-. No tengo control sobre loque los demás piensan de mí.

Harry se volvió hacia Vladimir.- ¿Qué hacemos ahora?Vladimir lo miró con una expresión

que indicaba que no le iba a gustar loque estaba a punto de oír.

- Vamos a esperar -dijo-. Volverána ponerse en contacto con nosotros.

- No pienso quedarme aquí y…- ¿Y qué sugiere que hagamos?

¿Interrogar a todos los invitados? Lanota dice que no se lo digamos a nadie.Ya hemos desobedecido esa orden al

decírselo a usted. Si se trata de quién yocreo, es mejor que no se enfaden connosotros.

- Pero…- ¿Quiere darles un motivo para

que le hagan daño? -preguntó Vladimir.A Harry le pareció que se

asfixiaba. Era como si alguien le hubierametido la mano hasta el vientre y leestuviera arrancando las tripas. Sabíaque Vladimir tenía razón, y que a élmismo no se le ocurría una idea mejor.

Aquello, el miedo y la impotencia,lo estaban matando.

- Alguien tiene que haber visto algo-dijo.

- Voy a investigar -anuncióVladimir.

Harry se lanzó de inmediato haciala puerta.

- Voy con usted.- No -dijo Vladimir, levantando

una mano para detenerlo-. Estádemasiado afectado. No será capaz detomar decisiones acertadas.

- No puedo hacer nada -protestóHarry.

Volvía a sentirse pequeño, joven eimpotente, enfrentándose a un problemasólo para encontrarse con que no existíaninguna solución adecuada.

- Nada de eso -le aseguróVladimir-. Va a hacer mucho, perodespués.

Harry observó a Vladimir mientraséste se dirigía a la puerta, pero antes de

que saliera, lo llamó.- ¡Espere!Vladimir se giró en redondo.- Ella fue a los lavabos -dijo

Harry-. Después de… -Se aclaró lagarganta-. Sé que se fue a los lavabos.

Vladimir asintió lentamente.- Es bueno saberlo. -Cruzó la

puerta y se fue.Harry miró a Alexei.- Usted habla ruso -dijo Alexei.- Es por mi abuela -dijo Harry-. Se

negó a hablarnos en inglés.Alexei asintió.- Mi abuela era de Finlandia. Era

igual.Harry se le quedó mirando y luego

se dejó caer en un sillón con la cabeza

entre las manos.- Es bueno que hable nuestro

idioma -dijo Alexei-. Pocos de suscompatriotas lo conocen.

Harry intentó ignorarle. Necesitabapensar. No sabía por dónde empezar, niqué sabía que pudiera ayudar aaveriguar el paradero de Olivia, perosabía que tenía que exprimirse elcerebro.

Sin embargo, Alexei no paraba dehablar.

- Siempre me sorprendo cuando…- ¡Cállese! -escupió Harry-.

Cállese. No hable. No diga ni unamaldita palabra a menos que sea sobreel rescate de Olivia. ¿Me ha entendido?

Alexei se quedó paralizado por un

momento. Luego cruzó la habitación ensilencio hasta una estantería y sacó unabotella y dos copas. Vertió un líquido -probablemente vodka- en ambas copas ypuso una delante de Harry, sin decirnada.

- Yo no bebo -dijo Harry, sinmolestarse en alzar la vista.

- Esto le ayudará.- No.- ¿Y usted se llama ruso? ¿Y no

bebe vodka?- No bebo nada -dijo Harry con

tono cortante.Alexei lo miró con curiosidad y

luego se sentó en la otra punta de lahabitación.

La copa permaneció intacta durante

casi una hora hasta que Alexei,aceptando por fin que Harry decía laverdad, la cogió y se la bebió.

* * *

Pasados unos diez minutosaproximadamente, Olivia consiguió porfin tranquilizarse lo suficiente parapensar. No tenía ni idea de lo que podíahacer para facilitar su rescate, pero lepareció prudente recabar toda lainformación que pudiera.

Era imposible saber dónde latenían prisionera. ¿O no? Consiguió

sentarse y examinó el recinto lo mejorque pudo. Con tan poca iluminación eracasi imposible distinguir algo. Anteshabía una vela, pero aquel hombre se lahabía llevado al irse.

La habitación era pequeña, y elmobiliario era escaso, pero nolamentable. Olivia se pegó a la pared yla miró bizqueando. Luego frotó lamejilla contra ella. Estaba limpia ycuidada, sin abultamientos nidesconchones en la pintura. Al alzar lavista vio que en el lugar donde lasparedes se unían al techo había unamoldura. En cuanto a la puerta, eradifícil asegurarlo desde la cama, pero elpomo parecía ser de muy buena calidad.

¿Seguía en la residencia del

embajador? Posiblemente. Se inclinó yapoyó la mejilla en los brazos desnudos.Tenía la piel caliente. Si la hubieransacado a la calle, ¿no estaría fría? Porsupuesto, no sabía cuánto tiempo habíaestado inconsciente. Era posible quellevara horas allí. En cualquier caso notenía la sensación de haber salido de lacasa.

Una carcajada de pánico amenazócon escapar de su garganta. ¿En quéestaba pensando? ¿Cómo que no sesentía como si hubiera salido alexterior? ¿Qué significaba eso? ¿Es queiba a empezar a tomar decisionesbasándose en lo que le decía el sextosentido sobre lo que podía o no haberpasado mientras estaba inconsciente?

Se obligó a tranquilizarse. Teníaque calmarse. No iba a poder conseguirnada si sucumbía a la histeria cada cincominutos. Era más inteligente que todoeso. Era muy capaz de mantener lacabeza serena.

Tenía que mantener la cabezaserena.

¿Qué sabía de la residencia delembajador? Había estado allí dos veces,la primera de día, cuando fue presentadaal príncipe Alexei, y la segunda denoche, en el baile.

Se trataba de un edificio enorme,una verdadera mansión en el centroexacto de Londres. Con toda seguridaddisponía de miles de habitaciones dondeesconder a alguien. Quizá se encontrara

en las dependencias de los criados.Frunció el ceño, intentando recordar lashabitaciones del servicio de RudlandHouse. ¿También allí tenían molduras?¿Los pomos de las puertas eran de lamisma calidad que los del resto de lacasa?

No tenía ni idea.¡Maldición! ¿Por qué no sabía algo

como eso? ¿No debería saberlo?Se volvió hacia la pared más

alejada. Había una ventana, pero estabacubierta por unas gruesas cortinas deterciopelo. ¿De color rojo tal vez? ¿Azuloscuro? Era imposible decirlo. La nocheeliminaba todo el color de lo que larodeaba. La única luz que entraba era lade la luna que se filtraba a través de la

ventana semicircular, por encima delrectángulo de las cortinas.

Se detuvo a pensar. Algo estabaasomando a su memoria.

Se preguntó si sería capaz dearreglárselas para salir de la cama yasomarse a la ventana. Iba a sercomplicado. Tenía los tobillos tanfuertemente atados que no era muyprobable que pudiera dar ni siquieraunos pasos de bebé. Y no sabía cómoiba a mantener el equilibrio con lasmanos atadas a la espalda.

Por no mencionar que tenía quehacer todo aquello en el más absolutosilencio. Sería un desastre si su captorvolvía y la encontraba en cualquier sitioque no fuera encima de la cama, justo

donde la había dejado. Con muchocuidado y muy despacio, sacó laspiernas de la cama y se fue moviendopoco a poco hasta que sus pies tocaronel suelo. Controlando todos susmovimientos de manera similar, fuecapaz de incorporarse y luego,apoyándose en varios muebles,consiguió ir acercándose a la ventana.

La ventana. ¿Por qué le parecía tanfamiliar?

Probablemente porque era unaventana, se dijo con impaciencia. No esque estuvieran llenas de detallesarquitectónicos precisamente.

Cuando llegó a su destino seinclinó con cuidado, intentando apartarlas cortinas con la cara. Empezó con la

mejilla y una vez que las tuvoligeramente separadas, giró la cara,procurando enganchar el borde con lanariz. Fueron necesarios cuatro intentos,pero al fin lo logró e incluso consiguiómeter el hombro para evitar que lascortinas volvieran a cerrarse.

Apoyó la cabeza contra el cristal yvio… nada. Sólo el vaho producido porsu propia respiración. Giró la cabezapara limpiarlo con la mejilla. Cuandovolvió a mirar de frente, contuvo elaliento.

De todos modos no pudo vermucho. Lo único que podía decir concerteza era que estaba muy arriba, quizáen un quinto o sexto piso. Veía lostejados de otros edificios y poco más.

La luna. Podía ver la luna.Había visto la luna en otra

habitación, en la que hizo el amor conHarry. La vio por el tragaluz de laventana.

¡El tragaluz de la ventana!Retrocedió con mucho cuidado

para no perder el equilibrio. Aquellaventana también tenía un tragaluzencima. No es que significara mucho,pero seguía un modelo, unos partelucesque se abrían desde el centro, dándoleaspecto de abanico.

Exactamente como el de abajo.Seguía en la residencia del

embajador. Era posible que la hubieranllevado a otro edificio con exactamenteel mismo modelo de ventana, pero era

improbable, ¿verdad? Y la residenciadel embajador era inmensa.Prácticamente un palacio. No estaba enel centro de Londres, sino más bien enlas afueras de Kensington, donde habíamás espacio para construcciones tangrandiosas como aquella.

Volvió a la ventana, volvió asujetar las cortinas con la cabeza,lográndolo al primer intento esta vez, yapoyó la oreja contra el cristalintentando oír algo… cualquier cosa.¿Música? ¿Gente? ¿No debería oírsealgo que indicara que en aquel edificiose estaba celebrando una fiestamultitudinaria?

Tal vez no estaba en la residenciadel embajador. No, no, aquel era un

edificio enorme. Era muy posible queella estuviera demasiado lejos para oíralgo.

Sin embargo sí que podía oírpasos. El corazón le dio un vuelco y,medio arrastrándose, medio saltando,consiguió volver a la cama y tumbarseen ella justo cuando escuchó que las doscerraduras se abrían.

Cuando la puerta se abrió empezó aforcejear. Fue lo único que se le ocurriópara justificar su respiración jadeante.

- Le dije que no hiciera eso -laregañó su captor. Traía una bandeja conuna tetera y dos tazas. Olivia pudo olerel té desde el otro extremo de lahabitación. Era un olor maravilloso.

- Soy una persona muy civilizada,

¿verdad? -preguntó él, levantando labandeja, antes de depositarla sobre unamesa-. A mí también me han puesto unamordaza como esa -señaló la que ellallevaba-, y sé que seca mucho la boca.

Olivia se limitó a mirarlofijamente. No sabía cómo se suponía quedebía responder. Literalmente. Seguroque él sabía que a ella le resultabaimposible hablar.

- Se la quitaré para que puedabeber -dijo él-, pero usted debepermanecer en silencio. Si hace ruido, osi me da las gracias con algo más fuerteque un susurro, no me quedará másremedio que volver a dejarlainconsciente.

Ella abrió mucho los ojos.

Él se encogió de hombros.- Es fácil de conseguir. Ya lo he

hecho una vez, y bastante bien diría yo.Me parece que ni siquiera tiene usteddolor de cabeza.

Olivia parpadeó. Era cierto, no ledolía la cabeza. ¿Qué le había hecho?

- ¿Se quedará callada?Ella asintió. Necesitaba que le

quitara la mordaza. Tal vez, si podíahablar con él, podría convencerlo deque todo aquello era un error.

- No intente ninguna heroicidad -leadvirtió él, aunque en sus ojos había undestello de diversión, como si no lecupiera en la cabeza que ella pudieradarle una sorpresa.

Ella sacudió la cabeza, intentando

mantener sus ojos serios. Era el únicomodo de comunicarse con él hasta que lequitara la mordaza.

Él se inclinó hacia delante con lasmanos extendidas y luego se detuvo yretrocedió.

- Creo que el té está listo -dijo-.No queremos que se… ¿cómo lo dicenustedes?

Era ruso. Con aquella pregunta¿cómo lo dicen ustedes?, Olivia pudopor fin reconocer su acento y determinarsu nacionalidad. Hablaba exactamenteigual que el príncipe Alexei.

- Estúpido de mí -dijo el hombre,sirviendo dos tazas de té-. No puedeusted hablar.

Se puso por fin a su lado y le quitó

la mordaza.Olivia tosió, y tardó varios

segundos antes de tener la boca lobastante húmeda para hablar, pero encuanto pudo miró directamente a losojos a su captor y le dijo:

- Se pasará.- ¿Perdón?- El té. No quiere que se pase

demasiado.- Que se pase demasiado -repitió

él, como saboreando la expresión.Asintió y le entregó una taza.

Ella hizo una mueca y encogióligeramente los hombros. ¿Cómo creíaél que iba a poder sujetarla? Seguíateniendo las manos atadas a la espalda.

Él sonrió, pero no fue una sonrisa

malvada. Ni siquiera condescendiente.Era casi… de arrepentimiento.

Lo cual le dio esperanzas a Olivia.No demasiadas, pero sí un poco.

- Me temo que no confío en usted losuficiente para liberarle las manos -dijoél.

- Le prometo que no voy a…- No haga promesas que no pueda

cumplir, lady Olivia.Ella abrió la boca para protestar,

pero él la interrumpió.- ¡Oh! No creo que ahora piense

que está prometiendo en falso, pero enalgún momento se le ocurrirá algo,pensará que se le presenta unaoportunidad, será incapaz de ignorarla yentonces hará alguna tontería y yo me

veré obligado a hacerle daño.Aquel fue un modo muy eficaz de

terminar con la discusión.- Sabía que me entendería -dijo él-.

Bueno, ¿confía usted en mí lo bastantepara permitir que le sostenga la taza?

Ella asintió lentamente con lacabeza.

Él se rió.- Una mujer inteligente. Lo mejor

de lo mejor. No tengo paciencia para laestupidez.

- Alguien a quien respeto mucho medijo que nunca confiara en un hombrecuando me dice que confíe en él -dijoOlivia en voz baja.

Su captor se volvió a reír por lobajo.

- Ese alguien… ¿es un hombre?Olivia asintió.- Un buen amigo.- Lo sé. Tenga -Le acercó la taza a

los labios-. En esta ocasión no le quedamás remedio que confiar en mí.

Ella bebió un sorbo. Era cierto queno tenía elección y su garganta estabaseca.

Él dejó la taza de ella y cogió lasuya.

- Han salido las dos de la mismatetera -dijo, dando un sorbo-. No es quedeba usted fiarse de mí -añadió despuésde tragar.

- No tengo relación alguna con elpríncipe Alexei -afirmó ella, mirándoloa los ojos.

Él le ofreció una sonrisa ladeada.- ¿Me toma usted por tonto, lady

Olivia?Ella sacudió la cabeza.- Es verdad que me estaba

cortejando, pero nada más.Su captor se le acercó unos

centímetros.- Esta tarde ha desaparecido

durante cerca de una hora, lady Olivia.Ella abrió la boca. Notó que se

ruborizaba y rezó por qué él no pudieraverlo en la oscuridad.

- Y el príncipe Alexei, también.- No estaba conmigo -se apresuró a

decir ella.El hombre de pelo gris bebió

tranquilamente un sorbo de té.

- No sé cómo decir esto sininsultarla -murmuró-, pero huele ustedcomo… ¿cómo lo dicen ustedes?

Olivia tenía la sensación de quesabía exactamente cómo se decía. Y aúnsintiéndose tan mortificada como sesentía, no tuvo más remedio que decir:

- Estuve con un hombre. Con otrohombre. No con el príncipe Alexei.

Aquello despertó su interés.- ¿De verdad?Ella asintió secamente, para

demostrarle que no pensaba darle másexplicaciones.

- ¿El príncipe lo sabe?- Eso no es asunto del príncipe.Él bebió otro sorbo del té.- ¿Él estaría de acuerdo con eso?

- ¿Perdón?- ¿Pensaría el príncipe que sí que

es asunto suyo? ¿Se enfadaría?- No lo sé -respondió Olivia,

intentando ser sincera-. Lleva más deuna semana sin llamarme.

- Una semana no es demasiadotiempo.

- Conoce al otro caballero y creoque está al tanto de lo que siento por él.

Su captor se enderezó y meditóaquella nueva información.

- ¿Puedo beber más té? -preguntóOlivia. Estaba bueno. Y ella tenía sed.

- Desde luego -murmuró él,volviendo a acercarle la taza.

- ¿Me cree? -preguntó Olivia,cuando terminó de beber.

- No lo sé -respondió él despacio.Ella esperaba que le preguntara por

la identidad de Harry, pero no lo hizo yeso le extrañó.

- ¿Qué va usted a hacer conmigo? -inquirió en voz baja, rezando por noestar cometiendo una estupidez alpreguntarlo.

Él había estado mirando un puntosobre su hombro, pero volvió a mirarlaa ella rápidamente.

- Eso depende.- ¿De qué?- Vamos a ver si el príncipe Alexei

sigue apreciándola. Me parece que no levamos a decir nada de susindiscreciones, por si todavía tiene laesperanza de convertirla en su esposa.

- No creo que…- No interrumpa, lady Olivia -dijo

él, con el tono justo de advertencia en lavoz para recordarle que no era su amigoy que aquello no era un té normal ycorriente.

- Lo siento -murmuró ella.- Si él sigue deseándola, será mejor

para usted que crea que es virgen. ¿Noestá de acuerdo?

Olivia permaneció callada hastaque fue evidente que aquello no era unapregunta retórica. Al final asintió unavez con la cabeza.

- Una vez que él haya pagado pararecuperarla -se encogió de hombros conactitud fatalista-, puede usted hacer loque quiera. A mí no me interesa en

absoluto. -La miró en silencio durantevarios segundos y luego dijo-: Tenga,beba un poco más de té antes de quevuelva a taparle la boca.

- ¿Tiene que hacerlo?- Me temo que sí. Es usted mucho

más inteligente de lo que creía. Nopuedo dejar que disponga de ningún tipode arma, incluida su voz.

Olivia bebió el último sorbo de téy cerró los ojos mientras su captor levolvía a poner la mordaza. En cuantoterminó, ella se volvió a tumbar, y sequedó mirando el techo, impasible.

- Le recomiendo que se duerma,lady Olivia -aconsejó él desde lapuerta-. Es lo único que puede hacerpara pasar el tiempo.

Olivia ni se molestó en mirarlo.Con toda seguridad él no esperaba quele respondiera, ni siquiera con los ojos.

El hombre cerró la puerta sin máscomentarios. Olivia oyó cómo secerraban los dos cerrojos y después, porprimera vez desde que empezó aquellaodisea, tuvo ganas de llorar. No deforcejear ni de rugir, sólo de llorar.

Notó que las lágrimas, silenciosasy calientes, se deslizaban por sus sieneshasta la almohada. No podía secárselas.En cierto modo aquello le pareció lamayor de las indignidades.

¿Qué se suponía que iba a hacerahora? ¿Tumbarse y esperar? ¿Dormir,como le había aconsejado su captor?Eso era imposible, la inactividad la

estaba matando.A estas horas Harry debía haberse

dado cuenta de que ella habíadesaparecido. Tenía que haberlo notadoaunque ella sólo hubiera estadoinconsciente unos pocos minutos.Llevaba encerrada en aquella habitaciónpor lo menos una hora.

¿Pero sabría qué hacer? Había sidosoldado, cierto, pero aquello no era uncampo de batalla con un enemigo claro ydefinido. Y si ella seguía estando en laresidencia del embajador, ¿cómo iba éla hacer preguntas a la gente? Más de lamitad de los criados sólo hablaban ruso.Harry sabía decir «por favor» y«gracias» en portugués, pero eso no ibaa serle de mucha utilidad.

Iba tener que salvarse sola, o almenos, hacer todo lo posible parafacilitar que otra persona la salvara.

Sacó las piernas de la cama y sesentó, dejando de lado laautocompasión. No podía quedarse allítumbada sin hacer nada.

Quizás pudiera hacer algo con lasligaduras. Estaban bien atadas, pero notan apretadas que se le clavaran en lapiel. Quizá pudiera alcanzarse lostobillos con las manos. Resultaría difícilporque tendría que doblarse hacia atrás,pero valía la pena intentarlo.

Se tumbó de lado, dobló laspiernas y fue estirando las manos…

Ya. Lo tenía. No era una cuerdasino más bien una tira de tela con un

nudo muy apretado. Gimió. Era la clasede nudo que era mejor cortar queintentar deshacer.

Ella nunca había tenido pacienciapara esas cosas. Lo mismo sucedía conel bordado, que odiaba, y con laslecciones, que se había saltado…

Si conseguía deshacer ese nudosería capaz de aprender francés. ¡No,ruso! Eso sería aún más difícil.

Si conseguía deshacerlo terminaríade leer Miss Butterworth y el BarónLoco. Incluso buscaría ése del coronelmisterioso y lo leería también.

Escribiría más cartas, y nosolamente a Miranda. Entregaría cajasde caridad, en vez de limitarse aembalarlas. Ella terminaría todo lo que

empezara.Todo.Y de ninguna manera iba a

enamorarse de sir Harry Valentine y nocasarse con él.

De ninguna manera.

Capítulo 23

Harry se sentó en silencio mientrasAlexei se tomaba su segundo trago devodka. No dijo nada cuando se tomó eltercero, ni siquiera el cuarto, que era dehecho el que en un principio habíaservido para Harry. Pero cuando elpríncipe alcanzó la botella para elquinto trago…

- No -espetó Harry.Alexei lo contempló sorprendido.- ¿Disculpe?- No tome otro trago.Ahora el príncipe parecía

simplemente confundido.- ¿Me está diciendo que no beba?Una de las manos de Harry se

apretó en un puño, duro y tenso.- Le estoy diciendo que si vamos a

necesitar su ayuda para encontrar aOlivia, no lo quiero tropezando yvomitando por el vestíbulo.

- Puedo asegurarle que nuncatropiezo. Ni… ¿qué es vomitar?

- Deje la botella.Alexei no accedió.- Deje. La. Botella.- Creo que olvida quién soy.- Nunca olvido nada. Haría bien en

tomar nota de eso.Alexei simplemente lo miró.- No lo entiende.

Harry se levantó.- No quiere provocarme ahora

mismo.Alexei lo contempló un instante,

luego se giró con el vaso y la botella enlas manos. Empezó a servirse.

Harry lo vio todo rojo.Era la primera puñetera vez en su

vida que veía de ese color, pero habríajurado que el mundo entero parecíahaberse vuelto distinto, de un color máscaliente. Se le taparon los oídos y lepitaron, como si hubiera escalado hastala cima de una montaña. Y ya no tenía elcontrol. De nada. Su cuerpo saltó haciadelante por voluntad propia y desdeluego su mente no hizo nada paradetenerlo. Aterrizó sobre el príncipe

como una bala de cañón humana, seestrellaron contra una mesa, luego sobresuelo y el vodka salió disparado sobreambos.

Harry casi tuvo arcadas por elfuerte olor del alcohol. Le empapaba lasropas y estaba frío, muy frío contra supiel.

Pero no lo detuvo. Nada lo habríadetenido. No pudo decir nada, ni pensaren nada que decir. Por una vez en suvida se quedó sin palabras. No sentíanada excepto furia. Manaba de él,pulsando con ira, y cuando levantó elpuño listo para golpear en el rostro delpríncipe, todo lo que salió fue un gritode ira. Y…

- ¡Basta!

Era Vladimir, interviniendo condestreza en la refriega, arrancando aHarry de Alexei y empujándolo hacia lapared opuesta.

- ¿Qué demonios está haciendo?- Está loco -siseó Alexei,

frotándose la garganta.Harry no hizo nada excepto

respirar, pero era un sonido agitado yviolento.

- Cállense -dijo Vladimir. Fulminócon la mirada a Harry, como sianticipara una interrupción-. Los dos.Ahora escúchenme. -Dio un paso haciadelante y su pie se encontró con labotella en el suelo. Rodó por lahabitación, derramando lo que quedabade vodka. Vladimir gruñó con asco pero

no hizo ningún comentario. Después deescrutar a los dos hombres, siguióhablando-: He inspeccionado el edificioy creo que lady Olivia todavía estádentro.

- ¿Por qué piensa eso? -preguntóHarry.

- Hay guardias en cada puerta.- ¿En una fiesta?Vladimir se encogió de hombres.- Hay muchas razones para proteger

el contenido de la casa.Harry esperó más, pero Vladimir

no dio más detalles. Por el amor deDios, era igual que hablar con Winthrop.Harry no se había dado cuenta hasta estemomento de lo mucho que lo odiaba…todas esas frases vagas y los tenemos

nuestros métodos.- Ninguno de los guardias la vio

salir -siguió Vladimir-. La única puertapor la que pudo salir sin ser detectadaes la principal, donde se hace la fiesta.

- Olivia no volvió a la fiesta -dijoHarry, luego aclaró-: Fue al baño perono volvió a la fiesta.

- ¿Está seguro?Harry dio un cortante asentimiento

de cabeza.- Lo estoy.- Entonces debemos asumir que no

abandonó el edificio. No sabemos sillegó al baño…

- Llegó. -Interrumpió Harry. Sesintió como un idiota por nomencionarlo antes-. Estuvo allí durante

un rato. Su amiga me dijo que la vio allí.- ¿Quién es su amiga? -preguntó

Vladimir.Harry negó con la cabeza.- No puedo recordar su nombre.

Pero ella no tiene información útil. Dijoque se fue antes que Olivia.

- Pudo haber visto algo.Encuéntrenla -ordenó Vladimir-.Tráiganmela. La interrogaré.

- Es una mala idea -le dijo Harry-.A menos que se prepare para mantenerlac o mo rehén. No podría guardar unsecreto ni aunque su propia vidadependiera de ello, ya no digamos la dealguien más.

- Entonces la interrogará usted. Nosencontraremos aquí. -Vladimir se giró

hacia Alexei-. Quédese aquí. Por siacaso envían otro mensaje.

Alexei respondió algo, pero Harryno lo oyó. Ya estaba en el pasillo,buscando a esa chica… fuera cual fuerasu nombre.

- ¡Deténgase! -gritó Vladimir.Harry se paró derrapando y se giró

con impaciencia. No tenían tiempo queperder.

- No tiene que ir a buscarla -dijoVladimir con aspereza-. Era unaartimaña para sacarle de la habitación ydejarle a él -movió bruscamente lacabeza hacia el pequeño salón dóndeesperaba Alexei-. Dentro.

La mente de Harry iba aceleradapero su voz fue uniforme cuando

preguntó:- ¿Sospecha que el príncipe está

involucrado?- Nyet. Pero será un incordio.

Usted, creo, ahora que ha tenido tiempopara calmarse…

- No confunda esto con calma -soltó Harry.

Las cejas de Vladimir se alzaron;no obstante, metió la mano en su abrigoy sacó una pistola, por la culata. Se latendió a Harry.

- No creo que haga algo estúpido.La mano de Harry envolvió la

culata de la pistola, pero Vladimir no lasoltó.

- ¿Lo hará? -le preguntó.¿Hacer algo estúpido?

- No -dijo Harry. Y rogó porquefuera cierto.

Vladimir mantuvo la mano quietadurante varios segundos más, luegoabruptamente la soltó, esperandomientras Harry inspeccionaba el arma.

- Venga conmigo -le ordenó, y losdos se movieron con rapidez por elpasillo girando en una esquina. Vladimirse detuvo frente a una puerta, echó unvistazo a ambos lados, y luego entrórápidamente en una habitación vacía,haciendo gestos a Harry para que losiguiera. Vladimir se puso un dedosobre los labios, luego inspeccionó lahabitación, asegurándose de que estabavacía.

- La tiene el embajador -dijo-. O

más bien, sus hombres. Él todavía estáen la fiesta.

- ¿Qué? -Harry nunca habíaconocido al hombre, salvo por la fila derecepción de esa noche, pero aún así,era difícil de creer.

- Necesita dinero. Pronto seráretirado a Rusia y tiene escasos recursospropios. -Vladimir se encogió dehombros, luego hizo un gestoextendiendo uno de sus brazos,señalando el entorno opulento-. Se haacostumbrado a vivir en este palacio. Ysiempre tuvo celos de su primo.

- ¿Qué le hace creer que tiene aOlivia?

- Tengo otros hombres aquí -dijoVladimir enigmáticamente.

- Y eso es todo lo que va a decirme-dijo Harry indignado, al final harto deque nunca le contaran el cien por cien deuna historia.

- Eso es todo lo que voy a contarle,amigo mío -dijo Vladimir. Se encogióde hombros de nuevo-. Es más seguro deeste modo.

Harry no habló. No confiaba en símismo para hacerlo.

- Los padres de lady Olivia estánenterados de su desaparición -dijoVladimir.

Harry no estaba sorprendido.Había pasado bastante más de una hora.

- Por lo que sé, nadie más se haenterado -siguió Vladimir-. Hay muchovodka en el salón. No creo que se den

cuenta que hay algo en la limonada.Harry lo miró de repente.- ¿Qué?- ¿No lo sabía?Negó con la cabeza. ¿Cuántos

vasos se había tomado? Maldita fuese.Sentía la cabeza despejada, pero porotro lado, ¿reconocería la diferencia?Nunca había estado bebido, ni siquierala más leve afectación.

- También se han dado cuenta deque el príncipe está desaparecido -siguió Vladimir-. Sus padres estánpreocupados de que estén juntos.

Los labios de Harry se apretaron enuna línea firme y plana. Su pecho ardióante la insinuación, pero no era elmomento para los celos.

- Desean mantener esto en secreto.Ahora mismo están con el embajador.

- ¿Están con él? ¿Ha…?- Está actuando como el anfitrión

preocupado a la perfección. -Vladimirescupió al suelo-. Nunca he confiado enese hombre.

Harry bajó la mirada hacia lamancha húmeda en el suelo con algo desorpresa. Era la demostración másgrande de emoción que le había vistoexteriorizar. Cuando volvió a levantar lamirada, estaba claro que Vladimir sehabía dado cuenta de su curiosidad.

El enorme ruso lo miró con ojosacerados.

- Especialmente detesto a loshombres que abusan de las mujeres.

Había un mundo de historias detrásde ese comentario, pero Harry tuvomejor juicio que preguntar. Asintió unavez -una muestra de respeto- y luegopreguntó:

- ¿Y ahora qué?- Se sabe dónde está el príncipe.

Allí es donde entregarán la nota. Tieneinstrucciones estrictas de no hacer naday creo que es lo bastante prudente parahacer lo que digo.

Harry esperaba que fuera cierto.Pensó que lo era, pero por otro lado, elpríncipe Alexei había estado bebiendo.

- Mientras espera, nosotrosbuscaremos.

- ¿Cuán grande es este puñeteromausoleo?

Vladimir sacudió la cabeza.- No lo sé exactamente. Más de

cuarenta habitaciones, seguro. Tal vezmás. Pero si fuera a retener a alguien, lallevaría al ala norte.

- ¿Qué hay en el ala norte?- Está más alejada. Y las

habitaciones son más pequeñas.- ¿Pero no pensaría que ése sería el

primer lugar en el que miraríamos?Vladimir fue hacia la puerta.- No sabría que nadie está

buscando. Piensa en mí como unsirviente estúpido. -Examinó a Harrycon una mirada de párpados pesados-. Yno sabe nada de usted. -Puso la mano enel pomo-. ¿Está preparado?

Harry apretó los dedos sobre el

arma.- Vaya adelante.

* * *

Le llevó casi media hora, y Oliviaestaba bastante segura de que amboshombros se le habían salido de sitio,pero al final sus dedos se deslizaronbajo un trozo de nudo y fue capaz dedesatarlo parcialmente. Hizo una pausa,escuchando atentamente… ¿estabaescuchando pasos?

Se estiró recta, adoptando la mismaposición que mantenía cuando su captor

se fue.Pero no, nada. No hubo ruido de

cerraduras, ni se abrió la puerta.Retorció la espalda hasta que pudo notarde nuevo el nudo en la parte posterior desus tobillos. Definitivamente era máspequeño, pero todavía tenía trabajo. Unmontón. No podía estar segura, pero senotaba como un doble nudo marinero.Bueno, ahora uno y medio. Pero si podíalograr desatar la siguiente sección,estaría…

Todavía estaría atascada.Soltó un largo suspiro, deprimida

en cuerpo y espíritu. Si le había llevadotanto tiempo deshacer sólo una pequeñaparte del nudo…

No, se reprendió a sí misma. Tenía

que continuar. Si conseguía desatar lassiguientes dos partes, entonces el restodebería desanudarse con un pequeñoretorcimiento de su parte.

Podía hacerlo. Podía.Apretó los dientes y regresó al

trabajo. Quizás éste iría más rápidoahora que sabía lo que estaba haciendo.Sabía cómo mover los dedos, metiendouno en el pliegue y luego moviéndolo deacá para allá, de acá para allá,intentando aflojar el nudo.

O tal vez sería más rápido porquesus hombros se habían entumecido.Seguramente la ausencia de dolor seríaen su beneficio.

Lo metió… y meneó… y meneó…y meneó… y arqueó la espalda… y

estiró… y rodó… y rodó otra vez.Y perdió el equilibrio.Aterrizó en el suelo con un fuerte

golpe. Un verdadero golpazo. Hizo ungesto de dolor, rogando que el cambioen las ataduras alrededor de los tobillosno fuera perceptible cuando oyera elruido en la cerradura.

Pero no pasó nada.¿Pudo no haberla oído? Parecía

imposible. Olivia nunca había sidoelegante; atada de manos y pies era unatorpe total. Huelga decir que no habíaaterrizado en silencio.

Tal vez fuera no había nadie. Habíaasumido que su captor estaba sentado enuna silla en el exterior de la puerta, perosinceramente, no tenía ni idea de por qué

pensó aquello. Seguramente no pensaríaque podía escapar, y Olivia estaba casisegura de que este sector del edificioestaba desierto. Los únicos pasos queoyó habían sido inmediatamenteseguidos por la aparición del hombrecon canas.

Esperó en su lugar en el suelo allado de la cama durante otro minuto, porsi acaso alguien entraba, luego seempujó a través de la madera hacia lapuerta, donde podría tratar de ver pordebajo. Había una rendija, no más de uncentímetro y medio, y no podía vermucho, el pasillo estaba sóloligeramente más iluminado que suhabitación. Pero pensó que tal vez vierasombras, si había alguien.

Y no pensaba que hubiera nadie.Así que no estaba custodiada. Esto

tenía que ser información útil, aunquedado su estado actual de atada, noestaba segura de para qué. Y en realidadno estaba segura de cómo se lasarreglaría para volver por sí sola a lacama. Podía intentar apoyarse en una delas patas, pero la mesa con la teteratodavía estaba bloqueando la única pataal lado de la cabecera de la cama y…

¡La tetera!Una ola de excitación y fuerza

estalló en ella y literalmente se dio lavuelta sobre sí misma en su prisa porregresar a la mesa. A partir de allí fuedeslizarse, deslizarse, empujarse y…

Ya estaba allí. Ahora ¿cómo la

haría caer? Si podía romper la tetera,podría usar un fragmento para cortar lasataduras.

Con un enorme esfuerzo logró sacarsus pies de debajo. Utilizando el lateralde la cama como soporte, se levantólentamente, los músculos gritando, hastaque por fin estuvo de pie. Le llevó unmomento recuperar la respiración, luegose apoyó en la mesita, inclinando lasrodillas hasta que las manos estuvieronjusto a la altura para agarrar el asa de latetera.

Por favor no dejes que haya nadiefuera, por favor no dejes que hayanadie fuera.

Necesitaba lograr la fuerzacorrecta. No podía dejarla sólo caer en

el suelo. Echó un vistazo a la habitación,buscando inspiración. Empezó a girar.

Por favor, por favor, por favor.Giró más y más rápido, y

entonces…La hizo volar.La tetera golpeó la pared con un

fortísimo golpe, y Olivia, aterrorizadade que alguien irrumpiera en la puerta,retrocedió en saltitos hasta la cama y seacostó de espaldas, aunque no tenía niidea de cómo explicaría la tetera rota enla pared del extremo.

Pero nadie entró.Aguantó la respiración. Empezó a

levantarse. Sus zapatos tocaron el sueloy entonces…

Pasos. Rápidos, yendo hacia ella.

Dios mío.También voces. En ruso. Sonaban

apremiantes. Enfadadas.No la lastimarían, ¿verdad? Ella no

era demasiado valiosa. Iba a serrescatada por el príncipe Alexei, y…

¿Y si el príncipe Alexei habíadicho adiós y buen viaje? Ya no lacortejaba. Y sabía que estaba locamenteenamorada de Harry. ¿Y si se sentíarechazado? ¿Y si sentía vengativo?

Se escabulló de vuelta a la cama,encogiéndose en la esquina. Sería tanbueno ser valiente, enfrentarse a lo queestaba por llegar con una curvatura delabios y un ondeo de pelo, pero ella noera María Antonieta, vestida de blancopara la decapitación, regiamente

rogando el perdón de su ejecutor cuandoaccidentalmente le pisó el pie.

No, ella era Olivia Bevelstoke, yno quería morir con dignidad. Ella noquería estar allí, no quería sentir estehorrible terror, clavándole las garras ensus entrañas.

Alguien empezó a aporrear lapuerta… fuerte, rítmica y brutalmente.

Olivia empezó a temblar. Seacurrucó en la más diminuta pelota quepudo lograr, enterrando la cabeza entrelas rodillas. Por favor, por favor, porfavor, repetía en su cabeza, una y otravez. Pensó en Harry, en su familia, en…

La puerta de madera empezó aastillarse.

Olivia rogaba por no perder el

control.Y entonces se oyó todo el estrépito.Olivia gritó, el sonido arrancó

desde la parte posterior de su garganta.Se sentía como si la mordaza se leclavara en la lengua, como si una ráfagade aire seco y abrasador la azotara através de la tráquea.

Y entonces alguien dijo su nombre.El aire estaba opaco por el polvo y

la oscuridad, y todo lo que pudo ver fuela enorme figura de un hombre yendohacia ella.

- Lady Olivia. -La voz del hombreera brusca y profunda. Y con acento-.¿Está herida?

Era Vladimir, el corpulento ynormalmente silencioso sirviente del

príncipe Alexei. De repente en todo loque pudo pensar fue en la manera quehabía tirado y retorcido el brazo deSebastian Grey, Dios mío, si podíahacer eso, podía partirla en dos y…

- Déjeme ayudarla -dijo.¿Hablaba inglés? ¿Desde cuándo

hablaba inglés?- ¿Lady Olivia? -repitió, su

profunda voz apenas un gruñido. Sacó uncuchillo, y ella se encogió, perosimplemente lo acercó a la parteposterior de su mordaza y la cortó.

Ella tosió y se ahogó, apenasoyéndolo mientras gritaba otra vez algoen ruso.

Alguien contestó, también en ruso,oyó pasos… corriendo…

acercándose… y entonces…¿Harry?- ¡Olivia! -gritó, corriendo hacia

ella.Vladimir le dijo algo -en ruso- y

Harry le dio una corta respuesta.También en ruso.Los miró a ambos conmocionada.

¿Qué estaba pasando? ¿Por quéVladimir hablaba inglés?

¿Por qué Harry hablaba ruso?- ¡Olivia, gracias a Dios! -dijo

Harry, acunándole la cara con lasmanos-. Dime que no te han hecho daño.Por favor, dime ¿qué ha pasado?

Pero ella no podía moverse, apenaspodía pensar. Cuando él habló en ruso,fue como si fuera una persona

completamente diferente. Su voz habíasido distinta, y su rostro había sidodiferente, la boca y los músculosmoviéndose de forma totalmentedistinta.

Se apartó de su toque. ¿Loconocía? ¿Lo había conocido algunavez? Le contó que su padre había sidoun borracho, que su abuela lo habíaeducado, ¿había sido verdad algo detodo aquello?

¿Qué había hecho? Por el amor deDios, se había entregado a alguien queno conocía, en quién no podía confiar.

Vladimir le tendió algo a Harry,quién asintió y dijo algo más en ruso.

Olivia intentó alejarse, pero yaestaba contra la pared. Respiraba

rápido, estaba acorralada y no queríaestar allí, no con este hombre que no eraHarry, y…

- Quédate quieta -le dijo, y luegolevantó un cuchillo.

Olivia levantó la mirada, vio elbrillo del metal mientras iba hacia ella ygritó.

Fue un sonido que Harry no queríaoír de nuevo.

- No voy a hacerte daño -le dijo,intentando sonar tan calmado ytranquilizador como fue posible. Susmanos fueron firmes mientras cortabanlas ataduras, pero por dentro, todavíaestaba temblando.

Sabía que la amaba. Sabía que lanecesitaba, que no era posible ser feliz

sin ella. Pero hasta ese momento, nohabía comprendido la inmensidad y laprofundidad de esto, el conocimientoabsoluto de que sin ella, él no era nada.

Y luego su grito, su miedo… de él.Casi se ahogó por la angustia.Primero le liberó los tobillos,

luego las muñecas, pero cuando alargóla mano para consolarla, ella hizo unsonido casi inhumano y saltó fuera de lacama. Se movió tan rápido que no fuecapaz de detenerla, y entonces, cuandollegó al suelo, sus pies debían estarardiendo por el hormigueo, se ledoblaron las rodillas y cayó.

Por el amor de Dios, Olivia estabaaterrorizada de él. De él. ¿Qué le habíandicho? ¿Qué le habían hecho?

- Olivia -dijo con cautela, y alargóla mano hacia ella, manteniendo losmovimientos lentos y constantes.

- No me toques -gimió Olivia.Intentó alejarse a gatas, arrastrando lospies inservibles detrás de ella.

- Olivia, déjame ayudarte.Pero fue como si no lo hubiera

oído.- Tenemos que irnos -dijo

Vladimir, diciendo las palabras enáspero ruso.

Harry ni se molestó en mirarlemientras pedía otro minuto, las palabrasen ruso se deslizaron por su lengua sinpensar.

Los ojos de Olivia se abrieron depar en par, y miró frenéticamente hacia

la puerta, con la clara intención deintentar escapar de aquello.

- Debería habértelo contado -dijoHarry, de repente dándose cuenta de lacausa de su pánico-. Mi abuela era rusa.Era todo lo que me hablaba cuando eraniño. Ése es el porqué…

- No tenemos tiempo paraexplicaciones -dijo Vladimir conseveridad-. Lady Olivia, debemos irnosahora.

Debió responder ante la autoridaden su voz, porque asintió y, todavíapareciendo insegura y asustada, permitióque Harry la ayudara a levantarse.

- Pronto te lo explicaré todo -ledijo-. Te lo prometo.

- ¿Cómo me encontraste? -susurró.

Él bajó la mirada hacia ellamientras se apresuraban hacia la puerta.Sus ojos habían cambiado; todavíaparecida conmocionada, pero podíaverla de nuevo en las profundidades.Antes, no había habido nada exceptoterror.

- Oímos el ruido -dijo Vladimir,sujetando la pistola preparada mientrascomprobaba una esquina-. Fue muyafortunado de su parte. Seguramente muyinsensato también. Pero es bueno que lohiciera.

Olivia asintió, y entonces, haciaHarry, dijo:

- ¿Por qué está hablando inglés?- Es algo más que un

guardaespaldas -dijo Harry, esperando

que eso fuera suficiente por ahora. Noera el momento de desentrañar lahistoria entera.

- Vamos -dijo Vladimir, haciendogestos para que lo siguieran.

- ¿Quién es? -susurró Olivia.- No sabría decirte -contestó Harry.- Nunca más me verán -dijo

Vladimir, casi con brusquedad.Tanto como a Harry empezaba a

gustarle y a respetar al hombre,fervorosamente esperaba que fueracierto. Era así. Cuando salieran de allí,iba a presentar su renuncia al Ministeriode Guerra. Se casaría con Olivia, setrasladarían a Hampshire, tendrían unmontón de pequeños bebés multilingüesy se sentaría en su despacho cada día sin

hacer nada más exótico que añadirnúmeros en un libro de contabilidad.

Le gustaba aburrirse. Se moría poraburrirse.

Pero aburrirse,desafortunadamente, no iba a ser elsanto y seña del resto de la noche…

Capítulo 24

Para cuando llegaron a la plantabaja, la sensibilidad había regresado alos pies de Olivia, y no tenía queapoyarse tanto en Harry.

Pero no soltó su mano.Aún era presa del pánico, el

corazón acelerado y la sangrepalpitando, y no entendía por qué estabahablando en ruso o llevaba una pistola, yno estaba segura si debería confiar en él,y aún peor, no sabía si podía confiar ensí misma, porque temía que quizás sehabía enamorado de un espejismo, de un

hombre que ni siquiera existía.Pero aún así, no soltó su mano. En

aquel momento aterrador, era la únicacosa auténtica en su vida.

- Por aquí -dijo cortante Vladimir,tomando la delantera. Se dirigían haciala oficina del embajador, dondeaguardaban sus padres. Todavía lesfaltaba un trecho por recorrer, o esosuponía Olivia debido al silencio de lospasillos. Cuando pudiera oír elmurmullo del baile, entonces sabría queestaban cerca.

Pero no se estaban moviendorápidamente. En cada esquina, y en loalto y al pie de cada escalera, Vladimirse detenía, poniendo un dedo sobre suslabios mientras se presionaba contra la

pared y trataba de observarcuidadosamente a la vuelta de laesquina. Y cada vez, Harry hacía lomismo, empujándola detrás de él,protegiéndola con su cuerpo.

Olivia entendía la necesidad de sercauteloso, pero sentía como si algodentro de ella estuviera a punto deestallar, sólo quería soltarse y echar acorrer, sentir el aire silbando en elrostro mientras pasaba volando a travésde los pasillos.

Quería irse a casa.Quería a su madre.Quería sacarse aquel vestido y

quemarlo, lavarse, beber algo dulce oamargo o con sabor a menta, lo quefuera que le quitara más rápidamente el

sabor a miedo de la boca.Quería acurrucarse en su cama, y

meter la cabeza bajo la almohada, noquería pensar en nada de esto. Quería,por una vez en su vida, ser incuriosa.Quizás mañana deseara saber todas lasrazones y los por qué, pero por ahora,sólo quería cerrar los ojos. Y agarrarsede la mano de Harry.

- Olivia.Lo miró, y fue sólo entonces que se

dio cuenta que había cerrado los ojos.Y por poco había perdido el equilibrio.

- ¿Te encuentras bien? -susurró él.Asintió con la cabeza, a pesar de

que no lo estaba. Pero pensó que eraprobable que estuviera lo bastante bien.Lo suficiente para esta noche, para lo

que fuera que necesitaran hacer.- ¿Puedes con esto? -preguntó.- Tengo que hacerlo. -Porque,

realmente, ¿qué otra opción tenía?Él apretó su mano.Ella tragó, bajando la vista hacia

donde se tocaban, la piel de él contra lasuya. Su agarre era cálido, casi caliente,y se preguntó si sus dedos se sentíancomo pequeños carámbanos afilados ensu palma.

- No es mucho más lejos -leaseguró.

¿Por qué estás hablando en ruso?Las palabras se cernían sobre sus

labios, casi escapándoseatropelladamente. Pero se contuvo,reservándoselas. Éste no era el momento

de hacer preguntas. Tenía queconcentrarse en lo que estaba haciendo,en lo que él estaba haciendo por ella. Laresidencia del embajador era enorme, yhabía estado inconsciente cuando lallevaron a la pequeña habitaciónescaleras arriba. No había manera deque pudiera encontrar el camino deregreso al salón de baile por sí misma;no al menos sin perderse en el camino.

Tenía que tener fe en que él lallevaría a un lugar seguro. No tenía otraopción.

Debía confiar en él.Tenía que hacerlo.Entonces lo miró, lo miró de

verdad por primera vez desde queVladimir y él la habían rescatado. La

extraña y etérea niebla que la habíainundado comenzaba a disiparse, y sedio cuenta de que su mente al fin sedespejaba. O mejor dicho, pensó conuna divertida y contrita mueca en suslabios, estaba lo bastante despejada.

Lo bastante despejada como parasaber que confiaba en él.

No era porque tuviera que hacerlo.Era simplemente porque lo hacía.Porque lo amaba. Y quizás no sabía porqué no le había contado que hablaba enruso, pero ella lo conocía. Cuandomiraba su rostro, lo veía leyendo MissButterworth, regañándola porinterrumpirlo. Lo veía sentado en elsalón, insistiendo en que necesitaba serprotegida del príncipe.

Lo veía sonriendo.Lo veía riendo.Y veía sus ojos, abiertos a su alma,

cuando dijo que la amaba.- Confío en ti -susurró. No la

escuchó, pero no importaba. No habíadicho las palabras para él.

Las había dicho para sí misma.

* * *

Harry casi había olvidado lomucho que odiaba esto. Había peleadoen suficientes batallas como para saberque algunos hombres se crecían ante el

peligro. Y había luchado en más quesuficientes como para saber que él noera uno de ellos.

Podía mantener la cabeza fría,actuar con calma y un discernimientoracional, pero luego, cuando laseguridad se asentaba a su alrededorcomo una mortaja, comenzaba a temblar.Su respiración se hacía cada vez más ymás rápida, y más de una vez, se habíapuesto enfermo.

No le gustaba el miedo.Y nunca en su vida había estado

más asustado.Los hombres que se habían llevado

a Olivia eran implacables, o eso era loque Vladimir le había dicho cuando laestaban buscando. Habían servido al

embajador durante años y habían sidoampliamente recompensados por susfechorías. Eran leales y violentos, unatemible combinación. Su único consueloera que si pensaban que era de valorpara el príncipe Alexei era improbableque le hicieran daño a Olivia. Peroahora que había escapado ¿quién sabíacómo la juzgarían? Era posible que laconsideraran mercancía dañada,completamente prescindible.

- No es mucho más lejos -dijoVladimir en ruso cuando llegaron al piede las escaleras. Sólo tenían quealcanzar la galería larga y la partepública de la casa. Una vez allí, estaríana salvo. La fiesta aún estaba en plenoapogeo, y nadie se atrevería a intentar

hacer uso de la violencia con varioscientos de los más prominentesciudadanos de Inglaterra como testigos.

- No es mucho más lejos -lesusurró Harry a Olivia. Sus manosestaban heladas, pero parecía haberrecuperado mucho de su espíritu.

Vladimir avanzaba lentamente.Habían tomado las escaleras deservicio, las cuales,desafortunadamente, terminaban en unapuerta cerrada. Apoyó el oído contra lamadera y escuchó.

Harry tiró de Olivia acercándola aél.

- Ahora -dijo en voz baja Vladimir.Abrió la puerta muy lentamente, pasó, yentonces les indicó con un gesto que lo

siguieran.Harry dio un paso afuera, y luego

otro, con Olivia un paso por detrás.- Ahora, de prisa -susurró

Vladimir.Se movieron rápida y

silenciosamente, manteniéndose cercade la pared, y entonces…

¡Crac!Harry tiró con fuerza de la mano de

Olivia, su primer instinto fue ponerla asalvo, pero no había ningún lugar,ningún cobijo, ningún refugio. No habíanada más que el amplio espacio delcorredor, y alguien, en algún sitio, conuna pistola.

- ¡Corre! -gritó Vladimir.Harry soltó la mano de Olivia, que

podría correr más rápido con ambosbrazos libres, y gritó:

- ¡Vete!Y salieron corriendo a toda

velocidad por el corredor, resbalando ala vuelta de la esquina, después deVladimir. Por detrás de ellos, una vozgritaba en ruso, ordenándoles que sedetuvieran.

- ¡Continúa! -le gritó Harry aOlivia. Sonó otro disparo, y éste estuvocerca, rasgando el aire cerca del hombrode Harry.

O tal vez, sí le rasgó el hombro. Nosabría decirlo.

- ¡Por aquí! -ordenó Vladimir, y losiguieron alrededor de otra esquina, yluego por un vestíbulo. Los disparos se

detuvieron, y no se sentían más pasosapresurándose tras ellos, y luego, dealguna manera, tropezaron todos dentrodel despacho del embajador.

- ¡Olivia! -chilló su madre, y Harryobservó mientras se abrazaban, mientrasOlivia, quien no había derramado unasola lágrima, al menos no que él hubieravisto, se desplomaba llorando en losbrazos de su madre.

Harry se apoyó contra la pared. Sesentía mareado.

- ¿Se encuentra bien?Harry parpadeó. Era el príncipe

Alexei, observándolo con preocupación.- Está sangrando.Harry miró hacia abajo. Estaba

sosteniéndose el hombro. No se había

dado cuenta de que lo hacía. Levantó lamano y bajó la vista hacia la sangre. Eraextraño, no le dolía. Tal vez ese fuera elhombro de alguien más.

Le fallaron las rodillas.- ¡Harry!Y luego… no era oscuridad,

realmente. ¿Por qué todo el mundo decíaque se volvía todo negro cuando uno sedesmayaba? Esto era rojo. O quizásverde.

O quizás…

* * *

Dos días más tarde

Experiencia Que Espero NuncaVolver a Repetir

Por Olivia Bevelstoke

Olivia hizo una pausa en suspensamientos mientras tomaba un sorbode té, enviado arriba a su dormitoriojunto con un gran plato de galletas porsus preocupados padres. De veras, ¿pordónde comienza uno con una lista comoaquella? Estaba lo de haber sido dejadainconsciente (aparentemente, según sehabía enterado más tarde, con algún tipode droga impregnada en un trapo, puestosobre su boca). Y uno no podía olvidarla mordaza, o los tobillos atados, o las

manos atadas.Ah, y no podía apartar lo de ser

convidada con un humeante té calientepor el mismísimo hombre responsablede todo lo anterior. Aquella había sidomás una afrenta a su dignidad que otracosa, pero estaría bastante alto en lalista.

Olivia apreciaba su dignidad.Veamos, qué más… Ser testigo

ocular y auditivo de una puerta echadaabajo a patadas. No había disfrutadoeso. La expresión en el rostro de suspadres cuando fue finalmente llevada deregreso a su cuidado; se veían aliviados,eso era verdad, pero era el tipo dealivio precedido por un proporcionalterror, y Olivia no quería que nadie de

los que amaba se sintieran de esamanera nunca jamás.

Y luego, Dios querido, esto habíasido lo peor: ver a Harry mientras sedesplomaba en el piso del despacho delembajador. No se había dado cuenta deque le habían disparado. ¿Cómo es queno se había dado cuenta de eso? Habíaestado tan ocupada sollozando en losbrazos de su madre, que no había vistoque se ponía blanco como un papel, oque estaba agarrándose el hombro.

Pensaba que antes había estadoasustada, pero nada, nada podríahaberse comparado al terror de esostreinta segundos entre el momento en queHarry se desmoronó y cuando Vladimirle aseguró que no era nada más que una

herida superficial.Y en efecto, eso era todo lo que

era. Fiel a las palabras de Vladimir,Harry estuvo nuevamente de pie almismo día siguiente. Había venido a sucasa mientras tomaba su desayuno, yluego le explicó todo: por qué no lehabía dicho que podía hablar en ruso,qué había estado haciendo realmente ensu escritorio cuando ella lo espiaba, eincluso por qué había ido a visitarla conMiss Butterworth y el Barón Loco esaprimera, disparatada, y maravillosatarde. No había sido por ser buenvecino, o porque albergara ningúnsentimiento por ella, aparte de desdén.Le habían ordenado hacerlo. Por laautoridad de nada menos que el

Ministerio de Guerra.Era mucho que asimilar con el té y

los huevos cocidos.Pero ella había escuchado, y

comprendido. Y ahora todo estabaresuelto, cada cabo suelto prolijamenteatado. El embajador había sidodetenido, como así también los hombresque trabajaban para él, incluyendo a sucaptor de pelo gris. El príncipe Alexeihabía enviado una carta formal dedisculpa, en nombre de todo el puebloruso, y Vladimir, fiel a su palabra, habíadesaparecido.

Y sin embargo, no había visto aHarry en más de veinticuatro horas. Sehabía marchado después del desayuno, yhabía asumido que la visitaría de nuevo,

pero…Nada.No estaba preocupada. Ni siquiera

estaba afectada. Pero era extraño.Bastante extraño.

Tomó otro sorbo de té, luegodepositó la taza sobre el platillo. Luegorecogió ambos y los colocó sobre MissButterworth. Porque continuabaintentando coger el libro.

Y no quería tomarlo. No sin Harry.No había terminado aún con el

periódico, de todos modos. Había leídola última mitad, y estaba bastanteinteresada en continuar con las noticiasmás serias de la primera parte. Habíarumores de que Monsieur Bonaparte seencontraba extremadamente mal de

salud. Suponía que, de hecho, no podíahaber muerto aún; eso hubiera sidoinformado en la primera plana, con untitular lo suficientemente destacadocomo para que no pudiera haberlopasado por alto.

Aún así, era posible que hubieraalguna mención, así que tomó de nuevoel periódico, y acababa de encontrar unartículo que leer cuando escuchó quellamaban a la puerta.

Era Huntley, trayendo un pequeñopedazo de papel. Cuando se acercó, sedio cuenta de que en realidad era unatarjeta, doblada en tres partes y lacradaen el centro con cera azul oscuro.Murmuró un gracias, examinando elsello mientras el mayordomo dejaba la

habitación. Era bastante sencillo: sólouna V, en una caligrafía bastanteelegante, comenzando con una voluta yluego finalizando con una rúbrica.

Deslizó los dedos por debajo yaflojó la cera, desdoblando la tarjetacuidadosamente.

Ven a la ventana.

Eso era todo. Sólo una oración.Sonrió, bajando la vista hacia laspalabras durante unos pocos segundosmás antes de deslizarse hasta el bordede la cama. Bajó de un brinco, sus piessaltando al suelo con ligereza, pero hizouna pausa durante unos pocos segundosantes de cruzar la habitación. Necesitaba

aguardar un momento. Queríapermanecer aquí y saborear estoporque…

Porque él lo había creado. Harryhabía creado este momento. Y ella loamaba.

Ven a la ventana.Se encontró sonriendo de oreja a

oreja, casi riendo tontamente.Normalmente, no le gustaba que leanduvieran dando órdenes, pero en estecaso era delicioso.

Caminó hacia la ventana ydescorrió las cortinas. Podía verlo através del cristal, de pie ante su propiaventana, esperando por ella.

Abrió la ventana de un empujón.

- Buenos días -dijo Harry. Se loveía muy solemne. O mejor dicho, suboca lucía solemne. Sus ojos lucíancomo si estuviera tramando algo.

Ella sentía que sus propios ojoscomenzaban a centellear. ¿Eso no eraextraño? Que pudiera sentirlo.

- Buenos días -le dijo.- ¿Cómo te sientes?- Mucho mejor, gracias. Creo que

necesitaba un tiempo para descansar.Él asintió.- Uno necesita tiempo luego de una

conmoción.- ¿Hablas por experiencia? -

preguntó. Pero no necesitaba preguntar;lo sabía por su expresión.

- De cuando estaba en el ejército.

Era curioso. Su conversación erasimple, pero no sosa. No se sentíanincómodos; simplemente, estabanentrando en calor.

Y Olivia ya estaba sintiendo elprimer cosquilleo de anticipación.

- He comprado otra copia de MissButterworth -dijo él.

- ¿Ah, sí? -Se inclinó sobre elalféizar-. ¿Lo terminaste?

- En efecto.- ¿Mejora aunque sea un poco?- Bueno, ella revela sorprendentes

detalles con respecto a las palomas.- No. -Santo Cielo, iba a tener que

terminar aquella espantosa novela.Ahora bien, si la autora realmentemostraba la muerte por palomas… eso

valía su tiempo.- No, de verdad -dijo Harry-.

Resulta ser que Miss Butterworth fuetestigo del triste evento. Lo revive en unsueño.

Olivia se estremeció.- El príncipe Alexei va a adorarlo.- De hecho, me ha contratado para

traducir al ruso el libro entero.- ¡Bromeas!- No. -Le dirigió una mirada que

era taimada y satisfecha a la vez-. Estoytrabajando en el primer capítulo ahoramismo.

- Ah, qué emocionante. Quierodecir, horrible también, dado que dehecho tienes que leerlo, pero supongoque es una tarea completamente distinta

cuando te están pagando por hacerlo.Harry rió entre dientes.- Debo decir que es un cambio de

los documentos del Ministerio deGuerra.

- Sabes, creo que esos me gustaríanmás. -Los hechos, aburridos y a secas,eran mucho más de su gusto.

- Probablemente -estuvo deacuerdo él-. Pero por otro lado, eres unaextraña clase de mujer.

- Como siempre, encantador conlos cumplidos, Sir Harry.

- Dado que soy un erudito de laspalabras, es lo que puede esperarse.

Se percató de que sonreía de orejaa oreja. Estaba casi colgando fuera de laventana, sonriendo de oreja a oreja. Y

se sentía completamente feliz de estarallí.

- El príncipe Alexei paga bastantegenerosamente -añadió Harry-. Cree queMiss Butterworth será un gran éxito enRusia.

- Vladimir y él ciertamente lodisfrutaron.

Harry asintió.- Significa que podría retirarme del

Ministerio de Guerra.- ¿Eso es lo que deseas hacer? -

preguntó Olivia. Recién acababa deenterarse acerca de su trabajo; no habíallegado a notar si lo disfrutaba o no.

- Sí -respondió-. Creo que no mehabía dado cuenta precisamente decuánto hasta estas últimas semanas.

Estoy cansado de todos los secretos.Disfruto de la traducción, pero si melimito a las novelas góticas…

- Morbosas novelas góticas -corrigió Olivia.

- En efecto -coincidió Harry-.Yo… ah, discúlpame, ha llegado nuestroinvitado.

- Nuestro… -Miró a un lado y aotro, parpadeando confusa-. ¿Alguienmás está aquí?

- Lord Rudland -dijo Harry,saludando con un movimiento deferentede la cabeza hacia la ventana que seencontraba por debajo y a la izquierdade la de Olivia.

- ¿Padre? -Olivia miró hacia abajo,sobresaltada. Y quizás un poco

mortificada también.- ¿Olivia? -Su padre asomó la parte

superior del cuerpo fuera de la ventana,retorciéndose de forma poco elegantepara verla-. ¿Qué estás haciendo?

- Estaba a punto de preguntarte lomismo -admitió ella, la timidez de sutono suavizando el filo de impertinenciaen su voz.

- Recibí una nota de Sir Harryrequiriendo mi presencia en estaventana. -Lord Rudland se dio vueltaotra vez para enfrentarse a Harry-. ¿Dequé se trata esto, joven? ¿Y por qué estámi hija colgando fuera de la ventanacomo una verdulera?

- ¿Madre está aquí? -preguntóOlivia.

- ¿Tu madre también está aquí? -vociferó su padre.

- No, sólo me lo preguntaba, ya quetú estás aquí, y…

- Lord Rudland -interrumpió Harry,su voz lo bastante alta como parainterrumpirlos a ambos-. Me gustaríatener el honor de solicitar la mano devuestra hija.

Olivia dio un grito ahogado, luegochilló, después se puso a dar saltos, locual resultó ser una mala idea.

- ¡Ay! -aulló, golpeándose lacabeza contra la ventana. Asomó denuevo la cabeza y sonrió ampliamente aHarry con lágrimas en los ojos-. Oh,Harry -suspiró. Él le había prometidouna proposición apropiada. Y aquí

estaba. Nada podría haber sido tanespléndido como esto.

- ¿Olivia? -preguntó su padre.Bajó la mirada, secándose los ojos.- ¿Por qué me está preguntando esto

a través de la ventana?Olivia consideró la pregunta,

consideró sus posibles respuestas, ydecidió que la sinceridad era la mejoralternativa.

- Estoy bastante segura de que nodeseas saber la respuesta a esa pregunta-le dijo.

Su padre cerró los ojos y negó conla cabeza. Había visto antes ese gesto.Significaba que no sabía qué hacer conella. Afortunadamente para él, estaban apunto de quitársela de las manos.

- Amo a su hija -dijo Harry-. Ytambién me gusta muchísimo.

Olivia puso la mano sobre elcorazón y dio un chillido. No sabía porqué dio un chillido; sólo se le escapó,como una pequeña burbuja de puro gozo.Sus palabras, eran simplemente la másperfecta declaración de amorimaginable.

- Es preciosa -continuó Harry- tanhermosa que me duele, pero no es poreso que la amo.

No, aquello era más perfecto, conel dolor y todo eso.

- Amo que lea el periódico cadadía.

Olivia bajó la mirada hacia supadre. Estaba mirando fijamente a Harry

como si se hubiera vuelto loco.- Amo que no tenga paciencia con

la estupidez.Era verdad, pensó Olivia con una

sonrisita tonta. La conocía tan bien.- Amo que yo sea mejor bailarín

que ella.Su sonrisa desapareció, pero tenía

que reconocer la verdad de aquellotambién.

- Amo que sea amable con losniños pequeños y con los perrosgrandes.

¿Qué? Lo miró recelosa.- Estoy adivinando -admitió-.

Pareces ser del tipo.Presionó los labios juntos para no

reírse.

- Pero por sobre todo -dijo Harry,y aunque estaba mirando directamente alpadre de Olivia, se sentía como si laestuviera mirando a ella-. La amo. Laadoro. Y nada me gustaría más quepasar el resto de mis días a su ladocomo su esposo.

Olivia miró hacia abajo a su padre.Todavía estaba mirando a Harry con unaexpresión de gran conmoción.

- ¿Padre? -preguntó vacilante.- Esto es extremadamente irregular

-dijo su padre. Pero no sonaba enojado,sólo aturdido.

- Daría mi vida por ella -dijoHarry.

- ¿Lo harías? -preguntó ella, en untono humilde, esperanzado y

entusiasmado-. Oh, Harry, yo…- Silencio -dijo él-. Estoy hablando

con tu padre.- Doy mi aprobación -dijo de

repente lord Rudland.La boca de Olivia formó una

indignada O.- ¿Por qué me mandó callar?Su padre alzó la vista.- Indicio que revela un insólito

buen juicio.- ¿Qué?- Y una saludable dosis de instinto

de conservación -añadió Harry.- Me agrada este hombre -anunció

su padre.Y entonces, bastante de repente,

Olivia escuchó que se abría otra

ventana.- ¿Qué está pasando? -Era su

madre, en el salón, precisamente tresventanas por encima de su padre-. ¿Conquién estás hablando?

- Olivia va a casarse, querida -dijosu padre.

- Buenos días, mamá -añadióOlivia.

Su madre alzó la vista,parpadeando.

- ¿Qué estás haciendo?- Al parecer, voy a casarme -dijo

Olivia, con una amplia sonrisa más bientonta.

- Conmigo -dijo Harry, sólo paraaclarar.

- Ah, Sir Harry, eh… encantada de

verlo otra vez. -Lady Rudland loobservó con atención, parpadeando unaspocas veces-. No lo había visto allí.

Él saludó a su futura suegragentilmente con una inclinación decabeza.

Lady Rudland se dio la vuelta haciasu esposo.

- ¿Se va a casar con él?Lord Rudland asintió.- Con mi más sentida aprobación.Lady Rudland lo consideró durante

un momento, luego se volvió de nuevohacia Harry.

- Podrán casarse dentro de cuatromeses. -Alzó la vista hacia Olivia-.Tenemos mucho que planear, tú y yo.

- Estaba pensando más bien en

alrededor de cuatro semanas -dijoHarry.

Lady Rudland se volvióbruscamente hacia él, el dedo índice desu mano derecha apuntando derechitohacia arriba. Era un gesto que Oliviatambién conocía bastante bien.Significaba que si el destinatario iba adiscutir, lo haría por su cuenta y riesgo.

- Aún tienes mucho que aprender,muchacho -dijo lord Rudland.

- ¡Oh! -exclamó Harry. Hizo unademán hacia Olivia-. No te muevas.

Ella aguardó, y un momento mástarde él regresó con un pequeño estuchede joyería.

- Un anillo -dijo, a pesar de que erabastante obvio. Abrió el estuche, pero

Olivia estaba demasiado lejos comopara ver nada excepto un pequeñodestello.

- ¿Puedes verlo? -preguntó.Negó con la cabeza.- Estoy segura de que es precioso.Él asomó más la cabeza por la

ventana, entrecerrando los ojos altiempo que medía la distancia.

- ¿Puedes atraparlo? -le preguntó.Olivia oyó la exclamación

sofocada de su madre, pero sabía quesólo existía una respuesta apropiada.Miró largamente hacia su futuro esposocon la más altanera expresión y le dijo:

- Si tú puedes lanzarlo, yo loatraparé.

Él rió. Y lo lanzó.

Y ella falló en atraparlo. Apropósito.

Fue mejor de ese modo, pensó,cuando se encontraron en el medio parabuscar el anillo. Una propuestaapropiada se merecía un besoapropiado.

O, como Harry le murmuraba aplena vista de sus padres, quizás ¿unainapropiada…?

Inapropiada, pensó Olivia,mientras los labios de él tocaban lossuyos. Definitivamente inapropiada.

Fin

[1] Persona que toca la viola (N. de

la T.)

[2] Mnemotecnia es una serie deestrategias con los que se pretendeaumentar la capacidad de la memoria.La palabra mnemotecnia proviene deMnemosine, diosa griega de la memoria.(N. de la T.)

[3] Obra del escritor ruso NikoláiMijáilovich Karamzín escrita en 1792.Trata la historia de una joven campesinaque, seducida y abandonada por unjoven aristócrata, se suicida. Seconsidera su obra maestra en estegénero. (N. de la T.)

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03/03/2012