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Gallito JazzUna fábula de gallinero

Felipe Jordán

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 TODO ERA agitación en el gallinero. Lasgallinas viejas, los pollos nuevos y hastaalgún pato intruso comentaban el

acontecimiento del día: los polluelosestaban rompiendo el cascarón y, uno auno, se asomaban tímidamente a la luz deldía. Eran hermosísimos, parecían motas dealgodón amarillo, con los ojazos negros ysus patitas debiluchas.

Mamá Gallina los recibía sonriendo y,amorosamente, los cobijaba bajo sus alas,para darles calor y protección.Mientras, Papá Gallo esperaba ansiosoafuera, pues, a pesar de lo fiero y au-toritario que era, no se atrevía a entrar aver la escena y comprobar que todo

transcurriera en orden y sin problemas.Pero la verdadera causa de su ansiedad noera el nacimiento de sus hijos en sí,después de todo, ya había pasado por estotreinta y dos veces, sin contar esta última.No, lo que a él le preocupaba era otracosa: quería saber si entre sus nuevoshijitos, había un gallito rudo y valentón,para enseñarlo a ser el rey del gallinerocuando él ya no estuviera.

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Lo que pasaba era que Papá Gallo, conla sabiduría que solo tienen los animales,ya se sentía un poco viejo y no quería

esperar a estar del todo acabado paraelegir a un sucesor. No, este gallo era muydiligente y metódico y deseaba preparar élmismo a quien lo reemplazara,enseñándole todo lo que sabía. Sinembargo, hacía mucho tiempo que en lasnidadas de Mamá Gallina,

no nacía un gallo y, aunque las pollitas leparecían muy amorosas y tiernas, y lasquería mucho, esta falta de herederoempezaba a desesperarlo. Por eso, se pa-seaba y se paseaba, sumamente inquieto,

en tanto los polluelos salían de los huevos.Por fin, sin poder aguantarse más, fuehasta donde estaba Mamá Gallina y lainterrogó con la mirada. Pero ella lo mirótriste y desolada: hasta ahora, habíannacido once pollitas y sólo quedaba unhuevo en el nido. El gallo miró ese últimohuevo, chiquitito y casi oculto entre la pajay el aserrín, y perdió las esperanzas.Suspirando, se alejó abrumado.

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 Todos estaban muy tristes en elgallinero. Si el gallo no tenía su propioheredero, entonces llegaría un nuevo gallo

afuerino con quizás qué costumbresextrañas y habría que adaptarse. Eso no legustaba a nadie, porque las gallinas sonmuy apegadas a su rutina y cualquier cosaque las saque de ella

las pone muy nerviosas. Pero, tal comoiban las cosas, parecía que así no mássería el asunto. Sin embargo, Mamá Ga-llina se echó sobre ese huevo remolón, conla intuición de que de él saldría lo quenecesitaban.Claro que ese huevo no dejaba de ser raro

también. Aparte de su tamaño, el pollueloescondido dentro se demoró dos días másen decidirse a salir y cuando por fin lo hizo,fue en el momento menos habitual para lasgallinas: la noche. Eso sí que causórevuelo. ¡Un polluelo que rompe elcascarón durante la noche! Nadie podíacreerlo, menos aún Papá Gallo, quien,bostezando y medio dormido, se acercó alnido para comprobar tal suceso. Pero alver la cara radiante de Mamá Gallina, se

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despabiló del todo y se asomó a mirar, conel corazón lleno de esperanza. Y allí estaba: un gallito inquieto y vivaracho

tratando de pararse por primera vez en susdos patas negras y flacuchas. El galloestaba feliz, y todo el gallinero compartíasu alegría. Tenían heredero, después detodo.

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Sin embargo, con el correr de los días, lascosas empezaron a ponerse

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difíciles otra vez. Al principio, nadie sepercató de que aquel polluelo, al que todosllamaban simplemente Gallito, fuera

distinto a los demás pollos, por mucho quehubiera nacido de noche. Pero lo sería, esono lo dudaría nadie dentro de poco.

Cierto día, cuando Papá Gallo juzgóque ya era tiempo de empezar a enseñar asu hijo los secretos para ser un buen gallo,lo llevó a un rincón apartado y, con aire deprofesor, comenzó su labor.

—Mira, pequeño- dijo- Lo primero quedebes saber, es que en todo gallinero quese respete, hay un solo gallo y él es quienmanda... ¿has entendido?

—Pero, tú y yo somos dos gallos, papá-

le respondió el pequeño, un tantoconfundido.—Tú aún no eres un gallo... completo,

¿me entiendes?- le explicó Papá Gallo- Tienes que crecer y cuando seas grandecomo yo, tomarás mi lugar...

—Y tú, ¿dónde irás, papito?- lepreguntó Gallito.

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—Yo... este, bueno... Yo iré donde vantodos los gallos cuando... ejem... cuandopasan a retiro...- le contestó su padre,

bastante incómodo con la pregunta- ¡Peroeso no importa, hijo! Lo que importa esque tú ocuparás mi lugar y yo te prepararépara eso...

—¡Bien, papito...!- exclamó el pollueloentusiasmado- ¿Qué me enseñarásprimero? ¿A volar? ¿Cómo cavar un túnel?¿Los nombres de las estrellas? ¿Qué...?

—¡Un momento, hijo, un momento!-pidió el gallo, abrumado por tantaspreguntas- Una cosa a la vez, calma... ¿Porqué diablos tendría que enseñarte todasesas cosas... inútiles?

—Lo siento, papá- dijo un pocoavergonzado Gallito- Pensé que...—Nada, nada, hijo- señaló su padre un

poco molesto- No debes pensar sinoescucharme. Primero, los gallos ygallinas no volamos, eso queda para lospatos que están todos locos. Segundo,tampoco cavamos túneles, eso lo hacenlas lombrices y nosotros las comemos.

 Tercero, hasta donde sé, las estrellas notienen nombre... ¿Para qué ponerles

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nombre si estamos durmiendo cuandoaparecen en el cielo?

—Un gorrión me dijo que el señor

chuncho1 sabía cómo se llamaban...-respondió tímidamente Gallito- Pensé quesi él lo sabía, tú también...

—¡El señor chuncho!- exclamó PapáGallo-. Los gorriones no son confiables,hijo, ningún pájaro volador lo es... Y encuanto al señor chuncho ese, lo es aúnmenos, pues aparte de volar, lo nace denoche... No te juntes con ellos y ponatención solo a lo que yo te digo, ¿hasentendido?

—Sí, papá- dijo el polluelo resignado.—Bien, bien- el gallo lo miró satisfecho-

Ahora, la segunda lección: los gallosdespertamos a todos en la madrugada...—¿Por qué?- lo interrumpió Gallito.—¿Cómo que por qué?- preguntó Papá

Gallo sorprendido- Porque hay quelevantarse cuando sale el sol...

—¿Y si alguien no quiere levantarse?-interrogó el polluelo- Digo... se molestarási lo despertamos...

—¡Jo, jo, jo...!- rió su padre- ¡Nada deeso, hijo, nada de eso...! Todo animal1 Chuncho: buho pequeño.

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decente se mueve a la luz del día y ellosagradecen que los despertemos.

—Pero, papá- dudó Gallito-, ¿y los otros

animales? ¿Los que salen de noche? ¿O losque viven fuera del gallinero ysimplemente no quieren levantarsetemprano?

—Ya te dije, hijo- respondió Papá Galloponiéndose muy serio- Los únicosanimales decentes y, por lo tanto, quecuentan, son los que se levantan tempranoy hacen sus cosas bajo la mirada benévoladel sol...

-—Pero, ¿y los demás?- insistió su hijo.—¡Esos no cuentan, hijo!- exclamó

disgustado con tanta cháchara el gallo-

¡Nadie los manda a trasnochar y a noquerer hacer las cosas de la maneracorrecta...!

—¿Por qué salir de noche o volar esmalo, papá?- preguntó Gallito, muyintrigado.

—Porque... ¡Ya basta de preguntas!¡Las cosas son así y punto!- contestó PapáGallo malhumorado, pero al ver la caritaconfundida de su hijo, moderó su tono y leexplicó- Mira, hijo, nuestra manera de vivir

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es esta: nos levantamos y nos acostamosmuy temprano; recorremos y escarbamosla tierra, buscando alimento; las gallinas

ponen sus huevos, de donde salen lospolluelos como tú y que ellas protegen... Yyo, o sea el gallo, cuido de todos y, espe-cialmente, de que nada rompa nuestratranquila rutina diaria...

—¿No es un poco aburrido todo eso,papá?- interrogó el gallito.

—Eres joven, hijo, por lo tanto, eslógico que pienses así- dijo su padre- Peropronto entenderás que esta vida aburrida,como la calificas, es la más segura... y lasgallinas, hijo, quieren, ante todo,seguridad...

—¿Seguridad?- el polluelo lo miródudoso.—¡Por supuesto!- señaló enfático el

gallo- Las gallinas son, por sobre todas lascosas, madres y como tales, necesitantener seguridad para criar a sus polluelos.Por eso, nuestros sabios antepasados seescondían por las noches, pues laoscuridad era, y sigue siendo peligrosa.

 También por seguridad dejamos de volar...era un riesgo innecesario, considerando

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que nuestro alimento lo encontramos a rasdel suelo. ¿Ves?, todo tiene una razón deser y nuestro estilo de vida nos ha

permitido sobrevivir hasta ahora.Gallito guardó silencio y meditó aquello

que su padre le decía. Era cierto que él eramuy joven, apenas tenía unas cuantassemanas de nacido, y no sabía que la vidafuera tan peligrosa. Nunca lo habíaimaginado siquiera. Él vivíatranquilamente tras la alambrada, con lospies bien puestos sobre la tierra y cuidadopor Mamá Gallina y Papá Gallo. Miró a sualrededor y vio a los demás, paseándoseen lo suyo, sin miedos de ningún tipo. Sinduda, todos se sentían muy seguros y

Papá Gallo parecía tener razón.Pero entonces, dos gorriones seposaron gráciles en el piso, buscandorestos de maíz para comer, y Gallito sepreguntó cómo era que las otras aves, lasque volaban y las que salían de noche,podían sobrevivir tan bien como lasgallinas en el peligroso mundo. Por-que, si había gorriones, chunchos, pa-tos, zorzales y tantos otros pájaros porahí, era porque ellos, a su manera, tam-

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bién sobrevivían sin estar encerradostras un cerco ni renunciar a volar. Sinembargo, nada le dijo a su padre para

no contrariarlo otra vez.

Papá Gallo, por su parte, consideróterminada la lección de ese día, dejó alpolluelo solo y se subió a su estacafavorita a descansar. Nunca supuso que

enseñar a su heredero pudiera provocarleel fuerte dolor de cabeza que sentía en esemomento. "Yo jamás osé poner en duda loque me decía mi padre", rumiaba para susadentros, sin comprender la actitud tan

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inusual de su hijo como la de romper elcascarón de noche. "Debió ser unpresagio", pensó cerrando los ojos para

echarse una siestecita reparadora.Al día siguiente, el perseverante gallo

volvió al ataque y llevándose nuevamentea su hijo aparte, recomenzó sus lecciones.Menuda sorpresa le esperaba.

—Hoy es un hermoso día- dijo Papá

Gallo mirando el cielo azul y el solradiante-, indicado para el arte... Veamos,pues, el canto. Has de saber, hijo, que lacaracterística especial que nos identifica alos gallos, es nuestro canto, ese potente,pero melodioso llamado matutino

saludando al sol. Debe ser gallardo, perosin ostentación; sutil, sin embargo, notorio;armonioso, pero sin monotonía. En fin,extraordinario... ¡y sin extravagancias2!Debes saber que es el sello que marcarátoda tu vida... que, cuando sea escuchado,todos sabrán la calidad de gallo que eres...

y que cuando lo entones, sentirás que paraeso has nacido y estarás orgulloso de tuporte, de tu cresta, de tus espolones y,sobre todo, de tu garganta...

2 Extravagancia: comportamiento fuera de lo considerado normal.

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—¡Oh, vamos, papito, enséñame cómose hace...!- exclamó Gallito, entusiasmadopor las palabras de su padre.

Entonces, envalentonado con la infantiladmiración de su pequeño, Papá Gallo leexplicó:

—Primero, hijo, tomas mucho aireinflando tu pecho hasta casi reventar...¡así!... luego, bates las alas como paraalentar a las notas a que salgan con todasu fuerza...¡así!... ¡Y lo lanzas todo afuera,dejando tu alma en ello!...¡así!- y Papá'Gallo emitió el más impresionante,altisonante y destemplado3 canto que sehaya escuchado en mucho tiempo en elgallinero. Incluso, las gallinas se

paralizaron por un instante, hechizadaspor ese alarde de varonil fuerza. Gallitoquedó con la boca..., es decir, con el picoabierto.

El gallo se sacudió displicente4 lasplumas para acomodárselas, esperando elcomentario obligado de su hijo, que lomiraba con enormes ojos de sorpresa y,supuso, admiración. Pero Gallito no dijonada. Aunque no era la primera vez que

3Destemplado: en este caso, desafinado.4Displicente: en este caso, con descuido, como quien no quiere la cosa. Con desdén.

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escuchaba a su padre hacer ese es-tridente sonido, siempre creyó que erasolo para

despertar al mundo y que, cuando todos

hablaban del canto del gallo, se referían aotra cosa, bastante distinta a ese... alarido.Él creía que cuando los gallos cantaban,hacían eso: cantar, tal como cantaban las

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otras aves, a las que había escuchadoembelesado más de una vez.

—¿Y bien...?- preguntó Papá Gallo y

ojalá no lo hubiera hecho.—Es... es horrible- contestó el polluelo,

incapaz de mentir. Y quedó la grande.—¡¿Co-co-co-cómo...?!- exclamó

estupefacto su padre y todo el mundo enel gallinero se volvió hacia ellos alescucharlo. A Papá Gallo casi le da unsoponcio5 y queda tendido ahí mismo, listopara la olla. Fue tanta su sorpresa,mezclada con rabia y desconsuelo, que sequedó mudo y solo atinaba a mirar alpolluelo alternadamente con cada uno desus ojos llenos de furia. Su cresta, na-

turalmente colorada, se puso de un tonogranate oscuro y, si hubiese tenido unhoyo en la cabeza, seguramente habríasalido humo por él. Mamá Gallina, queconocía el temperamento arrebatado de suconsorte, corrió a rescatar a su pollito,mientras las otras gallinas atendían al po-bre gallo, que ya llevaba un minuto o dossin respirar de lo molesto que estaba.

5 Soponcio: desmayo.

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—Pero, hijito— dijo Mamá Gallina, unavez que puso al polluelo a salvo y este lecontara lo que había pasado-, el canto es

el orgullo de los gallos, así como ponerhuevos es el orgullo de las gallinas. ¿Cómopuedes encontrarlo horrible?

—Es que he escuchado a otros pájaroscantar- respondió triste Gallito-, y su cantono se parece en nada al de papá.

—Eso es porque esos pájaros no cantanpara despertar a nadie- le explicó sumadre- Ellos cantan por otras razones...—¿Cuáles, mamá...?- preguntó el polluelo-¿Para qué cantan ellos?

—No lo sé- respondió la gallina, unpoco sorprendida con la pregunta- Para...

para... encontrar pareja, supongo... oporque les gusta cantar así, no sé.—¿Y yo podría cantar así?- la carita de

Gallito se iluminó de pronto.—¡Ay, hijo..!- Mamá Gallina lo miró algo

desconsolada- ¿Por qué querrías cantar deesa manera? Así, más que despertar,arrullarías a quien te escuche... Además,tu padre...

—¿Papá no estaría contento?- preguntóel pollito.

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—No, no lo estaría- respondió lagallina- Pero eso sería porque él es muyapegado a nuestras tradiciones...

—¿Por qué son tan importantes lastradiciones, mami?- Gallito estaba un pococonfundido.

—¡Uf!... Es algo difícil de explicar...- suspirósu madre, tratando de encontrar las palabras justas- Porque...porque las tradiciones nos ayudan a ser quienes somos...

—No entiendo...-el polluelo ahoraestaba demasiado confundido.—Mira, hijo, para ser gallina, hay que

actuar como gallina- explicó la madre- Losperros acostumbran a enterrar huesos, esalgo que sólo ellos hacen y por eso se lesreconoce. Si un gallo se dedicara a

enterrar el maíz, en lugar de comérselo, nosabríamos si es gallo o si se cree perro...¿Me entiendes?

—Pero, ¿por qué sería malo eso...?-Gallito no entendía mucho, en realidad.

—No sé si es malo, pero sí sé que sería

muy extraño y que provocaría confusionesy, tal vez, más de algún problema...-contestó Mamá Gallina.

—¿Problemas...?- su hijo la miróintrigado.

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—Claro... ¿Cómo saber si ese gallo esconfiable, digamos... como para defenderel gallinero?- dijo su madre- Si no actúa

como gallo a la hora de comer, puede quetampoco lo haga a la hora de pelear...

—O sea, ¿si sigo las tradiciones, seréun buen gallo... para los demás?- inquirióel polluelo.

—Exacto- le respondió su madre.—Pero, ¿no basta con que yo sepa que

lo soy...?

Papá Gallo, una vez repuesto del malrato, se encaramó en su estaca a pensar.No entendía qué pasaba con su hijo. Jamás

había sabido de un gallo, gallina o pollo alque no le gustara el canto propio de suespecie. "¿Será que no es un gallito, enrealidad...?", pensó recordando que, ciertavez, Mamá Pata había empollado un patitosumamente feo, el cual, finalmente,resultó ser un cisne. Pero sacudió la

cabeza como para desechar tan absurdaidea: esas cosas podían pasarle a lospatos, por su inapropiado modo devida, pero no a las gallinas, siempredecorosas y recatadas. Además, el chico

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era evidentemente un pollo. No, no iba porahí la cosa.

Pero, por más que pensaba y pensaba,

el gallo no podía dar con una respuesta asu inquietud. Por eso, se alegró de veraparecer al Viejo Ratón que, saliendo de suescondite, se aprestaba a recoger algunosgranos de maíz que había por ahí. Aunqueno solían tratarse mucho, el gallo y elroedor charlaban a veces, si es que se lepuede llamar charlar a cruzar dos o trespalabras acerca del clima, que era a lo quemás habían llegado. Pero Papá Gallo notenía a nadie más a quien acudir, pues serel rey del gallinero no le permitía alternarcon otros gallos (simplemente porque no

había más), y no confiaba en los patos, conquienes mantenía una relación de fría ydistante cordialidad. Entonces, confundidocomo estaba, decidió hablar con el ViejoRatón, que tenía fama de ser muy sabio,puesen su juventud había vivido en una bi-blioteca antes de retirarse al campo.

—Es un problema, sin duda- dijo elroedor, luego de que el gallo le contara su

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preocupación- Pero en ningún caso es unproblema extraño...

—¿Qué quieres decir?- preguntó Papá

Gallo.—Estos son otros tiempos, muy

distintos a los de nuestra juventud, amigogallo- respondió el ratón, sonriendoamable- Como dijo el sabio Galileo: lascosas cambian... y los hijos también.

—¿Cómo...? Pero seguimos siendogallos y ratones...- señaló el ave, algoconfundido.

—Ciertamente, tú sigues teniendo turoja cresta y tus afilados espolones y yo,mi cola y mis grandes dientes- explicó elratón- Pero ya no actuamos exactamente

como antes actuaron nuestros padres.—¿Cómo que no? ¡Yo sigo levan-tándome y acostándome con el sol, y sigocantando para despertar al mundo y...!-refutó Papá Gallo con vehemencia.

—¡Lo sé, lo sé...!- lo interrumpió elroedor sonriendo divertido- Pero, tu padreo tu abuelo, ¿habrían pedido consejo a unratón, como tú lo estás haciendo ahora?

—¡Caramba! No lo había pensado...- elgallo se sintió un poco avergonzado, sin

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embargo, se repuso y agregó-: pero ellosno tuvieron un hijo que pusiera en duda loque le decían.

—¿Estás seguro?- preguntó misteriosoel ratón.

—¿Por qué preguntas eso?- inquirió elgallo intrigado.

—¿Siempre creíste que tu padre teníarazón en todo?- preguntó a su vez elroedor.

—Esteee...- el gallo dudó un instante.—¿Haces todo exactamente como tu

padre te lo enseñó?- atacó de nuevo elratón.

—Buenooo...- vaciló otra vez Papá Gallo.

—¿Y bien...?- el roedor guardó silencio,esperando.—La verdad..., no- admitió por fin el

gallo- Mi papá solía darme uno que otropicotazo para hacerme entrar en razón yeso siempre me fastidió, por lo que jurénunca hacerlo con mis hijos • y así hasido...

—¿Ves?- concluyó el otro- Segu-ramente tu padre tampoco hizo todo talcomo se lo enseñó tu abuelo... ¿Por qué tu

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hijo tendría que ser diferente? Ya lo dijo elfamoso Sócrates: los chicos piensan,amigo gallo, y más de lo que uno cree.

En tanto, al otro lado del gallinero,Gallito se paseaba pensativo. Él sabía queera un gallo: había nacido de un huevopuesto por Mamá Gallina, pronto lecrecería la cresta y, a pesar de todo,sentía ya deseos de cantar, en gran parte,

porque Papá Gallo lo habíaentusiasmado con la idea. Entonces, ¿porqué tenía que demostrárselo a los otros?¿Por qué demostrar, además, algo que eratan obvio? Definitivamente no lo entendía.

Confundido, se sentó a la sombra de la

higuera que crecía tras la alambrada. Depronto, un gorjeo melodioso y rítmico, sedejó escuchar cayendo desde arriba de sucabeza. Levantó la vista buscando alcantor y vio, no a uno, sino a variospájaros de un color negro azulado que,instalados en la higuera, alegremente

improvisaban un coro. Sonrió encantadocon lo que oía y uno de los pájaros,saltando a una rama más baja, le dijo:

—¡Buen día, pollito! ¿Cómo estás tú? ¿Tegusta la música, helmanito?

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—¡Buenos días, señor mirlos- respondióGallito, educado- Me gusta mucho, ustedescantan muy bien...

—¡Oyeron eso, negritos...!- el mirlo sedirigió sonriente a sus compañeros- ¡E1pollito sabe lo que es salsa, caray...!

—¡Y él debe sé' un expelto...\- respondióotro- Si es un gallo y los gallos saben decanto, ¿o no?

—¡Es veldá... es veldá.J- gritaron los demásmirlos entusiasmados.

—¡Anda, chico, únete a la banda yhagamos baila al gallinero!- dijo elprimero- ¡A ver: y uno, y dos, y tres..!

 Y todos los mirlos comenzaron agorjear y a silbar, llenando el aire de un

armonioso canto que, si bien no tan dulcecomo el de los canarios, era igualmenteagradable y, sobre todo, contagioso. Elpolluelo los miraba embelesado y, poco apoco, el deseo de cantar también, fuecreciendo en su interior, subiéndole desdeel pecho a la garganta, donde se instalócomo una bomba a punto de estallar. Elprimero de los mirlos se dio cuenta de loque pasaba con el chico y, de pronto,exclamó:

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—¡Eso es, negritos...! ¡Ahora tú,helmanito, suéltalo y danos tu mejornota...!

Gallito no se hizo esperar y sinpensarlo mucho, tomó aire, batió lasplumas y empezó con ganas, tratandode ajustarse al ritmo de los mirlos:

—¡Kiikiri...coooc.J- cantó con fuerza,tal como le había enseñado su padre.Los mirlos se miraron sorprendidos.

—¡ Azzzúcar...!- exclamó el primero-¡ Oye, minegro, el pollito síque canta...!

—¡Tiene la voz áspera, pero no estámal, nada mal...!- dijo otro.

—¡Está listo pa' canta jazz...!- co- »mentó un tercero.

—¡Hagámosle coro a este tenor,negritos...! ¡A cantar... a cantar!- ordenóel primero y todos, incluido Gallito, selanzaron entusiasmados con una nuevacanción.Por supuesto, el barullo atrajo la atenciónde todos en el gallinero. Primero, fueronlas pollas más jóvenes las que la timidez,comenzando a mover la cola al ritmo delas contagiosas melodías. Luego, llegaronen

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tropel los patos, que sin recato alguno, seunieron a la fiesta con bastante másescándalo.

Por último, las gallinas también seacercaron, aunque mucho másconservadoras y apegadas a su rutina, noparecían muy contentas con elespectáculo. Incluso, algunas empezaron a

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cuchichear por lo bajo, comentando lopoco conveniente de la conducta delpolluelo, considerando que sería el sucesor

de Papá Gallo. Sin embargo, aun ellastuvieron que admitir que el pequeño lohacía muy bien, a pesar de que se dabancuenta de que cantando así no despertaríaa nadie jamás.

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—¡No coma candela6, mi señor dongallo...!- intervino el mirlo- El chico solo sediveltía sanamente...

—¡No hablo contigo!- lo cortó en secoel gallo- ¡Y soy yo quien determina qué es"divertirse sanamente" para mi hijo...!

—¿Qué le pasa a este, mi negro..?-preguntó otro mirlo- Si cantar no es sano,entonces, ¿qué cosa lo es?

—¿Y es que tú no cantas, señor gallo?-inquirió, a su vez el primero- Creí que canta

era lo que mejor hacen los gallos...—Por supuesto...- respondió Papá

Gallo-, pero los gallos cantamos paradespertar al mundo, no para... divertirnossanamente. Mi hijo debe cantar como su

padre, su abuelo y todos sus antepasadoslo hicieron y no como un... pájaro de circo.—¡Y a mucha honra, mi helmanol- exclamó

el mirlo molesto- ¡Prefiero ser un pájaro decirco, alegre y cantor, a vi- vil pega'o al suelocomo tú...! —¡Largo de aquí, vagos...!-

6 No coma candela: (expresión caribeña) no se enoje.

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gritó el gallo furioso, engrifando7 lasplumas del cogote.

—¡Sí que nos vamos...!- respondió el

mirlo y, dirigiéndose al polluelo, agregó-Lástima, helmanito, una cosa es \üvir apega'o alsuelo por falta de alas y o|ra muy distinta es

 polque no se quiera vflá... Lo haces bien,chico, buena suelte... ¡Adiosito!

—¡Chao, no más...!- bufó el gallo, quequería tener la última palabra, luego sevolvió hacia su hijo- En cuanto a ti,

 jovencito, esta es la gota que rebalsó elbebedero... ¡No quiero que vuelvas a tratarcon aves ajenas al gallinero, espe-cialmente las voladoras!

—¡Pero, papá...!- intentó protestar el

polluelo, mas su padre no lo dejó.—¡Nada de peros...!- lo interrumpióautoritario- ¡Se acabó y eso es todo!

Gallito bajó la mirada, triste y molestopor la actitud de su padre que nocomprendía en absoluto. Casi llorando sealejó caminando lentamente hacia losponederos. El gallo se quedó viéndolo ypor poco se arrepiente de haber sido tanduro con él, pero sacudió la cabeza paraespantar esa incipiente debilidad: no debía7 Engrifar: erizar el pelo o las plumas. Señal de enojo y ataque.

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flaquear si quería que su hijo fuera undigno heredero. Ya se le pasaría y, cuandocreciera, comprendería y hasta le

agradecería lo que estaba haciendo.Convencido de esto, sacó pechuga y seencaramó en su estaca a vigilar que el día,tan disparatado hasta ese momento, por lomenos terminara como debía ser, esto es,sin que pasara nada extraordinario.

Pero no fue así. Estaba escrito que esedía no debía ser como los demás. PapáGallo, un tanto cansado por el mal rato,dormitaba su siesta cuando,repentinamente, una sombra se proyectósobre el suelo del gallinero.

Las pollitas miraron hacia el cielo, pero nole dieron mayor importancia a ese granpájaro negro que se acercaba rápidamentehacia ellas. Eran demasiado jóvenes parareconocer al Jote8 y el peligro quesignificaba. Afortunadamente, una de lasgallinas viejas salió de los ponederos y,horrorizada, dio la voz de alarma, justocuando el rapaz intentaba coger con susgarras a una pollita lerda que no alcanzó ahuir. Papá Gallo, despertó de golpe y de8 Jote: ave rapaz (cazadora), no muy grande.

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inmediato se le subió la sangre a lacabeza, encolerizándose con ladesfachatada osadía de ese avechucho

impertinente. Seguramente no sabía que élestaba allí.

El gallo quizás no podía volar, pero susalas no eran del todo inútiles, ya que leservían para dar grandes saltos cuandoera necesario. Y ahora lo era. Veloz comosolo un gallo enojado puede serlo, volóimpetuoso, cayéndole porsorpresa al jote que, efectivamente, nuncase había enfrentado a un gallo furibundo.Eso significó una doble ventaja para PapáGallo: primero, porque era realmentebueno peleando y no conocía el miedo y,

segundo, porque el jote no tenía idea decómo responder al ataque de la quesuponía era una presa y no un rival. Fuetarea fácil para el gallo, que vapuleó comoquiso al desventurado jote, quien,inútilmente trataba de emprender el vuelo,pero esos espolones9 certeros le habíanestropeado un ala y los picotazosimparables no lo dejaban pensar. Lasgallinas, entusiasmadas por la destreza de

9 Espolón: garra larga y afilada. Los gallos tienen una en cada pata y es su principal arma deataque.

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su campeón, lo alentaban con gritosemocionados y, a veces, crueles: —¡Esoes, Papá Gallo, co-cooc...! ¡Enséñale lo que

es bueno, co-co-cooc.J ¡A los ojos, a losojos, para que no vuelva, coooc.JGallito, asombrado, veía con la bocaabierta como su padre maltrataba almás terrible enemigo de las gallinas,como si de un gorrión se tratara. Nosabía si reír, gritar o correr a ayudarlo,aunque esto último no era necesario.Sin embargo, a pesar del regaño y elcastigo, su corazón se inflamó deorgullo por su progenitor: Papá Gallo,el rey del gallinero, el defensor de lasgallinas, ¡el terror de los jotes!

Finalmente, el pobre jote, humillado ymalherido, pudo escapar saltandoapenas, la

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alambrada. Aunque podía hacerlo, PapáGallo no quiso saltarla él también, puessabía que su enemigo no estaba tan asalvo como creía. Efectivamente, pronto el

 jote se dio cuenta de que había caído de lasartén a las brasas cuando los perros, queeran buenos aliados de las gallinas, se lefueron encima gruñendo bajo y con los pe-los del lomo erizados. Solo haciendo un

esfuerzo supremo pudo echarse a volar yhuir, maldiciendo la hora en que se lehabía ocurrido meterse a robar pollos enese gallinero, y maldiciendo, también, aeste gallo desgraciado,

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que no sabía cuál era su lugar en lacadena alimenticia. Pero ya se vengaría

algún día...—¡Y no te atrevas a volver...!- gritaba

aún enojado Papá Gallo, mientras veía al jote alejarse- ¡Ja, pájaro estúpido...!

—¡Buena pelea, señor gallo!- exclamóuno de los perros, felicitándolo.

—Gracias, amigo perro...- respondióPapá Gallo, acomodando sus piurías congallardía y añadió, bravucón- Pero no fuenada... Era un jotecillo jovenzuelo que no

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sabía pelear siquiera... ¡Los viejos sí quedan batalla, esos me gustan a mí!

—¡Guau! ¡De todos modos, hay que ver

cómo le diste...!- dijo sorprendido uno delos perros más jóvenes- ¡Nunca había vístoa un gallo enfrentarse a un jote y molerlo apicotazos...!

—Eres un cachorro aún, hijo- lecontestó el otro perro- Ahora ya sabeslo peligroso que puede ser buscarle ca-morra al señor gallo...

—¡Seguro que sí, papá ...!- el cachorroestuvo de acuerdo- ¡Lección aprendida!

—Bien, hijo, bien...- Papá Perro miró asu hijo con orgullo, luego se dirigió al gallo-¡Ah, los hijos...! ¡Cuánto nos alegran la

vida, pero cuánto nos cuesta enseñarlostambién!—¡Dímelo a mí...!- respondió Papá

Gallo, con desilusión.—¿Qué pasa? ¿El pequeño gallo da

problemas?- preguntó Papá Perro con aireburlón.

—Algunos...- contestó el gallo- Noquiere seguir nuestras costumbres...

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—¿De veras?- dijo el perro- ¡Lástima...!Lo que es mi chico, sólo hace lo que ledigo...

—¡Ay! ¡Ojalá tuviera yo un hijo como eltuyo...!- exclamó Papá Gallo, suspirando.

—No, tú en realidad no piensaseso... ¿cierto?- Papá Perro cambió depronto el tono, al tiempo que le hacía ungesto extraño con la nariz.

El gallo lo miró confundido, perocomprendiendo de pronto lo que pasaba,se volvió y vio a su polluelo parado allí,tras él, con los ojos llenos de lágrimas.Gallito se había acercado a felicitarloadmirado de su triunfo, pero se quedóparalizado de golpe al oír el último

comentario de su padre. Antes de quePapá Gallo pudiera explicar nada, el pollitodio media vuelta y echó a correr hacia losponederos. Su padre se insultómentalmente por su lengua suelta.

Más tarde, Papá Gallo conversabanuevamente con el Viejo Ratón.

—Pues, la verdad es que metiste lapata, amigo gallo- dijo el roedor.

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—¿Qué puedo decir...? Tengo cerebrode pollo y a veces no pienso antes dehablar- se recriminaba el gallo, desolado.

—Bueno, bueno... Como diría el sabioPasteur, no vale la pena llorar sobre laleche derramada- sentenció el ratón- Loque debes hacer es ir y hablar con elpequeño.

—¿Con qué cara? Me odia, de seguro...-se negó Papá Gallo.

—No te odia, amigo gallo- lo consoló elroedor- Solamente está dolido. Te repito,ve y habla con él...

—¿Y qué le digo?- preguntó indeciso elgallo.

—¿Qué más podría ser?- le respondió el

ratón, un poco molesto por tanta duda-Que te perdone, que hablaste sin pensar...—Tendré que hacerlo... Mamá Gallina

también está enojada conmigo- se quejó elave.

—Ya lo dijo Macbeth, del inmortalShakespeare, ellas saben cómo mandar-citó el ratón- Entonces, doble razón parahablar con el chico y arreglar las cosas.

—¡Sí, eso haré! Iré ahora mismo ahablar con mi hijo...- dijo muy convencido

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Papá Gallo, levantándose decidido-¡Gracias, amigo ratón, has sido de granayuda...! ¡Adiós!

Por su parte, Gallito, después de muchollorar y escuchar a su madre, quien intentóexplicarle que Papá Gallo realmente nohabía querido decir lo que dijo, se secó laslágrimas y salió a tomar aire, paradespejar la mente y el corazón. Otra vez

se sentó a la sombra de la higuera,mirando el mundo de fuera de laalambrada. Allá estaban los perros,echados dormitando, y también unoschincóles10, que saltaban graciosamente,buscando algo que comer en el suelo.

Arriba, en el cielo, una bandada degolondrinas parecía danzar, girando deaquí para allá y de allá para acá, comosi se hubiesen vuelto locas de pronto. Elpolluelo se preguntó cómo sería volar yqué cosas habría en ese mundo tras losalambres. En eso estaba cuando un ruido

venido de arriba llamó su atención: en unarama de la higuera, un extraño pájaroacababa de posarse. Gallito no había vistonunca un ave así, «.con esos ojazos tan

10 Chincol: ave pequeña, muy similar al gorrión.

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grandes y ambos mirando al frente. Pensóen hablarle para saber quién era, perorecordó la prohibición de su padre y se

contuvo. Sin embargo, el pájaro aquelbajó la mirada hacia él y sonriendobonachón, lo saludó:

—Buenas tardes, pequeño gallo,¿cómo tú estás?

—Buenas...- respondió el polluelo,preguntándose si saludando contraveníala orden de Papá Gallo- Estoy bien...

—Pues, por tu carra no lo parece,pequeño- le dijo el otro- ¿Sucede algomalo? Un entrometido no quieroser, perro si en algo puede ayudarte estavieja lechuza...

—¿Es usted una lechuza?- preguntó elpolluelo.—Bueno, lo era cuando me dormí en

casa esta mañana y lo seguía siendocuando me desperté hace un rato-respondió jocosamente la lechuza, con sumanera de hablar tan rara- ¿Cuál es tuproblema, pequeño?

—Es que...- Gallito se detuvo, dudoso.—¿Sí...?- la lechuza lo miró con

atención.

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—Mi papá no quiere que hable conpájaros extraños...- explicó el polluelo.

—¡Oh, entiendo...!- señaló el otro- Eso

está muy bien. Tu padre sabe lo que hace.Peligroso es parra un chico como túexponerse... anda mucho loco suelto porahí...

—Pero él no quiere que hable connadie que no sea del gallinero... ¡connadie!- se quejó el pequeño.

—¡Ah, ya...! Eso es un poco exagerado,sin duda...- acotó la lechuza y luegopreguntó- ¿Y por qué no quiere?

—Porque no soy un buen gallo...- dijotristemente Gallito, bajando la mirada.

—¿Cómo? ¿Por qué dices eso?- el

pájaro estaba extrañadísimo.—No canto como lo hace él...- señaló elpolluelo.

—¡Claro que como él no puedes cantar!¡Tú erres muy pequeño aún y te faltamucho por aprender!- exclamó sonrientela lechuza.

—No es eso...- Gallito bajó la voz, comoavergonzado- No me gusta como canta, noes... muy bonito.

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—¡Ya, ya! Ahorra entiendo mejor- dijoel ave girando su cabeza casicompletamente- Y tú quieres cantar a tu

manera, ¿no es así?—Me gusta mucho cantar, pero él dice

que mi canto no despertará al mundo, sinotodo lo contrario...- explicó Gallito.

—Bien, bien, pequeño gallo- la lechuzahabló después de pensarlo un poco- Yocreo que en un vaso de agua te estásahogando. La verdad es que tu padre tienerazón en cuanto a exigirte que cantescomo debe cantar un gallo, parradespertar al mundo como dices, porque tutrabajo ese será y es importante que lohagas bien. Y cuando aprendas a hacerlo

así, entonces podrás dar rienda suelta a tucreatividad y cantar como quieras.—Pero, no me gusta...- refutó to-

zudamente el polluelo.—¡Lo sé...! Sin embargo, te aseguro

que es necesario- continuó la lechuza- Todo lo que hagas tendrá una parteentretenida y emocionante, perro tambiéntendrá una parte latosa y poco grata, noobstante, deberás hacerla igual.

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—¿Siempre...?- preguntó el pollito casiresignado.

—Siempre- confirmó enfático la

lechuza- Te diré: cuando yo era pequeño,lo único que querría era volar, tal comomis padres lo hacían, perro en mi apuro undetalle importante olvidé: que debíanprimero crecerme plumas en las alas y,por supuesto, terminé dándome unporrazo por apurón. Hay que ir paso a pasoen la vida, todo tiene su tiempo-

Gallito iba responder algo, pero larepentina aparición de Papá Gallo, locontuvo. Su padre venía meditando lamanera de disculparse con el polluelo,pero encontrarlo, una vez más, hablando

con un pájaro volador, contraviniendo suorden, lo molestó bastante. Aun así,respiró hondo y trató de no perder losestribos, pues no quería tener másproblemas con el chico. Se acercó serio yceñudo, casi sin mirar a la lechuza.

—Hijo, quiero hablar contigo...- dijo alpequeño, sintiendo la aguda mirada delpájaro sobre él.

—¡Buenas tardes, señor gallo...!-saludó la lechuza cortésmente, sin darse

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por enterado de la poca educación delpadre del polluelo- ¿Cómo está usted?

—¡Eh! Buenas... bien, bien, gracias...-

contestó evasivo el gallo- Ven, hijo...—Tiene usted un hijo muy inteligente-

el otro no quería perder la oportunidad deconversar, al parecer- Será un gran gallo,sin duda.

—Gracias- dijo Papá Gallo, un pocofastidiado con la insistencia de la lechuza-Eso espero...

—¡No debe esperar, sino estar segurode que así será!- recalcó el pájarosonriente- Aun cuando un hijo no parezcaentender, siempre escucha y, si lo hace,aprende... Perro recuerde, señor gallo, su

chico no es usted... Usted ya lo sabe todo,perro él no y necesita tiempo...

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Indudablemente, el gallo era un buenpadre, pero también era un buen gallo,lleno de orgullo (más aún después de lodel jote), terco y un poco cerrado de

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mollera11. Quizás si no se hubiese tratadode una lechuza, ave voladora y nocturna,más encima, el prejuicioso gallo habría

escuchado el buen consejo que le daban.Pero antes de que el otro terminara dehablar, ya estaba pensando que era unpájaro entrometido, que no tenía idea delo que pasaba y que era un impertinentequeriéndole dar consejos a él que, como lohabía dicho la misma lechuza, lo sabíatodo. Entonces, se le subió la sangre a lacabeza nuevamente y, sin pararse apensar en lo que decía contestó:

—¡Mire, señor lechuza, sé perfec-tamente lo que debo hacer y no necesitoque ningún pájaro metiche me dé

consejos...!—¡Papá... ¡-exclamó Gallito, aver-gonzado por la reacción de su padre.

—¡Tú, calla...!- ordenó imperioso PapáGallo.

—Veo que me equivoqué al juzgarlo,señor gallo- dijo molesta la lechuza- Creí que un polluelo como el suyo debía tenerun padre digno de él: inteligente y, sobretodo, más educado...

11 Cerrado de mollera: que no entiende razones.

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—¡Digno de él... digno de él...¡-repitió elgallo tremendamente ofuscado. Enrealidad, por esa misma ofuscación12, no

había entendido bien lo que la lechuzahabía dicho y, menos aún, pensó antes deresponder lo que respondió- ¡Es él el quetiene que ser digno de mí...!

—¿Qué dice...?-preguntó estupefacta lalechuza- Usted no piensa antes de hablar,señor gallo... ¿No se da cuenta? ¡Acaba demeter la pata hasta el fondo!

—¿Qué? ¿Qué?- el gallo miró al otro sincomprender, pero la lechuza no respondió,echándose a volar y perdiéndose en elcielo del atardecer. Entonces, se volvióbuscando a su hijo, diciendo- ¡Te prohibí 

expresamente conversar con...!Mas Gallito no estaba allí paraescucharlo. Lo llamó varias veces, peropolluelo no respondió. Molesto, fue hastalos ponederos buscándolo, pero no loencontró. Mamá Gallina, se puso nerviosay él también empezó a preocuparse,arrepintiéndose de sus palabras yrecriminándose por su estupidez. Pronto,todo el gallinero estuvo revolucionadobuscando al pollito, pero este no apareció12 Ofuscación u ofuscamiento: incapacidad de entender por estar, en este caso, enojado.

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por ninguna parte. Hasta los patosayudaron en la búsqueda y fue uno deellos quien encontró un agujero en la

alambrada por donde, seguramente,Gallito había escapado hacia el exterior.

Mamá Gallina se puso histérica;ya estaba oscureciendo y su polluelovagaba solo allá afuera, en medio delpeligro y quién sabe qué otra cosa peor.Papá Gallo no podía creer lo que estabapasando, ese debía ser el día más infaustode su vida y para el gallinero también. Porprimera vez no sabía qué hacer, pues elmundo exterior estaba fuera de su alcancey jurisdicción, muy pocas veces habíasalido y afuera, solo era un ave más, sin

mayor poder que el que le confirieran suastucia, fuerza o habilidad. El gallo era, lohabía demostrado, fuerte, hábil y, a sumanera, astuto, pero sabía que fuera delgallinero, había otros animales másfuertes, hábiles y astutos que él. Esto loangustiaba aún más, pues, si él mismo sesentía incapaz de sobrevivir tras laalambrada, ¿qué quedaba para su polluelo,mucho más pequeño e inexperto que él?

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Esto lo decidió: saldría a buscarlo, notenía más opción. Se preparó para saltar lacerca, pero antes de que pudiera hacerlo,

el Viejo Ratón apareció y le dijo:

—Espera un poco, amigo gallo, no teprecipites.

—¡No puedo esperar! ¡Mi chico estáallá afuera!- le contestó vehemente elgallo.

—Sí, lo sé- señaló el ratón-, pero tengouna mejor idea... Escucha, ¿acaso sabesdónde o cómo buscarlo?

—¡No sé, pero no puedo quedarmeaquí conversando...!- y se aprestó denuevo a saltar, pero el roedor lo contuvo

otra vez.—¡Espera! Tú no lo encontrarás, nosabes cómo buscarlo- le dijo- Hazme caso,pide ayuda a los perros, ellos lorastrearán...

—¡Caramba! ¡Tienes razón!- exclamóPapá Gallo- ¡Ellos tienen su olfato paraseguir la pista..!

—Ya lo dijo el eminente estudiosoPavlov, el perro es el mejor amigo delhombre- argumentó complacido el ratón-

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Supongamos que lo es, también, de lasgallináceas13...

Sin perder un minuto, el atribulado

gallo llamó a Papá Perro y lo puso al tantode la situación. El buen can se dio porenterado y se comprometió a buscar alpequeño hasta encontrarlo. Pero antes departir, dudó por un instante y preguntó:

—Y si lo encuentro, pero no quierevolver, ¿qué hago? No puedo traerlo a lafuerza...

—Es cierto...- Papá Gallo también dudó,sin saber qué responder.

—Entonces, mantente a distancia- ledijo el Viejo Ratón-, pero no lo pierdas devista y lo cuidas hasta que llegue Papá

Gallo.—¡Humm! Eso haré...- acordó el perro,poco convencido de recibir órdenes de unratón, aunque reconocía que este era unratón especial, que sabía mucho y que, porlo menos, no se metía en la cocina delamo.

13 Gallináceas: familia de las gallinas y otras aves similares.

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Mientras eso sucedía en el gallinero,Gallito caminaba ya bastante asustado porla creciente oscuridad que lo rodeaba. En

realidad, no llegaba muy lejos aún, peroestaba fuera del territorio seguro y nocontaba con la protección de Papá Gallo ode Mamá Gallina. En las crecientessombras, todo se le fue transformando enfantasmagóricas14 figuras queatemorizaban su infantil corazón. Sinembargo, no permitió que el miedo lodominara y siguió adelante, pues su enojoera más grande que cualquier temor yprefería enfrentar los peligros de la nochea volver. Era, sin duda, digno hijo de supadre, tan tozudo como él.

El polluelo había escapado sin pensary, por ello, vagaba sin rumbo fijo y sinsaber qué haría de ahora en adelante. Ensu interior, lo único claro era la convicciónde haber abandonado el gallinero parasiempre, aunque no podía prever cuántoduraría ese "para siempre". Por lo pronto,se detuvo junto a un grueso y alto muro deadobe, único vestigio que quedaba en piede lo que fue una antigua casona humana,14 Fantasmagóricas: deformadas por la oscuridad, irreales.

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y contempló las estrellas que repetíanincesantes sus guiños allá arriba. Sobre loscerros distantes, ya se vislumbraba el

pálido fulgor de la luna que no tardaría enaparecer.De pronto, sobre el muro, cuatro pares deojos se

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clavaron en él. Al descubrirlos, su corazónse apretó y casi se le escapa un grito, perosupo

dominarse y, recordando que era un gallo,después de todo, se plantó firme y miróhacia el muro con desafiante temeridad.

—¡¿Quién anda ahí?!- preguntó con vozclara y segura.

—Miren, miren, miren lo que trajo lanoche...- dijo un gato blanco con vozmelosa, apareciendo de entre las sombras.

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—Esto sí que es una cosa extraña...-dijo una gata negra, también surgiendo dela oscuridad.

—Rarísima, en verdad...- dijo un gatogris, saltando para ponerse junto a losotros.

—¡Un bípedo15 emplumado de los quedeberían estar durmiendo a esta hora...!-exclamó un cuarto gato, amarillo esta vez.Los otros tres lo miraron con disgusto porsu altisonante manera de hablar.

—¿Quiénes son ustedes?- preguntó elpolluelo, mirándolos con desconfianza.

—Vaya, vaya, vaya... el pequeñoquiere saber quiénes somos...- repitió elgato blanco.

—¿No es una delicia? Tan pequeñito,..-señaló la gata negra.—Pequeño, pero delicioso, sin duda...-

el gato gris se pasó la lengua por losbigotes.

—¡Somos los felinos nocturnos y'vamos a invitarte a cenar...!- dijo ato-londradamente el gato amarillo.

—¿Felinos nocturnos...?- Gallito losmiró sin comprender.

15 Bípedo: de dos patas.

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—Gatos, gatos, gatos... polluelo, esosomos- le explicó el gato blanco, algosorprendido de que el pollito no les

temiera.—¿Y qué hacen ustedes los gatos?-

preguntó el polluelo, sin inmutarse.—¡Pues, comemos poli...! ¡Ay!— el

gato amarillo no alcanzó a terminar lo quedecía, porque el gato gris le dio un pisotónen la cola.

—¡Oh! Nosotros... cuidamos de que losratones no invadan el mundo, pequeño-contestó la gata negra y los demásasintieron con la cabeza.

—¿Y cómo hacen eso?- Gallito yaempezaba a sospechar que esos gatos no

eran buena compañía para él.—¡Pues, nos los come...! ¡Ay!-otropisotón sobre la cola del gato amarillo.

—Eso no importa, pequeño y deliciosopolluelo- dijo el gato gris- Lo que nosintriga es qué haces fuera del gallinero aesta hora.

—Me escapé...- respondió Gallito,entristeciéndose de pronto.

—Escapó, escapó, escapó... ¡una fuga!-exclamó el repetitivo gato blanco.

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—Pobre pequeño. ¿Y qué pudo hacertehuir de tu casa?- preguntó la gata negra.

—¡Oigan, si vamos a cenar, creo que

debemos apurarnos...!- comenzó a decir elgato amarillo, pero no pudo continuar.

—¡Calla bocón, déjanos escuchar...!- lointerrumpió el gato gris, súbitamenteinteresado en la historia del polluelo.

—Mi papá no me quiere...- comenzóGallito con los ojos húmedos.

—¿Cómo es posible eso, pequeñín?-inquirió la gata negra, tocada en suinstinto maternal.

—No quiero cantar como él.. - continuóel pollito.

—¡Ah! El arte, el arte, el arte...- dijo elgato blanco.—¡Ya sabemos! Ahora vamos a comer

antes de... ¡Ay!- el gato amarillo recibióotro pisotón.

—¡Ya habrá tiempo después paracomer, bocasuelta, ahora déjanos escu-char!- lo regañó el gato gris.

—¡Sí, "después, después"...!- loremedó el gato amarillo y añadió- ¡Nohabrá después, jetón!

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—¿De qué hablas?- le preguntó el gatogris sin entender.

—De los cuadrúpedos16 mordedores...-le explicó el gato amarillo, señalándole unpunto entre las sombras, pero el otro no loescuchó, pues tenía puestas las orejas enla historia del polluelo.

—... Y mi papá no me quiere, porque yono canto como él- concluyó Gallito.

—Los padres, los padres, los padres...Nos aman y aún así, nos hacen la vidaimposible- sentenció el gato blanco.

—¡Sale, farsante!- le dijo la gata negrariéndose- Tú ni siquiera conociste a tupadre.

—Por eso, por eso, por eso... ¿Ves quetengo razón?- le respondió el gato blanco.—Así que a Papá Gallo no le gusta

como cantas, ¿eh? ¿Y cómo lo haces?- lepreguntó el gato gris.

—Según los mirlos, lo hago bien.. .-contestó Gallito, sacando pechuga.

16 Cuadrúpedo: de cuatro patas.

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—Esos mirlos tienen mucho ritmo, nocabe duda... Si ellos lo dicen, así debe ser-concluyó el gato gris.

—A nosotros también nos gustacantar...- dijo la gata negra.

—¿De veras? ¿Y cantan bien?- preguntóel polluelo entusiasmado.

, —¡Por supuesto, chico! ¡Vamos,démosle una muestra...!- exclamó el gatogris, también con entusiasmo.

—¡Claro! Siempre me ha gustadocantar antes de comer... Me abre el ape-tito- dijo la gata negra.

—¡Pues, no cantes entonces o tequedarás con hambre...!- le replicó el gatoamarillo, malhumorado.

—¿De qué hablas?- le preguntó la gatanegra.—De que no cenarás pollo hoy,

preciosa...- dijo Papá Perro, apareciendode pronto junto con su cachorro, ha-ciéndolos saltar a todos, excepto al gatoamarillo, que ya los había visto.

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—¡Ug! Perros, perros, perros...- repitióel gato blanco.

—¡Señor perro...!- exclamó el polluelo

sorprendido- ¿Qué hace usted aquí?—Tu padre me envió a buscarte,

muchacho- le respondió el can- Está muypreocupado...

—¿Ah, sí...?- Gallito se animó al saberque su padre lo extrañaba, pero sucorazón dolido y su terquedad pudieronmás y, encaramándose en la rama baja deun árbol que había por allí, añadió- ¡Yo novolveré...!

—Ya imaginaba una cosa así- dijo elperro, haciéndole un gesto a su hijo, quiensalió disparado a buscar a Papá Gallo, tal

como tenían convenido.—Ya ves, ya ves, ya ves... el pequeñoprefiere quedarse- señaló el gato blanco.

—Quiere oírnos cantar...- acotó la gatanegra.

—Sí, déjalo con nosotros y le en-señaremos una canción- propuso el gatogris.

—¡Sí, cómo no...!- se burló Papá Perro,echándose junto al polluelo- Adelante,

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adelante... a mí también me gusta labuena música... ¡Pero sin bajar del muro!

—¡Qué ridículo!- exclamó el gato

amarillo, molesto- ¡He oído hablar depúblico cautivo, pero nunca de artistascautivos...!

—¿Van a cantar o no?- preguntóGallito, envalentonado por la presencia delperro.

—Claro, claro, claro... aunque sólo paraconsolarnos de nuestra cena perdida-contestó el gato blanco.

—Así será...- agregó la gata negra-Esperemos a la luna, que ya no tarda.

Efectivamente, tras los cerros, la lunallena ya se asomaba remolona, como no

queriendo mostrar su blanca faz. A medidaque avanzaba e iba iluminando el campo,un concierto de diminutas notas sepropagó por todas partes, llenando el airenocturno de una monótona melodíainacabable.

—¿Qué es eso?- preguntó el pollueloasombrado.

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—Los grillos- le contestó el can- Todaslas noches ellos tocan sus guitarrasbuscando pareja.

—¿Guitarras?- repitió poco convencidoel gato amarillo- A mí me suenan acascabel de bebé...

—Como sea- ladró el perro- ¿Cantan ono?

—Bien, bien, bien...- asintió el gatoblanco- ¡Atención...! Empezaremos con Miau

a la luna llena... ¿Listos? ¡Primer... a., .dentro!—Miau...- cantó la gata negra.—Miau...- cantó el gato gris.—Miau...- cantó el gato amarillo.—Miau, miau, miau...- cantó el gato

blanco.

—Miiiaaauuu...- cantaron los cuatrogatos a la vez.El polluelo los miró encantado, quizás

fueran unos malintencionados y, sipudieran, se lo comerían, pero estos gatossí que sabían cantar. Sus voces melosas seacoplaban dulcemente y sonaban como uncoro de violines o clarinetes destemplados.Hasta el perro los escuchaba embelesadocon la melodía.

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—¡ Ségund... a... dentro!- exclamó elgato blanco.

—Miau... miau...- cantaron la gata

negra y el gato amarillo.—Miau... miau... miau...- cantaron el

gato blanco y el gato gris.—¡Miii-aaa-uuu...!- concluyó con voz de

barítono el gato amarillo.—¡Bravo, bravo!- gritó entusiasmado el

polluelo.—¡Ah! El aplauso, el aplauso, el

aplauso...- dijo el gato blanco.—¡Qué ternura! Le gustamos...- dijo la

gata negra.—¡Nos admira...!- dijo el gato

gris.

—¡Qué chico...! Casi me arrepiento dehaber querido comérmelo- dijo el gatoamarillo.

Los otros tres se quedaron mirándolode una manera extraña, levantando unaceja y torciendo la boca.

—¿Qué...?-agregó entonces-Dije "casi",¿no?

En ese preciso momento, llegó PapáGallo corriendo, acompañado del cachorro.Venía con cara de angustiado, algo pálido

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y traía las plumas desordenadas, pues sehabía dado un par de revolcones en elcamino al estar poco acostumbrado a la

oscuridad. Ansioso, ni siquiera se fijó enlos gatos, preocupándose solo de supolluelo.

—¡Hijo...! ¿Estás bien?- le preguntó,luego agregó- Me tenías asustadísimo... ¡Ytu madre está histérica!

—El chico está bien, amigo gallo le dijoPapá Perro- Por suerte, llegué a tiempoantes de que esos cuatro... Bueno, túsabes.

—¡Gatos!- exclamó el gallo al ver a losfelinos sobre el muro- ¡Mira a lo que te,has expuesto, hijo!

—No me hicieron nada, papá- señalóofuscado Gallito- Sólo conversamos y mecantaron.

—Así es, así es, así es...- dijo el gatoblanco.

—Sólo conversamos!..- dijo la gatanegra.

—Y le cantamos.. - dijo el gatogris.

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—¡Sí! No alcanzamos a invitarlo acenar...- dijo el gato amarillo y los otrostres lo miraron feo.

o—¡Uf!...- resopló hacia ellos Papá Gallo,

después le dijo a su hijo- Debemos volverpequeño, tu madre no ha parado de llorardesde que te fuiste...

—¡No quiero volver!- respondiótercamente el pollito- ¿Para qué volver, sino soy digno de ti?

Su padre lo miró desolado. Después deunos segundos, le dijo:

—Pequeño, fui un tonto que se dejóllevar por su mal carácter... ¡Perdóname!

—Los mirlos sólo se estaban di-

virtiendo...- recordó el polluelo.—Lo sé, hijo...- Papá Gallo se resignó.—Y el Señor Lechuza me aconsejó

hacer lo que tú me decías...- siguió Gallito.—Ya está bien... Ya te pedí disculpas-

Papá Gallo empezaba a perder lapaciencia.

—Yo no soy un buen gallo, papá- elpequeño se puso pesado- Tal vez serámejor que me vaya para siempre...

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—Hijo... ¿Cuánto tiempo crees quesobrevivirás acá afuera?- le preguntó supadre, señalándole a los felinos- Y no sólo

hay gatos por aquí...—Pues, como sobreviven las demás

aves- contestó Gallito sin pensar.—Muchacho, ¡las otras aves vuelan!- le

hizo ver el perro- Por eso sobreviven:escapan volando.

—Así es, pequeño- Papá Gallo lo mirósuplicante e hizo una dramática pausa,antes de decir algo que le costabademasiado- Hijo, ni siquiera yo podríasobrevivir mucho tiempo fuera delgallinero...

—¿Ni siquiera tú...?- el polluelo lo miró

asombrado- ¡Pero tú no le tienes miedo anada...!—(Suspiro)... Solo si estoy dentro del

gallinero- admitió abrumado el gallo- ¿Noentiendes? Adentro soy el más fuerte, porlo tanto, también debo ser el más fiero.Pero afuera, solo soy un animal más,frente a muchos otros animales másfuertes que yo.

—Pero, ¡al jote podrías vencerlo encualquier parte!- replicó el polluelo, que no

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quería creer que su padre conociera elmiedo.

—Sí, seguro... y a un gato también-

concedió su padre, mirando hacia lo altodel muro-, pero no a cuatro, o a, un perrodesconocido, o a un zorro...

Hubo un breve silencio, durante elcual, el polluelo pareció entenderlentamente lo que Papá Gallo le decía.

—Entonces, ¿de qué sirve estar tanorgulloso de nuestro canto?- preguntó alcabo, desilusionado.

—De... ¡uf!... de nada- susurró PapáGallo bajando la cabeza, vencido.

Gallito no dijo más. Lentamente, bajóde la rama y se encaminó hacia el

gallinero. Tras él fueron en silencio el ca-chorro, el gallo y, por último, el perro.Algunas semanas después, Papá

Gallo, sentado en su estaca, vigilaba quenada alterara el orden del gallinero,como siempre. A la distancia, vio a suhijo, ya bastante crecido, que perma-necía echado a la sombra de la higuera,escuchando a los pájaros cantar. Aunquehabían seguido con sus lecciones y elchico abandonara su actitud rebelde,

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el gallo no se sentía contento. El polluelode antes, el que lo sacaba de quicio, peroque también lo admiraba, era mucho

mejor que este pollo obsecuente17, peroabúlico18 que lo había reemplazado. PapáGallo se sentía fracasado frente a los ojosde su hijo y eso le dolía en lo más. íntimo,mucho más profundo aún que el orgullo.

—¡Buen día, amigo gallo!- saludó elViejo Ratón- ¡Pero qué cara! ¿Otra vezpensando en tu hijo?

—No puedo evitarlo, amigo ratón- lecontestó- Ese chico ha perdido el ímpetuque un buen gallo debe tener... y todo porculpa mía.

—No debes ser tan duro contigo

mismo- lo consoló el roedor- Sólo hiciste loque creíste correcto... Creo que fue elfamoso Napoleón quien dijo: la intenciónes lo que cuenta...

—No es un gran consuelo- respondió elgallo- Y lo peor de todo es que no sé quéhacer.

—Lo que no tiene remedio, remediadoestá, dijo Hipócrates- comentó el ratón-Pero estoy seguro de que no es para tanto.17Obsecuente: demasiado obediente, sumiso.18Abúlico: que no tiene energía ni interés.

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—Sin embargo, debo hacer algo-concluyó Papá Gallo, algo molesto por losdichos del ratón.

—Dale tiempo al tiempo- aconsejó elroedor- Ya se te ocurrirá algo.

Pero no fue el tiempo, sino la fortuna,la que vino a ayudar al gallo. En el cielo,un punto negro giraba en lentos círculossobre el gallinero, esperando el momentopreciso.

Abajo, en tanto, un hombre que venía acaballo, se acercó al gallinero, se detuvo

 junto a él, desmontó y ató las riendas delanimal a uno de los postes de laalambrada. En seguida desapareciócamino a las casas, pero el caballo, joven y

nervioso, quiso seguirlo y tironeó y tironeó,hasta que los palos del cerco, ya podridospor el tiempo, cedieron viniéndose abajo.La batahola fue general entre lasasustadas gallinas y los juguetones pollos,que salieron corriendo alentados por esainesperada libertad, seguidos de susmadres cacareantes.

Papá Gallo, olvidando sus tribulacionesde padre, se aprestó a hacerse cargo de lasituación. De dos saltos, pasó por los

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restos de la alambrada y se plantóamenazante delante de los fugitivospollos, que se paralizaron de inmediato al

verlo.Ese era el momento que esperaban allá

arriba. En un raudo piquero, una joven jotecayó sobre uno de los polluelosdesprevenidos. Pero con la mismaceleridad casi, Papá Gallo reaccionó y laenfrentó con las plumas del cogoteengrifadas, para verse más grande. De dosespolonazos, la obligó a soltar a su presa,que salió huyendo despavorida.

—¡Vete de aquí, jetona, o te irámal!- la amenazó el gallo furioso.

—¿Estás seguro de eso, gallo pajarón?-

le respondió la jote con una son- risita queél no alcanzó a comprender.—¡No serás la primera de tu clase a la

que...!- pero Papá Gallo no pudo terminarde hablar. Súbitamente, algo lo golpeó poratrás, arrastrándolo por el suelo. Antes deque se diera cuenta, un dolor agudo leclavó el espinazo, justo donde la garra deotro jote se enterraba en su carne.

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—¡Sorpresa, desgraciado...!- le dijoburlón el rapaz, presionando con todo supeso sobre él, para evitar que se moviera.

—¡Tú...!- exclamó el gallo al reconoceral jote que había humillado tiempo atrás.

—¡Sí, yo! ¡Ahora no pareces tan fiero...!¿Eh?- le dijo, apretando cruelmente sugarra, mientras la otra jote se acercaba-

 Te presento a mi pareja, ella sabe distraermuy bien, ¿no?

—¡Te dije que no volvieras...!- PapáGallo no perdió la dignidad y continuababravuconeando19.

—¡Volví porque tengo hambre,infeliz...!- le contestó con rabia el otro,amenazándolo con su pico engarfiado- ¿Y

sabes qué habrá hoy en nuestroalmuerzo...?—¡Festín de gallo!- rió malvadamente

la jote, aprestándose a darle un picotazomortal.

—¡No lo creo!- gritó Gallito, em-pujándola de un golpe contra su novio que,sorprendido, soltó su presa al caer.

—¡Hijo...!- exclamó Papá Gallo al darsecuenta de lo que pasaba.

19 Bravuconear^en este caso, hacer amenzas que no se pueden cumplir. También alardear.

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—¡Vamos, papá, no importa queestemos fuera del gallinero!- lo alentó suhijo. t

 Y antes de que los jotes pudieranreponerse, el pequeño gallo saltó sobreambos, cayéndoles a uno con los espo-lones y a picotazos a la otra. Pero susenemigos se recobraron rápidamente yGallito aún era tan solo un pollo. Pronto sevio sobrepasado en fuerza y cayóadolorido por un picotazo del jote que,graznando de rabia quiso liquidarlo conotro picotazo. Pero Papá Gallo, a pesar deestar herido, lo hizo comer tierra de unespolonazo certero. La jote se paralizó deterror al ver a su pareja tendida y

sangrando, situación que aprovechó elgallo para despacharla también. Dospicotazos y un empujón y ella acompañóen el suelo a su novio. Seguramente los

 jotes hubiesen intentado continuar labatalla y con todas las posibilidades deganarla, pero los perros aparecieronladrando su grito de guerra y salvaron lasituación. Los rapaces, nuevamentehumillados y malheridos, escaparon

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apenas, echándose a volar como pudieron.Esta vez no volverían jamás.

Esa tarde, poco antes de que el sol se

escondiera y con la alambrada ya re-parada, los pollos, los patos, los perros y elViejo Ratón, se reunieron bajo la higuera.Papá Gallo y Gallito cojeaban, perosonreían felices, mientras los demásparloteaban alegremente, comentando ladescomunal lucha de la mañana.

—Bien, amigo gallo- dijo el ratón-, creoque tu polluelo recuperó su ímpetu20,después de todo.

—¡Pues, claro!- respondió orgulloso elgallo- ¡Por algo es mi hijo!

—¡Ah! ¡Como dijo el gran escritor

Kipling: hijo de tigre tiene que salirrayado!- concluyó el roedor.

—¡Guau! ¡Fue fenomenal cómosalvaste a tu papá!- dijo el cachorro conadmiración.

—No fue nada... eran unos jotes

20 ímpetu: brío, fuerza, pasión. 88

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inexpertos...- Gallito bravuconeaba tanbien como su padre.

—¡Estoy tan feliz, que siento deseos decantar!- señaló contento el gallo.

—Pero no es la madrugada...- dijoextrañado el Viejo Ratón.—¡Al diablo con despertar al mundo...!-

exclamó Papá Gallo, sorprendiéndolos atodos- ¡Quiero cantar para celebrar!

 Y a la mañana siguiente, un poco más

tarde de lo acostumbrado, cantó el gallito.

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SOBRE LOS DICHOS DEL VIEJO RATÓN:

Galileo Galilei (1564 - 1642): Sabio re-nacentista italiano que fue el primero enpostular públicamente que los planetasgiraban alrededor del Sol y no de la Tierra,como se creía en ese entonces. Aunque,

seguramente, nunca dijo eso de 'Tas cosascambian", su teoría, llamada heliocéntrica,sí significó un cambio radical en la formade ver el mundo en su época. Tanto así,que fue obligado a retractarse, ante laamenaza de ser quemado en la hogueracomo hereje por la Inquisición. A pesar deesto, la Tierra siguió girando alrededor delSol y no al revés.

Sócrates (470 - 399 a.c. aprox.): Filósofogriego que fue condenado a muerte por

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enseñar a sus discípulos, supuestamente,a dudar de algunas verdades in-cuestionables en su época. Puede que,

durante su juicio, haya dicho algo así como: "los niños piensan (no solo losadultos)", aunque sus alumnos eran, másbien, adolescentes.

Luis Pasteur (1822 - 1895): Sabio fran-cés. Probablemente, jamás haya dicho

nada semejante a "no vale la pena llorarsobre la leche derramada", pero sunombre se vincula a la leche pasteurizada,es decir, libre de gérmenes y microbios.

Macbeth: Protagonista del drama delmismo nombre, de W. Shakespeare (1564

- 1616), quien asesina a su legítimo reypara tomar su puesto. En ninguna parte dela obra él dice: "las mujeres sabenmandar", pero fue convencido de cometerla traición por su mujer, Lady Macbeth. Porhacerle caso, perdió el honor y la vida (y

ella también).

Iván Pavlov (1849 - 1936): Científico ruso quedemostró el concepto de condicionamientode la conducta, algo que sería muy difícil

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