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o SDE L PRIMER MOMENTO, Abd al­Rahman trató de consolidar su poder y organizar un estado, lo que no era tarea fácil. El proceso de islamización de al-Andalus pude ser calificado en esos años centrales del siglo Ylll como incipiente, y ello explica que el soporte del Estado omeya fuese sobre todo lo que los familiares, clientes y libertos omeyas pudieran aportar. Indiscutiblemente, la organización de la administración y de un ejército a la manera siria, confirmando definitivamente a Córdoba como centro rector de la administración y sede cortesana, por un lado, y la imposición de un sistema monetario, por otro, eran sus dos prioridades políticas. En buena medida se puede decir que su gestión tuvo éxito. Consolidó un Estado allí donde con anterioridad sólo había existido una organización administrativa secundaria, propia de una provincia del inmenso imperio islámico. La construcción de la aljama cordobesa, siguiendo el modelo de la mezquita de los omeyas de Damasco, es un indicio claro de la necesidad de generar referentes culturales e ideológicos absolutamente nuevos. Por otro, logró dotar a la moneda andalusí de un prestigio que no perderá a lo largo de todo el período omeya. Sin embargo, no rompió totalmente con la legitimidad abbasí, manteniendo la llamada ficción califal, tanto en la moneda como en los títulos adoptados, aunque se mantuvo lejano y distante de Bagdad, afianzando su poder en al­Andalus como entidad política diferenciada.

DESDE UN PRI N ClPl a , los omeyas tuvieron el recurrente problema cristiano del norte de la Península al que, en principio, no prestaron gran atención. Conseguirían con el tiempo crear una línea de

demarcación entre la España cristiana y musulmana. Para aislar al-Andalus de aquellos reinos se constituyó un sistema de marcas fronterizas, tres, la superior con sede en Zaragoza, la central en Toledo y la inferior en Mérida, controladas desde esos inicios por linajes fronterizos que actuaban unas veces como intermediarios de Córdoba, otras como señores que gozaban de una casi total autonomía política. Desde fuera del territorio peninsular, los francos anhelaban crear una Marca Hispánica que llegase hasta el río Ebro y para ello desarrollaron varias campañas, una de las cuales fue la de Zaragoza, en la que se produjo el célebre acontecimiento de Roncesvalles (788). El otro gran curso fluvial del norte peninsular, el Duero, actuaba asimismo como frontera natural entre al-Andalus y el Reino asturiano, auténtica tierra de nadie a la que la dinastía ovetense dirigió sus miras en el proyecto de expansión territorial que por entonces iniciaba.

LA LABOR DE ABD AL-RAHMAN 1 no pudo ser completada. Eran múltiples los problemas que impedían la definitiva consolidación de un Estado omeya, tanto en el interior como en el exterior. Con el tiempo, los sucesores de Abd al­Rahman 1 se verán en la obligación de incorporar mecanismos de coerción para asegurar un Estado que atravesa ba fases de precariedad. Con Hisham 1 (788-796) Y al-Hakam 1 (796-822) se ensayan algunos de estos intentos para apaciguar

Candil de piquera con pen-o. Museo Arqueológico Provincial de Có,·doba.

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y uniformar el Estado aún más, como es la implantación del fiqh malikí por parte del segundo de estos emires, al tiempo que se reforzaba poco a poco la figura del emir. Las tensiones ocasionadas por estas medidas no tardan en manifestarse: la llamada jornada del foso toledana (797) y la revuelta del arrabal de Córdoba (818) representan las expresiones del desacuerdo de parte de la población con algunas de las medidas adoptadas. En todo caso, la dinastía omeya actuó de manera inmisericorde contra aquéllos que se negaban a secundar su política, como demuestra la suerte corrida tanto por los rebeldes toledanos como por aquellos cordobeses que se incorporaron a la revuelta del arrabal.

AL-HAKAM 1 sentó las bases de un al-Andalus más centralizado. Esa situación fue aprovechada por el cuarto emir omeya de al­Andalus y responsable de la primera ampliación de

Zaragoza. La propagación de un intenso fenómeno de urbanización se extiende por muchos de los rincones de la Peninsula bajo dominio omeya y allí donde no existía vida urbana surgen madinas, caso de Pechina (Almería) constituida desde el año 859 en adelante como una "república de marineros", cuyo desenvolvimiento, por mucho que sea alentado por Córdoba, responde a iniciativas autónomas.

LA UBIDA AL TRONO DE MUHAMMADI

(852-886) coincide con un enésimo episodio de disidencia, esta vez en

las marcas, en Toledo y Mérida, ciudades en las que se repiten levantamientos contra el poder cordobés. Y de nuevo la actuación del Estado fue inmediata, sometiendo particularmente el

foco rebelde toledano. Todo ello, sin embargo, en una ambiente de prosperidad económica destacable, según se deduce no sólo de las cronicas, sino también del volumen de emisiones de moneda la aljama cordobesa, Abd

al-Rahman 11 (818-852). De su gobierno se ha dicho que representa una suerte de incremento de la orientalización de la sociedad

efectuadas. A partir del año 880, sin embargo, correrán

otros aires para el Estado omeya, que se introduce por

Esenciero. Mu~eo Arqueológico los derroteros de una crisis de Córdoba.

andalusí, contando para ello incluso con el concurso de gentes venidas del otro extremo del Mar Mediterráneo, como Ziryab, procedente de Oriente, que impulsaron el refinamiento y la moda en la corte cordobesa. Mientras tanto, el problema de disgregación del poder en las áreas más alejadas de la ciudad de Córdoba se resolvía en función de las circunstancias locales surgiendo poderosas familias que tienden a controlar determinados territorios entre las que destaca los Banu Qasí, en

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sin parangón hasta entonces en su breve existencia de unos 125 años como entidad política. La evidencia de una circulación monetaria bastante más restringida y de unas condiciones político-militares nada favorables para el poder cordobés explican en buena medida la llamada fitna -guerra civil-, proceso histórico que sólo ahora comienza a ser valorado en su integridad. Si bien es verdad que los rebeldes levantados en armas contra los omeyas fueron muchos y de muy variado origen socio-cultural (beréberes,

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muladíes, árabes o indígenas, estos últimos llamados mustaarib= mozárabes), ninguno alcanzó la celebridad de Umar ibn Hafsun, elevado por la historiografía española más tradicional a la categoría de adalid en defensa de la hispanidad, cuando no fue más que un miembro más de la cohorte de "señores" no dipuestos a perder los privilegios adquiridos sobre todo por el control de la tierra. Su negativa a integrarse en la horma que representaba el Estado cordobés acarreó una rebelión de grandes dimensiones.

LA REVUELTA HAFSUNi, fundamentalmente en las montañas malagueñas donde radicaba la sede de su contra-poder, plasmado en su proyecto político de ciudad, Bobastro (Mesas de Villaverde, Ardales), supone un enfrentamiento directo con el poder omeya en las personas de los emires al-Mundhir (886-888), Abd Allah (888-912) y Abd al-Rahman 111 (912-929), a los que Umar ibn Hafsun y sus descendientes mantendrán en jaque durante más de 40 años. Mientras tanto, la crisis alcanza también de nuevo a las marcas fronterizas. Allí, distintos linajes, como los banu Dhi-I-Nun en Toledo o los omnipresentes banu Qasi, que llegaron a ostentar el honorífico título de "terceros reyes de Hispania", según relata una crónica asturiana, y los banu Tuyib en la Marca Superior, aprovecharán la debilidad de los resortes del poder central para incrementar su poder regional. Pero al final se impuso el poder cordobés.

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ABO AL-RAHMAN 111 ejemplifica en su persona el triunfo de un Estado centralizado. Con él cesan las revueltas en contra de Córdoba, iniciándose una etapa nueva definida por la proclamación del califato andalusí. En el año 929, poco después que los descendientes de Umar ibn Hafsun resultasen derrotados, Abd al-Rahman 111 decidió dar un salto cualitativo de gran trascendencia al hacerse titular califa y amir al-muminin ("príncipe de los creyentes"), en parte como respuesta al otro gran poder norteafricano y mediterráneo en oposición a Córdoba , el califato fatimí. El poder de Abd al­Rahman 111 y la corte que surge requiere de un escenario adecuado para el desarrollo de un protocolo acorde con las nuevas circunstancias. Como directo resultado de esa necesidad, se funda una ciudad como Madinat al-Zahra, que desde sus inicios se concibe, como residencia califal y sede del aparato cortesano. El inicio de su construcción en el año 936 marca el cénit del poder cordobés, como queda demostrado por la grandiosidad y magnificencia, con el empleo de los mejores materiales para su edificación, traídos algunos de ellos desde remotos emplazamientos. Abd al­Rahman 111 gobernó durante años. En esta época al-Andalus alcanzó su .

En las Jos imágenes, Tesoro Je Charilla, siglo X. Museo Arqueológico de Jaén.

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Capitel procedente del Salón Rico. Madinat a l-Zahra, Có,·doba. Conjunto Arqueológico de Madinat al-Zah,·a.

máximo esplendor. lncluso controló gran parte del Magreb, en especial, el territorio marroquí hasta la ciudad de fez, aunque sus intereses seguían chocando con los del Califato fatimí que iba a dominar también Egipto.

EL EGUNDO CALIFA, al-l-lakam 11 (961-976), ha pasado a la historia como dotado de una especial sensibilidad para la cultura, de lo que se deriva la nueva ampliación de la aljama cordobesa, la de mayor enjundia artística por la construcción de sus excepcionales mihrab y maqsura, o la creación de una biblioteca con más de 400.000 volúmenes. Por aquella época, la prosperidad de al-Andalus alcanzó reconocimiento internacional y las cortes de los bizantinos y los otónidas enviaron representantes a Córdoba. Sin embargo, en poco tiempo ese aparentemente sólido edificio se desmoronó sin remisión y de esas ruinas surgiría un orden nuevo, el de los taifas, asentado sobre el precedente califal, pero con otras perspectivas políticas y sociales. La crisis se comenzó a fraguar una vez que murió al-l-lakam 11 y su hijo l-lisham 11 se tuvo que hacer con el trono con la edad de dos años. Del control que ejerce sobre la corte un personaje de nombre Muhammad ibn

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Amir, que se hará llamar más tarde al­Mansur, el Almanzor de las crónicas castellanas, se derivará una nueva situación política, en la que éste conseguirá asumir todo el poder. Sus pretensiones no tenían límite e intentó emular a Abd al-Rahman III en la construcción de una ciudad como Madinat al-Zahira, sede en la que se instaló. Desde el principio de su meteórica carrera, Almanzor actuará como un gobernante con plenos poderes. Nunca se atrevió a desmantelar la auténtica ficción califal por la que pasó al-Andalus y gobernó como hayib o chambelán del califa, sin otra titulación. Su profunda reforma del ejército que reforzaría su poder personal acarrearía graves consecuencias para el futuro de al-Andalus. Su gobierno supone el momento de máximo apogeo militar de Córdoba y ese al -Andalus triunfante se manifestó especialmente en las numerosas aceifas que dirigió contra los núcleos cristianos septentrionales. Una tras otra, partían expediciones desde el sur que terminaban con importantes éxitos como fue la que llegó hasta Santiago de Compostela (997).

UNA VEZ QUE AlMANZOR FALLEOÓ, su hijo al-Muzaffar continuó con su política, en lo que representa un intento disimulado de constituir otra línea dinástica, propuesta en la que su hermano Abd al-Rahman Sanchuelo insistirá. El golpe de mano dado por Muhammad al-Mahdí, biznieto de Abd

Basa de columna. Madinat al-Zahra, Córdoba. Conjunto Arqueológico de Madinat al-Zahra.

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al-Rahman m, contra esa oligarquía amirí representa la reacción de los sectores legitimistas pro-omeyas, lo que fue contestado por los beréberes, grupos de soldados mercenarios que desde Almanzor, con su reforma del ejército, gozaban de una creciente influencia en la vida pública, que eligieron a otro biznieto de Abd al­Rahman m, Sulayman al-Mustain. Este logra derrotar a Muhammad al-Mahdi en el año 1009. Un año después, Muhammad al-Mahdí recobraba el poder en la capital cordobesa y dos meses más tarde, es asesinado, recurriéndose a la patética figura de Hisham 11, situación que es rechazada de plano por Sulayman al-Mustain y los beréberes. La destrucción de Madinat al-Zahra en 1010 es resultado de esta confusa situación. Se inició el proceso de desmembración de al-Andalus califal, con la toma del poder en distintas provincias, como las de Algeciras, Granada, Málaga o Jaén, por grupos beréberes. En 1013, algunos de ellos se ensañan con la ciudad de Córdoba, lo que provoca la salida del trono de Hisham 11 y la reinstalación de Sulayman al-Mustain. Sin embargo, el fraccionamiento del poder es un hecho irrebatible, sobre todo por la creación de estructuras de poder embrionarias de

esos grupos de beréberes en distintas caras: Granada, Córdoba, Jaén, Morón y en las ciudades norteafricanas de Tánger, Arzila y Ceuta. Estos últimos acaban con Sulayman al-Mustain para hacer proclamar califa a Ali ibn Hammud (1016), quien reinará en Córdoba hasta 1018. Otro grupo, los eslavos, proponen entonces a otro biznieto de Abd al-Rahman m, llamado Abd al-Rahman IV al-Murtadá para la maltrecha dignidad califal, pero su gobierno fue eñmero. Mientras tanto, al-Andalus se descomponía y Córdoba no controlaba ni su alfoz más inmediato. Finalmente, en el año 1031 los miembros de la clase pudiente cordobesa terminan aboliendo el Califato que es sustituido en la ciudad por un gobierno formado por los individuos más prominentes de su aristocracia.

AUNQUE a CALIFATO CORDOS '

DESAPARECIERA como tal en ese año de 1031, dando lugar a los reinos de taifas, su brillo no se perderá. Los estados surgidos de su desmebración se titularán en muchos casos herederos de los omeyas. En ellos florecieron -,todas las artes y las ciencias, lo que indudablemente representa un reflejo tardío del esplendor omeya.

Enjuta con decoración vegetal. Madin.at al-Zahra, Córdoba. Conjunto Arqueológico de Madinat al-Zahra..

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