6. Educación Para El Amor y La Convivencia María Mercedes Ar

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MARÍA MERCEDES ARANGO DAHL Psicóloga U.S.B. Septiembre 11 y 12 de 2008 PLAZA MAYOR MEDELLÍN, CONVENCIONES Y EXPOSICIONES

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MARÍA MERCEDES ARANGO DAHL Psicóloga – U.S.B.

Septiembre 11 y 12 de 2008

PLAZA MAYOR MEDELLÍN, CONVENCIONES Y EXPOSICIONES

MARÍA MERCEDES ARANGO DAHL Psicóloga – U.S.B.

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EDUCACIÓN EN EL AMOR Y LA DIGNIDAD

No todo tiempo pasado fue mejor. Sin profundizar añoramos épocas “más tranquilas”, donde los valores esenciales no se discutían, donde no se cuestionaban las figuras de autoridad, donde hijos y alumnos agachaban la cabeza sin el más mínimo derecho a exponer o expresar sus argumentos o sentimientos. Eran culturas heterónomas, donde la moral imperante determinaba sin lugar a discusión que unos mandan y otros obedecen. Además estaba claro que para proteger este sistema, tenía que existir otro paralelo de castigos “ejemplares” consistente en aplicar severas consecuencias, por supuesto unilaterales, que infringieran un dolor tan severo que a la víctima no le quedara duda de la imposibilidad de incurrir nuevamente en la acción. El aprendizaje en gran parte era de memoria, la expresión de pensamientos era propiedad adulta, las manifestaciones afectivas eran restringidas y la comunicación no era propiamente la base de la unidad familiar. Como todo sistema extremista, no podía ser para siempre. Aparece entonces la revolución pedagógica donde finalmente nos vamos al otro extremo. La autoridad entra en crisis, la liberación femenina, los derechos del niño, los avances tecnológicos, generan cambios contundentes en el último siglo. Al interior de la familia aparece el caos. Menos hijos, menos tiempo, más necesidades creadas, más demandas, más culpa, menos claridad. Y poco a poco, para muchos, empieza a despejarse el horizonte. Los niveles de conciencia cobran importancia. La pedagogía, la psicología y en general las ciencias humanas empiezan a calar más profundamente y nos vamos orientando a la humanización del ser. Concientizamos el valor de las experiencias. Los padres empiezan a sentirse responsables del origen de las emociones y aprendizajes de sus hijos. La congruencia adulta empieza a generar seguridad, motivación y autonomía en los aprendices. Autonomía, que es la gran finalidad de la educación. Para lograrla y evitar la formación de patologías emocionales buscando individuos dignos y afectuosos, es importante tener en cuenta información coherente y principios básicos, enunciados a continuación. Los seres humanos nos comportamos en cuatro niveles básicos:

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Intelectual Emocional Motor Vegetativo Áreas muy específicas del cerebro se encargan de cada uno de ellos. En el nivel intelectual no sólo están la lógica, el análisis, lo explicable y lo comprobable, como muchos creen, sino también la capacidad perceptiva, el pensamiento creativo, lo que no se puede medir, explicar o analizar y constituye la principal plataforma de desarrollo humano. En el nivel emocional, esencial para la conservación de las especies sobre el planeta, están las tres tendencias básicas al poder, la posesión y la necesidad de atención. En condiciones naturales, éstas contribuyen al equilibrio y manutención de los individuos, pero cuando se ven amenazadas, aparece el miedo, que por lo general vuelve a la persona reactiva, impulsiva, irreflexiva, ciega. Los niveles motor y vegetativo son responsables de funciones orgánicas y de comportamientos básicos, muchos de ellos inconscientes. Para vivir y educar con amor, respeto y dignidad, es preciso ocuparse de los dos primeros niveles, el intelectual y el emocional, tratando de conocernos más a nosotros mismos y a nuestros hijos y de determinar conscientemente como queremos ser, como queremos vivir, convivir, influír, crecer y envejecer. Cuando no lo hacemos, estamos condenados a nuestros impulsos y reacciones, actuamos y respondemos mecánicamente. Nos exoneramos de la responsabilidad de crecer y avanzar, argumentando que somos así, producto de la herencia, que eso no se puede cambiar y que a los demás no les queda otro camino que el aceptarnos como somos. El verdadero desarrollo humano está en el comportamiento deliberado, por difícil que éste sea. Difícil, porque no es inmediato, porque no es reactivo. Para deliberar es preciso tomarse tiempo, usar las herramientas de la inteligencia, elegir entre opciones de comportamiento. En situaciones de conflicto, es necesario muchas veces, antes de iniciar el proceso deliberado, asumir posturas de quietud, serenarse primero, para luego decidir. El conflicto es inevitable, los estados emocionales alterados son inevitables. Cuando estamos en esas circunstancias perdemos el contacto perceptivo con la realidad.

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Es preciso entonces, tomarse el tiempo, permitirse la expresión emocional, ponerse en contacto con las sensaciones, dejarlas estar allí y cuando finalmente se evacúen y se logren niveles de serenidad, asumir el manejo del conflicto. Esto equivale a un saludable dominio de sí mismo, a niveles de autocontrol no represivo, pues no estamos negando el estado emocional, por el contrario, lo vivimos en toda su extensión, pero sin explosiones innecesarias, que sólo deterioran nuestras relaciones con los demás. Los seres humanos nos debatimos permanentemente entre las demandas del cuerpo y las demandas de la conciencia. Al sonar el despertador en la mañana, el cuerpo dice: “un rato más de sueño”. La conciencia dice: “ya es hora”. Al momento de comer, el cuerpo quiere repetir, la conciencia dice: “suficiente”. Al enfrentarnos a la tarea o al ejercicio, el cuerpo dice: “que pereza”, la conciencia dice: “ánimo, es importante hacerlo”. Las demandas del cuerpo hedonista y cómodo, están relacionadas con la emocionalidad primaria. Las demandas de la conciencia con la capacidad deliberada. La clave para lograr una inteligencia emocional cada vez más alta, está en que cada individuo decida poner las demandas de su conciencia por encima de las de su cuerpo. No es, como muchos creen, convertirse en un robot, en un ser frío y sin espontaneidad, por el contrario, ser dueño de sí mismo produce seguridad, eficacia, autonomía y alegría. Lo anterior convierte la inteligencia emocional en objetivo fundamental del acompañamiento de nuestros hijos. Esto nos pone en constante reflexión acerca de los propios comportamientos y expresiones, de los niveles de tolerancia y exigencia frente a ellos y nos obliga a entrenarnos en un proceso fundamental llamado comunicación efectiva. No se trata sólo de comunicación verbal, sino también de mensajes tácitos o a través de actitudes, mediante los que el hijo detecta lo amado e importante que es para sus padres. Se basa en el respeto y la comprensión.

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Debe ser oportuna, sincera, no invasiva. Por lo tanto deben evitarse los interrogatorios y la cantaleta. En su lugar buscar momentos donde hay disponibilidad para expresar y oír. Algunos elementos que favorecen este tipo de comunicación son los siguientes: 1. Garantías

Es difícil y muy agradable ser padres en “las buenas”, pero no existen seres que no pasen por “las malas”. Todos, sin excepción, en todas las edades nos equivocamos, fallamos y fracasamos con o sin culpa. Es esencial para la estabilidad emocional, que los hijos sepan que sus padres están con ellos en las buenas y en las malas. Ya sea para alegrarse y enorgullecerse, o para ayudar a encontrar la salida, la solución o enmendar el error. De parte del hijo se requiere honestidad y valentía, que sin duda aparecerán cuando el adulto, ante la falta, conserva la serenidad y una actitud que le garantice que contar con él, lejos de ser amenazante, es la vía segura y confiable hacia la solución. Es importante que los hijos sepan que sus padres están interesados en su vida y en sus asuntos. Con respeto, sin invasión, sin posesión. Con revisión y supervisión, pero con amor y respeto.

2. Validación

Con el propósito de evitar el dolor o de minimizar las sensaciones negativas de los hijos, invalidamos sus vivencias con frases como: “no vale la pena”, “eso no duele”, “no te preocupes”. Validar los sentimientos es esencial para la salud emocional y física. Si a las emociones y sensaciones se les permite la expresión directa, no buscarán otra salida que con frecuencia es orgánica. Cuando hay deseos de llorar, lo mejor que puede hacerse es llorar. El miedo no se combate racionalmente. Por muchas explicaciones que encontremos para argumentar lo absurdo de un temor, éste no desaparece. Es más sano asimilarlo que combatirlo. Un duelo no se supera haciéndose el valiente, se supera viviéndolo. Pocas veces hemos imaginado que la angustia se cura con angustia.

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3. Diferenciación

Existe una peligrosa tendencia a generalizar, a rotular, basados en un solo criterio. Es común descalificar un hijo por perder dos materias, olvidando que ganó la mayoría. Esto nos hace ciegos. Dejamos de ver todas las facetas de la realidad por mirar sólo una. Para diferenciar es preciso inventariar lo que se quiere, mirar los pro y los contra de la situación para convertirla en un reto, en un objetivo para el que vamos a buscar recursos y secuenciarlos por etapas. El adulto que diferencia permanentemente, genera confianza, seguridad y criterio en el hijo.

4. Independencia Emocional

Consiste básicamente en una forma tranquila y perceptiva de mirar la realidad, donde el ego no se involucra. El independiente responde a la información interna, es capaz de mirar hacia adentro, sabe apelar a su propia experiencia y confía en que el otro tiene herramientas para superar sus conflictos y aprender de ellos. El independiente no tiene afán, no acosa ni se deja acosar, es confiado, permite actuar, no supone nada, vive aquí y ahora. Por ejemplo, ante una grosería o una amenaza de irse de la casa, un padre independiente, no se involucra, no siente miedo ni fracaso. Se margina con tranquilidad y espera que el hijo se incorpore nuevamente a su estado natural.

5. Intimidad

Es una herramienta fundamental para estrechar los lazos emocionales y afectivos entre padres e hijos. Sin ella es imposible la confidencialidad. A una gran mayoría de los niños de todas las edades les molesta que se comente con otras personas sus fallas, sus problemas, sus situaciones particulares y aún sus logros muchas veces. Sienten rabia y traición al saber que se ponen en evidencia sus fragilidades, o vergüenza y sensación de burla cuando se habla de sus logros o vivencias. Para garantizar cercanía es importante que ellos sepan que el secreto depositado en el adulto es sagrado, que no lo comentaremos ni siquiera en familia. Que si es

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tímido y no le gusta que se haga mucho alarde de sus triunfos, eso le será respetado. Que no lo avergonzaremos, humillaremos o pondremos en evidencia en ninguna circunstancia.

6. Niveles de exigencia

Algunos adultos creen que la exigencia va en contra de la comunicación efectiva y la confianza, porque temen que el hijo se alejará de un padre exigente. Por el contrario, la mayoría de los niños tiene la sensatez para detectar grandes dosis de amor y preocupación en los niveles exigencia. Son necesarios los límites y las normas. Para ello es indispensable, inventariar deberes, derechos y consecuencias y ponerlos en un mismo continuo. Es necesario perder el miedo a actuar con firmeza o aún a imprimir ciertas dosis de frustración, cuando la situación lo amerita. De lo contrario caeremos en sobreprotección y permisividad.

7. Modelamiento Este es un principio fundamental basado en el aprendizaje por imitación. Los padres somos inicialmente el modelo a seguir. Cuando se superan las primeras etapas infantiles y llegan la pubertad y preadolescencia, es esencial que ese modelo perdure sin derrumbarse para que el modelo ideal le de paso al modelo real. Es esencial la coherencia entre pensar, sentir, decir y actuar, pues de lo contrario el modelo pierde su valor.

8. Sentido del humor ¿Qué sería de la vida sin humor? Sin las dosis de alegría y risa más altas posibles? A qué se reducirían las relaciones interpersonales? El proceso educativo? La comunicación? Es el mejor ingrediente de la inteligencia emocional, la vida en familia y el complemento perfecto para una sólida educación en el amor, el respeto y la dignidad.