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    C

    A mi hijo.

    Armando Palacio Valds

    El idilio de un enfermo

    DEDICATORIA

    on grata sorpresa pude averiguar que algunas de las obras que he lanzado a la publicidad estaban agotadas y otras apunto de estarlo. Fue pasin incontrastable de mi nimo, no esperanza de lucro o de gloria, la que me arrastr a novelar

    en esta edad tan poco feliz para las musas. Desde que, recin salido de las aulas, entregu mis primeras cuartillas a laimprenta, vi claramente que no era sa la va para lograr los halagos de la vanidad ni los regalos del cuerpo.

    Nuestra nacin se halla desde hace algunos aos con disposicin indiferente, ms bien hostil, hacia todas lasmanifestaciones del espritu. La pasin de lo til, un sensualismo omnipotente, invade a la sociedad espaola, y muysingularmente a esa clase media que en la primera mitad del siglo tantas y tan gallardas muestras dio de su amor a lo justo ya lo bello. La juventud, de quien suelen partir los impulsos generosos, los anhelos espirituales, no se ocupa actualmente sinoen abrirse paso a codazos para llegar al poder, a la influencia, a la comodidad. Mi padre me deca que, en su tiempo, viendo

    un joven errar solitario con un libro entre las manos, se poda apostar a que este libro era de versos. El tuyo te dice queactualmente hay seguridad de que el libro es la ley municipal o un compendio de Derecho administrativo. Caminamos poreste sendero a la civilizacin y al engrandecimiento de la patria, o vamos derechos a la barbarie y al desprecio de las nacionescultas? T o tus hijos lo sabris. Yo morir antes de que se averige.

    De todos modos, a nadie se le oculta que las letras cuentan con pocos apasionados en Espaa. La prensa peridica, en vezde difundirlas y alentarlas, contribuye no poco con su desvo a la tristeza y languidez en que vegetan. Es ms; la facilidad queel primer advenedizo logra (a condicin de solicitarlo) para ver sus producciones, malas o buenas, ensalzadas hasta lasnubes, demuestra mejor an el desdn con que se miran.

    Pero como no existe en este mundo tan relativo nada absolutamente bueno o malo, pienso que hay en tal desvo algnmotivo para regocijarse. Cuando las letras se hallan en auge y agitan y apasionan al pblico y engendran disputas yencienden la clera de los crticos, me parece punto menos que imposible que el escritor se sustraiga a la influencia nociva de

    tanto ruido. El anhelo del aplauso y las ventajas materiales que consigo arrastra por una parte, y por otra el temor a lascensuras de los crticos, le turban, le excitan, le impiden, en suma, escribir con aquella serenidad sin la cual se haceimposible la produccin de una obra de arte duradera. Ya no consulta libremente el orculo de la naturaleza, sino lasaficiones de un pblico tornadizo o el gusto de algn crtico irascible, pedante y rampln.

    Por fortuna, de tales plagas, que abundan en Francia y en otras naciones, nos vemos libres los escritores espaoles. Aqu,ni el inters con que el pblico acoge nuestras obras puede seducirnos, ni el ltigo de la crtica debe inspirarnos cuidadoalguno. Disfrutamos de envidiable libertad. El literato espaol sabe de antemano que, escriba en una forma o en otra, seaosado o comedido, pguese del arte y la medida, o escriba cuantos desatinos le acudan a la mente, sea realista, o romntico,o clsico, el resultado ha de ser poco ms o menos l mismo.

    Y si alguna rara vez el pblico y la prensa tejen coronas, no son ciertamente para los que cultivan su arte con amor yrespeto, sino para quienes le ofrecen manjares picantes y llamativos. El vulgo no agradece que se le deleite suavemente, que

    se le haga pensar y sentir. Para otorgar su aplauso es preciso que el escritor le deslumbre o por el nmero de obras, o por sudesmesurada magnitud, o por el relumbrn de los efectos, o con descripciones aparatosas y prolijos anlisis de caracteres,tan prolijos como falsos, o con un lenguaje arcaico y pedantesco. El vulgo desprecia lo sincero, lo natural, lo armnico. Paraobtener su admiracin precisa ser un poco charlatn y cursi. Escritores conozco de indisputable mrito, tanto en Espaacomo fuera de ella, a quienes si se les quitase los granitos de charlatanera con que sazonan sus obras, dejaran en el mismopunto de ser populares.

    Pero sobre todas las cosas de este mundo, el hombre adocenado odia la medida. Nada le enfurece tanto como ver una obraproporcionada y armnica. Al que la produce diptale desde luego por artista apocado y enclenque. Componer obrasmonstruosas, emitir ideas estupendas, no decir jams algo que no sea completamente nuevo, inaudito, aunque sea undesatino: tal es el secreto para sujetarle. Un da se entusiasmar con cualquier escritor francs que identifique las pasioneshumanas a los ciegos impulsos de las bestias, que describa nuestros amores con la libertad brutal y repulsiva que si se tratasede los de un toro y una vaca: al siguiente caer de hinojos ante un mstico ruso que tenga a pecado el amor conyugal y nieguea los tribunales el derecho a juzgar a los delincuentes. En una u otra forma adorar eternamente la locura o la charlatanera.

    Los que como yo aborrecen lo excesivo no alcanzarn jams sus favores. Qu importa? Aunque me agrada el aplausopblico, mi espritu no vive de l. La gloria se encuentra entre las cosas que Sneca considera preferibles, no entre lasnecesarias. Puedo vivir feliz sin la admiracin del vulgo y los elogios de la prensa; tanto ms cuanto que de casi todos lospases civilizados del globo recibo testimonios de simpata que me alientan y me calman.

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    Y, sin embargo, te lo confieso ingenuamente, hijo mo, aunque renuncio sin dolor a los homenajes de los revisteros y asus adjetivos arrulladores, no puedo menos de sentir tristeza pensando que jams ser el hroe de una de esas ovacionesnocturnas con que la muchedumbre obsequia a sus favoritos. No soy hipcrita; me alegrara de llegar siquiera una noche enla vida a mi casa como un cnsul, precedido de lictores con las fasces en alto o rodeado de cirios encendidos, como NuestroSeor Sacramentado cuando se digna visitar a los enfermos.

    Me consuelo imaginando que los dioses me han concedido el gusto de las artes y alguna escasa habilidad en una de ellaspara embellecer y hacer felices los das de mi vida, no para dejarlos correr en medio de las miserables inquietudes queengendra el amor propio. Me consuelo asimismo con la idea de que tambin en materia de triunfos el exceso se pagacruelmente. La medida no es slo la esencia del arte, sino que lo es tambin del mundo entero, como afirmaba Pitgoras.Tanto vivo persuadido de ello, que juzgo locura, como Horacio, hasta el exceso en la virtud.

    Insani sapiens nomen ferat, quus iniqui

    Ultra quam satis est virtutem si petat ipsam.

    Siempre he tenido la intuicin de esta gran verdad, que nutri al pueblo ms grande que ha pisado la tierra y produjo elarte ms asombroso. En casi todas mis obras se hallar como tendencia ms o menos ostensible. Desgraciadamente, como lareflexin y el estudio no la haban confirmado, me apart de ella en diversas ocasiones. Falsos conceptos unas veces, otrasestmulos de vanidad literaria, me arrastraron a hacerlo.

    Me arrepiento, en primer trmino, de haber principiado a novelar demasiado pronto. En la edad juvenil se puede serexcelente poeta lrico, pero no cultivar con acierto un gnero tan objetivo como la novela realista. Slo en la edad madura es

    dado al artista emanciparse de los lazos con que su sensibilidad le ata al mundo fenomenal y adquirir la calma, la perfectaserenidad necesaria para concebir y penetrar en el carcter de sus semejantes.

    Asimismo deploro el empleo de ciertos efectos de relumbrn que hallars en algunas de mis obras. Cuando salieron de mipluma ten por seguro que no atenda al consejo de las musas, sino al gusto depravado de un vulgo frvolo y necio.

    Me pesa, finalmente, de haber escrito ms de lo que debiera. La fecundidad tal como el vulgo de los crticos la entiende es,en mi opinin, un vicio, no cualidad digna de aplauso. Para que las obras de arte se acerquen a la perfeccin y nazcan viables,es menester que se nutran antes largo tiempo en el cerebro y se trabajen con sosiego. No se me oculta que hay espritusprivilegiados a quienes basta poco tiempo para engendrar y producir frutos delicados; pero juzgo que ni aun a estos mismosles perjudicar un saludable retraso. Recurdese el ejemplo de Goethe, que concibi a los veinte aos la idea de Fausto y notermin su inmortal poema hasta los ochenta. Actualmente, oprimidos unas veces con el afn de lucro, otras con la pasinde la gloria, los que escribimos para el pblico vivimos en una fiebre devoradora de produccin. El pblico exige a cada

    instante novedades: es menester servrselas, aunque vayan hilvanadas. Si no aparece cada poco tiempo un libro nuevo en losescaparates de los libreros, pensamos con terror que se nos va a olvidar, sin prever que se es el medio ms seguro para ello;porque ese pblico cuya atencin anhelamos cautivar a toda costa es un Saturno que devora nuestros pobres libros sindigerirlos: es igual que le den a mascar carne de dioses o piedras berroqueas.

    No, compaeros, no: tratemos de producir obras sazonadas, sacando de nuestro ingenio todo el partido posible. Quienhaya producido una sola obra en su vida, si es bella, jams ser olvidado. No nos fatiguemos en dilatar nuestra popularidadagradando a la muchedumbre, sino en obtener la aprobacin de los pocos hombres de gusto que existen en cada generacin.stos son los que al cabo imponen su criterio. Si as no fuese, si el renombre del escritor dependiese de la turbamulta, ni elQuijote, ni la Iliada, ni la Divina Comedia, ni ninguna de las obras maestras del ingenio humano, seran estimadas en lo quemerecen.

    La fecundidad del escritor no debe medirse por el nmero de sus obras, sino por el tiempo que stas duran en la memoria

    de los hombres. Escritor fecundo es aquel que a travs de las edades hace sentir su influencia, fecundiza con su obra elpensamiento de la posteridad, vive con todas las generaciones, las acompaa, las instruye, les hace gozar y sentir. En estesupuesto, Cervantes con un solo libro es ms fecundo que Lope de Vega con sus millares de comedias.

    Lejos, pues, de enorgullecerme por el nmero de obras que llevo escritas, me avergenzo pensando en los grandesescritores que tras larga y laboriosa vida no han producido otro tanto. Es un vicio de la poca al cual tampoco he podidosustraerme.

    Nadie recorrer las muchas pginas que seguirn a sta con igual paciencia que t, hijo mo. En ellas leers la historiantima de mi pensamiento. Sobre ellas he exprimido la sangre de mi corazn. A ti te las dedico, no a ningn prcer que lasponga bajo su amparo, no a ningn crtico que las defienda y las alabe. Alguna vez, leyndolas, las lgrimas se agolparn atus ojos. Llora, s! Harta razn tendrs para ello. Por debajo de la ficcin vers palpitar la tremenda realidad, adivinars lostormentos de tu padre y tu propia desdicha. Lo que para los dems es fbula ms o menos divertida, para ti ser triste y

    solemne confesin. Poco vale desde el punto de vista del arte, pero he gozado escribindola. No hay medio ms eficaz desuavizar nuestros dolores, de aplacar nuestra clera y arrojar el veneno de las pasiones que verlas reflejadas en el espejo deuna obra de arte.

    Ninguna otra recompensa espero. Estoy plenamente satisfecho. Pero si al recorrer el mundo, cuando llegues a la edadviril, escuchando tu nombre, algunos ojos brillan con simpata, algunas manos se extienden hacia ti, ser quiz que alguienrecuerde todava los cantos de tu padre. Estrchalas, hijo mo: recibe esta simpata como una herencia sagrada. Corta es, pero

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    ha sido ganada con alegra y sin mancilla.

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    A

    Il a tout, il a l'art de plaire,

    Mais il n'a rien s'il ne digre.

    Voltaire.

    I

    briose la puerta y entr en la sala un joven flaco, que salud a los circunstantes inclinando la cabeza. Las dos seoras,sentadas en el divn de damasco amarillo, y el caballero de luenga barba, situado al pie del balcn, le examinaron un

    momento sin curiosidad, contestando con otra levsima cabezada. El joven fue a sentarse cerca del velador que haba en elcentro, y se puso a mirar las estampas de un libro lujosamente encuadernado.

    Reinaba silencio completo en la estancia esclarecida a medias solamente. La luz del sol penetraba bastante amortiguadaal travs de las persianas y cortinas. Detrs de la puerta del gabinete vecino percibase un rumor semejante al cuchicheo delos confesonarios.

    El caballero de la barba se obstinaba en mirar a la calle por las rendijas de la persiana, dndose golpecitos de impacienciaen el muslo con el sombrero de copa. Las seoras, sin despegar los labios y con semblante de duelo, paseaban la miradarepetidas veces por todos los rincones de la sala, cual si tratasen de inventariar la multitud de objetos dorados que laadornaban con lujo de relumbrn.

    Al cabo de buen rato de espera, se entreabri la puerta del gabinete y escuchronse las frases de cortesa de dos personas

    que se despiden. La seora que se marchaba cruz la sala con una hermosa nia de la mano y se fue dando las buenas tardes.El doctor Ibarra asom la cabeza calva y venerable, diciendo en tono imperativo:

    El primero de ustedes, seores.Adelantose con prontitud el caballero impaciente. Y volvi a reinar el mismo silencio.El joven flaco sigui hojeando el libro de estampas, que era un tratado de indumentaria, sin hacerse cargo del minucioso

    examen a que le estaban sometiendo las dos seoras del divn. Era casi imberbe, dado que el tenue bozo que sombreaba sulabio superior no mereca en conciencia el nombre de bigote. A pesar de esto, se comprenda que no era ya adolescente. Loslineamientos de su rostro estaban definitivamente trazados y ofrecan un conjunto agradable, donde se lean claramente lossignos de prolongado padecer. Alrededor de los ojos negros y brillantes advertase un crculo morado que les comunicabagran tristeza; en los pmulos, bastante acentuados, tena dos rosetas de mal agero, para el que haya visto desaparecerdeudos y amigos en la flor de la vida.

    En tanto que el barbado caballero se estuvo dentro con el doctor, nuestro joven continu repasando los preciosos cromosdel libro con sus dedos tan finos, tan delicados, que parecan hacecillos de huesos prontos a quebrarse. Pero con talesmanos puede un hombre trabajar? Se puede defender? Eran las preguntas que a cualquiera le ocurriran mirndolas. Lasseoras del divn contemplronlas con lstima y se hicieron una leve seal con los ojos, que quera decir: pobre joven!Despus se hicieron otra seal, que significaba: qu pantalones tan bonitos lleva, y qu bien calzado est! Indudablementeaquel muchacho les fue simptico. La vieja se irrit en su interior contra las mujeres infames, como hay muchas en Madrid,que se apoderan de los chicos y les beben la sangre, al igual de las antiguas brujas. La joven pens vagamente en salvarle lavida a fuerza de amor y cuidados.

    El primero de ustedes, seoresdijo nuevamente el doctor Ibarra, despidiendo al caballero, que sali grave y erguidocomo un senador romano.

    Las dos seoras avanzaron lentamente hacia el gabinete. Antes de encerrarse, la nia dirigi una mirada de inteligencia

    al joven flaco, tratando sin duda de decirle: No soy yo la que vengo a consultar; es mi madre. Gracias a Dios, yo estoy buenay sana para lo que usted guste mandar.Los labios del joven se plegaron con sonrisa imperceptible y sigui examinando elpintoresco manto de un caballero de la Orden de Alcntara que le haba dado golpe, al parecer. No obstante, de vez encuando volva los ojos con zozobra hacia la puerta del gabinete. Trataba intilmente de reprimir la impaciencia. Aquellasseoras tardaban mucho ms de lo que haba contado. Dej el libro, se levant, y como no haba nadie en la sala, se puso adar vivos paseos sin perder de vista el pestillo, cuyo movimiento esperaba. Al cabo de media hora son por fin la malhadadacerradura; pero an en la puerta se estuvieron las seoras largo rato despidindose. Cuando terminaron, la nia le mir: Notengo la culpa de que usted haya esperado tanto: ha sido mam que es tan pesada! El joven contest con otra miradaindiferente y fra y entr en el gabinete. La nia sali de la sala con un nuevo desengao en el corazn.

    Era el clebre doctor Ibarra un anciano fresco y sonrosado, pequeito, con ojos vivos y escrutadores, todo vestido denegro. El gabinete donde daba sus consultas distaba mucho de estar decorado con el lujo cursi y empalagoso de la sala. Seadivinaba que el doctor, al amueblarla, sigui el modelo de todas las salas de espera, al paso que en el gabinete habaintervenido ms directamente con sus gustos y carcter un tanto estrafalarios, resultando una decoracin severa y modesta,no exenta de originalidad. La mesa en el centro, las paredes cubiertas de libros, y el suelo tambin, dejando slo algunossenderos para llegar al sof y a la mesa. Por uno de ellos condujo el doctor, de la mano, a nuestro joven, hasta sentarlocmodamente, quedndose l en pie y con las manos en los bolsillos. Despus de permanecer inmvil algunos instantesexaminando con atencin el rostro desencajado de su cliente, dijo ponindole una mano en el hombro:

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    Es la primera vez que viene usted a esta consulta?S, seor.Bien; diga usted.El joven baj la vista ante la mirada penetrante del mdico, y profiri con palabra rpida, donde bajo aparente frialdad se

    trasluca la emocin:Vengo a saber la verdad definitiva sobre mi estado. Estoy enfermo del pecho. El mdico que me ha reconocido dice que

    me encuentro en segundo grado de tisis pulmonar, y por si la ciencia tiene an algn remedio para mi mal, me dirijo a usted,que est reputado como el primer mdico que hoy tenemos.

    Muchas gracias, queridocontest el doctor, dirigindole una larga mirada de compasin.Le reconocer a usted y ledir mi opinin con franqueza, pues que as lo desea... Pero antes de que procedamos al reconocimiento, necesito saber losantecedentes de su enfermedad... Vamos a ver... Cunto tiempo hace que est usted enfermo?

    En realidad, puedo decir que lo he estado siempre. Apenas recuerdo haber gozado un da de completa salud. Siempre hetenido una naturaleza muy enclenque, y he padecido casi constantemente... unas veces de uno y otras veces de otro...generalmente del estmago.

    Malas digestiones?S, seor; siempre han sido muy difciles.Con dolores?No los he tenido hasta hace poco. Durante la niez he padecido mucho. A los catorce o quince aos empec a sentirme

    mejor, a comer con ms apetito y me puse hasta gordo, dado, por supuesto, mi temperamento; pero al llegar a los veinte, nos si por el mucho estudiar o el desarreglo de las comidas, o la falta de ejercicio, o todo esto reunido, volvieron a exacerbarse

    mis enfermedades, y puedo decir que, durante una larga temporada, mi vida ha sido un martirio. Despus mejor cambiandode vida; pero he vuelto a recaer hace ya algn tiempo.

    A qu ocupaciones se dedica usted?El joven vacil un instante y repuso:Soy escritor.Mala profesin es para una naturaleza como la suya. Las circunstancias con que ustedes trabajan generalmente... a las

    altas horas de la noche, hostigados por la premura del tiempo... la falta de ejercicio... y el trabajo intelectual, que ya de por ses debilitante... Y dice usted que de algn tiempo a esta parte se ha recrudecido la enfermedad del estmago?

    El estmago, no tanto: lo peor es la gran debilidad que siento en todo mi organismo desde hace tres o cuatro meses.Una carencia absoluta de fuerzas. En cuanto subo cuatro escaleras, me fatigo. No puedo levantar el peso ms insignificante...

    Ha tenido usted algn sncope, o siente usted mareos de cabeza?

    Mareos, s, seor; pero nunca he llegado a perder el sentido. Sin embargo, en estos ltimos tiempos he temido muchasveces caerme en la calle.

    Tose usted?Hace un mes que tengo una tosecilla seca, y el lunes he esputado un poco de sangre. Me alarm bastante y fui a

    consultar con un mdico que conoca...La sangre vino en forma de vmito o mezclada con saliva?Nada ms que un poquito entre la saliva.Antes, no haba usted consultado?S, seor, muchas veces; pero como se trataba de una enfermedad crnica, me iba arreglando con los antiguos remedios:

    el bicarbonato, la magnesia, la cuasia...Bien; deme usted la mano.

    El doctor Ibarra estuvo largo rato examinando el pulso del joven. Despus, observ con atencin sus ojos, bajando paraello el prpado. Quedose algunos momentos pensativo.Deseara reconocerle el pecho.Cuando usted guste. Es necesario que me desnude?Sera mejor. Aqu no hace fro.El joven empez a despojarse velozmente. Pareca tranquilo a primera vista. No obstante, quien le observase con cuidado,

    notara que haba crecido un poco la palidez de su rostro, y que tena las manos trmulas. Cuando estuvo desnudo de mediocuerpo arriba, interrog con la mirada al mdico. ste consider el miserable torso que tena delante, con profunda lstima.Las costillas pudieran contarse a respetable distancia: el cuello sala de sus estrechos hombros largo y delgado, y adornadocon prominente nuez. Hzole sea de que se tendiese en el sof y fue a sacar de un armario el estetoscopio. Despus se colocode rodillas al lado del sof, y comenz el reconocimiento. El doctor se entretuvo largo rato a palpar y repalpar el pecho,apoyando los dedos y dando sobre ellos repetidos golpecitos. En el lado derecho algo le llam la atencin, porque acuda allcon ms frecuencia. Nada turbaba el silencio del gabinete. El joven observaba de reojo la fisonoma impasible del doctor. Unamosca se puso a zumbar tristemente en torno de ellos. Pero an ms triste zumbaba el pensamiento por el cerebro denuestro enfermo, quien senta escaprsele la vida cuando se hallaba en los umbrales. Todos los instantes de dicha que habagozado acudieron en tropel a su imaginacin: la vida se le present engalanada y risuea, como una mujer hermosa que leesperase: hasta sus dolores y quebrantos le parecieron amables en aquel momento en que le iban a notificar que dejara de

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    sentirlos para siempre. No obstante, si sus ideas y recuerdos le pusieron triste, no consiguieron enternecerle. Haba en sualma tal fondo de entereza y orgullo, que consideraba indigno asustarse con la perspectiva de la muerte.

    El doctor tom el instrumento, se lo puso sobre el pecho y aplic el odo.Tosa usted... as... no tan fuerte... Ahora respire usted con fuerza y acompasadamente.Hubo un largo silencio.Vulvase usted un poquito... as... Tosa usted otra vez... Basta... Respire usted con fuerza...Nuevo silencio, durante el cual el enfermo comenz a acariciar una idea horrible.Ahora hable usted.De qu quiere usted que hable?Recite versos, ya que es usted literato.Bueno, recitar los que ms me convienen en este momentorepuso el joven sonriendo con amargura. Y empez a

    decir en voz alta la admirable poesa de Andrs Chenier, titulada Le Jeune malade.Cuando hubo recitado algunos versos, el mdico le interrumpi:Basta... Siga usted respirando tranquilamente.Torn a reinar el silencio. Un largusimo rato se estuvo el mdico con el odo atento a lo que en las profundidades del

    pecho de nuestro joven acaeca, explorando los ms leves movimientos, los ruidos ms imperceptibles, como el ladrn quefuese de noche a penetrar en una casa. A veces crea sentir los pasos de la muerte, como el soldado los de su enemigo, y lafrente del anciano se arrugaba, pero volva a serenarse al momento, adquiriendo expresin indiferente. Su atencin era cadavez ms profunda. En tanto, el paciente tena fijos en el techo los ojos, donde empezaban a dibujarse las seales de unasombra decisin. Las cejas se fruncan: las negras pupilas despedan miradas cada vez ms duras y tristes.

    El doctor levant al fin la cabeza, y pregunt framente:Qu mdico le ha dicho a usted que estaba en segundo grado de tisis?Ningunorepuso el enfermo con la misma frialdad.El anciano se puso en pie vivamente, y le mir lleno de estupor. Despus se santigu exclamando:Jess qu atrocidad!Y sonriendo con benevolencia:Ha hecho usted una locura, joven. Que hubiese usted ganado

    con que le dijera que se mora?Saberlo de un modo indudable.Muchas gracias; y despus?Despus... despus... despus yo no s lo que hubiera pasado.S, lo sabe usted... pero ms vale que no lo diga. Afortunadamente, le ha salido bien la treta; porque no necesito decirle

    que no tiene usted ningn pulmn lesionado: slo hay un leve desorden en las funciones. Lo que usted tiene, salta a la vista

    de cualquiera, porque lo lleva escrito en el rostro: es la enfermedad del siglo XIX, y en particular de las grandes poblaciones.Est usted anmico. La dispepsia inveterada que padece no acusa tampoco ninguna lesin en el estmago, y es perfectamentecurable. No tiene usted, por consiguiente, nada que temer, por ahora. Recalco estas palabras para que usted comprenda queurge ponerse en cura, porque a la larga, esta enfermedad engendra la que usted crea ya tener... Y ahora se ofrece para m unagrave dificultad. Yo puedo recetarle algunos medicamentos que le aliviaran, pero slo momentneamente. Mientrassubsistan sus causas, la enfermedad no se curar radicalmente, y le har a usted padecer cruelmente toda la vida, y al caboconcluir con ella demasiado pronto... Hbleme usted con franqueza... Nosotros, los mdicos, somos los confesores de loshombres que no creen en la confesin... Es usted casado, o soltero?

    Soltero.Pero usted tiene una mujer que le ama demasiado...Acaso...repuso el joven sonriendo y ruborizndose levemente.

    Tendra usted fuerzas para alejarse de ella por una temporada?La frente del enfermo se arrug, y sus ojos adquirieron expresin fija y dura.No deseo otra cosa.Perfectamente... Y pudiera usted tambin dejar sus negocios y pasar una larga temporada en el campo, sin hacer

    absolutamente nada?Creo que s.Entonces nos hemos salvado. No importa que sea un sitio u otro donde usted vaya, en el Norte o en el Medioda; lo

    indispensable es que usted descanse y respire aire ms puro, que corra usted entre los rboles unas veces y otras al sol, quecoma usted alimentos suaves y nutritivos, que se levante usted temprano y no se retire tarde, que trueque, en fin, la vidaartificial y antihiginica que lleva, por otra natural y sencilla, y que d a ese pobre cuerpo lo que est reclamando a gritos.

    El anciano mdico se alarg todava bastante dndole consejos sobre su proceder en lo futuro. El joven le escuchreligiosamente, concedindole la razn en su interior. Cuando hubo terminado, se levant y quiso pagarle. El mdico no loconsinti: senta mucha simpata hacia los jvenes escritores, y en el caso presente comprendase que la simpata era anms viva. Llevole de la mano hasta la puerta de la estancia, y al despedirse le pronunci otro corto discurso, dndoleafectuosas palmaditas en el hombro:

    No ser loco, no ser loco, joven. Tenga firme por la vida, que usted no sabe lo que pasar cuando la suelte... Y sobre todo,ms vale pjaro en mano... Los hombres que tienen, como usted, valor e inteligencia, deben reservarse para las empresas

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    grandes y tiles. Crese usted, robustezca usted su cuerpo, y ver cmo despus no siente tanto desprecio por la existencia...Adis, joven... No deje usted de escribirme pronto desde su retiro, para que le enve una receta. Por ahora no quiero darlemedicamentos. Necesito saber la influencia del cambio de vida y de clima sobre su organismo... Se llama usted D. AndrsHeredia, no es verdad?... Perfectamente: no me olvidar... Adis, Sr. Heredia; no deje usted de irse cuanto antes de Madrid.

    Al pasear la mirada por la sala, el mdico tropez con un cliente que, sentado en un divn, tosa apretando las sienes conlas manos. Bajando la voz, aadi al odo del joven:

    Ese pobre se curar en otro campo distinto del que usted va a visitar... Adis, querido, adis.

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    A

    II

    ndrs Heredia perdi en la niez a su padre, magistrado del Tribunal Supremo, que haba tenido la flaqueza de casarse,ya viejo, con una sobrinita de diez y ocho aos. Su tardo matrimonio y algunos quebrantos de fortuna, que por la baja

    repentina de los fondos pblicos haba experimentado, dieron con l en la sepultura. El fruto de esta unin desacertada fueun nio menudo y enteco, que se cri trabajosamente a fuerza de mimos y cuidados.

    A la muerte de su padre hered 40.000 reales de renta que, unidos a la viudedad de su madre, les consinti vivir conbienestar en la corte. La joven viuda no quiso contraer nuevo matrimonio, aunque no le faltaron buenas coyunturas para

    ello. Cifr los anhelos y las esperanzas todas de su vida en aquel nio, que necesitaba de su maternal solicitud para noperecer al golpe de las muchas dolencias que padeci en la infancia: para ella era un goce intenso y continuo irlas venciendoy verle salvo y cada vez ms robusto. El chico, al mismo tiempo, iba descubriendo un natural sensible y despejado: adoraba asu madre y la enorgulleca con sus triunfos en el colegio: todos los meses diploma de honor: en todos los exmenessobresaliente o notablemente aprovechado. Ms tarde, cuando alcanz los diez y seis aos, le trajo un peridico dondeaparecan unos versos firmados por l. Lisonjeada en su vanidad de madre, la pobre mujer rompi a llorar. Desde entonces lacarrera de Andrs qued fijada: fue poeta. No hubo revista literaria ni periodiquillo de provincias que no se viesecomprometido a insertar alguna de sus lacrimosas composiciones, ni certamen potico o juegos florales donde no ganase unaescribana de plata, algn libro lujosamente encuadernado, y tal vez que otra hasta la misma flor natural reservada a lospoetastros ms preclaros. El gnero en que ms sobresala eran las leyendas. Con una cruz de piedra, un par de jinetesrebujados en sendas capas, un camarn bien amueblado, una dama de rara belleza, un castillo con ventanas ojivales y una

    noche de luna llena, tena lo bastante nuestro mancebo para armar un beln de seis mil diablos muy interesante, capaz deponer la carne de gallina a cualquiera. Cuando tuvo bastante nmero de composiciones, public (a ruego de algunos amigos)

    un tomo; y despus otro; y despus otro. Le costaban un caudal; pero lo daba por bien empleado, porque los peridicosdonde tena amigos comenzaban a llamarle el inspirado poeta, nuestro particular amigo D. Andrs Heredia.Por desgracia,su madre se muri antes de verle en el pinculo de la gloria: muri rpidamente de una tisis pulmonar. Andrs, que slocontaba veinte aos a la sazn, tuvo por curador de sus bienes a un hermano de la difunta; pero no quiso vivir con l, y setraslad con algunos de sus brtulos a la fonda.

    Aqu da comienzo para el joven Heredia una era muy diversa del resto de su vida anterior. Pas repentinamente de laatmsfera tibia de su casa al fresco de la calle, de la existencia dulce y tranquila que el amoroso cuidado de su madre le hacaobservar, a la desarreglada y trashumante de las fondas. El exceso de libertad le hizo dao. Su naturaleza haba cambiadobastante desde los diez y seis aos. El mtodo riguroso, la conducta ordenada, haban conseguido darle una robustezrelativa; de suerte que, al trasladarse a la fonda, se hallaba bastante fuerte para disfrutar de la vida. Por otra parte, su curador

    le pasaba una muy bastante cantidad para sostenerse con desahogo. De todas estas ventajas comenz a usar largamentenuestro joven, presentndose en el mundo con el bro y la petulancia de los pocos aos. Pis los teatros a menudo, y loscafs, y los salones, y hasta los lugares menos santos; contrajo amistades y deudas; despeose en aventuras amorosas que noson el amor. Todo le sonri en un principio. Mas no se pas mucho tiempo sin que la naturaleza diese el grito de alarma. Denuevo se present la antigua dolencia del estmago, ms spera que nunca, por la falta de mtodo en las comidas y el desdnde los remedios oportunos. Y el constante padecer que le envenenaba todos los placeres, comenz a influir de modo notableen su carcter: se torn hipocondraco, pesimista, irascible. Lleg un instante en que se vio precisado a retirarse del comerciosocial, para no tener a cada instante alguna reyerta. Se hizo susceptible, desconfiado; una palabra le desconcertaba, unamirada le hera; no transcurran ocho das sin que riese con algn amigo por cualquier bagatela. Uno de ellos, mdico,despus de cierta escena violenta, le dijo que no discutira ms con l mientras no se pusiese en cura. Esto le hizo volver ens: comprendi que estaba efectivamente enfermo, huy con particular cuidado toda ocasin de disputa, y comenz a

    jaroparse con los remedios que usualmente se dan contra la bilis. No le fue mal con ellos: el estmago se le enton, comicon ms apetito, y al cabo pudo volver a la vida ordinaria, aunque resentido y quebrantado.

    En esta poca haba dado paz temporalmente a las musas, y descendi a escribir en prosa, no vil, sino potica yensortijada como ninguna. Entr de revistero en un peridico, y con ocasin de los saraos, banquetes, funciones de teatro,corridas de toros y toda laya de fiestas pblicas y privadas, comenz a soltar de la pluma un milln de lindas frasecillasingeniosas y acicaladas, que no haba otra cosa que alabar entre las damas. Y como natural consecuencia de la boga de susartculos, tambin su persona alcanz inusitado favor en los salones. Se le juzg fino, gentil, elegante: las mams lebloquearon con sonrisas y lisonjas. Pero no estaba por los amores lcitos: gustaba de morder en la manzana prohibida, y esfama que en poco tiempo le dio muchos y fuertes bocados. Por cierto que uno de ellos le cost un lance de honor, del cualsali levemente herido; pero esto le hizo ganar prestigio entre el sexo femenino. ltimamente, tuvo la mala ventura deligarse a una mujer no joven, ni bella, ni rica, pero tan hbil y experta, de tal infernal atractivo, que en poco tiempo logr

    atarle de pies y manos, tenerle rendido y sumiso a sus pies como un esclavo. Era la esposa de un alto empleado a quien lasaventuras de su seora no parecan dar fro ni calor. Cesaron las de Andrs al tropezar con tal mujer: dej la vida alegre ybulliciosa, y hasta el trato de sus amigos ntimos; no pens desde entonces ms que en servir y festejar a su dolo. Y de estasuerte transcurrieron ms de dos aos, perdiendo en aquellos amores necios sus fuerzas fsicas e intelectuales; porque habaabandonado el estudio, y hasta la pluma ya no le serva ms que para trazar algunas insulsas composiciones en honor de sudama.

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    Al llegar a la mayor edad entr en la libre disposicin de sus bienes, que hall no poco mermados, gracias al buen aire quesupo darles su seor to mientras los manej. Con este motivo hubo disputas y fuertes desabrimientos entre ambos, y aunamagos de litigio: al fin se zanj el asunto por la intervencin de algunos amigos oficiosos, no sin perder Andrs en latransaccin buena parte de su hacienda. Estos disgustos y todos los dems se compensaban por los dulces momentos que susvergonzosos amores le hacan pasar. Mas al fin, tambin fueron perdiendo mucho en su atractivo: la esposa del empleado seempeaba en abusar de su poder y en exigir mayores sacrificios, al mismo tiempo que el amor se iba gastando en el pecho delevaporado joven. Esto produjo tirantez entre ellos, algunas reyertas y no pocas desazones. Andrs concluy por desear unrompimiento; pero se dejaba arrastrar de la costumbre, sin fuerzas para tomar una resolucin violenta, como sucede casisiempre en las relaciones aejas.

    Presentose al cabo lo que era inevitable. Su salud, siempre arrastrada y temblona, se resinti de modo alarmante. Ya noeran solamente la delgadez singular, la fatiga y la inapetencia los fenmenos que se advertan en su organismo. En losltimos tiempos comenz a sentir agudos dolores de estmago a ciertas horas del da, que le dejaban extremadamenteabatido y triste. Cuando en la calle le acometan, apretaba fuertemente la parte dolorida con el puo del bastn, y ascaminaba con el rostro plido y angustiado, sin or ni ver nada de lo que a su alrededor pasaba. Por fortuna, duraron pocotiempo: el bismuto que le recet el amigo con quien sola consultarse consigui aliviarlos notablemente.

    Pero a los pocos das, un esputo de sangre, que arroj al toser, le asust. Estara tsico? Semejante idea le llen deespanto. Nunca haba pensado en la muerte, sino como elemento artstico que utilizaba para sus poemas romnticos,sacndola a relucir, demasiadamente por cierto, en apoyo de la sinceridad de sus ansias amorosas, y como medio deconseguir un blsamo para sus penas. Mas ahora, la muerte se le presentaba de modo mucho menos simptico, lvida,descarnada, hedionda, empuando en sus huesosas manos la guadaa fatal apercibida a segarle el cuello; era la muerte sin

    consonantes ni ripios, totalmente desnuda de galas retricas. En su presencia sinti impresin muy distinta a la que le habainspirado el poema Amor y muerte, que pocos meses antes haba publicado cierta revista literaria titulada Los Ecos delManzanares: sinti fro y miedo y apego sin condicin a la vida, de la cual tantas veces haba maldecido en verso. Pas dosdas en extraordinaria agitacin, encerrado en su cuarto, sin ver a su amiga ni otro ser viviente ms que a la domstica que leserva sus cortas refacciones, sin resolverse a consultar con algn mdico de experiencia por el temor de adquirir la fatalcertidumbre de su desgracia.

    La agitacin, no obstante, cedi y se transform, como sucede generalmente, en abatimiento y tristeza. Y poco a poco, deeste abatimiento, del que muy contados humanos escaparan en idntico caso, brot como planta vigorosa la resignacin, oms bien una indiferencia estoica y varonil nacida de la vergenza de haber sentido miedo. Su corazn alzose bravamenteante el fantasma terrible de la tisis, y dijo: No se muere ms que una vez... Das antes o das despus... Bah! Qu importa!

    Y por un supremo esfuerzo de la voluntad qued sereno, completamente sereno, observando su propia tranquilidad con

    noble orgullo. Slo un pensamiento logr enternecerle dulcemente: Mi madre muri tsica; all voy a juntarme con ella.derram algunas lgrimas que le refrescaron el alma. Despus arregl in mente todas sus cosas, trazando una minuta ideal desu testamento, se lav, se visti con pulcritud y sali de casa en busca de la del doctor Ibarra, uno de los ms celebradosmdicos de Madrid, resuelto a saber la verdad de su estado y el tiempo que an le quedaba de vida. Algo siniestro, espantoso,flotaba por encima de su resignacin, sin que l mismo se atreviese a definirlo.

    Cun distintas fueron sus impresiones al salir de aquella casa! Haba entrado pocos momentos antes indiferente, fro,con el espritu desmayado y el paso vacilante. Al salir, le palpitaba el corazn fuertemente, los ojos le relucan, las mejillas secoloreaban, los pies bailaban sobre la escalera con redoble firme y alegre. Es que el doctor Ibarra, el mdico ms afamado dela corte, un sabio respetado en toda Europa, un semidis de la ciencia, le acababa de prometer la vida.

    La vida! Al poner el pie en la calle, la encontr hermosa y amable como nunca. El sol resbalaba por el difano cristal delfirmamento con dulce sosiego, y sus rayos caan sobre la ciudad como suave y divina bendicin. Discurra la gente por las

    aceras en animado movimiento; brillaban los cristales de los escaparates y los de los balcones; cruzaban los carruajes hacia elpaseo estremeciendo el pavimento, y despidiendo de sus ruedas vivos y gratos reflejos; un piano mecnico alzaba sus sonesen medio de la calle tocando el brindis de Lucrecia; una vendedora de violetas cruzaba con el cestillo en la mano, dejandotras si el ambiente perfumado; escuchbanse las risas de los nios que jugaban en el balcn de un entresuelo; vease la lindacabecita rubia de una joven que desde otro balcn mucho ms alto exploraba la calle, evitando los rayos del sol con lapantalla de su mano nacarada... Todo era grato y placentero; todo palpitaba, todo cantaba, todo resplandeca. El cielo enviabauna dulce sonrisa protectora a la tierra. La tierra contestaba con frescas carcajadas de jbilo.

    El alma de Andrs tambin rea. Qued inmvil un instante a la puerta del bendito doctor, deslumbrado, el coraznhenchido de emociones, bebiendo y aspirando la luz que le inundaba, gozando como dicha infinita el vaivn y los rumoresde la calle. Y del fondo de su espritu caviloso y triste sali un grito que domin todas las emociones, todas las ideas y deseos.Vivir!

    Vivir, vivir de cualquier modo que fuese; vivir sin placeres, porque el vivir es el mayor de todos. Era el grito de socorro! deun ser en peligro, el ruego acongojado de un cuerpo dolorido; el mandato imperioso de la naturaleza viva que lucha con lamuerte desde el comienzo del mundo. Cmo algunos minutos antes desdeaba a tal punto la vida, cuando ahorarenunciara de buen grado a todos los goces de la tierra por poseerla? No acertaba a comprenderlo.

    Mientras caminaba hacia su casa, bandose en la dicha de vivir, iba pensando en el modo ms adecuado de cumplir lospreceptos del doctor Ibarra y satisfacer el deseo vehemente, irresistible, de su atribulada naturaleza. Se acord de que tena

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    un to en una de las provincias del Norte, prroco de cierta aldea pintoresca y sana, al decir de los que la haban visitado, ydecidi escribirle inmediatamente.

    Escribiole, en efecto, arregl el cobro de sus intereses con el agente encargado de ellos, hizo su equipaje y al da siguientese embarc en el tren del Norte, sin ver a su amante, ni dar parte a nadie de su marcha repentina, como quien escapa deviolenta y temerosa persecucin.

    Ni la justicia ni enemigo mortal alguno le perseguan. El nico que le acechaba los pasos, esperando impaciente elmomento oportuno de acometerle, era aquel fantasma plido y hediondo que se le haba aparecido al arrojar algunas gotasde sangre por la boca.

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    C

    III

    uando el joven Heredia se acerc al despacho del ferrocarril minero que enlaza el puerto de Sarri con la villa de Lada,solicitando un billete de primera, el expendedor le clav una mirada honda y escrutadora, y le examin detenidamente

    de la cabeza a los pies, preguntndose con curiosidad:Quin ser este joven? Me parece que no le he visto hasta ahora.Algn nuevo ingeniero que hayan trado los Iturraldes? Est bien flaquito el pobre.

    En la vasta sala de espera, negra por el polvo de carbn, no haba nadie. El expendedor pudo examinar largo rato an alviajero. Al cabo de un cuarto de hora de pasear por aquel inmenso y sucio camaranchn, apareci un mozo con el rostro

    embadurnado tambin de carbn, empuando una campana de bronce que hizo sonar con fuerza; y encarndose al propiotiempo con nuestro joven, grit reciamente:

    Viajeros al tren!Oye, Pericogrit el expendedor desde la taquilla.Quin te ha mandado dar la seal?Es la horarepuso el mozo, malhumorado.Y quin te ha dicho a ti que era la hora?El reloj.Pues aqu no hay ms reloj que yo; lo entiendes, mastuerzo?dijo el expendedor con voz colrica, sacando cuanto

    pudo el airado rostro por la ventanilla.Vaya, vaya! Pues no faltaba ms que estuvisemos aqu sujetos a la voluntad de losseores mozos!Usted dispense, caballeroprosigui volviendo los ojos a Andrs;pero este mozo es ms animal que elandar a pie... Hoy no podemos salir a la hora en punto, porque va el seor gerente con el ingeniero a reconocer unas minas...

    De todos modos, no ser cosa lo que nos retrasemos...Andrs levant la mano, como diciendo:Por m no se molesten ustedes!Y sigui paseando por la sala con la misma calma.Quiere usted facturar el bal?Ah! S, seor; se me olvidaba.Facturado el bal, crey que poda salir a dar algunas vueltas fuera de la estacin.No se aleje usted mucho, caballero: el seor gerente no tardar en llegar: suele ser puntual.En efecto, el gerente y el ingeniero tardaron poco en aparecer, conversaron unos instantes con el expendedor y se

    metieron en un coche reservado, algo menos sucio que el que a Andrs le toc en suerte. El hombre de la taquilla, despus deapretar la mano repetidas veces al gerente y al ingeniero y de hacer un sinnmero de saludos con su gorra galoneada, sedirigi en voz alta al maquinista:

    Ya puedes arrancar, Manuel.

    Silb la locomotora, prolongada, triste, agudamente; lanz despus sordos bufidos de angustia, cual si le costaseesfuerzos supremos remover el cortejo de vagones que le seguan; por ltimo, empez a caminar suave y majestuosamente;despus con ms celeridad, aunque no mucha.

    El valle en que estaban asentados el pueblo y la estacin de Navaliego, intermedia entre la villa martima y la carbonfera,y adonde haba llegado nuestro joven desde la capital con slo hora y media de diligencia, era amplio y dilatado: la vista sederramaba por l sin topar obstculo en algunas leguas: el terreno solamente haca leves ondulaciones. En el pas donde noshallamos, el ms quebrado y montuoso de la Pennsula, el valle de Navaliego constituye una feliz o desdichada excepcin,segn el gusto de quien lo mire. Es ms rido que el resto de la provincia; hay poco arbolado. No obstante, sembrados aqu yall, se ofrecen muchos y blancos caseros que resaltan sobre el verde plido del campo y rompen alegremente la monotonadel paisaje.

    El tren o trenecillo donde Andrs iba empaquetado lo atraves todo lo prontamente que le fue posible, y se detuvo a la

    falda de una montaa, delante de otra estacin. All se subi al mismo coche un matrimonio obeso que salud cortsmente anuestro viajero. Un hombre, calzado de almadreas, gorro de pao negro y bufanda, que se paseaba por delante de laestacin y dictaba rdenes en calidad de jefe, hizo seal con la mano, y el tren torn a silbar y a bufar y a partir.

    El valle se haba ido cerrando poco a poco. Los montes que lo estrechaban estaban vestidos de rboles, dejando entre sufalda y la va frrea hermosas praderas de un verde esmeralda. Andrs contemplaba con jbilo aquel exuberante follaje, queen la vida haba visto, comparndolo con la empolvada pradera de San Isidro. Es indecible el desprecio que en tal instante leinspiraba el recinto de la famosa romera, donde no existe ms verde que el de las botellas.

    Un hombre apareci por la parte exterior del coche, preguntndole:Adnde va usted?A Lada.Bueno, entonces ya me dar usted el billete; no hay prisa... Sr. D. Ramn!... Se Micaela!... (dirigindose con efusin

    al matrimonio obeso). Ustedes por ac! Hace ya lo menos dos meses que no vienen a ver al chico: ya s, ya s que Gaspara haparido un nio muy robusto... Vienen ustedes a ver al nieto, verdad?... D. Micaela cada da ms gorda.

    Pues no es por lo que dejo de pasar, hijito.Qu ha de pasar usted, seora! Con esas espaldas y esas!... Vamos, hombre, si da ganas de rer!Que s, que s, hijito; que lo estoy pasando muy mal desde el da de San Bartolom; que lo diga Ramn si no...Es verdad, es verdadbram sordamente el elefante del marido.Lo est pasando muy mal... A m me parece que es

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    histrico...Andrs dej de escuchar la conversacin y se mud a la otra ventanilla para seguir contemplando el paisaje. Al poco rato,

    el revisor se alej y volvi a reinar silencio en el coche.El valle se haba cerrado an ms. Las faldas de los montes avanzaban casi hasta el borde de la va, dejando poqusimo

    espacio de campo. A trechos, slo quedaba la anchura suficiente para el paso del riachuelo que corra por la caada. Losrboles extendan de cerca, y por entrambos lados, sus ramas, cual si tratasen de atajar la marcha del tren.

    Parose ste repentinamente, cuando menos se esperaba, en medio de la mayor apretura de la garganta, donde no habarastro de estacin ni otra fbrica de menor calidad que hiciese sus veces.

    Andrs, despus de asomar la cabeza por las ventanillas y mirar y remirar en vano, se atrevi a preguntar a suscompaeros:

    Qu significa esta detencin?Nada, que se apear aqu el gerente.Ah!Marido y mujer cambiaron entonces una mirada menos vaga y mortecina que las que ordinariamente despedan sus ojos

    revestidos de carne. Un mismo pensamiento cruz por sus acuosas masas enceflicas.Si el maquinista quisiera parar antes de llegar a Piedrasblancasdijo la mujernos ahorrbamos deshacer el camino.Es verdaddijo el marido.Dselo a Felipe.No s si ceder.Qu se pierde con pedrselo? El no ya lo tienes en casa.

    El marido asom su faz redonda por la ventana, y espi largo rato los movimientos del revisor. Al fin se resolvi a hacersea de que se acercase. Vino el revisor, escuch la proposicin de la faz redonda y la hall un poco grave. Era comprometidopara el maquinista y para l; ya les haban reprendido severamente por actos semejantes; el servicio se interrumpa; losviajeros se quejaban; se perdan algunos minutos...

    La mujer escanci un vaso de vino, y se lleg con l a reforzar los argumentos de su consorte. Negocio terminado. El trenparara media legua antes de Piedrasblancas, pero cuidado con bajarse en seguida! Mucho cuidado!

    Pierda usted cuidado.En efecto, al poco rato el tren detuvo un instante su marcha; slo el tiempo necesario para que marido y mujer dijesen a

    Andrs:Buenas tardes, caballero, feliz viajey se bajasen con la premura que les consenta la pesadumbre de sus cuerpos.Torn a quedarse el joven solo. No tard en abrirse nuevamente el valle, ofrecindose a los ojos del viajero con amena

    perspectiva. Era ms frtil y frondoso que el de Navaliego, pero menos extenso: un ro de respetable caudal corra por el

    medio: las colinas, que por todas partes lo circundaban, de mediana elevacin y cubiertas de rboles. All, a lo lejos, los ojosdel joven columbraron un grupo de chimeneas altas y delgadas como los mstiles de un buque y adornadas de blancos ynegros y flotantes penachos de humo. En torno suyo, una poblacin cuya magnitud no pudo medir entonces. Era lametalrgica y carbonfera villa de Lada.

    Mucho humo, mucho trajn industrial, mucho estrpito, muchas pilas de carbn, muchos rostros ahumados.Al apearse del tren vacil un momento acerca de lo que haba de hacer.Decidiose a interrogar al primer mozo que le sali al paso.

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    O

    IV

    iga usted: me podra informar si hay en la villa algn alquilador de caballos?S, seor; hay dos.

    Quiere usted guiarme a casa de uno de ellos?Pero en aquel momento un joven alto, de nariz abultada y bermeja, vestido decentemente con pantaln y chaqueta

    negros, bufanda al cuello, negra tambin, y ancho sombrero de pao, tambin negro, los aboc, preguntando al viajero:Sera usted, por casualidad, el sobrino del seor cura de Riofro?

    Servidor.Pues vengo de parte de su seor to para que, si gusta de ir conmigo a las Braas, lo haga con toda satisfaccin. Tengoen la cuadra dos caballeras...

    El enviado del cura mantena suspendido el sombrero sobre la cabeza, sin quitrselo por entero ni acabar de encajrselo.Ah! Viene usted de parte de mi to? Cunto me alegro!... Pero pngase, por Dios, el sombrero... No esperaba yo esa

    atencin... Pues cuando usted guste... Lo peor es el bal... no s cmo lo hemos de llevar...Que se lo traiga un mozo hasta la posada, y de all podr marchar en un carro... El carretero es de satisfaccin.Perfectamente... Vamos all.Ambos se emparejaron, entrando en la industriosa villa como dos antiguos conocidos.Vaya, vaya... pues la verdad, no esperaba yo que mi to me enviase caballo... No le deca categricamente el da en que

    haba de llegar.

    Tampoco me lo dio l como seguro. Yo tena asuntejos que arreglar aqu, en Lada, y pensando venir hoy, se lo dije...Entonces me dijo:Hombre, Celesto, maana puede ser que venga un sobrino mo en el tren de la tarde: quieres llevar micaballo por si acaso?...Oro molido que fuera, seor cura... Vaya, que no faltaba ms!

    Pero lo raro es que usted me haya conocido tan pronto.Celesto hizo una mueca horrorosa con su nariz multicolora. Porque es tiempo de manifestar que la nariz del mensajero

    no era bermeja, como a primera vista le haba parecido a Andrs, sino que, dominando este color notablemente, todavadejaba que otros matices, tirando a amarillo, verde y morado, se ofreciesen con ms o menos franqueza entre los muchosaltibajos y quebraduras que la surcaban. En verdad que era digna de examen aquella nariz. Un gelogo hubiese encontrado enella ejemplares de todos los terrenos volcnicos.

    Ca, no seor, no es raro! El seor cura tuvo cuidado de decirme:Mira, mi sobrino viene muy delicadito, casi htico elpobrecito; de modo que no te ser difcil conocerlo... Y efectivamente...

    No dijo ms porque comprendi que no deba decirlo. Andrs se puso triste repentinamente, y caminaron en silencio

    hasta llegar a la posada, que estaba a la salida de la villa. Fueron a la cuadra, enjaez Celeste los caballos, sacronlos fuera.En marcha, en marcha!... No; todava no. Celesto no se siente bien del estmago, y se hace servir una copa de ginebra, quebebe de un trago, como quien vierte el contenido en otra vasija. Andrs qued pasmado de tal limpieza y facilidad. Ahora s;en marcha: Arre, caballo!

    Los rucios emprendieron por la carretera un trote cochinero. Las vsceras todas del joven cortesano protestaron enseguidade aquel nefando traqueteo, y a cosa de un kilmetro clamaron de tal suerte, que se vio obligado a tirar de las riendas delcaballo.

    Sabe usted, amigo, que el trote de este jamelgo es un poco duro? Si usted tuviese la bondad de ir ms despacio...S, seor; con mucho gusto. Pues no le o nunca quejarse al seor cura de su caballo. Antes dice que es una alhaja...Como yo no estoy acostumbrado a esta clase de montura...Eso ser... Aunque vayamos con calma, hemos de llegar al oscurecer a casa.

    Y ambos se emparejaron y se pusieron a caminar al paso, unas veces vivo, otras muerto, de sus cabalgaduras.Conforme se alejaban de la villa industrial, el paisaje iba siendo ms ameno. La carretera bordaba las mrgenes de un ro

    de aguas cristalinas, y era llana y guarnecida de rboles. El polvo y el humo de carbn de piedra que invadan la villa y suscontornos, ensucindolos y entristecindolos, iban desapareciendo del paisaje. La vegetacin se ostentaba limpia y briosa:slo de vez en cuando, en tal o cual raro paraje, se vea el agujero de una mina, y delante algunos escombros que manchabande negro el hermoso verde del campo.

    Y de qu padece usted, seor de Heredia, del pecho?No, seor; ms bien del estmago.No tiene usted ganas de comer?Pocas.Hombre, le compadezco de veras! Debe de ser fuerte cosa eso de sentarse delante de un plato de jamn con tomate y no

    poder meterle el diente. No he padecido nunca de ese mal... Bien es verdad que tampoco usted padecera si se hubiera pasadocinco aos en el seminario comiendo judas con sal, y arroz averiado: saldra usted de all comindose las correas de loszapatos, como este cura...

    Es usted cura?No, seor; es un decir: estudio para ello.Ya me pareca!

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    No tengo tomadas ms que las rdenes menores... Ver usted: cuando entr en el seminario fue con la intencin deseguir la carrera lata; pero se muri mi padre hace cosa de seis meses, y no he aprobado ms que un ao de teologa. La pobrede mi madre no puede sostenerme tanto tiempo en el seminario ni en posada tampoco: es necesario abreviar la carrera yordenarse cuanto antes... Si no puedo ser telogo, ser cura de misa y olla... Y qu importa?... De todos modos, la curaperaanda perdida; verdad, D. Andrs?

    No me parece tan mala carrera.Se asegura el garbanceo y nada ms. Ya sabe usted que hasta se estn vendiendo los mansos de las parroquias...Y cmo est usted ahora aqu, en la aldea?Desde el fallecimiento de mi padre (que en gloria est)vivo en casa: los negocios no han quedado muy bien, y costar

    todava algn tiempo el arreglarlos. A pesar de todo cuento, Dios mediante, cantar misa de aqu a dos aos... Ea, bajmonosun poco a estirar las piernas y a tomar un piscolabis... No quiere usted echar un cuartern o una copita, D. Andrs?

    Se hallaban delante de una casucha solitaria, sobre cuya puerta tremolaba una banderita blanca y encarnada, dandotestimonio de que all se renda culto a Baco.

    No tomo nada, pero bajar a acompaarle a usted. Me est lastimando el diablo de la silla.No perder usted el tiempodijo Celesto acercndose a tenerle el estribo y bajando cuanto pudo la voz.Va usted a ver

    una de las mejores mozas del partido, ms derecha que un pino, bien armada y bien plantada... Se chupar usted los dedos...Las muecas que el seminarista hizo al proferir tales palabras no son para descritas. Sus ojos acuosos brillaron como

    diamantes brasileos y la volcnica nariz se estremeci de jbilo.Vamos, Amalia, sandunguera, chame una copa de bala rasa y a este seor lo que guste. As pudieras echarte t en la

    copa, salerosa, y beberte yo con toda satisfaccin, mas que reventase despus como una granada!

    Tan mal estmago te hara, capelln?No lo s, cielo estrellado; lo nico que puedo decirte es que me alborotaras mucho los nervios.Pues tila, querido, tila. Qu quiere usted tomar, caballero? (dirigindose a Andrs).Un vaso de agua.Mientras Amalia lavaba el vaso en un barreo colocado al extremo del mostrador, Andrs la examin a su talante.Los datos de Celesto le parecieron exactos. Era una moza de arrogante figura y buenos ojos, de brazos rollizos y

    amoratados; gorda y colorada en demasa. Cuando abra la boca para rer, enseaba unos dientes blancos y sanos, aunquenada menudos.

    chame otra, cara de rosa, que cuando te veo se me seca el gaznate... Vamos, D. Andrs, no se la llevara para casa debuena gana?

    Y para qu me haba de querer este seor en su casa?pregunt riendo maliciosamente la joven.

    Para darte confites, princesa;no es verdad, D. Andrs?Vaya!No me gustan los dulces.Y si yo te los diera, lucero?pregunt el seminarista con voz almibarada, entrando en el recinto cerrado por el

    mostrador y acercndose con paso de gato a la moza.Bah!... entonces me los comera con mucho gustoreplic ella en tono irnico.De veras, cielo?pregunt Celesto cogindola al mismo tiempo por la barba y clavndole sus ojos claros de besugo,

    encendidos por una chispa amorosa.Andrs consider que deba salir a ver cmo andaban los caballos. No se haban movido del sitio; tranquilos, cabizbajos,

    abstrados. Los examin detenidamente, revis sus cascos a ver cmo estaban de herraduras, arregl los aparejos, mientrasescuchaba dentro de la taberna un alegre y continuado retozar, salpicado de frases tiernas, carcajadas y no pocos golpes. All,

    despus de bastante rato, sali Celesto con las mejillas plidas de fatiga y las narices ms requemadas que antes.Vamos, en marcha... Hay que apretar el paso... Qu moza, D. Andrs! verdad?... Pues tiene una hermana que va a sermejor que ella todava... Qu chiquilla ms espetada y ms rica!tan bien formadita por delante como si tuviera veinte aos,y no tiene ms de catorce... Arre caballo! No repara usted, D. Andrs, cmo agradecen los caballos que el jinete eche unascopitas? Es cosa sabida; para hacer andar un caballo remoln, no hay como verterse entre pecho y espalda un jarrito deginebra... Pues ah donde usted la ve, D. Andrs, la Amalita no tiene nada de arisca.

    Ya, ya veo que sabe usted buscarle los pliegues.Celesto ri de satisfaccin hasta saltrsele las lgrimas.Bah! Ya se los han buscado antes que yo otros muchos. Me divierto un poco con ella cuando voy y vengo... pero no pasa

    de ah... Por supuesto, D. Andrs, que esto no dura ms que hasta que tome las rdenes mayores, porque no quiero ser unmal sacerdote...

    Har usted muy bien; de otro modo, ms vale que siga usted distinta carrera.Nada, nada, estoy resuelto a ello: el mismo da que me ordene sanseacab... fuera vino, fuera mujeres, y vida nueva

    como Dios manda...Sigui moviendo la lengua el seminarista con creciente bro mientras duraba la operacin que en la cabeza le hacan las

    copitas de ginebra. Cuando se cansaba de hablar, entonaba alguna cancin picaresca con ribetes de obscena, que haca rerno poco al joven cortesano. La alegra es contagiosa, como la tristeza. La de Celesto consigui pegrsele y lleg pronto a

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    hacerle el do, poniendo en inusitado ejercicio las fuerzas de sus desmayados pulmones.No por eso dejaban de caminar a paso vivo por la amena carretera, que cea como una cinta blanca las faldas de las

    colinas.El valle se iba cerrando. Por detrs de las colinas frondosas asomaban ya sus crestas algunas montaas anunciando que

    los viajeros no tardaran en penetrar en otra regin ms fragosa, en el corazn mismo de la sierra. En efecto, la carreteratermin bruscamente cerca de una fuerte apretura de los montes, donde se asentaba un casero de poca importancia. Desdeall siguieron por un camino tan pronto ancho como estrecho, que faldeaba la montaa a semejanza de la carretera, y estabasombrado a largos trechos por los avellanos de las fincas lindantes. El paisaje era cada vez ms agreste. El valle se habatrasformado en caada, por donde un ro bullicioso y cristalino corra entre angostas aunque muy deleitosas praderas. Atrechos la caada se amplificaba, como si desease merecer tal nombre; otras veces se cerraba hasta ms no poder trocndoseen verdadera garganta, donde haba poco ms espacio que el que ocupaban el camino y el ro.

    ste, a medida que caminaban hacia su nacimiento, iba perdiendo en caudal, aunque ganando mucho en amenidad yfrescura: ms vivo, ms difano y sonoro. Los grandes guijarros de color amarillo que formaban su lecho dejbanse ver contoda limpieza, y hasta en los pozos ms hondos, labrados al borde de alguna pea, exploraban los ojos todos los secretos delfondo... Las montaas a veces se levantaban sobre l a pico, y eran blancas y coronadas de vistosa crestera, entre cuyosagujeros se mostraba el azul del cielo. El musgo formaba en ellas grandes machones de un verde oscuro, que resaltabangallardamente sobre la blancura de la caliza. Muchedumbre de arbustos, y en ocasiones rboles, metan las races dentro desus grietas y aparecan como colgados en retorcidas y fantsticas posiciones sobre el ro.

    La voz del seminarista, entonando sin cesar sus groseras anacrenticas, resonaba formidablemente entre las peas.Andrs callaba ya como un mudo. Se hallaba sobrecogido de respeto y emocin ante aquella vigorosa naturaleza, que no

    haba visto ms que en los paisajes al leo o a la aguada.Estamos muy lejos de Riofro, amigo?No, seor; ya hemos entrado en el concejo de las Braas. Riofro, que es la capital, est en el centro mismo. En cuanto

    salgamos de esta apretura y subamos un repechito corto, lo veremos. A usted no le gustarn estos peascotes, verdad?acostumbrado a vivir en las ciudades...

    Al contrario, me encantan: esto es hermossimo.El seminarista volvi su rostro inflamado por la ginebra, temiendo que Andrs bromease; pero vindole muy serio, hizo

    una leve mueca de sorpresa, y arreando al caballo con la vara de avellano que empuaba, torn a coger el hilo de su cancinfavorita.

    La mujer que es gorda y tierna

    Y tiene buena pierna...

    Y al cura hace pecar,

    Mereciera ser condesa, marquesa, duquesa

    Y el cura cardenal.

    Y no dio paz al cntico hasta que divis a una muchacha que llegaba con un cesto sobre la cabeza.Hola, Telva, cuerpo bueno: adnde te vas a estas horas, chiquirritilla? Supongo que no ser a Lada...Al mismo tiempo le cerraba el camino con el caballo y le aplicaba golpecitos en las mejillas con la vara.Pues a Lada me voy.Y si te comen los lobos?Poco se perdera.Se perda una moza como un sol.S, del medioda! Djame pasar, Celesto.En seguidita; pero antes vas a decirme adnde vas.A Lada, no lo sabes?Eso no es verdad: t te vas a Marn a llevar fruta a tu ta, y de camino a ver a tu primo.Buena gana tengo yo de ver a primos ni a tos! Vamos, djame paso, que llevo prisa.Andrs haba seguido caminando, en la sospecha de que la conversacin iba a ser larga y no muy divertida (para l al

    menos).Subi el repechito de que haba hablado Celesto, avanz algo ms, y al dar vuelta a un recodo del camino, ofreciose de

    improviso a su vista un espectculo que le dej suspenso. A sus pies, all en el fondo, se columbraba un vallecito ameno yvirginal, surcado por un riachuelo cristalino que haca eses, dejando a entrambos lados praderas de un verde deslumbrador.Cerraban este valle algunas colinas pobladas de rboles de tono ms oscuro. Por detrs de las colinas, en segundo trmino,alzaban su frente altsimas montaas de piedra blanca; ms all de stas alzbanse otras an ms altas; despus otras ms

    altas todava, y as sucesivamente una serie indefinida de peascos, apoyndose los unos sobre los otros, cual si seempinasen para echar una ojeada a aquel rinconcito fresco y deleitoso.

    La tarde feneca y comenzaba el crepsculo. Andrs qued en xtasis ante aquel semicrculo inmenso de montaas, queparecan los escaos vacos de un congreso de dioses. En los ms altos tocaban casi las nubes rojas que acompaaban al solen su descenso. Desde las colinas a los ms bajos mediaba cortsima distancia, aunque la vista suele engaar en tales casos.

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    Manchando de blanco el verde oscuro de las colinas, aparecan sembrados, o mejor, colgados sobre el valle algunos caseros.En lo ms hondo se perciba uno mayor que los otros, descansando entre el follaje de una vegetacin soberbia.Aqul debede ser Riofrose dijo Andrs ponindose la mano por encima de los ojos, a guisa de pantalla, para examinarle con mscomodidad. Mas la gentil aldea se resista a la inspeccin, ocultndose a medias detrs de los rboles, que le servan en todasu extensin de potico baluarte. No poda darse nada ms bello. El ro, iluminado por los rayos oblicuos del sol, era uncinturn de plata bruida que lo aprisionaba. Nuestro viajero experiment la dulce sorpresa del que tropieza con un tesoro.Record los valles vrgenes de las novelas por entregas, y convino en que nunca se haba imaginado cosa tan linda y recatada.Dichoso, pens, el que haya nacido en este apartado retiro y nunca lo perdi de vista. Al mismo tiempo vino a su mente untropel de tristes reflexiones, inspiradas en parte por su lastimoso estado, en parte tambin por la amargura de los escritoresromnticos, de los cuales estaba saturado.

    Mas cuando se hallaba por entero embebido en ellas, he aqu que un caballo, enjaezado y sin jinete, llega y cruzavelozmente. Reconoci al punto el jamelgo de Celesto.Canario! Qu habr sucedido? Si lo habr matado!Y a toda prisdio la vuelta y baj hacia el sitio donde lo dejara. Celesto se encontraba en situacin apuradsima. Encogido, doblado, hechoun ovillo, yaca al pie de una de las paredillas del camino, mientras Telva se ergua un poco ms arriba, en actitud airada, losojos centelleantes, las mejillas plidas, arrojndole sin piedad todos los pedruscos que hallaba a mano. Y la lengua la movacon igual celeridad que las manos.

    Desvergonzado! Puerco! Eso te ensean en el seminario, gran tuno! Malos diablos te lleven a ti y a todos locapellanes! Ven ac, ven otra vez y vers cmo te arranco esas narizotas podridas!

    Andrs se interpuso y logr que la moza no arrojase ms guijarros sobre el desdichado seminarista, que estaba a punto depasarlo muy mal si uno de ellos le acertaba; mas los denuestos continuaron a ms y mejor, mientras se iba aplacando

    lentamente la clera.El demonio del capellanzote!... Si pensar que est tratando con alguna pendanga!... Sucio! sucio! suciote!... Ya se lo

    dir a tu madre, que cree que tiene un santo en casa... Anda, anda con el santo! No, las misas que t digas que me las clavenaqu!

    De esta suerte prosigui vociferando y alejndose poco a poco, mientras Andrs levantaba del suelo a la vctima y lasacuda con la mano el polvo. Celesto se toc por todas partes, a ver si tena algn paraje del cuerpo magullado, y dijoexhalando un suspiro:

    Qu gran yegua!Yo pens que le haba tirado a usted el caballo, porque pas delante con gran rapidez...S, como huele cerca la cuadra no ha querido esperar. Monte usted, D. Andrs.Y usted?

    Yo voy perfectamente a pie.As se hizo. Celesto estaba un poco avergonzado.Por supuesto, D. Andrs, que todos estos los concluirn el da que tome las rdenes mayores dijo despus de caminar

    un rato en silencio.Tiene usted raznrepuso Andrs sonriendo irnicamente,ese da... sanseacab.Justamente... sanseacab.Bajaron con todo sosiego al valle por un camino estrecho, trazado en zig-zag. La casa rectoral era la primera del pueblo,

    alejada buen trecho de las otras. Delante de ella se detuvieron. Era de un solo piso, vetusta; gran corredor de madera yacarcomida, cubierto casi todo l por una vigorosa parra, que lo aprisionaba por debajo con sus mil brazos secos y le serva dehermosa guirnalda por arriba; el vasto alero del tejado poblado de nidos de golondrinas; la puerta de la calle negra por el usoy partida al medio como las de toda aquella comarca; por entrambos lados huerta, cuyos rboles frutales aventajaban con

    mucho la altura de la pared.Hola, seor cura!... Doa Rita, doa Rita!... Vamos, despchense ustedes, carambita, que traigo forasteros!principia gritar Celesto, aplicando al propio tiempo rudos golpes a la parte inferior de la puerta, que era la que estaba cerrada.

    Casi al mismo tiempo aparecan en el corredor y en la puerta respectivamente el cura de Riofro y su ama.Quin es?preguntaron el cura desde arriba y el ama desde abajo.Casi nadie!... Su sobrino en persona, seor curacontest Celesto.Cscaras! Me alegro... No pens yo que sera tan puntual. All voy, all voy ahora mismo...Pero ya se haba adelantado la seora Rita, con su faz mrbida y plida y la figura de perro sentado, a recibir al viajero con

    entusiasmo que rayaba en frenes.Virgen del Amor Hermoso! El seorito Andrs! Qu esculido viene el pobrecito! Si parte el corazn!Y al proferir tales palabras, como Andrs no se haba apeado, le besaba una de las manos con efusin. A nuestro viajero le

    sorprendi agradablemente que su mal estado de salud partiese el corazn de una persona que nunca le haba visto. Ech piea tierra, se despidi afectuosamente de Celesto, y abrazado de su to y escoltado por el ama, subi la tortuosa escalera de larectoral.

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    E

    V

    l cura de Riofro frisaba en los sesenta aos. Era un hombre pequeo y grueso, de cuello corto, rostro mofletudo y rojo, opor mejor decir, morado; los ojos claros y redondos, como trazados a comps; gil en sus movimientos, a pesar de la

    obesidad, y fuerte como un atleta. La expresin ordinaria de su fisonoma, dura, casi feroz; mas cuando tena que expresaralgo, aunque fuese lo ms insignificante, v. gr., cuando preguntaba la hora o el tiempo que haca, hinchaba de tal suerte sunariz borbnica, abra los ojos desmesuradamente y los clavaba con tal fuerza en el interlocutor, que ste necesitaba muchapresencia de nimo y sangre fra para no echarse a temblar.

    Andrs se sinti profundamente intimidado cuando su to le propuso que se quitase las botas y se pusiese las zapatillas.Me parece que no hay zapatillas en la maleta... Vienen en el bal que trae un carreterodijo, con el aspecto encogido yel acento del que confiesa un delito.

    Cmo! No traes zapatillas?No, seorse atrevi a responder con voz dbil.Bien; entonces te pondrs unas mas.El cura entr un momento en la alcoba oscura de la sala, y sali empuando un par de zapatillas como lanchas, que dej

    caer con estrpito a los pies de su sobrino.Ahora qutate esa gabardina.Qu gabardina?La que traes puesta, hombre... no vale nada... parece de papel... Te ests muriendo de fro.

    Andrs comprendi que se refera al jaquette.No, seor, no tengo fro.S lo tienes; ponte ese chaquetn forrado; ya vers qu pronto entras en calor.En el chaquetn que le presentaba su to caban cmodamente, a ms de l, otros dos sobrinos. Pero Andrs estaba tan

    asustado, que se lo meti sin replicar.Ahora hace falta que te abrigues esa cabeza, hombre, esa cabeza!... El sombrero lastima la frente... Espera un poco;

    tengo yo un gorro que te vendr de perilla.Era un gorro de terciopelo negro, alto y vueludo, que le tap las orejas. Cuando se mir en el espejillo que colgaba sobre la

    cmoda, haca una figura tan lgubre y extraa, tan semejante a la de un amortajado, que sinti miedo.Sintate ahora en ese silln.No estoy cansado.Sintate, digo, y responde a lo que voy a preguntarte. Me contestars con toda franqueza?

    S, seor.Cmo te encuentras del estmago?As, as.Eso no es decir nada... T me has prometido franqueza...Me encuentro medianamente.El cura, que paseaba por la sala con las manos atrs, se detuvo delante de su sobrino, y clavando en l una mirada de

    increble ferocidad, le dijo con acento enrgico:Pues es necesario curarse!Andrs no respondi.Pues es necesario curarse!repiti en voz ms alta y sin dejar de atravesarle con la mirada.Procurardijo Andrs entre dientes.

    Cmo?Procurar.Procurars... est bien; est perfectamentedijo el cura dulcificndose un poco y continuando sus paseos.Lo primero

    que debemos hacer para curarnos es cuidar del abrigo, sobre todo del abrigo del estmago. Traers faja, no es cierto?No, seor.Cmo! No traes faja?exclam quedando inmvil, petrificado.No, seor; no me ha hecho falta.Maana te pondrs una ma de franela. A m me da cinco vueltas. A ti supongo que te dar alguna ms.Me dar quince!pens con desesperacin Andrs, que sudaba ya copiosamente dentro de la zamarra.El cura sigui paseando y desenvolviendo su sistema teraputico, fundado casi exclusivamente en el algodn y la lana.

    Andrs le examinaba en tanto con viva curiosidad no exenta de miedo, imaginando que haba hecho muy mal en venir a caer

    en las garras de aquel salvaje.Concluida la exposicin del sistema, el cura se inform de muchas cosas, que no saba, tocantes a la familia. Treinta aos

    haca que desempeaba aquel curato, sin traspasar sus trminos ms que cuatro o cinco veces para ir a la capital delobispado. Haba sido muy camarada del padre de Andrs; le haba querido en el alma; pero desde su matrimonio no le habavuelto a ver. En cierta ocasin haban reido por cuestin de intereses: se haban cruzado entre ellos algunas cartas muyagrias, que Andrs haba encontrado entre los papeles del ministro. ste le deca en una que para llegar a la posicin que l

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    ocupaba en la magistratura, algn discurso y algunas partes intelectuales se necesitaban. El cura responda que paraalcanzar el estado sacerdotal tambin se requeran cualidades de inteligencia.El ministro replicaba furioso: Cuando a ti tehan ordenado, hombre de Dios, no habran podido ordenar igualmente al jumento que te llev a Valladolid? Estas y otrasgroseras se haban olvidado, al parecer, por ambas partes. El magistrado, cuando hablaba del cura a su hijo, le deca: Msclaro que mi primo Fermn, el agua.El cura, cuando se refera al magistrado, llevaba siempre el dedo a la frente con respeto,para indicar dnde estaba el fuerte de su primo. Aunque algo saba de lo que haba pasado despus de la muerte de aqul, noestaba al corriente de los varios sucesos ni de las reyertas que el muchacho haba tenido con su curador por motivo deintereses. Andrs, un poco ms tranquilo ya, empez a referrselas por menudo. Al llegar al punto del rompimiento se leinflam el rostro de tal manera al cura, que Andrs temi una congestin.

    Pobre muchacho!... Y qu es de esa buena pieza?Quin, mi to?... Pues pasendose muy tranquilo y comindose la tercera parte de mi fortuna, que le he cedido por no

    llevar a un hermano de mi madre a los tribunales.Majadero!grit el cura abalanzndose a l con los ojos terriblemente inyectados; pero dulcificndose sbito, aadi:

    T no tienes la culpa... eres Heredia al fin y al cabo, como tu padre, como yo, como mi hermano Pedro... Unos tarambanastodos!...

    La conversacin se haba prolongado. La seora Rita entr a encender un veln de aceite, pues la estancia ya estaba casien tinieblas; despus extendi el mantel para la cena sobre una mesa de castao, negra y pulida por los aos de uso. Al pocorato vino con una cazuela humeante, que deposit sobre la mesa, diciendo:

    La cena en la mesa.Santa palabra!exclam el cura levantndose.

    Al sentarse frente a l, Andrs observ que la luz del veln hera de lleno cierto cuadro que colgaba de la pared,representando un militar a caballo.

    Qu general es se, to?pregunt, dando por supuesto que era un general.D. Ramn Cabreradijo el cura ahuecando la voz.No le conoces por su mirada de guila?Y extendiendo en seguida

    la mano derecha sobre la cazuela, a guisa de bendicin, mascull algunas palabras en latn, que Andrs no pudo entender.A cenar, muchacho!Cabrera fue un gran generaldijo Andrs para adular a su to.Quin lo duda, chico, quin lo duda!exclam ste dejando caer la cuchara sobre el plato.Slo algn liberal botarate

    puede llamarle todava cabecilla... Anda, anda con el cabecilla!... Si le hubieran visto en la batalla de Muniesa con el anteojoen la mano, me entiende usted, echando lneas y paralelas... Aqu, escondida detrs de este repecho, la caballera para cargarcuando haga falta... En la retaguardia los batallones navarros... En la vanguardia los castellanos... Capitn Tal, despliegue

    usted su compaa en guerrilla y moleste usted al enemigo por el flanco derecho... Coronel Cual, proteja usted con unbatalln al capitn Tal para el caso de retirada... Comandante Tal, ataque usted con cuatro compaas aquella posicin...Coronel Cual, proteja usted con un batalln al comandante Tal en el caso de retirada... Brigadier Tal, marche usted con losregimientos Tal y Cual por el flanco izquierdo a coger la retaguardia del enemigo... Brigadier Cual, preprese usted a atacar defrente en el momento que yo lo ordene.

    El cura de Riofro, al poner estas rdenes en boca de Cabrera, imitaba la voz y los ademanes imperiosos de un general enjefe; sealaba con el dedo los diversos rincones de la sala, cual si realmente estuviesen escondidos en ellos batallones,regimientos y brigadas.

    Y mientras tantocontinu,qu haca el general Nogueras? Figrate, muchacho, que le haban hecho creer queCabrera no era ms que un cabecilla de mala muerte, un estudiante, un telogo que no saba palabra del arte de la guerra. Asque, tomando el anteojo, me entiende usted (el cura haca ademn de aplicrselo al ojo derecho), dijo a sus ayudantes:

    Muchachos: el seminarista se atreve a presentarnos batalla con los desharrapados que le siguen; es necesario darle unaleccin muy dura para que en su vida vuelva a ponerse delante de un general espaol.En seguida, me entiende usted, da susrdenes y dispone el ataque. Suena el toque de fuego, pin! pan! pun! de aqu, pin! pan! pun! de all... pom! pom! suenala artillera de los liberales. La de los carlistas, callada esperando la ocasin... Los liberales parece que llevan ganada labatalla, y avanzan... En esto el general Nogueras, que segua contemplando con su anteojo el combate, mientras charlaba yrea con sus ayudantes, se pone serio de pronto... Rayos y truenos! Qu es lo que veo?... La vanguardia del ejrcitoenvuelta! De dnde mil rayos ha salido esa tropa? Qu caballera es aqulla?... A ver, uno de ustedes, a enterarse de por quretroceden los batallones de cazadores... Que cargue la caballera... Dnde est?... Si tiene cortado el paso!... Los planes deeste seminarista ni yo los entiendo, ni el diablo que lo lleve tampoco!... En esto llega un ayudante gritando: Mi general,escape V. E. a ua de caballo, porque estamos envueltos y vamos a caer en las manos de Cabrera. El general Nogueras, actocontinuo, pone espuela al caballo, diciendo: Qu cabecilla ni qu barajas!...ste es un general consumado, que da quince yraya a todos los generales de la reina!

    El cura, al terminar su descripcin, tena el rostro tan inflamado que daba miedo. Algunas gotas de sudor le salpicaban lafrente. Se le haba cado la servilleta, que estaba prendida por una punta al alzacuello.

    Habrn cogido ustedes muchos prisionerosdijo Andrs.Cmo nosotros?repuso el to con acento irritado.Yo no he sido nunca militar... ni ganas!Despus comi con tranquilidad la sopa, y durante la cena sigui la conversacin estratgica. Al finalizar, rez en voz alta

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    un Padre Nuestro en accin de gracias, acompaado del sobrino, y ambos se fueron a la cama, poco despus que las gallinas.

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    VI

    Poco despus que cantara el gallo por vez primera, se person el cura de Riofro en el cuarto de su sobrino, voceando yacomo si fuesen las doce del da. Abri la ventana con estrpito, y los rayos fros, pero hermosos, del sol matinal dieron en elrostro de nuestro joven, que los acogi con una mueca nada esttica.

    Vamos, gran dormiln, arriba: arriba, hombre, arriba! Si te dejase, serias capaz de estarte en la cama hasta las siete dela maana.

    Andrs oy entre sueos el absurdo de su to y arrug las narices con espanto.Vamos, muchacho, vamossigui el cura sacudindole,que ya son muy cerca de las seis.

    Ah, las seis!... las seis!dijo el sobrino restregndose los ojos.S, hombre, s, las seis... A qu hora te levantabas en Madrid? Estoy seguro de que no bajara de las ocho o las nueve.Por ah...respondi Andrs, cada vez ms aterrado.Es claro!prorrumpi el cura chocando con fuerza las manos.Y luego queris no estar enfermos, y no tener ese color

    de cirio que t tienes! Cocidos en la cama, me entiende usted, toda la maana como si fueseis a empollar huevos!... Vamos,vamos, levntate que hoy es domingo, y es necesario mudarse la ropa.

    Me la he mudado ayercontest Andrs, pensando ganar algunos minutos.Cmo ayer?replic el cura lleno de estupor.Si ayer fue sbado, muchacho...Y eso qu importa!Pero en Madrid, chico, no os mudis la camisa los domingos?En Madrid se muda la gente la camisa cuando est sucia.

    Bah, bah, bah! No me vengas con monadas; en Madrid los domingos son domingos como aqu, y en toda tierra degarbanzos, y los domingos se hicieron para descansar y ponerse camisa limpia los cristianos... Conque arriba, que me voy aafeitar... A las ocho la misa...

    Ya que se hubo vestido nuestro joven, con no poco trabajo y dolor de su alma, se asom a la ventana. En vez de tropezarsu vista con los balcones de la casa de enfrente, pudo derramarla a su buen talante por el magnfico paisaje que habacontemplado el da anterior. La rectoral estaba ms alta que el pueblo, dominndolo perfectamente, y lo mismo al valle. stese presentaba con la pdica frescura de la maana, saliendo del negro manto que la noche le haba tendido.

    Todava no se ha levantado la neblina que por las tardes desciende sobre el ro. Las praderas que lo guarnecen estnmatizadas de blanco por la escarcha. Las cimas de las altas montaas se ofrecen a lo lejos teidas de fuerte color de naranja.Los bosques de castaos esparcidos por las faldas de las colinas guardan an todas las sombras, todos los misterios de lanoche. Debajo de estos bosques duerme segura la aldea, cuyas casas blancas djanse ver apenas entre el follaje. En los

    ngulos y rincones del valle la escarcha es tan fuerte que parece un manto de nieve. El cielo est difano, de un azul plido,tirando a verde en el Levante, oscuro hacia el Poniente. Algunas nubecillas leves y blancas, como copos de velln, flotan, noobstante, por la atmsfera; los rayos del sol las tien a veces de color de rosa; resbalan lentamente por el cristal delfirmamento; en ocasiones descansan breves momentos sobre la cima de los peascos ms altos, como si viniesen adrede aproteger los secretos amores de los genios de la montaa. Por todos lados es necesario levantar mucho la vista para ver elcielo.

    Estoy metido en una jaulapens Andrs,en una jaula deliciosa. Sin embargo, hace tiempo que no he respirado tanbien: parece que se me ensancha el pecho y me entra con el aire nueva vida.

    Despus se ri de sus ilusiones, achacndolas a las ideas tan favorables al campo que le haba inculcado el doctor Ibarra.As que hubo tomado el desayuno, en compaa de su to, se ech fuera de casa, para comenzar a poner por obra lo que lehaban recetado.

    Delante de la rectoral estaba el camino, que hacia la derecha y bajando conduca al pueblo, y por la izquierda y subiendoguiaba a Lada; el mismo que l haba trado. Detrs haba una huertecita en declive con hortaliza y frutales: despus de lahuerta un bosque, tambin en declive, perteneciente a los mansos de la parroquia y denominado la Mata. No era una mata enla acepcin verdadera de la palabra, sino un bosquecillo formado de rboles de distintas clases, plantados por el antecesordel actual prroco, y que no contaran de existencia ms de cuarenta aos. Debido a lo cual, los que crecen lentamente, comoel roble, el nogal, el haya, etc., no tenan an la corpulencia que haban de alcanzar con el tiempo; en cambio, otros sepresentaban en la plenitud de su desarrollo. Veanse soberbios pltanos de esplndido ramaje con sus anchas hojas erizadasde picos; magnficos olmos de oscura copa tallada en punta como las agujas de las catedrales, y formada de espessimas ymenudas hojas; grandes y robustos castaos de aspecto patriarcal, exuberantes de salud y frescura; al lado de stosostentaban los abedules sus blancos y delicados troncos. Haba tambin acacias silvestres sosteniendo con endebles pilaresuna inmensa bveda de hojas; numerosos fresnos de elegante figura, representando en su copa bien cortada la pulcritudclsica; espineras silvestres, tejos, lamos, moreras y otras varias clases de rboles, todos fraternizando en el pedazo de tierra

    parroquial que las aficiones selvticas del cura anterior les haba asignado.Andrs sinti un deseo irresistible de ensotarse en aquella espesura. A pesar del vago terror a lo desconocido que un

    bosque inspira siempre, sobre todo cuando no se han visto ms que los del Retiro de Madrid, y del miedo razonable a losbichos que all suelen tener guarida, penetr en l resueltamente.

    Nunca haba visto vegetacin tan poderosa, entregada por entero a si misma, libre para engrandecerse y ostentar

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    caprichos extraos y monstruosos. El buen cura haba arrojado un puado de grmenes en aquel pauelo de tierra. Lanaturaleza haba respondido al llamamiento con una sacudida formidable de sus fuerzas interiores, levantando sobre laalfombra de csped un inmenso templo de cpulas movibles, una catedral de verdura cuyos fustes de todos colores y tamaosse alineaban en serie indefinida hasta perderse de vista. Y de sus bvedas altas y tupidas, rasgadas a veces por singularcapricho para que se viese el cielo, bajaba ms grata frescura, un silencio ms religioso que de las naves de piedra de nuestrasiglesias gticas. La luz, entrando con esfuerzo al travs de aquella mltiple celosa, caa sobre el csped discreta, misteriosa,llena de exquisita dulzura, convidando a las emociones profundas y suaves.

    Experiment una turbacin deliciosa al poner la planta en aquel recinto. El olor acre y penetrante de la selva, cargado deemanaciones balsmicas, producto del sudor de los rboles y la tierra, le embriag dulcemente. La infinita diversidad de lucesy sombras que bailaban sin cesar, el contraste de los varios matices del verde, desde el negro profundo hasta el dorado, leofuscaron. Se sent, mejor dicho, se dej caer sobre el csped, y acometido a la vez por la admiracin, el temor, el bienestar yla sorpresa, gir la vista en torno, contemplando el templo sublime de la naturaleza. No osaba mover un dedo siquiera por noturbar la majestad silenciosa y la paz de sus naves. Olvidose en un punto de toda su vida, de sus placeres como de susdolores: crey nacer de nuevo en otras regiones ms altas, ms puras, ms felices. Aquellos rboles, llenos de vigor,henchidos de salud y de fuerza, le seducan: su inmovilidad augusta, el recogimiento de sus copas, le causaban una sensacinmelanclica: la fortaleza de sus enormes brazos, que se extendan por el espacio firmes y poderosos, repletos de savia, leinfundan respeto y envidia. El bosque todo se ofreca con vida desordenada y exuberante, con el bro y la soberbia de lajuventud: ningn rbol carcomido, ninguna planta marchita; todo viril, todo sano, todo fuerte. Jams la flaca naturaleza denuestro joven se sinti tan humillada. Junto a aquellos atletas crasos y pletricos que ostentaban su musculaturasosteniendo sin esfuerzo la enorme masa de sus copas, sintiose tan pobre, tan pequeo, que se asombraba de vivir.

    Mas esta humillacin, lejos de causarle pena, pareca regenerarle. Una alegra extraa penetraba en su corazn y seesparca por todo su ser, inundndole de tal suerte que le causaba congojas. Era una alegra que le apretaba la garganta y lerefrescaba la sangre. Nunca experimentara sensacin de placer tan puro ni un