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1 Desde muy antiguo Hondarribia tuvo dos zonas portuarias: el fondeadero exterior de Asturiaga donde se protegían los buques de los temporales del noroeste a la espera de atravesar la peligrosa barra, y el muelle interior del Puntal en el que se embarcaba y desembarcaba los recursos que llegaban por mar, provenientes del comercio y la pesca. En la lonja del Puntal se pesaba el pescado y se cobraban los derechos de aduana sobre las mercancías. El arrabal de la Magdalena era una zona secundaria en la que las lanchas se dejaban varadas en la arena “delante de la ermita de la Magdalena”. La falta de protección ponía no sólo en peligro a las lanchas, sino a las propias casas del arrabal, a las que llegaba la mar en los temporales. En 1598 sólo había 26 casas, pero doscientos años después ya eran 67 las casas y el agua seguía llegando hasta ellas. Aunque en 1767 se había levantado una “estacadura de palos” para intentar frenar el oleaje, la situación seguía siendo la misma. Así que dos años después tuvo que construirse un muro de piedra de 10 pies de alto, 5 de ancho y de algo más de 200 metros de longitud que discurría paralelo al agua aproximadamente por el centro de lo que hoy es la calle San Pedro-. El muro tenía una rampa, tres escaleras de piedra, y un muro estrecho perpendicular a él en dirección hacia el agua y que se utilizaba como muelle. Grabado de E. Gransire en 1873. Aunque está realizado a finales del XIX refleja muy bien la situación existente durante siglos en el arrabal de la Magdalena. La arena y las chalupas llegaban hasta las mismas casas, y cuando se unían las mareas vivas y los temporales lo que llegaba hasta las mismas casas era el agua. La llegada del siglo XIX trajo grandes cambios en la utilización de las zonas portuarias de Hondarribia. A principios de ese siglo la pérdida de los privilegios aduaneros de la ciudad y el aumento del tamaño de los barcos dejó casi sin uso al pequeño muelle del Puntal. Y a pesar de que las instalaciones portuarias pasaitarras eran aún muy deficientes, Hondarribia fue perdiendo su posición hegemónica como puerto comercial en beneficio de Pasajes. Los recursos que llegaban por mar a Hondarribia eran ya casi únicamente los derivados de la pesca, y con el traslado de la Pesa Real la Venta- al arrabal del la Magdalena, la pequeña actividad portuaria se fue desplazando hacia un barrio de la Marina que seguía teniendo las mismas instalaciones de cien años antes. Pero a mediados de aquel siglo iba a llegar una innovadora función portuaria: la lúdica o turística. Al comercio y la pesca se iba a unir la diversión y el esparcimiento. Algo impensable poco años antes. Isabel II y sobre todo la emperatriz Eugenia tendrían mucho que ver con el nacimiento de esta función turística. Cosas de Alde Zaharra 26 Kai Zaharra y Eugenia de Montijo

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Kai Zaharra y Eugenia de Montijo

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Desde muy antiguo Hondarribia tuvo dos zonas portuarias: el fondeadero exterior de Asturiaga donde se protegían los

buques de los temporales del noroeste a la espera de atravesar la peligrosa barra, y el muelle interior del Puntal en el

que se embarcaba y desembarcaba los recursos que llegaban por mar, provenientes del comercio y la pesca. En la lonja

del Puntal se pesaba el pescado y se cobraban los derechos de aduana sobre las mercancías. El arrabal de la Magdalena

era una zona secundaria en la que las lanchas se dejaban varadas en la arena “delante de la ermita de la Magdalena”.

La falta de protección ponía no sólo en peligro a las lanchas, sino a las propias casas del arrabal, a las que llegaba la

mar en los temporales. En 1598 sólo había 26 casas, pero doscientos años después ya eran 67 las casas y el agua

seguía llegando hasta ellas. Aunque en 1767 se había levantado una “estacadura de palos” para intentar frenar el

oleaje, la situación seguía siendo la misma. Así que dos años después tuvo que construirse un muro de piedra de 10

pies de alto, 5 de ancho y de algo más de 200 metros de longitud que discurría paralelo al agua –aproximadamente por

el centro de lo que hoy es la calle San Pedro-. El muro tenía una rampa, tres escaleras de piedra, y un muro estrecho

perpendicular a él en dirección hacia el agua y que se utilizaba como muelle.

Grabado de E. Gransire en 1873. Aunque está realizado a finales del XIX refleja muy bien la situación existente durante siglos en el arrabal de

la Magdalena. La arena y las chalupas llegaban hasta las mismas casas, y cuando se unían las mareas vivas y los temporales lo que llegaba

hasta las mismas casas era el agua.

La llegada del siglo XIX trajo grandes cambios en la utilización de las zonas portuarias de Hondarribia. A principios

de ese siglo la pérdida de los privilegios aduaneros de la ciudad y el aumento del tamaño de los barcos dejó casi sin

uso al pequeño muelle del Puntal. Y a pesar de que las instalaciones portuarias pasaitarras eran aún muy deficientes,

Hondarribia fue perdiendo su posición hegemónica como puerto comercial en beneficio de Pasajes. Los recursos que

llegaban por mar a Hondarribia eran ya casi únicamente los derivados de la pesca, y con el traslado de la Pesa Real –la

Venta- al arrabal del la Magdalena, la pequeña actividad portuaria se fue desplazando hacia un barrio de la Marina que

seguía teniendo las mismas instalaciones de cien años antes.

Pero a mediados de aquel siglo iba a llegar una innovadora función portuaria: la lúdica o turística. Al comercio y la

pesca se iba a unir la diversión y el esparcimiento. Algo impensable poco años antes. Isabel II y sobre todo la

emperatriz Eugenia tendrían mucho que ver con el nacimiento de esta función turística.

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Maria Eugenia Ignacia Agustina nació el 5 de mayo de 1826 en Granada, hija de Cipriano Guzmán Palafox y

Portocarrero y Maria Manuela Kirkpatrik y Grevigné. Eso es lo que dice en su acta de bautismo. Porque después sería

llamada de formas muy diferentes. Sería popularmente conocida como Eugenia de Montijo, aunque en realidad heredó

el título de condesa de Teba. La condesa de Montijo fue su hermana Paca, duquesa de Alba.

Su nacimiento coincidió con un fuerte movimiento sísmico, lo que provocó que su madre tuviera que salir de la casa y

Eugenia naciera en el jardín. Y esto marcó al parecer toda su vida porque Eugenia fue, ella misma, un auténtico

terremoto. Definida como una mujer del siglo XXI nacida en el siglo XIX, fue enviada para su educación al Sacré

Coeur de París. Conoció por primera vez Biarritz a los ocho años, una aldea de pescadores que tenía, en 1833, sólo un

albergue para alojar a los escasos visitantes que llegaban. Visitantes como Victor Hugo que avisaba en 1843 que,

desgraciadamente, aquel hermoso lugar no tardaría en ponerse de moda y sufrir profundos cambios. “Ese día llegará

pronto”, decía.

Los emperadores de Francia, Napoleón III y Eugenia

Eugenia contrajo matrimonio con Napoleón III, último emperador de Francia, el 30 de enero de 1853 en el palacio de

las Tullerías. Al uso de la época el nuevo matrimonio pasó su primer verano en Saint-Cloud, muy lejos del mar. Pero

la nueva emperatriz tenía muy claras sus intenciones y no tardó en convencer a su esposo para pasar un verano en

Biarritz. El 24 de julio de 1854 llegaban a la villa biarrota para alojarse durante dos meses en el castillo de Gramont,

propiedad del alcalde, entre vítores de la población y algunos comentarios sobre el regreso de Eugenia “a quien

habíamos conocido como señorita y vuelve como emperatriz”. En este tiempo Napoleón, observando cómo disfrutaba

Eugenia con los baños de mar y sus salidas en barco, quedó convencido de las posibilidades de aquella pequeña villa.

En el centro de las dos playas había una zona rocosa llamada Lou Sablacat rematada por una duna de arena. Napoleón

la adquirió y ordenó levantar allí un palacio. En sólo un año estaba casi terminado un edificio en forma de “E”, que se

llamaría Villa Eugenia. En 1856 quedó convertido en palacio imperial de verano. Y a partir de aquí empezó a

cumplirse a toda velocidad la profecía que hiciera Victor Hugo 13 años antes. Los emperadores arrastraron a la corte

francesa y luego a la europea. Hasta 1868 pasaron ininterrumpidamente sus veranos en Biarritz, y en esa docena de

años la villa se convirtió en el centro europeo del descanso de lujo. El número de habitantes se multiplicó por cinco, el

número de veraneantes de clase alta superó los 10.000 y prácticamente todas las monarquías europeas tuvieron en

algún momento su residencia veraniega en Biarritz.

A principios del siglo XIX aún era idea generalizada que los baños en agua salada eran malos para la salud, y que la

navegación marítima era una ocupación de militares y clases bajas. Eran dos actividades totalmente indignas de una

aristocracia que descansaba en verano tradicionalmente en las zonas de interior. En la década de los años sesenta de

aquel siglo desde Biarritz se irradió a toda Europa que el veraneo de lujo estaba en la costa, que los baños de mar eran

lo más “chic” y que navegar en un yate era una actividad placentera sólo al alcance de algunos privilegiados. Y esto

se produjo en gran medida por el influjo de los gustos de Eugenia de Montijo y el apoyo de Napoleón III.

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Serapio Múgica afirma que los emperadores de Francia visitaron Hondarribia dos veces, en 1857 y 1858, mientras que

según Luis de Uranzu la emperatriz intentó llegar a Hondarribia y se lo impidió una tormenta. Las dos afirmaciones

son ciertas. En realidad visitaron la ciudad en un total de cinco ocasiones, problemas marítimos incluidos.

El primer viaje del que tenemos noticia fue el 29 de agosto de 1857. Sobre las cuatro de la tarde apareció en el

horizonte el yate imperial Pélican. A las cinco de la tarde desembarcaba en los botes del barco la emperatriz Eugenia,

acompañada por las duquesas de Alba y Medinaceli, damas de honor y altos dignatarios del estado francés. Su llegada

por sorpresa dejó descolocada a la población y sus autoridades. Visitaron la iglesia parroquial de Santa María, “en la

que pudo ser recibida por el vicario y uno de los cabildantes”. Para después recorrer el resto de la ciudad, siendo

alcanzada a toda prisa la comitiva por el entonces presidente de la Diputación de Gipuzkoa, el hondarribiarra Melitón

de Ramery e Irarraga, que hizo las veces de improvisado anfitrión. A medida que se fue corriendo la voz de su

presencia la gente se fue arremolinando, “se tiraron á vuelo las campanas; se presentaron el tamboril y la música de

aficionados artesanos, y con ellos varios niños de la escuela bailando la espata-dantza”. Posteriormente hubo

zortziko y fandango que bailó todo el mundo, “se la vitoreó sin cesar, y no hubo vieja ni niño que dejara de tomar

parte en la algazara, cuando comprendieron que la Emperatriz deseaba tener una idea de los bailes del país vasco”.

La Emperatriz, agradecida, entregó a Melitón Ramery “200 francos para los pobres, y generosas gratificaciones para

la música, tamboril, etc.”.,

Y embarcando en los botes se dirigió hacia Hendaia, “y lo verificó así aunque á riesgo del percance de haber tenido

que encallar dos ó tres veces en el río durante la travesía”. Porque ya esta primera visita demostró tres costumbres

arraigadas en la emperatriz: no avisar de su llegada, su gusto por los bailes vascos y meterse en líos navegando.

Fotografía del Pélican en 1858

Terminaba el diario La Esperanza su crónica sobre esta visita afirmando su orgullo “como vascongados y españoles,

de ver ocupar á la señora de Arteaga el trono imperial del vecino reino”. Porque lo de los bailes vascos tenía su razón

de ser. Eugenia, nacida andaluza, provenía por vía paterna de los Arteaga, una antigua familia vizcaina y entre sus

títulos estaba el de Señora de Arteaga. El escritor francés Lalanne la presentaba como “la emperatriz Eugenia, aquella

bella y graciosa vizcaina”. Consciente de este origen, manifestaba un especial interés por las expresiones de la cultura

vasca. Luis Luciano Bonaparte desarrolló sus investigaciones sobre el euskara mediante una subvención proveniente

de los fondos privados de Eugenia de Montijo, incluso muchos años después de ser depuesta la monarquía en Francia.

Cuando las Juntas Generales de Bizkaia dieron al hijo de Napoleón y Eugenia -el príncipe imperial Napoleón

Eugenio- el título de "vizcaino originario" en 1856, Prosper Mérimée recomendó a la emperatriz la conveniencia de

que el príncipe imperial conociera el idioma vascongado. Eugenia se negó alegando que ya eran bastantes las materias

que debía estudiar el joven heredero.

Pero sigamos con sus viajes a la ciudad. Un año después, el 17 de septiembre de 1858, la emperatriz regresó a

Hondarribia. Barthez, el médico personal de la familia imperial, nos relata que para este segundo viaje partieron de

Biarritz en el Pélican a la una y media del mediodía, y tras una travesía apacible desembarcaron en la ciudad.

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Recorrieron la calle Mayor y visitaron la parroquia, “rodeados por autoridades del país y una multitud andrajosa y

maloliente, hasta el máximo que se puede ser maloliente, precedidos por una música de aficionados que nos dedicaba

una detestable cencerrada". Entraron en la posada-café de Melchor Sagarzazu, donde siguiendo el relato del médico,

les sirvieron “chocolate, unos pasteles muy malos y una agua detestable”. La visita no le pareció “ni muy bonita, ni

muy agradable, aunque no le faltaba un toque pintoresco”. Al parecer lo único que le gustó al galeno fue Teresa, la

bella joven que les sirvió el chocolate en la posada, a quien tuvo el atrevimiento de dedicarle un verso.

Pasada ya la hora de comer volvieron al barco, con una mar mucho menos apacible. El viaje de regreso estuvo

marcado por un fuerte oleaje y sus efectos sobre los estómagos de los ocupantes del buque cuyas caras se volvieron

“pálidas, verdosas y alargadas”. El propio médico admite que “mi cabeza daba vueltas, y a escondidas y

discretamente entregué a la mar lo que quedaba de la horrible taza de chocolate del señor Sagarzazu”. El chocolate

de Melchor Sagarzazu se tomaba cumplida venganza por sus impertinentes comentarios sobre la ciudad y sus

habitantes. Tras hora y media de intentar en vano desembarcar en Biarritz, lo consiguieron con muchas dificultades en

Bayona. Llegaron a Biarritz a las 11 de la noche con los estómagos vacíos y totalmente empapados por la lluvia.

En septiembre de 1859, vendría dos veces más. La primera fue la más sonada. El día 24 a las dos del mediodía

embarcaban en La Mouëtte un total de 52 personas sin contar la tripulación, con la intención de visitar Hondarribia y

disfrutar de una tranquila comida a bordo del buque. Pero el Cantábrico decidió no ponérselo fácil. El trayecto entre la

playa de Biarritz y La Mouëtte ya empezó con dificultades por el tamaño de las olas, y numerosos invitados subieron

al buque totalmente empapados. La emperatriz dijo que aquello no era nada y que las cosas mejorarían. Nada más

zarpar, el embajador de Hungría se echó el pañuelo a la boca y se lanzó sobre el carel. Alguien dijo que el mareo era

menor si se estaba en posición horizontal, y poco después la cubierta se hacía intransitable con 50 personas tumbadas

en ella. Sólo parecían encontrarse bien el médico y la emperatriz, que pasaron a componer el equipo de apoyo

llevando cojines, agua dulce y pañuelos al resto.

La Mouëtte

Cuenta en sus memorias la princesa Pauline de Metternich-Sándor, embajadora de Austria y amiga íntima de la

emperatriz Eugenia, que "cuando la desmoralización había llegado a su apogeo, se nos anunció que Fuenterrabía

estaba a la vista, que se veía a los pilotos en sus chalupas y que nos iban a llevar a tierra. Desde allí volveríamos en

coches a Biarritz". Un grito de alegría surgió de todos los presentes. Eran las cinco y media. Embarcados en las

chalupas intentaron atravesar la barra. Pero cuando la chalupa que iba en cabeza afrontó las primeras empopadas, dio a

duras penas la vuelta. Aquello era imposible y había que volver a La Mouëtte. Según la princesa "un mazazo aplicado

sobre la cabeza de estos desesperados no hubiera obtenido un efecto más cruel". De Hondarribia consiguió salir el

señor Ugalde, jefe de las trincaduras del resguardo marítimo de Guipúzcoa, que acercándose al costado del buque

imperial les confirmó que la barra estaba intratable. La Mouëtte levó anclas "convertida en hospital flotante". El resto

de la travesía no pudo ser peor. A las siete de la tarde llegaban a Biarritz, donde la barra tampoco permitía el

desembarco. Finalmente a las dos de la mañana, y corriendo muchos riesgos, consiguieron entrar en Bayona. Allí

esperaba el emperador Napoleón que, según la princesa Metternich, dijo a Eugenia "¡es la última vez que haces estas

locuras. Se acabó!".

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La cosa no debió terminar en tragedia familiar porque pocos días después Napoleón III y Eugenia de Montijo llegaban

de riguroso incógnito -y esta vez en carruaje- a la ciudad de Hondarribia. Visitaron la Casa Consistorial, la parroquia y

subieron a la terraza del castillo para contemplar desde allí el estuario del Bidasoa.

La posición de privilegio de Biarritz entre la aristocracia europea levantaba ampollas aquí. La exclusiva revista Album

de Señoritas y Correo de la Moda afirmaba “Tenemos a Fuenterrabía, que en posición y en favores de la naturaleza

escede en mucho á la nueva población francesa, y á pesar de eso en Biarritz se erigen cada año magníficos edificios,

y en Fuenterrabía se deja que se acaben de arruinar los grandiosos de piedra (…) ¡Cuánto más valdría que Biarritz

con menos que se gastára!”

Pero Hondarribia carecía de algunas infraestructuras importantes para atender a los turistas, y las complicadas visitas

náuticas de la emperatriz Eugenia estaban demostrando que faltaba un embarcadero adecuado. Porque como describía

una guía turística escrita a mediados del XIX, el embarque y desembarque en la ciudad planteaba algunas dificultades:

“cuando hay marea baja se está obligado a atravesar a pie los bancos de arena y a embarcar y desembarcar a la

espalda de un hombre, lo que no deja de ser pintoresco, pero puede resultar turbador para las damas”.

El antiguo muelle estaba, además, en muy mal estado. En 1848 el Capitán de Marina decía al Ayuntamiento que el

muelle de la Marina “se halla en un estado de desmoronamiento” que precisa un arreglo inmediato. Mucho se discutió

sobre quién debía repararlo, pero nada se hizo. Pero el 7 de julio de 1859 el Ayuntamiento de Fuenterrabía escribía a

la Diputación una carta que aclaraba por qué ahora sí había interés en construir un muelle en la Marina:

“La falta que se advertía en aquel puerto de un muelle que sirviese de abrigo a las embarcaciones y mas en esta

época en que era tan grande la afluencia de personas notables a las costas de la Provincia durante la estación del

verano, ya sea con el objeto de bañarse ya también con el de tomar parte en espediciones marítimas; y con el fin de

facilitar mas y mas el concurso de forasteros y de ofrecer un abrigo seguro a los navegantes en los casos de

tempestad, asi como también con el de recibir de una manera digna a los Emperadores franceses que habían

prometido visitar aquel puerto durante su permanencia en Biarritz, suplico a la Junta se dignen tender su mano

protectora a aquella ciudad (...)”

Alzado del embarcadero y sección de la galería de madera, en el proyecto de Lascurain del 15 de octubre de 1859 (AHH E-6-II-1-4)

El 15 de octubre de 1859 el ingeniero mutrikuarra Mariano José de Lascurain presentaba su proyecto para un nuevo

muelle en la Marina. El proyecto planteaba un muelle, que partiendo del arco de la Hermandad “avanzara más allá de

la línea húmeda en bajamar equinoccial”, permitiendo las operaciones de embarque y desembarque en las más fuertes

bajamares. Por el lado de la Hermandad se tendería un camino, que pasaría a convertirse en una galería de madera

sobre pilares en la parte influida por la marea, y terminaría en “una amplia plataforma exagonal, de buenos sillares,

con cuatro escalas para embarque y desembarque”. Obviamente no eran sólo las personas notables las que

necesitaban un embarcadero. Hondarribia según el censo de 1860 tenía ya 3.129 habitantes, muchos de ellos viviendo

directa o indirectamente de la pesca, y un número apreciable de “lancheros” que atravesaban el Bidasoa con

mercancía y pasajeros. La ciudad necesitaba un muelle que mereciera ese nombre.

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Pero, como siempre, pasaría un tiempo. El proyecto fue aprobado por las Juntas Generales en Cestona en 1860, con un

presupuesto inicial de 98.854 reales. Cuatro quintas partes correrían a cargo de la Diputación y la Ciudad de

Fuenterrabía se haría cargo de la quinta parte restante. A partir de aquí las cosas fueron rápido. Las obras de

construcción salieron a subasta el 19 de agosto de aquel año, adjudicándose a Francisco de Echave. A finales de 1860

ya estaban terminadas la cimentación y la escollera. Y el muelle ya estaba terminado en 1861 con un presupuesto final

de 104.976,50 reales, porque durante el segundo año se añadieron algunas mejoras como “tres hiladas de piedra sillar

en todo el perímetro del cuerpo exagonal”, a modo de pretil, protección y asiento.

Recreación de Javier

Sagarzazu (2006) sobre el

muelle terminado en 1861

(reproducido con el permiso

del autor)

Una galería de madera de

30 metros de largo y 4 de

ancho, apoyada sobre

pilares, salvaba la distancia

entre el camino y el

embarcadero.

No hemos podido conocer la fecha exacta de inauguración. Es probable que se pensara en la presencia de los

emperadores franceses, pero esta –por muy diversas razones- no se repetiría ni aquel año ni los siguientes. Napoleón

III se había embarcado en la campaña de Italia, y en su ausencia Eugenia había quedado como regente. La emperatriz

tenía que dedicarse a las cuestiones de Estado y no quedaba mucho tiempo libre para “espediciones maritimas”.

Pero que no volvieran por aquí en siete años no significa que no estrenaran aquel nuevo muelle. El jueves 7 de

noviembre de 1867 la emperatriz Eugenia, acompañada de su hijo el príncipe imperial –Napoleón Eugenio Luis

Bonaparte-, el ministro del Interior y parte de su corte desembarcaron en el muelle, para dar un paseo de una hora por

las calles de la ciudad y, por supuesto, sin avisar previamente de su llegada. Según Lalanne fue el alcalde Pedro

Noguera quien, al encontrarse de frente al príncipe, “reconoció la sangre vasca en los nobles impulsos del joven

príncipe, y corrió a presentarle el homenaje de la ciudad”. Cosas de la escritores románticos.

Pero esta vez su regreso a Biarritz acabó de forma trágica. Llegaban de noche y el piloto que gobernaba la chalupa se

equivocó y chocó violentamente contra una roca. La emperatriz y el príncipe pudieron ser auxiliados por las personas

que les esperaban en la orilla, pero el piloto se golpeó contra una roca al caer al agua y falleció a las pocas horas.

Este viaje de 1867 fue, que sepamos, el último que realizó a la ciudad de Hondarribia. Pero no fue su último viaje en

barco ni su último problema náutico. Sus biógrafos decían que la emperatriz era inmune al mar y le gustaba

mantenerse en el puente en los peores temporales. Cuando el 17 de noviembre de 1869 la emperatriz presidió la

inauguración del canal de Suez a bordo del yate imperial L'Aigle, se organizó una impresionante parada naval con

buques de todo el mundo. Cuando el Aigle inició el primero su entrada en el canal, los demás buques saludaron con

salvas repetidas de sus cañones. El humo no permitía ver nada...y el Aigle, con Eugenia de Montijo en el puente,

quedo encallado en la entrada del canal.

En Hondarribia no duraría muchos años aquella construcción original del nuevo embarcadero. El futuro de servicios,

turístico y residencial del antiguo arrabal de la Magdalena ya estaba lanzado. Si en la década de 1880 el muelle

empezó a verse rodeado por su lado sur por el nuevo astillero y la rampa de varado, en los últimos cinco años del

siglo quedó envuelto por el norte con la construcción del primer ensanche. Con la posterior construcción de la lonja

aquel muelle creado para "personas notables" quedó ya totalmente integrado en la zona de Kai Zaharra, asomando

sólo lo que ahora podemos ver, su plataforma hexagonal de embarque.

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Vista de satélite de la zona de Kai Zaharra hoy en día. En verde, la posición original aproximada del muelle y su embarcadero,

hoy continuados hacia el Este por un pequeño espigón

El nuevo Plan General de Ordenación Urbana de Hondarribia de

2014 plantea la posibilidad de continuar el espigón hacia el sur,

de forma que pueda contener una dársena con pantalanes para

embarcaciones no profesionales. Pasa el tiempo, las cosas

cambian mucho, pero el muelle hexagonal sigue allí.

Tetxu HARRESI, 29 de septiembre de 2014

Plan General de Ordenación Urbana (2014)

Fuentes:

Un habitué des bains de mer de Biarritz (1859), Une saison d’été a Biarritz. Biarritz autrefois, Biarritz aujourd’hui, Lamaignère, Bayonne

Archivo Histórico de Hondarribia (1859,) Proyecto de construcción del nuevo embarcadero, Mariano José de Lascurain, E-6-II-1-4

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Prensa de la época