1901. La restauración de la Catedral de León

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I^ÍTRACIOH j&^PAS íll'lY AMERICANÁn , w .'É 0!'¡l^^±dJi/¡ ----f-5 l'íiECIÜS DE SüSamPCION. Madrid Exlranjero AÑO. 35 ¡icsctiis. 40 1(1. 50 francoH. SEMESTRE. IS pesclns. 21 id. 20 francos. TRIMESTr-E. 10 pesetas. 11 francos. MADRID: Ad rrji r>i s t r a c i ó p , A r e p a l , 13. AÑO XLV. —NUM. XXI. •X niíDACCION Y TALLERES: ¥ Madrid, 8 de Junio de 1901. PIIECIOS DE SUSCRIPCIÓN, I'AG.a)EItOS EN ORO. Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Demñe Estado ! de América y .\Ñ'0, iL'pcKOS fuertes. lio fr.T.nco'!. SEilESTllE. 7 posos fuertes. ^'¡ [r.incos. PARIS: 4 , r u é (la la Micl^ocllére. LA FACHADA PRINCIPAL. LEÓN. —RESTAURACIÓN DE LA CATEDRAL.

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La restauración de la Catedral de León. La Ilustración española y americana. 8 de junio de 1901.

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I^ÍTRACIOH j&^PAS í l l ' l Y AMERICANÁn , w .'É 0!'¡l^^±dJi/¡

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l'íiECIÜS DE SüSamPCION.

Madrid

Exlranjero

AÑO.

35 ¡icsctiis. 40 1(1. 50 francoH.

SEMESTRE.

IS pesclns. 21 id. 20 francos.

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10 pesetas.

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niíDACCION Y TALLERES:

¥ Madrid, 8 de Junio de 1901.

PIIECIOS DE SUSCRIPCIÓN, I 'AG.a)EItOS EN ORO.

Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Demñe Estado ! de América y

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P A R I S : 4 , r u é (la l a M i c l ^ o c l l é r e .

LA FACHADA PRINCIPAL.

LEÓN. —RESTAURACIÓN DE LA CATEDRAL.

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333 N." XXI LA I L U S T R A C I Ó N E S P A Ñ O L A Y AMERICA'NA 8 JDNIO 1901

S U M A R I O .

TEXTO.—Cróniea general, por D, IOÍ^Ó Fernánden Bremón. -Lii cate­dral du León y sa rcslaiiraeión, por D. VicBUto Lamiiérez y lío-mea, arquitecto iiiixiiinr. inio fui', de las oliras de la catedral do León. —La rala del lírimen, por D. Alejandro Lnrruliiera.— Ban-o de la va?,, por D. Cesáreo Fernández Duro. —Exposición nacional de BelIaiJ Arte-i, por D. I!. Balsa de la V e g a . - P o r ambos mundos: Narraciones eofimopolitns. por D. Eicnrdo Hccerro de Bengoa.— Sueltos,-Lihro.sprcsentados íiesta Rodaceión por autores ó edito­res, por C—Anuncios.

GRABADOS.—León. Hostauraeión de la catedral r La fachada princi­pal."Dintel y mainel do la puerta principal del templo. Vistafrcnc-i-al con liiH fachadas principal y lateral derecha. Ábside de la ca­tedral. Fachada li teral iKiiiiierda. .\rco con la pilastra de las ape­laciones de la portada prinoipal. Nuestra Señora del Foro y oferta de Heüla. EIIKÍO.S de la primitiva catedral eoloeadn.s actualmente en el claustro Nave del crucero. Nave mayor. Tablero de la dei'c-eha ii la entrada de! coro. Sillería del coro. Betalle del trasaltar. Vidrieras do colores del triforio y de las ventanas altas. .Sepulcro de Ordono n en el :\bsido de la catedral do León. La catedral en el siglo I V , sogÜD una pintura de la época.

C R Ó N I C A G E K Ü K A L .

p ^ . HÍÑESE a los gallegos por sufridos, y j \ \ lo son realmente para los trabajos de \^ la vida, pero no para los agravios y -(* la defensa de lo suyo; tienen fama

de razonables muy fundada, y con ellos se puede discutir; no es tan verí­

dica la opinión que gozan de pacíficos, pues '•^ en pocas regiones se producen en íiestas y romerías tantas riñas y alborotos de lugar á lu­gar, ni, por tratarse de gente fuerte, de tan te­rribles resultados. Dígalo esta vez lo ocurrido en la Goruña, empezado por una huelga de em­pleados de consumos y el ataque á uno de Ins puestos de la Guardia civil, que los sustituía en los tielatos, y que, al hacer fuego para rechazar la agresión, produjo víctimas inocentes y gran indignación; un paro en los oficios, y, por lo visto, un principio de anarquía, en que los exal­tados quisieron cortar los víveres y hasta el agua al vecindario; nuevos encuentros con la fuerza pública, nuevas víctimas dentro de las casas, abiertas á los proyectiles con sus galerías de cristales, y necesidad de entregar el mando al elemento militar.

No se aprecian bien á distancia estos aconteci­mientos; pero la Historia se ha escrito siempre por referencia, casi nunca de vista, y sólo con­tiene una verdad aproximada. La impresión que nos ha producido desde lejos, es que la culpa principal reside en los mal llamados huelguistas del ramo de consumos: no son trabajadores libres que pueden abandonar colectiva ó particular­mente su trabajo, sino un cuerpo armado y jura­mentado que se rebela, y abandonando sus pues­tos los deja á merced del contrabando, poniendo en gravísimo conflicto á la autoridad civil para improvisar la sustitución de ese servicio. Ataca­dos los fielatos que la Guardia civil defendía, ¿ha­bía ésta de abandonarlos y dejarse desarmar con­tra su honor y su instituto? ¿Podían unos cuan­tos guardias acometer al arma blanca contra muchos? Las tristes consecuencias de las descar­gas en personas inofensivas afligen, en verdad; pero ¿á quién deben imputarse? Y habiéndolo padecido el inofensivo vecindario, ¿tienen dis­culpa los que quisieron condenar á la sed y al hambre á las familias que habitan aquella her­mosa población? Por lo tanto, la impresión que nos causa desde aquí la lectura de partes, artícu­los y cartas no es la de aquellos que quisieran aprovecharse de un confiicto para hacer vacan­tes ó combatir al Gobierno; culpamos á los que pronunciaron al cuerpo de consumos, y si los hay, á los que agravaron el daño para introducir géneros y aumentaron el desorden. Pero como, una vez alborotados los ánimos, no se discurre bien, ni se sabe quién tuvo mayor malicia, la clemencia y el perdón son los mejores remedios de las culpas colectivas.

Ahora bien; se presenta un problema digno de estudio: la fuerza pública, al defenderse, lia cau­sado sin intención algunas víctimas verdadera­mente inofensivas: ¿no es equitativo resarcir como se pueda el daño injusto producido?

Y si esto parece conveniente, también lo es que so atienda al prestigio de las autoridades y la fuerza pública, á quienes las pasiones y los inte­reses ajenos colocan en situaciones acaso irreso­lubles: que no siempre han de tener razón los que más gritan. Y conste que no tenemos en esto otro interés que el de la justicia, ni respondemos de los informes en que se basan estos párrafos.

Si los romanos vitorean por el nacimiento de la princesa de Saboya, que se llamará Yolanda Margarita, y el Japón celebra la venida al mundo de un presunto sucesor del trono, nieto del actual Emperador, y se disponen á regresar de China las tropas expedicionarias, acordada la indemni­zación de guerra, asuntos son propios de las na­ciones á que afectan. Los acontecimientos políti­cos no tienen más radio que el de su intiuencia^ y así no creemos que obtendrá en el Extranjero sino un lacónico telegrama la composición de nuestro Senado, con su mayoría ministerial, que el Gobierno estima en sesenla votos.

En el Ampurdán, en Ciudad Real y otras co­marcas piden socorro: las amenaza una plaga te­rrible: la langosta.

Nuestro compañero en la prensa Saint-Aubín pregunta con razón si el derecho de propiedad llega hasta el punto de impedir que se roture una finca manchada de langosta: consultando el MíWWimo J)iceionarlo de A(/rirult/tra, Ganadería c Industrias rurales, editado por los Sres. Hijos (le Cuesta, vemos qne desde antiguo está legis­lado el asunto y sometida la propiedad á esa ro­turación de utilidad pública, aunque la evite el caciquismo. Por cierto que coincide este recru­decimiento del peligro con la reimpresión del opúsculo que se conoce en español acerca de la langosta, y que, por hacerse en tirada de lot) ejem­plares, no llegará al público: titúlase Discurso de la lanf/osta, por el maestro Bartolomé Ximénez Patón, y que, como dice la nota sobria que le sirve deprefacjio, es anterior al libro del Dr. Juan de Quiñones, considerado el primer tratadista de este ramo de los conocimientos. La reimpresión es abreviada, por haberse suprimido los conjuros contra el insecto, más propios de manuales de cxorcistas que de libros de agricultura. ¿Quién es el abreviador y reimprosor? Declara llamarse Maxiriart, y no le creemos empadronado con tal nombre. Ello es que en 1013 se combatía la lan­gosta como ahora, exceptuando el uso de la ga­solina, no siempre satisfactorio; los árabes desde tiempo inmemorial combaten ese voraz insecto por sus mismas ai'mas, es decir, comiéndoselo, ya fresco, ya tostado: y si hemos de creer al Sr. Rivas Moreno, el califa Omar prefería la langosta á toda clase de manjares, coincidiendo en esto el cal i t'a con el ganado de cerda, que le consume con placer.

Somos parte del público, es decir, un nervio ó venilla ó múáculo do la fiera que vitorea allrlun-fador, apedrea al caído ó liberta á Barrabás: si no hemos rugido en la Plaza con el monstruo, ¿quién está libre de hacerlo si algún día coinciden nues­tras pasiones con las suyas? No nos excluímos de esa responsabilidad colectiva al narrar la odiosa imposición con que el público de la plaza de Alge-clras obligó á recibir un toro después de haber es­perado en vano á otro diez minutos, inmóvil y cruzado de brazos, espacio más que suficiente para enfermar del corazón. Obligado por la gri­tería y el motín, el presidente tuvo que acceder á la repetición de la suerte, que ocasionó una he­rida gravísima al nuevo D. Tancredo. Es muy cómodo echar la culpa al que preside cuando tie­ne que sucumbir ante la mayoría rebelada. Claro es que no pedía la desgracia que ocurrió, aunque, de todas las suertes de la Plaza, ésta es la única

que no tiene defensa: es un simple problema que consiste en lo siguiente: ¿Embestirá el toro al Tancredo ó se alejará al verle tan inmóvil? En el primer caso es hombre muerto, y en el segundo la cosa no tiene lance. Ya el caso de Algecirasno tiene remedio; lo menos que á nuestro entender corresponde á los que contribuyeron á la desgra­cia, es abrir una lista á benelicio de su víctima.

Nos presentan como novedad los parisienses el antiguo y agotado tema de si ha de ser real ó ficticio el sentimiento de los intérpretes de las obras dramáticas. El gran Romea, coincidiendo con Sarah Bernhartd, no creía necesario sentir en la escena, y todos hemos apreciado la diferencia entre Antonio Vico cuando no quiere entrar en la obra y el día en que la siente: Mario no creía sino en los resultados del ensayo y del estudio, y se burlaba de los que se descuidaban confiando < en una cosa que llaman inspiración»; los resul­tados del nuevo expediente que se instruye en París son igualmente dudosos, como todo aquello que se puede hacer bien de diferentes modos. Y" pues se puede representar perfectamente sin­tiendo ó fingiendo bien las emociones, según el natural de cada actor, sólo por curiosidad se les debe preguntar cuál sistema es el suyo; la cues­tión es hacer sentir al público los afectos que doben expresar y no pedirles otra cosa. Por des­gracia, no es en las tablns sino en la vida don­de tropezamos con los mejores comediantes; ¿y quién se atreve á preguntar al orador que nos subyuga, al adulador que nos halaga, ó á la mu jer que nos atrae, si aquello es verdad ó fingi­miento?

TORMENTAS.

Ya inauguraron las nubes Las tormentas de verano, Ya empezó la temporada De los truenos y los rayos. Las anchas gotas que caen En los sombreros planchados, Producen en quien los lleva Ilusión de cañonazos; Algunas dan sobre un prójimo Que marcha tambaleando, Y se convierten en vino Si tiene madre el borracho. -Voltean en las alturas De las veletas sus gallos, Como que:-¡endo arrancarse Alguna pluma del rabo; Y en las campanas vecinas Forcejean los badajos. Pidiendo que los desaten Para tocar á rebato. Santa Bárbara bendita Despierta de su letargo, Todos la llaman á un tiempo. No puede atender á tantos. Y ruedan los nubarrones Anocheciendo el espacio, Y con saetas de fuego Le iluminan los relámpagos. Guardan el cuerpo los hombres. Buscan refugio los pájaros: Sólo el águila atrevida Sube rompiendo el nublado, Y como el hombre animoso, Que se eleva despreciando La envidia de los ruines Y los riesgos y trabajos. Ve la tormenta á sus pies En rededor día claro. El sol sobre su cabeza. Todo lo demás debajo.

JOSÉ FERNÁNDEZ BREMÓN.

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Xa catedral be Xeón I.

A ciudad de León, en otros tiempos corte de re­yes, vive más de recuerdos que de actualidades. No carece, ciertamente, de los elementos de la

moderna civilización; pero si perduran la celebridad y fama de su nombre, lo debe aun monumento de pasa­das edades. ¡Hermoso poder del arte! ¡Kl hace revivir lo que por ley de la Historia estaba condenado acaso á neo-ro olvido! La catedral de León, la Pl'LCHRÁ LEONINA,hSi\\iQ\tQ á ser, por singular evolución do los tiempos y de las cosas, lo que fueron tales mo­numentos en el siglo de San Fernando y de San Luis: la representación de la ciudad, la cifra y compendio de su nombre y de su gloria.

Cantada por los poetas, descrita por los escritores y estudiada por los arqueólogos, la catedral de León pa-i'ece haber entregado ya al público todos sus secretos. Mas hoy debe Gon?iderársela en una nueva fase. Lar­gos años hace que, maltrecha y agonizante, había de­jado de cobijar bajo sus bóvedas á los ministros del Señor. Devuelta á la vida, es no ya sólo un florón del pasado, sino un triunfo del arte español contemporá­neo. Al celebrarse su resurrección, cuiíntos sienten la gloria del arte nacional hacen suyo el contento de la ciudad de los Ordoños. Por eso la catedral de León constituye al presente una actualidad del más alto in­terés.

^ 611 vestauuacíón»

^

n. El rey Ordoño II fundó en el año 916 la iglesia Ma­

yor de León, dedicada á Santa María, cediendo para ello su palacio, que estaba ediiicado sobre unas termas romanas. Esta basílica, bajo cuj'a techumbre se veri­ficó más de una coronación de reyes, fué restaurada y ampliada por el obispo D. Pelayo, y nuevamente con­sagrada en 107;í. Pero reinando Alfonso IX y su esposa D.' Berenguela, y siendo obispo de León D. Manrique deLara, en los últimos años del siglo xii ó primeros del XIII, acometióse la empresa de derribar la antigua catedral románica para levantar la que hoy admiramos. ¿Fué su arquitecto aquel Pedro Cebrián que figura en 1175 como maestro de la antigua iglesia? Nada se sabe de cierto, y es algo aventurado conjeturarlo. Al co­menzar el siglo XIV, la fábrica se hallaba ya en buen e-s'-tado, según consta en documento de la época, y debía mediar la centuria cuando se terminaron las partes principales de la catedral, celebrándose en ella el culto de un modo definitivo. Figuran como maestros de las obras en esta época Enrique (murió en 1277 i, que lo era al par de la catedral de Burgos; Simón, Pedro Monoz y Alonso Rodríguez, aunque este último acaso alcanzó la centuria decimoquinta. Al terminar ésta erguiría su elegante masa, en la que se señalarían las dos torres, hechura la una de más antigua fecha, y obra la otra de los maestros Jusquín y Al­fonso Ramos i véase el grabado de la pág. 352).

, Tal es, en elementalísimo esbozo, la histo-i'ia de la catedral de León durante los siglos ted ios . Al XIII y primera mitad del xiv perte­necen, pues, sus fábricas principales. En el más puro gusto ojival están levantadas; y es digno de notarse que en el suelo español, donde los estilos arquitectónicos se transforman tan rápidamente, el templo leonés presente 61 más alto grado de pureza. Surge aquí una cuestión que solamente apun­tamos, faltos de lugar para desarrollarla. ¿La catedral de León es un pro­ducto nacional ó extranjero? General es la creencia en esto último, pero no laltan entendidos arqueólogos partidarios de lo primero. Fúndanse para

D I N T E L Y MAINEL •

DE LA PUERTA PRINCIPAL" DEL TEMPLO

ello en el estudio de los monumentos de la región leonesa, don­de desde las construcciones de Saliagún, el Cluny español, debió existir una potente escuela arquitectónica. de lá que los templos de Sandoval y Gradefes son importantes restos.

Faltan acaso los ejemplares mejores de la serie, que, de exis­tir , razonarían el origen nacional de la catedral de León. Pero, obra de un arquitecto español ó extranjero, parece fuera de duda que el monumento está inspirado en la más caracterizada escuela del Dominio Real francés, cuyo apogeo vio elevarse las catedra­les de Reims, Amiens y Beauvais, y tantas otras famosas igle­sias. La de León traduce con rara exactitud las formas del gó­tico francés, sin permitirse excursiones por el campo de la ins­piración personal, como la de Bu rgos, ó de la tendencia española, como la de Toledo. ¿Es esto negar que el famoso monumento leonés pueda ser obra de un arquitecto español? No por cierto.

La catedral de León tiene planta de cruz latina con tres na­ves, de las cuales las bajas vuelven en la del crucero. Bien tra­zada giróla, con cinco capillas absidales de planta poligonal, ro­dea el presbiterio. Un alto zócalo corre por todo el perímetro. Este es el único macizo que existe en el interior, pues casi no merecen aquel nombre las reducidísimas pilas que soportan las bóvedas de crucería sencilla. De una á otra de aquéllas, en toda la altura de la nave, extiéndese enorme vano, formado en su primera zona por los arcos de la nave baja; en la segunda por el trifo-riuiii; y por inmenso ventanal en la tercera (véanse los grabados de las págs. ;í44, ÍÍ45 y ;!49). El constructor quiso completar el efecto calando el muro exterior del tfiforinin según un siste­ma que se ve empleado en Saint-Denis, en las catedrales de Amiens y Troyes, y en la española de Avila.

En el exterior destácanse las hermosas fachadas, verdaderas seccioncN trans-versal es en las que se marca toda la estructura del monumento (véanse los grabados de las págs. ;Í;Í7, ;Í40 y 841). El pórtico del Oeste ó principal, avanzado sobre la fachada, ostenta en pilares, jambas, archivoltas y tímpanos copiosa serie de esta­tuas y bajos relieves (véase el grabado de ia pág. 'M'-i). En el din­tel de la puerta central se admira la hermosísima representación escultórica del tremendo Juicio final, réplica notablemente me­jorada del que en análogo lugar tiene la catedral de Bourges (véase el grabado de esta página i. Ocupan los lados de las porta­das del Sur varias estatuas que resisten perfectamente la com­paración (y con ello está hecho su elogio) con las célebres de la catedral de Reims, por las cuales, como lia dicho un notable ai'-queólogo, ha¡KiíiadQ un hálito de heloiixmo.

Describir uno por uno todos los detalles de la PULGHRA LEONINA, es tarea á la que, por lo interminable, hay que re­nunciar. Las policromadas vidrieras, verdaderos muros de la ca­tedral, exigirían un libro por sí solas; otro las soberbias tallas del coro (véanse los grabados de las págs. ÍÍ47 y 848). Vale más admirar en conjunto el portentoso monumento, y , penetrando en su interior, abismarnos en su contemplación. Por virtud del ai'te, aquel recinto de dimensiones absolutas muy pequeñas os parece­rá enorme, altísimo, inabarcable. La materia pétrea, reducida en muros y pilares á sus más mínimas dimensiones, desaparece to­talmente en la policromada atmósfera que envuelve líneas y ma­sas. Diríase que el monumento es tan sólo un enorme fanal. El

principio de recogimiento interior, tan caro al alma cristiana y que informa su arte, ha desaparecido ante la espiritualización déla materia. Allí se siente, en fin, que la arquitectura gótica es algo más que un simple racionalismo constructivo.

lU.

Es patrimonio de nuestra época esa erudición enciclopedista que, no con­tenta con saber los hechos y fenómenos presentes, aspira á escudriñar el modo de sentir y de actuar de las generaciones pasadas. En ella tiene su origen el arte de las restauraciones, no practicado ni comprendido por nuestros abuelos: al modificar un monumento, aplicaban las formas y cá-

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VISTA GENERAL CON LAS FACHADAS P R I N C I P A L Y LATERAL D E R E C H A ,

LEÓN.—^RESTAURACIÓN DE LA CATEDRAL.

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8 JUNIO 1901 LA I L U S T R A C I Ó N E S P A Ñ O L A Y A M E R I C A N A N." xyi - 'MI

X B S I D E DE LA CATEDHAI , .

FACHADA LATERAL IZQUIERDA.

LEÓN. —RESTAURACIÓN DE LA CATEDRAL.

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342 - N." XXI LA I L U S T R A C I Ó N E S P A Ñ O L A Y A M E R I C A N A 8 JUNIO 1901

nones de su época. El sistema, desde ciertos pun­tos de vista, es sensato y lój^ico, con tal que el sistema constructivo en que la obra se ejecute se inspire en los mismos principios que inspiraron la primitiva. Pero si, como es caso frecuente, su­cedo todo lo contrario, el método en cuestión da por resultado la ruina del edificio. Ejemplo pal­pable de ello es la catedral de León.

Comenzaba el siglo xvi cuando Juan de Bada­joz y su hijo derribaban la zona alta de la fachada principal, y la sustituían por un pesado atrio, cargado con una inútil peineta (según el nombre que en León so la daba) y flanqueado por dos torrecillas, todo en estilo del Renacimiento. Esta máquina ha subsistido, cargando absurdamente el pórtico, hasta hace poco tiempo. Y no faltan datos para sospechar que por este tiempo se qui­taron las primitivas cubiertas, que, pesando en parte sobre las claves de las bóvedas altas, ayu­daban á su equilibrio. La catedral comenzaba á experimentar los efectos de his innovaciones.

En ltí31 hundióse la gran bóveda del crucero, y para sustituirla, el arquitecto Juan de Naveda construyó una cúpula sobre pechinas, cuyo efecto mecánico continuo estaba en perfecto desacuerdo con la estructura ojival, fundada en la acumula­ción de empujes en puntos determinados. No de­bió parecer, sin embargo, bastante el desacierto cometido, cuando al comienzo del siglo xvm don Joaquín de Churriguera adornó la cúpula de Na­veda con pilarotes, arcos, estatuas y postizos de todo género, que pesaban en junto más de ¡370.000 kilos, según cálculos hechos posteriormente. Bajo semejante mole, la aérea construcción ojival co­menzó á rendirse. Ya en 1094, el hastial del Sur exigía reparaciones, á lasque proveía el arqui­tecto Manuel Conde levantando la fachada que existió hasta mediados del pasado siglo. En 1743 las bóvedas bajas del brazo Sur derrumbál>anse es­trepitosamente, y doce años más tarde el terremo­to de Lisboa concluía la obra de desquiciamiento comenzada por los innovadores del siglo xvi.

Al principiar el xix, tabicadas todas las venta­nas altas y parte de las bajas; privado el trifo-riiim de sus luces directas; cambiados y desqui­ciados todos los pináculos; sustituida parte de las bóvedas por otras de ladrillo, y , sobre todo, alteradas profundamente las condiciones de equi­librio elástico del monumento por el esfuerzo continuo de la fatal cúpula, que allá se erguía en los aires, amenazando derrumbarse y arrastrar consigo lo que restaba de la incomparable cate­dral de León. Las señales de ruina fueron acen­tuándose; el peligro acreció por momentos, y por fin, en 1858 hubo que desalojar el monumento.

Comienza aquí en la historia de la catedral de León un período verdaderamente interesante; el de los trabajos de restauración que la han hecho renacer. Reseñarlos es historiar el suceso más im­portante acaso de la España artística del siglo xix.

IV.

En 1859, el ministro de Gracia y Justicia nom­bró al arquitecto D. Matías I^aviña director de las obras de restauración. Era hombre de clara inteligencia, profundos conocimientos y rara es­crupulosidad; pero, educado en la escuela clásica, faltábale la justa apreciación del arte gótico, tan profundamente sentimental. Concienzudamente reconoció el monumento y dictaminó sobre su estado, y con magistral habilidad derribó la tris­temente célebre cúpula de Naveda, la fachada de Conde y todas las demás partes ruinosas, labor llena de peligros y dificultades, que la falta de recursos aumentaba. En 1863 terminó los derri­bos, dejando la catedral en disposición de proce­der á las edificaciones. De las proyectadas por él, sólo llevó á cabo los comienzos de las pilas tora­les y el pórtico del hastial del Sur. Pero la ver­dadera importancia de los trabajos de Laviña está en el derribo de las partes ruinosas, preliminar indispensable para las tareas de sus sucesores.

Es el primero de ellos D. Andrés Hernández Callejo, el cual permaneció corto tiempo en su cargo, señalándose su gestión como inteligente administrador y organizador de ios trabajos y ta­lleres.

Tras este arquitecto, aparece en la historia de las obras que reseñamos la vigorosa figura de D. Juan de Madrazo. Técnico hábil é inteligentí­simo y ardiente partidario de las teorías de VÍo-Ilet-le-Duc, emprendió con inusitado ardor la ta­rea que se le encomendaba. Madrazo recibió la catedral en estado verdaderamente desastroso: preciso era ante todo sostener aquel desquiciado organismo. Mas apenas comenzados los trabajos, la Revolución de Septiembre los paralizó. Noi--malizada la situación, declarada á poco la cate­dral «monumento nacional», y contando con más

recursos, entran las obras en un período de ver­dadera actividad. Entre 1874 y 1877 proyectó los célebres encimbrados y apeos" que tanta fama ha­bían de darle: verdadera horma de la catedral que la sostuvo y entibó, constituyendo al propio tiempo el andamio necesario para los grandes trabajos de reconstrucción que iban á ejecutarse. Impropio de este sitio sería entrar en detalles técnicos de la obra do Mndrazo: baste decir que ha quedado en España y fuera de ella como mo­delo en su género.

Aparte de ésta, suyo es el proyecto del hermo­so hastial que había de sustituir al engendro de Conde; suyos los ventanales y los proyectos de bóvedas, cornisas, antepechos y pináculos del brazo Sur, los croquis para las cubiertas defini­tivas, el estudio de los desagües de las naves ba­jas, y algunos más. Pero cuando la obra del has­tial, la más importante de todas, apenas sobrepa­saba la primera zona (trijorium), apasionadas y enojosísimas cuestiones alejaron á Madrazo de León, y así le alcanzó la muerte el 7 de Marzo de 1880.

No concluyó con ella la gloria de tan notable arquitecto. En la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881 se concedió el premio de honor á sus proyectos y trabajos de restauración de la catedral de León. Tan alta recompensa suscitó apasionadas discusiones entre críticos y artistas, muchos de los cuales no querían conceder á la Arquitectura los honores de arte digno de her­manarse con la Pintura y la Escultura. Con evi­dente ignorancia ó escasa buena fe quiso hacerse aparecer como dado el premio á los encimhrados ¡I apeos, que despreciativamente se llamaban por aquellos días e? fl7ir7rt/ní'f), cuando la recompensa era justo galardón de todos los proyectos del hastial y brazo Sur, ventanales, trijoriinn, bóve­das, cornisas, pináculos y gabletes; inmenso tra­bajo, para cuya concepción y realización se nece­sitaban tantos vuelos artísticos y más conocimien­tos técnicos que para las de cualquiera de los cuadros ó de las estatuas expuestas en el certa­men. La posteridad, menos apasionada, ha hecho justicia á la obra de D. Juan de Madrazo.

Sucede á éste en la dirección de las obras, en 1880, D. Demetrio de los Ríos, arquitecto muy reputado en Sevilla por sus trabajos artísticos y arqueológicos en la catedral, en la Casa del Ayuntamiento, en las iglesias mudejares y en las ruinas de Itálica. Cuando se hizo cargo de su co­metido, los encimbrados y apeos se hallaban fal­tos de cuidados, las bóvedas hendidas, las pilas cerchadas y abierto todavía el inmenso hueco de los derribos de Laviña. Numerosos han sido los trabajos de este arquitecto: levantó el hastial y todo el brazo del Sur, que Madrazo no había he­cho más ([ue comenzar; reconstruyó cimientos y pilas (1); desmontó bóvedas, rehaciéndolas y vol­teando sobre el crucero la gran crucería en mala hora sustituida por la cúpula de Naveda; montó ventanales; proyectó y ejecutó triforios, escama­dos, antepechos, pináculos, y cuanto constituj'-e la complicada estructura de una catedral gótica. Esta enorme tarea fué coronada en 1887 con la demolición y reconstrucción de la fachada prin­cipal, desde la altura del trijorium, labor en la que demostró el más depurado gusto artístico y profunda pericia técnica.

Para tan notables trabajos hubo de crear es­cuela de canteros, asentistas y monteadores, que, hechos al estilo, interpretasen los sabios y com­plicados trazados medioevales y ajustasen con cuidados y precisión infinitos los nuevos silla­res á las caducas fál)ricas de la catedral.

No so ocupó con tan ímprobo trabajo la vida de Ríos: acometió también la empresa de histo­riar la catedral y los trabajos de su restauración en una Monografía que dejó inédita, pero que alguien, apreciando su mérito, ha publicado pos­teriormente (2i. Pero minada su salud por el peso de tan múltiples trabajos, y amargada su vida por mezquinas cuestiones que trataron de empa­ñar su nombre profesional, pero de las cuales salió enaltecido, moría D. Demetrio de los Ríos en Enero de 1892, dejando enhiesta la catedral i{\io recil>ió destruida.

Tras un rapidísimo paso por León del arqui­tecto D. Ramiro Amador de los Ríos, cuyas do­lencias no le permitieron continuar al frente de las obras, se encarga de ellas I). Juan B. Lázaro, bien reputado en Madrid, y que, como hijo de León, conocía detalladanionte el monumento. Su

(1) Al ejeeutar uno de eslus trabajos se deBcubrieroii res­tos y jiiosaicos (le las termas roiuanas, coiiiprobáiidose la. tratiieióii arriba iñtada.

(2) ha Ciil'-drtil lU' LL-ÚII. ¡Müiniirrafía, por el limo. Sr. don Domctrit) de los Ríos. Madrid, ltí'J5. líibliütoca del Ilcsumcn lie, Ariiiiitecliira. DoB tomos, eon niiiijeroBos fotograbados, plaiios y dibujos.

primera época de trabajo queda señalada por la terminación de la fachada principal y el descim­brado de todo el templo. Por primera vez, desde los tiempos de Madrazo, lucía la catedral la pure­za de sus rehechas líneas libre de impedimentos.

Faltábale á aquélla uno de los detalles más in­teresantes; las vidrieras de colores. Como conse­cuencia de la diáfana estructura del templo, la superficie de ventanaje es inmensa, por lo cual el problema encerraba verdadera importancia. Para re.-taurar las antiguas vidrieras y hacer las nue­vas dentro de la buena escuela gótica, preciso le fué al Sr. Lázaro emprender estudios y prác­ticas especiales, pues los procedimientos usa­dos en la vidriería moderna eran impropios del resultado arcaico que se perseguía. El éxito más completo, artística y económicamente conside­rado, coronó los esfuerzos y desvelos de aquel arquitecto, que por sí, y con la cooperación de modestos artistas, montó anejo á la catedral un taller de vidrieras policromadas, cuyos trabajos son hoy ol)jeto de constantes elogios. Desde algún ejemplar anterior acaso al siglo xiii, procedente de otro edificio, hasta las esmaltadas y pintores­cas cristalerías delxvi , todo ha sido reparado en el modesto taller de León. Las vidrieras nuevas se ejecutaron también en el mismo, guardando en sus cartones el simbolismo que parece existir en las ajitiguas, caracterizado por asuntos y ornatos que se refieren á la tierra, en la zona baja, al mundo en la intermedia y al cielo en la alta. La obra de vidriería de colores de la catedral de León ha dado justa fama al Sr. Lázaro.

Completa su labor la ejecución de rejas y al­tares, pavimentos y cubiertas. Falta tan sólo co­ronar el monumento con las peraltadas cubiertas de l:i nave grande, trabajo á que se apresta actual­mente el Sr. Lázaro.

V.

La restauración de la célebre Ff'LCHRÁ LEONINA, entraña grandísima importancia bajo distintos aspectos. Es, ante todo, la vuelta á la vida de la religión y del arte de un monumento de primer orden, que por ley de su propia debi­lidad, de la continua labor del tiempo y de los desaciertos de los hombres, estaba á punto de desaparecer, sin dejar más rastro de su existen­cia que las memorias puramente literarias. Pero, además de este notable punto de vista, la restau­ración de la insigne basílica es un triunfo pura­mente nacional de la España contemporánea, de­bido tan sólo á los esfuerzos y talentos españoles. Los hechos lo demuestran.

Necesitábanse allá por el año 1876 cuantiosos recursos para emprender las obras. El Obispo de León redactó y publicó un manifiesto llamando á todas las naciones do Europa para contribuir con sus donativos á salvar el monumento. Sólo Es­paña respondió al llamamiento. Pensóse en un principio en confiar á una casa extranjera los tra­bajos de las vidrieras: sentado queda cómo el arte y la industria nacionales han dado cima gloriosa á la empresa, con notable ventaja económica. Hubo alguien que en los comienzos de la restau­ración propuso que se encargase de ella á VioUet-lo-Duc: los arquitectos españoles han demostrado que no era necesario.

A ellos corresponde principalmente la gloria del resultado obtenido. Su pericia, su inteligen­cia, su arte y su constancia supieron llevar á fe­liz término una obra en la que se han reconstruí-do dos fachadas, casi todas las bóvedas, muchos pilares, la mayoría de las tracerías de ventanas y triforios, pináculos, antepechos y mil elementos más. Otro resultado plausible de estos trabajos ha sido el de crear escuela. Con ellos y por ellos se han iniciado nuestros arquitectos en la ciencia teórico-práctica de las restauraciones; en ellos se han inspirado multitud de estudios, con los que el arte nacional extendió sus horizontes; y con ellos ha demostrado la arquitectura española con­temporánea ser digna hermana de la que, en las demás naciones de Europa, rehiciera los monu­mentos más preciados de la Edad Media.

Ocasión es ésta do glorificar los nombres de es­tos arquitectos. Pero á ellos deben unirse los de tantos y tantos modestos auxiliares, artistas, in­dustriales y obreros. ¿Quiénes son? ¿Cómo se lla­man? Imposible es saberlo. Sus obscuros nom-l)res irán á unirse con los de aquellos anónimos maestros y mazónos que elevaron primitivamente la catedral de León. Mas no por ser su gloria anó­nima y colectiva es menos grande: las piedras de la catedral de León la pregonarán á través de los tiempos.

VICENTE LAMPÉREZ Y ROMEA. ArquitcL-to auxiliar, que fiit', de las obras

cío la catedral de Leún.

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8 J U N I O 1901 LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y A M E R I C A N A N." xxi — 343

LA SALA DEL CRIMEN.

I .

Emoc ionados ante la idea de b a r n i z a r e n p ú -b l i co n u e s t r o s cuadros— los pri­m e r o s que pre­s e n t á b a m o s en una gran Exposi­c ión — í b a ni o s á penetrar en ésta, cuando D. J u a n , nuestro itrlorioso niaestro, nos dijo:

—Señores, em­pecemos nuestra visita por la A'ízía del crimen.

Sorp rend idos nos miramos los Unos á los otros. ¡La sala dei c r i ­men! ¿Habría ido á parar á ella alguno de nuestros lienzos?

Entre curiosos y azorados se­guimos al maestro, que, á buen paso y sin detenerse, cruzó va­rias salas: en éstas gran número de pintores, encaramados en las escaleras, daban nerviosamente una mano de barniz á sus obras, mientras que grupos de curio­sos, críticos y amateurs los ro­deaban, elogiando en alta voz los aciertos y criticando en voz baja los defectos de los cuadros.

Llegamos á la Sala del crimen, é instintivamente t o d o s nos­otros registramos de una sola mirada las paredes cubiertas de verdaderas d e s d i c h a s pictóri-

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caa El quemas y el que m e n o s , respiró tranquilo al no v e r s e ex­puesto en a q u e l spoliarium del Arte.

— S e ñ o r e s -nos dijo D. Juan con tono que vi­bró en nuestros oídos con solem­nidad inesperada, —nos e n c o n t r a ­mos dentro de un gran sepulcro ¡Cuán tas ilusio­nes li abrán caído en é l , c u á n t a s energías, cuántas esperanzas! Y, no obstante, entre la muchedumbre de jóvenes ávidos de gloria que en él han encontrado el silencio eterno — la muerte más

horrible del artista,—¡cuántos Lá­zaros podrían hallarse faltos de un Salvador que los devolviese al Arte de un modo glorioso! Desfilemos delante de estos cuadros, prodigán­doles una mirada misericordiosa, como á vencidos en una lucha tru­culenta.

Hizo el maestro una pausa muy corta, y luego, con acento emocio­nado, prosiguió:

— Lucha en la que el artista deja una á una sus ilusiones más caras, BUS años más hermosos, la virgini­dad, en fin, de su corazón Pero todo esto se i g n o r a al principio. Vamos á la pelea con todo el ardor juvenil de un entusiasmo exento de p r e v e n c i o n e s Confiamos en

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1. ARCO CON LA PILASTRA DE LAS APELACIOVES DE LA PORTADA PlUXCIPAL. — 2. NUESTRA SEÑORA DEL FORO Y OFERTA DE REGLA. EFIGIES DE LA PRIMITIVA CATEDRAL COLOCADAS ACTUALMENTE EN EL CLAUSTRO.

L E Ó N . — R E S T A U R A C I Ó N D E L A C A T E D R A L .

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344 - N." XXI LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA 8 JüKio 1901

NAVE DEL C R U C E R O .

L E Ó N . —R-ESTAURACIÓN DE LA C A T E D R A L

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N A V E M A Y O R .

LEÓN. —RESTAURACIÓN DE LA CAT E D R A L.

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34R — N." xx r LA" ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y A M E R I C A N A 8 JuN-io 1901

nuesti'as propias fuerzas, nos consideramos siem­pre vencedores, y los obstáculos que se nos pre­sentan enardecen más que enfrían nuestro amor hacia el sublime ideal artístico La verdad de todo esto voy á demostrárosla con una historia, que en ningún sitio más adecuado que éste po­dría contarse.

Don Juan se pasó la diestra por su frente ve­nerable, y nosotros, excitada en alto grado la curiosidad, nos aprestamos á escucharle.

— Yo, señores — continuó el maestro,—empecé en el arte de una manera desastrosa Mi pri­mer paso fué un tropiezo morrocotudo

Joven, ansioso de gloria y de dinero, y enamo­rado lo más románticamente posible — todo hay que decirlo,—me lancé á la conquista de un nom­bre apenas supe mal borrajear un lienzo.

Mis padres, de posición harto modesta, no po­dían costearme la carrera. Sólo el irresistible deseo de ser pintor me empujaba á manejar los pinceles y á destruir en germen las escasas dotes pictóricas que pudiera tener emborronando á destajo tablitas que un mi amigo, buhonero, re­vendía en las tertulias de los cafés á precios irri­sorios. Y, aunque el benelicio era escaso, era so­brado el incienso que el corredor —andaluz, por más señas —me dirigía siempre que enajenaba alguno de mis cuadros: con todas las veras de su mal gusto artístico me decía, entre rotundas in­terjecciones, que yo era un maestrazo,y que mu­chos señores pintores que cobraban—ro/jíí/í«)í, decía él—miles y miles de pesetas por sus lienzos, quisieran tener la corrección de mi dibujo, la firmeza de mi pincel, la frescura de mi color y el talento mío para componer.

Tanto y tanto me repitió el marchante zascan­dil sus elogios, que túvola debilidad de tomarlos en serio. Esto causó mi desgracia, es decir, l'lié parte principalísima á que cayese en la tentación de meterme en la loca aventura de pintar para la Exposición una obra maestra, soberbio alarde en quien, como yo, tan ayuno de enseñanza se veía en pintura.

Contribuyó á que acometiese tamaña empresa Julia, mi novia entonces, hoy mi mujer; la po­bre, como no sabía palabra de lo que me traía entre manos, creía que yo era un genio ignora­do, y me alentaba á que rompiese de una vez para siempre el incógnito, sorprendiendo al mun­do con un lienzo digno de mi talento.

Decidido á sorprender á propios y á extraños, compré la tela, la fijé al bastidor y me pasé quince días delante de los ociio metros en cuadro y en blanco de la misma, discurre que discurri­rás el medio de mancharlos con un asunto que, por lo elevado, armonizase con sus extraordina­rias proporciones.

Seducido por la serena é injusta muerte de Só­crates, éste fué el asunto que me impuse perpe­tuar en el lienzo En tal elección influyó por mucho la moda pictórica de aquel entonces, de elegir los episodios más trágicos, sangrientos y despeluznantes que pudiei'an encontrarse en la Historia.

Con ansia febril puse manos á la obra, y, como de recursos andaba mal, hube de rogar á D. Ber­nardo, mi futuro suegro, me sirviese de modelo para el Sócrates. Y, dicho sea sin ofenderle, en lo feo podía apostárselas con el filósofo atenien­se: mi suegra me sirvió para hacer de discípulo vuelto de espaldas, y mi novia interpretó la sim­pática ügura de Critón, el discípulo predilecto del grande hombre: dos amigos más se presta­ron gustosos á servirme para componer la tra­gedia socrática en el momento en que el filó­sofo, después de apurar la cicuta y sintiendo ya el frío de la muerte, dijo sonriéndose la conocida frase: «Gritón, debemos un gallo á Asclepios; no te olvides de pagar esta deuda.»

Las dificultades que tuve que vencer para que el fondo no resultara impropio, ni los ropajes anacrónicos, ni amanerada la actitud de los per­sonajes, sólo Dios y yo lo sabemos.

A la terminación del cuadro resonaron en tor­no mío los más halagüeños augurios: el marchante andaluz daba ya por hecho que me concederían una primera medalla; D. Bernardo, tenía por cosa segura que el Jurado me otorgaría una gran re­compensa; mi novia, la pobre, confiando más en la justicia divina que en la humana, hizo no sé qué votos y promesas á la Virgen de la Paloma; los amigos de marras, colaboradores gratuitos en mi obra, y que se las daban de conocedores en materia artística, me pronosticaron un triunfo envidiable.

Desde el día en que quedó depositada la tela en la Exposición, Julia y yo dejamos volar por el más rosado de los cielos nuestras ilusiones como enjambre de locas mariposas.

Era indudable que La muerte de Sócrates ob­

tendría un premio: eso ni lo discutíamos; en lo único que titubeábamos era en su importancia. Julia confiaba en una medalla de oro, ¿qué me-nosV Yo, más modesto, fingía conformarme con una de bronce.

Ya lo teníamos todo dispuesto: en cuanto diese su fallo el Jurado, el Gobierno adquiriría mi obra, si no es que algún particular caprichoso me hacía proposiciones más ventajosas para ha­cerse dueño de parecida joya. Ya me veía yo, es decir, nos veíamos ambos, poseedores de unos miles de pesetas, y por tanto, casados ¡Qué luna de miel la que nos esperaba! ¡Qué encanta­dores viajes los que nos proponíamos hacer á Roma y á Grecia Y recorreríamos las veneran­das ruinas del Partenón, y pasearíamos en no­che de luna sobre la arena del Goloseo

¡Qué emoción la de Julia, sus padres, mis ami­gos y yo cuando traspusimos los umbrales de la Exposición días antes de su apertura!

Iba dispuesto á barnizar mi cuadro, y de paso á que gozasen por anticipado de mi triunfo aque­llos seres para mí tan queridos.

Recorrimos la sala central como gavilanes hambrientos que van tras una presa: los ojos fijos en las paredes.

En tal sala no estaba yo, mejor dicho, mi cua­dro, y eso que había un buen número de ellos que en lo grandes nada tenían que echarle en cara á mi Muerte.

— Estará en alguna otra sala—nos dijimos. Entramos en las laterales y fuimos requisán­

dolas una por una, y á medida que avanzábamos sin encontrar la tela famosa, me sentía desfalle­cer de un modo alarmante.

Habíamos ojeado ya todas las salas con resul­tado negativo. A mí un color se me iba y otro se me venía, un sudor frío me inundaba el cuerpo: todos los cuadros los veía ya borrosos: mi señor D. Bernardo iba poniendo el gesto mucho más trágico que al hacer de Sócrates; Julia, nerviosa é impaciente, dirigía miradas desoladoras en torno suyo; mis amigos, con cara de vinagre, discutían con frase cortada la misteriosa oculta­ción del cuadro.

— ¡Señores, estamos todos tocando el violón!— exclamó de pronto mi futuro suegro dándose un palmetazo en la frente; —debe de haber más salas.

— ¡Sí, sí, debe de haberlas! —afirmaron los de­más esperanzados.

Nos dirigimos á un ujier, y éste confirmó lo dicho ])or el sendo Sócrates.

— Sí, señores; hay otra sala en la planta baja. — ¡Si era de esperar! —objetó triunfante don

Bernardo. — La sala del c r imen- t e rminó de decir el

ujier con sonrisa maliciosa. Al oir tal denominación nos quedamos con­

fusos, mirándonos estúpidamente los unos á los otros.

—¡Vamos allá!—dijo con heroica resolución mi suegro.....

— ¡Sí! ¡Allí estaba La muerte de Sóeratesl..' Colgada en la picota ¡Dios mío! ¡Qué caras más lánguidas las que hubimos de poner todos al ver mi obra en aquel museo del crimen del crimen pictórico.

Al verla, 3a primera impresión que nos produjo fué la de estupor y desconsuelo inauditos Ano­nadado, muerto de vergüenza, miré á Julia La pobre me estrechó la mano; sus ojos teníalos empañados por las lágrimas Lloraba todas nuestras más caras ilusiones desvanecidas Veía el castillo de nuestra ventura caído mise­rablemente á tierra

Hice un esfuerzo sobre mí mismo y dirigí una mirada de suprema angustia hacia mi obra.

Y entonces—fenómeno fisiológico inexplica­ble—la vi tal como era: un engendro ridículo La cara de Sócrates era la de un molinero que padeciera una feroz neuralgia: las figuras pare­cían de palo, el color era una ensalada, la pers­pectiva no existía; los términos estaban lastimo­samente confundidos.

Comprendí la justicia de aquel doloroso escar­miento, y arrastrando á mis cirineos, salí de la sala del crimen maltrecho, mohíno, rabioso con­tra mí mismo por mi osadía.

El amor propio Iiabía padecido horriblemente. La muerte de Sócrates me costó un mes de cama y fué mi salvación: comprendí que los laureles del arte hay que conquistarlos á fuerza de mucho estudio y trabajo.—

Hizo alto el maestro en su historia, y tras una pausa muy corta, la terminó con estas palabras:

— Qcho años después concurrí á otra Exposi­ción, y tuve la suerte de alcanzar un honroso desquite.

Sin embargo, jamás olvido mi primer fracaso, y siempre que asisto á uno de estos certámenes, mi gran cuidado es visitar la Sala del crimen.

Y ahora, señores, dediquemos toda nuestra atención á los otros cuadros, á los que han tenido mejor suerte que éstos.

Dijo, y en religioso silencio abandonamos to­llos la Sala del crimen.

ALEJANDRO LARRUBIERA.

B A R C O D E LA V E Z .

€, ki. Sr. A. Morel-Fatio, buen conocedor de la li­teratura y de las cosas de España, ha publica­do il) noticia y apreciación que me complazco en trasladar, como sigue:

'^BARCO DE LA VEZ. Esta locución, que no figura en el Diccionario de la Academia Española, se en­cuentra con frecuencia en la literatura del si-;glo xviL El Diccionario llamado de Autoridades la incluye en la voz barco: ^Barco de la vez. Llá-^mase así aquella embarcación que diarlamenle »(si el tiempo lo permite) está destinada para lle-»var de un puerto á otro pasajeros y otras cosas.» Definición que ha repetido casi textualmente Te­nderos, mientras que el Diccionario marítimo es­pañol de 18IU la modifica poniendo: es ^elquedia-^riamente parte de un muelle á hora determinada -'Con gente de pasaje^.

»Es posible que la voz se aplique todavía en diversas regiones de España á las embarcaciones que hacen servicio regular, una vez al día, entre dos localidades; paréceme, sin embargo, de pro­cedencia andaluza, porque usada fué en un prin­cipio en el lenguaje de la navegación del Gua­dalquivir.

íDe tres ejemplos que conozco, tomados de la poesía del dicho siglo xvir, dos se refieren á este río (2). Véase de ellos un soneto de Mateo Váz­quez de Leca sobre Hero y Leandro:

¡Cuerpo de Dios, Leandro enlernecido, Quántn mejor te fuera íivor passado En varos tli- la vez el mar .salado Que no passar á nado desde Orbidn!

¿No te fuera mejor aver vivido Y á ]iioH enxuto.s tu nuiger gozado, Y no llegar á Sesto resfriado En la primera noclie de marido?

No .son tan necios otros amadores Que passan á Triana de Sevilla Todas las noelies en varquetes nuevos. ... (3).

^Después, estos tercetos de una carta de Loi)e de Vega á D. Diego Félix Quijada y Riqueimo, en que el poeta invita á su amigo á trasladarse desde las riberas del Guadalquivir á las del Man­zanares:

¡Ay Dios, si os viera yo, no en la corriente Del claro Jietis, de quien sois Apolo, Ceñido del laurel resplandocienh^,

Sino en aqueste pobre, humilde y solo Bosque de ílanzanares. que no ha visto Las naves que permito el otro polo!

A<)uí jamás se espera ni se ha visto Siquiera un liarro ilr la n-z: ^quó fuera Si viniera de Arturo y de Calixto {4)?

»Pero no ha de creerse que la expresión del so­neto de Mateo Vázquez alude á las barcas de pa­saje entre Sevilla y Triana: se refería á embarca­ciones de mayor capacidad empleadas en el tra­yecto entre la capital y Sanlúcar de Barrameda; la prueba cierta se ofrece en el relato de uno de los interlocutores del Pasajero de Suárez de Fi-gueroa (5). Deseoso de ver á Sanlúcar, quise para ir allá entrar aposta en el barco que llaman de la vez, por entender era no poco entretenido aquel pasaje.

:íEste modo de decir, que llaman de la vez, acaso indica que la locución se consideraba como idiotismo sevillano en los tiempos de Figueroa.»

El Sr. Morel-Fatio está en lo cierto; existe de­finición precisa y técnica en la obra que el capi­tán Jhoan de Escalante de Mendoza dedicó al rey

(1) 'E.TíeV Dulletin HiBpanique,X. iri, mím. 2, pág. 1G6. (2) El tercero se Iiaila en epístola de D. Francisco de

Hürja, príncipe de Esquiladle, al Duque de Alba. •^Elhayc.o de lu ves (le Salatitaiica.' (IM:I iihras cu verso i!e D. Fraitnsv.u de Borja,principe de Ksqnilai-he. A n v e r e s , 1()54, p á g . 235.)

(3) Flores de poetas iliistros de Espami, de P e d r o E s p i n o s a . V a l i a d o l i d , 1605, fol. 51. "

(4) Esta epístola, que se lialla en La jF/íomejia (Madrid, 1621), ñe ha reimpreso en las Obras no dramátitaa de Lope de Vei/it, de la Biblioteca de Rivadeneyra, pág, 413.

(5) Alivio, viii, fol. 277 de la edición de Barcelona, 1618.

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8 J U N I O 1901 LA ÍLUSTRACTÓN ESPAÑOLA Y AMERIOANA N." XXI — u r

D- Felipe II en 1575 (1), y que yo di á luz por vez primera en 1880 (2). El Piloto dice;

«Ya sabéis, señor, que en la navegación de este río desde Sevilla á Sanct Lucar y de Sanct Lucar á Sevilla, hay gran concurso de gente,porque en Sevilla quasi cada tarde carga de gente un barco para ir á Sanct Lucar, y allí otro para venir á Se­villa, y cada persona que se embarca en los tales barcos solía pagar antiguamente por su pasage á real y medio, y agora entiendo que pagan á dos reales ó más. Los barcos que así tienen este oíi-cio se llaman de la vez, y ninguno puede llevar ni traer gente desta suerte sino ellos, que tienen y han de tener cierto tamaño y medida, que no l)ay para qué nos detengamos en dar de ello quenta, porque no hace á nuestro propósito, que allá tienen sus antiguas ordenanzas y alcalde que las sabe muy bien execuíar por lo que toca á su particular interese. Los quales barcos son muy sutiles, y suelen cargar más gente de la que de-brien y sus ordenanzas les permiten, y más. de lo que convendría á los que en ellos suelen nave­gar, y el arráez (3) y marinei'os que van dentro lle­van siempre poca gana de remar y trabajar, y de ordinario pretenden navegar todo el río á la vela, aunque sea contra viento, barloventeando, y quando tienen viento largo cargan demasiadas velas, más de las que los barcos pueden sufrir, y yendo contra viento, barloventeando, hacen pa­sar la gente á barlovento, y parece milagro que yendo desta suerte, como las más de las veces suelen ir, dexen ninguno de zozobrar y perderse. Y así mismo con el viento largo, por la demasia­da vela que echan fuera, lo qual suelen hacer sin consideración ni temor, porque como el mismo arráez y marineros por la mayor parte suelen sa­ber nadar y no se suelen abogar, ni el barco tam­poco se suele perder, porque luego sale en tierra, ni se les pierde el precio del flete de cada uno de los que así mesmo van dentro, porque lo llevan cobrado desde el punto del embarcar, de suerte que en anegarse y zozobrar el barco^ el arráez y marineros que van en él quasi no pierden ni arriesgan en ello interese alguno, sino sus almas, por hacer mal su oficio, y así le conviene á cada qual que tuviere necesidad de ir y volver por este r ío , mirar por sí para no perescer ahogado, como muchos se suelen ahogar.

Í-TRISTAN.—¿Qué medio podrá tener el hombre que viene de Castilla la Vieja, que no sabe esos secretos, para librarse de ese tan trabajoso peli­gro? ¿Qué prevención y remedio os paresce que podrá tener para se asegurar de ello?

íPiLOTO. —Sólo Dios puede asegurar y reme­diar las cosas de esa qualidad, por ser grandes é ocultas, y el mejor remedio que eso podía tener era establecerse que el arráez y marineros que por cualquier culpa ó descuido zozobrasen barco en que se ahogase gente, fuesen castigados con rigor como homicidas; pero como no se les pue­de probar ni averiguar si no es con los difuntos que por su causa murieron, no me parece que hay que tratar de ello, sino dexarlo á nuestro Señor, supremo juez de todas las causas; y ven­gamos al aviso y remedio que cada qual podrá tener para no caer en semejantes inconvenientes. Para lo qual me paresce que el hombre que con su casa, muger é hijos ó otra qualquier persona particular que por este río hubiese de ir de Se­villa ó venir á ella, que debe fletar un barco todo á su costa por tres ó quatro ducados, como nos­otros agora lo hicimos, y tenga quenta que con él no se embarque más gente que las personas que él fletare de su casa y compañía; de manera que no vaya demasiadamente cargado y envolu-mado, e yendo navegando no consienta que con­tra viento se dee ninguna vela, sino que el arráez y marineros remen y boguen sus remos, lo qual ellos suelen hacer de mala gana, y quando hubiese viento largo, procure que no se den de­masiadas velas, sino que antes sean menos que ñiás, porque en este río es cosa peligrosa la mu­cha vela, y aun á las veces la poca, á causa de que, quando la corriente va con furia, en atrave­sando el barco con cualquier vela, se pone á punto de tumbar y anegar, y ésta es la mayor prevención que un liombi'e discreto en ello pue­de tener para no acabar sus días harto de agua.:*

Hasta el año de 1850, en que, al poco más ó me­

nos según mi recuerdo, se establecieron en la bahía de Cádiz buques de vapor destinados á pa­sajeros, se valían éstos para ir desde la capital á los pueblos del Puerto de Santa María, Puerto-Real y San Fernando, ó viceversa, de embarca­ciones muy parecidas en el casco, en las velas y en las marrullerías de los marineros á las des­critas por el capitán Jhoan de Escalante de Men­doza casi tres siglos antes. Asemejábanse tam­bién en el hacinamiento y molestias de los obli­gados por la necesidad á pasar horas y horas bregando con el viento y la marea cuando eran contrarios. En los vocablos algo habían variado, pues no se nombraban ya siempre barcos, sino también botes, y había dejado de llamarse arráez al moderno patrón.

El bote de la vez ó bote de la hora, pues tam­bién así se decía, tuvo, como el barco de antaño, ñel cronista en D. Jorge Lasso de la Vega, autor de la reseña humorística titulada: «Un viaje por mar de Cádiz á San Fernando, con levante flojo y marea por la proa (!).'>

CESÁREO FERNÁNDEZ DURO.

EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES.

(1) Itiiierario de iiacegticiúti do los tuari's u li'^'ras ocridciila-'•^s, cotiipucsto par el ciijiiláit Jhoan fíe KacaUínle de Mviiito:a. ^--Sf-riplo en tnoilo di' diálonos, de pragunlns 1/ respuestas enlre 'Y'-'* iidurlociitores, uno de ellos nonilirado el Inclinado á la arte de navegar, y el airo, el Piloln innn pri'idieo 1/ ritrsado en Ui. na-^pflat-íd» de los im'.fiiios niurfa 1/ liei-riit: incidentales.

(2) En las Dií^qnini'-ioiti-s niuitiiiis,t. V, p á g . 432. (:i) •! Arráez se Hama el eaiidillo de cada barco^, dice mi

oti'o párrafo , pág. 421.

CARTA QUINTA.

Mi respetable maestro: He recibido la extensa carta que usted me di­

rige, exponiéndome las observaciones que le su­gieren mis juicios acerca de la actual Exposición y la vista de las fotografías y reproducciones que de las principales obras de la sección de Pintura ha publicado LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AME­RICANA.

Como cuanto usted me dice tiene la importan­cia de un resumen imparcialmente hecho, me re­servo, contando con su beneplácito, el placer de darlo á la publicidad en el próximo número de esta revista, cerrando así la serie de nuestras impresiones artísticas. Por cierto que, antes de entrar en materia, debo subsanar un olvido. Me pregunta usted: « ¿Ila desaparecido también la pin­tura de Ínteriores?> Que yo recuerde, tan sólo he visto una obra, muy sinceramente pintada y mo­delo de ciencia perspectiva, que presenta Muñoz Morillejo, y que reproduce el interior de litca(j¿-lla del Santí-sÍ7no Cristo de la Fe en la iglesia de 'S'an Sebastián de esta corte. La perspectiva, como la anatomía, querido maestro, corren en la actua­lidad la misma suerte que el dibujo. Por eso me plazco en recordar ahora la obra de Morillejo, así como sus dos vistas de Madrid desde la carre­ra de San Isidro. Y ciertamente que bien poca gratitud debe este inteligentísimo perspectivo á la benevolencia del Jurado, que colocó sus obras donde es casi imposible dar con ellas.

Recorramos la sección de Escultura. Dejando aparte, por ser de usted bien co­

nocidas, la estatua de Velázijnez y el Jarrón alegórico que los argentinos han regalado á la Reina Regente, obras ambas de Benllíure, en­tre las ciento cincuenta y dos producciones que componen esta sección, voy á escoger al­gunas de aquellas que, en mi juicio, ó señalen una nueva tendencia ó indiquen una persona­lidad.

No ignora usted, respetable amigo y maes­tro, que, á pesar del estrecho campo (por ra­zón de su carácter eminentemente concreto) en que se produce el arte plástico por excelencia, la Escultura también vino sufriendo la in­fluencia de las evoluciones estéticas que en el transcurso de los tiempos modificaron los rumbos del arte en genex-al. Al pre­sente, la Pintura ejerce señorío sobre su hermana, como ésta á su vez la ejerció hasta bien avanzado el siglo xix.

Luchan, entre otras, dos tendencias: la que dentro del realismo moderno se atie­ne sin embargo, así para la elección del sujeto como para lo que atañe á la inter­pretación de la forma y al movimiento de ella, á los cánones del naturalismo clásico—me refiero al griego, no á la tra­ducción que de éste hicieron los maes­tros de últimos del siglo xviii y del pri­mer tercio del pasado, — y la tendencia naturalista del día, que yo llamaría ?uV'-tórica. Extremos de ésta son: uno, aquel

cuya finalidad estética se concreta á la factura de la forma por la forma sin adivinar trascendencia ni ideal; más claro, sin reconocer arquetipo; y el otro, aquel que busca la expresión de un senti­miento sin que anule en un ápice la primordial condición de la obra escultórica; esto es, la belleza de la forma, depurada, como la quieren desde Hegel hasta Guithe. Entre estos dos extremos co­loque usted los consabidos términos medios. Cui­dado, maestro, que me refiero al arte escultórico patrio, y que para nada tengo en cuenta los espi­ritualistas y románticos—¡ya pareció el adjetivo! —extranjeros. Eso es harina de otro costal.

Pues bien; entre los estatuarios de la derecha— ni más ni menos que si tratásemos de heguelia-nos—cuente usted á Trilles. En su colosal esta­tua de Anteo conduciendo á Dante ij Virgilio á los infiernos, se ve claramente que el ideal de este notable escultor está en producir la emoción es­tética del perfecto equilibrio entre la forma y el espíritu. Lo de mens sana in corj/ore sano puede aplicarse con entera exactitud á definir la carac­terística artística de Trilles. En el Anteo se ad­vierte esa armonía. A la placidez del rostro y del movimiento de la estatua acompaña la grandio­sidad de la línea y el amor con que está estudiada la forma es­c o g i d a y á trozos depu­rada. No ha­go crítica, y por lo tanto r e s e r v o mi juicio acerca de los defec­tos q u e ad­vierto en la ob ra ; defec­tos que, por otra parte, no d a ñ a n cosa mayor el con­junto.

B u s c a n d o también esa a r m o n í a de c lás ica ten­dencia, pero d e n t r o d e l realismo mo­derno en lo que a t a ñ e á la factura y á la interpreta­ción de la vi­da , está Alsi-na. S in em­bargo, á este escultor algo,

O) -ííO Marina Real de España á fines del si-glii XVIII !i prineipion del XIX. Meinoritia de familia, Hpiis, ••sei-nas 1/ enadnia de eoslnndires, t. II. Ma­d r i d , 1863.

TABLERO DE LA DERECHA Á LA ENTRADA DEL CORO.

LEÓN. —RESTAURACIÓN DE LA. CATEDRAL.

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348 — N." XXI LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA 8 JUNIO 1901

S I L L E R Í A DEL CORO.

LEÓN.—RESTAURACIÓN DE LA C A T E D R A L .

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8 JUNIO 1901 LA I L U S T R A C I Ó N E S P A Ñ O L A T A M E R I C A N A N." XXI 349

y aun aígos, le seduce el sensualismo en boga. El contraste puede comprobarse mirando su grupo Astucia t/Jncrea (léase Sansón y Dallla). Mientras en el Hércu­les bíblico SG mira la tendencia á la ma­jestad de la forma sobre otra cosa, en la Circe filistea, á cambio de ciertas rigide­ces de línea, se advierte la copia, pudié­ramos decir fotográfica, del modelo, sin que la preconizada selección del natural parezca por ninguna parte.

Y ya tiene usted, querido maestro, anotadas dos variantes en un mismo rumbo.

Vamos con otros ejemplos. Abandoniulds. de Casan, es un grupo

formado de dos desnudos, uno de joven y otro de niña. Pongo á un lado también ciertos descuidos de dibujo, para no ocu­parme sino de la tendencia estética del escultor. Aquí preocupó á Casan, tanto o más que su deseo de mostrarse como há­bil modelando, haciendo carne, cof^aque ha conseguido casi por completo en la niña y á trozos en la joven, el empeño, laudable por cierto, de expresar un sen­timiento. Si lo ha logrado, cosa es que me reservo, pues no critico, aun cuando creo que en parte sí consiguió lo que se propuso. Pero, ateniéndonos á lo princi­pal, puede afirmarse que el estatuario catalán está entre Scila y Carybdis, pues gusta de hacer realidad, sin preocuparle de otra cosa que de que su modelo sea lo más bello posible: esto en cuanto á la forma; en cuanto al sujeto, busca la emoción estética en la expresión de un estado espiritual. Contraste grande nos lo ofrece con dicho artista el valenciano Horras; es un sensualista, pero ha sabi­do, por lo menos en esta ocasión, encar­nar en mujeres del día, que nada tienen de clásicas pero sí de sensualísimas, una escena donde se advierten expresados con energía la lujuria y la castidad, ven­ciendo al propio tiempo el grave incon­veniente de hacer oriírinal un asunto

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DETALLE DEL TRASALTAR.

manoseado hasta el exceso. Trátase de las Tentaciones de San Antonio. Si la cabeza y actitud del Santo están bien encontradas, la del demonio vence en ex­presión á la del eremita.

Creo, mi buen amigo, que irá usted viendo cómo se determinan los rumbos de que he hablado al comienzo. Para ofrecerlo el ejemplo do otra tendencia le recordaré á un espiritualista, á un mís­tico, que si bien en esta ocasión no se presenta pujante, para el caso es lo mismo. Me refiero á Llimona. Su obra son dos bustos de jovencitas que asoman sobre el barandal que separa el presbite­rio del resto del templo. La comunión se titula dicha obra, y, en efecto, parece que acaban de recibir la Hagrada Forma. Repito que no hago ei-ítica; por lo lanío luxla diré de lo que ataño al dibujo y á la ejecución, pero sí diré que son realis­tas aquellas cabezas que nada tienen de bellas. En este particular, Llimona sigue los pasos de los místicos prerraFaelistas, no escogiendo b e l l e z a material, pero piojurando expresar el sentimiento reli­gioso. Aquí el ideal del escultor está en eslo último.

También tienen representación en la Escultura, la Alegoría y l:i Historia. Ca-i-retero exhibe una estatua que simboliza la l'oesla, y que p e r t e n e c e al monu­mento que de su mano se erigió en Vn-ijadolid á Zorrilla, el inmortal poeta, y más bien es una obra ecléctica que obra de tendencia. El Pallel/'r, de Calandin, y el Hondero, de Roselló, son, la prime­

ra, estatua realista, la segunda un re­cuerdo clásico, p e r o traducido al rea­lismo moderno. Y aun cuando no haya merecido muchos l a u d e s , p u e d e usted apuntar en su memoria el alto relieve de Cotter, La n/ujer del levita .¡<¡jrain. A pesar de las rigideces de las líneas y de sus tendencias al realismo moderno, el espíritu que palpita en esta obra es muy dramático y está bien s e n t i d o . Por lo

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VIDRIERAS DE COLORES DEL TRIFORIO Y DE LAS VENTANAS ALTAS.

LEÓN. —RESTAURACIÓN DE LA CATEDRAL.

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visto, á Cotter el sujeto le importa bastante, y esto ya es algo para determinar una personalidad artística.

El Marqués do Tovar también forma en las filas de los realistas, pero más le domina el pensa­miento de la obra que el afán de hacer un trozo de escultura por lucir un modelado en que se ad­vierta la materia, la carne, más ó menos viva: en su proyecto de monumento á Gustavo Adolfo Bccqaer hay poesía, hay dulzura; el autor de las Rimas piensa, y la figura do la gloria que le co­r o n a es i n g r á v i d a .

P a s e m o s al retrato. Si en la s e c c i ó n de

Pintura hay p o c o s , en ésta también hay muy pocos, aun cuando figu­ren muchos en el catá­logo. En este género sí que ya es difícil aven­turar juicios, señalan­do t e n d e n c i a s . Así y todo, p u e d e d e c i r s e algo.

No saquemos á plaza los admix-ables retratos (dos nada mási de Que-rol. Usted ya conoce al­gunos de este escultor y sabe á qué atenerse. Vida e s p i r i t u a l , vida m o r a l t i e n e n t o d o s cuantos modela el esta­tuario tortosino. Ade­más, la fi Ilación de Que-rol en las tendencias es­téticas modernas le es á usted de sobra cono­cida. Vengamos á los re t ra tos que e x h i b e Inurria. El del poeta Grilo está m o d e l a d o con blandura exquisita: en este particular es su­perior al retrato de una gitana que también ex­hibe el notable escultor de Córdoba; pero, en cambio, el espíritu que palpita en aquella cara sensuales enorme. Cla­sifique usted esto, que­rido m a e s t r o . Trilles también e x p o n e otro retrato; Garnelo ha en­viado de Roma, donde está pensionado, u n a icónica de León XIII; como factura, es de rea­lista convencido; e s t á bien dibujado y mode­lado con gran arte.

Perdóneme si no sigo enumerando r e t r a t o s . Ahora recuerdo que de­bo hablarle de un escul­tor que es un realista moderno, sin llegar á las lindes del naturalis­mo, y al propio tiempo un artista delicado: me refiero á M o n s e r r a t , que e x h i b e un grupo que titula La nietecita. La nietecita tapando, ó intentando t a p a r los ojos de la abuela, para preguntarle: «¿Quién soy?j Estaos la escena. . , . , Como usted ve, no pue­de ser ni más real, ni más simpática tampoco; y la manera de sentir la forma, como de tratarla, pertenece por entero á los que dan vista al natu­ralismo, pei-o sin entrar en él; y sin embargo, ¿verdad que el asunto es más pictórico que es-cultóricoV

Creo haberle ofrecido ejemplos de toda natura­leza. Ahora diga usted si nuestros escultores, sal­vo excepciones, difieren de sus compañeros los pintores en tendencias, en sentimiento, en idea­les estéticos, en fin.

Antes de terminar el estudio de esta parte de la Exposición actual, diré algo del Grabado en hueco.

Ezequiel Ruiz Martínez presenta, entre varios trabajos, cuatro medallas acuñadas en plata; an­verso y reverso de una conmemorativa de Veláz-quez, y anverso y reverso de otra medalla con­memorativa de la guerra y de la pas. En ambas medallas, Ruiz Martínez ha tenido presente las

buenas tradiciones do los grabadores milaneses y fiorentiüos del siglo xvi, por lo (¡ue se refiere al dibujo; mas en la interpretación délos moti­vos alegóricos, la infiuencia de los grandes ar­tistas del día, como, por ejemplo, Roty, se acusa en el gusto y simplicidad de los accesorios y en la sencillez de la interpretación del desnudo. Ruiz Martínez es un artista de mérito positivo, que lucha casi solo contra la indiferencia con que en España se mira rama del arte tan interesante, tan cultivada en la antigüedad y en los tiempos

SEPULCRO DE ORDOÑO II EN EL ÁBSIDE DE LA CATEDRAL DE LEÓN.

modernos en todos los países cultos, como es el grabado de medallas y monedas.

Y aquí diera por terminada esta carta y las im­presiones que de las obras de pintura y escultu­ra he recibido en mis visitas ú la Exposición, si no creyese que el proyecto que en la sección de Ar­quitectura presenta el Sr. KepuUés y Vargas, y que ha merecido la medalla de oro, valía bien el que—^á título de aficionado tan sólo — se lo des­criba, pues no ignoro las aficiones de usted al arte arquitectónico.

Basílica á Santa Teresa de Jesús, en cons­trucción en Alba de Tormes (ocho bastidores), es la obra á que me refiero.

La planta es basilical hasta cierto punto: claro está que tomo por punto de partida para esta des­cripción las basílicas románicas y las iglesias de dicho carácter de la Edad Media. Por eso digo hasta Cierto punto, porque si bien se compone la proyectada por el Sr. Repullos de ábside, nave

central y laterales, sólo éstas terminan en el tran-septo; no así la central, que se prolonga hasta el ábside, formando, independientemente de las na­ves bajas, una cruz latina.

Pertenece al gótico fiorido; es decir, á la época en que las vidrieras, corriendo por encima de las naves laterales por el transepto y por el ábside, inundaban de luz el interior; luz que se descom­ponía en múltiples colores al atravesar los histo­riados y pintados vidrios. Por esta razón no com­prendo la necesidad de la colosal torre-linterna

q'io se eleva sobre el crucero apoyándose en los cuatro arcos torales. En mi j u i c i o , y aun juando hay a l g u n o s ejemplos en catedrales góticas de la época ter­ciaria que p r e s e n t a n ese aditamento, lo cier­to , lo característico es q u e t a l e s lumbreras, desarrollándose en la época románica por la necesidad de iluminar el interior de las naves centrales que no reci­bían más luz que por el ábside y por los costa­dos bajos, dejaron de ser cuando la arquitec­tura gótica, traspasan­do su época severa, ali­gera su construcción y abre los gi'andes vacíos de largos ventanales en sus muros para que la riqueza de la fantasía creadora de los mazo­neros se pudiese admi­rar. C i e r t o q u e , en F r a n c i a especialmen­t e , e x i s t e n ejemplos de tales linternas, mas son en poco número. Por otra parte, tal to­r r e - l i n t e r n a pesa ex­traordinariamente so­bre el edificio, bello de proporciones y rico en detalles de muy buen gusto, que acreditan al Sr. Repulías de conoce­dor grande del ojival. Y siendo esto así, no p u e d o comprender ni la razón de dicha torre, ni la de la colocación de las de campanas, colo­cación t a m b i é n poco admitida en nuestra pa­tria en las iglesias góti­cas de todas las épocas ó períodos de esa ar­quitectura.

Estos son algunos de los reparos que me han

• ocurrido estudiando la obra del Sr. Repullos y Vargas. Pero con ellos, y sin ellos, creo, queri­do maestro, que es una de las primeras obras acertadas que de ese ca­rácter so han trazado en España.

En mi próxima carta le diré algo de lo que puede hacerse en pro de las industrias artís­

ticas y decorativas patrias, tomando como ejem­plo algunas de las diversas obi'as que existen en esta sección.

Hasta entonces se despide de usted su antiguo discípulo

R. BALSA DE LA VEGA.

P O R A M B O S M U N B O S .

NAHRACIONES COSMOPOLITAS.

XlniversidaieB modorniis para señoritas. - I J I de Wellesley. - - L a de Mount-Holi'oke. - La de Sinith.— Edueaeióu infelectiial \ "«'';"'J —ImponiiiiiJa íniscetKltíritjil de estos centros. — Supr'-'S'on Qti MÍ bajo industrial eo loa prcHidios.

8 >_yi hay universidades y escuelas superiores para los muchachos acomodados y ricos, ¿por que no las ha de haber para las señoritas? Se dira: en muchas naciones adelantadas las muchachas asís-

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8 J U N I O 1901 LA I L U S T R A C I Ó N ESPAÑOLA Y A M E R I C A N A N." XXI — 351

ten á las clases con aquéllos; pero no se trata de semejantes clases mixtas, sino de verdaderas uni­versidades «para señoritas solas^^, en las que reci­ban una educación intelectual y física adecuada á su sexo, y que, al mismo tiempo que sirva para enriquecer su espíritu, contribuya á desarrollar su belleza. Esta idea, puesta ya en práctica, es una de tantas novedades sorprendentes creadas por la libérrima sociedad de los Estados Unidos. Eu pleno campo, y bajo la severa dirección de entendidas profesoras, semihombrunas, se estu­dian en Weltesley, en Mount-Holyoke y en Smith las ciencias y las letras, y tanta importancia como á estos estudios se procura dar á los ejer­cicios físicos [phyHcal tramíng i para el desarro­llo de la fuerza muscular {muscidar poirer}. Co-rrígeuse á tiempo los defectos del organismo; nútrense y vigorízanse el desarrollo, resistencia y elasticidad del cuello, del pecho, de los brazos y de las piernas; se modelan insensiblemente las curvas y líneas generales de las formas; se faci­lita la marciía del torrente circulatorio, cuyo caudal se trasparenta rosado debajo de la piel delicada y lina; y así se forman mujeres bien trazadas, esbeltas, ágiles, verdaderas atletas for­talecidas por el puro ambiente de las praderas y montañas, para que resulten, á la vez que un poco bachilleras, doctoras y mecánicas, seductores ti­pos de hermosura, ya que, en unos organismos físicos así desarrollados, el buen gusto y la ele­gancia instintivas en las muchachas educadas á la moderna completan todos los atractivos del encantador conjunto de sus personas.

Como comprenderá el lector, esta educación atlético-estética no puede recibirse en las univer­sidades á cuyas aulas concurren hombres y mu­jeres.

En el Colegio-Universidad de Wellesley, cuyos editiclos, elegantes chalets, se alzan en medio de los jardines de un parque rodeado de bosques, y al que asisten unas ochocientas señoritas, proce­dentes de los Estados de Nebraska, Yowa, Illinois, Luisiana, Ohío y Pensilvania, estudian: Inglés, Alemán, Francés, Italiano, Español, Latín, Grie­go, Filología, Historia bíblica, Hebreo, Filosofía, Historia general, Bibliografía, Elocución, Arte, Arqueología, Matemáticas, Economía, Física, Quí­mica, Geología, Botánica, Zoología, Pedagogía y Música. Hay que conocer las obras de texto, tan concisas, tan claras, tan bien ilustradas, y las prácticas sencillas y repetidas que se usan en las clases de aquella nación, para comprender cómo, en pocos cursos, se pueden adquirir los conoci­mientos esenciales, indispensables y de inmedia­ta aplicación de tal número de asignaturas. Pero para nadie es un secreto que buenos maestros y buenos libros hacen buenos estudiantes allí y en todas partes.

La educación física es, como queda dicho, no un complemento, sino una parte tan esencial por lo menos como la anterior, tratándose como se trata en aquellos centros de obtener mujeresarro-gantes, tipos de belleza, si es posible. Para ello se dedican muchas horas, durante los cursos, á la gimnasia de sala y de campo, á la equitación, á remar, á patinar, á saltar, á las marchas milita­res, á la carrera en las praderas, alas excursiones difíciles en las montañas, al juego del hasket-ball, y, en una palabra, á cuantos ejercicios higiénicos requieren especial resistencia orgánica y cons­tante desarrollo de fuerzas y de agilidad. Al in­gresar las alumnas en la Universidad, se some­ten á un reconocimiento físico total, en el que se toma nota de las medidas ó dimensiones de la musculatura, del peso del cuerpo y de la fuerza que demuestran poseer en el dinamómetro. Al terminar el curso se repiten el reconocimiento y las pruebas para estimar el desarrollo adquirido. Pónese especial cuidado en la corrección de los defectos de conformación de las alumnas, some­tiéndolas á la acción de aparatos y ejercicios es­peciales, y se consiguen admirables resultados.

Más al Oeste que el Colegio do Wellesley, en una de las alturas de la cadena del Connecticut, está situado el de Mount-Holyoke, concurrido por cerca de doscientas señoritas de los Estados deKansas, Maine, Maryland, Missm-i, Alabama y Michigan. Tan enciclopédico es éste en su pro­grama como el anterior; y en cuanto a\phi/sical /ra¿n¿«(/sus ventajas son mayores, porque, como colegio de montaña, las aluumas hacen una vida esportiva más frecuente, recorriendo las altas cimas y páramos, las vertientes, valles y desfila­deros , los montes y bosques sin caminos ni sen­deros, y las faldas graníticas sin vegetación, lo

mismo en los ardorosos días del estío, que cuan­do en el invierno cubre la nieve todos los térmi­nos altos y bajos del paisaje. Aquellas alumnas de la cuenca alta del Mississipíy de las comarcas cercanas al Oeste, altas, rubias, hijas de la hete­rogénea inmigración que pobló los territorios, irlandesas y alemanas en la sangre, son modelos de estudiantes, y realizan verdaderos prodigios de asimilación intelectual; pero, al mismo tiem­po, criadas en pleno aire puro en la montaña, en constante ejercicio, curtidas por las brisas y por el sol, fortalecidas por los baños fríos y la nutri­ción, abundantemente alimentadas con los ricos productos de las granjas y huertas del país, ale­gres y animosas en su trato, tinas por su cultura, ligera y artísticamente vestidas y ataviadas con las coquetonas galas de la vida del campo, resul­tan unas esbeltas y simpáticas buenas mozas, unos tipos llenos de encantos, en los que la cul­tura intelectual, por exquisita que sea, se ve eclipsada por el predominio de la belleza, fin principal de esas nuevas instituciones, que sostie­nen que, al formar el tipo de una mujer entendi­da , no debe abandonarse el tipo natural de la mujer, sino conservarlo y mejorarlo como ta!, y que la mayor mejora y perfección es la belleza, para cuya ostentación fué creado el sexo hermo­so, dueño y rey de los hombres, mientras la be­lleza exista.

En el establecimiento educativo de Smith, el primero que se creó en los Estados Unidos, hay mil ciento cincuenta señoritas alumnas. Como se ve, estas instituciones no se dedican á formar abogados, médicos ni ingenieros femeninos, sino á dar á las jóvenes una cultura superior y á cui­dar del desarrollo de su salud y de sus energías físicas. No es el feminismo de aspiraciones igua­litarias, intrusivas y absorbentes. Es la educa­ción femenina integral, en sus dos fases consti­tutivas: la del espíritu y la del organismo. Es, en vez del comunismo de estudios y de profesiones, el individualismo perfecto, la formación de la mujer completa, igualmente fuerte en el alma que en el cuerpo. Es la futura madre suficiente, que lo mismo podrá dirigir la educación de sus hijos que amamantarlos. Es la supresión de la señorita enclenque moderna, que se encuentra al frente de su familia con la cabeza y los pechos vacíos. Es un progreso tan considerable para la vida de la sociedad, que no cede en nada á la importancia que tiene en ella la tradicional institución de la universidad para hombres. Sin mujeres entendi­das y de fuerte naturaleza, ¿qué vale el que haya muchos sabios, muchos ingenieros y muchos ex­plotadores de negocios?

Desde las escuelas aristocráticas, que reciben un contingente escogido de individuos de las cla­ses acomodadas, descendamos á otros centros de enseñanza y de trabajos, en los que van á apren­der una manera de ganarse la vida y á ser posi-tivaaiente útiles á la sociedad, otros que forman en las lilas de lo más miserable y repulsivo de ésta: los presidiarios.

Ilace pocas semanas que el Gobierno italiano ha presentado en el Parlamento una proposición de ley para suprimir el ejercicio de las profesio­nes industriales en los presidios. Semejante idea tiene un fundamento muy plausible, que debiera tomarse también en cuenta en otras naciones. Se trata, en efecto, de las constantes quejas que la industria particular, manufacturera, ha lanzado siempre contra la ruinosa competencia que hace el trabajo de los presidiarios á la fabricación de muchos artículos baratos y de general consumo, como el de calzado, sombreros, carpintería, en­cuademaciones, géneros de punto, maletería, etc. Estos productos elaborados á poco coste signifi­can en la lucha mercantil una absorción de mu­cho dinero y una reducción de muchos brazos, y aunque no afectan á los artículos de lujo, origi­nan enormes quebrantos á las pequeñas indus­trias.

Las quejas, ya muy antiguas, hallaron po­tente eco en un periódico agrícola de Milán, que invitó con insistencia al Ministro á estudiar los medios de dar satisfacción á dichas industrias, sin que el Estado perdiese nada de lo que actual­mente obtiene del trabajo de los penados. El Mi­nistro atendió las súplicas, y en su proyecto de ley suprime el trabajo industrial en las peniten­ciarías, y dispone que los presidiarios se dedi­quen exclusivamente á los trabajos agrícolas. Para ello, los penados sólo permanecerán en re­clusión la tercera parte del tiempo señalado en su condena. Después saldrán en grupos ó cuadri­llas, y se les empleará en trabajos do campo en las colonias penitenciarias agrícolas y en la rotu­

ración y mejoras de las tierras incultas y malsa­nas. Sólo tomarán parte en ellos los reclusos de buena conducta y los que estén aptos para esta clase de labores.

Del tiempo que sirvan en ellas se les rebajará la cuarta parte si se portan bien, y sólo la octa­va si son castigados y se les envía de nuevo á la reclusión celular.

RICARDO BECERRO DE BENGOA.

LOS ENCANTOS DE L i MDJEB. E n c a n t a la m u j e r p o r su i n g e u i o , po r su j u v u u t u d y RU

bel leza . Es don el i n g e n i o difíci l de a d q u i r i r , p e r o la j u v e n ­tud p u e d e f ác i lmen te c e n a e r v a r s o y la bel leza a t r a c t i v a p u e d e n e o u s o g u í r l a todas las n iu jc ro3 . La a r u i o u í a do las facc iones y u n bel lo c o l o r i d o son ios e l emen tos esenc ia les d é l a belle^ía, y se o b t i e n e n u s a n d o la v e r d a d e r a l í u i i lU-!\'lii<>ii d e l a Po-finnrríu Xiinm, . ' í / , rin.: <!ii (¿iiatre-Sr.ptiMuhi-i-, París. Mezclada con el a g u a de ias a b l u c i o n e s ó eni i i loada p u r a , r e a n i ma la p i e l , la r e f r e s c a , b o r r a las a r r u g a s y las ])oeas y da á la tez la s a lud y ol b r i l lo de la j u v e n t u d .

Una m a n o boni ta , l i lanca y lina es t a m b i é n un e n c a n t o de la m u j e r ; no me c a n s a r é de a c o n s e j a r el uso e x c l u s i v o del . l i t l i ún «liólos B ' r f l i t i l o s , de ca l i dad s u p e r i o r , á 2,ri0 f rancos la past i l la , 7 f rancos t r e s , y la l ' i i H t » d e lo»* i'rt--liiiluN, p r o d u c t o s Büboriiuos p a r a s u a v i z a r , b l a m j u e a r y sa­t i n a r la p i e l . S a r e c i b i r á n t r a n c o s a ñ a d i e n d o l,:iri f r a n c o en sel los de c o r r e o d i r i g i d o s á la l'n-finnci-iu ¡•'.•••i>iira,H't, nto da Qiictfre.-.S''jifeinltro, Paria.—DuQUP^SA DlANA.

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^SEiTAz. EH 2 O D Í A S P O H El_

ELIXIR de SAN VICENTE DE PAUL Para informes dirigiriB á las

,HERMANASdslaGARIDAD,105,R.StDami[iiqne.Paríi I GUINET, FannacÉutico-Oulmu'O, I . P a e t ' S a u l n i e r , P a r l a .

l)i.rü5iT0 GEMKHAL EN ESPAÑA : HIJO de VIDAL y RIBAS, Barceloni V T O O A S I .AS p-ARMACIAS

P E R F I l l I K R I A IVI!VO!V, 31 . r u é d u 4 SeptomYjre, P a r í a .

Page 16: 1901. La restauración de la Catedral de León

352 — N." XXI LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA 8 J U N I O 1901

L E Ó N . — L A CATEDRAL EN EL SIGLO X V , SEGÚN UNA PINTURA DE LA ÉPOCA.

LIBROS PRESENTADOS Á E S T A R E D A C C I Ó N P O R A U T O R E S Ó E D I T O R E S .

lVo4-Ioii«'s í l r IiIsi4M-i;i <l»' l i i ' iM- i í i .—Notable c s lud i a fio-clm p u r ol tíx rop tor de la U n i v e r s i d a d de O x f o r d , C. A. I 'yffe , ref'-iriiiiHlo pu r ol p r o f e s o r D. Acise ío Mufíiz y Vigo y p u b l i e a d o c o n i n t e r e s a n t e s l l u s i r a o i o n e s p o r la Cawa At íp le tou , q u e con sus Á'w/nas carlilhia ¡lisloyi'ms está p r e s ­t a n d o uu g r a n s e r v i c i o á la causa de la c u l t u r a t íoiieral, d i l u n d i e n d o p r o v e c h o s a s e n s e ñ a n z a s . — N u e v a Y o r k , l ü j l .

T r o v i i N . — Poes í a s o r i g i n a l e s d e D. F . N ú ñ e z R e c u e r o . — V a l d e p e ñ a s , 1901.—Precio del e j e m p l a r : u n a pese ta .

l l o i i K ' t i a j í ' (VI IH ' IM'C.—Discursos n e c r o l ó g i c o s d e d i c a d o s á la m e m o r i a del Dr . Danie l B r a c a i n o n t c — P o t o s í , lílOÜ.

< ' o i i i | i i U ( a . — I n s p i r a d o p o e m a o r i g i n a l de l d i s t i n g u i d o l i­t e r a to a m e r i c a n o D. J o s é M a r í a de Q u e v e d o . — L a P la t a , 1901.

I>a |»ii>l l ie z u i m . — L a Casa b a r c e l o n e s a de L u i s Tasso lia p u e s t o á In ven t a u n a n u e v a ed ic ión de esta ¡n t e r e sau t e y bel la fan las ía nove le sea , o r i g i n a l de B a l z a c — B a r c e l o ­na , 1901.—Precio del e j e m p l a r ; u n a pese ta .

A r d ' c i i l o s >ífI*'<'los il4^ l,iiri-j». — C o n v a r i o s t r a b a j o s on p r o s a del i n s i g n e Fiyum lia f o r m a d o el ed i t o r de la Bt-bliotecíi p o p u l a r de Ksc r i t o r e s Cas t e ' l anos un tiMiiito f|ue se v e n d e al p r e c i o de 40cón t in ios de pese t a .—Madr id , 1!)U1,

l l o i - i i l i l o «le A l c o r . — C o n mo t ivo d e las flestns c e l e b r a d a s en dielia c i u d a d lia p u b l i c a d o el r e f e r i d o d i a r i o un bo-niU) á l b u m con l indos d i b u j o s y f o f c g r a b a d o s , y con o r ig i ­na les eu p r o s a y en v e r s o de los m á s d i s t i n g u i d o s l i t e ra ­tos a l e o y a n o s .

F r H s l o r i a s . — C o l e c c i ó n do a r t í c u l o s r e f e r en t e s íí 'acosas de tea t ro» , e sc r i tos con tan ta c o r r e c c i ó n c o m o i n g e n i o p o r los c e l e b r a d o s a u t o r e s Sera f ín y J o a q u í n A l v a r e z Quin ­t e r o . — M a d r i d , l ' J O l . - B i b l i o t e c a M o d e r n a . — P r e c i o de l e j e m p l a r : TÍO c é n t i m o s de ¡¡esela.

4 í l i i ' a s i i ú b i i c a N . — C o n f e r e n c i a d a d a en la Rea l A c a d e m i a du J u r i s p r u d e n c i a y Leg i s l ac ión po r el a c a d é m i c o p ro fe ­so r D. F e d e r i c o López Gonzá l ez ,—Madr id , li)01.—C.

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