23 Meses en Marte

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23 MESES EN MARTE THICE THONOZ Miguel Castro Rey 23 Meses en Marte El hombre raptado por un “plato volador” 1

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23 MESES EN MARTETHICE THONOZMiguel Castro Rey23 Meses en MarteEl hombre raptado por un “plato volador”ARTES GRÁFICAS “COLONIA SUIZA LTDA.” Nueva Helvecia (Dpto. Colonia) (Uruguay) -1954-1Thice Thonoz ReyMiguel Castro223 MESES EN MARTE“No puedo dejar de decir…” – Apóstol “El que tiene oídos para oír, oiga” - JesúsLector: si no eres creyente, no te ofusquen mis expresiones religiosas. No es falta de respeto a tus legítimos derechos, sino fidelidad a los míos. Soy leal. No

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23 MESES EN MARTE

THICE THONOZ Miguel Castro Rey

23 Meses en Marte

El hombre raptado por un “plato volador”

ARTES GRÁFICAS “COLONIA SUIZA LTDA.”Nueva Helvecia (Dpto. Colonia) - (Uruguay)

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“No puedo dejar de decir…” – Apóstol

“El que tiene oídos para oír, oiga” - Jesús

Lector: si no eres creyente, no te ofusquen mis expresiones religiosas. No es falta de respeto a tus legítimos derechos, sino fidelidad a los míos. Soy leal. No me tomes por enemigo, porque no lo soy.

DEDICADO

A los que realmente anhelan la paz. Paz en justicia y fraternidad.

A los que anhelan para el Hombre el desarrollo integral de su personalidad con el ejercicio de todos sus derechos al amparo de todas las libertades.

A los que creen en un destino elevado para la Humanidad y suspiran por él.

A los que la sensibilidad de su espíritu no les permite conformarse con la situación de una Humanidad en la que los más se arrastran a los pies de unos menos.

A los que desean y esperan para el Hombre una vida mejor dentro de la comunidad, porque creen en una vida mejor, porque creen en el Hombre.

A los que no pueden tolerar la separación del concepto Hombre, del concepto Humanidad.

A los jóvenes, que aún pueden caminar y batir sus alas.

A los que no pueden aceptar el arrinconamiento del alma.

A… usted, lector, porque creo que, aunque estuviese escondido a su propia conciencia, en lo íntimo de su ser alienta el mismo espíritu de solidaridad, y de angustia, que me empujó a escribir, porque es Hombre.

El autor

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ÍNDICEI – Una carta – RecuerdosII – El RaptoIII – “El Domis”IV – El Telescopio – SelecciónV – En MarteVI – Essi XIVII – Oasis en el InfiernoVIII – Vidas Paralelas – VisitasIX – Fiesta PopularX – La Ciudad Muerta – EscuelasXI – Vidas Paralelas II – Recomienzo – FilúXII – El Lago Seco – HuertasXIII – Vidas Paralelas III – Adelantos – ReligiónXIV – Petróleo – AcueductoXV – Vidas Paralelas IV – Extremismos – Filú IIXVI – La Montaña Quemada – TejidosXVII – Calendario – Casamiento – Viviendas – ArteXVIII – Vidas Paralelas V – Hacia el fin – Bori y MuniXIX – Factores I – MaterialismoXX – Factores II – Dinerismo – LaicismoXXI – Factores III – IntelectualismoXXII – Factores IV – Militarismo – Cultura – GeologíaXXIII – Factores V – Politicismo – Noticias – DeportismoXXIV – Factores VI – Periodismo – La Radio – El Cine – Realismo – ModernismoXXV – Factores VII – La Mujer – La FamiliaXXVI – Factores VIII – La ciudad – MetropolitismoXXVII – Nuestra Historia – 2ª Gran Guerra – Nuevo Explosivo – El Rayo – El “Domis” – El FuerteXXVIII – El Fin – Hora Fatal – Un Mundo en llamas – Lluvia ardiente – EncierroXXIX – Rada Nael – Censo – Organización – Essi II… – Viaje a la Tierra – Essi XIXXX – Regreso – Accidente

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I – UNA CARTA

Hacía frío aquella mañana. Demasiado frío para ser 13 de Febrero. El viento, casi del Sur, y la lluvia, azotaban desde medianoche todo lo que se hallaba a su paso, y no se veían síntomas de que fuese a calmar. Evidentemente, no estaría agradable para andar en las calles. Decidí encender un buen fuego en la chimenea, y leer o escribir. Me sentía disgustado desde que dejé la cama. Seguramente el tiempo inclemente influía en mi ánimo, además, con seguridad, que algo se debía a haber cenado demasiado abundantemente. Pero por sobre todo, la causa de mi disgusto provenía de una película de cine que había visto la noche anterior era realmente detestable. Desde su comienzo hasta su fin era diabólicamente pornográfica. No soy lo que se llama un puritano, pero todo tiene su límite. Soy materialista, pero, según creo, ello no me impide tener un ideal moral. Estimo que el Hombre, para no ser sólo bestia debe tener dignidad; es un valor íntimo que cada uno debe ir elaborando y cultivando como parte de su personalidad. Lo que sea realmente cada uno, depende de su dignidad. Lo demás es apariencia o pasajero. Es deber del Estado, de todas las instituciones sociales, y de toda persona consciente, propender a la elevación de la dignidad del pueblo: es función democrática. Películas como esa a que me refiero no cumplen esa misión; al contrario, minan los valores morales del Hombre. Es práctica totalitaria, porque un pueblo inmoral es un pueblo indefenso; campo propicio al engaño, a la perversión, a la traición, a la demagogia. Un hombre inmoral es un hombre que ya tiene una argolla en la nariz. De eso a los grillos del esclavo, es sólo cuestión de etapas. Pensaba en esto mientras observaba, con satisfacción, las primeras llamaradas rojizas que rozaban el fondo negro de la chimenea; sentí un leve calor en la cara. El fuego, como tantas otras veces, me producía alivio, como un sedativo. Pronto me olvidaría de la malhadada película, pero era lo cierto que me había sacudido violentamente. Entró mi hija mayor, que cursa secundaria, y tras un dulce “¡Buen día, papá!” dejó sobre mi mesa alguna correspondencia y se dirigió a la biblioteca en busca de un libro. En silencio la observé un instante, pensando cuánto mal podrían causar a jóvenes de esa edad, muchas películas, libros y programas de radio que diariamente están a su alcance. Sentí dolor en mi corazón. ¿Cómo nunca se me había ocurrido tal cosa? Tendría que escribir algo al respecto.

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Entre dos o tres cartas, me llamó la atención una certificada, grande; me intrigaba la letra, que parecía evocar en mí viejos recuerdos; además, lo compacto de su contenido. Expresamente la dejé para el último. Al abrirla, hallé dentro otro sobre cerrado en que se leía: Por favor, no abra este sobre en presencia de otros, sino en absoluta soledad”. Sin darme tiempo a dominarme, momentáneamente me dominó la emoción. Por temor a que mi hija pudiese notar algo, me corrí hasta la chimenea e intenté leer un diario. Me agrada que mis hijos acudan a mí, que me hablen; les trato como a iguales y tienen libre acceso a mis libros, nunca me siento molestado por ellos; sin embargo, ese día deseaba que mi hija se fuera. Finalmente, comunicándome el título que se llevaba, se alejó con un “Hasta luego”. Confieso que una inexplicable nerviosidad me había invadido. Abrí con cuidado; era una hoja entera de buen block carta, pero con unas pocas frases; miré la firma, y sentí que me flaqueaban las rodillas; leí aquél nombre una vez más, y era indudable: “Miguel Castro Rey”. Miré hacia atrás para asegurarme de que estaba solo. Me senté cansado y sudoroso: Miguel Castro Rey, eminente profesor e íntimo amigo desde la juventud… había desaparecido hacía casi dos años. Sin embargo, evidentemente, era su letra la del sobre; sin darme cuenta la había reconocido, y era sin lugar a dudas su legítima firma. Reconozco que hay muchísimas cosas aún ocultas al conocimiento humano, pero no creo en fantasmas. Leí desde el principio: “Querido y viejo amigo Thice, no pude idear ningún medio para evitarte el choque que habrás recibido. He pasado por la más fantástica aventura que pueda ocurrirle a un hombre sobre la Tierra. Necesito hablarte de ella. Me siento algo enfermo. Ven pronto. Estoy en la Estancia. No digas nada a nadie, de ser absolutamente necesario. Dios te bendiga y acompañe. Como siempre tuyo: Miguel Castro Rey”. No sé cuánto tiempo, y pudo haber sido sólo una fracción de segundo, estuve en la inconciencia de un sueño. No podía concretar nada. Sentía la mente vacía, pero tenía ya el propósito de acudir de inmediato a la cita. Como escritor y periodista, muchas veces me alejaba de mi casa, pero ahora, ¿qué diría? No podía confiar el asunto a mi mujer. Es una de esas mujeres, muy comunes en la época actual, que hacen ostentación de fortaleza y libertad de espíritu, justamente porque son espantosamente débiles. Encendí un cigarrillo, esforzándome por serenarme. Salí afuera silbando, la hallé en el living, y con la mayor indiferencia que me fue posible le dije: “Perdóname, Estela, pero me olvidé de decirte ayer que tengo que ir hoy hasta Rocha por una crónica”. “¡Jesús! ¿Y con este tiempo?”. Mi nerviosidad me había hecho pensar en mil dificultades. Antes de media hora, mi coche rodaba por la mojada carretera perforando la cortina de lluvia, que ya se había vuelto en poco más que llovizna. Prestaba especial atención a no dejarme arrastrar por mi afán de llegar. No era prudente, ni por el estado de la carretera, ni por mi ánimo, pasar de los 80 kilómetros por hora.

RECUERDOS. Mientras avanzaba en el camino, mi mente volvió atrás en el tiempo. Nos habíamos conocido en el liceo y nos hicimos estrechamente

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amigos. Fuimos el uno para el otro el más querido compañero. Los estudios siguientes nos separaron en parte. Yo seguí abogacía; él, medicina. Fuera de las clases, continuamos siendo amigos separables. Proveníamos los dos, de familias económicamente acomodadas. Mi padre era fuerte comerciante en Montevideo, de origen griego. El suyo, estanciero en Rocha, con campos en la orilla Noroeste de la Laguna Negra, de origen vasco. Él era profundamente religioso, evangélico o protestante. Yo era liberal, no tenía religión, por mi madre católico, por mi padre islámico. Aunque francamente debo confesar que en lo íntimo de mi ser tenía conciencia, o subconciencia, de la existencia de un Espíritu Superior, creador y rector. Ninguno de los dos era fanático, por lo cual nunca tuvimos dificultades. Admiraba en él una bondad sin límites y una lealtad y pureza de sentimientos, como jamás encontré en ningún otro hombre. Todo, dentro de la más perfecta naturalidad. Antes de terminar mi carrera, comencé a escribir. Intervine en la fundación de una revista, que me fue absorbiendo más y más tiempo, hasta que abandoné los estudios. Único heredero de mi padre, no tenía preocupaciones económicas. Miguel no fue nunca estudiante notable, no por limitación intelectual sino por despreocupación. Empleaba muchísimo de su tiempo en obras sociales. La condición de la gente le preocupaba grandemente, conocía al detalle problemas de los cuales yo ni aún sabía que existían. Finalmente se graduó y poco después se casó. Muerto su padre, siguió explotando la Estancia en sociedad con su hermano menor, que la administraba. A los ocho años de casado, con una mujer y un hijo a los que amaba profundamente, sufrió un golpe terrible que cambió totalmente la orientación de su vida. Una epidemia de escarlatina perniciosa lo mantenía en continua actividad; enfermaron también su mujer y su hijo. Vanos fueron sus esfuerzos: murieron los dos el mismo día. El golpe lo anonadó. Se acusó interiormente a sí mismo de ser culpable. Pasada la epidemia, abandonó el ejercicio de la medicina. Poco después se dedicó a la docencia y a la investigación de la zoología nativa. Los veranos los pasaba en la Estancia, con su hermano y Jorge, su sobrino. Recorría campos, sierras, arroyos, bañados y muy frecuentemente la inmensa Laguna Negra. Continuaba trabajando en obras sociales de su Iglesia, a lo cual dedicaba godo su tiempo sobrante y sus recursos. Muerto su hermano, Jorge, de 18 años, quedó al frente de la Estancia. El Verano antepenúltimo, investigaba como de costumbre. Una tarde salió en su bote por la laguna. A la mañana siguiente, intrigados de tan prolongada ausencia, le buscaron; hallaron el bote, sus implementos de pesca y caza, máquina filmadora, un par de botas de goma, una manta, su sombrero, pero nada más. Fue un misterio insoluble. Se expusieron varias teorías, ninguna de ellas completamente satisfactoria. Que había sido raptado en vistas a un rescate, o por razones políticas, pero no había huellas de la menor lucha, y habrían cargado co todas sus pertenencias. Que accidentalmente se hubiese ahogado, pero el cuerpo no fue hallado; además nadaba bastante bien, y el bote estaba amarrado con el salvavidas en su interior. Que se había suicidado, que asesinado, que devorado por un monstruo... No pudiéndose afirmar categóricamente nada, se le dio simplemente por desaparecido.

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El caso causó revuelo. Las dotes excepcionales del desaparecido fueron hechas públicas. Se le brindaron los mayores elogios, y alguna vez tuve que intervenir enérgicamente para destruir algún infundio. Revisando sus papeles se encontraron anotaciones y escritos de innegable valor; fotos magníficas, Films, croquis y dibujos; un plan general para un “asilo-granja-escuela”; un plan completo para un hotel de descanso, modelo, cristiano, en base a una Cooperativa con explotación de granja. Hice mediodía en Rocha, y de inmediato partí por Castillos, hacia el camino de los Indios. Continuaban las lloviznas; aquí, con viento oceánico, parecían más recias. Estaba muy acostumbrado a guiar mi coche por largas horas; sin embargo, comencé a sentirme cansado: el nerviosismo, dominado sólo aparentemente, hacía sus estragos. Fue motivo de satisfacción llegar a la tranquera de la Estancia, y divisar entre la comisura de dos cerros, sus magníficas arboledas. Era una estancia moderna, con todas las comodidades, no sólo para los patrones y sus huéspedes sino para los peones, que disponían de buenos dormitorios, baños, espléndido comedor, biblioteca, radio, y hasta un casino, que se habilitaba los sábados a la tarde. Miguel era un cristiano enamorado de su cristianismo y que vivía sus preceptos. Jorge salió a recibirme. Se le notaba cómo le había afectado el asunto de su tío, al cual amaba profundamente. Pensaba que no podía restar en mí, ni el menor indicio de duda. Menos aún luego de ver la expresión del muchacho; sin embargo, sólo aventuré la más ambigua de las preguntas “¿Y?” “Tío lo está esperando”, fue la sencilla y categórica respuesta. Creo que nunca en mi vida he pasado un momento de mayor emoción. Me parecía que aún a varios metros se habían de sentir los secos latidos de mi corazón. Por un momento, supuse que no podría hablar. Al llegar al hall, Miguel salió a nuestro encuentro: sereno, tranquilo, sonriente. A la media luz de una tarde lluviosa, era el mismo Miguel de siempre. “¡Hola, viejo Thice, venga un abrazo!” Por ejercicio de voluntad difícilmente lloro, y eso cuando me lo permito; en aquel abrazo sentí que me corrían las lágrimas. Lo apreté con fuerza y comprendí en ese momento cuánto lo amaba. Fue un abrazo largo; él trataba de apaciguarme con suaves golpes en la espalda. “Vamos adentro –me dijo-, tengo una fogata como a ti te gustan”. En silencio entramos a su estudio. Un hermoso fuego, de leña dura, daba ambiente a la habitación. Me hizo sentar y fue a un armarito, que yo conocía muy bien, por un poco de coñac. “Tómate un buen trago, viejo. Tengo que contarte cosas extraordinarias”. Yo no encontraba ni una sola palabra. Me ofreció un cigarrillo. Empezamos a fumar en silencio. Frente a otro, hubiese tratado de reaccionar aparentando una serenidad que no tenía. Él era mi amigo; frente a él, no podía mostrarme sino como era. Habló nuevamente. “Tengo mucho que contarte. ¿Estás como para oír y comprender?”. “Seguramente que sí. ¿Comprendes mi estado de ánimo?”. “¡Sí, hombre, por eso no me molesta en lo más mínimo! No te pido que hables, sino que escuches. Aunque parezca imposible, fui secuestrado por hombres de Marte. Entre ellos he vivido todo este tiempo. Son excelentes personas, no me hicieron ningún daño, y sí muchísimo bien. Sólo que las

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condiciones físicas, en un accidente, han afectado mi salud. Me siento enfermo y es posible que no pueda recuperarme. No me lamento de mi suerte; al contrario, me es motivo de gozo. Dios ha hecho de mí un profeta; tengo que revelar al mundo lo que Él me ha revelado. Tú me ayudarás escribiendo un libo con todo lo que yo te diré. Mi regreso debe permanecer ignorado por el público hasta que terminemos. Ya hablé con el Juez y el Comisario de aquí; me conservarán el secreto. También lo revelé al escribano. Hoy hablaremos de cualquier cosa; mañana comenzaré a contarte ordenadamente”. Encendió las luces. Se expuso bien, y me dijo: “Mírame. Es el efecto de las radiaciones. Marte es hoy un infierno, llevado a ese estado por la locura de sus hombres. Me llevaron para que viese, y trajese aquí su mensaje de paz y amor; para que advirtiese a nuestra Humanidad del ineludible desastre hacia el cual vamos marchando”. Lo observé detenidamente. Era su misma cara… pero ¡qué aspecto! Su piel lisa, como de material plástico, sin un pelo. Un medio arco posterior de oreja a oreja, de pelos blancos; asimismo en el bigote, la barba y las cejas, los pelos no pasaban de media docena; nada de pestañas, los párpados entornados y las pupilas dilatadas; las puntas de los dedos gruesas, con las uñas escabrosas y muy convexas; un temblor oscilatorio en sus manos, en cuanto dejaba de apoyarse en algo; la respiración un poco fatigosa, corta, como lo he observado en personas enfermas del corazón. Yo conocía muy bien a Miguel. Aquél que tenía en frente a mí, era él; él integralmente, en su plena capacidad mental. No era un loco que hablase disparates, ni aún un alucinado que creyese ciertos sus sueños. Aún cuando me contaba cosas maravillosas, inconcebibles, yo le creía, le creía totalmente, porque era él quien me las contaba. Era un hombre veraz, y aunque altamente idealista, sumamente sensato y equilibrado. Él sabía que yo le creía, pero en su exquisita delicadeza, para liberarme de toda imposición, me fue exponiendo pruebas, sin decirme desde luego que lo eran. Me ofreció un cigarrillo… de Marte, en cajita sin etiqueta de marca; me mostró ropa en un tejido y estilo especial, el “rofodio” que allá había usado. Luego me enseñó una magnífica colección de fotos; y aún una serie de libros, y muchas otras cosas, a medida que me daba breves, concisas explicaciones. Cenamos un riquísimo asado, mientras yo le ponía al tanto de asuntos que habían acontecido durante su ausencia. Con el café y el acostumbrado cigarrillo, nuevamente frente al fuego, comenzó a exponerme su plan y su pedido: “Como ves, Thice, no tengo pulso para escribir; además no veo bien, con uniformidad. Tengo la obligación moral, y la íntima necesidad, de escribir mi aventura. Es un compromiso con mis amigos de Marte; para eso solamente me llevaron. No puedo de ningún modo esperar mi recuperación para hacerlo por mí mismo, ya que la recuperación es muy problemática, y mi incógnito aquí no puede durar indefinidamente. Por otra parte, yo no sé escribir; por tanto, necesito un “secretario” que construya un libro co los datos que yo le de. Necesito alguien que traslade al escrito, no únicamente la palabra fría, sino también algo de mi espíritu. Tiene que ser alguien que me conozca, hasta el punto de ser capaz de interpretar lo que digo… y lo que no

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digo. ¿Quién? Tú, Thice; únicamente tú”. “No estoy de acuerdo –dije- en cuanto a los méritos que me atribuyes, pero lo estoy absolutamente en ayudarte y colaborar en tu libro, sin condiciones”. “Esperaba eso de ti, estaba seguro –siguió Miguel- pero hemos de aclarar que el libro no será mío sino tuyo”. “¿Cómo? –repliqué-. Yo seré un simple escriba, tú serás el autor”. “No, Thice –continuó- yo te daré el argumento, los datos, mis ideas personales si quieres, pero tú escribirás el libro, tú lo compondrás a tu modo”. “¡Ah, no! –dije- Eso no debe ser, no puedo aceptar, no sería justo ni honesto; te conozco, sólo obras por exagerada modestia”. Sonrió y me replicó: “Sí, Thice, debe ser, y estoy seguro que aceptarás. Yo también te conozco; será lo justo, y será perfectamente honesto. Escucha: si tú encuentras, sin buscarlas si te parece, una linda docena de perlas muy apropiadas para un collar, ¿qué harías no siendo joyero? Pues la llevarías a quien lo fuera. Tú podrías darle algunas indicaciones según tu gusto, pero el otro será el autor del collar. Aquí es lo mismo; yo encontré las perlas, tú serás el joyero”. El argumento, sin embargo, no terminaba de convencerme. Francamente me violentaba poner mi nombre a un libro escrito así. Discutimos aún. En algún momento, Miguel agregó: “Yo no tengo nada más que anotaciones sobre episodios sueltos, conversaciones y recuerdos; si yo muriese, tú tomarías mis apuntes, escribirías el libro… y ¿pondrías mi nombre como autor?”. No quería de ningún modo contrariarle; además, me había casi convencido. Resolvimos, al final, que yo firmaría como autor, pero que su nombre también aparecería. Desde el siguiente día comencé a trabajar en la estructuración de los capítulos que siguen, en los cuales conservo a Miguel como relator de sus propias aventuras y haciendo uso, por consiguiente, de la primera persona. Mientras duró, alternábamos el trabajo con algunos momentos de conversación, y breves paseos por los alrededores. Paso, pues, a su relato. Yo, Thice Thonoz, escribo lo que Miguel Castro Rey me relata.

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II – EL RAPTO

He tenido siempre un gran aprecio por las “cosas nuestras”. Un pequeño “nacionalismo” que no ha robado nada a mi amor a la Humanidad entera. Gastaba casi todas mis vacaciones estudiando en la Estancia las especies animales que encontraba. Observar, sacar apuntes escritos y gráficos, tomar fotografías, érame una tarea muy querida.

*** El lobito de río es uno de los ejemplares de nuestra fauna que más está escaseando. La excelencia de su piel ha sido causa de que se le persiga sin discriminación; a eso se une lo reducido de su multiplicación. Hacía ya tiempo que deseaba estudiarlos de cerca, en forma metódica. Una tarde de Marzo, en una de mis correrías en bote por la orilla de la Laguna Negra, en una entrante como un riacho, donde crecen árboles en la orilla y presenta una mayor profundidad, sorprendí una pareja que jugueteaba en una playita de arena. Navegaba a vela, en completo silencio, lo cual permitió que sólo me viesen cuando estaba casi sobre ellos. Examinando los alrededores, y principalmente algunas rocas que allí afloraban, encontré señales evidentes de que vivían en ese lugar. Un ceibo magnífico me proporcionaría un observatorio oculto y cómodo. A media tarde del día siguiente ya estaba yo allí con mis implementos de observación. Repetidas veces, antes del anochecer, salieron a revolcarse en la arena y juguetear como dos perrillos. Eran dos magníficos ejemplares adultos: el macho principalmente, era enorme, y con una mancha blanca en el pecho. Tomé varias fotos y aún pude usar perfectamente la filmadora. He visto las copias; son muy buenas, y me ha dicho Jorge que después de mi desaparición se habló mucho de ellas. Llegó la noche, y una Luna casi llena alumbraba el campo con hermosísima luz. Podría seguir observando, y había decidido pasar toda la noche. Una vez oscurecido, las salidas de mis observados y sus correrías y juegos se hicieron más y más frecuentes. Serían aproximadamente las 21 y 30 cuando empecé a sentir una somnolencia extraña, y una profunda pesadez en los músculos. Tuve temor de llegar a caerme de mi observatorio, y haciendo un verdadero esfuerzo descendí. No pude, sin embargo, alejarme, y terminé por tenderme en el suelo. Me era completamente imposible mover siquiera un brazo. Sin embargo, la

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paralización era sólo física; conservaba totalmente mis facultades de raciocinio. Tuve que reconocer que mi ciencia médica, bien pobre por otra parte, no proporcionaba ningún diagnóstico. Empecé a sentir como un leve zumbido, más bien un soplito, que se acercaba. Entonces alcancé a divisar un gran objeto que descendía lentamente. Confieso que tuve un poco de temor. Comprendí de inmediato que se trataba de uno de los tan hipotéticos como comentados “platos voladores”. Comprendí también, entonces, que mi extraña paralización provenía de alguna fuerza desconocida proveniente del aparato, lo cual me revelaba, a la vez, que una voluntad estaba dirigiendo la acción y que el objeto de la acción era yo. Comencé a serenarme, y todo mi esfuerzo se centraba en observar el menor detalle. No pensé, no sé por qué, que mi vida corriese peligro. El extraño aparato siguió descendiendo. Yo lo veía inmenso a una distancia de 100 metros. Como no podía volver mi cabeza lo perdí de vista al acercarse al suelo, pero sentía siempre el agudo soplido. Pasaron tal vez dos minutos, tal vez más; a mí me parecieron como veinte. Sentí pasos, y vi aparecer dos individuos con rarísimas vestiduras; en realidad, eran como especie de escafandras de buzos. Al llegar a unos diez metros, me hablaron. Evidentemente usaban un micrófono y amplificador, y el español en que se expresaban, por su entonación, mostraba claramente que no era su lengua nativa. Me dijeron que no tuviese temor, que no traían malas intenciones, que no me harían el menor daño, y que si habían usado “anestesia muscular” había sido justamente para eliminar toda violencia. No pude hablar. Me tomaron entre los dos. Me di cuenta que mi peso les sorprendía y les exigía un esfuerzo mayor que el que se habían imaginado. Al cambiarme de posición alcancé a ver que uno de los lobitos había sido paralizado igualmente; le brillaban los ojos con una expresión de miedo atroz. Dejaron casi todas mis cosas donde estaban, no les interesaban, y salieron de entre los árboles conmigo en el aire. Sobre el campo llano, iluminado por la brillante Luna, estaba el extraño aparato suspendido a unos cuatro o cinco metros del suelo. Continuaba el característico soplido pero no vi nada que se moviera. Era de forma esférica y aplanado en los polos, y con un “ecuador” muy oblicuo y muy saliente. Su aspecto general e recordó al de Saturno con su anillo. Horizontalmente, la parte esférica tendría un diámetro de no menos de quince metros. Al llegar junto a él se abrió una pequeña ventana lateral, por debajo del anillo o ecuador, y rápidamente descendió algo como un ascensor o montacargas. Me colocaron sentado en el ascensor, el cual subió rápidamente hasta frente al hueco de la ventana; luego, corrió horizontalmente hacia el interior. Una muy tenue claridad me mostró una pequeña habitación toda cerrada, donde esperaban dos nuevos individuos en igual indumentaria a la de los otros dos. Me retiraron del asiento, y mientras uno enviaba fuera de nuevo el ascensor, el otro empezó a colocarme uno de aquellos raros vestidos que ellos usaban. Los dos del exterior entraron y cerraron herméticamente la ventana. Entre dos, terminaron de encerrarme dentro de aquel forro. Era de un material parecido al caucho pero duro, resistente, como si tuviese un esqueleto o armazón metálico. Frente a los ojos una ventanita amplia, horizontal, de cristal

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combado. Un tubo delgado muy flexible se adaptaba a la nariz y corría hacia la espalda, donde llevaba un depósito metálico muy liviano. Había empezado a recuperar mis movimientos. Uno de los hombres movió una palanca y una ruedita de válvula. De oyó un zumbido como de motorcito eléctrico. Ellos comenzaron a quitarse sus “forros”. No hablaron ni una palabra mientras realizaron esas tareas. Aparecieron vestidos con un pantalón amplio, zapatillas y blusas cortas, como “camperas”. Sus facciones eran comunes a uno de nosotros cualquiera: rubios, altos, delgados; con pocos cabellos; afeitados, de tez tersa blanca pero bastante tostada. Se cubrieron la cabeza con pequeños casquitos sin visera, de la misma tela de la ropa. Respiraron hondo varias veces, como que habían retornado a un ambiente común, viniendo de uno anormal. Se abrió una puerta, que comunicaba con otro compartimento. Entre dos me ayudaron a caminar, pero ya casi lo podía hacer bien por mis propios medios. Uno de ellos me habló, me pareció que el mismo que antes, pero sin amplificador: “Pase por aquí, señor, no tenga temor. Ahora le daré algunas explicaciones”. “No tengo temor –le dije- Sólo estoy intrigado, y sumamente deseoso de saber de qué se trata. Francamente, no tienen ustedes aspecto de asesinos”. “Gracias, señor, me alegro que lo comprenda así”. Y una agradable sonrisa iluminó su rostro. El que me había hablado, que parecía ser el jefe, dijo algo a los otros, en un idioma desconocido, de suave modulación. Dos de ellos pasaron a otro compartimento, hacia el centro del aparato, en el que fugazmente me pareció distinguir gran cantidad de ruedas, palancas y tableros de controles. Los otros dos, que quedaron conmigo, tiraron de las paredes y desprendieron lechos, que estaban incrustados, ocultos. Me hicieron tender de lado, en uno determinado. Desprendieron el tanque de la espalda y lo retiraron; enchufaron el tubo a otro que pendía de la pared, me tendieron de espalda y me pusieron correas en el pecho y los pies. Yo no quería molestar co preguntas, pero seguramente mi mirada contenía interrogaciones. Ellos se tendieron a la vez, pero no se ataron. El que llevaba la palabra volvió a hablarme. “Yo me llamo Viro, llámeme por el nombre; hemos de ser muy amigos; yo le diré Miguel. Éste dijo, señalando a otro- se llama Aino. Somos hombres de Marte, y hemos venido expresamente a buscarle.; más adelante lo traeremos de regreso. Ahora vamos a partir; es necesario estar quietos, por lo menos por un tiempo. No se mueva ni hable. No se inquiete; sentirá alguna molestia pero luego pasará. Si puede dormir, duerma. De todos modos, por ahora no se ve nada. Estamos en una atmósfera artificial que debemos economizar. Todo movimiento inútil es gasto de energía inútil. Hablaremos, pues, lo menos posible”. “Está bien, Viro –le dije- tengo el firme propósito de no ser molesto”. Sonrió y me hizo un signo afirmativo de cabeza. Apretó un botón, posiblemente una señal, se sintió un leve trepidar, y de inmediato la sensación de movimiento. Casi en seguida me pareció que el aparato rotaba a gran velocidad; luego pensé que era sólo un principio de mareo. Vi que Viro me observaba atentamente; miré hacia Aino y él también me observaba. Me sentí más y más molesto. Algo a modo de angustia me jugueteaba en la garganta y en el pecho. Era el momento crítico. Sentí impulsos de luchar de desprenderme de todo… Me acordé de las

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palabras de Viro: no inquietarse, economizar energías. ¿Por qué no habría de confiar plenamente en él? ¡Tal vez el 90 por ciento, y aún más, de los males que padecemos en la Tierra se deben a “no confiar”! Además, y principalmente… ¿es que Dios se había quedado pegado a la superficie de la Tierra? ¿No era Dios que estaba dirigiendo todo? En un esfuerzo, me impuse quedar tranquilo. Mentalmente y con todo el corazón, oré: “Señor, mi Dios, ayúdame a no molestar en tu acción. Sea hecha tu voluntad. Sea hecha en mí tu voluntad”. No me di cuenta en qué momento perdí conciencia de las cosas. Desperté. De inmediato recordé mi situación. Estaba ahora en otra cámara: amplia, hermosa, con todo el aspecto de una pieza de habitar. Estaba acostado en un cómodo lecho; un par de mesas, sillas y otros asientos, un estante con libros, recado de escribir, variedades de armarios o algo así, empotrados en la pared lateral. Sentía un perfume que me llamó la atención: lo tenía yo en manos y ropas. Me di cuenta entonces que tenía puesto un a modo de piyama… que no era mío. Comprendí: durante mi inconciencia me habían “desinfectado”, cambiado de habitación, y vestido y acostado. Me levanté. No hallé mi ropa. Vi un armario abierto, en el que se veían ropas. Sobre la “mesa de luz” había un papel escrito: “Esta será su habitación, está con atmósfera conveniente, controlada automáticamente. Use la ropa del armario: es incombustible, inalterable, incontaminable. Observe el tablero de controles: úselo usted mismo. Puede mirar por la ventana”. Casi corrí hacia la ventana, redonda y pequeña. Estaba bien cerrada. Apreté un botón según una indicación, y se fueron corriendo dos postigos exteriores. Me pegué al vidrio. Al principio no veía con claridad, hasta que me coloqué en el sitio preciso. Había tres ventanas, separadas por cámaras aislantes: más grande la exterior, con cuatro cristales; mediana la central, con dos cristales, y pequeña la interior, con un solo cristal. Sobre un cielo negro, muchísimas estrellas, muy brillantes, sin “rayitos”, chicas, quietas… ¡y la Tierra con la Luna! Era, para mí, un espectáculo extraordinario. La Tierra grande, inmensa, brillante casi hasta deslumbrar. Estaba en Cuarto Creciente, y en Cuarto Creciente veía a la Luna, a su derecha. La mitad derecha de la Tierra estaba en sombras, aún cuando algo se notaba, principalmente el helado casquete ártico. Empecé a precisar detalles: el terminador cruzaba por la costa oriental de Australia, Nueva Guinea, y cortaba la costa china a la altura del Mar Amarillo. Sobre el Océano Índico se recortaban las penínsulas malaya e indostánica. Las cumbres himaláyicas eran radiantes como faros. Recordé que había visto a Marte un poco al Oeste del meridiano, antes del rapto. Aplicando mis escasos conocimientos astronómicos, luego de un cálculo no muy seguro, y suponiendo que hubiésemos marchado siempre en dirección Norte o aproximada, llegué a la conclusión que haría unas seis horas que habíamos partido. El Sol se veía en el extremo izquierdo del campo visual de mi ventana, ya sobre el marco, donde el sistema óptico no era claro. Enceguecía al mirarlo directamente, pero no impedía ver los demás astros. Cerré los postigos y fui

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hacia el tablero de controles. Leí sobre distintos botones: “Calor” – “Frío” – “Luz” (había tres) – “Llamar” – “Radio”, y debajo de él tres perillas: “Onda” – “Sintonía” – “Volumen”. Encendí el receptor y comencé a buscar… Sólo se oían estaciones de Australia y otras en inglés, y otros idiomas que supongo serían chino, japonés, indostánico y malayo. Una estación muy débil transmitía música y hablaba francés. Apagué y recordé la tarjeta con las instrucciones. Sentía sed, un poco de apetito y deseos de tomar mate. ¿Sería hora de dormir para este pequeño mundo en que me hallaba? ¿Intentaría dormir, acostándome de nuevo? Pensé que no lo lograría. Sobre todo, no quería molestar, pero no me agradaba en ese momento estar solo y no saber qué hacer. ¿Me permitirían alguna vez visitar el resto del aparato? Las preguntas surgían una tras otra. Decidí llamar y pedir algo que beber. Apreté el botón, y se encendió una lucecita roja en una pared. Al momento se apagó. ¿Significaba que me habían oído y acudirían? Pasaron algunos minutos; silenciosamente se abrió una puerta debajo de la bombita roja; apareció uno en su “forro”. “Perdone –le dije- pero quiero beber algo”. Le vi sonreír a través de la ventanilla. Me presentó una tarjeta grande, escrita. Arriba decía: “¿Qué desea? Sírvase indicar en la lista”. ¡Aquél hombre no comprendía el español! Recorrí la lista: “Beber” – “Alimento” – “Baño” – “W. C.” – “Salir” – “Té” – “Café”, y seguía aún la lista. Frente a cada palabra española había otra en idioma y letras desconocidas. ¡Era un diccionario! Indiqué “Beber” y “Alimento”. El silencioso “mucamo” me guió a uno de los armarios y lo abrió: era una heladera. Varias canillitas con un letrero: “Agua” – “Soda” – “Jugo de naranja” – “Jugo de uva”, etcétera. Tomé un vaso y bebí soda. Me indicó frutas, dulces, galletitas, cremas varias, etcétera. En unos potecitos de gruesa loza, con tapa metálica, había pastas a modo de puré: “Tomates al natural” – “Duraznos al natural” – “Legumbres con vitaminas” – “Carne con vitaminas” – “Mezcla 1” – “Mezcla 2” – “Mezcla 3”, etcétera. Una tarjetita, al lado, indicaba la composición: “Mezcla 1: Carne, harina, tomate, berro, aceite y vitaminas”. “Mezcla 2: Carne, huevos, legumbres, fécula, aceite y vitaminas”. Cada potecito decía: “Una ración”. Mientras yo investigaba, mi silencioso acompañante fue preparando la mesa para mí… ¿Qué era aquello: desayuno, almuerzo, merienda o cena? Fue poniendo dos o tres platillitos con unos panecillos de distinto aspecto; agua, otras bebidas, etcétera. Luego, esperó pacientemente mi elección. Me decidí por una “Mezcla 2”, por probar; no tenía ninguna base para un juicio. Al indicar a mi “mucamo” que quería eso, me indicó dos de las últimas preguntas de la lista: “¿Frío?” – “¿Caliente?”. Indiqué “Frío”. Puso un potecito sobre la mesa. De inmediato, él indicó otro pequeño armarito. Era un calentador electrónico. En una repisita dentro de un pequeño nicho se colocaba el potecito con lo que se quería calentar, se apretaba un botón… ¡y antes de un minuto se encendió una bombita roja! Ya estaba caliente la tacita de café que, para ensayo, había puesto1. Me indicó el W. C., y al lado el baño y lavabo. Me

1 ¿Se trata del horno microondas? El relato es de 1.952. ¿De cuándo son los hornos microondas?

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hizo seña de que fuese a comer, pero antes de sentarme me indicó un amplio sillón junto a la pared. Allí había varias cajillas de cigarrillos, y un encendedor eléctrico o “electrónico”. Teniendo ya a mi alcance todo lo indispensable para mis necesidades inmediatas, él me indicó una pregunta: “¿Puedo irme?”. Le dije que sí, y le di las gracias. Él no entendía la palabra hablada, pero entendía el significado. Se retiró. Me puse a comer lentamente. Había panecillos salados y dulzainos. La “Mezcla 2” era muy buena. La extendía sobre el pan con una espátula, como manteca. Luego comí un par de “duraznos al natural”. Eran como recién arrancados del árbol, y riquísimos. En otro platillito, con el letrerito de “queso” había cuatro bolitas amarillentas del tamaño de una avellana. Era realmente muy bueno. Me serví un café excelente. Me senté a fumar un “Capstan” y a pensar. Examinando detenida y serenamente los acontecimientos y mi actual situación, llegaba a la conclusión de que había algunas “evidencias”, pero quedaban muchas “incógnitas”. Evidencias: a) Me habían raptado. b) Íbamos hacia Marte. c) No había la más mínima actitud hostil, ni aún desconsiderada; al contrario: Viro irradiaba bondad; los otros, sumo respeto. d) El “aparato volador” y todo lo que de él conocía era una maravilla técnica. e) Estaban mucho más adelantados que nosotros en la Tierra. f) Su idioma original no era el español. g) Viajábamos a grandísima velocidad. h) Estaba todo perfectamente estudiado y planeado para raptarme a mí. Incógnitas: a) ¿Para qué realizaron el secuestro, con qué fin? b) ¿Por qué justamente a mí? c) ¿Qué sistema de propulsión usaban? d) ¿Cómo aprendieron el español? e) ¿Todo lo que ya había usado: carne, pan, frutas, café, azúcar, agua, cigarrillos, etc., era legítimo y originario de Marte? f) ¿Eran productos robados en la Tierra o simples imitaciones? Los Capstan seguramente eran de los que yo tenía en mi ropa y en el portafolio. Me puse a hojear un libro. Era una maravilla en su material y en la impresión. Se trataba de un libro de astronomía, con gran profusión de fotos extraordinarias. Entre las primeras, reconocí en seguida la Cruz del Sur, el Can Mayor con Sirio, una zona del Navío con Canopus, el Escorpión, Pegaso, Casiopea, etc. Busqué donde tratase la Tierra. una serie de fotos mostraba al planeta entero, y tomadas de distintos puntos de vista. Luego, otra serie tomada por zonas. Finalmente, otras sobre objetivos determinados: vi entre ellas varias de Montevideo… de la zona del Cordón, donde yo vivo… ¡De la casa e apartamentos en que me alojo!... Después, toda una serie de la Estancia. Quedé pensativo. ¿Desde cuándo me estaban “espiando”? entre los edificios no figuraban dos, construidos el Invierno anterior. ¡Varias fotos en que estaba yo, en mi bote o en el campo! Me puse de pie y comencé a pasearme. Empecé a sentir una especie de malestar. ¡Tal vez en ese mismo momento estaba siendo observado! ¿Cuánto tiempo había estado siendo “bichito de microscopio” para aquella gente? ¿Qué era yo para ellos? ¿Un simple cobayo? ¿Qué se proponían? ¿Qué buscaban? Francamente, mi situación comenzaba a molestarme. Me serví otro café. Encendí otro cigarrillo… ¡Ni me fijé en la marca! Fui hacia la ventanita y

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corrí los postigos. La Tierra y la Luna ocupaban más o menos la misma ubicación en el campo visual. Se notaba claramente que nos habíamos alejado: se veía todo más pequeño, y los límites de los continentes más difusos: Australia no estaba más; casi en el centro el Indostán, y ya se insinuaba el borde noreste de Somalia. Habían transcurrido otras dos horas. Sonó un timbre y casi enseguida la voz de Viro: “¿Me permite, doctor Miguel?”. ¿Doctor? ¿Sabían también, no sólo mi nombre, sino aún mi título? “¡Adelante!” –grité-. Se abrió la puerta y entró Viro, cubierto con su forro. “Sé que ordinariamente le agrada la soledad, pero en esta circunstancia y ante tantas interrogantes que seguramente se estará planteando, es conveniente que le de ciertas explicaciones, todas las que me son permitidas por ahora. Antes que todo, quiero reiterarle nuestro más absoluto respeto: sólo deseamos el bien. Créalo sin más, por ahora, Miguel. Usted que es hombre de fe, tenga un poquito de fe en nosotros. Tiene absoluta libertad de movimiento y de investigación dentro del “domis”. Para salir de su pieza debe colocarse el “rofodio”, como lo usamos nosotros para entrar aquí”. Era tal la dulzura y timbre de sinceridad y lealtad de su voz, que instantáneamente me tranquilicé. “Gracias, Viro; lléveme por ahí un poco”. Sacó el “rofodio”, que así llamaba al “forro”, y me enseñó a vestirlo y usarlo por mí mismo.

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III – “EL DOMIS”

La puerta se abría por sí sola a la sola presión de un botón. Luego se cerraba automáticamente. Esperamos en el pequeño compartimento intermedio que ya conocía. Acondicionó el ambiente y se quitó el “rofodio”. Pasamos a un gran salón central: la Sala de Control. Una cantidad de tableros con botones, manijas, ruedecitas y bombitas royas, ya encendidas, ya apagadas; en el centro varias mesas, separadas, con instrumentos; delante de los instrumentos y tableros había una barra roja horizontal, con soportes de lo mismo, a modo de barrera de contención; y entre ella y los aparatos, serpentines o bobinas de gruesos conductores. Me dijo Viro que usaban energía atómica y electromagnética ultra-corta que origina radiaciones peligrosas, que eran desviadas y contenidas por el campo magnético de los serpentines. De un sillón se levantó un hombre muy sonriente al cual aún no conocía. Me hizo un saludo de cabeza, al cual respondí. “Este es Un” –me dijo Viro. “¿Este es el que dirige el “domis?” –le pregunté. “No; propiamente, nadie lo dirige; puesto en movimiento, orientado y ajustados los controles, luego marcha automáticamente”. “¿Quién es el jefe de la expedición?” “Para lo que llamaríamos “relaciones exteriores” y para lo absolutamente imprevisto, el jefe soy yo; en lo interno, en lo corriente y normal, no hay más jefe que el sentido de responsabilidad de cada uno. Las tareas son sencillísimas: sólo hay que vigilar los controles; cualquier novedad que se presente ellos la comunicarían con el sonar de un timbre. Entonces, se obra en consecuencia. Somos seis compañeros, y nos turnamos cada hora. Cada uno, así, está de vigía durante cuatro horas por día de veinticuatro”. “¿Y si alguno no cumpliese con su deber voluntariamente, qué harían?” “No puede ser –fue la respuesta-, cada uno sabe que tiene que hacer lo suyo y lo hace”. “¿Y si no lo hiciese?” –insistí-. “No puede ser; vamos a ver: si usted fuese uno de nosotros y le correspondiese el turno, ¿se alejaría caprichosamente, dejando la sala sin vigía?” –me preguntó-. Lo miré a los ojos: se sonreía un tanto burlonamente. “No, Viro, no podría abandonar mi deber”. “Así debe ser el Hombre, así estamos viviendo en Marte; cuando el Juez está dentro de uno mismo, no se necesita Juez exterior. Sino se necesita Juez, tampoco policía”. Me quedé un instante pensativo: no más Juez que la propia dignidad… ¡Eso era el Reino de Dios! No se sentía absolutamente ningún movimiento. Sólo un suave zumbido del marchar de una máquina. Le pregunté a Viro en qué sentido íbamos. Me

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llevó ante una de las mesas centrales, redonda, de algo más de un metro de diámetro. Una lámina de cristal la cubría, dejando ver una circunferencia graduada casi en el borde. Del centro salía un eje corto que se unía al centro de la base de una especie de “Antena de cuadro”. Uno de los montantes verticales de la antena, que tenía un metro, era rojo; el otro, blanco. “El plano de este cuadro –dijo Viro- indica la dirección; el sentido es del blanco al rojo”. Un brazo o palanca, que llegaba a la baranda de protección, permitía dar al cuadro cualquier posición. Un índice en flecha se deslizaba sobre el círculo graduado. Luego de fijarse en el punto indicado por el índice, mi acompañante movió la palanca muy suavemente hacia un lado y otro, para dejarla nuevamente en el lugar preciso. Una plaquita roja, en el borde de la mesa, un poco a la izquierda del índice, tal vez 24º, había oscilado en sentido opuesto al índice. “Esta placa –dijo Viro- indica la posición de Marte. se desplaza hacia la derecha automáticamente, sincrónicamente. Usted verá que lentamente se moverá hacia la derecha en los días siguientes. Vamos en línea recta para salirle al encuentro”. “¿Cuándo llegaremos?” –me surgió naturalmente la pregunta. “En treinta días”. “¿Tanto?” –volví a preguntar sin razonar. “Sí, estamos aproximadamente a 100.000.000 de kilómetros”. “¿A qué velocidad viajamos?” “Cuando estamos en la atmósfera baja de la Tierra, general y ordinariamente no pasamos de 1.500 kilómetros por hora. A medida que el aire se enrarece aumentamos la velocidad progresivamente. Llegado al espacio sideral, donde sólo hay átomos en expansión, partículas y radiaciones, el “domis” llega a la velocidad actual: 38 kilómetros por segundo”. Seguramente vio el asombro en mi mirada, pues sonrió y continuó: “En un minuto recorremos 2.280 kilómetros, en una hora 136.800 kilómetros. En un día, 3.283.200 kilómetros. Así, en treinta días recorreremos los 100 millones de kilómetros, más o menos. La velocidad de la Tierra en su órbita alrededor del Sol, como recordará, es de casi 30 kilómetros por segundo; la de Marte, un poco menor. Viajamos como un astro más en el espacio, un astro cuya órbita corta a las órbitas de Marte y la Tierra. hay una diferencia a nuestro favor: que los planetas siguen siempre en las órbitas, mientras que nosotros podemos, voluntariamente, ir y venir a cualquier lado” “¿No hay peligro e ir por el espacio a semejante velocidad… y a ciegas, podría decirse?” “Teóricamente, hay peligro; prácticamente, vencemos los peligros porque justamente no vamos a ciegas”. Me llevó ante otra de las mesitas centrales, más pequeña, con cuatro cuadraditos, simétricos con relación al centro, de unos veinte centímetros de lado en color azulado. Presentaban un rayado como el de los meridianos y paralelos cuando representamos el polo. En el centro de la mesa una aguja en forma de flecha llegaba justo hasta el borde de uno de los cuadrados. “Esto –dijo mi compañero- es nuestro ojo exterior. Semejante, en su fin, a vuestro radar. Los cuatro cuadrados representan en conjunto el espacio a nuestro alrededor, hasta 25.000 kilómetros en todo sentido; cada cuadrado es un sector del espacio al frente, a derecha, detrás e izquierda. La flecha central indica la dirección del movimiento del “domis”; está sincronizada con la antena direccional que vimos antes. Según sea la posición de la flecha, se hace girar la rueda, hasta

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que quede frente al centro de uno de los cuadrados. Ese será el espacio al frente. El “domis” ocupa el centro del cuadrado. Al aparecer un cuerpo extraño en el espacio, cualquiera sea su tamaño, hasta de un metro, el radar lo capta y comunica su presencia con un timbre. A la vez, en el cuadro correspondiente, que es una pantalla, aparece una lucecita roja en la posición relativa en que está el cuerpo. La lucecita se desplaza sobre la pantalla indicando el recorrido del cuerpo”. “¿Y si viniese rectamente hacia nosotros?” –se me escapó la pregunta. “No habría ningún peligro. Al acercarse el objeto en dirección al centro, aumenta la intensidad de la lucecita; actúa automáticamente sobre el control direccional y el “domis” se desvía. Generalmente, en lo corriente, la desviación necesaria es angularmente pequeñísima y, automáticamente también, el control direccional vuelve a su posición correcta. En casos excepcionales se rectifica a mano. El caso de mayor peligro posible es cuando el objeto surge al costado y las trayectorias se cruzan en ángulo aproximado de 90 grados. En caso semejante, se observa la trayectoria un momento; si se presiente peligro, se desvía expresamente al “domis” orientándolo hacia el “vagabundo” y se deja luego obrar el control automático”. Pensé, y luego pregunté: “¿Y si el cuerpo es menor de un metro no hay peligro?” “Absolutamente ninguno. Al llegar el cuerpo a una distancia menor, supongamos entre 100 y 1.000 kilómetros, no suena el timbre pero se enciende la lucecita y el automático funciona calladamente. ¡Mire! –me dijo Viro. Antes que él me hablara ya había visto aparecer un débil puntito rojo luminoso en el cuadro del frente, no lejos del centro, arriba, a la derecha… Con emoción que no pretendí disimular, fijé toda mi atención en la lucecita que se desplazaba, sin aumentar de intensidad, de izquierda a derecha; alejándose, por tanto, del centro. “¿Cómo? –pregunté-. “¿Se aleja?”. “No, aún no; es efecto de la perspectiva. Se aleja del punto de cruce de las trayectorias”. Un instante antes de desaparecer por el borde de la pantalla, apareció la manchita luminosa en el cuadro del costado derecho. La vimos recorrer íntegramente esa pantalla, y un instante antes de desaparecer por su borde volvió a aparecer en la pantalla de atrás. Ante mi expresión de admiración, Viro sonreía bondadosamente. “Esto lo podrá ver a cada rato, y cada vez con más frecuencia en los próximos días”. En el interín, varios de los otros tripulantes habían andado por allí, conversando entre ellos. Reconocí a Aino, el cual vino a saludarme. Me fueron presentados los otros tres: Turo, que me había atendido en mi pieza, Vanaro y Areso. Viro, Turo y Vanaro eran hombres de cierta edad, pasados los cincuenta; los otros tres eran jóvenes de alrededor de treinta; Areso y Un de veinticinco, y Aino de veintidós. Expresé a Viro mi deseo de ver “las máquinas” si ello no era un secreto. “¡Oh, no, Miguel! Aquí no hay secreto, pero… tampoco hay “máquinas” si con ello usted se refiere a “motor”. Ya es hora de que se quite el “rofodio”, vamos a conversar con más comodidad” –continuó-. “¿Le parece que puede volver solo a su pieza?” “Sí, creo que sí”. “Vamos a ver: tiene que acostumbrarse a no necesitar ninguna ayuda”. La sala de control, redonda, homogénea, llena de cosas semejantes, me desorientó un poco. No estaba muy seguro de cuál era la puerta. A partir de ahí no hubo

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dificultades. Terminado de lavarme, luego de quitarme el “rofodio”, estaba encendiendo un cigarrillo cuando se deslizó un panel en la pared, ahí al lado del sillón. Quedó al descubierto una lámina de grueso cristal transparente que permitía ver la pieza contigua. Allí estaba Viro, sonriente como siempre, sentado y con una tacita humeante en la mano. “Podemos hablar co toda libertad, como en un mismo ambiente –dijo-: sírvase algo a su gusto. Si no desea algo caliente, pruebe un vaso de jugo de uva con soda, es muy bueno”. Seguí su consejo y vine a sentarme frente a él en mi sillón. “¿Hay aquí algún sistema acústico especial, para que podamos oírnos con tal facilidad?” –pregunté. “No, es simplemente la calidad del “cristal”; es transparente al sonido como lo es a la luz. Hay materiales antífonos y prófonos. –Luego de una pequeña pausa, continuó-: Ahora trataré de explicarle nuestro sistema de movimiento. Se basa en una teoría aún ignorada, según creo, para ustedes en la Tierra. Hablaré en términos generales, luego le ampliaré los puntos o detalles que crea convenientes. Entre ustedes se acepta que la energía es una modalidad de la materia. Nosotros opinamos que es al contrario: la energía es el principio, y la materia es una modalidad de ese principio; la materia, como algo tangible, corpóreo, mensurable”. Me miró un instante en silencio, como queriendo comprobar si le seguía en su razonamiento. No soy fuerte en metafísica, pero comprendía; le hice un signo afirmativo co la cabeza. Continuó. “La magnetita es un cuerpo cuya energía emite un tipo especial de radiaciones de onda larga, que llamamos magnetismo. La electricidad en movimiento emite también un sistema de radiaciones de ondas largas y cortas. Ambas radiaciones, magnéticas y eléctricas, puestas en situación de influencia en apropiada distancia y orientación, dan origen a movimiento en determinado sentido. El mineral radium contiene energía, diría que en estado explosivo. Emite un sistema de radiaciones largas y cortas de gran intensidad y aún emite “partículas”, como si dijéramos pedacitos de átomos rotos. Todo cuerpo tiene energía y emite radiaciones de variadas características. Un aumento de temperatura se traduce en un aumento de cierta radiación. Un cuerpo incandescente es gran emisor, aunque directamente sólo se aprecia la luz y el calor. Cuando la incandescencia adquiere cierta intensidad, comienza también la emisión de “partículas” o pedacitos. El Sol, en la extraordinaria violencia de su incandescencia, lanza al espacio radiaciones sumamente potentes y una inmensa cantidad de partículas. Esas radiaciones y “partículas” no se dirigen a “todas partes”, sino solamente a donde hay otra energía que la reciba. La energía busca la energía. Una parte de esas emisiones llegan, supongamos, a la Tierra. parte de ella va hasta la misma superficie del planeta. Otra, principalmente las “partículas”, quedan flotando en el espacio, formando una especie de manto o cubierta, dando origen a torbellinos. Por otra parte, todo el cuerpo terrestre, y principalmente el núcleo central, con materiales pesados y calientes, está perennemente emitiendo radiaciones. Hay, pues, dos campos de energía: el interno y el externo de la cubierta. La mutua influencia origina y sostiene el movimiento de rotación. En otra manifestación de esa coordinación de energías se origina lo que se llama “masa” y por consiguiente la “gravedad”. La suma de

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actividad energética de la Tierra se relaciona con la del Sol, y origina la traslación. Si fuese posible “orientar” a voluntad los campos interior y exterior de la Tierra,… se podría dirigir a voluntad la trayectoria del planeta en el espacio. Esto no lo hemos logrado aún sobre un planeta, aunque no se debe decir que es imposible, pero lo hemos logrado en el “domis”. “En el centro del aparato, por debajo de la sala de control que está encima del plano medio, hay una cierta cantidad de elementos pesados, los que ustedes llaman Uranio, Plutonio, Radio, Cobalto, y otros. Son naturalmente muy activos y han sido artificialmente “activizados”. Emiten una portentosa cantidad de radiaciones que a la vez ha sido encauzada, de modo que las energías se suman y no hay “contra-acción” como ocurre en lo común. Esa energía es captada por un gran volante que gira sobre un eje. Elementos activos y volante forman un conjunto y son “mecánicamente” el planeta. “Una parte de las partículas emitidas son conducidas a la periferia, al interior del anillo exterior. Esto, y las partículas que en forma normal captamos del Sol, forman el campo de cubierta. Ya tenemos el planeta completo, con todos los atributos para moverse en el espacio. A voluntad podemos orientar la posición de los cos “campos” y podemos variar la velocidad de rotación del volante. “El hecho de que el volante de nuestro “domis” gira 800.000 veces más rápidamente que la Tierra, el aprovechamiento total de las radiaciones, y la más conveniente orientación de los campos, hace que aún en su tan pequeño volumen pueda tener una “masa efectiva” bastante mayor que la de la Tierra. Por eso podemos viajar tan rápidamente”. Callóse y recostóse en su asiento. Yo estaba admirado, realmente. Como hablando conmigo mismo, expresé: “¡Qué grandioso y qué sencillo!”. “Así es siempre –dijo Viro-. Sólo lo pequeño, por imperfecto, es complicado. Y ahora, basta de charla; le conviene comer algo y tratar de descansar. Debe comer mucho pan. Cuando lo desee llama, o sale por su cuenta. Dentro de dos horas nos reuniremos otra vez”.

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IV – EL TELESCOPIO

Me dispuse a seguir en un todo las sugerencias de Viro. Me di un baño, comí con buen apetito y me recosté un rato. Pensaba que no dormiría pero me equivoqué; dormí bien una hora. Me acerqué a mi ventanita a echar una ojeada. La Tierra había disminuido sensiblemente en su tamaño, y la Luna había cambiado de lugar. Se distinguían en ella, muy borrosamente, manchas y sombras desconocidas para mí. ¡Estaba mirando, en gran parte, el lado opuesto a la Tierra! hacía aproximadamente 18 horas que habíamos partido. En la superficie terrestre se distinguía claramente América y el Oeste de África, y el Atlántico. ¡Cómo me agradaría ver a mi querida tierra! Estábamos aproximadamente sobre la vertical de Bahía, en Brasil. Cerré el postigo y marché directamente a la puerta; quería preguntar si tenían un telescopio. Apreté el botón, pero… la puerta no se abrió. Insistí, pero siempre con el mismo resultado. ¿Es que algo no andaba bien? ¿Era que no querían dejarme salir? Pensando, llegué a la conclusión de que ninguna de las dos cosas podía ser. ¿Qué pasaba, entonces? Fui al tablero y llamé; se encendió la lucecita roja de la puerta, y al cabo de un momento apareció uno de ellos. Me pareció que era Vanaro. Le dije lo que me pasaba. Él no entendía el español, y quise mostrarle prácticamente: apreté el botón… y nuevamente la puerta quedó insensible. Él comprendió. Fue por mi “rofodio”, que colgaba en un armario, y me hizo seña de ponérmelo. Recién entonces me di cuenta que había querido salir sin estar en condiciones. Intrigado y admirado, me puse el “rofodio”. Entonces Vanaro, pues era él, me indicó un anillo metálico, articulado, que circundaba la muñeca del vestido; me hizo seña de probar de nuevo. La puerta funcionó normalmente. Comprendí: el anillo o brazalete por acción magnética o radiante, permitía accionar el mecanismo de la puerta. Era un sistema de seguridad maravilloso que me había puesto a cubierto de mi imprudencia. Salimos, y atravesando la sala de control, donde estaba Aino, me condujo a otro compartimento relativamente pequeño, en el que me esperaba Viro. Le conté mi aventura, y me dio que sentía no haberme podido dar todos los detalles. Me hizo sentar ante una mesita en la que había una pantalla horizontal de unos 40 centímetros de lado. Se sentó a mi lado y comenzó a accionar unos botones y ruedecitas. “Esto es un telescopio”, me dijo. De pronto, la pantalla se iluminó con una luminosidad azulada y de inmediato apareció la imagen del extremo Noreste de Brasil. La visión era nítida, aunque la imagen pequeña. Accionó otras

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ruedecitas y la imagen se fue desplazando, siguiendo hacia el Sur la costa brasileña: la Laguna de los Patos, la Laguna Merín, el Río de la Plata. Una intensa emoción me sacudía pese a todos mis esfuerzos. Centró bien la imagen de modo de verse totalmente mi pequeño y querido Uruguay. Distinguí perfectamente muchos detalles: las sinuosidades de las costas, ríos, sierras, las lagunas del Este, el embalse del Rincón del Bonete. En la campiña, las distintas tonalidades de verde de los campos, y el amarillo de los sembrados, y el verde intenso de los montes frutales y viñedos… y Montevideo. Se distinguían también: Salto, Paysandú, San José, Rivera, Livramento… movió un poquito la imagen hacia la derecha y apareció, inmensa, Buenos Aires. Deseaba no hablar, y Viro no me dijo una palabra. Movió nuevamente la imagen, y manipulando dos o tres controles fue aumentando el tamaño y buscando centrarla sobre la Laguna Negra. Luego de un instante de observación general, inmóvil, volvió a accionar los controles y la imagen, cada vez más selectiva, fue aumentando de tamaño. Me parecía un sueño: allí estaba la costa norte de la laguna, y… ¡la Estancia! Con toda claridad veía las dependencias, las tierras de siembra, los montes. Aumentó aún el tamaño: sólo se veía parte de un potrero, pero comencé a ver los animales, paciendo o caminando. Enfocó más allá: alguien estaba arando co un tractor. La imagen, siempre más restringida, continuó en aumento… ¡Era Julián, uno de los peones! Le veía como si estuviese a 20 metros. No puedo explicar lo que sentí: me extrañaba ver el tractor en plena labor, tan cerca, y no oír su roncar acompasado. Viro lo siguió enfocando durante un momento, y luego cambió de enfoque; alejó la imagen, primero, la corrió hacia el borde de la laguna y siguió el proceso anterior. Aparecieron hombres en varios lugares, a pie, a caballo, en bote… ¡Me andaban buscando! Eran como las 4 de la tarde. Vi varios policías, peones, vecinos; al acercar la imagen, conocí a todos: el Comisario Pintos, el Sargento Vargas, el Juez Goodrich, y… Jorge. ¡Cuánta pena me dio verle agobiado y no poder gritarle que estaba bien! La tensión era excesiva. Le pedí a Viro que suspendiese la sesión. Acordamos ir a conversar un poco. De vuelta en mi pieza, me sentía trastornado y encendí un cigarrillo; hubiese deseado un buen trago de coñac. Busqué en el armarito y lo encontré. Eché un buen trago y fui al sillón a beber lentamente el resto. Me dolía que toda aquella buena gente me buscase desesperadamente, mientra yo los observaba con toda tranquilidad. ¿No habría sido mejor haber dejado un mensaje escrito? La apertura del panel y la aparición de Viro interrumpió mis meditaciones. “Lamento, Miguel –me dijo- que haya tenido que pasar por esos momentos de fuerte emoción, pero era una oportunidad de que usted viese lo que vio. Más adelante, la visión no podría ser tan clara” . “Estaba pensando –le dije- si no habría sido mejor haber dejado un escrito explicando mi viaje”. “De ningún modo –contestó-. Usted mismo me dará la razón. La noticia del rapto se habría extendido por todo el mundo, y una verdadera ola de terror y de odio se hubiese originado. Piense. Si usted hubiese sabido que a un vecino suyo, o amigo, o quien quiera que fuese, lo habían raptado los “marcianos”, como nos llaman, ¿qué pensaría? ¿No lo llenaría de terror? ¿No la emprendería a tiros con cuanto objeto sospechoso viese por ahí? ¿Se

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animaría a salir solo de noche? Además, muchos sinvergüenzas usarían el mismo argumento para cometer toda suerte de tropelías y echarnos a nosotros la culpa, con un simple papel escrito: robos, asaltos, raptos, asesinatos y mistificaciones”. “Sí, evidentemente tiene razón” –reconocí. Me fijé en ese momento en el libro que había mirado anteriormente. “Ahora comprendo –dije- cómo pudieron sacar esas fotos mías que hay ahí.”. “Sí –dijo Viro-, pero aún tengo mejores; tengo una de tamaño natural en la que se puede leer la marca del cigarrillo que está fumando. Así hemos podido preparar imitaciones para su uso. La falta de elementos no les permite aún a ustedes la construcción de un “domis”, pero a su regreso podrá usted iniciar la construcción de un telescopio fotoeléctrico. Olvídese un poco del mal momento que pasó; piense principalmente que esto tiene una finalidad: conseguir la paz por la fraternidad entre los Hombres. Sin prejuicio de que hablemos de ello otras veces, le daré ahora una explicación básica del asunto. Para empezar: ¿sabe el principio de funcionamiento de la radiotelefonía?”. “A grandes rasgos, sí”. “Bien, resumamos brevemente: el transmisor emite una radiación de gran alcance. El sonido es también una radiación, pero de pequeñísimo alcance. En el transmisor se acopla, o se “embarca”, la radiación del sonido en la radiación de la transmisión. El receptor, a muchos miles de kilómetros, recibe la onda de transmisión con “la carga”. En una primera etapa, se separan las dos radiaciones u ondas, pero la onda de sonido es muy débil y por eso se la amplifica “agregándole” mayor cantidad de corriente eléctrica a la que tiene, pudiéndose obtener en el parlante un sonido muchísimo más intenso aún que en el original. El objetivo de nuestro telescopio está formado por una lente de cristal muy delgada que en realidad no tiene más finalidad que cerrar el tubo, y una lente magneto-electrónica. Tres anillos especiales, regulables, forman un “campo de acción” que concentra más el haz de luz que capta la lente de cristal. Se forma una imagen muy pequeña del objeto sobre una plaquita especial, en algo parecido a una célula fotoeléctrica. En adelante, el proceso se reduce a ampliar la imagen por medio de una sucesión de plaquitas sensibles como la primera. La imagen finalmente aparece en la pantalla que usted vio sobre la mesa. El punto esencial del aparato radica en el anillo condensador y en el proceso de “inyección” de nueva luz para amplificar. El grado de ampliación, teóricamente no tiene límite, depende del número de etapas amplificadoras. En la práctica aparecen algunas dificultades: brumas que no siempre se pueden eliminar con filtros, y principalmente la mayor cantidad de “partículas” que se encuentran en ciertas partes del espacio. Además, la dificultad creciente para enfocar”. Pregunté: “¿Cómo? ¿No están repartidas uniformemente las partículas en el espacio sideral?”. “No, de ninguna manera. Lo hemos comprobado mil veces en nuestros viajes. Una fuerza puede existir por sí misma, pero no se puede ejercer si no hay una resistencia. La energía atrae a la energía. Esto es básico: la nada no atrae; entonces, la energía no va hacia donde no hay nada. Dentro del espacio de nuestro Sistema Solar hay corrientes de energías provenientes de otros astros, pero son sumamente débiles. Domina completamente la acción del Sol. El Sol es un

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cúmulo inmenso de energías, prontas a entrar en acción. Necesitan “algo” sobre lo cual accionar. Cada uno de los planetas atrae, y origina por tanto, un haz que parte del Sol. De ahí que el Sol no esté irradiando en forma esférica, sino en forma de rayos. En esa forma, la energía gastada por el Sol es infinitamente menor de lo que generalmente se supone. Esos haces de energía radiante del Sol, son como ríos, y a veces en nuestros viajes tenemos que cruzarlos. Al entrar en uno de esos ríos, se forma un cinturón extra a nuestro alrededor. La influencia de ese cinturón no es muy grande, pero sí suficiente para causar algunas pequeñas perturbaciones, ya que modifica nuestros “campos”.” Quedamos un momento en silencio. En mi interior, yo pensaba: “¡Cuán infinitas son las cosas de Dios, y cuánto aún ignoramos! Sin embargo, el Hombre se envanece, se enorgullece, cuando descubre algo. Se enorgullece como si él lo hubiese creado. Y bastante comúnmente, su orgullo lo enceguece y lo arrastra a la insensatez de despreciar o negar al verdadero Creador. Pretende querer explicar todo por la ciencia. La religión no es científica… entonces, niega a Dios. Después de todo, ¿qué es la ciencia humana? Un cierto caudal de conocimientos de hechos naturales y de algunas leyes que al parecer rigen esos hechos. Pero ¿qué se sabe del “por qué”, del Principio? Cero, cero, cero”. Charlamos un rato de múltiples asuntos, a través de los cuales Viro me dejó ver una sólida y extensa cultura y un firme sentido moral. Convinimos en que me enseñaría su idioma, ya que disponíamos de mucho tiempo libre y, seguramente esperando el momento más propicio, debía esperar muchos meses, no menos de 22 antes de volver. Sin necesidad de un intérprete, mi independencia en Marte sería mucho mayor, y fuera de los “asuntos oficiales” podría yo dedicarme a las observaciones o investigaciones que más me agraden.

SELECCIÓN. De pronto recordé aquella “parálisis”, o insensibilidad, que me atacó momentos antes de que me secuestrasen. “Es –dijo Viro- una especie de anestesia neuromuscular, producida por radiaciones. Una máquina, que luego le mostraré, produce un sistema de radiaciones que tienen la propiedad de afectar los centros motores del sistema nervioso. Se pueden producir haces sumamente potentes capaces de producir una afección permanente aún desde una distancia considerable. Con pequeña potencia lo usamos corrientemente en medicina. En el caso suyo, teníamos el inconveniente imprevisto de que se hallaba trepado al árbol. Podía venirse al suelo. Afortunadamente, usted procedió como yo supuse. Le enviamos unas “ráfagas” que lo afectaron superficialmente, sin impedirle totalmente el movimiento. Creyéndose enfermo, usted descendió. Entonces aumentamos la “dosis”. El efecto es en duración proporcional a la intensidad y duración de la aplicación. Pasado el efecto, no se siente absolutamente más nada, salvo un poco de dolor de cabeza a ciertas personas, principalmente a las que se asustan”.

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“¿Desde qué altura empezaron a “atacarme”?” –pregunté. “Desde aproximadamente mil metros, pero podíamos haberlo hecho desde más lejos”. “¿Por qué me tomaron a mí? ¿Cómo sabe si yo he de servir para lo que quieren?”. “Lo conozco, Miguel, tanto como a mí mismo. Por medio de un aparato, que luego le mostraré, conocía lo que usted pensaba y sentía… y piensa y siente, según lo que se es. La teoría del instrumento es muy sencilla: se envía sobre la persona a estudio, una “onda emocional” débil y muy sensible; al llegar a la meta se refleja como un eco, como el “radar”, pero ya no vuelve tal como fue, sino afectada por las “emociones” de la persona. A la vuelta, la onda hace de “portadora”. Sólo resta separar la onda e interpretar el “gráfico”, lo cual por medio de “sistemas de patrones” no es demasiado difícil”. El rostro de Viro se contrajo, miró al suelo y con voz afectada continuó: “”Es el trabajo más doloroso que he hecho en mi vida… ¡No se imagina, Miguel, los abismos de insensatez y de maldad que uno encuentra en los Hombres! El egoísmo, la ambición de dominio, corroe y envenena como un cáncer. Fuimos descartando uno a uno los hombres prominentes: no eran aptos. En el pueblo hallamos corazones limpios, pero… ¡eran tan ignorantes! Entre los religiosos hay mucho fanatismo y parcialidad intelectual, y aquellos que hubiesen sido aceptados por nosotros, no serían aceptos, a su regreso, por causa de esa parcialidad; serían sospechosos. Algunos que hallamos, no los podíamos aislar, no nos daban la oportunidad de raptarlos sin violencias que nos descubriesen. Además, era preciso tomarlos en soledad y quietud, para una prueba final: hacerle insinuaciones tentadoras por medio de una “onda preparada”, y estudiar sus reacciones. No hay ningún ideal fallito que resista esa prueba. Es la tarea de un “Satanás”, pero hay que pasar por ello”.

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V – EN MARTE

Los días fueron pasando de modo tan interesante y entretenido, que se me hacían cortos. El “domis” no encerraba ya ningún secreto. Observando, preguntando y practicando, fui aprendiendo progresivamente los fundamentos del funcionamiento y el control y manejo de todos los instrumentos del aparato. Nunca me había imaginado, tampoco, que se pudiera aprender a hablar tan fácilmente un idioma. Obtenía, a la vez que enriquecía mi vocabulario, un importante caudal de conocimientos científicos, y sobre la modalidad de vida de aquella gente. Recordaba muchas veces a mi tierra y lo que allí había dejado, pero la pena ocasionada por los recuerdos fue desapareciendo progresivamente, y por otra parte me esforzaba por tomar las cosas como eran y sacar de ello el mayor provecho posible.

*** Varias veces en los primeros días, y a distintas horas, hice más o menos largas observaciones por el telescopio. Conocí de la Tierra lo que no conocía, que en realidad era muchísimo, ya que he viajado muy poco. Hacíamos nuestro viaje sobre un plano muy cercano al de la Eclíptica, por lo cual la visibilidad suficientemente buena no pasaba mucho más allá de los 50 grados de Latitud hacia el Norte y hacia el Sur. Distinguía de modo extraordinario los contornos continentales, los accidentes geográficos, las grandes ciudades: Río de Janeiro, Santos, Madrid, Roma, Barcelona, Génova, Constantinopla, El Cairo, Madrás, Calcuta, El Cabo, Melbourne, Montevideo, Buenos Aires, Lima, Santiago, México, San Francisco, Los Ángeles, Nueva Orleans, etcétera. A Nueva York, Londres, Berlín, París y otras, situadas a altas latitudes, las veía muy de perfil. ¡Qué aspecto maravilloso e imponente el de las grandes cordilleras! Los Andes, las Rocosas, los Alpes, el Himalaya, la Meseta de los grande lagos en África. ¡Qué espectáculo el de las grandes selvas ecuatoriales, con el inmenso Amazonas, el Congo, el Níger! ¡Qué impresión indescriptible ante los grandes desiertos! Otro espectáculo impresionante era el de las tormentas: siempre había alguna, en alguna parte. ¡Y al contemplar la inmensidad del océano, al ver a veces, aquí y allá, aislados y solitarios, los barcos que lo cruzaban!

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Dieciocho días llevábamos de viaje cuando empezamos a observar a Marte y mis compañeros comenzaron a hacerme indicaciones. Ya podía conversar con todos, y todos se esforzaban por ayudarme. Ellos eran seis: Viro, Aino, Vanaro, Turo, Areso y Un. El mayor de todos era Vanaro: tenía cincuenta y seis años; además de tripulante era el médico de la expedición, muy bueno, nos habíamos hecho muy amigos; era casi completamente calvo. Viro tenía cuarenta y ocho años, fue mi primer amigo y el maestro principal. Excelentísimo, gozaba de gran aprecio y respeto entre sus compañeros. Aino era el menor de todos, sólo contaba veintidós años; aún era estudiante. Era sumamente alegre y juguetón y continuamente ideaba nuevas bromas que gastar, de las cuales yo no me escapaba. Turo era el músico del grupo: todos sabían algo, pero él era un gran ejecutante. Usaba un instrumento muy semejante a nuestro piano. Era un poco amanerado en su trato, pero sencillo y sincero. Tenía varias composiciones originales. Un era también muy joven: veinticinco años; era un gran atleta: continuamente estaba dando saltos y haciendo piruetas gimnásticas. Pensaba casarse en cuanto llegase. Era el único con ojos oscuros, y el más preguntón del grupo; le interesaban los problemas sociales. Por último, Areso era el ingeniero y a la vez el cantante del grupo: cantaba muy bien, con voz de barítono. Le agradaba cantar solos, pero continuamente organizaba y dirigía canciones con los demás compañeros, que no desentonaban, y en las que finalmente también comencé a tomar parte. Generalmente predominaban las melodías algo solemnes. Marte mostraba ya, aún a simple vista, algunas sombras. Al telescopio se delineaban perfectamente los principales accidentes geográficos, llamándome la atención la intensa coloración anaranjada de la mayor parte de la superficie. Me dijeron los compañeros que eran zonas devastadas y estériles en absoluto. En una oportunidad me señalaron una parte sombreada, relativamente pequeña y de forma ovalada en el Hemisferio Norte: esa era su tierra… ¡y la única región habitable y habitada del planeta! Se veían pequeñas cuencas de mares y un gran casquete polar. Por su posición y la nuestra, lo veíamos casi como una luna llena; apenas le faltaba una “tajadita” a la derecha. Hacía veintiocho días que habíamos partido, cuando Viro me anunció que al día siguiente llegaríamos a su pueblo. Desde ese momento se estableció una comunicación permanente. Parece que la noticia de mi arribo había circulado entre la población causando profundo interés. Serían alrededor de las 10 horas de la mañana cuando, después de atravesar un banco de nubes, llegamos a la vista de un gran valle encerrado entre altas montañas. Toda la parte interna del valle estaba densamente cultivada; se veían algunas pequeñas poblaciones. Más allá de las montañas se extendía la región desértica de color anaranjado, interrumpida no muy lejos de una de las cabezas del valle por un lago bastante grande. Sobrevolando la parte Sur del valle, fuimos acercándonos a una de las poblaciones, casi en el centro, a medida que descendíamos. Se distinguían ya los grandes edificios, y aún las casitas diseminadas entre los cultivos. No menos de cincuenta “domis” revoloteaban elegantemente a nuestro alrededor, dándonos la bienvenida. Pronto distinguimos una inmensa multitud en lo que parecía ser un gran

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estadio deportivo, a cuyo centro nos dirigimos directamente. Mermando la marcha, llegamos a la superficie con toda seguridad. Una intensa emoción me presionaba. Mis compañeros no ocultaban su gran alegría. Me cambiaron el depósito de la espalda, y salimos al exterior. Hurras y vítores ensordecedores partían de la multitud. Un grupo de personas se adelantó. Uno de ellos, representando a la comunidad, me dio un abrazo de bienvenida. Los demás eran los familiares de mis compañeros que expresaban el gozo de recibir nuevamente a los suyos. Además, había varios fotógrafos. Nos dirigimos hacia un micrófono desde el que Viro saludó al pueblo, le agradeció la recepción y solicitó un espíritu fraternal hacia mí. Luego, tuve que hablar; no recuerdo lo que dije, aunque debe haber sido muy parecido a lo que aquí comúnmente se dice en caso de recepciones. Terminé mis palabras dando un abrazo a la anciana abuela de Un que, muy orgulloso, me presentó a su novia. El público me aclamó con estridentes hurras. En una escuadrilla de autos, vagones con motores atómicos, salimos al exterior y nos trasladamos a uno de los edificios. Interiormente se parecía un poco al “domis”. Esa sería mi casa, y me dieron posesión de ella. De un lado, que daba a una calle, tenía una gran ventana. Me quité el “rofodio” y me acerqué a la ventana. Mucho público se había concentrado para observarme tal cual era, y pude conversar con ellos a través del cristal. Era unánime la expresión de sincera amistad y casi todos me invitaban a visitarles en sus casas y me prometían visitarme nuevamente. Algunos ancianos lloraban. Transcurrido un rato, Viro me invitó a pasar a otra habitación. Me sentía sumamente cansado y francamente me hacía falta comer algo y dormir. Viro se despidió hasta la tarde, dejando a una mujer y un hombre para que me atendieran si necesitaba algo. Comí, y luego me acosté. Antes de dormirme, meditaba en mi aventura. A pesar de la realidad, me parecía un sueño que estuviese sobre la superficie de otro planeta que aquél en que me había criado. Sentí una profunda devoción. Me molestó un poco no tener mi Biblia, y sí sólo un Nuevo Testamento, y me puse a orar. Dormí sólo un rato, y me sentí fortalecido. Estuve observando a través de las ventanas en todas direcciones. Había buen sol, y en una dirección vi laderas y la cumbre de la cordillera. Hasta la mitad de la altura se veían cultivos; de ahí en adelante había bosques, pero las cumbres eran estériles. Pude hablar nuevamente con varias personas a través de mis ventanas. Me faltaba mucho aún para hablar bien, pero mis conocimientos ya me eran suficientes para una conversación corriente. La gente era sumamente amable, más no esa amabilidad de formalismo, sino familiar. Ninguno me preguntó por mi familia… ¡Les habían dicho que yo era solo! En lo físico eran muy parecidos todos: rubios, altos; rara vez se veían algunos gordos, o con los ojos negros como Un. Me recordaban a los escandinavos. En la vestimenta eran muy sencillos. Todos usaban la misma clase de tela que ya conocía, co pequeñas variantes en la coloración. Usaban ropas amplias, y sombreros de paja de muy variados colores, principalmente los jóvenes. No vi ninguna mujer de taco alto, ni con maquillaje, pero todas usaban guantes. Botones, broches, prendedores y algunos adornos eran todos metálicos, de una

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apariencia muy semejante al aluminio; era el material que predominaba en el “domis”, y las paredes de mi casa eran de lo mismo. Viéndome allí encerrado, cambiando de ventana, sujeto al interés y observación de todo el que pasaba, pensé que debía parecerme a un “bicho raro” dentro de una jaula. La simpatía de la gente, y el poder conversar con ellos, hizo que no me molestase la situación. La calle era muy angosta y muy bien pavimentada. Debía ser una vía para peatones exclusivamente, pues no vi ningún vehículo. En el predio de enfrente había una huerta muy bien cuidada. Más allá, como a cien metros, un gran edificio con cierto aspecto de fábrica. A través de sus grandes ventanas se veían personas en movimiento. No se veía humo por ninguna parte… Las casas no tenían chimeneas. Las hojas de las plantas eran, en gran proporción, de un verde-violeta. El cielo, azul grisáceo. Se veían a veces algunas nubecitas que se movían muy lentamente. Sería poco más de media tarde cuando apareció Viro. Me dijo que tenía que acompañarme a saludar al Essi XI.

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VI – ESSI XI

Charlando, mientras tomábamos jugo de frutas y unos panecillos dulces, Viro renovó los datos que ya me había dado durante el viaje, con relación al Essi. Essi no es propiamente un nombre, sino un título. El Essi actual se llama Dao, y la gente lo llama Essi Dao, o Essi XI ya que era el XI en la serie de los Essi. El título era concedido por la comunidad, como resultado de un concurso de oposición entre los aspirantes. El triunfador era designado Essi, y considerado la autoridad máxima; no autoridad política con facultades de gobierno, sino autoridad moral y científica. Vivía con su familia en una casa especial, y todas sus necesidades corrían por cuenta de la comunidad. Había sido nombrado en nuestro año 1.916, cuando tenía 53 años; tenía, en el momento, 87 años.2

Me vestí el “rofodio”, y en un auto que el mismo Viro conducía, nos trasladamos a la casa del Essi. Era un edificio inmenso, de cuatro pisos y con muchas ventanas. Su aspecto total era muy raro: de forma exagonal, con algo más de cien metros de lado; seis inmensas torres de armazón metálica, una por vértice, se elevaban a casi cuatrocientos metros de altura. La superficie lateral era metálica, completamente lisa, sin adornos ni molduras, sólo interrumpida por las ventanas y los postigos corredizos. Viro condujo su auto por un corredor o pasillo abovedado, y fuimos a parar a un patio interior; verdaderamente, por su tamaño era una plaza, co hermosos árboles, canteros de flores, caminitos y gran cantidad de asientos. Una pista circundaba la plaza. Una interminable hilera de autos estaba estacionada allí, y ya había visto otra gran cantidad del lado exterior del edificio. Estacionado el auto en un espacio numerado, dejado vacío de ex profeso, entramos por un de las muchísimas puertas. En un ascensor subimos hasta el tercer piso. Entramos en una pequeña pieza de recibo, con cómodos sillones. Apenas terminamos de sentarnos, ya afectado por expectante emoción, cuando se abrió una puerta y apareció un hermoso anciano. Era el Essi. Me tendió la mano y me dio un fuerte abrazo al tiempo que con voz algo débil, pero clara, dulce y serena me decía en su idioma: “Hijo, hace ya muchos años que deseaba y esperaba este momento. Estos últimos años los he vivido para esto. Mi alma está llena de gozo, pues espero de tu visita el comienzo de una nueva era de paz, por la

2 Esta es la única referencia a una fecha concreta que hay en todo el libro. Por la misma, podemos calcular que el suceso descrito en el libro ocurrió en el año 1.950.

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fraternidad, para tus semejantes de la Tierra”. me miró largamente, con sus manos sobre mis hombros. Había lágrimas en sus ojos. Me abrazó nuevamente y me pidió que pasase a otra habitación. Cerrada la puerta tras de mí, se abrió un postigo que dejó al descubierto una ventana de cristal. Junto a ella había un sillón. Vi a viro accionar unos controles, y al cabo de un instante me dijo que me quitase el “rofodio”. Cristal por medio, me senté frente al Essi y a mi amigo. Essi Dao era también alto, bastante delgado, pero erguido. Sus ojos de color celeste uniforme tenían una mirada penetrante, pero había en ellos una expresión de ansiedad y de cansancio. Su cabellera, muy enrarecida pero uniformemente distribuida, era completamente blanca, con ciertos reflejos dorados y brillantes. Usaba bigote y barba, lo cual era raro entre ellos, de aspecto semejante a sus cabellos; su tez broncínea, muy tersa, pero presentaba arrugas profundas; nariz recta, poderosa, que acentuaba más su delgadez.; boca grande de labios rojos, bastante gruesos, con dientes blancos y parejos. Usaba la ropa sencilla y amplia, común a todo el pueblo. Luego de observarme en silencio, con detención, con una amigable sonrisa en su rostro, empezó a hablar, más o menos de este modo: “Hijo, es muy probable, y es completamente explicable, que en más de un momento de esta tu extraña aventura, te hayas sentido molesto, disgustado, y que haya bullido en ti un sentimiento de rebeldía. No te lo reprocho; por el contrario, es demostración de tu personalidad y carácter. Te habrás preguntado: ¿Con qué derecho, sin consultarme, despreciando mi voluntad, se me arranca traicioneramente, por la fuerza, a mi vida corriente, a mi medio, a mi obra? ¿Cómo podré confiar y creer en protestas de fraternidad, de personas que así proceden? En pocas palabras te explicaré y comprenderás, y aceptarás de buen grado la situación: estás aquí tú, te correspondió a ti, porque tú eres capaz de comprender y de aceptar la parte que te corresponde. Es preciso que el Hombre renuncie a sí mismo y se sacrifique voluntariamente en beneficio de los otros hombres. Verás aquí el resultado ineludible del egoísmo, del individualismo. Vosotros vais por el mismo camino. Tú tendrás que volver y predicar allá la paz. Pero, amigo mío, “el camino a la paz pasa por la justicia”, “y para llegar a la justicia hay que pasar por el renunciamiento” “que nace de la fraternidad”. ¿Comprendes esto?”. “Sí, señor, creo que lo comprendo”. “Perfectamente, aquí, mirando y oyendo, te prepararás para dar tu mensaje a la vuelta. Llevarás datos precisos, claros, como para que comprendan. Es posible que entiendan y se rectifiquen, pero es probable que no lo hagan. El Hombre se empecina en su ceguera. No importa lo que suceda. Nosotros conocemos lo que debemos de hacer; pues hagámoslo sin que nos preocupe lo que ha de resultar. Son nuestros propósitos y nuestras realizaciones, pero no es nuestro el resultado; independízate de los resultados. Saldrás de aquí como mensajero universal de paz, y a la vez como mensajero comercial nuestro. Nuestro planeta es pobre, vivimos con estrechez, y la población aumenta. Podemos intercambiar ciertos productos con nosotros. Por lo que has visto en el “domis”, y no estaba armado para la guerra, comprenderás que disponemos de medios ofensivos y defensivos infinitamente superiores a los vuestros. Con absoluta impunidad podríamos,

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con una decena de aparatos, asaltar una población y saquearla, apoderándonos de lo que quisiéramos. Simplemente por el terror provocado por algunos de esos ataques, podríamos someterlos a vasallaje, exigiros tributos y vivir en adelante a vuestras expensas. ¿Qué podríais hacer? Nada, absolutamente nada; sois, frente a nosotros, impotentes por completo. Figúrate una escuadrilla de veinte “domis” dispuestos al saqueo. En las primeras horas de la noche, desde quinientos metros de altura, cubrirían totalmente la población con las radiaciones de anestesia neuromuscular. Usarían bastante potencia para tener seguridad, sin importarles para nada que alguien de los asaltados sufriese perjuicio en su salud. Luego, mientras diez quedan a la expectativa, renovando otra vez la “dosis”, los otros bajan, se apoderan de todo lo que necesitan, llenan los “domis” del producto de su saqueo y suben a reemplazar a los vigías y a protegerlos mientras ellos hacen también su asalto. Luego se van, dejando aquella gente sumida en la desesperación y el terror”. Un frío me corrió por la espina dorsal y me estremecí, pensando que un hecho semejante les era perfectamente practicable, y sería de efectos realmente desastrosos para nosotros. Essi debe haber notado mi ansiedad pues continuó, con un tono aún más dulce. “No temas, hijo, podríamos hacerlo, hace ya un siglo que tenemos los medios de poder realizarlo… y si no lo hemos hecho porque no debemos hacerlo, es la mejor garantía de que no lo haremos. Hemos renunciado a la violencia. Queremos la paz, la comprensión, la justicia, la fraternidad. En busca de ello te hemos traído; para que veas a lo que nos condujo una política idéntica a la que estáis siguiendo. Para que veas, en nuestra vida actual, cómo se puede vivir en paz y armonía con los demás. Tengo mucho para hablar contigo, pero ya me siento viejo. Nuestras charlas no podrán ser muy largas, pues aún tengo otras tareas. En espera de un momento astronómico apropiado, no podrás volver antes de 22 meses. Eres, aquí entre nosotros, uno más en la familia; eres completamente libre: puedes ir y venir como lo necesites, ver, estudiar, comprobar. Se te dará un auto expresamente construido, que tú mismo guiarás. Así mismo un “domis” pequeño estará de continuo a tu disposición. Sólo una advertencia: hay muchos lugares sumamente peligrosos por las radiaciones que emiten. Tendrás contigo un indicador de radiaciones; es preciso que lo observes con frecuencia y que te atengas a sus indicaciones. Un error podría costarte la vida, y sería la ruina de todo lo que hemos planeado. El proyecto de traer alguien aquí fue principalmente lo que me dio el triunfo a ser Essi XI en 1.916. Al terminar vuestra Segunda Gran Guerra, empezamos la “búsqueda del hombre”. De los 2.000 millones de habitantes que allá hay, ¿cuál traer? ¿Un sabio, un sacerdote, un político, un militar, un académico, un comerciante?... “Eso no tenía importancia; tenía que ser un “hombre”; alguien que amase a sus semejantes aún más que a sí mismo, que comprendiese nuestro plan, y que se entregase por completo a la realización de la obra. Durante cinco años, veinte “domis” han estado permanentemente allá, buscando. No puedes, tal vez, comprender la inmensa alegría de todos, cuando Viro nos

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anunció que te había hallado. Él te ha amado como a un hermano desde el primer momento. No se te ocurrirá pensar que eres perfecto, que eres un ser único… Si llegases a pensarlo, sería ello prueba de que te equivocas. Entre un cierto número de candidatos, tú reunías las condiciones necesarias y dabas las oportunidades imprescindibles. Eso es todo, ve ahora con Viro, visita esta casa. Hasta mañana, hijo”. Se retiró. Mientras me colocaba el “rofodio”, pensaba en la grandeza de aquél hombre. Sentí que le amaba ya, como a un padre y amigo y maestro. Volvimos al ascensor y subimos hasta el piso siguiente. Allí, en otro ascensor subimos a una de las torres metálicas, hasta la plataforma superior. Por encima nuestro se elevaba aún una columna de no menos de 20 metros que sostenía una especie de “cesto” metálico de gruesos barrotes, en posición horizontal; en la parte central interna del “cesto” había una esfera azul brillante, unida por un pie al vértice del “cesto”. Viro tomó la palabra: “Este es un potentísimo emisor de radiaciones; a él debemos que aún haya vida aquí. A una distancia de 2.000 kilómetros puede aniquilar instantáneamente a cualquier ser vivo. Nunca hemos usado esta arma terrible, en casi 500 años que la tenemos, con fin ofensivo. Sólo nos hemos defendido. Ya te enterarás de su historia. Desde las “máquinas”, que están en el subsuelo, a 40 metros de profundidad, sube la energía hasta la esfera azul; esta emite las radiaciones. El “cesto” es un simple reflector, como en un faro. Hay uno en cada torre. Cada emisor se puede mover horizontalmente algo más de 90 grados, y verticalmente algo más de 120 grados. Queda así cubierto todo el espacio circundante. Se puede construir un aparato semejante, portátil, que tenga un décimo de potencia. Miguel, algún día alguno de los científicos de ustedes, que los hay muy buenos, descubrirá algo como esto. ¿Te das cuenta de lo que resultaría si un político ambicioso y moralmente irresponsable, de los tantísimos que hay allá, lo tuviese en su mano? ¿Y qué resultará cuando dos gobiernos adversarios lo tengan? Será el infierno, amigo mío. Justamente eso es lo que queremos evitar, porque vemos que van por ese camino”. Una sensación de terror y angustia me invadió. ¿No podrán comprender los hombres? ¿Su sensibilidad moral estará tan baja como para no rectificarse cuando lo comprendan? ¿Llegarán en su insensatez a preferir morir, y arrastrar con ellos a toda la Humanidad hacia la destrucción, antes que reconocer sus errores? ¿Hasta cuándo los dirigentes continuarán despreciando, y aún fomentando, la ignorancia moral de los pueblos, para poder así llevarlos a su antojo, como terneros de la nariz? No pude dominar mi emoción y mi dolor… Sentí necesidad de tragar saliva y me puse a llorar. Viro, en silencio, me pasó un brazo sobre los hombros y me apretó contra sí. Luego, cariñosamente me dijo: “Lo comprendo todo, Miguel. Tu reacción demuestra que no me equivoqué. Al Hombre no le agrada llorar, pero justamente hacen falta hombres que sean capaces de llorar, en ciertas circunstancias, por los errores de los otros hombres. ¡Benditas sean las lágrimas que se derraman por amor al Bien! Justamente porque son lágrimas poderosas, es que no debemos perder las esperanzas”. Me senté en un banco que allí había. Dentro de mi “rofodio” no podía enjugar mis lágrimas, y por varios minutos no me dejaron

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ver. La presencia y las palabras de mi amigo me serenaron. Ya tranquilizado, le dije: “Gracias, hermano. ¡Cuánta responsabilidad para descansar en mi pequeñez! ¡Cuánta falta me hará, al empezar mi obra allá, una compañía como la tuya! ¡Cómo te extrañaré!” “Sí –me contestó, sonriendo-, al principio sí, pero puedes estar seguro de que pronto encontrarás colaboradores. Hay muchísima gente que sólo está desorientada, pero que, en lo hondo de su alma, tienen verdadera ansia de paz y de bien. Busca principalmente amigos y compañeros entre la juventud; ellos no están aún empantanados. Muchos mayores reconocen sus errores, pero… no se convencen de que pueden liberarse de ellos: los ata el fatalismo. No conocen el poder regenerador del amor. Vamos, empieza a hacer fresco, te mostraré otras cositas al pasar”. En aquel gran edificio había gran cantidad de laboratorios. Casi todos trabajaban en investigaciones tendientes a mejorar los artículos de primera necesidad: alimentos, cultivos, productos sintéticos y textiles. Comenzaba a oscurecer cuando Viro me dio su “¡Hasta mañana!” en la puerta de mi casa. Entré, y me salió al encuentro una niña: tendría unos diez años, alta, rubia como todos, de ojos azul muy oscuro. Sonriendo angelicalmente, me habló: “¿Le gustan a usted los niños, señor Miguel?” “Sí, muchísimo” –le contesté. Y agregué: “¿Por qué, y quién eres tú?”. “Yo soy Laí, vivo cerca. Cuando usted quiera puedo venir a estar con usted y nos cuenta cosas de su lugar. Ahora me voy, que es tarde y tengo que ayudar a Darolén”. Antes que pudiese decirle más nada, salió como flecha haciéndome un signo con la manito enguantada.

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VII – OASIS EN EL INFIERNO

Terminados mis Capstan, tuve que fumar exclusivamente lo que se me podía ofrecer, pero las imitaciones que allí encontré eran muy buenas, insuperables; hecho notable si se tiene en cuenta que allí muy pocos fuman. Nadie toma mate, pero desde el primer día en el “domis” pude continuar con mi costumbre matutina. La yerba, desde luego artificial, era mejor que la que comúnmente usamos. El segundo día me halló temprano en pie, preparando mi mate. Viro vendría a buscarme para una larga gira. No se hizo esperar. El “domis” que usamos era pequeño, preparado expresamente: dividido en dos secciones interiores, una para mí; al frente, amplias ventanillas para ver. Ascendimos describiendo curvas, siempre sobre el valle “Rada Nael”, que significa “Valle de la Paz” o “Sitio de Confianza”. Pude tener una rápida vista de conjunto: encerrado entre dos cadenas cóncavas, presentaba una forma ovalada. Uno de los extremos se abría en cuatro o cinco valles estrechos que se internaban en una región montañosa, que continuaba hacia el Norte en una alta meseta. El otro extremo se abría amplia e insensiblemente a una vasta región de pequeñas mesetas y colinas en la que una de las cordilleras continuaba. En esa región se veía el lago. Subimos rápidamente hasta unos 20.000 metros y nos alejamos de “Rada Nael” hacia el Sudoeste. Había algunas sierras, valles, colinas, llanuras… todo sumido en el silencio del desierto: rocas y arenas peladas y estériles, con su monótono color anaranjado, que en algunas zonas era casi crema y en otras hasta marrón oscuro. Ni la más mínima señal de vida, sin un hilo de agua. Yo observaba con un larga-vistas semejante a los nuestros. Se sucedían, unas tras otras, regiones semejantes: más sierras y colinas y llanuras, siempre estériles… ¡Todo era desolación y muerte! “Todo esto –dijo Viro- eran regiones fértiles, cultivadas, pobladas por seres humanos, chacras, haciendas ganaderas, minas, fábricas, aldeas, ciudades, carreteras… Todo fue arrasado por el empecinamiento insensato de gobiernos irresponsables. La obra de miles de años de progreso, centenares de millones de hombres, inocentes en su fondo, todo fue quemado en la hoguera de la ambición, el odio y la vanidad. Se pasó en pocos días de la vida fecunda a la muerte total. Centenares de millones de hombres, que luchaban cada día por sus vidas y por la de sus familiares, cometiendo errores muchas veces, pero rectificando sus acciones luego, en procura de su anhelo. Fueron sacrificados, como en un culto pagano, por la vanidad de gobiernos sin moral y sin escrúpulos. Magníficas y abundantes conquistas científicas, capaces de

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facilitar al Hombre la consecución de bienestar material… transformadas en armas de destrucción y muerte por la incomprensión, la locura, la dureza y crueldad de gobiernos incapaces”. Era tal la impresión de soledad, de silencio y quietud de muerte que el paisaje me causaba, que sentí miedo. Frente a sí, Viro, apretando un botón, hizo que se iluminase un pequeño panel que contenía una aguja y un semicírculo graduado. Me dijo de hacer lo mismo yo, de mi lado. Lo hice. La aguja marcaba algunos puntos, equivalentes a 4. “Esto –dijo- es un indicador de radiaciones. Lo que marca se debe al “domis”, a su “campo propio”. Vamos a descender lo más que nos sea posible. Observa el indicador: pasando los 25 es ya perjudicial para el organismo humano; a los 40 mata casi instantáneamente. Aquí dentro estamos protegidos hasta una marca de 50”. Descendimos en pocos minutos; de pronto, la aguja se movió y marcó 6. “Doscientos metros” –dijo Viro. Seguimos descendiendo muy lentamente. La aguja se movía de continuo. Llegó a 25. “Ochenta metros” –anunció Viro. Descendimos aún, más lentamente. El indicador llegó a 40. “Treinta metros” –dijo Viro. Nos detuvimos un instante. Estábamos sobre una pendiente suave. El suelo, que desde lejos parecía roca maciza, fue revelando otro aspecto al acercarnos: estaba surcado de millares de grietas en todos los sentidos. Me hizo acordar a la superficie de un viejo plato de loza… Las grietas tenían hasta cinco o seis centímetros. En parte se había desmoronado, formando arena gruesa. Se veían pequeñas vetas o manchas, con aspecto de vidrio, generalmente muy oscuro. Nos movimos horizontalmente, muy lentamente; el indicador oscilaba, a veces subiendo o bajando un punto. Sin embargo, en el aspecto exterior no se notaban cambios. Viro me explicó: “La parte activa, radiante, está bajo la primera capa de la corteza”. De pronto, el indicador empezó a bajar progresivamente: 35, 30, 25, 20. Descendimos muy lentamente, y llegamos a la superficie. El indicador marcaba 27. Mi compañero me miró con una alegre sonrisa al tiempo que me decía: “Estamos de parabienes, Miguel. Hemos dado con una “mina”. Buscamos continuamente lugares como éste, ya que con una protección podemos bajar a la superficie y trabajar en ella. El material superior de estas rocas es un polisilicato de aluminio, cromo y níquel, casi puro. De él, por un proceso hidro-termo-electrónico obtenemos ese metal esponjoso que ves en todas partes, que tiene propiedades excelentes de dureza, elasticidad e inalterabilidad”. Moviéndose en varios sentidos, pudo juzgar de la extensión del lugar. Tendría unos 600 metros de diámetro, lo cual era satisfactorio. Con su cronómetro e la mano, accionó la radio y estableció comunicación con una central de “Rada Nael”. Usó palabras sueltas, convencionales: quería establecer la situación del lugar. Ascendimos verticalmente, despacio, se detuvo a unos 50 metros y me dijo: “Mira hacia abajo”. Apretó un botón… y vi caer del “domis” una “lluvia” blanca que descendía lentamente, y quedó marcando sobre el suelo una extensa mancha. “Se verá desde lejos –continuó- cuando vengamos a buscarlo”. Ascendimos hasta 5.000 metros y continuó la marcha a no mucha velocidad. Me apretaba el corazón ver aquella desolación, y más al pensar que

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había sido provocada voluntariamente por insensatez de quienes ponían, por encima de todo, su egoísmo estúpido y criminal. De pronto, nos detuvimos frente a una depresión: un inmenso hoyo de fondo sombreado. Calculé que no tendría menos de cuatro kilómetros de diámetro, con otro tanto de profundidad. Parecía el cráter de un volcán. “Aquí –dijo mi amigo- había una inmensa y modernísima fábrica de fertilizantes para agricultura. En el momento del desastre, tenía un extraordinario stock de materia prima y producto elaborado. Reacciones químicas de origen atómico, lo transformaron en poderosísimo explosivo. Nadie pudo contar lo que vio, pero el estado del lugar dice claramente lo que sucedió. El fondo está recubierto de escoria vítrea. Algún día vendremos a visitarlo más detalladamente”. Continuamos viaje, siempre sobre el mismo panorama: roca quemada y disgregada. Nos volvimos a detener frente a un rectángulo completamente plano de unos tres por dos kilómetros. “Aquí –dijo Viro- una sociedad médica tenía una ejemplar Colonia Sanatorio de niños pobres, en la que se asistían corrientemente 2.500 pequeños… La locura cínica de los inmorales sólo ha dejado la muestra de los trabajos de nivelación que se habían hecho” . “¡Niños –pensé-, 2.500 niños inocentes! ¡Qué horrendo crimen!”. Era sobre la hora de mediodía cuando descendimos frente a “mi casa”. Dentro de tres horas, me anunció mi compañero, te traeré tu auto para que esta tarde visites un poco el valle. Aun cuando lo que había visto me torturaba el alma, comí con apetito. Sin embargo no pude dormir luego, ni siquiera un rato. Escuché un poco de música, hojeé algunos libros, y conversé un rato con el “cuidador” que me habían asignado. Se llamaba Baido. Era ya un hombre maduro, y muy corto de vista. Era Doctor en Química Agrícola. La desgraciada explosión de un matraz le había quemado los ojos. No había perdido la vista, pero le había quedado un tic neuromuscular: cada dos o tres minutos se le producía un rápido parpadeo a la vez que las cejas se alzaban en el mismo ritmo. Imposibilitado de trabajar en su ramo, era “pensionista colectivo”, pero trabajaba en todo lo que podía. Era muy culto, muy instruido y sumamente amable. En mi estadía me resultó un excelente compañero. Llegó Viro con “mi auto”: un chasis común con una caja especial, con amplios cristales. En el lado exterior derecho había un asiento complementario, en el que él se sentó. Entré, acondicioné el ambiente según ya sabía, y me quité el “rofodio”. Desde fuera, Viro me dio las indicaciones para el manejo, que era sumamente sencillo y preciso. En el brazo derecho del asiento, una pequeña palanquita que se movía lateralmente controlaba la dirección. En el brazo izquierdo, otra palanquita se movía de atrás adelante: en el centro era estacionamiento, hacia adelante era marcha y aceleración, y más acá del centro, retroceso. No había freno: el centro era estacionamiento fijo. Hice dos o tres maniobras como prueba; todo andaba bien. En eso llegó Aino, que me saludó alegremente: él sería mi acompañante, y ocupó su asiento. Viro se despidió, y partimos. Tomamos por una carretera de tres vías. El tránsito es por la izquierda. Los cultivos llegaban hasta la misma cuneta. No se veían ni cercos ni alambrados que separasen los predios… No los necesitaban. Sólo una senda, bien

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pavimentada, común a dos propiedades. Tenían que aprovechar al máximo su tierra. Vi todas las casitas con su forro metálico, muy parecidas, pero no iguales. Los cultivos eran variados, con árboles frutales muy espaciados. En un espacio cercado se veían animales como gallinas, muy hermosas, en todas las casas. Se veía a la gente trabajando. Era otoño, y en los árboles lucían hermosas frutas como duraznos, y grandes racimos de uvas, peras, manzanas y melones inmensos en enrejados. El aspecto daba la sensación de orden y alegría. Marchábamos muy despacio y nos cruzábamos con algunos otros autos, pero pocos, siendo aquella la carretera principal. De pronto, Aino me dijo: “Pare, señor Miguel; frente a la próxima casita”. Así lo hice, y él, alzándose de pie, dio un grito a alguien que andaba por entre las plantas. Vi entonces una figura que se enderezó y emprendió una carrera hacia nosotros; con una agilidad y una gracia extraordinaria, saltaba sucesivamente las matas de hortalizas que se le ponían delante. En un instante estuvo con nosotros. Era una lindísima jovencita; vestía pantalón, buzo y blusa. Saludó a Aino, y éste le dijo: “Aquí está el señor Miguel”. Me miró sonriendo, y como no podía darme la mano, sacándose el guante puso su mano bien abierta contra el cristal; imité su gesto, y como muestra de que le agradaba que yo hubiese comprendido, soltó una risita sonora haciendo un movimiento de cabeza. “¿Cómo está, señor? Ya se que es amigo de este pillo de Aino; por lo menos él lo dice sin ninguna modestia. Si es cierto, le pido que lo eduque y le enseñe a ser bueno como usted; me da muchos disgustos este atolondrado”. “No le crea ni una palabra, señor Miguel –replicó Aino-; es una charlatana sin medida, y ya me da miedo pensar en lo que será cuando sea… grande”. “¿Es tu novia, Aino?” –le pregunté. La pregunta lo sorprendió y quedó un poco indeciso; ella en cambio, con toda naturalidad aunque con una sombrita roja en la mejilla, contestó rápidamente: “No, señor… todavía no”, con un “todavía” tan gracioso que me hizo reír. “¿No ve, señor, cómo es incorregible? Ella hace que la llamemos Saranabi (Luz blanca), pero yo digo que es Saraela (Luz Negra)”. “¡Bobo!” –le contestó ella rápidamente. Se veía que era una broma que él le gastaba a menudo y que a ella no le agradaba. “¡Ah, señor –continuó Aino-, qué modales tan selectos! Es lo que yo digo: no tiene arreglo, no tiene arreglo… Sin embargo, todo podría perdonártelo si en lugar de “cocinarme” con esos ojos, fueses a buscar para mí un racimo de uvas, y otro para el señor Miguel, que le gustan muchísimo”. “¿De veas?”. Y antes de que yo empezase a abrir la boca ya la vi saltando como si volara. “¿La quieres, Aino?”. “Sí, señor, mucho, creo que muchísimo… y es buena como un ángel”. “¿Ángel? ¿Qué es un ángel?”. “Y… es algo bueno, que nos ayuda a ser mejores”. Ya estaba Saranabi de regreso con sus ágiles saltos y un hermoso racimo en cada mano. “Gracias, Sara… nabi” –recalcó él. “No hay por qué bo… bito” –contestó ella. Detrás de mí, adherido al techo, había un cilindro como de ocho litros de capacidad; era una “cámara intermedia”. Abrió Aino la tapa superior, introdujo dentro mi racimo y volvió a cerrar. Abrí yo la tapa interior y entré en posesión de las hermosas uvas. Charlamos mientras comíamos. Saranabi también iba a la “Escuela Superior” por la

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mañana; de tarde ayudaba a sus padres. Le gustaba cultivar. Nos despedimos. “Me es usted muy simpática –le dije-. Vendré una tarde a conocer a sus padres”. “¿Cierto, señor, vendrá?” –preguntó, de modo que demostraba cuánto le agradaría. “Sí, vendré, se lo prometo”. Puse mi mano abierta contra el cristal frente a la suya, y partimos. Tal vez un kilómetro más adelante, hallamos un gran edificio. “Es una escuela de niños. ¿Quiere visitarla?”. “Sí. ¡Cómo no! –contesté-. Tengo sumo interés”. Era un hermoso edificio de tres pisos, un gran patio co árboles de sombra, y detrás un parque de juegos. Me puse el “rofodio” y entramos. Aino me condujo a uno de los salones del segundo piso. Al entrar, todos los niños, de 7 y 8 años, se pusieron de pie; con los ojos muy abiertos, estiraban sus pescuecitos para verme, con gran curiosidad. Saludé al padre de Aino, al cual ya había visto el día de la llegada. Me presentó a la clase como el más extraordinario visitante que hubiese llegado a la Escuela en sus 20 años de trabajo. Le pregunté si era el Director. “¿Director? –me dijo-. Aquí cada Profesor es su propio Director y responsable de su clase”. No había más personal administrativo que dos ayudantes, los cuales reemplazaban a los profesores ausentes y pasaban lista. La limpieza de los salones la hacían los alumnos mayores. Le pedí que continuara su clase. Es profesor de Ciencias Naturales y estaba dándoles nociones sobre la vida de un “ratoncillo de campo”, uno de los poquísimos animales silvestres que allí hay. Ilustraba su exposición con algunos dibujos y esquemas en el pizarrón. Mientras hablaba y preguntaba a la clase, llamó por dos veces la atención a un niñito de la cuarta fila, al cual llamó Luasí. A la tercera vez, le preguntó: “¿Por qué no atiendes, Luasí?”. Se puso de pie el niño, enrojeció, titubeó un instante y parpadeando rápidamente contestó: “Perdón, señor, pero… no puedo dejar de mirar al señor Miguel… Es tan… es tan…”. No sabía cómo contestar. “¿Tan parecido al ratoncillo?” –le dije a mi vez. “¡Oh, no, señor! –contestó prestamente-, pero, dentro de ese vestido… yo no sé…”. Una niña que estaba a su lado le tiraba de la ropa para que se callara, pero él seguía y ella también. Por fin se encaró con ella y con gran firmeza le dijo: “¡Déjame! Mi papá me enseña que debo de decir co sinceridad todo lo que pienso, para que se me pueda corregir cuando cometo errores”. Me llamó grandemente la atención la actitud del chiquillo. Luasí –le dije- me parece muy bien lo que has dicho, y de mi parte no hallo ningún error que corregirte”. Sonrió, echó a su compañera una mirada de triunfo, y como si se sintiese dueño de la situación, dijo con toda soltura: “Señor, si el señor Mariyán lo permite, para aprovechar su visita, podría usted habarnos de algunos animales de su lugar”. Miré interrogativamente al Profesor, y dijo: “Para nosotros sería un alto honor y gran satisfacción, pero el señor Miguel quizás tiene otras cosas más importantes que hacer”. “De ningún modo –contesté-, lo haré con gran placer, y considero que el honrado soy yo”. Les hablé de la gran cantidad de terreno dedicado a la ganadería. Tuve que decirles algo de vacas, ovejas y caballos, que ellos jamás habían visto. Ese terreno crea un ambiente abierto, apropiado para la vida silvestre: carpinchos, nutrias, lobitos, comadrejas, hurones, zorrinos, lagartos, peludos, mulitas, gatos, zorros, etcétera”. Ilustré

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co dibujos; me alegré de no ser mal dibujantes. Y me extendí un poco sobre la vida del zorro. Mi auditorio se mostró sumamente interesado. Tal vez Luasí fue el más atento; en todo caso fue el que más veces me interrumpió para hacer preguntas. El profesor Mariyán se mostró muy agradecido y me comprometió para tener una conversación con un grupo de colegas.Nos retiramos para continuar nuestra gira. Tomamos un camino lateral en dirección a la cuesta de una montaña. Seguían siempre las casitas risueñas con sus magníficas huertas. La gente trabajaba alegremente; muchos nos saludaban al pasar. Cuando llegamos a la pendiente, vimos cultivos en terrazas, y pronto aparecieron cerritos más empinados, terrenos más rocosos en los que había pocos cultivos, sólo en pequeños cuadros cercados; en el resto del terreno se veían muchas aves, conejos cerdos, y gran cantidad de cabras, casi todas manchadas: blanco y negro, o blanco y marrón; otras, bastante más grandes, con larga lana gris. Las casitas estaban mucho más espaciadas, y se veían macizos de árboles frutales. Seguimos trepando. Al llegar al pie de una meseta cuyo paredón se elevaba a 60 u 80 metros, hallamos la inmensa y negra boca de una mina. Doblamos a la derecha por un camino muy angosto, recostado a la pared de la meseta. Un kilómetro más allá hallamos nuevamente las colinas. Yo no sabía hacia dónde íbamos. Al pie de un cerrito vimos una casita, por cuyo portillo entramos: era un criadero de cabras y gallináceas. Paramos delante; Aino me dijo que me bajase; de un establo salió un hombre: ¡era Areso! Evidentemente, fue mutua la alegría del nuevo encuentro. Aino gozaba con mi sorpresa. Entramos a la casa, y pronto apareció su esposa y sus dos hijos, todos ya conocidos. Se mostraron muy contentos de mi visita. “¿Cómo, amigo? –le dije-. Yo lo hacía a usted en una oficina, entregado a trabajos de ingeniería”. “Sí –contestó-, voy por la mañana, cuando los jóvenes van a la Escuela Superior, doy también algunas clases; pero de tarde estoy aquí con mis cabras”. Al cabo de un rato de charla general, salimos a visitar el establecimiento. Era toda una maravilla. Instalaciones modernísimas, hermosísimos y bien cuidados animales; donde el terreno lo permitía había parcelas cercadas, con forrajeras. Las cabras eran mansísimas. Las destinaban a producción de leche, lana y carne. Con real satisfacción me mostraban todo y me explicaban. Era un verdadero hogar, constituido por una familia feliz: feliz en sí misma, y feliz en la colaboración intensa en pro del bien colectivo. No pude menos de pensar en la manera tan distinta que vivimos aquí.; de cómo se trabaja a disgusto deseando, la mayoría de los hombres, que se termine su tarea de obrero, pero no para irse a su casa, a trabajar allí en otra cosa útil, o a estar con los suyos en familia sino para ir a los cafés, a los boliches, a beber, a charlar de cosas si importancia, a murmurar, a jugar… en fin, a malgastar su tiempo, su dinero, sus oportunidades y su carácter, labrando así una vida infeliz para sí y para los demás. Decaía el día e iniciamos el regreso. Dejé a Aino en su casa, donde pasé otros momentos agradabilísimos entre aquella gente tan profundamente amigable.

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Llegué a mi casa, dejé el auto en un abrigo y entré muy orgulloso con una botellita de leche y un quesito que me habían obsequiado en casa de Areso. Baido salió a preguntarme cómo me había ido de visitas. “Francamente, amigo –le dije- esto es un paraíso, y más al recordar lo que vi esta mañana”. “Sí -dijo Baido- esto es un oasis en el infierno”. Esa noche me acosté con ese pensamiento: un oasis en el infierno. Y en mis oraciones, pedí a Dios que si la maldad del Hombre, en la Tierra, la convertía en un infierno, nos concediese la gracia de que quedase un oasis.

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VIII – VIDAS PARALELAS

Viro me había comunicado que a las 8.30 se reunía el “Consejo de Sabios” para recibirme. El tal Consejo es la Asamblea de los veinticinco hombres más prominentes, reconocidos como autoridades no sólo en su preparación intelectual, sino en los aspectos moral y de vida colectiva. Son nombrados por el pueblo, en votación secreta y universal; votación como todas las que ellos hacen, sin “listas” ni “propaganda”, porque cada votante es conciente de lo que hace, conoce a los candidatos, está capacitado para elegir y sólo busca un fin: el bien colectivo, en la honestidad. Me levanté temprano, entre otras cosas porque quería ver salir el sol; además la noche anterior, sintiéndome perezoso y con deseos de meditar, no había hecho anotaciones. Viro llegó a tiempo; no era extraño: allí la falta de puntualidad no se admite. Llegamos a la casa de Essi Dao, edificio al cual llaman “Rende”, que significa “eje”, “pivote”, pero que también tiene el significado de “foco”, como punto fundamental de una lente o de un espejo curvo. Allí me dejó Viro, diciéndome que alguien vendría a buscarme. Muy pocos minutos después un hombre me pidió seguirle hasta el Consejo, un salón de sesiones muy bien dispuesto, con todas las comodidades: sillones amplios y movibles, mesas escritorio adaptables y con teléfono automático, etcétera. Las filas de asientos convergían a uno de los vértices del salón, donde estaba el Essi y dos secretarios, uno de los cuales era mi acompañante. Me esperaban de pie; el Essi se adelantó a saludarme, y luego desfilaron los restantes 24, ¡entre ellos Viro! Nunca me había dicho que ocupaba un puesto tan elevado. Me invitaron a tomar asiento, y uno de ellos, en nombre del Consejo, pronunció un discurso mesurado, sin palabreríos jeroglíficos ni razonamientos catacúmbicos, tan comunes aquí, donde muchos parecen pensar que lograr que no se les entienda es lograr que le crean erudito. Habló para que le entendiese, recordando probablemente mi aún escaso conocimiento del idioma. Su mensaje central era éste: me habían traído para que viese y oyese, preparándome para ser un mensajero de paz y fraternidad… Pero ellos también querían oírme. Querían dejarme absoluta libertad de acción, pero me pedían que en mi plan incluyese una serie de conversaciones con ellos y otra serie de conversaciones públicas. En cinco minutos había dicho lo que tenía que decir, y no dijo más nada. Respondí; agradecí todas las atenciones y distinciones; hice resaltar que disponiendo de todo mi tiempo, me era fácil adaptarme a su propia conveniencia, por lo cual pedía que ellos mismos hiciesen el plan para esas reuniones. Evidentemente, agradó mi

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conversación, y terminó el acto “académico”. Conversé particularmente con algunos; me fuero solicitadas entrevistas particulares. A la hora 9 todos se habían retirado a sus ocupaciones. Pasé a la cámara en que había estado la vez anterior, para una entrevista con el Essi Dao. Luego de un breve preámbulo, comenzó su disertación. Viro estaba junto a él. “Hijo, hasta que ustedes empezaron a usar la radio, muy poco habíamos podido conocer de vuestra Historia; sólo habíamos ido captando los hechos del momento. Nos llamó la atención, de inmediato, el paralelismo entre vosotros y nosotros. Vimos que sois como una especie de hermano menor cuya vida se ha ido desarrollando en forma semejante, pero con una diferencia cronológica de 4 a 6 siglos. Habéis venido dando los mismos pasos que nosotros ya habíamos dado, con una extraordinaria similitud en el orden y en la forma: las mismas luchas por el progreso, con las mismas victorias… y las mismas derrotas; os mismos aciertos y los mismos errores; las mismas grandezas y las mismas miserias. Con su inteligencia y su razón, con su afán de algo más, y con empeño y voluntad, el Hombre ha ido tomando de la Naturaleza el conocimiento de hechos y fenómenos que le fueron abriendo el horizonte hacia una vida más amplia, más completa y mejor. Comprendió que en la integración de la persona entraba el factor moral, y buscó con afán la armonización de los factores físico, intelectual y moral. Este factor moral resultó su punto más débil. No lo dominó, y el mal del Hombre radica exclusivamente en que ha usado mal lo que conquistó para bien. Las cosas son todas buenas, pero el Hombre las ha usado a todas para mal. Siendo únicamente un punto del Todo, se ha conducido como si fuese el Todo. Estando en el principio, ha obrado considerándose en el fin. Así nos desarrollamos nosotros… así os desarrolláis vosotros. Ese error, de descartar el factor moral, nos arrastró al desastre. ¿Caeréis vosotros en el mismo abismo? Puesto que el Hombre tiene la facultad inherente de la consideración y de la rectificación, hemos pensado que vosotros estáis aún perfectamente a tiempo y en condiciones de cambiar la ruta y eludir el peligro. Ese es nuestro deseo, y el fin de nuestra acción. No queremos que caigáis. He aquí ahora un esquema de nuestra Historia; compárala con lo que sabes de la vuestra. El origen de la “Sociedad Humana” se encuentra en la “familia primitiva”; y dentro de ella, el padre era la suprema y única autoridad. No autoridad usurpada, sino legítima y natural: por su saber, su ecuanimidad, su libertad y su conocimiento del Hombre. Hoy, adquirimos conocimientos en un 99 por ciento por transmisión de otros hombres que lo supieron primero. Entonces, se transmitían pocos conocimientos, porque pocos había, y cada uno aumentaba su caudal viendo, observando, deduciendo y meditando. La mayor edad del padre le daba oportunidades de privilegio; sabía más porque era más viejo: había tenido más tiempo. La edad le daba serenidad para obrar con justicia, y estaba en mejor condición para no hacer acepción de personas. Su carácter de dueño de todo, de superior jerárquico, y el retiro de las labores activas le daba una independencia material y moral que ningún otro tenía. El contacto con los hombres y su larga experiencia, lo hacían sicólogo; la práctica de la meditación le hizo filósofo. Era jefe absoluto, material, civil

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y religioso. El aumento de la población, la extensión de las actividades, la presencia de otras personas de edad, complicaron la función del gobierno civil. Además, el surgimiento, aunque sólo fuese ocasional, de personas con mayor inspiración religiosa, llevó en forma natural a la división de poderes. “Hubo entonces sacerdotes. El sacerdote, por su calidad de representante de la divinidad, tuvo en forma lógica una misión de rector moral y de juez del comportamiento de todos, sin exceptuar al jefe civil. Siendo los dos sinceros y leales, tal situación se traducía en bien. Pero muy pronto aparecieron las envidias, los celos, la ambición de dominio, y empezaron los conflictos y las luchas. En un principio, el jefe civil no ambicionaba el poder religioso; en cambio, el sacerdote no se conformó con lo suyo y aún aspiró al primer lugar. Aparentando representar los intereses de la divinidad, representaba y defendía sus personales intereses y ambiciones. El pueblo ignorante se deja impresionar por las cosas espectaculares. El sensacionalismo es una de las armas más eficaces del engaño. Las prácticas religiosas, por su propia esencia, se prestan a la espectacularidad. Esto fue aprovechado por los sacerdotes ambiciosos; rodearon de misterio a la religión y a sus prácticas. Toda ceremonia era algo sensacional, frente a lo cual el pueblo ignorante se llenaba de temor. Ese temor, terror a veces, le arrastraba a hacer cualquier cosa, aún lo más inicuo y espantoso, en obediencia a lo que el sacerdote le decía. Esto proporcionó a los sacerdotes un gran poderío, que los jefes civiles no podían ver con buenos ojos. Ya ves, hijo: la religión, que tiene por fin fortalecer los valores morales para poder hacer frente a las debilidades materiales, usada para mal, para lograr beneficios materiales. Los jefes civiles buscaron defenderse, casi nunca luchando abiertamente con el sacerdote, sino tratando de minar el sentimiento religioso del pueblo, apartándolo de las ceremonias religiosas, dándoles ocupaciones que absorbiesen su tiempo y su mente. Una de las más eficaces y más comunes fue la guerra. El pueblo ignorante se dejaba entusiasmar fácilmente: perspectivas de saqueo y obtención de despojos, posibilidad de adquirir renombre por una acción de arrojo, oportunidad de saciar sus escondidos sentimientos de crueldad. El jefe, a veces ya rey, encontró también la oportunidad de acrecentar su poderío con conquistas de tierras y de riquezas, y la obtención de prisioneros que él transformaba en nuevos soldados o en obreros esclavos. La lucha interna entre el rey y el sacerdote pierde entidad, ante la importancia de la lucha entre reyes. Los grupos pequeños fueron absorbidos por los más poderosos. Llegamos así, en un salto de muchos siglos, a los primeros Grandes Imperios., imperios que se fueron sucediendo, semejantes entre ellos: pueblos que hasta ayer eran dominados, pasan mañana a ser dominadores: cabezas de la civilización. La guerra no puede elevar moralmente al Hombre; al contrario, lo vuelve duro y egoísta. La riqueza fácilmente adquirida, o usurpada, tampoco eleva la moral del Hombre. Esos imperios nutridos de la guerra, fuertes materialmente, se vieron roídos interiormente por la inmoralidad. Se habían ejercitado para la guerra, fueron grandes… pero no sabían ser grandes en la paz. Otro pueblo lejano, mucho más primitivo y salvaje, sin gran fuerza moral, pero también sin el cáncer de

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la inmoralidad, pudo dominarlos y someterlos con relativa facilidad. Fue un terrible paso atrás para la Civilización en formación, como si la Humanidad, con todas las conquistas materiales, se trasladase en el tiempo a vivir tres mil años atrás. “Se dio libre paso a las pasiones egoístas. Se arraigó el materialismo. Las artes, única forma de expresarse libremente los Hombres que amaban la libertad durante los tiránicos emperadores, decayeron grandemente. Las distintas regiones, en manos de capitanes, fueron recobrando su autonomía, aunque nominalmente dependían del gobierno central. Es una época de caudillismo. Desaparecidas las grandes guerras, renacen las pequeñas guerras entre los pequeños jefes impulsados por el afán de dominio y de rapiña. Correlativamente con el decaimiento del poder civil central, fue resurgiendo el poderío de los sacerdotes, que n tuvo más el carácter local, restringido, de antes, sino que fue adquiriendo carácter universal, y se organizó una Iglesia. Bien organizados, con dirigentes de verdaderas capacidades directivas, audaces y enérgicas, conquistaron una posición de privilegio. En algunos aspectos fueron todopoderosos, y en un intento de copiar los métodos de los grandes reyes anteriores, predicaron y promovieron guerras religiosas. En el máximo del poder, la inmoralidad minó la organización, y a su vez fueron cayendo por debilidad”. Hizo una pausa el Essi, evidentemente fatigado, y sonriendo me dijo: “Por hoy basta; dentro de dos días volveremos”. Me hizo una seña de despedida, y se fue.

VISITAS. Era cerca de mediodía cuando llegamos a mi casa. Viro me dijo que esa tarde Vanaro me acompañaría en mi paseo por “Rada Nael”. Al día siguiente, feriado semanal, había una gran concentración popular. Vanaro mismo vendría a buscarme para la iniciación de los actos a la hora 8 de la mañana. Serían alrededor de las 3 y 30 cuando esa tarde llegó Vanaro para acompañarme. No nos habíamos vuelto a ver desde mi llegada. Resultó que eran íntimos amigos con Baido, habiendo sido compañeros. Ocupó el asiento exterior que ya había usado Aino, y partimos. Nos internamos por caminos laterales, siempre entre magníficas huertas con sus casitas alegres. Muchos, por haberse enterado que aquel “auto raro” era el mío, o por reconocer a Vanaro, nos saludaban entusiastamente agitando un brazo. Pude comprobar que todas las señoras y jovencitas, en esas labores agrícolas, usaban la vestimenta que había visto a Saranabi: pantalón, buzo amplio y una blusa o chaquetilla suelta, sombrerito de paja y unas botitas altas, al parecer de tela engomada. Ya había notado que para economizar terreno, en la linde de dos predios había una senda común de entrada, bien pavimentada. Había visto también que a ambos lados de esa senda, sobre la carretera, había una columnita con un cajón metálico encima. Aún cuando algo suponía, pregunté a mi compañero sobre cuál era el objeto de tales cajones. Me explicó Vanaro que todos los días, de mañana muy temprano, un repartidor dejaba ahí provisiones para cada casita: leche y pan todos los días, manteca dos veces por

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semana. Los demás comestibles envasados y conservados se repartían semanalmente, en cantidad según el pedido hecho por el interesado. Las hortalizas frescas las producía cada uno. Me llevó al sanatorio donde él trabajaba: en las primeras estribaciones de la montaña, entre un bosque de lindos árboles, un amplio edificio de dos pisos. Entramos en una sala de enfermos a los cuales él atendía: sala espaciosa, bien ventilada e iluminada. Había muy pocos pacientes. Una jovencita a la que una máquina agrícola había quebrado un brazo, conversaba alegremente con una señora que la cuidaba. Se alegró cuando le dije quién era, y se reía mirando mi vestimenta. Dijo que no sufría nada y que la trataban muy bien, pero que estaba deseando volver a la escuela y a su casa. Un muchacho de unos 12 años, al cual una cabra había despeñado cuesta debajo de un topetazo. Presentaba muchas magulladuras importantes, pero no tenían ningún hueso roto. Sufría bastante, y no se podía mover. Una señorita que lo atendía se esforzaba por entretenerlo, pero estaba triste y decaído. Otro niño, con una profunda cortadura en un pie, no podía caminar, pero no moviéndose no le dolía. Era alegre y preguntón. Le cuidaba una señorita muy joven. Un hombre joven, con una profunda cortadura al costado de la cara, provocada por una lasca de piedra mientras trabajaba en una mina. Otro hombre, joven también, le estaba leyendo un libro. El enfermo decía sufrir bastante. Me pidió que si volvía otro día en que estuviese mejor, le agradaría conversar conmigo. No había más enfermos. “Sólo traumatología” –le observé a Vanaro. “Sí –me dijo-. Son los únicos casos que tenemos aquí en “Rada Nael”. Aquí no hay enfermedades microbianas… Es, tal vez, el único bien que causó el infierno de radiaciones”. Le pregunté si los que atendían eran enfermeros. “Profesionales, no –me dijo-; la gente del pueblo se ofrece voluntariamente y vienen unos de mañana, otros de tarde, y aún algunos de noche”. “¿Les pagan algo, o son familiares?” –pregunté. Sonrió, y me dijo: “Amigo Miguel, no estamos en tu país. Aquí a nadie se le paga nada, cada uno hace voluntariamente una parte de la tarea pública. Somos una gran familia; nos ayudamos mutuamente como hermanos”. Recorrimos otras dependencias y volvimos, pero creo que estuve siempre distraído por aquél pensamiento magnífico: “Somos una gran familia; nos ayudamos como hermanos”. Verdadera y eficaz fraternidad.

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IX – FIESTA POPULAR

Me levanté temprano: estaba muy descansado y había dormido algo la tarde anterior. A través de mi ventana observé la salida del sol entre los picos de la cordillera del Este. ¡Maravilloso espectáculo dondequiera que se observe, y tan poco disfrutado por el Hombre! Al pie de las sierras, las sombras eran aumentadas por un banco de neblina. Las laderas de color marrón rojizo con vetas más claras, las cimas, vértices y aristas, se presentaban en un filete luminoso, brillante, tan brillante que no podía precisar el color, si amarillo o rojo. El cielo, de profundo azul oscuro, era un telón de fondo magnífico en el que resaltaba la silueta de la montaña. ¡Cuántas veces, allá en la Estancia, había observado la entrada del sol entre los cerros y me había admirado! En Chile, verle salir desde Santiago, sobre las cúspides nevadas, me pareció aún más bello; pero aquí era aún más hermoso. No había arreboles: sólo una silueta oscura, con su ribete luminoso. De pronto surgió un rayo de luz, y desde ese primer instante se vuelve enceguecedor. Se le espera anhelante hasta que asoma; luego, hay que abandonarlo.

*** Temiendo no hallarme pronto, Viro llegó a las 7 y 30. No mucho después, partimos. Había gran movimiento de personas en viaje hacia el lugar de reunión: autos, colectivos, y “domis” para los más alejados. La carretera estaba colmada y no era posible apurarse. Llegamos a las 8 menos diez. Iba pensando que tal multitud de gente no podría terminar de entrar y ubicarse antes de dos horas: profundo error. Cada uno ya conocía su lugar, no había ni un segundo de demora; con el mismo ritmo co que se llegaba, se entraba por las múltiples puertas y cada uno tomaba su asiento. ¡Qué resultado maravilloso del orden y del respeto a los demás! Me parecía un sueño lo que veía; de buena gana me hubiese detenido a mirar. ¡Cosas de la educación que hacen la verdadera cultura! Seguí a Viro entre aquel desfile imponente, del que sólo se oía un sordo murmullo; llegamos a nuestro lugar: había allí una cabina de cristal con sus depósitos y controles de oxígeno, gas carbónico, humedad, temperatura, etc., como las que me habían provisto en otras partes. La gente que había cerca sabía quién era yo y me saludaba cordialmente. ¡Qué multitud! Era un estadio inmenso, con capacidad para más de 300.000

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asientos… y estaba lleno. La pista era muy grande, circular, y circular era el conjunto de instalaciones para el público. Una primera sección de asientos, cerca de la pista, con pequeña inclinación; la primera fila a un mismo nivel que la pista, con una perspectiva como la de una persona sentada en una silla alta. Ahí estaba nuestro lugar. Una segunda sección a continuación de la primera, pero con una inclinación mayor. Encima, en un segundo piso, con una nueva sección más empinada aún. Luego, otra tercera sección particularísima: siguiendo la curvatura que correspondía a la cubierta, las gradas se sucedían hacia delante en forma de balcones de modo que el inmediatamente superior se hallaba un poco más adelante. Finalmente, la cubierta de cristales. Era una maravilla arquitectónica. Toda la estructura era metálica. Los asientos, recubiertos de un delgado almohadón, blando pero firme, con forro de cuero o hule sintético. En mi cabina había hallado un largavistas y lo usé para observar al público. Era una nota particular la poca variación de colores en los vestidos: dos o tres tonos de marrón, dos o tres tonos de gris plateado, y un lila azulado. En los modelos también se veía poquísima variación. En los hombres, pantalón y buzo amplio, y una blusa o saco; nada al cuello; en la cabeza, un gorrito redondo de tela, o un sombrerito de paja o algo similar. Las mujeres usaban pollera a media pierna o más, blusa o saco muy parecido a los masculinos, y sombrerito de paja de variada combinación de colores; casi todas usaban un chal o pañuelo en vivos colores, delgado como un tul. Pregunté a Viro si esa uniformidad en los colores tenía algún significado. Sonriendo, me respondió: “es claro que sí. Significa… que la fibra sintética que usamos no tima con firmeza otros colores aquí no hay “modas” como entre ustedes. Hay libertad, no hay disposición ninguna sobre el asunto, pero nadie se preocupa por su vestido. Perdóneme por la franqueza, pero después de todo la “moda” es algo tonto. Queremos a la mujer para compañera, en igualdad, y no para vista. Nos interesa lo que realmente somos, y no lo que queremos aparentar. La mujer puede poner de manifiesto su personalidad en la organización de su hogar, en la educación de sus hijos, y en sus servicios públicos; esos son en realidad campos mucho más amplios y más fecundos y…”. Un sonoro timbre le cortó la palabra; se hizo un inmediato silencio. Eran las 8 y 10 minutos exactos: hora oficial de iniciar el acto. De un sitio cercano, a nuestra derecha, se levantó un hombre aún joven, extraordinariamente alto, se adelantó hasta el micrófono y habló con voz sonora y clara: “En un minuto de silencio, cada uno se presente delante de Dios, conforme le inspire su corazón”. Inclinó su cabeza en actitud de oración, y todos hicimos lo mismo. Fue un momento de profunda devoción. ¡Cómo es expresivo el silencio cuando el corazón habla! ¡Cómo une a la gente un instante así! Soy creyente y afecto a la meditación, pero en aquel instante me sentí en perfecta armonía espiritual con toda aquella multitud a la que no conocía, como tal vez nunca lo había sentido. Puede haber muy variados vínculos entre las personas, pero ninguno como la comunión espiritual. Alzando la voz, continuó: “Dios, cuando la locura de los hombres llegó al colmo de destruirse y destruir todo, nos pusiste, por tu gracia, en un lugar

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aparte y nos preservaste del desastre. Reconociendo nuestros errores, rectificamos nuestro camino y nos hemos esforzado, con sinceridad, por vivir como una familia, amándonos como hermanos. Hay felicidad y dicha entre nosotros porque los corazones son limpios, y los espíritus dispuestos a servir. ¿Somos mejores nosotros que aquellos que cayeron en el gran pecado? No, sino que tu gracia nos libró de las consecuencias del mal. Te pedimos, te suplicamos, que no nos dejes, para que no caigamos. Sin tu bondad en nosotros, seríamos malos entre nosotros; sin tu lealtad seríamos hipócritas y traidores los unos con los otros; sin tu amor en nosotros, seríamos egoístas, envidiosos y avaros; sin tu grandeza seríamos débiles, pequeños y ruines para con los demás. Que tu presencia de Padre permanezca para que nos sintamos y nos amemos realmente como hermanos, y nuestras vidas se complazcan en enseñarnos unos a otros, en sostenernos, en alentarnos, en orientarnos, en ayudarnos, en perdonarnos. Aún hay maldad en nosotros, pero deseamos el bien; aún tenemos tinieblas, pero amamos la luz; aún somos mentirosos, pero amamos la verdad. Que tu presencia y tu ayuda nos permita vivir como si ya hubiésemos alcanzado lo que tanto deseamos. Que así sea, Dios Creador y única esperanza”. Reconozco que tengo un espíritu débil, que me emociono co facilidad, pero allí era evidente que no era yo solo quien había tomado para sí las palabras de la oración. Había real unanimidad de espíritu. Una música muy suave fue llenando el ambiente y penetrando en el corazón del público. Algunas voces fueron uniéndose a la música, suavemente, progresivamente, uno aquí y otro más allá; más y más fueron agregándose… Era una continuación de la oración, a la que cada uno se unía voluntariamente, sinceramente, por dictado de su corazón. Llegó un momento en que tal vez 300.000 personas, o más, cantaban armónicamente, siguiendo la música. Era algo extraordinario, de profundo y bellísimo contenido. La melodía era sumamente parecida a la de Read en el himno 119 del Himnario Evangélico. Se repetían una y otra vez las mismas palabras: pedido de ayuda, y gozo por la seguridad de la presencia de esa ayuda. Fue mermando la intensidad de la música y del canto hasta llegar casi insensiblemente al silencio. Luego, el hombre alto que dirigía el acto, hizo una seña a un grupo que estaba muy cerca suyo. Se levantaron y adelantaron algunos hombres y mujeres con niñitos chicos; serían unos 40 o 50; era una presentación o “bautismo”. Dijo aquél: “Tenemos hoy el gran gozo de recibir a estos pequeños que han nacido últimamente. Os los presento y recomiendo: séannos como hermanitos y como hijos; tendremos en ellos un motivo más de amor y de servicio. Ayudemos con alegría a sus padres, a criarlos y educarlos en rectitud, honestidad y amor. A continuación, fue citando los nombres de los padres y de los niños. A medida que saludaba y felicitaba a cada matrimonio, les entregaba una plaquita metálica, a modo de medalla. De inmediato, el público rompió el silencio devocional y se iniciaron conversaciones, que pronto formaron un gran murmullo. Gran cantidad de niños y jóvenes de ambos sexos salieron de las instalaciones y fueron entrando en seis “bocas de túneles”. Me dirigí a Viro, preguntándole: “¿Ese señor que

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dirigió el acto es un sacerdote?”. “Según lo que se quiera entender por “sacerdote” –me contestó-. Si sacerdote es persona especial, dedicada a ser intermediario entre Dios y los Hombres, con exclusividad de misión, éste no es un sacerdote. Nosotros estimamos que cada hombre puede y debe dirigirse y relacionarse con la divinidad directa y personalmente. Cada uno conoce y representa a Dios, según la mayor o menor porción que Él ocupe en su corazón. Y esto, lo comprenderás, no es cuestión de profesión. El profesor Guniel (así se llama el hombre alto) es un ciudadano como cualquier otro, es perito en cunicultura y profesor. Tú y yo somos sacerdotes como él, y tenemos derecho a pedir la dirección del acto en cualquier oportunidad. Siempre hay muchos interesados, y se designa por sorteo. De paso, te comunico que después del descanso de mediodía se te invitará para que hables al público”. De los túneles empezaron a salir los niños que habían entrado anteriormente: todos se dirigieron al centro del campo, lugar en que habían puesto una pirámide terminada en una plataforma, sobre la que había un hombre. Sin que se oyese voz de mando, los niños fueron formando frente al centro, en seis secciones separadas. Cada sección se abría en abanico hacia fuera, formando un triángulo cuyo vértice lo formaba un niño situado frente al centro; en la segunda fila eran dos niños, en la tercera tres, y así en adelante. Cada sección tenía treinta filas de fondo, contando por consiguiente con 465 niños; como eran seis secciones, había un total de 2.790 pequeños. Su edad estaba entre 8 y 13 años, varones y niñas. El equipo estaba formado por un corto pantalón con pollerita de color marrón oscuro, blusa gris muy claro, y un casquetito. A medida que llegaban tomaban sus puestos; el profesor fue comprobando la formación. Ya listos, de frente a una sección indicó, ejecutando, los ejercicios que habían de realizar: una serie de tres; hizo lo mismo con cada sección; cada una empezaba con un ejercicio distinto a la anterior. Hizo un signo, empezó una música rítmica y él, frente a una sección, inició el primer movimiento. Al hacer el segundo movimiento estaba dando frente a la segunda sección. Así siguió girando y dando intervención a las secciones restantes. Era una maravilla de armonía. Hicieron muchos ejercicios de brazos, de piernas, de flexión, combinados, etcétera. Luego vinieron los jóvenes. El equipo era igual, y la edad comprendida entre 14 y 19 años; las formaciones iguales, pero más espaciadas las filas. Otro profesor los dirigió. Hicieron variados ejercicios gimnásticos de pie, sentados, de espalda, boca abajo, combinados. Podría decirse que lo ejecutaban a la perfección. Hacen ejercicios como elemento salubre, para lograr buena formación y desarrollo del cuerpo, y a fe que lo consiguen. Terminado este número del programa, hubo música y canto. Luego, una serie de saltos acrobáticos. Con esto terminó el programa matutino. Todos se dispusieron a comer donde estaban, lo que habían traído. Viro y yo teníamos nuestras raciones dentro de mi “Cámara”. Le pasé su parte por la “Cámara intermedia”. Varios vecinos de asiento nos ofrecieron legumbres y frutas, pero nuestra ración era bien suficiente. Uno de ellos me ofreció cigarros, y eso sí acepté. Son poquísimos los que fuman, y eso casi exclusivamente por razones de salud; cada uno cultiva y elabora su propio tabaco. Usan una solanácea

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pero no del género “tabacum” como la nuestra, sino del género “petunia”, a la cual han mejorado hasta producir hojas de 10 a 25 centímetros. Ejerce una acción calmante. Fueron dos horas de grata conversación.; muchos vinieron a saludarme. De pronto, sonó un timbre: era una prevención; todos volvieron nuevamente a sus respectivos sitios. A un segundo sonido del timbre, todos hicieron silencio; yo ya me había preparado para salir. Uno de los miembros del “Consejo de Sabios” se adelantó al micrófono. Anunció mi presencia y luego de muy pocas palabras me invitó a pasar adelante. Dije que en un primer momento, como primera reacción, me había sentido molesto por lo que había considerado un abuso y una violencia, pero que conocida ahora su finalidad y su manera de ser, me sentía profundamente agradecido; que aún cuando siempre había confiado en le Hombre, porque confiaba en Dios, nunca me había imaginado que hubiese tal posibilidad y capacidad para el bien, en el corazón humano, como la que veía en esa maravillosa comunidad que ellos formaban. Siempre había amado el bien, pero había dudado de su extensión., y ahora comprobaba mi error. Volvería a mi tierra co una experiencia riquísima y con un inmenso caudal de conocimientos nuevos, a la vez que con una fuente inagotable de energías para trabajar; que bregaría por la extensión universal de los principios que a ellos los guiaban y sostenían, pero que comenzaría por formar en mis campos particulares una pequeña comunidad que demostrase, sin lugar a dudas, cómo se podía hacer una vida fraternal. Agradecí las múltiples atenciones de que se me hacía objeto, y me ofrecí incondicionalmente para lo que pudiese servir. El señor que me había presentado me dio un largo abrazo. Volví a mi sitio, a donde demoré en llegar por las interrupciones de todos los que querían decirme algo. Cuando me ubiqué de nuevo vi que un grupo de jovencitas se aprestaban para una carrera de vallas. Tuvieron varias series. Al final, ya sobre la terminación, en la serie final reconocí a Saranabi, que luchando bravamente consiguió el segundo puesto. Durante toda la tarde los jóvenes, por equipos, realizaron pruebas de atletismo: saltos, carreras, lanzamientos, en los que demostraron una excelente preparación y un magnífico espíritu de compañerismo. Las actuaciones se anotaban cuidadosamente con miras al torneo general anual. Pude ver a Un dirigiendo y acompañando a uno de los equipos; más tarde vino hasta mí con su novia y me anunció que en la próxima reunión se casaban, pidiéndome que no faltase; le aseguré que no pensaba perderme ninguno de aquellos actos, y mucho menos aquel en que ellos se casasen. Iba a entrar el sol cuando se dio por terminado el programa. Empezó el gigantesco desfile, impresionante, de aquellas 300.000 personas, lleno de aparentes peligros, pero que quedaban sólo en apariencias por el espíritu de orden y de respeto de aquella gente. De regreso, le dije a Viro que quería hablar con él, en alguna oportunidad, de Dios y de religión. Me respondió, con su característica amabilidad y simpatía, que lo haría con gusto cuando yo quisiera. Me anunció que a la mañana siguiente Turo iría a buscarme en el “domis” para una nueva excursión por las regiones desoladas de los alrededores.

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Al anochecer, sentía más fresco que en días anteriores. Algunas nubes oscuras se destacaban en el cielo. Baido me dijo que podía suceder que nevase en las montañas, aún cuando era muy temprano en la estación. Quedamos largo rato charlando sobre el clima.

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X – LA CIUDAD MUERTA

Jamás, según opiné en ese momento, había presenciado una salida de sol más maravillosa. Una nevisca temprana y leve había echado sobre las cimas un manto de blanco. Los picos, como recubiertos de una cubierta nacarada, brillaban con intensidad. Inmediatamente por debajo, vetas de cornisas y contrafuertes nevados resaltaban sobre el fondo marrón. Algunos estratos, de un rojo vivo por la luz del sol naciente, se destacaban sobre el oscuro cielo, más allá de las montañas.

*** A las 8 llegó Turo a buscarme, y partimos volamos hacia el Este, en dirección a las montañas. En la ladera, en la región de los bosques, en el fondo de un vallecito transversal, me señaló una sucesión de cuatro o cinco grandes piletas vacías. “Ahora después te explicaré”, dijo, y continuamos ascendiendo. Nos detuvimos frente a las partes nevadas. El sol ya iba fundiendo la nieve en pequeños torrentes; el agua descendía hacia el valle. “Tenemos cierta escasez de agua –dijo Turo-. Las lluvias son pocas y escasas, y los cultivos se hacen en base a riegos. No disponemos de más agua que la de tres pozos de rendimiento irregular, la que se trae del lago Vaenli desde 100 kilómetros, y es preciso someterla a tratamiento, y la que proviene de las nieves derretidas. Fíjate cómo ya corren los arroyitos, y van a juntarse luego allá en el valle, para así llegar a las piletas. Son piletas de decantación; al salir de la última pileta, el agua está perfectamente clarificada y lista para el almacenamiento. Un kilómetro más abajo hay varios grandes depósitos subterráneos de los que sale el agua para el consumo. Como no hay peligro de contaminación, el agua sólo debe ser decantada y filtrada. ¿Recuerdas la noche que te raptamos? ¿Te diste cuenta que te habíamos desinfectado? No tenemos aquí ningún microbio, y no queremos tenerlo. No es probable que el “domis”, luego de cruzar el espacio, pudiese traer alguno en su estructura exterior; sin embargo, estando aún muy lejos, el “Rayo de la muerte” le da un buen baño, con lo cual no queda ninguna posibilidad para los pobres “bichitos” de ustedes”. Reiniciamos la marcha hacia el Noreste a no más de 7.000 metros y a no muy gran velocidad. “Si en algún momento ves algo que te interese en forma

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especial, me avisas -dijo mi compañero-; de otro modo, iremos directamente a un lugar que quiero mostrarte”. Llanuras, tierras de colinas, mesetas y montañas, se sucedían sin orden, pero siempre todo sumido en la desolación y el silencio; regiones claras, otras más oscuras, pero todo igualmente estéril y muerto. “En la época en que se produjo la guerra criminal que aniquiló a todo el planeta, menos milagrosamente una parte de lo que hoy es Rada Nael, había dos grandes naciones, o grupos de naciones, acérrimas enemigas, y un principado libre, enclavado en medio. Tenían armas tan poderosas, que comprendiendo lo ruinoso de una guerra, la iban difiriendo, engañándose mutuamente, pero sin llegar a una fórmula de verdadera paz. Cada una de ellas quería sacar provecho en perjuicio de la otra en cada tentativa de acuerdo. Accidentalmente se comenzó. Mutuamente se lanzaron millares de explosivos termo-electrónicos. El exceso de calor y la gran cantidad de radiaciones y partículas, produjeron un fenómeno imprevisto: la transformación de la materia orgánica en sustancia explosiva por desintegración instantánea. Todo quedó arrasado, consumido; todo desapareció: hombres, obras, bestias, y hasta una parte de la propia Naturaleza. Estos sitios que sobrevolamos eran del país llamado Mercial. Tenía algunos terrenos pobres, por lo que la población se apiñaba donde podía; altamente industrializado, con grandes adelantos científicos, pero gente con poquísima moral, sin vida espiritual. Veremos lo que quedó de la capital, que con las zonas adyacentes sumaba 7.000.000 de habitantes”. Una alta montaña se había ido acercando. Eran las diez de la mañana y habíamos recorrido unos 4.000 kilómetros. La montaña, que corría aproximadamente de Suroeste a Noreste, formaba un ángulo y se dirigía al Sureste. Un ancho y profundo surco, paralelo a la montaña, decía de la existencia de un río, en este momento sin agua. Se notaban los restos de la gran ciudad. Trozos de las más anchas avenidas habían quedado libres de escombros, y algunos restos tenían aún cierto aspecto de pared; lo demás, era una interminable sucesión de montones de pedruscos calcinados. “Mira –dijo Turo, señalando un punto-, ahí era el Palacio de Gobierno, considerado a prueba de cualquier bomba”. Viajamos hasta muy bajo. No había muchas radiaciones. Se distinguían muy bien los trozos de pared entre el amontonamiento de restos. Por entre los intersticios se notaba un detritus o ceniza oscura. Cuatro grandes plazas destacaban claramente su rectángulo nivelado. Cerca de uno de los bordes de la ciudad había habido un gigantesco estadio entre un parque: un montículo circunferencial era lo único que quedaba. En tres lugares distintos, se veían restos de los diques que en el río hacían el embalse de agua para el consumo de la ciudad; estaban deshechos, y la parte alta cubierta por una gran cantidad de material de arrastre. “Parece que era un río grande. ¿No tiene más agua?” –pregunté. “Sí, tiene un poco, pero corre entre las piedras del fondo. Mira allá, esa serie de montículos altos… Todo eso eran grandes fábricas. Sólo esto queda de la acumulación, en centenares de años, de conocimiento y experiencia; de la acumulación de capitales, de la acumulación de trabajo. ¿Puede haber algo más tonto que

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vidas dedicadas a preparar la muerte?”. “Me parece –dije- que no he visto otros restos de ciudades. ¿Es que no había más ciudades grandes?”. “Sí –respondió-, había muchas, pero han sido literalmente borradas, desintegradas. El alto grado de conservación en que esta se halla, constituye un misterio. Lo atribuimos a tres causas. Fue el primer lugar de ataque, sólo obraron las bombas, y bombas que seguramente explotaron anormalmente, mientras que en otros lugares actuaron principalmente las reacciones secundarias, en forma mucho más activa que las bombas. En segundo lugar, ellos tenían una torre del “rayo de la muerte”, no muy potente ni perfecta, pero suficiente para derribar la escuadrilla que los atacó, a una distancia bastante grande. Después te lo mostraré. En tercer término, debe haber influido algún fenómeno meteorológico atenuante. Al norte de las montañas se halla una extensísima meseta totalmente abierta a la región polar. Las grandes explosiones al sur de la ciudad deben haber provocado una especie de succión, y una violentísima corriente de aire helado, y tal vez nieve, se precipitó saltando por sobre los montes. Son sólo suposiciones, pero pudo haber sucedido así”. Nos corrimos hacia el Sur, a unos 45 o 50 kilómetros; una serie de inmensos cráteres de fondo oscuro se destacaban sobre la llanura. “Al llegar aquí los aviones atacantes con su carga mortífera, fueron rociados con las radiaciones del “rayo de la muerte”. Los pilotos perdieron el control de sus aparatos, y la noción de las cosas; pueden haber alcanzado a soltar las bombas… o cayeron junto con ellas. Por la magnitud de los hoyos y el estado del material circundante, se deduce que la explosión no se produjo en el instante preciso porque su acción fue atenuada. Verás otras y podrás comparar. Las explosiones de reacción secundaria sólo se producen cuando han llegado a un cierto grado la temperatura y la carga electrónica del ambiente; es decir, después y a consecuencia de un cierto número de explosiones primarias”. Nos corrimos unos 200 kilómetros al Sureste. Había sido una zona de colinas en forma de meseta. “Esta zona –dijo Turo- era zona prohibida, cerrada; se suponía, acertadamente, que era zona de industrias bélicas. Esas mesetas estaban llenas de galerías subterráneas, que pretendían ser inmunes a bombas. El enemigo tenía interés en un ataque en masa. Mira cómo quedó todo”. Sólo las mesetas más extensas habían conservado un débil indicio de lo que habían sido; lo demás era un maremágnum de rocas deshechas. Surcos alargados mostraban el lugar donde algunas galerías habían volado al espacio por las sucesivas explosiones internas. Los cráteres de impactos directos no se mostraban en esa zona; en cambio más allá, a una veintena de kilómetros, presentaban un singular aspecto. Volvió a explicarme Turo: “Aquí, un gran bombardero fue lanzando sucesivamente seis bombas, una a cada kilómetro. Las primeras explotaron con su acción natural.; las siguientes, sufrieron la influencia de “algo”; seguramente habían comenzado las reacciones secundarias. Fíjate que los cráteres son menos profundos pero siempre más extensos. Muy posiblemente, el aparato criminal cayó ahí mismo”. Se notaban claramente hasta doce de

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esas series paralelas, con una separación de dos a tres kilómetros entre ellas. ¡Un espacio de 250 kilómetros cubierto en un solo ataque! Turo continuó: “Fue este uno de los lugares en que comenzó la deflagración, el enloquecimiento de los elementos. Uno de nuestros primeros “domis”, imperfectos aún, en acción de observación andaba en ese momento muy cerca, hacia el sur. Desde 20.000 metros, con sus anteojos vieron horrorizados el progreso de la hecatombe: llamas que se alzaban a 2.000 mil y más metros… y el círculo de fuego que avanzaba arrasando todo”. Eran ya más de las 11 horas. Tomamos altura, y a una velocidad de meteoro pronto estuvimos en “Rada Nael”. Agradecí a Turo la compañía y nos despedimos. La comida ocupa siempre poco tiempo, dada la forma como está preparada. Desde mi primer paseo, cuando Aino dijo a Saranabi que me gustaban las uvas, la noticia se extendió, y todos los días llegaban, como obsequio de vecinos, frutas hermosísimas en cantidad muy superior a lo que podía consumir. Aún haciendo partícipes a Baido y su esposa, sobraban. El sobrante lo enviaba Baido a la fábrica.

ESCUELAS. Aquella tarde vino Areso para acompañarme quería hacerme ver algunas Escuelas Superiores son todas escuelas de aplicación o práctica. Es enseñanza obligatoria para todos los jóvenes de 14 a 20 años. Comprenden en su programa todo lo que el Hombre necesita saber en la vida para desempeñarse con eficacia ante cualquier necesidad: tareas domésticas y agrícolas; cría de cabras, conejos, cuises, ratas, aves; manejo de herramientas y máquinas caseras e industriales. El lema es: “un Hombre debe saber todo lo que es posible hacer”. Toda persona mayor debe dar a la comunidad 12 horas de trabajo por semana. Se establece por sorteo quién, cuando, y en qué debe trabajar. Es, pues, necesario saber hacer de todo. En una clase de horticultura hallamos un profesor con un grupo de 12 alumnos en sus tareas prácticas. Los grupos son siempre pequeños. En otro lugar, un grupo aprendía la parte práctica de la construcción de una casa, aplicando allí también lo que ya sabían en teoría. Otro grupo construía un trozo de carretera nueva en la ladera de la montaña. A su lado, otro profesor con un grupo seleccionaba árboles del bosque, los derribaban y los cortaban en trozos, para conducirlos luego a la fábrica de celulosa, ya que no usan madera casi para nada. Tienen máquinas espléndidas. Todo el trabajo se hace mecánicamente, a base casi exclusivamente de motores atómicos. Cada clase, cada trabajo, es oportuno para que el profesor moralice, y oportunidad de conducirse fraternalmente, sin rehuir responsabilidades, sin buscar ventajas, buscando por el contrario servir y ayudar a los compañeros. Visitamos una de las fábricas de elaboración de carnes. Hay varias en la extensión del valle. Es un lindo edificio, no muy grande, de dos pisos y subsuelo con frigorífico. Pequeños grupitos de obreros y obreras, todos mayores, realizan las distintas tareas; son los vecinos de esa zona a quienes les tocó trabajar ese día. Se comienza por traer la cantidad exacta de animales que se piensa elaborar. Tienen poquísimos animales: cerdos, cabras, conejos, cuises, ratas, pavos, gallinas, palomas y algunos

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patos. Se elaboran mezclados. Las reses, desprovistas de la piel y de las vísceras, son cortadas en trozos del tamaño de un puño, más o menos. A esa carne la colocan en marmitas herméticas con una pequeña cantidad de agua y sal suficiente. Luego se somete la marmita y su contenido a la acción de radiaciones por unos pocos minutos, lo cual provoca aumento de temperatura y de presión, además de la acción especial. Se baja la presión lentamente, se enfría el contenido y se retira. La carne ya está blanda; se retiran los huesos, que pasan a un molino. La carne es picada sumamente fina hasta formar un puré, y se le agrega la harina de huesos. A esta pasta de carne se le hacen agregados para constituir una comida completa: legumbres, patatas, harina de pan, tomates, zanahorias y huevos, etcétera, y una porción de vitaminas. Según los aditamentos, se logran distintas mezclas: Nº 1, Nº 2 y Nº 3. No utilizan más condimento que la sal y algunas hojas vegetales que usan muy parcamente. Las mezclas ya listas son dosificadas en sustancias grasas, y se les agrega aceite vegetal en la cantidad necesaria. Se envasa en potecitos metálicos inalterables, y se cierran con tapa a rosca. Se les da una leve rociada con radiaciones, se etiquetan, y se depositan en el subsuelo. Cada potecito contiene una ración propia para una persona normal entre 14 y 70 años. La carne que más abunda es la de ave, ya que cada casa tiene un gallinero. Como una alimentación correcta no debe mirar sólo a la calidad y valor alimenticio, sino que también a su volumen para un correcto funcionamiento de los órganos digestivos, en cada casa hacen gran consumo de hortalizas que ellos mismos cultivan y preparan. Esto hace que la labor culinaria de las amas de casa sea mucho menor que entre nosotros, y disponen así de mucho más tiempo para otras tareas: servicios públicos, cultivos y cuidado de las aves. Una consecuencia de esto es que marido y mujer son compañeros de tareas.

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XI – VIDAS PARALELAS II

RECOMIENZO

Espesa neblina cubría el valle esa mañana. La humedad se había condensado temprano con el fresco de la noche. La gente estaba contenta, pues beneficiaba los cultivos, y era prueba de buen tiempo normal. Pronto, el calor del sol naciente dispersó y consumió las nubes que se fueron formando. Esa mañana tenía entrevista con el Essi, y Viro me acompañaría. A la hora determinada llegamos al lugar. Siempre me agradó la puntualidad, y allí pude apreciar los beneficios de su aplicación. La puntualidad debe ser virtud fundamental en una Democracia, porque puntualidad es orden, es respeto, y es expresión de personalidad. Es común en nuestras oficinas públicas que los jefes de reparticiones, de todas categorías, desconozcan la puntualidad. Fijan horarios de citas que no cumplen. Siempre se hacen esperar. ¿Es eso espíritu democrático? ¿Hay igualdad y libertad en esa imposición de condiciones? Es desorden y desprecio por la personalidad humana, y la Democracia se basa en la personalidad. Exactamente a la hora fijada, apareció Essi Dao, y nos saludó con gran cordialidad y alegría. Me hizo seña de pasar a mi “cámara”, luego de preguntarme por mis andanzas. De inmediato, comenzó: “En nuestra revista histórica, no hemos de entrar en detalles. Sólo tomaremos los grandes puntos que dan orientación al asunto: lo que importa es el significado. Los primeros tiempos de la Civilización fueron períodos lentos, indecisos… Nada había aún hecho, eran los cimientos para lo que se había de construir. Por eso, en nuestra primera charla pasamos por sobre miles de años. Habíamos quedado en que, como consecuencia de la inmoralidad, la gran nación, cabeza de la Civilización, había dado un traspié. Hordas primitivas, venidas de lejos, físicamente poderosas, se adueñaron de la situación. Se mezclaron: los autóctonos aportaron los medios materiales, los otros su concepción moral de la vida. Fue como si el Hombre, con todo lo material que tenía, pasase a vivir dos mil años atrás. “Resurgieron los pequeños señores egoístas, ambiciosos y crueles. Entretanto la Iglesia, aprovechando la oportunidad, se había hecho sumamente poderosa. Nuevamente el Hombre, con el mal uso de una cosa buena, tendió una sombra sobre su propia trayectoria. La ambición de dominio torció la misión específica de la religión. Los jerarcas de la Iglesia pospusieron su carácter divino a sus debilidades humanas, y usaron aquél en

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beneficio de estas. Es uno de los mayores crímenes: el envilecimiento de las cosas grandes. Faltos de fe religiosa, la simularon con espectacularidades: no pudiendo despertar fe en el pueblo, generaron el fanatismo y las supersticiones. Ingresaron a las filas del sacerdocio muchos individuos impulsados sólo por un deseo de vida regalada mediante la conquista de bienes terrenales. No les convenía el resurgimiento de un gran imperio único, y solamente ayudaban a los pequeños capitanes en el mantenimiento de su autonomía. “Época de crisis para la porción espiritual del Hombre que, no hallando nada actual en que nutrirse, buscó en raíces más antiguas. Algunos hombres, ansiosos del verdadero bien y de la verdadera libertad al margen de lo religioso y de lo político, reiniciaron el proceso de mejoramiento. Empezaron a nacer las Ciencias. Esa nueva orientación daba libertad y requería libertad. Por error de sus jerarcas, la Iglesia vio un peligro en ese proceso: le convenía la ignorancia de las masas. Empezó una guerra sorda, cruel, infame, que creó antagonismo ridículo entre la Ciencia y la Religión… ¡Como si todo no proviniese de Dios! Esa tozudez de la Iglesia, que nunca más dejó de ser hasta el advenimiento del desastre final que arrasó la población del planeta, inició su desprestigio como real autoridad. Algunos sacerdotes y civiles realmente creyentes no podían aceptar esa marcha en cuesta abajo. Se originó un movimiento de depuración, se transformó en conflicto y terminó en cisma. Surgió una Iglesia Nueva, revisada, de carácter democrático, en contraposición a la Iglesia anterior, de carácter imperialista. “Para ésta, que llamaremos Iglesia Imperialista, el pueblo estaba formado por “individuos” que debían acatar sumisamente los dictados de los dirigentes, que eran los únicos capacitados para comprender, dictaminar y dirigir. La Iglesia Democrática, como llamaremos a la nueva, no aceptaba supremacía de nadie. Consideraba al Hombre como “persona”, y como tal: independiente, capaz y responsable. Fue un bellísimo movimiento, de un contenido grandioso; un grito de rebeldía del alma humana al ponerse de pie, en defensa de su libertad integral, de su dignidad y de su capacidad para el bien. La Iglesia Imperialista, incapacitada espiritualmente para comprender el asunto, no cedió. Por el contrario: siempre que pudo, usó del poder para pretender imponerse. Hubo persecuciones, masacres sangrientas, de una crueldad e ignominia tales que sublevó a todo quien fuese capaz de razonar por sí, que subleva aún hoy al recordarlo, y que constituyó, sobre la Institución promotora, un baldón ilevantable y un desprestigio del que no volvió más a rehacerse; por otra parte nunca lo procuró efectivamente. Las naciones que se formaron por fortalecimiento de algunos capitanatos, se dividieron por su religión. “Las Ciencias, aunque incipientes, provocaron adelantos industriales y locomotivas. La navegación, impulsada por el comercio, tomó gran incremento. Navegantes audaces e intuitivos se lanzaron a mares desconocidos, se descubrieron nuevas tierras y nuevas agrupaciones humanas con distintos grados de civilización. Nuevamente, de una cosa buena el Hombre hizo mal uso, para su vergüenza. Se despertó en las naciones una sed

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de conquistas sin límites. Olvidando, o no comprendiendo, que por su sola cualidad de Hombre, todos los seres humanos son libres, iguales y hermanos, se entró a las nuevas tierras con la violencia. Tratando a los nativos como enemigos, no se buscó ayudarlos sino someterlos y despojarlos. La Iglesia Imperialista, bastante decaída, vio una oportunidad de expansión, y de poder usar sus métodos impositivos: se forzó a los aborígenes a abandonar sus sencillas creencias, no con la convicción sino con las cadenas y las torturas. “Algunas naciones se apoderaron de inmensas regiones de las que usurparon fabulosas riquezas que luego dilapidaron. Se crearon a sí mismas una aureola de gloria que los encegueció hasta el punto de que, cuando más adelante lo perdieron todo, continuaron viviendo “mirando hacia atrás”, acallando su miseria y su pequeñez con el recuerdo ya muy lejano de aquella fugaz gloria que una vez habían tenido… ¡El caído que en lugar de hacer todo por levantarse, se pasa el tiempo quejándose y rememorando su vida de cuando estaba en pie! “La expansión territorial, el aumento de la población, los nuevos mercados, nuevas materias primas, y el adelanto de la Ciencia, dieron un impulso extraordinario a la Industria y al Comercio. Las naciones en que primaba la Religión Democrática, al facilitar la iniciativa personal y la libertad de acción, pasaron decididamente al frente. Fueron naciones creadoras de riquezas, y no sólo recolectoras, como las otras. Buscando enriquecerse, enriquecieron sus conquistas. Las otras, las empobrecían. En la Iglesia Democrática no todo era fidelidad y rectitud, ni mucho menos; se fueron agregando elementos que sólo lo hacían por comodidad de posición frente a las masas, o por conveniencia. Sin embargo, al desligarse los sacerdotes del poder político, pudieron conservar sus principios. Hubo algunos casos de gobernantes que mezclaron la religión en sus tareas, pero fuero excepciones. Se consideró siempre fundamental la independencia entre la Iglesia y el Estado, la libertad de culto, la libertad de palabra y la igualdad, de modo que la religión continuó siendo popular. Entre tanto, en las naciones de primacía de la Iglesia Imperialista, no se reconocía ninguna de esas libertades, ni la igualdad. Pero como el Espíritu es esencialmente libre, en esas naciones, por reacción, nació una tercera posición religiosa: la incredulidad, o ateísmo. Así que el ateo es hijo legítimo de la religión impuesta. “El intercambio comercial, las mayores facilidades de desplazamiento, y el gran invento de la escritura mecánica, hicieron posible la circulación de ideas. El libro en las manos del pueblo fue un medio de auto-instrucción. A la Iglesia Democrática, sus propios Principios le exigían la elevación cultural e intelectual del pueblo. La Iglesia Imperialista, por el contrario, trató siempre de que el pueblo fuese ignorante, para que fuese fanático y supersticioso, y así más manejable. Bajo la influencia de los principios de la Religión Democrática fueron creándose hábitos de convivencia democrática, que invadieron las esferas gubernamentales, y fueron poco a poco infiltrándose en la política y administración de las naciones de esa esfera. En las naciones de la Religión Imperialista, los gobiernos fueron absolutistas, dictatoriales. La

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población creció grandemente, las tareas agrícolas no podían absorber ese exceso y por otra parte las industrias llamaban obreros. La población de las ciudades aumentó rápidamente, y apareció un nuevo miembro de la sociedad: el obrero industrial. Gana poco, vive mal, pero tiene su libertad. Conversa con sus compañeros, comenta, juzga y critica. Paulatinamente va constituyendo una fuerza y adquiriendo conciencia de ello, pero es ignorante y fácilmente engañado. Sucediéronse revoluciones violentísimas que trastornaron completamente el orden institucional anterior. El pueblo quiere gobernarse por sí mismo y nacen las llamadas Democracias. Fueron movimientos que abrieron un camino excelente hacia la justicia, pero el pueblo no estaba preparado para la tarea gubernativa. Surgen líderes que arrastran a las multitudes: así aparece el “político”. Podría decirse que es una nueva profesión. Los políticos, en una misma nación, no coinciden en las ideas básicas sobre gobierno y administración: se forman facciones que dan origen a los Partidos Políticos. Nuevamente se repite el error: se usa mal una cosa buena. “Todo el mundo comprende la diferencia que hay entre un financista y un financiero: el primero es un técnico, un perito en finanzas, que sabe manejar caudales pero que puede no tener caudales.; el otro es uno que tal vez no sabe mucho manejar caudales, pero que los tiene y los usa para su personal provecho. Con los políticos habría que hacer la misma clasificación: politicistas y politiqueros. El que sabe, que conoce la ciencia política, pero al que tal vez no toca en suerte usarla; y el que sabiendo o no sabiendo, usa la política en su beneficio personal, de su comandita, o de su partido. Esos politiqueros han sido el lastre de las Democracias y la causa de muchos errores cometidos y de los fracasos sufridos. Muchísimos de los llamados demócratas, sólo lo son de nombre. Creen que Democracia es sólo un sistema de política o de gobierno. Lamentable error, porque Democracia es en primer término una posición espiritual y moral, y de ahí una modalidad de convivencia colectiva, de lo cual puede resultar un sistema de gobierno. Los principios de la Iglesia Democrática: intangibilidad de la personalidad, libertad y autodeterminación, propendieron y fueron los generadores de la Democracia. La Iglesia Imperialista y sus adeptos no fueron nunca demócratas sinceros, no podrían serlo. Quien no reconoce al Hombre el derecho de autodeterminación no puede ser demócrata. La ambición de dominio hizo presa entre los politiqueros sin preparación moral, y en muchas naciones hubo largos períodos de guerras internas. Siendo que en una Democracia cada ciudadano tiene un lugar, y debe llenarlo, es evidente que debe saber hacerlo. Por tanto, un demócrata no puede ser ignorante. Ignorancia es negación de Democracia. La primera, primerísima, tarea de un gobierno democrático, debe ser: educación del pueblo. Esto no se comprendió, no lo podían comprender. Los pueblos siguieron siendo ignorantes, y por consiguiente simples títeres, en las manos hábiles de este o aquel politiquero, o de esta o aquella camarilla partidista. ¡Triste herencia de la educación Imperialista! Mira, hijo, los pueblos son como el Hombre: pasan por etapas hasta adquirir personalidad y madurez. El valor de la

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personalidad, su alcance, su solidez, dependen de la educación moral. Nada, o muy poco, importa el origen la situación económica, la instrucción, la militancia política, la filiación religiosa en sí, etcétera. No todos a la misma edad tienen idéntica cultura. A veces un hombre llega a la vejez ignorante, y por tanto incapaz. ¿Quién es el verdadero responsable? Sus padres. Ellos lo tuvieron bajo su dirección y responsabilidad cuando formaba su personalidad. Un padre que no hace todo lo que debe para educar a su hijo, no es un buen padre. Mientras un pueblo no haya adquirido madurez cultural, cívica y moral, necesariamente habrá de ser gobernado por camarillas (sin sentido despectivo) o grupos dirigentes, que en el mejor de los casos sólo tendrá apariencia, o finalidad de Democracia. Será deber de los gobiernos, deber primordial, educar a ese pueblo. El gobierno que no haga todo lo que debe en ese sentido, no será un buen gobierno. Si un padre, por despreocupación o de ex profeso, mantiene a su hijo en la ignorancia para conservarlo bajo su dominio y explotarlo en su personal provecho, es un mal padre y un criminal. Un gobierno que obra de igual modo con un pueblo, es también malo y criminal. Un padre que promueve en su hijo las bajas pasiones de su naturaleza animal para explotar luego esas pasiones en su provecho personal, es un monstruo de iniquidad y abyección. Un gobierno que procede en el mismo sentido con un pueblo, merece el mismo calificativo. “Aunque repugne, es preciso reconocer que hubo aquí muchos gobiernos que, abiertamente o solapadamente, obraron así, y así se fue preparando el ambiente para el desastre final. Es inútil pretender otra cosa; cada camino conduce a una cierta meta”. Se hizo evidente la fatiga del anciano Essi, aumentada por la reacción y tristeza que en su corazón limpio producía el recuerdo de hechos ruines. Un espíritu recto y leal no puede permanecer inflexible ante la iniquidad, y mucho menos cuando ella redunda en perjuicio de terceros que tienen un margen de inocencia. Volvió a tomar la palabra, para decirme: “Hemos dispuesto en tu casa una selección de libros de Historia; allí hallarás los detalles y pormenores que no puedo darte en estas charlas”. Ya de pie, me hizo un signo de despedida y se retiró. Partimos; de regreso, me sentía profundamente afectado; Viro, al comprender mi silencio, me preguntó: “¿Te duele tanto mal?” “Sí –le contesté-, me trastorna que el Hombre, siendo tan capaz y apto para el bien, haya realizado tantísimo mal”. Antes de separarnos, le pedí que esa tarde me dejara solo; le expliqué que siempre había sentido en mi interior la necesidad de momentos de apartamiento y soledad. Se mostró en un todo conforme, y me dijo: “Baido puede indicarte varios lugares”. Antes de separarnos, tomamos un refresco.

FILÚ. A media tarde, siguiendo indicaciones precisas de Baido, me trasladé al extremo norte del valle, allí donde se abre paso hacia las mesetas lejanas, por tres o cuatro desfiladeros profundos y angostos. Por su configuración es

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totalmente inepto para cultivos, y sólo en la primera parte hay bosque. La ladera del desfiladero que elegí, subía en forma de escalones entre las rocas más o menos desmenuzadas. Hay poquísima tierra vegetal, y los árboles, un tipo de cedro, medianamente crecidos y bastante distanciados, hundían sus raíces en las grietas. Una gruesa capa de hojas secas al pie, mantenía seguramente una frescura suficiente. Caminé un poco, subiendo y bajando; desde ciertos puntos se tenía un lindo panorama del valle. Terminé por sentarme bajo un árbol, para leer mi Testamento y meditar. Pronto, un pajarillo comenzó a trinar sobre una mata cercana. Pardo como un chingolo, poco más grande; su trino no era notable pero me alegró grandemente, y más aún al verle tan manso y confiado. Se fue en rápido vuelo para retornar nuevamente, como si su canto fuese expresamente para mí. Le sentí amigo, y mi aprensión, que no me había dejado desde la mañana, se fue disipando. Casualmente estaba leyendo el capítulo 13 de la Segunda Epístola a los Corintios, y me sorprendió en el versículo 5: “… ¿No os conocéis en vosotros mismos que Cristo está en vosotros?”. ¡Cuán pocas veces nos acordamos y comprendemos que somos asiento del Espíritu de Dios! Me sentí reconfortado, renació en mí la esperanza, y me dije: “Todo se puede esperar de un ser que lleva en sí el germen y la potencia del bien”. De un grupo de rocas a mi derecha, surgió una pequeña ardilla. Con una serie de saltos se plantó sobre una roca aislada a mi frente. Era gris y rojiza. Sentada, se lavaba la cara con una pata. Cambiaba de posición con una velocidad inverosímil. Saltó hasta situarse a sólo un metro; desde allí se estiraba hacia mí, olfateando. Tranquilizose con el examen, y se acercó hasta oler mi pie estirado. Volvió a su piedra, y parecía hacerme morisquetas. Recordé que en el maletín debía tener algo de chocolate, pastillas de menta y chicles, y terrones de azúcar. No tenía la más remota idea de si eso podría ser un alimento apropiado y apetecible para una ardilla de Marte, pero probar no cuesta nada en algunos casos. Con pausados movimientos, abrí el maletín y tomé lo que quería. Separé una barra de chocolate y quise partir un trocito, pero con mis manos dentro del grueso guante del “rofodio” me era imposible; finalmente, con el cortaplumas separé un pedacito como de algo menos que media nuez, que aún dividí en dos. La ardilla, encima de la piedra, seguía con sus bruscos movimientos. Pensé que volvería otros días al mismo lugar, que nos encontraríamos de nuevo, y que necesitaba ponerle un nombre… Se me ocurrió “Filú”. No sé por qué; no recordaba nada que así se llamase. Extendí la mano con un trocito en la palma, y llamé: “¡Filú!”. Se sorprendió al oír mi voz. Quedó un instante estática. Renové el llamado: “¡Filú!”. Al notar que no me movía más, volvió a acercarse y terminó por subirse a mi pie. Bajaba, daba un acorridita cercana y volvía a subir. ¿Sabría ella que eso formaba parte de mí? miraba mucho mi mano, y seguramente sentía el aroma del chocolate; periódicamente y con suavidad, yo repetía: “¡Filú!”. De pronto, se decidió: a pequeños saltitos interrumpidos, avanzó sobre mi pierna, llegó a la mano, con un rapidísimo movimiento tomó el chocolate con una manita, y huyó a cosa de cinco metros, se volvió hacia mí, y sentada comenzó el examen: lo miró, lo olió y le dio un pequeño mordisco, saboreando concienzudamente. Por lo

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visto le agradó, pues siguió royendo con toda tranquilidad. Pronto dio cuenta del pequeño trozo, y volvió a su piedra. Tomé en igual forma el segundo pedacito y volví a llamar: “¡Filú!”. Pronto estuvo en mi pie, y yo seguía diciéndole “¡Filú!”. Se apoderó del chocolate como la vez anterior, pero sólo huyó un par de metros. Evidentemente lo comía con satisfacción, pero podría ser que estuviese hambrienta. No sabía si ofrecerle un tercer pedazo. Finalmente lo hice y también lo comió, esta vez sobre mi pie. Corté media pastilla de menta y se la ofrecí. La olía, la rascaba con la otra manita, terminó por probarla y se la comió, pero seguramente la hallaba fuerte. Le ofrecí un terrón de azúcar, y lo comió allí mismo junto a mi mano. No quería darle más nada, y me puse a leer. Ella siguió buscando; estuvo rascando el cierre metálico del maletín, volvió sobre mis rodillas, olfateó el Testamento que tenía en las manos, y lo rascó; de pronto, en un salto ágil, pisando en mi cabeza, trepó por el tronco del árbol. Casi en seguida descendió, se posó en mi cabeza y en mis hombros, tratando de mirar por el vidrio hacia adentro. Parecía darse cuenta que el ser viviente estaba dentro. De repente emitía un sonido apagado, un soplidito violento y corto, como cuando uno quiere reducir un estornudo a la mínima expresión. Tuve temor de que me desgarrara alguna página de mi Testamento, y lo guardé. Cuando me puse de pie para retirarme, huyó un poco y se detuvo; luego me siguió un trecho, desde lejos, emitiendo ahora más sonoro su grito característico.

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XII – EL LAGO SECO

No puedo hacer un relato diario de mis actividades y correrías; necesitaría para ello escribir varios volúmenes y caer en repeticiones; liberémonos, pues, del orden cronológico. Tuve varias entrevistas con técnicos, profesores, etcétera. Visité varias fábricas, examinando su funcionamiento. Al pasar, en algún capítulo relaté algo de lo que vi. Areso me había prometido una excursión a un lugar interesante del planeta antes de las ocho ya estaba en mi casa con el “domis” y yo esperándolo. Partimos hacia el Noroeste, tomando rápidamente altura para salvar las montañas. Más allá se extendía una zona semejante a la del Norte: una meseta alta, con quebradas, que siempre había sido semi-estéril. Me ubiqué cómodamente, con el largavistas en la mano, pues habíamos convenido en no demorar en ningún sitio, salvo que algo me llamase especialmente la atención. Como en esa zona no había nada notable, íbamos a buena velocidad: 8.000 kilómetros por hora. Luego de 15 minutos empezó a cambiar el panorama, descendimos algo y se aminoró la marcha. La topografía del terreno era ahora muy variada: llanuras y sistemas de colinas con algunas sierras más elevadas. “Todo esto –dijo Areso- era región muy poblada, con muchas pequeñas ciudades, industrias, y principalmente zona agrícola. Formaba parte del país llamado Duarán. Muchos, huyendo de aquí, donde eran como esclavos, se lanzaban al desierto que atravesamos, en procura de llegar a Rada Nael, o pasar por el Norte hasta Mercial. La mayoría de ellos perecían de hambre y de sed. Sólo algún grupito, muy bien preparado, llegaba a su destino. Ese desierto fue la única parte que, por su esterilidad, no fue arrasada por el fuego del gran desastre. No hay tampoco radiaciones molestas, por lo cual allí hemos explotado muchas minas minerales desde siglos. Yo mismo he visto esqueletos humanos bien conservados, agrupados, muertos en el último campamento. Duarán era un país rico y extenso, donde los habitantes pudieron haber vivido en paz y con lo suficiente si no hubiese sido por la camarilla que los gobernaba: totalitarios, crueles, insensibles a todo sentimiento. Cínicos y traidores, explotaban a la masa ignorante del pueblo, con el apoyo de un partido de fanáticos”. El aspecto era el ya conocido: tierras arrasadas, calcinadas, rojizas, ya claras, ya oscuras, ya brillantes, ya opacas. De pronto llegamos a una depresión, y tomamos nuevamente mayor altura para tener una mejor vista de conjunto. Nos detuvimos, y Areso me fue explicando: “Le llamaban lago

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Duaner. En realidad era un mar interior: unos 1.000 kilómetros de longitud por más de 200 de ancho. Duarán es “Tierra de los Dua”; y Duaner es “Agua de los Dua”. Los dua eran el pueblo primitivo, que luego se mezcló con los pueblos que fueron conquistando”. Estábamos cerca del extremo Norte y se perdía de vista hacia el Sur. Tenía en conjunto la forma de una gran “S” estirada. El fondo del lago ahora seco, era casi completamente llano, bastante profundo. Presentaba en gran parte de su extensión, relativamente cerca de la ribera oriental, una línea oscura, casi negra y casi continua. Descendimos. La línea oscura se fue ensanchando y terminó siendo una alineación de pequeñas elevaciones. Descendimos sobre una de ellas hasta unos 400 metros; ahí nos detuvimos porque el indicador de radiaciones marcaba ya el máximo prudencial: 45. Areso volvió a tomar la palabra: “Esta alineación de rocas oscuras es el lugar de más intensas radiaciones del planeta. Son metales pesados, propios para la producción de energía atómica. Fíjate que estamos bastante por debajo del nivel de la costa; estarían unos 600 metros debajo del nivel del agua. Nadie sabía que estaba esto aquí. Si los de Duarán lo hubiesen descubierto con suficiente tiempo, habrían dominado a los de Mercial antes de la guerra que terminó con todo. Al producirse la desintegración y explosión de la materia orgánica, este lago rodeado por tierras muy fértiles y cultivadas y densamente pobladas, se vio entre un círculo de fuego y radiaciones. El agua se convertía en vapor, pero casi de inmediato se atomizaba y ardía en la atmósfera. En la orilla, un muro de llamas de 500 metros y aún más… y encima, un techo de nubes ardientes. Las radiaciones de ese infierno de llamas excitaron a estas rocas, ellas también se enloquecieron, comenzó a hervir el mar… y entonces debe de haber sido como una protuberancia solar, una gran llama oscilando y alzándose a 30 o 40 kilómetros de altura y sembrando la destrucción y la muerte a 500 kilómetros a la redonda. Uno de nuestros “domis” vio en parte el horrendo suceso, y huyendo a gran altura pudo salvarse”. Luego de un silencio, continuó Areso: “La violenta conmoción lanzó a alguna distancia trozos de la roca oscura. Puedes ver cómo se destacan sobre el fondo amarillento. Con bastante trabajo fueron llevados a Rada Nael muchos de esos trozos. Son sumamente activos; los “domis”, y la mayor parte de la energía atómica y radiante que usamos, provienen de minerales obtenidos de esas rocas. Hay aquí material como para electrificar todas las actividades de ocho o diez poblaciones como la de vuestra Tierra, facilitando la realización de las tareas, perfeccionándolas, proporcionándoles tiempo sobrante para otras cosas. Pero entonces surge la incógnita terrible: ¿Qué harían de su tiempo sobrante? ¿Lo usarían para bien o para mal?”. Nos corrimos hacia un lado, alejándonos del cordón oscuro, y descendimos más: llegamos a unos 70 metros; el suelo está formado por una arena vítrea, como escoria de carbón; en parte, parecían cenizas. Dijo Areso que en varias oportunidades habían llevado a Rada Nael de ese material para ensayos. Es sumamente liviano, rico en metales alcalinos: calcio principalmente, sodio,

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potasio, etcétera. Sería muy bueno para la fabricación de abonos minerales, pero ellos los obtienen por otros medios. Viajamos a lo largo de la costa, del Norte hacia el Sur. Se notaba en parte muy bien que el lago tenía como origen un movimiento tectónico. En muchos lugares, ciertos amontonamientos de material daban al paisaje un aspecto diferente de lo demás. “Es todo lo que queda –dijo Areso- de ciudades grandes, progresistas, ricas, densamente pobladas. Gente que vivió despreocupada del bien. Vidas orientadas a la obtención, en el momento, de satisfacciones a la animalidad; basando el bien propio en el mal ajeno como influenciados por la idea de que el bien fuese algo tangible, limitado y fraccionable, de modo que para tener un poco de bien, fuese preciso que otros no lo tengan. Sin un sentimiento de nobleza y de generosidad para nadie, sin un pensamiento de grandeza, viendo en cada ser humano un rival, un contrario, un enemigo, contenidos en sus desmanes únicamente por la ley jurídica y las sanciones. Lobos encadenados, incapaces de concebir a la justicia como un acatamiento que se da por amor y respeto, se la imaginaban como un látigo y un manojo de llaves. El odio que no podían verter libremente dentro de sus fronteras, lo proyectaban sobre los países limítrofes. Los gobernantes y políticos criminales que con sus prédicas y procedimientos mataron el corazón y la moral de las masas, fueron luego totalmente incapaces de contenerlas. Las pasiones y sentimientos que fueron poco a poco desatando en el pueblo para dominarlo más fácilmente en beneficio de su egoísta plan de dominio, adquirieron tal violencia y volumen que les fue imposible controlarlas; incontenibles, se desbordaron arrasando con todo… Se les puede comparar con las llamas que arrasaron el planeta: las sucesivas explosiones crearon un ambiente en el cual no hubo más ninguna barrera posible. ¡Que sea posible que la vanidad y el egoísmo del Hombre pueda arrastrarlo hasta cometer semejantes imbecilidades y locuras!”. Calló. Se veía claramente que en su corazón de hombre sensato y bueno se sentía herido por el recuerdo de lo que había sucedido. Iniciamos la vuelta, dando un rodeo hacia el Norte. Tomamos altura y pronto divisé, allá a la distancia, una gran mancha blanca. “Es el invierno que se nos viene”, dijo mi compañero. Era el casquete polar.

HUERTAS. Por la tarde volví a salir solo, y me dediqué a visitar huertas. Son realmente peritos y constantes trabajadores. Han logrado extirpar casi completamente toda hierba inútil. Los plantíos parecen de exposición. Utilizan fertilizantes minerales científicamente dosificados, y riego. El agua llega en caños que se ramifican dentro del predio. Usan la aspersión o el método de los canalitos a lo largo de las filas. La remoción de la tierra la hacen con pequeños tractores atómicos que arrastran distintos implementos. Como no hay lluvias torrenciales, la tierra se conserva mullida. Siembran un número relativamente pequeño de hortalizas y algunas plantas industriales. En su tiempo, deben sembrar tres hectáreas de trigo para el pan. Con la paja hacen el poco papel que usan en impresión de libros y papel de escribir. Otra parte, deshilachada, produce una especie de estopa, o algodón grueso, que usan como material

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aislante en la construcción de casas. Para la obtención de aceite comestible cultivan una leguminosa. Al azúcar lo obtienen de una caña, pero de reducida altura y gran grosor y rendimiento; le dedican un cuarto de hectárea; un cuarto de hectárea de uva para vino, cultivada en espalderas altas de dos metros, y obtienen un vino excelentísimo de baja graduación, espumante y muy digestivo; media hectárea de patatas, de dos tipos: uno para consumo directo y el otro de tubérculo grande para “Mezclas” envasadas y alimentación de los animales; dos o tres especies de leguminosas para grano, que molido se incorpora a las “Mezclas”; tomates, zanahorias, etc.; como alimento verde usan mucho una gramínea de hoja bastante ancha y muy tierna, con mucho parecido al primer período de nuestra “cebadilla”., una planta rara a la que llaman “noisa”, permanente, que emite unos brotes con aspecto de espárragos, pero de 8 o 10 centímetros de espesor. Cuando los brotes llegan a un metro de alto, más o menos, los cortan, y obtienen del molido de la parte interior, algo semejante a la tapioca, pero dulzaino. Es alimento muy nutritivo y de facilísima digestión, muy apropiado para niños de corta edad, pero aún los adultos lo usan corrientemente. Los brotes que no se cortan se abren en el extremo en un manojo de hojas. Los cultivos para pan, azúcar, aceite, vino, las patatas y la “noisa” son considerados “comunales”. Efectuada la recolección, el producto se lleva a las fábricas, donde una vez elaborado se almacena para la distribución según las necesidades de cada familia. Con subproductos, sobrantes y agregados minerales, se prepara en fábricas alimento para las aves, agregando a la ración hierbas verdes, legumbres y frutas de desecho o sobrantes y muchos tomates, que dan una producción fabulosa. De las frutas que cultivan, cada familia consume fresca con toda libertad; y se envía siempre, pues la producción es abundante, gran cantidad a las fábricas para dulces y “al natural”. La preparación “al natural” de frutas y tomates se realiza con suma sencillez y rapidez. Eligen siempre los mejores frutos, los parten en dos o cuatro pedazos, los ponen en potes, crudos, sin apretarlos demasiado, le agregan almíbar o salmuera, los tapan a rosca, los someten por breves minutos a la acción de un haz de radiaciones, y ya está pronto. Luego se almacena para repartirse a su tiempo. Un parral da sombra en verano a un patio bien afirmado en el que ponen asientos y es, en el buen tiempo, lugar de recibo de visitas. Poe otra parte, las visitas son breves estadas de los vecinos, en la primera parte de la noche. Las casitas se componen de hall, comedor-cocina, dormitorios, baño y W. C. el hall es amplio, con buenos asientos tapizados, una mesita, estantes con libros, aparato de radio y televisión, teléfono; en algunas casas, un piano. En la pared, algunas fotografías de la familia y algún pensamiento selecto. El comedor-cocina es la habitación más grande; en un extremo hay una mesa y las sillas; empotrados en la pared una heladera, un armario para loza y cristalería, y un armario con comestibles envasados y bebidas. En el extremo correspondiente a la cocina hay una serie de armarios empotrados. En ellos se encuentran: la pileta y cámara de vapor para el fregado, el aparato de radiaciones, para calor y para esterilización, que reemplaza a nuestra cocina, algunas vasijas, y recipientes para ingredientes: sal, aceite, etcétera. En el

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baño hay bañera, ducha, piletita para el lavado de los pies, lavabo, armaritos para ropa y para pequeñeces comunes: equipo de afeitar, de dientes, peines, cepillos, etcétera. Hay agua fría y caliente con regulador de temperatura. En el W. C., pequeño, hay solamente un W. C., un bidet y un lavabo. Hay calefacción y aire acondicionado en toda la casa. Detrás de la casa, un garaje que es a la vez depósito de herramientas, y dos pequeñas piecitas: una es lavadero, con una pequeña máquina eléctrica, donde la señora lava solamente la ropa íntima y otras cosas pequeñas; el resto de la ropa se lleva a lavaderos comunales donde hay una instalación mecánica completa de lavado, desinfección y planchado. En la otra repartición almacenan alimento para las aves, una reserva de patatas, etcétera. La gente es feliz, confiada y buena. Se aman y se sirven unos a otros con espontaneidad y placer. No hay ideas o sentimientos escondidos: son limpios y, por eso, transparentes. En la misma forma se conducen con sus vecinos. Toda la comunidad es una gran familia: rectos, leales, sin suspicacias, sin envidia, sin vanidad. No hay egoísmo. Comprenden que son un “todo” y que cada uno es parte integrante de ese todo. Son cultos, es decir, capaces de enfrentar cualquier situación y conducirse como es debido. Son instruidos: no con ese intelectualismo petulante, casi morboso, común entre nosotros, sino que saben todo lo que necesitan saber para vivir felices y contribuir a la felicidad colectiva. Son inteligentes, despiertos y con gran memoria. Escriben muy poco, no siendo los técnicos que escriben textos o tratados. Leen libros técnicos, históricos o espirituales, morales, que son los que se escriben. Hablan con sencillez, sin palabreríos inútiles, un idioma científicamente estructurado. No hay periódicos escritos, sino sólo noticiarios radiales a ciertas horas del día. Un periódico escrito no tiene razón de ser: no hay política ni propaganda, ni crónicas policiales, ni deportivas, sin mentiras, ni chismes, ni literatura barata… Cito palabras casi textuales de Baido en una de nuestras charlas. La sencillez, la humildad, la práctica del bien en un ambiente de fraternidad y colaboración, los ha llevado a una altura espiritual y moral inconcebible entre nosotros. Lo que ellos ya han alcanzado, nosotros aquí, y sólo algunos, lo podemos mirar como un lejano ideal de perfección. Cada familia tiene su automóvil de cuatro asientos, de motor atómico, como el que yo usaba. El motor y la transmisión, en un solo bloque, está a la altura del chasis, así que toda la carrocería superior es utilizada por los pasajeros. El rodado es muy bajo, ya que sólo se transita por carreteras espléndidas.

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XIII – VIDAS PARALELAS III

ADELANTOS

Una mañana gris, con una llovizna tranquila, la primera de ese otoño, y ya anuncio del invierno, tuve mi tercer entrevista con el Essi. Como en otras oportunidades, Viro fue mi acompañante. Instalado ya en mi cámara, después del saludo el anciano comenzó: “Vimos cómo apareció la Democracia en la organización y la administración de las naciones, y cómo influyó en la vida durante un par de centurias. Los principios de la Iglesia Democrática influyeron en los países de su predominio. La libertad, el esfuerzo por la instrucción, la dignidad de la persona, la dedicación al el trabajo honesto, el orden, el respeto a las leyes, la sobriedad, su concepto de lo económico, en fin, su concepción de la vida toda, favorecieron la iniciativa privada. Fue surgiendo gran cantidad de inventos mecánicos, los que unidos al desarrollo de la ciencia química, promovieron nuevas industrias, nuevos métodos de trabajo, nuevas orientaciones comerciales. Se formaron grandes capitales, que volcados nuevamente en el desarrollo siempre mayor de las industrias, las llevaron a un estado jamás visto. “Se inició la competencia y surgió la propaganda comercial organizada. Eran imprescindibles nuevos mercados, y nuevas fuentes de materias primas. Mientras tanto, los países de influencia dominante de la Iglesia Imperialista quedaron estancados, o más empobrecidos; encastillados en las viejas ideas, sin ninguna de las características que permiten y promueven el adelanto, se vieron relegados en el concierto del mundo a una posición secundaria. Las riquezas, en posesión de unos pocos, sólo eran usadas en provecho exclusivo de sus dueños, en lujo y ostentación, o almacenadas… mientras el pueblo, en la pobreza, continuaba ignorante y por ello esclavizado. “La competencia industrial y comercial provocó rivalidades entre las empresas de unos y otros países, ya que sus intereses chocaban en los mercados extra-fronterizos. La importancia económica y financiera de algunas empresas, y no pocas, llegó a ser de tal magnitud, que empezaron a influir en las instituciones gubernativas de sus países. Se produjo entonces un hecho de lo más lamentable: los gobiernos mismos entraron en abierta rivalidad. Olvidados de todo el bien que habían obtenido de la aplicación de los principios de la Religión Democrática, a los cuales debían en realidad de

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verdad el ascenso logrado, se olvidaron de la base de su moral económica; el dinero es un medio y no un fin; se olvidaron que los Hombres son hermanos, que tienen los mismos derechos. Finalmente, con desprecio por los derechos de los pueblos, se inició la guerra. “Un grupo de naciones se alió de una parte, otro grupo de la otra parte. Una de las naciones, tal vez en la seguridad de vencer, usó para ello todos los medios, aún los más crueles que se le presentaban. Las guerras anteriores se realizaban con un ejército, y daban la batalla. Las zonas devastadas eran pequeñas, y el pueblo civil no participaba en la lucha. En esta guerra se usaron métodos nuevos. “Grandes ejércitos extendían sus líneas, se utilizó la devastación como sistema, y las poblaciones civiles fueron sometidas a toda suerte de vejaciones: asesinatos, castigos corporales, despojos, trabajos forzados, violación de las mujeres. “Puesta la ciencia al servicio de la guerra, los científicos mercenarios, por un sueldo, mancharon la Ciencia a la cual se debía el gran adelanto logrado. Por primera vez se usó la radio en comunicaciones militares. Por primera vez se usaron escuadrillas de barcos submarinos, que criminalmente hundían sin discriminación barcos de toda índole, hasta los hospitales. Por primera vez se usó la aviación, que estaba en sus comienzos. Pro primera vez se usaron pesados carros de guerra, blindados y artillados, completamente inmunes a las armas corrientes, que como monstruos de lejanas épocas geológicas se lanzaban sobre las fuerzas contrarias. Por primera vez se usaron gases venenosos. Examinado desapasionadamente, tal vez puede considerársele como cualquier otra arma de guerra, pero se le consideró un crimen; tal vez por la desesperación de la muerte por ahogo, o por la forma como quedaba el soldado que, alcanzado por los gases, lograba sin embargo salvarse. Finalmente, uno de los bandos, agotado económicamente, tuvo que aceptar las condiciones del vencedor: condiciones severas, humillantes. Bajo el disfraz de la justicia se ejerció inhumanamente la venganza. Se desmembraron naciones, se les impuso cargas que recaían sobre los pueblos, que finalmente sólo habían sido instrumentos dóciles en las manos de los jerarcas. Se ganó la guerra, pero no se supo conquistar la paz. “El odio no fue apaciguado, sino que por el contrario halló motivos y elementos para nutrirse y crecer. Las naciones vencedoras usaron su victoria para conseguir conquistas territoriales y ventajas económicas. Ni un gesto hubo de nobleza y fraternidad. Una de las naciones, cuyos gobernantes no dejaron endurecer totalmente su corazón, que no cerraron sus ojos ante la realidad de que los vencidos eran también Hombres con los mismos derechos a una vida de paz, de bienestar, y principalmente con derechos a la recuperación moral, concientes de que la violencia y el odio sólo pueden generar violencia y odio, promovió la creación de un Congreso Internacional permanente. Magnifica idea, capaz de orientar y llevar los acontecimientos por el camino correcto. Magnífica oportunidad para que las naciones, por el camino de la rectitud, de la sinceridad, del respeto, de la libertad, de la igualdad y de la colaboración fraternal, pudiesen llegar a la armonía y la

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paz. El congreso estaría formado por representantes de todas las naciones del mundo, sin diferencias; cada nación debía de renunciar a la violencia, y aún a la presión, para solucionar los problemas internacionales que surgieran; cada facción debía de acatar las resoluciones de la mayoría del Congreso. “Fue un esfuerzo por llevar las prácticas democráticas a la convivencia universal de los Hombres; concepción grande, generosa, justa. Demasiado grande, demasiado generosa y demasiado justa para la mentalidad de los pueblos. Las naciones no supieron situarse a la atura moral que se hacía necesaria, no fundamentalmente por maldad conciente, sino por falta de preparación, por falta de madurez. Ni aún las naciones de educación de Religión Democrática supieron responder íntegramente, y mucho menos entonces las de Religión Imperialista. A éstas, resultaba que se les exigía algo que estaba más allá aún de sus concepciones. La Democracia verdadera, integral, es una concepción sublime, que llega a las puertas de la perfección… No se puede llegar a ella así como así, del primer paso que se de. La guerra provocó destrucción y muerte en magnitud desconocida hasta entonces: inmensos recursos consumidos. Hipotecó el porvenir para muchos años. Sin embargo, el perjuicio máximo fue de orden moral y espiritual., lección sangrienta que el Hombre no aprendió: enervó los ánimos, endureció los corazones, despertó pasiones. Las juventudes que vivieron con las armas en las manos, dispuestos a matar para no ser matados, esclavizando para no ser esclavizados, vieron tronchado el ritmo de su vida, perdieron la fe en el bien, en el Hombre, en la Divinidad, y no tuvieron ni inspiración ni fuerza para reiniciar… Y los gobiernos no supieron, o no quisieron, dárselas. “El germen de la guerra no fue muerto; quedó intacto en un ambiente cada vez más propicio para su desarrollo. Ninguna de las causas fue eliminada, y aún se crearon otras”. Hizo una pausa, y luego continuó: “Una de las naciones más antiguas, Duarán, de las mejor dotadas por la naturaleza, inmensamente rica en potencia, con una gran población, había estado sometida a sucesivos gobiernos tiránicos, gobiernos de clases, de privilegios. El pueblo, inteligente, sufrido, capaz de llegar al más alto grado de civilización, había sido mantenido en la más criminal ignorancia; la Religión Imperialista sólo le había aportado superstición y fanatismo, que eran armas del sometimiento. Cansados, hartos de sufrir, despreciados, encontraron durante la guerra un momento propicio para liberarse de las seculares cadenas de opresión y miseria. Una violenta y rápida revolución derrocó al gobierno. Los que no habían tenido nada, ni de poder, ni de bienes, se encontraron de la noche a la mañana dueños absolutos de todo. De todo, menos de lo esencial: la preparación moral conveniente para usarlo convenientemente. Una camarilla se instaló en el poder. Todos los crímenes, arbitrariedades, vejaciones, desmanes y abusos con que acusaban a sus predecesores, y en verdad con razón, los repitieron ellos, aún multiplicados. Demostraron cabalmente que la felicidad no proviene de la simple posesión de lo que se ha deseado, sino que puede resultar del uso que de ella se haga.

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No fueron felices. El Hombre feliz se vuelve noble, generoso, comprensivo, magnánimo, y ellos fueron todo lo contrario. Sólo una idea y un afán los guiaba e impulsaba: el desquite. “Iniciaron la implantación de un nuevo régimen político, social y económico: el “Estatismo”. El Estado es todo, el Hombre es nada, o un simple elemento. Desaparecieron los derechos individuales, absorbidos por los derechos del Estado. El Hombre no es una persona, sino un individuo. El Hombre no es dueño de nada, ni aún de sí mismo. Todo es del Estado. Pero el Estado son ellos, los miembros de la camarilla gobernante. Ninguna libertad: ni de opinión, ni de palabra, ni de trabajo, ni de circulación, ni aún de comer las patatas que cultiva. El Gobierno manda, y al Hombre sólo le queda una cosa: obedecer ciega y calladamente. El pueblo continúa siendo el desposeído de siempre, y aún más desposeído. No podía de ningún modo estar conforme, y los dirigentes temen. Crean una poderosa policía, y un sistema de delación que siembra la desconfianza y el terror. Nadie puede confiar en nadie, empezando por los propios miembros de la familia. Desconformes, y con suma razón, de la Religión Imperialista que había explotado al pueblo, no buscaron la verdad dando la culpa a quien la tuviese; no atribuyeron el fracaso de la Religión a sus dirigentes y prácticas, como era lo verdadero, sino que atacaron su origen: Dios. Negaron a Dios, lo calumniaron, acusándolo de lo que Él no había hecho. Es que, en el fondo, lo que realmente les molestaba no era ni la religión ni los sacerdotes, sino Dios mismo, porque Dios es amor y por tanto dador de libertad y de justicia. Dios es la negación de la opresión porque quiere al Hombre elevado y conciente. Ellos no querían nada de eso en el pueblo. “Emplearon la mentira en todos sus matices: inversión, alteración, mutilación, ocultación, etcétera, de los hechos, para dar al pueblo la educación criminal de odio a todo lo demás, que necesitaban para llegar al deseo central: la dominación del mundo. Entre los mismos dirigentes, esa política de destrucción sistemática de todo sentimiento noble y realmente constructivo en la persona humana, creó desconfianza, celos, envidias y temores que terminaron en persecuciones y asesinatos. Las demás naciones del mundo, observaban desde lejos la experiencia, y juzgaban en las pocas noticias, verdaderas o falsas, que se filtraban a través de las herméticas fronteras. “Las masas populares en las demás naciones se conmovieron, concientes de su poderío y de sus derechos. Ante el fracaso de la Religión y de las instituciones políticas para eliminar las guerras, una ola de descreimiento se extendió por las naciones. La falta de fe en Dios terminó con la fe en el Hombre, con la fe en la rectitud y el bien, con la fe en el orden. En distintos países aparecieron politiqueros oportunistas que, predicando el materialismo, usando el ambiente popular propicio para constituirse en jefes. Los pueblos, desconformes, buscaban “algo”; esos demagogos, ambiciosos de poderío, prometían todo; y los pueblos ignorantes se dejaron engañar una vez más. Gobiernos totalitarios despreciaron todos los acuerdos internacionales, todas

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las normas de decencia, exacerbaron las pasiones, predicaron el nacionalismo y el odio a los demás Hombres. El Essi dio por terminada su conversación, y despidiéndose se retiró. De regreso, nos pusimos de acuerdo con Viro para salir juntos por la tarde.

RELIGIÓN. Visitamos uno de los Institutos de Investigación, perfectamente instalado y provisto, en un amplio edificio con varias secciones. La Instrucción Primaria y Superior es obligatoria a todos los niños y jóvenes, y los prepara para ser buenos ciudadanos y buenos dueños de casa. Si alguien quiere continuar estudiando y perfeccionarse en algo, puede concurrir a los Institutos de Investigación. Hay varios en Rada Nael, dedicados a distintas ramas. En ellos se gradúan profesores, químicos, agrónomos, médicos, ingenieros, físicos, zootécnicos, etcétera. La biblioteca es magnífica; y los laboratorios, notablemente dotados. Los hombres mejor preparados concurren a continuar aprendiendo, y a enseñar. La graduación no es un medio de ganar dinero y fama, sino de servir mejor a la comunidad. Sólo allí me enteré de que Viro es considerado uno de los hombres más sabios del Valle, y candidato a ser futuro Essi. Le estimé aún más, si era posible, y admiré su sencillez. Aprovechando una oportunidad, le planteé la pregunta que desde tiempo retenía: “Dime: todo me hace ver que la religión juega un papel importantísimo en vuestra vida; sin embargo, no veo Iglesia organizada, ni sacerdotes, ni templos, y casi nunca hablan de Dios. ¿Me lo puedes explicar?”. “Sí, con mucho gusto. Te haré una pregunta: tú eres creyente, y bien devoto. ¿Por qué no ofreces holocaustos a Dios?”. Me tomó de sorpresa el asunto. Tuve que pensar antes de responder: “No estoy muy seguro –le dije- de expresarme correctamente porque nunca pensé en ello. No ofrezco holocaustos porque no estoy espiritualmente en el tiempo de los sacrificios. No los necesito porque creo en Cristo, quien hizo el sacrificio supremo. Puedo expresar mi adoración a Dios en otra forma”. “Perfectamente –dijo mi amigo-. La revelación de Dios al Hombre, que origina la Religión, se efectúa por etapas progresivas. Son absolutamente necesarias, no por causa de Dios, sino por causa de las limitaciones del Hombre. Todo en la vida del Hombre ha sido progresivo. Dios, espiritual, intangible, se manifiesta sin embargo al Hombre. Se expresa en tres formas o conceptos: Creador, Salvador y Posesor. Vosotros decís: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es el creador de todo lo existente. Es primero que todo y sin Él no hay nada. Es perfecto, ilimitado. El Hombre es imperfecto, no termina de comprender, se deja llevar por su egoísmo y vanidad, y se aleja de Dios: es el pecado. Sin embargo el Creador, que es Santo, quiere que el Hombre sea santo. No hizo al Hombre para que se perdiese, y siendo el Hombre incapaz de salvarse a sí mismo, le es ofrecido el Salvador. El salvado, liberado de la ignominia, del empequeñecimiento del pecado, puede entrar en comunión espiritual con su Creador. El Hombre no puede ir a Dios, pero Dios puede venir al Hombre. Entra en él y lo posee, le inspira, le dirige.

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El Hombre primitivo creyó en la existencia de Dios Todopoderoso, dueño absoluto de todo, misterioso, severo e intransigente, que castigaba infaliblemente las faltas cometidas. El pecado es una deuda, y Dios se cobraba inexorablemente. Es el primer concepto religioso; el Hombre era espiritualmente infantil, no era capaz de comprender otra cosa. El Hombre no puede no tener concepto de Dios; no puede no creer. Cuando alguien dice que no cree, que es ateo, el tal miente, y en parte sabe que miente. Lo que sucede al Hombre civilizado que niega a Dios (me refiero al sincero, al honesto, y no al fanático antirreligioso, que se convierte en sacerdote anti-Dios), es que habiendo cultivado sólo su mente y nada su espíritu, se produce un desequilibrio en su personalidad. Su estado espiritual se aferra a la primera etapa, no entiende otra cosa, mientras su estado intelectual y a veces moral necesita algo más, porque es perfectamente apto para la segunda etapa, y aún para la tercera. Se produce como una superposición de imágenes, dando una impresión borrosa, indefinida, complicada, que no puede de ningún modo satisfacer a una persona de su condición. No pudiendo aclarar el problema, lo deja sencillamente de lado. Se ve ya en la juventud, a muchos que se desentienden del asunto, que no quieren tomar francamente una posición. No les satisface lo que se les dice, y no disponen de otra cosa; se comprende: la religión no es cuestión de lo que se oye, sino de lo que se siente; es una íntima experiencia. Una vez reconocida por el Hombre su situación de deudor, se enfrenta con el problema de cómo saldar la deuda. El hombre primitivo se conforma con el castigo. No tiene concepto de lo espiritual, y la sanción toma siempre aspecto material aunque el delito no lo sea. Salvado el estado de primitivismo espiritual, que puede subsistir aún en hombres civilizados, el alma necesita otra solución. El castigo debe ser reemplazado por la “redención”. Pero el Hombre, por sí mismo, es incapaz de realizar la redención. Dios, que no puede aceptar la perdición del Hombre, le tiende la mano de ayuda: Él mismo realizará la redención. Es esta la segunda etapa: el Creador pasa a ser Salvador. El Hombre sólo tiene que hacer una cosa: aceptar. Es una posición espiritual; posición elevada, como es elevado el problema, y la solución. “Entre ustedes –continuó Viro luego de una pausa- el Cristianismo es esa segunda etapa, pero allá aún muchísimos Hombres continúan espiritualmente en la primera. Aún entre los teóricamente cristianos hay muchos que no han terminado de cambiar de etapa; que comprenden bien a Jehová, pero no entienden a Jesús. Aquí sucedió lo mismo. A ese retardamiento se debe exclusivamente la tragedia moral del Hombre. Se dice, con ligereza, que la Religión ha fracasado; es el Hombre el que ha fracasado, por descuido o imperfección de su cultura espiritual. Nosotros estamos en la tercera etapa: Dios Posesor. El Hombre proviene de Dios, y es Su propósito lograr el retorno mediante la armonía en la co-existencia. El Hombre “salvado”, liberado de su deuda, es apto para recibir el espíritu que lo creó y salvó. El Hombre se abre a esa recepción y es poseído. Deja de ser exclusivamente él, para ser Él. ¿No os dice Pablo, el gran predicador de la tercera etapa, “no vivo ya yo, mas Cristo vive en mí”? Y vuelve a decir, en la Segunda Epístola a

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los Corintios, capítulo 13, versículo 5: “¿no os reconocéis a vosotros mismos que Cristo está en vosotros?”. Todo vuestro Nuevo Testamento está lleno de palabras de Jesús en que lo anuncia, y quiere preparar a sus discípulos para ese reencuentro. ¿Cuántas veces afirma que ha de venir de nuevo? ¿Cuándo? Cuando el Hombre haga un presente de ese futuro. “He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin”. “Si estamos poseídos, toda nuestra vida es cumplimento de la voluntad divina. Toda nuestra vida, en cada una de sus expresiones: pensamientos, sentimientos, palabras, propósitos y obras, es una confesión de Dios, y una confesión es una alabanza. Hablamos poquísimo con los labios, en forma nominal, pero en los otros modos de expresión hablamos de continuo. ¿Por qué buscar desesperadamente afuera, lo que se tiene dentro? Te dije que muchos de vuestros teóricamente cristianos, en realidad están aún interiormente en la primera etapa; por otro lado, muchos espíritus selectos, elevados, están en la tercera etapa… están ya poseídos, sin darse cuenta”. Me puso una mano en un hombro, y dulcemente pe preguntó: “Miguel, ¿sabes, conoces, aceptas que Dios está ya en ti?”. Sentí una emoción interna… (me recuerda a mi primera Santa Cena)… incliné la cabeza y no pude menos que llorar. Cambiando los conceptos, repetí como Jacob: “Verdaderamente Dios está en mí y yo no lo sabía”. Una alegría tan grande inundó mi corazón, que me hizo inmensamente feliz. “Viro –le dije- tuviste que traerme a Marte, y ser mi hermano amigo, para que me fuesen abiertos los ojos de la conciencia. ¡Gracias, mensajero de Dios!”.

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XIV – PETRÓLEO

Por tres días con sus noches continuó la llovizna, fina, vertical. El cielo, completamente gris, no me invitaba a salir. Me quedé en casa leyendo, charlando a ratos con Baido, o con otros visitantes que llegaban hasta mí. Baido me explicó que la lluvia era provocada artificialmente. En el otoño y en el invierno, masas de nubes provenientes del Oeste trasponían la cordillera, cruzando encima del valle a gran altura muy lentamente, sin producir lluvias. Si hacía falta, y en otoño siempre lo hacía, se “rociaba” a las nubes con radiaciones especiales que, provocando un enfriamiento, daban lugar a lluvias; ni viento, ni relámpagos, ni truenos. No siendo los trabajos a la intemperie, las restantes actividades se realizaban normalmente. Esos días, los talleres y las fábricas estaban repletos de obreros, y se realizaban muchas visitas. Vuelto el Sol, Turo me acompañaría en una nueva excursión. Salimos a las ocho, tomamos altura rápidamente y nos dirigimos hacia el Sur-Sureste. Íbamos a buena velocidad; de todos modos, no se veía nada realmente notable: colinas y llanuras, algunas cadenas montañosas, lechos secos o casi secos de ríos y lagos… Desolación y esterilidad en su eterno color amarillento; extensas zonas muy claras, otras bastante oscuras. Durante un rato pude seguir con la vista la cordillera oriental del valle, que con algunos leves cambios en su dirección, se extendía largamente hacia el Sur. También distinguí bien la mancha oscura del lago Vaenli, donde teníamos programada una visita que había ido postergándose. Media hora de viaje y comencé a divisar el mar, lejos hacia el Sur. En una zona llana, sólo de colinas medianas, distinguí un volcán en medio de una depresión. Íbamos a él, y era el objetivo de nuestra visita. Presentaba un extraño aspecto al ser observado desde arriba. Era de forma cónica, hasta alcanzar tal vez los dos mil metros de altura. Su inmenso cráter era sumamente oscuro, sus flancos estaban veteados de oscuro, y un gran anillo de muchos kilómetros, también oscuro, le rodeaba la base. Bajamos algo más, nos detuvimos en el mejor punto para una observación de conjunto, y Turo comenzó su explicación. “Eso que ves, a pesar de su aspecto, no fue un volcán geológico común. Es el resultado de la ignición de un gran pozo de petróleo. En este lugar, que está apenas al mismo nivel del mar, había sido hallada una napa lenticular de petróleo, no muy extensa. No teniendo premura por su producto, había sido dejado como reserva, con sólo tres o cuatro pozos de extracción en la parte central, cuyo producto se iba acumulando en grandes depósitos. La energía

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atómica había reducido mucho el uso del petróleo como combustible. Era una zona poco fértil: la montaña al Oeste le quitaba las lluvias naturales, y las artificiales sólo podían provocarse cuando aparecían bancos de nubes. Por otra parte, no habiendo ningún río importante, no era posible un sistema de riego intensivo, ya que el agua del mar, no muy lejano entonces, recién comenzaba a usarse luego de un tratamiento. No era, pues, un lugar militarmente de importancia, pero en la ciega y criminal sed de destrucción de los Hombres de Duarán había sido ordenado su bombardeo. Una o dos bombas termo-atómicas explotaron en su centro, se derramó e incendió el petróleo acumulado, formando un largo ardiente. La dilatación, por la temperatura y las radiaciones, de la masa interna, impulsaron aún más violentamente el petróleo por el agujero abierto casi en el centro. Un gran chorro ardiente se alzó a varios centenares de metros. Por la noche debe de haber sido un espectáculo de fuegos artificiales. Por aumento progresivo de la temperatura, el fenómeno fue adquiriendo cada vez mayor violencia. La salida del contenido provocaba un vacío interior, y la delgada bóveda superior cedió y comenzó a hundirse. Petróleo ardiente y rocas, en ininterrumpida columna. Fueron formando el cono. Trozos de escoria, muy livianos, rodaron por las partes bajas, y fueron formando esas zonas oscuras que ves. Extinguidos los incendios atómicos en toda la superficie del planeta, este volcán de petróleo continuó ardiendo aún por varios meses. Las escorias resbalaban por la ladera interior del cráter hacia la boca ardiente, y eran lanzadas nuevamente al espacio en un fantasmagórico efecto de surtidor de fuego. Nuestros antepasados, de la época, lo visitaban a menudo, y lo contemplaban extasiados. Columnas de humo y sordos ruidos internos se vieron y se oyeron por casi dos años. “De las zonas directamente afectadas por el gran desastre, es la que en la actualidad presenta menos radiaciones; se puede bajar y recorrer sin ningún peligro. Sin embargo, como nada de lo que aquí se encuentra presenta para nosotros interés práctico por el momento, esa circunstancia favorable no nos es aprovechable. Descendimos hasta asentarnos en el interior del cráter. El indicador de radiaciones marcaba solamente 8. Salimos al exterior. El suelo era una mezcla de trozos sueltos grandes y pequeños, de escoria vítrea, oscura, porosa y sumamente liviana. Era impresionante el silencio de muerte que envolvía al lugar; sólo se oía el leve soplido del “domis”. Era la primera vez que pisaba la superficie del planeta fuera de Rada Nael. En parte la pendiente, dado que el material estaba suelto, hacía que usásemos suma prudencia. Descendimos en el “domis” hasta la parte central más profunda del hoyo. Allí las radiaciones eran algo más intensas. Aún cuando no hubiesen significado peligro, no quisimos tocar tierra por dudas sobre la consolidación del terreno. El cráter debía tener alrededor de un kilómetro de diámetro, por algo menos de profundidad. Pasamos a la ladera exterior. Allí, sobre el cinturón exterior de escoria, la radiación era también baja: evidentemente, las rocas inferiores no eran ya muy activas y la capa de escorias hacía un buen papel de aislante. Me dijo Turo que ese material desmenuzado y con el alto porcentaje de cenizas

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que había, podía ser uno de los sitios más prontamente recuperados para la vida vegetal, el día que resolviesen el problema del agua, que ya tenían a estudio. Sería un lugar de expansión para el ya alarmante crecimiento demográfico de Rada Nael. Me habló de trabajos de recuperación ya iniciados en otros lugares, donde seguramente me acompañarían en cualquier oportunidad. Les apremia la conquista de terreno para la cría de cabras y conejos, ya que podrían prosperar sin mayor cuidado, y el problema alimenticio es crítico en el renglón de carnes. Esos animales, ya adaptados, se alejan instintivamente de los sitios de radiación excesiva que podría serles perjudicial. Prácticamente ha sido demostrado en los límites aptos de Rada Nael, donde rebaños dejados en plena libertad durante el día, jamás han sufrido accidentes. Por otra parte, los vegetales aptos para la alimentación de esos animales son poco menos sensibles que las mismas bestias. Ascendiendo nuevamente, enfilamos hacia el Sur. Casi enseguida llegamos a un lugar del cual me dijo mi amigo: “Hasta aquí llegaba el borde del mar en aquella época; actualmente se halla entre 500 y 1.000 kilómetros más allá. Una inmensa cantidad de agua, prácticamente inexplicable, fue desintegrada por aquel estado infernal. Además, las rocas resquebrajadas y resecas, propiamente se tragaron las grandes lluvias subsiguientes, cuya agua jamás volvió al mar. El mar está muerto; no hemos hallado la menor señal de vida. Desde luego que no hemos estudiado las grandes profundidades, donde vivían especies aptas exclusivamente para ese ambiente, pero deducimos que si las radiaciones no las eliminaron, habrán muerto más delante de hambre, al no existir el plancton, que era su alimento natural. Además, aún la salinidad aumentó en más del 30 por ciento. Había pocas islas con vida; en ellas tampoco quedó nada vivo, pero el suelo vegetal quedó, aunque inerte. Hemos recuperado en parte algunas, aunque sólo para cultivo de vegetales pues son pequeñas y no hay fuentes de agua. En una estamos construyendo, en un lugar que se presta para ello, un embalse para almacenar el agua de lluvia. Es muy difícil lograrlo porque el suelo es muy permeable. Hay un hermoso bosque, y están casi terminadas las construcciones para un Instituto de Investigaciones. Es un lugar ideal para ello. Tendrás que visitarlo un día, pues seguramente te agradará. Lo primero que hubimos de hacer fue renovar la vida microorgánica del suelo, inyectando el producto de cultivos de laboratorio. Por tres veces se fracasó, pero a la cuarta resistieron y se han ido extendiendo”. Eran ya las 11 horas, e iniciamos el regreso. Navegamos hacia el Oeste. Verdaderamente era muy triste ese mar muerto, rodeado por su interminable playa de arena; lugares donde había bullido la vida en explosiones de alegría, en esfuerzos de trabajo; balnearios donde la gente, despreocupada en absoluto de lo moral, se divertía buscando placeres puramente mundanos; pesquerías y fábricas, donde los obreros buscaban con empeño ganar un dinero más para ver si co él lograban más libertad; puertos con sus construcciones, sus barcos, sus mercaderías.; ciudades con sus mil actividades. Nada quedaba de todo aquello, nada más que el silencio de la devastación y la muerte. Apenas, aquí

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y allá, un informe montón de escombros; un montoncito de escombros, de lo que fue la casita de un obrero; y un montoncito de escombros, indiferenciable, de lo que fue la lujosa mansión de su patrón, el millonario; y montoncitos de escombros, también, la casita del gobernante poderoso, la del popular artista, la del sabio investigador, la del orgulloso militar, la del oficinista, la del comerciante, la del literato, la del juez, la del sepulturero. Todos igualados en sus despojos físicos. ¿Qué de sus almas? ¿Eran también iguales sus corazones ante el progreso del mal y el abandono de la fe y de la moral? ¿Había ahí alguien que espiritualmente fuese un Lot, o un Noé? Al cabo de unos minutos, tomamos directamente al Norte. A gran altura, volamos a gran velocidad. En breve tiempo estábamos sobre el Lago Vaenli, pequeño mar interior sin desagüe. Está formado por dos cuencas unidas, presentando su contorno la figura de un “8” o de la caja de una guitarra. Descendimos casi verticalmente sobre la cuenca del Norte, que es la más extensa y la más profunda. Nos detuvimos a unos treinta metros de altura. A esa hora del día, la luz del sol penetraba en las aguas clarísimas, de modo que se veía el fondo de rocas y arenas en muchos lugares. Turo me llamó la atención sobre cuatro “objetos” oscuros que se distinguían vagamente. “Son –me dijo- los caños de toma de agua para Rada Nael. Tienes que visitar las obras con Areso, para que te explique la parte técnico-científica del asunto. Si no tienes otro programa, esta misma tarde podría ser”.

ACUEDUCTO. Inmediatamente de llegar a mi casa, me puse en comunicación con Areso, consultándole para la visita. Estuvo totalmente de acuerdo, y a las 3 de la tarde estábamos en viaje hacia el extremo Sur del valle, lugar que conocía poco todavía. Después de una hora de viaje, llegamos al lugar de los tanques. Inmensos depósitos de agua y salas de máquinas ocupaban una gran manzana. Areso comenzó su explicación: “La destrucción del planeta provocó un trastorno total en la meteorología hidrológica y en la hidrografía; mermaron las lluvias y desaparecieron los ríos; Rada Nael se vio de inmediato ante el serio problema del agua, que en el principio apareció como insoluble, principalmente mirando al futuro. Los gobernantes de Duarán, en su impulso criminal, despreciando todos los acuerdos firmados, ordenaron el bombardeo del Principado de Leria, país de nuestros antepasados. Una escuadrilla avanzó desde el Sur con su carga infernal: cuatro aviones delante y dos detrás, en formación cerrada. El “radar” los denunció; en mensaje radial se les conminó a volver atrás, so pena de derribarlos. No creían en nuestro Rayo de la Muerte y contestaron con sarcasmos y expresiones insultantes. Alcanzados por el Rayo, cayeron de inmediato, agrupados tal como venían. Las bombas, poderosísimas, explotaron extemporáneamente, con gran poder de expansión pero con relativamente pequeña “radiación”. Fue uno de los factores de salvación de Rada Nael. Los explosivos produjeron dos inmensos hoyos: las dos cuencas del Lago Vaenli. “Vaenli” significa “Hasta Aquí”, con una doble acepción: “Hasta aquí” llegaron con su odio insensato los Hombres; “Hasta aquí” llegó la bondad de Dios en su salvación. Los dos grandes hoyos se llenaron

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con las lluvias torrenciales que siguieron a la deflagración. Al principio gran parte del agua se filtraba, pero terminó por estabilizarse. Algunas lluvias, y el deshielo de las nieves de las cumbres, lo mantienen actualmente”. “Rodeado de rocas co alta radiación, no podía pensarse en llegar a él con obras de superficie, y se planearon y realizaron obras subterráneas. Hablando habíamos llegado, dentro del edificio, a la entrada de un túnel por el cual nos internamos. Continuó Areso: “No se tenía ninguna certidumbre sobre el espesor de las rocas radiantes en la estructura pétrea de la corteza. En todo caso, se suponía que debía de ser variable, según la constitución mineralógica y las, por suerte, pequeñas irregularidades del terreno. Con un gran “domis”, dotado de mecanismos y maquinaria especialmente construidos, se hicieron desde el aire profundos pozos de exploración. Fue una tarea de gigantes. Esas exploraciones demostraron que en ningún lugar se podía trabajar a menos de 300 metros de profundidad, y en ciertos puntos había que pasar de los 600 metros. Se resolvió construir el largo túnel de 100 kilómetros a una profundidad de 700 metros. Se hizo la entrada en rampa hasta la profundidad deseada, para luego continuar horizontalmente. Dada la exigua población, había poquísimos obreros, por lo cual se trabajó todo mecánicamente. Se construyeron algunas máquinas expresamente. La energía atómica dio la fuerza, y el “cerebro electrónico” 3 se encargó del control. Se trabajó a razón de unos 60 metros por día, completándose la obra en seis años, trabajando siempre, de día y de noche. En dos oportunidades se hallaron lugares con una radiación de intensidad peligrosa. Se les aplicó el Rayo y se les neutralizó después de algunos días. Ciertas radiaciones excitan a las moléculas y átomos; otras les tranquilizan y hasta paralizan. Así funciona el Rayo de la Muerte, y en pequeño se obtiene el “anestésico neuromuscular”, la refrigeración, etcétera”. El túnel, de algo más de dos metros de ancho, con unos 2,50 en el centro de la bóveda, contenía a la derecha, en el ángulo, el caño conductor metálico, de alrededor de un metro de diámetro; y sobre un doble riel corría un vagón automotriz. En la estación de salida, en una cámara amplia, había una “playa de vías”. Podían usarse varios tipos de vagones, según la necesidad. Tomamos con Areso uno pequeño, de dos asientos. Se accionaron controles que aseguraron vía libre, y partimos. Instantes después, me mostró mi compañero un indicador: íbamos a 180 kilómetros por hora. Cada 20 kilómetros había un ensanchamiento que hacía de estación, pero según me explicó Areso, no había más empleado que una máquina de control automático. La marcha del vagón era absolutamente suave y sólo se sentía el zumbido de las ruedas. De pronto comenzó a mermar la velocidad, y se detuvo: habíamos llegado al final. Una larga cámara, en la que estaba la máquina de neutralización, terminaba al fondo en un sistema de compuertas y válvulas. Nuevamente Areso me explicó, frente a una puerta de seguridad que abrió:

3 ¿Una super-computadora, quizá?

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“Este es uno de los cuatro caños de toma de agua. Se usaron varios caños menores de 40 centímetros por distintas razones: no hacer un agujero demasiado grande en un fondo cuya estabilidad podría ser dudosa; no provocar, por la succión, corrientes en el fondo del lago; y facilidad de una reparación hipotética. Estas puertas cierran herméticamente, en previsión de una filtración de las aguas e inundación, que en verdad nunca se produjo. Estamos aquí un poco debajo del lago; estos túneles se internan 500 metros y los caños bajan desde el fondo, separados unos 80 metros. La conexión del caño vertical con el horizontal encerraba uno de los momentos de peligro, pero se realizó sin ningún inconveniente. El agua llega con una importante energía radiante, pero no ofrece resistencia a la neutralización. No es prudente internarse por este túnel sin la debida protección. Por otra parte, nada hay más interesante”. Cerró la puerta y nos volvimos hacia la primera máquina, a la que, desde la bóveda, convergían los cuatro caños. “Aquí –continuó- el agua es calentada hasta 60 grados, pues sometida una sustancia radiante a una breve excitación extra, resiste luego mucho menos a la neutralización. El agua calentada pasa a esta otra máquina, que es la neutralizadora. Dentro de este tanque, el caño está en serpentín. Al salir el agua por la parte inferior, ya está neutralizada y apta para el riego, que es para lo que mayormente se usa. Allá a la entrada está la sección de bombas para elevarla al nivel necesario y enviarla a presión”. “¿Qué hicieron con el material proveniente de la excavación?”, pregunté. “Se usó en varias obras –contestó Areso-; los trozos más grandes en la construcción del propio edificio, en los tanques de almacenamiento del agua de consumo, y en algunos muros de contención en la ladera de la montaña. El material mediano se usó en las carreteras; y el fino, sometido a tratamiento especial, dio metal para los caños”. Iniciamos el regreso a la misma velocidad con que habíamos venido. Antes de salir, estuvimos observando el “cerebro electrónico” que controla todo automáticamente: bombeo, distribución, circulación, calentamiento y neutralización, control de salinidad, acondicionamiento de aire en el túnel, estaciones intermedias, sistema de alarma y control de válvulas y compuertas. ¡Los Hombres van allí sólo de visita! Pensé: ¿por qué los Hombres aquí, en nuestra pobre Tierra, dedican insensatamente tantas energías, tanto tiempo, y tantos medios, a empresas egoístas que al final sólo acarrean mal y dolor?

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XV – VIDAS PARALELAS IV

EXTREMISMOS

Ya había tenido oportunidad de admirar varias bellísimas salidas de sol. Otra más me fue ofrecida, con la montaña presentando la coronita blanca de una breve nevada.

*** Hacía justamente un mes que había llegado a Marte cuando tuve una nueva entrevista informativa con el Essi. Estuvimos primero hablando algunos minutos de generalidades. Luego, entró en su lección: “Aquella guerra general, que acarreó tanta devastación material y tanto trastorno moral, puso a la vez de manifiesto el grado de violencia a que podía llegar la lucha entre las naciones, al usarse los últimos adelantos científicos y mecánicos que se estaban perfeccionando. Pudo y debió haber sido una lección y una advertencia, pero sólo lo fue para algunos. Un hondo sentimiento de aversión a la guerra se apoderó de una buena parte de la población y de algunos gobiernos, quienes hicieron esfuerzos para que fuesen abandonados los métodos violentos. Además, muchos confiaban en el Consejo de las Naciones. Algunos gobernantes, que habían usado la desorientación de las masas populares de sus países para subir al poder, aprovecharon ese estado de ánimo universal: traicionaron la confianza en el Consejo de las Naciones y explotaron el temor de los demás. Sostenidos por un grupo de exaltados, fanatizados sin escrúpulos, implantaron regímenes de violencia. Ahogaron brutalmente en sangre las primeras tentativas de protestas. Castigaron cruelmente a miembros de algunas agrupaciones bajo la acusación de comisión de depredaciones que ellos mismos, expresamente, habían realizado. Escondían sus fines bajo la bandera de defensa contra el Estatismo de Duarán. Este engaño les conquistó el apoyo de los capitalistas y parte de la clase media. “Los dirigentes de la Iglesia Imperialista mostraron una vez más que sólo les interesaba la salvaguardia de sus intereses institucionales y nada la libertad del pueblo. Establecieron convenios con los sanguinarios dictadores. Estos se fueron apoderando de los resortes de la vida nacional: eliminaron

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los partidos políticos opositores, y suprimieron todas las libertades, empezando por la prensa. Tuvieron prensa propia, totalmente dirigida, en la que hacían una desvergonzada y mentirosa auto-propaganda, a la vez que calumniaban todo lo exterior. Se apoderaron de la administración de todas las industrias e iniciaron la fabricación y acumulación de materiales bélicos. Militarizaron a toda la población, hasta a los niños, así como todos los servicios públicos. Se predicó el uso de la fuerza y se denostó la moral como una debilidad decadente. Se propició el materialismo. Se despertaron las más bajas pasiones y se las utilizó para esclavizar al pueblo. Por la propaganda mentirosa, se presentó a las demás naciones como enemigas que sólo deseaban causar mal. “Sometido a absoluta esclavitud, el pueblo fue viendo aumentar sus deberes a medida que mermaban sus derechos. Mermaban los artículos de primera necesidad, mientras aumentaban los armamentos, y se fueron achicando las raciones alimentarias. En fin, fue una perfecta preparación para la guerra, en lo material y en lo sicológico. Los mismos dirigentes, que en un principio sólo habían su personal primacía dentro del país, en el que se habían hecho endiosar hasta ser admitidos como infalibles, se vieron arrastrados por la propaganda que habían organizado. Fueron a su vez engañados por las mismas mentiras con que buscaron engañar al pueblo, terminaron por creer verdaderas sus propias mentiras. “El deseo de paz a cualquier precio, de las naciones democráticas, la posición casi amenazante de Duarán, y la real impotencia de algunas pequeñas naciones vecinas, no hicieron otra cosa que encelarlos más y más, en sus arranques de prepotencia con pretensiones de invencibilidad. Semejante preparación para la guerra sólo podía conducir a la guerra. Vanos fueron todos los llamados a la sensatez, todos los ofrecimientos y concesiones. Terminaron por creerse dueños absolutos de la situación. Se apropiaron de tierras de pequeños países y las anexaron. “Una criminal traición de Duarán precipitó el final. Es una de las acciones más inicuas registradas en la Historia del planeta entre naciones civilizadas, el gobierno estatuario de Duarán vendió su neutralidad al precio del desmembramiento de otra nación. Las naciones democráticas, sin estar preparadas para la guerra, demostrando que aún restaba decencia, en un acto de fe en la lealtad, en la justicia, en el derecho de las naciones aunque sean pequeñas, salieron en defensa de la nación agredida. El imperialismo agresor volcó todo su inmenso poderío en una guerra de exterminio total. Miles de carros de guerra, miles de grandes cañones, miles de aviones, y miles de soldados sedientos de destrucción, arrasaron cuanto se les puso delante. En su deseo de saciar el odio que en sí mismos habían ido incubando, y con el propósito de sembrar el terror, aniquilaban poblaciones indefensas en las que sólo habían quedado mujeres, niños y ancianos. En las ciudades exigían tributos, como a los pueblos vasallos en la Antigüedad; tomaban como rehenes a las personas de mayor consideración dentro de la oblación, como garantía de la sumisión del pueblo. Millares y millares fuero fusilados, en masa, por presuntos delitos, y arrojados a una zanja, que hacía de fosa

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común. El saqueo y el despojo se realizaron sistemáticamente. Familias, instituciones, locales públicos, nada escapó a la rapiña. Obras de arte particulares, de Museos, Bibliotecas, o de cualquier lugar donde se hallasen, eran robadas; no por la soldadesca, que justamente había sido llevada a perder toda emoción ante lo artístico, sino por jerarcas, que iban atiborrando sus grandes palacetes. “Concientes de que su proceder era inicuo, no atreviéndose a presentarse abiertamente como eran, ni a predicar públicamente los “principios” que los guiaban, hablaban de justicia, de derechos del pueblo, de dignidad humana. Acusaban a sus contrarios de imperialistas, de agresores, de traidores a la Humanidad. En cada nación que sojuzgaban, hallaban un grupo de inmundos traidores capaces de figurar al frente de un gobierno sometido, con apariencia de libertad y autonomía. Parece increíble que pueda haber politiqueros tan hambrientos de dominar, como para traicionar a su patria con todo lo que en ella hay; tan inicuos, tan carentes de moral, como para aliarse con el enemigo. Parece increíble, pero los hubo, y en abundancia, y aún muchos otros que permanecieron en la sombra por temor. “Los contrarios que encontraban heridos en los campos de combate, eran sencillamente eliminados de un tiro en la cabeza. Los prisioneros, hacinados en campos absolutamente inadecuados, sufrían lo indecible porque eran tratados como nunca jamás ha sido tratada una bestia. La alimentación, si acaso, alcanzaría a un sexto de la ración necesaria, y mantenían la vida a expensas de sus propios tejidos: al cabo de sólo dos meses se convertían en un esqueleto cubierto de piel, con los músculos reducidos a su cubierta fibrosa. Habían de dormir en galpones comunes, sin elementos de ninguna clase, tirados en el suelo, recostados unos contra otros, en un amontonamiento que, en libertad, ningún animal tolera. Hubo ejemplos de galpones en que se amontonaban a razón de más de tres por metro cuadrado. En la vida normal de la sociedad civilizada, en una pieza de tres metros por tres, es decir nueve metros cuadrados, duermen una o dos personas. Aquellos feroces criminales habían amontonado allí ¡más de treinta individuos! Entrados al anochecer, se cerraban las puertas, y no se permitía salir hasta el día siguiente por ningún concepto, ni aún para el ejercicio de las más elementales necesidades naturales; y los que morían por la noche, ahí quedaban, a veces debajo, a veces encima de los que no habían alcanzado a morir. “Hijo, Dios es compasivo y misericordioso con el Hombre porque sabe que cae en falta más por debilidad que por maldad. Ante el reconocimiento y el arrepentimiento, perdona y borra la falta; pero hay pecados que no pueden ser perdonados. El don hecho al Hombre en su creación no consiste sólo en la vida, sino en la calidad distintiva de esa vida: fue creado como una persona moral, y no sólo como individuo animal. Le fue dada una participación del Espíritu. En aquellos encerraderos, que son baldón para todos los Hombres, se atentó contra lo físico de los prisioneros, pero aún mucho más contra lo moral. El plan de aniquilamiento alcanzaba al individuo físico pero estaba dirigido expresamente contra la persona moral. Es ésta la que molesta y

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altera a los imperialismos de todo orden: políticos, religiosos, intelectuales, etcétera. Un balazo en la nuca, un par de bayonetas en el vientre, la cuerda de la horca, la cámara de gases, hubiesen sido suficientes, y en poquísimo tiempo, para terminar con la oposición de los individuos, pero la posición de la personalidad subsiste aún más allá de cualquier tumba. Frente a la intangibilidad de esa posición de la persona, los despotismos se sienten impotentes, y es eso lo que los enfurece y los arrastra a inenarrable crueldad y bestialismo; entiéndase, bestialismo humano. ¡Siendo justamente el Hombre la única criatura a quien le fue dada la facultad volitiva de no ser bestia! Es evidentísimo que la crueldad, y aún la injusticia, son pruebas innegables de debilidad. El realmente poderoso, es justo; y más allá aún, es misericordioso. “En varios tratados, periódicos y noticiarios grabados, hallarás descripciones tan horripilantes que te tentarán a dejar de leer, y buscarás defenderte pensando que no pudo haber sido cierto. Científicos hubo, que en su enloquecimiento criminal, se dedicaron a buscar el uso del cuerpo de los prisioneros como materia prima industrializable. Frente a eso, el canibalismo está varios pasos más atrás. “Uno de los países extremistas, que se había mantenido neutral, sorpresiva y traidoramente, en momentos en que mantenía conversaciones pro-alianza con las Democracias, las atacó causándoles un verdadero desastre. “Con ese espíritu, los extremismos totalitarios realizaron su guerra. El poderío de los ejércitos, la rapidez y violencia de los ataques, y el terror desatado de los pueblos, les permitieron el avasallamiento de muchas naciones, en realidad de todas las que fueron invadidas. Pero ese ataque, en tal violencia, produjo necesariamente un desgaste extraordinario de medios, y al llegar en su avance y conquista al mar océano, lejos de sus centros, hubieron de hacer un alto. El poderío naval de las Democracias que estaban del otro lado del mar, era muy grande aún, y no podía ser despreciado. De ahí que los totalitarismos iniciaron una continua ofensiva aérea. Miles de aviones sembraron diariamente la muerte sin discriminación. Ciudades puramente civiles fueron arrasadas por poderosas bombas, al solo efecto de causar terror. Pero allí, el verdadero espíritu democrático había generado otro temperamento; su lema fue: “nadie está realmente vencido mientras no acepta su derrota”. Prefirieron morir libres, antes que vivir esclavos. Frente a tal entereza moral, los extremismos no tenían armas utilizables. Mientras tanto, las naciones democráticas habían logrado organizar y movilizar su poderío industrial, y la lucha empezó a realizarse de igual a igual. En la furiosa locura de ese primer fracaso, los totalitarios, mostrando una vez más lo que se podía esperar de ellos, se volvieron contra los estatitarios de Duarán, que en su criminal traición anterior se habían convertido en sus expectantes aliados. “Este nuevo estado de cosas fue para las Democracias en parte un bien, y en parte un mal.; un bien, porque les permitió prepararse para vencer, y un mal porque los hizo compañeros de lucha de Duarán, cuya ideología era tan antidemocrática y extremista como la de los totalitarios. La lucha fue cada

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vez más dura. Los armamentos se perfeccionaron aún. Aparecieron los proyectiles con autopropulsión, y radio-dirigidos, capaces de alcanzar objetivos a centenares de kilómetros. Apareció el “Radar”, capaz de determinar la presencia de un objeto aéreo a muchísimos kilómetros. Los ejércitos democráticos fueron poco a poco reconquistando terrenos perdidos y acorralando a los enemigos en sus cubiles de fieras. Era ya evidente su derrota, pero a las camarillas gobernantes, ante el fracaso de sus planes de dominación mundial, no les importaba absolutamente nada el arrastrar a los países y a sus pueblos a la máxima destrucción. “Entonces, científicos en las Democracias, sobre estudios y experiencias anteriores realizadas en Leria, lograron construir instrumentos explosivos a base de desintegración atómica. Después de algunos titubeos, decidieron usarlos. Unas pocas bombas de esa especie, cada una de las cuales destruyó una gran ciudad y muchos miles de personas, obligaron la rendición. “Los ejércitos vencedores ocuparon los países totalitarios y sus aliados; comenzaron la reorganización primero, para llegar después a la estructuración de un convenio de paz. Fue entonces que se empezó a conocer, en toda su magnitud, la interminable serie de tropelías inconcebibles que habían sido cometidas. Ninguna maldad, ninguna iniquidad, ninguna desvergüenza, ningún atropello contra las personas, había quedado por realizarse. Todo había sido hecho en la forma más brutalmente perfecta que les fue posible. ¡Las cosas que relataron, cuando se abrieron los campos de prisioneros, aquellos esqueletos aún vivos, cuando pudieron hablar! Miles y miles, porque allí encerraban no sólo soldados contrarios, sino toda persona sospechosa o simplemente no grata, tanto hombres como mujeres y niños. Muchos de ellos no pudieron ya recuperarse, otros muchos quedaron imposibilitados por las torturas o por enfermedades incurables; muchos aún, no recuperaron mas la lucidez mental, quedando idiotizados. Tuvieron que aprender de nuevo a vivir como gente en el comer, en el dormir, en las normas de higiene, en el vestir, en el traro con los demás; habían sido ya casi totalmente animalizados. Niños de 6 a 10 años que no conocían otra cosa que miseria y malos tratos, habiendo aprendido apenas a hablar, se resistían y rechazaban el bien que se les quería hacer. ¡No podían creer que fuese posible! Eran fierecillas enjauladas, furiosas en su desesperación impotente. ¡Ese era parte del material humano con que la Humanidad tendría que organizar su mañana!” Dando por terminada su conversación, el Essi se despidió y se fue.

FILÚ II. Por dos veces había vuelto al desfiladero donde la primera vez me había encontrado con la ardillita a la cual había bautizado con el nombre de Filú. Me reconocía de inmediato apenas la llamaba, y acudía a mi lado a tomar lo que le hubiese llevado. Había relatado mis aventuras, principalmente a algunos niños que solían venir a visitarme dirigidos por Laí. Se entusiasmaban en gran forma, me hacían repetir mis relatos, me hacían mil preguntas, y de continuo me pedían que, ya que no los podía trasladar hasta la Tierra, los llevase por lo menos a visitar a Filú. En mi auto yo no podía llevar más que a

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dos, en el asiento exterior. Un día decidí llevar a Laí y a Dae, un niño de 11 años de notable inteligencia. Hice provisión de algunas frutas, bizcochos, y también algo para Filú. De mi chocolate y pastillas de menta no quedaba más nada. El día que conté mi encuentro con la ardilla, revelé el secreto de mi posesión, lo cual causó extraordinaria curiosidad. En fin, Laí y compañía dieron buena cuenta de ello. Llegados al lugar, me senté bajo el árbol de siempre, con los niños a mi lado. Enseguida empecé a llamar: “¡Filú! ¡Filú!”. Casi de inmediato, apareció en el grupo de peñascos, donde seguramente tenía su nido. De una rápida corrida se trepó a la piedra a mi frente, y dando un nuevo salto corrió hacia mí. Ya estaba junto a mis pies cuando notó la presencia de extraños, y con una agilidad portentosa volvió a la piedra. Nos observaba haciendo toda clase de gestos y movimientos. La llamé de nuevo y extendí la mano co un trocito de azúcar. Comenzó a acercarse, sin temor pero con prudente lentitud. Pronto, ya estaba comiendo el azúcar. Los niños, por mi recomendación, se habían quedado inmóviles. Filú los observó y examinó; al fin, satisfecha de su inspección, respondía también a sus llamados y comía lo que le daban. La alegría de los chicos era indescriptible; hubiesen deseado tomarla con sus manos, pero ella no lo permitía: se escabullía y chillaba, haciendo bruscos movimientos con su larga y lanosa cola. Me había llamado la atención verla siempre sola, y no pude explicar el hecho. ¿Sería un ejemplar joven que aún no había hallado pareja? No abundaban, pues su alimento natural, las bayas de un arbusto, eran bastante escasas. Les dije a mis compañeritos que según lo que yo sabía de las ardillas terrícolas, se escondían en invierno y sólo comían lo que tenían acumulado en la cueva; por lo tanto, en otra oportunidad tendríamos que traerle algo como para que guardase. Pasé una hermosa tarde viendo la alegría de los niños; principalmente Laí se divertía corriendo y jugando como a las escondidas con Filú, que al retirarnos nos siguió un poco, lanzando su estornudo a modo de interrogación. Hay en la compañía espontánea de los niños una fuente de bien espiritual incalculable. Su limpidez y sencillez puede llenar nuestro corazón y limpiarlo de preocupaciones y nocivas ideas. Los dirigentes deberían buscar momentos de soledad, con dos o tres niños, en un lugar apartado y natural… ¡Cuánto bien podría traer para la comunidad!

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XVI – LA MONTAÑA QUEMADA

Poco a poco, en múltiples visitas, fui conociendo la superficie calcinada del planeta. Todos los habitantes de Rada Nael, sin excepción, se conducían conmigo de igual modo. Su lealtad, su sincera bondad, su espontánea fraternidad, me conquistaron por completo, y me sentía sencillamente como uno de ellos. Según el Essi, realmente lo era, pues estaba encargado por ellos de una tarea especial: traer a la Tierra su mensaje. Era amigo de todos, y todos me eran amigos, indistintamente me acompañaban y me daban explicaciones, pero parecía que en mi corazón había un lugar un poquito distinto para aquellos seis que conocí primero. Tal vez las emociones de aquellos momentos, y la sacudida sicológica que se produjo, hicieron que se grabaran más profundamente en un temperamento extra-sensibilizado por las circunstancias. Sí, realmente a los seis los quería más, y con ellos a sus familiares. Dentro de los seis quería más a tres: Viro, Vanaro y Aino. Con Viro, que me era el maestro educador, aparte del Essi, hablábamos siempre en español. Haciéndole observaciones sobre pronunciación, sobre el uso de modismos, verbos irregulares y adjetivos, pude hacerle algún servicio frente a los tantísimos que él me prestaba. Entre las particularidades de su hablar corriente, me llamó la atención el poquísimo uso que hacen de los adjetivos. Prácticamente no usan calificativos, y sí sólo determinantes. Seguramente que al citar conversaciones y expresiones de alguno de ellos, habré incluido en estas memorias calificativos que me pertenecen a mí, en el deseo de arreglar la narración. Nuevamente habíamos salido con Areso; sus explicaciones geológicas me agradaban mucho. Visitamos primeramente lo que llaman corrientemente la “Montaña de las cuevas”, propiamente una colina antigua muy alta, tal vez de 700 metros, por 4 kilómetros de ancho y unos 50 kilómetros de longitud, enclavada en una zona de plegamientos más modernos, que hacen de contrafuertes a la gran cordillera que se encuentra más allá, y que ya presentaba manchones de nieve. Al pie de la colina hay un valle plano con alguna vegetación. ¡La primera que veía fuera de Rada Nael! Areso comenzó su explicación: “la región había pertenecido a un pequeño país democrático, densamente poblado por su extendida industrialización. La base de su industria era su carbón. La colina antigua estaba prácticamente traspasada en todos los sentidos por vetas y filones del mineral. Gran cantidad de esos filones estaban

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en explotación. Aproximadamente a un sexto de la altura, en uno de sus lados, poseía una vera horizontal que penetraba profundamente en la colina, y era limitadamente explotada por su posición de base de sostén de toda la ladera. Cuando la guerra que provocó el gran desastre, un par de grandes bombas termo-atómicas lanzadas por aviones de Duarán arrasaron con todo: ciudades, fábricas, cultivos, dando origen a la deflagración de toda la región. La desintegración de toda la materia orgánica consumió los valles en sus llamas y explosiones, y trepó por las laderas. El carbón tomó fuego en las entrañas de la colina, en parte violentamente, excavando en la masa rocosa profundas grietas, como cráteres volcánicos longitudinales. En otras partes la combustión, si bien intensa, se desenvolvió sin explosiones, produciendo galerías y cuevas que aparecen aún sombrías, inmensas, y algunas atraviesan la colina de lado a lado, como túneles. Muchas de esas galerías se hundieron luego, formando esas depresiones que se ven en la superficie. La veta horizontal de la base, al consumirse, fue socavando toda la ladera que, falta de sostén, en sucesivas avalanchas se lanzó sobre el valle: alud infernal de rocas, llamas y carbón ignito. El valle quedó completamente cubierto. El calor del incendio que todo lo consumió, y las radiaciones, provocaron una rapidísima fusión de las nieves de las cumbres, y torrentes de agua hirviente se precipitaron por los valles. El impacto del agua arrastró gran parte del material del derrumbe que cubría este valle, formando en su empuje una barrera de contención que cerró la parte inferior del valle. Así, todo el valle quedó transformado en un lago, que no duró mucho, pues nuevas avenidas de agua de las nieves, y las torrenciales lluvias que se sucedieron después, desbordaron el dique de contención y lo fueron eliminando. El valle quedó cubierto de arenas que se concentraron en el fondo del lago, mezcladas con restos de tierra, que en lo alto de la montaña se salvó de la destrucción”. “Como las radiaciones no eran realmente excesivas, iniciamos la recuperación. Hemos sembrado al principio las plantas más resistentes; en la actualidad es posible la vida animal: ya hemos traído conejos para pruebas y han resistido bien, aunque han mermado en su capacidad procreativa. En el próximo invierno sembraremos algunos forrajes, y en la primavera se hará el traslado del primer rebaño de cabras. “Terminado el incendio general, las minas de carbón continuaron su combustión por muchos meses. Cada boca era una chimenea por la que salía una inmensa columna de humo y cenizas. Mucho de ello cayó sobre el valle, enriqueciendo el suelo. Cuentan los que desde “domis” a gran altura lo observaban, que por las noches era un espectáculo extraordinario: sobre la colina en sombras se destacaban, luminosas como bocas de hornos, las entradas a las minas y las grietas abiertas. Seguramente que el inmenso calor de las minas ardientes, al comunicarse a toda la masa rocosa de la colina, apaciguó la energía radiante extraña a la misma. Se puede entrar en casi todas las cuevas, y ya hemos retirado gran cantidad de cenizas y hollín para fertilizar el llano”. Maniobrando el “domis”, nos detuvimos frente a una entrada situada a media altura: inmensa y negra cueva de boca irregular, por la que uno podría

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esperar que apareciese algún gigantesco monstruo mitológico. La cueva atravesaba la colina de parte a parte y se distinguía, allá en el fondo, un punto luminoso. Nos acercamos aún más, llegamos a la superficie, y ante la baja indicación de radiaciones, descendimos. Caminando ante la boca, no se podía no tener miedo. Tendría unos 70 metros de ancho, por una altura variable entre 30 y 60 metros. Las rocas, negras de hollín y profundamente agrietadas, llevaban a preguntarse cómo se sostenían allá en la bóveda. El túnel formaba un codo, pero aún así se veía la otra salida. Un vientecillo surgía de las negras entrañas. Volando a pocos metros del suelo, recorrimos el llano del valle. En su parte media se abría un cauce de río que mostraba algunos charcos. Dijo Areso que estaban estudiando en busca de un lugar propicio para hacer obras de embalse, sin lo cual no podían emprender cultivos importantes. Por el momento, la preocupación era extender la cría de cabras y conejos. En varios lugares vimos conejos que huían a esconderse entre las matas. Luego de recorrer todo el valle, que tendría en la parte ya semi-recuperada unos 25 kilómetros de largo por 5 o 6 de ancho, tomamos altura y nos alejamos. Casi enseguida, siguiendo valle abajo, en una zona llana, vi una altura muy particular, que destacaba su silueta: un cono truncado de no menos de 800 metros, con el consabido color marrón en varias tonalidades. Presentaba hendiduras anchas a todo lo largo, desde arriba abajo. Semejaba un gigantesco medio melón. Al verlo, recordé que cuando era pequeño me agradaba mucho comer cierto postre que hacía mi madre, al cual llamábamos “budín”, y creo que era un flan; lo hacía en una budinera metálica, profunda, con un tubo en el centro, y teniendo los lados acanalados; una vez cocido y frío, invertía la budinera sobre una fuente, quitaba el molde y aparecía el budín con una forma muy semejante a la de aquel cerro. Ya iba a hacer una pregunta, cuando Areso comenzó a explicarme: “La zona que ya visitamos, y ésta, pertenecían a Terea, pequeño país del grupo de las democracias. Aquí rodeando este cerro, que comúnmente llamamos “Montaña Quemada”, se hallaba la ciudad capital. Había sido en su tiempo uno de los principales baluartes de la Religión Imperialista. En época de poderío de la Iglesia, como expresión de fanatismo y espectacularidad, transformaron el monte en el más gigantesco santuario de adoración que existió sobre el planeta. En la cima, coronando un inmenso y espléndido anfiteatro, había tres colosales estatuas de otras tantas divinidades, pues aunque se denominaban monoteístas adoraban y reverenciaban a muchas personalidades, que presentaban como adlátares del Dios creador. El monumento tenía carácter de homenaje universal, pero nunca tuvo carácter realmente popular, porque la Iglesia Imperialista lo administraba de modo que sólo a ella le aprovechaba. Con propaganda sensacionalista y supersticiosa, con advertencias y amenazas más o menos veladas según el país, esquilmaron los bolsillos de los creyentes en las cuarenta naciones que había en el planeta. Juntaron una cantidad realmente fabulosa de dinero. ¡Tantas necesidades que tenían los pueblos, principalmente en el orden educacional e higiénico, y ellos por pura vanidad

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invirtieron allí miles de millones! Uniformemente repartidas a su alrededor, construyeron desde el pie a la cima, cuarenta escalinatas, una por país, con mármoles u otro material propio de cada lugar. Entre una y otra escalinata plantaron bosques y jardines, con un trabajo de titanes. Una vez terminado, presentaba un aspecto imponente y maravilloso. Puedes ver fotografías en textos de la época, en la Biblioteca. En la parte alta, bajo las gradas del anfiteatro, había gran cantidad de reparticiones. La congregación de sacerdotes que lo administraba, vivía en esas reparticiones con todas las comodidades. Cada año, en una fecha determinada, se realizaba la festividad. Miles de peregrinos llegaban de todo el mundo. Se reunían por nacionalidades al pie de la escalinata correspondiente a su país. A una señal dada, se iniciaba la ascensión. Cada cien escalones había un descanso, y la escalinata que era en zigzag, cambiaba de dirección. En cada descansillo un grupo de seminaristas pedía “ofrendas voluntarias” para mantener la obra de la Iglesia. Era una peregrinación de ricos; los pobres no podían llegar hasta allí. Cuando estaban todos arriba, se realizaba una gran ceremonia religiosa. La festividad duraba cinco días, en cada uno de los cuales oficiaba un jerarca de la Iglesia. En los bosques había casitas albergue donde, pagando, se podían hospedar los peregrinos y sus familias; los de más abajo eran los más baratos, aún cuando en ellos mismos los precios eran abusivos. Cuanto más arriba, más caros. Los últimos eran realmente para gente muy rica; cada día se iniciaba el ascenso desde donde se estaba. Eso era considerado como una ofrenda, y según la educación religiosa que se les había dado, un modo de conseguir el perdón de los pecados y la aprobación de Dios”. Sacudiendo su cabeza en el momento, Areso dijo, mirándome con tristeza: “Hermano Miguel… ¡Dios comerciando con dinero! ¡Y que el pueblo pueda llegar a una ignorancia espiritual como para aceptar eso! Más adelante –continuó Areso en su relato- el gobierno del país pasó a un grupo democrático, democrático en organización política. En cumplimiento a la libertad de conciencia que impusieron, el santuario fue respetado y continuó en poder de la Iglesia Imperialista. Las festividades continuaron siendo grandiosas, pues aunque la masa popular les volvió la espalda, no les afectó, ya que vivían de la explotación de la superstición de los ricos. Lo que sucedió para que quedase como está, sólo podemos conjeturarlo, pero seguramente no andamos muy alejados de la verdad. Atacados sorpresivamente por los bombarderos de Duarán, aunque era una nación sin ejército ni aún medianamente numeroso, se produjo el mismo efecto que en otras partes. La zona intensamente cultivada proporcionó mucha materia orgánica y tierra vegetal para la desintegración y explosión. Ya ves que de al ciudad no ha quedado nada más que montones de rocas y escombros calcinados. Los bosques y jardines de las laderas del cerro, que eran maravillosos, hicieron su papel: cada uno dejó su hondo surco, desde abajo arriba. El carbonato de los mármoles, y aún el calcio, ardieron en las escalinatas y en la cima. Si bien nada quedó sobre el planeta, cada vez que veo esto no puedo dejar de pensar que Dios, por lo menos aquí, reivindicó su santidad difamada”.

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Examinando el control de radiaciones, descendimos sobre donde había estado en anfiteatro, hasta unos 30 metros: roca pelada, agrietada, montones de escombros, en parte arena semi-fundida, profundas hendiduras, pozos… Nada más quedaba de aquella insensata obra del fanatismo, la superstición y la vanidad. Dimos la vuelta a la ladera a media altura, a una distancia también de 30 metros. Los 40 profundos valles y las 40 partes más salientes del pétreo “budín” presentaban igual aspecto de desolación y esterilidad: roca quemada surcada de grietas, desmenuzada en parte, amenazando siempre derrumbarse. Al pie, una gran masa de escombros. Tomamos altura; a lo lejos, al Sur, se distinguía el mar, que en esa región ascendía muy al norte. La inmensa playa que al retirarse había dejado, formaba una extensa zona de color claro.

TEJIDOS. Por la tarde, acompañado del señor Sel, hombre ya maduro, ingeniero textil, bozote una fábrica de tejidos. Empezamos por las primeras etapas. Troncos de árboles, en trozos de aproximadamente un metro y medio, pasan por unas maquinas descortezadoras: un disco metálico con dientes en una cara, gira frente a una plancha fija, también con dientes; se introducen mecánicamente, de punta, uno a uno, y salen perfectamente descortezados. La máquina me hizo recordar a una desgranadora de maíz. Los troncos, limpios, pasan a una moledora que los reduce a serrín grueso; este serrín va a una cuba donde comienza el tratamiento. Primeramente lo maceran en alcohol que obtienen de los residuos de la fabricación de azúcar. Lavado y escurrido, lo ponen en una solución silicosa que obtienen por procedimientos termo-hidroeléctricos, revolviendo de continuo. Escurrido nuevamente, pasa a otra solución espesa de un producto que obtienen del hollín del carbón; luego de un primer batido y amasado entre rodillos, es llevado a recipientes en cadena, donde hace un reposo. Transcurrido el tiempo necesario, se le revuelve suavemente, ya que es una gelatina, y la cadena empieza a entrar en un largo horno, donde a medida que aumenta el calor se continúa del batido. Ese es el momento de darle colorante; al natural, tiene color amarillo claro. Al salir del horno ya está listo para ser hilado, que se hace mecánicamente, en local cerrado co ambiente especial de calor y humedad. A la intemperie, la pasta viscosa solidifica casi de inmediato. El hilo, de varios grosores, es arrollado en grandes cilindros de varillas metálicas, y es sacado al exterior a través de una cámara intermedia. Casi de inmediato se procede al bobinado, y queda listo para pasar a la tejeduría. El producto monofilar es sumamente delgado, y prácticamente tiene poco uso. El torcido polifilar, de variado número de hilos, más o menos apretado, da origen a telas de variada estructura, según el uso. Los tejidos de abrigo se hacen con un torcido grueso, flojo, y mezclado co pelo de conejo o de cabra. La hilandería, desde que de una tolva son tomados los troncos por una cadena sin fin, hasta que salen las bobinas, es controlada totalmente por una central electrónica. No hay mano de obra obrera. El tejido es absolutamente inalterable. Con la misma pasta gelatinosa, antes de hornearla y mediante el agregado de aceite y resina vegetal, obtienen un tipo de goma o caucho sintético, elástico e impermeable. Las telas tratadas con ese caucho son

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absolutamente impermeables. Con ella están hechos los “rofodios”, y las ropas y calzados para lluvia. Con las ramas, luego de secadas naturalmente, por un procedimiento similar, y sin descortezar, obtienen un tejido tosco que utilizan para sombráculos en los cultivos. Con la corteza de los troncos, mediante un tratamiento químico-mecánico, fabrican un excelente abono orgánico.

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XVII – CALENDARIO

CASAMIENTO. El día dura 24 horas, como en la Tierra. El año tiene 687 días y se descompone en 12 meses de 57 días cada uno, más tres días destinados a festividades. La semana cuenta diez días de labor y un día de asueto. El mes consta de cinco semanas más dos días de actividades especiales. El año comienza el día del equinoccio de otoño, en un día festivo, comenzando también el mes y la semana. El día de asueto semanal hay fiesta popular, como la que ya relaté. Alternadamente en las fiestas de esos días, se realizan “bautismos” y “casamientos”. Hay dos grandes Estadiums, uno hacia cada extremo del valle, y se realizan reuniones simultáneas. Concurrí alternativamente a uno y a otro. En uno de esos “actos” se casó Un. Me había invitado especialmente, y concurrí al Estadium del Sur, ya que de allí eran los novios. Terminada la primera parte devocional, se llama a los futuros esposos, por pareja, formando un semicírculo en conjunto. El que dirige el acto, en representación de la comunidad, recuerda a los contrayentes las obligaciones que aceptan: en sus mutuas relaciones, en el cuidado de su casa y huerta, en sus relaciones con la comunidad, y fundamentalmente en la crianza y educación de los hijos que hayan de tener. Los exhorta a no hacer de la familia un baluarte de egoísmo, sino a considerarla como una célula en la comunidad. En un Libro Registro se anotan los datos personales, el número de la propiedad que se les entrega, el número que les corresponde desde es momento como ciudadanos, y lo firman los jóvenes esposos, refrendando únicamente el actuante. Considerándolos casados, le entrega una capa de abrigo a cada uno; además, entrega al joven una chapita metálica con el número de la propiedad y su nombre: significa la “llave”, y será colocada en el frente de la entrada. A la novia le entrega un cordoncito de 25 centímetros de largo por unos 6 milímetros de espesor. Al entregarlo, le dice más o menos lo siguiente: “El hombre es por naturaleza, física y temperamentalmente más fuerte que la mujer. En su amor se inclina hacia la protección. Se esfuerza por ser comprensivo, tolerante, y puede caer en “mimos”. En base a esa posición del hombre, aún cuando aparentemente él es el jefe, en realidad es la mujer la que “ata” y “desata” las circunstancias de la vida familiar. El espíritu que reinará en tu casa, será el que tú forjes. No esclavices a tu marido con exigencias que no son nada más que caprichos y egoísmo. Guarda este cordón a la vista. Ata lo que sea justo, noble, generoso, y desata las dudas, las incomprensiones, los abusos”. A la

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terminación de la fiesta, recibe un auto cada nueva pareja, y se retiran a sus casas. Un vino co su joven esposa a saludarme. Estaban radiantes. Era una linda muchacha, y se llamaba Naia. Cada nuevo matrimonio recibe en la comunidad todo lo que necesita: terreno plantado y en producción, y la casita instalada totalmente con todo lo necesario, como un padre lo haría con un hijo. Generalmente se casan jóvenes, entre 20 y 25 años; no hay solteros. Y desde el casamiento son considerados “mayores”, “ciudadanos”, miembros de la comunidad. Los días que sobran en el mes, a las cinco semanas, se colocan al final de la segunda y de la cuarta semana (para que no coincida con fin de año) y se dedica el Primero como “Día del Árbol”. Ese día, todos van al bosque llevando un poco de tierra buena, y varios arbolitos nuevos. Buscan lugares despoblados en el bosque o más allá, en las laderas de las montañas, cavan un hoyo en la roca, la desmenuzan, le agregan un poco de tierra, y ponen el arbolito, que viene ya con un buen terrón. Es un día de alegría colectiva y pasan allá hasta el atardecer. En esa forma el bosque se va rehaciendo y extendiendo, con la cooperación de todos. A la vez, limpian el terreno de otras malezas en los lugares en que pueden molestar. Con las ramas muertas que encuentran y juntan, hacen grandes montones en lugares despejados. A medida que el bosque asciende, van ascendiendo también los caminos y la instalación de agua. Generalmente la familia tiene cuidado de los arbolitos que plantó, durante unos días, hasta que están arraigados. El día extra que se agrega a la cuarta semana, se dedica a “Asamblea del Pueblo”. Se realiza en los Estadiums y acude toda la población. El hombre que dirige el acto, designado por la Asamblea anterior, comienza con una oración en la que reclama para la Asamblea un corazón limpio y un espíritu recto, para que salga fortalecida la fraternidad y el bienestar del pueblo. A continuación, un señor, que ha sido designado con anterioridad, presenta un tema de interés general. Con sencillez, con claridad, lentamente, expone el asunto. Como se conoce el programa de la Asamblea, y el tema fue ampliamente anunciado, todos están preparados para seguir la disertación, o intervenir luego en el cambio de ideas, o hacer preguntas aclaratorias. Me resultó interesantísimo. En realidad es una “Asamblea Parlamentaria” o “Asamblea de Gobierno”. Una vez más, se puso en evidencia el espíritu que reina entre aquella gente. Sólo hay una finalidad: el bien para la colectividad. Nadie habla sólo por hablar, nadie habla si no se le concede la palabra, tampoco podría hacerlo si se lo propusiese. Cuando alguien habla, se le escucha con interés y respeto. Nadie habla para hacer resaltar su sabiduría o su capacidad de orador florido: no se usa el palabrerío inútil; nadie habla por simple afán de contradecir. Hay un sistema de teléfono con control electrónico, que automáticamente va dando la palabra en el orden de la solicitud. En el respaldo de cada asiento hay un botón; y cada cuatro, un micrófono con un cordón. Apretando el botón del respaldo, se “pide la palabra”. El pedido es registrado electrónicamente. En realidad, es casi imposible que dos acontecimientos sucedan exactamente en el mismo instante; el Hombre, por sí, puede separarlos sólo hasta cierto punto, pero el

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control electrónico que usan es sensible hasta una milésima de segundo. Al terminar de hablar, el orador oprime nuevamente el botón y automáticamente pasa la palabra al siguiente solicitante., quien recibe el aviso por el encendido de una bombita roja en el mismo micrófono. El Informante, que está ante el micrófono de la mesa de control, tiene prelación en la palabra y su “pedido” se antepone al de cualquier otro solicitante. Simultáneamente, la palabra se va registrando en una cinta. Los cambios de ideas se realizan en perfecto orden. El público ignora qué persona habla (no hay interés en ello) pero si alguien desea saberlo puede averiguarlo, pues cada uno tiene un asiento determinado, y al pedir la palabra se registra el número en la grabación. Los temas tratados so muy variados, pero siempre se relacionan con asuntos de la vida de la comunidad: cuestiones de cultivos, de nuevos métodos, de experimentaciones, de servicios públicos, obras públicas, información sobre trabajos asignados, asuntos sobre enseñanza y educación, sobre prácticas atléticas, etcétera. Terminados los temas del orden del día, se proponen “eventuales” que la Asamblea resuelve tratarlos o no. Luego vienen las propuestas de temas para la próxima Asamblea, y la designación de Director y miembros Informantes. En cada Asamblea, mientras estuve, me correspondió dar informes sobre distintos tópicos de nuestra vida aquí. Actué alternativamente en los dos Estadiums. Cuando una Asamblea resuelve algo, pasa el asunto a estudio y resolución de la otra. Todo “ciudadano” tiene derecho a hablar, a ser Informante y a ser Director, y como todo el pueblo tiene instrucción y educación como para hacerlo, la rotación es continua, no hay acaparamiento. Naturalmente que los informes sobre asuntos altamente científicos están a cargo de los especialistas. En la Asamblea la igualdad de los sexos es completa, pero generalmente hablan los hombres. Simultáneamente, los niños menores de 16 años tienen actividades atléticas en Campos especiales, bajo la dirección de jóvenes estudiantes. Los eventuales, las propuestas y las informaciones generales tienen lugar por la tarde, luego de un cuarto intermedio de tres horas, en que el pueblo conversa y come en el gran parque adyacente. De los tres días que sobran a los doce meses de 57 días, dos se colocan a fin y a principio del año, el tercero en la mitad del verano. El día de fin de año, llamado día de “Silencio” o de “Examen”, es un día extraordinario, solemne, profundamente religioso. Los menores de 16 años no toman parte: van a los Campos para sus prácticas. En el resto del valle, la quietud y el silencio son absolutos. No se realiza absolutamente ninguna labor. La población permanece en sus casas, en meditación y oración. Cada uno se examina interiormente, en su vida del año que pasó, hace lecturas edificantes y ora. Es el día en que el Hombre calla para que hable el espíritu. A media tarde regresan los niños y vuelve el bullicio, pero ni se trabaja ni se sale de casa. El día siguiente es el día de los “Propósitos” o de la “Vecindad”. Se juntan cuatro familias y pasan juntos; toda la familia toma parte. Se tiene especial atención con los ancianos, con los enfermos, y con los que están solos. La mayor parte, si el tiempo es bueno, va al bosque o a los parques. (Nosotros

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aquí podríamos llamarle día de la “Fraternidad” o de la “Buena Vecindad”). Quienes han de pasarlo juntos, se resuelve por sorteo con anterioridad, y los interesados resuelven en común el lugar de reunión. Es día de gran regocijo y de estrechamiento de vínculos. El tercer día es ubicado en medio del verano, inmediatamente antes del día de asueto de la tercera semana. Le llaman día del “Bosque” o día del “Fuego”. A primera hora el pueblo va a los bosques, a ambos lados del valle. Es día de fiesta co libertad de acción. Una vez cerrada la noche, a una señal dada con el lanzamiento de un cohete luminoso de gran altura, se encienden todas las piras de ramas muertas y arbustos que se fueron juntando en los sucesivos “Día del Árbol”. Se hace un profundo y prolongado silencio. Es un espectáculo maravilloso, pero para mí fue aterrador. Estaba yo en un lugar estratégico, un “domis”, en el centro del valle, desde el que podía verlo todo. Por momentos temí que todos los bosques se hubiesen encendido, pero no hay ningún peligro pues sólo hacen fuego en los claros, y además se toman todas las precauciones. El valle queda iluminado con la luz rojiza de no menos de 50.000 fogatas. Es esta la única festividad con carácter histórico. Tiene un doble significado: el recuerdo del inmenso desastre que azotó al planeta, sumiéndolo en la muerte, de lo que sólo se salvó Rada Nael; y el recuerdo de que el fuego subsiste, por lo que si vuelve a desarrollarse nuevamente el mal, nuevamente se está en peligro de destrucción. Pasado el momento de las primeras llamas altas, en que se hace silencio, los mayores toman la palabra para instruir a los niños y jóvenes, relatándoles aquél fatal episodio del incendio del planeta. Junto a cada fuego se agrupan tres o cuatro familias, 10 o 12 personas. Luego se retiran a dormir: con un colchón de hojas secas y una manta, queda hecha la cama. A la mañana siguiente, día de descanso dominical, pasan directamente desde los bosques a los Estadiums. Yo, luego de observar los primeros momentos de la ceremonia, desde el “domis”, y de recorrer un poco el valle, ante las grandes nubes de humo que cubrían cada vez más densamente el cielo, descendí para ver las actividades en los fogones. Finalmente, también me fui a dormir, pero a mi casa, pues el “rofodio” no me permitía comodidad, ni una permanencia mayor de cuatro horas. En mi estadía en Marte, fecunda en acontecimientos notables para mí, no presencié ninguna ceremonia del alcance y emoción de esta. Será imborrable en mi memoria; es más, creo que al transcurrir el tiempo, lo aprecio con mayor claridad: fiesta popular, de profundo contenido religioso, sencilla y emotiva, en la que el pueblo toma unánime participación con alegría sincera. Para los niños, una noche en el bosque es una aventura inolvidable.

VIVIENDAS. “El “dinerismo”, afán de ganar dinero para gastarlo -según me dijo en alguna oportunidad el Essi-, termina por desviar completamente el punto de mira de la vida humana. Dejando de lado el aspecto puramente moral, y yendo a lo puramente material, el Hombre debería procurar siempre lo mejor, lo más apto y apropiado para su bienestar. Debería dar primacía a la “calidad” sobre cualquier otro factor. El “dinerismo” ha agregado otro factor: el precio. Como en una sociedad común son pocos los ricos que

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pueden permitirse adquirir lo que quieren, la inmensa mayoría debe conformarse con lo que puede. Hay muchos animales nómades, que carecen de un lugar; pero la mayoría posee su lugar, y el mejor que pueden. El Hombre, único ser capaz de superioridad, en muchísimos casos no tiene una “vivienda”, o no la tiene como la necesita. La base de la sociedad, que es la médula de las naciones, es la familia. Una familia sin vivienda, o con una no apropiada, es un organismo amputado. El alma, que es un valor moral, es independiente del cuerpo, pero se asienta en él. El “hogar”, que es moral, es independiente de la vivienda, pero se asienta en ella. La institución familiar en nuestra sociedad actual, ha perdido ya muchísimas de sus cualidades, con extraordinario perjuicio que no ha sido valorado. Tal vez la principal causal está en la carencia de vivienda apta. El hombre, los niños y hasta la mujer huyen de “la casa”, porque esta no les ayuda a crear, primero, y conservar después, el sentimiento de hogar. Es un gran mal del “dinerismo”; y una resultancia del “metropolitismo”: agrupación humana en grandes metrópolis, que a su vez es consecuencia del afán de avasallamiento de las masas populares”. En Marte, hallé en cada familia un hogar, consecuencia de la educación moral; pero a la vez, también, porque cada familia tiene una casa, una verdadera casa; no la que pueda, sino la que debe, es decir lo mejor. Las casitas vivienda se construyen sin tener en cuenta el precio, y sí sólo la calidad. No se edifica por imperio del gusto de cada uno, sino conforme a una técnica científica desarrollada en busca de la máxima comodidad. En realidad hay poca variación en el aspecto exterior ya que en cuanto a “contenido”, o espacio, son todas iguales: salita de recibo, comedor-cocina, baño, W. C., garaje y tres dormitorios. Todas tienen el mobiliario, instalaciones e instrumental necesario. So sólidas, limpísimas, amplias, aislantes y de construcción rápida, con sistema de prefabricación, sólo hay que colocar las piezas en sus correspondientes lugares y ajustar. Comienzan por hacer un “asiento” de pedregullo y asfalto, perfectamente nivelado y alisado, del tamaño de la edificación, patio y vereda. En lugares determinados según el plano, van insertados pivotes metálicos en los que se afirmará la armazón de la casa. Las paredes son metálicas, en una aleación de aluminio que obtienen de las rocas, plateado, liso y casi totalmente opaco; son dobles, las exteriores dejando un espacio vacío de unos 25 centímetros y las interiores un espacio de 7 centímetros, ese espacio es rellenado en las paredes exteriores con “escoria” molida que abunda en todo el planeta; los tabiques son casi siempre rellenados con la hilaza que se obtiene de la “noisa”. Las puertas y ventanas con sus marcos y cabezales forman una sola pieza que se ajusta en su lugar. El techo es en todo similar a una pared con la sola diferencia de que la chapa inferior es horizontal y la superior inclinada, variando por tanto el espesor del espacio que se rellena con “escoria”. No hay esquinas agudas, sino redondeadas. El piso es de chapa de cartón prensado monolítico, cubierto con alfombra de hule. Un modelo lleva uno de los dormitorios sobre el garaje, con la escalera en el comedor. Todas las piezas se ajustan a tornillo, con juntura hermética. Un grupo de seis hombres, luego de preparado el “asiento” de asfalto, podrían

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terminar el armado en dos días. En la práctica, todas son armadas por los jóvenes estudiantes de la Escuela Superior.

ARTE. Después de haber visitado muchas veces la “Biblioteca”, perfectamente instalada en un buen edificio ex profeso, cercano a mi casa, me llamó la atención la diferencia extraordinaria, en el tema, entre la literatura antigua y la moderna, considerando “moderna” a la propia de Rada Nael, y “antigua” a la anterior. Los temas modernos son preponderantemente científicos, prácticos o técnicos, y morales. No hay libros propiamente literarios, que se pudiesen llamar de literatura artística. En la misma forma, no vi ninguna muestra moderna de arte pictórico o plástico. En un momento de conversación con Viro, le hice presente mi observación, y le pregunté por qué un pueblo altamente espiritual como ellos, no dan producciones artísticas. Me miró sonriendo, y tras un golpecito en el hombro comenzó su explicación: “Dime, Miguel, ¿por qué no has escrito ninguna poesía desde que estás entre nosotros, una de esas poesías que solías escribir allá en tu Tierra? Bastante buenas algunas de ellas. ¿Por qué? ¿No hay aquí motivos?”. Me dejó francamente sin saber qué decir, en parte por su referencia a mis poesías… y porque no sabía la razón de mi mutismo poético. Sólo se me ocurrió contestarle: “Francamente, no he sentido deseos de escribir”. “Exacto –dijo Viro-, esa es también mi contestación. No sentimos necesidad de manifestaciones artísticas. Un artista es un “chiflado”, como dicen ustedes; un excéntrico, un individuo que no engrana satisfactoriamente en el mundo en el cual vive; un desequilibrado en la vida común, un desconforme. La sensibilidad de su espíritu choca con mil cosas a su alrededor. Está lleno de ansias espirituales por metas que no alcanza. Vislumbra mil bellezas que la modalidad de lo que le rodea no le permite lograr. Y como él mismo es parte de ese medio en que vive, él mismo se es obstáculo en sus vuelos en pos de lo que cree perfección. Su alma vive sedienta, y puede caer en el descontento y la amargura. Si trata de decir en forma vulgar y corriente lo que siente y piensa y anhela, se le mira de reojo o burlonamente, o él cree que así se le mira. Se encuentra entonces solo, aislado, incomprendido. Cuando su alma no puede contener más la presión de lo que adentro tiene, lo expresa en obra de arte. Una obra de arte es un grito de rebeldía y protesta, entendiendo arte como creación. Sólo los espíritus sensibles son artistas, los que no pueden conformarse. En su creencia de que no pueden hablar para los demás, hablan para sí mismos. Nadie que esté absorbido por cosas materiales del mundo, puede ser artista. El arte es flor del espíritu. “Conoces nuestra vida: lo que pensamos o sentimos, lo decimos; lo que deseamos, lo hacemos. No hay en nuestra alma ningún anhelo, o ansia escondida que espere; todo lo tenemos. Nuestra poesía, no la escribimos porque la vivimos. Tú, aquí entre nosotros, hallaste horizonte abierto a tu sensibilidad y la expresas en forma “normal”, no sientes necesidad de emplear medios extras, anormales; por eso no has escrito poesías, pero la has vivido. Cuando el intelectualismo interviene, se desvirtúa el arte, y cuando entra el comercialismo se la profana. El literato que sólo se cuida de la forma

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y desprecia el contenido, cae en el palabrerío pomposo; puede también contener arte, pero es el arte de una jaula dorada… sin pajarillo. Es mejor pajarillo sin jaula, que jaula sin pajarillo”.

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XVIII – VIDAS PARALELAS V

HACIA EL FIN

Había llegado nuevamente una oportunidad para escuchar al Essi, y con mi inseparable compañero Viro fuimos hacia la residencia del anciano sabio. Muchas veces se sentía sumamente cansado y débil, no como consecuencia de hallarse enfermo sino por sus muchos años y su honda preocupación por nosotros. Me recibió con su acostumbrada bondad, me hizo preguntas sobre mis actividades y correrías por el planeta, y por mi salud, que justamente era excelente. Luego, tomando la palabra, comenzó la correspondiente “lección”: “Habíamos quedado –dijo- en la terminación de lo que se había estado llamando segunda Gran Guerra. En ella habían intervenido casi todas las naciones. Sólo ose habían mantenido al margen algunos pequeños grupos, alejados, y aún poco civilizados, y también algunas naciones dominadas por egoísmo, envidia y ambición. Se mantuvieron en neutralidad no por real amor a la Paz, sino a la espera de una oportunidad: la hiena contemplando la lucha entre el león y el oso; ni un sentimiento de solidaridad humana, ni un sentimiento de grandeza constructiva: sólo bajeza, pequeñez, rencorosa envidia y ambición. Las naciones en guerra, dedicadas al sostén de la lucha, no podían desarrollar sus industrias alimenticias: necesitaban importar alimentos y materias primas. Las naciones llamadas “neutralistas” explotaron inhumanamente la situación: vendían a altos precios sus productos, y especulaban con su posición de neutrales. No eran realmente pacifistas; deseaban la guerra entre los otros para su propio provecho, esperaban el debilitamiento de las grandes naciones para engrandecerse ellas: buitres gozosos, nutriéndose de cadáveres; inicuos, solazándose del dolor de la Humanidad; insensatos ambiciosos que colocaban en igualdad a los totalitarios agresores y a las democracias que luchaban por los derechos del Hombre y de los pueblos. La terminación de las luchas en los campos de batalla es cosa muy distinta de la conquista de la Paz. La decisión de la guerra la impone el más fuerte; pero la realización de la Paz es obra de la colaboración armoniosa de todos. La victoria depende, en grandísimo margen, de poder material; la Paz es exclusivamente cuestión de fraternidad, de amor capaz de lleva a renunciamientos. Además, ya que las acciones bélicas pueden ser locales, la victoria también puede tener carácter local. En cambio la Paz

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necesariamente sólo es, si es universal. Por todo esto, es siempre posible que alguien gane la guerra, pero linda con lo imposible establecer la Paz. Ganada la guerra, las naciones democráticas quisieron también conquistar la Paz. Pero he aquí lo que encontraron: naciones sumidas en la miseria económica por la devastación, el saqueo y la destrucción de sus valores productivos; países completamente desorganizados; pueblos traspasados de sufrimientos físicos y morales durante el sojuzgamiento, y ahora sedientos de venganza; poblaciones hartas de ser llevadas como ovejas al matadero, hartas de promesas engañosas, hartas de ser simples instrumentos; poblaciones ansiosas de decidir por sí mismas de su propio porvenir. Por otra parte, los dirigentes de Duarán, agazapados en la sombra, aprovechando toda la desconformidad existente, y sembrando desorientación ocultamente; politiqueros sin conciencia, esperando oportunidades de adquirir una posición a cualquier precio; naciones impulsadas por inicuos gobernantes a explotar la necesidad y miseria de los demás; partidos políticos deseosos de sacar provecho de la situación; la Iglesia Imperialista, esperando rehacer su maltrecho prestigio, o aunque fuese conquistar influencia en aquel gran caos. En fin, un mundo empobrecido, sin fe en Dios y por consiguiente sin fe en el Hombre, ni en las instituciones, ni en el bien, ni en el derecho, ni en la justicia; una media Humanidad absolutamente materialista, sin noción ni sentido del mañana. Pobre Humanidad insensata, manada de corderos que en su ceguera moral no veían la cuadrilla de lobos que los rodeaban: el Imperialismo Estadista de Duarán, la Iglesia Imperialista, los politiqueros ambiciosos, los partidos políticos fanáticos, los comercialistas sin escrúpulos, los militares sin conciencia. Todos con la ambición de dominarlos y esclavizarlos. El deseo de paz de los países democráticos era sincero, tan sincero que ocultaron su desconfianza en Duarán, para tratarlo de igual a igual. Debiendo procederse a la reorganización y reconstrucción de los países ocupados o dirigidos por los totalitarismos, las naciones del grupo democrático tomaron posesión de ellos, repartiéndoselos. Había que reconstruirlos económica, industrial y comercialmente, pero a la vez era necesario organizarlos democráticamente: educarlos, prepararlos para gobernarse por sí mismos, respetándose y respetando a los demás, devolverles la confianza en el Derecho y en la Justicia. Era, evidentemente, una tarea de titanes: difícil, pesada y larga. En todos lados se encontraron personas bien dispuestas, comprensivas, sinceras y leales, pero también muchos en la posición opuesta; y además, la inmensa masa del pueblo, en la indiferencia, sin fe, sin esperanza, sin otro afán que disfrutar lo más posible el hoy, porque no sabían qué vendría mañana, y se entregaban al fatalismo materialista con almas de esclavos. Duarán, en su ambición de dominar el mundo, veía con gozo la situación, y sus secuaces trabajaban activamente en todos los países, principalmente en los más atormentados. Para no desmentir el derrotero de traiciones que parecían haberse trazado, y que ya habían recorrido en parte, nuevamente traicionaron con todo descaro y desvergüenza la confianza de las democracias, y las finalidades comunes de construcción de

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la Paz. No procuraron ayudar a nadie; al contrario, buscaron la manera de sacar provecho de todo. Las naciones que quedaron bajo su dirección y control para la reconstrucción, se vieron poco a poco absorbidas. No consiguieron la menor libertad; los partidos políticos fueron presionados, amordazados, y el gobierno cayó, aunque sin real autonomía, en el partido Estatista que secundaba los planes del Imperialismo Central. No más prensa libre, ni libertad de trabajo, ni de vocación, ni de movimiento. Se persiguió, encarceló y asesinó a los verdaderos patriotas que anhelaban la independencia de sus patrias. Las elecciones fueron vergonzosamente fraguadas: no podía suceder otra cosa que el triunfo de los candidatos impuestos del partido único: el Estadista. ¡Y en el colmo de la subversión de los términos, a eso le llamaban Gobierno Popular, y Democracia! Se persiguió a la Religión. Hubo inicuos procesos de sacerdotes, acusados de traición. Se aplicaron las más diabólicas torturas físicas, morales y psicológicas para arrancar a los acusados las confesiones “por escrito” que más les conviniesen. Ni aún los más destacados líderes estatistas de cada nación, que habían comenzado por venderles su patria, gozaban de la real confianza de Duarán, y unos después de otros fueron pasando de héroes a traidores, perseguidos y ajusticiados sin misericordia. Una ola de terror y desesperación se extendió por todas esas desgraciadas naciones. Miles y miles de habitantes huyeron a los países vecinos donde contaban los horrores del infierno que estaban padeciendo. Entonces, Duarán cerró las fronteras. Soldados y policías, en gran número, tendieron una barrera casi infranqueable. Se prohibió la entrada de periódicos y publicaciones del extranjero, se prohibió escuchar las transmisiones radiales de las naciones democráticas, y se despojó de sus receptores a las poblaciones. Grandes núcleos de habitantes eran trasladados a otros lugares y reemplazados por nacionalidades distintas. Millones de niños fueron arrancados de sus hogares, para una educación especialmente dirigida. Se cerraron las Bibliotecas nacionales de todas las naciones ocupadas, se encarceló o asesinó, o deportó a los intelectuales, y se trasladaron las Universidades. Se perseguía un fin especial: matar el sentimiento de nacionalidad. Millones de hombres y mujeres transformados en millones de esclavos al servicio de los déspotas de Duarán. Muchos centenares de miles, tal vez millones, de prisioneros de guerra y de ocupación, desaparecieron en el extenso y hermético territorio de Duarán. Vanas fueron todas las protestas, reclamaciones y pedidos. “Muchas veces, en las reuniones del Consejo de Naciones, quisieron tratarse esos asuntos, firmar tratados de paz, proceder a la desocupación militar, realizar un desarme general, hacer convenios sobre comunicaciones e informaciones libres, y muchos otros asuntos imprescindibles previamente, para comenzar a edificar la Paz. Duarán, sistemáticamente se reducía a decir que no, mientras a su vez, en larguísimos discursos insultantes y calumniosos, acusaba a las democracias de imperialistas y agresoras. En todas las naciones democráticas, amparados por la liberalidad de sus leyes, los partidos estatistas, obedeciendo órdenes y directivas de Duarán, sembraban

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desconcierto, desórdenes y movimientos subversivos. Cada estatista era, y no podía ser de otro modo, un espía de Duarán y un traidor en potencia, que sólo esperaba la oportunidad. Frente a los métodos coercitivos, agresivos, violentos, mentirosos y traicioneros de Duarán y sus secuaces, las democracias se hallaban impotentes, con las manos atadas por sus propios principios democráticos de respeto, de libertad, de tolerancia y de no violencia. Esto contribuyó a desorientar a muchos, y a muchos llevó al convencimiento de que nada se podía hacer, y que el estatismo de Duarán terminaría por imponerse. “Ideados y sostenidos ocultamente por Duarán, comenzaron a producirse movimientos armados en distintos puntos del globo, alejados de las grandes naciones democráticas, de modo que al estado de guerra no declarada que existía ya en todas partes, se agregaron guerras locales, múltiples, de no gran entidad, pero igualmente crueles y destructivas. Eran parte de la táctica del Estatismo: dispersar y desgastar las fuerzas democráticas, tantear su poderío, tener argumentos para acusarlas de agresoras e intervencionistas, y procurar roces y divergencias entre las mismas naciones democráticas. Las armas basadas en la desintegración atómica usadas en la gran guerra anterior, habían sido construidas y utilizadas por las Democracias, que mantenían el sestero de su construcción. Estúpidos científicos, envidiosos, ambiciosos de fama, traicionaron ruinmente la confianza y la libertad de que gozaban en los países democráticos, vendiendo esos secretos a Duarán y yéndose algunos a trabajar allá. Esas armas, en exclusivo poder de las Democracias, eran lo único capaz de contener al Imperialismo Estatista, para que no desatase una tercera guerra universal. Desde el instante en que consiguieron la fórmula, por la traición de ruines espías, dejó de existir seguridad, y se comenzó la preparación para el desastre final. El mundo se dividió. Se formaron cuatro grupos: las Democracias que querían la Paz y armonía, basada en el derecho del Hombre y de las naciones, y la libertad y justicia para todos, buscando el mejoramiento en base al valor moral de la personalidad. “En segundo lugar, Duarán y sus secuaces, que buscaban la Paz por el sometimiento de toda la Humanidad, con la desaparición de todos los derechos, de todas las libertades, con la terminación de la personalidad, siendo el Hombre un simple individuo autómata, instrumento en manos del Estado, que era gobernado según el antojo de los dirigentes del Partido. “En tercer lugar los oportunistas, que se colocaban al medio, suficientemente carentes de principios y de moral, como para no hacer aceptación de ideologías, colocando en el mismo nivel al Estatismo y a la Democracia. Este grupo seguía las directivas ocultas e interesadas de la Iglesia Imperialista, que veía como igualmente contrarios a estadistas y demócratas. Eran países sin jerarquía de potencias, gobernados dictatorialmente por grupos militares, que en la imposibilidad de distinguirse en grandes batallas, usaban sus sables contra sus propios pueblos, para cercenarles las libertades y esclavizarlos. Simples demagogos con galones, que en su ambición no titubearon en deshonrarlos privilegios que, como

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militares, les otorgaban las leyes: generalitos con sed de mariscalato, torturados hasta la obsesión por su propia pequeñez y nulidad. Es apropia pequeñez los llevaba a ser intolerantes y despóticos: ni libertad de prensa ni de conciencia; con parlamentos títeres y jueces puestos y quitados según el antojo del mandón. “El cuarto grupo, lo formaban los indecisos por cobardía. Países regidos por políticos sin fe ni ideales, que no queriendo malquistarse con nadie, trataban de mantenerse en equilibrio. En el fondo, preferían ser esclavos que luchar por una idea. “De aquella segunda guerra espantosa, sólo se habían tomado elementos para una tercera guerra, muchísimo más espantosa aún. La ciencia atómica habíase perfeccionado mucho, llegándose a la termo-desintegración con utilización del hidrógeno, con lo cual se obtuvieron explosivos tan extraordinariamente poderosos que nadie, tal vez más por temor que por sensatez, se atrevió nunca a efectuar ensayos en gran escala. La Humanidad iba camino al desastre; ningún dirigente que pensase un poquito más allá de su baja politiquería; ninguna persona sensata que meditara apenas un poquito más allá de sus intereses del momento, podía esperar otra cosa. Se marchaba a sabiendas hacia el abismo. Naturalmente que había muchas personas, muchísimas, que no se daban cuenta ni comprendían, pero esos pertenecían a la masa ignorante del pueblo, y no tenían influencia, digamos que ninguna, en la marcha de los acontecimientos. Era un suicidio, y un asesinato conciente. “Hijo –dijo el Essi, con emoción- tal vez no puedas comprender con claridad, que haya podido suceder así, tal vez te preguntas cómo fue posible semejante cosa; si es que una ceguera o locura colectiva afectó a todo el mundo. Y eso fue, justamente: ceguera moral. Y fíjate, Miguel, que ustedes allá en la Tierra están cayendo por la misma pendiente. Tú volverás allá llevando el relato de nuestra experiencia, y haciendo un ferviente llamado al raciocinio. Puede ser que con ello despierten y reaccionen. Si no lo hacen, al menos no tendrán derecho a alegar ignorancia. “¿Cómo se fue formando el ambiente propicio para esa caída hacia el abismo? Fueron varios los factores que contribuyeron, pero hubo un factor básico: el descreimiento, la pérdida de la Fe. No me refiero a una Religión determinada, sino Fe como estado y posición espiritual. De ese factor espiritual derivan todos los demás factores. En nuestras charlas siguientes trataremos brevemente esos factores, buscando de encontrar cómo contribuyeron a la creación del estado necesario para el advenimiento del desastre”.

BORI Y MUNI. Estudiando Astronomía, llaman la atención las particularidades de los satélites de Marte. La observación de la realidad sobrepasa todo lo que se pueda imaginar. Bori (al cual aquí llamamos Fobos) es el más grande, pero no tiene nada más que unos 60 kilómetros de diámetros da vueltas alrededor de Marte a muy pequeña distancia: 6.000 kilómetros de la superficie. El diámetro de Marte es de 6.800 kilómetros, así que está a menor

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distancia que su propio diámetro. Aunque es tan pequeño en tamaño real, estando tan cercano se le ve grande como vemos a la Luna, y brilla más o menos como ella, distinguiéndose algunas sombras, que siempre miran hacia el planeta, pues como la Luna, no tiene rotación libre. Se mueve con gran rapidez en el cielo. Se le ve salir por el Oeste, al revés de los demás astros, y se nota cómo avanza entre las estrellas, si es de noche. Es extraordinario observar cómo se mueven las sombras. Tarda sólo 7 horas y 39 minutos en dar una vuelta completa. Nuestra luna emplea 27 días. A medida que avanza, va cambiando de fase. Es realmente admirable. Si en el momento de salir, supongamos, lo viésemos en “Cuarto Creciente”, cruzaría el meridiano en menos de tres horas, siendo como “Luna Llena”, y se ocultaría por el Este siendo Cuarto Menguante muy adelantado. Resulta que todos los días, a una u otra hora, hay “Luna Llena”. El segundo satélite, Muni, al que nosotros llamamos Deimos, es muy pequeño e irregular, y no alcanza a los 18 kilómetros de diámetro. Gira a unos 20.000 kilómetros de la superficie. Se le ve, en el momento de oposición o “Luna Llena”, como un pequeño disco luminoso, con un brillo algo superior a aquel con que aquí vemos a Venus. Emplea 30 horas y 18 minutos en dar una vuelta alrededor de Marte, y como el planeta da una vuelta en 24 horas en el mismo sentido, Muni sale por el Este pero se alza con suma lentitud, se eterniza en el cielo, mientras van produciéndose los cambios de fases. Son los dos astros más cercanos que se conocen en el cielo. Desde mi llegada a Marte, sentí el deseo de visitar los satélites, pero las novedades abundaban en tal manera que ese deseo era uno entre tantos. Haría ya dos meses que estaba allí, cuando decidimos ir. En un “domis” mediano, provisto de un tanque adicional de aire acondicionado, salimos Viro, Aino, Areso y yo. Los cuatro llevábamos nuestros “rofodios”, ya que en aquellos pequeños mundos no hay más atmósfera que la de Marte en sus capas superiores. En muy poco rato estuvimos allá. Primero dimos varias vueltas alrededor, desde unos 1.000 metros de altura, para tener una visión de conjunto. Es casi redondo, con muy pequeños accidentes: algunas depresiones algo alargadas, y el resto es casi plano, con leves colinas. Toda la superficie es rocosa, feldespática, de color amarillento, con algunas zonas azuladas. Descendimos a tierra con sumo cuidado, `pues la gravedad es pequeñísima, y sin querer dábamos grandes pasos en aquél ambiente vacío. Además, los trozos de roca se removían con pasmosa facilidad. El Sol brillaba con gran intensidad en un cielo negro, en el que se veían las estrellas y los planetas. Marte se veía inmenso, ocupando la cuarta parte del cielo, con un diámetro aparente de casi 60 grados; daba la terrorífica impresión de que se nos venía encima. El suelo estaba completamente cubierto de pedruscos y arena, de aristas agudas, intactas. Silencio y quietud de muerte lo envolvía todo. El aspecto era aún más desolado que en las partes devastadas de Marte, pues en éstas por lo menos hay aire, y por consiguiente sonido, y viento. Para hablarnos, poníamos en contacto las partes metálicas de los cascos. Areso me daba las explicaciones necesarias. Casi seguramente nunca reunió condiciones de mantener vida. En las muchas visitas de estudio que le han hecho, nunca

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hallaron en la superficie nada utilizable. Según la masa que le han calculado, con toda exactitud, tiene en el interior materiales pesados. Ensayos de propagación de ondas, han revelado que es totalmente macizo, y que los materiales densos de la parte interior no se hallan uniformemente repartidos. El intenso frío que reinaba en la parte expuesta a la sombra, lo sentíamos aún dentro del “rofodio”. En la zona alumbrada por el Sol en el zenit, el calor era insoportable. Por suerte podíamos refugiarnos en el “domis”, que quedaba bajo el cuidado de Aino, para tomar aliento y rehacernos. Una hora y media dedicamos a esta visita, y luego nos dirigimos hacia Muni, en el momento propicio. Pronto estuvimos junto a él. Es indescriptible la impresión que me causó la cercana presencia de aquella “piedra” aislada en el espacio. En realidad es simplemente eso: una piedra grande. En su aspecto es muy distinto de Bori. De forma irregular y color oscuro, le atribuyen origen meteórico, habiendo podido ser anteriormente un simple planetoide capturado en circunstancias especiales por la atracción de Marte. Dada la pequeñez, en poco tiempo le dimos vueltas en todos sentidos. Finalmente descendimos a la superficie, con mayor cuidado aún que en Bori. Las rocas eran más pesadas, oscuras por los óxidos metálicos, principalmente de hierro y níquel. Dijo Areso que muchas veces, en los primeros tiempos de Rada Nael, con los primeros “domis” habían llevado materiales para aleaciones especiales. En el momento actual tienen allá mismo todo lo que necesitan. Agregó que mediante un dispositivo radio-electrónico, cabía en lo posible variar a voluntad la posición del “cinturón exterior” para desviarlo de su ruta y acercarlo al planeta. Me mostró que algunos trozos tenían propiedades magnéticas. Desde allí, Marte se veía con un diámetro aparente de unos 18 grados. Iniciamos el regreso, y mostré mi grado de aprendizaje poniendo en marcha el “domis” y tomando dirección con toda facilidad.

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XIX – FACTORES I

MATERIALISMO

El día amaneció gris, con altas nubes oscuras. Débil brisa inclinaba levemente los muy raros copos de nieve que llegaban hasta la tierra. El invierno se anunciaba con su primera nevada en el valle, que por otra parte son rarísimas. Los niños, sin importarles la temperatura, tendían sus manitas enguantadas en procura de que un diminuto y esquivo copo blanco cayese encima, para mostrar su gozo cuando así sucedía. Vestida con sus ropas gruesas, la gente realizaba, en sus huertas, las tareas cotidianas, ya que no esperaban ni nieve ni lluvia abundante. Entre las nubes, hacia el Este, apareció de repente un rayo de Sol, y surgió el arco iris, como inmenso portal, a cuyo través se veía la montaña. Inmediatamente mi recuerdo volvió a la Tierra, hacia los que amo, y me han sido factores de bien, en mi deseo de perfeccionamiento. Sentí fuerte deseo de orar, y de rodillas, frente a aquél maravilloso símbolo de la Lealtad, busqué comunión con Dios.

*** Nuevamente el Essi me esperaba para su conversación, y sin más preámbulo que el correspondiente a un saludo cortés, entró en la materia: “Quedamos en que el estado de ánimo propicio a la deriva de la Humanidad hacia el desastre, se incubó largamente mediante la intervención de muchos factores. El factor fundamental fue el descreimiento, la pérdida de la Fe. Este dio vida a otros varios factores. Uno de los de fundamental intervención fue el Materialismo. Biológicamente, el Hombre es un animal; morfológica y anatómicamente, el Hombre se diferencia de los demás animales como para constituir una especie única. Sin embargo, estudiando aún muy superficialmente al ser humano, notamos que las diferencias y características sobrepasan el límite de lo puramente físico; el Hombre posee otras cualidades, algunas perfectamente definibles, y en cierto grado hasta mensurables, y otras, si bien no perfectamente definibles, sensatamente innegables, por ser íntimamente experimentables. El animal, fuera de su cuerpo, no tiene otra cosa que el instinto. El Hombre tiene razón,

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inteligencia; es capaz de emociones y sentimientos; además, más allá de todo eso, es capaz de concebir y comprender, y aún apropiarse, lo intangible. El Hombre es capaz de amar, no ya a alguien, sino también a “algo”, aún siendo ese “algo” un abstracto; puede poner ese amor como meta y como norma de su vida, y llegar a “consustanciarse”, a “poseer” en lo íntimo de su ser, ese su ideal. El Hombre se forma propósitos, y es capaz de crearse la voluntad de realizar los propósitos. Es que el ser humano, como característica fundamental, tiene “espíritu”. En su personalidad integral, el hombre es pasible de perfeccionamiento. Es capaz de concebir, y realizar, un plan de vida lleno de nobleza, de elevación, de dignidad, de sinceridad, de amor y fraternidad. Esta es la luminosa revelación del espíritu. Es el proceso de la civilización: del hombre4 aislado, ignorante, sin más medios que los naturales, llegar por perfeccionamiento a la sociedad humana moderna. “Todo ser animal es individualista, mira por sí y para sí. La ley de la vida lo arrastra a preocuparse sólo por su vida; se lo exige su propia supervivencia, ignorando, en la práctica, la existencia de otros seres, aún los de su misma especie. En los albores de la humana existencia, el Hombre vivió sin noción clara de otra cosa que su ser físico. Su vida era impulsada por el interés de satisfacer su materialidad. No había otro concepto que el “yo”. Creció la familia, vino la vida en grupo, apareció el “nos”.un día, día glorioso, diríamos, un relámpago en su ignorada conciencia, le mostró, aunque muy borroso al principio, un mundo nuevo: el mundo del espíritu. Apareció el concepto de responsabilidad. El mundo exterior, y principalmente los demás hombres, dejaron de serles indiferentes, o rivales. Tuvo noción de la unidad de la Humanidad, unidad de la que él simplemente era una parte. Dejó de considerarse un “todo”, “central”, para ubicarse, como una simple parte, en la masa fuera del centro. El “yo” adquirió significado sólo dentro del “nos”. Percibió la necesidad, y la grandeza constructiva, del renunciamiento. Al hacerse innegable, inconfundible, la noción del Derecho, apareció, también innegable, la noción del deber. A las dominantes necesidades físicas, y al vislumbre de necesidades intelectuales, se agregó la necesidad moral. Era una tercera dimensión en la personalidad humana. No era ya simple asunto de vivir. Era asunto de dignidad. La conciencia moral, el alma interior, exigían condiciones para su desarrollo, “sine qua non”. El hombre dejó de ser individuo para ser persona. “Desde luego que esta “revelación” no apareció colectivamente en la masa humana. Las “ideas” han ido siendo “encontradas” por una persona, la cual luego la pasa la grupo, al rebaño. Así sucedió también en lo moral. La idea de una vida digna, surgió del concepto de un Dios digno, elevado. Por esta razón, a la moral la hallamos, desde sus comienzos, ligada y hasta dependiente de la Religión. De ahí que los sacerdotes hayan sido, al principio principalmente, educadores, verdaderos líderes. El desarrollo de la Civilización es responsabilidad de unos pocos; los demás, la masa inmensa, sigue a los líderes. Al volver a la Tierra, forma tú un cuerpo de líderes,

4 En este caso, se entiende “hombre” como sinónimo de “individuo”.

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verdaderos demócratas, que intervengan en política y arranquen al pueblo de su inercia suicida. Si hay malos gobernantes, en parte es culpa de los que podrían ser buenos pero no quieren intervenir. El Hombre nace, intelectual y moralmente capaz, pero vacío. La adquisición de conceptos, en lo intelectual, se llama instrucción; la adquisición de conceptos, y principios morales se llama educación. Es mucho más fácil adquirir, e impartir, instrucción, que educación. El individuo material resiste a la moral; su animalidad reclama el primer lugar y su exclusiva satisfacción. No puede aceptar de buen grado el compartir, y mucho menos el posponerse. Por eso el progreso moral de los pueblos ha sido lento incompleto, y más aparente que real. “La Religión es resistida por causa de los errores de las Iglesias y de los Sacerdotes. Ha llegado a decirse que había fracasado. No. Quienes fracasaron fueron los sacerdotes. Sin embargo, a pesar de todas las acusaciones que se pueden hacer, con distinto grado de razón, en contra de Iglesias y Sacerdotes, una cosa es evidente, innegable: el progreso de la Civilización se asentó en la base moral dada por la Religión. Esa base moral fue inspiración, impulso, orientación, y roca del común sostén y control. “El Hombre tiene en sí una Bestia. Cuanto más se afirman las cualidades del Hombre, menos poderosa es la Bestia. Algunos por ignorancia, otros por malvado interés, pretenden darle a la Civilización un carácter exclusivamente intelectual, institucional y jurídico, despreciando y aún negando el carácter moral. ¡Es extraordinario cómo personas inteligentes y sin preconcebida mala fe pueden aceptar esto! La vida institucional de un mundo civilizado se afirma en el reconocimiento y respeto de los “Derechos del Hombre”: derechos físicos, derechos intelectuales, pero también, y fundamentalmente, derechos morales. Sin la base moral, no se puede constituir el edificio institucional y jurídico; y cuando aquella falla, éste se derrumba. Cada vez que un gobierno dicta una ley, simultáneamente establece las sanciones penales para quienes no la cumplan. Es decir que la ley se impone por la fuerza. Resulta que para la mayoría la imposición es exterior, porque no la acepta de buen grado. Para una minoría, la ley es aceptada, y sólo es necesaria la imposición moral, que es interna. ¿Quiénes la aceptan? Los que tienen educación moral. La Civilización empezó a desarrollarse sobre la base de esa educación moral, pero esa ecuación se realizó hasta cierto grado y punto, a partir del cual quedó estancada, para luego empezar a decaer. “La base de la Democracia es la moral. Sin moral, la Democracia es sólo una caricatura, porque es sólo una palabra. El desconocimiento de esta verdad, o su desprecio, destruyó lo que con tanto trabajo se había construido, y nos arrastró al desastre. Hijo, imagínate un fruticultor que se apersonase en una vid silvestre, y con gran seriedad y aire de autoridad le ordenase: “Desde hoy tienes que producir uva de calidad”, y para dar mayor aspecto de realidad al asunto, le colgase con alfileres una serie de hermosos racimos. Ridículo, ¿verdad? Pues eso es lo que se hizo co los principios democráticos: se les impusieron al pueblo, se les prendieron con “ganchitos”, sin que hubiese nada de ello en el alma de ese pueblo. En otros casos, el fruticultor, un poco más conciente, injertó sobre el pie silvestre una rama de buena uva.

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El fruto fue bueno, pero la raíz continuó siendo mala, y el hortelano tuvo necesidad de estar continuamente vigilando, para que el pie no echase renuevos. Muchas naciones estuvieron ejercitando prácticas de gobiernos democráticos sin tener en sí nada de principios democráticos. Las masas continuaron siendo “rebaños”, turbas. Los políticos sólo se preocuparon de crear leyes imponiendo prácticas, dejando de lado completamente la educación moral de las masas. Para sus intereses personales, para las necesidades del momento, eso era momentáneamente suficiente; para el normal desarrollo de la Civilización, para el bien de la Humanidad, no podía de ningún modo ser suficiente. El resultado lo demostró: muchedumbres inmensas, a las cuales se les creía democráticas, apoyaron fanáticamente a demagogos totalitarios, en cuanto se presentó la oportunidad; falta de moral cívica, por falta de educación moral. Esos demagogos totalitarios explotaron siempre, en absolutamente todos los casos, el materialismo al que el Hombre está naturalmente, primitivamente, inclinado. Los excitaron en sus pasiones primitivas, les prometieron y brindaron satisfacciones materiales, y las masas, con una rapidez pasmosa, arrojaron de sus hombros las túnicas de lino, para aparecer nuevamente como miles de años atrás… con un delantal de piel. Es que esos pueblos, “rebaños”, no tenían de civilización mucho más que la exterior “túnica de lino”. Otro fructicultor, verdadero y no advenedizo, tomando pies silvestres, los mejoró, los cultivó con esmero y amor, y obtuvo que diesen por sí frutos nobles. Dejaron para siempre de ser silvestres; en su misma esencia está la moral y sus productos. “Muchos se sorprenden de la facilidad con que la Humanidad da pasos atrás. No hay por qué admirarse. La Moral, que es el cimiento de la Civilización, no está en la masa del pueblo; una cierta conducta le ha sido impuesta, pero la moral le es algo ajeno. Las masas populares han seguido siendo rebaños, han sido siempre llevadas, por grupitos a veces pequeños. Los pueblos conquistados realmente para los principios morales, lo fueron por predicadores de la moral, generalmente religiosos, o bajo la influencia de la religión. “Individuos que, por causas varias, se alejaron de las Iglesias, principalmente de la Iglesia Imperialista, por un cosquilleo de personalidad, no podían aceptar de buen grado la influencia que ejercían los sacerdotes por medio de la religión. En su envidia por ese poder, se lanzaron a la lucha contra los sacerdotes, que personalmente, desgraciadamente eran muy vulnerables. Como primera gran arma buscaron el desprestigio de la Religión. Por todos los medios, aún la calumnia, trataron de socavar ese prestigio. Algo lograron, pero mucho menos de lo que esperaban; es que cualquiera se da cuenta, hasta los más ignorantes, que los defectos y aún los crímenes, de los sacerdotes, no son imputables a la Religión misma. Cambiando de táctica, empezaron a atacar la más grande obra que en la Humanidad ha logrado la Religión: la base moral de la vida colectiva. Los que despreciaban a los que se llamaban sacerdotes del bien, se hicieron a sí mismos ¡sacerdotes del mal! A la moral opusieron el materialismo, ¡y nada

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hay más contrario! Se convirtieron en predicadores del materialismo; hicieron de él una religión en la cual el “yo” animal, la Bestia, es el dios. En el proceso de la Civilización, la Bestia pierde su libertad. En algunos casos fue domesticada, en otros fue encadenada por la moral; en otros aún, fue contenida por el látigo de la Ley. En los casos de domesticación, la Bestia había dejado de serlo. Los “nuevos maestros” de la Humanidad, “profetas del nuevo dios”, quitaron las cadenas de la moral, dando libertad a la Animalidad. Varias razones los impulsaron al error: no se puede juzgar lo que no se conoce. El que no cree en Dios, no le conoce; por eso mismo no tiene razón para negarle. Lo honesto, lo recto, ante lo que no conocemos, es una actitud de expectativa, y mejor aún, de investigación y prueba. ¿Los no creyentes buscaron sinceramente, honestamente, a Dios para poder hablar con autoridad? No; resolvieron que había de ser “no”, y nada más. Ni siquiera quieren tratar el tema; tienen miedo a su propia alma. Su inquina era fundamentalmente contra los sacerdotes de la Iglesia Imperialista, y contra la Iglesia misma. Ese rencor tuvo un fundamento: los errores y abusos de los sacerdotes y autoridades de la Iglesia, las hipocresías, la mendicidad. En su afán de dominio, y en parte por su propia incomprensión, los religiosos hicieron de Dios un ser inaccesible y terriblemente severo. La Religión se basó en el terror, y los sacerdotes explotaron en su provecho ese terror. Como en el más lejano primitivismo, los sacerdotes dispusieron, a su gusto y antojo, de la gracia de la Divinidad; se hicieron a sí mismos dispensadores, no ya de la misericordia de Dios, sino aún mismo de su justicia. El Sacerdote se transformó en Juez, y puso precio a sus sentencias. Dueños de los “caminos al cielo”, impusieron condiciones y cobraron peaje. Inmensas masas populares, mantenidas en expresa ignorancia, vivieron en sumisión, incapacitadas para salir de su miseria física y espiritual. La moral fue un muro de contención, un control, y a la vez un “sistema de medida”, porque había una ley, especie de “escala de conducta”. Es la presencia de la ley lo que hace que una acción dada sea delito. Sin Ley no hay Delito. Sin Moral, no hay Conducta. Es la Moral, como Ley, la que me dice qué no debo hacer. La Ética es una Moral de “fabricación casera”. Quitando la moral, los materialistas quitaron el elemento de juicio. Era lo que perseguían: no ser juzgados. A la vez, una acción que ejecuta todo el mundo, pierde categoría de delito: la universalidad le concede tácita autorización. Parecería que la Religión no es condición absoluta para la decencia rectitud y nobleza; que es posible ser moral sin necesidad de Dios. Moral es una fuerza abstracta, ajena a la voluntad, que impulsa al bien. El concepto más simplista de Dios es exactamente lo mismo: una fuerza desconocida, ajena a la voluntad, que ayuda y sostiene, hace fuerte al débil y sabio al ignorante. “El materialista rico, pudiente o dirigente, puede darse el lujo de actitudes aparentemente elevadas. Su situación económica, su posición, le permiten hacer frente con éxito a los problemas normales de la vida, y aún puede proporcionarse, por su dinero o por su jerarquía social o política, muchas satisfacciones. Una buena vivienda con todas las comodidades, alimentación abundante y a su gusto, vestimenta a gusto y según la estación, atención

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médica, posibilidades materiales para dar a sus hijos la instrucción que desee, y de iniciar un negocio por su cuenta. Medios y tiempo para leer y continuar instruyéndose, medios y tiempo para viajar o hacer turismo, medios y tiempo para asistir a espectáculos artísticos de jerarquía, oportunidades, medios y tiempo para alternar con personajes destacados en ciencias, finanzas, política, industrias, letras, artes, docencia, etcétera. Esa situación es propicia a ciertas tentaciones: principalmente la de ostentación de riqueza, de poder, de influencias, que puede causarle un desastre, pero si tiene una aún pequeña dosis de sensatez y de moral que le sirvan de freno, puede vivir tranquila y felizmente, como si en la vida no hubiese problemas. Puede crearse un ambiente desde el cual poder no ver las miserias de los demás, ni oír sus alaridos de terror o de dolor. En esa su situación especial, llena de privilegios, puede darse el lujo de actitudes elevadas, aparentemente elevadas. Si da una ayuda o contribución económica, si hace uso de su mayor instrucción, si expone sus conocimientos sobre arte, si se presenta en su calidad de superior jerárquico, no lo hará guiado por elevados sentimientos de fraternidad o de justicia sino que, fiel a su teoría materialista, lo hará exclusivamente en beneficio de su “yo”, para su personal satisfacción, sería simple vanidad, ostentación de su superioridad. Semejante acción, con ese espíritu, podría ser beneficiosa a alguien, pero no es noble ni elevada. La generosidad no se mide por el monto de lo dado, sino por el espíritu que la impulsa y guía. En el poderoso, casi siempre, dar es egoísmo. Porque busca, primordialmente, su propia satisfacción. “Aquí, hijo, fíjate en esto, que es sumamente interesante: el materialista, que niega no sólo valor, sino la existencia misma del espíritu; para el cual, por consiguiente, la ciencia de la vida consiste en satisfacer la animalidad, empieza por buscar todas las satisfacciones materiales, pero cuando ha ascendido y tiene a su alcance los medios y las oportunidades de obtener lo material, esto no le satisface por completo, y busca otras satisfacciones. Se encuentra con otras necesidades… ¡que no son materiales, ya que son totalmente abstractas! Y ese señor, materialista confeso, apóstol del materialismo, y profeta y sacerdote del materialismo, dedica todo su afán a la conquista de esas otras satisfacciones no materiales; egoístas también, pero no egoísmo del cuerpo, sino egoísmo del espíritu que él niega tener. Se encontró con que junto al “yo” material hay un “yo” espiritual, y se dedica a atenderlo, y en muchas ocasiones pospone lo material a lo espiritual, sacrifica su materialidad, la priva de ciertas satisfacciones para dar satisfacción a su espíritu. “Frente a los demás, hace ostentación de su superioridad, eso satisface su vanidad; para conservar su posición de privilegio, debe por lo menos aparentar que se ocupa de los demás sin embargo, en su fuero interno, por egoísmo materialista, no desea la ascensión de los demás; eso rompería la desigualdad, que es su privilegio, y le da satisfacciones. De ahí que el materialismo es antidemocrático y antisocial, puesto que el deseo de preeminencia personal crea desigualdad, la sustenta y la excusa.

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“El materialismo procura primordialmente mejorar las condiciones exteriores del Hombre, con la esperanza, por lo menos así lo dice, de que “un mundo mejor cree un Hombre mejor”; pero desarrollando y propiciando el egoísmo, el Hombre interiormente no sólo no mejoró, sino que se hizo peor. La moral, por el contrario, basada en los valores del espíritu, procura, primero y fundamentalmente, mejorar al Hombre en sí, en la absoluta seguridad de que “un hombre mejor creará un mundo mejor”. “Los partidos políticos basados en el materialismo, por interés partidista, demagógico, dictaron leyes mejorando la situación exterior de los obreros: mejores, sueldos, limitación de las horas de trabajo, descanso obligatorio, vacaciones pagas, seguro contra la desocupación, jubilación, gremialismo, y otras leyes proteccionistas. “El obrero recibió eso, que fue un gran bien, y justo, pero no estaba preparado moralmente para usarlo con verdadero y correcto provecho. Tuvo medios para vivir mejor… pero no vivió mejor. Empleó casi exclusivamente su “más dinero” y “más tiempo” en procurarse satisfacciones materiales pasajeras que le despertaron aún más sed y más descontento. Recibieron más de la sociedad, pero no contribuyeron de igual modo al bienestar general. Y una sociedad u organización en que sus miembros reciben y no dan, no puede ir adelante, languidece y muere. Se suicida. “Las estadísticas mostraron incremento en el alcoholismo, incremento en los juegos de azar, incremento en la delincuencia. En lugar de afirmarse, la institución de la familia se debilitó aún más. La educación moral fue dejada de lado. “El materialismo pobre, o del montón, frente a los problemas de la vida, no tiene ninguna fuente de rectitud, fuera de la sanción penal, y para satisfacer su “yo” cae en el vicio o en el delito. Es lógico. En su “filosofía” coloca a su “yo” por encima de todo, y de los demás no le importa. Hasta llega a considerar como no-delito lo que otros consideran delito. Él razona más o menos así: si mi finalidad es satisfacerme a mí mismo, ¿por qué va a ser delito que me procure lo que quiero? Si mi “yo” es primero, debo colocarlo primero. “¡Y en verdad, un materialista que pretenda ser moral, es un farsante o un imbécil! La obra del materialismo ha sido la de anegar al ser humano en su animalidad, quitándole la visión de su hombría y por tanto la posibilidad de ser Hombre. Es la más dura cadena que los dirigentes han puesto en el cuello de las masas del pueblo”.

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XX – FACTORES II

DINERISMO

“El desarrollo de la Ciencia, y su aplicación a la Industria, dio origen a que apareciesen en el Mercado una gran cantidad de cosas apetecibles para el Hombre. Cosas que empezaron por ser superfluas en la vida, y privativas de algunos, pero que la generalización y continuidad del uso transformó en necesidades. Es característico de la Civilización y del Progreso la “multiplicación de las necesidades”. El uso o la práctica de esas “cosas nuevas” fue considerado siempre como un sello de distinción, un signo de “cultura”, de civilización avanzada, de “modernismo”. De modo que dichas “cosas”, además de apetecibles a la animalidad, eran agradables a la vanidad. Todas esas nuevas necesidades requerían del Hombre una mayor cantidad de dinero; y algunas, dinero y tiempo. El dinero, en cantidades considerables, se fue haciendo más y más necesario. Empezó el Hombre la carrera por el dinero, hasta transformarse en vértigo enloquecedor. Una vez más el Hombre, incesantemente, en el egoísmo de su materialismo, transformó una cosa buena en mala. Algunos, en la angustia de ver al Hombre tan insensato, han calificado al dinero de “engendro del demonio”. ¡Error! El dinero también es don del Creador, y es bueno, como todas las cosas, pero el Hombre ha hecho mal uso de él. Es tonto e injusto pensar que es malo tener dinero, y usarlo. El mal está en adquirirlo deshonestamente y en usarlo egoístamente. Desear dinero para una finalidad buena no puede constituir maldad, pero el deseo de dinero se puede volver obsesionante, dominante; entonces, sí hace mal. Tener un cuerpo material, y atender sus necesidades, y cuidarle, no puede ser considerado malo; el mal está en hacer de ello la primera preocupación, o aún la única preocupación de la vida. “El materialismo, sembrado por sus teólogos y profetas, halló en el dinero un excelente medio de acción. Salvo muy pocas excepciones (los avaros, que son enfermos psicológicos), nadie desea el dinero por el dinero mismo, sino como medio de satisfacer sus aspiraciones y su vanidad. Es el dinero, tal vez, la más poderosa arma del egoísmo. La posesión de bienes materiales despierta aún más sed de bienes materiales. El potentado desea tener más, no porque necesite para su uso y abuso de la vida material, sino por vanidad. El industrial y el comerciante, con grandes y bien suficientes entradas para sostener todas las comodidades deseables, sigue deseando más para

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satisfacer la vanidad de su egoísmo. Obreros, empleados, empresarios, profesionales de todas las ramas, políticos, docentes; todos, todos corrían tras el dinero. Le quitaron su cualidad de “medio” y le dieron categoría de “fin”. en esa lucha por más dinero, se desarrollaron rivalidades. Cada uno, en su campo de acción, veía a sus colegas como rivales y contrarios, y no como compañeros. El dinero, creado para facilitar las relaciones entre los Hombres, se volvió una razón de lucha, envidias, mala fe. “Posiblemente, el lado más malo de la acción del dinero está en que se le tomó como elemento de juicio para valorar no sólo la utilidad o calidad de una cosa, sino para valorar al Hombre mismo. Cada cosa se valoró por su rendimiento en dinero. Asimismo las tareas u ocupaciones del Hombre se clasificaron y consideraron por su producción de dinero. No más categoría y nobleza de trabajo; sólo productividad. En el Hombre mismo, no más categorías por instrucción, por educación, por todo lo que fuera manifestación de valores espirituales y morales, sino que se apreciaba al Hombre por su disponibilidad de dinero. El realizar una tarea por gusto, por amor a ella, por “vocación”, pasó a ser una tontería; los trabajos se hacían por el solo interés de la retribución. Así, tal vez el 90 por ciento vivía en perenne descontento y amargura, porque les correspondía hacer tareas que no les gustaban o que no les rendían lo que ambicionaban. “Las castas de Señores y Poderosos, sostenidos y ayudados por la Iglesia Imperialista, habían explotado y oprimido a las masas populares manteniéndolas en inferioridad de condiciones. La Democracia, basada en los principios de la Religión, que son los Principios de la personalidad y la dignidad humana, proclamó la Igualdad. La Humanidad comenzó una gloriosa lucha por realizar esa Igualdad. Es el alba luminosa de una jornada que prometía dicha y felicidad para el Hombre, porque era formada de superación, ya que la igualdad sólo podía realizarse en las etapas superiores de la ascensión integral del Hombre. Una Humanidad en progreso sólo podía realizar y aceptar Igualdad en los escalones superiores de las conquistas: que los que estaban “más abajo” subiesen hasta los que estaban “más arriba”. “Los materialistas, en su fanatismo y egoísmo, desviaron el movimiento y lo llevaron a un fracaso. Buscaron la igualdad civil y la lograron legalmente, pero no lograron ninguna otra igualdad. Para congraciarse con el populacho y poder mantener el liderazgo, les hablaron de igualdad económica y de igualdad intelectual. Pero sólo fue palabrerío mentiroso. La única Igualdad posible entre los Hombres es de orden espiritual, y únicamente a su sombra se puede llegar a la Igualdad integral. Otra cosa que se diga es sólo especulación filosófica o mentira malintencionada. “el Hombre del pueblo, de modesta condición, o aún pobre de solemnidad, que había mirado con admiración, o con envidia, o con rencor, lo que lucían los señores y poderosos, en su limitada o nula educación, deseó por sobre todas las cosas “tener dinero”, en parte para gozar de sus posibilidades, en parte porque le creía el único fundamento y causa de las diferencias y desigualdades. El brillo, el poder, la independencia, etcétera, los veía generalmente sólo en los ricos, y deseó alcanzar lo mismo. Así, el dinero se

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transformó en el Ideal, en la aspiración de los humildes e ignorantes. La lucha por la Igualdad, tan auspiciosamente comenzada, se redujo a la lucha por diento. Fue una nueva victoria de los demagogos y ambiciosos que, diciéndose demócratas, no deseaban la Igualdad. Nuevamente, el pueblo fue derrotado. En lugar de ascender un escalón en la escala de la Igualdad, las muchedumbres descendieron varios escalones. El “dinerismo” los esclavizó. Todos los principales problemas del ser humano provienen de que es un ser único, complejo, conteniendo en su constitución una “cabeza de hombre” y… una “panza de cerdo”. Los dirigentes, en su materialismo egoísta, por vanidad y ambición de poder, y preeminencia, procuraron para sí el desarrollo progresivo de la “cabeza de hombre”, y orientaron malignamente a los pueblos hacia el desarrollo de la “panza de cerdo”. Así los pueblos se volvieron populachos, turbas esclavizadas por sus propias pasiones, encadenados por sus apetitos materiales; apetitos que casi siempre pueden mitigar con cosas “comprables”: por eso procuran dinero. Los que, con razón, acusaban a la Iglesia Imperialista de hacer de la Religión un “opio del pueblo”, hicieron un “opio” del materialismo, y dentro de él, del “dinerismo”. Deslumbrados, encandilados por el deseo de dinero y por la promesa falaz de “igualdad económica”, las turbas ignorantes no se dan cuenta de su situación de verdadera inferioridad y esclavitud. Y no se darán cuenta mientras no tengan educación moral. La moral les daría la libertad necesaria para ir hacia la Igualdad. Los demagogos lo saben, los dirigentes ambiciosos, y por eso rechazan la moral. Un pueblo moral es un pueblo fuerte, conciente, responsable, que sabe lo que quiere y no se dejará engañar. Un pueblo materialista, inmoral, dominado por sus pasiones y su egoísmo, no es nada más que una turba de monigotes, que aparenta ser libre y es conducido por los politiqueros donde ellos quieren. En su ignorancia se deja engañar para beneficio de otros. “Teniendo el derecho inherente de ser libre, recibe de los dirigentes demagogos, piltrafas de libertad, y aún se muestra agradecido como si le hubiesen hecho un gran don. Vive entontecido, narcotizado por su sed de materialidad. No se da cuenta que por una satisfacción pasajera de su egoísmo, esclaviza su vida y martiriza su alma, que es lo único que puede darle verdadera libertad y felicidad. Acepta que le quiten el derecho de ser Hombre, con tal de que le permitan ser bestia. Se conforma con el derecho del cerdo, de revolcarse en el barro de su pocilga. “Registra la historia que uno de los tantos demagogos esclavizadotes de pueblos, dijo en una oportunidad a sus propias turbas: “¿Es que estoy gobernando a diez millones de imbéciles, idiotas?”. Lo que quería era encelar a las turbas en prosecución de su ambición, pero es lo cierto que tal vez fue la única verdad que dijo en las mil peroratas que públicamente pronunció. Era verdad; millones de idiotizados, sin más afán que la conquista de un goce fugaz. No idiotas, sino idiotizados; no incapaces, sino incapacitados. Al primer síntoma de descontento se les acallaba con una nueva, aunque sólo aparente mejora económica, y una nueva concesión para satisfacer el rencor, el odio, la venganza. Ni un asomo de grandeza, de

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superación. Ni un solo paso hacia el mejoramiento moral, que es la finalidad de la Humanidad. “La Humanidad fue viendo que los “pueblos” constituidos por “personas” se transformaban en “turbas” formadas por “individuos”. ¡Si esa gente pudiese tan solo darse cuenta del desprecio, y hasta asco, con que los dirigentes piensan en su interior: “A este imbécil le doy un par de Pesos para que se emborrache, y ya lo tengo. A este otro lo conquisto con un puesto para que se crea importante”! “Esa obsesión por el dinero que se posesionó de los individuos, alimentó el egoísmo que perjudicó a la comunidad. Se cometieron toda especie de acciones en procura de dinero: engaños, estafas, despojos, agresiones, asesinatos. “Ese estado de espíritu lo llevaron también los dirigentes al campo de lo internacional. Las naciones llegaron a reducir sus relaciones a lo económico; lo demás no contaba. Las envidias y ambiciones individuales pasaron a ser nacionales. Se terminó la buena fe y la confianza. Se terminó la justicia y la rectitud internacional. Hubo también engaños, estafas, despojos y agresiones. Se acabó la fidelidad. Por intereses, los individuos hacían cualquier cosa; lo mismo traicionaban a un amigo, que a su propia madre, y a su patria. Sin conciencia moral, la rectitud y la decencia son simples palabras muertas.

LAICISMO. “Mientras la Iglesia Imperialista tuvo poder de hacerlo, en todos los lugares en que le fue posible ejercer su poder, impuso sus dogmas y prohibió otras ideas. Siempre que fue necesario empleó la fuerza, muchas veces la violencia, y aún algunas veces, satánica crueldad. La libertad y la instrucción le son fatales porque destruyen la cadena de sus engaños. Crea y desarrolla el fanatismo. Fanático es el que se atribuye a sí mismo la única verdad, y no admite la posibilidad de estar equivocado; toma la decisión preconcebida de no dejarse convencer. No le importa la verdad, sino su personal posición. El fanatismo inculcado a las muchedumbres las inhibe de meditar, de razonar, de tener idea propia. Contraria a la idea de igualdad por conveniencia de sus jerarcas, la Iglesia Imperialista mantuvo la división en clases, y las masas populares, ignorantes, eran propiamente esclavas. Las ideas de la Iglesia Democrática, reconociendo y proclamando la personalidad humana, con sus inherentes derechos, fueron tomadas por las primeras Democracias. La idea o Principio de que cada uno es responsable de sí mismo, que por consiguiente tiene derecho de interpretación y de opinión, puso de manifiesto la imperiosa necesidad de la instrucción. En la Democracia, cada individuo se transforma en “persona”, que debe ser conciente, capaz y responsable: necesita instruirse. La instrucción dejó de ser privilegio de las castas de señores y sacerdotes, para ser derecho y deber de cada ciudadano. “Las naciones más adelantadas implantaron la Instrucción Pública, dependiente del Estado. La Iglesia Imperialista, en defensa de sus privilegios, pretendió regir esa instrucción, y donde pudo implantó, en las escuelas, la enseñanza obligatoria y exclusiva de sus dogmas y supersticiones. Aún a los

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hijos de no creyentes, y a los que profesaban otras religiones, les era impuesta obligación de seguir el curso de enseñanza religiosa, y aún la participación en los actos y ceremonias religiosas en que tomaba parte la Escuela. En las naciones de Religión Democrática, donde la instrucción tomó gran incremento y desarrollo, también impartían enseñanza religiosa conforme a su creencia, pero no obligaban a la participación de los que no creían. Los espíritus rectos, nobles y sinceros, no podían estar conformes con esta situación. No era correcto usar el dinero del Estado en la enseñanza de una idea que no todos compartían. Podía legalmente esgrimirse el “derecho de la mayoría”, pero su honestidad, su respeto a la opinión ajena, no se lo permitía. Así nació el “Laicismo”. Fue el resultado del sentimiento de respeto hacia las creencias ajenas; la expresión de corazones profundamente religiosos. “La Iglesia Imperialista fue siempre contraria a la Instrucción Laica, como ha sido contraria a todo lo que sea libertad de conciencia. El Ateísmo, que no es nada más que una secta separada de la Iglesia Imperialista, se ha atribuido a sí mismo la conquista del Laicismo. Los políticos y dirigentes ateos han defendido el Laicismo, no por el Laicismo mismo, sino por ir en contra de la Religión. El Laicismo es en esencia una barrera contra el fanatismo. Pero ellos simplemente sustituyeron un fanatismo por otro. Al fanatismo religioso, que no admitía que alguien dijese que “no” a lo que ellos decían “sí”, lo sustituyeron por fanatismo anti-religioso, que no tolera que se diga “sí” a lo que ellos han resuelto que sea “no”. Se hizo burla del Laicismo, se le rebajó hasta convertirlo en bandera de partidismo. Quitándole su verdadera posición, se le quitó jerarquía y valor. No se usó en defensa de la libertad de conciencia, sino justamente en contra. Fue un arma sumamente eficaz en la lucha emprendida contra la Religión, porque se la usó deslealmente. Laicismo es respeto de la posición religiosa de los demás, cualquiera sea ella. Es prescindencia absoluta de lo religioso en la Instrucción Pública. Es defensa, por igual, del derecho de creencia. Los que tan pomposamente se llamaban a sí mismos “laicistas”, hicieron burla y escarnio de la posición religiosa de los demás; prohibían que se hablase a favor de Dios,, pero permitían, y hasta aprobaban, que se hablase en contra. Enarbolaban el derecho de “no creer”, pero negaban el derecho de creer. Eran tan intolerantes, tan fanáticos, como los otros del bando rival. Los del bando religioso, impedidos de hacer abierta propaganda religiosa, la hacían solapada y oculta. “Los del bando ateísta, apoyados en el poder civil que tenían, aprovechaban todas las oportunidades para hacer propaganda anti-religiosa, y no a escondidas, sino abiertamente, en franca burla del “Laicismo” que proclamaban. Como resultado de estas luchas, sordas, disimuladas, pero violentas, encarnizadas y crueles, la enseñaza no recibió la orientación que debió dársele; no tuvo el contenido y el alcance debido. En muchos aspectos se la desfiguró totalmente. Se dejó de lado, cínicamente o por ignorancia, la verdad científica o histórica, se la alteró, se la infamó, con el solo fin de sostener una idea filosófica dada, o un simple punto de vista personal. Fue

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una lucha religiosa, porque el Ateísmo es una religión. Religión es la posición del pensamiento humano frente a la idea de Dios. “El materialismo, y la Religión Imperialista una vez más, fieles al egoísmo que engendran, traicionaron la Rectitud y la Verdad en defensa de sus mezquinos intereses, en perjuicio de la Humanidad. Es un capítulo más de la lucha del “Yo” contra el “Hombre”. Un capítulo más de la lucha por posiciones de dominio”.

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XXI – FACTORES III

INTELECTUALISMO

“La Religión encara el estudio de lo abstracto, y fundamentalmente lo espiritual. La Ciencia encara el estudio de lo material. Son dos conocimientos absolutamente incomparables, no enfrentables. Sin embargo, en su fanatismo, ambas partes en lucha los colocaron como contrarios. La Iglesia acusó a la Ciencia de ser anti-religiosa. Los “intelectuales” proclamaron que la Religión era contraria a la Ciencia. Tergiversaron las cosas, algunos a sabiendas, otros por ignorancia. No es la Ciencia contraria a la Religión, sino algunos que se dicen “científicos”. No es la Religión contraria a la Ciencia, sino algunos jerarcas de la Iglesia. Son siempre opiniones personales colocadas fraudulentamente, en la categoría de verdad incontrovertible y universal. Se fue arrastrando a las masas populares a aceptar, sin experiencia propia, una u otra tendencia. Los pueblos no estaban posibilitados para juzgar por sí mismos. Carecían tanto de preparación espiritual como de preparación científica. Fue, por tanto, una nueva violencia frente a la libertad; y una nueva traición a los que confiaban en ellos por creerles sinceros y mejor informados. “Las muchedumbres creyeron ingenuamente, pero con entusiasmo, como lo hacen siempre. Apenas si algunos leían superficialmente algo sobre algunos temas al respecto, pero hablaban, opinaban, discutían y aseveraban con toda firmeza y seriedad. No se basaban en lo que ellos sabían, sino en lo que creían que sabían los otros, sus dirigentes ideológicos, porque creían que aquellos eran sinceros y que lo que afirmaban era verdad. Es un crimen, en los dirigentes y políticos, explotar y abusar de la credulidad simple de los humildes, para engañarlos y allegarlos así a su facción. “La mayoría de los niños, en su edad escolar, hacían estudios primarios, y luego se dedicaban a trabajos manuales: agricultores, jornaleros, obreros industriales, etcétera. Una minoría, por un llamado interior, o instigación de un amigo, u otra causa, continuaba estudiando, primero Instrucción Secundaria, donde probaba su fuerza y la vocación, luego Instrucción Superior para graduarse en especialidades, u obtener un título profesional universitario. En los países cuya instrucción estaba controlada y dirigida por la Iglesia Imperialista, se eludía el estudio de los temas en discusión, se daba algo por sentado y de ahí se partía. Controlada la investigación, limitada la

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interpretación personal, supeditado todo al dictamen de la Iglesia, el nivel científico de los intelectuales se mantuvo bajo o mediano. En los países “liberales” o de Religión Democrática, la libertad de investigación y de interpretación llevó a la Ciencia, y con ella a la Industria, a niveles notables: la instrucción laica rendía sus hermosos frutos. Pero mientras la sociedad no llega a un alto nivel de cultura moral, dondequiera que hay libertad, hay alguien que abusa de ella. A la sombra fecunda del Laicismo, los materialistas, ateos, sembraban la semilla de la anti-religión. En su fanatismo dejaban sentado, igual que los rivales, como verdad comprobada, simples suposiciones, simples teorías. “Cuando en una lucha cuerpo a cuerpo, uno de los contrincantes comete un error, el otro trata de explotar ese error como arma propia. En su lucha en defensa de la Fe, la Iglesia, desde muy al principio, cometió errores. Los ateos han recordado de continuo esos errores, que dejan mal parada a la Iglesia y a sus jerarcas. Cuando en los albores de la Ciencia, algún espíritu penetrante daba vida a alguna teoría nueva, revolucionaria con respecto a lo que se conocía, era mirado con desconfianza. El vulgo ignorante le creía loco o “brujo”. Los señores de la Iglesia, por celos, por envidia, por ambición, no podían tolerar que alguien se destacase. Atribuyéndose a sí mismos cualidades de profetas, que no habían recibido, daban un mentido mensaje de Dios. Invocaban el nombre del Creador para negar lo que ellos, en su ignorancia de Hombres, no entendían. Cerraban el camino de las investigaciones, cerraban la senda de la experimentación. Estaba prohibido saber lo que ellos no sabían. Al rebelde se le perseguía duramente, sin misericordia, hasta con la muerte, si no abjuraba. ¡Cuánto mal se hizo a la Religión! ¡Cuánto mal se hizo a la Humanidad! ¡Sacerdotes de Dios, que negaban al Hombre para poder acercarse a Dios! En asuntos de medicina, de química, de física, de astronomía, hubo insensatas controversias. Los jerarcas de la Iglesia Imperialista, en su despotismo, negaron rotundamente, categóricamente, sin ninguna base científica, lo que los investigadores afirmaban. Y no lo negaban invocando una opinión personal, a lo que tenían derecho, sino que lo negaban en nombre de Dios, como revelación de una verdad divina. Abusando del poder que tenían, que era muy grande entonces, se cometieron ¡en nombre del Creador!, innumerables tropelías. La Ciencia fue frenada en su desarrollo, por siglos. “Más adelante, cuando se gozó de más libertad, porque la Iglesia Imperialista perdió su gran poder, y por la aparición de la Iglesia Democrática, la Ciencia, libre de trabas, fue comprobando, en forma experimental y terminante, muchas de las opiniones que la Iglesia había negado. Es Dios que da el “manto de profeta” al decir “¡Ve!”. Cuando el Hombre se asigna a sí mismo un mensaje, y por sí mismo se pone el manto, no hace nada más que insensateces. Esos errores garrafales de los jerarcas de la Iglesia, agravados al máximo por la circunstancia de haberse atribuido a sí mismos la facultad de la “infalibilidad”, fueron gravísimos traspiés sufridos en la lucha por la Fe. La Iglesia, con su falsa posición, perdió autoridad ante los “estudiosos”. Lo peor es que los errores cometidos por esos sacerdotes

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indignos recayeron sobre la Religión. Se dijo por muchos: “La Religión se opone a la Ciencia”, cuando la verdad es que la oposición fue la obra personal de sacerdotes ignorantes y ambiciosos. La Iglesia, con una insensatez inconcebible, quería controlar toda la vida del Hombre, y naturalmente también, qué y cómo estudiar. Esta pretensión era tan absurda, que el que quería estudiar se distanciaba de la Iglesia. Siendo que en la Iglesia Imperialista no se permite iniciativa religiosa personal, se puede decir que sin sacerdote no hay religión. Por eso, el estudioso que se alejaba de la Iglesia, se alejaba de la Religión. “Parece raro, incomprensible, que personas de inteligencia despierta y cultivada en continuo ejercicio, no hayan podido encontrar el verdadero camino; que no hayan podido deslindar entre la Iglesia, como organización de Hombres sujetos a errores, y la Religión, dependiente sólo del Creador. Muchos “intelectuales” se dieron cuenta, pero no querían entrar en franca lucha, en el orden de lo religioso, con los señores de la Iglesia. Se mantenían al margen de todo asunto dogmático, en la esperanza de que mientras ellos no atacasen tampoco serían atacados. Muchos otros “intelectuales”, fieles a las prácticas de la Iglesia Imperialista, no habían tenido libertad espiritual, y así, no formaron su personalidad espiritual. Sólo cultivaron y usaron sus naturales valores intelectuales; no desarrollaron nunca sus íntimos valores espirituales. No estaban, por tanto, preparados para abordar problemas de carácter espiritual, en cuanto ellos llegasen aún a pequeña profundidad. No pudieron ver con claridad la diferencia entre lo que dice la Religión y lo que puede decir la Iglesia. Algunos creyentes, ante ese manifiesto divorcio entre Religión e Iglesia, provocaron un cisma y así se formó la Iglesia Democrática. Pero muchísimos intelectuales se desligaron del problema espiritual, que era fundamental, y se encerraron en el “castillo de oro” de su intelecto. Así nació el “Intelectualismo”. “Es otro de los vicios de parcialidad en que cae el Hombre. Parecería, a veces, que el Hombre tiene un destino demasiado grande para él. Como si, a uno que tiene inmensos bienes de fortuna, no se le ocurriera otra cosa en que emplearlo sino en darse algunos goces materiales; como quien teniendo a su alcance mil manjares exquisitos, sólo se dedica a ingerir siempre lo mismo; como quien, disponiendo de 360 grados de abierto horizonte a su alrededor y media esfera celeste sobre su cabeza, se empecina y circunscribe a mirar un solo punto en el suelo. Es triste que el Hombre, pudiendo ser grande, se conforme con ser pequeño y miserable; que pudiendo expandirse en todos los sentidos y direcciones, deforme su personalidad expandiéndose en uno solo. La tragedia de la Humanidad proviene de que el Hombre, teniendo posibilidades materiales, intelectuales, afectivas, morales y espirituales, sólo se dedique a desarrollar una o, a lo más, dos de ellas. Ese desequilibrio, esa desarmonía, hace del Hombre un anormal (aunque parezca dura la palabra) y por consiguiente un perenne descontento, y un perseverante desdichado. “Las ansias espirituales de la naturaleza humana son, en la mayoría de los casos, desorientadas. Al alejarse de la Religión, muchas personas, algunas selectas, volcaron toda la sed de su espíritu, tratando de engañarlo,

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en el camino de la Ciencia, del Arte o de la Filantropía. Los desequilibrios, en su magnitud y alcance, no tienen límite prefijado. Por eso, hijo, los “genios” viven en el límite con la locura. “Los Hombres de estudio, atraídos por las maravillas de la Ciencia, embelezados por las investigaciones y los descubrimientos,, se fueron alejando más y más de la Religión. No sólo abandonaron las prácticas de carácter público y colectivo, sino que abandonaron también los ejercicios individuales, íntimos: dejaron las lecturas devocionales, la lectura de investigación e inspiración de los Libros Sagrados, la meditación, la oración. Se entregaron por completo, con verdadera pasión, al unilateral cultivo de su intelecto. Se obtuvieron resultados notables. La mente del Hombre, cultivada, tiene un poder de penetración extraordinario. Atrevidas teorías, revolucionarios métodos de investigación y de experimentación, fueron haciendo luz en las entrañas de los misterios de la Naturaleza. Esa Ciencia, ya tan adelantada, al aplicarse a las Industrias, dio resultados magníficos: máquinas de una potencia o rendimiento nunca visto, mecanismos de una sensibilidad y precisión ni aún imaginados, abundancia y buena calidad en los productos elaborados. Agréguese a esto una Técnica de trabajo perfeccionada, el respeto por los derechos del obrero, y ya tenemos al Hombre marchando a paso firme y decidido por uno de los altos senderos para los cuales fue creado. Sin embargo, con su unilateralidad, el Hombre iba sembrando espinas en su propio sendero. El intelectual, dominado por su “Intelectualismo”, por ser “sabio” se olvidó de ser Hombre. Fue perdiendo, poco a poco, el correcto concepto de la Vida. Despreció las otras facetas de su personalidad. Descuidó la atención de su físico, y muchas veces los reclamos naturales de su materialidad se convertían en violentas e incontroladas manifestaciones de animalidad. Perdió la noción exacta del significado de Humanidad. Estando entre los hombres vivió solo y aparte, desconocido y desconociendo. Desde el alto balcón de su “torre de perfección” miró a los hombres como “hacia abajo”. Los vio deformados, y no los conoció. Quiso nacer en su corazón mortecino, por primitivo, un sentimiento de conmiseración, pero no sabiendo cultivarlo, se volvió en desagrado y desprecio. Sólo los vio por fuera, en su materialidad, y los juzgó en consecuencia. Como él no tenía ni corazón, ni alma, no supo ver en ellos las ansias de sus almas y de sus corazones. Siendo él, según su parcial concepción, un “cuerpo” y una “cabeza”, vio a la gente como seres con sólo “cuerpo” y sin “cabeza”. Cuando tuvo que buscar aplicaciones prácticas a su Ciencia, viendo en el Hombre sólo lo animal, y sus problemas, se dio a hallar solución sólo a las necesidades materiales. Grandes conquistas, gran progreso, grandísimo desarrollo de la producción de elaboración, siempre cosas nuevas y hermosas, pero con ello, lo que inocentemente se hizo fue agregar leña nueva a la hoguera del Materialismo. “Los problemas materiales, problemas del “yo” estaban perfectamente al alcance de su comprensión, pero los de carácter social y político, que por ser problemas colectivos, problemas del “nos”, tienen una raíz afectiva y moral y espiritual, se le escapaban casi por completo. Carentes de humildad,

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desconociendo su incapacidad en esos aspectos, eran ingenuos (por no decir tontos), transformándose en dóciles instrumentos de dirigentes demagogos, amorales, para sus planes de ambiciosa conquista y dominación. Carentes de principios morales, que son la base de la responsabilidad, pusieron su Ciencia y personal prestigio al servicio de causas inicuas, inhumanas, injustas. El concepto de Justicia pertenece al “nos”; por tanto, no lo podían captar. “El ambiente de libertad creado en los países democráticos, de modo especial en Mercial, que era inmensamente rico, se prestó maravillosamente para que los “sabios” desarrollasen su Ciencia; además, el Estado estaba siempre dispuesto a favorecer las investigaciones, contratándolos o poniendo a su disposición materiales, instalaciones, documentación y aún fuertes sumas de dinero. Muchos de ellos fueron incapaces de comprender su responsabilidad; su “ceguera de sabios” no les permitió ver, y comprender, la encrucijada de guerra o paz por la que atravesaba la Humanidad, el ansia de paz de todos los pueblos, y de los gobiernos democráticos, el ansia de confusión y de dominio y esclavitud de los estatitarios de Duarán y de otros países totalitarios. Se produjo así la aparente aberración, de “sabios” que se entregaron con todo entusiasmo a colaborar con gobiernos tiránicos, ambiciosos y crueles; otros que, con todo el bagaje de conocimientos adquiridos bajo la protección de la libertad, la paz y la justicia de las democracias, se pasaron al grupo de Duarán; otros aún que, protegidos por la libertad de las democracias, abusando de su situación privilegiada, y del prestigio ascendente de que eran rodeados, traicionaron ruinmente a los países que les habían depositado confianza, robaron secretos científicos y documentos, para entregarlos a los países que los habían engañado, como tontos ignorantes. “Aparente aberración, en realidad lógica consecuencia de su vida desequilibrada: un cuerpo más o menos atendido, una ente super cultivada, junto a un corazón enano por inculto y un alma encadenada, de rodillas, ante el trono idolátrico de la Ciencia. Habían hecho magníficos descubrimientos, ideado procedimientos y productos nuevos, llegaron a pensar que todo lo podían, que nada escapaba a su razonamiento. Aceptaban un algo como verdad sólo cuando podían demostrarlo, por una experiencia o por una ecuación. Sólo lo material es física o químicamente experimentable y ecuable. El sentimiento y la moral, y aún menos lo espiritual, no son “demostrables”… ¡Luego no existen! Quitada la moral y el espíritu, ¿qué queda de Dios? Negaron al Creador. Pero como el Hombre, lo quiera él o no, tiene un espíritu, y ese espíritu necesita en su esencia rendir adoración, que es comunión, o consubstanciación, engañaron, o pretendieron engañar a su espíritu, designándole un dios: la Ciencia. Nueva religión de la que se ungían a sí mismos en sacerdotes, profetas y aún mesías. Egoísmo materialista del “yo”, al que no podían de ningún modo dominar o controlar porque carecían del único freno: la Moral; fanatismo intelectual, hijo del fanatismo religioso. “La posición de esos “grandes” cundió, se contagió a todos los que, estudiando algo, entraban en contacto con la Ciencia. Las Universidades se

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convirtieron en “laboratorios” de anti-Dios, en los que se desintegró la fe de la mayoría de los estudiantes. Sólo se salvaron los que a temprana edad habían realizado una personal experiencia religiosa, o los que en su hogar, o en su ambiente, habían elaborado y cimentado una inconmovible conciencia moral. ¡Con cuántas burlas se les atacó! ¡Con cuántas calumnias se les acusó! ¡Con cuánto desprecio se les trató! ¡Con cuánto empeño se les quiso conquistar para la nueva religión!... ¡Y eran universidades que se titulaban laicas! “Junto a ese “Intelectualismo” científico, y simultáneamente, se desarrolló un Intelectualismo artístico, y aún uno docente. Todos tenían como común denominador la desviación de las ansias naturales del espíritu. No deseando permitirle la comunión con un ser espiritual Creador, le brindaban la actividad de su personal gusto. Así la ciencia, la literatura, la música, las artes plásticas, etcétera, fueron consideradas como suficientes manifestaciones del espíritu… ¡del espíritu que negaban! No había espíritu para inclinarse delante de Dios. Pero había espíritu para inclinarse delante de la belleza de un cuadro. No querían a Dios porque no aceptaban esclavitudes, y se rendían totalmente ante un dios que ellos mismos, en su imperfección, creaban. Ellos, campeones de la Verdad, crearon confusión, haciendo sinónimos de Intelecto y Espíritu. “El Intelectualismo, de cualesquiera de las ramas, tenía también otra característica común: la petulancia. La petulancia es tendencia natural en todo sacerdocio. Es lógico; no hay nada más grande que ser representante o mensajero de un dios. Cuando se trata de Dios Creador, al sacerdote le está ordenado dejar el engreimiento para ser humilde, pero el dios de los intelectualistas no quiere humildad, sino petulancia. Se les vio por consiguiente hacer ostentación y alarde de su “sabiduría” en busca de renombre y de homenajes; hacerse a sí mismos propaganda fastuosa, ajetrearse a sí mismos con superlativos, tomar posturas o gestos estudiados en busca de originalidad. Esa petulancia, que es egoísmo, los llevó a la envidia, a la competencia desleal, muchas veces a la calumnia y al odio. Muchísimos de ellos, sobre todo los “científicos”, adquirieron con su profesión, una posición económica desahogada, y aún verdaderas fortunas, con las que vivían en sociedad tan ricamente, tan lujosamente, como otros ricachos no científicos. De modo que el slogan “por amor a la Ciencia” con que habían comenzado su carrera, no era nada más que slogan, palabras sin contenido. Lo primero era servirse a sí mismo, ese era el fin; los medios eran la Ciencia y la Humanidad. La base de una sociedad feliz es servir a la Humanidad por medio de la Ciencia, sin hacer mención del “yo”, porque está contenido en el “nos”: la colectividad. Para eso se necesita “educación moral”, cultivo del corazón y del alma, y a ellos sólo se les dio instrucción científica. “En el otro grupo, Intelectuales del Arte, las cosas rodaron de modo distinto. Los “productos del Arte, pueden ser más o menos necesarios, sólo para algunos: los que tengan educación artística en ese sentido; al resto de la Humanidad no le interesa en más allá que simple curiosidad. Salvo artistas

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de relevante mérito, los demás no podían obtener de su sola actividad artística los medios para vivir en una sociedad donde todo se conseguía a base de dinero. La mayoría no tenía capacidad moral para afrontar esas circunstancias; se consideraron “incomprendidos”, “perseguidos”, “víctimas de injusticia”, de una sociedad que se negaba a concederles la importancia que ellos mismos se atribuían. Vivían descontentos, con rencor en el corazón, y fueron así campo especialmente propicio para todo movimiento revolucionario en el que se encerrase una promesa a su personal beneficio. Incapaces de comprender lo que no fuese su especialísima orientación, eran fácilmente engañados por los que quisiesen aprovecharse de ellos. Muchísimos de ellos, criados en ambientes democráticos, que jamás comprendieron, fueron fácil presa para los propagandistas estatitarios de Duarán, a los que se entregaron en ruin traición. Veían la posibilidad de alcanzar así un lugar que ambicionaban, sin tener en cuenta si les correspondía; y a la vez, alcanzada esa posición de privilegio, desde ella vengarse, humillar a los que consideraban enemigos, hacer sufrir a otros mil torturas más que las que ellos imaginaron haber sufrido. En muchos casos se repitió esto: individuos que por despecho, por ambición de dominio y riqueza no respetaron nada, nada dejaron sin traicionar: familia, amigos, gremios, Patria… Nuevos Judas, vendiéndose por treinta dineros. “Una vez en su alta posición, traicionaron también lo que habían llamado “Ideal”. No les interesaba más la igualdad, la libertad, la justicia; por el contrario, ahora les molestaba en los demás. Sólo un pensamiento morboso les dominaba en su loco egoísmo materialista: “Ser más que otros”. Fueron inconcebiblemente crueles; parecían buscar de realizar las maldades que a ningún otro jamás se le ocurrió. Como ellos eran traidores, no confiaban en nadie. Era peligroso ser colaborador de un tirano de esos. Cuando estaban en el escalón de abajo, clamaban por “justicia”; ahora, un poquito más arriba, sólo les interesaba disfrutar ellos, aprovechar la oportunidad. “¿Justicia? ¡Eso es un sueño de los pobres diablos!”. Esa era su moralidad, es decir, carencia de Moral. Su Intelectualismo, parcial y arbitrario,, los sumía en un abismo de abyección. En su naturaleza animal tenían todas las tendencias primitivas egoístas, y su intuición no les había dado el poder de controlarlas y dominarlas para una vida de comunidad. Su corazón sin moral hervía en bajas pasiones; su espíritu, sin Dios, era una aberración molesta. “A todo esto, las muchedumbres ignorantes, que habían esperado en ellos un salvador, sólo hallaron un déspota que los explotaba y despreciaba. El pobre esclavo sólo había cambiado de dueño. El pueblo, desdichada y eterna víctima, comprendía que había habido un fracaso, pero en su ignorancia no estaba capacitado para comprender, discernir, la esencia del fracaso. Nadie puede ver más allá de lo que le dan los ojos. Se pensó en fracasos de hombres. Sí, hubo fracasos de hombres, pero hubo mucho más que eso, fue el fracaso de un sistema: el Intelectualismo, manifestación del Materialismo egoísta. “Aún siendo la víctima, la muchedumbre, al no comprender, continuó apoyando al Intelectualismo. Continuó aceptando sus doctrinas y su

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orientación. Siguió aceptándoles como maestros e inspiradores, porque su corazón permaneció sin Moral, y su espíritu sin Fe. No pudieron dejar de ser Hombres sólo a medias. “Las juventudes de las clases humildes desearon “cultura”, y la simple adquisición de media docena de conocimientos les era suficiente para inflarse de orgullo, para creerse superhombres y mirar con desprecio todo lo hecho con anterioridad, y a todos los demás. El proceso de regresión moral se aceleró grandemente; los profesionales tuvieron cada vez menos sentido de responsabilidad y más hambre de dinero, de influencias y de placeres materiales. El egoísmo que antes, en los otros, les parecía muy mal, ahora en ellos, era el impulso de toda la vida y les parecía muy bien. “Los que no tenían una preparación científica sólida y profunda, que constituían la inmensa mayoría, esgrimían a la Razón, que es la base de la Ciencia. Sobre esa su facultad de raciocinio basaban su petulancia. Se enorgullecían como si fuese una conquista de méritos propios, siendo que es un don natural. También se contaban a sí mismos entre los intelectuales, por el uso parcialísimo y limitado que hacían de su intelecto. Invocando su razón, aceptaban ciegamente lo que decían los “científicos” aún sin entender ni pizca de ello, y rechazaban lo que decían los creyentes ¡porque no lo entendían!”.

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XX – FACTORES IV

MILITARISMO

CULTURA. “En reconocimiento de las fallas y perjuicios provocados por el Intelectualismo unilateral, muchos intelectuales, en un arranque de buena fe, lucharon contra la excesiva especialización, porque la vida es amplia. Se bregó por una Educación Integral, pero en la práctica no hubo nada, o casi nada, de Educación. Sólo se impartió Instrucción. Lo que se hizo fue un atiborramiento mental de cuanto conocimiento intelectual y artístico estaba al alcance del Hombre. Mentes un tanto privilegiadas, en individuos con medios como para disponer de tiempo y libros, llegaron a adquirir un gran caudal de conocimientos. Añádase a esto la posibilidad de viajar y de alternar con personas instruidas, que daba la oportunidad de oír de conocimientos y de ostentarlos a esto se le llamó “Cultura”. Era cultura, sí, desde luego, pero parcial y por tanto incompleta. Era como hacer monocultivo en una huerta. Era sólo cultivo del intelecto, en lo cual se consumían todas las energías, dejando las otras facetas de la persona en la mayor indigencia y descuido. La verdadera cultura es la capacitación del Hombre integral para desempeñarse en la colectividad, llenando su porción de cometido en bien de la comunidad, en el mejoramiento del ser humano como parte de un todo. Es la capacitación que permita al Hombre disolver el “yo” en el “nos”. Lo que se consiguió fue lo contrario: fortalecer el “yo” individualista en desmedro y perjuicio del “nos”. Se capacitó al individuo para vivir bien él, a costa de la comunidad. No se educó para servir, sino para saber hacerse servir. Se le dio al Hombre medios excelentes para poder servir… si decidía hacerlo, pero no se le dio algo que lo impulsara a servir. No se le dio nada que diese razón y por qué a la postergación del “yo”. “No se podía esperar, sensatamente, mucho bien para la colectividad, de una educación que desarrollaba el amor propio, el engreimiento, la preeminencia de las ambiciones individuales. Cada uno buscaba destacarse, para aprovechar ese destaque; se hizo ostentación de “sabiduría”. Muchos usaban un modo ambiguo de expresarse, difícil, hermético, para que los demás tuviesen dificultad en entenderle, con lo cual se podía suponer que sus conocimientos eran muy profundos, no al alcance de todo el mundo. Con ello, entre otros males, se provocó que los simples, para disimular su ignorancia,

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se diesen a aprobar y aplaudir todo lo que no entendían en realidad, esperando que ello pareciera índice de su propia “cultura”. “Se hizo abuso del palabrerío, porque si bien la palabra tiene la propiedad de poder expresar la idea, también puede desfigurarla y disimularla, y el Hombre puede hablar mucho aún diciendo muy poco”.

MILITARISMO. “El egoísmo, la envidia, la ambición, actitudes naturales en el Hombre primitivo, hicieron que siempre hubiese diferencias y peleas desde la época más antigua. Las rivalidades entre las familias, entre las tribus más adelante, hicieron intervenir a mayor o menor número de individuos en cada lucha. Al organizarse las naciones, ya se puede llamar “guerra” a las reyertas que sostuvieron. Algunos jefes de gobierno se dieron cuenta de la importancia que tenía en el resultado de la batalla la preparación y el adiestramiento de las fuerzas humanas que intervenían. Así nació el soldado, y el ejército. Pero una batalla no era sólo cuestión de luchas individuales de soldados, más o menos hábiles y pertrechados, sino que, en mucho, era asunto de técnica. Así nació el “Militar” y el “Arte Militar”. “A medida que las naciones se fueron desarrollando, y se fueron perfeccionando las armas, el arte militar fue adquiriendo más y más importancia. Llegó un momento en que el jefe militar tuvo situación de permanente. Inmediatamente se preocupó por formar buenos oficiales, y pronto esos oficiales, de distinta graduación, tuvieron también situación permanente. Fue una ocupación, una profesión, una carrera especial: un militar es un individuo educado para la guerra. “A medida que crecieron los ejércitos, creció el número de oficiales. El General quiso que su hijo fuese militar, y lo hizo militar. Cuando éste adquirió fama, a su gloria personal sumó la gloria de su padre. Se formó así, en algunos países, una casta de militares. Dedicados por completos a menesteres guerreros, con buenos sueldos, con privilegios de variada naturaleza, con una educación especializada, se les fue creando una mentalidad particular. Fue una modalidad del Intelectualismo: el Militarismo. Miraron con desprecio cualquier actividad humana que no fuese la suya, y en ese desprecio incluyeron a quien realizase esa actividad. Sólo la carrera de las armas era tarea de un Hombre que se preciase de tal. En su orgullo insensato se creyó a sí mismo un ser superior. Se atribuyó todos los derechos, y poquísimos deberes. “Desde el momento que existía un ejército, era lógico, y absolutamente preciso, que hubiese disciplina, obediencia al superior. Un militar superior, más en caso de guerra, debe ser parco en palabras, terminante en sus órdenes. El subordinado debe ser rápido y fiel en la ejecución de la orden. Esa modalidad de cuartel se instaló en la mente y el corazón del militar, y la siguió viviendo dondequiera que estuviese. No era más un Hombre, era un autómata. No incluyo en el término de “militar” al soldado, sino únicamente al militar de carrera, al graduado, al destinado a mandar. “El Militarismo provocó muchísimos males, fue un factor en el Desastre. Guerras anteriores se debieron exclusivamente al espíritu autoritario,

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intolerante, de castas militares. El corazón se achica, se cierra a todo sentimiento de igualdad, de fraternidad y aún más a la bondad. Pero el peor de los males no lo sufren los militares, sino los soldados. Se les obliga a dejar de ser Hombres, porque se les retira el derecho a la personalidad, y lo que hace al Hombre es la personalidad. No son más que muñecos mecánicos, no son nada más que un instrumento, un pequeño instrumento en la máquina guerrera. Se les ordena matar… a otro Hombre contra el cual, personalmente, nada tiene que reprochar. Se le acostumbra a despreciar la vida, a negar los derechos de los de enfrente, a odiar, o aún peor, matar sin odio. Se les obliga a considerar enemigo a otro Hombre como él, sin que él comprenda por qué. Eso no se consigue sin una violencia interna, si es que no se es sólo un animal, y esa violencia destroza al Hombre, lo desequilibra. Una voz interior, aunque muy débilmente, lo llama a la razón, le reprocha, lo persigue, lo tortura, y muchísimas veces, tal vez en la mayoría, por librarse de esa voz, por distanciarse de ella, para que pierda toda esperanza, en un arrebato de desesperación, se deja arrastrar a acciones inicuas que él mismo no podrá perdonarse más. Es como si tomase la decisión: “Necesito ser monstruo; pues bien, me convertiré en monstruo”. “Los ejércitos que volvieron de las dos grandes guerras anteriores, estaban formados en gran parte por batallones de esfinges y no de hombres: cuerpos sin alma. Pasados los bulliciosos instantes del retorno, llenos de besos y lágrimas y alegría, aún entre sus familiares, sus amigos y las reuniones sociales, se sentían como suspendidos en la más oprimente soledad; soledad hasta de sí mismos, ya que ni ellos mismos se encontraban. Ejercitados en la guerra, no eran más aptos para la paz. Eran aptos sólo para destruir, para odiar, para matar. Les era como hallarse en un mundo desconocido, incomprensible. Para olvidarse de la obsesión de sus recuerdos, de sus rencores, de su sed de matar, se entregaban con loca desesperación a todos los excesos: alcoholismo, juegos de azar, lujuria. Habían partido en edad en que la vida se abría toda en aspiraciones, propósitos y esperanzas; volvían con un cuerpo joven, pero con un alma anciana y achacosa., sin aspiraciones, sin propósitos y, lo más triste, sin esperanzas. Como ensimismados, distraídos, miraban sin ver, escuchaban sin oír, como si no estuviesen presentes. Es que parte de ellos, de lo más hondo, había quedado allá lejos, en los arrasados campos de batalla. Parte de ellos aún vagaba allá, hurgando trincheras en busca de enemigos. A veces, sentados tal vez en un banco de un parque público, se sorprendían a sí mismos co el oído atento y los nervios en tensión, tratando de oír el sonido característico de las cargas enemigas. Se había ganado la guerra, se había impuesto la paz, pero ellos no tenían paz. Se sentían lobos, y en cada hombre, o mujer, o niño, presentían un lobo. Y eso era la flor de la juventud; y con esa juventud, las naciones debían construir su porvenir. “Son muchos los males de la guerra: muertes, destrucción material, desgaste económico, situación de violencia, pero lo peor es ese desdoblamiento de la persona que interrumpe la vida. Es grave destruir lo que viene del pasado, pero puede ser funesto hasta lo irreparable la

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destrucción de los eslabones de lo que nos une al porvenir. Cada guerra es un alto que hace la Humanidad en el camino de su mejoramiento. Y en cada uno de estos altos hay muchos que, decepcionados, o entontecidos o pervertidos, empiezan a marchar hacia atrás. “También fueron a la guerra jóvenes con profundas convicciones religiosas y morales. Muchos de ellos tuvieron así un ancla en que afirmarse en la lucha, y fueron de ayuda a otros compañeros. Pero ninguna fe débil resistió. “Mientras haya coroneles con hambre de gloriosos ascensos; mientras haya generales que anhelen por sobre todas las cosas agregar una medalla más a la solapa, y un retrato más a la galería de antepasados; mientras haya militares con pretensiones y actitudes de casta superior; mientras haya oficiales a los que no se les enseña Moral como base de responsabilidad colectiva; mientras no se les enseñe que el Derecho de gente es sagrado en cada Hombre; mientras no aprendan qué significa Igualdad, Libertad y Fraternidad; mientras no lleguen al convencimiento de que la finalidad de la vida es darse en servicio… los militares seguirán preparándose y preparando todo para la Guerra, y habrá guerras. “Al ejército le fue encomendado defender el país de los peligros exteriores; y a la Constitución, de los peligros interiores; es que se consideraba la posibilidad de los dos peligros. Hubo proyectos de desarme general entre las naciones poderosas, pero no se llegó a nada. Al fin sólo se hablaba de una simple reducción. Las naciones democráticas estaban dispuestas a ir, con toda sinceridad, al desarme total, pero los Estatitarios de Duarán no aceptaban la desmilitarización total. Es que ellos, como toda dictadura sangrienta, impuesta al pueblo con violencia, vivían en perenne temor, no de agresiones de afuera, sino de levantamientos de adentro. Lo que le pueblo no aceptaba de buen grado, lo imponían con la bayoneta de los soldados. El ejército dejó de ser parte del pueblo, para ser arma del gobierno en contra del pueblo. En muchas otras naciones, con etiqueta de democracias, en las que no había probabilidades de guerras con los vecinos, los coroneles suspiraban con el generalato, y ya que no había guerra exterior, la emprendieron interior. El Ejército, traicionando al Estado que en él confió, se apoderó del gobierno. Se atribuyó a sí mismo todos los poderes y los ejerció a discreción, a gusto y antojo del tirano o de su camarilla. “Los Golpes de Estado militares se dieron siempre con el pretexto de que las cosas no andaban bien; y el Ejército, conforme a su cometido, debía defender las leyes. Se prometía restablecer el orden, garantizar nuevamente todos los derechos, y propiciar la designación, constitucionalmente, de un nuevo gobierno. Quien había ya traicionado una promesa, no tenía por qué preocuparse de esta. El militar instalado en el gobierno, en él se quedaba, y usaba al Ejército co todo su poder para aplastar al pueblo. Se cometieron todos los excesos, todos los atropellos, todos los vejámenes, todos los crímenes. El Ejército perdió su dignidad, el legendario “honor militar fue tirado al canasto como papel inservible. El Honor, la dignidad, es una posición de renunciamiento. Un renunciamiento es una carga, y únicamente

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se la puede llevar a base de sentido moral; sólo se la puede sostener con fuerza moral. Y esa fuerza moral, esos militares no la tuvieron. Se les impartió instrucción científica y militar, se les dio la fuerza inherente de una situación de privilegios; y usaron y abusaron de ella en beneficio exclusivo de su egoísmo materialista. La educación materialista los llenó de afanes individualistas, de petulancia, de prepotencia. No conocieron Educación Moral que les diese fuerza para enfrentar y controlar sus bajas pasiones. Fueron un producto, un típico engendro, del Materialismo. Fueron una víctima más del Materialismo. “Otra particularidad sencillamente lógica: la Iglesia Imperialista estuvo siempre aliada, o combinada, con esas dictaduras militares. No puede tolerar la Democracia, por las libertades que esta entraña, y principalmente la libertad de conciencia; por eso apoyó esas tiranías. Todos esos cuartelazos se dieron en países donde dominaba la Religión Imperialista, y una vez establecidos esos gobiernos dictatoriales, se restringió de varios modos, cuando no directamente, el ejercicio y acción de la Religión Democrática. Puede verse hasta dónde llegaba la hipocresía y el afán de predominio de los jerarcas de la Iglesia Imperialista: diciéndose principistas y moralistas, apoyaron a regímenes que cometieron toda serte de violencias, de desmanes y crímenes espantosos. Una estela de vejaciones, de encarcelamientos, de torturas y de asesinatos, marcaba siempre el paso de esas dictaduras. Un reguero de arbitrariedades, de despojos, de maquinaciones opresivas, las seguía. Los fieles al déspota eran pagados con la impunidad, cualquiera fuese su crimen. Se amasaron fortunas inmensas a la sombra y protección de esa impunidad, a costa de particulares opositores o de la administración pública. Y la Iglesia Imperialista no tuvo jamás ni un gesto de rebeldía, ni una palabra de protesta. En ese ambiente de opresión, de sojuzgamiento, en el que se conculcaron todas las libertades, ella se sentía plenamente a sus anchas. Usó y abusó de la influencia sobre las masas para facilitar el afianzamiento de las dictaduras. Apaciguó a los pueblos para que los dictadores los despojaran; se los entregó como atados de pies y manos, y el desposeimiento fue total. Que un militar materialista, en su ambición de poderío, trate de aniquilar todo lo que represente una fuerza moral o espiritual, para mejor enseñorearse sobre los cuerpos de las multitudes, es perfectamente lógico y comprensible. Es en el alma del Hombre que se asientan y se afirman los conceptos de “Derechos”. Un pueblo sin alma es un pueblo sin Derechos; pueblo de esclavos, que es lo que ellos quieren. Pero que una Iglesia, basada en la Religión, busque el aniquilamiento del alma, es algo tan inicuo que parece imposible que pudiese ser. Sin embargo eso es lo que hizo, siempre que pudo, la Iglesia Materialista. Exigió al Hombre, invocando el nombre de Dios, la entrega de todos los derechos y todas las libertades, arrogándose a sí misma la potestad y misión de administrar esos derechos y libertades. Es decir: despojó al Hombre de su alma. Un Hombre sin el ejercicio de su alma, deriva fatalmente hacia la animalidad: se reduce a un animal doméstico. ¡Eso hicieron de los pueblos los dictadores, con la colaboración afanosa y eficaz de la Iglesia Imperialista! ¡Rebaños, manadas de bestias domesticadas!

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“El Hombre llega al sometimiento total únicamente por dos caminos: el amor y el arrepentimiento. El amor es victoria de lo espiritual. El arrepentimiento es derrota de lo material. El amor muestra al Hombre sus posibilidades hacia “arriba”. El arrepentimiento revela las realidades hacia “abajo”. Aquél es conexión con Dios; este es conexión con el mundo material. El amor le dice al Hombre: “Puedes subir. ¡Sube!”. El arrepentimiento sólo le dice “Estás en el lodo”. Este muestra cadenas que atan. Aquél revela alas que liberan. Uno es un punto, una línea; el otro es un espacio. Uno comprime hacia adentro, empequeñece. El otro expande, impulsa hacia fuera, engrandece. Uno es dolor. El otro es gozo. “La Iglesia Imperialista usó el arrepentimiento para lograr el sometimiento de las multitudes. Les hizo ver sus pecados, sus imperfecciones, se los hizo reconocer y arrepentirse de ellos… y ahí los dejó, de rodillas, esclavos de sus miserias. El reconocimiento del delito no fue para impulso de superación, de liberación, sino para empequeñecimiento y atadura. Frente a un pueblo contrito y humillado, les fue muy fácil a los dirigentes mostrarse como superiores. Cuando reconocemos la superioridad de alguien, es fácil y lógico que le cedamos la dirección. Esos pueblos, preparados así por la Iglesia Imperialista, fueron el campo de acción, la presa, de los dictadores militaristas”.

GEOLOGÍA. Una tarde en que con Areso visitábamos unas minas de calizas cuyo mineral laboran en la preparación de abonos, en una de las paredes me llamaron la atención algunos restos fósiles. Luego de observarlos un momento, le dije a mi compañero: “A juzgar por la magnitud de la capa superior, estos deben ser restos de animales de hace millones de años” . Se sonrió el ingeniero, y me respondió: “¿Millones? Puede ser que no. Es un error aplicar a la época antigua el razonamiento extraído de las condiciones modernas. Si hoy, en las condiciones actuales, tuviesen que formarse esas capas de sedimentos superiores, no nos alcanzaría la imaginación para construir la cantidad de años necesarios. Pero en otra época, pudieron formarse aún de un año para otro. Las fuerzas ígneas internas del planeta, y la meteorología, eran muy otras. La potencia e intensidad de sus fenómenos provocaban violentos y sucesivos cataclismos, que cambiaban con una rapidez pasmosa la forma y aún la constitución de la superficie. Donde había hoy un valle, podía haber mañana una montaña por las acciones plutónicas. Cuando el desastre que arrasó al planeta, las lluvias torrenciales e hirvientes, de sólo dos o tres días, produjeron sedimentos que en algunas partes tienen centenares de metros de espesor. Cabe dentro de lo posible, que algún hueso de un animal de la época, por circunstancias especiales, escapando a la desintegración, esté ahora cubierto por esos sedimentos, y sometido a tales condiciones de presión, contacto, temperatura y radiaciones, que le hayan cambiado totalmente. Un geólogo desprevenido, y fanatizado por ideas preconcebidas (y por lo tanto nada científico) se sentiría arrastrado a suponerle quién sabe cuántos miles de años de antigüedad., y apenas tendría 400. La meteorología antigua producía muy a menudo, casi uno por

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año, fenómenos como ese o aún más terribles. Formada la corteza sólida del planeta, por mucho tiempo fue sumamente débil frente a las fuerzas internas, que la cambiaban de continuo. “Cuando la temperatura de la atmósfera bajó a pocos centenares de grados se formó el agua, pero tuvo que quedar formando nubes, espeso manto de nubes como hay aún en Venus. Las primeras lluvias, al caer, no llegaban al suelo: se evaporaban antes; la primera que tocó el suelo era agua hirviente, y en una violencia de precipitación que no podemos ni aún imaginarnos. Apenas tocaba el suelo volvía a evaporarse y a formar nueva lluvia. Ese ir y venir del agua en su lucha contra el calor, fue enfriando el planeta al consumir calor en grandísimas cantidades, y fue alterando la composición de muchas rocas y minerales. “Un día “apareció” la vida vegetal, en un ambiente óptimo de temperatura y humedad. Rápido crecimiento y gran desarrollo, fueron las características de aquellos árboles, y sus maderas blandas se prestaron espléndidamente para la mineralización cuando, por movimientos sísmicos o aluviones, inmensos bosques quedaron sepultados. “Las masas de agua eran más estables, y por eso la vida animal “apareció” allí. Desde su comienzo eran muchas las especies de peces. No es sensato afirmar, por fanatismo, que todas las especies provienen de una sola original. Si las especies se hubiesen formado por selección natural, del ambiente, nunca habría habido nada más que una especie por época: la mejor adaptada. La selección ambiental elimina pero no crea. “Luego aparecieron los reptiles y batracios entre los animales superiores, los capaces de vivir en parte en tierra y en parte en el agua. La tierra estaba cubierta de espesa vegetación, uniforme maraña de árboles, lianas, helechos, musgos, hongos y algas. No se podía transitar, salvo arrastrándose por debajo como los reptiles, o volando por encima, como las aves, que aparecieron entonces. “Cada cataclismo producía la muerte de inmensas cantidades de seres marinos, y cantidades incalculables de sustancia vegetal era sepultada con ellos. Condiciones especiales pudieron transformar, por putrefacción tal vez, todo eso en petróleo. “Ya más estable la superficie, aparecieron los mamíferos, por etapas, según las condiciones. Los últimos fueron los pratenses y roedores porque la pradera y el bosque de altura son más modernos que la selva y la manigua. La temperatura era uniforme bajo el manto de nubes, pero las grandes lluvias sólo afectaban la zona intertropical, insinuando y comenzando la meteorología posterior. Cuando todo estuvo formado, apareció el Hombre. Las condiciones eran aptas para él. “¿De dónde proviene la vida? Nadie puede “demostrar” nada al respecto; sólo expresar la convicción de su pensamiento íntimo. Es indigno del Hombre encastillarse en una suposición, por más profunda que sea, y querer imponerla a los demás. Sin embargo, fue justamente eso lo que hicieron los religiosos por un lado, y los “intelectuales” no creyentes por el otro. Y lo han hecho también allá entre ustedes. Fue una controversia criminal, por el mal

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que causó entre las masas ignorantes y en los jóvenes estudiantes. Toda persona tiene el derecho, y el deber, de tener una opinión, pero debe darle el carácter que tiene: suposición. Y cuando no tiene opinión, debe decirlo. Decir “no sé” es declarar ignorancia, pero es mayor ignorancia hacer afirmación de algo que no se sabe, porque es signo de irresponsabilidad en aquella ignorancia hay la sabiduría de la lealtad; en esta hay iniquidad. El fanático es un esclavo espiritual. No puede comprender la lealtad que es actitud de espíritu libre, pero es apto para la irresponsabilidad y la iniquidad. Los sacerdotes atribuyeron a la Creación, a la voluntad de Dios, y no admitieron ninguna opinión discordante, persiguieron siempre que pudieron, martirizaron y hasta mataron a sus opositores. Desvirtuaron así a la Religión, ofendieron la dignidad de Dios. El concepto del Ser Supremo es función de un espíritu: nadie puede confesar a Dios si no es en virtud del espíritu de Dios. Pero el afán de dominio pudo más que la lealtad a la verdad. “Algunos “científicos” tuvieron otras ideas, buscaron otra explicación. Es perfectamente admisible, es lógico. Pero tampoco fueron leales a su principio: la Ciencia. La Ciencia busca la verdad, sin perjuicios, ni por “sí” ni por “no”. En su vanidad intelectual, con toda petulancia, falsos científicos han hecho afirmaciones de lo que sólo eran divagaciones filosóficas; pero Filosofía no es Ciencia. Se empeñaron en llegar a la solución que ellos querían, pretendiendo imponer una verdad fabricada por ellos. Han sentado y enseñado como verdad indiscutible lo que sólo eran suposiciones. Ellos sabían que no era verdad, pero los que estudiaron superficialmente, y la masa común ignorante, lo tomó como verdad. Esto fue una traición a la Ciencia y a la Humanidad, indigna de personas que por su posición y preparación estaban llamadas a ser rectoras; un engaño inicuo. Los que creyeron de buena fe no buscaron comprobar, y los que no podían comprobar creyeron de buena fe. “La pérdida de la Fe se debió en gran parte al desprestigio de los sacerdotes, y en otro tanto al engaño de los falsos científicos. La pérdida de la fe provocó el derrumbe de la moral en las masas populares. “Mira, Miguel, personalmente yo creo que Dios creó todo; que Él ha estado y continúa dirigiendo todo. Él fue creando cada especie en el momento oportuno, a medida que cambiaban las condiciones, de acuerdo a las leyes que Él había ordenado. Si Él creó las primeras vidas, ¿no podía crear luego las otras, a su tiempo? La Creación no es obra de un día, sino de escalonamiento en muchos miles de años. Aunque pienso que muchos menos que los que suponían los intelectuales. El Hombre, por sus características, fue el último ser creado, y fue creado ya Hombre, especie distinta de toda otra especie. Esa es mi idea, conforme a mi íntima convicción. Si pretendo que se respete mi posición, debo respetar la posición de otros. Eso es lo que no se hizo; el fanatismo de los dos bandos los llevó a imponer sus ideas. El pueblo fue, como siempre, la víctima. “Lucha de los grupos dirigentes, disputas por el dominio. Expresión de vanidad y egoísmo con absoluto desprecio de la conveniencia de la colectividad”.

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XXIII – FACTORES V

POLITICISMO

Desde que, unos días antes, Viro me había anunciado la próxima llegada de uno de los “domis” que habían quedado estudiando la situación en la Tierra, me era difícil no tener, por lo menos, ciertos instantes de ansiedad. Observaba involuntariamente el cielo, como esperando verle llegar sorpresivamente, aún cuando sabía perfectamente que a su debido tiempo se me avisaría, fijando día y hora exacta de la llegada. Revolvíase en mí un sinnúmero de recuerdos, de interrogaciones, pensamientos, esperanzas, que en realidad no eran nada más que ansiedad. Algunas veces ya, a lo largo de los meses que llevaba viviendo en Marte, accesos de recuerdos y nostalgia me habían sacudido, distrayéndome muy prontamente de nuevo, ante tantas maravillas como las que allí veía y aprendía; pero esta vez, el hecho concreto de la llegada de un “domis” con noticias araba muy profundamente.

***NOTICIAS. Y llegó el momento. El día anterior se me había comunicado que esa mañana, a las 10.25 en punto, el “domis” descendería. Me resultó harto larga la mañana, porque no he aprendido aún a esperar. Una gran multitud recibió a los viajeros. Eran seis, y nunca nos habíamos visto. Pasados los instantes de saludos, el jefe de la delegación, llamado Ari, me prometió una visita para las 4 de la tarde, y partió hacia el Palacio del Essi, donde debía presentar su Informe al Consejo. Fue puntual en su anunciada visita. No comprenden otra cosa. Antes de partir llevándome raptado, Viro había comunicado todo a los tres “domis” que quedaban. Por ello, Ari había procurado conseguir algunos datos que me interesasen. Mi pequeño y tan querido Uruguay continuaba en su marcha. “Personas intelectualmente capaces, interiormente no mal inspiradas, asentados en el Gobierno, pero arrastrados, sin que lo comprendieran tal vez, por intereses de partidismo político, dando el primer lugar a problemas de partidos, y aún de facciones y dejando por tanto rezagados problemas de capital importancia para la comunidad y para el país. La situación económica se iba agravando, las soluciones adoptadas no eran soluciones

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sino paliativos, remedios. Lo peor era que se desarrollaba poco a poco un sentimiento de inseguridad y de desconfianza en el pueblo. “Los servicios públicos nacionalizados no cumplían con lo que se prometió al organizarlos: ofrecen malos servicios, y caros. Era un irresponsable despilfarro de dinero público, pero seguían gozando de la protección política, por interés de los partidos. Los comunistas seguían disfrutando de absoluta libertad en su obra de disolución, principalmente entre los obreros y los estudiantes, con la absoluta impunidad que le brinda la indiferencia oficial, que para muchos es protección. La delincuencia crece de modo alarmante a la sombra protectora de la desidia de los gobernantes. Principalmente entre los jovencitos, la rapiña es una “moda”, y aún llegan a delitos mayores. “El alcoholismo, propiciado oficialmente, siembra el desorden, el robo y el crimen por todo el país, pero principalmente en Montevideo. Resultaba aberrante, por no usar otro adjetivo más fuerte, que al alcoholismo, que en sí es un grave delito, lo estén considerando como “atenuante” de delitos. ¡Si alguien comete un delito en estado de ebriedad, la circunstancia de estar alcoholizado le es contada como atenuante! “El Materialismo está matando el sentimiento democrático del pueblo. El afán dominante en todas las esferas es ganar dinero para gozar de la vida material; ganar dinero sin importar la forma. Comerciantes inescrupulosos alteran los productos y los precios impunemente; empleados públicos en enjambre, haraganeando y abusando; la demagogia en marcha: fogosos discursos políticos exaltando principios que nos e cumplen; influencias políticas colocan hombres sin tener en cuenta si sirven para el puesto. La protección oficial, los subsidios, el dirigismo, están minando seriamente la moral del pueblo; restringen la iniciativa privada, no propician el esfuerzo. El intenso contrabando sigue demostrando que los impuestos son excesivos, injustos: algunos productos son vendidos por reparticiones públicas a un precio diez veces mayor de lo que se cobra en la frontera con Brasil. La protección sin discriminación ni control de la industria nacional, provoca perjuicios: en muchos casos ha encarecido los productos; y en todos, ha decaído grandemente la calidad. “Habiendo aumentado los sueldos, debió haber aumentado proporcionalmente el ahorro y la edificación particular. Nada de eso sucedió. Al tener más dinero, la gente simplemente gastó más. Hay un gran incremento en el consumo de alcohol, de los juegos de azar, y en las entradas de las empresas de pasatiempos y entretenimientos. Se gasta el dinero como con desesperación, como si se temiese que se desmenuce en la mano. Algo de eso hay. Se ha perdido la confianza. Es clarísimo, aún para el lego, la progresiva desvalorización de la moneda. Se considera prudente gastarla hoy, porque no se sabe cuánto valdrá mañana. Esa desvalorización, y el temor de que aumente, sumadas a la inestabilidad de la familia, y los monstruosos impuestos a la herencia y a la propiedad pequeña, han creado una barrera a la edificación con carácter familiar. Sólo entre los campesinos se sigue luchando por la formación de un capital, aunque sea pequeño. Los empleados

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y obreros se han decidido por seguir siendo eternos tributarios del Estado y de las Grandes Empresas. “Resumiendo: los intereses partidistas de los dirigentes están matando el sentimiento democrático nacional. Uruguay no es más una democracia en evolución progresiva; el partidismo politiquero lo ha frenado, y ya se notan claros retrocesos. Hay un grave peligro de implantación de una dictadura. ¡Consecuencia de tanta irresponsabilidad! “La prensa, salvo rarísimos chispazos, está totalmente al servicio de los intereses partidistas. Toda la maquinaria institucional está centrada a servir los intereses de las camarillas dirigentes, y defenderles sus privilegios. Hay una casta de dirigentes, claramente diferenciada del pueblo. Y aún ese pueblo está dividido: Capital e Interior. No hay verdadera Libertad, porque no hay efectiva Igualdad; es sólo una palabra. Y Fraternidad… Bueno, Fraternidad es una “mala palabra” con olor a fraile. “El Batllismo, que fuera partido de principios, de lucha y de construcción; que por ser mayoritario ha tenido la responsabilidad y el privilegio de dirigir la política nacional, ha perdido el rumbo. Su brújula, cargada por intereses personales, le ha desviado de la senda. Sus actitudes, en exclusiva búsqueda de ventajas o conveniencias personales, o cuando más de camarilla, le ha restado gran parte del prestigio que tuviera. Su afán de estatismo incontrolado, y su cerrado partidismo, le asemejan cada vez más al Comunismo Ruso: el Partido aún antes que el Estado; el pueblo y el país no cuentan. Está abocado a una seria escisión, porque muchos personajes de real valor dentro del Partido, y por temor al Herrerismo, han callado hasta ahora, pero el día que digan “Basta” será para volver la espalda. Es incomprensible la actitud de los dirigentes, ya que hace recordar a la del marinero que viendo perdido el barco, lo saquea antes de abandonarlo. ¿Qué temen? ¿Qué buscan? Han perdido la fe en la Democracia y piensan que el Comunismo triunfará. “El único Partido, entre los democráticos, que conserva aún cierta jerarquía principista (de principios), y aún considera a la Moral como algo a tener en cuenta, es el Nacionalismo Independiente. Si permanece firme en su ideal democrático, a la rectitud y a la justicia, y se desprende del Materialismo sensual que enturbia las páginas de sus periódicos, será seguramente el refugio de muchísimos demócratas sinceros, que están incómodos dentro de sus Partidos porque las actitudes de los dirigentes no pueden satisfacerles. El asunto es que se den cuenta que no valen denominaciones ni cintillos, sino ideales y principios. “En el panorama internacional no se han producido cambios notables. La tensión entre Rusia y Estados Unidos es grande. No desean la guerra, pero podría empezar en cualquier momento, aún contra su voluntad. Rusia continúa su política de esclavitud, de engaños, de violencias, de disolución, en procura del dominio mundial. El pueblo vive mal y descontento, pero nadie se atreve a decirlo. Se desconfía hasta de sí mismo. Es el reinado del terror y del anonadamiento. Es como vivir en plena oscuridad: no se sabe nada de nada, ni siquiera quién es que está al lado; sólo se oye la voz de mando. Y en

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esa oscuridad, dominados por el temor, aún sin quererlo, a veces se ejecutan equivocadamente las órdenes. Entonces, es el martirio que se aplica a los traidores. Es tal la maraña de mentiras, de intrigas, de simulaciones y de tergiversaciones que utiliza del gobierno en el manejo del país y sus conquistas, que aún con nuestros sistemas de averiguación, pocas veces podemos tener absoluta certeza sobre un dato. Se ha hecho de la mentira la gramática oficial, en el afán de ocultamiento. Una misma información se transmite a los cuatro puntos cardinales de cuatro modos distintos. ¿Cuál es la verdadera? Al final, ¿cuántos hay que sepan, realmente, si una cosa es verdadera o fingida? Cada vida es una tragedia; la mente, bajo la presión del miedo y de una especie de hipnotismo producido por la obsesión de la impotencia, se desdobla. Es el esfuerzo por anonadar su personalidad, para adaptarse a la voluntad de los dirigentes, en el esfuerzo del pensamiento para no pensar, la mentalidad se desdobla. No encontramos nunca, salvo campesinos alejados, que nada saben, una persona con un pensamiento claro, aislado, como para examinarla, ni aún en los máximos dirigentes. El diagnóstico médico inmediato indicaría locura, enajenación por obsesión, pero no están locos. “¿Qué va a resultar al final de toda esta tortura mental? En todo caso, es ineludible el agotamiento. El esfuerzo mental por no pensar, de miedo a pensar mal, traerá para muchos el aniquilamiento. Si esto sigue por mucho tiempo y un día el pueblo se libera de la esclavitud, muchísimos se encontrarán con las mentes vacías, como hace tres mil años. En esa maraña no hemos podido saber con absoluta certeza a qué altura han llegado en el estudio de la energía atómica. Sus espías robaron fórmulas en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Canadá, Italia, Alemania, Austria y Suiza. Pero ninguno de los “sabios” importados, por la voluntad o por la fuerza, las posee todas. Se les vigila las 24 horas del día con una pistola a la espalda. Nuestras radiaciones investigativas llegan con gran dificultad y sufren deformaciones por interferencias. Las radiaciones de los elementos en uso, el intrincado sistema de alarma que cubre el laboratorio, las emisiones de radar, los escapes o pérdidas eléctricas en máquinas no bien ajustadas, los grandes locales metálicos, todo se traducía en interferencias para nuestras señales. Además, nuestras señales se debilitaban por la gran distancia a que debíamos trabajar 20 a 25.000 metros. No era prudente acercarse más por temor a entrar en el campo del radar, o a que nos vieran, ya que sabíamos cómo nos recibirían. Comprobamos, sí, que por dos veces por lo menos, se produjeron explosiones atómicas prematuras. Provocaron grandes desastres, en vidas y en materiales. Algunos de los “sabios” murieron, algún otro fue ejecutado, porque en el delirio de terror en que viven aún los dirigentes, se pensó en el primer momento que se trataba de traición y sabotaje. Seguramente fue un descuido, una imprevisión, causada por el mismo estado de ánimo en que tienen que trabajar los científicos. “Es realmente fantástico el número de agentes que tienen en el exterior, en todos los países del mundo, y la cantidad de dinero que eso cuesta a Rusia. En eso, y en subvencionar cuanta revuelta o movimiento subversivo se

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produce hasta en el último rincón de la Tierra, se consume gran parte de lo que a los pueblos oprimidos se les quita. Tienen en varias partes de Siberia, utilizando el frío natural del lugar, inmensos depósitos de cereales y otros alimentos, para cuando llegue la guerra, que creen inevitable. El plan es apoderarse del dominio total del mundo por medio de movimientos locales, sin entrar ellos directamente, pero presumen que Estados Unidos se dará cuenta y no esperará el último momento. Cuando comprenda definitivamente que se trata de una “hidra”, tratará por propia iniciativa de cortarle la cabeza central. Al examinar así objetivamente la situación, parecería que “fatalmente” habría de producirse el desastre de la Humanidad terrestre en una Tercera Guerra. Cuanto más se la demore, más terrible será. Si Rusia logra fabricar también la bomba de hidrógeno, puede venir el aniquilamiento como aquí. El Hombre está ciego de egoísmo materialista, como si un velo le impidiese ver. Sólo así se explica la actitud suicida de muchos países. “Francia, la gloriosa Francia, rectora de toda una época en la Historia de vuestra Humanidad, cuna de ciencia social, y de principios de Libertad, por la generación continuada de grandes hombres, parecería agotada, como si ya hubiese dado todo lo que podía dar de bueno; como esas tierras que, largamente cultivadas sin cuidar su fertilidad, terminan por producir únicamente yuyos y espinas. El egoísmo y la ambición, la envidia y la desconfianza, la terquedad y la falta de fe, se han apoderado de los partidos políticos. Se lucha únicamente por posiciones políticas. El concepto de Francia como nación, como unidad, no figura en la mente de los políticos. No les importa hundir al país con todo su caudal presente y pasado, y todo el porvenir, con tal de no abandonar su punto de vista, su aspiración personal interesada. En sus reyertas de unos con otros, es Francia que lleva y sufre todas las puñaladas. Ha perdido ya gran parte de su prestigio anterior. Son hijos querellosos que dilapidan la herencia acumulada con mil sacrificios por los padres. De continuar mucho tiempo así, llegará a una encrucijada de dos caminos: ser uno más entre los satélites esclavos de Rusia; o, con una dictadura ultraconservadora y católica, caer en un “mirar para atrás”, para vivir del recuerdo de las grandezas idas, como España, museo de seres vivientes. ¿Es que los franceses n tienen más corazón para amar a Francia? El comunismo, aún fuera del gobierno, es quien está moviendo las debilidades de los otros. Siembra rencillas; los otros las cultivan, y cuando maduren el fruto será para Rusia. “Italia, dominada por el Catolicismo, es grave peligro para las Democracias. No quiere el Comunismo, pero no tiene cultura democrática. Puede salvarla su gran patriotismo. “Los países árabes, en un incontrolado afán de liberación de la influencia europea, que es la que podría llevarlos a un más alto grado de civilización y bienestar, hacen el juego a Rusia. Lo mismo sucede en el Sudeste de Asia. Los países europeos pagan su culpa: la protección exagerada del comercialismo de sus Compañías. Algunos de esos países, en realidad todos, no están preparados para gobernarse con absoluta autonomía: de Europa recibieron nociones de instituciones democráticas, pero a la Democracia la hace y vive

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el Pueblo, siempre que el Pueblo esté preparado para ello. Ninguno de esos pueblos está preparado. Entre los árabes, musulmanes, la propia religión es el mayor obstáculo. “En África, las poblaciones negras aún están a tiempo de educarse y aprender a gobernarse a sí mismas, si los países dirigentes se empeñan realmente en ello, olvidando un poco los intereses económicos. Si demoran mucho, los agentes de Moscú harán su obra de disolución, y ya se sabe que su prédica entre multitudes ignorante es siempre fatal para el orden y la armonía. “La India, a pesar de sus inmensos medios, internacionalmente no contará para mucho, mientras el pueblo no se prepare y se limpie del fatalismo que le inhibe. Espiritualmente, es un pueblo extraordinariamente capaz de asimilar la Democracia: tiene sus principios en el alma; pero es un pueblo de gran inercia, por eso costará moverlo; ero también por eso, una vez en movimiento será imposible detenerlo. Si la Tercera Guerra le da tiempo a desarrollar el lento proceso que se viene operando, y el gobierno no le deja crear alas al Comunismo, será un gran baluarte de la Democracia y la Paz. “China, si la Tercera Guerra le da tiempo, abandonará el bando de Rusia. El chino es inteligente y habituado a pensar. No podrán vaciarle la mente. Por eso, y por sus conceptos sobre la familia, sobre la amistad, y sobre la propiedad, es un pueblo perfectamente apto para la Democracia. Si el cambio de China y la India se produce antes de la Tercera Guerra, no habrá Tercera Guerra por muchísimo tiempo, o nunca. “En América se ha producido lo que fatalmente era para esperarse: uno tras otro, los países caen bajo dictaduras católico-militares. Es que el sentimiento democrático en los pueblos era más ficticio que real. Dirigentes de firmes propósitos democráticos, produjeron movimientos en las opiniones públicas; se crearon fuertes núcleos partidarios; pero una vez en las luchas políticas, o en el gobierno, esos grupos dirigentes se olvidaron de educar al pueblo para el verdadero ejercicio de la Democracia. Cayeron en el error de pensar que el civismo estaba arraigado para siempre, o que ya no lo necesitaban. No se nace demócrata; la Democracia se adquiere. En las luchas políticas se preocuparon de sí mismos más que del pueblo. Las multitudes quedaron solas,, prácticamente huérfanas y abandonadas. Como si fuesen verdaderos esclavos, forjaban con sus votos el triunfo de tal o cual político o Partido, pero no tenían parte efectiva en los resultados del triunfo. Las verdaderas luchas no eran entre masas populares, sino entre pequeñas camarillas, y los triunfos y las derrotas afectaban a esas camarillas, pero no a las masas. Cuando un demagogo ambicioso se apoderó del poder por la fuerza, el pueblo tomó una actitud de expectativa. Se redujo a esperar a “ver qué pasaba”. Él no se sintió afectado. Las promesas del dictador le agradaron, y como habían hecho siempre, esperaron. ¿Qué se suprimía la libertad de prensa, y la de reunión, y la de conciencia? No les importaba, puesto que ellos no las habían usado nunca. Eran os dirigentes que escribían, y que ordenaban las asambleas; la parte del pueblo, en eso, había sido siempre pasiva. Su única intervención activa era pagar los impuestos.

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Mientras los dirigentes sigan obrando como si pensasen que porque en Argentina nació Sarmiento, y en Cuba Martí, los pueblos de Argentina y Cuba son democráticos, seguirá habiendo dictadores con fuerte apoyo popular. La sabiduría del ignorante, es “esperar”. Mientras los que toman la dirección de la política sigan pensando que para el pueblo ejercer la democracia es votar y que basta entregar a un Hombre la boleta de votación para que sea ya un demócrata, la Democracia será sólo un mito. Ser demócrata es muchísimo más que sólo vivir entre instituciones democráticas; es toda una concepción de la vida: de la vida privada, de la vida pública y de la vida de la Humanidad, y una norma de conducta para poder realizar esa concepción. En fin, que para poder lograr una Democracia es preciso educar al pueblo; no sólo instruir, sino educar: darle base moral, que lo haga conciente de su responsabilidad. Eso es lo que no se hizo en los nuevos países americanos. Hasta ahora, se había marchado en base al extraordinario amor a la libertad de esos pueblos, pero eso no basta. ¡Ya se ve que no basta! “En Argentina, el pueblo no ha notado aún la mala influencia de la dictadura, principalmente en lo económico-financiero. No comprende, no está educado para comprender la subversión que se realiza, la importancia de la amputación de sus derechos. Cuando un día se sepa los billones de Pesos que los Peronistas se han embolsicado, costará aceptarlo como verdad. El despojo sistemático de la Caja Pública, y el “chantaje” oficializado a todo el que tiene capital, ha creado una nueva pléyade de millonarios. El pueblo sigue pasivo, porque no se da cuenta. Se deja engañar en su ignorancia y buena fe. La culpa pasada es para los gobernantes y políticos que no se preocuparon de educar al pueblo. La responsabilidad del presente es para el Ejército Argentino. El Ejército Argentino era parte del Pueblo, y se le respetaba y amaba. Se miraba en él un retoño del glorioso Ejército libertador. El Ejército está traicionando al Pueblo. Un día el Pueblo lo comprenderá, y aunque esclavizado e inerme, en altiva actitud de dignidad herida, como valiente que es, lo escupirá en la cara, como condenación y desprecio. Porque el Ejército se da cuenta de lo que el Pueblo no puede darse cuenta, y tiene medios de acción de que el Pueblo carece. Hay militares que están con el Peronismo, pero hay un fuerte grupo que en silencio sufre el dolor de la humillación a que se somete a su Patria. Perón amenaza al Ejército con la C. G. T., pensando que no se atrevería a esgrimir las bayonetas en contra de la muchedumbre. Pero si el Ejército se alza, el pueblo no luchará en su contra. Seguirá en su eterna actitud pasiva, esperando. Sólo las “cuadrillas de destrucción” resistirán algo, sembrando el terror en la ciudad, para culpar luego a los revoltosos, como es costumbre. “En Brasil, la ignorancia moral del pueblo da cierta entidad al peligro Comunista. Decir que no hay peligro porque son una minoría, es una tontería que puede costar muy caro. Lo mismo sucedió en todos los países en que hoy dominan. ¿Son acaso mayoría en uno solo siquiera? Hace falta elevación moral de las multitudes para que sepan aprovechar, en beneficio colectivo, las conquistas sociales a lograr progresivamente. Menos “conga” en las

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masas, menos egoísmo en la “sociedad”. Sería, por su riqueza, un gran baluarte de la Democracia. El pueblo es perfectamente apto. “En Chile, la diferencia social es espantosa. Si un día el pueblo chileno pierde, aunque sea sólo una parte, de su inmenso sentido patriótico, pasará, de la noche a la mañana, a las garras del Comunismo. Un día puede llegar, en que no pueda adormecer su desesperación de pobreza e invalidez, con la “morfina” del sexualismo y del alcoholismo como lo hace ahora; un día, en que al pueblo no le alcance con tener libertad para hundirse en sus miserias físicas y morales, en que querrá libertad para elevarse. Ese día, al grito clásico y viril de “Viva Chile m…”, la democracia en Chile se hundirá en la fosa del Pacífico, y las masas saciarán en ríos de sangre la sed de venganza por años acumulada. “En Paraguay, Bolivia, Perú y Ecuador las poblaciones blancas no tienen derecho de pedir a la Virgen que les de paz, como lo hacen en sus miles de iglesias, mientras ellos no den paz a las muchedumbres indias. Entre ellos y los indios, Dios estará de parte de los indios. La primitiva economía indígena, que ellos recuerdan por tradición, tiene alguna similitud con la economía comunista. Es ese un punto de peligro. Si los indígenas se mueven una vez, venciendo su apatía y fatalismo, habría gran violencia y horrores. El indio continúa considerando al blanco como un usurpador, es decir enemigo. Si el grupo de ricos católicos que domina los países no abandona su loco egoísmo para ser un poco patriotas y humanitarios cristianos, infaliblemente tendrá un gran disgusto cualquier día. Por persistir en tenerlo todo, se quedarán sin nada. Los indios no han podido aprender de los blancos nada más que egoísmo, opresión, mentira y despojo. La teoría igualitaria del Comunismo es falsa; sólo a un tonto o ignorante puede engañar. Pero también es igualmente falsa la de las castas, la del derecho a explotar a los inferiores, que el Catolicismo no predica pero practica. “Colombia se parece espiritualmente a Uruguay: hondo amor a la libertad. El reaccionarismo católico en estos momentos, viendo que pierde posiciones, ha desatado con el gobierno de Gómez una serie de medidas opresivas, persecutorias, francamente dictatoriales, que el pueblo no tolerará por mucho tiempo. El egoísmo de políticos liberales, que se olvidaron del interés nacional, originó el resurgimiento del conservadurismo. El amor a la libertad puede suplir todavía la falta de educación democrática. Pero luego habrá que darla. “Venezuela, bajo la más sangrienta dictadura americana, vive un caos político. Tres camarillas, en equilibrio inestable, en momentáneo acuerdo pero celándose y odiándose, oprimen al pueblo: una camarilla católica, una militar y una financista. La Junta Militar es un títere. El campesino es patriota, pero el caos no le afecta aún mayormente; en cambio, el obrero industrial es campo para el Comunismo. Las Democracias deben cuidar a Venezuela, cultivarla, prepararla moralmente. En manos de Rusia sería un gran peligro por las inmensas y aún ignoradas riquezas mineras y de elementos atómicos que encierra la Meseta Guayánica.

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“Las Repúblicas Centroamericanas y del Caribe no presentan más interés internacional que la posibilidad de convertirse en “cabeceras de puente” para el Imperialismo Ruso. “En México, el fanatismo católico por un lado, y el Materialismo que copia todos los defectos de Estados Unidos por el otro, están frenando los esfuerzos de algunos por la educación del Pueblo. “Estados Unidos continúa siendo el gran reducto de la Democracia. En el Gobierno comunal es donde se ve el grado de preparación del pueblo para vivir democráticamente. Hay en las masas el sentido de honestidad y de responsabilidad que es imprescindible para que un país sea realmente una Democracia. Tres razones hay para que en el mundo haya opiniones contrarias a Estados Unidos: el comercialismo egoísta de algunas Compañías; los filmes de cine, que han hecho creer a mucha gente que así se es allí; y la subterránea propaganda católica. “La llamada “Tercera Posición” es una cosa sin sentido. Es la posición del que no quiere aceptar el Comunismo porque ve sus fallas, pero en su pequeñez, en su afán de ser moderno, no simpatiza con Estados Unidos porque allá se sigue respetando el Derecho del Hombre, al estilo antiguo. Dos cosas les molestan, principalmente: la religiosidad del pueblo, y la libertad, afirmada en esa religiosidad. Los “terceristas” no son nada más que católicos remanentes, nazistas abortados. Aunque hay un gran núcleo de católicos, la mayoría protestante ha impuesto su sello a la vida nacional, y aún los católicos viven como protestantes. No comprendo por qué el catolicismo “yanqui” no se ha separado de Roma. En esa religiosidad está el germen de la grandeza de la nación. Gobernantes, estadistas, sabios, docentes, industriales, comerciantes, agricultores, obreros… que tienen fe en su Dios, y por esa fe tienen fe en el Hombre, en la Democracia… en el porvenir. Por eso, ese optimismo, ese gusto con que se trabaja. Por eso, esa entereza con que se hace frente a los problemas. Por eso, esa audacia con que proyectan y realizan las cosas más grandes. Si han suprimido de sus concepciones la palabra “imposible”, no es por tonta vanidad humana, sino por fe. Aún muchos de los dirigentes, en todos los órdenes: políticos, científicos, sociales, industriales… leen la Biblia co fe, meditan buscando en la grandeza de Dios apoyo para su propia pequeñez, y oran pidiendo ese apoyo. Presidentes nacionales, verdaderos rectores de la Democracia del mundo, hallaron en su fe la inspiración y la fuerza para obrar. La Democracia norteamericana, origen de la Democracia moderna en el mundo, es fruto de la fe protestante. La esperanza del mundo está en las grandes democracias: Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, Suiza, Noruega, etc., que son protestantes. Es que la Democracia debe afirmarse en algo, y si no es en la fe, no se en lo que puede ser. El Ateísmo, que no es otra cosa que “Catolicismo bajo cero”, Catolicismo sin Papa, al suprimir a Dios ha dejado un vacío en el Hombre que no se puede llenar con nada; por eso es que las democracias en los países de educación católica, son tan inestables: es democracia de leyes, pero no de convicciones”.

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Terminó Ari su exposición, y al retirarse me dejó solo ante aquél panorama sombrío. Con honda tristeza y dolor en mi alma, buscando una explicación al desbarajuste universal, recordé las palabras del Essi en su anterior conversación, y me puse a ordenar mis apuntes

POLITICISMO. “Los Partidos Políticos fueron el resultado de la intervención del pueblo en el manejo de los intereses nacionales. Se originaron en la oposición al Gobierno. Al principio el Gobierno no tenía partido, y los patriotas que no aprobaban la gestión gubernamental en un asunto u orientación, expresaron su disconformidad: se unieron en su deseo de lograr influenciar a los gobernantes; y ese grupo, esa asociación, ese club, se transformó en Partido Político. A esos “políticos” los guiaba el deseo de mejor organización, de implementación de ciertos servicios, de suprimir hábitos perjudiciales a la comunidad. Su acción se reducía a pedir, a reclamar, a proponer; no ambicionaban gobernar ellos, sino que el gobierno se orientase en tal o cual sentido. Algunos gobernantes bien dispuestos, deseosos del adelanto de la nación, llamaron a esos nuevos valores que surgían, a que integrasen el gobierno colaborando con sus nuevas concepciones o métodos. Desde ese puesto de colaboración, algunos rindieron excelentes servicios. Pero aquel primitivo deseo de que se gobernase de tal o cual modo, se transformó en deseo de gobernar. El deseo de brindar ideas se volvió deseo de imponer normas. La ambición de gobernar dio nuevas orientaciones y nuevos impulsos a los Partidos Políticos. Las Democracias, con sus sistemas de votos populares, les dieron gran impulso y gran jerarquía. Una vez en el poder, teniendo en las manos toda la Administración Pública, por ambición personal dejaron de servir al pueblo para servirse del pueblo. Se utilizaron las posiciones directivas, de privilegios, para conquistar adeptos: distribuyendo puestos rentados, protegiendo a los correligionarios, ejerciendo influencia de mil maneras, sancionando leyes dirigidas a favorecer a tal o cual, prometiendo mejorar a este o aquel grupo social, creando nuevas reparticiones públicas para ubicar a los “amigos” y ejercer cada vez mayor dominio. En el afán, cada vez más arraigado, de permanecer en el poder, los dirigentes políticos cometieron toda clase de abusos. El resquemor de conciencia que pudieron haber sentido al principio, fue desapareciendo a medida que se insensibilizaba su sentido moral. Empezaron a usar propaganda mentirosa para embaucar a las muchedumbres y perjudicar los bandos rivales. “Los intereses del pueblo, confundidos con los intereses del país, habían sido el centro motor de los políticos, que para mejor desarrollar su acción, crearon los Partidos. Las ideas de los Hombres dieron la contextura al Partido: un principio, un programa, una organización. Como en una balanza, cuando baja un platillo sube el otro; así sucedió entre Nación y Partido. Se fue dando más importancia al Partido, hasta llegar al mismo nivel de importancia del País; pero no paró ahí: el platillo siguió bajando y el Partido se convirtió en lo fundamental, mientras la Patria era relegada a un

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despreciable segundo lugar. La camarilla que dirigía al Partido gobernante vino a ser la que en realidad gobernaba al país. Se burlaba así cínicamente la voluntad de los votantes, se desvirtuaban totalmente los principios democráticos. Se presentaba a los votantes, candidatos que pudiesen agradar, para conseguir sus votos; pero una vez obtenido el nombramiento, el candidato nombrado por el pueblo no era nada mías que un vergonzante títere en las manos de los dirigentes del Partido. Se establecieron así dictaduras, como en el caso del Estatismo de Duarán y de sus satélites, donde el Partido gobernante fue poniendo más y más trabas a los otros partidos, hasta llegar a suprimirlos. Pero lo doloroso es que en países llamados democracias, Partidos titulados demócratas aplicaron el mismo sistema. El país no era nada más que un feudo del Partido. Todas las resoluciones estaban dirigidas hacia la obtención de ventajas para el Partido y sus dirigentes, con absoluto desprecio por las reales conveniencias del pueblo y de la Nación. Se conservaban en el papel las instituciones democráticas, pero se las dirigía de tal modo que en la práctica resultaban anuladas. Cierto que se conservaba el sufragio, y que el Partido ascendía al poder por el voto de una mayoría, pero esa mayoría era dirigida a gusto y conveniencia por una ínfima minoría: politiqueros, y no políticos. “Algunos políticos, sintiéndose defraudados en sus conciencias o en sus ambiciones personales, reaccionaron contra los dirigentes. Así se formaron facciones dentro de un Partido, o nuevos Partidos. La proliferación de Partidos o de facciones, es un mal síntoma dentro de una Democracia. Los principios democráticos y sus medios de acción son claros, y no pueden dar motivos a tantos modos de interpretación. La proliferación era producto de ambiciones personales y no de ideas políticas. Al repartirse los votantes entre muchos grupos de Partidos o facciones, el vencedor obtenía el poder por una simple mayoría relativa, muchas veces. ¿Qué eso es resultado del libre juego de opiniones en una Democracia, como se decía? Sí, pero libre juego que condujo al desorden, a la ineficiencia y a la irresponsabilidad. Porque en la realidad no era libre juego de opiniones, sino de ambiciones personales. Muchas veces, un Partido negaba aprobación a una propuesta o gestión, no por defender al país sino por perjudicar al proponente o actuante. En esa lucha por obtener una mayoría para la realización de un deseo de los Partidos, facciones y “partiditos”, amasaron toda clase de convenios, pactos y acuerdos. Tampoco eso era ilegal, pero muchas veces fue inmoral, porque fue una burla a los votantes y una renuncia a los principios que tantas veces se habían esgrimido. Los políticos perdieron la moral y se transformaron en politiqueros; para su conveniencia personal, el fin justificaba los medios, y por ese sendero se va a cualquier parte. De la Política, ciencia de gobernar, hicieron un medio de apoderarse de un país y explotarlo a su gusto y conveniencia. La Democracia había derribado a las aristocracias de los viejos sistemas: clases privilegiadas que vivían sobre las espaldas de las masas populares. Los politiqueros crearon dentro de las Democracias una nueva aristocracia: la de los dirigentes, que también vivió sobre la espalda del pueblo. Las viejas aristocracias, en su creída superioridad, despreciaban

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al pueblo, y no lo necesitaban nada más que para explotarlo materialmente. La nueva aristocracia, envanecida en su puesto de privilegio, también despreciaba al pueblo, y lo explotaba, pero necesitaba su voto. Necesitaban una muchedumbre mansa, sumisa, que votase lo que se le dijera desde “arriba”, es decir, una muchedumbre sin conciencia. No querían un pueblo de personas, sino una muchedumbre de individuos. El individuo pasa a ser persona cuando la educación le da conciencia de su responsabilidad como miembro de una colectividad, cuando la moral le determina una norma de conducta. El grito de batalla de todas las dictaduras fue en todas partes: “¡Abajo la educación!”. “En los países de predominio de la Iglesia Imperialista, la religión enseñada ya había preparado el terreno: no sabían pensar por sí mismos. La Iglesia apoyó a los Partidos que la apoyaban, o al que le diese el mejor mendrugo. Los llamados Partidos liberales, que no querían dependencia ninguna de la Iglesia, hubieron de luchar con ella. Lucharon por el Hombre, no en vista al bien del Hombre, sino al suyo propio. La bandera de la Iglesia fue “Religión”. La bandera de los politiqueros fue “Libertad”. La Iglesia y los Partidos de su sector necesitaban que las masas siguiesen en su primitivismo económico, social e intelectual. Los políticos liberales no tenían inconveniente en dar a los pueblos conquistas económicas, sociales e intelectuales, y estas fueron justamente sus armas; lo que a ellos no les convenía es que el pueblo tuviese “conciencia moral”. “La lucha entre los Partidos se circunscribió a agradar a las masas. No se les ayudó a mejorarse integralmente, a que cada hombre5 se transformase en persona, sino que se les dejó y hasta se les alentó a que cada uno fuese más y más individuo. Todas las comodidades y bienes que brindaban la Industria y la Ciencia modernas, fueron siendo accesibles a las masas populares, a medida que iban mejorando su condición económica y las garantías sociales. El nivel intelectual ascendió notablemente, ya que se dispuso de múltiples medios de adquirir conocimientos: los institutos de enseñanza, los periódicos, el libro, la radio, el cine. Lo que veía, lo que oía o leía, y lo que alcanzaba a gustar con los medios de que ya disponía, no hizo otra cosa que despertar en su animalidad una insaciable sed por goces materiales, el fortalecimiento del “yo” brutal y egoísta que tanto había costado adormecer. Un individuo con conocimientos, con cierta conciencia de su poder, con medios para hacerse los gustos o posibilidad de alcanzarlos, pero sin conciencia de su responsabilidad como integrante de una colectividad en ascenso: ese fue el ser que construyeron los Partidos políticos en sus luchas politiqueras; un ser monstruoso que, en su inconciencia moral, se destruyó a sí mismo y arrastró a la destrucción a todo el planeta. “Algunos políticos, y otras personas, al notar la evidencia del peligro, dieron la voz de alarma, pero los Partidos no quisieron rectificar la marcha. Frenar o pretender volver atrás, era seguramente perder votos y perder el lugar de privilegio logrado por los dirigentes, lo cual no estaban dispuestos a

5 Se entiende aquí “hombre” como sinónimo se “ser humano”.

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hacer. Del país y de la Humanidad, nada les importaba. Otros, que no teniendo fe en Dios no podían tener fe en nada, ni en la Democracia, ni en el Hombre, dominados por un fatalismo deprimente y negativo, dejaban rodar las cosas en espera de un desastre que fatalmente veían venir, y se resignaban refugiándose en la esperanza de que no fuese demasiado pronto, y les permitiese a ellos disfrutar el tiempo que les quedaba de vida. Del bien del Hombre y de la Humanidad, nada les importaba. Otros aún, que decían no creer en Dios, espantados de las perspectivas, sin voluntad para luchar, se refugiaban en la esperanza imprecisa de que algún “milagro” impreciso salvase la situación. “Entre los creyentes de la Iglesia Democrática, principalmente en Mercial y los países aliados, había también dos grupos: los que se cansaron de luchar y alertar en rodas las formas posibles, y terminaron por abandonarse a la misericordia del Ser Supremo; y los que, viendo venir la guerra, se esforzaban por prepararse para enfrentarla del mejor modo posible. “Democracia no es simplemente un sistema de gobierno; es una modalidad de vida íntima que se traduce en norma de vida colectiva, en que el Hombre comprende que tiene un lugar dentro de la organización social, y le satisface ocupar ese lugar y hacerse responsable, y le impulsa a mejorarse en su función; en que siente que tiene en sí valores morales que le dan dignidad, y que esa intimidad es su mayor tesoro, porque es su verdadera personalidad, y arista del Hombre. Este yo, conciente y elevado, es producto de la Educación Moral. Requiere renunciamientos, postergaciones, que el “yo” primitivo no puede tolerar. Pero ese “yo” conciente es lo único capaz de construir la Paz y la armonía entre los Hombres. El individuo materialista es forzosamente egoísta, individualista, no apto para la vida de comunidad; no puede serlo, porque se coloca a sí mismo siempre en primer lugar. Educación democrática es transformación del “yo” en el “nos”. “La misión fundamental de los dirigentes de los pueblos, es esa educación del individuo. Eso es lo primero que se debe buscar y lograr. Lo demás vendrá automáticamente, necesariamente, en forma natural y normal. Que el Hombre aprenda a gobernarse a sí mismo, y no necesitará que otros le impongan gobierno. ¿Puede el Hombre llegar a ese estado moral? Sí, puede. Pero el egoísmo y ambición de los que quieren dirigir, los llevó a mantener a las muchedumbres en estado de necesitar dirección. “Pasada la primera etapa del primitivismo, el Hombre inició la conquista de su propia conquista y liberación, pero las aristocracias y la Iglesia Imperialista primero, y los politiqueros después, impidieron, por su interés, ese desarrollo evolutivo. No quisieron personas, sino individuos; no pueblos, sino turbas, rebaños. Ese fue el crimen de los dirigentes: mantener a los pueblos en bajo nivel moral, para justificar su puesto de mando; que el pueblo se sintiese abajo, para necesitarlos a ellos arriba. La liberación del Hombre debe empezar por el control y dominio de los instintos de su animalidad. Los dirigentes sólo buscaron “entretener” y apaciguar. Sabían que mientras fuese vigorosa la porción de bestia que tiene en sí cada individuo, éste sería apto para la esclavitud; porque, aunque parezca

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paradoja, la bestia, aún la más fiera y poderosa, termina por tolerar el bozal y obedecer al látigo, y viene a comer en la mano del domador, mientras que el Hombre no puede tolerar bozales. Es la conciencia moral la que da al Hombre el sentido de su dignidad. Por eso los dirigentes, politiqueros, no hicieron nada por la educación moral del pueblo. Por el contrario, se burlaron de la moral, la combatieron y propiciaron el rebajamiento del nivel que, con gran esfuerzo, ya se había obtenido. Lo logrado era aún pequeño, pero se estaba en marcha. Y hubo muchos hombres de altísimo nivel moral que con su brillantez de conducta y la fecundidad de su influencia en la colectividad, dieron una pauta de lo que era obtenible con el cultivo de la moral al servicio de los demás. El Intelectualismo es un modo de liberación y formación de la persona. Al principio, los “intelectuales” apoyaron a los políticos, muchos de los cuales salieron de sus filas, y esa convergencia de esfuerzos resultó en bien y progreso. El Arte es la expresión de una inquietud interior en busca de elevación, y la Ciencia es conocimiento de lo natural, y puede ser aplicable. Cuando el Político fue suplantado por el politiquero, éste se sintió molesto ante el intelectual, puesto que al fin y al cabo ejercía una comandancia, y él no admitía rivales. Se le toleró en su esfera artística o científica, pero se le radió de la Política. Muchos, muchísimos intelectuales, carentes de valor moral, aceptaron el yugo. Otros se fueron a otras filas. El Estatismo conquistó así, por amargura de vanidad herida, a muchos intelectuales que no supieron conservar su dignidad de hombres. Sólo unos pocos, afirmados en su conciencia moral, soportaron con altura y sin derrota la postergación inicua de que se les hizo objeto. El progreso de la organización hizo cada vez más necesario el tecnicismo; pero los politiqueros no aceptaban técnicos, si éstos no aceptaban antes el bozal. La falta de preparación técnica en ciertos puestos, fue fatal para muchas reparticiones y servicios públicos; pero a los dirigentes no les importaba otra cosa que controlar todos los resortes para poder usarlos mejor, en provecho de las camarillas del Partido”.

DEPORTISMO. “El Hombre, como todo ser vivo, necesita descanso. Al trabajador manual puede bastarle el descanso nocturno para reponer sus fuerzas físicas, pero nadie está exento de preocupaciones, y además, en el más sencillo trabajo manual entran en juego otras energías, que es preciso reparar. De ahí el origen de las “distracciones”. “Distraer” significa “sacar”, “desviar”. Las distracciones tienen por objeto desviar los pensamientos de las preocupaciones diarias y corrientes hacia otras, superfluas, tan superficiales que, una vez pasadas, no dejan nada. “La vida activísima, velocísima, estridente, de la época moderna, hizo imprescindibles las distracciones. El Hombre normal, en forma espontánea y natural, se procura sus distracciones. El Comercialismo vio en esa necesidad universal un medio de obtener ganancias, y así se originaron los espectáculos públicos y casas de concentración, donde el público podía ir a “pasar el tiempo”: teatros, cines, circos, torneos deportivos, bares, casas de juego, etcétera. Ideadas para satisfacción síquica e intelectual, se transformaron

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prontamente en lugares de goces materiales. Implantadas para el bien, se volvieron origen de mal: se tornaron en oportunidades para la expansión de “la bestia”. Ahí se originaron todos los vicios sociales: alcoholismo, juego, prostitución, vagabundismo, chismerío. “Los politiqueros vieron en esto un arma formidable para el dominio de las masas. Si el pueblo tenía dónde expandir y exteriorizar su animalidad, ésta no moriría, y un pueblo con fuerte animalidad era justamente lo que ellos necesitaban. El Hombre que no puede olvidarse que es un poco bestia, nunca dejará de ser un poco bestia, y por lo tanto esclavizable. Por eso, por su ambición egoísta de dominio de las masas, los politiqueros nunca actuaron contra la acción inmoralizadora de esas distracciones. Se dio libertad absoluta al periodismo, al cien, a la radio, y a todos los vicios. En lugar de ayudar al Hombre a vencer su materialismo egoísta y entrar en la construcción de una Humanidad gozosa en la paz y la justicia, se le dieron todos los medios y las oportunidades para que se degradase y fuese inadecuado para vivir con sus semejantes. Pero aún fueron más allá de la posición pasiva. En muchos países se “nacionalizaron” los vicios, principalmente el alcoholismo y el juego. En esa forma, se le quitó a los vicios lo que aún les quedaba de delito. Los gobiernos ganaron muchos millones anuales explotando las debilidades de los pueblos. En el caso del alcoholismo, el crimen fue doble, porque el uso excesivo del alcohol degenera, crea descendientes anormales, idiotas, propensos a enfermedades y al crimen. “Propiciaron y alentaron la formación de clubes deportivos. Los deportes eran muy populares, y gran cantidad de público acudía a los partidos. Varias razones les hacían particularmente atractivos a las muchedumbres: los que actuaban eran gente del pueblo, como ellos; se ponían de manifiesto valores de la materialidad, que era lo que les interesaba: destreza, agilidad, fortaleza, astucia, que es instinto animal; se realizaban al aire libre; podían dar libertad a su “bestia” en gritos y gestos: era costumbre gritar toda clase de improperios a los jugadores y parciales contrarios al club de su afecto. El entusiasmo y partidarismo de las muchedumbres llegaban a ser excesivos. No era más distracción, sino pasión; pasión ciega y agresiva. De la rivalidad deportiva noble y constructiva se llegaba hasta el odio. Cuando los politiqueros habían tomado alguna resolución importante que molestaba al pueblo y podía desatar protestas y aún subversiones, se organizaban grandes justas deportivas, internacionales muchas veces, para que el público, entusiasmado con ellas, se olvidase del abuso o atentado de que había sido objeto. La disconformidad que perturbaba su corazón era volcada en gritos e insultos soeces hasta el cansancio en las gradas de los estadios, y la bestia volvía a su casa de Hombre un tanto tranquilizada. Así, el Deportismo fue utilizado como narcotizante en contra de las reacciones del pueblo. Los gritos y gestos llegaban a veces a gran violencia. Más de una vez hubo roces entre naciones. Y en un partido internacional, en el que ya la propaganda había sido agresiva, se llegó a tales desplantes, tales excesos, que perdido totalmente el control del público, enloquecido completamente, inconciente,

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irresponsable, se dio comienzo a la espantosa guerra que arrasó al planeta. Los politiqueros que habían alimentado a la fiera para mantenerla fuerte, no pudieron manejarla más”.

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XXIV – FACTORES VI

PERIODISMO

Una llovizna suave, provocada científicamente, sin truenos ni relámpagos, vertical y homogénea, había caído durante parte de la noche. Luego las nubes, liberadas a las leyes meteorológicas naturales, se fueron disipando y corriendo lentamente hacia el Oriente. Muchas de ellas llegaron a la cumbre de la montaña y provocaron nieves. El Sol salió entre los picos nevados con una abundancia extraordinaria de rayos irisados que parecían un chisporroteo. El Essi, pese a su edad y a que muchas veces su salud dejaba algo que desear, no había perdido la costumbre de levantarse temprano para comenzar sus tareas. Cuando llegué, a las 8 de la mañana, en compañía de Viro, el anciano sabio no se hizo esperar. Me preguntó sobre las noticias que Ari me había traído, y a raíz de ellas su comentario de ese día se orientó hacia el estudio de la influencia que en los sucesos históricos había ejercido el Periodismo. “A raíz de las libertades aportadas por la Democracia, entre las cuales figuraba la libertad de expresión, los científicos, auténticos o figurados, los filósofos, los economistas, los sociólogos, y principalmente los políticos, se dieron a la misión de dar a conocer sus teorías e ideas al público en el cual actuaban. Era el ejercicio de un derecho, que efectivamente lindaba con el cumplimiento de un deber. Quien tiene una idea o un conocimiento, junto al derecho de exponerlo, tiene el deber de hacerlo. A la publicación de libros y revistas de carácter casi exclusivamente científico y literario, se agregó la publicación de periódicos de carácter político, social y económico. Así nació el Periodismo. Fue desde su comienzo un factor de saliente importancia en el desarrollo de la vida democrática, por las enseñanzas que impartía al público en general, y de modo fundamental al pueblo ignorante. El Periodismo, vigoroso y sano, bien orientado por personas con ideas e ideales democráticos, respetuoso de los derechos de los demás, con prédica elevada y sincera, adquirió real poderío. Difundió ideas, defendió derechos, hizo conocer acontecimientos. Se creó autoridad, y el pueblo y los gobernantes bien inspirados y sinceros lo miraron con respeto y simpatía. En cambio, los individuos de malas intenciones y los malos gobernantes le tuvieron temor. Tanta belleza no duró mucho tiempo. Como en tantos otros casos, fue un excelente factor para bien, que empezó a ser usado para mal.

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“Los periódicos, poco a podo, se fueron tornando en defensores de intereses, en lugar de defender ideas y principios. Se terminó desvirtuando totalmente su alta misión. El Materialismo le usó para combatir los preceptos morales. El dinerismo lo convirtió en industria productora de ganancias, y en propaganda del comercialismo. El Intelectualismo llenó sus páginas de su petulancia, de sus ambigüedades y de sus mentiras interesadas. El Militarismo, censurando la prensa libre, usó a los periodistas esclavizados en su propaganda y exaltación. El Politicismo le dio el golpe de gracia: hizo de él una simple tribuna de politiquerismo partidista. Desapareció totalmente el periodismo libre, auténticamente libre, democrático y popular. Cada periódico fue simple y llanamente un medio de propaganda interesada. “Cada partido político, y aún cada fracción dentro de los partidos, tuvo su propio periódico, que fue necesariamente parcial. La honestidad del periodista original, sus principios y valores morales, que le impidieron toda actitud baja y ruin, desaparecieron, y con ellos desapareció la honestidad del Periodismo. La finalidad primitiva había sido buscar la verdad y hacerla conocer, exponer ideas, instruir y educar al pueblo, defender los derechos o intereses de la colectividad. De todo eso, lo único que quedó permanentemente fue el segundo punto. “Siendo cada periódico el órgano de un Partido político o facción, se dedicaba a defender la acción e intereses de ese partido. La verdad no tenía nada que hacer en ese asunto. Alteraban la realidad de mil maneras, según la conveniencia del caso, atacando a un político rival o defendiendo a uno correligionario, atacando o defendiendo una situación. Que el político, o el proyecto, o la situación, fuesen buenos o malos para los intereses generales del país, no tenía ninguna importancia; era sólo asunto de si convenía al Partido. En esa tarea de pasar todo lo que se publicaba por el tamiz de la conveniencia, cada periódico tenía su cuerpo de “cronistas” que escribían con la “modalidad” deseada y exigida. Por ello, y por pertenecer a una empresa privada, el público general no tenía lugar en sus columnas, salvo rarísimos casos. “Siendo, en mucho, una empresa comercial, tenía que hacer frente a sus problemas económicos. Los periódicos de los otros Partidos eran no sólo rivales políticos, sino también rivales comerciales. Había que conseguir muchos lectores, no por el deseo de instruirlos, sino por su aporte monetario. En lugar de publicar lo que contribuyese a instruir, y “formar” el gusto del público en base a educación, llevándolo a un más alto nivel moral y cultural por el cultivo de sus facultades, se buscó satisfacer los gustos incultos de las multitudes. Se publicaba lo que al público le gustaba, o le llamaba la atención, fuese o no bueno y apto para el progreso cultural de la nación. Los caracteres tipográficos, el color, títulos llamativos, ilustraciones (a veces fraguadas) y un estilo altisonante, fueron los elementos que explotaron los cronistas para engatusar al público. Se cayó, en algunos casos, en un sensacionalismo escandaloso, realmente vergonzoso, que revelaba la bajísima opinión que el escritor tenía de su lector. El público se fue acostumbrando, lo soportó y aceptó con su perenne paciencia de rebaño. La

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prensa, creada para educar al pueblo, lo arrastró a la formación de gustos crueles y morbosos. Nada importaba con tal de vender ejemplares. Las noticias del exterior se publicaban sin discriminación, fuesen o no correctas. El asunto era llenar columnas. Las noticias del interior no tenían un control mayor. Juicios y comentarios se emitían con una ligereza y una falta de respeto por los derechos y personalidad ajenos, que sólo ponían de manifiesto absoluta carencia de sentido de responsabilidad de los cronistas. Y si alguien era acusado falsamente, calumniado, no le quedaba nada más que soportarlo; era inútil quejarse o protestar. Todo ese desorden inaudito se presentaba disfrazado con el manto sagrado de la “libertad de prensa”. En el afán de conseguir entradas a la Caja, que diesen razón de ser, no ya al periodismo, sino a las acciones de las sociedades anónimas, se destinaban páginas y páginas a propaganda comercial; propaganda en la que la interesado pagador se le permitía decir cualquier cosa, generalmente inexactitudes; y la prensa, original defensora del pueblo, ayudaba ahora a los comerciantes a engañar al pueblo. En la propaganda de programas de cine y otros espectáculos públicos, se llegaba a extremos que molestaban realmente a las personas que aún conservaban una conciencia sensible. Una consecuencia de esa falta total de responsabilidad, fue que casi siempre esos excesos fueron invocados contra la libertad de prensa por los gobiernos totalitarios, y es preciso reconocer que aunque la finalidad era infame, había parte de razón. “Se presume que un cronista especializado debe ser un técnico en su tema. Haciendo abstracción de gustos personales, técnicamente un asunto está bien o no está bien. Pues en esto, era común y corriente que los cronistas de distintos periódicos discrepasen, hasta ser diametralmente opuestos en sus juicios. En los deportes, por ejemplo, donde el profesionalismo había impreso un tecnicismo casi rígido, los cronistas rara vez coincidían. En un match determinado, un determinado jugador, evidentemente bajo el punto de vista técnico, había actuado bien o mal. Sin embargo, un cronista lo aplaudía mientras otro lo atacaba. ¿La verdad y la seriedad? ¡Bah, paparruchadas de retrógrados y anticuados! En fin, el Periodismo, arma poderosísima, legítima y noble de la Democracia en sus principios, fue convertido por los partidismos políticos y el comercialismo, en arma que hirió y mató alevosamente a su madre: la Democracia”.

LA RADIO. “Comenzando como curiosidad y pasatiempo, la Radio mostró muy pronto su extraordinaria capacidad como medio de propagación. Sufrió un proceso de desarrollo semejante al Periodismo, y en parte fue un modo de periodismo. Tenía una gran ventaja a su favor: las posibilidades que le brinda lo ilimitado de su alcance. Llega instantáneamente a todos los hogares del país. Cultos y analfabetos, viejos y niños, todos tienen a su disposición los programas de Radio. Factor extraordinario como posible educador de las multitudes, cayó en las mismas manos que el Periodismo: el partidismo político y el comercialismo, que la arrasaron como a aquél, por la misma senda de iniquidad, co el agravante de que las ventajas que presentaba para bien, fueron usadas para perjuicio. El trabajo de descomposición moral

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alcanzó a la niñez y a la juventud, que por propia iniciativa rara vez leían periódicos políticos y noticiosos. Programas preparados para que “gustaran” a mayores, excitándolos muchas veces en sus más bajas pasiones, eran accesibles a los niños y jóvenes, a los cuales posiblemente no se les permitía asistir a un cine o teatro con idéntico programa. “La educación de la juventud comprende el despertamiento de inquietudes y ansias dignamente alcanzables, y la preparación para hacer frente a la lucha, y posibles derrotas, en la prosecución de esas ansias; despertar ansias nobles, colectivamente constructivas, y aprender a controlar las ansias naturales, egoístas,, que van siempre en contra de los intereses de la comunidad. La radio, por esa propagación incontrolada de programas nocivos para la formación del carácter juvenil, puso delante de sus ojos, antes de tiempo, un mundo que desconocían, les despertó ansias, y no les dio nada con que controlarse. El Materialismo, ya reinante, tuvo en la radio un colaborador de gran valor. Muchos delitos cometidos por jovencitos, muchas actitudes de rebeldía injustificada, y groserías, se debieron exclusivamente a lo que aprendieron en los programas de radio. Hubo algunas quejas y protestas, pero nada se hizo. Tal vez dos cada cien, entre las estaciones transmisoras, tuviesen una finalidad netamente educativa, cultural; las restantes tenían fin comercial. De ahí que la preocupación del director de una estación era presentar programas que “agradasen” al público, tener así muchos escuchas y poder cobrar bien, muchos avisos de propaganda comercial. No se trataba de formar un gusto culto, elevado, sino explotar los gustos vulgares, bajos, inferiorizantes. Como en el periodismo, como en el cine, como en los deportes, no se trató de cultivar al “Hombre”, sino de alimentar la “fiera”; simples casos de promoción de la “panza de cerdo”. “Algunos gobernantes, algunos políticos, comprendiendo que Democracia es Educación y nobleza; que personalidad, siendo manifestación espiritual, sólo puede alcanzar el pleno desarrollo en el ambiente de seguridad y confianza que dan la decencia y el respeto, se alarmaron ante el cariz que tomaban las cosas. Se dieron cuenta que se iba por mal camino, que la Humanidad marchaba en descenso, y que no podía llegarse a buen fin. Si alguno tuvo la valentía de decirlo, aceptando que es un crimen callar, fue como predicar en el desierto, predicar para sí mismo; se hicieron bien sólo a sí mismos. Fue el débil grito de alarma de una solitaria gaviota en el estruendo de una tempestad marina. Los más, por temor de disgustar a las turbas multitudinarias, con perjuicio electoral para sus partidos y sus camarillas, se callaron: dirigentes capaces, hechos indignos, por el egoísmo del Materialismo; por falta de fe en el destino del Hombre; por falta de fe en la Democracia; por falta de fe en el poder constructivo de los valores morales.

CINE. “Sea impulsado por amor, sea arrastrado por egoísmo y vanidad, sea guiado por otro poder que el Hombre no alcanza a precisar, lo cierto es que siempre que se tiene algo, de cualquier carácter que sea, el Hombre trata de hacer partícipes a los demás, para bien o para mal. Hay la excepción del

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avaro, que acumula riquezas, pero ese es un caso de anormalidad: el avaro es un pobre enfermo. Los padres aconsejan y reprenden, el sacerdote predica, el profesor enseña, el literato escribe, el pintor pinta, el cantante canta, el músico compone o ejecuta, el arquitecto proyecta, la bonita coquetea, el estúpido charla, el ladrón roba, el necio desbarra, el ruin engaña, el dictador esclaviza, el cruel martiriza, el ricacho hace ostentación. Miles de aspectos distintos, centrados en una evidencia: “cada uno da lo que tiene”. “En rigor, en lo físico, el Hombre podría vivir solo, en absoluto aislamiento; pero en sus restantes facultades abstractas, la soledad es sólo una palabra. Intelectualmente, moralmente, espiritualmente, al Hombre le es imposible la soledad. Esas facetas de su personalidad sólo tienen razón de ser en la colectividad: son esencialmente facultades de relación. La palabra, las actitudes, la escritura, las artes plásticas, el periodismo y la radio, constituyeron medios que el Hombre fue usando oportunamente en expresar su sentir, en darse a sí mismo al dar lo que tenía como propio. Un día surgió el cine. Perfeccionado en su técnica, reveló poseer cualidades que no poseen los demás medios de propagación. En distintos aspectos es muy superior a cualquiera de los otros medios, puesto que los aúna a todos. Como informativo e instructivo, casi no tiene limitación. En algunos casos, es aún superior a la misma observación directa, ya que puede ser selectivo y concentrado. Por ejemplo: el estudio del desarrollo biológico de un insecto requiere pasar por todas las etapas intermedias de observación obvia, y un largo período de tiempo. Un buen filme nos presenta con toda exactitud las fases fundamentales del proceso, y ello en brevísimo tiempo. Un buen libro puede hacer una hermosísima descripción de un paisaje, de un distrito, tal vez más artísticamente literaria que exacta, pero puede ser también fiel. Un buen filme del mismo lugar será, sin duda, como fidelidad descriptiva, muy superior. En el cine se ve y se oye. Es así mucho más fácil captar la enseñanza, y hasta sentirse en el ambiente, tomar como reales los personajes y sentir su influencia. La oscuridad de la sala, facilitando la abstracción de los demás espectadores, facilita y propicia el “contacto” con los protagonistas. Agréguese a esto la variación al infinito y tenemos la explicación de su gran popularidad. Dadas esas características y condiciones, el cine es el medio más eficaz para la instrucción y educación del pueblo. Es inmenso, inconmensurable, el bien que pudo haber hecho… y es inconmensurable el mal que hizo aquí en Marte, y que está haciendo entre ustedes allá en la Tierra. “Cayó en manos de comerciantes, que sólo atendieron el aspecto comercial. Dada la popularidad adquirida, muchas y grandes empresas se ocuparon de su explotación. Encarado el asunto comercialmente, y para hacer frente a la competencia de las demás “marcas”, cada empresa se preocupó fundamentalmente de atraer las multitudes. Eso, y sólo eso, se tuvo en cuenta para rodar cada nuevo filme. Nuevamente, como en el periodismo, como en la radio, como en la literatura corriente, no se procuró educar al público creándole gustos elevados, democráticos, constructivos; no: era económicamente más fácil y conveniente explotar el gusto vulgar y

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materialista del público. Eso se hizo. La espectacularidad, el sensacionalismo, llevados a su más alto grado, fueron los medios corrientes de propaganda. Se hacía toda clase de reclame a los artistas intérpretes. Reclame en el que se llegaron a excesos que ya lindaban con la obscenidad. La misma vida privada de muchos de esos artistas, con la sola finalidad de llamar la atención, se caracterizó por una irreverencia y una desfachatez que una sociedad con principios morales no debió tolerar… Pero se estaba bajo el reinado del Dinerismo. Ganar dinero: sólo eso importaba, aunque ello fuese a costa de perjuicio para toda la Humanidad. ¡El egoísmo del Materialismo! Las escenas, ya fuese en lo cómico como en lo dramático, debían de llamar la atención, despertar el interés. El argumento de la obra no tenía ninguna importancia; sólo las escenas, los detalles sicológicamente estudiados y planeados, darían a un filme el triunfo o el fracaso. Para hacer resaltar, para que el público captase fácilmente cuáles eran las escenas fundamentales de la situación, se las exageraba en los detalles. Los hechos más simples de la vida, que presentados tal cual son no despertarían sino un interés de acuerdo al argumento, eran expresamente exagerados, ya que le argumento no contaba. El odio, la crueldad, el orgullo, la atracción sexual, en fin, todas las bajas pasiones que pueden arrastrar sin control al Hombre, eran aún desfiguradas para provocar sensación. Las acciones más audaces, las más atrevidas, las más descabelladas, aparecieron en la pantalla revestidas de la mayor naturalidad. “El público veía en la acción “gente” de otros países que no conocía, gente semejante a él, que hablaba, que luchaba por la vida, sujetos a victorias y derrotas… y olvidándose de que eran personajes de comedia, los tomó por personas reales que efectivamente vivían tal como aparecía en la pantalla. Ahí demostró el cine el inigualado poder de penetración que tiene. Así se formó, en una gran parte del público, un nuevo “modelo” de vida y acción: “vida tipo cine”. Y cayó bajo esa influencia, nefasta casi siempre, no sólo el público inculto, ignorante, sino también muchísimo del que se vanagloriaba de cultura. ¡Cuántos desaguisados, cuántos errores, cuántos crímenes se cometieron por querer imitar a personajes que se tomaron como reales! La juventud principalmente, con esa avidez de cosas nuevas, propia de su edad de formación, fue una víctima de esa modalidad propagada por el cine. Jovencitas, con la irresponsabilidad de su edad sin madurez, obsesionadas por una “heroína”, vivían preocupadas por imitarla en su modo de vestir, en sus gestos, en sus modales, en sus costumbres. Forzaban así sus vidas, por un camino completamente artificial. Aquellas exageraciones propias de la escenografía, completamente fraguadas y ficticias, eran transformadas en vida real. La resistencia de sus familiares, de los amigos mayores, de las costumbres establecidas, basadas en conceptos morales, las volvió rebeldes en su indisciplina. Las relaciones entre jóvenes de distinto sexo sufrieron un cambio radical, cambio que a nadie benefició y a muchos perjudicó. “Jovencitos, que influenciados por el “galán” que vieron en el cine, copiaron gestos y costumbres que sólo puso de manifiesto cuán tontos eran en

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su falta de personalidad. Fue un impulso tremendo dado al Materialismo y un gran esfuerzo por desligarse de la Moral. “Los preceptos y valores morales tienen un lugar propio en la vida colectiva del Hombre. Cuando se les quita, dejan un vacío que es absolutamente imposible de llenar con nada; un vacío que desequilibra y anonada la personalidad, que quita las más nobles y grandes posibilidades a la Humanidad. “Pronto se vio el gran mal que estaba causando. Muchos protestaron haciendo un llamado a la realidad, llamando la atención sobre el desastre que, de continuar así, necesariamente debía producirse. Pero los grupos dirigentes, por no enfrentarse al público, de temor a perder votos, nunca se decidieron. Las leyes continuaron protegiendo a los comercialistas de las salas de exhibición. Quisieron salvar su responsabilidad con la irresponsabilidad de disposiciones anodinas. Se clasificaron los filmes en aptos y no aptos para menores. Pero si un filme es suficientemente malo como para perjudicar a un jovencito, ¿qué bien puede producir a un adulto? ¿Qué opinión se formará un niño o una niña sobre sus padres, sus maestros, cuando los ve ir con agrado indisimulado a una función que le está vedada por inmoral? ¿Con qué autoridad le podrían luego aconsejar? “Esa tolerancia de los mayores hacia el cine, esa impuntualidad concedida por los gobernantes, es el más grande crimen colectivo que registra la Historia de la Humanidad. Sólo el crimen de Duarán, al desatar la guerra que arrasó al planeta, se le puede comparar. Después de todo, ambos casos resultaron de la inquina de irresponsables contra el Hombre, de la lucha contra la Democracia. Crimen en doble faz: por el mal que con la perversión del cine se causó a la Humanidad, y por el bien de que se privó al Hombre con esa perversión.

REALISMO. “Cuando alguien era suficientemente valiente para gritar contra el cine y acusar a los verdaderos responsables: “los grupos dirigentes”, estos por lo general se hacían los sordos. Cuando los ataques arreciaban, se defendían, generalmente de dos modos: desviando la atención con un ataque en otro sentido, o hablando de “realismo” y de “arte”. Las instituciones religiosas, defensoras, por lo menos teóricamente, de la Moral, casi siempre tomaban parte en esos ataques al cine inmoral. La Iglesia Imperialista, tan acomodaticia siempre, luchó de continuo, hay que reconocerlo. Tal vez fue para mal: los fanáticos anti-religiosos defendieron el cine, por llevar la contraria a la Religión. Su sistema se basaba en apartar la atención del tema, atacando a la Iglesia en otros asuntos. ¡Y la Iglesia era tan vulnerable! Este sistema de defensa podía ser suficiente para el público ignorante, que por otra parte aceptaba el cine en esa forma, pero no podía serlo para quien desease argumentos y no palabrerío. Para estos, se “inventó” el “Realismo”. “El Hombre tiene en sí, en forma natural y desde siempre, fuerzas que lo empujan hacia el mal y el egoísmo, y fuerzas que lo impulsan hacia el bien y el altruismo. La Historia de la Humanidad, después de todo, es el relato del

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resultado, en la colectividad, de la lucha entre esas dos tendencias. Las derrotas del Hombre, en esa lucha, jamás le afectaron al solo individuo, sino que perjudicó siempre a una colectividad más o menos numerosa, según el lugar que ese individuo ocupaba en la sociedad. Así también, los triunfos que en sí mismo lograra un Hombre, ejercieron inevitablemente influencia bienhechora en una comunidad. En realidad, la llamada Historia de la Humanidad, es simplemente la historia de unos pocos Hombres que en virtud de sus personales e íntimas derrotas o victorias, arrastraron en ellas a multitudes amorfas, o casi. Lo real en la vida del Hombre es, pues, la lucha. El resultado es incierto; tanto una cosa puede ser, como la otra. La posibilidad de ser victorioso en la lucha contra sus instintos mezquinos o ruines, es una de las fuerzas más poderosamente constructivas, y de las que más legítimamente puede gozarse el Hombre. La derrota es naturalmente destructiva, y lo peor es que destruye, en el Hombre, el ánimo y la voluntad. El vencido se entrega, el vencedor renueva las luchas. Una verdadera derrota prepara nuevas derrotas, una victoria prepara nuevas victorias. Educación es preparación para victorias, aún después de derrotas. Quien piensa que va a perder, ya está tres cuartos vencido. La característica del cine que llaman “realista” es que presenta, como personajes fundamentales, seres derrotados. Dejan de lado completamente la lucha, que es lo central. Lo peor de todo es que no los muestra como víctimas de un desastre, sino que como héroes victoriosos. “¿Qué se persigue con el cine “realista”? No sé, pero sé lo que obtuvo: un vertical descenso de la moral pública. En muchos aspectos fue una calumnia. La gente común creyó que el pueblo de cada país era tal como las personas que mostraban los filmes que de allí venían. Se olvidó que era comedia, se olvidó que estaba viendo artistas, y artistas especializados, desarrollando escenas perfectamente planeadas para impresionar, con detalles debidamente estudiados y exagerados para producir el efecto deseado. Fue una iniquidad, un crimen del mayor volumen, llevar al pueblo ignorante a hacer de esa ficción fraguada, una realidad. ¿Qué el personaje presentado podía ser real? ¡Sí! Seguramente que existían en la realidad seres así, y desgraciadamente no pocos. Pero también existían, en no menor número, los del aspecto contrario. ¿Por qué no timaban a esos como “modelos”? sencillamente, porque ese aspecto del asunto carecía de “interés” cinematográfico. Interés cinematográfico, es decir, despertar interés en el público, llamarle la atención para que se volcara en las salas de espectáculos, a dejar su dinero, aún a costa de su elevación moral. No era, pues, beneficio para la comunidad, sino beneficio para las empresas. Cada espectador, al seguir la acción del filme, se transformaba espiritualmente en el personaje; permitía a su alma revolcarse en aquél lodo. Le permitía a su animalidad gozar viendo lo que le gustaría gozar haciendo. Para eso pagaba. Su morbosidad era explotada por el comercialismo cinematográfico. “Los directores eran buenos sicólogos. No hay que creer que los empresarios eran los únicos culpables en ese crimen. A ellos les toca sólo una parte. No es que tuviesen interés en pervertir al pueblo; tenían interés en

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sacarle dinero. La gran afluencia a las exhibiciones de carácter inmoral, y de discutida moralidad, era el barómetro de las preferencias del público. Si el público hubiese preferido otro tipo de filme, se lo hubieran dado. Sólo se preocupaban de agradar para lucrar. Los verdaderos culpables, los verdaderos criminales, eran los grupos dirigentes: los politiqueros que estaban gobernando. Su deber, su misión, era velar por las necesidades de la comunidad, velar por la integridad de esa comunidad, velar por el sentido de comunidad. El Materialismo procura goces individuales, y no colectivos. El sentido de comunidad pertenece a la Moral; es, por tanto, cuestión de Educación. Los gobernantes tienen el deber primordial de educar al pueblo. Para eso los nombraron. Si no lo hacen, son malos gobernantes, indignos de la confianza y del mandato que se depositó en ellos. “Muchos Hombres, aún teniendo medios para hacerlo, no toman comidas lujosas, no porque no les guste, sino porque piensan que está mal gastar una fuerte suma de dinero en algo no absolutamente necesario, habiendo tantas cosas de muchísimo mayor provecho en qué poder usarlo. Sacrifican un deseo personal, mirando hacia un bien mayor. Es un proceso educativo, constructivo. Sin embargo, se detienen delante de las vidrieras de una lujosa rotisería, se deleitan mirando, se gozan en sentir apetito por aquello a lo que en su interior han renunciado. Es una traición a sí mismos, es el arrepentimiento de un propósito, es un reniego. Le quitan el mayor valor a una decisión, al realizarla con pena. Así también, muchas personas que por educación tenían una línea de conducta intachable en sus vidas por voluntario renunciamiento a bajezas del egoísmo materialista,, que habían llegado a no permitirse a sí mismos vulgaridades inútiles, por dignidad, por respeto a los intereses de la comunidad, empezaron, sin embargo, a concurrir a esos espectáculos, a deleitarse indignamente viendo lo que no hacían por dignidad, a gozar al impulso del apetito por “viandas”, a las que por principios morales habían renunciado. Incongruencias por falta de meditación. A sí mismos tal vez no se hacían daño, aunque tampoco bien; en cambio hacían mucho mal a los demás: estaban apoyando programas perjudiciales. “Tal vez” no se hacían daño a sí mismos; sin embargo, concurriendo a menudo, iban progresivamente embotando su sensibilidad moral. Seguramente, los resquemores que el espectáculo producía en su conciencia al principio, fue disminuyendo, y al final, por acostumbramiento, ya no los sentían. Del estado de aprobación de una mala acción de los demás, a la realización por sí mismo, sólo hay un pequeño paso. “El tema favorito, único, del Realismo, fue el instinto sexual. El instinto sexual es una realidad, eso nunca estuvo en discusión. Tan real, que es el origen de la vida del individuo. El ser humano nace siendo individuo. La educación, y únicamente la educación, pueden luego transformarlo en persona. Desde que el Hombre empezó a vivir en comunidad, tuvo que reprimir su individualismo en beneficio de esa comunidad. Tuvo que controlar sus impulsos para poder caber dentro de la organización. La vida colectiva le exigió renunciamientos sin los cuales no era posible; debió reconocer que había cosas que no debía hacer. Fue trabajo de siglos, pero

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poco a poco el Hombre había ido adaptándose, y al afianzarse las bases de la colectividad, el Hombre se afianzó dentro de ella. El respeto a los demás le benefició a él mismo. El cine Realista minó el adelanto moral con tanto trabajo logrado, soltó las ataduras de los instintos, y justificó el desbordamiento egoísta de las pasiones. Grandes multitudes de moralidad no afianzada dieron un gran paso atrás, y toda la Civilización se tambaleó y cayó”.

MODERNISMO. “Cuando alguien no aprobaba, o criticaba, las corrientes y modalidades nuevas, se le tachaba de anticuado, y hasta de retrógrado. Se les decía que no podían comprender y adaptarse a la “vida moderna”. Al que clamara y gritara que lo que se estaba jugando era la Civilización, el interés y conveniencia de toda la Humanidad en aras de un goce o de un capricho personal egoísta, se le respondía co la burla, y se le acusaba de tonto. “La característica del Modernismo fue el abandono y rechazo de todo control a lo que pudiese satisfacer un gusto individual. Fue el resurgimiento del egoísmo justificado. “Los jóvenes, que aprendieron Modernismo en el cine, en la radio o en revistas, rechazaron los preceptos morales, que eran el único control eficaz. Las normas de conducta, que habían estado rigiendo la sociedad, fueron dejadas de lado; no que se las modificase, que se las corrigiese en lo que pudiesen tener de mal, sino que se las suprimió; de un extremo se pasó al opuesto. Hubo muchísimos, suficientemente estúpidos y faltos de toda responsabilidad, como para pensar que ser “moderno” consistía en “hacer” todo lo que anteriormente se aconsejaba “no hacer”; que ser “moderno” significaba invertir totalmente las costumbres de sus mayores; ser “moderno” consistía en hacer “cosas nuevas”, en hacer lo que la mayoría de la sociedad no hacía. Por ese camino se cayó de inmediato en la extravagancia. Una actitud, cuanto más extravagante y disparatada, era considerada más “chic”, más modernista. Se estaba a la pesca de cuanta “cosa rara” pudiese hacer alguien, para tomarlo como modelo; y el cine y la radio, con sus estudiadas exageraciones, dieron gran cantidad de “modelos”. “Fue la juventud la parte de la sociedad que acusó las mayores alteraciones. Y como la juventud de ayer es la generación de hoy, esas alteraciones afectaron profundamente a toda la Humanidad. Uno de los aspectos más afectados fue el de las relaciones entre los jóvenes de distinto sexo. En la lucha por mejorarse, el Hombre había hallado en el instinto sexual un escollo difícil de salvar. El instinto sexual es uno de los instintos más fuertes; sólo el instinto religioso puede ser superior. Pero el instinto sexual se halla, poderoso, en todo individuo, mientras el religioso es poderoso sólo en algunos. Por esa potencia, y esa universalidad, el instinto sexual constituyó un primordial problema para el Hombre cultivado. Se le temía, y se le amaba. En el conjunto de problemas a resolver para la vida organizada, no se le abordó debidamente: se le soslayó, sencillamente. No se le solucionó: se le postergó. Se le transformó en algo oculto, misterioso, terrible, pero

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apetecido: un monstruo bello. La religión, y tras ella la casi totalidad de los padres, se redujo a imponer una prohibición. Nada impuesto es permanente en el Hombre. Esa prohibición, sin un proceso de educación conveniente, sólo fue un antifaz. El Modernismo quitó el antifaz. Del ocultamiento misterioso y terrible, se pasó casi sin transición a la libertad y ostentación. Del exagerado temor se pasó a la carencia de todo recato. De la excesiva importancia dada a la diferencia de sexo, se pasó a no darle ninguna importancia. Antes, se soslayó el problema; ahora, se le negó. De una mojigatería más fingida que real muchas veces, se pasó a un desparpajo, a una desfachatez que, también, muchísimas veces era más absurdamente fingida que verídica. “Estoy seguro de que muchas muchachitas sentían estremecimientos de rebeldía y de íntima indignación ante las concesiones y libertades que permitían a sus pretendientes; jovencitas que, siendo íntimamente decentes, se conducían como si fuesen rameras, nada más que para aparentar “modernismo”. “Que una pobre prostituta, dolorida de su ruindad, quiera parecer decente, es comprensible y lógico, y hasta cierto punto alentador; pero que una niña honesta quiera aparentar que no lo es, es realmente absurdo. Las actitudes absurdas son características de toda esclavitud. Aquí se estaba bajo la esclavitud del Materialismo, agresivo e impúdico. Las actitudes, los gestos de amoríos, los detalles “inventados” por un director de filmación, exagerados expresamente en las escenas, fueron implantados en la vida real hasta por chiquillas sin experiencia ni responsabilidad. Como veían hacer en las escenas fraguadas de un filme, así hacían ellas por las calles, por los paseos públicos, en las salas de reuniones públicas. No copiaban, como se decía, las costumbres reales de la vida de gente moderna, adelantada, sino que imitaban a títeres vivos en sus actitudes simuladas. Jovencitas, niñas aún, para parecer “modernas”, desde el primer día que hablaban co un presunto pretendiente, le permitían abrazos y besos. Y se paseaban por calles y paseos abrazados, besándose, simple y exclusivamente para hacer ostentación. Salían solas y volvían a cualquier hora de la noche. Fumaban y bebían alcohol. Se vestían, se movían y hablaban en la forma más llamativa posible. ¡Cuántos padres y hermanos y amigos sinceros, sufrían hasta llorar a veces, por causa de ese proceder desaprensivo e irreverente! Pero a ellas nada les importaba de eso. Sólo pensaban en sí mismas, en hacerse sus gustos y antojos, aún a costa de todos los demás, en aparentar que pertenecían al “Modernismo”, y se burlaban de los “retrógrados”. “En los varones también se obró un cambio simultáneo: ellos también copiaban a los artistas de cine. En su afán de ser “modernos”, alentaban a las muchachas, y mostraban preferencia por la que fuese más exagerada muchos padres y personas mayores, en su ignorancia, en su falta de personalidad, para figurar también en el número de los “modernos”, aceptaban tal estado de cosas y hasta colaboraban en ello ¡Se estaba en otra época! ¡Época Moderna! ¡Mundo Moderno! ¡Qué insensatez de irresponsabilidades! Se estaba en un Mundo Moderno, sí, pero éste no era lo que ellos estúpidamente creían.

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“Desde muy lejana época se había ido arrancando pacientemente a la Humanidad de su ignorancia y primitivismo. El adelanto de la Ciencia en todas sus ramas, el adelanto de las industrias, el adelanto de la técnica, el adelanto de los sistemas de comunicación, de las organizaciones sociales y políticas, de la Enseñanza, de la propagación de ideas, había ido construyendo el Mundo Moderno, y se había construido para que el Hombre, como parte de una comunidad, viviese mejor, y siguiese luchando por la perfección. “Científicos, que en la persecución de una fórmula o de un método en su laboratorio, se olvidaban de sí mismos, de sus necesidades, de sus comodidades, para poder solucionar un problema que afectaba a la colectividad; médicos, que muchas veces se olvidaban hasta de comer y dormir por luchar a muerte contra un germen destructivo de la salud y el bienestar de la colectividad; legisladores, que en el deseo de perfeccionar las organizaciones políticas o sociales, luchaban contra las mismas multitudes ignorantes, consiguiendo muchas veces el desprecio y aún el odio; maestros, que en su heroica lucha contra la ignorancia sacrificaron toda su vida, porque amaban y deseaban una Humanidad mejor; misioneros que, dejando Patria, familia, comodidades, oportunidades económicas, amistades y todo, entregaron su vida a la tarea de educar a pueblos atrasados y arrancarlos de la semi-barbarie en que vivían, por fe en un mundo mejor, con una Humanidad mejor. Todos esos, y muchos como ellos, construyeron poco a poco el “Mundo Moderno”. Gente que, olvidándose de sí mismos, se preocuparon por las necesidades de los demás sin mirar en desvelos, ni en renunciamientos, sin poner condiciones ni precios, porque amaban a la Humanidad como colectividad de personas: de personas concientes, cultas, nobles, respetuosas, responsables, leales. ¡Éstos construyeron el Mundo Moderno, con su propia sangre, con su propia vida! No fueron los materialistas egoístas, a los que sólo preocupaba satisfacerse a sí mismos. Lo construyeron los que se afanaron por dar todo, hasta a sí mismos, y no los que sólo pensaban en aprovechar. Y de repente, en ese Mundo Moderno, en parte conquistado, surge un grupo que se llama a sí mismo “Modernista”. ¡Qué desfachatez! ¡Modernistas ellos, que sólo pensaban en sí mismos; que para satisfacerse a sí mismos nada les importaba perjudicar a todos los demás, que nada les importa destruir lo que con tanto trabajo se construyó! ¡Ellos, que no son capaces de ningún sacrificio para bien de la comunidad; ellos, que lo que hacían era destruir la comunidad! Los que protestaban, los que se enojaban viendo el camino de retroceso timado, los que querían defender el Mundo ya construido para seguir construyendo; estos eran llamados anticuados y retrógrados, porque no querían volver a las costumbres del egoísmo primitivo”.

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XXV – FACTORES VII

LA MUJER

Jamás, en mis meditaciones sobre el alarmante estado real de la Humanidad, que yo creía profundas, había llegado a una tan clara y completa visión como la que me estaba proporcionando el Essi con sus relatos. En aquel panorama que él me presentaba sobre lo que había sido la vida humana sobre su planeta, yo veía flotar imágenes de nuestro propio mundo: semejanzas de comienzos, semejanzas de circunstancias, semejanzas de hechos y acontecimientos, semejanzas de resultados, tal como me lo había adelantado. Universalmente, éramos una repetición de ellos, un calco, como si fatalmente no nos fuese posible otra alternativa. Se me achicaba de dolor el corazón al mirar hacia el porvenir, por encima del horizonte del pasado y del presente, y no poder distinguir, a través de tan densas nubes, un nuevo Rada Nael y un Essi I.

*** Al llegar aquella mañana al palacio del Essi para nuestra entrevista, debió ser muy marcada mi expresión de tristeza, porque el anciano sabio, gran sicólogo por otra parte, me dijo con infinita dulzura: “Hijo, comprendo muy bien el estado de tu ánimo. Pero es preciso que sepas sobreponerte, y que sepas hallar en mis palabras, junto a las terribles sombras, un rayo de luz; junto al dolor, una esperanza. El Hombre empieza a ser suficientemente hombre cuando el dolor, en lugar de aplastarlo, le es un factor de temple; cuando en lugar de un freno, le es un impulso. El Hombre es limitado, menos en sus concepciones; por tanto, puede concebir lo infinito. Frente a la interrogante que te tortura: “¿Qué será de nosotros?”, no tengo nada más que una sola respuesta categórica: “No sé”. Pero tengo también un agregado: “Hay Alguien que lo sabe”. “El Hombre puede, en sinceridad espiritual, resistirse a pertenecer a una Iglesia determinada; es una posición lógica para ciertos espíritus, ya que una Iglesia, aún la de mayor amplitud espiritual, significa un encasillamiento, intolerable para algunos. Pero lo que le Hombre no puede, sensatamente, es carecer de Religión. Hay una Creación; no la creamos nosotros, sino que

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somos parte de ella; hay, por lo tanto, un Principio creador, ajeno a nosotros y aún a nuestro conocimiento. No hay ninguna objeción seria que nos impida, a quien quiera que sea, atribuir a ese Principio, la facultad de conciencia de los hechos, y el atributo de voluntad. Únicamente así, en lo que respecta al comienzo, al desarrollo y al fin, pierde la entidad de terrible el inconmensurable “No sé”, porque queda cubierto por el inconmensurable “Hay Alguien que lo sabe”. Es la base de la fe, y el único posible refugio de Esperanza. Lo “imposible” tiene, entonces, únicamente valor humano: “Nada es imposible en la Creación”. Justamente frente a nuestro tema de hoy, dada tu sensibilidad, te hará falta ese refugio. “Una de las más perjudiciales falacias del Mundo Moderno, fue la afirmación de que la mujer y el hombre son iguales. Tienen iguales derechos como criaturas humanas, pero siendo distintas sus misiones en el conjunto de la colectividad, han sido dotados de medios que les diesen posibilidades de cumplirlas. Al principio, el hombre miró a la mujer simplemente como animal hembra, como a tal la trató, y ella admitió y aceptó, sin comillas, tal situación y trato. Pero el Hombre es esencialmente un ser perfectible; un Hombre normal, para poder vivir necesita perfeccionarse. Su capacidad de asimilación es ilimitada. La vida en “familia” hizo su obra en el hombre. Comenzó por sentir aprecio por su mujer: un sentimiento más allá de la simple atracción sexual. Vio en ella a la madre de sus hijos, y en las luchas por la vida, ante los demás, fue su compañera. Sin embargo, el hombre era celoso de su posición de jefe, y aún desoyendo impulsos de su corazón, siguió tratando a la mujer como una “cosa”. Por otra parte hasta la compraba, y a sus hijas las vendía. En el deseo de tener muchos hijos para construir un clan poderoso, se recurrió a la poligamia. Se adormecieron los sentimientos que habían empezado a surgir en el corazón del hombre, y la mujer perdió frente a él absolutamente toda jerarquía. Además se vio disminuida frente a las demás, que pasaron a ser rivales. Nació así la lucha de la mujer por el hombre, por un hogar, y surgió la coquetería. En su afán de agradar al hombre, fue inventando toda una serie de triquiñuelas en el vestir, en el caminar, en el mirar, y en todo gesto. Toda actitud perseguía la finalidad de atraer la atención, y de agradar. El hombre mostró su agrado, pero comprendió que había aparecido en la mujer una faceta peligrosa: los medios que usaba frente a él, podía también usarlos frente a otros. Por otra parte, él sabía perfectamente que en la aparente paz y sumisión de su harén, hervía un fermento de descontento y rebeldía, y por temor enclaustró a sus mujeres. Esa falta de libertad interiorizó a la mujer. Había presentido la posibilidad de ser una “dama” y se veía nuevamente reducida a no ser nada más que una hembra. Ni siquiera podía decir “mi casa”, ya que el manejo de todo estaba en manos de asalariados. Ni aún podía educar a sus hijos, que desde muy pequeños le eran quitados y entregados a esclavos educadores. “Largos siglos vivió la Humanidad en esa situación, ya que, menospreciando a una de sus grandes partes, no podía en modo alguno progresar. Surgida la Nación a expensas de los clanes, y el Rey o Jefe a expensas de los patriarcas, e pueblo, más numeroso y nivelado, perdió interés

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por la poligamia, que sólo conservaron los jefes y los hombres muy ricos. La mujer del pueblo, la inmensa mayoría, empezó de nuevo a ser la señora de su casa, pero aún ocupando un lugar lejanamente inferior al del hombre. Aún cuando los principios religiosos afirmaban que como persona humana, y delante de la Divinidad, la mujer es igual al hombre, en la práctica de la vida diaria cada uno de ellos se desenvolvía en un mundo completamente distinto. La mujer vivía en su casa, dedicada a criar sus hijos y cuidar los enseres domésticos y tareas domiciliarias. No hacía vida de sociedad; casi no veía ni trataba a nadie. Era ignorante, y su situación no se diferenciaba mucho de la de cualquier asalariado. El gobierno, el estudio y el sacerdocio le estaban vedados. El hombre dirigía la economía de la familia, tenía trato y reuniones con otros congéneres, lo cual ya le proporcionaba conocimientos y oportunidades que no alcanzaban a la mujer. Además, tenía libertad para orientar su actividad: tareas agrícolas, profesiones manuales, estudios, política militar, sacerdocio, etcétera. Esta diferencia tan extraordinariamente marcada, colocaba al hombre en un plano cada vez más superior. Muchos encontraban, a veces, en una mujer, aptitudes sobresalientes, que no era posible negar, y hubo mujeres que ocuparon un lugar destacadísimo en la época en que vivieron: reinas, profetisas, educadoras. Pero esos casos aislados no terminaron con la desconfianza existente sobre la capacidad de la mujer, y más aún sobre la posibilidad de que pudiese sobreponerse a su femineidad animal. Pasaron aún manteniéndola en esa inferioridad, pero ella era cada vez más conciente de esa inferioridad, que consideraba injusta y que la amargaba y deprimía a veces, aún cuando desde pequeñita ya se la preparaba para esa situación. Ni siquiera le era permitido a una joven decidir por sí misma a quién aceptaría por marido. El padre, consultando a veces a la madre, resolvía la adjudicación. Por otra parte, la muchacha, teniendo poquísimo trato con otras personas, y menos aún con jóvenes varones, no conocía a nadie, y mal podía así elegir. “El aumento de la población y la concentración en ciudades, obligaron a muchas mujeres a tener que ganarse la vida con su propio trabajo, aún desde la juventud. Esto les creaba nueva responsabilidad, pero también una mayor libertad. La Democracia y la difusión del libro abrieron a la mujer un nuevo horizonte con nuevas oportunidades. La libertad económica y la libertad de acción empujaron a algunas mujeres hacia las conquistas de nuevas posiciones y nuevas libertades. Vino así, tácitamente, la libertad intelectual. La mujer concurrió a las Universidades; invadió todas las esferas de actividades que hasta entonces habían sido consideradas como exclusividad masculina. El hombre no vio con buenos ojos este movimiento, no lo aceptó de buen grado, y muchos protestaron airadamente. Pero era violento, injusto y nada amable el argumentar inferioridad de capacidad en la mujer. Por esto la mayoría de los hombres, para contrarrestar esa nueva inclinación femenina, trataron de desviarla: le concedieron mayor libertad social. Esto, talvez por estar viciado el propósito, fue causa de un extraordinario mal: el fracaso de la mujer en la Humanidad. La libertad dada a la mujer para sacarla de la especie de esclavitud inferiorizante en que se hallaba, era

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necesaria. Pero como en mil otras cosas, se cometió el error de abandonarla a su propia nueva suerte, sin una preparación y sin ningún control. Se le dio la oportunidad de ser una “dama”, pero no supo ella sola, en la inmensa mayoría, ser otra cosa que hembra. No marchó hacia las nuevas conquistas que se le ofrecían por el camino recto franco de la superación de valores, de los valores propios, sino que eligió el más fácil de la apariencia, de la coquetería, de mil triquiñuelas e intrigas. Sólo le preocupó destacarse, de entre sus congéneres, a las que considerando rivales, quería superar. Pero no buscó una superación moral, o intelectual, o artística, o manual, sino superación en esplendor mujeril: lucir joyas, más caras o más valiosas; vestidos más ricos, más ostentosos o más raros; zapatos y sombreros por el estilo; sólo por lujo, por vanidad de ostentación. ¡Cuántas se vanagloriaban de tener cincuenta –por decir una cantidad- vestidos que sólo habían usado una sola vez! Si una anunciaba, como sin segunda intención, que estrenaba un modelo por mes, la rivalidad, la envidia, los celos, u otra cosa, impulsaban a las amigas a hacer lo mismo, y si les era posible matarle el punto. La “Moda” es un desventurado engendro de ese estado de rivalidad y ostentación. Tener “modelos exclusivos” era el desiderátum. Verdad es que hubo mujeres que en esa puja por sobresalir, pusieron de manifiesto un alto espíritu artístico. Pero lo que en la vida da jerarquía al arte, es la finalidad. “Este estado de cosas provocó en la Humanidad una serie de males, algunos fundamentales. Iniciado el movimiento, y practicado al principio por mujeres ricas, se fue extendiendo y legó a afectar a toda mujer, cualquiera fuese su posición social y económica. Nocivo era que las ricas gastasen sumas inmensas en una expresión puramente egoísta, sin ningún beneficio ni para ellas mismas ni para la comunidad, salvo el tonto pretexto de que la “moda” alimenta industrias; co ese dinero se pudieron sostener otras industrias de real beneficio colectivo. La gene de posición económica modesta, principalmente las jóvenes, quisieron seguir el ritmo de las “señoritas de la sociedad”, para que nadie notase en el indumento que eran obreras o sirvientas. Aspiraron a mayores sueldos, que emplearon no en vivir mejor sino en los medios de aparentar. Sed de dinero para comprar vestidos: esa fue la única lección que dieron las privilegiadas a las muchachas del pueblo. Pero nadie compra trajes y joyas para guardarlos en un armario. Una vez conseguidos los artículos de lujo, hay que lucirlos: salir, pasear, asistir a reuniones y espectáculos. La mujer, luego de dedicarle parte de su pensamiento, parte de su dinero, debió dedicarle parte de su tiempo. Poco a poco fue abandonando las tareas de su casa, no sólo las manuales, sino también las directivas, y lo peor de todo: la crianza y educación de sus hijos. Esa “vida social” la hizo frívola y superficial, y profundamente egoísta. La gente del pueblo siguió el ejemplo: sus reuniones y paseos eran lo que sus medios y ambiente les permitían, suspirando con tristeza por lo que podían hacer las de la elite. ¡Cuántas tragedias de familia originó esa lucha por la figuración! ¡Cuántos padres, hermanos, hijos, novios, fueron empujados a cometer crímenes para poder satisfacer los deseos de una mujer: robos, estafas, fraudes, asesinatos! ¡Cuántos se suicidaron, al no sentirse con

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fuerzas para soportar un estado de desequilibrio o de deshonra! ¡Cuántas muchachitas fueron arrastradas a la desdicha y la infamia por la tentadora oferta de una vida de apariencia y lujo, o simplemente por la promesa de un collar! “El hombre tuvo que seguir un camino paralelo para no “desmerecer”. Esto complicó aún más las cosas. Los problemas de su relación co una mujer fueron casi siempre la raíz del vicio del juego y del alcoholismo. La mujer, queriendo ganar un lugar más alto dentro de la Humanidad, se ubicó a sí misma en uno más bajo. En su afán de prestigiarse, se desprestigió, porque no supo elegir los medios. Todo lo que hacía para demostrar que no era una simple “cosa”, convencieron justamente al hombre de que era eso y nada más; y peor aún, le perdió absolutamente la confianza, y perdió también la esperanza de que pudiese cambiar. Por lo que veía, por lo que ella se esforzaba en demostrar, el hombre llegó al convencimiento de que la mujer era incapaz para ciertas cosas. Poquísimas mujeres, por suma de circunstancias favorables, alcanzaron lugares destacados. Y aunque en ellos se desempeñaron de modo inobjetable, se decía simplemente que eran excepciones. En el desarrollo de su vida mujeril, cayó en excesos; perdió el recato, el respeto de sí misma. En abuso de su libertad, llegó a la extravagancia. Ya vimos lo que era la mujer “moderna” en el mundo moderno. Pero el peor de todos los males que causó la insolvencia de la mujer, estuvo en que privó al proceso de mejoramiento de la Humanidad, del concurso de la mitad de la Humanidad: la Humanidad femenina. La mujer se empeñó en vivir los vicios del hombre, en su afán de demostrar que no era inferior sino igual. “La mujer y el hombre están igualmente dotados para ciertas cosas, y notablemente dotados, cada uno, para otras distintas actividades. Son aristas salientes de su personalidad. El hombre está notablemente dotado para el esfuerzo físico, para las concepciones científicas, para el mundo de los negocios, para las concepciones artísticas, para las especulaciones filosóficas, para la política. La mujer es físicamente más delicada, intelectualmente no es inferior, pero sus características síquicas y morales la empujan por caminos distintos. En el arte, generalmente se satisface con sentir, sin necesitar expresarlo. Es notablemente dotada para la paciencia, para la dulzura, para soportar, para hacer olvidar, para presentir. “El hombre y la mujer no fuero hechos iguales, sino complementarios, en sus dotes. La mujer no supo apreciar la importancia y jerarquía de su lugar. Lo despreció y lo abandonó. Apta para ayudar al hombre, no supo ayudarle a elevarse, pero le ayudó a degradarse y hundirse. Le pareció que ayudar era inferiorizante. ¿Vale más el ayudado que el que ayuda? Si necesito una cuerda de diez metros y no tengo nada más que nueve, ¿el metro que tú me prestes no vale tanto como los nueve que yo tenía? “El hombre, por sus tareas fuera de la casa, cualquiera sea su ocupación, entra en contacto con otros hombres, y es de ese trato que surgen los problemas. La vida es dura a veces. Por el egoísmo de los hombres se embarullan los pensamientos, se amarga el corazón… Surgen, no sabemos de

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dónde, tentaciones de hacer mal, de violencias, de fraudes, y con esa carga en sí vuelve el hombre junto a su mujer, con el alma triste, la boca silente, el ceño adusto. ¡Cuántas veces una buena mujer, intuyendo todo el revoltijo espiritual de su marido, con unas pocas palabras sacadas del tesoro de su corazón noble y comprensivo, disipó por completo la tormenta! Porque el hombre en esos casos es como la cuerda: tiene “nueve” pero no alcanza; uno solito que ella le de, será bastante. Pero más a menudo, ¡cuántas veces una mujer, inconciente o indigna de su cometido, no hace otra cosa que acercar un fósforo a la carga explosiva que él trae! Cuando él llega, no pide ayuda pero la espera. “El hombre no es ni malo ni bueno, pero en lo más hondo de su interior desea ser bueno. Cuando está en ese estado de polvorín, muchísimas veces desea la palabra buena y recta que le ayude a vencerse a sí mismo. Si por experiencia ya sabe que esa palabra de aliento y sostén no la hallará en su mujer, va a buscar consuelo en otra parte: amigos o, más comúnmente, distracciones fuertes como el juego y el alcohol. ¿Cómo la mujer no supo comprender la grandeza, hasta lo sublime, de esa misión rectora en la vida del hombre y por ende de la Humanidad? Grandes hombres hubo que llamaron a su mujer “su mejor mitad”. ¿Puede caber elogio mayor? “El trabajador, con sueldo limitado y dificultades económicas que le amargan la vida, se demora muchas veces en volver a casa porque sabe que allí le esperan quejas y reproches más que palabras de aliento. Ese estado de amargura le impulsa a veces a la violencia, y entra él con reproches y quejas y acusaciones injustas contra su mujer. La buena mujer calla, comprensiva, se da cuenta del estado anormal de su marido, y su silencio valiente casi siempre basta para apaciguar el espíritu alterado, y se conquista así un corazón agradecido. La mujer inconciente devuelve reproche por reproche, insulto por insulto, y puede romperse para siempre, por esa incomprensión, la armonía de la familia o la familia misma. “El materialismo se fue apoderando del hombre; la mujer pudo apartarlo y traerlo nuevamente hacia la belleza y fecundidad de la vida moral, pero prefirió seguirlo por instigarlo. El hombre eligió aquél camino y aún fue impulsado, y se fue entregando a sus pasiones sensuales y egoístas, que lo inhabilitaban para una armoniosa vida en comunidad; la mujer pudo disuadirlo y reeducarlo, pero en su inconciencia sopló aún sobre las llamas. El hombre, presa del egoísmo y de la ambición, se entregó a la violencia, a la opresión, a la guerra. La mujer pudo llamarlo a la sensatez y la fraternidad, pero se dejó arrastrar y se conformó con derramar una lágrima y recitar una oración por los hijos que no volvieron, sin dejar de gozar de la “gloria” de su marido. Fue le fracaso de la mujer en su misión: pudo ser Señora de la Humanidad, y se conformó con ser hembra del hombre. Pudo co-participar del primer lugar, y se conformó con el que el hombre, en su egoísmo, le asignó”.

LA FAMILIA. “De simple pareja sexual que fue en el comienzo, por cultivo de los sentimientos, por educación moral, el ser humano se encontró

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con los derechos de los demás, con su dignidad, con su responsabilidad, y pasó a instituir la Familia. La estabilidad de la vida colectiva proporcionaba ventajas y goces especiales, pero exigía renunciamientos e imponía obligaciones. La estabilidad social necesitaba la estabilidad de la Familia. Nada impuesto desde el exterior es permanente en el Hombre; sólo es permanente lo que su conciencia moral le dicta desde adentro. Al organizarse las primeras colectividades humanas, la mujer carecía de todo derecho legal, pero el hombre, en razón de su matrimonio, contraía obligaciones frente a la colectividad. Conquistada una mayor libertad por parte de la mujer, ella misma decidió sobre su porvenir matrimonial y dejó de ser objeto de compra al contrato legal se agregó un convenio entre las partes. Las relaciones previas al contrato, el noviazgo, les daba a los jóvenes la oportunidad de conocerse; del conocimiento proviene la estimación. Había dejado de considerarse al matrimonio bajo el solo aspecto sexual. El casamiento era una cosa muy seria, porque el Hogar era algo muy serio. Se buscaba comprensión, ayuda, compañía. El hijo no era sólo una prolongación material, era una esperanza en otros aspectos, y objeto de intenso cariño. Se iba al matrimonio con hondo afecto (amor), con idea de que debía de ser para siempre; se consentía concientemente y voluntariamente y no se pensaba en el divorcio. Se comprendía que el otro no era perfecto, aún cuando el entusiasmo lo hacía olvidar momentáneamente, pero se aceptaba tal situación, y por cariño y sentido de la responsabilidad se resolvía enfrentar las posibles dificultades con altura, con nobleza y co lealtad. Se iba, no únicamente pensando en recibir, sino en dar, y en dar con gozo. “El matrimonio, considerado primitivamente como medio de cumplir una función sexual, generativa, se jerarquizó y moralizó al ser considerado también, y en altísimo grado, una función social. La familia fue la “célula” constitutiva del organismo de la sociedad. Los esposos, por igual, se preocupaban por hacer de la familia el centro de sus vidas; se amaba el hogar, y cada uno se esforzaba por hacerlo un lugar de dicha. La parte que a cada uno correspondía no era una carga, sino un medio de placer. El hombre trabajaba con gusto, con anhelo de progresar pensando en los suyos. La mujer procuraba ser ordenada, económica, paciente, inspiradora. Como un hogar necesita un espacio físico en que desarrollarse, uno de los mayores anhelos de los cónyuges era el de poseer casa propia. Ese deseo, unido al de la libertad económica, impulsó al trabajo, al orden y a la economía. Se procuró vivir sobriamente, sin despilfarros, sin ostentaciones costosas, con gran beneficio para la salud y la economía colectiva. Ese hombre era un buen ciudadano y un buen vecino. “Venidos los hijos, la atención de los padres se centró en ellos: en criarlos sanos de cuerpo y alma, en instruirlos para que en el mañana tuviesen medios con que vivir honestamente, y en educarlos para que con dignidad supiesen ocupar en la Sociedad el lugar que les correspondía, no como individuos sino como personas. El deseo era hacer de cada hijo un hombre digno y conciente, dentro de una Humanidad en ascenso. Los principios morales de la Religión, limpios, claros, predicados y cumplidos, por sacerdotes sinceros y leales,

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influyeron grande y beneficiosamente. Esa concepción de la familia dio un impulso extraordinario al progreso de la organización humana. El Hombre había encontrado en su propio interior el camino y los medios para hacer realidad su finalidad sobre el planeta. “Florecieron las Ciencias y las industrias como resultado de ese afán de ser útil a los demás, de construir para todos, y de disfrutar con todos. El “yo” había encontrado su verdadero lugar dentro del “nos”. Ese fortalecimiento del yo interior y moral no había sido, sin embargo, universal ni radical. El yo egoísta, individualista, continuaba predominante en muchos, y latente en la mayoría. Surgió el Materialismo: invadió las Ciencias, las industrias, las esferas políticas, la Iglesia, e invadió también la Familia. El egoísmo que se fue apoderando de los padres, quiso hacer de la “célula” un organismo autónomo. En la expresión “mi familia”, la jerarquía, la preponderancia que se había colocado en “familia”, pasó decididamente a ubicarse en el “mi”. El “mi Familia” fue suplantado por “Mi familia”. Los derechos del hogar, los derechos de los hijos, fuero pretextos para desconocer los derechos de la colectividad. Se quiso cubrir con el manto del deber al egoísmo, la vanidad y la ambición. Con el pretexto de velar por los hijos, y protegerlos, se pretendió justificar el prejuicio a los demás. El interés de la colectividad fue postergado ante el interés familiar. En realidad, en el fondo, el interés familiar disimulaba el interés individual del padre: se preocupaba por el hijo porque era “su” hijo; sentimiento egoísta y destructivo que pretendía esconderse detrás de un sentimiento noble y constructivo. El dinerismo, expresión del materialismo, movió y orientó los esfuerzos. Se amasaron fortunas para los hijos, pero a expensas de la pobreza de muchos otros, que también tenían hijos. El rico, que basaba su superioridad en su riqueza, la usó para oprimir al que no tenía. Compraba el derecho de cometer injusticias, porque halló quién se lo vendiese. Había niños hambrientos, rotosos, tiritando de frío, mirando con tristeza que algún día sería rencor, a los niños de los ricos orgullosos y crueles. ¡Como si ellos, porque sus padres son pobres, no tuviesen derecho a vivir! ¡Como si la vida tuviese otra paternidad que la del ser Supremo! “En una sociedad bien organizada y moral, frente al niño, más allá de la paternidad carnal está la paternidad social. El niño, como pequeño ser social que necesita protección, ayuda, amor, enseñanzas y ejemplos, es un poco hijo del maestro, del amigo, del médico, del vecino, y de toda persona mayor que sea capaz de aceptar concientemente su responsabilidad. ¡Ay de la sociedad en que el hijo que no tiene padre, tiene que vivir como hijo de nadie! “Los padres egoístas enseñaron egoísmo a sus hijos, y no tuvieron derecho a quejarse cuando ellos los despreciaron y se burlaron de su autoridad. Los hijos malgastaron el dinero, y los padres se alegraron en el fondo, porque era ostentación de su riqueza. La ostentación y el lujo fueron la preocupación de muchos, principalmente entre las mujeres. El hogar desapareció; sólo quedó la casa. El concepto de “familia” cambió totalmente. Las madres enseñaron a sus hijas el arte de la coquetería, del maquillaje, de la simulación y del engaño. Las muchachas, sumidas en el “modernismo” que aprendían en los

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filmes de cine, se hicieron además superficiales y espantosamente egoístas. Se volvió al primitivismo de considerar al matrimonio como una oportunidad legalizada de ejercer la función sexual. La costumbre llena de elevación, por la cual un hombre y una mujer, con toda dignidad, resolvían unirse para formar una familia, quedó para los “retrógrados”, los “anticuados” y los “campesinos ignorantes”. El matrimonio “moderno” fue el simple resultado del llamamiento sexual: un macho y una hembra que se juntaban como lo hacen los animales irracionales. El amor era “cursi”. Se iba al matrimonio conociendo los derechos que acordaba la ley, pero ignorando los deberes que impone la moral y el sentido de responsabilidad social. No hubo más paciencia y comprensión, ni tolerancia, ni espíritu de solidaridad y de ayuda, ni capacidad para soportar. Se estaba para recibir, pero no para dar. El egoísmo no se abría ni aún para abarcar al cónyuge. Cada uno buscaba hacerse sus gustos, sin importarle del compañero, que no era compañero. ¿Sacrificarse? ¡Eso era estupidez del tiempo antiguo! Generalmente la mujer imponía su voluntad y sus caprichos. El hombre no tuvo ya gusto en regresar temprano a su casa, a gozar de la dicha del hogar; prefería irse con los amigos o “amigas”, a los bares o a los cines. En la casa las reyertas eran comunes, si no cotidianas, y por la mínima razón; y el enojo de un día perduraba, a veces, varios, porque ninguno de los dos quería ser “menos”. Faltando el amor del hogar, la mujer no era ni ordenada ni económica. Gastaba en superficialidades o en lujos lo que después le hacía falta para lo necesario, y esto le daba argumentos para abrumar a su marido con quejas y reproches. No tenía tampoco deseos de quedarse en su casa, trabajando, arreglándola, y se iba diariamente de compras o con “amigas”. “Cuando, transcurrido un tiempo de casados, había pasado la atracción sexual que los juntó, y el entusiasmo del primer momento, nada quedaba entre ellos. Un triste y doloroso vacío reemplazaba a la pasión pasajera. La desilusión y la amargura les llenaba el corazón. Tenían que confesarse a sí mismos que habían fracasado, que se habían equivocado. Pero como ninguno de los dos quería confesar su fracaso, se esforzaban por disimularlo viviendo una vida de apariencias, de fingimientos. Sin embargo, no renunciando a su materialismo egoísta, se lanzaban descaradamente a buscar fuera del matrimonio “la dicha a que tenían derecho” y que aquél no les daba. “La lealtad, la fidelidad conyugal, era una tontería”, se decían. En realidad no lo podían comprender, en la mezquindad de sus corazones cerrados. Era algo demasiado grande para su pequeñez, demasiado elevado para sus conciencias al ras del suelo. Los hijos, si los tenían, se criaban en el mayor desamparo moral, sin más directivas que las del egoísmo que los envolvía. Ya desde la juventud eran aptos para cualquier bajeza; especialmente aptos para el totalitarismo, que anula personalidades y compra conciencias. Si estudiaban, se les orientaba hacia lo “más fácil” y más 2productivo”. Siendo una carga, se les quería eliminar cuanto antes. Cuando los esposos no podían soportarse más o se les presentaba una nueva oportunidad, se divorciaban. El divorcio, implantado legalmente como último recurso para “casos excepcionales”,

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pasó a ser vulgar y corriente; evidente señal de que los “casos excepcionales” eran corrientes. “El hombre, ante la inestabilidad de la familia, le huyó a lo que fuese permanente. Dejó de trabajar con gusto, no se empeñó por ahorrar, no quiso casa propia… ¡No tenía la fuerza impulsora de un hogar digno y permanente! El matrimonio era como un juego de azar. Se iba a él como un ensayo, sin ninguna responsabilidad moral. Las Iglesias protestaban, pero los políticos liberales, tal vez sólo por ir contra las Iglesias, dejaban correr las cosas. ¿Qué puede esperar una nación, de una ciudadanía donde la familia está en tan bajísimo concepto? ¿Qué puede esperar la Humanidad de naciones dirigidas por politiqueros que defienden y aún propician semejante derrumbe moral? Quien no es apto para formar una familia digna, difícilmente puede ser apto para ninguna cosa digna”.

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XXVI – LA CIUDAD

Clarísima era la noche, y serena. La especialísima circunstancia de que los satélites Bori y Muni, por el mecanismo de sus movimientos, habrían de encontrarse en frente, me mantuvo sin acostarme hasta casi medianoche. A pesar de que las órbitas se hallan en planos cercanos, y de la extraordinaria rapidez de Bori, la conjunción perfecta no se realiza a menudo. Rápidamente se veía avanzar la esfera luminosa de Bori hacia su hermano menor, y parecía que cuanto más cerca estaba más velozmente avanzaba. A pesar de saber que están muy distanciados entre sí, la observación me dio la perfecta sensación de que inevitablemente chocarían, produciéndome un instante de emoción; sólo un instante, ya que Bori pasó rápidamente delante de Muni.

*** METROPOLITISMO. “El Hombre se vanagloriaba de que la “Ciudad Moderna” era el triunfo del Hombre sobre el ambiente físico. Es verdad, pero lo que no se dice es el precio que la Humanidad pagó por ese triunfo. El Hombre es un ser sociable, pero son sus cualidades morales y espirituales las que le imponen la sociabilidad, y no sus cualidades físicas. El ser material podría vivir aislado y solo, prescindente de sus semejantes. El ser moral, espiritual, se forma y ubica únicamente en la colectividad; fuera de ella no puede ser, porque no tiene razón de ser. La familia es la primera manifestación de la necesidad social del Hombre, pero es limitativa y por lo tanto incompleta. La ciudad, como comuna, es ilimitada en cuanto a la oportunidad y posibilidad social; bien se puede decir entonces que es el ambiente ideal para el desarrollo integral de la persona humana. La ciudad es una concentración. Es inmenso el provecho que en lo físico e intelectual obtuvo el Hombre en ella; se puede afirmar que logró la realización de todas las posibilidades físicas e intelectuales. Las posibilidades abarcan también el campo de lo moral y espiritual, pero aquí no sólo no las logró, sino que en realidad se opuso a ellas. El Hombre fue a la ciudad buscando aquellas y despreciando estas. “Al obrero, especializado o común, la multiplicidad de empresas, fábricas y oficinas le brindaron la casi seguridad de hallar trabajo, con una retribución por unidad de tiempo muy superior a la que podía lograr en la

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campaña. Y teniendo dinero, la ciudad le ofrecía en qué emplearlo: un mercado ilimitado en cantidad y especie, y mil distracciones. Los servicios públicos: energía, agua, transportes, comunicaciones, servicios higiénicos, crean la posibilidad de una vivienda con todas las comodidades modernas, a un costo infinitamente inferior al que correspondería a la campaña. Si el campesino vivía en muchos aspectos una vida primitiva, no fue por abandono, ni ignorancia, ni tacañería, sino porque la modernización de su vida no estaba al alcance de sus medios. Las operaciones a crédito permitían al habitante de la ciudad ir haciendo poco a poco su guardarropa, su mobiliario, su menage, y aún su casa propia. Los Institutos de Enseñanza, los Centros Culturales, las Bibliotecas y Museos, ponían al alcance del Hombre común de la ciudad los medios de adquirir una preparación intelectual o técnica que le facilitase una promoción económica y social. La multiplicidad de actos culturales, en todas las ramas del conocimiento, ofrecían al Hombre de ciudad la oportunidad de adquirir mayor cultura. El diario contacto con la gente y con los progresos de la ciencia, la industria, la técnica, el comercio, la docencia, etc., se traducía en posibilidades de mejoramiento para el integrante de la colectividad. “En lo concerniente a las distracciones, también las posibilidades eran ilimitadas. El horario de trabajo del obrero o empleado le dejaba muchas horas libres en el día, y aún el día de asueto semanal. Paseos, actos públicos, fiestas deportivas y atléticas, cine, teatro, reuniones sociales, bibliotecas, clubes, bares y otros lugares de reunión, brindaban dónde elegir. La agregación adquirió importancia y fuerza en defensa de los derechos del obrero, justamente por el crecido número de sus afiliados. “He aquí un breve resumen de las posibilidades que en lo físico e intelectual ofrecía la ciudad. En lo moral y espiritual también las oportunidades eran ilimitadas; la vida colectiva, permanente, brindaba posibilidad de ejercer sentimientos de fraternidad, de solidaridad, de servicio, de amor. La ciudad era también concentración de “miserias”: allí estaban los hospitales, las cárceles, los reformatorios; locales llenos de gente que necesitaba ayuda material, moral y espiritual, comprensión, consejos, consuelo, palabras amigas que llevasen al ánimo una luz de esperanza, y un pequeño empuje hacia la elevación, hacia la realización del destino integral de la persona humana. La ciudad realizó todas las posibilidades materiales y algo de las intelectuales, pero no realizó las morales. En realidad, la ciudad provocó y sostuvo el derrumbe moral del Hombre. Los asuntos materiales absorbieron totalmente toda la actividad de la población, sin dejarle lugar para lo demás. El Hombre se volvió más y más individualista, más y más egoísta: inmensas multitudes que físicamente vivían unidas, juntas, pero moral y espiritualmente espantosamente aisladas. Se era vecino, pero no se era amigo, ni aún conocido muchas veces. Cada uno vivía por su cuenta, y sólo para sí, desconociendo, y sin importarle para nada, los problemas personales de los demás. Apenas si los clubes deportivos, sociales y culturales creaban un débil vínculo de relación al margen de lo material, ya que el gremio sólo se ocupaba de intereses materiales. El corazón del Hombre, lo

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que la Creación le dio para relacionarse íntimamente con sus semejantes, fue cerrándose. Se le abandonó a la tendencia natural centrípeta, que cada vez obró con mayor intensidad hasta encerrarse en sí mismo. En la vida de ciudad, el Hombre no tenía corazón. Sin corazón no hay moral, y sin moral no hay fraternidad. Todo el esfuerzo, toda la imaginación, estaban orientados a ubicarse individualmente en el mejor lugar. La lucha por el empleo, por el apartamento, por la locomoción, por las localidades en los espectáculos, en los mercados, en los paseos, ponía de manifiesto cuán secundario era el lugar que se concedía al prójimo. Es que una cosa es aglomeración y otra muy distinta es sociedad o comunidad. Cuando el individuo obra bajo el impulso del “primero yo”, no hay comunidad, ni puede haber fraternidad. “Los dirigentes políticos, que tenían en sus manos las riendas de toda la vida de una nación, se preocuparon en forma fundamental por los intereses partidistas. Cuando desde el Gobierno fueron implantando todas esas mejoras de que disponía la ciudad, las fueron presentando no como conquistas de la sociedad sino como conquistas del Partido; no como cumplimiento de un deber de gobernantes, sino como un don, un obsequio del Partido; no como un triunfo de justicia social, sino como un triunfo del Partido. Tal vez en el fondo tenían razón: no les importaba mayormente el bienestar de la población sino el encumbramiento de su parcialidad, y todo lo hacían con esa finalidad. A esos dirigentes sólo les interesaba el voto de las masas populares, y todo lo hacían con la finalidad de conseguir sufragios. Se preocuparon por brindar a la población el mayor número posible de comodidades materiales, a las que el pueblo tenía pleno derecho, pero no se preocuparon de conquistas morales, a las que también tenía derecho. Esa diferencia fue más aparente desde que la exuberancia de lo material arrastró a la población carente de educación hacia el abuso, los vicios, y el más hermético egoísmo. El “ruido” y el “brillo” de la ciudad los volvió sordos y ciegos a todo llamado de elevación moral. Las masas populares no estaban preparadas moralmente para disponer con altura de tantas conquistas materiales: por eso las usó mal, en su propio perjuicio y en perjuicio de la colectividad. Los dirigentes no hicieron nada por educar al pueblo. El alcoholismo, el juego, la prostitución, la vagancia, los latrocinios, las enfermedades, fueron verdaderas plagas dentro de esas turbas de ignorantes. Frente a esos males, los gobernantes se redujeron a construir hospitales, cárceles y reformatorios. Primero crearon los enfermos y después, como generoso gesto de solidaridad humana, crearon los hospitales con salas comunes, donde el pobre enfermo comprendía mejor que nunca la espantosa soledad en que vivía, estando rodeado de gente. Primero crearon el ambiente de delincuencia, y después instalaron las correccionales, donde el pobre esclavo de sus errores y pasiones se sentía más y más ajeno a la sociedad en que vivía, más y más alejado de una regeneración que ni siquiera vislumbraba; donde, en los largos días de su dura reclusión, en contactos con semejantes que no podían darle otros consejos que los que él mismo daría, meditaba y rumiaba la comisión de nuevos delitos.

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“La verdadera convivencia se logra únicamente donde hay convivencia moral. El pueblo, sin educación moral, está al margen de esa convivencia, no porque no sea apto, sino porque no se le ha preparado. La juventud es en realidad la que más sufre; mil cosas le llaman prematuramente, y le apartan su atención y sus anhelos de aquello que en esa edad más necesita: Educación. “Todas las fuerzas naturales, internas, del Hombre, lo empujan al egoísmo, a la despreocupación o al desprecio de los derechos de los demás. Nada en él lo impulsa a la solidaridad, que es sentimiento moral. Si el Hombre quiere luchar y vencer a esos impulsos primitivos, tener algo que le permita olvidarse un poco de sí mismo, algo que lo impulse a posponerse en beneficio de otros, no le queda más recurso que buscar inspiración y fuerza fuera de sí mismo. ¿Qué puede ser? El creyente dice: Dios. Los no creyentes todavía continúan buscando desde hace siglos. El creyente basa sus valores morales en los principios de su Fe. El no creyente edifica en el vacío. El Hombre culto, con cierta posición social y económica, podría hallar en el “concepto del deber” un sucedáneo provisorio, pero tal “concepto del deber” estaba fuera del alcance del pueblo, porque carecía de educación. Al joven no se le enseñó a buscar esa fuerza fuera de sí; se le dejó abandonado de sus ansias naturales. “La Religión Imperialista usó la fe de sus afiliados para ejercer dominio sobre ellos; por eso los dirigentes políticos tuvieron celos de los dirigentes religiosos. En los países de gobernantes anti-religiosos, como resultado de la lucha por el dominio de las masas, al suprimir la religión se suprimió también la mora. Pero el pueblo sin moral quedó abandonado a sus impulsos de egoísmo primitivo, que lo arrastraron a los abusos, desórdenes y vicios. Esto no creó problemas a los políticos gobernantes, más allá de la necesidad de ampliar la Policía, las cárceles y los hospitales. Es más: un pueblo sin moral, y vicioso, tolera fácilmente las cadenas de la esclavitud. A cambio de un plato de comida y una hora de orgía, vende sin conciencia sus derechos de persona: las lentejas de Esaú que se repiten. “Mientras haya pueblos que se satisfagan con saciar sus apetitos materiales, porque no siente otros apetitos, habrá politiqueros que se creen a sí mismo puestos de privilegios, para desde su altura continuar guiando a las masas como rebaños. Mientras los gobernantes no hagan obra dedicada expresamente a educar al pueblo, éste no tendrá más apetitos que los materiales. Es lógico y terminante: “Educación o Esclavitud”. No hay, no puede haber, otra alternativa. Sólo el Hombre educado para ello, puede gozar de distracciones de elevado contenido moral y cultural. El ignorante recurre a lo más vulgar y grosero, y cae en el vicio fácilmente. ¿Los gobernantes no lo veían? Sí lo veían, pero querían esclavitud. “La ciudad fue la tumba de la Libertad, porque fue la tumba de la Moral. “los gobernantes, nada efectivo hicieron por moralizar el cine, el periodismo, la radio, los espectáculos deportivos, las vestimentas, las canciones populares, las reuniones sociales, las danzas; les dejaron plena libertad para solaz de la “bestia”, y la bestia tolera el grillete. ¡Eso es lo que

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ellos querían! Es un crimen de parte de los dirigentes mantener al pueblo en esa ignorancia moral; crimen que se agrava porque esas masas, en su ignorancia, se imaginan que esa vida de total materialismo que llevan, es la vida plena, integral, a que puede llegar el Hombre en el proceso de la civilización. “En muchas partes de la campaña se vivía otra Humanidad. Allí era dado encontrar todavía sentimientos fraternales que llevaban a obrar con generosidad, sin desconfianzas. El vecino generalmente era un amigo, y el desconocido que llamaba a la puerta era un huésped al cual, como de antiguo, se le ofrecía “el pan y la sal”. Se trabajaba para ganar dinero, pero el dinero no había hecho aún su trono en el corazón, en el que había muchas cosas que estaban por encima. Desgraciadamente la radio, el cine y el periodismo fueron minando poco a poco el baluarte moral de los campesinos. La ciudad aparecía en la mente inexperta de los jóvenes como la “meca” de la dicha. Los sueldos, las distracciones, la multitud, las comodidades, son cantos de sirena que continúan llamando a nuevos ingenuos marinos a los fatales arrecifes. “Los políticos, con almas de dictadores aunque se llamaban demócratas, fueron apoderándose de todos los resortes de la vida del Hombre en la ciudad. Al pretexto del Estado lo usaron como arma para posponer al Hombre. Pero como ya el Estado era pospuesto al Partido, el Hombre y sus intereses fueron simples y despreciables juguetes en las manos de los politiqueros. La ciudad, con su gran concentración de gente, materiales, productos, movimientos y problemas que requerían control y orden, fue excelente campo para la callada y oculta implantación de esa dictadura con disfraz de democracia. Todos los hilos fueron a las manos de los políticos: energía, transporte, comunicaciones, combustibles, agua, viviendas, finanzas, enseñanza, etcétera; y todo lo manejaban a gusto y satisfacción de los dirigentes. Leyes, decretos y ordenanzas tenían como finalidad proteger los intereses personales de los dirigentes y los del Partido. “Que esto sucediese en Duarán y sus aliados era lógico y natural, pero también sucedió en otros países que se decían Democracias, donde la moral de los dirigentes políticos decayó y apareció en primer término el afán de dominio y los intereses personales. La concentración en la ciudad les facilitó la tarea. El pueblo, ignorante, acuciado por sus apetitos egoístas, fue entregando sus libertades. Propicia para que por contacto y comunidad de tantos elementos, se formase en ella una verdadera fraternidad, la ciudad sólo desarrolló las aspiraciones materiales. Mató así todo sentimiento de fraternidad, y por lo tanto en lugar de ser un factor de liberación de las masas fue un factor de avasallamiento, que los políticos ambiciosos supieron aprovechar muy bien”.

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XXVII – NUESTRA HISTORIA - I

El anciano Essi había mejorado notablemente en su salud; animoso y ágil lo noté aquella mañana, al renovar nuestras entrevistas después de un intervalo de muchos días. “Te he estado hablando en las últimas conversaciones, sobre le estado de la Humanidad en los últimos tiempos en que se encaminaba a su ruina. Traté de presentarte las situaciones espirituales que fuero factores en la producción del desastre; por ello, sólo te he presentado lo malo. En medio de esa desatada locura, grandes sectores de la población, en muchos países, se sostenían en perenne lucha contra el mal que avanzaba, pero eran impotentes: las masas populares sin educación moral eran fácil presa del Materialismo destructor. La proporción de los que se daban cuenta del peligro era mayor el Mercial y sus países amigos, en los que reinaba la libertad y predominaba la Religión Democrática. La corrupción era mayor en las ciudades, no sólo por la mayor población sino por la modalidad de vida. Los campesinos, más humildes, más en contacto con la Naturaleza, aprendían de ésta el significado de la solidaridad. Eran todavía capaces de cantar espontáneamente, como un pájaro, ante la salida del Sol, y de formular interiormente una oración al verle entrar. Muchas de sus casas contenían un verdadero hogar, donde el amor imprimía buena voluntad; donde la mujer ocupaba su lugar y lo dignificaba; donde el hombre se recogía con gozo a reponer fuerzas, materiales y morales; donde se enseñaba a los hijos a construir y conservar su propio lugar en la fraternidad, en base a que amor es amar, y no simplemente ser amado, como piensa el egoísta; donde cada consejo moral se exponía en una palabra y muchos ejemplos. La preocupación de los padres se centraba en el porvenir de los hijos que iban a la ciudad. Iban limpios. ¡Muy pocos volvían limpios! Las fauces insaciables del monstruo le trituraban todos los principios de bondad, de justicia y de buena fe. En el campo, hay silencio y quietud como para que uno se encuentre con su alma, y la escuche. El movimiento y los “ruidos” de la urbe, dominan todas las voces interiores; no tanto que las maten: las desfiguran. “El antiguo país de que provenimos se llamaba Leria, y desempeñó un singular papel. Un antiguo país, hace de esto unos 800 años terrestres, era gobernado por un rey autoritario y sin preocupación por los intereses del pueblo. Rodeado de una camarilla de parientes, militares, sacerdotes y ricachones, vivía en perenne francachela. Se despilfarraba el dinero público

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en el fasto y ostentación de la Corte, cuya depravación moral había llegado a extremos escandalosos. El pueblo, sin derechos, sufría y odiaba en silencio. El príncipe heredero, hijo único, era un cúmulo de vicios. La lujuria, la gula y el alcohol lo convirtieron en una piltrafa humana. Una noche de orgía, murió bajo la mesa donde había caído, entre las carcajadas, canciones y gritos de sus “amigos”. El derecho al trono correspondió al príncipe Tubi, que se había criado, con su padre enfermo, en una lejana posesión. Tubi era una especie de salvaje, según la Corte: corría por los bosques y montañas, mataba jabalíes y toros salvajes con su espada, conversaba con los campesinos y les ayudaba en sus tareas. No tenía más conocimientos que los que su padre, hombre de cierta cultura, y un viejo profesor, filósofo, le había enseñado. Su gran maestra fue la Naturaleza y el contacto sin ceremonias con los Hombres. Llevado a la Corte, no engranó en ella. No podía soportar tanta inmundicia. Vagaba por la ciudad solo, y hablaba familiarmente con la gente. Ningún lugar ni auditorio le resultaba indigno, porque la dignidad la tenía con él. Hablaba de Derechos, de Libertad, de personalidad, de Justicia, de igualdad. Algunos no podían entender, otros pensaban que debía estar medio loco. En las lazas juntaba niños y les contaba sus aventuras de caza. “Murió el viejo rey, y Tubi ascendió al trono. De inmediato comenzó las reformas. Su viejo profesor, dos maestros de escuela, un viejo general amigo de su padre, un sacerdote, y el montero mayor de su padre, formaron su Consejo de Gobierno. Disolvió la Corte, enviándolos cada uno a su casa. En el palacio sólo retuvo a su cargo a la anciana exreina y sus camareras. Su propia mujer, sus tres hijitos, los Ministros, la guardia y la servidumbre ocupaban sólo una pequeña parte del gran edificio. En las salas vacías, ricamente amuebladas y adornadas, reunía a la gente del pueblo por gremios: hubo un club de carpinteros, de panaderos, de albañiles, de oficiales, de maestros, etcétera. Su orden y lema era: “No quiero esclavos, quiero Hombres”. “Bode is ter, bode rama”. Disuelta la Corte, que consumía más de la mitad de las entradas fiscales, pudo aliviar al pueblo de impuestos e iniciar mejoras. El bando de la Corte, algunos militares, y los que perdieron privilegios, le odiaban tanto como el pueblo le amaba. “El montero mayor, caballero Min, su amigo de niñez y juventud, era hombre fornido, inteligente y sensato. Se disfrazaba de carrero, y manejando sus caballos con maestría, con largo látigo en la mano, recorría la ciudad como transportando mercaderías, para conocer mejor el sentir del pueblo. Un grupo de descontentos tramó una conjura: una mañana, temprano, asaltaron el Palacio para matar al rey. Invadieron su despacho, donde ya estaba trabajando, con espadas y picas. Ante el número abrumador, el rey, aunque insigne espadachín, se batió en retirada. Dando un gran salto desde su balcón, bajó al jardín por el tronco de un árbol. Un grupo de quince sicarios con sed asesina, lo arrinconaron y persiguieron por las intrincadas escalinatas y mil adornos de una monumental fuente que adornaba el parque. La pequeña guardia, muertos ya la mitad de sus hombres, se batía con valor en el interior, sin posibilidades de triunfo. El rey, pese a su destreza y agilidad, no podía resistir al número; ya había eliminado a tres contrarios,

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pero sangraba por cuatro heridas. Ignorando el ataque, Min salía en ese momento con su carro. Ver y comprender, fue simultáneo. Bajó del carro, y sin más arma que su látigo, su amor al rey y su audacia, se lanzó como una tromba entre los atacantes. Con estentóreos alaridos de fiera atacada en su cubil, con su potente brazo empezó a repartir trallazos a diestra y siniestra. La cortante trenza, como tentáculo vivo de imponente pulpo, obedecía dócilmente la voluntad del gigantesco montañés; laceró piernas, hendió rostros, desencajó brazos y arrebató espadas. En menos tiempo del que se emplea en contarlo, volaron por el aire picas, espadas, sombreros, trozos de ropas, de narices y de orejas. Cuatro alevosos asesinos se revolcaban de dolor, manchando con su sangre los blancos mármoles de la fuente; tres, paralizados de terror, con los brazos en alto,, desorbitados los ojos de loco miedo, clamaban por piedad; y los cuatro restantes, como verdaderos cobardes que eran, tirando sus armas huían hacia la calle, gritando de espanto. Mientras, el implacable “Ministro carrero”, con largas zancadas y el incontenible látigo, los derribaba uno tras otro. “En lo alto de la fuente, el rey observaba con admiración el valor y destreza de su amigo y leal servidor. Los asaltantes que combatían contra los restos de la guardia, vieron por los ventanales la fantástica escena del jardín. Un grupo de campesinos que volvía ya del mercado, armados con palos que arrancaron de una cerca, se unieron a los fieles, y como los cobardes sólo luchan cuando tienen ventajas, los atacantes se rindieron implorando misericordia. Mientras tanto, Min había vuelto junto al rey, y olvidando su jerarquía le abrazaba como a un hermano, llorando como un niño. Allí mismo fueron traídos los prisioneros. Los campesinos, ceñudos, sólo esperaban una orden del rey para despedazarlos. Los otros ministros, aunque con heridas, estaban tratando de atender las heridas del rey. Este, tomando actitud de autoridad, se volvió hacia Min, y señalando a los prisioneros le dijo: - Caballero Min, defensor y ministro, te nombro juez inapelable sobre estos hombres. Lo que dijeres en el momento, en el momento será ejecutado. Obra. “Resbaló por la mejilla del gigante una última lágrima, y con voz temblorosa, temblando también el brazo desnudo que aún empuñaba el látigo, dijo: - Señor: “Bode is ter, bode rama”. Te suplico que les des aún una oportunidad de ser Hombres; hasta ahora sólo se les ha enseñado a ser esclavos. “Un silencio absoluto reinó en la asamblea, que ya era de un par de centenares. No comprendían bien las palabras del ministro en su contenido, y esperaron la palabra del rey. Sonrió este, tendió la mano al montañés, y co voz clara y firme declaró: - Gracias, Min. ¡Bienaventurado el Príncipe que en los momentos difíciles tiene un amigo como tú, que lo defienda de los impulsos infames de los demás, y de sus propios impulsos! “Y alzando la voz, con toda solemnidad, tocando con su ensangrentada espada el hombro de Min, dijo pausadamente:

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- Oíd todos, y propaladlo por toda la Nación: el hasta ahora Ministro Min, será desde hoy el Príncipe Ler.6 Después del rey, nadie le igualará en autoridad. Aprended de él: en la defensa del Derecho y la Justicia, la espada no debe matar la misericordia. “Y dirigiéndose hacia los prisioneros, ordenó: - Que los heridos sean atendidos de inmediato, y dejadles ir. Y entre todos, ayudadles a ser Hombres. “En acto posterior, dio al Príncipe Ler una zona de territorio con el nombre de Principado de Leria. Comprendía este valle, prolongándose hacia el Oeste hasta 50 kilómetros más allá de la montaña, continuando por la llanura del Sur hasta un total de 120 kilómetros. Era tierra muy poco poblada, y toda cubierta de bosques, había sido conquista de guerra del reinado anterior. Unos cinco años después, el Príncipe Ler se despidió del rey y se retiró a sus tierras. El rey Tubi organizó su país, y antes de morir concedió independencia total al Principado de Leria. Por tres generaciones fueron buenos gobernantes; después, el reino comenzó a decaer. “Ler propició la inmigración seleccionando gente de trabajo. Fue un gran gobernante y también lo fueron sus descendientes: emprendedores, justos, hábiles diplomáticamente. Uno de ellos, que se había graduado de ingeniero, comenzó la explotación de minas en la meseta del Oeste, que entonces se había extendido, por compra, en 80 kilómetros más. El hierro y el acero que se obtuvo fue el mejor del mundo. Abundaron los compradores, y el dinero afluyó en grandes cantidades hacia Leria. Una nueva compra anexionó más territorios del Sur. Se comenzó la explotación de los bosques con el príncipe siguiente que, también ingeniero como su padre, había ideado la fabricación de papel y material sintético. Fue tan extraordinaria la demanda que el Principado, repletas sus arcas, comenzó a exportar capital poseía grandes fábricas de armamentos: cuando se produjo la primera gran guerra, el Principado se mantuvo neutral y vendió por sumas multimillonarias a los dos bandos. La vanidad y la avaricia se apoderaron del Príncipe, y le arrastraron a actos deshonestos. Fue un prestamista cruel para países pequeños y atrasados, y hasta se murmuraba que el estallido de la guerra se debía a sus manejos interesados. La capital y la casi totalidad de la población, ocupada en las industrias, se hallaba en el Sur y las minas del Oeste, región que, desprovista de sus bosques, se había tornado en una meseta semi-estéril. Este valle, hoy “Rada Nael”, era reservado al Príncipe y su familia para recreo. Un castillo y algunas cabañas de guardabosques era lo único que había. El joven Príncipe heredero, Bor, recién graduado de ingeniero, como sus antecesores, emprendió una gira por los países vecinos. En un pueblecito, al pasar en su lujoso coche junto a unas mujeres del pueblo, fue increpado duramente por una de ellas, al reconocerle: - ¡Asesino, hijo de asesino, vete a tu maldito país a fabricar cañones para que destruyan nuestras casas y maten nuestros hijos! ¡Vete, vete, aliado del Demonio! ¡Vete a disfrutar tus riquezas malditas!

6 Ler: Látigo.

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“Los acompañantes silenciaron a la mujer, pero el Príncipe había oído. En su corazón limpio quedó grabada aquella queja como una acusación terrible. No hubo más tranquilidad para él; en todas partes, a todas horas, seguía oyendo el grito de la pobre mujer: “Asesino, hijo de asesino… Maldito país… Aliado del Demonio… Riquezas malditas…”. Ni la noche, ni el ver nuevos panoramas, ni fiestas, ni recepciones oficiales, ni aclamaciones, eran potentes para distraerle. Una profunda angustia se apoderó de él, y volvió a su patria con el alma enferma. “Él era bueno, sincero, creyente, pero como muchos, había vivido entre problemas grandes, sin verlos. Aquél grito acusatorio lo sacudió violentamente, le despertó la conciencia y le abrió los ojos. Volvió a ver lo mismo que antes, pero ahora tenía otro significado, otro contenido. Angustiado, desilusionado, incomprendido para la casi totalidad, se refugió en este valle y se consagró totalmente a la investigación científica. Instaló un extraordinario laboratorio junto al castillo y llamó con él a dos compañeros de universidad y a dos jóvenes químicos de Mercial, que había conocido cuando fue allá a perfeccionarse en algunos temas. En varias conversaciones, los cinco jóvenes llegaron a la conclusión de que el mundo debía y podía vivir en paz. Hicieron un pacto según el cual no trabajarían para la guerra, sino para el bienestar en la paz. Dedicaron todo su afán a desentrañar la energía atómica. En las laderas del Norte, en las cortaduras de los desfiladeros, abundaban, como aún ahora, los minerales aptos para la investigación. Progresaron rápidamente, y pronto se hallaron ante un problema: el material en condiciones de producir energía estaba en una especie de equilibrio inestable, difícil, si no imposible de controlar en su acción que, en forma natural, tendía a ser violenta; y de una violencia tal como no se conocía en ningún explosivo hasta entonces fabricado. ¡La energía atómica servía para fabricar bombas de guerra! Buscaban aplicación industrial y el descubrimiento hecho los llenó de espanto. Otros sabios, en otros países, trabajaban en lo mismo pero por otro camino, y no habían adelantado casi nada fuera de teorías. Como ellos habían resuelto no trabajar para la guerra, si no revelaban de ex profeso sus descubrimientos nadie podría hacer mal uso. Así que decidieron continuar. “El Príncipe reinante falleció, y Bor pasó a ser el jefe de la nación. En gesto magnífico renunció a su derecho de jefatura. Dio autonomía total para constituirse en República democrática a toda la zona Sur y Oeste, reservándose en forma personal y autónoma, como Principado independiente, sólo este valle. De las inmensas riquezas acumuladas sólo tomó para sí una parte; el resto, y todos los créditos externos, pasaron a ser patrimonio de la joven República. Las demás naciones reconocieron oficialmente los cambios, y el Príncipe Bor se retiró definitivamente a sus trabajos científicos. Como forzosamente debía gobernar a su Principado, quiso hacerlo bien. Llamó a industriales, principalmente de Leria, e instaló pequeñas usinas pero perfectamente montadas: fundición de acero, maquinarias, hilandería, productos alimenticios, etcétera. Era su deseo mejorar todas las industrias, no únicamente en lo tocante a fuerza motriz sino también a métodos de

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fabricación, llegando a la mecanización total bajo el control de instrumentos electro-electrónicos. Necesitaba, para ensayos y estudios, tener los elementos bien a mano; pronto hubo en el valle todas las industrias principales, primarias. La energía eléctrica la daba una central hidroeléctrica de gran capacidad, controlada totalmente por un “cerebro electrónico”. Nivel del agua, entrada a las turbinas, rendimiento de los dínamos, tensión y potencia de la corriente, transformación, distribución, localización de pérdidas e interrupciones; todo, absolutamente todo, era controlado automáticamente. Sólo un hombre bastaba para poner el instrumento en marcha y vigilarlo. Era una maravilla, que llenaba de satisfacción a los cinco sabios y al cuerpo de mecánicos colaboradores. Varios de estos extraordinarios mecanismos fueron construidos e instalados para control de las distintas usinas industriales. El proceso de su construcción se simplificó al reemplazar las válvulas electrónicas artificiales por cristales minerales. “Más allá de las fronteras se había iniciado la era de los totalitarismos ultra-nacionalistas, que explotaban el deseo de paz de las Democracias. El espectro de la Segunda Gran Guerra se cernía ya en el horizonte. Una idea bullía en la mente de Bor: si una onda sonora, o luminosa, o electromagnética, puede interferir hasta anular a otra onda semejante pero en fase de una emisión opuesta, ¿sucedía lo mismo con todas las radiaciones? ¿Podía controlarse en la práctica la fase de una emisión radiante? Si esto era posible, calor más calor daría frío; y lo más importante en el momento: ciertas radiaciones podrían contrarrestar los efectos de las radiaciones atómicas. Mientras los otros compañeros seguían con investigaciones sobre desintegración atómica y perfeccionamiento de técnicas industriales, él se entregó a su nuevo problema. Las dificultades no estaban en producir radiaciones, sino en canalizarlas, de modo de poder conducirlas y dirigirlas. Los campos electromagnéticos comunes sólo ejercían una acción limitada. Si pudiese canalizarse una parte de la energía atómica, quizá esta produjese un campo suficientemente potente para orientar y concentrar una gran masa (volumen) de energía. “Las noticias del exterior eran alarmantes. Por un lado las naciones Totalitarias, ensoberbecidas, se volvían más y más agresivas y exigentes, y habiendo llevado a sus pueblos al máximo en la tensión guerrera no podían mantenerse en ese estado: era preciso, fatalmente, dar marcha atrás o dar el último salto. Lo primero, no lo harían por vanidad; sólo quedaba la segunda alternativa. Por otro lado, las naciones democráticas, llegando al convencimiento de que con apaciguamientos no era posible conquistar la paz, antes de ir al entregamiento total tendrían que ir a la guerra. Todo se unía para proclamar la segunda Gran Guerra; era inevitable y estaba a la puerta. Ante el terrible dilema, Bor, en tres audiciones radiales, en patéticos discursos, hizo sendos llamados a la sensatez. Dirigió sus llamados sucesivamente a los grupos dirigentes, a los jefes de los ejércitos, y a los pueblos: hermosas piezas oratorias en pro de la paz y fraternidad humana, que causaron gran impresión en ciertos medios, pero en las naciones totalitarias el efecto fue contraproducente. Pensaron que era clara expresión

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del miedo y de la impotencia de las “débiles democracias”. También dedujeron que era señal de que las investigaciones atómicas, que sabían se realizaban, habían fracasado.

SEGUNDA GRAN GUERRA. “Y comenzó la guerra. Una nueva traición de Duarán lo llevó a pactar con los totalitarios, mediante entrega de una parte de los terrenos conquistados. Los totalitarios atacaron una nación vecina, y las democracias, no pudiendo tolerar más, entraron en guerra. Fue una guerra espantosa, de la que ya te he contado. Todas las crueldades imaginables fueron cometidas, todas las violencias, todas las arbitrariedades. En el comienzo, los ejércitos totalitarios fueron incontenibles, y se pensó que nada impediría su triunfo. Un terrible problema se presentaba a Bor y sus compañeros: ¿deberían de permitir quietamente la derrota de las Democracias, por su afán de no usar para la guerra los poderosos medios de que disponían? Discutieron francamente el asunto, y resolvieron no usarlos todavía. Los explosivos atómicos logrados eran suficientes para decidir la suerte de la guerra, y las suposiciones de Bor sobre canalización de radiaciones se confirmaron en los pequeños ensayos. Un día, uno de los ingenieros compatriotas de Bor no volvió de la capital de Leria, adonde había ido como tantas veces lo hacían. En carta les explicaba que su conciencia le impedía ser neutral, que se iba a Mercial a ofrecer los servicios de su ciencia. Dos años después, en Mercial efectuaban los primeros ensayos de explosivos atómicos bélicos, y un año más tarde muy pocos de ellos bastaron ara que las Democracias ganaran la guerra. “Como resultado de esa segunda guerra, la Humanidad quedó desequilibrada. La moral se derrumbó verticalmente. Se hablaba de conceptos nuevos de la vida, pero esos conceptos “nuevos” eran simplemente el retorno al primitivismo. El Materialismo, audaz y agresivo, invadió, poderoso, todas las esferas. No hubo más respeto por nada; la gente parecía enloquecida en busca de placeres materiales. Hambre, odio, desorientación, vacío en el alma por falta de fe en algo, ruina económica y material, sed de desquite: eso fue lo que quedó de la espantosa guerra. Duarán, pese a su traición a las Democracias, terminó luchando junto a ellas, porque fue también objeto de la agresión de los totalitarismos. Ese desorden reinante, ese descontento general, esa falta de principios morales, eran justamente el campo que deseaban los Estatitarios de Duarán. Apareciendo como aliado de las Democracias, las traicionaba de continuo; se opuso a todas las posibles soluciones reales en pro de la paz. En los países que ocupó en espera de la estructuración de la paz, implantó regímenes tiránicos, cerrados, estatitarios, semejantes al suyo. Sus secuaces en todo el mundo trabajaban activamente entre los obreros, promoviendo desórdenes, huelgas y levantamientos. La Humanidad no había aprendido la lección, y siguió marchando hacia las soluciones violentas. “Mercial, cabeza de las Democracias, pasó también a ser cabeza de las Ciencias. Se continuaron los estudios en procura de mejorar los primeros explosivos atómicos. Era el único país que poseía el secreto de la

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preparación, fuera del Principado de Leria. Duarán quería apoderarse de esos sesteros a toda costa. En Leria era imposible, porque ningún extraño al personal corriente podía acercarse a las usinas atómicas, en las que además había un sistema de alarma automático, electrónico, infalible. Y por otra parte, el resto de la pequeña población era convencidamente democrática, conciente, feliz, incomparable. Pero en Mercial, abusando de las libertades constitucionales, y valiéndose de la tontería unilateral de algunos científicos convertidos en espías y traidores, lograron apoderarse de casi todas las fórmulas. De inmediato se pusieron a la tarea de fabricar explosivos atómicos. Aún cuando la delantera tomada por Mercial en dicha fabricación era muy grande, el secreto en manos de Duarán constituía el mayor peligro para la Humanidad, dada sus ambiciones de dominación universal. Marcial, nación super-industrial y comercial, ansiaba la paz; además, había aún allí mucha población sinceramente religiosa. Se formaron tres bandos de naciones: uno con Mercial, un segundo con Duarán, y un tercero que en su egoísmo insensato y criminal quería aprovechar la situación. Con Mercial era la libertad democrática. Don Duarán era el dirigismo estatitario. El proceso de preparación de la Tercera Guerra, que produjo el desastre total, ya te lo relaté. Asimismo, traté de exponerte cuáles fueron los factores que prepararon progresivamente a la gente para que siguiera ciega y sorda hacia la destrucción.

NUEVO EXPLOSIVO. “Mientras tanto, Bor y sus compañeros, ayudados cada vez más eficazmente por sus colaboradores, continuaron sus investigaciones y ensayos. Una cosa les entristecía: que las conquistas logradas para bien de la Humanidad, no podían hacerlas conocer porque, dado el estado de ánimo en que se hallaba el mundo, sólo pensarían en usarlas para dominarse unos a otros. Un nuevo tipo de explosivo, termo atómico, que desde mucho tiempo atrás habían vislumbrado, fue obtenido co todo éxito. Constituía un arma espantosamente poderosa y traidoramente peligrosa. La altísima temperatura que desarrollaba, y las radiaciones que emitía, tornaban explosivas a sustancias normalmente inertes. Un trozo de papel, o de madera, puesto en el fuego, se quema suavemente; pero si lo calientas primero, arde violentamente. Otro ejemplo: el kerosene líquido y frío arde dificultosamente, pero calentado y, aún más: pulverizado o gasificado, explota como nafta. Toda sustancia con carbono, la sustancia orgánica, digamos, en presencia del nitrógeno puede transformarse sucesivamente de inerte en combustible, y de combustible en explosivo. Ante este descubrimiento, Bor y sus compañeros se llenaron de espanto. Una gran bomba del nuevo tipo, al hacer explosión, se extendería en redondo produciendo nuevo material explosivo. Si los Hombres estaban suficientemente locos para no darse cuenta, irían fatalmente al desastre de la destrucción total de grandes extensiones y poblaciones. En sus cálculos no entró la posibilidad de la magnitud que en realidad alcanzó. En Mercial ya habían fabricado también el explosivo termo atómico, y se presumía que Duarán lo estaba logrando. Podía esperarse que ninguno se atreviese a

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usarlo en masa, pero también cada uno de los dos, suponiendo que el otro no se atrevería, procurase dar un golpe sorpresivo. Esto era muy de esperarse de parte de Duarán. Bor inició el perfeccionamiento de su “Rayo” y a la vez una campaña radial de advertencia y llamado. Se le escuchaba, con atención en casi todas partes, menos en los pueblos sometidos a Duarán, donde, para ocultar la verdad al pueblo, como era costumbre, se interfería la transmisión con otras ondas expresamente emitidas. Más allá de fronteras se empezó a llamar a Bor el “Príncipe Loco”, pero también algunos le llamaban “Profeta de la Ciencia”.

EL RAYO. “Con sucesivos ensayos y mejoramientos, el “Rayo” fue adquiriendo potencia. La energía de radiaciones de material atómico, artificialmente excitado al máximo prudente, era “canalizada” y conducida a un aparato emisor. La canalización significaba “suma”, aumento sucesivo de energía, y teóricamente se podía llegar a cualquier magnitud. Varias “canalizaciones” primarias se juntaron en una sola secundaria y se obtuvo una potencia grandísima, que entrañaba peligro para el operador por las inevitables pérdidas superficiales. El emisor era un reflector parabólico de “canasta”, que enviaba el haz de rayos concentrados donde se quisiera. Variando la posición del foco del reflector y su dimensión, se variaba la frecuencia y la fase. Los primeros ensayos, aún en pequeño, dieron resultados sorprendentes y pavorosos. A un kilómetro, una cabra moría instantáneamente, y un árbol ardía antes de 30 segundos de exposición; un fuego sobre una roca desnuda se apagaba cuando se accionaba correctamente el enfoque del emisor. ¿Había continuado en Mercial el compañero que huyo, y conocía la idea teórica de Bor, con ensayos en este sentido? Él había muerto, pero podía haber dejado el principio. Efectivamente así fue: en la ciudad capital de Mercial tenían un pequeño emisor de pruebas.

TELE-RADAR. “Te dije que la seguridad contra intrusos en las usinas de Bor era absoluta. Se basaba en un sistema que él llamó “tele-radar”. El radar está basado en que una onda emitida, al chocar contra un cuerpo cualquiera, vuelve atrás en parte, por causa de la reflexión. Pero todo cuerpo, en cualquier estado y condición, emite radiaciones propias. Por eso, la onda de radar que vuelve reflejada no es igual a la que fue, sino que trae consigo alteraciones producidas por las radiaciones del cuerpo que hace de reflector. La particularidad del “tele-radar” es que dice “quién” es el reflector. Conectada la onda reflejada a un sistema parlante especial, se traduce en un sonido; como cada cuerpo tiene radiaciones propias, tendrá un sonido propio. Basado en la “sintonía”, se gradúa el aparato de modo que ante la presencia de “los de la casa” quede mudo, pero ante la presencia de un “extraño” hace funcionar un sistema de alarma, sónico o lumínico. Mira, es el mismo aparato captador de pensamientos con que te investigamos a ti, desde lejos, en la Tierra. Cada usina estaba protegida por una red de tele-radar.

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“DOMIS”. “Al hacer unos ensayos en busca de un nuevo motor atómico electrónico, uno de los ingenieros jóvenes notó que el aparatito variaba de peso. Nació así la idea del “domis”, que pronto estaba ya siendo ensayado. La primera gran dificultad fue cómo proteger al piloto de las radiaciones de los materiales atómicos excitados, en un espacio tan pequeño. La segunda, hallar un sistema práctico de control del aparato. “Era extraordinario ver cómo trabajaba el cuerpo científico del Principado. Hacía 35 años que los cinco primeros se habían instalado allí, cuando hallaron el “domis”. Eran ya catorce sabios. Bor tenía un hijo y una hija; los otros: uno dos hijas y un hijo, otro dos hijos, y el otro dos hijos y una hija. Diez jóvenes ingenieros y químicos, que unían sus esfuerzos a los de sus padres. Eran como una familia: se querían y confiaban, y merecían la confianza. No había reglamentos, pero prácticamente Bor era el jefe. Cada tarde, una hora antes de entrar el Sol, suspendían sus trabajos y se reunían en asamblea: cambiaban impresiones, conversaban. Cada uno estaba haciendo un trabajo, pero cada nueva idea, o dificultad, o descubrimiento, era comunicado a los otros, por si, aún en la abstracción de su propia tarea, encontraba algo para ayudar en la investigación del compañero. Así, también, si llegaba a faltar uno, no se perdían esfuerzos ni conocimientos. Se hacía todo lo posible por evitar la unilateralidad del intelectualismo, que tanto mal estaba haciendo en las naciones vecinas. Terminaban la reunión con un instante de silencio y meditación; y luego de una breve oración, que pronunciaba uno y otro, se retiraban a sus casas. Nunca trabajaban por la noche, salvo casos especialísimos. “La roca dominante en todo el planeta es una roca feldespática rosada- marrón, con predomino en sales de aluminio. Por medio de un sistema hidro-termo-eléctrico, separaban el aluminio con el cual obtenían distintos tipos de aleaciones. Era justamente el material que necesitaban para construir el “domis”. Domis era un ave legendaria del tipo del águila que, llevando en sus garras a un antiguo rey, lo paseó por encima del ejército enemigo. El conocimiento de la posición precisa de los distintos cuerpos contrarios, le permitió obtener una brillante victoria, que salvó a su país de la servidumbre. “Se trabajó ensayando dos formas básicas: la esférica y la de “cigarro”. Con la forma “cigarro” podía disminuirse el volumen total del aparato, pero el movimiento, para disminuir el roce atmosférico, debía efectuarse en el sentido del eje mayor. La forma esférica requería un mayor volumen para dar espacio al piloto, pero podía moverse en cualquier sentido. Además, la forma circular del anillo exterior, de circulación electrónica, aumentaba el rendimiento. Desde el primer vuelo, el éxito coronó la empresa; la docilidad y exactitud de movilidad del “domis” era perfecta

EL FUERTE. “El peligro de una nueva guerra, que ellos veían poco menos que inevitable, y que seguramente no respetaría neutralidad de ninguna nación; el peligro de los espías de Duarán y su bando, enormemente

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activos, que ya habían intentado varias veces esquivar los sistemas de alarma; la necesidad de estar cerca unos de otros en sus trabajos; y la necesidad de un sistema de “Rayo” múltiple, ultra-poderoso y de control único, los llevó a la construcción de un Fuerte: un gran edificio que contuviera todos los laboratorios, usinas y fuentes de energía atómica. Comenzaron la construcción de lo que hoy es Palacio del Essi. En el centro de un gran exágono de unos cien metros de lado, construyeron una gran cámara subterránea a prueba de cualquier explosión de superficie, para central de energía atómica y depósito de materiales. De inmediato levantaron los seis vértices con sus grandes torres, para los reflectores del “Rayo”. Los técnicos y obreros eran excelentes. Además, las formidables máquinas, totalmente automáticas, controladas por un “cerebro electrónico”, trabajaban noche y día, sin un segundo de interrupción. ¡En dos años, el Fuerte estaba construido y todo instalado en él!

POBLACIÓN. “La población del Principado de Leria, jurídicamente propiedad particular, e independiente del príncipe Bor, era comparativamente muy reducida. Las familias de los cuatro sabios, las familias de ochenta y dos técnicos industriales, las familias de cuatrocientos sesenta y cinco obreros, las familias de treinta y seis agricultores, y las familias de veinticinco guardias del valle, sumaban un total de dos mil y cuatrocientas cincuenta personas. No había ejército, ni otro elemento propio para la guerra que el “Rayo”; ni cañones, ni bombas explosivas, ni aún los “domis” estaban armados.

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XXVIII – EL FIN

HORA FATAL. “En el resto del planeta, los acontecimientos no habían variado de la orientación que te expresé en conversaciones anteriores. Todo convergía a demostrar que el Hombre se preparaba para eliminarse mutuamente, en vez de tratar de vivir en concordia y colaboración. Después de cuatro mil años de vida humana organizada y en progreso, la población seguía dividida en dos grupos reales: un pequeño, con cierta preparación, que dirigía; y otro inmenso, ignorante, sin voluntad, que era dirigido. Esto sucedía en todos los órdenes de la vida, salvo la economía individual: en lo espiritual, en lo moral, en lo cívico, en lo intelectual, en lo artístico; en todo, la masa amorfa del pueblo se dejaba llevar, a veces arrastrar. Por este estado de cosas, la culpabilidad criminal de los grupos dirigentes no tiene atenuantes de ninguna clase. Su crimen es doble: no prepararon al pueblo, y no supieron guiarlo. Primó en ellos el egoísmo, el deseo de mando, y no supieron estar a la altura de su inmensa responsabilidad. El extraordinario adelanto de la Ciencia, en todas sus ramas, dio a todo el que no pensara a fondo, la impresión de que la Humanidad se había elevado muchísimo. Gravísimo error. Los que realmente supieron más Ciencia, los que hicieron brillar su intelecto, constituyeron siempre un número reducido comparado con la muchedumbre de los que permanecían en la sombra de la ignorancia o en la penumbra de un conocimiento sólo superficial. El pueblo, la inmensa muchedumbre, sólo aprovechó en su vida, material, la aplicación práctica de los adelantos científicos; sólo tuvo una participación material y pasiva. Los beneficios reales de las extraordinarias conquistas, fueron más aparentes que reales, porque las masas no estaban preparadas moralmente, no estaban educadas para comprender el alcance y significado de los adelantos. Se mantuvo al pueblo en la triste situación del inferior que recibe, frente al superior que da. Si a una oveja se le construye un palacio, con todos los adelantos modernos: aire acondicionado, alfombras magníficas, etc., la oveja lo usará, vivirá bestialmente satisfecha, pero por circunscribir su satisfacción a lo material, permanecerá siendo una bestia. No se elimina la realidad de que es una oveja. Eso se hizo con el Hombre. Se le dio medios para sus satisfacciones materiales, de animal, pero no se le ayudó a que fuese más Hombre. Continuó dependiendo de dirigentes, que lo único que hacían, a veces, era tratar de que esa dependencia no fuese notada, por menos molesta. El pueblo fue una víctima engañada y traicionada. Muchos conceptos

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materialistas eran enseñados desde la niñez, como si fuesen verdades científicas, cuando en realidad no eran nada más que suposiciones de algunos teorizantes; suposiciones no demostradas y aún indemostrables; pero al pueblo, y a los teóricos de barniz, se le exponían como verdades irrefutables. Los demagogos políticos y sociales declamaban co énfasis: “El pueblo es tal cosa”. ¡Mentira! El pueblo no tenía idea propia sobre el asunto, ni estaba preparado para tenerla. El pueblo estaba formado por una grandísima mayoría de individuos capaces de ser Hombres, pero se les trató como a incapaces y se les mantuvo siendo individuos. “Las relaciones entre los grupos de naciones eran muy tirantes: Duarán, con su extraordinaria potencia humana, y la suposición de que las Democracias no lo atacarían; Mercial y las democracias, con su inmenso potencial industrial, la capacidad de sus Hombres libres, y su poderío bélico, suponían que Duarán no se atrevería a atacarlos; las del tercer grupo, las egoístas oportunistas, tratando de sacar ventajas. “La República de Leria cumplía cincuenta años de independencia. Grandes festejos habían sido programados para conmemorar el momento histórico en que el Príncipe Bor renunció voluntariamente a sus derechos y la declaró libre e independiente. Salvo un acto académico, en que Bor había de tomar parte, con asistencia de representantes de todas las naciones, los actos restantes serían esencialmente populares y culturales. El deportismo, de gran ascendiente en el pueblo, era también campo de la rivalidad internacional. Desde muchos años atrás, por temor a violencias, los equipos de Mercial y de Duarán no se habían puesto frente a frente. Como un homenaje a Leria, habría en la gran fecha un torneo internacional en el que tomarían parte deportistas de Duarán y de Mercial. Leria tenía uno de los mejores estadios del mundo, con capacidad para más de 300.000 espectadores. Los dos equipos antagónicos habían ganado ya tres encuentros cada uno, y habían de luchar entre ellos. Aparecían como dos conjuntos parejos, con igualdad de méritos. Llegó el día de la justa. No menos de 200.000 espectadores llegaron desde Mercial y Duarán a alentar a sus parciales y presenciar el encuentro. Los asientos se habían vendido todos, tres días antes del partido. Se habilitaron los taludes de césped, que dieron cabida a varios miles más hasta llegar a un total de 400.000 asistentes. La población del Principado había concurrido en masa; sólo unas cien personas habían quedado en total. El mejor Juez de Leria dirigió el encuentro. Se inició co estridentes aclamaciones de los parciales. Era evidente el nerviosismo de ambos bandos. Hubo un primer instante en que se realizaron jugadas bruscas, mas el Juez, pensando con justicia y amenazando con expulsión, encauzó el desarrollo. De pronto, sorpresivamente, en buena jugada, el equipo de Duarán marcó el primer tanto, con gran entusiasmo de sus parciales, desde luego justificado. El triunfo parcial los animó y Duarán comenzó a presionar tan peligrosamente que conquistó un nuevo tanto. El griterío fue ensordecedor, y el entusiasmo, en gente no acostumbrada a controlar sus impulsos, los llevó a expresiones groseras, insultantes, para los contrarios. Las autoridades de Duarán, convencidas del triunfo final, colocaron altoparlantes en las calles y

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plazas de sus ciudades, ya que el pueblo tenía pocos receptores particulares, y les era vedado escuchar del extranjero. Cada ciudad fue así un hormiguero de entusiasmo y gritos. Se llegó al colmo cuando, casi al término del primer medio tiempo, Duarán conquistó magníficamente un tercer tanto. Fue el disloque, el odio, la bestialidad, la irreverencia, cultivadas en Duarán para matar la personalidad, y que hicieron eclosión en aquel grupo de asistentes que veía triunfar a los suyos. Cuanta palabra y gesto soez e insultante conocían, fue usado contra los contrarios en derrota, y aún contra todo el resto del público. Afortunadamente para el caso, la casi totalidad de ese público ignoraba el valor de esas palabras en idioma extranjero. “Las transmisoras de Duarán hablaban de un público enloquecido de entusiasmo que vociferaba diciendo que en la misma forma derrotarían a los cobardes de Mercial en los campos de batalla el día que quisieran combatir. ¿? Por cinco minutos fue imposible recomenzar el encuentro, cuyo primer medio tiempo terminó de inmediato. “El equipo de Mercial, en derrota pero sereno, se retiró en silencio hacia el lugar de descanso; el otro equipo, por el contrario, envalentonado, convencido de su victoria, se entregó a toda clase de expresiones frente al público. En el segundo tiempo cambió radicalmente el panorama del juego. Los muchachos de Mercial, alentados por sus dirigentes, volvieron a la pista con nuevos bríos, y jugaron tan bien que antes de quince minutos habían anotado dos brillantes tantos. La reacción de Mercial había sido tan imprevista y efectiva que los de Duarán estaban totalmente desorientados. Vítores y gritos de aliento se oían de un lado de las tribunas; un hálito de tormenta, del otro lado. Marcial dominaba netamente el juego y presionaba peligrosamente sobre las últimas líneas de Duarán. De pronto, en un intrincado amontonamiento frente a la valla de Duarán, con sucesivos tiros y rechazos cortos, la pelota rebotó en una rodilla del Juez y penetró en la red. El Juez sancionó tanto. No cabía otra cosa. Mientras el pueblo adepto a Mercial festejaba con ensordecedores gritos el tanto del empate, los parciales de Duarán hoscos, en tensión, sólo daban algunos gritos roncos en contra del Juez. Los jugadores de Duarán protestaban airadamente, pero el Juez mantuvo su fallo. Uno de los jugadores se insolentó y le amenazó con puntapié. El árbitro decretó de inmediato su expulsión. El jugador sancionado se negó a obedecer, y pretendió resistir a la guardia de policía. Como algunos de sus compañeros salieron en su defensa, comenzó una pequeña riña en el field. De pronto, la masa de partidarios de Duarán se puso de pie, y con gritos salvajes invadió la cancha. Jueces, jugadores, policía, todo fue absorbido por aquella ola vociferante y amenazadora, que en menos de lo que es necesario para contarlo estaba pisoteando salvajemente casi un centenar de cadáveres. Una parte del público restante, horrorizada, comenzó a huir; esta actitud excitó aún más a la horda, que enceguecida en su bestial furor desencadenado, atacó al público y comenzó a destrozar todo lo que hallaba a mano. Pronto fue una verdadera batalla; salieron a relucir armas y corrió la sangre. Los cronistas de radio continuaban transmitiendo lo que veían, pero interpretándolo a su modo. Uno de los de Duarán anunciaba que

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sus parciales habían sido agredidos por grupos preparados de ex profeso. El gobierno de Duarán conminó al de Leria a establecer el orden y cesar la agresión, o su ejército iniciaría acciones punitivas, dándole un plazo de 15 minutos. Marcial advirtió a Duarán que no toleraría que un solo elemento guerrero penetrara en Leria. “Pudo quedar ahí el asunto, pero no quedó. El asesino, cuando desenfunda su arma, necesita matar. Duarán no era capaz de la sensatez necesaria para dar marcha atrás. Pensando que aún podía atacar primero, sus escuadrillas de bombarderos alzaron vuelo. Apenas se habían movido, cuando Mercial, y también Bor, lo supieron por sus sistemas de alarma, y se prepararon.

UN MUNDO EN LLAMAS. “Bor había concentrado su gente, salvo los guardias, en el Fuerte, mientras que seis “domis”, desde gran altura, observaban, listos a informar toda novedad. Los trágicos acontecimientos se sucedieron con una rapidez pasmosa. Cada escuadrilla, llevando su carga mortífera de explosivos termo-nucleares, tenía su objetivo señalado, y a él se dirigía volando a gran altura y velocidad, y haciendo abstracción de cualquier otra cosa. El infierno de fuego y destrucción comenzó con la capital de Leria: sólo dos bombas, y no dejaron piedra sobre piedra. ¡Ni un solo ser viviente! En la misma zona, otros tres bombarderos, cargados de explosivos con más lejano destino, fueron derribados por aviones ligeros de Mercial. Más de una decena de poderosas bombas, deflagrando en un área de pocos kilómetros, iniciaron el proceso de desintegración y explosión progresivas. ¡Toda la materia orgánica, abundante en esa zona de cultivos, se convertía, por las radiaciones y la elevadísima temperatura, en material explosivo! Llamas altísimas cubrían todo y llenaban la atmósfera. Cada ser viviente era una antorcha que en un segundo explotaba y propagaba más allá el proceso destructivo. Seis aviones de Duarán, en su loca sed de destrucción, engendrada en la propaganda del odio, avanzaban velozmente hacia el Principado. Un mensaje radial de Bor les intimó a volver atrás so pena de ser barridos por el “Rayo”. Una pizca de restante sensatez hubiera hecho desistir a los atacantes, pero no se puede esperar sensatez ni de fanáticos ni de esclavos. Contestaron, en su irresponsabilidad de bestias enfurecidas, con una palabra insultante y una carcajada. De inmediato, las torres de “Rayo” orientadas automáticamente por tele-radar, los alcanzaron con sus radiaciones potentísimas. La explosión simultánea de las bombas, casi a flor de tierra, cavaron el hueco en que está el lago Vaenli. Fue este un segundo foco de propagación que, a través de cultivos y pequeños pueblos, en parte avanzó hacia el valle. “Las escuadrillas de ambas fuerzas iban llegando sucesivamente a sus destinos, y así nuevos puntos de llameante destrucción y extensión fueron surgiendo sobre el planeta. Todas las defensas fueron puestas en juego, pero todas resultaban impotentes. Las transmisiones radiales de todas las grandes ciudades fueron pasando a brusco silencio, a veces, sin poder anunciar siquiera la muerte que llegaba. Los habitantes de las ciudades caían

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amontonados, como langostitas ante un lanzallamas. En el campo, animales y campesinos huían locos de desesperación, sin destino ni esperanza, para comenzar a arder de pronto y explotar. Los “Domis, desde su alto observatorio transmitían al valle sus impresiones. Dos de los relatores sufrieron desvanecimientos ante los espantosos espectáculos. “La capital de Mercial poseía una torre de “Rayo”, pero no suficientemente potente para detener a los atacantes a distancia que los pusiese a salvo de las consecuencias de las explosiones. Los enemigos no llegaron a la ciudad, pero las explosiones y la propagación de ellas arrasaron con todo. El silencio de la muerte cubrió a la más fuerte de las Democracias. No significó esto el triunfo para Duarán, aunque tal vez por un momento lo creyesen. Los aviones del grupo de Mercial estaban en el aire: tenían un objetivo, y fueron llegando. La más extraordinaria deflagración se produjo en la capital de Duarán y sus alrededores, cuando una veintena de poderosas bombas, poniendo en actividad las rocas cobálticas del fondo del mar Duaner, originaron la desintegración del agua, que ardió como vapor de nafta. En contados segundos, y tal vez uno solo, la Humanidad en varios cientos de miles de kilómetros cuadrados desapareció con toda su obra de miles de años. Uno de los “domis”, que quieto observaba desde 35.000 metros de altura, fue violentamente sacudido por la expansión de los gases y la onda de la expansión, y huyó, ganando altura, a su máxima velocidad. La sacudida conmovió a todo el planeta. Allá al Sur, Sudeste y Sudoeste, circunstancias especiales provocaron otras explosiones de singular violencia: una fábrica de abonos, yacimientos petrolíferos y de carbón, bosques y masas calcáreas, zonas de intensos cultivos. Dondequiera que hubiese material capaz de desintegrarse, a la explosión de las bombas se agregaban las explosiones secundarias. “Las acciones habían comenzado a las cuatro de la tarde; a las seis, al ponerse el Sol, sólo tres lejanas estaciones de radio se escuchaban, pidiendo desesperadamente noticias. Bor ordenó a los “domis” exploradores regresar al valle, porque las noticias anunciadas por otros dos que se mantenían sobre el Principado eran alarmantes. Por el Norte y el Oeste, la aridez de la meseta casi desprovista por completo de vegetación, formaba una natural protección; pero por el Sur y el Este el peligro se acercaba. Luego de la gigantesca explosión de la carga de los seis aviones detenidos por el “Rayo” en la zona fértil y cultivada, se extendió el incendio en redondo provocando nuevas explosiones espontáneas. Así se extendió la deflagración destructora hacia el Norte, amenazando llegar al valle. A unos 50 kilómetros de este, la tierra se volvía más y más árida, con menor vegetación, con sólo manchones boscosos y praderas esteparias con rala población ganadera. Al llegar a esta zona, las explosiones secundarias fueron menos frecuentes, pero todo ardía como un horno. Las llamas daban saltos de 600 a 800 metros, pasando de un bosquecillo a otro apenas el terrorífico calor los achicharraba. Por el Este, del otro lado de la cadena de montañas, tierra poblada y fértil, todo era un mar de fuego que avanzaba arrollador. ¿Podría esta cadena, con la franja de roca desnuda de su cumbre, ser una barrera? Árboles cada vez menos

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grandes y espesos, y arbustos, cubrían la ladera casi hasta la mitad; más allá era estéril y desnuda. ¿Sería suficiente esa franja? “Noche terrible: toda la población del valle había sido concentrada en el Fuerte. Los indicadores de radiaciones acusaban una cierta carga en la atmósfera. Todos los animales domésticos que se hallaron en las cercanías fueron metidos en el subsuelo, casi todos, animales de prueba en las investigaciones atómicas. El Sol, desaparecido hacía rato, dejó el lugar a una noche fantástica: reflejos rojos alumbraban las nubes de polvo y vapor en la alta atmósfera, y un retumbar de trueno lejano no cesaba un instante, revelando la prosecución de la destrucción. No se escuchaba ya ninguna transmisión de radio; las bombas habían llegado a todos los rincones del planeta. Los llamados de la Estación del valle se perdían en el silencio. Una interrogante terrible acosaba a aquel pequeño grupito que aún respiraba en el Fuerte: ¿Había desaparecido toda la Humanidad? ¿Habría, en algún lugar, grupos de Hombres aislados, rodeados de llamas, enloqueciendo de terror, a la espera de una salvación que no les llegaba? ¿No podrían ellos, con los “domis”, hacer algo? Los observadores, desde 30 a 40.000 metros, con potentes anteojos anunciaban que, no siendo hacia la región del Norte, en toda otra dirección sólo se veía un horizonte ardiente. Por el Este, el infierno de fuego ya había llegado al pie de la montaña y comenzaba su escalamiento. Desde el Fuerte se veían los picos y las aristas de la cumbre, nimbados de una aureola luminosa, como un amanecer. El crepitar se sentía bajo los pies. Desde el Sur, las llamas avanzaban con sus fantásticos saltos, en convulsivos incrementos. Si llegaban al borde del valle y tomaban sus bosques, todo estaba perdido. “Nada podía hacerse sino esperar, pero es terrible esperar en momentos como esos. Todos estaban reunidos alrededor de Bor y sus viejos compañeros; les miraban con ojos ya cansados de llorar en silencio, poniendo en ellos un resto de esperanza que no sabían en qué podía consistir. Los cuatro sabios, trágicamente serios y silenciosos, no quitaban la vista de los instrumentos. Los observadores continuaban dando datos distanciados. Las cabras balaban lastimosamente, y los conejos chillaban de terror ante un peligro que su instinto les revelaba. La carga de radiaciones crecía en la atmósfera, y la temperatura aumentó sensiblemente. La avalancha del Este fue mermando su violencia al trepar la ladera, pero no había desaparecido el peligro. Por el Sur, el mar de fuego avanzaba más lentamente, pero continuo, como la fiera que se acerca a una presa que sabe que no se puede escapar. De pronto, como si se hubiesen combinado, todos cayeron de rodillas y comenzaron a orar sollozando. Los nervios parecían prontos a estallar en crisis de locura, y buscaron refugio en su fe en Dios. Pasado un momento, renació la calma. Nueva expresión de serenidad iluminaba los rostros. Las condiciones exteriores no habían cambiado, pero sí las interiores. La desesperación fue reemplazada por humilde resignación. La maldad del Hombre le había arrastrado a aquel desastre; cada uno tenía parte de culpa. Delante del Ser Supremo no pedían justicia, sino misericordia”.

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EL RAYO. “De pronto uno de los ingenieros, recordando las primeras experiencias con el “Rayo”, se acercó a Bor y le dijo en voz baja: - Señor, ¿no se podría probar a detener el fuego con la acción del “Rayo”? “Una leve sonrisa iluminó la cansada faz del ya anciano príncipe. - Sí, hijo, se puede. Lo he estado pensando desde hace rato. Es el último recurso, porque si no es posible “sintonizar” bien, en lugar de aplacarlo lo atizaremos. Me alegro infinitamente que lo hayas pensado. Todos estamos traspasados de miedo, pero lo peor del miedo es que oscurece la mente, no deja razonar más. La mayor parte de los hechos heroicos han sido realizados por Hombres que fueron capaces de razonar cuando los demás ya no podían hacerlo. Eres valiente. “Bor les dijo a los demás que era preciso comer algo, y que la noche podía traer dura tarea; él mismo dio el ejemplo comiendo un poco de pan y frutas. “No habría ya más de 20 kilómetros entre el incendio que, estrepitoso, avanzaba del Sur, y la entrada del valle. Del otro lado de la montaña, al Este, habían cesado las explosiones y las llamas devoraban el bosque casi como un incendio corriente. Era ya seguro que no cruzaría la cumbre. Pero el peligro desde el Sur permanecía, y ya estaba a la puerta. Si algo había de hacerse, no podía demorarse más. Utilizando todos los “domis” disponibles, diez grandes y seis pequeños, se trasladó a la gente a un lugar en la meseta indemne del Norte. Los cuatro viejos amigos y dos de los jóvenes ensayarían el último recurso. Si fracasaban, huirían también. Se puso en marcha el “Rayo”. El tele-radar localizaba los puntos estratégicos. En el momento en que un bosquecillo comenzaba a arder, se enfocaba una torre de “Rayo” y se hacía una descarga. El primer impacto provocaba una intensa humareda negra; luego volvía a arder; nueva descarga de “Rayo; nueva humareda y nuevamente las llamas, pero evidentemente cada nuevo incremento del fuego era menos violento. Seis focos eran atacados simultáneamente, pero cada uno necesitaba varias “aplicaciones” para que se debilitase al grado de no ofrecer mayor peligro ulterior, y el frente que avanzaba tenía no menos de 30 kilómetros. Atacaron primeramente la zona más próxima al valle; la lucha fue larga, pero desde el primer momento vieron la posibilidad de triunfar. Los “domis” observadores los alentaban con sus noticias; desde arriba, ellos notaban la diferencia. Nuevamente fuero traídos los fugitivos, ya que el peligro por el fuego había casi desaparecido completamente. Los “domis” fueron utilizados para traer nieve. En rápidos viajes hasta el casquete polar llenaban sacos de nieve seca, cargaban los “domis” al máximo prudente y venían a descargarla en la zona Sur. Al principio fundía casi de inmediato, pero al cabo de horas de trabajo se notaba la bienhechora influencia. El cielo, completamente cubierto de nubes, no permitía la irradiación al espacio, y la temperatura había seguido subiendo. ¿Hasta cuándo aumentaría? ¿Podrían continuar defendiéndose? También las radiaciones contenidas en la atmósfera habían continuado aumentando. El aire estaba lleno de partículas

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atómicas y polvo, que hacían de diminutos focos; de seguir así, pronto ya no sería prudente permanecer a la intemperie”.

LLUVIA ARDIENTE. “El agua había desaparecido de la superficie, salvo el gran mar del Sur. En gran parte, al desintegrarse había ardido, y la restante se había evaporado y allí estaba en las altas capas atmosféricas, esperando el momento propicio para caer en lluvia. La temperatura era alta, demasiado alta para lluvias normales, pero la cantidad de vapor en la atmósfera era excesiva; llegando a la saturación, empezó a llover. Las gotas no llegaban a tocar la superficie del suelo, y volvían a evaporarse. En contacto con el caldeado suelo, de mineral en fusión en muchas partes, que aún continuaba ardiendo en otras, el agua volvía violentamente al estado de vapor, y de lluvia. Era la lucha titánica del agua contra el fuego, como había sucedido al comienzo del planeta, y de todos los planetas. El agua iba y venía; bajaba líquida, ascendía en vapor. La inmensa cantidad de polvo, ceniza y partículas atómicas proporcionaban núcleos de condensación. Las primeras precipitaciones fueron propiamente de barro ardiente, con temperatura muy superior a los 100 grados. Eso sólo era suficiente para terminar con toda manifestación de vida sobre el planeta, si algo había dejado el fuego. “¿Cómo pudo salvarse el valle de ese nuevo desastre? En el primer momento, por las naturales leyes meteorológicas; después, por el “Rayo” y los “domis”. Aún cuando toda la superficie estaba caldeada, había zonas de máximas: allí se formaba un centro de absorción y ascenso de aire calentado y muy cargado de vapor. Al llegar a las capas altas se condensaba en lluvia, que no llegaba al suelo. De las regiones polares, del gran mar del Sur y de la zona estéril del Norte y Noreste del valle, afluía aire más fresco a las zonas ciclónicas. Una de esas corrientes cruzaba el valle desde le sector Norte. Sin embargo, al transcurrir horas y horas en ese proceso cíclico del agua pasando a vapor para retornar a ser agua, los frentes de precipitación fueron extendiéndose alrededor de los centros en forma circular. Tres frentes avanzaban sobre el valle al promediar el segundo día: del Este, Sur y Oeste. Se había pasado de la noche al nuevo día sin notarse diferencias. Las nubes ocultaban al Sol, y grandes focos ardían aún en todas direcciones. “Los habitantes del valle se turnaban para descansar un rato y tomar algún alimento. Un nuevo motivo de alarma preocupaba a Bor: ¿qué reservas alimenticias tendrían? Los “domis” en su veloz traslado habían recorrido todo el planeta sin encontrar signo alguno de vida, ni de terreno indemne; si bien es cierto que la capa de espesas nubes no dejaba ver a los ojos, tampoco veía nada el tele-radar, ni las llamadas de radio recibían contestación. Las precipitaciones fueron siendo cada vez más abundantes. Verdaderas cataratas de agua caliente cayeron sobre las caldeadas rocas desmenuzadas por el calor, y en avalanchas incontenibles se precipitaron por las pendientes arrastrando cenizas, arena, grava, y aún grandes bloques. Las leves señales de la obra del Hombre que el fuego aún había dejado, las aguas las borraban. No quedaba nada que atestiguase el orgullo, la petulancia, la arrogancia y la

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presunción de los que habían estado dirigiendo el mundo: políticos, militares, intelectuales, artistas, sacerdotes, sino la destrucción y la muerte. “Nuevamente, la cadena montañosa del Este habría de ser barrera salvadora: el frente de precipitación que avanzaba de ese lado, se había detenido al llegar al pie. Las masas de aire fresco, al elevarse por sobre las cumbres, no lo dejaban trepar la pendiente. El frente del Sur se mostraba amenazador; adelantaba lenta pero continuamente. No se podía prever hasta dónde avanzaría. Entre los sabios del valle había algunos sumamente entendidos en meteorología, pero en el caso las leyes clásicas estaban completamente subvertidas por las condiciones anormales. En un momento en que el frente se acercaba ya demasiado, se le bombardeó con el “Rayo” provocando una condensación extra. En el lugar bajo la tormenta, verdaderos chorros de agua caían del cielo, pero el frente retrocedió. Así se le tuvo a raya cada vez que amenazaba demasiado seriamente. El mayor peligro estaba en el frente del Oeste, porque en forma natural de ese lado venían las tormentas a causa de la rotación del planeta. Normalmente, las nubes cruzaban por sobre la meseta, descendían un poco sobre el valle, y ante la barrera del Este producían lluvia; a esa modalidad se debía la esterilidad de la zona Occidental y Norte. Cuando el frente del Oeste comenzó a avanzar e invadió la meseta, sin esperar a que se acercara se le bombardeó con el “Rayo”. Se usaron las seis torres, para barrer una zona mayor. La meseta, que desde la despoblación de los bosques, hacía ya siglos, recibía escasísimas e irregulares lluvias, en esta oportunidad recibió todo lo atrasado, y aún más. Parecía una ironía: ahora que no le podía servir para nada, el agua le llegaba en abundancia. Este frente permaneció amenazante toda esa noche y el día siguiente. Por momentos, descargando el máximo allá a lo lejos, aún todavía caía una lluvia fina sobre el valle. Con la lluvia aumentó la carga de radiaciones en las capas bajas de la atmósfera. Poco a poco, los grandes centros de precipitación se fueron dispersando en otros más pequeños. Las nubes se ralearon y se elevaron. Enfriado el suelo, el agua se evaporaba en mucha menor cantidad. El resto se infiltraba en las rocas profundamente agrietadas y deshechas, para no salir tal vez nunca más a la superficie. Las conmociones violentas habían cesado. Sólo en contados lugares, por circunstancias especiales, continuaba el incendio, pero totalmente localizado y rodeado por zonas ya inertes a excepción de su altísima radiación. Los “domis”, en su continuo vagar, transmitían lo que veían a través de espacios entre las nubes”.

ENCIERRO. “El peligro inmediato había pasado. El incendio más cercano era el de los bosques de la ladera oriental de la cadena del Este, donde las leves lluvias producidas no lo habían extinguido, pero era plenamente evidente que no podía cruzar. El grupo estaba totalmente agotado de cansancio y nerviosismo. Quedaron dos centinelas vigilando los instrumentos de control y alarma, y en comunicación con los “domis”. Los demás, fueron a descansar. A noche transcurrió sin novedad. Los centinelas se hacían reemplazar periódicamente, y los “domis” regresaron todos al

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Fuerte. Al siguiente día, ya avanzada la mañana, salieron nuevamente, y sus noticias se redujeron a confirmar la magnitud del desastre: no había más señales de vida que aquél pequeño grupo del valle. La carga de radiaciones en toda la superficie del planeta, salvo en las mesetas estériles, era intensísima; y aún en la atmósfera, en el valle, eran sumamente peligrosas. El grupo debió permanecer encerrado. La estructura metálica del Fuerte y sus instalaciones defensivas internas eran una salvaguardia. “Sólo parciales bancos de nubes se movían en distintas zonas; el resto del cielo estaba despejado. Conminando a los demás a no salir del Fuerte, Bor y los principales, en seis “domis” grandes, salieron a una recorrida de inspección. se movían ordenadamente, examinando con todo cuidado y comunicándose unos con otros. El espectáculo era aterrador: roca desnuda y resquebrajada, arena y lodo de ceniza. Nada más se veía. El lago Vaenli, recién formado, estaba repleto de agua turbia, humeante. Los cauces de los ríos habían desaparecido bajo capas imponentes de materias arrastradas por el agua, que no se veía sino en reducidos charcos. El gran mar del Sur se había retirado muchísimo, dejando muy salientes sus pocas islas pequeñas en las que lucían aún sus arbustos; sus aguas eran sucias. Los valles había desaparecido, cubiertos por aluviones. Todas las partes bajas, que fueron cubiertas con lodo de ceniza y arena, presentaban un tinte oscuro; todo lo demás era del color rojizo natural de las rocas feldespáticas. “Duaner, el mar de Duarán, estaba cubierto de neblina: las intensísimas radiaciones del cordón de rocas cobálticas, que habían desintegrado el agua produciendo la mayor conmoción del desastre, unidas al calor del suelo, volvían a evaporar las aguas de lluvia. En algunos lugares, materiales profundos de la corteza continuaban ardiendo sin violencia. No se distinguían restos de nada que pudiese revelar que allí había habido Hombres, salvo la capital de Mercial, donde los escombros calcinados daban ciertos indicios. ¡Y habían bastado tres días para cambiar en forma tal el aspecto y contenido de todo el planeta! Comprendieron que si las radiaciones no terminaban con lo que quedaba de vida en el valle, tendrían que luchar por el agua, que en adelante sería sumamente escasa. En los días siguientes, cada vez que un banco de nubes cruzaba sobre el valle, bombardeándolas con el Rayo provocaban lluvia suave, a fin de almacenar agua en el subsuelo. A la vez, la precipitación descargaba la atmósfera de sus peligrosas radiaciones, que el suelo absorbía y neutralizaba en parte”.

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XXIX – RADA NAEL

CENSO

“Quince días aún debieron pasar, antes de resolverse a abandonar la protección del Fuerte. Provistos de instrumentos y protección habían inspeccionado el valle, midiendo las radiaciones. Eran aún importantes, pero tendrían que ir adaptándose a ellas. Pasarían muchísimos años, que no se atrevían a calcular, antes que desapareciesen totalmente del planeta; y los vientos, con el polvo, traerían siempre nuevas cargas sobre el valle. Se pusieron en libertad algunos animales a fin de hacer ensayos: cabras, conejos y gallinas. Su propia naturaleza, instintivamente, parecía advertirles del peligro: por propia iniciativa, luego de vagar algunas horas, regresaban a la protección del Fuerte, sin que se notase en ellos ningún síntoma inmediato de peligro para sus vidas. “Las lágrimas corrieron silenciosamente por las mejillas de aquella gente el día que salieron todos a pleno aire libre. Era como un nacer de nuevo. Habrían de comenzar una nueva etapa de vida. Lo más urgente era conocer con qué medios materiales contaban para elaborar un plan. Iniciaron un censo minucioso: eran 86 personas: 10 ya en edad avanzada; 7 matrimonios maduros; 15 matrimonios jóvenes; 16 jóvenes; y 16 niños. Los animales se reducían a 35 cabras, 12 cerdos, 22 conejos, 42 cuises y 163 aves varias. “Al dar Bor la orden de urgente concentración en el Fuerte, los que no habían ido a los festejos en Leria, se juntaron llenos de espanto. Sólo habían transportado esos animales, hallados cerca. Los demás, incluido el ganado mayor, aterrorizados, se habían refugiado en el bosque, y allí habían perecido. Aún muchos cerdos, conejos y aves habían muerto en sus corrales. En reservas de alimentos no estaban tampoco muy abundantes. La casi totalidad de la población del Principado eran obreros industriales que apenas cultivaban una huerta, y los alimentos básicos, salvo la carne y la leche, se importaban en su mayoría. Había 620 sacos de granos y otros tantos de patatas. La provisión de alimentos envasados era considerable, pero no podrían renovarla. El espectro del hambre se cernía sobre le pequeño grupo. Reservando un mínimo de 1.000 kilogramos de cada especie par siembra, cuya cosecha no podría esperarse antes de unos 200 días, sólo podrían disponer durante ese tiempo de unos 180 gramos de grano por persona y por día, y algo menos de patatas, algunos alimentos envasados y hortalizas

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frescas; nada de carne, ni huevos, ni leche, y casi nada de sustancias grasas. Es decir, una alimentación limitada a base de hidratos de carbono y sales minerales, poquísimas proteínas y grasas. “No había ningún problema industrial de urgencia, así que todos los científicos del grupo se dedicaron a buscar solución al problema alimenticio. Azúcar, podían obtener de inmediato de la madera. Algunos granos de leguminosas, con cierta riqueza en grasa, fueron destinadas a cultivos. Todos se lanzaron al bosque en busca de nuevos vegetales. Muchos eran comestibles, pero no aportaban lo que ya no dieran las hortalizas cultivadas. La ciencia agrícola pasó al primer lugar. Sabido era que las radiaciones provocaban trastornos en el crecimiento y facultad genética de todos los seres vivos, animales y vegetales. Las plantas no crecían, y las de los bordes del valle comenzaban a morir. Un semicírculo de muerte, de Este a Oeste pasando por el Sur, empezó a comprimir el valle. Un sentimiento de angustia, tal vez más dura por ser callada, oprimía todos los corazones. ¿Qué importaba el hoy, sin una luz para el mañana? Es característica del Hombre, porque es característico de lo elevado que hay en él, de lo que no le permite no reducirse a ser sólo bestia, el poder recordar el pasado y tener conciencia del futuro. El presente, el hoy, es sólo importante para la animalidad. El Materialismo, que es esencia egoísta de lo animal, dio suprema jerarquía al instante mínimo del presente, desoyendo al pasado preceptor, e ignorando y despreciando el porvenir sustentador. Así, por el hoy pasajero e individual, la Humanidad de Marte mató el mañana eterno y colectivo. Cada uno, en su ceguera moral, por propiciar su “yo”, obstruyó el “nos”, sin comprender que en el Hombre sin “nos” no hay “yo”. “Hace de esto 402 años terrestres, en vuestro 1.549, y desde entonces nuestra preocupación primordial ha sido educar moralmente al Hombre para que sepa vivir como tal entre sus semejantes, con real conciencia de su lugar en la colectividad; dar a cada uno el valor real que tiene en el conjunto: eso es humildad, apreciación del valor justo, ni más mi menos, como persona, dentro de la Humanidad. La vida de la persona no es sólo vivencia de lo material: es interpretación y ubicación correcta. “Se creía posible construir un “domis” suficientemente grande y dotado como para ir hasta la Tierra, que sabían que estaba habitada. Emigrar no era posible, porque las condiciones terrestres no son aptas, por presión y densidad, para nuestra vida allá, pero se podría traer alimentos robados. ¿Era robar? No se conocían las condiciones en que se vivía allá, pero bailaba en aquellas mentes que buscaban la perfección, la idea de que “las circunstancias que generan un hecho no alteran el significado moral del hecho”. Se empezó a construir el “domis”; debía tener una capacidad de viaje no menor de seis meses, espacio para traer provisiones si era posible obtenerlas sin robarlas, seguridad absoluta para sus tripulantes, y control de composición y presión del aire interior. Mientras un grupo de obreros trabajaba en esto sin descanso, otros estaban construyendo nuevas casas más cercanas al Fuerte; por su parte, los científicos habían logrado algunos triunfos: una pequeña planta herbácea, muy común en ciertos lugares del

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bosque, de hojas carnosas muy oscuras, era muy rica, comparativamente, en proteínas. Su sabor natural no era agradable pero se le corrigió aderezándola con agregado de sales minerales y vitaminas. Resultó un buen alimento. En lo alto de las laderas eran comunes las ardillas, que habían muerto en su mayoría, porque abundaba allí un arbusto leñoso, espinoso, cuyas bayas comían. Esas bayas resultaron con buena proporción de aceite, de aceptable calidad y sabor. Se obtuvo así algo de aceite, y aún la pulpa de la almendra, una vez exprimida, era usada en la alimentación. Varias gramíneas que crecían en las partes abiertas del bosque producían un grano pequeño pero perfectamente comestible; se iniciaron de inmediato cultivos de reproducción y selección. Todas las nuevas siembras se hicieron en distintos lugares donde los ensayos revelaban la menor radiación del suelo. Habían comprobado también que no se veían aves silvestres, ni insectos, ni reptiles, ni moluscos, ni batracios. Al parecer, toda vida animal, o casi toda, había desaparecido”.

ORGANIZACIÓN. “La vida en el valle se había normalizado. La salud era excelente, y el régimen alimenticio soportado con entereza. En uno de los días de descanso semanal, después del momento devocional que tenían por costumbre realizar, Bor se dirigió a la asamblea para hacer una declaración y una proposición. Si no sus palabras, sus ideas fueron las siguientes: - Este valle, como Principado de Leria, era una propiedad particular del Príncipe Bor, que era yo. Todo lo que en él había, era mío. Vosotros, salvo mi mujer y mis hijos, erais empleados por un sueldo. Yo era el patrón y dirigía. El afán de dominar a otros arrastró a la Humanidad a este desastre del cual sólo nosotros nos hemos salvado. Hemos de reconstruir la vida sobre el planeta, pero hemos de reconstruirla eliminando los errores que arrastraron al mal. Que ne nuestra sociedad seamos realmente iguales: n haya más patrón y empleados, ni ricos ni pobres, ni dirigentes y dirigidos. Yo renuncio, en beneficio de todos, a todo lo que tenía. Cada uno será dueño sólo de lo que sea de uso personal; todo lo demás será de todos. Hasta ahora todo era mío, y la responsabilidad era también toda mía. En adelante, siendo todo de todos, la responsabilidad total sea también de todos. Os he amado a todos: a unos como hermanos, a otros como hijos. He querido ser justo; si a alguno le hice un mal injustamente, le pido que me perdone. Seamos una familia: todos hermanos; reemplacemos a aquellos que hemos perdido, llenemos con amor el vacío que abrió el odio, nadie piense primero en sí mismo sino en todos los demás. Cada uno haga del bien de todos, su aspiración de bien. El “yo” egoísta creó esa Humanidad que se destruyó locamente a sí misma; hagamos que el egoísmo no vuelva a aparecer entre nosotros. No pensemos más en “yo”; pensemos en “nosotros”. Hay en el Hombre capacidad y posibilidad de superioridad; hagamos de esa superioridad humana y colectiva, la razón y finalidad de nuestra vida; cada uno tiene derecho, y deber, a una vida elevada e integral de su personalidad; cada uno tiene derecho, y deber, de que los demás alcancen esa vida integral. ¿Qué haría uno de nosotros si hubiese quedado él solo? ¿Para qué le serviría la vida y los bienes que

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hubiese conservado? La vida sólo tiene cabal significado como parte de una colectividad. Procuremos el bien y el gozo de la comunidad, y hallaremos nuestro bien y gozo. “Servir”, sea nuestro lema: servir y amar a cada uno de nuestros compañeros, con verdadero sentimiento de fraternidad. Desde este instante renuncio a mis derechos personales de propiedad y os los paso. Todo para el bien de todos. Seremos como una pequeña Nación en la que cada uno es gobierno y juez. La asamblea tendrá autoridad suprema y resolverá en próximas reuniones su modo de actuar. Las tareas y servicios públicos serán hechas por todos, en turnos. El que tenga algo que pedir, debe hacerlo con espontaneidad y franqueza; es un deber usar los derechos. Seamos como hermanos, vivamos como hermanos; no más envidias ni amor propio, ni mentiras y engaños, no más ambición de dominio, no más ignorancia; sólo con amor y renunciamiento podemos albergar la Paz. La Paz fue extranjera en el mundo; hagámosle un trono entre nosotros. Sea en adelante nuestro valle: “Rada Nael”, “Valle de la Paz”. “Las lágrimas corrían silenciosas. Todos amaban a Bor; nadie estaba allí obligado, ni a nadie le faltaba nada. Lo que ahora proponía ya era una realidad desde hacía tiempo, sólo que él dirigía. En próximas reuniones se fue estructurando el plan de funcionamiento de la sociedad. Bor, que desde hacía mucho tiempo pensaba en ello, tenía todo un plan preparado. La Ciencia que, mal usada en el mundo, causó su ruina, bien usada en el valle, le salvó; en Rada Nael habría de guiar todas las tareas: se creó el consejo de Sabios, integrado por los cuatro ya ancianos y once jóvenes. Se quiso dar a Bor el título honorífico y se le nombró “Essi”: jefe moral. Él protestó, pero dio el ejemplo sometiendo aún sus convicciones a la voluntad de la Asamblea. No era autoridad civil, sino puramente moral; un Príncipe simbólico. La costumbre persistió: él fue Essi I; yo soy Essi XI. No sé lo que se dirá de mí, pero todos los Essi respondieron a la confianza depositada en ellos; fueron guías morales. “Desde el principio se dio la primera importancia a la educación moral de la juventud: repararlos para que ocuparan dignamente el lugar que les correspondía en la colectividad. No se concebía instrucción sin educación. El “Derecho Individual”, esencia de la personalidad, evolucionó hacia el concepto del “Deber Individual” ante el “Derecho Colectivo”, sin desmedro de la personalidad, que por el contrario se fortaleció al dejar de ser centrípeta para ser centrífuga. Se agrandó y se elevó al buscar su desarrollo en dar, y no en recibir: es más grande servir, que ser servido. El que más da es el que más tiene. Dar es tener. El egoísmo engendrado por el materialismo no permitió al Hombre ver su verdadero lugar: amó para adentro, siendo que el amor es, cuando es para afuera: amor es amar, no ser amado. “La “teoría” del Estatismo de Duarán tenía principios un tanto parecidos, pero materialistas fanáticos, negadores del espíritu, considerando y exaltando sólo la materialidad, al ejercer el control absoluto sobre el individuo, le hicieron esclavo porque le impusieron sus principios. Es así que resulta más incomprensible que muchos “intelectuales”, en contacto con manifestaciones del espíritu, pudiesen aceptar y propiciar semejante negación de la

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personalidad. Nosotros hemos considerado siempre lo espiritual sobre lo material; buscamos desarrollar personas, y le buscamos ubicación dentro del concierto de personas. No se impone nada, sino que se crea una íntima necesidad que impulsa. Tratamos de que reine la moral por convicción, pero cada uno tiene derecho de no serlo. Ellos suprimían el derecho de no ser; no ser era delito, y se penaba como tal. Entre nosotros no hay juicios; por tanto, no hay penalidad: cada uno es su propio juez. Hemos vivido felices en nuestra fraternidad, todo lo hallamos en ella, nadie buscará nada fuera. “En un acto solemne, todos los mayores de 12 años juraron la “Constitución”, que constaba de un solo artículo: “Juro ante Dios que todos me serán hermanos y yo seré hermano para con todos”. “Fue un año de privaciones en el alimento. Las siembras sufrieron mucho, crecieron lentamente, y no fue muy abundante el producto, pero no hubo hambre; ni aún la limitación alteró el rendimiento del trabajo. Los animales fueron atendidos con sumo cuidado: por la tarde temprano se les guardaba en el Fuerte; más tarde se les construyó un local especial. Su salud era excelente y estaban robustos, pero mermaron sensiblemente en su poder genético. El segundo año, y desde entonces acá, hubo abundancia de alimento vegetal. A veces, vientos del Sur traían polvo cargado de radiaciones, con nuevas amenazas; pero no hubo ningún accidente vital. Bor dedicó el resto de su vida enteramente a la organización de la pequeña sociedad. Había escuelas, primaria y superior, con programas totalmente renovados, en los que se suprimía todo lo que no fuese realmente necesario. Desde el tercer año, cada familia tuvo su casa y su huerto, que debía cultivar. Se hizo común contar el tiempo por el número del Essi; en esa forma te iré desarrollando los acontecimientos.

Essi II. “La vida de Bor había sido extraordinariamente agitada, y siendo robusto siempre halló fuerzas para luchar; parecía que las luchas le daban nuevas energías en lugar de quitárselas. Pero cuando al cuarto año todo estuvo en calma y en desarrollo normal, se marchitó y murió en muy poco tiempo. No hubo enfermedad, sino agotamiento. Pocos días después de la muerte de Bor, se inició la búsqueda del nuevo Essi. Se estudiaron todas las facetas de la personalidad de los candidatos, antes de designarlo. Durante su período se continuó con los ajustes de la organización. Se terminó de construir el “domis” grande, que Bor había hecho suspender. En su mecanismo y partes, era igual que los actuales. Se inició entonces también la construcción del Telescopio con “refuerzo de imagen”.

Essi III. “El problema alimenticio había desaparecido totalmente. Grandes reservas de granos y tubérculos ponían a la población completamente a salvo de las alternativas de un año no propicio. El Consejo de Sabios se entregó a la creación y perfeccionamiento de todas las máquinas, en procura de que toda tarea pudiese realizarse mecánicamente, y en lo posible automáticamente. Cada habitante, en su casa, debía tener todas las comodidades. La energía nuclear no accionaría más el “Rayo”: llevaría

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calor, luz y energía a cada hogar. El “domis” grande fue probado a fondo en continuas recorridas por sobre el planeta.

Essi IV. “Habían transcurrido 76 años al ser nombrado el Essi IV. Las condiciones biológicas no habían cambiado mucho. La población humana y animal había aumentado limitadamente. Se hizo el primer viaje fuera del planeta, llegándose hasta Bori y Muni. Se comprobó el perfecto funcionamiento del aparato en cualquier condición, y se comenzó a planear un viaje hasta la Tierra. se construyó para el “domis”, y se le instaló, un sistema de tele-radar “detector de pensamientos”, que sería necesario para el estudio de los habitantes de la Tierra. el problema del agua era ya serio; se construyeron las máquinas y mecanismos para la construcción del acueducto que trajese agua desde el lago Vaenli.

Essi V. “Se construyó el acueducto. Se inició la construcción y dotación de un “domis” aún mayor, como para transportar pesos desde la Tierra. Se realizó con el aparato anterior el primer viaje a la Tierra. Cinco tripulantes, técnicos en todas las ramas del conocimiento, formaron la selecta dotación humana. La partida dio motivo a una despedida solemne. La angustia de lo desconocido oprimía muchos corazones, pero se tenía fe en la empresa. El viaje de ida duró unos 40 días, al no dar al aparato la máxima velocidad. El instrumental funcionó perfectamente. Se estudió a grandes rasgos la conformación de la superficie terrestre, sus condiciones atmosféricas, climatológicas y magnéticas. Se localizaron las masas de poblaciones. En Europa y Asia había signos de una civilización en desarrollo. En África la población, densa en partes, vivía en forma primitiva, co pequeños núcleos distintos en el norte, en el extremo Sur, y aislados puntos de la costa del mar. América presentaba un aspecto parecido, más despoblada en el interior, donde sólo vivían grupos muy primitivos. Sólo sobre las costas se hallaban centros con signos de algo de civilización. Oceanía era semejante. Se llegó a estas conclusiones por la observación exterior, ya que no fue posible a los exploradores establecer contacto con ninguna población, no conociendo el idioma. Las indicaciones del “detector de pensamientos” eran indescifrables. En las llanuras de América vagaban inmensos rebaños de búfalos salvajes. ¡Con los deseos de comer carne que ellos tenían! El regreso, luego de cuatro meses de observaciones, llevó 78 días. El recibimiento fue clamoroso, y los viajeros tuvieron tema para hablar de lo que habían visto y supuesto por mucho tiempo.

Essi VI. “Se construyó el primer equipo de “Rayo de sueño”, o “anestesia por radiaciones”, y se preparó uno expresamente para instalarlo en el “domis” grande. La población había empezado a crecer, y se volvía lentamente hacia la normalidad genética. Las radiaciones habían desaparecido casi totalmente de Rada Nael. Sólo los vientos, cargados de polvo y ceniza, solían traer nuevas cargas. En horticultura se habían logrado nuevas variedades muy mejoradas para el consumo directo, entre ellas la

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“noisa”, y para industrias el azúcar y aceite. Productos animales sólo se obtenían de los cerdos, conejos y aves, además de leche y los huevos infértiles. Se realizó una nueva visita de estudio a la Tierra. Había guerra en Europa y el Este de Asia. Aún no fue posible descifrar los radiogramas del “detector de pensamientos”. En América se notaba un sensible progreso. En el Sur abundaban las vacas.

Essi VII. “Se realizó el primer viaje con el “domis” grande. En Europa había guerra muy extendida. En Estados Unidos se notó un gran cambio. También había guerra en América del Sur: guerras de la Independencia. Usando el “rayo del sueño” se capturaron diez búfalos en América del Norte en un lugar totalmente despoblado, se les limpió y se les esterilizó con radiaciones; se completó la carga con diez vacas de una zona desértica de la Pampa actual. En total fueron unos 4.000 kilogramos de carne bien acondicionada. La visita sólo duró dos meses, y 38 días la vuelta. Naturalmente que era poco para la población, pero era una ayuda para la población local.

Essi VIII. “La fecundidad en los animales había progresado y se comenzó a consumir carne con regularidad, principalmente de cuis, cerdos, conejos y aves. Se comenzó la construcción de otros dos “domis” grandes, con la idea de poder pasar largos períodos en observación y estudio. Además se planeaba pasar de la Tierra a Venus, y también llegar a Júpiter. Este último no entusiasmaba por cuanto se sabía que no podía mantener vida sobre su superficie, y además por la corona de planetoides que habría que cruzar, verdadero enjambre de planetas enanos de los que se tenían catalogados más de 21.000. Un nuevo viaje a la Tierra reveló un notable adelanto en Europa Occidental, a pesar de las guerras, y en Gran Bretaña; también, progresos extraordinarios en Estados Unidos. Empezaba la expansión industrial.

Essi IX. “Uno de los “domis” nuevos, dotado como para una gira de hasta dos años, salió para una visita a Venus. Se emplearon 45 días en llegar. Se halló en primer lugar lo que ya se conocía: un espeso banco de nubes; nubes con muchos focos de tormentas eléctricas, cruzados por rayos en todos sentidos, que no era muy prudente cruzar. Desde esa posición exterior, el tele-radar no revelaba vida en movimiento sobre la superficie sólida, que no estaba muy lejana al manto de nubes. Allí, como en todos los planetas no incandescentes, los fenómenos climáticos eran originados por los rayos del Sol y el cinturón de electrones y partículas. Teniendo Venus su eje de rotación sumamente inclinado, las variaciones son extremas y las zonas de tormentas activas oscilan hasta gran distancia del ecuador. En el hemisferio en Invierno la capa de nubes persistía, pero no había tormentas violentas. Casi en la región polar los exploradores, con gran prudencia, fueron introduciéndose lentamente en el banco de nubes. Era muy profundo, de alrededor de 800 metros. Una vez debajo, estuvieron ante la superficie del planeta. Aún en esa latitud hacía calor; posiblemente la temperatura era uniforme en todo Venus,

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ya que el manto de nubes no deja huir el calor. La atmosfera era húmeda, y el suelo completamente cubierto de espesa vegetación; un vaho subía desde abajo y en parte era ya densa neblina que dificultaba la visión. Gran cantidad de masas de agua, mares, lagos, charcos, aparecían por todas partes. No se vieron animales, ni se captaron con el tele-radar, en la superficie firme, lo cual no quiere decir terminantemente que no los hubiera, pero eran abundantes en el agua. Algunos eran muy grandes, con el aspecto de reptiles, y asomaban a la superficie sus largos cuellos. ¡Un paisaje de novela, o de Geología antigua! Recorrieron toda la zona climatológicamente tranquila, sin encontrar variantes biológicas. Algunas cadenas montañosas, no muy altas, escondían sus cumbres entre las nubes. Seguramente era la primera vez que ojos humanos observaban esa parte de Venus. Hijo, si ustedes llegan a la concordia y a la paz sin destruirse, el día que sean demasiado numerosos podrían emigrar allí, y posiblemente se adaptarán con relativa facilidad, si para entonces no hay allí Hombres; en ese caso, ellos serían los dueños. El día que se abra el cielo y el suelo de Venus vea el primer arco iris con el primer rayo del sol, la presión atmosférica será algo menor que la de la Tierra, porque es menor la gravead, pero la diferencia no pede llegar al límite de la imposibilidad. Exploraron ese hemisferio durante 15 días, y teniendo ya idea formada iniciaron el regreso. Desde entonces, por dos veces se volvió ir, y no debe demorarse mucho el momento en que se rompa la continuidad del manto de nubes. El día que haya cielo descubierto, los inviernos serán terriblemente fríos después de veranos calientes. Pero las estaciones serán cortas los viajes a la Tierra se hacían más frecuentemente, cada dos o cuatro años, más o menos. Las señales del telégrafo eran captadas con gran irregularidad, ya que sólo se captaban los escapes. Las guerras eran frecuentes en muchas partes del globo. Continuaba aceleradamente la expansión industrial en Europa Occidental y América del Norte. En Asia había estancamiento, salvo en Japón.

Essi X. “Aquí crecía la oblación rápidamente, pero habiendo alimentos en abundancia no se tenían problemas. Los animales rendían con suficiencia, y en producción vegetal se obtenía lo que se deseaba. Se comenzó a explorar los valles que pudiesen reconquistarse para la vida, y se inició el proceso de conquista. En una visita a la Tierra, uno de los “domis” captó señales de radiotelegrafía. ¡Marconi había ideado su transmisor! Las señales se captaban perfectamente bien, pero no las podían descifrar. Regresó de inmediato a dar cuenta de la novedad a fin de organizar nuevas expediciones especialmente preparadas. La radiotelefonía no podía ya estar muy distante, y con ella y el tele-radar se podrían aprender los idiomas. Partió una escuadrilla de tres “domis” con los hombres más aptos para el caso. Pronto aparecieron muchos aficionados transmitiendo radiotelefonía en Europa y Estados Unidos, y se inició el estudio de los idiomas. Un “domis” trabajó en Estados Unidos aprendiendo inglés, otro en Alemania y el tercero en Francia. Pasados los primeros momentos de pruebas difíciles, se adelantó rápidamente. Llegó un refuerzo de tres “domis” más, con sus equipos

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especializados. Se instaló uno en España, otro en Japón y el tercero en Rusia. Ahora comprendíamos mejor la política interna y externa de las principales naciones. El desorden en Rusia, la petulancia de sus militares, las intrigas de la Iglesia y de la nobleza arrastraron al gran país a una calamitosa derrota frente a Japón, que seguía directivas estratégicas inglesas. Las rivalidades en Europa precedían ya una guerra. La diplomacia se dedicaba casi exclusivamente a intrigas y búsqueda de ventajas comerciales. Vino la primera Gran Guerra. Fue la más espantosa que ustedes hubieran soportado. A pesar de la deserción de Rusia, por la Revolución Comunista, la participación de Estados Unidos decidió la derrota de los Imperios Centrales.

Essi XI. “En plena guerra, en vuestro 1.916, fui designado Essi. Nuestra vida aquí no ofrecía otros problemas que los provenientes del aumento de población. Los artículos de primera necesidad eran suficientes, y su margen de producción era prácticamente ilimitado; co los alimentos vegetales sucedía lo mismo, pero la carne comenzaba a escasear. Se procuró acelerar la recuperación de tierras. Eso aparte, nos dedicamos en el máximo esfuerzo al estudio de la población terrestre. Seis “domis” más, con sus dotaciones completas, fueron enviados allá. Desde entonces nunca hubo menos de diez en vuestro cielo, casi todos con trabajo permanente en Estados Unidos, Alemania, Francia, Rusia, Inglaterra, España, Río de la Plata, Brasil, Indostán y Japón. “Vuestra Historia nos fue revelando su extraordinaria semejanza con la de Marte, hasta tal grado que nos era facultado hacer profecías. Terminada la Guerra, no se construyó un ambiente de paz, pese al esfuerzo de muchos y a la acción de la Sociedad de las Naciones. El espíritu egoísta, no sólo de los individuos sino de las Naciones, cerraba el camino a toda solución realmente constructiva y pacificadora. Se hablaba de cooperación y fraternidad, pero se pensaba en nacionalismos y rencores. La Paz y la Fraternidad no se las puede esperar de afuera, por generación espontánea; hay que construirlas desde adentro, y eso sólo es posible por educación. Pero a los pueblos se les dejó en el mayor abandono. “Continuaron las rivalidades las desconfianzas y la exclusiva búsqueda de conveniencias. Las naciones democráticas, que habían vencido en la Guerra, no hicieron Democracia Internacional. Prestaban gran atención a la “experiencia rusa” con suma desconfianza e inconfesad temor. Por esto, no dieron importancia a Mussolini, ni a Hitler luego, ni a la desviación de Japón, los que, con absoluta libertad, elaboraron los medios para la segunda Gran Guerra. La ideología Comunista fue germinando en las masas obreras, y aún “intelectuales”, de las democracias. Mientras, el Nazismo se infiltraba en el corazón de muchos políticos defraudados, militares de galón opaco, y potentados temerosos. Las Democracias abandonaron a Abisinia, a España, a China, en las que los Nacionalismos ensayaron sus fuerzas y pulsaron el ánimo de aquellas. Ahí empezó realmente la Gran Guerra. La traición rusa frente a Polonia afianzó el golpe inicial en Austria y Checoslovaquia, y autorizó el comienzo de las acciones en Europa. La misma insensatez de

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Hitler que lo arrastró a la guerra, le quitó de las manos el triunfo de que disponía en Europa. La ejemplar actitud de Inglaterra demostró que no se ha encontrado nada mejor que una veraz religión para la educación de un pueblo. Sus ideas “protestantes” la salvaron, y salvaron a la Humanidad. La traición japonesa sacó a Estados Unidos de su indecisión casi suicida. La carrera por la bomba atómica la ganaron los americanos, y ello apresuró el término de la guerra. La paz, sin embargo, quedó alejada de la Tierra. “Rusia, nuevamente fiel a su trayectoria escabrosa y falsa, frenó todas las iniciativas realmente constructivas. Su idea directriz es el dominio del mundo por medio de las masas obreras engañadas en su crasa ignorancia. Todos los medios le son buenos, menos los buenos y francos. Sus acólitos, en todo el mundo, han promovido subversiones y desórdenes. Su medio de acción más común es crear confusión y desorganización. En los países que han dominado, ejercen una dictadura brutal; sin embargo, siguen proclamándose defensores del pueblo. Para ellos, el Hombre es una ínfima y despreciable pieza en la máquina del Estado. Pero el Estado está subordinado al Partido. Han estado burlándose de todo lo que el Hombre había creído conquista de dignidad en le proceso de la Civilización. Desprecian la honorabilidad de los que han tratado con ellos, y los convenios no tienen ningún valor. Aunque dicen otra cosa, para ellos la nueva guerra es inevitable; la harán, si los dejan, cuando les convenga a ellos, para dominar el mundo. No se puede esperar de su parte ninguna contribución a la edificación de la Paz. No quieren la Paz hasta haber dominado el globo. Calladamente, cuando logren fabricar bombas atómicas, las acumularán para dar un golpe sorpresivo, traicionero y seguro. Si logran la bomba de hidrógeno, y si tienen tiempo lo lograrán, las acumularán escondidamente, y cuando crean llegado el momento las usarán sin discriminación de ninguna naturaleza. Nada les importará arrasar íntegramente un país, ni un continente, ni aún la mitad de la Tierra, con tal de libarse de sus enemigos. Sólo un enemigo consideran: Estados Unidos. A los demás los desprecian. Todo el poder de su furia caerá sobre ese enemigo, y si usan la bomba de hidrógeno, que es muy semejante a la termo-atómica que destruyó Marte, con bombarderos concentrados en lugares estratégicos, provocarán reacciones secundarias y arderá totalmente todo el continente. “Sin Estados Unidos, el resto del mundo estará a sus pies, le impondrá condiciones y no tendrán otra alternativa que aceptarlas. Ni aún la valiente Inglaterra podrá resistir: con un centenar de bombas atómicas comunes, sólo dejarán un archipiélago de islotes pelados. “Las democráticas europeas, que ganaron la guerra anterior, no fortalecieron su espíritu; han ido decayendo, corroídas por sentimientos mezquinos, envidias y rivalidades que los partidos comunistas mantienen, frente a una Rusia cada vez más poderosa y más amenazante. El resto del mundo parece no comprender la situación. Muchos no hacen diferencia entre Rusia y Estados Unidos. Otros, con espíritu inicuo, aprovechan la disyuntiva en procura de ventajas.

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“La Iglesia de Roma es anticomunista, pero no puede ocultar el profundo rencor que le produce el ver a las naciones protestantes al frente de la Civilización actual. Y no puede dejar de comprender que las naciones de su credo mantienen a los pueblos en la mayor ignorancia. Vería con sumo agrado una guerra privada entre Rusia y Estados Unidos en la esperanza de renovar su ya escaso poderío. “Estados Unidos quiere la paz, la necesita para la extensión de su comercio. Sólo si hay libertad habrá expansión financiera. Por eso luchan por la libertad de todo el mundo. Comprenden el peligro ruso y se preparan activamente. Ya es muy grande su reserva de bombas atómicas, cada vez más perfeccionadas, y podrían en el momento actual terminar con el poder ruso en menos de una semana. Pero ¿quién toma esa responsabilidad? Hay aún allí, en virtud del sentimiento religioso, un rígido concepto de la honestidad, una clara concepción de solidaridad y respeto, que no les permite realizar una agresión de esa naturaleza, ni aún en defensa propia. Sólo atacaría por mandato de las naciones de la O.N.U. Calló un momento el anciano Essi, me miró largamente, y volvió a su palabra. “Hijo, esta es la situación que reina, y que tú ya conocías en líneas generales, aunque sin los pormenores que nosotros conocemos. Son justamente esos detalles los que nos llevaron a la convicción de que ustedes marchan hacia un desastre pavoroso. Nos hemos propuesto hacer todo lo que podamos para ayudaros. De ahí surgió la idea de traer de allá a alguien para interiorizarlo en todo. Después de mucho buscar, como te expliqué al principio, te trajimos aquí. Ya sabes todo, has comprobado la veracidad de nuestra situación, y estás en condiciones de volver allá a predicar la Paz. Dos palabras deberá contener tu mensaje: “Fraternidad y Educación”. El porvenir de ustedes se reduce a “Rusia o Estados Unidos”. Es preciso que todas las demás naciones lo comprendan. Si todas se unen dispuestas a conquistar la paz, podrían lograrla aún sin guerra; si no, primero será la guerra, con el consiguiente aniquilamiento de no menos de los dos tercios de la Humanidad. Si todas se unen a Estados Unidos en un sincero esfuerzo por la paz, podrían conseguir, aunque fuese por presión, que Rusia abandone su posición agresiva, y entre también en una política universal de colaboración y libertad, en procura de una vida de dignidad para el Hombre. La política de Estados Unidos contiene muchos yerros, pero son corregibles en un ambiente de libertad democrática. Ellos tendrán que comprenderlo, o será la ruina. El sistema soviético no tiene corrección. “Naturalmente que nosotros podríamos intervenir en forma activa, y con nuestros medios decidiríamos fácilmente la cuestión hacia el lado que lo creyésemos conveniente. Hemos pensado y hablado mucho sobre el tema, pero sólo una cosa nos interesa: no el triunfo de uno o de otro, sino la Paz. Si ayudásemos a los americanos a desarmar e inmovilizar a Rusia ahora, sin guerra, ¿habría Paz? ¡No! Ellos son los focos neurálgicos, pero la Paz debe comprender a todos los pueblos. La paz no se impone, se edifica. Y todas las demás naciones están carcomidas por envidias, ambiciones, intereses y

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mezquindades. Para que haya paz, tienen que renunciar a todo eso, total y radicalmente. Ya te lo dije una vez: “El camino a la Paz pasa por la Fraternidad, y para llegar a ésta hay que pasar por el Renunciamiento”. “El plan de Paz comprende estos grandes capítulos:a) Regularización interior de todas las naciones, con implantación de regímenes democráticos, y función de todos los derechos y libertades.b) Creación del Consejo de Naciones con todos los poderes y atribuciones por encima de toda “soberanía”.c) Desarme general y total, disolución de las Fuerzas Armadas y cierre de las Escuelas Militares. Una fuerza mixta y cosmopolita, voluntaria y rotativa, dependería del Consejo de Naciones.d) Suspensión de todos los extremismos que reemplazan la personalidad por el fanatismo.e) Estructuración de un plan de Administración Universal, Gobiernos Locales con cierta autonomía, Gobiernos Nacionales autónomos pero dependientes del Consejo de Naciones.f) Instrucción gratuita en toda su extensión, y obligatoria en las etapas primaria y secundaria. g) Educación Moral obligatoria. Esto implica selección de maestros.h) Todos los medios de información colocados al servicio de la Instrucción y Educación: periodismo, radio, cine, etcétera.i) Limitación de prerrogativas de los partidos políticos.j) Responsabilidad total de todo lo que se hace, se dice y se escribe.k) Eliminación de los vicios sociales: alcoholismo, juego, prostitución.l) Obligatoriedad de poseer un medio de vida.m) Limitación del “metropolismo”.n) Progresiva implantación de servicio público obligatorio y honorario.ñ) Fijación de sueldo mínimo suficiente para todo empleado u obrero, y participación en los beneficios, y de sueldo máximo para los dirigentes.o) Carné de salud y de trabajo para todo obrero o empleado, con servicio médico gratuito.p) Progresivo fraccionamiento de las tierras, y mejoramiento de la vida del campesino.q) estructuración de un idioma universal.r) Aprovechamiento de todas las oportunidades para educar al Hombre, desterrando el Materialismo egoísta y agresivo. “En resumen, tres etapas: Unión, Renunciamiento y Educación. “Los escollos que encontrarán serán Resistencia y Pasividad. Resistencia, de los políticos y dirigentes que han estado medrando en la situación y no querrán perder sus posiciones; de los militares, que también aman sus privilegios; de la Iglesia de Roma, por la misma razón; de los extremismos Nazi y Comunista; de todos los que no quieren la elevación moral del Hombre, y la igualdad. Y Pasividad en el pueblo, por causa de la ignorancia en que es mantenido; de muchos políticos y dirigentes que, pensando que semejante reforma requerirá mucho tiempo, no quieren iniciar nada; y de muchos esclavos de su egoísmo materialista.

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“No se podrá llegar a la paz mientras no haya espíritu de paz en los corazones. La tarea saliente es hacer comprender esa verdad. No basta aislarse, no perjudicar directamente a otros. La neutralidad en este caso es un crimen y un suicidio. El Hombre debe ser elemento activo en la conquista de la paz, olvidarse de sí mismo, renunciar a su momentánea conveniencia, preocuparse por el destino del Hombre. Esto sólo se conseguirá por educación: Educación Moral; que el Hombre comprenda sus deberes frente a la Humanidad; que comprenda su responsabilidad y la tome a su cargo.; que los dirigentes abandonen su vanidad criminal y dejen el fanatismo de sus ideologías; que renuncien al afán de imponer sus puntos de vista en su personal provecho; que se coloquen en real igualdad frente a los demás; que realmente deseen la conquista de la dignidad del Hombre. Esto también es cuestión de Educación Moral. Tal educación, con elevación y afianzamiento de los principios morales, solo será posible en la medida que se abandone y destierre el Materialismo. El Materialismo arrastró a la Humanidad a ese desesperante estado actual. ¿Serán los dirigentes capaces de reconocer sus errores y volver atrás? ¿Serán capaces de desprenderse de su vanidad intelectual? ¿Preferirán concientemente seguir llevando a la Humanidad por el despeñadero fatal e inevitable? ¿Será capaz el pueblo, pese a la ignorancia que le esclaviza, ce comprender la situación? ¿Será capaz de iniciar el camino dejando al margen a los dirigentes? ¿Será capaz de renunciar a su materialismo para lograr la construcción y ubicación de su personalidad? ¿Será capaz de reconciliarse con su alma y darle en la vida el lugar que le corresponda? He ahí las interrogantes frente a la terrible verdad. “El que tiene oídos para oír, oiga!”, como os dijo Jesús”. Así terminó el Essi su disertación, y luego de un pequeño refrigerio que tomamos allí mismo, se despidió.

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XXX – REGRESO

ACCIDENTE

Mis conversaciones con el Essi se habían ido espaciando ya me había puesto al corriente de todo lo que quería hacerme conocer en su deseo de prepararme, lo más dignamente posible en mi limitada capacidad, para llevar a la Tierra su mensaje fraternal y su llamamiento. Dentro de unos tres meses llegaría un momento astronómico favorable para mi regreso; ya se le comenzaba a planear, pero ante s había de llegar un “domis” con nuevas noticias. Mi estado espiritual era muy particular: me hallaba allí tan hondamente a gusto que de buen grado me quedaría más tiempo, o para siempre. Por otro lado, deseaba volver a ver a los que amaba, y comenzar mi misión de predicador de la Fraternidad, en procura del bien de esa Humanidad siempre engañada y siempre esclavizada, que parecía alejarse definitivamente de su destino. Una mañana salimos con Turo, en una de las tan frecuentes giras en “domis” por la superficie del planeta arrasado. Ante el acercamiento de la fecha de mi regreso, me gustaba ir a contemplar los lugares donde las conmociones de la destrucción habían sido más violentas, donde los aspectos eran más pavorosos, a ver si en esa forma aquél horror se me grababa tan profundamente que me fuese más fácil hablar y explicar aquí en la Tierra lo que aquello había sido. Nos detuvimos sobre un cráter aislado, de gran profundidad, en parte aumentado porque la explosión, arrojando material calcinado, había formado una especie de pequeña colina circundante. Esa colina, de no menos de 80 metros, estaba formada por pedruscos y escoria vítrea, en amontonamiento informe. Dentro del hoyo las radiaciones eran fuertes; y en su fondo, muy fuertes; pero en el borde, entre la escoria, eran prácticamente inofensivas. Descendimos sobre el borde, y de pie sobre los pedruscos sueltos contemplábamos, conversando, la pendiente interior. Francamente no sé cómo sucedió, pero seguramente pisé un trozo que se tambaleó, y perdiendo estabilidad caí. Se produjo lo imprevisto: una gran porción del borde comenzó a resbalar por la pendiente, una verdadera pequeña avalancha, que me arrastró con ella. Afortunadamente Turo pudo escapar corriéndose rápidamente hacia atrás, mientras yo rodaba pendiente abajo. Dando tumbos y volteretas, recibiendo mil choques de las piedras que me acompañaban y arrastraban, fui a parar a un angosto reborde o escalón tal vez

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a 100 metros más abajo. Allí quedé tendido, dolorido, deshecho, completamente atontado, sin perder el conocimiento pero imposibilitado para moverme. Turo, con la desesperación que fácilmente es imaginable, retornó al “domis”, le maniobró lo más rápidamente posible para ponerle junto al lugar en que yo estaba, y sin titubeos descendió. Aún con toda mi voluntad, no podía poner de mi parte casi ningún esfuerzo. Luchó bravamente para llevarme hasta la puerta del aparato, y aún más para colocarme dentro. Me encerró en mi cámara, pero yo no podía quitarme el “rofodio”. Inició el regreso a gran velocidad, la mayor a que viajé allí sobre Marte. Hizo una comunicación por radio al valle, pero antes de extenderse la noticia ya estaba en la puerta de mi casa. Con la ayuda de Baido y Areso, que estaba en la fábrica de enfrente, me instalaron en mi cama. Alguien, protegido con un “rofodio”, me quitó el mío, y terminaba de quitarme la ropa cuando llegó el médico. Estaba completamente magullado, aunque superficialmente; sólo un golpe en la espina dorsal, en la región lumbar, era de cierta entidad y era el causante de mi momentánea parálisis. El posible peligro radicaba en el efecto que me causasen las radiaciones, bastante enérgicas, que por varios minutos estuve soportando. Turo, en el apresuramiento lógico, no las había medido. El medidor de radiaciones me indicaba como cuerpo emisor, aunque con levísima intensidad. La observación radiográfica no reveló ninguna lesión ósea. Me dieron un baño caliente al máximo tolerable, con sales e infusiones vegetales durante largo rato, y masajes en el lugar más afectado. Luego me cubrieron con una untura rojiza de olor penetrante pero agradable, y me espolvorearon con un metal molido. Antes que terminaran el tratamiento ya sentí gran mejoría y pude mover el cuello y los brazos. Allí aparecieron Viro y Vanaro, Aino, Un, y el anciano Essi, todos ansiosos, y presentí una arruga de angustia en sus nobles caras de amigos. El Essi se sentó un momento junto a mi cama. Aún a través de la ventanita del “rofodio”, la luz dulce de sus ojos me infundió valor. Nada de palabreríos; serenamente, me preguntó: - ¿Estás preocupado por esto? - No, señor –le contesté. - Bien, hijo, así debe ser. Y se fue. Continuamente hubo un médico, y a menudo dos, junto a mí. Cada dos horas, con alcohol me quitaban la untura y el polvo metálico para ponerme una nueva porción. Antes de la noche ya empecé a mover las piernas. A los médicos sólo les preocupaba la acción de las radiaciones. Al anochecer, y a medianoche nuevamente, una vez retirada la untura, me friccionaban todo el cuerpo con el pequeño “puño” de un aparato de ondas ultra-cortas. En la madrugada, a las 16 horas del accidente, volvió el Essi. Me apretó una mano entre las suyas, y con voz que no podía ocultar su emoción, me dijo: - ¡Buen susto nos has dado! Pero el peligro inminente pasó. Seguramente te dejará las huellas por mucho tiempo, tal vez para siempre. Sin embargo, alegrémonos de que llevarás las huellas.

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Se levantó y se fue. Cerré los ojos y me puse a orar. Me había quitado un inmenso peso de encima, porque la verdad es que había estado profundamente preocupado. No es que temiese morir, nuca tuve temor a l muerte, pero la idea de que mi aventura quedase truncada en esa forma, no podía conformarme. Había estado pensando que Dios me había juzgado indigno de la misión que me correspondía. Por cinco días continuaron rígidamente el tratamiento, aún cuando ya no sentía dolores y me movía a voluntad. El pueblo entero desfilaba por delante de mis ventanas y me saludaba. No podía dejar de emocionarme ver esa expresión de sincera fraternidad, tan desconocida entre nosotros. La solicitud de mis primeros amigos, de los médicos, del Essi, de Baido y su señora, casi me apabullaba. No sabía cómo agradecerles, y terminé por comprender que no esperaban mi agradecimiento. Comencé a sentir este temblequeo de mis manos, que hasta ahora persiste. Se me empezó a caer el vello, el bigote, las pestañas, cejas y el cabello. Comenzaron a dolerme las uñas, y temí perderlas. En fin, fui quedando como ahora estoy, para no continuar con enojosos detalles. Descartada totalmente la posibilidad de lo fatal, el Essi autorizó mi regreso y se ultimaron los detalles del viaje. Todos los días conversábamos en su palacio, aunque fuese un ratito. Después de mucho insistir, logré convencerle para que enviase una escuadrilla de “domis” en los que yo quería enviar una buena partida de carne fresca de mis ganados, como ofrenda fraternal a los habitantes de Rada Nael. A mi vez, tuve que aceptar algunos regalos: libros, ropas, conservas de frutas, un largavistas, un microscopio óptico, vinos, tabaco, y todas esas pequeñas mil cosas que te he ido mostrando; ningún elemento en relación con la energía atómica, porque ello me transformaría en objeto de secuestro por parte de agentes internacionales. Se realizó un acto popular de despedida en cada uno de los Estadios, con la asistencia total de la población. Te aseguro, Thice, que lloré como un niño y me di un baño en mis lágrimas dentro de mi “rofodio”. Me despedí del Essi en su casa. Convinimos una clave de señales para continuar en contacto con los “domis”, y al desearme éxito en mi misión me ofreció hospitalidad fraternal para cuando desease volver. Un largo y fuerte abrazo, y se retiró. La misma delegación que me llevó me acompañó en mi regreso, y cinco “domis” más. Treinta días duró el viaje. ¡Qué impresión, volver a ver la Tierra! ¡Y mi Uruguay! ¡Y la Estancia! A media tarde del 5 de Febrero estábamos flotando sobre la Laguna Negra. ¡Nunca un atardecer me pareció tan largo! Habíamos comprobado la presencia de Jorge, y esperamos la noche. La hora de la cena fue el momento propicio. Descendimos detrás de los eucaliptos, a 200 metros, sin que nadie sintiera nada. Descargamos mis cosas, que quedaron allí hasta que envié por ellas. La sorpresa de los peones al verme, y la de Jorge después, renuncio a describirla; sólo sé que expresaron sincera alegría. Me prometieron el más hermético silencio, y estoy seguro que lo han cumplido.

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En los días siguientes hice matar 60 novillos, que por la noche los “domis” acondicionaban y levantaban. Una vez todo pronto, por medio de las señales convenidas nos despedimos. Deseo que Viro sea nombrado el próximo Essi; sé que tiene muchísimas probabilidades. Eso es todo, Thice.

*** La redacción del libro me llevó mucho más tiempo que el que yo supuse al principio. La salud del protagonista y expositor, Miguel Castro Rey, si bien en progresiva mejoría, presentó muchas veces crisis que nos obligaron a trabajar muy lentamente, y aún a suspender el trabajo por unos días. Algunos inconvenientes en mis asuntos particulares, principalmente la deslealtad de un empleado de confianza que se apoderó de 50.000 Pesos en una de mis fábricas, y huyó a buenos Aires, me obligaron a varias interrupciones por causa de los trámites legales en procura de justicia. No pude mantener por mucho tiempo el secreto de la vuelta de Miguel entre los míos; me escocía el alma, y él mismo me incitaba a revelarlo. Principalmente una de mis hijas se mostró interesadísima, y ante su fundada insistencia terminé por llevarla a la Estancia a ver y oír por sí misma. Declaro que su ayuda me ha sido muy eficaz. Un tercer grupo de inconvenientes surgió al encarar la impresión del libro. Los precios de coste de las Editoriales de Montevideo son prohibitivos, no tanto para el autor como para el lector. El deseo de miguel en cumplimiento de su Misión, es poner su mensaje al alcance del pueblo, en ediciones populares de bajo coste, pero las Editoriales no soportan esos precios. Los impuestos y cargas a que deben hacer frente las tienen con la soga al cuello. El libro es factor de instrucción y educación. La lucha contra el libro es un capítulo de la lucha contra el Hombre.

*** He cumplido con mi amigo. Me ha sido origen de profunda satisfacción el servirle. Sus aventuras, sus palabras, sus conceptos, se han afincado hondamente en mi ser, y el solo hecho de escucharle me ha sido fuente de mucho bien. Quiero dejar expresa y clara constancia d que en la redacción, me he reducido a hacer de escriba, salvo el primer capítulo, que es totalmente mío, y en el cual algunas expresiones causaron protestas de mi amigo. Juzgué más importante lo que decía que el cómo lo decía, y me reduje a transcribir sus palabras tal cual me las transmitía. Esta es, pues su descripción de sus aventuras. Conste, pues.

THICE THONOZFIN

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*** Estimado lector: si la lectura de este libro le ha hecho a usted algún bien llamándole a la realidad, despertándole inquietudes, haciéndole pensar, cumpla también obra de solidaridad haciéndole conocer a otras personas.

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SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 25 DE FEBRERO DE 1.954 EN “ARTES GRÁFICAS COLONIA SUIZA LTDA.”-

NUEVA HELVECIA(R. O. URUGUAY)

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