A RELÍQUIA, DE EÇA DE QUEIROZ: UNA APROXI- MACION ...

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HVMANITAS Vol. XLVII (1995) RICARDO OLMOS C.S.I.C., Madrid A RELÍQUIA, DE EÇA DE QUEIROZ: UNA APROXI- MACION DESDE LA FICCION EN ARQUEOLOGIA No sé si entre las varias decenas de estúdios que se han dedicado ai episodio central de La Relíquia de Eça de Queiroz (1887) hay alguno en que la óptica dei arqueólogo y no exclusivamente la voz dei crítico literá- rio constituya el principal punto de observación y de partida '. Ese pasaje, en el que gracias al sueno de su protagonista, Teodorico Raposo, asisti- mos a una reconstruction de la pasión de Jesus en el abigarrado y coloris- ta ambiente de la Jerasalén dei siglo I, es sin duda uno de los más brillan- tes y seductores de la novelística europea dei XIX y, como toda obra magistral, nos abrirá siempre hacia una multiplicidad de planos de lectura. Desde el entramado de la ficción de ambiente arqueológico dei XIX podrá justificarse, pues, mi aproximación de hoy, acaso la de un extranjero en la república de las letras que osó traspasar el recinto de mármol severamente vedado a los gentiles. Si estas páginas mias contienen algo de acertado y útil sirvan como expresión de respeto profundo y amistad a la gran hele- nista y maestra de Coimbra, profesora Maria Helena Rocha Pereira, con quien recientemente comparti la contemplación dei pasado y el placer de la conversación en una visita arqueológica por las montanas de la alta Macedonia 2 . 1 Ernesto Guerra da Cal, Bibliografia de Eça de Queiroz, vols. I-V, Coimbra 1984. Fuentes e influencias en A Relíquia, t. II, pp. 445-469. Agradezco a Ana Margarida Arruda, Lisboa, su primera información sobre A Relíquia. 2 Visita ai yacimiento de Eaní de Kozani, en mayo de 1993.

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HVMANITAS — Vol. XLVII (1995)

RICARDO OLMOS

C.S.I.C., Madrid

A RELÍQUIA, DE EÇA DE QUEIROZ: UNA APROXI­MACION DESDE LA FICCION EN ARQUEOLOGIA

No sé si entre las varias decenas de estúdios que se han dedicado ai episodio central de La Relíquia de Eça de Queiroz (1887) hay alguno en que la óptica dei arqueólogo y no exclusivamente la voz dei crítico literá­rio constituya el principal punto de observación y de partida '. Ese pasaje, en el que gracias al sueno de su protagonista, Teodorico Raposo, asisti-mos a una reconstruction de la pasión de Jesus en el abigarrado y coloris-ta ambiente de la Jerasalén dei siglo I, es sin duda uno de los más brillan­tes y seductores de la novelística europea dei XIX y, como toda obra magistral, nos abrirá siempre hacia una multiplicidad de planos de lectura. Desde el entramado de la ficción de ambiente arqueológico dei XIX podrá justificarse, pues, mi aproximación de hoy, acaso la de un extranjero en la república de las letras que osó traspasar el recinto de mármol severamente vedado a los gentiles. Si estas páginas mias contienen algo de acertado y útil sirvan como expresión de respeto profundo y amistad a la gran hele­nista y maestra de Coimbra, profesora Maria Helena Rocha Pereira, con quien recientemente comparti la contemplación dei pasado y el placer de la conversación en una visita arqueológica por las montanas de la alta Macedonia2.

1 Ernesto Guerra da Cal, Bibliografia de Eça de Queiroz, vols. I-V, Coimbra 1984. Fuentes e influencias en A Relíquia, t. II, pp. 445-469. Agradezco a Ana Margarida Arruda, Lisboa, su primera información sobre A Relíquia.

2 Visita ai yacimiento de Eaní de Kozani, en mayo de 1993.

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No poças de las aproximaciones a la evocación queirosiana de la muerte de Jesus han sido puntuales rastreos de fuentes. Durante décadas la indagación de influjos en nuestro autor constituyó una moda y un ejer-cicio inevitable. En esas búsquedas, a veces de erudition minúscula, algu-nos contemporâneos del escritor le acusaron de plagiário. Se denunciaron prestamos innegables de la Vida de Jesus de Ernest Renan pêro se le reprocho, sobre todo, su vinculación con las Memorias de Judas dei eru­dito italiano Pietrucelli delia Gattina, una vida novelada de Cristo basada en los evangelios apócrifos3. Sus defensores, entre ellos Cláudio Basto, se esforzaron, incluso muchos anos después de la muerte dei autor, en demostrar el alcance limitado de estos ecos literários4. Hoy parece vana y cicatera aquella obsesionada recolección de paralelos que buscaba escati-mar el mérito de un verdadero creador. Toda gran obra artística no es sino un tejido bordado por infinitud de manos escondidas bajo su trama última. Bien lo sabemos los helenistas.

Pêro tal vez merezca aún la pena situar este pasaje de evocación arqueológica en el ambiente de otras reconstrucciones del pasado dei XIX. Arroparemos así el suefio dei lusitano Raposo — que es también el propio suefío íntimo de Eça de Queiroz5 — en el contexto más amplio de una extendida moda europea de la época, el acercamiento a la vida de la anti-giiedad a través de una fantasia deslumbrante, de una revelación súbita.

Los viajeros europeos a Grécia y Oriente se habituaron pronto a combinar la fascinante experiência de la realidad con la ensofiación. A lo largo de su viaje trataban de reencontrarse con aquel pasado prefigurado en la visión idealizadora de sus lecturas. La visita significaba, ai modo platónico, una anagnorisis, un reencuentro progresivo con algo ya conoci-do y recreado interiormente antes dei viaje, a través de esa visión utópica que de Grécia y del Oriente se había configurado durante siglos el euro-peo en Occidente6. Pêro en no poças ocasiones la experiência entraba en

3 Ecos de estos reproches Uegan hasta el lector espafiol. Una nota prologai de José Maria dei Valle-Inclán (Barcelona, Casa editorial Maucci, 1901) recoge las acusa-ciones de «los envidiosos dei autor» que «afirmaban que la novela de Eça de Queiroz estaba calcada de las «Memorias de Judas» de Pietro de la Gattina.» Cf. una confronta-ción de los textos en Cláudio Basto, Foi Eça de Queirós um plagiador?, Porto (Edição de Maranus) 1924, pp. 57-71.

4 Cláudio Basto, o.c. Cf. la recension de Amado Alonso en Revista de Filologia Espanola, XII, 1925, p. 200.

5 A. J. Saraiva — Oscar Lopes, História da literatura portuguesa, Porto, 16 edi­ção, p. 911: modo autodiegético, identificación nominal dei narrador y el protagonista.

6 Las diversas actitudes de los viajeros tempranos a Grécia y Oriente son esplendidamente analizadas en el libro de David Constatine, Early Greek Travellers and the Hellenic Ideal, Cambridge University Press, 1984.

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colisión con la imagen soflada. Veremos luego, en Eça de Queiroz, los atisbos de la decepción.

En todo caso, fue ese encuentro con una realidad fragmentaria y a veces lamentable la que dió pie a tantas meditaciones histórico-filosóficas y a una reconstmcción que trataba de devolver a la raina su faz deseada. La evocación podia surgir subitamente, como una irrupción fantasmai. La luz del atardecer propiciaba la aparición del Genio de las Ruinas meditando sobre el pasado, como en el famosísimo pasaje del revolucionário y volteria-no Volney ante los despojos de Palmira7. O como en aquella emotiva inicia-ción en el seno de Isis de Gerardo de Nerval, cuando el protagonista solitário — el propio escritor — invoca a la diosa madre universal ante su templo de Pompeya en la ambigiiedad de los últimos resplandores vespertinos8.

Otras veces se accedía a la reconstmcción dei pasado a través dei sueno. Así, en nuestra novela y en tantos precedentes dei romanticismo. Recordemos a Lord Byron dormido junto a los tambores dóricos de un templo griego en rainas sonando el antiguo esplendor de la Hélade9. Dos factores se aúnan e interrelacionan estrechamente en estos ejemplos: paisaje y ensueno. Aquél se entiende como estímulo de los sentidos o como simple marco de la historia. Es este recreación. El viajero proyecta, desde su pro­pio yo, la evocación. Paisaje y pasado se transforman en subjetividad, son explosion del alma romântica. «On n'avais jamais bien vu le monde si l'on n'a pas rêvé ce que l'on voyait», diria con expresión iluminativa Gaston Bachelard. La frase es hoy perfectamente aplicable a La Relíquia.

El artificio del sueno arqueológico que introduce Eça de Queiroz en su relato no es, pues, un fenómeno aislado en la literatura europea del XIX. Théophile Gautier, autor tan dilecto del novelista português 10, lo

7 Comte de Volney (Constantin François de Chasseboeuf)» Les Ruines, Méditations sur les Révolutions des Empires, Paris, 1791. (Reedición Paris, 1833). Cf. Jean Gaulmier, Volney, Un grand témoin de la Révolution et de l'Empire, Paris, Hachette, 1959, cap. vii, pp. 112 ss. Sobre Volney, viajero en oriente, cf. Denise Brahimi, Arabes des lumières et bédouins romantiques: un siècle de voyage en Orient (1735-1835), Paris, le Sycomore, 1982.

8 Gerardo de Nerval, Isis. Una primera redaction data de 1845. Se publicará finalmente en las Hijas del Fuego, 1854. Cf. Jean Gaulmier, Gérard de Nerval et les Filles du Feu, Paris, 1956, pp. 95 ss. R. Olmos, La Isis de Gerardo de Nerval, en la serie «La arqueologia sonada», Revista de Arqueologia, n.° 144, junio de 1993, pp. 46-53.

9 Sir Ch. Lock Eastlake, Lord Byron's Dream. Pintura y grabado, 1833. Cf. para el grabado, Museo Benaki, n.° 25107.

10 Eça de Queiroz y Teófilo Gautier se conocieron en un hotel de El Cairo en 1869. Apenas très anos antes de su muerte Gautier pudo por fin visitar Egipto invitado a la inauguration Canal Suez como corresponsal del Journal officiel.

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había introducido ya en una novelita fascinante, Pie de Momia (1840). El pie momificado de una joven princesa egipcia, expuesto en la tienda de un anticuario, conduce a su joven protagonista ai pasado faraónico a través de un suefio efímero. Indicio material, simple dato de la arqueologia, el sim­bólico pie sirve de vehículo en el viaje hacia el pasado sonado. Al despun-tar el dia el mágico hechizo se desvanece u . Realidad inicial/ruptura en el suefio/vuelta a la realidad constituyen una secuencia común a estos relatos 12. El viaje de Raposo a Oriente se enmarca bien en este esquema tripartito. Trás el suefio, que por un instante había logrado la deseada ima-gen dei pasado, surge de nuevo el choque de la decepción tangible. El despertar devuelve la grisura cotidiana y su mediocridad al protagonista13.

Ni el romanticismo de Gautier ni el realismo naturalista de Eça de Queiroz agotaron el motivo. Más tarde, en los inícios dei siglo XX, se escribiría una de las más famosas ficciones de esta arqueologia onírica, la Gradiva de Wilhelm Jensen, que inmortalizaría enseguida Sigmund Freud en uno de sus más influyentes ensayos 14. El pasado pompeyano se recu­pera instantaneamente a través dei suefio de su protagonista, un singular arqueólogo clásico. Pêro posiblemente Jensen jamás llegó a sospechar la existência dei precedente queirosiano.

Podríamos citar multiples paralelos de esa repentina vision mágica de Teodorico Raposo que nos transporta dei realismo más atroz ai más subli­me homenaje romântico. De nuevo, la evocación nos Ueva a un tardio Théophile Gautier, a su último gran relato fantástico, Spirite (1865)15. La

11 Jean-Marie Carré, Voyageurs et écrivains français en Egypte, Institut Français d'Archéologie Orientale du Caire, 1956, vol. II, p. 135: L'Egypte inspiratrice de Théophile Gautier; especialmente, pp. 145 ss. III. Le pied de Momie (1838-40).

12 Es el mismo esquema de otra bellísima ensonación arqueológica de Gautier, esta vez en Pompeya: Arria Marcella. El choque ensonación/realidad es continuo. Como en La Relíquia solo un personaje tiene el privilegio de sonar el pasado. Una sola noche marcará su vida. Eça de Queiroz tiene en la mente, sin duda, estos relatos.

13 Esta mediación onírica será utilizada por arqueólogos en ciernes como José Ramón Mélida, en su cuento «Una noche en Pompeya» publicado en el mismo ano que La Relíquia, en 1887, junto con otras narraciones dei arqueólogo espanol en el libro que lleva por título, A orillas dei Guadarza, Barcelona. Dificilmente pudo conocer Eça de Queiroz el relato espanol, inspirado en cuentos de Gautier como Arria Marcella y el mismo Pie de Momia. Cf. R. Olmos, «Una Noche en Pompeya», de José Ramón Mélida, en la serie «La arqueologia sonada», Revista de Arqueologia, n.° 144, abril de 1993, pp. 52-57.

14 W. Jensen, Gradiva. Ein pompeianisches Phantasiestiick, 1903. Sigmund Freud, El delírio y los suenos en la Gradiva de W. Jensen, 1." ed. Viena 1907.

15 Sobre esta novela, R. Olmos, Spirite de Théophile Gautier, «La arqueologia sonada», Revista de Arqueologia, n.° 154, febrero de 1994, pp. 44-55, con bibl.

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Acrópolis de Atenas aparece subitamente en su esplendor originário a los ojos de su protagonista, Guy de Malivert, gracias a la mediación sobrehu-raana de la enigmática Spirite, companera de un amor que no es de este mundo. La visión fugaz y magnífica contrasta con la decepcionante reali-dad contemplada en Grécia por los demás viajeros occidentales con los simples ojos de la carne. Solo él es el elegido. Relatos como Spirite, Arda Marcella o Pie de Momia, pudieron estar latentes en la recreación de Eça de Queiroz. Realidad y ensofíación, decepción y fantasia, chocan violentamente. El novelista português logra explotar ai máximo este viejo artificio estético, ahora desde el realismo.

Multiplicaríamos los ejemplos pêro basta lo hasta aqui dicho para situar nuestro pasaje en el marco más amplio de un género característico dei XIX, el relato de ambientación arqueológica. Lejos de ser este una repetición mecânica, va mudándose dialécticamente a través de los autores y del transcurso de los anos. Eça de Queiroz lo desarrolla, décimos, den­tro un artístico y feroz contraste entre realidad y sueno, entre la experiên­cia cotidiana y la excepción. Son los albores dei naturalismo, ai que nues­tro escritor se asoma. Ya en su viaje a Egipto y Palestina, de 1869, su contacto con la arqueologia pudo aburrirle y disgustarle como, anos atrás, le ocurriera en Herculano y Pompeya a Gerardo de Nerval16. Lejos de ocultarse, la decepción aflora sin tapujos en vários pasajes de sus memo­rias de la excursion a Oriente, editadas postumamente con el título O Egipto, notas de viagem ll. A la ilusión previa sigue el desencanto 18. Nada más desembarcar los viajeros — el joven Queiroz lo hacía en com-pafiía de su amigo el Conde de Rezende — pretenden reconocer aquella Alejandría vanamente sofïada en lecturas previas de historia o en la «Guia

16 Cf. Octavie, Les Filles du Feu, (Classiques Garnie), Paris,1986, p. 646: «je me promenais longtemps d'édifice en édifice, demandant a ces monuments le secret de leur passé. Le temple de Vénus, celui de Mercure, parlaient en vain a mon imagination».

17 Editado por su hijo, en Porto, (Livraria Chardron, de Lello & Irmão) 1926. Para la relación dei viaje con nuestra obra literária cf. João Medina, Mystique: La reli­que d'Eça de Queiroz, en: (Iliana Zinguer, coord.), Miroirs de l'altérité et voyages au Proche-Orient, Genève, Editions Slatkine, 1991, pp. 261-267. Para un análisis del libro desde la egiptologia cf. Luís Manuel de Araújo, Eça de Queirós e o Egipto faraónico, Lisboa, 1987.

18 Estos encuentros de la decepción son característicos de los relatos de viajeros europeos ai Mediterrâneo oriental en la época inmediatamente posterior a la de los pri-meros românticos. El tema ha sido bien estudiado por Cyril Mango, Byzantinism and Romantic Hellenism, Journal of the Warburg and Courtland Institutes, XXVIU, 1969, pp. 26-49. Cf. otros ejemplos en mi artículo sobre la Spirite de Gautier, cit. supra, pp. 45-46.

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do Oriente» I9. Alejandria no ofrece lo que se habia esperado de ella. Y el

novelista debe iniciar su descripción con el viejo tópico del Ubi sunt?

«Eu, entretanto, pensava que ia pisar o solo d'Alexandria. Estávamos talvez na mesma agua em que outr'ora tinham fundeado as galeras de velas de purpura que voltavam de Actium! Oh! Alexandria, velha ciudade grega, velha ciudade bysantina, onde estás tu? Onde estão os teus quatro mil banhos, os teus quatro mil circos, e os teus quatro mil jardins? (...)»

«Estavas deante de mim: e eu via construcções vastas, desmoronadas e negras, feitas do lodo do Nilo, um logar enlameado e immundo, cheio de destroços, uma accumulação de edificações miseráveis e inexpressivas!»20.

Pêro su deber de viajero le lleva a visitar las ruinas: «tinhamos curio­

sidades clássicas a examinar» 21(....). De nuevo, la hiriente realidad: junto

a la columna de Pompeyo contemplan una estatua de granito dei tiempo

de Ramsés «meia enterrada na areia, coberta de immundicies 22. Pêro aún

no desespera y va a ver «conscienciosamente» las Agujas de Cleopatra:

«Encontramol-as n'uma horta cercada d'uma fileira de casas: uma, está de pé, nitida, de granito rosado; as outras jazem, deitadas no chão: em redor, crescem legumes. Approximei-me, e depois de as vêr e de me compenetrar de que tinham pertencido ao templo de Heliopolis, e de que haviam sido trazidas para Alexandria para serem collocadas dentro d'um templo dedicado a Ceres, voltei os olhos e bocejei. Oh! querida Alexandria, cidade de Cleopatra, de Amrú e dos padres da Egreja, como tu nos foste fastidiosa e pesada!»23

No muy diferente es el desinterés de Teodorico Raposo en el relato

de su Uegada a Alejandria y en su despedida final de Jerasalén24. Aquel

«dever espiritual e doutoral» inicial, medir los monumentos de la antigiie-

dad «nestas tierras de Levante , cheias de história» enseguida se

desvanece25. Eça de Queiroz trata de liberar a su protagonista de aquel

ritual dei turista que él habia padecido anos atrás en compania dei Conde

19 En La Relíquia, Teodorico Raposo inicia su viaje con una «Guia do Oriente» en la mano.

20 O Egypto, cap. I. pp. 30-31 (3.a ed. Porto, 1926). 21 O Egypto, p. 40. 22 O Egypto» p. 42. 23 O Egypto, p. 43-44. 24 A Relíquia, Obras de Eça de Queiroz, Ed. Livros do Brasil, Lisboa, p. 213:

«E assim rosnando e bocejando, atravessei a terra dos prodígios. A graça dos vales foi--me tão fastidiosa como a santidade das ruínas.»

25 A Relíquia, p. 69.

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de Rezende. Es una labor que Teodorico Raposo deja de buen grado a su acompanante, el sapientisimo Doctor Topsius, miembro del Instituto Imperial de Excavaciones Arqueológicas, historiador de los Lágidas y de los Herodes, quien con «com o lápis dos apuntamentos na algibeira da rabona» se dedica a rebuscar antiguallas y piedras dei tiempo de los Tolomeos. Mientras tanto Teodorico Raposo, sediento de placeres reprimi­dos en su vida beata e hipócrita de Lisboa, disfruta largamente de los amores dulces de Miss Mary, cortesana de la nueva Alejandría, tornada ahora en la tierna Maricocas o Maricoquina dei viajero lusitano26.

Ante ella el sábio Topsius desabrocha «em flores de erudição amá­vel» su evocación de la vieja Alejandría, un anticipo de la fantástica recreación de Jerusalén con los colores y fragancias suaves de una pintura orientalista27. Son los anos de Sir Lawrence Alma-Tadema, de Edwin Long, de Georges Antoine Rochegrosse, de Jean-Léon Gérôme28, o de aquel Hans Makart cuyas pinturas egiptizantes reproduciría el erudito y fecundo novelista Georg Ebers en su Aegypten im Bild und Wort, una her-mosa combinación poética de palabra e imagen29. Como Théophile Gautier, que había descrito una colorista navegación por el Nilo en Une

26 Paralelamente a esta vision crítica y decepcionante del paisaje arqueológico y urbano, la novela describe en similares términos el encuentro dei protagonista con aquellos tópicos idealizados dei mundo oriental tan generalizados entre los viajeros de occidente. Por ejemplo, el paisaje, la naturaleza. O su vision prefigurada de la mujer oriental. También aqui sustituye la imagen de su sensualismo desbordado con una des-cripción naturalista y decepcionante de lo que ofrece la realidad dei oriente ai turista europeo. Véase la decepcionante visita de Raposo y Topsius a los tugúrios de Jerusalén, A Relíquia, pp. 101 ss. Es un claro contraste con la prostituta de Babilónia dei sueno de Raposo, que el português vislumbra en una de las calles de Jerusalén: «uma criatura maravilhosa, de uma brancura de Lua cheia, com lábios grossos, rubros de sangue...». A Relíquia, p. 137.

27 A Relíquia, p. 75: «Contava-nos as tardes de festa da velha Alexandria dos Ptolomeus, no canal que levava a Canopia: ambas as margens resplandeciam de palá­cios e de jardins; as barcas, com toldos de seda, vogavam ao som dos alaúdes; os sacerdotes de Osíris, cobertos de peles de leopardo, dançavam sob os laranjais; e nos terraços, abrindo os véus, as damas de Alexandria bebiam à Vénus Assíria, pelo cálice da flor de lótus. Uma voluptuosidade esparsa amolecia as almas.»

28 Sobre los orientalistas, cf. finalmente, Egyptomania. L'Egypte dans l'art occi­dental 1730-1930, Paris 1994, pp. 333 ss. Anteriormente, Jean-Marcel Humbert, UÉgyptomanie dans l'art occidental, Paris 1989, pp. 228 ss. Cf. Gerald M. Ackerman, Les orientalistes: Jean-Léon Gérôme, Paris (ACR) 1992. Para una vision desmitificado-ra y crítica cf. François Pouillon, Fantaisie et investigations dans la peinture orientaliste du XJXème siècle, D'un Orient à l'autre, (Colloque du CEDEJ, Le Caire, 18-22 avril 1985) vol. I, Paris (CNRS) 1991, pp. 265-280.

29 1878, 2 vols.

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nuit de Cléopatre (1838), las descripciones de Eça de Queiroz denotan el influjo pictórico de los orientalistas30. Sin la pintura no podemos entender la sensualidad envolvente y recreada de Alejandría o Jericó, arribas evoca­das fugaz e idealmente por el doctor alemán31, ni la Jerusalén sofíada luego por Raposo. El escritor convierte sus impresiones de viaje en colo­res y evocaciones pictóricas32.

Idealidad y realidad contrastan también de forma hiriente en el romântico sueno dei joven português. Transportado a la Jerusalén de la pasión de Jesus nuestro protagonista no reprime su deseo de encender un cigarro en el mismo Pretório donde juzgan a Cristo. Nada pudo escandali­zar más a los sábios consejeros de la Academia portuguesa que aquel des­carado cigarro dei Pretório33. En la recuperación histórica Eça de Queiroz

30 Cf. la introducción de Adolphe Boschot al Roman de la Momie de Th. Gautier, en Clásicos Gamier, 1963, p. XXX: asociación del autor francês a los pintores orientalistas.

31 Jericó: A Relíquia, p. 113. «Essa velha cidade de palmeiras que Herodes cobrira de termas, de templos, de jardins, de estátuas, e onde passaram os seus tortuo­sos amores com Cleópatra.» En três renglones Eça de Queiroz sintetiza, como en el aroma de una rosa, aquellos aspectos más sensuales de la exuberante Jericó dei tiempo de Herodes extraídos de las fuentes literárias, fundamentalmente de Flávio Josefo. Cf. las referencias de los autores antiguos en F. Vigouroux, Dictionnaire de la Bible, III, 2.a parte, Pans, 1912, cols. 1289-1290 s.v. «Jéricho»; vol. m , 1." parte, cols. 643--646, s.v. «Herodes». La Jericó de Herodes, un paraíso con hipódromo, teatro, jardines, ofrecía el aspecto de una espectacular ciudad helenística, ai modo grecorromano. (Cf. Fl. Josefo, Guerra de los Judios, IV, 8, 3). Para la relación de vasallaje de Herodes con Cleopatra, en el 34 a. C , trás ser cedida por Antonio a la reina esta region paradisíaca, cf. Fl. Josefo, Guerra, I, 18, 5; Antigiiedades, XV, 4, 1-2. Con la fugaz evocación de los amores tortuosos de Cleopatra Eça de Queiroz recréa aqui un popular topos dei imaginário de la mujer antigua en el XIX. Sobre la mujer fatal en el XIX, cf. Joy S. Kasson, Marble Queens and Captives, New Haven-London, 1990; Bram Dijstra, Idols of Perversity: Fantasies of Feminine Evil, Nueva York 1980.

32 Así lo expresa él mismo en su «Carta sobre a inauguração do Canal de Suez», publicada en Notas contemporâneas: «As festas de Suez estão para mim entre duas grandes recordações — o Cairo e Jerusalém. Estão abafadas escurecidas por estas duas luminosas e poderosas impressões: estão como pode estar um desenho linear a lápis, entre uma tela resplandecente de Decamps, o pintor do Alcorão, e uma tela mor­tuária de Delaroche, o pintor do Evangelho». Cf. advertência final de J. Eça de Queiroz, hijo, a O Egipto, ed. cit. (1926) p. 351-2.

33 Carta de Eça de Queiroz a Mariano Pinai, firmada en Bristol el 25 de enero de 1888 y reproducido después en El reporter (27 de abril de 1888) y La Ilustración: «jQué es lo que indigna a Pinheiro Chagas en La Reliquia?(...) ^Le desagrada acaso, como erudito, la reconstrucción de la vieja Jerusalén, el templo tumultuoso y el énfasis de sus Rabinos? ^Le ofende quizás como creyente, la explicación familiar y petulante de unos Mistérios garantizados y protegidos por el Estado?» No. Senala entonces «el deta-Ue que esos hombres rudos podían apreciar con más facilidad: el cigarro que Teodorico

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no se refugia en el idealismo más incorpóreo y puro de un Gautier, a quien tanto admira, sino que nos hiere con el presente, simultânea lo sublime con la nimia realidad, contempla con humor y ternura familiar un pasado que abandona definitivamente su rostro solemne y hierático34.

Hemos hablado ya del Doctor Topsius, el erudito compafiero de viaje de Teodorico Raposo. No es la primera vez que en una ficción se introdu­ce el personaje dei arqueólogo35. Ya lo había hecho Gautier en su Roman de la Momie con el Doctor Rumphius, con quien Topsius comparte la sonoridad del nombre, remedo uno y otro dei egiptólogo Lepsius36. La figura dei historiador-arqueólogo, descifrador de secretos y de enigmas, se hará popular precisamente en estos anos en que aparece la novela de Eça de Queiroz37. Coincide con la definitiva profesionalización en Europa de la arqueologia.

En la mayoría de estas ficciones el arqueólogo suele actuar como hermeneuta y mediador. Solo él posée la Have de la lectura del pasado. Le conviene la imagen de aventurera, de escudrinador incansable. Es extrava­gante. En nuestra novela se acompana siempre de lápiz y se protege del sol: «bem enlapisado e bem enguarda-solado»38. Su figura se define con­tinuamente en contraste con la de Raposo. Asomara aqui una crítica ai português poço interesado en la historia. Pêro el doctor Topsius, inflama­do en el orgullo de su alto saber germânico, no sale mucho mejor para­do39. Podría sorprender que no sea Topsius y si Raposo — a quien abu-

enciende en el Pretório. Con mano trémula, Pinheiro Chagas, muestra el cigarro blasfe­mo. Y exclama textualmente: '[Estremece, estremece en verdad, ver ese cigarro en medio de tan sublime agitación!». Utilizo aqui la traducción al castellano de Julio Gómez de la Serna, Obras Completas de José Maria Eça de Queiroz, Madrid (Aguilar) 1964, vol. III, Notas contemporâneas: La Academia y la literatura, pp. 178-184.

34 A. J. Saraiva — Oscar Lopes, História da literatura portuguesa, Porto, 16 edição, p. 913.

33 Sobre el arqueólogo en la ficción, cf. Charles Thomas, The Archaeologist in Fiction. To illustrate the monuments (Essays on Archaeology presented to Stuart Piggott) London 1976, pp. 310-319. No recoge Thomas a nuestro doctor Topsius.

36 Cf. Cláudio Basto, o.c.p. 160, quien cita esta aproximación a Gautier en el artículo de João de Meira, Influencias estrangeiras en Eça de Queiroz, 1912.

37 Un ejemplo próximo, apenas dos anos posterior se introduce en el inicio de la novela de Sir Henry Rider Haggard, Cleopatra (1889). No deja de ser significativo el interés de Eça de Queiroz en la figura de Rider Haggard, autor de King Solomon's Mine. Una magistral y personalísima traducción de nuestro autor — As Minas de Salomão (1891) — convertira a esta novela en un clásico de aventuras entre el público português.

38 A Relíquia, p. 113, cuando sale a estudiar en soledad las ruinas de Jericó mientras el bueno de Raposo se queda tomando un café en el campamento.

39 Sobre la función en la narración de esta figura caricatural cf. A. J. Saraiva-Oscar Lopes, História da literatura portuguesa, Porto, 16 edição, p. 912.

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rren solemnemente las ruinas y cuya verdadera obsesión son los placeres sensuales, especialmente los de la carne — el privilegiado que se inicie en la vision mágica a través dei sueno. No solo en este pasaje es Jerasalén la que se transforma, aquella Jerusalén triste y decrépita que veia hasta entonces con desgana nuestro peregrino. También él mismo adquiere un inusual interés humano ai quedar contagiado por la experiência onírica, que asume con la misma naturalidad de los personajes dei Sueno de una noche de verano. Topsius, en cambio, cumple con pulcra corrección su función de guia erudito en ese camino a la Jerusalén de la pasión, como el Virgilio de Dante. Pêro permanece exactamente igual a si mismo en el sueno, no se contagia de la fascinación de la vida recreada. Seguirá obser­vando sucesos tan tremendos como la muerte de Jesus con el interés externo y la frialdad dei historiador positivista, a quien están vetadas el alma y las lágrimas de las cosas. Apunta aqui una crítica hacia el histori­cismo decimonónico, carente de la emotividad de la poesia, crítica similar a la que formulara un influyente Nietzsche por aquellos anos 40. De nuevo, Eça de Queiroz ha introducido el rasgo inesperado, el contraste creador y original de la paradoja: llevará aqui la iniciativa el antihéroe, no el histo­riador caricaturizado.

La reconstruction de Jericó o Jerusalén combina las fuentes literárias con la experiência dei dato arqueológico41. La descripción de la ciudad santa, y en especial la detenida visita de nuestros personajes a su deslum­brante templo sigue obligadamente la detenida ékphrasis de Flávio Josefo: junto ai templo, la torre Antónia; lejos, los jardines dei palácio de Antipas, el túmulo de Helena, la fuente de Siloé, el viejo burgo de David, la colina de Acra, rica y con palácios, el barrio de Bezetha 42. Pêro en esta época arqueólogos de diversos países excavan en Jerusalén y la novedad de los hallazgos se integra en el curso dei relato43. El Doctor Topsius

40 Así habló Zaratustra, Segunda parte: «De los doctos». 41 F. Spiess, Das Jerusalem des Josephus, 1881. Sobre las excavaciones y dis-

cusiones textuales, cf. Louis Pirot, Dictionnaire de la Bible, Supplément, tome We. Pans, 1949 s.v. Jerusalem, pp. 898 ss.

42 Guerra de los Judios, libro V, 129-243. El gran templo, V, 184 ss.; el túmulo de Helena, reina de Adiabene, V, 55; 119. La torre Antónia, V, 244 ss.; el palácio de Antipas, V, 177 ss. Cf. A Relíquia, pp. 129-132.

43 Cf. Michael Avi-Yonah (ed.) Encyclopedia of Archaeological Excavations in the Holy Land, Oxford-Londres, 1976, vol. II, s.v. Jerusalem, pp. 591 ss: «History of Excavations». Las primeras excavaciones son realizadas por la Palestine Exploration Fund entre 1864 y 1867 bajo la dirección del lugarteniente C. Warren. Cf. Wilson-Warren, The Recovery of Jerusalem, Londres 1871. El interés de estos anos se centra particularmente en la montana del templo. Una excelente síntesis arqueológica de la

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que excavaron Warren (1867-70) y

Schick (1880) pero no le acompafia Raposo. Luego, en Jericó, se ocupará

de buscar las termas de Herodes y la fuente de Elíseo, fatigadas por el

mismo Warren en aquellos anos 45:

«...ele rebuscava pedras, lascas, lixos, restos da orgulhosa cidade das palmeiras. Avistei logo o luminoso historiógrafo acocorado junto a uma poça de água, com os óculos sôfregos, esgarafunhando um pedaço de pilastra negra, meio enterrada no lodo. Ao lado, um burro, esquecido da erva tenra, contemplava filosoficamente e com melancolia o afã, a paixão daquelle sábio, de rastos no chão, à procura das termas de Herodes.»46

Trás la visión mágica dei sueno, la vuelta a la realidad arqueológica

sigue sin interesarle ai português. Constituye parte de la grisura de la

vida. Ni siquiera le atrae el emocionante descubrimiento, que protagonizo

en 1871 Ch. Clermont-Ganneau, de una de las inscripciones en griego dei

templo de Jerusalén prohibiendo, bajo pena de muerte, la entrada a los

gentiles. El hallazgo hizo feliz a la arqueologia de una época que, confia­

da en la autoridad de unas fuentes históricas discutidas con pasión, podia

corroborar a sus anchas los testimonios de Flávio Josefo y de Filón 47. Eça

de Queiroz aprovecha la noticia para implicar en ella a Topsius, mezcla

perfecta de historiador y arqueólogo de fin de siglo:

«O sábio Topsius entrava esbaforido, com uma formosa nova histórica! Durante a nossa romagem a Galileia, a Comissão de Escavações Bíblicas encontrara, sob lixos seculares, uma das lápides de mármore que, segundo Josepho e Filon e os Talmudes, se erguiam no Templo, junto à Porta bela, con uma inscrição proibindo a entrada aos gentílicos... E ele instava que marchássemos, engolida a sopa, a pasmar para essa maravilha... Un momento

Jerusalén de los tiempos de Jesus en: John Wilkinson, Jerusalem as Jesus knew it, Archaeology as Evidence, Londres (Thames and Hudson), 1978 (2.a ed. 1988).

44 A Relíquia, p. 81. Clara, tal vez, pues su agua alumbra los ojos del ciego de nacimiento del Evangelio. Cf. Evangelio de Juan, IX, 1. Sobre la fuente-piscina de Siloé, J. Wilkinson, o.c. pp. 104-8.

43 Michael Avi-Yonah (ed.), o.c, vol. II, p. 551: Warren excava las primeras campanas en Jericó al frente de la Palestine Exploration Society. Hacia 1868 excava los dos túmulos de Alaiq y en 1869 adivina las ruinas de un teatro bajo los uno de los túmulos que se curvaba en forma de creciente. Cf. F. Vigouroux, Dictionnaire de la Bible, III, 2." parte, Paris 1912, s.v. «Jéricho».

46 A Relíquia, p. 117. 47 Flávio Josefo, Guerra de los Judios, V, 194; idem, Antigûedades, XV, 417;

Filón, leg. ad Gaium, 31.

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ainda me rebrilhou na memória uma porta, bela em verdade, preciosa e triun­fal, sobre os seus catorze degraus de mármore verde de Numídia....

Mas sacudi desabridamente os braços, numa revolta:

— Não quero! — gritei. — Estou farto!... Irra! E aqui lho declaro, Topsius, solenemente: de hoje em diante não torno a ver nem mais um pedregulho, nem mais um sítio de religião... Irra! Tenho a minha dose: e forte, muito forte, doutor!

O sábio, enfiado, abalou con a rabona colada às nádegas!»48

El nuevo hallazgo apenas ha servido, pues, para evocarle a Raposo la

visión deslumbrante dei templo de Jerusalén durante el suefio. Un parado-

jal Eça de Queiroz juega aquf deliciosamente con una anagnorisis inversa:

la realidad, mucho más pálida, Ueva a una fugaz remembranza dei sueno.

En el decurso narrativo multitud de detalles apuntan ai especial es-

fuerzo dei novelista en su misión de recrear la historia. Sin duda, Gustave

Flaubert será modelo de esta militância dei novelista-historiador que busca

penosamente la precision de los hechos49. También La Relíquia requirió

una gestación larga, rasgo común a tantas novelas de ambientación

arqueológica50. La escribe con paciência, con gusto, pêro le queda siem-

pre latente el descontento y un afán de perfeccion51. Trás su publication

el autor seguiria encontrando en ella continuos defectos. Todo ello recuer-

da inevitablemente a Flaubert.

El encanto arqueológico de la tediosa peregrination a Tierra Santa

solo lo salva el instante de la ensonación. ^Cómo concibe Eça esta

48 A Relíquia, p. 217. 49 Cf. la opinion del novelista sobre Flaubert en Ecos de Paris (1897), Obras

Completas de José Maria Eça de Queiroz, Madrid (Aguilar) 1964, vol. Ill, p. 534: «Salammbô es la prodigiosa reconstrucción de un pueblo, de una religion fenecida, del violento y complicado mundo cartaginês. En la Tentation de San Antonio de una pro­funda intuición, de una erudición tan amplia, nos pinta la tumultuosa confusion mística de un cérebro de asceta, y alcanza ahí tal vez la perfeccion en la pintura de una forma tan viva, tan cálida, tan flexible, que solo se podría comparar con una encarnación humana.» (Traducción de Julio Gómez de la Sema).

30 Empieza a elaboraria en 1884 pêro no se publico hasta 1887 en la Gaceta de Noticias de Brasil, por entregas, entre el 24 de abril y el 10 de junio.

51 Cf. su propia opinion en Notas contemporâneas: La Academia y la literatura, (art. cit. supra, p. 180): «La Relíquia es ciertamente un libro mal hecho. Le falta a sus proporciones armonia, belleza, elegância, solidez; ciertos personajes, solo recortados y esfumados, ofrecen una contextura uniforme y esfumada; la forma no tiene suficiente fluidez y ductilidad, sino más bien se hincha y empasta y por querer ser grave, parece tiesa...»

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reconstracción del pasado? Ya lo hemos ido apuntando: desde las impre-siones pictóricas, desde la sutil evocation de sensaciones multiples. Esta sensualidad es una característica que se acentua en los escritores de fin de siglo cuando se busca salpimentar la descripción austera y racional de la historia con el aderezo de los sentidos. La Relíquia anuncia aqui abierta-mente a un Pierre Louys52.

Veamos dos ejemplos. Nuestros viajeros se han acercado a una Jericó bien lejana de aquel paisaje recordado por la historia, de aquella ciudad de palmeras de deliciosos dátiles, de árboles balsâmicos, de rosales (la de la rosa de Jericó...), de jardines y vegetación lujuriosa53. Pêro el inicio súbito dei sueíio recupera sus mágicas sensaciones: el aire huele a rosas de vergel y a la flor de naranjo54. El cielo brilla con desacostumbrado esplendor. La ruina se transforma en una forma maravillosa que infunde un terror trascendente: «Era como a branca muralha de uma cidade nova! Frontões de templos alvejavam pálidamente, entre a espessura de bosques sagrados; para as colinas distantes, fugiam esbatidos os arcos ligeiros de um aqueduto (...) E, abrigada junto aos bastiões, uma aldeia dormia entre palmeiras.»53 La urbanization de Herodes — templos, acueductos, jardi­nes... — se incorpora ai relato desde esta sensation inusual de la noche brillante, como en las citadas recreaciones dei Gautier de Spirite o de Arria Marcella56. Mientras Jericó se evoca desde la albura de una noche propicia a los sentidos, un primer encuentro con Jerusalén la inunda de resplandor bajo el bafio suntuoso dei sol refulgente5?. Todos los colores y aromas se desparraman por los rincones de la ciudad antigua. No es otra la vision abigarrada y bulliciosa dei modelo urbano de tantas novelas dei XIX en la que gentes, atuendos y lenguas se entremezclan desordenada­mente, allí donde la seducción sensual comparte su puesto con la cruel-dad, la indiferencia, la podredumbre.

52 Afrodita (1895), Cauciones de Bilitis (1894). 53 F. Vigouroux, o.c. 1912, s.v. Jericó, cols. 1289-90 con las citas de los autores

antiguos, especialmente Flávio Josefo, sobre aquella bella ciudad de ambiente helenísti-co remodelada por Herodes.

54 A Relíquia, pp. 123. Como Flaubert, que introdujo el cactus americano en el paisaje antiguo de la Cartago de Salammbô, Eça de Queiroz habla ancrónicamente del naranjo desde el paisaje moderno. Ambos trasladan ai pasado las sensaciones de su visita ai lugar.

55 A Relíquia, pp. 123-4. 56 La sensación de la noche brillante y blanca envuelve la aparición de Spirite

ante los ojos de Guy de Malivert en su viaje por mar hacia Atenas. 57 A Relíquia, pp. 131.

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Pero quiero detenereme en el motivo del banquete en casa del Rabi Gamaliel, hijo de Simeón, al que se encuentran invitados Topsius y Raposo. El marco del banquete antiguo constituía un viejo tópico de la novela histórica del XIX. Es lugar de placeres, de reposo, de conversation filosófica y mundana. Poços anos después Anatole France recuperaria estas sensaciones dei banquete alejandrino en su famosa Thais mientras Henryk Sinkiewicz lo hacía simultaneamente en Quo vadis? (1890). El motivo estaba, pues, en el ambiente y Eça de Queiroz no desaprovecha la ocasión. Ha leido las Simposiacas de Plutarco y conoce el regimen inte­lectual que hay que seguir en todo buen banquete que se precie: saber, por ejemplo, si es oportuno o no hablar de filosofia58. Pero a nuestro escritor le interesa sobre todo recuperar sensaciones. Un sugestivo artículo de 1893 — Cocina arqueológica — recogerá sus pensamientos en torno al banquete antiguo39. Ni el Partenón, ni la Venus de Milo, ni las Anacreónticas sugieren la dulzura, la delicadeza, la gracia, la frivolidad de los atenienses como «aquella sobremesa suya tan predilecta que consistia en manzanas deshechas en miel y preparadas después sobre hojas de rosa». «Desenterrar del subsuelo de Roma o de Delfos una estatua más; imprimir un papiro, hallado entre viejos códices de un monasterio dei Monte Athos y que contiene La Constitution de Atenas de Aristóteles, ^de qué sirve? Es un mármol y una teoria más. Pero comprobar, al fin, el sabor dei catillus ornatus y de la empanada de rosas; reconstituir el esta­do especial de espíritu que producía la cocina grecorromana; resucitar por un momento la disposición, las ideas, las emociones de un antiguo co-miendo, he aqui un incomparable servicio hecho ai estúdio dei pasado». Y Eça de Queiroz nos invita a ponernos el delantal y cocinar. A vestimos con una sencilla bata, de tela suave y delgada. Y a preparar luego un tri­clínio y recostamos. La reconstrucción así vivida, envuelta en la plenitud de los sentidos, es característica dei pensamiento dei XIX e ilumina el ini­ciático sueno de Raposo en su recuperación de las sensaciones de aquella Jerusalén abigarrada que vió morir a Cristo.

58 Symposiacá, Obras morales, t. IX (Les Belles Lettres): Libro I, cuestión 1: «Si hay que hablar de filosofia entre los bebedores». En el libro V,6 (671D) habla Plutarco de la fiesta del Sabbath «no completamente ajena a Dioniso», en la que «unos a otros se exhortan a beber y a emborracharse». Para estas lectaras de Eça de Queiroz cf. nota siguiente.

59 Publicado en Notas contemporâneas. Obras completas en la edición espafiola, t. III, pp. 234-6.

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Pêro el episodio de la muerte de Jesus se envuelve en una mezcla de pasión e indiferencia bajo esta lectura escéptica dei relativismo de la his­toria. Un hecho tan crucial para la humanidad pudo pasar desapercibido, apenas un suceso digno de una anécdota de mesa entre los comensales que participan dei banquete pascual junto al fumador Raposo y el imper­turbable sábio germânico60.

En el tratamiento de la muerte de Cristo el influjo de Renan es evi­dente. No déjà de ser curiosa la anticipation de Eça de Queiroz a otro bellísimo relato de fiction motivado también por La Vida de Jesus del ilustre historiador de los fenicios. Me refiero ai Procurador de Judea, de Anatole France, que surgió precisamente de una conversation entre el gran sábio francês y el entonces aún joven escritor escéptico61. Poncio Pilato no será capaz de recordar en su vejez aquel episodio, fugitivo e insignificante, de la muerte de Cristo. Para desgracia de los detractores de Eça de Queiroz el relato português se anticipé en vários anos ai parisino (1891). Pêro sus fuentes y su mismo espírita son similares.

Entre los tópoi irrenunciables de la novela de ambientación antigua dei XIX se solía plantear aquél de la disyuntiva de un mundo en crisis. Se gustaba concluir con un final catastrófico en el que apuntaba a veces la esperanza de un nuevo comienzo, el alba de un nuevo mundo. Esta litera­tura de la catástrofe tenia su origen en el siglo XVIII pero se desarrolho sobre todo durante el romanticismo62. No se apagarian sus rescoldos en todo el siglo. Eça de Queiroz retoma estos tópicos de un modo extrano y original. Por un lado, renuncia directamente a esa vision catastrofista que

60 Cuando Teodorico cuenta con horror su testimonio de la crucifixion de Jesus, Eliezer, doctor del templo, físico del Sanhedrín, «no conocía a Jesus de Galilea». «Me confesó que atareado con los enfermos que durante la Pascua invaden Jerusalem no había ido aquellos dias al Xistus, ni a la tienda del perfumista Cleos, ni al huerto de Hannán donde las noticias vuelan más numerosas que las palomas: por eso nada había oido de la aparición de un Mesías...» (traducción de J. M.a dei Valle-Inclán, 1901, p. 162).

61 Publicado dentro de L'étui de nacre, Paris Calman-Lévy, 1892. Le sugirió esta novela a France el mismo Renan: «He and Renan were talking together, and Renan declares that the things described in the Gospels must have made a deep impression on those who took part in them. This France denied, and Renan, smiling, said something tantamount to 'Then, in your view, Pontius Pilatus, in old age...» (M. Belloc Lowndes, Where Love and Friendship dwelt, London 1943, p. 178). Cf. Gilbert Higuet, The Classical Tradition, (4th ed.) 1959, p. 687, nota 46. Cf. además Higuet, p. 454-5.

62 Cf. C. Dahl, Bulwer-Lytton and the School of Catastrophe, Philological Quarterly, 32, 1953; Giovanni Macchia, Le rovine di Parigi, con prólogo de ítalo Calvino, Milan ( Mondadori) 1985. R. Olmos, La ciudad antigua en la fiction literária del siglo XIX, Madrid, en prensa.

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le brindaba, de modo tan inmediato, la muerte de Jesus. Le hubiera basta­

do recordar aquella anticipación apocalíptica de los relatos evangélicos

cuando la tierra se llenó de tinieblas63, cuando «el velo dei santuário se

rasgo en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las perlas se hendieron, los

monumentos se abrieron y muchos cuerpos que descansaban resucita-

ron»64. Habría desentonado este cuadro tenebroso y sobrenatural con el

racionalismo crítico heredado de Renan. Es significativo el contraste de la

visión opuesta en La Relíquia. Jesus muere y Raposo mira al cielo. «Eu

olhei também o céu: rebrilhava, sem uma sombra, sem uma nuvem, liso,

claro, mudo, muito alto, e cheio de impassibilidade...»65. La impasibili-

dad de la naturaleza no es aqui otra que la de la historia.

Una nueva era se apunta con la muerte de Jesus y Eça de Queiroz

introduce de nuevo la paradoja. Aqui, la mirada superior de un rapsodo

ciego que Uega cantando sus viejos cantos desde las tierras de Grécia. El

desânimo, el hundimiento surgirá desde la evocation del mundo griego,

modelo de idealidad y de belleza a lo largo de todo el siglo XIX.

Mientras Jesus agoniza Topsius y Raposo se encuentran con este viejo

cantor de los dioses de Grécia. Su extrana aparición simboliza el final dei

mundo clásico66:

«avistei, subindo a colina devagar, apoiado ao ombro da criança que o conduzia, o velho que já cruzáramos na estrada de Jopé, com uma lira presa à cintura. Os seus passos arrastavam-se mais incertos, na fadiga de uma jor­nada penosa; uma tristeza abatia-lhe sobre o peito a clara barba ondeante; e debaixo do manto cor de vinho, que lhe cobria a cabeça, as folhas da coroa de louro pendiam raras e murchas».

Allí cantará por última vez a los dioses paganos mientras sus lágri­

mas corren por su rostro «tristes como a chuva por um muro em ruínas.»

Esta figura patética dei rapsodo anciano acompanado dei nino nos

trae inevitablemente al recuerdo viejas imágenes neoclásicas 67. El escritor

63 Evangelio de Marcos, 15,33. 64 Evangelio de Mateo, 27, 51-53. 65 A Relíquia, p. 197. Cf. Basto, o.c. p. 129 n. 3. 66 A Relíquia, pp. 194-5. 67 Cf.J. Whitely, Homer abandoned: A French Neo-classical Theme, Essays in

Honour of Jean Seznec, Oxford 1974, pp. 40-51. François-Pascal Simon, Baron Gérard (1770-1837): Eupocalamie, La fille du berger Glaucus: fragment ou modèle para el Homero de 1814 (subasta de Christie, Monaco domingo 19 de junio de 1994, n.° 76). Cf. el famoso cuadro, previamente grabado, de Asmus Jakob Carstens, «Homer singt den Griechen» 1796.

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las retoma y reelabora en homenaje tal vez a las nostalgias de los parna­sianos 68. De este modo, tan paradójico y melancólico, asistimos a la des­pedida dei mundo antiguo.

La resurreción de Jesus adquirirá los aires de una leyenda que los hombres tejen en Jerusalen ante la atónita mirada de Raposo. Desarrolla aqui la ficción un tema que meramente apuntó Renan en las páginas fina­les de su Vida de Jesus69. La etnografia lograba asomar en estos anos como ingrediente de la explicación histórica.

Fue en Espana La Relíquia fuente de sugerencias para nuestros orien-talistas rezagados. En 1901 la tradujo con luminosidad y encanto Don José Maria dei Valle Inclán70. Con ella enriqueció el lenguaje de la prosa castellana. Al escritor espafiol le fascino aquel universo intenso de luz y de aromas antiguos que anos atrás había abierto la fascinante Salammbô de Flaubert pêro que ampliaba ahora insospechadamente el delicioso sueno de Raposo en La Relíquia71.

68 Cf. Gilbert Higuet, The Classical Tradition, (4th ed.) 1959, cap. 20: «Parnassus and Antichrist», pp. 437 ss. sobre el ambiente general de la época en relación con la contraposición mundo antiguo/moderno, en la que se situa también La relíquia.

69 Capítulo XXVI: Jesus en el sepulcro: «El grito 'jha resucitado!' corrió como un rayo entre los discípulos. El amor hizo que encontrara fácil crédito por todas partes. iQaé había ocurrido? Cuando tratemos de la historia de los apostoles examinaremos este punto y buscaremos el origen de las leyendas relativas a la resurrección.»

70 Casa editorial Maucci de Barcelona. 71 Sobre el orientalismo de Valle-Inclán y el influjo de Salammbô en el episodio

de la Nina Chole de la Sonata de Estio, 1903, cf. Lili Litvak, A la búsqueda de los orí-genes. El reencuentro de las civilizaciones asiáticas en Espana, 1870-1913, BBMP, LXII, 1986, pp. 359-389. Se traslada aqui fugazmente ai paisaje arqueológico de América la multiplicidad de sensaciones dei Oriente.

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