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25añosde la Gran Donación

Cultural de Japón

República de Colombia Ministerio de Relaciones Exteriores

Presidente de la República Álvaro Uribe Vélez

Ministro de Relaciones Exteriores Fernando Araújo Perdomo

Viceministro de Relaciones Exteriores Camilo Reyes Rodríguez

Viceministra de Asuntos MultilateralesAdriana Mejía Hernández

Secretaria GeneralMartha Elena Díaz Moreno

Directora de Asuntos Culturales María Claudia Parias Durán

Agradecimientos Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte

Coordinación Editorial Comité Editorial Ministerio de Relaciones Exteriores

Revisión de textosMarcela Giraldo Samper

Diseño f La Silueta Ediciones

Impresión Imprenta Nacional de Colombia

ISBN 978-958-8244-29-7Primera edición, 300 ejemplares

Bogotá, mayo de 2008

© Textos: Margarita Posada Jaramillo © Fotografías: Vivian Förster

9presentación

Fernando Araújo Perdomo

17 Encuentro de culturas

Conservatorio del Tolima

29 Música por todas partes

Fundación Batuta

45 Un banco que emite cultura

Biblioteca Luis Ángel Arango

55 La tele es cultura

Inravisión RTVC

65 Espacio de vida y socialización

Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán

75 Cali es Cali, lo demás…

Centro Cultural Municipal de Cali Teatro al aire libre Los Cristales

Teatro Jorge Isaacs

95 Un teatro con nombre de presidente

Teatro Municipal Guillermo León Valencia

107 El abuelo de todos los teatros

Teatro de Cristóbal Colón

119 El milagro de la memoria colectiva

Centro Nacional de Restauración

131 A ritmo de vencedores

Conservatorio de Música Universidad Nacional

145 La eternidad de los libros

Biblioteca Nacional de Colombia Centro de Documentación Musical

157 Un libertador que perdura en la memoria

Casa Museo Quinta de Bolívar

169 Un señor teatro para Pereira

Teatro Santiago Londoño

181 Punto de encuentro

del movimiento cultural Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá

191 Cuerpos sanos, país sano

Instituto Colombiano de Recreación y Deporte COLDEPORTES

201 Un espacio para la cultura en el cerro

Centro Cultural la Media Torta

211 Gran Donación Cultural Japonesa

Cronología de las donaciones

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Presentación

La cooperación japonesa en Colombia ha permiti-do consolidar espacios e iniciativas orientadas al fortale-cimiento de la cultura, permitiendo a más colombianos ejercer sus derechos culturales, y observarla como una alternativa para mejorar su desarrollo personal. Por me-dio de la Gran Donación Cultural de Japón, el Gobierno de este país busca precisamente contribuir a la promo-ción de actividades culturales y promover el desarrollo económico de los países en desarrollo.

Resultado de las estrechas relaciones de amistad en-tre ambos países, y al decidido compromiso de Japón como

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país amigo, el pueblo colombiano ha podido beneficiarse y darle continuidad a importantes iniciativas culturales. Desde 1982, año en que inició la donación cultural, se han favorecido 25 proyectos, representados en inversiones que ascienden a aproximadamente 11 millones de dólares.

Estos han sido los casos de los teatros de Colón, Jor-ge Eliécer Gaitán, Jorge Isaacs, Guillermo León Valencia, Santiago Londoño y la Media Torta, a los que se otorga-ron equipos de sonido e iluminación; o de la Universidad Nacional, la Fundación Batuta y el Conservatorio del To-lima a los que se donaron un importante número de ins-trumentos musicales.

Entre otros ejemplos se podrían citar, Coldeportes, que pudo acceder a equipos para la gimnasia olímpica y artística; Casa Museo la Quinta de Bolívar a equipos au-diovisuales y de climatización para la conservación de bienes históricos; la Biblioteca Luis Ángel Arango a equi-pos audiovisuales; la Biblioteca Nacional a equipos para la preservación del patrimonio bibliográfico; el Centro de Documentación Musical del entonces COLCULTURA a equipos para sistematización, e Inravisión (RTVC) a pro-gramas educativos para televisión infantil.

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Es asombroso, pero la donación no termina aquí. El Gobierno japonés no solo ha puesto al servicio de la vida cultural de los colombianos mejores espacios, sino que ha transmitido a estas entidades, el conocimiento y la ex-periencia de su gente. Esto ha permitido el fortalecimien-to de las capacidades técnicas y artísticas de aquellos co-lombianos que trabajan por la cultura al frente de estas entidades. De esta manera, las donaciones no se limitan al componente de dotación de instrumentos, equipos, programas, entre otros, sino que se complementan con un importante componente de capacitación y acompa-ñamiento a las entidades beneficiarias, para garantizar el buen uso y aprovechamiento de los elementos que han sido entregados.

Gracias al compromiso y generosidad del pueblo ja-ponés, hoy podemos conmemorar 25 años de estas dona-ciones culturales en Colombia. No podemos dejar pasar este trascendental momento, sin expresarle al ilustre Go-bierno de Japón, nuestros más sinceros agradecimientos por esta bellísima labor que por intermedio de la Embaja-da en Colombia ha realizado en nuestro país, en procura de una nación más justa y desarrollada.

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Este es el sentimiento que en estas páginas les que-remos compartir. A partir de un mágico viaje por distin-tos rincones de Colombia, en estas 19 crónicas se relatan las fascinantes historias detrás de cada uno de los proyec-tos beneficiados con la donación cultural del Japón. Es-tas páginas, muestran cómo la cooperación entre países amigos mejora las oportunidades y reafirma la esperan-za, para que más colombianos tengan acceso a la cultura y la perciban como una alternativa hacia una mejor cali-dad de vida.

Estos relatos dejan al descubierto el sentir de miles de colombianos, que en medio de las dificultades encuen-tran en la majestuosidad de un teatro o en la simplicidad de una flauta una posibilidad de cambio, una alternativa

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para la superación personal y el fortalecimiento de la so-lidaridad, libertad y sobre todo, el respeto por la diversi-dad cultural.

De esta manera, el pueblo colombiano concibe la Gran Donación Cultural como una oportunidad previ-ligiada, al servicio de una sociedad más justa, huma-na e incluyente. Sea esta la oportunidad para reiterar en nombre del Gobierno y del pueblo de Colombia los más sentidos agradecimientos al Gobierno japonés, que desde el inicio de este largo camino de amistad, ya hace cien años, ha posibilitado hacer realidad el sueño de muchos compatriotas.

Fernando Araújo Perdomo Ministro de Relaciones Exteriores

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Conservatorio del Tolima

Encuentro de culturas

...los que, como él, llevaban la música en el alma, tenían que pagarlo andando por el mundo con una capa de piel menos en el cuerpo que el resto de la gente.

La pequeña crónica Ana Magdalena Bach

Aquí se pueden respirar las notas. La gente escucha sorprendida. Las notas dedicadas al Maestro Toru Take-mitzu son evidentemente de otras tierras. Afuera, en el jardín del Conservatorio del Tolima reposan los restos del Maestro Alberto Castilla, su fundador. Si desde allí escu-chara lo que tocan sus alumnos en este día algo nublado, no creería que ellos son tolimenses o, por lo menos, pen-saría que algunos de los músicos que están tocando son

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japoneses. Al auditorio le cuesta seguir la armonía de la guitarra de Daniel Moncayo. Es, sin embargo, paradójico que las notas vengan de otra isla: Hika, la obra que toca, fue compuesta por un cubano, Leo Brouwer, en memoria del japonés, Toru Takemitsu.

Le sigue una obra para marimba. Tan melancólica y dulce en otros ritmos más cercanos como los del Pacífico, hoy tiene un aire solemne y mucho más antiguo. Suena tan… japonesa, que hasta el Maestro Castilla pensaría que quien la toca viene de Oriente, cuando en realidad la obra fue compuesta por un armenio escocés, Alan Ho-vhaness, y quien la interpreta es Juan David Forero, un percusionista tan colombiano como el café. Ese es el gran milagro de la música: que quien la toca o quien la escucha puede viajar kilómetros y kilómetros, y hasta mezclarse con otras culturas si pone el corazón suficiente en ello.

Pensándolo bien, quizás el maestro Castilla no hu-biera podido imaginar este momento, pero sí adivinaría la destreza suficiente para interpretar una obra japonesa en sus estudiantes. Quizás Takemitzu jamás soñó con que en un país de América del Sur, entre unas cordilleras des-conocidas para él, fueran a estudiar su música algún día,

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todo gracias al gran encuentro de culturas que han propi-

ciado las donaciones culturales del Japón, una de las cua-

les está siendo oficialmente entregada hoy viernes 11 de

abril de 2008, razón por la cual ritmos tan disímiles como

los anteriormente nombrados compartirán repertorio con

una obra del Maestro colombiano Francisco Zumaqué.

Más de doscientos instrumentos han sido donados.

Entre ellos está una flauta que el embajador del Japón le

ha entregado a Juan David González, un pequeño músico

de apenas 12 años que en agradecimiento ha tocado Co-

lombia, tierra querida, con toda la espontaneidad del caso.

Pues yo si estaba un poco nervioso, pero tocar una flauta así de buena es más fácil porque uno no tiene que esforzarse. Puede confiar en que el ins-trumento va a sonar bien, dice después de haber terminado el acto.

A su lado está Guillermo Guzmán, el director de la

Escuela de Música o, mejor, del programa de educación

para el trabajo y el desarrollo humano, que es solo uno

de los que tiene el conservatorio, y que está dedicado a

dictar cursos cortos de música (de dos meses y medio a

cuatro) para personas que no necesariamente quieren

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dedicarse formalmente a la música. El Maestro Guzmán

tiene a su cargo alrededor de 700 alumnos y a 250 les dic-

ta clases personalizadas, con la ayuda de otros docentes,

claro. Este programa ha crecido tanto, que hoy día tiene

sedes en Espinal, Mariquita y Líbano, en donde los bene-

ficiados son más de 300 personas.

Los Centros Regionales están diseñados y estructu-

rados para que personas con talento musical que viven

fuera de Ibagué, procedentes de pequeñas ciudades como

Honda, La Dorada, Fresno, Veredas, Falan, Palocabildo y

Armero-Guayabal tengan la oportunidad de “afinar” con

profesores del conservatorio sin salir de su terruño y lue-

go continuarlos en cualquier institución de educación

formal o en su quehacer diario como músicos.

El hecho de que hoy se estén entregando nuevos

instrumentos acá en el conservatorio, es una noticia fe-

nomenal para esos centros, pues no todos los instrumen-

tos que se repongan están en mal estado, así que ellos po-

drán usarlos en adelante.

Pero vamos por partes, porque la labor del conser-

vatorio tiene una gama tan amplia que se debe explicar

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mejor. Hoy día tiene programas académicos para hacer

todo el colegio y la carrera, así como opciones de estu-

diar un instrumento de manera más informal. Cuando el

Maestro Alberto Castilla fundó el conservatorio, en 1906,

era una simple academia de música. Luego se elevó a

conservatorio y en 1960 –gracias a la visión de una mujer

de nombre Amina Melendro de Pulecio, que entró como

profesora de piano en 1927 y luego fuera directora por

varias décadas– se convirtió también en un bachillerato

musical. La incansable labor de doña Amina hizo que los

ibaguereños se comprometieran con la causa musical.

Sin embargo, la difícil situación del departamento

del Tolima obligó al conservatorio a reestructurarse y su-

primir el bachillerato musical. La misión de doña Amina

no podía terminar así, de repente. Por eso la Asamblea

Departamental decidió crear una nueva institución con

su nombre. En la actualidad, la Institución Educativa

Musical Amina Melendro de Pulecio tiene desde el gra-

do de preescolar hasta el grado 13 de bachillerato musi-

cal, y acoge a más de 1.200 estudiantes. Casi 500 son es-

tudiantes de bachillerato y están en la planta física del

Conservatorio del Tolima. Los demás, de preescolar y

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primaria, estudian en una sede que la institución recibió

hace cuatro años y con capacidad para mil alumnos. To-

dos estos niños y jóvenes reciben diez horas semanales de

instrucción musical y hacen conciertos cada quince días,

al tiempo que estudian las demás materias. Como quien

dice, lo que parecía ser un mal para la obra de doña Ami-

na resultó siendo la expansión de sus ideas a su máxima

realidad: un colegio para músicos.

Atrás queda esa idea falsa de que la música no da con

qué comer. Muchos de estos estudiantes han aprendido a

utilizar el conocimiento musical para trabajar y subsistir

económicamente. Incluso para pagar sus estudios supe-

riores. Pero lo más increíble es cómo aprenden a ser para

servir. Antes de terminar el bachillerato, estos estudiantes

deben cumplir con una especie de servicio social, por me-

dio del cual enseñan música en instituciones educativas

del Estado en donde estudian niños provenientes de los es-

tratos más humildes de la sociedad. Así mismo, quienes se

licencian en Música cumplen con una labor similar en los

últimos semestres de la carrera, y conforman grupos co-

rales, instrumentales y folclóricos, beneficiando a más de

seiscientas personas de bajos recursos. Dentro de la labor

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social del conservatorio figura también el programa Nues-tra música en el campo, que busca respetar y difundir los ritmos propios de la zona, de tal manera que sus habitantes se reúnan en torno a sus raíces. En este programa predomi-nan niños entre los 5 y 12 años, y más de doscientos de ellos provienen de lugares como Tres Esquinas, Chucuní, La María, Calambeo, San Cayetano, Ambalá y Las Amarillas.

Como le escribía Bach a uno de sus estudiantes:

No depende más de ti el que aprendas todo lo que yo sé. En cambio, solo te exijo que me des la segu-ridad de que, cuando llegue el momento oportu-no, transmitirás estos modestos conocimientos a tus alumnos.

La música se paga con música, y en un ambiente hostil y de dificultad, sin duda puede ser un gran alimen-to para el alma, y un gran disociador entre la violencia y los jóvenes. Prueba de ello es también la vida de Daniel Oviedo, violinista, compositor y profesor de Gramática Musical desde 1978. Él, al igual que muchos de sus profe-sores, estudió en el conservatorio.

Gracias a que un profe del colegio del barrio, en donde estaba matriculado, le dijo a mi papá que yo me la pasaba cantando y que sería más feliz en

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el bachillerato musical del conservatorio, vine a dar acá a los 8 añitos. Puedo decir tranquilamente que soy como un brazo o una articulación de esta institución, ¡pues llevo acá 43 años!.

Ver a Daniel enseñándole tocar violín a un niño de 5 años es algo inconmensurable.

Es placentero decir que cientos y cientos de músi-cos bachilleres, para ser más exactos 888, han sido gra-duados del conservatorio, y que casi un centenar han llegado a licenciarse en Música. Todo eso sin contar a los instrumentistas que se forman en el conservatorio sin hacer el colegio o la carrera.

El nombre de Ibagué, ciudad musical cobra todo el sentido a través de las donaciones del Japón, que han per-mitido que el conservatorio convoque a músicos de dife-rentes lugares del mundo, como Milán y París, para hacer el Concurso Polifónico Internacional, y que sus músicos viajen por varios países con sus agrupaciones dejando en alto el nombre de Colombia y de Ibagué. Sin los instru-mentos que hoy llegan a las manos de grandes y peque-ños, sería mucho más difícil rescatar y mantener toda la tradición musical de este departamento.

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Que una decena de músicos provenientes de este conservatorio sean hoy parte de la Orquesta Sinfónica de Colombia es apenas uno de los méritos que pueden desta-carse entre tantos casos exitosos de músicos tolimenses, desde el propio fundador del conservatorio, Alberto Cas-tilla, hasta el violonchelista César Augusto Zambrano, pasando por la pianista Leonor Buenaventura “la novia de Ibagué”, el director de la Orquesta de Cámara del To-lima, César Augusto Barreto, y otros músicos populares, entre los que vale la pena nombrar a los duetos Garzón y Collazos y Silva y Villalba.

Todo muy fácil de comprender en un ambiente tan musical. El conservatorio ofrece al menos un concierto semanal gratis para todos los ibaguereños, interpretados por las Orquestas Sinfónicas (infantil, prejuvenil, juvenil y de maestros), los Grupos de Cámara, las Bandas Sinfó-nicas o los Coros Sinfónicos. En tan solo un año se hacen más de cincuenta conciertos en diferentes salas, plazole-tas y parques de la ciudad. Muchos de ellos son didácti-cos, especialmente el Concierto de Navidad que interpre-ta la Orquesta Infantil. Quienes los escuchan son niños de su misma edad y hasta más pequeños.

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También lo decía Bach en una de sus cartas a su es-posa Ana Magdalena:

Es fácilmente comprensible que músicos a los que se trata dignamente, se les evitan las preocupa-ciones materiales y puedan producir ejecuciones maravillosas.

Aunque las preocupaciones nunca terminan en la vida de ningún ser humano, es cierto que se diminuyen si uno se dedica a hacer lo que le gusta. Las donaciones del Japón tienen una incidencia directa en un factor que jamás ha estado medido en ninguna encuesta: el de la felicidad

batuta

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Fundación Batuta

Música por todas partes

Las posibilidades de que un buen violín llegue a las manos de un niño en la mitad de la selva son práctica-mente nulas. La sola idea trae a la memoria escenas épi-cas de la película de Herzog en la que Klaus Kinski encar-na a Fitzcarraldo, el mítico personaje que quiso montar una ópera en la mitad de la selva y llevar allí a Caruso. El personaje de la película existió en la vida real y su esposa empeñó todas sus joyas para ayudarlo en el proyecto qui-jotesco. Aquí, en la tierra de Macondo, ese tipo de realida-des mágicas se han hecho posibles gracias a la Gran dona-ción cultural del Japón, que ya ha hecho dos donaciones de instrumentos destinados a la Fundación Batuta.

Es como una flauta mágica. Y aunque no hablamos de la famosa obra de Mozart, como en la ópera, una flauta

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o cualquier instrumento que llegue a las manos de niños como los del barrio Jerusalén tienen la facultad de modifi-car el estado de ánimo de quienes los escuchan y los tocan.

Esta es una historia contemporánea que muestra las magnitudes y beneficios de los aportes japoneses a la cultura en Colombia. En sus inicios, Batuta acogió a 400 niños en su programa y tenía presencia en tres ciudades. Hoy día tiene cobertura en 84 ciudades y muchos de los niños y jóvenes que hacen parte del sistema −alrededor de 28 mil− son hijos de familias desplazadas por la vio-lencia. Su crecimiento da cuenta de la gran labor social que beneficia a aquellos niños que todos los días hacen de tripas corazón para seguir sus vidas sin reparar en las precarias condiciones que viven. A ellos les sonó la flauta mágica y muy seguramente en un futuro se familiaricen con la otra Flauta Mágica, la última ópera de Mozart que fue presentada por primera vez hace más de dos siglos, tan solo dos meses antes de que el genio muriera. Todo, gracias a Batuta.

Esta fundación es la cabeza del sistema nacional de orquestas sinfónicas juveniles e infantiles de Colom-bia y por medio de los 196 centros orquestales que tiene

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regados por los 32 departamentos del país se dedica a contribuir con el desarrollo de la música en lugares tan inhóspitos como Leticia, la capital del departamento del Amazonas, o Buenaventura, una ciudad a orillas del Pacífico en la cual las tradiciones musicales del litoral muestran una profunda raíz africana. Ritmos tan au-tóctonos como el currulao, patacoré o el maquerule son enseñados a los niños que asisten gratuitamente al pro-grama de preorquesta de la Fundación. En esta primera fase se hace énfasis en el desarrollo sicomotriz y auditivo de los niños, y aprenden la lectoescritura musical bási-ca necesaria para familiarizarse con el lenguaje musical. Es increíble ver pequeños interpretando a Carl Orff con sistros, xilófonos y metalófonos, percusión y flauta. En-tre el repertorio también se cuentan temas del folclor co-lombiano como la Guabina huilense de Carlos E. Cortés y La piragua de José Barros, entre otros.

Juan José Ortiz, uno de los profesores de Batuta dice que la mejor manera de sensibilizar a un niño que jamás ha oído música clásica es por medio del repertorio popu-lar orquestado. Él dirige la orquesta del centro de Ken-nedy y da clases de trompeta.

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No hay nada más gratificante que ver a los alumnos crecer con un instrumento, escogerlo, apropiarse. Tuve una alumna de 7 años que no podía sostener la trompeta de lo chiquita que era, pero estaba tan empeñada en que ese era su instrumento, que le tuvimos que poner un taburete que sostuviera la trompeta mientras ella tocaba. Otra aprendió a montar en bus sola, a los 8 años, porque no tenía a nadie que la pudiera traer o acompañar al centro. Su determinación era aleccionadora.

En Batuta, niños como Alma Beatriz ponen todas sus esperanzas en la música, sin importar las dificulta-des por las que tienen que pasar, pues muchos de ellos pertenecen a estratos de bajos recursos. Sin embargo, sus directivos y profesores son enfáticos en que nunca se apela a la lástima. “La música es una fuente inagotable de sanación, pero también es un goce, una escogencia, una alegría que no busca tapar ninguna tristeza”, dice Norma Poveda, directora administrativa de la Fundación.

Luego de esta primera etapa de preorquesta que dura cinco semestres, viene la orquesta de transición, que se divide en el grupo de cuerdas y el grupo de vientos, cada uno con su repertorio. Son orquestas temporales que les permiten a los estudiantes lograr afinación entre

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familias instrumentales y además aprender a interactuar con los demás instrumentos de la orquesta. De esta ma-nera queda demostrado cómo la música no es solamente un arte increíblemente bello, sino que además puede en-señarnos a convivir con los demás de forma armoniosa. Y esa enseñanza cobra mucha más importancia en países como el nuestro, donde la violencia amenaza con per-mear todos los sectores de la sociedad. Batuta integra a los jóvenes de diferentes regiones del país, por medio de encuentros como el que hicieron en Pereira en 2007, don-de se reunieron los mejores de todas las escuelas.

Sandra Tatiana, una de las estudiantes que compar-tió escenario con niños de otras regiones, dice que la con-movió saber que algunos de esos niños ni siquiera tenían tres comidas al día.

Y sin embargo estaban ahí, felices, compartiendo con nosotros y mostrándonos ritmos de sus pue-blos. Recuerdo que había un niño de Valledupar que me dejó asombrada con sus aptitudes para la percusión, ese “tumbao” se debe llevar en la san-gre, yo creo.

Esta suerte de construcción colectiva les enseña a los niños el valor del trabajo en equipo. Y además aprenden a

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ocupar su tiempo libre. Los niños reciben dos sesiones se-

manales, cada una de hora y media, pero saben que el mú-

sico difícilmente se hace si no estudia por su cuenta. Luisa

Fernanda Cano dice que cuando llegó era bastante rebelde

y en la medida en que pasó el tiempo fue encarretándose

con su instrumento, que es la flauta. Hoy toca en la orques-

ta de Bogotá y no deja pasar un día sin estudiar en casa.

Es tal la magnitud de este proyecto, que músicos

de la talla del Maestro Juan Carlos Rivas se han vinculado

para seguir mejorándolo. Juan Carlos es el director mu-

sical de Batuta. Egresado Magna Cum Laude de la Uni-

versidad de los Andes, y con posgrado en Dirección de

Orquesta y de Ópera en el Mannes College of Music de

Nueva York, Juan Carlos dice que Batuta cuenta con una

magia especial que solo la música logra.

No estamos hablando ni de comida ni de dinero. Lo que logra la música es un cambio de las almas, de las mentalidades, es un cambio del ser huma-no. En la medida en que un niño sienta que le está aportando a una comunidad, que su trabajo es im-portante, que su esfuerzo es importante, que está haciendo algo en conjunto con otros niños, lo que aprende mediante la práctica musical se ve inme-diatamente reflejado en su vida diaria. Muchos de

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estos niños están siendo rescatados de la delin-cuencia, vicios y demás problemas que tenemos especialmente donde faltan los recursos, donde está la población menos favorecida.

En menos de cinco años fueron creados 22.106 cu-pos, superando la meta planteada para el cuatrienio que era crear 21 mil. En la actualidad, Batuta tiene más de 25 mil alumnos en educación musical básica y además no da pérdidas sino utilidades. La cultura sin duda, no es solo obras de caridad. Al tiempo que nos hace mejores seres humanos, también puede generar posibilidades de ne-gocio. Así lo ha demostrado la Fundación, cuyos activos crecieron en 33,3% durante 2007. Su patrimonio a 31 de diciembre es de 5.304 millones, lo cual quiere decir que creció 22% en tan solo un año. Cuenta con 196 centros or-questales en 32 departamentos y 84 municipios. En estos centros han sido atendidos más de 35.000 niños, lo que indica que desde sus inicios, cuando atendía a 6.400 ni-ños, Batuta ha quintuplicado sus cupos.

De estos centros, los directamente beneficiados con los instrumentos de la última donación del gobierno ja-ponés son los doce que conforman las orquestas de cuer-das, vientos, metales, maderas y percusión. Siete de ellos

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están en Bogotá y los otros cinco están en otras ciudades más pequeñas, como Villavicencio, Barrancabermeja, Bucaramanga, Medellín, y Buenaventura. Sin embargo, cabe anotar que otras dos donaciones hechas por Japón han beneficiado a la Fundación: una en 1992, cuando se entregaron los instrumentos a la Presidencia de la Repú-blica, justo antes de que se formalizara Batuta; y otra en 2001, que se hizo a través del Ministerio de Cultura.

Vientos de otras tierras

Solo hay que ver la expectativa y la ilusión que se dibuja en las caras de los niños para entender por qué la llegada de estos instrumentos a sus vidas es crucial. Para entregarlos a los diferentes centros, sin embargo, es ne-cesario que pasen por un proceso de curaduría en el que se adaptan para que suenen contra viento y marea. El cuidado de los barnices y de las maderas es fundamen-tal, si se tiene en cuenta que muchos instrumentos van a lugares con climas de hasta 32 grados centígrados, como Buenaventura o el Amazonas, que tienen los índices de humedad más altos del planeta.

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Los más de doscientos instrumentos de la última donación han sido destinados a las orquestas juveniles, que es la parte final del proyecto en la cual se aplica el conocimiento del lenguaje musical, y al mismo tiempo se pule la técnica instrumental. Ejemplo de esta última etapa es la Orquesta Sinfónica Juvenil Batuta-Bogotá, in-tegrada por niños y jóvenes seleccionados de siete de los Centros Orquestales Batuta que funcionan en la ciudad (Santa Bibiana, Fontibón, Jerusalén, Kennedy, Candela-ria, San Cristóbal Norte y La Gaitana). Casi todos estos instrumentos donados por el Japón son de viento: saxo-fones, oboes, clarinetes, trompetas y trombones, entre otros. Sin embargo hay un instrumento que ilusiona en particular a Sebastián Ruiz, percusionista de la orquesta de Kennedy. Se trata de una marimba. Sebastián dice que lo más importante de la música es que nos deja ver parte de la vida de otros. “Como en la obra de Mahler, de Los niños difuntos. Por medio de ella podemos saber algo del dolor que sintió de tener a su hija enferma”.

Así, cada uno de estos niños o jóvenes va encon-trando su propio instrumento, su propio camino. Sebas-tián Carreño, por ejemplo, toca un instrumento que es

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casi tan largo como él cuando lo estira: el trombón. Dice que suena como un elefante y cuenta que desde que toca intercambia música con sus amigos en el colegio. Así fue que llegó a conocer a The Canadian Brass, un quinteto de dos trompetas, un trombón, un corno y una tuba. A cam-bio, él le prestó a su amiguito el Carmina Burana.

Daniel Felipe García es un niño de 13 años que ya va a graduarse del colegio. Su genialidad le permitió ascen-der dos cursos por encima de lo establecido y dice que to-car el arpa ha sido una buena manera de desfogar toda esa energía. Él les enseña a sus papás a reconocer los instru-mentos. El arpa clásica es su escogida, que a diferencia de las demás arpas tiene pedales para regular los tonos. Juan Pablo Silva, por su parte, está aprendiendo a tocar oboe. Aunque su música favorita es el vallenato –sobre todo Jorge Celedón, anota– quiere que sus hermanitos, de 2 y 1 año respectivamente, aprendan a tocar. “Sofía el violín, como mis dos tías y Sebastián el oboe, como yo”.

La empatía con un instrumento es una forma de de-finir la personalidad. Karol Ricardo Linares Correa dice que su instrumento, el corno francés, es el más sublime. Recuerda su primer encuentro:

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No sonó nada la primera vez que lo intenté. Ese día el profesor nos llevó un walkman para que es-cucháramos música para corno. Fue como amor a primer oído. Después de 10 minutos intentando hacer como un ‘caballo’ con mis labios lo logré.

De eso hace ocho años. Ricardo tiene hoy 20 años y el corno le permite expresar muchos sentimientos al mis-mo tiempo: “Es como si mostraras una alegría inmensa y una sensación de tranquilidad que se conjugan en una sola para formar un choque eléctrico por todo el cuerpo”. Aunque Ricardo prefería ver televisión que escuchar mú-sica, un día fue a un concierto de Batuta en el que su her-mano mayor tocó.

Vi muchas cosas. Me llamó mucho la atención el ambiente y decidí ingresar. Cuando fui a elegir mi instrumento no había cupo en ningún otro que el corno. Yo no creo en las casualidades. Es como si estuviéramos hechos el uno para el otro.

Ricardo dice que definiría la música como la forma natural en la que expresa todos sus sentimientos:

Es difícil de explicar en términos racionales, pero cuando escucho Júpiter (de la suite de los planetas de Gustav Holst) me transporto hacia un mundo en el que las preocupaciones desaparecen y solo

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existe la alegría y la solemnidad total. Así debe ser el cielo, no te preocupas sino por dar y por sonreír a todo momento.

Hijos que educan padres, alumnos que son maestros

La palabra “hana” en japonés significa flor. Ese es el nombre de la canción que un grupo de niños de la Fun-dación Batuta interpretó el día en que se hizo la entrega oficial de la donación, y con ella basta para dar cuenta del intercambio cultural que las relaciones con Japón nos han generado.

El sentido de pertenencia y la conciencia de la diver-sidad son muy enriquecedores para estos niños y conta-gia a sus familias. Clara Muñoz, profesora de violín, hace un ejercicio a dos voces con dos niñas violinisas: Ángela y Carmen. Andrés Felipe Carreño, el hermanito de Ángela está sentado en la sala con su mamá. Tiene apenas 8 años y toca flauta en pre orquesta, pero quiere aprender a tocar chelo porque le parece que suena como si fuera un león. Su madre dice que no sabe mucho de música, pero que adora los boleros. Es una mujer humilde y dulce que con

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mucho esfuerzo le consiguió un violín a su hija para que estudie por fuera del centro.

Para sus quince, Batuta decidió hacer un concierto con 32 niños de todas las partes del país (uno por cada uno de los 32 departamentos). Ver al público emocionado es es-tremecedor, porque demuestra que no solo estos niños se acercan a la música, sino que crean y forman un público a partir de sus familiares que crece y crece cada vez más en Colombia, y que luego no solo está compuesto de padres de familia que jamás habían oído un concierto de Mozart completo, sino de melómanos y músicos conocedores que aprecian e incentivan las labores de Batuta, porque ven en ella una manera viable de hacer que la cultura sea demo-crática, que no se quede en las altas esferas de la sociedad y que ande suelta por la calle, como debe ser. Tan solo en un año, Batuta realiza más de un centenar de conciertos, a los cuales asisten alrededor de 65 mil personas.

Pero el intercambio no es solo con otras regiones del país. La orquesta Bogotá, por ejemplo, tocó un re-pertorio en común con la South West Orchestra Dorset del Reino Unido, bajo la dirección de Lancelot Fuhry. To-caron juntos Soy colombiano, del maestro Rafael Godoy.

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“Los ingleses se interesaron por nuestra música así. De otra manera solo sabrían de Shakira”, dice Ignacio, uno de los jóvenes que participó en el encuentro. Así mismo, encuentros como el Foro Latinoamericano de Educación Musical (Fladem), han generado un amplio intercambio de repertorios regionales. En este tipo de encuentros y durante varios días de trabajo en talleres, los maestros aprenden cuál es el método por medio del cual otros maestros les enseñan a sus alumnos.

Y aquí viene la mejor parte de la historia de Batuta, la parte que hace que Batuta nunca muera. Varios de esos niños que en otra época fueron alumnos de la Fundación, son hoy día profesores de la misma. Y no solo por con-vicción. Son contratados y reciben un salario, lo cual le da mucha más estabilidad a la Fundación. Es el caso de Sergio Trujillo, uno de los 235 maestros de Batuta, que además es miembro de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia. Así, como todo el que da, luego recibe, la Fundación es retribuida en sus esfuerzos y se alimenta de la única fuente que puede mantenerla viva: la música de sus alumnos

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Biblioteca Luis Ángel Arango

Un banco que emite cultura

Es verdaderamente esperanzador que el banco cen-tral de un país no se dedique única y exclusivamente a emitir billetes y a vaticinar sobre cifras tan aparente-mente lejanas a la realidad cotidiana de la gente, como lo son el Pib, la devaluación o la deuda externa. Lo que nació como una pequeña biblioteca de consulta para los funcionarios del Emisor es hoy día un verdadero icono cultural de la ciudad. Poco a poco fue comprando y reci-biendo bibliotecas privadas hasta convertirse en la Luis Ángel Arango, en honor al gerente general del banco que en 1955 gestionó la construcción de sus instalaciones.

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Desde hace cincuenta años el Banco de la República viene aportando una cantidad de cultura invaluable para los colombianos. No es de poca monta que la Biblioteca Luis Ángel Arango se haya convertido en la biblioteca pública con más usuarios del mundo, por encima de la Pompidou de París o de la Biblioteca Nacional de Nueva York. Esto tiene una razón de ser, y es que la Luis Ángel ha sabido competir con otros espacios de cultura y esparci-miento, ampliando sus horizontes –más allá de conservar colecciones bibliográficas, monedas y billetes, estampi-llas, y piezas de orfebrería y cerámica precolombinas y de artes plásticas– con actividades musicales y de artes plásticas, así como con proyecciones de videos.

Además de sus once salas clasificadas por áreas de conocimiento y según el tipo de material (hemeroteca, sala general, mapoteca y sala de referencia), tiene dos es-pacios muy particulares: una sala para el aprendizaje de idiomas y una moderna sala de audiovisuales. Estas ayu-das audiovisuales que hoy día están disponibles para el público en la sala de la Luis Ángel tuvieron como gran benefactor al Gobierno del Japón, que en 2004 recibió lo último en pantallas de proyección, monitores de plasma,

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ecualizadores, consolas, micrófonos, audífonos, distri-buidores de audio, amplificadores, parlantes equipos de reproducción de video (Vhs y dVd) y videograbadoras.

La tradición que el Banco tenía en el desempeño de sus funciones culturales fue el aval más importante con el que contaron los japoneses para asegurarse de que la donación estaría destinada a manos responsables y sobre todo determinantes en el desarrollo cultural de una socie-dad que, a pesar de no leer mucho, visita con regularidad la biblioteca y se integra en sus actividades casi a diario.

A pesar de que, desde sus inicios, la biblioteca conta-ba con una sala audiovisual, la diferencia del servicio que hoy día presta con los nuevos equipos es total. Se adiciona-ron un auditorio y una sala de proyecciones libres y ya no hay 15 puestos, como antes, sino 32 puestos individuales disponibles. La consulta del material audiovisual del que dispone la biblioteca ha duplicado así su divulgación.

Alrededor de doce mil usuarios mensualmente uti-lizan la sala. En el auditorio, que tiene una capacidad para ochenta personas se organizan eventos de apoyo. La sala de estar es empleada de manera autodidacta por grupos

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pequeños que eligen su propia programación para ser proyectada en un monitor de plasma. Es muy reconfor-tante ver a tres personas mayores sentadas en la sala como si estuvieran en el cine, viendo una película de su época totalmente gratis.

Muchos de los que vienen a esta sala están desem-pleados o ya jubilados y es una suerte que puedan aprove-char su tiempo de una manera útil. “Yo para qué me que-do en la casa poniendo pereque y perdiendo el tiempo, si acá me vengo y miro cosas interesantes y paso el rato”, dice Gonzalo Castañeda y añade:

No es que sea muy ilustrado, pero pasan cosas ac-tuales. Cómo voy a enterarme de este puente que construyen en África, por ejemplo, o que los chi-nos quieren hacer una ciudad entera en un edifi-cio, ¡imagínese!

En los treinta cubículos con computadores perso-nales, los usuarios consultan otros materiales sobre cine clásico colombiano y universal y ciencia y tecnología o pueden echar mano del material que todavía existe en ca-setes o cd, la mayoría libros parlantes.

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Por si fuera poco, con la llegada de esos equipos se pudieron reorganizar tres auditorios más. Su calidad responde a la necesidad de tenerlos en uso constante por doce horas al día. La donación también es utilizada en la sala de conciertos de la Luis Ángel, que es considerada como una de las mejores salas para conciertos de cámara. Por allí han pasado músicos tan importantes como Jordi Savall, que se dedica a explorar los sonidos de la música antigua por medio de instrumentos poco comunes como una viola da gamba; o como el organista francés Pascal Marsault, cuyos conciertos recaudaron dinero para res-taurar viejos órganos descuidados en iglesias y teatros. Eso por nombrar tan solo algunos de los más importan-tes, porque la biblioteca también incentiva el desarrollo de los músicos colombianos, organizando actividades como la Semana de la guitarra, con clases magistrales de concertistas de la talla del maestro Víctor Monge Se-rranito, y hasta becando a jóvenes talentos como la pia-nista Carolina Noguera, que en 2007 se fue a estudiar a Birmingham, en Inglaterra.

Fue en esta sala donde se presentó varias veces el niño violonchelista Santiago Cañón, que dejó impresionado a

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Yo-yo Ma en su paso por Bogotá. Santiago jamás hubiera podido alcanzar el nivel que tiene de no ser porque enri-queció sus oídos con los conciertos de esta sala, además de estudiar arduamente. Antes de partir hacia Nueva Zelanda para hacer un curso intensivo de chelo con el profesor Ja-mes Tennant, Santiago se encontró con Yo-yo Ma, quien lo escuchó tocar y se deleitó tanto que casi lo deja el avión.

En esta sala los conciertos y recitales son agrupa-dos en ciclos como Músicas del mundo, Música antigua para nuestro tiempo, Recorridos por la música de cámara, Música y músicos de Colombia, Grandes intérpretes y Tiempos de jazz. Las programaciones anuales también incluyen conciertos didácticos a los que asisten niños de diferentes escuelas para familiarizarse con la música clásica, así como con-ciertos denominados Domingos en familia.

Volviendo a las colecciones de cine, hay una de cine japonés que incluye Rashomon, de Kurosawa, Nubes flo-tantes, de Ukigumo, y El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima, entre otros. La colección está complementada por un folleto que sirve como guía de estudio. Carla ha venido varias veces a ver películas japonesas. Tiene ape-nas 17 años.

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Lo que más me gustaba era el manga, pero si no hubiera venido acá no hubiera descubierto otras cosas buenísimas como In the mood for love, de Wong Kar Wai, o Hanabi, Flores de fuego, que es super agresiva pero muy buena. Por ahí también vi una película que se basa en la vida de un escri-tor que nunca había oído nombrar, que se llama Mishima. La película no es japonesa, pero me lle-vó a conocer a ese autor y su vida, que fue terrible, porque era como loco. Yo sé que a algunos les pa-rece que uno no debe ver esas cosas tan fuertes, pero sí no, cómo se aprende a vivir.

Coincidencialmente, las palabras de Carla traen a la memoria una frase del escritor japonés Mishima que va como anillo al dedo a la hora de concluir por qué la labor de la Luis Ángel es tan importante:

Los seres humanos poseemos el arma del conoci-miento para hacer de la vida algo soportable. Para los animales esas cosas no son necesarias porque sus vidas son soportables. Pero los seres humanos sí necesitamos algo, y con el conocimiento pode-mos hacer de la propia intolerabilidad de la vida un arma (…).

Así con las palabras de Mishima, se justifica la afor-tunada existencia de una biblioteca que ha sido tan im-portante para los colombianos como sus propias casas

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Inravisión -Rtvc

La tele es cultura

La televisión no es solo un negocio. Durante mu-chas décadas fue la manera más directa de llegarle a la gente y de formar sus opiniones. Cuando los expertos lo analizaron en profundidad, se dieron cuenta de que debía existir lo que los ingleses llamaron “Media Literacy”, que es algo así como una “educación para los medios”, por medio de la cual las personas, y más que todo los niños, aprenden a decodificar e interpretar el lenguaje televisi-vo, por ejemplo.

En un principio, se pensó que este tipo de educa-ción era una herramienta contra los males que generaba la televisión, pero luego se llegó a la feliz conclusión de que no todo lo que aparece en la caja mágica es dañino.

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El negocio de la televisión y el entretenimiento no siempre va en contravía con la cultura. La herramienta más valiosa que tiene un país para que esta idea pueda subsistir es que perviva la televisión pública, y que esta se proponga apostarle siempre a contenidos que enriquez-can la vida de sus televidentes.

Esto es precisamente lo que ha venido haciendo RtVc, antes Inravisión, en nuestro país. Es admirable ver cómo hoy día muchos de sus programas culturales se roban poco a poco puntos del rating en prime time y compiten con los canales privados que presentan novelas y realities, mientras que en Señal Colombia se le ofrece al televidente una programación alternativa y muy bien pensada para apoyar la cultura.

Pensando en todo lo anterior es que RtVc le pidió al gobierno del Japón una serie de programas dirigidos a los mayores televidentes del planeta: los niños. Los fenó-menos adversos de la televisión en la cultura solo pueden erradicarse si a los adultos del futuro se les ofrece una pro-gramación con contenidos de calidad, que luego los haga querer seguir viendo programas que les dejen más en sus vidas que un simple rato de entretenimiento. Pero que los

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programas tengan contenido no debe significar que sean aburridos. Este es el gran aporte cultural del Japón a RtVc: programas con contenido, pero a la vez divertidos.

Es difícil imaginar a un niño aprendiendo cómo funciona la energía solar o por qué existe el arco iris bajo un método convencional y discursivo. En cambio es fas-cinante verlo entendiendo fenómenos de esa compleji-dad en su propio lenguaje y participando de un experi-mento. Sin siquiera notarlo, estos niños han aprendido Física pura. Después de haber visto programas como Los 10 minutos de la Ciencia entienden qué es el movimiento, e incluso qué es el movimiento uniformemente acelera-do, lo cual suena bastante aburrido de aprender bajo mé-todos convencionales. Este tipo de formatos se valen de la ciencia para ofrecer un show llamativo, entretenido y, de paso, didáctico.

Sin importar que se liquidara Inravisión y en su lugar se creara RtVc (Radio y Televisión de Colombia), se mantuvo además el convenio con los canales regionales de los cuales Inravisión era socio para realizar varias de las emisiones por medio de ellos.

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Así las cosas, estos programas fueron de gran apoyo en la franja educativa de Señal Colombia y de los demás canales regionales que los pasaron. Muchos de los televi-dentes han llamado directamente a Señal Colombia para pedir que les repitan tal o cual programa, como en el caso de Úrsula Gutiérrez:

Mira, yo tenía que hacer una tarea dificilísima del co-legio que era de las ondas de luz y una amiga me llamó y me dijo que viera los 10 Minutos de la Ciencia que es-taban dando algo sobre eso, y por eso yo llamé a pedir que lo repitieran, porque ahí sí entendí bien lo que ha-bía leído en el libro del colegio.

Es ya de por sí maravilloso que esta información le llegue a una niña como ella, que vive en la ciudad y que tiene muchas más herramientas para aprender fuera del colegio (como internet, museos, etcétera).

El verdadero milagro sucede cuando llega a las pan-tallas de los niños que viven en lugares absolutamente remotos, en donde difícilmente existe otra posibilidad de que esos pequeños oigan hablar de Hipócrates o de protozoos. Un niño en la ciudad puede ser llevado por sus profesores al planetario o a un observatorio astro-nómico. El planetario que el niño de provincias de bajo

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desarrollo tiene a la mano es la Enciclopedia Digital del Cosmos, un programa que explica cómo se forman las estrellas, o la distancia que existe entre uno y otro cuer-po celeste.

“Yo vi que Marte era rojo, pero allá no pueden vivir los marcianos porque no hay agua”, dice Micaela, una pe-queña de apenas 5 años que ve con regularidad este tipo de programas. Salomé, su mamá agradece que existan sus programas para que cuando su hija quiere ver televi-sión ella no sienta que está dejándola perder el tiempo.

Otro de los programas que ha tenido gran acogida entre el público infantil es Rocky y sus amigos, un viejo programa animado hecho por los norteamericanos Jay Ward y Alex Anderson, cuyo éxito comprueba cómo un buen contenido jamás deja de estar vigente, a pesar de que sus gráficos sean las de la época (los años sesenta).

Para muchos críticos de televisión, este programa conserva lo mejor de los viejos programas de radio que ya no existen. “Fue el que tuvo mayor cantidad de solici-tudes de repetición”, dice Gloria Suárez, profesional de material y gestión de RtVc.

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Un niño se comunicó con nosotros pidiendo in-formación sobre el espectáculo de Rocky en vivo y al comentarle que este programa nos lo había donado Japón, nos pidió que lo enviáramos a este país para conocer a Rocky.

Los adultos nos equivocamos al pensar que los niños no pueden entender asuntos de Física, Química, Ecología o, incluso, Filosofía. La clave está en presentar-les esa información depurada y previamente adecuada a su propia manera de pensar. Los ejemplos para enume-rar son infinitos, pues se trata de más de 660 programas educativos y culturales que han sido y serán transmitidos hasta 2010.

Así como la radio y la internet, la televisión es un verdadero medio masivo de comunicación y, en esa medi-da es verdaderamente democrática. Como lo dijo en una entrevista Carolina Hoyos, directora de la Comisión Na-cional de Televisión, “Los niños son un público exigente al que falta estudiar, para brindarle lo que le gusta y lo que necesita en su formación y entretenimiento”.

Con este tipo de iniciativas como la donación de contenidos infantiles y otras modernizaciones de la

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programación del canal, más que un canal de televisión tradicional, RtVc ha hecho de Señal Colombia un medio para que los colombianos se expresen y se reconozcan, por lo cual su eslogan es Todo lo que Somos.

Este canal tiene la gran virtud de no tener que res-ponder a intereses comerciales y privados, por lo cual sus contenidos son abiertos a la cultura, la educación y el entretenimiento sano. Mientras que RtVc se ponía a tono con las necesidades apremiantes de modernizar el canal, los contenidos donados por el gobierno del Japón fueron de vital importancia, pues le permitieron invertir los re-cursos que habría tenido que gastar comprando derechos de programas extranjeros en la convocatoria, producción y realización de programas locales, que en forma progre-siva fueron complementando una programación que an-teriormente no tenía muchos programas propios.

Ejemplo de ello es Kirikikí El Notizín, un programa dirigido a niños producido por Señal Colombia que se emite los fines de semana a las 11 de la mañana y que se repite entre semana a las 7 de la noche, el cual no tiene nada que envidiarle a los canales privados.

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Latribu, el grupo de jóvenes que diseñó el proyec-to, ha sido apoyado por RtVc para darle forma a este tipo de realizaciones que manejan temas que realmente les interesan a los niños: la importancia del buen uso de la energía, el hecho de ser un hijo adoptivo, cómo hay que trabajar para obtener dinero, pero también en qué con-siste el derecho a protestar; el significado de la belleza, la llegada de la pubertad, las adicciones, la publicidad y los medios, en fin, muchos temas necesarios puestos en es-cena de una manera interesante y sobretodo entretenida.

El desarrollo de una programación infantil con pro-gramas inteligentes y recursivos no sería posible sin las donaciones de contenidos como la que en 2003 hizo el go-bierno japonés a RtVc.

Los cambios se pueden ver a simple vista, si uno prende el televisor y ve los programas que Señal Colom-bia le ofrece hoy en día a sus televidentes. Así se prueba que la televisión, en sí misma, no es nociva. Tal y como lo dijo el famoso director de cine Federico Fellini: “Con-denar la televisión sería tan ridículo como excomulgar la electricidad o la teoría de la gravedad”

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Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán

Espacio de vida y socialización

El actor, productor y director inglés, Laurence Oli-vier no pudo decirlo mejor: “Creo que en una gran ciu-dad, incluso en una pequeña o en un pueblo, un gran tea-tro es el signo más visible al exterior de que al interior es probable una cultura”.

Esta cita sea tal vez la clave para entender por qué, desde los tiempos más antiguos, el ser humano ha que-rido reunirse a ver representada su vida, a compartir su alegría y su miseria en un lugar llamado teatro. Por eso es que para cualquier ciudad es imprescindible tener “su” teatro. Esta fue la premisa que movió al Concejo de Bogo-tá en 1888 a construir un teatro municipal.

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Las anécdotas que sus paredes albergan desde en-tonces deben ser millones y millones. Para la muestra tan solo las primeras. Dice la historia que, en 1885, al no encontrar un escenario adecuado para sus funciones, un teatrero italiano de apellido Zenardo decidió improvisar el primer espectáculo justo en frente de lo que más tarde sería el teatro. A la inauguración había que llevar sillas y asistió el propio Presidente Núñez. Así mismo, fue en este teatro donde el escritor de comedias populares Luis Enrique Osorio le enseñó al público bogotano a reírse de sí mismo. Hemos de recordar que hasta no hace mucho el punto de encuentro por excelencia en una ciudad fue el teatro. La gente no solo iba para ver una obra, sino para socializar en general.

Aunque para esa época el Colón ya existía, el Jorge Eliécer vino a ser algo así como la disidencia del Colón, por cuanto iba formando su propio público y, a pesar de que ambos fueron pensados a partir de una tendencia similar (la europea) y en su primera etapa el Jorge Elié-cer centró su programación en obras extranjeras, luego puso sus ojos en espectáculos muy “locales”. Un nuevo teatro con más prosa y de lenguaje sencillo y cotidiano

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empezó a calar en el público y la bohemia bogotana. Así, la creación dramatúrgica colombiana se vio incentivada por el teatro municipal, que por los años treinta también fue escenario para las ideas políticas que definían el des-tino de nuestro país. Por ello el nombre del caudillo Jorge Eliécer Gaitán. El fue quien lideró la actividad en el teatro de los “viernes culturales”, donde artistas e intelectuales encontraron el espacio perfecto para debatir sus ideas.

Sin embargo, la historia de este teatro no es solo son-risas y alegría. El teatro fue demolido en 1952, y quienes más afectadas resultaron fueron las compañías de teatro. Cuando se retomó la idea de revivir el municipal, decidie-ron hacerlo en el Teatro Colombia, una sala que había sido creada especialmente para proyectar películas. Por eso, durante más de dos décadas, el teatro estuvo abocado a seguir proyectando películas, pues su remodelación nun-ca tomaba forma y el teatro no respondía a las caracterís-ticas necesarias para montar espectáculos teatrales.

Fue entonces que apareció la mano noble del go-bierno del Japón, que en 1987 apoyó la renovación de su infraestructura y la adecuación de su interior a través de una amplia donación de equipos de luces y sonido. Así,

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desde hace ya dos décadas y sumando una segunda inter-vención en 1995, el teatro ha sido uno de los escenarios más pedidos por compañías extranjeras y locales que, por sus condiciones técnicas, prefieren el Jorge Eliécer a cualquier otro teatro.

El espacio donde se presenta una obra es funda-mental. Cuando se escribe y se monta un espec-táculo, uno siempre piensa de antemano en el espacio. El Jorge Eliécer es un teatro que puede satisfacer, si no todos, la mayoría de requerimien-tos de un espectáculo de alta producción, como lo es Nebbia de Cirque Eloize, dice John Lambert, el productor de este show que se presentó durante el último Festival de Teatro Iberoamericano.

Así las cosas, la donación que hizo el gobierno ja-ponés en 1987 tuvo una réplica en el año 2000 con nue-vos equipos de sonido. El impacto de estos equipos en la vida del teatro es invaluable, por cuanto ha atraído más espectáculos y ha permitido que se hagan grandes pro-ducciones que antes eran impensables. Hoy día, más de trescientos espectáculos se presentan anualmente en el Jorge Eliécer que, entre otras cosas, es el teatro con ma-yor capacidad de público en Bogotá y Colombia (1.800 personas tienen cabida en esta sala).

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Varios programas han sido implementados con éxito en el teatro. El Martes del Municipal, por ejemplo, se ha convertido en un espacio de encuentro para que los ciudadanos se reúnan y discutan sobre temas cultu-rales orientados por expertos en literatura, cine, músi-ca, teatro, arte y cultura en general. Es un programa de conversatorios gratuitos que reúne anualmente a más de 2.700 personas.

No es que sean eventos multitudinarios –por lo general van de cuarenta a sesenta personas. Lo mejor de esas tardes es que te encuentras con gen-te de las más opuestas procedencias y tendencias, y eso enriquece las discusiones, dice Victoria Lu-cena, una estudiante de Sociología que asiste con regularidad a estos encuentros.

Así mismo, y haciendo un uso más amplio del tea-tro, que debe mantenerse como un punto de encuentro cultural, el Jorge Eliécer invita a jóvenes creadores co-lombianos que utilizan nuevas tecnologías en sus obras, ya sean de arte, diseño, fotografía, música, cine, o video, por medio del programa Miércoles Virtual. Manuel Gam-boa, joven músico colombiano asegura que lo interesan-te es que hay varias modalidades en el programa.

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Unas veces alguien expone su proyecto, otras es un grupo de gente que intercambia ideas sobre el proceso que siguieron sus obras. Y otras simple-mente la reunión se enfoca en un tema coyuntu-ral o en el uso de una herramienta digital. Es real-mente práctico y le da a uno ideas realizables.

El teatrino sirve de escenario para tres actividades que también se hacen permanentemente. Una es la re-unión o tertulia que hacen todos los primeros lunes de cada mes sobre el tema ciudad. El intercambio de estas investigaciones urbanas logra que no queden guardadas en un cajón y que se difundan de una manera espontánea. Otra de las actividades es los últimos lunes de cada mes, que están dedicados a la lectura dramática. Cada mes se escoge un país, un director y una obra que caractericen el lugar de origen de su autor. Jóvenes actores leen los tex-tos y así acercan al público al mundo de las artes escéni-cas mediante la lectura o, mejor, de la tradición oral, que es la gran fuente de la literatura y del teatro.

Uno se siente como cuando le leían cuentos las abuelitas o las mamás y puede poner mucha aten-ción a las palabras específicas que utiliza cada au-tor, al tiempo que deja volar la imaginación”, dice María José Villamil, una estudiante de música que alguna vez fue al encuentro.

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“Me enteré porque fui un viernes a un concierto de unos amigos de la asab”. María José se refiere a la tercera actividad, que consiste en una serie de conciertos gratui-tos, que se llama Arte y parte.

Cada vez que un espectador entra al Jorge Eliécer, se encuentra con una exhibición en El Callejón de las Ex-posiciones, que está dedicado única y exclusivamente a la fotografía. Esta iniciativa, así como los Ciclos de Rock son muy bien acogidos por el público juvenil, que viene a ver bandas nacionales como La Pestilencia, The Black Cat Bone, Pornomotora y Kraken.

Este escenario es impensable si no fuera por el apo-yo del teatro por medio de los ciclos. A quienes ya tenemos experiencia nos deja seguir en la jugada, y a los nuevos les da posibilidades de coger cancha en escenarios grandes, dice Elkin Ramírez, la voz líder de la famosa banda de origen paisa.

Para los niños, el teatro ha creado un programa de visitas guiadas en el cual alrededor de 20 mil infantes han tenido la posibilidad de conocer las instalaciones, mien-tras les explican cuáles son las partes de un teatro y luego ven una función gratis.

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Festivales y temporadas como Eurocine también tienen cabida en un teatro que, además de presentar obras de otros lugares, pretende recoger las tradiciones ancestrales del país apoyando fiestas populares como el Festival Cuna de Acordeones, el Festival Nacional de Ban-dolas, Fiestas de San Basilio de Palenque y el Festival Bat de Nueva Música Colombiana, en donde lo más sabroso de nuestro folclor se hace fiesta.

En resumidas cuentas, la idea de que los bogotanos pudieran tener un escenario de tan alta calidad hubiera quedado enterrada en el olvido, de no ser por la generosi-dad del gobierno japonés, que ha sabido entender eso que alguna vez dijo Oscar Wilde: “El escenario no es solamen-te el punto de encuentro de todas las artes, sino el retorno del arte a la vida”

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El aporte de Takeshima

Cali es Cali, lo demás…

La caleñidad es algo que no puede explicarse con palabras. Tal vez la música lo haga más claramente. No por nada dice una canción que Cali es Cali, y lo demás es broma. La tercera ciudad más poblada de Colombia tie-ne un aire especial, un ritmo particular que se siente en el ambiente. Su vegetación exuberante y el acento fuer-te y claro de su gente pueden ser hasta apabullantes, lo cual no la hace menos encantadora. Sus manifestaciones artísticas son de las más originales y transgresoras del país. Así lo demuestra la salsa que, a pesar de ser oriunda de Cuba y Nueva York, se afianzó en Cali desde los años cuarenta. Ejemplo de ellos es el Grupo Niche, que de la mano de su creador y líder, Jairo Varela, ha alcanzado la fama internacional y el respeto de reconocidos salseros de otros lugares del mundo.

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En una ciudad en la que la música es tan determi-nante, y a la cual llegaron los primeros japoneses que se asentaron en el país, vale la pena rescatar y destacar la labor de los estudios de grabación Takeshima, donde se hace uso de una de las donaciones más interesantes del gobierno japonés al país en materia cultural. Bautizada en honor al primer japonés que pisó tierras colombianas (Juzo Takeshima), los estudios de grabación Takeshima son el resultado de esta donación. Por medio de ellos, se les presta a los caleños el servicio de producción de vi-deos musicales, grabación, mezcla y copiado profesional de audio, y alquiler de cámaras de video y sonido. Su mi-sión es apoyar la producción de manifestaciones artísti-cas que tengan como medio de expresión los medios au-diovisuales y sonoros, todo esto a través de la Secretaría de Cultura y Turismo, a la cual se encuentra adscrita. El estudio es líder no solo en el desarrollo, sino en la promo-ción y divulgación de esas ricas manifestaciones musica-les de Santiago de Cali, el Valle y el litoral Pacífico.

Así las cosas, más de 164 productos audiovisuales han sido producidos, entre las cuales se cuentan cam-pañas educativas para la Secretaría de Gobierno y la de

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Educación, el Instituto Popular de Cultura y otros videos culturales, como uno sobre la historia y la arquitectura de Santiago de Cali, otro sobre el turismo de la misma ciudad y sobre sus artesanos. Y varios sobre el origen de la música caleña, así como sobre los afrocolombianos y la Feria de Cali.

Actualmente, el estudio puede llegar a grabar aproximadamente una decena de producciones musica-les y otra más de videos en tan solo un mes. Patricia Elena Patiño, su directora, asegura que dentro del total de horas de grabación y edición, que mensualmente suman unas 160, al menos 70% son sin ánimo de lucro y prestan la la-bor social con la cual está comprometida la Secretaría.

Cerca de doce agrupaciones musicales anualmente graban en forma gratuita sus producciones musicales, proyecto que hoy es avalado por el Ministerio de Cultura, que lleva por nombre Compartiendo territorios y ya va en su tercera edición.

Takeshima ha grabado a más de doscientas agru-paciones musicales. Aunque quienes se benefician de estos servicios, como los temas de los audiovisuales lo

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demuestran, son en su mayoría vallunos, colombianos de otras regiones también lo han hecho. Es el caso de la agrupación pastusa Bambarabanda, que además de hacer música experimenta con el teatro, y ha colaborado con la puesta en escena de obras como Medea sin fuego, Despliega-opera rap y Coxis mártir, junto a la reconocida agrupación nariñense Acto Único Teatro. Ellos fueron uno de los gru-pos elegidos para grabar uno de sus temas en el proyecto Compartiendo territorios, uno de los programas bandera que Takeshima lidera.

En Colombia existen muchos grupos que deciden creer en sus canciones, materializar estos proce-sos a través de las grabaciones es una manera de aportar a que las sociedades los conozcan y se-pan de sus sueños, denuncias, sus tristezas y ale-grías. Fue muy interesante el hecho de haber sido seleccionados aun perteneciendo a otra región. Compartir experiencias artísticas entre culturas distintas es compartir lenguajes, es aprender a diferenciarnos y a conocernos un poco más”, dice Juancho uno de los integrantes de este colectivo.

Este colectivo ahonda en las raíces y aires folklóricos de la región andina y el sur de Colombia, para que ritmos como los san juanitos, huaynos, kapishkas, sonsureños,

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tinkus, pasillos y bambucos se fusionen junto a ritmos y ai-res universales como el rock, el funk y el punk, entre otros.

A partir de testimonios como este, se demuestra que Compartiendo territorios es una iniciativa maravi-llosa, que ha crecido en forma notable. En su primera ver-sión grabó diez canciones de cinco grupos. En la segunda grabó veinte temas de diez bandas y además de sacar los cd al mercado, se hicieron conciertos, un documental so-bre el proceso y varios videoclips.

Estas y otras grabaciones han resultado la produc-ción de más de 24 discos compactos, entre los que se cuentan: Ganadores del Festival de música del Pacífico “Petronio Álvarez”, Zona industrial, Peregoyo y su com-bo, Homenaje a Edmundo Arias, Ensueños colombianos, Amor banda y boleros, Himnos municipios del Valle del Cauca, Grupo Bahía, Zocavón, Canaló, Banda departa-mental, Compartiendo territorios I y II.

Hugo Candelario, el líder del grupo Bahía, dice con nostalgia:

Takeshima fue fundamental en el crecimiento de nuestro proyecto musical. En 2005, cuando

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la Revista Semana catalogó nuestro disco Bahía Trío: Pura Chonta como la mejor grabación co-lombiana del año nos sentimos muy orgullosos.

Otros casos menos profesionales, pero no por eso menos importantes son ejemplo de la gran labor de Takes-hima. Melchor Zapata, un guardia de tránsito oriundo de Padilla, Cauca, también grabó su primer sencillo en el estudio. El “mago del sabor” puso a sonar su música en la Feria de Cali, pero asegura que jamás hubiera podido grabar algo profesional sin el apoyo de Takeshima.

Si recogiéramos los testimonios de cada uno de los músicos que han pasado por este estudio, tendríamos un libro gigante de anécdotas maravillosas. Capítulo aparte merece el Premio Petronio Álvarez, que se entrega a tra-vés de un concurso que convoca a todas las agrupaciones del país que interpretan música del Pacífico, en el cual alrededor de cincuenta grupos se disputan varias catego-rías durante cada agosto desde 1997, y cuyo nombre hace honor al famoso compositor de “Mi Buenaventura”.

Pero no todo es folclor, porque además sería im-posible hablar de las manifestaciones musicales caleñas

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sin incluir otras corrientes como el rock, tal y como ase-gura Carlos Traub, el ingeniero de sonido chileno que está a cargo de las grabaciones. Este año, en la convo-catoria para la tercera versión de Compartiendo territo-rios, los músicos podrán participar en tres categorías, dependiendo de su estilo musical: salsa y tropical, fol-clor y música popular, y rock y pop. La idea es que quie-nes están interesados en grabar de manera profesional sus temas participen enviando sus demos o videos para escoger entre diez y catorce grupos y grabarlos comple-tamente gratis.

Como si fueran pocas las más de treinta mil horas trabajadas, tanto en producción de audio como de video, en estos casi ocho años de funcionamiento, Takeshima ha realizado doce talleres de capacitación en producción audiovisual dirigidos a personas de los sectores popula-res de Cali, y también organizó y realizó dos diplomados de producción audiovisual en alianza con la Fundación Parque Tecnológico de Software de Cali “ParqueSoft”.

Para sumarle a sus buenos oficios, apoya a los ca-nales comunitarios de televisión que, debido a su limita-ción de recursos, no cuentan con los equipos necesarios

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para producir una programación con el nivel de calidad que se amerita.

¿Qué beneficios obtiene la comunidad de vuelta por esto? Nada más y nada menos que la posibilidad de gene-rar verdaderos espacios de aceptación y reconocimiento de los procesos culturales de la población juvenil caleña para contribuir a la convivencia social en todo el muni-cipio. Así se preserva además la memoria de la cultura popular urbana, y se estimula la creación artística y los movimientos culturales. Es muy factible que quien está ocupado gozando de tocar un instrumento por medio del cual puede expresar sus emociones jamás se encamine en los malos pasos de la violencia ni tenga tiempo de en-tregarle su destino a un arma. Las palabras de uno de los autores contemporáneos caleños más representativo lo resume en un aparte de su novela ¡que viva la música!:

Música que me conoces, música que me alientas, que me abanicas o me cobijas, el pacto está sellado. Yo soy tu difusión, la que abre las puertas e instala el paso, la que transmite por los valles la noticia de tu unión, y tu anormal alegría, la mensajera de los pies ligeros, la que no descansa, la de misión terri-ble, recógeme en tus brazos cuando me llegue la hora de las debilidades, escóndeme, encuéntrame

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refugio hasta que me recupere, tráeme ritmos para mi convalecencia, préstame a la calle con fuerzas renovadas en una tarde de un collar de colores y que mis aires confundan y extravíen (…).

Esfuerzos “cristalizados”

La gran donación cultural del Japón no termina ahí

en estas tierras a las que deben ver con nostalgia los ja-

poneses que la poblaron. Es curioso como las donaciones

encuentran un punto de convergencia y aúnan esfuerzos

para mejorar la oferta cultural de la ciudad.

El Concurso Petronio Martínez que se mencionó, por

medio del cual sus ganadores obtienen el derecho a grabar

sus canciones en Takeshima presenta a todas las bandas

que concursan en la eliminatorias en el Teatro al aire libre

Los Cristales, que también fue beneficiado con equipos

hace ya varias décadas (para ser más exactos en 1986).

Durante los años cincuenta, la zona donde hoy se

asienta el teatro era parte de una gran reserva forestal

que comprendía los cerros desde Cristo Rey hasta Siloe.

Es por eso que aún hoy, después de que poco a poco se

han construido asentamientos irregulares o invasiones

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que obligaron a construir la circunvalar y a dotar de ser-vicios públicos este sector, el teatro sigue rodeado de amplias zonas verdes en donde crecen árboles endémi-cos de la región.

Cuando la idea de hacer un teatro al aire libre tomó forma, la primera obra que se presentó en el teatro fue A la diestra de Dios Padre, la famosa historia de Peralta, a quien le es encargado mantener y continuar el plan divi-no, pero quien decide utilizar los poderes que se le con-fieren para uso personal y egocéntrico. La adaptación para teatro de la novela de Tomás Carrasquilla la hizo el célebre Enrique Buenaventura, el dramaturgo, director, ensayista, narrador y poeta que impulsó la creación co-lectiva en el teatro colombiano.

Así, con la presentación de la obra de quien dirigió por primera vez la Escuela de Teatro del Instituto Depar-tamental de Bellas Artes y fundó el Teatro Experimental de Cali (tec), comenzó la vida de un teatro por el cual pa-saron artistas internacionales de la talla de Rafael, Luis Miguel y Celia Cruz, entre otros (con lleno total y en for-ma gratuita), y el cual fue remodelado para los 450 años de Cali, cuando se diseñó y construyó la concha acústica,

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se ampliaron las graderías y se construyeron los módulos de baños y cafetería.

Actualmente el teatro sigue siendo el espacio por excelencia para la promoción y difusión de nuevos talen-tos, y es por eso que la comunidad está comprometida en su preservación y mantenimiento. “Aunque no ha sido una tarea fácil”, dice su directora, Ana Lucía Varón, “el teatro se logró posicionar y hoy tiene una gran acogida en la empresa privada y en los medios”.

Solo en escenarios así de masivos es que se puede inculcar en la gente el respeto por la diversidad y el plura-lismo, sin distingos de raza, religión, credo o cultural. La mayoría de los conciertos allí presentados son gratuitos. Entre sus objetivos no solo está el apoyo de los líderes de diferentes comunas en la promoción de sus talentos artís-ticos, sino que además vincula a escuelas e instituciones educativas, para que sus alumnos tengan momentos de esparcimiento y se vinculen con el entorno sano del arte. Y hasta ha enfocado algunos de sus planes al núcleo fami-liar. Para la muestra el convenio que hizo hace un par de años con la Fundación Hispanoamericana de Artes y Ofi-cios Prepararte, por medio de la cual se realizan eventos

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artísticos enmarcados en el proyecto Domingos de fami-lia en Los Cristales. “Yo no tendría con qué pagar un rato de esparcimiento como el que el teatro me ofrece a mí y a mi familia”, dice Yolanda Gallego, una de las beneficiarias de este tipo de iniciativas.

Y volviendo a las visitas de las escuelas, es edifi-cante y conmovedor ver cómo centenares de niños de la escuela D´Ana María de Aguablanca llenan las graderías con su alegría. Muchos de estos niños nunca han tenido oportunidad de ver un espectáculo en vivo.

Nada más en el Festival Mundial de la Salsa puede lle-gar a haber 24 mil espectadores. Allí llegan los mejores bai-larines, entre ellos Alex Da Silva y su pareja, o Alberth To-rres, organizador de más de 25 congresos de salsa en el ám-bito internacional, como el de Las Vegas (Estados Unidos) en el que participaron los campeones del certamen del año anterior John Jenner y Yudi, quienes quedaron en primer y segundo puesto en sus categorías. Durante los siete días del Festival, los caleños y visitantes disfrutan de una variada programación que incluye el Concurso Nacional de Salsa, exhibiciones de salsa en diferentes lugares de la ciudad y ta-lleres dirigidos a todos los que deseen aprender a bailar.

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Durante toda la programación anual del teatro, dentro de la cual cabe mencionar eventos tan importan-tes para la comunidad valluna como el Día Internacional de la Danza, el Festival Intercolegiado de Rock, el Festi-val Petronio Martínez y el Festival Mundial de Salsa (por nombrar algunos de los casi cincuenta eventos que se realizan en esta plaza anualmente), pueden llegar a asis-tir más de 230 mil espectadores. Esta cifra es tan solo una más de las razones por la cuales merece la pena agradecer las donaciones de Japón en Colombia.

El destino cruzado de un Takeshima y un Isaacs

Como ya se dijo, los esfuerzos conjuntos han sido de vital importancia para que las donaciones culturales del Japón hayan cobrado una magnitud tan preponde-rante. No queda por fuera entonces la última donación hecha al Teatro Jorge Isaacs este año.

Aunque parezca casualidad, hasta los nombres de los proyectos están entrelazados por la historia. No pa-rece coincidencia que Juzo Takeshima, el joven filólogo japonés que llegó a tierras vallunas se dejara seducir por la novela María, de Jorge Isaacs, lo cual lo llevó a soñar con ese lugar lejano y paradisíaco.

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Durante los años veinte del siglo XX, cuando Takeshima descubrió la novela María del escritor valle-caucano nunca debió imaginarse que los lazos entre las dos naciones fueran a ser tan estrechos. Él comenzó a traducir la novela, por entregas, en la revista de la Uni-versidad de Tokio, donde era profesor y vislumbró la po-sibilidad de ir en busca de las tierras de María, que el poeta Isaacs con gran belleza describía en su magistral novela de finales del siglo XIX.

Tampoco debió imaginar que habría de vivir su propio amor imposible con Isabel Sarmiento, una mujer que hacía parte de la delegación diplomática de Colom-bia en ese país, y por la cual finalmente Takeshima llegó a Cali. En su cara no cabría la emoción si viera como hoy los japoneses han apoyado el desarrollo de un teatro que lleva el nombre del autor que desencadenó todo su desti-no en Colombia.

Al Teatro Jorge Isaacs venía a cantar nada más y nada menos que Carlos Gardel. En sus inicios (1931) fue un teatro privado donde se proyectaban películas. Luego estuvo cerrado por un tiempo. Con el ánimo de devolver-le a Cali un escenario que es parte su memoria cultural

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de la ciudad, la administración municipal lo adquirió en 1986 y lo abrió al público renovado en 1991.

Todo el sonido −las cabinas, los micrófonos, los procesadores− son parte de la donación japonesa. Más de 120 eventos abiertos al público, y otro centenar de even-tos privados y educativos han tenido lugar anualmente en este teatro que se precia de haberle llevado a los ca-leños un espectáculo bien particular para una ciudad de clima cálido donde crecen mangos en los jardines: el Ballet de San Petesburgo, una compañía conformada por cuarenta bailarines, con un majestuoso vestuario y una bella escenografía que realizó por primera vez en Améri-ca Latina un espectáculo sobre hielo en la sala de un tea-tro cerrado. Se realizaron cuatro funciones, tres de ellas a precios populares y una gratuita para instituciones de caridad como Parkinson, Cecrece, Fe y Alegría, y María Goretti, entre otras.

Y como la generosidad del Japón no acaba con las donaciones, se presentó también Tambores de Japón Zi-Pang, en asocio con la Embajada del Japón. Que Hiroyuki Hayashida, uno de los grandes directores y compositores del taiko o tambor japonés, no hablara español, no fue

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impedimento para que deleitara al público caleño a través del mágico sonido de tambores como el Katsugi-Taiko, un tambor con cuerpo de barril cuyo sonido, como el de varios de los instrumentos que esta banda toca, provie-ne de la tradición y fue considerado un sonido sagrado, a pesar de que hoy se fusiona con rock jazz. “El espectáculo fue alucinante porque los solistas de taiko tocan y ade-más ejecutan movimientos de teatro y danza”, asegura María Victoria de Cruz, la directora del teatro.

Pero así como el teatro ha recibido apoyo, así ha de-vuelto o revertido esos favores apoyando las presentacio-nes de grupos locales como la Fundación Arte Infantil, el Ballet Santiago de Cali, Incolballet, Berkana Danza y Azo-edanza, entre otros, y facilitándoles la sala para ensayos

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de niños que hacen sus primeros pinitos en ballet, teatro o baile folclórico.

Como es visible a través de la historia de estos cen-tros culturales, la increíble ensoñación producida en Takeshima por la María de Isaacs ha generado lazos muy estrechos, a pesar de la lejanía de las culturas. Tal vez sea explicable con las palabras del famoso escritor japonés, Haruki Murakami:

Cada país tiene su propio lenguaje, su ambiente y su filosofía. Pero cuando buscas allá en el fon-do del mundo de las almas, hay siempre algo en común. Por eso es que las historias pueden ser en-tendidas por otras culturas

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Teatro Guillermo León Valencia de Popayán

Un teatro con nombre de presidente

Lo dijo con razón el historiador Arsecio Aragón hace ya más de un siglo: los hijos de Popayán son ilustres y abundantes. Tal vez por eso esta ciudad se levantó de entre las ruinas con dignidad e ímpetu después de varios terremotos que la devastaron, el último en 1983. La lla-man Ciudad fecunda por la cantidad de presidentes que ha dado; Ciudad procera, por todos los hombres que fueron determinantes en la Independencia; Ciudad blanca, por las fachadas de sus construcciones y su valor arquitectó-nico. El pueblo de los patojos, como se les conoce común-mente a los payaneses, está lleno de historia, y de ello no se excluye el Teatro Guillermo León Valencia.

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Historias paralelas

Nacido el 20 de julio de 1892, siete años antes de que naciera quien inspirara su nombre, el teatro fue concebido por un grupo de intelectuales que le encargaron los pla-nos al empresario Mario Lombardi, un hombre que hacía parte de una compañía de marionetas y fantoches. Cinco años más tarde se aterrizó el proyecto, que ahora contaba con la asesoría de Adolfo Dueñas, el arquitecto que diri-gió la construcción de la Catedral de Popayán, entre otros grandes proyectos. La Guerra de los Mil Días, sin embargo, puso en pausa los trabajos desde 1899 hasta 1903, cuando los socios decidieron ceder sus derechos al municipio.

Cuando Guillermo León Valencia tenía apenas 6 años, la obra volvió a comenzar. Al cumplir el joven la ma-yoría de edad (18 años) y sin saber que su destino estaría li-gado al teatro, este fue inaugurado con la presentación del Trovador de Verdi. Una noche de diciembre de ese mismo año, por esas casualidades tontas, el famoso tenor Hipóli-to Lázaro cantaría en el personaje de Manrique frases que parecen hechas a la medida de ex presidente: No, che basti ad arrestarmi / terra e ciel non han possanza... (¡No! Para de-tenerme no hay / en la tierra y el cielo poder alguno.)

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Desde entonces, y solo detenido por el brutal terre-moto de 1983, el teatro albergó al público payanés y lo de-leitó con obras de diversos lugares del mundo. Además de servir para proyectar películas de cine, por sus tablas pasa-ron grandes figuras como los Niños Cantores de Viena, el ilusionista Fassmann, y hasta Sara Montiel, por nombrar algunos. A la vez que el teatro servía para mostrar espec-táculos foráneos, incentivaba su propia industria cultural y de artes escénicas, la cual dio como resultado iniciativas tan vigentes e importantes como el Festival de Música Re-ligiosa, que se creó en la década de los sesenta. Para en-tonces el destino del teatro al fin convergió con el de Gui-llermo León Valencia, que por esa época fue presidente de Colombia. Fue entonces cuando el Congreso sesionó en el propio teatro y sancionó la ley que le dio el nombre.

Las risas y el llanto que este teatro albergó durante más de cinco décadas se hicieron escombros con el de-sastre natural que afectó gran parte de la ciudad. El sis-mo fue fuerte, pero sus hombres ilustres también. Con la actitud emprendedora y el apoyo de artistas como Édgar Negret y Santiago Cárdenas, otra vez el teatro se levantó de entre la ruinas. En ello fue determinante, como en el

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destino cultural y turístico de toda la ciudad, Edmundo Mosquera Troya, el también fundador del Festival de Mú-sica Religiosa.

Varias adecuaciones fueron posibles durante los quince años en que se restauró el teatro. Para 1998 se veía perfecto para volver a abrir sus puertas. Sin embargo, un detalle para nada nimio hacía falta. El teatro se veía per-fecto, pero ¿se oiría igual? Así fue como el apoyo de una nación tan distante del Valle de Pubenza se hizo indis-pensable. “Durante mucho tiempo tuvimos que alquilar equipos y traerlos de Cali”, explica Libia Perafán, quien estuvo presente cuando se entregó e instaló la donación.

El sonido era no solo precario, sino costoso. Mu-chos empresarios se negaban a presentar sus es-pectáculos en el teatro por simples matemáticas. Los números no daban. Recuerdo todavía con emoción cuando llegaron las cajas y la gran ex-pectativa que generaron mientras estuvieron ahí cerradas, hasta que llegó el personal técnico im-portado del Japón e instaló todo. Era como cuan-do uno remodela el baño o algo así, solo que esto significaba miles de nueva presentaciones.

Su director actual, Jorge Lara Ruiz lo dice sin temor a equivocarse: “La donación es algo sin lo cual el teatro no

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hubiera podido salir adelante. El costo de alquiler de los equipos de sonido y de luces que ellos nos instalaron ha-bría sido incosteable”. Jorge lo sabe no solo por su expe-riencia con director, sino por su experiencia como actor. Hizo su primera obra de teatro a los 16 años.

Recuerdo casi de memoria los diálogos de Un enemi-go del pueblo, de Brecha. Luego me fui a estudiar tea-tro a la Universidad del Valle y también hice otros cursos, pero siempre con la mentalidad de volver a Popayán. Siempre me ha interesado algo que se puede y se debe hacer por medio del teatro: traba-jar con los indígenas y las comunidades étnicas tan particulares y tan notorias que hay en el Cauca.

Así las cosas, Jorge trabaja todos los días por conso-lidar una programación que tenga el balance perfecto en-tre algunas muestras de afuera y muchas muestras autóc-tonas. Dado que Cauca es rico en expresión musical, le pa-rece especialmente importante el encuentro de chirimías, que en el folclor colombiano tiene una doble acepción. Para la región del Pacífico, la chirimía es un ritmo popu-lar con varias flautas y redoblante que tiene aires de banda de guerra, con tintes más alegres y festivos. Pero el origen de la palabra viene de la acepción del Cauca, en donde hay grandes virtuosos que tocan este aerófono construido en

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barro o madera (hoy en día de carrizo o pvc) con boquilla y agujeros fijos, proveniente de culturas árabes primi-tivas que trajeron los españoles, el cual mide alrededor de 40 centímetros de longitud. La chirimía tiene un so-nido similar al de una gaita irlandesa, pero es produci-do en realidad por la garganta de quien la toca. Por eso este encuentro, en donde se miden los más tradicionales músicos de la región es excepcional. Músicas negras e indígenas se funden en esta tradición que recoge ritmos de todas las regiones colindantes con Cauca. De ahí que exista el ritmo anteriormente mencionado en el Pacífico.

El teatro afianza entonces las raíces por medio de este tipo de encuentros, así como de talleres didácticos sobre música tradicional caucana. Su labor no se queda nada más dentro de las instalaciones del teatro, sino que va hasta los colegios a hacer conciertos y se vincula todas sus actividades con las emisoras comunitarias. Aparte de la labor en la parte musical, grupos de teatro como La Mancha Teatro y Azul de Popayán también tienen espa-cio en el Guillermo León Valencia.

También es ejemplo de lo narrado la agrupación de música y danza Aires de Pubenza. Su director, Felipe

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Chaves, tiene un motivo ineludible para querer mantener vivo el grupo: Don Hugo, su padre, fue quien lo fundó hace más de treinta años. Lo que comenzó siendo una ini-ciativa familiar, con ensayos en la sala de la casa e impro-visaciones sencillas, terminó siendo un grupo de trayec-toria conformado por más de 30 músicos y bailarines.

Nuestra idea es que la música no se convierta en una pieza de antigüedad. Que las raíces de los pae-ces y los guambianos persistan. Por eso es que us-ted ve mi grupo, y ahí están mi hermano, mi hijo, mi sobrino, ¡todos! No importa la edad.

Aires de Pubenza tiene en su escuela de chirimía un taller de lutería con más de cien alumnos y además aseso-ra proyectos en otros barrios y comunidades.

Por último y no sin que merezca toda la importan-cia del caso, es imprescindible hablar del gran evento cul-tural por el que es famoso esta ciudad, y con el cual se ha sentido ampliamente la dicha de que el teatro hoy tenga sus propios equipos de luz y sonido. Se trata del Festival de Música Religiosa, un evento que se lleva a cabo hace más de cuarenta años y que incluso ha sido nombrado por la Unesco como certamen de interés mundial y es pa-trimonio cultural de la nación.

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A pesar de que en 2000 la organización perdió la espina dorsal del festival, al morir su fundador, el refrán “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer” quedó demostrado. Su viuda, doña Stella Dupont, supo tomar las riendas y mantener este evento, el más antiguo e importante en su género que realiza en Colombia. “En realidad no fue solo mi marido. Los fundadores fueron cuatro y curiosamente solo uno de ellos, José Tomás Ilera, tocaba un instrumento, el violín”, dice mientras recuerda la manera en que se gestó este proyecto con la participa-ción de Álvaro Thomas, Enrique Toro, su esposo y el ya mencionado Ilera.

Si bien en su casa hay un piano de cola que ella toca de vez en cuando, doña Stella asegura que Popayán no te-nía antes una fuerte tradición en la música culta o sacra, así como tampoco cree que sea tan religiosa como mu-chos la piensan. “La chirimía es la verdadera raíz de nues-tro gusto por la música y no creo que el festival vaya en contravía de esa tradición, sino que la hace dar un paso adelante”. Todo apunta a que este festival ha sido el mejor maestro de oídos para los payaneses.

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Sin embargo, fue la música popular la que dio como fruto compositores de la talla de Efraín Orozco, Ligia Espinoza, Leonardo Pazos o Gonzalo Vidal. El maestro Calvo decía de él que era el más nacional de nuestros músicos y suyas son las composiciones que canta el Or-feón Obrero en las procesiones de Semana Santa. Está también un ejemplo más reciente, con el grupo Tambo-rimba, que mediante percusión genera un diálogo en-tre la música académica y el folclor de nuestra región.

Doña Stella asegura que la música y la cultura han superado un poco el espíritu religioso.

Antes la gente iba a los templos para cumplir con obligaciones religiosas, no para oír música. Hoy día, los conciertos del festival se llenan en 95% y son mucho más elaborados que los primeros.

La calidad que necesitan músicos de la talla del cla-vicembalista colombiano Rafael Puyana, o del guitarrista inglés John Williams es muy alta.

En esa medida hay producciones que necesitan de una acústica y condiciones técnicas especiales, por lo cual el teatro y las donaciones del Japón han sido un gran aporte. “Para no ir más lejos, el coro de Cámara de Popa-yán, del cual me honra ser directora, suena espectacular en el teatro”.

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Así es como una donación generosa y poco ruidosa logra la armonía entre el folclor, la música, las artes escé-nicas y, en general, todas las artes. Así como su esposo lo hizo varios años, doña Stella invita cada año a un artista reconocido a hacer el afiche del festival. Jorge, el director del Guillermo León Valencia tiene planes para hacer una exposición con todos esos afiches.

Los telones se caen. El público ilustre y abundante aplaude y sale del recinto que considera prácticamente un segundo hogar. El trabajo del teatro Guillermo León Valencia queda demostrado con sus aplausos y las histo-rias de las que ha sido parte. De la chirimía al clavecín, este teatro ha sido testigo de todas y cada una de las ex-presiones artísticas de la Ciudad Blanca

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Teatro de Cristóbal Colón

El abuelo de todos los teatros

Hay algo de lo que los bogotanos no sabemos si estar orgullosos o no, y es que somos expertos en copiar modas. Tal fue el estilo del teatro que comenzó a presentarse: de estilo aristocrático y rimbombante (aunque acá no hubiera aristocracia) Tal fue también la necesidad que movió a José Tomás Ramírez y a José Dionisio Villar a construir el Coliseo Ramírez, que vendría más adelante a ser nuestro más tradicional teatro: El Colón.

De todas maneras, era todo un acontecimiento que se representaran obras teatrales en una ciudad que, a

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pesar de ser llamada la Atenas Suramericana, tenía mu-chos remilgos de corte religioso y político. Algunos li-bros, como La historia del teatro en Colombia, de Fernando González Cajiao, aseguran que el arzobispo de la ciudad, Jaime Martínez Compañón llegó a ofrecerles a los em-presarios 40 mil pesos de la época para que desistieran de esa idea tan lujuriosa que alejaría a la gente de las igle-sias y de la vida sana.

Todo lo anterior no pretende otra cosa que dar cuen-ta de la piedra angular que ha sido el Teatro Colón para las vidas de los bogotanos, desde que se fundó el coliseo, pa-sando por la construcción del Teatro Maldonado, al cual le ganaron las tertulias familiares de casa y llegando por fin a la construcción de un teatro nacional, auspiciada por dos grandes personajes de nuestra historia: el poeta Rafael Pombo y el ex presidente y también poeta Rafael Núñez. Las palabras que Núñez le escribe a un amigo cer-cano corroboran algo que hoy día sigue vigente:

Si me alejo un poco de la política para entregarme a asuntos puramente artísticos, lo hago inspirado por el amor que siento por el Teatro, ya que hará olvidar un poco nuestra situación angustiosa y contribuirá al fomento del teatro colombiano (…).

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Fue así como el 12 de octubre de 1892 se fundó el Teatro de Cristóbal Colón. Aún con el triunfo de las ar-tes sobre las supersticiones y los prejuicios religiosos, Anibale Gatti, el artista que pintó el Telón de Boca, no pudo escapar de los prejuicios políticos, y lo obligaron a pintar figuras más decorativas encima de lo que antes había plasmado: un encuentro de indígenas y campesi-nos con figuras artísticas. Es curioso que los apellidos de la mayoría de arquitectos y pintores que participaron en la construcción y el diseño de este teatro son extranjeros: Cantini, Ramelli, Signolfi, Masteralli…

Pero no es que la imitación de costumbres extran-jeras fuera negativa, no. Puede que al teatro estuviera prohibido entrar con ruana (un detalle particularmente elitista), pero gracias a la creación de estos espacios la gente también se reunía a comer tamal con chocolate (un detalle peculiarmente bogotano) y se juntaba con gente de otras clases sociales, aun así no compartieran palco. De la misma manera, gestó o apoyó la creación de piezas au-tóctonas como las de Luis Vargas Tejada o Mario Candil, así como la composición de óperas como Florinda, com-puesta por José María Ponce de León y Rafael Pombo, la

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cual sin embargo seguía hablando de temas meramente europeos, como la conquista de los moros en España.

En 1975, este teatro, por el cual han pasado todos nuestros antepasados, fue declarado patrimonio nacio-nal, pues desde siempre ha mantenido una programa-ción variada y amplia que también ha buscado rescatar nuestras propias raíces. Allí se presentan tanto óperas como conciertos meramente folclóricos y, gracias a sus dos salas paralelas, el Teatro Delia Zapata y la Sala Malla-rino, bailarines y actores locales han podido formarse en sus disciplinas.

De la misma manera que el teatro apoya en la co-producción de obras teatrales, también lo hace con con-ciertos de músicos colombianos, como Antonio Arnedo, Petrona Martínez o Teto Ocampo, los tres representantes de ritmos muy diferentes entre sí que de todas maneras comparten una cosa: la raíz, ya sea del Pacífico, del Atlán-tico o de la zona Andina. El programa Talento fresco en el ático, ha llevado al Colón a realizar más de veinte concier-tos con nuevos grupos musicales y también ha apoyado a grupos de danza como El Colegio del Cuerpo o el Ballet Folclórico Tierra Colombiana.

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Y cumpliendo con la premisa de que al teatro no solo se va a ver espectáculos, el Colón tiene toda una gama de actividades educativas y lúdicas, entre las que se encuen-tran los talleres de vacaciones recreativas, a los cuales asisten niños que tal vez de otra manera no podrían ni di-vertirse ni aprender tanto. Se les puede ver concentrados recreando la cúpula del teatro con plastilina, por mencio-nar solo una de las actividades que realizan durante todas las mañanas que acuden al curso de vacaciones.

Luego de la remodelación que sufrió el teatro en 1976, el teatro se ha esforzado por reflejar pluralidad en su programación, por lo cual ha organizado eventos muy reconocidos por los jóvenes y los niños, como Los Mati-nales de Domingo, o el Colón Electrónico, que han sabi-do poner al teatro a tono con la actualidad. Más de veinte conciertos de música electrónica, de grupos tanto nacio-nales como extranjeros, tienen lugar anualmente en el Colón. A estos programas se suman otros, como los de danza en el Delia o los conciertos del mediodía, que desde 2005 han sido una opción de recreación y cultura, no solo para los miles de transeúntes y funcionarios que andan por esa hora en el centro, sino para grupos invitados de empresas, escuelas e instituciones de caridad.

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La obra de ballet Cascanueces, por ejemplo, fue vista por más de quinientos pequeños desplazados por la vio-lencia. Todas estas personas se han visto beneficiadas por la donación de equipos de sonido y de iluminación que en dos oportunidades, 1984 y 1997, ha entregado el gobierno del Japón al Colón. Su impacto no ha sido bueno única-mente para el teatro y su público.

El Colón es algo así como la cabeza visible de un grupo, el abuelo de una familia grande en la que todo se va heredando. Si los equipos de un teatro como el Colón son renovados, los que tenía en funcionamiento que toda-vía sirvan van a parar a otros teatros que antes no tenían nada ni cercano para funcionar. Así lo pueden asegurar los técnicos. La dicha de esos personajes determinantes en un teatro que casi nunca se llevan aplausos, pero que se los merecen todos, son también una explicación más del impacto positivo que una donación de estas tiene en cualquier teatro. Lo que han hecho con todos los equipos que ya no necesitan gracias a la donación es equipar otras salas más jóvenes, por así decirlo.

Para dejar a un lado los remilgos sobre lo local o lo extranjero basta con ver al Teatro Malandro, del colom-

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biano Omar Porras, que en el pasado Festival Iberoameri-cano de Teatro de Bogotá presentó la obra El señor Puntila y su criado Matti del dramaturgo alemán Bertold Brecht. El trabajo en equipo de Omar con varios suizos (pues él mismo está radicado en Ginebra) y algunos colombianos explica por qué fue tan importante que en un principio nuestro único objetivo fuera copiar el arte extranjero o incluso importarlo. Este encuentro entre lo europeo y lo local es lo que ha dado como resultado un interesante mestizaje en el teatro colombiano. Tal y como el mestiza-je racial, este mestizaje teatral nos hace ricos en expresio-nes culturales y su único efecto es darle más gusto y más tumbao a formatos clásicos.

Ejemplo de ello es el grupo de danza Teatro L´Explose, al cual el teatro ha apoyado desde hace varios años. Su director, el español Tino Fernández, asegura que lo que ha encontrado en Colombia en el campo artístico es algo muy particular.

Acá hay un mundo virgen donde hay mucho por hacer. La escasez de recursos materiales contras-ta con una riqueza humana inmensa. En Europa ya está todo prácticamente hecho, mientras aquí con solo ganas se mueven montañas. Por eso me

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radiqué en Colombia desde 1996. Seguí con el tra-bajo que ya había esbozado desde Europa y empe-cé a trabajar con bailarines empíricos que apren-dieron sobre la marcha porque en esa época no había una formación de verdad, específicamente en lo contemporáneo, que requiere de técnica para bailar, pero que necesita del histrionismo también, dice Fernández, que ha coproducido sus últimas dos obras con el Teatro Colón.

Solo tengo cosas bonitas que decir sobre el Colón es el teatro que me ha apoyado en mis dos últimas producciones: Frenesí y La Mirada del Avestruz. El Colón como escenario es un espacio justo para la danza (ni muy grande ni muy chico) y le da mu-cha magia que sea tan antiguo. Los detalles técni-cos que habrá por solucionar ya se arreglarán con la intervención que comenzó desde marzo.

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Como el abuelo que debe descansar para sentar en su regazo al nieto y poder contarle historias maravillo-sas, una construcción de tantos años y con tanta historia encima necesita restaurarse para poder volver a acoger al público completamente renovado y a tono con las nece-sidades actuales.

Por eso el Colón, como ya lo había hecho en 1976 para no morir, ha cerrado sus puertas desde el pasado 24 de marzo. Y así como el abuelo generoso y dulce que siempre ha sido, hasta sus últimos días de funcionamien-to nos acogió con toda su historia y su imponente magia. Por eso los bogotanos lo veremos renacer una u otra vez con la profunda alegría de saberlo nuestro

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Centro Nacional de Restauración

El milagro de la memoria colectiva

¿Qué sería de nuestra historia si no pudiéramos resca-tar y preservar los bienes materiales que van deteriorándose a través del tiempo? ¿Qué sería del Louvre sin la Monalisa, qué sería de los egipcios sin las pirámides, qué sería de Ita-lia, sin la cúpula de la Capilla Sixtina? La memoria colectiva de un pueblo se apoya en sus bienes históricos. Es por eso que el gobierno del Japón le donó unos equipos muy parti-culares y especializados al Centro de Restauración, que las-timosamente cerró sus puertas hace unos años pero que le dejó un gran legado a los jóvenes que hoy día estudian para preservar obras de arte y construcciones arquitectónicas sin las cuales no tendríamos un pasado en común.

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Los muros que han habitado nuestros abuelos y tatarabuelos, y las cosas que nuestros antepasados han pintado son parte fundamental de nuestra personalidad como nación. Tal y como lo dice un personaje de la novela El búfalo de la noche, del mexicano Guillermo Arriaga (au-tor de Amores perros y Babel):

En las casas se crece, se duerme, se pelea, se ama, se formica, se come, se odia y se muere. No son solo construcciones, muchachitos. Son los sagra-dos espacios de la vida.

Por eso es importante preservarlas, aunque pocas personas sepan lo que es una cámara de envejecimiento (uno de los equipos donados por el gobierno japonés). Este aparato tiene unas lámparas que emiten radiación UV sobre las muestras para simular, de forma acelerada, la degrada-ción que sufrirían frente a una exposición directa al sol. De esta manera se puede prever qué materiales son los más resistentes a la hora de restaurar un cuadro y hasta una pa-red de una construcción antigua. Pero la maravilla de este artefacto no llega hasta ahí. También puede programar ciclos de condensación y lluvia para probar los materiales frente a otros fenómenos atmosféricos que también dete-rioran las cosas. Esta es la prueba de que jamás la ciencia

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ha sido un adversario del arte sino todo lo contrario: siem-pre ha trabajado al servicio de este.

Así lo entienden quienes utilizan estos equipos en el Laboratorio Científico de Restauración en la Univer-sidad Externado de Colombia, que recibió en comodato varios de los equipos donados por Japón, ya que el Centro de Restauración se cerró y dejó los equipos en manos de sus estudiantes. Así lo explica María del Pilar Muñoz, que era la directora del Centro en esa época:

Cuando Colcultura se convirtió en Ministerio de Cultura, lo que hicimos fue encargarle esas labo-res a la Facultad de Restauración, que desde sus inicios trabajaba muy de la mano con el Centro. Es decir, el programa de la universidad fue ges-tado desde el Centro. Nosotros diseñamos el pro-grama educativo y luego la universidad adoptó ese mismo programa que llevaba ya veinte años funcionando en Colcultura, y que graduó a seis generaciones de restauradores. En esa medida, la Universidad Externado era la indicada para conti-nuar la labor.

La labor de estos estudiantes es, de alguna mane-ra, mantener vivos nuestros recuerdos de la manera más exacta posible a como fueron en la realidad.

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Lo que mantenemos vivo es el reflejo de una socie-dad, su moral, su situación económica, todas sus características. El arte es un reflejo de cómo pensa-ban los hombres que vivieron en ese tiempo en que fue expresado su sentir a través de obras que cons-tituyen un legado invaluable, dice Catalina Padilla, estudiante de noveno semestre de Restauración.

Lo increíble de mi carrera es que desde quinto se-mestre he hecho trabajos de verdad. En el Museo de Bogotá hice conservación de fotografías y tam-bién hice una investigación sobre artistas colom-bianos entre 1900 y 1950. Luego trabajé en la Red Nacional de Museos haciendo el diagnóstico de los museos y he hecho tres restauraciones particula-res en la parroquia del Niño Jesús de Praga. Todo eso habría sido imposible sin las herramientas que están en la facultad. La cámara de envejecimiento es alucinante, porque es tal vez la única cosa que a ciencia cierta te deja prever el futuro. La cámara de bioseguridad hace que, a pesar de que las obras que hay que rescatar sean tan importantes, uno pueda poner por delante su propia vida, asegura.

Uno de los problemas que surgen en un proceso de restauración es la modificación de los colores originales del material de la obra de arte, ya que los protectores u otros productos empleados deterioran o cambian los pig-mentos. Lo que deben buscar estos estudiantes es la ho-

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mogeneidad cromática entre los materiales originales y los añadidos. Ya decía Kandinsky en su maravilloso libro De lo espiritual en el arte, que los colores producen una vibración espiritual que solo corresponde a ese color específico. Al comparar los colores con la música, Kandinsky decía:

El color es la tecla, el ojo el macuto, y el alma es el piano con todos sus acordes. El artista es la mano que, mediante una u otra tecla, pone a vibrar ade-cuadamente al alma.

Teniendo en cuenta las palabras de este gran artis-ta ruso, un difractómetro puede ser indispensable para el alma (otro de los equipos donados). Este aparato es la manera más precisa de reconocer un mineral, ya que permite establecer la estructura reticular del mineral que se está analizando y, por consiguiente, establecer la especie mineral de que se trata. Esto sirve para que, cuando el restaurador quiera imitar algún color que se utilizó originalmente, sepa mezclar la cantidad de pig-mento justa con el mineral del que está hecho el objeto que quiere dejar como era antes, para que el color no cambie con el tiempo. La interacción del pigmento con el material (o cementante, como lo llaman los expertos) es determinante en el color que se quiera lograr.

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Pero restaurar un objeto no es dejarlo como nuevo. La restauración debe devolverle a la obra una integridad estética, y además conservar las marcas que el tiempo ha dejado sobre ella. Por eso seguimos recordando a Kan-dinsky, pues un restaurador no debe solamente entrenar el ojo, sino el alma. De su sensibilidad depende que res-pete el paso del tiempo en la obra haciendo desaparecer las huellas que definitivamente no la dejan ser. Así le de-vuelve su sentido estético sin botar a la caneca el valor de los que estos estudiantes llaman valores documentales o aportaciones de otras épocas.

Además de estos equipos ya mencionados, el Japón también dotó al país con otras herramientas: una cáma-ra de bioseguridad y tres estereoscopios, que sirven para ver en tres dimensiones las fotografías aéreas sin for-zar la vista. Los estereoscopios son unos instrumentos construidos con lentes y espejos que sirven para forzar la visión en paralelo y conseguir observar con cada ojo una sola imagen. Por su parte, la cámara de bioseguridad protege a los restauradores de los materiales altamente tóxicos con los que trabajan. A veces los tapabocas y las gafas protectoras no son suficientes, pues se puede estar

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en contacto con bacterias o virus desconocidos. Si algu-nos de los arqueólogos que entraron por primera vez a las pirámides en Egipto hubieran contado con algo similar a una cámara de estas, muy seguramente nunca se habría afianzado el mito de que había maleficios que los mata-ban, pues en realidad lo que los envenenaba eran gases tóxicos atrapados allí dentro.

Por su parte, el difractómetro, por ser un equipo que tendría mucha más utilidad en otras áreas, fue tras-ladado al laboratorio de la Universidad Nacional. Antes de la llegada del Difractómetro Shimatzu-6000, donado por el gobierno japonés al Ministerio de Cultura, la Uni-versidad Nacional contaba con un equipo similar bastan-te viejo que estuvo dañado durante más de cinco años. Así las cosas, Shimatzu-6000 fue muy bien recibido por los docentes y alumnos de facultades como la de Física.

Desde que estaba en manos del Centro, los estu-diantes iban y lo alquilaban por horas, pues era realmente único en su momento. Mi alegría al recibir este equipo solo puede compararse con la que sentí el día en que se graduó el primer doctor en Física de la Universidad Nacional que se formó bajo mi orientación. Cuando lo recibimos existían tal vez dos difractómetros en toda Colombia. Y

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aún hoy en día son tan escasos, que podría contar cinco en todo el país, afirma el profesor Gerardo Gordillo, quien conoce a la perfección el manejo de este raro aparato.

Se usa básicamente para estudiar propiedades es-tructurales y cristalográficas de todo tipo de ma-teriales y con ayuda de un software especializado es posible identificar los compuestos químicos y estructura. Los de fabricación japonesa son muy confiables, prácticos de operar y, sobre todo, rara vez se dañan, debido a que están diseñados para operar en las condiciones típicas de potencia eléc-trica de nuestro país que en general no cumplen estándares de calidad de energía eléctrica.

A pesar de la desaparición del Centro de Restaura-ción, los equipos quedaron, como puede verse, en las me-jores manos, pues serán estas las manos que en el futuro se dediquen a preservar nuestro patrimonio o a hacer in-vestigaciones importantes en el campo de la Física.

Durante la Edad Media se creía que las labores de restauración eran una suerte de artesanía bastante mar-ginal, perfecta para quienes nunca lograban ser artistas. Hoy día y luego de tres siglos y de la aparición de Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc (arquitecto francés que hizo un extenso estudio de la arquitectura gótica y reconstru-

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yó las obras inconclusas de la época), es claro que la labor de un restaurador es única e invaluable.

Es por eso que la Facultad de Estudios del Patri-monio Cultural, como se llama actualmente, lleva más de trece años educando a quienes han participado en los análisis de más de setecientos bienes inmuebles, tales como la antigua Escuela de Derecho de la Universidad de Antioquia, la investigación de la cerámica temprana de Villa de Leyva, la valoración de las pinturas del Conser-vatorio de Música del Tolima, la restauración del Teatro Faenza, y el estudio de los materiales de la obra de Grego-rio Vázquez de Arce y Ceballos.

De la misma manera, han sabido seleccionar y valo-rar la producción artística nacional para declarar bienes de interés cultural a todos los cuadros, documentos, o construcciones que así lo merezcan.

Su misión de preservar es una gran empresa pues, al recordar de nuevo las palabras de Kandinsky:

Toda creación de arte es hija de su tiempo y, mu-chas veces, gesta nuestras propias sensaciones. De esta manera, toda etapa de la cultura produce un arte específico que no puede ser repetido

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Conservatorio de Música Universidad Nacional

A ritmo de vencedores

El Maestro Tetsuo Kagehira nació en Osaka, en Ja-pón. Fue a la Universidad de Música Musashino y por cosas de la vida llegó a Colombia. Aquí lleva más de una década. Trabajó quince años en la Orquesta Sinfónica de Colombia como trombonista y en la actualidad es profe-sor de Trombón y de Música de Cámara en el Conservato-rio de la Universidad Nacional. Él es tan solo uno de los maestros que hay en el Conservatorio de la Universidad Nacional, que tiene 82 profesores (uno por cada 9 alum-nos), y el cual creó los pregrados de Música y Música Ins-trumental en 1994 para, un año más tarde, recibir una do-nación de instrumentos de manos del gobierno japonés.

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Desde ese entonces, la facultad ha tenido 11 promo-ciones y ha graduado como músicos a 43 estudiantes, al tiempo que ha promovido sus cursos preuniversitarios para niños y jóvenes y ha fortalecido sus programas de especialización y maestría, sobre todo las de Musicotera-pia, Educación Artística Integral y Pedagogía del Piano, que ya han sido aprobadas, así como la propuesta de una maestría en Dirección.

Pero los orígenes de este conservatorio datan de tiempo atrás, en el movimiento musical liderado por Henry Price en 1846 que creó la Sociedad Filarmónica. Justamente el hijo de Price, Jorge, fue quien gestó el naci-miento de esta Academia Nacional de Música, fundada en el mandato del Presidente Núñez en 1882. A principios de siglo se convirtió en conservatorio. Por ese entonces, Uri-be Holguín inauguró la Sociedad de Conciertos Sinfóni-cos que ya no interpretaba popurrís de ópera y cuadrillas de baile, sino un repertorio sinfónico internacional. Se agruparon tres de las bandas militares de la ciudad para dar nacimiento a una sola banda con fines profesionales. Luego se vinculó a la universidad en 1935, como Depar-tamento de Música, y en 1965 volvió a ser conservatorio.

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Antes de esto, los estudios de música se realizaban en las casas, con profesores privados, y pocos colombianos co-nocían obras tan famosas como las de Bach.

Quizás lo más importante de esta facultad es que no está dirigida solo a jóvenes bachilleres. La idea de “cuan-do grande quiero ser músico” es tan poco plausible como la de “seré bailarín cuando grande”. Por eso la facultad tiene un programa básico para niños y jóvenes que aún no terminan el colegio. Mario Sarmiento, director del conservatorio lo afirma en sus propias palabras:

La educación superior en música si quiere enfo-carse al ejercicio profesional debe comenzar en la infancia.

Por eso, los estudiantes que terminan sus materias del programa básico antes de haberse graduado del cole-gio como bachilleres, pueden cursar asignaturas de los programas de pregrado. “El programa básico es tan im-portante para nosotros, que tiene casi trescientos estu-diantes, de un total de quinientos, lo que equivale al 59% de los estudiantes de la institución”, continúa Mario.

Ellos pueden ir adelantándose en cursos de lecto-escritura y algunas de las gramáticas que están a

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cargo de estudiantes de últimos semestres de la Profundización en Pedagogía.

Dos pájaros de un solo tiro: el conservatorio le en-seña a sus alumnos a enseñar y aventaja a los chicos que necesitan ir más rápido.

El crecimiento de la demanda de jóvenes que quieren dedicarse a artes diversas como la música hacen apremian-te la consecución de más y más instrumentos. Cifras del icFes demuestran que la demanda de cupos para la forma-ción profesional en artes creció en 210% de l985 a l995 en el nivel nacional, mientras que la de otros programas de pre-grado solo en 32%. Mientras que el número de matriculados en todos los programas de pregrado de la universidad au-mentó en 57%, en las artes lo hizo en 130%. Lo dicho es su-ficiente para corroborar que los instrumentos entregados al conservatorio, justo por la época en que se sacaron estos porcentajes han tenido y tendrán un usufructo absoluto.

Pero existe otra historia que no tiene cifras que pue-de ser mucho más diciente. Mario Sarmiento, el director actual del conservatorio, era un estudiante del mismo cuando llegaron los instrumentos donados por el Japón.

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“Estaba preparando mi recital de grado como percusio-nista y me encargaron recibir los instrumentos de percu-sión y revisarlos”, cuenta Sarmiento.

¡Era como regalarle un laboratorio a un científico loco! Fuera de guitarras, chelos, violines, contra-bajos, clarinetes, piccolos, flautas, saxofones, y trompetas, estaba lo que más me gustaba a mí: xi-lófonos, gongs, redoblantes, un piano…Yo estre-né esos instrumentos en mi recital de grado.

La gran cantidad de maestros que a su vez fueron estudiantes da cuenta de la gran comunidad que se ha construido a través de los años.

Hablando de otros temas, Sarmiento afirma que hoy día el patrimonio musical de una cultura no se inte-gra únicamente con lo folclórico y lo tradicional.

Hay que esforzarse por que de él haga parte im-portante la producción de tipo académico más elaborada, actual, creativa y de mayor nivel técni-co y artístico. Eso es lo que buscamos en el Con-servatorio.

De acuerdo con esta idea fue que decidieron crear las líneas de profundización en 1994, en las cuales es posible

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centrarse en un estudio más específico de la música y ver-la no solo como un oficio o una profesión, sino como una disciplina. Los estudiantes han empezado a “investigar”, además de “tocar”.

Ejemplo de ello es la profundización en pedagogía del violín, por medio de la cual se han realizado cursos de iniciación musical en instrumentos de cuerda mediante el método Suzuki. Mauricio Posada, músico aficionado y profesor de guitarra habla de su experiencia así:

Ahora que de viejo me dio por estudiar chelo cono-cí a Suzuki y, sin saberlo, conocí el mejor método para enseñarles a mis alumnos, no solo para apren-der yo. Los cursos a los que he asistido en la Uni-versidad Nacional son algo increíble. Es una verda-dera fuente de inspiración y de conocimiento.

El maestro Zarzicky, uno de los profesores que más ha ahondado en esta profundización, ya tiene el placer de haber publicado un libro: Nuevos aspectos sobre el estudio del violonchelo y las escalas.

Todo esto, así como la intención de que la Orquesta Sinfónica y la Banda Sinfónica enfoquen todos sus esfuer-zos en repertorios clásicos, en la composición de música

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“académica o culta”, y en la dirección de orquesta, no quie-re decir que no se hagan otros esfuerzos paralelos en cuan-to a música popular. Existen talleres donde los estudiantes aprenden bandola, tiple y guitarra, por medio de composi-ciones populares y también se han hecho investigaciones de carácter meramente local, como la que quedó plasma-da en un video hecho por el reconocido Toño Arnedo: His-torias de Colombia a través de su música; o la hecha por Elsa Gutiérrez sobre las canciones onomatopéyicas guajiras del Maestro Raúl Mojica; o el Ciclo de cinco canciones sobre poemas de León de Greiff, interpretadas por la soprano María Pardo y la pianista Piedad Rosas.

Las orquestas sinfónicas se dividen en dos: el Colle-gium Músicum, que es de nivel básico y en la cual desde hace once años tocan jóvenes entre 12 y 16 años, y la Or-questa Sinfónica, que la conforman 54 estudiantes del pregrado y la cual hace alrededor de cuarenta presentacio-nes públicas. Su nivel es tan bueno, que muchos de ellos, incluyendo los de nivel básico han resultado ganadores en más del 50% de los concursos de las Orquestas Sinfónica de Colombia y Filarmónica de Bogotá (de hecho, 13 miem-bros de la Sinfónica de Bogotá y 35 de la Filarmónica de

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Cundinamarca son del conservatorio). Así mismo, cuatro estudiantes ganaron el concurso para integrar la Orquesta Sinfónica Juvenil de las Américas, en el Festival de Puer-to Rico (junio del 2002). Al ponerlos a competir en una plaza tan respetada como lo es el Festival Internacional Musicalia de La Habana (Cuba), dos estudiantes de canto obtuvieron el segundo y tercer puesto. La lista de méritos no acaba ahí: han quedado de primeros en premios como Premio Music Alfa 2000 y el concurso para integrar la Or-questa de Vientos de Salzburgo, entre otros.

En eso radica la otra fortaleza de este conservatorio, según Mario:

Queremos que ellos tengan intercambios en otros países. Tener títulos extranjeros en sitios como el Conservatorio Estatal de Tchaikovsky en Rusia, el Conservatorio Superior de Zurich, en Suiza, o la Academia de Música de Cracovia, en Polonia significa un gran reconocimiento para nuestros músicos.

Es por eso que tampoco se escatiman esfuerzos por hacer convenios. Si mencionamos los más importantes, figuran el que se hizo con la Schola Cantorum de Basilea, para dictar conferencias y talleres sobre la fundamenta-

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ción teórica de la música barroca, y con la Universidad de Chile, al participar en el Simposio Satélite de Músico-terapia, en 2005. Estos encuentros han hecho que el con-servatorio cree asignaturas como la de Música y Bienestar Ocupacional, pensando en unas futuras especializacio-nes sobre el tema.

Para sumarle a ese intercambio, el conservatorio ha participado en eventos como el III Festival Suzuki Inter-nacional de Música, o la Cátedra de Violonchelo y Con-trabajo de la Academia Superior de Música de Cracovia, por nombrar tan solo dos de los diez o doce eventos in-ternacionales a los que asistimos. Y, como la música es una suerte de vicio contagioso y maravilloso, también ha propiciado encuentros entre sus estudiantes y grandes maestros como Si Quin Lu, Joaquín Achúcaro o Geer M Dehous, por nombrar solo tres de los veinte músicos que vienen a dictar talleres y seminarios en tal solo un año.

Sin instrumentos, nada de esto hubiera sido posi-ble. Como lo afirma Mario:

Hay cátedras instrumentales que se deben úni-ca y exclusivamente a la donación, como la de percusión, arpa y tuba. No se puede impulsar la

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interpretación de música antigua, por ejemplo, si no hay un clavecín. Los ejemplos son numero-sos y el real aporte es visible y sobre todo audible en los conciertos.

Esto nos da pie para apuntar otra cosa y es que los conciertos que el conservatorio presenta fuera y dentro de la universidad suman unos 120 al año, entre los de la Orquesta y la Banda Sinfónicas, el Conjunto de Música Barroca, el Coro Universitario y las preorquestas.

Historia de un instrumento de otra época

Hay una anécdota particular sobre la donación que Ellie Anne Duque (profesora de Historia de la Música y directora de Investigación) cuenta para confirmar lo di-cho por Sarmiento.

Los instrumentos de estudio son casi todos Yama-ha, una marca reconocida mundialmente por su gran calidad que además tiene la ventaja de pres-tar servicio de reparación y mantenimiento en Co-lombia. Los de concierto son especiales. El arpa de concierto, por ejemplo, es marca Aoyama, y el cla-vecín fue encargado a un luthier japonés para que copiara un instrumento flamenco del siglo XV.

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La región de Flandes (Países Bajos) es sumamente importante en el desarrollo de la música y del arte en el Renacimiento. Allí se construyeron algunos de los mejo-res clavecines de los siglos XV y XVI. A lo largo del Barro-co, siglo XVII, se continuó con la construcción de dichos instrumentos. Es por eso que el luthier japonés empleó uno como modelo, no solo en decoración sino en caracte-rísticas musicales.

Su papel es como el de un bajo continuo. Es un instrumento bellísimo y, aunque se me escapa el nombre del luthier, gracias a él se pudo instaurar la cátedra de Música Barroca.

Es bien sabido que los instrumentos antiguos son mucho mejor valorados por los músicos. Sin embargo, maestros de la talla de Yo-yo Ma han empezado a revaluar esta idea:

Creo que tocar nuevos instrumentos es tan impor-tante como tocar nuevas piezas. Los viejos empie-zan a escasear y los nuevos son cada vez mejores. Podríamos estar entrando en una nueva era dora-da de construcción de instrumentos.

Ellie Anne también recuerda cuáles fueron los cri-terios para escoger los instrumentos.

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Pensamos en los que difícilmente se encuentran en la casa de un estudiante: un piano de concierto de media cola, un arpa y una marimba de concierto, un clavecín y una colección completa de percusión.

Más de doce años han pasado desde que esta dona-ción se entregó. Los instrumentos hoy día siguen siendo la materia prima de más de quinientos músicos que tocan y tocan todos los días para mejorar y hacerse grandes, y hacernos grandes a quienes los escuchamos. Algunos serán repuestos, otros sonarán incluso mejor de lo que lo hacían cuando recién llegaron. Lo cierto es que, en las manos de los estudiantes, han ayudado a expresar algo que solo se puede decir a través de la música. Para todo lo demás, están las palabras, que se quedan cortas

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Biblioteca Nacional Centro de Documentación Musical

La eternidad de los libros

En esta alma máter de las bibliotecas en Colombia reposan cerca de treinta mil obras publicadas entre los siglos XV y XVIII, así como con colecciones de arte. Todo esto se ha logrado en muchos años y con donaciones de bibliotecas personales de escritores, científicos y per-sonajes de la vida nacional, como Rufino José Cuervo, Marco Fidel Suárez, Miguel Antonio Caro, Jorge Isaacs, Eduardo Santos, Ezequiel Uricoechea y Germán Arci-niégas. Esos libros están en la Sala del Fondo Antiguo. Pero en las otras tres salas hay colecciones diferentes. En la Daniel Samper Ortega (que fue uno de los directo-res de la biblioteca) hay obras impresas desde 1830 hasta nuestros días.

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En la Hemeroteca están todos los periódicos, revis-tas y demás publicaciones editadas en el país, así como algunos títulos extranjeros. Y en el Centro de Documen-tación Musical, como su nombre lo dice, reposan parti-turas y cintas, así como soportes de video. Si usted ha pu-blicado un libro, sea del tema que sea, muy seguramente dos ejemplares reposarán en el depósito legal de la Bibi-lioteca, que es el medio de recopilación bibliográfico más organizado del país.

La Biblioteca Nacional recibió en 1994 una dona-ción específicamente para preservar libros y documen-tos. Por medio de esos equipos que sirven para micro-filmar documentos, la biblioteca ha sido la responsa-ble de recuperar, preservar y difundir el patrimonio bibliográfico, hemerográfico y audiovisual de nuestra nación. De esta manera no se pierden los contenidos de libros que físicamente no aguantan pasar por ma-nos y manos de investigadores que necesitan leerlos. El principal centro de memoria bibliográfica del país, la Biblioteca Nacional, no contaba con ningún tipo de equipos par este fin, con lo cual la donación se convir-tió en la columna vertebral de un sistema que hoy en

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día ha recuperado cientos y cientos de información que habría podido perderse.

En la época de la donación lo único que había era un obsoleto lector de películas microfilmadas y recibir una unidad completa con cámaras planetarias, procesador de películas, inspectómetro (para medir la calidad de las pe-lículas), y gabinetes especiales para archivar el material fue de vital importancia y lo sigue siendo actualmente.

Los equipos japoneses son de muy buena calidad. Por ejemplo, la cámara Hirakawa para películas de 35 y 16 mm es un equipo que puede ser instalado en cualquier espacio, es portátil y ofrece una ex-celente calidad de imagen, como la proporcionan otras robustas y de mayor precio en el mercado. A la fecha, obviamente con el constante manteni-miento de equipos, toda la unidad de microfilma-ción donada, funciona en perfecto estado, afirma Sandra Angulo, funcionaria de la biblioteca.

Fue gratificante para la biblioteca el día que en-traron por primera vez cajas y cajas cargadas de equipos novedosos, semilleros de una de las prin-cipales herramientas de preservación. Con la ins-talación de los equipos, se dictó un seminario-ta-ller de conservación que incluyó la participación de un ingeniero japonés que graciosamente inter-cambiaba gestos y se hacía entender por medio

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del lenguaje de la emoción. Ver traducido un do-cumento en secuencias de fotogramas de micro-film implica que miles de seres humanos puedan llegar a acceder a esta información sin que los ori-ginales sigan deteriorándose, señala.

Para cualquier biblioteca es de suma importan-cia difundir los documentos y libros que tiene en su poder y, en esa medida, la Biblioteca Nacional se ha convertido en la gestora de nuestra memoria colecti-va, no solo por medio de sus instalaciones, sino del diseño y la planeación de muchas bibliotecas públicas que hoy día funcionan, también gracias a otras dona-ciones del gobierno japonés.

La Biblioteca Nacional es, pues, la célula madre de donde pueden replicarse todas las demás bibliotecas a las que acuden millones de colombianos en diferentes luga-res del país. Es la biblioteca más antigua que existe en el país. Fue fundada en 1777 y desde sus inicios hasta hoy ha tenido varias sedes, entre ellas el Palacio de San Carlos, donde está hoy la Cancillería, y la sede actual de la calle 24 con carrera 5, que fue inaugurada en 1938 y es patrimonio nacional desde 1975.

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Fue aquí donde se formaron los primeros libreros del país. Personajes históricos del ámbito cultural como el de Anselmo Álvarez, José María Quijano, Miguel An-tonio Caro o Manuel del Socorro Rodríguez (el padre del primer periódico local de Bogotá) pasaron por su direc-ción, dejando cada uno de ellos algo de lo que hoy día es la biblioteca.

En los últimos años ha estado comprometida e in-volucrada de manera incondicional al plan nacional de lectura y bibliotecas, liderado por el Ministerio de Cul-tura, junto con el Ministerio de Educación, el Banco de la República y Fundalectura, entre otras entidades. Quienes aún no crean en el poder de los libros se sorprenderán de saber que este plan recibió el Premio Nacional de Alta Ge-rencia en 2006, pues el éxito ha sido absoluto.

Después de varias remodelaciones, en 1994, cuan-do se retiró el Archivo General de la Nación de las ins-talaciones del cuarto piso de la Biblioteca Nacional, se organizó el área para los talleres de conservación y mi-crofilmación en un costado, y en el otro se trasladó el Centro de Documentación Musical, que fue objeto de una donación anterior y que hoy está incorporado a la

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biblioteca. Se podría terminar aquí, diciendo que esa es harina de otro costal, pero afortunadamente, el Cen-tro de Documentación Musical también tiene por qué agradecerle al gobierno japonés, incluso mucho antes de que formara parte de la biblioteca.

El feliz destino de las notas musicales

El 12 de enero de 1989, en la calle 11 con carrera 5a., los invitados escuchaban en silencio a la poeta Dora Cas-tellanos, gran promotora de la vida cultural y primera mujer llamada a la Academia Colombiana de la Lengua. “Algo dentro del ser padece y canta / breve canción, lar-guísimo gemido /que hasta el infierno mismo nos levan-ta”, decía uno de sus poemas. Ese día se hizo oficial la en-trega de unos equipos para el Centro de Documentación Musical de Colcultura. El director de la época, Benjamín López Chamorro, no cabía en la ropa de la dicha. Pron-to montones de partituras y cintas que hubieran podido perderse para siempre iban a tener un feliz destino: serían digitalizadas para quedar indelebles en los corazones de colombianos que a lo mejor ni habían nacido, o estarían aprendiendo a hablar.

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Ese mismo estudio de grabación análogo de ocho canales fue reinstalado y adecuado en 1998 en la actual sede del Centro, ahora ubicado en la Biblioteca Nacional, donde sigue prestando sus servicios a un público muy es-pecializado. Este no es un lugar cuyo impacto se pueda medir por una afluencia de público altísima, pues se trata de investigadores musicales o melómanos consagrados que buscan en el Centro rarezas que se han convertido en tesoros, lo mismo que escuchan sus propios hallazgos y luego digitalizan las cintas análogas, aportando así nue-vos tesoros al Centro. A algunos les podría parecer que los equipos que allí se encuentran son obsoletos, pero esa es precisamente la idea. Que la música y los videos graba-dos en formatos que ya cayeron en desuso no se pierdan.

En este lugar se encuentra Jaime Quevedo, el direc-tor del Centro, quien ha procurado mantenerlo integrado al grupo de Centros de Documentación Artística de la Di-rección de Artes del Ministerio de Cultura para poder im-plementar programas como la recuperación, protección y puesta al servicio del patrimonio artístico documental que se encontraba en colegios como el Liceo Parroquial San José, y en universidades como los Andes e Inpahu.

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La tarea delicada de coger partituras y fotografías antiguas para clasificarlas y archivarlas sin que sufran daños es una labor casi zen, pero en la cual se puede aprender mucho.

Nos ha permitido construir en el tiempo un acer-vo documental valioso y significativo que le re-porta al país una memoria documental musical de muchísima importancia y un liderazgo que promueve la organización y estructuración de procesos documentales en el sector musical, afir-ma Quevedo.

Gracias a él y a los equipos donados, la Biblioteca Nacional posee la colección documental más importante y rica del patrimonio musical documental colombiano con más de 30.500 documentos en sus colecciones.

Para no perder vigencia, el Centro ha participado en varios encuentros internacionales de archivos y cen-tros de documentación y además es miembro del Comité operativo de censo y valoración de documentos sonoros y audiovisuales etnográficos de los países andinos (ca-sae). Por ese motivo tradujo del francés y adaptó una guía de análisis documental del sonido inédito, para la orga-nización de bases de datos, y luego se realizó el quinto

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Encuentro nacional de centros de documentación musi-cal de Colombia, para poner esta guía en práctica y com-partirla en el ámbito nacional.

Otro proyecto bien interesante que el Centro de Do-cumentación Musical hizo es una suerte de Geografía de la música colombiana por internet, mediante mapas que muestran qué ritmos se tocan en cada región.

La idea es que esto vaya cada vez con más audios y fotos, y que haya capas y capas de profundización para crear así una Cartografía de prácticas musi-cales que dé cuenta de la complejidad de cada mú-sica, con sus influencias y demás, dice Jaime.

Este tipo de iniciativas es tan cautivadora, que has-ta un niño puede quedarse horas escuchando los ritmos de su país e identificándolos por zonas. Y, aparte de cual-quier tipo de conocimiento que se adquiera por medio de la música, existe una razón de más peso para querer pre-servar todas las notas musicales que sea posible: como lo dijo el poeta inglés Robert Browning “El que escucha mú-sica siente que su soledad, de repente, se puebla”

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Casa Museo Quinta de Bolívar

Un Libertador que perdura en la memoria

El 22 de diciembre de 1976 el Gobierno colombiano firmó con el gobierno del Japón el que sería el primer la-drillo para la construcción de una larga y estrecha relación de cooperación entre los dos países. Este convenio, que entró en vigor el 12 de diciembre de 1978, curiosamente fue firmado por Indalecio Liévano Aguirre, cuando fuera ministro de Relaciones Exteriores durante el mandato de Alfonso López Michelsen.

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Es una feliz coincidencia que en 1993, quince años más tarde, bajo la dirección de Diana Torres de Ospina, el Museo Casa Quinta de Bolívar recibiera una donación de equipos audiovisuales y de climatización para la conser-vación de todos esos muebles, cuadros y demás elemen-tos que fueron testigos de momentos especiales, tanto políticos como afectivos, del Libertador Simón Bolívar.

La verdad es que esa donación tuvo mucho que ver con el señor Daisaku Ikeda, un líder político y espiritual japonés que visitó la Quinta de Bolí-var, un ser excepcionalmente sensible que quedó muy motivado luego de su visita y que publicó un amplio artículo sobre Bolívar y su Quinta en un periódico de circulación nacional.

El señor Ikeda, además de ser un prolífico escritor y poeta ha sido uno de los constructores de paz más im-portantes en el mundo, labor en la cual ha creído que es fundamental la educación y la cultura. Por que, como él mismo dice “una gran revolución humana en un simple individuo puede permitir un cambio en el destino de toda la humanidad”, palabras que le van como anillo al dedo a ese ser que habitó la Quinta y que inspiró a uno de nues-tros más importantes políticos e historiadores, Liévano Aguirre, a escribir sobre su vida.

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Indalecio fue y sigue siendo, fuera de extranjeros como Daniel Pecaut y Malcolm Deas, el colombianista más objetivo que ha dado nuestra tierra en el siglo pasado. Supo estudiar e investigar con imparcialidad, pero a la vez con profunda pasión, todos los fenómenos sociales que han hecho parte de nuestra historia y esbozó los perfiles de personajes tan importantes para nuestra Patria como Rafael Núñez y el propio Bolívar. Su biografía sobre el Li-bertador abarca todos los aspectos que influyen en la vida de un ser humano. En ella Bolívar aparece como el niño, el joven, el político, el enamorado, el general y el presidente que fue pero, sobre todo, como el hombre de carne y hue-so que hoy en día es un icono en toda América.

Esta misma experiencia de conocer a Bolívar in-tegralmente es posible en la Quinta de Bolívar, donde el caudillo pasó, aunque no muchos, sí muy importantes momentos de su vida. Fue allí donde vivió todo un mes, antes de partir a la campaña final de independencia de Venezuela, su tierra natal, que terminó con la famosa Ba-talla de Carabobo. Ese mismo año, antes de irse a libertar todo el sur de la mano de San Martín, también se instaló en la casa quinta, que al parecer le daba la paz suficiente

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para pensar y emprender sus actividades como líder polí-tico y como libertador.

Recuerdo la alegría cuando fui notificada de la do-nación de un completo equipo de audiovisuales y aparatos de climatización, además de un piano que le entregamos a la Quinta de San Pedro Ale-jandrino en Santa Marta, donde Bolívar pasó sus últimos días. Lo mejor de la donación es que no la entregan y ́ mire a ver qué hace´, sino que llega un equipo técnico desde Japón a instalarlo todo y a enseñarle al personal cómo es el funcionamiento.

Con el material audiovisual, el Museo pudo registrar sus diferentes actividades educativas y culturales y hacer reportajes de los personajes vinculados a la Quinta.

Hubo una convocatoria de un concurso abierto por Sony Icd. La Quinta participó con el audio-visual La Quinta de mi Amigo Bolívar, donde se re-gistraba el programa educativo en torno al pensa-miento bolivariano. Fuimos premiados en la cate-goría Prizes. Eso por contar solo una de las miles de anécdotas en las que recuerdo haber sentido la satisfacción de contar con la donación.

Nada más importante para un pueblo que la memo-ria. Y sin la memoria histórica de nuestro país sería im-posible vislumbrar salidas a los problemas de hoy día. Por

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eso la donación para la Quinta ha desempeñado un papel tan importante. Solo mediante la conservación de esos lugares que albergaron, no solo a un hombre, sino a la es-peranza de miles de americanos, es que la gente en la ac-tualidad puede comprender mejor de dónde viene y para dónde va. Ningún detalle es nimio a la hora de recrear la vida de un gran hombre, que luego de libertar varios te-rritorios asumió la difícil tarea de organizar y dirigir un estado naciente. Desde su regreso del Perú en 1826, Bolí-var comió, durmió, discutió y escribió desde esta Quin-ta que hoy es museo. Incluso se enamoró y construyó su relación con Manuelita Sáez de Thorne allí. La presencia de esta mujer en la Quinta también fue importante, por cuanto reunió de manera constante, por medio de fies-tas y reuniones, a todos los personajes que rodearon a su amado durante la difícil construcción de nuestra Patria. Como ya lo mencionamos, allí se culminó la Campaña del Sur y se instauró también la Gran Colombia.

Haría muy feliz al Libertador saber que su casa hoy día congrega a grandes y chicos alrededor de su propia his-toria y alrededor de múltiples actividades culturales, como las proyecciones de videos y películas, la elaboración de portarretratos en origami, el avistamiento de aves desde la

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quinta o la escogencia de una planta mensual para estu-diar sus características y que la gente la conozca (haciendo memoria a otro de nuestros más ilustre antepasados, El Sabio Caldas). Se hacen también talleres de manualidades con los niños, pero enfocados en temas históricos, como por ejemplo la relación entre Bolívar y Santander, dos polí-ticos que muchos tildan de rivales, pero que compartían el mismo ideal de crear una gran nación.

Los niños hacen las figuras y recrean pasajes especí-ficos de esa amistad. De esa manera logramos que en sus memorias queden grabados hechos históricos que enseñados de manera convencional tal vez no les pa-rezcan tan interesantes, dice Juan Palomino, jefe de ac-tividades culturales y divulgación del Museo.

También hacemos clubes para estimular en los ni-ños la lectura de esos hechos históricos que propi-ciaron nuestra independencia. Es una experiencia muy bonita porque luego reflexionan.

Pero también hay actividades para adultos, como visitas especializadas, a cargo de historiadores. Sandra Arévalo, por ejemplo, es la encargada de guiar la visita “Bolívar el libertador: entre trazos y reliquias”. En ella hace un recorrido por todos los objetos y las iconografías que se han conservado.

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En esta visita me centro sobre todo en el papel que des-empeñaron tanto la iconografía como la colección de objetos de los héroes patriotas en la construcción de la nación, dice la historiadora.

Aparte de visitas, hay también exposiciones per-manentes e itinerantes, como por ejemplo la de los ca-ñones, que consta de varias piezas de tipología distinta (con diferentes municiones como balas macizas y balas huecas tipo granada), además de dos cureñas de campa-ña, cañones, obús y pedreros que sirven para recordar nuestra independencia y el papel de los artilleros en ella. La idea es que los artefactos no estén ahí puestos y ya, sino que el público reciba información que le dé contexto a las cosas.

Anualmente, el museo hace talleres, recorridos comentados y hasta visitas especiales para personas de la tercera edad. Vale la pena mencionar el programa El mes del abuelo, en el cual un millar de abuelos realiza-ron actividades como recorridos y charlas. Más de seis-cientos recorridos, con una afluencia de alrededor de 9 mil personas dan cuenta de la gran labor de divulgación del Museo. A esta cifra deben sumársele los estudiantes

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que visitan al año el museo gracias a invitaciones colec-tivas a colegios y universidades. Si se suman las visitas de adultos, niños y estudiantes, la afluencia de público es superior a 100 mil. El museo se prepara además para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia, que será en 2010 y para la cual desde ya se está diseñando una amplia programación, de manera que se pueda orga-nizar tan magno evento con la participación de todos los que pueden aportar algo.

La programación de las actividades en la Quinta es tan variada y la vida de Bolívar tan profundamente ma-ravillosa, que hasta se puede hacer un recorrido por el jardín para entender el pensamiento del Libertador, ese modelo de la relación hombre-naturaleza en el cual fue educado, cuando don Simón Rodríguez lo formó bajo los preceptos de Juan Jacobo Rousseau, que intentaban que el hombre se adaptara a la naturaleza. La influencia sobre

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Bolívar, gracias a su tutor, se puede confirmar en estas palabras de Rousseau:

El oficio que enseñarle quiero, es vivir. Convengo en que cuando salga de mis manos no será ma-gistrado, ni militar, ni clérigo; será, sí, primero, hombre, todo cuanto debe ser un hombre, y sa-brá serlo, si fuere necesario, tan bien como el más aventajado; en balde la fortuna le mudará de lu-gar, que siempre él se encontrará en el suyo.

Bolívar siempre encontrará un lugar en el corazón de los colombianos gracias a este museo. Sin duda, la Casa Quinta será la herramienta más útil para acercarnos al pensamiento de este gran hombre. Larga vida a este museo pues, como Bolívar mismo lo afirmó: “Nadie es grande impunemente”. Se cumplen así las palabras del señor Ikeda: la revolución al interior de este hombre fue suficiente para darle rumbo a nuestros destinos

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Teatro Santiago Londoño

Un señor teatro para Pereira

¿Qué podría unir a una joven ucraniana con el Eje Cafetero? Así, a simple vista, nada. Dos mundos tan le-janos solo pueden relacionarse gracias a otro aún más le-jano: Japón. Sin la donación cultural que Japón le hizo al Teatro Santiago Londoño de Pereira, a lo mejor nunca hu-biera sido posible ver al público pereirano sonriendo con la presentación de la Orquesta de Cámara de Ucrania.

Esta orquesta fundada en 1994 y conformada por cuarenta músicos, bajo la dirección del maestro Serhiy Burko. Los pereiranos estaban conmovidos con este es-pectáculo de total sencillez. Entre esas caras estaba la

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de Mirley Betancourth, la directora del Teatro Santiago Londoño. Ella se siente orgullosa de estar a la cabeza de un lugar que ha sido espacio para el esparcimiento y la cultura desde que fue construido, en 1990 y que fue bau-tizado con el nombre de uno de los principales gestores culturales de esta ciudad, la cual hace ya dos siglos le sir-vió de refugio a José Francisco Pereira y su hermano Ma-nuel cuando huían del ejército español, luego de que los ejércitos patriotas fueran derrotados en Cachirí.

Desde su creación, el Teatro Santiago Londoño, adscrito a la Secretaría de Cultura del departamento, ha sido el principal centro cultural, y allí se han presenta-do alrededor de 380 espectáculos anualmente, entre los que se cuentan conciertos como el del tenor Juan Diego Laverde, el pianista Leonardo Le San, el chileno Alberto Plaza o el colombiano Andrés Cepeda; al igual que ballets como el árabe Sheherezade, El Lago de los Cisnes o La Be-lla Durmiente, pasando también por otro tipo de presen-taciones de gran acogida por parte del público, como el Festival Internacional del Bolero, el Teatro Negro de Pra-ga, el Ballet folclórico de México, los Niños Cantores de Viena y el Concurso Nacional del Bambuco.

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En sus dieciocho años de existencia y con una ca-pacidad de 890 sillas, el teatro ha tenido siempre un promedio de 140 mil espectadores al año, lo cual indi-ca que 140 mil almas se han visto regocijadas de una u otra manera con ese elemento catártico del ser hu-mano que es el teatro. Por si fuera poco, el teatro sirve también como epicentro para la consolidación del arte y la cultura popular, pues brinda espacios para ensa-yos y montajes de todos los grupos de teatro que han venido gestándose en la ciudad y que, de no ser por la generosidad y el trabajo conjunto del teatro, a lo mejor no existiría.

Ejemplo de ello es César Castaño, un joven de 27 años que trabaja concentrado en una de las oficinas del teatro, antes del espectáculo de Strauss. Él es el director del gru-po de teatro El Mal Paso, que recientemente presentó una obra maravillosa escrita y adaptada por él mismo.

La titulé Antígona Incorpórea porque me basé en un texto que escribió la española María Zambrano y que comienza con una frase que me quedó sonando: ‘Y aquella palabra quedó allí, circundando en una tumba olvidada’…

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El texto al que se refiere Diego es La tumba de An-tígona, un ensayo que luego se convirtió en una obra de corte dramático dividida en fragmentos que recogen diálogos entre los principales personajes de la tragedia de Sófocles.

Este teatro es mi casa y la casa de muchos directo-res y actores. El costo-beneficio es inmenso pues, aunque nos comprometemos a presentar un nú-mero de funciones, tenemos la posibilidad de reunirnos en un espacio apto para ensayar, con-tinúa César, que presenta al menos una vez al mes alguna de sus obras.

Él y otros directores hacen parte del programa Tarde de teatro, una especie de red de teatreros que se reúne todos los viernes. Grupos como Cicuta, Telaraña Teatral, Cofradía Danza, Tropa Teatro, Crearte, Palo Q´sea y Paradigma han encontrado en el Santiago Londoño un espacio para ensayar y presentar obras como Dos pelaos y un quebrao, una obra de Palo Q´sea que narra la historia de dos pequeños que se que-dan solos en casa por la necesidad de trabajo de su madre. Este tipo de obras reflejan la realidad de una manera local.

Otros grupos, como Cicuta han montado obras ex-trajeras, como La extravagancia, del famoso dramaturgo

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argentino Rafael Spregelburd, en la cual se pone en entre-dicho la idea de familia por medio de un diálogo cotidiano entre tres hermanas gemelas. Crearte, por su parte, puso en cartelera una obra basada en la vida de la fallecida poeta colombiana María Mercedes Carranza. Y para los niños se han presentado obras como ¿Y si no fuera un cuento?, una historia infantil que transporta al público infantil a una le-jana isla donde viven dos humildes pescadores.

Como muchos otros, César se inició en el Festival In-tercolegiado de Teatro, una iniciativa del Instituto Muni-cipal de Cultura y Fomento al Turismo que tuvo dieciséis versiones desde 1989 y que lastimosamente no se ha hecho durante los últimos dos años. Diego Restrepo, ha propues-to, como director de la aPgae (Asociación Pereirana de Grupos de Artes Escénicas), que se retome este festival.

Ese fue el semillero de muchos teatreros, si no de todos. Participaban alrededor de treinta grupos, era una fiesta. Acercar el teatro a las escuelas es la mejor manera de educar y formar un público.

Él mismo recuerda su experiencia en el Intercole-giado, porque fue tallerista, jurado y se inició asesoran-do uno de los grupos de colegio Rabel Uribe: “La cosa era

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ayudarlos a cocinar los proyectos que estaban crudos. Las labores iban desde ayudarlos a organizar el montaje, hasta dirigir los actores”. La aPgae, que fue creada desde 2006, está conformada por 23 grupos de teatro y los ha convertido en una fuerza creadora. Este año, por ejemplo, consiguieron dinero para que miembros de catorce gru-pos fueran a ver obras al Festival de Teatro Iberoamerica-no de Bogotá para enriquecerse y hacer contactos. Sobra recalcar que esta Asociación ha sido fielmente apoyada por el Santiago Londoño.

Por si fuera poco, el teatro ha consolidado su propio grupo mediante una escuela de teatro que lidera Claudia López, quien ha estado trabajando en sus instalaciones desde sus inicios. “Yo monté Mafalda y Pombo en el teatro y Dulcita y el burrito cuando el teatro estaba en obra negra y hemos llevado todos los montajes a barrios margina-les, a ancianatos y a cárceles”. Más de quince jóvenes han sido graduados en las cuatro generaciones de actores que ha formado la Escuela desde que nació, en 1996. “A pesar de que se trata de estudios no formales, la disciplina es alta y juiciosamente aprenden sobre expresión corporal, actuación, técnica vocal, danza, montaje, investigación”.

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Claudia cuenta que una de las experiencias más intere-santes fue el montaje de creación colectiva que hicieron sobre la temática de pereiranidad e identidad.

Hicimos conversatorios donde surgieron las ideas sueltas y los paradigmas que hay sobre nuestra ciudad. Fue una experiencia muy enriquecedora. La bautizamos La calle de la otredad, por la temáti-ca urbana y esa relación con el otro que surge en la calle.

Lo interesante de este teatro es que su gestión no es individual, sino que siempre va de la mano con las demás iniciativas del Instituto de Cultura y Fomento al Turismo de Pereira, que cuenta además con oficinas de planeación cultural y fomento al turismo, escuela de artes, bibliote-ca, emisora, banda y otro centro cultural, El Lucy Tejada.

Aparte de la movida teatrera, en el Santiago Lon-doño hay una sala de exposiciones bautizada en honor a un prominente gestor cultural de Pereira: Carlos Drews Castro. Además de haber sido miembro de muchas or-ganizaciones que encaminaron a Pereira en el camino del desarrollo, Drews fue miembro fundador de la So-ciedad de Amigos del Arte y es por eso que la sala lleva

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su nombre. En ella exponen los artistas prominentes y los principiantes, y más de 5.500 personas acuden a la sala para ver sus obras.

En Pereira hay pocas oportunidades de mostrar lo que uno hace. Por eso es maravilloso exponer en el teatro. Además la gente que va a ver los espectá-culos tiene que pasar por la sala, lo cual hace que se interese indirectamente por la obra, dice Julián Pineda, uno de los pintores pereiranos que expu-so en la sala.

El curador Carlos Enrique Hoyos lo confirma:

Este espacio ha sido el trampolín de muchos artis-tas nuevos y consagrados con propuestas clásicas, académicas, no convencionales e innovadoras dando la mejor prueba de que el arte no es úni-co, sino universal; mejor dicho en esta sala cabe el mundo de la creatividad para que el espectador que la contempla, sea juez de manera despreveni-da, objetiva y democrática.

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La modalidad de convocatorias para escoger a quie-nes exponen también da fe de la democracia de esta ini-ciativa cultural en la que han participado artistas como Jesús Franco Ospina, Luz Marina Jaramillo Jaramillo y Juan Carlos Vargas, sin mencionar exposiciones colecti-vas como Dibujantes en el Eje Cafetero, Salón Regional de Artistas o Gráficos en la ciudad.

Mientras los músicos ucranianos tocaban las fa-mosas polkas y valses del reconocido Johan Strauss, tres agraciadas bailarinas, junto con sus parejas, recreaban visualmente la obra. El espectáculo estaba a punto de terminar. El percusionista de la Orquesta de Cámara de Ucrania sorprendió al público disparando un arma de mentiras. Todo el mundo se asustó y luego río. Las bai-larinas ucranianas salieron por segunda vez para hacer la venia en frente del público. Una noche más ha quedado grabada en los corazones de los pereiranos que, por suer-te, cuentan con este señor teatro

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Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá

Punto de encuentro del movimiento cultural

Hoy es en Boyacá y en toda Colombia el Día del libro. Luego del intercambio de libros en la plaza y la jornada de promoción de lectura en espacios no convencionales como centros comerciales, cafeterías, parques y hospi-tales, los niños se agolpan a la entrada de un lugar que ha sabido acogerlos con música, témperas, plastilinas y muchos libros, como es el caso del Día. Las caras radian-tes de estos niños son un indicio suficiente de que en este centro cultural pasan cosas positivas.

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Muchas cosas han sucedido en el Instituto de Cultu-ra y Bellas Artes desde aquel día de 1988 en que el gobier-no japonés decidió donar varios equipos de iluminación, sonido, grabación y video, así como otros complementos entre los que se cuenta un piano. Lo primero que habría que mencionar es que en los últimos cuatro años, el insti-tuto fue remodelado por completo para poder satisfacer las necesidades de una ciudad que ha crecido a pasos agi-gantados, como lo es Tunja, ese “Varón poderoso” (lo que significa Tunja en chibcha) que pasó a ser el epicentro del movimiento cultural en toda Boyacá.

Para ello, la Gobernación invirtió más de 1.400 mi-llones de pesos, con los cuales mejoró las instalaciones donde se encuentra el Conservatorio y la Escuela de Be-llas Artes, al tiempo que construyó una sede propia para su biblioteca, en la sede de la Casa Eduardo Santos. Los auditorios y la sala de exposición del Palacio de Servicios Culturales recibieron también el cuidado necesario.

Pero etre los logros de este centro cultural no solo se ven. Se oyen. La necesidad de entrelazar los diferentes pueblos del departamento llevó a la Gobernación a am-pliar la cobertura de su emisora (ictba Fm 95.6). Fue por

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este medio como se organizaron actividades tan impor-tantes como los talleres de formación en organización y liderazgo dirigido a las escuelas de música, a los cuales llegaron personas de diferentes municipios como Almei-da, Chiscas y Ventaquemada. Esta emisora ha logrado que la gente de Boyacá conozca más a fondo, su historia y su folclor.

Las bibliotecas pusieron en marcha el plan nacio-nal de lectura por medio de programas locales como A leer, sumercé, que llegó hasta más de 120 municipios, de los cuales los mejores en el fomento de la lectura recibie-ron grandes colecciones de literatura.

La música tampoco fue dejada atrás, pues el depar-tamento estuvo comprometido con cuanto taller pudiera realizarse en beneficio de las bandas y los coros boyacen-ses que anualmente compiten para medir su calidad en un concurso que tiene lugar en el Pantano de Vargas, ese lugar histórico en donde nuestro Libertador se enfrentó a las tropas españolas en 1819. Más de 2.500 jóvenes se re-unieron en diferentes agrupaciones para tocar la música de su región y de otras partes, deleitando al público con una docena de conciertos anuales.

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Por su parte, la Escuela de Artes benefició a 258 alumnos con sus programas de educación formal e infor-mal. Cursos de fotografía, cerámica y pintura mural son solo algunos de los muchos que adelantó el instituto para sensibilizar a su comunidad con disciplinas artísticas. Ver las fachadas de varios municipios pintadas por sus propios habitantes (con la ayuda de artistas de cada re-gión) es tan reconfortante como saber que la Escuela De-partamental de Teatro impulsó grupos como Arsénicos, La Gruta, Cóndores de Siscunsi o la Asociación Hombres de Maíz y Tierra, y que además organizó festivales estu-diantiles para seguir alimentando la vena histriónica del departamento.

Pero no todo se quedó en las tablas. Se financiaron también investigaciones y se publicaron libros de auto-res oriundos de la zona, tanto de literatura, como de his-toria. Otro tanto se hizo en el campo de recuperación de centros históricos como los de Iza, Monguí y Villa de Le-yva, así como de monumentos históricos, entre los que figuran el puente de Boyacá y la iglesia de Santa Bárbara.

Toda esta lista interminable de labores culturales surgió por el simple hecho de haber creado el Festival in-

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ternacional de la cultura, que se hizo por primera vez en mayo de 1974. La organización de ese sencillo evento, que hoy día presenta más de 150 espectáculos, dio pie para que los boyacenses le dieran más cabida a la cultura en sus vidas. Fue así como nació el Instituto de Cultura y Be-llas Artes, que catorce años después vendría a recibir el apoyo del gobierno japonés mediante una donación cul-tural que fue distribuida en la emisora, en tres auditorios y en tres salas de exposiciones que funcionan todos los días, así como en la sala de conciertos de San Ignacio.

Todos estos equipos han permitido que el instituto mejore su atención, pero también han ayudado a regis-trar visualmente la labor que se hace en otros municipios, en donde se han elaborado videos promocionales, que se transmiten. La sala de audiovisuales no solo ha servido para producir material televisivo sobre el departamento, sino que han acogido a estudiantes de Comunicación para que hagan sus pasantías. A pesar de que algunos equipos ya cumplieron con su vida útil, otros siguen siendo utili-zados por personas que los conocen a la perfección y que han crecido profesionalmente con ellos.

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Cada uno de los ladrillos que se han venido po-niendo en este “pilar de la cultura” ha dado como resul-tado que por los escenarios de Tunja se presenten gran-des orquestas y grupos musicales, como la Orquesta de Cámara de Leipzig, la Orquesta Sinfónica de Colombia, la Orquesta Filarmónica de Bogotá y la Orquesta Sin-fónica de Boston. Así es como Boyacá ha demostrado que su gente sabe mucho más que de cultivos de papa y cebolla.

El Festival de la cultura y el tradicional Aguinaldo boyacense, que consiste en una larga fiesta que incluye caminatas, conciertos y cabalgatas en torno a las fiesta navideñas, son tal vez los eventos más conocidos, pero vale la pena mencionar también otros más recientes, en-tre los que se cuenta un programa de cultura popular de-nominado Encuentros, en el cual las expresiones folclóri-cas autóctonas son el plato fuerte; lo mismo que eventos como los Martes de danza, los Miércoles de tertulia o los Jueves de cine foro, que reúnen a la gente en los días co-munes y silvestres, demostrando así que la cultura no es un alimento exótico y elevado, sino el pan de cada día que necesitan los seres humanos.

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Acaba un día lleno de actividades culturales para los jóvenes y adultos de Tunja. Se acerca ahora una ba-talla importante para el Instituto de Cultura y Turismo del departamento: En 2010 Colombia entera se unirá a la celebración del Bicentenario de la Independencia y a ellos les corresponde hacer toda una propuesta sobre las ac-tividades que deben llevarse a cabo en el lugar icono de nuestra Independencia, donde se libró la última batalla: el puente de Boyacá. Es por eso que hoy preparan todo lo referente al manejo museográfico del parque Temático de la Campaña Libertadora y quieren perfilar al puente de Boyacá como Distrito Histórico Cultural.

Sin duda, el gobierno japonés será un gran aliado y las armas que le ha entregado al instituto son y serán determinantes para librar esta y todas las batallas veni-deras. Solo mediante estas luchas Colombia logrará re-conciliar a sus gentes porque como bien lo dijera el pen-sador mexicano, José Vasconcelos, “la cultura engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral”

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coldepoRtes

Cuerpos sanos, país sano

El ser humano siempre ha tendido a pensar que está hecho de dos cosas muy distintas: el cuerpo y el alma, o el cuerpo y la mente. Ese dualismo exagerado también ha contribuido a que nos alejemos del ancestral y trillado di-cho: “en cuerpo sano, mente sana”. El asunto es aún más complejo que eso. Las repercusiones de un cuerpo que hace deporte en el espíritu que lo habita llegan a cambiar incluso el destino histórico de comunidades completas. No por nada es que los juegos olímpicos fueron creados por la civilización griega, cuna también de los filósofos más importantes que ha dado la humanidad.

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Por la época en que Japón le hizo dos grandes dona-ciones a esta institución (1983 y 1985) era prácticamente impensable que Colombia fuera la sede de eventos de la talla de los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe. En 1986 así lo propuso el famoso turbaquero Fi-del Mendoza Carrasquilla (quien fuera también médico personal de una gran figura del deporte colombiano: Kid Pambelé), a lo que el gobierno del momento tuvo que ne-garse, acaso por la falta de experiencia en eventos de esta magnitud. A lo que vamos con esta historia, es a que la experiencia en cualquier campo solo se logra por medio de la práctica constante y para practicar un deporte cons-tantemente es necesario tener los implementos que cada disciplina requiere.

Por eso no es de poca monta que el Instituto Co-lombiano de Recreación y Deporte (coldePoRtes), haya recibido de manos del gobierno japonés no una, sino dos donaciones de implementos para hacer diferentes depor-tes, entre los que se encuentran varios equipos especiales para la gimnasia olímpica y la gimnasia artística.

Lo que era Coldeportes en esa época no es ni la sombra de lo que es hoy día, y eso se lo debe en gran par-

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te a las donaciones del Japón. Prueba de ello es que cada año Colombia participa con un número mayor de de-portistas en eventos como los Olímpicos. Mientras que a los de 2007, en Atenas, llevó 51 participantes, este año llevará a 61 a los Juegos de Beijing. Este tipo de avances también hacen que los colombianos diversifiquemos nuestras destrezas. Es por eso que en la actualidad no solo tenemos boxeadores o futbolistas prominentes, sino que también tenemos figuras en deportes que nos son más extraños, como el clavadismo y hasta de, quién lo creyera, automovilismo.

Pero no solo se mide el cambio por la participación en eventos extranjeros. Lo mismo puede decirse de la ce-lebración de los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe durante 2006 en Cartagena, por nombrar tan solo uno de los grandes eventos en que Colombia ha pues-to todo su empeño porque sabe que el pegante para unir de verdad un pueblo tiene mucho que ver con el deporte y con sus enseñanzas de trabajo en equipo. Ya lo dijo al-guna vez el presidente Richard Nixon: “No conozco nada que construya mejor el ánimo de triunfar que la compe-titividad del deporte”.

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Coldeportes funciona como un ente descentrali-zado que le brinda apoyo a todas las regiones en sus pla-nes de acción para suplir las necesidades deportivas de sus comunidades. Por eso se ha puesto tareas como la del censo del deporte, que busca identificar todos los escena-rios deportivos que existen en el país para saber qué tipo de cosas les hacen falta y a cuánta gente podrían benefi-ciar si se desarrollan en toda su potencialidad.

Lo más importante de esto es que los esfuerzos dis-persos no hubieran logrado jamás organizar al deporte colombiano por Federaciones, como lo ha hecho colde-PoRtes. Así, cada deporte se reúne en ligas y clubes en el nivel departamental para luego conformar la Federación Deportiva Nacional. En Colombia existen 47 de estas or-ganizaciones, lo cual implica que todos los esfuerzos van a dar al mismo balde, con lo cual el beneficio es mucho más democrático y se sostiene mejor, pues las agremia-ciones siempre generan fuerza y solidez.

Por eso Coldeportes logra cofinanciar más pro-yectos de los que se porpone anualmente. En 2006, por ejemplo, tenía la meta de cofinanciar ocho proyectos y acabó fiannciando doce, entre los cuales se encuentran

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un complejo de natación en Manizales, una pista de at-letismo en Cali, un polideportivo en Buenaventura y las canchas de los estadios de Cúcuta, Pasto y Bucaramanga.

Y, como el deporte no es solo custión de mover músculos, también se ha interesado en promover y apo-yar las investigaciones sobre Educación Física que sirvan para implementar verdaderos programas deportivos en los currículums de todos los jóvenes del país.

Este año, 2008, Coldeportes presentó, por desta-car una de las investigaciones, el libro Emoción, control e identidad: las barras de fútbol. Esta investigación sobre los comportamientos de las barras futboleras que fue pre-sentado en la Feria del Libro de Bogotá es importante pues permite poner sobre el tapete la necesidad urgente de regular y organizar a los hinchas.

Por eso hace también convenios con la Escuela Na-cional del Deporte y las universidades privadas para for-mar profesores cada vez más capacitados, no solo para que el país obtenga medallas de oro en los campeonatos profesionales, sino con el propósito de que los niños y jóvenes puedan utilizar el deporte en su diario vivir y

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cuenten siempre con un canal sano para desfogar sus preocupaciones o carencias. Así las cosas, coldePoRtes no se ocupa nada más de las grandes estrellas del deporte, a quienes obviamente apoya desde sus inicios, sino tam-bién de la gente común y corriente, que necesita hacer ejercicio para lubricar el cuerpo y también el alma, como dijo alguna vez Bejamin Franklin.

Hablando de grandes ligas, organiza eventos como los Juegos Deportivos Nacionales, los Juegos Bolivaria-nos, y los ya mencionados Juegos Deportivos Centroame-ricanos y del Caribe, pero también se enfuerza porque en los colegios se fortalezcan los servicios educativos que estén relacionados con el deporte.

Los grandes deportistas no se forjan de la noche a la mañana, por lo cual coldePoRtes ha apoyado eventos no profesionales como los Intercolegiados deportivos, en los que participan más de dos mil niños y jóvenes de sie-te departamentos. Ellos son los que luego pasan a repre-sentar a su país en eventos como los Suramericanos es-colares, en los cuales Colombia quedó campeón en 2006. En este esfuerzo está por ejemplo el programa Colombia Activa y Saludable que ha logrado difundir información

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estimulante para el común denominador de las personas, gracias al apoyo de la Organización Mundial de la Salud (oms), lo mismo que ha puesto sus ojos en algunas mino-rías étnicas y poblaciones cuyos pequeños no están vin-culados al sector escolar.

En este sentido también cabe mencionar que col-dePoRtes creó la Federación Deportiva para personas dis-capacitadas y que mensualmente les da un apoyo econó-mico a más de diez deportistas lisiados, para que puedan continuar practicando y mejorando.

Coldeportes tampoco olvida a sus viejas glorias. Aunque sea muy triste, uno de los grandes problemas de estos deportistas que alguna vez le dieron dichas al país es que terminan olvidados y sin tener muchas maneras de subsisitir. Por eso, coldePoRtes les da ayudas económi-cas a más de cuarenta deportistas ya “fuera de combate”, y a otros treinta que han ganado medallas.

En noviembre de 2008, seis meses más tarde de la publicación de este libro, coldePoRtes cumplirá cuarenta años de vida. Para ese entonces y desde hace mucho tiem-po ya, podrá y puede decirse que lo que nació como un

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pequeño brazo del Ministerio de Cultura hoy tiene casi la relevancia de un ente completamente autónomo que ha sabido hacer de todas sus acciones un verdadero canal para demostrar que los colombianos no estamos hechos nada más de esa mala fama que nos achacan en muchos lugares del mundo en donde a diario aparecen titulares relacionados con nuestro mayor problema: el de la droga.

Coldeportes ha sido el apoyo más importante para formar a los embajadores más importantes de nues-tro país: los deportistas. A pesar de que no tienen creden-ciales diplomáticas, estos muchachos han sabido levar en alto el nombre de su país porque, como lo aseveró el famoso entrenador de basket nortemaericano, John Wo-oden, “el deporte no construye el carácter. Lo revela”

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Centro Cultural Teatro la Media Torta

Un espacio para la cultura en el cerro

El cerro es una de las cosas que más caracteriza a Bogotá. Para saber dónde está uno situado, solo hace fal-ta buscar el cerro y saber que hacia allá está el oriente. Algunos bogotanos que viven por fuera sienten algo muy particular cuando vuelven a la ciudad y ven el cerro de nuevo. “Es a los bogotanos lo que la estrella del norte es a los marineros”, dice Paula Tobón, que actualmente vive en Los Ángeles, California.

En los años veinte hubo un auge en la construcción por estos cerros y se asentaron de manera informal muchos

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campesinos, a lo cual el gobierno deseaba reaccionar con un plan que de alguna manera organizara mejor la zona, pero integrara a la comunidad. Fue así como nació el tea-tro al aire libre la Media Torta, que lleva ese nombre pre-cisamente por la hacienda que existía en el terreno donde se construyó el teatro, hoy día más conocido como Centro Cultural. Mucho le debemos los colombianos a los ingleses, que en ese entonces apoyaron económicamente este pro-yecto, en 1938.

Durante sus inicios, la Media Torta llamó a su público mediante alianzas con la radio, que emitía sus programas en vivo desde el teatro. “El Tocayo Ceballos conducía el programa y en el día se presentaban muchos artistas. Tocaban dos o tres canciones”, dice Consuelo Rodríguez, que por esa época tenía unos “veintipico” de años. “Aunque nunca fui, porque era considerada una plaza para el vulgo, los escuchaba por la radio Continen-tal y me preguntaba por qué había esa discriminación”, concluye. El problema era que la zona estaba llena de chicherías y galleras, lo cual cambió en 1948 cuando se reglamentó la venta de chicha y le dio un nuevo aire a la Media Torta.

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Luego de un cese de actividades meramente teatra-les de casi una década y a partir de los años sesenta, el tea-tro fue el escenario de todas las estrellas internacionales que venían al país, pues existía una ley que los obligaba a presentarse de forma gratuita en este escenario. Pero lue-go volvió a cerrarse durante casi un año en 1974, porque no estaba preparado para competir con los nuevos esce-narios que nacían en la ciudad.

Quienes recuerdan esa muerte lenta del teatro reco-nocen que la donación del Japón fue aún más positiva que en cualquier otro caso. Fue además la primera donación cultural que se hizo en Colombia. Abrió el camino para que otras entidades contemplaran la idea de aplicar a este tipo de beneficios, con la condición, claro, de garantizar que quienes reciben las donaciones se comprometen a fondo con la difícil tarea de fomentar la cultura, porque ese es el verdadero valor que los japoneses encuentran en donar este tipo de equipos. Nadie es generoso porque sí. Ni siquiera lo fue Teresa de Calcuta. Siempre se busca algo a cambio. La madre quería ser santa. El gobierno japonés quiere de vuelta un verdadero compromiso con la cultura y es así como se ha posicionado en el mundo entero con

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sus donaciones, que pueden no costar ni la milésima par-te de lo que cuesta un avión de guerra, pero que dejan que el ser humano vuele mucho más alto.

Hoy día, aunque muy seguramente ya casi todos lo equipos donados hayan cumplido su vida útil, la Me-dia Torta puede decir que gracias a ellos 120 mil perso-nas pasan un domingo menos aburrido. La mayoría de la población colombiana gana salarios que no alcanzan ni para ir al cine una vez al mes. Este tipo de escenarios hace que la gente tenga acceso a la cultura gratuitamente. Este Centro Cultural se ha preocupado además por elevar la calidad de vida de las personas que, por haber tenido tan pocas oportunidades, no han logrado salir adelante como quisieran y pueden hasta convertirse en un foco de con-flictos para sus comunidades. Es por eso que en la Media Torta se realizan varios talleres de derechos humanos

De igual manera, tiene también varios proyectos encaminados a preservar los saberes populares: Entre ca-minos rescata la tradición oral de los pueblos programan-do la lectura de relatos, leyendas y versos que han sido trasmitidos oralmente, e incluso los que han quedado escritos; Tramando tierra rescata los objetos artesanales;

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Torta que te ronda recupera los juegos y rondas infantiles tradicionales; El sabor de los saberes hace que gente de to-das las regiones comparta sus tradiciones gastronómi-cas; La parranda se centra en la música de las danzas de festividades populares regionales.

Como estas, hay otras actividades que reúnen a los habitantes de Bogotá en torno a sus propias culturas, porque lo que es más interesante de la programación de la Media Torta es que tiene muy claro que su público está compuesto por gentes de los lugares más recóndi-tos de Colombia. Así, por ejemplo, está el Día de la afro-colombianidad, al cual asistieron 3.500 personas, entre niños, jóvenes y adultos, o el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, en el cual se esperaba una afluencia de público de mil personas, pero llegaron 1.500. Aunque sea duro aceptarlo, gran parte de este público ha llegado a Bogotá desplazado por la violencia. No existe ningún indicador que pueda medir la nostalgia y esperanza que una de estas personas siente cuando oye tocar los ritmos de su tierra, porque aún no se han inventado ningún apa-rato que pueda medir los impactos que el arte hace en el alma humana.

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Los últimos jueves de cada mes, por ejemplo, se puede encontrar a los vecinos de los alrededores del cen-tro compartiendo sus soledades mientras ven una pelí-cula o un documental. Video afuera permite que el tiempo muerto, el que desperdiciamos muchas veces en nada, sea invertido en el espíritu y nos permita tener más cultura, porque la función capital de la cultura, como dijo Freud, no es otra que defendernos contra la naturaleza.

Para revivir tradiciones indígenas y campesinas, la Media Torta bautizó uno de sus programas Minga, que es un encuentro de culturas y saberes indígenas. Allí se reúnen jóvenes y adultos descendientes de culturas in-dígenas y ponen sobre la mesa los asuntos más relevan-tes de sus comunidades. Comparten, entre otras cosas, técnicas ancestrales de cuidar el entorno que habitan como una manera de preservar su memoria. La Escue-la de Música Kankuama jamás tendría un escenario tan bueno como este para reunirse como lo hicieron en oc-tubre de 2007. A este tipo de eventos no van montones de gente, pero el hecho de que 45 asistentes pertenecientes al pueblo indígena kankuamo estén presentes basta para preservar sus tradiciones.

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Saliéndose un poco de lo local, la Media Torta tam-bién tiene parte de su programación dedicada a músicas del mundo, sobre todo a músicas y danzas populares la-tinoamericanas, como el mariachi de México y los tríos de boleros de Cuba, dos corrientes que el colombiano ya adoptó por completo como suyas. Las agrupaciones no necesariamente tienen que ser de otra parte. Basta con que tengan propuestas fundamentadas en tradiciones populares de otros sitios, sin importar tampoco que les incorporen elementos locales.

La Media Torta es la segunda casa de todos los mú-sicos que participan en festivales nacionales e internacio-nales como el Festival de Porro, las Fiestas de San Pacho, Rock al parque, Salsa al parque, el Festival Intercolegiado de Danza Folclórica.

Ana María Roa, de 15 años, participó en 2006 con su colegio y dice que es

lo más cercano a ser famoso. Uno ensaya mucho porque montarse en un escenario como ese da pena si no has trabajado. Y eso hace que los niños de verdad le pongan empeño a ganarse el premio.

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La primera vez que Cabas, músico ahora reconoci-do mundialmente, se presentó en una plaza grande, fue en la Media Torta.

No solamente fue un escenario en el que me sentí acojonado por primera vez, sino que en él vi gru-pos y personajes que en esa época eran mis ejem-plos a seguir. Recuerdo por ejemplo haber visto a Totó y al Bloque de Búsqueda.

Además de apoyar esos festivales, la Media Torta arma unos ciclos de conciertos en los que las bandas tocan luego de ganar las convocatorias públicas que diseña la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte. Son cuatro ciclos al año que además se complementan con los Tortazos, que buscan mostrar nuevas propuestas musica-les de géneros urbanos como el hip hop, el rock y otros géneros más específicos. Es en estos Tortazos donde se de-linean y se afianzan las nuevas propuestas de los jóvenes. La gente también tiene la oportunidad de ver ensayos de bandas que se foguean así antes de sus presentaciones.

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Para un músico como yo es sumamente provecho-so ver un ensayo porque observo cómo cuadran el sonido, cómo cada elemento encuentra su expre-sión y su tono justos para estar en armonía con los demás, dice el joven músico Peter Salmang.

Pero no todo se queda en esfuerzos encaminados hacia la música popular. El Domingazo, y los festivales de Ópera y Ballet al parque, por ejemplo, tienen como objetivo sensibilizar al público con la música culta. Muy seguramente en un principio este tipo de música no era la favorita de muchos. Lo cierto es que si les pusiéramos uno de esos aparatos con que la gente mide sus pulsacio-nes cuando hace ejercicio a cada uno de los asistentes a este y todos los eventos de la Media Torta, el resultado sería un corazón latiendo a mil por hora de emoción. Sin emociones es difícil sortear las dificultades de la vida. Por eso necesitamos de este Centro Cultural para que nuestro corazón afine mejor

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Gran Donación Cultural

2006. Conservatorio del Tolima / Instrumentos musicales

2005. Fundación Batuta / Instrumentos musicales

2004. Biblioteca Luis Ángel Arango / Equipos audiovisuales

2003. Inravisión – (RTVC) / Programas educativos y culturales para televisión

2001.Ministerio de Cultura / Instrumentos musicales para orquesta y banda

2000. Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán / Equipos de sonido

1999. Centro Cultural Municipal de Cali / Equipos audiovisuales y equipos para edición de imágenes

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1998. Teatro Municipal Guillermo León Valencia de Popayán /

Equipos de sonido e iluminación 1997. Teatro de Cristóbal Colón /

Equipos de sonido 1996. Centro Nacional de Restauración /

Equipos para la conservación y restauración del patrimonio cultural

1995. Conservatorio de Música de la Universidad Nacional /

Instrumentos musicales 1994. Biblioteca Nacional de Colombia /

Equipos audiovisuales para la conservación del patrimonio histórico y cultural

1993. Casa Museo Quinta de Bolívar / Equipos audiovisuales y equipos para la conservación del

patrimonio histórico y cultural 1992. Presidencia de la República de Colombia /

Instrumentos musicales 1991. Teatro Santiago Londoño de Pereira /

Equipos de sonido 1990. COLCIENCIAS /

Laboratorio linguístico y equipos de video

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1989. Centro de Documentación Musical / Equipos de sistematización, duplicación de documentos,

audio y video portátiles 1988. Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá /

Equipos de sonido, iluminación y audiovisuales 1987. Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán /

Equipos de iluminación y sonido 1986. Teatro al aire libre Los Cristales de Cali /

Piano y equipos de sonido e iluminación 1985. Instituto Colombiano de

recreación y el Deporte (COLDEPORTES) / Equipos de educación física

1985. Departamento Administrativo de la Presidencia de la República Campaña

de Instrucción Nacional / Materiales educativos y culturales para televisión

1984. Teatro de Cristóbal Colón / Equipos de sonido y grabación

1983. Instituto Colombiano de recreación y el Deporte (COLDEPORTES) /

Equipos de educación física1982. Centro Cultural la Media Torta /

Equipos de sonido e iluminación

25 años de la Gran Donación Cultural del Japón. Se terminó de imprimir en el mes de mayo del año dos mil 0cho, en las prensas

de la Imprenta Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, Colombia. Para su diseño se utilizó la fuente Dolly diseñada por Bas Jacobs, Akiem Helmling y Sami Kortemäki, en el año dos mil uno. Está impreso en papel Kimberly

Tradition soft de 90 gr.

25 años de la Gran Donación Cultural del Japón. Se terminó de imprimir en el mes de mayo del año dos mil 0cho, en las prensas

de la Imprenta Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, Colombia. Para su diseño se utilizó la fuente Dolly diseñada por Bas Jacobs,

Akiem Helmling y Sami Kortemäki en el año dos mil uno. Esta impreso en papel Kimberly

Tradition soft de 90 gr.

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