1.Identidad Amigoniana Hoy

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IDENTIDAD AMIGONANA IDENTIDAD AMIGONIANA HOY Autor: Juan José Calderón Gutiérrez. Noviembre de 2015. Correo Electrónico: [email protected] Celular: 3202319090.

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IDENTIDAD

AMIGONANA

IDENTIDAD AMIGONIANA HOY Autor: Juan José Calderón Gutiérrez.

Noviembre de 2015.

Correo Electrónico: [email protected]

Celular: 3202319090.

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CONGREGACION DE RELIGIOSOS TERCIARIOS CAPUCHINOS PROVINCIA SAN JOSE. MIS.A.P PROVINCIAL. Autor: Juan José Calderón Gutiérrez.

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Una reflexión Amigoniana sobre los síntomas de las problemáticas sociales Como Congregación Religiosa los Religiosos Terciarios Capuchinos han hecho evidentes los principios

que sustentan su quehacer ubicándolo claramente en el llamado “humanismo cristiano” definido como

orientación de la misión y la visión de sus Instituciones y en general de la fundamentación filosófica de la

Congregación y del trabajo Amigoniano.

El trabajo de la comunidad se identifica con una acción que si bien inicialmente se planteó como misión

carismática de inspiración confesional, manifiesta la intencionalidad de incorporar planteamientos,

concepciones y prácticas surgidas del campo de la ciencia, del conocimiento o de los saberes

disciplinarios, sean estos el saber médico, el de las ciencias sociales, el de la educación, el derecho y la

economía, para tratar de dar respuesta a las problemáticas que afectan a la sociedad colombiana. La

trayectoria histórica del trabajo de los RTC, como Congregación se inscribe en una misión delimitada y

asumida desde sus inicios a partir del llamado “legado Amigoniano” que convoca a “salvar almas”;

legado propuesto por su fundador, el padre Fray Luis Amigó y Ferrer, y mantenido como principio rector

de su acción, el cual se mantiene vigente, como se puede establecer desde los documentos más

actuales producidos por los miembros de la comunidad.

La labor de la Congregación ha tenido gran incidencia en la situación social y jurídica de menores

infractores y en conflicto con la ley tanto como en la problemática de la farmacodependencia, que son

los dos campos en los que con más ahínco se han desempeñado los Amigonianos, toda vez que

constituyen dos de los problemas en los que los jóvenes se ven envueltos más frecuentemente; esto ha

dado lugar a la generación de propuestas para una pedagogía reeducativa con enfoque carismático

cristiano, que identifican la práctica Amigoniana con menores en dicha condición.

La misión de la Congregación se impuso como principio de ejercicio pastoral, ya desde su fundación en

el ocaso del siglo XIX, la atención y recuperación de los jóvenes en conflicto. Esa misión ha pasado por

los avatares propios del desarrollo de las disciplinas como la pedagogía y las ciencias sociales y

humanas que sirven de acicate a la labor resocializadora en la medida en que proveen a las

instituciones de recursos ideológico-teóricos que les han permitido orientarse en el entorno sociocultural

para acometer la tarea que se les ha encargado. Igualmente, han propendido por la restauración del

sujeto de derechos y de los derechos de los sujetos en la medida en que ellos constituyen el marco legal

de la intervención social e institucional y terapéutico-pedagógica, en cuanto hacen visibles a sujetos y

poblaciones otrora excluidos de la doctrina de los derechos.

El trabajo Amigoniano, pues, aparece allí donde se abre una grieta en el cuerpo social generando un

malestar en el mismo. Esta grieta, en gran medida, está determinada por el hecho de que las formas de

la organización social en virtud de las cuales se reparten los lugares en el campo social, se fijan las

formas de producción y se determinan las tareas de los individuos, esas formas, no pueden ejercer

efectos de integración del colectivo sin que a su vez generen procesos de exclusión con franjas de

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población segregada que aparecen como el correlato negativo del funcionamiento normal de la

sociedad. Es decir allí donde se da una estructura y un ordenamiento de lo social, aparece siempre lo

excluido que cuenta en las formas de la organización como lo que está fuera y como lo que es anormal.

La anormalidad es un producto de la ordenación misma y no un hecho en sí en torno al cual se teja la

red de su tratamiento para lograr la normalización.

Fenómenos como la pobreza y la exclusión son acontecimientos estructurales característicos no solo de

las sociedades latinoamericanas, sino de todas las sociedades contemporáneas bien sea que en ellas

imperen regímenes democráticos de corte occidental o cualquier otro tipo de régimen político. Siguiendo

la línea de argumentación propuesta por Michel Foucault - en la analítica del poder que este autor se

propuso en un determinado periodo de su trabajo filosófico - es inevitable encontrarse que las

instituciones, discursos y sujetos producidos por las sociedades contemporáneas se constituyen en la

perspectiva de una estrategia política que busca ejercer un control sobre las poblaciones mediante una

caracterización peligrosista de la marginalidad que se expresa bajo la forma de una criminalización de

la pobreza. Este fenómeno resulta paradójico si se considera el hecho de que las formas actuales de la

organización social y de la producción son responsables de la marginación y el empobrecimiento de

grandes franjas de población. La problemática social actual de nuestros países tiene un nivel de

complejidad tal que cualquier proyecto de reorganización institucional cuyo propósito sea la

transformación radical del estado actual de cosas, deberá tocar las estructuras mismas que lo sustentan

si se quieren lograr avances significativos más allá de las tradicionales reformas y reacomodamientos

obligados según las circunstancias.

Es imposible negar el hecho de que el capitalismo ha ganado la guerra civil a finales del siglo XX y que

su forma de expansión actual, al decir de Toni Negri y Michael Hardt1, ya no reviste las características

del imperialismo en las que las fronteras de un Estado se extendían más allá de su territorio – lo que no

quiere decir que no subsistan en diversos lugares, reductos imperialistas pero que, según Negri, son

fenómenos de transición hacia una circulación de valores y poderes a escala del imperio que no es más

que el capital colectivo en el que participan todos los capitalistas del mundo y no únicamente el poder de

las transnacionales de uno u otro país (Estados Unidos, Japón o los países de Europa): «el principio

fundamental del imperio ...es que su poder no posee centro o terreno real o localizable, el poder

imperial está distribuido en redes, mediante mecanismos de control móviles y articulados. Esto no quiere

decir que el gobierno y el territorio de los Estados Unidos, por ejemplo, sean iguales a cualquier otro,

aunque, ciertamente, los Estados Unidos ocupan una posición privilegiada en las jerarquías y

segmentaciones globales del imperio. Pero, en la medida en que los poderes y fronteras de los

1 Cf. Imperio. Ed. Desde Abajo. Bogotá. 2001

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estados-nación declinan, las diferencias de naturaleza (como eran por ejemplo las diferencias entre el

territorio de la metrópolis y el de la colonia) quedan reducidas a diferencias de grado».2

Las aristocracias capitalista de los llamados países subdesarrollados participan del poder global del

imperio y tienen incidencia decisiva en el direccionamiento político de estos Estados que cumplen ahora

un rol puramente simbólico, dado que sus dirigentes más que comprometidos con el desarrollo y

bienestar de sus ciudadanos, están obligados con el capital, de manera que los proyectos macro-

económicos se dirigen a favorecer el interés de los grandes monopolios nacionales y a garantizar la

reproducción del capital transnacional.

La función simbólica de los actuales estados-nación consiste en generar y proveer modelos

identificatorios que operan como mecanismos de contención y canalización del poder de la multitud.3

Uno de estos mecanismos es el de la nacionalidad; a través de esta categoría los individuos son

representados políticamente, asignados territorialmente y constituidos como sujetos de derechos: La

vigencia de los derechos de una persona está estrictamente ligada al reconocimiento de su nacionalidad

y ello implica que, por ejemplo, en la fase actual del capitalismo, la expansión del sistema comporte la

desterritorialización de la fábrica y del capital en busca de condiciones más favorables para la

extracción de plusvalía, pero no la libre circulación de los trabajadores que quedan sujetos a su

nacionalidad y al condicionamiento jurídico de la misma. La migración de trabajadores hacia los países

desarrollados genera en estos una masa flotante de personas para las cuales ninguna legislación laboral

opera, dado que al renunciar a su nacionalidad, tácitamente se acepta que renuncian a sus derechos

como trabajadores.

En su condición de ilegales, esos trabajadores – provenientes en su mayoría de regiones del tercer

mundo e incluso de los antiguos países socialistas - son sometidos a condiciones de explotación,

realizando por salarios más bajos, labores que los ciudadanos nativos ya no quieren hacer, bajo el

chantaje tácito o explícito de la deportación. Por no tener ni siquiera el estatuto de refugiados ocupan un

espacio de invisibilidad o un no-lugar, generado, no obstante, por la misma lógica expansionista del

capital, es decir, son admitidos como fuerza de trabajo pero a condición de mantenerlos por fuera del

ordenamiento jurídico vigente.

Este solo hecho nos muestra en qué medida la lógica de la expansión crea espacios de exclusión que

en una perspectiva más amplia se traducen en procesos de reestructuración del mundo del trabajo en

tanto que, de un lado, se privilegian las labores intelectuales y ejecutivas o administrativas que

demandan la utilización de tecnologías informáticas o computacionales, mientras, de otro lado, las

2 Cf. Negri, T. y Hardt, M. Op. Cit. Pág.361

3 Negri y Hardt conciben la multitud no solo como el conjunto de los excluidos, los asalariados y los pobres,

sino más esencialmente como la totalidad de las fuerzas productivas. En este sentido, la multitud es la fuerza autopoiética que, en cuanto tal, se despliega en múltiples formas creativas y no es solamente la multitud conformada por el trabajo alienado.

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labores manuales, indispensables en la producción de materias primas y en la prestación de servicios

generales, son desdeñadas al rango de trabajos menores. Asimismo, la expansión exige una

reestructuración del territorio de acuerdo con los intereses del capital. Es este precisamente el que ha

puesto en crisis el estado-nación toda vez que es el capital, tanto nacional como transnacional, el que

dispone la adecuación de políticas macroeconómicas sobre el territorio y sobre sus pobladores con

arreglo a los fines de la explotación.

Este estado de cosas nos impone la obligación de pensar y reconocer, desde la perspectiva del trabajo

en las instituciones, que cuando éstas operan con el ideal de la inserción de los sujetos al mundo del

trabajo, como si éste, en sí mismo, fuera benéfico o respondiera por la salud mental y social, no hacen

otra cosa más que pasar por alto el hecho de que el producir de la multitud se encuentra ya alienado en

el proceso de la producción mercantil para el cual la explotación y la extracción de plusvalía son

fundamentales.

En el mundo de la producción mercantil el sujeto no puede ser considerado más que como fuerza de

trabajo y como consumidor, es decir, la mercancía suplanta al sujeto y las relaciones sociales, quienes

solo pueden existir en virtud de ella y para ella. Bien ha dicho Guy Debord que la mercancía es lo que ha

recuperado la dimensión humana del obrero pero en el sentido de que la sociedad del espectáculo

capitalista lo requiere como consumidor: «mientras que en la fase primitiva de la acumulación capitalista

la economía política no ve en el proletario más que al obrero, que debe recibir, el mínimo indispensable

para la conservación de su fuerza de trabajo, sin considerarle jamás en su ocio, en su humanidad; esta

mentalidad de la clase dominante se invierte tan pronto como el grado de abundancia alcanzado por la

producción de mercancías exige una colaboración suplementaria por parte del obrero. Este obrero,

repentinamente liberado del total desprecio que hacia él manifestaban ostensiblemente todas las

modalidades de organización y control de la producción, se encuentra diariamente a salvo de ese

desprecio y aparentemente tratado como una persona relevante, con una atenta gentileza, bajo su

disfraz de consumidor. En este punto, el humanismo de la mercancía se hace cargo del ocio y la

humanidad del trabajador, simplemente porque la economía política puede y debe ahora dominar estas

esferas en cuanto economía política. Así, la „perfecta negación del hombre‟ ha alcanzado a la totalidad

de la existencia humana»4.

¿Qué otra cosa significa el concepto “fetichismo de la mercancía” introducido por Marx para mostrar

los efectos del capitalismo en la vida social, sino que el sujeto deviene él mismo mercancía en tanto no

cuenta más que con su propia fuerza de trabajo para existir y la relación social queda reducida al mero

espacio de la compra y venta? Es por ello que Marx inventó el concepto de síntoma social pues, queda

claro, que aquí se da un proceso de patologización generado por una sustitución en donde las

mercancías se sitúan en un primer plano constituyendo la dimensión de la realidad en detrimento de los

4 Cf. Debord, Guy. La Sociedad del Espectáculo. Pretextos. Valencia. 1999. Pág. 55-56

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sujetos mismos. El culmen de este proceso sustitutivo es el empoderamiento del dinero, que es la

mercancía más abstracta en cuanto equivalente de todas las demás y tiene el poder de suplantar el

conjunto de relaciones sociales implícitas en el proceso productivo. El dinero _ como dice Guy Debord5

_ es una necesidad que se ha vuelto contra la vida, él constituye “la vida de lo muerto que se mueve a sí

mismo”; lo cual se puede constatar no solo por el florecimiento de la industria financiera que vive de la

especulación en todos los países del mundo, incluso a condición de arruinar las capacidades

productivas y creativas de sus pobladores, sino por las posibilidades que existen hoy de que se realicen

transacciones millonarias en fracciones de segundo sin que medie más que un representante comercial

en la bolsa. Más aún, es evidente que la estructura de los estados como el Colombiano pende hoy de

los cuerpos económicos supranacionales _ FMI y Banco Mundial _ que determinan la política monetaria

a favor del poder de los capitales especulativos del sistema financiero internacional, con consecuencias

ruinosas para las economías nacionales, porque al vivir de la especulación del dinero, en virtud de las

altas tasas de interés, se va generando una progresiva descapitalización de las empresas nacionales,

especialmente de la pequeña y mediana empresa, y un proceso recesivo de la economía que se

traducen en desempleo, pobreza y exclusión.

El capitalismo convirtió al ciudadano en consumidor, su égida, por lo tanto, es la expansión del

consumo, pero lo que ha conseguido, también, es producir amplias franjas de población cesante para

las cuales quedan vedadas las posibilidades de acceder a los bienes y servicios que el sistema prometía

a todos, es decir, la lógica del consumo crea una exclusión de no-consumidores derivada de la

ampliación de las necesidades por efectos de la conversión de los bienes de uso en bienes de

intercambio y, de ese modo, el consumo ya no está determinado meramente por lo que es útil para la

supervivencia, sino más esencialmente, por los imperativos del mercado que crea nuevas necesidades y

abre el espectro de lo útil haciendo que se requieran cosas que son inútiles. Entonces, la ampliación de

la necesidad - como sostiene Debord - implica la privación, no solo porque la expansión del consumo

entraña también el de las necesidades, sino porque no todos pueden acceder a él dado que la lógica de

la producción capitalista excluye o mantiene cesante un sector de la población que, en ese sentido, no

puede ser consumidora: «debido al propio éxito de la producción separada en cuanto producción de lo

separado, la experiencia fundamental, que en las sociedades primitivas se hallaba ligada a un trabajo

primordial, tiende a desplazarse, en el polo desarrollado del sistema, hacia el no-trabajo, hacia la

inactividad. Pero esta inactividad no está en ningún sentido liberada de la actividad productiva: depende

de ella, constituye una sumisión atenta y estupefacta a las necesidades y resultados de la producción;

es en cuanto tal, un producto de su racionalidad»6.

5 Ibíd. Pág. 173

6 Ibíd. Pág. 47- 48. Debord llama producción separada a la estructura de la producción en donde las

mercancías se independizan de los productores de forma que la producción crece pero el obrero se mantiene en su statu quo o, incluso, tienden a deteriorarse sus condiciones de vida.

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¿De qué manera pueden las instituciones que trabajan en el control de los síntomas que produce la

sociedad y la cultura actual, operar como si esta problemática no existiera? ¿Mantener los ojos

cerrados a los efectos estructurales de esta problemática no significa acaso, pretender devolver un

sujeto normalizado a una sociedad enferma que no tendría más opción que reproducir el síntoma,

arrojando a los individuos a la desesperación o el suicidio? La crisis actual de la sociedad y sus

instituciones, así como la crisis de las disciplinas, deben abocarnos a la reflexión, pero también al

replanteamiento de nuestros objetivos, de nuestros modos de abordar y de concebir la realidad, así

como debe llevarnos a una modificación de las prácticas profesionales en las que el discurso

ideológico se ha apoyado para adelantar su proyecto.

Este es el sentido que tiene introducir la interrogación humanística en las prácticas sociales y desde

luego en las posibles propuestas para forjar un proyecto económico y social. Este es el sentido que tiene

el plantear un espacio de reflexión sobre la tradición de una práctica que hace de la pobreza y la

exclusión su objeto privilegiado de estudio e intervención. Si vale la pena volvernos sobre el legado

Amigoniano y sobre la filosofía que lo sustenta, esto es, el humanismo cristiano, no puede ser sino para

rescatar el acontecimiento ineludible de que compartimos un destino común y que nos amenaza el

peligro, también común, de la exclusión, la pobreza y la barbarie.