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A. CUENTOS NAVIDEÑOS PRIMERA CATEGORÍA: 1º y 2º de Bachillerato. Título: “Un conejo en el Pesebre” Autora: Macarena Fernández de la Puente, 1º BACH C. SEGUNDA CATEGORÍA: 3º Y 4º ESO Título “El valor de la Amistad”. Autora: Matilde Bendala Quijano, 4º ESO A. TERCERA CATEGORÍA: 1º Y 2º ESO Título: “El Ángel que no quería dirigir el tráfico”. Autora: Lucía Maza Fernández, 2º ESO A B. TARJETAS NAVIDEÑOS Primer Ciclo ESO. Carlota Dodero Gutiérrez, 1º ESO B Segundo Ciclo ESO. Ana del Valle Benítez, 3º ESO A. Bachillerato. Sofía Pérez Arteaga, 2º Bachillerato C

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  • A. CUENTOS NAVIDEÑOS

    PRIMERA CATEGORÍA: 1º y 2º de Bachillerato.

    Título: “Un conejo en el Pesebre”

    Autora: Macarena Fernández de la Puente, 1º BACH C.

    SEGUNDA CATEGORÍA: 3º Y 4º ESO

    Título “El valor de la Amistad”.

    Autora: Matilde Bendala Quijano, 4º ESO A.

    TERCERA CATEGORÍA: 1º Y 2º ESO

    Título: “El Ángel que no quería dirigir el tráfico”.

    Autora: Lucía Maza Fernández, 2º ESO A

    B. TARJETAS NAVIDEÑOS

    Primer Ciclo ESO.

    Carlota Dodero Gutiérrez, 1º ESO B

    Segundo Ciclo ESO.

    Ana del Valle Benítez, 3º ESO A.

    Bachillerato.

    Sofía Pérez Arteaga, 2º Bachillerato C

  • A. CUENTOS NAVIDEÑOS PRIMERA CATEGORÍA: 1º y 2º de Bachillerato.

    Título: “Un conejo en el Pesebre”

    Autora: Macarena Fernández de la Puente De Santiago, 1º BACH C.

    Los reuní a todos. Era ya invierno y sabía que había llegado el día; ellos querían volver a escuchar la

    historia, y yo estaba para recordársela y para que todos la contaran a sus descendientes cuando yo no estuviera; tal

    como hicieron conmigo.

    Era un invierno duro, nos habíamos preparado como todos los años, trabajando y buscando comida para

    poder pasar el invierno hasta que llegara la primavera. Probablemente era una de las últimas salidas de la

    madriguera, casi estaba la despensa completa y en el campo no quedaba mucho más que almacenar. Una tierra

    poco fértil y de clima extremo dificultaba nuestro trabajo, raíces tubérculos, hierba, frutos secos, cebada y algo de

    trigo que no habían recogido de los campos. Todo valía para pasar el largo invierno bajo tierra y esperar la llegada

    del buen tiempo.

    Conocía esa cueva destruida y volví otra vez por si el viento o los humanos olvidaron algo que sirviera en

    nuestra despensa. Era de noche y me sorprendí cuando los vi; allí estaba el hombre buscando palos con los que

    alimentar un pequeño fuego y la mujer sentada mirando a un bebé que dormía silencioso. La cueva apenas tenía

    techo y el frío aumentaba con la llegada de la noche. Tenían un caldero en el que solamente había agua y ella

    observaba a su alrededor en busca de algo para comer. Me impresionó la serenidad de sus movimientos y la

    resignación al no encontrar nada que añadir a ese agua. Eran distintos, diferentes, contemplaban al bebé y se

    sonreían continuamente sin ser del todo conscientes del hambre y de lo poco que tenían para alimentarse.

    Nunca me gustaron demasiado los humanos pero algo dentro de mí me empujó a volver a mi madriguera y

    contarle a mi familia lo que había descubierto en la vieja cueva. Todos me escucharon y me preguntaron qué

    pretendía hacer, que era su problema y que ya teníamos bastante nosotros con buscar algo con lo que llenar por fin

    la despensa para el largo invierno. No era fácil de explicar, no me podían entender así que les pedí que me

    acompañaran a verlos y aceptaron. Allí estábamos todos, mirándoles, cerca de su fuego, observando al bebé dormir

    y la paz que reflejaban ellos dos .Les pasó como a mí, algo dentro de nosotros estaba empujándonos a ayudarles y

    así lo hicimos. Montamos una rápida cadena de voluntarios, los cuatro más rápidos por si surgían problemas y nos

    pusimos en marcha.

    Me gustó ver cómo ella sonreía al vernos acercarnos al caldero y cómo dejábamos dentro un buen

    manojo de zanahorias, un par de cebollas y tres rábanos; lo mejor de nuestra despensa. El hombre puso el caldero

    al fuego y comenzó a hervir. Me ilusionó ver cómo nuestros pequeños colaboraban dejando un montoncito de

    nueces cerca de ella, a sus pies. ¡Qué especial era su sonrisa y como me gustaba su cara cuando miraba al bebé!

    Cuando terminamos la tarea nos alejamos un poco y nos quedamos mirándoles. Ellos sonrieron e

    inclinaron un poco sus cabezas en señal de agradecimiento; estaban sorprendidos y yo creo, que escuché

    también al bebé sonreír, o quizás lo imaginé. Antes de entrar en la madriguera de vuelta miramos hacia el cielo

    porque una estrella tan grande como nunca habíamos visto parpadeaba justo encima de nuestro agujero.

  • Todos estábamos contentos sin saber exactamente por qué, y lo mejor fue que cuando nos acercamos a

    nuestra despensa estaba tan llena que tuvimos que escarbar otra para que entrara todo lo que había aparecido de

    repente sin saber cómo.

    Yo me asomé a ver la cueva por última vez y estaba iluminada de una manera extraña, en el cielo la gran

    estrella estaba justo encima de ellos. Definitivamente comprendimos que eran especiales.

    Cuando terminó el invierno nos contaron otros animales las cosas raras que pasaron aquella noche y lo

    importante que fue todo lo que allí ocurrió. Yo orgulloso, les dije que cuando se hablara de lo que había pasado en

    aquella cueva de Belén siempre se contara cómo una pequeña familia de conejos de campo había estado allí y

    había ayudado.

    Así lo cuento y así ocurrió. Y recordadlo para que siempre que pongáis en casa un belén no olvidéis la

    pequeña figura del pequeño conejo cerca del pesebre.

  • SEGUNDA CATEGORÍA: 3º Y 4º ESO

    Título “El valor de la Amistad”.

    Autora: Matilde Bendala Quijano, 4º ESO A.

    ¡Hola!, me llamo Ulises, pero todas las personas que me conocen me llaman Uli. Tengo 16 años y vivo en un

    pequeño pueblo en el centro en Ghana, un país de África. Como adivinareis soy una persona de piel negra, como

    casi todas las que viven aquí. Mis ojos son verdes, según mi madre, verde esperanza, pero en realidad son verde

    hoja. Mi pelo es largo y siempre lo llevo recogido en una coleta porque me molesta tenerlo sobre la cara.

    Ahora me encuentro en una habitación aislada, tumbado en una camilla. Hace frio ya que estamos en diciembre.

    Tengo muchos tubos puestos sobre mi piel y la verdad es que no me encuentro muy bien. No sé qué hago aquí

    metido ya que lo último que recuerdo es que estaba sentado en la fuente de la plaza en el pueblo vecino. Me

    gustaría moverme pero no tengo fuerza como para levantarme de la camilla. No sé cuánto tiempo llevo aquí pero lo

    que sí sé es que he perdido mucho peso ya que mis brazos están esqueléticos. Supongo que mis piernas estarán

    igual de delgadas.

    Supongo que os preguntareis que por qué mis padres no están aquí conmigo. Voy a intentar contar todo lo que

    recuerdo para que lo entendáis.

    Todo empezó un día en el que volvía de trabajar. Aunque lo normal sería que estudiara, mi familia es pobre y soy el

    único hijo, por ello todos trabajamos para poder sobrevivir.

    Yo trabajaba en las tierras de unos señores que vivían en las afueras del pueblo, a muchos kilómetros de mi casa,

    por lo que siempre llegaba muy tarde. Mi madre trabajaba recogiendo fruta, como la mayoría de las mujeres del

    pueblo y mi padre trabajaba en las tierras de unos señores, como yo, aunque su trabajo estaba mucho más cerca de

    casa que el mío. Normalmente mi madre esperaba despierta a que yo llegara de trabajar. Sin embargo, esa noche

    me estaba esperando mi padre, cosa que me pareció muy rara.

    Él estaba muy serio. Le pregunte que dónde estaba mi madre y por qué no me estaba esperando como hacía

    normalmente. No me respondió, solamente empezó a andar y yo le seguí. Llegamos a su cuarto. Mi madre estaba

    tumbada en la cama, pero no estaba durmiendo porque nada más entrar en la habitación se despertó. Me acerqué a

    ella y le toque la frente, la tenía muy caliente. Me preocupé y por eso me quede toda la noche a su lado, sin dormir,

    poniéndole paños de agua fría en la frente para que le bajara la fiebre. Pasaron muchos días y mi madre seguía con

    fiebre por lo que decidí ir a hablar con el chamán del pueblo vecino. Había personas que se recorrían el país entero

    solo para ir a verlo, ya que tenía fama de que podía curar todas las enfermedades. Hablé con mi padre y le convencí

    para que me dejara ir a ver al chaman. Tardé dos días en llegar al pueblo vecino donde él vivía. Como faltaban unas

    semanas para que llegara la Navidad hacia muchísimo frío, pero prefería pasar frío antes de pasar unas navidades

    sin mi madre, ya que era una cosa que no me quería ni imaginar. El chamán era un hombre muy mayor que tenía el

    pelo canoso e iba vestido con una falda hecha de paja y llevaba muchos collares pintados por él. Llegué a la tienda

    donde él vivía y le conté lo que le pasaba a mi madre. Él accedió a venir al pueblo para intentar curar a mi madre.

    Tardamos dos días en volver a mi pueblo y por el camino el chamán me iba contando historias y experiencias que

    había tenido a lo largo de su vida. Le pregunté que cual era su nombre y me dijo que eso nunca se lo había dicho a

    nadie y que no me lo iba a decir.

    Cuando llegamos a mi pueblo nos dirigimos directamente a mi casa. La gente se sorprendió al verlo allí y todos se

    acercaron para saber lo que estaba pasando. Mi madre ya no era la única que estaba enferma, mi padre también

    presentaba los mismos síntomas. El chaman los examinó y de repente quedó en silencio y muy quieto, después dijo

  • en voz baja “ébola”. Su cara se puso pálida y se empezó a alejar poco a poco. Se tropezó con las personas que

    estaban fuera de mi casa y yo estaba muy asustado porque no sabía lo que estaba pasando. El chaman empezó a

    gritar ¡ÉBOLA! ¡Alejaos, vais a morir todos! Se subió a un pilar que había en medio de la plaza y empezó a decir en

    voz alta: “Los padres de este niño tienen una enfermedad creada por el propio diablo, nadie se salva de esta

    enfermedad”. La gente empezó a gritar y se revelaron en contra de mi familia y de mí. Mi padre y mi madre estaban

    a punto de perder el conocimiento pero tuvimos que escapar e irnos a vivir a la selva. A los pocos días mis padres

    murieron debido al frio y a la propia enfermedad que padecían. Me encontraba completamente solo ya que las

    personas de mi pueblo no querían saber absolutamente nada de mí. Me construí mi propia cabaña y un pequeño

    huerto donde plantaba verduras y hortalizas. También recogía las frutas que se caían de los árboles y pescaba

    peces en el río. Vivía tranquilo pero no os podéis ni imaginar lo duro que es estar solo todos los días.

    Un día que estaba en el rio dándome un baño, ya que aunque hacia muchísimo frio necesitaba asearme un poco,

    apareció una joven que llevaba un cántaro vacío. Era muy guapa. Al verme se sorprendió y se acercó para hablar

    conmigo, lo que me puso muy contento ya que nadie quería acercarse a mí. Me preguntó si le podía llenar el

    cántaro de agua, porque el agua estaba muy fría. Yo no lo dudé ni un segundo, tomé el cántaro y se lo llené.

    Estuvimos hablando largo y tendido. Se llamaba Aba, un nombre muy típico en Ghana. Era muy alta, de piel negra y

    llevaba el pelo muy corto. Sus ojos eran de un color negro azabache y sus dientes eran increíblemente blancos,

    parecían perlas. Era de un pueblo cercano más grande que el mio, cerca de una Misión, por lo que en su pueblo

    casi todos eran católicos. Le conté mi historia, lo que había pasado con mis padres y la razón por la que vivía solo

    en el bosque. Aba se quedó sorprendida, me dijo que quería ser mi amiga y que vendría a verme todos los días que

    pudiera. Y así fue, venía todos los días a verme. Cada vez nos íbamos conociendo mejor. Me daba el apoyo que

    necesitaba y que nadie me daba desde que mis padres fallecieron. Desde que conocí a Aba, me alimentaba de

    comida que me traía de su casa. Un día me trajo metido en una bolsa una cosa que nunca había visto. Era de color

    marrón, y según ella, se llamaba pastel de chocolate y en su pueblo lo tomaban siempre por Navidad. Al principio no

    estaba seguro de querer comérmelo, pero en cuanto le di el primer bocado, me encantó y me lo comí entero. Me

    sentía en deuda con ella por lo que escalé a un árbol y le bajé unos cuantos mangos, ya que me dijo que le

    gustaban mucho. Ella me decía que bajara porque me iba a hacer daño, pero no le hice caso y no me bajé del árbol

    hasta que conseguí 5 ó 6 frutos.

    Me di cuenta que un mango que había bajado tenía un mordisco y le dije a Aba que no se lo comiera, pero era tarde

    y ella ya le había dado un bocado. Puso cara rara, pero se rió y la tiró al suelo. Revisamos las demás frutas y nos

    las comimos.

    Me preguntó si me apetecía ir a visitar su pueblo con ella, ya que en Navidad todos estaban muy alegres y

    preparaban un Belén muy grande en el centro del pueblo. Le di las gracias y nos fuimos para allá. Estuvimos todo el

    día en su pueblo y lo pasamos muy bien, la gente del pueblo se reunía en la plaza y cantaba alrededor del Belén.

    Después fuimos a casa de Aba y me presentó a sus padres. Se llamaban Henry y Rala, su padre era muy alto (ya

    sabemos a quién sale Aba) con el pelo muy corto y llevaba un traje blanco, tan blanco como los dientes de Aba y su

    madre era tan guapa como Aba.

    Estuvimos hablando toda la tarde y lo pasamos muy bien. Cuando anochecía me fui a mi cabaña y le prometí a sus

    padres que volvería el domingo para acompañarlos a la misa en la Misión.

    Al día siguiente Aba volvió a verme. La noté muy pálida. Me respondió que se encontraba mal. Le dije que se tenía

    que haber quedado en su casa, pero ella me dijo, que me quería venir a ver. De repente se desmayó. La cogí en

    brazos y me la lleve hacia su casa. Su padre al verme con ella en brazos se asustó mucho y fue a la Misión a buscar

  • al médico. Desgraciadamente estaba de viaje e iba a tardar una semana en volver. De todas formas la dejamos en

    la enfermería de la Misión donde la cuidarían las monjas. Ese día me quede a dormir en su casa, pero no pude

    dormir nada porque estaba muy preocupado por Aba. Empezó a tener los mismos síntomas que mis padres y se lo

    comuniqué a su padre. Le dije que era urgente que el médico viniera a verla. El padre me echó las culpas de la

    enfermedad de su hija y yo le dije que si yo la hubiera contagiado ya estaría muerto. Él me pidió perdón y me dijo

    que intentara averiguar cómo se había contagiado su hija.

    Empecé a intentar relacionar lo que habían hecho mis padres y lo que había hecho Aba. Después de estar toda la

    noche pensando, me di cuenta que había pasado por alto una cosa que pensaba que era irrelevante: tanto mi madre

    como Aba habían consumido una fruta que tenia marcas de dientes de animal. Se lo comuniqué a su padre y los dos

    nos fuimos al bosque y encontramos mordeduras de murciélagos en las frutas. Había muchos cadáveres de

    animales que habían muerto, debido a que habían consumido la fruta infectada. Cuando volvimos al pueblo me

    empecé a sentir muy débil y que de repente todo se puso negro. Ahora estoy en esta habitación que os describí al

    principio.

    ¡Oh! Esperad, alguien va a entrar en la habitación. Para mi sorpresa entró una persona que iba con un traje que le

    cubría el cuerpo entero.

    – Hola Ulises ¿Cómo te encuentras?

    – Me encuentro un poco debilitado.

    – ¿Te duele la cabeza?

    – No, ¿Me puedes decir que hago aquí y por qué vas con ese traje?

    – Eso es buena señal. Me llamo Kali y soy el médico que te está atendiendo. Estás en un hospital. Llevo

    este traje para protegerme porque te contagiaste de una enfermedad muy contagiosa.

    – ¿Dónde está mi amiga Aba?

    – Aba sigue muy enferma, pero la estamos tratando. Además han llegado otras personas que también están

    enfermas, algunas son de tu pueblo.

    Una lágrima cayó por mi cara.

    – No me puedo creer que mi única amiga, la que me ha apoyado cuando nadie más lo ha hecho, esté tan

    enferma.

    – Sé que esto es muy duro para ti, Uli, pero tú te estás curando y así podrás donar sangre para que otras

    personas que tienen esta enfermedad se salven.

    – Eso me consoló un poco. Quería curarme ya para poder salir de aquella habitación que me deprimía. Esa

    noche era Nochebuena y le pedí al Niño Jesús que nos ayudara a todos.

    Al día siguiente ya me encontraba mucho mejor y el médico me dijo que estaba fuera de peligro. Le pregunté por

    Aba y me dijo que todavía seguía enferma pero ya estaba empezando a recuperarse. Para mí fue el mejor regalo de

    Navidad que me hubieran hecho nunca.

    (SEIS MESES DESPUES)

    Hace seis meses que salí del hospital. Ahora vivo con Aba y sus padres.

    Desde que salí de la enfermería ayudo en la Misión y dono sangre a aquellas personas que están enfermas para

    que se puedan salvar. Lo triste es que no a todo el mundo le hace efecto y hay muchas personas que se mueren

    aunque les hagan una transfusión. Seguiré donando sangre hasta que no quede nadie enfermo.

    También doy unas charlas para niños jóvenes para contar mi historia y explicarles las medidas de protección para no

    contagiarse, especialmente para concienciarlos de que no deben recoger las frutas que están por el suelo sin la

  • supervisión de un adulto.

    Ayudar a los enfermos me gusta mucho ya que cada vez que alguien se salva gracias a mi sangre o a los cuidados

    que les doy me siento la persona más feliz del mundo.

    Hace un par de meses creé una asociación que se llama “Todos somos uno” donde se ayuda a la gente que está

    enferma. Todas la Navidades les llevamos unos juguetes a los niños que están en los hospitales para que jueguen y

    así se distraigan un poco, hacer esto me hace muy feliz. No os podéis ni imaginar la cara que ponen esos pobres

    niños cuando les das un juguete, ponen una sonrisa de oreja a oreja.

    Siempre recordaré las pasadas Navidades en las que mi amiga Aba se recuperó y nos dimos cuenta que dedicarnos

    a los demás era la forma de hacerles el mejor regalo del mundo.

  • TERCERA CATEGORÍA: 1º Y 2º ESO

    Título: “El Ángel que no quería dirigir el tráfico”.

    Autora: Lucía Maza Fernández, 2º ESO A

    Nos encontramos en un día cualquiera en el Cielo y vemos a un montón de ángeles, jugando entre ellos sin

    preocupaciones ni deberes. Cuando de repente, se abre la gran Puerta de Oro y aparece Dios que con su voz grave

    dice:

    -Tengo una importantísima misión para encargaros; una misión que será recordada por todos los tiempos y os hará

    famosos a los ángeles. Y voy a dejar en vuestras manos elegir a este gran ángel que os representará y para ello

    necesito un voluntario.

    Ningún ángel respondió y alguno se escondía o se tapaba con su túnica por lo que daba la sensación de que nadie

    quería realizar este encargo. Estaban tan acostumbrados a estar en el Cielo disfrutando de su vida de placer y

    juegos que resultaba que nadie estaba interesado en este trabajillo.

    Al observar esto, Dios se quedó un poco decepcionado pero estaba dispuesto a mandar, costara lo que costara,

    algún ángel a la Tierra. Por tanto, les obligó a echarlo a suertes y, efectivamente, se hizo a la manera tradicional del

    Cielo: consistía en que cada uno cogía una ramita de olivo que Dios tenía medio escondida en su mano y que nadie

    podía saber cuál era la más larga.

    De esta manera le tocó la rama más corta al ángel Marcus, un joven de unos trece años, un poco vago y bastante

    quejica. Inmediatamente se puso a protestar al ver que le tocaba a él y empezó a decir que, como siempre, Dios le

    tenía manía y que lo había hecho a propósito para que le tocara a él. Dios, como le conocía, lo había elegido a

    propósito (hizo una pequeña trampa divina que sólo se le puede permitir hacer a Dios por ser quien es) y no le dio

    mucha importancia al reproche de Marcus y rápidamente pasó a decirle en qué consistía esta importante misión:

    - Tendrás que ir a la Tierra y ponerte sobre un viejo portal de Belén para anunciar mi camino.

    Como no, ahora Marcus comenzó a quejarse aún más y a darle vueltas: ¿por qué a él le mandaba a dirigir el tráfico

    de un humilde pueblo casi desértico y no le dejaba quedarse descansando y jugando con sus amigos? ¿Le tenía

    manía Dios?...

    Una orden divina se obedece sí o sí y no tuvo más remedio que bajar a la Tierra.

    Engrasó sus alas y las limpió bien iniciando el descenso, pero no estaba acostumbrado a volar tanta distancia y al

    cabo de un tiempo empezó a notar agujetas en las alas. ¡El camino era interminable! ¡No podía más! ¡Se le iban a

    romper sus bonitas alas blancas de tanto esfuerzo!

    Al llegar a la Tierra decidió ir a Jerusalén en vez de a Belén ya que Jerusalén era una ciudad importantísima, una

    ciudad donde un ángel como él se merecía ir. Al llegar a la ciudad se presentó a los sabios diciéndoles quién era y

    que le rindieran honores de ángel. Los sabios al oír esto se sorprendieron muchísimo y le tomaron por un loco, así

    que como era de esperar le echaron a patadas del templo. Las personas que vieron esta escena también creían que

    se trataba de un loco y se comenzaron a reír a grandes carcajadas. Marcus no entendía por qué se había montado

    aquel gran espectáculo por decir que era un ángel, ya que realmente era así. Encima ahora comenzaron a tirarle

  • tomates y todo tipo de frutas y verduras. Pero no hay mal que por bien no venga y el ángel al darse cuenta de que

    toda esa comida era comestible y que ahora en la Tierra tenía necesidades humanas se lo empezó comer todo con

    gran rapidez ante el asombro de toda aquella gente.

    Todo el mundo lo entendió como una señal de humildad y sacrificio. Así que le levantaron del suelo y empezaron a

    dudar sobre si era o no un ángel enviado por Dios y, por si acaso, le cosieron entre todos un nuevo traje blanco, aún

    más limpio que el que ya tenía.

    De repente se sintió con una energía interior renovada y comenzó a andar y andar y andar (ahora entiendo cuando

    mi madre dice la energía y fuerza que da la fruta y las verduras) hasta que llegó a un cruce de caminos donde vio un

    cartel que indicaba: Belén a la derecha.

    Viendo esto se acordó de su misión encomendada, la misión para la que estaba allí. Y se dijo a sí mismo: ir para

    nada, no merece la pena, pero ya que estoy aquí pues voy a hacerla.

    Fue hacia Belén tomando el camino de la derecha como indicaba el cartel recientemente visto. Al llegar vio un gran

    desorden y a muchísimas personas: campesinos, pastores, pescadores, herreros y mucha más gente de otros

    oficios. Pero todos con algo en común: estaban perdidos y desorientados y todos preguntaban por un niño, por el

    nacimiento de un niño. Incluso había algunos tan desesperados que ya comenzaban a discutir con la gente a pesar

    de que no fuera su culpa.

    Marcus, como era muy simple sólo pensó que el problema es que había mucha gente que se quería ir del pueblo y

    no encontraban el camino correcto. Como él conocía la carretera por la que se salía, decidió subirse a un pequeño

    establo donde se guardaba ganado, concretamente un buey y una mula y desde allí estaba seguro que todo el

    mundo le vería indicar el camino.

    Le costó subirse ya que en la Tierra no podía volar y tuvo que escalar con gran dificultad por aquellas paredes de

    piedra. Cuando ya se encontraba arriba ocurrió un milagro: su traje blanco comenzó a brillar desprendiéndose de él

    luminosos rayos de luz que alumbraban aquella oscura noche. Todas las personas anteriormente desorientadas le

    vieron y se dirigieron hacia allí.

    -¡Es ahí, es ahí!- gritaban todos.

    El joven ángel pensó: mira que bien ya se han dado cuenta de mi valía y todos vienen a verme. Pero para sorpresa

    y, obviamente también decepción, observó que todos se dirigían al portal pero no hacia donde estaba él sino al

    interior del portal. Dentro había una bella pareja con un niño recién nacido.

  • B. TARJETAS NAVIDEÑAS. Primer Ciclo ESO.

    Carlota Dodero Gutiérrez, 1º ESO B

  • Segundo Ciclo ESO.

    Ana del Valle Benítez, 3º ESO A.

  • Bachillerato.

    Sofía Pérez Arteaga, 2º Bachillerato C