A La Sombre de Un Granado

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1 A la sombra de un granado T ariq Ali Una novela de la España musulmana Para Aisha, Chengiz y Natasha NOTA DEL AUTOR En la España musulmana, como en el mundo árabe actual, se identificaba a los niños por el nombre de su madre o de su padre, además de por aquel que recibían al nacer. En esta novela, Zuhayr bin Umar significa Zuhayr, hijo de Umar, mientras que Asma bint Dorotea es Asma, hija de Dorotea. Bastaba el nombre paterno para reconocer públicamente a un hombre; así, Ibn Farid e Ibn Khaldun significan, respectivamente, hijo de Farid o de Khaldun. Los musulmanes de esta novela usan sus propios apelativos para

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    A la s ombr a de un gr anado

    T ar iq Al i Una novela de la Espaa musulmana Para Aisha, Chengiz y Natasha NOTA DEL AUTOR En la Espaa musulmana, como en el mundo rabe actual, se identificaba a los nios por el nombre de su madre o de su padre, adems de por aquel que reciban al nacer. En esta novela, Zuhayr bin Umar significa Zuhayr, hijo de Umar, mientras que Asma bint Dorotea es Asma, hija de Dorotea. Bastaba el nombre paterno para reconocer pblicamente a un hombre; as, Ibn Farid e Ibn Khaldun significan, respectivamente, hijo de Farid o de Khaldun. Los musulmanes de esta novela usan sus propios apelativos para

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    ciudades que ahora tienen nombres espaoles, incluyendo los de varias poblaciones fundadas por ellos mismos. Estos nombres, junto con algunas palabras rabes comunes, se explican en el glosario al final de la obra. PRLOGO Los cinco caballeros cristianos convocados a los aposentos de Jimnez de Cis- neros no recibieron con alegra la llamada nocturna. Su reaccin no se deba a que estuvieran pasando el invierno ms fro que recordaban. Eran veteranos de la Reconquista y las tropas que mandaban haban entrado triunfalmente en Gharnata siete aos antes, ocupando la ciudad en representacin de Fernando e Isabel. Ninguno de los cinco hombres perteneca a la regin. El mayor era hijo ilegtimo de un fraile De Toledo; los dems eran castellanos y estaban ansiosos por regresar a su tierra. Aunque eran todos buenos catlicos, no les gustaba que nadie diera por sentada su lealtad, ni siquiera el propio confesor de la reina. Saban que este ltimo se haba hecho trasladar desde Toledo, donde era arzobispo de la ciudad conquistada. Nadie ignoraba que Cisneros era un instrumento de la reina Isabel y que su poder iba ms all de las materias del espritu. Los caballeros saban perfectamente cmo reaccionara la corte si desafiaban su autoridad. Los cinco hombres, envueltos en capas, pero todava temblorosos de fro, fueron conducidos a la alcoba de Cisneros. Sorprendidos por la austeridad del mobiliario, intercambiaron miradas de asombro. Pareca inaudito que un prncipe dela Iglesia se alojara en unos aposentos ms apropiados para un monje fantico; no estaban acostumbrados a ver prelados que vivieran de acuerdo con sus prdicas. Cisneros alz la vista y sonri. La voz que les dio las instrucciones no tena visos de autoritarismo y los caballeros se sorprendieron. El hombre de Toledo se dirigi a sus compaeros con un susurro audible: -Isabel ha entregado las llaves del palomar a un gato. Cisneros prefiri ignorar aquel alarde de insolencia, y se limit a alzar el tono de voz: -Quiero aclarar que no estoy interesado en cumplir ninguna venganza perso- nal. Les hablo con el poder que me confieren la Iglesia y la corona. Aunque eso no era del todo cierto, los soldados no acostumbraban cuestionar a la autoridad. Una vez convencido de que haban entendido a la perfeccin sus instrucciones, el arzobispo despidi a los caballeros. Haba querido dejar claro que la capucha monacal estaba por encima de la espada. Una semana despus, el primer da de diciembre de 1499, los soldados cristianos, mandados por los cinco caballeros, penetraron en las ciento noventa y cinco bibliotecas de la ciudad y en la docena de mansiones donde se albergaban las colecciones privadas ms famosas y confiscaron todas las obras escritas en rabe. El da antes, eruditos al servicio de la Iglesia haban convencido a Cisneros de que eximiera del edicto a trescientos manuscritos. El arzobispo haba accedido con la condicin de que stos se guardaran en la biblioteca que planeaba erigir en Alcal. La mayora de esos manuscritos eran manuales rabes de medicina y astronoma, que reseaban los principales avances en estas y otras ciencias afines desde la antiguedad. Contenan gran parte del material que haba viajado desde la pennsula de al-Andalus y desde Sicilia hacia el resto de Europa, preparando el camino para el Renacimiento. Hombres uniformados retiraron indiscriminadamente varios miles de copias del Corn, junto con comentarios eruditos y reflexiones filosficas sobre sus mritos y faltas, todos elaborados en la ms exquisita caligrafa. Los soldados cargaban

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    a sus espaldas, en improvisados fardos, manuscritos extraordinarios, pilares de la vida intelectual del al-Andalus. A lo largo del da erigieron un muro con centenares de miles de manuscritos. La sabidura colectiva de toda la pennsula yaca en el antiguo mercado de seda, junto a Bab al-Rama. Era el mismo sitio donde los caballeros moros solan cabalgar y competir en torneos para ganar la atencin de las damas; donde se aglomeraba el populacho y los nios se montaban a hombros de sus padres, tos o hermanos mayores para alentar a sus favoritos; donde las silbatinas saludaban la entrada de los que desfila- ban en armaduras de caballeros por el solo hecho de ser sbditos del sultn. Cuan- do resultaba evidente que un hombre valeroso haba dejado ganar a un miembro de la corte por deferencia hacia el rey o, lo que era igualmente probable, porque le haban prometido una bolsa llena de dinares de oro, los ciudadanos de Gharnata se burlaban de l a voz en cuello. Era un pueblo famoso por su mentalidad indepen- diente, su agudo ingenio y su resistencia a reconocer la autoridad de sus superiores. stos eran la ciudad y el sitio preciso que Cisneros haba elegido para su exhibicin de fuegos artificiales. Los volmenes lujosamente encuadernados e ilustrados constituan el testamen- to artstico de los rabes peninsulares y superaban los criterios de calidad de los propios monasterios cristianos. Los escritos que contenan provocaban la envidia de los eruditos de toda Europa: qu esplndida hoguera se encendi aquella noche ante la poblacin de la ciudad! Los soldados que haban estado construyendo el muro de libros desde el amane- cer rehuan las miradas de los granadinos. Algunos espectadores estaban apesa- dumbrados, otros colricos, con las caras llenas de furia y despecho, y otros ms balanceaban suavemente sus cuerpos con expresin ausente. Uno de ellos, un viejo, repeta una y otra vez la nica frase que era capaz de articular ante semejante ca- lamidad: -Nos hundimos en un mar de indefensin. Algunos soldados eran conscientes de la magnitud del crimen que estaban con- tribuyendo a perpetrar, tal vez porque ellos mismos nunca haban aprendido a leer o a escribir. Les preocupaba el papel que deban desempear. Hijos de campesinos, recordaban las historias que solan escuchar de boca de sus abuelos, cuyos relatos de la crueldad morisca contrastaban con las descripciones de su cultura y su eru- dicin. Aunque estos soldados no eran mayora, su accin se hizo notar: mientras caminaban por las calles estrechas, abandonaban deliberadamente algunos manuscritos frente a las puertas cerradas a cal y canto. Al carecer de cualquier otro criterio de juicio, suponan que los volmenes ms pesados seran tambin los ms importantes. Pese a la falsedad de la presuposicin, no caba duda de que la intencin era honorable, y todos supieron apreciar su gesto. En cuanto los soldados desaparecan de la vista, se abra la puerta y una figura envuelta en un manto sala al exterior, coga los libros y se perda otra vez tras la relativa seguridad de cerrojos ybarrotes. De este modo, gracias a la instintiva honestidad de un grupo de soldados,sobrevivieron varios centenares de manuscritos importantes, que ms tarde serian transportados por mar a las bibliotecas privadas de Fez. En la plaza comenzaba a oscurecer. Los soldados haban reunido a una multitud de ciudadanos remisos, casi todos hombres. Nobles musulmanes y predicadores con turbantes se mezclaban con tenderos, comerciantes, campesinos, artesanos y mercachifles, as como con proxenetas, prostitutas y locos: la humanidad entera estaba representada all. Tras la ventana de una casa de huspedes, el ms afortunado centinela de la

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    Iglesia de Roma observaba con satisfaccin el creciente terrapln de libros. Jimnez de Cisneros estaba convencido de que slo podran vencer a los paganos si se aniquilaba por completo su cultura, y eso requera la destruccin sistemtica de todos sus libros. Las tradiciones orales sobreviviran por un tiempo, hasta que la Inquisicin prohibiera las lenguas ofensivas. Si no hubiera sido l, algn otro habra tenido que organizar aquella fogata necesaria: alguien que comprendiera que era preciso asegurar el futuro por medio de la firmeza y de la disciplina y no del amor y de la educacin como proclamaban incansablemente esos imbciles dominicanos. Acaso alguna vez haban conseguido algo? Cisneros estaba exultante: el Todopoderoso lo haba elegido como instrumento de su voluntad. Aunque otros hubieran podido llevar a cabo aquella tarea, nadie lo habra hecho tan escrupulosamente como l. Una sonrisa desdeosa se dibuj en sus labios. Qu poda esperarse de clrigos cuyos abades, apenas cien aos atrs, se llamaban Mohammed, Umar, Uthman y nombres por el estilo? Cisneros estaba orgulloso de la pureza de su raza. Las burlas que haba tenido que soportar en la infancia carecan de fundamento, pues era evidente que no tenan antecesores judos. Sus venas no estaban manchadas con sangre mestiza. Cisneros mir fijamente al soldado apostado ante la ventana y le hizo un gesto de asentimiento. La seal pas a los portadores de las antorchas y se encendi el fuego. Durante medio segundo rein un silencio absoluto. Luego, un lamento des- comunal desgarr la noche de diciembre, seguido de gritos de No hay ms Dios que Al y Mahoma es su profeta. A una distancia considerable de Cisneros, un grupo cantaba, pero l no alcanzaba a oir la letra de sus cnticos, que de cualquiera forma no habra podido comprender porque los versos estaban en rabe. El fuego se elevaba cada vez ms alto; el propio cielo pareca haberse convertido en un abismo flameante, un espectro de chispas que flotaban en el aire mientras la caligrafa de delicado colorido se deshaca en cenizas. Era como si las estrellas lloraran su dolor con una lluvia de fuego. La multitud comenz a alejarse lentamente, atontada, hasta que un mendigo se quit las ropas y comenz a escalar el muro de fuego. -Qu sentido tiene la vida sin los libros de erudicin? -grit con el poco aire que quedaba en sus pulmones abrasados-. Lo pagarn. Pagarn lo que nos han hecho hoy. Entonces se desmay y las llamas lo envolvieron. Se derramaron silenciosas lgrimas de odio, pero las lgrimas no bastaban para apagar las hogueras encendidas aquel da, y la gente se alej. La plaza est en silencio. Aqu y all todava humean viejas fogatas. Cisneros camina entre las cenizas con una sonrisa maligna en la cara, mientras planea el paso siguiente. Piensa en voz alta: -Cualquier venganza que conciban, empujados por su dolor, ser intil. Hemos ganado. La de esta noche ha sido nuestra autntica victoria. Cisneros entiende el poder de las ideas mejor que ningn otro en la pennsula, mejor an que la temible Isabel. Patea una pila de pergaminos chamuscados hasta reducirlos a cenizas. Sobre las brasas de una tragedia acecha furtivamente la sombra de otra. CAPTULO 1 -Si las cosas continan as -dijo Ama con la voz distorsionada por una boca

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    semidesdentada-, slo quedar un recuerdo fragante de nosotros. Rota su concentracin, Yazid arrug la frente y levant la vista del juego de ajedrez. Estaba en un extremo del patio, enfrascado en una desesperada lucha por dominar las estrategias del ajedrez. Sus hermanas Hind y Kulthum, expertas estrategas, estaban en Gharnata con el resto de la familia, y Yazid deseaba sorprenderlas a su regreso con una jugada de apertura poco ortodoxa. Haba intentado interesar a Ama en el juego, pero la vieja se haba redo de su idea y haba declinado la invitacin. Yazid no poda entender su rechazo: no era mucho mejor jugar al ajedrez que manosear unas cuentas, como hacia ella permanentemente? Por qu se negaba a reconocer un hecho tan evidente? Comenz a guardar las piezas de ajedrez a regaadientes. Qu maravillosas son!, pens mientras las ordenaba cuidadosamente en sus pequeos compartimien- tos. Haban sido especialmente encargadas por su padre. Juan, el carpintero, haba recibido instrucciones precisas de tallaras a tiempo para su dcimo cumpleaos, en el ao 905 AH,* (AH: anno hegirae o ao de hgira, era de los musulmanes que se cuenta a partir de la huida de Mahoma de La Meca a Medina y est compuesta de aos lunares de 354 das. 1500 segn el calendario cristiano.) La familia de Juan haba estado al servicio del Banu Hudayl durante siglos. En el ao 932 de la era cristiana, el jefe del clan Hudayl, Hamza bin Hudayl, haba huido de Dimashk para llevar a su familia y a sus seguidores a los territorios occi- dentales del Islam. Se haba establecido en las laderas de las colinas, a treinta kilmetros de Gharnata. All haba construido la aldea que luego se conocera como al-Hudayl, emplazada sobre tierras altas y visible desde una gran distancia. En primavera, los arroyos de montaa que la rodeaban se convertan en torrentes de nieve derretida. Los hijos de Hamza cultivaban la tierra y cuidaban sus huertos en las afueras de la aldea. Cincuenta aos despus de la muerte de Hamza, sus descendientes construyeron un palacio rodeado de tierras cultivadas, viedos y huertos de almendros, naranjales, granados y moreras que parecan nios acurrucados en torno a su madre. Cada pieza del mobiliario, con excepcin de aquellas saqueadas por Ibn Farid durante las guerras, haba sido creada con esmero por los antecesores de Juan. El carpintero, como cualquier otro habitante de la ciudad, era consciente de la posi- cin de Yazid en la familia -el nio era el favorito absoluto- y en consecuencia decidi fabricar un juego de ajedrez que los sorprendera a todos. Al hacerlo, super incluso sus ms fantasiosas aspiraciones. Asign el color blanco a los moriscos. La reina era una hermosa noble con mantilla; su esposo, un monarca de barba roja con ojos azules y el cuerpo envuelto en una ondeante tnica rabe, adornada con extraordinarias piedras preciosas. Las torres eran rplicas de aquella que dominaba la entrada de la mansin palaciega del Banu Hudayl. Los caballeros representaban al bisabuelo de Yazid, el guerrero Ibn Farid, cuyas legendarias aventuras de amor y guerra ocupaban un lugar privilegiado en el acervo cultural de la familia. Los alfiles blancos haban sido modelados a imagen de los imanes de la mezquita de la ciudad, mientras que los peones guardaban una misteriosa semejanza con el propio Yazid. Los cristianos no slo eran negros; tambin tenan aspecto de monstruos. Los ojos de la reina negra brillaban con destellos malignos, en brutal contraste con la Virgen en miniatura que colgaba de su cuello. Sus labios estaban pintados del color de la sangre y el anillo que llevaba en uno de sus dedos exhiba una siniestra calavera. La corona del rey era mvil, de modo que poda retirarse con facilidad,

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    pero como si ese simbolismo no fuera suficiente, el iconoclasta carpintero haba dotado al monarca de un minsculo par de cuernos. Esta original versin de Fernando e Isabel estaba rodeada de figuras igualmente grotescas. Los caballeros mostraban unas manos manchadas de sangre y los dos alfiles haban sido esculpidos a imagen de Satans. Todos portaban dagas y lucan rabos como ltigos. Era una pena que Juan no hubiera tenido oportunidad de conocer a Jimnez de Cisneros, pues los ojos fulminantes del arzobispo y su nariz torcida le habran facilitado la caricatura ideal. Los peones representaban a frailes, provistos de sus indefectibles capuchas, miradas voraces y vientres abultados; criaturas de la Inquisicin en busca de presas inocentes. Todo aquel que contemplaba el ajedrez de Juan coincida en afirmar que era una obra de arte. Sin embargo Umar, el padre de Yazid, estaba preocupado. Saba que si algn espa de la Inquisicin descubra el juego de ajedrez, el carpintero sera torturado hasta la muerte. Pero Juan era obstinado: el nio deba recibir el regalo. Seis aos antes, el padre del carpintero haba sido acusado de apostasa cuando visitaba a unos parientes en Tulaytula. Ms tarde haba muerto en prisin de las heridas infligidas a su orgullo durante la tortura a que lo haban sometido los frailes, quienes, como broche final, le haban cortado los dedos de ambas manos. El viejo carpintero haba perdido todo deseo de vivir y ahora el joven Juan estaba sediento de venganza. El diseo del ajedrez era slo el comienzo. Juan haba grabado el nombre de Yazid en la base de cada figura y el nio se senta tan apegado a ellas como si fuesen criaturas de carne y hueso. Su favorita era Isabel, la reina negra, que lo asustaba y lo fascinaba al mismo tiempo. Con el pasar de los das, aquella pieza de ajedrez se convertira en su confesora, en alguien a quien le confiara todas sus preocupaciOne5~ aunque nicamente cuando estaba seguro de estar solo. Yazid termin de guardar las piezas de ajedrez, volvi a mirar a la vieja y suspir. Por qu Ama hablaba tanto sola en los ltimos tiempos? Se estara volviendo loca? Hind deca que s, pero l no estaba tan seguro. La hermana de Yazid deca algunas cosas por puro despecho, pero l saba que si Ama hubiera estado loca, su padre le habra buscado un sitio en el maristan de Gharnata, junto a la ta abuela Zahra. Hind estaba enfadada porque Ama insista en que ya era hora de que sus padres le encontraran un marido. Yazid cruz el patio y se sent en el regazo de Ama. La cara de la vieja, que ya era un nido de lneas, se arrug an ms al sonrer al pequeo. Ama dej las cuentas sin ceremonia y acarici la cara del nio mientras lo besaba con dulzura en la cabeza. -Que Al te bendiga. Tienes hambre? -No, Ama. Con quin hablabas hace unos minutos? -Quin iba a querer escuchar a una vieja, Ibn Umar? Dara igual que estuviera muerta. Jams haba odo a Ama llamarlo por su propio nombre. Nunca. Pues no era cierto que Yazid era el nombre del califa que haba vencido y matado a los nietos del Profeta, cerca de Kerbala? Aquel Yazid haba ordenado a sus soldados que guardaran los caballos en la mezquita de Medina, donde el propio Profeta haba rezado sus plegarias. Aquel Yazid haba tratado a los compaeros del Profeta con desprecio, y pronunciar su nombre era manchar la memoria de la familia del Profeta. Ama no poda decrselo al nio, pero esa razn le bastaba para llamarlo siempre Ibn Umar, hijo de su padre. En una ocasin Yazid la haba interrogado al respecto delante de la familia y Ama haba respondido mirando con furia a la madre del nio, Zubayda, como si hubiera querido decir: la culpa es de ella. Por qu no se

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    lo preguntas a ella? Pero entonces todo el mundo se haba echado a rer y Ama se haba marchado enfadada. -Te estaba escuchando. Te o hablar. Puedo decirte lo que o. Quieres que repita tus palabras? -Oh, hijo mo -suspir Ama-. Hablaba con la sombra del granado. Al menos ella estar aqu cuando todos nosotros nos hayamos ido. -Ido? Adnde, Ama? -Pues al cielo, pequeo. Todos nos iremos al cielo. T irs al sptimo cielo, mi pequeo retazo de luna, pero no estoy segura de que los dems puedan acompaarte. Lo que es tu hermana, Hind bint Umar, no podr ir ni siquiera al primer cielo. Temo que una fuerza maligna se apodere de esa nia, que se deje arrastrar por pasiones salvajes y que la verguenza caiga sobre tu padre, que Dios lo proteja. Yazid haba comenzado a rer ante la idea de que su hermana no pudiera llegar siquiera al primer cielo, y su risa era tan contagiosa que Ama lo imit, exhibiendo un patrimonio completo de ocho dientes. Yazid amaba a Hind ms que a cualquiera de sus hermanos y hermanas. Los dems an lo trataban como si fuera un beb. Parecan azorados de que pudiera hablar o pensar por si mismo, lo alzaban en brazos y lo besaban como si fuera una mascota. l sabia que era el favorito, pero le molestaba que nunca respondieran a sus preguntas. Por eso los despreciaba a todos. A todos, excepto a Hind, que a pesar de ser seis aos mayor que l le trataba de igual a igual. Discutan y peleaban mucho, pero se adoraban el uno al otro. Ese amor por su hermana era tan profundo, que ninguna de las premoniciones msticas de Ama le preocupaba en lo ms mnimo ni afectaba sus sentimientos hacia Hind. Ella le haba revelado la autntica razn de la visita del to abuelo Miguel, que tanto haba preocupado a sus padres la semana anterior. l tambin se haba preocupado al or que Miguel quera que todos fueran a Qurtuba, donde l era obispo, para convertirlos personalmente al catolicismo. Haba sido Miguel quien tres das antes los haba llevado a todos a Gharnata, incluyendo a Hiud. Yazid se volvi una vez ms hacia la anciana: -Por qu el to abuelo Miguel no habla en rabe? Ama se estremeci con la pregunta, y como los viejos hbitos nunca mueren, escupi automticamente al suelo al oir el nombre de Miguel, y comenz a tantear sus cuentas de una forma casi desesperada, murmurando todo el tiempo: -No hay ms Dios que Al y Mahoma es su profeta. -Contstame, Ama, contstame. Ama contempl la cara brillante del pequeo, cuyos ojos color almendra destellaban de rabia. Le recordaba a su bisabuelo, y ese recuerdo la tranquiliz lo sufi- ciente para responder a la pregunta: -Tu to abuelo Miguel lee, habla y escribe en rabe, pero..., pero... -La voz de Ama se ahog de furia-. Notaste que esta vez apestaba igual que ellos? Yazid comenz a rer otra vez. Saba que el to abuelo Miguel no era un miembro popular en la familia, pero nadie haba hablado nunca de l de una forma tan irrespetuosa. Ama tena razn, hasta su padre se haba unido a las risas cuando Ibn Zubayda haba descrito el desagradable olor que emanaba del obispo comparndolo con el de un camello que haba comido demasiados dtiles. -Siempre ha apestado as'~ -Por supuesto que no! -respondi Ama, molesta por la pregunta-. En los viejos tiempos, antes de que vendiera su alma y comenzara a venerar imgenes

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    de hombres sangrantes clavados a cruces de madera, era el hombre ms limpio del mundo. Cinco baos al da, cinco mudas de ropa. Recuerdo bien aquellos tiempos. Ahora huele como un establo de caballos. Sabes por qu? -Yazid confes su ignorancia-. Para que nadie pueda acusarlo de ser un musulmn debajo de la sotana. Apestosos catlicos! Los cristianos de la Tierra Santa eran limpios, pero estos sacerdotes catlicos le tienen miedo al agua. Creen que baarse es una traicin al santo que llaman hijo de Dios. Ahora levntate y ven conmigo. Es hora de cenar. El sol se est poniendo y no podemos esperar a que los dems vuelvan de Gharnata. Acabo de recordar algo, has tomado hoy tu miel? Yazid asinti con un gesto impaciente. Desde el da de su nacimiento, Ama le haba obligado, igual que a sus hermanos y hermanas, a tragar una cucharada de depurativa miel silvestre cada maana. -Cmo vamos a cenar antes de tus oraciones de la tarde? Ella arrug la frente en un gesto de desaprobacin. Cmo poda imaginar siquiera que haba olvidado su ritual sagrado? Yazid sonri y Ama no pudo evitar imitarlo, mientras se levantaba despacio y se diriga al bao a hacer sus abluciones. Yazid permaneci sentado bajo el granado. Amaba aquella hora del da, cuando los pjaros se preparaban ruidosamente para retirarse a descansar por la noche. Los cuclillos estaban ocupados transmitiendo sus ltimos mensajes y las palomas se arrullaban en una glorieta de la torre que daba al patio exterior y al resto del mundo. De repente, la luz cambi y rein un silencio absoluto. El cielo intensamente azul haba cobrado un tono anaranjado purpreo, envolviendo en un mgico hechizo las cumbres de las montaas, todava cubiertas de nieve. En el patio de la gran casa, Yazid aguz la vista para localizar la primera estrella, pero an no haba ninguna visible. Debera correr a la torre y mirar a travs de la lupa? Y si la primera estrella apareca mientras l suba las escaleras? Yazid cerr los ojos, como si el irresistible aroma de los jazmines hubiera embriagado sus sentidos como el hachs, adormecindolo, pero en realidad contaba hasta quinientos. Era su forma de matar el tiempo hasta que apareciera la estrella del norte. La llamada del almudano a la oracin interrumpi al nio. Ama sali cojeando, con la alfombrilla para rezar, la coloc en direccin al este y comenz a recitar sus oraciones. Cuando ella acababa de postrarse en direccin a la Caaba de La Meca, Yazid vio a al-Hutay'a, el cocinero, que le hacia seas frenticas desde el sendero pavimentado que una el patio con la cocina. El nio corri hacia l. -Qu pasa, Enano? El cocinero se llev un dedo a los labios para pedir silencio y el nio le obedeci. Por un momento ambos permanecieron inmviles, y por fin el cocinero habl. -Escucha, slo escucha. Lo oyes? Los ojos de Yazid se iluminaron. A lo lejos se oa el ruido inconfundible de unos cascos de caballos, seguido del traqueteo de un carro. El nio corri fuera de la casa, y los ruidos se volvieron ms fuertes. El cielo estaba estrellado y Yazid pudo ver a los criados encendiendo las antorchas para dar la bienvenida a la familia. Entonces reson el eco de una voz lejana. -Umar bin Abdallah ha regresado. Umar bin Abdallah ha regresado... Se encendieron nuevas antorchas y la emocin de Yazid creci todava ms. Entonces divis a tres hombres a caballo y comenz a gritar: -Abu! Abu! Zuhayr! Hind! Hind! Daos prisa, tengo hambre. Por fin llegaron todos, y Yazid tuvo que reconocer un error. Uno de los tres jinetes era en realidad su hermana Hind. Zuhayr estaba en el carro, envuelto en una manta. Umar bin Abdallah levant al nio en el aire y lo abraz. -Qu tal se ha portado mi prncipe? Has sido bueno? Yazid asinti con un gesto mientras su madre colmaba su cara de besos. Antes

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    de que los dems pudieran unrsele en este juego, Hind lo cogi de una mano y ambos corrieron hacia la casa. -Por qu montabas el caballo de Zuhayr? Hind se detuvo un momento, con la cara tensa, y medit sobre la posibilidad de decirle la verdad. Por fin decidi no hacerlo para no alarmar a Yazid. Ella conoca mejor que nadie el mundo de fantasas en que a menudo se refugiaba su herma- no pequeo. -Hind! Qu le pasa a Zuhayr? -Tiene fiebre. -Espero que no sea la peste. Hind estall en carcajadas. -Has estado oyendo las historias de Ama otra vez, verdad? Tonto, cuando ella habla de la peste se refiere al cristianismo, y sa no es la causa de la fiebre de Zuhayr. No es nada serio; mam dice que estar bien en unos das. Tiene alergia al cambio de las estaciones y es una fiebre otoal. Ven a baarte con nosotros. Hoy nos toca el primer turno. Yazid la mir con indignacin. -Ya me he baado. Adems, Ama dice que ya soy demasiado mayor para baarme con las mujeres y que... -Creo que Ama est demasiado vieja. A veces dice cada tontera! -Tambin dice cosas serias, y sabe mucho ms que t, Hind. -Yazid hizo una pausa para ver si su reproche haba surtido algn efecto en su hermana, pero ella pareca indiferente. Luego vio la sonrisa en sus ojos mientras le ofreca el brazo izquierdo y caminaba rpidamente hacia la casa. Yazid no prest atencin a la mano extendida pero cruz el patio a su lado y entr en los baos con ella-. Yo no me baar, pero entrar a charlar con vosotras. La estancia estaba llena de criadas que desvestan a la madre de Yazid y a Kulthum. Al nio le llam la atencin la expresin ligeramente preocupada de su madre, aunque supuso que poda deberse al cansancio del viaje o a la fiebre de Zuhayr, y dej de pensar en ello. Hind se desvisti y su doncella personal corri a recoger sus ropas del suelo. Las tres mujeres se enjabonaron y se frotaron con las esponjas ms suaves del mundo mientras las criadas les arrojaban cubos de agua limpia. Despus se sumergieron en una tina del tamao de un pequeo estanque. El arroyo que corra debajo de la casa haba sido canalizado para proporcionar un suministro regular de agua fresca a los baos. -Se lo has dicho a Yazid? -pregunt la madre. Hind neg con la cabeza. -Si me ha dicho qu? Kulthum ri. -El to abuelo Miguel quiere que Hind se case con Juan. -Pero es tan gordo y feo! -ri Yazid. -Ya ves, madre -grit Hind-. Hasta Yazid est de acuerdo. Tiene una calabaza por cabeza, cmo puede ser tan estpido? El to abuelo Miguel es un pesado, pero no es tonto. Cmo puede haber producido este cruzamiento entre cerdo y oveja? -En estas cuestiones no hay leyes, nia. -No estoy tan segura -intervino Kulthum-. Podra ser un castigo de Dios por convertirse en cristiano. Hind ri y empuj la cabeza de su hermana mayor bajo el agua. Kulthum emergi de buen humor. Ella se haba comprometido unos meses antes y se haba acor- dado que la ceremonia de bodas y la partida de la casa paterna se llevaran a cabo el primer mes del ao siguiente. Poda esperar. Conoca a su prometido, Ibn Harid,

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    desde la infancia. Era hijo de una prima de su madre y la haba amado desde los diecisis aos. Ella hubiera preferido vivir en Gharnata en lugar de en Ishbiliya, pero no haba nada que hacer. Una vez que estuvieran casados, intentara convencerlo de que se mudaran ms cerca de su casa. -Y Juan tambin apesta como el to abuelo Miguel? Nadie respondi a la pregunta de Yazid. A una palmada de su madre, las criadas que aguardaban en la puerta entraron con toallas y aceites aromticos. Luego secaron y untaron con aceites a las tres mujeres, mientras Yazid las observaba con aire pensativo. Fuera se oy un murmullo impaciente de Umar, y las mujeres pasaron a la habitacin siguiente, donde aguardaban sus ropas. Yazid las sigui pero su madre le envi a la cocina, con instrucciones para el Enano: la comida deba servirse en media hora exactamente. Cuando sala, Hind le susurr al odo: -Juan huele an peor que el pesado de Miguel. -Ya lo ves, Ama no se equivoca en todo -grit el nio con voz triunfante mientras sala de la habitacin. Haba tal combinacin de aromas, que ni siquiera Yazid, que era un gran amigo del cocinero, poda adivinar lo que el genio enano haba preparado para celebrar el regreso de la familia a Gharnata. La cocina estaba llena de criados, algunos de los cuales haban vuelto con Umar de la gran ciudad. Conversaban con tal entusiasmo, que nadie vio entrar al nio, excepto el Enano, que media prcticamente lo mismo que l. -A que no adivinas qu he guisado? -pregunt el cocinero mientras corra al encuentro de Yazid. -No. Pero por qu estn todos tan agitados? -Quieres decir que no lo sabes? -Si s qu? Dimelo de inmediato, Enano. Insisto en saberlo. Yazid haba alzado la voz sin proponrselo, haciendo que los dems repararan en l. Como consecuencia, la cocina se sumi en un silencio absoluto, roto slo por el ruido siseante de las albndigas en la gran cacerola. El Enano mir al nio con una sonrisa triste en los labios. -Tu hermano, Zuhayr bin ....... -Slo tiene un poco de fiebre. Pero hay algo ms, verdad? Por qu no me lo ha dicho Hind? Dmelo, Enano. Debes decirmelo! -Joven amo, ignoro las circunstancias, pero tu hermano no tiene un poco de fiebre. Fue apualado en la ciudad en una pelea con un cristiano. Se encuentra bien, pues slo ha sido una herida superficial, pero necesitar varias semanas para recuperarse del todo. Yazid olvid su misin y sali de la cocina corriendo. Cruz el patio, y cuando estaba a punto de entrar en la habitacin de su hermano, su padre lo alz en brazos. -Zuhayr est dormido. Podrs hablar con l cuanto quieras maana por la manana. -Quin lo apual, Abu? Quin? Quin? Yazid pareca desconsolado. Estaba muy apegado a su hermano mayor y se sin- ti culpable por haberse despreocupado de l y por pasar tanto tiempo con Hind y las mujeres. Su padre intent tranquilizarlo. -Fue un incidente sin importancia, casi un accidente. Un estpido me insult cuando entrbamos en la casa de tu to. -De qu modo? -No fue nada importante. Dijo una tontera, como que pronto nos obligaran a comer carne de cerdo. Yo no le hice caso, pero Zuhayr, impulsivo como siempre,

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    le abofete. Entonces el otro sac un cuchillo que tena escondido entre los pliegues de la capa y apual a tu hermano debajo del hombro. -Y entonces? Castigasteis a ese bribn? -No, hijo mio. Llevamos a tu hermano al interior de la casa y le atendimos. -Dnde estaban los criados? -Con nosotros, pero tenan rdenes estrictas de no intervenir. -Pero por qu, padre, por qu? Quizs Ama tenga razn. Lo nico que quedar de nosotros ser un recuerdo fragante. -Wa Al! De veras dijo eso? Yazid asinti lloroso. Umar sinti la humedad en la cara de su hijo y le estrech contra s. -Yazid bin Umar, ya no existen decisiones fciles para nosotros. Vivimos el momento ms difcil de nuestra historia. No hemos tenido problemas tan serios desde que Tarik y Musa poblaron estas tierras. Y sabes cunto tiempo ha pasado, no? -En el siglo primero -asinti Yazid-, el octavo de ellos. -As es, mi nio, pero se hace tarde. Vayamos a lavarnos las manos y luego a comer. Tu madre nos espera. Ama, que haba odo la conversacin en silencio desde un rincn del patio, junto a la cocina, bendijo al padre y al hijo mientras entraban en la casa. Luego, balancendose hacia adelante y hacia atrs, dej escapar una extraa retahfia de sonidos guturales y lanz una maldicin: -Al, slvanos de estos perros locos que comen cerdos. Protgenos de estos enemigos de la verdad, que estn tan ciegos por sus creencias sectarias, que clavaron a su Dios a un madero y le llaman padre, madre e hijo, ahogando a sus seguido- res en un mar de opresin. Nos han sometido y aniquilado por la fuerza. Elevo diez mil alabanzas a ti, oh Al, porque estoy segura de que nos librars del dominio de estos perros que en muchas ciudades vienen diariamente a apartarnos de nues- tras casas. Seria difcil precisar cunto tiempo llevaba as cuando una joven sirvienta la interrumpi. -Tu comida se enfra, Ama. La anciana se puso de pie despacio y sigui a la criada a la cocina con la espalda ligeramente encorvada. La posicin de Ama entre los criados era clara. Nadie se atreva a discutir la autoridad de la nodriza del amo, que viva con la familia desde su nacimiento, pero esa actitud respetuosa no solucionaba todos los problemas je- rrquicos. Aparte del venerable Enano, que presuma de ser el mejor cocinero de al-Andalus y que saba exactamente qu poda decir de la familia en presencia de Ama, los dems evitaban hablar de temas delicados cuando ella estaba delante. Ninguno de ellos la consideraba una espa de la familia, pues a menudo se le solta- ba la lengua y los propios criados se asombraban de su imprudencia, pero su fami- liaridad con el amo y con sus hijos incomodaba al resto del servicio. Lo cierto es que Ama era extremadamente crtica con la madre de Yazid y con la forma en que sta educaba a sus hijos. Cuando se permita expresar con franque- za sus pensamientos, acababa rogando que el amo tomara una nueva esposa. La seora de la casa le pareca demasiado indulgente con las hijas, demasiado genero- sa con los campesinos que trabajaban en el campo, demasiado blanda con los cria- dos y sus vicios, y demasiado indiferente hacia las prcticas religiosas. En alguna que otra ocasin, Ama haba tenido la osada de comentar tmida- mente estos pensamientos con Umar bin Abdallah, sealando que era precisamen- te este tipo de debilidad la que haba llevado al Islam al lamentable estado en que ahora se encontraba en al-Andalus. Umar se limitaba a rer, y ms tarde repe- ta cada palabra de Ama a su esposa. A Zubayda tambin le diverta la idea de

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    que todas las flaquezas del Islam de al-Andalus pudieran verse encarnadas en su persona. Sin embargo, las risas que resonaban en el comedor aquella noche no tenan nada que ver con Ama ni con sus excentricidades. Las bromas eran un signo claro de que el men del Enano para la cena haba merecido la aprobacin de los amos. En das normales, la familia tomaba una cena modesta, con apenas cuatro platos y una fuente de dulces confitados, seguidos de fruta fresca. Pero aquella noche el Enano los haba homenajeado con un cordero asado aromtico y profusamente condimentado, conejos cocidos en zumo de uva fermentado con pimientos rojos y ajos enteros, albndigas de carne rellenas con trufas que se deshacan literalmen- te en la boca, una variedad ms dura de albndigas fritas en aceite de cilantro, una gran fuente llena de huesos flotando en una salsa color azafrn, un gran plato de arroz frito, volovanes en miniatura y tres ensaladas diferentes: esprragos, una mezcla de finas rodajas de cebolla, tomates y pepinos, aliadas con hierbas y zumo de limones frescos, y garbanzos en salsa de yogur sazonados con pimienta. El motivo de las risas era el pequeo Yazid, pues al intentar sorber el tutano del hueso, lo haba soplado por error, salpicando la barba de su padre. Hind dio una palmada y dos criadas entraron en el comedor. Su madre les indic que retira- ran la mesa y se repartieran entre ellos los abundantes restos de comida. -Escuchad, decidle al Enano que esta noche no probaremos sus frutas confita- das ni sus tartas de queso. Servid slo la caa de azcar. La han remojado en agua de rosas? Daos prisa, es tarde. Sin duda era demasiado tarde para el joven Yazid, que se haba quedado dormi- do en el suelo, sobre un cojn. Ama, adivinando lo sucedido, entr en la habitacin, se llev un dedo a la boca para recalcar la necesidad de silencio, y comunic por gestos a los dems que Yazid se haba dormido. Ya estaba demasiado vieja para cogerlo en brazos y eso la entristeca. Umar intuy lo que pasaba por la mente de su vieja nodriza. Record su propia infancia, cuando ella apenas le dejaba tocar el suelo con los pies y su madre se preocupaba pensando que nunca aprendera a andar. Umar se incorpor, levant con dulzura a su hijo y lo llev a la habitacin. Ama lo sigui con una sonrisa triunfal en los labios, desvisti al pequeo, lo meti en la cama, y comprob que las mantas estuvieran bien firmes y en su sitio. Umar tena un aire pensativo cuando volvi con su esposa y sus hijas a compartir unos trozos de caa de azcar. Era extrao cmo el recuerdo de Ama llevndolo a la cama durante tantos aos le haba hecho reflexionar una vez ms sobre el carcter definitivo del ao que acababa de comenzar, un ao definitivo para el Banu Hudayl y su forma de vida, para todo el islamismo en al-Andalus. Zubayda adivin el cambio de humor de su marido y quiso conocer sus pensa- mientos. -Mi seor, respndeme a una pregunta. Distrado por la voz, l la mir y le sonri con aire ausente. -En tiempos como stos, qu es ms importante? Sobrevivir del mejor modo posible o replanteamos los ltimos quinientos aos de nuestras vidas y actuar en consecuencia? -No estoy seguro de la respuesta. -Yo s -declar Hind. -De eso si estoy seguro, pero es tarde y podemos continuar esta conversacin otro da. -El tiempo es nuestro enemigo, padre. -De eso tambin estoy seguro, hija ma. -La paz sea contigo, padre. -Yo os bendigo, hijas. Que durmis bien. -Tardars mucho? -pregunt Zubayda. -Slo unos minutos -respondi l-. Necesito respirar un poco de aire fresco. Umar permaneci sentado unos minutos, sumido en sus pensamientos, con la

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    vista fija en la mesa vaca. Luego se levant, se ech una manta sobre los hombros y sali al patio. Aunque no haca fro, el aire fresco le hizo estremecer, y se arrop mejor con la manta mientras caminaba de un sitio a otro. Dentro de la casa apagaron las ltimas antorchas y Umar se qued a oscuras, midiendo sus pasos a la luz de las estrellas. Slo se oa el ruido del arroyo que entraba al patio por un rincn, alimentaba la fuente del centro y luego flua hacia el resto de la casa. En tiempos ms felices, l habra recogido unas flores fragantes de los arbustos de jazmn, las habra colocado con ternura en un pauelo de museli- na, luego las habra rociado con agua para mantenerlas frescas y finalmente las habra puesto sobre la almohada de Zubayda. Por la maana an se conservaran frescas y aromticas. Sin embargo, aquella noche, esa idea no cruz siquiera por su mente. Umar bin Abdallah meditaba, y las imgenes que acudan a su mente eran tan vvidas que hicieron temblar momentneamente todo su cuerpo. Record el muro de fuego y los sentimientos de aquella noche fra volvieron a l. Lgrimas incon- trolables mojaron su rostro y se quedaron atrapadas en su barba. La cada de Ghar- nata, ocho aos antes, haba completado la Reconquista. Todo se vea venir y ni Umar ni sus amigos se haban sorprendido, pero los acuerdos de la rendicin ha- ban prometido a los fieles, que formaban la mayor parte de la poblacin, libertad cultural y religiosa, una vez reconocido el protectorado de los soberanos castella- nos. Se haba acordado por escrito y en presencia de testigos que los musulmanes de Gharnata no seran perseguidos y que no se les prohibira practicar su religin, hablar y ensear rabe ni celebrar sus fiestas. S -pens Umar-, los prelados de Isabel se comprometieron a hacerlo para evitar una guerra civil, y nosotros les cremos. Qu ciegos fuimos! Nuestras mentes deban de estar envenenadas por el alcohol. Cmo pudimos creer sus palabras bonitas y sus promesas? Como noble de prestigio en el reino, Umar haba estado presente en la firma del tratado. Nunca olvidara la despedida del ltimo sultn, Abu Abdullah, a quien los castellanos llamaban Boabdil, antes de partir hacia las Alpujarras, donde le aguardaba un palacio. El sultn se haba vuelto a mirar la ciudad por ltima vez, haba sonredo a la al-Hamra y suspirado. Eso haba sido todo. Nadie dijo nada. Es que acaso haba algo que decir? Haban llegado al final de su historia en al- Andalus y se hablaban entre si con las miradas: Umar y sus compaeros nobles estaban dispuestos a aceptar la derrota. Despus de todo, como Zubayda no se can- saba de recordarle, no estaba la historia islmica repleta de nacimientos y cadas de reinos? No haba sucumbido la propia Baghdad a un ejrcito de analfabetos trtaros? Vidas nmadas, la maldicin del desierto, la crueldad del destino conden- sada en las palabras del Profeta: el Islam ser universal o no ser nada. De repente evoc los rasgos macilentos de su to. Su to! Meekal al-Malek. Su to! El obispo de Qurtuba. Miguel el Malek. Aquella cara macilenta en la cual el dolor estaba siempre presente, un dolor que no podan disimular ni la barba ni las sonrisas falsas. Las historias de Ama sobre la niez de Meekal siempre in- cluan la frase: tena el demonio dentro o se comportaba como una espita abierta y cerrada por Satans. Sin embargo, siempre lo deca con cario para demostrar qu travieso haba sido Meekal, el benjamn y favorito de la familia, un caso similar al de Yazid. Entonces, qu haba ido mal? Qu le haba sucedido a Meekal para que huyera a Qurtuba y se convirtiera en Miguel? La voz burlona del viejo to todava resonaba en la mente de Umar: Sabes cul es el problema de tu religin, Umar? Que era demasiado fcil para todos noso- tros. Los cristianos tuvieron que insertarse dentro de los poros del Imperio roma- no, que los forzaba a trabajar bajo tierra. Las catacumbas de Roma fueron su campo de entrenamiento. Cuando por fin vencieron, ya haban construido una gran solida- ridad social con el pueblo. Y nosotros? El Profeta, la paz sea con l, envi a Khalid bin Walid con una espada y l conquist... Oh, s, conquist muchos territorios. Destruimos dos imperios, todo cay sobre nuestros regazos. Conservamos las tie-

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    rras rabes, Persia y parte de Bizancio, pero en el resto del mundo las cosas se complicaron, verdad? Miranos a nosotros. Hemos estado en al-Andalus durante setecientos aos y todava no hemos podido construir algo que dure. No son slo los cristianos, verdad, Umar? El problema est en nosotros, en nuestra sangre. Si, si, to Meekal, quiero decir, Miguel. El problema tambin est en nosotros, pero cmo puedo pensar en eso ahora? Lo nico que veo es el muro de fuego y detrs de l la cara triunfal de ese buitre, celebrando su victoria. Maldito Cisne- ros! Ese execrable fraile enviado a Gharnata por rdenes expresas de Isabel. La diablesa mand aqu a su confesor a exorcizar sus propios demonios. Deba de conocerlo bien, pues l sabia exactamente lo que ella deseaba. No puedes oir su voz? Padre -susurra en tono de falsa piedad-, Padre, me preocupan los infieles de Gharnata. A veces siento la necesidad apremiante de crucificarlos para que tomen el sendero del bien. Por qu envi a Cisneros a Gharnata? Si estaban tan seguros de la superioridad de sus creencias, por qu no confiaron en el juicio de sus cre- yentes? Has olvidado por qu enviaron a Jimnez de Cisneros a Gharnata? Porque pen- saban que el arzobispo Talavera no estaba haciendo bien las cosas. Talavera quera ganarnos con discusiones. Aprendi rabe para leer nuestros libros de erudicin y orden a sus clrigos que hicieran lo mismo. Tradujo su Biblia y su catecismo al rabe y de ese modo se gan a algunos de nuestros hermanos. Pero no muchos, por eso enviaron a Cisneros. Ya te lo cont el ao pasado, mi querido to obispo, pero t lo has olvidado. Qu habras hecho si, en una accin realmente inteligente, te hubieran nombrado arzobispo de Gharnata? Hasta dnde habras llegado, Mee- kal? Hasta dnde? Yo estuve presente en la reunin donde Cisneros intent vencer a nuestros qadis y eruditos en una discusin teolgica. Deberas haber estado all. Una parte de ti se habra sentido orgullosa de nuestros sabios. Cisneros es listo, es inteligente, pero aquel da no pudo vencemos. Cuando Zegri bin Musa le respondi punto por punto y fue aplaudido incluso por algunos clrigos del propio Cisneros, el prelado perdi la compostura. Afirm que Zegri haba insultado a la Virgen Mara, cuando lo nico que hizo nuestro amigo fue preguntar cmo era posible que sta siguiera siendo Virgen despus del nacimiento de Isa. Sin duda sabrs ver la lgica de la pregunta, o acaso tu teologa te impide reconocer los hechos probados? Nuestro Zegri fue conducido a la cmara de tortura y castigado con tal brutali- dad, que accedi a convertirse. En ese momento, nos retiramos, pero antes tuve oportunidad de ver un peculiar destello en los ojos de Cisneros, como si acabara de descubrir que sa era la nica forma de convertir a la poblacin. Al da siguiente, se orden que todos los ciudadanos salieran a la calle. Jimnez de Cisneros, que Al le castigue, declar la guerra a nuestra cultura y a nuestro estilo de vida. Ese mismo da vaciaron nuestras bibliotecas y construyeron una enorme muralla de libros en Bab al-Rama. Prendieron fuego a nuestra cultura, quemaron dos millones de manuscritos. La historia de ocho siglos se destruy en un solo da. Sin embargo, no lo quemaron todo. Al fin y al cabo, no eran brbaros, sino mensajeros de otra cultura que queran imponer en al-Andalus. Sus propios sabios les rogaron que salvaran trescientos manuscritos, casi todos relacionados con temas mdicos, y Cisneros accedi, porque hasta l tuvo que reconocer que nuestros conocimientos de medicina superan con creces a los de los cristianos. se es el muro de fuego que veo todo el tiempo, to, y que llena mi corazn de temor por nuestro futuro. El mismo fuego que quem nuestros libros un da destruir todo lo que hemos creado en al-Andalus, incluyendo esta pequea aldea construida por nuestros antepasados, donde t y yo jugbamos en la infancia. Qu tiene que ver esto con las victorias fciles de nuestro Profeta y la rpida propaga- cin de nuestra religin? Todo eso sucedi hace ochocientos aos, y el muro de libros ardi el ao pasado.

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    Satisfecho de haber ganado la discusin, Umar bin Abdallah regres a la casa y penetr en el dormitorio de su esposa. Zubayda an no dorma. -El muro de fuego, Umar? El se sent en la cama y asinti con un gesto. Ella le toc los hombros y se estremeci. -La tensin de tu cuerpo me hace dao. Ven, tindete, y yo te la quitar. Umar obedeci, y las manos de su esposa, expertas en el arte del masaje, encon- traron los puntos de tensin, duros como pequeos guijarros. Sus dedos se concen- traron en ellos hasta que comenzaron a deshacerse y las zonas tensas volvieron a relajarse. -Cundo le responders a Miguel sobre el asunto de Hind? -Qu dice la nia? -Que preferira que la casramos con un caballo. Umar experiment un sbito cambio de humor y se ech a rer a carcajadas. -Siempre ha tenido buen gusto. Bueno, pues ya tienes la respuesta. -Pero, qu dir Su Excelencia el obispo? -Le dir al to Miguel que la nica forma de que Juan pueda encontrar una compaera de lecho es convirtindose en sacerdote y usando el confesonario. Zubayda ri aliviada. Umar haba recuperado su buen humor y pronto volvera a la normalidad. Pero se equivocaba: el muro de libros segua ardiendo en su interior. -No estoy seguro de que nos permitan vivir en al-Andalus si no nos converti- mos al cristianismo. El matrimonio de Hind y Juan es slo una trivialidad; lo que de verdad me preocupa profundamente es el futuro del Banu Hudayl, el futuro de todos los que han vivido y trabajado con nosotros durante siglos. -Nadie sabe mejor que t que no soy una persona religiosa. Esa supersticiosa nodriza tuya tambin lo sabe bien. Le dice a Yazid que su madre es una blasfema, aunque mantengo las formas ayunando en Ramadam y... -Pero todos sabemos que ayunas y rezas para conservar la lnea. Eso no es ningn secreto. -Riete de m, si quieres, pero lo importante es la felicidad de nuestros hijos. Y sin embargo... -Si? -dijo Umar, que haba recuperado la seriedad. -Y sin embargo algo en mi se rebela contra el acto de conversin. Cuando pienso en l me siento agitada, incluso agresiva. Preferira morir antes que persig- narme y fingir que como carne humana y bebo sangre humana. El canibalismo de sus rituales me repele. Est profundamente arraigado en ellos. Recuerdo el asom- bro de los sarracenos cuando los cruzados comenzaron a asar vivos a sus prisione- ros y a comerse su carne. Me pone enferma pensar en ello, pero es propio de su fe. -Qu contradictoria eres, Zubayda! Dices que lo que ms te importa es la felicidad de nuestros hijos y al mismo tiempo excluyes la posibilidad del nico acto que podra garantizarles un futuro en el hogar de sus ancestros. -Y eso qu tiene que ver con la felicidad? Todos nuestros hijos, incluido Yazid, estn dispuestos a coger las armas en contra de los caballeros de Isabel. Incluso si permites que Miguel venza tu escepticismo, cmo convencers a tus hijos? Para ellos tu conversin seria un golpe tan fuerte como el muro de fuego. -Es un asunto poltico y no espiritual. Seguir comunicndome con el Crea- dor, como lo he hecho siempre. Slo ser una cuestin de apariencias. -Y los das de fiesta comers cerdo con los nobles cristianos? -Quiz, pero nunca con la mano derecha. Zubayda ri, aunque en el fondo se senta horrorizada e intua que su marido estaba a punto de tomar una decisin. El muro de fuego haba trastornado su mente y pronto seguira los pasos de Miguel. Sin embargo, l volvi a sorprendera: -Te he dicho alguna vez que la noche en que destruyeron nuestra herencia cultural muchos de nosotros nos pusimos a cantar? -No. Olvidas que permaneciste callado una semana entera despus de tu re-

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    greso de Gharnata? No dijiste una sola palabra a nadie, ni siquiera a Yazid. Aunque l te suplic que lo hicieras, t te negaste a hablar de ello. -No tiene importancia. Aquella noche lloramos como nios, Zubayda. Si nues- tras lgrimas hubiesen estado bien encauzadas, habran podido extinguir las lla- mas. Pero de repente me encontr cantando algo que haba aprendido en mi juventud. Luego o un clamor y descubr que no era el nico que conoca los versos del poeta. Ese sentimiento de solidaridad me llen de una fuerza que nunca me abandona. Te digo esto para que comprendas de una vez y para siempre que nunca me conver- tir por propia voluntad. Zubayda abraz a su esposo y lo bes en los ojos con dulzura. -Cmo eran los versos del poeta? Umar ahog un suspiro y le susurr al odo: Podris quemar el papel, pero no lo que contiene, porque lo guardo seguro en mi pecho. Donde yo voy, va conmigo, arder cuando yo arda, y yacer junto a m en la tumba. Zubayda los recordaba. Su propio tutor, un escptico nato, le haba contado la historia centenares de veces. Los versos pertenecan a Ibn Hazm, nacido qui- nientos aos antes, justo cuando la luz de la cultura islmica comenzaba a iluminar los ms oscuros abismos del continente europeo. Ibn Hazm era el ms eminente e intrpido poeta de toda la historia de al-Andalus, un historiador y bigrafo que haba escrito ms de cuatrocientos volmenes. Un hombre que veneraba la autntica erudicin, pero no tena respeto por las personas. Sus cnicos ataques a los predicadores del Islam ortodoxo le valieron la excomu- nin despus de las plegarias del viernes en la gran mezquita. El poeta haba pro- nunciado aquellas palabras cuando los telogos musulmanes haban condenado algunas de sus obras a la hoguera, en Ishbiliya. -Yo tambin estudi su obra, pero se ha probado que no tena razn ,verdad? La Inquisicin ha llegado un paso ms all. No satisfechos con quemar ideas, tam- bin queman a aquellos que las engendran. Supongo que tiene su lgica: cada siglo que pasa trae nuevos avances. Ella suspir aliviada, convencida de que su marido no se precipitara a tomar una decisin de la que podra arrepentirse el resto de sus das. Le acarici la cabe- za, como para tranquilizarlo, pero l ya dorma. A pesar de sus esfuerzos, las ideas bullan en la mente de Zubayda y no le per- mitan conciliar el sueo. Ahora pensaba en el destino de su hijo mayor, Zuhayr. Por fortuna, la herida no haba sido seria, pero el joven era obcecado e impulsivo, y podra haber otros enfrentamientos. Zubayda pensaba que la mejor solucin era que se casara con su sobrina Khadija, que viva con su I~milia en Ishbiliya. Haran buena pareja. La ciudad necesitaba una fiesta y una gran boda familiar era la excusa perfecta para divertirse sin provocar a las autoridades. As, con esos planes inocen- tes sobre los placeres que les deparara el futuro, la seorR de la casa se tranquiliz hasta quedarse dormida. CAPITULO 2 Qu fascinante, qu maravillosa puede ser una maana de septiembre en al- Hudayl! El sol an no ha salido, pero sus rayos iluminan el cielo y el horizon- te se ha teido de diferentes matices de un anaranjado purpreo. Todas las criatu- ras se recrean en esta luz y en el silencio que la acompaa. Pronto los pjaros comenzarn a canturrear y el almudano de la aldea llamar a rezar a los fieles.

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    Los casi dos mil habitantes de la aldea estn acostumbrados a los ruidos e inclu- so aquellos que no son musulmanes admiran la precisin horaria del almudano. En cuanto a los dems, no todos obedecen la llamada. En la casa del amo, slo Ama tiene su alfombrilla en el patio y se arrodilla a cumplir con su deber cotidiano. Ms de la mitad de los habitantes del pueblo trabajan la tierra, para s mismos o para el Banu Hudayl. El resto son tejedores que se dedican a sus tareas en casa, hombres que cultivan gusanos y mujeres que producen la famosa seda de Hudayl, solicitada incluso en el mercado de Samarcanda. La poblacin de la aldea se com- pleta con unos cuantos tenderos, un herrero, un zapatero, un sastre y un carpintero. Los criados de la hacienda, con la excepcin del Enano, Ama y la tribu de jardine- ros, regresan al pueblo a pasar la noche con sus familias. Zuhayr bin Umar se despert temprano y completamente recuperado. Aunque haba olvidado la herida, el conflicto que la haba provocado an bulla en su cabe- za. Mir por la ventana y se maravill de los colores del cielo. A ochocientos me- tros de la aldea se alzaba una pequea colina, en cuya cumbre las rocas formaban un gran hueco que todos conocan como la cueva del viejo. La cueva formaba una pequea estancia de muros encalados, donde viva un viejo mstico que recita- ba poemas y cuya compaa Zuhayr apreciaba mucho desde la cada de Gharnata. Nadie sabia de dnde haba venido, qu edad tena ni cundo haba llegado all, O al menos eso crea Zuhayr. Umar recordaba la cueva, pero insista en que estaba vaca cuando l era un nio y que los campesinos solan usarla como lugar de citas. Al viejo, por su parte, le gustaba acrecentar el misterio de su presencia en la cueva, y siempre que Zuhayr le haca preguntas personales, las evada recurriendo a sus poesas. A pesar de todo, Zuhayr intua que el viejo pcaro era sincero. Aquella maana senta una imperiosa necesidad de conversar con el morador de la cueva. Sali de su habitacin en direccin a los hammam. Sumergido en el bao, dese que Yazid se levantara y acudiera a charlar con l. Ambos hermanos disfrutaban mucho de sus conversaciones en los baos, Yazid porque saba que Zu- hayr permanecera all veinte minutos, sin posibilidad de escaparse, y Zuhayr por- que sa era la nica oportunidad que tena de intimar con el pequeo tahr. -Quin est en el bao? Era la voz de Ama y tena un tono perentorio. -Soy yo, Ama. -Que Al te bendiga. Ya ests levantado? La herida ha...? La risa de Zuhayr la interrumpi. El joven sali del agua, se envolvi en una bata y se dirigi al patio. -Herida! No bromees, Ama. Un estpido cristiano me atac con un cortaplu- mas y t me tratas como si fuera un mrtir. -El Enano an no est en la cocina, te preparo el desayuno? -Si, pero para cuando regrese. Me voy a la cueva del viejo. -Pero quin te ensillar el caballo? -Me conoces desde que nac. Crees que no soy capaz de montar a pelo? -Dale un mensaje de mi parte a ese Iblis: dile que s perfectamente que nos rob tres gallinas y advirtele que si vuelve a hacerlo, ir con varios criados jve- nes y le har azotar pblicamente en el pueblo. Zuhayr ri con aire indulgente y le dio unas palmadas en la cabeza. El viejo un simple ladrn? Qu ridcula era Ama con sus tontos prejuicios. -Sabes qu me encantara desayunar hoy? -Qu? -La mezcla celestial. -Slo si prometes amenazar a ese iblis en mi nombre. -Lo har. Quince minutos ms tarde, Zuhayr galopaba hacia la cueva del viejo montado

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    en su caballo favorito, Khalid. Salud a algunos aldeanos que se cruzaron en su camino en direccin al campo, llevando la comida del medioda envuelta en un gran pauelo atado a una vara. Algunos le respondieron con una corts inclinacin de cabeza y continuaron andando, pero otros le saludaron con alegra. La noti- cia de su pelea en Gharnata se haba divulgado por todo el pueblo e incluso los escpticos se haban sentido obligados a hacer algn comentario halagueo. No haba duda de que Zuhayr al-Fah, Zuhayr el Semental, como le conoca todo el mundo, compona una elegante estampa mientras se alejaba a toda prisa de la aldea. Pronto se convirti en una pequea silueta que desapareca y reapareca por mo- mentos, segn las variaciones del relieve. El viejo sonri al ver al caballo y al jinete ascendiendo por la ladera de la coli- na. El hijo de Umar bin Abdallah vena a pedir consejo una vez ms. Sin duda, la frecuencia de sus visitas disgustara a sus padres. Qu querra en aquella ocasin? -Que la paz sea contigo, anciano. -Y contigo, Ibn Umar. Qu te trae por aqu? -Estuve en Gharnata anoche. -Lo he odo. -Y...? -El viejo se encogi de hombros-. Tena o no razn? Para gran placer de Zuhayr, el viejo respondi en prosa rimada: La falsedad ha corrompido tanto al mundo, que las sectas discuten sus doctrinas en el campo de batalla. Pero si el odio no fuera el elemento natural del hombre, iglesias y mezquitas se alzaran unas junto a otras. Zuhayr no haba odo nunca aquella rima, y la aplaudi. -Son tuyos esos versos? -pregunt. -Oh, joven tonto, criatura ignorante! No reconoces la voz del gran maestro Abu'l Ala al-Ma'ari? -Pero dicen que era un infiel. -Dicen, dicen. Quin se atreve a decir eso? Le desafio a que lo repita en mi presencia. -Nuestros eruditos religiosos, hombres sabios... En ese momento, el viejo se puso de pie, sali de la cueva, seguido por el per- plejo Zuhayr, y comenz a recitar a voz en cuello en una pose marcial: Qu es la religin? Una doncella que est tan cerca que ningn ojo puede verla, el valor de sus regalos de boda y de su dote deslumbra a aquel que la corteja. De toda la noble doctrina que he escuchado proclamar desde el plpito, mi corazn no ha aceptado jams una sola palabra. -,Al-Ma'ari otra vez? -sonri Zuhayr. El anciano asinti con una sonrisa. -He aprendido ms de uno solo de sus poemas, que de todos los libros religio- sos, sin excepcin. - Blasfemas! -Slo digo la verdad. Aunque a Zuhayr no le sorprendan aquellas muestras de escepticismo, finga escandalizarse porque no deseaba que el viejo creyera que se haba ganado un nuevo discpulo con excesiva facilidad. Un grupo de jvenes granadinos, todos conocidos de Zuhayr y uno de ellos amigo de la infancia, cabalgaban ms de treinta kilme- tros al menos una vez al mes para enzarzarse en largas discusiones con el anciano sobre filosofa, historia, la crisis del momento y el futuro. S, siempre el futuro! La serena sabidura que absorban les permita luego sobresalir en las discusio- nes con sus amigos al regresar ~ Gharnata y, de vez en cuando, sorprender a sus

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    mayores con un comentario tan agudo que el viernes siguiente se repeta en todas las mezquitas. Ibn Basit, amigo de Zuhayr y reconocido lder del cortejo del filso- fo, le haba hablado por primera vez de las capacidades intelectuales de aquel msti- co que escriba poesa usando el nombre de al-Zindiq, el Escptico. Hasta entonces, Zuhayr haba aceptado como ciertos los cotilleos que decan que el viejo era un vagabundo excntrico a quien los pastores alimentaban por com- pasin. Ama iba an ms lejos e insista en que estaba mal de la cabeza y en que, por consiguiente, deban dejarlo solo con sus ideas satnicas. Zuhayr pens por un instante que si ella tuviera razn, no estara ante un sabio perspicaz, sino ante un completo idiota. A qu se debera aquella hostilidad? El joven sonri. Al llegar Zuhayr, el anciano haba estado pelando almendras y las haba puesto a remojar en agua. Ahora haba comenzado a moleras hasta convertirlas en una pasta suave y aada un par de gotas de leche cada vez que la mezcla se endureca. El viejo alz la vista y repar en la sonrisa del joven. -Te sientes orgulloso de ti mismo, verdad? Lo que hiciste en la ciudad fue una imprudencia. La provocacin fue deliberada. Por fortuna, tu padre es menos estpido que t. Si tus criados hubieran matado al cristiano, os habran preparado una emboscada y asesinado en el camino de regreso. -En el nombre del cielo, cmo puedes saberlo? El anciano no respondi y pas la mezcla del mortero de piedra a una olla con leche. Aadi un poco de miel silvestre, cardamomo y una rama de canela. Sopl las brasas, y unos minutos despus, el brebaje herva. Redujo la intensidad del fuego echando cenizas sobre las brasas y lo dej cocer un momento. Zuhayr lo miraba en silencio, con los sentidos aguzados por el aroma. Luego el viejo levant la olla del fuego, revolvi vigorosamente la mezcla con una cuchara de madera bien desecada y la roci con varias almendras fileteadas. Slo entonces la volc en dos tazones de barro y ofreci con diligencia uno a Zuhayr. El joven sorbi el lquido entre exclamaciones de placer. -Nctar puro. Esto es lo que deben de beber en el cielo todo el tiempo. -Creo que una vez all, se les permitir algo mucho ms fuerte -dijo al-Zindiq, complacido con su xito. -Pero nunca he probado nada igual... Se interrumpi en mitad de la frase y dej el tazn en el suelo, frente a l. Ya haba probado aquella bebida antes, pero dnde?, dnde? Zuhayr mir fija- mente al anciano, que resisti el escrutinio. -Qu ocurre? Demasiadas almendras? Demasiada miel? S que errores como stos pueden arruinar la bebida, pero yo he conseguido perfeccionarla. Bbetela, joven amigo, no es lo que beban los dioses de los rum, sino el ms puro zumo de la sabidura, que alimenta las clulas del cerebro. Creo que fue Ibn Sina quien dijo por primera vez que las almendras estimulan los procesos intelectuales. Zuhayr supo en seguida que era una treta para distraerlo de sus pensamientos. El viejo desbarraba. Zuhayr record por fin dnde haba probado una bebida simi- lar: en la casa del to abuelo Miguel, cerca de la gran mezquita de Qurtuba. El anciano deba de tener alguna relacin con aquello, estaba seguro. Zuhayr sinti que estaba a punto de desvelar un misterio, aunque no saba bien de qu se trataba. El anciano mir al joven a la cara e intuy que iba a descubrir uno de sus secretos. Entonces, antes de que tuviera tiempo de planear otra forma de distraerlo, el joven invitado insisti en su ofensiva. -Tengo un mensaje para ti de Ama. -Ama? Ama? Qu Ama? Yo no conozco a ninguna Ama. -La nodriza de mi padre. Siempre ha estado con mi familia. Todo el pueblo la conoce. Cmo es que no la conoces t, que afirmas saber todo lo que ocurre en el pueblo? Es increble! -Ahora que te has explicado s a quin te refieres. Por supuesto que s quin es y tambin s que siempre est hablando de cosas que no le conciernen. Qu

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    pasa con ella? -Me ha pedido que te diga que sabe bien quin rob las tres gallinas ponedo- ras. -El anciano se ech a rer a carcajadas ante el absurdo de la acusacin. l, un ladrn?-. Dice que si lo haces otra vez te har castigar delante del pueblo entero. -Ves alguna gallina en esta cueva? Algn huevo? -La verdad es que a m no me importa. Si necesitas algo de mi casa, no tienes ms que pedrmelo. Lo tendrs aqu en una hora. Slo pretenda transmitirte el mensa~ e. -Termina tu bebida. Caliento un poco ms? Zuhayr levant el tazn y bebi todo su contenido de un trago. Luego mir al anciano con atencin. Deba de tener entre sesenta y sesenta y cinco aos. Se afei- taba la cabeza una vez por semana y la pelusilla blanca que cubra su calva indicaba que esta vez se haba retrasado en la visita al barbero. Tena una nariz puntiaguda y pequea, como el pico de un pjaro, y una cara arrugada de tez olivea que varia- ba levemente de color con las estaciones. Sus ojos eran su rasgo ms sobresaliente. No eran grandes ni llamativos en un sentido tradicional, pero precisamente su es- trechez les confera un aspecto hipntico, sobre todo en el curso de discusiones acaloradas, cuando comenzaban a brillar como lmparas resplandecientes en la os- curidad o, como solan decir sus enemigos. como los ojos de un gato en celo. Su barba blanca estaba recortada con demasiado esmero para un asceta..., qui- zs se fuera un buen indicio de su pasado. Casi siempre vesta un amplio pantaln blanco con una camisa a juego. Cuando haca fro, aada una manta marrn oscuro al atuendo. Aquel da, sin embargo, el sol inundaba la nica habitacin de su mora- da, y el viejo tena el torso desnudo. Las arrugas del pecho ajado delataban su edad. No caba duda de que era viejo, pero cuntos aos tendra? Y por qu cada vez que Zuhayr intentaba averiguar sus orgenes le responda con ese irritante silencio de esfinge, que contrastaba con su naturaleza comunicativa, con su habitual locuacidad? El hijo de Umar bin Abda- llah decidi repetir la pregunta, aunque sin esperar una respuesta. --Quin eres, anciano? -Acaso no lo sabes? -Qu quieres decir? -pregunt Zuhayr, sorprendido. -Esa Ama tuya nunca te lo dijo? Est claro que no. Puedo ver la respuesta escrita en tu rostro. Qu increble! As que han decidido callar, a pesar de todo. Por qu no se lo preguntas a tus padres algn da? Ellos saben todo lo que hay que saber sobre m. Es probable que tu bsqueda de la verdad haya concluido. Zuhayr supo que su intuicin no le haba mentido y que el viejo estaba vincula- do de algn modo a la familia. -El to abuelo Miguel sabe dnde ests? Los rasgos del viejo se ensombrecieron. Era evidente que estaba disgustado. Fij la vista en los restos de la bebida de almendras y se sumi en sus pensamien- tos. De repente, alz la cabeza. -Cuntos aos tienes, Zuhayr al-Fah? Zuhayr se sonroj. En boca de al-Zindiq, su nuevo apodo sonaba como una acusacin. -Cumplir veintitrs el mes que viene. -Bien. Y por qu te llaman al-Fah los aldeanos? -Supongo que porque me encanta montar a caballo. Incluso mi padre dice que cuando me ve montar a Khalid, el caballo y yo parecemos un solo ser. -Tonteras. Incongruencias msticas. T sientes eso? -Bueno, en realidad no, pero es cierto que puedo hacer correr ms deprisa a un caballo, no slo a Khalid, que cualquier hombre de la aldea. -Escchame, Ibn Umar, no es por eso que te llaman al-Fah. -Zuhayr estaba avergonzado. Acaso se trataba de otra estratagema del anciano para proteger su propia identidad?-. T sabes bien a qu me refiero, joven amo. No es slo cuestin

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    de caballos, verdad? T te arrojas sobre las mujeres cada vez que tienes oportuni- dad. Segn me han dicho, te gusta desflorar a las vrgenes del pueblo, no es cierto? Dime la verdad. -Eso es mentira! -exclam Zuhayr indignado-. Una burda calumnia. Jams he poseido a una joven contra su voluntad y desafiar a combatir a cualquiera que diga lo contrario. No es ninguna broma. -Nadie ha dicho que las forzaras. Para qu ibas a forzarlas si tienes derecho a ellas? Qu importan unas piernas sabiamente abiertas, si la mente permanece cerrada? Y por qu te ha molestado tanto mi pregunta? Tu padre es un hombre decente, nada proclive a excesos de ningn tipo, pero esta clase de episodios se han venido repitiendo en tu familia durante siglos. Sintate, tonto impulsivo. No me oyes? Te he dicho que te sientes. -Zuhayr obedeci-. Conoces a Ibn Hasd, el zapatero? -Zuhayr se qued perplejo ante semejante pregunta. Qu tena que ver aquel respetable personaje con lo que estaban hablando? Sin embargo, asinti en silencio-. La prxima vez que le veas, estudia sus rasgos con atencin. Es pro- bable que le encuentres algn parecido. -A quin? -Simplemente un aire de familia, eso es todo. -A qu familia? -A la tuya, por supuesto. Busca la marca del Banu Hudayl. -Ests loco. Ibn Hasd es judo, como sus ancestros... -Y eso qu tiene que ver? Su madre era la mujer ms hermosa del pueblo. Tu bisabuelo, Ibn Farid, un da la espi mientras se baaba en el ro. Esper a que acabara y luego la forz. El resultado fue Ibn Hasd, que en realidad es Ibn Mohammed! -Al menos el viejo cuervo tena buen gusto -ri Zuhayr-. Por alguna razn, no puedo imaginrmelo como un... -Al-Fah? -sugiri el anciano, servicial. Zuhayr se levant para irse. El sol estaba alto en el cielo y comenzaba a pensar en la mezcla celestial de Ama. El viejo se haba burlado de l una vez ms. -Me ir y har lo que me has dicho. Interrogar a mi padre sobre tu historia. -Por qu tienes tanta prisa? -Ama me prometi hacerme la mezcla celestial y... -Amira y sus mezclas celestiales! Nunca cambia nada en esa maldita casa? Tienes una debilidad Zuhayr al-Fah, una debilidad que te conducir a la ruina: te dejas convencer con excesiva facilidad. Tus amistades te llevan adonde quieren, como si fueras su rabo. No cuestionas suficientemente los hechos. Debes pensar por ti mismo en todo momento! Es fundamental en estos tiempos en que una simple eleccin no es un problema abstracto, sino un asunto de vida o muerte. -T eres justamente la persona que menos derecho tiene a decir eso. Acaso no he estado interrogndote durante ms de dos aos? No he sido perseverante, anciano? -Oh, s, no puedo negarlo, pero entonces por qu te vas cuando estoy a punto de decirte lo que deseas saber? -Pero pens que me habas dicho que le preguntara a... -Exacto. Fue una treta para distraerte y funcion, como siempre Tonto! Tu padre nunca te dir nada. Y tu madre? La verdad es que no lo s. Es una mujer muy respetada y con personalidad propia, pero creo que en estas cuestiones segui- ra el ejemplo de tu padre. Qudate conmigo, Ibn Umar. Pronto te lo contar todo. Zuhayr comenz a temblar de expectacin. El viejo calent agua y prepa- r un cazo de caf. Luego retir los utensilios de cocina, y coloc una gran alfombra tejida a mano en el centro de la cueva. Se sent con las piernas cruzadas e hizo una seal a Zuhayr para que lo imitara. Cuando ambos estuvieron senta- dos, el viejo sirvi dos tazas de caf. Comenz a sorber el lquido ruidosamente y habl:

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    -Pensamos que las viejas costumbres moriran en cualquier sitio menos en nuestra querida Gharnata. Estbamos convencidos de que el reino del Islam sobre- vivira en al-Andalus, pero subestimamos nuestra propia capacidad de autodestruc- cin. Aquellos das no regresarn nunca, y sabes por qu? Porque los supuestos defensores de la fe se pelearon entre s, se mataron unos a otros y fueron incapaces de unirse contra los cristianos. Al final, fue demasiado tarde. Cuando el sultn Abu Abdullah contempl por ltima vez su reino perdido, se ech a llorar, y entonces su madre, Ayesha, le dijo: "Llora con lgrimas de mujer lo que no supiste defender como hombre". Sin embargo, yo siempre cre que eso era injusto, pues en aquellos momentos, los cristianos contaban con una abrumadora superioridad militar. Solamos pensar que el sultn de Turqua nos enviara ayuda y apostamos vigas en Malaka para esperarla, pero no vino nadie. Todo esto ocurri hace apenas quince aos, pero ahora voy a hablarte de tiempos ms lejanos, casi un siglo atrs. Tu bisabuelo, Ibn Farid, fue un guerrero excepcional. Dicen que los soldados cristianos le teman ms que a Ibn Kassim, y eso, creme. es decir mucho. Una vez, en el sitio de Medina Sidonia, se separ de los dems y galop en su corcel hacia la tienda del rey de Castilla. "Oh, rey de los cristianos -le grit-, os desa- fo a combatir a vos y a todos y cada uno de vuestros caballeros. El emir me ha enviado a deciros que si alguno de vuestros hombres me vence, os abriremos las puertas de la ciudad, pero que si cuando caiga la tarde sigo montado a lomos de mi caballo, tendris que retiraros." El rey conoca la reputacin de tu bisabuelo y se resista a aceptar, pero los caballeros cristianos se rebelaron. Sentan que rechazar semejante oferta era un insulto a su hombra, as que accedieron al combate. Cuando el sol se puso, el seor del Banu Hudav sangraba profusamente, pero segua montado a su caballo, mientras cerca de sesenta cristianos yacan muertos. El sitio se levant.., durante una semana. Luego los cristianos volvieron, tomaron por sorpresa el fuerte, y por fin ganaron. Pero para ese entonces, Ibn Farid haba regresado a al-Hudayl. Tu abuelo Abdallah slo tena dos aos cuando su amada madre, Najma, muri al dar a luz a tu ta abuela Zahra. Su hermana menor, Maryam, ocup su lugar y se convirti en la madre de sus dos hijos. Y qu madre! Se dice que los hijos crecieron creyendo que ella era su verdadera madre. Zuhayr comenzaba a impacientarse. -Ests seguro de que sta es la historia de tu vida? Parece la de la ma. Yo he crecido oyendo leyendas de mi bisabuelo. Al-Zindiq achic los ojos y dedic una mirada fulminante a Zuhayr. -Si vuelves a interrumpirme, nunca volver a hablar de este asunto contigo. Est claro? -Zuhayr accedi con un gesto a aquellas duras condiciones y el viejo reanud su relato-. Sin embargo, se presentaron problemas. Aunque Ibn Farid mostraba gran respeto y afecto por su nueva esposa, no senta pasin por ella. Ma- ryam poda reemplazar a su hermana en todo, menos en el lecho de tu bisabuelo, as que l dej de usar ese implemento del que todo hombre est dotado. Muchos mdicos y sanadores acudieron a visitarlo. Le dieron a beber las ms exticas pci- mas curativas para que recuperara su ardor perdido, pero no ocurri nada. Hermo- sas vrgenes desfilaban en torno a su lecho sin que se notara ningn cambio. Lo que nadie comprenda es que las enfermedades de la mente no se pueden curar como las del cuerpo. Ya ves, mi joven amigo, cuando el alma se quebranta, el gallo no canta! Ests seguro de que no sabes nada al respecto? -Zuhayr neg con la cabeza. Me sorprende. Tanto Ama como el Enano conocen todos los deta- lles. Uno de los dos debera haberte dicho algo. El anciano mostr su desaprobacin sorbindose los mocos con fuerza y escu- piendo la flema fuera de la cueva con habilidad y precisin. -Por favor, no te detengas ahora. Tengo que saberlo todo -dijo Zuhayr con voz suplicante e impaciente.

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    El anciano sonri mientras serva ms caf. -Un da, cuando Ibn Farid visitaba a su to en Qurtuba, los dos salieron de la ciudad en direccin a la aldea de un noble cristiano que mantena amistad con tu familia desde la cada de Ishbiliya. Ni el noble, don lvaro, ni su esposa estaban en casa, pero una joven doncella les sirvi fruta y bebidas mientras esperaban. Ella deba de tener quince o diecisis aos. Se llamaba Beatriz y era una hermosa criatura. Su piel tena el color de los albaricoques maduros, sus ojos la forma de las almendras y su rostro entero pareca sonrer. Yo la conoc tiempo despus y, a pesar de ser slo un nio entonces, me result difcil no sentirme turbado por su belleza. Ibn Farid no poda quitarle los ojos de encima y su to advirti de inmediato lo que ocurra. Intent convencerlo de que se marcharan, pero tu bisabuelo se neg a irse de la casa. Luego su to le cont a la familia que en aquel momento haba intuido la ruina de Ibn Farid, pero que todas sus advertencias, temores y presagios malignos no haban servido de nada. bn Farid era famoso por su obstinacin. Cuando don lvaro y sus hijos regresaron, se alegraron de ver a los visitantes y ordenaron preparar un banquete en su honor. Tambin les ofrecieron camas, pues no podan permitir que los dos hombres regresaran a Qurtuba aquella misma noche. Un mensajero fue enviado a informar a la familia que Ibn Farid no regresara hasta el da siguiente. Por fin, a ltima hora de la noche, el gran guerrero interrog tmi- damente a su anfitrin sobre la doncella. " 'T tambin, amigo mo? T tambin? -le pregunt don Alvaro-. Beatriz es la hija de Dorotea, nuestra cocinera. Qu es lo que deseas? Si quieres acostarte con ella, puedo arreglarlo." Imagina la sorpresa de don lvaro cuando su generosa respuesta hizo que Ibn Farid se levantara de los cojines, rojo de ira, y lo desafiara a duelo. Don Alvaro supo que el asunto era serio, se puso de pie y abraz a su husped. "Qu deseas, amigo mo? Qu deseas?" Todo el mundo guard silencio y la voz de Ibn Farid son ahogada por la emocin: "La quiero como esposa, eso es todo". Su to se desmay en ese instante, aunque tal vez slo hubiera sucumbido a los efectos del alcohol. Qu poda decir don lvaro? Dijo que el padre de la joven estaba muerto y que deba hablar con Dorotea, pero dej bien claro que, puesto que la mujer estaba a su servicio, no era probable que se negara. Sin embargo, tu bisabuelo no poda esperar. "Mndala llamar ahora mismo!" Don lvaro obedeci y pronto la perpleja y asombrada Dorotea entraba en la sala y saludaba a los presentes. "Oh, Dorotea -comenz don lvaro-, mis invitados han disfrutado mucho de tu comida, y este gran caballero, Ibn Farid, te felicita por ella. Tambin te felicita por la belleza de la joven Beatriz. Nosotros, que la hemos visto crecer durante estos ltimos aos, tomamos con naturalidad su belle- za, pero para aquellos que la ven por primera vez, resulta abrumadora. Tienes algn plan para su matrimonio?" Qu poda decir la pobre mujer? Ella tambin era muy hermosa, con una magnfica silueta y una ondeante cabellera roiiza que le llegaba hasta las rodillas. Pareca azorada por la pregunta y sacudi la cabeza, incrdula. "Bien, entonces -continu don lvaro-, tengo buenas noticias para ti. Mi amigo Ibn Farid la quiere por esposa. Lo comprendes? Como esposa para siempre, no como concubina para una noche. Te pagar una buena dote. Qu res- pondes?" Ya imaginars, Ibn Umar, el estado de esa pobre mujer. Comenz a sollozar, e Ibn Farid, conmovido, habl y volvi a explicarle sus intenciones honorables. Entonces ella mir a don varo y respondi: "Como queris, mi seor. Ella no tiene padre, de modo que dejo la decisin en vuestras manos". Don Alvaro decidi que a la maana siguiente Beatriz se convertira en tu tercera abuela. Bebieron ms vino y, segn nos contaron ms tarde, nadie haba visto tanta dicha en la cara de tu antepasado desde el nacimiento de tu abuelo. Comenz a cantar con tanta alegra y pasin, que los dems se contagiaron y se unieron a l. Tu bisabuelo

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    nunca olvid aquel poema, que a partir de ese momento se cantara con frecuencia en tu casa. -Era el Khamriyya? -pregunt Zuhayr, expectante-. El himno del vino? El viejo asinti con una sonrisa. Zuhayr, conmovido por la historia de la pasin de Ibn Farid, comenz a cantar: Dejad que la exaltada marea de la pasin ahogue mis sentidos, Compadeceos del pbulo del amor, de este viejo ardor del corazn. Y no respondis con desdn cuando slo deseo contemplaros tal cual sois. Porque el amor es vida, y morir de amor el paraso donde todos los pecados se perdonan... -Wa Al! -exclam el anciano-. Cantas muy bien. -Aprend los versos de mi padre. -Y l del suyo, pero la primera vez que se pronunciaron fue la ms importante. Quieres que contine o ya has tenido suficiente por hoy? El sol ya brilla sobre las cumbres, y tu mezcla celestial te espera en casa. Si ests cansado... -Contina, por favor! Y el anciano continu: -A la maana siguiente, despus del desayuno, Beatriz se convirti al Islam. L,e ofrecieron una serie de nombres musulmanes entre los cuales elegir, pero como pareca perpleja, fue su futuro esposo quien los escogi por ella: Asma. Asma bint Dorotea. La pobre criatura estaba llorando, pues le haban comunicado la noticia de su inminente boda aquella misma maana, cuando se dispona a limpiar la cocina y encender el fuego. Unas horas ms tarde, se celebr la ceremonia. El to de tu bisabuelo, como nico musulmn presente, tuvo que hacerse cargo del ritual. Como sabes, nuestra religin es muy sencilla: a diferencia del sistema creado por los frai- les, el nacimiento, la muerte, el matrimonio o el divorcio no requieren ceremonias complicadas. Ibn Farid tena prisa porque quera poner a su familia ante el hecho consuma- do. Senta que cualquier demora podra resultar fatal. Los hermanos de Najma y Maryam pertenecan a una familia especializada en crear disputas con otros clanes. Eran asesinos expertos. y por supuesto consideraran una afrenta el hecho de que l prefiriera a una esclava cristiana antes que a su hermana. Como bien sabes, las concubinas estn permitidas, pero aquello era diferente. Haba elegido una nueva seora de la casa sin su conocimiento ni su consentimiento. Ella, sin duda, llevara en su vientre a los hijos de l. Si se les daba tiempo para pensar, podran llegar a matarla. Aunque Ibn Farid era conocido por todo al-Andalus con el apodo de "el Len", a causa de su coraje, demostraba idntica habilidad para actuar como un zorro. Saba que casndose ganara ventaja sobre sus cuados. Por supuesto, su to estaba enfadado, pero no quiso reir a su sobrino en la casa de don lvaro. Eso llegara despus. Ibn Farid y Asma bint Dorotea regresaron a Qurtuba. Descansaron un da y una noche antes de iniciar el viaje de dos das al reino de Gharnata y llegar a la seguridad de al-Hudayl. Aunque Ibn Farid lo ignorara, las noticias de la boda ya haban llegado a la casa, a travs de un mensajero despachado por su to. En la mansin reinaba un clima de pesar. Tu abuelo Abdallah ya era un hom- bre, pues tena entonces dieciocho aos. Tu ta abuela Zahra, cuatro aos ms joven, tena mi misma edad. Ambos caminaban de un extremo al otro del patio, por donde corre el arroyo, en un estado de intensa agitacin. Yo los miraba y me senta cada vez ms nervioso, sin alcanzar a comprender por qu, y cuando interrogu a tu abuelo, l me grit: "Hijo de perra, vete de aqu, no es asunto tuyo!". Nunca antes me haba hablado as. Cuando Maryam sali de su habitacin, ambos corrieron

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    hacia ella y la abrazaron, sollozando todo el tiempo. Por fortuna, mi insolencia se olvid pronto. Yo quera mucho a tu abuelo y lo que me dijo aquel da fue muy hiriente para mi. Ms tarde, por supuesto, comprend el motivo de su furia, pero hasta aquel da siempre haba jugado con l y con Zahra como si furamos iguales. Sin embargo, algo cambi. Una vez que los nimos se tranquilizaron, ambos inten- tamos volver a los viejos hbitos, pero las cosas nunca volvieron a ser iguales. Yo no poda olvidar que l era mi joven amo y l recordaba continuamente que yo era el hijo de una criada, a quien se le haba asignado la tarea de atender a la seora Asma. -Zuhayr se alegr de que por fin el anciano comenzara a hablar de s mismo, pero antes de que pudiera interrogarlo, el viejo continu-: La seora Maryam era una mujer muy dulce, aunque su lengua poda volverse muy cruel si alguno de los criados, con la nica excepcin de Ama, pecaba del ms mnimo exceso de confianza. La recuerdo muy bien. Sola ir a baarse a un gran estanque de agua fresca, junto al ro, precedida de seis doncellas y seguida de otras cuatro criadas que extendan sbanas a su alrededor para garantizar su intimidad. El grupo iba siempre en silencio, a menos que Zahra las acompaara, en cuyo caso ta y sobrina charlaban incansablemente y las criadas se permitan rer los comentarios de la joven. El servicio respetaba a Maryam, pero no la quera. Sin embargo, los hurfanos de su hermana la adoraban ciegamente. Aunque saban que su padre no la amaba y presentan, con esa intuicin especial de los nios, que el problema era muy profundo, no podan dejar de quererla. El anciano se detuvo de repente y escrut la mirada preocupada de su interlocutor. -Te ocurre algo, joven amo? Quieres marcharte ahora y regresar otro da? La historia no puede escaparse. Zuhayr haba divisado una pequea figura en el horizonte y el polvo indicaba que se trataba de un jinete. Sospechaba que era un mensajero de al-Hudayl. -Temo que pronto nos interrumpan. Si aquel jinete es un mensajero que viene de mi casa, regresar maana al amanecer. Pero podras satisfacer mi curiosidad respondiendo slo a una pregunta antes de que me marche? -Pregunta. -Quin eres, anciano? Tu madre sirvi en nuestra casa, pero quin fue tu padre? Es posible que seas un miembro de nuestra familia? -No estoy seguro. Mi madre era parte de una dote, una criada que vino con la seora Najma de Qurtuba cuando sta se cas con Ibn Farid. Entonces tendra diecisis o diecisiete aos. Y mi padre? Quin sabe? Mi madre deca que era un jardinero de la hacienda que haba muerto en una batalla cerca de Malaka, el mismo ao de mi nacimiento. Es cierto que ella estaba casada con l, pero slo Dios sabe si era mi verdadero padre. Se deca que Ibn Farid haba plantado la semilla que me engendr. Eso sin duda explicara su actitud en los ltimos aos, pero creo que si las cosas hubieran sido realmente as, mi madre misma me lo habra conta- do. Lo cierto es que esa cuestin ha dejado de preocuparme. Zuhayr senta curiosidad por el curso que tomaba el relato. Aunque recordaba vagamente las historias de Ama sobre la tragedia de la seora Asma, era incapaz de precisar los detalles. Deseaba quedarse a escuchar el resto de la historia, pero la nube de polvo se acercaba. -Todava ocultas un hecho importante. -A qu te refieres? -A tu nombre, anciano, a tu nombre. El anciano haba mantenido la cabeza erguida durante toda la conversacin, pero ahora la inclin sbitamente como para contemplar los dibujos de la alfombra. Luego alz la vista y le sonri a Zuhayr. -Hace mucho tiempo que olvid el nombre que me puso mi madre. Quizs tu Ama o el Enano lo recuerden. Durante demasiadas dcadas mis amigos y enemi- gos me han conocido como Wajid al-Zindiq. Es el nombre que us para escribir

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    mi primer libro y me siento muy orgulloso de l. -Dijiste que sabas por qu me llaman al-Fah. Yo tendr que reflexionar para encontrar una explicacin igualmente ingeniosa para el apodo con que te conocen. -La respuesta es muy simple: me describe a la perfeccin. Despus de todo, soy un escptico, un exaltado librepensador! Ambos rieron. Cuando el jinete se acercaba a la cueva, se pusieron de pie y Zuhayr, con su habitual impulsividad, abraz al anciano y lo bes en las dos meji- llas. Al-Zindiq se conmovi con el gesto, pero antes de que pudiera decir nada, el mensajero carraspe suavemente. -Entra, hombre. Traes un mensaje de mi padre? -pregunt Zuhayr. -Perdone, mi seor, pero el amo dice que debe volver cuanto antes. Le esperan para desayunar. -Bien. Sbete a esa mua que llamas caballo y dile que estoy en camino... No, espera, he cambiado de opinin. Vuelve, yo te alcanzar en unos minutos y saludar a mi padre en persona. No tienes que darle ningn mensaje. El joven asinti, y cuando estaba a punto de marcharse, al-Zindiq le detuvo. -Espera, hijo. Tienes sed? El joven mir a Zuhayr, que asinti con un gesto. Entonces cogi con ansiedad el vaso de agua que le ofrecan y la bebi de un solo trago. -Toma, llvate unos dtiles para el camino de vuelta. Tendrs tiempo para co- mrtelos despus de que tu joven amo te alcance. El joven acept la fruta, agradecido, inclin la cabeza y pronto le vieron tirar de su caballo colina abajo. -Que la paz sea contigo, Wajid al-Zindiq. -Y contigo, hijo mo. Puedo pedirte un favor? -Lo que quieras. -Cuando tu padre me permiti vivir aqu, hace un cuarto de siglo, insisti en que cumpliera una nica condicin: mis labios deban permanecer sellados con respecto a los asuntos de su familia. Si alguna vez descubriera que he roto ese pacto, me retirara su permiso y tambin las provisiones que tu madre me enva gentil- mente. Mi futuro depende de tu silencio. No me queda ningn sitio adonde ir. Zuhayr estaba indignado. -Pero eso es inaceptable; es injusto. No es propio de mi padre. Yo... -T no hars nada. Aunque es probable que tu padre estuviera equivocado, tena sus razones. Quiero que me prometas que mantendrs silencio. -Tienes mi palabra. Juro por el Alcorn... -Con tu palabra basta. -Por supuesto, al-Zindiq, pero como retribucin quiero pedirte que me prome- tas que acabars la historia. -Tena la intencin de hacerlo. -Que la paz sea contigo, anciano. Al-Zindiq camin hacia donde estaba amarrado Khalid y sonri con admiracin cuando Zuhayr salt sobre su lomo desnudo. El viejo dio un par de palmadas al caballo. -Montar un caballo sin silla... -Si, ya lo s -grit Zuhayr-: es como montarse a la espalda del demonio. Si eso es cierto, lo nico que puedo decir es que el demonio debe de tener una espalda muy cmoda. -La paz sea contigo, al-Fah, y que tu hogar