16.-El Trabajo Humano

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Tema 16 EL TRABAJO HUMANO 1.-El trabajo, acción propia del hombre Podríamos definir al trabajo como todo tipo de acción realizada por el ser humano con el objetivo de transformar la realidad para colocarla a su servicio y producir bienes para la sociedad. De esta manera, con este marco general, englobaríamos no solo las actividades físicas, sino también las mentales, no solo las actividades directas (sector primario y secundario) sino también las indirectas (sector terciario), no solo el trabajo remunerado sino cualquier actividad (trabajo doméstico, voluntariado…). Percibimos ya la primera y fundamental de las problemáticas con respecto al trabajo: el haberlo reducido a la dimensión económica, considerarlo y utilizarlo como un mero factor de producción. Sin embargo, el primer rasgo con el que nos encontramos es que “el trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra” (Prólogo, LE). El trabajo no es algo instintivo, sino intencional, específico del hombre, donde se comprometen su inteligencia y voluntad. Es un acto de la persona (de donde brota su dignidad). La realidad del trabajo es hoy, como siempre, y por muchas razones, una realidad dramática fruto del tradicional conflicto entre capital y trabajo. Bien podemos decir que el trabajo se encuentra hoy en una nueva fase, al menos en nuestro mundo occidental. Tras la revolución industrial, que supuso la aparición de la fábrica como lugar de ocupación, y la posterior división del trabajo que facilitó la producción en cadena, asistimos a un cambio de época en lo que se refiere a la situación del trabajo. El 1

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Tema 16

EL TRABAJO HUMANO

1.-El trabajo, acción propia del hombrePodríamos definir al trabajo como todo tipo de acción realizada por el ser

humano con el objetivo de transformar la realidad para colocarla a su servicio y producir bienes para la sociedad. De esta manera, con este marco general, englobaríamos no solo las actividades físicas, sino también las mentales, no solo las actividades directas (sector primario y secundario) sino también las indirectas (sector terciario), no solo el trabajo remunerado sino cualquier actividad (trabajo doméstico, voluntariado…). Percibimos ya la primera y fundamental de las problemáticas con respecto al trabajo: el haberlo reducido a la dimensión económica, considerarlo y utilizarlo como un mero factor de producción. Sin embargo, el primer rasgo con el que nos encontramos es que “el trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra” (Prólogo, LE). El trabajo no es algo instintivo, sino intencional, específico del hombre, donde se comprometen su inteligencia y voluntad. Es un acto de la persona (de donde brota su dignidad).

La realidad del trabajo es hoy, como siempre, y por muchas razones, una realidad dramática fruto del tradicional conflicto entre capital y trabajo. Bien podemos decir que el trabajo se encuentra hoy en una nueva fase, al menos en nuestro mundo occidental. Tras la revolución industrial, que supuso la aparición de la fábrica como lugar de ocupación, y la posterior división del trabajo que facilitó la producción en cadena, asistimos a un cambio de época en lo que se refiere a la situación del trabajo. El Compendio (310-322) lo califica como una fase “de transición epocal”. Se está pasando de una “sistema fordista” (estable, manufacturero, rígido y previsible) a un sistema denominado “post-fordista” basado en la producción flexible y por un peso enorme de los servicios. La causa fundamental de este cambio ha sido el fenómeno de la globalización que ha transformado las características esenciales que condicionan el trabajo hoy: con la globalización se ha acentuado la interdependencia, la convergencia, los intercambios, la información, la tecnología…

Todos estos cambios en la forma de organización y producción nos están planteando, fundamentalmente, un cambio cultural del trabajo hoy. Se produce para consumir, por lo que el obrero vale porque es consumidor y no porque realice un trabajo eficaz. Cambio que se ve reforzado ante la transformación de lo que ha sido la convicción de la moral tradicional que afirmaba que el trabajo era título principal de propiedad (QA 52) o cuando se percibe la vulnerabilidad en la que vive muchas veces el mundo del trabajo (CV 63).

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2.-El trabajo en la Sagrada Escritura y en la TradiciónAnte el tema del trabajo hemos de acudir a las Escrituras para descubrir cuáles

son sus valores fundamentales. Lo primero que percibimos es el cambio de sentido que supone la tradición judeocristiana con respecto a la realidad y el valor del trabajo. En el mundo greco-romano el trabajo era despreciado, considerado como actividad vil y degradante, propia de esclavos o de personas no libres. Esta perspectiva se transforma por influencia de la tradición bíblica. Y es que, frente a la perspectiva de los dioses paganos en los que el autor de lo creado era el demiurgo, porque los dioses no se podían manchar, Yahvé crea las cosas de la nada e incluso se le representa como alfarero que trabaja con sus propias manos para crear (Gn 1-2).

Es cierto que, en las escrituras, se mezclan dos tradiciones que tendrán luego influencia en la espiritualidad del trabajo: una tradición subraya la dignidad del trabajo y su valía y, otra tradición, su realidad de sufrimiento y fatiga a causa del pecado. La dignidad del trabajo estriba en que Dios mismo es el que trabaja e invita a seguir su obra: el trabajo es el primer mandato divino: “Someted y dominad la tierra” (Gn 1, 28). Un dominio que, por otra parte, no hay que entender como incondicional, sino limitado siempre a la propia verdad de las cosas que es lo que contribuye a la auténtica humanización del trabajador. El trabajo, por tanto, forma parte de la condición humana y es signo de la dignidad del hombre que está llamado a colaborar con Dios en la obra inconclusa de la creación. Pero las escrituras son conscientes también de la fatiga con la que ahora sentimos el trabajo: esta no pertenece a la voluntad inicial de Dios, sino que es consecuencia directa del pecado y el trabajo es visto como castigo. Un tercer elemento nos ayuda a comprender mejor el pensamiento veterotestamentario: el descanso. El mandato del reposo, que deriva de esa dignidad, permite no absolutizar el quehacer laboral y enseñorearse ante la obra realizada. En el AT se nos recuerda que el trabajo es esencial para la vida, pero es Dios y no el trabajo el fin y la fuente de la vida para el hombre. Ahí tenemos que situar el precepto del descanso que tantas veces aparece en la Biblia. “Este tiene un significado propio, al ser una relativización del trabajo, que debe estar orientado al hombre: el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Es fácil intuir cómo así se protege al hombre en cuanto se emancipa de una posible forma de esclavitud” (SCa 74). Por eso, el descanso sabático tiene la finalidad de reconocer el señorío sobre el mundo y sobre las obras humanas. El sábado es el día de la liberación: Dios contempla lo creado. Igualmente nosotros, para vivir la dignidad humana, estamos llamados como Dios a contemplar lo trabajado. “El descanso de Dios recuerda al hombre la necesidad de suspender el trabajo para que la vida cristiana personal, familiar, comunitaria no se vea sacrificada a los ídolos de la acumulación de riqueza, de hacer carrera, del incremento del poder. No se vive solo de relaciones de trabajo, funcionales a la economía. Se requiere tiempo para cultivar las relaciones gratuitas de los afectos familiares y de los vínculos de amistad y parentesco” (Catequesis VII Encuentro Mundial de la Familia 2012 "El trabajo, la Fiesta y la Familia). Por eso, el día del descanso es el día de la liberación fundamental: necesitamos del trabajo, pero necesitamos más de Dios, fuente de la vida. Aún más: el

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sábado tiene también un componente liberador para los pobres: ese descanso es para ellos más necesario para liberarse de esclavitudes de un trabajo inhumano y explotador.

El Nuevo Testamento no añade nuevos valores. Tampoco presenta una reflexión directa sobre el trabajo. Pero contiene dos datos esenciales: se presenta a Jesús como el obrero de Nazaret (lo que significa que no existe diferencia entre trabajo intelectual y trabajo manual y que el trabajo es connatural al hombre, por lo que la encarnación llega ahí) y que el tema del trabajo va leído, como todo, en la perspectiva del Reino. Por eso, siguiendo la tradición bíblica previene de tentaciones de dejarse dominar por el trabajo. “Buscad el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”. El trabajo y el afán por las riquezas puede disipar de lo auténtico y lo verdadero. Incluso con su predicación y con sus obras da auténtico sentido al sábado como día de liberación. Pero lo fundamental es que con Jesucristo se descubre el trabajo, no sólo como colaboración con la obra de la creación, sino también con la redención. “Quien soporta la penosa fatiga del trabajo en unión con Jesús coopera, en cierto sentido, con el Hijo de Dios en su obra redentora y se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día” (CDSI 263). Otra aportación del Nuevo Testamento es referente al deber de trabajar. Muchos en la primera comunidad, en espera de la Parusía y abusando de la generosidad de la primera comunidad, se habían relajado en exceso hasta descuidar las obligaciones del trabajo (2 Tes 3, 6-13). San Pablo les recuerda el deber de este trabajo, sin ser la razón de la vida.

Resumiendo1: “la Biblia no habla de la importancia del trabajo para la promoción de la civilización. La SE no prevé que el trabajo sea entendido como una realidad que condicione toda la jornada diaria y toda la vida. En parte alguna la Palabra de Dios impone el trabajo como valor supremo, no lo canoniza y tampoco lo convierte en dogma. (…) La Biblia nos presenta el trabajo con un horizonte más amplio y abierto que nuestra civilización. Dos peligros acechan al trabajo humano: la esclavitud y la idolatría. El trabajo, que es una de las expresiones de nuestra realidad de imágenes de Dios, puede hacerse adorar y, como todo ídolo, exigir sacrificios. Sólo el trabajo y el reposo, sin idolatrías ni esclavitudes, nos permiten expresarnos como imágenes de Dios. La Biblia no concibe el trabajo desconectado del descanso. (…) El descanso sabático no es simplemente una interrupción del trabajo, más bien es un espacio de fecundidad que debe irradiar a toda la vida cotidiana. Es, en verdad, el momento privilegiado de atribución de sentido y supone otra actitud, no tanto en la línea del qué y del cómo hacer, sino en la línea del por qué. (…) Trabajar sin descanso es de esclavos, y no de trabajadores libres (que son los hijos de Israel, liberados de la esclavitud de Egipto). La absolutización del trabajo lleva al agotamiento del hombre y de la naturaleza (…). A partir del momento en que el día de descanso deje de fecundar los otros seis días de la semana, el hombre volverá a utilizar el trabajo como mecanismo de opresión y estará transformando la sociedad en una casa de esclavitud”.

1 Tomado de E.E. GASDA, Fe cristiana y sentido del trabajo, 87 ss

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La misma línea se mantiene en los escritos de los Padres. Para ellos, el trabajo no es algo servil, sino al contrario, es un “opus humanum”: el trabajo desarrolla al hombre, mientras que el ocio lo perjudica. Y lo desarrolla porque colabora con la obra creadora de Dios e incluso puede servirse de su trabajo para realizar obras de caridad: con el fruto de su trabajo no sólo come él el pan, sino que alimenta también a los demás. De esta manera, los Padres nos van dando ya claves acerca del sentido del trabajo: se abre a una relación con Dios con quien colabora, se abre a una aportación al bien común a través de sus propias obras y a través de la vivencia de la caridad en el corazón mismo del trabajo.

3.-El trabajo: sentido, dimensiones y fines Estamos tan acostumbrados a considerar el trabajo humano como otro factor en

el sistema de producción que nos cuesta entender su verdadero sentido y valor. Hoy el trabajo ha sido reducido a puro valor de cambio, es esencialmente actividad productiva y remunerada. Desde luego que el trabajo tiene una dimensión económica fundamental, pero es mucho más que eso: es un bien de la persona, una dimensión esencial de su existencia, un acto de la persona que ha de contribuir a su proceso de humanización. “El trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza” (Prólogo, LE).

Descubrimos así cuál es el sentido del trabajo que no es un mero “hacer para tener” que aunque en sí es un fin llega a esclavizar, sino “hacer para ser”, para desarrollarse como persona. Aquí encuentra su dignidad y valor. Si el trabajo contiene una tal dignidad, hay que realizarlo de forma humana y permitir que los demás se humanicen por él y con él. Sin embargo, la historia reciente de la DSI nos recuerda que lo que está en juego en el trabajo es la dignidad de la persona: “las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana” (GS 27). Son evidentes las situaciones de explotación con las que muchas veces se ha vivido el trabajo, en un fuerte proceso de mercantilización de la fuerza del trabajo, con relaciones inhumanas que en él se han establecido… Todo ello nos obliga a situarnos moralmente ante el trabajo: desde el mismo trabajador (cómo lo vive él personalmente) y ante el propio trabajador. Y desde un punto de vista integral, que el capitalismo pretende olvidar. Tan importante es hoy el trabajo que su situación condiciona la vida del hombre, de la familia (hoy se habla de conciliación de la vida familiar y laboral), de la sociedad. Por eso, el trabajo hoy se ha convertido en la “clave esencial” de toda la cuestión social (LE 3): en definitiva, es difícil entender lo que pasa en la sociedad prescindiendo de las relaciones que se establecen en torno al trabajo, pues este atraviesa el conjunto de la vida personal y social.

Este es precisamente el problema del trabajo hoy. Si para el creyente, a través del trabajo se hace una contribución personal al proyecto de Dios sobre la historia (GS 34) y se colabora al propio desarrollo de la humanidad y del propio individuo (GS 35),

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la fractura que hoy existe en nuestro mundo es la fractura total entre la actividad humana y el sentido del trabajo. Bien se puede hablar de una alienación, en el sentido de que el fruto del trabajo es quitado al trabajador. No tanto en el sentido de Marx (que hablaba, con su tesis sobre la plusvalía, de que el trabajador era “alienado” porque no se le daba lo que le correspondía), aunque también en tantos países, sino en el sentido de que hoy el trabajador no sabe ni para quién trabaja, ni lo que trabaja… En ese sentido, es alienado del significado y de la finalidad de su fatiga. Es más, está tan introducido en la dinámica liberal, que tampoco le interesa conocerlo pues para él el momento humanizador no es el trabajo, sino el tiempo libre…

La enseñanza social, para ayudarnos a comprender esta realidad, distingue entre dimensión objetiva y dimensión subjetiva del trabajo. Sigue en eso los planteamientos de Platón y Aristóteles que distinguían en los actos humanos entre el hacer y el actuar. Por dimensión objetiva tendríamos que entender su capacidad productiva, es decir, su capacidad de transformar y de dominar por la técnica los bienes materiales. Hace referencia al hacer, al trabajo “entendido como una actividad transitiva, es decir, de tal naturaleza que, empezando en el sujeto humano, está dirigida hacia un objeto externo” (LE 4). En sentido objetivo el trabajo hace referencia a dos cosas: a los instrumentos que el hombre utiliza para el trabajo (técnica y organización del trabajo) y lo que produce con su trabajo, lo que contribuye a la vida social con el mismo. Cabe aquí hablar de un distinto valor según los trabajos. Será más valioso un trabajo que responsa a las necesidades sociales que el que no, un trabajo más productivo que el que lo es menos, un trabajo bien hecho que uno mal realizado…

La dimensión subjetiva es la capacidad que posee todo trabajo de desarrollar la dignidad personal del trabajador. Hace referencia al actuar, pues, al ser un acto humano, tiene esa capacidad de perfeccionar. “Mediante el trabajo, el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a sus propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre; es más, en un cierto sentido, se hace más hombre” (LE 9). “Como persona, él trabaja, realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo; estas, independientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la realización de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona que tiene en virtud de su misma humanidad” (LE 6). En esta dimensión no cabe una jerarquía de trabajos: todos tienen el mismo valor pues son realizados por una persona y forman parte de su ser personal.

La conclusión a la que llega el discurso social es que “las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva” (LE 6). Por tanto, el fundamento del valor del trabajo (y del trabajador) no es su dimensión objetiva, el valor de su quehacer, sino que es la persona la que trabaja, el sujeto del mismo, que está llamado a realizarse en él. El trabajo ha de tener, por tanto, como finalidad a la persona. La conciencia de la dignidad de la persona es el límite y el gozne sobre el que se va a estructurar todo el pensamiento acerca del trabajo por parte de la doctrina social.

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Esta primacía de la dimensión subjetiva sobre la objetiva, o lo que es lo mismo, la primacía axiológica del trabajo y del trabajador, tiene enormes consecuencias de carácter práctico. Señalamos algunas2:

+la dignidad de la persona humana reclama un trabajo digno, porque el trabajo es una vocación de Dios

+el trabajo debe de estar en función de la persona, y no la persona en función del trabajo, pues hay una primacía del hombre sobre el trabajo. Es todo lo referente a la organización del trabajo que ha de contemplar todas las dimensiones del ser humano, también su dimensión familiar.

+el trabajo es un bien de la persona y por tanto, una necesidad del ser humano donde expresar su humanidad y crecer como persona. El drama del paro se entiende así en toda su crudeza y mordacidad.

+en el trabajo, la persona debe poder realizar su ser sujeto y protagonista, realizarse como persona

+el trabajo no puede ser considerado como una cosa, pues no es una mercancía ni un elemento impersonal. Ha de ser respetado precisamente por el valor que le confiere la persona que lo realiza. En definitiva que se respete que “el trabajo es para el hombre no el hombre para el trabajo” (CDSI 272).

De entre todas subrayamos que el trabajo está por encima del resto de realidades económicas y factores de producción, incluido el capital.

Igualmente, la enseñanza social ha distinguido siempre varias finalidades al trabajo (GS 67). En efecto, por el trabajo la persona se perfecciona en el conocimiento de sus propias posibilidades con el consiguiente dominio y proyección que sobre la materia puede realizar de su propio ser. Pero no solo eso, en el trabajo el hombre entra en relación con otros hombres, en una puesta en valor de su dimensión social. Porque trabajar “es trabajar con otros y trabajar para otros” (CA 31). De esta manera contribuye a la construcción del bien común y sirve a los hombres con los que se une de una manera estrecha. Complementario a eso, hay que subrayar la dimensión social que tiene todo trabajo: el trabajo tiene que respetar esa vinculación social que tiene la persona, que no es un mero ser individual, sino que se haya vinculada a otros con los que convive, especialmente la familia. Finalmente, por el trabajo el ser humano coopera con la obra inconclusa de la creación encontrándose misteriosamente con el Absoluto. Proyectando la imagen del Dios que ha dejado su huella en su corazón desde la creación se convierte en “co-creador” de este mundo, ejerciendo siempre un dominio referido al único Creador (PP 27). Y a través del trabajo nos identificamos con Cristo y con su misterio de Redención, a través de la ofrenda oblativa del sufrimiento que supone.

En resumen: Flecha resume así los planteamientos de la ética cristiana ante el mundo del trabajo: “tanto el trabajo como el ocio han de tener una dimensión específicamente humana y humanizadora, es decir, liberadora. El cristiano vive su trabajo y valora el de los demás como un signo privilegiado de su dignidad personal, de 2 F. GARCÍA MATEOS, El trabajo, vocación divina y dignidad de la persona. A los XX años de la publicación de Laborem Exercens, Corintios XIII 144 (2012).

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su dominio sobre el mundo, de su solidaridad con los demás hombres y mujeres. La fe lleva a creer que tanto el trabajo como el descanso, cuando son realmente humanos, vinculan al hombre con la obra creadora de Dios, con el misterio pascual de Cristo, con el proyecto del mundo nuevo que el Espíritu mantiene vivo en los proyectos de los hombres”.

4.-El trabajo: deber y derechosPresentada la importancia y función que el trabajo desempeña en la vida

personal y social, es evidente que este se convierta en un deber insoslayable por parte del individuo (LE 16). Un deber que supera la mera función utilitarista de poseer a través suyo unos bienes, para adquirir una dimensión ética por la que se contribuye al todo social del que forma parte, al desarrollo más pleno del mundo y del propio ser humano. Deber que supone un compromiso por el trabajo bien hecho, por la propia responsabilidad y profesionalidad en el mismo, como una manera concreta de realizar un buen servicio a los que necesitan del fruto de nuestro trabajo. Pero un deber que, precisamente por eso, se convierte también en derecho, y que obliga a la sociedad, principalmente al Estado, a facilitar las posibilidades reales para que este pueda ser ejercido en condiciones y pueda así cumplir sus propios fines. Un trabajo digno, o como enseña Benedicto XVI, un trabajo decente (CV 63). El pleno empleo es, por tanto, el ideal de una sociedad justa y digna del hombre.

Lo contrario del trabajo es el paro que es una auténtica calamidad personal y social por lo que la lucha por el pleno empleo debe de ser uno de los objetivos prioritarios de cualquier gobernante. Pero no sólo el gobierno tiene la responsabilidad directa en la cuestión del empleo. Ya la Didaké 12 recomendaba a la comunidad cristiana que facilitara un trabajo a los cristianos recién llegados. Hoy se habla de que esto es deber del “empresariado indirecto” es decir, aquellas personas o instituciones que son capaces de orientar, a nivel nacional o internacional, la política del trabajo o de la economía, tienen una grave responsabilidad. En este tema habría que situar la moralidad del pluriempleo que se presenta casi siempre como inmoral en las actuales circunstancias.

¿Cuál es el papel del Estado en la promoción del trabajo? Desde luego que su deber no es asegurar directamente el derecho al trabajo de todos los ciudadanos, sino que su tarea, desde el principio de subsidiaridad, consiste en secundar las iniciativas empresariales creando condiciones que posibiliten el empleo (CDSI 291).Y cuando el trabajo no existe, el Estado ha de garantizar unos ingresos mínimos que no tienen por el trabajo (derecho al paro).

De esa dignidad de la persona que desempeña un trabajo, se desarrollan una serie de derechos que la enseñanza social ha tratado de enunciar en numerosas ocasiones: “el derecho a una justa remuneración; el derecho al descanso; el derecho a ambientes de trabajo y a procesos productivos que no comporten perjuicio a la salud física de los trabajadores y no dañen su integridad moral; el derecho a que sea salvaguardada la propia personalidad en el lugar de trabajo; el derecho a subsidios

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adecuados e indispensables para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias; el derecho a la pensión, así como a la seguridad social para la vejez, la enfermedad y en caso de accidentes relacionados con la prestación laboral; el derecho a previsiones sociales vinculadas a la maternidad; el derecho a reunirse y a asociarse (CDSI 301). Derechos desvelados a través de la lucha del movimiento obrero y que han de ser concretados históricamente según las posibilidades de cada sociedad.

Nos detenemos en algunos de estos derechos:-El derecho a un salario justo3: la cuestión del salario ha sido una de las que más

han sido tratadas por el pensamiento social. En el mismo está en juego la justicia de un determinado sistema socioeconómico (LE 19), pues es el instrumento para repartir la renta y hacer posible el acceso a los bienes. Por ello, la Iglesia se ha esforzado en establecer unos criterios fundamentales que nos ayuden a discernir la justicia de un salario, y que va más allá del simple acuerdo entre las partes. En definitiva, reivindicar la cuestión del salario justo es enfrentarse directamente con la lógica del liberalismo que lo quiere introducir como un factor de producción más, ajustado a la ley de la oferta y de la demanda. Precisamente ahora se vuelve a reivindicar el incremento de salario vinculado a la producción. Habría que recordar el criterio conciliar: “La remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común” (GS 67). Como se ve, para determinar el salario justo no basta con la justicia conmutativa (la equivalencia entre lo que se da y se recibe), o lo puramente legal: eso supondría negar la función social del trabajo y separarlo de la persona que lo realiza. Hay que enriquecerla con la justicia social.

Además de las condiciones del salario justo, la Iglesia ha propugnado el salario familiar. El salario familiar será “aquel que sea suficiente para fundar y mantener dignamente una familia y asegurar su futuro” (LE 19). Son varios los modos de concretar este salario familiar, que no necesariamente tienen que venir del empresario directo. La enseñanza social recuerda especialmente que al salario familiar contribuyen todas las ayudas sociales, las políticas familiares, la política fiscal, el reconocimiento económico de la maternidad, los subsidios y otras prestaciones.

-El derecho de asociación: se encuadra en la necesidad de fomentar el principio subjetivo en la sociedad, animando formas de participación, también en la empresa y en el mundo laboral. El sindicato es hoy la manera moderna y jurídicamente regulada del ejercicio de este derecho de asociación de los trabajadores. Los sindicatos son asociaciones de trabajadores que defienden los intereses vitales de los trabajadores. Se basan en la solidaridad y su razón de ser es el bien común: se pueden considerar, por tanto, que son indispensables en la vida social. En el pensamiento de la Iglesia, dominado por la idea de la colaboración entre clases sociales, los sindicatos no desempeñarían únicamente una función de clase como exponentes de la lucha de clases, sino que son promotores de la lucha por la justicia social y por los derechos de los trabajadores (LE 20): derechos que no son defendidos contra otros, sino que, movidos 3 Un buen resumen de toda esta cuestión en: F.C. DÍAZ ABAJO, El salario en la Doctrina Social de la Iglesia, Noticias Obreras 1531(2012) 18-28

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por el amor, se esfuerzan a favor de lo que es justo en una sociedad. Las consecuencias son que, “siendo ante todo un medio para la solidaridad y la justicia, no puede abusar de los instrumentos de lucha; en razón de su vocación, debe vencer las tentaciones del corporativismo, saberse autorregular y ponderar las consecuencias de sus opciones en relación al bien común” (CDSI 306).

Desde aquí se perfilan muy bien las funciones del sindicato que están hoy llamados a un profunda renovación (CV 64). Fundamentalmente la función de defensa de los derechos de los trabajadores y de reivindicación; pero junto a esta, la función de representación de los trabajadores y la de educación de la conciencia social de los mismos. Además, tienen también una función de colaborar con otros agentes en la gestión de la cosa pública influyendo en el poder público, pero sin ser partidos políticos ni estar sometidos a los mismos.

-el derecho de huelga: es otro de los derechos de los trabajadores, también amparado en la Constitución, tras largos siglos de lucha del movimiento obrero. Habría que recordar aquí las famosas “cajas de resistencia” que permitieron la permanencia en la reivindicación de causas justas. Se puede definir como “el rechazo colectivo y concertado, por parte de los trabajadores, a seguir desarrollando sus actividades, con el fin de obtener, por medio de la presión así realizada sobre los patronos, sobre el Estado y sobre la opinión pública, mejoras en sus condiciones de trabajo y en su situación social” (CDSI 304). En la doctrina social se le considera un mal menor para solucionar los posibles conflictos que se plantean entre capital y trabajo: “un medio necesario, aunque extremo” (GS 68). Para hablar de legitimidad se establecen algunos criterios situados siempre en el marco del bien común: después de haber agotado todos los demás medios para solucionar el conflicto, que el beneficio obtenido sea proporcionado a los problemas ocasionados, que sea un método pacífico y que no busque objetivos ajenos a los puramente laborales (por ejemplo, fines políticos). Hoy se cuestiona mucho en servicios necesarios para la población.

Para profundizar:-leer GS 67+J.R. FLECHA, Moral Social. La vida en comunidad (El trabajo humano 231-254).+J.SOLS LUCIA, Pensamiento social cristiano abierto al siglo XXI (Trabajo 189-220).+A. GALINDO, Moral Socioeconómica (Ética del trabajo 285-314)

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