15 NOV 1922

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Ensayo sobre la masacre de obreros en Guayaquil Ecuador ocurrida el 22 de noviembre del año 192

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ANTECEDENTES

 Hacia el año de 1922, la oligarquía comercial-exportadora-bancaria del puerto de Guayaquil gobernaba la república a través de su títere el Dr. Luis Tamayo, ex-abogado del banco Comercial y Agrícola. Esta elite reducida, conocida como los Gran Cacao, formaba una poderosa y excluyente plutocracia que controlaba la política económica del país la que se reducía a poner en circulación, a través de sus bancos, las divisas que provenían de las ventas de la “pepa de oro” para importar las mercancías, incluso de consumo diario, de las que carecíamos. (Arroz, Aceites, Quesos, Pólvora, Conservas, etc.)

Igual que ahora, la sociedad estaba dividida en tres grandes clases: capitalistas dueños de las empresas, propietarios medianos y pequeños que forman la clase media y los trabajadores en general, sin medios propios de producción. Los cambios económicos resultantes de la revolución liberal estimulaban en la inversión de industrias y fábricas, empresas de transporte público, medios de comunicación, bancos, energía, agroindustrias, etc., de tal modo que una incipiente clase obrera se diferenciaba del grueso de la clase trabajadora.

La revolución alfarista liberó también a la sociedad de los prejuicios que la retorcida visión religiosa tenía sobre la mujer, abriéndole el espacio necesario para su realización como ser humano; es así que por estos años no extraña su aporte en la escena política y su participación en forma activa en múltiples campos. Ellas serían un apoyo inestimable al Gran Movimiento Obrero, en especial las que formaban parte del Centro “Rosa Luxemburgo”, quienes fueron las que se encargaron de hacer las banderas, realizar colectas para la causa y las primeras en las marchas y manifestaciones, cantando el himno “Hijos del Pueblo”.

Las asociaciones mutuales, creadas también por Alfaro, se convirtieron en centros de discusión permanente de las nuevas ideas que provenía del proletariado triunfante de la revolución rusa, despertando la conciencia del pueblo, creando expectativas para un posible mundo mejor y generando una discusión generalizada con la activa participación de todas las clases sociales. Eran tiempos de ascenso revolucionario en todo el planeta, en

los que el fantasma del cambio de sistema aterrorizaba a los grandes capitalistas del mundo. El terror rojo era una constante en todos los salones exclusivos de la época y Lenin un demonio al que había que aniquilar.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, la industria de las grandes potencias europeas quedó totalmente destruidas perdiendo la influencia que tenían sobre los mercados de los países sudamericanos, circunstancia que aprovechó el Tío Sam para apoderarse de ellos e imponer su dura mano, e invocando la doctrina Monroe inició un proceso de expoliación de nuestros recursos en beneficio del capital monopólico.

El cambio del centro de las operaciones comerciales de París y Londres hacia la Bolsa de Nueva York, trajo aparejado nuevas condiciones para la venta del cacao impuestas por la fortalecida potencia norteamericana, las que, junto a la caída del precio del cacao de veinte

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a seis centavos la libra, más las plagas que azotaban la producción nacional, incidieron en la salud económica del grupo agro exportador-comercial-bancario, quienes trasladaron sus dificultados en los hombros del pueblo, utilizando para ello su sistema bancario a través del cual lograron devaluar nuestra moneda en más del 100% en el lapso de dos años, de 2,25 en 1920 a 4,65 sucres por dólar en noviembre de 1922.

La especulación con el cambio de la moneda trajo aparejado el alza del costo de la vida, pues no olvidemos que se importaba casi todo; así, la libra de arroz criollo se cotizaba a veinte centavos de sucre la libra, el café molido a ochenta, la mantequilla a un sucre quince, la carne de buey con hueso a treinta, la libra de cebolla, más cara que el arroz, a veinticinco centavos, la azúcar a veinte ¿Cómo alimentaba un obrero a una familia de cinco o seis personas ganando un sucre al día? Imposible. La situación de las clases trabajadores, que percibían salarios menos que mínimos se agudizó con la especulación cambiara creando un cuadro de miseria e injusticia generalizado de la sociedad.

LA HUELGA FERROVIARIA

El 17 de octubre de 1922, cansados de soportar por más tiempo el trato inhumano que le daban los gringos, los obreros del Ferrocarril del Sur, presentan un pliego de peticiones al concesionario de la vía, el

norteamericano Mr. Dolbbie, las que son recibidas con total indiferencia. Ante esta actitud de soberbia, dos días después los obreros del terminal Eloy Alfaro “Durán”, cerraron la vía férrea a Bucay y decretaron el paro impidiendo el ingreso y egreso de personas y víveres hasta la ciudad de Guayaquil. La medida del paro ferroviario causó conmoción pública pues era la primera de esa naturaleza que se tomaba en el país.

Muchos sectores de la clase media vieron con simpatía la posición de los obreros y hasta algunos editoriales periodísticos hablaban a favor de los derechos obreros, señalando el estado de miseria generalizada sin criticar el grado de sobre-explotación que existía y culpando de esa situación a la especulación del cambio de las divisas. El gobierno también evadía la responsabilidad y

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etiquetaba al paro de “político” responsabilizando a la oposición de ser la autora intelectual del hecho. Los Gran Cacao, temerosos del fantasma rojo, exigieron la movilización del Batallón Marañón, que se encontraba en Babahoyo al mando del general Barriga, al que ordenan militarizar la población de Durán para disuadir a los huelguistas que exigían el cumplimiento de sus derechos laborales contemplados en la Constitución pero que nadie los respetaba.

La Asamblea de los Trabajadores Ferroviarios no se amedrentó ante la ocupación de los militares ni cedió ni un milímetro, manteniéndose pacíficos pero firmes en sus demandas de aumento de salarios, respeto a las 8 horas, trato humano, preferencia por la mano de obra nacional, pagos de sobre tiempos, etc. Sin miedo ante la muerte se produjeron actos heroicos como el de Tomasa Garcés, una mujer del pueblo que con sus tres hijos y envuelta con la bandera nacional, se tendió sobre los rieles para impedir el paso de un tren que venía con rompe-

huelgas contratados por el general Barriga. Como respuesta a la militarización de Durán los obreros endurecen su posición impidiendo la entrada de los vagones con víveres a Guayaquil y cierran el depósito de agua que abastecía al puerto.

Inmediatamente muchas organizaciones de clase se adhieren al movimiento de los ferroviarios. La Sociedad Cosmopolita de Cacahueros, “Tomás Briones” y la Asamblea de Trabajadores Regional Ecuatoriana, con ocho delegaciones, convocan a una gran manifestación para el día 22 de octubre para canalizar las simpatías de múltiples sectores sociales que se suman a las justas peticiones obreras, liderados por Antonio Moya, destacado dirigente ferroviario y negociador del pliego de peticiones.

El día 27 es traído casi a la fuerza, en un tren expreso autorizado por los trabajadores, el mismísimo Mr. Dobbie, Gerente General de la Empresa de Ferrocarriles, por el General Barriga, quien había empeñado su palabra a los dirigentes obreros en negociaciones previas. Finalmente, luego de diez horas de negociaciones públicas frente al pueblo y muchos curiosos que se desplazaron a Durán, se firmó a satisfacción de las partes, en la madrugada del día 28 de octubre, un documento de conciliación en el que se aceptaba por la parte patronal los requerimientos obreros. Fue una conquista que fortaleció el movimiento clasista.

EL GRAN MOVIMIENTO PROLETARIO

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Nueve días después del triunfo de los ferroviarios, en la noche del lunes 6 de noviembre, los compañeros de las Empresas de Luz y Fuerza Eléctrica y los de Carros Urbanos de Guayaquil, que ya venían reuniéndose, se instalaron en Asamblea General, y redactaron sendos pliegos de peticiones que serían presentados en las respectivas gerencias a las nueve de la mañana del día miércoles 8, en los que daban veinticuatro horas de plazo fatal para su aceptación, en caso contrario, tocarían el silbato de la fábrica de Gas declarando el Paro General. Quedó claramente entendido entre los obreros, y esto es importante tenerlo en cuenta, que no se aceptaría el alza de los pasajes porque eso significaría que sus mejoras salariales serían sacadas de la escuálida economía popular y no de las ganancias de los empresarios.

La noche del miércoles, los gerentes y accionistas de las empresas, reunidos a puertas cerradas con el Gobernador, deciden actuar primero y movilizan, a la 5 de la mañana de día jueves, un pelotón de 50 hombres del batallón Sucre, con el que se toman los talleres de la planta de Luz y Fuerza y secuestran a los operarios de los motores a diesel obligándolos laborar, objetivo que no logran pues se encuentran con una férrea oposición de los obreros. Otro pelotón de 40 hombres resguarda los tranvías y los carros urbanos impidiendo su movilización. La ocupación militar provocó más bien un paro patronal que impidió a los obreros integrarse a sus puestos, forzándolos a la huelga.

Luego de estos hechos de prepotencia, la Gran Asamblea Obrera ordena que suene el silbato de la fábrica de Gas anunciando el inicio del Paro; se declara inmediatamente en reunión permanente; despacha oficios a las autoridades informándoles de la actitud tomada; y, nombra a los delegados obreros por cada una de las empresas en conflicto. Ante esta respuesta decidida y no esperada de los obreros por parte de las autoridades, y ante la eventualidad de quedarse sin energía, se apresuran a conversar con la dirigencia y solicitan un acuerdo “humanitario” con los huelguistas: recibir luz por lo menos en las noches. Los obreros aceptan la petición pero redoblan su acción política haciendo circular hojas volantes en las que convocan a la protesta, condenan la actitud de los “rompe huelgas y denuncian la actitud prepotente del gerente de Carros Urbanos pues su primera reacción fue cerrar uno de los talleres y despedir a los trabajadores que en él laboraban.

La conciencia solidaria de clase se manifestó inmediatamente. Todas las organizaciones populares que con profusión se habían creado meses atrás con la ayuda de estudiantes y activistas anarco-sindicalistas que se fueron a vivir en los barrios pobres donde organizaron al pueblo en asambleas y asociaciones de toda índole, se suman a la causa de los compañeros obreros en un verdadero movimiento proletario.

Desde el jueves los síndicos designados por los obreros (dos abogados de la clase media, Carlos Puig y Vicente Trujillo, que terminarían por venderse a los empresarios) realizan las gestiones tendentes a lograr los objetivos del pliego de peticiones, pero se encuentran con la actitud dura de los empresarios

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cuya estrategia no era otra que la de ganar tiempo para movilizar la fuerza pública de otras ciudades y concentrarlas en Guayaquil. Pasado el medio día una manifestación obrera recorre la ciudad dando vivas por la clase proletaria produciendo el clásico “cierra puertas” dejando desiertas las calles y pintando a la ciudad con un ambiente inusual.

La insistencia de varios editoriales de los medios de comunicación de justificar el paro responsabilizando a la especulación cambiaria como la causa principal de la miseria, claramente refleja el interés de ciertos sectores, posiblemente grandes comerciantes afectados por la especulación, que maniobraban desde la sombra para aprovechar la situación y utilizarla a su favor. Esos editoriales funcionaron después como cargas de profundidad sembradas en el inconsciente colectivo que se activaron en el momento más adecuado, como así sucedió.

Para el día viernes la lista de las asociaciones y ligas obreras ya es bastante extensa y sus delegados abarrotan el local. Los trabajadores del ferrocarril se suman al paro interrumpiendo el tráfico de trenes por lo que no ingresaban a Guayaquil los víveres de primera necesidad. Los obreros de la fábrica de gas para el alumbrado público también habían plegado reduciéndose significativamente las reservas de gas. El apagón era inminente.

El viernes por la noche, esos sectores en las sombras infiltran en la Gran Asamblea Obrera algunos agentes que desvían la discusión de los salarios sobre el problema del cambio y logran la creación de una comisión encabezada por V. E. Estrada para que estudie el problema. De nada sirvió la oposición de muchos compañeros obreros que argumentaban

que el pueblo no cambia dólares, que lo que le interesa es que le paguen mejor. Fue inútil, la carnada estaba puesta y el cepo listo a funcionar.

Todo el sábado fueron negociaciones, idas y venidas, comisión que va comisión que viene; al anochecer los obreros de Luz y Fuerza habían llegado a un acuerdo y estaban listos para firmar el Acta de Conciliación pero se abstuvieron solidarios porque la empresa de Carros Urbanos no decidía nada sobre el pliego de sus compañeros. Se esperaba que al día siguiente, domingo por la mañana, se firmara un acta definitiva favorable a los huelguistas aunque ya bien entrada la noche circuló el rumor de una reunión secreta habida en el Concejo Cantonal presidida por Carlos Arroyo del Río y los empresarios, donde habrían tomado una decisión de último momento. Se fueron a dormir con la sombra de esa traición.

En la mañana del domingo, la Gran Asamblea se aprestaba a firmar el documento final con el que se daba por concluido el conflicto, cuando uno de los síndicos llega con una comunicación del Consejo Cantonal en la que le “sugieren” a la Gran Asamblea que ésta le pida al Cabildo una autorización para el alza de pasajes, como única forma de cumplir con los reclamos obreros. Esta estratagema de los capitalistas colmó la paciencia de los obreros que se sienten burlados pues claramente habían dicho que no aceptarían el alza de pasajes, declaran irreversible al Paro General, cortan definitivamente el flujo de la energía eléctrica y crean cuadrillas de obreros comisionados a controlar el orden público. Desde ese momento Guayaquil se encontró bajo el control de la Gran Asamblea de Obreros lo que

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provocó el pánico de la elite gobernante que, atrapada por la prepotencia de sus actos, encontraría la salida en la brutal violencia. Esa noche la ciudad quedó sumida en las tinieblas alumbrada por los faros de los vapores anclados en la ría.

Al amanecer del lunes, piquetes organizados de trabajadores se desplazan cuadra por cuadra obligando a cerrar los negocios haciendo respetar la orden del Paro General y hacia las once de la mañana todas las fábricas están completamente paralizadas. A las dos de la tarde comenzó a cerrar el comercio y a las tres la Gran Asamblea anuncia oficialmente que el Paro General es completo, sumándose a él los tipógrafos de los diarios que pliegan al movimiento indicando que el del martes sería el último número de circulación de los diarios. Sin transporte, sin energía, con víveres escasos, y sin trazas de llegar a un acuerdo, las autoridades de Guayaquil desesperan y rompen abiertamente las negociaciones mientras los síndicos se comprometen

a volver donde los obreros para realizar un último esfuerzo.

Efervescentes eran las discusiones al interior de la Gran Asamblea, en especial sobre las directivas a seguir ante la rotunda negativa de los empresarios, que nadie se esperaba. El “qué hacer” generaba fuertes discusiones, muchas contradictorias, encontrados planteamientos que crearon fisuras en la dirección política de lo que se aprovecharon los agentes infiltrados para explotar las bombas de profundidad residentes en el subconsciente colectivo y dar un vuelco a la dirección del movimiento. Es así que la mayoría de los presentes terminan por aceptar la falacia, ampliamente difundida por la prensa, que el problema estaba en la especulación con el cambio de divisas y no en los míseros salarios que recibían, por lo que resuelve exigir al gobierno una regulación sobre el mismo. De nada sirvieron los argumentos de los compañeros dirigentes que insistían en el pliego de peticiones ni sus advertencias de traición al movimiento.

Hacia las ocho de la noche de ese lunes, los síndicos, al frente de una nutrida masa obrera, se llegan hasta la Gobernación y entregan a las autoridades la siguiente resolución de la Gran Asamblea: “...queda sin lugar todo lo negociado para preocuparnos de un problema mayor: la especulación con el cambio”... lo que provoca elocuentes discursos del Intendente y del Gobernador elogiando la madurez obrera y los convocan para las tres de la tarde para presentar un Proyecto de Incautación de Giros que sería telegrafiado

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directamente a la Presidencia de la República con un plazo fatal de veinticuatro horas para ser contestado. La manifestación se diluye entre vítores y júbilo popular.

El martes a las tres, una marea humana de casi treinta mil personas llegó a la Gobernación donde luego de volver a oír iluminados discursos telegrafiaron al presidente Tamayo exigiendo el control a la especulación cambiaria. Mucho después se supo que éste había contestado a las seis de la tarde con un telegrama cifrado al Jefe de Zona: “General Barriga, espero que mañana a las seis de la tarde me informará que ha vuelto la tranquilidad a Guayaquil, cueste lo que cueste, para lo cual queda usted autorizado. Presidente Tamayo”.

El miércoles por la tarde, ingenuos y confiados, hombres y mujeres con sus hijos acudían de todas partes a la Gobernación. Pero no era ya una masa combativa sino una masa sicológicamente derrotada que enarbolaba una bandera que no era la suya. Mientras nuevamente eran entretenidos por los falaces discursos de sus síndicos, el General Barriga cerraba el cerco mortal y terminaba de montar los detonantes que precipitarían la terrible carnicería que se desató.

Lo que ocurrió después de las tres de la tarde es inenarrable. La balacera fue total e indiscriminada. Para defenderse, el pueblo forzó los negocios para obtener armas, lo que después fue tergiversado como los “actos de vandalismo que causaron la masacre”, la que duró tres horas y que se calcula que murieron más de ochocientas personas entre niños, mujeres y hombres; muertos como resultado de la soberbia y el miedo de una elite reaccionaria a la que le fue más sencillo dar la orden de disparar que dialogar y desembolsar un par de sucres más de sus billeteras. Solo esto puede explicar la masacre genocida pues desde el lunes por la noche la Gran Asamblea había dejado de ser un peligro real para los privilegios de la plutocracia dominante.

Casa adentro, como experiencia en la lucha de clases, queda el conocimiento de los extremos a que llega la clase dominante por mantener sus privilegios, “cueste lo que cueste”. En cuanto a la dirección política del movimiento éste revela una gran falencia: la ausencia de una teoría política que le hubiera servido en la toma de decisiones para enfrentar los giros imprevistos de los que está plagada la lucha de clases y no perder la dirección política como ocurrió en la asamblea del lunes por la noche cuando aquella le fue arrebatada por los agentes infiltrados ante la desorientación de la dirigencia obrera. La insurgencia popular fue aprovechada por un sector de la clase dominante afectado por la especulación cambiaria logrando la aprobación del Proyecto de Incautación de Giros aprobado por Tamayo el día jueves y ya, para el viernes, la cotización había descendido a S/. 3,68 sucres por dólar, para la satisfacción de unos pocos.

Guayaquil, Abril de 2012

Francisco Perrone Coronel

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