15. Los Sacramentos - Comentarios de Teología Emergentista

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15. Los Sacramentos. -01- Los sacramentos cristianos sólo tienen sentido a la luz de la fe en Jesucristo. No sólo fe en el Jesús humanista, sino también en el Jesús escatológico. Esto es indispensable para entenderlos bien como signos anticipatorios – auténticos anticipos— de la plenitud del Reino de Dios, a la vez que conmemoraciones de Jesús y expresiones del propósito de seguirlo. Si se ha debilitado la consideración del humanismo de Jesús, como ha ocurrido en las Iglesias durante muchos siglos –y por desgracia sigue ocurriendo tan a menudo—, se han vaciado los sacramentos de su significado humano, de su referencia real al Jesús histórico, de su expresión comunitaria auténtica, de su carácter de vivencias sinceras en respuesta y acogida a la gracia liberadora de Dios. Así se les ha reducido a rituales mágicos meramente sociales, desprovistos en realidad de todo sentido cristiano.

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Los sacramentos cristianos sólo tienen sentido a la luz de la fe en Jesucristo. No sólo en el Jesús humanista, sino también en el escatológico. Esto es indispensable para entenderlos bien como signos anticipatorios –auténticos anticipos— de la plenitud del Reino de Dios, a la vez que conmemoraciones de Jesús y expresiones del propósito de seguirlo.

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15. Los Sacramentos.

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Los sacramentos cristianos sólo tienen sentido a la luz de la fe en Jesucristo. No sólo fe en el Jesús humanista, sino también en el Jesús escatológico. Esto es indispensable para entenderlos bien como signos anticipatorios –auténticos anticipos— de la plenitud del Reino de Dios, a la vez que conmemoraciones de Jesús y expresiones del propósito de seguirlo.

Si se ha debilitado la consideración del humanismo de Jesús, como ha ocurrido en las Iglesias durante muchos siglos –y por desgracia sigue ocurriendo tan a menudo—, se han vaciado los sacramentos de su significado humano, de su referencia real al Jesús histórico, de su expresión comunitaria auténtica, de su carácter de vivencias sinceras en respuesta y acogida a la gracia liberadora de Dios. Así se les ha reducido a rituales mágicos meramente sociales, desprovistos en realidad de todo sentido cristiano.

Si se ha debilitado o se ha perdido la fe en el Jesús escatológico, como suele ocurrir en ciertos ámbitos sólo “jesuánicos”, entonces se les atribuye valor exclusivamente como símbolos de actitudes y propósitos humanos, despojándolos de ser anticipos de los dones escatológicos otorgados por iniciativa de Dios en Jesucristo mediante su Espíritu.

No importa que los sacramentos sean 7, ó 304 (como pensó S. Agustín), ó 6, ó 2, ó 1.Creo que lo importante es que constituyan vivencias plenamente significativas de la fe en Jesucristo, en AMBOS sentidos indispensables e inseparables: el humanista y el escatológico A LA VEZ.

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Sólo así pueden abarcar lo necesario y suficiente para ser entendidos y vividos como conmemoraciones-anticipos-propósitos de la realización del Reino de Dios, el proyecto de Jesús y nuestro.

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Agradezco las valiosas indicaciones de Lenaers y de los comentaristas acerca de la eficacia de los sacramentos. Pienso que hay coincidencia general en que esa eficacia consiste en hacer conscientes a sus receptores, por la creatividad interna de sus signos, del Don gratuito de Dios.

Yo explicitaría el qué, el cómo y el cuándo de ese Don.

QUÉ: El reino/reinado de Dios entre nosotros; su Presencia, su Amor, su Paz, su Vida.

CÓMO: Por/con/en Jesucristo, con nuestra colaboración co-creadora y co-redentora.

CUÁNDO: En el hecho de la vida/muerte/resurrección de Jesucristo, que es a la vez pasado, futuro y presente. Pasado como histórico, futuro como escatológico, presente como proléptico (anticipo recibido del Espíritu Santo según nuestra fe, nuestra conmemoración y nuestro sincero propósito de colaboración).

Pienso que esta es la ventaja de quien experimenta una fe auténtica en Jesucristo: poder vivenciar comunitariamente, en conciencia, además de los evidentes dones actuales recibidos de Dios, sus dones escatológicos, mediante la obra de su Espíritu significada en los sacramentos. Vivenciar anticipadamente la futura transformación e incorporación a la plenitud del Reino, del Cuerpo Místico, que actualmente está todavía en germen y para cuyo desarrollo debe asumir un sincero compromiso de colaboración.Una ventaja de la fe que no puede considerarse de ninguna manera un privilegio, puesto que va acompañada insoslayablemente de la misión de hacer partícipes de ella a TODOS los que quieran aceptarla.

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Me parece muy claro que Lenaers no quiere proponer eliminar los “sacramentos de tránsito” (bautismo, confirmación, unción de los enfermos, orden sacerdotal, matrimonio) sino restaurarlos a su auténtico sentido originario, y adaptarlos a una praxis compatible con la mentalidad teónoma moderna. Es consolador constatar, con Lenaers, que lo originario es compatible con lo moderno, en alto grado.

Para ello hace una crítica muy certera y convincente, a mi juicio, mostrando la necesidad profunda y urgente de depuración que sentimos muchos cristianos-católicos, y que hacemos bien en manifestar para que la tengan en cuenta las autoridades eclesiásticas.

Quiero destacar en primer lugar que Lenaers, hablando del bautismo, pero también de forma extrapolable al resto de los sacramentos, reconoce la acción del Espíritu Santo como iniciativa de Dios previa a la acogida humana, y también que esa acción se

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realiza mediante una comunidad que “no es una organización cualquiera, ni un partido o asociación, sino que es la vid viviente y siempre en crecimiento que se llama Jesucristo”.Sin estos elementos no estaríamos hablando de sacramentos cristianos, sino de otra cosa, por muy respetable que fuera.

Respecto del bautismo, me parece que Lenaers recomienda abandonar el de niños (sustituyéndolo por una fiesta religiosa del nacimiento), e incluir bautismo y confirmación conjuntamente en un “sacramento de iniciación”. Dice: “Originariamente, confirmación y bautismo estaban tan unidos que entre ambos configuraban un solo sacramento de iniciación. Podría seguir siendo así. El bautismo, u otro rito de entrada, como se explicó más arriba, podría ser el signo que indica que uno es aceptado en la comunidad que está con Jesucristo y alrededor suyo, y la confirmación ser el signo de que mediante esta acogida se recibe participación en un nuevo espíritu, el espíritu y la convicción de Jesús, y en este sentido en el espíritu de Dios que guió a Jesús. Se puede mantener el signo de la antigua confirmación, que no era la unción sino la imposición de manos.”

En otras palabras, la idea sería despojar de su carácter sacramental de ‘bautismo’ a la fiesta-social-de-nacimiento que actualmente se celebra, y postergar este sacramento hasta hacerlo preceder de manera inmediata (o casi) a la confirmación, todo ello en edad adulta, cuando el bautizando/confirmando esté en condiciones de asumir un auténtico compromiso existencial con Jesucristo y su comunidad.

Me resulta muy convincente y aceptable. Es verdad que el bautismo de niños puede defenderse apelando al don gratuito recibido por pura iniciativa de Dios, mediante la familia y la Iglesia a que ésta pertenece, dejándose en manos de ese entorno familiar, social y eclesial el preparar la indispensable respuesta personal a dar posteriormente en la confirmación, ya con plena conciencia y compromiso. Pero eso no ha funcionado bien en la práctica, sino en marcado desmedro de la autenticidad y sacralidad de ambos sacramentos, como argumenta Lenaers. Y a mí me convence. El problema es cómo hacer esta transición convenciendo también a la mayoría de la sociedad católica, y especialmente a sus autoridades, de hacer el esfuerzo –y correr el riesgo— de que bautizados –y por lo tanto ‘católicos’— lleguen a serlo sólo los realmente dispuestos a comprometerse como verdaderos cristianos. Sin que ello signifique, de ningún modo, que los no-bautizados quedan excluidos de la salvación.

Añadiré que el bautismo/confirmación tiene, a mi parecer, además de su sentido evidente de conmemoración de Jesucristo y propósito de compromiso con él, un sentido de anticipo del don escatológico que será la participación (vía re-suscitación por/con/en Jesucristo) en el triunfo final sobre todo mal físico y moral, borrándose así la “precariedad original” conjuntamente con toda culpa personal. Creo que esto puede, y debe, expresarse “prolépticamente” –en términos de la fe cristiana— diciendo, aún con mentalidad teónoma, que el bautismo/confirmación “borra el pecado, original y personal, por gracia de Dios”.

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Lo sabemos todos muy bien: el agua limpia, lava, purifica. Para disponernos adecuadamente a cualquier acto social, nos lavamos, nos bañamos, nos duchamos. Así nos renovamos, nos transformamos, nos hacemos agradables, aceptables.

Una renovación total, una purificación completa, una transformación radical, queda bien simbolizada por una inmersión total en agua, y la emersión consiguiente. Y si se trata de simbolizar la renovación de la vida personal, la inmersión representa la muerte a la vida antigua y la emersión representa la resurrección (re-suscitación) a una vida nueva.

Este acto simbólico de inmersión/emersión en agua es lo que llamamos “bautismo”. Fue utilizado por Juan “el Bautista” para significar la renovación y pre-disposición requeridas ante la intervención inminente de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas a Israel. Quien se sometía a ese bautismo de Juan reconocía esperar la venida inminente de Yahvé, y se reconocía a sí mismo como necesitado de purificación para disponerse y presentarse adecuadamente ante los ojos de Yahvé; no le bastaba con ser descendiente de Abraham, no le bastaba con pertenecer al pueblo detentador de las promesas, porque ese pueblo se había hecho indigno e infiel; era necesaria una conversión personal a la fidelidad y la justicia, para hacerse digno de recibir a Yahvé.

Todo este significado fue aceptado y suscrito por Jesús, al recibir el bautismo de Juan. Pero en Jesús cobró un sentido actual. La intervención (heterónoma) de Yahvé anunciada por Juan vino a ser acción (teónoma) de Dios realizada por/con/en Jesús. Así fue como el “bautismo de agua” pasó a significar el “bautismo de Espíritu”. El Espíritu actualiza en el bautizado la vida/muerte/resurrección de Jesús, haciéndolo partícipe en el presente de su re-suscitación futura, escatológica.

Es, pues, un anticipo simbólico; realmente eficaz, gracias al Espíritu y a la fe con que se lo recibe. Quien se somete al bautismo de Jesús reconoce la venida presente y actual de Dios –ya, aunque todavía no— y se reconoce a sí mismo como necesitado de transformación, por la gracia del Espíritu, para poder ser partícipe desde ya del pueblo escatológico de Dios, el Cuerpo Místico de Jesucristo. La inmersión simboliza anticipadamente su muerte por mal físico y mal moral; la emersión anticipa su re-suscitación al bien moral y al bien físico, el triunfo total sobre todo mal, prometido y dispensado por Dios en Jesucristo.

Quien acude a recibir el bautismo de Jesús, recibe sus efectos escatológicos como auténtico anticipo, y queda bien dispuesto –por su fe— a realizar una vida consecuente, de fidelidad y de justicia según el Espíritu del Amor de Jesús que ha decidido y manifestado aceptar.Si lo hace así una persona adulta, queda comprometida a una vida consecuente con la Vida que ha recibido en anticipo-por-su-fe; si lo hace un niño, sus padres o tutores y/o padrinos quedan comprometidos a prepararlo para que lo haga de adulto, confirmando luego este bautismo y asumiendo este compromiso personal y libremente.

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Cuando decimos que “Jesús nos ha salvado”, que “Cristo nos libró del pecado original”, nos estamos refiriendo en realidad a que “con toda seguridad, Jesucristo nos librará al fin de nuestras limitaciones y males actuales”. Seguimos teniendo “un cuerpo mortal”,

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pero damos ya por hecho que tendremos “un cuerpo espiritual”. Seguimos con nuestra vida normal, pero ya nos sentimos resucitados.

El bautismo, como todos los sacramentos, es un anticipo, un signo anticipatorio de esa realidad futura con la que ya contamos. Anuncia y asegura lo que esperamos firmemente, y que vivimos espiritualmente en el presente. Es tan fuerte la seguridad que tenemos, que lo anticipado no es una mera suposición, no es solamente una esperanza incierta, sino una certeza total que nos hace sentirlo ya realizado en el presente.

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El bautismo es llamada por parte de Dios y respuesta por parte humana, a participar de la redención otorgada en Jesucristo, tanto escatológicamente (en el final personal y universal) como prolépticamente (en el “aquí y ahora” del bautizado, en su sociedad y comunidad). Pienso que así lo ha entendido y lo entiende nuestra Iglesia, en esencia; pero actualmente hemos heredado una práctica ritual que separa a menudo el símbolo sacramental de llamada de Dios (el “bautismo” de bebés) del símbolo sacramental de respuesta del bautizado (la “confirmación” de jóvenes). La respuesta de otros en lugar del bautizado, que supuestamente colaborarán a prepararlo para su futura confirmación, aunque tenga cierto sentido social válido, no puede sustituir a la respuesta sacramental personal que queda muy postergada, si es que llega a darse. Este orden de cosas desvaloriza y diluye el significado del sacramento completo, a mi juicio, en favor de una simple ceremonia social y eclesial de iniciación y festejo, bastante alejada del sentido auténtico del bautismo cristiano. Esto debiera arreglarse. La religión cristiana-católica no debiera ser preponderantemente “sociológica”. Y si ya no fuera cosa de hechos sociológicos sino de hechos personales y comunitarios, los certificados estarían de más, claro.

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[Comentario de Juan Luis:]“¡Vaya invento lo de esa ‘escatología’ salvadora!¡Claro que sí, hombre, el Alfa está incluído en el Omega (salvo el misterio de la libertad)! Saludos cordiales a los ‘escatologistas’.”

¡Efectivamente, hombre! la Omega está incluida en el Alfa, no “salvo”, sino contando con el misterio de la libertad.

El plan de Dios cuenta con nuestra aceptación o rechazo para realizarse o no. La autonomía (el azar) y la libertad son elementos esenciales del plan de Dios debido a su kenosis creadora.

Sin embargo, tenemos la firme fe –no puede ser otra cosa que fe, pero ésta nos basta— en que el Plan se realizará, porque su resultado lo vemos y lo recibimos ya (aunque todavía no), como anticipo sacramental por gracia del Espíritu. La fe firme en el final feliz no es en absoluto síntoma, ni menos agente, de determinismo.

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La escatología, que los cristianos hemos recibido en herencia de aquel “profeta escatológico” nazareno, debe ser parte fundamental de nuestra fe y alimento de nuestra praxis. Lo que algunos –me parece— olvidan, por centrarse exclusivamente en el humanismo, perdiendo así gran parte del sentido de la vida sacramental.

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Pienso que el pecado, y la culpa, es un lujo de la conciencia, de la libertad humana. Puesto que tenemos voluntad propia, podemos sentirnos culpables de no hacer la voluntad de Dios. Y su voluntad es: “amaos unos a otros como yo os he amado”. Cuando actuamos en contra de esa voluntad, pecamos. Y si somos conscientes de nuestro pecado, somos culpables. Y si tenemos en cuenta su gran amor, nos arrepentimos. Pero es una “feliz culpa”, pues mereció tan grande redención. “Si tu corazón te condena, Dios es más grande que tu corazón”.

Una trampa para la conciencia sería ignorar su culpa, negar su libertad, autojustificarse. Efectivamente, existen falsas culpas, escrupulosidades y responsabilidades producto de morales cerradas equivocadas. Pero no hay confusión posible en el Evangelio: la verdadera culpa consiste en la ofensa hecha a Dios al ofender a los demás. Sólo Dios es quien nos puede justificar –no nosotros mismos— si tenemos fe y le pedimos que perdone nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden, y pedimos perdón –reparando el daño en lo posible— a quienes hemos ofendido.

Pero el “pecado original” no es una culpa, sino nuestra participación, personal y cons-ciente, de la precariedad del universo en proceso de evolución creadora. Sólo Dios nos puede redimir plenamente también de esta precariedad, mediante Jesucristo. Y este es Su inmenso amor que nos ha puesto de modelo, para amarnos compasiva y solidaria-mente unos a otros.

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¿Cómo es posible que podamos ofender a Dios? ¿Cómo imaginar, sin antropomorfismo, que Él pueda sentirse agredido por nosotros?

¿Cuándo le hemos visto a Él hambriento o sediento, o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no le hemos asistido?-En verdad, en verdad, Él mismo nos lo ha dicho: cuando lo hemos dejado de hacer con uno de nuestros “hermanos más pequeños”, con Él no lo hicimos. Sin antropomorfismo.

Y cuando reparemos el daño efectuado a esos “hermanos pequeños”, en lo que sinceramente nos sea posible, y les pidamos perdón, a Él se lo estaremos pidiendo. Sin antropomorfismo.

Ellos, nuestros hermanos, querrán o no querrán, podrán o no podrán perdonarnos; pero Él sí querrá y podrá. Sin antropomorfismo.

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Cuando ofendemos a uno de nuestros “hermanos más pequeños”, a Dios ofendemos.Así quiso hacerse Él –el Trascendente, el Inmenso— de humano y de pequeño. Esta fue Su voluntad. Por eso PUEDE haber pecado contra Su voluntad.

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Al solidarizarse con todas las víctimas, Dios se hizo vulnerable; se hizo víctima en Jesucristo, y así, en Jesucristo, se identificó con cada víctima:“CONMIGO lo hicisteis… o no lo hicisteis”.

La solidaridad de Dios es com-pasión, pero no se queda en eso; también, sobre todo, es re-paración, re-habilitación, re-stauración, re-suscitación.“Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.”

Todo victimario es también una víctima, desde el punto de vista de Dios:“Él es bueno con los ingratos y los perversos.”

La rehabilitación del victimario-víctima, de parte de Dios, consiste en trasformarlo de injusto a justo, hacerlo-justo, justificarlo. Pero Dios no le impone esa justificación, sino que se la propone.“Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió a su encuentro…”

Todos somos, en alguna medida, víctimas y victimarios. Con TODOS nosotros se ha solidarizado Dios, para rehabilitarnos, repararnos, restaurarnos, resuscitarnos, en cuanto víctimas… y para justificarnos en cuanto victimarios.“No necesitan de médico los sanos, sino los que están enfermos.”

En esto consiste su perdón; en una completa rehabilitación-justificación que apela a nuestro perdón mutuo:“Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso. Perdonad y seréis perdonados.”

La trasformación por obra del Espíritu es el re-nacimiento espiritual necesario para entrar al reino/reinado de Dios, para ser incorporado al Cuerpo Místico de Cristo:“Si no dejas que te lave, no tendrás parte conmigo.”¡Puede empezar ahora! Ya, en el sacramento de la ‘confesión’ (aunque todavía no). Como un anticipo, por gracia del Espíritu, de la rehabilitación escatológica personal y universal.

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El perdón cristiano es un “triálogo” entre Dios, el cristiano perdonador, y el perdonado. La iniciativa del triálogo empieza en Dios, sigue en el perdonador y luego en el perdonado. El primer trialogante nunca falla, el segundo no debe fallar, y el tercero ojalá no falle. Si cualquiera de los trialogantes falla y no continúa el triálogo, el perdón muere. Si no muere, todos Viven; el segundo y el tercero con el primero.

Ojalá pudiéramos cerrar las cárceles porque todos, perdonadores y perdonados, fuésemos cristianos sinceramente dispuestos a mantener el “triálogo” con todas sus

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consecuencias. Eso llegará escatológicamente; es lo que pedimos en el Padrenuestro. Pero mientras no llega… tendrán que seguir conviviendo en nuestras sociedades la ética de la Creación junto con la ética de la Redención… con las dificultades inherentes.

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Lenaers propone que el sacramento de la ‘confesión’, en su forma teónoma, fuera una “fiesta de curación orientada hacia un proceso de mejoría existencial… un momento de intensidad en el proceso curativo que abarca toda nuestra vida…, con un rito que se desarrollara en una atmósfera inspiradora, en la que la oración, el canto, la meditación y el anuncio jugasen un papel creativo, mediante la participación de la comunidad…, y donde la eficacia salvífica de Jesús glorificado, en la comunidad que celebra, se haga visible en un gesto ritual como la imposición de manos.”

Me parece bien, siempre que en ese rito queden bien destacados:

-La iniciativa solidaria salvadora, rehabilitadora/justificante, de Dios en Jesucristo. NO se trata de una especie de “catarsis autojustificadora” experimentada por los participantes; se trata de recibir la justificación ofrecida sólo por Dios en Jesucristo, tal como está expresada en el NT.Lenaers habla de: “dejar que este Dios nos penetre para cambiarnos poco a poco… nos deslizamos hacia el llamado a la misericordia, la liberación y la consumación, en lenguaje bíblico: redención. Con ello damos testimonio de que no podemos salvarnos a nosotros mismos… Él sigue llamando a la puerta, nos presiona a pesar de nuestra mala gana, hasta que cambiemos, nos abramos, salgamos de nuestra miseria, seamos sanados de nuestro tormento.”

-El reconocimiento personal, particular en cada conciencia, de “la dislocación existencial” producida por determinadas actitudes y hechos concretos de la vida de cada uno, que han ofendido a otros y por lo tanto a Dios (“...conmigo lo hicisteis”). Actitudes y hechos tales como los ejemplificados en los evangelios (Mateo25, parábola del buen samaritano, etc.). NO debe tratarse de concienciar sólo una vaga “sensación de angustia existencial colectiva”, que no se dirija además concretamente hacia la praxis y la renovación personal de cada participante, expresada explícitamente en la intimidad de cada cual, por lo menos.

Y hasta me parece que un rito sacramental así -o muy similar- ya se celebra, aunque no sea con el beneplácito de las máximas autoridades eclesiásticas. (Pero sigue siendo el sacramento; y más adecuadamente, en mi opinión.)

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Lenaers rechaza que los presbíteros –“ancianos”, en su sentido originario— hayan sido convertidos, a partir del siglo V, en hombres dotados de poderes milagrosos, “una suerte de magos”, por obra de un rito de ordenación o consagración. Propone devolverlos a su papel de “presidentes de asamblea” nombrados por la comunidad para desempeñar este servicio y para “anunciar y guiar en el camino de la fe… mantener viva la fe en Dios y en Jesucristo”.

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El sacramento de la ordenación queda como un rito de encargo e instalación en ese papel especial, simbolizado mediante “la imposición de manos sea por toda la comunidad o por su representante”.

Cabe entonces pensar en algún procedimiento de selección, preparación y nominación de los hombres y mujeres más idóneos para desempeñar esas funciones, teniendo en cuenta que las comunidades involucradas no son solamente las comunidades locales en donde residirán circunstancial y temporalmente, sino toda la comunidad cristiana-católica universal. Ello implica, inevitablemente, crear una organización similar a la plasmada tradicionalmente, incluido el desarrollo de jerarquías. Recordemos lo que decía Lenaers anteriormente, en el capítulo 6 de su libro:

“¿Significa entonces que la teonomía anuncia el fin de la jerarquía y que hay que deshacerse de ella? De ninguna manera. Cualquier organización humana, por tanto también la Iglesia, necesita esa estructura y la sigue desarrollando. Pero eso no supone que se deba entender a las estructuras eclesiásticas de autoridad como derivadas del Dios-en-los-cielos, con la más alta concentración de poder arriba y con absoluta falta de poder abajo. Una idea teónoma de la Iglesia no lo piensa así. Más bien se imagina las líneas de autoridad como subiendo hacia arriba y desarrollándose desde el Dios-en-la-profundidad, desde el Dios cuyo Espíritu vive en todo el pueblo de Dios, y entonces éste crea las formas de autoridad y de dirección, igual que lo hace cualquier otro organismo al hacer brotar los órganos necesarios en virtud de su dinámica vital.”

Toda esta estructura seguirá siendo necesaria, pero los presbíteros y clérigos que la constituyan no necesitarán ser hombres célibes revestidos de poder sagrado y autoridad impositiva, sino hombres y mujeres “no tanto consagrados, cuanto inspirados y creyentes” entregados al servicio y puestos a disposición de la comunidad, pudiendo ser célibes o casados sin detrimento alguno de sus funciones.

Lo suscribo.

También suscribo gustoso cuanto dice Lenaers acerca del sacramento del matrimonio. Destaco algunas frases:

“El signo sacramental [del matrimonio] es la confirmación ritual que un hombre y una mujer hacen del vínculo existencial muy especial que existe entre ellos. Lo que se señala mediante este sacramento y lo que se revela y realiza es el vínculo aún más existencial que existe entre Cristo y su comunidad… Ni la indiferencia ni el odio pueden valer como vínculo existencial entre seres humanos. Sólo el amor merece este nombre. Sin el amor no hay vínculo matrimonial. (…)El problema que ella [la Jerarquía] ha suscitado es atribuirle valor absoluto y eterno a una palabra de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, para luego tener que vérselas con la amarga realidad de la culpa humana, la impotencia humana y el dolor humano. Pero, ¿por qué interpreta la Jerarquía precisamente esta palabra de Jesús en forma tan estrecha y exigente, mientras que podría haber hecho de ella, con el mismo derecho, un ideal santo y digno de luchar por él?”

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Pienso que la Eucaristía es un acto simbólico y significativo, de una extraordinaria riqueza. Sería difícil describir aquí en pocas palabras toda esa riqueza. Sólo diré que creo que sus símbolos se refieren al pasado, al presente y al futuro.

Al pasado, en cuanto rememora y conmemora la realidad histórica de Jesús. No sólo el momento crucial de su última cena, sino lo que esa cena culminaba y anunciaba: la entrega de su vida –de su cuerpo y su sangre— para la salvación de TODOS. No fue una relajada fiesta entre amigos, ni tan sólo una despedida, sino una tensa -y aun así esperanzada- espera de algo presentido, a la vez temido y deseado.

Al futuro, en cuanto lo presentido y anunciado implicó la realización de una Nueva Alianza de Dios con la Humanidad, la instauración definitiva de su Reino, para vida eterna de TODOS. (Así lo proclaman las palabras de Jesús sobre el cáliz). Ese Reino se materializa en el cuerpo “entregado”, pero resucitado, de Jesucristo; su “materia” es la carne de Cristo y su “espíritu” es su sangre. A ése su “Cuerpo Místico” resucitado somos TODOS llamados a incorporarnos escatológicamente, lo que anticipamos simbólicamente “comiendo de su carne”, simbolizada por el pan, y “bebiendo de su sangre”, simbolizada por el vino.

Al presente, en cuanto invita a los participantes a vivir ahora, en su realidad personal actual, ese pasado y ese futuro, interiorizando ambos significados y adhiriéndose a ellos, con profundo agradecimiento por el don inmenso recibido en el pasado y por el aún más inmenso esperado en el futuro. La entrega personal de cada participante a la comunidad cristiana –no sólo a la pequeña comunidad local sino a toda la comunidad universal— es resultado y prueba de la sinceridad de su participación en esos actos simbólicos. Compartir los sentimientos y los bienes, amar y darse a los demás, es lo que brota de reconocer y participar de esa entrega de Cristo y de esa pertenencia común a su Cuerpo Resucitado significada en la comunión de los fieles, que es anticipo de la Comunión de los Santos, el banquete del fin de los tiempos.

Toda esta riqueza de significado (y más), que entraña la Eucaristía, no debe menospreciarse ni simplificarse, como por desgracia suele ocurrir y ha ocurrido habitualmente a lo largo de su historia, tanto en un sentido como en otro.Debemos recobrar varios sentidos perdidos. Hagámoslo sin perder de vista los otros.

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Un símbolo realiza lo que simboliza, sin duda, si es una prolepsis (anticipo) obrada por el Espíritu Santo.La prolepsis por vía del Espíritu Santo no es una mera anticipación, sino una auténtica actualización.

Lo que “atamos o desatamos en la tierra” –cuando dos o más nos reunimos y oramos en Su Nombre— es un anticipo por vía del Espíritu Santo, pues queda “atado o desatado en el cielo”.

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Para mí, la presencia de Jesucristo en la Eucaristía es algo tan real como creo que lo fue su presencia en sus apariciones de resucitado a sus discípulos.

Creo que en ambos casos se trata de la actualización de la presencia de Jesucristo resucitado -que es en sí misma escatológica- en un hecho real histórico del que pueden participar sus seguidores como anticipo, por obra del Espíritu Santo.Si no creyese en la presencia real eucarística, tampoco creería en la realidad de la experiencia pascual.

Por supuesto, en ambos casos se trata del cuerpo de Jesús RESUCITADO, que tiene características especialísimas. Como sabemos, San Pablo lo llamó “cuerpo espiritual”. Yo creo que estamos llamados a formar un solo Cuerpo espiritual (o “místico”), sin perder el propio de cada uno, pero unidos íntimamente en el Cuerpo Místico de Cristo.

La participación íntima del Cuerpo Resucitado de Cristo, hecho realmente presente en la Eucaristía en el signo del pan y el vino compartidos, es el anticipo simbólico –pero real, como lo es todo anticipo sacramental por obra del Espíritu Santo— de nuestra futura unión escatológica en el Cuerpo Místico de Cristo.

Esa participación se expresa en el acto de comer ese pan y beber ese vino, que quedan fundidos en nuestro cuerpo físico en analogía a como nuestros cuerpos espirituales resucitados quedarán fundidos –sin disolución— en un solo Cuerpo Místico escatológico, el de Cristo, bañados por su Vida/sangre espiritual.

Es un anticipo sacramental realmente maravilloso.

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No creo que Jesús rechazara el significado profundo de la Pascua judía, al contrario. La Pascua celebraba la salvación de Israel por obra de Yahvé. La salvación obrada ahora por Jesús cumplía y culminaba ese significado a un nuevo nivel, el definitivo, no lo contradecía. Jesús subió a Jerusalén precisamente para celebrar la Pascua, y realizar su misión de acuerdo a las profecías judías. Él no se oponía a eso, de ninguna manera; se oponía al sistema sacrificial del Templo porque había dejado de trasparentar eso.

Y sabemos –como recordamos de lo tratado antes en otro post de este blog— que la cena que encomendó preparar a sus discípulos fue en realidad una cena de despedida, no una cena pascual. Por lo tanto no pudo ser histórico que sus discípulos le hayan propuesto celebrar la Pascua esa noche (la del jueves al viernes, del 13 al 14 nisán, cuando todavía no se habían sacrificado los corderos en el templo) al modo tradicional, y él haya roto con eso. No se trataba de la cena tradicional, ya de entrada; y la cena de despedida no fue para oponerla a la cena pascual, sino para anunciar su cumplimiento a un nuevo nivel.

Otra cosa es sostener que el evangelista Marcos, que escribía en un ambiente helenista, haya querido presentar la última cena como una ruptura con la cena pascual judía. No hay duda de que la comunidad marcana vivía una ruptura con la comunidad judía de su época, y quizá Marcos haya querido enfatizar la discontinuidad entre la última cena y la cena pascual judía. Pero la intención de Jesús fue de cumplimiento más que de ruptura;

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fueron los judíos los que no lo entendieron y provocaron la ruptura. ¿Aludía Marcos a esto con el anuncio de la traición de Judas?

Por otra parte, el evangelista Mateo, que escribe en un ambiente judeocristiano en el que el incidente del “hombre del cántaro” habría resultado más significativo, decide no darle la importancia que le atribuye el artículo.“Es sorprendente cómo Mt abrevia a Mc en este punto; omite toda alusión al hombre que lleva un cántaro y las implicaciones de la presciencia que posee Jesús, presentando un relato en que se supone que se han hecho previamente con un personaje (cuyo nombre no se da) las gestiones necesarias para que permita utilizar su casa con vistas a celebrar en ella el banquete pascual. Semejante reserva no es característica de Mateo; no habría razón alguna para estas omisiones, salvo que no viera nada extraordinario en el incidente consignado en Mc.” (Raymond Brown, “Comentario bíblico San Jerónimo”).

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Mucho se puede especular con esto. Pero la explicación puede ser sencilla: Jesús pudo acordar antes con un conocido que le prestara un aposento en su casa para celebrar su cena de despedida. Cuando le preguntaron sus discípulos adónde prepararla, les envió a hacerlo de la manera que había convenido con el propietario: un servidor de éste les mostraría el camino hacia la casa, a una hora preestablecida, saliéndoles al encuentro a las puertas de la ciudad. Para ser reconocido por los discípulos (a quienes el servidor tampoco conocía) se acudió al recurso de una señal llamativa: llevar un cántaro en la cabeza.

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Si el incidente del “hombre del cántaro” hubiera tenido una significación muy importante, que advirtieron y destacaron Marcos y Lucas pero que Mateo quiso ocultar a su audiencia judía, se trataría de una tergiversación bastante culpable por parte de Mateo. Raymond Brown no lo cree así, y yo (modestamente) tampoco. Me parece mucho más probable la explicación sencilla que expuse en mi comentario anterior.

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Jesús y sus discípulos habían subido a Jerusalén para las fiestas de Pascua, con la esperanza de que una intervención de Yahvé refrendara públicamente la instauración del Reino que predicaba Jesús. Esto tenía que cumplirse solemnemente ante las autoridades de Israel, con o sin su venia.

Pero el alboroto que causó su entrada en la ciudad, y luego la actitud de Jesús al denunciar las prácticas de las autoridades del Templo y su inminente sustitución por el Reino, hizo temer a todos, lógicamente, que Jesús sería detenido de un momento a otro, sin provocar alboroto, si no se producía antes la intervención de Dios.

Hubo una calma de unos días, que precedía a la tormenta. Caifás y varios miembros de su Consejo se confabulaban para detener a Jesús antes de las fiestas, lo que se demoraba por la oposición de algunos (¿fariseos importantes que se resistían a entregar a Jesús a

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Pilato?). Quizá alguno avisó a Jesús del plan, e incluso que contaba con la complicidad de uno de los Doce.

Jesús pudo haber huido, pero probablemente estaba convencido de la inminente intervención de Yahvé durante las fiestas. El problema era que podía ser detenido antes, para no perturbar la Pascua. Empezó a considerar posible que tuviera que ofrecer su vida en inmolación para la instauración del Reino. Se decidió a transmitir el sentido de lo que estaba pasando a sus discípulos, en una cena de despedida que anticipaba un día la cena pascual, como estaba permitido en circunstancias extraordinarias.

Jesús convino con un conocido suyo, residente en Jerusalén, que la cena se celebrara en su casa, en la misma sala que el afitrión destinaba para comer la Pascua con sus parientes y amigos. Jesús la ocuparía durante la noche anterior (la del 13 al 14 de nisán). La cena de despedida sería solemne (con vino, reclinados en almohadones, etc.) pero no podía ser con cordero, porque los corderos rituales no se sacrificarían hasta después, el 14 de nisán.

Jesús pudo comprender el paralelismo evidente que había entre el cordero pascual y su posible destino trágico. El cordero sería sacrificado en conmemoración de aquel cuya sangre marcó las casas de los israelitas para su salvación. Algo muy similar podía seguramente ocurrir ahora con Jesús.

En la cena de despedida habría pan y vino, pero no cordero. No se comería el cordero salvador simbólico, pero -pudo pensar Jesús- se podría comer simbólicamente al “Cordero de Dios” que le representaba a él mismo (no en sacrificio expiatorio hecho por los hombres a Dios, sino en sacrificio expiatorio hecho por Dios a los hombres, en sentido inverso a la expiación tradicional). Como no habría cordero en la cena para representar a Jesús, él eligió otra comida que le representara: el pan, a su cuerpo, y el vino, a su sangre.

Fue en anticipo de la cena pascual y en cumplimiento simbólico de su sentido profundo, ahora con Jesús en el lugar del cordero. Anticipo simbólico de lo que se haría realidad al día siguiente, en cumplimiento pleno de la profecía judía, de la Promesa de Dios que esperaba Israel, y de la acción de Dios que esperaban Jesús y sus discípulos. Pero un cumplimiento tan completo y absoluto, como nadie –ni el propio Jesús— pudo imaginar.

“Este pan es mi cuerpo, este vino es mi sangre”... Jesús no pudo imaginar hasta qué punto haría ciertas sus palabras, con gozo, el Espíritu de Dios.

.....

Como puede comprobarse por mis comentarios anteriores, yo pienso que:

-La última cena de Jesús fue una cena pascual anticipada a la noche anterior (del 13 al 14 nisán en vez de la oficial del 14 al 15).

-El adelantamiento de la cena fue provocado por el fundado temor de que Jesús fuese apresado de un momento a otro, antes de la celebración oficial de la Pascua.

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-Jesús convino (antes del 13) el lugar de su cena con un conocido suyo, sin que lo supieran sus discípulos. Cuando estos le preguntaron (el 13) dónde tenían que ir a prepararla, les contó lo que había acordado, incluyendo que un sirviente les indicaría el lugar, esperándolos a las puertas de la ciudad con un cántaro en la cabeza para señalarse entre el gentío.

-Tanto Jesús como sus discípulos sabían que su cena no podría ser con cordero, porque los corderos rituales no se sacrificarían hasta el día siguiente, a las tres de la tarde del 14 (coincidiendo con la muerte de Jesús; pero esto, claro, no lo sabían).

-El hecho de que la última cena no fuese la tradicional, con cordero, fue fundamental para la institución de la Eucaristía. Porque Jesús comprendió el paralelismo que había entre su propio (previsible) sacrificio y el del cordero pascual, por eso el cordero de su cena le habría simbolizado a él mismo; pero, al no haberlo, tuvo que cambiarlo por el pan y el vino.

-El Espíritu Santo confirió una significación nueva y definitiva a la Última Cena, que culminó y superó a la cena pascual, y estableció el pan y el vino como signos de la presencia real de Jesús resucitado.

…………………………………………………

[Pikaza:] “El descubrimiento del valor y la celebración del sentido de esta alianza, a través del cáliz de la cena constituye (como he venido diciendo) una de las aportaciones básicas del cristianismo helenista (de Pablo), que ha interpretado así la presencia de Cristo en la “fiesta” de la comunidad.”

No me convence. Creo mucho más plausible que Jesús se haya inspirado en la simbología judía del Cordero Pascual, con cuya sangre se untaron las casas de los que serían salvados, para hacer un paralelismo con su muy previsible sacrificio salvífico. No creo que sea una idea helenista de Pablo, sino una idea judía de Jesús, a pesar de la prevención judía en contra de la sangre, pues en este caso preciso de la Pascua la sangre adquiría una significación especial. La última cena de Jesús fue una cena pascual judía sin cordero, anticipada y modificada, que se basó en la simbología tradicional judía, superándola y dándole sentido cabal.

……

El Cordero Pascual judío NO era un animal sacrificado más, como otros animales en diversas ocasiones, sino que era el centro simbólico de la fiesta de Pascua. Tanto así que “en el judaísmo anterior al 70, ‘pascua’ era técnicamente el animal, y el día de pascua, aquel en el cual se sacrificaba dicho animal” (E.P. Sanders en “La figura histórica de Jesús”, nota al pie de la pág. 306). Parece muy plausible que Jesús lo haya considerado símbolo profético de sí mismo. Jesús es la Pascua cristiana, el Cordero de Dios cuya sangre/vida redime al mundo, a partir de una idea judía que tuvo el propio Jesús y que comunicó a sus discípulos en su última cena.

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(Comentario por Alredol):“In Memoriam.Hace 100 años, en 1911, ocurrió el incendio de la fabrica de camisas "Triangle Shirtwaist" en Nueva York en el que 146 trabajadoras (emigrantes de extracción judía centroeuropea e italianas) murieron abrasadas. Los dueños responsables del cierre de las puestas de escape, (para impedir escaqueos) cobraron un buen seguro. ¿Quien lo predeterminó?Por cierto me enteré de esto en un libro de Stephen Jay Gould, un paleontólogo y evolucionista que algunos harían bien de leer en lugar de tanta teología.”

Alredol:He leído varias obras de Gould que me han gustado mucho, pero no entiendo que eso me impida, o me exima de, leer también obras de teología.La tragedia a que alude es impresionante y conmovedora. Por supuesto que no pre-determinada por el Dios de Jesús, en que yo creo. Pero no caeré en la trampa de volver a hablar del Dios “kenótico” a quien pueda calificarlo de “megabroza”. Prefiero seguir con el tema de este artículo, que es esencial para la tragedia de la "Triangle Shirtwaist". Porque esa tragedia pudo evitarse, y otra similar debe evitarse, por principios de elemental humanismo; pero para rehabilitar y resarcir a esas víctimas concretas, no a otras como ellas sino A ELLAS, es esencial el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” no sólo en el sentido de las “culpas”, sino en el sentido amplio de todo el “mal físico y moral” del mundo. La resurrección del Dios-hecho-víctima-con-las-víctimas-en-Jesucristo, es esencial para la rehabilitación de todas esas víctimas, y para reforzar nuestro humanismo de manera que, en lo que nos toca, no haya más víctimas.

.....

“En verdad os digo: no beberé del producto de la vidhasta el día aquel en que lo beba nuevoen el Reino de Dios” (Mc 14, 25)

[Pikaza:] “Ahora, en el momento final, asumiendo y recreando la mejor tradición israelita, afirma ante los suyos que ha cumplido su camino, ha terminado su tarea: sólo queda la respuesta de Dios, el vino nuevo y la fiesta del reino. De esa forma ha vinculado el signo de su misión (comensalía mesiánica) a la entrega de su vida. (...) este vino-promesa de Reino ratifica las palabras eucarísticas que la Iglesia ha puesto en el centro de su celebración (cuerpo y sangre de 14, 22-24), recordando que ellas deben entenderse desde el contexto de esperanza y promesa de reino, que define la historia de Jesús y marca su mensaje apocalíptico.”

Comer de pie el cordero, acompañado de panes ácimos y hierbas amargas, mientras la sangre de ese cordero marcaba la puerta para eludir la muerte, era la actitud judía, de tránsito esperanzado hacia la salvación de Yahvé, la Tierra Prometida.

Ahora el símbolo del cordero ha sido sustituido por el del pan y el vino de los banquetes festivos. Jesús, durante su ministerio, invitaba a su mesa nupcial, a compartir su pan y su vino, su

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enseñanza y su vida. Ya no se trata de pan ácimo, sino de pan con levadura. Ya no se trata de tránsito esperanzado, sino de llegada festejada. ¡El novio está aquí!

Sin embargo, este vino del novio no es nuevo todavía; es copa de vino viejo, que aparte de significar amable comensalía significa sangre derramada. El cáliz que hay que beber por voluntad del Padre es más amargo que las antiguas hierbas. Pero Jesús lo bebe hasta el fondo, porque sabe que es sólo la última copa del vino viejo de sufrimiento; confía que la próxima copa será la del vino nuevo de la Boda del Reino, por voluntad del Padre.

Según nuestra fe cristiana, la confianza de Jesús no fue defraudada. Dios resucitó a Jesús, y su “próxima copa” fue efectivamente la del “vino nuevo” de la Boda del Reino. Inminente ciertamente en su “tiempo personal”, como él había esperado.Y el Espíritu de Dios convirtió para nosotros los símbolos de pan y vino en signos de la presencia real de Jesús resucitado. En un anticipo real de la Plenitud del Reino, de nuestro “cuerpo espiritual” y nuestra “vida nueva”.

Sin embargo, todavía no se ha realizado por completo en nosotros. Seguimos “comiendo cordero con hierbas amargas y pan sin levadura”. Y “nuestro vino sigue siendo viejo, significando sangre derramada aparte de amable comensalía”. Pero a pesar de eso, esperamos confiados la Parusía del Señor, anunciando con nuestra praxis la solidaridad de Dios mostrada en la vida/muerte de Jesús, y proclamando con nuestra actitud consecuente su resurrección, hasta que él venga.

......

El “último brindis” lo hizo Jesús. Y significó para él “beber el cáliz” de la cruz, que tanto le costó aceptar, pero lo hizo. Como fue por solidaridad con las víctimas, en representación plena de Dios, ese brindis fue el último de “vino viejo” y nos abrió el camino para que nuestros “brindis continuos de vida, del día a día” puedan ser efectivamente de “vino nuevo”: de “Amor, Paz, Justicia y Verdad” con mayúsculas, de los que no se acaban.

Jesús fue un hombre íntegro. Pero no habría servido de mucho, ni a él ni a nosotros, si no lo hubiera sido en plena representación de Dios. Aquí está la clave.

Él resucitó porque actuaba en plena representación de Dios. Nosotros SABEMOS que él actuaba en plena representación de Dios porque CREEMOS que él resucitó de una manera absolutamente singular.

Nosotros CREEMOS que él resucitó de manera singular, por el testimonio de los que lo SUPIERON gracias al Espíritu Santo. Aquí está la clave.

No serviría de mucho que TODOS fuésemos hombres íntegros si no lo hubiese sido UNO en plena representación de Dios.

.....

Para que Jesús se quede realmente presente en la Eucaristía, es imprescindible que resucite. Y para que resucite es imprescindible que muera por solidaridad DE DIOS con

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todas las víctimas. Y para que haya solidaridad divina con todas las víctimas es imprescindible que resuciten todas las víctimas del pasado y sean rehabilitadas completamente libres de todo mal tanto físico como moral.

La Eucaristía requiere e implica imprescindiblemente la resurrección, no sólo moral sino también física. Antes de la Eucaristía, la resurrección de Jesús; y después de la Eucaristía, la de todas las víctimas de la Historia. Durante la Eucaristía, la conmemoración de aquélla, la anticipación de ésta y la colaboración en ello. Conmemoración del Reino en germen, anticipación del Reino en culmen, y colaboración en el Reino en ciernes.

......

Me atreveré a insistir en la idea de que lo que está en el inicio de todo es la comida del cordero pascual, con su significado salvífico. En este elemento, fundamental de la tradición judía, está ya patente el hecho de “comer el cuerpo” del cordero y de “untarse con su sangre” como modos de participación para obtener su salvación, la Tierra Prometida.Si el origen de la Eucaristía está en una cena pascual judía adelantada y modificada, como me parece cierto, entonces es lógico suponer que ese significado es el básico, anterior y fundador de la cena de “meros signos de comida fraterna y de anticipación escatológica (en el plano normal y nacional del judaísmo)”.

Por otra parte, me parece también cierto que Jesús en esos momentos era consciente del riesgo mortal en que se hallaba, que fue el motivo de adelantar la cena, y había asumido voluntariamente la posibilidad de tener que ser él inmolado para la instauración del Reino, para salvación de Israel. Todo ello durante las fiestas de Pascua, para cuando esperaba la intervención de Yahvé.Entonces es lógico suponer que fue el propio Jesús histórico quien ató cabos, meditando sobre el paralelismo evidente entre el cordero pascual y él mismo, en relación a la cena. Si en la cena judía era consumido el cordero para participar de su salvación, en la cena de Jesús sería consumido Jesús (simbólicamente, claro está) para participar de su salvación.

Los símbolos de pan y vino, elegidos por Jesús para simbolizarle de esta manera, es claro que no fueron elegidos arbitrariamente, sino que remitían a la comensalía practicada por Jesús en anuncio y presencia del Reino escatológico de Dios que predicó durante su ministerio (análogo a la “Tierra Prometida”). De esta manera quedaba completamente asumida y a la vez superada la simbología del cordero pascual.

A mí me parece que todo eso, más o menos así como lo he expuesto, fue perfectamente posible, y psicológicamente admisible, en los acontecimientos históricos que están en el origen de la Eucaristía. Y no veo contradicción con su evolución posterior judeocristiana, ni helenocristiana, paulina o marcana. Lo que veo es una evolución paulatina de la comprensión de lo que ya estaba contenido en la institución de Jesús, con énfasis en uno u otro de sus aspectos, pero sin oposición, ni alteración, ni innovación. No veo necesaria ninguna aportación helenista paulina que le diera un significado realmente nuevo respecto del jesuánico original.

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Creo que la comensalía es un elemento muy importante de la Eucaristía, pero que está lógica e históricamente supeditado al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, incluso en la intención original de Jesús.

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[Pikaza:] « Pablo afirma, de un modo solemne, que ha recibido “del Señor” (egô de parelabon apo tou kyriou) la “tradición eucarística” que ha transmitido a los corintios (ho kai paredôka hymin), apareciendo así como “portador de una tradición propia”, de manera que puede ofrecer y ofrece una formulación nueva de la “Cena del Señor” (kyriakon deipnon: 1 Cor 11). Según eso, él no se limita a transmitir simplemente algo que la comunidad anterior ya decía, sino que ofrece a los corintios algo que él mismo “ha recibido del Kyrios”, por revelación pascual. »

¿Podría significar esta enigmática declaración de Pablo que él, investigando y meditando, halló (gracias a la inspiración del Señor) la tradición correcta según la intención, práctica y palabras de Jesús en la Última Cena, a partir de las enseñanzas de la comunidad antioquena pero que esta comunidad –y otras, como la de Corinto— no expresaban adecuadamente en sus ritos eucarísticos?Pablo conocía especialmente bien las tradiciones y simbologías judías acerca de la “comida del cordero pascual”, y pudo comprender mejor que otros la mentalidad judía de Jesús en relación a esa fiesta.

.....

[Pikaza:] « Ahora les ofrece su propia vida como pan, para que ellos coman, creando con él una comunidad somática (un cuerpo). (...)Jesús ofrece ahora su cuerpo en el signo del pan que se parte (se entrega y comparte) a fin de que los suyos se vinculen a su vida, pues ella se ha vuelto principio de unidad para los humanos. (...)una “eucaristía de la cena” sin el alimento compartido de las multiplicaciones (del pan y los peces compartidos por todos) pierde su sentido cristiano total (y viceversa). Así podemos afirmar que Marcos ha “completado” el signo eucarístico de Pablo (que sólo habla de la Cena de la noche de la entrega), vinculándolo a todo el evangelio y, en especial, al signo de las multiplicaciones. »

Por supuesto, sin la comensalía jesuánica la Eucaristía queda completamente desvirtuada. Y esto ha ocurrido; por eso se ha hecho necesario recalcarlo.Es lo inverso de lo que hizo Pablo, quien recalcó el aspecto sacrificial original (de Dios al hombre, no del hombre a Dios) que se había olvidado y así se había estropeado la auténtica comensalía cristiana. Por supuesto, ambos aspectos son esenciales y no deben oponerse sino componerse.

Pero que no nos ocurra ahora que, por destacar la comensalía olvidada, volvamos a caer en el error que Pablo quiso corregir.La comensalía de Jesús no es una comensalía cualquiera de amistad humana. Es el anticipo y germen del Reino escatológico, que sólo se realiza plenamente por Jesús resucitado, en su Cuerpo Místico. Y Jesús es resucitado por ser el representante pleno

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DE DIOS, la solidaridad de Dios con todas las víctimas de cualquier tipo, significada y ejemplificada por su comensalía. Por lo tanto, la comensalía cristiana está supeditada al sacrificio solidario de Dios en Jesús, pero éste implica aquélla.

Ambos apectos están inextricablemente unidos, pues, y no deben ser separados.

.....

Resulta significativo que en algunas frases Pikaza deja entender que el sentido sacrificial era de origen judío, por ejemplo: “El signo central de la pascua judía era el cordero sacrificado y compartido”, pero inmediatamente lo opone al sentido abierto de la comensalía jesuánica. Sigue la cita: “en familia de puros. La pascua cristiana se centra en el pan que Jesús ofrece a todos, ofreciéndose él mismo por ellos.” En esta última frase, “ofreciéndose él mismo” no parece conocer relación directa con “el cordero sacrificado” judío.

La donación de Jesús se quiere desligar de la referencia al “sacrificio”, porque este se ha malentendido largamente como sacrificio expiatorio hecho por los hombres a Dios, pero “A Dios no se le encuentra en una idea separada, ni en un tipo de vida espiritual impuesta o mantenida a golpe de decreto, sino en el pan compartido de la vida.” O sea que la comensalía jesuánica, el “pan compartido de la vida” queda opuesto claramente al sentido sacrificial pascual judío. Y probablemente esta oposición se atribuye a la intención de Jesús desde el principio, al modificar él la cena pascual judía tradicional a la que “le invitaban sus discípulos”.

El nuevo enfoque “comensal abierto” de Jesús habría sido aceptado por los judeocristianos primitivos, pero el “sacrificial” vuelve, desligado ahora del cordero pascual judío (?), de la mano de los cristianos helenistas. Y la comensalía resulta entonces más judía (judeocristiana), y opuesta al “nuevo” sentido sacrificial helenista. Según Pikaza: “la formulación más judía (cena en recuerdo de Jesús, con esperanza escatológica) y la más helenista (cena como presencia del cuerpo y alianza en la sangre del Señor) (...) las palabras de Jesús (¡esto es mi sôma, mi cuerpo!) pueden situarnos en un ámbito sacral que parece más helenista que judío.”

Se refleja así la tendencia que atribuye a Pablo, imbuído de ideas helenistas, la introducción del sentido sacrificial, como una innovación que tendría poco que ver con la intención y palabras originales de Jesús en la Última Cena. Claro, Pablo no estuvo allí.Pero Pablo era judío, y versado en la tradición judía. Pablo sabría que la Última Cena podía interpretarse como una “cena como presencia del cuerpo y alianza en la sangre del Señor” en paralelismo a la tradición judía más auténtica: la cena pascual en que se sacrificaba y comía el cordero en vistas a la Alianza de Yahvé rubricada por la sangre del cordero.

¿Por qué suponer que el enfoque “sacrificial” de Pablo fue un helenismo y no un judaísmo? ¿Por qué suponer que Pablo hizo una innovación sólo por dudosa “revelación especial suya” y no por descubrimiento y restauración del sentido original propio del Señor?-¿Para establecer que la comensalía, sólo la comensalía, era la intención original de Jesús, alejada del sentido sacrificial paulino supuestamente helenista, innovador,

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particular de Pablo y no atribuible objetivamente a Jesús, que sin embargo resultó ser el triunfador en el N.T. y en la Iglesia?Tal vez. No obstante, Pikaza advierte que “las palabras de Jesús (¡esto es mi sôma, mi cuerpo!) pueden situarnos en un ámbito sacral que parece más helenista que judío. Pero, dicho eso, debemos añadir que ellas son universales y que deben interpretarse desde el fondo mesiánico judío del mensaje y de la vida de Jesús.” Ese fondo mesiánico judío contiene ciertamente el sentido sacrificial del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, al que está y estaba supeditada la comensalía jesuánica, desde el principio.

¿De qué serviría una comensalía que no estuviera supeditada al sacrificio solidario DE DIOS hecho víctima en Jesús para salvación de todas las víctimas del mundo?

.....

En términos simbólicos, “sangre” significa “vida” en un cuerpo mortal, y “espíritu” en un cuerpo espiritual resucitado. Con sangre se sella una alianza sagrada. La Alianza de Dios con los humanos, su Solidaridad Redentora, se preparó simbólicamente con Israel mediante un pacto sellado con sangre de animales, y se realizó con Jesucristo, en un nuevo Pacto –cumplimiento del antiguo— sellado con la “sangre” de Jesucristo, esto es, con su vida y con su Espíritu.

“Beber del cáliz de la Alianza sellada con la sangre de Jesucristo” significa participar de su “sangre” en la Nueva Alianza, es decir, de la vida de su cuerpo mortal (su enseñanza, su comensalía, su curación y perdón, su ejemplo, su misión, su pasión, su cruz) y del Espíritu de su cuerpo resucitado (su Cuerpo Místico, su Vida eterna, su Reino escatológico). La vida de Jesús (su “sangre” en el primer sentido) anuncia e infunde su Espíritu (su “sangre” en el segundo y definitivo sentido).

Lo que está en el fondo de todo es el sacrificio solidario DE DIOS obrado en Jesucristo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, hecho víctima (de “sangre”, en ambos sentidos) para sellar su Pacto de redención de todas las víctimas de la Historia.

.....

Ese 13 de nisán del año 30 (ó 33), Jesús había tomado conciencia de lo que iba a realizar Dios en esa Pascua por su intermedio, y quiso comunicarlo a sus discípulos adelantando la cena a esa noche, porque en la noche siguiente, la de celebración oficial, ya no le sería posible. Para comunicárselo y hacerlos partícipes de lo que pasaba, recurrió a una simbología (de pan y vino) que superponía su predicación y comensalía del Reino de Dios, la que había practicado durante un intenso ministerio de casi tres años, a la simbología judía del cordero pascual cuyo cuerpo era comido y cuya sangre sellaba la alianza salvadora de Yahvé con su Pueblo. Jesús quería comunicar que Yahvé-Dios estaba por realizar una Nueva Alianza en la que él –su vida entera, su mensaje y su misión— ocupaba el lugar que había sido profetizado en el cordero pascual.

Fue para que se enteraran y participaran sus discípulos, y los que creyéramos después en ello gracias a su testimonio. Dios quería y quiere la participación y colaboración de los

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discípulos y nuestra, pero, claro, realizaría y realiza su obra de todos modos. La iniciativa es de Dios, la obra es Suya, en Jesús, no de los discípulos ni nuestra. Por eso la actitud primordial de los discípulos y nuestra es de agradecer lo recibido gratuitamente de Dios, para sólo después actuar en consecuencia. Esa Última Cena, y todas las que se harían y hacen después en memoria suya, son ante todo “eucaristías”, acciones de gracias por lo hecho por Dios en Jesús para la redención de todos. Esas “gracias” participativas deben traducirse en una praxis consecuente hacia el mundo, si son sinceras; Dios lo admite y lo pide como colaboración nuestra en su obra. Pero el lugar central de la celebración eucarística es el Suyo, que debe destacarse debidamente con inmenso respeto, y fidelidad al gesto histórico de Jesús y su presencia sacramental por el Espíritu.

.....

La verdad es que me parece más fiel al gesto simbólico histórico de Jesús celebrar la Eucaristía con pan normal (no ácimo) y “bajo las dos especies” para todos los comulgantes. Aunque mucho menos práctico, es cierto. Una Eucaristía “SIN”, ya no me parece fiel. Tampoco con ginebra y pastelitos. Y tampoco con cocacolas y bocaditos o cosas así. Es una cuestión de fidelidad mínima a los símbolos originales, que es muy importante, y mucho más cuando esos símbolos se destinan a ser signos de la presencia real de Jesús resucitado, por acción del Espíritu Santo, para ser consumidos y compartidos como tales, y no con otro significado.Pero la ortopraxis jesuánica es una manera de agradecer a Dios que no necesariamente brota de la Eucaristía, aunque es más explícita cuando sí se combina con ella, como quiso Jesús.

.....

Aclaro: cuando escribí “la ortopraxis jesuánica es una manera de agradecer a Dios que no necesariamente brota de la Eucaristía” quise decir que la ortopraxis jesuánica PUEDE practicarse por algunas personas sin necesidad de la Eucaristía. Pero, por supuesto, pienso que, si se celebra la Eucaristía, la ortopraxis jesuánica DEBE brotar de ella.

Me parece que la ortopraxis cristiana debe incluir la Eucaristía y la ortopraxis jesuánica como consecuencia de ella.

.....

De acuerdo, Antolín. Dios cuenta con nosotros para salvarnos, porque respeta nuestra libertad. Lo que yo quería decir es que Jesús comunicó lo que Dios se proponía hacer (en él) a sus discípulos, pero los discípulos lo traicionaron, entregaron, negaron y abandonaron, pese a lo cual Dios realizó su obra en Jesús, de todos modos. Sólo cuando estuvo ya “hecha” la Resurrección, y los discípulos se enteraron del triunfo, fue cuando estuvieron dispuestos a colaborar con la Redención, y Dios se lo permitió y se lo pidió.Lo mismo nosotros. Colaboramos únicamente en RESPUESTA a la oferta gratuita de Dios, hecha en Jesucristo resucitado.

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No sólo Jesús; muchos héroes y heroínas de la historia han dado su vida por defender un ideal de amor abnegado a los demás. Tal vez Jesús, a juicio de muchos (y mío), sea el caso más excelso de todos, si es que es posible establecer la comparación. Pero su ejemplo sería similar al de los demás héroes, con cierta diferencia sólo de grado. Por eso, no estaría justificado llamarlo “el Salvador” único de toda la humanidad. Esto sería producto de la exageración entusiasta de sus admiradores y seguidores, en menosprecio del ejemplo de tantos-as otros-as “héroes del amor” y sus correspondientes admiradores y seguidores.

Pero, en mi opinión, sí que es adecuado concebir a Jesús como “el Salvador” único de toda la humanidad. No por haber sido el mejor ejemplo de amor heroico, porque –como acabo de decir— eso no bastaría, sino por ser algo inmensamente, casi inconcebiblemente, mayor.Como he expresado muchas veces, creo que Jesús vivió/murió/resucitó en representación plena de Dios para hacer posible la rehabilitación de todas las víctimas de la historia, y la eliminación final de toda la precariedad física y moral del mundo.Este significado lo hemos recibido como herencia de los primeros cristianos-as, quienes llegaron a comprenderlo así en su experiencia pascual: La muerte/resuscitación de Jesús ha sido “por nosotros”, para hacer posible la resuscitación y la salvación final definitiva de TODOS nosotros.

Creo que Jesús es la acción redentora, plenamente salvadora, de Dios; ‘el acercamiento salvador de Dios’, como lo llama Lenaers. Y que para eso, Jesús tiene que ser Dios-hecho-hombre, Dios-con-nosotros, Dios-que-salva; no es suficiente con que haya sido un hombre ejemplar en grado excelso.Para que TODAS las víctimas concretas de todos los tiempos y lugares puedan beneficiarse finalmente del triunfo sobre todo mal, físico y moral, ha sido imprescindible que esto fuera la voluntad de Dios realizada históricamente ‘por su Palabra al fundirse con la condición humana en Jesús’ (JM Castillo); así la Vida divina de Dios-hecho-víctima-en-Jesús se comunica por solidaridad a TODAS las víctimas.Entonces sí que la imitación del ejemplo de Jesús, o de otros héroes y heroínas ejemplares, o simplemente la práctica espontánea del amor, puede ser plenamente salvadora (de sí mismo y de los demás), gracias a la benevolencia divina.

Este significado es algo tan ENORME, que no es de extrañar que haya sido difícil de comprender. Las explicaciones en términos de “sacrificio expiatorio y propiciatorio”, que resultaban naturales a la mentalidad judía y helenística de los cristianos primitivos, son completamente inadecuadas al Abbá de Jesús y totalmente rechazables para nosotros, como dice Lenaers, a pesar de haber sido aceptadas equivocadamente por la tradición de las Iglesias cristianas, incluso hasta el día de hoy. Debemos rechazar enérgicamente estas concepciones antropomórficas absurdas del sacrificio de Jesús.

Siendo Dios Uno en el Amor, el Padre (Abbá) está en el Hijo (Jesús) y el Hijo en el Padre, en virtud de su Espíritu. En toda circunstancia. Incluso en el “abandono” de la

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cruz. Si el Hijo es víctima, el Padre también lo es, por el Espíritu. Si el Padre entrega a su Hijo, se entrega a Sí mismo. De una manera absolutamente completa y real.La diferencia que hay entre un supuesto sacrificio –concebido antropomórficamente- “padecido por el Hijo por voluntad del Padre que lo entrega y le omite su ayuda”, y el sacrificio real de Jesús cumpliendo su misión, la voluntad de su Abbá –que está con él y en él, por el Espíritu-, es tan grande como la diferencia entre lo que sería una unión por amor meramente humano de dos personas humanas, y la Unión de las Personas divinas, por el Amor divino. Una diferencia infinita. Por eso, puede decirse que la concepción propiciatoria/expiatoria se aparta infinitamente de la verdad.

No se trata de expiación/propiciación de Jesús hecha, por nosotros, a Dios, sino de solidaridad de Dios hecha, por nosotros, en Jesús, de la cual nosotros participamos por/con/en Jesús y damos las gracias debidas a Dios.

Comprender esto me parece algo esencial para entender el sacramento de la Eucaristía.

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“No tendrías poder alguno sobre mí si no se te hubiera dado desde arriba”, dijo Jesús a Pilato, según Juan. Expresó así el hecho de que, si bien Jesús fue matado por orden de Pilato, y entregado a éste con esa intención por las autoridades judías, no deja por eso de ser cierto que Dios se involucró en este sacrificio voluntario de Jesús, no sólo en el sentido de que Jesús murió realizando la misión de cumplir Su voluntad de amor (no de muerte), sino sobre todo debido a la actitud “kenótica” de Dios, ya que aceptó Él-mismo-en-Jesús la frágil condición humana, y no intervino, por respetar la autonomía creada, ni siquiera en este trance que tanto le afectó a Él directamente.

La solidaridad salvadora de Dios-en-Jesús es con la condición humana ínfima y efímera, con el sacrificio existencial que experimenta el ser humano durante su vida y su muerte, víctima del mal moral y del mal físico. En este sentido, el sacrificio de Jesús representa el de Dios mismo, que asumió el sacrificio implícito en la condición humana, hasta el extremo.

Este sentido sacrificial salvador –porque, en virtud de la solidaridad de Dios, el sacrificio tiene que convertirse necesariamente en restauración salvadora— es el que asume conscientemente el cristiano durante el sacramento de la Eucaristía. Por eso tiene sentido decir que celebrar la Eucaristía es “ofrecer un sacrificio”: se trata del sacrificio de la propia existencia humana, transformada, restaurada, re-suscitada, por la solidaridad de Dios-en-Jesucristo.

La re-suscitación es un hecho escatológico que se realiza como nueva creación en el Cuerpo Místico de Jesucristo. Pero está en germen, actualizado y anticipado gracias al Espíritu de Dios, como hecho histórico del pasado y del presente.

-En el pasado, experimentado por los discípulos de Jesús en su experiencia pascual, de manera que lo relacionaron con los gestos de Jesús en su cena de despedida, al ofrecerles el pan y el vino como símbolos de su propio cuerpo –el cuerpo crucificado pero resuscitado para ser “comido”, comunicado (ahora lo entienden)— y su sangre –la sangre derramada pero resuscitada para ser “bebida”, como espíritu infundido y compartido en el Cuerpo de la Nueva Alianza.

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-En el presente, por nosotros que, conmemorando esos gestos con ese significado al participar del sacramento de la Eucaristía en nuestra época, recibimos como anticipo, por gracia del Espíritu, esa incorporación nuestra al Cuerpo Místico de Jesucristo que se realizará en plenitud al fin de los tiempos. Y que por eso nos sentimos unidos en un solo Cuerpo espiritual. Estrechamente unidos entre nosotros, pero también con toda la comunidad universal destinada a incorporarse también, al fin, al gran banquete escatológico anunciado por Isaías para todos los pueblos, y por Jesús en sus comidas de confraternización.

Lo que debe traducirse consecuentemente en el sincero propósito de ir preparando ese reino/reinado de Dios en la sociedad actual, con nuestra colaboración como co-creadores y co-redentores.

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La Iglesia cristiana es la comunidad -o comunidades- que, por gracia del Espíritu, vive “prolépticamente”: anticipadamente, el Reino de Dios. Es ella misma –a pesar de lo indigna que pueda ser de ello— anticipo de la “Nueva Jerusalén”, la comunidad universal de los redimidos que será finalmente la Iglesia en sentido pleno.

El cristiano vive anticipadamente en el Reino de Dios a través de los sacramentos: “signos prolépticos” de los acontecimientos y dones que se manifestarán plenamente al fin de los tiempos.

El bautismo es anticipo de la muerte (inmersión) y resurrección (emersión), y de esa nueva identidad depurada –”nosotros mismos”, como dice S.Agustín que seremos el “séptimo día”— que se alcanza mediante la aceptación de la gracia de Dios.

El sacramento de la “reconciliación” es anticipo del arrepentimiento y el perdón que son requisito y comienzo de la transformación y la entrada al Reino.

El sacramento de la “eucaristía” es anticipo de la incorporación al Cuerpo Místico de Jesucristo, a una “carne” y “sangre” espirituales compartidas con todos a través de Cristo para la unión eterna con Dios.

La vida sacramental, la oración, la meditación, pero sobre todo la acción justa y misericordiosa a imitación de Jesús, -de acuerdo a su “mandamiento nuevo”-, y toda forma de práctica auténticamente cristiana, puede adquirir este significado “proléptico”, que permite gozar anticipadamente de los bienes eternos, y prepararse para la inminente –en tiempo personal— venida del Reino de Dios.

“Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.” (Juan 15, 5).

-07-

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Confieso que para mí la eucaristía no es aburrida, ni nunca lo ha sido. La meditación de los textos del evangelio y demás lecturas, el momento del año litúrgico que se celebra, la comunidad parroquial que me rodea, etc., son cosas que nunca dejan de interesarme profundamente; y me resultan absolutamente necesarias y reconfortantes. Pero comprendo que para mucha gente sí sea aburrida, especialmente para los jóvenes.

Por ejemplo, le resulta aburrida a mi hija adolescente. La misma diferencia tenemos en otros planos: por ejemplo, a mí me produce un deleite enorme escuchar (y cantar) la “Misa en si menor” de J. S. Bach; a ella eso le resulta insoportablemente aburrido. Tal vez, así como hay músicas de diverso tipo, sea bueno que haya eucaristías de diversos tipos.

Por eso, comprendo y comparto mucho de lo que se dice para buscar autentificar y dinamizar lo que, desgraciadamente, se ha convertido a menudo en un rito rutinario o mágico que nada tiene que ver con su sentido evangélico original.

Sin embargo, quisiera mencionar algunas consideraciones que considero clave:

- Creo que la eucaristía no tiene solamente un sentido comunitario, sino también profundamente individual, personal. No nos remite únicamente a la comida compartida en la Última Cena, sino también al discurso del “Pan de vida”. El que esto sea un desarrollo teológico de S. Juan no le quita nada de su valor, y lo mismo vale respecto de las demás “elaboraciones mentales” de los primeros cristianos, que sin duda fueron asistidas por el Espíritu Santo (“Os conviene que yo me vaya…”).

- Para mí, el sentido principal de la eucaristía no se encuentra mirando sólo hacia el pasado, en una conmemoración de la Cena y el gesto pascual histórico de Jesús, ni mirando sólo hacia el presente, en la vivencia comunitaria del grupo que la celebra, sino principalmente hacia el futuro, en una anticipación auténtica (“proléptica”) de la vivencia escatólogica de la resurrección y la incorporación al Cuerpo Místico de Cristo. Y rechazo enfáticamente que ello sea considerado “pensamiento mágico”.

- La concepción “bultmanniana”, de que la fe de los creyentes es lo que “hace presente” a Jesucristo, tanto en el acontecimiento de su resurrección como en su “presencia real” en la eucaristía, ha sido rechazada innumerables veces por teólogos posteriores. Como dice S. Juan en su primera epístola, “Dios nos amó primero” y se anticipa a nuestra fe con la acción de su Espíritu, haciéndose realmente presente a pesar de que no sepamos buscarlo ni acogerlo adecuadamente. Sin esta acción independiente y predecesora del Espíritu de Dios, el cristianismo sería incomprensible: no habría surgido nunca de ese grupo traumatizado y desconcertado que constituían los discípulos después de la crucifixión. Que el Espíritu Santo actúa real y eficazmente -independientemente de nosotros-, aunque sea algo misterioso no puede considerarse mágico ni irracional.

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Toda la riqueza de significado que entraña la Eucaristía no debe menospreciarse ni simplificarse, como por desgracia suele ocurrir y ha ocurrido habitualmente a lo largo de su historia.

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Pero Dios es paciente y misericordioso: nos la sigue ofreciendo para que algún día podamos llegar a vivirla plena y cabalmente. Por ahora, debemos conformarnos con nuestras vivencias imperfectas y parciales, aunque enteramente válidas y valiosas, gracias a Dios.

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Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe.San Juan de la Cruz

(...)Aquesta eterna fuente está escondidaen este vivo pan por darnos vidaaunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturasy de esta agua se hartan, aunque a oscurasporque es de noche. Aquesta viva fuente que deseoen este pan de vida yo la veoaunque es de noche.

“Es de noche”, porque por ahora es una realidad que vivimos sólo anticipadamente (“prolépticamente”), simbólicamente, sacramentalmente, en la esperanza y en la fe.

Pero que sin duda llegaremos a conocer de “pleno día”, cara a cara, manifiestamente, en plenitud.

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Es deseable y exigible que nuestras eucaristías sean un compromiso y un reflejo de nuestra justicia social y moral. También es comprensible, incluso es lógicamente necesario, que se conciba el Reino de Dios como un “lugar” de justicia y compensación para todos los oprimidos, las víctimas del proceso histórico.Con frases de Horkheimer nos lo presenta Juan Luis: “los verdugos no triunfarán sobre las víctimas”, “el mal no va a tener la última palabra”; por eso, el Banquete del Reino “es la justa restauración final de felicidad para los pobres y marginados de la que nuestra irresponsabilidad no podrá privar a nadie”. En consecuencia, dice Juan Luis, “no existe Eucaristía sin lucha por la justicia”.

Esta concepción se corresponde con la que dio origen a la fe en la resurrección y en el juicio final, entre los apocalípticos judíos. Nos dice Moltmann (“El Dios crucificado”):“El punto de partida fue la pregunta: ‘¿Por qué tiene que sufrir el hombre justo y por qué lo pasa bien el impío?’ ‘Por qué es entregado Israel oprobiosamente a los paganos; tu amado pueblo a las tribus impías?’ (IV Esdras 4.23). La respuesta del apocalíptico es: ‘Debes contemplar el porvenir, en vez de sólo el presente.’ Si el futuro se considera seriamente respecto de la justicia, entonces la justicia de Dios queda cuestionada por la muerte de los inocentes y también por la muerte de los injustos. ¿Pone la muerte entonces un límite a la justicia de Dios? Para la creencia en la divinidad de Dios, esto es inconcebible.

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Daniel (12.2) es el primero en responder a esta cuestión con el símbolo de la expectación de una resurrección general de los muertos para el juicio final, de manera que la justicia de Dios pueda asignar a algunos ‘a la vida eterna’ y otros a la eterna vergüenza y condenación. Aquellos que aquí son justos según la ley de la divina alianza, ganan la vida eterna. Los que carecen de ley y los infractores de la ley, van a la condenación eterna.“

Sin embargo, la justicia de Dios que se reveló en Jesucristo es todavía mayor que ésta. Nos sigue diciendo Moltmann: “De hecho, sin embargo, Jesús rompió con la apocalíptica legalista, porque proclamó la justitia justificans más que la justitia distributiva como justicia del reino de Dios, y la anticipó en la ley del perdón para los injustos y los criminales. (...)En el contexto de la expectación apocalíptica del triunfo final de la ley, la ‘resurrección de los muertos’ es una espada de doble filo. Pero la resurrección de Cristo crucificado revela la justicia de Dios de una manera diferente, como gracia justificante y como amor del Creador hacia los impíos. Por lo tanto, la esperanza de resurrección en la fe cristiana ya no es ambivalente, amenazada por un incierto juicio final y su veredicto; es inequívocamente una ‘esperanza gozosa’. Muestra la cruz de Cristo como la anticipación única y definitiva del gran juicio del mundo en favor de quienes no habrían podido superarlo de otro modo. Así que la resurrección ya no es el presupuesto óntico del cumplimiento del juicio final sobre muertos y vivos, sino que ya es, ella misma, la nueva creación. En ese caso, la justicia no significa ya el premiar a los justos con la vida eterna y castigar a los injustos con la condenación eterna, sino la ley de la gracia para los injustos y los justos por igual.”

Por lo tanto, creo que no debemos interpretar la eucaristía como expresión de nuestra justicia sino de esa “justicia justificante” de Dios. Aunque nosotros seamos injustos, hipócritas, blasfemos, la eucaristía tiene sentido como justicia misericordiosa de Dios. Pero esto no significa que no nos exija luchar por la justicia, sino todo lo contrario.

-08-

Según entiendo, lo que celebramos en la maravillosa fiesta del “Corpus Christi” es la presencia real sacramental de Jesucristo resucitado, especialmente en el sacramento de la Eucaristía.Esta presencia, en mi opinión, es por obra del Espíritu Santo en las consciencias de los creyentes, que, no obstante, es presencia absolutamente real, actual y objetiva de Jesucristo resucitado, “en cuerpo y alma”, para nosotros los creyentes, perceptible por nuestra fe pero previa a ella e independiente de ella. De un modo similar –aunque no igual— a la presencia real corporal de Jesucristo resucitado en las “apariciones” que constituyeron el hecho-de-revelación-de-su-resurrección a los discípulos. Ahora es un hecho de otro tipo, un anticipo (“proléptico”) dado a los creyentes de su futura comunión parusíaca en el Cuerpo Místico de Cristo, que se dará escatológicamente en el “nuevo eón”.

Por supuesto que la forma en que se da la participación de este sacramento es en comensalía, que significa comunión y agápe mutuo, tal como fuera anunciada por la

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comensalía histórica, no-sacramental, practicada por Jesús en su ministerio, y tal como será realizada plenamente en la comensalía parusíaca, en el “banquete de boda escatológica” que esperamos los cristianos. Pero es una comensalía en la que es absolutamente esencial la presencia real de Jesucristo; si no fuese por esta presencia real, perdería todo su sentido profético y salvífico, para ser únicamente una reunión humana sin verdadera proyección al ministerio de Jesús y, menos, al banquete escatológico de la Nueva Creación. La presencia real sacramental de Jesucristo resucitado es lo único que confiere su verdadero carácter a la comensalía que se practica en este sacramento.

Ahora bien, esta presencia es obra del Espíritu de Dios en las consciencias de los creyentes, no directamente en los panes ácimos y el vino que son su signo. Es decir, es obra del Espíritu, que hace que las consciencias creyentes participen efectivamente de la presencia real de Jesucristo resucitado, por medio, a través, de esos signos que son los panes ácimos y el vino de la celebración. La “consagración” consiste en la invocación, en conmemoración de lo hecho históricamente por Jesús durante su vida y muerte, al Espíritu Santo para que haga posible esta presencia sacramental y la participación de ella, mediante estos signos concretos. Pero no hay ninguna acción física del Espíritu sobre las moléculas del pan y el vino, sino sobre las consciencias (sin que se trate de la mera inspiración de una idea en ellas, sino de la aportación externa, divina, de la presencia real). Por lo tanto, esas antiguas controversias acerca del modo en que el Espíritu puede actuar sobre las moléculas del pan y el vino para “convertirlas”, o “transubstanciarlas”, o “transignificarlas” en el cuerpo y la sangre de Jesús, carecen de sentido si se entienden de otra manera que como acción del Espíritu sobre las consciencias creyentes, aunque esta acción sea previa a, e independiente de, esas creencias.Por otra parte, la presencia sacramental de Jesucristo debe inducir a la comunión de comensalía y agápe, como consecuencia insoslayable; pero no al revés, si no hay invocación y fe en la acción eficaz del Espíritu.

……

Pienso que la presencia real del cuerpo de Jesucristo, por obra del Espíritu en el sacramento de la Eucaristía, es posible porque se trata del cuerpo RESUCITADO. Si se tratara del cuerpo terrenal del Jesús histórico, su “presencia” no sería posible más que en un sentido simbólico, asignado por iniciativa del creyente. Pero, puesto que se trata del cuerpo glorificado, el sentido de su presencia puede ser y es real, por iniciativa del Espíritu Santo y su obra en la consciencia del creyente.Como he comentado anteriormente, creo que el cuerpo resucitado es el mismo cuerpo terrenal, pero “glorificado”, dotado de unas características nuevas en una realidad nueva, que hacen posible –gracias al Espíritu— esa presencia real del cuerpo que se manifiesta mediante signos materiales concretos (pan y vino) para ser participado por los creyentes en una doble acción: la ingestión de los signos significa y realiza la presencia real de Jesucristo resucitado, en sus consciencias. Esta acción se practica en comensalía, para indicar que la conciencia de esta presencia real induce (o debe inducir) la comunión y el agape entre los creyentes comensales, y hacia todos los seres humanos que son comensales potenciales por vocación y misión cristiana.

……

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Yo creo que para que se realice efectivamente el sacramento son indispensables todos los elementos que he mencionado. El pan y el vino como signos (instituidos por Jesús), la invocación al Espíritu Santo en conmemoración de la vida y muerte de Jesús, y la obra consiguiente del Espíritu Santo realizada a través de esos signos concretos para que se dé efectivamente la presencia real de Jesucristo resucitado y pueda ser participada por los creyentes en comensalía. En cuanto a la necesidad de un “ministro” que presida la comunidad para hacer dicha invocación al Espíritu y para administrar el sacramento en comensalía, me parece clara y útil.

……

A mi parecer, la idea que está en el inicio de la institución de la Eucaristía es la comida judía del cordero pascual, con su significado salvífico. En este elemento fundamental de la tradición judía, está ya patente el hecho de “comer el cuerpo” del cordero y de “untarse con su sangre” como modos de participación para obtener su salvación, la Tierra Prometida.Si el origen de la Eucaristía está en una cena pascual judía adelantada y modificada por Jesús, como me parece cierto, entonces es lógico suponer que ese significado es el básico, anterior y fundador.

Jesús, en esos momentos, era consciente del riesgo mortal en que se hallaba, que fue el motivo de adelantar la cena, y había asumido voluntariamente la posibilidad de tener que ser él inmolado para la instauración del Reino, para la salvación de Israel. Todo ello durante las fiestas de Pascua, para cuando esperaba la intervención de Yahvé.

Entonces es lógico suponer que fue el propio Jesús histórico quien ató cabos, meditando sobre el paralelismo evidente entre el cordero pascual y él mismo, en relación a la cena.Si en la cena judía era consumido el cordero para participar de su salvación, en la cena de Jesús sería consumido el mismo Jesús (simbólicamente, claro está) para participar de su salvación.

Los símbolos de pan y vino, elegidos por Jesús para simbolizarle de esta manera, es claro que no fueron elegidos arbitrariamente, sino que remitían a la comensalía practicada por Jesús en anuncio y presencia del Reino escatológico de Dios que predicó durante su ministerio (análogo a la “Tierra Prometida”). De esta manera quedaba completamente asumida y a la vez superada la simbología del cordero pascual.

Con la experiencia de su resurrección, la presencia de Jesús, en “cuerpo y alma”, pasó a tener un nuevo significado. Lo que era símbolo de su cuerpo entregado y sangre vertida, esto es de su vida y muerte salvíficas, pasó a ser signo de su presencia real resucitada.

Según el primer significado, quien comulga comiendo y bebiendo el pan y el vino de su Cena, participa simbólicamente de su vida y muerte salvíficas. Según el segundo y definitivo significado, quien comulga participa además realmente de su presencia resucitada, es decir de su cuerpo glorioso y de su sangre espiritual, de su Vida Gloriosa con el Padre por su Espíritu Santo.

……

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Hay un aspecto delicado e importante del tema que me interesa comentar, como yo lo veo actualmente.

En otra ocasión he dicho que creo que la presencia sacramental de Jesucristo resucitado (en la Eucaristía y en otros sacramentos, formales o no), si bien es absolutamente real y objetiva, es una experiencia de fe, no de percepción empírica para todos (ni potencialmente), creyentes o no creyentes. He afirmado que la presencia sacramental se parece en esto a la presencia “en apariciones”, pero difiere de las presencias públicas “histórica” y “parusíaca”.En efecto, creo que para participar de la presencia sacramental de Jesucristo es indispensable una consciencia creyente que acoja la acción del Espíritu Santo a través de los signos materiales. En el caso de la Eucaristía, la presencia sacramental real requiere imprescindiblemente tanto del pan y el vino como de las consciencias creyentes en las cuales actúa el Espíritu Santo mediante esos signos materiales.

Pero algunos han exagerado esto para entender que es la fe de los participantes la que es capaz de suscitar o de reconocer la presencia simbólica de Jesucristo en el pan y el vino, sin una explícita acción previa e independiente del Espíritu Santo. Y hay quienes llegan hasta a afirmar que esa fe podría utilizar otros elementos, a discreción, como símbolos para ello.

Nuestra Iglesia se ha opuesto a esta exageración que desvirtúa el sacramento. Entonces algunos otros han hecho la exageración opuesta. Han afirmado que la presencia real de Jesucristo debe considerarse objetiva y empírica en el pan y el vino para todos, con o sin fe. Y han afirmado además que esta presencia real reside en sus signos consagrados, no solamente para ser participada por ingestión de los creyentes en comensalía, sino también para ser contemplada con adoración y exhibida triunfalmente, y como fuente de bendiciones en múltiples aplicaciones.

Yo, como católico, estoy dispuesto a aceptar que la presencia real sacramental eucarística puede ser participada por los creyentes de otros modos que por ingestión de sus signos en comensalía; también por contemplación, adoración y bendición; pero creo que para darse esa presencia real (no simbólica) efectivamente, requiere de la acción del Espíritu Santo en las consciencias creyentes, previamente a estas creencias e independientemente de ellas, y necesariamente a través de los signos materiales de pan y vino (o al menos uno), pero no de manera que pueda ser experimentada en estos signos objetiva y empíricamente por todos, incluidos no-creyentes. (Parece obvio, pero muchos no lo consideran así, llevados de su exageración, en reacción a la exageración opuesta).

Es, creo yo, algo análogo a lo que ocurrió con la presencia de Jesucristo “en apariciones”; que fue real y objetiva, incluso aparentemente empírica, para los creyentes; pero sólo para los creyentes, pues un no-creyente no las hubiera percibido en absoluto.

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Pienso que Jesucristo es Dios-con-nosotros, es presencia de Dios (la más fundamental), pero de una manera singular y concreta, no como la presencia de Dios inmanente a la

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Creación, ni como la manera en que una consciencia humana puede “sentir presente” a Dios en su interior y en su exterior, por naturaleza. Jesucristo es la presencia ENCARNADA de Dios, para la Redención del mundo.Entonces no es lo mismo hablar en general de los modos de la presencia de Dios en la Creación, por la acción inmanente creadora de su Espíritu, que hablar en concreto de la presencia de Jesucristo, por la acción inmanente redentora del mismo Espíritu, en otra modalidad distinta.

Como hablar de ambas modalidades de la presencia de Dios es un tema demasiado amplio, me centraré en el modo de presencia “sacramental” de Jesucristo resucitado. Todavía esto es demasiado amplio, por lo que intentaré esquematizarlo, tal como yo lo veo, en unos cuantos puntos.

1. La presencia “sacramental” de Jesucristo es un modo de su presencia, distinta de la que fue su presencia “histórica” (como Jesús de Nazaret), distinta de la que fue su presencia resucitada “en apariciones” a los discípulos durante su experiencia pascual, y distinta de lo que será su presencia gloriosa “parusíaca” pública para todo el mundo. Y, por supuesto, distinta a cualquier forma de presencia de Dios que no sea concretamente la encarnada en Jesucristo.

2. Es obrada por la acción redentora del Espíritu de Dios en las consciencias dispuestas a acogerla, de manera que la presencia sacramental se realiza por iniciativa del Espíritu y es causada exclusivamente por Él, pero ha podido ser invocada por la consciencia y necesita ser acogida por ella libremente, sin imposición. Por eso puede decirse que requiere de una consciencia “creyente”, aunque esta fe no es la causa eficiente de la presencia sacramental sino que sólo la recibe y acoge. (Aclaro que escribo “conSciencia” para referirme a la conciencia reflexiva humana, equiparable al “alma” tradicional pero en sentido no-platónico, y no meramente a la conciencia moral).

3. La acción redentora del Espíritu, al producir la presencia sacramental de Jesucristo resucitado en una consciencia creyente, la ejecuta “con ocasión de”, “a través de”, o “mediante”, ciertos elementos materiales que consisten en objetos y/o actividades utilizados por la consciencia para eso, con esa intención (pan y vino ingeridos en comensalía eucarística, personas servidas por agape, etc.) Por eso es fácil que se llegue a pensar que la presencia sacramental de Jesucristo “está” allí en esos elementos, que son sus signos imprescindibles. (Que Jesucristo está allí presente en el pan y el vino, y que está allí en las personas necesitadas). No es falso si se entiende correctamente; pero no sería exacto pensar que el Espíritu ha actuado físicamente en esos elementos para “convertirlos” en Jesucristo de manera objetiva y empírica para todos, incluso para las consciencias no-creyentes. (Aunque Mt25 nos hace pensar que Jesucristo “está” en los necesitados también para los “no-creyentes de doxia” que practican el agape -son “creyentes de praxis”-, pero esta presencia sacramental se les hará consciente “retroactivamente” en la Parusía.)

4. La presencia sacramental es de Jesucristo RESUCITADO, por eso puede ser, y es, real y no sólo simbólica. Quienes piensan sólo en el seguimiento del Jesús histórico anterior a la Resurrección, y creen que su fe consigue “proyectar” simbólicamente al Jesús terrenal en los elementos escogidos por ellos para sus vivencias espirituales, no experimentan la presencia sacramental real de Jesucristo en la forma eucarística, aunque pudieran estar experimentándola en la forma de agape, que es otra.

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5. Existen muchas formas de “sacramentos” que pueden inducir en las consciencias -de una manera u otra- la presencia sacramental de Jesucristo resucitado. Se diferencian según los signos empleados y la manera de ser utilizados por las consciencias para participar de la presencia real. San Agustín halló 304 en su día, pero actualmente nuestra Iglesia establece formalmente sólo 7 sacramentos. Es importante que se trate de acciones reveladas para eso por el Espíritu Santo, reconocidas y practicadas en comunidad eclesial o en nombre y extensión de ella; en caso contrario, podría tratarse de una simple ilusión pretender que el Espíritu Santo va a actuar sacramentalmente en respuesta a una invocación arbitraria. (Sin embargo, el evangelio nos hace pensar que basta que estén dos o más consciencias creyentes “reunidas en nombre de Jesucristo” para que el Espíritu actúe haciéndolo presente en ellas.)

……

[Comentario por sofía:]A mí me parece interesante, aunque claro, para el que cree, todo esto pueden ser explicaciones válidas, pero para el que no cree todo son intentos vanos de racionalización de una invención de la mente.

Claro, Sofía. La fe –pienso yo- es una apuesta “proléptica” que será cobrada “escatológicamente”, inminentemente en “tiempo personal”. Pero es una apuesta compartida entre muchos, que tiene su lógica, y su base histórica.

-09-

En el “mero” pan y el “mero” vino está presente Dios por la acción creadora inmanente de su Espíritu Santo.

Mediante el pan y el vino “consagrados” se hace realmente presente Jesucristo resucitado (Dios-con-nosotros) en las consciencias creyentes que los ingieren en comensalía eucarística, gracias a la acción redentora de su Espíritu Santo.

También se cree que Jesucristo se hace realmente presente -gracias al Espíritu Santo- en las consciencias creyentes que lo adoran en los signos de pan y vino consagrados antes durante la celebración eucarística, aunque no los hayan ingerido; pero esta es una derivación posterior del sacramento.

En el pan y el vino no consagrados no está la presencia de Dios encarnado, aunque sí esté presente Dios creador gracias a su Espíritu inmanente en todo lo creado.

En el pan y el vino consagrados está Jesucristo (Dios encarnado) PARA las consciencias creyentes que lo ingieren o lo adoran en ellos, acogiendo así, a través de estos signos, la presencia real de Jesucristo resucitado obrada en ellas por el Espíritu Santo para su redención.

(De la plegaria eucarística):

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“Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean PARA NOSOTROS Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor.”

……

Un “pan” es un conjunto de moléculas que, PARA NOSOTROS –los observadores y consumidores humanos—, es pan porque interpretamos ese conjunto como un alimento provisto de ciertas características que lo hacen digerible de determinada manera por nuestro organismo. Ese conjunto de moléculas NO es pan en sí, sino PARA NOSOTROS. Y hasta no es un “conjunto de moléculas” sino para la consciencia que las reconoce en ese objeto y las concibe y denomina así. No hay un discurso humano sobre las cosas “en sí”, pues siempre está implicada la propia consciencia –consciente o inconscientemente— en su discurso.

No hay necesidad de que el Espíritu de Dios actúe físicamente sobre las moléculas del pan para que este pan, gracias a la acción del Espíritu Santo sobre nosotros, pueda significar y realizar PARA NOSOTROS, en nuestras consciencias creyentes, la presencia real “sacramental” de Jesucristo resucitado.

……

[Comentario por Manuel_RH:]Si no he entendido mal a galetel, para la persona no creyente que llegase a comulgar por una u otra razón no recibiría realmente a Jesucristo de ninguna forma (ni para su salvación ni para su condenación) ; y tampoco habría posibilidad de realizar una profanación ya que para él el pan seguiría siendo un simple trozo de pan sin más...De todas formas el texto evangélico me resulta demasiado contundente (ESTO ES mi cuerpo) para pensar en una presencia sacramental, espiritual, a nivel sólo de la consciencia y sin implicar una efecto a nivel físico en el pan y el vino; efectivo (para bien ó para mal) aún para quien no crea...

Manuel_RH:Creo que no habría condenación ni profanación si la intención del no-creyente no fue mala. Sí habría profanación desde NUESTRO punto de vista creyente, sobre todo si la intención del comulgante no-creyente fue profanar. Pero la condenación del profanador es asunto de la misericordia de Dios.Sigo pensando que, aunque el texto evangélico sea así de contundente, no implica ni necesita ninguna acción física sobre las moléculas del pan para que sea cierto, rotundamente cierto, PARA NOSOTROS. Las realidades físicas no son "en sí"; necesitan de la interpretación de la consciencia; y lo que interpreta la consciencia es tan real -incluso más real- que lo que podría ser la "cosa en sí", físicamente. No hay que ser puramente idealista, pero tampoco puramente empirista.

Como intenté explicar, ese conjunto de moléculas es REALMENTE un pan, aunque no lo sea “en sí” sino por interpretación de la consciencia humana.

Otra cosa es que todas las consciencias humanas estén de acuerdo en una misma interpretación. La interpretación humana “absoluta” no existe; es cosa sólo de Dios, y

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de lo que Él nos quiera revelar para iluminar NUESTRA interpretación.

Claro que debe haber un mínimo de adecuación entre “la cosa en sí” y la interpretación de la consciencia, para que esta interpretación sea útil y por lo tanto “real”.

Habría conflicto en interpretar que un pan consagrado ES el cuerpo de Jesucristo si se piensa en el cuerpo terrenal histórico de Jesús; pero no lo hay –nos lo ha revelado Dios por Jesús— si se piensa en el cuerpo RESUCITADO de Jesucristo, cuyas propiedades no conocemos bien.

……

Nadie me lo ha preguntado (ni siquiera Manuel_RH), pero me lo pregunto yo:En un sagrario o custodia que contiene una forma consagrada, cuando se han ido todos los seres conscientes y lo han dejado solo, ¿está realmente presente Jesucristo resucitado?

-(Esto me recuerda aquello de “si el gato de Schrödinger está vivo o muerto”). Mi respuesta es NO. Por supuesto que, en ausencia de toda consciencia que pueda acogerla, no hay, no puede haber, presencia real sacramental de Jesucristo resucitado. Ni siquiera hay allí pan.Sin embargo, en cuanto aparezca una consciencia, habrá “allí” (es una manera de hablar; en verdad se da “aquí” en la consciencia) presencia real de Jesucristo, y habrá pan.Si la consciencia que aparece es no-creyente, habrá presencia real “en potencia”; igual que habrá pan “en potencia” si esta consciencia carece de sentidos que puedan percibirlo.

Una conciencia sólo animal, p.ej. de un perro, es suficiente para que haya pan (como quiera que lo conciba un perro), pero la consciencia humana es imprescindible –junto con la previa consagración- para que haya además presencia real de Jesucristo.

(Claro que al decir todo esto estoy observándolo desde fuera, desde mi propia consciencia que hace unas afirmaciones supuestamente absolutas “hay… no hay…”. Es un poco hacer trampa. Pero es lo que hacemos continuamente.)

……

La “transubstanciación” se expresa en términos aristotélicos. ¿Cómo puede entenderse en términos de la ciencia y filosofía actuales? ¿Puede la Iglesia conformarse con seguir pensando y hablando en términos obsoletos?

……

Hay personas que se cuestionan las cosas. No todos son fideístas. Para muchos, la fe debe tener en cuenta a la razón, aunque la razón no pueda dar cuenta por entero de la fe.

La fe es una apuesta, pero una apuesta razonable.

Si tú eres capaz de creer que un supuesto hecho histórico de que una hostia consagrada

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haya sangrado milagrosamente, es “una evidencia constatable” de la presencia real de Jesucristo, y no una mera leyenda, entonces está claro que aceptas un fideísmo con el que yo no puedo estar de acuerdo (ni Santo Tomás lo estuvo). Yo pienso que HAY que cuestionarse esas cosas en nuestra época actual, con apoyo en la ciencia y la filosofía actuales, para no seguir pensando como en la Antigüedad, o en la Edad Media. Y eso implica razonar.

……

Hay que razonar esa fe de un modo aceptable para la mentalidad actual. Decir simplemente que “es una cuestión de fe” para negar las actitudes fundamentalistas, no me parece suficiente. El fideísmo no contradice al fundamentalismo; al contrario, se alimentan mutuamente.

……

[Manuel_RH:] “Me fío sólo de él, apuesto; pero sólo por él”

¿Por lo que él ha dicho y hecho tal como lo cuentan literalmente los evangelistas (en lo que no se contradigan) unos cuarenta o más años después?¿Y también por cómo han interpretado esos dichos y hechos las diversas Iglesias cristianas posteriormente a lo largo de la historia?¿O cómo han analizado los textos –para hallar sus mismísimos dichos y hechos— los historiadores críticos, y aceptando algunas de sus conclusiones y rechazando otras?¿Estudiando las diferentes versiones de los dichos y hechos, según diferentes traducciones y acudiendo a los textos originales griegos?¿Entendiendo sus dichos y hechos en relación a su probable significado en el contexto de su época, cultura y circunstancias?¿Etc.?

Porque una simple lectura literalista, sin más complicaciones, sería fundamentalista y fideísta.

……

Por supuesto que nuestra fe no depende de ello, pero creo que sale fortalecida con una explicación que sea compatible con la ciencia y la filosofía actuales, ante sus sanos cuestionamientos. No pretendo que la explicación que he expuesto sea “mía”, ni siquiera que la haya expuesto bien; pero creo indispensable un tipo de explicación así para sustituir a las obsoletas que sólo despiertan rechazo en muchas personas razonables. Y quien no la necesite, mejor que mejor; pero que sea consciente de que muchos la necesitan para que su fe no se tambalee, o para que no se produzcan hechos lamentables, que habrán tenido consecuencias nefastas en las personas que los sufrieron. Creo que esos hechos no se debieron a "exceso de especulación racional" sino a un fundamentalismo que, precisamente, carece de una explicación crítica racional aceptable para la mentalidad actual.

……

Siempre he dicho que la “explicación” que yo suscribo parte de la fe y se basa y sustenta en ella. Fe en la acción del Espíritu Santo en las consciencias creyentes, a

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través de las especies pero no en las especies. Se trata pues de una cuestión de fe, pero que no debe ser incompatible con la ciencia ni la filosofía actuales, es decir, que debe ser una fe razonable en términos actuales (no en términos aristotélicos).

En las especies consideradas en sí mismas, no ocurre nada durante la Eucaristía. Pero, ¿qué son las especies consideradas en sí mismas? –No son ni siquiera pan y vino.

Según mi fe, la acción del Espíritu Santo es absolutamente real, y produce efectos absolutamente reales en las consciencias creyentes; a saber, la presencia absolutamente real de Jesucristo resucitado.

Según mi fe, la acción sacramental del Espíritu Santo se ejerce a través de las especies (que en la Eucaristía son pan y vino, y en otros sacramentos otras cosas y/o actividades), pero no en esas especies consideradas en sí mismas, sino en cuanto son consideradas signos por las consciencias creyentes, de la presencia real de Jesucristo resucitado que obra en estas consciencias el Espíritu y que ellas acogen.

…………………………………………..

Yo no soy teólogo, ni “intelectual”, ni “cerebral”, ni mucho menos racionalista. Una de mis frases favoritas es esa tan famosa de Saint-Exupéry: “Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”. Sin embargo, respeto la teología y utilizo términos como “emergentismo”, “kénosis”, “anacefaleosis”, etc. No me parece incongruente. Los que rechazan esta actitud porque se estiman “sencillos”, y adhieren en cambio a melifluos discursos “místicos” emotivos, desdeñando lo que no entienden, me parecen bastante soberbios, tanto como los que cometen el pecado inverso. Sé que no es tu actitud. Encuentro admirable tu posición siempre abierta, tanto a lo sencillo –a lo genuinamente sencillo— como a lo racional y razonable, por complejo que parezca. No es posible prescindir de razonar, aunque deba supeditarse al corazón; esto lo comprendes tú muy bien, y yo también lo intento, créeme.

Algunos ven al Evangelio como muy sencillo: unas parábolas de Jesús destinadas a un público poco instruido, unas frases emotivas comprensibles para la mentalidad popular…, y toda la teología construida sobre ello les parece sospechosa. No estoy de acuerdo. Yo pienso que para comprender bien los dichos y los hechos de Jesús hizo y hace falta mucha teología: la paulina, la marcana, la mateana, la lucana, la joánica. El NT está lleno de teología, en vistas al AT, para comprender a Jesús. Estoy seguro de que estamos de acuerdo en admitir que esto no lo podemos subestimar. Parece muy bonito pensar en unas personas sencillas, de escasa instrucción, que leen los evangelios y las cartas de Pablo sin complicaciones, entendiéndolos “de corazón” y como por intuición, tal como los ven literalmente. Pero tú y yo sabemos lo arriesgado que es hacer eso sin una aproximación crítica, exegética, hermenéutica. Las cartas de Pablo, los evangelios sinópticos, el cuarto evangelio, el Apocalipsis, etc., necesitan ser leidos con sumo cuidado para entenderlos correctamente. Que sean textos “sencillos” que se entiendan fácilmente, sobre todo dos mil años después y desde una cultura y mentalidad muy diferente, es una simplificación y una ilusión.

El trabajo exegético y teológico es y ha sido siempre, desde el comienzo, imprescindible. La iluminación del Espíritu Santo es absolutamente indispensable para comprender bien a Jesús, a quien se pudo entender del todo sólo después de su

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muerte/resurrección, mucho mejor de lo que él pudo comprenderse antes a sí mismo. Naturalmente, pueden encontrarse frases y pasajes que provienen directamente de Jesús, y no podemos admitir nada que sea contradictorio con ellos. Pero eso no quiere decir que debamos rechazar los desarrollos posteriores, en lo que sean coherentes. Y estos desarrollos son teología, y no son fáciles. Hay personas que no se dan cuenta de esto; admiten como “sencillos” los términos y conceptos teológicos habituales, como “eucaristía”, “sacramento”, etc., porque los han oído de “toda la vida”, sin embargo rechazan términos teológicos nuevos, como “kénosis”, o “emergentismo”, simplemente porque no los conocen. No se esfuerzan en comprenderlos; los achacan en seguida a pedantería y presunción intelectualista de “sabios y entendidos”, escribas y fariseos hipócritas. No me cabe duda de que ha habido, y hay, teólogos pedantes y presuntuosos así; pero no todos, ni mucho menos.

Hay teólogos difíciles de leer y entender, como Rahner, Schillebeeckx, Moltmann, Balthasar, etc., que no son nada soberbios; son bien intencionados y también “se basan en el Evangelio”. Yo los admiro y –aunque no los comprendo del todo— me esfuerzo en asimilar su lenguaje y sus puntos de vista (aun discrepando de algunos), porque admito que pueden enseñarme mucho acerca de Jesús, no sólo para enriquecer mi intelecto, sino también, incluso sobre todo, para enriquecer mi corazón. A ver si los verdaderamente soberbios resultan ser los pretendidamente sencillos, que no quieren hacer el esfuerzo, o que, habiéndolo intentado, se sienten despechados por no haber conseguido nada.

No quiero negar, en absoluto, la necesidad urgente de acercar más la teología a la comprensión popular: los divulgadores y los teólogos que se lo proponen, hacen una labor muy necesaria y admirable; pero los que tenemos una cultura más “popular” debemos estar dispuestos a sentir empatía por al menos algunos de los teólogos más fiables aunque sean complejos, y no cerrarnos a una terminología nueva porque nos parezca de entrada difícil. Sé que tú lo sientes así, no te lo digo a ti, porque no lo necesitas. Sé que me entenderás perfectamente si te digo que me parece que decir “mi fe se basa en los evangelios”, envuelve mucha más teología de lo que parece; lo que pasa es que se trata de una teología inconsciente ya asumida “con el corazón”, que cuesta por eso ampliar y más aun cambiar. Pero nadie pretende que se cambie por nada que sea incoherente con lo que realmente proviene de Jesús, según un buen análisis crítico. Y es indudable que gran parte de lo que se cree por convicción íntima puede provenir del Espíritu Santo directamente.

Lo que pasa en estos foros en que participamos, es que hay gente de todas clases, y hay personas que se asustan de ver términos como “emergentista” y ya de entrada están predispuestos en contra. No quieren ponerse a pensar lo que ese término pueda significar; lo califican en seguida de pedantería y afán presuntuoso de epatar. Pero no por eso voy a cambiar mi discurso; lo siento, pero creo que son ellos los que deberían hacer el pequeño esfuerzo de entenderlo, tal como lo he hecho yo. Hubo un tiempo, no hace mucho, en que yo también me hubiese espantado de una “teología emergentista”, pero cuando lo lei por primera vez, en vez de espantarme me intrigó, me informé, y me enriqueció. Como cuando lei acerca del “gato de Schrödinger” o del “bosón de Higgs” que ahora está de moda, o de tantas otras cosas que ignoraba, en filosofía, ciencias y teología. Hay que saber cribar, claro, pero sin obstruir la mente ni el corazón a lo nuevo. Estoy seguro de que estamos de acuerdo.

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No se trata de convencer a nadie ni de hacer teologizar a nadie. Pero sí puede tratarse de dar algunas respuestas más actuales que repliquen mejor a quienes niegan la posibilidad racional de la presencia real, y de combatir por otro lado creencias y actitudes erróneas como esas de “ver hostias que sangran”, “custodias que resplandecen como el sol”, “acompañar a Jesús para que no se quede solo en el sagrario”, “consolar a Jesús que está allí llorando”, etc., etc.

……

(Tomado de: LUCIEN DEISS, “LA CENA DEL SEÑOR” DDB. BILBAO 1989):“ Al principio del siglo XIII se instauró la práctica de elevar la forma después de la consagración y, a fines del mismo siglo, el cáliz. A veces sucedían cosas extraordinarias, según se decía: la hostia se volvía resplandeciente como un sol, un niño pequeño aparecía entre las manos del sacerdote. El que contemplaba la elevación quedaba preservado de la muerte súbita ese día, su casa y la granja estaban protegidas contra el fuego. Además, cuando el sacerdote no elevaba la forma lo suficiente, los más fervorosos gemían: ¡más alto, más alto!». Se sabía también de hostias que sangraban, según se decía. Santo Tomás (*) respondía que esa sangre—¡si es lo que era!—no podía ser la de Cristo: daba lo mismo; se exponían estas hostias a la veneración del público. Se terminó exponiendo también las hostias no milagrosas, y esta práctica, junto con la de la elevación, fue el origen de nuestras «Bendiciones con el Santísimo Sacramento» (las más antiguas exposiciones datan del siglo XIII).

(*) Santo Tomás consagra un articulo entero, lleno de buen sentido y también de bondad a exorcizar estas creencias en la aparición de sangre o en un niño pequeño en la hostia (lllª parte, Q. 76, art. 8).”

……

Me parece que esas creencias y actitudes aberrantes eran consecuencias exageradas, pero bastante lógicas, de una fe fervorosa en la presencia real de Jesucristo en las formas consagradas. No eran originadas por doctrinas teológicas, sino por la (in)comprensión literalista de los textos evangélicos. Las doctrinas teológicas, al contrario, procuraban combatir esas deducciones erróneas explicando (como hace la doctrina de la transustanciación recurriendo a ideas aristotélicas) que la presencia real reside en la “sustancia” transmutada, no en los “accidentes”. Pero la presencia de Jesucristo seguía considerándose ALLÍ, en las especies, en los sagrarios y custodias. Por eso, actualmente también se dan algunas de esas conductas aberrantes, aunque con mucha menor intensidad gracias a las doctrinas teológicas vigentes de la transustanciación y otras.

Pero es muy diferente entender que la presencia real de Jesucristo no se da ALLÍ, en las especies consagradas, sino AQUÍ en mi consciencia, en mi alma, no como una mera idea mía sino como una obra real del Espíritu Santo en mí, con ocasión, a través, de esas especies; y también del mismo modo en las almas de mis compañeros de comunión,

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sobre todo al practicar la comensalía con ellos ingiriendo juntos esas especies, como nos enseñó el mismo Jesús. Entonces la presencia real de Jesucristo se entiende que está AQUÍ EN NOSOTROS, y NO ALLÍ EN LAS ESPECIES. Las especies consagradas son indispensables para que haya efectivamente esa acción eucarística del Espíritu Santo en nosotros, pero no se da en ellas, sino a través de ellas en nosotros, la presencia real de nuestro Señor resucitado.

……

AQUÍ, no como algo que brota de mí, sino como obra del Espíritu Santo en mí, por iniciativa suya, del Dios que me amó el primero. El ALLÍ no es eso, es la especie en sí, es el sagrario, es la custodia. Para mí, en el sagrario no está nunca la presencia real de Jesucristo, sino sólo la especie consagrada que es ocasión y causa, por obra del Espíritu Santo, de que la presencia de Jesucristo se dé en mí y en mis co-comulgantes o comensales. Por contemplación en comunión o -mucho mejor- por ingestión en comensalía.

……

Por supuesto, lo que he dicho creo que es así porque existe un sacramento (la Eucaristía) instituido por Jesús para ser practicado en la Iglesia cristiana. Por eso es que actúa efectivamente el Espíritu cuando se le invoca en nombre de Jesucristo en la Eucaristía. Esto se sobrentiende.

……

Desde luego, la consciencia creyente no es un “lugar”. Yo creo que el Espíritu Santo tiene el poder de hacer presente y actual a la consciencia (que esté dispuesta a acogerlo) a Jesucristo resucitado, que pertenece al “nuevo eón”; como ocurrió en el hecho-de-revelación-de-la-resurrección; pero de manera diferente, porque la presencia “sacramental” no es igual a la presencia “en apariciones”. Aquélla implica y se refiere a ésta, pero no son lo mismo. La experiencia sacramental del cristiano se remite a la experiencia pascual de los discípulos, pero no la reproduce.

……

La presencia “sacramental” de Jesucristo resucitado se da “con ocasión de”, “a través de”, “mediante” unos “signos” concretos, que son objetos y/o actividades humanas. El cuerpo resucitado de Jesucristo pertenece al “nuevo eón”, y sólo puede estar presente por obra del Espíritu Santo en las consciencias (o almas) que le acojan. Hay una correlación imprescindible entre la actividad con los signos (ingerir el pan y el vino, p.ej.) y la acción del Espíritu Santo en la consciencia; por eso se concibe y se dice que los signos “se han convertido en Jesucristo” cuando se invoca al Espíritu sobre ellos; es una manera de hablar que no es incorrecta si se entiende bien. Pero pensar que el cuerpo resucitado “está” realmente en los signos en sí mismos, es completamente incorrecto y absurdo.

……

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La presencia sacramental de Jesucristo, aunque se dé en las consciencias, no es una mera idea “espiritual” de las consciencias, sino una presencia objetiva en ellas, que no brota de ellas sino del Espíritu Santo. La presencia sacramental del Resucitado es absolutamente real, gracias al poder actualizador del Espíritu Santo, que puede hacer realmente presente en este eón, para la consciencia que le acoge, lo que pertenece al nuevo eón.

……

(De un comentario mío de hace tiempo [con un pequeño añadido de ahora entre corchetes]):

Nuestra prolepsis, si es por vía del Espíritu Santo, es un auténtico hacer actual la resurrección [o su presencia eucarística a través de las especies consagradas] de Jesucristo para nosotros. O, como afirma una amiga mía muy querida: “la actualización no crea la resurrección [o su presencia real eucarística “especial”] sino que nos la hace conocer y nos sitúa en esa realidad, haciéndola actual para nosotros, aunque sea real independientemente de nosotros”.

……

Por supuesto, la acción sacramental del Espíritu Santo no se puede explicar científicamente, ni se puede comprender humanamente. Es algo revelado a nuestra fe cristiana, que se ha conocido por Jesús y se transmite en los textos bíblicos (bien interpretados) y en la tradición de la Iglesia (que es algo dinámico, en continua progresión hacia la Verdad completa).

La fe puede explicitarse de diferentes maneras. Yo creo que hay que encontrar unas maneras mejores, más adecuadas a la mentalidad actual, con un lenguaje más actual como ha pedido Ratzinger. No pretendo haber satisfecho esa necesidad con lo que he expuesto, pero quiero intentar contribuir a que lo vayamos consiguiendo entre todos.

……

El problema es que ha habido lecturas literalistas (más que literales: acríticas, fundamentalistas) del Evangelio y, a partir de ahí, teorías teológicas en términos de mentalidades antiguas, que serían lógicas y beneficiosas en su época, pero no actualmente. Y no me refiero sólo ni principalmente a la “transustanciación” o a la “consustanciación”, que no importan mucho, sino sobre todo a las múltiples devociones, prácticas, catequesis, etc., que han sido influidas por ello. Eso es lo que hay que mejorar, me parece; por supuesto, manteniendo lo esencial de la fe. Para mí, lo esencial de la fe eucarística es (como he insistido tanto): que “a través” de los signos eucarísticos instituidos por Jesús, el Espíritu Santo nos hace presente y actual a Jesucristo resucitado, realmente, en nuestra asamblea, en nuestra comensalía, en nuestra adoración, en nuestro viático. Pero de una manera distinta a muchas interpretaciones exageradas, en uno y otro sentido (A y B) que debemos combatir –con mucha comprensión y prudencia— dando a entender poco a poco una explicación más razonable, más acorde con la mentalidad moderna. Me parece que muchos la necesitan.

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¿Por qué digo que hubo una lectura literalista en el origen?-Intentaré explicarlo ateniéndome a las palabras “esto es mi cuerpo” pronunciadas por Jesús en la Última Cena.

Algunos sostienen que no puede ser históricamente cierto que Jesús pronunciara estas palabras; que provienen de un desarrollo posterior hecho con mentalidad helenista, por Pablo y/o su comunidad de Antioquía. Yo pienso –basándome en otros exegetas- que Jesús sí pudo pronunciarlas con su mentalidad judía, basándose en las creencias judías acerca del cordero pascual y la “Tierra Prometida”.

Jesús seguramente se percató del paralelismo significativo que había entre él mismo –a punto de ser inmolado con toda probabilidad- y el cordero pascual sacrificado, y entre el Reino que él anunciaba y la Tierra Prometida. Pero en su cena no pudo haber cordero, pues tuvo que adelantarla a la noche anterior, antes de que se sacrificaran los corderos ritualmente para comerlos en la noche siguiente. Pero Jesús mantuvo el paralelismo sustituyendo el cordero por el pan y el vino, enriqueciendo el simbolismo sacrificial y comensal judío con el de su propia comensalía practicada durante su ministerio.

Entonces esas palabras: “esto es mi cuerpo”, equivalían –en el muy probable pensamiento de Jesús— a “este pan-cordero es mi cuerpo” y a “este pan-comensalía es mi cuerpo”. Pero él no pensaba en su cuerpo resucitado realmente presente de esa manera; interpretarlo así es irse a un extremo anacrónico y hacer una lectura literalista indebida. Jesús pensaba en una identificación SIMBÓLICA del pan con su cuerpo terrenal, no en la presencia real en él de su cuerpo resucitado.

Esa interpretación de “presencia real resucitada” vino después de la experiencia pascual de su resurrección, por sus discípulos. Y fue una interpretación absolutamente válida y correcta de las palabras de Jesús, pero con un significado nuevo. En este nuevo significado, el símbolo pasaba a ser signo; el pan-cordero que había simbolizado el cuerpo terrenal de Jesús, pasaba a ser signo del cuerpo resucitado de Jesús que los discípulos “veían” realmente presente por obra del Espíritu Santo. Y el cordero-comensalía de la cena judía pasó a ser el pan-comensalía de la cena cristiana.

Pero Jesús no quiso decir que su cuerpo terrenal estuviera EN ese pan de una manera no simbólica, ni pudo imaginar que su cuerpo resucitado fuese a estar realmente presente EN ese pan. La única forma en que las palabras de Jesús pueden interpretarse como lo hacemos actualmente, es gracias a la acción del Espíritu Santo en las consciencias de los discípulos, que “vieron” a Jesús resucitado, se acordaron de estas palabras, y les asignaron este nuevo significado para describir la experiencia de Jesús resucitado participada y vivida por ellos en asamblea comunitaria, gracias a la acción del Espíritu Santo en sus consciencias.

La lectura literalista no fue hecha por los discípulos (cuando no existían todavía los evangelios), naturalmente. Fue hecha por algunos cristianos que vinieron mucho después.

Lo que se suele presentar actualmente como “la fe que viene de Jesús y su propia experiencia, y es secundario encontrar una explicación”, a saber, que EN el pan consagrado está realmente presente el cuerpo resucitado de Jesús, CONLLEVA una

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explicación basada en una interpretación literalista y anacrónica de las palabras de Jesús. No es esa la interpretación que hicieron los discípulos después de su experiencia pascual, sino más bien que “mediante el pan consagrado el Espíritu Santo nos hace presente y actual a Jesucristo resucitado, realmente, en nuestra asamblea, en nuestra comensalía, en nuestra adoración, en nuestro viático”. Actuando el Espíritu en nosotros a través de los signos, “nos sitúa en esa realidad, haciéndola actual para nosotros, aunque sea real independientemente de nosotros”.

“Y entró a quedarse con ellos. Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado.” (Lucas 24, 29-31).

……

Yo pienso que el Espíritu sí sigue actuando a través de los signos desde el Sagrario o la exposición Eucarística, porque la asamblea recibe la actuación del Espíritu a través de los signos que están ahí.No quiero decir en absoluto que se reniegue de "la fe que viene de Jesús y la propia experiencia", ni que haya que “extirpar” nada, ni que no esté Jesús presente en la Eucaristía. Sólo quiero decir que hay que mejorar la explicación, para hacerla más fiel a la interpretación original de los discípulos.

Hay que ser consciente de que esa expresión de fe que se considera anterior e independiente de cualquier explicación, CONLLEVA en realidad una explicación que se puede y se debe mejorar.

……

Decir “mi fe se basa en los evangelios”, envuelve mucha más teología de lo que parece; lo que pasa es que se trata de una teología inconsciente ya asumida “con el corazón”, que cuesta por eso ampliar y más aun cambiar. Pero nadie pretende que se cambie por nada que sea incoherente con lo que realmente proviene de Jesús, según un buen análisis crítico. Y es indudable que gran parte de lo que se cree por convicción íntima puede provenir del Espíritu Santo directamente.

Y cuando asumimos de corazón un punto de vista, debemos ser consecuentes. Si pensamos que “Dios no se dedica a intervenir en la creación, sino que sólo actúa a través de las conciencias, persuadiendo suavemente, no violentando”, entonces debemos creer firmemente en la acción real del Espíritu de Dios, diferente de la percepción subjetiva. ¿Cómo? –Pues, sin “poner límites a su capacidad de actuar sin violentar las leyes naturales, por caminos que no conocemos”. Si lo piensas así, tal como lo dices, no veo que puedas tener problema en aceptar que hay una GRAN diferencia entre percibir algo (la Resurrección, la Eucaristía) por la acción actualizadora del Espíritu, a imaginarlo subjetivamente. Por otra parte, si la acción del Espíritu la crees real, como dices, SÓLO a través de las consciencias, y NO sobre los objetos físicos (moléculas, p.ej.) y las leyes físicas que los rigen, entonces tienes que rechazar la posibilidad de milagros tales como la revivificación de un cadáver, la transubstanciación del pan y el vino, y las acciones directas de Dios (o de sus intercesores) que vayan más allá de lo que las consciencias puedan realizar por acción del Espíritu sobre ellas, en respuesta a

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las oraciones de petición (aunque estoy de acuerdo en que esas acciones a través de las consciencias pueden lograr mucho más de lo que suponemos, y debemos confiar en esa posibilidad).

……

En mi opinión, según mi fe, Jesucristo resucitado está realmente presente en la Eucaristía. Decir que está presente en el pan y el vino consagrados, o decir que está en el sagrario, es una manera de decir que está presente en el sacramento, y no debe entenderse en otro sentido. El sacramento implica a la asamblea. Y la presencia real implica la acción del Espíritu Santo sobre la asamblea a través de los signos eucarísticos. Esta acción de presencia debe redundar en la actitud y praxis de la asamblea, de comensalía y agape, hacia su interior y su exterior.

………………………………………….

Los católicos hemos estado demasiado acostumbrados a creer algo sólo porque así lo afirma el Magisterio y así nos lo han enseñado. Pero actualmente somos muchos los que, ante una creencia concreta como la de la Presencia Real Eucarística, nos cuestionamos el porqué y el cómo. Yo he tenido la experiencia muy cercana de cuestionamientos así en personas queridas, a las que he debido ayudar a responderse. A mí me parece que la respuesta no puede ser: “¡Porque así lo enseña el Magisterio (p.ej. en el Catecismo y los Concilios); ésa es la fe de la Iglesia, y si la pones en duda no eres católico!”.

Pienso que hay que procurar darse personalmente unos argumentos que den razón de esta fe, no en el sentido de conseguir explicarla racionalmente, pero sí al menos en el sentido de que no sea una fe absurda y contradictoria con la ciencia y la mentalidad actual.La explicación tradicional -me parece a mí- se apoya en los textos del Evangelio (“esto es mi cuerpo”) y en la teoría filosófica de la transubstanciación u otras por el estilo. ¿Pueden satisfacer a estos cuestionadores?

Voy a intentar describir muy breve y esquemáticamente cómo me parece que lo ven algunos de los que preguntan. Piensan que la Iglesia afirma que durante la consagración, en misa, las palabras de Cristo citadas por el sacerdote tienen la virtud (puesto que se trata de un sacerdote ordenado para ello) de convertir misteriosamente el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. O sea que ese milagro se realiza por el poder de esas palabras y el poder sacerdotal de ese hombre especial. El milagro –les explica la Iglesia— consiste en que, gracias a ese poder, las “sustancias” del pan y del vino se han “convertido” en las “sustancias” del cuerpo y la sangre de Cristo, conservándose los “accidentes”.

Pero el que cuestiona se pregunta si Jesús -el Jesús histórico- hizo ese milagro realmente en la Última Cena. Si fuese así, el pan ¿era el cuerpo terrenal del mismo Jesús que lo tenía en sus manos y lo distribuía? ¿Había múltiples cuerpos terrenales de Jesús en la Última Cena? O ¿Jesús había convertido el pan en su ubicuo cuerpo resucitado… que no había resucitado todavía? -No encuentra explicación aceptable.Por otra parte, el cuestionador culto se pregunta qué es eso de la “sustancia”. ¿Qué significa eso en términos de la ciencia física actual que entiende al pan como un

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conjunto organizado de moléculas, y no habla para nada de “sustancias” y “accidentes”? ¿Cómo pueden haberse alterado las moléculas para resultar esa “conversión”? ¿Qué poder, qué campo de fuerzas, puede causar una alteración así de las moléculas o de las partículas elementales? -No encuentra explicación aceptable.

Al cuestionador no le queda otra que “tragarse el misterio, el milagro” por simple acatamiento a la autoridad eclesiástica, o dejar de creer en la Presencia Real, para pasar a creer en una presencia sólo simbólica.Pero si el cuestionador puede creer la posibilidad de una acción real actualizadora del Espíritu Santo en las consciencias, puede explicárselo así, de otra manera, que le acarrea otras preguntas, claro, pero evita su decisión inmediata de no creer en la Presencia Real, y le conduce a una visión más amplia y más profunda de su Fe.

Yo sigo creyendo firmemente que en el sacramento de la Eucaristía recibo a Jesucristo resucitado, realmente presente bajo las dos especies, como he enseñado tantas veces en mis catequesis. A los niños no he intentado explicárselo, claro, pero a los adultos cuestionadores, sí.¿O sería mejor explicarles que eso se cree “por el corazón”, o por lecturas acríticas de los evangelios, o por tradición?

……

Me escribes: “para mí es Jesús resucitado el que dice cada palabra que se le atribuye en los evangelios, porque lo siento así. En ese sentido digo que no necesito entender la Eucaristía para creer en ella. Sé que es Jesús resucitado presente realmente -por la acción del Espíritu, desde luego, cómo sucede, no lo sé. Lo creo simplemente porque tengo esa fe, por encima de las teologías que puedan explicarla. (…) fue una idea de Jesús la de la última cena, a partir de la pascua judía, tal como también te lo he oido decir a ti. Dicho esto, me parece que sí es necesario intentar explicarlo teológicamente, aunque yo no lo creería por la explicación, sino previamente. En todo caso, que sea una actuación del Espíritu en las conciencias no cambia mi visión del asunto”.

Muy bien. Estoy de acuerdo. Yo podría decir lo mismo. “Lo siento así”. Si no es por otro motivo, está claro -para mí- que lo sentimos así debido a la acción del Espíritu Santo en nuestras consciencias. En la tuya, en la mía, y en la de todos los que “lo sienten así”. La explicación, necesaria y conveniente, viene después, como tú dices. Para quien no experimenta esa acción del Espíritu ni la cree posible, nuestra actitud puede calificarse de fideísmo. La actitud del que la experimenta pero no busca luego ninguna explicación, también es de fideísmo. Pero para ti y para mí, que la experimentamos y además buscamos y aceptamos después una explicación que dé razón de nuestra fe, sabiendo que no hay ni habrá ninguna que sea definitiva (tampoco la del Magisterio), no se trata de fideísmo, sino de fe razonable.

No es lo que tú decías de mi explicación, recuerda; tú decías que mi explicación “niega” esa fe al sostener que la Presencia Real se da “a través” de las especies, por obra del Espíritu, pero no en las especies consideradas en sí mismas (no en la Eucaristía, según tú). Te hago notar que lo que yo decía no se aplica sólo a la ingestión de las especies, “sino también después, lo mismo para el enfermo que recibe la Eucaristía en su casa, como para la persona que ora ante el sagrario.” También puedes notar, de paso, que

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utilizas el término “eucaristía” para significar unas veces al sacramento, otras veces a la ceremonia litúrgica (la misa) y otras veces a las especies, indistintamente; no es una práctica exclusiva tuya, sino generalizada, pero que puede llevar a confusión. Según mi explicación, yo afirmo que Jesucristo resucitado está realmente presente en la Eucaristía, es decir en el sacramento, que se realiza mediante la ingestión de las especies, y también de modo derivado en el viático, en la contemplación, en la adoración ante el sagrario, en la bendición, etc. Pero eso no significa que Jesucristo resucitado esté presente en esas especies consideradas en sí mismas, sino en las consciencias creyentes (invocadoras, acogedoras) de quienes las ingieren, o contemplan, o adoran, por la acción del Espíritu Santo “a través de” o “mediante” o “bajo” esas especies (indispensablemente), porque se ha invocado la acción del Espíritu sobre ellas para ello.

Comprendo que puede resultar algo confuso leer esto así tal como lo he escrito, pero estoy seguro de que me entiendes perfectamente. Y creo que convendrás en que no hay verdadera oposición entre mi explicación y la fe que “sentimos” tú y yo por obra del Espíritu, probablemente porque la hemos experimentado en múltiples eucaristías durante nuestras vidas.

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« Jesús dijo a los judíos: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: "Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?". Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? […] Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen". (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con Él. »

Me parece que Juan se refiere aquí a ciertos miembros de su comunidad que eran reacios a creer en la presencia real de Jesucristo, en “carne y sangre”, en la Eucaristía. Seguramente estos cristianos, de tendencias gnósticas, tenían una idea muy “elevada” de lo espiritual, que jamás, según ellos, podía asociarse a la carne y a la sangre. Estos cristianos gnósticos imaginaban a Dios tan espiritual que no podían aceptar que su Hijo se identificara con la carne mortal. Pero el evangelista los rechaza. Su mensaje es que Dios, en Jesucristo, quiso hacerse “una sola carne” con los humanos, de lo que es signo sacramental la Eucaristía. Un solo cuerpo, como los esposos que se aman. Si el amor acompaña a la unión carnal, esta es la consumación más íntima de aquel. Tanto entre los esposos como entre Dios y los humanos, en Jesucristo. La Eucaristía es una unión carnal, como la de los esposos que verdaderamente se aman. Una consumación necesaria de la unión espiritual.

……

Pero hay una Eucaristía tan malentendida como la relación matrimonial mal entendida.

Por ejemplo, una Eucaristía que se queda sólo en adoración, sin llegar a comunión, es como un amor platónico.

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Y una Eucaristía que se queda en pura comensalía humana, es como un onanismo.

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Desde luego, yo estoy plenamente de acuerdo en que se diga “por todos” durante la consagración. Explicaré brevemente mi posición.

Me parece que el tema de fondo es si las palabras citadas en la consagración deben considerarse palabras literales de Jesús o una interpretación cristiana. Yo creo que Jesús mismo instituyó directamente la Eucaristía durante la Última Cena, con una nueva simbología pascual que sustituía, superaba y culminaba la simbología antigua judía del “cordero pascual”. En esta nueva simbología, el propio Jesús toma el lugar del Cordero, mediante los símbolos del pan y el vino, alusivos a la comensalía del Reino que predicó y practicó proféticamente durante su ministerio, y que en este momento crucial simbolizan su cuerpo entregado y su sangre derramada. Después de la Resurrección, estos símbolos pasaron a ser signos de su presencia real resucitada, para los cristianos.

Creo firmemente en estos hechos de Jesús, pero no creo que dispongamos de sus dichos literales, ni de una traducción griega (ni mucho menos latina) de sus palabras originales exactas en arameo. Lo que tomamos por una traducción así son las frases de Marcos y Mateo que se citan en la fórmula eucarística. Pero estas palabran son ya una interpretación de estos evangelistas, y no la única, puesto que están por otra parte las de Pablo y de Lucas, que no coinciden.

Entonces, NO podemos suponer que Jesús haya dicho textualmente “por muchos” o “por vosotros” o “por todos” en una expresión aramea subyacente. Quizá Jesús no lo dijo de ningún modo, sino que lo dio a entender con sus actitudes, al ofrecer a los discípulos el vino como símbolo de su sangre (vida).

Después, las iglesias cristianas, recordando estos hechos de Jesús desde su experiencia de la Resurrección, fueron interpretándolos y expresándolos con palabras “puestas en boca” de Jesús. Estas palabras no fueron unívocas, porque la comprensión de los cristianos fue progresiva y plural, encaminándose sólo paulatinamente al universalismo. Los cristianos pudieron ir entendiendo sólo poco a poco el alcance de la redención otorgada mediante el sacrificio de Jesús; primero “por vosotros”, luego “por muchos”, y finalmente “por todos”, a medida que su comprensión se abría hacia la universalización.

No cabe duda de que la interpretación cristiana definitiva fue que Jesús había “encarnado”, vivido, muerto y resucitado “por todos”, para la salvación de todos los seres humanos de todos los tiempos y lugares, sin excepción. Esta es la interpretación final que puede y debe atribuirse a la intención de Jesús.

Las palabras que se citen en la liturgia eucarística no pueden ser palabras textuales de Jesús ni una traducción fiel de ellas. Lo único que tenemos son interpretaciones cristianas de su hecho eucarístico: las palabras (griegas) de Marcos y Mateo, y las de Pablo y Lucas. Aunque tengan un sustrato arameo (de sus fuentes tradicionales),

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tampoco este sustrato puede considerarse palabras originales de Jesús. Hay necesariamente una interpretación cristiana. ¿Por qué debe tomarse la interpretación de Marcos o de Mateo, prefiriéndola a la de Pablo o a la de Lucas? ¿Y por qué no tomar mejor la interpretación definitiva a que llegó la Iglesia?

Pienso que la liturgia debe tomar y expresar la interpretación cristiana definitiva: “POR TODOS”, corresponda o no a la expresión griega o aramea de las versiones primitivas. Así nos aseguramos de ser enteramente fieles a lo que el Espíritu Santo nos ha revelado que fue la intención última de Jesús.

……

Lo que yo creo que debemos preguntarnos es:¿A qué debe ser fiel nuestra versión (castellana, inglesa, alemana, etc.) del texto litúrgico?

1. ¿Al texto latino de la Tradición (“pro multis”)?2. ¿Al texto evangélico griego de Marcos y de Mateo?3. ¿Al supuesto texto arameo subyacente?4. ¿A la intención redentora de Jesús según nos ha sido revelada por el Espíritu

Santo en la interpretación definitiva de nuestra Iglesia?

Pienso que la respuesta NO debe ser la 1, como probablemente se plantean las autoridades eclesiásticas. Pero tampoco debe ser la 2 ni la 3.

Por supuesto que el texto litúrgico pretende citar el de los evangelistas Marcos y Mateo, pero esto no debe ser lo verdaderamente importante para nuestra liturgia. No pretendemos ser fieles a estos evangelistas, sino a Jesús. Claro que no podemos conocer las “ipsissima verba Iesu”, pero lo que más puede acercarse a ellas –o a la intención de Jesús en su institución eucarística— es interpretar y traducir el texto bíblico desde la respuesta 4. Esto es lo importante, no el problema filológico. Aunque, incluso desde el punto de vista filológico, la traducción literal pero no literalista, hace converger los 4 criterios en la traducción “por todos” que es la más fiel.Es una pena que nuestras autoridades eclesiásticas confundan el sentido literal con el literalista, en una mala práctica filológica y teológica. La letra mata, el espíritu vivifica.

…….

(Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret 2ª Parte”, 5. LA ÚLTIMA CENA, 3. LA TEOLOGÍA DE LAS PALABRAS DE LA INSTITUCIÓN [DE LA EUCARISTÍA]):

“La opinión predominante tiende hoy a explicar el «muchos» de Isaías 53, y también de otros lugares, en el sentido de que, si bien significa una totalidad, no puede simplemente equipararse al «todos». Ahora, teniendo en cuenta también el lenguaje de Qumrán, se supone predominantemente que «muchos», en Isaías y en Jesús, se refiere a la «totalidad de Israel» (cf. Pesch, Abendmahl, p. 99s; Wilckens, I, 2, p. 84). Sólo con la llegada del Evangelio a los paganos se habría puesto de manifiesto el horizonte universal de la muerte de Jesús y su expiación, que abarca tanto a los judíos como a los paganos.

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Últimamente, el jesuita vienés Norbert Baumert, junto con María Irma Seewann, ha presentado una interpretación del «por muchos» que en líneas generales había desarrollado ya Joseph Pascher en su libro Eucharistia de 1947. El núcleo de la tesis es el siguiente: según la estructura lingüística del texto, el «ser derramado» no se refiere a la sangre, sino al cáliz; «se trataría, pues, de un "derramar" efectivamente la sangre del cáliz, un gesto en el que la vida divina misma se da en abundancia, sin hacer referencia alguna a la acción de los verdugos» (Gregorianum 89, p. 507). Así, las palabras sobre el cáliz no aludirían al acontecimiento de la muerte en la cruz y sus consecuencias, sino a la acción sacramental. De este modo se clarificaría también la palabra «muchos»: mientras que la muerte de Jesús vale «para todos», el alcance del Sacramento es más limitado. Llega a muchos pero no a todos (cf. especialmente p. 511).

Desde el punto de vista estrictamente filológico, esta solución puede ser verdadera en el texto de Marcos 14,24. Si no se atribuye originalidad alguna al texto de Mateo respecto a Marcos, la solución sobre las palabras de la Ultima Cena podría considerarse convincente. El énfasis en la distinción entre el ámbito de la Eucaristía y el alcance universal de la muerte de Jesús en la cruz es válido en cualquier caso, y permite proseguir la investigación. Pero con ello el problema de la palabra «muchos» queda explicado sólo en parte.

En efecto, falta la interpretación fundamental que da Jesús de su misión en Marcos 10,45, donde también aparece la palabra «muchos». «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos». Aquí se habla claramente de la entrega de la vida en cuanto tal, y queda claro con ello que Jesús retoma la profecía sobre el siervo de Dios de Isaías 53, y la pone en relación con la misión del Hijo del hombre que, consiguientemente, adquiere así un nuevo significado.

Así pues, ¿qué podemos decir? Me parece presuntuoso, y al mismo tiempo insensato, querer indagar en la conciencia de Jesús e intentar explicarla basándonos en lo que él pudo o no pudo haber pensado, según nuestro conocimiento de aquellos tiempos y de sus concepciones teológicas. Sólo podemos decir que Él sabía que en su persona se cumplía la misión del siervo de Dios y la del Hijo del hombre, por lo que la conexión entre los dos motivos comporta al mismo tiempo la superación de la limitación de la misión del siervo de Dios, una universalización que indica una nueva amplitud y profundidad.

Podemos observar también cómo crece lenta y simultáneamente la comprensión de la misión de Jesús en el camino de la Iglesia naciente, y cómo el «recordar» de los discípulos bajo la guía del Espíritu de Dios (cf. Jn 14,26) comienza poco a poco a percibir todo el misterio escondido tras las palabras de Jesús. 1 Tm 2,6 habla de Jesús como el único mediador entre Dios y los hombres, «que se entregó en rescate por todos». El significado salvífico universal de la muerte de Jesús se manifiesta aquí con claridad cristalina.

Podemos encontrar además respuestas históricamente diferenciadas, pero totalmente concordes en lo esencial, a la cuestión sobre el alcance de la obra salvífica de Jesús — respuestas indirectas al problema «muchos-todos»—, tanto en Pablo como en Juan. Pablo escribe a los Romanos que los paganos deben alcanzar la salvación «en su

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totalidad» (pléró ma), y que, entonces, todo Israel se salvará (cf. 11,25s). Juan dice que Jesús murió «por el pueblo» (judío), pero «no solamente por el pueblo, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos» (11,50ss). La muerte de Jesús vale para judíos y paganos, para la humanidad en su conjunto.

Si en Isaías «muchos» podía significar esencialmente la totalidad de Israel, en la respuesta creyente que da la Iglesia al nuevo uso de la palabra por parte de Jesús queda cada vez más claro que El, de hecho, murió por todos.”

……

Me parece que nuestra Iglesia lo cree así, y así lo dice, aunque se contradiga en muchas ocasiones de dichos y hechos.Dios ha querido redimir a TODOS los seres humanos de todos los tiempos y lugares mediante su solidaridad obrada en Jesús. De esa manera tan costosa para Él. Y si pudiera hacerlo de otro modo menos costoso, no lo habría hecho así. Por eso, sabemos que NO hay otro modo en que Dios ofrezca su Vida eterna a los seres humanos, únicamente por Jesucristo. Aunque no en una única forma cultural o cultual de cristianismo; pero la Iglesia escatológica de la Comunión universal, de TODOS, es la de Jesucristo.

……

Obviamente, el “por todos o por muchos” se refiere a la intención de la vida y muerte de Jesús, es decir a la oferta salvífica de Dios hecha en Jesucristo. Otra cosa es que esta oferta sea libremente aceptada (de dicho y hecho) por todos o por muchos o por pocos; esto no podemos saberlo, porque depende de la libertad, pero los cristianos podemos –y debemos— desear y esperar que sea aceptada finalmente por todos.

……

[Graciela:] “Nada tienen que ver aquí nuestros pecados o nuestro posible "rechazo" a la entrega de Jesús. Por eso es que decir "por muchos" teniendo en cuenta esto último, está totalmente fuera de lugar, y no debe ser aceptado por los fieles.”

Completamente de acuerdo. Algunos piensan quizá en que decir “por muchos” dejaría en claro que la redención de Jesús es “para (nosotros) los ortodoxos, para (nosotros) los cumplidores”... Aquí está la trampita… ¡No les vaya a salir el tiro por la culata, y los excluidos sean ellos!Pero, sinceramente, yo espero que nadie resulte excluido, como es la intención de Dios en Jesús.

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El texto litúrgico habla de la intención de Jesucristo, no de su realización por la Iglesia temporal, ni de la acogida o recepción que tenga.

La liturgia es el motor de la Iglesia, no a la inversa.

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La voluntad de Dios es la realización de su amor-agape salvador, hasta el extremo; cueste lo que cueste. Sin evitar ni rehuir el coste. Y lo realiza Él mismo en Jesús, en toda la vida y muerte de Jesús; es Él mismo quien paga el coste en Jesús. No se debe entender otra cosa.

La voluntad de Jesús fue realizar libremente la voluntad del Padre, presente en su Espíritu; por eso es Dios-Hijo.

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Comprendo, Fernando, que analizas la probable intención de algunos de torcer la liturgia para que no refleje la intención universal de Jesucristo, sino la restringida (por sí, o por las circunstancias) de la Iglesia “real”. Pero esto es precisamente lo rechazable. La intención de Jesucristo debe prevalecer siempre sobre la de su Iglesia, porque es Él quien la guía hacia su verdad escatológica (y no sociológica). Esto es lo que debe expresar la liturgia.

……

Hay, desde luego, algunos llamados cristianos “pluralistas” que no son inclusivistas en Jesucristo. Según ellos, serían muchos los que siguen a Jesucristo y se salvarían gracias a él, pero no todos; pues habría además otros líderes religiosos, “hombres de Dios” como Jesús, que guiarían eficazmente a otros muchos a la salvación.Por otro lado, por el lado opuesto, hay algunos llamados católicos ultraortodoxos exclusivistas, según los cuales Jesucristo habría tenido la intención de salvar exclusivamente a los muchos (?) católicos ultraortodoxos como ellos; el resto no se salvaría de ninguna manera. Unos y otros estarán de acuerdo pues en aprobar la fórmula “por muchos” pero no “por todos”.Menos mal que somos muchos en nuestra Iglesia, probablemente mayoría, los que no somos sólo pluralistas (pluratontos), ni sólo inclusivistas (exclusivistas), sino que somos inclusivistas-pluralistas que creemos que la oferta de salvación de Dios en Jesucristo es “por todos”.

……

Estaría de acuerdo en no tildarlos de “pluratontos”, si los que se expresan de ese modo se llamaran a sí mismos “pluralistas jesuánicos” o algo por el estilo. Pero desde el momento que se llaman “cristianos”, me parece que se los puede considerar carentes de la inteligencia para comprender que “cristiano” significa ser “creyente (de dicho y hecho) en que Jesús es el Cristo único del Dios único, que es el Dios de todos”; y entonces un cristiano no puede creer que la redención otorgada por Dios en Jesucristo no sea para todos, o que Dios redima también de otra manera que no sea por Jesucristo al menos en último término.Proclamarse “cristianos” y a la vez caer en el contrasentido de creer que, aunque Jesús vivió y murió “por todos”, no todos necesitan salvarse por Jesús porque pueden salvarse igualmente por otros, me parece minusvalorable por poco inteligente.

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“Cristiano” es quien cree que Dios redime a TODOS por Jesucristo, de manera pluralista.

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Un sedicente católico que cree que Dios otorga su redención también por otras vías que no son Jesucristo (en último término, y de manera pluralista), no puede ser partidario de la fórmula “por todos” en la eucaristía, si cree con inteligencia.

……

[Graciela:] “Dios otorga su redención "también" por otras vías que no son Jesucristo al menos de modo explícito. Y eso no es óbice para que yo misma prefiera el uso de la fórmula "por todos los hombres".”

Lamento que lo pienses así, estimada y respetada Graciela. Salvo que admitas la vía de Jesucristo de modo implícito (como quizá das a entender) en todos los casos, eso me parece contradictorio y poco inteligente, como he dicho y me reafirmo. Me parece que te contradices, y contradecirse es poco inteligente. Hay que ser consecuente y expresarse con propiedad. Esto no es ser exclusivista.

……

[Graciela:] “Como cristiana creo que Jesucristo es el Salvador de toda la humanidad. Pero debo saber que Dios no se atiene a ninguna "mediación" en particular para salvar al hombre.”

¿En qué quedamos? ¿Jesucristo es el Mediador (Cristo) de Dios para toda la humanidad, sí o no? Porque creer que “sí y no” es contradictorio.

……

(Repito):Dios ha querido redimir a TODOS los seres humanos de todos los tiempos y lugares mediante su solidaridad obrada en Jesús. De esa manera tan costosa para Él. Y si pudiera hacerlo de otro modo menos costoso, no lo habría hecho así. Por eso, sabemos que NO hay otro modo en que Dios ofrezca su Vida eterna a los seres humanos, únicamente por Jesucristo. Aunque no en una única forma cultural o cultual de cristianismo; pero la Iglesia escatológica de la Comunión universal, de TODOS, es la de Jesucristo.

Es mi fe de cristiano inclusivista-pluralista. No soy partidario de imponerla a nadie, pero sí de proponerla a todos. Yo creo que es la Verdad, y apuesto por ella. No puedo aceptar como verdad nada que sea contradictorio con ella, ni de dicho ni de hecho. Pienso que debo luchar para que cualquier cosa que le sea contradictoria, en mí o en otros, sea desechada por falsa y perjudicial; pero siempre con métodos de persuasión, amor, comprensión y tolerancia, por supuesto. Y pienso que puede haber muchas cosas que contribuyan a reforzarla y ampliarla, aportadas por quienes no la comparten del todo, siempre que no la contradigan en nada de lo esencial, que es Jesucristo como único redentor de todos.

Aceptar al mismo tiempo esta fe y algo esencialmente contradictorio con ella (que Jesucristo no es el único redentor de todos, sino sólo de muchos, en la intención de Dios), me parece ilógico, y estimo poco inteligente el afirmarlo, por eso, porque no es

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lógico, no por exclusivismo de mi parte.

……

“Falsa y perjudicial” en mi concepto, por CONTRADICTORIA (no por diferente) con lo que en mi concepto es la Verdad de mi fe cristiana, en la que creo firmemente.

“Poco inteligente” (pluratonta) en mi opinión, una postura que se aparta de la lógica al afirmar cosas contradictorias, incoherentes en sí mismas, no porque se aparte de mi idea personal. Se trata de la constatación de un hecho, no de una calificación irrespetuosa.

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¿Por qué hay tanto fundamentalismo en las lecturas “oficiales” de la prohibición del divorcio por Jesús, y no lo hay respecto de su prohibición de los juramentos? –¿No deberían aplicarse en ambos casos las lógicas matizaciones del ideal jesuánico según las circunstancias sociales de cada época?

Para matizar la aplicación del ideal jesuánico, hay que atender a la intención profunda de Jesús, a su espíritu, no a la letra. Evitar el fundamentalismo. Aceptar la situación creada por el antiguo repudio judío bajo la mitigación hipócrita del libelo mosaico, no era una matización aceptable según el espíritu de Jesús. Aceptar la situación de un matrimonio moderno fracasado y mantenido por la sola fuerza de la (re)presión socio-religiosa, tampoco es una matización aceptable del ideal jesuánico. Cuando es evidente que ya no hay ninguna posibilidad de restaurar una unión fracasada, esta no se puede pretender restaurar por la fuerza en nombre de un ideal que conlleva necesariamente la libre decisión de amar. Y la prohibición de nuevas uniones en esas circunstancias, no es solución. Tampoco hay motivo para juzgar que esas nuevas uniones sean adulterio, según la concepción actual de la fidelidad debida.Estas consideraciones son indispensables para aplicar el ideal jesuánico sin fundamentalismo, en nuestra época.

……

El matrimonio es un ideal social que debe fundarse en el amor personal. Y este amor personal -por encima de la atracción sexual y de la función paternal/maternal- debe proponerse una unión permanente indisoluble, porque el amor verdadero es así. El amor-eros no es suficiente; el amor-agape es indispensable en la relación personal. Si falla el amor en cualquiera de sus formas, es imposible forzarlo en contra de la voluntad de alguna de las personas implicadas; cada una de las voluntades es esencial, sobre todo para el agape que pueda completar y superar al eros.

Para mí, como católico, está claro que nuestra Iglesia debe propugnar que toda unión de tipo matrimonial sea sacramental, pero no puede ni debe pretender hacerlo mediante disposiciones impositivas restrictivas, ni legisladas para la sociedad en general, ni siquiera para sus fieles católicos en particular. El ideal no es exigible por imposición.

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Debe admitir que existan uniones matrimoniales legítimas aunque no sacramentales, que no se ajusten del todo al ideal jesuánico, de intención o de hecho, pero que no por eso deban juzgarse como necesariamente pecaminosas. Incluso entre los fieles católicos, repito, aunque estos deban tender (voluntariamente) al ideal sacramental.

……

Como cristiano-católico, opino que nuestra Iglesia tiene autoridad sobre lo que considere “matrimonio” apto para tener valor sacramental; p.e., que deba ser entre un varón y una mujer, bautizados, solteros o viudos, y no de otra manera. Claro que esta decisión de nuestra Iglesia podrá ser discutible y revisable, siempre en atención al Evangelio, pero la autoridad eclesiástica tiene competencia para decidir sobre lo que puede ser, o no, sacramento.

Distinto es el caso de un “matrimonio” civil que NO se pretenda que sea sacramental; en este caso, pienso que nuestra Iglesia puede dar su opinión (como cualquier otro sector social), pero no tiene autoridad ninguna. La sociedad civil debe tener libertad para decidir por sí sola lo que considere “matrimonio” (no-sacramental). Que sea o no “de ley natural” compete determinarlo al ámbito autónomo de la propia Naturaleza, no a la Iglesia.

Y, además, creo que los católicos que -por el motivo que fuere- hayan contraído un matrimonio no-sacramental, no debieran quedar excluidos sólo por eso de los demás sacramentos. El que el matrimonio tenga valor sacramental debe ser una propuesta importante para los católicos, pero no tiene por qué considerarse necesariamente pecaminoso a un matrimonio no-sacramental.

……

El Amor-agape de Dios es previo, incondicional e irrevocable, a cada una de sus criaturas concretas, más allá de la respuesta buena o mala, siempre en oferta gratuita y abnegada. El amor matrimonial sacramental debe ser como el de Dios, no sólo un amor-eros. Este es el ideal que Jesús propone.

Por eso, un matrimonio que no tenga intención de ser agape incondicional e irrevocable además de eros, o uno fracasado definitivamente en este empeño, no puede ser sacramental aunque no haya llegado a la separación y al divorcio. Ni un matrimonio construido sobre un fracaso matrimonial definitivo anterior de alguno de los cónyuges puede ser plena imagen sacramental del Amor de Dios. Pero esto NO quiere decir que este matrimonio no-sacramental sea necesariamente pecaminoso (concupiscente o adúltero) y aleje automáticamente de otros sacramentos, de ninguna manera.

Puede haber matrimonios perfectamente legítimos y buenos que no sean sacramentales. Estos no los rechaza Dios, incluso los bendice, aunque no lleguen a ser imagen plena del Suyo. Sin embargo, un cristiano casado debe pretender realizar el matrimonio ideal sacramental al que Dios lo llama en Jesucristo.

……

“El que te creó te tomará por esposa; su nombre es Señor todopoderoso.

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Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra.Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor.¿Puede ser rechazada la esposa tomada en la juventud?, dice el Señor.Por un breve instante te abandoné, pero ahora te recibo con inmenso cariño.En un arrebato de enojo me oculté de ti por un momento,pero el amor con que te amo es eterno, dice el Señor, tu redentor.”(Isaías 54, 5-8)

Así es el Amor del que el matrimonio sacramental cristiano debe ser imagen, ante sí mismo y ante la comunidad.Un amor menos ideal puede ser bueno y aceptable, pero no la imagen sacramental de este Amor. 

……

El amor propuesto como ideal sacramental no es de perfección ni de exigencia, sino de comprensión, ternura, acogida y perdón.Este ideal sacramental debe proponerse y propugnarse, pero no puede exigirse. Un matrimonio cristiano no-sacramental puede ser bueno, bendecible y aceptable, y no debería considerarse necesariamente pecaminoso ni apartar de otros sacramentos. Pero el amor sacramental cristiano no consiste sólo en una buena relación interpersonal, sino en ser la imagen, ante sí mismo y ante la comunidad, del Amor de Dios, tormentoso pero misericordioso y eterno.

……

Dios se consideraría a Sí mismo adúltero si nos abandonase por causa de nuestros crímenes y deficiencias, y nos consideraría a nosotros adúlteros si le dejásemos por otro “dios” a causa de nuestros padecimientos en Su Creación. La Alianza de amor mutuo debe poder superar esos problemas, y así conseguir una culminación de felicidad plena.

Seguramente esto estaba en la mente de Jesús cuando pensaba en el matrimonio, y rechazaba su disolución. Pero, claro, esta es una visión poco realista. Las excepciones y matizaciones son necesarias cuando se aterriza en la realidad del matrimonio humano; empezando por las que idearon los varones judíos, siguiendo por las que idearon los evangelistas, y continuando hasta las que hemos ideado en nuestra circunstancia actual. Las nuestras son matizaciones buenas; no son injustas e hipócritas como las antiguas patriarcales. Así debe ser, siendo realistas.

Dios, en Jesús, es demasiado idealista. Sólo Dios es Bueno. Y la bondad extrema no puede imponerse ni exigirse, como nos muestra el mismo Dios; si olvidamos esto, cometemos grandes abusos e injusticias en nombre del ideal divino.

Pero no debemos olvidar el ideal voluntario propuesto por el Dios de la Alianza irrevocable.

……

La Alianza fue tormentosa, no apacible. Pero Dios no la revocó; la renovó. Dios siempre perdona, espera y acoge a la “esposa tomada en la juventud”; nunca la expulsa

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ni la sustituye. La recibe renovada; antes era Israel, ahora la Humanidad; la segunda incluye a la primera, y la amplía. Todos los sinsabores quedarán superados en la unión definitiva; nadie quedará abandonada.

……

Puede parecer muy lógico que el amor de un matrimonio sólo es sacramento del Amor-de-Dios-a-la-Humanidad, o del Amor-de-Cristo-a-su-Iglesia, mientras todo va bien, cuando los esposos se aman sin problemas, mientras que ninguno cree dificultades al otro ni le dé disgustos ni lo traicione. Sin embargo, no ocurre así entre Dios y la Humanidad (menos todavía cuando esta estaba simbolizada por Israel), ni tampoco entre Cristo y su Iglesia (como sabemos muy bien). Precisamente cuando hay dificultades y traiciones es cuando se puede mostrar mejor el Amor de Dios, que es fiel y misericordioso hasta el extremo. La diferencia es que entre Dios y la Humanidad, o entre Cristo y su Iglesia, hay una parte divina que es la fiel y que perdona, y la otra, humana, es la que ofende y traiciona. En cambio, en el matrimonio humano se confunden las partes y se reparten a menudo los papeles.

Pero no por haber problemas, incluso muy serios, se acaba el sacramento; persiste siempre, a pesar de todo, mientras haya alguna de las partes –o ambas, sucesiva o alternativamente— que represente el papel de la fidelidad indulgente y exigente de Dios. Y así pueda restaurarse y renovarse la Alianza. En este juego se la juega el sacramento, y hay que procurar no dejarlo fuera de juego. No hay que expulsar al cónyuge, en lo posible.

………………………………………………………..

Ingeniosa argumentación, pero confusa. La curación es signo de la redención, y esta perícopa de la sirofenicia dice que es para todos. Pero otra cosa es el orden ministerial. Estoy totalmente de acuerdo en que el orden ministerial debería ser accesible a todos los que se sientan llamados, por supuesto también para las mujeres; pero esto no debe apoyarse en la perícopa de la sirofenicia, donde lo esencial no es el orden sagrado sino la salvación, y no que la sirofenicia fuese mujer, sino que fuese sirofenicia. El orden ministerial debería ser servicio, y su signo en los evangelios es el apostolado, el lavado de los pies, y la cruz. En esta actitud de servicio, y no de poder, deberían estar los que reciben el sacramento del orden, sean varones o mujeres; y creo que estas, las mujeres, tienen, en general, mejor predisposición que aquellos, siempre que no busquen poder como algunos de aquellos.

El hecho de que fuera o no conveniente que el servicio ministerial cristiano haya sido ejercido por mujeres en otras circunstancias históricas, no me parece argumento decisivo ni en uno ni en otro sentido. El tema es si conviene en las circunstancias actuales, que han variado, y por lo tanto puede y debe variar todo aquello que no sea esencialmente inmutable en el cristianismo. Esto del sexo de los ministros ordenados, no pertenece a la esencia inmutable, no hay duda; lo esencial es la actitud de servicio. Por lo demás, si la Iglesia fuese ecuménica, inclusivista en Jesucristo y pluralista en lo demás, como debiera ser, podría haber comunidades en que fuese conveniente, según las circunstancias, que hubiese ministros sólo de un sexo, o sólo del otro, o de ambos (esto último parece más útil). Ya llegaremos a entenderlo y a ponerlo en práctica; espero

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que sea pronto.

………………………………………………..

Las personas son mujeres o varones, en el plano de la Creación.Las mujeres y los varones son personas, en el plano de la Redención.Actualmente vivimos inmersos en ambos planos, pero el de la Creación existe para el de la Redención, según el plan de Dios por Jesucristo.

……

A mí me parece que no se puede esperar que el NT proporcione soluciones explícitas para los temas sociales de todas las épocas. Pero sí proporciona principios universales basados en las actitudes de Jesús, que pueden reforzar nuestro humanismo natural para encontrar o apoyar esas soluciones. Y así ha sido, de hecho.

Quien sacó mejor las consecuencias en términos de principios generales, fue Pablo, a mi parecer. En base a las actitudes de Jesús refrendadas por Dios mediante la Resurrección, Pablo destacó nada menos que esta conclusión general: “Ya no hay judío y griego, ya no hay libre y esclavo; ya no hay hombre y mujer. Todos vosotros sois un solo ser en Cristo Jesús” (Gal. 3, 28).

Su aplicación práctica, en cambio, fue deficiente según nuestros criterios actuales, dadas las circunstancias a las que tuvieron inevitablemente (y desgraciadamente) que adaptarse las comunidades paulinas para sobrevivir y hacerse oír; no se podía pretender más; el proceso de puesta en práctica era largo y difícil. No obstante, Pablo adelantó mucho en lo que respecta a la primera dicotomía: “Ya no hay judío y griego”; quizá la más urgente en su época.

Hubo después siglos para avanzar en resolver las demás dicotomías, ¿por qué no se hizo? Los incipientes ministerios ejercidos por mujeres en las Iglesias primitivas, fueron extinguidos y acallados.Aun es tiempo de proseguir la labor de Pablo: tomemos el caso de los circuncisos e incircuncisos (judíos y griegos) como modelo. ¿Por qué no deduce nuestra Iglesia que, como todos los apóstoles eran circuncisos, tienen que serlo hoy todos los clérigos cristianos? Los argumentos paulinos para resolver esa primera dicotomía, apliquémoslos nosotros a resolver la dicotomía varón-mujer en la actualidad, respecto del tema del orden ministerial. Mutatis mutandis, ¿cuáles serían esos argumentos? -Tarea para hacer en los tiempos libres del verano.

……

Por supuesto que los artículos 1º y 2º de la Declaración Universal de DDHH, sí que han podido DERIVARSE de ese principio paulino -de origen jesuánico- que he citado. Así debiera haber sido, y quizá así ha sido, de hecho, aunque no en un corto plazo ni en la conciencia oficial; el “resto fiel” de la conciencia cristiana, con repercusión -reconocida o no- en la conciencia humanista, aun la no-cristiana, ha tenido mucho que ver en ello.

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……

Pero el tema del servicio ministerial en nuestra Iglesia, no es propiamente un tema de derechos humanos, a mi juicio. Puede considerarse así sólo porque el servicio se ha convertido (traidoramente) en ejercicio de poder y de dominio. Esto tiene que arreglarse; entonces el ministerio volverá a ser sólo servicio, tema de amor-agape, abierto a todos (y todas), no tema reivindicativo de derechos.

……

[Pikaza:] “(Gal 3, 27-28). El texto pertenece a la liturgia prepaulina de tipo bautismal (…) Los bautizados… viven ya el misterio de la unidad escatológica, allí donde no existe batalla ni enfrentamiento entre griegos y judíos, varones y mujeres, libres y esclavos. Éste es un himno base del bautismo de la Iglesia... un descubrimiento que Pablo ha aceptado como base, pero que después no ha desarrollado de una forma detallada (ni lo ha hecho el conjunto de las iglesias hasta el día de hoy). (…) Pablo solo ha desarrollado de un modo consecuente la superación del abismo de lucha en que se enfrentan judíos y gentiles. (…) Estos otros niveles de la reconciliación (libres y esclavos, varones y mujeres) le resultan en este momento secundarios y por eso no los desarrolla. (…) Porque la apariencia de este mundo pasa. (…) Los esposos asumen la creación y se insertan en la obra de Dios, conformando por ella su existencia. De manera sorprendente Cristo ha llegado superando ese nivel. Por eso ya los hombres (varones y mujeres) no se encuentran obligados a casarse, para forjar de esa manera su existencia: viven como autónomos, seres realizados y salvados ya en el Cristo. No están obligados a casarse, no tienen que “continuar la raza humana” (pues todo ha terminado), pero pueden y deben ensayar formas nuevas de amor, desde la plenitud escatológica en la que viven. (…) A este nivel de celibato cesan prácticamente todas las discriminaciones y diferencias entre varones y mujeres y se establece un nuevo tipo de humanidad igualitaria, fundada sólo en Cristo. (…) Pero, a la luz del mensaje de Jesús y de la misma praxis de la iglesia, esta palabra debe completarse y matizarse desde una nueva visión del matrimonio.”

El cristianismo pleno se da en el ámbito escatológico, en el plano de la Redención. En este plano de NUEVA Creación, ya no hay varón y mujer, ya no hay matrimonio para la reproducción ni para la vida social mundana. “Seréis como ángeles” decía Jesús, esto es, como personas que se relacionan libremente, en diferencia e igualdad a la vez, comunicadas en un mismo espíritu. Como la Trinidad.

Pero, actualmente, ¿podemos vivir en esa realidad escatológica? ¿No tiene lo escatológico una exigencia de futuro ultramundano, que sólo se puede vivir realmente después de la resurrección a la vida eterna? ¿No era a la vida resucitada, a la que se refería Jesús, y no a esta?Innegablemente, vivimos inmersos todavía en la Creación antigua, con sus exigencias materiales, sexuales y sociales. Los cristianos debemos intentar compaginar ambos ámbitos, el de la Creación y el de la Redención, para que éste vaya transformando a aquél sin forzarlo. Pues si se FUERZA la Creación antigua, NO se obtiene la Creación nueva, sino el infierno.

Todavía NO PUEDE vivirse el cristianismo pleno, pero sí YA DEBE iniciarse. Lo ideal requiere de una transformación que efectúe finalmente Dios, pero mientras tanto

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debemos aportar nuestros esfuerzos para ir acercándonos en lo posible a ese ideal. Hay personas que, en su vida actual, pueden acercarse a la vida personal plena mediante el celibato; pero, igualmente, otras pueden acercarse a la vida personal plena mediante el matrimonio, “personalizando” su relación conyugal, respetando y valorando al cónyuge como persona diferente e igual a la vez, comunicándose ambos en un mismo espíritu para entregarse a los hijos y al mundo. Como la Trinidad.

Entonces, el matrimonio puede ser tan escatológico como el celibato, y tan ordenado al ministerio cristiano, o más.

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Me parece que en la época de ese discípulo de Pablo [autor de la Epístola a los Efesios] se estaba aun lejos de los conceptos teológicos, sexológicos y sociológicos que conocemos hoy. El matrimonio estaba lejos de poder ser entendido como una unión romántica por amor, de libre elección por ambos esposos. Se creía que el sexo femenino era un simple “receptáculo” de la simiente masculina. No se concebía una igualdad de los sexos, ni siquiera en teoría o aproximada, en las actividades públicas ni en las privadas. Los desarrollos teológicos acerca del Cuerpo Místico de Cristo y acerca de la Trinidad, estaban todavía en trance de hacerse y entenderse. Entonces, no podemos juzgar esas comparaciones con el criterio actual, al que Pablo y sus discípulos contribuyeron decisivamente a formar, pero que no estaba bien formado todavía. No seamos anacrónicos ni literalistas; rechacemos las contradicciones, pero entendiendo esto: Ni el cristianismo ni el humanismo cabales son anteriores a Pablo y sus discípulos, sino al revés.

……

Sin embargo, nos equivocamos medio a medio si pensamos que el cristianismo (como otras religiones) ha sido un mero “cascarón del huevo” del que ha nacido el humanismo, de manera que, nacido el “pollo”, pueda desecharse el cascarón. No. A juicio de un cristiano, el Evangelio aporta muchísimo más que ser un precedente para temas sociológicos, y no aporta directamente las soluciones definitivas a los problemas sociológicos de épocas posteriores, pero el Evangelio es muchísimo más que eso. Jesús hablaba más allá del matrimonio cuando decía “seréis como ángeles”; pero, en alguna medida, también proponía un ideal para este.

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La celebración de la Eucaristía es una reedición de la Última Cena, que fue a su vez una cena de despedida basada en la cena pascual judía, adelantada y modificada por Jesús. El simbolismo del cordero pascual que se comía en esa cena, en conmemoración de la liberación narrada en el Éxodo, fue conservado y ampliado por Jesús para significar la entrega y consumición de su cuerpo y sangre. Ese simbolismo tiene un significado profundo, de tránsito entre la esclavitud de Egipto (el Mal) y la libertad en la Tierra Prometida (la Salvación). Los comensales comían preparados para partir de viaje en seguida, con prisa.

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“Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es la Pascua de Yahvé.” (Éxodo 12, 11).

No hay por qué conservar al detalle todo el simbolismo. Pero la posición “de pie”, que fue probablemente la que mantuvieron Jesús y sus discípulos durante la Última Cena, de acuerdo al rito pascual judío en esa época, es la más apropiada para expresar la disposición de tránsito que está en el origen de la Eucaristía y en su significado profundo.

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Hay que conjugar tres elementos: la fidelidad al Evangelio, la adhesión a la Comunidad eclesial, y la convicción personal. No debe haber pugna entre ellos, pero es difícil; hay que colaborar a conjugarlos sin contradicción, y sin minusvalorar a ninguno de los tres.

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Los cristianos-católicos debemos mantener con amor nuestra tradición milenaria, que se remonta a la Última Cena, con sus dos componentes esenciales: el sacrificial, que expresa y actualiza el significado que dio Jesús a su muerte por nosotros mediante el simbolismo del cordero pascual judío, y el comensal, que expresa el significado comunitario y escatológico que dio Jesús a su comensalía abierta del Reino durante su ministerio. La liturgia de esta celebración eucarística tan importante -.central- para la vida cristiana, debe expresar, oral y corporalmente, estos significados, con fidelidad y seriedad. Si actualmente no se entiende, hay que explicarlo; nadie que lo entienda bien puede aburrirse u oponerse, si tiene fe. Hay que explicarlo y conservarlo como el valioso tesoro que es; nunca desecharlo ni desvalorizarlo.

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Pensemos, en primer lugar, en cuál habrá sido la “atmósfera” emocional durante la Última Cena. Seguro que habrá sido terriblemente tensa y angustiada. Todos sabían que Jesús iba a ser detenido en cualquier momento. Jesús no había querido huir; se ponía en peligro, y los ponía en peligro a todos. Jesús no se proponía emprender ninguna acción defensiva; parecía débil e iluso hasta la locura; los discípulos estaban desilusionados de él, uno de ellos hasta el punto de traicionarlo. No era el tipo de mesías que habían esperado. Estaban aterrorizados y desmoralizados. La atmósfera era muy tensa. Jesús estaba dolido y angustiado, previendo la traición y el abandono. En ese ambiente crispado celebraron la cena pascual judía anticipada, sin cordero (pues los corderos pascuales serían sacrificados al día siguiente), como mandaba el ritual del Éxodo, de pie, preparados para partir hacia la liberación, con panes ácimos, hierbas amargas y vino.

Y Jesús, en medio de ese silencio angustiado, se presentó a sí mismo simbolizado en lugar del cordero que había de ser comido y su sangre untada. Ese pan ácimo que él partió, dijo que simbolizaba a su cuerpo que iba a ser entregado, condenado, martirizado, inmolado; y lo daba para ser comido como participación salvífica de ello. Y el vino, cuya copa Jesús les ofreció, dijo que simbolizaba a su sangre, que –como la del cordero pascual- iba a ser derramada por ellos y por todos; y la daba para ser bebida

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en asunción de una nueva alianza con Dios. Comprendían el simbolismo del cordero que había utilizado Jesús para anunciar el sentido de su muerte inminente; pero no lo comprendían bien; creían que era un derrotismo. Comieron y bebieron emocionados, pero tristes y confusos. Pronto lo dejarían solo.

Pensemos, en segundo lugar, en cuál habrá sido la “atmósfera” emocional durante la Primera Eucaristía, algún tiempo después de la experiencia de la Resurrección. Seguro que habrá sido inmensamente feliz y agradecida. Una emotiva Acción de Gracias. Todos sabían que estaban repitiendo, conmemorando, esa terrible Última Cena, pero con un nuevo Espíritu; ahora la entendían. Ahora los símbolos del sacrificio se convertían para ellos en los signos de la presencia real de Jesús resucitado. Ahora la comida de ese pan ácimo se convertía para ellos en la realización plena de la comensalía abierta escatológica que Jesús había practicado en vida con ellos y con muchos. Y la bebida de ese vino se convertía para ellos en la alegría del Reino, que Jesús les había predicado, prometido y comunicado. Ahora se arrepentían de su anterior desconfianza, de haberlo abandonado, de haber temido. Ahora invitaban felices a todos quienes quisieran ser felices con ellos, como ellos. Ahora salían de la Cena dispuestos a transformar el mundo. La habían celebrado de pie, listos para partir afuera, con todos, hacia la Tierra Prometida del Reino.

Así debiera ser la atmósfera de nuestras eucaristías.

No sentados “asentados” (ni acomodados ni apoltronados ni entronizados), ni arrodillados “sumisos” (ni introspectivos ni meditabundos ni extasiados), sino de pie “movilizados” (preparados, dispuestos, impulsados hacia fuera, a transformar el mundo). Salvo, naturalmente, quienes no puedan o no quieran; en este caso, quizá también sentados o arrodillados podrán sentir y expresar lo mismo.

……

Bueno, yo quería señalar cuáles son, a mi parecer, los antecedentes que hay que tener en cuenta y a los que debemos mantenernos fieles: la Última Cena conmemorada en la Primera Eucaristía. Fidelidad a lo esencial de ellas.

Pero tenemos sensibilidades diferentes, y nos expresamos de modos diferentes, dos mil años después y en otras múltiples circunstancias. Por eso, pienso que nuestra Iglesia debe admitir muchas formas diferentes de expresarlo, manteniendo la fidelidad a lo esencial. El “inclusivismo pluralista”, no me canso de indicarlo.

En mi opinión, puede y debe haber muchas maneras distintas de celebrar la Eucaristía, siempre que expresen lo mismo en esencia. Puede y debe admitirse que unas personas quieran adorar de rodillas mejor que de pie, y otras no; que unas personas prefieran estar sentadas durante el Canon y durante la lectura del Evangelio, y otras no;

que unas personas quieran que las oraciones se recen en latín (o en arameo), y otras no; que a unas personas les guste que haya cantos populares y hasta danzas, y a otras les guste una música distinta o el silencio; que a unas les agrade que haya saludos de paz, y a otras menos, o nada, etc.

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Esto puede respetarse proporcionando diversos tipos de eucaristía, y dando libertad para escoger.

Lo importante, a mi juicio, es conservar la unidad en el mismo Espíritu que animó a la Primera Eucaristía, conscientemente, por convicción propia de cada uno de los fieles. Las normas de nuestra Iglesia pueden ayudar a que esa unidad-en-la-fidelidad no se pierda, si se explican de modo que todos las entiendan; y deben ser flexibles para admitir el pluralismo que existe y no se puede ignorar.

Pero debemos preguntarnos si seguimos siendo fieles al sentido auténtico de la Eucaristía original, y si de verdad lo entendemos bien.

……

Lo que, a mi entender, debe quedarnos bien claro, es que la Eucaristía cristiana es una celebración POSPASCUAL, no prepascual. Es decir, que NO debe entenderse como una reedición sólo de la comensalía abierta y fraterna practicada por Jesús y sus seguidores antes de la Última Cena. Si se quedara en eso, sería una celebración sólo pre-cristiana, no cristiana. Antes de la última pascua de Jesús, antes de la crucifixión y resurrección, no había todavía cristianismo, sino pre-cristianismo. Sin el componente sacrificial, el componente comensal queda corto e incompleto para ser cristiano.

Desgraciadamente, parece haber bastantes fieles que quieren ser sólo precristianos, no cristianos; quieren recortar el componente sacrificial y quedarse sólo con el componente comensal. Quieren remontarse a antes de la Última Cena. Pero la Eucaristía cristiana nació cuando la Última Cena fue conmemorada en una celebración pospascual, con la presencia real de Jesús Crucificado/Resucitado, no sólo con el recuerdo de la comensalía de Jesús Maestro.

Nuestras eucaristías deben ser pospascuales -no prepascuales- si quieren ser cristianas.

Por supuesto, considero que tan malo -o más- es quedarse sólo con el componente sacrificial, y no tener debidamente en cuenta el componente comensal, con el recuerdo (activo) de Jesús Maestro. Quizás este error ha ocasionado el error opuesto. No debemos cometer ninguno de los dos errores.

……

Desde luego, el componente sacrificial comprende tanto la Crucifixión como la Resurrección. Ambas son absolutamente correlativas. Se trata de la Resurrección del Crucificado, con su valor redentor salvífico para todos. Por eso la Eucaristía es Acción de Gracias jubilosa, en el Espíritu Santo, y desde ahí conmemora la Última Cena y le halla sentido.

No se trata simplemente de celebrar la resurrección del Jesús-Maestro, como si la terrible Última Cena y la Crucifixión fuesen accidentes que es mejor olvidar. No, de ningún modo. La Resurrección es del Jesús-Maestro-Crucificado, y en la Última Cena Jesús anunció su valor redentor; esto es lo que se conmemora, se actualiza y se celebra. La resurrección del Maestro no tendría el sentido que le dio Jesús si no fuera la del Crucificado. Por eso se celebra con alegría inmensa, pero también con la reverencia

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profunda que este misterio insondable del sacrificio DE Dios-en-Jesús nos debe suscitar.

Tampoco debe entenderse celebrar la resurrección de Jesús como un caso particular señero, que nos ha hecho saber, y así “caer en la cuenta”, de la resurrección de todos. No. Eso sería desestimar o ignorar el sentido que Jesús dio a su sacrificio salvífico, inaugurador de una nueva alianza con Dios en la que se hacen posibles las resurrecciones de todos; la resurrección de Jesús es la causa eficiente de todas las resurrecciones posibles, se sepa o no, se crea o no. La Eucaristía sólo puede entenderse bien desde esta comprensión atenta de las palabras de Jesús en su Última Cena, en referencia al sentido redentor de su muerte inminente, que conlleva implícita su resurrección gloriosa, y con ella, sólo con ella y gracias a ella, la de todos.

……

Quienes experimentaron la revelación de la resurrección de Jesús, no la experimentaron porque eran creyentes, sino al revés: se hicieron creyentes porque la experimentaron. Sólo entonces comprendieron y conmemoraron gozosos lo que Jesús les había querido comunicar en la Última Cena. Está claro en el NT, para quien quiera verlo.

Los autores del NT “narran la "experiencia" viva que tuvieron los primeros discípulos de la Resurrección de Jesús”, y aunque la hayan interpretado, fueron fieles a los hechos en esencia. Esto creemos los cristianos, que somos creyentes gracias a esos creyentes. En caso contrario, no creeríamos en hechos, y no seríamos cristianos.

Los cristianos creemos en HECHOS. Creemos que Jesús de Nazaret murió crucificado por orden de Poncio Pilato a instigación del poder judío, probablemente el año 30, el viernes 14 de nisán (7 de Abril).

Creemos que Jesús se había despedido de sus discípulos en una cena, que fue la cena pascual judía adelantada -probablemente a la noche anterior- sin cordero, pero en la que Jesús decidió atribuirse simbólicamente el papel del cordero pascual (mediante el pan y el vino), para comunicar el sentido salvífico redentor de su muerte inminente.

Creemos que los discípulos habían quedado aterrorizados y completamente desmoralizados, hasta que días después experimentaron la revelación de la resurrección de Jesús; una resurrección única y especial que se les impuso a pesar de su predisposición adversa, pues no pudieron haberla imaginado en su marco mental judío, y mucho menos para un (aparente) maldito-de-la-Ley abandonado-por-Yahvé.

La deducción teológica, por parte de esos campesinos galileos, de la resurrección única de Jesús, a partir de su seguimiento del Maestro y de la interpretación dada por el propio Jesús en la Última Cena, no fue posible para su mentalidad judía sin el impulso externo de una experiencia singular de respaldo y refrendo por parte de Dios mismo.

Esta experiencia se dio, y fue recogida y aludida en varios textos prepaulinos y paulinos (bastante anteriores al año 60, con toda probabilidad), mucho antes de que se narrara –interpretada- en los evangelios décadas después.

En esos textos tempranos se narra también que los discípulos –y sus adherentes- celebraban cenas de Acción de Gracias en conmemoración gozosa de esa tensa Última

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Cena en que Jesús les anunció el sentido redentor de su crucifixión inminente, bien comprendido ahora, por fin, gracias a la resurrección única, especial y salvífica, de Jesús, que les había sido revelada por el Espíritu de Dios.