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1 EL HELENISMO 1. Introducción: historia y ciudadanía Tras la muerte de Platón y Aristóteles las escuelas de filosofía por ellos fundadas, la Academia y el Liceo, continuaron existiendo y se fundaron nuevas escuelas de filosofía fundadas por otros discípulos de Sócrates no platónicos que proponían nuevos modos de vida. Hay una situación histórica que nos permite entender este nuevo periodo. La disolución del mundo antiguo hasta los comienzos de la Edad media es un proceso largo y complejo que hunde sus raíces en las Guerras del Peloponeso y alcanza hasta la caída del Imperio romano de Occidente en el siglo V de nuestra era. Se conoce con el nombre de Helenismo, al periodo de la civilización que abarca desde la muerte de Alejandro Magno hasta el Imperio romano, es decir, desde finales del siglo IV antes de Cristo, hasta finales del siglo I a. C. Al morir Alejandro Magno (†323 a.C.), su imperio se separó en distintas dinastías siendo las más poderosas la de los Ptolomeos en Egipto y la de los Seléucidas que eran macedonios expansionistas hasta Asia. A partir del siglo I, Roma adquirió la hegemonía en el mundo helenístico al tiempo que su organización política abandonaba la forma republicana y adoptaba la forma de la monarquía imperial, extendiendo sus raíces allí donde hubiera algún foco de interés económico (cereales como en África y Egipto, metales como en la península ibérica, etc.) que pudiera contribuir a la grandeza de la ciudad eterna, que ya en época de Augusto alcanzó el millón de habitantes. Para entender el cambio en el pensamiento y en el estilo de vida debemos volver a la destrucción de la forma de vida política que significó la ciudad-estado y que tuvo como consecuencia un creciente sentimiento individual de soledad y de desamparo. No es lo mismo ser ciudadano de una pequeña república que súbdito de un gran Imperio. El sentimiento de pertenencia a una comunidad es algo importante a la hora de construir la conciencia de la propia identidad individual y dar sentido a la propia vida. Si el individuo puede participar en la vida política de la comunidad en condiciones de igualdad con el resto de los individuos, comprenderá que su destino depende del destino de la ciudad y aceptará sacrificar parte de sus intereses particulares por mor del interés general, el bien común se sentirá como algo propio y como si la ciudad viviese en cada uno de sus ciudadanos. Esta armonía de la vida pública y la vida privada había sido el sueño de los grandes filósofos de la época clásica, sobre todo de Sócrates, de Platón y de Aristóteles (si bien es cierto que cada uno lo soñó de una manera, incluso alguno como un sueño imposible). Para ellos la razón enseña que los intereses particulares sólo pueden satisfacerse en el seno de la comunidad y que destruir la vida social significa, a la larga, destruir lo que hace posible toda vida individual y todo proyecto de felicidad. Cuando los individuos ya no pueden participar en la vida política, porque ésta depende del emperador o del monarca de turno, el Estado se presenta como un poder extraño al que hay que plegarse si uno quiere sobrevivir. La propia vida se convierte entonces en el único valor y la razón sirve para conservarla y, si la suerte es propicia, aumentar el propio bienestar, y considerar a la felicidad entre los bienes que dependen de la Fortuna (de la buena suerte o del destino personal). Sucede, sin embargo, que esta visión de la vida como entregada a los

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EL HELENISMO

1. Introducción: historia y ciudadanía

Tras la muerte de Platón y Aristóteles las escuelas de filosofía por ellos fundadas, la Academia y el Liceo,

continuaron existiendo y se fundaron nuevas escuelas de filosofía fundadas por otros discípulos de Sócrates no

platónicos que proponían nuevos modos de vida.

Hay una situación histórica que nos permite entender este nuevo periodo. La disolución del mundo antiguo hasta

los comienzos de la Edad media es un proceso largo y complejo que hunde sus raíces en las Guerras del

Peloponeso y alcanza hasta la caída del Imperio romano de Occidente en el siglo V de nuestra era.

Se conoce con el nombre de Helenismo, al periodo de la civilización que abarca desde la muerte de Alejandro

Magno hasta el Imperio romano, es decir, desde finales del siglo IV antes de Cristo, hasta finales del siglo I a. C.

Al morir Alejandro Magno (†323 a.C.), su imperio se separó en distintas dinastías siendo las más poderosas la de

los Ptolomeos en Egipto y la de los Seléucidas que eran macedonios expansionistas hasta Asia. A partir del siglo

I, Roma adquirió la hegemonía en el mundo helenístico al tiempo que su organización política abandonaba la

forma republicana y adoptaba la forma de la monarquía imperial, extendiendo sus raíces allí donde hubiera algún

foco de interés económico (cereales como en África y Egipto, metales como en la península ibérica, etc.) que

pudiera contribuir a la grandeza de la ciudad eterna, que ya en época de Augusto alcanzó el millón de habitantes.

Para entender el cambio en el pensamiento y en el estilo de vida debemos volver a la destrucción de la forma de

vida política que significó la ciudad-estado y que tuvo como consecuencia un creciente sentimiento individual de

soledad y de desamparo. No es lo mismo ser ciudadano de una pequeña república que súbdito de un gran

Imperio. El sentimiento de pertenencia a una comunidad es algo importante a la hora de construir la conciencia

de la propia identidad individual y dar sentido a la propia vida. Si el individuo puede participar en la vida

política de la comunidad en condiciones de igualdad con el resto de los individuos, comprenderá que su destino

depende del destino de la ciudad y aceptará sacrificar parte de sus intereses particulares por mor del interés

general, el bien común se sentirá como algo propio y como si la ciudad viviese en cada uno de sus ciudadanos.

Esta armonía de la vida pública y la vida privada había sido el sueño de los grandes filósofos de la época clásica,

sobre todo de Sócrates, de Platón y de Aristóteles (si bien es cierto que cada uno lo soñó de una manera, incluso

alguno como un sueño imposible). Para ellos la razón enseña que los intereses particulares sólo pueden

satisfacerse en el seno de la comunidad y que destruir la vida social significa, a la larga, destruir lo que hace

posible toda vida individual y todo proyecto de felicidad.

Cuando los individuos ya no pueden participar en la vida política, porque ésta depende del emperador o del

monarca de turno, el Estado se presenta como un poder extraño al que hay que plegarse si uno quiere sobrevivir.

La propia vida se convierte entonces en el único valor y la razón sirve para conservarla y, si la suerte es

propicia, aumentar el propio bienestar, y considerar a la felicidad entre los bienes que dependen de la Fortuna (de

la buena suerte o del destino personal). Sucede, sin embargo, que esta visión de la vida como entregada a los

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avatares del Azar, como algo en el fondo incomprensible e irracional, resulta difícil de ser soportada y tiende a

ser desechada tanto por los sistemas filosóficos producidos en las llamadas Escuelas Morales como por diversas

formas de religiosidad que, alejadas de las formas de la religiosidad pública (ya sea de los cultos de las ciudades,

ya sea del culto imperial), y ponen el destino del individuo como centro de su preocupación: se trata de las

llamadas religiones de salvación y proliferaron en el mundo helenístico.

Otro efecto de la destrucción de la Ciudad-estado como forma de vida política independiente por causa de la

expansión de los imperios helenísticos hizo que las tendencias filosóficas científico-materialistas y las

tendencias morales-espiritualistas, que se habían mantenido unidas en las grandes síntesis platónica y

aristotélica, comenzaron a separarse, al mismo tiempo que una serie de prácticas y creencias mágico-religiosas se

ofrecían a los seres humanos como religiones de salvación que prometían la felicidad y/o la inmortalidad a los

individuos, al margen de su pertenencia al Estado y de su condición social.

Este período helenístico vio un desarrollo espectacular de las ciencias, tanto de las matemáticas (Geometría,

Aritmética, Astronomía) como de las que hoy llamaríamos ciencias naturales (Mecánica, Biología, Medicina) y

sociales (filología, historia). Bastaría citar nombres como los de Euclides, Ptolomeo, Hiparco, Aristarco y

Arquímedes, para hacernos una idea de la amplitud de ese desarrollo. La llamada Escuela de Alejandría, sobre

todo, se convertiría en el centro de esta tendencia científico-materialista.

Por el otro lado, Atenas siguió siendo el centro de la tendencia moral-espiritualista, con las escuelas

herederas del intelectualismo moral de Sócrates, la Academia, el Liceo, la Stoa y el Jardín, fundados por

Platón, Aristóteles, Zenón de Citium y Epicuro respectivamente. Aunque las dos primeras subsistieron hasta el

cierre de estas escuelas por el emperador cristiano Justiniano en el 529 d. C., las otras fundaron corrientes de

pensamiento denominadas estoicismo y epicureísmo, que terminarían por hacerse más populares, si bien la fama

de la segunda sería más bien negativa (identificada injustamente con un materialismo y un hedonismo groseros

desde las otras escuelas). Más tarde, enraizado en aspectos de la Academia platónica, aparecerá el

neoplatonismo, que servirá de puente entre la filosofía griega y el cristianismo.

2. La escuela de Alejandría: la ciencia alejandrina en la tendencia científico-materialista.

La supremacía cultural de occidente pasó de Atenas a Alejandría, en la dinastía de los Ptolomeos de Egipto. Es

famoso su Museo, centro de investigación que cultivó las ciencias matemáticas y las ciencias naturales y que

disponía de una gran Biblioteca que llegó a contar con más de 500.000 ejemplares. El Museo era un lugar de

investigación dedicados a la enseñanza inspirado en los modelos de la Academia y el Liceo, con un centenar de

profesores en nómina; maestros y científicos con salarios directos del rey Ptolomeo II hicieron que la ciencia

griega floreciera con asombroso brillo y con gran vigor, produciendo matemáticos y astrónomos de gran

categoría. Las teorías científicas aristotélicas se desarrollaron en la «ciencia alejandrina», período que podemos

situar entre los años 300 a.C. y el año 100 de nuestra era. Una etapa crucial en la ciencia de la ciudad de

Alejandría, poblada por griegos, egipcios y judíos, destinada a ser la ciudad más grandiosa del mundo, con su

mítica biblioteca considerada como una de las maravillas del mundo antiguo, y el nuevo centro de la cultura

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griega. La astronomía estudia los fenómenos naturales más sencillos desde el punto de vista de la observación

global; los nuevos astrónomos observan cuidadosamente cada región del cielo, al igual que Aristóteles había

observado las plantas y los animales, dedicándose a resolver problemas planteados mediante observaciones

sistemáticas. Las matemáticas tenían que florecer del lado de la astronomía, pero no se contentó sólo con

satisfacer las demandas de la astronomía, entendieron su valor como instrumento para tratar las más sutiles

relaciones entre el conocimiento de la realidad y los resultados de la observación. Importantes matemáticos como

Euclides (330-275 a.C.) que en su obra Elementos recoge todo el saber matemático eliminando los problemas

indemostrados y estableciendo un nuevo criterio de rigor y de elegancia en las demostraciones. Aristarco de

Samos nacido hacia el 310 a.C. fue sin duda el astrónomo más importante, basándose en una viva e imaginativa

observación escribió sobre el tamaño de la Luna y del Sol, comparando sus tamaños y las distancias entre ellos;

defendió la idea de que la Tierra giraba alrededor de la gran estrella fija, que el Sol era inmóvil y la Tierra se

movía en forma circular. Eratóstenes (275-194 a.C.) prosiguió las indagaciones de Aristarco haciendo un mapa

del mundo conocido; es el autor del calendario conocido como juliano donde cada cuatro años hay uno que tiene

un día más. Volviendo a las matemáticas nos encontramos con Arquímedes (287-212 a.C.) genio con

descubrimientos en geometría, aritmética, física e ingeniería. Otros muchos que ni siquera citamos vinieron a

desarrollar éstos y otros aspectos de la ciencia alejandrina.

Más tarde, durante el siglos I, Egipto cayó bajo influencia de Roma y tras años difíciles se dio un resurgir de la

ciencia, destacamos a Claudio Ptolomeo que trabajó durante la primera mitad del siglo II, cuya obra en

astronomía podía compararse a la de Euclides en geometría, ya que su contribución no consiste en la aportación

de nuevas ideas, sino en la organización de las de sus predecesores en un tratado sistemático que reunía toda la

astronomía griega; los movimientos circulares y uniformes de los cuerpos celestes con la teoría de los epiciclos,

admitida en Europa durante toda la Edad Media hasta la Revolución Científica del Renacimiento; esta teoría da

razón de los fenómenos más importantes de lo que se llamó el movimiento aparente de los planetas, ese que

obtendríamos a simple vista desde la Tierra y corresponde a una concepción geocéntrica del universo.

Ptolomeo elaboró un compendio astronómico de 13 volúmenes denominado “Composición Matemática”, aunque

es más famosa la denominación que le dieron los árabes: “Almegisto” (= el más grande). Hay que señalar que

el Modelo Ptolemáico representó un cierto atraso respecto del modelo de Aristarco, asentando la creencia en un

universo más pequeño, simple y geocéntrico.

En medicina, se considera a Hipócrates (s.V a.n.e.) el padre de la medicina griega, recuperó la teoría pitagórica

de Alcmeón de Crotona quien luchó por eliminar los rituales místicos en medicina situando la inteligencia en el

cerebro y no en el corazón como pretendía Aristóteles, Galeno (s.II d.C.) realizó el mayor compendio de

medicina del mundo clásico, considerándose el manual básico de medicina hasta la época moderna. Erasístrato

de Quíos (s. III), también estudió las venas, trazando el mapa completo a simple vista, y defendiendo la

circulación de la sangre. Estudió la respiración y el comportamiento entre fluidos, aire y vacío, desarrollando

teoría sobre la respiración y la circulación del “espíritu vital”.

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3. Las escuelas morales: las tendencias morales-espiritualistas

El Helenismo ha sido interpretado como una época en la cual las escuelas filosóficas griegas se habrían

preocupado sobre todo de buscar la solución de los problemas individuales planteados por la nueva situación

vital de los griegos, abandonando la orientación política que habían dado a sus escuelas Platón y Aristóteles. El

helenismo persigue una ética que busca la felicidad en la autosuficiencia personal y en la indiferencia frente a

los asuntos sociales y políticos, puesto que estos dependen ahora del emperador o monarca.

Así pues, hacia finales del siglo IV antes de Cristo, había en Atenas cuatro escuelas filosóficas la Academia,

fundada por Platón; el Liceo, fundado por Aristóteles; el Jardín, fundado por Epicuro; y el Pórtico o la Stoa,

fundado por Zenón. Además existían otras dos corrientes filosóficas: el escepticismo o pirronismo y el cinismo,

que no tenían organización escolar, pero defendían otros dos modos de vida distintos de los anteriores, y que

fueron propuestos, respectivamente, por Pirrón y por Diógenes el Cínico.

3.1. El cinismo

El cinismo fue una corriente filosófica cuya fundación se atribuye a Antístenes (450-365 a. de C.), discípulo del

sofista Gorgias y de Sócrates. De acuerdo con las doctrinas de los sofistas oponía la naturaleza a la cultura y

enseñaba que había que llevar una vida conforme con la naturaleza. Diógenes (413-327 a. de C.) es el más

famoso de los cínicos. Llevó la oposición naturaleza-cultura hasta el extremo. Despreció todas las convenciones

sociales y culturales, tachándolas de antinaturales. Propugnaba un modo de vida lo más "natural" posible,

entendiendo que el modo de vida natural es el que llevan los animales, que no han aprendido las convenciones

sociales. Por eso no se lavaban, vestían desaliñadamente, comían carne cruda, se masturbaban y hacían el amor en

público, y llegaban a vivir, como Diógenes, en un tonel. El ideal ético que perseguía era la autarquía, la

autosuficiencia.

Diógenes de Sinope.

Cuando Diógenes llegó a Atenas, quiso ser discípulo de Antístenes, pero fue rechazado, ya que éste no admitía

discípulos, y ante su insistencia Antístenes le amenazó con su bastón, pero Diógenes le dijo: no hay un bastón lo

bastante duro para que me aparte de ti, mientras piense que tengas algo que decir.

Cuando fue puesto a la venta como esclavo, le preguntaron qué era lo que sabía hacer, contestó "mandar, mira a

ver si alguien quiere comprar un amo".

Cuando le invitaron a la lujosa mansión le advirtieron de no escupir en el suelo, acto seguido le escupió al

dueño, diciendo que no había encontrado otro sitio más sucio.

Cuenta una anécdota que Alejandro Magno dijo en cierta ocasión, que de no haber sido Alejandro, le hubiera

gustado ser Diógenes.

Argumentaba así: todo es de los dioses, los sabios son amigos de los dioses, los bienes de los

amigos son comunes, por tanto todo le pertenece al sabio.

Iba por la calle en pleno día, con la lámpara encendida, diciendo busco un hombre.

En cierta ocasión que se masturbaba en medio del ágora, comentó: ojalá fuera tan fácil librarse

del hambre, frotándose la tripa.

En un banquete, algunos para hacerle una broma le echaron huesos como si fuera un perro, el

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fue y les meó encima, como un perro.

En otra ocasión, un individuo muy supersticioso le amenazó: de un puñetazo te romperé la

cara, Diógenes replicó: de un estornudo a tu izquierda te haré temblar.

Cuando le preguntaron cuál era el vino que más le gustaba, dijo: el de los demás.

En otra ocasión le preguntaron por qué la gente daba limosna a los pobres y no a los filósofos,

a lo que respondió: porque piensan que pueden llegar a ser pobres, pero nunca a ser filósofos.

Dijo que de la filosofía había sacado el estar preparado para cualquier eventualidad.

Dijo también considerarse ciudadano del mundo (cosmopolita).

3.2. El epicureísmo

El epicureísmo fue fundado por Epicuro (341-271 a. de C.), enseñó en Atenas en un jardín que adquirió. Por eso

a esta escuela se le llama también “el Jardín”. En Roma fue Lucrecio (s.I a.C), el autor del poema De rerum

natura (de la naturaleza de las cosas), el epicúreo más famoso natural de Samos. Los epicúreos rechazan el

determinismo de los estoicos, mediante una curiosa reinterpretación del Atomismo que les lleva a afirmar el azar

(tyché). Pues piensan que toda la disposición de los mundos, consistente en el movimiento y el agrupamiento de

átomos, arranca de un acontecimiento casual, no sometido a necesidad alguna: la desviación (declinatio o

clinamen) de los átomos de su trayectoria rectilínea en el vacío, lo que les llevó a chocar unos con otros y a entrar

en complejos movimientos y disposiciones que constituyen la infinidad de los mundos.

Epicuro enseñaba un peculiar modo de vida: buscar el placer y evitar el dolor. La felicidad consiste en el placer

(hedoné) y, por tanto, la norma moral es la norma del mayor placer. Pero el placer del que se habla aquí no es el

placer dinámico o fisiológico que es el que acompaña a la satisfacción de un deseo, sino el placer como estado

psicológico basado fundamentalmente en la ausencia de perturbación (ataraxía). Los miembros de la escuela

convivían como amigos, y buscaban la felicidad retirados de los ajetreos del mundo. Esta escuela existió hasta

finales del siglo II después de Cristo.

La filosofía epicúrea consta de tres partes Teoría del conocimiento, Física y Ética que se implican mutuamente.

La Teoría del Conocimiento establece la diferencia entre "verdad" y "error"; por la Física se adquiere un

conocimiento "verdadero" sobre la naturaleza de las cosas; por la Ética el hombre alcanza la "verdadera"

felicidad. El modelo físico, y el conocimiento del mundo contribuye a eliminar los tres grandes temores de los

hombres: a los dioses, al mal destino y a la muerte, el materialismo hace innecesaria la intervención de los

dioses, el indeterminismo elimina el temor a la fatalidad inexorable del destino y la muerte se explica mediante

la ley de agregación y disolución atómica.

La Ética de Epicuro indica que la desgracia de los seres humanos proviene de dejarse llevar por deseos

desordenados, y la felicidad es salud del cuerpo y serenidad del alma, que debemos conseguir en la vida sin

sentirnos culpables de ello. Pero, entonces, es preciso una buena elección del placer ya que hay muchos placeres

que están unidos a sufrimientos, por lo que se ha de partir de una clasificación de los deseos y placeres: unos

pueden ser naturales y necesarios (como beber o abrigarse), otros son naturales y no necesarios (como la

vanidad y el lujo), otros no son ni naturales ni necesarios (poder, honores, fama o riqueza). La mejor elección es

la del primer grupo y la felicidad la obtendremos con ingredientes baratos: los amigos que son la mayor fuente, la

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libertad económica de una vida sencilla, y una vida reflexiva que evite las preocupaciones. El verdadero placer

debe excluir los goces del cuerpo y las pasiones del alma, pues, producen siempre dolor a la larga. El fin supremo

del hombre es la felicidad entendida como ataraxia (= imperturbabilidad del alma ante las adversidades, dolores

físicos, temores.), tranquilidad, soledad, o charla tranquila entre amigos alejados del mundanal ruido. El placer

máximo es aquel que exige serenidad, moderación y desprecio de deseos y temores, autosuficiencia. Es necesario

seguir cuatro preceptos: no temer a los dioses, no temer a la muerte, saber que males y dolores son breves, y el

bien es fácil de lograr al recordar los placeres pasados.

«Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que todo bien y todo mal están en la

sensación, y la muerte es pérdida de sensación. Por ello, el recto conocimiento de que la muerte no es nada para

nosotros hace amable la mortalidad de la vida, no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque suprime el

anhelo de inmortalidad Nada hay terrible en la vida para quien está realmente persuadido de que tampoco se

encuentra nada terrible en el no vivir. De manera que es un necio el que dice que teme la muerte, no porque haga

sufrir al presentarse, sino porque hace sufrir en su espera: en efecto, lo que no inquieta cuando se presenta es

absurdo que nos haga sufrir en su espera. Así pues, el más estremecedor de los males, la muerte, no es nada para

nosotros, ya que mientras osotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces

nosotros no somos. No existe, pues, ni para los vivos ni para los muertos, pues para aquéllos todavía no es, y

éstos ya no son. Pero la gente huye de la muerte como del mayor de los males, y la reclama otras veces como

descanso de los males de su vida.

(...)

Y por esto decimos que el placer es principio y consumación de la vida feliz, porque lo hemos reconocido como

bien primero y congénito, a partir del cual comenzamos toda elección y rechazo y hacia el que llegamos juzgando

todo bien con el sentimiento como regla. Y ya que éste es el bien primero e innato, por eso mismo no escogemos

todos los placeres, sino que hay veces en que renunciamos a muchos placeres, cuando de ellos se sigue para

nosotros una incomodidad mayor. Y a muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si, por

soportar tales dolores durante mucho tiempo, nos sobreviene un placer mayor. En efecto, todo placer, por tener

naturaleza innata, es bueno, pero sin duda, no todos son dignos de ser escogidos. De la misma forma, todo dolor

es un mal, pero no todos deben evitarse siempre.

Conviene juzgar todas estas cosas con una justa medida a la vista de lo útil y lo inútil. Pues usamos algunas

veces del bien como de un mal, y, al revés, del mal como de un bien.

(...)

También consideramos un gran bien a la autosuficiencia, no para que en toda ocasión usemos de pocas cosas,

sino a fin de que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, sinceramente convencidos de que disfrutan

más agradablemente de la abundancia, quienes menos necesidad tienen de ella, y de que todo lo natural es muy

fácil de conseguir, y lo vano muy difícil de alcanzar. Los alimentos frugales proporcionan el mismo placer que

una comida abundante, cuando alejan todo el dolor de la indigencia. Pan y agua proporcionan el más elevado

placer, cuando los lleva a la boca quien tiene necesidad. El acostumbrarse a las comidas sencillas y frugales es

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saludable, hace al hombre resuelto en las ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone mejor cuando

ocasionalmente acudimos a una comida

lujosa y nos hace intrépidos ante el azar.

Así, cuando decimos que el placer es fin, no hablamos de los placeres del los corruptos y de los que se

encuentran en el goce, como piensan algunos que no nos conocen y no piensan igual , o nos interpretan mal, sino

de no sufrir en el cuerpo ni ser perturbados en el alma.

Pues ni fiestas ni banquetes continuos, ni el goce de muchachos y doncellas, ni de pescados y cuanto comporta

una mesa lujosa engendran una vida placentera, sino un cálculo sobrio que averigüe las causas de toda elección

y rechazo y que destierre las falsas creencias a partir de las cuales se apodera de las almas la mayor confusión.

De todo esto, el principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello, más preciosa incluso que la filosofía es la

prudencia, de la que nacen todas las demás virtudes, enseñándonos que no es posible vivir placenteramente sin

vivir prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente, sin vivir placenteramente. Pues las

virtudes son connaturales al vivir feliz, y el vivir feliz es inseparable de éstas.

(...)

En estos pensamientos y los análogos, a éstos ejercítate, pues, día y noche, sea para tí mismo, sea con alguno

semejante a ti, y nunca --despierto ni dormido-- serás turbado; vivirás como un dios entre los hombres. Pues en

nada se parece a un ser mortal el hombre que vive entre bienes inmortales.»

3.3. El estoicismo

Escuela así llamada porque su primitivo lugar de reunión, en Atenas a partir del 300 a.C. era la Stoa poikilé

(pórtico cubierto de pinturas). Su fundador fue Zenón de Citio (Chipre, 336-264 a.C.), pero su máxima figura es

su discípulo Crisipo (s.III a.C. del 280-210 a.C.) que sistematizó la doctrina. En Roma destacarán Séneca, nacido

en Córdoba y tutor de Nerón (s.I d.C, del 4 a.C.-65 d.C.), Epicteto (s.I-II) y el emperador Marco Aurelio (s.II,

del 121-180). El estoicismo utiliza muchos materiales procedentes de filósofos anteriores (Heráclito, Platón,

Aristóteles, los cínicos), pero también aporta muchos elementos originales en una nueva síntesis, muy sistemática

y coherente, cuya influencia se mantuvo durante muchos siglos, e influyó en el cristianismo por sus ideas de

ascetismo, renuncia, obediencia y hermandad universal. Volvió a ponerse de moda en los siglos XVI y XVII en

Europa, y hoy podemos encontrarlo camuflado en terapias de autoayuda y meditación trascendental.

El estoicismo afirma la esencial igualdad de todos los seres humanos (hombres y mujeres, griegos y bárbaros,

libres y esclavos) frente al particularismo de la filosofía griega de la época clásica y en consonancia con el

universalismo de los Imperios de la época. La naturaleza del ser humano, está dotado de razón y de libertad, y es

parte de la Naturaleza ordenada del universo que se concibe como una totalidad sujeta a una Ley/Razón (Logos),

divina Universal, que está presente y se cumple necesariamente en todos y cada uno de los acontecimientos

naturales. La felicidad humana consiste en la virtud y ésta en "vivir según la Naturaleza", es decir, en

determinar la conducta en conformidad con la razón (intelectualismo moral) intentando que ésta coincida en todo

momento con la Razón universal. La libertad no es, pues, libre arbitrio, sino aceptación de los acontecimientos y

la virtud consiste en una íntima vinculación con el mundo, e integrarlo todo en nuestra vida. La fe en la

Providencia es el fundamento de la aceptación del destino: nada malo puede suceder al sabio que, dominando

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sus pasiones, no pone su felicidad en los objetos externos, sino en el ejercicio constante de la virtud. Nos

desviamos de la virtud cuando nos dejamos arrastrar por las pasiones, confundiendo aquello que podemos y

debemos hacer con lo otro que por ser exterior a nosotros sucederá necesariamente. El sabio estoico es el modelo

ideal del ser humano, pues el uso de su razón lo convierte en autosuficiente, impasible e imperturbable. Placer,

dolor, deseo, temor, etc. son mera ignorancia; en realidad, no hay bien ni mal en lo que nos ocurre (por tanto, no

hay nada "deseable" y "temible", "agradable" y "desagradable") porque todo lo que ocurre es sencillamente lo que

tiene que ocurrir. El conocimiento extingue las ilusiones del placer y del dolor, porque hay una realidad del ser

humano, un gobierno o cuidado de uno mismo, que está por encima de los acontecimientos que no podemos

evitar, entonces comprendemos que no hay para nosotros "mejor" ni "peor".

En conclusión: Aceptar serenamente el destino es lo mejor para el hombre. Vivir de acuerdo con la Naturaleza,

es vivir de acuerdo con la razón y eliminar la pasión (pathos). Crisipo señaló cuatro pasiones fundamentales: el

dolor (ante un mal presente), el temor (ante un mal futuro), el placer (ante un bien presente), y el deseo sensual

(ante un bien futuro). El sabio se libera de las pasiones y se obliga al autodominio (apatheia, impasibilidad),

soporta el dolor, se abstiene de los placeres, y ante la pérdida de este ideal y en defensa su autodominio y dueño

de su propia existencia, al sabio es lícito el suicidio.

«¿Por qué nos quejamos de la naturaleza? Ella se ha comportado con bondad. La vida, si sabes

utilizarla, es larga. Sin embargo, a uno lo mantiene una avaricia insaciable, a otro la laboriosa

diligencia en trabajos inútiles. Este rebosa de vino, aquel está paralizado en la inactividad. A este le

fatiga su ambición, siempre pendiente de las opiniones de los demás, a ese otro el peligroso e

incontenible deseo de comerciar lo conduce alrededor de toda la tierra, alrededor de todos los mares,

con la esperanza de lucro. La pasión de la milicia arrastra a otra clase de hombres, siempre aplicados

en los peligros ajenos o angustiados por los suyos. Hay quienes la veneración a los superiores, nunca

agradecida, los consume en una voluntaria esclavitud. A muchos los retienen la inclinación por la

fortuna ajena o la desazón por la suya propia, y a la mayor parte, que no persiguen nada cierto, la vaga

e inconstante ligereza, con tedio de sí misma, los precipitó a nuevos pareceres. A algunos no les

satisface ningún lugar al que puedan dirigir su vida, sino que la muerte los sorprende entorpecidos y

bostezando, hasta el punto que no dudo sea verdad lo que se lee en el más grande de los poetas, a modo

de oráculo: “Mínima es la parte de la vida que vivimos”. Pues, en verdad, toda su duración no es vida

sino tiempo. Los vicios nos hostigan y rodean por todas partes y no nos dejan levantarnos, ni volver los

ojos hacia la contemplación de la verdad, sino que cargan su peso sobre quienes están sumergidos y

engastados dentro de la pasión. Nunca pueden volverse sobre sí mismos. Si por casualidad alguna vez

les sobreviene cierta paz, fluctúan como en un profundo mar, en el que también, incluso tras haber

cesado el viento, hay un vaivén de olas, y nunca encuentran un descanso a sus pasiones.»

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«Solemos decir que no tuvimos libertad para elegir a los padres que nos tocaron en suerte, que

fueron dados a los hombres por azar. Sin embargo, nosotros podemos nacer según nuestra voluntad.

Existen familias de talentos distinguidísimos: elige en la que quieres ser admitido. No adoptarás sólo el

nombre, sino los bienes propios de ella que hay que custodiar con avaricia y envidia: se harán mayores

cuando los repartas entre más hombres. Ellos te darán el camino hacia la eternidad y te alzarán del

suelo hacia un lugar del que nadie es expulsado. Éste es el único medio de prolongar la inmortalidad.

Los honores, los monumentos, lo que la ambición ha ordenado con decretos, o levantó con trabajos,

rápidamente se derrumba. No hay nada que no sea demolido y alterado por una larga vejez. En cambio,

a los que la sabiduría ha consagrado, no puede hacerles daño. Ninguna edad podrá abolirlos, ninguna

los podrá debilitar; la edad siguiente y, después, la que siempre ha de existir más allá, ofrecerá algo

para su veneración…»

Lucio Anneo Séneca (4-64), Invitación a la serenidad

3.4. Escepticismo

En el pensamiento de las dos escuelas últimas que hemos someramente analizado, hay una Física y una Ética, una

lógica o "canónica" que incluye una teoría del conocimiento, en cuyos detalles no hemos entrado. Pero ambas dan

por supuesto que es posible un conocimiento del mundo, como representación verdadera de las cosas y de los

procesos mundanos, y sobre esa posibilidad de conocer el mundo fundamentan su teoría ética, siguiendo cada una

a su manera la ecuación del intelectualismo socrático "felicidad=virtud=sabiduría". Pues bien, los escépticos

niegan esta posibilidad, del conocimiento como representación verdadera de las cosas, estableciendo la

imposibilidad de comparar las representaciones que se dan en nuestros pensamientos con las propias cosas, esto

es, se niega todo criterio de la verdad. Su "filosofía" consiste en una serie de "tropos" o argumentos que

conducen invariablemente a la necesidad de "suspender el juicio" (epoché), es decir, a la necesidad de no afirmar

ni negar ninguna tesis, ni siquiera la de afirmar que "todo es falso". Por eso la sabiduría consiste en una "epoché"

permanente y en una indagación (skepsis) igualmente permanente, esta es la única respuesta a las relaciones entre

sabiduría=virtud=felicidad.

El primero de los escépticos, según todas las fuentes, fue Pirrón de Elis, que murió en 260 a.C. Pero la mayor

parte de lo que sabemos de los escépticos lo sabemos por los escritos de Sexto Empírico (s.I-II d.C.). También

sabemos que la Academia de Platón, tras la muerte de éste y tras el período en que la dirigiera Espeusipo, asumió

el escepticismo y fue continuado con Arcesilao (s. III a. C. y director de la Academia Media) y Carnéades (s. II a.

C. y director de la Academia Nueva), lo cual tampoco ha de extrañarnos mucho, si tenemos en cuenta que la

dialéctica no es más que skepsis, indagación, donde permanece cuando no culmina en la noesis de la Idea del

Bien.

En conclusión: su planteamiento general es el agnosticismo, consideran la realidad como incognoscible, pues,

las impresiones sensibles son diferentes en cada hombre y las opiniones, efectos de la razón, son discrepantes y

contradictorias. No hay ningún saber seguro. No se puede admitir ningún criterio de verdad para discernir entre lo

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verdadero y lo falso. “Nada es más” es el lema escéptico, ninguna cosa es más, ni más cierta, ni más falsa, ni

mejor, ni peor, incluso percibimos con valores relativos a nuestras tradiciones y convenciones. Ningún argumento

resulta definitivo y por ello lo mejor es la suspensión de todo juicio (epojé), y cambiar el juicio por opiniones.

Cualquier juicio es causa de perturbación. "No digamos nunca: esto es; sino: esto parece". Una ética de la

ataraxia o imperturbabilidad.

4. El neoplatonismo

Hemos visto cómo las tendencias científico-materialistas y las tendencias morales-espiritualistas, que se

habían mantenido intencionalmente unidas en las grandes síntesis platónica y aristotélica, comenzaron a

separarse. Pues al mismo tiempo una serie de prácticas y creencias mágico-religiosas se ofrecían a los seres

humanos como religiones de salvación que prometían la felicidad y/o la inmortalidad a los individuos, al margen

de su pertenencia al Estado y de su condición social.

El neoplatonismo es una visión metafísico-religiosa del mundo que se ofrece como alternativa intelectualmente

seria a las múltiples escuelas de salvación que proliferaron en el área de difusión helénica ya en un periodo tardío,

a partir del siglo III. El neoplatonismo parte de los problemas esenciales a la visión metafísico-religiosa del

mundo que el propio Platón había dejado “abiertos”. En primer lugar, si el Bien es el Ser que está “más allá de

la esencia en cuanto a dignidad y poder” (República, libro VI), será el fundamento de la totalidad de lo real, de

su verdad, y cualquier otro ser es bueno por participación del Bien. En segundo lugar, el Demiurgo, la divinidad

ordenadora del mundo del Timeo deja abierto el problema de cómo se ha formado el mundo sensible y desde

dónde o quien. En tercer lugar, está el problema de la relación entre el mundo sensible de cosas-apariencias

particulares, múltiples y cambiantes y el mundo inteligible de las Ideas “separadas” universales, únicas y eternas.

¿Cómo puede algo que está “separado” ontológicamente de otra cosa ser la esencia de esa cosa?

En el neoplatonismo, estos problemas recibirán una “solución” mediante la idea de emanación de lo múltiple a

partir de lo Uno por la propia necesidad de su naturaleza. Sucede de este modod: Lo Uno es el Ser que está “más

allá de la esencia”, el Bien de Platón, lo Divino Supremo perfectísimo, eterno e infinito (y, por tanto, impersonal),

cuya bondad y sobreabundancia de realidad hacen que eternamente se desborde (despliegue) produciendo una

serie realidades de orden inferior, de las cuales son la Inteligencia y el Alma Universal (el Demiurgo) las

primeras. El Alma Universal, volviéndose hacia el Mundo inteligible del que ha emanado, produce la totalidad

de las realidades del mundo sensible, de la naturaleza, desde las formas más “altas” de vida intelectiva (las

almas humanas) hasta las formas más “bajas” de la Materia inerte, sin que ninguna de las posibilidades de ser

real quede por realizar, por ínfima, sucia o insignificante que parezca. La Materia es el extremo, el polo sobre el

que todavía proyecta su luz el Uno y más allá del cual no hay nada. El cosmos es un eterno proceso descendente y

ascendente, de despliegue y de repliegue, todos los seres se encuentran conectados en una “procesión de seres”,

pero esta conexión es doble pues cada ser se conecta hacia lo superior y hacia lo inferior, y en este proceso el

alma humana es el momento central, el gozne. El alma se dispersa y aleja de sí misma en la acción y se recoge y

vuelve a sí en la contemplación de los grados superiores del Ser de donde procede.

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La salvación del alma sólo es posible a través del conocimiento que la eleva por sobre lo particular sensible y, en

última instancia, de ese tipo de conocimiento que es la intuición intelectual de lo Uno perfectísimo. El

intelectualismo moral de la tradición socrática, liberado del compromiso con la polis y entregado al

individualismo, recibe aquí un matiz místico de la que están exentos el estoicismo, el epicureísmo y el

escepticismo.

Pero siempre se trata de doctrinas de y para individuos pertenecientes a las capas sociales con acceso a la

educación, que sustituyen el hueco que la ausencia de la política había dejado en sus vidas. Mientras que los

estratos sociales más desfavorecidos y privados del acceso a la educación, compensarían su privación con las

religiones de salvación, a cuya aparición condujo en aquella época la evolución de las creencias religiosas.

El máximo representante del neoplatonismo fue Plotino, natural de la provincia romana Egipto, nació

hacia 203 o 204 d.C. Se formó en Alejandría, y abrió en Roma una escuela (246) que llegó a tener una gran

importancia entre las personalidades más importantes. Sus tratados son en total 54 y están ordenados en seis libros

de nueve capítulos, resultado de lo cual reciben el nombre de Enéadas. Se considera como uno de los Tratados

más sólidos de la Antigüedad, junto a los de Platón y los de Aristóteles. Murió aquejado de una dolorosa

enfermedad (lepra) en el 270 d.C. a los 66 años.

5. Las religiones de salvación

Vamos a entender por religiosidad de salvación aquella que pone el problema del sufrimiento individual en el

centro de la fe y de la práctica religiosa y que hace de los males individuales una cuestión comunitaria, uniendo

dos esferas que antes estaban separadas como vida privada y vida pública:

Los cultos comunitarios y, sobre todo, los de las comunidades políticas, excluyen todos los intereses

individuales, el dios tribal, el dios local, el dios de la ciudad y del imperio, se cuida únicamente de intereses que

incumben a la totalidad: la lluvia y el sol, la caza, la victoria sobre los enemigos, de ahí que la comunidad se

dirige a él en el culto comunitario.

Respecto a la prevención y cura de los males individuales, sobre todo de la enfermedad, éste no se dirige al culto

a la comunidad, sino al mago. El prestigio de algunos magos les procuró una clientela indiferente de su filiación

local o tribal, y esto condujo a veces a la formación de “comunidades” independientes de las asociaciones étnicas.

Muchos “misterios” siguieron este curso. Su promesa era la salvación del individuo como tal de la enfermedad, la

pobreza y todo tipo de necesidad y peligro. Así el mago se transformó en persona de referencia para dirigir la vida

de todos los iniciados, así se desarrollaron organizaciones de personal adiestrado, con un jefe nombrado según

unas u otras reglas y se originaron celebraciones religiosas comunitarias que se ocupaban del sufrimiento

individual en cuanto tal y de su salvación (“redención”).

Naturalmente, el evangelio y la promesa se dirigieron justamente a la masa de aquellos que estaban necesitados de

redención, a las clases de aquellos sufrientes cuyos intereses fueron el centro de la actividad profesional del

“pastor de almas”, que surge ahora. La actividad de magos y sacerdotes determinan las culpas de las que

provenía el sufrimiento, la confesión de los “pecados”, que en principio serían faltas contra los mandamientos

rituales, y el consejo de la conducta apropiada para borrarlos. Así los intereses materiales e ideales fueron

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poniéndose al servicio de motivos específicamente plebeyos (proceso que presupone la existencia de una sociedad

estratificada, con una plebs, una masa de desfavorecidos por una desigual distribución de la riqueza material).

Entre las religiones de redención podemos hallar con frecuencia una religiosidad que presupone el mito de un

“redentor”, “salvador”, cuyo origen histórico ya existía en la primitiva mitología de la naturaleza. Los espíritus

de la vegetación y el curso de los astros asociados con las estaciones se convirtieron en los representantes

favoritos del mito del dios que sufría, moría y resucitaba y que garantizaba a la miseria de los hombres un retorno

de la felicidad o la seguridad de la trascendencia al unirse a los ciclos de su propio dios. El cristianismo será una

de estas religiones de “salvador”.

Las promesas de las religiones de redención fueron inicialmente rituales, las profecías influían en la evolución

religiosa, las desgracias se atribuían a los “pecados” en cuanto falta de fe en el profeta y en sus mandamientos.

Pero más tarde, al aumentar la importancia del derecho, los dioses protectores del procedimiento jurídico y de las

leyes, jugaron un papel cada vez más relevante encargándose de proteger el orden tradicional castigando lo injusto

y premiando lo justo. Así se irán configurando formas de religiosidad específicamente éticas, que arraigarán en las

clases socialmente menos favorecidas, sustituyendo la magia por un complemento racional respecta a un Dios

Teólogo, que interviene en el sufrimiento y en la distribución de los bienes entre los hombres.

Las relaciones entre Dios y la explicación del sufrimiento del hombre tropezó con dificultades crecientes. La

desgracia individual “inmerecida” era demasiado frecuente (incluso desde el punto de vista de los estratos

favorecidos). Como explicaciones del sufrimiento y de la injusticia aparecieron los pecados cometidos por el

individuo en una vida anterior (migración de las almas), o la culpa de los antepasados, que se paga hasta la tercera

y la cuarta generación, o, en un sentido más de principio, la podredumbre de todo lo creado en cuanto tal; como

promesas de compensación se ofrecieron las esperanzas en una vida futura mejor, ya en este mundo para el

individuo (migración de las almas) o para sus sucesores (reino mesiánico), ya en el más allá (paraíso). De modo

semejante, la idea metafísica de Dios y del Mundo sólo permitía la creación de tres sistemas de pensamiento que

dieran respuestas racionalmente satisfactorias a la cuestión del fundamento de la incongruencia entre el destino y

el mérito: las doctrinas del tipo de la del Karma, el dualismo del tipo del Zoroastrismo y el decreto de

predestinación del Deus absconditus. El pensamiento cristiano evolucionó desde el dualismo hasta la tercera

solución: la del decreto de predestinación del Deus absconditus.