25 Leyendas

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Leyenda de El ceibo Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad . Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo , hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva. El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera. La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro. Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.

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Leyenda de El ceibo

Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.

Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.

El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien  al rato,  fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo  la muerte en la hoguera.

La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.

Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.

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Leyenda Gaucha

 Dicen que el chingolo, el pájaro que anda a saltitos, y silba al cantar, tiene su historia.  ¿Sabéis cuál es? Hela aquí: Un viejo tropero decíale siempre a su hijo:  -Hijo mío, has nacido gaucho como tu padre y tu abuelo. Debes ser también, como ellos, un buen tropero... Sí, tropero... que es oficio de gaucho guapo y de ley. De día, silbando, silbando, se lleva la tropa de aquí para allá; de noche, cantando y mirando hacia el cielo, se cuida el ganado bajo las estrellas.  Pero al hijo no le gustaba el trabajo, y menos aún el oficio que su padre le daba.  Y el padre, empeñado en que su hijo fuera tropero como él, trataba de hacerlo entrar en razón con consejos unas veces, con castigos otras. Pero todo resultaba inútil: el hijo no cedía. No le gustaba la ocupación, y si alguna vez acompañaba a su padre, lo hacía con gran desgano y con mayor disgusto.  Sucedió que una tarde, padre e hijo iban arreando una tropa y tuvieron que vadear un río de torrentosa corriente.  Llegados a un paso muy hondo, los animales comenzaron a dispersarse. El viejo tropero ordenó a su hijo que impidiese el desbande.  Tan mal cumplió el hijo la orden del padre, que éste decidió hacerlo por sí mismo. Internó su caballo en la hondura del río, y como allí había un remolino, la fuerza del agua lo arrastró bien pronto. No pudiendo nadar porque la resaca y la espuma lo envolvían, murió ahogado el viejo tropero.  Lloró el hijo la muerte de su padre. Consideróse culpable de ella y comenzó a sentir un arrepentimiento profundo y un pesar muy grande.  Queriendo tranquilizar su conciencia y pagar el mal que había hecho, decidió hacerse tropero. Así creía poder consolarse de la pena que lo embargaba.  El muchacho se hizo tropero. Comenzó a encariñarse con el oficio; trabajaba en él con alegre afán.

  Silbaba de día mientras arreaba la tropa; o haciendo la ronda, cantaba de noche "mirando hacia el cielo".

  El silbido del tropero era más bien el suspiro de un alma que espera consuelo para su pesar.

  Pero el consuelo no llegó nunca; y la calma del joven tropero se convirtió en tormento.  -¡Pobre padre! -pensaba- ¡No se cumplirán nunca sus deseos de hacer a su hijo un gaucho tropero!...

  Agobiado por el dolor y el arrepentimiento, confió al fin su tristeza a un amigo, diciéndole:  -La pena me tortura y no puedo resistirla. Pronto he de morir. Cuando mis huesos queden libres, arrójalos uno a uno a los pasos o vados de los ríos y arroyos por donde he pasado cuando acompañaba a mi padre, con gran desprecio del trabajo y mala voluntad para cumplirlo.

  Prometió el noble amigo satisfacer su pedido, y después de un tiempo, así lo hizo. Dicen que el agua fue gastando poco a poco los huesos del tropero arrepentido, y que después de largos años, fueron esos huesos tomando la forma de huevos.

 Que no amaba el trabajo y que desobedeció a su padre, no pudo llegar a ser feliz. Silba cuando canta, porque el tropero silba y canta de día y de noche azuzando la tropa en la soledad de los campos.

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Leyenda de La casa del trueno

Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos.

Eran tiempos lejanos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas hoy como Totonacas, que poblaron el lugar que después llamaron Totonacan.

Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y veintiocho días componen el ciclo lunar.

Esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.

Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Y cuanto más arrastraban los cueros mayores era el ruido que producían los torrentes y cuanto más se golpeaba elgran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.

Pasaron los siglos...

Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones.

Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres másfelices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión habíanpor fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima hermoso.

Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacas.

Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos,

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relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amedrentarlos.

Llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dio cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos.

No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.

Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamamos sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía,adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.

Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene estemonumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las sementeras.

Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templo de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.

Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros, cuando el mundo parecía comenzar a existir.

Leyenda de La casa del trueno(Leyenda Totonaca - México)

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Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos.

Eran tiempos lejanos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas hoy como Totonacas, que poblaron el lugar que después llamaron Totonacan.

Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y veintiocho días componen el ciclo lunar.

Esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.

Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Y cuanto más arrastraban los cueros mayores era el ruido que producían los torrentes y cuanto más se golpeaba elgran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.

Pasaron los siglos...

Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones.

Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres másfelices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión habíanpor fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima hermoso.

Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacas.

Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos,

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relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amedrentarlos.

Llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dio cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos.

No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.

Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamamos sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía,adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.

Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene estemonumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las sementeras.

Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templo de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.

Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros, cuando el mundo parecía comenzar a existir.

Leyenda de Doña Beatriz

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Vivía en la ciudad de México una hermosa joven, doña Beatriz, de tan extraordinaria belleza, que era imposible verla sin quedar rendido a sus encantos.

Contábanse entre sus muchos admiradores la mayor parte de la nobleza mexicana, y los más ricos potentados de Nueva España; pero el corazón de la bella latía frío e indiferente ante los requerimientos y asiduidades amorosas de sus tenaces amantes. Y así pasaba el tiempo; pero, como todo tiene un término en la vida, llegó el momento en que el helado corazón de doña Beatriz se incendió en amores. Ello fue en un fastuoso baile que daba la embajada de Italia.

Allí conoció doña Beatriz a un joven italiano, don Martín Scípoli, de esclarecida y noble estirpe. La indiferencia de doña Beatriz fundió entonces como la nieve bajo la caricia de los rayos solares, y sintió la hermosa poseída de un nuevo sentimiento, en tanto que el joven, por su parte, se había también enamorado profundamente.

Poco tiempo después, don Martín se mostró excesivamente celoso de todos los demás adoradores de la hermosa doña Beatriz, promoviendo continuas reyertas y desafiándose con aquellos que él suponía que pretendían arrebatarle sus amores. Y tan frecuentes eran estas querellas, que doña Beatriz estaba afligida, y en su corazón comenzó a arraigar el temor de que don Martín sólo se había enamorado de su hermosura, de modo que, cuando ésta se marchitara, moriría, indefectiblemente el gran amor que ahora le profesaba.

Esta preocupación embargó su mente y amargó su vida en forma tal, que decidió tomar una resolución terrible, para poner a prueba el amor de su galán. Y al efecto, en el deseo de saber si don Martín la quería sólo por su belleza, un día en que su padre se hallaba de viaje, con un pretexto despidió a todos sus criados para quedar sola en su casa.

Encendió el brasero que tenía en su habitación, colocó enfrente la imagen de santa Lucía y ante ella rezó fervorosamente para pedirle le concediera fuerza y valor con que poner por obra su propósito. Después, atándose ante los ojos un pañuelo mojado, se inclinó sobre el brasero, y soplando avivó el fuego hasta que las llamas rozaron sus mejillas. Luego metió su hermosa cara entre las ascuas.Terminada esta terrible operación, cubrió su rostro con un tenue velo blanco y mandó llamar a don Martín. Una vez en su presencia, apartó lentamente el velo que le cubría el rostro desfigurado por el fuego y se lo mostró al galán; solamente brillaban en todo su esplendor sus hermosos ojos relucientes como las estrellas. Por un momento su amante quedó horrorizado contemplándola. Luego la estrechó en sus brazos amorosamente. La prueba había dado un resultado feliz, y durante todos los años de su dichoso matrimonio, doña Beatriz no volvió a sentir el temor de que don Martín sólo la amara por su hermosura

Leyenda de La señora del salto mortal

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Cuando México se hallaba todavía bajo el dominio de España, residía en aquella capital un rico comerciante, retirado ya de sus negocios, llamado don Mendo Quiroga y Suárez. No obstante su gran fortuna, por todos envidiada, su vida era triste y solitaria y sus tesoros no fueron nunca bastantes, con ser inmensos, como para comprarle un amor que endulzara su amarga ancianidad. Para mitigar sus penas envió a buscar a una hija de su difunta hermana, que debía acompañarlo en su soledad. La joven era hermosa, vana, egoísta y muy coqueta. Aunque se mostraba extremadamente agradecida y satisfecha por el lujo y comodidades que le prodigaba su tío, no por eso llegó a quererlo ni se esforzó en hacerle la vida más agradable. Vistiendo trajes de riquísimos encajes y terciopelos, distraía sus ocios paseándose en el coche de su tío, luciendo orgullosamente su riqueza y hermosura, que bien pronto sedujo a más de cuatro enamorados mancebos. Pero doña Paz recibía despectivamente cuantas atenciones le prodigaban sus rendidos admiradores, en la certeza de que, al morir su tío, sería ella la mujer más rica de México así fue, efectivamente, aunque bajo ciertas condiciones que hirieron su orgullo en lo más vivo. En el largo testamento en que don Menda la llamaba siempre «mi querida sobrina», legábale todas sus propiedades; pero al final del documento se insertó una cláusula, que debía indispensablemente cumplirse antes de que doña Paz pudiera disponer de un centavo de la cuantiosa herencia. El testamento decía así:«y la condición que ahora impongo a mi querida sobrina es la siguiente: Ataviada con su mejor traje de baile y luciendo sus joyas más preciadas, se encaminará en coche abierto y en pleno mediodía a la plaza Mayor. Allá descenderá del carruaje y se situará en el centro de la plaza, inclinando humildemente al suelo la cabeza, y en esta posición deberá dar un salto mortal. Y es mi voluntad, que si mi querida sobrina Paz no cumple precisamente con esta condición dentro de los seis meses del día en que yo fallezca, no perciba ni un solo centavo de mi herencia. Esta condición la impongo a mi querida sobrina Paz, para que, en la amargura de su vergüenza, considere las angustias que yo sufrí por sus crueldades durante mis últimos años».Herido tan vivamente su orgullo por esta imposición testamentaria de su tío, doña Paz en encerró en las habitaciones de su palacio y nada se supo de ella durante los seis primeros meses, que transcurrieron desde la muerte de don Menda: Y, el mismo día en que finaba el plazo impuesto en el testamento, la gente de la ciudad contempló llena de asombro cómo las hermosas puertas de hierro fundido de don Menda, girando lentamente sobre sus goznes, abrían paso al majestuoso carruaje en cuyo interior lucía esplendorosamente doña Paz su más rico traje de baile y sus valiosas alhajas. En su pálido rostro, los hermosos ojos, entornados los párpados, miraban humildes. De este modo la orgullosa mujer marchó a la plaza Mayor, luciendo su gentileza y rico atavío por las calles más céntricas de la capital, atestadas de gente. En llegando al término de su viaje, se apeó del coche, y precedida de sus criados, que cuidaron de abrirle paso entre la compacta muchedumbre, avanzó hacia el centro de la plaza, donde sus servidores habían colocado una mullida alfombra sobre las baldosas. Allá en el mismo centro y en presencia de todos, dio el salto mortal que exigía el testamento de su tío y heredó su fortuna, después de haber humillado, amarga y vergonzosamente, su indomable orgullo.

Leyenda de La mujer herrada

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Vivía en la ciudad de México un buen sacerdote, acompañado de su ama de llaves, quien se encargaba de las tareas domésticas.

Un herrero, el mejor amigo del buen capellán, desconfiaba instintivamente de la vieja ama de llaves, y así hubo de decírselo al cura, instándole repetidas veces para que la despidiera, aunque el sacerdote no llegó nunca a hacer caso de tales advertencias y consejos.

Una noche, cuando ya el herrero se había acostado, llamaron a su puerta violentamente, y al abrir encontró con dos hombres de color que llevaban una mula. Aquellos hombres rogaron al herrero que pusiera herraduras al animal, que pertenecía a su buen amigo el sacerdote, quien había sido llamado inopinadamente para emprender un viaje.

Satisfizo el herrero el deseo de los desconocidos herrando la mula; y, cuando se alejaban, tuvo ocasión de ver que los indios castigaban cruelmente al animal.

Intrigado e inquieto pasó la noche el herrero, y a primera hora del día siguiente se encaminó a casa de su buen amigo el sacerdote. Largo rato estuvo llamando a la puerta de la casa, sin obtener respuesta, hasta que el capellán fue a franquearle el paso con ojos soñolientos, señal evidente de que acababa de abandonar el lecho.

Enterado por el herrero de lo que sucedió aquella noche, le manifestó que él no había efectuado viaje alguno ni tampoco dado orden para que fueran a herrar la mula. Después, ya bien despierto, se rió el buen capellán muy a su gusto, de la broma de que había sido objeto el herrero. Ambos amigos fueron al cuarto del ama de llaves, por si ésta estaba en antecedentes de lo ocurrido.

Llamaron repetidas veces a la puerta, y como nadie les contestara, forzaron la cerradura y entraron en la habitación.

Un vago temor les invadía al franquear el umbral y una emoción terrible experimentaron al hallarse dentro del cuarto.

El espectáculo que se ofreció ante sus ojos era horrible. Sobre la cama ensangrentada, yacía el cadáver de la vieja ama de llaves que ostentaba, clavadas en sus pies y manos, las herraduras que el herrero había puesto la noche anterior a la mula.

Los aterrorizados amigos convinieron en que la desdichada mujer había cometido un gran pecado, y que los demonios, tomando el aspecto de indios, la habían convertido en mula para castigarla.

Leyenda de La cierva dorada.

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Durante una cacería por los bosques, el famoso Finn Mc Cumhaill, vio cruzar repentinamente la senda que seguían, a una hermosa cierva dorada, lo cual hizo que los perros se lanzaran en su persecución. Luego de varias horas de seguirla, llegaron a un fresco valle, donde la cierva, sin duda muy cansada por la carrera, se detuvo y cayó al suelo.

Inmediatamente, los perros se lanzaron hacia ella, pero para el asombro de Finn, en lugar de atacarla, comenzaron a jugar a su alrededor, lamiendo su cara y su cuello. Finn dio órdenes de que nadie la dañara, y todos comenzaron el regreso hacia el castillo, con la cierva y los perros siguiéndolos, jugando armónicamente mientras lo hacían.

Durante la noche, Finn despertó sobresaltado, y vio parada al lado de su cama a la mujer más bella que jamás se hubiera visto. “Yo soy Sadv, querido Finn, -dijo la dama- y soy la cierva que seguiste hoy. Como no quise brindarle mi amor al druida del Pueblo de las Hadas, me hechizó condenándome a llevar esa forma, de esto hace ya tres años. Pero uno de sus esclavos, un buen amigo, me dijo que si lograba entrar en la fortaleza de Allen, recuperaría mi forma original.”

Y así Sadv se quedó a vivir en el castillo, como esposa de Finn, cuyo amor era tan profundo que ya no sentía deseos de ir a la guerra o de cacería. Pero una mañana le llegó la noticia de que se avecinaba un ataque por mar; los Hombres del Norte se encontraban en la bahía de Dublín y venían hacia su dominio.

Sólo siete días permaneció Finn fuera de su casa. Al regresar, no vio a Sadv esperándolo, entonces preguntó a sus sirvientes por ella. Uno de ellos, el más fiel y servicial, con mucha pena le dijo: “El día antes del de ayer, nos pareció veros llegar, y todos nos apresuramos hacia el portal, pero en cuanto la Reina Sadv lo cruzó, un fantasma apareció la cubrió con niebla y en su lugar sólo quedó una cierva dorada. Los perros la acosaron y no le permitieron volver al portal, obligándola a huir hacia el bosque. No la volvimos a ver más.”

Finn se estrujó las manos, y se retiró con muchísimo pesar a sus habitaciones. Jamás fué el mismo, y durante siete años la buscó por toda Irlanda. Finalmente, siguiendo un rastro de jabalíes en los montes de Ben Gulbann, oyó que los perros ladraban furiosamente. Se llegó hasta allí, y descubrió un niño desnudo, de largos cabellos rubios. Finn y sus hombres alejaron a los perros, y condujeron al niño al castillo.

Cuando pudo hablar, contó que nunca había conocido a sus padres, sino sólo a una bella cierva dorada, con quien había vivido en un valle profundo y hermoso. Esto había sido así hasta que una tarde descendió una niebla espesa y cubrió a la cierva, haciéndola desaparecer de su lado.

Inmediatamente comprendió Finn que la cierva no era otra que su amada Sadv, y este niño, su hijo. Lo nombró Oisín (pequeño ciervo), quien más tarde se transformó en un famoso guerrero, y casó con Niam, la del pelo dorado.

Leyenda del El puma Yagüá.

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Cuenta un relato guaraní, que un cachorro de puma que había quedado huérfano porque unos cazadores aborígenes asesinaron a sus padres; fue criado a escondidas por Luna, la hija del jefe de la tribu Chichiguay. Con el tiempo, este cachorro creció y se convirtió en un majestuoso animal. Ya no era posible ocultarlo y pasó a formar parte de toda la comunidad. La relación entre el puma y la princesa se fue convirtiendo en algo tan estrecho que, donde iba ella, él la acompañaba y cuidaba de los posibles peligros. Compartían los juegos y descansos. El puma, como excelente cazador, proveía la mayor parte de los alimentos que se consumían en la aldea Chichiguay. Cuando una tribu vecina y enemiga ancestral, los Queraguay, resolvió atacarlos por sorpresa durante la noche, Luna, al igual que los demás, estaba entregada al descanso pero fue despertada por el felino que emitía enormes y aterradores rugidos. Para cuando los guerreros Chichiguay tomaron sus armas y se prestaron a dar batalla contra los invasores, el puma, ya había atacado y puesto en fuga a la mayor parte de ellos. El resto, con el temor del ataque producido por ese gran gato, fue tomado prisionero o muerto por los defensores. Pasado el tiempo, “Yagüá”, como se lo había bautizado, ocupó un lugar preponderante en la aldea. Los niños jugaban con él. Las mujeres podían ir tranquilas al interior de la selva a recoger los frutos que eran parte de su dieta, porque eran custodiados siempre por Yagüá. Ni la poderosa anaconda se animaba a molestar a algún integrante de la comunidad Chichiguay. Los Queraguay, que habían escapado en esa última batalla, unieron sus fuerzas con sus otros ancestrales enemigos: Los Quitiguay. Estos últimos, aunque siempre fueron neutrales entre las contiendas Chichiguay-Queraguay, formaron parte de esa alianza y atacaron en conjunto a los Chichiguay. Sabían de antemano que, el arma más poderosa que disponían los Chichiguay era a Yagüá. La estrategia que debían utilizar era fundamentalmente, matar al puma. Nuevamente, con la traicionera cobertura de las sombras nocturnas, los guerreros Queraguay y sus aliados Quitiguay, atacaron la aldea Chichiguay. Yagüá, como siempre, estaba en una sigilosa vigilancia de la aldea. Los atacantes se dirigieron en dos grupos fuertemente armados. Unos a la choza de la princesa Luna a la que tomaron y quisieron llevarla prisionera, y los otros, formaron una barrera de lanzas y flechas entre Yagüá y la princesita.El puma atacó valientemente a los secuestradores de su amiga. Destrozó con sus grandes y afiladas garras los cuerpos de sus enemigos. Trituró con sus enormes colmillos muchos cuellos y cabezas. Pero en el fragor de la lucha, fue lanceado muchas veces por los atacantes. Las flechas colgaban a montones de su esbelto y fornido cuerpo. Los dardos, embebidos en “curaré”, que le fueron arrojados, comenzaban a hacer su efecto. En un final esfuerzo, Yagüá, destrozó al último de los enemigos. La princesa Luna había sido salvada. Herido y moribundo, se despidió de Luna y de los demás integrantes de la tribu Chichiguay con un enorme rugido. En él, expresaba a todos los integrantes de la selva, tanto humanos como animales que, debían respetar para siempre a la comunidad Chichiguay. Se dirigió al río acompañado por Luna, se despidió en la orilla de ella y penetró en las aguas.

Dice la leyenda que en honor a tan valeroso Puma, esas transparentes aguas, se convirtieron del color de su majestuosa piel. Hoy el río es “del color del León” conocido como el Río de la Plata. Mirándolo, siempre recordaremos a Yagüá… “el inmortal”.

Leyenda del unicornio.

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Muchos años atrás, cuando el mundo era aun muy joven, Salvajes y maravillosas criaturas corrían libres por todas partes. El más hermoso de todos ellos era el Unicornio.

Constantemente perseguido por los poderes mágicos de su cuerno, el Unicornio no era fácil de capturar. No solo era suave y gentil, sino también extremadamente rápido, seguro y agraciado, lo que frustraba hasta los más expertos cazadores.

Pero lo que aseguraba la captura segura del Unicornio, era la ayuda de una joven e inocente moza. Pues a la creatura le atraía su pureza, se acercaba confiado y descansaba su cabeza en las piernas de la joven.

Era así como la indefensa y despreocupada criatura era capturada. Y de esta manera, después desaparecieron todos los Unicornios. ¡Oh, el mundo ahora lamenta la perdida de este ser tan mágico! Y ahora que es demasiado tarde,aun extrañamos su belleza.

Leyenda del dragón y el ave fénix

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Cuando todavía las aguas no estaban controladas y los ríos en su desborde arrasaban los campos, la diosa madre procreó benéficos descendientes que terminaron ordenando ese caos diluvial.Trabajando en el control de los ríos, de los lagos, del mar y de las nubes, los brillantes dragones navegaron por las aguas y el cielo. Con zarpas de tigre y garras de águila, rasgaban con estruendo las cortinas de lo alto que chispeando ante el descomunal embate dejaban en libertad a las lluvias. Ellos dieron cauce a los ríos, contención a los lagos y profundidad a los mares. Hicieron cavernas de las que brotaba el agua y por conductos subterráneos las llevaron muy lejos para que surgieran de pronto, sin que el asalto abrasador del sol las detuviera.

Trazaron las líneas que se ven en las montañas para que la energía de la tierra fluyera, equilibrando la salud de ese cuerpo gigantesco. Y muy frecuentemente tuvieron que luchar con las obstrucciones que provocaban los dioses y los hombres ocupados en sus irresponsables afanes.

De sus fauces brotaba como un humo la niebla, vivificante y húmeda, creadora de mundos irreales. Con sus escamosos cuerpos serpentinos cortaban las tempestades y dividían los tifones. Con sus poderosos cuernos; con sus afilados dientes, ningún obstáculo era suficiente, ningún enredo podía permanecer. Y gustaban de aparecerse a los mortales. A veces en los sueños, a veces en las grutas, a veces en el borde de los lagos, porque en éstos solían tener sus escondidas moradas de cristal en las que bellos jardines se ornaban con frutos destellantes y con las piedras más preciosas.

El Long inmortal, el dragón celeste, siempre puso su actividad (su Yang) al servicio del Tao y el Tao lo reconoció permitiéndole estar en todas las cosas, desde lo más grande a lo más pequeño, desde el gran universo hasta la partícula insignificante. Todo ha vivido gracias al Long. Nada ha permanecido inmutable salvo el Tao innombrable, porque aún el Tao nombrarle muda y se transforma gracias a la actividad del Long. Y ni aún los que creen en el Cielo y el Infierno pueden asegurar su permanencia.

Pero el Long ama al Feng, al ave Fénix que concentra el germen de las cosas, que contrae aquello que el Long estira. Y cuando el Long y el Feng se equilibran el Tao resplandece como una perla bañada en la luz más pura. No lucha el Long con el Feng porque se aman, se buscan haciendo resplandecer la perla. Por ello, el sabio arregla su vida conforme al equilibrio entre el Dragón y el Fénix que son las imágenes de los sagrados principios del Yang y el Ying.El sabio se emplaza en el lugar vacío buscando el equilibrio.

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El sabio comprende que la no-acción genera la acción y que la acción genera la no-acción. Que el corazón de los vivientes y las aguas del mar, que el día y la noche, que el invierno y el verano, se suceden en el ritmo que para ellos marca el Tao. Al fin de esta edad, cuando el universo haya llegado a su gran estiramiento, volverá a contraerse como piedra que cae. Todo, hasta el tiempo, se invertirá volviendo al principio.

El Dragón y el Fénix se reencontrarán. El Yang y el Ying se compenetrarán, y será tan grande su atracción que absorberá todo en el germen vacío del Tao.

El cielo es alto, la tierra es baja; con esto están determinados lo creativo y lo receptivo… con esto se revelan los cambios y las transformaciones. Pero nadie puede saber realmente cómo han sido ni cómo serán las cosas, y si alguien lo supiera no podría explicarlo.

El que sabe que no sabe es el más grande; el que pretende que sabe pero no sabe, tiene la mente enferma. El que reconoce la mente enferma como que está enferma, no tiene la mente enferma. El sabio no tiene la mente enferma porque reconoce a la mente enferma como la mente enferma.

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Leyenda del crespín.

Era un matrimonio de campesinos que se dedicaban a labrar y cultivar la tierra para poder ganar para vivir, pero mientras el hombre era trabajador, paciente y resignado, la mujer era haragana, despreocupada, sobre todo, amiga de los bailes y las bebidas, viviendo el primero, contento con su suerte, mientras que la mujer, malhumorada y triste, le amargaba la vida a cada rato. Un año en que la cosecha era más abundante, que nunca, Crespín sesgaba su trigo bajo el sol de verano, trabajando mas horas de las que podía resistir un hombre, debiendo hacerlo todo el solo, pues su mujer no era capaz de atar una gavilla de trigo.Un día se enfermo y solicito a su mujer que fuera al pueblo cercano a traerle medicamentos y le recomendó que volviera pronto pues necesitaba sanar lo antes posible para continuar la cosecha, la mujer fue hacia el pueblo y se encontró que en uno de los ranchos del camino estaban de fiesta y se acerco solamente para descansar un rato, pero se fue dejando ganar por la alegría y comenzó a beber, cantar y bailar. El chipá, la caña, los chamamés y polcas despertaron en ella su afición de siempre y se entrego a la diversión ciegamente.Cuando mas entretenida estaba, la vinieron a llamar, pues su marido se había agravado y reclamaba la presencia de ella, pero lejos de correr en presencia de su moribundo marido, dijo que la vida era corta para divertirse y larga para sufrir. Lo mismo respondió al segundo y tercer día que la vinieron a buscar y avisarle que su marido se moría, y cuando finalmente le avisaron que ya había muerto, no dio importancia y siguió bailando.Unos vecinos piadosos y condolidos de la suerte del pobre CRESPIN, lo velaron y enterraron sin que la mujer interviniera para nada, tan ocupada estaba en divertirse.Finalmente, pasados varios días y cuando ya la diversión finalizaba, regreso la mujer a su hogar y se encontró en la más terrible soledad. Lloró y sufrió su pena, y durante varios días y noches deambuló por los campos, llamando a su marido. Enloquecida de dolor, le pidió a Dios que le diera alas para proseguir su búsqueda, y Dios la convirtió en ave.Desde entonces, es el pájaro huraño y solitario que en las épocas de las cosechas llama a su compañero con dolido acento: crespín…crespín

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Leyenda del café.

Por el año seiscientos vivió en Etiopía un pastor llamado Kaldi. Ciertodía que cuidaba su rebaño de cabras notó que los animales desarrollaban unaconducta extraña. Nerviosamente iban y venían, subían y bajaban, en unestado de agitación que se prolongó todo el camino de regreso y persistiódurante una noche, que se volvió interminable. Sólo a la mañana siguiente elrebaño pareció calmarse y fue así como siguió con mansedumbre al amodorradopastor hasta las zonas de pastura.Hasta que unas cerezas tentadoras detuvieron su paso, y luego de mordisquearlas,las cabras retomaron su conducta nerviosa del día anterior.Kaldi observó las plantas que aparentemente habían causado el cambioen su rebaño y probó con cautela una hojita y un fruto.Lo primero que percibió fue que no se trataba de un arbusto de cerezas,y que el sabor no era tan agradable como el que esperaba. Pero tambiénsintió que el cansancio producido por la larga noche de insomnio se habíadesvanecido y era remplazado por una energía que lo impulsaba a la acción.

Kaldi tomó consigo unas ramas florecidas y encabezó la marcha haciaun monasterio que se encontraba a pocos kilómetros. A paso vivo lo seguíasu rebaño. Al llegar a la casa religiosa, el pastor fue introducido a presenciadel Abad, mientras sus animales quedaban al cuidado de unos desorientadosmonjes.Informado del descubrimiento, el Abad llevó a Kaldi a la cocina, yprudentemente hirvió una rama con algunos frutos rojos. Pero cuando probóel gusto de ambos, le pareció tan desagradable que en un impulso arrojó elatado entero sobre el fuego. La cocina se vio invadida de un aroma deliciosoque indujo al Abad a hacer una nueva prueba. Tomó el fruto tostado y preparóuna infusión que, con su perfume cálido atrajo a un grupo de monjesa la cocina. Así nació el café, de Etiopía al mundo; probado por unas cabras,descubierto por un pastor, tostado por un Abad, celebrado por unos monjes,que nunca pudieron imaginar que ese enérgico sabor se seguiría prolongandodurante siglos.

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Leyenda de La llorona

Cuatros sabios aguardaban expectantes. Sus ojitos vivaces, iban del cielo estrellado al quieto espejo de agua del lago Texcoco, confrontaban sus apreciaciones e intentaban determinar la hora exacta poniendo en juego sus amplios conocimientos de astronomía. La noche estaba en calma.

De pronto estalló el grito….

Un alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la garganta de una fiera en agonía. Y se fue extendiendo, sobre el agua, entre los montes y rodeando las alfardas y en los taludes de los templos. Brincó en el Gran Teocali dedicado al Dios Huitzilopochtli, y pareció quedar flotando en el maravilloso palacio del entonces Emperador Moctezuma.

– Es Cihuacoatl! — sentenció el más viejo de los cuatro sacerdotes que aguardaban el portento.

– La Diosa ha salido de las aguas y bajado de la montaña para prevenirnos nuevamente –, agregó el otro interrogador de las estrellas y la noche.

Subieron al lugar más alto del templo y pudieron ver hacia el oriente una figura blanca, con una larga cabellera que parecía llevar en la frente una corona de nacarados azahares, su cuerpo, parecía flotar cubierto por una delicada y vaporosa tela que jugueteaba con la brisa crepuscular.

Cuando el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, todo quedó en silencio y la imagen se escondió entre las sombras, los sacerdotes escucharon claramente el mensaje: “…Hijos míos… amados hijos del Anáhuac, vuestra destrucción está próxima….”

Una sensación escalofriante quedó flotando en el ambiente.  Y el silencio se tornó pavoroso. Cuánto tiempo duró… nadie supo decirlo.

Y luego, otra vez los lamentos, tan dolorosos y conmovedores, como la primera vez.

Los hechiceros, creyeron reconocer en la aparición fantasmal a la Diosa Cihuacoatl, protectora del pueblo y revisando los viejos códices no dudaron en la intención que la aparición tenía. Debían ir a Tenochtitlán, y avisar al emperador.

Moctezuma, miraba con asombro los códices multicolores. Los sacerdotes, después de hacer una reverencia, interpretaron lo allí escrito y lo ocurrido.

- Señor, estos viejos códices anuales nos hablan del destino - dijeron-, de un destino del que también la Diosa Cihuacoatl nos ha advertido. Señor, los pronósticos no son buenos, hablan de la destrucción de vuestro imperio. Los sabios más sabios, los que estuvieron antes han escrito que hombres extraños llegarán por el Oriente. Que sojuzgarán a tu pueblo y a ti. Que tú y los tuyos

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padecerán grandes penas y tu raza desaparecerá devorada. Será el fin del imperio y nuestros dioses se humillarán ante otros dioses más poderosos.

- ¿Dioses más poderosos que los nuestros? - preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.

- Eso dicen los augurios de los sabios más sabios y los sacerdotes más sabios y más viejos que nosotros, señor. Por eso la Diosa Cihuacoatl vaga por el anáhuac llorando y arrastrando penas, gritando para hacerse oír.

Entonces, Moctezuma guardó silencio y se quedó pensativo, hundido en su gran trono de alabastro y esmeraldas y los cuatro sacerdotes volvieron a doblar los códices y se retiraron también en silencio, para ir a depositar de nuevo en los archivos imperiales, aquello que dejaron escrito los más sabios y más viejos.

Cuando llegaron los conquistadores españoles, según cuentan los cronistas de la época, una mujer vestida de blanco y con el pelo adornado con azahares nacarados y flotando en una vaporosa túnica blanca, aparecía por el Sudoeste de la Capital de la Nueva España y cruzaba calles y plazuelas como al impulso del viento, deteniéndose ante las cruces, templos y cementerios e imágenes iluminadas para lanzar un grito lastimero que hería el alma.

—–Aaaaaaaay mis hijos…….Aaaaaaay aaaaaaay!

El lamento se repetía una y otra vez. Se detenía en la Plaza Mayor y mirando hacia la Catedral musitaba una larga y doliente oración, para volver a elevarse, lanzar de nuevo su lamento y desaparecer sobre el lago.

Jamás hubo un valiente que osara enfrentarla, detenerla y menos aún interrogarla. Todos acordaron que se trataba de un fantasma errabundo que penaba por un desdichado amor.

Los románticos dijeron que era una pobre mujer engañada, otros que una amante abandonada con hijos, hubo que bordaron la consabida trama de un noble que engaña y que abandona a una hermosa mujer sin linaje.Lo cierto es que desde entonces se la bautizó como “La llorona”, debido al desgarrador lamento que lanzaba por las calles de la Capital. Durante muchos años, siglos, fue el más grande temor callejero, la gente evitaba salir de su casa y recorrer en penumbras las callejuelas en noches estrelladas.

Con el paso de los años, la leyenda se fue extendiendo gracias a testimonios de quienes jamás olvidaron su horrible visión.

“La llorona” fue rebautizada con otros nombres, según la región en donde se aseguraba que era vista. Su presencia se detectó en todo el territorio americano incluso se asegura que todavía aparece fantasmal, enfundada en su traje vaporoso, lanzando al aire su espeluznante alarido, vadeando ríos, cruzando arroyos, subiendo colinas y vagando por cimas y montañas.

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Leyenda La tristeza del Maya

Un día los animales se acercaron a un maya y le dijeron:No queremos verte triste, pídenos lo que quieras y lo tendrás.

El maya dijo: Quiero ser feliz.

La lechuza respondió: ¿Quién sabe lo que es la felicidad? Pídenos cosas más humanas.Bueno añadió el hombre, quiero tener buena vista.

El zopilote le dijo: Tendrás la mía. Quiero ser fuerte. El jaguar le dijo: Serás fuerte como yo. Quiero caminar sin cansarme. El venado le dijo: Te daré mis piernas.Quiero adivinar la llegada de las lluvias.

El ruiseñor le dijo: Te avisaré con mi canto. Quiero ser astuto.

El zorro le dijo: Te enseñaré a serlo. Quiero trepar a los árboles.

La ardilla le dijo: Te daré mis uñas. Quiero conocer las plantas medicinales.La serpiente le dijo: ¡Ah, esa es cosa mía porque yo conozco todas las plantas! Te las marcaré en el campo. Y al oír esto último, el maya se alejó.

Entonces la lechuza dijo a los animales: El hombre ahora sabe más cosas y puede hacer más cosas, pero siempre estará triste. Y la chachalaca se puso a gritar: ¡Pobres animales! ¡Pobres animales!

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Leyenda de Quetzalcoatl

Ometecuhtli y Omecihuatl, el Señor y la Señora de la Dualidad en la religión azteca, tuvieron cuatro hijos. Cuatro encarnaciones del Sol.

A ellos les encomendaron la tarea de crear el mundo, de dar vida a los otros dioses y finalmente a la raza humana que los adoraría.

Cada hermano representaba un orden, un tiempo, un espacio, un punto cardinal y un color.

El rojo se llamó Xipe Totec. El negro, Tezcatlipoca. El azul, Huitzilopochtli. Y el blanco, Quetzalcóatl.

Quetzalcóatl, a quien los hombres también llamaron “gemelo precioso”, fue el dios civilizador y de los sortilegios. Inventor de las artes, de la orfebrería y del tejido era, por su enorme sabiduría, de piel y barba blancas. También fue llamado “Señor de todo lo que es doble”.

A diferencia de su hermano azul, Huitzilopochtli, que era un dios guerrero y reclamaba continuamente derramamientos de sangre, o del negro Tezcatlipoca, que era amo y señor de la noche, Quetzalcóatl no deseaba sacrificios humanos en su honor. Su reino era el claro atardecer. Cuando los hermanos comenzaron su tarea, cuatro mundos, cuatro soles y cuatro humanidades fueron sucesivamente creadas y destruidas.

La primera humanidad fue devorada por tigres. La segunda, convertida en monos. La tercera, transformada en pájaros. La cuarta, convertida en peces.

Quetzalcóatl, acompañado de una de sus encarnaciones gemelas llamada Xolotl, descendió a los infiernos, de donde alcanzó a robar una astilla de hueso de una de las humanidades anteriores para crear la nuestra, rociándola con su propia sangre.

El Señor de la Morada de los Muertos no pudo detenerlo, ni aun arrojando a su paso bandadas de codornices.

Los demonios nunca dejaron de intentar engañarlo para que ordenara sacrificios humanos y justificara las “guerras floridas” que reclamaba su hermano Huitzilopochtli.

Pero el amor de Quetzalcóatl por los hombres no le permitió sacrificar en su nombre más que animales, culebras, pavos o mariposas, todos ellos consagrados al Sol.

En su encarnación como Nanahuatzin, un dios tan pobre que sólo podía ofrendarse a sí mismo, se arrojó sin dudar al fuego sagrado. Por ello fue designado para alumbrar el día, mientras que su competidor, generoso en ofrendas pero temeroso de las llamas, sólo alcanzó el rango de Luna.

Por su cobardía, otro dios le tiró a la cara un conejo.

Quien quiera verlo, sólo tiene que esperar que salga la Luna y contemplar su rostro, marcado para siempre.

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Leyenda de La Guitarra

Hilario vivía en su rancho, apartado de toda población indígena. Tenía la soledad como compañera. Muchas auroras y crepúsculos melancólicos vieron a aquel gaucho solitario que no sentía más que la música grave del bosque, la temeraria quietud de la llanura y la tristeza del campo con su horizonte de cielo y tierra. De tiempo en tiempo recorría las poblaciones lejanas con la esperanza de encontrar a la compañera que presentía en sus sueños. Aquella que se une a la vida del hombre para compartir sus esfuerzos, sus luchas y esperanzas.

Un día conoció a Rosa, la criolla más linda y graciosa del pueblo cercano. Desde entonces las noches oscuras del gaucho se tornaron claras, iluminadas por los ojos de la mujer amada.Hilario vivía feliz con su compañera en el rancho levantado en medio del bosque silencioso. La vida se había transformado: los crepúsculos se tornaron soñadores, el viento corría mansamente en las noches, en constante diálogo con las hojas del bosque, como el quejido de una copla aldeana.

Pero como toda cosa buena en la vida, no podía durar. Una mañana Hilario dejó sola a Rosa para ir a una población cercana. Se despidieron tiernamente sin presentir que esa mañana luminosa tendría que ser la última. Amuray, el cacique de una tribu indígena, se había enamorado de Rosa, siendo rechazado. El indio vio que la mujer de sus sueños amaba a otro.Amuray, rencoroso y vengativo, resolvió raptar a Rosa, y para ello vivía continuamente en acecho.

La oportunidad se le presentó ese día con la ausencia de Hilario. Por la tarde regresó el gaucho ansioso de las caricias de su compañera, sin pensar en la cruel sorpresa que lo esperaba. Encontró vacío el rancho. En el patio había señales frescas de lucha desesperada y la huella de un caballo hasta el sendero. Imaginando lo ocurrido se lanzó desesperado en persecución de Amuray, hasta que logró alcanzarlo. La lucha fue feroz. Pero al fin el valiente gaucho pudo arrebatar a la cautiva de los brazos del indio quien se retorcía en medio del camino en la agonía de la muerte. Pero el infeliz no recuperó nada más que un cuerpo sin vida. Rosa había muerto en el transcurso de la lucha. Desesperado, estrechó el cuerpo amado entre sus brazos, mientras sollozaba y la llamaba. Llegó la noche cargada de tristezas. Hilario se quedó dormido con la cabeza inclinada sobre el rostro querido. Al rayar el alba desperezando el monte, despertó de su profundo sueño al son de una música de notas misteriosas, y halló en sus brazos una caja con formas de mujer en lugar del cuerpo de su compañera. Con ella cantó durante su vida el recuerdo de su amada. Por eso ella servirá siempre para acompañar penas y sentimientos. 

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Leyenda de La Araña.

Uru era el nombre de una princesa heredera de un trono inca. Su padre, el curaca Kúntur Capac, había procurado darle esmerada educación, pero la princesita, que vivía envuelta en lujos y refinamientos, era sumamente díscola y caprichosa. Pasaba los días comprando ricas telas y exóticos tocados y no cumplía con las obligaciones propias de su condición, escapándose de la tutela de ayos o maestros. El Hamurpa, preocupado por su indolencia y egoísmo, interpelaba al curaca : “Tú sabes que estás enfermo y próximo a morir, Kúntur Capac - solía decirle - Y tu hija heredará este trono, para el que no está preparada. Nada sabe de nuestra historia, de nuestras costumbres y necesidades, no realiza ninguna tarea útil o noble y sólo se ocupa en vestirse, adornarse y saborear manjares costosos que hace traer de lejanos lugares”. El curaca Capac, preocupado por sus palabras, procuraba inculcar a Uru el sentido de la responsabilidad de su futuro cargo. Todo era en vano : Uru, malgastaba grandes sumas en adquirir telas exóticas, adornos de oro y plata con que embellecía sus tocados, y pasaba indiferente y desdeñosa ante los súbditos que se agolpaban alrededor de su killapu sin un solo gesto benévolo ni humanitarios hacia ellos. Por fin llegó el día temido en que el curaca falleció. Su muerte fue lamentada por espacio de siete días y siete noches, con llantos y lastimeros cánticos religiosos con los que le expresaban su tristeza y su miedo por el destino que les esperaba en manos de la nueva reina. La joven, impresionada al principio por la muerte de su padre y su nuevo cargo, obedeció en todo a Hamurpa y gobernó con verdadera inteligencia, pero pronto se cansó de ello. Volvió a su vida egoísta y, embriagada por su poder, malgastó cuantiosas sumas en cumplir con sus caprichos ; pronto empobreció las arcas del palacio y comenzó a oprimir al pueblo con elevados impuestos, con los que podría mantener sus gastos. Un día en que Hamurpa y otros consejeros ancianos procuraban conmoverla para que prestara atención a las necesidades de su pueblo, Uru decidió desembarazarse de ellos. “Tomen prisioneros a todos los consejeros de mi padre y azótenlos hasta que mueran - ordenó - imperiosa y soberbia. Desde ahora en adelante, no conozco otros consejeros que mis deseos. Y no me importa que mi gente se empobrezca o carezca de tierras y alimentos. Yo, heredera directa de los incas, he nacido para gozar de la vida y ser obedecida”. Y para ratificar su orden, tomó ella misma su cinturón trenzado en blando cuero de cabras y comenzó a golpear a los ancianos sacerdotes. No pudo, sin embargo, proseguir con su furia destructiva, su brazo quedó paralizado, y toda ella enmudeció ante una figura bellísima y majestuosa que se presentó interponiéndose entre los sacerdotes y la reina. “Has llegado demasiado lejos, princesa Uru - le advirtió la voz de la diosa -. Hemos decidido castigarte y liberar a tu tribu de tus desvaríos y tu mal gobierno. A partir de ahora sabrás lo que significa luchar por tu propio sustento. Trabajarás continuamente, sin descanso por los siglos de los siglos”. La envolvió con su oscuro manto y la hizo desaparecer ente los ojos estupefactos de los consejeros. En su lugar había quedado un insecto pequeño, de cuerpo oscuro y velloso, provisto de ágiles patas, que comenzó inmediatamente a tejer una complicada tela con el hilo que extraía de su propio cuerpo. Desde entonces Uru, la araña de nuestra leyenda sigue tejiendo sin descanso para ganar el perdón de los dioses por sus antiguos errores.

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Leyenda  del Murciélago

Cuenta la leyenda que el  murciélago una vez fue el ave más bella de la Creación.

El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy y se llamaba biguidibela (biguidi = mariposa y vela = carne; el nombre venía a significar algo así como mariposa desnuda).

Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador, como había visto en otros animales que volaban. Pero el creador no tenía plumas, así que le recomendó bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores.

Cuando acabó su recorrido, el murciélago se había hecho con un gran número de plumas que envolvían su cuerpo.

Consciente de su belleza, volaba y volaba mostrándola orgulloso a todos los pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una vez, como un eco de su vuelo, creó el arco iris. Era todo belleza.

Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más ofensivo para con las aves.

Con su continuo pavoneo, hacía sentirse chiquitos a cuantos estaban a su lado, sin importar las cualidades que ellos tuvieran. Hasta al colibrí le reprochaba no llegar a ser dueño de una décima parte de su belleza.

Cuando el Creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde también se pavoneó y aleteó feliz. Aleteó y aleteó mientras sus plumas se desprendían una a una, descubriéndose de nuevo desnudo como al principio.

Durante todo el día llovieron plumas del cielo, y desde entonces nuestro murciélago ha permanecido desnudo, retirándose a vivir en cuevas y olvidando su sentido de la vista para no tener que recordar todos los colores que una vez tuvo y perdió.

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Leyenda de La casa del trueno

Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos.

Eran tiempos lejanos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas hoy como Totonacas, que poblaron el lugar que después llamaron Totonacan.

Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y veintiocho días componen el ciclo lunar.

Esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.

Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Y cuanto más arrastraban los cueros mayor era el ruido que producían los torrentes y cuanto más se golpeaba elgran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.

Pasaron los siglos...

Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones.

Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres másfelices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión habíanpor fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima hermoso.

Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacas.

Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían

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consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos,relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amedrentarlos.

Llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dio cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos.

No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.

Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamamos sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía,adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.

Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene estemonumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las sementeras.

Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templo de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.

Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros, cuando el mundo parecía comenzar a existir.

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Leyenda del maíz

Cuentan que antes de la llegada de Quetzalcóatl, los aztecas sólo comían raíces y animales que cazaban.

No tenían maíz, pues este cereal tan alimenticio para ellos, estaba escondido detrás de las montañas.

Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero no lo lograron.

Los aztecas fueron a plantearle este problema a Quetzalcóatl.

-Yo se los traeré- les respondió el dios.

Quetzalcóatl, el poderoso dios, no se esforzó en vano en separar las montañas con su fuerza, sino que empleó su astucia.

Se transformó en una hormiga negra y acompañado de una hormiga roja, marchó a las montañas.

El camino estuvo lleno de dificultades, pero Quetzalcóatl las superó, pensando solamente en su pueblo y sus necesidades de alimentación. Hizo grandes esfuerzos y no se dio por vencido ante el cansancio y las dificultades.

Quetzalcóatl llegó hasta donde estaba el maíz, y como estaba trasformado en hormiga, tomó un grano maduro entre sus mandíbulas y emprendió el regreso. Al llegar entregó el prometido grano de maíz a los hambrientos indígenas.

Los aztecas plantaron la semilla. Obtuvieron así el maíz que desde entonces sembraron y cosecharon.

El preciado grano, aumentó sus riquezas, y se volvieron más fuertes, construyeron ciudades, palacios, templos...Y desde entonces vivieron felices.

Y a partir de ese momento, los aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl, el dios amigo de los hombres, el dios que les trajo el maíz.

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Leyenda de La piel del venado

Los mayas cuentan que hubo una época en la cual la piel del venado era distinta a como hoy la conocemos. En ese tiempo, tenía un color muy claro, por eso el venado podía verse con mucha facilidad desde cualquier parte del monte. Gracias a ello, era presa fácil para los cazadores, quienes apreciaban mucho el sabor de su carne y la resistencia de su piel, que usaban en la construcción de escudos para los guerreros. Por esas razones, el venado era muy perseguido y estuvo a punto de desaparecer de El Mayab.

Pero un día, un pequeño venado bebía agua cuando escuchó voces extrañas; al voltear vio que era un grupo de cazadores que disparaban sus flechas contra él. Muy asustado, el cervatillo corrió tan veloz como se lo permitían sus patas, pero sus perseguidores casi lo atrapaban. Justo cuando una flecha iba a herirlo, resbaló y cayó dentro de una cueva oculta por matorrales.

En esta cueva vivían tres genios buenos, quienes escucharon al venado quejarse, ya que se había lastimado una pata al caer. Compadecidos por el sufrimiento del animal, los genios aliviaron sus heridas y le permitieron esconderse unos días.

El cervatillo estaba muy agradecido y no se cansaba de lamer las manos de sus protectores, así que los genios le tomaron cariño.

 En unos días, el animal sanó y ya podía irse de la cueva. Se despidió de los tres genios, pero antes de que se fuera, uno de ellos le dijo:

—¡Espera! No te vayas aún; queremos concederte un don, pídenos lo que más desees.

El cervatillo lo pensó un rato y después les dijo con seriedad:

—Lo que más deseo es que los venados estemos protegidos de los hombres, ¿ustedes pueden ayudarme?

—Claro que sí —aseguraron los genios. Luego, lo acompañaron fuera de la cueva. Entonces uno de los genios tomó un poco de tierra y la echó sobre la piel del venado, al mismo tiempo que otro de ellos le pidió al sol que sus rayos cambiaran de color al animal. Poco a poco, la piel del cervatillo dejó de ser clara y se llenó de manchas, hasta que tuvo el mismo tono que la tierra que cubre el suelo de El Mayab. En ese momento, el tercer genio dijo: 

—A partir de hoy, la piel de los venados tendrá el color de nuestra tierra y con ella será confundida. Así los venados se ocultarán de los cazadores, pero si un día están en peligro, podrán entrar a lo más profundo de las cuevas, allí nadie los encontrará.

El cervatillo agradeció a los genios el favor que le hicieron y corrió a darles la noticia a sus compañeros.

Desde ese día, la piel del venado representa a El Mayab: su color es el de la tierra y las manchas que la cubren son como la entrada de las cuevas. Todavía hoy, los venados sienten gratitud hacia los genios, pues por el don que les dieron muchos de ellos lograron escapar de los cazadores y todavía habitan la tierra de los mayas.

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Leyenda del Mole Poblano

Cuenta la leyenda, que en una ocasión Juan de Palafox, Virrey de la Nueva España y Arzobispo de Puebla, visitó su diócesis, un convento poblano le ofreció un banquete, para el cual los cocineros de la comunidad religiosa se esmeraron especialmente.

El cocinero principal era fray Pascual, que ese día corría por toda la cocina dando órdenes ante la inminencia de la importante visita. Se dice que fray Pascual estaba particularmente nervioso, y que comenzó a reprender a sus ayudantes, en vista del desorden que imperaba en la cocina.

El mismo fray Pascual comenzó a amontonar en una charola todos los ingredientes para guardarlos en la despensa, y era tal su prisa, que fue a tropezar exactamente frente a la cazuela, donde unos suculentos guajolotes estaban ya casi en su punto.

Allí fueron a parar los chiles, trozos de chocolate y las más variadas especias, echando a perder la comida que debía ofrecerse al Virrey.

Fue tanta la angustia de fray Pascual, que éste comenzó a orar con toda su fe, justamente cuando le avisaban que los comensales estaban sentados a la mesa.

Un rato más tarde, él mismo no pudo creer cuando todo el mundo elogió el accidentado platillo.

Incluso hoy, en los pequeños pueblos, las amas de casa apuradas invocan la ayuda del fraile con el siguiente verso: "San Pascual Bailón, atiza mi fogón".

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Leyenda de La Quemada

En el siglo XVI, vivía en México un español llamado Gonzalo Espinosa de

Guevara, llegado a estas tierras con fortuna y con una hija de cerca de 20 años

de nombre Beatriz.

Enorme fortuna, belleza y virtud le agenciaron a la muchacha innumerables

suplicantes, que nunca lograron su amor.

Hasta que llegó don Martín de Seópolli, noble italiano que se enamoró

locamente de ella al punto de no permitir el paso de ningún caballero por la

calle donde vivía Beatriz. Lo que evidentemente no les pareció justo a los

demás pretendientes. Muchas veces se discutió al ritmo de las espadas,

saliendo vencedor siempre el italiano. Todas las mañanas se encontraba el

cuerpo herido o sin vida del osado que pretendió acercarse a la casa y ella,

aunque amaba a Martín, sufría porque se derramaba tanta sangre por su culpa

y también por los celos de su amado.

Una noche en ausencia de su padre e inspirada por el martirio de Santa Lucía -

que entregó lo más preciado de su rostro, sus ojos, al pretendiente que con su

insistencia trataba de alejarla de la virtud-, llevó a su recámara un brasero

encendido, y mientras lloraba y pedía fuerza a la Santa, hundió su rostro en el

fuego, pensando que no podía permitir que don Martín siguiera matando a más

inocentes, hasta que cayó sin conocimiento.

Un fraile al escuchar su grito de dolor entró a la casa, la auxilió con remedios

caseros mientras le preguntaba qué había pasado. Beatriz le explicó y dijo que

esperaba que cuando don Martín viera su rostro dejaría de celarla, amarla y de

matar a tantos caballeros. La reacción de don Martín al retirar el velo con el que

se había cubierto la cara y mirar el hermoso rostro desfigurado fue arrodillarse

y declarar su amor. Pidió su mano a Don Gonzalo y días más tarde se casó.

Ella entró a la iglesia con la cara cubierta por un tupido velo blanco y después,

las pocas veces que salía, siempre lo hizo con el rostro tapado. Nadie volvió a

ver el hermoso rostro de Beatriz, que Don Martín, calmado en su amor propio,

guardó en el pensamiento.  

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Leyenda de La Señora de Negro

En Naranjillos había una muchacha muy guapa que acababa de quedar huérfana. Un día, una amiga suya llegó a contarle que habían visto a su madre en el camino del Barrial, cerca del pueblo. La muchacha no creyó lo que su amiga le dijo, “está bien muerta y enterrada” –le contestó-. Sin embargo, su amiga no había sido la única en ver aquella aparición, muchas señoras del pueblo se encontraron en el camino del Barrial a la señora vestida de negro; sucia, enlodada y con el pelo enmarañado. Le preguntaban quién era o a quién buscaba, pero la mujer de negro no contestaba, todos creían que era muda.

Seguían viendo a la mujer deambulando de arriba para abajo en el camino del Barrial y la gente empezó a comprender que era un alma en pena. La amiga de la muchacha fue a hablar con ella: “Es tu mamá, estoy segura” –dijo la amiga-. “Pero si está muerta” –aseguraba la muchacha-. “Es ella, seguro anda penando... ¿has cuidado bien a tus hermanos?” –inquirió con algo de timidez-. A la muchacha no le agradó la pregunta, y poniéndose nerviosa se fue. Al día siguiente una señora del pueblo se encontró con la muchacha que traía cara de desvelada y, en general, un aspecto deplorable.

“¡A ver si vas dejando a ese hombre casado!” –espetó de pronto la señora. “Ve a cuidar a tus hermanos y deja descansar el alma de tu madre que anda en pena”. La muchacha se estremeció, ya que efectivamente era la amante de un señor casado y se pasaba con él toda la noche, de modo que en las mañanas no se encontraba en condiciones de atender a sus hermanos ni de salir a trabajar.

Acongojada, decidió ir al camino del Barrial a comprobar si era cierto lo que le decían. Al llegar, encontró a la mujer de negro, se acercó y la reconoció; era su madre. La mujer se puso a llorar; no le dijo nada, pero la muchacha sentía que su madre lo sabía todo, siempre había sido así, adivinaba sus emociones y sus pensamientos. La mujer de negro calmó su llanto y se perdió en el fondo del camino. La muchacha sintió el vacío que dejó su madre y advirtió la súplica que su llanto llevaba.

Con la intención de librarse de la culpa, fue a buscar a su amante y le dijo que no volvería a verlo más, luego fue a su casa y prometió a sus hermanos que nunca los dejaría solos.

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La laguna del Jabalí

Cuenta la leyenda, que en un pueblecito cercano a Comala, hace muchos años sucedió algo muy raro, en una laguna, la más bonita y bella de la región.

Una tarde, la más hermosa de ese tiempo empezó a hacer mucho viento, tanto que, el agua de la laguna empezó a desbordarse y de enmedio del lago surgieron unas burbujas y sorpresivamente apareció un animal enorme, su piel brillaba con la luz del sol, sus ojos reflejaban ternura, parecía asustado, ni él mismo sabía a donde había llegado.

La gente del pueblo empezó a darse cuenta de que había un animal muy extraño en ese lugar, por lo que le temían pero con el tiempo notaron que estaba triste, no sabía su nombre. Como la gente se encariñó con el por ser un animalito tierno y sin causarle daño a nadie decidieron quitarle su tristeza y ponerle un nombre: Jabalí.

Y así, transcurrió su vida normalmente hasta que un día desapareció, como había llegado. Cuenta la leyenda que desde entonces, si te asomas a la laguna, verás reflejada la carita de nuestro amigo, es por eso que a la laguna se le puso su nombre.

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Las monedas del suelo

Esta es una leyenda de terror típica de Córdoba que se escucha en todas las zonas de la ciudad. La historia trata sobre una antigua casa del centro de la ciudad que se dice está encantada y cuenta que en ella hace mucho tiempo vivía una familia acomodada que tenía una hija pequeña y varias criadas a su servicio.

Una noche mientras la niña dormía escuchó unos ruidos en el pasillo, abrió lentamente la puerta de su cuarto para mirar el pasillo que comunicaba los cuartos, enormemente largo y oscuro, lleno de cuadros y enlosado.

Al final del pasillo la niña vio lo que parecía un niño de su edad levantando una de las losetas y metiendo algo dentro de un hueco en el suelo. La niña no podía creerlo, lo que vió relucir en la mano del muchacho al pasar por la tenue luz que entraba por la ventana eran monedas de oro.

Cuando el niño se fue salió y se dirigió hacia allí; entonces apareció una de las criadas con una vela enorme que también había visto lo que había pasado y quería sacar partido.

Decidieron que no dirían nada a nadie, todas las noches se acercarían y con la ayuda de la luz de la vela levantarían la loseta y sacarían las monedas hasta acabarlas. Todas las noches la niña,que por su tamaño cabía dentro, se metía en el hueco bajo la loseta e iba dando monedas a la criada, quien las iba guardando en un enorme saco. Las noches pasaban y aquel tesoro parecía no acabarse nunca. Cada noche que pasaba la vela iba consumiéndose más y más, pero las monedas seguían saliendo a pares y no querían dejarse ninguna.

Una noche en medio de su labor la vela comenzó a parpadear haciendo amagos de apagarse, la criada le dijo a la niña que saliera del hueco, que ya tenían dinero de sobra. La niña le hizo caso y abandonó el escondrijo, pero en el último momento una moneda cayó del saco al hueco y, en un acto de avaricia y sin pensárselo siquiera, la muchacha se metió de nuevo en el hueco. La criada intentó agarrarla pero no pudo, mientras le gritaba que por favor saliera de allí y dejara la moneda, pero en medio de ese griterío la vela terminó de apagarse. En el momento justo en que el último rayo de luz salió de la vela la loseta se cerró ante los ojos de la criada dejando a la niña dentro.

La criada decidió no decir nada a nadie, los padres dieron a la niña por desaparecida y el tema se fue olvidando con el tiempo. Pero aún en la actualidad dentro de esa casa se siguen oyendo por las noches los gritos de auxilio de la niña que repiten noche tras noche en el pasillo \"Por favor...socorro...sacadme de aquí...\". Incluso la policía ha acudido multitud de veces ante la llamada de los vecinos que oían voces pidiendo ayuda, pero al

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llegar al viejo caserón lo único que siempre han encontrado es una vela vieja y consumida puesta justo en el centro de una loseta...