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Miguel Ángel Asiain 15 cartas de Calasanz a un colaborador laico Pequeña guía para meditar orando las Constituciones Escolapias Ediciones Calasancias - Madrid 2007

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Miguel Ángel Asiain

15 cartas de Calasanza un colaborador laico

Pequeña guía para meditar orando las Constituciones Escolapias

Ediciones Calasancias - Madrid 2007

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Pequeña guía para meditar orando las Constituciones Escolapias

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Colección Cuadernos29

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15 cartas de Calasanz a un colaborador laico

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15 cartas de Calasanz a un colaborador laico

© Publicaciones ICCEISBN: 978-84-7278-346-1D. L.: M -14532- 2007Impreso en España. Printed in Spain

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Contenido

Págs

Pórtico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Presentación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Carta 1ª: La alegría de un inicio . . . . . . . . . . . . 13

Carta 2ª: Los caminos que uno cree de Dios. . 25

Carta 3ª: Descubrimiento de mi vocacióneducadora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

Carta 4ª: El centro de mi vocación . . . . . . . . . . 51

Carta 5ª: El hombre que quise formar . . . . . . . 67

Carta 6ª: Aquello por lo que luché . . . . . . . . . . 83

Carta 7ª: La escuela que quise. . . . . . . . . . . . . . 99

Carta 8ª: El educador calasancio. . . . . . . . . . . . 113

Carta 9ª: Cualidades del educador Calasancio . 129

Carta 10ª: La pastoral de los niños . . . . . . . . . . . 143

Carta 11ª: Los desafíos del presente. . . . . . . . . . 161

Carta 12ª: Ser colaborador de las Escuelas Pías. 177

Carta 13ª: Participar de la misión escolapia . . . 191

Carta 14ª: Integración en las Escuelas Pías . . . . 205

Carta 15ª: Despedida: ¡Vivid la utopía! . . . . . . . 219

Pequeña guía para meditar orando las Constituciones Escolapias

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PÓRTICO

Todos hemos experimentado alguna vez laalegría de recibir correo de un amigo o de unapersona que estimamos o admiramos. Este“cuaderno” es el correo imaginario de un Cala-sanz que escribe a sus amigos y colaboradoreslaicos; es un fajo de quince cartas que MiguelAngel Asiain, especial conocedor del pensa-miento calasancio y Delegado de la OrdenEscolapia para el Laicado, ha ideado y someti-do a la pluma de Calasanz.

Son cartas de amigo a amigo porque enellas Calasanz comparte ampliamente susvivencias de fundador y educador, expone susconvencimientos arraigados desde la experien-cia vivida y desvela su intimidad: cómo inicióla escuelas, cómo las configuró y con qué fina-lidad educativa , qué destinatarios y con quémeta a conseguir educándolos, sus dudas ysus intuiciones certeras, su impaciencia porhacer participar en su aventura a otras perso-nas y colaboradores.

Es un pensamiento antiguo, al ser el pensa-miento personal de Calasanz, pero traducido alhoy de la misión educativa. Pensado para los

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educadores escolapios del presente y mirandolos alumnos que actualmente frecuentan lasEscuelas Pías en las distintas partes del mundo.

Hay diferencias en lugares y culturas perohay homogeneidad de vocación: la vocacióndel educador que ante todo se pregunta por elhombre como tal, el hombre o la mujer que vacreciendo en cada uno de sus alumnos y alum-nas. Es la pasión por educador que vence elmiedo del “atrévete a educar” en las difícilessituaciones sociales, familiares y escolares dehoy.

¿Por qué a los laicos? Evidentemente queigualmente van dirigidas a los escolapios reli-giosos. Pero en el caso laical se da hoy una rea-lidad emergente a la que atender con agrado ydecisión. “La novedad de estos años es sobretodo la petición por parte de algunos laicos departicipar en los ideales carismáticos de los Ins-titutos (Congregaciones religiosas). Estamosasistiendo a un auténtico florecer de antiguasinstituciones y al nacimiento de nuevas asocia-ciones laicales y movimientos en torno a lasFamilias religiosas ... Se pide, por tanto, unaadecuada formación de los consagrados asícomo de los laicos para una recíproca y enri-quecedora colaboración ... La comunión y lareciprocidad en la Iglesia no son nunca en sen-tido único ... Una semejante dinámica eclesialredundará en beneficio de la misma renovacióne identidad de la vida consagrada. Cuando se

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profundiza la comprensión del carisma, siem-pre se descubren muevas posibilidades deactuación” (Instrucción vaticana Caminardesde Cristo, Año 2002, N. 31).

El género epistolar se caracteriza por ser cer-cano y comunicativo. Así es el estilo de estascartas calasancias. Estoy convencido que sulectura, además de llevar a un descubrimientomás certero de Calasanz, motivará a muchosen su labor educativa y alimentará la vocaciónpedagógica que todo educador lleva dentro.“Los ejemplos atraen”, dice el proverbio anti-guo. No sólo, también incitan a repetirse. Ojalá,este manojo de cartas amigas nacidas, aunquesea imaginariamente, de la mente y pluma deun gran santo y maestro, José de Calasanz, con-tribuya a la formación de auténticos educado-res escolapios.

Roma, febrero 2007,en el 450º Aniversario del nacimiento

de Calasanz.Jesús María Lecea, Sch. P.

Padre General

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Presentación

Las quince cartas de este folleto son una fic-ción. No fueron escritas por san José de Cala-sanz, aunque en muchas ocasiones se echemano de sus propias palabras, tomadas de suscartas.

El destinatario es un laico, de nombre Luis,que va a iniciar su trabajo en una Obra de lasEscuelas Pías en un lugar indeterminado. Es uncolaborador escolapio al que se le quiere infor-mar de los principios y contenidos fundamen-tales de la evolución de Calasanz y de la escue-la calasancia.

El autor ficticio de las cartas es Calasanz; leescribe a Luis quince cartas, abordando en cadauna de ellas un tema importante; lo expone y leda su parecer sobre el mismo.

Los temas repasan la experiencia de Cala-sanz, el descubrimiento de su vocación educa-dora, la vivencia de la misma y el trabajo quefue realizando en su tiempo cuando fue plas-mando en la práctica sus ideas de lo que teníaque ser la escuela calasancia y le fue dandoforma y contenidos.

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Todo esto lo proyecta al hoy, sabiendo quelos tiempos han cambiado y animando a quie-nes trabajan en presencias escolapias a unir loselementos fundamentales del pasado con lacreatividad necesaria para lograr una escuelacalasancia adaptada a nuestro tiempo.

El lenguaje es sencillo y directo; las cartasbreves, el deseo ser fieles al pensamiento deCalasanz, trasladado a nuestro hoy.

Se podrían haber tratado más temas y haber-los desarrollado con mayor amplitud, peroentonces el todo no respondería al género lite-rario que hemos escogido. Creemos que lo queaquí aparece puede servir para un acercamien-to sencillo a la Obra escolapia de quien empie-za a trabajar en ella o ya se encuentra dentro dela misma. El presente “Cuaderno” ha sidoescrito pensando en el 450 aniversario del naci-miento de José de Calasanz.

Madrid, septiembre 2006

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Carta 1ª

La alegría de un inicio

Querido Luis: al recibir esta carta, con sobrede Roma y letra desconocida, te habrás asombra-do. No tienes en Roma ningún conocido dequien pudieras recibir noticias. Y cuando hasabierto el sobre y mirado la firma, no te lo habráspodido creer. La firma dice: “José de la Madre deDios”. Para que no te sintieras tan desorientado,he querido añadir entre paréntesis el nombrecon el que me conoces hace tiempo, o diría quede toda la vida, desde que eras estudiante en uncolegio de escolapios, “José de Calasanz”.

Acabas de entrar en una obra escolapia. Tie-nes alma de educador y quieres ejercer esa her-mosa misión en tu vida. Al finalizar la carrera,te presentaste a los escolapios, les llevaste elcurrículo de tus estudios, te hicieron unaspruebas, lo que llaman la selección del profeso-rado, y ¡cuál no fue tu alegría cuando te dijeronque estabas admitido!

Dentro de poco tiempo vas a comenzar tudocencia. Sé que va a ser difuminada, como

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los colores del arco iris. Tendrás algunas clasesen el colegio, trabajarás en la pastoral, acompa-ñarás a jóvenes en el desarrollo y camino de suvida, irás de campamentos, y estás dispuesto adarte sin contemplaciones a cuanto te pidan ytú veas que puedes responder.

¿Por qué? Porque te gusta. Porque es tuvocación. Porque amas a los niños. Porquesientes la necesidad de hacerlos crecer en sumadurez humana y cristiana…. ¡Y por tantasotras razones…!

Esto ha hecho que me fije en ti. Pero al pen-sar en ti, comprenderás que mi pensamiento vatambién, al escribir estas cartas, a todos loseducadores escolapios que entrarán este cursoen alguna presencia escolapia, y a aquellos quehace apenas pocos años que han experimenta-do ya las mieles y también a veces los primerossinsabores, de lo que es la vocación de “maes-tro”. Por eso mis cartas, porque pienso seguirescribiéndote, van para todos vosotros, ellos ytú. Quisiera haceros conocer toda la riqueza deesta vocación que habéis elegido. Deseo expli-caros lo que me sucedió a mí, porque tambiényo llegué a ser “maestro”, y cómo deseo quesean “mis maestros”, los de mis escuelas.

Sé que mis cartas son sólo de ida; las res-puestas son vuestras vidas, vuestra acción edu-cadora, vuestro amor a los niños, sobre todo losmás necesitados, vuestra entrega sin límites.Esa es la mejor respuesta que espero de voso-

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tros. Y así podremos comunicarnos a pesar dela distancia del tiempo que nos separa.

Habrás notado que uso la palabra “maes-tro”. Es muy querida para mi corazón. La pre-fiero a otras muchas, por ejemplo, profesor,docente, u otras semejantes. Jesús fue “Maes-tro”, más, fue “el” Maestro, y en Él tenemosque mirarnos todos nosotros y en Él aprenderlo que ha de ser y cómo ha de ser nuestra voca-ción.

En esta primera carta, además del saludoinicial y mi presentación –más me conocerás amedida que vayan pasando las diversas misi-vas– quisiera referirme de forma general a ti ya todos los que antes he citado.

Deseo, pues, explicaros algunas cosas quesirvan para todos, sabiendo que yo “no escribonada que no puedan leer todos” (EP 1187). Qui-siera referirme a algunos elementos que prece-den y sustentan todo cuanto iré diciendo. Notendré ocasión de volver sobre ello y me pare-ce importante.

Estás en la edad en que se toman las grandesdecisiones de la vida. Te estás orientando en lolaboral y en lo personal. Es momento impor-tante porque afrontar la realidad en lo concretoy ser fiel después a las decisiones tomadas, noes nada sencillo. Lo sé. Además se ignora elfuturo, lo que nos depara la vida. Eso lo heexperimentado yo en mi vida y otro día te lo

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contaré. La realidad es mucho más complejaque los esquemas que a veces nos formamos, yes preciso reconocer que nadie posee todas lascualidades que desearía para encauzar el cami-no laboral y el de la vida de amor.

Has vivido ya un importante trayecto de lavida, pero pese a todo la estás comenzando.Nadie sabe cuándo se va a cerrar su vida, perotodos saben cuándo se va abriendo, y eso es loque te ocurre a ti. Eres joven; te llamaría “jovenadulto”, y quisieras dar una consistencia a tuvida, que a veces, diría que casi con frecuencia,no la encuentras en gente de tu edad.

Repasa un poco tu existencia y mira cómo teencuentras en este momento, cuando vas a ini-ciar tu trabajo en una obra escolapia. Tener con-ciencia de uno mismo, conocerse a fondo, darsecuenta de lo que uno es, resulta elemento inme-jorable para poder después ayudar a los demásen la educación que se va a impartir. Porque, enel fondo, en la educación no se trata de llenarde conocimientos al niño que tenemos delante,sino de lograr que llegue a ser persona. Y ¡cómovamos a ayudar a los demás si nosotros no losomos! Sigue siendo cierto aquello de que“nadie da lo que no tiene”. Si quieres ayudar alos demás, debes haberte ayudado antes que anadie a ti mismo.

Volviendo sobre tu persona debes fijarte endiversas áreas de tu personalidad. Las cito y telas comento brevemente.

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En lo humano, te sientes joven –y lo eres–, enplenitud de fuerzas, y te da la sensación de quenada se te puede resistir. Parece que puedescon todo y nada de lo que te puede acaecer vaa ser más fuerte que tú. Lo has demostradoporque has dicho que “sí” a cuanto te han pedi-do en el colegio. Este aspecto humano esimportante porque es también soporte necesa-rio para todo el trabajo que tendrás que desa-rrollar.

En lo psicológico, tienes que hacer un balancede tu propia madurez, aunque ya te das cuentade que te falta aún un camino que recorrer.También es cierto que creerse maduro no dejade ser una cierta fatuidad. Nadie está maduroa cierta edad, o podemos decir que uno estámaduro cuando posee la madurez que requierela edad que tiene. Muchas veces pueden que-dar aún por resolver problemas psicológicosdel pasado, porque ni la simple edad ni laexperiencia de Dios ni la gracia, garantizan depor sí la solución de dichos problemas psicoló-gicos, más aún cuando atañen a la estructurabiopsíquica de la persona. Tendrás que recorrerun camino, y es preciso que hagas tu propioproceso al mismo tiempo que a diferentes nive-les debes ayudar a otras personas a realizar elsuyo. La diferencia de edad, traducida en pers-pectiva de experiencia y contenido, te ayudaráen este camino. No olvides, de todas formas,que no se puede dejar de lado ninguno de estosdos elementos si quieres ser un auténtico edu-

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cador. Además, debes examinar tu vida paraver si has tenido tú mismo una educación rígi-da de tus pulsiones o una sublimación afectivaen el deseo religioso, que puede impedir eldesarrollo normal de tu personalidad.

En el ámbito existencial, si deseas caminarcomo persona, no debes huir de las realidadesfundamentales de la vida, cosa que suele ocurrira no pocas personas, sino afrontar con seriedadel presente. Es normal que notes que se te esca-pa el sentido de muchas cosas. Sentido que se vadescubriendo poco a poco. Con frecuencia loimportante no es lo que ocurre, sino el sentidode lo que sucede. Cuando uno desciende a loprofundo de su ser –y para mí el conocimientopropio es “un buen principio de la vida espiri-tual” (EP 1339)– es cuando mejor dispuesto estápara hacer el itinerario hacia Dios. Y es que a tra-vés del propio conocimiento uno llega a ver su“miseria” (EP 1339), es decir, los fondos oscurosque existen en el propio corazón. Este conoci-miento propio es necesario si uno no quierevivir engañado, lo cual imposibilitaría la accióneducativa en su riqueza más honda. Cuandouno se desconoce y no ha bajado a lo más hondodel propio conocimiento, es difícil que sepa ayu-dar a los demás en lo que él mismo no ha sabi-do hacer en su propia persona.

Finalmente, en el plano espiritual, las histo-rias son muy diferentes. Y cada caso hay quetratarlo de manera distinta. Pero ahora me

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refiero a tu situación, Luis. Has vivido circuns-tancias y experiencias ricas que te han abierto aDios. Comprendes que Él no es aún quiendebiera ser para ti. Pero agradeces lo vivido.Ves que no todos tus compañeros han tenidoexperiencias semejantes y que, en consecuen-cia, se plantean de otra manera su vida. Mirashacia atrás y constatas la gratuidad y el acerca-miento de Dios a ti. Sin embargo, te encuentrasaún atado por dentro. La experiencia de la gra-cia se te ha convertido en un sistema reguladorde la realidad. Lo que has vivido te ha servidomucho; gracias a ello has aprendido a asumirlos sentimientos negativos que han ido apare-ciendo tantas veces en tu vida, pero no andasaún suelto por dentro. Te falta aunar confianzay responsabilidad, trabajo y gratuidad, esfuer-zo y esperanza.

En cambio aquellos que se sienten algo leja-nos de planteamientos religiosos, no puedenolvidar que yo fundé mis escuelas buscandounir piedad y letras o, como ahora decís, fe ycultura. En consecuencia, piedad o fe son ele-mentos que han de marcar fuertemente lasescuelas calasancias, como en otra ocasión osrecordaré. A estos maestros, respetando lógica-mente su libertad –yo respeté como nadie la delos judíos que acudían a las escuelas de SanPantaleón–, les pido que trabajen poco a pocopor encontrar dentro de la obra escolapia itine-rarios que les vayan llevando a ser auténticoseducadores en las presencias escolapias.

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Luis, en el momento de comenzar tu trabajo,te encuentras en una edad que aunque joven,hay que decir que es también adulta. Es esaetapa de la vida en la que se encuentranmuchos de tus compañeros. En esta etapa cadauno percibe y vive su realidad más profunda,su propia realidad humana; por eso son tanimprescindibles los presupuestos humanos entodo lo que has hecho. Porque si no existe elpeligro de llegar a una edad en que a pesar delo vivido, uno no acaba de darse cuenta de loque es la vida y pasa de puntillas por muchosaspectos en los que tendría que haber profun-dizado. Otras veces en esta etapa hay que haceropciones serias y en ocasiones duras, pero notanto por fuerza de voluntad, como si se trata-ra de la fuerza de un titán capaz de todo, sinopor convicción de existencia, para que la vidano se agote.

Me interesa tanto que entres bien en esteperíodo de tu vida o que quienes se encuentrenen él caminen con alegría y paz y, al mismotiempo, con atención esmerada por el bien delos niños, que deseo indicarte e indicaros algu-nos elementos que me parecen importantes,antes de despedirme hoy de ti.

Este trayecto de vuestra vida, os considerojóvenes adultos, es un tiempo en el que vuestraexistencia se va enraizando en la realidad. Lonotáis por dentro y se manifiesta por fuera. Sedan compromisos, intereses, responsabilida-

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des. Miráis hacia delante y veis un futuro pro-metedor, y el presente no os pesa, al revés, esfundamento seguro y consistente sobre el queos apoyáis, encontrando la seguridad que oslleva a mirar con gozo el futuro.

Desearía señalaros algunos aspectos concre-tos de esta etapa de vuestra vida:

Primero, que la etapa en que os encontráis esde vitalidad y confianza en el futuro. Nada osasusta. Parece que nada se puede interponerdestruyendo vuestro camino. Os lanzáis a élcon espíritu creativo, y eso me encanta, porqueasí fui yo, y porque maestros de este talante sonlos que necesitan hoy las Escuelas Pías para lle-var adelante la misión que le encomendó ysigue encomendando la Iglesia.

Segundo, es una etapa en la que ya no sevive del pasado. El pasado, pasó. Antes teníaisque elegir, ver, discernir, preguntaros por loque iba a ser en el futuro vuestra existencia, aqué os ibais a dedicar. Ahora lo tenéis claro, ylo que hay que hacer es llevar adelante un pro-yecto, mucho más cuando tú, Luis, has sidoaceptado en las escuelas calasancias o cuandootras muchas personas que van a ser tus com-pañeros u otros que se encuentran en lugaresdistintos están trabajando hace ya varios omuchos años en el mismo campo.

Tercero, no puedes olvidarlo, es etapa enque el elemento fundamental de la vida para

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todos, el amor, está presente de una formaespecial en vuestras vidas. Unos estáis casados,otros con un proyecto definido de amor yentrega, y eso da también consistencia y soli-dez a la vida.

Todos estos aspectos tendrás que cuidarlospara que la vida no empiece a desmoronarsepor ninguno de ellos. Porque debéis tambiénser conscientes de que se puede fundamentarmal una opción de vida. Y no me refiero a laelección del trabajo que se ha hecho. Me refieromás bien en este momento a la opción de vidacomo persona. Cuando uno fracasa en esteaspecto pueden aparecer algunos síntomas quees bueno conocer para no andar descaminado.

Uno de ellos es la necesidad que se siente deeludir responsabilidades. Se quiere pasar total-mente desapercibido. Desciende el tono vital.Van desapareciendo las ilusiones por el trabajo.Se hace lo que a uno le toca, y aun eso sólo aveces, tratando de apartar el hombro lo másposible.

Aparece también la inseguridad personal,aunque con anterioridad se había trabajado coneficacia e ilusión; ahora está presente y vaganando terreno la falta de autoestima o se danproblemas pendientes de ella.

Desde esa situación, habiendo perdido laóptica real, se da un choque brutal con la com-plejidad de un mundo para el que uno no había

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sido preparado. Uno puede examinarse, echarla vista atrás, mirar su historia y se da cuentade que efectivamente no estaba preparado parala vida en la que se encuentra.

Y también, si lo tenía, se da una pérdida delsentido religioso. Y por eso mismo mayor difi-cultad con el entorno en el que vive, si la pre-sencia escolapia subraya ese aspecto.

Luis, me encanta haber hablado contigodurante unos minutos. Ha sido un primerencuentro. Espero tu respuesta; sabes cuál es,tu buen hacer en la escuela calasancia, dondeestás. Hasta pronto.

Te quiere como a hijo

José de la Madre de Dios (José de Calasanz)

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Carta 2

Los caminos que uno cree de Dios

Querido Luis: de nuevo contigo. En mi cartaanterior me referí a ti y a tus compañeros quevais a comenzar vuestro trabajo este curso enuna obra de las Escuelas Pías. Hoy quieroexplicarte que yo nunca pensé en ser maestro.Mis caminos iban hacia otro destino. Un desti-no que siempre creí que venía dirigido desde loalto, por voluntad del Padre de los cielos. En lapróxima misiva te contaré cómo Dios quebrómi camino, mis intereses, mis deseos, mi con-vencimiento de que iba por la senda que Élquería y me indicó su auténtica voluntad. Perodejemos esto para otra ocasión.

Mirando mi camino uno comprende y expe-rimenta que toda historia es siempre una histo-ria de búsqueda, en la que se percibe cómo elcamino de una persona nunca está hecho ydefinido desde el principio. Se trata más biende un ir buscando, dispuesto a reemprenderconstantemente nuevas sendas. Hoy lo notáisen los muchos cambios que se dan en todos losámbitos de la vida personal. Puede tratarse del

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lugar de trabajo, de lo cultural, de la política ode la vida de amor; pero los cambios están a laorden del día. Cambios constantes en la vida,aunque las nuevas sendas que uno emprendeparezcan separarse demasiado de la existenciaque uno había ido construyendo con mimo,seguro del presente. Ocurre que los aconteci-mientos nos van enseñando que en el que esta-mos no es el albergue definitivo y nos empujana buscar nuevas realidades.

Esto es lo que me ocurrió a mí. En cada unade las etapas de mi vida creí haber encontradomi lugar; luego Dios me hizo ver, a través dediversos acontecimientos, que no era ese misitio y que tenía que emigrar en busca de suquerer.

Tuve la suerte y la gracia de nacer de unafamilia cristiana, infanzona y numerosa. Todoesto me marcó. La honradez y trabajo de mipadre, su seriedad y buen hacer, su fe inque-brantable y su adhesión a la Iglesia y a cuantomandaba lejos de cualquier duda, y el amorde mi madre, su delicadeza, el cuidado quetuvo siempre de todos nosotros, sus hijos, y denuestra educación, calaron hondamente en micorazón.

Desde pequeño quise ser sacerdote. Ya a los14 años lo dije en casa, en el momento que juz-gué oportuno. Como suele ser normal, al prin-cipio mi padre manifestó repugnancia. Mimadre estaba más cerca de mí en este asunto.

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Pero insistí ante mi padre, hablé con él, razonémi deseo y, al final, el amor de padre quedóconvencido cuando vio la voluntad y el tesóndel empeño del hijo y las razones que le daba.Por lo tanto ya a los 14 años estaba convencidoque sería sacerdote. Era aún joven, pero notanto como para no darme cuenta de que mifuturo tenía ya un norte.

Si quería ser sacerdote tenía que estudiar, ymis padres deseaban que lo hiciese. Fui a Esta-dilla, donde los trinitarios tenían una casa deestudios y allí empecé lo que podría llamar micarrera. De forma que cuando ya pasé conéxito la gramática, letras humanas, poesía yretórica, tuve que inscribirme en la universi-dad. La más cercana, Lérida; y a ella me enca-miné. Fue por eso la preferida. Allí estuvedurante varios años cursando diferentes mate-rias. Tres años de filosofía y cuatro de derecho.Tengo que decirte que se me da bien el dere-cho y mis conocimientos me sirvieron en añosposteriores.

No puedo olvidar el día que me tonsuraron.Era como abrir las puertas de lo que tantoansiaba y de lo que creí que iba a ser mi vida.Fue el 17 de abril de 1575. Todavía lo recuerdo.Me faltaba muy poco para cumplir los 18 años.Por ese entonces conocí a los jesuitas a quienesdesde entonces he tenido siempre en gran apre-cio, “a los cuales ya desde pequeño los respeta-ba como Padres enviados por Dios para ayuda

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universal del mundo, como lo ha demostradola experiencia” (M 82). Predicaron las cuares-mas de 1576 y 1577.

Puedes comprender, Luis, que durante todoeste tiempo mi alma se desplegaba en Dios ycaminaba feliz hacia el final de mis sueños, elsacerdocio. Pero Dios tiene sus planes y confrecuencia desbarata todas nuestras expectati-vas.

De Lérida pasé a Valencia, donde no estuvemucho tiempo, por causas que ahora no vienena cuento, y desde allí me trasladé a Alcalá.Como en Valencia había frecuentado el colegiode San Pablo de los jesuitas, en Alcalá fui reci-bido en el colegio Máximo, también de losjesuitas. Debía ser el curso 1579-80.

Y aquí volvió a entrar Dios en mi vida a tra-vés de la cruz. Estando estudiando en Alcaláme enteré de la muerte de mi hermano mayor,Pedro, el heredero de casa, muerto sin descen-dencia. Como estaba metido en el curso creíque lo mejor era continuar los estudios hastaacabar el curso, antes de acercarme a Peralta.Pero no viene un mal sin otro, y al poco tiempofalleció mi madre. No tenía ya excusa y me fuia mi querida Peralta.

Fue uno de los momentos más difíciles demi vida. Por una parte, comprendía la posiciónde mi padre. Habiendo muerto el heredero sinhijos y no habiendo otro varón en la familia,

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quería que yo le diera descendencia y conser-vara el apellido. Por otra, estaba convencido demi vocación; por dentro, mi ser no podía dudarni un segundo de lo que el Señor quería de mí.Me encontré mal físicamente por la lucha tenazque se cebó en mí. Y enfermé. Decían que laenfermedad era grave, que estaba en peligro demuerte. En esta situación y oyendo a los médi-cos, mi padre capituló. No quería otra muertemás en casa. Y yo en aquella enfermedad meofrecí enteramente, en cuerpo y alma, a la San-tísima Virgen, suplicándole llegar al sacerdo-cio. Y curé. Vi en todo ello otra vez la mano deDios y su confirmación de que mi verdaderocamino era el sacerdocio.

No pensé volver a Alcalá. Estaba cerca deLérida y no quería alejarme de mi padre. Mequedaban aún dos cursos de teología. Allíobtuve el título de bachiller y más tarde el deprofesor de sagrada teología. Quizá me ronda-ba por la mente obtener el doctorado, pero enese momento tenía cosas más importantes. Yasí, después de recibir las órdenes sagradas,por fin, el 17 de diciembre de 1583 fui promo-vido al orden del presbiterado.

Luis, no puedes figurarte la alegría de aqueldía. Nunca había tenido al “Ser” tan cerca demí. Y el Espíritu Santo me penetró hasta lohondo de mi ser. Lo que tanto había soñado yque no me lo merecía, me venía dado por Dios.Por fin, se hacía realidad aquello por lo que

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tanto había luchado. Estaba convencido de queaquel era mi camino. Ya no tenía nada que bus-car y conseguir; sólo someterme al querer deDios en los destinos que me fueran llegando,estando entre mis gentes, y en ellos entregarmecuanto pudiera para mostrar a los demás elamor incomprensible de un Dios que se habíaabajado hasta mi pobre persona.

Lo normal era que entrara inmediatamenteal servicio de mi diócesis, la Seo de Urgell, perodiversos acontecimientos me llevaron de unaparte a otra durante los primeros años de misacerdocio. Empecé en la diócesis de Barbastro;al fin y al cabo Peralta está cerca y mi padre eraya anciano. Tuve la suerte de tener un obispoejemplar en todos los sentidos. Se llamaba Feli-pe Urríes, dominico, y fui elegido para ayu-dante de estudio. Mucho me enseñaron el obis-po Urríes y los sacerdotes que le acompañabancon quienes formaba una especie de comuni-dad en la que todos vivían.

Pronto murió el obispo Urríes y tuve quedesplazarme a Monzón, donde iban a comen-zar las Cortes de Aragón. Allí se me requirióque fuera secretario de la reforma de los frailesagustinos.

Por esos días enfermó mi querido padre yme acerqué a casa desde Monzón, lugar cerca-no, para honrarle como lo había hecho durantetoda mi vida. Como me encontraba sin obispo,monseñor la Figuera me nombró su confesor y

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examinador. Y le acompañé al monasterio deMonserrat, ya que el obispo había sido elegido,con breve apostólico, visitador de la comuni-dad de monjes que allí residía. Cuatro mesesestuve allí, hasta que Dios se nos llevó al obis-po. Me volví rápidamente a mi tierra y pocodespués murió mi padre.

Luis, puedes darte cuenta de lo ajetreadosque fueron esos años. Parece que la muerte mesalía al camino por todas partes. Mi únicodeseo era agradar a Dios, servirle y entregarmeal ministerio sacerdotal. Pero puedes ver bienclaramente lo que te decía al inicio, los caminosque al principio uno cree de Dios van cambian-do constantemente, sin saber a dónde nos vana conducir.

Por fin, después de tantos trasiegos, recaléen mi diócesis de Urgell y allí me nombraronsecretario del capítulo de prelados y canóni-gos y maestro de ceremonias de la catedral.Ambos encargos me iban bien. Porque megustaba ser secretario y tenía habilidad paraello, y siempre me ha encantado la liturgia.Trabajaba en el palacio episcopal y desarrolla-ba mis otras funciones en la catedral. Cuandollegué yo la diócesis estaba sin obispo. Fuenombrado monseñor Andrés Capilla, doctorpor Alcalá, jesuita primero y más tarde cartu-jo. De la cartuja vino a sacarlo la voluntad delpapa. El nuevo obispo me nombró familiar yprovisor. Fueron para mi un remanso de paz

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aquellos primeros tiempos; pero poco duró esaquietud, que las aguas bajaban bravías y tur-bias por las tierras de la diócesis. De ahí queme nombraran Visitador del arciprestazgo deTremp y en seguida oficial eclesiástico, conatribuciones de Vicario General.

Para no cansarte, Luis, con esta pobre histo-ria mía de los años que pasé en España y en losque creí que ya se había manifestado definiti-vamente la voluntad de Dios sobre mí, de talmanera que de ninguna manera pensé jamásque mi destino fuera ser maestro y educador,abreviaré mi exposición. El señor obispo, con-tento con el trabajo que desarrollábamos losdos visitadores (el otro se llamaba Pedro Ger-vás de las Eras), fuimos nombrados procurado-res, visitadores y reformadores de los oficiala-tos de Sort, Tirvia y Cardós. Pero no por esoolvidé las parroquias de Claverol y Ortoneda.Subí en varias ocasiones a visitarlas, y allícerca, en Pont de Claverol, tenía una casa deamigos, los Motes, donde me hospedaba.Gente buena donde la hubiere, que me ayudómucho. El padre construyó su casa junto al ríoy, en ella, una capilla que bendije y en la quedije la primera misa.

Quería profundamente a las gentes de aque-llas tierras. Gente pobre y buena. Era mi gente,me la habían confiado. Pero sentía dos cosas.Por una parte, quería obtener una canonjía. Esdecir, poseer un beneficio eclesiástico que me

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permitiera vivir sin preocupaciones y pudieraasí entregarme sin reservas a aquella gente sintener que atender a otros asuntos. Ahora, des-pués que el Señor hizo su obra en mí y me sacóde mis equivocaciones e ignorancias, me doycuenta de que en el fondo de mi corazón noimperaba completamente su amor; que aún Élno era el único Señor. Que todavía doblaba misrodillas y daba pleitesía a otros señores que seacurrucaban en lo profundo de mi corazón.Pero en aquel tiempo no me daba cuenta deesto, y esa ignorancia hacía que pensase enRoma como la solución de mis deseos. Y lo fue.Pero de otra manera a como yo lo había pensa-do. El Señor se sale siempre con la suya, y nopodemos sino alabar su misericordia y obrar.

He de decir también que por dentro sentíacomo una fuerza que me impelía a ir a Roma.No sabría describirla. Era como un deseo quebrotaba de la raíz del ser, sin saber porqué nicómo. Era algo vivido más que reflexionado,instintivo más que pensado; como una fuerzavital que me llevara hacia la ciudad eterna. Nole di entonces más importancia. Me guiaba lavoluntad y confianza o seguridad de conseguirlo que quería. Sólo más adelante, cuando Diosme derribó también a mí del caballo, compren-dí que detrás de aquel impulso estaba el Señor.Que en el fondo se trataba de una llamadasuya; llamada como las hace Él, sutil pero per-sistente, desconocida pero actuante, sin nom-bre pero con fuerza. Él siempre obra así.

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Por fin llegó el tiempo en que me decidí.Luis, no fue fácil, pero siempre creí que hacía loque tenía que hacer. Y sin más, empecé a renun-ciar a los cargos que tenía. Hablé con el señorobispo y comprendió cuanto le expresé. Inclu-so me llevé un libro proporcionado por él, quetanto bien me había hecho y que después rega-lé a un religioso de otra Orden en Roma, granamigo mío, más joven que yo.

Y como quería traerme a todo trance lacanonjía, me fui a Barcelona y allí obtuve eltítulo de doctor. Hasta ese momento firmabacomo bachiller o profesor en sagrada teología,porque eran los grados a los que había accedi-do. Cuando pude poner bajo mi nombre, “doc-tor”, no sabes lo que me enorgullecí. Ahora mesonrío o me da pena, toma la expresión quequieras. Ahora todo aquello se me hace poco o,siendo más exacto, lo veo como algo en lo queme buscaba yo y no el honor de mi Señor.

Y ahí me tienes, en el puerto de Barcelona, dis-puesto a embarcar para Ostia y de allí dirigirmea Roma. Era el mes de febrero de 1592. No habíacumplido aún los 35 años. Me sentía lleno de mímismo y capaz de cualquier cosa. Si deseas sabercómo era físicamente, te diré que “era hombrealto, de venerable presencia, barba de color cas-taño, cara alargada y blanca”. Al menos así medescribió, siendo ya anciano, aquel chiquillo dela casa de Motes que me había visto repetidasveces cuando me hospedaba en su casa.

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Luis, te he ido contando los acontecimientosmás salientes de mi vida en España de unamanera general. Quería que me conocieras y,sobre todo a través de los sucesos de mi vida, tedieras cuenta de una cosa importante, que yono iba para educador. Que ser maestro no seme había pasado por la cabeza. Que estabaconvencido que mi destino era otro, porquehabía llegado a ser lo que según mi pobreentender era la voluntad del Señor.

Me puedes preguntar cómo era entonces, enel momento de dejar España, y qué es lo quesentía. Y así tendrás una información completade mi persona a los 35 años más o menos. Tedescribo algunos aspectos.

Al dejar España sentía al mismo tiempo ale-gría y pena. ¡No sé cómo se pueden sentir almismo tiempo sentimientos contrarios, pero asíme ocurrió a mí! Alegría, porque me encamina-ba a la obtención del último elemento que mefaltaba para afianzar mi vida en el servicio delas gentes de mi tierra. Porque, Luis, te puedoconfesar de corazón, que ese era mi deseo. Vol-ver cuanto antes a España, volver a mi tierra yseguir sirviendo a toda su gente.

Al mismo tiempo sentí pena por dejar notanto la tierra cuanto tantas personas que cono-cía. Las amaba entrañablemente. Y quería gastar-me y desgastarme por ellas. Había tenido quetrabajar duro por el clero. De los arciprestazgosque tenía, cuanto más al norte, más necesitaban

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una reforma en lo cultural y en lo espiritual. Melancé con todas mis fuerzas a esa tarea. Y me fuiganando la voluntad de aquellos sacerdotes pormedio de artimañas que me acercaban poco apoco a ellos. Así rivalicé con ellos en sus juegos,hablaba con ellos, les aconsejaba y sus vidasiban cambiando. Y ahora se quedaban solos.Quería volver a ellos.

Me seguían llegando al corazón el recuerdode aquellas buenas y solitarias gentes de Cla-verol y Ortoneda, de Sort, Tirvia y Cardós. Nopodía dejarlos solos. Ni quería.

Pero Dios tenía sus caminos. Yo que me preo-cupaba tanto de los demás, no me daba cuentade que también necesitaba conversión. De queen mi interior el Señor no era lo principal de mivida y que aun cuando yo creía servir al Señor,no podía recitar con verdad el shemá Israel. Esta-ba atrapado por el prestigio y el poseer. Y no medaba cuenta. Porque cuando uno no tiene la luzde Dios, todo le parece bueno. Es cierto lo delsalmo: “Tu luz nos hace ver la luz”. Sólo enRoma Dios iba a realizar su milagro, me iba aderribar del caballo, pero le iba a costar casi undecenio. En otra ocasión te lo contaré.

Luis, cuídate y ahora que me conoces un pocomás, mira tu propia vida y comprende y aceptaque el camino nunca está hecho por completo.Que sólo y siempre está en manos de Dios.

Con amor de Padre,José de la Madre de Dios

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Carta 3ª

Descubrimiento de mi vocacióneducadora

Querido Luis: llega el momento de explicar-te cómo descubrí mi vocación educadora. Tediré antes que nada que Dios zarandeó mi vidacomo quiso. En sus manos estamos y Él sabecuanto nos conviene. Pero da la sensación,mirando mi existencia, que yo quería una cosay Dios otra. Pensé vivir en España, y muchomás de la mitad de mi vida la pasé en Roma.Pensé morir en mi tierra, y entré en la Vida enla ciudad eterna. Pensé ser sacerdote diocesa-no, y acabé profesando de religioso. Quisetener unas ciertas posesiones, y terminé en“pobreza suma”. Anhelé una canonjía, y acabédedicando mi vida a un “ejercicio vil y despre-ciable” como se entendía entonces el enseñar alos pobres. Creí que mi vocación era la de serpárroco en los pueblos del reino de Aragón, yacabé siendo maestro en las aulas de San Pan-taleón. Esperé dedicarme a toda clase de perso-nas, sobre todo adultas, y mis preferencias aca-baron siendo los niños. Busqué ser canónigo, y

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fundé una Orden religiosa. ¿Ves? Dios fue frus-trando mis planes y cumpliendo los suyos. Asíobra a veces el Señor.

Como te contaba en la carta anterior fui aRoma con la intención de conseguir una canon-jía. Estaba, además, aquel impulso interno delque te hablé. Pero lo cierto es que ya no volvíde la ciudad eterna; que me quedé en ella, queno fui canónigo y que me convertí en maestro.¿Qué es lo que me ocurrió? ¿Qué sucedió en mivida para que se diese semejante cambio? Estambién la historia de una conversión.

Todo tiene su razón de ser. Y por eso, Luis,tienes que tener en cuenta algunos presupues-tos que se daban en mi vida y que explican eldevenir de mi existencia.

Ante todo tengo que reconocer que Dios mehabía dado la capacidad de entenderme con lajuventud. Y eso se había manifestado durantelos años de mis estudios. Estaba dotado paraentenderme con los jóvenes. Recuerdo unhecho que manifiesta cómo me estimaban, y lodigo sin ningún orgullo, en la universidad deLérida. Y es que allí fui nombrado “Prior delReino” por los estudiantes del reino de Aragón.Quiere decir que me granjeé la simpatía yadmiración de mis compañeros y que vieron enmí a alguien que podía ayudarles. Te lo repito,no lo digo con vanidad. Hay que reconocer losdones del Señor. Es simplemente un hecho quedespués me ha arrojado luz para comprender

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cómo Dios iba haciendo su obra y encaminan-do su voluntad.

Por contarte alguna anécdota puedo decirtecómo estudiando en la dicha universidad deLérida tenía un condiscípulo, de mi mismaedad, llamado Mateo García que fue despuéssacerdote. En aquellos tiempos de sus estudiosera bastante díscolo, por lo que con cierta fre-cuencia se encontraba luego en grandes peli-gros. En más de una ocasión recurrió a mí y conmi consejo y ayuda logré sacarlo de sus dificul-tades.

Por eso tengo que reconocer que en mí habíauna especie de substrato natural que podíainclinarme a lo que después fue mi destino. Yes que la vocación educadora arraiga en la con-textura del ser, pues las repugnancias vitalesson difíciles que se resuelvan por medio deimpulsos voluntarios. Vocación humana y tem-peramento natural no pueden divorciarsedemasiado, so pena de crisis muy agudas. Poreso la vocación educadora no me iba a venircomo algo yuxtapuesto o añadido.

Otro elemento que he juzgado tambiénsiempre de gran importancia es que mental-mente conocía ya el valor de la educación. Lohabía descubierto durante los años de mis estu-dios; estaba convencido de que constituía unagran riqueza aunque nunca se me había ocurri-do dedicar la vida a ese servicio. Recuerdo queal poco de llegar a Roma, era noviembre de

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1592 y yo había puesto mis pies en la ciudadeterna en el mes de febrero, escribí una carta alpárroco de Peralta. Al principio me carteévarias veces con él. En la carta a la que me refie-ro le comentaba: “Me ha parecido muy acerta-do que hayan llevado maestro de latinidad aese lugar, porque va a facilitar a los padres quehagan aprender las letras a sus hijos, que esuna de las mejores herencias que les puedendejar” (EP 4).

Puedes colegir, Luis, que tanto temperamen-tal como mentalmente estaba preparado parala educación. Existía el substrato. Tenía facili-dad y, al mismo tiempo, conocía la importanciade la misma. Dos elementos importantes eincluso necesarios, porque quien no tiene faci-lidad para la educación puede producir estra-gos en lugar de conseguir maravillas, y quiendesconoce su valor llegará a ser mercenario,uno que mercantiliza su oferta, pero no alguienque mira el bien de la persona.

Todo esto se daba en mí, pero no había sal-tado la chispa que pusiera en movimiento larealidad vocacional. No había sonado aún lahora de Dios.

Tan es así que cuando dejé España paravenirme a Roma, pensaba volver muy pronto ami patria. Estaba convencido que conseguiríacon relativa facilidad lo que andaba buscandoy de hecho llegaba a Roma con muy buenasrecomendaciones y allí aún encontré mejores.

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Me parecía tener la presa cazada. En mi pensa-miento y en mi querer la ciudad eterna era unsimple lugar de paso. No terminaba allí micamino; no pensaba dejar en ella mis huesos.En todo caso allí empezaba la solución de mivida. Tan seguro estaba de esto que así se lohabía comunicado a mi familia. En la cartaantes citada les advertía: “A mis sobrinas de lacasa Pere Ferrer les dará encomiendas de miparte, y a mi hermana y a sus hijas, y les diráque deseo mucho volver pronto a España parapoderles ayudar en lo que necesiten, y quetengo una gran confianza de que pronto meproveerán” (EP 4). Mi voluntad era clara, pen-saba quedarme en Roma el tiempo preciso paralograr mi objetivo, que esperaba fuera pronto.

Esta era la situación de mi espíritu en aque-llos primeros meses de mi estancia en Roma. Laverdad es que no se cumplió cuanto decía en lacarta arriba mencionada. La pregunta es: ¿quéme ocurrió para que cambiaran tanto mis pla-nes y no se cumpliera lo que aparece tan segu-ro en mi carta y que se ve que deseaba contanto ardor?

Ahí es donde empezó a entrar Dios poco apoco en mi existencia, rompiendo mis planes,suscitando los suyos, haciendo que mi vida seorientara más y más hacia su querer. Te loexplico.

Estaba alojado en el palacio del cardenalColonna; era preceptor de sus sobrinos, y al

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mismo tiempo me preocupaba de cuanto serefería a la canonjía. Así iban pasando mis días.Al poco tiempo empecé a darme cuenta de queno se cumplían mis previsiones y que lo que yocreía que iba a conseguir enseguida se iba dila-tando. Pensé que podía dedicar el tiempo queme sobraba a trabajar por los enfermos y visi-tarlos. De esto se ocupaban algunas cofradías.

Había una Archicofradía, surgida durante elpontificado de Paulo III, en la iglesia del Gesù.Posteriormente fue trasladada a la iglesia delos franciscanos conventuales que se encontra-ba pared con pared con el lugar donde yo habi-taba, el palacio Colonna. Había tomado el nom-bre de Archicofradía de los Doce Apóstoles porel nombre de la iglesia. Estaba bajo el título deun cardenal protector. Anualmente se elegíapresidente y doce Diputados o Visitadores,quienes, con dos coadjutores cada uno, si locreían necesario, visitaban a los pobres y enfer-mos dos veces por semana en los barrios queles habían sido asignados; al mismo tiempo lesayudaban con las limosnas y con palabras decaridad y comprensión.

Pues bien, a esta Archicofradía, dado lo cer-cana que estaba, di mi nombre, y en ella meejercité en el amor y entrega a los enfermos ypobres de las parroquias que visitábamos. Elresultado fue que los deberes y obligacionesque me suponía esta pertenencia me lanzaron aconocer palmo a palmo los diversos barrios de

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Roma, porque fui Diputado durante casi unsexenio, de 1596 a 1601.

Y aquí entró Dios. Porque empecé a descu-brir una Roma para mí ignorada, ya que el cír-culo en el que me movía era bastante restringi-do. Fue un hecho doloroso, pero hermoso. Lasvocaciones no caen del cielo como meteoritos,sin ninguna vinculación con lo humano. Todolo contrario, son ordinariamente las circunstan-cias que rodean una vida las que conducen auna persona a enmarañarse más y más en uncamino, siendo a la postre, incapaz ya de salirde él. Que es lo que a mí me sucedió.

A través de los servicios en la Archicofradíade los Doce Apóstoles, me tuve que mover porRoma y ahí es donde Dios me lanzó el reto yme dio el estoque. Porque, ¿sabes, Luis, quéRoma descubrí yo? ¿Qué había detrás de tantascosas hermosas como se daban en la ciudad delos papas, de los monumentos e iglesias a cadacual más hermoso? ¿Qué se escondía detrás detodo aquello que tantos alababan y casi todosdesconocían? Algo que me hizo estremecer. Yte lo detallo.

El ambiente moral dejaba mucho que desear.Lo sé, no sólo en Roma, también en otras ciu-dades de los Estados Pontificios. “Hasta quépunto eran depravadas las costumbres… lodemuestran las severas penas promulgadascontra blasfemos y sodomitas, contra los mal-dicientes que habitaban cerca de las iglesias o

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lugares piadosos” (Sántha, Gÿ, San José de Cala-sanz. Obra pedagógica, p. 29, nota 6). Era tangrande la depravación a la que se había llega-do que “a las niñas del Piamonte mayores deocho años les estaba prohibido que se las envia-ra a vender achicoria o ensalada. Fueron innu-merables las prohibiciones referentes a lasarmas. Se prohibió incluso bailar o representarcomedias en casa de las cortesanas, lo mismoque en las hosterías” (Ibidem). Pero esta disolu-ción no era algo que se daba sólo, como sepodría creer, en la sociedad más adinerada;también ocurría en los que nada tenían, que sereunían en los catorce riones romanos. ¿Quéhabitantes podría tener en aquel momentoRoma? Un año antes de llegar yo, en 1591, enun censo que se efectuó en el mes de febrero,Roma arrojó la cifra de 116.618 habitantes.

Te he dicho, Luis, que esto ocurría no sólo enRoma. Recuerdo que cuando me trasladé aNápoles para la fundación de las Escuelas Pías,nos dieron un solar en el barrio de la Duchesca.Y allí tuvieron que desalojar a 600 prostitutasque habitaban “y también nos dieron para igle-sia un gran edificio que servía para representarcomedias, de manera que donde antes se ofen-día a Dios ahora se le alababa por más de 600niños” (EP 560).

Te he contado lo que respecta a la morali-dad. Pero la moralidad viene condicionadamuy normalmente por la situación económica.

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Y ésta era tan mala o peor que la anterior. Elpapa Sixto V luchó contra la pobreza, pero ape-nas consiguió nada con las Constituciones quepromulgó sobre este aspecto. Para que te hagascuenta de la situación, en 1597, me encontrabayo desde hacía varios años ya en Roma, elmismo papa que reconocía que nada había con-seguido con medidas anteriores, describía convivos colores la miseria de los mendigos ocio-sos los cuales “sin instrucción religiosa y sincostumbres, como brutos van errantes sin el ali-mento con que llenar y apacentar el vientre,hasta tal extremo que nadie les administra lossacramentos” (Idem, p. 31). Y en 1601 un obser-vador de la sociedad de ese tiempo escribía:“Por Roma no se ve otra cosa que pobres men-digos y en tan gran número que no se puedeestar ni ir por las calles sin que continuamentese vea uno rodeado por ellos, con gran descon-tento del pueblo y de los mismos pordioseros”(Idem, p. 31).

Te podría citar muchos aspectos, pero mealargaría. Pero no puedo olvidar algo funda-mental para el nacimiento de las Escuelas Píasy es la instrucción. El cardenal Silvio Antonia-no que describió Roma, llegó a dar esta imagende los maestros de entonces: “Personas vaga-bundas e inestables y que tienen poco cuidadodel aprovechamiento de los niños, antes bien,ellos mismos son tales a veces, que tendríannecesidad de ir a la escuela del temor de Dios yde las buenas costumbres, habiendo resultado

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por todo ello, aunque sin razón, el enseñar a losniños, ejercicio vil y despreciable” (Idem, p. 41).

Todo esto es lo que yo descubrí en mis cami-natas por Roma como cofrade de los DoceApóstoles. Y puedo decirte que quien de ver-dad es cristiano no puede encontrarse con eldolor, la miseria y la inmoralidad sin que leafecten. De hecho para mí todo aquello consti-tuyó un trauma. Y digo “trauma” porque aque-lla realidad, no conocida y encontrada sin pro-ponérmelo, comenzó a desestabilizar mi vida.No podía seguir como antes. No era lo mismo.Me di cuenta que no era suficiente enseñar laDoctrina Cristiana los domingos y días de fies-ta, que en Roma eran muy abundantes, porcierto. Por eso, los mismos días laborables,mientras repartía las limosnas de la Archicofra-día de los Doce Apóstoles, iba preguntando porlas calles y casas a los pequeños que por ellasencontraba, que eran muchos. En Roma había,como te he contado, muchísimos pobres. Estosno podían enviar a sus hijos ni siquiera a lasescuelas rionales porque había que pagar untanto. Y cada maestro de rión aceptaba al máxi-mo ocho niños pobres en su escuela. Saca lacuenta, 14 riones por ocho niños en cada uno.Por eso te decía que las calles estaban llenas deniños pequeños y grandes cometiendo travesu-ras, jugando a cartas, robando y haciendo detodo. Y me di cuenta de que la mayoría no sesabía ni santiguar, ni rezar las oraciones, nitenía idea de los rudimentos de la fe. Y así

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empecé a enseñarles algo. Fue entonces cuandome brotó la vena educadora; fue entoncescuando me di cuenta de lo que había en mí.

Puedo decirte que no había en mí ningunapremeditación, ni mi comportamiento procedíadirectamente de ninguna consideración religio-sa. Era sencillamente que veía la necesidad deaquella gente y que yo no podía permanecerinactivo ante semejante situación. Así pasaronlas cosas.

Si quisiera poner fecha a estos acontecimien-tos, aunque sea de manera aproximada, te diríaque fue aproximadamente hacia 1596 cuandome inscribí en la Archicofradía de los DoceApóstoles. Y empecé a hacer las rondas que metocaban. En una de ellas, era el 9 de abril de1597, un miércoles de pascua, pasé el puenteSixto y fui al Trastevere, y allí mismo, en unaiglesia llamada Santa Dorotea, encontré unapequeña escuela. En parte me gustó porque allíse enseñaban a niños pobres y no sólo la Doc-trina Cristiana sino también otros elementosnecesarios para la vida. Me disgustaron doscosas, que también hubiera niños que pagabany la informalidad de los maestros porque unosiban por la mañana y faltaban por la tarde,otros iban unos días y dejaban de ir otros. Pesea todo quedé contento y agradecí al párrocoque se ocupaba de todo aquello.

Si al principio no me acabó de convencer deltodo lo que había descubierto, por lo que te he

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comentado, al inscribirme luego en la Cofradíade la Doctrina Cristiana empecé a frecuentarasiduamente la escuelita acompañado de otroscofrades, y concebí la esperanza de trasformar-la. Y es que aquella escuelita me iba ganando elcorazón. El P. Berro me preguntó por elcomienzo de las escuelas y le respondí así:“Respecto al principio de las Escuelas Pías, yome encontré con dos o tres de la Doctrina Cris-tiana que iban al Trastiber a dar clase en ciertasescuelas que se hacían en santa Dorotea. Ydado que en ellas gran parte de los alumnospagaba cada uno un tanto al mes y de los com-pañeros unos venían por la mañana y otros porla tarde, cuando murió el párroco, que nosprestaba una salita y una habitación en la plan-ta baja, me decidí a pasarlas a Roma, conocien-do la gran pobreza que había, por haber visita-do durante seis o siete años los barrios deRoma cuando era de la Cofradía de los SantosApóstoles. Y de los compañeros que tenía en elTrastiber sólo me siguió uno, y se instaló el Ins-tituto en Roma” (EP 4185).

Y en un documento que escribí en 1622decía: “El Instituto de las Escuelas Pías tuvosus inicios en la iglesia de santa Dorotea, en elTrastiber, cerca de la puerta Septimiana, porobra de algunos hermanos seculares de la Doc-trina Cristiana, entre quienes vive al presenteJosé de la Madre de Dios, del lugar de Peraltade la Sal, de la diócesis de Urgell, en el Reino deAragón; y ya que allí se enseñaba por lo común

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a ricos y pobres, el dicho José hizo fueran ense-ñados sólo pobres, quienes no encontrabanquien les enseñara los principios” (EP 132a).

Se me grabó muy intensamente que el párro-co, Antonio Brandini, murió en febrero de 1600y entonces las escuelas fueron introducidas enRoma, donde todavía están presentes.

Luis, no quiero alargarme, que esta cartasobrepasa lo que me he propuesto escribirte encada una de ellas. Acabo diciéndote que estafue la búsqueda inquieta de un hombre cuyavida acabó perteneciendo a los pobres, porquienes dejó sus ilusiones y proyectos, todoaquello que había acariciado durante años y seentregó al servicio desinteresado de los mis-mos. No tuve ningún mérito. Fue todo obra ygracia del Señor. Ya te lo contaré en otra oca-sión.

Me despido de ti con los bellos pensamien-tos de esa poesía de uno de vuestros poetas:

Nadie fue ayer/ ni va hoy/ ni irá mañana /hacia Dios / por este mismo camino / que yovoy. / Para cada hombre guarda / un rayonuevo de luz el sol… / y un camino virgen /Dios.

Con afecto paterno

José de la Madre de Dios

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Carta 4ª

El centro de mi vocación

Querido Luis: durante todos estos díasque han pasado desde mi misiva anterior, meha estado rondando la cabeza si la vez anteriorte hice ver bien cuanto deseaba decirte y queríaque supieras. ¡Fue para mí tan importante todolo que me pasó, cuanto viví y el resultado detodo ello! Si me preguntas, así, de sopetón, cuálfue el centro de mi vocación, te respondería: ¡elniño pobre! Ahí se encuentra el origen de mivocación. Ahí está el aspecto fundamental demi vida. Ahí, la razón por la que hoy puedoescribirte. Sin niño pobre, no existirían lasEscuelas Pías y no estarías tú leyéndome.

¿Qué es lo que me pasó? Que al transitar porRoma, por esa Roma que te traté de describiren la carta anterior, sentí que no podía seguirinactivo con tanta pobreza como se manifesta-ba a mis ojos; eran demasiados los altercados alos que asistía un día tras otro, sin poder haceryo nada; me impresionaba la ignorancia quedescubría, que veía en todos aquellos niños decalles y plazas romanas. El maligno se aprove-

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chaba de la situación y ganaba espacio en lavida y el corazón de aquellos pequeños y notan pequeños que pululaban por los vericuetosde las vías romanas. Me daba cuenta de que seperdían muchos ingenios, jóvenes de excelentetalento, que no se aprovechaba porque nohabía nadie que les enseñara. La tragedia estri-baba no sólo en que los individuos se perdían,sino en que una clase social quedaba postrada,incapaz de salir del hondón donde se encontra-ba. No había solución ni salvación para ellos.Imperaba la idea tan dañina para la sociedad, ydefendida por la gente pudiente, de que las cla-ses sociales han sido creadas por Dios, y de quecada quien ha de sentirse contento en la clasesocial en la que ha nacido, pues ese ha sido elquerer de Dios para él. Y ese es el lugar de susalvación, sin “desobedecer” el orden estableci-do por Dios. Los pobres no podían pensar deotro modo, pues nadie les sacaba de semejantefalsedad. Quizá porque a muchos les interesa-ba que las cosas siguieran como estaban.

Estos elementos descritos, mi querido Luis,iban unidos a otros que me tocaban el corazónsi es posible aún más. Me refiero al desconoci-miento de Dios, de Jesús, de su SantísimaMadre. No sabían esos niños pobres de lascalles las oraciones más sencillas y fundamen-tales del catolicismo. No sabían santiguarse, noconocían el Padrenuestro ni el Avemaría ni elCredo ni los sacramentos.

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Y no te digo nada del mal moral en el que seveían metidos y en el que caían. En la cartaanterior te he descrito un poco la situación deRoma bajo este aspecto. Eres joven y es muyposible que no hayas vivido una costumbreque a raíz de cuanto te cuento surgió en laOrden de las Escuelas Pías. Al finalizar las cla-ses los alumnos se dividían en cuatro filas, de ados, acompañada cada fila por uno o dos reli-giosos; y salían de San Pantaleón e iban hacialos cuatro puntos cardinales, para que cadaniño al llegar a su calle o lo más cerca de ella,dejara la fila y entrara en su casa.

Este ejercicio era de gran fatiga para lospadres, después de una mañana o de todo undía de trabajo. ¿Sabes por qué y cómo nacióesta costumbre? No fui yo el autor de la misma;me la sugirió mi querido hijo el abate Glicerio.Él se dio cuenta cómo al terminar las clases ysalir tantos niños de las escuelas, en San Panta-león llegamos a tener 1200 y en alguna ocasióncasi los 1500, había gente mayor que acechabaa las pobres criaturas para aprovecharse deellas, proponiéndoles comportamientos inde-centes. Y por evitar eso, el abata Glicerio pensóen las filas. Así nació una práctica que introdu-jimos en San Pantaleón, aunque en otros luga-res hubo sus resistencias de parte de algunosreligiosos.

Luis, puede venirte una pregunta, ¿y quéquería yo con todo aquello? Pues preparar para

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la vida a todos aquellos niños pobres, desam-parados, incapaces de ganarse el pan de cadadía, sujetos a tantos peligros y clases de mal.Por eso mismo había escrito en las Constitucio-nes para la Orden: “Como en casi todas lasnaciones, la mayor parte de sus habitantes sonpobres, que pueden mandar sus hijos a estu-diar por poco tiempo, procure el superior quese provea a estos alumnos de un maestro dili-gente que les enseñe la escritura y cuentas,para que puedan ganarse la vida más fácilmen-te” (C 198).

Junto a lo dicho había en mí una convicciónque siempre mantuve porque me venía dadapor el Evangelio, y es que los pobres se identi-fican con Cristo. ¡Cuántas veces lo escribí enmis cartas! Por ejemplo: “En cuanto a recibiralumnos pobres, obra usted santamente admi-tiendo a cuantos vienen. Porque para ellos sefundó nuestro Instituto. Y lo que se hace porellos se hace por Cristo. No se dice otro tantode los ricos” (EP 2812), donde al mismo tiempodejaba bien claro cuál era mi intención al fun-dar el Instituto.

“Estén ahí todos con ánimo esforzado paraservir al Señor en sus miembros, que son lospobres. Para que podamos oír a su tiempo:cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míosmás pequeños, a mí me lo hicisteis” (EP 4554),o también: “Si aquellos de los nuestros que hanido a esas regiones considerasen que lo que se

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hace por un niño pobre lo recibe Cristo en pro-pia persona, estoy seguro de que usaríanmayor diligencia” (EP 2441).

De cuanto te he dicho quisiera que te queda-ra bien clara una cosa, que la razón de que yoempezara lo que acabó siendo una Orden reli-giosa, la razón de mis escuelas, no procedíadirectamente de ninguna consideración pía oreligiosa, sino que fueron principalmente misdolorosas experiencias sociales lo que me llevóa la fundación de las mismas. La gran intuiciónbrotó de mi vida, de lo que estaba ocurriendoen ella y en lo que poco a poco me iba enmara-ñando y me encontré al final totalmente meti-do. Una vida que antes no pensaba en nada deesto, pero que poco a poco, al ritmo de la viven-cia de los acontecimientos diarios que en ella sefueron sucediendo, fui descubriendo cuáleseran las auténticas necesidades de los hombrescon quienes me tocó vivir. Es la vida lo que seme impuso. Y, sobre todo, la vida de los deshe-redados, de los pobres, de los oprimidos por lasmil circunstancias de una sociedad que imponesus leyes.

La necesidad estaba clara. El objetivo a con-seguir también. Y se dio en mí una evolución,en la que tengo que decir que no me rendí tanfácilmente. Dios entabló una lucha conmigo ofui yo quien la entablé con Dios. Veía lo quehabía que hacer, estaba dispuesto a echar unamano, no podía desentenderme de lo que había

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visto, pero todo quedaba ahí, porque aún en micorazón anidaban los viejos anhelos que mehabían conducido hasta Roma. Estaba biensujeto al caballo; si Dios derribó a Saulo de unfuerte empujón, para derribarme a mí se reque-rían muchos empujones y mucho tiempo. Y esoes lo que ocurrió. ¿Cómo?

Luis, te narro mi vida de forma muy rápida,pero creo que puedes hacerte una idea. En esetiempo, largo tiempo de casi diez años, se fuedando en mí una evolución. Cuando descubrícuanto te he narrado, comprendí que tenía quedar más tiempo a una causa tan importante.Eso, el tiempo, porque la vida todavía me lareservaba, todavía era mía, todavía respondía amis proyectos e intereses. Sabes, Luis, que esmás sencillo y fácil dar el tiempo que entregarla vida. Y como te contaba la vez anterior,empecé a dar tiempo y tiempo, es decir, a ir aSanta Dorotea, a pedir que me sustituyerancomo Diputado de los Doce Apóstoles en lasvisitas que me tocaba hacer. Todo esto figura enel libro de la Archicofradía. En Santa Dorotea,con los niños, ayudándoles, preparándolespara la vida me encontraba mejor y se me ibavolando el tiempo. Pero no dejaba de pensar enla canonjía.

Una cosa me preocupaba, ¿quién se iba aocupar de las escuelas en el momento en queyo las dejara? Yo podía seguir un tiempo enRoma, pero después, ¿qué? Pensé que la mejor

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solución era ponerlas en otras manos, lo que noquería decir que me iba a desentender de ellas.Lo primero que me vino a la mente fue subir alCapitolio romano a pedir a las autoridades quepagaran más a los maestros rionales. Mejorrecompensados, más alumnos pobres recibirí-an. Era una solución. Y me llegó la primeranegativa. No tenían dinero para hacer lo que yoles pedía; siempre ocurre igual en la educación.Si la parte civil se había manifestado contrariay hosca, había que acudir a la religiosa, queesperaba me recibiera mejor. Y, sí, me recibie-ron mejor, pero con igual resultado. Primero fuial Colegio romano de los jesuitas. No fue posi-ble obtener nada: que ellos no se dedicabansino a los que dominaban los latines (¡y cómoiban a saberlos si nadie se los enseñaba!), queno recibían a niños tan pequeños. Total, queportazo (eso sí, muy religiosamente) y afuera.

Me venía para mis escuelas y pasé junto a laMinerva, donde estaban los padres dominicos.Quizá pudieran sacarme de mi situación. Yame dijo el anciano portero que no iba a conse-guir nada. ¡Qué bien conocen los porteros a suspriores! Porque así fue. Que lo comprendía,pero que no era el carisma de su Orden. ¿Quétenía que pensar yo de todo aquello que me ibaocurriendo? ¿Cómo leerlo desde la fe? ¿Es queDios me quería decir algo?

Creo que fue una de las peores crisis quepasé. Ya que estaba seguro de que mi vocación

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era ser sacerdote en mi tierra, donde el señorobispo me enviara, y he aquí que me encontra-ba metido en unas escuelas que iban creciendo,con niños que muchos de ellos manifestabansus ansias de saber y de piedad.

Dios aprieta, pero no ahoga. Tuve la suertede encontrar a tres grandes hombres, los trescarmelitas descalzos, discípulos de Santa Tere-sa, hombres de gran ciencia y santidad. Fueronllegando a Roma uno tras otro; grandes predi-cadores, y experimentados confesores y direc-tores de alma. Me di cuenta de que no podíaperder semejante ocasión y a ellos acudíabriendo mi interior, mis dudas y certezas, misluces y sombras, mis convencimientos y oposi-ciones. Poco a poco me fueron dando luz. Sepreocuparon no sólo de mi espíritu, sino tam-bién de la obra que llevaba entre manos. Y fuicomprendiendo lo que Dios quería, que lediese no sólo el tiempo, sino la vida.

Por eso en fecha indeterminada del año1600, a quien me ofrecía más de lo que yo jamáshabía soñado obtener, le dije que no, que lasuerte estaba ya echada y que había encontra-do en Roma mejor modo de servir a Dioshaciendo el bien a los pequeñuelos, y que noiba a dejarlo por nada del mundo.

Y ya ves, Luis, no lo dejé. No fue por miesfuerzo, ni porque no surgieran dificultades ygordas, pero la gracia de Dios estuvo conmigoy ella me ayudó. Y ahí estáis tú y tus compañe-

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ros, testigos en el futuro de que fueron ciertaslas palabras que en aquel entonces pronuncié.

Todavía tuve alguna escaramuza con laCofradía de la Doctrina Cristiana para conse-guir que acogiera las escuelas; pero tampocolo logré. Incluso me presenté para presidentede la cofradía. Si lograba el puesto, y yo esta-ba convencido de que así sería, pondría lasescuelas bajo el cuidado de la Doctrina Cris-tiana, con la seguridad que ello me daba. Perosalí elegido en tercer lugar. Otra batalla per-dida.

No me voy a detener, pero, para que losepas, pensé entonces que la mejor manera deque persistieran las escuelas era que estuvieranen manos de una Congregación Religiosa. Ydurante tres años pertenecieron a la Congrega-ción de los Padres de Luca. Pero no funcionó,porque aquellos padres habían entrado en lareligión para ser párrocos o encargados de unaiglesia, y no para ser maestros, y era inmensa ladiferencia entre ser párroco y ser maestro de losniños que teníamos. Por eso el papa Paulo Vdeshizo la unión y fue cuando se erigió la Con-gregación Paulina.

Luis, he querido escribirte lo que he llamadoel centro de mi vocación, que no es otro que losniños pobres. Por eso yo en ningún momentopensé en fundar una Orden religiosa. Fue másbien un lento proceso en el que se aunaron doselementos, los acontecimientos externos que se

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iban sucediendo, y la gracia de Dios que ibaobrando dentro de mí.

Vuelvo a mis niños pobres, lo mejor de mivida. Te quiero indicar algunos pensamientosapoyados en el amor a esos niños pobres, en elconvencimiento de su importancia, en la peti-ción seria que hago a las Escuelas Pías de quesean fieles a esta herencia que les dejé. Sé queha cambiado el concepto de pobre. Sé que exis-ten pobrezas que no se daban o manifestabanen mi tiempo. Sé que hay que asistir a todas lasque podamos. Pero no quisiera que con todoeso se perdiera esa primera pobreza de la queyo fui tocado, la pobreza de la ignorancia, de laopresión, del mal, de la incultura. Si las Escue-las Pías resucitaron del golpe mortal que les dioel papa Inocencio X fue precisamente porquelos escolapios se mantuvieron firmes a losniños pobres.

Quiero expresarte, Luis, lo que son para mílos niños pobres.

Primero, es el mejor camino para ir a Dios. Asílo dejé escrito a mis hijos: “La strada o vía másbreve y fácil para ser exaltado al propio conoci-miento y de éste a los atributos de la misericor-dia, prudencia e infinita paciencia y bondad deDios es el abajarse a dar luz a los niños, y enparticular a los que son como desamparados detodos, que por ser oficio a los ojos del mundotan bajo y vil, pocos quieren abajarse a él, ysuele Dios dar ciento por uno” (EP 1236).

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Segundo, creo que han de ser el centro de todoeducador calasancio. Quien entra sea como reli-gioso en la Orden de las Escuelas Pías o comolaico que está integrado de alguna manera enellas, debe tener su pensamiento en los niñospobres sabiendo que su vocación le dirige haciaellos: “Podría y debería tener empleado sutalento a favor de muchos niños pobres, querepresentan la persona de Cristo, quien, si vieseen usted aquel piadoso afecto que deberíatener hacia el Instituto, sin duda alguna le qui-taría los escrúpulos y le aumentaría la gracia”(EP 4465).

Tercero, hay que prepararse constantementepara ayudarlos. Permanecen menos tiempo en laescuela y según qué bagaje traigan les cuestamás los estudios; deberían por eso ser los pri-vilegiados del educador calasancio: “Procurehacerse siempre más apto para enseñar a lospobres caligrafía, aritmética y también el temorde Dios. Y no se cuide de admitir en su escuelamás alumnos mayores, sino de atender a lospobres” (EP 1421).

Cuarto, la experiencia me ha enseñado queno es lo mismo tratar con los pobres que con quienesno lo son: “No querría que me mandase joven-citos nobles, porque ordinariamente son sober-bios y estudian poco” (EP 2443).

Quinto, si les tengo tanto cariño, amor y mepreocupo tanto por ellos es porque el Institutofue fundado para ellos. Es cierto que yo mismo

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tuve que aceptar al poco tiempo niños que noeran pobres, pero mantuve las escuelas de talmanera que nunca pudieran dejar de asistir lospobres: “Por cuanto profesamos ser verdadera-mente pobres de la Madre de Dios, procurare-mos no despreciar nunca a los niños pobres,antes cuidaremos de adornarles de toda virtud,con mucha paciencia y caridad, sobre tododiciendo el Señor: Cuanto hicisteis a uno deestos hermanos míos más pequeños, a mí me lohicisteis” (C 4).

Sexto, es tan importante en la vida de todoeducador y de todo religioso educador esta pre-ocupación por los niños pobres que se puede decirque “quien no tiene espíritu para enseñar a lospobres, no tiene vocación de nuestro Instituto,o el enemigo se la ha robado” (EP 1319).

Séptimo, nuestro trabajo por los pobres nosha de dar una inmensa alegría porque “el Señornos pagará todo lo que hagamos por elloscomo si fuese hecho por el mismo Dios” (EP2425).

Octavo, lo que deseaba yo en mi tiempo es quese recibiera a todo alumno pobre, no importabacómo estuviera vestido, que esto era secundario.Sé que puede ser distinto en vuestro tiempo,pero atiende a mi pensamiento: “El prefectodebe recibir con toda caridad a los pobres, aun-que estén descalzos, o con vestidos rotos y sincapa, ya que principalmente para éstos ha sidofundado nuestro Instituto” (D 33r).

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Noveno, siempre tuve gran cuidado de quelos religiosos cuando salían de casa a mendigar,nunca pasaran por las casas de nuestros alumnos.Por una parte, porque la mayoría de ellos eranmuy pobres y poco podían dar, y luego, porqueno quería ponerles en un compromiso, pues altener a sus hijos en nuestras escuelas podíansentirse obligados a dar algo. Por eso les incul-caba: “No pidan los maestros cosa alguna a losalumnos, para que vean todos que se enseñapor pura caridad” (EP 4138).

Finalmente, alguno me dirá que los niñospobres fueron mi carisma, lo que Dios sucitó enmí, y que el carisma del Instituto lo cambiódespués la Iglesia. Eso lo he leído en algúnestudioso escolapio. Para que te des cuenta dela equivocación y para dejar las cosas en susitio, copio un pasaje de vuestras Constitucio-nes: “Nuestra Orden participa de manera espe-cífica en la misión evangelizadora de toda laIglesia por medio de la educación integral deniños y jóvenes, sobre todo de los más necesi-tados…” (nº 90).

¡Mis pobres! ¿Sabes, Luis, que les estoyinmensamente agradecido? Porque ellos mehan dado mucho más de lo que yo les he podi-do dar o he podido hacer por ellos. Y es queDios se sirvió de su mediación para llegar a sermi Señor y mi Dios. Es lo último que te cuento.

Llegué a Roma con bastante cantidad dedinero porque no sabía el tiempo que iba a per-

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manecer en la ciudad de los papas. El poseer.Un primer apoyo que yo no notaba que influ-yera en mi vida, que los demás podían notaracaso menos, aunque llamaba la atención mimanera de vestir en la ciudad de los papas. Nolo podía notar hasta que recibí de plano la luzde Dios; sólo entonces comprendí las atadurasa las que había estado sometido. Por otra parte,pisé Roma con el afán de llevarme de aquí unacanonjía. Tampoco me parecía malo, y el señorobispo cuando se lo dije, nada objetó. Pero denuevo el Señor, cuando me alcanzó, me hizover, a la luz de la misericordia de mi Dios, elprestigio propio que estaba escondido en esabúsqueda constante.

Los primeros años de mi estancia en Romano logré superar ambos ídolos; no conseguíarrancarlos de mí. Era como si una fuerza supe-rior a las mías mantuviera ambas realidades enlo hondo del corazón. ¿Sabes, Luis, quién mesacó de mi andar torcido, de no saber adorar alúnico Dios, de estar cogido por el mal sinsaberlo, ya que no lo reconocía como tal? ¡Misniños pobres! Como lo oyes. Es claro que todofue gracia de Dios, porque sólo Él puede hacerestos milagros, pero, es cierto, que se sirvió delos niños pobres.

Sólo por ellos gasté todo mi dinero. Teníaque pagar a profesores y el material que seempleaba en las clases, así como el alquiler delas escuelas. De tal manera que en 1606 tuve

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que pedir permiso al papa para mendigar porRoma. Quien había llegado a la ciudad eternadisponiendo de una fuerte cantidad de dinero,estaba mendigando por los niños pobres.

Lo mismo me ocurrió con la canonjía. La his-toria te la he contado, hasta que hice la opciónpor el “ejercicio vil y despreciable” que eraenseñar a los niños pobres. Ellos, de nuevo, mesacaron del pretendido prestigio que tan ansio-samente buscaba. En consecuencia, ¿te extra-ñas de que les quiera tanto? ¿No te parece nor-mal que te hable como te he hablado de ellos?¡Dios los bendiga!

Luis, con amor de padre

José de la Madre de Dios

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Carta 5ªEl hombre que quise formar

Querido Luis: remontándome a cartas ante-riores puedo asegurarte que consecuencia dela vocación que recibí fue la ilusión por todolo educativo. La vocación otorga una sensibi-lidad especial hacia el campo al que uno es lla-mado. De forma que podemos decir que elSeñor me otorgó unas antenas especiales queme favorecieron en todo lo que se refiere a laeducación. Me sentí profundamente educa-dor. Y en este sentido mi corazón abarcó atodos los niños. Noté en mí una sensibilidadespecial para los niños, para todos; a todosamaba, por todos ellos me quería dar, aunquemis delicias consistían siempre en estar conlos más pequeños y más pobres. En este aspec-to también capté en mí una facilidad especialy un deseo profundo.

Durante cincuenta años estuve metido en elhecho educativo siendo además yo quien fuicreando estructuras que no existían, suscitandoideas, ayudando a todos aquellos que trabaja-ban conmigo.

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Hoy deseo hablarte del hombre que quiseformar, educar y a través de qué medios. Por-que todo eso marcó una línea para las EscuelasPías. Aunque hay aspectos que dejo para cartasposteriores.

Te hablé de la preparación innata que habíaen mí para la educación. Eso lo plasmé de unamanera instintiva en el comienzo del Memorialal cardenal Miguel Ángel Tonti. Para esemomento no sólo había descubierto mi capaci-dad natural para la educación y conocía elvalor de la misma, sino que tenía ya experien-cia del bien que se hace con ella a los niños. Poreso le escribía al cardenal: “La buena educaciónde los jóvenes es, en verdad, el ministerio másdigno, el más noble, el de mayor mérito, el másbeneficioso, el más útil, el más necesario, elmás natural, el más razonable, el más grato, elmás atractivo y el más glorioso” (nº 6).

Analizando los aspectos más salientes para míen el hecho educativo me daba cuenta del granbien que hace a los niños, y por eso que a travésde la educación se podía llegar a conseguir unhombre nuevo; no pretendía tan sólo ni princi-palmente que la enseñanza fuera instrucción, yque esta quedara en elementos que simplementeiluminan la inteligencia; buscaba un hombrenuevo, porque sólo de él puede nacer una clasesocial nueva y una sociedad distinta. Por eso,refiriéndome al ministerio que se ejercía en lasEscuelas, seguía explicando al cardenal Tonti:

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“Es el de mayor mérito, por establecer y ejercitarcon amplitud de caridad, en la Iglesia, un eficací-simo remedio de preservación y curación del male inducción e iluminación del bien, a favor de losniños de toda condición y, por ende, de todos loshombres que pasaron antes por aquella edad. Yesto mediante las letras y el espíritu, las buenascostumbres y las mejores maneras, con la luz deDios y la del mundo” (nº 9).

Y aquí aparece un elemento importante paramí, la dimensión sanadora de la educación. Queríaun hombre que no se encontrara sólo, sin fuer-zas, sometido a la despiadada fuerza del mal;buscaba un hombre que tuviera todos losmedios para tomar la vida en sus manos yhacer con ella lo que creyera que debía hacerporque se sentía libre, porque no estaba pornacimiento abocado al mal; un hombre que nose sintiera sin más sometido a la ignorancia y almal, cualquiera que fuera. Buscaba un huma-nismo de libertad.

Otra dimensión de empuje que has visto enel texto citado es la “inducción e iluminación delbien”. Frente al mal, el bien; frente a la imposi-bilidad, la libertad; frente al destino, la Provi-dencia; frente a la incapacidad, el ser dueño deuno mismo. Y eso se había de procurar y con-seguir por medio de la fuerza del bien que erala que proporcionaba la educación.

La tercera dimensión que quise aplicar fue launiversalidad, y así decía “a favor de niños de

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toda condición”. Y es que Dios me fue agran-dando el corazón. Empecé por los pobres y sóloellos, a quienes me mantuve fiel toda la vida;pero cuando por diversas circunstancias otrosniños me pidieron entrar en las escuelas, no mepude negar. Amaba a todos los niños; Dios meiba concediendo un corazón cada vez másgrande de forma que no podía rechazar a nin-guno y deseaba el bien de todos ellos.

La educación de los niños se me apareciócomo una misión insustituible en nuestromundo. No se trata de dedicarse a ellos sóloen un momento de la vida; la educación abar-ca toda la vida de la persona, pero sobre todoel inicio de la misma, cuando la personacomienza su camino y se puede lograr de ellalo que ya más tarde es muy difícil y a vecesimposible de conseguir: “Este ministerio,desde el principio, enseña a bien vivir, dedonde depende el bien morir, la paz y sosiegode los pueblos, el buen gobierno de las ciuda-des y de los príncipes, la obediencia y fideli-dad de los súbditos, la propagación de la fe, laconservación y preservación de las herejías,particularmente entre la juventud a la queprocuran infectar los herejes con sus falsasdoctrinas desde el principio, como seguros delresto, y, finalmente, la reforma de toda la cris-tiandad” (nº 26).

Comprendí también que si es tan importan-te la educación tenía que comenzar desde los

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primeros años. Cuanto antes se empiece a edu-car a una persona, mejor; un árbol hay queenderezarlo desde el comienzo, so pena quedespués no se pueda hacer. Por eso decía en lasConstituciones a todos mis hijos: “Si desde sutierna edad son imbuidos diligentemente losniños en la piedad y en las letras, hay que espe-rar, sin lugar a dudas, un feliz curso de toda suvida“ (C 2). Existe también una copia manus-crita de nuestras Constituciones, con ciertosañadidos al margen de mi propia mano, quedice: “Según sabemos por experiencia, aquellosque desde la tierna edad fueron instruidos en ladoctrina cristiana y desde niños bebieron jun-tamente la piedad y las letras, en general ter-minaron siendo perfectos, como lo demuestranclaramente los ejemplos de los santos en la his-toria de la Iglesia”. Y todo esto porque “el pri-mer aprendizaje de las cosas con dificultad seremueve” (EP 1605).

Hay una pregunta que es fácil hacérsela.¿Buscaba simplemente un humanismo, unavisión determinada del hombre desde la fe,una ayuda al hombre pobre, ignorante, sin sali-da en la vida? Te hablo del humanismo cala-sancio y después detallaré los puntos o aspec-tos que para mí lo constituyen y en los que meapoyo. Pero antes es preciso situar todo esto.Cuando fundé la Orden de las Escuelas Píassabía que lo primero que debíamos buscar erala perfección de la caridad. Que nadie debíaentrar en la Orden si no iba conducido por ese

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afán y no era ese su norte y guía en la vida. Lodecía en el primer número de las Constitucio-nes: “Así como en la Iglesia de Dios, guiadaspor el Espíritu Santo, todas las religiones tien-den, como a su verdadero fin, a la perfección dela caridad mediante el ejercicio de sus ministe-rios, a lo mismo aspira con todo empeño nues-tra Congregación por medio del ministerioaprobado por Paulo V” (C 1).

Por eso, detrás de todo y sosteniéndolo estáel amor de Dios, la búsqueda de la perfección.Pero este hecho, común a todas las Órdenes, serealiza en cada una de ellas de un modo deter-minado, especial, a través de un ministerioespecífico. Es el modo como Dios quiere quecada uno de quienes entran en las Escuelas Píasconsiga la perfección de la caridad. Y como elamor es donación de sí, salida de uno mismo,el ministerio propio no puede consistir sino enel servicio desinteresado a los demás. Y por esoen mis cartas aparece por activa y pasiva, ya séque con una constancia impresionante, lo quellamo “nuestro ministerio propio”.

Pero, atención, Luis. He hablado de perfec-ción de la caridad porque así lo escribí. Al usarsemejante expresión puedes creer que me refie-ro sólo a los religiosos, y no es eso. Abarco tam-bién a los todos laicos que trabajan en una Obrao presencia escolapia. Ya el concilio Vaticano IIafirmó la llamada de todo cristiano a la santi-dad. Pues eso es la perfección religiosa, la san-

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tidad. Por tanto, tanto religiosos como laicos,todos ellos están llamados a la perfección de lacaridad, de la santidad, del amor, que es lo pri-mero de toda vida cristiana. ¿Y cómo lo tene-mos que hacer? Por medio de “nuestro minis-terio propio”. Este ministerio es el que noslleva a formar a la persona como quieren hacer-lo las Escuelas Pías.

En mi vida fui muy insistente en este puntoprecisamente porque lo juzgaba de sumaimportancia. Te pongo un breve ramillete defrases en las que se manifiesta mi pensamiento.

Al P. Mateo Reale, religioso que en esemomento se encontraba en Cárcare, le escribía:“No puedo dejar de recordar en todas las cartasque se atienda con todo cuidado a la enseñan-za, aunque deban dejarse alguna vez otros ejer-cicios, porque éste de las escuelas es nuestroministerio específico, y cuando éste no va bien,nos desviamos del verdadero camino de nues-tra salvación” (EP 1287).

A otro padre, a la sazón en Chieti, el P.Andolfi, le comentaba: “Procuren por todos losmedios que caminen bien las escuelas, que esnuestro ministerio propio” (EP 4014).

No sólo a quienes se encontraban relativa-mente cerca de Roma, sino a los más alejados, aquienes habían sido enviados a Centroeuropales mandaba mis cartas. Con las mismas idease igual insistencia. A un querido hijo, el P.

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Honofre Conti que estaba en Nikolsburg ledecía: “Mantengan con buen ejemplo el ejerci-cio de las escuelas pías, que es nuestro princi-pal ministerio” (EP 3053).

Y así en muchas cartas para que estuvieraclaro cuál era mi pensamiento, mis preocupacio-nes y empeño: “Por ser el de la escuela nuestroprincipal ministerio, se debe procurar que seejercite con diligencia en las materias literariaspara atraer a los alumnos a las escuelas. Peronuestro fin principal ha de ser enseñar el temorde Dios, que todo maestro esta obligado a cum-plir, bajo pena de que su trabajo material quedesin el premio de la vida eterna” (EP 2876).

“Procure con toda diligencia que las escue-las vayan bien en letras y piedad, por ser éstenuestro ministerio. Si lo cumplimos bien, elSeñor nos mandará no sólo la ayuda temporalpara vivir y construir, sino también graciasespirituales, que para nosotros son los verda-deros bienes que debemos procurar con todoempeño” (EP 1167).

Luis, de esta manera deseaba ir forjandohombres nuevos. Me sentía llamado por Diospara poner en pie una Orden que tuviera comoministerio suyo principal, como misión dadapor la Iglesia el formar hombres nuevos decuantos niños entraban en nuestras aulas. Esverdad que esto de la fundación fue naciendo,como te he dicho en otra carta, poco a poco, através de una conversión, en la que vi que Dios

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me lo pedía, y el Papa Paulo V lo quería decidi-damente. En mi tiempo esta decisión parecía undesafío inalcanzable, porque era algo quemuchos no deseaban y a otros más les parecíainasequible. Ahí sentí yo el desafío pero, almismo tiempo, la llamada del Señor. En aqueltiempo el único modo como se podía intentarsemejante finalidad era a través de la educaciónen la escuela. ¿Dónde se iba a poder educar sinoen la escuela? Otra cosa eran los hijos de perso-nas importantes que podían tener sus propiospreceptores. Pero, ¿y los demás, que era lainmensa mayoría? Por eso creé mis escuelas.Ahora, en vuestro tiempo, la escuela sigue sien-do elemento importante en el ministerio escola-pio, siempre que se la entienda en su mejor sen-tido. Pero existen otras maneras también de rea-lizar el ministerio a favor del hombre nuevo queno sea la escuela formal. Eso lo tenéis que vervosotros, y ser fieles a mi idea.

¿Qué comprende para mí el ministerio espe-cífico? En el lenguaje que usé, “piedad yletras”; en el que empleáis vosotros, “fe y cul-tura”. Son como los dos brazos con los que yohe querido abrazar la voluntad de Dios en elservicio de amor a los hermanos. En mi tiempodedicarse a ese servicio era como hacer explo-tar una bomba que podía destruir muchascosas, conmocionar otras, poner en tensiónotras muchas, y por ello no faltaron quienes seopusieron a lo que para ellos era un inmensodesastre. Piedad y letras para los niños y, sobre

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todo, para los pobres, era una especie de here-jía social que no debía permitirse. Y esa oposi-ción que contrastaba con lo que era mi expe-riencia y con lo que percibía ser el querer deDios sobre mi vida, me convirtieron en unapersona abierta, intrépida, liberal. Y si Diosquería de mí eso, yo no me iba a apartar desemejante camino.

Quiero mostrarte cómo hablaba yo delministerio específico. Lo llamaba “ministerio”,que para mí es el trabajo realizado desde la fe.Uno puede realizar algo, dedicar su vida a untrabajo, por ejemplo, en un colegio, y ser muybuen profesional del mismo. Se trata de un tra-bajo humano. Pero si lo realiza desde la fe,como expresión de su entrega cristiana, comoapoyo y servicio al Reino, la perspectiva cam-bia; estamos en un ministerio calasancio.

Al P. Vicente Berro, recordándole una visitarealizada a las Escuelas Pías y comentándolelos resultados de la misma le decía: “Aconseja-ron de palabra aquellos señores del Santo Ofi-cio que nos dediquemos, conforme a nuestroministerio, a enseñar a los niños la doctrinacristiana junto a las letras. Y esto no suponíadesprecio alguno de la Religión, sino un conse-jo y exhortación santa de que los maestros semantengan en su humilde apostolado de ense-ñar solamente a los niños. Y en la Iglesia deDios no sería esto de poco, sino de grandísimofruto” (EP 1153).

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Puedes ver bien claro mi pensamiento quequise mantener firme frente a cualquier oposi-ción. No en vano porque había llegado a verque esa era la voluntad de Dios. Como a vecescreía que mi pensamiento podía no ser biencomprendido, me empeñé en manifestarlo demuchas maneras. Por ejemplo: “Le recomiendoa usted y a todos los de casa que atiendan contodo empeño al ejercicio de las escuelas, y prin-cipalmente a la piedad y santo temor de Diosen los alumnos. Que es nuestro instituto, en elcual hay mayor mérito que en atender a laspersonas mayores. Estas tienen muchas religio-nes que les ayudan, y los alumnos solamentetienen la nuestra” (EP 1219). La carta iba dirigi-da al P. Jerónimo Laurenti, en Nursia. Y a miquerido P. Alacchi, hombre de mis amores ytemores, porque quería mucho a la Orden perouno se podía esperar cualquier cosa de él, ledecía: “Aunque en nuestra religión hay teólo-gos prácticos y graduados, yo no he permitidonunca que suban a un púlpito o cátedra a pre-dicar, conociendo bien que no faltan en la Igle-sia de Dios hombres que por oficio y ministeriopropio, tienen derecho a predicar, como lohacen con toda virtud. Debe estar lejos denosotros meter la hoz en la mies ajena. No seríapoco saber humillarnos hasta la capacidad delos alumnos, a cuya instrucción nos ha enviadola santa Iglesia” (EP 2557).

Mi concepto de hombre era total. No queríadedicarme exclusivamente a su parte religiosa,

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como lo hacía la Doctrina Cristiana o el Orato-rio de aquel santo hombre, Felipe Neri, perotampoco deseaba dedicarme sólo a enseñar alos niños las ciencias humanas. Ambos aspec-tos eran necesarios. El humanismo calasancioabarca toda la persona.

Luis, existe otra manera como quise explici-tar este ministerio, y consiste en lo que llamabala “buena educación” de los niños. Buena edu-cación que se concreta siempre en la ayuda sin-cera que hay que prestarles. Así se lo decía al P.Berro: “Porque nuestro ministerio consiste enla buena educación de los niños, le ha de preo-cupar sobre cualquier otra cosa que esto vayabien, procurando que todos ayuden de algunamanera a los niños, tanto los confesores, cuan-do no estén impedidos, como los clérigos y her-manos cuando después de comer no tienenocupación alguna. Y hará cosa muy grata aDios, muy útil al prójimo y de muy buen nom-bre a la religión” (EP 3206). Y al P. Cipolletta:“Quien tiene talento para ayudar a los jóvenes,que es nuestro ministerio, no debe extenderse anada que le pueda distraer” (EP 1332).

Luis, todo esto que te he contado no fue nisencillo ni fácil. Al principio tuve seguidoresenamorados de su vocación, de la lucha por unhombre nuevo. Luego empecé a darme cuentade que pasados los primeros fervores, se empe-zó a ver este trabajo como duro y demasiadodifícil, y a veces nada gratificante. Frente al

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miedo del desviacionismo que poco a pocopasó de tendencia a realidad efectiva, yo insis-tía en que se abandonase cualquier otro minis-terio que pudiera significar un atentado a loque la Iglesia nos había encomendado. Así se lohice saber al P. Ciríaco Beretta, en Cárcare:“Tenga mucho cuidado de no engañarse, vien-do la necesidad que hay ahí de confesores.Nuestro ministerio principal son las escuelas.De manera que si debe dejarse un ministerio uotro, mejor es que padezca el de la confesiónque el de la escuela” (EP 3871).

En esta situación luché, escribí, aconsejé, meentregué con toda el alma porque temía que mishijos se desviaran del camino de las escuelas y sededicaran a un servicio mucho menos duro ypara el que existían muchos obreros, como el deconfesar adultos en las iglesias. Si los Padres deLuca, de sacerdotes de parroquia no habían que-rido convertirse en maestros, no deseaba quenuestros maestros se quisieran convertir ensacerdotes al servicio de las iglesias. Escribídesde san Pantaleón: “Durante la recreación tra-ten caritativamente cómo mejorar las escuelas dela mejor manera posible, que es nuestro principalministerio. Y poco a poco, vayan liberándose delas confesiones, especialmente de mujeres, queno está muy conforme con nuestro ministerio”(EP 1523). “Aunque es obra de mucha caridad,no pueden los nuestros que enseñan todo el díair de noche a visitar a los enfermos. Porque fal-

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tarán a la escuela al día siguiente. Hágase lacaridad cuando se pueda” (EP 2276).

Por eso deseaba que se faltara a cualquiercosa antes que a las escuelas: “Porque lasescuelas son nuestro ministerio, atiéndanlastodos con mucha caridad, y antes se falte encualquier cosa de casa que en el ejercicio de lasescuelas” (EP 1713).

Luis, todo esto responde a mi empeño porlograr un hombre nuevo: el humanismo cala-sancio. Era para mí algo fundamental. Mi tra-bajo parecía muy sencillo: enseñar a leer,escribir, ábaco, lengua latina y algunas otrasmaterias como el catecismo. Pero mi horizon-te no era ese. No quería, lo digo en tu lengua-je, una academia para preparar a los exáme-nes. A mí me importaba la persona. Era lomás importante. Si fallaba en la formación dela persona, en darle un horizonte posible, enofrecerle instrumentos necesarios para crecer,había fracasado. Por eso insistía en cuanto tehe explicado.

¿Qué hombre quería formar yo?

Un hombre libre, donde la libertad, el don másgrande que Dios nos ha dado, no la hipotecarapor nada en el mundo. Había de aprender a serlibre. Para ello debía comprender cómo la vidaque llevaba, en la que estaba metido, era unavida de esclavo; esclavo del vicio, de la ignoran-cia, de quienes se aprovechaban de él.

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Un hombre dueño de su vida. Nadie es dueñosi está sometido a alguien, o al menos no esdueño en lo que está sometido. Y los niños queconocía estaban sometidos a sus pasiones, a suserrores, a su ignorancia, a personas mayoresque les daban pocas cosas, pero que les arreba-taban muchas y muy importantes, por ejemplo,su dignidad.

Un hombre capaz de desarrollar sus facultades.De ahí la enseñanza. Se perdían muy buenosingenios. Entre los pobres he visto valiosísimasinteligencias, que al no ser cultivadas se perdí-an o embocaban caminos torcidos. ¿Cómo ayu-darles si no era por medio de la educación?

Un hombre emprendedor en su trabajo. En lasclases les enseñábamos lo necesario para que alsalir a la vida pudieran defenderse dignamen-te y, a poder ser, empezaran a superar la clasesocial de la que salían porque encontrabanlugares de trabajo que los iban dignificando.

Un hombre que no se contentara con la clasesocial en la que había nacido sino que com-prendiera que Dios quiere que todos mejore-mos. Ni los ricos estaban a favor de esta men-talidad porque no les convenía, ni la jerarquía,que era lo que más me escandalizaba, la pro-movía. Y mucho me temo que era porque ellos,que quizá se creían superiores por sus estudiosy estado en el que vivían, eran ignorantes eneste aspecto.

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Un hombre que fuera ferviente cristiano. Queconociera el Evangelio, los mandatos de la Igle-sia, las oraciones, las verdades cristianas y queviviera de acuerdo con todo ello. Te podría con-tar casos hermosos, como el del niño que ayu-daba a su padre a hacer el acto de contrición alencontrarlo en una situación de peligro gravepara su vida.

Un hombre que fuera solidario, no egoísta,que luchara por los demás, por lo que le pare-cía justo, que ayudara siempre, que no se olvi-dara de los otros.

Un hombre que trabajara por el bien de la socie-dad, para mejorarla, para dejar un mundo unpoco mejor de lo que lo había encontrado, yque quisiera ayudar a los demás como tambiénél mismo había sido ayudado.

Un hombre que en su vida fuera un verdade-ro educador, porque iba destilando por todaspartes lo que él había aprendido.

Luis, que me he alargado. Tendré cuidadoen las próximas cartas. Me encantaría que vie-ras el gran amor que he tenido siempre a losniños y el que supone la verdadera vocacióneducadora calasancia. Tú eres educador, noolvides lo que te he dicho y aún te diré.

Que Dios te bendiga; con amor de padre

José de la Madre de Dios

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Carta 6ª

Aquello por lo que luché

Querido Luis, tú bien sabes que yo nunca fuiun teórico de la educación. No estudié lo quevosotros llamáis carrera de Pedagogía. Lo queyo fui aprendiendo me lo enseñó la prácticaunida a la facilidad que como don natural mehabía concedido la naturaleza. Por eso tampo-co escribí ningún tratado sobre el tema de laeducación. Lo que la experiencia me iba ense-ñando lo dejaba escrito en las cartas como con-sejos que daba a mis hijos, con el deseo deorientarlos en su trabajo con los niños. Si quie-res conocer mi pensamiento pedagógico tienesque acudir fundamentalmente a mis cartas; escierto que algo dije también en las Constitucio-nes, en el Memorial al cardenal Tonti y en algu-nos reglamentos de colegios que escribí paralos alumnos de los mismos.

Hoy te quiero hablar de aquello por lo queluché en mi vida, desde que llegué a Roma. Nosólo luché, en parte también conseguí. Lo dehoy quedará completado con otras cosas que teiré escribiendo en cartas sucesivas. Lo que te

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cuento no es con la vanidad o el orgullo dequien algo ha conseguido, sino con el agradeci-miento de quien ve en todo la mano providen-te de Dios que guía las cosas como quiere parabien de las personas y de la sociedad entera.

Luché por conseguir una escuela para todos.Esto fue para mí un asunto muy importante ylo llegué a concebir como un reto que se meofrecía. Es cierto que antes que yo comenzaraexistían ya otras realizaciones, había otrasescuelas, pero lo cierto es que eran para pocagente. La gran masa de los necesitados no asis-tía a las escuelas porque no había apropiadaspara ellos. No podían ir por falta de medios. Sieran pobres no podían pagar lo que pedían losmaestros rionales, luego no quedaba sino laescuela de la calle, del vicio y de la ignorancia.Pero es que ni siquiera se consideraba justo oconveniente que fueran. Los pobres no podían,mejor, no debían acceder a la cultura porque sieso ocurría dejarían los oficios más bajos de lasociedad. ¿Quién los haría entonces? ¿No habí-an nacido por designio de Dios en la clasehumilde precisamente para que realizaran esosoficios? Por eso yo echaba en falta una escuelapara todos. Que los niños necesitados tuvierantambién la posibilidad de ir a la escuela. Que laescuela no fuera para unos pocos, porque fue-ran quienes fueran éstos, serían siempre losprivilegiados. Por eso deseaba una escuela demasas en el mejor sentido de la palabra.

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Luché para que en la escuela lo fundamentalfuera la educación. No deseaba reunir a losmuchachos simplemente para entretenerlos opara sacarlos de casa de manera que sus padrespudieran trabajar en sus distintos oficios, cosamuy loable por otra parte. No. Lo fundamentalpara mí en la escuela era educar. Y así lo indi-qué en el Memorial al Santo Oficio en 1626cuando les señalaba las razones fundamentalesdel nacimiento de las Escuelas Pías, que eraenseñar e instruir a los niños pobres “muchosde los cuales, por la pobreza o descuido de lospadres, no van a la escuela ni se dedican aalgún arte o ejercicio, sino que viven dispersosy ociosos, y así con facilidad se entregan adiversos juegos, particularmente al de las car-tas, y es preciso que cuando no tienen dineropara jugar, roben en su casa primero y despuésdonde pueden, o bien encuentran dinero deotras pésimas maneras”.

Luché por una educación integral, que era laque yo deseaba. Con ello quiero decir, queatendiera a lo humano y a lo cristiano, queabarcara la persona por completo, que educa-ra enseñando el saber humano y practicando lafe, la piedad. Quería una escuela que uniera laescuela dominical, la de la Doctrina Cristianaque ya conocía, con la escuela diaria, la detodos los días, la de las letras. No me satisfacíaninguna de las dos de manera separada. Si noenseñábamos a los niños las letras, no se lespodía preparar para una vida nueva, para salir

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del hueco en el que se encontraban. Si no se lesenseñaba la doctrina cristiana, no cumplía unode mis intentos más decididos, educar verda-deros cristianos. Mi escuela tenía que aunarambos elementos. Recuerdo lo que le decía alcardenal Mauricio de Saboya, que nuestro Ins-tituto quería “movido de verdadero celo delprogreso de los pobres niños, no sólo instruir-les, sino también encaminarles en el verdaderoculto de Dios (EP 108)”. En el Memorial a Tontile decía “que se les educa por medio de lasletras y del espíritu, crianza, luz de Dios y delmundo”. El P. Berro lo tradujo de la siguientemanera: “con el cebo de las letras amaestrarlesen la piedad cristiana”.

Luché por una escuela que buscara el bien delos niños, porque la experiencia me enseñabaque existían muchos, como te he dicho ya, demuy buena inteligencia que se perdían porfalta de posibilidades. Cuando defendí que nose cambiara el instituto de las Escuelas consta-taba que “desde el principio del mundo hastahoy día, Dios ha elegido de entre los pobresmuchos que han resultado insignes filósofos,teólogos, hombres de ciencia eximia y encum-brados en muchas dignidades”. Mi conviccióny experiencia han sido siempre que las Escue-las Pías procuran el bien de la persona y de lasociedad.

Luché por una escuela que fuera un eficací-simo remedio para niños y jóvenes cuando se

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encuentran precisamente en la edad más difícilde la vida. Se lo decía al cardenal Tonti: “Muyde agradecer por parte de los hombres, que loaplauden unánimes y lo desean en su patria,presagiando acaso el bien de la reforma uni-versal de las corrompidas costumbres, que esconsecuencia del diligente cultivo de esas plan-tas tiernas y fáciles de enderezar que son losmuchachos, antes de que se endurezcan yhagan difíciles, por no decir imposibles, deorientar; como lo vemos en los hombres yahechos: pese a toda la ayuda de oraciones, plá-ticas y sacramentos, cambia de vida y se con-vierte una exigua minoría” (nº 15).

Luché por una escuela gratuita y en ese sen-tido para todos. Sobre este aspecto en una pró-xima carta me extenderé más. Pero quisierasituarte para que veas lo que yo buscaba. Eracierto que los jesuitas enseñaban gratuitamen-te, pero sólo a partir de la escuela de gramáticay no desde el comienzo de los estudios, con locual no atendían a los niños que a mí más mepreocupaban. Además los jesuitas no teníanescuelas para pequeños. También es verdadque fue gratuita la escuela de la Doctrina Cris-tiana, pero casi siempre sin lectura, escritura,ábaco, además de que se tenía sólo los días fes-tivos, por otra parte muy numerosos en Roma.

Por eso yo luché por algo peculiar, por laescuela de masas, pública, cotidiana, de prime-ras letras y gratuita. Y la escuela que aunaba un

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poco piedad y letras, la de Santa Dorotea, enella algunos pagaban un tanto al mes; quieredecir que no era para todos y sin duda no erade masas.

En un escrito al cardenal Montalto, norecuerdo la fecha, pero era entre 1602 y 1605, ledecía acerca de nuestros padres: “DichosPadres enseñan allí por pura caridad, sin pen-sión ni presente alguno de los alumnos a cuan-tos se presentan con el testimonio del Párroco.Y el objeto de la enseñanza es leer, escribir,ábaco, gramática latina, doctrina cristiana ybuenas costumbres”.

Luché por una escuela que atendiera a losniños desde los más tiernos años, porque si laescuela es para todos, si busca el bien de lapersona y si ésta empieza a forjarse en los mástiernos años, desde entonces hay que atenderal niño en la escuela y por eso yo quería el“diligente cultivo de las plantas tiernas y fácil-mente moldeables de los jovencitos antes deque se endurezcan y resulten difíciles, por nodecir imposibles de moverse, como vemos enlos hombres hechos, que, con toda ayuda deoraciones, sermones y sacramentos, muypocos cambian de vida y verdaderamente seconvierten”.

Sintetizando lo dicho y dándole la perspec-tiva auténtica para que nadie rebaje lo que yobusqué y quise, podría afirmar, sirviéndome deun término que usáis vosotros y sin falsificar la

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verdad de lo que fue, que además de la escuelaelemental quise y emprendí también la ense-ñanza media con la lengua latina, las humani-dades, la retórica y casos de conciencia, porquesólo así habría conseguido el bien de la clasepobre y efectuado la verdadera reforma de lasociedad cristiana.

Luis, te he explicado brevemente la escuelapor la que luché y en la próxima carta quisieradecirte más sobre ella y los elementos en losque se apoya. He pensado mucho en lo quehice por impulso del Señor. Y mirado tododesde la perspectiva en la que te encuentras,pasados tantos años desde que me dispuse aponer por obra los deseos del Maestro, he refle-xionado sobre todo ello y quiero enumerartealgunos aspectos significativos de aquellaintuición que me otorgó el Señor.

Primero, creo que la escuela calasancia quepuse en marcha fue una revolución. Puedesonar un poco fuerte lo que te digo, pero since-ramente fue una revolución de no menorimportancia que cualquiera otra, y aun a vecesme vienen los deseos de afirmar que mayor. Enel fondo ¿cuál fue esa revolución? El afirmar, elconfesar patentemente por medio de loshechos que todo hombre tiene derecho a laeducación religiosa y cultural; que no existenprivilegios en este campo por los que unospueden acceder y otros no al conocimiento y ala formación de la inteligencia y de la vida; que

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nadie puede ser apartado del derecho a sereducado por ninguna razón o motivo. Esto enmi tiempo era algo inaudito, que muchos noquerían oír, que a otros les sonaba mal, inclusoa gente de iglesia y a altos cargos de la jerar-quía. No cabe duda que la educación es el labo-ratorio futuro de una nación. Lo que se hagacon los niños eso será el día de mañana un país.Fíjate, Luis, cómo todos los gobiernos quierentener en seguida en sus manos la enseñanza ycómo cambien los planes según su ideología,proponen nuevos programas según sus intere-ses, porque saben que en ello les va el futuro. Yeso que ahora descubren los estados, fue lo queme llevó a mí a fundar las Escuelas Pías.

Segundo, por eso creo que las Escuelas Píaspueden atribuirse la primacía de esa intuición.Y creo que el Señor me quiso para eso y meguió en este campo. Dudé durante muchotiempo, más del necesario. Me opuse a la fuer-za del Señor, porque le hacía caso, pero no deltodo. Veía la importancia del hecho, pero que-ría que estuviera en otras manos. Al final mevenció el Señor, y ¡cuántas gracias le doy porello!

Tercero, en función de ese ministerio brota-ron las Escuelas Pías como Orden Religiosa.Dios nos otorgó un ministerio en la Iglesia.Dios nos quiso como Orden para la educación.En la Iglesia existen muchos ministerios paralos que han nacido numerosas Órdenes y Con-

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gregaciones religiosas, pero nosotros nacimospara la misión de educar y vivir en función de lamisión de educar. Debe de ser la pasión de nues-tro corazón. No importa que posteriormentehayan aparecido otras Órdenes que se dediquentambién a la educación. Eso, en todo caso, indi-ca la importancia de la misma. El mundo esgrande, y Dios ha ido suscitando en varias par-tes esta vocación, en muchos otros sitios. Luis,mi deseo es que este ministerio se grabe profun-damente en tu corazón. Es lo común a laicos yreligiosos. Cada grupo tendrá que vivirlo segúnsu forma de vida, desde la vivencia de aquello alo que ha entregado su vida, pero todos habéisde vivir hondamente la vocación educadora.

Cuarto, hay una expresión que me aplican,que me gusta y me llena de santo orgullo, la de“padre de los pobres”, y lo he querido ser. Porlo que hice, por lo que defendí, por las opcionesque adopté, por la defensa de los ideales quemovieron mi vida, por lo que creé, por todo esola frase está bien aplicada. Luis, ¿sabes de quéestoy contento? De que defendí a los pobresque encontré en mi vida, y de esa manera tam-bién a los que les siguieron después. Defendí elderecho que tenían a abrirse un futuro y pusepor obra los medios que les ayudaran para ello.En cierto sentido, no sólo atendí a las necesida-des del momento, sino que tuve previsión delfuturo y luché por dotar a los pobres de losmedios para salir de su pobreza e iniciar unavida más digna.

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Quinto, otro de los logros de las EscuelasPías fue el trabajo social. Trabajaban por el biensocial. Es decir, que no redujeron su actividadúnicamente al aspecto espiritual. Pensaron enla persona total. Más, pensaron en la mismasociedad civil, y por ella se batieron el cuero. Yodefendía la educación porque defendía tam-bién el bien social. Defendía a los pobres, por-que sé que los pobres siempre tienen muchoque decir a favor del entendimiento y reconci-liación social. Defendí a los pobres porquesabía lo mucho que podían contribuir al desa-rrollo de los pueblos. Y en ese sentido, estabacomprometido en el bien de los pueblos. Sólo laignorancia, la pobreza, el oscurantismo, la deja-dez, la falta de respeto a los derechos de losdemás puede engendrar odios, oposiciones yrevueltas. El poder no ha de ser el de las armas,sino en todo caso el de la ciencia y el del saber.En ese sentido, creo que la misión que ejercie-ron las Escuelas Pías fue muy importante. Nose puede ni debe juzgar el nacimiento de lasescuelas como la solución simplemente a unmal particular y circunstancial; sin duda que lofue, pero fue mucho más. Y es ahí donde apa-rece la vertiente social que se extiende pormuchos lugares y no se circunscribe al lugarconcreto en el que ha nacido.

Sexto, con el trabajo de las escuelas quisetambién dar sentido a una actividad humana.Mi intento fue enseñar a vivir cristianamenteuna actividad simplemente humana, como es

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la enseñanza. Creo que lo humano es ya en síuna realidad del Reino. Muchas veces pareceque hay cristianos que necesitan bautizar lohumano; no han comprendido lo que es esarealidad cuando se vive auténticamente, afondo. No necesitamos espiritualizar lo huma-no, sino vivirlo a fondo, porque hay una mane-ra de hacerlo que es cristiana. No existen, pues,dualismos. No existe un bautismo de una acti-vidad humana como si fuera menos digna.Existe un compromiso a fondo con lo humano,porque en su realidad más íntima o en su inti-midad más real, construye al hombre, y cons-truir el hombre es adelantar el Reino. Esto,Luis, es muy importante en vuestra vida deeducadores.

Séptimo, nuestro ministerio escolapio, Luis,redime también la actividad de la enseñanza.Cuando yo empecé a dedicarme a este ministe-rio la enseñanza no sólo estaba postergada,sino desprestigiada. Mientras en lo teóricograndes pedagogos escribían y hacían teoríassublimes de la enseñanza, en la práctica esosmismos pedagogos huían de ella y decíanperrerías de la misma. Y no digamos nadacuando la enseñanza se impartía a pequeños ypobres. Quise redimir la enseñanza de maneraque lo que a los ojos de aquella gente era “ofi-cio vil y despreciable”, yo lo conceptué, porqueestaba convencido de ello y tenía gran expe-riencia ya, de “ministerio de ángeles”.

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Octavo, todo lo dicho, Luis, se resume en ladefensa del hombre. Y a eso sí que dediqué mivida. Muchas de estas cosas que te estoydiciendo hoy, no es que aparecieran tal cual enla obra de las escuelas, sino que ahora lo quehago es una lectura en profundidad de lo queallí empezó y de lo que allí fuimos consiguien-do. Por eso te decía que la vida estaba dedica-da a la defensa del hombre, en todos los senti-dos. Nunca quise dar la batalla por perdida. Yno lo hice por estos motivos: porque quería alos niños, porque me comprometí con ellosdesde su más tierna infancia, porque salí afavor de todos los pobres, porque luché porredimirlos del mal, de la ignorancia y del peca-do; porque me propuse enseñarles la verdadhumana y ayudarles a ser cristianos; porquequise dedicarme a ellos sin pretender nada,gratuitamente, como el Señor me había tam-bién dado gratuitamente todo a mí; porquequería hacerlo como señal de amor; porquebuscaba el bien social.

Luis, quisiera decírtelo como lo ha dicho unhijo mío, escolapio, que ha mirado con muchoamor y mucho empeño cuanto hice en mi vida:“¿Qué es lo que creó Calasanz? Lo que faltabaen su tiempo, es decir, la escuela popular gra-tuita para los pobres, es decir, una escuela queaceptase a todos los pobres necesitados de ins-trucción, a diferencia de los maestros rionales,que acogían a poquísimos; una escuela quecomenzase a instruir a los niños desde los más

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tiernos años, y que iniciase esta enseñanza conla lectura y la escritura, a diferencia de losPadres de la Compañía en el Colegio Romano.Faltaba una escuela en la que enseñasen maes-tros de vida santa y de buena preparación, unaescuela que estuviese al ritmo de los tiemposnuevos, que veían surgir y crecer de día en díael número de las clases pobres y trabajadoras,de los pobres obreros, de los jóvenes emplea-dos; una escuela que supiera captar el espíritude la época nueva creada con la rápida difusiónde la imprenta. Faltaba, en suma una escuelaverdaderamente popular, al tanto de las exi-gencias concretas de los pobres, y que pudieradarles no sólo una ayuda momentánea, sinotambién un remedio definitivo tanto en elcampo espiritual e intelectual como en elsocial” (Sántha, p. 51-52).

Luis, después de cuanto te he dicho, mideseo es que vosotros, en vuestro tiempo,sigáis esa lucha en la que nosotros estuvimosmetidos. Por eso te enumero algunos deseosmás ante todo lo que te he expuesto. Que valenpara ti y todos los que están metidos trabajan-do en una obra escolapia.

Primero, deseo que tengáis este mismo con-vencimiento de la educación como revolución.Tenéis que tomarla y vivirla desde esa vertien-te. Siempre lo es, aunque no siempre se vea así.Con la educación tenemos que tocar lo profun-do de la persona, no simplemente la inteligen-

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cia. Sé lo difícil que resulta hoy educar paravosotros, pero la educación que no saca lomejor de la persona, que no la cambia, que nola transforma, y eso es el resultado de la sumade cuantos intervienen en el hecho educativo,no cumple su misión.

Segundo, en la educación no os quedéis enla superficie, en la materia que se enseña, aveces árida y que da la sensación de que pocopuede tocar el hondón del niño. En la educa-ción es importante no sólo lo que se dice, sinoel modo cómo se dice, las actitudes que seadoptan, la persona misma del educador y sumodo de ser. Lo repetiré hasta la saciedad, seeduca más y mejor con lo que se es que con loque se dice.

Tercero, pensad que trabajáis por el bien delas personas, por su futuro, para que lleguen aser algo de lo que se sientan orgullosos el díade mañana. Por eso cuidad sobre todo a los quemás lo necesitan en todos los campos porquede la educación que impartáis depende sufuturo.

Cuarto, recordad que la educación es libera-ción y redención. Como habláis de teología dela liberación, con tanta mayor verdad lo que yohice y por lo que trabajé fue una educación dela liberación, o una educación que era libera-ción. Con amor, pero luchad por liberar al hom-bre. Liberadlo de las muchas ataduras quetiene y en las que está atrapado. Redimir y libe-

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rar, dos palabras que si no están en el acerbo demi vocabulario, se encuentran muy presentesen el trabajo de mi vida. ¡Cómo quisiera quevosotros, laicos y religiosos, hijos míos tan que-ridos, os imbuyerais de este elemento!

Quinto, como el Señor dijo: “Id y predicadpor todo el mundo…”, yo os digo: “Id y ense-ñad por el mundo entero…”. Muchos países osnecesitan. Sé cuáles son vuestras fuerzas y nome engaño, pero al mismo tiempo sed un pocoatrevidos y no sólo prudentes. ¿Cómo se hace?Pedidlo al Espíritu Santo que Él enseña lo quea nosotros nos parece imposible. Pero, almismo tiempo, no olvidéis el mundo seculari-zado en el que muchos estáis presentes. Tam-bién ahí hay que dar testimonio de Jesús, y hayque seguir enseñando piedad y letras.

Te dejo, Luis, que no voy a cumplir el pro-pósito de mi última carta, de ser más breve.Con amor paterno,

José de la Madre de Dios

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Carta 7ªLa escuela que quise

Querido Luis: han pasado algunas semanasdesde mi carta anterior. Te he visto ocupado en eltrabajo diario con los niños, y eso me encanta. Yolo realicé durante medio siglo y te puedo decirque nunca fui tan feliz como en los momentos enque me encontraba rodeado de ellos. Enseñar alos niños llena la vida. Es trabajar constantemen-te con la posibilidad de formar un hombre, deimitar a Dios que hizo al hombre a su imagen ysemejanza. Uno los ve crecer, hacerse hombres,ascender en la vida. Llega un momento en quecasi no los reconoce. O conoce demasiado bienque lo que son lo son por fuerza de la mismaescuela en la que estuvieron. El día a día tienesus dificultades, bien lo sabes, pero comporta asímismo sus gratificaciones. Me llena de alegríacuando veo que laicos y religiosos trabajan conese ánimo en las escuelas calasancias.

Quisiera hablarte hoy de la escuela que pre-tendí crear. Podría denominar así este intento:las características de la escuela y pedagogíacalasancias.

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La primera característica de la escuela cala-sancia y en la que me empeñé con todas misfuerzas fue la gratuidad. Encontré una lógicaperfecta en la imposición de este elemento.Discurrí así: Yo quería redimir la infancia yjuventud, que en el fondo consistía en lucharpor un mundo mejor. Nunca debemos olvidareste trasfondo. Y en el intento por dar vida aalgo nuevo, estaban los niños pobres. Pero,¿cómo iban a ir a la escuela esos niños si notenían con qué pagarla? No cabía sino unasolución, hacerlas gratuitas. Había recorridode cabo a rabo Roma muchas veces. Me laconocía como la palma de la mano. Y lo quehabía descubierto lo había expresado en lasConstituciones y te lo dije en una carta ante-rior: “En casi todos los Estados la mayoría delos ciudadanos son pobres, y sólo por unbreve tiempo pueden mantener a sus hijos enla escuela” (C 198).

En consecuencia, los padres por muy sensi-bilizados que estuvieran, y no lo estaban, y pormucho que quisieran a sus hijos, y no siemprese evidenciaba, no podían enviarlos a las escue-las de barrio. No tenían con qué pagarlas.Entonces la solución se me apareció clara, lasescuelas tenían que ser gratuitas. Así podríanasistir todos los niños. Así los padres no encon-trarían justificación alguna para no enviarlos.Por eso en mis escuelas no quise que se cobra-ra lo más mínimo; no se había de pedir, ymenos exigir, nada a nadie.

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Ya lo sé, después de cierto tiempo, cambia-ron algunas prácticas. Admití niños que noeran pobres, a pesar de cierta repugnanciainterna que sentía, pero al fin y al cabo tambiéneran niños. Por eso no te extrañe que yo perso-nalmente siempre buscara a los más pequeñosy más pobres, porque mi gozo era tratar conellos. Los demás se los dejaba a los otrospadres. Sí, lo acepto, entraron en las escuelasniños que no eran pobres, pero esto no me llevóa olvidar esta primera característica que hecitado, la gratuidad. Las escuelas iban a serpara todos y siempre gratuitas. Era la únicamanera de tener a los pobres, aunque, por otrasrazones, asistieran también algunos pudientes.

Para que la escuela fuera gratuita tuve queproveer a los alumnos de todo lo necesario,papel, pluma y tinta, que ni para eso tenían. Nosólo debía ser gratuita la enseñanza, también elmaterial.

La segunda característica fue la brevedad. Lospobres pueden asistir poco tiempo a la escuela,en consecuencia, no se les puede entretener concosas que no les van a servir. Así me pareció,pues la propia experiencia me había enseñadola inutilidad de algunos conocimientos que seaprenden. Cuando eso lo proyectaba en losniños me parecía un horror hacerles perder eltiempo. De ahí que legislé en las Constitucio-nes que todos los que trabajan en la escuelacalasancia lo tuvieran en cuenta: “En la ense-

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ñanza de la gramática y en cualquier otra mate-ria, es de gran provecho para el alumno que elmaestro siga un método sencillo, eficaz y, en loposible, breve. Por ello se pondrá todo empeñoen elegir el mejor entre los preconizados por losmás doctos y expertos en la materia” (C 216).

El método que se ha de usar en clase ha detener estas tres cualidades, sencillez, eficacia ybrevedad. Es la manera de que los niños quevan a permanecer poco tiempo en la escuelalleguen a poseer los elementos necesarios paradefenderse en la vida. Es la razón de que elcurso de los estudios fuera rápido y breve. Se loexplicaba a uno de mis religiosos: “Ya que esaes la clase más importante de todas después dela primera de gramática, busque un sujeto queal mismo tiempo de enseñar a escribir y elábaco enseñe el santo temor de Dios, pues deesa clase se van los niños al mundo para apren-der algún oficio y es muy importante que sal-gan bien enseñados en el santo temor de Dios”(EP 2742).

La tercera característica fue la facilidad. Entodo esto me dejé llevar por el buen criterio y elsentido común; dos cosas que siempre me ayu-daron mucho y me fueron muy bien. Si resultaque el tiempo era corto para preparar a losmuchachos a su egreso de las escuelas a ganar-se la vida, y tenían que salir bien equipados conlos conocimientos necesarios para la vida, serequería un método de enseñanza que elimina-

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se al máximo las dificultades, que evitase lasminucias para no entretener en lo que no tieneimportancia, y simplificara al máximo lasnociones que había que inculcarles.

Como ves, Luis, todo lo que hacía y buscabaera en función del bien de los niños. No meinteresaban cosas inútiles o todo aquello que sepuede aprender pero que realmente despuésno sirve en la vida. Todo lo quería en funciónde la vida de los niños, que era lo único que meimportaba. Dios me había metido en medio deellos y era lo que yo amaba y de lo que me pre-ocupaba.

Cuarta característica: practicidad. Viendo elmundo que me rodeaba, conociendo a lospobres, estando metido entre ellos, me hacíaesta pregunta: ¿para qué van a venir los pobresa la escuela sino para prepararse a la vida?¿Qué otra cosa les puede atraer? ¿No lo pasanmejor en las calles y plazas haciendo lo que lesapetece que no sometiéndose a una disciplina,algo inaudito para ellos, y que a quienes hanvivido como ellos les ha de resultar forzosa-mente odiosa? Luego si vienen para prepararsea la vida, la enseñanza tenía que cumplir eseobjetivo, de lo contrario no servía. Y es lo quebusqué, una educación para la vida práctica.Que cuando los niños dejaran las escuelaspudieran defenderse en la vida. Y quise que loseducadores de las escuelas emplearan un méto-do práctico.

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Ese fue el motivo del contenido escolar.Como en mi tiempo las materias más útileseran la lectura, escritura, cuentas y la gramáti-ca latina, ahí centraba su esfuerzo la escuelacalasancia.

En primer lugar se enseñaba a leer y a leercorrectamente. Se daba tanta importancia queera una materia que seguía perfeccionándose alo largo de las clases superiores, hasta llegar asaber declamar bien. Era muy importante lalectura y quienes la dominaban podían encon-trar salidas para su vida profesional. El lengua-je es la gran arma de los pobres y la fuerza dequienes no poseen bienes materiales.

Además como en Roma había muchos nota-rios, comerciantes y otros puestos de trabajoque exigían escribir, poseer una hermosa cali-grafía abría las puertas de estos sitios. ¡Cuántosniños de las escuelas encontraron trabajo gra-cias a la escritura que aprendieron! Y en eso fuiinflexible. Me empeñé mucho en la caligrafía yenseñé no sólo a escribir sino también diversostipos de letra, para preparar mejor a los alum-nos. En alguna ocasión tuve que recordárselo amis religiosos y decirles que yo mismo habíatrabajado en esas labores: “Me he ocupado, ledecía a un sacerdote, en diversas cosas y heaprendido a escribir a la perfección, y tambiénmuchas partes de la aritmética, para poderenseñarlo a los nuestros. En caso de necesidad,he llevado la escuela de caligrafía y aritmética,

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de leer y de gramática, cuando se ha presenta-do la ocasión por enfermedad de algún maes-tro o por accidente. Y no he perdido por estonada de la dignidad del sacerdocio, ni reputa-ción del cargo” (EP 3673). Y no cabe duda quemuchos niños que salieron de las Escuelas Píaspudieron abrirse paso en la vida gracias alaprendizaje que habían hecho de la escritura.

Estaba además el ábaco, la aritmética, lasmatemáticas sencillas. Que constituía tambiénuna asignatura de peso en las nacientes Escue-las Pías. Comprendí enseguida la importanciade esta materia. Y alabé y ayudé en lo quepude a los religiosos que se empeñaron enestudiarla, a niveles incluso elevados y conimportantes profesores. Sabía que esto redun-daría en bien de los niños, y para mí cualquiercosa que acabara siendo un bien para ellos,merecía todo mi apoyo. Las cuentas servíanpara cualquier persona en su vida privada, ytambién para encontrar un puesto de trabajoen las numerosas tiendas que existían.Muchos niños educados en nuestras escuelasejercieron después este oficio en su vida pri-vada y pudieron ganarse la vida.

Finalmente el latín no era moneda de pococurso como os puede parecer hoy, sino quedaba en nuestro tiempo entrada a numerososlugares de trabajo puesto que era la lenguainternacional, la lengua de la cultura, que seusaba en los actos civiles y eclesiásticos.

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Quinta característica: la importancia de la cul-tura general. Aunque al comienzo de las escue-las y durante un tiempo las materias funda-mentales y casi únicas eran las que he señala-do, poco a poco, a medida que transcurrían losaños, se fueron añadiendo otras. Lo fui viendonecesario. Había que preparar cada vez mejor alos niños. Materias que eran tam bién impor-tantes. Y entre ellas descolló la lengua nacional.En verdad ésta venía enseñada desde elcomienzo de las escuelas, pero siempresubordinándo la al latín. ¿Cómo se enseñaba?En la lectura de los clásicos latinos el maestroayudaba a transcribir a la lengua vernácula loque se había trabajado. Igualmente las compo-siciones que se mandaban no eran sólo en latín;se debía componer en legua vernácula, porsupuesto sólo en italiano, tanto en prosa comoen verso. Puedo decir que fue una decisiónmuy acertada y fue creciendo la formación ycultura general de los niños.

Además de lo dicho se enseñaban otrasmaterias: nociones de historia y antigüedadromana, geografía tanto antigua como moder-na, la primera fundamentalmente para com-prender a los clásicos.

Luis, se me van amontonando las caracterís-ticas de la escuela calasancia. Esta carta másque una carta parece una clase sobre la escuelacalasancia. Pero quiero describírtela del modomejor y más completo posible para que la

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conozcas, veas la riqueza de lo que hicimos ennuestro tiempo y te animes tú y cuantos estáismetidos en ella a preguntaros cómo debe ser ypuede ser en vuestro tiempo esta escuela. Lógi-camente muchas cosas cambiarán, pero esbueno ver lo que no tiene que perderse, lamanera cómo se deben traducir algunas conse-cuciones y cómo la creatividad os debe llevar anuevas realizaciones de la misma.

Sexta característica: el método simultáneo. Esalgo de lo que me di cuenta enseguida, el tiem-po que se perdía en las escuelas rionales alhaber un solo maestro para tantos niños y detan distintas edades. Mientras se atendía a uno,los demás campaban muchas veces a susanchas. Por eso la aplicación del método simul-táneo, incluso en las clases de los pequeños, fueuna decisión feliz para el bien de los mismosniños. En las escuelas de barrio, cada maestrotenía que atender a niños de diversas edades,con lo que debía multiplicarse: atender a vecesde una manera personal a un niño, y en otrasdetenerse con un grupo pequeño, mientras queel resto hacía lo que quería. La eficacia erapequeña, y el tiempo perdido grande. Ante loque veía opté desde el comienzo por reunir alos niños según el criterio homogéneo de edady cultura en la misma clase, con lo que losresultados se multiplicaban. De esta manera sepodían admitir más niños en cada clase y la efi-cacia de la enseñanza no disminuía sino queaumentaba; la dedicación del maestro llegaba

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constan temente a todos, e incluso los muchachosaprendían de sus propios compañe ros. El tenermás maestros y la aplicación del método simul-táneo hizo que el número de alumnos en lasEscuelas Pías fuera mucho mayor sin compara-ción que en cualquier escuela de barrio. Ya te hedicho en otro momento cómo acudían muchosniños a nuestras escuelas y cómo el número fuecreciendo constantemente, obligándonos a tras-ferirnos de un lugar a otro, en busca de locales enlos que cupieran siempre más alumnos.

Séptima característica: la división de los estu-dios. No deseo describirte todo el entramado delas escuelas, porque no es para ponerlo en unacarta. Pero sí te diré que distribuí los estudiosen tres ciclos, y cada uno de ellos lo dividí envarias clases. Así, sin que disminuyera la efica-cia de la enseñanza, se podía emplear unnúmero menor de maestros.

Octava característica: el método activo. Enseguida comprendí que para ayudar la atenciónde los alumnos, para animarlos y no dejar quedecayera su entusiasmo, era preciso adoptar unmétodo activo. Para mantenerlo y favorecerlo,quise que estuviera presente la emulación entrelos alumnos, sin llegar a extremos que podíanresultar perjudiciales. La emulación es siemprealgo que estimula a las personas y cuando sehace con buen sentido, puede conjugarse eljuego con el estudio, el esfuerzo con el gozo. Enesta línea, no quise animar la rivalidad entre los

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individuos, sino que propuse la competiciónentre grupos de alumnos. Quería así conservarlas ventajas obviando los perjuicios a los que seexponen semejantes juegos.

¿En qué se concretaba esta emulación? En lasdiscusiones que frecuentemente se manteníanen clase y en los trabajos que realizaban losalumnos, ya que los mejores quedaban expues-tos a la mirada del resto. Normalmente se trata-ba de breves composiciones en latín o lenguavernácula, o también de modelos de caligrafía.Adquirí la costumbre de obsequiar con algunosde estos trabajos a los bienhechores de las escue-las para que vieran el trabajo que se realizaba enellas y el adelantamiento de los alumnos, almismo tiempo que me reservaba otra parte paraembellecer las aulas, exponiéndolos en las pare-des de las mismas. ¡Cuántos recuerdos guardode las luchas entre romanos y cartaginenses,entre “equites et pedites”, entre unos grupos yotros y en las prerrogativas que tenían quienesganaban, siempre a favor de su grupo! Te puedodecir, Luis, que a pesar de que algunos creenque este método puede ser perjudicial, bienempleado y conducido, puede ayudar a losalumnos; al menos esa fue mi experiencia.

Novena característica: el método preventivo.Me encuentro muy contento de haber previstola riqueza de esta característica. Ya se lo habíaescrito al cardenal Tonti en el Memorial que lemandé: “El más meritorio, por establecer y

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poner en práctica, con plenitud de caridad en laIglesia, un remedio eficaz, preventivo y curati-vo del mal, inductor e iluminador para el bien,destinado a todos los muchachos de cualquiercondición y, por lo tanto, a todos los hombres,que pasan primero por esa edad mediante lasletras y el espíritu, las buenas costumbre ymaneras, la luz de Dios y del mundo” (n. 9).

He ahí las palabras tan importantes: “preven-tivo y curativo del mal”. ¿Cómo prevenían el mallas escuelas pías? Ocupando al niño el máximotiempo posible. Aunque me acomodé en lo posi-ble a la costumbre de lo que hacían en mi tiem-po, procuré tener al niño totalmente ocupado.Por eso quise que las horas de clase ocuparantodo el día: de las 8 a las 11 de la mañana y de las2 a las 5 de la tarde, en los meses de invierno; enlas otras estaciones el horario sufría un cambio.Las lecciones propiamente dichas duraban doshoras y media por la mañana y otras tantas porla tarde. Al concluir las clases matinales, losniños acudían al oratorio o a la iglesia para oírmisa, que no podía durar más de media hora.También las clases de la tarde terminaban en laiglesia, con el canto de las letanías de NuestraSeñora y otras oraciones.

Si a eso añades lo que te conté del acompa-ñamiento a sus casas en filas por medio de laciudad, comprenderás cómo efectivamente lasescuelas eran un método preventivo para todoslos niños que a ellas acudían.

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Décima característica: la colaboración con lasfamilias. Es algo que cuidé mucho, aunqueaparece menos cuando se habla de la escuelacalasancia. Pensaba que si la escuela ayudabaa la familia, ésta tenía que colaborar con lasescuelas. En concreto las escuelas informabana las familias de la situación de los alumnos yen especial de sus ausencias. En este caso lapropia familia tenía que justificar el porqué detal ausencia, y se consideraba tan importanteeste hecho que cuando repetidamente no secumplía este requisito se podía llegar inclusoa la expulsión de un alumno. Con esto yo bus-caba un doble efecto: por una parte que losniños no faltaran a las escuelas porque teníanque aprender y si faltaban lo mejor era que loconocieran sus padres, y por otra pretendíatambién con esto la defensa de los maestros sillegaba el momento en que una familia se que-jaba del poco adelantamiento en los estudiosde su hijo.

Undécima característica: la moderación de loscastigos. Puede llamarte la atención este ele-mento y que lo cite como una característica.Pero, fíjate, Luis, que cito como característica la“moderación”. Es algo de lo que no os podéishacer idea en vuestro tiempo. En mi época loscastigos estaban a la orden del día en las escue-las. No extrañaban. En todo caso lo que podíaparecer extraño era su ausencia. Cuando yocomencé las escuelas no me pareció oportunoabolir esta práctica, y, sin embargo, la moderé

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tanto en la frecuencia y en la severidad de loscastigos, que bien podemos decir que fui unrevolucionario en este campo. (Para todo loexplicado, cfr. Giovanni Ausenda en “Espiri-tualidad calasancia”. III Pedagogía calasancia).

Luis, esta es la escuela que quise y la queimplanté en aquellos años. Las cosas comenza-ron poco a poco. Fueron fruto de la experienciaque me daban los años y de lo que hacía y aunde los fracasos que a veces constataba. Fue laescuela que se fue trasmitiendo entre los esco-lapios, siempre enriquecida por mis hijos quetrabajaron incansablemente en la mejora de losmétodos para conseguir que los niños apren-dieran mejor. Hoy doy gracias a Dios por loque Él me concedió hacer y se las doy princi-palmente porque todo fue para bien de lo queyo siempre más he amado, los niños, los niñospobres, los desheredados de este mundo.

Un deseo, que también tú trabajes de llenoen la escuela calasancia que ahora debe ser deotra manera, pero que tiene que poseer los estí-mulos internos que a mí me movieron parahacer lo que hice: el amor a los niños, la creati-vidad en la enseñanza, la atención al entornosocial en el que se mueven los alumnos, lamejor preparación de los maestros, el biensocial, la formación de auténticos cristianos.

Con amor de padreJosé de la Madre de Dios

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Carta 8ªEl educador calasancio

Querido Luis: cuando empiezo a escribirteesta carta se me amontonan tantas cosas quecasi me parece imposible poder acabarla.Cuando pienso en el educador calasancio, poruna parte me doy cuenta de que en las cartasanteriores han ido surgiendo algunas caracte-rísticas que debe tener, y, por otra, también enmi próxima misiva quiero tratar este tema, y, apesar de todo, siento una cierta impotenciapara poner sobre el papel la riqueza de lo quepara mí entraña. Muchas cosas para poco espa-cio. Pero voy a intentarlo porque no podría per-donarme no haberlo intentado.

Cuando me preguntan qué es el educadorcalasancio, respondo que se lea el nº 3 de lasConstituciones. Allí lo dije: “En actitud humil-de debemos esperar de Dios Todopoderoso quenos ha llamado como braceros a esta mies ferti-lísima, los medios necesarios que nos transfor-men en dignos cooperadores de la Verdad”.

En esta carta quiero hablarte de esta y otrascualidades y en la siguiente ahondar más este

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tema. Con todo ello, sin embargo, sólo habrépergeñado la figura del educador calasancio.Pues bien, en medio de todo ello, la primeracualidad que cito, en la que me detengo, es quese trata de un cooperador de la Verdad.

Y esta cooperación se debe aplicar a diversoscampos. Es cooperador de la verdad científica.Te lo he dicho repetidas veces, quise que mishijos enseñaran a los niños necesitados. Habíaque enseñarles necesariamente las letras. Perocomo para mí letras y piedad iban indisoluble-mente unidas, no te extrañe que en mis cartascuando hablo de una de ellas aparezcan lasdos: “Todos, tanto sacerdotes como clérigos, yotros que tuviesen disposición, deberían procu-rar con todo empeño habilitarse para saberenseñar no sólo gramática, aritmética, caligra-fía, leer y pronunciar perfectamente, sino loque más importa, saber catequizar a los niños yenseñarles el santo temor de Dios. Y en estascosas sería santa la competencia entre los nues-tros, y de grandísimo mérito para ellos y utili-dad para el prójimo” (EP 2613).

Quería que el educador calasancio capacitaraa la persona que tiene ante sí, que le diera unconjunto de conocimientos que le abrieran cami-no en la vida. Mirado con vuestros ojos todo loque hicimos en nuestro tiempo puede no parecerllamativo, pero te digo de verdad que lo fue.

Este empeño no fue algo que caracterizósólo el inicio de las escuelas, sino que las acom-

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pañó en todo el decurso de las mismas. Recuer-do que cuando todavía estábamos en elcomienzo, aunque habían pasado ya 12 años, leescribía al marqués de Ariza que me habíapedido fundar en sus dominios: “No es pocagracia del Señor darle tan fervoroso deseo deayudar a los pobres con ayuda tan útil y nece-saria como es la doctrina unida al santo temorde Dios y en edad tan tierna que el provecho esmuy cierto” (EP 7).

Yo mismo tuve que aprender para enseñar. Yno lo tuve en menos por ser sacerdote. Yaanciano escribía a uno de mis hijos: “Muchasveces he llevado la escuela de aritmética y heenseñado a algunos de los nuestros para quesustituyesen en esa escuela. Y por eso no heperdido ni una brizna de la dignidad sacerdo-tal” (EP 3672). Y algún año antes: “No sólo helavado platos, trabajando tanto como los quehacen escuela, sino que he ido también a lacuestación del pan con las alforjas al hombropor Roma, y a acompañar a los alumnos. Yestoy dispuesto a repetirlo ahora. Porque elreino de los cielos sufre violencia, y los violen-tos lo conquistan” (EP 2757).

No sólo tuve que aprender, sino que ayudara mis hijos, los educadores, en sus dificultades.A veces me preguntaban sobre el mejor modode llevar las escuelas: “En cuanto a llevar a laescuela algunos puntos anotados sobre la lec-ción, se usa no sólo en las escuelas privadas,

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sino también en las grandes universidades,porque muchos no tienen tan buena memoriaque puedan acordarse de todos los detalles.Por eso, no se preocupe si dicen alguna cosa”(EP 598). Y es que el P. Esteban Cherubini no lastenía todas consigo.

Me tenía que ocupar del número de alum-nos que debía haber por clase. Te llevarás lasmanos a la cabeza cuando leas lo que escribía,pero ten en cuenta la necesidad que existíaentonces y el ánimo que nos embargaba deayudar al mayor número de niños posible:“Juntamente con la carta que he recibido de V.R. he recibido el informe particular sobre cadaclase y sobre el número de alumnos que hayen ella. Aunque me parece que todas van bien,en la de los pequeños han hecho mal admi-tiendo más de 190, sin contar los que cada díavan llegando a dicha clase. Para ellos sonnecesarios cuatro maestros, pues no hace pocoun maestro si enseña bien a 50. Por el contra-rio, siendo tantos no podrán ser bien educa-dos y de este modo se perderá el buen nom-bre” (EP 3022).

¿Verdad que te ha parecido una barbaridad?Pero fue de esa manera como comenzamosqueriendo ayudar al mayor número de niños. Ymás hubiéramos tenido si a más hubiéramosadmitido.

Tenía también que ocuparme de los fraca-sos y de ayudar a quienes pasaban por esos

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malos trances: “… en cuya escuela debe exigirmás de lo que yo pueda sugerirle, que mañanay tarde vaya con orden y tenga en todas las cla-ses a alguien que anote diariamente a los quefaltan y avísese luego a los padres, para quevean que la falta no está en los maestros si losalumnos no aprenden” (EP 354). Y casi al finalde mi vida volvía sobre lo mismo: “Respecto alas escuelas, si los alumnos no muestran interéspor aprender y faltan muchas veces a clase, V.R. encargue a algún alumno que frecuente laescuela, que apunte cada día en un libritoquién falta, tanto por la mañana como por latarde, para que a fin de mes pueda demostrar asus padres que si los alumnos no sacan prove-cho no es culpa del maestro sino de los alum-nos, pues así se enmendarán” (EP 4147).

Además de la verdad científica, el educa-dor calasancio es cooperador de la verdad enel campo de la verdad humana. Campo queacoge todo lo humano, cuanto atañe y serefiere a la persona. Se trata del respeto a lapersona, de la liberación de cualquier opre-sión, marginación o mal. No podemos olvidarque el hombre posee una verdad desde elmomento que Dios le ha dado el destino deser persona; pero esta verdad está constante-mente amenazada. Lo puedes ver en tu tiem-po y era algo claro también en el mío. La his-toria de la humanidad es clarificadora a esterespecto: las guerras, la marginación, la vio-lencia, el desprecio de los valores humanos, el

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desconocimiento y vilipendio de la propiaautonomía. Es la verdad del hombre comohombre la que está en entredicho.

Luis, el educador calasancio es cooperadoren la construcción y conservación de esa ver-dad. Cuanto compete al ser humano, ya desdesu tierna infancia, no puede ser olvidado porél, sino que ha de ser cuidado y trabajado. Hade entregarse a redimir esa pobreza humana.Sé que insisto mucho en esto, pero para mí es lofundamental, y las demás características de lasque te hablaré, están subordinadas a lo queaquí te digo.

Por eso no quería que nadie hiciese distin-ción entre los alumnos, porque todos son igua-les ante Dios (Cf. EP 354). La dignidad de lapersona tenía que empezar siendo reconocidapor el cooperador de la verdad. Por esa igual-dad luché incluso acudiendo a las autoridadesciviles (Cf. EP 444).

Pero el cooperador calasancio es sobre todocooperador de la Verdad, y la escribo conmayúscula. Es cooperador de Dios. En este sen-tido busca el bien espiritual de la persona. Poreso comprendí que para educar y reformar elinterior de los niños y jóvenes se necesitabanhombres escogidos por Dios. No sirve paraeducador calasancio cualquier persona. Teexplico algunos elementos que creo debenposeer quienes se sienten movidos a dar suvida a esta vocación.

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Antes que nada quien se sienta llamado aser educador calasancio ha de ser hombre convocación: “Quien no tiene espíritu para enseñara los pobres, no tiene vocación de nuestro Ins-tituto, o el enemigo se la ha robado” (EP 1319).La educación sin vocación puede ser mercena-ria y entonces es un contrasentido. En ciertamanera, como toda paternidad, nace del amor,no de cualquier otro motivo y menos del dine-ro. Sólo cuando nace del amor puede referirsea toda la persona y no sólo a la instrucción inte-lectual. Muchas razones pueden influir en elnacimiento de un deseo de entrega a la educa-ción, pero detrás de todas ellas hace falta que sealumbre la vocación.

Se requiere también competencia: “Yo deseo alos nuestros con tal talento que lo puedancomunicar a los otros” (EP 2647).

Para llegar a los educadores que necesitanlas Escuelas Pías se requiere lo que vosotros lla-máis una auténtica y buena selección, formación,actualización y evaluación de los agentes educati-vos. Sobre todo la selección y formación yo labusqué siempre. Muchas veces me salió mejory otras no tan bien. La formación para mí inclu-ye los siguientes elementos. Primero, la infor-mación o actualización de conocimientos. Se tratade un nivel amplio y me parece que ahorapodéis disponer de él con mucha riqueza..

Segundo, el cambio de mentalidad. Aquí estácomprometida la persona. Supone flexibilidad

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y capacidad para integrar la identidad, quenunca se puede dejar, con el cambio. Hay per-sonas que sienten éste como amenaza y en esecaso lo tienen más difícil, pero es imperativonecesario en el educador calasancio.

Tercero, la revisión de las estructuras. A vecesno se piensa en este elemento. Yo tuve quecambiar muchas estructuras a pesar de encon-trarme metido en un tiempo que no lo favore-cía. Pero si no se da semejante cambio, todoproceso de formación, y más si es formaciónpermanente, queda limitado a individualida-des poderosas; los demás no hacen nada y todose bloquea.

Cuarto, hay que favorecer la formación denuevos hábitos. Que estén de acuerdo con eltiempo en el que vivís; el futuro depende engran manera de este cambio.

Quinto, cuestionamiento existencial. Qué es mivida, cómo la vivo, hacia dónde estoy cami-nando, cómo tomo este trabajo de la enseñan-za, es para mí más que un trabajo. Preguntassemejantes donde ponemos en solfa nuestrapropia existencia y nuestro comportamiento yvivir.

He insistido en este elemento de la forma-ción porque me parece insustituible. Yo mismotrabajé cuanto pude en la formación de losmaestros. Tengo que reconocer las deficienciasque se dieron, pero tienen su explicación. Fue-

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ron a causa de la pobreza y de la falta de unasede estable por lo que los estudios no pudie-ron funcionar con la seriedad que yo deseaba ycon la regularidad que pedía. Esto los perjudi-có, y lo confieso, pero es necesario reconocertambién que siempre existieron esas sedes deestudio y formación.

Toda la formación del educador calasancio,sea en el campo espiritual, intelectual, pedagó-gico y social la hice con un esfuerzo casi sobrehumano por librarme de todo formalismo yconvencionalismo, buscando lo que era eviden-te, claro, práctico, útil y que fuera de ayuda alos niños.

Respecto a otros elementos, al margen de laformación en el que me he demorado bastan-te, te los voy a ir indicando sin enumerar paraque esta carta no parezca más un cartón deábaco que una misiva que te dirijo con todo micorazón.

El educador no tiene que estar por debajo delas exigencias que le pide su mismo trabajo, poreso deseaba que en mi tiempo los educadores“pudieran mostrarse en público y razonar confundamento” (EP 3038), pero sin idealismos.Todo educador ha de ser consciente que nopuede separar la verdad de lo que es de lo quehace. Y en cuanto a este “ser”, existen con fre-cuencia problemas pendientes en los maestros,como personas que son. En la educación elmaestro tiene que conocerse bien y reconocer

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estos problemas porque pueden influir en lamisma educación que da. Hay tantos proble-mas como personas y muchas no han logradoestar a la altura de su edad, es decir, de la crisisexistencial de la madurez de frente a su propiavida. En este sentido diría que educación yvida personal van íntimamente unidas. Quienquiere educar sin comprometer para nada suvida, no será un auténtico educador. Por esoquien desea ejercer el ministerio de la educa-ción debe cuidar su propia vida, su crecimien-to personal. Y por eso debe afrontar tambiénsus problemas pendientes. De lo contrarioéstos se transparentarán de una forma u otra enel hecho educativo. Es un tema importante queno quiero que olvide el educador calasancio.

Al decir problemas pendientes me refiero aaquellos no resueltos en un momento anteriorde la vida, que crean lastre en la personalidady que en el momento presente condicionan elplanteamiento de las diversas situaciones porlas que pasa, a veces crisis fuertes. Un educa-dor que está pasando una fuerte crisis nopuede ser neutral en la educación. Por ejemplo,un educador no puede trabajar y ayudar a unniño o a un adolescente para que se vaya acep-tando si él mismo sigue bajo la presión de laimagen negativa de sí mismo, que procede detiempos anteriores. Ni puede enseñar a amarde verdad, si él no ha podido crecer integrandoen sí mismo la agresividad y la sexualidad, ono puede distanciarse de lo que le pasa a otra

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persona si él mismo arrastra aún problemaspendientes en ese campo. Hay que cuidar demanera muy exigente que el educador no causeperjuicio al educando en la relación educativa.

El educador calasancio tiene que procurartambién que la preparación cultural no esté porencima o se cuide más que la de las dotes per-sonales y la capacidad de relación con losdemás (Cf. EP 2657). Siempre di mayor impor-tancia a lo personal que no a lo cultural. Creoque lo segundo puede ser conseguido con elesfuerzo, mientras que lo primero si no seposee puede incapacitar a la persona.

Luis, la figura que me iba forjando del edu-cador calasancio era lo que se desprendía de loque iba pidiendo a los estudiantes en su prepa-ración para el ministerio y a los padres en elejercicio del mismo.

Deseaba una entrega seria, dando el tiempoque fuera necesario. En los religiosos pedíatodo el tiempo y que fuera bien aprovechado(Ritos Comunes); a vosotros laicos, pido tam-bién una entrega tenaz del tiempo que tenéisque dar a la educación. Comprendo que tenéisotros deberes a los que atender y que a ellos osdebéis, pero como educadores calasancios, laeducación no es simplemente un rato o unagran parte de la jornada que uno entrega, perosin implicar la vida. Es mucho más. Es vivir lavida con ánimo de educador.

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El educador calasancio tiene que evitar todolo que signifique egoísmo y debe tender alaltruismo como realidades que deben marcar lavida (Cf. EP 708). Por eso en él debe darse lamadurez afectiva relativa a su propia edad,tanto más cuanto que su trabajo lo realiza conpersonas y no con cosas o papeles. Por falta deesta madurez, en mi tiempo tuve algunas difi-cultades y no deseo que se den ahora. La edadde gran parte de vosotros es una edad que tienesus ambivalencias. Por una parte es la edad dela paternidad en la que se supone que el amorha crecido en la autodonación, y por otra partees también la edad de la ansiedad ante el futu-ro y muchas veces de la aparición de necesida-des primarias. Por eso muchas veces al encon-trarse con personas más jóvenes y de otro sexoparece que se dispara la ternura, el calor y elcariño. Resurge todo lo que uno llevaba pordentro y puede encontrarse posesivo e indefen-so. Hay que cuidar estos aspectos, llevarlos condelicadeza, estar atento a las jugadas que pue-den hacer los sentimientos y saber educar aun-que a uno le pesen todavía ciertas realidades desu pasado. Comprendo que no sólo puede sereducador quien ha resuelto satisfactoriamentetodos sus problemas, porque entonces pocoseducadores se encontrarían; pero creo tambiénque éste es un componente al que hay que estaratento.

Siempre he sido partidario de aprovecharlas cualidades de las personas, y por eso dar a

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cada educador las materias que mejor se ade-cuen a sus intereses, a sus posibilidades, aaquello para lo que tienen facilidad y maña.Quería que a todos los ocuparan “en aquellostrabajos para los que tienen talento, porque enaquello que no se tiene talento no se puedeaplicar tan fácilmente y por eso conviene cono-cer la inclinación de cada uno” (EP 1226).

El educador escolapio ha de hacerse peque-ño con los pequeños, casi diría, de ser bienentendido, ignorante con los ignorantes parainiciar con ellos el camino que va a llevar aleducando a la consecución de los objetivos quebusca la educación. Sé que detrás de todo estecomportamiento está la decisión de dar la vidapor los niños. Por eso hay que tener una autén-tica vocación para optar por esta manera devivir; uno tiene que ganarse la vida, pero eltrasfondo más íntimo es el deseo de luchar porcambiar a la persona y en lo posible a la socie-dad.

He querido siempre la especialización de losmaestros (Cf. EP 32), que tuvieran una ricahumanidad y frescura de espíritu que les hicie-ra competentes en sus materias. A esto debíanjuntar la apertura intelectual para comprendera las personas, para no encerrarse en lo propio,para que la verdad brillara por encima de cual-quier enquistamiento que les cerrara a la vida,a la sociedad y al progreso. Fue lo que me moti-vó el deseo de que las distintas naciones tuvie-

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ran por maestros a sus propios hijos. Es verdadque al comienzo de las escuelas y durante uncierto tiempo esto fue imposible, pero dejé tra-zadas las directrices necesarias para la realiza-ción de un plan en este sentido (Cf. EP 1907).

Lo que nunca he podido consentir es el edu-cador mediocre. Y llamo así a quien ha renun-ciado a entregarse de verdad a este ministerioque, por otra parte, suele normalmente tener suconsecuencia en la propia vida, pues en ella harenunciado también a vivir a fondo. Puede fun-cionar bien, es correcto, respetuoso e inclusofiel a su deber. Pero ha perdido la capacidad degozar y sufrir. Cumple, y en ese sentido nada sele puede decir, pero se reserva. Lo hace instin-tivamente de manera que esta manera de ser seha convertido en una actitud que ha llegado aser sistema de vida. Enseña, pero no se da más.Se le nota en que le falta ilusión, ánimo; nogoza con lo que hace. Descansa existencialmen-te cuando termina la jornada de clase. Al des-pertar su mayor tensión es su trabajo, a no serque hasta de él pase. Una persona así no puedeser un verdadero educador calasancio. Quizátuvo ideales y se batió por ellos, pero todo per-tenece al pasado. Hoy vive el desencanto. Hallegado a ser como todos, pese a los ideales pri-meros que mantuvieron su vida.

El educador calasancio quiere saber cadavez más y ser más competente (Cf. EP 3753),aprovecha el tiempo con el afán de los temas

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pedagógicos que pueden iluminarle en el tra-bajo con los niños (Cf. EP 2837); es sencillo,porque la vanidad, el orgullo y la excesivaautoridad nunca se han llevado bien con laeducación (Cf. EP 708); no ha de mostrar unavirtud agria o desmesurada, mientras quesiempre será apreciado el fervor (Cf. CC 210).

Luis, te he ido describiendo algunas cualida-des del educador calasancio. Continuaré en lapróxima carta, pero antes, para terminar, quieroseñalarte algunos elementos que son preciosospara no cansarse de la vocación educadora; nodigo del trabajo de cada día, que es normal quete canse. Y es que me ha llamado la atencióncómo algunos que han dejado la vida religiosa sihan podido, han buscado trabajo fuera de laeducación y si no lo han hecho es porque hanencontrado más fácil ganarse la vida en ella.

Pido sentido común para hacer de la educa-ción algo agradable; cuidar las necesidades per-sonales, para no entregar lo mejor de sí mismo auna causa, olvidándose de uno mismo, pudien-do llegar luego a la frustración; temperamentoequilibrado, para no tener la sensación de que esuno quien siempre está tirando del carro y losdemás lo dejan; estabilidad emocional para com-prometerse lo que haga falta, ni más ni menos,sin perjudicarse a sí mismo. Y más.

Luis, con amor de padre

José de la Madre de Dios

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Carta 9ªCualidades del educador calasancio

Querido Luis: las cartas que te envío se tevan amontonando. Con la suerte de que nodebes responder. Pero eso no te quita la obliga-ción de contestarme a través de tu comporta-miento. Que en ello quedamos. Puedes decir-me que ya son suficientes las misivas enviadas,pero yo te respondo que no, que todavía tengomuchas cosas de qué hablarte. Lo hago en estasnuevas entregas que vendrán a continuación.Deseo que tengas una idea bien clara de lo quefueron al inicio las escuelas, de las que la tuyaes sucesora, y de lo que es mi ansia más gran-de, de cómo han de ser ahora. Sé que no puedocomparar mi tiempo con el tuyo, pero la ade-cuación queda a tu iniciativa y creatividad.

Esta vez quiero detenerme en lo que me pare-cen las cualidades más importantes del educa-dor calasancio. La vez precedente te hablé de élcomo “cooperador de la Verdad”. Esa es la defi-nición, con todo lo que conlleva. No siemprefácil de transportarlo a la realidad, al cada día. Sila definición es cooperador de la verdad, las

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cualidades más importantes son las que abordoen estas letras, de las que ha hablado preciosa-mente un hijo mío (Sántha pp. 75-133).

No se puede ser un auténtico educador cala-sancio, trabajar por los niños, en especial des-protegidos o con carencias a veces graves, si nose les tiene verdadero amor. Por eso el amor alos niños sería la primera característica. Peroeste amor fluye en el educador escolapio delamor que tiene a Dios, ya que en su vida per-sonal es un cristiano, a quien como a todo cris-tiano incumbe el primer mandamiento de amara Dios sobre todas las cosas. Por eso cuantohace lo debe hacer por puro amor de Dios:“Procure se conozca que el trabajo que hace lohace sólo por caridad, y no dé en cosa alguna lamás mínima sospecha de sí, sino que todas susacciones sean tales que puedan presentarseante cualquiera…. Seamos tales en el interiorque nuestras acciones agraden a su divinamajestad, quien nos deberá juzgar y, conformea nuestras obras, premiarnos con bienes eter-nos o castigarnos con penas eternas” (EP 1759).

Y es que las acciones de cualquier cristianodeben estar dirigidas a Dios: “Si usted se portabien con Dios, él encaminará todas sus accionesa mayor gloria suya, y no le abandonará jamássi no le abandona usted antes” (EP 1346). Queluego nos juzguen bien o mal no nos ha de pre-ocupar, si la intención ha sido siempre limpia:“Esta es la costumbre de Dios, que con la debi-

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lidad derriba fortalezas. No se vanaglorie por-que su persona es utilizada en asuntos de tantaimportancia, aun siendo inhábil por sí misma.Porque como la elección es de Dios, también eléxito de la empresa depende realmente de sumano. De ahí que con frecuencia debe acudir aÉl, pidiendo luz para conocer el camino quedebe seguir y, tal vez, para llegar hasta el fin.Debe, pues, permanecer indiferente, ya que nosirve sino de simple instrumento” (EP 2006).

El educador calasancio, apoyado funda-mentalmente en el amor a Dios, ama tambiénal educando. El amor es el componente funda-mental de la educación; quien no se sienteamado, apreciado, considerado, atendido,nunca será un buen estudiante al faltarle elestímulo que pone en marcha lo mejor de lapersona.

Ha de ser un amor paternal (Cf. EP 1614),que busca el buen aprovechamiento del niñoen su trabajo (Cf. EP 354); amor benigno y llenode mansedumbre; un amor que “debe conven-cer con la verdad declarada, con amor de padremucho más que con gritos y palabras injurio-sas” (EP 2412).

El amor se manifiesta en el gozo con que seda, pero usa también otros medios ya que sóloun educador de estas características podrá“compadecerse de la debilidad de quienesestán sometidos y con amor de padre conven-cerlos y enmendarlos” (EP 549). Por la expe-

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riencia que tengo y la que he visto en losdemás, nada tiene que temer quien así se com-porta porque será aceptado y comprendido porlos escolares (Cf. EP 1245). A los niños no se lesescapa fácilmente quién les quiere de verdadaunque pueda castigarlos, y quién puede noquererlos aunque les deje hacer lo que quieren.No es mejor educador quien no castiga, sinoquien más ama. Puedo también decirte, Luis,que amando de verdad, pocas veces hace faltael castigo. Lo que ocurre es que en ocasiones,ojalá no sea con frecuencia, el educador no estáa su altura.

El auténtico educador sabe disciplinar a losdesobedientes y díscolos (Cf. EP 1387), dar paz(Cf. EP 1246), perdonar a los extraviados (Cf.EP 589), animar a todos a ser diligentes (Cf. EP148), pero se da de una manera preferencial alos pequeñines.

Este amor ha de ser prudente: “El Señor lobendiga siempre y a todos sus compañeros lesconceda siempre incremento del fervor deayuda a los pobres por puro amor suyo, perocon el modo y la prudencia necesarias” (EP1908).

Me he referido a la prudencia y con ellaquiero prevenirte de dos comportamientos quehay que cuidar: por una parte la excesiva bon-dad e indulgencia, para que no se aprovechenlos alumnos de la bondad del educador (Cf. EP673) y, por otra, del excesivo afecto; debe exis-

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tir un amor sin familiaridades, que en mi tiem-po me produjo serios contratiempos en algunaocasión (Cf. EP 1441), y sin amistades particu-lares (Cf. EP 1847). Hay que darse a todos porigual.

Luis, he insistido en el amor del educador,pero ¿no requiere eso algo de él? Creo que sí,como lo requieren las otras características a lasque deseo referirme, y de ello te hablaré al final.

Si de cualidades pedagógicas tenemos quehablar, no podemos olvidar la paciencia. Mepregunto si tiene capacidad para educar quienno es paciente. Si alguien quiere hacer el biena los demás ha de ser paciente: “Emplee todadiligencia en ser paciente y humilde. Que asíse logra, incluso en provecho de los demás, lapaz interior del alma, don extraordinario queda el Señor a los humildes en esta vida” (EP1145). “Para que un vaso sea digno de ser pre-sentado ante cualquier señor, se necesita pri-mero que el metal sea bien golpeado. Lomismo sucede en el servicio de Dios: convienesoportar con paciencia todas las cosas y devol-ver con toda caridad y mansedumbre bien pormal, de tal manera que el prójimo quede edifi-cado” (EP 86).

“La paciencia, Luis, nos es necesaria atodos” (EP 2921), porque con ella “hemos desuperar nuestras dificultades” (EP 353). Por esoel educador tiene que caminar con sencillez y“ha de procurar hacer una buena cosecha de

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méritos mediante una gran paciencia” (EP 893).

He aquí que el educador que es paciente,que ha procurado conseguir esta virtud en suvida, tiene también que aplicarla en su trabajodiario. Creo que con la paciencia se obtienetodo y al mismo tiempo mantiene al educadorlejos de la precipitación que es tan mala conse-jera (Cf. EP 827), de la cólera y por el contrarioproduce alegría (Cf. EP 91).

¿Por qué es tan importante la paciencia?Porque el educador la necesita “para saberseservir del talento que descubre en los súbditosy saber también, con afecto paternal, ponerremedio a las faltas e imperfecciones, exhortán-dolos uno a uno” (EP 3721). La paciencia crea laatmósfera, para la educación, y así los jóvenespueden ser conducidos por el buen camino (Cf.EP 225).

Muchas veces, Luis, me he encontrado coneducadores que no saben llevar una clase, quese encontraban metidos en dificultades, y sólocon la paciencia pudieron domar las fierecillasque tenían en casa. Con la paciencia se olvida elpasado, así como las deficiencias que hancometido, y se puede estar más atento a lasbuenas inclinaciones que tienen los niños queno a sus equivocaciones.

La paciencia no se aviene con los gritos,pues gritando no se consigue nada (Cf. EP2229) ni tampoco con palabras mordaces (Cf.

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EP 866) que pueden escaparse alguna vez de laboca del educador. No hay cosa que aleje más alos educandos y les cree más aversión que com-portamientos como los indicados. No hay quemostrar pasión, porque entonces los alumnosno dan crédito a las palabras (Cf. EP 3279). Selogra mucho más exhortando que imponiendo(Cf. EP 866), compadeciéndose de las debilida-des y animándoles a salir de ellas.

Luis, la tercera característica del educador esla sencillez de corazón, u otros la denominanhumildad. Como este término puede ser malentendido, aunque lo uso, compréndelo siem-pre en el sentido de sencillez de corazón.

Para comenzar, como lo he hecho en lascaracterísticas anteriores, he de decir que comocreyente todo educador calasancio debe culti-var en su vida esta virtud: “Para agradar a Diosse necesita que, a imitación suya, nos humille-mos y sepamos soportar las tribulaciones yadversidades que nos suceden, en satisfacciónde nuestros pecados. No puede hacer cosa másgrata a Dios que, cuando se encuentre más afli-gido y atribulado, humillarse y reconocer quetoda aflicción y tribulación las manda Dios,para que aprenda de Él, como maestro, la santahumildad” (EP 3339).

No es fácil esta senda y precisamente debe-mos ayudarnos de aquellos por quienes quere-mos vivir así, los niños: “Procure ayudarse conoración especial, sobre todo de los niños

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pequeñitos, para que el Señor le ilumine ensaber encontrar la senda de la humildad, que esel camino seguro por el que se hallan muchosdones y gracias de Dios. Que todo el resto esvanidad y fatiga grande” (EP 979).

Tener un corazón sencillo, obrar de estamanera, atrae a los pequeños y es comprendidopor los mayores. Donde se da la pobreza y lasencillez, allí está también la caridad (Cf. EP1662). Quiero que todos los educadores poseanesta actitud del espíritu porque con “la virtudde la santa humildad se consigue la verdaderacaridad y el santo amor de Dios y se entiendencon verdadero fundamento las cosas del espíri-tu” (EP 3761). Además es el camino para sersabio y prudente en la escuela interior (Cf. EP2300).

La sencillez del corazón es necesaria parapracticar el ministerio (Cf. EP 1160), porque siéste consiste en abajarse a la capacidad de losniños y ponerse a su altura, sólo lo aceptaráquien no siente humillación alguna en ello,sino paz y alegría; sólo “quien tenga por bene-ficio grande el humillarse no sólo en el enseñara leer y escribir y ábaco, sino también enseñara leer a los chiquitines” (EP 4108), podrá hacerel bien y sentirá una inmensa alegría por den-tro. Hay que trabajar por puro amor a Dios yconsiderar esta virtud como algo inherente aloficio de educar (Cf. EP 2577).

Yo estimo mucho esta humildad porque ya

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te conté, Luis, en una de mis primeras cartas,cómo el Señor me sacó de mis pretensiones,vanidades y deseos a través de los niños.¿Cómo no me iba a dar después a ellos con esamisma virtud con la que a través de ellos mehabía salvado el Señor? ¿No es como para ala-bar a Dios por todo ello? Por eso es la virtudpedagógica por excelencia porque hace a loseducadores “óptimos para conocer la verdad yamar el verdadero bien” (EP 4532), ilumina lainteligencia, lleva al educador a una familiari-dad con Dios (Cf. EP 912) y facilita la enseñan-za, porque de lo contrario existe el peligro deque todo se convierta en palabras que hieren.

En ti, Luis, pido a todos los educadores cala-sancios que huyan del orgullo en sus consecu-ciones o triunfos “porque podría ser que el pro-vecho a los prójimos procediese más de la ora-ción de los otros que de su propia fatiga“ (EP2947).

La cuarta característica es la pobreza. Te heexplicado en mis cartas anteriores cómo lleguéyo a ella y cómo la viví. La vivieron tambiénmis compañeros, laicos y sacerdotes, que meayudaron al inicio de las escuelas, aunque cadauno tenía que cuidar de sí y algunos de susfamilias. También vosotros debéis atender, ycon solicitud, de vuestra vida y de todos vues-tros seres queridos. El problema está en cómoconjugar eso con la dedicación sincera a quie-nes tenéis en vuestras clases si son personas

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menos afortunadas o tienen carencias de cual-quier clase que sean. Sé que la vida religiosa notiene los mismos requerimientos que la vida lai-cal; pero también es cierto que el evangelio entodo lo que pide va dirigido a todos los cristia-nos y no sólo a los religiosos. ¿Cómo conjugar eneste aspecto lo que dice el evangelio sobre la bie-naventuranza de la pobreza con vuestras pro-pias necesidades y cuando hablo así me refiero ala familia de la que debéis cuidar? Ahí se mues-tra el discernimiento tan importante en todavida cristiana y más en este aspecto.

De todas maneras déjame decirte una cosa,Luis, que nunca el dinero te quite la libertadinterior para obrar como crees que debes hacer-lo; de otra manera, no hipoteques tu libertad,tu sinceridad, tu lucha por el bien social, tu tra-bajo por los niños pobres al hecho de poseer ycuanto más mejor. Al fin y al cabo las biena-venturanzas son para todos, y en ellas hay una,la primera que dice: “Bienaventurados lospobres…”.

Luis, te he hablado del educador y de lascualidades que me parecen importantes, porotra parte ateniéndome a lo que puede ser unacarta. Pero me pregunto si esto no tiene que vertambién con la misma vida personal del educa-dor. ¿Se trata sólo de lo que hace, de aquello alo que se dedica, de su trabajo, sea como seaque lo consideremos? ¿De alguna manera noestá en juego su “ser”, su proceder, el momen-

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to que vive, las actitudes que va adoptando?Creo que sí. Y deseo cerrar esta misiva dete-niéndome un poco en esta realidad: pensar enel mismo educador ante la misión que tiene.

Lo que te voy a decir quizá no se dé tanto enlos educadores que acaban de entrar en unaobra escolapia. Se presupone que son bastantejóvenes, que tienen toda una vida por delante yque quizá no han hecho aún ciertas opcionesfundamentales de vida, como puede ser elmatrimonio. Pero se puede dar en educadoresde más edad y que llevan ya unos años dedocencia. Esto hace que tengan que clarificarlos fundamentos reales de su propia vida oidentidad, porque la vida no pasa en vano, ymientras se dedican a la enseñanza, que es sutrabajo –y ojalá su misión–, van viviendo pro-cesos interiores que los van conformando deuna manera u otra.

Les indico algunos problemas que se lespueden presentar. Uno, ignorar lo que estánviviendo, por lo que están pasando. Se dedicana lo externo, a sus clases, pero sorprende cómono se quieren dar cuenta de cuántas cosaspasan por alto y no les hacen caso porque noles conviene. Pueden estar irritables, y no sedan cuenta de que es porque sus hijos empie-zan a aventajarles en ciertos campos. Andanmustios, y no se dan cuenta de que la vida yano les puede dar lo mismo que hace años.Viven de lo que saben, pero no se dan cuenta

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de que ya no retienen como antes y les cuestanmás las clases o van perdiendo lo que nuncacreyeron perder, la creatividad, el estar proyec-tando siempre algo nuevo.

Segundo, otros miran su vida y ven que nohay proporción entre el esfuerzo que han hecho y loslogros conseguidos. El resultado es claro, caen enuna cierta rigidez que se nota en todo. Tienenuna sensación de cansancio y frustración. Hanquerido ser siempre íntegros, esforzados, ente-ros. Pero como no pueden hacer lo mismo queantes, la flexibilidad de la que hacían gala se haesclerotizado y la rigidez ha aparecido. Puedenmirar a quienes en su misma situación piensancomo ellos. Y empiezan a ver todo con ojosnegros: la educación, los niños, su comporta-miento. Añoran el pasado y no tienen sino dosdeseos, uno, que lleguen las vacaciones, y otro,más lejano, que llegue la jubilación.

Tercero, de otros podría decir que sufren latentación de instalarse. Ven a quienes acaban deentrar y les parecen demasiado idealistas, olvi-dando lo que ellos mismos fueron en su tiem-po. Buscan atenerse a lo conocido, repetir lo desiempre, y no andar a la búsqueda de noveda-des como les ocurría en el pasado. Es la tenta-ción del hueco vital, de lo seguro, de lo conoci-do, que en el fondo nace de miedos más pro-fundos. Ellos que se habían sentido tan segurosen el pasado, ahora no lo están tanto, pero loocultan y la única forma de hacerlo es escon-

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derse, negarse a tantas cosas que antes hacíancon suma facilidad y alegría.

Cuarto, están también quienes en reacción alo que están padeciendo o a lo que les está ocu-rriendo, se manifiestan autosuficientes. Es a vecesuna realidad difícil de diagnosticar porque separece mucho a la madurez. Pero el gran peli-gro está en que esta autosuficiencia está cerra-da sobre sí misma, cerrada a los demás. No seama. El corazón no palpita por los demás y nollega a ser lo principal. Y cuando el corazón seha cerrado, podemos decir que ha muerto.

Quinto, están quienes pierden la noción de quela vida pasa y se creen tan jóvenes como losalumnos que tienen y adoptan su terminología,a veces sus actitudes, su desparpajo, y no sedan cuenta de que los demás los miran comogente rara, que no acaban de entender su cami-no y lo que es la vida. Y eso es nefasto en laeducación, porque los educandos pierden con-fianza en el educador. Les puede parecer queno los toma en serio o que no tiene la solvenciapara educarlos de verdad.

Luis, es cuanto quería decirte hoy. Deseoque vayas creciendo como educador; que vayasencarnando las virtudes de las que te he habla-do, pero que tengas también cuidado de lasactitudes que te he citado.

Con todo mi afecto paternal

José de la Madre de Dios

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Carta 10ª

La pastoral de los niños

Querido Luis: las veces pasadas te hecomentado lo que pensaba que debía ser eleducador. Comprendo una dificultad nopequeña. Yo te hablo de lo que hice y de cuálesfueron mis sueños, es cierto que muchas vecesconvertidos en realidad. Tú cuando me lees amás de cuatrocientos años de distancia puedespreguntarte hasta qué punto lo que yo te digoes válido en tu tiempo; y si no fuera válido paraqué te escribo. A veces deseo ayudarte dándoteelementos que te sirvan para el discernimientoen la obra en la que trabajas y de la que estásenamorado. Pero sé que después de todo elpeso cae sobre tus espaldas, y es a ti a quiencorresponde hacer ese discernimiento.

Por otra parte, las últimas cartas tratabansobre el educador. Me ha parecido oportunocentrarme hoy en el educando sobre un temade importancia. Es lo que vosotros llamáis lapastoral de la infancia y de la juventud; y es loque nosotros intentábamos hacer con las ense-ñanzas de piedad y la doctrina cristiana. Antes

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de entrar de lleno en el tema dos observacionesno carentes de interés para lo que vamos a tra-tar. Una, que los tiempos en que vivimos los dosson muy distintos. Yo acabo de salir del conciliode Trento y tú podemos decir que también aca-bas de salir de otro concilio, el Vaticano II. El pri-mero totalmente doctrinal, el segundo, pastoral.El primero antiprotestante, el segundo con lavoluntad de dialogar con el mundo; el primerocon el ansia, el esfuerzo y las leyes por mantenerla identidad católica, el segundo con el deseo deabrir las ventanas de la Iglesia para airearla y asícomprender mejor al mundo y ser comprendidomejor por él. Con lo cual, y en el campo de lapastoral, el concilio de Trento intensificó elempeño por la sacramentalización de la vidacristiana, poniendo el acento en la fuerza intrín-seca de los sacramentos; el Vaticano II trabajó enla pastoralización de la Iglesia, poniendo ensegundo término los sacramentos en el sentidoque había que preparar a los cristianos para surecepción, sin que los sacramentos se convirtie-ran en un hecho social como iba ocurriendocada vez más en la Iglesia. De ahí la preparaciónpara su recepción, la intensificación de la impor-tancia de la Palabra, el proceso requerido en laspersonas para llegar a ser de verdad lo que yason de hecho por lo que han recibido. Por esohabéis subrayado con fuerza todo lo que serefiere al umbral de la fe y de los sacramentos.

Todo lo dicho tiene aún más fuerza si situa-mos las realidades citadas en los mundos en

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que se encuentran, mundos completamentedistintos. Nuestro mundo es totalmente sacral,el vuestro secular. La distancia entre ambos esevidente. En el mundo sacral Dios es lo evi-dente, pertenece a la realidad como una causamás de este mundo, aunque sea más importan-te y superior. La realidad de Dios como objetode experiencia es lo evidente, lo no problemáti-co. La realidad de Dios pertenece al universocultural, es decir, al horizonte espontáneo de lainterpretación del mundo. En cambio vuestromundo es secular, donde influye también elambiente social y donde Dios brilla por suausencia. La crítica de lo religioso es frecuentey la sospecha de todo lo religioso está a laorden del día. Dios no pertenece como parteesencial a la conciencia de la realidad. Ha deser justificado y experimentado como real.

Nuestros mundos son, pues, muy distintos, loque tiene repercusión en la pastoral, como enotras áreas de la vivencia cristiana, en la forma dehacer pastoral y de juzgarla y en los acentos quese ponen en ella. No ponéis vosotros el acento enlas mismas cosas que las poníamos nosotros.

Todo lo anterior te lo he dicho para que tedes cuenta de que comprendo vuestra situa-ción y de que percibo muy claramente quecuanto te digo de los comportamientos de lasprimeras escuelas en este campo de la pastoral,ha de ser aplicado en vuestro tiempo según larealidad de cada lugar.

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Luis, la pastoral que yo fui aplicando fueuna pastoral que iba brotando de un modoespontáneo, inmediato, que afloraba ante lasnecesidades que se manifestaban y con las quetenía que enfrentarme. Nadie me enseñó eneste campo. Fui aplicando lo que me parecíabien y lo que se me ocurría en cada una de lassituaciones. De esta manera iba también ense-ñando a los demás escolapios. No tienes quebuscar una especie de planteamiento globalque luego fuera aplicando a las situacionesconcretas, porque no existía. Sin duda, ibansurgiendo en mí ciertas convicciones que pocoa poco formaban un sistema y en el que ibaencajando la manera de comportarme en estecampo de la pastoral. Mi pastoral, por decirlode alguna manera, no tuvo una vertiente des-cendente, sino ascendente. Procedía de loscasos que se iban dando e iba creando por asídecirlo escuela.

Comencemos por la formación religiosa. Loprimero con lo que me encontré fue con lanecesidad que había de enseñar a los niños aorar. Estaban encargados de ello tanto el maes-tro como el prefecto de la oración continua;eran los que tenían que enseñar a orar y orarbien. Se ideó una figura que quizá desconoces,el encargado de la oración continua. Para quete hagas una idea de lo que era esta figura miralo que legislé en las Constituciones: “Habrátambién otro, sacerdote si es posible, que diri-ja la llamada “oración continua”, y que deben

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hacer por orden los alumnos, en grupos dediez o doce, mañana y tarde durante el tiempode clase, por la exaltación de la santa Iglesiaromana, extirpación de las herejías, unión delos príncipes católicos y buen gobierno y pro-greso de nuestra congregación. Dicho ministroenseñará a los pequeños a prepararse al sacra-mento de la penitencia, y a los mayores alsacramento de la Eucaristía, y también, encuanto sea posible, una forma fácil de haceroración y otras cosas acomodadas a su capaci-dad” (C 194).

La oración es una actitud del corazón y unavivencia de todo el ser, pero presupone conoci-miento, y lo que todos los niños debían saberera el padrenuestro, el avemaría, el credo, lasoraciones que se acostumbraban a recitar alprincipio y fin de las clases, el Veni Sancte Spi-ritus, el Agimus tibi gratias, la salutación angé-lica, el rosario, algunas jaculatorias, el Adora-mos te Christe et benedicimus tibi, al hacer laVisita al Santísimo Sacramento. Todas estasoraciones se recitaban en un momento u otro yobligaba a que los niños las supieran.

En cuanto a las prácticas de piedad, habíaalgunas que se tenían todos los días, otrassemanalmente o bien mensualmente. No fueasí desde el principio, sino que poco a poco sefue imponiendo una costumbre que se hizo ley.

Diariamente se recitaban oraciones alcomenzar las clases y eran más bien largas; se

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intercalaban otras más breves durante las cla-ses, y durante la jornada lectiva se tenía lo quehe llamado antes oración continua, de maneraque constantemente en las escuelas un buennúmero de niños rezaba por todo el mundo.Así las escuelas se proyectaban también a todala sociedad. No debemos olvidar que el últimocuarto de hora del día se dedicaba a una ense-ñanza religiosa.

Si nos fijamos en la semana, los niños debí-an asistir a misa los domingos y, cuando eranecesario, a la de otras fiestas, que en Romacomo ya te he comentado, eran muy abundan-tes, quizá excesivas. La función dominicalcomenzaba con una lectura espiritual, quevenía comentada por una plática; después, sedividían los muchachos en dos grupos, losmayores, que rezaban el oficio parvo de la Vir-gen, y los más pequeños que recitaban el rosa-rio. Luego, de nuevo juntos, escuchaban lamisa, aunque no siempre era así, como verásmás adelante. También una vez a la semana, losmaestros tenían que explicar en su clase unaparte de la Doctrina Cristiana, ordinariamentela que habían aprendido de memoria los alum-nos. Y los sábados, el Prefecto o su encargadodirigían una plática tanto a los muchachos desecundaria como de primaria, reunidos cadagrupo por separado.

Lo referente al mes trata más de la prácticasacramental en la que en seguida entro.

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La verdad es que no quería que estas prácti-cas religiosas se convirtieran en algo mecánicosino que llegaran a lo más íntimo de los niños;era por tanto necesaria también la cultura reli-giosa que les motivara y llegara a crear en suespíritu convicciones profundas. Para esoempleaba la instrucción religiosa. No queríainstrucción sin prácticas vividas ni tampocodeseaba una práctica que fuera epidérmica yno dejara huella en los niños. Por eso procuréuna cultura religiosa. Puedo decir, y creo que escierto, que toda la escuela calasancia estabaimpregnada de espíritu religioso.

Como te decía antes fue el aspecto sacra-mental el privilegiado en las escuelas. Oración,confesión y comunión constituían los tres pivo-tes en los que se apoyaba toda la enseñanza ypráctica religiosa.

¿Por qué la importancia de los sacramentos?Además del momento histórico en que nosencontrábamos, período postconciliar, estabanlas razones intrínsecas al mismo hecho. Porquelos sacramentos “suelen iluminar mucho elentendimiento y, frecuentándolos con devo-ción, suelen inflamar la voluntad para aborre-cer el pecado y amar las obras virtuosas” (EP471); además ayudan mucho a los jóvenes por-que les apartan de las vanidades de estemundo (Cf. EP 738).

Es la razón por la que insistía constante-mente en mis cartas sobre los sacramentos del

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caminar cristiano. A un padre le decía: “Lerecomiendo que visite con frecuencia lasescuelas, viendo si hay alumnos revoltosos, yprocure que se confiesen y comulguen amenudo” (EP 1245).

Era insistente en este tema. Me daba cuentapor la experiencia que tenía cómo los niñoscambiaban practicando los sacramentos. No setrataba sólo de cumplir lo que pedía Trento; sinduda era una autoridad, pero a mí me conven-cía la experiencia que yo mismo percibía en lapráctica. Por eso, Luis, si coges el epistolario ylo abres al azar seguro que encontrarás enseguida varias cartas en las que pido que atien-dan a la práctica de los sacramentos. Te lo hedicho, pero quiero recordártelo: la práctica delos sacramentos estaba apoyada en la vida deoración, en la enseñanza recibida, en el catecis-mo que se les enseñaba. No creas que animabaa comulgar sin más; la comunión iba precedidapor una sincera confesión. A veces dudo si lapastoral que ahora hacéis tiene la riqueza quetenía la nuestra. Lo digo porque os puede venirla idea de que en nuestro tiempo todo erasacramentología y que nos faltaba una verda-dera praxis pastoral. No lo creas. Lo verás enlos textos de esta carta.

Te comentaba mi insistencia en las cartassobre los sacramentos. Te pongo algunos textospara que lo veas. Al superior de Chieti: “Hetenido especial alegría de que hayan comenza-

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do tan bien las escuelas, para que se prosiga debien en mejor. Pase usted por ellas, animando alos maestros a la diligencia y a los alumnos a lapiedad, haciendo a éstos frecuentar los orato-rios y los santos sacramentos” (EP 3543).

Y ahora otros textos tomados casi al azar:“Procure con toda caridad atraerlos a la frecuen-cia de los sacramentos de la confesión y comu-nión, y conozcan que procura su bien como ver-dadero padre” (EP 150). “Se debería hacer con-fesar a los alumnos con frecuencia, para que, conla gracia del sacramento, entren en el camino delsanto temor de Dios, esperando que los confeso-res sean verdaderos padres espirituales. En estose debe emplear toda diligencia, porque es el finde nuestro Instituto” (EP 3885). “Nuestrospadres deben tener gran cuidado de los escola-res y hacerlos piadosos, no sólo enseñándoles enlas escuelas las letras y la doctrina cristiana, sinohaciéndoles frecuentar los oratorios, y en elloslos santos sacramentos. De manera que si losescolares ven este celo en nuestros religiosos, seaficionarán más a nuestro Instituto” (EP 4039).“No bastando seis escuelas, ponga dos más,siempre que haya maestros para llevarlas. Enellas se debe procurar toda diligencia para quesean bien atendidos en lo literario y en la piedady temor de Dios, haciéndoles frecuentar los san-tos sacramentos” (EP 3087).

¿Es demasiado insistente? Quizá, pero teníamis razones, y eran: “Persuádales que frecuen-

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ten los santos sacramentos que así se corregi-rán” (EP 4147).

Busqué una pedagogía apropiada al niño ypor eso lo quise separado de otros grupos. Eranecesario en aquel tiempo. No existía el con-cepto ni la realidad de la comunidad cristiana.Lo importante era hacer bien al individuo y algrupo al que pertenecía. Incluso, lo has visto enel tema de la oración, separaba a los grandes delos pequeños para poder influir más en cadagrupo. Esto lo aplicaba incluso a la eucaristía:“Los mayores están exentos de asistir a Misaque se dice al final de la escuela, porque no espara bien que estén mezclados los mayores conlos pequeños como otras veces he visto quehacían” (EP 55).

No sólo se trataba de ir a la Eucaristía, cui-daba también el modo de hacérsela vivir paraque sacaran el mayor provecho posible. Quizáes en esto donde más puedes notar la gran dis-tancia que marca la separación de dos épocasdiferentes: “No deben colocarse los Maestrosen un lugar retirado, debiendo más bien tenercuidado particular de los niños mientras estánen misa o se hace algún ejercicio en la iglesia…y debiendo advertirles que atiendan a la Misa”(Ritos Comunes). “… estando todos conmodestia y silencio en el lugar señalado reci-tando el rosario, que deberá tener cada unosiempre consigo, o alguna otra oración a sugusto” (Órdenes de Campi).

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Quería que hubiera un ambiente de seriedadcon una vigilancia más bien directa y atenta delos maestros; una exhortación frecuente invita-ba a los alumnos a mantener la atención inte-rior, y esta atención estaba aplicada al rezo delrosario y de otras plegarias, que han duradohasta hace bien pocos años, aunque a ti, Luis,puede parecerte algo extraño.

Otro elemento raro para vosotros, pero quede nuevo he de reconocer que ha estado vigen-te hasta hace bien poco, es la importancia con-cedida a la comunión, como algo separado dela celebración eucarística. Dos cosas buscaba, lapráctica frecuente de la comunión –a poder sersemanal– y un celo prudente y respetuoso delsacramento y de la libertad personal: “Si losalumnos frecuentan la confesión y la comu-nión, haremos gran provecho; insista mucho enesto” (EP 882). “Se confesarán al menos unavez al mes y comulgarán siempre que sean avi-sados, a no ser que el confesor propio les indi-que otra cosa”.

Para la comunión preparábamos antes a losniños a la confesión. Era un elemento impor-tante en la pedagogía sacramental calasancia.Antes que nada se necesitaba un confesor idó-neo. Quizá insistía en este elemento más que enotras facetas de la acción pastoral porque asíme lo parecía. La confesión era un momentoimportante; el niño tenía que ser sincero y paraello había que animarle, y había que tener cui-

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dado de la imagen que se le proyectaba de Diosprecisamente en ese sacramento tan apto paracomprender quién es nuestro verdadero Dios yal mismo tiempo tan “peligroso” para atentarcontra la verdadera imagen de Dios. “En cuan-to al P. Antonio Mª tengo gran consuelo que seaexaminado y aprobado para confesar y estima-ré que atienda a estudiar los casos de concien-cia en los cuales suelen incurrir los muchachos,que este es nuestro principal cuidado, y sipudiera tener las obras de Gersón, el parisino,que en uno de sus tomos hace un tratado parti-cular muy a propósito” (EP 557). “Entre otroscargos debe haber el confesor, destinado aescuchar las confesiones de los escolares, elcual sea capaz de llevar a Dios el corazón de losadolescentes con toda caridad y benignidad, yal cual todos los escolares veneren y amencomo a verdadero padre” (C 194).

Insistíamos mucho en la preparación paraeste sacremento. Tenían que tener un concep-to claro de lo que significaba, de la necesidadde vivirlo y de la importancia de hacerlo bien.También les hablábamos de la confesióngeneral.

En mis cartas a los religiosos toqué más deuna vez este tema de las confesiones, dándo-les normas concretas de cómo hacerlo deforma que atrajeran y no apartaran de él a losniños. Deseaba que usaran un método senci-llo, amable, práctico y prudente: “Tengan un

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método fácil de interrogarles y expónganlesalgunos ejemplos de santos en alabanza de lacastidad, veracidad, religión y otras virtudes ypara horror de algunos vicios, de manera quepuedan los niños progresar en estas virtudes”(C 281).

Como mínimo pensaba en una confesiónmensual de los escolares, pero en realidaddeseaba una mayor frecuencia, sobre todo enlos niños mayores, más expuestos a la tentacióny a los muchos peligros que invadían las callesromanas: “Le recuerdo de nuevo que atienda ala confesión de los escolares que vea necesita-dos de tal remedio, llamándoles todos los sába-dos, que este es nuestro Instituto” (EP 1387).

Luis, puedes preguntarte por qué tantainsistencia en estos sacramentos. Algunoscreen que podría darse una obsesión por elpecado. Yo te aseguro que no es eso. Nuncatuve semejante obsesión, incluso tratando conniños que no habían tenido formación ni edu-cación, que se encontraban sometidos a tantasinclemencias y peligros, no me obsesionécomo habrás podido percibir por el tema de laimpureza. Si repasas mis cartas verás que yono obré así.

Entonces, ¿de dónde viene la importancia?Estaba convencido que con la gracia del sacra-mento los niños entran en el camino del santotemor de Dios. También porque estoy conven-cido que con los sacramentos se logra más que

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con los castigos. Desde esa perspectiva ibanescritos los siguientes párrafos de algunas car-tas: “Ordenará que ningún maestro pueda darotro castigo que dos palmetazos, o cinco azotessobre la ropa. Si alguno merece mayor castigo,mándenlo a usted y ordenará entonces el casti-go que debe darse y que, en principio, debe serbenigno. Si recae, auméntesele el castigo. Pero,sobre todo, empléese el recurso de la confesiónfrecuente, que produce mucho mayor efecto”(EP 1429). “En cuanto al castigo de los alum-nos, procure que siempre que el confesor pidaque se perdone a uno para que se confiese, se leperdone. Porque produce mayor efecto elsacramento que los azotes” (EP 1441). “Mejores que haga frecuentar los sacramentos a losalumnos, aun en el momento en que deberíanser castigados, que darles unos azotes” (EP1427).

Luis, en todo esto subrayo lo decisivo quefue para mí el santo temor de Dios. Pero eneste temor que es el amor en su mayor delica-deza, estaba también la razón de mi compor-tamiento (Cf. EP 4221). “Procure ayudar congran caridad y paciencia a los muchachossobre todo en el santo temor de Dios, de quiendebemos esperar toda la recompensa de nues-tro trabajo” (EP 862).

Te he escrito, Luis, de algunos elementos dela pastoral en mi tiempo. Pero hay algo quesiempre me ha preocupado, que te lo trasmito

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en vuestro lenguaje y de lo que debéis hacermucho caso en vuestra pastoral. Me refiero a laimagen de Dios que estáis trasmitiendo con esapastoral. Qué Dios estáis enseñando a losniños, qué experiencia suya estáis contagiando.Porque según qué Dios les enseñéis y trasmi-táis, su vida cristiana será de una u otra mane-ra. Hay imágenes en las que podríamos incu-rrir más en nuestro tiempo y otras en el vues-tro. Como estoy terminando esta carta no mevoy a detener en esto, pero sí desearía insi-nuarte algunas cosas.

A veces la manera de hablar de Dios puedeevocar la idea de un Dios mágico, que es cuan-do uno puede controlar su poder. Lo que puedehacerse de una manera burda o más sutil. Pien-sa en lo que ha quedado en ciertas personas lapráctica de los primeros viernes. A través de esapráctica, consiguen lo que más quieren, su sal-vación. Me viene a la mente una persona, doctoren leyes, que contaba a un religioso de vuestrotiempo que ya había hecho los primeros viernesdurante 39 veces, por si acaso. Asegurarse deesta forma el amor de Dios es pura magia.

O piensa cuando de Dios se ha hecho lafuente inmediata de toda gratificación o detoda felicidad. Es algo parecido al comporta-miento de los nietos con su abuelo. Saben quedespués de todo nada se les va a negar, ni se lespuede negar. Pueden más que el abuelo. Podríatraducirlo en esa pastoral en la que se busca

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simplemente estar a gusto, y uno cree que hacelebrado algo con mucha fe cuando se lo hapasado muy bien. Y se hacen las mil cosas paraque no se “aburran”, para que los niños y jóve-nes queden gratificados, contentos, ¡qué bienque lo hemos pasado! El pasarlo bien se con-funde con la experiencia de Dios. ¿Es ese acasonuestro Dios?

Otras veces se da de Dios una imagen ambi-valente. Por una parte uno se va a confesar si sesiente a disgusto por lo que ha hecho, para asíestar en paz con Dios. Pero el Dios que le dapaz es el Dios que le amenaza con la ley, y poreso tiene que confesarse. Personas que usan laimagen de Dios Padre para amortiguar el sen-timiento de culpabilidad pero sin una expe-riencia de fe que libere.

O quienes piensan tener una imagen deDios Padre, y por tanto de alguien que nece-sariamente les ha de amar, porque lo propiodel Padre es amar, pase lo que pase, a sushijos, y más si ese Padre es nada menos queDios. Me pregunto, ¿dónde está la gratuidaddel amor de Dios? ¿Es que podemos someter aDios a nuestros comportamientos, olvidandoque está por encima de todo y que el bien noes algo que hacemos sino algo que recibimosgratuitamente de su amor? Si Dios es gratuito,con esa imagen ¿dónde está nuestro Dios?

Luis, no están sólo estas imágenes. Haymuchas otras que siendo falsas las trasmitimos.

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¿Por qué no leemos la carta a los Efesios, elcapítulo 1 y examinamos ante lo que dice eltexto sagrado, qué imagen tenemos de Dios yqué imagen damos de Él?

Con corazón paterno

José de la Madre de Dios

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Carta 11ª

Los desafíos del presente

Querido Luis: hoy me proyecto hacia ti y eltiempo en que vives. Porque pensaba estamañana que tenéis unos retos muy importantesante los que os enfrentáis y me gustaría decirtealguna palabra, teniendo como trasfondo laescuela calasancia. Soy consciente, lo sabesporque te lo he repetido, que los tiempos hancambiado; no quiero tratar tus cosas con mimentalidad. Por eso hago el esfuerzo de situar-me en tu contexto y hablar sólo desde él. Poreso no encontrarás en esta carta ninguna cita delas mías. Hablo de los desafíos “del presente”,de tu presente, de vuestro presente.

Quisiera detenerme en dos grupos: unosque se relacionan con el ministerio calasancio;los otros que hacen referencia al educador cala-sancio. Lo que te quiero exponer hoy son senci-llas pistas de reflexión, no pretendo más. Desdeesas pistas sois vosotros, porque la carta, comotodas, van para ti y los educadores calasancios,quienes tenéis que extraer consecuencias, refle-xionar y ver si algo hubiere que cambiar.

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Comencemos por el ministerio. El nº 90 delas Constituciones, que es el que abre el capítu-lo sobre este aspecto de la vida escolapia, dice:“El Espíritu Santo, que concede a cada uno supropio carisma para edificación del Cuerpo deCristo, inspiró a nuestro Fundador la obra delas Escuelas Pías. Nuestra Orden participa demanera específica en la misión evangelizadorade toda la Iglesia por medio de la educaciónintegral de niños y jóvenes, sobre todo de losmás necesitados, plasmada en el cuarto votoespecífico”.

Por tanto lo que la Iglesia quiere de lasEscuelas Pías en el momento presente es que sedediquen a educar, que lo hagan de una mane-ra integral, a todos los niños, sobre todo a losmás necesitados. Tres elementos que merecenvuestra atención porque señalan la voluntad dela Iglesia, y ella es la que interpreta los carismasde los Institutos.

Lo primero es que el ministerio os lleva a“educar”. Las Escuelas Pías tienen el ministeriode la educación dado por la Iglesia. Te indicoalgunos aspectos que habría que repasar,enfrentar y dilucidar respecto a este primer ele-mento:

Hay que repensar cómo podéis educar. Conesto quiero decir, qué educación queréis dar.Porque la manera de educar afecta a la mismaeducación. Por ejemplo, se puede educar deuna manera rica a los pobres, y se puede hacer

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al revés, dar una educación según criterios jus-tos, solidarios, no violentos a personas que porsu condición social son más bien ricas. Muchasveces discutís sobre el objeto de la educación, yno digo que hagáis mal, que también esto hayque hacer. Pero más importante es la clase deeducación que impartís. Cuando a un rico se leenseña –y lo va comprendiendo y aun mejorviviendo– que tiene un deber con la sociedady que no está en el mundo para aprovecharsede su suerte, no es lo mismo que cuando a unpobre se le enseña lo contrario. La forma deeducar modifica la misma educación.

Hay que repasar los valores que buscáis trans-mitir con la educación que impartís. Biensabéis la importancia de los valores. Quienenseña solidaridad, amistad, ayuda, austeri-dad, no puede obtener lo mismo que quieneduca en las actitudes opuestas o contravalo-res. Se habla mucho de valores, pero lo impor-tante es vivirlos. Sé que a los jóvenes les atraenlos valores exigentes cuando se les presentancon radicalidad, fuerza y nitidez. Necesitáis unmundo donde no reine la violencia, en el que lapaz sea un bien no sólo deseado, sino buscadoy por el que se empeñe la gente. Da miedo aso-marse a los medios de comunicación porqueuno se asoma a un mundo en el que han deja-do de ser verdad las palabras del Génesis: “yvio Dios que todo era bueno”. El mañanadepende mucho de lo que hagáis hoy con losjóvenes. Y dado que hay tantos que no son edu-

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cados en los valores de un mundo mejor, esjusto que lo hagáis vosotros en la escuela, ahídonde tenéis tantos jóvenes cuya vida futurapuede depender en parte de vosotros. Segúnlos valores que promováis, así será vuestraeducación.

Se requiere una educación totalizadora, queafecte a la persona entera, que no cree dicoto-mías de ningún género. Hay que atender a todala persona. No se trata tanto de que de la escue-la salgan grandes inteligencias, aunque sedeban promover; ni que salgan importantesteóricos de la ciencia, aunque ésta haya de sercuidada con esmero; se trata de atender a todaslas dimensiones de la persona, porque el hom-bre es un todo, corazón y espíritu, inteligenciay amor, fuerza y debilidad, todo al mismo tiem-po. Todo, sin duda, hay que cuidar, pero lo quese quiere es que salgan personas de verdad,que sepan discurrir y amar, entregarse y tenerconciencia de sí, vivir autónomamente y acudirsin reparo a ayudar las necesidades de losdemás. Después de todo, las personas son edu-cadas más por las actitudes de los educadoresque por la ciencia que poseen y desean trans-mitir.

Hay que diseñar el modelo de centro educativoque deseáis, de acuerdo con el lugar, las nece-sidades que existen y las posibilidades que seofrecen. Es claro que no resulta lo mismo edu-car en Estados Unidos que en Filipinas. No

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quiere decir esto que haya que dar mejor edu-cación en un lugar que en otro. Si la educaciónbusca posibilitar personas, éstas tienen los mis-mos valores, iguales derechos e idénticas obli-gaciones en todas partes. Pero el centro educa-tivo será distinto por un conjunto de condicio-namientos provenientes del lugar, la cultura,las posibilidades, la mentalidad y tantas otrasrealidades que afectan a la educación. Por esoen cada lugar hay que responder al modelo decentro educativo.

Hay que atender a todos los agentes educativosy poner atención en su selección y formación.He aquí un elemento importante para conse-guir una educación digna, de acuerdo a losprincipios de la escuela calasancia. La selecciónno consiste en la discriminación injusta ni en elfavoritismo obsceno, sino en la evaluación delo que debe poseer el educador calasancio. Almenos de entrada. Quien convierte la selecciónen el juego y cumplimiento de sus deseos o enel simple imperio de su voluntad, está hacien-do un flaco servicio a la escuela calasancia, ypor lo tanto está perjudicando a los niños quehan de pasar por las manos de ese nuevo edu-cador. Una vez dentro de la obra, los educado-res han de ser formados, no sólo profesional-mente, sino en los principios que rigen laescuela calasancia.

Hay que trabajar de manera especial con loslaicos colaboradores, para que vayan compartien-

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do la misión escolapia y se sientan agentestransformadores según el pensamiento del ini-cio de las escuelas; pero de ello te hablaré enespecial en otras cartas.

Debéis pensar en el modo de ayudar a losniños en las necesidades no cubiertas por la educa-ción formal. Algo muy necesario en vuestrotiempo. Me parece que es una forma muy ajus-tada de vivir el carisma calasancio. Ahí tenéis alos pobres. Ahí están quienes no pueden seguiradelante porque les falta la base o el reconoci-miento de sus conocimientos. Me parece desuma importancia que os dediquéis a estecampo, que no lo olvidéis, que pongáis en ellovuestras mejores fuerzas, de la misma maneraque en mi tiempo yo quise que en la escuelaque se preparaba a los niños para salir a la vidaestuvieran los mejores maestros porque era allíprecisamente donde más se necesitaban.

Otro objetivo imprescindible es ir optandopoco a poco por una transformación de los centrosen lo que puedan cambiar. La sociedad ha idocambiando, las personas van evolucionando,no podéis permitir que los centros permanez-can anclados. Un centro o se transforma poco apoco o muere. Es ley de vida, mejor, de muerte.Si un centro no va dando respuesta a las exi-gencias de la sociedad y de los padres de fami-lia, si no satisface las ansias de los estudiantesen sus mejores anhelos, no tiene sentido y aca-bará por desaparecer. Además nunca he queri-

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do que la escuela calasancia fuera correa detransmisión que privilegia a unos pocos y olvi-da a la gran mayoría, ni he querido que fuerancentros sin identidad cristiana.

Algo que me está muy en el corazón es repa-sar si la educación que se imparte conduce a laliberación de la persona o a reproducir patronesdemasiado conocidos. En este punto sé que nose puede hacer demagogia pero tampoco ospodéis dar simplemente por vencidos. Dema-gogia es creer que sin más la educación queimpartís puede cambiar vuestra sociedad, tanadelantada y que vive en democracia, aunqueno en todos los lugares. Quizá lograr semejan-te objetivo era más fácil antes. Demagogia escreer que la educación sin compromiso va alograr realizaciones que cuestan y que no vanen la línea de quienes tienen el poder en lasociedad. Pero darse por vencido es creer quela educación no puede conseguir nada y que nomerece la pena luchar por ella, sino que loúnico que importan son unos conocimientos deacuerdo con los de la sociedad o con la menta-lidad de los poderes públicos. Las dos cosasson extremas e inexactas. Es cierto que la escue-la calasancia nació en contexto de liberación declase, aunque no se llamara así ni se tuvieranentonces esos conceptos; pero es lo cierto siqueremos traducirlo a vuestro lenguaje y avuestros conceptos. Hoy vosotros debéis ense-ñar en un contexto muy diferente del nuestro.Mantener la fe en una sociedad secular. Acep-

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tar a Dios en un mundo donde no se evidencia,instruir a los niños en los valores de justicia,paz e igualdad, superar las diferencias impues-tas por sus mayores, creer que todo eso esluchar por la liberación de la persona aunquesea de una forma distinta a como nosotros lohacíamos.

Finalmente, tenéis que estudiar las necesida-des concretas de los ambientes en que se encuen-tran los centros para buscar una respuesta.

He aquí, Luis, algunas notas de lo que ten-dría que ser la educación. Pero, como dicen lasConstituciones, debe ser la nuestra una educa-ción “integral”. También podemos hacer algu-nas consideraciones desde la vertiente de laeducación “integral”.

Es lógico que la educación integral pida laatención a la persona en su unidad y totalidad, sinolvidar ningún nivel constitutivo. Se debe edu-car la inteligencia y el corazón, los sentimientosy los conceptos, la voluntad y el deseo, losactos y los hábitos, todo cuanto pertenece a lapersona. Decimos que no está completo el cuer-po al que le falta un miembro; pues bien, si noeducamos cada uno de los aspectos de la per-sona, tampoco educamos integralmente. Ennuestro tiempo hablábamos de “piedad yletras”; vosotros habéis acuñado “fe y cultura”,dos maneras diferentes de referirse a lo mismo.Pero la suma de las dos realidades da la perso-na “en sí”; es el “en sí” de la persona lo que hay

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que educar. Si de nuestros centros salen perso-nas auténticas, podemos decir que hemos con-seguido el fin que nos proponíamos

Esto os tiene que llevar a reexaminar la forma-ción cristiana que dais. La escuela calasancia nopuede ser una escuela pública que se diferenciapor la calidad de la enseñanza que imparte enlas diversas materias. La escuela calasancia noes una escuela pública que se distingue por lascalificaciones que obtienen los alumnos. Losuyo propio es que, sin dejar de tener calidadacadémica, prepara religiosamente a los niñospara que lleguen a ser auténticos cristianos,capaces de dar testimonio de su fe en todos losambientes en que se hallen.

No basta la enseñanza religiosa, ni es quizálo fundamental. En la escuela o en las activida-des extraescolares hay que revisar si se intro-duce a los alumnos en la experiencia de fe, adap-tada a ellos. Cristiano no es quien conoce ladoctrina cristiana, sino quien vive de acuerdo aella. Sé que el tema está debatido en muchoslugares. Hay quienes abogan simplemente poruna cultura religiosa para quienes la deseen,sustituida por una ética para quienes no dese-en lo religioso, ni siquiera como cultura; otros,creen que el ámbito propio de la experiencia defe es la parroquia y no la escuela, y que ésta entodo caso ha de ofrecer unos conocimientos delas religiones o quizá incluso especialmente dela religión católica, pero sin más. Ten en cuen-

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ta, Luis, que la escuela calasancia abarca muchospaíses, incluso aquellos donde la religión católi-ca no es la numéricamente más numerosa, nisiquiera la más antigua de las que existen en lanación. Son muchas las situaciones, y no puedoentrar en un caso concreto, como si escribiera auna nación exclusivamente. Estas cartas van atodos mis hijos. En ese sentido hay que respetarcada uno de los lugares y cuidar el modo cómoos comportáis en ellos. Pero de manera generallo importante es que la religión no se quede ensimple conocimiento, sino que ha de pasar a servida, fe explícita en el Señor Jesús. Eso quise yocon mis escuelas y si los tiempos han cambiado,habrán cambiado los modos, las maneras, perono la finalidad última de la vida, llegar a adorarde corazón a Dios y a tener fe en su Hijo amado.Ya sé que va a depender mucho de las situacio-nes, pero sea de una manera u otra hay queintroducir a los alumnos en la experiencia de fe,no como algo que se impone, sino como algoque se ofrece de tal manera que atraiga a losniños.

No podéis olvidar el entronque eclesial quecreáis en vuestros centros, de forma que esteelemento ayude a los muchachos cuando dejenel lugar donde estudian. Es momento delicado,en el que se hacen opciones que pueden marcarel resto de la vida. La fe se vive en comunidad.Si no se tiene el soporte comunitario es muydifícil mantenerse cristiano y ser consecuentecon esta manera de ser.

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Hay que propiciar procesos pastorales globalesque ayuden a los alumnos, pero procesos queno terminen con la permanencia en el colegio.La salida del mismo es un momento crucial, ysi no se está de alguna forma inserto en ungrupo que acompañe a un joven, puede dejarcon facilidad cualquier pertenencia religiosa,porque nacen otros intereses, porque lo religio-so no ha prendido con fuego en el alma, porquehay otras cosas que tiran más del joven.

Por eso hay que plantearse la posibilidad yel modo de crear comunidades cristianas, ayu-dando al desarrollo de fe de los alumnos.

Y, no lo olvido, hay que apostar por la pasto-ral vocacional integrada en una pastoral juvenil.Las Escuelas Pías necesitan más religiosos esco-lapios. En las cartas siguientes me referiré alnuevo hecho de la vinculación de los laicos alas Escuelas Pías; pero ¿a qué se van a vincularsi no existen ya los escolapios? Porque no setrata simplemente de si llevarán nuestrasobras; ese es un problema, pero no está ahí elverdadero problema. Se vinculan dos partes,pero no una sola; de ahí la importancia de unaverdadera pastoral vocacional. Ya sé que se danalgunas razones para decir que los religiososvamos a ser cada vez menos (¿pero ninguno?),pero también se va haciendo esto un lugarcomún y quizá tendríamos que empezarlo aver de una manera crítica, lo que no quieredecir que no esté de acuerdo con alguna de las

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cosas que se dicen: que la vida religiosa no espara muchos, que en el futuro no habrá tantasvocaciones (¿y quién lo sabe? ¿no es cierto queen la historia de la Iglesia ha habido tambiénépocas de pavorosa disminución de vocacionesy luego se ha superado?), que la escuela noatrae como ministerio hoy día a los jóvenes(¿no atrae la escuela, la educación, el modocomo lo hacéis o el modo que ven cómo vivenlos religiosos en comunidad?), y más razones.Pese a todo mi pregunta recae sobre el mismohecho de la pastoral vocacional. ¿Es que Diosno sigue llamando en algunos lugares o puedeser que no presentemos bien su llamada?¿Puede haberse aburrido Dios de llamar a per-sonas de su Pueblo a vivir de otra manera,como lo ha hecho desde hace siglos? ¿O es queel Pueblo ya no es el Pueblo del amor incondi-cional que se entrega a su Dios?

El tercer elemento abunda en lo que hansido las primeras cartas y por eso no voy adetenerme en él: el ministerio escolapio que espara todos los niños, sin embargo se dirige deuna forma especial hacia los más deshereda-dos. Sólo tres interpelaciones:

Tenéis que plantearos de nuevo la posibili-dad de introduciros en lugares más necesitados.Veo que lo vais haciendo, y es una dinámicaque no ha de faltar nunca.

Tenéis que estudiar el modo cómo los centroseducativos del primer mundo han de responder tam-

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bién a esta característica; ahí se requiere creativi-dad, apertura a las necesidades que no atiendeel Estado y capacidad de respuesta según lasposibilidades de cada lugar.

Y, finalmente, hay que saber encontrar a Cris-to en los necesitados como experiencia personal.

Los desafíos del presente, Luis, no son sólorespecto de la educación; lo son también enrelación al educador. Desde dos puntos devista: un educador que se mira a sí mismo,mira su vida y mira también a los demás.

La mirada a él mismo le obliga a hacer unbalance de su vida bajo algunos aspectos. Siquiere educar bien tiene que poseer una actitudde autenticidad, de espíritu de verdad, de liber-tad interior; de lo contrario no se enfrentará con-sigo mismo y con las mentiras ocultas que tan-tas veces suelen llevar en sí las personas.

Tiene que reconciliarse con su propia histo-ria. Cuanto más realista para reconocer la pro-pia ambigüedad, tanto más esperanzado res-pecto al futuro. Debe recordar que no podráaceptar su historia si necesita aún justificarla.

Tiene que ver los ejes de fuerza de su vida,las líneas fundamentales de su proceso, las cla-ves en las que se está jugando su situaciónactual y su futuro.

Ha de ser consciente de la experiencia entorno a la cual se está desencadenando su vidaprofunda aquí y ahora.

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No puede olvidarse de sí mismo y de cuan-to estamos diciendo como si fuera algo que nointerfiere con la educación, pues todo lo que sees repercute en lo que se hace y, en consecuen-cia, en la educación que se imparte.

El educador tiene que hacer balance tambiénde su vida en relación a los demás. He aquí algu-nos puntos que le sugeriría brevemente queatendiera bajo este aspecto.

La entrega desinteresada a los otros. La educa-ción se funda en la gratuidad de quien ofrecesu saber, y ese conocimiento está apoyado en laactitud de todo el ser. Sin gratuidad es difícileducar. Gratuidad no en el sentido de que eleducador no gane su vida con la actividad queejerce, sino gratuidad como actitud del ser queno mide su entrega por el salario que recibe,porque busca la persona y su realización y esoestá por encima de cualquier precio que sequiera poner.

El amor incondicional a los alumnos que se tie-nen. Un amor que va muchas veces más allá dela respuesta que recibe. El educador sabe quesu reacción no puede ser como la de sus alum-nos, y ama a cada uno en su singularidad, porencima de motivaciones humanas, un poco asemejanza de cómo Dios nos ama a nosotros.Al fin y al cabo el educador puede en muchasocasiones verse reflejado en la vida de aquellospor quienes ha ido trabajando.

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El trabajo por los necesitados. Tendría que ocu-par un centro especial en su tiempo y en sucorazón. Ahí late con fuerza la escuela calasan-cia y cuanto más presente tenga esta realidaden su vida, ha de ser consciente de que respon-de más a su verdadera vocación calasancia.

El esfuerzo por el cambio. De él te he dichoalgo, Luis, desde la vertiente del ministerio. Nohay por qué insistir más aquí, pero lo uniríacon la lucha por la justicia. El educador realizaese hecho en el estrecho espacio de la educa-ción cuando procura que se dé en todos losámbitos en los que se encuentra presente. Lajusticia puede quedar machacada en la relacióncon los mismos alumnos, con los padres defamilia, con los restantes educadores. Dependede las propias actitudes o comportamientos.

La acogida del otro. Fundamental para que laeducación produzca fruto. Sólo cuando uno sesiente amado, puede ser educado. Todo el restoresbala por la persona y no significa nada.

Luis, he recorrido algunos aspectos que meparecían importantes. Muchas cosas se podríadecir de cada uno de estos aspectos y citarmuchos más, pero mis cartas tienen y quierenser eso, cartas, retazos de la vida y motivos dereflexión.

Con amor de padre

José de la Madre de Dios

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Carta 12ªSer colaborador de las Escuelas Pías

Querido Luis: en estas últimas cartas quierocambiar de perspectiva. Todo parte de las pala-bras que os dirigió el papa Juan Pablo II en laExhortación Apostólica “Vita Consacrata”. Enella se lee: “Debido a las nuevas situaciones nopocos Institutos han llegado a la convicción deque su carisma puede ser compartido por loslaicos. Estos son invitados por lo tanto a parti-cipar de una manera más intensa en la espiri-tualidad y misión de los mismos Institutos”.

Estas palabras han abierto una panorámicainusitada en la vida religiosa. A raíz de las mis-mas he percibido un movimiento de laicos quequieren encarnar las palabras del papa en supropia vida. Y me he dado cuenta de que tam-bién en las Escuelas Pías se está dando estefenómeno en muchos laicos que de diversasmaneras quieren vivir lo que dice el papa.

En estas últimas cartas quiero abordar estetema que he visto que habéis tratado en distin-tos foros, incluso en capítulos generales, y sehan emanado documentos que aun siendo por

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ahora “ad experimentum” tienen gran impor-tancia para la Orden y para su futuro y marcanuna línea a seguir.

Este fenómeno tiene dos grandes soportes.El primero y principal es el descubrimiento dela importancia del laico en la Iglesia. Es algoque nosotros nunca pudimos vivir. En nuestrotiempo el laicado no tenía ningún valor; no sehablaba de él y el laico no significaba nada enla Iglesia. En ella lo importante era la jerarquía.En esto pudo pesar mucho la celebración delconcilio de Trento y la posición antiprotestantede la jerarquía, al margen de una tradición quehabía marginado al laicado hacía ya muchotiempo. Vosotros habéis tenido la suerte de lavivencia del Vaticano II o, si sois jóvenes, lavivencia de las consecuencias del mismo, queaunque hay aspectos que empiezan a no con-vencer, fue, sin embargo, un aldabonazo en laIglesia y un abrir de par en par las ventanas dela misma para reencontrarse con lo mejor desus inicios. El Vaticano II fue el espacio de refle-xión y vivencia donde el laicado cobró todo suvalor y riqueza; se descubrió la importanciaque tenía en la Iglesia, y se vio cómo funda-mentalmente ser cristiano consiste en ser laico.Cristiano es el laico que sigue a Jesús. De ahíque lo que había que definir no era el laicado,sino las otras formas de vida.

Este descubrimiento está a la base de todo eldesarrollo posterior. Si a ese hecho se le aña-

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den, como segundo elemento, las palabras delpontífice Juan Pablo II, no me extraña el movi-miento que ha surgido en la mayor parte de lasCongregaciones y Órdenes religiosas que hayen la Iglesia y que lo están desarrollando dedistintas maneras.

Te escribo sobre este hecho central, de laimportancia del laicado en la Iglesia y deldeseo de muchos laicos de tener una relaciónmás estrecha con la otra forma de vivir el segui-miento de Jesús que es la vida religiosa.

Me doy cuenta de que también esta concien-cia se ha despertado en las Escuelas Pías. Inclu-so he visto el deseo de laicos de vincularse conlos religiosos, y que la Orden ha expresado encuatro formas diferentes, con estos nombres, laforma de “Cooperación”, la de “Participación”,la de “Integración carismática”, y la de “Inte-gración jurídica”.

Luis, en esta carta me refiero de maneraespecial a la forma llamada “Cooperación”porque quiero dedicar una carta a cada maneraconcreta de vincularse con las Escuelas Pías.Deseo decirte mi pensamiento, animar a losrecalcitrantes, señalar si veo alguna dificultad ytratar de discernir lo que hay que hacer enmuchos casos.

Un primer sentimiento que se debe desper-tar en las Escuelas Pías es la preocupación portodos los colaboradores de la acción escolapia.

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Y en este caso me refiero a cuantos de algunamanera, la que sea, trabajan en alguna presen-cia escolapia, pues así colaboran con las Escue-las Pías. Son personas que viven un proceso alo largo de todo el tiempo que están en lasObras escolapias, o al menos durante los pri-meros años de su estancia.

En este proceso se debe suscitar y cultivar lavocación educadora, porque puede ocurrir quehaya personas que se encuentran en el campode la educación no por motivos estrictamentevocacionales, sino por otras razones no muyafines a la vocación educadora. Pudiera ser queno hubieran encontrado otro lugar dondeganarse la vida y han optado por lo que hanencontrado; y ganarse la vida es un oficio muydigno y laudable. Por eso en este proceso de lapersona que colabora se quiere suscitar, si no latuviera, y cultivar, si la tuviere, la vocacióneducadora.

Se ha de impulsar así mismo el sentido de per-tenencia. Es decir, lograr que quien trabaja vayapoco a poco considerando su lugar de trabajocomo un espacio en el que se encuentra com-prometida su vida, algo que en cierta maneraes también suyo. Es lo que constituye el senti-do de pertenencia. El lugar de trabajo no es unlugar inhóspito, sin ningún valor positivo en lavida; más bien es un lugar en el que en ciertomodo se encuentra como en su casa porque hallegado a identificarse con él.

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Otro elemento es la corresponsabilidad quehay que desarrollar y que es necesaria paracrear lo que antes hemos llamado sentido depertenencia en la persona. La persona no estápasiva en la Obra, al margen de su trabajo, sinoque se siente corresponsable con cuanto vasucediendo, lógicamente en niveles que habráque definir.

Finalmente, en esas personas que han entra-do en las obras escolapias y quizá están dandolos primeros pasos de la “colaboración” se hade despertar, o al menos intentarlo, procesos quepuedan conducirles a nuevas propuestas devinculación, respetando siempre su autonomíay decisión. Han de saber que viven una vincu-lación que se llama “colaboración”, pero queexiste la posibilidad de crecer en esa vincula-ción con nuevas formas que se les puede pro-poner si están de acuerdo.

Luis, he querido comentarte el perfil de laspersonas que están en este primer modo devinculación con la Orden. E insisto que en esteprimer modelo se encuentran todos aquellosque colaboran de alguna manera en las presen-cias escolapias. De todos ellos ha de cuidarse laOrden. A todos ellos se han de aplicar losaspectos ahora citados porque son generales,respetan la libertad de todos y, al mismo tiem-po, se les da la posibilidad de andar un caminoy de ir más adelante en la integración en lasEscuelas Pías.

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¿Cómo juzgo yo este fenómeno? Antes quenada me parece gracia de Dios. Por fin ha des-pertado el laicado, ha comprendido su digni-dad, conoce sus derechos y obligaciones y se hasentido llamado por el Espíritu a renovar suvida por medio de una vinculación más estre-cha con otra forma de vivir el seguimiento cris-tiano que es la vida religiosa. Este hecho va aenriquecer tanto a la vida laical como a la reli-giosa.

Es también un hecho eclesial, porque me doycuenta de que se da por todas partes en la Igle-sia. Por eso no se puede temer ante semejantehecho; es la misma Iglesia quien lo ha recibidode la gracia del Espíritu que es quien lo ha sus-citado en las Órdenes y Congregaciones reli-giosas.

Por eso no seáis como algunos que no quie-ren reconocer la riqueza de este rasgo y enton-ces acuden a razones nada limpias para expli-carlo. Afirman que todo esto que está ocurrien-do nace simplemente de un oportunismo bara-to. Que todo se asienta en la falta de vocacionesa la vida religiosa. Que si ésta tuviera hoy lafuerza y riqueza de tiempos anteriores, nuncase hubiera acudido a los laicos. La petición deayuda no es otra cosa que manifestación de ladebilidad numérica para llevar adelante lasobras que se tienen. Luis, yo no lo veo así. Aun-que no quería hacer mención del pasado, deseono obstante que sepas todo lo que me ocurrió a

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mí. Entre 1597 y 1614, sobre todo desde que lasescuelas se trasladaron a Roma en 1600 una vezmuerto el párroco de santa Dorotea, me apoyéen maestros que eran laicos y sacerdotes. De talmanera que tengo que decir muy alto y paraalegría vuestra, que en las escuelas antes fue-ron los laicos que los religiosos. Yo trabajé codoa codo con ellos antes de fundar la Congrega-ción Paulina.

Es cierto que llama la atención ver tantavariedad de maestros en tan pocos años, porejemplo, entre 1604 y 1612. Mira, de los que hanllegado noticia a vosotros, y no conocéis atodos, y que trabajaron en las escuelas, duranteel servicio a las mismas fallecieron ocho, deja-ron la obra 54, y en septiembre de 1612 sólo meacompañaban diez colaboradores; en octubrede 1614, cuando la unión con los Padres deLuca, mis colegas eran sólo 8; en 1617, solo unode los de 1604 estaba junto a mí, el querido yanciano P. Gaspar Dragonetti.

Una pregunta que muchos se hacen, ¿por-qué este fluir continuo de maestros, tanto delaicos como de sacerdotes que entraban y deja-ban las escuelas? Pues ocurría que muchos queentraban en ellas para enseñar, una vez apren-dido el oficio, se iban a tener sus escuelas aotros lugares por propio interés, pues en misescuelas se daba sólo comida y habitación.

Con esto quiero decir, Luis, que también yotuve al inicio de las escuelas colaboradores,

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que me ayudaron mucho, que sin ellos no lashabría podido sostener y conservar; que escierto que me fueron fallando, y que esto ostiene que enseñar, a vosotros laicos, pero tam-bién es verdad que vuestra situación es dife-rente. Vosotros, colaboradores de las EscuelasPías, que trabajáis con los escolapios, tenéisuna seguridad que faltaba en mi tiempo. Pormi propia experiencia te puedo decir que hayque cuidar a todos los colaboradores como elgran potencial que tienen las Escuelas Pías yque ahora poseéis elementos y posibilidadesque a nosotros nos faltaban. El gran desafíode todo educador es siempre la formación.Hay que emplear todos los medios para laformación y no creer nunca que ésta se ha ter-minado porque uno ha conseguido ya unpuesto en una escuela, en un colegio. Yo pidoa mis hijos que tengan muy en cuenta esteaspecto y que no permitan que a los colabora-dores les falte la formación en todos los ámbi-tos en que deben moverse dentro de lasescuelas.

Luis, ahora tengo que ser testigo de mis hijosreligiosos escolapios ya que no puedo dirigir-me a ellos y pedir su opinión. Pero quiero res-ponder yo por ellos a algunas preguntas que aveces os hacéis los laicos cuando se aborda estetema. No creo que mis respuestas sean gratui-tas, sino que vienen avaladas por lo que me haido llegando de los diversos lugares de laOrden.

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La primera pregunta es, ¿quieren acasocaminar con vosotros los religiosos? Te res-pondo que sí, estoy convencido que sí. Loquieren. Se van concienciando poco a poco,más unos, menos otros, en unos lugares másque en otros, pero lo quieren. Comprendenque vosotros estáis pidiendo espacio. Ven estecamino como una realidad esperanzadora yestán convencidos de que hay que seguir poresta senda. Muchos están seguros de que lespodéis dar una visión más amplia de la vida yque incluso les podéis ayudar a descubriraspectos nuevos del carisma y a darle a ésteuna lectura más actual. Muchos de ellos con-fiesan que este nuevo camino puede suponeruna transformación interna personal y comu-nitaria. Saben y experimentan que lo que osune con ellos es mucho más que lo que ospuede diferenciar.

No estaría de acuerdo con la verdad si noconfesara que hay también quien no ve tan cla-ras las cosas e incluso quienes tienen recelos, ya lo mejor se puede encontrar alguno que pre-feriría que no hubiera surgido este fenómeno;en una comunidad grande como es una Ordense pueden encontrar personas para todos losgustos. Pero, déjamelo decir, Luis, éstos, si exis-ten, son pocos, muy pocos, porque lleváis yaunos años trabajando en este campo y los reli-giosos han percibido los bienes que de estacolaboración se desprenden.

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A mí me parece que esta nueva realidadgenera ilusión y esperanza, porque hoy esincomprensible caminar solos; los religiososperciben que entre las dos vocaciones se da unacomplementariedad que las enriquece, y quedar cabida a los laicos es ser fieles al Espíritu.Muchos están convencidos de que este fenóme-no les ayudará a vivir más auténticamente lavida religiosa y les servirá para desinstalarse.

No te extrañe que diga estas cosas, ya que yomismo me quedé sorprendido al leer lo quedice el nº 12 del documento capitular El laicadoen las Escuelas Pías: “… y, al mismo tiempo, lafuerza vivencial de la incorporación de los lai-cos puede despertar del letargo a muchas con-ciencias dormidas y puede animar a otras a unadecisión más radical del seguimiento de Jesús”.

Con lo cual, Luis, no quiero engañarte y afir-mar que todo es oro pulido. No, existen tam-bién fantasmas que a veces brotan en las men-tes de algunos religiosos. Existe un ciertomiedo a perder la seguridad. Antes la tenían,sabían siempre lo que había que hacer, los lími-tes estaban bien claros y determinados; ahorapueden existir dificultades para afrontar conlucidez este proceso con todo lo que implica.Hay miedo a que podáis invadir sus espaciosfísicos cuando no se dan cuenta la riqueza queimplica rezar juntos, comer juntos, reír juntos,formarse juntos, aunque luego cada grupotenga sus propias actividades. Los miedos no

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sólo van dirigidos hacia vosotros, sino a veceshacia ellos mismos. Algunos tienen miedo aque aparezcan posturas intransigentes en lascomunidades; miedo a lo que puede suponerla desinstalación y a romper esquemas, miedoa tener que cambiar estructuras. Miedos que nose dan cuenta que les hacen mal y cuya ruptu-ra sería un bien para los mismos religiosos.Algunos confiesan tener miedo a desentender-se de la misión porque los cargos están enmanos de los laicos. Quizá la frase que resumemejor tantas de estas cosas es la que alguiendijo en sentido metafórico: “miedo a morir”.

Con todo esto quiero hacer hincapié en queexiste aún todo un camino por recorrer, peroque el camino hecho es muy largo e importan-te. Podría haberte hablado de las alegrías ygozos de muchos religiosos por lo que está ocu-rriendo en la Iglesia y en las Escuelas Pías;podría narrarte la vida de ilusión que ha surgi-do en muchos sea religiosos que laicos ante elcompartir común de tantas cosas que antes lesparecía imposible; podría contarte la felicidadde las reuniones, de las convivencias, pero deeso te tendré que hablar en otra carta, ya queesta primera trata de la vinculación “Coopera-ción” y no de las siguientes, donde los elemen-tos que he citado están mucho más presentes yse evidencian con más claridad.

La idea repetida hasta la saciedad es que alos colaboradores, como a todos los laicos (y

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también religiosos) hay que formarlos constan-temente. Cuando me disponía a decirte unaspocas cosas sobre este elemento, ha caído enmis manos el documento titulado “Orientacio-nes para un plan de formación del laicado escola-pio”. Ahí se habla de las diversas maneras devincularse a las Escuelas Pías y cómo hay queformar en cada una de ellas. Me ha parecido,pues, mejor, en vez de hablarte yo al finalizaresta carta, dejar que te hable la misma Ordende las Escuelas Pías y te diga lo que piensa eneste campo y lo que quiere hacer en él. Dicemás cosas de las que yo te pongo, pero no quie-ro alargarme y además tú mismo puedes leer eldocumento y así haces una cosa buena. He aquílo que afirma en el capítulo 1º, número 2, sobreel proceso inicial:

“El ingreso a la institución de una nuevafamilia, de un docente u otro empleado, es elpunto de partida para la formación en la moda-lidad de Cooperación. Dicha institución propi-ciará los medios para conocer la educaciónescolapia y vivir el ministerio educativo comoconjunción de educación y evangelización.

En este momento nos encontramos con unadiversidad de experiencias educativas anterio-res que, sin un trabajo armónico, pueden llegara la dispersión. Por ello:

Se ayudará a los recién llegados a conocer lodicho arriba propiciando, al mismo tiempo, elconocimiento de sí mismo.

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Se les apoyará para madurar en la vivenciaeducativa y el espíritu del ideario.

Se evitará el adoctrinamiento con una peda-gogía impositiva, dejando que el propio educa-dor sea protagonista de su proceso formativo,conjugando lo intelectual y lo experiencial, deforma que se vayan integrando vivencias.

Se acercarán a lo que es educar en las Escue-las Pías y su integración en las mismas.

Se enfocará el proceso de formación laicaldesde la secularidad y para la transformaciónde las estructuras, respetando las distintas for-mas y culturas en las que se encuentran inser-tas las Escuelas Pías, además de los diversosprocesos que existen en cada una de lasdemarcaciones. De ahí la conveniencia deconocer bien los ambientes en los que uno semueve.

Se hará comprender a nuestros colaborado-res su labor como ciudadanos, agentes partici-pativos que cooperan en el desarrollo deestructuras culturales más justas y fraternaspara todos, y progresivamente se vayan evan-gelizando, proponiendo no imponiendo, porcontagio con el compartir real y a través de unanuncio de fe adecuado al contexto. Enten-diendo, no obstante, que en la mayoría de loscasos, entre los incorporados, los educadoresson ya personas creyentes y en sintonía connuestro ministerio.

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Se les acercará al itinerario espiritual ypedagógico recorrido por José de Calasanz.

Siguiendo este camino educativo, podemosdecir que en la preparación de los laicos, lo pri-mordial de estos educadores será el formarloscomo agentes seculares de transformaciónsocial, de tal manera que se dé sentido y con-tenido a la educación integral promovida porlas Escuelas Pías. Simultáneamente, en unmovimiento ascendente y desde una opciónlibre, se irán evangelizando. Haciendo hincapiéespecial para ello en el testimonio de la Obra yde los propios laicos”.

Con amor de padre

José de la Madre de Dios

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Carta 13ª

Participar de la misión escolapia

Querido Luis: nada más escribir el título deesta carta, el corazón me ha empezado a palpi-tar. Cuando hablo de la misión escolapia nopuedo hacer otra cosa que enardecerme puesestamos en el centro de la vida escolapia. Ycuando veo la posibilidad, y aun el hecho, deque haya laicos que comparten con los religio-sos no sólo su trabajo, sino la misma misión,doy gracias a Dios por el fenómeno que abor-dábamos en la carta anterior. Si yo encontré migozo y alegría, si mi tesoro fue precisamente lamisión, que haya laicos y religiosos que siguenteniendo esa misma experiencia, me resulta deuna paz inmensa. Quiero, pues, hablarte deesta participación en la misión escolapia y dealgunos aspectos que se me ocurren leyendolos documentos que sobre el tema fueron ema-nados por la Congregación general.

En esa experiencia de itinerario de vincula-ción con la Orden hablamos en la carta anteriorde todos los colaboradores, de cuantos de algu-na manera intervienen en el hecho educativocalasancio en cualquier presencia de las Escue-

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las Pías. Decía que entre los aspectos de su per-fil se encontraba la posibilidad de facilitar aquienes lo desearan nuevos proyectos de vin-culación, formas nuevas de hacerlo. Pues bien,ahora nos encontramos con una de ellas.

Conozco personas a quienes no les basta conser excelentes profesionales, válidos educado-res; quieren vivir su vocación cristiana comotestigos de Jesús y de su Evangelio en el traba-jo que realizan. Han comprendido que lamisión, el ir a evangelizar es un mandato uni-versal, dado a todo cristiano, y ellos necesitanponerlo por obra precisamente en el lugar enque trabajan, en la escuela calasancia.

¿Cómo ha de entenderse esto? Mira, Luis, lopropio de la Iglesia es la misión, o, si prefieres,te diré que lo propio del cristianismo es lamisión. Si nos remontamos a las fuentes de larevelación hemos de decir que el Padre envía(misión) al Hijo al mundo para instaurar elReino de su misericordia y perdón a favor delos pobres y pecadores; el Padre y el Hijo enví-an (misión) al Espíritu Santo para que acompa-ñe a la Iglesia a lo largo de la historia y le“recuerde” lo que Jesús enseñó a los suyosdurante su vida mortal; la Iglesia envía(misión) a todos los cristianos a vivir esta face-ta por el mundo entero. “Id al mundo ente-ro…”, les dijo Jesús en el momento en que sedespedía de los doce. Por tanto, la Iglesia sedefine por la misión, que no es otra cosa que

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seguir realizando en el mundo lo que Jesúsempezó en su vida y llevó a cumplimiento conel Misterio pascual.

Para quien se sienta cristiano, la misión es lomejor de su llamada al cristianismo. Y se pre-gunta, ¿cómo realizar lo que Jesús hizo y lo quequiso que todos hiciéramos? Y aquí, en estecontexto, entran las Escuelas Pías. Tambiénpara ellas lo mejor de todo es su misión.

Te explico lo que nos ocurrió a nosotros alcomienzo de las escuelas. Como sabes, lasencontré yo en santa Dorotea un día de abril de1597. Y me enamoré de aquel trabajo y meentregué con todas mis fuerzas a él. Como tecomentaba en la carta anterior empezaron aentrar maestros que querían compartir el traba-jo de la enseñanza a los pobres; esos maestroseran laicos y sacerdotes. Me ayudaban y sinellos no hubiera podido sacar adelante lasescuelas. Este grupo, que iba variando constan-temente en su composición por la constanteentrada de unos y salida de otros, tenía no obs-tante un núcleo bastante consistente. Y viendolas dificultades que creaba ese trasiego demaestros, y cómo el núcleo se iba conservando,me decidí a pedir al papa Clemente VIII que loconstituyera en Congregación secular, cosa quehizo de viva voz. Estábamos en el año 1604. Yse determinó que “los Operarios de las Escue-las Pías vivieran en común, contribuyendo elque pudiera, y el que no pudiera sería provisto

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por el fondo común, y aun a muchos se lespagaba”. Así vivimos durante un cierto tiem-po. Al final, pasado más de un decenio, se llegóa la fundación de la Orden de las Escuelas Pías.

Luis, quisiera insistir en este aspecto que dife-rencia la experiencia que yo tuve de la que esnormal tener. En el inicio de las escuelas, lo pri-mero que apareció fue la misión, es decir, lasescuelas; después vino el descubrimiento de lanecesidad de la comunidad, porque era difícil lamisión si no se vivía en comunidad, y, finalmen-te, esa comunidad se constituyó en Orden reli-giosa, aunque no fuera con las mismas personas.

Hoy suele suceder al revés. Se entra en lavida religiosa, y se hace el noviciado; lo prime-ro que se vive es lo último que vivimos noso-tros; después, en la vida religiosa se va apren-diendo lo que es la comunidad, cómo hay quevivirla, las normas que hay que observar y lariqueza que puede y debe entrañar para todoslos hermanos; finalmente, cuando ya se hanemitido los votos y se cree que una personaestá formada, se le lanza a la misión. No estaríamal discernir estas dos maneras diferentes dehacer el mismo proceso, cada una de ellas alrevés de la otra; lo que esto puede presuponery si como se hace hoy día es la mejor manera dellegar a vivir la misión calasancia.

Vayamos adelante. Luis, es importante quete preguntes por el sentido de la misión cala-sancia. Porque si estamos en la modalidad de

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“participar la misión”, quienes quieran dar estepaso tienen que tener muy claro qué es lo quedesean hacer y en qué consiste esa realidad a laque se quieren entregar, compartiendo con losreligiosos aquello a lo que ellos se han entrega-do. Yo doy la siguiente respuesta para animar-te a que te centres en ella: la misión es lo fun-damental en la vida escolapia. Nacimos para lamisión; vivimos para la misión; estamos ena-morados de la misión; gastamos la vida en lamisión; no se nos entiende de ninguna manerasi no es desde la misión.

La misión calasancia proviene de la misióneclesial y es la misma misión eclesial, pero rea-lizada desde una perspectiva y en clavemenor. La misión eclesial viene realizada portodos los cristianos, laicos, religiosos, sacerdo-tes, todos. Las Órdenes y Congregaciones reli-giosas tienen su manera particular de partici-par en ella desde lo que es su servicio eclesial.Lo pueden realizar de muchas maneras, y lasEscuelas Pías lo realizan a través de la educa-ción integral de niños y jóvenes, sobre todomás desfavorecidos.

Todo en las Escuelas Pías está referido a lamisión. Si nacimos para ella quiere decir que lamisma vida religiosa está en función de lamisión. Con esto no se “funcionaliza” la vidareligiosa, como si dependiera simplemente dela misión. En la vida religiosa se está enamora-do del Señor Jesús, se le quiere seguir con todo

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el corazón, con toda el alma, con todas las fuer-zas y todo el ser, pero como eso hay que hacer-lo de alguna manera, el modo de hacerlo es lamisión que se tiene, como el modo de hacerlootras Órdenes es la misión que ellas tienen.Que la vida religiosa está en función de lamisión quiere decir que todos los elementosque la constituyen tienen una relación especialcon la misión, sea la pobreza, la obediencia, lacomunidad y los restantes. Por eso hay unapobreza escolapia y una obediencia escolapia,y seguiría adelante. Podemos decirlo de otramanera, tiene que haber una pobreza demisión, una obediencia al servicio de la misióny así sucesivamente.

La alegría de esta carta es constatar que haylaicos que se sienten llamados a compartir estamisión con los escolapios. Lo harán desde sulaicidad, pero lo harán tan bien como lo pue-den hacer los escolapios desde su vida religio-sa. La misión es única para religiosos y laicos, yambos se encuentran unidos por el mismo inte-rés, por igual deseo de llevar adelante lo que laIglesia nos dio en nuestro tiempo. Es la maneracristiana como un laico tiene de vivir su cristia-nismo cuando se encuentra incorporado a laOrden de las Escuelas Pías.

Luis, la misión hay que desarrollarla enáreas distintas. Hablamos de forma general de“misión” y está bien hacerlo, pero cuando sepiensa en concreto hay que saberla aplicar a

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espacios particulares en los que encuentra sumejor vivencia. Te cito algunas de esas áreas.

La misión escolapia se realiza en la evangeli-zación. Quizá no te parezca nada especial, yaque es propio de todo cristiano el evangelizar,y tienes razón. A eso fuimos enviados por elSeñor Jesús cuando se despedía de los suyos. Elmandato de Jesús de evangelizar es universal,y todos nos hallamos implicados en esta tarea.Hay que evangelizar a todos los hombres y hayque evangelizar todas las tierras del mundo. Escierto. Por lo tanto, de nada serviría a lasEscuelas Pías que se dedicaran a enseñar, si asíatendían una sola de las dos facetas del lematan repetido entre nosotros “piedad y letras”.Evangelizar es entregar el evangelio, la BuenaNoticia del amor incomprensible y loco de Diospor el hombre, por todo hombre. A los educan-dos hay que conducirles hasta Jesucristo, atener una relación vital con él, y no simple-mente a un conocimiento teórico. En conse-cuencia, aquí cabe cuanto ayuda a la evangeli-zación, sea la catequesis, los comentarios entorno al Evangelio, los procesos pastorales pormedio de los cuales se les conduce a los jóvenesa un evangelio más vivido y experiencial, lageneración de nuevas formas de seguimientode Jesús, la comunidad cristiana, referente últi-mo de toda vida cristiana, una comunidad quecomparte gozo, alegría, oración, formación,entretenimiento, seguimiento radical del Maes-tro, y de manera especial la presencia sacra-

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mental del Señor a través de su Cuerpo repar-tido y de su Sangre derramada por todos.

Otra área de la misión es la educación integralde la persona. No hace falta que me detengamás cuando de ella tanto te he hablado en lascartas precedentes. Pero hay que cuidar que elhecho de “integral” no se aplique tan sólo a lapersona, sino también a todas las manifestacio-nes de la misma: edad, ambiente, compañeros.Quiere decir que hay que educarlos a lo largodel proceso de su edad colegial, y si se puededespués, mejor; educarlos no sólo en el colegiosino en los lugares que frecuentan; educarlospara que sepan cómo obrar con sus compañe-ros que acaso no asisten a la escuela calasancia.

La tercera área es la dimensión social, que yanos ha aparecido repetidamente. Toda escuelacalasancia tendría que tener la capacidad depoder transformar un poco la parte de socie-dad en la que está enclavada y allí a dondellega. Se parte de la utopía de que es posibletransformar el mundo en la parte que nos toca;si no se da esta utopía no hay capacidad delucha por el cambio social. Este puede darse através de un cambio de valores, de compromi-sos, de generar solidaridad, de ayudar a losque más lo necesitan, de encontrarse en mediode las causas que los demás dan por perdidas.Todo alumno de una escuela calasancia tendríaque poseer la ilusión de hacer algo por losdemás y de implicarse en las causas de quienes

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quieren transformar la sociedad. Porque sepueda hacer poco, no hay que dejar lo que sepueda hacer. Sería la mejor muestra de que laescuela calasancia no ha calado en una perso-na.

La cuarta área es la donación de la persona.Que de las obras escolapias salgan personasque han aprendido a darse a los demás, a entre-garse de verdad, a no poner los propios intere-ses por encima de las necesidades de los otros.Pero si ha de ser así, antes que nada es elmismo educador quien ha de testimoniar consu vida lo que desea de los educandos. Seeduca con la vida, no con las palabras.

Luis, me he alargado, pero la misión es elquicio de nuestra escuela calasancia y merecíala pena detenerse en ella. Si se te ocurrierahacer un balance de todas las cartas escritashasta ahora, verías que la misión, tratada deuna manera u otra, ocupa la mayor parte de loescrito. Eso te indica la importancia que le doy.

Quiero hablarte ahora de dos elementos quehe descubierto que van naciendo en las Escue-las Pías y que tienen una relación muy estrechacon el hecho de compartir la misión y que teinteresa conocerlos porque constituyen undesafío para el futuro. En ellos estáis implica-dos también vosotros los laicos cuando decidísvincularos estrechamente con la misión escola-pia. El primero es el de la ministerialidad escola-pia. De los ministerios reconocidos habla el

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documento “Directorio del laicado”. Prefierocopiártelo tal y como lo dice:

“El ministerio escolapio se lleva a cabo porpersonas, religiosos y laicos, que entienden suaportación como vocación a la que han sido lla-mados y a la que intentan responder con acti-tud de servicio eclesial y talante escolapio.

Cuando el ministerio encomendado o recibi-do por un laico se desarrolla en una parcelaconcreta que se le encomienda, no sólo requie-re la libre opción de la persona que lo asume,sino también el encargo por parte del grupo enel que está integrado, de mutuo acuerdo con laOrden. Los encargos son temporales y renova-bles.

La manera de conferir estos ministerios lai-cales puede ser semejante al seguido por losreligiosos en su formación inicial.

La tradición escolapia contempla especial-mente los ministerios de la educación cristia-na y de la atención especial a los niñospobres. En condiciones oportunas, cabe consi-derar la entrega de responsabilidades comoun ministerio, con la correspondiente celebra-ción” (nº 72-73).

Por lo que he visto, estos ministerios porahora apenas existen en la Orden, pero esimportante que este documento los cite. Pue-den darse distintos ministerios. El documento“Orientaciones para un plan de formación del laico

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escolapio” cita varios como el “ministerio de laeducación” para quienes desempeñen la profe-sión educadora como vocación-ministerio; alque se podría añadir el “ministerio pastoral”ejercido como participación en el ministerioordenado del presbítero consagrado; el “minis-terio de la educación familiar” que se podríaencomendar a personas que trabajan sobretodo en el campo familiar; el “ministerio de laacción social” que podrían recibirlo quienes secomprometen y están ligados de una formaespecial en la dimensión transformadora delquehacer escolapio.

Por lo que veo van quedando claras algunascosas, por ejemplo, que todos estos ministerios“apuntan a “zonas vitales” de la misión escola-pia, se encomendarán a personas vocacional-mente identificadas con lo escolapio, se pedirácierta estabilidad en el ejercicio de este ministe-rio, se procurará que las personas adquieranuna adecuada formación para desarrollarlospositivamente, se vivirá en profunda relacióncon los escolapios y serán reconocidos por laOrden de modo significativo” (Manual de cur-sillos, 2-1).

El segundo elemento al que quiero referirmeaparece también en el “Directorio del Laicado” enuna nota y se refiere a una realidad llamada atener cada vez mayor importancia como refe-rencia de toda la presencia escolapia en unlugar, y hago mención de la Comunidad Cala-

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sancia Escolapia. Viene descrita de la siguientemanera: “Comunidad Cristiana Escolapia es elconjunto de cristianos que viven su fe vincula-dos a una Obra o presencia escolapia, siendoésta su referencia de fe inmediata. En estacomunidad se encuentran los Escolapios y loslaicos escolapios como núcleo, al que se añadenotras personas que siguen el proyecto comuni-tario”.

Como ves, Luis, no se habla de la comuni-dad religiosa. Se trata de un concepto distinto ymás amplio. Ha de llegar a ser la comunidadreferente de toda la presencia escolapia en unlugar y, por tanto, a ella pertenecen cuantosviven su fe unidos de alguna manera con lasEscuelas Pías que se encuentran en ese lugar.Es lógico que cuantos están participando de lamisión están llamados a pertenecer a estacomunidad. Puede ser lugar de entronque ecle-sial para cuantos desean vivir su pertenencia ala Iglesia a través de la Orden de las EscuelasPías.

Luis, como es lógico también quienes perte-necen a esta modalidad de inserción en lasEscuelas Pías han de ser cuidados, es decir, seles ha de formar. Y no me refiero cuando hablode formación en un sentido simplemente pro-fesional, sino más íntimo, más profundo, diríacarismático, de lo que hablaré en otro momen-to. El documento “Orientaciones para un plan deformación del laicado” habla largamente de esa

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formación (cap.2º, nº 2.4 y 2.5); yo para despe-dirme quiero dejarte por escrito dos elementostan solo, y así termino esta carta:

Dimensión ministerial:

Además de dar continuidad a las líneas yadichas en la modalidad de cooperación, añadi-mos:

Informar sistemáticamente sobre todo loque concierne a nuestra misión.

Invitar e integrar a las personas que quierentener una mayor pertenencia a las EscuelasPías, aumentado los contactos con quienesdesean una mayor pertenencia.

Realizar prácticas progresivas para ayudara comprender el sentido del ministerio de laIglesia.

Conocer los aspectos generales de la acciónde las Escuelas Pías.

Entablar relaciones frecuentes con obrasescolapias distintas de la suya

Descubrir el ministerio educativo comovocación y, por tanto, de la labor educativacomo tal.

Dimensión calasancia:

Desarrollar la identidad calasancia en rela-ción con la etapa anterior. Es importante cono-

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cer el fundamento social de la intuición Cala-sancia, profundizar en el carisma de José deCalasanz y el contexto histórico de la obracalasancia.

Participar en seminarios de conocimiento delas intenciones educativas de José de Calasanz,que sean acreditados por su ajuste a la realidadactual en la que se inserta la obra calasancia ysus posibilidades de acción. Además abordar elestudio en grupo de los artículos de los dife-rentes autores escolapios sobre el carisma deJosé de Calasanz.

Desarrollar actitudes de óptica crítica yreflexiva, creatividad, autonomía”.

Para profundizar en todos estos elementos,puedes acceder a los materiales del “Manual decursillos, primera parte”, que se encuentra enwww.scolopi.net en la sección del laicado.

Con amor paternal

José de la Madre de Dios

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Carta 14ª

Integración en las Escuelas Pías

Querido Luis: en el camino de vinculaciónlaical con las Escuelas Pías se puede dar unpaso más adelante. Primero vimos la modali-dad de “Cooperación” con la acción y las obrasescolapias; pasamos luego a la modalidad de“Participación” de la misión. Pero el camino notermina aquí; existe la posibilidad, según eldocumento “El laicado en las Escuelas Pías”, de irmás adelante, buscando una relación másestrecha con todo lo escolapio. Es lo que sellama la “Integración carismática” a la que eldocumento añade una cuarta modalidad con eltítulo de “Integración jurídica”.

Me preguntarás cómo se puede llegar a estepunto. Te respondo. En el inicio del deseo quebrota en una persona de dar el paso señalado seencuentra la llamada del Espíritu. Ya la moda-lidad anterior, pero sobre todo ésta, responde aclaves vocacionales. No se trata simplementede querer o de empeñarse con la fuerza de la

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voluntad o de hacer lo que está a la portada decada uno. Eso se puede hacer y puede ayudar,pero no da razón del paso que se da, si se hacecon autenticidad. Sólo el Espíritu es quienllama, quien atrae, quien hace “apetecible” auna persona el dar un paso hacia una realidadmás radical que es la que pretendo hoy expli-carte. Por eso el Espíritu anda en la vida de unapersona y elige a quien quiere y como lo desea.Esto no quiere decir que quienes se encuentranen esta modalidad sean “mejores” que losdemás. El juicio sobre lo mejor o peor corres-ponde sólo al corazón de Dios y él conoce loscorazones de los humanos. Dejémosle a él quenos juzgue en su amor. Nosotros no entramosen esas categorías, pero debemos decir que laIntegración carismática y la jurídica implican lapresencia y llamada del Espíritu.

En segundo lugar, la llamada del Espíritusuele hacerse presente con frecuencia a travésdel testimonio. Testimonio que puede venir deotros laicos que viven ya esa realidad o de reli-giosos o bien de otras circunstancias que llevana las personas a encontrarse de frente a la posi-bilidad de dar este paso. Suele ser el testimonioel que arrastra y convence. Una persona percibeen su interior, ante lo que ve y experimenta, queDios la quiere ahí, que le llama a vivir de esamanera determinada y que su felicidad va adepender en gran parte de la respuesta que dé.

Lógicamente esto requiere discernimiento, y

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es el tercer elemento. Nadie puede dejarse lle-var por el puro sentimiento, ni arrastrar poruna emoción, por fuerte que sea, vivida en unareunión, en cualquier encuentro o ante las pala-bras que oye a otra persona. En la paz de lavida, con sencillez de corazón, mirando su viday haciendo caso a la voz que le llega de dentro,tiene que evaluar todos los elementos y poco apoco ir discerniendo el querer de Dios sobre suvida.

Normalmente Dios no habla a través de unsolo signo o señal; para convencernos sueledarnos más de uno porque sabe que solemosser duros de inteligencia, que el corazón no senos abre tan fácilmente y que las resistenciasaparecen en nuestra vida porque es muy nor-mal que nos busquemos a nosotros mismos.

Luis, esto es lo primero que deseaba decirte:que como laico es posible dar un nuevo paso enla vinculación con las Escuelas Pías. Pero siguela pregunta, nuevo paso, pero ¿en vistas a qué?

Antes que nada en vistas a una participaciónmás profunda en la vida escolapia. Quien hagaeste camino descubrirá que la vida escolapia sepuede vivir de una manera religiosa, y tenemosa los escolapios religiosos, pero también de unaforma laical, y tenemos a los laicos escolapios.Es decir, que el ser escolapio se puede vivir demaneras diferentes. Ya veremos el modo.

En vistas también a vivir más de verdad,

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ciertas riquezas encarnadas en la vida religiosay en ese sentido haciéndolas propias. En elfondo de esta afirmación existe un hecho, y esque muchas experiencias, vivencias, realidadesque se ha apropiado la vida religiosa son patri-monio común de todos los cristianos. Seguir aJesús, el camino de la santidad, la vivencia delas virtudes teologales en su máximo esplen-dor, la radicalidad de la vida y del seguimien-to, el amor total a Dios, la vivencia de los con-sejos, y otras muchas, son realidades que perte-necen al cristiano en cuanto tal. Hubo un tiem-po en que se fueron traspasando poco a pocode la vida cristiana a la religiosa, hasta llegar alconvencimiento, la afirmación y enseñanza deque pertenecían sólo a los religiosos, lograndola dejación de los cristianos y causándoles undoloroso agravio.

En vistas a ser testigos de todos esos valo-res en el mundo, lo propio, aunque no exclusi-vo de los laicos, es la índole secular, es dar tes-timonio en el mundo de los valores del Reino,de los valores evangélicos, “gestionando losasuntos temporales y ordenándolos segúnDios” (LG 31a) en medio de las vicisitudes desu existencia, en el lugar donde viven y en losmenesteres donde trabajan, si no lo hacen enla escuela calasancia. Porque, sea dicho almenos una vez, quienes entran en esta inte-gración con las Escuelas Pías no hace falta quetrabajen en un colegio; su participación en elministerio lo hacen de otras maneras, porque

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se educa con la vida y eso lo puede hacer todapersona donde vive y trabaja.

Luis, quisiera que siguieras la lógica de mipensamiento. Tenemos una persona que conocelas Escuelas Pías o bien porque trabaja en algu-na presencia calasancia o porque se las ha hechoconocer un amigo u otra persona; que ha llega-do a conocer el fenómeno de la relación entre lai-cos y religiosos porque alguien se lo ha explica-do; que se ha sentido impulsado a vivir de esamanera y que en el discernimiento que ha hechoha visto que el Espíritu le llamaba a él a seme-jante vida. La pregunta viene en seguida: ¿cuáles el contenido de ese nuevo paso? Porque parasaber si uno es llamado tiene que conocer aque-llo a lo que piensa ser llamado; sólo en la fedamos el salto a las manos de Dios y nos fiamosa carta cabal sin necesidad de tener otras prue-bas que la misma confianza en él. Pero en estetema no es así. ¿Cuál es, pues, el contenido?

Está constituido por los tres elementos fun-damentales del carisma calasancio, el ministe-rio, la espiritualidad y los rasgos más represen-tativos de la vivencia comunitaria escolapia.

De la misión, nada tengo que decirte despuésde la carta anterior en la que la abordamos; perosí quisiera señalar algunas características de losotros dos elementos que he citado.

Quien se integra carismáticamente en lasEscuelas Pías manifiesta su deseo de vivir la

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espiritualidad propia de los escolapios. Quelógicamente hace referencia a lo que el Señorun día me dio a vivir a mí, pobre pecador.

La espiritualidad no es otra cosa que lamanera concreta de percibir, vivir y experimen-tar el misterio de Dios en Cristo Jesús. El Padrese nos ha revelado en Cristo, pero su misterioes como una piedra preciosa de innumerablescaras. Cada una de ellas refleja ese misteriodesde una perspectiva; el conjunto nos daría loque es Dios. Como es lógico el hombre nopuede abarcar todo el Misterio, no puede mirartodas las caras de ese poliedro al mismo tiem-po. A cada uno de nosotros se nos da, por gra-cia, el poder fijarnos, es decir, percibir y viviruna faceta o parte de una faceta de una de lascaras. Y en ese modo de percibir el Misterio deDios, el contenido de la percepción, a veces ate-mática, es lo que constituye la espiritualidad.

¿Cómo percibimos los escolapios el Misteriode Dios en Jesús? Centrándolo de manera muyespecial en la persona del Maestro desde unaperspectiva peculiar, un Jesús Maestro queenseña a todos, pero que tiene cuidado especialde los niños, como lo vemos en un pasaje evan-gélico, y los acaricia, los tiene junto a sí, se sien-te feliz con ellos y reniega a los discípuloscuando se los quieren apartar como si fueran aestorbarlo.

Lo vemos como un Jesús que está cerca detodo lo pequeño, no sólo de los niños, sino de

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otra mucha gente que no era considerada, másbien venía maltratada, despreciada, olvidada ymarginada; los pobres, los anawim.

Lo vemos como un Jesús que está al serviciode todos, que ama a todos, que no quiere quenadie se pierda, que se preocupa hasta de losmás mínimos detalles aunque nadie atienda aellos.

Un Jesús que lucha, sin violencia, por aque-llos a quienes ha venido a traer el Reino. Esta-ba convencido cuando comenzó su predicaciónque sería aceptado en Galilea, pero no ocurrióasí, lo que le procuró una fuerte crisis y hubode convencerse de que en Galilea no instaura-ría el Reino. Tuvo que subir a Jerusalén y allí sedio cuenta que las autoridades religiosas yquienes cuidaban del Templo estaban en sucontra. No tuvo más remedio que coger el láti-go y tratar de purificar lo que era la casa de suPadre, mostrar su autoridad y enfrentarse a lasautoridades religiosas, lo que constituyó no unacto de violencia sino de purificación.

Un Jesús que acabó dando la vida, solo,abandonado, roto por dentro, dejado por lossuyos, experimentando la lejanía del Padre, enla oscuridad más negra que se cernía sobre sualma, pero confiando, a pesar de todo y enmedio de cuanto le sucedía en el Abbá, porquesabía en la fe que con él estaba en buenasmanos y que era el único de quien de verdad sepodía fiar.

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Por tanto, Luis, participar de la espirituali-dad es participar de muchos elementos, peroentre ellos no podemos olvidar el seguimientoradical de Jesús, el de un Jesús maestro, pobrey a favor de los pequeños, dado al servicio decuantos lo necesitan pero de manera especialde los más desprotegidos, y que entrega suvida entera sin buscar ni la recompensa delPadre ni las gratificaciones humanas. A estoselementos añádeles otros muchos que puedesencontrar en los escritos que estos últimos añoshan ido floreciendo sobre este tema. Pues bien,en medio de la espiritualidad calasancia, pormuchos elementos que amontonemos, nuncapodremos olvidar la figura de Jesús con losniños. Como escolapios nos sentimos atraídospor ellos.

El otro elemento que configura esta modali-dad de la “Integración carismática” es la comu-nidad. Quienes pertenecen a esta modalidadadoptan la decisión de vivir en comunidad.Situemos este hecho.

Luis, la comunidad es la única manera devivir el cristianismo. No quiere decir que todostengan que vivir una única forma de comuni-dad, pues gracias a Dios existen muchas, perosí que tienen que vivir de ese modo. Tampoconiego situaciones excepcionales, porque lasconozco, las comprendo y a veces pienso que sedan de manera más frecuente de lo que la gentepiensa. Pese a todo, la comunidad es elemento

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constitutivo de esta forma de vinculación conlas Escuelas Pías.

Si buscamos el porqué nos encontramos conla misma voluntad del Señor Jesús que quisoque los cristianos dieran testimonio de élviviendo en común. Desde la comunidad seevangeliza, es decir, desde la comunidad seproclama la Buena Noticia, desde ella se mani-fiesta qué es lo que hace Dios con sus hijos ypor medio de ella el amor se expande a todos.La comunidad crea unidad, conserva la unidady mantiene y sostiene la unidad

La comunidad no sólo responde a la volun-tad del Señor, sino que es constantemente elresultado de la obra del Espíritu. Tiene comoreferencia Pentecostés, pues la venida delEspíritu hizo que gentes tan diversas constitu-yeran una comunidad de amor a Jesús y deservicio a los demás (¡qué lejos están las dis-cusiones prepascuales por ver quién era el pri-mero y quién se sentaba a la derecha o izquier-da del Maestro!). En la comunidad el Espíritues la cohesión. Él es quien mantiene viva lacomunidad en medio de las tensiones logran-do que no se rompa; quien la guía en medio delas dudas que podrían hacerla zozobrar; quienla sostiene en las dificultades con las que seencuentra; quien la purifica de sus pecados;quien la llena de la gracia misericordiosa de laTrinidad.

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La comunidad significa y encarna, almismo tiempo, entrega y olvido, donación yreserva, amor y sacrificio. Pero ahora estamoshablando de la comunidad que tiene en cuentalas características principales de la comunidadcalasancia.

Si nos atenemos a ello te cito cinco en lasque he insistido mucho en las cartas a los reli-giosos, y son. La caridad, porque sin amor nose puede decir que exista comunidad; el amores el soporte de la comunidad. Sin él se puededar el grupo, la reunión, pero no la comuni-dad. Luego, la unión entre todos los que cons-tituyen la comunidad. Unión no quiere decirque se piense igual en todo, pero sí que hayaraíces en las que todos coinciden, opcionesque pertenecen a todos, motivaciones queunen a todos. En tercer lugar, la paz. Que noestá reñida con la discusión y los plantea-mientos distintos en algunos puntos o la dis-conformidad en otros, porque al final, esa pazhace que se puedan superar todos los elemen-tos que pueden parecer negativos. Cuarto, laoración. La comunidad se asienta en el amor aJesús, y el amor entre otras formas se mani-fiesta a través de la oración. La comunidad sereúne para orar y ésta es una dimensión queno se puede olvidar de ninguna manera.Finalmente, las reuniones comunitarias, lugardonde se habla, se expresan los sentimientos,se olvidan los malentendidos, se goza delamor entre todos.

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La comunidad se puede vivir de muchasmaneras, y el mismo documento capitular “Ellaicado en las Escuelas Pías” he visto que en su“Apéndice” indica algunas posibilidades “adexperimentum”. Sé que en este punto se estánhaciendo experiencias que espero enriquezcanla vida escolapia.

Luis, espero te haya quedado clara la sus-tancia de esta modalidad. La Orden de lasEscuelas Pías no sólo propone modalidades,es decir, distintos modos de vincularse conella, sino que también indica itinerarios arecorrer en cada modalidad para alcanzar losobjetivos que se propone en ellas. Los itinera-rios de todas las modalidades tienen unas sen-das comunes, y lo único que se diferencia sonlos contenidos de cada una de las sendas, por-que modalidades de mayor vinculaciónrequieren itinerarios que favorezcan esamayor integración. Te quiero citar las sendasde los itinerarios para que te hagas una ideade lo que se trata.

La información, que pretende dar la mayorinformación posible según cada una de lasmodalidades y lugares donde se está viviendo.

Las relaciones personales, porque se desea quea través de distintas actividades exista un inter-cambio lo más fluido y rico posible entre laspersonas que pertenecen a una modalidad; esolas enriquece.

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El acompañamiento personal, elemento necesa-rio en cada modalidad, según situacionesdiversas, que pretende ayudar a las personasen la comprensión de la modalidad, en las difi-cultades que puedan encontrar, en el discerni-miento de su situación personal e incluso fami-liar en esa modalidad.

Crecimiento y maduración humana, de formaque siguiendo los ejes fundamentales de lamadurez humana se logren conseguir educa-dores de alta calidad humana que puedan enri-quecer a todos con su vida y su trato.

Crecimiento y maduración en la fe, porque lasdistintas modalidades requieren una fe cadavez más profunda y una relación más íntima yseria con el Señor de la vida. Esto se puedelograr a través de experiencias vividas encomún, de oración compartida, de cursos deoración, de ejercicios espirituales y de todocuanto ayude a tener una fe que se apoye cadavez más en el Señor Jesús.

Formación permanente, que nunca debe faltary que debe conseguirse tanto en común como através de medios personales.

Ámbitos de responsabilidad e implicación queen cada modalidad irán cambiando y seránmás importantes, pero ejercidos por quienesestán preparados para ello.

Conocimiento de Calasanz y de la Orden, por-que nadie ama lo que no conoce; debe darsepoco a poco, pero sin intermitencias.

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Luis, en este camino que hemos hecho jun-tos de reconocimiento de las distintas vincula-ciones de los laicos a las Escuelas Pías, llega-mos a la última, que es la “Integración jurídi-ca”. Está legislada en los documentos de laOrden, pero en la práctica por ahora sólo se hadado en pocas personas. Apenas un puñado,como fermento en la masa. Espero que se sigaextendiendo. En este caso se trata de personasque, con su vivencia carismática escolapia,explicitan canónica y aun civilmente un acuer-do con la Orden.

Cuatro son los objetivos más evidentes quebuscan: primero, integrarse en las Escuelas Píastemporalmente con un vínculo jurídico. Segun-do, expresar públicamente el compromisoadquirido, que lo pueden repetir si se siguendando las condiciones. Desean, en tercer lugar,vivir el compromiso adquirido destacando laopción de pobreza, y, finalmente, participar dealguna obra o proyecto con un compromiso delarga duración.

De esta manera se llega a compartir el caris-ma escolapio de una manera especial.

Termino con el primer párrafo de una brevecarta que este grupo de personas que pertene-cen a la integración jurídica escribían a quienesquisieran escucharles animándoles a entrar enla experiencia de la integración con las EscuelasPías; en las breves palabras que recojo se expre-sa la felicidad de haber encontrado el camino

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en el que se encuentran: “Te escribimos estaslíneas porque queremos compartir contigo elgozo de vivir el carisma de San José de Cala-sanz desde nuestra condición laical. Te escribi-mos también porque queremos poner letra aesto que un día fue una intuición y que hoy esposible. Hoy la Orden nos ofrece este don quedurante siglos han guardado, disfrutado y tras-mitido muchos religiosos desde aquella Romade 1600 y nos brinda la oportunidad de com-partir misión, espiritualidad y vida escolapia.Hoy nos es posible compartir el Carisma queCalasanz intuyó, entregando su vida a la edu-cación de los niños, especialmente aquellosmás pobres”.

Luis, es cuanto quería decirte en esta carta.No me queda sino despedirme de ti con unabrazo paternal

José de la Madre de Dios

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Carta 15ª

Despedida: ¡Vivid la utopía”

Querido Luis: esta carta es mi despedida.Durante muchas semanas te he ido escribien-do, pero era ya hora de terminar mis letras.He sido feliz comunicándome contigo. Me heencontrado muy a gusto tratando de explicara uno de los colaboradores laicos de una Obraescolapia muchas cosas pertenecientes a losinicios de la escuela calasancia, a lo que signi-fica para mí, a lo que deseaba que fuera pocoa poco, y de ofrecerte mi pensamiento sobrelas nuevas orientaciones que va tomando laOrden en el tema de la relación y vinculacióncada vez más estrecha entre laicos y religiososen las Escuelas Pías. Yo te he ido diciendo loque pensaba. El pasado, siendo presente,estuvo en mis manos y la de mis colaborado-res; el presente, que se hará en seguida pasa-do, está en las tuyas y las de los restantescolaboradores actuales de las presencias esco-lapias.

Me despido con un deseo: ¡vivid la utopía!Si acudes al diccionario, yo lo he hecho, verás

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que define la utopía como un “plan, proyecto,doctrina o sistema optimista que aparececomo irrealizable en el momento de su formu-lación”.

Aunque se suele decir de una manera algodespectiva “este es un utópico” para decir queno tiene los pies en la tierra, que vive en “otromundo”, sin embargo considero la utopíacomo una de las grandes fuerzas de la vida. Sinutopía el presente sería demasiado chato,sobrarían muchos esfuerzos, muchas personasno se propondrían objetivos en la vida. La uto-pía nos hace vivir, vibrar, lanzarnos a lo desco-nocido y confiar. Por eso mi despedida es ungrito de esperanza, aunque parezca descabella-do: “¡vivid la utopía!”.

Primero, la utopía de que es posible un mundomejor. Que depende en gran parte de la educa-ción y de lo que se haga con ella. Que en esalabor tiene mucho que decir la escuela calasan-cia. Que de ella habéis de hacer el centro devuestra vida. Quien no se compromete por unmundo mejor, no confía en la vida, no cree en laposibilidad de las personas, abdica de lo quepueden ser sus mejores deseos y no ha com-prendido qué es vivir.

Segundo, la utopía de que es posible un hom-bre nuevo. La creencia de que el hombre tienedentro de sí posibilidades inmensas de bien,de donación y de creatividad. Que lo queimporta es despertar en él todo esto y que en

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el fondo esa es la misión de la educación. Enella se lucha por ese hombre y se ha de ir con-siguiendo poco a poco. Conozco la tentacióndel educador: ¿merece la pena lo que estoyhaciendo? ¿No estaré perdiendo el tiempo?¿Servirá para algo? ¿Les quedará a estosalumnos algo de lo que les estoy esforzada-mente enseñando cuando manifiestan tanpoco interés? Tentaciones que hay que dese-char no porque la respuesta sea positiva, sinoporque basta que haya uno sólo al que le hayaservido para que el educador puede conside-rar su misión no frustrada. Todo niño merecela entrega completa de un educador. Es posi-ble el hombre nuevo porque son posibles losvalores nuevos, porque se puede encontraralternativa a la sociedad cuando todos deses-peran de ella.

Tercero, la utopía de que es posible una vin-culación siempre mayor, más perfecta, más res-ponsable, más teológica y espiritual de los lai-cos con las Escuelas Pías. A pesar de las difi-cultades que se dan y seguirán dándose; apesar de los predicadores de infortunios, delos desesperanzados, de los que no creen, y dequienes estando a la contra creen estar en locierto. Pero, al mismo tiempo, con el empeño,esfuerzo, decisión, alegría y esperanza dequienes creen en esta realidad que está ya ger-minando, de la que se van viendo ya sus fru-tos. Es camino de futuro, y el futuro se encar-gará de dar razón a quienes trabajan denoda-

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damente en este campo, que no quiere decirque no se equivoquen, que no tengan que exa-minar y discernir constantemente el camino, yque no tengan a veces que variar el rumbo.Pero que no se dejen vencer por quienes se lesoponen sin ofrecer ninguna otra alternativa. Esmás fácil destruir veinte plantas que plantaruna sola.

Cuarto, la utopía de que es posible ser cris-tiano en nuestro mundo. Y esto quiere decirmuchas cosas. Que es posible ser más radicalen el seguimiento de Jesús. Es posible amarlemás intensa y totalmente. Es posible hacer quenuestro corazón le pertenezca a pesar de lasoscuridades y tentaciones que siempre nospersiguen y se nos meten por dentro. Es posi-ble revestirse de sus sentimientos: amar asemejanza de lo que Él hizo, perdonar tratan-do de hacerlo como Él mismo perdonó atodos, entregarse a semejanza de como lo hizoÉl. Es posible escuchar al Espíritu, guía delpobre corazón humano, tantas veces desecho,roto y desamparado. Es posible la confianzasin límites en el Abbá que nos amó y se preo-cupa de cada uno más de lo que lo hace élmismo y de lo que cree y piensa. Es posibleamar a la Iglesia, sintiéndonos hijos obedien-tes de ella a pesar de las tentaciones que atra-viesan el corazón. Es posible la entrega a loshombres, porque si Dios Trinidad no se noshubiera dado, hubiéramos perecido; ahorasabemos cómo hemos sido amados incom-

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prensiblemente, locamente por un Dios que haentregado a su Hijo a la muerte por nosotros.Un Dios que nos llevará un día hasta él.

Luis, ¡vive, sí, la utopía y vive de ella!

Con amor paternal a ti y a todos los laicos denuestras presencias escolapias,

José de la Madre de Dios

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